Está en la página 1de 460

OJOS

de TORMENTA

La atracción

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son ficticios. Cualquier parecido con
personas, establecimientos, hechos o situaciones,son meramente por coincidencia.

* Diseño de portada : Daniela Gesqui / Banco de fotografías: sitio Pinterest

* Obra registrada bajo el código de Safe Creative : 1601316377139

Prohibida su reproducción, almacenamiento y distribución por cualquier medio, total o parcial sin el permiso previo
y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red sin

consentimiento.

“Ajax necesitaba buscar un culpable para la muerte de su hermano y Sophie

aparecería en el momento indicado para dar respuestas a sus preguntas… ¿pero eran

acaso las respuestas que él deseaba escuchar?”


Prólogo
Era toda desolación. Tras retirarme de la oficina del oficial O´Neill esa mañana, fue
hacia aquel apartamento sin vacilar.

Desorden.

Olor nauseabundo y manchas de sangre se agolpaban en la alfombra color gris de pelo

largo.

Las imágenes perturbadoras se suscitaban una y otra vez ante mi vista. Los agentes de

policía entraban y salían constantemente del apartamento, desfilando y murmurando en

voz alta cosas indescifrables, recogiendo evidencias del desastre.

Sus móviles emitían frases inentendibles y entrecortadas tras los numerosos “prips” de

los aparatos de comunicación.

Las pesadas cortinas rojas caían a lo largo y ancho de las ventanas, impidiendo que

ingresara un ápice de luz solar, creando un ambiente más tétrico aún.

Los “por qués” retumbaban en las paredes blancas con un eco ensordecedor, haciendo

vibrar a los edificios vecinos. Cigarros a medio fumar, colillas desparramadas por doquier
y botellas de ron volcadas en el suelo, eran una combinación maliciosa y desesperada;

muestra de un alma en pena y solitaria.

El “por qué” me dijo presente otra vez en escena.

Droga. Ese maldito polvo blanco disperso sobre una lujosa mesa baja de vidrio.

Tarjetas de crédito, papeles plateados y color manteca. Imágenes propias de una película
de terror.

Un escalofrío se apropió de mi cuerpo como un latigazo. Estaba solo excepto por mis

propios fantasmas y pesadillas.


Yo, autosuficiente, gigante, todopoderoso…y ahora, no era más que un hombre
pequeño y abatido. Una lágrima rodó por mi rostro de acero, escapando de mi mirada

imperturbable para llegar finalmente a mi corazón de piedra.

Ya era tarde y la culpa hizo que mi garganta se cerrase en un nudo asfixiante. ¿Cómo

seguir? O tal vez sería mejor preguntarse ¿cómo empezar? ¿Por dónde?

Avanzando unos pasos, ingresé por completo al apartamento número 503 de la quinta

planta de la torre de edificios ubicados en Erie St. ante las negativas de los agentes de
policía quienes deseaban no adulterar la escena del crimen, la cual acababa de despedir el

cuerpo inerte de Adrian.

─ ¡Debo pasar, demonios! ─ sentencié con voz lacónica y profunda.

─ Comprendo su dolor, pero déjenos trabajar. Coopere por favor ─ el amable agente

me tomó por el codo apartándolo de allí, conduciéndome suavemente hacia la entrada de

la vivienda.

Atónito, vi colocar la cinta de “no pasar” atravesando el umbral al mismo tiempo en


que me percaté de la existencia de un objeto que llamó mi atención. Sigilosamente, me
puse en cuclillas tras la puerta, esperé que nadie me pillase de imprevisto para guardar

hábilmente entre mis manos aquel elemento tan preciado que acababa de ver, solitario, sin
que nadie hubiese notado su presencia.

¿La respuesta a muchas preguntas? No lo sabía con certeza, pero tenía gusto a
afirmación.


Levemente satisfecho me retiré del lugar. Y por detrás, mi soledad.

1
─ Ross, pronto lo solucionaré─ dije tranquilamente al teléfono mientras cubría el
auricular y con el rostro hacía muecas de “qué pesado” a Caroline, quien me observaba
risueña.

Todas las mañanas la misma conversación con Ross, mi amigo y contador personal.

Gracias al cielo tenía los amigos suficientes como para presumir de ellos, quienes me

aceptaban a cambio de mi amistad sincera y frontal. Ni más ni menos. Si alguna enseñanza

me dejaría aquella horrible situación de años pasados, era que la verdad por más dolorosa
que fuese, siempre debía prevalecer.

Francis solía decirlo.

Tras colgar con Ross, me convencí que íbamos directo a la bancarrota, embargo o
cualquier tipo de situación financiera desfavorable. Pero no quedaba otra alternativa

porque las deudas me apremiaban constantemente; los servicios impagos estaban a la

orden del día y los proveedores golpeaban la puerta todas las benditas mañanas,

reclamando por su dinero. De momento, no comprar suministros era la solución más

viable, pero no podía ser una solución eterna.

─ ¡Dios! ─ resoplé dirigiendo mi rostro al firmamento extendiendo las manos cual


plegaria una vez finalizada la conversación vía telefónica. ¿Cuándo sería el maldito día en

que no amanecería haciendo números ni recibiendo la llamada catastrófica de Ross para


recordar mis deudas?

Caroline se echaría a reír.

Car (aunque ella detestaba el diminutivo a mi criterio era muy bonito) era

incondicional. Su amistad databa de nuestra época de estudiantes universitarias y aunque


Caroline no se había graduado a causa de un embarazo no planificado previo a la
finalización de la carrera, tenía los conocimientos suficientes para trabajar en el negocio

familiar. Car era madre soltera; criando sola a su hijo Jason, se las arreglaba para educarlo.
Gracias al idiota que desapareció a poco de quedar encinta, se desempeñaba como

madre/padre.

“¡Qué bello es mi sobrino!”… pensaba sistemáticamente al recordarlo tan pequeño y

tranquilo en el hospital, a poco de nacer.

“¡Qué bello es mi sobrino!… cuando duerme” completaba, al recordar que el niño era

una ardilla inquieta. Su melena rubia era como la de “Daniel el Terrible” y sus ojos

siempre tenían un brillo de travesura que desconcertaba y nos dejaba pensando “¿qué

estará tramando ahora?”.

Car solía traerlo a Lucky Library cuando su madre Susan no podía cuidar de él,

encontrándome a mí misma elevando plegarias para que no escribiese cuanto papel


descubra en su camino. Recordar que estuve a punto de cometer un grave homicidio al

encontrarlo con sus crayolas garabateando una primera edición de “Por quién doblan las

campanas” de Ernest Hemingway, ejemplar conseguido tras mucha puja en Washington,

no me llenaba de orgullo pero sí de impotencia.

Esa tarde estaría al borde de provocar una masacre: al niño por tocar aquello que no

debía, a la madre por traerlo y a Susan por reprogramar su clase de yoga y no poder
tenerlo en su casa.

Sin embargo, aunque me costase reconocerlo, el niño siempre lograba quitarnos una

sonrisa. Simplemente porque era eso: un niño de casi 4 añitos con la inocencia de un alma
pura que buscaba divertirse sanamente. Aunque eso incluyera escribir en cualquier
superficie.

Finalmente, di una larga exhalación tras la conversación con Ross, quitándome el peso
de una charla incómoda. Incliné el cuello de un lado al otro, crujiéndolo como si partiese
la cáscara de una nuez.

─¿Hey, Sophie, sucede algo? ─ Caroline me sacó del ensimismamiento de pensar en su

hijo, el terrible.

─ Ehh…no…sólo pensando en las cuentas… ─ giré sobre mis talones, dejando las

boletas sin abonar sobre el escritorio, luciendo descompensada emocionalmente─…

pensando en que estoy exhausta… ¡y recién es miércoles!

─ Sí, comprendo ─suspiró de igual modo ─, pero recuerda que falta poco para las

inscripciones a los talleres literarios, lo que nos permitirá mayores ingresos de dinero para
afrontar los gastos ─ sus palabras se diluyeron ante mi cara de “no me lo repitas”.

Gastos. Maldita palabra.

Lucky Library es cualquier cosa menos una librería afortunada.

Cuando mi abuelo Scott falleció 10 meses atrás, me encontraría con el mayor desafío

de mi vida: responder por su negocio, una pequeña y coqueta librería en Vancouver


ubicada en Pender St., a pocos metros del Woodland Park y la escuela secundaria

Templeton, sitio redituable a mi inexperto entender.

Nosotros (y cuando hablaba de nosotros hacía referencia a mi familia) éramos oriundos


de Ottawa y contábamos con una situación económica acomodada, hasta mis 10 años,

cuando sucedió el trágico episodio de papá. Sin embargo, la mala racha no acabaría allí:
seis años después de aquel nefasto evento, las cosas dieron un inesperado giro…gracias a
mi madre.

Para entonces, nuestro abuelo sería nuestro refugio. Y con él su negocio.


Mi pasión por los libros no era nueva, mis hermanos no dejaban de fastidiarme cuando
en días soleados no los acompañaba a corretear por el gran parque que teníamos en la casa

prefiriendo sumergirme en la lectura, apostada en el cómodo columpio que colgaba de uno


de los tirantes de madera del extenso cobertizo.

Pasaría horas encerrada leyendo Jane Austen y novelas románticas, esperanzada en la


aparición mágica de mi príncipe azul cruzando la puerta y llevándome en su caballo

blanco alado.

Pero no.

Al terminar cada libro era consciente que la vida no era una película de amor.

Con el correr del tiempo, me di cuenta que no podía ser tan egoísta de pensar que
Lucky Library era únicamente una bolsa de problemas: tener al alcance millones de obras

literarias para leerlas cuando me viniese en gana era un sueño hecho realidad. Sin

embargo, a cambio y con este insostenible ritmo de deudas, una vida opaca y envejecida.

Numerosas veces ayudaría a mi abuelo Scott a clasificar libros, realizar pedidos a

proveedores, conseguir libros en remates, pero nada me haría imaginar la debacle en la

que ahora estábamos inmersos.

Las deudas con los distribuidores parecían multiplicarse a cada segundo transcurrido;
todos, al conocer la noticia de su fallecimiento, no dejarían pasar ni diez minutos para

tocar la puerta en búsqueda del dinero adeudado.

No tendría tiempo siquiera de cerrar la librería y mucho menos, de despedir al abuelo

en paz.

Scott estaba mal, el último tiempo sus pulmones lo traicionaban a menudo, culpa de
años de nicotina y las neumonías que se agudizaban con cada episodio. Tres meses antes

de su adiós, me pediría pues, que asumiera el rol que tanto temía ocupar: el de dueña.
Menuda tarea endilgaría como herencia.

Pero lo haría por él, por mí.

Por la familia que jamás querría olvidar.

Inmersa en mi mundo (como últimamente lo hacía) observé con detenimiento mi

incómoda oficina: un pequeño cubículo blanco y sin decoración, de poco menos de diez
metros cuadrados y nula ventilación, repleto de cajas y libros que debían ser catalogados y

ordenados.

Láminas teatrales y retratos de la vieja tienda en su época dorada, me recordaban el

viejo hábito de la lectura, tan poco cultivada hoy en día. Con resignación, noté cómo todo

ello se entremezclaba en los estantes abarrotados de papeles y archiveros.

En mis sueños diseñaría la tienda a mi antojo. En mi lista imaginaria, contemplaba una

espaciosa oficina de grandes ventanales que permitiesen captar toda la luz exterior y que

diese a un hermoso patio verde; algo sin dudas relajante y tranquilo. Infaltable, un

columpio como el que había en mi hogar cuando era niña.

Adoraba mecerme en ella, cruzando una pierna por debajo de la otra para acomodarme.

En mis fantasías habría lugar para unos bancos de madera e hierro forjado, a modo de

plaza urbana, llena de vida y sobre todo, silencio. Ideal para una buena lectura.

Sin embargo, toda esa vana ilusión se esfumaba al minuto al ver los números en rojo.

Una remodelación implicaría mucho dinero (el gran ausente) y el cierre de la librería hasta
que todo estuviese terminado. No se podrían dictar los cursos de escritura, ni los talleres

literarios arrastrándonos a un pozo.

“Soñar no cuesta nada “… aunque con la suerte con la que venía aspectada
probablemente pronto se convertiría en un servicio pago.

“Que no lo sepan los del departamento de finanzas del banco. Caso contrario, mañana
mismo estaría recibiendo una notificación”. Reí para no llorar.

─ ¡Rayos, quisiera ganarme la lotería e irme de vacaciones al Caribe! ─ gruñí mientras


apilaba las cajas de cartón sobre el escritorio, mueble que sin dudas se rompería en mil

pedazos en cualquier momento.

Desarrollando una habilidad innata de técnicas de escritura, tendría que anotar en el

piso o quizás sobre una de las 1200 cajas que se empeñaban en multiplicarse como si

estuviesen en un criadero de pollos.

─ ¿Sophie? ─ la cálida voz de Caroline interrumpió mi creciente esquizofrenia ─. Te

buscan ─ mantuvo una sonrisa nerviosa.

─Car ¿no podrías atender tú? ─ rolé los ojos, exhausta─, necesito ordenar un poco este

desastre, barrer y catalogar los libros de Anderson…─ enumeré moviendo las manos

alrededor de mi cabeza.

─ Sí…y créeme que lo sé, pero… ─ no se contentó con mis explicaciones ──, he

intentado persuadir a esta persona. Pero de una forma…cómo decir ─ dubitativa se mordía
el labio y se abanicaba con la mano ─ pues tú sabes…de un modo intimidante, me dijo
que no se iría hasta hablar contigo.

Definitivamente, quien fuese que deseaba verme había puesto nerviosa a mi amiga, ya

que ésta se balanceaba inquietamente en el umbral de la puerta de mi despacho construido


de papel.

Caroline solía tener un carácter especial y no dejaba amedrentarse por cualquiera; esas
actitudes soberbias no iban con su personalidad. Sabía defenderse de los ataques, tal vez,
instinto desarrollado a partir de su vivencia personal como madre soltera.

Algo ofuscada por tener que dejar mis planes para después, ubiqué la última caja que

tenía entre manos en una pequeña esquina libre del que llamaba escritorio, suplicando para

que no se rompiese en ese mismo instante. Agité las manos en mis pantalones caqui para

desprender algo del polvo superficial y las finas hebras de papel que venían dentro de las
cajas para preservar los libros, a esas alturas esparcidas por doquier.

─ Está bien, que aguarde un instante, por favor ─ refunfuñé. Una vez en el diminuto

toilette de mi oficina, lavé mis manos y las sequé bruscamente.

“Debo cambiar la toalla” fruncí el ceño regañándome.

“¡¿El baño también es pequeño, todo aquí es pequeño?!”. Riñendo con mis voces

internas, salí de mi maldita cueva dispuesta a averiguar quién requería de mi “invaluable”

presencia.

“¿Quién será? ¿Y por qué se habría negado a ser atendido por Caroline?”.

A poco de atravesar la puerta me detuve en seco:

“¡Dios quiera que no sea un acreedor! Bajo esas circunstancias mi día estaría más que
jodido. De ser así, cerraría el negocio dispuesta a que un alienígena me abduzca y me lleve

a su nave nodriza.

Repasé con mayor seriedad la lista de acreedores: ninguno estaba próximo a cobrar;

Ross se había encargado de ordenar las pagas minuciosamente para que éstas no se
superpusieran y las cuentas no me abrumasen en conjunto.

Retomando el paso, autómata y fastidiosa, caminé hasta la ancha puerta de madera

trabajada de la entrada de la librería, tratada con barniz brillante y con un bello diseño de
vidrios de colores. Sin dudas, sería una de las piezas de mi nueva librería.

Sin embargo, no había nadie aguardando por mí.

Desorientada, volteé la cabeza en dirección a Caroline, quien permanecía detrás del alto
mostrador de entrada. Haciendo “montoncito” con la mano y enarcando ambas cejas,

pregunté “¿dónde?”; ella abrió muy grandes sus ojos e inclinando la cabeza hacia atrás,

me indicó un silencioso “detrás”.

Fue entonces, cuando dejamos del lado el cine mudo de 1900, para descubrir quién me

necesitaba con tanta urgencia.

2
Extrañada y boquiabierta, observé a ese hombre tan apuesto que colmaba de luz a la

tienda como si fuese un enorme letrero luminoso de cine. Incorporándose desde el sofá de

terciopelo rojo retapizado que se encontraba a la entrada del lugar junto con una mesa baja
de estilo barroco, herencia de la bisabuela Anne (ambos, excelentes trabajos de mi amiga

Erin), este Adonis era simplemente hermoso.

Lo primero que vino a mi sofocada mente fue creer que estaba inmersa en un sueño
primaveral y que en la mitad de la calle estaba aparcado el caballo blanco de crines

brillosas tal como soñaba de niña.

Quizás con una sonrisa bobalicona estampada en mi cara, esos pensamientos se

atoraban en mi cabeza.

Sin embargo, nada de eso sería realidad.

“¿Qué hace este hombre en mi tienda? ¿Sabría que esto es una librería discreta y no
un local de Giorgio Armani?”, especulé regresando a mi eje.

“Sí, si algo le debe sobrar es inteligencia, los hombres que lucen así siempre son

inteligentes, manejan empresas importantes y toda su vida es color de rosa. Poseen los

apellidos de ambos padres generalmente con números romanos que indican que son

tercera generación de hombres multimillonarios”, me respondí.

Tras el arduo debate mental quise pellizcarme, acción que me ridiculizaría de pleno

dejándome en clara evidencia, como una tonta desesperada.

“¿Es que acaso nunca he visto a un hombre guapo en mi vida? En la calle misma podía

encontrar millones de tipos encantadores, vestidos de traje de reconocidos diseñadores y

seductores. ¿Por qué entonces, me sentía tan estúpidamente atraída por éste?

Incluso Francis era guapo.

Dispuesta a pensar que quien tenía enfrente no era un ángel caído del cielo ni mucho

menos, pretendí aparentar ser una persona en sus cabales y profesional.

“Eso es, compórtate como lo que eres”.

Tomando coraje, limpié mi garganta con suavidad y sonreí delicadamente reubicando

mi mandíbula en su lugar ante semejante virilidad; nerviosa acomodé un mechón de


cabello tras la oreja.

─ Licenciada Rutherford, ¿en qué puedo ayudarle? ─ extendiendo la mano con un tono
seguro de mí misma y clavando la mirada en ese espectacular hombre de pasado el metro

ochenta, lo invité a aclarar el motivo de su visita.

Caballerosamente, inclinó su torso hacia mi posición respondiendo mi saludo,

sosteniendo mi mano, mientras que con la otra se aplanó la corbata de seda azul lisa, la
cual avanzaría al compás de su cuerpo.

Ese hombre era arrolladoramente seductor aun sin haber dicho ni una sola palabra.

Repitiéndome a modo de taladro cerebral, me dije que había muchos jóvenes bellos en

Vancouver. No obstante, debía reconocer que éste no solo emanaba belleza exterior si no

que también desplegaba un porte muy perturbador.

Su aura desprendía un morbo extraño e inquietante.

Sin saber por qué, mis pensamientos se agolparon en mi cabeza como si fuera una

adolescente hormonalmente desestabilizada. Siendo que era una mujer de 29 años, madura

y emocionalmente equilibrada “gracias al Dr. Alliser” entonces ¿por qué sucumbir ante

sus encantos tan fácilmente?

En un milisegundo de emociones y células descontroladas, recordaría la (patética)

imagen devuelta por el espejo del toilette minutos atrás al momento de lavar mis manos

antes de saludar a este príncipe encantador; sincerándome conmigo misma lo primero que

recaló mi mente era el aspecto de una luchadora callejera: cabello desordenado, sujeto con

un bolígrafo y unos mechones cayendo sobre las orejas de forma desprolija.

“¡Que facha la mía! La bruja de los 101 dálmatas en acción”.

Un calor en las mejillas delataría mi vergonzosa apariencia.

─Arquitecto St. Thomas ─su voz era tan fuerte y sonaba tan grave como me imaginé,

lo suficiente como para sospechar que las tapas de los libros se habrían quebrado.

“¿Arquitecto? ¿Qué quiere aquí?”

Incapaz de proseguir con divagues mentales, finalmente él me ahorró todo ese trabajo

infrahumano para agregar algunas palabras más a su presentación oficial.


─ Usted no me conoce, pero realmente es muy importante para mí que conversemos de

forma privada.

Un sudor frío se apoderó de mis extremidades.

¿Se habría equivocado de persona?

El muchacho lucía cansado, como si hubiera permanecido un par de días sin dormir
tranquilamente, aunque nada empañaba sus ojos color azul intenso opaco, profundos, e

intrigantes los cuales calaban mi cráneo como una daga afilada.

“Este hombre no es canadiense”. Sometiendo su acento a evaluación, deduje que era

americano. No, mejor dicho, estadounidense. Esto de que se crean dueños de América

siempre me había revuelto las tripas…¡los canadienses también lo somos!

Recomponiéndome ante tanto pensamiento inútil sin dudas, respondí sorprendida.

─ Disculpe, sigo sin entender ─ admití confundida y ansiosa por saber el por qué de su
insistente búsqueda.

Aún de pie, aguardó que yo tomase asiento en el otro sofá de un módulo situado en la
entrada del negocio.

─ Espero sepa comprender que he hecho muchos kilómetros para venir a verla─
arremetió contra este punto pero sin ahondar en detalles.


A esas alturas me sentía incómoda con su presencia, y lo que al principio parecía un
cuadro sacado de cuento de hadas, con su cabellera rubia ligeramente larga rozando el

cuello de su camisa súper costosa y sus ojos bellos, ahora no lo era tanto.

Su visita era intrigante, tanto o más que su mirada. Apretando la mandíbula,

conteniendo las palabras y eligiendo cuidadosamente lo que quería decir, era intimidante
desde cualquier punto de vista.

Reclinado hacia adelante en el sillón, con sus antebrazos apoyados sobre sus muslos
delanteros, clavó su mirada en el piso. Meneó la cabeza desacomodando su cabello

dorado. Sin la intención de indagarlo como si fuese un cuestionamiento policial, el

momento que estábamos atravesando era de suma incertidumbre.

─ No sé cómo empezar ─ a cuentagotas continuó hablando, rompiendo el incómodo

silencio ─…esto es algo muy delicado.

Suspiró pesadamente.

El aire se cortaba con un papel. La intriga carcomía mis huesos mientras aguardaba
inquietamente que este misterioso hombre finalmente se dignase a hablar.

Debía ser paciente…

Pero la ansiedad por meter bocadillo, me ganó de mano.

─Yo empezaría por el principio ─ acoté tontamente con la mera intención de

descomprimir el ambiente; no obstante, el rictus del rubio cambiaba para emitir una vaga
mueca similar a una sonrisa

“No puede ser más seductor, Madre Santa”.

Aún en foja cero después de varios minutos sin decir nada en concreto, realicé un gesto
a Caroline para que ésta se acercase a ambos.

─ ¿Desea un café o será mejor un té? ─ ofrecí interrumpiendo la escena nuevamente.

─ Nada, gracias ─ dijo dedicándole una media sonrisa a Car, para ese momento, ya

cocida en sus propias babas.

─ Caroline, por favor cancela cualquier llamada o visita inesperada. El señor St.
Thomas y yo iremos a mi despacho a conversar a solas.

Levantándome del sofá tras diez minutos de nada misma, lo invité a seguir mi marcha

rumbo al cuartucho del terror. No sería un super ambiente con grandes vistas pero al

menos no estaríamos a la entrada del la librería, hablando de algo que aún no se sabía qué
destino podía tener.

─ Tome asiento ─ haciendo a un lado presurosamente un par de cajas, quité las que
había colocado en la esquina del escritorio las cuales aún desafiaban la gravedad y se

erigían cual tótem maya; cogí la silla más decente que encontré a mano y la puse a
disposición del arquitecto.

“De seguro estará realizando un contraste mental entre su estudio de arquitectura


milimétricamente diseñado y decorado, y mi pocilga. Pero bueno, es lo que hoy por hoy
tengo y estoy orgullosa…¡perra mentirosa!”. Golpeé mi cabeza con el canto de mi mano,
evadiendo mis pensamientos. Por fortuna, el muchacho tenía la mirada perdida.

─ Bueno…─ me ubiqué en mi lugar de siempre ─ estábamos en que es mejor que me

cuente qué lo trae por aquí ─ intentando volver al meollo de la cuestión y abstraerlo del

desorden de mi despacho, di la iniciativa. Él parecía ser de pocas (poquísimas) palabras.

─ Señorita Rutherford ── contrariado, volvió a mirarme de manera indulgente,

sonrojándome involuntariamente.

“¡Vaya! Es tan, tan…”

Y antes de que mi cabeza continuase volando con pensamientos pecaminosos por

décima vez, espetaría levantando el tono de voz.

─ Lo cierto es que no sé cuál es el principio de la historia. Solo sé que estoy aquí,


frente a la que a mi entender, es la asesina de mi hermano.

Mis ojos se abrieron inmediatamente como dos monedas de oro y mi mandíbula quedó

descolgada del resto de mi cabeza.

La acusación a la que era sometida caía como una cubeta de agua helada en plena nieve

canadiense. Incapaz de articular palabras, me levanté como un resorte clavando las manos
en el destartalado escritorio de haya, hasta quedar con los nudillos casi blancos de la

fuerza con la que lo presionaba. Estuvo a punto de crujir y estallar contra el piso. Poco
importaba. Lo pegaría con cinta adhesiva si fuese necesario.
Desorientada e incrédula lancé una pregunta histérica y desencajada.

─ ¿De qué rayos habla St. Thomas?

Sin perder la calma, a diferencia de lo que yo acababa de experimentar, el joven de

alrededor de 30 años irguió su espalda, e imitando mi postura, con el torso inclinado hacia

mí, se acomodó para reiterar:

─ Lo que ha escuchado. Señorita Rutherford, tengo la certeza que usted asesinó a mi

hermano.

3
El llamado había sido temprano, y aunque ya estaba en mi oficina, preferí ni

molestarme en atenderlo.

─ Claire, no debe ser importante ─ rechacé sutilmente, diciendo a mi secretaria.

─ Pero querido, es Adrian ─ del otro lado de la línea Claire, la señora regordeta de

unos sesenta y pico (mi mala memoria sólo registraba las décadas), buscaba persuadirme

cariñosamente dispuesta a que accediese a atenderlo.

─ Adrian necesita una niñera y yo no estoy para entrar en su jueguito. Ya lo hemos

discutido, así que si me disculpas, pretendo comenzar mi día sin hablar de él.

─ Está bien ─ oí su resoplido antes de colgar.

“Las 8 a.m. y ya con problemas”, berreé en silencio, desinflándome como un globo.

Claire siempre me había tratado como un niño. Y aunque fuera terco, mujeriego y

obstinado, confiaba en que en el fondo (quizás muy al fondo) mi corazón era noble y puro.

Esa señora allí sentada, del otro lado de mi puerta, de aspecto sereno pero carácter
firme, me conocía como pocas personas en el mundo. No sólo era mi secretaria, sino mi

segunda madre y como tal, nuestra relación era bastante peculiar: yo la respetaba, tomaba
en cuenta sus opiniones, pero no admitía intromisiones más allá de las necesarias.

Ella era muy amiga de mi madre y a pesar de que su posición económica era lo
suficientemente acomodada como para no necesitar de este trabajo, ella adoraba cuidar de
mí. Y de Adrian.

Aunque el precio fuese tolerar mi mal genio y los caprichos de mi hermanito menor.

Claire, como buena secretaria, organizaba mi agenda, teniendo en cuenta desde


entrevistas laborales hasta citas personales, cosas incompatibles para mi memoria.

Por ello recurría a Claire, no fiándome de otra persona en su lugar: cual rueda de
auxilio, cada viernes nos reuníamos pura y exclusivamente a delinear los puntos

principales de cada una de mis últimas conquistas, de las cuales, nada recordaba.

“Con esta es la segunda vez que cenas. Ya lo has hecho el pasado 26 de junio, cariño.

Ella es la rubia de largas piernas, que vive en Malibú y es veterinaria” eran algunas de

las anotaciones que apuntaba ella como ayuda.

─¿Helena?─ pregunté, dubitativo y haciendo un gran esfuerzo.

─No querido. Esa es la fotógrafa de la revista de paisajismo. Yo me refiero a Valerie ─

aseguró con claro repudio.

Solíamos dedicar aproximadamente media hora para hablar de las muchachas a las que

visitaría y de este modo, no pasar vergüenza. Desde luego, no resultaría muy caballeroso
ni elegante olvidar el nombre de la chica en cuestión y sólo llevármela a la cama para

descargar “tensiones”.

A Claire Williams le molestaba mi actitud machista, pero ya éramos lo suficientemente

adultos como para hacer de esta incompatibilidad de opiniones con respecto a la falta de
compromiso, un debate.

Sin embargo, no perdía las esperanzas en que alguna mujer en todo el planeta Tierra

aparecería para conquistar mi corazón inhóspito, enamorándome profundamente.


Pobre e inocente Claire.

Parte de su tarea radicaba en agendar a cada una de mis conquistas destacándolas por

algún aspecto en particular: Jane, era “la holandesa” tan sólo porque le gustaban los

tulipanes; a Gillian era conocida como “Lady In Red”, ya que en nuestra primera cena ( y

la única hasta entonces) llevaba un entallado vestido color rubí con un tajo
despampanante; mientras que a Donna, sería tildada como “la maestra”, por sus 46 años y

otros detalles íntimos que me sorprenderían para bien.

Y así continuaba la lista.

Era extraño en cierto aspecto no sentir que usaba a las mujeres, ya que a ninguna le

prometía romance, sino tan sólo una relación despreocupada y sin ataduras. Aquella que

compartiera cama de hotel, baño de restaurante o cuarto de insumos, sabía que lo único

que obtendría de mí sería sexo. Del bueno.

Sin esfuerzos, tenía a la mujer que quería; algunas, comprendían las reglas de este

juego en tanto que otras, traspasaban la línea de lo estipulado, pidiendo cierta

correspondencia de sentimientos que yo no podía dar.

Ni quería.

La agenda de Claire se cotizaba en bolsa: metódicamente, registraba cada número. Sin


embargo, en mi móvil eran sólo tres los afortunados: el de mi secretaria, mi abogado y el

de Adrian.

El piso 28 del SkyTower, era literalmente eso: una torre que tocaba el cielo, la cual

exudaba modernidad y lujo, premisas al momento del diseño por parte de St.
Thomas&Partners, haciendo de mi oficina un mirador precioso de la hermosa ciudad de

Seattle.

Estrenada medio año atrás, elevándose solitaria a sus alrededores, contaba con detalles
de categoría en terminaciones y mobiliario combinando el brillo del acero y los tapizados
sobrios de gran calidad.

La torre albergaba oficinas de las principales firmas de la ciudad, incluyendo oficinas

propias de la empresa. En el último piso dejaría mi sello, mi marca: la única planta con

una distribución diferente y más metraje cuadrado. Sobre el ala derecha, mi despacho era
el más amplio, en tanto que un extenso corredor unía los bloques de elevadores con la

recepción. El núcleo trasero de ascensores dividía el otro sector: las oficinas del personal

restante.

Presumiendo de su decoración e impronta minimalista, yo había destinado mucho

esfuerzo y horas de trabajo para que todo quedase perfecto logrando que cada minuto

invertido valiese la pena cada vez que recorría visualmente aquel lugar. Inmaculada, en

una comunión perfecta entre el acero y el vidrio, la oficina parecía levitar, como un

hermoso cubo de cristal.

Pero como creador de esta torre, no todo se resumía en un grupo de muebles y mayor

superficie: mi nueva oficina estaba equipada con un jacuzzi en el cuarto de baño y un

pequeño dormitorio siendo este último causante de riñas antológicas con mi hermano

Adrian, quien se oponía a semejante extravagancia.

“¿Para qué demonios quieres una habitación en tu oficina, si para cualquier chica es

más excitante hacerlo en el escritorio? Cuesta menos dinero y no debes estirar sábanas”,
sabihondo, opinaba.

Recordando esa frase sonreí de lado, en un gesto muy propio de mí. Poco expresivo,

significaba un gran avance haberlo hecho

Perdiendo la mirada en aquel ventanal diáfano, me entregué al silencio y a las espesas

nubes de tormenta que amenazaban el cielo de julio. Viendo desde aquel piso 28 todo tan
pequeño, todo tan manejable me desdije en un santiamén; lo impredecible, lo desconocido
del destino me perturbaba.

Desde lo alto y como un águila, haciendo honor a mi nombre de origen griego, mi

espíritu competitivo me llevaba siempre a estar un paso por delante del resto, más arriba

del otro. Como un gran estratega, estudioso de las maniobras ajenas y atento en los

negocios, evolucionaría en mis destrezas como empresario.

Fusionándonos con “Sea Construction” una empresa con una buena cartera de clientes,

pero de acotado presupuesto, haríamos de St.Thomas&Partners un imperio en poco


tiempo.

Mi visión modernista en cuanto a las técnicas de construcción, empleo de la

arquitectura sustentable y la precisión para los negocios de parte de Adrian, mi hermano

menor y graduado como Licenciado en Administración Empresarial, conseguirían un

crecimiento económico monumental, elevando en muchos millones el patrimonio de la

empresa.

Una empresa que nuestro padre Dylan había fundado siendo muy joven y que gracias a

mucho esfuerzo se haría de un gran renombre dentro de la industria de la construcción. Él


era mi fuente inspiradora, porque de él había aprendido a ganarme cada centavo.

Con sacrificio, con sudor y mucho pero mucho trabajo.

A mi edad, mi padre ni siquiera había logrado tener la mitad de lo que hoy, a mis 33,

habíamos conseguido junto a Adrian.

Siendo muy bien vistos dentro del mercado, nos comparaban con una dupla de futbol

por la eficacia de nuestros ataques empresariales: haciéndonos de empresas pequeñas y en


quiebra, como Sea Construction, obteníamos capital por medio de maquinarias, materia

prima y por supuesto, de gente idónea que en lugar de quedar en la calle y desempleada, se
sumaban al equipo.
No obstante, una extraña sensación en mitad de mi pecho me decía a menudo que la
buena conducta de Adrian no sería eterna y que tarde o temprano su pasado saldría a al

luz, perjudicando todo lo obtenido hasta entonces.

Adrian era una bomba de tiempo, la cual estallaría en el momento menos pensado; su

personalidad era sumamente inestable. Cayendo en largos períodos de depresión, se


tornaba intratable.

Rubio como el oro, barba desprolija y una gran sonrisa, era el centro de cualquier
reunión. Rebelde, sociable, bromista y de buen talante, se llevaba los aplausos; en cambio

yo, era la mente pensante, estudiosa y metódica; mis silencios eran el preludio de una idea

que de seguro, tenía buena acogida.

Criados en el seno de una familia modesta de Seattle, de muchas mujeres y pocos

hombres, éramos los mimados de todas a pesar de ser siempre visto como el “gruñón” de

los hermanos.

Las aves volaban a lo lejos surcando el firmamento y las gotas de la fuerte lluvia se

deslizaban por los enormes cristales de la oficina. Con una mano apoyada en el vidrio y la
otra en el bolsillo de mi pantalón negro Dolce&Gabbana, vagué la mirada sin hacer foco

en nada, ni en nadie, hasta que Claire irrumpió bruscamente en la oficina,


sobresaltándome.

─¡Ajax, por Dios, debes coger el teléfono ya mismo! ─sonaba sin cesar, pero mis oídos
parecían ignorarlo ─ .¡Es la policía! ─con voz agitada, sollozante y alterada, Claire

levantó el tubo, entregándomelo a la distancia.

Velozmente, me puse al habla.


─ Señor St. Thomas, habla el oficial George O´Neill de la departamental de Seattle.

─ Correcto, dígame qué se le ofrece –impulsivo, noté que algo malo pasaba. Una
puntada en el pecho me anticipaba la desgracia.

─ Necesitamos que se acerque lo antes posible a nuestra dependencia, me temo que es


algo muy delicado y personal, prefiero que lo hablemos a solas. ¿Es posible?

La voz de O´Neill sonaba apesadumbrada. Desde luego era algo malo. Sin mediar más

palabras, quité su chaqueta del respaldo de la silla dispuesto a salir volando por la salida

de emergencia que conectaba con el área de estacionamiento del SkyTower; subiendo a mi

BMW blanco, lo conduciría a la velocidad de un avión.

“En qué maldito embrollo se habrá metido esta cabezota”, resultaría inevitable asociar

aquel tétrico llamado con mi hermano.

No era novedad la mala conducta de Adrian; para evitar escándalos públicos y

situaciones embarazosas, yo había tenido que ir a liberarlo de los sucios calabozos,

repletos de ebrios y matones de poca monta con los que se había metido en problemas.

Las fianzas eran equivalentes a pasajes de libertad; la compra de silencios, eran más

costosas aún.

Nunca faltaba una fotografía indiscreta y extorsiva de mi hermano saliendo de bares, o


con muchachas de la noche, como así tampoco el desfile de jóvenes mujeres exigiendo

exámenes de paternidad, pretendiendo hacerse de un dinero a cambio de una mentira.

Sin perder la vista del tráfico, puse el altavoz dentro del vehículo equipado con la

última de las tecnologías para conversar con mi abogado.


─ Robert, por favor, necesito que vayas a la oficina de policía ya mismo. Creo que
Adrian está metido en un gran problema ─ olfateando el futuro, pedí ayuda a mi letrado y

amigo.

─ Salgo ya mismo─ contestó sin dudar, sabiendo que mis pedidos de auxilio no eran

frecuentes.

4
─ ¡Te odio Monique! No puedo creer que prefieras quedarte con él, antes que velar por

tu hija, ¡ese maldito hijo de puta ha intentado violarme mamá! ¿Y tú sin más me echas de

aquí como un perro?

─ ¡Tú lo has provocado! Con esas vestimentas de puta no haces más que llamar su

atención…ahora atente a las consecuencias. Junta tus cosas y vete. Aquí no tienes más
lugar

─ ¡Si se va ella, también me iré yo!

Sin salir de mi asombro, mi mente se bloqueó.

“¿Asesina? ¿Yo? ¿A quién he matado sin saberlo? No sé quién es este condenado

hombre y me culpa de la muerte de su hermano. ¿Así? ¿Tan alegremente?”

No tenía palabras de consuelo.


─ Señor St. Thomas ─ intenté tranquilizarme sin dejar de agitar mis manos─, creo

que no sabe de qué está hablando, yo ni siquiera sé quién es su hermano ─un tono agudo,

como el de una gallina clueca, se apoderó de mi voz.

“Dudo que este hombre no pierda la audición si vuelvo a hablar con ese volumen”.

─ Srta. Rutherford ─ mi apellido sonaba muy sensual en su boca ─ , si he venido hasta

aquí es sólo para notificarla que en breve le llegara una citación judicial.

Desdoblando displicentemente su enorme cuerpo para posarse contra el marco de la

puerta de mi oficina y con ambas manos en sus bolsillos, demostraba un aire soberbio y de

superioridad que quise volar de una bofetada.

─ Le insisto ─repetí con firmeza ─ , no sé de qué demonios habla ─ y tratando de


regresar a mis cabales, completé tras un momento de lucidez cerebral ─ : en todo caso, por

favor diríjase a mi abogado.

Forcejeando con el cajón de aquel destartalado escritorio, cuyas correderas estaban


pésimamente clavadas, conseguí una tarjeta de mi amigo Steve Carrington, abogado,
asesor y ángel guardián para mis dilemas legales.

Con los ojos al borde del colapso lacrimoso, le entregué la típica tarjeta blanca con la

balanza de la justicia en ella y cuyos datos profesionales se apilaban uno por debajo del
otro.
Rozándonos levemente las manos, la energía transmitida por ese sujeto fue de más de
300 voltios. Sin embargo, como si nada hubiese sucedido para él, llevó su mano a la

barbilla poniendo la boca de lado para leer arrastrando las letras:

─ Dr. Steve Carrington, abogado…0598… ─ finalizando en silencio el número

telefónico.

Aún en estado de shock, intenté digerir por qué este sujeto sexy y pedante me

involucraba en un hecho desconocido, sin justificación alguna.

─ Continúo sin comprender su visita. Le hubiera resultado más económico enviarme

su famosa notificación y no venir hasta aquí para hacerme sufrir por adelantado ─ asumí

valientemente, con un nudo en la garganta y clavando mis grandes y ahora empapados

ojos, en él.

“No debo llorar, no debo mostrarme débil.”

Me propuse ni siquiera parpadear para que las lágrimas no rodasen por mi rostro,
estableciendo, entonces, un duelo de miradas.

─ Simplemente quería conocer su rostro─ expuso seriamente ─, aunque para serle


sincero, lo único que necesitaba era confirmar mis sospechas iniciales ─del bolsillo de su

chaqueta gris oscura perfectamente diseñada, sacó una fotografía.

Observando su evidencia, las piezas del rompecabezas comenzaban a tener sentido.


O al menos creí que de a poco lo tendría.

Esa fotografía estaba incompleta; cortada desprolijamente, sus bordes asimétricos

delataban el apuro al momento de cortarla.

Bajé la mirada con aquella imagen retenida en mi mente: era mi rostro…pero no lo era.

─ Usted está muy equivocado arquitecto. No sabe lo que dice ─inspiré profundo,
conteniendo el llanto, aunando fuerzas y apretando tanto los puños, que mis uñas se

clavaban en las palmas de mis manos.

Consciente del apuro que esta situación ameritaba, pensé en una rápida reunión con

Steve, adelantándome al posible contacto del abogado de St. Thomas. Si estaba dispuesto

a jugar sucio, pues bien, lo haría a su modo.

No era ninguna niña, no me dejaría apabullar. Ya no. Y mucho menos por una batalla

que claramente, yo ganaría. Exhibiendo aquella foto como un trofeo, caía en un error

garrafal. No obstante, me propuse bajar la marcha y comenzar a respirar con calma.

─ Le pido, si es tan amable, que se retire ahora mismo─ extendí la mano indicando la
salida─ . Nos veremos muy pronto.

─ De eso no me cabe la menor duda ─ replicó sumamente arrogante.

Sin perder la caballerosidad, abrió la puerta para marcharse sigilosamente, inclinando


la cabeza a modo de saludo demostrando cierta educación a pesar de su comportamiento.

Viendo el modo en que se marchaba del local, inevitablemente mis rodillas flaquearon
hasta dejarme sentada en el piso. Llevando mis manos hacia mi rostro, estallé en un crítico
llanto, para cuando Caroline corrió hacia mí colocándose a mi altura y abrazándome

fuerte.

─ Amiga, ¿qué sucede?─ preguntó preocupada buscando mis ojos detrás de las manos,

aferradas en mi rostro ─ . Por favor, dime qué te ha hecho ese patán para dejarte así.

Las lágrimas brotaban como cataratas. Estaba sonrojada y un fuego ácido me carcomía

de odio, bronca y tristeza de sólo pensar en los contactos de este tipejo tan bello como
perverso.

─ ¡Sophie, di algo por el amor de Dios! ─al ver mi falta de habla, se levantó de un

respingo jalando de mis manos, luchando contra mi debilidad para ponerme de pie.

─ Car ─ musité con el labio inferior temblando ─,este hombre ─mi llanto era

ahogado─ ¡me ha llamado asesina!

Perpleja.

Caroline estaba muda. Como yo lo había estado minuto atrás.

“Asesina”.

Car llevó sus manos a su boca.

─ Este hombre se ha vuelto loco─ sentenció.

Como era previsible, ese día acabaría del peor modo, siendo acaso el inicio de una

seguidilla de días no mucho mejores.

Destacable resultaría, sin embargo, mi reunión con Steve junto a quien delineé una

estrategia que dejara fuera de juego a este americano (estadounidense, mejor dicho)
arrogante y seductor.

Esa tarde, para mi hora de almuerzo, fui en dirección al Black Rook como siempre que

necesitaba salir del local.

No podía darme el lujo de ausentarse por mucho tiempo, al igual que Steve, quien

también tenía sus asuntos que atender, pero al menos podría ponerlo sobre aviso de lo que

vendría. Gentil, respondería instantáneamente a mi llamado y aunque trabajaba para un

bufete de abogados a pocas calles de allí, cogería su auto velozmente (un Mustang del ´56)
para ir a mi rescate.

Steve tenía 32 años recién cumplidos y había sabido conformar una familia hermosa y

envidiable. Mariah y él, tras varios intentos fallidos, concebirían a sus mellizos Ginger y

Theo, obteniendo su tan merecida recompensa.

En sus años de adolescencia, sería el mejor amigo de mi hermano Tyler el cual, a los 19

años, se fue de casa después de lo sucedido con Monique.

─ ¡Hey Sophie! ─Steve y yo nos fundimos en un fraternal abrazo, tan profundo, que

los cubiertos casi caen al suelo arrastrados por el mantel.

─ ¡Steve, no tienes idea cuánto te necesito!─ largué sin preludios.

─ Mmm…eso me suena a problemas. Y de los difíciles ─ acertó mientras le hizo una


seña al camarero. El chico se acercó tomando el pedido─: un café doble con tres

medialunas para mí y un café con una gran copa de crema montada para Sophie.

Lucas dio media vuelta tras anotar la orden y se dirigió a la barra de pedidos.

─ ¡Nunca olvidaré la crema montada! ─ Steve guiñó el ojo izquierdo en busca de

complicidad.

─ Y Lucas tampoco… ¡vengo siempre aquí! ─sonreí estruendosamente, fiel a mi estilo.


Hablando por unos minutos de cosas triviales, sin ahondar en detalles, Steve contaría
que Mariah no estaba sintiéndose muy bien esas semanas, dudando de un posible

embarazo. Obviamente, no deseé anticiparme, reprimiendo las ganas de felicitarlo y


sabiendo que tendría que estar alerta a la posible novedad. Sabía de varios casos que luego

de una concepción artificial, lograrían conseguir una completamente inesperada y natural.

Visiblemente contenta con él, posé mi mano sobre la suya. Steve siempre se había

portado grandioso con nosotros, sobre todo al cobijar a Tyler quien tiempo después, viajó

a Ohio, donde hoy en día residía.

─ ¿O sea que se presentó sin más?─ descreído de mi relato, tampoco entendía cuál era

el real motivo de la visita del Arquitecto St. Thomas, en mi tienda, días atrás.

─ Ha dicho que quería corroborar por sí mismo que yo era la mujer de la fotografía ─

agregué sorbiendo un poco de café.

─ Supongo que habrás negado todo, ¿verdad?

─ Desde luego…y es en ese preciso punto, en el cual haces tu aparición triunfal

─completé el relato sonriendo ─ . Le he entregado en mano tu tarjeta para que su abogado

te contacte. De más está decir que no pretendo hacer de esto un gran escándalo; por lo que
pude averiguar, es dueño de una empresa constructora muy importante en Seattle.

Tampoco quiero que quede esto guardado en un cajón, me han hecho daño tanto sus
palabras como su presencia ─ instantáneamente vino a mi mente el contacto eléctrico que
había sentido al momento de pasarle la tarjeta personal y de esos ojos tan filosos como

unas dagas. No obstante, llamarme “Asesina” había sido la puñalada más certera.

─ Aún a sabiendas que tienes las de ganar, no quieres iniciarle una demanda y sacarle
unos cuantos millones… ¿es así? ─ enarcó una ceja, confundido por mi desinterés

económico ─. ¡No puedo creerlo, Sophie! Quitarle algo de dinero permitiría que puedas
llevar unas finanzas más holgadas, linda─ llevó un trozo de medialuna a su boca, para
continuar escuchando mi relato.

─ No, Steve ─ dije sutilmente ─ no pretendo desplumarlo. Me importa que aprenda la

lección, aunque reconozco que obtener un rédito financiero de este asunto sería de gran

utilidad, no es mi intención. Quiero que se deshaga en disculpas; ese es mi mejor


resarcimiento. Estoy segura que esa clase de tipos ni siquiera sabe cómo se deletrea la

palabra “perdón”.

─¡Vaya Sophie, te mereces que te canonicen como a la Madre Teresa! ─ con una gran

risotada Steve sujetó mi mano ─ .Cuenta conmigo, pequeña, tú sabes cuánto te estimo ─

rozó mis nudillos con su pulgar.

─ Lo sé y pretendo pagarte hasta el último centavo de tus honorarios. Debes sumarlo a

lo que te debo desde…

─ Shhh ─ interrumpió─ aquello no ha sido más que un trámite liberador; ya tendrás

tiempo de invitarme un vino costoso y una cena lujosa. Obviamente, a mí y a mis niños.

─¡Como corresponde Steve!─ afirmé bebiendo las últimas gotas de mi café.

Steve mantenía el ceño fruncido probablemente sin estar del todo seguro de lo que
estaba por hacer su amiga, o sea yo, pero aún así, me dio luz verde.

Sonrió resignado.

─ Eres un ángel, Sophie. Eres espontánea, sincera y tienes un corazón enorme. Mereces

a un hombre que realmente te valore ─ tomando mis manos, las juntó en su boca para
darles un cariñoso beso─. No sé de donde sacas esa fuerza para soportar tanto dolor, tanta
injusticia.

─ ¡No exageres! ─ mi voz era quebrada, emocionada por sus elogios.


─ Sabes que no miento, Sophie ─ soltó mis manos─. Te conozco desde hace muchos
años ─ aseguró. Él y Ty eran íntimos amigos en la preparatoria, compartiendo clases de

voleyball (hasta que mi hermano pudo solventarlas) y la currícula escolar.

─ Has sido un gran amigo. Nunca olvidaré todo lo que has hecho por Tyler.

─Sólo ha sido un colchón al lado de mi cama ─ minimizó; pero en sus ojos, vi

nostalgia.

─ Fue más que eso; fue escuchar las plegarias que mi hermano elevó por años al cielo,

fue estar junto a nosotras cuando papá murió siendo tan joven…─ tragué con fueza, sujeta

al recuerdo lejano─. Aunque no lo creas, sigo preguntándome el por qué de las cosas, el

por qué de mi madre… ─ bajando la mirada hacia las tazas vacías, él levantó mi barbilla.

─ Recuerda las cosas bellas que ha tenido tu infancia; el modo tierno en que tu madre

las peinaba, el esmero con el que sujetaba sus coletas en un gran moño violeta. Recuerda

lo bella que era, sus ojos expresivos y llamativos, sus pómulos altos, su voz dulce al cantar

mientras cocinaba ─ enumerando con buen tino, Steve se preocupaba por mí─. El resto ha

sido una sumatoria de decisiones equivocadas ─ sin detallar, aludía a la próspera y


sospechosa situación económica que nos permitiría adquirir una gran casa y a la

posibilidad de acceder a una educación elitista y de calidad.

─ Gracias, es muy reconfortante juntarme contigo, charlar como viejos amigos.

─ Siempre estaré a tu lado Sophie. Para lo que necesites.

─ ¿Aunque siga siendo una mojigata y aburrida que no quiera salir a divertirse un

sábado por la noche? ─ bromeé, quitando sentimentalismo a la situación vivida con


anterioridad.

─ Exacto. Aunque seas una anciana en un cuerpo de una joven y sigas sosteniendo que

has hecho muy bien en tener un solo novio en toooooda tu adolescencia ─ tocó la punta de
mi nariz con su dedo.

Esbozando una sonrisa cálida, finalmente la merienda se resumió en que Steve


prepararía la demanda por injurias y calumnias sumadas a un resarcimiento irrisorio, tan

sólo para costear sus honorarios y una serie de impuestos correspondientes a los trámites

de inicio de juicio.

Gracias a su intervención ya me sentía preparada para enfrentar a cualquier bufete de

abogados: teníamos el as bajo la manga.

5
Horas más tarde, llegué a mi apartamento emocionado a pesar del drama, como un
ladrón que acaba de robar y aún no pude deshacerse de la adrenalina causada por el ilícito.

Dejando el móvil sobre la angosta mesa contigua al ascensor de ingreso a mi penthouse,


fui rumbo a mi escritorio de impronta modernista, que íntegramente de acero y vidrio,

parecía ser parte del mobiliario de mi oficina.


“Así parece que estoy en mi hogar…o viceversa”, era mi lema.

Pensamientos de lado, dejé el motín sobre la superficie acristalada para someterlo a un

exhaustivo escrutinio visual.

“Has robado evidencia Ajax….y deberás pagar por ello.”

Meneé la cabeza comprendiendo lo hecho.

Por un segundo la idea de llamar a Robert asaltó mi mente; al instante, la desestimé

prediciendo su justo regaño, tal como lo haría con un niño.

Tragué con la opción de hacer lo inevitable.

Pocas veces dudaba. Siempre exudaba seguridad, y aún no estándolo, mi rostro no lo

reflejaba. Había crecido limitando mis emociones, a la sombra de mi hermano menor,

quien se llevaba todos los aplausos y sonrisas…sonrisas que ya no escucharía.

Adrian, aquel pequeño travieso de corazón sensible y quebradizo, aquel del que había
prometido cuidar, ya no estaba. Ni estaría nunca más. Tampoco discutiríamos sobre

conquistas amorosas, ni daríamos consejos cursis y mucho menos hablaríamos de

básquetbol.

La congoja oprimió cada músculo de mi cuerpo, quitándole vigor, exprimiendo su


sangre. Fue entonces, que me permití llorar por segunda vez en el día, aunque en esta

oportunidad el llanto fue más intenso, casi agobiante.

Colocando la cabeza aplomadamente sobre mis brazos cruzados, el dolor quemaba mis
órganos, calando en lo más profundo de mi ser.

“¿Por qué Adrian, por qué?” repetí alto, en busca de una repuesta que tenía en claro,
jamás llegaría. Los truenos de aquella noche hicieron eco en el silencio de mi alma,

devastada, necesitada de consuelo. Preso de irrefrenable ira, me puse de pie y arrojé con
fuerza el retrato que descansaba sobre el escritorio.
El vidrio se quebraría en mil pedazos consiguiendo que la imagen de nosotros dos
siendo niños, cayera desplomada sobre la alfombra. Arrepentido de semejante exabrupto,

la tomé para presionarla contra mi pecho. Con un dejo de tristeza y transportándome a ese
momento, rocé con el dedo el rostro del pequeño Adrian, de amplia e ingenua sonrisa.

“Me has llevado contigo hermano”.

Desgarrado, ubiqué la fotografía ya sin vidrio en una angosta encimera saliente de la

chimenea en la que muchas fotos de Adrian y mis padres, se apropiaban de esa pequeña
barra horizontal de madera lustrada.

Los relámpagos se colaban por entre los enormes ventanales de este solitario

apartamento, el cual se erigía cercano al SkyTower.

Mirando fijamente la barra de bebidas, aún con los ojos rojos e irritados del llanto y

con la pesadumbre inundando cada centímetro de mi cuerpo, llené un vaso de whisky. Iba

a tomarlo hasta no dejar ni una gota en él, con ansias de beber todo el alcohol que pudiese,

hasta caer rendido y con la esperanza de que alguien me levantase al día siguiente.

Sin embargo, excepto por Claire y Robert, nadie vendría. Nadie se preocuparía más que

ellos dos. “Madre, cuídanos” exhalé y sin tomar ni un sorbo, apoyé el vaso de cristal en el
escritorio.

Contrariamente a mis pensamientos primitivos, al de anular mi mente con alcohol,

opté por permanecer lúcido y pensar con claridad qué pasos debía seguir.

¿Por qué?

¿Estaría solo al momento del suicidio o habría alguien más con él?

¿Lo habrían arrastrado al suicidio o su mente tóxica y depresiva lo dominó?

Mil preguntas se atiborraron en mi cabeza en menos de cinco segundos.

Recapitulando, recordé que al momento de arribar al apartamento de Adrian, tras visitar


a O´Neill, la puerta estaba sin ser forzada pero entreabierta lo que permitió que una
curiosa vecina se encontrase con el cuadro y de inmediato, se comunicara con los agentes

de policía.

Desconociendo si en el apartamento había armas o al menos un indicio de otra

presencia, había huido de modo ruin y cobarde. No obstante y a pesar de las drogas y
pastillas desperdigadas por doquier, y las botellas vacías volcadas en la alfombra, me

resistiría a pensar en un suicidio.

“Tal vez alguien lo drogó para robarle sus pertenencias” pensé cayendo en una tonta

teorización; desechando esa idea absurda, ya no fui juez sino que me dejé arrastrar por un

deseo innato: ser detective.

Decidido a meditarlo sólo una vez más, me despojé de mi ropa de trabajo, almidonada

y aburrida, para darle lugar a los pantaloncillos cortos habituales para practicar con mi

bolsa de boxeo. Necesitaba descargar esa ira contenida y este drama abrumador; por dos
horas ininterrumpidas de transpiración, deseé que el sudor arrastrase las lágrimas de

impotencia que caían con cada golpe.

Pero ni con todo el ejercicio del mundo podría sacarme de la mente que en mi escritorio

descansaba la llave a una posible puerta de respuestas.

“Ahora o nunca Ajax.”

Ya estaba hecho.

La cartera de cuero propiedad de mi hermano Adrian estaba repleta de dinero local,


algunos billetes canadienses, tarjetas personales de gente que yo no conocía, números

telefónicos anotados de forma ilegible (Adrian tenía una pésima caligrafía) y una foto
pequeña, de unos 4cm x 4cm de nuestra madre, en blanco y negro.

Agitándola, nada parecía sospechoso a excepción de esos contactos desconocidos pero

que bien podían tener vínculo laboral con Adrian. Sin embargo, cuando ya estaba por

maldecir mi mala suerte, en un pequeño compartimento delimitado por una minúscula y

sumamente incómoda cremallera metálica (sin su correspondiente tirador) encontraría la


punta del iceberg. Al menos, la punta de una presunta pista.

Plegada en cuatro pequeñas e irregulares partes, una fotografía de bordes asimétricos


pregonaba una misteriosa frase en su dorso:

“Si quieres más, ya sabes donde puedes conseguirlo. Tuya, S.”

Aquella frase no hizo más que causarle un molesto escozor en sus extremidades.

Regresando a la imagen del dorso, el rostro de una mujer de aspecto angelical, aparecía

con luminosa sonrisa. Algo difusa y monocromática, la imagen daba cuenta de una

muchacha de cabello rubio con unos mechones más oscuros cayendo sobre sus mejillas de

porcelana. Sus ojos claros eran el fiel reflejo de la transparencia.

Pasé saliva pensando en lo hermosa que era esa joven y la calidez que irradiaba aun sin

conocerla. Pero lejos de dejarme engañar por la adorable imagen que el papel me

devolvía, me concentré en mis ansias por comprender el significado de aquella esquela.

¿Y si ella era la proveedora de Adrian?¿Si su aspecto celestial no era más que un medio

para conseguir compradores? Adrian era un adicto a toda clase de vicios, eso estaba más
que claro…pero era justo reconocer que poseía un talón de Aquiles: las mujeres. Y por

todas, se dejaba desplumar.

Pensando en esa muchacha como una posible pieza en mi rompecabezas mental, las
incógnitas giraron en torno a mi cabeza durante varios minutos, optando por descansar un

rato.
Extenuado por la actividad física, agobiado por la muerte de mi única familia y
sorprendido por mi descubrimiento, bebí agua a borbotones.

¿Hace cuánto que esa fotografía estaba allí metida? ¿Hace cuánto se conocían?¿Estaría

ella en su apartamento al momento de la muerte de Adrian?¿Se habría escapado al oír a la

policía?

Froté mis sienes con las preguntas agolpadas como un tren descarrilado en mi cabeza.

Lujosa como el resto del apartamento, una generosa cama con un respaldo tapizado

color beis y remaches de bronce avejentado, me invitaba a tomar asiento en ella. A ambos

laterales unas mesas de noche y una banqueta a sus pies, completaban el conjunto.

Quitándome los calcetines transpirados, pensé en dos posibilidades: si comprobaba que


esta muchacha era su proveedora o “diller”, no dudaría ni un segundo en meterla en la

cárcel.

“Lacras como ella no deberían existir. De seguro, con su aspecto inocente lograría

convencer a muchos hombres de consumir y de esa forma, llenar sus bolsillos a costa de

la adicción ajena.”

En segundo lugar, si ella nada tenía que ver con lo acontecido, ¿por qué estaba esa

fotografía con un mensaje tan ambiguo?

Rasqué mi cabeza, alborotando mi cabello húmedo por el sudor de la actividad física.

¿Y si era su novia? Chasqueé la lengua; si bien no estaba acostumbrado a la cursilería y

el romanticismo, era fácil deducir que una mujer enamorada siempre firmaba con un “te
quiero, besos” o un “te amo, cariño” y más aún, cuando ese hombre estaba dispuesto a

conservar aquellas palabras entre sus pertenencias. “Marcar territorio”, lo solía llamar yo
en tanto que mi hermano, prefería decirle “declaración amorosa”.

Meneando la cabeza, mi lado machista triunfaba.


Desnudo del torso para arriba, fui en dirección al baño para delinear mi rostro atrapado
por el dolor de lo inexplicable. Por el dolor del abandono.

Estaba solo, más que nunca. Recordé en primer lugar a mi padre, fallecido hacia diez

años atrás, a poco de mi graduación como arquitecto. Él me habría dicho, con lágrimas en

los ojos que yo era su mayor orgullo, su apuesta al futuro de la empresa.

Acto seguido, la imagen de mi bella madre, con sus ojos brillantes y su cabello

platinado asaltaba mi cabeza. Compañera, había permanecido junto a mi padre hasta el


momento de dar su último aliento, con esa maldita enfermedad apoderándose de su cuerpo

y arrastrándolo hacia la tumba. Pero ese amor incondicional, encontraría la eternidad

cuando presa del dolor de la soledad, se dejó vencer.

Cómo un autómata, entregado a la añoranza, cepillé mis dientes, me di una merecida

componedora ducha y corrí las sábanas de seda gris para dar lugar a un profundo

descanso.

Sin embargo, el tictac del reloj emitía un sonido estruendoso y molesto; las horas

pasaban y yo seguía despierto. Ansioso, las agujas me acercaban al comienzo de mi rutina


diaria aunque esta vez, su jornada estaría teñida de color tristeza.

Aún debía ir al departamento de policía a firmar papeles e iniciar trámites varios, ya

que el deceso Adrian se caratulaba como “muerte dudosa”. Seguramente, muchas


preguntas caerían sobre mi persona, de las cuales podría contestar la mitad.

Por un momento, la duda por llevar la evidencia obtenida y ayudar a la investigación


encarada por el oficial O´Neill, atosigaba mi conciencia. Pero instantáneamente deduje

que la probabilidad de que tomasen en cuenta mi opinión sería nula; mofándose de mi


inocente pero no menos importante prueba, nada se investigaría con seriedad.

“No, no puedo darme el lujo de que todo quede en la nada.”


Poniendo furiosamente las sábanas de lado, me senté al borde de la cama apretándome
las sienes con rudeza. Algo bueno tenía que salir de allí dentro.

“Vamos Ajax, eres un hombre inteligente, pensante e intuitivo…”

Mis neuronas chocaban entre sí, generando una maraña de pensamientos tanto inútiles

como sagaces.

Hasta que una locura disfrazada de verdad, sucumbió mi necesidad por llevarla a cabo.

Nada tenía por perder.

“Robert me entenderá”, invoqué a mi amigo con el fin de descargar en él mi

incipiente plan.

Tomé el móvil dispuesto a llamarlo, pero con el poquitísimo gramo de cordura que aún

quedaba en mi mente, atiné a mirar el reloj de la mesa de noche, el cual marcaba las

4.38am.

Robert me mataría. Y ni hablar de Iris, su esposa; si estaba de suerte, probablemente

estaría compartiendo lecho con ella y no pasando la noche en un sucio motel rutero,
esperando a que su mujer lo perdone por una de sus tantas infidelidades.

Mujeriego empedernido, Robert era mi compañero de aventuras cuando Adrian no se


sumaba a la trasnoche de tragos y chicas bonitas.

La diferencia entre Robert y yo, sin embargo, era que él estaba pagando con el
matrimonio el error de haber dejado embarazada a Iris, a quien había conocido solo tres

meses antes de tomar semejante decisión.

Sabía que llamar error al matrimonio era un error en sí mismo, pero lo hacía a
sabiendas de que esa clase de compromisos, no iban conmigo

Asimismo, debía reconocer que, dejando de lado el espíritu aventurero de mi abogado


personal, la pequeña Laura era un encanto y que si no fuese por esa noche lujuriosa de mi
amigo con su actual esposa, esa hermosa niña de 5 años no existiría.

Siendo una de las pocas cosas que me enternecía, el susurrarle canciones de cuna en

griego, tal como lo habría hecho mi madre cuando Adrian y yo éramos niños, estaba en

mis labores de padrino designado.

Robert solía llamarme el “hombre de concreto” y en alguna que otra oportunidad,

alcohol mediante, confesaría que deseaba que yo consiguiese una mujer para armar una

familia y tener a mi propia “Laura”.

Lo cierto, es que esa niña me arrancaba una sonrisa enorme y hacía de ella, la primera

en mi lista de protegidos.

Convenciéndome finalmente del desacierto que sería llamarlo, prefirí esperar y pensar
en el modo de llevar a cabo por mí mismo esa estrategia que levemente se dibujaba en mi

cabeza: a grandes zancadas fui a la sala para tomar la cartera de mi hermano; más

precisamente, observar nuevamente la fotografía de aquella bella mujer que con cada

minuto que pasaba, se convertía en un ser más despreciable.

Convencido inexplicablemente de su culpabilidad aun no demostrada, fijé mis ojos

malheridos en los suyos, diáfanos, atrapantes.

En voz alta, repetí la frase de la fotografía.

Pacientemente, sabiendo que sería un arduo trabajo, abrí uno a uno los papeles

desechados en el cesto de basura con los contactos telefónicos. Hechos un bollo, con la
tinta gastada, estudié su caligrafía minuciosamente. Todos, a excepción de uno, estaban

escritos de puño y letra de mi hermano.

Aquel papel distinto, se destacaba por una tipografía redondeada y cuyas ies se
apropiaban de un punto exageradamente circular. Los números, no se alejarían de ese

patrón: regordetes, respondían al mismo estilo.


Inspiré profundo para decantar en una sonrisa victoriosa y animada; importándome un
bledo la hora, marqué los números allí expuestos.

Sonó tres veces. Nadie atendió. Colgó.

Sonó otras tres veces. Nadie atendió. Colgó.

Este procedimiento se repetiría por seis desesperadas veces más.

Inquieto, frustrado, creyendo que quizás lo mejor sería intentar más tarde, una voz, del

otro lado del teléfono, lejana y envuelta en un feroz bullicio, emergía.

─ ¿Quién es? ─ preguntaron. Y yo supe que era mi momento de gloria.

6
Ese lugar era espantoso.

Por mayor esfuerzo con el que Francis intentaría disfrazar la realidad haciéndome creer
que era un hotel 5 estrellas, simplemente, no lo era. Deshaciéndose en elogios al lanzar

frases tales como “mira qué bella vista” u “observa que habitaciones tan confortables”

sumadas a decoradas patrañas, nada convertía en este sitio en algo digno de elogio.

La gran extensión de verde césped que se extendía a sus alrededores era bonita, sí,

debía reconocerlo, pero no cambiaba el escenario completo ya que los grandes pabellones

que lo rodeaban me devolvían a la realidad constantemente.

Cada paso que daba para ingresar al CAMH (Centre for Addiction and Mental Health)

me resultaba repulsivo y agobiante. La culpa parecía oprimir mi pecho revolviendo mi


estómago a sabiendas que era lo mejor.

Impulsada (o mejor dicho ayudada) por mi psicólogo, el Dr. Charles Alliser, mi amiga

incondicional Caroline y Francis, no habría podido tomar semejante decisión.

Exhalé pesadamente; siempre le guardaría cariño a Francis a pesar de lo sucedido.

El tiempo había curado algunas heridas y aunque quisiera, jamás podría sacarlo de mi

vida de un día para el otro; amigos desde pequeños, más precisamente desde mi
cumpleaños número 5, Francis se convertiría en uno más de la familia tempranamente.

Hijo único de un matrimonio de bioquímicos, dueños de un laboratorio de análisis

clínicos en Ottawa, eran una familia conservadora y económicamente bien sustentada.


Religiosos a ultranza, su magnífica casa de estilo neoclásica, con muebles antiguos y
pulcros, olía a cirio dominical.

“Esto es para ti” me habría dicho entonces Francis extendiendo ambos brazos con un

enorme oso de felpa como regalo de cumpleaños, juguete que lo superaba en tamaño,

haciendo del enamoramiento algo instantáneo.

Al menos por parte de él.

Todas las tardes aguardaba por mi salida de la escuela para regresar juntos, con

Monique, mis hermanos y su madre Esther. Francis solía tomarme de la mano y sonreír

amistosamente, iniciando lo que después culminaría en un noviazgo con todas las letras.

Su cabello oscuro, corto y levemente ondulado, conjuntamente con sus ojos avellana,
hacían de él un hombre muy atractivo.

Otro cumpleaños, sin embargo nos tendría de protagonistas nuevamente: a mis 16,

Francis se me declararía formalmente entregándome un anillo de plata y arrodillándose

frente al columpio que yo tanto adoraba.

Romántico, incluso empalagoso, me quería. Y yo a mi modo, también.

Dudando si ese cariño era la versión moderna y juvenil de “Romeo y Julieta” o tan sólo
un cariño de amigos que resultaban ser incondicionales, Francis ocuparía un lugar
preponderante en mi corazón.

En este preciso instante, Francis se movía como pez en el agua señalando las

habitaciones: cubos blancos impolutos con camas de barrotes de hierro. Todo muy
aséptico y calculado.

Los cuartos tenían unos amplios ventanales de paños fijos, los cuales permitían ver el
enorme parque circundante.

Un amplio comedor general, con muchas mesas y sillas, se exhibían vacías a estas
horas…pero aunque estuviesen revestidas en oro y atiborradas de gente, este centro
médico no era más que un instituto mental. Un loquero en el más despectivo de los

términos.

Porque aunque a Francis no le gustase que lo llamara así y diera una explicación

extensa y aburrida con definiciones de libro universitario, nada podría quitar de mi mente
lo que en verdad era.

Observando su andar durante la hora y media de recorrido, sería testigo de la


amabilidad con la que todos se dirigían al doctor Francis.

─ Buenos días Dr. Leroux ─ saludó una señora, vestida de enfermera y con medicinas
en sus bolsillos.

─ Hola Fran ─ un paciente de unos 45 años y cicatrices en su rostro, se acercó

extendiendo su mano, la cual Francis tomó respondiendo el saludo efusivamente.

─ Hola Thomas, ¿te has portado bien hoy? ─ dirigiéndose al hombre guiñó su ojo.

─ Shhh… no digas nada Fran, pero creo que me estoy enamorando─ y con una sonrisa

extraña, el desgarbado paciente se fue agitando su cabeza a ambos lados y cantando en


voz muy alta.

“Tal vez algún día lo perdone”, la voz de mi consciencia susurraba a mis oídos a cada
paso que él daba.

“Se ha equivocado y me ha pedido perdón. Entonces, ¿que más necesitas?” me repetía


incansablemente; sin embargo, la respuesta era automática y contundente: “Amarlo

Sophie. Necesitas amarlo.”

Sacando de mi mente todas esas ideas volví en mí para no perderme detalle del relato
de Francis, quien entusiasta y expeditivo, me ofrecía su ayuda.

─ Cariño, confía en mí ─ acunando mis manos entre las suyas y con los mismos ojos
tiernos con los que me habría mirado la primera vez, en aquel cumpleaños número 5, trató

de animarme.

─ Francis….no es tan fácil para mí…─ gimoteé.

─ Lo sé niña…y por eso estoy aquí: para ayudarte desinteresadamente. No pretendo

hacer esto a cambio de tu perdón, pero…

Coloqué un dedo sobre su boca para silenciarlo obteniendo un gesto contrariado de su

parte. Tenso, dejó en evidencia la atracción que aún mantenía sobre él, efecto que

claramente, se contraponía a mis sentimientos.

─ Francis, siempre te estaré agradecida por esto y por muchas cosas más.
Simplemente, lo que pase de ahora en más, el tiempo lo dirá ─ quitando mi dedo de sus

labios, elegí no agregar nada más.

Con un gesto esperanzado, me entregó un beso en la mejilla y colocó su palma en mi


espalda, dirigiéndonos en dirección a la oficina de admisión de la clínica.

─ Aquí deberás llenar el papeleo. Lilian, la directora, aún no ha llegado, por lo que
puedes sentarte y meditar con calma si piensas que esto es lo mejor para todos. Mientras

tanto, yo iré por mi ronda y regresaré para evacuar cualquiera de tus dudas, ¿te parece? ─
y con ese tono dulce que tanto lo caracterizaba, agitó su mano saludándome y perdiéndose
en el largo corredor…al igual que mis pensamientos.

─ ¿Qué harás qué? ─ Caroline estaba desencajada.

─ Sí ─ afirmé con convicción ─, sé que no es la idea más cuerda que he tenido, pero

Steve me ha apoyado y cree que no entorpecerá la demanda que St. Thomas quiere llevar

adelante ─ minimizando la situación apilé libros sobre libros.

─ ¡Estás completamente loca!─ sentenció mi amiga, dejándome a solas en el despacho.

Más tranquila después de hablar con Steve, sonreí para mí misma, enarbolando la

bandera de la venganza. A estas alturas, estaba obsesionada con verle la cara a ese

presumido al momento de arrojarle toda la verdad en el rostro.

“Evidentemente el dinero no compra verdades”.

Por fortuna para mi cerebro, había llegado el fin de semana. El sábado era día de orden
en el apartamento y aunque aún me resultaba extraño llamarlo mío, debía aceptar que era

la única heredera de esa casa por pedido exclusivo de Scott.

Cierta culpa e incomodidad por aquella decisión aún me atormentaba, aunque yo nada

había influido en su testamento.

Diez meses atrás, al momento de leer sus últimas voluntades en la escribanía del Dr.
Turner, mi sola presencia fue suficiente para dejar al descubierto la mala relación de

Monique con su propio padre ( ni siquiera asistiría al cementerio) y la despreocupación de


mis hermanos ante la poca pero valiosa (en términos afectivos) herencia de nuestro abuelo

Scott.
Sumergida en esta vorágine diaria, en ninguna parte del testamento mi abuelo explicaba
lo difícil que sería llevar adelante un negocio de esta magnitud y bajo estas condiciones, lo

que enaltecía aún más el esfuerzo por no abandonar este sitio.

Su sitio.

7
La voz que devolvía el teléfono no era la que esperaba: un tono dulce, aterciopelado y

quizás con un toque de sensualidad teñido de la somnolencia de las 5 de la madrugada era


lo más parecido a lo deseado.

“¿Habré marcado mal?”

Replegando mis músculos faciales, releí el número con prefijo internacional


(canadiense) y volví a intentarlo, tras varios fallos.

Armándome de valor, me expuse a una nueva frustración. Por fortuna, no estaban


dispuestos a dejarlo sonar tantas veces como las anteriores

─ ¿Quién es?

La misma voz ronca y oscura de instantes atrás se apoderó del tubo.

“¿Esa letra redondeada y tan femenina era de un tipo?”

─ Buenas noches y disculpe la molestia ─ fui cuidadoso y amable. Después de todo no


sabía a quién demonios estaba llamando a esas horas─. A mis manos ha llegado este

número porque estoy buscando a una muchacha.

─ Todos los que llaman a este número están buscando a esa muchacha ─ el tono
sarcástico y empastado de ese hombre me causó un extraño escozor. Roleando los ojos,

me dispuse a quitar algo más de información en la medida de lo posible.

─ Sí, lo sé amigo, pero sinceramente no recuerdo bajo qué circunstancias establecí


contacto con este número. Aunque de seguro no podría olvidar a la chica─ completé con

voz cómplice. La música ensordecedora, el barullo y la intencionalidad imprimida al


concepto “chicas” daban cuenta de un sitio nocturno.


No me extrañó que Adrian frecuentase esa clase de lugares.

“¿Allí se vendería o se fabricarían las drogas”?. Sacudí mi cabeza, dejando de lados

mayores suposiciones y apegándome a mi plan.

Un chasquido de lengua y una sonrisa, delató al hombre:

─ Coincido con usted en que Soli es inolvidable ─remató desde el otro lado de la línea.

Grité bingo con el corazón burbujeando de emoción.

Ese rostro mágico y angelical tenía nombre:“Soli”. Esos ojos tenían dueña. Esa letra,

ese mensaje, también.

─ Ahora que me lo mencionas, es a ella a quien busco ─ la necesidad de conseguir más

datos se agolpaban en mi interior. Estaba como un niño, excitado.

─ Ha dejado de venir aquí desde hace un par de semanas, diría más bien meses, pero

tengo otras chicas que podrán complacerte…en un rato cerraremos, pero este domingo a

partir de las 11 de la noche estaremos como siempre, chico ─ el ruido era realmente
insoportable, haciendo un gran esfuerzo por comprender lo que decía este hombre y

establecer una conversación coherente.

─ Me encantaría, todas son muy bellas pero tú sabes… Soli es especial ─ redundé en su

nombre fingiendo conocerla; a esas alturas la adrenalina corría a una velocidad extrema,
como lava volcánica.

─ Pues dime tu nombre y te reservo alguna de las muchachas si lo prefieres. Si no,

supongo que sabes dónde nos encontramos ─ volvió a reír, esta vez con fuerza.

Desinhibido, tal como lo necesitaba en ese preciso instante, ese hombre parecía

confiarse demasiado en un don nadie como yo.

─Sabes…no recuerdo bien la dirección… mis amigos me llevaron a despedir mi


soltería…y bueno, debo confesar que tenía unas copas de más…─nervioso y algo

inseguro, mentí con la ilusión de que obtener algo más que un puñado de datos aislados.

─ Si resultaste pillo, ¡hombre! ─ su carcajada era potente─. Estamos en el Voulez Vous,

en West End. Vente con tus amigos ¡aunque dudo que te haya quedado alguno vivo,

después de que tu esposa se haya enterado adonde te habían traído! ─ no supe dilucidar
si ese lado bromista era parte de su carácter o producto de varias copas de alcohol.

Ambos parecíamos tratarnos como grandes amigos, por lo que sin ser descortés, saludé

rápidamente prometiendo ir para luego, dar por terminada la conversación.

Un matiz esperanzador me llenó el espíritu de oxígeno.

Obsesionado con saber quién era la mujer que me quitaba el sueño, por conocer más de
la dueña de esos bellos ojos color agua que se colaban en mi mente, intrusándola, evité

caer en la trampa de su belleza.

Sin un pelo de inocente pero cursi, Adrian era voluble y propenso a dejarse llevar de las
narices por aquella mujer que supiese cautivarlo.

Con la conciencia menos inquieta, regresé a la cama anhelando dormir al menos un par
de horas. Me esperaba una jornada agotadora: policía, morgue y sentarme a conversar con

Robert.

Apoyé la cabeza en la almohada pensando cual sería el próximo movimiento, el


siguiente paso, si no quería que el “Sr. Legal” como yo llamaba a mi amigo, me regañara
por jugar a ser el policía de CSI Miami o esas series americanas que tanto me gustaban.

De niño pensaba que siendo agente de policía protegería a todos mis seres queridos;

lamentablemente a medida que fui creciendo, caería en la cuenta que la injusta muerte no

sólo se llevaba a la gente mala Indignado sobremanera, opté por continuar la tradición
familiar y abocarme a la construcción.

El sueño finalmente me sería esquivo la mayor parte del tiempo.

Siendo las 7:30 de la mañana, me permití dormitar por media hora más. Sin embargo,

daba vueltas inquietamente, optando por otra ducha en pocas horas con el fin de quitarme

de la mente la imagen de Adrian ya fallecido, cubierto con una funda negra plástica,

cortesía del departamento forense de la policía.

Sin conseguir mi objetivo, escogí el atuendo del día, tomé las llaves de mi automóvil y

por el rabillo del ojo le dediqué una mirada intrigante a la cartera de mi hermano.

Fueron tan sólo dos segundos de silencioso debate.

“Te debo una disculpa hermano mío.”

Sin coger nada más finalmente, fui rumbo al departamento de policía.

─ Hemos pensado que esto debía quedarse con usted, ya que se han recabado las
pruebas suficientes y necesarias para seguir adelante con este caso ─ el oficial O`Neill me

hizo entrega de una bolsa de plástico con las llaves del departamento de Adrian, un
encendedor y un paquete de cigarros a medio terminar ─. Asimismo, mi deber es

adelantarle, Sr. St. Thomas, que mi experiencia personal me indica que esto ha sido un
claro suicidio. Oficialmente no puedo asegurarlo, aún falta conocer los resultados del área
de toxicología forense, pero con el respeto que me merece usted y mis más de 30 años al
frente de este departamento, esto se acerca a ser un caso cerrado.

Lo tan temido por mí se hacía realidad.

─ ¿Acaso no piensan investigar más? ¿Hallan un cuerpo fallecido de manera dudosa y

con sólo un par de horas de rastreo a su apartamento ya les es suficiente? ─ soné

descontrolado. Con la corbata floja y los dos primeros botones desabrochados, lucía tenso

y mi cabello no estaba puntillosamente arreglado como consecuencia del paso de mi mano

varias veces por él, con una clara señal de desaprobación hacia lo que escuchaba.

─ Entiendo su malestar ─levanté la mano interrumpiendo el discurso del oficial.

─ No, no tiene una puta idea porque no es su hermano al que tiene que llorar ni enterrar

─ sentencié, visiblemente consternado ─. ¿Es que acaso nadie imagina que Adrian le ha

comprado droga a alguien? ¿Que alguien le ha provisto esta mierda? ─ el tono era potente
y autoritario.

