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Marta Tafalla
Primera edición: 2019
Derechos exclusivos de edición reservados para Plaza y Valdés Editores. Queda prohibida cual
quier forma de reproducción o transformación de esta obra sin prevía autorización escrita de los
editores, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO {Centro Español de Derechos
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Plaza y Valdés, S. L.
Murcia, 2. Colonía de los Ángeles.
28223, Pozuelo de Alarcón.
Madrid (España).
Tel.: (34) 918126315
madrid@plazayvaldes.es
www.plazayvaldes.es
ISBN: 978-84-17121-20-4
D. L.: M-3020-2019
Código IBIC: QDTN; RNA;JBFU
Impresión: Safekat, S. L.
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Impreso en España Printed in Spain
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Para mi madre,
que vivió su infancia en los bosques de Galicia
y que durante mi infancia me hablaba de ellos
Índice
Introducción............................................................................................................................... 13
l. La apreciación estética................................................................................................... 19
1.1. De la percepción a la apreciación............................................................... 19
1.2. Silenciar el yo para escuchar lo diferente............................................... 22
1.3. La perspectiva......................................................................................................... 29
1.4. La valoración........................................................................................................... 35
1.5. La fealdad.................................................................................................................. 42
1.6. La profundidad...................................................................................................... 51
8. Jardines...............................................................................................-................................... 279
8.1. Hacernos un hogar en la naturaleza.......................................................... 279
8.2. El jardín como paraíso....................................................................................... 284
8.3. El jardín como diálogo...................................................................................... 290
8.4. Un hogar también para otros animales.................................................... 294
8.5. El jardín como arte.............................................................................................. 296
8.6. La apreciación estética de los jardines y el olor................................. 301
8.7. Equilibrio, propiocepción y kinestesia.................................................... 308
8.8. Cuidar jardines y sentido del tacto............................................................. 312
E
ste libro es la fusión de dos proyectos. Por un lado, elabora un mapa
de los principales temas y problemas de la estética de la naturaleza,
una disciplina filosófica que ha tenido una historia marginal y minori
taria, pero que actualmente se revela como una potente arma de reflexión
ante la catástrofe ecológica que estamos provocando. Por otro lado, es una
reivindicación de la plurisensorialidad con la que superar el viejo paradigma
de una estética primordialmente visual y auditiva; y ahora que las ciencias
sensoriales nos aseguran que poseemos más de diez sentidos, es una explo
ración de cómo tal diversidad sensorial articula nuestra percepción y apre
ciación estética.
Ambos proyectos tienen más en común de lo que podría parecer de en
trada, pues en ambos denunciamos olvidos seculares: la estética tradicional
ha marginado el tema de la belleza natural de la misma manera en que ha
marginado la plurísensorialidad, y lo ha hecho por razones similares, porque
ambas la arrastraban hacia la materia, hacia el cuerpo, hacia el animal que
somos. Por ello, estudiar los dos olvidos a la vez permite comprenderlos
mejor.
Mi reivindicación de la plurisensorialidad se origina desde la ausencia de
uno de esos sentidos injustamente considerados menores y expulsados de la
estética por nuestra tradición filosófica. A mí me falta ese sentido que Kant
consideraba el más prescindible, el que la gente suele juzgar menos necesa
rio. Pregunte a sus amigos qué sentido preferirían perder y casi todo el mun
do le responderá que el olfato. Mucha gente cree que no tiene gran utilidad,
que quizás fue necesario en el pasado, cuando éramos cazadores-recolectores
en la naturaleza salvaje, pero que dejó de serlo una vez construimos ciuda
des, desarrollamos tecnología y supuestamente dejamos atrás la naturaleza.
Lo consideran una especie de reliquia del pasado. Un sentido superado. Casi
una molestia. Cuando explico que nací sin sentido del olfato, siempre hay
alguna gente que me felicita, como sí me hubiera liberado de un defecto. Me
dicen que soy «una mujer del futuro».
14 ECOANIMAL
A partir de aquí, estas ideas nos permiten explorar en los siguientes cinco
capítulos diferentes ámbitos de la estética de la naturaleza y reflexionar sobre
nuestra apreciación de entornos naturales, animales, land art, jardines y co
mida. Sin embargo, cuando hoy pretendemos apreciar la belleza natural,
tropezamos al instante con el calentamiento global, el exterminio de espe
cies, la explotación de los anímales, la destrucción de ecosistemas y la conta
minación, que configuran el problema más grave que ha tenido que afrontar
la humanidad en toda su existencia y que no solo nos afecta a nosotros, sino
a todos los seres con los que compartimos la Tierra. Son muchos los científi
cos que trabajan en busca de soluciones, y también desde las humanidades
se contribuye a ello. La filosofía aporta, sobre todo, ética y política, pero
necesitamos desarrollar asimismo una estética. Nuestra relación con la natu
raleza y los animales pasa inevitablemente por la apreciación estética, y re
flexionar sobre ello, construir una estética de la naturaleza profunda y críti
ca, nos ayudará a comprender por qué estamos poniendo en riesgo la
biosfera y a buscar caminos de reconciliación y convivencia. El propósito de
este libro es contribuir a ello. Con ese fin, he apostado por el concepto esté
tica ecoanimal, que tomo prestado de mi editor, Marcos de Miguel, quien lo
propuso cuando comenzamos a hablar sobre estas cuestiones. Con él preten
do englobar cinco ideas complementarias:
En primer lugar, el término ecoanimal me permite señalar una deficiencia
en la estética de la naturaleza tradicional, que se ha centrado en la aprecia
ción de los entornos y ha prestado menos atención a los animales que los
habitan. Es cierto que la estética de la naturaleza es una disciplina filosófica
minoritaria y marginal que ha tenido una historia difícil, como tendremos
ocasión de explicar más adelante, pero también lo es que los animales están
lamentablemente ausentes en buena parte de sus teorías y discusiones. Ape
nas hay un puñado de textos que reflexionen sobre la apreciación estética
de los animales. Mi propuesta de una estética ecoanimal quiere poner el
acento en que los entornos están habitados por animales y eso resulta fun
damental para comprenderlos y apreciarlos. No quiero con ello restar im
portancia a las plantas o a los elementos geológicos que conforman los eco
sistemas, pero sí resaltar que los animales resultan centrales por la sencilla
razón de que son sujetos, de que experimentan subjetivamente lo que les
sucede, y es desde esa subjetividad desde la que perciben los ecosistemas
que habitan y también a nosotros. Apreciar animales añade algo que no
hallamos al apreciar una montaña o un río: que los animales nos devuelven
la mirada o que se esconden de nosotros antes de que los veamos. Los hu
manos no somos los únicos que percibimos la naturaleza, no somos los úni
cos sujetos que la habitamos. Acostumbramos a pensar en la biodiversídad
como ·una pluralidad de formas de vida, pero necesitamos insistir en que
incluye también una enorme diversidad de subjetividades. Por ello, apreciar
estéticamente la naturaleza no solo incluye contemplar objetos, sino tam
bién sujetos. Esa mirada devuelta puede regalarnos experiencias estétícas
16 EcoANJMAL
1 Este trabajo ha sido financiado por la Agencia Estatal de Investigación, AEI y el Fondo
Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) con la referencia CSO2016-78421-R.
l. La apreciación estética
1 Immanuel Kant (1790), Kritik der Urteilskra/t, Kants Gesammelte Schnften, vol. 5 (Ber
lín: Walter de Gruyter, 1902); Crítica del Juicio (Madrid: Espasa-Calpe, 2013 ), edición y tra
ducción de Manuel García Morente.
22 ECOANIMAL
eso precisamente que resulta tan placentera. No salimos a mirar las estrellas
para conseguir alguna otra cosa, sino que salimos a mirar las estrellas simple
mente para mirarlas.
Por ello, la estética se ha caracterizado como una contemplación serena.
Puesto que no persigue un fin más allá de sí misma, sino que ella es su propio
fin, es una actividad que acalla nuestras prisas y preocupaciones. Cuando
estamos sumergidos leyendo una novela o viendo una obra de teatro, no
necesitamos hacer nada más que eso que estamos haciendo. Nuestra
civilización nos impone una forma de vida acelerada, guiada por ideales de
velocidad y productividad: nos pasamos el día corriendo de aquí para allá,
luchando contra el tiempo para satisfacer todo tipo de deadlines, y nos acos
tumbramos a vivir en la impaciencia, a hacer varias cosas a la vez, a interrum
pir una tarea para ocuparnos de la siguiente o a realizar una actividad pen
sando en las otras tres que nos esperan. La estética, en cambio, nos regala
otro ritmo. Nos vamos a dar un paseo por el bosque y dejamos que se nos
muestre a través de todos nuestros sentidos, o nos sentamos a contemplar un
cuadro de Rothko y se nos olvida el paso del tíempo. Podríamos pasarnos la
tarde entera observando el vuelo de las golondrinas, viendo a los surfistas
cabalgar sobre las olas, escuchando a Tom Waits o leyendo a Iris Murdoch.
En lengua inglesa, el concepto de desinterés surgió como opuesto al de
selfinterest. Cuando miramos el mundo desde el selfinterest, es decir, pen
sando en nuestros propios intereses, observamos las cosas preguntándonos
si nos serán útiles para alcanzar nuestros propósitos. En cambio, cuando
miramos el mundo desde una actitud desinteresada, no esperamos que las
cosas sirvan a nuestros intereses, que sean herramientas con las que alcanzar
nuestros objetivos, sino que simplemente nos deleitamos en contemplarlas.
Desinterés significa que no nos dirigimos al objeto pensando en nosotros
mismos, en que ese objeto exista para nosotros, en que nos proporcione al
gún servicio, sino que consideramos el objeto como un fin en sí mismo y nos
entregamos a contemplarlo sin otra finalidad que la misma contemplación.
Así, la actitud desinteresada se ofrece como contraria a la actitud instrumen
tal. Mientras que la actitud instrumental observa el mundo desde los propios
intereses y reduce todo lo que nos rodea a instrumentos con los que perse
guir nuestros fines, la actítud desinteresada implica silenciar el propio yo
para sumergirnos en el placer de contemplar lo otro, lo diferente, lo que no
somos nosotros.
Uno de los autores que mejor supo expresar el profundo significado de este
silencio del yo fue Arthur Schopenhauer en su libro El mundo como voluntad
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 23
2
Arthur Schopenhauer (1859), Die Welt als Wille und Vorstellung, Samtliche Werke
Band I. und II. (Fráncfort del Meno: Suhrkamp Verlag, 1986); El mundo como voluntad y
representación, vol. I y II (Madrid: Trotta, 2004), traducción, introducción y notas de Pilar
López de Santa María.
24 EcoANIMAL
dental, la que ha erigido nuestra civilización y creado tantas cosas de las que
nos sentimos orgullosos, como la filosofía o la ciencia, esa racionalidad occi
dental no es más que el viejo egoísmo racionalizado, es decir, una racionalidad
instrumental que no pretende conocer el mundo, sino dominarlo y explotarlo.
Así, la civilización que hemos construido no hace más que reforzar el
egoísmo individual. Nuestra cultura nos inculca desde la infancia una racio
nalidad instrumental que nos impide conocer el mundo en su complejidad y
riqueza. Cuando nos relacionamos con otros seres humanos, con los anima
les, la naturaleza, los objetos que creamos, a menudo solo percibimos un
aspecto: la utilidad que puedan tener para nosotros. Lo que haya más allá de
la utilidad se nos dice que no merece la pena y con facilidad olvidamos in
cluso que existe. Solo vemos lo que podemos dominar y el beneficio que
esperamos obtener. Para los autores, la voluntad de vivir deriva en voluntad
de dominio y no ha cesado de crecer hasta alcanzar el dominio total, encar
nado en los regímenes totalitarios que asolaron buena parte del mundo du
rante el siglo xx.
En obras posteriores, como Mínima moralia, Dialéctica negativa o Teoría
estética,4 Adorno se concentró en ofrecer una alternativa a la racionalidad
instrumental, en proponer una razón finita y autocrítica. Y defendió que la
contemplación estética es fructífera en la construcción de una nueva racio
nalidad porque no se basa en un sujeto que se impone sobre el objeto, sino
en un sujeto que otorga primacía al objeto contemplado. La contemplación
estética es la renuncia al dominio y la aceptación de la propia finitud, pero
no es una renuncia amarga ni una derrota, sino todo lo contrario: nos regala
experiencias placenteras y nos concede serenidad, de tal modo que la finitud
se presenta como una ganancia y no como una pérdida.
Basándonos en las ideas de Schopenhauer y Adorno, diremos que la es
tética une dos ideales. El primero es el ideal epistemológico <le objetividad,
es decir, contemplar al objeto como lo que es y no imponerle nuestros deseos
de cómo querríamos que fuera, no obligarlo a dar cuerpo a nuestras fanta
sías. El objeto no es un cuenco vacío donde depositar nuestras ideas, ni
tampoco un espejo donde contemplar de manera narcisista nuestro yo, ni un
disfraz para nuestras emociones, ni una apariencia disponible para conver
tirla en metáfora de valores humanos. No es algo que deba ser concebido
por su relación con nosotros, subsumido por nuestra identidad, sino algo
diferente que debe ser conocido en su diferencia. El segundo es el ideal ético
5 Charleen Gaunitz et al., «Ancient genomes revisit the ancestry of domestic and
Przewalski's horses», Science, vol. 360, pp. 111-114 [también en línea]. Disponible en: http:/ /
science.sciencemag.org/ contcnt/360/63 84/111
6 Yuriko Saito, «Appreciating Nature on Its Own 1erms», Environmental Ethics, vol. 20,
núm. 2 (1998), pp. 135-149. Everyday Aesthetics (Oxford: Oxford University Press, 2007).
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 29
1.3. LA PERSPECTIVA
aunque existe variabilidad según las personas y con la edad se suele perder
capacidad auditiva. Las frecuencias que escuchamos nos permiten disfrutar
de una gran variedad de sonidos naturales fascinantes, como el rugido del
mar en una tormenta o los aullidos de los lobos. Todas nuestras creaciones
musicales, con la excepción de algunos trabajos experimentales, están dise
ñadas para ser disfrutadas por nuestro oído. Y, sin embargo, hay muchos·
otros sonidos que nos perdemos.
Llamamos infrasonidos a aquellos cuya frecuencia está por debajo del
espectro audible para el oído humano. La naturaleza está llena de ellos: fe
nómenos como los terremotos o los volcanes los producen. Y respecto a mi
ejemplo anterior de una tempestad en el mar, también genera ínfrasonidos
que no percibimos. Las ballenas los emplean para comunicarse entre sí sal
vando distancias de centenares de kilómetros. También elefantes, rinoceron
tes, hipopótamos, jirafas y otras especies emiten y perciben infrasonidos. Por
supuesto, sí nosotros escucháramos esas frecuencias, nuestra percepción y
apreciación estética de diversos fenómenos sería diferente y nuestra creación
musical podría beneficiarse de ello.
Lo mismo sucede con los ultrasonidos, cuya frecuencia se halla por enci
ma de lo que nosotros podemos percibir. Los murciélagos los emplean con
un sentido denominado ecolocalización, que les permite orientarse y cazar
insectos en la oscuridad: proyectan ultrasonidos y escuchan el eco de su
propia voz rebotando en los objetos que los rodean y así confeccionan un
mapa mental del lugar y localizan a las presas. Para defenderse, algunos tipos
de polillas y escarabajos han desarrollado la habilidad de escuchar esos ul
trasonidos y escapar del predador; incluso hay especies de polillas que emi
ten sonidos para desvirtuar la ecolocalización de los murciélagos. Es decir,
que cuando al atardecer contemplamos el vuelo de los murciélagos cazando
insectos, para nosotros es un espectáculo silencioso, mientras que para ellos
es una actividad fundamentalmente sonora. También los delfines emplean los
ultrasonidos como sónar, lo que nos muestra que especies muy distintas han
acabado desarrollando sentidos similares en un ejemplo de convergencia
evolutiva. Si nosotros pudiéramos emplearlos, nuestra vida nocturna sería
completamente diferente. Además de que podríamos ahorrarnos el gasto
energético de la iluminación artificial, nuestra experiencia estética de salir en
busca de lechuzas y búhos seria bien distinta.
Así pues, nunca percibimos un objeto de manera completa y, por tanto,
nuestra apreciación estética queda limitada por nuestra percepción. Por su
puesto, intentamos superar esos límites con la tecnología, lo que nos genera
experiencias muy interesantes, pero los límites biológicos siguen ahí. Los
científicos que estudian a los murciélagos emplean detectores de ultrasoni
dos, aparatos que los traducen a sonidos audibles para el oído humano o a
señales visuales en una pantalla. Escuchar a los murciélagos con estos detec
tores genera experiencias estéticas valiosas, pero distintas de las que tendría
mos si los escucháramos directamente con nuestros oídos. También hemos
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 31
desarrollado una tecnología que nos permite emplear ultrasonidos para ob
servar el interior del cuerpo humano: las ecografías nos regalan algo tan
fascinante como observar el crecimiento de un feto dentro del cuerpo de su
madre, pero sería aún más fabuloso percibirlo sin ayuda técnica, tal como
parece que hacen los delfines.
Hay más aspectos que nos delimitan. Nuestro cuerpo posee un cierto
tamaño, mayor que el de una hormiga y menor que el de una jirafa. Y es
desde ese cuerpo con ese tamaño desde donde apreciamos lo que nos rodea.
Los insectos nos parecen delicados y frágiles como joyas porque comparados
con nosotros son diminutos. En cambio, los cocodrilos nos parecen mons
truosos por el tamaño que poseen sus bocas y dientes en relación con nues
tro cuerpo. Parte de la admiración que sentimos por las ballenas se debe a su
tamaño. Y buena parte de la pasión que nos despiertan los dinosaurios tiene
que ver asimismo con el enorme tamaño de algunas especies comparado con
el nuestro: por eso nos fascina recomponer sus inmensos esqueletos, exhibir
los en museos y recorrer su interior. Es cierto que, también en esto, la técni
ca nos permite ampliar nuestra percepción; microscopios y telescopios han
sido fundamentales para descubrir la belleza natural más allá de lo que nues
tros sentidos permitían percibir. Pero eso no altera que nuestra apreciación
de las ballenas y las libélulas es relativa a nuestro tamaño en relación al suyo.
Así pues, podemos sostener que existe una naturaleza humana, fruto de la
evolución, que condiciona en cierto grado nuestra forma de percibir y de
apreciar. Sin embargo, aunque ser miembros de la misma especie hace que
todos los humanos seamos muy similares, eso no significa que seamos idén
ticos: a los límites que nos confiere pertenecer a la especie humana, se suman
los límites de cada cuerpo particular. Algunos seres humanos poseen mejor
vista que otros. Algunos están dotados con un oído especialmente fino. Hay
personas que tienen una percepción tan desarrollada de los olores, lo que
llamamos hiperosmia, que incluso les causa molestias, mientras que los hi
pósoiicos tienen una percepción olfativa muy menor y los anósmicos no
percibimos los olores. Existen varios tipos de diversidad funcional que afec
tan a los sentidos y el envejecimiento suele conllevar una disminución de
nuestra capacidad sensorial en general. Esa variabilidad influye en cómo
cada uno de nosotros percibe el mismo bosque y, por tanto, en nuestra
apreciación estética.
Algunos filósofos se han planteado si, más allá de estos ejemplos claros,
habrá otros elementos de nuestra biología que también nos influyan. Si nues
tros sentidos son fruto de la evolución, ¿podrían serlo también nuestros gus
tos estéticos o al menos algunos de ellos? Las flores y los pájaros son consi
derados ejemplos paradigmáticos de belleza en multitud de culturas, de la
misma·manera en que muchísimas personas sienten asco ante serpientes y
cucarachas, así que resulta razonable preguntarnos si esas preferencias po
drían ser fruto de la evolución de nuestra especie. Es este un tema tan com
plejo como fascinante y al que desde la estética se le ha dedicado menos
32 EcoANIMAL
7 Denis Dutton, The Art Instinct: Beauty, Pleasure and Human Evolution (Oxford:
Oxford Universíty Press, 2009); El instinto del arte. Belleza, placer y evolución humana (Ma
drid: Espasa, 2010), traducción de Carme Font. Stephen Davies, The Art/ul Species. Aesthe
tics, Art and Evolution (Oxford: Oxford University Press, 2012).
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 33
amigos para cantar y tocar juntos. Supongamos que las familias leyeran libros
sobre historia de la música, acudieran a conciertos y discutieran con pa
sión sobre ellos. Imaginemos, incluso, que la filosofía de la música fuera una
de las disciplinas más sólidas y concurridas en las facultades de artes y huma
nidades. En esta sociedad imaginaria, la capacidad de las personas para apre
ciar la música sería más rica y sofisticada que en una sociedad que la consi
derase una actividad marginal. El trabajo conjunto de toda una sociedad
cultivando el conocimiento y la sensibilidad por la música permite que cada
uno de sus miembros tenga un disfrute mayor, pues aprenden los unos de los
otros y entre todos generan un clima que fomenta una apreciación profunda
de la música.
No es lo mismo nacer en el Japón del siglo XVII que en Nunavut en el si
glo XXI. No es lo mismo crecer en una isla del Pacífico, viendo el mar cada
día, que crecer a la orilla del río Congo y estar acostumbrado a encontrar
chimpancés en la selva. No es lo mismo haber vivído antes del descubrimien
to de la electricidad que ahora que la iluminación artificial nos dificulta ver
el firmamento nocturno. No es lo mismo crecer en una democracia, pudien
do acceder libremente a la cultura, explorar todo tipo de disciplinas artísti
cas y desarrollar la propia creatividad, que crecer en una dictadura que pro
híbe manifestaciones artísticas e impone por la fuerza criterios estéticos a la
población. Las culturas conforman maneras de percibir, apreciar y valorar,
al igual que generan maneras de pensar y de actuar, códigos éticos y legisla
ciones, tradiciones artísticas, artesanales y filosóficas. Una manera de re
flexionar críticamente sobre nuestros gustos estéticos es tratar de descubrir
en qué medida se basan en factores naturales y en factores culturales. Aun
que no es una tarea fácil, el mero hecho de plantearnos la pregunta puede ser
útil y, si somos capaces de ahondar en la búsqueda, nos ayudará a compren
der mejor el origen de nuestras preferencias y desarrollar una concepción
más crítica de nuestros propios gustos.
Y finalmente, en tercer lugar, se halla la variabilidad individual, la perso
nalidad de cada cual, que se manifiesta en nuestros gustos estéticos. Hay
personas que desde la infancia viven fascinadas por el canto de los pájaros,
que aprenden con facilidad a distinguir unos de otros, a reconocerlos e in
cluso a imitarlos, mientras que otras se sienten incapaces o no tienen el me
nor interés. Hay seres humanos que hallan belleza en cualquier rincón, que
están predispuestos a disfrutar de experiencias estéticas continuamente,
mientras que para otros supone un esfuerzo. Algunas personas son más vi
suales y otras más táctiles. Unas prefieren las películas de acción y otras la
música minimalista. La variabilidad individual es importante y valiosa, por
que nuestros gustos estéticos particulares son una de las maneras en que se
desarrolla y se manifiesta nuestra personalidad. Una personalidad que, ade
más, se desarrolla en el tiempo conformando una historia, enriqueciéndose
progresivamente a través de todo tipo de experiencias y configurándose en
relación con otros individuos.
34 EcoANIMAL
¿De dónde surgen esos gustos personales? A veces son el fruto de nues
tras vivencias: una persona puede aficionarse a la literatura porque tuvo una
enfermedad durante la adolescencia que le obligó a guardar cama durante
meses; leer novelas le ayudó a mantener el ánimo en un momento difícil y
desde entonces la literatura es su compañera de viaje. Otras veces, son nues
tra familia, amigos o maestros quienes nos contagian sus gustos; una persona
puede aficionarse al jazz porque sus padres siempre lo escuchaban en casa o
descubrir los cómics de la mano de una hermana mayor. En otros casos,
parece que son nuestras aptitudes físicas quienes nos empujan: el mero he
cho de tener buen oído o buena voz puede facilitar que alguien se apasione
con la música. Pero a menudo no sabemos identificar de dónde surgen esos
gustos y, sin embargo, los sentimos muy nuestros. Hay personas que no pue
den vivir sin ver el mar o sín leer poesía. Cuando se les pregunta de dónde
proceden esos gustos, responden que cuando en la infancia tomaron con
ciencia de sí mismas ya eran así, ya necesitaban el mar o ya necesitaban leer
poemas. Esos gustos no parecen ser el resultado de una elección, sino formar
parte de los elementos más fundamentales de la personalidad. No sabemos
en qué medida podría haber un origen biológico. Pero lo .i1nportante, tanto en
unos casos como en otros, es que algunos gustos estéticos se nos presentan
como elementos definitorios de nuestra personalidad, características que nos
hacen ser como somos y sin las cuales no nos reconoceríamos.
Sintetizando estas ideas, diremos que diferenciamos tres factores que de
finen la perspectiva desde la cual percibimos y apreciamos un objeto estéti
camente: la naturaleza humana, la cultura y la personalidad individual. Por
todo ello, cada uno de nosotros desarrolla unos gustos estéticos que en cier
tos aspectos son similares a los de los demás y en otros aspectos son diferen
tes. Hay que tener en cuenta, asimismo, que estos factores no son estáticos.
La naturaleza humana es el factor que cambia con más lentitud, pero recor
demos que nuestra especie no es una entidad eterna, sino el resultado de un
proceso evolutivo que continúa desarrollándose. La cultura se modifica con
mayor velocidad; durante nuestra vida nos da tiempo de apreciar cambios
significativos en los gustos de sucesivas generaciones. Y, por supuesto, un
individuo cambia a lo largo de su vida; cuando volvemos a leer el mismo
poema años después, ya no lo leemos igual. Así pues, esos factores que nos
delimitan se transforman con el paso del tiempo.
En conclusión, la apreciación estética siempre parte de una perspectiva
particular. De hecho, la apreciación comienza con una experiencia estética
individual que cada uno vive en su cuerpo y en su mente, que tiene lugar en
un momento y en un tiempo definidos. Un objeto no se revela del mismo
modo ante todos los seres humanos: según desde dónde lo observemos, ha
llaremos aspectos distintos. Pero un encuentro entre un mismo objeto y un
mismo sujeto tampoco es siempre igual: ninguna experiencia estética se re
pite del mismo modo, porque la perspectiva de partida nunca es exactamen
te la misma. Esa es otra de las razones por las que la contemplación estética
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 35
1.4. LA VALORACIÓN
mos un juicio de valor. Afirmamos que el bosque es bello o bien que es feo.
Por supuesto, ni la belleza ni la fealdad existen realmente con independencia
de nuestro juicio, como en cambio sí existen los madroños y las ardillas,
aunque a menudo, por abreviar, hablamos como si la belleza existiera real
mente. Cuando decimos «hay que proteger la belleza del bosque» estamos
usando una expresión que nos permite comunicar una idea de manera rápi
da, de forma similar a cuando decimos «en verano el sol se pone más tarde»,
aunque sabemos que es la Tierra la que gira alrededor del sol. En realidad,
que el bosque sea bello o feo es solo nuestra valoración, y un juicio estético
bien formulado debería hacerlo explícito: «encuentro que el bosque es be
llo», o bien «a mí me parece que el bosque es tenebroso y horrible».
Como hemos afirmado anteriormente, la estética debe guiarse por un
ideal epistemológico de objetividad: emitir un juicio estético bien fundamen
tado sobre un objeto exige basarnos en su conocimiento. Y, sin embargo, la
valoración no podrá ser objetiva. Belleza, fealdad y las otras cualidades esté
ticas que empleamos en nuestros juicios no son objetos que existan en el
mundo, sino que son la forma en que nosotros apreciamos y valoramos un
objeto, un entorno, una acción o un acontecimiento. Los juicios estéticos,
como los juicíos éticos, son juicios de valor y los valores no existen en las
cosas o los acontecimientos que observamos, sino que son nuestra respuesta
a ellos. Cuando respondemos desde un punto de vista ético valoramos aspec
tos como lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, mientras que cuando res
pondemos desde un punto de vista estético valoramos lo bello y lo feo, lo
armonioso y lo disonante, lo elegante y lo vulgar, etc.
Estética y ética son las disciplinas filosóficas que estudian los valores.
Mientras que la mayoría de las ramas de la filosofía, al igual que las ciencias,
se proponen describir cómo es la realidad, en cambio ética y estética estu
dian la forma en que valoramos esa realidad y nos ayudan a valorar de mane
ra más rigurosa, crítica y profunda; no son disciplinas descriptivas, sino nor
mativas. Describir un bosque es tarea de la ciencia: geología, botánica,
zoología, ecología, geografía... En cambio, cuando juzgamos el bosque des
de un punto de vista estético no lo estamos describiendo, sino que lo esta
mos valorando; decimos que el bosque nos parece encantador, o tal vez me
lancólico, o quizás terrorífico.
La lista de cualidades estéticas que empleamos para valorar es bien exten
sa. Citemos tan solo unas cuantas a modo de ejemplo: bello, armonioso,
proporcionado, equilibrado, ordenado, elegante, delicado, precioso, encan
tador, atractivo, pintoresco, misterioso, mágico, enigmático, sugerente, ins
pirador, sublime, espectacular, grandioso, majestuoso, potente, fuerte, mara
villoso, singular, sorprendente, cómico, melancólico, evocador, exótico,
extravagante, extraño, deforme, desordenado, irregular, disonante, despro
porcionado, desequilibrado, feo, monstruoso, tenebroso, lúgubre, siniestro,
tétrico, terrorífico, horrible, inquietante, incongruente, asqueroso, aburrido,
banal, vulgar, anodino ...
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 37
1.5. LA FEALDAD
11
La bióloga y diseñadora de jardines Carme Parré y también una de las
biólogas que organizan visitas guiadas por el parque de Collserola me ofre
cieron buenos argumentos para cambiar de juicio. Me invitaron a fijarme en
la forma de las hojas, que parecen dibujar un corazón, y me mostraron sus
florecillas blanquecinas y, sobre todo, sus racimos de frutos, de un precioso
rojo intenso. También me recordaron que el bosque mediterráneo desarrolla 1
en las zonas más húmedas y sombrías una gran variedad de arbustos y plan
tas trepadoras que crecen de manera espesa, generando lo que a veces se
llama selva medíterránea. Esas densas marañas, que a mí me disgustan, ofre
cen cobijo a diversos animalillos que se esconden en ellas; así, aunque yo
percibo la Smilax aspera como agresiva, para otras criaturas es acogedora.
44 EcoANIMAL
tétíca solo actúa como aviso. Lo que necesitaremos para ayudar al individuo
dañado son conocimientos científicos.
Hay una observación que podemos extraer de este tercer tipo de juicio.
Probablemente, la idea que tanta fuerza ha tenido en nuestra cultura de que
existe una equivalencia entre belleza y bien, entre fealdad y mal, se origina
en el hecho de que, en la naturaleza, la salud a menudo se manifiesta de un
modo que valoramos como belleza, y la enfermedad y el dolor a menudo se
manifiestan de un modo que valoramos como fealdad. Es cierto que no es
una relación universal y necesaria, pero es frecuente. Y es probable que la
constatación de esa relación inspirara la idea de la equivalencia platónica
entre bien y belleza, fealdad y mal, que ha vertebrado la cultura occidental
durante siglos.
Examinar estos tres tipos de juicio nos permite ver que, cuando valora
mos un elemento natural con cualidades estéticas negativas, puede deberse
a razones bien diferentes y por ello es tan necesario preguntarse en cada caso a
qué se deben nuestros juicios de fealdad.
Vayamos, finalmente, al cuarto tipo de juicio. A veces no juzgamos como
feo un individuo particular, sino un ecosistema entero. Por ejemplo, un bos
que destruído, con los árboles talados y la vegetación arrasada, con la tíerra
removida por las excavadoras, con nidos caídos en el suelo y el cadáver de
algún animal atropellado por la maquinaría, merece ser valorado como ho
rrible, tétrico y siniestro. Pero, en realidad, no se trata exactamente de feal
dad, sino de algo distinto. Aquí no estamos simplemente ante un problema
de dolor que se manifiesta como fealdad, lo que sucedía en el tercer tipo de
juicio, sino ante un problema de muerte y destrucción que se manifiestan
como un empobrecimiento estético. Es decir, no se trata simplemente de que
valoremos unas cualidades sensoriales como negativas, sino que percibimos
una disminución drástica de las cualidades sensoriales del bosque y, en con
secuencia, de las experiencias estéticas que podemos disfrutar.
La pérdida de riqueza sensorial es la manera como se manifiesta a nues
tros sentidos la destrucción de la naturaleza y es por ello una señal de alerta.
Tanto sí se trata del exterminio de especies como de ríos contaminados o
mares llenos de basuras, el resultado es una naturaleza empobrecida en la
que disminuyen la cantidad, la calidad, la diversidad y la complejidad de las
experiencias estéticas que podemos tener. Así como desde la ciencia se ad
vierte de las consecuencias de la pérdida de especies, los desequilibrios en
los ecosistemas y el daño que causa la contaminación, la estética ayuda a
hacer apreciable esa pérdida. Es por ello que muchas campañas que preten
den concienciar acerca de la catástrofe ecológica acuden a la estética y al arte
como vehículos de comunicación. Imágenes de animales famélicos y plantas
secas en un ecosistema arrasado por la falta de agua, vídeos de selvas destrui
das por excavadoras de las que intentan huir desorientados los orangutanes,
grabaciones que muestran la disminución del canto de los pájaros en entor
nos dañados nos generan malestar y así llaman nuestra atención sobre tales
LA APRECIACIÚN ESTÉTICA 47
1.6. LA PROFUNDIDAD
Una vez examinados los juicios estéticos negativos, nos falta analizar todavía
un último aspecto de la apreciacíón estética. Como hemos dicho más arriba,
las valoraciones estéticas que realizamos no son ni verdaderas ni falsas. Pues
to que no describen lo que existe, no podemos buscar un criterio de correc
cíón en su adecuación a la realidad. Ahora bien, eso no significa que todas
las valoraciones sean igual de válidas, que no tengamos criterios para soste
ner que una valoración es más apropiada que otra y que en estética estemos
condenados al relativismo.
Si estudiamos las valoracíones que realizamos, encontraremos elementos
que las diferencian. Imaginemos los siguientes casos. Una persona emite su
juicío de valor sobre nuestro bosque después de recorrerlo durante días ar
mada con una guía de flora y fauna, prismáticos y cuaderno de campo; des
pués de observar las plantas con atención, escuchar el canto de los pájaros y
seguir rastros de animales. Otra persona, en cambio, pronuncia su juicio al
echar un vistazo rápido mientras circula en coche por la carretera que bor
dea el bosque. Una tercera lo emite tras tomar fotos para un catálogo de
paisaje y, por tanto, fijarse sobre todo en aspectos visuales. Una cuarta lo
hace después de haber pasado varias noches en él estudiando el comporta
miento de los cárabos que lo habitan. Una quinta, tras recorrerlo en busca
de piedras, fragmentos de madera y otros elementos con texturas diversas
52 ECOANIMAL
que le sirven de inspiración para diseñar joyas. Para una sexta persona, el
bosque es el lugar por el que pasea diariamente con sus perros desde hace
décadas, que conoce como la palma de su mano y del que podría explicar
incontables historias.
Las personas que juzgan un mismo bosque con distintas valoraciones sue
len basarse en una información sensorial diferente y en experiencias y cono
cimientos distintos. Esas diferencias nos llevan a afirmar que unas valoracio
nes son más superficiales y otras son más profundas. Pero lo superficial y lo
profundo no configuran una alternativa binaria, sino que entre ambos se
extiende una infinidad de grados posibles. Para contrastar qué valoraciones
son más superficiales y cuáles son más profundas examinamos los argumen
tos que las sustentan mediante el diálogo; así iremos encontrando las valora
ciones mejor fundadas. No se trata aquí de elegir una única valoración como
correcta y desestimar las demás como falsas, pues ya hemos dicho que no
estamos en un marco binario. De hecho, una valoración puede ser muy rica
en unos elementos concretos y, al mismo tiempo, haber desatendido otros
aspectos fundamentales. Y lo más importante: el diálogo permite a esas dife
rentes valoraciones enriquecerse mutuamente, complementarse. Si las seis
personas del ejemplo pasearan juntas por nuestro bosque, podrían aprender
unas de otras.
Aunque no todos los filósofos y filósofas estarían de acuerdo, muchos
consideramos que la estética es una actividad cognitiva. Es decir, que la apre
ciación estética se enriquece con el conocimiento del objeto que estamos
contemplando. Cuanto mayor conocimiento tenemos del bosque, más pro
funda puede ser nuestra apreciación estética y, al mismo tiempo, cuanto más
lo contemplamos, más aumenta el deseo de seguir conociéndolo. La estética,
como decíamos más arriba, es una puerta al conocimiento, y ambos se retro
alimentan mutuamente.
Eso no significa que si un día tenemos una experiencia estética sobre algo
que desconocemos no vaya a tener ningún valor. Por ejemplo, para una per
sona que va a la ópera por primera vez, esa experiencia puede ser transfor
madora, quedarse grabada en su memoria como un momento decisivo de su
vida y marcar el inicio de una afición creciente. Muchos de nosotros recor
damos momentos así en nuestra infancia y en nuestra juventud: la primera
vez que fuimos al teatro, la primera vez que leímos una novela, la prime
ra vez que vimos el mar. También nos sucede cuando viajamos a países leja
nos con culturas muy distintas o cuando descubrimos un artista que no co
nocíamos. A veces tenemos experiencias impactantes de cosas que apenas
entendemos. Pero si nos quedamos en esa primera experiencia, por muy
fascinante que nos resulte, lo único que tendremos es la promesa de un viaje;
si no emprendemos el camino, la promesa no se hará real. Será como colgar
en la pared de la oficina un póster de un lugar al que nunca iremos.
Sí esa persona que acaba de descubrir la ópera quiere adentrarse en ella,
necesita conocimiento. Y cuanto más aprenda, más aumentará su disfrute,
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 53
10 Allen Carlson, Acsthetics and thc Environment. The Appreciation o/ Nature, Art and
Architecture (Londres: Routledge, 2000). Nature & Landscape. An Introduction to E11viro11-
mental Aesthetics (Nueva York: Columbia University Press, 2009).
54 ECOANIMAL
salvaje. Un naturalista que sale cada semana con sus prismáticos, que sabe
identificar las aves por su plumaje, por su canto, por su manera de volar, que
conoce su comportamiento, que entiende el entorno en el que vive cada es
pecie, que incluso reconoce a algunos individuos concretos de los que sabe
su historia, que pasa horas recorriendo bosques y subiendo montañas, ensu
ciándose las botas de tierra, estará más capacitado para tener experiencias
estéticas intensas y realizar apreciaciones bien fundamentadas de las aves que
encuentre que quien no sepa nada sobre ellas.
De nuevo alguien podría preguntar: ¿nos ayudaría estudiar la representa
ción de las aves en la historia de la pintura? En realidad, lo que eso nos
mostraría no es cómo son las aves, sino cómo han sido percibidas y aprecia
das por algunos seres humanos, y es importante distinguir una cosa de otra.
Hay que ser prudente con las representaciones artísticas de la naturaleza,
pues a menudo no tratan sobre la naturaleza, sino sobre nosotros mismos.
Muchas obras que incluyen representaciones de elementos naturales (anima
les, plantas, paisajes, el firmamento, el mar) no intentan mostrarlos tal como
son, persiguiendo la objetividad como ideal, sino que los presentan como
símbolos y metáforas de ideas y pasiones humanas. De ese modo, no nos
invitan a apreciar la naturaleza en sí misma, sino a apreciar nuestras ideas y
emociones, que se nos muestran tomando prestada la apariencia de un ele
mento natural. Sí se nos ocurriera tomar esas obras de arte como guía para
aprender a apreciar la naturaleza real, tendríamos un problema grave, por
que estaríamos proyectando sobre la naturaleza nuestra propia identidad.
El problema no se produce tan solo con las artes visuales. Si leemos fábu
las y cuentos infantiles protagonizados por animales, en la mayoría de los
casos nos encontraremos con que las tortugas y las liebres descritas en esas
historias no se comportan como lo hacen los animales reales. El cerdo y el
caballo del cuento no representan el comportamiento propio de sus especies>
sino que son meros disfraces de fantasía para envolver virtudes y vicios hu
manos. Si somos capaces de distinguir claramente los animales reales de los
imaginados no habrá problema, pero sí vivimos en una cultura donde la
mayor parte del arte representa de este modo los elementos naturales y la
gente tiende a confundir la naturaleza real con sus representaciones artísti
cas, será fácil realizar apreciaciones estéticas de la naturaleza superficiales y
torcidas. Un error que puede tener consecuencias graves a la hora de prote
ger ecosistemas dañados o especies en peligro de extinción. Convertir la
naturaleza en un mundo de símbolos que representan ideas humanas, o en
un mundo de fantasía donde los anímales actúan según nuestro capricho,
nos puede parecer muy artístico o muy divertido, pero es una manera de
olvidar la naturaleza real en la que vivimos. La imaginación y la fantasía son
dones valiosos; sin embargo, hacemos un uso inadecuado de ellas cuando las
empleamos para ocultar la realidad.
Carlson señala otro problema, específico de la pintura de paisaje, para
denunciar que este género pictórico tan importante en nuestra cultura des-
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 55
deberíamos saber dónde han sido cultivadas, de qué manera se han gestio
nado los recursos naturales para producirlas, en qué condiciones han traba
jado los agricultores, qué distancia han recorrido las manzanas hasta llegar al
supermercado y sí los dependientes que las han colocado en filas tan bien
ordenadas han cobrado un sueldo decente.
Cuando en el supermercado encontramos unas manzanas doradas y bri
llantes, en una primera impresión podemos pensar que merecen un juicio
estético positivo. Pero si las han cultivado utilizando pesticidas, herbicidas y
abonos artificiales que dañan la tierra y a sus habitantes, si las han recogido
trabajadores mal pagados y mal tratados, si han llegado a España desde
América del Sur después de atravesar el Atlántico en un carguero que ha ido
contaminando el mar a su paso, la conclusión será que esas manzanas no
pueden ser apreciadas estéticamente de una forma positiva porque su proce
so de cultivo y traslado ha generado cualidades sensoriales que merecen un
juicio negativo. En su cultivo y en su transporte apreciamos fealdad, esa
fealdad que es manifestación del dolor y también de la destrucción. Por
tanto, para apreciar estéticamente una manzana, no cuenta tan solo el aspec
to externo de la fruta que nos encontramos en el supermercado, porque eso
es solo una parte de la historia. Hay que tener en cuenta la historia entera y,
si esa manzana aparentemente bonita se ha producido y transportado gene
rando fealdad, entonces no merece ser valorada estéticamente en términos
positivos.
Si en cambio compramos manzanas a productores locales ecológicos que
cultivan la naturaleza con respeto y dan a sus trabajadores condiciones dig
nas, la experiencia estética es más positiva, aunque las manzanas sean irregu
lares o tengan alguna mancha. Lo importante es entender que la belleza de
las manzanas no depende solo de su aspecto, sino también de su historia.
Cuando conocemos el lugar donde son cultivadas, cuando vemos la floración
del árbol y cómo crece la fruta, eso es mucho más intenso que encontrarse
las manzanas tan bien ordenadas en el supermercado. Por otro lado, es fun
damental plantearse por qué necesitamos que todas las manzanas y zanaho
rias sean iguales. El criterio de homogeneidad puede responder a cuestiones
prácticas relacionadas con el envasado y el transporte, pero acaba imponien
do un ideal estético de uniformidad cuando la riqueza de la naturaleza con
siste en su diversidad. En este sentido, hay que mencionar también el traba
jo de algunas organizaciones dedicadas a luchar contra el despilfarro de
comida y a dar un buen uso a las frutas y verduras descartadas por no encajar
en ese ideal, como la ONG Espigoladors, que elabora conservas vegetales
bajo la marca Es Im-perfect. 12
Pensemos también en las bandejas de porexpán en que a menudo se nos
presentan frutas y verduras en el supermercado: nos pueden parecer atracti
vas porque son blancas, pulcras e higiénicas, pero no son biodegradables y
12 www.espigoladors.cat
LA APRECIACIÓN ESTÉTJCA 59
tampoco son fáciles de reciclar. Esa bandeja que nosotros usamos durante
unas horas o un par de días para llevar y guardar unas piezas de fruta, va a
tener una historia muy larga y quizás pase décadas amontonada en un verte
dero o contaminando el mar. Si cada semana volvemos de la compra con tres
0 cuatro bandejas, solo hace falta sumar la cantidad de basura que produci
mos. También en este caso la apreciación estética no ha de consistir simple
mente en el aspecto de la bandeja blanca de porexpán sosteniendo cuatro
manzanas, sino que ha de tener en cuenta la historia de ese objeto, cómo fue
producido y qué va a suceder con él después de que lo hayamos usado. El
estilo estético superficial encarnado por las bandejas de porexpán, y que
encontramos en otros objetos de un solo uso que resultan muy caros de pro
ducir y/o muy contaminantes, está siendo respondido por todo tipo de pro
puestas de reutilización, reciclaje y arte reciclado. Algunas de tales propues
tas son interesantísimas desde un punto de vista estético, porque logran que
esos objetos descartados como basura reciban una segunda oportunidad y
revelen cualidades sensoriales que nos resultan atractivas, sorprendentes y
evocadoras. Sin embargo, si no produjéramos esos objetos, no haría falta
reciclarlos después.
Otro ejemplo de estilo estético superficial es el que trata al objeto como
un instrumento estético, es decir, lo reduce a su mera apariencia externa y a
una función ornamental. Según hemos explicado más arriba, una apreciación
estética profunda implica precisamente no instrumentalizar, sino respetar el
objeto contemplado. En cambio, los estilos estéticos superficiales reducen el
objeto a un mero instrumento cuya utilidad consiste en adornar, como si de
él solo tuviera valor el placer estético que nos proporciona. Este tipo de es
téticas superficiales pueden ser muy dañinas, especialmente cuando se apli
can a la naturaleza y, sobre todo, a seres vivos. Pensemos en el uso de anima
les como si fueran ornamentos. Un ejemplo claro son los acuarios que
encontramos en viviendas, comercios, restaurantes, hoteles o parques de
atracciones: los peces son presentados como meros adornos que proporcio
nan placer a la vista. Lo mismo sucede con los pájaros enjaulados que vemos
en los balcones de tantas viviendas.
En estos casos se impone una concepción del animal como si fuera sim
plemente un instrumento estético y se olvida que los animales son mucho
más que su apariencia. Los animales sienten placer y dolor; están dotados de
capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas; poseen memoria, ex
pectativas y personalidad. Y no son un mero amasijo de emociones y sensa
ciones, sino que sus capacidades y sus experiencias están articuladas por un
yo que los convierte en sujetos de su propia vida. Los animales experimentan
lo que les sucede desde su subjetividad y responden a lo que les pasa con
emociones 'y acciones. Se alegran cuando su vida va bien y se entristecen o se
asustan cuando va mal. Por supuesto, sus capacidades varían según las espe
cies, pero hoy en día sabemos que todos los vertebrados, e incluso algunos
invertebrados como los cefalópodos, son más inteligentes y emocionales de
60 ECOANIMAL
lo que la ciencia más mecanicista nos venía repitiendo desde los tiempos de
Descartes hasta bien entrado el siglo xx. 13 En el siglo XXI, es normal que los
científicos estudien la personalidad de los peces 14 o las capacidades cogniti
vas de los pollos15 • Por estas razones, encerrar animales en espacios reduci
dos y condiciones artificiales, impedirles vivir sus vidas, robarles su libertad
y separarlos de sus familias simplemente porque nos parecen bonitos implica
reducir a los animales a un mero valor ornamental, y eso es precisamente lo
contrarío de una apreciación estética profunda.
Además, enjaular pájaros y encerrar peces en acuarios no solo daña a los
animales, sino que también nos impide apreciar en profundidad las cualida
des sensoriales de tales especies. Las apreciaciones estéticas superficiales
símpre implican una pérdida para el sujeto, aunque este no sea capaz de
darse cuenta. El espectáculo de ver volar a los pájaros es más fascinante que
tenerlos dentro de una jaula donde apenas pueden moverse ni interactuar
con sus congéneres. Contemplar a los peces nadando en mar abierto es más
majestuoso que verlos encerrados en una pecera diminuta. Quien enjaula a
un pájaro lo hace creyendo que el animal se acaba en los límites de su cuerpo
e ignora que su identidad se desarrolla en una red compleja de relaciones
con los otros seres del entorno al que pertenece. A eso me refiero con el
concepto de ecoanimalidad. Cuando se enjaula al animal, se le impide reali
zar la forma de vivir propia de su especie y desplegar sus conductas natura
les. Los animales no son objetos: son historias, son redes de relaciones, for
mas de vivir. Por eso las jaulas no solo encierran, sino que rompen vidas.
Rompen aquello que pretendíamos apreciar. En toda jaula y en todo acuario
hay formas de vida mutiladas a las que no se permite expresarse como lo que
son, a las que no se permite ser ellas mismas.
Es importante subrayar que las apreciaciones superficiales no son erró
neas simplemente por motivos éticos, sino que lo son por razones estéticas,
porque reducen la apreciación a aspectos menores y poco relevantes, y la
enfocan desde una perspectiva parcial y torcida. Si asumimos como nuestros
esos estilos estéticos superficiales, nos alejaremos de experiencias complejas,
ricas y diversas, y acabaremos creyendo que el mar cabe en una bañera. Los
estilos estéticos triviales que nuestra civilización nos ofrece cercenan nuestra
capacidad de explorar, de experimentar y apreciar, y así reducen una parte
11
Véase la bibliografía reunida en Marc Bekoff, «Animal Consciousness: New Report
Puts Ali Doubts to Sleep», Psychology Today [en línea]. Disponible en: 26 de enero de 2018:
https://www.psychologytoday.com/blog/animal-emotions/201801/animal-consciousness-new
report-puts-all-doubts-sleep
14
Nicholas D. McDonald et al. «Consensus and Experience Trump Leadership, Su
ppressing Individual Personality during Social Foraging», Science Advances, 2 .9 (2016),
el 600892: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5023318/
15 Lori Marino, «Thinking chickens: a review of cognition, emotion, and behavior in the
domestic chicken», Animal Cognition, vol. 20, núm. 2 (2017), pp. 127-147, [también en lí
nea]. Disponible en: http://link.springer.com/article/10.1007/s10071-016-1064-4
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 61
mujeres son educadas para ser miradas y no para erigirse en sujetos que mi
ran el mundo, que lo analizan y lo contemplan. Como tantas pensadoras fe
ministas han denunciado, las mujeres son educadas para que se conviertan
en modelos y en musas, no en artistas y en filósofas. Pero ese estilo trivial
también daña a los varones, que son educados para apreciar lo superficial y
no lo profundo; cuando reduc:en a las mujeres a meras apariencias agrada
bles, también reducen su propia capacidad de comprender y apreciar la hu
manidad y, en general, el mundo que habitan. Se dice a veces de nuestra so
ciedad que es muy estética, pero eso no es cierto en absoluto: lo que reina en
nuestra civilización es la superficialidad. Una sociedad donde la estética fue
ra realmente importante desarrollaría una cultura más profunda, creativa y
diversa.
