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El capítulo 14 de Mil mesetas de Deleuze y Guattari se titula Lo liso y lo estriado: dos tipos de

espacio que “no se oponen de manera simple” sino que “existen de hecho por las mezclas
entre uno y otro: el espacio liso no deja de ser traducido, vertido en un espacio estriado; el
espacio estriado constantemente es revertido, devuelto al espacio liso. En un caso —dicen—
se organiza incluso al desierto; en el otro, es el desierto el que gana y crece; ambos al mismo
tiempo.” Deleuze y Guattari ofrecen varios ejemplos o modelos de estos dos tipos de espacio:
en el tecnológico un tejido determinado por el telar y la estructura de la trama y la urdimbre
funciona como un espacio estriado, mientras que el fieltro se constituye en un espacio liso; en
el modelo estético el arte basado en la visión alejada tiene lugar en un espacio estriado,
mientras que aquél que la visión cercana —sentir con el cerebro la punta de los dedos, como
decía Dalí de Gaudí— es propia del espacio liso: un espacio táctil o, mejor, háptico —“una
mejor palabra que táctil pues no opone dos órganos de los sentidos sino que deja suponer que
el ojo mismo puede tener esta función que no es óptica”; o el modelo musical, idea
desarrollada en principio por Pierre Boulez, de quien Deleuze y Guattari toman la diferencia
entre lo liso y lo estriado.

“Boulez dice que en el espacio-tiempo liso, se ocupa sin contar, mientras que en el espacio-
tiempo estriado, se cuenta para ocupar.” Uno, el estriado, está definido por patrones que se
repiten, por sistemas o códigos con los que hay que cumplir; otro, el liso, es “irregular e
indeterminado.” En el espacio-tiempo estriado se cruzan “constantes y variables que ordenan
la sucesión de formas distintas,” mientras que en le liso “la variación es continua: es el
desarrollo continuo de la forma.” Los ejemplos de Deleuze y Guattari más la explicación a
partir de las ideas de Boulez parecen suficientemente claras. Sin embargo, se han intentado
diversas maneras de replantear esa oposición entre lo liso y lo estriado desde que, como
presagió Michel Foucault, el pensamiento se volvió deleuziano. Pero una muy buena
explicación desde la arquitectura la dio, adelantándose de hecho a Deleuze y Guattari, Giulio
Carlo Argan en un curso que dictó en 1961 —Mil mesetas se publicó en 1980— en el Instituto
Interuniversitario de Historia de la Arquitectura (IIDEHA) y que se publicó como libro en 1979
con el título El concepto del espacio arquitectónico desde el Barroco hasta nuestros días.

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La obra del crítico de arte y arquitectura Giulio Carlo Argan, nacido en Turín el 17 de mayo de
1909, va de Botticeli a Braque y del Barroco a la Bauhaus, escribió libros sobre Moore, Picaso,
Breuer y Gropius así como sobre Borromini o Miguel Angel. En la Universidad de Roma fue
profesor de historia y crítica del arte moderno, es decir, todo lo que sigue al Renacimiento.
Argan fue a finales de los años 70 alcalde de Roma —Roma es eterna, su decadencia será
interminable, dijo alguna vez mitad en broma. También fue senador desde 1983 hasta su
muerte, en 1992.

En el curso que dictó en Tucumán, Argan explica que no se refería al espacio como “una
realidad objetiva, definida y con una estructura estable, sino a un concepto: una idea que tiene
un desarrollo histórico propio” que podía leerse en las formas arquitectónicas. Para Argan, el
concepto del espacio se transforma tras el Barroco: antes, la arquitectura era pensada como
una representación de un espacio real, que existe fuera de la arquitectura misma; después, la
arquitectura se pensará como determinación de un espacio que el arquitecto, a través de las
formas construidas, hace. “El arquitecto que se propone representar el espacio, utiliza ciertos
elementos formales que tiene a su disposición y que compone en su edificio. El arquitecto que
pretende hacer o determinar el espacio no puede aceptar las formas arquitectónicas
preestablecidas, tendrá que inventar sucesivamente sus propias formas.” La arquitectura de
composición, “parte de la idea de un espacio constante con leyes bien definidas,” mientras que
la arquitectura de determinación rechaza lo a priori y la concepción objetiva del mundo y de la
historia.

Argan ejemplifica estos dos modos de entender el espacio con la obra de dos arquitectos que
trabajaron en la misma época: Bernini y Borromini. “Bernini es el hombre que acepta
plenamente el sistema y cuya gran originalidad consiste en «agruparlo», en magnificarlo, en
encontrar nuevas maneras para expresar plenamente en la forma el valor ideal o ideológico
del sistema. Con Borromini, en cambio, comienza la crítica y la eliminación gradual del sistema,
la búsqueda de una experiencia directa y por lo tanto de un método de la experiencia.” La
diferencia entre sistema y método es tan esencial como aquella entre representación y
determinación. El sistema, dice Argan, “es un conjunto de afirmaciones lógicamente
relacionadas entre sí y que contesta a priori cada problema que el hombre pueda plantearse
frente a lo que es el mundo.” El método, en cambio, “es el proceso de aquel que no acepta los
valores dados sino que piensa determinarlos él mismo en un «hacer».”

Sistema y método, ideología y crítica, contemplación y acción, representación y determinación,


la aceptación de códigos preestablecidos o el privilegio de la expresión individual, podrían
acompañar —sin superponerse exactamente— las ideas de lo estriado y lo liso de Deleuze y
Guattari. Y de los dos modos del espacio según Argan podríamos sin duda decir lo mismo que
aquellos dicen de lo liso y lo estriado: no existen sin mezclarse, sin que “cada vez la oposición
simple «liso-estriado» no nos reenvíe a complicaciones, a alternancias y a superposiciones
mucho más difíciles.»

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