─ Ajax─ O´ Neill intentaba contenerme y evitar que siguiera elevando su voz─,


permítame decirle que su hermano no era un hombre fácil, ambos sabemos que Adrian
poseía un largo historial de posesión de drogas para consumo personal y que ha pasado

muchas noches en nuestro calabozo y en otros también. Le ruego que no seamos


hipócritas. Lógicamente mis sentimientos responden a una suposición, porque de hecho no

pretendo estar en sus zapatos siquiera ─ dijo mientras yo tragaba con menor insistencia y
mi mandíbula se descomprimía ─. Debería saber que en estos casos la naturaleza es sabia;

el cuerpo de su hermano ha sido inteligente y dijo basta por algo.


Apretando con fuerza el escritorio del viejo policía, debí resignarme a escuchar solo
verdades. O´Neill estaba en lo cierto y me sentí un necio negador incapaz de ver la

realidad que se destapaba delante de mis propias narices.

Aun así, una chispa de orgullo se mantenía viva dentro de mi pecho al recordar el gran

tesoro capturado horas atrás, el cual estaba a salvo en mi casa.

─ Ahora ─ el oficial me devolvió al aquí y al ahora ─ le pido que se retire no sin antes

llevarse estos formularios ya que son necesarios para buscar el cuerpo de su hermano en la

morgue ─ extendió su mano entregándome unos papeles ─. El informe de los médicos

forenses estará listo en un par de días, lo que, conjuntamente con el resultado de las

pericias que hemos realizado en toxicología, arrojarán el dictamen final. Lo siento mucho

hijo… ─ afectado, palmeó mi espalda. Dejando de lado la violencia del momento anterior,

devolví el gesto agradeciendo su colaboración.

Aceptando lo que vendría, me dirigí a la morgue, cumpliendo los formalismos del caso

teniendo bien en claro cuál sería el destino final del cuerpo de Adrian: sus restos serían
inhumados para ser arrojados en el Union Lake, a espaldas del SkyTower, sitio de culto al

momento de necesitar consejos o hablar de la vida misma.

A diferencia de nuestros padres, ubicados en una pequeña cripta familiar en las afueras
de Washington, decidí cumplir con los lineamientos de una vieja conversación sostenida

junto a Adrian. Para mi hermano, el alma trascendía el mundo, dejando a los huesos sin
valor alguno.

Respetando su voluntad, estaba dispuesto a ofrecer una breve e íntima ceremonia


religiosa antes de que sus restos descansaran en una urna con el fin de no prologan

innecesariamente mi agonía y exponerme a algún tipo de nota periodística.

Encaminado hacia la oficina, el rostro de aquella mujer misteriosa, de ojos hechiceros y


dulce nombre surcaba mi mente de un modo recurrente y febril.

“¡Basta ya!” , me dije frotándome las sienes, frente a un semáforo a pocas calles de

SkyTower.

Una vez en el edificio, presioné el botón 28, sumergiéndome a la extenuante rutina.

No habría duelo. Adrian hubiera deseado que continuase adelante.

¿O no? ¿O acaso él se hubiera permitido llorar y no encerrarse en sí mismo como yo lo

hacía?

Angustiado, con un amargo gusto en la boca, arribé a la planta destinada a mi oficina

encontrando a Claire de pie, devastada y secando un par de lágrimas de su rostro, con su

alma quebrada y el semblante adusto.

Gimoteando apenas me vio, me abrazó fuerte, fundiendo sus brazos en mi espalda.

─ Cariño, no sabes cuánto lo siento ─ sollozando, tomó distancia y envolvió mi rostro


con sus manos ajadas por los años─. Él estará siempre cuidándote.

─ Espero que lo haga mejor de lo que yo lo he hecho con él ─ besé suavemente la


coronilla gris plata de mi segunda madre.

─ No te culpes, nunca has dejado de brindar lo mejor de ti por él, Ajax. Adrian ha

tenido una mala vida, no ha sabido encaminarse.

─ Por lo pronto, ahora ya es tarde…─ avanzando hacia mi despacho, regresé a ser el


viejo Ajax, para decir sin sentimentalismo ─: tan sólo haré una breve ceremonia. Por
favor, encárgate de todo lo que respecte a la cremación y de cursar participación a los que

tú ya sabes. No pretendo que seamos más de 10.

─ Entendido ─ Claire se puso tras su escritorio dispuesta a comenzar con la tarea


endilgada en tato que yo, oculté mi dolor bajo la alfombra.

Los recuerdos me abrumaban. El cansancio corroía mi piel y los ojos transparentes de

esa muchacha golpeteaban mi mente como un latigazo violento que me dejaba en carne

viva. Con la duda del por qué de semejante atracción, coloqué el brazo derecho flexionado
para reposar mi cabeza en él.

La lluvia seguía cayendo en Seattle con la misma intensidad que lo hacía la tristeza en

mi ser. Sin embargo, un destello de algo llamado ilusión iluminó mi rostro afligido: hasta

el momento, no había pensado en investigar el sitio al que había telefoneado el día

anterior.

Apresurado, como si esa brillante idea se escapase de mi cabeza, abrí mi portátil y en

voz alta repetí el nombre del local nocturno en discusión.

“Voulez Vous”.

Una vez comprobada la ubicación de aquel sitio, vagos recuerdos de mi hermano

insistiendo en el mercado canadiense como apto para la apertura de una nueva sucursal,

inundaron mi cabeza. Vancouver era una ciudad cosmopolita y muy interesante, pero aun

era un plan que no había madurado, ya que Adrian regresaba sin nada en concreto.

─ ¿Entonces? ¿A qué has ido? ─ le preguntaba.

─ Te lo he dicho. A buscar nuevos horizontes ─ y con una sonrisa burlona la


conversación encontraba su fin sin demasiadas explicaciones.

Ubicado a poco de la intersección de las calles entre Trounce Alley y Carroll St., en

Canadá, obtenía la localización exacta. Nervioso, tamborileando mis dedos sobre el cristal
del escritorio e indeciso ante el próximo paso a dar, pensé tan sólo un poco más.

¡A la mierda con esto!

Dando click en la reserva, acababa de adquirir un pasaje a Vancouver para viajar al día
siguiente, tras la ceremonia de despedida de Adrian.

─ Con algo de fortuna llegaré para el horario de entrada y tendré que armarme de
paciencia para obtener información sin herir susceptibilidades─ dije a Robert por

teléfono.

─ ¿Acaso enloqueciste?─ mi amigo no daba crédito a lo que oía ─ .No sólo has

cometido una grave falta al retirar evidencia del lugar sino que además, viajarás a Canadá

en busca de alguien que ni siquiera trabaja en ese lugar. ¡Has perdido la cabeza por
completo Ajax!

─ Robbie, el oficial ha admitido que todo conduce a ser un caso cerrado. Se han dado

por vencidos atribuyendo que Adrian era un drogadicto y que lo que paso con él era la
crónica de una muerte anunciada. ¿Tú crees que con la cartera en su poder hubieran hecho

algo distinto?

Se hizo un largo silencio.

─ Ajax, estás dolido y créeme que lo entiendo. Pero no me parece que logres nada

metiéndote en este embrollo. Debes saberlo.─ respondió con tono pausado y resignado.

─ Amigo, es lo único que me queda por hacer. Si esta muchacha resulta ser quien yo

pienso, meterla en prisión me sacará una enorme presión de mis espaldas, me devolvería
el sueño. Y si no lo es, al menos seré yo quien le dé la noticia que su buen amigo Adrian
ha muerto.

─ ¿Eres capaz de llevarle las condolencias personalmente? ¡Wau!…que resultaste ser

atento ─ Robert sonrió destilando ironía –. Ajax, vamos…te conozco. Hay algo que te

perturba y va más allá de esta situación. Estás cansado, dolido y necesitas que alguien
pueda darte una explicación convincente. Todo es muy reciente….no puedo impedirte que

viajes, pero sí aconsejarte que te manejes con el mayor cuidado posible.

─ Gracias Robbie, no sabes cómo me reconforta oír esas palabras.

─ Por favor, mide las tuyas entonces. No acoses a nadie y compórtate, te conozco y sé

que puedes ser un poco…como decir… ¿persuasivo? ¿O tendré que adentrarme en el

código penal y las leyes vigentes en Canadá para sacarte de ese país?

Ambos reimos.

─ Dalo por hecho. Te lo prometo. Mañana nos vemos ─ colgué… mientras descruzaba

los dedos.

8
Monique Brossel era una mujer encantadora, servicial y buena anfitriona. Vivía para

sus hijos y marido, era la madre ideal y la esposa que cualquier hombre podría presumir de

tener en su hogar. Al menos, esa era la imagen que todos, incluida yo misma, teníamos de

mi mamá.

Lo cierto es que cuando pequeña, vi y disfruté del abrupto crecimiento económico de

mi familia, gracias al éxito financiero de la empresa farmacéutica que mi padre Jonas

Rutherford administraba obtenido a partir de los jugosos contratos con instituciones

médicas privadas para la prestación de sus servicios, como así también arreglos con
distribuidoras de insumos para equipar los laboratorios.

Con un empleo de medio tiempo, pero llevándose algo de trabajo siempre a casa,

nuestro patrimonio crecía a pasos agigantados, mudándonos en un lapso de tres meses, de


una modesta casa de dos dormitorios y un discreto patio, a una gran casa de enorme patio

con piscina y varios dormitorios.

Mamá ya no buscaba ofertas para comprarnos ropas y mucho menos escatimaban en

gastos educativos. Se compraba zapatos y bolsos nuevos casi todos los meses en tanto que
a nosotros tres nos llenaban de juguetes.

Papá era un buen hombre, gracioso y charlatán, pero su afán de riqueza, su codicia,

resultarían ser su debilidad: aquel 18 de septiembre marcaría un antes y un después en la


vida de los Rutherford.

El día del cumpleaños número 38 de Monique.

En la sala de casa, los invitados ya estaban ubicados hablando de cosas del espectáculo,
riendo a carcajadas y con el sonido de la TV de fondo. Francis agitaba sus brazos

hablando de básquet con Tyler en tanto que mamá disponía los platos frente a cada

invitado.

Sólo faltaba papá.

─ Mami, ¿dónde está papá? ─con voz dulce, mi hermana preguntó a mamá, a poco de

nuestra ubicación.

─ No lo sé, tal vez en su cuarto, ¿por qué no subes y lo llamas?…dile que estamos

todos aquí abajo aguardándolo para servir el postre ─ respondió mamá con ternura,

dándole un beso suave en la coronilla a su hija yendo rumbo a la cocina, en busca del

pastel de cumpleaños.

Respondiendo a las directivas de Monique, la pequeña subió la extensa escalera de


madera lustrada que separaba la planta inferior de los cuartos que se encontraban una

planta por encima.

Lentamente, se acercó a la oficina, una de las primeras habitaciones que daba al


corredor de la planta superior, pero la puerta estaba cerrada.

─ ¿Papá, estas allí dentro? ─ desde abajo se podía oír su voz, fuerte y aguda al
momento de llamar a nuestro padre ─.¡Papá…!─ repitió con un grito aún más vibrante.

Un estallido sordo enmudeció la casa.

Cómo látigo, mi cabeza giró.

Los invitados no emitieron sonido, excepto por mamá, quien llevó ambas manos a su

boca y desesperadamente subió los escalones de dos en dos hasta llegar, algo agitada, a la
oficina de su marido.

─ ¡Vete de aquí! ─ echando a su propia hija de la nauseabunda escena, Monique lanzó

un grito desgarrador─. Jonas…¿qué has hecho? ─ y a lo lejos, el principio de la debacle.

Nunca había sido impulsiva. Todo lo contrario, siempre me destacaría por ser una

persona centrada, en eje y cauta. Pero este hombre lograba sacar lo peor de mí misma. No

sólo me endilgaba livianamente un hecho que no había cometido, sino que además

despertaría un lado salvaje desconocido hasta entonces.

A la defensiva por completo, la tensión que atrapó mi cuerpo al rozar sus dedos, me

perturbó en demasía.

Los ojos del arquitecto transmitían un odio indescriptible y al mismo tiempo, una

sensación de soledad y temor muy grandes. Por las pocas palabras que habíamos cruzado,
(dejando de lado el “buenas tardes” y las presentaciones de rigor, el resto serían absurdas

acusaciones) deducía que su hermano estaba muerto.

Incluso quedando consternada por aquel desconocido, nada justificaba su infundada ira.

“¿Yo? ¿Que jamás he matado una mosca?”


Una ruleta de preguntas enredaban a mi mente mientras colocaba ropa en una vieja
maleta negra. Escogiendo prendas formales con el propósito de hacerle una visita poco

cordial al Sr. Arquitecto “en-mis-manos-tengo-el-mundo” , las metí a presión.

Recorrer tiendas y ver un par de obras teatrales que estaban en cartelera eran parte

secundaria de un plan bastante austero a juzgar por las finanzas de Lucky Library.

Tres noche en Seattle que debían ser exprimidas al máximo y ver la cara de idiota de

St. Thomas al momento de tener que tragarse sus palabras una a una, eran mis metas.

Para ello en primer lugar reservaría una habitación simple en un hotel tres estrellas, el

Mediterranean Inn, que a juzgar por las imágenes de intenet, lucía acogedor. Ubicado en

la Queen Anne Avenue North, poseía unas hermosas vistas a la costa y estaba próxima a

numerosas calles principales. Lo ideal para aprovechar al máximo mi visita.

Escogiendo uno de los primeros vuelos de la mañana, en tan sólo dos horas estaría en

aquella ciudad. El lunes a primera hora me presentaría a la renombrada SkyTower para

visitar al señor Todopoderoso.

Con el consejo de Steve a cuestas en cuanto a mi posible discurso, nos aseguramos de

practicar qué información era conveniente dar ya que en caso de llegar a una instancia
judicial, todo podía ser utilizado en mi contra.

Lo cierto es que no me importaban sus millones, ni el escándalo, ni manchar su honor;

tan sólo bastaría un pedido sincero de disculpas. Pero Steve, con buen tino, me haría
recordar que por algo era un buen abogado al sugerirme que aceptando parte de ese dinero
bien podría emplearlo en la fundación y el negocio, lo que me permitiría estar al día con

los pagos atrasados.

El reloj de pared devolvió las 7 de la noche. Otra vez viernes. Otra vez sola.

Ya había recibido el llamado de rigor de Erin de los viernes por la mañana,


preguntando por mis planes de esa noche. No adepta a los bares desistí una vez más de la
invitación.

Ella estaba soltera y solía frecuentar sitios repletos de muchachos que jugaban al vóley

o practicaban surf, un estilo que no encajaba con mi forma de ser. Erin Palmer era alta y

delgada en tanto que su figura se destacaba en cualquier lugar, al igual que su larga
cabellera rizada color azabache.

Si no fuera porque se dedicaba al diseño de muebles y tenía una tienda de tapizado de


mobiliario, podría haberse dedicado al modelaje de alta costura.

Tras empacar (y comprimir) todo lo que llevaría al viaje, me vestí con mi viejo pijama

de franela con ositos.

Con una taza de té caliente en la mano y pantuflas en los pies, tomé asiento con las

piernas cruzadas en el sofá de paño notando el avance del otoño.

Adoraba estar en mi casa: un viejo apartamento reciclado de una sola planta, con altos

techos de ladrillo y piso de parquet color habano plastificado hacía poco tiempo,

reluciendo como si estuviese recién colocado. La pintura también era medianamente

reciente: los colores manteca predominaban en la sala principal, mientras que en los tres
cuartos restantes, los tonos pastel resultarían ganadores.

La cocina estaba integrada al comedor mediante una barra con mostrador de madera

lustrada, de la que suspendía en su parte superior, un grupo de copas de estilos diversos.

La vivienda no superaba los 80m2 y estaba ubicada en un lugar hermoso, en Triumphs

St. y Pentincton , con un gran patio trasero, más bien cuadrado, que alternaba áreas de
césped con unas veredas de tablones de madera barnizadas, sobre los que descansaban

varias macetas con plantas en flor.

Ese ambiente me resultaría sumamente acogedor retrotrayéndome a los momentos más


bellos de mi infancia, en la que éramos felices corriendo con Tobi, jugando a las
escondidas y riendo…

Un retortijón de dolor se apoderó de mi cuerpo, cuando la imagen de mi padre vendría

a mi mente.

“¿Por qué se habría disparado? ¿Por qué había sido tan cobarde? ¿Por qué nos había

abandonado?”

Agité la cabeza para olvidar.

Encendí el televisor dispuesta a ver alguna película o serie, cualquier cosa que me

despejase y a lo sumo me diese el sueño suficiente para ir a dormir y levantarme fresca

como la hierba.

9
El vuelo se había retrasado.
Prefiriendo inspirar profundo y olvidar el mal trago por sobre el mal augurio de esta
iniciativa, agregué algo de entusiasmo a la ocasión.

Animado con la idea de obtener más información sobre la mujer misteriosa y ese

mensaje enigmático que mi hermano conservaba tan celosamente entre sus pertenencias,

renté temporalmente un apartamento en Pendrell Street en East End, ubicado en un


complejo de unidades modernas y acogedoras, rodeadas de espacios verdes.

De gran estructura, tenía unas vistas amplias e interiores confortables. Por primera vez
reconocí que necesitaba sentirme cobijado en un lugar con ambiente familiar.

“Calor de hogar”, me dije en voz alta al entrar en ese sitio.

Con la pregunta recurrente de que si sería posible formar una familia como en la que
habíamos crecido, instantáneamente la negativa desterraba cualquier atisbo de

posibilidad.: yo era hombre de una noche, o dos como mucho y la rutina de una pareja

estable no era algo que me fuera atractivo.

Acomodando las pocas prendas que había cargado conmigo, desconociendo cuántas

noches serían las necesarias para obtener resultados esperados, faltaba mucho para que

“Voulez Vous” abriese sus puertas al público.

Decidí pues, cenar fuera.

Abrigándome hasta el último pedacito de piel, me coloqué guantes, no sin antes cerrar

mi grueso abrigo con numerosos bolsillos interiores. Guardando un bolígrafo, un pequeño


anotador, la fotografía con el mensaje de la discordia y documentos personales me fui del

apartamento.

Caminaría ensimismado, con el viento golpeando mi rostro bruscamente.

Mi primera impresión de Vancouver había sido muy buena, comprendiendo el gusto

Adrian por aquel sitio. Tras avanzar aproximadamente dos calles hasta la costanera,
vislumbré un pintoresco restaurant de extensa marquesina azul con gigantes letras en
blanco.

Ingresé entonces a “The Boathouse Restaurant”, acomodándome en una mesa pequeña

contigua a la enorme superficie aterrazada que se abría ante la playa. Todos los platos del

menú parecían apetitosos; finalmente, aposté por un salmón con puré de manzana y una
botella de Cabernet Sauvignon.

“Caymus por favor” ordené al mozo devolviéndole la carta y dedicándole una mirada
amistosa. Estaba de buen genio a pesar de mi ansiedad, como en las viejas épocas de

estudiante universitario.

Pasados 20 minutos de pensamientos erráticos y de poco peso, el mozo se acercó y dejó

su pedido.

La cena estaba servida.

Cerca de las 10 de la noche tomé un taxi ante el desconocimiento de la ciudad y las


pocas ganas de caminar a esas horas. Voulez Vous no se encontraba tan lejano a aquel

restaurante, por lo que rápidamente accedí al sitio en cuestión.

Mañana rentaría un coche para poder movilizarme con total independencia. Extrañaba
conducir mi BMW. Además de mis prácticas semanales de remo y las clases de boxeo

domiciliario, conducir era algo que me serenaba, más aún, cuando el destino era incierto.

Sin embargo, el hecho de tener un chofer cuando bebía de más, era una ventaja. Quizás,

como lo sería esta misma noche.

─ A Trounce Alley y Carrall St., por favor─ solicité al conductor rogando no quedar en
evidencia tan rápidamente.

─ ¿Al Voulez Vous?─ a la sonrisa cómplice del chofer se le sumó un descarado guiño

de ojo.

─ ¿Perdón?─ fingí distracción.

─ Los domingos por la noche el Voulez Vous suele llenarse de hombres como usted.

─ ¿Ah sí?─ pregunté simulando desinterés ─ . ¿Y cómo es la gente como yo?

Incliné mi torso hacia adelante, entre medio de los dos asientos, acercándome al

conductor del vehículo.

─ Hombres jóvenes, apuestos y que parecen tener muchos ceros en su cuenta

bancaria─ dijo sin más, el regordete hombre con voz rasposa.

─ No estaba al tanto que los taxistas de Vancouver trabajaban para el FBI ─ me

desplomé con gracia sobre el respaldo del asiento trasero extendiendo ambos brazos sobre

el tapizado.

─ Dis…disculpe, no era mi intención ofenderlo, admito que lo que dije ha sido con un
poco envidia ─ su voz sonó extraña─. ¿Sabe? Allí sólo entran aquellos que poseen mucho

dinero. Dicen que las chicas son un poco….costosas.

Guiño número dos. ¿O era un tic nervioso?

Dispuesto a sonreír forzadamente y a desear que el viaje termine de una vez por todas,
pensé en que este era un lugar que encajaba a la perfección en la clase de ambientes que

mi hermano frecuentaría: mujeres y alcohol. En dosis excesivas.


Pero a diferencia de Adrian, yo no pensaba en el amor eterno, y sus compañías
femeninas sólo eran para pasar el rato. Él sí transitaba la vida deseando conseguir a su

alma melliza, aunque los lugares en los cuales buscaba, no serían tal vez los más
indicados. Ninguno de los dos terminábamos una noche de juerga sin compañía femenina

entre las sábanas.

─ Es aquí joven─ el coche se detendría sobre una callejuela secundaria, la cual cortaba
a una de las avenidas principales.

─ ¡Oh! Gracias─ di más dinero que lo que costaba el viaje y con una palmadita en el

hombro del chofer, dije ante la mirada impávida del hombre que contaba los dólares

desorbitadamente ─. Tal vez te sirva para una noche de diversión.

Y fui yo quien guiñé mi ojo en esta oportunidad.

El club nocturno pasaba muy desapercibido si no fuese por el letrero que daba cuenta a
su nombre: no era más que una superficie metálica un tanto oxidada, con letras blancas

prolijamente festoneadas que anunciaban a “Voulez Vous”. La puerta de ingreso era de

chapa negra, con un gran picaporte grueso de bronce; la fachada de ladrillo desgastado,
extendía al menos, por veinte metros.

“El show debe continuar”, cité quitándome los guantes y sin perder detalle de aquel
antro.

Y continuó.

Traspasé la entrada y en una superficie no mayor al metro cuadrado me topé con una
segunda puerta (en realidad eran unos barrotes de hierro con un cerrojo) y aguardé
conteniendo lógica impaciencia.

Detrás de la reja había otra puerta.

“Habré llegado a alcatraz” bromeé internamente, mientras miraba a mi alrededor

esperando saber de qué manera alguien se enteraría que yo estaba allí y me rescataría de

una forzada deshidratación.

La puerta de acceso no tenía picaporte de salida.

Había quedado atrapado y cuando la desesperación hizo mella en mis ojos, noté que

pendiendo del techo, había una cámara que supuse, sería de seguridad. Hice una mueca

moviendo mi mano y repentinamente (acción que me valió un gran susto) abrieron el otro
panel de chapa, el que estaba por detrás de la puerta de barrotes.

─ Todavía no está abierto al público─ un hombre de más de dos metros, de piel oscura

y aspecto intimidante lanzó sin abrir la puerta por completo.

─ Aguarde por favor─ filtré los brazos por entre los barrotes cual preso deseando la

libertad─ ¡He venido buscando a esta chica! –trabajosamente, con una denotada fatiga por
tratar de moverme en un espacio tan reducido, saqué la fotografía de Soli ─ . Necesito
verla, a ella ─ señalé la imagen.

─ Imposible. No trabaja más aquí─ y cuando el gigante estaba por cerrar la puerta

definitivamente, la trabé colocando el pie en un rápido acto reflejo obligando a que el


guardaespaldas siga dialogando.

Contuve el grito al sentir que había perdido mis falanges.


─ Por favor, ayer hablé con el dueño de este lugar. Me ha dicho que venga, que me
presentaría a una de sus chicas. He venido desde Estados Unidos─ invocando un

patriotismo absurdo e inentendible, apelé a su última arma─ , tengo una empresa y mucho
dinero. Contactos que podrían perjudicarte. Tan sólo deseo que me abras la puerta y pagar

por una hermosa velada─ para alivio de mi aprisionado cuerpo y dolorido pie, la puerta

finalmente se abriría.

Del otro lado ya no estaba el gigante de ébano, sino un tipo con varios kilogramos de

más, bigotudo, vestido con una camisa con dibujos coloridos de palmeras, sumamente

ridícula.

─ ¿Eres tú el gringo que me ha llamado en la madrugada? ¿El de la despedida de

soltero? ─ agradecí al cielo entero por la memoria de este hombre apuntándome

mentalmente, que debería darle una buena propina.

─ ¡Hey amigo! ¿Me recuerdas? ─ fingí un interés extremo por estar allí.

─ Recuerdo tu llamado y recuerdo haberte dicho que abríamos a la once…─ deslizó

con ambos brazos cruzados y un habano a medio fumar en la boca.

─ estaba impaciente por regresar aquí ─ desplegando la totalidad de mis (pésimos)


dotes actorales, esperé salir vivo de ese mínimo espacio. Asfixiado, no sólo por mi ancho

físico enfrascado en una jaula, sino porque además, el abrigo pesaba demasiado
restringiéndome espacio de movimiento.

─ ¡Qué va!─ el hombre se apiadó de mi ruego, abrió la puerta y me tendió la mano de


manera muy amistosa, un tanto incómodamente.

Poco acostumbrado a la efusividad, y menos en un hombre (que no fuese Adrian, que


siempre andaba fastidiándome) esta vez harían una excepción porque ese hombre era el
pasaje a la verdad.

─ Las muchachas aún no están listas, ellas empiezan el show a partir de las 2.30 a.m.

Ahora puedes elegir algún trago y regodearte las vistas con las camareras que te atenderán.

¡Sue! ¡Mila! vengan aquí ─ambas muchachas se acercaron al dueño cuando agitó sus

dedos ─ .Atiendan bien a este chico ─les ordenó y me señaló.

Intimidado porque yo nunca había pagado por sexo, desde mis 15 años (edad de mi

debut sexual) me las arreglaría bastante bien para tener a quien quisiera entre mis sábanas.

Ese lugar era realmente extraño.

Con detenimiento, tracé paralelismos con los típicos bares bar nocturnos de las

películas clase B de Hollywood en los que había un par de mesas dispuestas en el centro

del salón, las cuales rodeaban una tarima con los caños lustrados de pole dance; de lado,
las cortinas de terciopelo rojo tapaban lo que era el sector VIP, lugares en los cuales se

desarrollaban bailes privados y algún que otro encuentro más cercano.

De sólo pensarlo, el color atrapó mis mejillas, pero no por el pudor; por el contrario,
pocas cosas en esta vida me avergonzaban, sino que mis resquemores eran por imaginarme

al bello rostro de esa tal chica “Soli” desperdiciado en un sitio como este.

Sue y Mila eran hermosas mujeres, sin dudas. En otras circunstancias hubiera pedido
más que su número de móvil y no hubiese dudado un segundo en llevarlas a mi amplia

cama tal como haría en aquella noche de memorable dueto en Estocolmo; sin embargo, en
ese preciso momento, debía tener los sentidos alerta y no recordar mis aventuras sexuales.

Necesitaba recabar información de esa extraña mujer de ojos color de mar, que ya no
trabajaba allí, infortunadamente.

De las dos muchachas, Sue era la más simpática. Me seducía mirándome por entre sus

pestañas profusas, impregnando sus ojos de deseo. Era de tez morena, con una cabellera

afroamericana muy sensual. Sus labios estaban pintados de un rojo intenso al igual que sus

uñas; y su manera de contornearse al alcanzarle el primer whisky de la noche, me animaba


pero no lo suficiente como para dejar todo en un simple flirteo.

Yo sonreía y colocaba un billete en su profundo escote, cada vez que ella se acercaba.

Las muchachas que servían los tragos, no eran quienes ofrecían los bailes, según las

reglas que siguió explicándome Donatello, el bigotón dueño del antro. Ellas sólo eran

muchachas dispuestas a recibir una gran propina por su amable atención.

Aclarado ese tema, mi alma vio un poco de sosiego, deseando que Soli fuese una

simple camarera y no una stripper. Algo dentro de mí inexplicable, rogaba fervientemente

que las piezas encajaran tal como yo lo deseaba.

Hablando más de la cuenta, Donatello movía su bigote frenéticamente. Sin embargo, a

mí poco me importaba; recorriendo el lugar con la mirada, mientras bebía algo de alcohol,

le di las gracias y tomé asiento en una de las viejas mesas de madera que habría vivido
tiempos mejores.

No tan cercana al escenario, pero si próxima a la barra.

Todavía no había público presente, pero las camareras de a poco salían de una estrella
portezuela que aparentaba ser un vestuario; todas salían de allí con idénticas prendas y

llevaban un pequeño cartel con sus nombres colocado en sus pechos.

“A quién le importaría saber sus nombres…” se sinceró mi mente machista.

Y bebí otro sorbo.

10
Ese whisky era bastante malo; pasándolo con asco, opté por seguir con otra bebida la

próxima ronda.

Entregado a la posibilidad de obtener poca información de buenas a primeras, vi en Sue

la primera víctima de mis encantos: ella lucía como materia dispuesta a colaborar con la

causa, pero debía ser cuidadoso.

A ninguna mujer le gusta sentirse usada bajo ningún concepto.

“¿Paradójico, no?”

Yo, que me cansaba de tener mujeres de una noche, de un par de horas, hablaba de no
usar a una en pos de beneficio personal.

De a poco, el lugar se iba llenando de hombres. ¿Acaso ya eran más de las 11?

El conductor del taxi tendría razón: a ese lugar (de aspecto austero y vulgar) iban
jóvenes con un target similar al mío. Del grupo de 20 personas que entraron en primer

lugar (después perdería la cuenta) rondarían los 30 y 40 años. Tenían un aspecto preparado
para la seducción y lucían adinerados.

“¿Yo me veo así?” ¡Que arrogante, por Dios!”.


Acabé con su último trago de whisky para cuando Mila se acercó, generosamente, a
ofrecer otra bebida inclinando su torso y colocando sus pechos a escasos centímetros de

mi rostro.

─ Gracias Mila. Pero preferiría que en 30 minutos me alcanzaras una copa de brandy.

Mila guiñó uno de sus ojos perfectamente delineados dedicándome una sonrisa sexy.

Ella también era muy apetecible. Más alta que Sue, pero con más pechos, sin duda era

de mi agrado. Dejando de lado mi lista de deseos, cual carta de navidad, me enfoqué en el

verdadero motivo de mi visita a ese sitio.

La música fuerte retumbaba de manera grosera, no era nítida ni mucho menos era

imposible deducir la letra de la canción, aún menos el cantante.

Entrecerrando los ojos, y haciendo visera con la mano, intenté ver de dónde provenía el

sonido, hasta ubicar en un entrepiso bastante oculto entre los cortinados a un joven que

bailaba animadamente al compás de sus combinaciones musicales.

Las horas pasarían sin más, los tragos iban a venían, y sin embargo se empecinaban en
ser uno peor que el otro. Inentendiblemente, ese bar estaba atiborrado de hombres con

mucho dinero como yo, de aspecto profesional, como yo, y apuestos…como yo.

Sin dudas, las chicas del Voulez Vous eran la verdadera atracción de aquel sitio, el
anzuelo que pescaría a esas masas de solteros y aquellos que no lo eran también, porque

hasta entonces, las 10 chicas que estaban desperdigadas por la sala sirviendo a los
presentes eran sumamente atractivas.

Repentinamente, me encontré solo a pesar de la multitud que me rodeaba; bebiendo,


observando a las bonitas muchachas pavonearse delante de los hombres, buscando
propinas jugosas, y más tarde, otras que mostrarían sus dotes de bailarinas y sus cuerpos
exultantes.

Pero la soledad no sería mi única acompañante, también lo era la congoja.

No hacía ni más ni menos que vivir lo que Adrian: una vida superficial, vacía…

Una puntada triste y aguda me hizo ver que parte de mi vida, era así. Cada vez que
llegaba a mi apartamento, nadie me esperaba. La comida estaba preparada en el

refrigerador (la Sra. Uppertown se encargaba de ello todas las tardes); los platos guardados

en los pulcros gabinetes y la ropa perfectamente planchada y acomodada en mi enorme

vestidor.

Era un espacio sin vida, inerte. Ni una planta, ni una mascota, pocos retratos.
Impersonal.

Convenciéndome con que no tenía tiempo para dedicarle a la casa, estaba demasiado

ocupado en los negocios y diseños que poco podían encajar entre los planes de formar una

familia. Sin embargo, la pequeña Laura, la hija de Robbie, con sus bucles dorados y

sonrisa picara, era mi debilidad. Ella me quería sin pedirle nada a cambio, ni siquiera

juguetes; la niña de 5 años, sacaba mi lado tierno. Y para mí, era suficiente muestra de
sensiblería.

Inmerso en una telaraña de pensamientos, abstrayéndome de la densa melodía y las

voces estruendosas de los hombres de las mesas cercanas, una de las camareras llamada
Paula, se acercó más de la cuenta para susurrarme al oído:

─ ¿Has venido hasta aquí por Soli, verdad?

Desorbitados, mis ojos se abrieron.


La muchacha de ojos color café y voz muy aguda, había dado en el clavo.

─ ¿Y tú como lo sabes? ─ respondí directamente, recurriendo a la repregunta.

─ Te he oído cuando intentaste que Gerard no cierre la puerta en tus narices,

arriesgando la vida de tu pie ─ completó divertida.

─ ¿Tú sabes dónde está ella?¿Dónde puedo encontrarla?─ disparé sin más preludios.

─ Verás, por la política de privacidad que contamos en este bar, no se me permite darte
información de ninguno de los empleados; nuestros nombres incluso, son irreales, por lo

que se te será imposible obtener información estando aquí dentro ─ su voz fue una queja

sincera.

─ ¿Entonces? ¿Estás dispuesta o no a ayudarme?

─ Soli era una buena muchacha, muy reservada, tanto, que se ha ido de un día para el
otro y no volvimos a saber de ella ─ atrapé su mano, disimulando cercanía. Quise,

asimismo, transmitirle confianza y serenidad suficiente para que continuase hablando. Con

fortuna, y buena predisposición, obtendría algo más de información ─ . No puedo

continuar platicando contigo. Se darán cuenta que no es un coqueteo deliberado ─


asustada, la muchacha miró hacia ambos lados chequeando que nadie la estuviese
observando ─ , pero mañana, si te parece bien, podemos juntarnos a las 15, en el Nelson

Park. ¿Sabes dónde es?

─ No, pero sin dudas algún taxi me llevará ─ sonreí, gentil ─. Y acepta esto─
introduje una mano en el bolsillo de mis pantalones para sacar algo de dinero y colocarlo

en el bolsillo de su pechera ─ no sabes cuán agradecido estoy por tu favor.

─ ¡No! ¡No, no quiero que me des dinero! ─ con gesto de horror hizo un bollo de los

billetes.
─ Paula, no tienes idea lo mucho que necesito saber de Soli. Tú eres muy importante en
este momento. Déjame recompensarte de antemano que quieras ayudarme.

La muchacha pensó un instante, cambiando de posición su bandeja redonda.

─ Si lo dices así, doy las gracias por tu generosidad.

─ Mañana lunes, a las 15, en el Nelson Park ─ confirmé y ella asintió con la cabeza.

Un alivio enorme me embargó al creer que ya podía retirarme de ese bar con alguna

esperanza dentro de mi pecho.

La mañana siguiente amanecería helada. Si octubre se presentaba así, diciembre sería

un crudo invierno.

Frotándome las sienes, intenté sumar dos analgésicos con vaso cargado con mucha

agua, para borrar las marcas del alcohol de la noche anterior. En el cuarto de ducha, el

vapor chocaba contra el vidrio y la profusa lluvia caería por mi espalda. Una vez
finalizada aquella ceremonia, enrollé un toallón en mi cintura y a lo lejos, el sonido de mi

móvil alteró mi rutina de peinado/secado y perfumado.

─ ¡Hola amigo! No me has avisado si llegaste bien ─ Robert me regañaba del otro lado
de la línea.

─ Disculpa Robbie, pero he estado muy ocupado.

─ Si lo sé, jugando al inspector en algún extraño lugar ─ironizó, fiel a su estilo─. Te he


llamado para recordarte que no debes perder la compostura y que hasta que no sepamos

oficialmente el resultado de las pericias de Adrian, no podremos avanzar mucho más.


─ O´Neill sostiene que fue un suicidio…─ mi voz se entrecortó aceptando la cruel
suposición.

─ Pues si me preguntas a mí, también creo que haya sido así Ajax; sé que estás dolido

y buscas un culpable, pero sinceramente, el único culpable ha sido él mismo. La muchacha

a la que intentas localizar, tal vez ha sido solo una aventura, una más del montón.

─ Adrian no tendría una fotografía suya entre sus pertenencias si realmente no

significase nada, Robbie.

─ Ajax, sé prudente. Ve con paso aplomado. No lo arruines.

¿Debía contarle de mi futura cita con la chica del bar?

─ Gracias Robbie. Ahora saldré a comer algo, estoy famélico.

─ Cuídate. No me hagas ir a buscarte como un niño

─ ¿Quién es? ─ fulminé a Claire con la mirada, sin dar crédito.

─ La Srta. Rutherford se ha anunciado en la recepción de planta baja: Pretende hablar

contigo, aunque no tenemos ninguna cita acordada previamente, cariño ─ dijo mi


secretaria con la nutrida agenda en las manos, rodando las hojas de un lado al otro─. ¿Le
permito subir?

Sumamente confundido me pregunté qué rayos hacia ahí, en mi lugar, en mi oficina.

Sin dudas, me estaba desafiando.

La inocente dueña de una pequeña tienda de libros que había conocido una semana

atrás, era la misma que me estaba declarando la guerra.


Y sin saber por qué, una oleada de placer recorrió mi cuerpo. Su visita no era más que
era una clara muestra de que no sería un hueso fácil de roer.

La pequeña mujer tenía carácter. Y aunque se tratase de un efecto perverso, me

agradaba.

Desde el instante en que la conocí, había sentido un extraño cambio en mi manera de

respirar, porque no solo era ligeramente distinta a lo que la fotografía de Adrian me

mostraba día a día, sino por la luz que irradiaba cuando nos dimos la mano. Yo había
sentido un cosquilleo en todo el cuerpo, como una señal de alerta.

Ahora, tendría enfrente de mí por segunda vez, a la potencial asesina de mi hermano

menor, porque a pesar de no haber jalado el gatillo en su cabeza, suministrarle las

porquerías con las que se intoxicaba Adrian, bastaba para calificarla como una criminal

por más aspecto dulce y delicado que tuviese.

Aquella tarde, su modo de vestir me causaría gracia y hasta pena: unos pantalones

anchos, sosos y aburridos, una camisa color manteca y un peinado improvisado, la hacían

lucir diametralmente opuesta a la imagen de las mujeres que me rodeaban a menudo, las
cuales se pasaban horas dedicándose a su figura.

Pequeña de estatura, de contextura física mediana y de vestuario poco llamativo, podía

distinguir sin embargo que su trasero era respingado y sus pechos, también. Por fuera de
cualquier estándar, esta mujer tenía “algo” especial.

Su cabello era sumamente lacio, con una largo flequillo ubicado de lado (no como en la
foto) y color castaño. Su piel era porcelana blanca y sus labios delineados poseían la carne

justa para dar un buen beso. El aroma a cerezas tan dulce que la envolvía le daba un tinte
aniñado logrando perfumar mi alma dormida.

Frente a ella había vacilado de manera infantil creyendo que no podría articular

ninguna de las mil palabras que me había propuesto decir. Con habilidad en el manejo de
la dialéctica y la persuasión, confrontarla, resultaría un calvario.

─ Dile que pase, Claire. Y postérgame la reunión de las 13 horas, por favor ─ ordenó
enérgicamente.

Pasando los dedos por mi cabello y acomodando el nudo de la corbata negra, bebí un

sorbo de agua fresca de la copa de cristal.

Estaba jodidamente nervioso. Como un infante. Como el día en que la conoció.

Lo peor del caso, es que no entendía el por qué. Y como todo aquello que no podía

controlar, me fastidié.

Dudé por un instante en llamar a Robert; tomando el tubo del teléfono por un momento,

lo dejé. Caminé hacia el enorme ventanal, pero me detendría a los pocos pasos ¿Sería
correcto esperarla de pie o acomodado en mi imponente sillón de jefe?

Esta intriga adolescente me quemaba como una úlcera. ¿Qué querría esa mujer? Yo ya
le había dicho todo lo que necesitaba saber; en breve mi amigo finalizaría la demanda

oficial, y sólo restaba darse por notificada personalmente en el juzgado que


correspondiese.

Yo simplemente habría adelantado la jugada.

¿Por qué lo había hecho: ¿por caridad? ¿por amabilidad? ¿O por qué quería conocer a
la dama de la foto misteriosa? Concluí en que todas eran respuestas válidas.

Inmóvil, de espaldas a la puerta de mi despacho, con ambas manos guardadas en los

bolsillos, cerré los ojos y volteé al escuchar que la puerta se abría.


─ Ajax, la Srta. Rutherford está aquí ─la voz suave de Claire rompería ese momento de
diálogo entre el silencio y mi mente.

Y allí estaba, de regreso, el misterio hecho mujer.

11
Inspirando profundo antes de entrar al imponente SkyTower, llené mis pulmones de
oxígeno dispuesta a enfrentar lo que vendría.

Dueño de una arquitectura muy elitista y moderna, combinada con sobriedad y buen

gusto, tal como lo imaginaba en un principio y que confirmaría tras la búsqueda en

internet, el edificio construido por el estudio St. Thomas&Partners e inaugurado medio

año atrás, dominaba la zona aledaña a Union Lake.

Algunas fotografías del emprendimiento se desplegaban en su sitio web, en las cuales

se ilustraba la opulencia y el confort de las locaciones. Cada oficina era un calco de la


otra, excepto por la que se reservaba en la última planta, la de Ajax St. Thomas, la cual

carecía de imágenes con su diseño único e irrepetible.

Un cosquilleo recorrió mi cuerpo ante la inquietud de saber que me separaban unos

pisos del prepotente arquitecto. Una sonrisa maliciosa se dibujó en mis labios de sólo

pensar el gran disgusto que se llevaría al ser anunciada.

Pero no sólo la emoción de hacer algo políticamente incorrecto, palabras textuales de

Steve, embargaba mis sentidos sino también, el hecho de percibir ese halo de seducción

que envolvía a St. Thomas, una llama que calentaba mis venas.

Debía reconocer que era fabulosamente sexy y que tras esa placa de acero había un
hombre sombrío que de seguro, aún estaría llorando por su hermano; ese simple gesto, lo

catalogaba como ser humano.

Aún sin tener en claro el hecho que me endilgaba, su fecha y sus motivos para
acusarme, pude notar la sensibilidad latente en cada palabra dicha, en cada silencio
guardado, en cada acusación lucubrada. Su rostro anguloso y sus ojos fríos me habían

intimidado como nadie, paralizándome por completo.

Ingresando por la pesada puerta giratoria (a la que debería empujar con bastante fuerza)
todo lucía sumamente pulcro, aséptico, como en un sofisticado hotel. Un aroma a lavanda

inundó mi nariz y la hermeticidad del edificio bloqueó el fuerte ruido que provenía del
exterior.

Mercer Av. era ampliamente transitada, y la gente que caminaba por esa zona era

muchísima; agradecí introducirme en ese microclima desprendiéndome con velocidad, de

mi cazadora, notando que la diferencia de temperatura oscilaría en al menos, 10 grados

centígrados.

Colocando mí abrigo beis en el antebrazo izquierdo y sosteniendo con la mano opuesta

el portafolio con algunos papeles (incluida la demanda semi-oficial elevada al Arq. Ajax
St. Thomas) me dirigí con prisa y paso firme hacia el lugar de atención al público

dominado por un alto y enorme mostrador de mármol travertino color negro con vetas

blancas. Destacándose en el centro de esa gran planta libre, sólo flanqueada por unas

gruesas columnas revestidas con placas de acero inoxidable, hasta ese mueble era

imponente. El piso brillaba como un espejo, por lo que agradecí llevar pantalones.

“Apuesto a que se reflejarían hasta mis muelas”.

Las dos muchachas que estaban atendiendo a los visitantes parecían sacadas de una

revista de modas, o bien de una pasarela italiana. Ambas longuilineas, con camisa blanca y
falda negra hasta las rodillas hablaban animosamente por unos pequeños micrófonos que

se conectaban con unos auriculares a sus oídos.

Detrás de ellas, un extenso letrero de vidrio opaco indicaba el nombre de las compañías
que ocupaban cada planta con sus oficinas, pero la letra era demasiado pequeña (para mi

incipiente miopía) como para visualizar con precisión lo que decía.

Pacientemente, aguardé que ambas mujeres finalizaran sendas conversaciones y de

manera educada, me acercaría para solicitar el ingreso al emporio de la arquitectura.

─ Buenos días, necesitaría ver al Arq. Ajax St. Thomas, por favor ─ solicité a la
ubicada sobre la izquierda.

─ ¿Tiene cita con él? ─ la de cabello caoba, su compañera, sonrió de mala forma.

─ Me temo que no─ reconocí con aire de preocupación y maldiciendo la obviedad de la


pregunta y la ingenuidad de haber pensado que me atendería sin más.

─ Lo lamento mucho señorita, pero no podemos dejarla pasar excepto que la secretaria
personal del arquitecto nos autorice su acceso─ prosiguió con su sonrisa de propaganda

dental.

─ Estoy segura que él querrá recibirme ─ abrí mi atiborrado portafolios de cuero negro,

y luego, un pequeño compartimento donde guardaba unas tarjetas con mi nombre y

contacto. Extendí la mano para dejarla sobre el mostrador.

─ De acuerdo, pero no puedo garantizarle que pueda verla señortia…Rutherford─ soltó

con una mirada desdeñosa al leer mi apellido.

─ Inténtelo. Por favor ─ rogué conteniendo la indignación con la que esa mujer se

dirigía hacia mí.

Próxima al mostrador de ingreso, aguardé algún otro comentario por parte de la chica

caoba, pero al ver que ninguna de las dos recepcionistas se inmutaba ante mi presencia,
retrocedí decidiendo esperar en una de las tantas sillas modelo “Barcelona” tapizadas en
color blanco, distribuidas en el amplio hall de acceso.

La iluminación natural invadía todo el ambiente, logrando hacer un bello dibujo con la

malla de acero que sostenía la cáscara vidriada del acceso, sobre el piso de porcelanato.

Mucha gente entraba y salía de ese sitio; los hombres con impecables trajes oscuros
cruzaban los sensores de ingreso, mientras que las mujeres, en grupo de dos o tres,
cotilleaban con mayor informalidad.

Para estas alturas, mi corazón parecía desbordarse de su pecho. Había viajado muchos
kilómetros con un plan a cuestas que vería un punto flaco a poco de concretarse: el acceso
restringido en las oficinas del SkyTower.

Sintiéndome una tonta novata, comprimí mis puños.

─ Srta. Rutherford ─ una arrastrada voz llamaba haciendo eco en el inmenso hall.

De un respingo me despegué de la silla regresando al sitio donde todo hubo

comenzado.

─ Parece que es su día de suerte, aquí tiene la tarjeta de visita─ de muy mala gana, la

joven caoba me entregó el pase de visitas, la que aceptaría con una sonrisa igual de fingida

para ir rumbo al bloque de 6 ascensores, ubicado a la izquierda de la recepción.

No dando mayor relevancia al mal momento, presioné el botón nro. 28 con prisa, cuyo
destino era el mismísimo castillo del terror. Varias personas ingresaron tras de mí con

tumultuosamente, conversando y con bolsas con comida en sus manos. Quedando detrás

de la muchedumbre, pegada contra el espejo de la cabina y tras mucho esfuerzo, lograría

ver la hora en mi reloj: las 12 del mediodía, en punto.

Por fortuna, la mayor parte de los ocupantes descendería a pocos pisos de subir, por lo

que durante algunos segundos logré respirar más tranquila y disfrutar del oxígeno que aun
quedaba en el recinto.

Al momento de bajar, abandoné el ascensor con la sensación de su enormidad a mis

espaldas.

“Es más amplio que mi propia oficina”, suspiré, subiendo una ceja divertidamente en

contraste con la realidad del arquitectico arrogante y seductor.

Finalmente las puertas se abrirían ante mis ojos. Ya no había tiempo de volver atrás.
Estaba en territorio enemigo.

─ Usted está….─ habló con dificultad pestañeando confundido.

─ Sí, estoy. Tiempo presente. Primera persona del verbo estar por si prefiere más
precisión ─ había logrado mi cometido: ponerlo nervioso, ¡y en tiempo récord!

Una sonrisita se colaba en su interesante rostro.

─ ¡Está muy bella, licenciada! ─ dijo sereno, pero sorprendido.

─ ¡Y usted muy ciego!─ bromeé al avanzar cautelosamente en dirección a su pulcro

escritorio. La oficina era tal como supuse: austera, sofisticada, gigante…y fría.

Volvió a sonreír.

─ Siéntese por favor –abandonando el instante de cortejo, se apegaba a las formas ─.


Dígame ¿qué la trae por aquí? No creo que estuviera de paso por Seattle.

A punto de emitir sonido, Ajax elevó la palma mano indicando que cerrara mi boca;
presionó el botón del intercomunicador y habló a su secretaria.

─ Claire, ¿puedes alcanzarnos un café con crema para mí y para la Srta. Rutherford…?
─ detuvo sus palabras para mirarme, levantar la ceja y esperar una respuesta de mi parte.

─ ¡Oh, perdón! ─ estaba entusiasmada observando las bellas maquetas dispuestas en

una extensa tarima de madera oscura─ . Un café con crema para mí está bien también, por

favor.

─ Que sean dos, entonces ─ cortó la comunicación para fruncir el entrecejo─ . ¿A tí

también te agrada el café con crema? Es un gusto extraño en las mujeres, muchas suelen

evadir las grasas.

Desorientada, no supe si responder negativamente.

¿Me trataba de gorda o sólo era un comentario aislado? O peor aún, ¿me consideraba

un bicho raro? Instantáneamente supe que no era descabellado pensarlo, no encajaba con

el prototipo de mujer ideal con las que saldría este hombre, a mi criterio “Mujeres

Trofeo”. A mí me faltaban al menos 30 cm y sobraban 10 kilogramos.

─ El café solo me resulta insulso. La cremosidad de la crema le otorga la textura y el

cuerpo necesario para dejar de ser sólo un líquido oscuro aburrido. Se complementan
consiguiendo hacer una buena dupla, tal como en un matrimonio─¿En serio Sophie has
dicho esa estupidez? Comentario cursi si los había.

Ajax sonrió. Por tercera vez en un lapso de 10 minutos. ¿Sería una buena señal acaso?

─ ¡Vaya concepto que tiene del matrimonio Srta. Rutherford! ─ se recostó sobre su alto
respaldo extendiendo sus brazos y cruzando sus manos sobre el escritorio. Tenía unos

dedos largos, delicados. Me imaginé por un momento lo bien que tocarían (y no un


instrumento musical, precisamente)

─ Creo que es un concepto bastante estándar ─ definí sin mucho énfasis, esperando

dejar atrás el tema, al igual que mis pensamientos morbosos.

La señora, su secretaria, ingresó al despacho tras golpear la puerta.

Sobre el escritorio colocó: una bandeja de plata, preciosa y antigua, con asas

delicadamente labradas, unas servilletas negras de tela, dos tazas de café oscuro, sobres de

azúcar y edulcorante conjuntamente con dos pequeños cuencos de porcelana con crema

montada. Evidentemente, por la rapidez en que traería el café y la crema, supuse que no

era pura casualidad que ya estuviese lista; sería tal vez, un pedido recurrente del
arquitecto.

─Muchas gracias ─ le sonreí a la mujer con amabilidad. Ella se había mostrado muy

afable al considerar mi ingreso, contrariamente a las arpías del hall de de planta baja.

Abrí un sobre de azúcar, algo que también observaría Ajax con cierta curiosidad.

“Sí, estoy agregando mas hidratos de carbono a mi café, ¿y qué?”

Revolví para integrar el azúcar y cogí una cucharada espesa de crema. Giré nuevamente
la cuchara y en un acto espontáneo, lamí la cremosa crema que había quedado pegada a la
superficie fría de la cuchara.

Ajax se retorció de sólo mirarme con un extraño brillo depositado en sus ojos.

Ese movimiento infantil, con desparpajo y fuera de todo protocolo, lo descolocaría.

Tras ese momento de intimidad asombrosa, tomé la taza con ambas manos y sorbí algo del
café con su mirada penetrante e incómoda. Sus ojos color tormenta, me desnudaban.

Y yo deseaba ser desnudada.

─ ¿Nota lo que digo? La perfecta comunión entre la fuerza de un buen café oscuro, y la

delicadeza y tersura de la crema…sublime ─ esbocé con especial atención en la palabra


“sublime”.

¡Demonios!, era un simple café (muy bueno, reconocí) y me estaba dirigiendo hacia él

de una forma casi orgásmica.

¿Qué pasa contigo Sophie?¡Contrólate, mujer!

Ajax me llenaba de dudas y preguntas…sin embargo, yo estaba allí para hacerlo sufrir.

Y me divirtió solo pensarlo.

─ Señor St. Thomas, déjeme decirle que estoy al tanto de su sorpresa por mi visita de

esta tarde ─ coloqué la taza de porcelana sobre el pequeño plato festoneado─, lo percibo
gracias a la expresión de su rostro y sinceramente, me alegra ─sonreí irónicamente─ .

Puedo dar por pago el boleto de avión.

Lejos de intimidarse por mi tono de amenaza ensayada, redobló la apuesta:

─ Ha acertado licenciada y si no me falla el olfato, puedo entender que lo ha hecho


como una “devolución de gentilezas” al hecho de presentarme en su tienda ─ pasó su

lengua por su labio superior, eliminando cualquier rastro de crema. Fue un movimiento
seductor que me erizó la piel─ . Y por favor, llámame Ajax─ la oscuridad de su voz hizo
galopar a mi corazón.

─ Está bien, Ajax ─ saboreé su nombre tal como lo hice con la crema del café ─, pero

sin caer en una visita sinsentido ─ abrí mis ojos y lancé un puñal certero a su orgullo ─, yo

he venido personalmente a notificarle que yo también cuento un as bajo la manga.

Volteé la cabeza notando que sus ojos se clavaban en la vena de mi cuello mientras

hurgueteaba mis portafolios, en busca del sobre con los papeles que Steve me había dado.

─ Este es un borrador de la demanda que estoy dispuesta a presentar ante la Justicia,

excepto….─ dejé en suspenso la frase sumando tensión al momento. El aire era denso,

Ajax no dejaba de observarme seriamente y el color de sus ojos eran como dos nubes

tormentosas a punto de arrasar con el cielo.

─ ¿Excepto qué, Srta. Rutherford? ─ interrumpió con voz gruesa, casi amenazante.

─ Excepto que me pida disculpas ahora mismo.

─¿Perdón? ─escéptico volvió a apoyar su espalda contra la silla de diseño.

─ Pido que ratifique sus dichos. Me ha calumniado sin razones, ha manchado mi


nombre y honor, incurriendo en meras injurias. Y si bien no he recibido formalmente la

acusación, para mí la palabra tiene un peso importante en la vida de un hombre; por lo


tanto, le estoy dando la posibilidad de regresar el tiempo atrás y disculparse por sus

improperios. Caso contrario, aténgase a lo que pido en esta demanda ─ volví a agitar el
sobre de papel de manila que Steve me había dado para presentar a la justicia apenas me
llagase la carta con la demanda del arquitecto.

─ Señorita Rutherford… ─ colocándose de pie pesadamente su metro ochenta pareció


duplicarse. Me observaba desde lo alto, con ambas manos en sus bolsillos y con un aire
superior, tal como la primera vez que nos habíamos visto.

Salió por detrás del escritorio y lo seguí con la mirada, girando levemente mi cuerpo

para no perderle pisada. Crucé las piernas y apoyé ambos brazos dejándolos caer por el

respaldo de la silla.

Se tocó la barbilla, seguía nervioso a pesar de querer intimidarme con sus modos y

tonos. Ajax estaba irritado. Yo le estaba ofreciendo una tregua antes de una demanda

oficial. Estaba de espaldas a mí, pensativo, creí leer lo que su cabeza lucubraba. Había

logrado sacarlo de su zona de confort.

Aprovechando el momento, observé detenidamente su elegante andar; Ajax era muy

alto y fibroso. Su espalda llenaba el traje color plata de Armani como si estuviese

estampado en su piel. Por un momento me recordaría a mí misma a los 15 años, cuando

observaba a Francis jugar baloncesto en la equipo de la escuela…

¡¿Pero a quién pretendía engañar?! A Francis no lo miraba, ni lo he observado nunca

con ese deseo primitivo y pecaminoso.

─ Sigo sin entender qué ganaría yo con todo esto ─ se decidió a decir poniéndose

frente a mí con su torso inclinado y sus manos sobre el mismo respaldo en el que yo
estaba apoyada, mirándome a escasos centímetros, respirando mi oxígeno.

Abrumada por su cercanía y el olor a café de su aliento, aclaré mi garganta para resultar
lo más convincente posible.


─ Mantenerse fuera de una situación escandalosa, ya que pondría en juego su prestigio
en manos de una calumnia absurda. Rápidamente los medios descubrirían que usted ha

obrado de mala fe y que en su afán vengativo culpó a alguien inocente. El cotilleo puede
resultar ser más perjudicial que una bala de plata, Señor St. Thomas ─ volví a llamarlo por

su apellido.

Él también respiraba dificultosamente.

─ Y cabe mencionar, el dinero, por supuesto ─poco me importaba eso, pero no sabía

hasta que punto su jugosa cuenta bancaria le importaba más que su honor e intachable
nombre.

Deseaba incluir algo más en mi discurso, seguir arrojando balas, cuando su teléfono

sonó interrumpiendo mi discurso.

─ Discúlpeme─ espetó incorporándose para ir en dirección a la máquina─. Dime,


Claire─ yo mantuve mi postura a pesar que el pecho me subía y bajaba de la tensión y el

enojo. El muy soberbio no estaba dispuesto a pedir perdón. ¡Maldito arrogante! Le estaba
sirviendo en bandeja la posibilidad de su vida y aun así no la aceptaba. ¿Tan importante

era su orgullo?

─ Es Robert, Ajax. Dijo que es urgente ─ el tono de la mujer sonaba preocupado.

─ Pásamelo─ ordenó ─ . Robert…perdón, el Doctor Smithson es mi abogado.

Aprovecharé para decirle que usted está aquí─ agregó tapando el auricular.

Un aire glorioso me envolvió el cuerpo por completo. Descrucé las piernas, giré para
tenerlo de frente, volví a cruzar las piernas pero hacia el otro lado colocando ambas manos
sobre mi rodilla derecha.

Le dirigí una sonrisa victoriosa; estaba un 90% segura del tema por el cual su abogado

lo estaba llamando.

─ Robert, ¿qué es lo tan urgente que tienes para decirme? ─ la conversación se

mantenía aún en altavoz.

─ ¿Estás sentado? Es sobre la muchacha que estás buscando.

Intenté no demostrar asombro manteniéndome imperturbable ante lo que acababa de

decir Robert. Deduje, entonces, que la búsqueda de mi paradero lo habría encarado en

soledad o bien, acompañado de su coraje, corroborando que ni su propio abogado sabría

de su estúpido atropello del miércoles pasado.

─ Vamos amigo, estoy frente a la señorita Soli Rutherford. Lo que debas decir sobre

ella sólo tendrás que sumarla al listado de cargos en su contra.

─ ¿De qué rayos hablas? ─ ese tal Robert estaba desencajado a juzgar por su voz.

─ Ella está al corriente que en breve será demandada por la muerte de mi hermano. Me
he encargado de avisarle personalmente días atrás que pretendo hacer justicia por Adrian y
que ella no saldrá limpia de esta causa.

─ Ufff ─ silencio posterior ─ .¡Vaya hermano que la has cagado! ─ agregó Robert con

total resignación.

Me limité a escuchar la totalidad de la conversación con un tenue regodeo interior, su


abogado sabía que estaba ensuciando las cosas un poco más con cada palabra a su discurso
en mi contra.

─ ¡Robert, explícate! ─ determinó soberbiamente Ajax en un acto desesperado por

recuperar el control de la situación.

─ Lo mejor es que te deshagas en disculpas con esa joven si no quieres estar en

verdaderos problemas, recuerdo haberte dejado bien en claro que no debías jugar al

investigador del FBI porque no se te da bien. Dime qué le has dicho exactamente y quita

el sonido; no es una maldita conferencia de prensa de los Spurs.

Ajax se movió nervioso, silenció el altavoz tal como pidió su amigo, observó al

escritorio y bajó su tono pretendiendo que yo no escuchase. Para darle intimidad y no ser

blanco del posible infarto que podría darle al oír la verdad que estaba por presenciar, tomé

mi abrigo, mi portafolio, tamborileé los dedos en el punto donde él fijaba su vista para que

notase mi retiro del lugar y con una sonrisa tímida, preferí salir.

Subió su pulgar pero luego agitaría la mano con ligero desdén, aprobando mi decisión.

Sin embargo, a poco de cruzar la puerta de su despacho, su voz me detuvo:

─ Por favor, no se vaya. Quédese con Claire por un minuto más ─pidió.

─¡Sí, señor! ─ puse la mano en la sien, simulando a un soldado que obedece a su

superior.

Un gesto que sin dudas, suavizaría sus rasgos.


Al salir, mi murmullo debió haber sido alto, porque la curiosa mujer entrada en años
pregunto qué había sucedido.

─ Oh nada….bueno, sí…─ dudé por un instante, pero me sinceré─. Sucede que su jefe

es insufrible ─ me desahogué.

Claire rió dando una carcajada amplia llevándose las manos a su pecho, casi al borde

del llanto.

─ ¡Déjame decirte tienes toda la razón del mundo, querida! ─ limpió sus ojos por las

pequeñas lágrimas que le había causado la broma─ ¿Otro café? ─ ofreció de buenos

modos, mientras tomé asiento en el cómodo sillón de cuero negro que había en su

recepción.

─ No, le agradezco mucho, ya he ingerido los carbohidratos suficientes como para

escandalizar a Ajax.

Solange acababa de presenciar el suicidio de papá. De sus ojos las lágrimas brotaban a

mares. Incrédula, perdida en sí misma, sintió que mamá la retiraba de la escena fatal con
brusquedad, jalándola del codo, pero ni la fuerza de un huracán podría borrar esa imagen

de su pequeña mente.

La seguiría durante lo que le quedase de vida, en sueños, en sus recuerdos, en sus


actos…

Bajó las escaleras como un cuerpo sin alma, mientras a sus espaldas, los gritos
desgarradores nuestra madre inundaban la enorme casa de dolor.

─ Soli, ¿qué sucede? ─ la sacudí de los brazos─, ¿qué ha sido ese estallido? ¿Por qué
están todos arriba?… ¿por qué mamá llora desconsoladamente? ─ las lágrimas también

caían de mi rostro, imaginando lo peor aun sin saberlo con certeza.

─ Papá…mi papá…─ Solange temblaba mientras caía desplomada al piso, como en

cámara lenta, con el llanto apoderándose de sus fuerzas. La sujeté rodeándola, sintiendo

que Francis nos envolvía en un abrazo cálido, pero repleto de tristeza.

─ Shhh…yo las cuidaré…siempre.

12
Froté y soplé mis manos con mi cálido aliento para subir la temperatura de mis palmas,
sumamente heladas. Eran poco más de las 3 de la tarde y Paula no aparecía.
Nelson Park era un sitio muy bello, con el césped prolijo, unas pérgolas de madera y
gran arboleda; sin dudas un sitio propicio para que muchos niños correteasen por doquier,

aprovechando el sol que ese lunes se ponía a lo alto, a pesar de las bajas temperaturas.

Por quinta vez miré el reloj. Veinte minutos pasadas las 15.

Ofuscado, exhalé con resignación, creyendo que tal vez había sido un grave error

confiar en una completa desconocida. Sentado, con el torso semi inclinado, volteé la

cabeza encontrándome, finalmente, con buenas noticias: Paula se acercaba a lo lejos.

De pie, cual resorte, me aproximé a ella a pasos agigantados, liberando el aire que

guardaba dentro, descomprimiendo mi pecho.

─ Disculpa la hora, me he quedado dormida, no tenía modo de avisarte que estaba

demorada.

─ Despreocúpate, lo importante es que has venido hasta aquí ─ minimicé fingiendo que

no estaba nervioso aunque agradeciendo mentalmente por la predisposición de esa


muchacha para conmigo.

Paula me saludó con un efusivo beso sobre la mejilla, cerca de la comisura de mis

labios provocándome un desconocido sonrojo y dejando en evidencia una clara atracción


hacia mí. Ella estaba sin maquillaje y parecía más joven que lo que la recordaba.

─ Hace mucho frío, te invito un café, pero deberás indicarme dónde podremos
encontrar uno. Es la primera vez que visito Vancouver─ levanté los hombros,

pretendiendo ignorar la cercanía propuesta.

─ Caminemos en esa dirección─ Paula señaló la calle Robson.


Para cuando aceleró, detuve su marcha sujetándola por el antebrazo.

─ Es justo que me presente ─ extendí mi mano─: soy Ajax. Ella miró mi gesto e

intervino con uno igual.

─ Y yo, Katherine.

Los siguientes 10 minutos que transcurrieron hasta llegar al “Cactus Club Café” fueron

en completo silencio. Ante el miedo que la cita resultase ser un fiasco, tomé la iniciativa

apenas no ubicamos en una de las mesas de dentro de la cafetería y pedimos algo caliente

que beber.

─ ¿Soli trabajaba contigo verdad?─ rompí el hielo con una pregunta más que obvia.

─ Sí. Durante tres años compartimos turno, ella estaba en el Voulez Vous antes de mi
llegada.

─ ¿Era camarera? ─ con prisa, quise satisfacer mi duda más crucial.

─ Sí, aunque Donatello solía insistirle para que baile a cambio de una importantísima
suma de dinero, incluso superior a la que le daría a cualquiera de nosotras por el mismo

trabajo ─ mordiendo su labio, hablaba con cierto celo ─. Con Soli todos se comportaban
distintos; ella poseía un magnetismo particular. Sin embargo, nunca aceptaría la propuesta

porque no deseaba exhibirse, ll menos no de esa forma ─ dio un soplido con la nariz, sin
mirarme─. Debo reconocer que en principio, sentí algo de envidia porque ella era muy

bonita y todos los hombres querían llamar su atención, hasta que finalmente comprendí
que su sensualidad era algo innato, no forzado. Nadie podría resistirse─ frunció la boca.

─ Tal como lo hizo con Adrian…─ murmuré en voz baja mirando el menú.

─¿Adrian? ─Katherine hizo una mueca de sorpresa ─.¿Sabes de quién te hablo?


Impávido, evidentemente ella también lo conocía. Afirmó con su cabeza.

─ Pues…pues él era mi hermano─ aclaré, vacilante, cuidando mis palabras, deseando

que no sospechase mis verdaderas intenciones─. Él murió tres días atrás y he realizado
este viaje para conocer exclusivamente a Soli. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

Katherine enmudeció al escuchar las noticias sobre Adrian, llevando sus manos a su

boca, visiblemente consternada.

─ Ajax, mi más sentido pésame ─puso su mano sobre la mía; incómodo la deslicé para

quitarla de su contacto. Ella reconoció el medido rechazo─. Debo decirte a pesar de haber
sido su compañera de trabajo durante mucho tiempo, no hablaba mucho de sí misma o de

su familia. A Adrian lo hemos conocido en el bar, y digamos que ambos se atrajeron de

inmediato, para terminar siendo algo más que cliente y camarera─ agregó sarcásticamente.

Efectivamente, sus suposiciones con respecto a un vínculo amoroso entre la bella pero
peligrosa chica de la fotografía su hermano menor, cobraba fuerza. Sin embargo, ¿era

razonable fiarse de una muchacha de un club nocturno a quien había conocido menos de
24 horas atrás?

─ Necesito verla…urgentemente ─ insistí.

─ Ajax, lo único que me consta es que su familia posee una tienda de libros en Pender
St., es muy conocida en la zona, pero me es imposible asegurarte en un ciento por ciento,
dónde se encuentra ella. Han pasado alrededor de cuatro meses de su último día en el

Voulez Vous ─ revolvió su café con lentitud.

Sin tener demasiada información, observé su seguridad al hablar; no mentía. Algo

nervioso quité desde dentro de mi pesado abrigo un pequeño diario de viaje y un

bolígrafo. Pasando las hojas con dibujos, frases sin sentido y números telefónicos de poca
importancia, entregué a la chica:

─ Por favor, escribe el nombre del lugar, la calle…todo aquello que sepas, todo lo que
recuerdes sobre ella ─ me vi desesperado.

─ No recuerdo mucho, bonito ─ se sinceró Katherine con voz aterciopelada mientras

meneaba su figura en la silla, disponiéndose a escribir mientras hablaba en voz alta─. La

tienda se llamaba Lucky Library o algo así, si buscas en internet, quizás obtengas algo más

de detalle. Una vez mencionó que estaba próxima a varios institutos de educación

secundaria, tal vez eso sea de tu ayuda ─ cerrando mi pequeño diario, me lo entregó─.
Ahora, si me disculpas, debo irme. Esta noche trabajo donde tú sabes ─ quitando su sacón

de lana y piel del respaldo de la silla, afirmó con un pestañeo seductor y liberado. Pero
lejos de sentirme atraído e incluso, dispuesto a continuar este coqueteo por fuera de este

sitio y Voulez Vous, me sentía ansioso e inquieto en mi búsqueda.

─ Aguarda, debo hacerte tan sólo una pregunta más─ mi pedido fue a corazón abierto.

Sujeté las manos de la muchacha.

─ ¿Sí? ─ sus ojos se llenaron de ilusión. Pero debía romperla: yo estaba aquí con un
solo objetivo y su pseudónimo era “Soli”.
─ ¿Cuál es su verdadero nombre? No creo que conserve su nombre original porque de
hecho, tú lo has cambiado.

La muchacha ladeó su cabeza y sonrió amablemente.

─ Solange. Su nombre es Solange Rutherford, pero es Soli para todos, incluso su padre

solía llamarla así… ¿irónico no? Él habría escogido ese sobrenombre para su pequeña hija

y ella lo utilizaría ni más ni menos que en un Club Nocturno de poca monta ─ enarcó una

ceja─. De seguro su padre estará revolcándose en su tumba─ finalizó con ironía.

─ Katherine, déjame agradecerte la confianza que has tenido en mí, soy un completo

desconocido y sin embargo me has ayudado sin ningún reparo. Has sido magnífica.

─ De nada lindo, tantos años trabajando en un sitio como el Voulez Vous te permite

conocer a la gente más de lo que tú crees, y me has parecido un hombre de bien, que

necesitaba algo de colaboración ─ otro beso inesperado y cercano me tomó de imprevisto


─. Gracias por el café, ojalá regreses pronto al Voulez Vous. Y si sabes algo de Soli o la

vuelves a ver, por favor, dile que llame. Todas la extrañamos mucho.

Solange sonaba muy bonito, tal como lo era su rostro.

Caminé por Comox St. hasta llegar al apartamento rentado, el cual, por fortuna, se

emplazaba a poco de una plaza por la que podía salir a correr por espacio de 45 minutos y
tomar un tiempo para disfrutar de la calma.

Eran las 7 de la tarde y me sentía agotado, no sólo por el exceso de alcohol (y del malo)

sino además, por las altas horas hasta las que había permanecido en aquel lugar. Sin dudas,
mi cuerpo me reprochaba por mi falta de juventud.

Cené algo liviano, miré algo de televisión y rápidamente concilié el sueño. Al día

siguiente, la gran luz ambiente me recordó que estaba en el sofá, acurrucado, pero

curiosamente bien descansado.

Desperezándome groseramente, consulté la hora.

“¡Rayos!”. Eran pasadas las 10 de la mañana.

Maldiciendo, fui rumbo al cuarto de baño dispuesto a seguir adelante con mi recorrido.

Armándome de un improvisado plan de abordaje, dediqué lo que restaba de la mañana

a conseguir información acerca de la librería que Katherine mencionaría el día anterior: el

negocio familiar de los Rutherford.

Famélico, salí a desayunar porque mi estómago rugía. Fascinado por transitar


plácidamente por las calles linderas, disfruté de la salida matutina prestando real atención

a las bellas residencias vecinas, elegantes, con una impronta que combinaba lo moderno

con lo clásico.

Prosiguiendo con mi marcha, arribé al Starbucks más cercano, formulé mi pedido, lo


esperé y en seguida, tomé asiento en la barra de madera que daba a un gran ventanal por el

cual podría apreciar el movimiento callejero.

A gusto por despojarme de mi perfecto traje y camisa almidonada, disfruté vestirme


con unos cómodos jeans y un polo negro gracias al leve ascenso de temperatura.

Sintiéndome joven nuevamente, a pocos metros de la cafetería, me enredé visualmente


entre los jóvenes skaters que imitaban piruetas indescifrables, con piercings por el rostro y

tatuajes en todo el cuerpo.

Numerosos matrimonios paseando a sus niños de la mano, señoras mayores con sus
perros en brazos….todo me resultaba tan extrañamente reconfortante que por un instante
me ilusioné con la posibilidad de ser uno más de ellos: una persona común, con una

familia y con niños inquietos que jalaran de mis pantalones en busca de dulces, tal como
deseaba Adrian para sí mismo. Cruelmente el destino (y él mismo) no lo harían posible.

Con la mirada vaga y meditabunda, sorbí el último trago de vainilla latte (con extra
crema) y me enfrenté al mundo exterior.

Crucé al otro lado de la calle Davies, observé una tienda de ropa, seguí mi marcha y

magnetizado por la playa fui en dirección hacia ella, donde la arena se mezcló con mis

ropas, el viento ensordecía mis oídos y el agua, aquietaba mis temores.

Vancouver era un lugar maravilloso.

Aquella mujer mostraba tener agallas.

La luz tenue que entraba por los cristales de la oficina, hacían brillar su cabello y sus

ojos de una manera celestial. Lucía unos vaqueros perfectamente almidonados, de raya
media impecable y una blusa de seda color violeta pálido de mangas holgadas, pero de

torso ajustado, ciñéndose a sus curvas peligrosa y provocativamente.

Cubierta hasta el cuello, una hilera de pequeños botones de perlas se unía en su espalda
cerrando la prenda. La muchacha sugería más de lo que exhibía, algo que sin dudas me
estaba volviendo loco.

Inmediatamente, lo dicho por Katherine aquella tarde en el parque, en Vancouver, surcó

mi cabeza: todos los hombres del bar deseaban a Soli.

Ahora comprendía el por qué.


En su persona, se escondían dos polos opuestos: al verla por primera vez como una
típica empleada de tienda, con ropa amplia y aburrida, algo desalineada, me había

resultado una joven bonita que no explotaba sus encantos muy lejos de una femme fatal,
sin embargo ahora estaba allí, vestida elegante y sugerente, con un brillo distinto en su

mirada y desafiándome después de haberle dicho asesina en su propia cara.

Centrándome obsesivamente en el color de sus ojos, que no eran celestes, sino un verde
muy claro con destellos grises, perdí contacto con mi entorno, pensando en el modo en

que se verían sus negras pupilas al dilatarse por el deseo durante una noche de pasión.

La recorrería con la vista de arriba hacia abajo, estudiándola, diciéndome que

oficialmente se daba por iniciado el primer round entre mi cerebro y mi entrepierna.

─ Le he dicho lo que es. Una asesina

─ ¿Qué? ─ Robert estaba furioso; aun no sabía exactamente el por qué de tanto enojo
─. ¡Eres un gran idiota, un minuto que te dejo solo y lo arruinas todo!

─ Perdona amigo, pero sigo sin entender cuál es el verdadero problema en haberle

advertido lo que estaba por pasar. Quise ser gentil.

─ ¡Cierra tu maldita boca antes que continúes diciendo estupideces! Quédate allí, estoy
a 5 minutos y no acuses más a esa muchacha, por Dios; si tenemos suerte, podremos
persuadirla de no presentar cargos contra tí… aunque te lo tendrías merecido por imbécil.

Pocas veces en nuestros más de 15 años de amistad había escuchado a Robert tan fuera

de sí y con semejantes ganas de matarme. Parecía estar metido en algo complicado.

13
─ ¡Déjame entrar Claire, antes que lo muela a golpes! ─ Robbie ingresaba arrollando

todo a su paso sin percatarse de mi presencia.

─ Robert, no seas maleducado ─ resultaba graciosa la forma en que esa mujer regañaba
al abogado como si fuese su madre, al igual que lo hacía con Ajax ─. La señorita

Rutherford está aquí. No brindes espectáculos desagradables.

Robert se recompuso, acomodando su corbata nerviosamente. Era bien parecido, de


cabello oscuro, ondulado y con una incipiente calvicie, de contextura más bien pequeña,

con anteojos a lo John Lennon; parecía expresivo y muy locuaz.

─ Mucho gusto, discúlpeme señorita, y sepa disculpar a mi amigo…perdón─


carraspeó─ , al Arquitecto St. Thomas por todos sus improperios─ extendió su mano con

calidez. Le respondí del mismo modo.

─El gusto es mío Doctor. Smithson.

─ Dígame Robert por favor─ indicaría haciéndose el galán de telenovela.

─ El gusto es mío, Robert ─ sonreí.


─ Ahora, si ambas damas me disculpan, debo entrar a esa oficina antes que encuentre a
mi amigo caminando por los techos.

Ajax se había mantenido dentro de su despacho durante esos 10 extensos minutos de

charla telefónica. Sería tiempo suficiente para confraternizar con Claire. Evidentemente no

mucha gente iba con ánimo de hablar como lo estaba yo, porque la mujer resumiría su

vida en escasos segundos.

Supe a partir de nuestro intercambio, que era viuda hacia más de 15 años, no tenía hijos

y adoraba a Ajax y Adrian como si lo fueran. Comentaría además que era muy amiga de la

madre de sus muchachos, Theresa y que ambas habían logrado ingresar en la Universidad

de Yale, pero que lamentablemente, ninguna conseguiría titularse.

─Yo me he graduado hace un par de años en la Universidad de British Columbia. Soy

Licenciada en Literatura inglesa y profesora de Letras─ me encontré diciendo a la

sexagenaria mujer, ignorando lo que estaría pasando en el despacho del señor de piedra.

Y fue para entonces cuando apareció Robert enfundado en su traje de Robin, dispuesto
a ayudar a Batman.

─ Claire─ la voz gruesa y de ultratumba de Ajax interrumpió nuestra conversación, que

de a poco iba haciéndose más y más interesante ─: dile a la señorita Rutherford que pase.

Me incorporé tras escuchar mi nombre, estiré mis vaqueros con las manos y comprobé

que mi blusa estuviese bien, que por suerte era de seda y no se arrugaba. Inspiré profundo
cuando Claire elevó su pulgar deseándome suerte; ya que acababa de entrar a la jaula de
los leones…

El rey de la selva caminaba nerviosamente de una punta a la otra, rascándose la nuca.

─ Siéntese otra vez y disculpe que haya tenido que esperarme fuera. Pero sabrá
comprender que necesitaba llamar a mi abogado antes de seguir hablando con usted.

─Si mal no recuerdo, él lo llamo a usted. Pero para el caso es lo mismo─ corregí y

tomé asiento, dejando esta vez mi maletín sobre mi regazo.

Ajax presionaba su mandíbula muy fuerte, tanto que pensé que se quebraría los

molares. Un dejo de indignación le transfiguraba el rostro.

─Robert, por favor. Explica qué tienes para decirme.

─¿Estás seguro? ─Robbie lo miró fijo, suponiendo que su amigo preferiría estar a solas

con él.

─¿Por qué no tendría que estarlo? ─ contestó con una gélida mirada.

Smithson colocó unos papeles sobre el escritorio. Se sentó a mi lado, cruzó sus piernas,

desabotonó su saco color caqui y comenzó a monologar. O al menos, eso fue lo que
pretendió.

─Ajax, en primer lugar déjame recordarte que te he advertido que no te metieras en


problemas, pero poco te ha importado evidentemente…
─ ¡Deja el regaño de lado que no soy Laura! ─Ajax golpeó con fuerza el vidrio del
escritorio, lo suficiente como para sobresaltarme ─. Perdón. No he querido asustarla─ sus

ojos tormentosos me miraron para luego hacer lo propio con Robert ─. ¡Habla de una
jodida vez!

Robbie inspiró profundo. Y exhaló otro tanto.

─¡Ella no es Solange, idiota! Es su hermana melliza Sophie.

Ajax quedó petrificado. Yo acababa de confirmar mi presentimiento: él ignoraba la

existencia de Solange…o la mía. O la de ambas.

─¿Acaso es una broma de mal gusto? ─ Ajax se dirigió a mí pero preguntando a su

amigo ─. ¿Estás seguro?

─ ¡Por supuesto que se quién soy, St. Thomas!─ intervine levantando mi mano con
rudeza, impidiendo que sea Robert quien lo pusiese en su sitio─. Admito que mi error tal

vez residió en no aclarar que mi nombre era Sophie, por lo que creo pertinente hacerlo
ahora─ extendí la mano con una sonrisa de oreja a oreja, ese hombre se ponía color fresa

del enojo y la vergüenza─: Licenciada Sophie Rutherford, a sus órdenes arquitecto─


estaba tan absorto asimilando las cosas que no articuló palabra y tardaría en asimilar mi

presentación.