Mientras escribía este capítulo, acudí a la farmacia de mi barrio a buscar
un medicamento. Cuando estaba aguardando mi turno, de repente me di
cuenta de que me rodeaban imágenes de mujeres semidesnudas: a mi dere
cha, las estanterías estaban llenas de cremas contra la celulitis y el envoltorio
de cada producto mostraba la fotografía de una chica joven en ropa interior;
a mi izquierda había barritas energéticas para mujeres que quieren hacer
dieta y diversos productos para adelgazar, también con imágenes de chicas
en bikini. Más allá, comenzaba la sección de cremas antiarrugas y larguísimas
estanterías dedicadas al maquillaje. Y todavía había otra sección para el cui
dado de los píes, dirigida únicamente a un público femenino, porque parece
ser que los varones nunca tienen durezas ni callos. Todo esto en una farma
cia. Si cada vez que vamos a buscar jarabe contra la tos nos pretenden adoc
trinar así. .. , ¿qué podemos esperar? Cuando por fin me tocó el turno, la
dependienta me preguntó si quería apuntarme a un taller gratuito para depi
larme las cejas. Le contesté que no estaba segura de si había entrado en una
farmacia o me había equivocado de tienda, y lo que siguió fue una conversa
ción absurda que no tiene sentido reproducir. Pero el mensaje es claro: si
entras en una farmacia a buscar medicamentos contra el resfriado y te insis
ten en que debes depilarte las cejas, los conceptos de salud y de estética se
mezclan de una forma peligrosa. Los productos de maquillaje colocados al
lado de los medicamentos contra la gripe nos pretenden inculcar la idea de
que ese estilo estético superficial es una cuestión de salud.
Las mujeres que caen en la trampa y siguen ese código acaban mostrando
todas un aspecto uniforme, como si fueran repeticíones unas de las otras, en
vez de seres que expresan una personalidad singular en su apariencia. En la
dirección contraria se halla la posibilidad de buscar por una misma, cada una
de nosotras, qué apariencia deseamos tener y qué queremos expresar con
ella. Cultivar un estilo estético propio implica ir más allá de una talla o un
tipo de piel, de códigos prestablecídos y moldes diminutos en los que una
deba encajar. Pero con eso no pretendo afirmar que la belleza de las personas
solo se encuentre en su interior ni rechazar cualquier apreciación estética de
su aspecto externo. No debemos confundir una apredación superficial del
LA APRECIACIÓN ESTÉTICA 63
cuerpo con una apreciación profunda, ni creer que toda estética es por defi
nición superficial, porque entonces solo podríamos elegir entre el estilo esté
tico trivial que se nos impone o una renuncia a la estética. Y la estética puede
proporcionarnos experiencias de gran profundidad. Necesitamos reivindicar
una apreciación del cuerpo que no sea banal.
Apreciar de manera profunda tiene que ver con observar cómo las perso
n expresan su personalidad en su apariencia: cómo manifiestan lo que son
as
en el tono de su voz, en su manera de reír, en su forma de caminar. Pensemos en
esas personas vitales que expresan alegría con todo su cuerpo, que ríen con
todo su ser. Pensemos en esas personas que cuando cuentan una historia la
cuentan no solo con la voz, sino también con el rostro, las manos, como si
encarnaran en sí mismas los personajes de los que hablan. Pensemos en los
aficionados a observar pájaros que saben imitar el canto de muchas aves y
que con las manos intentan describir la forma de volar de cada una. Bailari
nes, magos, pintores, escaladores o cirujanos han aprendido a usar sus cuer
pos de formas distintas y eso influye también en cómo se mueven y se expre
san en la vida cotidiana.
En un parque de mi barrio me encuentro casi a diario a una vecina y su
perro que me parecen la encarnación de la vitalidad, la alegría y la belleza.
Ella es una señora mayor, ya jubilada, bajita y delgada, con el pelo canoso
muy corto y aspecto frágil. Él es un chucho sin raza, bastante grande, de pelo
corto y marrón, que nunca ganaría uno de esos concursos de belleza para
perros. La señora camina despacio, especialmente mientras sube la pronun
ciada cuesta que los conduce al parque. El perro no para de corretear a su
alrededor y de mirarla impaciente, pidiéndole que se dé prisa, deseoso de
llegar cuanto antes. Se adelanta corriendo y luego regresa a buscarla y da
vueltas a su alrededor. Y entonces ella hace un ademán como sí fuera a echar
a correr tras él, como si lo persiguiera, aunque no puede hacerlo, y el perro
sale corriendo con todas sus energías, con todo su entusiasmo, como si co
rriera por los dos. Una vez en el parque, ella le tira la pelota y lo recibe con
premios y cariños cuando él la devuelve. Me atrapa la mirada verlos jugar,
porque esa señora que ya no puede correr, que quizás en poco tiempo nece
sitará un bastón, y ese perro feúcho al que le tira la pelota encarnan de una
manera fabulosa las ganas de vivir y disfrutar. Es fascinante, además, cómo
sus cuerpos se coordinan, cómo les basta un gesto para entenderse. A veces
el perro salta a su alrededor con tantas energías que temo que la hará caer,
porque se la ve muy frágil. Pero el perro nunca se tira sobre ella, como si
fuera perfectamente consciente de lo que ella puede y no puede hacer.
El chucho no responde a los cánones superficiales de belleza para perros
y ella tampoco responde a los cánones superficiales de belleza para mujeres.
Pero los dos me parecen bellísimos. Y no en su interior, sino en sus cuerpos
y en la manera en que ambos cuerpos se coordinan cuando juegan como si
bailaran. En la forma en que expresan sus ganas de vivir, en cómo ella se ríe,
en cómo lo acaricia, en cómo se deja caer en un banco cuando está cansada
64 EcOAN!MAL
16 Richard Shusterman, «Somatic Style>,, The Journal o/Aesthetics andArt Criticúm, vol.
69, núm. 2 (2011), pp. 147-159.
2. Los sentidos estéticos en la filosofía moderna
1 René Descartes, Discours de la méthode (Leiden: Jan Maíre, 163 7); Discurso del método
(Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral, 1989), edición y traducción de Manuel García
Morente.
68 EcoANIMAL
2
Henry David Thoreau (1854), Walden; or Lije in the Woods (New Haven: Yale Uníver
sity Press, 2004), edición cleJeffrey Cramer; Walden (Madrid: Errata Naturae, 2013), traduc
ción ele Marcos Nava García. Walking (Boston: The Atlantic Monthly, 1862); El arte de cami
nar (Barcelona: Ediciones Local Global, 2009), edición ele Antonio Casado da Rocha,
prólogo deJosé Antonio Pérez. Véase la colección digital de obras de Thoreau: https://www.
walden.org/thoreau/the-writings-of-henry-david-thoreau-the-digital-collection/
En lengua castellana hay que agradecer el trabajo que desde hace años ha venido realizan
do Antonio Casado da Rocha para divulgar su obra, como por ejemplo: Thoreau. Biografía
esencíal (Madrid: Ediciones Acuarela, 2004), prólogo de.Joaquín Araújo [también en línea].
Disponible en: http://antonio.ias-research.net/files/2016/05/antonio_casado_da_rocha_tho
reau. pdf
3 Val Plumwood, Feminism and the Mastery o/Nature (Nueva York: Routledge, 1993).
KarenJ. Warren (ed.), Ecological Feminist Philosophies (Indiana University Press, 1996); Fi
losofías ecofeministas (Barcelona: Icaria, 2003), traduccíón de Soledad Iriarte. Alicia H. Puleo,
Eco/eminismo para otro mundo posible (Madrid: Cátedra, 2011), Alicia H. Puleo (ecl.), Ecolo
gía y género en diálogo interdisciplinar (Madrid: Plaza y Valdés, 2015) (se puede descargar
aquí: http://www.plazayvaldes.es/libro/ecologia-y-genero-en-clialogo-interdisciplinar). Angé
lica Velasco, La ética animal ¿Una cuestión feminista? (Madrid: Cátedra, 2017).
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODER,l\lA 69
4 Aristóteles (c. 350 a. C.), Acerca del alma (Madrid: Gredos, 1978), introducción, tra
ducción y notas de Tomás Calvo Martínez, revisada por Alberto Bernabé Pajares.
70 EcoANIMAL
5 Platón (c. 390 a. C.), Hipías mayor, en Diálogos, vol. 1 (Madrid: Gredos, 1981), intro
ducción de Emilio Lledó, traducción y notas de]. Calonge Ruiz, Emílio Lledó y Carlos García
Gual.
6 Platón (c. 380 a. C.), El banquete (Madrid: Gredos, 2010), traducción de Marcos Mar
tínez Hernández.
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERl'\JA 71
7
Los siguientes apartados y también los capítulos 3 y 4 desarrollan ideas que había
apuntado brevemente en un artículo, publicado en dos versiones distintas:
«Anosmic Aesthetics», Fabian Dorsch y Dan-Eugen Ratiu (eds.), Proceedings o/ the Euro
pean Society /ar Aesthetics, vol. 4 (2012), pp. 513-531 [también en línea]. Disponible en:
http://proceedings.eurosa.org/?p=37
«Anosmic Aesthetics» (versión más extensa), Estetika. The Central European ]ournal o/
Aesthetics, Praga, vol. 6, núm. 1 (2013), pp. 53-80. Aprovecho para agradecer a Fabian Dorsch,
in memoriam, las sugerencias que me hizo sobre estas cuestiones.
72 EcoANIMAL
8
Immanuel Kant, Crítica del Juicio, op. cit., § 2-5.
9 G. W. F. Hegel, Vorlesungen über die Asthetik (Berlín: Verlag das europiiische Buch,
1985), según la segunda edición de H. G. Hotho (1842); Lecciones sobre la estética (Madrid:
Akal, 2007), traducción de Alfredo Brotons Muñoz, pp. 30-32.
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERNA 73
entre los cultivos. Si nos entregamos a admirar el cerezo desde esta perspec
tiva, llegaremos a olvidar que nos sentimos cansados y hambrientos y apre
ciaremos al cerezo por sí mismo. En este caso, ya no veremos al cerezo como
un instrumento, no querremos que nos preste ningún servicio ni que satisfa
ga nuestros deseos biológicos. Lo único que querremos es seguir contem
plando su belleza: es en esto en lo que consiste la apreciación estética. Por
ello, dirá Kant, en la apreciación estética no importa si el objeto contempla
do existe realmente; porque lo único que deseamos es contemplarlo, no usar
lo. Y esa es la razón por la que también apreciamos estéticamente un cerezo
pintado en un lienzo. El cerezo representado en una pintura o en una foto
grafía no puede satisfacer nuestros deseos corporales y, sin embargo, apre
ciamos su belleza. Por ello, la apreciación estética abraza tanto objetos real
mente existentes como representaciones, mientras que nuestros deseos
biológicos necesitan, para ser saciados, objetos reales.
Aquí podemos añadir una idea que no se halla en Kant, pero que refor
zaría su argumento. Desde una perspectiva estética podemos apreciar, inclu
so, que los pájaros se coman las cerezas del árbol. Si estamos pensando en
satisfacer nuestro apetito y un grupo de aves se posa sobre las ramas buscan
do esas mismas cerezas, intentaremos asustarlas para que se marchen y que
darnos la fruta para nosotros. Sin embargo, desde una perspectiva estética,
ver a los pájaros comiéndose las cerezas se convierte en un profundo placer.
En casa tengo un pequeño cerezo que cada mes de mayo da un puñado de
fruta y la pareja de mirlos que vive alrededor del patio observa atentamente
las cerezas durante todo el proceso de maduración. Cada día se posan en el
árbol para mirarlas y, cuando finalmente están rojas, se dan un festín. Ver el
espectáculo me resulta tan fabuloso que, cuando el puñado de cerezas se
acaba, les compro más. Eso me regala el placer de verlos revolotear por el
patio y de que luego el macho se quede en una rama cercana a cantar. Es
cierto que podría dar de comer a los mirlos simplemente por motivos éticos,
como una forma de compensar a las aves urbanas por los muchos problemas
que les causamos, pero los motivos estéticos son distintos y ta1nbién impor
tantes. La idea de la apreciación estética como una perspectiva desinteresada
nos permite defender que renunciar a comer (momentáneamente, por su
puesto) para ver comer a los animales es una forma de placer intelectual.
Pero vayamos ahora a la cuestión de los sentidos menores. Kant defiende
que el olfato, el gusto y el tacto pertenecen al reino de lo agradable, lo que
significa que son incapaces de apreciación desinteresada. Para Kant, cuando
alguien percibe un olor, una sensación de gusto o una sensación táctil, no
puede contemplar esas sensaciones por sí mismas, porque le es imposible
separarlas. de los deseos biológicos que despiertan, del placer corporal que
generan.
Según Kant, con la vista y el oído podemos tener ambas perspectivas:
interesada o desinteresada. Pero con el olfato, el gusto y el tacto, no pode
mos percibir sin interés, no podemos separar la percepción de los deseos que
74 EcoANIMAL
despierta, pues tales deseos aparecen como una reacción biológica que esca
pa a nuestro control. Sí el olor es agradable, provoca hambre, sed, deseo
sexual u otros deseos corporales. Si es desagradable, genera el deseo de es
capar de sus efectos. Así, para Kant, cuando percibimos un paisaje natural
con los cinco sentidos, solo dos de ellos aprecian su belleza. Un paisaje es
bello para la vista y el oído, pero no por las texturas de las plantas que toca
mos, el gusto dulce de las moras o el aroma de la vegetación. La belleza de
unas piezas de fruta puede captarla la vista y puede representarse en una -
pintura, pero no se percibe al comerlas. Por ello en la historia del arte occi
dental tenemos una gran tradición de representación pictórica de comida
mientras que la cocina no ha sido aceptada como arte.
Así, según Kant, para apreciar estéticamente debemos olvidar el cuerpo
y sus deseos. De hecho, podemos decir que Kant formula la estética como
una actividad ascética, un placer puramente intelectual y liberado del placer
biológico. Ese ascetismo será todavía más pronunciado en Schopenhauer.
Como ya habíamos comentado en el primer capítulo, Schopenhauer nos pro
pone en su libro El mundo como voluntad y representación tres caminos para
liberarnos de la tiranía de la vida biológica, de esos deseos corporales que
nos empujan continuamente y nos impiden hallar la serenidad. Esos caminos
son la estética, la compasión y el ascetismo. En una primera impresión, uno
podría creer que la estética es un camino contrario al ascetismo, puesto que
nos proporciona placer, pero al leerlo con detalle comprendemos que la es
tética que Schopenhauer nos propone es ya una prímera forma de ascetismo.
La estética proporciona un placer intelectual, pero a cambio de renunciar a
los placeres del cuerpo. Por ello sostendrá Schopenhauer que cuando con
templamos la belleza de una puesta de sol, da igual verla desde un calabozo
o desde un palacio. 10
Aquí es imprescindible una precisión. En el capítulo anterior, decíamos
que la estética consiste en silenciar el yo para escuchar al objeto. Esa idea
puede parecer similar, pero no lo es, a la propuesta de olvidar el cuerpo para
concentrarse en un placer intelectual. Se trata en realidad de dos actitudes
distintas. Una consiste en silenciar el yo (tanto el cuerpo como la mente)
para escuchar al objeto: la apreciación estética. Y otra cosa distinta es silen
ciar el cuerpo para concentrarse en la actividad intelectual: la apreciación
estética entendida desde el dualisíno metafísico. De hecho, uno podría olvi
darse del cuerpo y centrarse en el placer intelectual, y sin embargo no aten
der al paisaje natural que tiene delante, sino proyectar sobre él su propia voz:
en este caso estaría encarnando doblemente el dualismo metafísico, al acep•
tar la jerarquía de la mente sobre el cuerpo y del ser humano sobre la natu
raleza. Creo que ambas ideas se mezclan en las propuestas de Kant y
Schopenhauer, puesto que están desarrollando sus estéticas dentro del mar-
10
Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y rt:presentación, vol. I, op. cit., p. 251.
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERNA 75
11
Lawrence Nolan (ed.), Primary and Secondary Qualities: The Historical and Ongoz'ng
Debate (Oxford: Oxford Uníversity Press, 2011).
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERNA 77
12
Immanuel Kant, Crítica del Juicio, op. cit., § 6-8.
78 ECOAN!MAL
analizadas, pues son sensaciones difusas, vagas, sin estructura. Por ello no
pueden ser apreciadas de manera estética, ni emplearse para construir obras
de arte, porque no es posible trabajar con ellas para generar formas. Los
elementos visuales de un jardín pueden ser diseñados, se les puede imponer
un orden racional: el jardinero dispone las plantas trazando figuras geomé
tricas, emplea los árboles para definir avenidas que se entrecruzan, alza setos
que delimitan los espacios, emplea arbustos para crear volúmenes, planta
cipreses frente a sauces con el fin de generar contraste entre sus formas,
poda los frutales para que no sobrepasen una determinada altura. En cam
bio, no hay manera de ordenar los olores, porque se mezclan entre sí y se
desplazan.
Esta idea se basa, de nuevo, en la distinción entre cualidades primarias y
secundarias. La forma de un objeto es una cualidad primaria, que puede ser
expresada geométricamente, y, en cambio, el olor, el gusto y el tacto, cuali
dades secundarias, son considerados sensaciones difusas carentes de estruc
tura. Sin embargo, este argumento incide en un aspecto específico y muy
importante, pues se sustenta en una concepción racionalista de la estética.
Según Kant, lo que apreciamos estéticamente son formas, estructuras racio
nales que la geometría puede estudiar, que pueden cuantificarse, es decir:
orden. En el fondo, Kant nos está diciendo que lo que apreciamos estética
mente es la estructura matemática de la realidad. Por supuesto, esta es una
idea muy antigua que arraiga en la estética pitagórica, según la cual la belleza
consiste en relaciones de proporción y armonía que se expresan numérica
mente. Tal idea está presente en Platón y Aristóteles y ha seguido desarro
llándose durante toda la historia de la filosofía occidental; actualmente
continúa teniendo defensores, aunque también ha recibido algunas objecio
nes, como veremos en el próximo capítulo.
Otro de los argumentos que Kant nos ofrece contra los sentidos menores es
que no respetan la distancia entre el objeto contemplado y el sujeto que lo
contempla. Para la estética moderna, la apreciación implica siempre una dis
tancia física, que es la otra cara de la distancia psicológica en la que consiste
el desinterés. Que sujeto y objeto estén separados es necesario para lograr el
silencio del cuerpo y la serenidad que hacen posible la contemplación. La
vista y el oído permiten esa distancia, pues nos ofrecen percepciones pano
rámicas de lo que nos rodea, nos sitúan en un observatorio elevado desde el
que podemos contemplar el mundo sin participar en él. Nos convierten en
vigías, como los marineros que se suben a la cofa en lo alto de un mástil y
otean el mar hasta el horizonte. Los sentidos menores, en cambio, nos hacen
caer en el torrente de los procesos vitales, donde la corriente nos arrastra con
fuerza y no nos permite liberarnos.
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERNA 79
Para percibir una sensación táctil, nuestro cuerpo debe tocar el objeto. La
distancia, por tanto, es imposible. Y al tocar el objeto con nuestra piel, se
despiertan sensaciones corporales de placer o desplacer biológico que harán
imposible el aprecio estético. En el caso del gusto, para percibir esa sensa
ción tenemos que colocarnos el objeto en la boca y masticarlo, pero la per
cepción apenas durará unos momentos antes de consumirlo; luego el objeto
se descompondrá, será digerido, transformado por nuestro organismo, y sus
nutrientes serán asimilados y pasarán a formar parte de nuestro cuerpo. El
caso del olfato es un poco diferente, pues para percibirlo no es necesario
entrar en contacto directo con el objeto que emite el olor, pero sí con el olor
mismo. Y lo que sucede es que cuando un sujeto se acerca a percibir un olor,
puesto que este carece de límites que puedan contenerlo, es fácil que el su
jeto acabe rodeado por el olor que quería percibir, que acabe inmerso en él.
Es probable, además, que el olor impregne su ropa, su piel, su cabello, y así
se vea obligado a llevárselo consigo, lo que puede ser experimentado como
algo contaminante.
En el caso del olfato, la situación es todavía peor si el olor se le impone
a un sujeto que no había decidido percibirlo. En la sección 53, critica Kant
una costumbre de la época: sacar del bolsillo un pañuelo perfumado para
olerlo y de ese modo obligar a los demás a olerlo también. Para Kant ejem
plifica justamente lo que no tiene cabida en la estética, que concibe como un
espacio de libertad donde es el sujeto quien decide lo que contempla. El
olor, que no respeta ni la distancia ni la libertad, no cumple con las condicio
nes básicas para ser apreciado.
También la música se impone a veces sobre quien no había decidido es
cucharla, menciona un Kant que no era especialmente melómano y para
quien resultaba una molestia que sus vecinos tocaran o cantaran. Así, olor y
sonido comparten esa característica negativa, su capacidad para imponerse
en quien no ha elegido percibirlos. Sin embargo, el sonido compensa este
defecto en cuanto puede tener una forma, como la que poseen la música o
los cantos de otras especies animales. En cambio, el olor, según Kant, no
compensa sus defectos con ninguna virtud.
Es Hegel quien añade otro argumento contra los sentidos menores, especial
mente contra el olfato: su carácter efímero. Un olor no permanece estable,
de tal manera que una persona pueda contemplarlo serenamente, sino que
siempre está en proceso, cambia sin cesar y al final desaparece. 13 Sí analiza
mos esta iclea un poco más, veremos que dicha característica del olor se
debe, en parte, a que no es autónomo respecto de su entorno, sino que inte-
13
G. W. E Hegel, Lecciones sobre la estética, op. cit., p. 457.
80 ECOANIMAL
ractúa con él, mezclándose con cualquier otro olor que encuentre. Tal como
los perfumistas saben bien, un mismo perfume huele diferente según el olor
corporal de la persona que lo lleva y además cambia con el paso del tiempo.
La condición transitoria del olor era concebida en la Modernidad como un
obstáculo para su contemplación, ya que rehuía los intentos del sujeto por
fijar su atención en él. Las sensaciones de gusto son también efímeras, aun
que de otro modo: disfrutamos del gusto dulce de una manzana mientras la
estamos consumiendo, mientras la masticamos y descomponemos, y somos
nosotros mismos quienes la transformamos en algo distinto.
La cuestión de la permanencia era fundamental en la estética tradicional.
Para entenderlo, volvamos de nuevo al dualismo metafísico. Según este, el
mundo material se caracteriza porque todo en él es efímero: el cuerpo huma
no, como todos los seres vivos, está condenado a la muerte. Sin embargo, el
ser humano posee la esperanza de transcender esa condición mortal, pues su
identidad más profunda es un alma destinada a la vida eterna. Así, la duali
dad humana es una dualidad entre lo fugaz y lo permanente. De la misma
manera, los acontecimientos que tienen lugar en el mundo son transitorios,
pero las ideas permanecen en una realidad superior; una diferencia que Pla
tón teorizó y que Schopenhauer todavía defendía. Todos los seres vivos que
durante un tiempo son bellos acaban por perder su belleza, pero la idea
misma de lo bello existe para siempre.
En este marco teórico, se concebía que la apreciación estética debía le
vantar la mirada de los procesos vitales transitorios y alzarse hacia lo perma
nente. Precisamente por ello, una de las funciones del arte es tomar aspectos
efímeros de la realidad y capturarlos en la representación. Así, el arte detiene
el continuo fluir de la vida hacia la muerte. La pintura o la escultura retienen
para siempre el primer beso de los amantes, la emoción de ascender una
montaña, el instante en que los náufragos son avistados por un barco que
acude a rescatarlos, el regreso a casa después de un largo viaje de aventuras,
los juegos de los hijos en un día especialmente alegre. El arte conserva lo que
la vida nos arranca. Atrapa la juventud de las personas a las que retrata y la
conserva aún después de su muerte. Pero no es solo que congele instantes,
sino que capta lo esencial que transciende lo efímero. Cuando muestra la
belleza de unos caballos al galope no solo retiene un momento concreto y
unos caballos particulares, sino que encarna la esencia misma del caballo,
que seguirá existiendo más allá del paso del tiempo.
Es cierto que algunas artes parecen más apropiadas que otras para desem
peñar esta función. Pintura, escultura y arquitectura (hoy añadíríamos la
fotografía) aspiran a transcender el tiempo. En cambio, las artes performati
vas, como la música, el teatro o la danza, resultan más problemáticas, puesto
que necesitan tiempo para desarrollarse y además cada nueva representación
de una misma obra es distinta de las anteriores. Y, sin embargo, también ellas
están al servicio de la permanencia. Aunque cada una de sus representacio
nes es efímera y diferente de las demás, la obra puede ser conservada en una
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERNA 81
Más allá de los argumentos filosóficos contra los sentidos menores que halla
mos en la estética moderna, creo que en el caso del olfato hubo otro motivo
para rechazarlo, aunque los autores no lo aborden explícitamente. Como
hemos venido explicando, para la filosofía tradicional occidental el olor no
ha sido especialmente valioso. Y, sin embargo, en ciertos ámbitos de la cul
tura y en ciertas épocas sí desempeñó un papel fructífero: en algunas versio
nes del dualismo metafísico, el olor fue considerado el sentido que conectaba
ambas realidades. El problema es que, cuando se impusieron concepciones
más rígidas del dualismo, ese papel de conexión que el olfato había desem
peñado se volvió contra él.
Si leemos el Antiguo Testamento, descubriremos que algunos olores ejer
cían de mensajeros entre los seres humanos y la divinidad. En el libro del
82 EcOANIMAL
Éxodo, Dios explica detalladamente a Moisés cómo debe realízar los rituales
religiosos y esas instrucciones incluyen recetas para elaborar los perfumes
que se usarán en las ceremonias. De manera similar, el Levítico es un código
de comunicación en el que los olores son fundamentales. Una de las maneras
como los humanos se comunicaban con Dios, le pedían perdón por los pe
cados o le expresaban su adoración era sacrificando animales como ofrendas.
Sin embargo, un ser puramente espiritual no puede consumir la carne; por
ello, lo que los humanos le ofrecían a Dios era el olor de los cuerpos quema
dos que ascendía con el humo hacia el cielo. El olor parece ser el elemento
material más etéreo, más capaz de ascender, de asemejarse y acercarse a lo
espiritual. Por otro lado, Cantar de los Cantares, uno de los libros más mís
ticos y metafóricos de la Biblia, está colmado de referencias olfativas; en sus
páginas, la espiritualidad se expresa a través de la sensualidad de intensas
fragancias. El Nuevo Testamento también concede a los aromas un papel
central. Cuando los Reyes Magos acuden a adorar a Jesús recién nacido, le
ofrecen tres presentes: oro, incienso y mirra. Es significativo que, de los tres
regalos, dos sean sustancias aromáticas.
Esta concepción del olfato no es una invención del judaísmo. Las religio
nes más antiguas ya concedían al olor un papel de mediador y transmisor,
que encontramos en las más diversas cosmovisiones animistas y que continuó
presente en el politeísmo griego y romano. Aunque las religiones de la trans
cendencia, el judaísmo, el cristianismo y el islam, abren el abismo entre lo
material y lo espiritual, no debemos olvidar que son religiones muy jóvenes
que pretenden suprimir cosmovisiones milenarias. Por ello mismo, elemen
tos animistas, elementos paganos, resurgen una y otra vez en estas religiones
y con ellos renace el poder del olfato. Cuando se suaviza el dualismo metafí
sico, cuando lo espiritual se hace un poco más tangible y lo material un poco
más etéreo, cuando la religión se vuelve más vivencia! y encarnada, el olor
adquiere de nuevo el papel de nexo que solo él puede realizar.
Pensemos en algunas de las versiones populares del cristianismo que se
extienden durante la Edad Medía y para las cuales las apariciones, las visio
nes, las posesiones, los trances y los milagros forman parte de la experiencia
cotidiana de la religión. Se consideraba que existían contactos entre el mun
do material y el mundo espiritual, y en esos contactos el olfato era con fre
cuencia un vehículo de comunicación. Cuando la Virgen o los santos se ma
nifestaban a algunas personas escogidas, a menudo la aparición incluía o
consistía simplemente en un olor. La Virgen solía manifestarse con olor de
rosas. También las apariciones de seres infernales iban acompañadas de olo
res, que en este caso eran pestes. Asimismo, las personas santas se distin
guían de las demás porque su cuerpo emitía una fragrancia agradable, nor
malmente asociada a perfumes florales. El llamado «olor de santidad»
permanecía tras la muerte: el cuerpo no se corrompía y, en vez del esperado
mal olor característico de un cadáver, seguía emitiendo un delicioso aroma.
Encontramos una leyenda sugerente en el caso de Teresa de Ávila, pues se
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA MODERNA 83
decía que su cuerpo íncorrupto, del que emanaba una hermosa fragancia,
curaba la anosmia.
Es fácil entender la lógica detrás de tal concepción religiosa. El olor ema
na de los objetos como algo que expresa su esencia, pero no puede verse ni
tocarse; es una manifestación sutil de su identidad y por ello evoca el alma.
Al mismo tiempo, el olor puede desplazarse, llenar un espacio y permanecer
en un lugar después de que el objeto que lo produce haya sido retirado. Su
carácter aéreo, su capacidad para dejarse transportar por el viento y elevarse
hada el cielo como el humo, lo hacen parecer menos material y más etéreo.
Y no debemm, olvidar que los olores se perciben al respirar, lo que los conec
ta con la esencia misma de la vida. Por todas estas características, es fácil ver
en él un vínculo con lo espiritual. Por otro lado, su identidad transitoria
parece subrayar los cambios que sufren las personas en los ritos de paso. Es
por ello que tantas ceremonias religiosas de las más diversas culturas em
plean flores, incienso, aceites aromáticos, velas perfumadas y otras sustancias
olorosas que contribuyen a crear una atmósfera de recogimíento, misterio y
evocación. 14
Esas características del olfato que lo convierten en un puente entre mate
ria y espíritu se convierten en un problema cuando la Modernidad inicia el
gran proyecto filosófico de reforzar el dualismo metafísico. En los inicios de
la Edad Moderna, filosofía, cristianismo, ciencia y capitalismo se unen para
imponer una visión mecanicista de la naturaleza, radicalmente separada de
la realidad espiritual, que facilite un dominio cada vez más racional y eficaz
de los llamados recursos naturales. La naturaleza pasa a ser concebida como
una gran máquina que funciona según leyes estrictas, donde los fenómenos
son regulares y predecibles y por tanto el ser humano puede tomar el con
trol, dominarla y gestionarla para su beneficio. Y, sin embargo, hay elemen
tos que no encajan en ese ideal, y uno de ellos es el olor, que no cabe en ca
tegorías prefijadas, que tiende a desbordar cualquier lugar donde se lo
intente contener y no deja de transformarse. El olor no se deja dominar y eso
lo convierte en algo incómodo y peligroso. A la vez, su vínculo con una reli
giosidad irracional y corporal será un problema para un cristianismo fuerte
mente dualista que intenta liberarse de cualquier resto de paganismo. Recor
demos que el inicio de la Modernidad es la época de la quema de brujas, así
como de la conversión forzada al cristianismo de los pueblos indígenas colo
nizados: ningún resto de las concepciones animistas debe sobrevivir, porque
entorpecería la explotación de la naturaleza, de los anímales, de los cuerpos
humanos, en la que se basa el ideal de progreso. 15 Así, el papel que el olor
14 Jim Drobnick (ed.), The Smell Culture Reader (Oxford: Berg, 2006), pp. 371-430.
Constance Classen, David Howes y Anthony Synnott, Aroma. The Cultural History o/ Smell
(Londres: Routledge, 1994 ).
15 Silvia Federici, Caliban and the Witch. Women., The Body and Primitive Accumulation
(Nueva York: Autonomedia, 2004); Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación origina
ria (Madrid: Traficantes de Sueños, 2010).
84 EcoANIMAL
Los argumentos contra los sentidos menores que acabamos de resumir per-
miten a la estética moderna defender una serie de tesis. En primer lugar, que
no es posible apreciar estéticamente sensaciones olfativas, gustativas ni tác
tiles. En segundo lugar, que cuando contemplamos entornos naturales, aun
que la percepción es multisensorial, la apreciación estética es exclusivamen
te visual y auditiva. Y, en tercer lugar, que no puede crearse arte para los
sentidos menores.
Por tanto, según la estética moderna, las personas que de manera tempo
ral o permanente sufran una disminución o una pérdida total del sentido del
olfato, el gusto o el tacto no por ello tendrán experiencias estéticas empobre
cidas. Al contrario, en la apreciación estética hay que dejar atrás los sentidos
menores, como al cuerpo mismo, así que incluso podríamos aventurar que la
ausencia o la disminución de esos sentidos facilita las experiencias estéticas,
pues no es necesario reprimir lo que no se posee. Sin alguno de esos senti
dos, o con sus capacidades reducidas, quizás resulte más sencillo pasar de la
vida biológica y los placeres corporales a la vida intelectual y los placeres
estéticos. Tal vez, en cierto grado, deficiencias como la anosmia son un don
para la apreciación estética.
Antes de examinar cómo dichas ideas están siendo cuestionadas desde la
estética contemporánea, tarea que emprenderemos en el próximo capítulo,
me gustaría acabar de plantear lo que está en juego en este debate sobre la
aceptación o no de los sentidos menores. Lo que podría parecer una discu
sión secundaria, más o menos anecdótica o curiosa, es en realidad una de las
manifestaciones de un debate decisivo que iremos abordando progresiva
mente a lo largo de este libro. En la estética, como en otras ramas de la filo
sofía, está en juego cómo nos concebimos a nosotros mismos y de qué mane
ra nos construimos nuestro lugar en la naturaleza.
Ya hemos visto que la estética tradicional se desarrolla en el marco teóri
co del dualismo, al que a su vez refuerza. Es una estética pensada contra el
cuerpo, una forma más de someter el cuerpo al alma, una manera de elevar
al ser humano por encima de los otros animales y la naturaleza. Para cons
truir una estética capaz de liberarse del dualismo, necesitamos entender las
razones que llevaron al ser humano a querer alzarse sobre su cuerpo y sobre
la naturaleza; tales razones no justifican el dominio que se ha venido ejercien
do sobre ambos, ní las ingentes cantidades de dolor que ha causado, pero sí
no las comprendemos tampoco seremos capaces de criticarlas y superarlas.
Es comprensible que el ser humano experimente su propio cuerpo como
una trampa que lo encadena al dolor y lo condena a muerte. Nuestra corpo-
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA HLOSOFÍA MODERNA 85
18 .Jared Diamond, Guns, Germs and Steel (Nueva York: W. W. Norton, 1997); Armas,
gérmenes y acero (Madrid: Debate, 1998), traducción de Fabián Chueca.
19 .Jared Diamond, Collapse (Nueva York: Penguin Books, 2005); Colapso (Madrid: De
bate, 2006), traducción de Ricardo García.
90 ECOANIMAL
dad apabullante de culturas humanas, sino que impone una sobre las demás.
El dualismo es, en realidad, la imposición de una identidad única que se alza
sobre una pluralidad que no reconoce. Todo aquel que no encaje con la
identidad impuesta es lo otro, lo contrario, y debe someterse. El dualismo
niega la pluralidad y divide el mundo en dos reinos: idénticos y no idénticos,
espíritu y materia, señores y esclavos.
Es por •ello que el dualismo metafísico ofrece una concepción terrible
mente distorsionada de la realidad. En la naturaleza no existen por un lado
el ser humano y por otro lado el resto de seres vivos, sino que en ella convi
ven millones de especies de anímales, plantas y microorganismos, fruto de
los mismos procesos evolutivos y por tanto emparentadas entre sí, que inte
ractúan en los ecosistemas que comparten y en el conjunto de la biosfera que
nos acoge a todos. La biosfera es una comunidad de vida, una red de inter
conexiones entre millones y millones de criaturas. ¿Qué sentido tiene aislar
a una especie de las demás? Nadie que quisiera comprender nuestro mundo
lo dividiría de ese modo: solo lo haría alguien que desea justificar la explota
ción de la naturaleza, alguien que quiere legitimar la voluntad del ser huma
no de apropiarse de todo cuanto existe para sí mismo. El dualismo es una
cosmovisión generada por nuestro egoísmo.
De la misma manera, si tenemos una pluralidad de sentidos con los cuales
percibir el mundo y apreciarlo estéticamente, ¿por qué afirmar que solo dos
de ellos son capaces de hacerlo? En la discusión sobre los sentidos estéticos
está en juego algo más que el placer de apreciar la belleza. La tensión entre
la estética tradicional y algunas formas de la estética contemporánea que se
rebelan contra ella tiene que ver con cómo nos entendemos a nosotros mis
mos y cómo pensamos nuestra relación con el mundo que habitamos. Para
el dualismo, nuestros sentidos se ordenan jerárquicamente, de manera que
unos valen más que otros. Los que valen menos no necesitan ser educados,
cuidados, cultivados; al contrario, son despreciados y reprimidos. Pero po
demos concebirlos de otro modo, adoptando una visión pluralista y asu
miendo que cada uno de ellos es diferente y aporta información distinta y
92 ECOANIMAL
20 Para todas estas cuestiones relativas a no aceptar nuestra naturaleza corporal, merece
la pena ver los vídeos del congreso «I am not an animal», celebrado en 2017 en Atlanta [en
línea]. Disponible en: bttp://www.earthintransition.org/2016/10/not-animal-symposium/
También recomiendo: Daniel C. Dennett, Darwin's Dangerous Idea: Evolution and the
Meanings o/Lzfe (Nueva York: Simon and Schuster, 1995); La peligrosa idea de Darwin: evo
lución y significados de la vida (Galaxia Gutenberg, 1999), traducción de Cristóbal Pera Blan
co-Morales.
3. Los sentidos estéticos en la filosofía contemporánea
puede entorpecer nuestra relación con los alimentos y llegar a provocar pro
blemas de salud. La hipogeusia (disminución de este sentido) o la ageusia (su
ausencia) impiden a una persona saber si la comida está demasiado salada o
dulce. No percibir el amargo es peligroso, puesto que funciona como alerta
de alimentos potencialmente venenosos. Sin embargo, aunque el gusto es
necesario para la percepción del sabor, este no se agota en el gusto, como se
creía tradicionalmente, sino que depende del trabajo conjunto de diversos
sentidos.
Sistema trigeminal: depende del nervio trigémino, que posee terminacio
nes en la boca, nariz, ojos y otras partes de la cara. Este sentido percibe un
conjunto de sensaciones: el picante, el frescor de la menta, el carácter astrin
gente de algunos vinos o la irritación que nos provocan las cebollas, que nos
hacen llorar cuando las cortamos. Son sensaciones que contribuyen a detec
tar sustancias irritantes y también a percibir algunos aspectos del sabor de la
comida.
Olfato ortonasal: la ciencia nos ha mostrado que el olfato se desglosa en
dos sentidos, que en parte se complementan, pero que actúan por separado
con funciones distintas. El olfato ortonasal percibe el olor de los objetos que
se encuentran fuera del propio cuerpo, proporcionando informaciones di
versas sobre el entorno en el que nos encontramos y regalando placeres:
perfumes, las fragancias de un jardín, los aromas que emanan de la cocina o
el olor de las personas queridas. Las pestes, a su vez, constituyen un eficaz
sistema de alerta ante posibles peligros.
Olfato retronasal: percibe el aroma de la comida y la bebida que tenemos
en nuestra boca y es el sentido más importante en la percepción del sabor.
Funciona de la siguiente manera: al respirar, el aíre que exhalamos de los
pulmones pasa por la parte posterior de la cavidad bucal antes de llegar a la
cavidad nasal y ser expulsado por los orificios nasales. Si mientras respiramos
tenemos comida en la boca, el aire exhalado arrastra compuestos volátiles
que emanan de la comida que estamos masticando hasta el interior de la
nariz, donde el nervio olfativo capta su olor. Sí alguien duda del poder del
olfato retronasal, no tiene más que recordar cómo, cuando se resfría, la co
mida le parece insípida. Si le falla la memoria y quiere comprobarlo ahora
mismo, basta con ponerse una pinza de nadador en la nariz, bloquear la
respiración nasal y probar su plato favorito, un buen vino o una taza de té.
Sin olfato retronasal, el sabor característico de un melocotón o un café es
inaccesible. Uno de los principales problemas que se derivan de la anosmia
y la hiposmia es precisamente que impiden percibir aspectos fundamentales
del sabor de la comida, lo que altera la relación con la alimentación.
Propiocepción: percibe la posición de cada uno de los miembros de nues
tro cuerpo gracias a receptores sensoriales localizados en las articulaciones,
los tendones y los músculos. Sin ella no podríamos mantenernos erguidos,
caminar, bajar escaleras, trepar por una montaña, sentarnos, atarnos las bam
bas ni hacer ninguna de las actividades que llenan nuestra vida cotidiana. El
96 ECOAN!MAL
Esta es, como ya hemos dicho antes, una lista provisional de los sentidos
humanos; existe todavía demasiada discusión entre los expertos para saber
cómo se confeccionará en unas décadas. Otras especies animales poseen sen
tidos distintos; nos referiremos a algunos de ellos en capítulos posteriores.
Una de las consecuencias interesantes de la diversidad de sentidos es que
no todos tienen el mismo alcance: unos perciben el interior de nuestro cuer
po y otros el exterior, y los que perciben el exterior poseen horizontes distin
tos. Por tanto, según dónde se halle el objeto que estamos percibiendo, reci
biremos de él información con unos sentidos u otros. Por ejemplo, cuando
una persona está tocando una guitarra, la ve, la oye, la huele, la toca, siente
su temperatura, si se da un golpe con ella siente dolor, la propíocepción le
permite sentir cómo la coge y gracias a la kínestesia siente los movimientos
que está haciendo con los brazos para tocarla. En cambio, si estamos en un
puerto y contemplamos un barco que se aleja mar adentro, habrá un mo
mento en que tan solo la vista podrá percibirlo.
Vista, oído y olfato ortonasal nos muestran información panorámica so
bre el entorno donde nos hallamos, pero sus horizontes son distintos. Cuan
do hay tormenta y vemos un relámpago en la lejanía, tenemos que esperar
unos segundos para oír el trueno, que llega más tarde. De la misma manera,
el olor muestra cosas que la vista todavía no percibe: si estamos subiendo por
una montaña desde cuya cima se verá el mar, el olfato puede descubrirlo
antes que la vista; o si estamos caminando por una dudad, el olor puede
alertar de que allá delante hay una panadería antes de que la veamos.
El sistema trigeminal, en cambio, tiene un horizonte mucho menor; tan
solo sentimos el frescor de unas hojas de menta o la irritación que nos pro
duce la cebolla cuando están muy cerca de nuestro rostro o ya dentro de
nuestra boca. El horizonte del tacto, del sentido de la temperatura y de la
nodcepdón es nuestra piel; para percibir el mar con el sentido del tacto y
para sentir su temperatura tenemos que dejar que el agua nos toque, y si las
olas nos golpean con fuerza sentiremos dolor. El horizonte del gusto y el
olfato retronasal son nuestros labios; si queremos saborear el mar, debe
mos tomar un sorbo de agua en nuestra boca. Por otro lado, aquellos sen
tidos que informan sobre la posición, el movimiento, el equilibrio y los pro
cesos fisiológicos de nuestro cuerpo nos ofrecen información sobre nuestro
organismo y su relación con el entorno. Percibimos la posición de nuestros
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 99
2
Adrian C. North, «The effect of background music on the taste of wine», British Jour
nal o/ Psycho!ogy, vol. 103 (2012), pp. 293-301.
3 Betina Piqueras-Fiszman y Charles Spence, «The influence of the color of the cup on
consumers' perception of a hot beverage», ]ournal o/Sensory Studies, vol. 27, núm. 5 (2012),
pp. 324-331.
4 Charles Spence y Betina Pigueras-Fiszman, The Per/ect Mea!. The multisensory science
o//ood and dining (Oxford: Wiley Blackwell, 2014), pp. 115-118.
5 Francis McGlone, Robert A. Ósterbauer, Luisa M. Dematte y Charles Spence, «The
Crossmodal Influence of Odor Hedonics on Facial Attractiveness: Behavioural and fMRI
Measures», en Francesco Signorelli y Domenico Chirchiglía (ed.), Functional Brain Mapping
and the Endeavor to Understand the Working Brain (2013) [también en línea]. Disponible en:
http ://www.íntechopen.com/books/functional• brain-mapping-and-the-endea vor-to-unders
tand-the-working-brain
6
Yasunobu Tokunaga, Daíchi Okuíe y Takane Terashima, «Influence of visual informa
tion on sound evaluation in auditorium», Proceedings of Meetings on Acoustics, Acoustical
Society of America, vol. 19, núm. 1 (2013).
7 A los lectores que deseen introducirse en las ciencias sensoriales les recomiendo: Igna
cio Morgado, Cómo percibimos el mundo (Barcelona: Ariel, 2012).
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 101
8 http://miesbcn.com/es/proyecto/muntadas-on-translatíon-intervention/
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 105
9
http://olorvisual.com/colaboraciones-olfativas-la-química-al-servicio-del-arte/
106 EcoANIMAL
10 http://www.marcserra.net/odeur/index.php?/project/essencia-planta/
11 Imágenes de la obra y también el vídeo pueden verse aquí: http://www.marcserra.net/
work/
12 Sobre arte olfatívo véanse las conferencias de Larry Shiner, «Fragrance, Aroma, Stench:
Perfume Among the Olfactory Art», y Jim Drobnick, «Art and Atmosphere: Curating Olfactory
Art in the Anosmic Museum», en el workshop Scent, Science and Aesthetics. Understanding Sme
ll and Anosmia, que organizamos en 2013 en la UAB [en línea]. Disponible en: https://www.
youtube.com/watch?v=NEZhoQ2pNaw y https://www.youtube.com/watch?v=B5XrXrnPaHLO
Los SENTIDOS ESTÉT1COS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 107
do más fructífera: defender que también con los otros sentidos podemos
tener una apreciación desinteresada. Y aquí no se ha tratado tanto de ofrecer
contraargumentos a la tesis kantiana como de apelar a la experiencia y mos
trar que también el tacto, el olfato y el gusto nos permiten contemplar un
objeto sin el deseo de usarlo, deleitarnos en sus cualidades sensoriales, valo
rar su belleza o su fealdad y obtener placer intelectual. 13 De hecho, la res
puesta va más allá de la crítica kantiana, pues no solo defiende los tres senti
dos que Kant consideraba menores, sino también esos otros que hoy
incorporamos a la lista de los sentidos humanos, como el sistema trigemínal
o la termocepción.
La creencia de que vista y oído eran capaces de apreciar con desinterés y
de que los otros sentidos eran incapaces se reforzaba al educar de manera
diferente a unos y otros. Desde niños, nos enseñan a apreciar estéticamente
con la vista y el oído, mientras que apenas nos enseñan a hacerlo con los de
más; pero que no hayamos aprendido no significa que sea imposible. Los
perfumi.5tas dedican años de su vida a formarse y eso incluye aprender a con
templar de manera serena los olores, a observarlos sin dejarse arrastrar por
ellos, para apreciar sus matices, su volatilidad, sus combinaciones, su poder
evocador. Un perfumista puede entregarse a la contemplación de aromas de
la misma forma en que se entrega a contemplar el firmamento nocturno. De
igual manera, un cocinero aprecia los sabores; puede trabajar durante sema
nas para mejorar una receta y, cada vez que prueba la nueva versión, observar
el sabor en su boca como un pintor observa los avances de su pintura. No está
cocinando por el impulso biológico de comer, sino buscando armonías y con
trastes entre aromas, gustos, temperaturas y texturas, que no son tan diferen
tes de los que persigue un compositor. Comer no es solo una necesidad bio
lógica y un placer corporal, puede ser también un placer estético.
Joyeros, jardineros o alfareros desarrollan una sensibilidad táctil que les
permite apreciar estéticamente las diferentes texturas que trabajan con sus
manos. Acróbatas, contorsionistas, gimnastas o castellers exploran el equili
brio para inventar posturas, movimientos y acrobacias con los que crean sus
espectáculos. Un bailarín aprende a concentrarse en la propiocepción, la
kínestesia y la interocepción. Un faquir es capaz de llevar la estética al terri
torio del dolor y, aunque nos parezca que pertenece a una tradición supera
da, algunos artistas contemporáneos de body art han resucitado sus antiguas
prácticas envueltas en nuevas teorías y previsibles polémicas. El arte efímero,
el arte cinético y el land art exploran la cronocepción, que también podemos
disfrutar al practicar la jardinería o la cocina. Y algunas obras de land art
juegan con la luz a la vez que juegan con la temperatura.
ll Emily Brady, «Smells, Tastes , and Everyday Aesthetics», en David M. Kaplan (ed.),
The Philosophy o/ Food (Berkeley: University of California Press, 2012), pp. 69-86. Larry
Shiner y Yulia Kriskovets, «The Aesthetics of Smelly Art», The Journal o/Aesthetics and Art
Criticism, vol. 65, núm. 3 (2007), pp. 273-286.
108 ECOANIMAL
Lo único que hace falta para apreciar estéticamente con cada uno de
nuestros sentidos es educarlos. Y tampoco es imprescindible adquirir la for0
mación reglada que necesita un profesional. Cada uno de nosotros puede ir
cultivando la apreciación estética con sus diferentes sentidos y no tardará en
darse cuenta de que todos ellos son estéticos. Si buscamos experiencias esté
ticas que nos permitan disfrutar del equilibrio, la propiocepción y la kines
tesia, podemos jugar a columpiarnos, como hacíamos de niños; o bien nadar
en el mar, dejarnos levantar por las olas, bucear o hacer surf. Para ap1eciar la
temperatura, nada mejor que sentarse bajo un árbol agitado por el viento en
un día de calor, de modo que el sol y la sombra se alternen en nuestra piel y
a nuestro alrededor, creando un juego tan hipnótico como contemplar el
fuego de una chimenea. Y si queremos adentrarnos en la cronocepción, no
tenemos más que visitar cualquier entorno natural o recorrer una ciudad
prestando atención a sus diferentes ritmos. Finalmente, para gozar de la in
terocepción, podemos apreciar el efecto saludable que tiene en nuestro cuer
po salir a la naturaleza, cómo recorrer un bosque en primavera nos llena de
vitalidad y alegría o cómo sentarnos a contemplar el mar en verano nos rega
la serenidad; y asimismo podemos apreciar el cansancio que sentimos des
pués de una larga y placentera caminata, ese suave dolor de píes en el que se
ha sedimentado la experiencia del camino y que podemos calmar con un
baño y un masaje.
16 Gordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why It
Matters (Nueva York: Columbia Urtiversity Press, 2012), pp. 76-84.
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 111
19
Mark Graham, «Queer Smells: Fragrances of Late Capitalism or Scents of Subver
sion?», enJím Drobnick (ed.), The Smell Culture Reader, op. cit., p. 305.