Ya de pie, expectante, quedé observando la escena tragicómica que estos dos

impresentables me acababan de brindar: Ajax demostraba ser un millonario arrogante y


soberbio incapaz de escuchar y creyéndose parte del FBI, y su abogado, un Robín sin
Batman, que no había podido anticipar la errónea jugada de su querido amigo.

O había poca comunicación entre ellos, o realmente, como decía Robert, Ajax la había

cagado muy bien empezando este asunto sin decirle nada.

Opté por creer en ambas cosas.

─ Gracias Robert por ahorrarme el trabajo de explicarle quién soy. Para la próxima

oportunidad sugiérale a su cliente, que con el costo del pasaje a Vancouver y su estadía

allí, hubiera pagado a un muy buen detective, que de seguro, hubiera hecho un efectivo y

más rápido trabajo que él. Ahora, lo siento, pero tengo un compromiso, he oído demasiado
por hoy─ alejándome del escritorio, cogí mi abrigo y con un ligero movimiento de cabeza,

me despedí ─: Doctor Smithson, Arquitecto St. Thomas, de seguro en breve nos veremos

ante la justicia.

“Bien hecho Sophie.”

Salí airosa, ancha. Le había hecho pasar el ridículo frente de su propio abogado.

Con una sonrisa gigante, fuera de la oficina, me despedí de Claire con un beso en la

mejilla y me dirigí hacia el ascensor; eran alrededor de las dos de la tarde y tenía un
apetito voraz.

Debía festejar mi victoria, la que había obtenido en muy buena ley.

Al llegar a la planta de acceso, dejando atrás los 27 pisos restantes, dejé mi tarjeta de
visitante a la muchacha de cabello caoba en la recepción del edificio, y a metros de

atravesar la puerta giratoria en busca de mis lauros tan merecidos, la voz de Ajax
aclamaba por mí.

─ ¡Sophie!

Volteé ante el exagerado grito para observar el modo en que Ajax corrió hacia mí.

Como una estaca quedó inmóvil. Luego, tras un debate de miradas me tomó por los codos

atrayéndome hacia él, provocándome una quemazón interior próxima al incendio.

─Yo…no….─ tartamudeó. Dudé si realmente era yo quien le provocaba eso, o era

producto de la corrida de 100 metros llanos que acababa de hacer en el hall del SkyTower.

Aunque a juzgar por si condición física, eso equivaldría a una mínima entrada en calor─ .

Debes disculparme. Te lo suplico.

─St. Thomas…─ degusté su apellido.

─ Ajax ─ me cortó en seco─, dime Ajax…no soy mucho más mayor que tú─ sonrió,
elevando mi temperatura a pesar de la refrigeración del edificio.

─Bueno, Ajax… ─ me era imposible mantenerle la mirada─ pues te he dado la chance

de que esto no pase a mayores. Me has denigrado y no conforme con haber venido a mi
tienda lo hiciste frente a tu abogado y amigo también. Ni siquiera me has dado lugar a

defensa ─ mi buen semblante se derrumbó, mi alegría se esfumó para dejarle lugar al


dolor por reconocer cómo me había tratado en aquel entonces.

─Lo sé…por eso es que no puedo dejar de repetirme lo estúpido que he sido.

─Robert te lo ha dicho cien veces en diez minutos…

─Y yo me lo diré mil en un minuto si no logro que me disculpes─ sus ojos eran muy
azules, sin una pizca de otro color. Esta vez, tenían un brillo especial.

Inspiré profundo. No sabía si apelaba a su sinceridad o era una treta para que no lo
demande y le sacase un puñado de dólares, que poco me interesaban.

En un contacto íntimo que me cogió desprevenida tomó la mano en la que sostenía mi


maletín y besó mis nudillos suavemente, llevándome a un lugar cercano del infarto al

sentir sus labios chocando en mi piel.

─Déjame al menos intentar resarcirme, acepta mi invitación a cenar conmigo esta

noche, así podré demostrarte que no soy un cavernícola impulsivo y soberbio.

Levanté mi ceja.

─Bueno, a mi entender lo de cavernícola no es tan así ─ eché la cabeza hacia atrás

lanzando una carcajada. No pude contener mi broma, la cual salió disparada de mi boca.

─Eres cruel, mujer ─ él, sin embargo, contendría sus ganas de reír, después de todo era
una persona importante en el SkyTower y las exhibiciones de su parte, no correspondían.

─Disculpa, pero me la has dejado en bandeja de plata. No me culpes a mí ─ llevé mi


mano libre al pecho.

Ajax sonrió por cuarta vez. Era todo un logro.

─Dime dónde te hospedas y pasaré por tú a las 7. Si te parece bien, por supuesto.

─ Aun no he dicho que sí.


─ ¿Por qué sigues siendo tan cruel?

¿Acaso eso era un flirteo?

─ Está bien, acepto. Pero conste que es sólo porque no me gusta golpear a mi rival
cuando está tendido en el suelo.

─Ufff, licenciada, usted sí que es rencorosa.

─St.Thomas, por favor, déjame ir a almorzar, ya tendremos tiempo de hablar por la

noche.

─No me has dado una respuesta aún ─ insistió divertido.

─En el Mediterranean Inn. ¡Y basta ya de preguntas!

Liberé mi mano suavemente, cautiva entre las suyas para irme de allí dedicándole la

más amplia de mis sonrisas. Traspasé la puerta y crucé la calle.

¿Por qué me estaba sonriendo como una bobalicona cuando ese sujeto me había tratado

como una criminal hacía no menos de una hora atrás? Un escalofrío recorrió mi espalda.

Ese hombre me gustaba y mucho. Pero no iba con mi modo de ser: era inestable y

arrogante sin mencionar la fama de mujeriego empedernido que se había hecho desde
joven. Google daba cuenta de ello.

Aún admitiendo que me resultaba atractivo e interesante, debía ser realista y asumir que
yo no era de su tipo.

“Basta, Sophie, come algo y verás que ya no te importará lo que piense St. Thomas de
ti.”

14
Tras un día de paseo y organizar mis ideas, desayuné en Black Rook, una pequeña

cafetería situada a pocos metros de Lucky Library, mi destino final.

Pedí su tradicional café con crema más unas galletas de avena y me dispuse a leer el

periódico para matar el tiempo. El día anterior había pasado distraídamente por la puerta,

para ver el movimiento de la tienda: había identificado que abría a las 10hs, cerraba a las

13hs (en la hora del almuerzo) y 14:30hs reabrían sus puertas para dar clases de idiomas, o

asignaturas de escuela primaria. Todas esas actividades, estaban escritas en una gran

pizarra exterior con una prolija letra de maestra de primer grado.

El lugar no llamaba demasiado la atención, pero todas las personas a las que había

abordado en plan de espionaje, coincidían en que era un lugar muy bien atendido por su
dueña y que en algún momento habían requerido de sus servicios como docente.

Las 9:45hs llegaron de prisa.

Si caminaba lento llegaría segundos antes de la apertura. Impaciente, me puse de pie

para aguardar un poco más para no quedar en evidencia tan prontamente. Fue para
entonces cuando releí los titulares de los matutinos, sin brindarles demasiada atención ya
que en gran parte, comentaban noticias locales de poca importancia personal.

Recalé, sin mayor alternativa, en el horóscopo. Leyendo en voz baja, tuve tiempo de

reírme un poco.


─ Géminis: SALUD: deberá cuidar su estómago─ ¡patrañas! ─. DINERO: cuide sus
finanzas. Puede verse en problemas si no es prudente─ ¡Más patrañas! ─. AMOR:

jornada de grandes emociones. Vívala intensamente─¡Patrañas por mil! ¡Por Dios,


cuántas estupideces!”

Curiosamente contento por reconocer mi signo zodiacal, recodé a una de mis

conquistas, la cual realizaba cartas astrales, estudiaba reiki, y algo relacionado a la


decoración siguiendo los lineamientos del feng shui. La conocería en una exposición que

St. Thomas&Partners había patrocinado.

Algo más de 30 minutos de artes de seducción me alcanzarían para tenerla a mi

disposición, entre mi habitación, por el lapso de un fin de semana, en un hotel de Carolina

del Norte.

Sinceramente sus dotes como astróloga poco importaban en ese momento; su voz era

demasiado aguda, aunque sus gemidos eran estimulantes. Sin embargo, como solía pasar

todos los lunes desde mis debutantes 15 años, la rutina se adhería a mis huesos y ese
romance, pasaba directamente a ocupar una serie de renglones.

Julianne “exposición”…era el nombre y su característica. Rápido y fácil, tanto, que

Claire ya criticaba el poco esmero en colocarle apodos bonitos a mis “Fridays‘s girls”.

Doblé el periódico en dos partes, lo coloqué en la alta encimera de pedidos tal como lo
había encontrado, saludé gentilmente al camarero y me fui rumbo a la aventura.

“Pobre Claire, nunca aprenderá que el compromiso me odia a mí y yo a él “ admití


con una tenue sonrisa mientras caminaba por Lakewood hasta Pender St, donde debía

doblar a la izquierda sin cruzar la calle.


Pender St. era una bella avenida, con un boulevard central y bastante tráfico ya que se
ubicaba próxima a varias escuelas y parques. Una zona residencial bastante costosa, a

juzgar por las viviendas construidas en esa manzana.

Fiel a mi extrema puntualidad, miré mi reloj platino; sus agujas marcaban las 9:57 am.

Ni aunque quisiese llegar tarde hubiera podido pero al ver que el letrero de “abierto”
estaba puesto, entré con el corazón bombeando más de la cuenta. Casi tanto como cuando

había “tomado prestada” la cartera de Adrian de la escena del crimen.

La puerta era de madera lustrada, evidenciando sus antiguos orígenes mientras que una

campanilla chillona que funcionaba con un sensor que no supe localizar, anunció mi

ingreso.

Los pisos de roble estaban perfectamente lustrados y todo olía a cerezas. Demasiado

dulce para mi estilo, pero tenía su encanto. Un amplio mostrador, algo alto casi de metro

veinte, indicaba el lugar de la caja para abonar en tanto que sobre la izquierda, dos
hermosos sillones antiguos de reciente tapicería, se mostraban orgullosamente.

El lugar era acogedor, un tanto angosto y abarrotado de mercadería, pero allí había
esmero y dedicación. Unas largas estanterías (algo curvadas por el sobrepeso) se extendían

sobre las paredes laterales, simulando terminar más allá del infinito. La luz natural era
algo escasa, pero con una enorme y estrecha ventana de vidrio que recorriese lo largo del

techo, sería suficiente para añadir un toque de modernidad, estilo y por supuesto,
iluminación.

Para mi sorpresa, unas mesas de escasa altura (que casi atropello) pintadas de colores
estridentes y con formas infantiles, se situaban próximas a muchas de aquellas repisas.

“Sector de niños” velaba un cartel que colgaba del techo. Ya no había un solado de

madera, sino una alfombra de goma plástica, con letras y números encastrables, el cual se
extendía a lo largo y ancho de esa lúdica área. Numerosos ejemplares de cuentos para
niños, revistas, juguetes por doquier, animaban ese sitio.

Lucky Library era, sin dudas, un lugar muy ecléctico.

Habiendo querido hurguetear un poco más, una de las empleadas me sacó del análisis

arquitectónico.

─ Buenos días… ¿en qué puedo ayudarlo? ─una joven mujer de menos de 30 años

elevó la voz por sobre mis pensamientos.

─ Buenos días ─ respondí amablemente─¸busco a la señorita Rutherford.

─¿Por qué asunto es?

─Es algo meramente personal. Y urgente.

La muchacha dudó al haberle dicho la palabra “urgente”.

─ Si no logra ponerse de mejor humor con este ejemplar de hombre, la internaré por

insana ─ dándose la vuelta, murmuró la joven blonda.

Abrí las aletas de mi nariz, con el ego por el techo.

Un peso enorme dejaba de presionarme las costillas. Largué el aire, no sin antes mirarle

al trasero a esa mujer que acababa de colocar un letrero de “idiota” en mitad de mi frente.

Bajo esa gruesa y áspera tela de jean, se vislumbraban unos glúteos redondeados y bien
formados. Caminaba alegremente, el viento soplaba su cabello el cual flotaba libre y

rozaba su rostro tan bello como las olas del mar…


Los pechos le subían y bajaban al compás de sus pasos, desarmando por completo la
rigidez de mis músculos faciales. Esa pequeña mujer me acababa de hacer flaquear,

poniéndome en tonto, desafiándome con agudas respuestas. Características que me


agradaban, y demasiado. Tal vez más de lo que quería aceptar.

Meneando la cabeza, regresé a su oficina en la cual me esperaba Robbie, dispuesto a


una larga y poco amena conversación.

─Esa muchacha es un sol, cariño─ afirmó Claire apenas vio que pisé el último piso de

la torre.

─¿Perdón? ─ intenté disuadir el tema.

─¡Vamos, no te hagas el tonto! Nunca te había visto salir corriendo con tanta velocidad.

─Era eso una demanda mi querida Claire─ minimicé mi accionar tomando asiento

frente a mi secretaria.

─ Yo más bien diría que era eso o una bofetada, bien puesta por cierto─ sonrió la

mujer─. Por cierto, es la única persona que conozco además de tí que adora el café con

crema. ¡Eso sin dudas debe ser una señal!

─Yo no creo en señales, Claire. Deberías saberlo….─ su última frase me cogió

desprevenido e incómodo. Di un respingo y fui rumbo a mi despacho, no podía continuar


esquivando a mi amigo.

─ Encarga la comida para mí y para Robbie, por favor ─antes de cerrar la puerta elevé

el dedo, agregando ─. Haz la reserva de una mesa para dos en Petit Toulouse a las 8pm.

Claire miró asombrada.


─Mmm que extraño… no tienes a nadie en tu agenda para hoy…─ irónicamente,

Claire revisó sus anotaciones pasando hoja por hoja de manera grosera.

─Es que no la tengo. ¿Vale? Fin de la conversación.

Una vez en mi despacho, me deshice de la corbata arrojándola violentamente sobre el

sillón de cuero, modelo Le Corbusier, a juego con las sillas de recepción.

─ Pensé que me convertiría en árbol aquí dentro, amigo. ¿Has podido detenerla? ¿Le

has dado un cheque al menos? ─ me molesté frunciendo la boca.

─Ella no es de las que pide dinero por su silencio─ fui rudo en el tono.

─ Ajax, todo tenemos un precio. Tú deberías saberlo a estas alturas, pero no soy nadie

para juzgar la moral de esta joven─Robbie se balanceó sobre la silla, cruzándose de

brazos.

─ Ahora que estamos solos ─ tomé un sorbo de agua y maldije entre dientes porque no
estaba fría─: cuéntame qué has averiguado; ¿o tendré que contratar a un detective tal

como lo ha sugerido Sophie?

─ ¿Así que ahora la llamas Sophie? Veo que han avanzado mucho allí abajo.

─¿Es su nombre, verdad? No hago más que llamarla como lo deben hacer todos los que

la conocen.

─Si, en efecto, pero creo recordar que minutos atrás, era una asesina serial para tí.

─ Lo que ha sucedido sólo la exime a ella de culpa, pero no así a su hermana; para mí

el caso no está cerrado. Sólo pienso que se ha bifurcado el camino y tendré que investigar
un poco más.

─¿Tú crees que esta muchacha, Sophie, aguardará por una disculpa sin pedir nada a

cambio? ¡ Por favor, no seas tan inocente! Puede que sea un lobo con piel de cordero.

Sacando de contexto esa frase, la piel se me erizó de solo pensar en que tal vez no me
incomodaría verla jugando a ser una loba, pero en privado.

─¡Hey, amigo! ─Robbie chasqueó sus dedos sacándome de mis fantasías sexuales─.

Debemos estar preparados por cualquier eventualidad, ella tiene todas las de ganar. Así

que o buscamos alguna mancha en su pasado que la perturbe como para tener un arma de

contraataque, o la congracias con dinero de sobra para cierre su boca.

─Por ahora solo iré a cenar con ella esta noche y le ofreceré mis disculpas. De hecho

antes de que tú vinieses ella sólo quiso que me disculpase sinceramente, afirmando que

eso sería suficiente para no llevar adelante la demanda.

─¿Estás hablando en serio? ─Robbie salió de su confortable postura para mirarme con

cierto descreimiento.

─Es más noble de lo que pienso…─ algo en mi interior confiaba en que ella no era

como la mayoría de la gente que me rodeaba, corrupta y sin principios.

─O es mucho mejor estratega que tú ─ dijo Robbie mirando sus uñas.

─Deja de intrigas Robbie, larga lo que sabes, en breve vendrá el almuerzo y después

deseo regresar a casa.

─¿A ponerte bonito? ─suavizó su voz, bromeando con su tono.

─¡Robbie! ─ yo estaba al borde perder la paciencia.


El abogado procedería entonces, a sacar unas cuantas hojas con escritos de su

portafolio, algo desprolijo para mi gusto; pacientemente, se colocó sus gafas

disponiéndose a leer:

─Lo que pude averiguar es que “tu” ─enfatizó el pronombre pasando su mirada por

sobre las gafas en mi dirección ─ Sophie se ha graduado con muy buenas calificaciones en

la Universidad de British Columbia 4 años atrás, como Licenciada en Literatura Inglesa.

Además, ha cursado el profesorado en Letras mientras se especializaba en la enseñanza

para chicos con capacidades diferentes; habla idioma de sordomudos, posee una tienda en

Pender St, situada en Vancouver en la que da clases de apoyo escolar y vende libros, cosa

que sabrás, lógicamente, ─ me observó por sobre sus lentes, con ironía ─, pero la frutilla

del postre es que tiene una melliza llamada Solange, quien desapareció de la faz de la
tierra.

─…hace más de 4 meses…─ murmuré mientras deambulaba por la sala escuchando las
palabras de Robert.

─¿Y tú como lo sabes? No creo que su melliza fantástica te lo hubiera dicho… ¡Ah, no,

cierto! ─agregó con sarcasmo ─: tú no sabías que tenía una versión idéntica de sí
misma…

Cerré los ojos, tolerando contra mi voluntad las bromas de mi amigo simplemente,
porque me lo tenía merecido por apresurado e impulsivo.

─ 29 años, cumple años el próximo noviembre, tiene un hermano mayor llamado Tyler
viviendo en Ohio; familia oriunda de Ottawa, padre fallecido, madre casada en segundas
nupcias con un empleado bancario…no puedo decirte mucho más, amigo.

─Está bien Robbie, con lo que me has dicho es suficiente, temo que me he equivocado

y mucho…

─Si, bastante. Pero si estás tan creído que esta chica es la reencarnación de Gandhi,

pues inténtalo, averigua por tí mismo qué es lo que pensaba pedirte en caso de que tú la

demandases. Eso y otras cositas más que tal vez te interesen…─ deslizó guiñando su ojo.

Sonreí a desgano. Era un maldito hijo de perra que me conocía como nadie.

Conduje mi coche hasta el Mediterranean Inn. Los rayos de sol estaban ocultándose,

para dejar su paso a la noche cálida de Seattle. Con el corazón dándome vueltas como el
de un adolescente una tonta sonrisa no dejaba de dibujárseme en el rostro.

Ese viaje a Vancouver había cambiado mi vida por completo, de hecho desde la muerte

de Adrian no dejaban de sucederme cosas impensadas.

El vuelo había sido una total muestra de inmadurez e impulsividad que distaba de mi

personalidad; no obstante, y a pesar de haberme comportado como un patán frente a


Sophie, ella sólo me exigía perdón a cambio de nada.

“¿Tanto valen unas disculpas?” “¿Tan pura y noble es?” pensé, incrédulo.

Aparqué en la puerta del Hotel en el cual se hospedaba. Deseaba verla, tenerla cerca
otra vez. Abrí la puerta de doble hoja para ingresar, cerré con los botones mi impecable

chaqueta azul oscura y fui directo a la recepción.


─ Buenas noches ─ saludé caballerosamente al empleado que estaba detrás del
mostrador de ingreso─, busco a la señorita Sophie Rutherford.

Sin mediar palabras, el joven indicaría con su bolígrafo que me voltease hacia atrás.

Obedecí y quedé plácidamente desconcertado: esa mujer libraba su propia batalla entre

femme fatal y niña dulce y recatada.

Ambas personalidades me sembraban una curiosidad indescriptible, generando dentro

de mí toda clase de sentimientos. Sentada en un angosto sofá en el lobby del hotel, mis

piernas se habían paralizado y las venas hinchado, a punto de explotar.

Era una bomba de tiempo. Su metro cincuenta y dos desplegaba una sensualidad

indómita; ese vestido holgado en las partes donde debía serlo, y ceñido en sus curvas más

peligrosas conjuntamente a sus ojos color de mar enmarcados en oscuro maquillaje, hacían

de Sophie una gata salvaje. El cabello le caía en una trenza imperfecta de lado, terminando

por debajo de su busto.

Pocas veces me había sentido en desventaja con una mujer, pero ella tenía el don de

preguntar cosas incómodas, de no intimidarse y responder cada uno de mis embates


logrando salir de todos airosamente, esquivando las balas.

Así parecía ser: una mujer simple, bromista, con una vida tranquila y un futuro incierto,
pero que no se quejaba de las cosas que le faltaban si no que, por el contrario, agradecía lo

poco que tenía y luchaba por lo que creía justo.

“Sophie era especial”.

Inmerso en mis apresurados pensamientos, culminé la recorrida con mis ojos y me

perdí en los suyos.


“Algún día navegaré en ellos”…aunque ello me costase el naufragio.

15
Vagamos por el frío sin saber qué hacer. Teníamos apenas 16 años y nuestra madre no

nos quería con ella. Cada una había cogido un bolso con pertenencias primordiales: ropa

interior, camisetas, pantalones, algo de abrigo y unas deportivas lo suficientemente

cómodas como para caminar un largo rato. Nos esperaba una larga noche.

Destruidas por el dolor, pero más por la impotencia, nos tomamos de las manos y
fuimos rumbo a la Iglesia de San Juan Evangelista, que distaba unas 20 cuadras de nuestra

casa.

Al menos allí podríamos pasar la noche, si nos lo permitían y a la mañana siguiente,


con algo de dinero que teníamos ahorrado, sacaríamos dos boletos de tren hacia Toronto,

para recalar en Vancouver rumbo a lo de nuestro abuelo Scott.

Gracias a las clases de lengua y literatura que impartí en casa el año anterior había
ahorrado algo de dinero con el propósito de alistarme a la Universidad. La suma no era

significativa, pero sí lo suficiente como para escaparnos de aquel infierno.

Solange era distinta a mí: liberal, rebelde, sociable y extrovertida. Todos los chicos la

adoraban y las muchachas de su curso, la imitaban. Era su líder.


Más delgada que yo, de alimentación dudosa y aunque no me lo hubiese confesado,
fumaba a escondidas. Su ropa apestaba a nicotina, y yo lo sabía puesto que era quien

fregaba la ropa.

Los fines de semana, mamá no permitía que estemos ociosas, asignándonos a mí y a

Soli tareas hogareñas. Soli debía limpiar la cocina y el baño, yo lavar y planchar, y nuestro

hermano Tyler, juntar las hojas del parque, cortar el césped y cuidar de Tobi, nuestro perro
que ya estaba mayor y poco se movía. Desde la muerte de papá, Monique (hacía largo rato

había desistido mencionarla como mamá) había dado un giro 360º en su personalidad.

De ser una madre hacendosa y una esposa ideal, se convertiría en un monstruo.

No sólo bebía desmedidamente y ahogaba sus penas en whisky y ron, sino que había

comenzado a fumar. Se irritaba con facilidad, y solía arrojarnos objetos (el primero que

tenía a su alcance) cuando se enojaba con nosotras.

Soli se animaba a desafiarla, respondiéndole de manera grosera tal como Monique

hacía con nosotras, mientras que yo prefería callar y obedecer.

Francis había sido un gran compañero en ese entonces.

Tres meses antes de huir, en nuestro cumpleaños 16, se había declarado en el parque de
mi casa ante todos los que habían ido a visitarnos. Al principio sentí vergüenza, no me

gustaba ser el centro de atención porque para eso estaba Solange, pero él me quería mucho
y yo a él.

Nos conocíamos desde niños, hacia 11 años que jugábamos juntos, que crecíamos a la

par, día tras día y que conversábamos de nuestros planes a futuro.

Francis se había transformado en un joven apuesto, sus rasgos se habían endurecido y

tenía un porte muy varonil. Jugaba basquetbol en la preparatoria, y yo ya había


descubierto que muchas chicas de mi clase lo alentaban fervientemente, buscando que él
se fijase en ellas. Pero interiormente, al mirar mi sortija de plata labrada, símbolo de

nuestro compromiso, supe que tenía ojos solo para mí.

Él despertaba en mí un entrañable afecto, dándome la seguridad necesaria para seguir

adelante en cuanto proyecto encarase. Francis sería el encargado de persuadirme de ganar


algo de dinero dictando clases por las tardes, cuando regresaba de la escuela y así, tener un

fondo de reserva, al menos hasta que consiguiese empleo y pudiese solventar mis gastos

universitarios.

Llegamos con Solange a la Iglesia a poco de mitad de la noche. Las luces permanecían

encendidas y tocamos la puerta de entrada. Algo de gente aun estaba dando vueltas por la

calle, quienes nos miraban al pasar. Éramos muy parecidas aunque muy distintas, la

pubertad había marcado la gran diferencia, en cuerpo y temperamento.

Finalmente, para nuestra fortuna, el Padre Keith nos abrió las puertas para acogernos
esa misma noche brindándonos asilo en un pequeño cuarto el cual contaba con una sola

cama. Se disculpó por sólo disponer de ese lugar a lo que respondimos con un grato

agradecimiento.

Nos acomodamos en ese colchón como pudimos: Solange de los pies y yo del lado de
la cabeza sin dejar de aferrarnos al grueso cobertor de lana. Intentamos conciliar el sueño

haciendo nuestro mejor esfuerzo.

La mañana siguiente nos encontró levantadas a las 7 de la mañana.

Cogimos rápidamente nuestras cosas y tras desayunar un café (muy agrio por cierto)

junto a un pan untado con algo de mantequilla, nos dirigimos hacia la estación de trenes de
Ottawa para empezar con nuestro recorrido rumbo a Union Station, en Toronto. Ese viaje

duraría poco más de 4 horas. Si teníamos suerte, abordaríamos “El Canadiense” con la
mira puesta en los tres días que nos esperaban de trayecto.

Al llegar a nuestro primer destino, consulté la hora: eran más de las 12 del mediodía.

Tal vez Francis estuviera solo en su casa ya que padres, los días miércoles, trabajaban

hasta tarde en el laboratorio.

No quería alarmarlo, pero debía decirle que no me encontraría más en la que hasta

horas atrás, había sido mi casa. Debía decirle, que me había ido por culpa de la inhumana

de mi madre, y aunque me rompiera el corazón, que tampoco podríamos vernos en mucho


tiempo.

Temía decir la palabra nunca.

Dirigiéndome hacia uno de los teléfonos públicos de la estación, marqué su número. El


bullicio ahogaba el sonar de la línea. Estaba nerviosa y sólo quedaban 5 minutos para

arribar al tren. La desesperación me comprimía el pecho, porque nadie atendía.

─Vamos Sophie, debemos irnos─ Soli me jalaba del codo.

─Sólo le dejaré un recado a Francis, serán dos minutos, permíteme despedirme de él.

Soli vio mi pesar.

─Ok, pero sé breve. No podemos darnos el lujo de perder este tren.

Asentí con la cabeza mientras introducía las monedas en la ranura del artefacto.

─ Francis, hubiera preferido hablar contigo directamente, no tener que dejarte un


recado en la contestadora, pero no tengo otra alternativa. Soli y yo nos hemos ido a

Vancouver, donde vive mi abuelo Scott, el padre de Monique…─ con la voz entrecortada,
exhalé y continué─. Es una larga historia que no puedo contarte ahora…me temo que
hasta aquí hemos llegado, no volveremos a Ottawa, al menos no por un tiempo. Avísale a

Tyler, no hemos podido siquiera despedirnos de él. Espero que la vida nos vuelva a
cruzar…sé feliz. Te echaré de menos ─ al colgar, derramé una lágrima de desilusión.

─Vamos hermana, Francis te adora. Estoy segura que hará todo lo posible por
encontrarte─ apoyé mi cabeza en el hombro de Soli y caminamos rumbo al andén de la

estación.

Las dos de pie mantuvimos la mirada vagando en el horizonte esperando a que la

formación llegase. En ese momento Soli encendió un cigarro.

─ ¿Qué haces? ─en un ademán quise quitarle el cigarro, pero rápida de reflejos lo sacó

de mi vista.

─ ¡Fumar, Sophie! Ya lo sabías así que no te hagas la sorprendida─se puso de espaldas


a la dirección del viento para no apartar la llama.

Lanzó una bocanada de humo con extremo placer.

─¡Por fin puedo hacerlo sin presiones! ─ dio otra pitada y dirigió su mirada hacia mí ─.
¡Ya deja de observarme así, Madre Teresa! No pretendo que aceptes mis vicios, sólo

déjame vivirlos y punto. No soy como tú.

Así era Solange. Impertinente. Frontal. Pero era mi melliza y yo la amaba. Muchas
veces la estudiaba pretendiendo buscar una similitud fuera de nuestro aspecto físico. Y no
la encontraba. Era una versión distinta de mí. Opuesta.

Claramente estaba en lo cierto. No era como yo.

Habrían pasado más de 30 minutos de mi escape perfecto de Lake Union, donde se

encontraba el SkyTower y su dueño maravillosamente atractivo y aun así seguía agitada.

Tenía su respiración impregnada en mi piel, su tacto adherido a mis nudillos y su aroma

a café impregnado en mi nariz. La visita había arrojado un saldo positivo: se avergonzó

como de seguro nunca lo había hecho, pidió disculpas de una manera poco ortodoxa a mi

entender (pero disculpas al fin) y me habría invitado a cenar esa misma noche.

Entonces: ¿por qué seguía perturbándome?

Caminé algunas calles motivada por el espíritu lujurioso que aun se apoderaba de mí,

hasta detenerme en Domino´s pizza, dispuesta a ingerir una buena porción de harinas que

permitiese a mis neuronas recobrar un poco del sentido común perdido desde que había
conocido a ese sujeto con nombre de procedencia griega y que no hacía otra cosa más que

alterarme.

Su sola existencia se había transformado en un estorbo mental desde la semana


anterior: no me permitía hacer nada, no sin antes pensar en él.

Tomé asiento en una pequeña mesa solitaria en plena acera para no perder contacto con
la realidad (bastante ausente había estado durante las casi dos horas que permanecí en

SkyTower), y pedí la especialidad de la casa, junto a una soda.

Aguardando por mi pedido, tomé de mi bolso un par de papeles sueltos en os cuales


tomaba notas, el bolígrafo de pluma (regalo de graduación de mi abuelo Scott ) y me
dispuse a repasar las actividades que había deseado hacer en Seattle, dejando lado mi
visita al Sr. Cara de piedra…aunque tal vez era apropiado llamarlo “hombre de

concreto”. De hecho, estaría más acorde con su profesión…

Me regañé por estar pensando por milésima vez en esos ojos color tormenta y ese

rostro anguloso y repleto de misterio.

Contrariamente al comportamiento de Vancouver, él no tenía el perfil de hombre

impulsivo, si no todo lo contrario, lucía como un controlador obsesivo presente hasta en el


último detalle.

¿Cuál sería el verdadero Ajax St. Thomas?

Volviendo al papel en blanco que aguardaba por ser escrito, comencé a anotar los sitios
y eventos que deseaba presenciar a la vez que desplegaba el mapa de la ciudad. En

principio, tendría que organizarme por zonas y horarios para optimizar mi viaje. Aun tenía

un par de horas más aquí, pero no me resultarían suficientes, siendo que una noche, ya la

estaría utilizando para cenar con Ajax.

“Esta noche cenaré con el hombre más perturbadoramente sexy que he conocido en

mis casi 30 años de existencia”.

Otra vez apareció en mi mente.

“¿Podría ser que aunque estuviese hablando del presidente, él estaría allí para

torturar mis pensamientos?”

Agradecí que la joven me alcanzara la comida, y de ese modo, echar por tierra su
presencia en mi cabeza.

El Museo de Arte e Historia, estaba ubicado justo por detrás del SkyTower.

“Tal vez pudiera pedirle a Ajax una visita privada”…


“Mierda… ¡basta ya!” grité a mi cerebro con el puño cerrado contra mis sienes.
Parecía una loca en plena calle.

Recurriendo a mi sentido de la responsabilidad, inspiré profundo y delineé el listado

con una sonrisa, deseando poder realizar todas aquellas cosas que me propuse sin saber si

algún día regresaría a Seattle.

Tras degustar una riquísima comida y dejar propina, arribé al hotel, una hermosa

construcción en esquina de no más de 4 plantas de altura, que se erigía sobre la Queen Av.

Mi habitación no era una de las más costosas, sin embargo la vista del perfil urbano de

Seattle era preciosa. Los rayos de sol ingresaban por las mañanas, inundándome de

vitalidad y las montañas se vislumbraban a lo lejos.

No solo poseía un pequeño escritorio (que admito era muy útil para desplegar todo mi

arsenal de papeles) sino también una pequeña cocina, ideal para prepararme algo de comer

en caso de no tener ganas de salir.

Eran las 5 de la tarde y debía ponerme lo más bonita posible, en dos horas el príncipe

encantador vendría a recogerme para la cena.

“¡¿Dónde iríamos a cenar?!”

Me exalté un poco al no saber qué tipo de vestimenta tendría que usar, comportamiento
típico de mujeres. Asimismo, no tenía muchas opciones para escoger: carecía de tiempo

para comprarme algo nuevo (aunque la idea era tentadora mi cuenta bancaria lo sufriría el
mes siguiente) y lo más elegante que tenía en la maleta, era un vestido color azul zafiro, de

un solo hombro el cual cruzaba de lado a lado formando unos pliegues que sólo marcarían
las curvas de mi busto, en tanto que otra tira ancha de tela me cubría las piernas por

encima de las rodillas. El vestido era corto, pero sobrio, como yo. Las sandalias plateadas
de plataformas, con una fina pedrería en la tira que recorría mi empeine, iban a la

perfección.
El maquillaje (mal que me pesara debía usar algo de rímel y color) no sería recargado;
mi amiga Erin, en muchos de sus intentos por aceptar que fuese de juerga con ella, había

practicado conmigo un nuevo estilo de maquillaje de ojos. El famoso “smokey eyes”, que
nunca pensé usar. Hasta esa noche.

Antes de vestirme para asistir a la cena, tras una componedora ducha, llamé a Francis
desde el teléfono de la habitación. Hacía varios días que no hablaba con él.

─ Sophie, cariño, ¿cómo estás? ─ algún día tendré decirle que no me agradaba que me

dijese cariño… ¿pero cuándo?

─ Bien Francis, estoy en Seattle…por trabajo ─ dudé por un instante si decirle el


verdadero motivo de mi viaje, por lo que mentí a medias tintas. En definitiva, ver librerías

y recorrer museos era parte de mi estudio de mercado para mejorar mi negocio. Si quería

fuese más rentable, debía conocer a la competencia.

“Qué gran embustera que soy”.

─ Oh…─ desprendió extrañado─ , ¿y cuándo regresarás? Francamente me sorprende

que dejaras el negocio─ se sinceró─. Eres una adicta al trabajo.

─ Ha sido todo bastante apresurado, lo admito ─ esbocé con algo de culpa como me
solía pasar cuando hablaba con él─, pero en breve estaré de regreso. Y luego, iré a

visitarlos.

─ Me encantaría, te echo de menos…te echamos de menos─ corrigió sobre sus propias

palabras.

─ Francis, por favor. Otra vez no, bien sabes cuánto me incomoda esto.
─ Sophie, daría cualquier cosa por estar a tu lado otra vez. Necesito una segunda
oportunidad, no te arrepentirás, te lo prometo─ escuchar semejante súplica por parte de

Francis me debilitaba. No lo amaba y no era justo para ninguno de los dos─.Cariño,


aprenderás a quererme otra vez.

─ Vamos Fran…tú más que nadie sabes que el amor no es algo que uno saque de un
libro y lo aprenda con sólo leerlo. Siempre te querré ─ como amigo.

─Y pues entonces, ¿por qué no regresas conmigo?─ insistió, irritándome un poco más
de la cuenta.

─¿Sabes? debo colgar, el costo de la llamada aquí es bastante alto, pero te prometo

pensarlo. No aquí ni ahora.

─ Está bien niña….no olvides cuánto te amo…

Colgué sin siquiera darle las gracias por semejantes palabras.

Yo sabía que Francis me amaba, incondicionalmente, de una manera casi obsesiva y

metódica como era él.

A los 23 años recién cumplidos, se había graduado con honores en la Universidad de


British Columbia, en la misma casa de estudios a la que yo asistiría tiempo más tarde,

obteniendo el título de Licenciado en Psicología para luego especializarse en Psiquiatría.


Durante muchos años había trabajado como residente en hospitales locales, hasta que se le

presentaría la oportunidad de ser uno de los jefes del sector de Pacientes Transitorios, en el
CAMH. Y fue para entonces cuando nos separamos… al menos físicamente, ya que mi
corazón se habría ido de su lado mucho tiempo atrás.

Dispuesta a olvidar esa conversación, y obligándome a dejar para más adelante


cualquier pedido compasivo por parte de Francis, seguí preparándome. Cuando finalicé,
me observé detenidamente obteniendo del espejo, obteniendo una grata imagen de mí.

Estaba sensual. Eran las 18:50.

Descendí a la recepción del hotel y me dispuse esperar a Ajax allí, bajo la atenta mirada

del conserje y un puñado de empleados que estaban en planta baja yendo hacia el comedor

del hotel, donde se serviría la cena en pocos minutos más.

Nerviosamente, preferí tomar asiento aguardando que la carroza viniera a buscarme

antes de las 12…

16
Describir el rostro de mi abuelo cuando vio que estábamos de pie y muertas de frío

frente a él, era imposible.

─ Hijas por Dios santo, ¿qué hacen aquí? ¿Dónde está su madre? ─ preguntó al

hacernos pasar a su casa. Olía a bizcocho recién salido del horno, como siempre─, ¿acaso
no deberían estar en la escuela?


El viejo era un poco cascarrabias, pero tendría que esperar a que calentáramos un poco
nuestros cuerpos para poder hablar.

─ Nos hemos ido de casa ─ disparó Solange, sin más.

─¿Pero qué locura adolescente es esta? ─ nos sentamos en el sofán de paño gris y
derroido del abuelo, para cuando él fue a la cocina en busca de un té caliente─. ¿Su madre

sabe que se escaparon? ─ el grito de Scott se escuchó tan fuerte como un trueno que

acababa de romper.

─ No, ni queremos que lo sepa─ Soli fue la única que articulaba palabra porque yo no

dejaba de tiritar acurrucada en el sofá ubicado al lado de la gran chimenea de mármol que
calentaba toda la casa.

─ Solange─ el abuelo se sentó frente a nosotras y acarició el cabello mojado de mi

hermana por intensa lluvia que nos había empapado minutos atrás─ , esto que han hecho

no está bien, ustedes son menores de edad, ¿cómo han llegado hasta aquí?

─ En tren. Hace casi 4 días que estamos viajando, atravesamos el país entero para

albergarnos acá. Por favor, no nos abandones tú también─ rompí en llanto y sujeté a Scott

por el brazo, desesperadamente.

El abuelo estaba a punto de llorar también, pero de rabia. Conocía a su hija, pero esta

no era la Monique que él había criado. Desde la muerte de nuestra abuela Iris hacia más de
8 años, que él no estaba acompañado. Y supe en ese instante que su corazón agradecía que

estuviéramos ahí.

─ Mis amores─ nos cobijó con un cálido abrazo y besó nuestras coronillas a la par─ .
Jamás las dejaré.

Esa noche tomamos una sopa caliente. Nos reímos de viejas anécdotas vividas en su
casa y se sorprendió cuando le confesamos que saltábamos en su cama de resortes,

compitiendo por quién llegaría más alto.

─¡Ahora entiendo el daño del colchón! ─ una carcajada salió de la boca de los tres al

unísono.

En una de sus tantas historias lo tomé de la mano, en señal de agradecimiento eterno.

Volteó su cabeza y guiñó su ojo…ahora sí estábamos en casa.

Estaba algo impaciente, quería verlo, pero aun no sabía si eso era algo bueno o no,

cuando lo vi traspasar la amplia entrada del Hotel.

─Ajax ─ lo llamé al ver su enorme figura de espaldas a mí, a punto de girar.

Levantándome con premura, deslicé mi vestido hacia abajo con ambas manos y caminé
hacia él. Sus ojos no dejaban de observarme con un brillo muy especial, casi lujurioso.

Había acertado con mi vestuario.

─Hola─ con un tono casi inocente, tímido, lo saludé. No era capaz de seguir emitiendo
palabra.

─Déjame verte mejor ─ tomando mi mano libre, hizo que girara sobre mis pies─.

¡Luces genial!

─Muchas gracias…─admití sonrojándome en demasía. ¿Sería otro cumplido? Entendí

por qué no habría mujer que no se resistiese a sus encantos. Su mirada me había quemado

la piel y sus palabras me prendían fuego a medida que salían de esa boca tan sensual y

carnosa.

─ Permíteme decirte que no podré concentrarme en toda la semana después de haberte

visto así─ admitió con algo de vergüenza. Lo noté en su voz.

─Me alegro que sea mutuo. Tú no me has permitido concentrarme desde que te conocí
la semana pasada.

¡Zas! Jamás había sido tan directa ni tan sincera en toda mi vida. Acababa de lanzar un

cumplido fatal a un hombre que debía poseer un harem con sólo chasquear sus dedos
exponiéndome de una manera básica e infantil, dejándome en ridículo.

Los siguientes tres metros hacia lujoso coche de Ajax fueron eternos. El no había
respondido a mis palabras, y al instante, me arrepentí de haberlas formulado. Gentil, abrió
la puerta del acompañante invitándome a pasar. Acomodé mi falda (por enésima vez) y

crucé mis piernas en un movimiento nervioso y veloz.

Todo el viaje hacia el restaurante lo hicimos en silencio; por su parte mirando el


camino, y por la mía, la gente a través de la ventanilla.

Al cabo de 15 minutos nos encontramos en el sitio elegido, extrañamente demorando


más de lo previsto, ya que el “Petit Toulouse” estaba a escasas calles del hotel en el que

me hospedaba.
Pensando en una confusión de mi mente por compartir cabina de viaje con Ajax,
aguardé porque saliera de su BMW. Incorporándome hacia adelante para salir del

vehículo, cruzamos nuestras miradas cuando besó mis nudillos con galantería ya fuera del
coche.

Quedando frente a él, me observaba desde su altura; incliné la cabeza para seguir

sosteniendo su mirada, conteniendo la enorme tentación de besarlo y probar sus labios.


Demasiada osadía ya había derrochado al reconocer que alteraba mis pensamientos.

Noté la forma en que su nuez se movía al pasar saliva por su garganta. Su respiración

se entrecortó como la mía, pude reconocerlo. Yo le generaba emociones encontradas, o tal

vez pensar en eso me consolaba, elevando mi ego propio.

─ Pasemos pronto, antes de que me arrepienta.

¿De qué se arrepentiría? Otra frase más para archivar en el catálogo de “dudosas”.

En el restaurant predominaba una arquitectura cuidada, antigua, de altas techumbres y


fineza extrema. Las lámparas eran importantes estructuras de hierro forjado, que pendían

desde lo más alto, cayendo sobre las mesas como gotas color ámbar.

Caminé con cuidado, intentando no tropezar, ya que los tacones de mis sandalias eran
algo fino para el piso adoquinado y mi experiencia con esa clase de calzado, tampoco era

demasiada. La gente vestía bien, no de etiqueta, pero me sentí cómoda al ver que mi
vestido y yo encajábamos bien en ese entorno.

Tras una seña cómplice con el camarero, Ajax me dirigió hacia una mesa en un sitio
reservado, detrás de unos paneles revestidos con madera, donde pocas parejas ya estaban
cenando.

Colocó su mano en mi espalda descubierta (extremadamente sensible en ese momento)

colapsando la totalidad de mis terminaciones nerviosas.

Nos sentamos uno frente al otro y en un abrir y cerrar de ojos, tuvimos ambas
cartulinas de menú en nuestras manos, listas para poder ordenar.

Con el correr de los minutos y disimuladamente, nos estudiamos, haciendo inevitable

lucir una sonrisa inquieta de mi parte. Ansiaba hacerle muchas preguntas, pero preferí

callar y que la conversación se diera lo más natural posible…hasta ser vencida por mi

genio.

─¿Acaso no tienes miedo de cenar con una asesina serial como yo?

La carcajada que lanzó Ajax fue despreocupada y aligeró la tensión que comprimía mis
piernas.

─Creo que podré pasar esta noche sin problemas. He tomado la precaución de avisarle

a Robert que venía a cenar contigo por lo que sugirió que dejase una carta incriminándote.
En caso de ocurrirme algo, pues sería tu culpa.

Sonreí ampliamente. Estábamos satirizando una situación que había sido realmente
agresiva y difícil para mí.


─ Mira Sophie, me he comportado como un novato, y te he inculpado de una forma
indescriptible ─por primera vez en la noche sus ojos se entristecieron. Tragó saliva para

seguir hablando del tema ─. La muerte de Adrian me ha afectado más de lo que supuse y
mi conducta se vio alterada, arrastrándome a hacer cosas que jamás imaginé. Incluso, esta

invitación a cenar, fue producto de ello.

Sentí un latigazo en el estómago. Si quiso ser cordial, le salió el tiro por la culata.

─No me malinterpretes─ se precipitó a decir antes de formular otra conclusión de parte

de mi cabeza─, te hubiera invitado a cenar de todos modos…pero quise referirme a otra


cosa.

Levanté mi mano, interrumpiéndolo. Preferí que se detuviera.

─No es necesario que me des explicaciones porque comprendo lo de tu hermano. Y sé

que esta cena es gracias a toda la confusión que se dio a partir de lo que sucedió con
Adrian. Si no, no nos hubiéramos siquiera conocido.

Opté por dar el tema por concluido. Me dolía que hubiera sugerido que la cena fue
forzada por haberme maltratado, logrando lavar sus culpas con mi aceptación.

─Gracias por hacerlo, ha sido una pérdida importante…de hecho…estoy solo. No

tengo padres y mi único hermano se quita la vida. Mal que me pese asumirlo, Adrian era
adicto a las drogas y al alcohol.

─ Sé lo que se siente…─asentí con un suspiro casi imperceptible.

─¿Sí? ─Ajax preguntó intrigado.

─Mi padre también se suicidó cuando yo tenía 10 años. Ese día marcó un antes y un

después en nuestras vidas…─recordé apesadumbrada, mirando fijo el plato que recién


llegaba a la mesa.

─Propongo un brindis─ súbitamente, Ajax alzó la copa de vino blanco que había

pedido para ambos. Yo imité su movimiento─. ¡Por los seres que siempre querremos!

─¡Salud!─ culminé, teniendo ante mí una versión inimaginada del hombre de concreto,

y no porque hubiese bebido más de la cuenta, al contrario, era la primera copa que

probaba, sino porque sus palabras sonaban cálidas y sentidas.

La cena prosiguió sin inconvenientes, abordando temas demasiado superficiales como

ser mi graduación, la suya en la Universidad Estatal de Washington conseguida en 5 años;

lo mucho que su padre trabajaba, como habían logrado alzarse con el imperio de St.

Thomas&Partners y anécdotas de la construcción de SkyTower, entre las que se


encontraba el famoso dormitorio de la discusión entre hermanos.

─Y….─por un instante quise preguntar lo que no debía. Me mordí el labio, tratando de


no caer en la tentación, pero él quiso saber a toda costa qué se me había cruzado por la

mente.

─¡Vamos! No seas cobarde…¡Dilo! ─con un leve movimiento corrió su plato, cruzó los

antebrazos sobre la mesa y balanceó su torso invadiendo mi espacio de respiración.

─Es que ahora que lo pienso mejor, me avergüenza preguntarlo─ tímidamente, coloqué
la servilleta al lado de mi plato casi vacío. El filete de pescado al Roquefort estaba
fabuloso─. ¿Para qué querrías una habitación en tu propia oficina? ¿Tan lejos vives de tu

lugar de trabajo que necesitas con urgencia un Plan “B”? ─cierta ironía se desprendería de
mi voz─ curvó sus labios, perverso.

─Respondiendo de atrás hacia adelante: no vivo tan lejos, sólo a un par de calles de
SkyTower, pero no lo suficientemente cerca como para cuando necesito la cama para otros

menesteres que nada tienen que ver con dormir ─su sinceridad me provocó estupor.

Estábamos entrando en un tema caliente…y yo pretendía salir de allá antes de arder en

la hoguera como una bruja de la Santa Inquisición.

Tosí por lo bajo. Tomé mi copa y bebí un sorbo del frío vino para aclarar mi garganta.

Notando mi incomodidad, se limitó a curvar sus labios y se recostó contra el respaldo,

devolviéndome el oxígeno que me correspondía.

─¿Puedo ser yo quien te pregunte algo personal ahora? ─ me tomó por sorpresa.

─Sí, por supuesto ─ me preocupó imaginarme qué era aquello que querría saber.

─ ¿Dónde se encuentra tu hermana?

El camarero llegó para salvarme, retirando los platos e invitándonos a elegir algún

postre de la carta. Ajax levantó una ceja, pero negué con sutileza.

─¿Café? ─preguntó a sabiendas de mi afirmación─. Dos cafés con crema extra─ cerró

la cartulina para devolverla al joven.


─Antes de retomar la conversación, debo pasar al tocador─ quise escaparme y tomar
aire. La suerte no estaría dos veces de mi lado; dos interrupciones no eran posibles.

─Sí, desde luego─ como todo un caballero, se puso de pie.

Cogí mi clutch y caminé hacia la dirección indicada, con la cabeza que me daba vueltas
y mi corazón, latiendo desbocado.


17
En un comienzo, las cosas parecían complicarse porque habíamos perdido el año
escolar. Aun así, con mucho esfuerzo, conseguiría un tutor para Solange como para mí…

completamente en vano en el primer caso ya que Solange abandonaría el estudio, cosa que

tarde o temprano sucedería. Yo, sin embargo, escogí continuar.

Aprobando las asignaturas pendientes para terminar el año lectivo, me alisté para los

exámenes complementarios, que me permitiesen no perder más tiempo.

En vacaciones, me puse en mente la idea de ganar algo de dinero para recuperar lo

invertido hasta entonces, con el objetivo de ingresar a la Universidad. Negándose


sistemáticamente, mi abuelo Scott estaba dispuesto a entregarme buena parte de su dinero

para ayudarme. Pero yo no quería no ganarme las cosas en buena ley, por lo que le ofrecí

un trato tras mucha insistencia.

─¡Vamos abuelo! No puede decirme que no es una excelente idea, estás buscando a

alguien que ayude en la tienda y ¡qué mejor que yo para echarte una mano! ─lo seguí por

toda la casa intentando convencerlo─. Lo haría por poco dinero…¡por favor!¡por favor!
¡por favor!

Scott tenía debilidad por mí, siempre lo sabría. Sentado en una de las viejas sillas de
madera torneada, lo abracé desde atrás tomándolo por el cuello en un gesto que lo animó

gratamente. Le di un beso en la mejilla.

─Está bien Sophie…tú ganas…─ aceptó resignado.


─¡Todos ganamos!… ¡gracias abuelito! ─dije dándole otro beso más fuerte.

─Pero no recortaré tu salario y te tomarás los días necesarios cuando debas estudiar.

No quiero que pierdas horas de estudio, la Universidad a la que deseas ingresar no está

muy próxima que digamos.

─Lo prometo─ levanté la mano en señal de juramento.

Yo estaba feliz…pero no lo suficiente, ya que Soli era un caso perdido. Ella retrocedía

a medida que yo avanzaba.

Se levantaba pasadas las 12 de la mañana, perdía tiempo mirando TV, salía a caminar

sin rumbo fijo y volvía a altas horas de la noche sin decir qué había hecho durante el resto

del día.

Su actitud era preocupante, irascible la mayor parte del tiempo, cuando alguien

intentaba formularle alguna pregunta, cerraba la puerta del cuarto con violencia.

Sospechando lo peor durante varias semanas, yo no había manera de confirmar ninguna de


mis dudas.

Los días pasaban rápidamente y la dinámica de Lucky Library era asombrosa, al igual
que la tierra acumulada en muchas de las estanterías. Ciertamente ese negocio había
quedado detenido en el tiempo.

La gente entraba frecuentemente, encontrando una sección destinada a los saldos con

libros económicos y viejas ediciones de revistas. Desde aquel día en el que ingresé por
primera vez a ese angosto escaparate a la edad de 8 años ,cuando papá todavía estaba vivo

y mi madre se comportaba decentemente, me había enamorado de aquel lugar de luz tenue


repleto de enciclopedias y olor a papel envejecido.

Los dorados de los lomos se entremezclaban con el colorido de las revistas, generando
un círculo cromático perfecto. Para ese entonces, habíamos venido de vacaciones a
Vancouver, y con nosotros Francis. Mi amigo infaltable.

A ese lugar le faltaba modernizarse, ser un poco vanguardista, pero mi abuelo era lo

suficientemente terco como para dejar en manos de una niña de 17 años la innovación de

un negocio que él manejaba hacía más de 30.

Me propuse que cuando creciera y finalmente comprendiera el manejo de Lucky

Library, opinaría con conocimiento de causa y sin temor a equivocarme. Pero para ese
entonces, jamás me imaginaría ser la dueña a menos de cumplir las tres décadas.

A poco de arribar a su casa por la tarde, con el sol poniéndose de fondo, comencé a

preparar la cena.

Scott se quedaría hasta más tarde en una reunión con la Sra. Martha Fisher, la

contadora personal y amiga de mi abuelo. Me reí sola, pensando en que era una buena

compañera.

Cocinar era otro de mis pasatiempos favoritos: mis brownies eran mi especialidad en

cuanto a dulce mientras que el pollo a la mostaza se destacaba entre mis preferencias

saladas.

Ese día estaba inspirada. Pero el sonar del teléfono me abstrajo de entre las recetas y las
sartenes. Sequé mis manos en el viejo delantal de mi abuela y levanté el auricular del

teléfono.

─¿Hola?

─¡Cuánto me alegro que estés tú del otro lado! ─la cálida voz de Francis me llenó el
alma e hizo que una lágrima rodara por mi rostro. Hacía más de 5 meses que nos habíamos

ido de Ottawa.
─Discúlpame por lo tonta que he sido, te juro…─mis palabras se ahogaban en mi
garganta antes de salir de ella─…he sido una completa egoísta.

─Shhh bonita….deja de lado las culpas. Mira, debo colgarte pronto, sólo deseaba

escucharte otra vez. Y decirte que me he apuntado para la Universidad de British

Columbia la próxima temporada…supuse que por la cercanía, tú irías allí.

Se me paralizo el corazón ante la coincidencia, ya que la semana anterior me habría

apuntado para la admisión.

─¿Y qué hay de la Universidad de Ottawa?

─No me queda cerca de ti. De todos modos, he avanzado lo suficiente como para

solicitar el cambio de universidad.

Esa declaración no hacía más que demostrarme lo mucho que Francis me amaba…pero
yo no le era correspondida.

Él había sido mi primer hombre, eso siempre lo llevaría conmigo, pero éramos jóvenes

e inexpertos, y la exploración sexual no era algo que tuviéramos muy en claro aún.

Sin embargo, cambiaría toda su vida por mí; yo sabía que no era un simple cambio de

distrito escolar, sino que habría una riña familiar bastante pesada de fondo. El matrimonio
Leroux era lo suficientemente absorbente como para admitir que su hijo se trasladara

tantos kilómetros por un capricho juvenil. Aún así, Francis se habría impuesto llenándome
de ternura.

─Francis, ¿estudiarás aquí…por mí?

─Si.

Debía reconocer que esa cena, imprevista y todo, sería un gran hallazgo, porque no sólo

había podido conocer a un Ajax informal y despreocupado, sino también una pincelada
humorística que rozaba lo sarcástico, arrancándome una carcajada bastante a menudo.

Eran pasadas las 11 de la noche, al día siguiente era jornada laborable y si bien yo

estaba de visita, Ajax debería ir a descansar. Sentí una punzada de dolor cuando nos

pusimos de pie dispuestos a retirarnos del salón.

Ajax no había permitido que pagase mi parte de la cena, y ni siquiera dejó que le diese

propina al mozo, en un gesto de dominio masculino absoluto.

Gentil, me acompañó hasta la puerta, colocando nuevamente su mano en la parte baja

de mi espalda, generando un escozor en esa y otras zonas de mi cuerpo. Cuando salimos,

me dirigí hacia mi lado del coche para abrir la puerta; él se apresuró poniéndose por
delante, impidiendo que lo hiciera por mis propios medios.

Fijamente, posó sus ojos color tormenta en los míos, desnudándome por completo y de

un modo intimidante. Jadeé en silencio.

El placer era efímero, pero aún así lo quería.

A él. Y ya.

─ Si no hago esto ahora mismo, me regañaré por el resto de mis días─ sus manos
acunaron mi rostro para depositar un suave beso en mis labios. Fue un toque íntimo,
breve, pero cargado de erotismo. Primero sería tibio, reconociendo mi textura, para luego

pasar a una segunda instancia: subir nuestras temperaturas corporales.

Pero duraría muy poco.

Aturdida, quité sus manos de mi rostro y las envolví con las mías dedicándole una de

mis sonrisas más amplias y tiernas.

─ Esto no está bien, ¿lo sabes? ─en lo profundo, yo sabía que si algo más sucedía esa

noche, sería producto de un momento de hervor y nada más y yo no era mujer de una sola

noche.

Con el orgullo devastado, nada tendría que ofrecerle en materia sexual a este hombre

acostumbrado a las mujeres despampanantes; desde mi separación de Francis, dos años

atrás, mis relaciones amorosas se verían resumidas en un montón de nada. Mi cuerpo, era

un museo: nadie tocaba nada.

Sin responder a mi frase, se preocupó por besar mi frente, abrir la puerta de mi lado e

invitarme a ingresar al coche. Acto seguido caminó por delante del automóvil para
ubicarse en su butaca.

Al momento de arribar al hotel confirmé lo que sospechaba: a la ida, se había demorado

más de la cuenta. Adrede. Quise hacer referencia a ese instante, pero preferí callar.

Repitió el ritual de minutos anteriores como un autómata: pasó por la delante de la

trompa del automóvil, abrió la puerta de mi lado e hizo una reverencia para permitirme
salida.

─ Bueno─ comencé a decir colocándome frente a él con su mirada estudiosa posada

sobre mí─, debo agradecerte la cena, ha resultado muy agradable, más de lo que hubiese

imaginado incluso─ admití un tanto nerviosa.

─ Lo mismo digo, princesa.

“Princesa. ¿Me acababa de llamar princesa?”. Me sonrojé como una colegiala.

─¿Qué planes tienes para mañana? ─preguntó minutos previos a la despedida.

─Tenía pensado visitar algunos sitios que me apunté como interesantes. De hecho el

Museo de Historia…─ me encontré interrumpiendo mi relato, cuando caí en la cuenta que

ese lugar se encontraba tras el edificio de St. Thomas&Partners.

─¡Desde mi oficina tienes una vista privilegiada! ─como niño, guiñó su ojo y posó otro

beso sobre mi mejilla─. Desde luego será un honor para mí poder mostrarte el museo y
otros edificios que tengas en tu lista de “imperdibles”. Me apetecería ser tu guía turístico.

─No por favor, tú estás muy ocupado visitando potenciales asesinas─ mi verborragia

pudo más que mi silencio políticamente correcto.

─Eso hago en mis tiempos libres; cuando trabajo prefiero acompañar a hermosas
señoritas a visitar diferentes atractivos regionales.

Ambos sonreímos. Ese Ajax impenetrable no hacía más que seducirme con su carisma.
Y note ahí mismo que estaba en graves problemas si continuaba pensando de ese modo.


─¿A muchas señoritas les haces ese favor? ─mi incontinencia lingüística y yo. Parte
dos.

─Sólo aquellas que me agradan.

Caminábamos por una cornisa de la que yo tenía miedo caer al vacío y de la que no
saldría ilesa. Ajax era un hombre acostumbrado al coqueteo y a tener grupos de mujeres

babeando por él y sumamente dispuestas. Yo deseaba diferenciarme aunque me llevara

cien años de práctica.

─ Mañana a las 13 horas te espero para almorzar.

Hice una mueca en señal de desaprobación, pero Ajax puso sus manos en gesto de rezo,

cosa que me enterneció y dominó mi mente.

─Está bien…pero tendrás que decirle a Claire que me apunte en tu agenda. Las
empleadas de la primera planta no han sido muy amables conmigo hoy; me han tildado de

suertuda cuando aceptaste verme sin haber tenido cita previa contigo─ hice un puchero
inconsciente.

Puso gesto adusto y temblé por las secretarias modelos. Había hablado de más. Otra
vez.

─ No ha sido nada importante…─ intenté enmendar el error, aterrorizada por el posible

final de sus contratos.


─Que no te quepa la menor duda que mañana no tendrás inconveniente en subir a mi
oficina─ lapidó.

─Ajax, debo entrar al hotel, hace un poco de frío y tú tienes que ir a trabajar mañana.

─dije friccionando mis brazos.

─Duermo poco, eso no es problema. Con respecto al frío, es preferible que no te

enfermes. Quiero que aprovechemos los días que estés aquí.

─Si, es cierto ─ bajé la vista y con sus dedos levantó mi barbilla.

─Buenas noches─ un beso tímido, pidiendo permiso, cayó en la comisura de mis

labios. Ese contacto breve bastó para ser la gota del veneno más potente del mundo.

─Buenas noches─ giré y di media vuelta agitando la mano, despidiéndome de él.

─Sophie, aguarda…─ sujetó mi codo tras avanzar unos pasos hasta alcanzar mi línea─,

este es mi número ─de un bolsillo interno de su chaqueta, sacó su carísima pluma de

arquitecto y un pequeño papel, en el que anotó varios dígitos─. Si tienes pesadillas por la

noche, agradecería que me llames…tal vez podría venir a consolarte.

Dibujé una sonrisa aniñada.

─No creo que sea necesario, pero agradezco de todos modos la sesión de terapia que
me ofreces─ miré el papel─. Será hasta mañana.

Me despedí atravesando una nube espesa de magia y nerviosismo. Mis piernas


flaqueaban, mi corazón se aceleraba rumbo al síncope y mi piel deseaba que su mano no

tocara sólo mi espalda.


Tenía sed de él. Pero era preferible morir de deshidratación que beber de Ajax, si
pretendía no morir en el intento. Era inteligente, amable, apuesto (demasiado) como

también mujeriego y alérgico al compromiso.

En aquello se diferenciaba de Francis: si bien ambos eran guapos, mi ex esposo no era

adepto al coqueteo deliberado sino todo lo contrario. Desde nuestro compromiso, a mis 16
años, él siempre había deseado tener una familia e incluso, pensado en nombres de niños.

Sin embargo, a pesar de habernos tenido mucho cariño, yo nunca había logrado ir más
allá. Para aquel entonces ambos éramos muy jóvenes y el plan de maternidad, era un plan

muy a futuro. Con carreras universitarias en agenda, mucho trabajo y pocas ansias, no era

lo mejor.

Como así tampoco haber escogido el matrimonio a los 21 años de edad como escape a

mis carencias afectivas.

18
Mi cabeza giraba en trompos como si hubiese bebido litros del peor tequila del mundo;

lo peor, era imaginar que sería parte de un conjuro perpetrado por esa pequeña mujer de
ojos hechiceros.

Simpática, locuaz pero medida, la sonrisa de Sophie iluminó cada rincón de mi rostro,
haciéndome sentir como si en el restaurante hubiésemos cenado sólo nosotros dos. Ella

lograría transportarme hacia un sitio de paz y relajación extrema gracias a sus carcajadas
durante toda la noche, sucumbiendo a sus ocurrencias y palabras dulces.

Porque Sophie era así, dulce como la miel. Un brebaje con futuro de adicción letal. Al
besarla de modo romántico y sensible, no hacía más que declararle la guerra a mi rudeza

característica.
Despertando emociones que creí ni siquiera tener, deseaba saberlo todo sobre ella,
saborearla, tomarla en mis brazos y no liberarla, pero no de una forma primitiva y

autoritaria, no, por el contrario, quería hacerle el amor. Recorrer su cuerpo sin apuros, con
la calma de la eternidad.

Inseguro, me preguntaba ¿hasta qué punto esa muchacha tan simple y tierna quisiera
involucrarse con un tipo inescrupulosos como yo que había ignorado a su hermano antes

de morir? ¿Un tipo que acallaba voluntades por un manojo de billetes; que cambiaba de

acompañante en cada oportunidad que se le presentaba?

No había forma de que su alma pura se ensuciara con mi mala cepa.

Tendido en la cama observé el techo buscando respuestas, nuevamente, sin llegar a

ninguna conclusión. Sólo sabía que intentaría disfrutar de ella el tiempo que pudiese. La

magia tenía fecha de vencimiento y deseaba sentirme vivo un par de horas más.

Un cosquilleo absurdo y por momentos molesto me indicaba que Sophie aparecía en mi

vida dándole un giro; humanizándome, convirtiéndome en un ser vulnerable, me dejaba

expuesto.

Alegué demencia al caer en la cuenta que la conocía desde hacía una semana.

Sonreí maliciosamente al recordar lo mucho que me burlaba de mi hermano ante la


frase “el amor a primera vista existe” y ante la posibilidad de ponerla en tela de juicio a

partir de mi visita a Sophie en Canadá.

Finalmente, el cansancio le ganaría el pleito a mis conjeturas, permitiéndome

descansar por un período de 6 horas de corrido, hasta que el reloj arrojó las 7 de la mañana
y los rayos de luz atravesaban la pesada tela de la cortina.

Ajustándome a lo de siempre, tomé una ducha de menos de 10 minutos, decidí no

rasurarme para lucirme algo más jovial y menos formal, y de mi enorme y apelmazado
closet escogí un traje de dos piezas color gris plomo, una camisa blanca ─ una de mis
preferidas y habituales ─ y una corbata que descartaría alegremente.

─Claire, buenos días─ telefoneé a mi secretaria con buen semblante.

─Buenos días querido… ¿te sientes bien? ─ su voz de sorpresa fue evidente. Volteé mis
ojos.

─Diríamos que sí…me he levantado de buen humor, no lo arruines─ gruñí, dándole

una pequeña muestra de que Ajax estaba presente .

─Supongo que la chica Rutherford ha tenido algo que ver con ello, ¿verdad?

─Claire,por favor, no voy a hablar de mi vida privada ─ me sonrojé.

─¡Ajax, por Dios! ¿sabes que estás hablando con la mujer que organiza tus citas de los

viernes?

Ambos soltamos una carcajada a dúo, sin dudas, con Claire como ganadora de la

contienda verbal.

─Lo sé Claire, y consciente de mi fragilidad en materia de memoria, deseo que

canceles todos los eventos que tenga este fin de semana.

─Pero Ajax…─ se oía el pasar de las hojas─el sábado tienes la cena con el dueño de
Yard Hotels & Suites, el francés viejo y arrogante que deseaba construir una nueva sede de

su hotel en Colombia.

“Demonios…obviamente lo había olvidado”


─ Esa cita está concertada hace más de 20 días, él viene especialmente desde Londres

para verte a tí─ apuntó, mientras esquivé un tonto carro aparcado en tercera fila. Resoplé

por la imprudencia del vehículo y por mi mala fortuna─. Es en el Canlis a las 20pm,

¿recuerdas?

─ ¡No, Claire! para recordar mi nombre debo mirar mi licencia de conducir ¿y

pretendes que apunte mentalmente a este hombre? ─ admití avergonzado ─ .¿Sabes que
eres mi secretaria favorita, no?

─Hmm, tanto elogio me suena a pedido de favores…

─Ya hablaremos de eso en un rato ─ curvé mis labios─, de momento lo único que
deseo es que canceles todo lo previsto para hoy y mañana. ¡Ah! Y por favor, asegúrate que

Sophie no tenga inconvenientes para acceder al SkyTower, aparentemente, no han sido

muy amables con ella el día de ayer.

─¿Hoy también la tendremos por aquí? ─ su pregunta se tiño de ironía, como era de

esperar.

─Si, iremos al Museo de Tecnología e Historia, ella quería visitarlo y me he ofrecido a

acompañarla sobre todo, por la cercanía del edificio a la oficina.

─Ya, ya, Ajax, deja de inventar excusas. Tampoco debes pedirme permiso, eres un niño

grande. Ahora, apresúrate. Tienes mucho trabajo demorado y llamados por responder.

─Si, mamá─ meneé la cabeza, ingresando al estacionamiento del SkyTower, para


cuando Claire colgó con una pregunta final: ¿El cazador, cazado?

Inquieto, tamborileando los dedos sobre mi escritorio, aguardé por aquella mujer a la
que estaba ocupando mi cabeza más tiempo del previsto. Con una gran pila de papeles por
analizar, certificaciones de avances de obra por cotejar y algunos bocetos e nuevos

proyectos descansando a la espera de una oportunidad, pensé en ir a recogerla y calmar


mis ansias.

De pie en medio de la oficina, dibujé un profundo surco mientras definía qué hacer y
qué no.

¿Parecería un desesperado si la recogía más temprano?¿Qué ganaba con hacerlo si


habíamos quedado poco después de mediodía?

Fui a mi baño, enjuagué mi rostro e intenté calmar mi excitación; me mostraba como

un adolescente descarriado ante su primera experiencia sexual. ¿Acaso yo no era Ajax St.

Thomas, el prestigioso y tozudo arquitecto con fama de depredador y al que ninguna

mujer se le resistía?

Un ligero temblor en mis manos me delataba.

Desabroché el primer botón de mi camisa, dándome aire; seguidamente, tomé una

botella con agua del bajo refrigerador de la pequeña cocinita que se encontraba a poco del

tocador y de mi práctica habitación.

¿La usaría con Sophie en algún momento? Me senté en la cama, ancha y vestida con un
edredón negro con rayas delgadas color blanca.

Bebiendo, recordé las citas que en estos meses habría acabado allí: tres mujeres se
enredarían unos pocos minutos en esas sábanas. Las tres, durante la tarde. Sin

comprenderlo, una puntada molesta comprimió mi pecho alertándome: ¿qué era lo que me
causaba tanto temor: alejarme de mi vida sin horarios, libertina, sin ataduras o acercarme a

una mujer capaz de desestabilizar mi mundo con tan sólo sonreír?

Saliendo al espacio de oficina, propiamente dicho cogí mi móvil. Cuatro veces busqué
el contacto de Sophie Rutherford, con la intención de telefonearla… ¿pero para qué?
Nuestra cita era a la 1 de la tarde, aún faltaba un poco.

Algunas llamadas femeninas se atascaron en mi móvil. A todas eliminé sin siquiera

detenerme en sus nombres.

Aproximándome al cristal de mi piso, recordé a Adrian y en lo mucho que me hubiera

deseado decirle lo que esta muchacha me había generado sin esperarlo. No obstante, si mi

hermano estuviera vivo, me hubiera sido imposible conocer a Sophie.

Sonreí ante la triste paradoja: Dios parecía quitarme algo y luego compensarme con

otra persona. Sin embargo, desestimé la opción al recapacitar y pensar que ninguno de los

dos eran objetos intercambiables.

Mirando hacia el Union Lake, dialogué en silencio con Adrian. ¿Cómo sería Soli

Rutherford? Y no me lo preguntaba físicamente, ya que a priori el parecido con su

hermana era innegable sino emocionalmente.

¿Qué lo habría impactado?¿Cómo habría llegado Solange a trabajar en un sitio como el

Voulez Vous? ¿Qué habría dicho Sophie ante semejante elección?

Muchas preguntas más se desprendían de mi cabeza, sin llegar a ninguna conclusión.

Sophie habría evitado hablar del tema; sus ojos delatarían pesar y dolor.

Lo cierto era que la existencia de su melliza me generaba una latente curiosidad,


alimentada por la confusa muerte de mi hermano.

Por otra parte, Sophie había estado casada…¡casada! Lo que significaba que conocía a

los hombres mejor de lo que yo sospechaba. ¿Qué habría ocasionado su ruptura?¿Ella le


habría sido infiel o él a ella?¿Se habrían cansado uno del otro?

Más y más preguntas en torno a una muchacha de apariencia sencilla y vida chata. Una
vida que no hacía más que generarme intriga.

─ ¿Claire? ¿Ha llamado alguien?

─ Sí, Le Yardelian. Quiso asegurarse que recuerdes la cita del sábado─ lo maldije. Si
no tuviera ese compromiso, mis planes serían otros─. ¿Alguna otra persona?

─Mmm No. Ya me he encargado de cancelar tus citas…¿por qué?¿quién esperabas que


llame? ─ astuta, preguntó.

─ Nadie─ mentí como un idiota.

Por enésima vez consulté mi reloj. Por enésima vez, busqué el nombre de Sophie en el

directorio de mi teléfono. Respiré hondo y mandé todo al demonio.

Esta vez, estaba en sus manos.

Justo a tiempo, llegué al hotel en un taxi. El fuerte tráfico había jugado a mi favor,

permitiéndome tardar un poco más y llegar sobre la hora; no tan afable resultaría para mis

nervios, los cuales acostumbrados a la extrema puntualidad, no concebían demorarme


inútilmente en la cabina de un taxi.

Pagué mi escueto viaje, abroché el botón de mi chaqueta e ingresé al lobby del


Mediterranean Inn.

El chico de la recepción me saludó con la cabeza, presumiblemente recordando mi

estadía de horas atrás allí. ¿O era cortesía? No podía juzgarlo, quizás sí se acrodaba de mí
y yo no de él.

Sin rastros de Sophie en lo inmediato, la llamé y un enérgico “Hola” sensibilizó mis


partes.

─Buenos días, princesa mía─ fui extremadamente cordial, pero mi voz le había ganado
a mi cordura.

─Estaba saliendo.

─ Ok, me parece correcto que seas puntual y despreocúpate por el taxi. Estoy

aguardándote en la recepción del hotel.

Definitivamente la había tomado por sorpresa; mi pecho cantó hurras, por fin las cosas

parecían ponerse en su sitio y ser yo quien dominara la situación por un momento.

Hojeando una revista de pesca, la dejé en su sitio para vislumbrar, por el rabillo del ojo

a una pequeña mujer acercarse a mí. Disimuladamente volteé mi cuerpo, fingiendo no


haberla registrado. Curvé los labios, entregándome a la visual plena de su presencia.

─Hola, bonita─ incorporándome, tomé su mano para besar sus nudillos.

─Hola, mi guía─ rió, desarmando cualquier estrategia de mi parte.

Perdiéndome en su almibarado perfume, recorrí su explosiva figura con delicadeza; no

deseaba exponer mis cartas tan pronto. Sin embargo, al momento de zozobra le siguió uno
extraño, como si sus ojos se hubieran oscurecido de pronto.

─Hoy he venido dispuesto a sorprenderte .No te llevaré en automóvil.

─¡Qué ecológico de tu parte! ¡Es increíble que no te hayas perdido! Hombres como tú
suelen tener el tapizado del asiento tatuado en el trasero ─ cambiando el semblante,
agradecí que me diera una nueva oportunidad de ver su rostro fresco y ligeramente

maquillado. Era hermosa de cualquier modo. Pasé saliva, encomendándome a sus ojos
angelados.

─Uf, eso ha sido un golpe bajo, licenciada, pero le concedo el punto ─ aventajándola,
abrí la puerta permitiendo su salida─. En realidad he venido en taxi, para llegar más

rápido, pero mi idea es caminar… aunque tendría que haber imaginado que no era lo que

tú tenías en mente ─ fuera, señalé sus votos riendo más de la cuenta.

Sin dudas, hoy tenía la carcajada asegurada.


19
Sin haber quitado su perfume de mi mente, desperté a las 9. Bastante tarde para lo que
había planeado, pero bien valía la pena.

Para mi fortuna, muchos sitios bonitos rodeaban el hotel donde me hospedaba: el


Museo de niños, sin ir más lejos, me permitiría tomar ideas para aplicar en mi librería, en

tanto que el EMP Museum, combinaba la modernidad de su arquitectura con los íconos de

la música mundial, entre otros.

Extendí los brazos desperezándome, cogí ropa cómoda y bajé a desayunar. Luego, me

vestí con algo un tanto más arreglado (no debía olvidar que me esperaba el dueño de St.
Thomas&Partners) ya que Ajax se había ofrecido a ser mi tutor de turismo.

Sorprendida por su actitud exageradamente sobreprotectora, sospeché que un gran

grado de culpabilidad muy grande amenazaba su conciencia haciendo de su

comportamiento algo desmedido. Había pensado en rechazarlo, pero intuí que su

obstinación me ganaría de una u otra manera.

Saboreé las medialunas junto con el vaso de leche, leí los matutinos locales y tomé

asiento contemplando el frenético ir y venir de la gente, cada uno ensimismado en sus


propios problemas y sin preocuparse en las otras personas. Tras beber el último sorbo de

realidad americana, me dispuse a subir a mi habitación, poner en orden mis cosas (al día
siguiente, por la madrugada, volaría a Canadá nuevamente) y regresar a mi realidad:
números en rojo, boletas impagas, los talleres de lectura…o sea, la vorágine de siempre.

Algo desconcertada por el clima (actualmente más fresco que lo indicado con

anterioridad por los pronósticos meteorológicos, escogí mi atuendo entre pocas opciones
posibles.
Unos vaqueros oscuros ceñidos a mi trasero, de corte recto hasta mis tobillos en donde
se ensanchaban y una camisa blanca con unas finas rayas azules arremangada hasta medio

brazo, fue mi elección.

Las botas negras de caña baja con taco fino crearían una ilusión óptica, haciéndome

parece más alta, aunque al lado de Ajax, me sentía diminuta. Me maquillé tenuemente,
dando un aspecto natural: solo rímel y algo de laca labial. Mis ojos sumaban potencial con

un poco de color alrededor.

Tomé mi bolso rumbo a la puerta de salida, cuando el móvil sonó y obtuve el primer

plano del nombre de Ajax en el visor. ¿Se habría arrepentido?¿Estaría por cancelar el

encuentro?

─¡Hola! ─saludé animadamente, un poco más de lo que hubiese preferido.

─Buenos días, princesa mía─ mi corazón se encogió. Su voz al decirme “princesa” era

gruesa y había retumbado en mis pulmones ¿además había dicho “mía”?

─Estaba saliendo─ ignoré su frase anterior mientras sujetaba el picaporte de la

habitación intentando a su vez que el móvil no cayera al piso, haciendo equilibrio con el

aparato sujeto entre mi oído y cuello. Sin dudas terminaría contracturada.

─ Ok, me parece correcto que seas puntual y despreocúpate por el taxi. Estoy

aguardándote en la recepción del hotel.

Mis ojos se pusieron en blanco. Si en 10 minutos yo llegaba su oficina ¿era necesario


que pasara a recogerme? ¿O acaso seguía intentando purgar sus culpas? ¿Hasta cuándo lo
haría?

Debía reconocer, sin embargo, que el gesto de sobreprotección que tenía para conmigo
me generaba un cosquilleo especial. Las veces que alguien había querido ocuparse de mí,
tarde o temprano se iba de mi vida: Tyler, en Ohio terminaría lejos de toda la familia, Scott

nos había dejado hacia menos de un año en manos de la muerte y Francis…Francis tal vez
representaba el otro plato de la balanza.

En menos de un minuto estuve en el lobby del Mediterranean y su presencia era


absolutamente distinguible: permanecía sentado en una de las sillas estilo victoriano de la

recepción, observando una revista desinteresadamente.

Me acerqué hasta colocarme de frente a sus largas piernas, ensombreciendo su figura.

Divertido por el hecho, sonrió de costado sin mirarme, hasta que con sus ojos color

tormenta recorrió mi cuerpo de punta a punta.

─Hola, princesa─ se puso de pie, tomó mi manos y besó mis nudillos, evidenciando

una conducta repetitiva en su modo de abordarme.

─Hola, mi guía ─decirle bonito era redundante en su caso, ya lo sabría de antemano.

Contuvo la carcajada simplemente, porque estaba en un lugar público. Adoré su sonrisa

de inmediato admitiendo que a medida que pasaban los minutos, él me atraía un poquito

más…

“Oh, oh”. Eso sólo significaba una cosa: era inadmisible dejarme seducir por los

encantos de un gigoló americano.

“La magia se acabaría en un par de horas, la carroza se convertirá en calabaza y mi


mote de princesa, desaparecerá tras las 12 de la noche.” Cenicienta había una sola. Y no

era yo.

Maldije en silencio. No debía permitirme caer en sus redes pero mucho menos en el

sadismo de las mías; debía convencerme que Ajax tan sólo estaba siendo cortés, agradable
y también, interesado en que yo no le hiciera un juicio por calumnias. Tragué en seco,
dispuesta a borrar de mi cabeza los últimos dos minutos de conjeturas proponiéndome

disfrutar de la compañía de este hombre tan bello que la naturaleza ponía frente a mí.

─Has enmudecido de golpe ─su voz retumbó en mi mente volando de un plumazo mis

pensamientos.

─Eh…no…─ mentí.

─Hoy he venido dispuesto a sorprenderte ─ cambió de tema por lo que agradecí de

inmediato─. No te llevaré en automóvil.

─¡Qué ecológico de tu parte! ¡Es increíble que no te hayas perdido! Hombres como tú

suelen tener el tapizado del asiento tatuado en el trasero ─ me burlé agregando una risa

divertida.

─Uf, eso ha sido un golpe bajo, licenciada, pero le concedo el punto─abrió la puerta

del hotel permitiéndome salir en primer lugar ─. En realidad he venido en taxi, para llegar
más rápido, pero mi idea es caminar… aunque tendría que haber imaginado que no era lo

que tú tenías en mente ─ señaló mis botas.

“Eso iba a ser un problema”.

─Despreocúpate. Cuando me molesten, me cargarás en tus brazos cono Richard Gere

en “Reto al Destino”─bromeé, aceptando que ese calzado no era el adecuado y me traería


un grave dolor de cabeza…o de pies.

─Si me lo permitieses…con gusto lo haría.


Las idas y vueltas de las provocaciones que se suscitaban entre nosotros eran

interesantes y divertidas; desafiábamos los límites y eso me aliviaba, aunque era

consciente que estábamos a milímetros de la línea de fuego. Ajax respondía a mis bromas

elegantemente, sin dejar de lado su caballerosidad.

Por fortuna, en ese caso, no habría dicho: “no, no podré cargarte porque estás excedida

de peso” o cosas desagradables similares a esa.

Caminamos por Queen Anne Ave N. animadamente, sonriendo y continuando con la

camaradería; en la acera, manteníamos cierta distancia entre nosotros sin invadir nuestro

espacio, ni haciéndonos preguntas comprometedoras.

Aún estábamos en fase de estudio mutuo.

Deshilvanando la escena del beso de la noche anterior, opté por fingir que no la

recordaba (¡aunque cómo hacerlo!) comprendiendo que tal vez era lo más sano para los

dos.

Finalizamos nuestro recorrido en “The 5 Spot”, un restaurant muy agradable, ubicado

en una esquina, de amplios ventanales, con asientos confortables de cuero naranja que se

enfrentaban a una mesa y algunos juegos de sillas dispersos, próximos a la barra de


órdenes.

Del techo colgaban compactos viejos, ratones de PC y objetos extraños, enfatizando el


eclecticismo del sitio. Grandes cuadros ilustraban sus paredes, rodeándolos, generando un

sitio más acogedor y extraño.

Tras mi recorrida visual, nos sentamos en una de las mesas que estaban arrimadas a la
pared, cercana a la puerta de ingreso.


─ ¿Te agrada el sitio? ─ preguntó.

─Oh si….es muy bonito, aunque un tanto extraño ─ asumí señalando los objetos

pendientes del techo.

─Es cierto, pero aquí encontrarás verdadera comida americana─ respondió con el

slogan del local.

Y no se equivocaría.

En ese mismo instante, me encontré entonces, con un hombre con aspecto de niño:

Ajax gesticulaba, sonreía, hacía mohines raros siendo suficiente para provocarnos reír

hasta las lágrimas.

Sin chaqueta, recostada en el extremo de la banca en la que estaba sentado, Ajax lucía

animado, de buen talante, fresco y más jovial de sus 33 años reales. Envuelta en su mágico

carisma, lo miré embelesada por las dos horas que habían transcurrido allí dentro, sin

embargo, las ansias por desmagnetizarme de su tono de voz, de sus anécdotas y su


atractivo, conspiraban en mi contra.

En mi cabeza seguían los martillazos de la desilusión con Francis y de los verdaderos

motivos que me llevaban a estar allí, sentada frente a Ajax St. Thomas. Yo ya había sido
engañada una vez, no me podía permitir tropezar con la misma piedra tan sólo por gusto.

Miré mi reloj.

─Desconozco los horarios del museo Ajax, ¿pero no crees que deberíamos
marcharnos?

Sí, lo sabía, había roto en mil pedazos el momento de regio monólogo que Ajax me

brindaba, pero debía escapar de allí antes que mi voluntad cediese y me arrojase en sus

brazos admitiendo que me estaba derritiendo con cada una de sus palabras.

─Tienes razón ─ bebió la última gota de la soda cola de su copa y pidió la cuenta.

A los 5 minutos estuvimos fuera, de vuelta en la ciudad, empapados de smog y de gente

ansiosa por llegar a sus destinos. La vorágine nos absorbía, pero a pocas cuadras, Ajax

prefirió llamar a un taxi.

─¿El abuelo ya no puede caminar? ─ Bromeé insensatamente mientras me adentraba

en el coche que aparcaba en la acera.

Ajax quedó con la boca abierta.

─¿Acaso insinúas que estoy viejo? ─ su mirada se llenó de un brillo malicioso y


divertido─ .Ya tendrás que disculparte por tus palabras, no lo dudes.

La puerta del taxi se cerró. Y mi pecho también

Ese hombre estaba despertando cosas en mí de las cuales tuve miedo. Bajé mi mirada
dentro del vehículo, silenciando mis sentimientos e ignorando que realmente me estaba
afectando mucho la complicidad que lográbamos tener.

No obstante, yo saldría airosa al momento de esquivar las respuestas con respecto al


paradero de mi hermana, lo que delataba que nuestros temas vagaban por temas poco
sensibles, poniendo de a ratos, en tela de juicio lo que me sucedía con este hombre de

ancha espalda y ojos de tormenta.

Sin dudas, pronto terminaría todo; mi regreso a Lucky Library era inminente y esta

aventura, vería su fin al mismo momento.

¿O no?

El museo de Historia e Industria se encontraba próximo a la estación de ferry de

Seattle, frente a un gran manto verde de césped y a la costa del Union Lake. Su vista era

maravillosa a pesar de la densa niebla que cubría, por sectores, aquella tarde.

Aún así, nada le quitaba el encanto.

El interior le hacía honor a su nombre: industrial. Las enormes cabreadas de acero de

las que pendía un avión ligero, ocupaban el centro de la escena, de la cual se desprendían

unas pasarelas por las que los visitantes caminaban observando las diferentes obras que

allí se exhibían.

Supe entonces que la vida naval del lugar era más que importante, ya que dentro de las

exposiciones permanentes que el museo ofrecía, se encontraba una galería dedicada a

planeadores, botes e incluso un periscopio…por el que observé como si fuese una niña,
haciendo una eterna fila, entre numerosos pequeños que deseaban hacer lo mismo.

Ajax me observaba con asombro desde un banco de madera cercano al elemento de


devoción, podía notar sus ojos en mi nuca. Sonreí maliciosamente, consciente de su

caricia visual. Cuando me incliné para observar por el periscopio, Ajax no pudo evitar
sacar su móvil del bolsillo de su pantalón y tomarme una foto sin flash. Sus ojos eran

divertidos y su expresión, juvenil.

Aplaudiendo por la emoción de haber logrado mi objetivo y desplegando una sonrisa


generosa y aniñada, caminé hacia él, quien apreciaba mi gozo sin chistar.

─Gracias ─ dije besando su mejilla, gesto desconcertante para su estructurada forma de


ser. Él no se inmutó, pero lo noté sensibilizado.

Repentinamente se puso de pie, me tomó de la mano y continuamos recorriendo el


museo hasta recalar en una de las exposiciones temporales: la del chocolate

─¡Oh mi Dios! ─ presioné mi pecho con la palma, abriendo mis enormes ojos verdes y

mi boca brillosa, especialmente pintada para él.

No sólo había decenas de ejemplares del mejor chocolate puestas en una deliciosa

bandeja de plata, sino que también había vino y café.

A nuestro juego nos habían llamado.

Ajax permanecía absorto en sus pensamientos, excepto por alguna sonrisa que

intentaba contener con disimulo. Dispuestos a estacionarnos allí, tomamos asiento en unas
sillas en donde se llevaba a cabo la degustación conjuntamente con infografía alusiva y

datos históricos.

Unas muchachas, elegantes y jóvenes, eran las encargadas de entregar a los


concurrentes, pequeños trozos de chocolate

Tomé uno con rapidez, mordisqueé una parte y lo saboreé con exagerada sensualidad,
cosa que Ajax disfrutaría ver plenamente. Recorrí mis labios con la lengua transformando

una simple conducta en un hecho erótico cargado de intimidad, la cual bajaría las defensas
de Ajax, ennegreciendo sus ojos a la par de la dilatación de sus pupilas.

“Lo he excitado”…¡bien hecho Sophie!, me dije disfrutando una aparente victoria.


Para cuando acabé el segundo pedacito de cielo color marrón, Ajax frunció el ceño,
acercándose peligrosamente a mi rostro.

─Te ha quedado chocolate allí─ nuestras respiraciones parecieron detenerse cuando se

puso en acción: con su pulgar arrastró chocolate de la comisura de mi labio, sobre el

extremo derecho de mi boca. Nuestros ojos se colocaron en la misma sintonía y en cuanto

entreabrí mi boca a punto de decir algo, mis palabras se dispusieron a no salir. Ajax
acomodó un mechón de cabello detrás de mi oreja y posó sus labios de una forma sutil

sobre la curva de los míos.

Cerré los ojos en tanto que Ajax sostenía mi barbilla, dibujando una hilera de besos de

un extremo al otro de mis labios.

─ Me resultaría imposible concentrarme el resto de la tarde mientras tuvieras esa


mancha en tu boca─ murmuró con la gravedad de su voz alejándose de mi perfil.

─Y yo no podre concentrarme de ahora en más─ exhalé, con los párpados


moviéndoseme espasmódicamente.

Ajax lanzó un gruñido al recapitular que estábamos en un museo, rodeados de gente.

─Vamos fuera. Aún tengo algo para ti─ tomando mi mano con fuerza nos escabullimos

por entre las personas que recorrían el museo perdidas en las láminas que colgaban de las
paredes, y en los enormes objetos que completaban la exhibición.

20
Salimos torpemente, conmigo tomándolo del antebrazo y sonriendo nerviosamente.

Caminamos varios metros dejando las inmediaciones del museo y a pesar de mi


incertidumbre e insistencia, él no nada hasta llegar a Cedar Wave, un lugar de alquiler de

embarcaciones.

─¡No me digas que…!─ cubrí mi boca con ambas manos.

─Supongo que la respuesta es sí. ¡Vamos! ─me arrastró hacia el lugar de embarque.

La playa estaba a nuestra disposición, y la bruma de horas antes se había disipado,

abriéndose el cielo ante los dos.


─¡Hey, Charlie! ─Ajax estrechó su mano con un hombre de unos 60 años, delgado y
barbudo, de cabello totalmente gris y una pipa en boca. Parecía el padre perdido de

Popeye.

─¡Hola amigo! ¿Qué tal te encuentras? ─ palmeó la espalda de Ajax y al verme tras él,

el viejo hizo una reverencia muy antigua y un tanto exagerada, inclinándose sobre su
cintura. Muy gentil de su parte, de hecho─. Mucho gusto señorita.

Sonreí devolviendo el saludo.

─Aquí tienes las llaves Ajax y .recuerda: sólo unos 30 minutos. ¿Crees que te serán

suficientes? ─ el viejo realizó un guiño con cierta connotación sexual el cual lograría

incomodarme. De seguro, mis mejillas estarían coloradas.

─Viejo zorro─ masculló mi compañero entre dientes, agitando las llaves.

Sin más, nos despedimos del hombre y nos dispusimos a entrar al pequeño navío, para

lo cual, Ajax me ayudó a subir.

“Corsario” era una embarcación para unos pocos pasajeros, de pequeña talla aunque lo
suficientemente amplia para que Ajax y yo disfrutáramos del atardecer que pronto caería

sobre el horizonte de Seattle.

Una punzada se apoderó de mi pecho al sólo pensar que la complicidad entre el viejo

Charlie y Ajax venía de antaño. ¿Acaso habría llevado a recorridos marítimos a muchas
de sus conquistas? Una oleada de celos estúpidos me congelaba la capacidad de

raciocinio.


─Luces pensativa ─él se despojó de su chaqueta, subió las mangas de la camisa hasta
sus codos y aflojó un botón más de su cuello, dejando parte de su pecho dorado en

exhibición. Cómodo, se colocó frente al timón.

─Intuyo que sabes manejar esta cosa, o ¿debo pensar que quieres matarme, deshacerte

de mi cuerpo y arrojarlo al lago? ─ expuse evadiendo su pregunta inicial.

─Si quisiera matarte no hubiera dejado que Charlie te conociese, ¿no lo crees? ─

malicia pura desprendían esos ojos que con la luz del sol se aclaraban.

─En todo caso, tendrías que asesinarlo a él también. Serían muchos cadáveres en una

escena reducida. Necesitarías una buena coartada.

─Es cierto, pero estimo mucho a Charlie como para eliminarlo…─ meneó su cabeza,
retirándome la mirada.

“Estimo mucho a Charlie “…¡pero de mí, ni palabra!

Me autoimpuse entonces, disfrutar de la magnífica caída del sol y del reflejo de los

rayos dorados sobre Union Lake. El paisaje era encantador.

Inmersa en ese juego de tonos amarillos y ocres, mezcla de cielo y agua, me abracé
para calentar un poco mi cuerpo, ya que la temperatura había comenzado a descender y el

viento soplaba con más intensidad por la velocidad que prontamente tomó el barco.

Como si Ajax leyera mi mente, viró tenuemente su cuello, se detuvo por un instante y
mantuvo su mirada sobre mí sin decir una palabra. El agua a nuestro alrededor nos

cobijaba, mientras la luz solar se escabullía.

Mágicamente, la media hora se evaporaba a medida que avanzábamos sobre el agua; el

cielo se veía más azul y la nave debía estar de regreso en el puerto. Para entonces, Ajax se
aproximó con su andar sensual e intimidatorio, poniéndose frente a mí.

─Ya volvemos, princesa….no te me mueras de frío antes que lleguemos─puso su

chaqueta sobre mí.

Sonreí dulcemente.

Me estaba cuidando. Tal como yo necesitaba, como yo deseaba…

Lamentablemente, sería un sueño, del que no quería despertar. Besó mi frente,


estremeciendo mi alma, reduciéndola a polvo, susurrando un adiós que me hipnotizó,

adormeciéndome por completo.

─Bella durmiente, debemos bajar ─¿Ya?¿Bajar?¿Cuánto tiempo habría transcurrido

desde su suave beso en mi frente? Me sentí avergonzada por haberme quedado


profundamente dormida y en una mínimo tiempo. Había caído rendida…y no sólo a sus

pies─. ¡Menos mal que yo soy el abuelo que necesita descanso! ─ Divertido, se vengó de

mis comentarios vespertinos. No obstante, extendió su mano delante de mí para que

saliese del barco.

A las 12 de mañana siguiente tendría mi vuelo. Poco más de 12 horas me separaban del

fin de mi sueño de hadas…

Devolví su chaqueta, él la tomó en sus brazos y dijo:

─Mira, debo regresar a la oficina. Mientras tú estabas plácidamente dormida…perdón─

se corrigió─, estabas mirando hacia tu interior ─entrecomilló con sus dedos acompañando
aquel gesto con una mueca irónica en su rostro─Claire me ha llamado para decirme que
mi ausentismo de hoy, ha tenido sus consecuencias.

─Oh, entiendo ─ yo también debía volver al hotel y terminar de empacar. Mi ropa y

mis ilusiones teníamos boleto a Vancouver.

─Existen ciertos detalles que debo definir ahora mismo y son para mañana a primera

hora…─algo de sombra cubrió su mirada. Lo noté un tanto decepcionado pero no debía

dejarme engañar por un par de ojos hermosos─. Créeme que adoraría llevarte al
aeropuerto pero tengo una reunión muy importante…aunque…─aclaró su garganta y con

ambas manos echó su cabello, largo hasta sus hombros, hacia atrás─ desearía que

prolongases tu estadía un par de horas más.

Boquiabierta, no esperaba semejante declaración.

─Ajax, no puedo…

─No te preocupes por el dinero. Yo cubriría los gastos de hotel, de comida, todo lo

necesario para que nada falte a tu estadía.

─Agradezco tu ofrecimiento, pero no puedo dejar Lucky Library. Caroline ha estado

frente al negocio algunos días pero sólo a la espera que yo regrese. No puedo hacerle
esto─ elevé mis hombros, como niña inocente.

Ajax corrió la boca de lado, presumiblemente pensando en otra estrategia. Él no se


contentaría con una negativa; algo, tenía entre manos.


─Cena conmigo, ahora. Al menos no me sentiré tan culpable por no estar contigo
mañana.

Culpa. Una vez más esta maldita palabra se interponía entre ambos. La culpa, parecía

ser el motor para sus actitudes.

─Ajax, descuida, no es necesario que sigas siendo tan atento conmigo; si tu deseo es no

sentirte mal por cómo ha empezado todo esto, ya has cumplido con creces. Lo hecho,

hecho está. Yo no tengo rencores para contigo, tú tampoco conmigo, por lo que supongo

que estamos “a mano”─ solté, con los ojos un tanto vidriosos.

Su mirar no fue muy distinto al mío.

─He sido grosero y traté de resarcirme. Fue difícil asumir que me he equivocado, soy
muy obstinado, pero eso no significa que en estos dos días no haya encontrado en tí una

mujer maravillosa con la que me he sentido a gusto─ expuso, compenetrado en su


discurso─. Deseo profundamente que cenemos, sólo una vez más.

Él sentía que había estado a gusto conmigo, mientras que yo sentía unas bocanadas de
fuego en mi interior cada vez que me rozaba. Sus besos, sus caricias, todo complotaba en

mi contra.

Evidentemente teníamos un concepto distinto de lo que significaba “estar a gusto” con


otra persona.

─Debo empacar, necesito descansar temprano…─ pretendí sonar dura, convincente,

pero mi voluntad flaqueó cuando tomó mi rostro entre sus grandes manos.

─Esta noche y ya. Pediremos comida a mi oficina y luego te llevaré al hotel…¡lo

prometo! ─ cómicamente juró cruzando sus dedos sobre su boca. Sonreí.

─Mmmm está bien─ resulté ser una mantequilla─, pero antes de medianoche quiero

estar en el Mediterranean.

─Deseo concedido Cenicienta…

Como dos niños corrimos (mis pies insultando) la explanada que separaba el

embarcadero de las oficinas de Ajax. Ingresamos a toda velocidad por una entrada de

servicio, de uso restringido, la cual conectaba a la zona de estacionamiento de personal

jerárquico para entrar en un elevador secundario que nos guiaría a un estrecho corredor en

el piso 28, planta destinado a St. Thomas&Partners.

Una vez en la cabina, Ajax extendió las mangas de su camisa, ajustó sus botones,

acomodó el cuello de su camisa y dirigió una mirada cómplice hacia mí mientras


terminaba de colocarse la chaqueta.

─Si tenemos suerte, Claire no estará. Caso contrario, nos pedirá explicaciones.

─¿Tanto te intimida? De hecho no ha pasado nada como para que te avergüences─me

sonrojé y reparé en que mi tono de voz había resultado ser un tanto agudo.

─No es por eso, princesa…es que…─se acercó peligrosamente hacia mí y descubrí que
precisamente allí empezaban todos los problemas: la proximidad. Estar a milímetros de él,

conseguía que mis rodillas tiemblen como gelatina─ Claire es muy persuasiva. Me volverá
loco toda la semana hasta que le cuente qué hicimos y qué no.

─No es muy difícil Ajax: comimos, estuvimos en el museo y viajamos en bote por un

par de minutos. Fin de la historia─ ignoré el detalle del beso.

─¿Sólo eso? ─Ajax se pegó literalmente a mi oído, su aroma se había incrustado en mi

tabique nasal y las hebras doradas de su cabello, rozaban mi cuello, haciéndole unas

suaves cosquillas.

─Sí ─ respondí enérgicamente, tal vez demasiado.

Cuando las puertas se abrieron, salí eyectada del elevador con un ardor en todo mí ser,

pensando por un instante que mi piel derretida colgaba de mi cuerpo.

Mi boca deseaba un beso profundo y salvaje desde temprano, sin embargo lo había

obligado a retroceder con un lacónico “sí”.

Avanzando por el corredor de emergencia, se encontraba la recepción de la oficina, en

la cual se encontraba Claire con el tubo del teléfono en mano. Disimulé mi agitación por la

situación vivida.

─¡Ajax, al fin apareciste! Estaba marcando tu número cuando….─detuvo sus palabras


al verme tras él ─.¡Hola querida! ─saludó efusivamente con su mano, quedando de piedra

frente al escritorio.

─Claire, te he dicho que cancelaras las citas de hoy, ¿por qué tanta alharaca? ─ fue

determinante y con tono despectivo.

─Lo sé, pero también hay cosas para mañana que debes solucionar hoy cariño. Y ya
mismo.

Ajax ladeó la cabeza, fastidiado, caminando en dirección a su despacho; yo, sin

embargo, quedaría de pie en la recepción con Claire resoplando por lo bajo y contando

hasta mil. Festejé su paciencia.

─ Sobre tu escritorio he dejado el pliego de Yard Hotel&Suites con algunos bocetos

para que los discutas con él este sábado. Michel desea hablar contigo mañana por la

noche, y no acepta un no como respuesta. Antes de viajar hasta aquí, quiere saber qué te

han parecido sus ideas.

Ajax tomó unos planos y los miró cautamente. Enarcó una ceja. De pie en la puerta de

su oficina, frunció cada músculo de su rostro.

─¡Son una mierda! ─Disparó con una tranquilidad pasmosa. Su mal genio estaba de

regreso. Yo era una perfecta testigo.

─Si tú lo dices… ─ Claire tomó su bolso, recostado sobre un mueble de mediana


altura, con muchas carpetas prolijamente ubicadas en él─. Ahora si me disculpas, debo ir a

mi casa, no me pagan por hacer horas extras─ la señora mayor se acercó a Ajax, le dio un
cálido beso y salió de la oficina para saludarme gentilmente a mi también─. ¿Te quedaras

aquí? ─ la mujer me tomó de las manos amigablemente. Las tenía muy frías.

─Sólo un rato. Creo que cenaremos aquí…─admití algo vergonzosa, con la voz
diluyéndose con el correr de las letras. Ella contuvo una sonrisita maliciosa.

─En la agenda encontrarás números de restaurants que entregan las órdenes a domicilio
─señaló su escritorio y un corto anaquel─. Llama cuando te apetezca─a mitad de
corredor, giró repentinamente para concluir─: y por cierto, buen viaje linda, tengo
entendido que te marchas mañana.

─ Si. Mañana temprano─ dejé mis palabras en el aire para cuando Ajax apareció en

escena, tosiendo celosamente y recostando su humanidad sobre el marco de la puerta.

─ Claire, ¿no deberías estar tomando un taxi ahora mismo?

─Si cariño….pero socializar con alguna de tus citas no está mal─ lanzó un beso al aire

dejándome sin habla.

Yo era una de sus citas…¿la número mil?¿Dos mil? Inspiré profundo.

─Ven, pasa─ dijo el dueño del imperio.

─¿Qué ha querido decir con “alguna de tus citas”? ─ Cuestioné, curiosa, a sabiendas

que debería haber mordido mi lengua.

─Es vergonzoso pero admito que es ella quien lleva mi agenda sentimental─ refunfuñó

mientras colgaba su chaqueta en el respaldo de su silla, ya dentro de su despacho.

─¿Tienes una agenda sentimental? ¿Acaso no te acuerdas de tus citas amorosas?


─pregunté incrédula y algo incómoda.

─Soy muy malo con los nombres…y ella me ayuda para no hacer el ridículo.

Me sorprendió sobremanera la naturalidad con la que me estaba contando algo tan


personal y más, tratándose de mujeres con las que salía.

─¿A todas les cuentas esto o es que estás en busca de una secretaria que suplante a
Claire cuando ya no trabaje más aquí? ─ dejé mi abrigo en un bajo sofá. O en esa oficina
hacía calor, o la conversación estaba subiendo la temperatura.

─No, licenciada. Jamás le permitiría tener acceso a esa información a nadie que no sea

ella; es clasificada y confidencial─ conteniendo mi afán por continuar con mi recusatorio,

obvié hacerlo. Después de todo, no estaba segura de querer estar al tanto de mayores
detalles.

Por fortuna, mi móvil comenzó a sonar.

─Si me disculpas ─ rebusqué en mi bolsillo, miré la pantalla e identifiqué a Francis.

¿Que querría? Tomando distancia de Ajax, me aparté en dirección a uno de los hermosos

ventanales de la torre. La ciudad estaba iluminada por las luces nocturnas, la vista era

privilegiada. Antes de responder, inspiré contemplando la belleza del entorno.

─Hola Francis…─ murmuré su nombre.

─Hola cariño─maldita muletilla ─, necesitaba escucharte.

─Por favor, ya hemos hablado de esto…¿qué necesitas? ─continué con un tono de voz
casi imperceptible, tapando mi boca de lado.

─Ella ha preguntado por tí.

─Francis, mañana vuelo a Vancouver. Prometo comunicarme para definir los detalles
de mi próximo viaje. Hasta entonces necesito que dejes de llamarme.

─Está bien, cariño.

─¡No me digas más cariño! ─ Lamentablemente, esa palabra me irritó tanto que al

repetirla subí mi tono de voz y Ajax levantó la vista de su escritorio, de seguro,


escuchando. ¿Pero qué de todo? ─. Debo colgar. Adiós.

Sin esperar respuesta alguna, finalicé la comunicación colgando groseramente. Dibujé


una bella sonrisa (falsa por cierto) y regresé a tomar asiendo frente a un Ajax concentrado

en un extenso plano lleno de números y líneas.

─¿Deseas que ordene la cena? Claire me ha dicho donde están los números de envío─

grandiosa idea. Desviar la conversación.

─Sí, claro. Hoy escogerás tú qué comer ─ por fortuna, Ajax continuó inmerso en el

papel y su afán por redibujar sobre él. Sin más, fui en dirección al escritorio de su

secretaria.

Me volví sobre mis talones a los pocos pasos.

─¿Tienes una preferencia en particular? ¿Alguna comida que te disguste? ─ grité desde
la puerta─. ¿Alergias o algo por el estilo?

─Pide lo que desees─ agitó su mano, displicente y poco interesado en el menú.

El lugar de trabajo de Claire estaba precisamente ordenado. Sin embargo maldije que
todas las agendas eran del mismo color, formato y grosor. Fruncí mi ceño.

Tomé la primera de la fila, la que tuve más a mi alcance, abriendo las hojas a la mitad.

“Lucy von Kirsten, restauradora de cuadros, 24 años, St John E, rubia, ojos grises,
buena figura. Separada, padres divorciados, mascota: perro caniche llamado Puppet.
Conversación: 3, aspecto 8, inteligencia: 5, sexo: 8”

Escrito en fabulosa caligrafía, resultaría cómico y penoso al mismo tiempo leer

semejante descripción. Estaba frente a la famosa agenda de citas de Ajax. Deseé dejarla

donde estaba, pero la curiosidad fue más fuerte. Continué por un par de renglones más
aprovechando que Ajax estaba entretenido con otros menesteres. Por sobre mi hombro,

extendí el cuello, constatando que el arquitecto continuaba con su trabajo.

“Walquiria Kingston, 32 años, madre de Ian y Peter, ingeniera hidráulica, buenas tetas

y trasero intermedio. Largas piernas, cabello corto y oscuro. Conversación: 6 (habla

mucho de sus niños), aspecto: 7, inteligencia: 8, sexo 6”

Pasé unas hojas más, velozmente, sin poder dar crédito al material que tenía entre

manos.

─¡Supongo que no querrás de cena a alguna de estas muchachas! ─la voz de Ajax sonó

como un trueno a mis espaldas. Por un momento, pensé que se quebrarían los cristales,

sobresaltándome por completo.

─Oh, ¡disculpa! No debí…tú sabes…─torpemente, deje caer la agenda, con un grupo


de papeles que estaban meticulosamente entremezclados entre las hojas ─. Claire me

habló sobre la agenda de números y cogí la primera que encontré…

─Y no conforme con ver que no era eso lo que buscabas, continuaste leyendo─me

reprendió y con justa razón. Sus ojos eran oscuros, su rostro, enojado.

─Perdóname por favor─ ubiqué la carpeta en su sitio, fallando varias veces─. No sé


cómo pedirte disculpas─ de pie, esperé otro regaño. No obstante, mi conocida verborragia

ganaba la partida─. Aunque debo confesar que me extraña tu “clasificación” ─reí como
una tonta aunque me comían los nervios. Acaba de cometer una invasión absoluta a la
privacidad de Ajax y me estaba dando el lujo de seguir hablando del tema…¡lo mío era

irremediable! ─. ¿Acaso armas alguna tabla de estadísticas?

“¡Cierra tu bocota ya mismo, idiota!”

─¿Qué quieres saber Sophie? ─ Avanzó.

Levantó la agenda del piso y la colocó en el escritorio. Cruzó los brazos y aguardó por

mi respuesta, la cual tardaría en llegar. Balbuceé. Como una tonta. Debía darle una buena

excusa pero mi mente se puso en blanco.

Hasta que él habló y salvó mi pellejo… ¿o no?

─Si pretendes saber cuál es la descripción que haría de ti…─su rostro se transfiguró e

inesperadamente, sonrió; llevando una de sus manos a su barbilla, giró a mí alrededor


haciendo muecas de profesor examinador dispuesto a dar un veredicto─. ¿De verdad

piensas que te daría una calificación? ─Preguntó consciente de mi intriga y de mi


nerviosismo por la ocasión.

Con cierta mezcla de decepción, alivio y desazón, golpeé su brazo, el cual era un
bloque de concreto.

─ Eres un idiota St. Thomas…

─¡Y tú una chismosa! ─Tomó su estómago sumamente divertido ante las carcajadas
que no dejaba de emitir─. Ten, aquí está la agenda de los restaurantes y por favor, no te
equivoques otra vez─ guiñando su ojo, entregó otra agenda para cuando mi corazón hizo

crack y se quebró.

21
Tras pasar varios números me dije: ¡debo comer hamburguesas en el país de las

hamburguesas!

Llamé entonces al “Blue Moon Burguers” ubicado a pocas calles del SkyTower, el cual
tenía entrega domiciliaria y unas opciones apetitosas.

─¡Listo! ─entré animadamente en la oficina, tras escoger dos hamburguesas con


mucho queso─. En 20 minutos tendremos lista la cena.

─Genial ─ asintió Ajax sin despegar los ojos del papel enajenadamente dibujado.

Tomé asiento frente a él intentando comprender aquello que observaba talo sometía a
trazos gruesos, flechas y algunos diseños paralelos. Meneaba su cabeza, realizaba breves

anotaciones de lado y con una regla, tomaba medidas constantemente

─¿Está tan mal? ─ mi pregunta era inocente, no por eso poco amable.

─Horrible es poco, este tipo no tiene idea de diseño, parece hecho por un novato…Pero

lo que más me preocupa es que será difícil persuadirlo de que esto no es viable.

─¿Es generosa la inversión que pretenden hacer?

─Verás, hace mucho tiempo que pretendo tenerlo de cliente. Es dueño de varios hoteles

sobre todo en Europa. Viene especialmente desde Londres a negociar conmigo, cuestión
que me halaga, pero no deja de ser un gran desafío.

─Ajax, estarás a la altura, despreocúpate por ello. El tipo verá que eres bueno en tu
trabajo y se convencerá que no hay otro que puedo hacerlo mejor─ dije como si no lo

supiera por él mismo.

Relajó sus rasgos súbitamente, cayendo desplomado en su silla, dejándose vencer

pesadamente.

─Eres especial Sophie, sueles sacar lo mejor de las cosas malas y siempre tienes una

palabra de aliento… ¿acaso nunca te cansas de ser optimista?

Sus palabras me sonaron halagadoras.

─No siempre soy así, no te confundas Ajax─ tomé el lápiz y jugueteé con él dibujando
cosas en el extremo de una hoja en blanco que encontré entre la maraña de planos─. La

vida me ha lastimado lo suficiente como para creer que no todo es tan malo como parece.

He aprendido a convivir con el dolor de muchas situaciones: el dolor de perder a quien

amas, el dolor de sentirte traicionada por quien menos lo esperas ─se me hizo un nudo en

la garganta──. También, convivir con el dolor de no ser confiable para algunos… ─ elevé

mis ojos, posándolos en los suyos.

─Sophie…─ Ajax se incorporó, apoyándose en el borde de su escritorio atiborrado de


objetos. Ladeó la cabeza y rodeó su mobiliario para voltear mi silla y arrodillarse frente a

mí.

─¿Te han lastimado mucho? ─ Unas lágrimas cayeron sobre mis mejillas, miré fijo a
mis pies encontrando a su dulce mano a mitad de camino levantando mi mentón para

recoger cada gota con suavidad─. No puedo creer que haya gente que te maltrate princesa,
me has demostrado que eres un sol.

─El sol también quema Ajax─ siseé entre dientes.

Inclinándose hacia mí, colocó mi cabeza en su pecho. Me abrazó para que pudiera
llorar y por un momento creí haber tocado el cielo con las manos. Su tórax era fuerte,
amplio y su corazón latía con fuerza. Sentí el calor de la compañía en cada fibra de mi
cuerpo.

El intercomunicador sonó. Y con eso mi alarma cerebral.

Era la cena.

Sequé mis lágrimas y me dirigí hacia el sillón en el que descansaba mi bolso.

─¿Qué haces? ─Acusó.

─Darte dinero para la cena─ sujeté un puñado de billetes pero no tuve respuesta, para

entonces, Ajax había salido de la oficina.

Con él fuera, examiné su pequeña cocina y encontré unos pequeños manteles de cuero

negro, con la leyenda “St. Thomas&Partners” grabadas en ellos, en color rojo. Tomé unas

copas, unas servilletas de tela y un vino que había sin empezar en el bajo refrigerador.

Lavé mis manos y para cuando giré, Ajax ya estaba con sendas bolsas de papel en sus

manos.

─¡Qué forma tan elegante de comer hamburguesas! ─Acomodó los paquetes y se ubicó

en la mesa servida.

Disponiéndose frente a mí, abrió los pedidos.

─Sería un pecado irme de aquí sin probar las hamburguesas, ¡lucen muy bien!

─Olfateé sobre las porciones y agité mis manos como una niña pequeña.
─Espero te agraden, me he pasado todo el día cocinando para tí ─sonriendo, destapó el
vino, sirvió mi copa y propuso un brindis.

─Por tu sonrisa Sophie…

─Por tus ojos color tormenta ─ choqué su copa y bebimos sin dejar de mirarnos.

Si hubiera apostado a que las siguientes dos horas estaría con su agenda de citas en la
mano, recostada en su amplio sofá negro, con los pies extendidos sin botas sobre la

otomana de vidrio y acero de su despacho, hubiera perdido por knock out.

Bebí más vino (muy mala idea ya que mi índice de alcohol en sangre era catastrófico) y

me dispuse a leer en voz alta, mientras Ajax deambulaba por su oficina:

─ “Brittany, 45 años “…espera ¿45 años? ─disparé con una carcajada.

─Las mujeres maduras suelen tener ciertos encantos que una jovencita no.

─¿Como las tetas caídas? ─el color carmesí inundó mis mejillas sin impedir que

continuase riendo por mi gran ocurrencia. Mi lengua estaba muy floja.

─No, Sophie─ Ajax posó la copa con desdén sobre la mesa alta en la que habíamos

cenado, para sentarse en el sillón, a mi lado y explicar con tranquilidad─, después de los
40 las mujeres se desinhiben. La mayoría de ellas ha atravesado la edad de la maternidad y

se encuentran aburridas por ser esclavas de matrimonios con más de 15 años, en los que su
marido no las satisface. Están ávidas de otras sensaciones, tienen ciertos trucos adquiridos

con el tiempo…tú sabes…técnicas más desarrolladas.


“No, yo no sabía nada de técnicas desarrolladas ni truquitos sexuales”.

Volví a reír groseramente, volcando mi cabeza hacia atrás. La bebida estaba haciendo

estragos, pero si bien estaba un poco mareada y más atrevida, nunca hasta el punto de

perder mi juicio. ¿O sí?

─¿No respetas ni la sagrada institución del matrimonio?

─Del matrimonio ajeno, no.

Ambos reímos, nuevamente. Por vigésima vez.

─¿Deseas casarte? ─al instante noté que el filtro “cerebro/boca/cuerdas vocales” estaba

con ciertos problemas de conexión y quise retractarme, pero ya era demasiado tarde.

─Nunca me casaré─ la frase sonó con fuerza.

─¿Por qué?

─Porque no creo eso de estar atado a una persona de por vida.

La conversación se tornó más seria, pero no por eso menos interesante.

─Disiento contigo─ bebí un poco más ─; no creo que signifique atarse, sino más bien
es estar acompañado. El matrimonio es un compromiso desinteresado, en el que siempre

importa el otro por sobre uno mismo. Amas sin esperar nada a cambio, te preocupas sin
temor a ocupar al otro. Es entregarse sin condiciones, es mirarse y saber qué pasa por la

mente del otro….es amarse. Simple como eso─ soné realmente cursi.
─¿Has estado casada? ─ habíamos llegado a la cornisa. Pero no podía escapar. Era caer
o seguir adelante.

─Sí, es por eso que lo digo. Yo no he amado a mi esposo y eso me convierte en una

egoísta.

Silencio pesado fue el nuevo invitado entre ambos.

─¿Y por qué te has casado, entonces? No pregonas lo que dices, no clasificas para el

caso, licenciada.

─Éramos jóvenes, yo tenía muchos problemas y creí que teniéndolo a mi lado, la carga

de mis espaldas se alivianarían. Tenerlo a Francis conmigo, me aligeraría el problema.

Silencio número dos.

─¿Francis? ¿El sujeto que te llamo más temprano y te dijo amor?

Justo en el clavo, había escuchado toda la conversación.

─Sí. Me ha costado un gran esfuerzo tomar la decisión correcta, pero después de


mucho tiempo me divorcié. Francis es una persona a la que siempre querré, porque más

allá de todo lo que nos ha sucedido como pareja, hemos crecido juntos.

El rostro de Ajax se endureció.


─Aún te ama.

─No lo sé…─su afirmación fue segura.

─Sophie, ese hombre te ama; si aun después de dos años sigue llamándote

frecuentemente y diciéndote cariño, es porque algo siente por tí. ¿No lo ves?

─Tal vez…─ me encogí de hombros, bebiendo el último trago de vino.

“Basta, deja de hacerme esto, Ajax”.

─¿Y tú qué deseas? ─ me desnudaba con esa pregunta. No estaba preparada para

responder.

─¿Perdón?

─Es simple. ¿Qué es lo que tú deseas con él? ─la cabeza me giró buscando respuestas.
Francis me acorralaba día tras día con esa pregunta, y la podía sortear, pero ahora Ajax,

teniendo la misma postura, me crispaba los nervios.

─Sólo deseo que sigamos siendo amigos…además…él…─ contuve mis palabras.

─¿Él, qué? ─ su insistencia me irritaba.

─Él ya no vive en Vancouver, lo que es contraproducente para cualquier relación que


pretenda mantener viva.

Certero como un dardo. Y envenenado. “Touché”.

Estratégicamente, recordé que debía marcharme porque eran las 12 de la noche. Me


puse de pie de un latigazo y Ajax se sobresaltó.

─Debo irme Ajax, son más de las 12─dije suavemente cogiendo mis cosas,

desperdigadas por toda la oficina, esquivando su mirada.

─Todavía no me he convertido en calabaza, preciosa─ abrió sus brazos, se miró de

arriba abajo dedicándome la sonrisa más seductora y aniquiladora del mundo.

El reflejo de un rayo parpadeó en la oficina tenuemente iluminada por las escasas luces

que Ajax encendió tras cenar.

─Espero no haya tormenta mañana, no deseo un vuelo con turbulencias…me aterran

los trueno─ me coloqué la chaqueta, acomodé mi cabello y extendí mis pantalones

insistentemente. Avancé unos pasos hacia la puerta de salida.

─¿Piensas irte así?¿Descalza? ─ la mirada traviesa de Ajax me seguía por todos lados.

Saqué mi lengua aceptando que él me había pillado distraída y sin perder tiempo, me
dirigí hacia el sillón contiguo a uno de los ventanales de la torre en donde descansaban

mis botas. Colocándomelas presurosamente, levanté mi vista encontrando a Ajax a mitad


de camino. Los músculos de sus brazos se marcaban por debajo de la camisa cuando los

cruzó sobre el pecho.

Erguí mi espalda fingiendo desinterés, pero no resultaría efectivo, porque como un

vendaval, su cuerpo atropellaría el mío contra el frío cristal.

Su boca comería la mía, nuestras bocas urgentes se entrelazaron en un sinfín de


piruetas, sus manos en mi espalda y las mías en su nuca. Estábamos hambrientos de

nuestros alientos, deseosos por conocer el sabor del otro.


─No te vayas─ imploró con voz excitada.

Yo estaba demasiado confusa, alterada y caliente como para digerir el peso de sus

palabras. Continué besándolo, intentando retener ese recuerdo en mi cabeza y en mi


cuerpo un poco más. Los relámpagos iluminaban una y otra vez nuestros cuerpos y los

truenos eran la música de fondo.

Con fuerza jaló de mi chaqueta, arrojándola por sobre su hombro, y con destreza, pero

con suavidad, abrió uno a uno los botones de mi camisa, sin dejar de besar mi quijada.

El frío tacto de sus dedos por delante y del vidrio por detrás, sacudía mi mente con

intensidad. Arqueé mi cintura, invitando a que ejerciera más presión masculina.

Pero algo dentro mío sentenciaba que no podía hacer esto porque si traspasábamos este

límite, ya no habría tiempo de volver atrás….yo me convertiría en una conquista más para

él, mientras que Ajax para mí, sería el filoso puñal que atravesaría mi corazón,
desgarrándolo para siempre.

Una única noche bastaría para lastimarme por mucho tiempo.

Con el mismo impulso que había provocado esta situación, lo aparté antes que

desabotonara por completo mi blusa. Con los ojos más tormentosos que nunca, no logró
comprender mi reacción. Yo tampoco, pero debía hacerlo para preservarme.

─Ajax─ su nombre salió agitado desde mi pecho─, mañana me iré de aquí, Vancouver
no es tu lugar y este no es el sitio para mí, no volveremos a vernos….y…no es esto lo que

quiero─ aclaré nerviosa. Lo deseaba, pero no sólo por instante.

─¿Y qué es lo que quieres? ─dio otro beso a mi cuello haciéndome estremecer. Mi piel
excitada pedía por más.

─Nada de lo que tú deseas, y no es justo para ninguno de los dos─logré zafarme de sus

brazos con dificultad, abroché mi camisa torpemente, tomé mis cosas y escapé como rata.

Troté por el corredor, presioné el botón del elevador y rogué porque llegara antes que
Ajax para escapar sin cargos de conciencia. Para cuando arribé a la primera planta, la

gente de seguridad se sorprendió al ver que aún había alguien en las instalaciones del

edificio.

Subiendo la cremallera de mi abrigo, aguardé por un instante, miré hacia el exterior,

lluvioso y oscuro, salí del SkyTower , empapándome por completo un minuto más tarde.

Caminé encorvada un par de metros hasta que las luces de un taxi iluminaron mi

trayecto, extendí mi mano y lo detuve.

Al Mediterranean Inn, por favor ─ imploré al chofer, apagué el móvil y lo hundí en mi

bolso. No quería sus llamadas, sus palabras, ni nada que siguiera seduciéndome.

Debía olvidarlo.

“¡Maldición! No tenía la receta…”

22
El desconcierto se apoderó de mi cuerpo por unos angustiantes momentos; una

sensación de vacío, sólo comparable con la pérdida de Adrian, taladró mi pecho.

Sophie se había escapado alegando que no quería lo mismo que yo…pero acaso, ¿yo
qué era lo que quería?

La lluvia caía desesperadamente sobre la ciudad, el azul metálico del cielo se mezclaba

con los fogonazos de la madre naturaleza bramando por tormenta. Cuando mis piernas
cobraron fuerza y mi cabeza algo de razón, busqué mi teléfono y presioné su contacto.

Cómo era de esperar, la contestadora embraveció mis ansias.

“¿Qué hago?”

Llovía como los mil demonios. La buscaría, le diría que…¿Qué, qué?

Le había casi suplicado que se quedara y bien sabía que ella no podía ya que era
ponerla entre la espada y la pared y que su vida era esa tienda de mala muerte pero de gran
valor sentimental.

No podía ser tan egoísta; Lucky Library era como St. Thomas&Partners para mí,

entonces, ¿por qué me sentía rechazado? ¿Por qué no podía tolerar que regresara a su día a

día, al cual yo no pertenecía?

La llamé nuevamente. Nuevamente la contestadora…

“Tarde, idiota”.

Vulnerado, desorientado, me mantuve de pie junto a amplio ventanal, testigo del atraco,

apoyándome contra el marco de acero. Aún sin disolverse, el calor de Sophie permanecía

estampado contra el enorme cristal.

Apreté mi puño y me contuve de estallar el vidrio en mil pedazos. Juré que rompería el

blindado si me lo proponía. No pasaba aire por mi garganta y mis ojos ardían por su

cobardía…y por la mía.

Ella huía argumentando saber de qué iban mis sentimientos, con una seguridad

pasmosa…mientras que yo no tenía idea a qué se refería.

Egoísta. Un completo idiota soberbio.

Observé la botella de vino a mitad de camino y me serví lo que quedaba en una copa.

Recostado en el sofá, aún con el calor del cuerpo de Sophie en él, cogí la agenda
abierta.

Frío y sabía áspero, como el resabio de sabor que le quedaba a mi boca tras el escape

de esa muchacha, comencé a leer al azar:

“Tamara Burkova─ 30 años, entrenadora personal, soltera, vive con una amiga en un
piso en Madison St y 8th av. Acento interesante. Conversación: 4, aspecto 9, inteligencia:
7, sexo 9”.

Maldije mi estupidez; yo también era frío y áspero. Entonces, si estaba acostumbrado a

lidiar con la frivolidad de la vida que había elegido para mí, ¿por qué esta vez era distinto?

Sophie ni siquiera era el tipo de mujer que frecuentaba; curvilínea, inteligente y

mordaz. Lo cuestionaba todo y me dejaba como un ridículo ante mi amigo, mi

secretaria… ¿entonces por qué me excitaba tanto conocerla más íntimamente?

La mañana siguiente me sorprendió en la oficina; algo transpirado, con la camisa hecha

un acordeón y con la boca pastosa. Los vestigios del día anterior arrojaban la botella vacía,

las copas en el piso y la sedosidad del cabello de Sophie impregnada en mis huellas

digitales.

Con una molesta jaqueca y los rayos del sol impactando en mis ojos, agradecí tener un

tocador digno para darme una ducha y despojarme de los estúpidos pensamientos que me

habían agobiado durante buena parte de la madrugada con el mero objetivo de poder

concentrarme en las numerosas reuniones del día y la llamada del insistente Le Yardelian.

─ Buenos días cariño─ apenas tocaron las 7 Claire ingresó a mi despacho. Su


semblante cambió de golpe, percibiendo que algo en mí no estaba del todo bien. Menos

aún, al notar el desorden en mi oficina ─.¿Has pasado la noche aquí? ─ señaló la botella
vacía sobre la otomana, y las copas sin lavar.

─ En efecto, y anticipándome a tu pregunta, dormí solo─ respondí desalentado.

─ Oh querido, los detalles son innecesarios─ exageró el gesto─, sin embargo, a juzgar
por tu voz la decisión de no hacerlo no ha sido de mutuo acuerdo─ enarcó una ceja,

fastidiándome.
─Preferiría no hablar de tema.

─¿Estás seguro? Lacan solía decir que lo no dicho, enferma ─ Claire tomó asiento sin

permiso y me cogió las manos a pesar de mi resistencia─ .Esta muchacha parece ser

especial Ajax, supongo que lo has notado, pero no soy yo quien debe darse cuenta de ello.

No es como las otras…es inteligente, bonita, y su mirada…

─Ayer leyó tu agenda…nuestra agenda ─ reconocí avergonzado con el dedo

incluyéndonos a ambos. Claire sonrió guardándose una carcajada siniestra.

─¿Y que ha dicho? Supongo que habrá caído como algo de muy mal gusto.

─Lejos de cualquier pronóstico estalló en risas. Lógicamente, lo tildó como algo

grosero y bastante machista.

─Lógicamente, siempre te lo he dicho. Lo que haces es, definitivamente, grosero y

machista.

─Ella…ha huido de mí. Como si yo fuese una plaga ─ apesadumbrado, me mostré

indefenso.

─¿Huyó sin más?

─Huyo sin más.

─ Mira, yo soy muchos más vieja que ustedes dos y lo único que tengo para decirte es
que si ella está realmente interesada en ti, pronto volverás a tener noticias suyas. A veces

es necesario el tiempo a solas para comprender y ver en retrospectiva lo que sucede.


Tomar distancia sirve. Han estado juntos solo dos días, sin plantearse siquiera algo serio;

la han pasado genial compartiendo el rato, pero eso tampoco significa que estén
enamorados. Necesitas tener la mente fría, no seas como Adrian que creía enamorarse a
primera vista…

─Él era muy cursi ¿verdad? ─ sonreí recordando nuestras charlas.


─No sé si cursi es la palabra indicada pero supongo que es la que más encaja con su
personalidad…

─ Adrian creía en el amor verdadero

─ Creía porque existe. Y sólo el tiempo será el encargado de decirte si esta muchacha

es la indicada. Mi intuición me dice que sí y creo en las coincidencias, pero no quiero

aumentar tu mal genio con suposiciones ─ ella rió maternalmente. Pellizcó mi mejilla

como lo hacía desde mis 8 años, besó mis manos y mi frente para ponerse de pie─. Ajax,
debo dar fin a la sesión de terapia. El teléfono está sonando.

─Gracias Claire. Te quiero.

─Y yo a tí, hijo ─ arrojando otro beso más al aire, se esfumó de mi vista.

Parecía ser cuestión de espacio y tiempo.

─¿Estás seguro? ─ pregunté con un grito un tanto histérico.

─Por supuesto, sé constatar unos simples movimientos bancarios. No sé por qué te has
empeñado en darle ese dinero. La demanda no ha llegado a instancia judicial, ambos
desistieron denunciarse…

─Robbie, ella se ha ganado cada billete.

─Evidentemente no los quiere. Devolvió hasta los centavos.

─ ¡No puedo creer su orgullo! ─ girando en mi silla, llevé mis manos a la cabeza. Esa
muchacha era obstinada, terca y…y muy bella.

─No sé a quién me recuerda… ─la ironía se escabulló por entre los labios de Robert.
─No quiere mi ayuda… ─ bajé la vista, con extraño pesar. ¿Acaso dándole dinero
pensaba que ella volvería a mí, agradecida y dispuesta a un par de cenas más?

No la conocía en absoluto, y esa imprevisibilidad me subyugaba.

Robbie limpió su garganta, ensayando una reflexión que no se hizo esperar:

─Ajax, tienes dos opciones: si la chica te interesa, no tienes más que volar y decirle qué

te sucede con ella. Si por el contrario, poco te importa, dejarás que el tiempo fluya y listo.

Tú decides qué quieres que te suceda; la falta de valentía no torcerá el destino.

El ataque espiritual de Robert me dejó sin habla. Al menos hasta que estudié una

respuesta; yo solía quedarme con la última palabra.

─Estas muy cursi, Robbie, prefiero terminar con esta charla tan sentimental.

─¡Y aquí vamos! No quieres hablar del tema porque sabes que estoy en lo cierto─ mi
amigo se puso de pie, acomodó su silla y tomó su maletín.

A la distancia, me guiñó su ojo.

Lógicamente que él tenía razón…pero como buen cabezotas, yo no se la daría


abiertamente.

El sábado ya arrancaba complicado. Unos contratistas se habían presentado en la

empresa reclamando mejoras salariales y la revisión de unos contratos de trabajo que

estaban bajo las esferas de Robbie y el equipo de leguleyos de la constructora.

Resoplando, ya en mi piso de 2nd Ave W. me despojé del almidonado traje negro,

reemplazándolo por unos pantalones desgastados y mis cueros en la parte superior.

Necesitaba boxear, dar unos cuantos azotes a la bolsa con el único fin de desahogar este

gran malestar y la resignación que se apoderaba de cada día de mi puta existencia.

Colgada de una larga viga metálica, golpeé y golpeé la bolsa, transpirando de

impotencia. Ya no bastaba sufrir por la pérdida de Adrian sino que ahora, la ausencia de

una mujercita orgullosa y tediosa, me apretaba las vísceras.

Ciego, incapaz de ver si sólo la deseaba para una aventura o para algo más, lo cual

tampoco sabía qué era, continué haciendo de mis puños la descarga de dolor.

Avanzando a pasos agigantados, empapado en sudor, me encerré en mi cuarto de baño

dispuesto a barrer con la tragedia que embebía cada poro de mi cuerpo.

Ingresando al cuarto de baño, éste era negro y gris metálico. Muy varonil, duro y

masculino como yo, poseía una antesala con dos lavabos de vidrio trasparentes apoyados
sobre una encimera de granito negro mientras que por detrás, el sector destinado a la

ducha y el retrete.

Los pisos eran de un negro profundo y las cerámicas en las paredes eran gris plomo y
blanco, formando una trama horizontal muy interesante.

El agua fría, casi helada, golpeaba mi torso caliente, generando más vapor, empañando
la mampara de vidrio de la ducha, deseando que mis dudas tomasen el mismo camino.

La pequeña Sophie había logrado mover mi estructura, como un sismo, tan sólo en un

par de días y horas compartidas, ella me había devuelto una sonrisa poco conocida,

incluso, para mí mismo.

Michel Le Yardelian estaba dispuesto a realizar reformas muy costosas y emplazar un

nuevo hotel en Sudamérica, más precisamente en Cartagena, por lo que mi concentración

no podía dispersarse ni un segundo siquiera en unos ojos hechiceros y un culo de ensueño.

Recordando los planos y bosquejos que había analizado el día anterior, las ideas del

magnate hotelero eran desastrosas, sin diseño y con poco criterio arquitectónico.

Mi tarea radicaba en ser cauteloso y desechar de plano esas ideas para hacer de mi
nueva propuesta, algo que satisfaga las necesidades del cliente sin caer en lugares

comunes.

Había permanecido todo el viernes diseñando, aprovechando las cataratas de ideas que

fluían de mi cabeza, tras el encuentro del día anterior con Sophie. No había necesitado

ponerme de pie y contemplar Seattle desde las alturas para inspirarme porque con sólo

recordar su cabello alborotado por el viento, esos labios brillosos moviéndose mientras
comía un bombón de chocolate, la comisura de su boca manchada, bastaría.

Impecablemente vestido, trataría cara a cara con mi cliente, tal como mi padre solía

hacer. Cogí entonces una carpeta con nuevos bocetos, esquemas tridimensionales y un
presupuesto aproximado. Una buena presentación hacía la diferencia en estos casos.

Le Yardelian estaba obsesionado en que nuestra empresa se alzara con el proyecto así
tanto como yo quería obtener esta oportunidad inimaginada.

El tráfico era fluido, más de lo que solía ser a esas horas sobre Queen Anne Av. Y al

pasar por el Mediterranean Inn y voltear hacia la butaca del acompañante, los recuerdos
de horas atrás me avasallaron inconscientemente. Enterrando ese sentimiento de “no─
saber- qué- mierda-siento” en 20 minutos me encontré en el restaurant esperando por el

“señor millones”.

Canlis estaba próximo a la 6th avenida y Aurora Ave N. y poseía una amplia y

privilegiada vista hacia el Union Lake, aquel sitio donde navegué a Corsario, con Sophie
como parte de mi tripulación.

Ladeando la cabeza, inspiré profundo y pasé el dedo aflojando mi corbata; debía lucir
profesional y sin fisuras. No conocía personalmente al empresario francés aunque las

videoconferencias eran asiduas, nunca habíamos tenido la oportunidad de intercambiar

opiniones papel mediante.

Reticente a hablar de números en la primera cena de negocios con un cliente, me

dispuse a que esta sea la excepción, a pedido exclusivo del dueño del imperio hotelero.

El camarero había reservado una mesa apartada del resto, en planta baja, con la

intención de darnos la privacidad suficiente (debería obsequiarle algo a Claire por la

elección del sitio) para establecer vínculos.

La ubicación era inmejorable: en una esquina, con vistas abiertas del lago en todo su
esplendor. Las luces exteriores se reflejaban dibujando pinceladas de colores surcando el

azul profundo del lago. La madera se entremezclaba con los amplios paños de vidrio y los
pilares de ladrillo a la vista, siendo a panorámica del margen costero simplemente,

impresionante.

Con las manos entrecruzadas, los codos en la mesa y la vista perdida en el horizonte,

noté la figura de un hombre acercándoseme.

─¿Arquitecto St. Thomas? ─ su acento era notablemente francés, delatándolo ─, soy


Michel Le Yardelian─ extendiendo caballerosamente la mano retiró la silla para tomar
asiento. El empresario era muy alto, tanto como yo y con algo más de 60 años. Entrecano,

de gafas y muy delgado, caminaba desgarbado. El hombre era Licenciado en


Administración Hotelera y había heredado de su padre una pequeña hostería familiar en

las afueras de Londres, la cual, años más tarde y bajo su gestión, sería convertida en un

hostal de alta gama para jóvenes estudiantes. El negocio prosperaría a pasos agigantados,

dejándole amplio margen de ganancia a la empresa y a él como único heredero de la

familia.

─Ajax, por favor ─ respondí el saludo cordialmente sentándome en simultáneo con mi

invitado.

─¡Este lugar es exquisito! ─dijo el francés mientras el joven camarero se acercó con las

cartas de menú─. Mercy beaucup ─ tomó la cartulina─. ¿Algo que me puedas

recomendar?─ me pidió ayuda.

Reseguí con el dedo cada opción de menú, deteniéndome en el “filet mignon”,


pronunciándolo en francés un tanto forzadamente. Los idiomas no eran lo mío. Sin

embargo, Michel sonrió sin criticarme.

─Que sean dos filet mignon, entonces─ coincidió el francés.

─Dos filetes y el mejor Sauvignon Blanc de su bodega, por favor ─ afirmé con un

agradecimiento.

El muchacho se fue, dejándonos a solas.


─Michel, deseaba disculparme con usted. He tenido ciertos problemas personales que
han pospuesto esta reunión.

─Supe lo de su hermano ─ Michel sonó apesadumbrado y ofreció sus condolencias de

manera gentil.

─Gracias, ha sido una gran pérdida─ no entré en escabrosos detalles─ ,sin embargo,

aquí estamos, dispuestos a que St. Thomas&Partners continúe adelante con el proyecto.

─Tal como debe ser ─ asintió el francés.

Con el camarero sirviendo sendas copas de cristal, Le Yardelian propuso un brindis,

entusiasmado aún sin haber comenzado a hablar de mi propuesta.

─¡Por el gran éxito que tendremos!─ chocamos las copas y bebimos un sorbo, con el
sabor del triunfo bajando por mi garganta.

─Michel, no acostumbro a teñir las cenas con números y estadísticas aburridas y


mucho menos con dibujos y bosquejos, pero esta vez es especial, ya que su tiempo aquí en

Seattle es limitado. Me atreví a hacer unas críticas al proyecto que su departamento de


diseño ha realizado…─ algo tenso, pero traté de sortear la incomodidad de decirle que lo

que había recibido era insulso─ , y debo decirle, para serle sincero, que este me parece un
proyecto poco funcional, para nada atrevido y hecho por un principiante.

Un silencio pesado se apoderó del clima. Pero yo estaba acostumbrado a negociar ( a


excepción de Sophie, claro estaba) por lo que debía mostrar algunas de mis cartas desde el

comienzo. Poniendo en evidencia el déficit inicial, yo llevaría las de ganar, quedando


como el héroe de la película que salvaba a Yard Hotel&Suites del incendio.
─Me dejas un tanto sorprendido─ admitió el francés, sin otra alternativa.

Sonreí, con la soberbia en alto.

─Yo sé exactamente lo que su cadena necesita. Hemos investigado el estilo de sus otros

hoteles y pudimos ver que no tienen… cómo decirle… ─ me rasqué la barbilla buscando

la palabra precisa ─ , ese efecto que los hace diferente del resto de las cadenas. Y si

pretende prosperar en el mercado y no dejar de amasando su pequeña fortuna ─ intenté

aliviar el tono y resultar sarcástico de manera elegante ─ pues debe comenzar por tener

una identidad en el diseño, causar un impacto visual único y vibrante.

El delgado hombre miraba con atención, incluso, sin registrar que el camarero ya nos

había colocado la cena frente a nosotros.

Por más dos horas, intercambié bocados de comida con líneas, cartulinas con

volumetrías y bosquejos in situ. Le Yardelian se mostraba magnetizado a mi explicación y


aquello enaltecía mi orgullo propio.

Haciendo lo que me gustaba, dibujar y hablar apasionadamente de estilos

arquitectónicos, mi monólogo era intenso y enriquecedor.

─Ajax, ha sido una grata sorpresa reunirme con usted y la espera ha valido la

pena….estoy expectante por ver los diseños finales y el presupuesto final. Debemos
establecer un buen producto a un buen precio, esto no deja de ser un negocio en el que

todos debemos ganar, St. Thomas. Asimismo, no quiero dejar pasar mucho más tiempo, la
promesa del nuevo hotel en Colombia es inminente. Hemos adquirido el lote y tenerlo sin
aprovechamiento alguno, es una gran pérdida de tiempo y dinero que no puedo darme el

lujo de tener. Mi hijo Paul está a cargo del departamento de arquitectura de la empresa, y
no me será fácil decirle que deberán coordinar con ustedes los detalles finales.

─Por supuesto, esta misma semana trabajaré con mi equipo en ello y cuando tengamos
todo lo suficientemente definido, si así lo desea, podemos volver a concretar una

reunión…

─No, St. Thomas…creo que no está entendiendo mi premura ─ el empresario se

acomodó algo nervioso en su silla y disparó─ : quiero que el proyecto preliminar esté listo

para ser presentado en mi oficina de Londres en tres semanas. Cuatro como máximo.

─P…pe… pero ─¿tan pronto? Balbuceé inexpertamente ─ no sé si llegaremos con los

tiempos─ estaba realmente sorprendido.

Sin siquiera tener tiempo para procesar su oferta, Le Yardelian abrió su chaqueta, tomó

su elegante pluma plateada y la chequera del bolsillo interno y puso todo sobre la mesa ya

despejada de platos.

─Si necesitas un número lo suficientemente alto para contar con tu exclusividad,

házmelo saber. Lo haremos más fácil ─ quitó el capuchón de su bolígrafo.

Abrumado, extendí mi mano cerrando la chequera del francés.

─Por favor Michel, no es cuestión de dinero pero usted comprenderá que este apuro

implicaría sobrecargar al personal de la empresa.


─Ajax, eres un joven brillante y muy prometedor, tal como su hermano lo era. He
recurrido a su estudio porque tengo muy buenas referencias y los trabajos que ha realizado

en varios edificios locales, son extraordinarios; SkyTower es un ejemplo de ello. Sus


diseños son arriesgados, vanguardistas y tienen un sentido del gusto exquisitos,

exactamente lo que a mí y a tu criterio, nos hace falta para disparar el negocio.

Tragué con dificultad, esta alianza implicaría trabajar muchas horas, más de lo habitual,
incluso, quizás hasta sería necesario contratar personal temporario para ayudarnos.

Le Yardelian era un cliente importante. Él tenía muchos contactos dentro de la industria

hotelera, algo de lo que St. Thomas carecía y con ello, la posibilidad latente de abrir el

mercado londinense, donde el empresario residía y tenía su oficina central.

─Michel─ elevé mi copa, con el reciebte balance laboral en mi mente─ brindemos por

esto. En 20 días estaré en Londres.

─Perfecto, St. Thomas─ sostuvo su mirada en mí─: pues en 20 días, nos veremos las

caras en Londres nuevamente.

23
Eran pasadas las 2 de la tarde y por fin estaba en casa. Tras un vuelo demorado por

problemas de niebla y algún que otro chubasco, llegué a Vancouver, tomé un taxi y sin
pasar por Lucky Library (como me había dispuesto en principio) caí desplomada sobre mi
nueva cama.

Mis ojos permanecían hinchados del intenso llanto que me había envuelto por la noche

y parte del día. Había pasado más tiempo llorando que durmiendo. Giré, hasta quedar de

espaldas mirando fijamente el ventilador que se destacaba del blanco techo de yeso. Todo
había empezado con una gran confusión y terminado de igual manera.

Durante ese puñado de días en Seattle descubrí el lado sensible de un hombre frío y
calculador, de un profesional intachable y recto que se había mostrado humano, dulce y

amable…muchas características para un único ser.

O quizás él era un brillante actor y yo una ingenua.

Lo cierto es que me había marchado hacia SkyTower con la frente bien alta, con aire

arrogante y victorioso, dispuesta a ver la cara derrotada de quien me había disparado


asesina así como si nada…para volver hecha pedazos por ese donjuán de ojos bellos,

sonrisa a cuentagotas y personalidad cambiante.

Pero no era su responsabilidad, sino la mía.

Tras tenerlo desconectado desde ayer a la medianoche, finalmente accedí a encender mi


teléfono a desgano.

Dos llamadas perdidas y un mensaje: “Buen viaje….ya sabes dónde encontrarme”.

Ajax era el dueño de las llamadas, del mensaje y de mi alma adolorida.

Resoplando como una niña caprichosa y ofuscada, borré su número de contacto. Era
inútil mantener su móvil si deseaba olvidarlo, tomando aquel gesto como el primer paso

de un enorme acto de valentía.


Desempaqué las pocas cosas con las que fui de viaje y aquella ropa que antes ni
siquiera tenía significado propio ahora tenía una historia para contar: las botas, el vestido,

la camisa, los vaqueros. Los coloqué en la lavadora como si eso fuera suficiente para
despojarlos del aroma de su cuerpo apretado contra el mío y el contacto de sus dedos en

los botones de mi blusa.

Debería aniquilar mis recuerdos pero, ¿por qué ahora presentía que me costaría

horrores ignorarlos y que reflotarían en cualquier instante?

Con la última gota de fuerza que se acopiaba en mi interior, preparé la tina. Esa enorme

pieza de losa antigua con patas de bronce torneadas similares a los de un león, sería mi

ticket directo a mi intento de lobotomía momentánea. Encendí unas velas pequeñas a mi

alrededor, lleve mi I-Pod y puse play a mi lista de melodías. Coloqué una toalla sobre el

banco de madera barnizada que estaba al lado de la bañera me sumergí de a poco en el

agua cálida, buscando escapar de mis propios miedos.

Ya era viernes y presioné mi propio botón de encendido automático, dispuesta a

enfrentar una nueva etapa. Había logrado conciliar el sueño después de varias vueltas en la
cama para ganar finalmente la batalla al cansancio.

El reloj sonó a las siete. No extrañaba en absoluto ese sonido espantoso.

Con un té soso en el estómago, me vestí con la ropa que siempre utilizaba para ir a la
tienda: pantalón caqui y camisa celeste.

“¡Qué aburrido!”, pero poco me importó. Iba acorde a mi vida y podría lidiar con ello

fácilmente.
Siendo las 9 llegué a destino; faltaba una hora para que Lucky Library abriese sus
puertas al público y además un poco de tiempo extra no me vendría mal para echar un

vistazo a lo que había hecho Caroline durante mi ausencia.

En dirección hacia mi cubículo asfixiante el cual realmente contrastaba con el lujoso

estudio de Ajax, hallé lo mismo de siempre: cuentas por pagar en breve, algunos volantes
de promoción de libros infantiles (cosa que me interesó si deseaba incorporar nuevas

editoriales) papeles sin importancia…

Presioné el puente de mi nariz, molesta por el gris que me envolvía.

─¡Ross! ─ con fingida efusividad contesté a su llamado.

─¡Eché de menos platicar contigo de números en rojo! ─bromeo sarcástico, lo cual

agradecí.

─Ja- ja─ separé en silabas ─.¿Qué tienes para decirme hoy? ¡No termino de colocar un

pie en Canadá y tú ya me estas llamando! ─ tomé asiento en mi incómoda silla.

─Tranquila nena, tengo buenas noticias.

─¡¿He ganado la lotería sin haber jugado?!─ pregunté exaltada, descreyendo que podía
existir alguna buena noticia.

─Se podría decir que algo así ha pasado…excepto que tengas una explicación más

coherente para el ingreso de 25 mil dólares estadounidenses en la cuenta bancaria de


Lucky Library.

Quedé estupefacta. Congelada en plena Nigeria.


─Pues debe de ser un error, ¡es imposible! Yo no lo he hecho, no hay dudas en eso ─
debatiéndome a duelo con mi memoria, aseguré.

─Desde luego que no ha salido de tu bolsillo, Sophie ya que St.Thomas&Partners lo

hizo ayer por la tarde.

El círculo cerró abruptamente. Dólar estadounidense y St. Thomas&Partners en una

misma oración me dio un indicio: su sentimiento de culpa tenía un precio en dólares.

Mi estómago se retorció, la bilis subió a mi garganta y quise gritar de furia si acaso esa

era la paga por dos días de mi compañía.

¿Qué demonios quería conseguir con ese dinero? Invitarme a cenar y a pasear en bote

no le daba derecho a pensar que podía pagarme como si fuese una ramera. Esa actitud me

hizo sentir “sucia”.

─Disculpa Ross, debo colgar. Pronto averiguaré por qué apareció ese dinero y te

llamaré en cuanto lo sepa.

Los 25 mil dólares depositados eran equivalentes al monto que el borrador de la


demanda, solicitaba en concepto de daños y perjuicios, el valor necesario para pagar los

honorarios de Steve y algo para cancelar deudas del negocio.

No supe cómo reaccionar. Llamaría a Scott, él de seguro sabría qué hacer.


Maldije por no tener su número: horas atrás me engañé creyendo ser valiente pensando
que por ignorar su contacto de mi teléfono todos mis problemas y sentimientos hacia él

desaparecerían en el preciso instante en que presionaba el botón de “Borrar” y ahora, que


necesitaba enviarlo al infierno mismo, no tenía modo de descargar mi furia para con él.

Deseaba insultarlo, decirle que se metiera su sucio dinero en cualquier orificio de su


cuerpo hermoso y ardiente, pero ya no era posible por un tonto arrebato.

Scott me había ametrallado literalmente con las palabras “estás loca”, pero ni así me
convencería de aceptar esa suma de dinero.

Caminando torpemente por mi escritorio, presioné mis sienes instigando a mi cabeza a

a que pensara con destreza.

¡Robert Smithson! El nombre de su amigo vino a mi mente. Me felicité por el esfuerzo.

Con el corazón bombeando a mil, me dispuse a llamarlo.

Una primera llamada resultó fallida, la segunda, no.

─Dr. Smithson, ¿quién habla?

─Buenos días, Robert…, perdón Dr. Smithson ─ aclaré mi garganta ─ , habla Sophie

Rutherford, ¿me recuerda? ─ pregunté con suavidad tanteando el terreno.

─¡Qué grata sorpresa Sophie! Pero por favor, llámame Robert, me haces sentir mayor
─ compuso cómicamente ─. ¡Cómo no recordarte!

Me sonrojé…¿por qué habría de recordarme? Sin distraerme, seguí con mi propósito.

─ Pretendo ser breve Robert─ exhalé, molesta─, pero he recibido un llamado de mi


contador hace unos instantes anoticiándome de un deposito proveniente de
St.Thomas&Partners, un dinero que claramente no tiene por qué estar allí, ¿comprendes?

─ Ajax ha pedido a contaduría de la empresa que lo deposite ayer mismo.

Su naturalidad fue brutal.

─ Ya hemos arreglado nuestras diferencias, lo que supone el fin del problema. ¿Por qué
darme dinero?¿Qué pretende comprar con ello? ─ deseaba que mi voz sonara firme.

─Sophie, Ajax es impredecible e incomprensible. Me ha resultado difícil entender por

qué ha decidido hacerlo. Me ha explicado tan sólo que como tu negocio no pasa una buena

situación económica, decidió ayudarte para…

─¿Ayuda? ¡No le he pedido nada! ─ lo interrumpí con la sangre hirviendo.

─Ajax toma decisiones sin consultar a nadie. Buscó asesorarse por cuestiones legales

en cuanto a la donación y listo. Quiso dártelo, de buena fe. No trates de buscar ningún
fantasma.

“¿Por qué los hombres sintetizan todo creyendo que siempre pensamos más de lo que

corresponde?”

─¿Y qué si no lo quiero?

─Dónalo. Ya está en tu cuenta. Dispone de él como más te plazque.

─¿Puedo regresárselo a St. Thomas?

─Puedes arrojarlo al mar si lo deseas, Sophie. Pero estáte segura que habrá
consecuencias. Y no muy gratas.

─De acuerdo, gracias Robbie, ha sido un placer hacer negocios contigo ─ ironicé

furiosa, obviamente.

Tras una ceremonia sumamente íntima con mi hermano bendiciendo los anillos, Francis

y yo viajamos para pasar unos días al Caribe. Sus padres indudablemente no le

perdonarían que él no les hubiese anoticiado de nuestro casamiento, abrupto, inesperado y

poco católico.

Los días habían estado magníficos, el sol había bronceado mi piel blanquecina dándole

un tinte dorado que hacia resaltar mis ojos claros. Francis se mostraba cariñoso, amable

como siempre, pero algo en mí continuaba abrumándome, gritándome por las noches que

él no era el indicado llevándome a la tortura de pensar en qué cómo era posible tener un
esposo con las cualidades de Francis y no sentir la completa felicidad junto a él.

El sexo inclusive era bueno, tradicional y previsible, pero ambos nos sentíamos a gusto
con ello, presuponiendo que eso era un paso importante. Con él estaba a salvo, segura y

protegida.

Francis jamás me lastimaría.

Tras habernos graduado (él como especialista en Psicología y Psiquiatría y yo con mi

Licenciatura) el tema de formar nuestra familia era algo recurrente en él, mientras que
para mí, solo era un tópico molesto.
Adoraba a los niños…pero que Francis fuera el padre (seguramente un padre
encantador y presente) no estaba en mis planes en lo inmediato. Éramos jóvenes y aún

debíamos dedicarnos a nosotros.

Las pocas discusiones que teníamos como pareja se centraban en su necesidad de

planificar nuestro futuro de manera ordenada y programada mientras que yo prefería que
el tiempo decantase ciertas cosas. A veces, su obstinación me perturbaba, pero Francis era

muy dulce, me pedía disculpas por su insistencia, y recobrábamos la tranquilidad de un

matrimonio simple y sin altibajos.

Éramos la típica pareja incapaz de levantarse la voz delante de otros, nos movíamos en

bloque a cualquier reunión y evento y siempre nos brindábamos gestos cariñosos, como

una tímida sonrisa o un beso en la frente. Él solía tomarme de la mano pero no de forma

posesiva, Francis era la corrección hecha hombre.

El apartamento en Kaslo St. se ubicaba a mitad de camino de la casa de mi abuelo,


donde Soli vivía y Lucky Library…donde yo vivía.

Francis había tomado un trabajo de jornada completa en el Hospital de St. Paul como
médico de urgencias, aunque su verdadero afán de progreso lo llevaría a buscar nuevos

rumbos. Era listo, responsable y muy buen profesional, por lo que no tardarían en llegarle
nuevas propuestas como especialista en psicología. Numerosas clínicas privadas requerían

de sus conocimientos pero ninguna encajaba con mi modo de vida.

Nuestra vida era ideal, monótona y sencilla. Excepto por esa tarde en que todo
cambiaría.

Tras un día difícil en Lucky Library (unos malvivientes habían entrado a punta de
pistola amenazando a Scott, pero por fortuna sin hacerle daño) yo llegaría muy tensa a

casa, deseando liberarme del pavor y la preocupación de aquel terrible momento.

Nuestra casa era bella y acogedora; distribuida en una planta y media, la habitación
estaba suspendida en el entrepiso, balconeando hacia el espacio común de visitas; la
cocina era más estrecha de lo yo que hubiese deseado, pero el vecindario era tranquilo y la

renta no tan alta. Parte de su encanto residía en el muro de la sala principal la cual exhibía
toda su superficie de ladrillo sin estuco, dándole un aspecto rústico que le imprimía

personalidad a toda la vivienda.

A poco de las 5 de la tarde, abrí la puerta como siempre, pero con una extraña

sensación en todo mi cuerpo: las sillas no estaban prolijamente en su sitio, como le

gustaba a Francis, los cojines apilados unos sobre otros y una botella con algo de líquido
vertida en el piso. ¿Otro intento de robo?¡No lo podía resistir!

¿Y si estaban en la primera planta desvalijando mi alcoba?

Mi esposo no estaba en casa, eso era claro, ya que el orden era una de sus prioridades.

Sigilosamente, cogí un cuchillo del cajón de la cocina y como en las películas de terror,

que siempre me había negado a mirar, subí lentamente por los escalones flotantes,

anclados en el muro crudo de ladrillo.

Mi corazón galopaba con fuerza, mi respiración luchaba por controlarse y unas

lágrimas temerosas se agolpaban en mis ojos a punto de salir. Faltando un par de peldaños
para llegar al piso de mi cuarto noté que nuestra cama estaba deshecha. Un manto de rara

tranquilidad aquietó a mi pecho cuando el suave ruido de la ducha desde el cuarto de baño
daba cuenta de una presencia, que de seguro no sería un ladrón.

Acercándome con algo de lentitud corrí las sábanas, hallando finalmente los pantalones
y los calzones azules de Francis enredados en ellas.

“Él está en casa.”

Bajé la guardia dejando el utensilio de cocina en la mesa de noche, no había nada más

por lo qué temer. Pícara, me quité las botas con una sonrisa tonta en el rostro; con suerte
podía darle una sorpresa y lograr un poco de la intimidad perdida (muchas) semanas atrás.

Tomé el picaporte y abrí la puerta con sigilo, mordiendo mi labio y desabrochando mi

blusa al caminar.

─Fran…cariño ─ mi voz era calma y sensual pero automáticamente no articulé sonido,


cuando frente a mí se suscitó la escena más desagradable que hubiese imaginado alguna

vez.

Sin dar crédito a lo que tenía frente a mis ojos, llevé ambas manos a mi boca.

─Qué… ¿Qué es esto? ─un grito histérico se ahogó en mi garganta y las lágrimas

brotaron sin cesar.

Francis estaba desnudo en la ducha, teniendo sexo con mi hermana.

Para entonces, Soli rápidamente se cubrió con uno de los toallones que descansaba

sobre la tarima de la bañera saliendo velozmente del cuarto en tanto que Francis intentaba
detenerme, aun desnudo.

Perturbada, confundida, comencé a caminar desorientada, tratando de no rodar por los


escalones de madera. Las palabras de Francis eran indescifrables, pero para esas alturas,

poco me importaban. Acababa de ser víctima de la traición de las dos personas más
importantes en mi vida.

¿Cómo confiaría en un hombre después de semejante dolor? Francis era el hombre

perfecto, el esposo atento y caballero ¡y el mismo que estaba follando a mi hermana en mí


casa, en mí baño!

Y Solange…yo daría cualquier cosa por su felicidad, la protegía como una niña

indefensa, estaba tras ella siempre que me necesitaba, era su amiga y confidente, ¿por qué

querría hacerme algo así?

Francis me perseguía por toda el apartamento, incluso, intentando tomarme de la mano

con ternura como lo hacía frecuentemente cuando deseaba que yo me calme. Sin embargo,

de mí sólo obtendría una mirada llena de angustia y rencor.

─¡Ni se te ocurra tocarme! ─ levanté las manos impidiendo cualquier clase de contacto,

alejando mi cuerpo de él.

No supe en qué momento Francis se habría vestido con sus joggings, siendo que para

mí todo había pasado tan rápido. Y mi hermana… ¿dónde estaba Soli?

Supuse que mientras yo deambulaba como un espectro por la casa, ella se habría

vestido y escapado de allí, como una cobarde.

─¡No quiero volver a verte! ─ mis palabras lo hirieron como dos dagas calientes.

─Sophie…es un error… lo sé, es que…

─Basta ya. Me voy.

24
Los días pasaron, al principio de manera tediosa; otros no tanto, pero aun así no podía
deshacerme del sinsabor de haberme ido como una cobarde de Seattle y sin siquiera

haberme sacado la duda de la propuesta de Ajax.

Yo misma me encontraría bajando los brazos; yo, que solía pelear en varios frentes al

mismo tiempo, yo que era una luchadora incansable…me estaba dejando vencer por el

miedo de exponerme ante él.

Sin embargo, Ajax no era el ogro con el que me encontré aquí, en Vancouver sino que

era un hombre herido por la muerte de su hermano y movilizado por una necia sed de

venganza que increparía a la persona incorrecta.

Entonces, ¿porque me atemorizaba rotundamente arriesgarme a ver qué había más allá?

Encontré la respuesta fácilmente: El rechazo. Su rechazo.

Yo siempre había tenido a Francis a mi lado para facilitarme las cosas; conteniéndome,

acunándome cuando lloraba, palmeándome el hombro cuando progresaba, él conocía cada


rincón de mí…y yo lo había echado de mi vida como un perro sarnoso.

Me encontré entonces minimizando el engaño de Francis, otra vez más.

¿Acaso eso era propio de una mujer cuerda pensar que su traición no había sido
suficiente dolorosa? ¿Estaba considerando una segunda oportunidad? Estaba

enloqueciendo, claramente.

Día tras día me sumergí en un mar de tristeza, trabajando a desgano, no

involucrándome con nada que respectara a Lucky Library y postergando incluso los

talleres literarios para el próximo enero.

En parte lo agradecí, necesitaba un poco de paz en mi cabeza y que el negocio

estuviese tan repleto de gente no ayudaba a mi falta de energías. Las cuentas de a poco se

irían normalizando, confiaba en ello.