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 113
20
Míka Yoshítake (ed.), Yayoi Kusama: Infinity Mirrors (Nueva York: Prestel, 2017).
21
http://www.tate.org. uk/whats-on/exhíbition/ unilever-series-olafur-eliasson-wea
ther-project/olafur -elíasson-weather-project
114 EcoANIMAL
22 http:/h.vww.tate.org.uk/whats-on/tate-modern/exhibition/unilever-series-carsten-ho
ller-test-site/carsten-holler-interview
21 http://www.tate.org.uk/whats-on/tate-britain/display/ík-prize-2015-tate-sensorium
Los SENTIDOS ESTfmcos EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 115
con más fuerza que los otros sentidos e invitan a reflexionar sobre el destino
común de todas las formas de vida.
Pero hay que añadir que el olfato compensa este carácter efímero con su
poder anamnétíco, su capacidad para despertar recuerdos lejanos y traerlos
a la conciencia en experiencias muy vívidas. Además, el olfato puede desper
tar esos recuerdos sin que la persona los haya buscado conscientemente. El
mero hecho de volver a percibir un olor que en algún momento del pasado
quedó vinculado con una emoción importante es suficiente para despertar·
de nuevo un recuerdo emocional. Eso es lo que la gente suele describir como
más fascinante de tal experiencia, que llega de forma inesperada, como si el
olor pudiera abrir él solo los álbumes de recuerdos que hemos ido guardan
do en los sótanos de la memoria, incluso aquellos que habíamos decidido no
volver a abrir jamás.
Una médica me contó una experiencia que le había impactado intensamen
te. Estando ya en sus últimos años de profesión, un día estaba paseando de
buen humor por las calles de Barcelona y de repente sintió una profunda tris
teza y una angustiosa sensación de fracaso. Sin embargo, no le había ocurrido
nada malo y ella misma no entendía de dónde surgían aquellas emociones. Se
detuvo en medio de la calle e intentó averiguar qué le pasaba. Miró a su alre
dedor, respiró hondo. Y entonces se dio cuenta de que había estado caminan
do detrás de llna señora que llevaba el mismo perfume que había llevado la
primera paciente a la que vio morir cuando había comenzado a trabajar como
médica décadas atrás. La tristeza de ver morir a una persona cuando comenza
ba a ejercer su profesión la había afectado durante días, pero luego esas emo
ciones habían quedado guardadas en su memoria. Alguna vez se había acorda
do de ello de una forma racional, pero no había vuelto a hundirse en el dolor y
la frustración. Sin embargo, al oler el mismo perfume, su cerebro había gene
rado de nuevo aquella tristeza, dejándola completamente aturdida. Esa es una
experiencia que ningún otro sentido regala del mismo modo. Como anósmica,
puedo reproducir los muchos relatos que me han contado sobre el poder
anamnético del olfato, pero no puedo sentir nada similar.
La capacidad del olor para evocar recuerdos con tanta fuerza tiene una
explicación fisiológica. Mientras que la información recibida por la vista y el
oído va directa al neocórtex, la parte del cerebro más reciente y donde pro
cesamos el pensamiento racional, la información olfativa pasa primero por el
sistema límbíco, una parte más antigua del cerebro, responsable de la memo
ria y las emociones. Por ello, los olores despiertan ese tipo de recuerdos
emocionales que Marcel Proust describió de manera tan lírica y minuciosa
en En busca del tiempo perdido. El potencial que la memoria olfativa tiene
para el arte, y para la estética en general, es inmenso.26
26 La psicóloga especialista en olfato Rachel Herz describe el poder anamnético del olor
en su libro The Scent o/ Desire: Discovering Our Enigmatü: Sense ofSmell (Nueva York: Har
per Collins, 2007).
Los SENTIDOS ESTÉTICOS EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 117
4 .1. ANOSMIA
1 Ilona Croy, Simona Negoias, Lenka Novakova, Basíle N. Landis y Thomas Hummel,
«Learning about the Functions of the Olfactory System from People without a Sense of Smell»,
Plos One, vol. 7, núm. 3 (2012) [también en línea]. Disponible en: http://journals.plos.org/
plosone/artide?id=10.1371/journal.pone.0033365
2 Antoine Moya-Plana, Carine Villanueva, Ollívier Laccourreye, Pierre Bonfils y Nicolas
de Roux, «PROKR2 and PROK2 mutations cause isolated congenital anosmia without gona
dotropic deficiency», European Journal o/Endocrinology, vol. 168 (2013), pp. 31-37 [también
en línea]. Disponible en: http://www.eje-online.org/content/168/l/31.full
Agradezco aJ ordi Llorens, catedrático de Fisiología de la Universidad de Barcelona, que
me pusiera sobre la pista de esta investigación.
UNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 121
que no huele, y más aún durante la infancia, una etapa en la que todavía no
se es capaz de pensamiento abstracto, no siempre se entiende bien el signi
ficado de las palabras y se depende enormemente de la opinión de los
adultos.
Un niño o una niña que nace sin olfato no comprenderá por qué la gente
paga tanto dinero por los frascos de perfume, dentro de los cuales solo hay
un líquido que no hace nada. Tampoco entenderá a qué se refiere su padre
cuando le dice que sus bambas apestan y que las eche a la lavadora. No sabrá
a qué viene tanto jaleo con las bombas fétidas, aunque probablemente le
divierta usarlas, vista la reacción de los demás. Se preguntará cómo ha adivi
nado su madre los ingredientes de la salsa que les sirven en el restaurante.
No pillará por qué hay que ventilar las habitaciones, ni por qué hay que lavar
ya la camiseta sí no tiene ninguna mancha. Tampoco entenderá para qué
pintan los yogures de tantos colores diferentes, si todos saben prácticamente
igual. Y si le acercan un ramo de flores y le dicen «huélelas», no sabrá qué es
lo que tiene que hacer. El día que, finalmente, sea capaz de expresar su ex
trañeza ante todas esas cosas lo más probable es que su familia no le com
prenda.
Yo no fui capaz de entender lo que me sucedía hasta los diez u once años.
Luego tuve que convencer a mis padres de que no bromeaba, ni era una
travesura, ni un intento de llamar la atención. Otros anósmicos congénitos
me han contado historias similares. Algunos me han confesado que creían
que los olores no eran reales, sino algún tipo de juego o una fantasía. Des
pués de todo el rollo con los Reyes Magos, Papá Noel, el Ratoncito Pérez y
tantos otros cuentos con que los adultos engañan a los niños, es fácil creer
que también eso de los olores es otra mentira más.
Cuando una finalmente asume que los olores son reales, que casi todo el
mundo los percibe y que una sufre una deficiencia sensorial, el problema no
es tanto la ausencia del olfato en sí, sino convivir con personas que huelen en
una sociedad en la que existen multitud de actividades, tradiciones y costum
bres protagonizadas por los aromas. A todos los anósmícos nos han regalado
alguna vez un frasco de perfume y nos han preguntado «¿te gusta?», o nos
han invitado a visitar unas bodegas y probar unos vinos y nos han pregunta
do qué nos parece el nuevo rioja. En estas situaciones, el problema se agrava
por la relación tan ambigua que nuestra sociedad tiene con los olores. Por un
lado, es obvio que el olfato tiene su papel: la perfumería y la enología son dos
actividades culturales fundamentales y además dos sectores de negocio que
mueven millones en todo el mundo. Pero al mismo tiempo, es un sentido
considerado inferior, sobre el que se reflexiona poco. La prueba es que,
cuando una anósmica como yo confiesa que no puede oler y que por tanto
no puede apreciar ni el perfume ni el rioja, la mayoría de la gente no sabe
qué responder.
Para mí, eso ha sido siempre lo extraño. Ser anósmica me parece lo más
natural del mundo, porque lo soy desde siempre y no puedo imaginarme de
UNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 123
personas mayores que se están quedando sin olfato a la vez que pierden otros
sentidos, que tienen menos energías físicas y menos capacidades cognitivas
y comienzan a notar que la comida ya no sabe como antes, pero no entienden
por qué. Creo que este es un problema grave que afecta a muchas personas
ancianas y del que, como sociedad, apenas somos conscientes.
La dificultad aumenta si la persona que pierde el olfato cocina habitual
mente para su familia. Ya no puede percibir el sabor del plato que está pre
parando, pero los demás sí lo perciben, así que el reto está en lograr para
ellos un sabor que no es capaz de comprobar por sí misma. Puede encontrar
ayuda en los demás, cocinar de memoria o seguir recetas con instrucciones
muy detalladas, pero no podrá liberarse de una profunda sensación de inse
guridad. Y cuando los demás comenten el sabor, aunque lo elogien, es pro
bable que experimente sensaciones de frustración y soledad. Las comidas
famíliares o con amigos, las salidas a cenar, las celebraciones tradicionales
con sus platos típicos o el primer pastel preparado por sus hijos, cobrarán un
significado más melancólico.
La pérdida de olfato tendrá otro tipo de consecuencias para una persona
que sea cocinera profesional, pastelera, enóloga o trabaje en distintos secto
res del mundo de la alimentación, desde regentar una frutería hasta ser pro
fesora de seguridad alimentaria. Lo mismo sucede si es perfumista, jardinera,
bombera o trabaja con sustancias químicas peligrosas. En estos casos, esa
deficiencia sensorial puede llegar a incapacitar para seguir realizando el mis
mo trabajo.
Por otro lado, las personas que huelen establecen vínculos emocionales
con algunos aromas y, de hecho, estos vínculos comienzan mientras el feto se
está desarrollando dentro de su madre. Cuando un bebé nace, no solo reco
noce el olor materno, que resulta básico para él, sino que sus preferencias
olfativas están influenciadas por los olores y sabores que conformaron la
dieta de su madre durante la gestación. 3 Como sucede en otras especies ani
males, el bebé comienza enseguida a identificar a los miembros de la familia
por el olor, y también su padre y sus hermanos reconocen su olor y sienten
emociones positivas al percibirlo. Varias madres me han contado cuánto les
gusta oler a sus hijos y también que pueden saber por el olor si se han inter
cambiado la ropa entre ellos. Alguna gente me ha explicado que solo con
subir al ascensor ya saben que los abuelos han venido de visita. También en
las relaciones de pareja resulta fundamental y ejerce una influencia poderosa
en esos fenómenos tan biológicos, tan instintivos, como son la atracción se
xual y el enamoramiento.
El olor corporal de cada uno de nosotros suministra información biológi
ca fundamental acerca del sexo, la edad y la salud; permite detectar elemen
tos de la dieta o incluso el estrés, como sucede con animales de otras espe-
3 Josep de Haro Licer, ¿Quién hay ahí? Comprensión y práctica de la gestación sensorial
(Barcelona: Sociedad Española de Ciencias Sensoriales, 2013).
126 EcoANIMAL
4 Ilona Croy, Steven Nordin y Thomas Hummel, «Olfactory Disorders and Quality of
Life. An Updated Review», ChemicalSenses, vol. 39, núm. 3 (2014), pp. 185-194 [también en
línea]. Disponible en: https://academic.oup.com/chemse/article/39/3/185/502849/Olfac
tory-Disorders-and-Quality-of-Life-An-Updated
UNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 127
mundo parece más gris; en el caso de los híperósmicos, es como si los colores
brillaran tanto que doliera mirarlos.
Anosmia, hiposmia e hiperosmía son trastornos cuantitativos del olfato,
pero existen también trastornos cualitativos. El término general para referirse
a ellos es disosmia y se dividen en dos grupos. En primer lugar, la parosmia
es una percepción incorrecta de los olores que tiene que ver con la sensación
de placer o desplacer que causan, y se divide a su vez en dos típos. Cuando
una persona sufre cacosmía, tiene la impresión de que algunos olores que
normalmente consideraría agradables o incluso todos los olores que percibe
son pestes, por ejemplo, de que todo huele a quemado o a podrido. En cam
bio, si sufre euosmía, le parecerá que algunos olores que habitualmente juz
garía desagradables o incluso todos los olores que percibe son placenteros.
En segundo lugar, la fantosmia consiste en alucinaciones olfativas; el paciente
siente olores que en realidad no están presentes. Estas afecciones se produ
cen en algunas enfermedades neurológicas y psiquiátricas, pero también
pueden ser consecuencia de daños en el sistema olfativo. Afortunadamente
son poco frecuentes, pues, aunque parezcan trastornos menores, generan
incomodidad y causan muchos problemas en la vida cotidiana.
Creo que es necesario divulgar conocimiento sobre el olfato y sus trastor
nos. Necesitamos novelas, relatos, poemas, teatro, películas, series, cancio
nes, obras de arte, libros de divulgación científica, documentales, páginas
web, blogs. Y también que estos temas entren en los temarios de las escuelas
y en la formación de maestros, médicos y psicólogos. Algunas personas ya
trabajan en ello, lo que me permite esperar que las cosas mejoren en las
próximas décadas. He intentado contribuir con algunos artículos divulgatí
vos,5 otros destinados a un público académico espedalízado6 y también con
la novela Nunca sabrás a qué huele Bagdad.7 A muchas personas, una historia
de ficción con cuyos personajes puede empatizar y en cuya vida cotidiana ve
reflejadas las consecuencias de la anosmia, les atrapa mucho más que un li-
5 Marta Tafalla, «El olfato: un sentido olvidado», Percepnet, revista online de la Sociedad
Española de Ciencias Sensoriales, núm. 107 (2013), Rubes Editorial. Disponible en: http://
www.percepnet.com/percepciones/sentido_olvidado_perc0l l3.htm
Marta Tafalla, «Ceguera y anosmia. Entrevista a Martí Batalla y su doctora María Colo
mé», Percepnet, revista online de 1a Sociedad Española de Ciencias Sensoriales, núm. 108
(2013), Rubes Editorial. Disponible en: http://www.percepnet.com/percepciones/entrevis
ta_perc0413.htm
Marta Tafalla, «Entrevista a Ernesto Ventós, perfumista, artista plástico y creador de la
colección de arte contemporáneo OlorVISUAL», La Balsa de la Medusa, núm. 6 (2011),
pp. 81-90.
6 Marta Tafalla, «A World without the Olfactory Dimension», The Anatomical Record.
Advances in Integrative Anatomy and Evolutionary Biology, official publication of the Ameri
can Assocíation of Anatomists, vol. 296, núm. 9 (2013), pp. 1287-1296 [también en línea].
Disponible en: http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/ar.22734/full
7
Marta Tafalla, Nunca sabrás a qué huele Bagdad (Bellaterra: UAB, 2010). Puede leerse
el primer capítulo aquí: http://publicacions.uab.es/pdf_llibres/GAB0058.pdf
ÜNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 129
bro de filosofía. Así, es importante que haya textos de diversos géneros para
alcanzar a diferentes tipos de lectores.
Nos sería más fácil hacer compostaje en casa. En general; la materia orgá
nica en descomposición nos molestaría menos y, en consecuencia, nuestra
experiencia de la muerte sería distinta; no solo la muerte de plantas y anima
les, sino también de seres humanos. En la mayoría de países existe la costum
bre de enterrar pronto a la persona fallecida porque su olor resulta incómo
do. De hecho, la presencia de velas y flores en los velatorios responde en
parte a la tradición antiquísima de combatir el olor del cadáver. Para una
humanidad anósmka no sería tan necesario, y me pregunto si habríamos
desarrollado la costumbre de llevar flores a los entierros. Tampoco le suce
dería a nadie, después de haber perdido a un ser querido, regresar a casa y
encontrar su olor por todas partes, como una presencia etérea que mantiene
su memoria, así que los muertos se marcharían de otro modo.
Quien conviviera con gatos y perros tendría una preocupación menos: no
percibiría que huelen mal cuando se mojan o ensucian, que el olor de su
comida se expande por toda la casa ni que sus deposiciones apestan. Eso sí,
a las personas se les haría más difícil comprender algunos comportamientos
de sus animales. Les costaría entender, aún más de lo que ya nos cuesta, lo
importante que resulta para ellos olfatearse unos a otros, a nosotros y en
general todo cuanto hay en su entorno, y ser conscientes de la enorme canti
dad de información que reciben a través del olfato y de cómo influye en sus
emociones. También les costaría entender que, cuando uno ya tiene un gato
y trae otro a casa, para que el encuentro sea lo menos estresante posible,
antes de que se vean, primero hay que familiarizar a cada uno con el olor del
otro. Y, si se encontrara un charco en medio del patio, le sería difícil saber sí
su gato se ha orinado o es que el vecino de arriba ha tirado agua al regar las
plantas.
Por otra parte, los naturalistas tendrían un sentido menos para detectar e
identificar especies. Algunas plantas de aspecto similar se distinguen mejor
cuando se las huele, y lo mismo sucede con las deposiciones de animales
salvajes en entornos naturales, que sirven como pistas para seguir sus rastros,
estudiar sus dietas y estimar sus poblaciones.
Una humanidad anósmica se perdería información, estímulos, placeres,
desplaceres y experiencias corporales. El mundo le llegaría por un canal
menos y, de ese modo, permanecería más alejado. Quizás eso tendría tam
bién alguna ventaja. Recibir menos información haría tal vez a los humanos
más distantes y serenos, menos impulsivos, más contemplativos y racionales.
Quizás habría menos personas adictas al alcohol o a ciertas comidas. Me
pregunto cómo afectaría a las relaciones de pareja que todos fuéramos anós
micos, pero seguro que serían distintas, pues el olor es fundamental en el
deseo sexual y el enamoramiento, procesos profundamente instintivos que
enraízan �n las zonas más antiguas del cerebro y que a menudo nos cuesta
comprender y encauzar desde la razón. Tal vez una humanidad anósmica se
tomaría las relaciones sexuales y amorosas con mayor tranquilidad. A filóso
fos como Platón, Descartes, Kant o Hegel les habría encantado una humani-
132 ECOANIMAL
dad así, menos corporal, menos atada a los procesos vitales. Pero sería una
humanidad empobrecida. Por fortuna, el ser humano posee olfato y solo una
minoría carecemos de él. Precisamente por eso es tan necesario estudiarlo,
cuidarlo y cultivarlo.
Desde la perspectiva de una estética que incluye todos los sentidos, está
claro que la anosmía empobrece la apreciación de la belleza y la fealdad, al
contrario de lo que defendía la estética moderna. Sin embargo, ¿en qué con
siste exactamente esa pérdida? Voy a describir un par de experiencias perso
nales, fácilmente extrapolables a otras situaciones, que nos ayudarán a pen
sarlo.
Un día salimos con un grupo de amigos de excursión a la montaña. Se
guíamos un camino que atravesaba un ecosistema mediterráneo, subiendo y
bajando suaves colinas en las que se alternaban encinares, pinares y zonas de
matorral. Un lugar de una belleza serena y alegre. De repente, a primera hora
de la tarde, mis amigos comentaron: «el mar ya está cerca». Yo miré hacia
adelante, pensando que quizás lo entreveían entre el ramaje, una fina línea
en el horizonte, pero no vi absolutamente nada. Así que pregunté: «¿Lo es
táis oliendo?». Y me confirmaron que, en efecto, se olía el mar. En aquel
momento, comprendí que para ellos el entorno en el que nos encontrábamos
era más diverso y complejo que para mí, y en consecuencia su experiencia
estética era más rica. Yo solo percibía el bosque, del que captaba menos in•
formación; ellos, además de percibir el bosque con un sentido más que yo,
también percibían el mar. Su horizonte sensorial era más amplío; sentían lo
que nos esperaba al final del bosque. Por otro lado, ellos podían contrastar
lo que percibían con todos sus sentidos, el bosque, y aquello que de momen
to solo percibían con uno, el mar. Percibir el mar solo con un sentido y to
davía no con los demás convertía esa experiencia en una esperanza: aún no
habíamos llegado a la costa, pero ya estábamos cerca. De esa forma, el olor
del mar orientaba su experiencia de aquel lugar, animándolos a avanzar en
dirección a la playa. El olor desempeña muchas veces esa función: señalar,
llamar, avisar, anunciar, prometer algo que todavía no se ve.
Así pues, mi experiencia estética del lugar era más pobre que la que dis
frutaban mis amigos. Mis sentidos no alcanzaban tan lejos como los suyos y
me mostraban una realidad menos diversa. Aunque aquel lugar me parecía
bello, mis amigos apreciaban en él más belleza que yo, porque encontraban
más cualidades sensoriales que poder valorar con juicios estéticos.
Veamos un segundo ejemplo. En otra excursión por el bosque, caminá
bamos por un lugar especialmente hermoso cuando mis amigos comenzaron
a arrugar la nariz y quejarse de mal olor. Pronto encontramos un zorro muer
to, descomponiéndose; estaba medio comido y lleno de insectos. Me generó
UNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 133
dirijo hacia el bosque que me espera allá delante, todo lo que percibo me
parece bello.
Y a la inversa, los anósmicos consideramos un poco aburridas cosas juz
gadas como bellas por quienes huelen: por ejemplo, un jardín de hierbas
aromáticas. Algunas de estas plantas no son especialmente atractivas para el
sentido de la vista; otras especies hacen flores más vistosas, de formas más
intrincadas, colores más vivos o a lo largo del ciclo anual cambian de mane-
ras más sugerentes. Lo que hace tan especiales a las plantas aromáticas es
precisamente su fragancia y cuando no puedes disfrutarla no resultan tan
interesantes. En mi patio tengo algunas, pero me parecen un poco aburridas
(aunque no por ello dejo de cuidarlas, por supuesto). Las observo atenta
mente, las toco y las encuentro algo sosas. Sin embargo, cuando tengo visitas,
a veces me dicen que mí patio huele intensamente o incluso se quejan de que
huele demasiado y resulta empalagoso.
Cuando ninguna de las plantas está echando flores, tengo la sensación de
que mi patio se queda con un aspecto monótono, pues solo hay diferentes
tonos de verde y variedad de texturas. En cambio, las personas que huelen
me dicen que la combinación de distintos aromas hace que parezca más di
verso. Mi patio es mi pequeño lugar en el mundo, dedico muchas horas a
cuidar las plantas y observar a los pájaros que vienen al bebedero o revolo
tean por los árboles de alrededor. Y, sin embargo, los demás perciben en él
más cualidades sensoriales que yo y aprecian más belleza. Es mi hogar y hay
una parte de él que se me escapa y se me escapará siempre.
Para los anósmicos, el mundo es menos. Hay toda una dimensión que no
percibimos y que por tanto no podernos apreciar estéticamente. El mundo
no es tan bello y tampoco es tan feo como para los demás.
Permitídme insistir en los malos olores. A los anósmícos se nos suele decir
que una ventaja de nuestra condición es que nos libramos de las pestes, pero
lo que parece un beneficio puede convertirse en un problema. Al no perci
birlas, no recibimos la señal de alarma que avisa de posibles peligros, más o
menos graves. Sin ellas, el mundo parece más limpio y seguro de lo que en
realidad es. Supongamos que recorremos un paisaje encantador y no nos
percatamos de que está inundado por los olores desagradables que emite una
fábrica cercana. O en una playa no olemos que, por un problema con la de
puradora, las aguas fecales están siendo vertidas al mar. Esos paisajes nos
parecerán más idílicos de lo que son en realidad. De igual forma, en una vi
vienda no percibiremos que está mal ventilada o que acumula olor a hume
dad o tabaco. Así, al no captar los malos olores, nuestra percepción nos en
gaña, generando en nosotros una impresión más positiva de un lugar o un
UNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 135
8
La comparación se me ocurrió en el congreso Sensory Worlds: Environment, Value and
the Multi-Sensory, que tuvo lugar en 2011 en la Universidad de Edimburgo, gracias a una
conferencia de Nick Rush-Cooper, quien había trabajado como guía turístico en la zona de
exclusión de Chernobyl y ha realizado su tesis doctoral sobre dicha experiencia.
9
Rache! Herz, The Scent o/ Desz're: Dz'scovering Our Enigmatic Sense of Smell, op. cz't.,
pp. 218-221.
EcoANIMAL
10
Constance Classen ( 1998), «The Breath of God. Sacred Histories of Scent», en Jim
Drobnick (ed.), The Smell Culture Reader, op. cit., pp. 375-390.
11 Sobre pestes, véase la conferencia de Emily Brady «Smells and Negative Aesthetics»,
en el workshop Scent, Science and Aesthetics. Understanding Smell and Anosmia, que organi
zamos en 2013 en la UAB [en línea]. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?
v=-zm5iCB6asO
V éase también: Alain Corbin, Le miasme et la jonquille (París: Éditions Aubier Montaigne,
1982); El perfume o el miasma (México D. F.: FCE, 1987), traducción de Carlota Vallée Lazo.
UNA DEFENSA DEL OLFATO DESDE SU AUSENCIA 137
más ligada a la naturaleza, donde era posible una forma de placer corporal y
de felicidad que la sociedad moderna, al someter la naturaleza y el cuerpo,
ha perdido. Una de las razones por las que el sentido del olfato permitiría
evocar ese pasado remoto es porque él mismo es un sentido biológicamente
muy antiguo, anterior a la vista y el oído, que son más tardíos y elaborados,
podríamos decir que más racionales. Según los autores, cuando nuestra so
ciedad reprime el olfato, está reprimiendo precisamente lo que es capaz de
recordar respecto de nuestro pasado colectivo, de esa felicidad primitiva
en una forma de vida más ligada a la naturaleza. Adorno retomó el tema en
Dialéctica negativa, en el último apartado, titulado «Meditación sobre la me
tafísica», e insistió en que reprimir el olfato es intentar suprimir una forma
primordial de memoria, la más corporal y biológica. Acallar el olfato es olvi
dar que somos algo más que un sujeto abstracto, que pura racionalidad; es
negar que formamos parte de la naturaleza, que somos un cuerpo que pe1te
nece al mundo de la vida y que por ello mismo, después de una vida breve y
fugaz, acabará muriendo, descomponiéndose y apestando. Si Adorno y Hor
kheimer tienen razón y el olor es capaz de activar esa memoria con tanto
potencial filosófico, entonces la pérdida que sufrimos los anósmicos es real
mente significativa.
tos, lo que nos hace felices y lo que nos entristece, nuestras fortalezas y
nuestros miedos. Lo mismo sucede cuando apreciamos joyas, ya sean piezas
creadas en el Antiguo Egipto o en Kenia en el siglo XXI, o cuando observa
mos sillas, sean de la época o la cultura que sean. Son objetos en los que ha
llamos identidad humana y que nos permiten reflexionar sobre lo que somos.
Podemos estudiar la humanidad a través de la ropa con que distintas cultu
ras se han vestido, a través de los utensilios que hemos creado para cocinar_
y comer o a través de los instrumentos musicales. Son diversas las disciplinas
académicas cuyos conocimientos nos ayudarán a disfrutar de una aprecia
ción estética más profunda de todos estos objetos. Aquellas que estudian
directamente nuestras creaciones (tales como historia y filosofía del arte, del
diseño y de la artesanía) nos permitirán comprenderlos, pero también con
tribuirán a ello ciencias sociales como la antropología, la sociología, la polí
tica o la economía. Por supuesto, los conocimientos de biología humana son
también necesarios, pero por sí solos no serían suficientes; aunque los arte
factos que creamos tienen mucho que ver con nuestra biología, poseen asi
mismo dimensiones sociales y políticas. El conocimiento que necesitamos
para apreciar artefactos es el mismo que nos permite entender nuestro pro
pio ser.
Y, sin embargo, insistir en la humanidad que compartimos no nos debe
hacer olvidar la diversidad cultural e individual que existe en nuestra especie
y, para apreciarla, es importante evitar proyectar nuestra identidad sobre el
objeto contemplado. Al apreciar artefactos, siempre hallaremos tanto simili
tudes como diferencias con nosotros mismos, pero, según explicamos en el
primer capítulo, si queremos escuchar lo específico de cada objeto, tenemos
que silenciar nuestra propia voz. No debemos reducir las creaciones ajenas
a un mero espejo donde nos observamos a nosotros mismos, a simples excu
sas para una autocontemplación narcisista.
Sí apreciar nuestros artefactos requiere esa actitud de respeto, mucho
más necesaria es aún para contemplar la naturaleza, porque los elementos
naturales no han sido creados por nosotros ni para nosotros. Si observamos
ciervos, encinas, libélulas, ríos, tormentas o estrellas fugaces, el conocimien
to sobre lo humano no va a ayudarnos. Lo que hallamos en ellos es, precisa
mente, lo diferente de nosotros, que además se abre en una diversidad vir
tualmente infinita, en una pluralidad inagotable de criaturas, formas de vida,
elementos inorgánicos, ecosistemas, procesos biológicos, geológicos, físicos
y químicos, cada uno de ellos tremendamente fascinante. Apreciarlos de ma
nera sería y profunda requiere un tipo distinto de conocimiento: el que nos
proporcionan las ciencias naturales. Apreciar la naturaleza nos ofrece
la oportunidad de mirar más allá de nosotros mismos y de entender que la
humanidad es solo una especie animal más entre los millones de especies que
existen. Si queremos apreciar a los ciervos de manera profunda, tendremos
que estudiar a los ciervos, no a los humanos. Tendremos que ponerlos a ellos
en el foco de atención, en el centro.
APRECIAR LA NATURALEZA 143
Aquí hay que precisar dos ideas. Veamos la primera: los humanos no
podemos evitar percibir y apreciar desde nuestra humanidad, como explica
mos en el primer capítulo cuando hablamos de la perspectiva. De igual ma
nera, si los lobos, los delfines o los cuervos fueran capaces de apreciar esté
ticamente, lo harían desde sus propias naturalezas y, por tanto, de maneras
diferentes a como lo hacemos nosotros. Pero lo que no debemos hacer es
proyectar nuestra identidad humana sobre la naturaleza, porque entonces
solo nos miraremos a nosotros mismos en una naturaleza reducida a mero
espejo. Aunque en todo tipo de apreciación estética debemos silenciar nues
tra voz para escuchar al objeto apreciado, si queremos apreciar la naturaleza
necesitamos más silencio que para apreciar nuestros artefactos, porque la
diferencia entre el sujeto que contempla y el objeto contemplado es mayor y,
por tanto, apreciarlo en profundidad requiere una actitud todavía más abier0
ta y respetuosa.
La segunda idea es la siguiente. Que las otras especies y los elementos
naturales sean diferentes de nosotros no implica que sean tan distintos que
no podamos encontrar en ellos ninguna similitud. Observando a los anima
les, a menudo reconocemos anatomías, conductas o emociones semejantes a
las nuestras; cuando paseamos por la naturaleza, encontramos entornos que
nos provocan una sensación de hogar; al practicar surf, creemos que hay una
armonía intrínseca entre el oleaje del mar y el ser humano; si cultivamos un
jardín, sentimos que estamos colaborando con las plantas. Muchas experien
cias estéticas de la naturaleza son experiencias de encuentro, pero apreciar
con profundidad esas afinidades y celebrar ese diálogo solo es posible cuan
do evitamos caer en la trampa de ahogar las diferencias en la identidad que
proyectamos. Si creemos que la naturaleza ha sido diseñada para nosotros,
contiene mensajes para nuestra especie, es una máquina a nuestro servicio o
una fuente de metáforas y símbolos para comprendernos a nosotros mismos,
el encuentro con ella será imposible, porque la estaremos ocultando bajo
nuestros deseos.
Sin embargo, cuanto acabamos de exponer se complica todavía más por
la siguiente razón. En la naturaleza encontramos elementos y procesos salva
jes que se desarrollan con independencia del ser humano, pero también ha
llamos subespecies domesticadas y ecosistemas gestionados, donde lo natural
y lo artificial están estrechamente interrelacionados desde hace miles de
años, hasta el punto de que ya no resulta fácil distinguir qué es natural y qué
es artificial. Y no se trata de que existan dos categorías opuestas, lo salvaje y
lo domesticado, sino de una gradación con muchísimos tonos de gris y una
casuística muy variada. Vamos a abordarlo con un poco más de detalle.
En un extremo de nuestra gradación tendríamos la naturaleza salvaje:
especies que aún evolucionan por selección natural y ecosistemas no regula
dos por la mano humana. Aunque no creo que en el siglo XXI exista ya nin
gún ecosistema completamente salvaje en la Tierra, todavía quedan amplios
territorios que el ser humano no ha logrado someter, como son los círculos
144 EcoANIMAL
polares y zonas circundantes. Los dos países más extensos del planeta, Rusia
y Canadá, poseen inmensas zonas de taiga y de tundra poco habitadas, como
sucede también en Alaska y el norte de Escandinavia. Y aunque las distintas
culturas tradicionales que han poblado esos terroritorios han dejado su hue
lla en ellos, no les han arrancado completamente su carácter salvaje. Nuestra
civilización ansía conquistarlos desde hace siglos y hay que agradecerle al
clima tan hostil que los haya protegido, al menos en un cierto grado, de
nuestra codicia. Sin embargo, es cierto que el calentamiento global amenaza
con robarles la salvaguarda que el frío les había brindado y algunas empresas
se preparan ya para explotar estos lugares. 1 También se nos resisten todavía
las profundidades abisales, pero la acidificación del mar como consecuencia
del exceso de C02 en la atmósfera y las basuras que están inundando los
océanos comienzan a ponerlas en peligro.
Cuando hablamos de lo salvaje, también incluimos fuerzas de la natura
leza como volcanes, terremotos, tormentas o huracanes; y, sin embargo, ac
tividades humanas como el/racking o el calentamiento global que estamos
provocando pueden influir en su comportamiento y agravar su violencia. Por
fortuna, más allá de la Tierra, la naturaleza escapa a nuestro control. En el
espacio hay millones de galaxias que apenas conocemos y en las que no sa
bemos sí existen otros planetas habitados por formas de vida diversas. Cada
noche tenemos la oportunidad de contemplar el firmamento, que nos mues
tra la inmensidad del cosmos y nos recuerda nuestra finitud. Quizás porque
esa es una lección que no nos gusta recibir, hemos preferido rodearnos de
luces artificiales que nos roban las noches estrelladas.
Luego, en distintos grados y tipologías, encontramos la naturaleza que
hemos domesticado o modificado de diversas maneras. La agricultura y la
ganadería nos ofrecen ejemplos de subespecies sometidas a selección artifi
cial desde hace miles de años, y cuando se practican de manera industrial
ejercen un control férreo sobre esas formas de vida. En los parques naciona
les no hallamos subespecies domesticadas, pero sí una naturaleza gestionada:
aunque plantas y animales siguen siendo salvajes, los humanos toman ciertas
decisiones sobre ellos, como matar a algunos individuos, curar a otros, vallar
ciertas zonas, suministrar alimentación suplementaria, etc. En otros casos no
estamos gestionando directamente un entorno, pero nuestras acciones lo
afectan, por ejemplo, cuando construimos una carretera en medio de un
bosque. Y a veces influimos sin pretenderlo en lugares muy lejanos: plásticos
fabricados en España pueden acabar flotando en el Pacífico. La casuística es
muy diversa.
En todos estos casos, es necesario distinguir qué aspectos son naturales y
cuáles son de origen humano. Cuando apreciamos la belleza de una manza
na, conviene recordar que el aspecto de las manzanas salvajes era muy dife-
1 Barry Lopez, Artic Dreams (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1986); Sueños árticos
(Madrid: Capitán Swing, 2017), traducción de Mireia Bofill.
APRECIAR LA NATURALEZA 145
debemos dominarla por su propio bien; dado que hemos destruido eco
sistemas, ahora tenemos que gestionarlos; como hemos reducido la pobla
ción de algunas especies animales a unos pocos ejemplares, debemos apro
piarnos de ellos, encerrarlos y decidir quién se reproduce con quién; ya que
hemos desordenado el dima, ahora tenemos que aprender a diseñarlo con
geoingeniería. Eso es, de hecho, lo que propone Paul J. Crutzen, quien de
fiende modificar la composición de nuestra atmósfera para combatir el cam
bio dimático. 2
Paradójicamente, el daño causado por el dominio se convierte en una
excusa para un dominio todavía mayor. Si en el pasado se sostenía que la
tierra pertenece a quien la trabaja, que el ser humano se apropia la tierra al
cultivarla, ahora se nos dice: la tierra pertenece a quien la daña. Es una polí
tica de hechos consumados que se defiende también en otros tipos de injus
ticia. Encontramos un caso similar en las leyes que, todavía en algunos paí
ses, perdonan al violador si se casa con la víctima. Eso mismo es lo que
muchos argumentan respecto de la naturaleza. Tal manera de pensar respon
de a la lógica de la conquista, la misma que ha venido justificando el impe
rialismo y la esclavitud desde hace milenios.
El concepto de Antropoceno es útil para sostener tales discursos, porque
designa una época con nuestro nombre y así alimenta nuestro narcisismo
enfermizo al mismo tiempo que esconde lo más importante. En primer lugar,
oculta que nuestro impacto a gran escala sobre el planeta es más perjudicial
que beneficioso; en segundo lugar, que el ser humano no es amoral como el
resto de elementos naturales, sino que tiene la libertad de elegir y por ello
una responsabilidad ética sobre el mal que provoca; y, en tercer lugar, que el
daño que causamos a la naturaleza no la hace desaparecer, ni la convierte en
una mera máquina que nosotros pilotamos. Que la intentemos dominar, que
la dañemos cada día, no significa que hayamos asumido el control del plane
ta, ní mucho menos que estemos moralmente legitimados para proponernos
tal objetivo. Si varios compañeros convivimos en una misma casa y uno de
ellos comienza a robar las pertenencias de los demás, estropea los muebles
comunes y cada noche vacía el cubo de la basura en medio del comedor, no
consideraremos que sea el más adecuado para gestionar nuestra casa com
partida, ni mucho menos que debamos bautizarla con su nombre. Que al
guien ejerza la violencia sobre otro ser o sobre un ecosistema entero no jus
tifica moralmente que se lo apropie, sino más bien todo lo contrarío. 3
2
Paul J. Crutzen, «Albedo Enhancement by Stratospheric Sulfur Injections: A Contri
bution to Resolve a Policy Dilemma?», Climatic Change, núm. 77 (2006), pp. 211-219 [tam
bién en línea]. Disponible en: https://link.springer.com/content/pdf/10.1007 %2Fs10584-
006-9101-y.pdf
3 Para un análisis interesante del término Antropoceno, véase: Ned Hettinger, «Valuing
Naturalness in the 'Anthropocene': Now More than Ever», en George Wuerthner, Eileen Crist y
Tom Butler (eds.), Keeping the Wild: Against the Domesticatíon ofEarth (Washington D.C.: Is
land Press, 2014), pp. 174-179 [también en línea]. Disponible en: http://hettingern.people.cofc.
APRECIAR LA NATURALEZA 149
edu/Hettinger_KTW _reprint.pdf Y una versión más extensa en: Ned Hettinger, «Age of Man
Em�ronmentalism & Respect for an Independent Nature», 2014 [también en línea]. Disponible
en: http://hettingern. people. cofc. edu/Hettinger_Age_ of_Man_Environmentalism. pdf
4 George Monbiot, «Forget 'the environment': we need new words to convey life's won
ders», The Guardian, 9 de agosto de 2017 [también en línea]. Disponible en: https://wv,'W.
theguardian:com/commentisfree/2017/aug/09/forget-the-environment-new-words-lifes-won
ders-language
5 Edward O. Wilson, Half-Earth: Our Planet's Fíghtfar Lije (Nueva York: W. W. Norton
and Company, 2016), p. 39; Medio Planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la
sexta extinción (Madrid: Errata Naturae, 2017), traducción de Teresa Lanero.
150 EcoANIMAL
Pero este es un deseo tan egoísta como iluso, además de ser un sueño
muy aburrido. ¿Qué gracia tendría un mundo fabricado al gusto de una
única especie? En él ya no cabrían las sorpresas, lo extraño, lo enigmático ni
lo maravilloso. Precisamente, lo que hace tan enriquecedora la apreciación
estética de la naturaleza es que intentar entender cada una de las formas de
vida que la componen se convierte en un viaje de aventuras y descubrimien
tos. En cambio, diseñar un mundo artificial sería como casarse con un don.
de uno mismo y reproducirse con clones de uno mismo y vivir para siempre
rodeado de repeticiones de la propia identidad; El resultado sería un monó
logo monotemático y monótono. Imaginad esto a escala del planeta Tierra:
un monólogo monotemático y monótono monumental. Sustituir la naturale
za por un mundo artificial es un sueño para personas aburridas que no quie
ren divertirse, que prefieren que todo sea previsible y homogéneo; gente a la
que le gusta viajar a otros continentes para encerrarse en un hotel con pisci
na y comprar en las mismas tiendas donde también compra en su ciudad.
Pensemos en un ejemplo. Si estudiamos el árbol de la vida, que ordena
todas las especies por sus relaciones filogenétícas, veremos que han surgido
formas de inteligencia compleja en ramas muy alejadas entre sí. La hallamos
en mamíferos como los primates, los elefantes o los lobos, pero también en
mamíferos marinos, cuyos cuerpos están adaptados a un medio diferente.
Asimismo, encontramos inteligencia compleja en aves como los córvidos
y los loros, cuya anatomía y fisiología son bien distintas. Y la observamos en
los pulpos, que ni siquiera son vertebrados. Cada una de estas especies ma
nifiesta conductas inteligentes, pero lo hace de maneras diversas, y eso es lo
fascinante. Sin embargo, la ciencia ha sido muy lenta en reconocer la inteli
gencia de todas estas especies y tan solo de manera reciente se han genera
lizado los estudios sobre cognición animal. Los trabajos que se publican
actualmente sobre las capacidades cognitivas de los animales son interesan
tes, pero lo más sorprendente de ellos es que hayamos tardado tanto en
realizarlos. ¿Cómo es posible que no supiéramos todo eso desde hace siglos?
Probablemente tiene razón el prímatólogo Frans de Waal cuando argumen
ta que el deseo de muchos investigadores de que los animales no fueran in
teligentes ha estado obstaculizando sistemáticamente el avance de la ciencia.
El egoísmo suele fomentar la ignorancia, como advertía Iris Murdoch, por
que uno cree percibir lo que le convendría que existiera en vez de lo que
existe realmente.6
Hace miles de años que los humanos vemos a cuervos y urracas revolo
teando cerca de nosotros: ¿por qué nos ha costado tanto estudiar su conduc
ta y concluir que son terriblemente astutos? Sabemos desde hace milenios
que los loros imitan nuestro lenguaje: ¿por qué hemos tardado tanto en ad-
6
Frans de Waal, Are We Smart Enough to Know How Smart Animals are? (Nueva York:
W W. Norton and Company, 2016); ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteli
gencia de los animales? (Barcelona: Tusquets, 2016), traducción de Ambrosio García Leal.
APRECIAR LA NATURALEZA 151
mitír que pueden entender algunas palabras y aprender a usarlas para comu
nicarse con nosotros? Los humanos estamos demasiado obsesionados con
nosotros mismos, vivimos encerrados en nuestra burbuja antropocéntrica y
nos cuesta admirar algo que no sea nuestro ombligo.
A esto hay que añadir todavía otra idea. Cuando admitimos a regañadien
tes que algunas especies poseen inteligencia, lo siguiente que hacemos es
intentar que pongan sus capacidades a nuestro servicio, que aprendan a ha
cer cosas que nos resulten útiles a nosotros. Extraemos a los animales de los
ecosistemas que habitan, los forzamos a abandonar sus formas de vida y
los obligamos a trabajar como instrumentos para nuestros fines. Intentamos
eliminar de ellos, precisamente, lo más diferente y modificar su fisiología,
anatomía, aspecto y conducta para que sirvan a la identidad humana. En eso
consiste domesticar, en lograr que los anímales pierdan su libertad, su carác
ter salvaje y su ser más propio, que se humanicen y vivan para nosotros. Y la
cuestión es: si estando desde siempre rodeados de animales inteligentes nos
ha costado tanto admitir sus capacidades y cuando finalmente las reconoce
mos solo deseamos someterlas, ¿qué sucedería si comenzáramos a diseñar
especies artificiales? ¿Qué tipo de inteligencia crearíamos? Lo diferente, lo
plural y lo diverso no tendrían cabida. Nos quedaríamos completamente
encerrados en la burbuja antropocéntrica.
Lo más triste de esta historia es que, mientras los humanos soñamos con
sustituir la naturaleza por un mundo artificial a nuestra medida y nos cree
mos los cuentos de nuestra omnipotencia, lo que en realidad hacemos es
desordenar la biosfera y con ello dañar a las especies que la integran y a no
sotros mismos. Precisamente porque causamos tanto daño, la diferencia en
tre la naturaleza y nuestros artificios se revela de manera tan contundente.
En cualquier caso, los sueños de humanizar completamente la naturaleza
están condenados al fracaso y, si persistimos por la vía del dominio, quien
más perderá seremos nosotros. La naturaleza no nos necesita y seguirá ade
lante si nuestra civilización colapsa o nuestra especie se extingue. En cambio,
nosotros no somos nada sin ella. Si emprendemos una guerra contra la natu
raleza, a pesar del inmenso daño que somos capaces de causarle, somos la
parte perdedora.
Contra estas ideas irracionales y peligrosas se ha alzado en los últimos
años una promesa de reconciliación con la naturaleza. En inglés se habla de
rewílding y renaturalization, y en castellano de resílvestrar y renaturalízar.
Aunque estos términos designan una constelación de discursos y proyectos
con ciertas diferencias entre sí, aquí vamos a sintetizar las ideas comunes. 7
Esta propuesta renuncia a las pretensiones de dominar la naturaleza y, por el
contrari�, reconoce y respeta su autonomía. Su ideal e� la libertad, pero no
7
George Monbiot, Peral. Rewilding the Land, the Sea, and Human Li/e (Chicago: The
University of Chícago Press, 2014 ); Salvafe. Renaturalizar la tierra, el mar y la vida humana
(Madrid: Capitán Swíng, 2017), traducción de Ana Momplet.
EcoANIMAL
152
solo la nuestra, sino la de todas las otras especies, y por ello sostiene que la
humanidad debería dejar de entorpecer el libre desarrollo de seres vivos,
ecosistemas y procesos naturales. En vez de situar al ser humano en el cen
tro, sostiene que debería retirarse a los márgenes, asumir una actitud humil
de y generosa y permitir que la vida se desarrolle y la diversidad se abra paso.
Resilvestrar significa renunciar a ser los protagonistas de la naturaleza para
disfrutar de contemplar las historias ajenas; significa dejar de reclamar tantos
recursos naturales para nosotros y, aún más, dejar de concebir la naturaleza
como una fuente de recursos y redescubrirla como una red de vida formada
por millones de especies. Entender que ningún ecosistema ni ninguna espe
cie existen para servirnos a nosotros, sino para sí mismos.
Aunque esta es una llamada a reducir drásticamente nuestro impacto en
el planeta, no equivale a la inactividad. Para que la naturaleza vuelva a desa
rrollarse de manera plena, tenemos que retirar todos aquellos obstáculos que
se lo impiden e intentar reparar el daño causado. Así, los partidarios de re
silvestrar y renaturalizar emprenden proyectos de reintroducción de especies
de plantas y animales en ecosistemas donde habían sido exterminados, y a
veces los ayudan con alimentación suplementaria; instalan pasos para fauna
que les permitan sortear carreteras y vías de tren; construyen cajas nido para
pájaros y murciélagos y hoteles para insectos; recuperan como ríos aquellas
corrientes de agua que habían sido encauzadas con hormigón; desmontan
infraestructuras dañinas para la fauna; retiran nuestras basuras; dejan que los
jardines se asilvestren y en ellos puedan cobijarse toda clase de animales e
incluso les ofrecen agua y comida; atienden a animales salvajes heridos o
enfermos ... Renaturalizar, así pues, implica actividad, pero su fin no es con
ducir a la naturaleza en la dirección que a nosotros nos apetezca, sino retirar
los obstáculos que entorpecen el libre desarrollo de la vida salvaje. Es una
actividad que consiste en cortar las cuerdas con las que habíamos intentado
atarla y abrir las jaulas donde la habíamos encerrado.
Es importante aclarar que este proyecto no es una mirada nostálgica al
pasado que pretenda restaurar la naturaleza tal como era antes de la apari
ción de nuestra especie. La actividad de resílvestrar asume que la naturaleza
es dinámica, que tanto los elementos inorgánicos como las formas de vida se
transforman con el paso del tiempo. Más que una sucesión de estados, la
naturaleza es un entramado de fuerzas y procesos, y se trata de dejarlos fluir.
Por tanto, el objetivo no es recuperar alguna etapa anterior que recordamos
con nostalgia o que idealizamos, sino simplemente dejar que la naturaleza
fluya por sí misma. Dejarla fluir significa no imponerle metas ni guías, no
forzarla a avanzar en una determinada dirección, sino reconocer su libertad
y dejarla actuar por sí misma. Este respeto a su libertad no es incompatible
con que le prestemos algunos tipos de ayuda, de la misma forma en que
podemos respetar la autonomía de nuestros congéneres y a la vez echarles
una mano cuando lo necesitan. Por supuesto, tampoco es incompatible con
APRECIAR LA NATURALEZA 153
que nos protejamos a nosotros mismos de los daños que pueda causarnos; se
trata de aprender a convivir con ella de una manera respetuosa.
El proyecto de renaturalízadón no se aplica tan solo a los ecosistemas
más o menos salvajes, sino también a las ciudades. Son ya muchas las urbes
en todo el planeta que están comenzando a adoptar prácticas de este tipo.
Un mayor grado de biodíversidad en los núcleos urbanos implica mejor sa
lud, tanto para las otras especies como para la nuestra; pero nosotros nos
beneficiamos además de una mayor riqueza de cualidades sensoriales y ex
periencias estéticas más profundas. Por ello cada vez hay más gente que
apuesta por incrementar las zonas verdes en las ciudades y por renunciar a
insecticidas y herbicidas y dejar que sean las distintas especies de flora y
fauna quienes se equilibren entre sí. Asimismo, hay cada vez mayor disposi
ción a aceptar a los animales salvajes que se aproximan o se instalan en las
ciudades, incluso especies que suponen un cierto grado de peligro. En Sin
gapur hallamos nutrias, en Jaipur y otras ciudades indias encontramos ma
cacos, en Londres zorros, en algunas ciudades de Californía pumas y en
Chicago coyotes, por citar tan solo ejemplos emblemáticos. En algunos mu
nicipios españoles celebramos que haya cigüeñas, halcones peregrinos o ja
balís, entre muchas otras especies. Por ejemplo, en 2017 se contabilizaron
ochenta y tres especies de aves que nidifican en Barcelona, y hay que reco
nocerlas como habitantes de la ciudad y como parte fundamental de su ri
queza.8 Por supuesto, convivir con otras especies requiere un cierto apren
dizaje: hay que ser tolerante con conductas diferentes de las nuestras; a veces
es necesario tener paciencia, conducir más lentamente por las calles o vigilar
las pertenencias cuando se acercan los macacos; y debemos estar atentos a
posibles conflictos y buscar para ellos soluciones razonables. Pero, a cambio,
la vida es más estimulante y enriquecedora.
Este proyecto esperanzador se construye desde el conocimiento científico
y una actitud ética respetuosa, pero el papel de la estética es también funda
mental, porque nos enseña a apreciar las voces de la naturaleza y maravillar
nos de ellas.