Transcurría noviembre y pronto cumpliría 30 años. Erin estaba encantada con la idea de

salir de tragos, pero yo no estaba de ánimos para festejar nada porque me sentía como un

fantasma ambulante.

Dos tardes juntos, un viaje en barco, dos noches de cenas y ya me sentía perdida por él.

Bueno… no debía omitir el beso apasionado de aquel jueves ni los besos que me

arrebataría en el museo, ni sus dedos desabrochando mi camisa, ni su cuerpo pegado al

mío…

“Por dios… ¿Por qué me genera tanta confusión?”

Siempre me había caracterizado por ser clara con mis sentimientos y si algo detestaba

en la vida era el imprevisto algo poco ligado, de hecho, a mi vida con Francis.

Ajax tenía todo para generarme esa sensación de incertidumbre que me calaba tan

hondo.

─¡Demonios!─ la copa cayó de mis manos infantilmente, haciéndose añicos sobre el


piso.

─Linda…─ Caroline solía regañarme a menudo por mi aspecto fantasmagórico, sin


embargo me ayudó a juntar los trozos de vidrio ─ quería invitarte un café…hace mucho
que no lo tomas con crema y eso me preocupa mucho, créeme.

Ella sabía de mi debilidad por esa infusión.

─No gracias, debo terminar con unos papeles. Iré después─ dije arrojando los vidrios al

bote de la basura, ya repleto de otros papeles.

─Sophie, ¿cuándo dejarás de sufrir y ser tan autodestructiva? Ni siquiera tras tu disputa
con Francis has estado así, como un alma en pena─ maternalmente, me corrió el felquillo

largo de lado─. Es evidente que este hombre te ha dado duro niña. Y no me refiero al

sexo… ¡que no puedo creer que no hayas tenido! ─ intenté contener la gracia de su

comentario.

─Deténte ya, Caroline…─ finalmente, lloré. Las lágrimas que tenía contenidas hace

casi tres semanas, caerían a borbotones.

Mi amiga, a la que debía hacerle un podio, me cobijó entre sus brazos sin dejar de

acariciar mi cabello, en una actitud tierna que agradecí en silencio.

─Si realmente no puedes sacarlo de tu cabeza, ¿por qué no tratas de comunicarte con
él? Yo no estaría tan segura de que te haya olvidado.

─No me ha llamado de vuelta─ mi angustia estaba quebrándome, mi labio inferior


temblaba.

─¡Pero si tú misma te has encargado de hacerlo desaparecer de tu vida! Has sido una

perra cruel ─mis ojos se abrieron como platos ─. Le has rechazado el dinero de la
donación, no contestaste sus llamados apenas te fuiste, borraste su número, hiciste añicos
su tarjeta personal…─ ella me abofeteaba el orgullo una y otra vez ─ . Lamento ser tan

sincera, pero un hombre como él no estará mucho tiempo en soledad amiga.

─¿Y qué te hace pensar que aun estará allí esperando por mí?

─Presentimiento ─ dijo acunando mi rostro entre sus manos.

─ Pfff─ hice ruido con mi boca─. ¡Puras tonteras de mujer cursi!

Me coloqué de pie algo desequilibrada, aun aturdida por la enorme cantidad de

lágrimas que había derramado y las acertadas palabras de mi amiga. Sequé mis mejillas

con el dorso de mi mano y al ver que eran pasadas las 5 de la tarde, decidí irme.

Demasiado para un solo día.

La tarde estaba nublada, el cielo gris plomizo y la amenaza de lluvia rondaba por la

atmósfera. Preferí caminar, el aire frío despejaría el alma, aunque no curaría mi corazón.

“Ilusa. Ingenua. Tonta, ilusa, ingenua, tonta… Perra…Perra cobarde”, me dije hasta

concluir con un doloroso “basta” que no me mortificase más. Mi suicidio interior estaba

sofocándome las venas, ahogando mi respiración, bloqueando cada poro de mi piel.

Al llegar a casa solo quise prepararme un consomé caliente e ir a la cama sin importar

que la claridad todavía penetrara las cortinas de mi habitación. Quería dormir por días…o
años, daba igual.

Me deshice del abrigo abotonado, la pañoleta del cuello y friccioné mis brazos

buscando calentarme; paso siguiente encendí unos braseros de la chimenea, generando


chispa instantáneamente y me puse a su lado. Tras algo de temperatura, busqué vino en la
encimera, pero no había….no tendría ni siquiera la buena fortuna de alcoholizarme en paz.

Mi teléfono sonó con los acordes sacudiendo el pesado silencio de la sala a la que
recién le daba temperatura. El objeto ruidoso estaba sobre la mesa y vibraba
incansablemente, me apresuré para no perder la llamada, sin reparar en el número del

visor, desconocido a priori.

─¿Sí?─ respondí

─¿¡Princesa!? Enhorabuena te encuentro…

La sangre se agolpaba en mis oídos como si sus palabras hubieran sacudido mi masa

encefálica. Era él, el dueño de esa voz que tanto echaría de menos y que me ponía los

pelos de punta.

Extasiada, enojada, intrigada…mil sensaciones cayeron como dominó en mi cabeza, al

igual que una reflexión: ¿por y para qué me llamaba ahora?

Tres semanas habría pasado de mi vuelo desde Seattle y excepto por sus llamadas al

salir del SkyTower, no había vuelto a comunicarse conmigo ni siquiera, tras mi plática con

Robert y la devolución del dinero donado.

Deseaba responder como si nada de todo aquello me afectara, pero era imposible.

Un “discúlpame por lo zorra que he sido”, “perdona soy una desconsiderada” o un


“no me llames más” estaban dentro de mi repertorio de posibles contestaciones, pero no

creí que ninguna encajase con ese momento. Para mi alivio él continuó hablando, dando
fin a mi duelo mental.

─Lo único que necesito es que no cuelgues ─ ansiosas y desesperadas, sus palabras
hicieron eco en mis entrañas ─, deseo hablar contigo…

─Ajax ─ fue lo único inteligente que se pude decir: su nombre, ¡vaya idiota!
─Sophie, te he echado de menos ─ ¿sería cierto?

¿Echaría de menos a Sophie o a la conquista inconclusa?

El señor de la agenda sexy no tenía todos mis puntajes al día.

Dejando de lado mi sarcasmo, quise componerme ante sus palabras; mi corazón

bombeaba tanto que pensé que saldría disparado hacia la ventana.

─Ajax, pues yo…también ─ el silencio se apoderó de su monólogo esta vez, oyéndose

un resoplido proveniente del otro lado de la línea.

─Deseo verte, deseo que hablemos seriamente. Sin huir. Prometo no acorralarte─ la

congoja se apropió de su voz.

─No sé si es lo que necesito─ mentí, en ese instante ansiaba tenerlo frente a mí y

probar el sabor de sus labios otra vez.

─¿Cuál es el daño te he causado? No llego a comprenderlo ─ era imposible verlo, pero

sospeché que estaría meneando su cabeza buscando explicaciones que yo no podía darle.

─Tras mi viaje… no…─ mi voz se cortaba como un hilo ─ no me has llamado. ¿Por
qué ahora?

─Han pasado muchas cosas en estos días, admito que no he podido ponerme en
contacto contigo pero sería muy largo de contar. ¿Quieres tomar un café conmigo? ¿Con

mucha crema?─ preguntó provocando una oleada de calor que se apoderó de toda mi piel.

“Maldito corazón blando y traicionero”.

Respire hondo.

Pensé e hice una rápida evaluación de la situación: ¿valía la pena verlo, volver a sentir
esa estampida de mariposas y hormonas revueltas sólo para ser muchacha de un rato,
aliviar su entrepierna y volver con el corazón aun más destruido?

O me negaba de una y mil formas, perdiendo la oportunidad de saber qué querría de mí

o me sumergía a lo incierto entregándome sin más a lo inesperado.

─Sophie, me encuentro frente a Lucky Library. Sal ahora y tomemos un café aquí a la

vuelta.

─Me he ido de la tienda más temprano, Ajax ─ ¡Mierda!¡Un día que me marchaba

temprano y zas, él estaba allí!…─. Y ahora estoy con mis pijamas dispuesta a irme a

dormir ─ intenté persuadirlo con una mentira cruel. Tal vez se apiadaría y desistiría,
retrocediendo en su voluntad de venir a verme.

“¡Qué tonta soy! ¿Él? ¿Aceptar un no como respuesta? Jamás. No debí darle una

segunda opción al obstinado señor St. Thomas”

─¿Dónde vives?

─Ajax, no creo que sea una buena idea que vengas… ─ mordí mi labio.

─Si no me lo dices por las buenas, lo averiguaré de cualquier forma.

─ ¿Ah sí?─ lo desafié como hacía tiempo no sucedía, sintiéndome levemente más

contenta al recuperar mi viejo yo.

─ Lucky Library está abierta por lo que deduzco, siendo atendida por tu amiga.
Escoge tú el modo en que obtendré la dirección.

─ Muy astuto, arquitecto, pero ¿qué le hace pensar que Caroline podría darle la
información que necesita?─ me con las piernas elevadas sobre el respaldo del sofá como si
tuviese 12 años y hablase con mi noviecito de la preparatoria.

¿Por qué este hombre me convertía en una mujer tan inestable con tan sólo esbozar un

“hola”?

─Tengo mis encantos. Deberías saberlo Sophie─ maldito arrogante.

Esa frase sonaría letal para mi fortaleza psicológica. De mala gana, admitiendo mi

derrota hormonal, solté:

─ ¿Tienes para anotar? Es Triumphs St. 2653. Es una casa de estuco pintado de blanco,

sin escaleras al frente. Sabrás identificarlas, es la única en la manzana que no la tiene.

─¿Próximo a Pender St. verdad?


─Sí lo es.

─En 5 minutos estoy allí, no escapes, por favor ─ pidió antes de colgar definitivamente

y de que mis bragas cayeran por inercia.

Había soñado con este momento mañanas, tardes y noches, durante estos 20 días de

agonía y ahora, me separaban tan solo un puñado de segundos de saciar mi espera.

Haciéndome de valor, noté que debería cambiar mi demacrado aspecto: solté mi


cabello, lo cepillé con fuerza y cambié mis aburridos pantalones de trabajo por unos jeans

algo más presentables. Restaban tres minutos de sus prometedores cinco para continuar

revolviendo el closet para conseguir una blusa color negra que gritaba “elígeme” desde

una percha.

Más osada de lo pretendido, la prenda tenía cuello irregular, dejando un hombro

descubierto, sólo surcado por el tirante de mi sujetador. Con mis pulgares, barrí con la

máscara de pestañas corrida bajo mis ojos.

La campanilla sonó con furia; ¿ya habían pasado cinco minutos? ¡Caray que el tiempo

volaba! Me paralicé con el miedo se adueño de mis sentidos.

Pero debía abrir de inmediato, a menos que quisiera que Ajax muriera de frío.

Los 25 segundos que me separaron de la habitación hasta el momento en que llegué a la

puerta y sujeté el picaporte parecieron ser dos horas, durante las cuales pasaron por
delante los recuerdos de mis días con Ajax. Exactamente dos días, los necesarios para

volcar mi mundo y marcar a mi corazón de una angustia inusitada.

Encomendándome a quién sabía que Dios, giré el picaporte, viéndolo en todo su

esplendor: de pie, con sus manos en los bolsillos de su largo Montgomery negro hasta la
mitad de sus rodillas y unos vaqueros. Lucía cansado y ligeramente más delgado. La
sombra de barba dorada de un par de días lo hacían ver aún más sexy de lo que mis
hormonas recordaban.

Con dos grandes pasos, sin pensarlo, se abalanzó sobre mí y bebió de mi boca

desesperadamente, tanto que el impacto inicial fue doloroso. Aunque un dolor dulce, por

cierto.

Mis labios se acoplaron a sus besos instantáneamente, identificando su sabor, su aroma.

Sus manos sujetaban mi rostro, lo envolvían suavemente, contraponiéndose al deseo


intenso de nuestros cuerpos que se comprimían y se acercaban cada segundo un poco más.

─Necesitaba besarte otra vez para corroborar que no eras sólo parte de un sueño ─
confesó tomando distancia por unos centímetros, respirando mi aire, mirándome fijo. Sus

ojos color tormenta arremetieron con mi entereza física.

Aquietamos nuestros latidos, él tomó mis manos cuidadosamente y acercó su rostro a


mi cuello, inspirando mi aroma. Su respiración fue tan íntima y sexual que me inquietó.

Cerré los ojos y lo sentí jadear disfrutando de ese momento.

─¿Por qué me la has hecho tan difícil, Sophie?

Sonreí ante el significado de la pregunta. Abrí los ojos y en puntillas de pie besé su

mejilla.

─Vamos, nos moriremos de frío ─ sosteniendo su mano, lo arrastré hasta dentro de la


casa.

Esta misma tarde, volvería a tomar café con crema. Con él.

Acurrucados en el sofá, él con sus piernas extendidas sobre una banqueta baja y yo con
la cabeza sobre su hombro, Ajax pasaba su mano sobre mi cabello mientras que la mía se

apoyaba en su pecho, sintiendo cada latido de su corazón.

“Después de todo, tenía uno debajo de toda esa capa de abrigo”.

La suavidad de su jersey de cuello alto color celeste acariciaba mi rostro. Por un


instante, deliré con la tersura del suyo, surcado por su incipiente barba.

Lo deseaba y mucho, pero no era el momento de dar un paso más allá.

Insegura por exponer mi cuerpo desnudo frente a otro hombre que no fuera Francis era

desestabilizante; Ajax estaría acostumbrado a mujeres de piernas interminables, cabellos


de peluquería y sin una pizca de celulitis.

Sin embargo, debía convencerme que él estaba allí, conmigo, en mi sofá, bebiendo un

café de la casa y observando junto a mí un absurdo programa de TV.

El masaje de Ajax en mi cabeza era seductor y sedativo, tanto, que ronroneé como un

gato y acomodándome más en su pecho, quedé completamente dormida.


Parpadeé dificultosamente, la luz estaba apagada. Con algo de esfuerzo, reconocí estar
acostada, tapada y en mi cama.

¿Lo vivido con Ajax en mi sofá era un sueño?

Incorporé mi torso repentinamente, dispuesta a verificar si aquello había sucedido

realmente. Escuché ruidos provenientes de la sala, llevé las manos a mi pecho al notar que

mi corazón estaba intranquilo. Quité la pesada manta de mis piernas, me puse de pie y fui

en dirección al extraño sonido.

Ahí estaba él, de espaldas, ordenando las tazas de café en los gabinetes sobre la

encimera. Yo estaba despierta. Agradecí por ello.

Sigilosa, lo tomé afectuosamente por la cintura, sobresaltándolo levemente.

─¿Cómo has dormido, princesa?─ volteó su cuerpo hasta quedar frente a mí. Noté al

estar sólo con calcetines puestos que él me superaba en altura por casi 30 centímetros.

─Bien, yo también quería constatar que fueses cierto ─ recosté mi cabeza en su pecho,

y me abrazó fuerte.

Besando el nacimiento de mi cabello, lo acarició para sujetarme en volandas y girar en


círculos graciosamente. Agitados, nos dimos tregua para un beso cálido.

─¿Quieres comer fuera? La noche es fría pero me agradaría hablar contigo en terreno
neutral. Me has secuestrado desde que llegué a Canadá y no dejaste que te dijera los

verdaderos motivos de mi visita.


Lo observé intrigada, asustada.

─Despreocúpate, Sophie ─ rozó mis labios con ternura─, está claro que vine a verte,
pero debo platicar de otros asuntos contigo. Y cerca de tu cama, no puedo─ ¡el seductor

Ajax St. Thomas de había sonrojado!

─Está bien, consultaré en mi agenda si tengo otro compromiso….─ divertida, recordé

sus estudiadas citas─ no será taaan divertida como la tuya, pero quizás encuentre algo

interesante allí.

Ambos reímos, con naturalidad, tal como deseaba desde hacía 20 larguísimos días.

Aunque fuera efímero, debía darme la oportunidad de vivir este maravilloso sueño, aún

a sabiendas que las consecuencias del amor no correspondido serían más duras que el

dolor que mi alma que había experimentado en estos últimos días sin él.

25
Sin avisar que llegaba más temprano a casa, fui directo a ella. La profesora Hummings,

de historia contemporánea se había ausentado por problemas familiares por lo que mi

jornada estudiantil terminó antes de la cuenta.

Aún era de día y con suerte cruzaría a Soli, excepto que se hubiese fugado a lo de una

de sus amigas como solía hacer frecuentemente.

Estaba transitando su adolescencia de una forma un tanto rebelde, mostrando su lado

más irascible día tras día y con ello, sus adicciones, ya que fumaba a escondidas y no

simples cigarros.

Durante el último año su peso había bajado mucho y si no fuera por mi insistencia para

que asistiese a un centro médico, jamás descubriríamos que estaba a un paso de la


anorexia. Durante 6 meses habría ido a un grupo en busca de ayuda logrando, de hecho,

avances trascendentales pero su inconstancia y rebeldía se divorciarían de su sentido


común, arrojando por la borda cualquier mejoría.

Soli era todo aquello que yo por un día me hubiese gustado ser: liberal, con carácter,

firme, y rebelde. Hacía lo que le venía en gana y en su caso, las curvas que ambas
heredamos de mi madre, sobresalían de su espigada figura.

Todos adoraban a Soli: los más bonitos, los más altos, los líderes del equipo de vóley,
todos suspiraban cuando Solange movía sus caderas y agitaba su largo cabello ondulado

con reflejos dorados mientras alardeaba de sus pestañas oscuras de forma sensual.

Sus ojos no eran verdes como los míos, sino que era de un celeste tan claro, que se
asemejaban al agua de un lago cristalino.

Mientras que ella no tenía ojos para nadie en particular sino para todos en general (no

le conocía un novio pero sí, cien conquistas) yo afianzaba mi relación con el espigado y

fiel Francis Leroux.

Con 16 años, ella era una chica libre; ninguno de esos hombres que la solían llamar a

casa, se escondían bajo identidades como “viajero”, “rudo” o “coyote”. Yo, opté por

obviar el por qué de sus apodos.

Caminando por la calle, con los chicos en sus bicicletas disfrutando de los rayos de sol

de diciembre, pronto arribé a destino. No tardé ni un segundo en sentir una incómoda


sensación crispar mi piel cuando traspasé la verja de madera pintada de casa (la última de

las tareas encomendadas a Tyler por parte de mi madre)

Sin saber con certeza el motivo sino tan sólo intuyendo que el sándwich del almuerzo

me había caído mal, cubrí mi boca ante el gusto ácido de la bilis trepando por mi garganta.

Saqué las llaves de mi bolsillo, separé del manojo las de la puerta principal y encendí las

luces de la sala principal.

Todo estaba a oscuras, en silencio. Finalmente, hoy tampoco vería a mi melliza


temprano.

Dejé mi pesada valija del instituto sobre el sofá, me quité la corbata del uniforme que
me sofocaba del calor y al subir las escaleras comencé a escuchar unos quejidos extraños

provenientes de la habitación de mi madre, aquella en la que veríamos por última vez a


mis padres compartiendo la cama.

Con cuatro habitaciones ( la que era la oficina de mi padre y actual depósito de objetos

de descarte y por qué no, recuerdos; la de Tyler, la que compartíamos con Solange y la de
mi mamá, la cual era ocupada por ella y su nuevo novio Sean y sector para su “estudio
contable”, tras un murete de metro y medio de altura). Un grito, agudo y breve, llamó mi

atención sobremanera. Temí lo peor. ¿Un ladrón?¿Un ataque a mi madre?¿Sean y mi


madre teniendo intimidad?

Por el bien de la casa, rogué que fuera la última opción; por mi sanidad mental, ninguna
de las tres.

La puerta estaba ligeramente entreabierta, apenas una hendija de luz daba cuenta que
alguien estaba dentro de la alcoba. Apenas ingresé, lo hice con cautela y con un miedo de

muerte.

La cama de mi madre lucía revuelta, como si alguien acabase de despertarse de la

siesta, algo imposible de hecho, ya que ella y Sean salían tarde de sus empleos.

Sin embargo, no conforme con mis conjeturas, avancé rumbo a ese pequeño sector que

Sean había condicionado a modo de escritorio, desde su mudanza con nosotros hacía no

menos de 6 meses atrás.

Desde la muerte de mi padre, Monique había perdido el rumbo y en su afán de no caer

en la soledad marital, comenzó a probar suerte con distintas compañías masculinas; Sean
no sería la excepción.

Di pasos cortos, con la respiración agitada. Por un momento creí que mi mente no

estaba lo suficientemente despierta y hasta me permití pensar que era todo producto de mi
imaginación o de alguno de los libros de fantasía que tanto me agradaba leer en lo de mi
abuelo. Pero no.

El grito desgarrador de Soli me expulsó de mi propia nube de pensamientos: una pierna

se asomó como un latigazo detrás de ese tabique bajo, lo que provocó una ira terrible en
mí y la necesidad de salir eyectada hacia esa dirección; ni más ni menos que donde vería

al animal con su presa.


Solange cayó pesadamente sobre la alfombra azul grisáceo y Sean se escabulló como
una rata por el cuarto saliendo de la escena en la que sólo nos mantuvimos ella y yo.

Solange lloraba, indefensa, acurrucada en mi pecho. Su cuerpo vibraba en movimientos

espasmódicos y sin escuchar una palabra de la boca de mi melliza, supe que lo peor había

pasado.

─ Shhh Soli…Shhh, aquí estoy…─ intenté calmarla.

─Ese…─ balbuceaba con agua de llanto en su garganta─, bastardo….─ quería hablar

pero no podía. Se plegaba como un ovillo de lana.

─Lo sé, lo sé…

Cuánto tiempo había pasado con ella allí, ni cuánto tiempo ese hijo de perra la habría
obligado a su sumisión, yo no tenía ni idea, pero las pagaría de algún modo. Hablaríamos

con mi madre, haríamos la denuncia en el departamento de policía y nos encargaríamos de

la salud mental de Solange. Debía olvidar ese calvario y pronto.

La acuné maternalmente para tranquilizarla, ambas nos mecíamos a mi compás. O yo al


de ella, no lo tuve en claro; sería como regresar al útero de nuestra madre, manteniendo

contacto permanente y cuidándonos de ambas sin importar el mundo exterior.

La noche se adentró de la habitación, en la que aún permanecíamos sentadas en el piso.


Y fue para entonces, como el ave Fénix, que Soli se puso de pie de un respingo con la ira

dibujada en su rostro. Secándose los ojos furibundamente con el dorso de la camisa del
uniforme de colegio, jaló de mis manos obligando a que me incorporase de golpe,
intempestivamente. Como era ella.

Pude ver entonces que su camisa tenía casi todos sus botones descosidos (a causa de
Sean, probablemente); algunos rasguños en su rostro el cual estaba rosado por mi abrazo
sostenido y la falda gris a tablones algo desajustada. Una vez que las dos estuvimos de pie,

ella acomodó su cabello peinándolo con los dedos (todo esto sin emitir sonido) y cerró sus
ropas de modo brusco.

Su bipolaridad me asustaba, ya que pasaba de un estado de ánimo a otro muy


velozmente, como si fuese el Dr. Jeckill and Mr. Hide.

La Solange que estaba delante de mí era sin dudas la peor versión de sí misma.

─¡Vamos!─ rompió el silencio meciendo su mano en dirección a la puerta de salida.

Acompañé sus pasos deseando que la pesadilla pronto terminase; por detrás de su

marcha, la seguí.

Hablar con mi madre no sería tarea fácil pero sí vital.

¿Cómo decirle que el hombre al que había metido en nuestra casa era un monstruo que
había intentado violar a una de sus hijas?

Por un momento temí que mamá no quisiera echarlo de casa; él realizaba un aporte

monetario de importancia ya que era banquero, del CIBC de Ottawa.

Contaba con un puesto importante dentro de la división de tesorería y había conocido a


Monique trabajando allí, ya que mamá, a los dos años de morir nuestro padre y tras una
profunda depresión que involucró una breve internación en una clínica psiquiátrica,

consiguió empleo como personal de atención al público allí mismo.

Su psicólogo, el Dr. Harris le había recomendado salir a la vida e incluso la motivó a


que aceptase ese trabajo, ya que consideraba que el contacto con gente distinta todos los

días y la dinámica laboral que hay una entidad como esa, le facilitaría la inserción en un
lugar en la que los recuerdos no las mortificarían.

Lo que no tendría en cuenta este buen hombre, es que ella tenía tres hijos que aún

necesitaban su presencia y que sus recuerdos no serían tan fácilmente borrados, mucho

menos, siendo que nosotros éramos parte de su pasado.

A Tyler, el parecido con mi padre, la irritaba de un modo descomunal; en un ataque

repentino, Monique había intentado agredirlo arañando el rostro de mi hermano pensando

(erróneamente) que su sola presencia la deprimía en tanto que a Solange y a mi, nos
trataba como dos chicas del servicio doméstico.

La aparición de mi abuelo Scott en nuestras vidas sería providencial; siendo el padre

que necesitábamos, el sostén emocional y la imagen de hombre que tanto nos hacía falta.

Sin embargo, sus constantes peleas con Monique y sus reproches en torno a su

comportamiento para con nosotras, serían determinantes para romper lazos

definitivamente.

En aquellos 6 años de ausencia Jonas Rutherford, mi padre, mamá se liaría con 5

hombres distintos, de los cuales conocíamos sus rostros al salir de la habitación de ella, o
bien, mientras desayunábamos en la cocina antes de irnos al colegio.

El primero de la lista sería Andy, un joven de 28 años que había conocido en un

mercado y prontamente metió en nuestras vidas; luego vendría Rudolph, de quien


llegamos a encariñarnos tras 8 meses de convivencia la cual acabaría en escándalo ya que

Monique lo engañaría con Greg, el número 3; Christopher, dueño de una agencia de bienes
raíces muy prestigiosa de la zona que era casado; fue el cuarto en tanto que Sean,. el

peorcito de todos a mi juicio, ocuparía el último lugar de la fila.

Sean mantenía el aspecto de un hombre libidinoso: mirando a Soli con particular

atención, nunca dejaba de clavarle los ojos como lo hacían los chicos del club o de su
clase.
Engañada por mi sobreestima hacia mi melliza, pensé que todo era acto de mis
pensamientos. Nada más lejos de la realidad.

Sean McCormick era alto, bien parecido, de cabello rubio y ojos oscuros, casi negros,

penetrantes e intimidantes. Su voz era ronca y gruesa, producto en parte por su adicción al

tabaco.

A mitad de año, en pleno verano, mamá nos dio la (in)esperada noticia:

─Él es Sean, se quedará con nosotros en casa ─ sin otra opción, acatamos su unilateral

decisión.

Y así pasarían los días junto a él, entre medio de bromas machistas, mirando algunos

partidos de basketball por TV junto a mi hermano Tyler y comiendo un salteado de

vegetales y carne, su especialidad.

Bajando la escalera, más lento que Soli, llegamos a la sala. La luz de la cocina y el

ruido de un cuchillo cortar unos pimientos sobre la gruesa tabla de madera, nos indicaba

que mamá estaba en casa.

Soli se detuvo un instante, sosteniéndose de la puerta de la cocina; yo, palmeé su

hombro en señal de apoyo.

Apareciendo desde atrás, pensamos en abordarla; nuestra sorpresa fue mayúscula


cuando mi madre giró 180° con el gran y filoso cuchillo en mano. Unas lágrimas

arrastraban su máscara de pestañas, dibujando dos rayas negras sobre sus pálidas mejillas.

Monique tragó fuerte, manteniendo su mandíbula más que tensa.

En cámara lenta, abandonó el cuchillo sobre la encimera de cuarzo para abrir la boca; la

sangre se agolpaba en sus ojos, la ira se dibujaba en ellos trazando llamaradas de odio.
Sin esperarlo, mamá avanzó para abofetear a Soli de tal manera que el eco de su mano
impactando en su mejilla retumbó en toda la casa, cargando a su rostro de un tono rosado

intenso.

Yo llevé las manos a mi boca, impactada, sin entender lo que allí ocurría. Solange

rompió en llanto mientras acariciaba su piel ardida.

─¿Qué haces?─ Soli pregunto, incrédula.

─Eres una puta ramera. Siempre lo supe.

─¿De qué hablas?

─¡Ni te molestes en contarme lo que ha sucedido!─ mi madre elevaba mucho su voz,

dirigiéndose pura y exclusivamente a mi melliza.

Yo era invisible.

─Sean me ha contado que intentaste seducirlo, que te le has tirado encima como una

zorra a cambio de algo de dinero para tus estúpidos cigarros. ¿Acaso estas demente?
─mamá hacía ademanes con las manos en su cabeza, acentuando su acusación.

Monique no creía que la situación era diametralmente opuesta.

─¿Qué te ha dicho qué? ¡Él fue quien quiso abusar de mí, mamá!─ en una competencia

de alaridos, Soli se aferraba a su propia verdad.

─Mira niña, soy tu madre y tengo bien en claro en qué clase de persona te estás
convirtiendo; no sólo eres una adicta sino que además, una puta de baja calaña.

Por un instante pensé en intervenir, pero mi cobardía no me lo permitió. Mis piernas


parecían congeladas, mis pies se clavaron en el piso y mi boca se selló herméticamente.

Mamá no dejaba de agredir verbalmente a Solange.

─Mamá, por favor, créeme….yo jamás me hubiera lanzado a… ─ y sin siquiera dejarla

terminar la frase, Monique la sacudió de los antebrazos, clavando sus uñas en la piel

delicada de su hija.

─Vete de aquí mocosa, para mí estás muerta.

Y a partir de ese día, nuestra madre, lo estaría también para nosotras.

26
La noche era cerrada, las nubes cubrían por completo la luna, anunciando prontas
lluvias. Toda la jornada había permanecido imprevisible. Tal como lo era mi destino hasta
entonces.

Cogimos un taxi y nos dirigimos hacia Storm Crow en dirección a un restaurant no

muy apartado de mi casa ni de Lucky Library; Vito Spaghetti Chiesa era un sitio
netamente italiano, con poco público durante el día de semana y platos exquisitos.

─¡Ciao Vitto! ─agité la mano en dirección al dueño, un hombre regordete con espeso
bigote negro al entrar junto a Ajax.
─¡Cara mía, Sofía!─ respondió del otro lado del mostrador el dueño del lugar mientras
indicaba a Tommy (Tomasso para él) que nos alcanzara la cartulina con el menú.

El restaurant no tenía un aspecto exterior despampanante pero la calidez en la atención

suplía cualquier déficit de infraestructura y glamour. Deseé que Ajax se sintiera a gusto

trayéndolo aquí, pero él no dejaba de observar a su alrededor, intranquilizándome un poco.

─¿No estás acostumbrado a un restaurant tan lujoso, verdad?─ apunté con sarcasmo.

En nada se parecía este sitio con el restaurant de Seattle.

─¡Lo sabía! ¡Estaba segura que no estarías a gusto aquí!─me preocupé sobremanera,

tomé su mano y lo miré ─ ,¿deseas marcharte? ─ susurré.

─¿Acaso estás loca, mujer?─ Ajax exhibió su perfecta dentadura. Me había confesado

que en su niñez tanto él como Adrian serían victima de la ortodoncia. Su hermano, lo


llamaba Robocop porque además, carecía de sentimientos─. Debe ser la vejez, pero al

abuelo le gustan cada vez más los ambientes con poca gente y poco ostentosos.

Respiré aliviada, llevando las manos a mi corazón. El chico camarero se acercó para
tomar el pedido.

─Lasaña de verdura para mí, por favor ─ ordené.

─¡Que sean “due”!─ fue gracioso escuchar a Ajax no sólo decir dos en italiano sino

también, marcarlo con los dedos como si a Tommy no le fuera suficiente para entender ─ .
Ah, y además, tráenos el mejor vino tinto de la casa.

─Ajax, Tommy no es italiano, por lo que podrá entenderte al dedillo si le hablas en tu

mismo idioma─ reí profusamente al verle sonrojarse por mi verdad tomando los

cubiertos, jugueteando con ellos como un niño que acababa de ser reprendido por su

madre─ . Ahora dejando el ridículo de lado ─ suavicé sus rasgos ─ .¿Dónde te estás
hospedando?

─Renté un apartamento sobre Pendell St.

─¿Habías estado antes en Vancouver?

─No, mi primera vez fue contigo.

Sin dudas, la frase nos haría reír muy fuerte. Ambos entendíamos el doble sentido.

─Sophie, sé que aún dudas de mi presencia aquí y no te culpo. Pero hay algo que

quiero preguntarte; no es mi intención arruinar este momento…pero ─la pregunta animal


se acercaba, lo presentí─ .¿Por qué has huido?

Me retorcí nerviosa sobre la vieja silla de cuero bastante ajada.

─Ajax…es complicado─ mordí mi labio, escondiendo la mirada en la mesa─. Lo único


que te pido es tiempo. Tengo la cabeza muy ─agité las manos alrededor de ella─ llena de

cosas. Supongo que tal vez me asusté, no sé muy bien por qué…─ mentí y rogué que me
creyera. No podía decirle que me comportaría como una adolescente temerosa por su

rechazo y que me aterraba ser una aventura en su vida, el ser un nombre con un par de
números de evaluación absurda en su estúpida agenda negra.

─Está bien, lo dejaremos para más adelante pero prométeme que seguiremos hablando

del tema. No me gustan las cosas inconclusas ─ asentí mientras mi alma volvía a mi

cuerpo ─. Ahora, bien, poniendo esto de lado, existe un motivo tanto o más importante por

el que he viajado hasta aquí.

Mis músculos se tensaron nuevamente. ¿Cuánto me involucraría lo que fuese a decir?

Aclaró su garganta y se acercó a mi rostro con el fin de hablarme suavemente.

─Si no te he llamado hasta entonces es porque estaba muy enojado. Contigo y

conmigo. Tu escape me ha afectado mucho y parte de ello me llenó de ira contra mí

mismo por no entender por qué me dolía tanto no poder verte, si tan sólo habíamos

compartido unos pocos momentos…─ reflexionó dejando su razonamiento levitando en el

aire.

Mi corazón galopaba con fuerza. ¿Me estaba confesando lo que sentía por mí (algo que
aún no tenía bien en claro él siquiera) o era sólo el malestar de no poder cerrar un capítulo

lo que lo perturbaba?

─ Fue difícil darme cuenta que tu ausencia me afectaba, pero debía superarlo en pos de

continuar adelante con mi trabajo: días posteriores a tu partida─ levantó los ojos y
comprendí que la palabra “partida” era sutil para lo que pensaba acerca de mi rapto de

cobardía ─, estuve reunido con una persona de gran envergadura dentro de la industria
hotelera que no podía postergar bajo ningún concepto. Yo realmente quería que te
quedaras un par de días más en Seattle…

─No podía hacerlo, Ajax ─ corté su frase para beber el vino de la casa.

─Lo sé, Sophie ─ mi nombre sonaba delicioso saliendo desde su paladar─, y más allá
de aquella desalineación planetaria de la que hemos sido víctimas, este hombre

importante, Michel Le Yardelian, me ha participado de un proyecto muy ambicioso.

─¿El de los planos que criticaste mientras cenamos hamburguesas?

─Exacto… ¡eran un desastre! ─comenzó a comer degustando el primer trozo de lasaña

como si fuera la exquisitez más grande que habría cenado en toda su vida─ .Mmmm, ¡es

delicioso! ─señaló la porción y con el pulgar levantado se dirigió a Vitto, quien le

respondió de igual forma.

─¿Entonces…?─ no quise que se dispersara. ¿Cómo podía estar concentrado en tantas

cosas a la vez: comer, hablarme, saludar al dueño, sin perder el hilo de la conversación?

─. Le comenté cuál era mi idea para aumentar la rentabilidad de su compañía y darle una

imagen fuerte en el mercado; inicialmente ocupándome del diseño del nuevo hotel, que

reuniría todo aquello que desea incluir y mostrar al mundo, para luego continuar

refaccionando las sedes ya existentes con el objetivo de modernizarlos y darles ese toque
personal del que carecen hoy en día.

Comí sin dejar de quitar los ojos de sus labios, los que se movían sin parar mientras
hablaba. Los seguí al abrirlos para introducir un trozo de la pasta, cuando los cerraba para

tragar, cuando los limpiaba con la servilleta…

─¿Estás escuchándome? ─fijó sus ojos en mí, buscando una respuesta, intuyendo que

lo miraba con decidida obsesión.


─Oh, sí, disculpa ─bebí y me sonrojé por su intromisión a mi mente.

─Sophie, si continúas mirándome con esa intensidad, no responderé de mí.

El calor subió por mi cuerpo hirviendo mi sangre y dejándome sin aliento.

─¡Basta!─ tímidamente, le dediqué mi mejor sonrisa. Era embarazoso parecer una

niña.

─Bueno, pero sólo porque tú me lo pides ─ devoró el último bocado y siguió adelante

con su relato ─ . Al francés le encantó la propuesta y “pagó” por mi exclusividad para

llevar a cabo este trabajo.

─¿Ha pagado para que te dediques exclusivamente a su proyecto?

─Sí, además de darnos 20 días de plazo para tenerlo listo y hacer su presentación en

Londres.

Silencié mis preguntas. Me dejé caer sobre el respaldo de la silla. Si las cuentas no me

fallaban, estaba a poco de viajar. Y de volar de mi vida nuevamente.

─¡Suena muy bien! ─lo felicité con una sonrisa un poco fingida, sintiendo algo de

nostalgia. Lo tenía de vuelta aquí, confesándome sus dudas, cenando frente a mí para que
toda esta ilusión se desvaneciera como el humo.

─ Sí, es una oportunidad extraordinaria. Yard Hotel&Suites puede ser una plataforma
de despegue para el estudio. Este cliente vale oro.

─ Ya lo creo que sí…


─Mañana por la noche es mi vuelo y mi estadía, de tres días como mínimo.

─¡Oh! ─ me ahogué con la última porción de lasaña que estaba en mi plato ya fría, bebí

algo de vino y me disculpé por el exabrupto.

Corrió ambos platos hacia los costados para tomar mis manos entre las suyas,
penetrándome con sus ojos tormentosos, aguardando por mi compostura.

─Sophie…ha sido difícil tomar la decisión de venir hasta aquí, reconocer que quería

verte, que eras alguien especial y ahora que estamos frente a frente no quiero que este

esfuerzo haya sido en vano ─tragó en seco, bajó la barbilla, inspiró profundo y volvió a

mirarme, con ternura ─. Quiero que viajes conmigo.

Estupefacta; dura como piedra no fui capaz siquiera de parpadear.

¿Irme con él? ¿A Londres? ¿Por 3 noches?

Hacía menos de 12 horas andaba lloriqueando por los rincones deseando que la tierra
me tragase y ahora que estaba frente al dueño de mis sueños dorados no sabía qué decisión

tomar.

─Ajax…no puedo ─balbuceé elevando mis hombros ─, no puedo dejar Lucky Library.

─Sí que puedes, Sophie y sin mal no recuerdo lo has hecho cuando viniste a Seattle a

ponerme en mi puñetero sitio, ¿no lo recuerdas? ─asentí vergonzosa ante su sonrisa


burlona ─. Mira, yo sé que no es justo que venga de la nada y traté de modificar tu ritmo

de vida. Pero no quiero separarme de tí ni un segundo más, quiero seguir descubriéndote,


escuchar el modo en que ríes con tanto desparpajo, ver tus ojos avergonzados cuando te

digo cosas bellas─ enumeraba─. Incluso, he descubierto lo mucho me agrada darte la


mano por la calle─ sonrió, incendiando mis hormonas─. No puedo prometerte la luna, las
estrellas y esas cursilerías que quizás necesitas escuchar pero intentaré ser un buen chico.

Su declaración me conmovió. Estaba siendo abierto, sincero y noble; simple y sin

vueltas no podía vaticinar un futuro juntos pero al menos parecía dispuesto a intentarlo.

─Cómo negarme, ¿verdad? ─ mi corazón hacía bum, bum, bum─. ¿Mañana mismo

viajas?

─Mi vuelo parte a las 6 de la tarde.

Suspiré profundo, observando su mirada expectante y brillosa, la cual me vulneraba por

completo.

─Ajax, quiero que comprendas que yo no soy una acompañante ni pretendo ser una de

las chicas de tu agenda─ supliqué, en un hilo de voz.

─No te he pedido eso y tengo en claro cómo eres ─disparó en seco.

Mis manos estaban un poco sudorosas por la tensión; sin dudas, esto era un gran salto

al precipicio. Sin embargo, estaba a punto de cumplir 29 años, tenía una vida chata y a
menudo luchaba por salir de mi mediocridad, sin lograrlo.

¿Qué tendría de malo viajar a Londres con todo pago y con semejante guapetón?

La respuesta estaba al alcance de mi mano: mi corazón entero estaba en juego.

─Está bien, acepto viajar contigo ─la sonrisa plena de Ajax me llegó al fondo del
corazón.

Con una sonrisa de publicidad acunó mis manos y besó mis nudillos, sin exaltarse pero
mostrando gratitud.

El tac, tac de las gotas de lluvia chocar contra la vidriera de la tienda no se hizo esperar,
siendo acaso el único ruido capaz de desmagnetizarnos de nuestro propio aliento a

oportunidad.

Los cristales rápidamente se empañaron y las figuras en la calle se disolvieron

rápidamente. Eran más de las 11 de la noche y debía hacer mi equipaje…otra vez más.

─Deberíamos irnos─ sugerí─ debo arreglar un par de cosas antes de viajar. Hablar con

Caroline, Ross y todo mi séquito. Ellos deben tener en claro qué tendrán que hacer en

estos días ante mi ausencia.

─¿Y si cierras Lucky Library? No creo que a tu amiga le vengan mal tomarse unos días

de vacaciones.

─Ajax, entiendo tu preocupación pero no es una alternativa posible. Debo solventar


muchos gastos, Caroline no puede dejar de trabajar, tiene a su niño pequeño y…

─Shhh….─ tapó mi boca con su dedo dejándome con los ojos como platos ─. ¿Acaso

piensas que los 25.000 dólares quedarían en mi poder? No, señorita, de ningún modo:
volverán a tu cuenta y solventarán los gastos que ocasionará el cierre de tu tienda por estos

días. Además volveremos el fin de semana, tendrás tiempo para acomodarte nuevamente.

Ajax St. Thomas nunca dejaba nada librado al azar.


─¿Siempre tienes todo tan diabólicamente orquestado?─ entrecerré los ojos y fruncí el

ceño con indignación. Era inútil no pensar que era una opción fantástica

─No. Pero la improvisación se me da muy bien últimamente.

Ambos largamos una carcajada estruendosa. No sólo era sexy sino también, gracioso…
¿qué más pedir además de que este enamoramiento juvenil fuera recíproco?

─Espérame aquí mientras pido un taxi ─ yendo hacia el mostrador de Vitto, pagó con

dólares estadounidenses, subió el cuello de su abrigo y salió a mitad de la calle en busca

de un coche.

En menos de dos minutos estaba empapado de pies a cabeza, su cabello caía sobre su
cara pegándose en ella y la tela de sus jeans se adhería a sus piernas. Agradecí al cielo por

semejante toma fotográfica.

Digna de un espíritu inquieto, saludé a Vitto y Tommy a la lejanía y me dispuse a ir tras

Ajax. ¿Dónde se habrían ido todos los coches del mundo?

─ Será mejor caminar─ elevé mis voz tras él y esquivando el ruido del vendaval─, ya
estamos mojados, ¿qué peor?

Sus labios divertidos asintieron, aceptando mi proposición. Extendiendo su mano sujetó


la mía, para caminar hasta mi casa uno junto al otro, abrazados y chapoteando sobre los

charcos del pavimento.


Mirándonos bajo las luces amarillentas de la calles, sonreíamos graciosamente. A
menudo, rozaba su nariz contra la mía. Realmente, tenía que estar soñando.

Acurrucada contra su torso, pasamos la verja y nos guarecimos bajo el ancho cobertizo

delantero; como dos perritos, nos apartamos para sacudirnos.

De pie frente a la puerta de entrada, saqué las llaves del bolsillo trasero de mis

pantalones pero una fuerza voraz me hizo girar sobre mi propio eje para besarme con

pasión. Deliciosos, sus besos eran mi karma.

─¿Podrías invitarme una taza de café con mucha crema? ─ronroneó sin dejar de mirar

hacia mi boca.

Recomponiéndome de su aroma embriagador, aquietando la agitación respondí que sí

con la cabeza. Alterada de la emoción, tres veces intenté abrir la puerta sin resultado

efectivo; a la cuarta, logré introducir la llave para pasar.

─Puedes dejar la chaqueta en el respaldo de esta silla ─señalé una vieja silla ubicada
próxima a la chimenea ─, con fortuna estará algo más seca cuando te vayas─ agregué

encendiendo todas las luces a mi paso.

Su abrigo estaba completamente mojado al igual que su jersey; quedándose en camisa,

un poco húmeda, ésta marcaba la figura torneada que había debajo. Mi baba no tenía fin.
Con una sonrisa boba, tosí para aclarar mi voz y me dirigí rumbo la cocina dispuesta a

preparar café.


─Tú también deberías quitarte algo de ropa; no sería bueno que viajes resfriada ─ por
detrás de mí, sugirió. Sentí sus dedos conectándose con mi piel al tomar el extremo de mi

blusa, también mojada, levantándola por sobre mi torso.

Gemí cuando colocó sus dedos fríos sobre la cintura de mis vaqueros, merodeando la

zona de mi ombligo.

Besó mi cuello intempestivamente, colocó mi cabello mojado hacia delante, dejando mi

nuca liberada y en un rápido movimiento de manos, subió para acunar mis pechos.

─¿No querías un café?─ susurré arrastrando las palabras, comenzando a sentir que mi

sangre se agolpaba a borbotones en mi cabeza…

─No más que a ti.

Friccionando mis senos, acariciándolos para darle calor, Ajax levantaba temperatura

tanto como yo; sus jadeos en mi cuello, su bajo vientre abultado sobre la curva de mi

espalda y el chirrido de sus muelas, lo dejaban en evidencia.

─Déjame saborearte, pero no aquí ─ tomándome por la cintura me giró para tenerme
frente a él y jalar de mi labio inferior.

Ardiente, inquietante, acunó mi rostro entre sus manos para besarme con
desesperación. Echando mi cuello hacia atrás le permití beber de mi perfume de mujer.

Tomando la iniciativa, tomé sus manos juguetonas para conducirlo hacia mi cuarto.

La penumbra era la iluminación perfecta, los rayos tal como esa noche en SkyTower,
penetraban por entre las hendijas de las celosías, creando un mágico efecto de luces y

sombras.

Vi sus ojos cargados de deseo. Sus labios conteniéndose para un próximo beso y a su

pecho, subir y bajar con vibrante emoción. Sin embargo, una confesión vigente atrapada

en mi pecho, necesitaba salir en ese momento.

─Ajax, hace mucho tiempo que no estoy con un hombre ─ susurré con algo de

vergüenza e involuntariamente bajé la mirada pidiendo disculpas, obteniendo de parte

suya un cálido gesto al subir mi barbilla.

─ Eso lo hace más interesante para mí, pequeña─ me consoló, demoliendo mis miedos.

Estampó sus labios contra los míos, lentamente. Sentada en el borde de la cama,

expectante, sentí cada uno de sus besos en mi cuerpo, en mi piel ardiente y predispuesta a
su contacto. Tan sólo con el sostén en mi parte superior, aguardé por cada uno de sus

pasos.

─Eres tan hermosa Sophie─ regó de besos mi quijada─ quiero hundirme en esos

pechos tan llenos y suaves como la seda ─ su lengua empezó a explorarlos provocándome
una oleada de calor indescriptible. Bordeó el sujetador para después hacerlo con la yema

de sus dedos con los cuales liberó mis pezones para pellizcarlos posesivamente. Un grito
ahogado salió de mi garganta.

Con sus hábiles manos, los liberó de la tortura del encaje dejándolos a su merced;

chupándolos, succionando mis pezones, me llevó hacia el primer escalón del paraíso.

Con mi torso inclinado, sólo sostenido por mis brazos, pensé que los codos se me

saldrían de lugar y se me quebraría la espina dorsal. Sus besos eran cada vez más

calientes, me derretía con sólo respirarme cerca.

Deslizándome por el colchón, mantuve mis brazos hacia arriba, enredando mis manos

entre los cojines y la almohada de mi propia cama, colaboré en el apresurado movimiento

de Ajax arqueando mis caderas, para quitarme la ropa restante.

Las deslizaba con precisión y convicción: primero los vaqueros y después las bragas
para dejarme expuesta, desnuda ante la tenue luz de luna.

Me retorcí de goce, mi cabeza iba de un lado al otro buscando escapar, sin quererlo.

Sin pudores ni vergüenza, liberé mis temores como nunca lo había hecho. Mis

prejuicios se fueron al bote de basura decidiendo disfrutar definitivamente del enorme


placer al que me sometía ese hombre del que no conocí su existencia sino hasta que vino a

mi tienda a increparme de un modo vil e injusto.

Las vueltas de la vida me enfrentaban de la manera más intima que podía con ese dios
del Olimpo por el que sufrí durante semanas por haberme escapado como una cobarde,

movilizada por el miedo. Miedo que permanecía en mí, pero que no estaba dispuesta a
dejarlo aflorar…al menos no de momento.

Mis caderas se contorsionaban deseosas por recibirlo, pero el muy condenado se hacía

esperar.

─ Tranquila Sophie ─ siseó entre dientes, torturándome.


Agazapado se movió raudamente sobre mí, quedando frente a frente en un duelo de
miradas encendidas. La mínima chispa nos haría volar por los aires.

Sin sus pantalones, la espera era angustiante.

─ Te he deseado tanto, princesa que estos días me han resultado eternos.

─ Pues ahora ya me tienes aquí.

Sofocando mi respiración, rozándome con su húmeda piel en mi vientre, se tomó un

segundo pensando en nuestro cuidado. Cuando estuvo listo, preguntó con su mirada si ya

estaba lista a lo que el silencio, otorgó.

Entrando en mí, de a poco, tiernamente, se hizo su lugar en mi carne.

Acompasadamente, entró una y otra vez con la dulce cautela del desconocimiento mutuo,
a la que no pensé que sería adepto; Ajax era agradable en su trato, sensible en su modo de

penetrarme. Sus gemidos se mezclaban con los míos, fundiéndonos en una espesa nuble de

placer consumado, esperado ciento por ciento.

Pero yo sabía que ese Ajax era la punta del iceberg…porque de a poco, los embates
fueron más duros, rudos; eran empujoncitos cortos, toscos y calientes. Demasiado.

¡Qué bien se sentía tenerlo dentro de mí, abrazándome, poseyéndome, besándome sin

piedad!

Mis piernas se abrían permitiéndole acceso franco a cada una de mis terminaciones

nerviosas, clavando mis talones en su culo rígido y musculoso, el cual se comprimía con
cada estocada.

Su lengua era ambiciosa y me recorría la vena gruesa que surcaba mi cuello de arriba

hacia abajo; sus dedos estaban entrelazados con los míos generando más palanca,
empujando a fondo, consumiéndome como un papel.

─ A…ja…x ─ balbuceé su nombre desde el interior de mi paladar logrando


encenderlo: acelerando el ritmo, con una gota de sudor corriendo por su sien izquierda, su

miembro se hinchaba más y más dentro de mí.

El final estaba cerca y para ambos, era el mismo.

Un gruñido osco salió por su garganta; contenido, lo arrulló en torno a mi oído. Mi

cuerpo no se quedaría por detrás, como en un latigazo, eché a volar todos mis temores, mis

prejuicios en torno a ese hombre soberbio y encantador que me llevaba a la cima.

Sus manos apretaron fuertemente a las mías, dejando blanco a mis nudillos.

─¿Cómo te sientes? ─ en media lengua, visiblemente agitado y aun dentro mí, no

abandonaba su gentileza.

─ Mucho mejor que antes….─ expresé con una leve carcajada. La penumbra acentuaba
sus pómulos altos, su boca pequeña y el perfil de su fina nariz. La luz aclaraba sus ojos,

transformando su color en el de una nube menos densa. Sonrió de lado, meneó su cabeza y
se apartó de mó, no sin antes morder mi barbilla eróticamente.

─ Sophie, sé que no es de caballero irme…pero debo hacerlo ─ pasó saliva, dándome


la espalda para vestirse. Sin respuesta posible, sólo me dediqué a ver su espalda ancha

siendo cubierta por su camisa aún húmeda.

─ Princesa, esto también es nuevo para mí. ─ dijo intuyendo seguramente que mis ojos
se llenarían de lágrimas ─, y por favor, no me mires así ─giró como trompo al oír el

sorbido de mi nariz. El temor de su retiro y lo que era peor, a su no regreso, hizo mella en
mi pecho sin ropa pero vestido de dudas.

Sin abotonar su camisa se colocó frente a mí, en busca de mis húmedos ojos, que
perdidos por el piso.

─ Llámame insensible, inescrupuloso o simplemente estúpido. Pero me resultaría un

tanto extraño quedarme aquí; me agrada amanecer solo, sin que nadie me platique.

Tragué fuerte, tanto, que sentí que la habitación se inundó el sonido de mi saliva

desplazándose por mi garganta. Cogí mi ropa interior, me la coloqué rápidamente y

abrigué mi cuerpo con un grueso sweater colgado en una de las sillas de mi cuarto; calcé

mis jeans y unas pantuflas que descansaban al lado de la cama.

Sin reproches y en silencio, me adelanté yendo a la sala. Él apareció minuto después

completamente vestido y calzado, permaneció de pie observando mi andar triste hacia la

puerta. Aguardé estoicamente con la mano en el picaporte; Ajax sacudió su abrigo,

bastante mojado aunque sin chorrear.

─Mañana pasaré por ti a las 15:30horas, en Lucky Library ─ su aliento rozó mi piel; mi

mirada tenía destino en su pecho ─. Excepto que prefieras almorzar juntos ─ suavizó su
pseudo abandono.

─¡Oh no! Mejor dejémoslo así ─ mi voz volvió a mi garganta, con el llanto atascado
en ella ─. Necesito hablar con Caroline acerca del viaje y sus vacaciones ─ sonreí con más

ganas de arrojarme en mi cama que de despedirlo.


Ajax acarició mi mejilla con sus nudillos, colocó sus manos tras mis orejas, rozó con
sus pulgares ambos lóbulos rodeando las pequeñas perlas que los perforaban y buscó mis

ojos, vidriosos.

─ Perdóname, preciosa…no quiero dejarte así, triste…

Tomó mi cabeza y la colocó en su pecho, lugar propicio para que mis lágrimas brotasen

humedeciendo los pocos sectores secos de su abrigo.

─ Perdóname tú a mi, Ajax. Parezco una niña sin su paleta ─me alejé obnubilada por

su perfume a café, el que ni siquiera había podido hacerle.

─ Shhh no lo eres. Es sólo…sensibilidad.

─¡Qué bueno que eres buscando sinónimos! ─ sonreí algo más compuesta.

─ Entre otras cosas…─ admitió con arrogancia.

Y así, como era él, lograría sacarme una carcajada fuerte.

─ Así es como quiero verte Sophie, con tu joya más preciada: tu sonrisa. He venido
hasta aquí a buscarte, no me perdonaría renunciar a tí.

Volvió a besarme (ya perdería la cuenta cuántas veces lo había hecho en el trascurso de
ese día) y seguí su andar hasta que se adentró en la noche ya sin lluvia, con la promesa de

volver por mí.

Cerré la puerta y con el pecho comprimido por la desazón de su partida, fui hasta mi
alcoba a contemplar en hermético mutismo las sábanas revueltas. Acababa de hacer el
amor con un hombre tan increíble como imposible.

Maldije tener un corazón tan endeble y me arrojé a la cama, aún vestida. Retorcí la

almohada entre mi cuello y brazos aguardando a que la penumbra se apoderara de mi

cuerpo, otra vez, pero con el objetivo de poder dormir…

27
─¿Acaso estás por morir? ─la voz chillona de Caroline haría eco en el ancho total de la
tienda.


Le di un golpecito a su brazo.

─ Serán un par de días en Londres, con él ─ bebí un sorbo de mi té, lo único que
entraba en mi estómago a esas horas ─ . Pero eso no es todo… necesito que tú…

─¡Cuide de Lucky Library!─ interrumpió mi relato meneando su cabeza y elevando sus


hombros, convencida de mi propuesta.

─¡Error! ─dije burlonamente ─, necesito que te tomes estos días libres para descansar

y aproveches para disfrutar a tu hijo ─volví a tomar la taza caliente entre mis manos,

bebiendo ante la insólita mirada de mi amiga ─ . Ajax ha comprado dos tickets para que

viajen a Disney. Fue una de las condiciones que le impuse para acompañarlo.

Caroline enmudeció, no sólo por escucharme tan serena hablar del cierre de Lucky

Library sino por el asombro de tener esos dos boletos al maravilloso mundo de Mickey

Mouse.

─¿Estás de broma? ─ preguntó y negué con la cabeza ─. ¡Definitivamente estás grave!


¿Tú? ¿Hablando de vacaciones y tiempo libre en menos de cinco minutos y en la misma

frase? ¡Vaya, que este tipo te ha cambiado al cabeza!

Acomodándome en la silla que rechinó por la falta de aceite en sus patas, admití que

ella tenía razón. Esquivé su mirada inquisidora, inútilmente, ya que a esas alturas era
evidente que yo estaba hasta la coronilla por él.

Con ese instinto maternal que Caroline tenía incorporado en su ADN, colocó sus manos

sombre las mías, que aún permanecían envolviendo mi tazón negro de cerámica.

─ Adoro verte tan animada, Sophie. Te lo has ganado en buena ley y si eso incluye que

me des un par de días libres y un viaje a Disneyworld, no dudaré en acatar órdenes. ¡Para

eso eres mi jefa!─ agregó simpáticamente.

Caroline era una gran persona y me daba pena que no hubiese ningún hombre con los

pantalones bien puestos capaz de hacerla feliz y aceptarla con su hijo. Era bonita, lista,

responsable y muy trabajadora.

Yo siempre había querido conseguirle novio, aun cuando el bastardo de Oscar noviaba

con ella. Ese tipejo siempre me había dado mala espina.

Lo habíamos conocido en la Universidad, era hijo de una familia acomodada de

Montreal pero evidentemente la riqueza y los buenos modales en esa familia no se

llevaban de la mano ya que él la abandonaría al enterarse de su embarazo.

Para fortuna de mi amiga tanto Susan como Daniel, padres de Caroline, habían
apoyado su decisión de tener a la criatura y aceptaron que ambos viviesen con ellos,

aliviándole la pesada carga que recaía sobre sus hombros.

─¿Necesitas ayuda con el equipaje? ─ dijo sacándome de mis pensamientos sobre su


vida personal.

─ No hace falta, gracias ─ señalé la maleta que había cargado con algo de ropa de

abrigo, algunos zapatos y maquillaje nuevo.

─ Te echaré de menos…pero prométeme una cosa─ levantó su dedo, amenazante.

─¿Qué?
─ ¡Que me contarás hasta el último detalle de ese viaje! Eso, sin olvidar que me debes
una extensa charla sobre lo que sucedió anoche. No me convence mucho la historia de que

ha venido aquí a convencerte que te tomes unos días y te vas, sin más ─ subió su ceja
derecha, sabiendo exactamente de lo que hablaba ─ .Te conozco Sophie Giselle

Rutherford. No eres impulsiva, ese no es tu modo de hacer las cosas.

Guardé mis dientes bajo mis labios, ocultando la verdadera respuesta.

─¿No puedes pensar que tal vez he decidido repentinamente que un poco de aventura

viene bien a mi vida? ─ era tonto creer que Caroline no vería que mis mejillas se tornaron
rojas como tomate.

─ A otra con esa mentira, querida…

Caroline se puso de pie y salió de mi cubículo. La hora de almuerzo había terminado y

si no me había mentido, Ajax vendría por mí.

Mi corazón revoloteaba, las mariposas eran una estampida que se agolpaba en mi

estómago. No había comido nada sólido de los nervios.

¿Me recogería finalmente? ¿O la noche de ayer sería parte de su estrategia para formar

parte de su nutrida agenda de mujeres?

Otra vez la inseguridad dando vueltas por mi mente, oprimiendo mi garganta.

El reloj de péndulo marcaba las 15:15 y el tic tac de sus agujas retumbaba en mi cabeza

como un martillo en una viga de madera. Las miré fijamente como si tuviese telequinesis
y pudiera moverlas con sólo posar la vista en ellas, pero no.

Caroline tocó a la puerta, sobresaltándome.


─ Cenicienta….tu príncipe está en la puerta ─ dijo las tan ansiadas palabras por mí.

Al borde de un infarto torpemente unas pesadas cajas se cayeron de mi escritorio,

dejando libros por doquier.

─ Calma, princesa, no me iré sin ti ─ la voz serena de Ajax fue un bálsamo para mis
sentidos. ¿Habría visto mi torpeza?

Acercándose para ayudarme, levantó libros a la par mía colocándolos sobre mi vieja

pieza de madera llamada escritorio, para dar lugar a un cálido abrazo, como si leyese en

mi mente que aquello era lo que más deseaba.

─ Ven aquí, pequeña ─me besó con fuerza pero sin perder la sutileza. Su calor me

invadió, su perfume traspasaría mis poros ─ .¿Por qué creo que tenías miedo que no
viniera?

─ No lo sé─ puse los ojos en blanco. El maldito tenía una gran intuición.

─ Bueno, mejor así. Ahora, vámonos ya…antes que siga imaginando qué podríamos

hacer sobre ese escritorio

Quedé morada de la vergüenza, con los pensamientos más calientes que pudieron haber

atravesado ese momento.

─ Ni se te ocurra, está destartalado y no contamos con presupuesto para cambiarlo.


─ Volveremos a hablarlo de regreso.

La maleta, la cual acarreaba Ajax, pesaba una tonelada aún habiéndola cargado con
muy pocas cosas. Mi atuendo no era nada fastuoso y ni siquiera contaba con prendas

costosas o de gala; sin embargo me las arreglaría bastante bien como para seleccionar lo

más nuevo y bello que tenía.

Sin dudas, la lencería costosa de Victoria´s Secret formaría parte del equipaje.

El viaje no sería nada tranquilo, arrobando al aeropuerto de la ciudad de Londres

después de una gran demora en el vuelo por serias inclemencias climáticas. La diferencia

horaria complicaría mi sueño; realmente estábamos muy cansados, por lo que a pesar del

corto trayecto hacia el hotel que Ajax reservó me quedé dormida en el taxi. Suavemente,

me despertó con un suave beso digno de príncipe azul en mi pómulo.

─Tranquila cariño, esta noche será sólo para dormir ─ aun sin comprender el completo
significado de sus palabras por mi catastrófico cansancio, asentí para no ser descortés.

Al bajar del vehículo, ingresamos rápidamente al hotel, impulsados por la espesa lluvia
que caía sin cesar. Confirmando identidades, disponiendo de un joven botones que nos

ayudara con el equipaje, mis ojos se abrieron de par en par cuando entramos al penthouse
en el que nos hospedaríamos en este breve tiempo. Mis ganas de dormir se habían
esfumado.

Mi mandíbula casi cae al suelo al ver semejante paraíso hecho realidad: el apartamento
(excedía lo que yo conocía como habitación convencional) constaba de dos plantas unidas
mediante una escalera de mármol travertino impactante. El primer piso estaba destinado a

actividades sociales el cual contaba con un amplio living de largos espejos, arreglos
florales de estilo y una chimenea de ensueño en tanto que la planta superior albergaba las

habitaciones: eran dos, cada uno con su propio cuarto de baño y ambos con sectores

aterrizados de amplias vistas al centro londinense.

─Este es el closet –indicó abriendo sus puertas ─ sé que no nos quedaremos por

muchos días pero tendrás espacio suficiente para sacar tus cosas de la maleta y

acomodarlas. Espero te sientas a gusto.

─¿A gusto? ¡Esto es una mansión Ajax! ¿Cómo puede ser tan…tan…?─ las palabras se

empecinaban en no salir pero el señor que estaba frente mío poco a poco conocería cómo

hurguetear por los rincones de mi mente.

─¿Tan grande?─ dijo la palabra justa, con un soplidito de nariz ─ .Quería asegurarme

que estuvieras cómoda, que puedas relajarte cuando yo no estoy. Ahora, acompáñame por
favor ─tomó mi mano y salimos hacia una de las terrazas contiguas al cuarto que me había

tocado en suerte ─: esto es lo que más te agradará de este sitio.

Las vistas eran simplemente impresionantes; todo el perfil urbano de la capital inglesa
se distinguía a la perfección. Ese sitio, sin dudas, estaba a la altura de los ambientes
restantes tanto por la finura de la decoración como la enormidad de su superficie.

Unos faroles en el suelo con luces ambaradas que se encendían al comenzar la noche,

iluminaban a la perfección, generando un clima de calidez extrema. Unos arbustos bajos


cuidadosamente recortadas, la mesa y las sillas de hierro forjado torneado…todo,

absolutamente todo era perfecto. Tal como lo era su compañía.


─Ajax, no tengo palabras para agradecer tu insistencia para traerme hasta aquí─ sonreí

de lado─. Esto es demasiado…

─Sophie ─ su ceño se frunció preparando una respuesta importante, sin dudas ─ pocas

veces en la vida he sido amable con gente que no lo merece. Y tú sin dudas eres una

persona muy especial…créeme que esto es poco en comparación con lo que debería

ofrecerte.

Deseaba con todas mis fuerzas decirle que no hacía falta que continuara

congraciándose conmigo ni que sintiera lastima por mí y que su generosidad ya había

colmado nuestro comienzo con el pie izquierdo. Pero su presencia me intimidaba, me

derretía ante esa sonrisa encantadora y ese andar tan perturbador.

Siempre decía cosas bonitas, era caballero, pero ¿cómo no pensar que lo hacía solo por

gentileza? Un hombre como él sin dudas tendría muchas conquistas a las que sólo lo uniría

un poco de estima.

Besé la palma de sus manos grandes y fuertes y cerré mis ojos, disfrutando de su roce

sobre mi pálida y de seguro, fría piel. Deseé detener el tiempo, pensar en que él sentía este
abrupto enamoramiento…pero fiarme de aquello equivalía al suicidio. Debía ser cauta,

aunque la intuición me diría que ya sería en vano.

─Es tarde ya, ¿deseas salir a cenar o prefieres que pida servicio de habitación?

─Lo mejor será que nos quedemos así nos recostamos temprano. Mañana tienes una

reunión importante con Le Yardelian, no sería un buen inicio si te quedas dormido.

─Estás en lo cierto… ¿elijo yo el menú?

─¡Sé que puedes arreglártela con eso, Ajax! ─ respondí irónicamente obteniendo la
tierna imagen de su rostro sacando su lengua como niño juguetón.

Estaba conociendo un Ajax extremadamente divertido, jovial e intenso, el cual se


retiraba de mi vista para pedir la cena. Desde lo más alto del “Corinthia Hotel” contemplé

el horizonte, sumergiéndome aun más en el cuento de hadas del que no quería escapar a

sabiendas que la caía podía ser estrepitosa.

Recostándome sobre el murete que impedía que cayese al vacío físico, me pregunté

cuántas veces había soñado con sentir este burbujeo en la barriga…y mi respuesta, fue

mil. Entrecerrando los ojos, deseando no despertar, sentí los largos brazos de Ajax

rodearme por detrás, amoldándose al contorno de mi espalda.

─En treinta minutos tendremos lista la cena ─su voz era ruda, sensual─. He ordenado

pastas, algo fácil de digerir y un jugo de frutas. ¿Te parece bien dejar el vino para mañana?

─Por supuesto─ giré mi cuerpo para tenerlo cerca, mezclando nuestras respiraciones.

Mi cuerpo fue presionado contra el mampuesto del balcón gracias al torso de Ajax,
quien investigaba mi boca de forma paciente. Su sabor me embriagaba, llevándome a una

aventura de la que no querría escapar.

Apoyé mis manos en su pecho y lo aparté un poco, tomando oxígeno, aclarando mi


mente.

─Me generas una adicción insana, St. Thomas.


Incorporándose en su vertical, sonrió sosteniéndome la mirada.

─¿Puedo preguntarte algo? ─parecía pedir permiso, como en aquella primera noche en
la que cenaríamos juntos.

─Depende ─ contesté maliciosamente, teniendo el control aunque más no fuera


imaginario─, vamos St. Thomas, soy todo oídos ─ levanté mi barbilla y jalé de su camisa

atrayéndolo hacia mí.

─En nuestra primera cena has evitado hablar de tu hermana, y no es que desee

incomodarte, pero saber de ella me genera mucha intriga. Recuerda que he ido a

Vancouver a buscarla y…bueno…pues el destino tuvo otra cosa guardada para mí.

Inspirando profundo gané tiempo, suponiendo que la verdad estaba cerca de ser

confesada si pretendía continuar con Ajax junto a mí; él había sido generoso y abierto

conmigo, incluso en demasía, ganándose el derecho de saber más de Soli.

Conteniendo la congoja de sacar el tema a la luz, él lo percibió con su bendito sensor de

lector de mentes y rostros.

─No te sientas obligada a contestar…es sólo que… ─ rascó su cabeza, desordenando

su rubio cabello de su nuca.

─…sólo que no puedes dejar cosas inconclusas ─rematé su frase de cabecera ─ .Ajax,

es muy duro confesarte esto y deseo de todo corazón ser clara y sincera contigo. Es una
historia demasiado dolorosa ─ comencé a temblar. El sólo recuerdo de mi hermana me

estresaba, flaqueaba mis defensas.

─¡No! ¡No, princesa! No pretendo atormentarte ─ volvió a abrazarme con cariño, mojé
su camisa y la manché con algo de maquillaje.

─Ajax, juro por Dios que quiero contarte…pero hoy simplemente…hoy no ─mis ojos

se inundaron de dolor. Y él sabría entenderme.

─Esperaré, cielo ─me entregó su pañuelo para secar mi rostro ─…aguardaré hasta que

hablar del tema ya no sea una carga para tí….─acarició mi cabello y apoyó su mejilla en

mi coronilla─ . Vayamos a la sala y preparemos las cosas para la cena ─ tomó mi mano y

avanzamos a su ritmo─, en breve estará lista.

Agradecí su generosidad y a paso lento ingresamos a la asombrosa sala de espejos, en

la cual nos reflejábamos desde todos los ángulos posibles. Nuestros cuerpos se replicaron
infinidad de veces, dando un espectáculo un tanto escabroso a mi juicio. Para Ajax, sería

lo contrario:

─Creo que a esta sala la usaremos para otra cosa ─ sonrió pícaramente, con
pensamiento voyeurista─. De momento, aproximémonos a la chimenea, ya ha refrescado.

Asentí en silencio porque con él, ya no necesitaba de ciertas palabras.

Tras la cena, nos despedimos con un bello beso y nos dispusimos a dormir cada uno en

su propia habitación…cosa que me resultaría imposible.

¿Se enamoraría de mí aun sabiendo que era un monstruo? ¿Que lo que más amaba en el
mundo lo había erradicado como a una plaga contagiosa?

No soportaba la idea de ver su rostro de desprecio cuando supiese la verdad; pero no


era justo callar semejante realidad. Yo pretendía que me amara como era, con mis defectos
y virtudes, con mi pasado y presente; y Solange era parte de ello.

Tras una noche difícil para conciliar el sueño, amanecí a la mañana siguiente con una

extensa nota en mi mesa de noche de la que no me percaté sino hasta despertar

Restregando mis ojos para despabilarme, la leí, forzando mi vista y tomando asiento en

mi cama.

“Princesa, al observar tu rostro angelical no quise despertarte; has pasado un día

agitado y conmocionante. He ido rumbo a las oficinas de Le Yardelian, a poco del Hotel.

Si es de tu agrado, podremos encontrarnos a las 13.30hs en “Tuttons”. Tuyo. Ajax”

Besé la esquela como una colegiala, la llevé a mi pecho y me mecí con ella como una

tonta, conformándome con sus palabras escritas y no con un desayuno compartido. El

insomnio me había jugado una mala pasada, y allí estaba, en esa inmensa habitación y a
poco del mediodía.

Tras una ducha breve y necesaria para sacarme el amilanamiento de esa mañana, me
vestí con unos cómodos jeans (mis aliados ciento por ciento), una blusa blanca fina de
gasa y una chaqueta aguamarina. Un look casual, de hecho, por fuera de lo habitual, pero

que me sentaba de maravillas. Unas bailarinas cómodas serían perfectas para caminar por
un largo rato.

Sujeté mi cabello a lo alto, bajé las extensas y enruladas escaleras del castillo real y

salí.

Calculando la distancia al punto de encuentro, me dispuse a tomar unas fotografías para

matar el tiempo extra. Solange era buena en eso, sin dudas le encantaría estar en un lugar
como este para dar forma a su vicio. El vicio de la fotografía era el único sano que tenía,
por cierto.

La abadía de Westminster se erigía imponente sobre Abingdom St. frente al palacio de

igual nombre, convirtiéndose así en mi primera víctima a retratar; al igual que con el Big

Ben haría lo mismo con cualquier otro ícono lugareño. Debía aprovechar al máximo ese
viaje. La gente rodeaba cada sitio con idénticas intenciones, causando mi demora por

captar la mejor imagen.

La hora pasaría rápido, por lo que apresuré el paso. Sin tener bien en claro si debía

aguardar fuera o si Ajax habría reservado una mesa, me dispuse a llamarlo cuando

encontré un mensaje suyo, recién llegado:

“Princesa….arribaré en breve, no demorare más de 2 minutos, espérame fuera”

La gente caminaba de un lado al otro, algunos muy de prisa mientras que otros lo

hacían lentamente observando escaparates o tan sólo disfrutando del paisaje con

auriculares en sus oídos, dejándose llevar por la música.

Aguardando por Ajax en la puerta del restaurante, demarcado por dos grandes

maceteros, me abaniqué con un folleto, robado de una de las mesas exteriores.Volteando el


rostro por enésima vez, allí estaba él, con todo su esplendor.

¡Hasta bajando de un coche exudaba una sexualidad que me dejaba sin habla!

Caminaba con seguridad, acomodando su corbata, de una manera endemoniadamente


arrasadora. Su traje gris impecable, su camisa blanca y su corbata de seda negra eran
demenciales.

Sintiéndome ancha, importante, podía presumir de haberlo tenido en mi cama la noche

anterior. Aunque fuese por lástima o por ganas, Ajax había tocado cada centímetro de mi
piel, transformándolo en cenizas.
Contenta por esa gran y desconocida victoria para el resto de los mortales, la sangre
corría por mis venas a toda prisa, acelerando mi pulso y exacerbando mis palpitaciones.

Temí por un ataque de presión arterial. Era más peligroso tenerlo cerca que comer sal en
exceso.

Las mujeres, sin importar su edad, no dudaban en verlo; no faltaba quien exagerase sus
contorneos y contrariamente a lo que hubiese imaginado de él, Ajax sólo miraba hacia

adelante, enfocándose en mi presencia.

“Sí, señoritas, envídienme…él me mira a mí… ¿Ok?”

─Mi pequeña Sophie ─ tomó mi rostro con sus manos, mis brazos colgaban a los
laterales casi inertes por su arrebato para besarme posesivamente. Elevé mis talones sobre

las puntillas de mis pies compensando la gran diferencia de alturas ─. ¡Debemos festejar!

─ dijo al separarse de mis labios.

Sentí que las miradas de las transeúntes se clavaban como dagas en mi espalda.

“¡Chicas! estoy con el hombre más guapo del mundo…y almorzará conmigo. Ja-ja”

Disfrutaría de ese momento de exhibicionismo dejando de sentirme el patito feo para

transformarme en el bello y elegante cisne. A su lado me sentía hermosa, grandiosa, con


mi autoestima sobre elevada.

─He reservado una mesa hoy temprano, la de allí ─ dándome paso, entramos. El
camarero enseguida se acercó a nosotros.

─¡Wau! ─ mirando todo a mi alrededor, aquel restaurante era muy lujoso y la gente

que allí comía, ejecutivos de alto nivel. La zona de la barra era de madera oscura, lustrosa
por doquier y exhibía la extensa bodega de vinos─. A alguien que yo conozco le ha ido
bien, ¿verdad? ─ tomando asiento, le dije divertida.

─ Todos ha quedado fascinados; no dejaban de preguntarme cosas y todos deseaban

colaborar en el proyecto, a excepción del hijo de Le Yardelian, quien no se mostraba muy

conforme. Al parecer el muchacho es el encargado del departamento de proyectos de la


empresa familiar y quien dio el visto bueno para el proyecto que yo descarté de pleno.

─Debe haber sido un golpe duro para él.

─Sí, pero yo estoy en este negocio dispuesto a optimizar los recursos de Le Yardelian y

potenciar el diseño de sus hoteles para su bien y para el de St.Thomas&Partners, no para

aceptar propuestas timoratas y poco factibles.

El joven camarero interrumpió para tomar la orden. Ambos observamos el menú y con

un rapidez extrema, Ajax cerró las tapas de cuero negras.

─¿Quieres saber mi recomendación?─ siempre arrebatador.

─¿Debo confiar en ti? ─pregunté cínicamente.

─Yo diría que sí…

─Bueno….si tú lo dices…─ desplomé mis hombros, con divertida resignación.

─Pues serán dos cazuelas de pollo con dados de pan tostado y unas patatas asadas con

salsa de hongos silvestres. Y para beber una botella de Dom Perignon─ pidió de un tirón,
sin siquiera respirar. El muchacho anotó para dejarnos solos.

─¿Festejaremos a lo grande? ─ me acomodé en el cómodo sofá rojo, dispuesta a

aguardar por la comida.


─ Por supuesto, pero eso no es todo: hay algo que deseo pedirte.

Miré a ambos lados con gracia; finalmente me señalé.

─ ¿Me dices a mí?

─ Si señora bromista, a usted─ dijo al untar una tostada con una pasta similar a un

queso con cebolla de verdeo picada muy fina.

Masticó, aprobó el bocado diciendo “está muy bueno” y limpió sus labios para seguir

hablando y sacarme de la duda.

─Michel celebrará formalmente la aprobación de los pliegos y el contrato por parte de

la alcaldía de Cartagena y desea hacerlo en un restaurant de la zona, muy elegante, al que

asistiremos todos aquellos que formamos parte de este proyecto, no más de 30 personas de

hecho─ comió otro tozo de pan untado ─ . Pretende brindar por el lanzamiento oficial del
Colombia Yard Hotel&Suites y yo deseo que seas mi acompañante.

Quedé boquiabierta.

─ ¿Yo? ¿Estás seguro? ─ pestañeé como endemoniada─. Me sentiré un tanto extraña


entre toda esa gente…no pertenezco a ese grupo social ─ admití a pesar de estar
agradecida por ello.

─ ¿Por qué dices eso? Vienes conmigo y eso es suficiente.


─ Pero tu estarás haciendo negocios…y yo…sobraré allí ─ dudé mientras miraba mis
manos inquietas.

─ Sophie, realmente anhelo que seas mi acompañante ─ su deseo era genuino.

Lo miré, algo sonrojada por mi falta de vestuario esperando que quizás aquello lo
persuadiera.

─ No tengo ropa adecuada, tendré que conseguir algo bonito para estar a la altura de

las circunstancias─ admití.

─ Cariño, eso no será inconveniente, porque tú eres bonita. Cualquier cosa que te

pongas te sentará estupendamente.

Sus palabras me sonrojaron más de lo debido.

─ Todavía no puedo creer que sigas avergonzándote ante algún cumplido después de

haber estado desnuda frente a mí ─finalmente sólo serían eso para él, cumplidos.

“Al menos intentaré ser un buen chico.”, habría dicho.

Tomando su idea, me adelanté a convocar un brindis:

─¡Por muchos más éxitos de St. Thomas&Partners! ─ chocamos nuestras copas─. Sé


que desde donde esté, Adrian estará orgulloso de su hermano mayor ─ algo de emoción

embargó mi voz; Ajax se mostró emocionado.


─ Gracias Sophie, son unas palabras muy bellas de tu parte.

Dejando de lado aquel momento, la noche transcurrió plácidamente. Conversamos


sobre la exquisitez culinaria, la bebida, la arquitectura del sitio y sus anécdotas juveniles

junto a Adrian, su hermano y gran amigo.

─Te compraré un vestido ─ ordenó sin dar lugar a una negativa de mi parte. Elevando

la copa se la llevó a la boca, con el dulce sabor de haberse salido con la suya…

28
Tras la exitosa reunión con el equipo de Michel Le Yardelian por la mañana, el festejo
se extendería en el restaurant L`Atelier próximo a Covent Garden sobre la West Street, a
pocos metros de la oficina del empresario de origen francés.

Era el primer evento de índole pública en el que me mostraría junto a Ajax y sin tener

en claro qué tipo de vínculo nos unía. Yo era profesional, sabía de modales y protocolo, no

haría un mal papel, pero tenía bien en claro que no pertenecía a ese mundo de ricos y

exitosos con ostentosas cuentas bancarias y vehículos de alta gama.

Decidí entonces, que daría sonrisas de compromiso, bebería poco y me mostraría

agradable pero sin exagerar.

Sumergiéndonos en varias tiendas de ropa a dúo, supuse que llevarme de compras era

el modo más sutil que tenía Ajax de garantizarse que yo no lo pondría en ridículo con la

elección de mi vestuario; después de todo él tenía que causar buena impresión a su nuevo

equipo de trabajo.

Contando con 4 horas, el reloj corría y mi aberración por las compras se acentuaba aún

más cuando no encontraba nada que me quedara lo suficientemente bonito.