8
Atlas de las aves nidificantes de Barcelona (Barcelona: Ayuntamiento de Barcelona y
Universidad de Barcelona, 2017).
154 EcoANIMAL
9 Kant, Crítica del Juicio, op. cit., § 42, «Del interés intelectual en lo bello».
APRECIAR LA NATURALEZA 155
i
10
Hegel, Lecciones sobre la estética, op. c t., pp. 7-8.
11
Hegel, Lecciones sobre la estética, op. cit., p. 26.
156 ECOANIMAL
12 Véase la antología de textos: Allen Carlson y Sheila Lintott (eds.), Nature, Aesthetz'cs,
and Environmentalism. From Beauty to Duty (Nueva York: Columbia Uníversity Press, 2008).
158 ECOANIMAL
13
http://www.nationalgeographi c. com. es/ciencia/grandes-reportajes/las-mejores-fo
tos-historicas-de-la-tierra-desde-el-espacio_10297/13
14
Rache! Carson, Silent Spring (Boston: Houghton Miffün, 1962); Primavera silenciosa
(Barcelona: Crítica, 2010), prólogo y traducción de Joandomenec Ros.
15 Ronald Hepburn, «Contemporary Aesthetícs and the Neglect of Natural Beauty», en
B. Williams y A. Montefiore (eds.), British Analytical Phi!osophy (Londres: Routledge & Ke
gan Paul, 1966), pp. 285-310.
16 No llegué a preguntárselo en persona a Ronald Hepburn, pues cuando comencé a
estudiar su obra estaba ya enfermo y falleció poco después. Agradezco a Emíly Brady, quien
había trabajado con él en la Universidad de Edimburgo, que se lo preguntara: fue tras esa
pregunta cuando Hepburn leyó a Adorno y se sorprendió de la similitud.
APRECIAR LA NATURALEZA 159
17
Marta Tafalla, Theodor W Adorno. Una filosofía de la memoria (Barcelona: Herder,
2003).
158 EcoANIMAL
17
Marta Tafalla, Theodor W Adorno. Una filosofía de la memoria (Barcelona: Herder,
2003).
160 EcoANINIAL
Sobre esta cuestión, merece la pena leer el fabuloso articulo del ecólogo
John G. T. Anderson «Why Ecology Needs Natural History», 18 donde sos•
tiene que si los estudiantes y profesionales de la biología practican cada vez
más ciencia de laboratorio y salen cada vez menos al campo, olvidarán la
naturaleza de su entorno y no sabrán responder a la catástrofe ecológica.
Reivindica por ello la labor de los naturalistas que estudian el funcionamien
to de los ecosistemas y el comportamiento de los animales, censan poblacio
nes o hacen seguimientos de especies migratorias. Richard Louv ha defendí-·
do la misma idea aplicada a la educación infantil. En su libro Los últimos
niños en el bosque, denuncia que sí no educamos a niñas y niños en el cono
cimiento de la naturaleza de su entorno, difícilmente comprenderán la catás
trofe ecológica ni lucharán para evitarla. 19 Nos sumamos a estas tesis y tam
bién a la defensa de la ciencia ciudadana como una estrategia para implicar
al mayor número posible de personas en la observación atenta y respetuosa
de la naturaleza. En este sentido, resulta enormemente valioso el trabajo de
organizaciones como BirdLife, con la sección española SEO/BirdLife, el
Instituto Catalán de Ornitología, Ecologistas en Acción, el Centro de Inves
tigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de la Universidad
Autónoma de Barcelona y otras instituciones similares que fomentan la par
ticipación de la ciudadanía en el estudio de ecosistemas y especies.
Si regresamos al texto de Adorno, veremos que nuestro filósofo defiende
la recuperación de la estética de la naturaleza en estrecha relación con la
ética y la metafísica, que él reclama como una metafísica materialista. Pero
aunque la estética necesita colaborar con otras disciplinas, es importante
subrayar aquellos aspectos específicos que solo ella puede aportar y que jus
tifican su existencia íunto a la ética ecológica. Según Adorno, el papel de la
belleza natural resulta clave para dinamitar la racionalidad instrumental y su
voluntad de dominio. La belleza natural es para Adorno lo no-idéntico, es
decir, lo que no se deja someter como herramienta al servicio de la identidad
imperante. La belleza natural es lo que hallamos cuando renunciamos a do
minar la naturaleza, a imponerle nuestra identidad; cuando aceptamos nues
tra finitud y aprendemos a admirar lo que no somos nosotros. Para Adorno,
reconocer la belleza natural es la promesa de que podemos convivir en paz:
«La belleza natural es lo distinto de cualquier principio dominante y de cual
quier difuso desorden; es lo más parecido a la reconciliación».20
18 John G. T. Anderson, «Why Ecology Needs Natural History», American Scientist, vol.
105, núm. 5 (2017), p. 290 [también en línea]. Disponible en: https:/ /www.americanscientist.
org/article/why-ecology-needs-natural-history El artículo es una síntesis de su libro: Deep Things
out o/Darkness: A History o/ Natural History (Berkeley: University of California Press, 2012).
19 Richard Louv, Last Child in the Woods: Saving Our Children From Nature-De/icit Di
sorder (Nueva York: Algonquin Books, 2005); Los últimos niños en el bosque. Salvemos a
nuestros hijos del trastorno por déficit de naturaleza (Madrid: Capitán Swing, 2018), traducción
de Begoña Valle.
20
Adorno, Teoría estética, op. cit., p. 104, traducción ligeramente modificada.
APRECIAR LA NATl/RALEZA 161
21 Ofrezco una comparación más detallada de ambos textos en este artículo dedicado a
la memoria de Ronald Hepburn, quien falleció mientras lo escribía: «Rehabilitating the Aes
thetics of Nature: Hepburn and Adorno», Environmental Ethics, vol. 33, núm. 1 (2011),
pp. 45-56.
22
Véase la antología: Allen Carlson y Arnold Berleant (eds.), The Aesthetics o/ Natural
Environments (Toronto: Broadview Press, 2004). Algunas revistas, como Environmental
Ethio; Environmental Values y Contemporary Aesthetics, publican regularmente artículos so
bre dicha temática. Asimismo, merece la pena el artículo de síntesis: Allen Carlson, «Environ
mental Aesthetics», en Edward N. Zalta (ed.), The Stan/ord Encyclopedia of Philosophy (Sum
mer 2016 Edition) [también em línea]. Disponible en: bttps://plato.stanford.edu/entries/
environmental-aesthetics/
23
Gernot Bi:ibme, Für eine okologische Naturiisthetik (Fráncfort del Meno: Subrkamp,
1989). Martín Seel, Eine Ásthetik der Natur (Fráncfort del Meno: Suhrkamp, 1991).
24
Alain Roger, Court traité du paysage (París: Éditions Gallimard, 1997); Breve tratado
del paisaje (Madrid: Biblioteca Nueva, 2007), traducción de Maysi Veuthey, edición de Javier
Maderuelo. Augustin Bergue, La pensée paysagere (París: Archibooks, 2008); El pensamiento
paisajero (Madrid: Biblioteca Nueva, 2009), traducción de Maysi Veuthey, edición de Javier
Maderuelo.
25
Adriana Veríssimo Serrao (coord.), Filosofia da Paisagem: Uma Antologia (Lisboa:
Centro de Filosofia da Universidade de Lisboa, 2011). Filosofia e Arquitectura da Paisagem.
Um Manual (Lisboa: Centro de Filosofia da Universidade de Lisboa, 2013).
26
Marta Tafalla (ed.), Estética de la naturaleza, número monográfico de Enrahonar,
vol. 45 (2010) [también en línea]. Disponible en: http://revistes.uab.catlenrahonar/issue/view/
v45/showToc
Carmen Velayos (ed.), Ética y política del paisaje, número monográfico de Enrahonar,
vol. 53 (2014) [también en línea]. Disponible en: http://revistes.uab.cat/enrahonar/issue/view/
v53/showToc
También pueden encontrarse algunos trabajos en las publicaciones multidisciplinares del
Observatorio del Paisaje de Catalunya: http://www.catpaisatge.net/cat/index.php
EcoANIMAL
162
Uno de los temas que aborda la estética de la naturaleza son las distintas
maneras en que esta puede ser apreciada. Podemos contemplar elemen
tos aislados: unas flores en un prado o en un jarrón, un gato dormitando
en el sofá, una lagartija tomando el sol en una roca o una hoja caída en la
calle. Igualmente, podemos apreciar las células de la hoja gracias a un
microscopio. También podemos admirar el firmamento, el paso de las
nubes y fenómenos meteorológicos como la lluvia o la nieve o emplear un
telescopio para observar los astros. Pero la forma más característica de
apreciación de la naturaleza son los entornos. Vamos, así pues, a anali
zarlos.
Un entorno es un lugar en el que podemos entrar, que recorremos en
distintas direcciones y observamos desde múltiples perspectivas. Un entorno
es un territorio que podemos habitar y en el cual podemos realizar todo tipo
de actividades. Mientras nos hallamos en él nos rodea, nos envuelve y las
cosas que suceden en él también nos afectan a nosotros. Con el tiempo, po
demos llegar a ser parte de él. Y aunque no siempre haya una línea clara que
diferencie y separe unos entornos de otros, podemos apreciar en cada uno
algo específico que lo distingue de los demás, algo que denominamos su ca
rácter, su personalidad o su atmósfera.28
En consonancia con lo que explicábamos al principio de este capítulo,
debemos subrayar que algunos entornos son más naturales y otros son más
artificiales; en cada uno podemos apreciar lo natural y lo artificial en diferen
tes grados y combinados de maneras diversas. Un entorno puede ser una
ciudad, un aeropuerto, un polígono industrial, un parque urbano, una aldea
rodeada de campos cultivados, un bosque en una región remota de Alaska,
una playa en la Patagonia, un barco en medio del Pacífico o una nave espa
cial orbitando la Tierra.
Los entornos son multisensoriales y por ello necesitamos todos nues
tros sentidos para percibirlos y apreciarlos. Como ya explicamos en el
capítulo 3, que percibamos un entorno con una diversidad de sentidos
tiene como una de sus consecuencias que no todos los sentidos poseen el
mismo horizonte y, por tanto, con unos sentidos percibimos más lejos
que con otros. El horizonte es la línea que marca el límíte de lo que al
canzamos a percibir desde un punto determinado y ese límite estructura
nuestra experiencia del mundo, convirtiendo lo que podemos percibir
27 Algunas de las ideas presentadas en este apartado fueron expuestas en: Marta Tafalla,
«Paisaje y sensoríalidad», en Laura Puigbert y Gemma Bretcha (eds.), Teoría y paisaje II:
Paisaje y emoción. El resurgir de las geografías emocionales (Olot: Observatorio del Paisaje de
Catalunya, y Barcelona: Universidad Pompeu Fabra, 2015), pp. 115-136 [también en línea].
Disponible en: http://www.catpaísatge.net/esp/documentacío_coedí_6. php
28 Gernot Bohme, Atmosphá're: Essays zur neuen Ásthetik (Fráncfort del Meno: Suhr
kamp, 1995).
APRECIAR LA NATURALEZA 163
29 Joan Nogué, «El paisaje como constructo social», en Joan Nogué (ed.), La construc
ción social del paisaje (Madrid: Biblioteca Nueva, 2007), pp. 11-24. Hay que agradecer a
Nogué su ingente y entusiasta labor fomentando los estudios sobre paisaje. Además de su
propia producción teórica, realizada desde la geografía, siempre ha impulsado la cooperación
multidisciplinar. Desde el Observatorio del Paisaje de Catalunya, Nogué y su equipo han sa
bido crear un fértil punto de encuentro del que han surgido una larga lista de congresos y
publicaciones: http://www.catpaisatge.net/cat/index.php
Véase también: Linarejos Cruz Pérez e Ignacio Español Echániz, El paúaje. De la percep
ción a la gestión (Madrid: Liteam, 2009).
. io Javier Maderuelo, El paisaje. Génesis de un concepto (Madrid: Abada Editores, 2005).
11 Kenneth Clark, Landscape into Art (Londres: John Murray, 1949); El arte del paisaje
(Barcelona: Seix Barral, 1971), traducción de Laura Diamond. Norbert Wolf, Landscha/tsma
lerei (Colonia: Taschen, 2008); Pintura paisajista (Colonia: Taschen, 2008), traducción de .José
García.
APRECIAR LA NATURALEZA 165
'
2
María Ángeles Durán, «Paisajes del cuerpo», enJoan Nogué (ed.), La construcáón
social del paisaje, op. cit., pp. 27-61.
166 EcoANIMAL
33 Allen Carlson, «Appreciation and the Natural Envlronment», The Journal o/Aesthe
tics and Art Criticism, núm. 37 (1979), pp. 267-276. Aesthetics and the Environment. The
Apprecíation ofNature, Art and Architecture, op. cit.
APRECIAR LA NATURALEZA 167
34
Véase, por ejemplo: Denise Winterman, «Taste and smell: What is it like to live
without them?», BBC News Magazine, 29 de junio de 2013 [en línea]. Disponible en:
http://www.bbc.com/news/magazine-2305127 O
166 EcoANIMAL
31 Allen Carlson, «Appreciation and the Natural Envíronment», The ]ournal o/Aesthe
tics and Art Criticism, núm. 37 (1979), pp. 267-276. Aesthetics and the Environment. The
Appreciation o/ Nature, Art and Architecture, op. cit.
APRECIAR LA NATURALEZA 167
34
Véase, por ejemplo: Denise Winterman, «Taste and smell: What is it like to live
wíthout them?», BBC News Magazine, 29 de junio de 2013 [en línea]. Disponible en:
http://www.bbc.com/news/magazine-2305127 O
168 ECOANIMAL
Sucede algo similar cuando una persona lleva un perfume muy intenso
que se comporta de forma invasiva con los demás. Por ejemplo, quienes
tienen buen olfato suelen comentar lo molesto que les resulta que una per
sona con un perfume fuerte se siente a su lado en el cine o en un concierto
o, todavía más, en un restaurante. Si nos centramos en la información visual,
cada una de esas personas está ocupando su sitio y ninguna invade el espacio
de la otra, pero, en cambio, el olor de una sí está invadiendo el espacio de la.
otra, lo que puede llegar a alterar el placer de una comida. Es una experien
cia molesta para las personas con un olfato sensible, incluso dolorosa para
los hiperósmicos, mientras que los anósmicos no percibimos esa invasión de
nuestro espacio.
Por otra parte, el olor también puede actuar como una invitación a acer
carse a un lugar. El buen olor de una panadería puede conseguir que alguien
se desvíe de su camino para tomarse un segundo desayuno y el aroma de
unos campos de lavanda puede impulsar a unos excursionistas a alterar su
ruta para disfrutarlo. Al entrar en un espacio con un olor agradable, las per
sonas se sienten bienvenidas, acogidas y relajadas. La importancia de estas
dinámicas olfativas se comprueba por el interés creciente de los expertos en
marketing, diseño y urbanismo. Algunos investigadores se dedican a elaborar
mapas olfativos de entornos y a estudiar cómo las personas perciben los
olores y reaccionan ante ellos. Incluso defienden la necesidad de incorporar
los olores en el diseño de las ciudades.35 Por supuesto, todas estas señales no
tienen ningún efecto sobre los anósmicos y creo que, para nosotros, es como
si el espacio estuviera más vacío. La ausencia de olfato parece reforzar el
sentido de la vista, que es el sentido por excelencia de la distancia.
Otro de los sentidos que nos ayuda a sentirnos envueltos es el tacto. Por
ejemplo, la sensación de estar dentro del mar depende básicamente del tacto
del agua en todo nuestro cuerpo. Pero esa sensación táctil puede darse de
muchas maneras. Veamos un caso de manera detallada.
En 2015 participé en un congreso de la Internatíonal Society for Environ
mental Ethics en la Universidad de Kiel que incluía una excursión al Watten
meer o Mar de Frisia. Se trata de un mar que baña las costas de Holanda,
Alemania y Dinamarca y alcanza hasta las Islas Frisias y el Mar del Norte. Lo
caracteriza su escasa profundidad, de manera que, teniendo en cuenta las
mareas, es posible recorrerlo a pie. A lo largo de los diez mil kilómetros
35 Victoria Henshaw, Urban Smellscapes. Understandíng and Desígning City Smell Envi
ronments (Londres: Routledge, 2013). Véase también su conferencia «Urban Smellscape Ex
perience and Design: Adressing Fears of Sensory Manipulation and Envíronmental Sensitivi
ties», en el workshop Scent, Science and Aesthetics. Understanding Smell and Anosmia que
organizamos en 2013 en la UAB [también en línea]. Disponible en: https://www.youtube.com/
watch?v=RSQ0O lZwmyY
Agradezco a Victoria Henshaw, in memoriam, las estupendas conversaciones que tuvimos
sobre sensorialidad. Desgraciadamente, murió muy joven, dejando interrumpido un prome
tedor proyecto de investigación.
APRECIAR LA NATURALEZA 169
cuadrados que ocupa, el Mar de Frisia consiste en finas láminas de agua que
se alternan con inmensas planicies de arena, siempre en movimiento por los
ciclos de las mareas. Posee un gran valor geológico y biológico, y es muy
apreciado para ir de pajareo por la cantidad de aves que buscan allí su sus
tento y que se pueden observar con facilidad al no haber otra cosa que arena
y agua.
Cuando una prepara una excursión al Mar de Frisia, lo más atractivo
desde un punto de vista estético parece ser su conocido efecto espejo, que
puede comprobarse en la gran cantidad de fotografías fascinantes que se
encuentran en Internet (buscando por su nombre alemán, Wattenmeer, o sus
equivalentes holandés o danés). En efecto, cuando una se adentra en el mar
y se aleja tanto de la costa que la pierde de vista, se encuentra en medio de
un lugar absolutamente espectacular. Lo único que se alcanza a ver en todas
direcciones es una fina capa de agua alternándose con superficies de arena,
y las láminas de agua se convierten en un espejo que se extiende hasta el
horizonte reflejando el cielo. En un día luminoso, el suelo brilla de un modo
deslumbrante e hipnótico. Si hay nubes, una tiene la sensación de estar ca
minando entre ellas. Cuando pasan aves volando, parecen pasar también por
debajo de nuestros pies. Pero la cuestión en la que quería incidir es la si
guiente. Si una planea la visita mirando las maravillosas fotografías que se
encuentran en libros o en Internet, una se prepara, básicamente, para disfru
tar de un espectáculo visual. Sin embargo, cuando finalmente se adentra en
el Mar de Frisia, comprende que la vista es solo uno de los sentidos implica
dos y la experiencia resulta ser profundamente corporal y plurisensoríal.
Al adentrarnos en el Mar de Frisia, lo primero que hicimos fue descalzar
nos para andar con mayor comodidad. Sin embargo, como es sabido, cami
nar sobre la arena, y más si hay una capa de agua, es más lento que caminar
sobre una superficie dura. A esto había que sumarle un viento gélido que
soplaba con fuerza contra nosotros arrancándonos los gorros o cualquier
cosa que no lleváramos bien sujeta, con lo que avanzar requería un esfuerzo
considerable. De tanto en tanto, salía volando un pañuelo o la funda de una
cámara, que acababan empapados en el suelo. Cuando nos adentramos en
una extensa llanura sin agua, comenzamos a sentir una extraña molestia
en las piernas: el viento levantaba la arena y nos golpeaba con ella, produ
ciendo una incómoda sensación que era una mezcla de dolor y picor, como
si un ejército de mosquitos nos estuviera atacando. Esa arena levantada por
el viento formaba curiosos dibujos, pero, si intentabas tomar una foto, se te
llenaba la cámara de arena y, cuando abrías la boca para quejarte, también se
te llenaba de arena.
Más adelante encontramos corrientes de agua que avanzaban con fuerza
y había que vadear sin tener nada en lo que apoyarse. En otros lugares, en
contrábamos arena húmeda y densamente habitada. Tuvimos que atravesar
algunas zonas llenas de gusanos y una literalmente no sabía dónde poner los
pies para no pisarlos, porque apenas había un rincón libre. El suelo era una
168 EcoANIMAL
Sucede algo similar cuando una persona lleva un perfume muy intenso
que se comporta de forma invasiva con los demás. Por ejemplo, quienes
tienen buen olfato suelen comentar lo molesto que les resulta que una per
sona con un perfume fuerte se siente a su lado en el cine o en un concierto
o, todavía más, en un restaurante. Si nos centramos en la información visual,
cada una de esas personas está ocupando su sitio y ninguna invade el espacio
de la otra, pero, en cambio, el olor de una sí está invadiendo el espacio de la
otra, lo que puede llegar a alterar el placer de una comida. Es una experien
cia molesta para las personas con un olfato sensible, incluso dolorosa para
los hiperósmicos, mientras que los anósmicos no percibimos esa invasión de
nuestro espacio.
Por otra parte, el olor también puede actuar como una invitación a acer
carse a un lugar. El buen olor de una panadería puede conseguir que alguien
se desvíe de su camino para tomarse un segundo desayuno y el aroma de
unos campos de lavanda puede impulsar a unos excursionistas a alterar su
ruta para disfrutarlo. Al entrar en un espado con un olor agradable, las per
sonas se sienten bienvenidas, acogidas y relajadas. La importancia de estas
dinámicas olfativas se comprueba por el interés creciente de los expertos en
marketing, diseño y urbanismo. Algunos investigadores se dedican a elaborar
mapas olfativos de entornos y a estudiar cómo las personas perciben los
olores y reaccionan ante ellos. Incluso defienden la necesidad de incorporar
los olores en el diseño de las ciudades.35 Por supuesto, todas estas señales no
tienen ningún efecto sobre los anósmícos y creo que, para nosotros, es como
si el espacio estuviera más vacío. La ausencia de olfato parece reforzar el
sentido de la vista, que es el sentido por excelencia de la distancia.
Otro de los sentidos que nos ayuda a sentirnos envueltos es el tacto. Por
ejemplo, la sensación de estar dentro del mar depende básicamente del tacto
del agua en todo nuestro cuerpo. Pero esa sensación táctil puede darse de
muchas maneras. Veamos un caso de manera detallada.
En 2015 participé en un congreso de la Intemational Society for Envíron
mental Ethics en la Universidad de Kiel que incluía una excursión al Watten
meer o Mar de Frisia. Se trata de un mar que baña las costas de Holanda,
Alemania y Dinamarca y alcanza hasta las Islas Frisias y el Mar del Norte. Lo
caracteriza su escasa profundidad, de manera que, teniendo en cuenta las
mareas, es posible recorrerlo a píe. A lo largo de los diez mil kilómetros
35 Victoria Henshaw, Urban Smellscapes. Understanding and Designing City Smell Envi
ronments (Londres: Routledge, 2013 ). Véase también su conferencia «Urban Smellscape Ex
perience and Design: Adressing Fears of Sensory Manipulation and Envíronmental Sensitivi
ties», en el workshop Scent, Science and Aesthetics. Understanding Smell and Anosmia que
organizamos en 2013 en la UAB [también en línea]. Disponible en: https://www.youtube.com/
watch?v=RSQ0O lZwmyY
Agradezco a Victoria Henshaw, in memoriam, las estupendas conversaciones que tuvimos
sobre sensorialidad. Desgraciadamente, murió muy joven, dejando interrumpido un prome
tedor proyecto de investigación.
APRECIAR LA NATURALEZA 169
cuadrados que ocupa, el Mar de Frisia consiste en finas láminas de agua que
se alternan con inmensas planicies de arena, siempre en movimiento por los
ciclos de las mareas. Posee un gran valor geológico y biológico, y es muy
apreciado para ir de pajareo por la cantidad de aves que buscan allí su sus
tento y que se pueden observar con facilidad al no haber otra cosa que arena
y agua.
Cuando una prepara una excursión al Mar de Frisia, lo más atractivo
desde un punto de vista estético parece ser su conocido efecto espejo, que
puede comprobarse en la gran cantidad de fotografías fascinantes que se
encuentran en Internet (buscando por su nombre alemán, Wattenmeer, o sus
equivalentes holandés o danés). En efecto, cuando una se adentra en el mar
y se aleja tanto de la costa que la pierde de vista, se encuentra en medio de
un lugar absolutamente espectacular. Lo único que se alcanza a ver en todas
direcciones es una fina capa de agua alternándose con superficies de arena,
y las láminas de agua se convierten en un espejo que se extiende hasta el
horizonte reflejando el cielo. En un día luminoso, el suelo brilla de un modo
deslumbrante e hipnótico. Si hay nubes, una tiene la sensación de estar ca
minando entre ellas. Cuando pasan aves volando, parecen pasar también por
debajo de nuestros pies. Pero la cuestión en la que quería incidir es la si
guiente. Si una planea la visita mirando las maravillosas fotografías que se
encuentran en libros o en Internet, una se prepara, básicamente, para disfru
tar de un espectáculo visual. Sin embargo, cuando finalmente se adentra en
el Mar de Frisia, comprende que la vista es solo uno de los sentidos implica
dos y la experiencia resulta ser profundamente corporal y plurisensorial.
Al adentramos en el Mar de Frisia, lo primero que hicimos fue descalzar
nos para andar con mayor comodidad. Sin embargo, como es sabido, cami
nar sobre la arena, y más si hay una capa de agua, es más lento que caminar
sobre una superficie dura. A esto había que sumarle un viento gélido que
soplaba con fuerza contra nosotros arrancándonos los gorros o cualquier
cosa que no lleváramos bien sujeta, con lo que avanzar requería un esfuerzo
considerable. De tanto en tanto, salía volando un pañuelo o la fonda de una
cámara, que acababan empapados en el suelo. Cuando nos adentramos en
una extensa llanura sin agua, comenzamos a sentir una extraña molestia
en las piernas: el viento levantaba la arena y nos golpeaba con ella, produ
ciendo una incómoda sensación que era una mezcla de dolor y picor, como
si un ejército de mosquitos nos estuviera atacando. Esa arena levantada por
el viento formaba curiosos dibujos, pero, sí intentabas tomar una foto, se te
llenaba la cámara de arena y, cuando abrías la boca para quejarte, también se
te llenaba de arena.
Más adelante encontramos corrientes de agua que avanzaban con fuerza
y había que vadear sin tener nada en lo que apoyarse. En otros lugares, en
contrábamos arena húmeda y densamente habitada. Tuvimos que atravesar
algunas zonas llenas de gusanos y una literalmente no sabía dónde poner los
pies para no pisarlos, porque apenas había un rincón libre. El suelo era una
170 ECOANIMAL
moderna. Esta disciplina artística ha dado lugar, sin duda alguna, a una larga
lista de obras maestras, pero al mismo tiempo nos ha enseñado a mirar la
naturaleza como si estuviera al servicio de las historias humanas. En las gran
des obras de Pieter Brueghel el Viejo, Caspar David Friedrich,John Consta
ble o Jean-Baptiste Camille Corot, que son magníficos artistas, la naturaleza
está ahí para que los humanos la habiten, la transiten, la estudien, la modifi.
quen, la exploten: la naturaleza está ahí para los humanos. Por supuesto, hay.
excepciones, y hay también casos intermedios en los que se combi11a una
cierta función decorativa de la naturaleza con un poco de interés por con
templar por sí mismos algunos de sus elementos. Pero de la misma manera
en que la filosofía debe asumir su responsabilidad por haber silenciado la
estética de la naturaleza, también el arte debe hacerse cargo de que su mira
da mayoritariamente antropocéntrica ha contribuido a reducir la naturaleza
a un instrumento ornamental.
Esa concepción de la naturaleza está tan asumida en nuestra cultura que
se generalizan situaciones verdaderamente irracionales, de las que vamos a
ofrecer dos ejemplos. Veamos el primero. En muchas oficinas de todo tipo
de empresas, los trabajadores dan color a paredes blancas y armarios grises
decorándolos con pósteres y calendarios. Una buena parte de ellos son pin
turas o fotografías de paisajes más o menos naturales, que para esos trabaja
dores representan un poco de serenidad y belleza en medio del estrés coti
diano, les recuerdan un plan de vacaciones o evocan lugares idílicos donde
les gustaría vivir. Lo que resulta irracional es que también las empresas más
contaminantes, las que deforestan y exterminan especies, decoren sus despa
chos con imágenes de playas y montañas. Esas personas no son capaces de
entender el daño que causan porque han reducido la naturaleza a unas cuan
tas postales que adornan sus paredes y no quieren comprender lo que existe
detrás de las imágenes.
Veamos el segundo ejemplo. Muchos parques zoológicos de todo el
mundo mantienen animales salvajes cautivos en condiciones deplorables:
los encierran en espacios diminutos y mal acondicionados y los exhiben
previo pago de una entrada como si fueran objetos decorativos en escapa
rates. A menudo, para paliar la frialdad y el vacío de las jaulas, los zoos
pintan paisajes naturales en sus paredes, como si la naturaleza no fuera más
que un decorado cuya función es hacer bonito y diera igual si es real o un
mero dibujo. Solo alguien que ha reducido radicalmente los entornos a
imágenes puede tener la ocurrencia de pintar una selva en la misma jaula
que mantiene a unos animales fuera de la selva real en la que deberían es
tar. No entiende que, para un animal, la naturaleza no es una imagen pin
tada en la pared, sino el hogar al que pertenece, al que está ligado por una
serie de procesos naturales complejos y un denso tejido de historias entre
cruzadas. Y cuando a un animal se lo extrae de esa red de vida, se le está
quebrando la identidad, porque no puede realizar la mayoría de sus con
ductas naturales.
APRECIAR LA NATURALEZA 173
raleza no suena para adornar nuestro paseo, sino que suena porque los
animales están viviendo sus vidas. 37
La naturaleza habla, y no lo hace tan solo a través de la humanidad; mu
chas otras espedes anímales tienen sistemas de comunicación complejos, que
incluyen desde vocalízadones a expresiones faciales y lenguaje corporal. Es
cierto que sus sistemas de comunicación no incluyen un lenguaje conceptual
como el nuestro, con el que se puedan elaborar ideas abstractas, teorías cien,
tíficas y filosóficas, literatura y crítica líteraria, pero eso no impide que los
animales se comuniquen continuamente entre sí y se transmitan mensajes
vitales en que un individuo alerta al grupo de que se acerca un depredador,
los miembros de la familia se expresan afecto o la manada se pone de acuer
do en abandonar un territorio para adentrarse en otro.
Escuchar las voces de los animales y estudiar su significado nos recuerda
también cuán vanas son a veces, en comparación, nuestras conversaciones.
Los animales no se dicen unos a otros las muchísimas tonterías que llenan
tantos parloteos humanos de repeticíones infinitas de las mismas sandeces.
Nosotros tenemos una capacidad para la vulgaridad y la banalidad que no
posee ningún otro animal. Basta hacer zapping por los canales de televisión
y navegar por YouTube o las redes sociales para tomar conciencia de cuántas
veces el lenguaje humano va completamente vacío de significado inteligente,
y no es más que un blablablá superficial, confuso y mal articulado, con el que
la gente se enreda en discusiones interminables cargadas de insultos sin ser
capaces de clarificar sobre qué están debatiendo. Deberíamos tener esto pre
sente cuando creemos que nuestro lenguaje es superior al de otras especies,
porque de poco sirve un don tan sofisticado si lo desperdiciamos tan a me
nudo.
También encontramos otro fenómeno interesante, un tipo de conversa
ción humana estéticamente cautivadora. Me refiero a ese tipo de conver
saciones que a veces se dan entre un grupo de amigos o familiares mientras
pasean relajadamente, ven jugar a los niños o los perros en el parque, están
sentados en una plazoleta o celebrando una comida. Son esas charlas en que
los humanos dejan de intercambiar informaciones relevantes y simplemente
hablan por hablar, sin que en realidad importe lo que digan. Es decir, la
charla importa, pero no su contenido concreto. Son esas conversaciones des
tinadas a expresar afecto, hacerse compañía, escuchar las voces de personas
queridas y compartir emociones. Da igual hablar del tiempo, comentar una
película, un partido de fútbol o volver a explicar una historia que todos co
nocen. Lo que importa, en realidad, es mantener los lazos de la amistad y el
cariño.
n Carl Safina, Beyond Words: What Animals Thínk and Feel (Nueva York: Picador,
2015); Mentes maravillosas. Lo que piensan y sienten los animales (Barcelona: Galaxia Guten
berg, 2017), traducción de Irene Oliva Luque y Aguiriano Aizpur.
APRECIAR LA NATURALEZA 177
39 http://www.carlosdehita.es/
40
http://www.sonidosdelanaturaleza.com/
41
http://eloisamatheu.com/en/archivo-de-sonidos/
42 http://www.rtve.es/alacarta/audios/vida-verdal
43
http://www:wildsanctuary.com/
APRECIAR LA NATURALEZA 179
cuerda una vez más el error que supone mantener la rígida separación entre
diferentes disciplinas en nuestras universidades. 44
Hay una nistoria en la que participó Bernie Krause que no puedo resis
tirme a recordar. En octubre de 1985, una yubarta o ballena jorobada que
estaba en plena migración en el Pacífico, que bajaba desde las aguas frías de
Alaska hacia las aguas cálidas de México, siguiendo la costa norteamericana,
se adentró accidentalmente en la bahía de San Francisco y, desorientada,
entró en el delta del río Sacramento. Pasaron los días y Humphrey, como
bautizaron a la ballena, se adentraba cada vez más en el intrincado laberinto
del delta, con el riesgo de que no lograra encontrar su camino de vuelta y no
pudiera regresar al océano. Finalmente, se organizó una operación para sal
varla. La bióloga especialista en cetáceos Diana Reiss fue una de las científi
cas que trabajó durante días para sacarla de allí y devolverla al mar. Con una
flota de varios barcos lograron acompañarla río abajo, y una de las estrate
gias que utilizaron fue emitir grabaciones de voces de ballenas jorobadas,
que habían sido realizadas por Louis Herman en Alaska. Krause fue uno de
los participantes en la operación. En este caso, haber escuchado las voces
de las yubartas, haberlas grabado y usar esas grabaciones con inteligencia
permitió al equipo de rescate comunicarse con la ballena, estresada y asus
tada, y convencerla de que siguiera al barco que la guiaba río abajo hacia el
mar y que finalmente la devolvió a la libertad. Este y otros casos similares
dejan claro que saber escuchar las voces de la naturaleza puede incluso sal
var vidas. 45
El trabajo que realizan Carlos de Hita, Elo'isa Matheu, Bernie Krause y
otros especialistas puede ofrecernos las primeras lecciones sobre cómo edu
car nuestro oído, pero lo importante es continuar ese aprendizaje saliendo a
la naturaleza. Sin embargo, aquí desembocamos en otra cuestión. Krause
explíca que muchas de las grabaciones de paisajes sonoros naturales que
realizó hace décadas son ahora el recuerdo de sonidos que ya no existen o
están a punto de desaparecer. La destrucción de ecosistemas ha sido tan rá
pida y grave en los últimos años que Krause se ha encontrado, en el tiempo
de media vida humana, con una biblioteca de sonidos desaparecidos. Mu
chas de sus grabaciones son ahora la memoria de voces que se han apagado
y por tanto tienen una función muy especial: servir como denuncia de la
pérdida y como recuerdo de lo perdido. Explicar la destrucción de la natu
raleza a través de la desaparición de paisajes sonoros es un modo potente de
mostrar lo que significa: estamos acallando las voces de la naturaleza, la es
tamos dejando en silencio. Y dado que en nuestra civilización la mayoría de
nosotros ya no sabemos reconocer y entender esas voces, estamos perdiendo
44
Véase su conferencia: https://www.ted.com/talks/bernie_krause_the_voice_of_the_
natural_world?language=es#t-216061 Véase también: www.legrandorchestredesanimaux.com
45
Diana Reiss, The Dolphin in the Mz'rror (Boston y Nueva York: Mariner Books, 2011),
pp. 1-22.
178 ECOANIMAL
JY http://www.carlosdehita.es/
40 http://www.sonidosdelanaturaleza.com/
41 http://eloisamatheu.com/en/archivo-de-sonidos/
42
http://www.rtve.es/ala carta/audios/vida-verdal
43
http://www.wildsanctuary.com/
APRECIAR LA NATURALEZA 179
cuerda una vez más el error que supone mantener la rígida separación entre
diferentes disciplinas en nuestras universídades. 44
Hay una historia en la que participó Bernie Krause que no puedo resis
tir a recordar. En octubre de 1985, una yubarta o ballena jorobada que
me
estaba en plena migración en el Pacífico, que bajaba desde las aguas frías de
Alaska hacia las aguas cálidas de México, siguiendo la costa norteamericana,
se adentró accidentalmente en la bahía de San Francisco y, desorientada,
entró en el delta del río Sacramento. Pasaron los días y Humphrey, como
bautizaron a la ballena, se adentraba cada vez más en el intrincado laberinto
del delta, con el riesgo de que no lograra encontrar su camino de vuelta y no
pudiera regresar al océano. Finalmente, se organizó una operación para sal
varla. La bióloga especialista en cetáceos Diana Reiss fue una de las científi
cas que trabajó durante días para sacarla de allí y devolverla al mar. Con una
flota de varios barcos lograron acompañarla río abajo, y una de las estrate
gias que utilizaron fue emitir grabaciones de voces de ballenas jorobadas,
que habían sido realizadas por Louis Herman en Alaska. Krause fue uno de
los participantes en la operación. En este caso, haber escuchado las voces
de las yubartas, haberlas grabado y usar esas grabaciones con inteligencia
permitíó al equipo de rescate comunicarse con la ballena, estresada y asus
tada, y convencerla de que siguiera al barco que la guiaba río abajo hacia el
mar y que finalmente la devolvió a la libertad. Este y otros casos similares
dejan claro que saber escuchar las voces de la naturaleza puede incluso sal
var vidas. 45
El trabajo que realizan Carlos de Hita, Eloi'sa Matheu, Bernie Krause y
otros especialistas puede ofrecernos las primeras lecciones sobre cómo edu
car nuestro oído, pero lo importante es continuar ese aprendizaje saliendo a
la naturaleza. Sin embargo, aquí desembocamos en otra cuestión. Krause
explica que muchas de las grabaciones de paisajes sonoros naturales que
realizó hace décadas son ahora el recuerdo de sonidos que ya no existen o
están a punto de desaparecer. La destrucción de ecosistemas ha sido tan rá
pida y grave en los últimos años que Krause se ha encontrado, en el tiempo
de media vida humana, con una biblioteca de sonidos desaparecidos. Mu
chas de sus grabaciones son ahora la memoria de voces que se han apagado
y por tanto tienen una función muy especial: servir como denuncia de la
pérdida y como recuerdo de lo perdido. Explicar la destrucción de la natu
raleza a través de la desaparición de paisajes sonoros es un modo potente de
mostrar lo que significa: estamos acallando las voces de la naturaleza, la es
tamos dejando en silencio. Y dado que en nuestra civilización la mayoría de
nosotros ya no sabemos reconocer y entender esas voces, estamos perdiendo
riqueza sin percatarnos de ello. Antes de que esas voces desaparecieran, ha
bíamos dejado de escucharlas y las habíamos olvidado. Así es como funciona
la destrucción: nuestra civilización comienza por hacernos ignorar ciertas
cosas y luego puede destruirlas sin que nos demos cuenta. Por eso es tan
importante la memoria y son tan necesarios los archivos de Krause, de Ma.
theu, de Hita y todos cuantos existen.
Un ejemplo paradigmático de este problema lo hallamos en las aves urba-.
nas. Cada vez hay más aves que se instalan en las ciudades, en parte porque
nuestras urbes no cesan de expandirse y en parte porque la acumulación de
comida en ellas las hace atractivas para muchos animales. Aves de las más
diversas especies se han adaptado a la vida urbana, a hacer nidos en jardines
o en edificios, a buscar comida entre los restos que tiramos o en los comede
ros que alguna gente instala en patios y terrazas. Han aprendido a convivir
con los humanos y a sortear peligros como el tráfico. Pero suelen tener un
problema grave: nuestras ciudades son muy ruidosas. Coches, tranvías, tre
nes, aviones, voces humanas, música, fábricas, máquinas de todo tipo suman
una gran cantidad de ruido. Las aves emiten todo tipo de cantos y reclamos
para comunicarse entre ellas, defender su territorio, encontrar pareja, man
tener contacto con sus hijos cuando están aprendiendo a volar o avisarse
mutuamente de peligros. Sin embargo, nuestro ruido dificulta que se oigan.
En los últimos años, algunos científicos han estudiado el problema y han
comprobado que las aves tratan de afrontarlo con cüversas estrategias.46 Al
gunas especies cantan en una frecuencia más alta, es decir, emiten un canto
más agudo; otras cantan cuando hay menos ruido, más temprano por la ma
ñana o más tarde por la noche, y otras aumentan el volumen. Todas estas
estrategias tienen un coste, obligan a modificar conductas y a hacer esfuerzos
extra. También hay especies que, simplemente, cantan menos, es decir, se
comunican menos, o bien abandonan un territorio si es demasiado ruidoso.
Así, el ruido que nosotros producimos perjudica sus vidas.
Lo mismo le sucede a la fauna marina. La creciente densidad del tráfico
marítimo se ha convertido en un problema grave: los barcos pesqueros, los
balleneros, los mercantes, los yates, los cruceros y los barcos militares son
cada vez más abundantes, más grandes y más ruidosos. Por otro lado, se in
crementan las prospecciones en el fondo de los océanos, que a menudo em
plean sonidos para localizar las bolsas de petróleo o de gas en el subsuelo. Y
aún hay que añadir que diversos ejércitos utilizan sistemas de sónar en ma-
46 Menciono un par de fuentes, pero actualmente hay una gran cantidad de estudios al
respecto:
Hans Slabbekoorn y Margriet Peet, «Birds sing at a higher pitch in urban noise>>, Nature,
vol. 424 (2003), p. 267.
Gon<;alo C. Cardoso y Jonathan W. Atwell, «On the relation between loudness and the
increased song frequency of urban birds», Animal Behaviour, vol. 82, núm. 4 (2011), pp. 831-
836.
Véase también: http://www.seo.org/2016/06/30/así-cambia-la-ciudad-canto-las-aves/
APRECIAR LA NATURALEZA 181
crear libremente. No hace falta alejarse mucho para encontrar ejemplos. Re
cordemos a los creadores que tuvieron que exiliarse durante el franquísmo y
a los que no lograron escapar a tiempo. Recordemos, entre tantísimos otros,
a Merce Rodoreda, Remedios Varo, Antonio Machado, Miguel Hernández o
Federico García Lorca.
La destrucción del arte de otras culturas y la de la belleza natural acos
tumbran a ir juntas. Demasiado a menudo, alabamos el arte que hemos crea
do «nosotros», nuestro grupo, a la vez que ignoramos, despreciamos o inclu
so destruimos otras manifestaciones artísticas y estéticas. En estos casos, no
estamos apreciando el arte por sí mísmo, sino concibiéndolo como un instru
mento; empleamos las obras de arte que nos convienen para reforzar una
concepción jerárquica de la realidad, según la cual algunas culturas son su
periores a otras.
Y, en tercer lugar, hay todavía otra razón, que es sin duda más compleja.
Tenemos un canon de los clásicos de Occidente, sin los cuales nuestra cultu
ra no se comprendería. Grandes escritores, de Homero a Mann, pasando por
Dante o Cervantes. Grandes artistas, de Miguel Ángel a Picasso. Sin em
bargo, desde los años 70, somos conscientes de que la inmensa mayoría de
aquellas que consideramos las mejores obras de nuestra civilización son en
realidad controvertidas. Desde un punto de vista artístico, no cabe duda de
que son obras maestras. Pero si examinamos los ideales que defienden, los
mensajes que contienen, nos encontramos con que muchas de ellas justifican
y ensalzan el sistema de dominio que reina en nuestra civilización: machis
mo, clasismo, racismo, etnocentrismo, homofobia, antropocentrismo y es
pecismo. Buena parte del gran arte, como igualmente sucede con muchas
teorías filosóficas y estudios científicos, han servido para legitimar una civili
zación radicalmente injusta.
Cuando en los años 60 y 70 comenzó a criticarse de manera sistemática el
contenido ideológico de las grandes obras del canon, quienes se erigieron en
defensores del panteón respondieron con una excusa: «era la época». Cuan
do alguien denuncia que la Odisea es esclavista y machista, se le responde:
«sí, bueno, es indudable, pero es que era la época. Homero no podía liberar
se de su época. Así era como pensaba todo el mundo en aquella época leja
na». Cuando alguien denuncia que Shakespeare es racista y machista, se le
responde: «sí, bueno, es indudable, pero es que era la época. Shakespeare no
podía liberarse de su época. Así era como pensaba todo el mundo en aquella
época lejana». Cuando alguien denuncia que Picasso es machista o que Dalí
es franquista, se le responde: «sí, bueno, es indudable, pero es que era la
época. Estos artistas no podían liberarse de su época. Así era como pensaba
todo el �undo en aquella época lejana.» Pero ... Picasso y Dalí vivieron en el
siglo XX, ¿seguro que en el siglo xx todo el mundo era machista y franquista?
Está claro que cuando en el siglo XXIII alguien estudie nuestro tiempo y diga
que Javier Marías es machista y clasista, se le responderá: «sí, bueno, es in-
186 EcoANIMAL
dudable, pero es que era la época. Así era como pensaba todo el mundo
aquella época lejana».
No solo sucede en el arte. Las grandes obras clásicas de la filosofía poseen
una sospechosa tendencia a ensalzar lo peor de nuestro sistema. Se las suele
defender diciendo que, dentro de cada obra particular, hay que distinguir lo,
bueno de lo malo. Tomemos el caso, por ejemplo, de Aristóteles, uno de los
pensadores más inteligentes de la Antigua Grecia: hoy en día admiramos su
filosofía de la literatura y simplemente ignoramos su feroz defensa de la es
clavitud. Es que era la época, pensamos, todos los ricos tenían esclavos, pero
eso no resta valor a sus reflexiones sobre el arte. Y, sin embargo, deberíamos
considerar la posibilidad de plantear la cuestión de otro modo: ¿podría ser
que Aristóteles escribiera sus obras, al menos en parte, para defender su
derecho a tener esclavos, para justificar sus privilegios? ¿Y sí escribir esas
obras era su manera de fortificar su supuesta superioridad, de alzarse sobre
otros seres humanos? ¿Y si sus obras fueron un ínstnunento al servicio de su
egoísmo, de sus intereses personales, y a favor de un sistema injusto que lo
privilegiaba, perjudicando a otros?
Sí examinamos desde esa perspectiva las grandes obras de arte de nuestra
historia, el panorama que dibujan es bien distinto. Una razón de peso para
considerar esta posibilidad es que quienes creaban esas grandes obras al
mismo tiempo sostenían que los otros (las mujeres, las clases sociales consi
deradas inferiores, los esclavos, otras razas, otras culturas) no poseían sufi
ciente inteligencia, no merecían tener acceso a la educación y no podían ser
admitidos como artistas. De ese modo, abrían un abismo infranqueable entre
una minoría de seres humanos capaces de crear arte (y usarlo como vehículo
para transmitir la ideología que defendía sus privilegios) y una mayoría de
ellos considerados incapaces de crear arte (y articular con él una crítica al
sistema). De ese modo, el arte servía doblemente al fin de justificar un siste
ma jerárquico en el que unos seres humanos eran considerados superiores a
otros. Es decir, las artes son el fruto más excelso de la humanidad, pero solo
algunos humanos serían capaces de crear obras de arte. Traducido: son algu
nos humanos particulares, varones, blancos, occidentales, de clase alta, quie
nes producen esas grandes obras recogidas en el canon que supuestamente
atesoran lo mejor de la humanidad y nos salvan a pesar de nuestros errores.
Pero ¿nuestros errores no consistían, precisamente, en construir un sistema
de dominio y justificarlo con la cultura?
En realidad, en todas las épocas ha habido artistas (y filósofos, científicos,
y personas en general) que han defendido la ideología del sistema dominan
te y han trabajado para él, y otros que han sido críticos y han combatido sus
injusticias. También en la Antigua Grecia, el Imperio romano, la Edad Me
día, la Modernidad, la Ilustración, el siglo XIX, el siglo xx, hubo personas que
lucharon decididamente contra la esclavitud, el racismo, el etnocentrismo, el
coloníalismo, el machismo, la homofobía, el clasísmo, el antropocentrismo y
el especismo y que crearon obras filosóficas y artísticas de denuncia. Pero las
APRECIAR LA NATURALEZA 187
del ser humano, muestren su grandeza y compensen sus defectos. Creo que
es precisamente en nuestra relación con el arte y la estética donde mejor se
aprecia nuestro fracaso como especie, porque demasiado a menudo han sido
ínstrumentalizados al servicio de una ideología del dominio. No estamos a la
altura de la belleza del planeta que habitamos. Lo que necesitamos es dejar
de mirarnos tanto el ombligo con nuestras creaciones, tomar conciencia de
nuestra finitud y practicar la humildad. La capacidad estética y artística no
se demuestran simplemente creando obras de arte, sino, sobre todo, admi
rando el arte que crean los otros, los que no pertenecen a nuestro grupo, y,
aún más, admirando aquello que los humanos somos incapaces de crear, re
conociendo la belleza natural como un regalo, agradeciéndola y celebrándo
la. Si aprendemos a apreciar la naturaleza de una manera seria y profunda,
nos obsequiará con experiencias enriquecedoras, inspirará nuestras creacio
nes artísticas y nos mostrará todo lo que ganamos cuando convivimos en paz
con ecosistemas y especies.
56
Car! Safina, Beyond Words: What Animals Think and Feel, op. cit., pp. 427-447.
APRECIAR LA NATURALEZA 191
desde más lejos, detectarlos por el rabillo del ojo, notar que en la espesura
del bosque se ha movido una ramita, ver los nidos, comenzar a recordar
dónde está cada nido, comenzar a distinguir las aves por la forma en que
vuelan o se posan en las ramas, identificarlas por la silueta medio oculta en
tre el ramaje, reconocerlas por el oído ... Se despiertan el cuerpo, los sentidos
y también la memoria; surgen un torrente de preguntas que estimulan las
capacidades cognitivas. De ese modo se unen el placer corporal, sensorial,
emocional, cognítivo y estético y regalan una alegría vital que pocas cosas
son capaces de generar. Cuando estoy en casa escribiendo, consumo grandes
cantidades de té para mantener la concentración. Cuando estoy de pajareo
no necesito té: mí cuerpo se despierta solo.
Resulta fascinante la rapidez con que nuestro cuerpo y nuestra mente se
adaptan a esa actividad, absorben información y aprenden a estar alerta. Es
así porque en realidad somos el resultado de miles de años de evolución que
nos han preparado para salir de pajareo. El birdwatching hunde sus raíces en
la exploración del territorio y la búsqueda de alimentos de nuestros antepa
sados cazadores-recolectores. Ellos observaban la naturaleza para sobrevivir,
pero creemos que también poseían curiosidad intelectual por comprender su
funcionamiento y que apreciaban la belleza natural. Ahora que ya no necesi
tamos esas habilidades corporales, sensoriales y cognitivas para hallar ali
mentos, podemos enfocarlas a entender y disfrutar los ecosistemas. Lo que
quiero defender con esto es que nuestro cuerpo, nuestros sentidos y nuestra
mente están fabulosamente equipados para la observación naturalista y la
apreciación estética de la naturaleza y, cuando nos entregamos a ello, el pla
cer es tan biológico como intelectual y espiritual.
Quizás podríamos aventurar que el pajareo es una sublimación de la caza
y recolección. En cualquier caso, sustituir la caza por el aprecio estético
la
concede un placer mucho más profundo. Cuando cazas un animal, el placer
estético que proporcionaba observarlo se acaba enseguida. Detienes su his
toria, robas una vida y lo único que te queda es un cadáver. Aunque puedes
usar su cuerpo como carne y su cabeza y su piel como objetos decorativos,
en realidad has reducido la riqueza estética de ese animal, porque un sujeto
con una historia es mucho más interesante que un objeto. Si en cambio lo
observas, lo fotografías, lo grabas en vídeo, lo dibujas, grabas sus sonidos,
aprendes sobre su comportamiento, lo reconoces como un individuo y co
mienzas a observar sus relaciones con otros individuos, aprecias su persona
lidad... puedes volver al día siguiente y seguir observándolo, puedes regresar
al cabo de una semana, un mes, un año, una década. Puedes reencontrarlo
muchas otras veces y seguir su historia. El animal conserva su vida y su liber
tad, y a ti te regala un placer mucho más enriquecedor. El respeto y la humil
dad, qué son virtudes éticas fundamentales, son también el camino para dis
fmtar de la belleza.
6. Apreciar a los demás animales
Todas las culturas comparten la fascinación estética por los animales, que
han sido siempre una fuente de inspiración para la creación artística y el di
seño de cualquier tipo de objeto. Ya en el arte prehistórico son un tema
frecuente y a menudo están representados con admirable maestría, fruto de
una observación detallada. Es razonable preguntarnos sí quizás esa atracción
por los animales estaba ya en nuestros orígenes y forma parte de nuestra
naturaleza. Actualmente, los animales nos siguen fascinando y, sin embargo,
dada la superficialidad que impregna la civilización en la que vivimos, su
apreciación suele ser bastante banal.
Lo que caracteriza esta apreciación superficial de los animales es que no
se los aprecia como aquello que son, sino como aquello que nuestra civiliza
ción desearía que fueran. Y dado que nuestra civilización es tan frívola e
insustancial, querría que los animales fueran menos complejos e interesantes
de lo que son. No los apreciamos como sujetos que poseen capacidades cog
nitivas, emocionales y comunicativas, capacidad para sentir dolor y placer,
memoria y deseos; como sujetos que desarrollan vínculos afectivos con otros
seres y despliegan conductas sofisticadas que entrelazan su forma de vida
con el entorno al que pertenecen y los otros seres que lo habitan. En vez de
reconocerlos en toda su riqueza y tratar de comprender las características
distintivas de cada especie y la personalidad particular de cada individuo, los
reducimos a su mera apariencia externa y convertimos esa apariencia en un
instrumento.
Como es sabido, nuestra civilización explota cada año a millones de ani
males de las más diversas especies. Diferentes teorías éticas han señalado que
la inmoralidad de dicha explotación no radica tan solo en el sufrimiento
puntual de los animales cada vez que son maltratados, sino en que pierden
completamente sus vidas al ser obligados a entregarnos su cuerpo, su tiempo
y sus energías para servir a nuestros fines. Es decir, no son considerados
196 EcoANii\!AL
como seres que existen para sí mismos, poseedores de valor intrínseco, sino :
que son reducidos a un valor instrumental impuesto por los seres humanos
según sus intereses y caprichos. A los anímales los podemos instrumentalizat
de muchas formas, tanto criándolos para comer como convirtiéndolos en
medios de transporte o herramientas de experimentación; la mayoría de ellas
han sido profusamente analizadas y denunciadas desde la ética animal. 1 Sin
embargo, hay una forma de instrumentalízación menos estudiada, que pro-
pongo denominar instrumentalización estética y que reduce a los anímales a
meros ornamentos cuya función es adornar nuestros cuerpos y nuestros en
tornos. La apreciación estética que tiene lugar aquí no es una apreciación
seria, profunda y crítica, sino una apreciadón superfidal que condbe a los
animales como herramientas destinadas a produdrnos placer sensorial.
La reducción de los animales a instrumentos estéticos puede ser de tres
tipos, aunque no son tres categorías autoexcluyentes, sino que pueden darse
a la vez. Los tres tipos de instrumentalización se producen tanto con anima
les reales como con sus representaciones en obras de arte o en cualquier otro
tipo de objeto. Por supuesto, lo más grave es que afecte a animales vivos y,
sin embargo, las representaciones artísticas o artesanales también son pro
blemáticas, aunque no causen un daño directo a ningún individuo, si sirven
para reforzar esta concepción de los anímales.
El primer tipo de instrumentalización estética consiste en reducir a los
animales a meros ornamentos. Hallamos ejemplos daros en las personas que
tienen acuarios en casa porque los peces les parecen bonitos o que enjaulan
canarios o jilgueros para escuchar su canto. Son prácticas comunes en nues
tra civilización, gracias a las cuales se lucra un suculento negocio de cría de
animales y de fabricación de los productos necesarios para mantenerlos con
vida el mayor tiempo posible. Las víctimas suelen malvivir en espacios dimi
nutos, lejos de los ecosistemas a los que pertenecen, sin poder desarrollar sus
conductas naturales y completamente a merced del capricho de sus dueños,
quienes pueden darles un trato mejor o peor que nadie supervisa.
1 Véase, por ejemplo: Sue Donaldson y Will Kymlicka, Zoopolis. A Political Theory o/
Animal Rights (Oxford: Oxford University Press, 2011); Zoópolis, una revolución animalista
(Madrid: Errata Naturae, 2018), traducción de Silvia Moreno Parrado. Ursula Wolf, Ethzk der
Mensch-Tier-Beziehung (Fráncfort del Meno: Vittorio Klostermann, 2012); Ética de la relación
entre humanos y animales (Madrid: Plaza y Valdés, 2014), traducción de Raúl Gabás Pallás.
Alicia H. Puleo, Ecofeminismo para otro mundo posible, op. cit. Angélica Velasco, La ética
animal e· Una cuestión feminista?, op. cit. Osear Horta, Un paso adelante en defensa de los
animales (Madrid: Plaza y Valdés, 2017). Juan Ignacio Codina Segovia, Pan y otros. Breve
historia del pensamiento antitaurino español (Madrid: Plaza y Valdés, 2018). Paula Casal, «Is
Multiculturalism Bad for Animals?», The Journal o/ Política! Philosophy, vol. 11, núm. 1
(2003), pp. 1-22. Núria Almiron y Natalie Khazaal, «Lobbying Against Compassion: Specie
sist Discourse in the Vivisection Industrial Complex», American Behavioral Scientist, vol. 60,
núm. 3 (2016). Véase también el Centro de Ética Animal de la Universidad Pompeu Fabra,
codirigido por Paula Casal y Núria Almiron [en línea). Disponible en: https://www.upf.edu/
es/web/cae-center-for-animal-ethics/bienvenidos
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 197
Los zoos y acuarios que hallamos en tantas ciudades practican esa misma
instrumentalización, exhibiendo animales en escaparates para disfrute del
público. Su estética es una mezcla de parque de atracciones, museo interac
tivo y centro comercial, diseñado especialmente para los niños. Estos centros
no solo encierran a una gran cantidad de animales, sino que estimulan en los
visitantes el deseo de adquirir su propia colección. De hecho, entre las clases
sociales más poderosas, en la mayoría de países, es frecuente poseer zoos
privados, lo que fomenta un enorme mercado de animales salvajes, a veces
legal y otras muchas ilegal. El comercio ilegal de especies salvajes está ínti
mamente relacionado con el narcotráfico y el tráfico de armas, y es a menudo
realizado por las mismas mafias. 2
Los animales no solo son tratados como ornamentos mientras viven, sino
que a menudo también son matados para convertirlos en adornos. Cabezas
de osos o corzos, pieles de tigre o guepardo y cuerpos enteros de lobos o
ardillas disecados son considerados objetos decorativos en culturas muy dis
tintas, tanto en casas rústicas de zonas rurales como en viviendas lujosas en
rascacielos y también en hoteles, restaurantes o tiendas. Los taxidermistas
son capaces de transformar el cuerpo de un rebeco en una silla, una cabeza
de gamo en un perchero, las cuernas de un ciervo en una lámpara, una pata
de elefante en un taburete o las manos de un gorila en un cenicero. Marfil,
plumas y colas de pavo real son a menudo usados con esa misma función.
También habría que incluir las colecciones de insectos, con cada libélula,
mariposa, saltamontes o escarabajo clavados con alfileres en un ataúd de
cristal. Los abrigos de piel o los zapatos de cuero son más de lo mismo.
Esta concepción de los animales como adornos se ve reforzada por la in
gente cantidad de objetos que incluyen representaciones de animales con el
mismo fin ornamental, desde joyas hasta ropa, cortinas, vajillas o jarrones.
Muchos de estos objetos están destinados al público infantil y en ellos el as
pecto de los anímales es modificado para hacerlo más atractivo, de modo que
se convierten en una mezcla de animales reales y seres de fantasía. Estas repre
sentaciones banales pueden parecer algo inocente y quizás lo serían si fueran
una minoría entre otras muchas representaciones que demostraran conoci
miento y respeto. El problema es que en nuestra civilización predominan las
representaciones insustanciales, que no hacen más que justificar la opresión
real. Nos convencen de que tenemos derecho a exigir a las otras especies que
nos entreguen su apariencia para decorar nuestros cuerpos y nuestros espacios.
El segundo tipo de instrumentalización estética añade un elemento más
complejo. Los animales son obligados a entregar su apariencia, pero no me-
2 Véase el informe: WWF, «La lucha contra el tráfico ilícito de vida silvestre» (2012),
que trata tanto del comercio ilegal de ejemplares vivos para zoos privados como de animales
muertos [en línea]. Disponible en: http://awsassets.wwf.es/ downloads/wwffightingillicitwild
lifetrafficking_spanish_lr. pdf Véase también: http://wwf.panda.org/ about_our_earth/species/
problems/illegal_trade/ Y la web específica: http://www.traffic.org/
198 EcoANiivIAL
3 John Berger (1980), Why Look at Animals? (Londres: Penguin Books, 2009), p. 16;
«Por qué miramos a los animales», Mirar (Barcelona: Gustavo Gilí, 2001), traducción de Pilar
Vázguez.
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 199
las cualidades estéticas con las que se quiere presentar al caballo sirven para
justificar que su función es sostener al humano retratado. La continua repre
sentación de los caballos como medio de transporte contribuye a normalizar
su uso, como si cargar con humanos y sus mercancías fuera la razón de ser
de esta especie.
En el arte español encontramos ejemplos claros en las obras que celebran
la tauromaquia, La literatura, las artes visuales, la música y el cine españoles
están llenos de obras que muestran las corridas, los encierros y otras fiestas
populares con toros o vaquillas como si poseyeran un gran valor estético. En
estos casos, el arte actúa como un legitimador del maltrato: no solo lo defien
de, sino que lo envuelve en un aura de cualidades estéticas para cautivar al
público.
La consecuencia de que nuestra civilización muestre tan a menudo a los
animales como no son, es que estamos olvidando cómo son. Al verlos conti
nuamente atados, encerrados, enjaulados, disfrazados, obedeciendo órdenes
o siendo castigados por no obedecer, nos cuesta cada vez más imaginarlos
libres, viviendo sus vidas por y para sí mismos en los ecosistemas a los que
pertenecen. Así olvidamos su libertad, olvidamos sus conductas naturales,
sus formas de vivir, sus capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas.
Y, por ello, perdemos la oportunidad de apreciarlos de manera profunda.
forma, su colorido, cómo se mueve o los sonidos que emite, pero son inca
paces de comprender que el aspecto externo no es más que una pequeña
parte de su compleja identidad. Han olvidado lo que es un animal.
La paradoja todavía tiene otra cara: esta apreciación superficial de los
a ales es incapaz de revelar su belleza más profunda. En cambio, cuando
nim
contemplamos anímales en su ecosistema, cuando observamos de manera
respetuosa cómo viven sus vidas, interactúan con sus congéneres y otros se
res vivos, apreciamos una gran diversidad de cualidades sensoriales comple
jas y sofisticadas que se manifiestan en sus conductas y podemos valorarlas
con una larga lista de cualidades estéticas. Podríamos pasarnos años viendo
a una familia de lobos en su hábitat y no nos cansaríamos, porque cada día
descubriríamos algo nuevo, cada día habría aventuras y sorpresas. Además,
< <
6
Pare de Collserola. Libro Guía (Barcelona: Patronato Metropolítano del Parque de
Collserola, 1995).
http://www.parcnaturalcollserola.cat/es
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 205
balís en la calle. Aunque, un rato antes, esa misma persona haya estado reco
rriendo en bici con sus colegas los bosques de Collserola, porque considera
que los humanos pueden subir a la montaña, pero los jabalís no deben bajar
a la ciudad. Cuando una sociedad cree que la libertad de los animales es una
muestra de desorden, es que está olvidando en qué consiste la libertad. La
estética superficial de nuestra civilización considera cada vez más la libertad
de las otras especies como algo feo, caótico y molesto, mientras que valora
como bella la cautividad y la sumisión que impone a los animales, cada uno
encerrado ordenadamente en su recinto y gestionado para producir un bene
ficio económico. Y eso no solo es terrible para las otras especies, sino que lo
es también para nosotros mismos, porque esa estética superficial nos empuja
a cada uno de nosotros a encerrarnos dócilmente en nuestra propia jaula.
con la lluvia, pero en las épocas en que llueve menos puede pasar semanas
cada vez más embadurnado. Lo interesante es que los pájaros no defecan
solo sobre el camino, sino que, por supuesto, lo hacen por todo el bosqued.
llo. Pero las deposiciones que llegan a la tierra no la afean, porque en ella
prosiguen su ciclo vital.
El juicio que se pronuncia desde la estética superficial es que los pájaros
son sucios, mientras que una mirada más profunda comprende que el pro-.
blema es asfaltar. Eso no significa que debamos renunciar al asfalto; por su
puesto, resulta útil en espacios muy transitados. Pero sí significa que debe
mos tener en cuenta los pros y los contras de emplearlo y, sobre todo, ser
realistas acerca del origen de la fealdad. No son las deposiciones de los pája
ros las que afean el camino, sino que es el camino el que produce la fealdad
al actuar como una barrera que interrumpe los delos naturales. Sí no somos
capaces de entender esta cuestión, avanzaremos hacia actitudes cada vez más
absurdas. Una buena muestra de ello sucedió en diciembre de 2017 en un
barrio acomodado de Bristol, donde algunos vecinos cubrieron de pinchos
las ramas de varios árboles para evitar que las aves se posaran en ellos y de
fecaran sobre sus coches de alta gama.7 Esa estupidez es fruto de mirar el
mundo desde un enfoque diminuto en vez de asumir una mirada más amplia
y comprender que precisamente el tráfico es una de las principales causas de
la contaminación de nuestra atmósfera y del calentamiento global.
Hay problemas que poseen la misma estructura, pero cuyas consecuen
cias son incomparablemente más graves, como, por ejemplo, los accidentes
de tráfico «provocados» por animales salvajes. Las carreteras que atraviesan
entornos naturales, especialmente las que están diseñadas sin tener en cuen
ta los comportamientos de la fauna, son una trampa mortal para los animales
que necesitan atravesarlas en sus desplazamientos cotidianos. En algunos
puntos negros los sustos son frecuentes, y por desgracia hay también acci
dentes graves. Que un ser humano pierda la vida porque en un instante
desgraciado un animal cruza la carretera y un coche no puede esquivarlo es
simplemente un horror. También lo es que los animales mueran o queden
malheridos, y que los accidentes de tráfico se hayan convertido en una ame
naza para muchas especies en los más diversos lugares del planeta. Sin ir más
lejos, en España hay un constante goteo de animales atropellados, entre ellos
de especies en peligro de extinción como el lince ibérico. También afecta
gravemente a otras especies, como a los zorros, y en el caso del erizo europeo
los atropellos son la principal causa de muerte.8 Evitar esos accidentes debe
ría ser prioritario en el mantenimiento de nuestras carreteras y el diseño de
nuevas vías.
7
Steven Morris, «Critics pooh-pooh use of spikes in trees to protect cars from birds»,
The Guardian, 19 de diciembre de 2017 [en línea]. Disponible en: https://www.theguardian.
com/uk-news/2017/dec/19/bird-spikes-in-bristol-trees-to-protect-cars-cause-dísmay
8
Francisco J. Purroy y Juan M. Varela, Mamíferos de füpaña, op. cit., pp. 14, 54, 80.
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 207
que sean «demasiados» es algo que parece incrementar lo molestos y feos que
son, pues ya no se los considera como individuos particulares, sino como una
masa, una especie de fuerza informe y desordenada que se expande en todas
direcciones escapando a nuestro control, y ya sabemos que nuestra civiliza
ción tiende a valorar como feo lo que no puede dominar. La mayoría de la
gente parece estar de acuerdo en que debemos reducir su número. El sistema
hasta ahora ha sido cazarlos, pero gracias a la presión del movimiento anima.
lista, algunos ayuntamientos han decidido probar un método menos cruento.
El estudio científico del proyecto está coordinado por el Grupo de Inves
tigación sobre Infertilidad (GRI-BCN) de la Facultad de Veterinaria de la
Universidad Autónoma de Barcelona, que dirige Manel López-Béjar, y cuen
ta con el asesoramiento de Giovanna Massei, ecóloga de la entidad Natíonal
Wildlzfe Management Centre, Animal and Plant Health Agency, especializada
en gestionar conflictos entre animales salvajes y humanos. El método se está
probando desde 2017 en varios municipios cercanos a Collserola y al Parque
Natural de Sant Lloren<; del Munt i l'Obac y consiste en suministrar a algu
nos de los animales una vacuna inmunocontraceptiva. 14 Este avance merece
ser celebrado y agradecido. Además, los ayuntamientos implicados se pro
ponen asumir otras medidas complementarias, como dificultar que los jaba
lís puedan encontrar comida en las calles, que no haya papeleras y contene
dores de basura a los que puedan acceder. Todo ello parece trazar un camino
razonable para mitigar el conflicto y facilitar la convivencia.
Y, sin embargo, tampoco deberíamos dejar de preguntarnos por qué cree
mos que hay demasiados jabalís. Conviene recordar que en la ciudad de
Barcelona viven más de un millón seiscientos mil humanos. El área metropo
litana de Barcelona, que incluye la sierra de Collserola y algunas de las ciu
dades que la rodean, alberga una población de más de tres millones doscien
tos mil. En cambio, en Collserola hay alrededor de mil doscientos jabalís
según algunas fuentes 15 y mil quinientos según otras. 1 6 Las cifras lo dejan
14
«Comienza la aplicación de un tratamiento inmunocontraceptivo en jabalíes urbanos
y periurbanos», UAB, 27 de abril de 2017 [en línea]. Disponible en: http://www.uab.cat/web/
sala-de-prensa/detalle-noticia-134566799433 9.html?noticiaid== 134 5724581524 Véase la con
ferencia de Giovanna Massei presentando el proyecto [en línea]. Disponible en: https://www.
youtube.com/watch?v==GoVMdvY2AOs Véase más información en la web de la ONG FAA
DA: http://faada.org/noticia-736
15
Víctor Vargas Llamas, «Récord de jabalís abatidos en Collserola en un año: 652 ejem
plares», El Periódico, 15 de febrero de 2016 [en línea]. Disponible en: http://www.elperiodi
co.com/es/noticias/barcelona/collserola-bate-record-jabalis-abatidos-652-casos-4898224
16 «Collserola advierte que los jabalíes del parque con cada vez más "exigentes" y agre
sivos», La Vanguardia, 19 de junio de 2016 [en línea]. Disponible en: http://www.lavanguar
dia.com/local/terrassa/20160617/402569178607/jabalies-collserola-exigentes-comida.html
Agata Guinó y Mireia Puente, «Els senglars conviuen amb humans pels carrers», TOT
Sant Cugat, núm. 1552, febrero de 2017 [en línea]. Disponible en: http://www.totsantcugat.
cat/ actualitat/ cíuta t/ medi-ambien tiels-senglars-convi uen-amb-humans-pels-ca
rrers-66140102.html
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 211
claro: más que demasiados jabalís, lo que hay son demasiados humanos con
centrados en un espado reducido, cuya presión sobre el territorio desequili
bra las pobiacíones naturales. Y es precisamente el hecho de que tantos hu
manos vivamos juntos en este lugar, acumulemos tantísima comida y tiremos
tantas sobras lo que facilita que los jabalís encuentren alimento y puedan
reproducirse en mayor número. A ello hay que añadir que también hemos
reducido o eliminado a sus depredadores naturales.
El problema realmente serio no es que haya muchos jabalís. La cuestión
que deberíamos plantearnos con urgencia es por qué los humanos nos esta
mos reproduciendo de manera tan abusiva y reclamando tanto espacio y re
cursos de uso exclusivo para nuestra especie. Nuestra superpoblación ni es
biológicamente sostenible ni responde a una ética de convivencia respetuosa
con las otras especies. Y posee también consecuencias estéticas, que son más
profundas de lo que uno podría creer de entrada. Con más de siete mil millo
nes de seres humanos en el planeta y la previsión de que en 2050 podríamos
sobrepasar los diez mil millones, nosotros mismos nos impediremos salir en
silencio a recorrer ningún entorno natural y observar a las otras especies. Si
vamos al bosque y está lleno de humanos, veremos humanos, no el bosque.
Si salimos al campo a escuchar el canto de los pájaros y está lleno de huma
nos, escucharemos humanos, no pájaros. Si nos seguimos reproduciendo de
forma tan descontrolada, nosotros mismos acabaremos con la posibilidad
de apreciar de manera profunda tanto la naturaleza como los animales.
Somos nosotros quienes debemos planificar de manera racional, por su
puesto siempre respetando los derechos humanos, una reducción de nuestro
número. Conseguirlo no será tan difícil si tomamos conciencia de un factor
clave: la correlación entre un mayor nivel educativo de las mujeres y su ten
dencia a tener menos hijos o incluso no tener ninguno. El arma fundamental
para lograr reducir nuestra superpoblación sería, sencillamente, que todas
las niñas y mujeres del planeta tuvieran acceso a una educación pública y
gratuita de calidad. 17 Es decir, que reducir nuestra superpoblación se conse
guiría combatiendo el patriarcado y su ideal de que las mujeres deben con
sagrarse a la maternidad. Como bien han explicado las ecofeminístas, el res
peto a los derechos de las mujeres está íntimamente conectado con el
respeto a la naturaleza. Y sí, también está vinculado con la apreciación esté
tica de la naturaleza y los animales.
otros lugares y por qué razones; observar cómo se relacionan los elementos
naturales y los artificiales; entender que vivimos en comunidades multiespe
cie; hacernos conscientes de los problemas que causamos y también detec
tar situaciones en las que podemos prestar nuestra ayuda a los animales y la
naturaleza.
Es significativo que las personas que no prestan atención a la fauna con
la que comparten su ciudad no se dan cuenta del elevado número de espe
cies que viven eri ella, no entienden sus comportamientos básicos ni son
conscientes de fenómenos como las migraciones. Descubrir que en nuestro
barrio suceden acontecimientos fascinantes llena de experiencias placenteras
la vida cotidiana. Si una se acostumbra a observar a las aves y otros animales
en su ciudad y aprovecha para hacerlo incluso cuando va de camino al tra
bajo o a hacer la compra, los momentos más rutinarios comienzan a llenarse
de sorpresas agradables. Salir a la panadería, levantar la mirada y descubrir
a un bando de grullas en migración es suficiente para arrancarnos de las
preocupaciones y disfrutar de placer sensorial e intelectual. Una contempla
su preciosa silueta surcando el cielo y comienza a imaginar de dónde vienen,
la ruta que todavía les espera, dónde harán la próxima parada y cómo debe
verse el mundo desde ahí arriba y se contagia de una sensación de aventura
y magia. Y tan solo había bajado a comprar el pan.
A la fauna urbana también podemos atraerla, y esta sería la tercera moda
lidad. Sí disponemos de un jardín, un patio, un balcón o el alféizar de una
ventana, tenemos un hogar al que invitarla. Si queremos atraer mariposas,
abejas o saltamontes, no tenemos más que cultivar sus plantas predilectas y,
por supuesto, no usar insecticidas. Un estanque, por diminuto que sea, invi
ta a las libélulas y a los anfibios. Para atraer pájaros, podemos ofrecerles co
mida y agua. Un jardín cercano a zonas verdes puede recibir visitas de repti
les y pequeños mamíferos. Sí el lugar es tranquilo y seguro y nuestra
conducta serena, algunos individuos se convertirán en visitantes habituales,
se acostumbrarán a nuestras rutinas y pueden llegar a criar a sus hijos en ese
espacio que les ofrecemos. La confianza de algunos animales es el premio a
la actitud de respeto.
A veces, algunas especies parecen agradecer a su modo lo que se les ofre
ce. Una familia de Seattle que tiene un comedero para pájaros en su jardín
desarrolló tal relación de amistad con algunos córvidos que estos comenza
ron a dejarles pequeños «regalos» que la niña de la familia conserva cuida
dosamente ordenados. 22 Sin embargo, hemos de ser conscientes de la otra
cara de estas actividades: nuestras acciones acogiendo y alimentando a la
fauna urbana tienen su impacto. Un gran número de expertos consideran
que es correcto instalar comederos y fuentes para pájaros y otros anímales en
nuestros patios y jardines, porque es un modo de compensarles por los pro-
22 Katy Sewall, «The girl who gets gifts from bírds», BBC News, 25 de febrero de 2015
[en línea]. Disponible en: http://www.bbc.com/news/magazine-31604026
216 EcoANIMAL
blemas que les creamos. Y, sin embargo, esas acciones tienen sus consecuen�
das. Veamos un ejemplo.
Como es sabido, la forma y el tamaño del pico de cada especie de ave
depende de su manera de alimentarse. Los picos están magníficamente adap.
tados a cada tipo de alimento y a los movimientos y la fuerza que el ave tiene
que realizar para manipularlo. Recientemente, un equipo de científicos ha
comparado el pico de dos poblaciones de carbonero común o Parus majar.
Una de las poblaciones es británica y frecuenta los comederos que los huma�
nos instalan generosamente en sus jardines; la otra es una población de Ho
landa, donde no existe la costumbre de alimentar a los pájaros salvajes. Los
resultados han mostrado que los carboneros británicos han desarrollado con
relativa rapidez, en unas cuantas décadas, un pico un poco más largo, con el
que pueden extraer más fácilmente la comida de los comederos. 23 Es decir,
los pájaros se han adaptado a esa nueva fuente de alimento modificando sus
cuerpos para acceder a ella de manera más eficaz, en un rápido proceso evo
lutivo que nos revela tanto la fascinante flexibilidad de la naturaleza como
los efectos que pueden tener en ella acciones aparentemente mínimas. Si
tenemos en cuenta que uno de los motivos por los cuales tantos ciudadanos
británicos colocan comederos es para disfrutar de la belleza de los pájaros,
nos encontramos con un fenómeno inquietante: la apreciación estética de los
animales puede acabar por modificarlos.
Quizás en este caso no sea un efecto negativo, pero hemos de ser conscien
tes de que nuestras acciones tienen siempre un impacto. Por ello necesitamos
que la ciencia estudie las consecuencias de nuestras actividades y debemos re
flexionar críticamente sobre ellas teniendo en cuenta el conocimiento científico
y el análisis ético. La respuesta a si es correcto alimentar a especies salvajes no
es un «siempre» ni un «nunca» absolutos, sino que es necesario examinar caso
por caso los efectos que pueda tener, no solo para la especie, sino a niveles más
particulares para poblaciones concretas y a niveles más globales para el ecosis
tema en su conjunto. Hallamos un fenómeno similar en la práctica de marcar a
algunos individuos para hacer seguimientos con finalidades científicas. Sabe
mos desde hace décadas que marcar aves de ciertas especies con anillas de co
lores en las patas acaba influyendo en sus posibilidades de encontrar pareja y
en su éxito reproductivo.24 Por tanto, hemos de ser muy prudentes.
23
Mirte Bosse et. al., «Recent natural selection causes adaptive evolution of an avian
polygenic trait», Science, vol. 358, núm. 6361 (2017), pp. 365-368 [también en línea]. Dispo
nible en: http://science.sciencemag.org/content/3 58/63 61/365
Elena Martínez Batalla, <<El pico de los pájaros británicos está creciendo por culpa de los
comederos», La Vanguardia, 19 de octubre de 2017 [también en línea]. Disponible en: http://
www.lavanguardia.com/natural/20171O19/43212913 5 521/pico-pajaros-britanicos-crecien
do-culpa-comederos.html
24
B. Calvo y R.W Furness, «A review of the use and the effects of marks and devices on
birds», Ringing & Migration, vol. 13, núm. 3 (1992), pp. 129-1.51 [también en línea]. Dispo
nible en: http://www.tandfonline.com/doi/pdf/10.1080/03078698.1992.9674036
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 217
Los científicos advierten de que cada vez más especies podrían estar en
trando en un proceso de autodomestícación: atraídas por nuestra comida y
por humanos que interactúan de manera amigable, estarían perdiendo el mie
do a nuestra especie y basando su búsqueda de alimento en su relación con
nosotros. En los parques urbanos de diferentes ciudades del norte de Euro
pa, las ardillas se han acostumbrado de tal modo a que los humanos les den
comida que se acercan sin timidez a la gente que les ofrece frutos secos en la
palma de la mano'. Basta con que un paseante se detenga a mirarlas para que
ellas se aproximen y vigilen atentas cada gesto, a ver si aparece finalmente
algún bocado apetitoso. No es extraño ver a alguna especialmente proactiva
rebuscando en los bolsos y mochilas de la gente que está sentada en la hierba.
Por supuesto, que las ardillas adopten esa confianza nos produce placer: nos
permite verlas de cerca, fijamos en sus movimientos, los sonidos que hacen,
cómo interactúan entre ellas y con nosotros. Sin embargo, si las ardillas se
acostumbran a pedir comida a la gente están alterando su alimentación, lo
que puede tener consecuencias. Por ejemplo, si la gente les da comida basura
en vez de alimentos sanos, acabarán dañando su salud. En cualquier caso,
alimentarlas altera su conducta y, si se vuelven dependientes de los humanos,
podrían llegar a perder su manera natural de alimentarse. Si lo mismo suce
diera con las ardillas que habitan bosques menos urbanos, podría acabar
afectando a la reproducción de algunos árboles, que se benefician de que las
ardillas escondan semillas en sus despensas y luego olviden algunas.
De manera similar, la práctica de alimentar a algunos animales salvajes en
sus hábitats para tomarles fotos de cerca puede también ser problemática.
En el caso de los lobos, los científicos alertan de que alimentarlos con carro
ña para fotografiarlos desde hides puede alterar radicalmente su conducta.
La actividad depredadora que realizan los lobos es tan importante para ellos,
porque es clave en la organización interna de cada familia, como para otras
especies, a las que afecta de manera directa o indirecta. Sí los lobos desatien
den la caza porque han encontrado una fuente de comida gratis, eso afecta a
la forma de vivir de las familias lobunas y a todo el ecosistenia. 25
Que nuestras acciones transformen la conducta, las capacidades, el aspec
to o la anatomía de especies salvajes no es ningún juego. Que algunas pobla
ciones puedan llegar a autodomesticarse para conseguir nuestra comida,
tampoco; las consecuencias para cada especie y cada población podrían ser
muy distintas, pero si un número creciente de especies tomara ese camino,
podría desencadenarse una cascada de efectos secundarios que alteraran
drásticamente los ecosistemas. 26
25 Véase Concha López Llamas, Espejo Lobo (Madrid: Ecologistas en Acción, 2018), un
libro que reúne relatos literarios y textos científicos que exponen los principales problemas
que causa nuestra sociedad al lobo ibérico.
26 Véase otro ejemplo entre los muchos que existen: «Effects of feeding populations of
the green turtle in the Canary Islands: High consumption of fat, pollutants and behaviour
218 EcoANIMAL
changes», Science Daily, 21 de noviembre de 2017 [en línea]. Disponible en: https://www.
sciencedaíly.com/releases/2017/11/171121122405.htm
27
«Bears Playing On A Hammock»: https://www.youtube.com/watch?v=YbibvZBbf1I
28 «Moose enjoys swimming pool»: https://www.youtube.com/watch?v=6VsR8_yCrOc
29
«Foxes Jumping on my Trampoline»: https://www.youtube.com/watch?v=c8xJtH6U-
cQY
10 «A bear family takes a dip in our pool - Part III»: https://www.youtube.com/watch?
v=dB3XzirvFHE
APRECIAR A LOS DEMÁS fu'JIMALES 219
changes», Science Daily, 21 de noviembre de 2017 [en línea]. Disponible en: https://www.
sciencedaily.com/releases/2017/ l 1/171121122405.htm
27 «Bears Playing On A Hammock»: https://www.youtube.com/watch?v=YbibvZBbflI
28 «Moose enjoys swimming pool»: https://www.youtube.com/watch?v=6VsR8_yCrOc
29 «Foxes Jumping on my Trampoline»: https://www.youtube.com/watch?v=c8xJtH6U-
cQY
'º <<.A bear family takes a dip in our pool - Part III»: https://\V\VW.youtube.co1n/watch?
v=dB3 XzirvFHE
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 219
31 https://www.seo.org/camaras-web/
AP.RECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 221
halla tan solo en que nosotros apreciemos a los animales teniendo en cuenta
todos nuestros sentidos, sino también en que disfrutemos de la experiencia
de interactuar con otras especies, cada una de las cuales posee una sensoria
lídad distinta, lo que a su vez nos invita a repensar nuestra propia percepción.
Esta cuestión se observa especialmente en el caso de personas que convi
ven con perros y gatos y se adentran en esas experiencias de forma cotidiana.
De la misma manera en que aprender lenguas, descubrir culturas y vivir en
otros países enriquece nuestra comprensión de las diferentes maneras de
habitar este planeta, convivir con perros o gatos tiene un efecto similar pero
todavía más fascinante, pues nos permite aproximarnos a la manera como
otra especie percibe el mundo y se hace un hogar en él. Aunque nunca po
dremos entrar en su conciencia y conocer su experiencia subjetiva desde
dentro, saber cómo es ser un perro o ser un gato, hallamos algunas pistas al
interactuar con ellos. 32
Por ejemplo, el olfato ortonasal de los perros es más potente que el hu
mano y su percepción del mundo es en gran medida olfativa. Por eso nos
huelen con tanta atención y huelen insistentemente los espacios que recorren
y los objetos que encuentran. Como habíamos mencionado en el capítulo 4,
su olfato es incluso capaz, en algunos casos, de detectar el inicio de ciertas
enfermedades. Sin embargo, nosotros tendemos a llevar nuestra relación con
los perros al terreno de la vista. Muchos de los juegos que les proponemos
son visuales, por lo que cada vez más etólogos están recomendando juegos
que incluyan el olfato ortonasal, como crear rastros de olores que conduzcan
a objetos escondidos. Aunque para sus familias humanas resulte más extra
ño, al animal le permite jugar en su terreno y es también una oportunidad
para que los seres humanos estimulen su propia capacidad de oler.
Los perros también escuchan con atención, aprenden a reconocer las vo
ces de los humanos con los que se relacionan y a entender algunas palabras.
Cuando un perro especialmente inteligente se encuentra con una familia que
tiene la paciencia de enseñarle, puede acabar entendiendo centenares de
palabras y permitiendo una interacción muy sofisticada. Pero son aún mejo
res en comprender nuestro lenguaje corporal, que ellos también emplean
para respondernos. Y aquí son importantes tanto la vista como el tacto.
Convivir con gatos, en cambio, nos invita a pensar en el sentido del equi
librio. Los gatos son trapecistas naturales y resulta fabuloso verles caminar
sobre estrechas verjas, la barandilla del balcón, el alféizar de la ventana, setos
que separan jardines o las estanterías del comedor. A menudo nos hacen te
mer por su seguridad o por los objetos que tenemos sobre los muebles. Afor
tunadamente, nuestros temores suelen deberse a que proyectamos sobre los
gatos nuestro propio sentido del equilibrio, que no es tan sofisticado como
el suyo." De todas formas, es importante poner medidas de seguridad allá
32 Inevitable recordar aquí este artículo clásico: Thomas Nagel, «\l('hat is it like to be a
bat?», The Philosophical Review, núm. 83, vol. 4 (1974), pp. 435-450.
222 EcoANIMAL,
34 Marta Tafalla, «El futuro de seis delfines», eldzimó.es, 31 de enero de 2017 [en línea].
Disponible en: http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/fut uro-delfines_6_6075 9925 5 .html
224 EcoAN!MAL
nes. Cuando jugamos con un perro, un gato, una vaca, un cerdo, una cabra,
una oveja, un caballo o un burro, sus miradas están llenas de emoción. Mu
chas especies tienen miradas intensamente expresivas, capaces de comunicar
alegría, tristeza, enfado, intenciones, advertencias, peticiones. Sus miradas
revelan que ahí dentro hay alguien que nos reconoce, que siente algo respec
to de nosotros.
Las miradas de sufrimiento, miedo y desesperación de los animales mal
tratados son tan terribles que cuesta creer que haya gente que pueda hacerles
daño y no derrumbarse ante ellas. Organizaciones como Igualdad Animal o
activistas como Tras los Muros se han dedicado a fotografiar y filmar el mal
trato sistemático en los centros de producción industrial de animales para
consumo, en los mataderos y en otras industrias en las que se tortura anima
les, precisamente con la esperanza de que mostrar esas miradas cambiará a
quien las vea. 35 De hecho, resulta paradójico que tanta gente salga al campo
a ver fauna y que al mismo tiempo se niegue a mirar a esos millones de ani
males maltratados que buscan desesperadamente nuestra respuesta. La gen
te viaja a África para ver leones, pero nuestras ciudades están llenas de ani
males ansiosos de que alguien atienda sus miradas de miedo y dolor. En
cambio, ayudarles regala en algunos casos fabulosas miradas de agradeci
miento. Es cierto que no las ofrecen todas las especies, pero al menos mu
chos mamíferos reconocen claramente cuando un humano les ayuda y suelen
devolver miradas intensas, llenas de inteligencia y de emoción.
Otras veces, admiramos en los animales una percepción más fina que la
nuestra sín saber con claridad qué sentidos están usando. Los perros y gatos
que conviven con familias humanas suelen hacer algo que nos maravilla. De
repente, saltan del sofá y se plantan ante la puerta de la entrada. Unos cuan
tos segundos después, la familia humana reconoce los pasos, la voz o el ruido
de las llaves de la madre. ¿Cómo ha podido el perro o el gato percibirla an
tes? ¿Es el oído? ¿Es el olfato? Los expertos creen que podría ser una com
binación de ambos. Además, estos animales también poseen un sentido del
tiempo que reconoce con facilidad los horarios regulares: si la persona regre
sa siempre a la misma hora, les será fácil anticiparse. Por otra parte, diversas
especies detectan tormentas, terremotos, erupciones volcánicas o tsunamis
con cierta antelación, gracias a lo cual pueden huir a tiempo. Esa capacidad
podría deberse a que su oído capta frecuencias más bajas que el nuestro.
Como ya hemos dicho, tomar la senda del conocimiento científico nos per
mitirá apreciar estéticamente a los animales de manera cada vez más seria y
35
http://www.ígualdadanimal.org/
http://traslosmuros.com/
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 225
36 Val Plumwood, Envz"ronmental Culture. The ecological crz'sú; o/ reason (Nueva York:
Routledge, 2002), pp. 38-61.
226 EcoANIMAL
a los cerdos por sí mismos, sino saber cómo explotarlos de la manera más
eficaz.
De la misma forma, abundan los estudios sobre el comportamiento de
ratas y ratones que viven en las jaulas de los estabulados en universidades,
centros de investigación o empresas. Se explora su capacidad para orientarse
dentro de laberintos, su memoria para recordar y evitar un pasadizo donde
recibieron descargas eléctricas, su habilidad para encontrar comida escondí-.
da en artilugios complejos, en qué grado aprenden más rápido si se les hace
pasar hambre o sed, cómo se altera su conducta cuando se les modifica el
genoma o se les inyecta alguna sustancia química... Es probable que sepa
mos más sobre ratas y ratones enjaulados que sobre muchas otras especies.
Ahora bien, no puede sostenerse que este sea un conocimiento profundo de
dichos animales, sino tan solo de cómo viven en condiciones muy artificiales
de cautividad que a nosotros nos resultan convenientes. Pero si los científi
cos se acostumbran a estudiar ratas y ratones en jaulas, si los alumnos de
carreras de ciencias se acostumbran desde primer curso a leer sobre ratas y
ratones enjaulados, si los periodistas se acostumbran a divulgar artículos
sobre la conducta de estos anímales en cautividad ..., al final se genera la
ilusión de que las jaulas son el hábitat natural de ratas y ratones. Y, como
consecuencia, la gente acepta con mayor facilídad que se los mantenga en los
estabulados para realizar más estudios científicos, detrás de los cuales se
frota las manos la poderosa y lucrativa industria de la experimentación.
Plumwood explica cómo la relación sujeto/ objeto desde la que tantos
científicos conciben a los animales es el equivalente epistemológico de la
relación persona/propiedad. Es decir, ven a los animales como recursos de
los que se pueden apropiar y a los que manipular a su antojo para obtener
de ellos lo que deseen. En esta concepción de los animales no se está bus
cando el conocimiento de cómo son realmente, sino tan solo cómo transfor
marlos en mercancías rentables. Cómo convertir a las vacas en fábricas de
leche, a los cerdos en fábricas de carne, a las ovejas en fábricas de lana, a los
gansos en fábricas de paté, a las gallinas en fábricas de huevos, a los salmones
en sushí, a los caballos en vehículos de transporte, a los ciervos en trofeos de
caza, a los visones en abrigos de piel, a los cocodrilos en bolsos, a las ratas en
instrumentos de experimentación. En estos casos, los animales no son con
cebidos como sujetos autónomos con su propia forma de vida y sus propios
intereses, sino como materia inerte y pasiva que podemos manejar y mercan
tilizar según nos convenga.
Estudiar a los animales desde una concepción sujeto/sujeto significa co
nocerlos por sí mismos y no para dominarlos; significa estudiarlos en toda
su complejidad y riqueza sin reducirlos a un aspecto parcial; y, además, im
plica tener en cuenta qué molestias les puede causar nuestro proceso de
conocimiento. Plumwood cree que la biología necesita una amplia discusión
sobre este tema y que podría inspirarse en las reflexiones que llevaron a la
antropología a pasar de un paradigma colonialista de sujeto/objeto a uno de
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 227
37
Sobre esta cuestión véase: Alicia H. Puleo, «Perspectivas ecofeministas de la ciencia
y el conocimiento. La crítica al sesgo andro-antropocéntrico», Daimon. Revista Internacional
de Filosofía, Suplemento 6 (2017), pp. 41-54 [en línea]. Disponible en: http://revístas.um.es/
daímon/article/view/2907 51
38 Robert Sapolsky, A Primate's Memoir: A Neuroscientist's Unconventional Lzfe Among
the Baboons (Nueva York: Touchstone Press, 2002); Memorias de un primate: La vida nada
i
convencional de un neurocentífico entre babuinos (Madrid: Capitán Swing, 2015), traducción
de Josefina Ruiz.
•
228 ECOANIMAL
mitiera abordar esas dudas de manera más crítica y rigurosa que basándose
tan solo en sus propias intuiciones morales.
Una de las cosas interesantes que cuenta Sapolsky es cómo, mientras
estaba estudíando a los babuinos, estos a su vez se dedicaban a observarlo a
él, aprendían a conocerlo y lo acabaron integrando en su forma de vida. A
veces acudían a pedirle ayuda, otras se enfadaban con él y algunos indivi
duos desarrollaron un vínculo afectivo. Los babuínos no son objetos pasivos
que están ahí para que Sapolsky les arranque el conocimiento que necesita,
sino que son sujetos observando al humano que los observa e interactuando
con él. Sapolsky necesitaba obtener regularmente muestras de su sangre y
para ello, mientras los animales estaban tranquilamente realizando sus ac
ciones cotidianas, seleccionaba a un individuo, le lanzaba un dardo sedante,
recogía al animal dormido, le extraía las muestras y lo devolvía cuidadosa
mente a la manada, vigilando que no le sucediera nada hasta que despertase.
A medida que repetía la misma operación con distintos individuos, los ani
males iban reconociendo sus rutinas y aprendían a notar cuándo les iba a
lanzar un dardo para apartarse a tiempo, de manera que cada vez le resulta
ba más difícil pillarlos desprevenidos. Cada vez que Sapolsky inventaba nue
vas estrategias para distraerlos, ellos encontraban otros modos de librarse de
los dardos. Y aunque el objetivo de Sapolsky era conseguir las muestras
de sangre para su investigación, al observar cómo aprendían a esquivar sus
dardos aprendió a conocerlos mejor, a entenderlos como seres inteligentes y
emocionales, con sus propios intereses, que tomaban sus decisiones para
protegerse a sí mismos.
Leyendo a Sapolsky y a otros científicos y naturalistas, comprendemos
que apreciar animales no es solo apreciar la forma de vida característica de
cada especie, sino sobre todo individuos, cada uno de los cuales despliega su
propia personalidad y su historia vital. Observando a los babuinos de la
manada, Sapolsky iba siguiendo las historias de amistad, los escarceos sexua
les, la formación de las familias, la educación de los hijos, las luchas por el
poder, las redes de apoyo mutuo, las peleas, las venganzas y las reconciliacio
nes. Seguir el desarrollo de esas historias no es tan diferente de seguir los
dramas y amores en un grupo de humanos. Cuando Sapolsky narra con
maestría las trifulcas y pasiones de la manada de babuinos, descubrimos que
sobre sus vidas se podrían escribir magníficas novelas que exploraran los
grandes temas de siempre, desde las relaciones familiares a las luchas por el
poder, desde las diversas formas en que se vive el amor hasta las muchas
maneras como la muerte de un individuo afecta a los demás.
Esta relación entre conocimiento, estética y ética se comprende bien al
compararla con la actitud del cazador, a la que ya nos hemos referido más
arriba. Quien sale de caza aprende algunas conductas de los animales, pero
su conocimiento es superficial, pardal y distorsionado: solo quiere saber de
los animales lo que le permite localizarlos y matarlos, es decir, solo quiere
conocer aquellos aspectos que los hacen vulnerables y gracias a los cuales
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 229
puede robarles la vida. Y, cada vez que mata a un animal, pone fin a una
posible experiencia de encuentro. La obsesión por el dominio que lleva a
matar al animal impide emprender el viaje de aventura que sería conocerlo
de verdad. Cazar es reducir el sujeto a un objeto, a una propiedad. El ca
zador se apropia del animal y se lo lleva como un trofeo, un ornamento con
el que podrá decorar su casa, el botín de su supuesta victoria en la guerra
que libra contra la naturaleza. Pero es justo eso lo que le impide alcanzar
una experiencia estética profunda. Cazar es la renuncia al diálogo para
imponer el monólogo. Es callar la otra voz. Es negarse a escuchar y negar
se también a ser escuchado. El cazador se encuentra con un ser que puede
cruzar la mirada con él y, en vez de agradecerlo y celebrarlo, prefiere cegar
lo para siempre. Los cazadores, simplemente, no quieren que les devuelvan
la mirada.
tica y por creación artística. Los científicos que tienden a afirmar que algunos
animales poseen tales capacidades suelen defender un significado del aprecio
estético que lo rebaja hasta prácticamente hacerlo coincidir con el mero de
leite sensorial. En cambio, la inmensa mayoría de filósofos no reconocerán
que hay aprecio estético si la experiencia no incluye profundidad intelectual,
si no se da la capacidad de refJ.exíonar de manera crítica. Así pues, será im
posible que unos y otros lleguen a un acuerdo si no pactan primero una de
finición común de la estética y del arte, lo cual es bastante más dífícil de lo
que parece.
El filósofo y birdwatcher Stephen Davies es uno de los pocos especialis
tas en estética que lleva tiempo analizando de manera rigurosa estas cues
tiones, a las que ha dedicado algunas páginas de su libro The Art/ul Species.
Aesthetics, Art, and Evolution. 39 Davies defiende que los anímales con ma
yores capacidades cognitivas, como algunos mamíferos, tendrían experien
cias que podemos calificar de «protoestéticas» y se mantiene abierto a la
idea de que quizás los otros primates sí tengan capacidades estéticas, aun
que más limitadas que las nuestras. Los estudios de biología evolutiva pa
recen indicar que la capacidad estética se habría ido desarrollando de ma
nera gradual a lo largo de la evolución y que nuestra actual capacidad
arraigaría en esas experiencias de tipo «protoestético». La idea de Davíes
tiene paralelismos en otros ámbitos, pues diferentes especialistas sostienen
que los animales de algunas especies son sujetos «protomorales», y en ge
neral reconocemos que la mayoría de nuestras capacidades (si no todas),
como la inteligencia y las emociones, se hallan en grados menores y formas
diversas en otras especies. En cambio, Davíes se muestra más escéptico
ante la idea de que alguna otra especie posea la capacidad de crear arte,
pero defiende que si algún caso merece ser analizado a fondo es el de las
yubartas o ballenas jorobadas, cuyos cantos son tan bellos como inquietan
tes por su complejidad y variabilidad, por la manera en que estas ballenas
parecen estar continuamente explorando nuevas melodías. Hay que agra
decerle a Davies que, en un tema tan difícil, adopte una actitud prudente
y, en vez de parapetarse en defender sus tesis como definitivas, se manten
ga abierto a que el futuro desarrollo de la ciencia pueda ofrecernos más
conocimiento.
Creo que la línea de re.flexión de Davies es fértil para ahondar en este
problema. Parece que, efectivamente, muchos animales sienten placer ante
ciertas cualidades sensoriales. También parece que cada especie manifiesta
preferencias por unos colores, unas formas, sonidos y olores antes que otros
y que todo ello influye en su conducta. Un ejemplo claro es la selección se
xual, que desempeña un papel crucial en la vida de los animales y es respon
sable de ciertos elementos de su apariencia, como el colorido de muchas
39 Stephen Davies, The Art/ulSpecies. Aesthetics, Art, and Evolution, op. cit., pp. 9-15,
31-34. Agradezco a Davies las fabulosas conversaciones que hemos tenido sobre este asunto.