Francis nunca disponía de tiempo para acompañarme a recorrer escaparates, mi

hermana Soli dormía durante el día para trabajar de noche y para ser sincera, mi tiempo

libre se circunscribía en mirar TV, salir con Erin y buscar sitios de subastas de libros por la
web.

¡Vaya plan!

Esta vez, en cambio, era completamente distinta: Ajax insistiría mil y una vez para
regalarme un vestido. Mil veces me negué. Hubo una─ la última –en la que desistí. Podía

ser persuasivo, tanto, como yo de blanda.

Pero habría una condición de por medio que enaltecería mi orgullo: yo compraría los
zapatos y un pequeño accesorio de mano; aunque me costase el salario de todo un año de

trabajo en Lucky Library.


Caminamos por varias calles y avenidas, los precios eran exorbitantes, equivalentes a la
renta de cualquier local en Vancouver.

Elegantes, sobrios, largos, cortos, coloridos, cientos de vestidos se exhibían en las

tiendas y yo, sin probarme ninguno ya sea por muy angostos o porque simplemente no

eran de mi talla.

Aturdida, molesta y algo acongojada, mi desilusión crecía a medida que nos

acercábamos a la hora de la gala. Lo cierto es que necesitaba vestirme con algo que nos
impactara a ambos: a mí, para demostrarme que podía ser una mujer sensual y a él, que

podía presumir de una mujer que no era modelo pero sí igual de guapa que una.

Finalmente, un minuto antes de bajar mis brazos y frotar mis adoloridos pies, un

vestido llamó nuestra atención: la mujer de la tienda estaba quitándolo de uno de los

maniquíes.

Las instalaciones del escaparate eran grandiosas; muebles de estilo victoriano, grandes

cortinados de terciopelo rojo, lámparas colgante de cristales y pisos de madera lustrosa

combinaban a la perfección con las empleadas del sitio, dos mujeres que aparentaban salir
de un museo, no sólo por la edad, si no por la fineza y la vestimenta: chaqueta y falda de

lanilla azul, a juego con camisa blanca de grandes volados.

Mrs. Paulette era una mujer de más de 60 años de cabello tirante y recargado
maquillaje, entrelazaba sus manos delante de su regazo. A paso vivo, se acercó a Ajax, no

sin antes mirarme de lado, con nariz fruncida.

Era lógico pensar que una muchacha de vaqueros de jean y blusa de una galería de

rebajas, no era digna de entrar a una tienda con vestidos exclusivos para mujeres de 20
kilogramos.


─Buenas tardes, señor, ¿en qué podría ayudarlo? ─ la mujer mayor preguntó con voz
dulce mientras Ajax observaba minuciosamente el vestido que nos había gustado a ambos.

─En verdad no es a mí a quien tendría que ayudarme sino a la señorita que me

acompaña ─ elegantemente me tomó por la cintura acercándome hacia su cuerpo. Sonreí

tímidamente.

“Si, vieja presumida, tendrás que atender a esta mujer de piernas cortas y sin estilo”.

─Oh, sí, ya veo…─ su estúpida, lastimosa y juiciosa mirada volvió hacia mí

─.Mmmm…─ colocó su mano en la barbilla, pensativa.

─¿Qué sucede? ─Ajax intervino. Agradecí a Dios por ello; yo no encajaba en el

prototipo de mujer que hacía uso de sus vestidos. Mrs. Paulette plegaba su piel en torno a

su boca, dando a entender de antemano que no estaba dispuesta a buscar nada de mi

talla─ .¿Sucede algo malo? Si cree que no está capacitada para ayudarnos, buscaré a otra
empleada que sí lo pueda hacer ─sus ojos color tormenta ennegrecieron súbitamente, su

tono era decidido y casi grotesco. Me sentí defendida…y enamorada.

─No señor, de ninguna manera…es sólo que…no importa─ agitó sus manos
minimizando sus propios pensamientos ─. Dígame si han visto algún modelo en particular

─ venciendo sus propios juicios, la señora se puso a nuestra disposición.

─Me gusta este ─ señalé el modelo que habíamos visto con Ajax al ingresar ─ pero
para serle sincera, no estoy muy segura de saber qué tipo de vestidos podría sentarme

mejor…necesitaría de su ayuda─ odiaba tener que decir eso, pero si pretendía terminar
con esta larga e infructuosa jornada, debía bajar el orgullo propio.


El móvil de Ajax sonó justo en ese momento en el que más lo necesitaría.

─Disculpen, pero es importante, debo atender ─ sorpresivamente posó sus labios en mi


frente y salió de escena ─ .Cariño, ya regreso.

Me derretí y ante los ojos enormes de la vieja bruja, curvé mis labios, victoriosa.

Mrs. Paulette me haría recorrer todo el local. Evidentemente, se había tomado muy a
pecho las palabras de Ajax, por lo que supuse que querría hacer bien su trabajo.

Todos los vestidos colgados allí eran exquisitos, confeccionados en telas lujosísima y ni

qué hablar de la pedrería, digna obra de los dioses. Lamentablemente, todos necesitaban

alguna reforma para que fueran perfectos; no contábamos con tiempo para arreglos, por lo

que debía decidirme por uno que sea “hecho para mí”.

Fuera, Ajax continuaba hablando por teléfono, gesticulando bruscamente y peinando su

cabello. Intuí que algo no estaba del todo bien.

─Aquí tengo uno querida─ la voz baja y ahora amable de Mrs. Paulette me sacaría de

la intriga por la conversación ajena, poniendo frente a mí un vestido corto hasta las
rodillas el cual simulaba una confección en dos piezas ─. Hemos buscado vestidos largos,

pero a ti, claramente, no te favorecen ─ dijo sin abandonar el sarcasmo ─ , pero este sin
dudas hará que tus piernas simulen ser más largas y al ajustarse a tu cintura, parecerás más

pequeña todavía.

La mujer había dado en el clavo. Debía reconocer que sabía exactamente lo que hacía.

Entusiasmada por primera vez en esa tarde, lo tomé entre mis manos y me dirigí hacia

el enorme vestidor, incluso más grande que mi triste despacho sin ventanas en Lucky
Library. Unos espejos enormes con grandes volutas doradas rodeaban las tres paredes del
box en tanto que la puerta de ingreso a éste, era altísima.

Coloqué en una banqueta lateral la ropa que llevaba puesta y al notar que la espalda del

vestido era descubierta, me quité el sostén. Con cuidado, fui acomodándolo de a poco en

mi cuerpo, abroché el único botón de la pieza que rodeaba mi cuello por detrás y giré para
verme de todos los ángulos posibles.

Era hermoso y sin dudas, muy sentador.

La parte superior era de seda blanca, sin mangas, mientras que unos sutiles bordados

realizados con pequeñas perlas en los hombros, lo hacía lucir sofisticado. La tela se

cortaba debajo de la línea del busto donde se daba inicio a una cinturilla de no más de 5

cm de finas piedritas negras que unía la falda lápiz, también negra..

Con la mano izquierda sujeté mi largo cabelloelevándolo en una coleta. Un semi

recogido ayudaría a exhibir el trozo de espalda que quedaba al descubierto. Con los

accesorios adecuados, armaría el equipo perfecto.

Contenta por haber encontrado algo que me gustaba y no necesitaba de retoques, me lo

quité sin darle la oportunidad que la vendedora me viera y mucho menos Ajax. Sería una
sorpresa, sin dudas.

Salí un poco acalorada por el encierro, cuando noté que Ajax estaba con Mrs. Paulette

aguardando por mí, hablando amistosamente fuera del vestidor.

─ Mrs. Paulette me ha dicho que han encontrado algo de tu agrado─ subió las cejas,

emocionado─ hubiera deseado verlo .

─¡Pues será una sorpresa! No seas ansioso, ya me lo verás puesto ─ respondí con

alegría y sin pensarlo besé su mejilla con dulzura. No me gustaban las demostraciones
públicas y al hacer aquello, dudé que Ajax no se incomodase. Fuera de cualquier
pronóstico, posó un beso en la comisura de mis labios.

─Vamos─ dijo tomando el vestido dispuesto a pagar─ aun tenemos que comprar los

zapatos y el resto de las cosas.

─ No señor, tengo ─ recordé levantando el dedo.

A poco de salir de la tienda, encontré los zapatos perfectos: negros, de punta abierta y

taco fino. Agradeciendo el poco tiempo empleado para ello, cogimos un taxi para ir

directo hacia el hotel.

Durante el viaje nos mantuvimos en un pesado silencio, Ajax sostenía mi mano con la

suya sobre mi regazo mirando vagamente por la ventanilla.

─¿ Ha sucedido algo malo? Te veías preocupado mientras hablabas por teléfono.

Apesadumbrado, volviendo su mirada hacia mí, dudó un instante en responder.

Resopló. Inspiró hondo y volvió a resoplar.

─ El oficial O` Neill me ha llamado para confirmar el suicidio de Adrian.

Me limité a mirarlo, mientras una bruma de tristeza se apoderó de sus ojos.


─ Lo siento mucho Ajax…─ besé sus nudillos con ternura.

─ Siempre lo supe pero algo dentro de mí no deseaba asumirlo. Preferí creer que otra

persona era la culpable…─ voz se cortó de golpe. Pasó saliva y regresó la vista al cristal─

. Supuse que tú, mejor dicho, tu hermana─ se corrigió─ tendría que ver con toda esta

mierda.

Me reacomodé en el asiento del vehículo y tomé su barbilla suavemente, obligándolo a

mirarme.

─ Ajax, deja ya de torturarte.

Ambos teníamos fantasmas, un pasado cargado de sentimientos encontrados y unos

hermanos conflictivos. Mi relación con Solange no era mejor de la que él la habría tenido

con Adrian y sin embargo, algo en ello no nos dejaba ser felices con nosotros mismos.

Los dos sentíamos la presión de la culpa por no haber podido salvar a nuestros

hermanos de sus propios fantasmas.

Llegamos al Corinthia Hotel conviviendo nuevamente con el hermetismo de las


palabras.

Subimos a la suite, dejé mi vestido colgado sin haberlo sacado de su estuche de tela

negra y organicé la ropa interior, los accesorios y los zapatos para el evento, ganando algo
de tiempo.

─ Sophie─ con dulzura Ajax se puso de pie detrás de mí, tomándome por la cintura,
colocando su mentón sobre mi hombro─ , me haces muy feliz.

Mi corazón hizo piruetas propias de un circo. ¿Cuánto duraría este sueño?

─ Y tú a mí ─ giré poniéndome frente a él besándolo tiernamente al principio y

salvajemente después, cuando sentí sus manos revolviendo mi cabello y su lengua furiosa
explorando mi boca.

Su respiración era muy fuerte, violenta, agitada. La mía estaba sincronizada con la

suya.

─ Si continuamos con esto, no llegaremos a la fiesta ─ dijo disconforme, pero ambos

reconocimos que era lo mejor de momento.

─ Eres la estrella de la noche, no puedes darte el lujo de demorarte ─ guiñé un ojo y

avancé esquivando su figura─ . Iré a ducharme así estoy lista cuanto antes.

Sus ojos se encendieron.

─ Deseo con fervor poder verte con ese vestido. Mrs. Paulette dijo que te sentaría de

maravillas ─ jugueteando de manos, logré zafarme de su asedio.

Hora quince más tarde, Ajax estaba listo mientras que yo aún luchaba con unos

invisibles para acomodar mi cabello. De frente al espejo, de espaldas a él, podía ver el
hambre con el que me observaba. ¿Se avergonzaría de mi presencia? Todo daba a entender
que no.

─ Cariño─ apareció por detrás, me quitó el invisible de la mano y peinó mi cabello con
sus gruesos dedos─ luces preciosa─ besó mi nuca, estremeciendo mi piel.

─ Tú también lo estás…─ agitada, respondí.

─ Lo sé, pero necesito que nos vayamos ahora mismo. Caso contrario, te arrancaré el

vestido con los dientes.

La reunión en L´atelier transcurría apacible. Algo más de 50 personas (no treinta como

supuso Ajax) nos mezclábamos en un sector vip apartado del grueso del público, ubicado

en la terraza del restaurant.

Los exteriores se amoldaban elegantemente al clima, interactuando, ya que la noche se

prestaba para disfrutar al aire libre. Las luces se mezclaban entre las enredaderas que

escalaban las paredes y adentrándose a la parte cubierta, unos pesados cortinados rojos y

una barra finamente ornamentada, con altas banquetas, completaban un exquisito


escenario.

De a poco, con el transcurrir de las horas, pude conocer gracias a una breve explicación
de Ajax y el saludo de rigor, a Michel Le Yardelian, a los jefes de cada una de las aéreas

intervinientes en el proyecto de Yard Hotel&Suites, algún que otro empleado de la sede en


Londres y a lo lejos (habían llegado entrado el festejo) a los hijos de Michel y futuros

herederos del imperio hotelero.

Primaban los hombres de entre 35 y 55 años, siendo yo, una de las pocas mujeres.

Pocos, irían con acompañados por sus parejas o esposas, algo que en un comienzo me
afectó ya que no tendría a nadie con quién hablar.

A medida que la gente participaba de la noche saludaba efusivamente a Ajax,

invitándolo a un choque de copas como señal de felicitación por el diseño exitoso del

nuevo Colombia Yard Hotel&Suites en tanto que yo era simplemente: “Sophie

Rutherford”.

Sin rótulos. Sin títulos. Era sólo Sophie Rutherford. Ese detalle, mínimo, me molestaría

más de la cuenta. ¿Pero qué derecho tenía a reclamar algo más? Sin dudas, esta noche yo
era una compañera, una mujer que estaba en su vida y nada más.

Los bocadillos pasaban de un lado al otro, los camareros ofrecían constantemente algo

de comer y las copas siempre estaban con líquido en su interior. El champagne era gustoso

y lo suficientemente frío como para querer tomar de más.

Supuse que por una cuestión lógica y comercial, Ajax siempre se encontraría rodeado

de gente, con la que hablaba sin parar y agitaba las manos, en lo que yo entendía, era el

modo más gráfico de expresar sus ideas.

Mirando con adoración cuando gesticulaba con esa efusividad característica, Ajax

demostraba ser un apasionado en lo que hacía. Voluble, profesional, trazaba líneas en el


aire y cuando esto no resultaba suficiente para que se entendiese el concepto, tomaba una

servilleta y de dentro de su chaqueta, utilizaba su pluma preferida.

Lo que me ocurría con ese hombre era inexplicable y doloroso a la vez. Me estaba
enamorando de él, pero no por lo guapo y seductor que era, sino también por ese lado
sensible que mostraba al hablar de su hermano. Sin dudas, debajo de esa coraza, tenía un

corazón de gladiador.

Perdida en conversaciones ajenas, de pie y aburrida, las doce tocaron. Por fortuna, el
dueño del imperio Le Yardelian tintineó su copa solicitando la atención de los

concurrentes.

Colocándose en el centro de ese gran sitio, entre el espacio cubierto y la terraza,

conforme tuviesen una visión completa de su figura y su discurso, comenzó con su

discurso:

─ Buenas noches a todos─ respondimos en voz baja─ , quiero agradecer a todos los

aquí presentes por haber venido a este sitio –aplaudimos suavemente y prosiguió tras

avergonzarse por ello ─ para festejar que pronto estaremos lanzando al mercado el
proyecto de “Colombia Yard Hotel & Suites” con un diseño innovador y vanguardista, que

de no ser por el arquitecto Ajax St. Thomas, hubiera sido muy difícil de conseguir.

Los aplausos fuertes, pero medidos, fiel al estilo conservador inglés, no se hicieron

esperar; Ajax levantó la copa en señal de agradecimiento. Él se encontraba en dirección

opuesta a la mía, con el torso levemente apoyado sobre una de las banquetas de la barra

junto a una pelirroja despampanante que hacía largo rato le hablaba cerca de su oído.

La mujer acariciaba los 25 años y el vestido azul noche que llevaba puesto le calzaba a

la perfección, bien ceñido a su pequeñísima cintura y a sus pechos “de mentira”.

Hasta yo siendo mujer, debía admitir que era una hembra fatal.

Su cabello cobrizo bajaba hasta su cintura, al estilo Jessica Rabbit y sus labios color

carmín acentuaban su piel rosada e inmaculada. Su llegada, a poco de la nuestra, sería


víctima de las miradas de todos los hombres allí.

Y de la mía también.

Como era de imaginar, la chica coqueteaba con Ajax, siendo el saludo inicial
sumamente íntimo y repleto de confianza. Por el contrario, a mi apenas me rozaría con su

piel de porcelana dándome dos besos.


Volviendo al monólogo de Michel Le Yardelian, éste seguiría nombrando gente
importante de su equipo de los cuales no retuve sus nombres. Sin embargo, la emoción se

apoderaría de su voz y su rostro, cuando emitió unas palabras en memoria de su viuda


Marianne, sumando a sus dos hijos al discurso.

─ Déjenme agradecer a mis hijos Paul y Fred, quienes siempre han estado a mi lado

para crecer en este negocio junto a mí ─los jóvenes se acercaron a él ante el pedido del
empresario. Ambos eran altos como su padre, pero las facciones de Paul, el menor, no

eran las mismas que las de Michel: guapo, de cabello castaño ondulado, bien podía ser un

modelo de pasarela. Su andar, seguro, no era ni más ni menos que el de un hombre con

varios millones sobre sus espaldas.

Tras las palabras finales de Michel y el gran aplauso, los invitados se disiparon,

agrupándose otra vez con distintas personas y estableciendo nuevos lazos.

Sin conversar con nadie hasta entonces, sólo dedicaría unas sonrisas forzadas y

agradecimientos a los camareros que se acercaban a menudo ofreciéndome bebida a


demanda.

Por el rabillo del ojo, observaba a Ajax y a la pelirroja de infarto, quienes no se

quitaban los ojos de encima ni por un instante. Ella le quitaba pelusas imaginarias de su
chaqueta, él, sonreía mostrando sus dientes perfectos gracias a su plan dental.

Desilusionada por el andar de las cosas, siendo una estatua en la terraza, me prometí
quedarme hasta el final y beber tan solo una copa más.

Tomé un sorbo de champagne, degusté sus notas y al tragar, una mano pesada se posó

sobre mi hombro, generándome un cosquilleo inesperado: descartando que fuese Ajax,


giré para encontrarme al bello Paul Le Yardelian.

De cerca, era aun más atractivo de lejos; sus ojos eran azul profundo, su cabello prolijo

y castaño formaba una onda sobre su frente, ancha y perfecta. Seductor, su sonrisa era

perfecta y su nariz, varonil.

─ Buenas noches, soy Paul ─ su acento inglés era exquisito. El hoyuelo en su mentón,

un detalle personal y sensual ciento por ciento. Tomó mi mano y besó mis nudillos,

sorteando uno de mis anillos de gran volumen.

─ Mucho gusto, soy Sophie ─ saludé agradeciéndole a los santos que se acordasen de

mí; al menos, el resto de la velada pasaría velozmente y acompañada por un galán de


telenovela.

─¿Tú no eres del equipo de mi padre? Sin dudas te recordaría ─ su voz era muy grave.

Parecía locutor de radio. Si no estuviese enamorándome del patán que estaba con la guapa

pelirroja, sin dudas me hubiera interesado coquetear con él.

─ No, no entiendo nada de hoteles─ bromeé sonriendo como una tonta ─ vine…

acompañando a alguien ─ bebí hasta el fondo de la copa, los nervios me jugaban una mala

pasada. Sin embargo, los ojos de Paul se clavaban en los míos.

─ Pues dile a tu compañía que es muy afortunado pero que hace muy mal al dejarte

aquí, en soledad, y con tanto hombre cerca ─ sonrió curvando sus labios, añadiendo
sensualidad a una simple apreciación. Pero realmente era amable porque me había visto

sola, o yo le interesaba como mujer? ¿Me habría observado antes o se acercaría por su
propio aburrimiento?

─ El discurso de tu padre ha sido muy emotivo ─ cambié de tema para seguir

conversando y quitarme del centro de atención.


─ Sí, papá se ha puesto un poco melancólico. La pérdida de mamá lo tiene muy triste.

─ Oh, lo siento mucho, no quise… ─ como acto reflejo extendí mi mano, rozando la

solapa de su chaqueta negra. De inmediato, mordí mi uña, ubicándome. Él comprendió

que mi gesto era de emoción pura.

─ No es necesario que te disculpes Sophie, mi madre falleció hace 6 años y él aún no

puede superarlo. Pero el hecho de pensar en un nuevo desafío como es el hotel en

Colombia, lo llena de energías y eso me alegra. Ha estado mucho tiempo pensando en este
emprendimiento hasta que finalmente ha podido dar con el arquitecto que supo captar lo

que deseaba para este proyecto.

“Ajax”.

─ Debo reconocer que el bastardo ha logrado interpretar a mi padre a la perfección, lo

que me ha dado serios dolores de cabeza.

─¿Por qué lo dices?

─ Porque yo fui quien hizo el proyecto preliminar, el que fue descartado de pleno por
St. Thomas. Fue muy frustrante que mi padre prefiriera seguir con él que elegir mis

diseños, pero supongo que es lo mejor. Esto no deja de ser un negocio del que se quiere
obtener dinero ─ aceptó elevando sus hombros con resignación y bebiendo de su copa.

─ Un negocio que debe prosperar por el bien de tu futuro financiero ─el alcohol me

llevaba a un terreno de imprudente sarcasmo.

─¡Veo que no te andas con rodeos, Sophie! ─para mi alivio, Paul sonrió e introdujo su

mano en el interior de su chaqueta ─ . Pues déjame decirte que no es mi costumbre pero


me agradaría invitarte a tomar un café en algún sitio alejado de este lugar. Éste es mi
número pues si tienes pensado quedarte en Londres mucho más tiempo.

“¿Acaso estaba flirteando conmigo?”

Debería ir personalmente a besar a Mrs. Paulette. Este vestido estaba haciendo

estragos, casi tanto como el champagne.

Tomé la tarjeta gentilmente para guardarla en mi sobre de mano, agradecí el gesto y

antes de agregar alguna otra palabra, la electricidad se apoderó de mi cuerpo: la mano de

Ajax me sujetaba el codo, incinerando mi piel desnuda ante su contacto.

─ Buenas noches Paul, veo que ya has conocido a Sophie ─el heredero se incorporó

para saludar a su colega con un tenue movimiento de cabeza.

─ Sí, como también acabo de conocer al afortunado con el que ha venido─ observé
alegremente el duelo de miradas de aquellos dos machos alfa. Jamás me había sucedido;

dos hombres marcando territorio. Un territorio del que yo era el tesoro más preciado.

“Deja de beber alcohol, Sophie…¡ya piensas puras boberas!”.

─ Mejor así ─ en una actuación digna de un Oscar, Ajax observó su Rolex y fingió
premura ─ . Sophie, ya debemos irnos ─ besó mi coronilla en un gesto posesivo ─ . Paul

─inclinó su cabeza y apoyó su mano en mi hombro, obligándome a girar con él.

─ Ha sido un gusto Ajax ─ el más joven de los dos levantó la copa ─ y Sophie, desde
ya que me ha gustado conocerte─ se despidió, amablemente.


Y allí estábamos Ajax y yo, volando del evento. Con un gesto exagerado agité mi mano
saludando al hijo de Le Yardelian mientras que Ajax le dedicó una mirada gélida y

amenazante.

29
Dentro del taxi, miré mis uñas conteniendo una sonrisa victoriosa. Ajax, era de piedra.

Una vez en el elevador del hotel, rumbo a nuestra suite, aclaró su garganta para hablar

con seriedad y manteniendo las distancias de nuestros cuerpos.


─ ¿Estaba coqueteando contigo, verdad? ─ Ajax clavaba sus ojos en las puertas del

ascensor, con ambas manos en los bolsillos de sus pantalones y meciéndose sobre sus

talones.

─No se comportaba ni más ni menos que del mismo modo que Jessica Rabbit lo hacía

contigo. ¿De qué tendrías que preocuparte?

“Pum, disparo al medio del pecho”.

─¿Jessica Rabbit? ─giró hacia mí manteniendo su postura soltando una carcajada ante

mi ocurrencia.

─Niégame que no sabes a quién me refiero. ¡No te hagas el tonto que no te sienta! ─
rolé mis ojos sin despegar mis ojos de las puertas.

La suite que Ajax había reservado era excelsa tal como todo lo que lo rodeaba. Tenía
amplias vistas hacia el Támesis y su decoración era en colores crema y dorados, además

de una superficie superior a los 400m2.

Con la duda de su elección de habitaciones separada conviví con ella ya dentro de la


sala, dejando mi abrigo y mi sobre de mano sobre la mesa de cristal. Apreté mis sienes,
gracias al inicio de una probable resaca causada por el alcohol.

Quedando todo en Jessica Rabbit, ninguno respondería la respuesta del otro en el

elevador.

La ira inundó mis mejillas deseando no haberla conocido. Aun de frente a la mesa,
terminé de quitarme los largos pendientes que acariciaban mis hombros, subí la extensa
escalera y fui en dirección a mi habitación, sin despedirme, cuando un huracán me

envolvió en el ingreso de mi dormitorio.

Ajax me cogería de improviso y por la cintura, jalándome hacia atrás y empujando mi

cuerpo contra la puerta del cuarto de baño. Con un instinto salvaje me presionó con fuerza
elevándome los brazos y tomando a mis dos muñecas con su mano izquierda. Sus rodillas

separaron mis piernas y su torso, comprimió más el mío.

Mi respiración se agitó y me nublé de deseo. Colocó su cabeza sobre mi hombro libre y

mordisqueo el lóbulo de mi oreja de una forma sexual, primitiva.

─Eres mía Sophie y no quiero que nadie se acerque con intenciones de estar contigo.

Antes lo mato.

Con lo poco de cordura que aun se alojaba en mi cabeza, retruqué.

─¿La pelirroja te ha dejado caliente? ─ solté con ironía en pleno uso de mis facultades
mentales.

Sólo conseguí que me presionara con más fuerza.

─Desde que te he conocido, nadie ha podido calentarme como tú, así que deja de lado
el sarcasmo. Toda la noche estuve pensando en follarte. Duro, fuerte.


Esas palabras retumbaron en mis oídos excitándome aun más. Con su mano libre
levantó la falda de mi vestido hasta mi cintura.

─Mmmm… ─ ronroneó en mi oreja, saboreando mi cuello─…estás con un liguero

negro y unas bragas muy pequeñas, ¡qué dulzura! ─ lamió mi vena─.Ahora deja las

manos en alto con las palmas abiertas completamente. ¡Voltéate y no te muevas! ─ ordenó.

Asentí con la poca voluntad que permanecía dentro de mí, cerrando los ojos y

dejándome llevar por las emociones y por la sensibilidad extrema a la que Ajax me

conducía.

Bajó peligrosamente, besando mi espalda descubierta, continuando por mis glúteos.

─Redondos, firmes y hermosos─ mordisqueó mi piel.

Pensé que me vendría en ese mismo instante y aun no habíamos llegado a lo mejor.

Ajax desenganchó los tirantes que unían las medias con el liguero para liberar el acceso
a mis bragas de encaje negro, con el vil objetivo de besar mi humedad.

Su lengua era curiosa, sedosa y me satisfacía plenamente.

Mi espalda se encorvaba con cada exploración y ante mis espasmos, él posó una mano
en el fin de mi espalda, en el hueco entre mi columna y trasero, para fijarme con fuerza a

la puerta.

Era delicioso sentir su lengua en mí, extrayendo mi sabor.

Lo peor del caso es que me dejaría al borde del clímax, solo para torturarme. Recorrió

mi espina con la yema húmeda de su dedo, colocándose de pie nuevamente, tras de mí.

─Buena niña ─ levemente inclinado sobre mi espalda, sus dedos me penetraron con

fuerza, deslizándose fácilmente por la lubricación de mis pliegues.

Estaba matándome. Sin dejar de pestañear, mis rodillas flaqueaban, tenía la piel en
carne viva y mi boca entreabierta envolvía sonidos guturales.

Otra vez me dejaría al borde del precipicio, a punto de caer. Agitada, confundida y

agobiada.

─¡Ajax, por Dios, libérame! ─ supliqué con lágrimas excitadas.

─Shhh…todavía no… Aun falta un poco más ─amenazó.

“¿Más? ¿Era eso posible?”.

El taconeo de su calzado se ausentó por un segundo, cuando regresó, el ruido de la

cremallera de su fino pantalón y de un sobre de plástico, fue el anuncio de que cumpliría

su promesa. Embistiéndome con fuerza y de una sola intrusión, mi cuerpo golpeteaba


contra la blanca superficie. El ruido de la madera contra mi pecho era un sonido hueco,

vacío y violento.

Gemí. Lloriqueé de placer, me estremecí con cada embate.

Ajax rechinaba los dientes con rudeza, respiraba entrecortado y un sonido ronco salía

de su garganta mientras que con un movimiento rápido, imperceptible, me encontré frente


a él, con mis piernas rodeando su cintura y mis brazos asidos a su nuca. Los tacones de

mis zapatos se hundían en sus glúteos de hierro.

Me comió la boca desesperadamente. Con ansiedad, mordí su labio inferior, obteniendo


la lujuria en su estado puro, con las llamaradas de deseo vibrando dentro de él.

─ Eres hermosa.

Y mientras más me penetraba, más cerca de la cima me dejaba; mi cuello se volteaba

hacia atrás, descolgándose del resto de mi cuerpo

─ ¡Ajax….Ajax! ─ sentirlo dentro mío, bombeando como un animal salvaje, brutal e

intensamente, se convertía en la sensación más ardiente de toda mi vida.

Mi cabello caía revuelto sobre mi espalda para enredarse entre los dedos de mi amante,

que presionaba mis omóplatos con sus palmas abiertas.

Respondiendo al unísono, nuestros cuerpos liberaron su calor, satisficieron su hambre.

Sentí latir el corazón de Ajax muy fuerte contra mí, como el galope de un caballo

desbocado. Unas gotas de sudor caían de su frente y sus ojos estaban casi negros de la

pasión.

Yo hervía, estaba afiebrada.

Mis pezones duros pegados a la tela del vestido, se mantenían sensibilizados por el

contacto de su piel dentro de mí sexo. Bajé las piernas con lentitud, un poco adolorida
para cuando Ajax quitó su miembro de mi interior, apoyando mi frente en su pecho;

exhausto.

─El abuelo necesitara una siesta reparadora ─dije con burla, sin reparar en que yo
también estaba aniquilada.

Ajax asintió con simpatía.

─Pero será contigo, quiero que compartamos cama.

Sus palabras martillaron mi cabeza, la barrera que creí jamás traspasar estaba siendo

derruida. ¿Por qué lo haría?

Sin cuestionamientos, aunque con más dudas que certezas, tomé la mano que extendió

frente a mí: estaba endemoniadamente desprolijo, sus pantalones sin cinto, pero con la

cremallera alta, su camisa fuera y con los tres primeros botones desabrochados.

Seguí su paso a toda velocidad hacia la habitación que había destinado para mí,

imponente tal como la suya. Las vistas a la ciudad eran extraordinarias; la luna se

encontraba solitaria en la templada noche de invierno reflejando su claridad en la hermosa


terraza donde desembocaba el dormitorio.

Con sutileza, acomodó las sábanas en el extremo de la cama. Los numerosos cojines de

estampa labrada, encontraron sitio en una larga banqueta de lado.

De pie, observé el modo en se quitaba los gemelos de oro de su camisa y dejaba sus
zapatos impecablemente lustrados a un costado, con una coordinación digna de una
coreografía.

Yo me balanceaba de un lado al otro, simulando su meneo. Sonrió gracioso.

─Ven aquí Sophie, quiero que desabroches mis botones ─empezó a besarme tan
tortuosamente como antes ─ y que me quites los pantalones.

─¿El abuelo no debería dormir?─ solté con gracia.

“¿De dónde sacaba más fuerza después de la impresionante follada instantes atrás?”

─No dije que no lo hiciera, pero más tarde princesa, más tarde ─ con su parsimonia

característica movió sus piernas mientras yo bajaba despojándolo de sus ropas tal como
me lo había pedido.

“Era mi turno”.

A medida que deslizaba la tela hacia abajo, mis labios saborearon su piel, sus rodillas;

mis dedos haciéndole cosquillas a cada centímetro, generando que flaqueara y bramara de

deseo.

─¡Eso es trampa! ─ farfulló.

─Nunca has dicho que no podría incurrir en ella ─lo miré por sobre mis pestañas,

provocando que su erección palpitante creciera tras la tela de su bóxer.

─ ¿Te gusta eso, verdad?─ egocéntrico, disparó entre gruñidos.

Dejando fuera de escena el pantalón, me limité a observar al detalle su cuerpo casi

desnudo excepto porque conservaba su prenda íntima, la cual, pronto eliminé de cuadro.

Una vez de pie, al momento en que quiso besarme, lo esquivé, causando su enojo.

─ No, Ajax. Ahora me toca a mí ─ dije victoriosa ante su desesperación por ser

tomado.

Arrodillándome bajo su atenta y curiosa mirada, mi legua bordeó la cinturilla de su

bóxer pasando por su ombligo y por la suave línea del vello dorado que desembocaba en

su miembro.

Sus manos agitaban los mechones de mi cabello, pero sin caer en el movimiento

trillado típico de los hombres cuando su mujer rodea esa zona erógena.

─Esto está de más, bebé ─ indiqué en un tono más grave por el calor acumulado en mis

cuerdas vocales.

Colocando mis dedos entre su piel y su prenda de algodón, comencé a jalar de él, ávido

de acción, pleno. Tras brindarle la libertad que tanto anhelaba, lo lamí haciendo que la

garganta de Ajax emitiera un quejido. Afiancé mis manos en su cadera y comencé a bajar

su bóxer hasta dejarlo por debajo de las rodillas.

Inicialmente lo succioné lentamente, rodeándolo con el calor de mi lengua, tomándolo

desde su base hasta su cúspide, en un solo movimiento. Lo acuné entre mis labios, lo
saboreé hasta guardarlo completamente en mi boca. Mi saliva lo envolvía, le brindaba
protección al roce, permitiéndome entrar y salir de él con delicadeza, disfrutando el

momento.

─Sophie, por Dios, no me quieras pagar con la misma moneda ─Ajax tenía la habilidad
de leer mi mente, ya lo había descubierto antes.

Sin desconcentrarme volví a tomarlo, pero esta vez con mis manos, mientras me relamí
los labios en un gesto propiamente sensual, avivando los latidos de Ajax. El agite de su
pecho lo delataba, acrecentando mi excitación.

Súbitamente y adrede, dejé de friccionarlo para colocarme de espaldas a él sin tener

contacto con su cuerpo.

Me desabroché el único botón que formaba parte de mi vestido y este cayó de pleno al

piso Lo saqué por debajo de mis piernas para arrojarlo de lado, quedando mi cuerpo

cubierto solo con las pantis, el liguero desenganchado y los zapatos que tanto habían

seducido a Ajax.

─Ponte de frente ─ ordenó.

Volteé en su dirección acatando su orden y allí estaba él, contemplándome desde las

alturas, haciéndole honor a su nombre.

─ Me estás matando, ¿lo sabes? ─resopló entre dientes.

─ No es la primera vez que me acusarías de asesinato, St. Thomas.

Ahogué una risa para darle lugar a sus besos apasionados; Ajax rodeó mi cintura con
sus manos elevándome sutilmente, para rotar y arrojarme en la cama.

Me quitó los zapatos con apuro al igual que las pantis, dejando para lo último a mis
bragas, húmedas y sobrante a estas alturas; luego, separó mis piernas y rozó mis cálidos

pliegues con su gran erección.


En un veloz movimiento, sacó un preservativo de uno de los cajones de la mesa de
noche (presumí que sería parte de una estudiada estrategia previa) y se protegió para estar

a mi disposición.

Sin más preludio, me penetró hasta el fondo, una y otra vez, con mis gemidos a flor de

piel y sus sonidos guturales seduciendo a mis oídos, poseyéndome de una forma violenta y
enardecida, logrando que ambos llegáramos a lo más alto por segunda vez en esa noche.

Furia ciega, habla entrecortada y la promesa de algo más que aún no tenía nombre, se
apoderó de nuestros cuerpos.

Desplomado sobre mi torso con una capa de sudor, evidenciando muestras de agitación,

presionó mi pecho; su cabeza hundiéndose en mi almohada, al lado la mía. Enredé mis

dedos en su cabello, sedoso, largo hasta pasar su nuca y fino como una hebra de oro, para

observarlo fijamente.

─Eres maravilloso ─ mi beso se escabulló en su frente, mientras él acomodaba su cara

entre mis senos.

─¡Viviría aquí toda mi vida! ─ dijo jugueteando divertidamente con ellos, mezclando

cosquillas, mordiscos y chupeteos calientes.

─Pero nos botarían del hotel.

─ ¡Que lo intenten! ¡De aquí no salgo ni con una orden judicial!

Reímos, a carcajadas disfrutando de la intimidad de nuestras pieles.

Muy a nuestro pesar, Ajax se apartó para recostarse sobre su lateral, sosteniendo su
cabeza con su brazo. Imité su postura la cual tuvo a mis pechos como protagonistas,

pegándose uno contra otro. Vi sus ojos pícaros.


─¡Tendré que cubrirme con algo si continúas mirándome con esos ojos libidinosos!─
dije tapándome con parte de la sábana, avergonzada.

─¡No por favor! ¡No me prives de esa vista espectacular! ─ tironeó de ella y besó mi

nariz, cariñosamente ─. Supongo que no lo llamarás, ¿verdad? ─fuera de contexto,

preguntaría por el heredero de Yard Hotel&Suites.

Retomando el tema, curvé mis labios colorados por su pasión.

─Si te refieres a Paul, no, no lo llamaré. Ya tengo arquitecto que me asesore.

─Que te asesore y otras cosillas mas ─ rozó mi mejilla con su dedo pulgar.

─¿Y tú que tienes para decir de Jessica Rabbit? He podido percibir que se conocen

desde hace un tiempito…─ no supe si seguir o no con la pregunta. No tenía ningún


derecho a averiguar más, pero la duda me carcomía.

─Karen Pleigser es diseñadora de muebles. Ya ha trabajado con nuestra firma y fue


contratada por Le Yardelian para todo lo que se refiere a equipamiento y decoración de las

suites. Es muy buena en lo que hace.

─¿Ah sí? ─ con una ola de celos a cuestas, bajé los ojos hacia las sábanas.

─En lo que se refiere a diseños y decoración, sí, es muy buena… ¿por qué? ¡Recuerda
que puedo leer tu mente!

“¡Rayos! Lo hacía otra vez.”

─¿Ella forma parte de tu agenda? ─sí, lo pregunte, no podría esperar mucho más sin
hacerlo.

Ajax echó la cabeza hacia atrás, rió fuerte y aclaró mis dudas.

─Si te deja más tranquila saberlo, pues sí, Karen ha sido una mujer muy cercana a mí

en algún momento de mi pasado, de hecho la he conocido gracias a Adrian. Inicialmente

nos hicimos grandes amigos, hasta que en una fiesta, con un poco de alcohol en nuestras

venas, traspasamos esos límites.

Enmudecí.

¿Querría saber más detalles de su relación? Sí, necesitaba conocer a mi rival… ¿o no?

Era mejor no saber nada de ella, porque claramente yo tenía más que perder que ganar.

─¿Ha obtenido buen puntaje? ─ prometí coserme la boca apenas pusiera un pie en

Canadá.

“¿Realmente estaba curioseando sobre eso?”

─No recuerdo con exactitud porque como sabes mi memoria es pésima pero no fue

nada del otro mundo. Sus pechos son artificiales ─ hizo una mueca desdeñosa con la boca.

“¡Lo sabía!”

─ Siempre he preferido lo natural, como habrás podido corroborar.

Me sonrojé.

─Pero ella es muy bonita, atractiva y sexy ─reconocí finalmente con toda la envidia del

mundo.

─Sí, en efecto… ¿y qué con eso?

No había nada más por decir, con ella practicaban un juego de seducción mutuo,

sumamente palpable, ¿pero qué podía decir yo? Conmigo se estaba entreteniendo, pasando

un buen momento, éramos como amigos con beneficios….aunque yo sintiera algo más.

─¿Qué piensa esa cabecita? ¿Hay algo que aun ronda ahí dentro? ─ rozó mis sienes con

ternura.

“¿Acaso tenía un cartel luminoso en mi frente con todo lo que surcaba mi mente?”

Con uno de mis dedos enredé las sábanas dibujando pequeños círculos, mirando hacia
abajo.

─ ¡Vamos princesa, dilo! Si hay algo que me agrada de tí es que no andas con rodeos.
─ admitió con sinceridad.
─ Pues es que hay algo que aun no te he preguntado y no has tenido oportunidad de
contarme.

─ ¿Qué cosa?

─ ¿Cómo has dado conmigo, Sherlock?

Ajax salió de su posición para colocarse boca arriba. Extendió su antebrazo

invitándome a colocarme sobre su pecho, cosa a la cual accedería gustosa al colocar mi

cabeza sobre su torso y mi mano reposando sobre su esternón, abrazando sus

palpitaciones.

─¿Tienes tiempo? ─ preguntó.

─ Todo el del mundo.


30
El relato comenzaría con una introducción bastante acotada de su relación con Adrian,
el descubrimiento de la escena de su muerte y pormenores que lo entristecían.

Sentía devoción por él tanto como yo por Solange, comprendiendo cada centímetro del
dolor que ahogaba en su pecho al contar que no había podido salvarlo, con la culpa latente

en su corazón. Su angustia diría presente en varios pasajes de su monólogo, pero jamás

flaquearía. Ajax era un hombre muy fuerte.

─ Para todo el mundo, Adrian era sinónimo de jovialidad, era el más gracioso, al que

todos esperaban en alguna reunión para reírse de sus bromas e historias de vida, aunque

pocos sabían de su verdadero infierno. Cuando la droga o el alcohol se apoderaban de él,

era irascible, condenadamente depresivo y no aceptaba la ayuda de nadie. Solía meterse en

reyertas, peleas en cantinas y bares, de hecho, lo he sacado de prisión muchas veces. Eso,

sin contar que he sobornado a Dios y a María Santísima para que el escándalo no envuelva

a la empresa. Algún que otro artículo lograría ser publicado pero en pequeños magazines
locales y revistas sensacionalistas; chismes baratos que serían sacados de circulación

gracias a la suma de dinero que St. Thomas&Partners depositaba a cuenta de los editores.
Adrian, sin dudas, ha sido mi mayor inversión ─ dijo con una sonrisa medida y

pesadumbre en su voz ─ y que se haya suicidado es el corolario de esa vida repleta de


excesos y descontroles. Por fortuna, mi madre sólo ha vivido para ver el principio del

final. Creo que su muerte lo afectó mucho más de lo que creí. No era tan fuerte como
evidenciaba.

Mi dedo subía y bajaba delineando sus clavículas.


─Cuando la policía se puso en contacto conmigo para avisarme de lo sucedido, me

apersoné en su apartamento. Ya habían trasladado su cuerpo, pero la escena aún era

aterradora. El olor de esa sala jamás podré olvidarlo, ni en mil años…─ inspiró, ahogó

unas lágrimas reprimidas en el fondo de su garganta y siguió─. Fue en ese preciso


momento en que robé su cartera.

─¿Sustrajiste evidencia policial? ─ despegué mi cabeza de su piel por un segundo


mientras él me observó y abrió sus brazos en señal de “lo hecho, hecho está.”

─No puedo negarte que me he debatido entre abrirla o no, pasaron horas y tragos, hasta

que la duda por ver si realmente podía ayudarme más allá de lo que la policía investigaba.

Me obsesioné buscando algo, o mejor dicho, a alguien que aliviara mi dolor, a alguien a

quien perseguir, un chivo expiatorio que me hiciera sentir menos culpable y fue allí donde,

junto a pequeños papeles rotos y números telefónicos, estaba la fotografía que te mostré al
conocerte en Vancouver.

─La de mi hermana…

─Sí. Detrás de la foto está escrita la reseña “si quieres más, sabes dónde buscar. S.”.
Enloquecería buscando el significado de esa frase, creyendo o queriendo creer que se

trataría de una vendedora de drogas o algo así…─ abrí mis ojos como soles ─ .¡Sí,
Sophie! ¡No me mires con esa cara de horror! ─ se justificó ─. Debo serte honesto y

reconocer que algo en ella me cautivó para llevar a cabo esta locura. Su cara de ángel, su
mirada clara, su sonrisa plena….algo en esa foto me cautivó al punto de sentir la

necesidad imperiosa de averiguar por mi cuenta de quién demonios se trataba. La


fotografía estaba rota y en uno de los trozos había un número telefónico al cual llamé. Lo
hice para encontrarme hablando a altas horas de la madrugada con el dueño de un bar

nocturno de Vancouver. Contrariamente a lo que Robert me rogó, no dejaría de meterme


en problemas desde que pisé suelo canadiense. Finalmente, me decidí a viajar hasta ese
bar en el que una de las camareras y conocidas de tu hermana, me dijo que ella era Soli y

que tal vez sería una buena idea ir a Lucky Library. Así empezó la historia. Al menos la
desconocida para tí.

Me removí sobre su pecho algo incómoda. Era la primera vez que alguien hablaba

abiertamente de mi hermana relacionándola con su trabajo en el Voulez Vous. Casi toda la


ciudad sabía que Solange trabajaba como camarera en ese club, siendo blanco de

comentarios burdos y despectivos hacia ella, tratándola incluso de prostituta, cuando en

verdad no lo era. Coqueteaba y seducía a los hombres, muchos de los cuales se atribuían

haber pasado la noche con ella por dinero, cosa que no era cierta. Solange no follaba con

cualquiera.

Deseé adentrarme más en su relato, que me explicase con sus propias palabras cómo
sería conocerme.

─¡Vamos, te obvias la parte más interesante! La que me conociste… ─ ronroneé.

─¡Oh, no! ─ cerró su brazo en torno a mí torso, besó mi coronilla y finalizó ─. Eso es
para otra noche.

Resoplé algo indignada, pero finalmente el cansancio me ganaría. Sin dudas, lo


dejaríamos para otro día.

A diferencia del día anterior, diáfano y cálido, Londres amanecería gris y con la densa
niebla que tanto caracterizaba a la ciudad. Ajax no estaba a mi lado y un extraño vacío se
apoderó de mi pecho.

Miré el reloj, eran más de las 9. Preferí darme una ducha rápida, había traspirado lo

suficiente como para habérmela ganado, por lo que me sumergí en la preciosa tina de

porcelana blanca, rodeada del lujo y confort de ese cuarto de baño majestuoso.

Todo se combinaba en torno a los colores crema y mostaza, las flores decoraban el

lugar haciéndolo lucir sofisticado y elegante mientras que la espuma del gel de ducha
inundaba mis sentidos de olor a dulce vainilla.

Entrecerré los ojos entregándome a la relajación de un descanso profundo. Por un

instante, supuse que Ajax se habría perdido en algún rincón de la enorme suite que había

rentado, exagerada como todo lo suyo…y cuando decía todo, era todo.

Si, si…incluso “eso”.

Me encontré inmersa en pensamientos calientes siendo inevitable sonreír con travesura

al recordar sus caricias, su mirada tormentosa y el roce de su incipiente y recortada barba

en mi piel.

─¿En qué estarás pensando? ─me sobresalté al escuchar su voz golpetear el interior del
baño.

─¡Casi me matas del susto! ─admití salpicándolo un poco al acomodarme. Allí estaba,

sentado a mi lado, sobre el taburete de madera tapizado en cuero, cruzado de piernas,


vestido con un pantalón formal y una camisa arremangada hasta sus antebrazos. Las

gruesas venas que surcaban su piel lo convertían en un ejemplar más sexy de lo que
realmente era.

─ No me has respondido ─ y sin dejar que emitiera sonido, metió su mano en la tina
para tomar a uno de mis pies, masajeándolo suavemente. Presionando el arco y luego al
fin de mis dedos con fuerza, era una sensación orgásmica.

─ Mmm me encanta─ ronroneé volviendo a cerrar los ojos, relamiéndome de placer. Si

tuviese la posibilidad de escoger un momento para plasmar en la eternidad, este sería uno

de ellos, sin dudas.

─ Lo sé….surto ese efecto… ─ fue pedante.

─ ¿Nunca perderás la arrogancia, verdad? ─ siguió por el otro pie. Y sentí que me

desmayaba

─ Princesa, me agradaría mucho desayunar contigo y quedarme haciéndote

mansajes en todo el cuerpo pero tengo una reunión importante, supongo que al mediodía
estaré libre, podríamos almorzar juntos si te apetece.

─¿En el mismo sitio de ayer? ─ pregunté algo acongojada, realmente ansiaba compartir

esa tina con él.

─ No lo sé, todo dependerá del tiempo que ocupe en esta reunión. Hagamos una cosa:
te envío un mensaje con la dirección apenas sepa la hora en que me desocuparé.

─ Bueno…─ me volví hacia él, coloqué ambos antebrazos en el borde de la tina y


elevé mi rostro para poder besarlo ─.Nos vemos al mediodía, entonces ─ él dio un beso a
la punta de mi nariz y se esfumó como el viento.

En menos de 20 minutos me encontré sola en la inmensidad del penthouse. A pesar de

la poca colaboración del clima, salí a la terraza a observar el Big Ben, cubierto por la
densa niebla pero perder el encanto del paisaje circundante.

Las nubes parecían entremezclarse caprichosas por entre los iconos arquitectónicos de
la ciudad, eligiendo de a momentos a quién ocultar y a quién no.
Decepcionada por querer desayunar con Ajax, debía conformarme con las emociones
vividas hasta entonces: tenía sexo como nunca antes y no porque Francis no fuera bien

dotado, sino porque con él todo me resultaba monótono y previsible. Las últimas veces
que habíamos tenido intimidad, nos besábamos un momento, manteníamos relaciones y

cada uno se volteaba a su lado de la cama, sin emoción, sin deseo, pura rutina.

Ajax me hacía sentir una mujer con todas las palabras porque degustaba mi cuerpo, no

lo criticaba y me miraba con unos ojos encendidos difíciles de disimular.

Por primera vez enterré los prejuicios sobre mi cuerpo y disfruté a la par de él. Me

entregaba entera, sin tapujos, exhibiéndome en toda mi plenitud. Ese había sido mi mayor

desafío.

¿Pero sería suficiente para él o se aburriría de mí? Un escalofrío surcó mi espalda,

generándome unas desagradables cosquillas. Tal como había dejado claro desde un

comienzo, él no me prometía romanticismo ni cursilerías, pero al menos estaba dispuesto a

intentarlo.

¿A cambio de qué? ¿Por qué?

Era obvio que estaba interesado en mí, se divertía y la pasábamos bien juntos. Siempre
contándonos anécdotas, siendo profundos y sinceros con nosotros mismos, ¿pero bastaría

que esa empatía se transformase en verdadero amor? ¿O volveríamos a nuestros lugares


de origen como dos amigos con relaciones sexuales intensas y sólo eso?

¿Sería su próxima Jessica Rabbit? ¿Formaría parte de su agenda machista?

Intentando botar todas las conjeturas que mi cabeza había sacado en menos 2 minutos,
el sonido de mi móvil sonó. Corrí hacia la mesa de la primera planta ilusionada con que la

reunión de mi príncipe fuera más corta de lo previsto. Sin embargo, el visor arrojó el
nombre de Francis. Atendí, a regañadientes

─ Hey, linda, ¿cómo estás? ─siempre tan agradable, me sentí culpable por no estar
tan animada por hablar con él.

─ Bien. En Londres ─ respondí someramente deseando que no me preguntase nada


más…cosa imposible viniendo del siempre analítico Francis.

Silencio.

─ ¿Dónde?─ su tono era curioso.

─ En Londres, Francis ─ repetí a desgano ─. Es una larga historia así que otro día te

contaré ─no quería dar demasiados detalles, pero resultaría absurdo.

─ ¿Por trabajo? ¿O hay alguien que te ha persuadido para hacerlo? ─ entonces no se

daría por vencido, él quería respuestas. Yo se las daría.

─ Sí, hay alguien Francis.

Otro profundo silencio.

─Sé que debería alegrarme, Sophie. Pero tú bien sabes que no puedo, ¡me reprocho

tanto haberme equivocado!

─ Detente ya, Francis ─ dije con determinación y un tanto fastidiada ─ ; siempre


volvemos a lo mismo ─ mi tono sonó firme y decidido, me agobiaba que trajera a colación

su error otra vez─ .Te has equivocado, es cierto y también te he perdonado, por lo tanto, es
un tema terminado. De todos modos, los dos sabemos que no ha sido sólo lo que ocurrió lo
que dio fin a nuestro matrimonio. Seamos coherentes ─ exigí con una seguridad que jamás

tuve.

─Nunca tendré una segunda oportunidad ¿verdad? ─sus palabras sonaron

desgarradoras, provocándome un nudo en la garganta.

─ No.

Fue la primera vez que una simple palabra me generaba tanta opresión y alivio al

mismo tiempo. Muchas veces había querido sincerarme en un ciento por ciento, pero mi

conciencia no me lo permitía. Una mezcla de culpa, cariño e ilusión por pedir que mis

sentimientos cambien, no me permitían decírselo. Pero ahora se estaba presentando la

oportunidad perfecta.

─ Oh, ya veo. Él realmente te tiene ─ exhaló con resignación.

─ No lo sé Francis. Me siento bien a su lado, me protege y me ha invitado a


acompañarlo hasta aquí porque tiene unos negocios que atender. Es todo lo que debes

saber.

─ Está bien. Pero si te daña…te juro…

─ No lo hará… ¡deja ya de dramatizar! ─ la conversación a esas alturas era absurda.


Francis no era la persona con quien debía discutir sobre mi presente amoroso.

─ Sophie, siempre te amaré, incluso he pensado en tu cumpleaños. Estamos a muy

poco y desearía cenar contigo, al menos.

─¿Volarías a Vancouver?

─ Deseaba sorprenderte, pero veo que el sorprendido resulté ser yo.


─ Lo siento Francis, mi intención no ha sido lastimarte, pero aun no he decidido si lo
festejaré.

Estaba a pasos de mis 30 y sería el primero que pasaría lejos de mi hermana.

─ Mira, ahora debo colgar ─ mentí ─ estoy por ingresar a un museo.

─ Pásala bien Sophie y nos estaremos viendo.

─ Adiós Francis ─ acongojada, di por terminada la charla con una lágrima rodando por

mi mejilla.

La sequé con el dorso de mi mano y me dispuse a volar del penthouse. Caminar haría

que el tiempo fluya y de hecho sería más fácil sobrellevar la espera hasta que Ajax se

contactase conmigo. Me coloqué un abrigo liviano, recogí mi cabello desordenadamente

en una coleta y salí sin rumbo.

Caminando por The Mall, con el palacio de Buckingham de fondo como remate de
aquella arteria principal, paseé por los pequeños parques los cuales se entremezclaban

entre las cargadas vías de la ciudad.

Todavía no eran las 12, por lo que me dispuse a ingresar al Instituto de Artes
Contemporáneas el cual acababa de abrir sus puertas. Sin dudas el edificio era una joya
arquitectónica. En su interior, se mostraban filmes de diversa índoles y pinturas de autores

tanto vernáculos como extranjeros, no había mucha concurrencia de gente, quizás por ser
día de semana.

Tras recorrerlo en toda su extensión, me dispuse a llamar a Caroline pero su móvil

estaba apagado, seguramente porque “Daniel el Terrible” habría agotado su batería


jugando esos videos insólitos que sólo entendían los niños.

Aun no recibía novedades de Ajax y ya lo echaba de menos. Deseaba verlo, seguir

pasando más tiempo con él…me estaba convirtiendo en una adicta a su perfume. Tomé

asiento en una de las bancas exteriores, tomando aire puro y esperando.

Finalmente el mensaje tan ansiado llegaría. Desesperada busqué en mi bolso cuando oí

el teléfono resonando dentro.

“Nos vemos en 30 minutos en Inn The Park en el Parque James.”

Su expresión, parecía la de un telegrama: sin sentimentalismos, sin alusiones

cariñosas…nada de nada. Me convencí de que sería el apuro de escribir en una reunión y

que poco tiempo tenía para escribir, dándole un voto de confianza.

Caminando lentamente me detuve a contemplar el maravilloso entorno del restaurant

convenido para la cita: con una vista panorámica, se asentaba circularmente por el amplio

parque cuyas vistas hacia el lago San James, lo rodeaban. Numerosas especies de aves se

posaban sobre sus aguas. La madera abrazaba horizontalmente a la curva de entrada con

tablones los cuales conformaban bancas donde numerosas personas tomaban asiento para

contemplar el paisaje. Yo no sería la excepción.

Sin dudas, de todos los lugares en los que habíamos estado (dejando de lado a mi
Vancouver adorado) este era el mejor. No resaltaba por su majestuosidad en cuanto a

instalaciones ni exagerado lujo sino porque era un sitio apacible, de amplios ventanales
con sillas de caño cromado anchas, algo retro, tapizadas de cuero brilloso.

El cielorraso era íntegramente de madera bañada con algún barniz lustroso y los
artefactos de iluminación respondían a formas orgánicas, como si fuesen hongos que caían

del techo.

Cada tantos metros se dividían los sectores con paneles de granito, generando aéreas de
mayor intimidad. La paz de ese lugar me desconcertó, era un oasis en medio de una ciudad
muy cosmopolita y atestada de gente.

Hablando de paz, ésta sin dudas se vería alterada cuando a grandes zancadas Ajax se

hizo presente allí. Estaba tan fresco como esta mañana.

─ ¡Hola hermosa!─ besó mi mejilla para continuar con mis labios.

─ ¡Hola hermoso!─ respondí de igual forma.

─ Estoy muerto de hambre… ¡entremos! ─ tomando mi mano, me llevó prácticamente

a la rastra hacia el interior del restaurant.

Esta vez, me dio turno para escoger el menú. ¡Vaya compromiso!

─Ambos almorzaremos Ojo de bife ahumado con puré de cebolla y patatas fritas. Lo

acompañaremos con sendas limonadas─ leí de un tirón, esperando su aprobación.

─Mmmm eso suena bien…─ frotó sus manos como un niño que acaba de pedir el

menú en un local de comidas rápidas

─¿Cómo te ha ido? ─ pregunté mientras comí un palillo de queso que era parte del

servicio de mesa.

─Bien. Hemos tenido que definir una serie de cuestiones, como los proveedores que
participaran en el proyecto con nosotros. Imagínate que muchas cosas deberán ser

digitadas desde Colombia, mercado desconocido al menos por mí.

─¿Tendrías que viajar a Colombia muy a menudo? ─me preocupó pensar que así era su

vida. Ajax era un hombre de negocios y si pretendía que su constructora ganase el


mercado internacional, lo indispensable era el contacto con el cliente. Aunque significase
ir a China.

─Es una de las posibilidades, pero no de momento. El hijo de Le Yardelian, Paul,

también es arquitecto y será parte activa de este proyecto, lo que probablemente implique

que por un tiempo esté en una dependencia cercana, o mismo, en el SkyTower, trabajando
codo a codo. En cuanto a nosotros aun debemos estructurar la empresa después de la

partida de Adrian ─le era difícil mencionar la tan horrible palabra muerte ─. Aun nos

queda por reestructurar algunas áreas dentro de la oficina. De hecho, aun no he decido un
asesor de finanzas. Adrian se encargaba de los números y de la apertura de nuevos

mercados, de hecho siempre pensó en Vancouver como una alternativa, algo de lo que he

dudado por temor a no ser lo suficientemente atractiva…hasta que te conocí.

─¡Eres un mentiroso! ─el color carmín se apoderó de mis mejillas.

─No lo descarto…─ guiñó el ojo y también comió un bastón de queso.

─¿Y…Jessica Rabbit es parte de la comitiva de Le Yardelian? ─disparé bajando la

mirada─ . Ha estado en el festejo de L`Atelier.

─Sí, Sophie, ella es parte de su equipo. Ha trabajado con él en otros emprendimientos


de similares características, aunque tampoco me resulta extraño que haya acompañado a

Michel en otros “aspectos” ─comentó divertido.

─Mira tú a Jessica ¡consolando a hombres solitarios!─ podía ser muy ácida cuando me
lo proponía.

─No seas sarcástica, Sophie. Entiendo tu doble discurso y creí haber dado por claro ese
asunto, hemos pasado buenos momentos juntos, pero si fuese de mi interés para algo más

que no sea sólo sexo, seguiría a mi lado.

─¿Sólo se distanciaron por el sexo?


─ No congeniamos en ningún otro aspecto, de hecho. No había conexión─ elevó sus
hombros─. Con ella no podría hablar de mi vida, siempre que nos veíamos terminábamos

en la cama y llegó un momento en que eso me resultó insulso. No es lo que busco…

─Sin embargo has mencionado que lo tuyo es la libertad…

─Sí, lo he dicho, niña “todo-lo-recuerdo” ─dijo divertido tocando la punta de mi nariz

con su dedo ─ pero aunque cueste creerlo, la muerte de Adrian me ha hecho replantear

muchos aspectos en mi vida. No sé si deseo quedar en soledad, como un ogro, sin


familia…

─Aislado en tu torre de cristal… ¡Sólo te falta la trenza, Rapunzel!

─¡Eres…!─ contuvo sus palabras risueñamente y aceptó con gusto el plato que la
camarera nos acercó. Esa joven estaba dándole su mejor miradita, pero Ajax parecía ni

inmutarse. ¿Era tan tonto de no darse cuenta el efecto que provocaba o era una elegante

estrategia para no quedar en evidencia frente a mí?

Disfrutando de mi acertada elección, reímos sin parar hasta que, como un rayo que

acaba de caer en la playa, Ajax me sorprendió con otra de sus preguntas certeras. Si

practicase tiro al blanco, sería el campeón mundial.

─¿Y usted, licenciada? ─preguntó entre bocado y bocado.

─¿Yo, qué?

─¿Por qué te has divorciado?

Finalicé mi bocado y limpié mi boca con la servilleta, dispuesta a hablar sobre otro de
mis fantasmas pasados; sin embargo sería del que mejor me había repuesto gracias al paso
del tiempo.

─Yo he tomado la decisión de separarme de Francis ─admití con una gran fortaleza

interna.

─De eso no me cabe la menor duda ─Ajax se dejó caer pesadamente sobre el respaldo

de su silla.

─Bueno, sí…pero déjame seguir ─ me quejé. Ajax elevó sus manos en señal de

rendición ─ . Conozco a Francis desde que tengo uso de razón. Siempre ha estado

conmigo, fue mi compañero fiel, en las buenas y en las malas. Lo sabe todo de mí ─noté
que Ajax ensombreció su mirada ─ .Sí. Todo ─bajé la mirada sonrojándome. Excepto por

el destape sexual de los últimos días junto a Ajax, Francis me conocía de la punta de los

dedos hasta la punta de los pies.

Mi compañero de almuerzo resopló algo ofuscado. Pero debía entender que así

funcionaban las cosas con mi ex esposo.

─Mi adolescencia ha sido difícil, mi hermana Solange estaba en asuntos turbios y


tuvimos que escapar de casa. Terminamos en Vancouver, en la casa de mi abuelo, donde

vivo actualmente ─preferí no ahondar en detalles escabrosos, no era momento y no creí


que sería necesario tampoco─ . Estuve sin ver a Francis por un término de dos años, hasta

que comencé la Universidad. Su familia era adinerada, y eso le permitió rentar un


apartamento en British Columbia. Haciendo una gran apuesta dejó a su familia, aprobó las

asignaturas fundamentales para seguir sus estudios en Vancouver y abandonó su


comodidad para estar cerca de mí y estudiar en el mismo sitio. Para mis 21 años nos
casamos y dos años atrás decidí que lo mejor sería tomar distancia.

Ajax observaba con detenimiento cada uno de mis movimientos; desde su

imperturbable ubicación no se le movía ni un músculo. Su mandíbula estaba apretada y su

ceño, fruncido.

─Yo ya no sentía lo mismo por él aunque siempre le tenga cariño, pero como un amigo,

no más que eso. No era justo seguir engañándonos.

─¿No lo amas? ─ desde lo más profundo de su garganta haría la difícil pregunta.

─No.

─¿Lo has amado?

─Creo que no ─ y en comparativa con lo que me pasaba cada vez que tenía a Ajax
cerca, ni siquiera podía hablar de amor hacia Francis. Muchas noches dudaría en creer que

mis sentimientos hacia Ajax sólo estaban fundamentados en una poderosa atracción física,

una mala jugada de mi cuerpo deseoso de un revolcón, pero él suplía en demasía todo

aquello que yo deseaba en un hombre. Aún siendo tan cabezotas, no podía pensar siquiera
en alejarme de él ni un instante. Yo amaba a Ajax St. Thomas. Del derecho y del revés.

Pero nunca tendría que saberlo. En mi época estudiantil, supieron decirme que del
ridículo no se regresa y yo ya no era una adolescente confundida por mis sentimientos: yo

quería estar con un hombre que no fuese de una sola noche, que me tomase impunemente
y que me tuviese a su lado para satisfacer sus necesidades primitivas. Yo deseaba algo
más. Algo que Ajax no podría darme simplemente porque no estaba en su esencia, en su

ADN. En mi interior deseé fervientemente que su intención por cambiar ciertos aspectos
de su vida fuese sincera, pero lo dudaba. Hombres como él y con más de 30 años, pocas
veces alteraban sus hábitos.

Cuando se cansase de mí, cuando notase que yo no era una mujer para tomar a la ligera,

preferiría sumergirse en las aguas de alguna Jessica Rabbit que sacie sus necesidades más

básicas.

Instantáneamente, deseé cambiar el foco de atención dándole una gota de su propia

medicina.

─¿Y tú? ¿Te has enamorado alguna vez?─ su rictus se ablandó, balanceándose hacia

mí, coloco sus antebrazos en la mesa.

─No. Nunca. Siempre lo he visto como algo lejano. Incluso muchas veces me he

burlado de Adrian por ser tan enamoradizo y cursi en lo que respecta a las relaciones

amorosas. Pero cuando vi la foto de Solange, su mensaje, algo me dijo que ella no era una

más del montón para él. Me temo que nunca lo sabré; mi hermano ya no está para evacuar

mis dudas sobre el tema y no creo que tu hermana nos lo diga.

Pasando saliva por mi garganta, creí que sería la oportunidad de terminar con la
pregunta del día anterior, aquella que me tanto me perturbaría.

─Existe un modo, Ajax ─admití algo turbada por el paso que estaba a punto de dar.

Él infló su pecho, buscando más aire.

─¿Cómo dices?
─Solange podría ayudarte a dar por concluido el rompecabezas que vienes cargando
sobre tus espaldas.

─¿Pe…pero cómo?─ el cuerpo de Ajax transmitía demasiada ansiedad.

¿Era bueno haber abierto la boca? Solo el destino lo sabía.

─Ella está en Toronto.

31
El tema no volvería a tocarse durante lo que quedaba del almuerzo, lo cual agradecí

profundamente. Tal vez Ajax necesitaba pensar con claridad para no dejar nada librado al

azar, ya que su cabeza trabajaba aún de dormido.

Tomados de la mano, caminamos por el parque durante lo que restaba de la tarde.

Las luces de la ciudad se encendían de a poco acompañándonos en el recorrido hacia el

Corinthia Hotel.

El semáforo se puso en rojo en The Mall, situación en la que Ajax aprovechó para

tomarme entre sus brazos y besarme fuertemente. Él no era impulsivo (a excepción de su

intempestivo viaje a Canadá) siendo tan o más almidonado que yo, no obstante, estaba
rompiendo sus estructuras para saborearme en la mitad de la calle.

Algunos aplausos se escucharon a nuestro alrededor, pero yo solamente oía la melodía


de mi corazón bombeando más sangre de lo debido. Tras ese efusivo e inesperado gesto,

continuamos camino como dos adolescentes hasta el arribar al hotel, momento en el cual,
mi columna se congelaría de repente.

La famosa Karen “no-me-acuerdo-tu-apellido”, más conocida como Jessica Rabbit,

estaba el lobby del Corinthia.

¿Qué rayos hacia ahí?

Me aferré a la mano de Ajax, dejándola casi morada, gesto que galantemente

desaprobaría besando mis nudillos y soltando mi mano, sin siquiera dirigirme la mirada.

─¡Karen, querida! ─Ajax dijo acercándose a la pelirroja, dándole dos besos en sus

mejillas para comenzar su conversación con ella en tanto que yo quedé cinco pasos por

detrás. Ella ni se mosquearía en saludarme ni él, en integrarme a la plática. No supe qué

hacer; si me quedaba, parecería una niña celosa y posesiva que custodiaba a su chico, caso
contrario, si me iba, aceptaba dejarle el camino libre a esa perra.

Preferí la segunda opción, siendo consciente que de todos modos, ella saldría

victoriosa.

Sin que Ajax se percatase, (estaba animadamente hablando con su amiga) me retiré
hacia el sector de elevadores, ocultando mi ira y desconcierto. No sólo porque Ajax habría

ignorado mi presencia, dejándome sola mientras hacía relaciones públicas con esa femme

fatal, sino que además, quién sabe cuál sería el verdadero motivo de la visita de la

diseñadora.

¿Qué tema tan urgente tendrían que tratar? ¿Cómo sabría ella dónde se hospedaba

Ajax?

“El evento en L ´Atelier”

Allí habrían tenido tiempo suficiente para intercambiar información.

A punto de ser consumida por la desilusión, invadida por los celos, deseé regresar a la

habitación y empacar, gritarle en la cara que era un mentiroso y que sólo estaba conmigo
por compasión o lo que era peor aún, para averiguar dónde estaba mí hermana.

Me detuve a razonar por un segundo intentando pensar con claridad: probablemente, él


estaría montando un personaje para que yo cayera en su trampa y le confesara finalmente

dónde estaba Solange; después de todo ella siempre había sido su verdadero objetivo,
siendo yo, producto de una irrisoria confusión.

Caí desplomada en una de las sillas de la sala atando cabos y sintiendo una terrible

sensación de desconcierto apoderarse de mi pecho; ahora, sin saber el rumbo que tomaría

mi vida, me enfocaría en pensar cuál sería mi próximo paso.

¿Seguir el juego haciéndome la desentendida o enfrentarlo ante mis conclusiones y que

tuviese la posibilidad de retractarse o negar todo en mi propio rostro, si era lo

suficientemente audaz como para hacerlo?

Me encontré sumergida en un mar de preguntas, la incertidumbre me carcomía los

huesos.

Tal como el amor que estaba sintiendo por Ajax.

Cada minuto sin él era angustioso, pero seguir engañándome resultaría más cruel

todavía.

Necesité ir a la terraza a contemplar el horizonte y el reflejo de los edificios en el

Támesis. La paleta de colores azulados me transmitía serenidad, la que tanto me hacía


falta para pensar en los próximos pasos a tomar. Inmersa en la tranquilidad del oleaje, no

advertí la presencia de Ajax tras de mí, y sin la pelirroja curvilínea.

─Te he estado buscando abajo, pero el recepcionista me dijo que huiste hacia los
ascensores ─ susurró cerca de mí, abriendo mi cabello con su nariz.

─No parecías necesitar mi presencia, de hecho apenas viste a Karen soltaste mi mano e

ignoraste automáticamente que yo estaba allí ─ disparé con los ojos inyectados en furia,
corriendo mi rostro, evitando que Ajax me acariciara siquiera.

─ Ella ha tenido la gentileza de acercarse a saludarme, eso es todo, me detuve sólo para
hablale. Lamento mi grosería, espero aceptes mis disculpas, princesa.

Intenté minimizar el asunto pero mi molestia me ganó la batalla.

─Ajax, no me creas tan tonta, ella es el tipo de mujer que debe estar aquí, disfrutando

de estas exquisitas instalaciones y no yo. No soy arquitecta, ni diseñadora, no pertenezco a


tu mundo de negocios y viajes lujosos. Yo soy una simple gradada en letras que tiene una

modesta biblioteca atiborrada de deudas y una casa heredada de mi abuelo. Lo siento, pero

no creo que podamos seguir adelante con esta mentira.

Ajax quedó atónito, con los ojos abiertos, sorprendido por completo.

─¿Mentira? ¿A qué te refieres? Yo no te he mentido jamás, te he contado asuntos


sumamente personales que nadie conoce. Te abrí mi corazón, a mi manera, no de la forma

más romántica ni la más ortodoxa, lo admito, pero sabes cuáles son mis miedos, intenté

dilucidar mis fantasmas a tu lado y déjame decirte que tú no haces más que excluirme de

tu vida─ reprochó, con acierto.

¿Sonaba real o mi voluntad se convencía de no caer ante esos ojos perturbadores color

tormenta?

─Ahora estoy confundida─ agité mis manos alejando mis sombrías deducciones. Giré

sobre mis talones, huyendo, como últimamente lo hacía. Bajé a la planta inferior y me
acurruqué hasta hacerme un ovillo en el sofá color crema, frente a la chimenea que Ajax

evidentemente había encendido.


Desde mi posición, pude escuchar su andar, al taco de sus zapatos repiquetear en el

mármol de la extensa escalera.

Comprimí mis párpados muy fuerte, como si ello me hiciera invisible; surgiendo efecto

opuesto, lo único que conseguí fue que un par de lágrimas se deslizaran sobre mis

pómulos.

El sofá se hundió a mi lado, por el peso del cuerpo de Ajax, quien se sentó para

tomarme entre sus brazos a pesar de mi negativa y mi resistencia mental. Pero no pude

salir de allí .No quise. Mi voluntad cedería (otra vez) a sus encantos.

─Sophie, dime qué te sucede, ¿cuáles son tus fantasmas? Quiero saberlo todo de tí,

pero si no me dejas entrar allí, no puedo ─ su tono era una quimera, una súplica, partiendo

mi alma en dos. En su interior deseaba ser lo que Francis para mí, saberlo todo al igual

que él.

Me acomodé quedando frente a su rostro, enroscada bajo una cobija tejida.

─ Mi hermana está internada en un centro de adicciones en Toronto, por decisión mía y

desde hace cuatro meses─ mis cuerdas vocales temblaron, con el dolor apretándolas de a
una─. No existe un puñetero día de mi vida que no me arrepienta de haberlo hecho─ solté,

sorbiendo mi nariz, llorando sin contención─. Ahora que sabes que soy un monstruo, no
merezco tu compasión ni gratitud. Mientras que tú lo has hecho todo para rescatar a tu
hermano, yo he buscado la solución más fácil.


Mi confesión, lejos de amedrentarlo lo acercaría más a mí.

─Princesa ─me abrazó más fuerte─ tienes una gran carga sobre tus pequeños hombros.
Es bueno liberarla y yo no soy nadie para juzgarte. Tus motivos habrás tenido para

semejante decisión ─ arrastrando mis lágrimas de mi rostro con su pañuelo, él fue

generoso con sus palabras.

Debía admitir que me sentí más liviana. Algo menos por contar, algo más para explicar.

Abrí los ojos. Era de madrugada y la luna continuaba en lo alto, reflejándose en los

cristales de mi habitación.

¿Era mi habitación? No, no lo era. Entonces, ¿cómo había llegado hasta allí?

Cuando la conciencia se apiado de mí al igual que mi razonamiento, vislumbré la figura

de Ajax a mi lado, ambos en su cama, volteado de espaldas hacia el techo con los brazos

abiertos de par en par, a tal punto, que uno me atrapaba a la altura del pecho.

No quise despertarlo, su respiración era profunda y aunque debía salir de allí, no podía
dejar de contemplar su cuerpo desnudo a merced de las sábanas.

Sus músculos parecían tallados, estaban perfectamente marcados, duros y fibrosos. Su


trasero se marcaba bajo la suave seda blanca de la sábana mientras que la luz, como en

nuestra primera noche juntos, se colaba para reflejar lo mejor de sus facciones.

Desprendiendo suavemente su brazo de mí, descubrí que yo estaba con mi camisón de


satén puesto.

Me destapé un poco, bastante acalorada, para acomodarme sobre mi brazo, recostada


de lado, admirando al hombre de mi vida. Aun con la incertidumbre de mi futuro entre mis
manos y con sólo un puñado de horas más en Londres, comencé a recorrer su piel con mi

dedo. Delineé su hombro fuerte y redondeado para continuar con su torso. Las costillas le
asomaban vagamente por su espalda.

Las acaricié una por una silenciosamente. La yema de mi dedo estaba sumamente
receptiva.

Atraída al ver que las vértebras de su espina también se marcaban bajo la fina capa de
piel, sentí el impulso de tocarlas notando que poco a poco, su cuerpo se tensaba ante mi

contacto. Un acto reflejo, una cosquilla, no lo sabía, pero su piel reconocía mi toque.

Seguí mi recorrido turístico por su cuerpo, agudizando mi humedad y alterando mi

respiración. Llegaría entonces, hasta los huecos de su cadera encontrándome ante dos

opciones: terminar mí recorrido allí o continuarlo quitando la sábana que lo atrapaba a

riesgo de que se despertase y perdiese mi momento de gloria.

─¡Quítala o no respondo de mí! ─ como una orden, como un ruego, su voz retumbó a

lo largo y lo ancho de la alcoba.

Ante mi quietud, movió con rapidez su brazo y tomó mi mano, giró sobre sí mismo en

un experto movimiento y sin dejar la sábana de lado se colocó clavando su mirada en mis
ojos.

─ Te has tardado mucho. Tendrás tu merecido más adelante ─ ubicó mi mano


rodeando su pene. Estaba colmado, rígido. La seda le generaba un roce erótico que lo

hacía corcovear sobre su espalda, con los ojos cerrados y apretando la mandíbula ─ .
¡Sácala del medio de una maldita vez, por favor! ─su gruñido ahogado me excitó
profundamente, acatando su pedido.

Lo humedecí con el calor de mi boca, como el día anterior. Sabía que eso le gustaba, lo

sacaba de las casillas, pero a diferencia de mi primera felación, apartó mi cabeza de ese

trabajo.

─ Te necesito sobre mí. Dómame como una fiera salvaje, lo deseas, lo veo en tus ojos

Sophie; quieres que te folle tanto como yo lo anhelo─ su beso fue bestial, a tal punto que

una pequeña mancha de sangre nos inundó los labios en partes iguales.

─ Heridas de combate ─ acepté con el poco aliento que mi garganta dejaba escapar.

Haciendo equilibrio, subí a su torso a horcajadas, mientras exhalaba una breve

maldición por llevar bragas puestas; no obstante, se las ingeniaría como para dejarla de

lado hábilmente. Con protección puesta, finalmente me deslizaría por el látex caliente.

Él plegó las piernas con destreza, subió sus caderas y me penetró fuerte, intensamente.
Mi espalda se recostaba en sus rodillas flexionadas y mis manos se aferraban a sus muslos,

dándole a mi cuerpo la curvatura perfecta para encajar en él.

Mis gemidos eran agudos, vibrantes.

Ajax elevaba su cintura, mientras que sus manos tomaban mis pechos. Los acunaba en

torno a ellos, los tocaba sin detenerse. Sentí su lengua rodeándolos.

Sin salir de mí, me tomó por la espalda y se sentó, extendiendo sus piernas, con su
espalda contra el cabecero de la cama; mis ojos en blanco giraban descontrolados, sin

rumbo. Jalando mis caderas hacia abajo, con cada embate lograba una oleada de calor en
mi interior. Presuroso, arrebataba a mi camisón quitándolo por lo alto para poder disfrutar
plenamente de mis senos.

Sumergió sus labios entre medio de ellos, golpeteando adrede su rostro de manera

divertida pero sin perder de vista lo erótico del momento. Por la inestabilidad de sus

penetraciones me tomé de los hierros del cabezal, presionando enajenadamente hacia


abajo, recibiéndolo más intensamente.

─ Sophie. Acaba para mí. Por favor ─imploró.

Mordí su labio, aun ensangrentado, rodeando su quijada.

─¡Mírame Ajax! ─ amenacé posesivamente ─. Observa la lujuria en mis ojos, sólo tú


lo has logrado ─ lo besé con furia ─ .Ahora, escucha mis gemidos. Me voy a correr para

tí. Para y por tí.

Con sus pupilas dilatadas por el deseo, su nariz buscando oxígeno y su pecho rígido, la

estocada final sería profunda, me sacudiría despiadadamente para dejarme sin aliento y
extenuada. Exhalé el grito ahogado de mis pulmones en su oído para que su mente

recordase mi voz gozosa de placer.

Llegando al clímax, él perpetró su goce con la marca de sus dientes en mi hombro.

─¿Qué me has hecho Sophie?… ¿qué me has hecho?


Yo no sé que le habría hecho a él. Pero si se qué me haría él a mí.

Por primera vez en esa ciudad, desayuné con Ajax. Era nuestra última mañana juntos

en Londres y me dolió pensar en eso. La realidad golpearía a mi puerta muy pero muy

pronto.

Frente al espejo notaría que mi labio tenía un pequeño corte. ¿Tan caliente habíamos

estado?

“Si, obviamente cómo no estarlo con Ajax metido hasta en mi piel”

Una sonrisa burlona encontré de parte de Ajax cuando ingresó al cuarto de baño y

observó lo mismo que yo.

─ Herida de guerra─ repliqué haciendo alusión a la noche anterior.

─Si continuamos de este modo tendremos que contratar un seguro de vida que nos

proteja de lesiones sexuales.

Agité la toalla contra su brazo.

─Sophie, esta noche Michel nos ha invitado a su casa.

─¿Has dicho “nos”?

─ Sí, princesa, está al tanto de tu compañía. ¿Por qué lo dudas?

─No lo sé, tal vez desea una cena íntima con su “Golden Boy”.

─Si hablamos de intimidad, tú intimas conmigo ─rió por su ocurrente broma.


─¡Muy gracioso el juego de palabras, arquitecto!

Sin perder la vista en el espejo en el cual me peinaba el cabello, salió completamente


desnudo, sin que nada tapara su hermoso trasero, redondo, listo para el mordisco.

─¡Ah! ─detuvo su preciosa marcha y se volteó con la mano en alto obteniendo

impactante primer plano de su parte genital ─es probable que Karen asista; pero tranquila,

haré lo necesario para que le quede en claro que estamos juntos.

¿Nunca me sacaría de encima a esa condenada pelirroja?

─Prométeme que no le pincharás un ojo con el tenedor ─ pidió a lo lejos, mediando

con risas grotescas.

─Te lo prometo…─ respondí a desgano.

“Me has prohibido hacerlo con un tenedor, no con un cuchillo”, festejé mi


pensamiento con una sonrisa privada.

─¿Estará presente Paul? ─necesitaba ponerlo en jaque, yo también sabía jugar. Pero

¿para con qué fin?

Su cara se rigidizó como el propio concreto. Nunca más acertado.


─¿Para qué lo preguntas? ¿Aun conservas su número entre tus pertenencias? ─ inquirió

con tono posesivo.

─Es una simple pregunta, Ajax. ¿No es parte de la empresa, acaso? ─ elevé una ceja,

desafiante.

─Desde luego que sí porque no es ni más ni menos que el futuro heredero─ preparando

su vestuario meneó su cabeza para completar su opinión con respecto al menor de los Le

Yardelian─. De todos modos no veo en él el perfil de joven negociante; no necesariamente

debería lidiar con ello.

Su boca ocultaba una pregunta punzante. Lo intuí.

Intentando disimular lo que estaba pasando por su mente, se calzaba sus pantalones de

jean, hasta que la curiosidad, quemó su garganta en forma de pregunta:

─ Sophie, ¿Paul te parece atractivo?

Sin esperar exactamente ese tipo de pregunta me acerqué lentamente hacia él con la

bata del hotel puesta. Estaba cabizbajo, como un niño al que le quitan un dulce de la
mano.

─ Por supuesto que lo es y si dijera que no, estaría mintiéndote─ fui honesta─. Pero
despreocúpate, nadie a tu lado tiene chance…

Aquella reunión de la cual dudaba si asistir, resultaba por demás agradable: Michel era

un hombre atento, considerado con las visitas y gran cocinero, por cierto.

Durante la velada en aquel enorme apartamento de dos plantas, supe que el padre de

familia vivía solo desde la muerte de su esposa Marianne (a quien mencionaría en su

discurso dos noches atrás) en tanto que Paul era soltero y dueño de un piso en las

proximidades de Covent Garden. Fred, el mayor de sus dos hijos, vivía en Suiza, ya que su

mujer Cindy era investigadora en un ente gubernamental de Lugano y él, un prestigioso

cirujano plástico que se desempeñaba en una clínica privada.

Para mi fortuna, con la ausencia de Jessica, Cindy y yo éramos las únicas mujeres en el

lugar. Ella colaboraría con su suegro en el aspecto culinario, mientras que Ajax y yo

llevaríamos un par de botellas de exquisito vino.

Cómo el fiel reflejo de la historia vivida en ese apartamento, las imágenes del

matrimonio Le Yardelian junto a sus hijos, eran recurrentes y enternecedoras.


Precisamente, frente a la puerta de ingreso, predominaba una en cuanto a tamaño y

emotividad: Marianne, Michel, Paul y Fred dominaban con su fuerza centrífuga a los
retratos restantes, los cuales parecían emerger desde la figura central.

Sonriendo nostálgicamente por aquellas fotografías que emanaban un calor familiar del
que francamente yo no había disfrutado nunca, me acerqué con decisión, notando una en

particular: la graduación de Paul. Con la toga y el título de arquitecto bajo su brazo, tan
solo los hombres de la familia formaban parte de ella.

─ Mamá falleció un mes antes de rendir mi último examen.


La voz gruesa de Paul por detrás de mí no sólo me sobresaltó sino que además, me

quebró el alma en mil pedazos. Con los ojos llorosos por semejante confesión, giré la

cabeza, viendo sus ojos clavarse en esa fotografía repleta de emociones.

Sentí la obligación de consolarlo.

─ Paul, esté donde esté, tu madre sí te ha visto como arquitecto, lo hace día a día de

hecho ─ lo abracé con convicción, sintiéndome muy pequeña al envolver su cuerpo. No

tanto como Ajax, pero Paul era alto.

─ Gracias Sophie. Eres una gran mujer─ asintió y me ofreció una copa.

Extrañamente permanecimos en soledad y en silencio. Mientras los tres hombres


restantes hablaban en la sala principal, Cindy trataba de dormir al pequeño Fred en la

planta superior de la casa.

─¿Y tú, Paul? ¿No tienes pareja? ─ de regreso al retrato, pregunté limpiando mis ojos.

─ Continúas siendo tan directa como en lo has sido en L´Atelier ─ su mirada turquesa

se posó en la mía, disfrutando de mi ligera incomodidad.

─ Perdón, no he querido disgustarte con mi intromisión ─toqué su mano en señal de

disculpa.

─ No, por favor, Sophie, admiro tu espontaneidad. Hoy en día las mujeres suelen tener
cierto apego a fingir. Fingen que les interesa lo que les hablas, fingen que son inteligentes,

fingen que te aman…


Algo en esa última frase hizo sonar una señal de alerta, permitiéndome detectar que

Paul tenía el alma herida y por culpa de una mujer.

─ Agradezco el cumplido y sea quien fuese la que te ha roto el corazón, no valía la


pena ─ continuando con mi sinceridad, no dudé en exponer mi punto.

Sus grandes ojos se abrieron sorprendidos. Otra vez en ridículo frente a él, mi lengua

viperina y yo. Cordial, sólo sonrió.

─ Tal vez…eso lo dirá el tiempo─ bebiendo, giro sobre sus talones para unirse a los

demás.

“Bien hecho Sophie, le has clavado un puñal por la espalda”.

Mi espontaneidad y yo, a veces, no éramos buenas consejeras.

De vuelta en la sala tomé la mano de Ajax, él posó un beso en mi frente y dispuso que
lo mejor era irnos porque era muy tarde.

Un incómodo dolor femenino se acusó en mi rostro al llegar al Corinthia.

─ ¿Te sientes bien? ─ preguntó Ajax algo preocupado por verme fruncir el rostro con
señal de dolor.
─ Sí, aunque ser mujer tiene su precio ─ agregué apretando mi bajo vientre, molesta.

─ ¿Eso significa que dormiremos en cuartos separados esta noche? ─ preguntó en

tono divertido.

─ Si así lo prefieres…─ bajé la mirada, un poco triste, pero admitiendo que tal vez era

lo mejor.

─ ¡Vamos Sophie! Era sólo una broma…pero me temo que no estás de ánimo para mis

chascarrillos ¿verdad? ─reconoció mi quejido en mis ojos.

─ Ni de ánimo y muy sensible, te lo advierto ─ amenacé con ironía.

Acurrucándome contra su pecho, con mi cabello conviviendo con sus cálidas caricias,

mi cabeza aún no dejaba de pensar y a sabiendas que seguramente él me estaría leyendo la

mente, coloqué mi barbilla sobre su pecho, mirándolo fijamente.

─ Ajax, ¿existe un después de mañana? ─ pregunté temiendo por la posible respuesta.

El silencio se apoderó angustiosamente del cuarto hasta el preciso instante en que mi


Adonis contestaría serenamente.

─¿Qué es lo que te preocupa exactamente, Sophie?

─Que no lo haya ─ admití con miedo.

Sin dejar de observarme, con calma, apartó un mechón indómito de mi rostro y

respondió:

─Habrá un mañana después de mañana. Y así todos los días, princesa.

─¿Y qué hay de las distancias? Tú en Seattle, yo en Vancouver…tú sabes…esas cosas


no son muy compatibles─ necesitaba mayor seguridad.

─Sí, pero existen los aviones, los automóviles, los teléfonos móviles… ─ nada parecía
perturbarlo.

─¡Vamos Ajax! ─fruncí mi boca desaprobando las respuestas que daba, odiaba que se

pusiera jocoso no sin antes ser claro. ¿O era que yo estaba dispuesta a escuchar lo que

quería? ─. Recuerda que estoy sensible.

Aclarando su garganta, intentó ser más convincente.

─Supongo que inicialmente deberemos acomodarnos, yo podría viajar entre semana,

trabajar desde Vancouver con mi portátil…tú quizás organizar un viaje por mes…veremos.

─¿Me lo prometes? ─el dolor atravesó mi rostro, y no era por la molestia de mis
ovarios. Estaba insegura de nuestra relación a futuro, deseando profundamente que me

arrojara un sí como respuesta.

─Sí, Sophie, te lo prometo ─ elevó su mano como un boy scout, asintiendo que lo
haría.

32
Con la emoción corriendo por mis venas, los 7 días que nos separaron fueron eternos.

Animada, ingresé al SkyTower y a diferencia de la última y única vez que había sido

atendida por las brujas de control de acceso, mi bienvenida sería más que cordial.

Evidentemente, las directivas de Ajax habrían sido más que precisas.

─ Buenos días señorita Rutherford, esperamos tenga un buen día ─Rosaline recordó mi

nombre. Ajax le habría lavado el cerebro, de eso estaba segura. Agradecí que al menos no

la habría despedido ─. Pase por favor─ entregó la tarjeta de visita y agregó indicando el

viejo camino ya conocido por mí.

Mis latidos se aceleraron al aguardar en el sector de elevadores junto con un grupo de


hombres vestidos elegantemente, de alrededor de 50 años. De impecable aspecto,

hablaban entre ellos aunque por el rabillo de sus ojos miraban mi atuendo: no vestida de
rigurosa falda y blusa como la mayoría de las mujeres que se empleaban allí, era bicho

raro. Poco me importó, estaba a punto de ver a mi hombre, con quien acababa de hablar
antes de tomar mi vuelo. Excitada como una adolescente, nada parecía borrar la sonrisa

de mi rostro.

Relamiéndome por lo que vendría y con el deseo de acabar lo que varias semanas
dejaría inconcluso, subimos al elevador en bloque. Fui testigo por unos breves minutos de
sus aburridas charlas financieras. Al fondo de la cabina, volteé los ojos hacia el techo. Por

fortuna, el viaje sería más corto de lo previsto. Llegando en soledad al último piso de la
torre, aquel perteneciente a la firma de construcción y emprendimientos inmobiliarios,

ingresé al corredor.
Avancé sin notar la presencia de Claire en su puesto de trabajo. Mirando hacia ambos

lados, parecía día festivo: nadie por ningún lado.

Había planeado todo milimétricamente: durante días había pensado en esta posibilidad,
sorprenderlo in fraganti, inesperadamente. No había pasado ni una sola noche desde

nuestro viaje a Londres en la cual no hubiésemos hablado telefónicamente, intercalando

mensajes, correos electrónicos y teleconferencias de poca duración, recurriendo así a

cualquier recurso para que la espera fuese menos agobiante.

Observando hacia ambos lados como si fuese a cruzar la calle, todo en la planta número

28 estaba impecablemente ordenado, tal como lo recordaba excepto por un gran ramo de

flores en un jarro, sobre su estrecho y atiborrado mueble.

¿Ella sabría que habría leído lo de la agenda de citas? Me sonreí nerviosa de sólo

imaginarlo.

De pie, aguardando por ella, no tenía noticias y mi impaciencia por anunciarme, crecía.

¿Su jefe le habría permitido ir al baño? ¡Vaya que eres cruel, Sophie!

De brazos cruzados, algo ansiosa, finalmente opté por aproximarme hasta la puerta de

la oficina de Ajax.

¿Estaría en una reunión? No era probable, ya que las juntas importantes se realizaban
del lado opuesto a este sitio, próximo a las oficinas del área financiera y de proyecto.

Encomendándome a la fortuna, a lo sumo, no encontraría nada y mi viaje sería menos

impactante de lo previsto.

¿Y si entraba y no había nadie? Podría esperarlo sugerentemente en la habitación extra


que tenía allí dentro. Pícara, mordí mi dedo, delineando el plan b.

Sin más, coloqué mi mano en el pomo de la puerta, lo giré y entré.

Todo diáfano, ordenado y pulcro. La luz era inmensa y el silencio, profundo.


Un poco desanimada, pensé en dar rienda a la opción que acababa de tener en cuenta
frente a su puerta.

Dejé mi bolso en el sofá y me aproximé al enorme ventanal, aquel donde mi calor se

sellaría para tocar el cristal rememorando aquel enardecido momento.

Sin embargo, esa calma aparente, se vio alterada por unas risitas femeninas. En estado

de alerta, rigidicé mi espalda.

¿De dónde provenía esa voz? ¿Vendría del cuarto de Ajax, de aquel diseñado

especialmente para sus citas “casuales” y placeres repentinos?

Un puñal se hundió en mi estómago, las rodillas me temblaron y los puños se me

cerraron furibundos: mi peor sospecha estaba viendo la luz porque a segundos de mi


tranquilidad se suscitó la figura contorneada de Jessica Rabbit frente a mí. Asombrada

tanto o más que yo se detuvo de inmediato; altiva, sin perder la jugada, sonrió

sarcásticamente, remojó sus labios con su lengua y extendiendo su falda, alisó inexistentes

arrugas. La muy perra estaba indicándome con sus movimientos que algo habría ocurrido

entre ellos.

Estudiándonos en silencio, el duelo de miradas acabó cuando apareció Ajax detrás de


ella, a grandes risotadas y con gran simpatía, y subió su mirada, encontrando la mía,

adolorida y desconcertada.

─¡Cariño! ─ como si nada hubiese pasado, se aproximó, pero al momento de besarme,


le corrí el rostro de modo desagradable.

─¡No me toques! –susurré firme, conteniendo el llanto, éste se agolpaba en mi garganta


como una bola de estambre. No pretendía montar un escándalo y menos allí, en su lugar

de trabajo.


Pretendí mantener mi orgullo y mis buenos modales intactos. Esto era un asunto para
arreglar con mi chico.

¿Habría sido mío en algún momento? Dos minutos atrás hubiese jurado que sí. Pero al

ver a esa leona pelirroja salir de su habitación y con sólo imaginar qué habrían estado

haciendo ahí, me dieron ganas de vomitar.

─¡Hola Sophie! Un gusto verte nuevamente ─la muy descarada extendió su mano, con

sus uñas largas de impecable manicura.

─Sí, un gusto enorme ─encorvé los labios falsamente, era la tercera vez que nos

veíamos.

─Karen, agradezco tu visita, pero por hoy ya hemos terminado. Nos mantendremos en

contacto ─ en dirección a su escritorio Ajax le entregó su carísimo bolso de marca

británica y aunque ella no esperaba ese gesto de su parte, aceptó agradecida y sin chistar.

─Cómo siempre Ajax ─ destilando su última gota de ponzoña enfatizó la palabra


“siempre”, dando inicio a su retirada con un exagerado movimiento de caderas.

Ella y su pomposo y envidiable trasero, se marcharon de mi vista; para entonces, mis

lágrimas no pidieron permiso y cayeron sin cesar. Volteé mi cabeza, acusando a Ajax con
mi angustia.

─ ¡Ni se te ocurra hablarme! ─ elevé mi dedo índice, amenazante.

─ Sophie, no es lo que parece ─ intentó persuadirme con serenidad, tomándome del


codo y llevándome hacia la silla, pero mi fuerza por mantenerme de pie y zafarme de su

mano, fue mayor.


─ ¿Entonces dime qué es lo que parece? Vine hasta aquí, dispuesta a abrir finalmente
mi corazón, demoliendo barreras entre nosotros y me encuentro que tú y tu jodida

pelirroja salen de tu “oficina” del amor. Si no follaron, ¿entonces qué hicieron? ¿Jugando
con naipes? ¡Ella estaba acomodando sus ropas Ajax, no soy estúpida! Ya me han

engañado lo suficiente y ya he perdonado una vez, pero dos veces no tropezaré con la

misma piedra.

─ ¡Te juro Sophie que no sé a qué te refieres! Karen ha venido a… ─ sus manos eran

un concierto de movimientos, levantaba los hombros, sumamente desencajado.

─¡Basta ya! ¡No es necesario que continuemos con esto! ─detuve el final de su frase

elevando la mano ─.Por hoy fue demasiado.

─ Princesa, por favor, escúchame un instante.

─¡No me llames nunca más así! No soy tu princesa, ni tú pequeña ni ninguna de esas

cursilerías; sé que lo has dicho para congraciarte conmigo. Hemos estado juntos por

compasión y porque por lo único que te ha importado seguir a mi lado, es porque estabas

seguro que tarde o temprano te diría donde está Solange. Sólo deseabas atosigarlas con tus
preguntas y así, concluir con tu bendito rompecabezas mental─ con el rostro enardecido

no medí palabras.

Ajax mantenía el ceño contrariado, sin reaccionar.

─ Ya no más actuación Ajax. Ya no más pensar en palabras lindas ni visitas al Union

Lake, ni cenas…

Próxima a su escritorio cogí un bolígrafo y un papel. Intempestivamente, escribí con


furia.

─¡Aquí tienes! ─ arrojé el papel sobre el cristal de su escritorio, acto seguido lo hice
con su pluma preferida ─. Mi hermana se encuentra internada en el pabellón de adictos del

Center for Addiction and Mental Health, en Toronto ─ lancé con los ojos inyectados en

pesar y la voz firme─. Pregunta por su psiquiatra, el doctor Francis Leroux. Dile que vas

de mi parte y él sabrá decirte en qué momento será posible que hables con ellas y te salgas
de dudas.

Ajax pestañeó, asimilando todo lo dicho. Ni siquiera había mirado mi escrito.

─¿Francis? ¿Tu ex esposo?

─ Sí.

Confundido, retrajo unas palabras. Antes de caer en sus fauces, opté por escapar.

Ese edificio no hacía más que provocarme la necesidad imperiosa de huir de allí.

A centímetros de la puerta, giré sobre mis talones y con el último aliento y pizca de
orgullo, dije:

─ Gracias Ajax por el viaje a Londres, por las maravillosas salidas y por el sexo
fabuloso. Si aumenta tu ego saber que me has follado como nadie lo ha hecho, bien por tí,

siéntete orgulloso entonces. Espero haber conseguido una calificación aceptable en tu


estúpida agenda.


Di un portazo frenético, sin importar que no estábamos solos en ese sitio: Claire
permanecía de pie, a poco del despacho.

─¡Querida Sophie! ─ su dulce voz me llamó pero si me detenía, apostaba a que Ajax

alcanzaría mis pasos, como aquella primera vez.

─ Disculpa Claire, pero debo irme ─ fue lo único que mi garganta me permitió decir.

“Adiós SkyTower. Adiós Ajax. Adiós a la falsa felicidad.”

Comenzaba a odiar Seattle. Con un dolor inconmensurable en el alma, me encerré en la


habitación del hotel para llorar y compadecerme por mi mala suerte.

Había planeado confesarle mi amor, ser yo quien lo convenciera en esta oportunidad de

ser mi compañero para volar hacia Toronto, dispuesta a enfrentar los fantasmas los cuales

eran dueños de mis pesadillas por las noches; sin embargo, no haría más que enfrentarme

al Ajax que siempre tendría dentro suyo. Ser un mujeriego incorregible era parte de su
esencia, jamás cambiaría.

Ni por mí, ni por nadie.

El teléfono parpadeaba sin cesar arrojando más de 5 mensajes suyos en menos de 15


minutos.

“Princesa, Déjame explicarte”.

“Sophie, necesito que hablemos”.

“Sophie, por favor, regresa para que hablemos con calma”.


“Pequeña mía, jamás te engañaría”.

“Sophie…espero puedas recapacitar”.

Mil cosas pasaron por mi mente, ¿cómo perdonarlo? Desde el comienzo le había dicho
que no era una de esas muchachas a las que follaba y botaba a la calle sin explicaciones.

¿Por qué hacerme sentir distinta y especial si todo resultaría ser completamente lo

contrario? ¿Por qué el destino se empeñaba en azotarme con la misma vara dos veces?

Primero el engaño de Francis y ahora el de Ajax…

Sumergida en el dolor, me acurruqué abrazándome a las almohadas, con la esperanza

de que el cansancio me consumiera.

Arribé a Toronto más tarde de lo planeado y sin cenar siquiera fui rumbo al hotel.

Desde la habitación me pondría en contacto con Francis para anunciarle mi llegada;

llegada que desde luego lo tendría rebosante de felicidad. Todo lo contrario a mí.

La imagen de su engaño se coló entre mis recuerdos, al mismo instante en que me dije

que yo a él lo había perdonado…y a Ajax ni siquiera dado la oportunidad de redimirse.

¿Entonces por qué continuar juzgándolo sólo por su pasado libertino?

Había escapado, otra vez, sin darle derecho a réplica. Meneando la cabeza me repetí
que era una mujer fuerte y decidida, que no estaba equivocada y que seguro, el destino me

habría prevenido de un mal mayor a no encontrarme en pleno momento de atraco sexual.

Inspiré profundo , tomé mi teléfono y marqué de memoria.

─Ho…hola Francis, soy yo ─ dije apenas oí su murmullo al atender.

─¿Sophie? ¿Cariño, eres tú? ─ preguntó aclarado su voz─ .¡Vaya sorpresa! ¿Cómo
estás? Te noto algo…tensa ─ él me conocía mejor que nadie.

¿Sería una señal? ¿Tendría que volver con él? Yo también lo conocía lo suficiente
como para saber que Francis no repetiría su error nuevamente. A su lado me sentiría

segura y estable emocionalmente. No volvería a dañarme, de eso no me cabía la menor

duda.

─Sí, lo estoy. He tenido días mejores ─ durante mucho tiempo Francis fue mi

confidente y mejor amigo, pero no estaba de ánimos como para contarle mi riña con Ajax.

Además, todo terminaría en un sermón dominical que no deseaba recibir en ese momento;
el viaje me había agotado.

─¿Dónde te encuentras?

─Te he llamado para decirte que estoy en Toronto, no desde hace muchas horas.

─¡¿Pero por qué no me has dicho nada!? Hubiera ido por ti al aeropuerto─ rezongó

levemente exasperado. Nada en él era exagerado: ni sus modos, ni sus maldiciones ni sus

bendiciones ─ .¿Has conseguido hospedaje? Bien sabes que puedes venir a casa, quedarte
aquí y…

─Ya he conseguido alojamiento, Fran. Realmente agradezco tus buenas intenciones


pero recuerda que ya no somos pareja. No quiero confundir las cosas.

─Está bien Sophie, no lucharé contra eso… Pero dime al menos dónde estás

precisamente.

─En el Thompson, ¿lo conoces?

─Sí, está próximo al Centro Médico. Si quieres, esta noche podríamos cenar, aun estoy

en la clínica, finalizo unas admisiones y…


─Francis, estoy algo cansada, no han sido días muy fáciles y si no te enfadas, prefiero
dejarlo para otro día ya que estaré a aquí más de lo que quizás preví. Ya nos veremos

mañana y hablaremos tranquilos, ¿te parece bien?

─ Tienes razón, ahora descansa cariño. Podemos encontrarnos para desayunar

alrededor de las 10. Sobre la calle Queens hay un restaurante llamado URSA, es muy
conocido aquí.

─Perfecto ─ asentí pero sin finalizar─ y una cosa más: deja de llamarme cariño, me
irrita.

Francis enmudeció, de seguro no esperaría un desplante así de mi parte.

─No pensé que te disgustaría─ reconoció algo asombrado.

─Sí Francis, lo hace. Y si no lo he aclarado antes, es porque no tenía la valentía

suficiente para hacerlo.

─Me parece bien, es justo.

─Gracias por entenderme. Como siempre.

Colgué sin esperar más respuestas, deseé borrar las últimas horas de mi cabeza,

arrojándome en la cama.

¿Cómo se podría ser tan feliz y en un instante terminar con el corazón desgarrado?

Quitando la ropa de mi maleta, debía enfundarme de una gruesa coraza dispuesta a

confrontar una realidad sepultada por muchos meses.

En numerosas oportunidades me cuestionaría y culparía por ello, pero había sido la


mejor opción en ese momento; a raíz del brote psicótico experimentado por Solange en el

que salí malherida, mi decisión había sido internarla.


Francis por entonces ya era jefe del Área de Internaciones Psiquiátricas en el CAMH de
Toronto, en la cual supervisaba pacientes temporales, ofreciéndome este sitio como el

mejor para el cuidado de ella. La conocía a Solange (demasiado más de lo deseado por mí)
pero la seguridad e integridad de mi hermana estaba en juego.

Recordar el día de su internación era echar sal a la herida; presa de una furia ciega,
Francis la había sedado para poder trasladarla. Golpeándome, insultándome y diciendo

cosas horribles, se había ganado el pasaje al centro de internación.

Su vida errante la encontraba por las noches trabajando en un bar nocturno de mala

muerte, rodeada de hombres que la querían en su cama y de toda clase de excesos.

Fumaba recurrentemente y su adicción a sustancias prohibidas era recurrente, tornándose

un torbellino incontrolable.

Internarla no estaba en mis planes, pero a la vista de lo sucedido, habíamos tocado

fondo. Caroline estaría a mi lado, apoyándome para que tomara aquella opción; algo había

que hacer por Solange, acepté su internación.

Aunque yo misma me tildara de cruel, mala hermana y pésima persona.

Cómo en los viejos tiempos, pasaría mi cumpleaños número 30 junto a mi melliza y


Francis y no con Ajax, con quien hubiera deseado hacerlo. El destino tendría otros planes

para ambos.

Desesperada por enviar un mensaje a Ajax, deseaba decirle que necesitaba verlo,

escuchar su versión, pero el orgullo y mi vergüenza parecían detener mis manos.


Los rayos de sol se clavaron en mis parpados, obligándome a abrirlos y despertar.
Cansinamente, quité hacia un costado las mantas de mi cuerpo y me vestí con algo de

prisa.

Tan sólo dos veces había estado en Toronto y ninguna por causas agradables: una, para

tomar el tren que nos llevaría a lo de nuestro abuelo Scott y la otra, para internar a
Solange.

Hoy tenía planeado hablar con Francis y recorrer el historial clínico de mi hermana on
el objetivo de visitarla al día siguiente y con un obsequio.

Debía tener cuidado al elegirlo ya que al ser una paciente con tendencia a la depresión

y suicidio, los objetos personales debían ser estudiosamente escogidos. Francis me

ayudaría sin dudas.

Para cuando llegué al URSA, Francis aún no estaba presente. Me quité el abrigo,

coloqué mi bolso de mano en la silla contigua a la que me senté y observé a mí alrededor.

URSA era un bonito lugar, una larga barra de madera dominaba el espacio con muchas

banquetas altas arrimadas a ella. Las bombillas colgaban de cuerdas blancas, dando un
aspecto moderno e interesante al sitio.

El murmullo era controlado y bajo, las pocas personas allí sentadas vestían chaquetas

blancas típicas de médico con una pequeña inscripción en sus bolsillos, de las que pude
distinguir con algo de dificultad las iniciales “CAMH” bordadas prolijamente en color

azul.

─Espero a alguien, gracias─ dije al muchacho de la barra que gentilmente se acercó a

tomar mi pedido.


Perdida en los estantes con bebidas, Francis apareció. Era tonto no reconocer que mi ex
esposo era muy sexy. Más aún con su chaqueta y sus lentes de montura gruesa que tanto se

resistiría a usar. A pesar de no parecerlo, Francis era coqueto.

Ese bello hombre que caminaba en mi dirección con una sonrisa de lado había sido mi

compañero desde siempre. Mi mejor amigo.

─¡Sophie! ─su cálido abrazo me llenó de alegría inesperada ─. Me agrada volver verte

─ tomó mi barbilla y me examinó como lo que era, un analista de mentes ajenas ─. Has
estado llorando como una condenada, ¿verdad?

Bajé mi mirada ocultándome de su escrutinio, que bien daba en el clavo.

─¿Quién ha sido el hijo de puta que te hizo daño Sophie? ─ el tono apesadumbrado de

Francis me cautivó, siempre atento, amable en sus modos.

─Ven, siéntate y hablemos ─ dije tocando la banqueta invitándolo a colocarse a mi

lado.

Como buen psicólogo y psiquiatra, Francis tenía un don para escuchar a la gente,
especialmente a mí.Era sumamente paciente, más de lo normal, cauto con sus consejos y

recomendaciones.

Una vez que se acomodó pidió mi café favorito “¿aun sigues tomándolo con tanta

crema y azúcar?” mientras que él escogería un simple café. Bien negro de hecho.

Más conversador que de costumbre, explicaría con pesar que esa noche tenía guardia y
por lo tanto, sería complicado salir a cenar juntos.
Devolviéndole una sonrisa sin respuesta, agradecí tener un día más de tiempo para
meditar lo que me sucedía con Ajax y la impresión que Francis constantemente causaba en

mí, llevándome a un estado de alerta emergente.

¿Era amor lo que sentía por Ajax o un simple capricho por aquello que deseaba tener

pero no correspondía?

¿Era amor lo que sentía por Francis, y por eso lo había perdonado a pesar de su

traición?

─Ahora, háblame de tí. La última vez que lo hicimos estabas en Londres y sonabas

bastante alegre. ¿Qué ha ocurrido en estas últimas semanas?

Suspiré con resignación, debería ponerlo al corriente si no deseaba estallar como un

globo repleto de aire.

─Como te he dicho, hay alguien… ─ exhalé rodeando mi vaso con café ─ y es justo

reconocer que todo ha sido todo muy extraño, el contexto y las circunstancias en las que
nos hemos conocido, de hecho, bueno…tú sabes… intimamos y…es un hombre

importante ─ siempre tendría pudor al hablar abiertamente de ciertos temas con Francis, y
más aun sabiendo que él estaba dispuesto a una segunda oportunidad.

─Sí, lo entiendo y aunque no me agrade escuchar que han llegado más allá, realmente
me alegra que estés conociendo a alguien─ Francis era muy comprensivo y para nada

posesivo. Agradecí sus palabras.

─Él me ha ofrecido ser su acompañante en un viaje de negocios a Londres, el cual


acepté. Incluso cuando regresé a Vancouver y Ajax voló a Seattle, todo iba de mil
maravillas, conversábamos telefónicamente, nos enviábamos correos… todo fluía muy

bien. Pero lo extrañaba lo suficiente como para volar hacia Seattle antes de lo previsto ─la
mirada de Francis se oscureció de pena, sabiendo si yo había sido capaz de dejar Lucky

Library por unos días, era por una razón más que poderosa ─. Fue entonces que decidí ir

hasta su oficina, con dos tickets a Toronto, dispuesto a sorprenderlo.

─ ¿Estabas dispuesta a venir con él hasta aquí?

─Hasta el día de ayer, Ajax sólo estaba al tanto de la internación de Solange, pero no

bajo qué régimen ni qué condiciones.

─Entonces, dime qué ha sucedido como para que todo aquello quedase trunco.

Mis ojos fueron un mar de lágrimas, dispuesto a caer como catarata. Pero me contuve,

sin pestañear.

─ Cuando entré a su oficina lo encontré con una vieja amiga. Un amante.

Francis se mostró conmocionado al toser, probablemente con el recuerdo de lo


experimentado por nosotros a flor de piel.

─ Me imagino tu reacción─ dijo inspirando hondo.

─ Cuando lo ví salir de una pequeña sala de descanso que Ajax tiene en su oficina con
esta mujer, quise morirme.

─¿Y qué te ha dicho? Supongo que se desharía en disculpas…


─ Repitió una y otra vez que yo malinterpretaba las cosas, que estaba imaginando más
de la cuenta. ¡Puedo jurar Francis que he visto a esa perra acomodándose las ropas cuando

me vio que estaba allí, frente a ellos! ─ elevé el tono, un tanto histérica.

─Sophie, déjame entender ─ tomó mis manos, acariciándola con sus palmas─.

Intentaré ser lo más racional posible, por lo tanto quiero saber si es que ¿acaso los viste
teniendo sexo o fueron suposiciones de tu parte simplemente porque la mujer se

acomodaba sus prendas…?

─ Pues…ella se estaba arreglando la falda…

─¿Ajax estaba desvestido, o al igual que ella, con la ropa mal acomodada?

─No, él lucía impecable─ admití ─. Incluso invitó a Karen a irse de allí con
diplomacia, como si nada hubiera ocurrido.

Francis se quitó las gafas colocándolas sobre la barra y restregó sus ojos. Algo no

estaba bien allí, ese gesto de su parte era señal de reprimenda.

─Sin caer en un veredicto profesional apresurado y porque a Ajax no lo conozco en


absoluto, creo que estás yendo un paso más delante de lo que debes. ¿No has sido capaz de

escuchar ni una palabra suya, verdad?

─No quise, estaba demasiado ofuscada. Le dije que agradecía sus gestos, sus palabras y
sus noches inolvidables, y que no quería que me usase para llegar a Solange.

─¿Solange? ¿Qué tiene que ver tu hermana en esto?

─¡Rayos!

─Sophie─ con su mirada hurgueteó en mi rostro ─ no puedo ayudarte si no confías en


mí. Sé que estarás agobiada de mis repeticiones pero a pesar de mis errores siempre querré
lo mejor para tí. He sido un patán y un estúpido, pero no lo suficientemente inocente como

para creer que nuestra relación sólo se ha roto por mi infidelidad.

Todo lo que decía era cierto, por tanto debía contar la historia por completo.

─El hermano de Ajax se ha suicidado semanas atrás y él, dolido por la situación trató

de conseguir un culpable, sin aceptar que Adrian era un adicto. Enredado en esa tonta

cacería, haló en la cartera de su hermano una foto de Solange con el número del bar en el

que trabajó hasta que la trajimos aquí. La ha rastreado, pero no lo suficiente bien, ya que

terminaría dando conmigo y no con ella. Siempre sospeché que sus verdaderos motivos

para estar conmigo eran porque él quería saber el motivo del suicidio de su hermano y yo

era un lazo para hallar a Soli.

─Sophie, ese hombre tiene que ser un jodido manipulador para hacer eso. Es un plan

maquiavélico. Además, en lugar de escoger el camino más largo, que era enredarse

contigo, ¿no hubiera sido más fácil continuar investigando hasta dar con Solange y fin de
la historia?

─Sí, bueno…tal vez ─ vacilé ─ tiene algo de sentido si lo ves desde esa perspectiva

─perdí mi mirada en una pelusa que se recostaba en el piso.

─ ¿Tan solo “algo” de sentido? Piénsalo bien Sophie, no te daré respuestas, ni consejos,
pero sí te daré las herramientas para que reflexiones coherentemente ─hice puchero ante
su tarea.

─Él me ha pedido lo mismo…

─Porque quizás es lo que debes hacer─ pasando el pulgar tiernamente por mi pómulo,

Francis posó sus ojos oscuros en los míos. Bajé la vista, algo incómoda. Él retrajo sus
manos, comprendiendo mis gestos─, Sophie, te conozco como pocas personas en el
mundo y escucharte me hace creer que estás tan asustada por sentir lo que es obvio que

sientes por él, que intentas erradicarlo de tu vida. No has sido sincera con él al no hablar
de Solange y estoy convencido que te ha costado mucho decirle que seguimos

manteniendo contacto; sin embargo ni siquiera le has dado la oportunidad de retractarse si

es que debía hacerlo.

─Yo no sé si él me ama Francis… ─ mis miedos poco a poco salieron a la luz.

─Sólo tienes una manera de averiguarlo─ él me miraba cálidamente, en una actitud

más que paternal, protectora, como prometió que haría desde la muerte de mi padre ─ .

Mira, lo último que te diré es que a mí me has perdonado, ha sido difícil, lo sé, lo imagino

y nunca podré resarcirme y sin embargo aquí estamos, intentando ser amigos nuevamente,

confiándonos cosas un tanto más privadas de lo que me gustaría, lo admito ─ su risa era

franca─ .Te he traicionado de una manera baja. He sido poco hombre y tu miedo al

compromiso, en parte, sé que se relaciona con la decepción que te he causado.

─Pero a tí te conozco desde siempre, Fran.

─Aún así, es a él a quien amas─ puso ante mí, la conclusión más clara de la mañana.

Francis se volvió hacia el joven de la barra para abonar ambas órdenes, se puso de pie

frente a mí para concluir:

─Yo me he equivocado y lo pagué con tu desamor. Ahora, no te equivoques tú y lo

pagues con dolor─ quedé boquiabierta─.Y cierra esa boca. Se te caerá al piso. Ahora
vamos, te llevaré de paseo.


Caminamos por el Trinity Bellwoods Park, un predio enorme con sectores para
practicar varios deportes sumergido en pleno corazón de Toronto. Las calles aledañas eran

estrechas, a excepción de la Queen St. West, por donde caminábamos con el tráfico
paralelo a nosotros.

Finalmente llegamos a The Paper Place, un sitio paradisiaco para los amantes de los
papeles decorados y elementos de diseño de la primera hora. Reconociendo que no era mi

especialidad, me sumergí en este maravilloso mundo de colores pensando en el lado

artístico de Ajax.

Era un sitio algo estrecho, atiborrados de pequeñas cosas para el arte manual. Todo lo

que había allí era hermoso, de hecho resultaría ser un disparador de cuestiones a proponer

en Lucky Library.

Texturas, dibujos, objetos decorativos, todo ayudaba a mis sentidos a dispersarse y

pensar a que era una niña nuevamente. Tomé una fotografía con mi teléfono y se la envié
por mensaje a Caroline, ella me envidiaría al saber que estaba allí rodeada de ese abanico

de colores y cosillas entretenidas.

Recorrí el local enérgicamente, con los ojos abiertos observando todo y reteniendo en

mis retinas todo aquello que me gustaba hasta posar mi vista sobre una esfera de vidrio
con una casita dentro, rodeada de diminutos copos blancos que imitaban a la nieve. Mi

rostro se llenó con mi sonrisa porque supe que ese el regalo exacto para Solange, pues ella
los coleccionaba de niña.

Mostré a Francis el elemento que pensaba comprarle.

─Por su bien, no poseerá ningún objeto que pueda usar contra sí misma en su
habitación pero se lo guardaré personalmente hasta que obtenga el alta definitiva.

Tras pedir a la amable vendedora que me informara el precio de la mayor parte de los

productos que estaban en venta, compré varias cosas para el sector lúdico de Lucky

Library. Mi sonrisa llegaba de oreja a oreja, y agradecí que Francis me hiciera sentir así de

presente en la vida de Solange nuevamente.

─ Creo que lo mejor será irnos, caso contrario nos quedamos aquí hasta vaciar los

gabinetes.

Andando con mis bolsas por Queen, nos detuvimos justo frente al centro médico

CAMH. Francis acomodó mi cabello detrás de mis orejas y me abrazó muy fuerte,

sosteniéndome con sus brazos más musculosos de los que los recordaba.

─Sophie, Sophie… que tu terquedad no gane esta batalla, dáte la oportunidad de

escuchar. La verdad es amarga, pero es preferible antes que una dulce mentira─ sugirió

con amabilidad.

─Gracias Fran. Te quiero mucho ─ rodeé su amplio pecho y me puse en puntillas de

pie para saludarlo con un beso en la mejilla. Él era una gran persona.

─Mañana tendré guardia hasta el mediodía, pero a la noche podremos salir a festejar tu
cumpleaños─ dijo en tono animado.

─ Mañana vendré temprano; en cuanto a la noche, pues lo iremos viendo. Y


nuevamente, gracias por la consulta doctor Amor. Me ha sido de mucha utilidad.


Él sonrió mostrando resignación pero paciencia. Nunca se cansaría de luchar por mí…
¿o sí? Perdiéndose en el manto verde de césped de la clínica, saludó y yo, continué mi

camino.

Nunca más literal.

33
A las 10 de la mañana del día siguiente me encontré tocando la puerta de la oficina de
Francis. Por la demora en la apertura, supuse que estaría descansando después de la larga

noche de desvelo. Sin embargo, fiel a su estilo, pasadas las 12 de la madrugada me había
llamado deseándome un feliz cumpleaños. Dudaba que la palabra feliz acompañara a mis

30 años, pero su intención era valedera.


Su cabello revuelto, algo más largo que de lo habitual y sus ojos abiertos tras parpadear
en exceso, me dieron la pauta de que acaba de despertarlo.

─Lo siento Francis. Pensé que estarías despierto─ ingresé disculpándome.

─Feliz cumpleaños nena ─ ignoró mi comentario para envolverme en un tierno abrazo.


Nunca me desacostumbraría a su calidez.

─Muchas gracias…

─Tengo un obsequio para tí ─ impaciente y un poco más despabilad fue hacia el cajón

de su escritorio, obteniendo desde dentro un pequeño estuche de terciopelo negro con un

moño color plata.

─Francis, no era necesario…─ abrí la caja y encontré unos aretes preciosos. Unos

brillantes circulares, de menos de 5mm de diámetro─ .¡Son hermosos! Ya mismo me los

pongo.

Hice presión para colocármelos. Eran tan bonitos…sin dudas Francis tenía un gusto

exquisito.

─Supongo que has pensado qué hacer con respecto a lo que platicamos ayer.

─Sí ─asentí mintiendo. No había ni dormido y mucho menos llegado a una jodida

conclusión.

─Mientes ─ contrapuso.

─No ─ volví a mentir, redoblando la apuesta.

─Conozco tus gestos y sé que me estás estafando ─ ladeó su cabeza─. No a mí,


Sophie…Y dime, ¿por qué no has pensado en nada?

Caí desplomada en su silla de invitados y cubrí mi rostro con ambas manos.


Finalmente, oxigené mis pulmones para responder:

─ Es que no sé qué hacer. Siento vergüenza por mi comportamiento, desconozco si

querrá atenderme, tal vez piense que soy una niña tonta con un berrinche de colegiala.

─El miedo paraliza y es norma, pero si ese hombre realmente siente algo por tí,

comprenderá que sólo ha sido un exabrupto.

Sonaba tan fácil, cada una de sus palabras era una solución a mis sistemáticos

problemas.

─Pero bueno, ya arreglaremos ese asunto ─ determinó dispuesto a comenzar con otra

gran etapa─. Ahora olvídate de esto y vamos adonde Solange. Estaba inquieta esperando
por ti.

El corazón me dio un vuelco.

─¿Sí?─ tenía los ojos ahogados en lágrimas.

─Solange esa sedada sólo cuando se violenta y por fortuna hace semanas que no tiene
esos episodios. El resto del tiempo está consciente, la medicación la tiene estabilizada,
pero no como un fantasma, despreocúpate.

─Me alegro mucho. No deseo que deambule como un zombi por los pasillos sin noción
del tiempo o espacio.

─Sophie, ella está bajo mi supervisión. Y bien tú sabes que no haría nada para

lastimarla ─ afirmaba con serenidad. Asentí en silencio.

Saliendo de la oficina, caminamos por un amplio corredor. Como siempre, Francis se


mostraba afable con los pacientes que lo saludaban. Ese pabellón estaba exclusivamente

destinado a los internados que tenían problemas psiquiátricos. Independientemente de sus

adicciones, lo que realmente ponía en riesgo a Solange, era su tendencia maníaco -

depresiva.

Pocos metros nos separaban del cuarto de mi melliza, los suficientes como para tener a
mis manos sudando y mi cuerpo tenso.

Sostuve con fuerza el paquete con el regalo para Solange. Estaba ansiosa por verla.

─Sophie, antes de ingresar quiero que sepas que cuentas con todo mi apoyo. Estaré

fuera por si quieres llamarme ─ aquietó mi nerviosismo─. Y tranquila, todo saldrá bien ─
besó mi frente con ternura.

Hubiera dado mucho por tener frente a mí a Ajax diciéndome esas palabras y no sólo a

Francis, pero las vueltas de la vida no lo habían querido así. Y yo tampoco, por una
estupidez enorme.

Francis me dio ingreso a la habitación de mi hermana el cual irradiaba una luz inmensa

desde su enorme ventana.

Solange se ubicaba de espaldas a la puerta, justo frente a la ventana, acurrucada y

sosteniendo un libro entre sus manos.

“Orgullo y prejuicio”

─Recuérdame para tu próximo cumpleaños regalarte otro libro. Ese lo debes saber de

memoria─ a pesar de ser poco cursi, esa novela era su talón de Aquiles.

Cerró las tapas con rudeza, volteando su cuello como látigo. Lucía apagada,
demacrada; aún así, continuaba siendo hermosa.

Sus ojos celestes se llenaron de lágrimas. Tanto como los míos.

En cámara lenta dejó el libro sobre el asiento que ocupaba para caminar en mi

dirección.

La túnica blanca que llevaba puesta parecía flotar por el aire, su delgadez era

impresionante y sentir que era una versión enferma de mí, causó una extraña sensación en

mi estómago. La palabra culpa me martillaría la cabeza una y mil veces.

Su sonrisa se amplió a medida que se acercaba, hasta dar unos pasos más ligeros para

embestirme con un abrazo intenso.

─¡Sophie, Sophie! ¡Estás aquí!─gimoteó desbalanceando mi equilibrio.

─Solange ¡feliz cumpleaños!─ la abracé con ahínco, presionando su cuerpo contra el

mío, delineando involuntariamente sus costillas.

Tragando fuerte, obvié decirle lo delgada que estaba. Ella por lo pronto, tomó mi rostro

entre sus manos venosas y pálidas. Ciertas líneas de expresión se habían acentuado en su
rostro, sobre todo las que rodeaban sus labios blanquecinos.


─Lo has recordado….─ expresó con nostalgia.

─¡Cómo olvidarlo…! ─ asentí sonriendo y elevando mis hombros.

─¡Tienes razón!─ rió con fuerza─. ¡Feliz cumpleaños para tí también! ─ gritó en la
habitación, jalándome de las orejas, como si fuéramos dos niña otra vez.

─Te he traído algo─ giré en dirección al regalo que descansaba sobre la pequeña mesa
de entrada donde tenía un vaso y una jarra con agua. La expresión inexplicable de su

rostro me llenaría el alma, dejando de lado la culpa por primera vez en mucho tiempo.

Entusiasta fue hacia su cama, se cruzó de piernas y rompió el envoltorio ansiosamente

mientras que sus ojos se abrían inmensos, al ver la bola de cristal. Agitó la figura con

fuerza, dando lugar a que los copos blancos caigan bañando a la figura de nieve falsa.

─¡Me encanta Sophie! ¡Mira, mira cómo cae la nieve! ─ mostraba con la boca imitando

una gran O.

Poniéndose de pie, me dio un beso inesperado.

─Gracias, pero no sólo por el regalo.

─ ¿Por qué otra cosa entonces?

─Gracias por velar por mí. Por cuidarme. Por perdonarme sin merecerlo ─ su mirada
cristalina se perdió en el piso.

─Soli ─con mis dedos subí su barbilla ─ eso ya pasó. Ahora debes recuperarte para
salir de aquí lo antes posible.
─Sabes, muchas veces me he preguntado por qué siempre has sido tan buena conmigo.
Te he hecho la vida imposible y he llegado a una conclusión ─ dándome la espalda, enfiló

hacia el extenso ventanal.

─¿Y cuál es?─ yo aun de pie con los brazos cruzados sobre mi pecho aguardé por su

respuesta.

─ Que todos necesitamos un ángel guardián y tú eres el mío. Es hora de que ahora

encuentres el tuyo ─ mirándome divertidamente y guiñó su ojo.

Inquieta, tomó asiento sobre una de las dos sillas del cuarto mientras yo intentaba

seguirle el ritmo.

─Tienes muy largo el cabello Soli, luce muy bonito─ dije. Ella se acomodó sobre los

cojines y me entregó un cepillo. Enarqué una ceja, consciente de lo mucho que le agradaba

que le peinase el cabello.

Monique solía hacerlo cuando pequeña y para nosotras era la máxima expresión de

cariño que recordaríamos de ella.

─¿Verdad que sí? Maia, la enfermera de la ronda de la tarde me lo elogia mucho,

supongo que me lo envidia ─ soltó una risa estruendosa, semejante a las que yo daba
cuando algo me resultaba muy gracioso. Mientras yo desenredaba su maraña color miel,

Solange luchaba con el envoltorio de un chocolate que le había traído junto con el regalo
de cumpleaños ─. Te debo tu regalo ─volteó su cabeza y me miró con pena.

─El año próximo me darás dos ─ respondí rápidamente. Soli era una niña, nunca
dejaría de serlo.
─Muchas veces te he envidiado a lo grande ─ como un rayo cayéndome sobre la
cabeza dejé de peinarla. Su confesión era absurda pero su voz sonaba convencida.

─¿Envidiarme? ¿Por qué tendrías que hacerlo? ─incrédulamente, giré hasta colocarme

delante de ella, sentándome en la cama con una pierna colgando.

─Tú has sido siempre la buena estudiante, la más brillante… ─sus ojos celestes se

oscurecieron. Bajó la mirada para continuar hablando, compungida─ .Siempre has tenido

a Francis rendido a tus pies.

─Solange ─extendí mi mano y la pasé por su rostro, compasiva ─las dos siempre

fuimos distintas, ni yo mejor que tú, ni viceversa, nuestros padres nos querían a las dos de

igual modo y si bien no eras buena estudiante, yo tampoco sería la chica popular y alocada

a la que todos tenían como líder en la clase. Has sido la “Reina de la Primavera”, Solange.

¿Lo recuerdas? ─ con alegría, evoque una anécdota bella, obteniendo una sonrisa muy

amplia de su parte y emocionando a mi alma ante su sensata reacción─. Francis ha sido


siempre nuestro amigo, sólo que después, bueno, estuvimos juntos de otro modo… ─

aclaré mi voz.

─Él ocuparía mi lugar,Sophie ─elevó su mirada hacia mí nuevamente ─. Inicialmente

me disgustaba que siempre estuviese entre medio de nosotras; metido como una niña
llorona. Lo maldije muchas veces, de hecho ─sonrió y balanceó su cabeza sonrojándose─

pero luego, cuando crecimos, mientras más trataría de ignorarlo más se metía en mi
corazón. Debo confesarte que cuando se comprometieron en nuestro festejo de

cumpleaños, sufrí mucho.

Le habíamos roto el corazón. Viejas heridas salían del fondo de su alma dolida.

─Por mucho tiempo tuve mucho rencor contenido en mi cuerpo deseando ser tú. Pero

como no era inteligente ni tenías buenas calificaciones, comencé por explotar todo aquello
que tú no estabas interesada en usar, como tu propio cuerpo. Y así comencé..¡no me ha ido
tan mal! ─ fruncí mi rostro ante su última frase.

─Soli, la mitad de Vancouver conocía tus tetas. ¡Eso no podía hacerte sentir orgullosa!

─ me sinceré con estupor.

─No hermanita, trabajar en un club nocturno no me convirtió en una prostituta, ¿lo

sabes? Yo era camarera y si bien mostraba a las “chicas” con ciertos reparos, nunca me

interesaría en cobrar por sexo ni desnudarme ante muchos hombres, al menos no al mismo
tiempo ─ admitió con picardía.

Explotamos de risa como hace muchísimo tiempo no lo hacíamos.

─Perdóname Sophie, perdóname por haberte traicionado con Francis. Él no quiso, él,

él…─ tartamudeó nerviosamente ─…él se alejaba de mí y yo lo he presionado. Supongo

que accedería a tener relaciones conmigo porque vería en mí, tu reflejo ─ nuevamente sus
ojos se ensombrecían mientras crujía el papel metalizado del chocolate que ya había

comido.

─Solange, eso es parte del pasado. Ya los he perdonado y mas allá de ser una herida
muy grande, ha cicatrizado. La vida es corta para vivir de rencores y atada a viejos y

malos recuerdos. Francis siempre estará en mi vida y tú eres mi hermana, mi única familia
y te amo. Incondicionalmente.

Por primera vez en muchos años estábamos teniendo una conversación adulta,
profunda, cargada de intensos sentimientos. Ella estaba totalmente lúcida, abriendo su

corazón y confesando sentimientos muy bien guardados.


Soli se abría hacia mí, dejaba de lado su insolencia de siempre, para ser la Solange
tierna y sensible que, confiaba, tenía muy dentro suyo.

─¿Aun lo amas? ─ preguntó tímidamente.

─No ─ exhalé pesadamente ─. Creo que lo que sucedió entre ustedes ha sido un punto
de partida para mí en muchos aspectos. Francis es especial, siempre lo será, pero no. No lo

amo.

─¿Pero tú sabes que él sí te ama? ─ sonrió como una niña que acaba de contar un

chisme.

─Sí. No se cansa de decirlo.

─Suele ser así de persuasivo. Con mis medicinas hace lo mismo. ¡Me repite las cosas

diez veces! ─agitó sus manos a los costados de su cabeza, divertida.

Adoraba a esta Solange, la amaba con toda mi alma.

No quise romper la magia del momento pero la duda me carcomía, sintiéndome entre la
espada y la pared. ¿Sería el momento preciso para preguntar por Adrian? ¿O sería mejor

consultarlo con Francis? Me encomendé a pensar que los planetas estaban alineados, una
pequeña pregunta no le haría daño.

─Soli… ─me coloqué nuevamente de pie, frente al ventanal que Solange tenía como
telón de fondo en la habitación.

─¿Sí? ─ por detrás de mí y tomándome de la cintura, apoyó su mentón sobre mi

hombro transmitiéndome una paz que ella difícilmente habría conseguido de otro modo si
no fuese por la internación y su arduo trabajo.

─¿No han habido otros chicos…? Tú sabes… ─ sujeté sus manos, al pie de mi cuello.

─¿Te refieres después de Francis?─ susurró.

─Sí, bueno…sí ─ asentí aflojando los músculos de mi pecho, con la terrible imagen de

su boca en el miembro de mi esposo─. Quiero decir, si es que no has salido con otros…

─Lógicamente Sophie, soy humana…─ resopló ─ . Antes de todo lo que sucedió con

Francis, había conocido un muchacho.

─¿Ah sí? ─me entusiasmé al notar que lentamente abordaríamos el tema. No quise

mostrarme muy insistente pero sí, interesada─ . ¿Y? ¿Qué paso? ─ fingiendo la excitación

de escuchar su respuesta, besé sus manos y la llevé hasta sentarnos nuevamente en la

cama. Aún quedaba por saber si hablaba del hermano de Ajax.

Cruzando sus piernas sobre el colchón, quedaban al descubierto bajo la túnica.

El perfil de sus huesos, el crujir de sus rudillas esqueléticas me cortaron la respiración.

─Era yanqui y se llamaba Adrian. Era un rubio condenadamente sexy y arrogante.

“Como su hermano”.

Quise gritar bravo…pero opté por continuar escuchando su relato.

─De comienzo, coqueteaba con todas las muchachas del bar, su sonrisa era sumamente
seductora y tenía un cuerpo terriblemente caliente… ─ se abanicó con la mano ante mis

ojos abriertos─. ¡Sí! ¡He dicho caliente!, así que no te sonrojes como una tonta mojigata.
Solía beber bastante, pero nunca lo suficiente como para terminar ebrio. Aparecía por el
Voulez Vous una vez al mes, luego, en cada quincena hasta que en el último tiempo, fue

frecuente verlo por allí cada dos o tres días ─ dijo sujetando su cabello, anudándoselo con
sus propias hebras en la parte superior. Unos mechones caían desordenados por su

anguloso rostro ─ .Una noche, un tipo sumamente borracho quiso propasarse conmigo

cuando le dije que yo no era de las chicas que cobraban por sexo, causándole una gran

molestia. Intempestivamente, el tipo rasgó mi top y clavó sus desagradables y gordos

dedos en mi brazo, dejándome magullones importantes. Fue entonces cuando Adrian

estuvo allí para quitármelo de encima. A partir de ese incidente, él yanqui y yo

comenzamos a hablar con mayor frecuencia. Esa misma noche, aguardó fuera del club a

que terminase mi para acompañarme hasta casa. ¡Obviamente, nunca te enteraste porque
dormías como un oso!

Me eché a reír por su irreverencia. Ya me había acostumbrado a no despertarme por las

noches cuando ella regresaba.

─ Adrian me besó de un modo muy dulce, sabía a licor de y no por casualidad era lo

último que había bebido─ traviesa, rememoró─. Días después me confesó que lo había
hecho adrede, sabiendo que tomaría la iniciativa de besarme esa misma noche, a pesar del
idiota del que me había salvado.

“Los St. Thomas teniendo todo orquestado… ¡no podía ser verdad!”.

─ Me contó que era de Seattle, que estaba en Vancouver por negocios, lo que supuse
sería cierto a juzgar por su aspecto de niño rico y adinerado. Realmente se mostraba

interesado en mí… hasta que pasaríamos un puñado de noches juntos, que entre nosotras
─ agitó su mano invitándome a decirme algo a mi oído ─ ¡follaba como los dioses! ─
susurró divertida.

─¡Solange! ¡No era necesario que me detalles semejante intimidad! ─le di un golpecito

en su brazo, que ligeramente, le dolió ─. Perdona, pero eres muy grosera.

Puso los ojos en blanco.

─Una noche de mucho alcohol, desperté en la habitación que compartimos por una

noche bastante mal. Con la poca lucidez que tenía, le dejé una fotografía mía para que no

me olvidase; él sabría que si quería más de mí, me podía encontrar donde siempre.

Lamentablemente, después de esa noche, no lo vi de nuevo. Además, sucedió esto… ─

finalizó con un giro de su dedo índice señalando el interior de la habitación.

“Por mi culpa, Soli… yo te he internado aquí, te he apartado de quien podría haber

sido el amor de tu vida por un simple egoísmo de mi parte. Inclusive, tal vez yo misma he
causado el suicidio de Adrian”.

Tapé mi boca horrorizada por mis pensamientos. Era una asesina…tal como me había

dicho Ajax por error. Sin quererlo, sin pensarlo, era la causante indirecta de ello. Traté que
Solange no notara mi espanto. ¿Cómo se lo explicaría?

“De ninguna manera, deberías hablar con Francis”

─Ufff…muero por un cigarro ─dijo y cayó desplomada de espaldas al colchón.


Estaba de regreso la vieja Solange.

34
─Lucky Library buenas tardes─ el teléfono había resonado varias veces antes que
alguien levantara el tubo.

Repiqueteando mis dedos sobre su escritorio, me mantuve expectante junto a un vaso


de whisky. No solía beber en horario laboral, pero la tensión de no saber de qué modo

recuperar a Sophie, me tenía de mal en peor.


Ella no había respondido ni uno solo de mis mensajes ni mis llamados. Aun sin
justificar su arrebatado comportamiento, deseaba tenerla frente a mí para explicarle que

Karen había venido a ver mi oficina por simple curiosidad.

No era tonto y sabía que la pelirroja, alias Jessica Rabbit, deseaba reeditar algun que

otro encuentro sexual, pero bien le había dejado en claro durante el evento en L´Atelier
que estaba muy bien acompañado y que por primera vez en mi vida, me sentía a gusto con

la monogamia.

Sus ojos habrían quedado como dos monedas y midiendo su carcajada, tapó su boca

con la mano.

Angustiado, con la corbata floja y con sombra de barba, no sólo me estaba entregando a

una mujer que nunca antes sino que era la primera vez que no era infiel y sin embargo,

pagaba como si lo hubiera sido.

─Caroline ─ del otro lado de la línea, me respondió quien no deseaba. Pero al menos,

una vez conocida no me dejó colgado.

─ Soy Ajax. Ajax St. Thomas─ me reacomodé en mi silla.

Hubo un silencio profundo; de seguro, escogiendo los insultos que propinarme.

─ ¿Qué quieres?─ de malos modos, respondió tal como imaginé.

─Necesito de tu ayuda.

─Ni lo sueñes ─ sostuvo.

─Por favor, necesito que pongas a Sophie al teléfono.

─No está aquí y no soy tu empleada para obedecer tus órdenes ─ Caroline se mostraba

áspera y sumamente fiel. No era necesario ser brillante para deducir que ella estaba al
tanto de la discusión entre su amiga y yo.

─¿Y dónde está, entonces? No responde mis mensajes, la llamo y su móvil no tiene

cobertura… ─ rasqué mi nuca, disgustado e irritado.

Me dolía mucho la cabeza y la lluvia en Seatlle no me alentaba. Pero debía mantener la


tranquilidad en pos de arrancarle información a esa terca muchacha.

─Seré honesta contigo porque conozco a mi amiga: la has dejado hecha polvo, no creo

que quiera verte excepto para darte una buena patada en ese trasero vestido de Armani─

de un tirón, soltó. Presioné el vaso a punto de quebrarlo.

“Calma Ajax, calma”.

─Caroline, no estoy para sarcasmos. Dime dónde se encuentra y terminemos rápido

con esto.

─¿Acaso eres sordo St. Thomas? Ella no querrá verte, le has dado dónde más le duele.

─Todo ha sido un malentendido y debo aclarárselo.

─No creo que follarte a una de tus ex amantes en sus propias narices sea un

malentendido; Sophie ha tenido suficiente con Francis para que tú le pagues de igual
forma.

Súbitamente, el nombre de Francis apareció en escena. Rigidicé mi espalda, lucubrando


las posibles conexiones. ¿Acaso su ex esposo la había engañado?¿Aquel con el que aún

mantenía un vínculo y la rondaba como un ave carroñera?


─¿Qué rayos tiene que ver su ex esposo en esta historia?

─¡Vamos, Ajax! ¿Sophie no te ha contado el verdadero motivo de su divorcio? No me


subestimes.

─Caroline, Dios, puedes llegar a ser tan exasperante…─ esta mujer me sacaba de
quicio. ¿Por qué no me decía todo de una puñetera vez y nos dejábamos de jugar a policías

y ladrones?

─El sentimiento es mutuo─ escupió poniendo a prueba mi paciencia una vez más─, y

ahora si me disculpas, debo seguir trabajando. No genero dinero con observar los pájaros

volar.

─ Caroline, por favor, escúchame tú por un momento─ aposté a su razón más que a su

corazón─: yo no engañé a Sophie─ hizo silencio─ .Ella ha sacado conclusiones erróneas y

apresuradas tan sólo porque me vio platicando a solas con una ex novia…o algo así.

El tubo devolvió otro mutismo.

─ Caroline, estoy hecho un idiota; no puedo respirar siquiera. Estas horas han sido una
mierda, no sirvo ni siquiera para servirme un estúpido café. He suspendido todas mis

reuniones porque no soy capaz de pensar con claridad cómo hacer para que me escuche.
Estoy pagando por los errores que he cometido en un pasado, pero te juro, te juro y

perjuro, que no la he engañado.

La línea continuaba muda. ¡Mierda!


─ Caroline…dime algo antes que muera de un síncope─ rogué, exasperado, con mi

frente prácticamente tocando mi escritorio.

─ No me fío de ti. Todos dicen lo mismo; te enredan con palabras dulces para que

caigas y ¡zas! Te rompen el corazón─ sonó a experiencia personal.

─ Antes de romperle el corazón mataría al mío, Caroline. Tu amiga me ha vuelto loco

desde que la vi por primera vez en Lucky Library, duermo pensando en su voz y me

levanto pensando en sus ojos. He ido a buscarla hasta allí con el corazón en mi mano la

primera vez se lo ofrecí completamente, pues ahora no temo hacer lo mismo. Estoy sin

alma, como un vagabundo sin destino…¡y tú que no me ayudas en lo más mínimo!

─Bueno, cálmate rey…. ¿todo lo que dices es cierto? Júrame que no es una mentira.

─Como que me llamo Ajax ─ me desinflé, exhausto por luchar por lo que hasta

entonces era una causa perdida.

─Está bien, te ayudaré ─ lo tan esperado por mí, apareció─ pero no le digas que me
convenciste con tu discurso shakesperiano ni mucho menos. Me cortara en pedacitos.

─Lo prometo.

─ Sophie viajó a Seattle con dos boletos de avión a cuestas con destino a Toronto,

Ajax. Quería darte una sorpresa, decirte que esperaba que la acompañes a ver a Solange…

─¿Dos…boletos?

─Ella estaba ilusionada con verte…pero algo evidentemente salió mal.

─ ¿Y dónde se ha ido?¿Está en su casa?

─No, se fue directamente hacia Toronto.


Me puse de pie de golpe, con la esperanza reavivando su llama en mitad de mi pecho.
Agitado, al mismo momento que hablaba con Caroline, pensé cuáles serían mis próximos

pasos.

─ Sé que puede resultar comprometedor para ti el hecho de contarme qué ha sido lo

suficientemente grave entre Francis y Sophie como para ocasionar su ruptura, pero

necesito saberlo.

─Si Sophie no lo ha mencionado, no puedo contarlo. Es demasiado privado y ya abrí

mi bocota lo suficiente.

─ Ella mencionaba con recurrencia su aversión al engaño porque de hecho, había


sufrido en carne propia ese dolor. Jamás me dijo que fue Francis quien la estafó

emocionalmente.

Caroline dio un largo soplido.

─ Suma a nuestra lista de secretos uno más. ¡Que Dios me perdone! ─ pude imaginar a
la amiga de Sophie persignarse en múltiples oportunidades para no ser castigada con el

infierno.

─Trato hecho.

─Sophie ha encontrado a Francis teniendo sexo con otra mujer─ pestañeé, con el deseo

irrefrenable de golpearle la quijada por su tontera, pero eso acaso no sería lo pero─; esa
mujer era Solange, Ajax.


Una extraña sensación de asco subió por mi garganta. Engaño, traición, desilusión.
Poniéndose por un momento en el lugar de su amada, entendió su escape…aunque no que

ni siquiera le diera la posibilidad de explicarle que él no había hecho nada más que
intercambiar sonrisitas de compromiso con Karen.

─ Caroline, has sido de gran ayuda…─ esbocé cansado pero contento por la victoria

conseguida.

─Hazla feliz. Esa es la única manera que saldes esta deuda.

─Lo haré. No me gustaría verte enojada.

─Ya lo creo que no.

Cómo un huracán, tomé la chaqueta del respaldo de mi silla y salí disparado hacia el
elevador. Nadie a mi alrededor con pedidos poco importantes retrasarían mis recientes

planes: hacer mi maleta y volar directo a Toronto.

Aparcando con un taxi frente al Center of Addiction and mental Health pagué al
conductor. Atravesando el parque frontal, me dispuse a ingresar a ese gran pabellón de

concreto y cristal alrededor del cual caminaban muchos pacientes y cuidadores.

¿Esta clínica funcionaba como cualquier hospital en el que uno pedía por un paciente y

ya? Con algo más de claridad, creí necesario conversar con Francis Leroux, el ex esposo
de Soli y por más que me molestase en demasía, el doctor a cargo de la salud de Solange.

De seguro, él también sabría sobre el paradero de Sophie.

¿Habría regresado a sus brazos?


“Él conoce todo de mí”, habría mencionado Sophie, causándome un ácido resquemor.

Con los puños comprimidos, abordé a la señora de la entrada, protegida por un alto

escritorio de fórmica blanca y tarima gris plomizo.

─ Buenos días, necesitaría tener una entrevista con el doctor Francis Leroux─ cordial
entrelacé mis dedos sobre la superficie que custodiaba la recepción.

─ Buenos días, ¿es por una admisión? ─ pestañeé, pensativo.

─ Oh, no, no…no es mi intención internar a nadie aquí. Lo busco por un tema

sumamente personal.

─ ¿Cuál es su nombre?

─ St. Thomas. Ajax St. Thomas.

La mujer de redondos ojos azules vaciló por un instante, sin dejar de ser agradable.

─ Necesito que firme esta ficha de acceso. Le daré una tarjeta de visita ─
entregándome un papel repleto de renglones y un bolígrafo, explicó.

Respirando profundo, fui completando el formulario cuando la escuché hablando por


teléfono.

─Disculpe doctor, pero aquí hay alguien que quiere verlo. Es por algo personal─ la
mujer afirmó mi versión. ─. No. Es un hombre llamado Ajax St. Thomas, se ha mostrado

muy ansioso por hablar con usted.


Firmando al pie de la hoja, recibí la tarjeta para habilitar los molinos de la entrada.

─ El doctor aguarda por usted. Es la tercera puerta del corredor, a la derecha.

Agradeciendo, seguí las indicaciones.

Las enfermeras caminaban de un lado al otro con ritmo constante; saliendo y entrando

de diferentes puertas.

Noté tres oficinas: una de administración, otra con el cartel de archivo en la puerta y la

tercera, de admisión y la del reconocido psicólogo y psiquiatra que tenía la llave para

dilucidar varias de mis incógnitas.

Tocando con mis nudillos, esperé tener frente a mí al causante de una de las cicatrices

más profundas en el corazón de Sophie.

¿Sería apuesto? Ladeé mi cabeza, echando por el suelo mis pensamientos celosos.

─ Buenos días─ el doctor era más joven y bienparecido de lo que lo imaginaba. Tosí
aclarando mi garganta, parecía ser un buen oponente─. Soy el doctor Francis Leroux ─ se

presentó con su metro noventa, figura espigada y cabello y ojos oscuros.

─ Ajax St. Thomas ─ estrechando nuestras manos, concluimos el saludo.

─ Pase por favor ─ manteniendo las distancias, su mirada era la de alguien que sabía de
qué iba la cosa. El doctor conocería perfectamente quién era yo, sin embargo, se mostraba
afable ─. Me han dicho que deseaba verme. Me intriga saber el motivo de su visita─

Francis rodeó el escritorio para sentarse en su silla. Me ofreció un vaso de agua y le dije
que no─. Pues dígame en qué puedo ayudarlo.

─ He venido hasta aquí para hablar de una paciente.

─¿De quién? ─ la mirada inquisidora de Francis era profunda, analizando hasta mi más
mínima expresión.

─Solange Rutherford.

─¿Y por qué motivo? ¿Tiene algún parentesco con ella? ─ el muy jodido disfrutaba de

su cuestionario y mi nerviosismo.

─No. No nos une ningún vínculo, es sólo que…─ vacilante, no tenía idea cómo debía

abordar el tema sin parecer un inexperto ─… necesito conocer algunos pormenores de su

vida pasada que podrían ser de gran utilidad para mí.

Leroux se mantuvo imperturbable. Recostando sus antebrazos sobre su escritorio, no


dejó de lado su escrutinio.

─ Señor St. Thomas, espero sepa comprender que no cualquiera puede venir hasta aquí,
sea de donde sea, averiguando sobre un paciente como si nada y menos aún si ese paciente

es psiquiátrico. No es ético, ni de su parte ni de la mía. Yo soy quien responde por ella,


llevo adelante su tratamiento y exponerla a un careo directo, no es buena idea. Además,

¿por qué tendría que permitirlo? ─ alzando sus cejas, él se manejaba dentro de su zona de
confort.

─ Comprendo y el planteo es lógico. Usted verá doctor ─ sin dejar los formalismos a
pesar de tener edades similares, Ajax trataba de no enredarse en sus palabras ─ yo no

pretendo violar ningún protocolo de ética médica ni mucho menos, entiendo la situación
tanto de Solange como la suya, y la respeto, pero le estoy pidiendo un gran favor…ni más
ni menos que por la memoria de mi hermano.

Francis lo miró profundamente, gafas mediante. Bajando la mirada, inspiró y exhaló,


suavizando su postura.

─ ¿Qué tratas de decirme?

Al grano. Directo.

Empujando con saliva el nudo que mantenía en mi garganta, confesé mis verdaderos
motivos ante el especialista que tenía delante.

─Reconozco que es muy extraño hablar de esto con usted, sinceramente ni yo sé qué

hago aquí… ─ pasé los dedos por mi cabello, sumamente nervioso ─ pero mi hermano ha

fallecido semanas atrás y Solange es una de las últimas personas que quizás lo han visto
con vida, antes de su suicidio ─ tragué saliva, desmenuzando el punto de conflicto─.

Deseo revivir a través de su relato los últimos instantes de mi hermano Adrian. No he sido

bueno con él… ─ conteniendo un sollozo, volqué mi cuerpo hacia delante, perdiendo la

vista en mis zapatos lustrosos.

El rostro de Francis lució desconcertado al inicio pero menos intrigante, después. De

pie, fue hacia un fichero bajo, buscó una carpeta celeste y releyó algo dentro de ella.
Asintió con un movimiento de cabeza y regresó a su sitio, como si mi relato le hubiera

dado una pista que él necesitaba constatar.

─ ¿Me ha dicho que el nombre de su hermano era Adrian?


─ Sí.

─ Y dime Ajax, ¿cómo ha llegado hasta aquí? ─ sospeché que parte de su pregunta

mucho tenía que ver con sus averiguaciones personales más que profesionales. Sin

embargo, yo era del equipo visitante y estaba en desventaja.

─Por su hermana.

─¿Por Sophie?

─Sí. Por medio de tu ex esposa es que me he enterado de este lugar y que tú no eras

simplemente su ex pareja ─¡zas! Exponiendo mis cartas en este preciso instante ambos

sabíamos quién era quién en la vida de Sophie Rutherford.

─Ya veo…─ a pesar de la incomodidad del momento, Francis no perdía serenidad. Lo

envidié; yo vivía desbordado.

─ He conocido a Sophie durante mi búsqueda desesperada por encontrar a Solange. Las

cosas no salieron como yo esperaba y he venido a cerrar mi círculo de dudas.

─¿A qué te refieres con “no salieron como esperaba”? ─ la intriga del doctor en torno

al chisme, lo deseaba en evidencia

─Francis, no creo que esto sea de tu incumbencia─ incomodo, fulminé como rayo.

─Lamento discrepar contigo ─ por primera vez desde que estábamos retándonos a
duelo, Francis se puso de pie ─: todo lo referido a Sophie me concierne. Porque no sólo se

trata de mi ex esposa y siento la obligación de protegerla, sino porque también es mi


amiga y quiero lo mejor para ella. Hemos vivido muchas cosas juntos, las suficientes

como para saber que necesita ser cuidada.

El ambiente se tornó hostil, listo para cortarse con cuchillo. Una cosa era su

recomendación profesional de no someter a un bombardeo de preguntas a Solange por su


estado terapéutico y otra estar confesándole mis intimidades con Sophie.

─¿Quieres lo mejor para ella? ─repetí con sarcasmo, también de pie; a la altura de sus
ojos puse los míos─ . ¿Por eso te follaste a su hermana?

Ese había sido un golpe bajo, muy pero muy bajo. Pero yo no conocía de sutilezas ni de

lidiar con las miserias humanas tal como el hombre que tenía frente a mí.

─Buena jugada St. Thomas, pero contrariamente a lo que debes estar pensando, no

hace más que reforzar lo que digo ─ detrás de su escritorio abrió el cajón, sacó una

pequeña franela naranja y limpió sus gafas─ . Precisamente porque ella me importa y

porque he sido un bastardo imbécil que le ha roto el corazón, es que deseo fervientemente

lo mejor para ella. No podría permitir que nadie sea igual o más canalla de lo que he sido

yo.

Guardando mis manos en los bolsillos de mi pantalón, quedé atónito ante la cruda
sinceridad del doctor. Realmente no me esperaba su mea culpa.

─Así es St. Thomas, he sido un maldito hijo de puta. Y si tú lo eres con ella te juro que
soy capaz de molerte a golpes.

Nuevamente, quedé sin habla.


─¿Asombrado verdad? ─ retrucó el doctor─. Sophie está aquí, con su hermana y
festejando su cumpleaños. Si lo arruinas, mi promesa de golpearte sigue en pie.

─¿Está…aquí?─ parpadeé con el corazón yéndoseme del pecho.

─Ha ido a buscarte a tu propia oficina para pedirte que la acompañases en este

momento tan duro. Desde que ha internado a Solange en este instituto hace casi 5 meses,

no ha venido a verla y no porque no quisiera, si no porque siente que ha sido muy cruel

con su hermana. Teóricamente, sus sentimientos para contigo significan lo suficiente como
para que contar con tu presencia la otorgue la seguridad que ella necesita para afrontar

esto. No obstante, está convencida que le has fallado. Lamentablemente, tanto Solange

como yo cargaremos con la cruz de haberla decepcionado lo que dice a las claras, que no

es una mujer que entregue su confianza a quien no se la ha ganado.

Pensativo, ahora entendía su comportamiento inseguro y escéptico para conmigo.

─Sophie ha hablado a cuentagotas sobre su hermana, evitó mencionar dónde estaba

sino hace unos poquísimos días, cuando…─ por mi cabeza pasaron imágenes del

desplante en el SkyTower cuando estaba con Karen.

─…cuando pensó que la engañabas en sus propias narices…─ finalizó el doctor.

─ Exacto. Pero nada ha ocurrido, lo juro por lo que más amo en este mundo─ mis ojos

se cristalizaron, con las lágrimas de la sinceridad acaparándolos.

Francis frunció el ceño.


─Lo juro por Sophie, Francis.

35
─ Solange ha ingresado en un estado calamitoso. No sé cuánto te ha contado Sophie
sobre su melliza, pero no sólo pesaba como pluma sino que debí sedarla para su traslado

médico.

Con la imagen de Adrian bebido y drogado, babeando en su cama por días, me figuré la

pesadilla de mi bella amada.

─ Fue difícil lidiar con Soli. Desde luego no quería estar aquí hasta que cobró
dimensión de que era esto, o una muerte segura. Ella es una mujer muy frágil, tan bella

como inestable─ pausado, me daba un pantallazo de aquella mujer misteriosa que me

había hecho perder la cabeza por mucho tiempo y que, inconscientemente, me arrastraría
al amor de mi vida.

─ Solange…¿te ha hablado de Adrian?

─ Sí…pero es ella quien debe darte acceso a su vida, no yo ─ antepuso la ética


profesional, y asentí─. Mira, de momento sólo podrás verla pero sin establecer contacto;

aún necesito evaluar su estado emocional durante el día de hoy. Ha estado con su hermana,
es su cumpleaños, sin dudas son estímulos importantes para su avance. Después,

conversaremos en detalle sobre la forma de abordar su relación con Adrian; si ella fue
importante en la vida de tu hermano, es probable que se haya dado el vínculo inverso por
lo tanto, notificarla de su muerte, podría provocar un efecto contraproducente…

¿Comprendes la verdadera magnitud de esto? ─ impactado por la deducción dije que sí


con la cabeza─. El tema del abandono está arraigado en su corazón desde la muerte de su

padre.

─ Eran dos pequeñas cuando sucedió─ aseguré.

─ En efecto, Jonas se ha volado la cabeza durante el festejo de cumpleaños de su


esposa, y madre de las niñas. Puedo decirte, por conocimiento de causa, que ha sido un

momento devastador.

Conteniendo mis ganas por vomitar, me imaginé a los hermanos Rutherford sufrir por

aquella situación. Francis era amigo de la familia, un niño al igual que ellos. Desde luego,

tampoco quería estar en sus zapatos.

─ Ambas crecieron como han podido, Ajax. Mientras que Sophie eligió las letras y

sacar a flote un negocio familiar con más pérdidas que ganancias, Soli escogió un camino

plagado de adicciones y malas decisiones. Y en eso, me incluyo.

Tragué en seco, asimilando toda la información.

─ Ahora iremos hacia la habitación de Solange ─ me puse de pie rumbo a la puerta,


para cuando su mano sobre mi hombro, me detuvo─. Tan sólo las verás unos minutos,

desde afuera; luego, apartaré a Sophie y conversarán sobre lo sucedido entre ustedes.

─¿Además de psicólogo te dedicas a la terapia de pareja?─ pregunté, sarcástico.


─Sería más rentable, sin lugar a dudas, pero de momento tan sólo tómalo como una
ayuda.

Saliendo de la oficina, fue mi tiempo de interrumpir la marcha.

─Oye, a pesar de los tensos minutos que transcurrieron allí dentro, déjame darte las

gracias sinceramente. Puedo comprender por qué Sophie te ha elegido como compañero

durante tanto tiempo.

Francis me agradeció con una tenue curvatura de labios y aunque le costase aceptarlo,

asintió replicando:

─Y yo puedo comprender por qué Sophie te escoge a ti, ahora.

Dándonos una tregua, plantamos bandera blanca para caminar en silencio los treinta

metros restantes hasta la primera reja de gruesos barrotes, tras la cual se disponían una
serie de puertas y más lejos, un lugar semejante a un comedor.

Para cuando estuvimos del otro lado, nos paramos frente la puerta correspondiente al
cuarto de Soli, la cual tenía un visor de vidrio espejado por el que se podía ver hacia

dentro pero no hacia afuera.

─ Ellas no sabrán que estás observándolas─ confirmó mis sospechas.

Ansioso, puse mi rostro a escasos centímetros del cristal. Una puntada de dolor rasgó
mi pecho al focalizarme en el rostro de Solange a quien sólo conocía por aquella
desgastada fotografía que Adrian conservaría en su poder hasta el día de su suicidio.

Ella lucía desmejorada y con un color blancuzco extremo en su piel. Muy delgada, la

marca de sus huesos era una constante en todo su cuerpo.

Sus pómulos eran altos, fuertes y demasiado acentuados en su rostro de porcelana.

Angustiado, reprimí la emoción, atrapándola en mi garganta. Esa mujer se había

salvado de las fauces de la muerte, contrariamente a Adrian.

Aún siendo un espectro, Solange Rutherford desprendía un magnetismo singular;

irradiaba un brillo único, extraño pero cautivante. No me extrañaba que sus ojos me

hubieran atrapado por las noches, hasta obsesionarme.

Con una gran sonrisa estampada en su rostro, no dejaba de mover sus labios. Tomada

de las manos de su hermana, mi amada y amante Sophie, se mostraba feliz, al igual que su

melliza.

Compartiendo carcajadas, gestos con sus manos y momentos de aparente zozobra, las
hermanas eran hermosas a su modo.

Dejando de lado por un instante mi escrutinio, rendí homenaje a Adrian, recordándolo


en silencio.

Le daría las gracias por guiarme hacia Solange en primera instancia y erróneamente, a
Sophie en segunda, por mostrarme el camino del amor a primera vista, tan trillado y

bastardeado por mí mismo.