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 231
40 Sobre la capacidad o no de los animales para crear arte y el debate que ello suscita en
el ámbito de la teoría artística, es interesante el trabajo de Concepción Cortés Zulueta, quien
estudió esta cuestión en su tesis doctoral, Fundamentos biológicos de la creación: animales en
el arte y arte animal, dirigida por Patricia Mayayo y defendida en la Universidad Autónoma
de Madrid en 2016. Esta autora se dedica a explorar la relación entre arte y anímales desde
diversas perspectivas, como el uso de animales en el arte o las obras de arte creadas por hu
manos para que las disfruten otros animales [en línea]. Disponible en: https://conchacor
teszuluetablog.wordpress.com/
232 EcüANil\!AL
Como habíamos dicho más arriba, la apreciación estética de los anímales que
•·•.:i,·'.-
tiene lugar en nuestra civilización suele reducirlos a meros ornamentos, y lo
mismo sucede con su representación en el arte. La mayoría de las obras ar
tísticas de nuestra tradición que representan animales no los representan por
sí mismos, sino que los reducen a instrumentos estéticos. Tal como habíamos
explicado, esta ínstrumentalízación puede ser de tres tipos. En el primero,
.
los animales son mostrados como meras apariencias que adornan; en el se-
gundo, como metáforas y símbolos de ideas humanas, y en el tercero son
representados de un modo que estetiza y embellece su explotación.
Sin embargo, también existe un tipo de arte, aunque sea minoritario, que 3 ·
intenta comprender y representar a los animales tal y como son, mostrar sus
capacidades, reflejar sus formas de vida, contar sus historias personales y que
puede enseñar al público a conocer a los animales y apreciar sus cualidades .}¡i.
estéticas de maneras más profundas. Dentro de esta corriente, existe también
un arte de denuncia que nos ayuda a entender las múltiples formas en que )
!I
los animales son maltratados en nuestra sociedad y las repercusiones de ese )
maltrato tanto en la vida de los animales como en nosotros mismos. El arte !
es un arma potente para lanzar preguntas incómodas acerca de cuál debería li
ser la relación de los humanos con las otras especies. Por otro lado, el arte y
1
la naturaleza son los dos grandes temas de la estética, y cuando ambos se
encuentran entramos en un territorio especialmente fértil. Crear arte que nos
ayude a apreciar a los animales, significa emplear la creatividad humana para
comprender mejor aquello que no podemos crear.
Probablemente siempre haya habido artistas y artesanos que han intenta
do representar o evocar a los animales en sus obras siendo fieles a ellos. El
reciente auge de los llamados estudíos críticos animales está generando un
gran número de investigaciones sobre nuestra relación con las otras especies
en todas las épocas y culturas, lo que incluye estudios sobre las representa
ciones de los animales en el arte y la artesanía que nos irán ofreciendo un
panorama cada vez más completo. Aquí tan solo abrimos la puerta a este
tema y vamos a hacerlo desde el presente.
En la primavera de 2016 se celebró en Madrid Capital Animal, un con
junto de exposiciones, conferencias y talleres para reflexionar sobre nuestra
relación con los otros animales.41 La organización corrió a cargo de las perio
distas Ruth Toledano y Concha López, editoras del blog anímalista El Caba
llo de Nietzsche en eldiarío.es,42 el historiador del arte y comisario artístico
Rafael Doctor, la artista Ruth Montiel Arias y el músico y escritor Alessandro
Zara. Capital Anímal incluyó diversas exposiciones artísticas en museos y
centros culturales de Madrid que reunieron a un considerable número de
41 http://www.capitalanimal.es/
42 http://www.eldiario.es/caballodeníetzsche/
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 233
43 http://www.realacademiabellasartessanfernando.com/es/actividades/exposiciones/
otras-tauromaquiasen-el-200-aniversario-de-la-tauromaquia-de-goya
44 Véase la presentación de la exposición por el propio Rafael Doctor [en línea]. Dispo
nible en:"http://www.lacasaencendida.es/encuentros/animalista-5614 Y véase una interesante
reflexión suya sobre el mundo del arte y el carácter todavía minoritario del arte animalista [en
línea]. Disponible en: http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Conciencia-frente-decora
cion-animales-arte_6_360173 983 .html
45 http://www.elroto-rabago.com/elroto.html
234 EcoANIMAL
bran a ser en blanco y negro, aunque a veces incluyen manchas de color para
resaltar algún elemento particular. Prácticamente siempre van acompañadas
de frases a modo de aforismos que refuerzan el sentido de la imagen. Sus
viñetas sobre animales se caracterizan porque no son una simple representa
ción del maltrato, sino que plantean de manera sofisticada preguntas, dudas
y problemas. A menudo emplean el humor para mostrar la realidad desde
una perspectiva distinta a la que estamos acostumbrados o cuestionan el
significado de las palabras y consiguen ser profundamente filosóficas, lo que
no es sorprendente, dado que Rábago estudió filosofía. Otras veces, en cam
bio, poseen un lirismo evocador y se convierten en poesías visuales.
Lo interesante de El Roto es que, al haber creado, a lo largo de los años,
tantísimas viñetas que denuncian los más diversos tipos de maltrato hacia los
animales y haberlas acompañado de preguntas, reflexiones, sarcasmos y hu
mor negro, su obra es una compilación visual del sistema de explotación de
las otras especies que reina en nuestra civilización, así como de las tesis del
movimiento anímalista. Si reuniéramos todos sus dibujos sobre estos temas,
tendríamos un magnífico libro de ética animal construido con una constela
ción de obras de arte.
Otro autor que está trazando un panorama de la situación de los animales
es el también pintor y dibujante Paco Catalán, quien lleva años publicando
cada día una víñeta animalista en diversas redes sociales. 46 Sus dibujos son de
un trazo intencionadamente sencillo, coloreados y normalmente acompaña
dos de una frase o de los diálogos de los personajes que aparecen. Su estilo
recuerda un tipo de ilustración cálida y entrañable que podríamos encontrar
en cuentos infantiles, y sin embargo el contenido suele ser muy duro. Catalán
denuncia el maltrato animal con una crudeza hiriente, generando un contras
te incómodo entre el trazo amable del dibujo y la representación de la cruel
dad y el dolor. Creo que al representar la violencia de la manera en que lo
hace, Catalán no solo despierta horror e indignación, sino también empatía
y solidaridad con las víctimas. Muchas de sus obras retratan formas de mal
trato brutales, pero incluyen una llamada a la compasión y la ternura. En este
sentido, funcionan no solo como denuncias, sino también como gritos de
socorro. Sus obras son profundamente poéticas, evocadoras, y a menudo
juegan con la diferencia entre nuestra sociedad real llena de injusticias y las
formas de vida pacíficas y empáticas que podemos imaginar.
Igual que sucede con El Roto, la extensa producción de Catalán compone
un panorama de la situación de los animales. Aunque sus estilos son muy
diferentes y cada uno despliega una personalidad fuerte e inconfundible,
ambos parecen haber emprendido una tarea similar: levantar acta, como si
fueran notarios, de la realidad cotidiana de los animales en nuestra civiliza
ción. Y hacerlo viñeta a viñeta, es decir, día a día, siguiendo atentamente la
realidad. Adorno explicaba que, si queremos expresar el dolor de una situa-
47 http://ruthmontielarias.com/works/the-summer/
236 EcoANINIAL
a veces son retratados de tal manera que podemos aprender sobre ellos, ad
mirarlos y hacernos conscientes de los problemas que les causamos. Cuando
el nature writing logra unir ciencia, filosofía y escritura literaria de manera
profunda, nos ofrece una senda fabulosa para acercarnos a los animales.
Pensemos, por ejemplo, en Un año en los bosques (1983), de Sue Hubbell,
Sueños árticos (1986), de Barry Lopez, o Refugio (1991), de Terry Tempest
Willíams.51
La primera edición de Capital Animal en Madrid quiso conceder un pa
pel a la literatura. Ruth Toledano y Marta Navarro García compilaron la
antología Naciendo en otra especie, que ofrece un magnífico panorama de
la poesía reciente en lengua castellana que aborda nuestra relación con los
animales e incluye a autores como Alejandro Céspedes, Antonio Colinas,
Antonio Gamoneda, Olvido García Valdés, Chanta! Maillard, Katy Parra,
Ouka Leele y Jorge Riechmann entre otros, además de las propias compila
doras. 52 La selección reúne obras de una gran diversidad temática y estilísti
ca y sirve de punto de partida para continuar buscando animales evocados
con inteligencia y sensibilidad en la poesía contemporánea. Sin embargo, la
inmensa mayoría de la literatura y sobre todo las corrientes más comerciales
y convencionales siguen representando a los animales como meras herra
míentas.53
reales. Algunas de las escenas están grabadas con animatronics, pero Annaud
empleó también «osos actores», es decir, animales privados de su vida en li
bertad que son entrenados para aparecer en películas y otros espectáculos y
explotados como meras herramientas. Y esto es terrible no solo por los ani
males particulares que se usaron, sino porque cada nueva película que utiliza
animales adiestrados fomenta ese lucrativo negocio y contribuye a normali
zarlo.54
El mismo problema se repite con otras obras de Annaud. Dos hermanos
(2004), ambientada en Camboya a principios del siglo xx, narra la historia
de dos tigres y denuncia la explotación de estos animales en circos y otros
espectáculos, por lo que la contradicción es todavía más sangrante. An
naud empleó una treintena de tigres para rodar la película, algunos de
ellos procedentes de empresas que entrenan animales para cine y otros de
zoológicos. En El último lobo (2015), Annaud adaptó la novela Tótem
Lobo (2004) de Lu Jíamín, que se había convertido en un gran éxito en
China y a nivel mundial. La historia retrata la forma de vida tradicional de
los pastores mongoles y cómo esta se ve alterada en los años 60 por el pro
yecto chino de exterminar a los lobos salvajes. Tanto la novela como la
película pretenden lanzar un mensaje ecologista de convivencia con las
otras especies y la naturaleza. Sin embargo, para rodar esta historia, An
naud compró a un zoológico una docena de crías de lobo autóctono, Canis
lupus chanca, que fueron adiestrados desde la infancia y durante varios
años para participar en la película.55 El entrenador fue Andrew Simpson,
responsable de la empresa Instinct for Film, dedicada a adiestrar animales
para cine y televisión, quien al acabar el rodaje se los llevó consigo a sus
instalaciones en Canadá.56
La misma impresión ambigua nos deja Entrelobos, dirigida por Gerardo
Olivares y estrenada en 2010. Olivares es uno de los directores más innova
dores del cine español; se formó rodando documentales y hace unos años dio
el salto a la :ficción, comenzando a contar historias protagonizadas por las
relaciones entre anímales y humanos. En esta película narra la historia real
de Marcos Rodríguez Pantoja, un niño pastor que durante la posguerra vivió
parte de su infancia y adolescencia con una manada de lobos en Sierra Mo
rena. Entrelobos cuenta una historia potente y lo hace con un guión estupen
do y magníficos actores. Es obvio que Olivares tiene un don para rodar en la
naturaleza y para acompañarse de un buen equipo, como el especialista en
sonido Carlos de Hita, de quien hemos hablado más arriba. El resultado es
una película magnífica, capaz de conmover al espectador y hacerle pensar. Es
54
Sobre la historia de uno de los osos que utilizó Annaud y que apareció en una larga
lista de películas, véase: https://en.wikipedia.org/wiki/Bart_the_Bear
55 Lilian Lin, «To film 'WolfTotem,' French Director Raised Chinese Wolves», The Wall
Street ]ournal, 27 de mayo de 2014 [en línea]. Disponible en: https://blogs.wsj.com/china
realtime/2014/05/27/to-fílm-wolf-totem-french-director-raised-chinese-wolves/
56 http://v.T\vw.instinctforfílm.com/
240 EcoANIMAL
57
Agustín Alonso, «Gerarclo Olivares: "Jamás se ha rodado a los lobos como los hemos
rodado en esta película"», RTVE, 18 de abril ele 2010 [en línea]. Disponible en: http://www.
rtve.es/noticías/20100418/gerardo-olívares-jamas-se-rodado-lobos-como-hemos-rodado-es
ta-pelicula/328067 .shtml
Véase el reportaje que le dedicó El Mundo [en línea]. Disponible en: http://www.elmun
do.es/especiales/2O10/04/cultura/entre_lobos/videos.html
58
Aquí vemos al biólogo José España, responsable de la manada de lobos: http://wv-lW.
antena}. com/ noticias/ ciencia/jose-espana-interp reta-aullidos-lobos-anos-estudio_
201105165756d9ec6584a8c19f7987ca.html y aquí: <�José España de la Cañada Real sobre el
lobo ibérico»: https://www.youtube.com/watch?v=JUvOUeb306I
59
«El impresionante rodaje de las águilas en "Hermanos del viento"», RTVE, 9 de junio
de 2017: http://www.rtve.es/noticias/20170609/impresionante-rodaje-aguilas-herma
nos-del-viento/1561936.shtml
60 http://adlerarena.com/
61 Así lo explicó Gerardo Olivares en el programa de TV2 Días de Cine, el 15 de diciem
bre de 2016: http://www.rtve.es/v/3832186/
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 241
dos como actores. Y ojalá Annaud transite por la misma senda, Asimismo,
espero que ambos logren ser conscientes de otro problema que lastra sus
películas, como le sucede a buena parte del cine: que están rodadas desde un
punto de vista patriarcal y androcéntrico, concediendo los roles protagonistas
a varones y relegando a las mujeres a papeles secundarios y estereotipados.
El otro gran problema de las películas que narran historias de animales es
que caen con pasmosa facilidad en el cine infantil. Una de las formas en que
nuestra civilización fomenta la idea de que los animales son seres inferiores
consiste en poblar con ellos los relatos dirigidos a los niños, en los que no
aparecen representados tal como son, sino como disfraces coloristas y diver
tidos de ideas humanas, como seres medio fantásticos que habitan mundos
imaginarios. Luego, los anímales van desapareciendo progresivamente en los
relatos dirigidos a jóvenes y a adultos. Así, nuestra cultura muestra a los ani
males como seres infantiles que no tienen cabida en el arte serio, y esa es una
doble trampa de la que resulta difícil salir, porque banalíza a la vez a los
animales y al arte dirigido a los niños. Por ejemplo, en las tres películas men
cionadas de Olivares, la figura humana central es un niño y aunque no son
propiamente historias infantiles tienen mucho que ver con la infanda. Nos
cuesta enfocar a los animales desde una perspectiva adulta. Sobre esto, quie
ro reseñar dos películas que son un estrepitoso fracaso si comparamos la
brillante idea de partida con el resultado final y que ejemplífican por qué
fracasan otros proyectos similares.
Bajo cero, dirigida por Frank Marshall y estrenada en 2006, surgía de una
idea prometedora: la historia real de un grupo de perros que en 1957 fueron
abandonados en una base científica de la Antártida, algunos de los cuales
lograron sobrevivir durante los largos meses del invierno polar. La película
se rodó con perros adiestrados por la empresa Instínct for Film, mencionada
más arriba. Aunque la idea tenía potencia para generar una historia que re
velara la inteligencia y las emociones de esos animales adaptándose a un
medio hostil, el resultado acaba siendo una sensiblera película de entreteni
miento familiar. Las historias de humanos que sobreviven en la naturaleza
salvaje suelen indagar en las zonas más oscuras del espíritu, en el miedo, la
soledad y la muerte, y también evocar la amistad, la valentía y la esperanza.
Se podría haber explorado algo similar con los perros, pero nuestra socie
dad se resiste a conceder tanta profundidad a las otras especies: si una histo
ria trata de los grandes temas, sus protagonistas han de ser humanos;
mientras que si son historias de animales, hay que reducirlas a relatos sim
plones para que el público siga creyendo que los animales son seres inferío
res y superficiales. Pero, en realidad, es nuestra representación de los anima
les la que resulta ridículamente superficial al negarse a reconocer la
profu¿didad de sus historias.
Lo mismo sucede con Una aventura extraordinaria, dirigida por Ken
Kwapis y estrenada en 2012, también basada en una historia real y en el libro
que la relató: Liberando a las ballenas (1989), de Tom Rose. La película abor-
242 EcoANIMAL
des dañan su apariencia, pero también en que no pueden desplegar sus con
ductas naturales. Para ocultar lo que los animales pierden y mostrar su ex
plotación como algo legítimo, los estabulados se envuelven en una estética·
particular. Colores daros para simbolizar higiene y pulcritud, jaulas perfec- ·
tamente ordenadas y limpias para expresar control, espacios estrictamente k
compartimentados y regulados para que no quepan la menor espontaneidad·
ni el desorden propios de la vida. Esa estética está destinada a lograr que los ¡
anímales se asemejen lo más posible a un dispositivo médico y lo menos 1
posible a un ser vivo, a que nos parezca que los ratones pertenecen a las )
jaulas iluminadas por luz artificial y no a los ecosistemas naturales donde han 1
�ívid? durante millones de a�os. Per� los anímale� �lí encerrado�, p?r muy j
hmp10s y ordenados que esten, contmuamente vigilados y morntonzados, ¡
aparecen más feos, aburridos y estériles que los ratones salvajes que viven en J
la naturaleza. Cuando habitan el bosque, están sucios de tierra, pero sus �
cuerpos arrancan sonidos agradables al caminar sobre la hojarasca, su pelo ,¡
brilla al sol y despliegan su agilidad cuando corren. Mientras exploran su l
territorio, buscan comida y están atentos a sonidos y olores, sus miradas 3
curiosas y despiertas llenan los bosques de vida. t
Cuando domesticamos animales, lo hacemos precisamente para robarles ;¡
su libertad y convertirlos en herramientas. En muchos casos, empeoramos su
salud y también disminuimos las cualidades sensoriales que podemos apreciar
estéticamente. Ahora bien, la pregunta es: ¿toda domesticación de anímales
implica siempre una pérdida de cualidades estéticas? El caso realmente difícil
es el de los perros. Como sabemos, todas las razas de perro tienen su origen en
los lobos. Los lobos son animales extraordinarios: los consideramos majestuo
sos por la fuerza y la elegancia que expresa su cuerpo cubierto por un denso y
colorido pelaje, por la coordinación con que corre toda la familia unida. Los
consideramos bellos por su rostro tan expresivo, que revela una inteligencia
profunda, una capacidad sofisticada de comunicarse y una gran variedad de
emociones. Los contemplamos con placer porque cada uno tiene su propia
personalidad diferenciada, porque entre ellos desarrollan relaciones complejas
y al observarlos descubrimos sus historias. Los admiramos por cómo se miran
entre ellos, expresándose unos a otros amistad, ternura o también enfado o
impaciencia. Por cómo, al caer el sol, levantan la cabeza al cielo y aúllan jun
tos, y sus voces entrelazadas son la voz misma de la noche que llega.
Los expertos sostienen que no fueron los humanos quienes domesticaron
a los lobos, sino que algunos lobos se autodomesticaron a sí mismos al acer
carse progresivamente a los grupos de humanos cazadores-recolectores en
busca de las sobras de comida y el calor de las hogueras. Los lobos menos
agresivos y más sociables habrían comenzado a interactuar con ellos y ha-
perimentación con animales», eldiario.es, 27 de noviembre de 2015 [en línea]. Disponible en:
http ://wv.rw. eldiario. es/caballodenietzsche/Reivíndicacion-dial ogo-cíencía-experímenta -
cion-animales_6_ 456414393 .html
APRECIAR A LOS DEMAS ANIMALES 245
<A Brian Hare y Vanessa Woods, The Genius o/Dogs (Londres: Oneworld, 2013).
65 Según la Fundación Affinity, más de ciento cuatro mil perros fueron recogidos aban
donados o perdidos en 2016 en España. Se cree que la cifra de abandono real es mayor: http://
,vww.fundacion-affinity.org/observatorio/infografia-estudio-de-abandono-y-adopcíon-2017
246 EcoANIMAL
66 Melanie Joy, Why we !ove dogs, eat pigs and wear cows (Newburyport: Conari Press,
2009); Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas
(Madrid: Plaza y Valdés, 2013 ), traducción de Montserrat Asensio Fernández.
APRECIAR A LOS DEMAS ANIMALES 247
civilización haya tanto amor por los perros. La mayoría de ellos están instru
mentalizados como el resto de subespecies domesticadas y la diferencia tan
solo radica en el tipo de función que les otorgamos. A los perros se les impo
ne la tarea de acompañarnos y darnos afecto, así como también de guiar a
personas ciegas, colaborar en la caza, tirar de trineos, vigilar viviendas y fin
cas, proteger rebaños, ayudar a la policía, ayudar al ejército, participar en
tareas de salvamento o ser utilizados para experimentación en laboratorios.
Y, en algunos países, también son consumidos.
Aunque muchos de ellos viven en nuestras casas, a menudo son tratados
como herramientas, lo que se comprueba por la manera como los criamos y
educamos. Consideramos que deben vivir para nosotros: para que los niños
tengan un compañero de juegos, para que los abuelos salgan a caminar cada
día, para que presten compañía a los enfermos, para que nos regalen afecto
y buen humor. Y mientras viven con y para los humanos, no pueden vivir
con sus propias familias biológicas. El negocio de los perros como anímales
de compañía consiste en tener perras dedicadas a parir una camada tras otra.
Con independencia de que se encuentren en mejores o peores condiciones,
se las obliga a parir continuamente unos hijos que poco después son vendi
dos. Esas perras no pueden criar a sus cachorros, educarlos y ver cómo se
hacen adultos. La mayoría de perros no pueden crecer con sus padres y
hermanos. No pueden transmitirse conocimientos generación tras genera
ción. Les privamos de su propia familia perruna para que sirvan a las familias
humanas.
Lo que estoy expresando aquí no es una crítica al hecho de que los pro
pietarios de perros los esterilicen. Dado el inmenso problema que tenemos
con el abandono, las protectoras hacen bien en fomentar la esterilización. Si
uno convive con perros, es lo que debe hacer. Pero si tenemos que esterilizar
a los perros es porque la forma de vida que les hemos impuesto es irracional.
Por eso creo que los perros, por muy maravillosos que sean, no dejan de ser
lobos que han perdido una parte de sí, forzados a asumir vidas que no les
permiten desarrollar sus mejores cualidades.
No niego, por supuesto, que los perros son inteligentes y afectuosos y que
algunos humanos desarrollan con ellos relaciones de confianza, fidelidad y
amistad. Hay personas que han superado épocas difíciles gracias a la compa
ñía de sus canes, que han encontrado en ellos el mejor consuelo durante una
enfermedad o el duelo por la muerte de un ser querido, que sienten un agra
decimiento infinito y tratan de compensar al animal con una buena vida.
También hay humanos que han salvado a perros de vidas terribles de maltra
to, que los han cuidado mientras estaban enfermos, que se han sacrificado
para �compañar a un animal que se moría. La labor que hacen tantas protec
toras se merece toda la admiración y el agradecimiento y, sin embargo, que
tengan que existir tantísimas protectoras es un síntoma de nuestro fracaso.
Creo que el resumen vendría a ser: los perros nos dan mucho más de lo que
les damos a ellos. Es una relación fundamentalmente asimétrica.
248 EcoANIMAL
67 Según la Fundación AfJ:inity, más de treinta y tres mil gatos fueron recogidos abando
nados o perdidos en el año 2016 en España: http://www.fundacion-affinity.org/observatorio/
infograJ:ia-estudio-de-abandono-y-adopcion-2017 Además, un número considerable vive en
la calle. Sobre la gestión de colonias controladas de gatos callejeros, merece la pena seguir el
trabajo de Agnes Dufau, presidenta de Plataforma Gatera: http://plataformagatera.org/
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 251
68 Yinon M. Bar-On, Rob Phillips y Ron Milo, «The bíomass distribution on Earth»,
Proceedings o/ the National Academy o/Sciencies o/ the United States o/Ameríca, vol. 115,
núm. 25 (2018), pp. 6.506-6.511 [también en línea]. Disponible en: http://www.pnas.org/
content/115/25/6506
69
M. Grooten y R. E. A. Almond (eds.), «Living Planet Report. 2018: Aiming higher>,
(WWF: Gland, 2018) [en línea]. Disponible en: https://www.wwf.org.uk/sites/default/fi
les/2018-10/ww.tintl_lívingplanet_full.pdf
70
Sobre la cuestión del progreso véase Asuncíón Herrera Guevara, La conspiración de la
ignorancia. Una reflexión sobre el progreso y sus paradojas ( Granada: Editorial Comares, 2018).
APRECIAR A LOS DEMÁS ANIMALES 253
71
Sue Donaldson y Will Kymlicka, Zoopolis. A Political Theory ofAnimal Rights, op. cit.
Brian Hare y Vanessa Woods, The Genius of Dogs, op. cit. Steven Pinker, The Better Angels of
Our Nature. A History of Violence and Humanity (Londres: Penguin Books, 2011); Los ánge
les que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones (Barcelona: Paidós, 2012),
traducción de Joan Soler Chic.
72
Véase la misma idea aplicada a la desigualdad de género: Ana de Miguel, Neolibera
lismo sexual. El mito de la libre elección, op. cit.
254 EcoANL'v!AL
P
ara pensar la apreciación estética de la naturaleza, conviene analizar
también su interrelación con el arte. La mayoría de las obras artísticas
que se relacionan con elementos naturales lo hacen por medio de la
representación, es decir, los artistas observan un elemento natural y después
lo transfiguran en el contenido de su obra, en pintura, escultura, arquitectu
ra, literatura, música, fotografía, cine, teatro, danza... Sin embargo, como ya
hemos comentado, en la mayoría de esas representaciones no se intenta com
prender y mostrar a la naturaleza tal como es. La razón por la que Hegel
defendía que la pintura de paisaje era superior al paisaje real es la misma
razón por la que Carlson rechaza la pintura de paisaje como vía para conocer
la naturaleza: porque en el arte que representa la naturaleza, la mayoría de
las veces, se trata mucho más de arte, de lo artificial, de lo humano, que no
de naturaleza.
Sin embargo, el arte también puede relacionarse con la naturaleza de
forma inversa: algunas obras de arte, en vez de representar dentro de sí mis
mas elementos naturales, se presentan dentro de la naturaleza. El land art da
nombre a una serie de intentos diversos de practicar esa inversión. Se trata
de obras que se crean en medio de un entorno natural, que juegan con la
tierra, las rocas, las plantas, la nieve, los ríos, el mar; que no se acaban en sí
mismas, que no están cerradas, sino que se abren a interactuar con las fuer
zas naturales y se dejan moldear por el viento, la lluvia y las mareas. Esas
obras responden a las cualidades sensoriales del entorno y así nos ayudan
a observarlo y experimentarlo. Si queremos comprenderlas, tenemos que
contemplar la naturaleza en medio de la cual se hallan y con la que dialogan.
No son pintura de paisaje, sino ecos de las voces del lugar, flechas que seña
lan, miradores que muestran, invitaciones a explorar.
Cierto es que el land art da nombre a obras muy diferentes entre sí, con
sensibilidades dispares en lo que se refiere al respeto a la naturaleza, como
explicaremos un poco más adelante. Pero merece la pena destacar que en
algunas obras, especialmente en las más humildes y austeras, encontramos el
germen para un arte capaz de interactuar con la naturaleza y de ayudarnos a
observarla de una manera respetuosa y fértil.
Las razones por las que el land art irrumpió en el mundo del arte son com
plejas y aquí apenas nos da tiempo de apuntarlas de manera telegráfica. 1 A lo
largo de la tradición occidental, el considerado arte culto se había ido dis
tanciando cada vez más de la naturaleza, de los procesos vitales, de la vida
cotidiana de las gentes; se lo concebía como una forma de placer intelectual,
completamente separado de los placeres biológicos y superior a ellos. Al
mismo tiempo, quedaba cada vez más reservado para el disfrute de las clases
sociales dominantes y era patrocinado por los poderes políticos, económicos
y religiosos. A medida que se iba constituyendo el entramado de institucio
nes, normas y profesiones que articulaban la creación artística, se iba gestan
do un mundo del arte que se erigía como opuesto y superior al mundo de la
vida. Las obras de arte quedaban envueltas por un halo de religiosidad y eran
expuestas y tratadas de forma similar a objetos sagrados.
La entronización del arte culto contribuyó a reforzar el mismo dualismo
metafísico que daba contenido a la mayoría de sus obras y, con ello, la con
cepción jerárquica de la realidad y la dominación de todo lo considerado
1
Lucy R. Líppard reconstruyó SL! nacimiento en un libro fundamental: Six Years: The
dematerialization o/ the art object /rom 1966 to .19 72 (Berkeley: University of California Press,
1973); Seis años: La desmaterialización del objeto artístico de 1966 a 1972 (Madrid: Akal,
2004), traducción de María Luz Ro<lríguez Olivares. Poco después se publícó uno de los
mejores análisis de las obras clásicas de land art: John Beardsley, Earthworks and Beyond
(Nueva York: Abbeville Press, 1984). Y encontramos una buena introducción en Ben Tufnell,
Land Art (Londres: Tate, 2006).
En nuestro país tenemos un buen estudio en: Tonia Raquejo, Land Art (San Sebastián:
Nerea, 1998). Raquejo ha sido además la directora de una tesis doctoral sobre el land art en
España, defendida en la Universidad Complutense de Madrid en 2008: Gregoria Matos, In
tervenciones artísticas en «espacios naturales»: España (1970-2006) [en línea]. Disponible en:
http://eprints.ucm.es/8132/1/T30331.pdf Y recientemente ha sido coeditora de: Tonia Ra
quejo yJosé María Parreño (eds.), Arte y ecología (Madrid: UNED, 2015).
Hay que señalar también las publicaciones de Xavier Antich, como por ejemplo: «Cali
grafías en el paisaje. Divagaciones estéticas en torno a algunas prácticas del land art», enJoan
Nogué (ed.), El paisaje en la cultura contemporánea (Madrid: Biblioteca Nueva, 2008), pp.
169-190. Y también: «Entre el paseo y la contemplación. Arte y naturaleza en el parque de
esculturas de losJardines de Cap Roig», en VV. AA., ]ardins de Cap Roig. Historia, Cultura,
Natura (Girona: Fundació Caixa de Girona, 2008), pp. 231-237. Además, Antich realiza una
valiosa labor de divulgación de estas cuestiones en la prensa.
Otra buena fuente de información es el Centro de Arte y Naturaleza Fundación Beulas
(CDAN), que posee una colección de obras de !and art distribuidas por Huesca y ha editado
una serie de estudios dirigida por Javíer Maderuelo [en línea]. Disponible en: http://www.
cdan.es/es/museo-en-huesca-territorio-para-el-arte/
LAi'\JD ART 257
inferior. Así, el arte sirvió para otorgar un aura estética y artística a la domi
nación de la naturaleza y los animales, el patriarcado, el clasismo, el etnocen
trismo, el racismo y la obediencia al poder político concreto del momento.
Eso no significa que no hubiera arte crítico, sino que al arte crítico le era di
fícil ser reconocido, disfrutado y difundido y normalmente quedaba arrinco
nado en los márgenes. Los artistas que se negaban a defender ciertas ideas en
sus obras o que afirmaban tesis consideradas subversivas eran a menudo per
seguidos, encarcelados o asesinados. Ser artista crítico ha sido una profesión
peligrosa en numerosas sociedades, sin ir más lejos, en la España franquista
o en otros países occidentales durante los regímenes totalitarios del siglo XX.
El arte culto se diferenciaba del arte popular, como podía ser la música
que alegraba las fiestas de los campesinos o los cuentos que se explicaban en
las casas, que continuaba enraizado en la vida cotidiana. Y se diferenciaba
también de los objetos artesanales, como el mobiliario, los utensilios de co
cina o la ropa, en los que elementos artísticos y funcionalidad práctica apa
recían armonizados. Mientras las obras de artesanía participaban en los pro
cesos vitales, las obras de arte eran elevadas sobre un pedestal y conservadas
en museos o en las colecciones privadas de algunas famílias poderosas, don
de el público acudía a verlas con devoción, como se acude a adorar las imá
genes de los santos en las iglesias. Podían ser observadas, pero no utilizadas
y ni siquiera tocadas. La superioridad de las obras artísticas radicaba en que
transcendían el mundo de la vida.2
Durante la primera mitad del siglo xx, el mundo del arte vivió sucesivas
revoluciones internas y, sin embargo, por muy críticas y polémicas que fue
ran algunas obras, por mucho que escandalizaran, acababan igual de cano
nizadas que las más conservadoras. Aquellas obras que habían pretendido
romper con las instituciones y suprimir las normas que encorsetaban la crea
ción artística acababan subidas en el mismo pedestal, expuestas en los mis
mos museos o, aún peor, vendidas por sumas impresionantes a coleccionistas
privados que las exhibían como trofeos. Cada vez más artistas sentían que el
mundo del arte, al entronizar las obras y encerrarlas en la celda blanca del
museo, mermaba su sentido. Denunciaban también que la voracidad del ca
pitalismo convertía rápidamente las obras en mercancías, lo que les robaba
su potencial crítico.
Al mismo tiempo, algunos creadores sostenían que lo más importante de
una obra no era su apariencia ni su materialidad, sino la idea que contenía,
la emoción que expresaba o las experiencias que generaba. No querían que
sus obras se vieran reducidas a meros objetos que se podían encerrar en un
museo o con los que se podía comerciar. Y eso llevó a iniciar diversos proce
sos de desmaterialización de la obra de arte, como hallamos en el arte con
ceptua( y a la reivindicación del arte efímero.
2 Larry Shiner, The Invention o/ Art. A Cultural History (Chicago: The University of
Chicago Press, 2001).
258 ECOANIMAL
En los años 60 y 70, la profunda crisis que arrastraba el mundo del arte
coincidió con las revoluciones sociales que ya hemos señalado anteriormen
te. Frente a las díctaduras, los conflictos bélicos y la proliferación de arma
mento cada vez más destructivo, frente a la conciencia creciente de que la
humanidad se convertía en un peligro para sí misma y para la naturaleza,
surgieron los movimientos de derechos humanos, ecologistas y animalistas;
que intentaron reformar la sociedad y, muy especialmente, el ámbito de la
cultura. En esos años en que fue posible cuestionarlo todo, diversos artistas
creyeron encontrar el modo de transformar el mundo del arte por la vía
de enraizado de nuevo en el mundo de la vida. Se volcaron en la creación de
una serie de obras que, aún siendo muy diferentes entre sí, compartían esa
idea común de un regreso a la naturaleza y fueron agrupadas con el nombre
de land art.
El land art surgió al mismo tiempo en Estados Unidos y Gran Bretaña,
para expandirse después a otros países. Las primeras obras creadas a uno y
otro lado del Atlántíco eran tan diferentes entre sí que algunos teóricos re
chazan unirlas bajo un mismo nombre. Y, sin embargo, compartían una mis
ma voluntad: llevar el arte a la naturaleza. Pretendían resolver así, con un
solo gesto, las muchas crisis que sufría el arte: liberarlo de las instituciones
que dominaban la creación artística, crear obras que no pudieran ser mer
cantilizadas y, a la vez, renunciar al carácter sagrado de las obras de arte para
devolverlas a los procesos vitales. Así comenzaron a crear obras en medio de
bosques o desiertos, incluso a veces a fabricarlas con los mismos materiales
que encontraban en la naturaleza, y luego a abandonarlas a la intemperie, a
merced de la lluvia, el sol, el viento, los animales. Devolvían el arte a la vida
para dejar que la naturaleza lo hiciera suyo, lo transformara e incluso lo
destruyera, y defendían que eso tenía más sentido que momificar ideas en
objetos mercancía y encerrarlas en los ataúdes de los museos. Esas obras
quedaban inseridas en un entorno donde se sumergían en un proceso de
diálogo e interacción con las fuerzas naturales: no se las podía extraer de ese
entorno sin romperlas, de manera que comprarlas y coleccionarlas parecía
imposible. Ante el mundo del arte, esas obras se presentaban como un de
safío, un reto.
Décadas después de esa revolución, no parece que tuviera fuerza suficien
te para herir de gravedad a ninguna de las instituciones que conforman el
mundo del arte ni para salvar a las obras de ser consideradas mercancías.
Hoy en día, el capitalismo neoliberal es aún más voraz y poderoso que en los
años 60 y el mundo del arte está todavía más mercantilizado. Y, sin embargo,
eso no quiere decir que algunas de estas obras no nos hayan aportado ideas
fértiles, semillas de otro modo de pensar, que quizás en algún momento pue
dan hallar un terreno más adecuado para crecer y desarrollarse.
La gran idea del land art, articulada de manera diferente en cada una de
las obras, es invertir la relación con la naturaleza que se venía dando en el
arte tradicional. Estas obras ya no representan la naturaleza dentro de sí
LAND ART 259
Porque el mundo del arte hunde sus raíces en el mundo de la vida, como
nuestro espíritu las hunde en nuestro cuerpo.
Ahora bien, por otro lado, esa revolución que propone el land art no lo
convierte de por sí en un arte respetuoso con la naturaleza en un sentido
ecologista y/o animalista. El land art surgió como un cuestionamiento del
sentido del arte y su relación con los procesos vitales, con la voluntad de
vencer la separación entre el mundo del arte y el mundo de la vida, pero no
con el ideario de repensar la relación con la naturaleza en términos éticos. El
surgimiento del land art coincide en el tiempo con la rehabilitación de la
estética de la naturaleza como disciplina filosófica y, en un cierto grado, am
bos son fruto de las mismas inquietudes e intuiciones. Ambos defienden que
la estética y el arte se han olvidado de la naturaleza y la reivindican como una
fuente inagotable de experiencias estéticas cautivadoras. Ahora bien, como
ya hemos dicho, las experiencias estéticas de la naturaleza pueden ser más o
menos superficiales o profundas. La naturaleza puede verse como un mero
instrumento estético cuyo fin es proporcionar placer sensorial a los seres
humanos o puede contemplarse por sí misma de una manera seria y respe
tuosa. Por ello, tanto en la disciplina filosófica que es la estética de la natura
leza como en las obras de land art, hallamos una gran diversidad de propues
tas: algunas reivindican la apreciación estética de la naturaleza, pero se
mantienen en la lógica del dominio y la instrumentalízación, mientras que
otras tienen más calado y proponen una contemplación estética de la natu
raleza por sí misma, afín a una actitud ética de respeto.
En los grandes pioneros estadounidenses, como Robert Smithson o Wal
ter de Maria, hallamos una imaginación prodigiosa y una inagotable capaci
dad para repensar el arte y la estética, pero no la idea de renunciar al domi
nio de la naturaleza. Cuando Michael Heizer se lleva sus excavadoras al
desierto de Nevada y defiende que al abrir un barranco está creando una
escultura negativa, está cuestionando lo que es una escultura, pero no reivin
dicando una mejor relación con la naturaleza. Estos artistas conciben la tie
rra como material para esculpir o un lienzo sobre el que pintar. Para ellos, la
naturaleza está a su disposición, esperando ser utilizada, y no deja de ser un
instrumento estético.
Sin embargo, en algunas obras humildes y austeras, como las que analiza
remos más adelante, sí creo que hallamos el germen de una actitud que no
concibe a la naturaleza como un instrumento estético, sino que invita a con
templarla por sí misma. Obras que interactúan con un entorno natural sin
dañarlo, que nos enseñan a observarlo sin deseo de dominio, que nos invitan
a pensar en él sin ocultarlo bajo nuestra identidad. Obras que buscan un
diálogo con la naturaleza, que reconocen sus voces y mantienen una actitud
de respeto. Creo que no han recibido todavía la atención que merecen. Creo
también que el land art, lejos de ser un movimiento fugaz que nadó y murió
en los 60 y 70, como se afirma a menudo, apenas acaba de comenzar.
LAND ART 261
3
He analizado esta cuestión en detalle en: Marta Tafalla, «¿Nos enseña el arte de
Richard Long a apreciar estéticamente la naturaleza?», Enrahonar, UAB, núm. 45 (2010),
pp. 155-172 [en línea}. Disponible en: http://revistes.uab.cat/enrahonar/article/view/v45-ta
falla-1/188
4 Gilles Tiberghien, Land Art (París: Carré, 1993 ).
LANDART 263
5
https://umfa.utah.edu/land-art/sun-tunnels
264 EcoANIMAL
Lucy R. Lippard, Overlay. Contemporary art and the art o/ prehistory (Nueva York:
6
sujeto femenino era expulsado del arte. Cuando Mendieta crea con su cu
po, lo está liberando y recuperando para sí misma. Se lo hace suyo. Y no solo
en la representación, sino también en fa accíón. Al recrear la forma de su
cuerpo, la forma del cuerpo de las mujeres en distintos materiales, Mendíeta
crea un arte en que la forma y el contenido se unen: el contenido de su obra
es la forma de su cuerpo.
Además, hay un elemento fundamental en Mendieta que encontramos
asimismo en Holt o en otros artistas de land art, como James Turrell, Chris
to y Jeanne-Claude o Richard Long, y que por supuesto también hallamos
en otras disciplinas artísticas. Mendíeta es de esos artistas que, a partir de
una única idea, de una intuición fundamental, generan todo un lenguaje
complejo y sofisticado que los hace inmediatamente inconfundibles. Si Men
díeta hubiera tenido la idea de recrear la silueta de su cuerpo y la hubiera
llevado a cabo una sola vez, habría producido una buena obra de arte. Pero
al permanecer fiel a esa idea, al explorarla en muchas otras obras, una tras
otra, durante años, Mendíeta acaba desarrollando un lenguaje particular.
Cada vez que dibuja o esculpe de nuevo su silueta con materiales distintos,
añade un pensamiento que enlaza con los anteriores y avanza un paso más.
Todas las obras se alimentan de un único centro, de una única fuente de
sentido, a la vez que cada una aporta algo nuevo que otorga más compleji
dad al conjunto sin perder nunca la coherencia. Es como si su arte emergie
ra de manera orgánica y cada una de sus obras se integrara con las demás
como las piezas de un puzle. Son artistas que no solo crean obras de arte,
sino una manera de hacer arte . Crean una forma personal de entender el
mundo y estar en él, una perspectiva propia que presentan y desarrollan
como un compromiso vital.
Pero hay otro elemento en Mendieta, compartido por bastantes autores
de su época, que merece una crítica. En su deseo de emplear materiales na
turales para crear sus obras, Mendieta usó también cuerpos de animales,
como por ejemplo en Untitled (Death of a Chicken) (1972). Animales, tanto
vivos como muertos, fueron utilizados sistemáticamente por diferentes artis
tas en aquellos años de grandes revoluciones, generando un problema al que
todavía no se ha puesto fin. Es obvio que emplear cuerpos, miembros o
sangre de animales para crear una obra de arte no es equiparable a usar
plantas o elementos inertes de la naturaleza, como ya hemos explicado en el
capítulo anterior. Es probable que Mendieta lo hiciera no solo porque la idea
de emplear animales «estaba en el aíre» en movimientos artísticos que pre
tendían reconciliarse con el mundo de la vida, sino también por su evocación
de la santería en contraste con el cristianismo, un tema que le preocupaba
intensamente. Pero fuera cual fuera la razón, la reducción de anímales a
meros instrumentos para realizar obras de arte, tanto si están vivos como si
son matados para ello, es un tremendo error. No solo es moralmente ínco•
rrecto, sino que desde un punto de vista estético fomenta un aprecio de los
anímales superficial y distorsionado.
LANDART 267
El land art también se abrió camino en España y entre las primeras artistas
que lo practicaron destaca Angels Ribé. Nacida en Barcelona, a finales de los
60 se marchó de la España franquista y se instaló durante un tiempo en Pa
rís. Allí, en 1969, creó Laberinto, que el año 2011 pudimos disfrutar en su
ciudad natal con motivo de la exposición que el Museo de Arte Contempo
ráneo de Barcelona (MACBA) dedicó al conjunto de la obra de Ribé. 10 Su
Laberinto, que ocupa unos cien metros cuadrados, se presenta como una
escultura participativa en la que somos invitados a entrar y que de ese modo
permite explorar la relación entre el entorno, la obra y el cuerpo. Sin embar
go, el laberinto de esta artista es tan contradictorio como revelador.
Los laberintos consiguen desorientarnos al limitar lo que podemos ver.
Nos impiden percibir el diseño completo de ese espacio y, a la vez, cuando
estamos en un pasillo, las paredes de piedra o de vegetación nos impiden ver
los pasillos colindantes y sus conexiones. En los laberintos nos perdemos
porque no podemos ver el camino correcto y es por ello que nos ofrecen
experiencias profundamente sensoriales y nos permiten experimentar el mie
do y los límites de nuestro propio cuerpo atrapado y desorientado. Los seres
humanos no tenemos sentido de la orientación como algunas especies, por
ejemplo, las aves migratorias, pero sí otras habilidades que pueden ayudar
nos. Al tener limitado lo que vemos, hemos de afinar más nuestra vista en
busca de elementos que nos guíen, intentar encontrar detalles que nos per
mitan reconocer cada pasillo sí volvemos a pasar por él, mirar al firmamento
en busca de orientación y apelar a la imaginación y la memoria. Por ello los
laberintos nos proponen juegos fascinantes, experiencias estéticas poderosas.
No en vano han sido un tema fundamental en el arte desde la Antigüedad.
Sin embargo, el laberinto de Ribé es transparente: está fabricado con un
plástico ligeramente coloreado que permite ver a través de las paredes que lo
configuran. Desde fuera observamos a la gente recorriendo la estructura y,
cuandq nos introducimos en ella, vemos los pasillos que rodean el nuestro.
Así, se trata de un laberinto contradictorio y sin embargo no deja de ser un
10
Véase la presentación e imágenes de la exposición en: http://www.macba.cat/es/ex
po-en-el-laberinto
268 ECOANL.v!AL
11
Las tres obras pueden verse aquí: http://www.macba.cat/es/angels-ribe
LAND ART 269
Ribé afirma en una entrevista 12 que en esas obras confluían la práctica del
arte conceptual con vivencias íntimas que experimentaba desde la infancia,
de una forma más sensorial que intelectual, cuando observaba plantas y ani
males o jugaba con elementos naturales como el barro y se sentía ella misma
parte de los ciclos de la vida y de la muerte. Y en esas obras pretendía sub
rayar algunos de los fenómenos naturales que están ahí, pero a los que a
menudo no prestamos atención. La artista defiende que la voluntad de ob
servar la naturaleza, de comprenderla, le ha conducido también a cuidar de
un huerto y hacer pan, que reivindica como experiencias creativas y cargadas
de un compromiso ético anticonsumista. Es interesante la conexión que tra
za entre el arte y el cuidado de un huerto y la cocina, actividades de las que
hoy se reivindica su profundo carácter estético y que incluso algunos teóricos
definen como arte, de las que hablaremos en los próximos capítulos.
Otro artista al que quiero mencionar aquí es Richard Long, uno de los pio
neros del land art en Gran Bretaña. Una de sus primeras obras fue A Line
Made by Walking, realizada en 1967, con veintidós años, y consistía en una
línea recta trazada con sus pies al caminar repetidamente sobre la hierba de
un prado, una línea que unos días después había desaparecido y de la que
tan solo tenemos constancia gracias a la fotografía que nos la muestra. 13
Aquella idea rompedora y genial fue el inicio de una práctica artística que
Long ha proseguido con fidelidad durante décadas, desarrollando un lengua
je inconfundiblemente personal y una obra tan extensa como coherente. 14
Sus obras de arte consisten simplemente en caminar y en las huellas que deja
por los lugares que recorre. Es uno de los ejemplos más claros de un arte que
se desmaterialíza, de una experiencia que adquiere primacía sobre el objeto,
rastro transitorio de la experiencia. Es arte conceptual llevado a la naturale
za, muy vinculado al arte pavera y al arte efímero.
Desde los años 60, Long ha caminado por multitud de países, especial
mente por entornos poco humanizados, y sus obras son esas caminatas. Ade
más, en muchas de ellas ha creado esculturas con materiales naturales encon
trados en los lugares recorridos, esculturas que no dejan de ser huellas. A
menudo tan solo consisten en trazar círculos, espirales, cruces o líneas en la
tierra, o bien en alinear algunas piedras o derramar un poco de agua de una
manera determinada. Esas obras se integran de tal modo en el entorno que
12
Assumpta Bassas Vila, «Entrevista a Angels Ribé», DUODA. Revista d'estudis Jemi
nt'stes, mim. 27 (2004), pp. 163-173 [también en línea]. Disponible en: http://ww\v.raco.cat/
index.php/duoda/article/viewFile/63072/94691
1 3 http://www.richardlong.org/Sculptures/2011sculptures/línewalking.html
14
Véase el catálogo de la magnífica exposición que Tate Britain dedicó al conjunto de
su obra: Richard Long, Heaven and Earth (Londres: Tate, 2009).
270 ECOANIMAL
15
Se pueden ver en su página web: http://www.richardlong.org/
16
Richard Long, Selected Statements & Interviews, Ben Tufnell (ed.), (Londres: Haunch
of Venison, 2007).
272 ECOANIMAL
Saint Martin's School of Art de Londres y también han caminado juntos di
versas veces. Igual que Long, Fulton lleva décadas realizando caminatas por
la naturaleza, a menudo por lugares remotos y difíciles, y ha ascendido cum
bres en el Tíbet o Alaska. Pero es distinto de Long en un aspecto importan
te: Fulton no crea ninguna obra en los entornos que recorre, renunciando a
dejar huella en ellos. Su actitud hacía la naturaleza es más reverencial y el
compromiso ecologista, más explícito.
Las obras de Fulton son, mayoritariamente, de dos tipos. Por un lado,
realiza fotografías durante el camino, que acostumbra a presentar acompa
ñadas por un título y a veces por alguna frase que resume acontecimientos o
ideas del viaje. Esas imágenes no suelen parecerse a la fotografía de paisaje
tradicional; a menudo, muestran simplemente un pedazo del camino y a
veces se trata de rocas u otros elementos inorgánicos. Por otra parte, tam
bién crea pinturas murales para galerías que podríamos considerar poemas
visuales. La mayoría tan solo contienen palabras, pero dispuestas de tal
modo que juegan con la forma y el espacio; en algunas ocasiones las organiza
para que configuren imágenes, como el perfil de una cordillera o la línea del
horizonte, de tal modo que las palabras dibujan el paisaje a la vez que nom
bran sus elementos. Otras veces incluyen también alguna ilustración. Son
obras austeras, pero están llenas de imaginación y poder evocador.
Fulton solo crea obras de arte a partir de sus caminatas. Sin embargo, las
fotografías y las pinturas murales no pretenden representar una experiencia
que es irrepresentable, sino tan solo evocarla, recordarla, reflexionar sobre
ella. En muchas de esas obras se hace evidente que, mientras el artista ha
renunciado a dejar huella en los entornos recorridos, el viaje sí ha dejado
huella en él. Algunas de sus obras subrayan los aspectos más corporales del
caminar, como el esfuerzo realízado en algunos ascensos o el cansancio, de
tal modo que las referencias a elementos naturales de los entornos se combi
nan con referencias a su cuerpo. Fulton presenta a menudo imágenes de sus
pies y sus botas de montaña, así como de otras herramientas que emplea por
el camino, desde una linterna a una taza. Esos elementos son interesantes,
porque aunque sus obras tienen un carácter espiritual y meditativo, también
subrayan la parte corporal del caminar, tanto por la vía del esfuerzo realizado
como por la vía de la emoción. Así, el arte de Fulton, como el de Long, fu
siona lo espiritual y lo material en una experiencia única, al tiempo que en
laza arte y naturaleza.