Enfocándome en Sophie, mi corazón comenzó a bombear más fuerte, entendiendo que


ese era el efecto del amor verdadero. El efecto que causaba en mí, esa mujer a la que le
decía princesa.

Francis permanecía por detrás de mí, presumiblemente estudiando mis reacciones,


notando el modo en que mis ojos se conectaban con la escena detrás del cristal; sin
embargo, yo podría pasar horas mirando a esas dos bellas mujeres interactuar.

─Debo ingresar a la habitación para culminar la visita─ tosió─. Por favor, ve a mi

consultorio y aguarda por Sophie, ¿si?.

Asintiendo, di una suave palmada en el omóplato de Francis quien me acompañó hasta

la puerta de reja, quedándose él de ese lado y yo, del otro.

Salvando las distancias hacia su oficina, ingresé a ella, con la expectativa del

desconocimiento atrapado en mi pecho.

Víctima del aburrimiento y el nerviosismo por tener a Sophie nuevamente frente a mí,

caminé dentro de aquella sala bastante bien decorada, repleta de libros de psicología

(clásicos como Lacan y Freud) , manuales de procedimiento médico, algunos de

autoayuda y así podría seguir mencionando autores y títulos.

Los muros no se quedaban atrás en esa competencia impensada de “espacios saturados

de información”: numerosos diplomas, certificados de asistencia a congresos médicos,


especializaciones, cursos y participaciones especiales como doctor invitado, lo hacían
lucir como un erudito en el tema.

No le resultaba extraño que Sophie se viera atrapada con su inteligencia y sabiduría,

confiándole la salud de su hermana.

El escritorio, un pesado ejemplar de roble, poseía un grueso vidrio que atrapaba varias
fotografías dispersas, ubicadas sin rigor.

La extrema necesidad de acomodarlas a la perfección, alinear sus bordes y quizás por


cronología, delató mi lado estructurado. Sonreí por mi “toc”.
Imágenes familiares acaparaban el mueble; algunas con amigos, otras junto a un
matrimonio mayor que supuse, eran sus padres, en tanto que una, en el centro de la

configuración aleatoria, llamó mi atención. Aproximándome a ella, vislumbré a un niño


delgado, de menos de 10 años, sentado en el medio de dos encantadoras mujercitas más

pequeñas que él vestidas idénticas y con sendos osos de felpa entre sus manos.

Un rayo de sol aparecía entre las siluetas del chico y una de las dos niñas.

Con una sonrisa en el rostro, no me fue difícil reconocer a Sophie a pesar de la gran
similitud entre ambas: la expresión en sus ojos, la delataba. Más redondeados que los de

su hermana, calmos como un mar profundo, me llenaron el pecho de un sentimiento

indescriptible.

La amaba. Como nunca había amado a nadie en mi vida. Yo, un cazador furtivo, el rey

de la jungla, acababa de ser flechado por un tierno bambi de ojos verdes…el mismo que

inocularía algo de veneno antes de volar hacia Toronto.

Rozando con mi dedo el rostro angelical de mi amada, volví al aquí y ahora.

En unos minutos más sabría si Sophie estaba dispuesta a verme o si continuaba

envuelta en furia y desplantes equivocados.

Alejándome del enamoramiento voraz que me transmitía aquella imagen, fui hacia el

foco de luz natural de esa sala: la ventana.

Muy verde, el manto de césped externo era vibrante y acogedor.

Perdido entre los árboles, en el escaso murmullo de la avenida y el ruido de las alarmas
de las rejas al permitir paso, me pregunté si yo hubiera tomado la misma decisión que
Sophie con respecto a la internación de su hermana.

Evidentemente, mi egoísmo no me dejaría anticiparme a los trágicos hechos,


encontrándome con un final atroz frente a mis ojos.

El tintineo de unas llaves, el clack del picaporte y el “tienen mucho que hablar”, dicho

por Francis a mis espaldas, fue suficiente para que mis piernas me temblaran.

─Hola Sophie…─ avancé con firmeza hacia ella. ¡La había echado tanto de menos!

Sophie se mantuvo estática, midiendo mi conducta. A poco de su boca, quise capturar


un beso, pero aún estábamos en fase de estudio. No obstante, besé su frente, inhalando su

aroma a inocencia y angustia.

─ Hola─ dijo en un susurro.

─ Feliz cumpleaños ─ con algo de temor, acaricié sus mejillas sonrosadas para

continuar delineando sus pómulos, su quijada y sus labios. Cómo si fuera un plano,

reseguí cada línea de su contorno, perdiéndome en ella.

─ Gracias…

─Discúlpame por no haberte traído ningún presente ─ arriesgándome, deposité un beso


gentil en sus labios. Suave, efectivo y necesario.

─Perdóname, debí escucharte antes de huir.

─Shhh, calma princesa…

─Me encanta cuando me lo dices…─ sonrió, admitiendo que le gustaba.

Cómo niña, acarició los botones de mi abrigo, quizás, como modo de aquietar su

nerviosismo.

─Es a mí a quien tienes que perdonar por haberte dicho cobarde, nunca he conocido

una mujer con tantas agallas─ reconocí, reconfortado por saber que no escaparía de alló

─Mientes ─resopló divertida con su boca.

─Algunas veces, pero eso no quita que esté hablando seriamente este momento. Nunca
te engañaría Sophie, después de haberte conocido, me es imposible estar con alguien más.

Ronroneando como un gatito malherido, aún le quedaba el resquemor y la duda sobre

la ingrata presencia de Karen en SkyTower. Con paciencia, le expliqué que deseaba

reformar aquella habitación libertina a la que nunca le había sacado provecho.

Grata fue la sorpresa cuando confesó que le agradaría estrenar la cama conmigo.

Juguetona, Sophie me encendía.

Pero ahora, mis planes eran distintos, más calmos a los que estábamos habituados.

─Pretendo llevarte a cenar por tu cumpleaños querida, no siempre se cumplen 30 años

─ dije entusiasmado, esperando una sonrisa amplísima de su parte.

Por el contrario, contrajo su frente.

─Ajax, le he prometido a Francis que iría a cenar con él… ya sabes, ha sido muy bueno
conmigo, nos ha dejado este lugar para conversar… ─ el jodido Francis no daba paso en

falso.


Un minuto más, y se le tiraba a la yugular de Sophie.

─Espera un momento… ¿Tú has estado conversando con él antes, verdad? ─


afortunadamente para los dientes de Leroux, Sophie hiló fino.

─Sí─ me acorraló y debí confesar a pesar de fingir distracción.

De un respingo, se puso de pie, visiblemente molesta. ¿Qué rayos sucedía ahora?

─Debía haberlo sospecharlo, has tardado en venir menos de lo que canta un gallo. Lo

único que te importaba era saber quién demonios era Solange ─ apartándome de ella, no

manejaba sus emociones.

─Sophie, escúchame por favor, pero esta vez déjame hablar ─ llevándola hasta el

diván, busqué calmarla con mi diálogo blando ─. He llamado desesperadamente a Lucky

Library, cuando atendió Caroline, tú no me contestabas los mensajes, tu teléfono parecía


bloqueado, me preocupé. Pensé que habrías corrido hacia Vancouver apenas saliste de mi

oficina.

Molesto por su desconfianza constante, continué explicándole lo difícil que sería


persuadir a su amiga Caroline al momento de extraer información. Obvié, lógicamente, su
relato acerca del engaño de su ex pareja.

─ Cuando Francis me dijo que estabas aquí, con tu hermana, creí estallar. Pensaba

buscarte…no sé…tal vez persuadiéndolo a él para que me dijese dónde encontrarte. Por lo
pronto, me acercaría a ver a Solange…pero ahora, mi princesa, no sabes cuánto deseo que
duermas conmigo esta noche.

─No lo sé…

─Sophie, estas horas han sido una tortura, mi piel estaba adolorida por no rozarte, mi

cabeza no podía dejar de pensar en ti. Mil veces pensé en llamarte, pero tuve miedo.

Miedo de que me volaras al demonio y perderte para siempre. Fui un alma en pena y odio

reconocerlo, pero me tienes en un puño, pequeña.

Ella tragó, procesando mis palabras.

─ ¿Quieres las estrellas? Pues las bajaré para que titilen junto a ti. ¿Quieres el sol? No

me importa quemarme. ¿Quieres que recoja el mar? Pues todo con tal de tenerte a mi lado,

cariño─ explotando mi lado poeta, desconocido pero sincero, apelé a un último recurso─:

haré todo lo que sea posible y hasta lo imposible por estar contigo, excepto una cosa.

Sophie parpadeó, confundida.

─ Ni loco te dejaré cenar a solas con Francis.

Conteniendo una carcajada, aflojó los hombros para cuando el hombre en cuestión

regresó a su oficina…y a nuestra vida también.

36
─ Sophie, Solange, lamento interrumpir este cotilleo pero la hora de visitas ha

finalizado ─ Francis caminó hacia mí, mientras Solange miraba con un dejo de tristeza.

─¡Siempre has sido un aguafiestas Francis! ─Solange arremetió con su frescura


característica. Adoraba a esta Solange, sarcástica, atenta, alegre ─ .¡Menos mal que te lo

has sacado de encima! ─ vivaz, su comentario ridículo nos quitó una sonrisa.

Francis intuía que sería blanco de muchas bromas, pero lidiaba con ello

caballerosamente. Me dolía mucho no quererlo de igual modo porque él también era


merecedor de alguien que lo amase sin medidas, tanto como mi hermana.


─¡No es justo Solange! Son dos contra uno ─dijo Francis, comprendiendo el sarcasmo
de su ex cuñada.

Con el pasado en mi mente, recordé cuando jugábamos a las escondidillas en el patio

trasero de nuestra casa en Ottawa, cuando reíamos sin parar, cuando correteábamos junto a

Toby…

Ahora, nos encontrábamos aquí dentro, todos juntos y por Soli.

─ Regresaré mañana, te lo prometo ¿deseas algún otro chocolate? ─ pregunté

colocándome el abrigo.

─ Echo de menos comer helado ─ se relamió y pasó sus manos redondeando su

abdomen. Cómica, juntó las manos en un rezo y enfrentando desde su pequeño metro

cincuenta al más de metro ochenta de Francis, pestañeó exageradamente ─.¿¡Por favor,

doc, puede mi hermana traerme algo de helado!? ¿¡Por favor…!? ¿Sí?

Francis se tocó la barbilla fingiendo pensar el pedido. Era una escena graciosísima.

─ Por favor, un poquito así…─ los dedos de Solange fueron elocuentes.

─¡Está bien! Pero con una condición… ─ Francis me miró y yo abrí los ojos

desconcertada ─ . Que a mí también me compres.

Aliviada, llevé mis manos hacia mi pecho.


─¡Trato hecho! ─dije ampliando mi sonrisa y viendo el modo en que Solange salticaba
festejando.

─¡Chocolate y menta! ─ ella levantó exageradamente su mano.

─ Vainilla y limón─ completó Francis, con idéntico gesto.

─¡Aburrridooooo!─ Soli puso en blanco sus ojos y giró su pulgar hacia abajo en señal
de desaprobación.

─ Chicos, no discutan… ¡mañana haremos fiesta de helado! Aunque el clima no

ayude…─gruñí y señalé el patio delantero del internado, observando a la gente muy

arropada. Era pleno invierno, pero poco importaba si un simple helado conseguía la

felicidad de mi hermana.

Culminando con la visita, nos fundimos en un abrazo sentido, lleno de amor.

─ Mañana vendré, no lo dudes ─ aseguré envolviendo su gélido rostro con mis manos

cálidas.

─ Más te vale. Prometiste helado.

─¡Eres una perra interesada! ─susurré por lo bajo convirtiendo mis ojos en una línea

risueña.

─¡Oh por Dios! ¡Has dicho, perra! ¡Sophie ha dicho algo impropio doctor! ─Solange
tomó su propio rostro mostrando horror, mofándose de mí abiertamente.

Agité mi mano y lancé un beso al aire, despidiéndome de ella con suma alegría.

Para cuando estuvimos fuera, abracé a Francis con todas mis fuerzas ante su

desconcierto.

─ Gracias por impulsarme a venir. Sin tu insistencia, esto no hubiera sido posible.

─ Shhh, no me agradezcas. Siempre estaré aquí por tí, por ustedes ─ besó mi coronilla
y agitó mi pelo al presionar mi espalda sobre su amplio torso─ .Ahora, ven a mi oficina.

Hay alguien esperándote.

─¿A mí?

Francis asintió con la cabeza y tomó la mano para moverme. Estaba de pie, dura,

pensando en mi potencial visita.

¿Caroline? ¡De ningún modo! No abandonaría a su niño y a Lucky Library por nada en

el mundo. Me era fiel y muy trabajadora; de haber un problema en la tienda, llamaría por

teléfono.

¿Ross? Él solía arreglar las finanzas a distancia y ya habíamos platicado más temprano.

¿Mi hermano Tyler? Lo descarté de inmediato. Hace mucho no hablaba con él y al


momento de hablar de Soli, se incomodaba.

Resignada e intrigada, al dar los últimos pasos me detuve en seco.

“Oh, no. Ajax”.

Para cuando Francis abrió la puerta encontré a Ajax tal como sospeché: de espaldas,
miraba hacia fuera. El reflejo de la luz del mediodía quedaba eclipsado con el cuerpo

ancho de mi amante.

Al escuchar la voz de mi ex esposo, el rubio de mi vida giró para posar sus ojos color
tormenta sobre los míos. Mis piernas temblaban, sólo él era capaz de generarme esto.


─ Tienen mucho que hablar ─ Francis cerró la puerta detrás de mí.

“Traidor”.

Poniéndome frente a Ajax, permanecimos en silencio por unos momentos que

parecieron eternos. El aire era irrespirable, mi pecho estaba inquieto y mis hormonas se
derretían con mirarlo.

Hipnotizada, conectada con sus ojos color tormenta, sin saber si debía abrazarlo,

abofetearlo, gritarle o simplemente pedirle explicaciones.

Por fortuna él hablaría en primer lugar.

─ Hola Sophie…─ avanzó lentamente en mi dirección hasta quedar a escasos

centímetros de mi boca, sacando sus manos de su montgomery negro. Besó mi frente e


instantáneamente cerré los ojos concentrándome en su perfume. Olía tan bien como

siempre y mi nariz agradeció tener su aroma tan cerca otra vez. Mi cuerpo lo extrañaba.

Estaba perdida. Lo amaba tanto, pero aun debíamos hablar.

─ Hola ─ logré decir con calma, casi susurrando. Su presencia era un bálsamo.

Me tomó de las manos y bajó sus ojos para perderse en los míos.

─ Feliz cumpleaños ─ acarició suavemente mi mejilla con sus nudillos para continuar
con mi rostro, que se escabulló al compás de su tacto.

─ Gracias…

─ Discúlpame por no haberte traído ningún presente ─ sin dejar de regodearme con su
la suavidad de su contacto deseaba que supiera que el mayor regalo era tenerlo allí,
conmigo, sintiendo el roce de sus pulgares en mis pómulos sellando mi boca con un beso
dulce, húmedo y ligero.

─ Perdóname ─ murmuré avergonzada ─ debí escucharte antes de huir ─ admití.

─ Shhh, calma princesa…

─ Me encanta cuando me lo dices…─ mis mejillas se tiñeron de un color rosado,


reconociendo que era una tonta por haber dicho lo contrario en el SkyTower.

Estábamos unidos por la punta de nuestras narices y por sus manos que me acariciaban

la nuca. Apoyé mis manos en su pecho, enredando mis dedos entre los toscos broches de

madera que cerraban su abrigo.

─ Es a mí a quien tienes que perdonar por haberte dicho cobarde, nunca he conocido
una mujer con tantas agallas.

─ Mientes ─ murmuré ahogándome en sus ojos tormentosos.

─ Algunas veces…─ sonreímos a dúo ─ pero eso no quita que esté hablándote
seriamente en este momento. Nunca te engañaría Sophie, después de haberte conocido, me

es imposible estar con alguien más.

“Ouch”

Fue una confesión hermosa. Trascendente.

─ Todo lo que necesito es estar contigo ─ confesó en voz baja, sin mucho volumen.

─ Yo también….pero…

“¿Por qué siempre me rondaba un pero en la cabeza?”

─…pero aun tienes la duda de la presencia de Karen en mi oficina─ como siempre,

adivinaría mis pensamientos.

“Maldito lector de mentes”.

Por un instante, había olvidado que en el último tiempo estaba rodeaba de expertos en

lectura mental: primero Francis con sus conocimientos de psiquis humanas y luego Ajax,

con conocimiento de psiquis femeninas, particularmente.

Separándonos a desgano, dejamos nuestra posición inicial para tomar asiento en el

diván de cuero negro de Francis, sin soltar nuestras manos.

─ Karen es diseñadora de muebles.

─ Sí… ¿Y qué con eso?

─ En el cóctel de Le Yardelian le dije que estaba interesado en remodelar mi oficina y


aunque soy arquitecto y eso no me significa un problema, Karen es muy buena en lo que

hace.

Fruncí mi boca.

─¡En los diseños de muebles de oficina, pequeña mal pensada!─ sonrió leyendo otra

vez mi mente.

Volví a fruncirla.

─ Como sea, ha venido de sorpresa a mi oficina. No pude impedir que pase a ver.

─ ¡Sí, cómo no! ─ rolé los ojos, conteniendo más sarcasmo─. ¿Por qué pretendes

reformar un edificio que tiene menos de un año de inauguración? ¡Es absurdo!─ recurrí a
la lógica.

─No cuando tienes pensado darle un giro a tu vida.

─¿Un giro?¡eso suena interesante! ─ me acomodé en el cómodo diván, esperando saber

a qué giro se refería. Desconfiaba de los motivos de la visita de la pelirroja, no lucía como

alguien que hiciera las cosas al azar.

─¿Recuerdas la habitación que está en la oficina? ─Cómo olvidarla, la tuve entre ceja

desde que la vi─. Pues pretendo quitarla, transformarla, colocar una gran biblioteca, algún

televisor de plasma, armar una sala de entretenimientos allí─ enumeró moviendo las

manos, diseñando en el aire.

─¡Muy adulto de tu parte! ─ parpadeé algo sorprendida. Parecía sincero.

─¡Al menos, no es nada pornográfico!

Me sonrojé… Ajax me enamoraba un poco más con cada ocurrencia.

─ Su especialidad son los muebles funcionales y creí que sería una buena idea que me

asesorara. Sin embargo jamás pensé que vendría hasta Seattle y mucho menos, que lo
hiciera apenas se lo comenté.

─¿Por qué querrías quitar ese cuarto, acaso no representa el ícono de virilidad por el
que te has enfrentado con Adrian?

─ Sí, es cierto. Pero precisamente por haber sido resultado de una estupidez propia de

un adolescente en celo, es que quiero darle otro futuro. Ese sitio es parte de una vida

pasada, a la que no quiero regresar.

─¿Ah, no? ─ Juguetonamente, enrollé el cuello de su montgomery atrayendo su visión

hacia mis dedos. Los tomó con violencia, sorprendiéndome y llevárselos a su boca en un

acto de sensualidad extrema que me aguijonó la columna. Los succionó uno por uno y
tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para recordar que estábamos en el consultorio de

Francis y que pronto vendría a recoger sus cosas para dar por finalizado su turno.

Me estaba poniendo muy caliente, tuve que sacarlos de su boca bruscamente.

─¿Tienes alguna duda de que quiero comenzar de cero contigo? Esa habitación

representa una vida libertina que no me interesa conservar. Y lo que has visto ha sido un

malentendido grande como esta clínica. Simplemente la invité amablemente a que

evaluase el potencial del lugar y cuando salmos de ella, ¡bang! Ya estabas frente a

nosotros con cara de pocos amigos.

Bajé la cabeza, seguramente su psiquis estaría ingresando a la mía a esas alturas.

─ Sophie, nunca he usado esa cama con alguien, pero bueno, si deseas ser la primera…

─ Mmm podría ser ─ cambié mi semblante ante su proposición ─ antes de que la


vueles de allí quizás podamos darle una oportunidad…como la que quiero que tengamos

ahora.


Me miró esperanzado.

─¡Trato hecho, princesa! ─me besó pero intensamente, con la respiración brotando
bruscamente por su nariz en busca de un oxígeno esquivo.

─ Ajax…─ exhalé con calor, pero consciente que no era el sitio para encendernos más.

─ Está bien, tendré que contenerme hasta esta noche.

─¿Esta noche?

─ Pretendo llevarte a cenar por tu cumpleaños querida, no siempre se cumplen 30 años.

Hice una mueca de disgusto recordando mi compromiso asumido el día anterior,

cuando no tenía la más mínima idea que él volaría hasta aquí.

─ Ajax, le he prometido a Francis que iría a cenar con él, ya sabes, ha sido muy bueno
conmigo, nos ha dejado este lugar para conversar… ─ intenté persuadirlo de que tal vez

tendríamos que ir en otro momento.

Sin embargo, una extraña sensación de engaño ajeno trepó por mi espalda. Rígida,
recapitulé.

─ Espera un momento… ¿Tú has estado conversando con él antes, verdad?─ recordé
que Francis me condujo hasta ahí porque Ajax me esperaba.

─ Sí ─ aceptó sin vacilar.


Exasperada, deduje que no había venido por mí sino por su afán de ver a mi hermana
para concluir, finalmente, con su rompecabezas. Furiosa me levanté como un resorte.

─ Debía haberlo sospecharlo, has tardado en venir menos de lo que canta un gallo. Lo

único que te importaba era saber quién demonios era Solange ─ solté un grito agudo,

apartándolo bruscamente con mis manos en su pecho ¿Por qué estaba siendo tan

irracional? Otra vez no daba lugar a sus argumentos y reaccionaba violentamente.

─ Sophie, escúchame por favor, pero esta vez déjame hablar ─ tomando mis antebrazos

rígidos por el malhumor, me condujo hacia el diván y arrodillándose en el piso, frente a

mí, colocó posesivamente las palmas de sus manos en mi rostro ─. He llamado

desesperadamente a Lucky Library cuando atendió Caroline, tú no me contestabas los

mensajes, tu teléfono parecía bloqueado, me preocupé. Pensé que habrías corrido hacia

Vancouver apenas saliste de mi oficina ─ explicaba con calma pero con el ceño fruncido ─
. Déjame decirte que tu amiga es un perro de caza, me ha saltado a la yugular y sacarle

información es como tratar con el mismísimo FBI ─ tuve que contener una risita nerviosa.

Él estaba en lo cierto, Caroline podía ser insoportablemente reservada ─ . Me ha dicho que

ni siquiera hiciste escala en Vancouver, que has venido directamente a Toronto. Al


instante, reservé un vuelo y me alojé en un hotel del que ni siquiera puedo recordar su
nombre ─ no me extrañaba su escasa retención para los nombres ─. Cuando Francis me

dijo que estabas aquí, con tu hermana, creí estallar de alegría. Pensaba buscarte…no sé…
tal vez persuadiéndolo a él para que me dijese dónde encontrarte. Por lo pronto, me

acercaría a ver a Solange pero ahora, mi princesa, no sabes cuánto deseo que duermas
conmigo esta noche.

─ No lo sé…─ ¿por qué demonios continuaba dudando?

─ Sophie, estas horas han sido una tortura, mi piel estaba adolorida por no rozarte, mi
cabeza no podía dejar de pensar en ti. Mil veces pensé en llamarte, pero tuve miedo.
Miedo de que me volaras al demonio y perderte para siempre. Fui un alma en pena y odio

reconocerlo, pero me tienes en un puño, pequeña.

“Doble Ouch….podía ser muy romántico cuando se lo proponía…”

Exhalé infantilmente mientras mil mariposas se agolpaban en mi estómago deseando

escabullirse por mi ombligo.

─ ¿Quieres las estrellas? Pues las bajaré para que titilen junto a ti. ¿Quieres el sol? No

me importa quemarme. ¿Quieres que recoja el mar? Pues todo con tal de tenerte a mi lado,

cariño─ me fui derritiendo con cada letra dicha─: haré todo lo que sea posible y hasta lo

imposible por estar contigo, excepto una cosa─ temblé─.Ni loco te dejaré cenar a solas

con Francis.

La puerta se abrió, rompiendo el ida y vuelta de sentimientos que nos profesábamos:


amor, desconfianza, confianza, temor…

─Lamento incomodarlo chicos, pero debo irme. Espero hayan podido solucionar sus
problemas─ Francis se quitó su guardapolvo blanco para colgarlo meticulosamente en un

perchero de madera, a tono con su escritorio.

Ajax y yo nos pusimos de pie, comprendiendo que debíamos irnos y liberar finalmente,
el lugar de mi ex esposo.

─Francis ─ Ajax tomó la palabra─ gracias por darnos este espacio. Eres un gran

hombre ─ le dio un abrazo desconcertante que fue respondido─, con respecto al cumple

de Sophie, sé que le has propuesto ir a cenar con ella─ me mantuve tensa.

─ Sí, aunque supongo que ahora que tiene otra compañía mi invitación ya no tiene

validez ─ Francis elevó sus hombros, resignado.

─ Desde luego que no. Has sido muy amable y a pesar de la extrañeza de mi propuesta,

creo que es justo que ambos estemos junto a ella en este día tan especial ─su actitud me

había dejado sin habla, realmente no esperaba ese grado de mesura de su parte.

─Ajax, no es necesario. Gracias de todos modos─ Francis tomó su abrigo para


colocárselo.

─Piénsalo, por favor. Aunque no sea de mi total agrado, eres muy importante para

Sophie.

Yo sería la protagonista de la noche y sin embargo, no metía bocadillo.

─Está bien, lo haré─ dijo Francis no del todo convencido. Lo conocía, mi ex esposo era
gentil, jamás daría un no como respuesta, no sin antes meditarlo por un tiempo. Nada en él

era apresurado.

─He hecho una reserva en el “Gossip”.

─Oh, excelente decisión─ Francis abrió sus ojos, evidentemente con conocimiento del

sitio.

─ Por si aceptas, estaremos a las 20:00.


Francis asintió con la cabeza, sin dar una respuesta final. Lucía algo desilusionado,

pero consciente de que sus probables planes para conmigo se desmoronaban en presencia

de Ajax, su competidor directo.

─ Esperamos verte allí─ dijo Ajax en nombre de los dos, ya fuera de la oficina

obteniendo la mano agitada de Francis como saludo y su figura diluyéndose por entre el

manto de césped.

Caminando de la mano a ritmo lento, pregunté:

─¿Qué ha sido eso?¿Por qué tanta amabilidad?

─ El doctor se la ha ganado. No me agrada que te merodee, pero eso no significa que

sea un buen tipo.

Ajax conocía las reglas del juego; Francis siempre estaría en mi vida y que reconociera
eso, lo enaltecía.

Froté mis manos con el frío de noviembre calando mi cuerpo; bajé mi gorro de lana
casi hasta tocar mi nariz. Divertida observé a Ajax, quien se rió por mi gesto exagerado.

─¡Te llegará a las rodillas!─ besó mi nariz y pasó su mano por mi hombro,

atrayéndome hacia él, abrigándome con su calor.

Marchando por Ossington Av. como dos adolescentes enamorados, nos detuvimos en
Böhmer, un restaurant francés con una estética moderna y sencilla que nos atrajo de
inmediato siendo lo más distintivo del sitio, los cristales que caían del cielorraso como

gotas de lluvia, un toque de buen gusto que me dejó sin habla. Un leve cosquilleo me
poseyó al recordar el ruido de la lluvia golpeteando las ventanas de mi habitación, en

nuestra primera noche de amor.

Durante las semanas transcurridas junto a Ajax, habría conocido más restaurants que en

toda mi vida anterior. Y mi otra vida anterior. Y la otra de la otra también.

─ Me siento muy feliz de haber venido.

─Puedo verlo, mi amor ─ era la primera vez que me llamaba “amor”. Sonaba bello
escucharlo desde sus labios.

─ Ver a Soli serena, sin la ira contenida de los últimos tiempos, me ha tranquilizado.

Supongo que la desintoxicación a la que está sometida deja lo mejor de ella, su verdadera

esencia, salga a flote. Francis sostuvo que está medicada por su patología mental, pero que

no por ello está inconsciente y fuera de sí, algo que realmente me aterraba.

Ajax me observaba con atención. Y me deshice de sólo pensar que esa noche la pasaría
a su lado.

─¡Deja de mirarme así, no puedo concéntrame!─ reconocí ante su carcajada.

─Deberás acostumbrarte si pretendes estar a mi lado por muuucho tiempo más ─su
letra “u” fue muy prolongada.

─Supongo que podré lidiar con ello.


Relatando animadamente mi experiencia con Soli, comenzamos a comer no sin antes

tocar un tema delicado:

─Le he preguntado por Adrian ─ un ligero nudo se me formó en la garganta.

Ajax quedaría paralizado. Sus ojos se mostraron algo confusos, sin enojo pero más que
asombrados. Limpió su boca con la servilleta, la colocó prolijamente sobre la mesa y puso

los cubiertos de lado.

─¿Y qué ha dicho? ─ su voz era oscura.

─ Habló de él con naturalidad, incluso, detallado sus encuentros sexuales─ levanté la

vista avergonzada. Ajax, ni se inmutó─. Me contó cómo se conocieron y la historia de la

notita que has llevado a Canadá…ella lucía esperanzada hasta…hasta que la interné aquí.

Ajax leyó mi pesar surcando mis ojos.

─Princesa ─ acercó sus manos a las mías, cubriéndolas ─deja de culparte. Solange es

una persona frágil. Ambas han tenido un pasado muy doloroso y lidiar con ello no ha sido
fácil para ninguna de las dos; la diferencia radica en que ante una misma situación, cada

una ha decidido tomar su propio camino, convirtiéndose en polos opuestos ─ sus palabras
reducían mi angustia, tenía mucha razón─ sin embargo, hoy, cuando las vi juntas…


Sorprendida, até cabos; no sólo habría estado hablando previamente con Francis, sino
que también estaría observándonos. ¿En qué momento habría sido? Recordé los cristales

espejados de la habitación.

─…el vidrio espejado…─ dije casi en un susurro llevando mis pensamientos hacia mi

boca.

─Así es, Leroux consideró impropio entrar en contacto con ustedes por el efecto

contraproducente que podría surtir mi presencia, preservando la salud mental de Solange.

Instantáneamente, me fue posible comprender el enamoramiento de mi hermano. ¡Estas

hermanas Rutherford saben cómo seducir a un St. Thomas! ─ saqué mi lengua por su

broma ante la coincidencia que referenciaba: hermanos y hermanas, unidos─. Yo también

he hablado con Francis con respecto a Adrian. Me ha dicho, con buen tino sin dudas, que

prefiere hacer una evaluación del impacto de tu visita para luego decidir si es una buena
idea o no que me conozca. Aunque admito, ya no me es necesario hablar con ella.

Quedé helada. ¿Acaso él, quien odiaba dejar inconclusas las cosas, prefería dejar el
eslabón de la cadena abierto?

─Durante este tiempo he pensado mucho y arribé a la conclusión que ya nada me

devolverá a Adrian; ni las fotografías, ni los recuerdos, ni el relato de nadie. Dudo que
también sea algo conveniente para Solange, mucho más si se le habla sobre la muerte de
mi hermano.

─ Francis nos guiará hacia lo mejor. Dejemos que él sea quien decida.

─Pocas veces me oirás decir esto, pero Francis es un hombre excepcional ─ exhaló

pesadamente, arrancándome una sonrisa─, me alegro que puedas mantener contacto con
él. Es un gran apoyo en sus vidas.

Agradecida, mi corazón reconocía cuánto lo amaba a pesar de no decirlo con palabras.

─No tienes idea el alivio que me provoca escucharte ─ dije acariciando su quijada,

fuerte, delineada─ porque la relación con Francis nunca se acabará y mucho menos con

Solange de por medio. Se ha ocupado de cada detalle, es amable con ella, se ha puesto

sobre los hombros su cuidado. Ha sido el hermano mayor que Tyler no ha sido.

Ajax rozó mi nariz con la suya y sin dudarlo, hizo una pregunta muy incómoda:

─¿Cómo ha sido encontrarlos juntos?

Nerviosa, tosí ganando tiempo y tratando de dilucidar cómo rayos lo sabía.

─No me preguntes cuál ha sido mi fuente; el asunto es que lo sé y punto ─ reconoció


sonrojado. Estaba segura que habría recurrido a alguna treta non sancta.

─¿Sigues con tus dotes de investigador privado? Recuerda que no te ha ido muy bien…
─ bebí agua de la copa.

─¿Tú crees? Yo no creo que me haya ido tan mal, de hehco─ guiñó el ojo con el

habitual sentido del humor al que me acostumbraba.

Chasqueé mi lengua, delineando mi respuesta, recurriendo al desagradable recuerdo.


─Ha sido muy difícil… ─ inspiré tomando coraje─. Sucedió una tarde en la que

regresé más temprano de Lucky Library. Todo estaba extrañamente desordenado, por lo

que pensé inmediatamente en un asalto. Subí por las escaleras del apartamento y de

inmediato escuché ruido en el baño que estaba en la habitación de la planta superior─


relaté con el asco trepando por mi garganta─. La ropa de Francis estaba desparramada en

la cama, lo que devolvió tranquilidad a mis palpitaciones. Avancé rumbo a la ducha

encontrándome que Francis no estaba sólo sino con mi hermana…arrodillada frente a él─
no lo miraba, enredando mis manos en torno al pie de la copa.

─Perdóname princesa, no medí las consecuencias de tu relato…─ pasó sus pulgares por

mis nudillos, brindándole calor.

─Esto pertenece al pasado y aunque ha sido devastador, los he perdonado; a Francis,

porque reconocí que se habría equivocado, que era un hombre y yo como esposa le estaba
fallando, ya no lo amaba y no le prestaba cuidado. Asumo mi error ante esta situación sin

justificar su actitud. Sin embargo, con Solange fue más difícil; al instante que los descubrí

dejó el apartamento. Cuando volví a confrontarme con ella pidiendo explicaciones, estaba

tan ebria que aseguraba no recordar absolutamente nada. Con el tiempo, su carácter
desmejoró, siendo su momento de mayor crisis cuando intentó agredirme ─ sostuve
intentando no llorar ─ . Hoy temprano, durante nuestra charla, confesó que siempre había

amado a Francis y que en esa ocasión, ella lo había provocado ─ inspiré, bebí y proseguí
─ . No intento santificar a Francis, ambos me traicionaron, pero bueno, simplemente he

aprendido a convivir con ello ya que no está en mi esencia ser rencorosa y menos con dos
personas a las que quiero tanto.

Ajax me observó con ojos enamorados, con sus ojos color tormenta despejados…

Sin dudas, este sería un gran día de sol.

37
Tras el almuerzo nos dirigimos al hotel, para recoger mi equipaje e ir hacia donde se

hospedaba Ajax. Una vez allí, cuando nos acomodamos en la amplia habitación (cualquier
elección de Ajax era sinónimo de gigante) corrió un mechón de cabello perdido sobre mi

rostro, para colocármelo por detrás de la oreja.

─Tienes pendientes nuevos ¿regalo de cumpleaños? ─ enarcó una ceja, exactamente

dando en el blanco.

─Sí. De Francis ─asentí, sin deseos de ocultarle nada más en mi vida.

─ Lo imaginé ─ dijo sin más, contrariamente a lo que esperaba;: un berrinche o un

“quítatelos” ─ . Son bonitos, el bastardo tiene buen gusto─ torció la boca, sin mediar más
palabras.

El modo de observarlos fue detallado. Mirándo a Ajax por el rabillo del ojo supe que
algo se traía entre manos para esta cena. Él tendría la última palabra o como en este caso,

el último regalo. Lo presentí.

Acomodando mis prendas en los elegantes vestidores de la suite, escogí mi atuendo

para la cena de esta noche. Pensando en numerosas combinaciones, sentí sus cálidas

manos enrollarse en torno a mi cintura y a su cabeza ocultarse entre mi hombro y mi brazo

extendido en el perchero. Me hacía cosquillas con su rasposa barba de un par de días.

─Mmm hueles delicioso─ llenó sus fosas nasales en un gesto erótico e intimidante
continuando la línea de mi cuello con su lengua. Toda mi piel reaccionó ante su contacto.

Aún de espaldas, extendí mis brazos tomándolo por la nuca atrayéndolo hacia mí,

masajeando su cabello, mientras él seguía degustándome el cuello, la barbilla y


mordisqueando el lóbulo de mi oreja. Un sonido gutural salió de mi garganta.

Con su mano derecha tomó mi quijada, en un gesto posesivo y fuerte, cuando la otra se
escabulló por entre mi camisa y mi piel desnuda, subiendo lentamente, demarcando la
línea media de mi torso hasta alcanzar el borde inferior de mi sostén. Recorrió este límite

con extrema paciencia, generando en mí la perturbación del deseo.

Metió su mano por las copas de mi prenda íntima dejando mis pezones al descubierto,
rozando la tela fría de mi blusa agudizando el dolor de mi entrepierna. El calor me

consumía como el fuego a un papel y mis mejillas ardían.

─Aquí no ─se alejó de mí súbitamente para tironear de mi mano y llevarme a la rastra


hacia el cuarto de baño.

Revestido en piezas de mármol blanco con pinceladas de gris, el cuarto era moderno y
elegante. La bañera era profunda y mágicamente, ya contaba con agua en su interior y

algunos pétalos de rosas flotando sobre ella. Ajax se llevaba cada vez mejor con el

romanticismo, aunque lo negara.

Solitario ante mis ojos hambrientos, él no permitiría que lo tocase, rompiendo mis

nervios.

Su amplio pecho se desplegaba al quitarse la camisa, luciendo sus abdominales duros,

sus bíceps marcados y una vena gruesa que los atravesaba a cada uno de igual forma.
Sentada en el borde la bañera, observaba con la boca seca su acto de liberación masculina.

─Ahora. Ven a mí ─ ordenó con su voz profunda, cargada de sexo.

Tal como si hubiesen levantado la barrera para que pasara el tren, me abalancé sobre él,

para su sorpresa y cambiando sus planes, de rodilla.

Ignorando su rezongo, succioné su dureza provocando ruidos eróticos y aclarando mi


garganta para no perder el ritmo. Jalando mi cabello, hizo una coleta con él para colocarla

en la cima de mi cráneo. Consciente de la proximidad de su estallido decidí detenerme


estratégicamente.

─¿Qué…qué significa esto?─ se quejó, agitadamente.

─ …relájate…

Como una pitonisa del sexo, me quité la blusa, me deshice del sostén a medio poner y

junté mis senos envolviendo su miembro entre ellos. Lo acuné fuertemente para subir y

bajar lentamente de él. Con él.

Ajax ronroneó como un gato en celo, con su pecho buscando oxígeno y dus dedos

como garras presionando mis hombros desvestidos.

Adoré verlo tan concentrado, disfrutando mi felación. Divertida, fui testigo y victimaria

de su éxtasis.

Exhalando violentamente sacó su miembro de mí, para finalmente, liberar su nácar en

mis pechos, en su mentón, tras varios espasmos continuos y agitados.

Sus piernas se aflojaron, sentándose sobre el frío retrete de loza blanca.

─La venganza es un plato que se come frío ─ desafió.

─No tengo inconvenientes con la temperatura de las comidas ─sostuve, mirándolo por
sobre las pestañas.

Aún sentado abrió sus piernas en v, para colocarme en el medio de ellas; con una toalla

me secaría los restos de su almíbar, para acto seguido, hundir su rostro en mis pechos.

─Nunca estaré saciados de ellos─ los mordisqueó, relamiéndose con cada centímetro

delineado con su lengua.

Finalmente se puso de pie, me arrinconó contra la puerta y sin dejar lugar a mi reacción
arrastró mis pantalones junto a mis bragas; al cabo de tres tirones, ya no lo tenía ni cerca.

─Vamos, entra conmigo─ mordiendo mi labio inferior, no me dejó otra alternativa.


Pasé delante suyo y me ordenó que lo esperase hasta tomar asiento ─ . Apóyate sobre mi

pecho.

Y así lo hice, confirmando que ese era mi lugar en el mundo.

Él mojó mi cabello dulcemente con el mando manual, para masajearlo con champú y

enjuagarlo, dejando correr la espuma por mi piel sensible y encendida.

Empujó mi cuello hacia él, haciendo que mi cabeza encajase en su hombro. Con mi

garganta tensa y mis brazos extendidos volcados hacia ambos lados de la bañera, el áspero

contacto de la esponja en mis senos despertó hasta la última de mis hormonas, mis

pezones se aguijonaron y los dedos de mis pies se tensaron.

Él gemía en mi oído, observando sus actos.

Con la punta de su dedo anular, recorrió mi garganta y me estremecí arqueándome

sobre él, frotando su erección en mi espalda, la cual palpitaba cada vez más potente.

Lento, digno de ceremonia, descendió su mano derecha para explorar mi intimidad


como él tanto sabía hacer: primero despacio y luego, cogiendo ritmo.

. Entraban y salían y el roce del agua tibia no hacía más que encenderme. Gemí. Cada
vez más fuerte. Las aletas de mi nariz se abrían y cerraban, mi cuerpo estaba a punto de

quebrarse en mil pedazos y su posesividad me doblegaba.

─Ajax, por favor…─imploré con lágrimas en los ojos. No aguantaba más, mi explosión
interior se acercaba a pasos agigantados.

─Dime que eres mía ─ imploró.

─S…s…soy tuya, siempre lo seré.

Besó mi oreja y con un tacto experto, me llevó hacia la cima. Y más allá también…

Mis piernas se extendieron aligerando su peso, mis brazos cayeron desplomándose en

el agua, salpicando fuera de la tina con mis sentidos perdiendo la batalla.

Los siguientes dos minutos fueron de calma, nuestras pulsaciones se aquietaron y sus

brazos se posaron por sobre mi pecho de modo tierno. Recostados en la bañera,

disfrutamos nuestras pieles mojadas y el aroma a rosas de las esencias del agua.

La relajación fue tan profunda, que estuvimos a punto de quedarnos dormidos. Por

fortuna, Ajax se percató de aquello tomando la iniciativa.

─ Debemos ir a la cena, cariño. Aún debo entregarte tu obsequio.

Fuera de esa burbuja de sexo e ilusión, escogí una sudadera de tirantes finos, color
blanca junto a un sweater grueso de lana, color ocre. Al ser cruzado, remarcaba mi escote.

Aprovechando mi buen genio, cogí unos vaqueros blancos, entallados a mi trasero y de

corte pitillo. Sonreí frente al espejo por mi atuendo y tocando los bellos aretes, regalo de
Francis.

Para cuando agité mi cabello, Ajax ya estaba listo, con su chaqueta impecable y esos
vaqueros de ensueño que ajustaban cada músculo de sus piernas.

─¿Vamos?─ tomó las llaves del carro rentado, cogimos nuestros abrigos y fuimos
directo al restaurant.

Gossip era un sitio muy bonito y las vistas eran simplemente espectaculares. Las mesas
estaban cuidadosamente ubicadas generando tanto áreas privadas para eventos

corporativos, como sectores para una cena casual, tal como nuestro caso.

Próxima a un patio trasero, nuestra mesa lindaba con una extensa superficie de madera

desgastada con unos bancos de igual material. Desde nuestra ubicación, podíamos

contemplar unos delgados chorros de aguas provenientes de una gran fuerte. La

ambientación sobria contrastaba con el juego de luces de colores que se reflejaban en los

vidrios del restaurant.

Al sentarnos en la mesa, Ajax no fue para nada inocente: frente a mí, controlaba todos

los ángulos en los que exhibía mi músculo. A menudo hacía gestos con sus manos, para

indicarme que debía subirme el cuello de mi sudadera.

─ ¡Ya, Ajax! ─ dije para cuando apareció un descansado y muy guapo Francis.

─ Buenas noches, espero no haberme demorado mucho ─ saludó estrechando su mano


contra la de mi nueva pareja en tanto que a mí, me brindó un beso sostenido en la mejilla.

─¡Aun tienes los aretes! ─ algo sorprendido, tomó asiento al lado de Ajax, sabiendo de
antemano cuál era su ubicación en la mesa.

─ Son muy bellos─ Ajax me ganó de mano, marcando territorio.

Un joven camarero se acercó para tomar nuestras órdenes. El silencio reinó durante
unos breves minutos, pero rápidamente, sacaría a relucir un tema que fácilmente nos haría

participar a los tres.


─He visto muy bien a Sophie el día de hoy.

─Ha progresado mucho. Sobre todo en este último mes.

─¿Por algo en particular?─ Ajax preguntó interesado, masticando unos palillos de

queso.

─La medicación surte efecto con el tiempo por lo tanto, es lógico que tras cuatro meses

aquí, los cambios ya de notan. Sin embargo, mucho tiene que ver con ella; ha

comprendido que la mejor decisión para su salud fue estar allí. Sin ánimos de quedarse

como si fuese un hotel, entiende que es parte del proceso por el que debe pasar para lograr

su mejoría. Tú sabes Sophie ─volteó para mirarme─ Solange es un poco rebelde y a veces
no quiere tomar la medicación─ resopló por la nariz, acomodándose sus gafas.

─Ella me ha dicho que eres bastante persuasivo.

─Sí, tanto como tú de terca ─ respondió sin ruborizarse en lo más mínimo.

Nos reímos los tres a mis expensas, sabiendo exactamente de qué estaba hablando.

─ He prometido llevarles helado mañana ─ me dirigí hacia Ajax agitando

maniáticamente las manos al hablar, como era de costumbre ─ espero no cojan


pulmonía…

─Despreocúpate, tenemos doctores de sobra en la clínica ─ sonrió ─ …y… con


respecto a tu hermano─ miró hacia Ajax ─ he pensado en que quizás es una buena idea

que hables con ella. Sólo si lo deseas y te sientes preparado.


Ajax parpadeó, impactado. Yo podía sentir el bombeo ansioso de su corazón bajo su
pecho de hierro.

─¿Preparado?

─Tal como hablamos previamente, es necesario que sepas que probablemente Soli no
responda de la mejor manera a la noticia de la muerte de Adrian. Sin embargo, repasando

sus analíticas, sus últimas sesiones y la posibilidad de un alta transitoria a mediano plazo,

es necesario que no se apague a la idea de que verá nuevamente a tu hermano. Si lo sabe

dentro de las esferas del centro médico, será más fácil contenerla en caso de algún

desborde.

─¿No es cruel enfrentarla con esa noticia? ─ gimoteé.

─Es la vida misma, Sophie. Solange es depresiva y estamos tratando su tendencia al

suicidio. Sin embargo no es idiota y sabe diferenciar las cosas que le hacen bien de las que

no. Es inteligente, lista pero una loca de atar si está sobria.

Ajax no decidió en ese momento, sino que se tomaría el tiempo necesario para hacerlo.
Sin dudas, muchas cosas estaban en juego y todas, eran opciones con consecuencias para
nada agradables.

Platicando de temas banales, pasando el tiempo de modo agradable, pedimos postre y

obviamente, un dulcísimo café con crema montada; pillé a Francis cuando frunció el ceño
ante el pedido de Ajax.

─Evidentemente se pertenecen el uno al otro. Aún no puedo creer que tome el café tan
dulce y encima con crema ─ sonrió, para palmearle la espalda a su contrincante ─.
Hermano, permíteme felicitarte. Te has ganado la lotería.

Su voz sonaba tan sincera como dolida; conocía a Francis y sus intentos fallidos de

regresar conmigo deberían ahogarse de ahora en más. Sabía que por más que lo intentara,

sería en vano porque Ajax y yo, nos amábamos.

Fuera de Gossip, Ajax se ofreció a llevar a Francis, pero este habría ido en su propio

automóvil.

─Mañana nos vemos, Sophie, y recuerda el helado. Caso contrario no permitiré que te

dejen pasar en admisión ─dijo al alejarse y hacerse pequeño por la acera.

El cálido brazo de Ajax se posó sobre mí, sus labios posaron un beso en mi cabello

revuelto por el viento y exhaló.

─ No sientas culpa, Sophie. Él ya encontrará a su ángel guardián, tal como nosotros nos
hemos encontrado el uno al otro.

Subiendo mi mirada, encontré la suya.

Él también creía en la mística de los ángeles. Tal como lo hacía Soli.

38
La mañana siguiente despertamos enredados, sus piernas entre las mías, su cabeza

sobre mis hombros y sus brazos aferrados a mí. Ajax parecía atrapar un tesoro al que no

estaba dispuesto a soltar.

Un tesoro que era ni más ni menos que yo.

Intentando ser sigilosa, no lo logré ya que al segundo de moverme, él entreabrió sus

ojos.

─Buenos días princesa ─ su voz se arrastraba entredormida.

─Hola cielo…debo ir al baño….─dije tímidamente.

─ Está bien…pero que conste que te libero solo porque mojarás la cama.

Me levanté dedicándole una mirada maliciosa y saqué mi lengua divertida.

Vivaz pero no menos inquieta por el gran paso que daríamos con respecto a Soli poco
me importó el clima gélido y las nubes amenazantes en el horizonte; nada me alejaría de

concederle el deseo a mi hermana y melliza.

Abrigada hasta los dientes, con unos gruesos guantes de lana, sostenía una bolsa con

dos envases de polietileno con el tan ansiado postre.

Para cuando entramos al centro médico, completamos los datos solicitados por la
rigurosa admisión divisando a Francis al final del corredor, del otro lado de las rejas,

hablando amenamente con una de las enfermeras. Firmó unas planillas y elevó la mirada,
encontrándonos a Ajax y a mí con una gran sonrisa. Agitando su mano, aguardó por
nuestro acceso al corredor y nos saludó con un chascarrillo poco común en él.

─¡Hey chicos, no digan que hace frío! ─ él podía ser mordaz y sarcástico, pero no se

distinguía por el ser el bromista del grupo, más bien todo lo contrario. Sin embargo,

celebré ese mínimo cambio en su conducta ─ .Veo que te has tomado muy a pecho lo de la

admisión─ sujetó las bolsas tras estrechar su mano con la de Ajax ─. Vamos a mi oficina,
necesito que hablemos un poco sobre la visita de hoy.

Agradeciendo que la oficina de Francis contase con un pequeño refrigerador donde


poner el helado, Ajax y yo nos quitamos nuestros abrigos para tomar asiento frente a él y

recibir sus directivas y consejos.

─ Intuyo lo nervioso que te encuentras Ajax, pero déjame decirte que cuentas con todo
mi apoyo─ sin preámbulos, avanzó en la charla─. Estaré junto a ti y estaré dispuesto a

intervenir cuando te sea necesario. Por lo pronto será de gran ayuda que todo aquello que

le preguntes lo hagas en tono pausado y tranquilo, intentando no transmitirle angustia. Es


difícil, pero no imposible. Cuéntale lo más bonito de tus recuerdos con tu hermano, ¿vale?

─Pero… ¿cómo hago para explicar lo de su suicidio? ─Ajax estaba incómodo, lo vi


con las defensas bajas.

─No es necesario incurrir en ciertos detalles. No expliques demasiado las escenas, tan

solo, dile lo que sucedió.

─¿Así sin más?

─Para serte sincero, no tengo la receta perfecta Ajax. Soy psicólogo pero no mentalista
y si bien puedo prever las reacciones de mis pacientes es imposible introducirme en sus
mentes y predecir sus comportamientos.

Tomé su mano, quise transmitirle candidez. Él lo percibió.

─Está bien.

Los tres nos pusimos de pie como coreografiados para caminar con gran expectativa

hasta detenernos frente a la habitación de Solange. Ajax presionó mi mano muy

fuertemente al oír la chicharra de la puerta abrirse frente a nosotros.

La suerte estaba echada.

Solange permanecía como ayer, sentada de espaldas a la puerta envolviendo su libro

preferido para cuando escuchó el ruido de nuestro ingreso. Cómo látigo giró la cabeza con

evidente emoción hasta que al ver a Ajax, sus gestos mutaron.

─Hola Solange…él es Ajax ─ saludé, presentándolo. Él se inclinaría para besar la


pálida mejilla de mi hermana, de pie y con una mueca de sorpresa en el rostro.

─Ho…hola── respondió estudiándolo. Lejos de intimidarse, disparó ─ :¡Tú siempre


con un gusto exquisito para los hombres, hermanita! Debes pasarme el catálogo de donde

los consigues.

Dueña de un humor versátil, muchas veces ácido y de mal gusto, ahora mismo permitía

que la tensión inicial se disipase.


Sin profundos rastros de cansancio, su rostro irradiaba una luz especial, sus ojos
brillantes parecían incluso más grandes. Dándole un abrazo muy fuerte acaricié su rostro

percibiendo, simultáneamente, que Ajax permanecía de pie, rígido como un poste.

Quizás impresionado por la delgadez de Soli o por encontrar ciertas similitudes entre

ambas, no se movía.

─No he tenido tiempo de preparar el desayuno, chicos, pero las visitas son bien

recibidas ─ activa, nos acercó las únicas dos sillas que había en la habitación ─. Los

muchachos de la mudadora no me han traído el sofá, así que de momento puedo invitarlos

a que se sienten en estas sillas horribles o en la cama─ señaló encadenando broma tras

otras.

─¡Pues vives en un monoambiente muy acogedor! ─Ajax liberó su presión con ese

comentario atinado y gracioso mientras se quitaba el abrigo y lo acurrucaba sobre la cama.

─¡Oh, sí, su renta es muy baja a pesar del hermoso parque que tengo!

─ ¡Entonces lo costoso, es el jardinero! ─ Ajax se arremangó el sweater, aflojándose.

Las carcajadas de Solange rebotaron por la sala ante las ocurrencias de mi compañera

en tanto que Francis también sonreía, recostado en la puerta y tomando unas notas.

─Me gusta este muchacho, Sophie… para ti lógicamente. Con Francis me ha bastado y

sobrado ─guiñó su ojo en mi dirección causándome un sonrojo innecesario. Sin embargo,


la leve incomodidad se esfumaba al aceptar que esta era la manera más sana de dejar el

daño hecho, atrás.


No obstante, Francis ladeó la cabeza. Él aún cargaba con responsabilidades
compartidas.

─Solange por favor ─ su voz gruesa, la hizo cerrar el pico.

Soli le sacó la lengua, manteniendo un vínculo único con él. Jovial, hoy se mostraba

alegre; sin la amplia túnica hospitalaria, lucía unos pantalones de yoga gris un poco

anchos, tal vez de una talla más a la necesaria y una sudadera blanca de algodón de cuello

pico. Sus senos, de tamaño medio, aún conservaban cierto encanto bajo la tela.

─Supongo que no te has olvidado del helado… ─ advirtió amenazante.

─En absoluto. Francis se ha encargado en persona de conservarlo─ miré al doctor.

─Me parece justo…─ respondió Soli ─. ¡Pues bien! Ahora díganme, ¿desde cuándo

son novios ustedes dos? ¡No me has dicho nada al respecto!─ cruzada de brazos expuso
fingiendo ofuscación.

Inspiré profundo con la verdad en la punta de mi lengua, una verdad que la tenía como

protagonista de un asesinato que no había cometido y con una búsqueda errónea por parte
de Ajax.

─Todo ha ocurrido en Lucky Library ─tomó la palabra Ajax, salvándome el pellejo ─


Yo tenía que recoger unos libros de arquitectura que había adquirido por internet cuando

me topé con tu hermana, quien sinceramente, no me atendió para nada bien─ abrí la boca
ante su recortado pero no menos efectivo relato.
─¿Perdón?─ me encontré diciendo─ .¡Sí mal no recuerdo tú no serías más amable!

─Chicos, no se peleen frente a mí…─ Solange agitó sus brazos, risueña, divertida por

esta escena de tragicomedia.

─Sea como fuese, me marché de allí con sus ojos clavados en mi cabeza. No pude

dormir pensando en el momento de volver a verla. Sin embargo, me ganó de mano: al

poco tiempo ella voló a Seattle.

─¿Tú? ¿Has viajado a Estados Unidos sólo para verlo?─ Solange no salió de su

asombro.

─ Sí, bueno, se había olvidado algo… ─ mentí buscando no enredarme en los detalles.

─¿Haces eso con todos los clientes de Lucky Library? ¡Vaya servicio de lujo!

─¡No, tonta!─ respondí ofuscada─ . Pero mejor dejemos que siga él…iba bien con su

novela ─ jocosa, le cedí la palabra nuevamente.

─Tu hermana Sophie vino a verme porque ella tampoco podía sacarme de su mente ─

entretenida en su discurso, le di una palmadita brusca en su brazo, diciéndole lo arrogante

que resultaba por momento.

Mofándose de mí, no perdería oportunidad de destacar que me había quedado dormida


como tronco dentro de Corsario.

Solange se retorció de la risa en la silla. Apostaría que se iba a hacer pis encima.

─Una cosa llevó a la otra…y aquí estamos…felices, ¿no lo crees amor? ─la mirada de
Ajax fue tierna. Besó mis nudillos sin dejar de mirarme y acarició mi mandíbula con en

dorso de su mano. Francis permanecía de pie, con la mirada perdida en sus papeles.

─Bueno, bueno, demasiada miel…─ Solange aplaudió ─ . Si no fuese porque el “Dr.


No” está allí parado y no me deja salir de aquí, les prestaría mi habitación para que…

ustedes saben─ guiñó su ojo.


─¡Solange! ─la voz en tono de regaño de Francis se esparció por toda la sala.

─Vamos Fran, no seas tan estricto, intento agradarle a mi cuñado ─se puso de pie y nos

dio la espalda, evadiéndonos por un instante.

“¿Habría llegado el momento indicado?”.

Francis surcó la habitación con sus pasos y tomó a Solange por la espalda,
precisamente de sus codos, para girarla y dominarla con su mirada. Era increíble el poder

que ejercía sobre ella. Mi corazón bombeó fuerte, vaticinando el momento para el que nos

veníamos preparando.

─Ahora bien Soli, basta de cháchara─ fue recio─, necesitamos que te sientes y prestes
atención ─las palabras suaves de Francis calmaban a las más indómitas fieras.

Sorprendida con justificación, Francis la sentó en la cama. Frente a ella, peinó los
mechones delanteros de su cabellera rubia, respirándole muy cerca.

─Ajax ha venido hasta aquí por otras cuestiones.

Incrédula, giró la cabeza para ver a mi chico.

─¿Qué está sucediendo aquí?─ sus ojos temblaron de miedo.


─Calma Solange─ Ajax intervino, acercándose hacia ella. Francis se apartó cediéndole
el lugar. El primer paso hacia la conversación estaba dado ─ . Es tan sólo que creo que

nosotros tenemos algo en común…

─¿Nosotros dos? ─ la reacción de asombro no se quitaba del huesudo rostro de Soli.

La conversación nos aislaba por completo a Francis a mí, a esas alturas nos

convertiríamos en espectadores de lujo. Decidí alejarme un poco de la escena, dándoles

aire, corriendo la silla silenciosamente cerca de la puerta.

─Sabes, yo tengo un hermano cuyo nombre es Adrian.

Los tres, cada uno desde su ubicación, nos focalizamos en el inexpresivo rostro y en la
indescifrable reacción de Solange. Sin embargo, pude leer de inmediato la recapitulación

de su pasado. Fue para entonces cuando parpadeó rápidamente y dirigió la mirada hacia

mí:

─¿Qué mierda significa todo esto? ─ su voz frágil sonó a cuerda de violín.

─Solange, deja que Ajax te explique ─ Francis concilió, como un sedante.

─Yo sé que se han conocido y que has sido importante para él ─ Ajax hablaba sereno,

haciendo una buena tarea─. Él…él tenía una foto tuya entre sus pertenencias.

Solange se mantenía expectante, con la mirada sobre la de Ajax, quejumbrosa pero

fuerte.

─ Supongo que es la que le dejé un día…Allí estaba el número del bar nocturno para el

que trabajaba. El Voulez Vous ─ afirmó ruborizándose al admitir dónde era su empleo─ .

Pero él jamás me llamó después de esa oportunidad─ elevó su hombro, con la tristeza

instalada en los músculos de su rostro─ su cabeza se inclinó hacia abajo, para cuando
Ajax la levantó por su barbilla.

─Estoy completamente seguro que él hubiera querido llamarte, simplemente…no ha


podido─ al borde del quiebre, aquel era un duelo de sentimientos en carne viva.

─¿Pero él está bien? ─ sorprendiendo a Ajax, lo tomó por las manos.

─Solange, tú sabías que mi hermano era un adicto, ¿verdad? ─ él tragó con dificultad.
Este tema era muy delicado. Miré a Francis, quien me respondió con un guiño de ojo.

El labio inferior de Soli comenzó a temblar, como gelatina. Conteniendo las lágrimas,

se balanceaba en la cornisa del llanto.

─Pude reconocer su adicción apenas lo ví. Sin embargo, puedo jurarte que estando
conmigo, sólo bebía…algunas veces más que otras…─ llevó una uña a su boca,

mordisqueándola. Exhaló una sonrisa nerviosa con una apreciación certera─…ahora que
te observo más detenidamente, te pareces mucho a él─ en cámara lenta acarició el mechón

rubio que solitariamente caía sobre la frente de mi hombre ─. El color de sus ojos, el
modo de mirar, algo en su sonrisa…¿tú también has usado ortodoncia? ─ el aire se aligeró

en torno a ellos tras ese comentario risueño.

─Sí, mi madre era una obsesiva de las dentaduras perfectas ─ admitió con suavidad.

─ ¡Y por hacer hijos hermosos también! ─ hasta el momento la conversación era


vibrante y emotiva, con Solange recorriendo la mirada sombría de Ajax devotamente,
como si estuviese observando a su hermano ─. Adrian ha hecho algo alocado, ¿verdad? ─

soltando el aire comprimido en mitad de su pecho, se mostraba más lúcida de lo esperado.

Francis irguió su espalda, sin esperar semejante reacción por parte de ella.

Sigilosamente, avanzó unos pasos sin quebrar la atmósfera obtenida.

Atrapado en un sentimentalismo extremo, con el dolor recrudeciendo dentro de cada

uno de sus músculos, Ajax sorbió su nariz, estudiando el modo de confesar el cruel destino

de su hermano. Solange tragó en seco y posó sus palmas sobre los hombros del mayor de

los St. Thomas.

─ Yo también he querido salvarlo con mis limitaciones, pero Adrian no me ha

permitido que lo hiciera─ gimoteando, le pedía perdón─. Peleamos un jodido día….muy

fuerte….nunca se drogaba frente a mí y la abstinencia es difícil, ¿sabes? ─atravesada por

sus propios fantasmas, Solange consolaba a Ajax con sabias palabras.

Conteniendo mis ansias por participar, presioné mis puños con fuerza para continuar
oyendo la versión de Solange.

─Adrian era muy depresivo y en la madrugada, la última que pasamos juntos en un

motel, dejé una fotografía mía, con mi número. Si al menos no me quería como pareja al
menos me tendría como amiga. Ese llamado nunca llegó…ni antes ni después de mi
internación.

─Lo siento Soli, en su nombre te pido disculpas….─las lágrimas rodaron por el rostro
perfecto de Ajax. Cómo resorte salí de mi silla y friccioné su espalda dándole contención.

Solange nos miraba pasivamente.

─No sé por cuánto tiempo estaré aquí, pero me agradaría visitar su tumba cuando

salga…─ deslizó.

─No lo he dado sepultura Solange, sino que he esparcido sus cenizas en Union Lake.
Él adoraba navegar después de una jornada agotadora de trabajo.

El Union Lake, aquel hermoso sitio por el que navegaríamos nuestra primera salida,

tendría un significado más que importante para él, sin dudas.

─¿Es el mismo lago donde navegaron con Sophie?¿Cuando ella se quedó dormida?─

enhorabuena regresaba la Solange irónica.

─Sí, ese mismo. ¿Y sabes por qué la llevé hasta allí? Porque quería que Adrian la

conociera. Quería presentarle a la mujer de mi vida.

Las palabras de Ajax nos llegaron al alma. Francis tan sólo inspiraba y exhalaba, con

resignación.

─Me agradaría poder llevarte allí algún día, si Francis me autoriza, lógicamente ─ Ajax

se volteó para encontrar al doctor diciendo que sí con su cabeza y caminando hacia la
cama, donde estábamos los tres, con un abrigo en sus manos.
─Ahora, Solange, es momento de comer tu helado, de otro modo me lo quedaré para
mí ─ Francis cubrió a mi melliza con un tapado de paño muy grueso, el cual extrajo de un

estrecho armario empotrado en la pared.

Solange iluminó su rostro otra vez.

─Ni se te ocurra “Doctor No! Ni se te ocurra.

En el parque, abrigadas hasta la médula pero felices, nos encontrábamos comiendo el

tan ansiado helado.

─ Aquí no tendremos problemas en que nos tilden de locas─ metiendo la cuchara con

helado en su boca, hizo referencia al centro de adicciones y servicio mental en el que

estaba internada.

Reímos a carcajadas, como era de esperar. Como en los viejos tiempos.

Sentadas en una banca de madera y hierro forjado, bajo una manta de franela propiedad
de Francis Leroux, nos mecíamos entre anécdotas y detalles de mi relación con Ajax. Soli

preguntaba más a fondo, pero mi sonrojo no le permitiría continuar hurgueteando en mis


sábanas.

Por detrás de nosotras, Ajax y Francis murmuraban entre ellos; tanto Soli como yo

fingimos no darles atención.


─Prométeme que cuidarás de ella─ Francis no se iba con rodeos, a estas alturas, no los

necesitaba.

─¿No ha sido suficiente el amor que ves en mis ojos? Vamos, Francis, tú eres experto

en leer gestos y analizar pensamientos ─ Soli simuló besar a su cuchara con la lengua;

burlándose de la efectiva cursilería de mi amado. Yo rolé mis ojos.

─Nada es suficiente tratándose de Sophie─ insistió Francis.

─¿Aún la amas?

─Siempre lo haré, a mi modo. Pero ella nunca lo ha hecho, de eso quédate seguro,

jamás he visto ni un ápice de lo mismo que veo cuando te mira a tí, Ajax.

Ajax suspiró tranquilo mientras sonreí como una tonta.

─¿Y tú? ¿Cuidarás de ella?─ ambas nos miramos con disimulo ante la pregunta de

Ajax.

─Siempre lo he hecho. Y siempre lo haré.

Epílogo
El mes de abril arribaba con un clima sumamente agradable, más de lo habitual. Las
temperaturas nos estaban acompañando y el día del compromiso no sería la excepción.

Tras el viaje en el mes de noviembre a Toronto, habíamos decidido establecernos en

Seattle, Ajax tenía su oficina allí y era más difícil coordinar todo desde la lejanía, siendo
yo la que se mudaría a su hermoso apartamento en 2nd Ave W, en Archstone Elliott.

Al principio extrañaría no discutir con Ross sobre las finanzas de Lucky Library, pero
rápidamente me acostumbraría a ello. Las cuentas saldadas y con números rebosantes, era

mi sueño convertido en realidad; mi abuelo estaría orgulloso de haber podido sacar


adelante aquella tienda que tantos dolores de cabeza me había dado.

A diferencia de mi futuro esposo, yo sí podría manejar mi negocio desde mi nuevo

hogar: programaba los encargos por internet que luego enviaría a Vancuver ¡y listo!

Internet era la solución a mis problemas.

Caroline estaba algo apenada por no verme a menudo, pero la distancia en kilómetros

no era tanta como para que volase algún que otro fin de semana a verla y supervisar todo

in situ. Sus responsabilidades habían crecido, al igual que su salario, cosa que me
agradeció. Nunca sería lo suficiente para compensar lo fiel que era.

En lo que a la obra respectaba, Lucky Library estaba a punto de reinaugurarse. Ajax me

había convencido de reformarla a mi gusto y mi terquedad y yo tuvimos modo de abonar

sus honorarios no con moneda estadunidense, sino apelando a mis recursos.

Tras un pedido formal de compromiso en el Corsario, con Solange y Adrian de testigos,

él me pediría matrimonio formalmente.

Había sido una tarde soleada de marzo. Tal como había prometido, en una de las salidas

consensuadas con Francis, Solange volaría con nosotros hacia Seattle a pasar unos días en

nuestra nueva casa (nueva para mí, pero reacondicionada para Ajax), la cual contaba con
suficientes cuartos para que ella esté cómoda.

Todo había estado orquestado por sus maquiavélicas mentes.

Congeniaban de una manera sorprendente; Solange tenía un humor aún más ácido que
el mío y esa característica le divertía mucho a Ajax. Una leve brisa de celos invadió mi

mente, pero al ver los ojos enamorados de Ajax cuando me miraba, cualquier rastro de
duda se disipaba instantáneamente…aquellos viejos fantasmas se habrían evaporado.

Solange había ganado algo de peso, pero siempre tendría una contextura pequeña, más

que la mía. Vestida por un vestido blanco con flores en azules y rosas, su belleza reflotaba
dentro de la embarcación.

La contemplé de pie, con los brazos en la barandilla acerada del bote y la mirada

perdida en el horizonte. Supuse que estaría conversando con Adrian. En silencio.

Ajax me abrazó por detrás, sorprendiéndome.

─Me hubiese gustado que Adrian esté aquí, para que festejemos los 4 juntos.

─Estamos los cuatro, mi amor ─ susurré.

─Sí, pero tú sabes a lo que me refiero─ agregó nostálgico.

Giré, posé mis labios en los suyos y respondí:

─Él debe estar orgulloso de ti, Ajax. Debe estar agradeciéndote por haber traído a

Solange hasta aquí.

Con ese recuerdo en mente continué acomodando los arreglos florales que había

encargado un mes atrás. La pequeña reunión de anuncio de nuestro compromiso se llevaría


a cabo en mi casa de Vancouver. La cantidad de invitados de mi parte eran más que los de
mi futuro esposo por lo que fue fácil hacerle comprender que sería menos engorroso el

traslado.

El amplio patio trasero estaba lleno de vida, gracias a la primavera que estaba entre
nosotros, las flores desbordantes de colores y los aromas perfumaban el aire.

─Cariño, ya han llegado ─dije.


Tomados de la mano, recibimos a los invitados .

Claire, Caroline ─sin Daniel el terrible─, el Dr. Alliser, Ross y su mujer, Erin, Robert y
su esposa, Steve, mi abogado preferido con su mujer Mariah (a punto de parir); Charles y

Sheila, del departamento de finanzas de St. Thomas& Partes colaboradores íntimos de

Ajax, y Paul Le Yardelian, quien se había trasladado a Seattle para coordinar y ayudar a

Ajax en su proyecto de Colombia el cual estaba en su fase final de diseño, eran de la


partida. El menor de los Le Yardelian habría llegado pocas semanas atrás; inicialmente,

poco le agradaría a Ajax la idea de reclutarlo en el SkyTower sobre todo por haber

coqueteado conmigo pero prontamente, guardaría sus palabras en su bolsillo. Paul era

inteligente, astuto y un gran dibujante, conformando un equipo más que interesante con el

dueño del imperio de la construcción

Francis había telefoneado por la mañana, pero como estábamos muy entretenidos en el
cuarto de baño, sólo había podido dejar un recado en la contestadora felicitándonos y

disculpándose por no poder venir. Debía asistir a un simposio en Suiza.

Ubicándose por el jardín, con copas en sus manos, comiendo unos bocados de queso

exquisitos, y riendo jocosamente, los invitados se sentían a gusto.

Sin embargo, yo estaba en la sala de estar, mirando a través del vidrio.

─¿Piensas que vendrá? ─murmuré a Ajax, cuya sombra dio cuenta que se me acercaba.

Me besó el hombro descubierto.

─Solange te ama, lo hará, vayamos al patio, festejemos mientras ella llega.

Manejé mi ansiedad platicando con los presentes, contando anécdotas y riéndonos ante
los comentarios sarcásticos de Claire sobre su jefe. Esa mujer me adoraba y no olvidaba
repetirme lo feliz que la hacía verme con Ajax. Para mi sorpresa, anunciaría que serían sus

últimas semanas en el SkyTower.

─Querida, tengo más de 60 años. Deseo viajar, disfrutar, Ajax ya está encaminado,

podrás cuidarlo tú solita ─me guiñó el ojo y nos fundimos en un cálido abrazo, cuando

Ajax interrumpió el gesto.

─¡No creas nada de lo que diga sobre mí a esa vieja bruja! ─lanzó él risueñamente.

─Nada que ella ya no sepa cariño.

“Punto para Claire”

Moviéndose entre los asistentes, Paul se acercó por un instante extendiendo su copa,

para chocar contra la mía

─Felicitaciones Sophie, nunca dejaré de decirte lo afortunado que es Ajax.

─Paul─ meneé la cabeza y tomé su mano que descansaba en el cuello de su copa de


champagne ─.Ya encontrarás a tu ángel guardián.

─Sí, tal vez. No pierdo las esperanzas ─ algo acongojado perdió su mirada en la bebida

que tenía entre sus manos.

La campanilla de entrada sonó fuerte y algo sobresaltada, me disculpé ante Paul y corrí

hacia la puerta.

Solange estaba allí.


─¡Hermana!─ nos abrazamos en un gesto eterno─.¡Me alegra tanto que estés aquí!

Mi melliza colocó su pequeño bolso de mano en el sofá en tanto que yo la tomé por la
espalda dirigiéndola hacia el patio, donde permanecían los demás.

─Ufff, hay mucha gente…─resopló. Era cierto, las personas a la que estaba

acostumbrada en este último tiempo no era “esta” clase de gente, no solía tener contacto

con los pacientes de la clínica y las posibilidades de socializar eran escasas bajo aquellas

condiciones.

─Cariño─ la tranquilicé─ son conocidos que trabajan con nosotros y algunos amigos,

no tendrás inconvenientes.

Respiró más aliviada. Yo era consciente del reto qué significaba la presencia de

Solange allí, luchando con sus fantasmas y evitando caer en la tentación de beber alcohol.

Me sentí algo culpable por ello.

Antes de salir, la examiné de arriba abajo.

─ Estás muy bonita Solange─ admití.

─¿Tú crees? ─engreídamente meneó sus caderas exhibiendo lo que vestía: una falda

corta algo acampanada, color beige y una camisa sin mangas negra, con unas
transparencias del cuello hasta el escote corazón que era de una tela algo más gruesa. Su

pesada melena estaba surcada por una trenza a modo de tiara que empezaba y terminaba
en su nuca.

Sus ojos estaban vivaces, enmarcados en rímel negro. Sus pestañas siempre habían sido

más gruesas que las mías y el maquillaje le sentaba perfecto.

Sorteando el pequeño escalón de la cocina, arribamos al patio.

─¡Está muy bien decorado! ─ recalcó Solange contraponiendo los recuerdos de su

estadía allí, hasta el año pasado, momento en que la internaría en el CAMH.

─¡Gente! ─ acallé a los invitados, que con un par de copas de más, estaban algo

chillones a esa hora─. Les presento a Solange ─ agitó su mano inocentemente y abrió su

boca en una amplia sonrisa ─es mi hermana melliza, para aquellos que no lo sabían y no

se ha percatado de ello ─la tomé del hombro pegándola hacia mí en un gesto tonto pero

simpático.

─Te traeré una soda, ¿sí? ─dije─ Deseo que te sientas cómoda aquí de vuelta en casa.

─Oh, sí…gracias.

De regreso a la cocina, observé que Sophie saludaba a los presentes mientras que

Caroline la abrazaba efusivamente. Agitaban sus manos y pronto se hizo del grupo de Car,
Ross y señora, mientras que Paul se integraría más tarde.

─Estás feliz ¿verdad? ─ la voz de Ajax por detrás de mí adivinó mi pensamiento, como
era de imaginar.

─Más de lo que cabe en mi pecho, mi amor…


La reapertura de Lucky Library era inmediata.

Gracias a Ajax, podía tener mi amplia oficina con puertas francesas que se abrieran

hacia el patio bellamente diseñado. Ya no sería un lugar para arrumbar trastos y cajas

vacías, sino que todo cobraba vida bajo el lápiz de oro de mi arquitecto preferido.

Mientras que los interiores estaban repletos de vida con las arañas colgantes de cristal,

las cuales refractaban la totalidad de los colores; en el exterior, la plataforma de listones de

madera en direcciones opuestas, brindaba una trama particular al diseño del jardín, del

cual un columpio dual, sería el punto focal de todo el proyecto.

Caroline y yo estábamos muy animadas porque Lucky Library nuestro “bebé” al que

habíamos visto crecer, maduraba.

Las reservas para el concurso literario se agotarían de inmediato. Los niños que

Caroline cruzaba por la calle, se preguntaban cuándo abriríamos para venir a curiosear o

tomar sus clases de apoyo.

Los números ya no estaban en rojo, permitiéndonos contratar dos chicas más tiempo

completo para la atención al público y el dictado de asignaturas.

Apenas realizamos la apertura, mucha gente se agolparía dispuesta a ver qué tanto se

había renovado Lucky Library. Los chicos del restaurant de Vitto, Ted y Louis de
Starbucks, algunos amigos de Car; mucha gente allí nos deseaban calurosos éxitos.

Los niños adoraron ese lugar apenas lo vieron: el sector infantil era colorido, con

algunos juegos de estimulación y bancas a su altura, todo milimétricamente diseñado y


estudiado para el confort de los visitantes.

Ajax me tomó de la mano, observando con atención mis reacciones. Estaba feliz
simplemente, porque me veía a mí serlo.

De a poco los planetas se alineaban a mi favor. Tras nuestro compromiso en el

Corsario, dos meses atrás, ahora nos encontrábamos allí, en el punto de partida, donde

todo había comenzado entre nosotros.

Francis autorizaría el alta transitoria de Soli, permitiéndole quedarse en un pequeño

apartamento cercano a nuestra casa en Seattle a cambio de tomar sesiones cada 20 días

con el fin de no perderle el rastro médico. Pero no sólo esas serían las novedades: tras la
baja de Claire, Ajax contraría a Solange como el reemplazo de su secretaria en el

SkyTower.

Menudo desafío. Sin embargo, ella lucía animada y dispuesta a aprender todo lo

posible de St. Thomas&Partners. Era como una esponja.

Revoloteando entre los presentes y el bullicio, allí estaba mi melliza, tal como había

prometido.

─¿Acaso creías que me perdería la reinauguración de Lucky Library? Cuando la

atendía el abuelo esto apestaba; ahora es más moderno, ya no tiene ese terrible olor a

humedad…─ sus ojos recorrieron el local la tienda con desparpajo.

─ ¡Eso es porque ha sido reformado por St. Thomas&Partners, linda!─ agregó Ajax

sumándose a la conversación con mi hermana.

─ Nada que no pudiese hacerse con un par de botes de pintura cuñado ─Soli adoraba
provocar a Ajax, sabiendo que él no se quedaba atrás con ese juego tan particular que los

divertía. No obstante, mi prometido no respondió abiertamente en tanto que Solange le


sacó la lengua.


─¿Te has dado cuenta que le falta una buena follad…?─ con Soli fuera de escena
susurró a mi oído para cuando lo detuve antes de finalizar con su última letra.

─ Ajax, por Dios… ¡no seas grosero!─ agité mi mano contra mis oídos.

Tras el sonido de la campanilla fui en dirección a la puerta de ingreso, aquella que


había sido testigo de la primera charla en Lucky Library que mantendría con Ajax para

encontrarme a Paul, mirando vagamente a través de los cristales, esperando que alguien le

diera paso.

─ Pasa Paul, ¡qué sorpresa!─ besé su mejilla y lo invité a entrar, estaba con un pequeño

presente en sus manos.

─ Es una tontera…─ me entregó el paquete que abrí como una niña emocionada. Ajax

contempló mi ansiedad mientras saludaba a Paul.

Del envoltorio, saqué un extraño adorno. Unas piezas cerámicas tensadas con finas

cadenas de plata de diminutos eslabones se ubicaban a diferentes alturas. Esa cortina


delicada de piezas chocaba entre sí, generaban un sonido muy armónico al oído.

─¡Muchas gracias! ─ agradecí.

─ En algunos países les dicen “llamador de ángeles” ─ agregó Paul en perfecto


castellano.

Me sonreí ante el recuerdo de la frase en nuestro compromiso.


“Todos tenemos un ángel de la guarda”

─¡Es muy bonito! ─ extendí el brazo dejando que cuelgue y busqué de inmediato un
lugar donde colocarlo.

─ Le he dicho a Paul que viniese porque él me ha ayudado con algunas de las reformas,
debemos darle algo de crédito después de todo ─ Ajax farfullaba amistosamente,

codeando a Paul. Para ese entonces, su confianza iba en ascenso, pues ambos compartían

oficina.

─¡Hey! ¿Qué es eso?─ la voz estridente de mi hermana apareció en escena señalando

el regalo de Paul.

─ Es un “llamador de ángeles”─ repetí animada.

─¿Un qué? ─Soli frunció el rostro y estuvo a punto de largar una carcajada a lo

Rutherford, cuando Paul se integró a la plática.

─ Un llamador de ángeles, Solange─ su voz grave retumbó en mi pecho y podría jurar

que en el de Solange también─ . Es de buena suerte.

─¡Oh, si me lo dices tan convincente! ─ mi hermana subió sus hombros y volteó sus
ojos ─ . Será mejor que así lo crea, “segundo jefe”.

Paul se echo a reír. Muy pocas veces lo había escuchado hacerlo de esa forma ya que
era un señorito inglés en la mayoría de las oportunidades.

Contemplé esa breve conexión: mi hermana mirando fijamente a Paul y éste a ella, por

lo que silenciosamente me retiré, tomando el llamador de ángeles entre mis manos, sin
hacerlos sonar para no distraerlos.
Sigilosa me aproximé a Ajax, contemplando unas flores del patio trasero para, a pocos
metros, señalar a Solange.

─ Míralos, ni modo que el regalo de Paul ha comenzado a surtir efecto… ¡ya ha hecho

su primer llamado!

Continuará….en “Ojos de Cielo”

También podría gustarte