Fulton ha realizado algunas caminatas por España, fruto de las cuales han
surgido obras de arte. Entre ellas encontramos el libro de artista Río Luna
Río, 17 en el que evoca una caminata circular por Extremadura. El libro, de
formato pequeño y pocas páginas, está compuesto por una serie de elemen
tos que se van alternando de manera rítmica, como en una canción o un
poema. Ir pasando las hojas es ir descubriendo los versos del poema y reen-
17 Hamish Fulton, Río Luna Río (Badajoz: Fundación Ortega Muñoz, 2008).
274 EcoANIMAL
Querría concluir este capítulo con un aspecto de las obras de Long y Fulton
que me resulta especialmente inquietante. Ambos artistas tienen experien
cias enriquecedoras en los caminos que recorren y, al regresar, evocan sus
excursiones en obras tan austeras que sorprenden por la contención. Cuan
do comencé a estudiar esas obras, su simplicidad me impactó y a la vez me
resultó enigmática. La pregunta que me planteaba era: uno se marcha a re
correr el Nepal o la Patagonia y vive numerosas experiencias y aventuras,
atraviesa momentos de alegría, de peligro y de cansancio, encuentra parajes
fabulosos, se pierde, se reencuentra, observa animales, conoce personas ... y
cuando crea una obra de arte para evocarlo, ¿se limita a poner una foto y es
críbir cuatro líneas? ¿Y ya está? ¿Nada más? ¿Por qué nada más? Miremos
los text works de Long y las pinturas murales de Fulton: apenas un puñado
de palabras para sintetizar viajes intensos. Algunos críticos interpretan tal
simplicidad en términos espirituales y relacionan esas obras con tradiciones
de pensamiento oriental, como el budismo o los haikus. Pero a mí nunca
acabó de parecerme una explicación suficiente.
Creo que se podría proponer una explicación alternativa, y la idea se me
ocurrió saliendo de pajareo. Cuando se sale a ver pájaros, y animales en ge
neral, las experiencias son muy emocionantes. Una sale en busca de especies
concretas, pero no sabe si las encontrará; a veces las ves y otras veces no, lo
que mantiene todo el tiempo, hasta el último instante, la tensión del viaje.
Mientras buscas las especies que deseas ver, caminas durante horas, te due
len los pies, tienes hambre, pasas calor, te pican los mosquitos, te pesa la
mochila, te duelen los brazos de aguantar los prismáticos, se pone a llover,
pasas frío, hace viento, te haces un lío con el mapa, te equivocas de camino
y has de volver atrás, te cansas de cargar con el telescopio y el trípode, te
metes en el barro, acabas agotada ... Y entonces de repente crees ver un
LAND AKf 277
Esa forma que le damos al jardín puede ser más o menos rígida. Hay
jardines geométricos podados de manera tan estricta que ni una sola hoja
sobresale, otros que en cambio imitan parajes silvestres y otros llenos de
fantasía, donde se podan los setos para que representen figuras o se combi
nan elementos que en la naturaleza salvaje nunca estarían juntos. La discu
sión sobre cómo debería ser la forma de un jardín es la gran discusión fun
damental y acumula siglos de duración, con una larguísima lísta de
publicaciones. Una idea en la que insisten diversos autores es que un exceso
de rigidez en la forma, podar demasiado, imponer formas muy artificiales a
las plantas, puede hacer que un jardín, finalmente, deje de serlo. Un jardín
es un entramado de procesos vitales y ha de permitir que estos se manifiesten
con cierto grado de espontaneídad; de lo contrario, tan solo tendremos un
pedazo de naturaleza dominada. Lograr un jardín es, sobre todo, una cues
tión de equilibrio, y eso es precisamente lo que lo hace tan fascinante. En un
jardín intentamos evitar que la naturaleza pueda dañarnos, pero también
dañarla nosotros a ella. No se trata de encerrarla, de imponernos, de triunfar
sobre ella, sino de encontrarnos con ella.
Un jardín se diferencia de la naturaleza salvaje en que nosotros cuidamos
de él, limpiando, sembrando, abonando, regando, curando. Pero también se
diferencia de un campo de cultivo industrial, al que el ser humano exige que
le entregue los recursos que desea. Un jardín no consiste en reducir la natu
raleza a un instrumento a nuestro servicio, sino en concebirla como un fin en
sí, como algo que posee valor intrínseco y con lo que entramos en una rela
ción de simbiosis. Los jardines lo son porque en ellos la naturaleza conserva
una parte importante de su espontaneidad: las plantas crecen con cierta li
bertad y aceptamos que algunos animales vivan en ellos o vengan de visita.
Eso es lo que permite que el jardín nos regale profundas experiencias estéti
cas: que está vivo, que en él la naturaleza sigue siendo espontánea y suceden
continuamente cosas que no hemos planeado, que no esperamos, que nos
sorprenden.
Es cierto que un jardín nos lo hacemos a la escala de nuestro cuerpo. Si
recordamos la sentencia clásica de que el ser humano es la medida de todas
las cosas, podemos decir que, efectivamente, en los jardines tratamos de ha
cernos la naturaleza a nuestra medida, para sentirnos protegidos y conforta
bles. Eso significa, por ejemplo, que a menudo impedimos que los árboles
crezcan mucho más altos que nosotros para tener su belleza a la altura de
nuestra mirada y los frutos al alcance de la mano. Los senderos se trazan
adaptados a nuestro tamaño, como las zonas de descanso a la sombra, y de
la misma manera buscamos texturas que nos resulten cómodas.
Pero hay que ser prudente en ese empeño. Si lo humanizamos demasiado,
el jardín perderá riqueza y pluralidad. Si nos imponemos de manera mono
lógica sobre ese pedazo de naturaleza, si la convertimos en el reíno de nues
tros caprichos, si esperamos que obedezca en todo, no tendremos un jardín,
sino naturaleza sometida. Cultivar un jardín exige escuchar a los seres que lo
282 ECOANIMAL
2
Thomas Heyd, «Thinking through Botanic Gardens», Environmental Values, vol. 15,
núm. 2 (2006), pp. 197-212. Marcello di Paola, «Environmental Stewardship, Moral Psycho
logy and Gardens», Enviran mental Values, vol. 22, núm. 4 (2013 ), pp. 503-521.
JARDINES 283
Algunos autores han desarrollado la idea de que, más allá de ser hogares, los
jardines se convierten a veces para nosotros en el hogar ideal o en el modelo
del que partimos para pensarlo. De hecho, cuando intentamos imaginar el
paraíso, a menudo lo concebimos como un jardín. Y esto sucede tanto si
estamos fantaseando con nuestro paraíso particular, como si estamos re
flexionando a nivel político o metafísico. Mara Miller ha defendido que un
jardinero puede encarnar en un pedazo de tierra su visión de cómo debería
ser la vida, su ideal de vida buena e incluso su ideal de comunidad política.
Y, cuando lo logra, eso tiene más fuerza que los ideales expresados en nove
las, pinturas o películas, o teorizados en estudios académicos, porque un
jardín da vida a esos ideales. Un jardín es un espacio real que habitar, un en
tramado de procesos vitales, y es capaz de llevar a la existencia lo que otros
medios solo representan.3
Por ello, los jardines tienen fuerza política. Un jardín o un huerto comu
nitario puede reactivar un barrio decadente o conflictivo porque ofrece un
hogar compartido, experiencias estéticas profundas y un lugar donde apren
der y disfrutar con los demás. Esto es especialmente valíoso en nuestra épo
ca, en que muchas grandes urbes se han vuelto más hostiles y peligrosas que
la naturaleza salvaje. En algunas ciudades, los altos índices de violencia, las
armas, la pobreza, la desigualdad, las drogas y el alcohol hacen que la gente
tenga que sortear peligros cotidianos y viva con una permanente sensación
de vulnerabilidad. Por supuesto, la introducción de jardines y huertos comu
nitarios no resuelve por sí sola problemas que necesitan soluciones económi
cas y sociales, pero sí puede contribuir a pacificar relaciones, facilitar el diá-
3
Mara Míller, The Carden asan Art (Albany: State Uníversity of New York Press,
1993), pp. 60, 130.
JARDINES 285
lago entre los vecinos y crear lazos de ayuda mutua que permitan reforzar y
reorganizar la comunidad. Los jardines son lugares de encuentro y colabora
ción, tanto con la naturaleza como con otros seres humanos.4
Quien ha sabido plasmar de manera sugerente el poder de los jardines
para transformar una sociedad ha sido la escritora canadiense· Margaret
Atwood en su fantástica trilogía MaddAddam. 5 En tres novelas enmarcadas
en el género que ella denomina «ficción especulativa», nos presenta la deca
dencia de nuestra civilización, que se precipita en una espiral de desigualdad
y violencia extrema hasta llevar a la destrucción de prácticamente toda la
especie humana. La historia está protagonizada por un grupo de personajes
que se resisten a esa civilización y viven de manera marginal conservando
ideas de convivencia pacífica entre humanos y también con la naturaleza. Los
miembros del grupo se hacen llamar Jardineros de Dios (God's Gardeners) y
cultivan jardines y huertos en los terrados de algunos edificios, lo que les
permite seguir observando la naturaleza, aprender de ella y alimentarse de
manera sana. No diré más para no desvelar un argumento lleno de intriga,
pero Atwood emplea la idea del jardín como lugar de resistencia ética y po
lítica y dibuja la convivencia cordial de sus personajes al mostrarlos trabajan
do juntos en el cuidado de las plantas.
La idea del jardín como paraíso no solo es poderosa, sino que tiene un
origen milenario. El Jardín del Edén (Génesis, 2-3) es uno de los mitos fun
dacionales de nuestra civilización y su resonancia ha sido fundamental siglo
tras siglo. Sin embargo, el significado de ese mito es bien complejo y en la
historia de la interpretación de la Biblia se lo ha explicado de las maneras
más diversas. No es este el lugar para repasar todas las lecturas posibles, pero
merece la pena introducir brevemente y de manera especulativa dos de ellas,
por la relevancia que tienen para nuestros temas. Dos interpretaciones dis
tintas, aunque quizás en cierto grado complementarias, porque ese mito po
dría venir a ser en él mismo una mezcla de ideas diferentes.
Una de las interpretaciones nos dice que el mito narraría el paso del pa
leolítico al neolítico. Lo que el libro del Génesis presenta como el Jardín del
Edén, sería en realidad la naturaleza salvaje que habitaron nuestros antepa
sados cazadores-recolectores y de la que fueron «expulsados» cuando co
menzaron a practicar la agricultura y la ganadería. Según esta interpretación,
la expulsión del Jardín tuvo lugar cuando probaron el fruto del «árbol del
conocimiento», o quizás más bien del «conocimiento del árbol», es decir,
cuando aprendieron a cultivar la naturaleza e iniciaron el proyecto de domi-
nio del mundo natural en el que todavía nos hallamos. El Génesis narraría
en forma de mito la revolución más importante que ha tenido lugar en la
historia de nuestra especie.
En ese momento de transformación crucial, las religiones animistas que
consideraban la naturaleza sagrada y entendían al ser humano como un ha
bitante más de la red natural de vida, se verían substituidas por el dualismo
metafísico, que dividiría la realidad en dos: por un lado, una naturaleza de
sacralizada y desencantada, que podría ser explotada sin contemplaciones;
por otro, una esfera de lo sagrado convenientemente situada fuera de este
mundo, más allá del alcance de nuestros cuerpos y nuestra percepción. Así,
la expulsión del Jardín del Edén sería la expulsión de una relación conviven
cial con la naturaleza, la expulsión del sentimiento de pertenencia a la Tierra,
la expulsión de la forma de vida de nuestros antepasados Hamo sapiens du
rante ciento noventa mil afios. Sí dicha interpretación fuera correcta, el Jar
dín del Edén de la Biblia no sería un jardín, sino una evocación de la natura
leza salvaje como nuestro verdadero hogar. El «pecado original» sería,
simplemente, haber comenzado a dominar la naturaleza con la agricultura y
la ganadería, un pecado castigado con nuestro desarraigo.
Y, sin embargo, esta interpretación del Jardín del Edén sí contendría un
significado que revive de nuevo en los jardines: el deseo de una reconcilia
ción con la naturaleza, la aspiración a recuperar nuestro hogar en ella. Cuan
do nuestros antepasados iniciaron la práctica de la agricultura y la ganadería
y comenzaron a explotar la naturaleza de manera sistemática, a dañarla para
arrancarle lo que querían de ella, sin embargo, al mismo tiempo, también
aprendieron a cultivar jardines, donde podían explorar una relación de con
vivencia pacífica, de simbiosis. Desde entonces, los jardines han existido en
paralelo a la dominación de la naturaleza, conservando la esperanza de una
reconciliación posible.
Sin embargo, existe otra interpretación del relato que no lo concibe como
la narración mitificada de un hecho histórico, sino como una visión metafí
sica de una primigenia relación de armonía con la naturaleza que, en reali
dad, nunca existió. Según esta interpretación, el Jardín del Edén no evocaría
hechos reales del pasado, sino que respondería a inquietudes y deseos muy
antiguos de la especie humana. El mito sería un intento de explicar el enigma
que debía extrañar profundamente a nuestros antepasados: que encontraban
en la naturaleza tanto peligros y amenazas como protección y bienestar; que
unas veces se horrorizaban de la violencia que practicaban los anímales y
otras admiraban su capacidad para ayudarse unos a otros. Una de las pre
guntas más antiguas que debe de haberse hecho el ser humano es por qué
hay en la naturaleza violencia, crueldad y peligros; por qué no puede ser
siempre pacifica y acogedora. El mito del Jardín del Edén sería un intento de
explicar los orígenes de la violencia natural.
Si leemos con atención las primeras páginas del Génesis, veremos que,
cuando Dios crea a Adán y Eva, les ofrece como alimentos hierbas y frutos,
JARDINES 287
pero no animales. Y de hecho, el texto nos dice que todos los animales ten
drán por comida los vegetales que la tierra produce (Génesis, 1, 28-31). El
mito parece, pues, retratar una naturaleza originaria en la que no existía la
violencia de la depredación y todas las criaturas convivían pacíficamente.
Lo que, según el relato, quebró esa forma de vida idílica fue el pecado hu
mano, que no solo trajo la desgracia a nuestra especie, sino a toda la natura
leza. La idea de que habría existido una naturaleza primigenia libre de vio
lencia se completa con el anuncio que ofrece el libro de Isaías de un futuro
en que la naturaleza volvería a ser pacífica. Cuando el profeta Isaías describe
el futuro reino del Mesías, afirma que su llegada traerá justicia y paz, no solo
entre los humanos, sino también para la naturaleza. Así, nos dice, el lobo
habitará con el cordero, el leopardo se acostará con el cabrito, el becerro y el
león comerán juntos y un niño será su pastor. Y continúa anunciándonos que
la vaca pacerá con la osa, las crías de ambas se echarán juntas y el león, como
el buey, comerá paja. No habrá ya más daño ni destrucción (Isaías, 11, 1-9).
¿Cómo interpretar esas ideas? ¿Es muy osado leerlas en clave animalista
y vegana? ¿Expresan simplemente el deseo de vivir en una naturaleza en la
que no hubiera depredación, crueldad ni peligro? Desde luego es compren
sible que cualquier cultura humana se pregunte por qué existe violencia en
tre los anímales y exprese el deseo de una naturaleza pacífica gestando el
mito de que originariamente lo fue y podría volver a serlo. Si ese fuera el sen
tido del relato, tendría un potencial metafísico y ético muy profundo. Ahí
encontraríamos otro significado distinto del jardín ideal, como una naturale
za liberada de violencia.
Estas dos lecturas del mito del Jardín del Edén son, pues, distintas, aun
que eso no impide que pudiera haber en ambas parte de razón. Tal como el
mito está narrado, podría ser en él mismo una mezcla de estas dos y quizás
más ideas. Y, por supuesto, podría ser que la interpretación más correcta
fuera alguna otra. Pero es cierto que con los textos de la Biblia hay que tener
en cuenta no solo qué debieron significar cuando fueron escritos, sino tam
bién de qué maneras han sido leídos en cada época, porque algunas interpre
taciones han tenido una fuerza enorme en la historia de nuestra civilización.
No puedo asegurar que estas dos interpretaciones presentadas aquí sean las
mejores que existen, pero sí creo que resultan más certeras y fecundas que la
lectura casi literal del texto que la iglesia católica defendió durante siglos.
Si regresamos al texto bíblico, una vez narrada en el Génesis la expulsión
del paraíso, lo que se impone es una concepción antropocéntrica de la natu
raleza, afirmada de manera sistemática y sin apenas fisuras a lo largo del
Antiguo y el Nuevo Testamento. Es cierto que los diferentes libros reunidos
en la �iblia son extraordinariamente difíciles de interpretar y que es posible
leer de maneras diversas los pasajes más complejos, pero en general parecen
defender que la naturaleza no es más que una creación de Dios que este re
gala al ser humano para que la domine y explote. Así, la Biblia ha funcionado
durante siglos como una justificación religiosa del sometimiento de la natu-
288 ECOANIMAL
raleza. Es cierto que en algunos pasajes parece asomar una cierta defensa dt
la naturaleza, pero suele ser bastante ambigua y tiene un carácter excepci0.
nal en el marco de un discurso mayoritariamente antropocéntrico.
Pensemos en el mito del Arca de Noé (Génesis, 6-9), que solemos inter
pretar en clave de respeto a la naturaleza y que usamos a menudo come
metáfora ecologista. Yo también lo he empleado en ese sentido, incluso par2
titular una novela,6 y, sin embargo, quizás estamos haciendo una interpreta•
dón demasiado generosa del texto. Si lo leemos atentamente, veremos que
Dios ordena a Noé que salve a unos pocos individuos de cada especie dé
animales terrestres y de aves, pero lo hace a modo de excepcíón, pues el
resto de individuos miembros de esas especies perecen ahogados en el dilu
vio que Dios ha provocado para castigar la maldad humana. No encontra
mos aquí compasión alguna hada esa inmensa mayoría de anímales que mue
ren de manera injusta. Lo que parece decimos el relato es que la naturaleza
solo importa en relación a Dios y al ser humano, y no por sí misma. La natu
raleza tiene tan poco valor, los anímales tienen tan poco valor, que se los
puede exterminar masivamente para castigar al ser humano. Según nos sigue
contando la historia, cuando el diluvio cesa y la tierra se seca, una de las
primeras cosas que hace Noé es tomar a algunos de los animales que ha sal
vado en su arca y sacrificarlos en honor a Dios (Génesis, 8, 20). Finalmente,
Dios, mientras aspira el olor del sacrificio, vuelve a decirle a Noé lo que ya le
dijo a Adán: que le entrega la naturaleza entera para que la domine, pero
añadiendo aquí que todos los seres vivos le servirán de alimento (Génesis, 9,
1-3 ). El mensaje no es precisamente edificante.
El sacrificio de animales en honor a Dios es un tema que reaparece una y
otra vez en todo el Antiguo Testamento. De hecho, uno de los libros, el Le
vítico, incluye un manual de cómo deben hacerse los sacrificios, así como
una descripción del uso instrumental de diversas especies de animales. El
Nuevo Testamento todavía muestra menos simpatía por la naturaleza y los
animales. En los Evangelios leemos, por ejemplo, el episodio en que Jesús
siente hambre y se dirige a una higuera en busca de frutos; al no hallarlos,
maldice el árbol y lo seca para siempre (Mateo, 21, 18-22; Marcos, 11, 12-14
y 11, 20-24). El texto no ofrece un mensaje de respeto por las plantas ni de
amor a la jardinería, sino que encarna la actitud caprichosa de quien ve la
naturaleza como una fuente de recursos, que solo tiene valor cuando nos
resulta útil. Por supuesto, puede sostenerse que quizás el pasaje sea una
metáfora, pero, incluso en ese caso, la visión que se está ofreciendo de la
naturaleza es antropocéntrica. Y ya hemos comentado más arriba que usar
la naturaleza como metáfora es también problemático. En otro episodio si
milar, Jesús se encuentra a algunos seres humanos poseídos por demonios;
para liberarlos, echa los demonios a una piara de cerdos, que se arrojan por
6
Marta Tafalla, La Biblioteca de Noé (Barcelona: Herder, 2006). Se puede descargar
aquí: https://ddd.uab.cat/record/147598
JARDINES 289
7 Marta Tafalla, «Un cielo sin animales>>, eldiario.es, 30 de diciembre de 2014 [en línea].
Disponible en: http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/cielo-animales_6_3 3 9526054.html
290 EcoANIMAL
Siendo el jardín un hogar, de nosotros depende que lo sea también para otras
especies de animales, que podamos compartirlo con ellas. Los animales se
sienten atraídos por los jardines por la misma razón que nosotros: en ellos
encuentran cobijo, tranquilidad, alimento, agua, sombra. Está en nuestras
manos ser hospitalarios con ellos y desarrollar la misma simbiosis que con las
plantas: sí los acogemos, podremos disfrutar de observarlos, aprender de
ellos y apreciarlos estéticamente. Para facilitar que algunos anímales hallen
en nuestro jardín su hogar o un lugar de visita agradable, basta con dejar que
una parte se desarrolle de manera más libre y salvaje. Si reducimos nuestra
actividad de podar, limpiar y ordenar, facilitaremos que insectos, pequeños
reptiles, pájaros e incluso anfibios sí hay agua disponible puedan instalarse.
Si nuestro jardín es lo bastante grande, y sobre todo si está cerca de bosques
o campos, podremos recibir también a algunos mamíferos.
Ya hablamos en capítulos anteriores de esa corriente que reclama una
naturaleza más salvaje y libre, enarbolando conceptos como rewilding y re
naturalization, que en castellano traducimos corno resilvestar y renaturalizar.
Lo que pide este movimiento es que renunciemos a dominar la naturaleza, le
permitamos desarrollarse de manera más espontánea y le ayudemos a recu
perarse del daño que le hemos causado. Así, se plantea que en los ecosiste
mas naturales debemos contribuir a la reintroducción de especies salvajes,
ayudarlas a abrirse camino y luego dejar que se desarrollen por sí mismas.
Desde esta corriente, se defiende que los jardines son un lugar donde ayudar
a la naturaleza. Si contamos todos los jardines, terrazas y patios que existen
en cada ciudad y los sumarnos a los parques urbanos de distintos tamaños,
veremos que configuran una inmensa red, que a su vez se conecta con la
naturaleza que existe fuera de las ciudades, ya sea más o menos salvaje o
cultivada. Esa red de espacios puede representar un papel muy distinto se-
JARDINES 295
8 Sobre este concepto, véase el breve documental Somos plaga, dirigido por Xiana Gó
mez-Díaz, Emilio Fonseca y Walkie Talkie Films para el Centro de Cultura Contemporánea
de Barcelona y estrenado en 2017 [en línea]. Disponible en: http://www.cccb.org/es/multi
media/videos/somos-plaga/22703 5
296 EcoANIMAL
Una vez hemos introducido la idea de qué es un jardín, nos falta plantearnos
la cuestión de si la jardinería es un arte. Por supuesto, una respuesta afirma
tiva no implicaría que todos los jardines lo fueran. La mayoría de las personas
9
Véase una buena lista de consejos en:
http://www.wildlifetrusts.org/gardening
https://blogsostenible.w ordpress.com/2012/02/08/haz-tu-jardín-mas-ecologico-tam
bien-para-parques-publicos/
JARDINES 297
acostumbra a trabajar con las plantas más representativas del paisaje local,
tanto las que pueblan los entornos naturales como las que se emplean en
labores agrícolas: vid, olivo, ciprés, trigo, pino, roble, árboles frutales, laurel
y otras plantas aromáticas mediterráneas. Caroncho nos presenta esas plan
tas ordenadas de tal modo que nos ayuda a comprenderlas y apreciarlas. Al
dar una forma a sus díseño'l, no pretende imponer un estilo personal que
convierta el jardín en la fantasía de un jardinero particular, sino que recurre
al lenguaje clásico y universal de la geometría, un lenguaje que todo el mun
do reconoce y que se emplea para estudiar el orden de la naturaleza. Así,
descompone los elementos característicos de un entorno como el mediterrá
neo y los presenta en una ordenación geométrica. Empleando como base del
diseño una cuadrícula, que es una de las formas más antiguas de la jardinería,
Caroncho va disponiendo cada una de las especies como quien va colocando
las piezas en un tablero de ajedrez. De ese modo, logra mostrar las cualida
des sensoriales de cada una de las especies y subrayar las afinidades y con
trastes entre unas y otras, entre sus formas, colores, texturas, densidades, la
manera en que se agitan al viento, los sonidos que producen con el aire y
la lluvia, el modo en que captan y reflejan la luz, los distintos aromas.
Por ejemplo, en una de sus obras más emblemáticas, el jardín del Mas de
les Voltes, diseñado en 1994 en Girona, Caruncho se concentra en algunos
elementos: tierra, hierba, agua, cipreses, olivos, trigo, vid y frutales. Son fac
tores fundamentales del paisaje mediterráneo y también de la alimentación y
la cultura. Caroncho traza una cuadrícula sobre el terreno y en ella distribu
ye esos elementos en combinaciones distintas, logrando una composición
elegante y armónica. Al disponer las plantas, la tierra y el agua en una confi
guración geométrica, cada elemento queda ordenado en relación con los
otros. No aparecen como elementos meramente individuales y dispersos,
sino articulados en una figura compuesta según reglas matemáticas, relacio
nes de proporción y simetría. Pero, al mismo tiempo, no se difuminan dentro
de la figura, porque la estructura geométrica otorga definición y claridad:
cada planta está en su lugar, tiene espacio para desarrollarse por sí misma y
podemos apreciarla en detalle. Cada especie se diferencia de las demás,
y cada planta individual lo hace también, porque cada una tiene su lugar
dentro del diseño.
La forma ordena y define, nos ayuda a focalízar la atención y comparar
los distintos elementos. Al trazar rectos paseos en los que se alternan cipreses
y olivos, señala la altura solemne de los primeros en contraste con la forma
de copa de los segundos. Al cultivar un campo de trigo rectangular, revela la
magia de su color dorado ondeando con los juegos del viento. Además, Ca
runcho dispone los elementos de tal modo que la luz ayude a mostrarlos.
Sabe aprovechar las distintas maneras en que cada planta capta la luz, leer
cómo el sol de cada estación ilumina el terreno y emplear los reflejos que se
producen en el agua, ordenada también en estanques geométricos. Al final,
su cuadrícula es un tablero de juegos de luz.
JARDINES 299
Pero hay que destacar una de las características de su jardín del Mas de
les Voltes, que reencontramos en otras de sus creaciones, como Amastuola
diseñado en Massafra, Italia, en 2003. En Mas de les Voltes, Caruncho 110 s;
centra en cultivar esas plantas que la tradición ha considerado más valiosas
en un sentido ornamental, sino que elige especies que se han venido em
pleando en las labores agrícolas, como el trigo, la vid y el olivo. Normalmen
te, estas plantas son cultivadas con una funcionalidad práctica y no porque
sean más o merios bellas; el agricultor las concibe ante todo como una fuen
te de alimento. En cambio, cuando Caruncho las incorpora a sus diseños, lo
hace de un modo que no responde a la práctica agrícola y así nos muestra
esas especies tan familiares de un modo innovador.
El agricultor que cultiva una vid o un campo de trigo dispone las plantas
según criterios prácticos para obtener la mayor calidad y/o cantidad de ali-.
mento. En cambio, Caruncho las ordena para que puedan desarrollar sus
cualidades sensoriales, para que puedan crecer y mostrarse como lo que son
y nosotros podamos apreciar sus cualidades estéticas. La diferencia radica en
la forma. Cuando nos encontramos una sucesión de campos de trigo rectan
gulares en Mas de les Voltes o vides dispuestas en perfectas líneas paralelas
ondulantes que suben y bajan por las colinas en Amastuola, la forma en que
están dispuestas nos invita a percibir las plantas de un modo nuevo. El orden
en el que están organizadas nos permite comprender al instante que no son
naturaleza salvaje, pero tampoco pertenecen a una explotación agrícola, sino
que están cultivadas para presentar su textura, su densidad, la manera como
la luz revela su color, como sus formas evocan las formas del terreno o sus
hojas juegan con la brisa.
Sus jardines resultan tan cautivadores porque su uso de la forma es, ade
más, minimalista y austero. Caruncho no está utilizando las plantas como un
medio para exhibir su originalidad o su fantasía, sino empleando las formas
geométricas para revelar la belleza natural. Además, acostumbra a prescindir
de plantas cuyos colores sean muy llamativos y no suele desplegar una gran
variedad cromática; en esto coincide con el criterio de Kant, quien sostenía
que la forma siempre debe prevalecer sobre el color. Renunciando a todo
exceso, se limita a organizar algunas especies de plantas en formas geométri
cas básicas, y es esa misma simplicidad la que revela aún con más fuerza la
belleza de las plantas en relación con la belleza del entorno.
El resultado de esa actitud humilde es que sus jardines emergen como
verdaderos paraísos. Caruncho logra revelarnos la belleza apacible de los
paisajes mediterráneos, con sus colores sólidos, su luz intensa y cálida, las
temperaturas amables, las ondulaciones suaves del terreno, el sonido alegre
que :,irranca del follaje una brisa tranquila; una belleza que olvidamos cuan
do reducimos la naturaleza a una mera fuente de recursos económicos. Las
plantas de sus jardines no están ahí simplemente para producir alimentos:
están ahí para que las descubramos y para mostrarnos que, cuando nosotros
se lo permitimos, la naturaleza se nos revela como el paraíso añorado.
300 ECOANIMAL
sentido vitalista como político y metafísico. 12 Más allá de la pintura, los jar
dines han sido profusamente representados en la literatura, el teatro, la foto
grafía, el cine o la música; mientras que a su vez muchos jardines reales
acogen en su espacio obras escultóricas, lecturas de poesía, representaciones
teatrales o conciertos. Su relación con la arquitectura es todavía más intensa.
De esa manera, los jardines no solo conectan el arte y la naturaleza, sino que
llevan la conexión más allá de la jardinería, hasta el resto de disciplinas artís
ticas.
Los jardines, tanto si son obras de arte como si no lo son, regalan experien
cias estéticas profundas. Esas experiencias estéticas tienen lugar mientras
diseñamos y cultivamos nuestro jardín, aunque solo sea un patio o una terra
za, y también cuando visitamos los jardines y parques que otras personas
crean y cuidan, desde los más sencillos a los más sofisticados. Y aquí regre
samos de nuevo a la cuestión de la plurisensorialidad, al planteamos de qué
manera participan nuestros diferentes sentidos en la apreciación de los jar
dines.U
En las primeras páginas de su Crítica del Juicio, Kant se ocupa de la apre
ciación estética del jardín. Asumiendo la jardinería como arte, Kant la agru
pa junto con la pintura, la escultura y la arquitectura, y sostiene que la apre
ciación de estas artes consiste en la apreciación de su forma, es decir, el
patrón formal que el artista ha creado y que se percibe con el sentido de la
vista. 14 En un pasaje posterior del libro, defiende que el jardín es una subcla
se del arte de la pintura y, que como tal, se crea para ser visto. Kant añade
que el sentído del tacto no participa de la apreciación estética de un jardín,
porque no permite percibir su forma. 15 Al olfato ni siquiera lo menciona.
Por supuesto, Kant es consciente de que un jardín es un entorno multi
sensorial y especialmente lleno de aromas, pero considera que los olores no
pueden ser objeto de apreciación estética, como ya explicamos en el segundo
capítulo. Los olores pueden ser agradables, pero no bellos; despiertan placer
biológico, pero no placer intelectual. Kant está defendiendo una estética
profundamente racional, para la cual la belleza se halla en el orden matemá
tico que existe en la naturaleza, que el artista recrea en sus obras mediante la
colores, trazando sombras más cortas o largas; vemos cómo el otoño inunda
el jardín de hojas caídas y colores cálidos, como si ese manto rojo y dorado
quisiera proteger la tierra del frío que comienza; oímos la fuerza del viento,
los repiqueteos de la lluvia y el granizo; oímos a los animales que nos visitan;
tocamos las plantas y las medimos en relación a nuestro cuerpo para com
probar cuánto han crecido; gustamos las moras todavía ácidas y luego yá
maduras; percibimos en todo nuestro cuerpo los cambios de temperatura,
tocamos la tierra cálida o fría, jugamos con la nieve, rompemos la superfície
helada del estanque. Sin embargo, el olor tiene una capacidad especial para
acompañar los cambios al ser él mismo tan volátil y capaz de fusionarse,
transformarse, mezclarse. Un olor no permanece estable, sino que posee una
identidad fluida, lo que le permite expresar la identidad transitoria del jar
dín. Y, por ello, el jardinero puede emplear los aromas de las plantas para
diseñar la forma de un jardín de tal modo que muestre con claridad los delos
naturales y el carácter efímero de los procesos vitales.
Un jardín puede ser diseñado como un calendario aromático sí seleccio
namos plantas que florecen y fructifican en distintos momentos del año ofre
ciendo una variedad de fragancias. La idea es muy antigua y la hallamos
tanto en jardines sofisticados, por ejemplo el jardín de Monet en Giverny,
como en los más amateurs. Tales jardines cumplen una función anamnética
en las grandes urbes, porque en ellas la gente fácilmente pierde el sentido de
los ciclos naturales y olvida qué flores y frutos son propios de cada estación.
Un jardín planificado como calendario permite redescubrir los díferentes
momentos del ciclo anual y disfrutarlos con todos los sentidos, asociando
cada etapa con determinados colores, olores, sonidos, texturas y formas.
Para una persona ciega, un jardín diseñado como un calendario aromático
puede generar una experiencia estética valíosa. Le ayudará a percibir los
cambios que tienen lugar en el jardín y así podrá reconocer cada planta que
florece o da fruto por la fragancia y asociarla con ese momento del año. Dado
que el olfato tiene una conexión tan profunda con la memoria, los olores son
estímulos adecuados para recordar el orden de los ciclos naturales. Así, los
aromas de un jardín no solo ofrecen placeres subjetivos y corporales, como
creía Kant, sino que ordenan la experiencia temporal de un jardín.
El olor también subraya otros cambios más efímeros, como puede ser la
lluvia, que altera los aromas y revela el momento particular como un instan
te único. Así, el olfato recuerda que la experiencia estética de un jardín es
siempre la experiencia de lo pasajero, de lo que no podemos retener, de lo
que nunca vuelve a ser exactamente igual, de lo que vive en constante trans
formación. Por el contrario, cuando no se posee el sentido del olfato, el jar
dín parece menos cambiante y más estable, más permanente.
Cuando algún animal muere en nuestro jardín, el olfato suele ser quien
primero alerta de lo sucedido. Si el olor es tan fuerte que provoca una sen
sación biológica desagradable, reforzará el mensaje de que una vida ha cesa
do. La peste resulta molesta como el dolor y esa sensación incómoda es el
JARDINES 307
Aunque estos no son los sentidos centrales para los cuales se diseñan los
jardines, existen tradiciones muy antiguas que juegan con ellos. En la jardi
nería japonesa es frecuente trazar senderos en los que el visitante ha de pres
tar atención a dónde pisa para no tropezar, lo que le obliga a caminar más
despacio. Es una invitación a romper con los automatismos cotidianos y to
mar conciencia de nuestro cuerpo y sus movimientos. Así, por ejemplo,
cuando se diseña un camino de baldosas, se las coloca de distinto tamaño y
forma para que uno tenga que concentrarse en el acto de caminar. De la
misma manera, cuando se diseña un puente para cruzar un arroyo, se tiende
a sugerir una cierta sensación de inseguridad. En la jardinería occidental no
es frecuente emplear esos elementos, pero sí en cambio incluir columpios y
laberintos. Sin embargo, normalmente estas apelaciones a la propiocepción,
la kinestesia y el equilibrio se realizan para inducir experiencias positivas,
que nos inviten al juego o bien a la calma. Y lo que resulta original en el di
seño de Libeskind es estimular a través de esos sentidos experiencias profun
damente negativas.
El diseño de Libeskind para este jardín está en consonancia con su diseño
del museo. La propuesta arquitectónica es fascinante, porque Libeskind dio
al edificio del Museo Judío de Berlín la forma de una estrella de David frag
mentada, lo que le confiere una estructura de zig-zag, una forma angulosa y
un aspecto desconcertante. La fachada de zinc está atravesada por una ma
raña de cortes que parecen heridas: son ventanas, pero al verlas nos damos
cuenta de que no responden a una pauta evidente, lo que produce una sen
sación de confusión. Desde fuera, es imposible adivinar la estructura interior
del edificio. Cuando el visitante entra en el museo, enseguida se da cuenta de
que está diseñado para generar una desagradable sensación de desorienta
ción, que es la más adecuada para atender al contenido que se nos ofrece: la
historia del pueblo judío y especialmente la persecución sistemática organi
zada por los nazis y el genocidio. Cuando ya hemos acabado de visitar el
museo, la única salida nos obliga a atravesar el jardín, que pretende comuni
carnos lo que significa no tener otro camino que el exilio.
El suelo del jardín está indinado y en él se alzan cuarenta y nueve colum
nas de hormigón de seís metros de altura dispuestas en cuadrícula, igualmen
te inclinadas, entre las que uno debe encontrar el camino y la salida. La incli
nación del suelo y de las enormes columnas crea una sensación de pérdida de
equilibrio y desorientación en la que no es posible hallar un punto de refe
rencia. Además, el tamaño de las columnas resulta opresivo. Dentro de cada
una crece un Quercus phellos, un roble rojo de hoja de sauce, que asoma sus
ramas por la parte superior, más allá del alcance de los visitantes. El jardín
pued� evocar ideas diversas: un bosque petrificado, los barrotes de una cár
cel, pero todas ellas tienen que ver con la angustia que genera. El único alivio
parece hallarse si miramos hacia arriba y vemos ese techo donde se unen las
ramas de los árboles, a los que, sin embargo, no tenemos acceso. No pode
mos tocar sus troncos con las manos, no podemos ver de ellos más que unas
310 ECOANIMAL
ques y articulado en torno a paseos arbolados. De hecho, ese diseño fue una
de las razones fundamentales por las que me instalé en él. Sin embargo, en
cuestión cíe pocos años, un día iba caminando por la calle y de repente tro
pecé. Cuando miré al suelo, vi que las raíces de uno de los álamos, que había
crecido rápido y estaba espléndido, habían comenzado a quebrar la acera.
En los siguientes meses y años, prácticamente todos los álamos, que crecían
fuertes y hermosos, rompieron las aceras.
En realidad, la experiencia estética que provocaban era delíciosa. Permi
tían hacer visible lo que normalmente no lo es, la vida oculta y subterránea
de las plantas. Y esas raíces que emergían, además, lo hadan con formas
bellísimas, revelando que los árboles son tan hermosos en su parte inferior
como en su parte superior. Es cierto que al caminar por las aceras había que
vigilar para no tropezar, pero si recordamos la tradición japonesa de diseñar
los jardines de tal manera que el visitante tenga que mirar dónde pisa, se
podía asumir esa experiencia como una invitación a andar de forma más
atenta y calmada, prestando atención al propio cuerpo, al ritmo de caminar
y al entorno. Al mirar al suelo para no caer, teníamos la oportunidad de ob
servar las formas sugerentes y bellas de las raíces rompiendo el asfalto. Que
braban las aceras dibujando en ellas curvas sinuosas y ramificadas, que con
trastaban con el trazado recto de las calles. Mostraban su textura leñosa
emergiendo entre el asfalto duro y frío. En las largas tardes de verano, la luz
cálida del sol intensificaba el contraste de formas, texturas y colores. Con el
paso del tiempo la situación aún mejoró (o empeoró, según la opinión mayo
ritaria de mis vecinos), porque a través de las aceras quebradas comenzaron
a crecer nuevos árboles. Era la fuerza y la vitalidad de la naturaleza redise
ñando la ciudad. Como ya se puede imaginar, la presión del vecindario llevó
al ayuntamiento a tomar un par de decisiones: la primera, talar la mayoría de
los árboles, y la segunda, reparar el asfalto. Desde entonces, el barrio es más
aburrido. Ha perdido parte de su personalidad.
Es cierto que las raíces, que cada vez sobresalían más, comenzaban a ser
un obstáculo para las personas con movilidad reducida, las personas ciegas,
las personas que empujaban carritos de bebé, arrastraban maletas o carros
de la compra, y había que garantizar que cualquier persona pudiera caminar
segura. Tener ciudades accesibles es un deber moral incuestionable, un re
quisito necesario para construir comunidades realmente acogedoras. Y, sin
embargo, acabar talando tantos álamos plantados pocos años antes es una
pérdida lamentable y responde a un error de planificación. ¿Qué se hizo
mal? No parece que los álamos fueran idóneos para calles tan estrechas;
otras especies habrían crecido más lentamente y sin dañar las aceras. Por
otro l_ado, sí trazáramos las ciudades con calles más amplias y no aprovechan
do usureramente hasta el último centímetro, habría más espacio para garan
tizar una movilidad segura y cómoda para todos y a la vez permitir también
que los árboles pudieran crecer sin generar molestias. En ciudades de Esta
dos Unidos, Chile, Alemania o Gran Bretaña he visto barrios enteros pobla-
312 EcoANIMAL
dos de árboles enormes con los que la gente sabe convivir, pero en los que el
espacio se suele distribuir de manera más generosa. Lo que no tiene sentido
es plantar árboles que van a necesitar mucho espacio en calles estrechas. Y
eso afecta tanto a las raíces de los árboles como a su ramaje. En distintas
avenidas de mí ciudad hay árboles de cierta altura, pero, como los han plan
tado tan cerca de los edificios de viviendas, las ramas más cercanas son una
molestia, lo que lleva al servicio municipal de jardinería a podarlos de mane
ra desequilibrada. Se cortan las ramas más cercanas a las viviendas y se dejan
en cambio las que apuntan hacia la calzada. Lo que eso produce son árboles
fuertemente asimétricos: y no es solo un problema de apariencia, sino de
equilibrio de los árboles. Ante un fuerte vendaval, son más inseguros.
Respecto a los álamos talados, el ayuntamiento los sustituyó en unos casos
por almeces, que ahora están preciosos, siempre llenos de gorriones, jilgue
ros y estorninos, y en otros casos por melias. No creo que la melía fuera una
buena decisión porque no es una especie autóctona, pero hay que reconocer
que se trata de un árbol encantador. Crece con forma de copa y un follaje
frondoso, por lo que da sombra abundante; tiene una floración preciosa que
llena las calles de púrpura y lila y produce unos racimos de frutos amarillos
que persisten durante el invierno y compensan la falta de hojas con un poco
de color. Estos árboles, procedentes del sudeste asiático, se han convertido
en los preferidos de las hermosas cotorras argentinas, que son también una
especie desplazada por los negocios y caprichos humanos. Así que en mi
barrio ahora tenemos árboles asiáticos poblados por aves latinoamericanas
conviviendo con la flora y la fauna local. El paisaje es bien extraño. Insisto
en que creo que deberíamos cuidar la flora y la fauna propias de cada ecosis
tema, pero, ya que hemos traído aquí a estos miembros de especies de otros
lugares contra su voluntad, se merecen el mejor trato posible. Como el lector
ya puede imaginar, algunos de mis vecinos continúan protestando, porque
los abundantes frutos de las mellas caen al suelo y estorban. Por supuesto, si
uno quiere protestar, siempre encuentra motivos. Protestar es más fácil que
observar, aprender y apreciar.
No voy a entrar aquí en el debate sobre las especies exóticas que pueden
llegar a causar daños a las autóctonas, porque es un problema complejo que
necesitaría mucho espacio. Pero lamento que se las llame «invasoras», como si
la culpa fuera suya. Cuando una especie exótica produce daños a una especie
local, en realidad, las dos son víctimas y la única especie culpable somos noso
tros. Pero, como decía, este es un debate demasiado complejo para abordarlo
ahora; dada la diversidad de la casuística, necesitaría un libro para él solo.
solo unos pasos de la oruga, una araña se mueve afanosa tejiendo su red y
sabes que un gesto tuyo descuidado destruíría un trabajo de horas. Cuando
las plantas florecen, ver llegar abejas y otros polinizadores, observarlos revo
lotear y escuchar su intenso y dulce zumbido resulta embriagador.
Los pájaros, que vienen cada día de visita, son intocables. Respeto su
distancia, intento ser hospitalaria mostrando que no les molesto, que no es
toy en su espacio. Parece que he conseguido comunicar bien el mensaje, ya
que algunos vienen regularmente, y en una ocasión una pareja de mirlos
llegaron a criar en un precioso nido dentro del jazmín. Y, sin embargo, al
primer mirlo que comenzó a visitar asiduamente el patio cuando me instalé,
y al que observé durante algunos años, me lo encontré un día muerto entre
la hojarasca, y lo mismo sucedió años después con otro. En ambos casos, no
pude evitar acariciarlos, como si fuera una manera de despedirlos. Es extra
ño acariciar un cuerpo que horas antes estaba vivo, haciendo su vida cotidia
na, y que de repente está apagado, inmóvil, inerte. Parece que sostenerlo un
momento en tus manos es darle un último calor, reconocerlo como individuo
con una historia, despedirte de una criatura a la que has visto tantas veces
antes de abandonar su cuerpo sobre la tierra para que regrese a ella de nue
vo. Colocarlo en un rincón tranquilo para que se descomponga en paz. Tocar
y ver a un animal muerto en el jardín. También eso es una profunda expe
riencia estética que nos llena de melancolía por una vida finalizada, de tris
teza por una ausencia, de conciencia de nuestra propia finitud y de preguntas
que jamás sabremos responder.
9. Del huerto al plato
9. l. COMIDA Y PLURISENSORIALIDAD
1
Yuriko Saito, Everyday Aesthetics, op. cit., pp. 20, 119-124.
318 ECOANIMAL
2 Gordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why It
Matters, op. cit., pp. 3-4.
3 Gordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why It
Matters, op. cit., pp. 25-26.
DEL HUERTO AL PLATO 319
4 Charles Spence y Betina Piqueras-Fiszman, The Perfect Mea!. The Multisensory Scien
ce o/Food and Dining, op. cit., pp. 10-11, 38-41, 215-216, 232, 286-287.
320 EcoANIMAL
nasal estimula el apetito más intensamente que los otros sentidos. Sin embar
go, esa experiencia de continuidad a veces da sorpresas y no siempre agrada
bles. Un alimento puede tentar con un buen olor que llega por la vía
ortonasal como una promesa de placer, pero las promesas no son garantías y
puede que, una vez en la boca, el olfato retronasal se lleve una decepción.
Sin embargo, una persona anósmica no recibe esas pistas del olfato orto
nasal, de la misma manera como después no percibe el factor fundamental
del sabor. En ausencia de olfato, la continuidad entre el olfato ortonasal y el
retronasal desaparece, y eso afecta a la continuidad entre la expectativa y la
experiencia. Para una persona anósmica, la percepción de la comida antes de
probarla es básicamente visual, pero la vista proporciona poca información
relevante que permita anticipar las sensaciones que percibirán el gusto y el
sistema trigeminal, pues son sentidos muy distintos unos de otros. Puede
haber un poco más de continuidad con el sentido del tacto y la temperatura:
por ejemplo, si la persona anósmica sostiene el bol de la sopa o el cono de
helado en las manos, podrá hacerse una idea de las sensaciones de tacto y
temperatura que sentirá en la boca. También puede haber cierta continuidad
con el sentido del oído si estamos tomando comida crujiente, como unas
verduras al wok o pan tostado. Pero esas líneas de continuidad son mucho
más pobres que las que teje el olfato.
Así pues, cuando los anósmicos nos sentamos a la mesa, no nos resulta
sencillo adivinar el sabor de la comida que vamos a tomar. Será fácil con un
plato que comemos a menudo, pero difícil sí es una novedad. Si tenemos
delante un plato que no ofrece muchas pistas visuales, como sucede con so
pas, purés o cremas, es prácticamente imposible que podamos adivinar los
ingredientes y el sabor. Y, una vez lo probemos, seguirá siendo igual de difícil
reconocer los ingredientes, ya que la percepción del sabor será muy pobre.
Yo era ya muy mayor cuando me hice consciente de que, desde niña, ante
un plato que no conocía siempre esperaba a que los demás comensales lo
probaran primero y me dijeran qué era y a qué sabía. Incluso a veces daba
mi propio plato a probar, si había pedido algo diferente que los demás. Ha
bía automatizado completamente esa dependencia de la información que los
otros me proporcionaban hasta el punto de que me parecía normal. Y claro
está que no lo es: los demás no lo hacen. Pero también está claro que para un
anósmico es una medida de prudencia. Una vez quedé para comer con unos
amigos en una cafetería y pedimos una paella de verduras para todos. Era ya
tarde y yo estaba hambrienta, así que, aquella vez, en cuanto nos sirvieron,
comencé a comer sin esperar la opinión de los demás. Estaba tan enfrascada
en mi plato que no advertí las muecas de los demás al probar la paella. Para
cuando me dijeron que sabía a quemado y que iban a pedir otra, yo ya me
había zampado la mitad de mi ración.
La temporalidad de comer no solo consiste en los dos tiempos que hemos
mencionado. Una vez comenzamos a comer, iniciamos un proceso en el que
cada vez nos vamos sintiendo más satisfechos y menos hambrientos. El pla-
322 EcoANIMAL
cer de comer es un placer transítorio en el que, con cada bocado, nos senti
mos un poco más saciados y va disminuyendo nuestro deseo de seguir co
miendo. Sin embargo, este proceso no finaliza cuando ya no tenemos más
hambre o hemos decidido que no deberíamos comer más, porque todavía es
posible disfrutar de nuevos sabores gracias a una serie de sustancias aromá
ticas: café, té, infusiones, licores o tabaco, que extienden la experiencia pla
centera del sabor más allá de comer.5 Desafortunadamente, esas sustancias
aromáticas no ofrecen apenas ningún sabor para una persona anósmica.
Cuando la comida llega a su fin, las personas con buen olfato continúan
percibiendo el sabor en su boca y los olores en el entorno. Si ha sido un
menú especial, la experiencia emocional quedará guardada en la memoria,
de manera que en el futuro el mismo olor podrá despertarla. Esa es la razón
por la que algunos restaurantes ofrecen souvenirs olfativos a sus dientes. El
olor, percibido por ambos sentidos del olfato, es el hilo que teje en un conti
nuo el proceso completo de comer, desde el primer anuncio hasta el último
recuerdo. Las personas anósmicas, por desgracia, no percibimos de manera
tan sólida y profunda esa continuidad.
9.3. COCINAR
6 Elizabeth Rozin y Paul Rozin, «Culinary Themes and Variations», en Carolyn Korsme
yer (ed.), The Taste Culture Reade,: Experiencing Food and Drink (Oxford & Nueva York:
Berg, 2005), pp. 38-39.
7 Ilona Croy, Simona Negoias, Lenka Novakova, Basile N. Landis y Thomas Hummel,
«Learning about the Functíons of the Olfactory System from People without a Sense of Smell»,
op. cit.
324 EcoANil\,!AL
mos la sensación de que la vista nos engaña, que nos promete una diversidad
que no es real. Lo mismo sucede con sustancias similares. Cuando tomo
yogur de avena, si estoy mirando el producto tengo claro que me estoy co
miendo el de vainilla y no el de arándanos, canela o avellana, pero si los
pruebo con los ojos cerrados, no sé cuál estoy tomando. Si compro una barra
de chocolate con naranja y otra barra de chocolate con menta, y las pruebo
sin mirar, no logro diferenciarlas.
La decepción es todavía mayor con el té. Hay una diversidad casi infinita
y, sin embargo, da igual elegir uno que otro, porque todos van a saber prác
ticamente igual. La persona anósmica percibe diferencias mínimas de dulce
o ácido, pero son realmente diminutas, de manera que el mundo del té es un
paraíso inaccesible. Los nombres sensuales y oníricos de muchos tés, los
pintorescos envoltorios, la atmósfera sugerente de algunas teterías decoradas
con imágenes de países lejanos, la presentación en tazas de aspecto exótico,
la música de fondo, todo son promesas de un placer que nunca se materiali
za. Por supuesto, sí percibimos la temperatura del té caliente, que puede
sentarnos de maravilla en un día frío de invierno. También sentimos que la
tila nos relaja y el té negro nos despierta. Pero ahí se acaba la experiencia. Lo
mismo sucede con otras bebidas. Una Coca-cola es exactamente igual que
una Pepsi y no se diferencia apenas de una Fanta. Todos los vinos son prác
ticamente iguales y bastante aburridos. El cava hace burbujas y se sube a la
cabeza, pero, por lo demás, no tiene ningún interés.
Tal como diferentes estudios muestran, una de las principales quejas de
las personas que han perdido el olfato en su vida adulta es que comer resul
ta menos placentero. Algunas reaccionan perdiendo el apetito, porque todos
los alimentos les resultan insípidos. Otras, en cambio, comen más en busca
de ese sabor añorado que no logran recuperar. Otras añaden más sal, azúcar,
especias, grasas o buscan comidas fuertes. 8 Para evitar caer en desórdenes
alimentarios, es importante hacerse consciente de lo que significa la pérdida
y tratar de buscar estrategias compensatorias razonables, como concentrarse
más en lo que sí se puede percibir: aspectos visuales como la forma y el color,
la textura, la temperatura o el sonido.
Los anósmicos congénitos, en cambio, no necesitamos realizar ese proce
so de adaptación porque siempre hemos experimentado la comida sin olfato.
Sin embargo, durante la infancia y la adolescencia hemos tenido que pasar
por otro proceso también difícil: comprender que percibimos la comida de
manera diferente a la mayoría. Hay una circunstancia que puede hacer que
todavía resulte más complicado. Con otros tipos de diversidad funcional, la
persona afectada sabe que todo el mundo nota su carencia. Eso puede pro
vocar algunos problemas psicológicos, porque la persona afectada teme ser
siempre inmediatamente juzgada por esa diferencia y teme que oculte los
8
Ilona Croy, Steven Nordin y Thomas Hummel, «Olfactory Disorders and Quality of
Life-An Updated Revíew», op. cit., pp. 187-188.
DEL HUERTO AL PLATO 325
9
Rache! Herz, The Scent o/Desíre. Discovering Our Enigmatic Sense o/ Smell, op. cit.,
pp. 182-183.
326 EcoANIMAL
Una persona con anosmia congénita solo toma conciencia de que no percibe
la mayor parte del sabor de la comida cuando escucha a los demás describir
sus experiencias. Al comer, no echa de menos los aromas que nunca ha co
nocido, pero si otra persona está comiendo el mismo plato y explica lo que
percibe, la persona con anosmia congénita comprenderá que se está perdien
do el elemento fundamental del sabor. Por el contrario, la persona que ha
tenido olfato y lo ha perdido recuerda con nostalgia los sabores a los que ya
no tiene acceso, y esa ausencia también implica que no puede conversar con
los demás sobre los sabores como lo hacía antes. Ya no puede decirle al co
cinero con un gesto de complicidad que ha notado el nuevo toque de carda
momo con el que ha mejorado la receta del pastel, ni comentar con sus
10 Ilona Croy, Steven Nordin y Thomas Hummel, «Olfactory Disorders and Quality of
Life-An Updated Review», op. cit., pp. 190-191.
11
Rachel Herz, The Scent o/ Desire. Dz'scovering Our Enigmatic Sense o/ Smell, op. cit.,
pp. 203-204.
DEL HUERTO AL PLATO 327
amigos que un vino es más afrutado que el otro y combina mejor con el
menú que están disfrutando.
Tradicionalmente se ha venido afirmando que describir olores y sabores
en palabras es una tarea difícil o incluso imposible. Solemos decir que no
poseemos un vocabulario bien definido y organizado como sí lo tenemos
para los colores o las formas geométricas. Sin embargo, el neurólogo Gordon
M. Shepherd sostiene que describir aromas y sabores es igual de difícil que
describir rostros o melodías musicales. Cualquiera que tenga los sentidos
necesarios es capaz de reconocer inmediatamente el rostro de su madre, la
melodía de su canción favorita o el olor de una persona querida, pero descri
bir en palabras cada uno de esos elementos es igualmente difícil, porque
todos poseen formas irregulares y es esa irregularidad la que se resiste a
nuestras descripciones. 12 Y a pesar de ello, nos dice Shepherd, a la gente le
gusta hablar de esos elementos difíciles de describir, tanto de los rostros
como de la música o los sabores. Así que la dificultad no parece estar frenan
do el interés ni la comunicación sobre estas materias.
Shepherd señala que a la mayoría de la gente le encanta hablar sobre co
mida, describir nuevos platos que ha descubierto y recomendar recetas. La
actual abundancia de programas televisivos, cursos y libros de cocina parece
confirmarlo de sobra. De manera que, quizás, esa dificultad no esté actuando
como un obstáculo, sino como un estímulo que invita a la gente a prestar
más atención a los sabores y buscar estrategias creativas para hablar de ellos.
De hecho, los profesionales y aficionados a la cocina han ido desarrollando
vocabularios para describir olores y sabores, tomando prestados elementos
de otras áreas, como por ejemplo colores o notas musicales. También han
generado todo tipo de comparaciones y metáforas. Si leemos críticas culina
rias y enológicas, u obras literarias en las que la cocina tenga un papel impor
tante, veremos que es posible escribir textos interesantes, complejos y ricos
sobre los sabores. u Según Shepherd, esto no debería sorprendernos, ya que
comer y hablar son dos actividades que comparten un mismo hogar: nuestra
boca.
Pero la relación entre lenguaje y comida es todavía más compleja, porque
el lenguaje podría influir en nuestras experiencias. Los psicólogos Spence y
Piqueras-Fiszman sostienen que el nombre que se le da a un plato o la des
cripción que se ofrece de él puede influir en la percepción de su sabor. La
explicación es la siguiente: cuando un plato combina diferentes ingredientes,
colores, formas, aromas, gustos, temperaturas y texturas, difícilmente pres
taremos la misma atención a todos ellos. El nombre que el restaurante le da
12 é;ordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why lt
Matters, op. cit., pp. 76-84, 207-215.
13 Para el caso del vino, véase: Barry C. Smith (ed.), Questions o/Taste: The Philosophy
o/Wine, op. cit. Caín Todd, The Philosophy of Wíne. A Case o/Truth, Beauty and Intoxícatíon
(Montreal & Kingston: McGill-Queen's University Press, 2010).
328 EcoANL_'v!AL
lidades específicas que los adultos enseñan a las crías. Incluso se comunican de
manera diferente, pues las que cazan otros mamíferos marinos han aprendido
a ser más silenciosas que las demás. Se ha observado que los individuos prefie
ren reproducirse con miembros de su mismo grupo cultural, hasta el punto de
que las diferentes comunidades se están distanciando progresivamente. De
hecho, los científicos creen que la especie de las orcas se está diferenciando en
especies distintas en un proceso de divergencia evolutiva. 17
Según decíamos, comer juntos refuerza la comunidad, y lo hace a diferen
tes niveles. Tenemos el nivel biológico de compartír la comida dentro de la
familia o grupo, que hallamos en muchísimas especies animales. Y tenemos
el nivel cultural, que encontramos en diversos grados en aquellas especies
animales que también poseen culturas, y que consiste en compartir una vi
sión común de lo que es comestible o no, de los alimentos apropiados para
cada momento del día o del año. Además, los humanos cocinamos los ali
mentos y cada cultura lo hace a su propia manera. Y podemos hablar sobre
todo ello en un lenguaje compartido.
En una dimensión distinta, hay el nivel de percibir juntos el sabor de la
comida y disfrutar de un placer corporal, y hay el nivel del placer intelectual,
de la apreciación estética. Cuando apreciamos la comida estéticamente, no
solo apreciamos su contenido plurisensorial, sino también su contenido sim
bólico, porque los platos pueden incluir significados profundos y complejos.
Los menús tradicionales con que se celebran festividades religiosas o naciona
les suelen incluir significado. De la misma manera, algunos sabores se em
plean para representar o evocar determinados paisajes, países o estaciones del
año. Asimismo, elegir una dieta vegetariana o vegana tiene un profundo cala
do -filosófico. La cocina más innovadora de nuestros tiempos, que a veces se
presenta incluso como creación artística, juega especialmente con el significa
do. Recordábamos más arriba que una obra de arte debe decir algo, y quienes
pretenden hacer arte con la cocina tratan de decir cosas mediante los sabores.
El problema al que nos enfrentamos las personas anósmicas es que no
percibimos esos sabores y por ello a veces nos cuesta entender la carga sim
bólica que poseen. No podemos hablar de ellos como lo hacen los demás y
aprender a cocinarlos nos resulta más difícil. En consecuencia, a veces senti
mos que no acabamos de pertenecer del todo a esa comunidad porque no
17
Rüdiger Riesch, Lance G. Barrett-Lennard, Graeme M. Ellis, John K. B. Ford y
Volker B. Deecke, «Cultural traditions and the evolution of reproductive isolation: ecological
speciation in killer whales?», Biological Journal ofthe Linnean Society, vol. 106, núm. 1 (2012),
pp. 1-17 [también en línea]. Disponible en: http:/ /onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/
j.1095-8312.2012.01872.x/full
A. E. Moura et. al., «Phylogenomics of the killer whale indicates ecotype divergence in
sympatry», Heredity, vol. 114 (2015), pp. 48-55 [también en línea]. Disponible en: https://
www.nature.com/artides/hdy201467
Rüdiger Riesch, «La especiación de la orca común», Investigación y Ciencia, núm. 484
(2017), pp. 80-87.
330 EcoANIMAL
Entre los diversos sentidos que participan en la percepción del sabor, el olfato
y el gusto tienen una relación especial, más íntima que con la vista o el oído,
porque ambos son sentidos químicos. Normalmente, se complementan uno al
otro. Y es por ello que nos planteamos la pregunta de cómo afecta al gusto la
ausencia de olfato. Antes de haber buscado la respuesta en la ciencia, mí intuí
ción optimista era que quizás los anósmicos percibíamos los gustos de manera
más clara y definida al no estar teñidos por los olores. Craso error. Lo que nos
dice la ciencia es todo lo contrario y es una prueba más de las complejas rela
ciones que se producen entre los sentidos en la percepción del sabor.
Según una serie de estudios recientes, a las personas anósmicas, tanto si se
trata de anosmia congénita como adquirida, nos costaría más detectar e iden
tificar sensaciones de gusto así como las sensaciones que percibe el sistema
trígeminal. Lo que parecen demostrar los estudios realizados mediante reso
nancias magnéticas funcionales es que los otros sentidos químicos también se
ven afectados negativamente por la ausencia de olfato, de manera que su per
cepción es más pobre. 18 Algunos estudios redentes también han hallado que,
entre las diferentes sensaciones de gusto, la que resulta más dífícil de identifi
car para las personas anósmicas es el amargo. 19 Esta es una noticia especial
mente mala, porque una de las funciones del gusto amargo es avisar de la
posible presencia de sustancias tóxicas. La dificultad de las personas anósmi
cas para identificar el gusto amargo puede incrementar las dificultades que ya
provoca la ausencia de olfato para detectar comida estropeada o venenosa.
Además, la ausencia de olfato no parece promover el desarrollo compen
satorio de otros sentidos, como una podría también desear. Sabemos que las
18 Léa Gagnon, Ron Kupers y Maurice Ptito, «Making Sense of the Chemical Senses»,
Multisensory Research, vol. 27 (2014), pp. 399-419.
19 Léa Gagnon, Martín Vestergaard, Kristoffer Madsen, Helena G. Karstensen, Hartwig
Siebner, Niels Tommerup, Ron Kupers y Maurice Ptito, «Neural Correlates of Taste Percep
tion in Congenital Olfactory Impairment», Neuropsychologia, vol. 62 (2014), p. 300.
DEL HUERTO AL PLATO 331
personas con ceguera congénita sí lo presentan: la zona del córtex que debe
ría estar dedicada al sentido de la vista se pone al servicio de otros sentidos.
No hay un fenómeno equivalente en el caso de la anosmia.20
20
Léa Gagnon, Ron Kupers y Maurice Ptito, «Making Sense of the Chemical Senses»,
op. cit., p. 410.
2t
Gordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why It
Matters, op. cit., pp. 137-138.
22 ·Charles Spence y Betina Piqueras-Fiszman, The Per/ect Mea!. The Multisensory Scien
ce of Food and Dining, op. cit., pp. 116-118.
23
Betina Píqueras-Fiszman y Charles Spence, «The influence of the color of the cup on
consumers' perceptíon of a hot beverage», ]ournal of Sensory Studies, vol. 27, núm. 5 (2012),
pp. 324-331.
332 EcoANL'vlAL
24
Charles Spence y Betina Piqueras-Fiszman, The Per/ect Mea!. The Multisensory Scíen
ce ofFood and Dining, op. cit., p. 123.
25
Gordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why It
Matters, op. cit., p. 131.
DEL HUERTO AL PLATO 333
nuídad entre el olfato ortonasal y retronasal vincula el olor del entorno con
el aroma de la comida dentro de la boca. Esta continuidad es el factor prín
cipal por el que comer una ensalada de algas en una playa mediterránea un
día soleado de verano es una experiencia placentera. La afinidad entre los
olores de la playa y el sabor de las algas produce un diálogo armónico. Por
el contrarío, comer exactamente la misma ensalada en los Alpes, rodeados
por la nieve en un día de crudo invierno, generará sensaciones contradicto
rias. Asimismo; beber una copa de vino en el viñedo en el que se ha cultivado
la uva, comer un arroz de verduras en el huerto donde han crecido, comer la
fruta cogida dírectamente de los árboles sentados a su sombra o comer
la mermelada que nosotros mismos hemos elaborado en el jardín donde re
colectamos la fruta son experiencias placenteras, porque la percepción del
sabor y del entorno son complementarias como las piezas de un puzle. Y, de•
igual manera, todo esto explica por qué ni siquiera la comida más exquisita
sabe bien en un avión: porque estamos sentados incómodos en un espacio
diminuto, con una mesita minúscula, con platos y cubiertos de plástico, en
un ambiente ruidoso, a veces rodeados de vecinos molestos, y a menudo nos
sentimos cansados, estresados y en general estamos deseando salir de ahí de
una vez y llegar a nuestro destino.
El vínculo entre la comida y el entorno nos permite enlazar la estética de
la comida con la estética del entorno, tanto al nivel de la experiencia perso
nal como del discurso teórico. Y hacerlo abre numerosas líneas de investiga
ción para la cocina, la geografía, el arte y la filosofía: explorar cómo la comi
da expresa la personalidad de un entorno; hacer dialogar dos entornos
combinándolos en un mismo plato; evocar un entorno que ya no existe re
cordando los sabores típicos; fantasear con entornos imaginarios creando
recetas innovadoras.
Esta es otra dimensión que se ve afectada cuando se sufre anosmia. Dado
que las personas anósmicas no percibimos la continuidad entre el olfato or
tonasal y el retronasal, la interacción entre la percepción del entorno y de la
comida también es menos intensa. Sin embargo, en la búsqueda de estrate
gias para lograr que la experiencia de comer sea más placentera, es impor
tante estimular el diálogo con el entorno a través del resto de sentidos. Pres
tar atención a la atmósfera del lugar, la vista que contemplamos desde la
mesa, la luz, la temperatura, los materiales de que están hechos el mantel o
los asientos y la música de fondo son elementos que pueden incrementar
nuestro disfrute de la comida, tanto a un nivel biológico como intelectual. Y,
por supuesto, la compañía de buenos amigos puede hacernos sentir que la
comida es más apetecible. Nuestro cerebro hace estas cosas: la música que
escuchamos puede provocar que en un mismo cava encontremos dos sabores
dístü�tos y, de la misma manera, una buena compañía y una mala pueden
hacernos sentir que exactamente el mismo plato resulte más o menos sabro
so. Así que comer bien acompañados en un lugar agradable facilitará nuestro
disfrute.
334 EcoANIMAL
26 Charles Spence, Malika Auvray y Barry Smith, «Confusing Tastes with Flavours», en
Dustin Stokes, Mohan Matthen y Stephen Biggs (eds.), Perceptz'on and Its Modalities (Oxford:
Oxford University Press, 2015), pp. 247-275.
DEL HUERTO AL PLATO 335
¿Por qué, entonces, la «sabiduría popular» cree que el sabor depende del
gusto? La principal causa de la confusión parece ser la siguiente: dado que
la comida está en la boca y dado que al masticar prestamos atención a nues
tra boca y tenemos sensaciones táctiles y kinestésicas, nos parece que la sen
sación de sabor ha de venir de ahí. Y, en consecuencia, mucha gente tiende
a creer que el sabor se basa en el gusto, del que es responsable la lengua. 27
En realidad, darse cuenta de que el sabor depende del olfato retronasal,
darse cuenta de que al exhalar el aire de los pulmones este circula por la
parte posterior de la cavidad bucal y arrastra los aromas de la comida lleván
dolos a l& nariz, no es fácil. Es uno de esos casos en que el conocimiento
científico contradice la intuición. Ahora bien, una vez los científicos entien
den cómo funciona, lo que no acabo de comprender es por qué este conoci
miento tarda tanto en llegar a la sociedad.
Esta confusión popular la encontramos incluso en la estética filosófica,
donde se ha convertido en un elemento más del discurso tradicional. Cuando
la filosofía moderna comenzó a teorizar la estética de una manera novedo
sa, algunos pensadores decidieron que para explicar la apreciación estética
sería útil recurrír como metáfora a la percepción de la comida, dado que
hay una serie de simílítudes entre ambos procesos: en ambos casos encon
tramos un sujeto que tiene una experiencia íntima y personal de un objeto,
que si afina su percepción puede captar en él una diversidad de cualidades,
algunas muy sutiles, y que en este encuentro siente un placer o desplacer
inmediato. Sin embargo, como estos autores creían que el sentido que per
cibe el sabor es el gusto, comenzaron a usar el sentido del gusto como me
táfora para explicar la capacidad de apreciar las cualidades estéticas de un
objeto, lo que llamaron «gusto estético». Carolyn Korsmeyer ha reconstrui
do esa historía. Según ella explica, a pesar de la baja estima en que la filoso
fía tenía a los sentidos considerados menores, el sentído del gusto fue am
pliamente reconocido como una metáfora útil para explicar la habilidad de
discernir las cualidades más sutiles de los objetos en un encuentro íntimo
con ellos. Korsmeyer señala cómo David Hume usó el sentido del gusto de
ese modo en su ensayo de 1757 La norma del gusto, uno de los textos funda
mentales de la estética moderna. En él narra la historia, tomada de Cervan
tes, de dos personajes que están probando un vino y cuya fina sensibilidad
les permite detectar matices del sabor que escapan a la mayoría; esa habili
dad para percibir las cualidades de la comida que tiene el sentido del gusto
sería equiparable a la habilidad para apreciar las cualidades del objeto me
diante el gusto estético. 28
27
Gordon M. Shepherd, Neurogastronomy. How the Brain Creates Flavor and Why It
Matters, op. cit., pp. 30-31.
28 Carolyn Korsmeyer (ed.), The Taste Culture Reader. Experiencing Food and Drink, op.
cit., p. 195.
336 ECOANIMAL
En otra de sus obras señala Korsmeyer que, aunque la belleza solía expli
carse en la estética moderna con referencias a la experiencia visual (la visión
de una flor o de una pintura), en cambio para explicar la operación de apre
ciar estéticamente un objeto se la comparaba con la operación de saborear la
comida. En ambos casos, el sujeto tiene un encuentro íntimo con el objeto
que le permite captar sus cualidades e inmediatamente siente placer o des
placer, de manera que la percepción y la sensación de placer o desplacer van
unidas.29 No obstante, lo que Korsmeyer no aclara es que dicha comparación
se basa en un uso incorrecto de los conceptos de gusto y olfato. Por el con
trario, lo que pretende es continuar empleando el sentido del gusto como
metáfora del gusto estético y tratar de desarrollarla aún más. Pero, al hacerlo,
inevitablemente tropieza con el error en el que se basa. Y eso es de lamentar,
porque, por lo demás, los trabajos de Korsmeyer sobre filosofía de la comida
son bien interesantes.
Como un ejemplo de la confusión encontramos lo siguiente. En uno de
sus libros, crítica la tesis de que el verdadero responsable del sabor es el olor
y de que el sentido del gusto se limita a un puñado de sensaciones básicas.
Korsmeyer intenta defender el sentido del gusto argumentando que han de
existir muchos gustos distintos, en consonancia con la existencia de nume
rosas tradiciones culinarias.'º Si Korsmeyer pudiera diferenciar propiamente
el sabor, el olor y el gusto, entendería que la variedad de tradiciones culina
rias existe gracias al sentido del olfato. Solo poseemos unas pocas sensacio
nes de gusto, que forman parte de nuestro hardware biológico, pero las per
sonas con olfato pueden percibir miles de aromas distintos, y la relación
entre cada olor y el valor que se le conceda en términos de placer o desplacer
es cultural, no biológico.
En un libro posterior, Korsmeyer reconoce que el olor y el tacto influyen
en la percepción del sabor, y sin embargo afirma que ella emplea el término
«gusto» como sinónimo de «sabor», entendiendo que el sabor también in
cluye el tacto y el olfato. 31 Pero esta decisión resulta problemática. Dado que
el «sabor» es la suma de todas las sensaciones procedentes de todos los sen
tidos y que el «gusto» es solo uno de los sentidos que participan en él, em
plear el concepto que designa una parte del todo para designar el todo gene
ra confusión. Sería equivalente a utilizar el concepto de «cocina» para
designar «casa», ¿qué sucedería entonces con el dormitorio y el baño? Pero
en el caso que nos ocupa es todavía peor, porque este uso del término «gus
to» perpetúa la creencia popular de que el gusto es el sentido fundamental
en la percepción del sabor de la comida, cuando no es así. Por otra parte,
este empleo de los términos resulta sorprendente, porque en uno de los tex-
29
Carolyn Korsmeyer, Making Sense o/Taste. Food and Philosophy, op. cit., pp. 40-42.
3° Carolyn Korsmeyer, Making Sense o/Taste. Food and Philosophy, op. cit., p. 6.
i
31
Carolyn Korsmeyer (ed.), The Taste Culture Reade1'. Experiencng Food and Drink,
op. cit., p. 3.
DEL HUERTO AL PLATO 337
32 Linda M. Bartoshuk y Valerie B. Duffy, «Chemical Senses. Taste and Smell», en Ca
rolyn Korsmeyer (ed.), The Taste Culture Reader. Experiencing Food and Drink, op. cit., p. 27.
33 Carolyn Korsmeyer (ed.), The Taste Culture Reader. Experiencing Food and Drink,
op. cit,, p. 6.
338 EcoAN!MAL
34 Richard Wrangham, Catching Pire. How Cooking Made Us Human (Londres: Profíle
Books, 2009), pp. 179-194.
DEL HUERTO AL PLATO 339
15 http://www.harbisson.com/
DEL HUERTO AL PLATO 341
cados nos bombardean con una gran cantidad de estímulos. Nuestros ante
pasados habrían enloquecido en un lugar así. A veces me pregunto si noso
tros no enloquecemos también un poco, dado lo fácil que resulta convencer
a la gente de que pague por comida basura, por consumir un exceso de
dulces y grasas que le acabarán causando problemas de salud.
Esa estética superficial de la comida genera situaciones cada vez más
absurdas. Hace unos años se generalizó en nuestro país, como en otros, el
consumo de salmón de piscifactoría. Criar salmones de manera industrial,
copiando en el mar los mecanismos de la ganadería, permite producir más
carne dt: manera más barata. Pero este sistema tenía un problema: la carne
del salmón de piscifactoría no posee ese precioso color rosado de los salmo
nes salvajes. Lo que otorga a los salmones salvajes el color tan característico
de su carne es que uno de los elementos fundamentales de su dieta son los,
crustáceos, que contienen pigmentos que tiñen su cuerpo de forma natural.
También los flamencos obtienen su elegante color rosado gracias a una die
ta rica en crustáceos. Sin embargo, en las piscifactorías los alimentan con un
producto industrial fabricado con la carne de distintas especies de peces, de
manera que no desarrollan ese color, sino un gris aburridísimo. Y la gente
que compraba salmón quería ver el color rosado. Después de todo, si hemos
llegado a bautizar esa tonalidad rosada con el nombre de «color salmón»,
¿cómo iban los consumidores a comprar salmón gris? Habría sido tan con
tradictorio como comprar naranjas azules. Nadie iba a adquirir un producto
con un color considerado más feo una vez ya se había asociado el sabor
agradable con el color rosado. Explicar a los compradores por qué el sal
món de piscifactoría tenía otro color resultaba demasiado complicado. Si
tienes que dar muchas explicaciones, no vendes. Por tanto, se decidió teñir
el salmón.
En pocas décadas, el proceso industrial de teñir la carne de salmón se ha
sofisticado hasta el punto de que cada piscifactoría puede determinar el tono
exacto que desea, puede lograr una carne un poco más roja o un poco más
anaranjada, añadiendo el pigmento correspondiente en la dieta de los anima
les. Las empresas que fabrican colorantes artificiales para comida han desa
rrollado los pigmentos. En paralelo se han realizado estudios de marketing
para averiguar qué tonalidad prefiere cada sector de la población y en qué
medida están dispuestos a pagar más o menos por su color predilecto. Así
que nuestra magnífica civilización tiene ahora expertos en tonalidades de
salmón y la gente compra el salmón teñido artificialmente sin ningún repa
ro.36 Mientras que el color es un elemento decisivo en la compra del salmón,
no parece haber muchos clientes que pregunten en qué condiciones han vi
vido los animales, con qué dieta se los ha engordado, si se les han suminis
trado antibióticos, ni por supuesto cuál fue su calidad de vida o cómo fueron
36 http://www.dsm.com/markets/anh/en_US/products/products-solutions/products_
solutions_tools/Products_solutions_tools_salmon,html
342 EcoANIMAL
matados. ¿A quién le preocupa que las condiciones de cría son tan terribles
que buena parte de los salmones se vuelven sordos?37
Lo que sucede con el salmón no es un caso aislado. A menudo, los yogu
res con sabor a frutas no llevan nada de fruta, sino aromas artificiales. El
mundo de las sopas libra una batalla continua para lograr fabricar en los la
boratorios aromas capaces de evocar el olor de las sopas tradicionales que las
abuelas cocinaban durante horas. La mayoría de los alimentos precocinados
llevan colorantes y aromas artificiales.
Tomar la decisión de comprar verduras y frutas de producción ecológica
y de proximidad cambia la experiencia estética. Muchos envoltorios desapa
recen y otros pasan a ser más sencillos y sobrios, así que percibimos los ali
mentos de manera más directa. La alimentación ecológica ha tenido que
volver a reivindicar la estética tradicional de los alimentos: las frutas y las
verduras son irregulares. Cada patata, cada pimiento, cada calabacín es dife
rente. Algunos están torcidos y otros tienen marcas. Los hay con formas tan
raras que sorprenden. Las cooperativas y tiendas ecológicas nos los venden
con restos de tierra, hojas y ramas, e incluso a veces con algún insecto. Que
da claro de dónde vienen, no hay necesidad de negar su origen en la tierra.
La producción ecológica nos ofrece una experiencia estética en que no prima
la homogeneidad, la superficie pulida y brillante, sino los alimentos tal como
son, sin formas regulares, con sus defectos, cada uno diferente. No necesito
que todas las patatas y los melocotones sean homogéneos, de la misma ma
nera en que yo tampoco quiero ser homogénea. Si hay uniformidad, todo es
rápido y fácil, sabes lo que puedes esperar, sabes lo que vas a encontrar. La
vida se convierte en una cadena de montaje. Si hay diferencias, hay más por
descubrir, hay complejidad y sorpresas. Si encuentro un caracol en la ensala
da, me recuerda los ciclos de la vida a los que todos pertenecemos y puedo
liberarlo en un sitio tranquilo.
Decíamos que la estética de la comida predominante en nuestra civiliza
ción es una estética de envoltorios. También es una estética basada en la
publicidad, que no deja de ser otro tipo de envoltorio. Los medios de comu
nicación nos bombardean todo el tiempo con anuncios de comida y bebida
que nos prometen experiencias de placer y felicidad. Nos dejamos seducir
con una facilidad extraordinaria y acabamos creyendo que beber esa cerveza
nos regala la esencia de una fiesta de verano con los amigos, que ese turrón
encarna el reencuentro familiar por navidad, ese zumo nos llenará de vitali
dad y ese suplemento alimentario nos devolverá la juventud perdida. En los
anuncios de comida, más que ver comida, vemos gente aparentemente sana,
joven y guapa, gente estupenda que se lo pasa muy bien, que celebran fiestas
en casas encantadoras, van de viaje a lugares maravillosos, se enamoran y se
37 Nerissa Hannink, «Por qué los salmones de piscifactoría son sordos», El País, 20 de
diciembre de 2017 [en línea]. Disponible en: https://elpais.com/elpais/2017/12/18/cien
cia/1513609192_836658.html
DEL I-IUERTO AL PLATO 343
38 Véase la charla TED de Car! Safina, titulada «¿En qué piensan y qué sienten los ani
males?», de 2015: https://www.ted.com/talks/carl_safina_what_are_animals_thinking_and_
feeling? langu age=es
Y los libros: Élise Desaulniers, Je mange avec ma tete (Montreal: Les Éditions internatio
nales Alain Stanké, 2011); Comer con cabeza (Madrid: Errata Naturae, 2016), traducción de
i
Teresa Lanero Ladrón de Guevara. Lisa Kemmerer, Eatng Earth. Environmenta! Ethics and
Dietary Choice (Oxford: Oxford University Press, 2015).
DEL HUERTO AL PLATO 345
creer lo que uno quiere creer. La razón por la que en nuestra civilización se
miente tantísimo sobre cuestiones básicas, la razón por la que la gente es tan
crédula, es que resulta fácil vivir en la superficie de las cosas rodeado de
mentíras cómodas, mientras que profundizar en busca de respuestas difíciles
exige un esfuerzo. Una estética trivial, fácil y rápida que no implique hacerse
preguntas nos ofrece una satisfacción instantánea y nos hace sentir más se
guros que una estética seria, profunda y crítica que nos embarca en un viaje
inacabable de aprendizaje.
Por todo ello, la publicidad de productos de origen animal se esfuerza al
máximo para evitar que los compradores tengan la menor inquietud, la me
nor duda o sensación incómoda. La cuestión es crear una estética que gene
re en el comprador la convicción de que no hay nada problemático en ese
producto. A menudo, la estrategia que usan para vender carne de pollo es
envolver el pollo real en un paquete en el que aparece dibujado un pollo que
él mismo dice «cómeme» mientras salta y brinca feliz. Así, el pollo dibujado,
que es una mera representación, oculta al pollo real, y la gente compra el
pollo real creyendo que compra ese pollo dibujado que está deseando que se
lo coman. Qué tranquilidad nos da eso a los consumidores, saber que el
pollo está deseando que nos lo comamos; nos libra al instante de cualquier
remordimiento que pudiéramos tener. Luego vemos un anuncio de queso y
son unas vacas las que saltan y brincan y dicen «ñam, ñam, qué rico». Anali
zado con frialdad, el recurso es ridículo. Y, sin embargo, funciona. La gente
compra esos productos. Están más que dispuestos a asumir una estética ridí
cula siempre que les evite tener que pensar demasiado. 39
Por supuesto, si una invierte tiempo en buscar información sobre cómo
viven los animales criados para producir alimentos, lo que descubre es bien
distinto. Cada uno de esos anímales está atrapado en vidas de sufrimiento
constante, tanto físico como emocional y mental. No son reconocidos como
sujetos con capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas, con una
serie de necesidades propias de su especie y con necesidades individuales
fruto de personalidades diversas. Son tratados como meros objetos, herra
mientas para conseguir ganancias económicas, y son maltratados hasta lími
tes de pesadilla. Pero los empresarios todavía tienen el cinismo de publicitar
sus productos con el dibujito de un pollo que dice «cómeme». El cinismo de
esos empresarios encaja a la perfección con la superficialidad de un público
deseoso de que le eviten plantearse problemas. Solo faltaría tener que pensar.
Cuando nuestra especie se bautizó a sí misma como Hamo sapiens, eligió
paradójicamente como su rasgo fundamental la capacidad a la que más se
resiste, el don natural al que tantas veces intenta renunciar.
39
Sobre estas cuestiones hay que leer el clásico: CarolJ. Adams (1990), The Sexual
Politics of Meat. A Feminist-Vegetarian Critica! Theory. 25th Anniversary Edition (Nueva York:
Bloomsbury, 2015); La política sexual de la carne. Una teoría crítica feminista vegetariana (Ma
drid: Ochodoscuatro ediciones, 2016).
346 ECOANIMAL
40 Lori Marino, «Thinking chickens: a revíew of cognitíon, emotion, and behavíor in the
domestic chicken», op. cit. [en línea]. Disponible en: http://link.springer.com/article/10.1007/
s10071-016-1064-4
41 G. Bernardi, «The use of tools by wrasses», Coral Ree/s, vol. 31, núm. l (2012), p. 39
[en línea]. Disponible en: https:/ /link.springer.com/ artícle/10.1007 %2Fs00338-011-0823-6
Sandíe Millot et. al., «Innovative behaviour in fish: Atlantic cod can learn to use an exter
na! tag to manipulare a self-feeder», Animal Cognition, vol. 17, núm. 3 (2014), p. 779-785.
42 Jonathan Balcombe, What a Fish Knows. The Inner Lives o/ Our Underwater Cousins
(Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 2016).
DEL HUERTO AL PLATO 347
decorar un plato con él solo es banalidad. Por muy bien decorado que esté
el plato, nunca dejará de ser completamente superficial.
Un ejemplo de la estética superficial de la comida que prima en nuestra
civilización es la leche. Basta el sentido común para saber que ningún mamí
fero adulto la necesita. La leche es un invento de la naturaleza para que las
madres alimenten a sus bebés mientras no pueden comer por sí solos. Y eso
también es así para los humanos. Un bebé humano necesita la leche de su
madre. Pero una vez los mamíferos nos hacemos adultos y podemos comer
por nosotros mismos, dejamos de necesitarla. Esa es la razón por la que tan
tos de nosotros, al crecer, nos hacemos intolerantes a la lactosa: la naturaleza
no preparó nuestros cuerpos adultos para beber una leche que no necesita
mos. Por otra parte, es importante mencionar el hecho de que mamar refuer
za el vínculo afectivo entre la madre y sus hijos. Eso es así para los humanos,
y por ello colectivos de madres defienden el valor de la lactancia y exigen
poder dar de mamar en lugares públicos; y es igualmente importante para las
otras especies de mamíferos.
Nuestra civilización descubrió hace siglos el gran negocio de vender leche
de otras especies. Aunque los humanos no la necesitamos, un enorme sector de
la industria alimentaria vive de vender leche de otros animales. No solo nos
venden la leche para beber, sino que la encontramos transformada en y ogu
res, quesos, mantequilla, nata, helados, chocolate, bombones, pasteles, biz
cochos, galletas, cremas de verduras, salsas para la pasta. Es mucho más di
fícil eliminar la leche del menú que eliminar la carne, porque está en todas
partes. La publicidad sistemática de los lácteos es un bombardeo constante
que se repite en las escuelas, se repite en la consulta del médico, se repite en
los medios de comunicación.
El negocio de la leche conlleva maltrato y dolor de forma inevitable. Las
vacas, las ovejas y las cabras dan leche para sus crías, no para nosotros. La
industria láctea se basa en romper el vínculo de las madres con sus crías, que
necesitan esa leche, para vender la leche a los humanos que no la necesitan
pero que pagan por ella. Se basa en dejar preñadas a las madres una y otra
vez y, en cuanto paren, separarlas de sus hijos, que son vendidos para ser
comidos con pocos días de vida. Mis abuelos maternos tenían una pequeña
granja tradicional de vacas lecheras en Galicía y uno de los recuerdos más
vívidos de mi infancia es que, cuando se separaba a las madres de sus hijos,
cuando se trasladaba a sus hijos a otro establo para luego venderlos, no pa
raban de llamarse mutuamente. Aún recuerdo a una persona de mi familia
impidiendo que una vaca pudiera dirigirse al establo donde estaba su terne
ro mientras ambos anímales se llamaban. Era obvio que sufrían. Causar tal
dolor para conseguir algo que no necesitamos es una actitud tan superficial
como egoísta.
Pero en una civilización que nos repite constantemente que necesitamos
lácteos y que decora las botellas de leche con imágenes de vacas felices, no
es fácil desenvolver y desempaquetar las capas de discurso oficial para en-
DEL HUERTO AL PLATO 349
contrar lo que ocultan. Para mí, ese proceso implicó reiteradas discusiones
dolorosas con varios miembros de mi familia. Me ayudó enormemente ha
blar de ello con la filósofa Asunción Herrera y su marido, el escritor Alfredo
Hernández, quienes hace ya muchos años, cuando todos éramos muy jóve
nes, decidieron apostar por la producción ecológica de leche con el deseo de
contribuir a un mejor trato a las vacas. Crearon una granja en un precioso
paraje de Asturias e hicieron todo lo posible por ofrecer a los animales una
buena vida. El viaje personal de ambos, desde la creencia inicial de que la
producción ecológica ayudaría a mejorar el trato a los animales hasta descu
brir que es imposible producir leche sin dolor, no solo los cambió a ellos,
sino también a algunas de las personas que estábamos a su alrededor. Ahora
hace ya años que cerraron su granja y que Asunción escribe, entre otros te
mas, sobre ética animal. Y lo hace con un profundo conocimiento de causa.4.l
Y, sin embargo, el interés económico llega a extremos absurdos. Como
muchas personas somos intolerantes a la lactosa, la industria ahora nos ofre
ce leche sin lactosa. Sería más sencillo olvidarnos de la leche, pero eso frena
ría un negocio millonario. La industria de la leche tiene que convencernos de
que, aunque no necesitemos leche, incluso aunque nos siente mal, tenemos que
comprarla. Merece la pena analizar estéticamente los anuncios publicitarios
de la leche sin lactosa. Nos la presentan como si nos hicieran un gran favor:
la ciencia ha resuelto un problema grave y ahora todo el mundo puede beber
leche. ¿Qué vemos en los anuncios? Familias formadas por personas guapí
simas, simpáticas, divertidas, sanas. Desayunan juntos mientras se muestran
afecto y hacen bromas. Antes sufrían, pobrecillos, porque la leche les senta
ba mal, pero ahora, gracias a la leche sin lactosa, ya pueden beber leche to
dos juntos y ser felíces, así que lo celebran bailando y cantando. ¿Cómo no
van a caernos bien? Verlos tan felices nos contagia felicidad. Nos entran
ganas de bailar y cantar con ellos. Sin embargo, en esos anuncios de televi
sión aparece una familia que no es real, que está representada por un grupo
de actores, y aparece una felicidad que tampoco es real, sino fingida por los
actores por exigencias del guión. Los actores cobran por simular ser una
familia feliz. Ese teatro se realiza para ocultar lo que sucede con la única fa
milia real implicada: la vaca a la que le han robado sus crías, las crías que han
perdido a su madre y que serán matadas con pocos días de vida. Esta es la
estética de la civilización en que vivimos: imágenes falsas de felicidad para
envolver y ocultar una realidad injusta.
Pensemos en las tradicionales celebraciones navideñas, en las que las
familias se reúnen alrededor de la mesa para desearse paz y felicidad. Si
sobre la mesa tienen anímales muertos de los que solo perciben el sabor, si
celebran la .fiesta familiar comiéndose a los hijos de otras familias, ¿qué en-
41 Véase el relato de esta historia en: Asunción Herrera Guevara, Ilustrados o bárbaros.
Una explicación del déficit democrático y etz'comoral (Madrid: Plaza y Valdés, 2014 ), pp. 170-
178.
350 ECOANIMAL
nuestra salud, con las relaciones entre nuestra salud física, emocional y men
tal. Es una oportunidad para replantearse hábitos, consultar con médicos y
nutricionistas, leer libros de biología, de agricultura ecológica, de permacul
tura, preguntar, buscar, compartir. Y es un viaje estético, el descubrimiento
de nuevos sabores, de otra forma de cocinar, de otras recetas, otros rituales,
otras tradiciones. Encontramos una belleza profunda en los platos cuando
no le han robado la vida a nadie.
Y aquí hay una cuestión importante a subrayar. El proceso hacia una
alimentación vegetariana (en sus diferentes grados y modalidades) o vegana
es un viaje personal que cada uno realiza a su manera y a su ritmo. Un cam
bio de dieta es más fácil si una está rodeada de amigos vegetarianos y vega
nos, vive en un lugar donde es sencillo encontrar productos alternativos, li
bros de nutrición y cursos de cocina, mientras que es más difícil en las
circunstancias contrarias. Pero lo fundamental es lo siguiente. No todos los
cuerpos responden igual y es importante atender al propio organismo. Si
estamos intentando una dieta nueva y nuestra salud física, emocional o men
tal se ve afectada, es que hay algo que no estamos haciendo bien, y en ese
caso es importante acudir a un médico o consultar con un nutricionista.
También hay personas que sufren problemas de salud y que, de manera
temporal o permanente, no pueden o no se atreven a prescindir de algún
producto de origen animal. En esos casos, antes que desesperarse por no
llegar a la meta ideal del veganismo, es importante recordar que existen di
ferentes grados y modalidades de vegetarianismo y que el grado más suave
es ya un paso adelante y es enormemente valioso. Hay vegetarianos que no
consumen carne ni pescado, pero sí huevos y/o lácteos. Los hay que, en
cambio, no consumen carne, ni lácteos, ni huevos, pero sí pescado y/o ma
risco. Lo que resulta fundamental en estos casos es alejarse por completo de
la producción industrial, que es extremadamente cruel con los animales y
devastadora para la naturaleza. Si uno decide tomar huevos y/o lácteos, que
sean de cría ecológica y producción local. Si uno decide comer pescado y/o
marisco, que sea de pesca sostenible. Y sin dejar de recordar que uno está
consumiendo sujetos que han sufrido dolor.
Y hay que añadir el problema más complejo: cuando tenemos que ocu
parnos de la alimentación de alguien que no puede decidir por sí mismo, de
niños, de ancianos, de enfermos. O cuando hemos de alimentar a animales
de compañía que necesitan ingerir productos de origen animal. En todos
estos casos, tenemos el deber moral de intentar reducir al mínimo el daño
que causamos, adquiriendo los alimentos de origen animal a las empresas que
provoquen menos dolor. Y aquí la estética es también importante. Si una
persona consume alimentos de origen animal porque tiene un problema de
salud o °alimenta a sus hijos con productos de origen animal porque cree que
es la alimentación más sana que les puede proporcionar, lo que no se justifi
ca en ningún caso es envolver esa alimentación en una estética que banaliza
el dolor de los animales. Una estética que se burle de los anímales maltrata-
352 ECOANIMAL
Q
uerría acabar este libro con algunas ideas a modo de conclusión y
también de apertura para futuros viajes filosóficos. Comienzo ha
ciendo explícita una contradicción que lo recorre: en él he elogiado
el silencio y la brevedad ... a lo largo de centenares de páginas, lo que no deja
de resultar irónico. Y, sin embargo, a veces hacen falta muchas páginas para
recordar lo más evidente, porque lo habíamos sepultado bajo capas sucesivas
de discursos que necesitamos desempaquetar y desenvolver una tras otra. Y
aquí nos hemos dedicado en gran medida a eso, a desmontar los discursos
del dualismo metafísico y del antropocentrismo para permitir aflorar discur
sos alternativos.
A lo largo de este libro hemos reivindicado una estética en la que partici
pen todos nuestros sentidos. Basándome en los avances de las ciencias sen
soriales, he postulado que los humanos poseemos catorce, pero quizás sean
más. Merece la pena educar y afinar cada uno y cuidar su salud, disfrutar de la
percepción que nos ofrecen y explorar la apreciación estética a través de
todos ellos. Más allá de los humanos, cada especie animal tiene su propio
sistema sensorial, y las diferencias son fascinantes. Para entender la riqueza
que supone la biodíversidad, necesitamos comprender que no solo incluye
una variedad de organismos, sino también de subjetividades. Las especies
animales que pueblan la Tierra se diferencian en cómo la perciben, en cómo
la entienden y la habitan: son distintas formas de estar en el mundo. La Tie
rra es especialmente rica porque es percibida de innumerables maneras dis
tintas por sus habitantes. Cada vez que perdemos una especie animal, perde
mos una forma de comprender y experimentar nuestro planeta.
Que las especies animales perciban de modos distintos significa asimismo
que ninguna posee lo que podríamos denominar una percepción completa
de fa realidad. Todos los sistemas sensoriales, a la vez que nos abren al mun
do, nos limitan y nos constituyen como seres finitos. Todas las especies y
todos los individuos nos caracterizamos por informaciones que nos resultan
inaccesibles, porque están más allá de los umbrales de nuestros sentidos o
354 EcoANIMAL
1
Pepita Cedillo Vicente, Háblame a los ojos (Barcelona: Octaedro, 2004).
2 Cristina Sánchez-Andrade, El libro de ]ulieta (Barcelona: Grijalbo, 2010).
3
Miguel y María Gallardo, María y yo (Bilbao: Astiberri, 2007), Premio Nacional de
Cómic de Catalunya de 2008. El documental del mismo título ha sido dirigido por Félix
Fernández de Castro y estrenado en 2010 [en línea]. Disponible en: http://\vww.rtve.es/ala
carta/v:ideos/el-documental/documental-maria-yo/2060907/
4
Paco Roca, Arrugas (Bilbao: Astiberri, 2007), Premio Nacional de Cómic 2008. La
adaptación al cine fue realizada por Ignacio Perreras y estrenada en 2011.
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http://www.albertespinosa.com/es/inicio/
356 ECOANIMAL
impulsar cambios urgentes ante la catástrofe ecológica que los humanos pro
vocamos y que se cierne de forma amenazadora sobre todas las criaturas de
este planeta. No nos queda mucho tiempo si queremos evitar lo peor.
Tenemos que reaccionar con urgencia y frenar el calentamiento global en
la medida en que todavía sea posible, detener la destrucción de ecosistemas
y el malbaratamiento de recursos naturales. Tenemos que dejar de contami
nar los suelos, los ríos, los océanos y la atmósfera. Tenemos que poner fin
inmediatamente al exterminio global de especies y a la explotación y el mal
trato de los animales. Necesitamos comprender que la riqueza de este plane
ta es su biodiversidad y que nuestra especie la está poniendo en riesgo. Por
ello debemos abandonar el dualismo metafísico, la burbuja antropocéntrica
y el patriarcado, asumir nuestra finitud y decrecer de manera radical. La es
tética ecoanimal puede ayudarnos en ese proceso, porque, al enseñarnos a
apreciar la naturaleza y los animales, nos revelará la gravedad del ecocidío y
nos mostrará también las experiencias profundamente enriquecedoras, los
innumerables viajes de descubrimiento y aventuras, los placeres inagotables
que podríamos disfrutar en una naturaleza recuperada como hogar.
Es nuestro deber aprender a convivir con el resto de formas de vida de
manera respetuosa. Si lo conseguimos, el premio es una vida mejor para
humanos y no humanos. Y sí no somos capaces de aprender, entonces, sim
plemente, no nos merecemos habitar este fabuloso hogar que es el planeta
Tierra.
Agradecimientos
supuso ganar el Premio Aposta 2011 para jóvenes investigadores, así como
por el apoyo del Grupo de Investigación en Epistemología y Ciencias Cog
nitivas (GRECC) y el encargo de impartir un curso del módulo Sentidos en
el máster Retos Actuales de la Filosofía. Doy las gracias a David Casacuberta,
con quien compartimos el módulo, y a las sucesivas generaciones de alumnos
que pasaron por él por las discusiones siempre interesantes.
El Centro de Ética Animal en la Universidad Pompeu Fabra, codirigido
por Paula Casal y Núria Almiron, se está convirtiendo para mí en una segun
da casa y una constante fuente de estímulos y discusiones enriquecedoras.
Agradezco también formar parte del proyecto de investigación Cambio cli
mático, negacionismo y comunicación de influencia. Discurso y estrategias de
los Think Tanks en Europa, dirigido por Núria Almiron, en el cual se inscribe
el presente trabajo.
Agradezco la oportunidad de haber presentado comunicaciones sobre
estos temas en una serie de congresos y jornadas, y especialmente las discu
siones con los otros participantes. Así, doy las gracias a American Society for
Aesthetics, European Society for Aesthetics, Nordic Society of Aesthetics,
International Society for Environmental Ethics, Red Española de Filosofía y
Asociación Española de Ética y Filosofía Política. También al congreso Sen
sory Worlds: Environment, Value and the Multi-Sensory, organizado por la
Universidad de Edimburgo; al IV Congreso Iberoamericano de Filosofía: Fi
losofía en diálogo, organizado por la Universidad de Chile y la Pontificia
Universidad Católica de Chile; al 4th lnternational and Interdisciplinary Con
ference on Emotional Geographies, celebrado en la Universidad de Gronin
gen; a Asunción Herrera por invitarme a departir sobre anosmia y olfato en
la Universidad de Oviedo; a Alicia H. Puleo por invitarme al I Congreso In
ternacional de Género y Cultura de la Sostenibilidad, en la Universidad de
Valladolid; a Emilio Martínez por invitarme a la jornada Ética de la investiga
ción en experimentación animal: nuevas perspectivas, en la Universidad de
Murcia; aJoan Nogué e Isabel Valverde por contar conmigo en el JJ Semina
rio Internacional sobre Teoría y Paisaje: Paisaje y Emoción. El resurgir de las
geografías emocionales, que tuvo lugar en la Universidad Pompeu Fabra; a
Gabriel Lemkow, por invitarme al ciclo de conferencias e intervenciones
artísticas Visuals, en Manresa; a Barry C. Smith por invitarme a participar en
The Two Senses of Smelt Workshop, en la Universidad de Londres; a José
Luis Trejo por incluirme en la mesa redonda sobre experimentación con
animales del 16 National Congress o/ the Spanish Society of Neuroscience, en
el palacio de congresos de Granada; a MaríaJosé Guerra por invitarme a las
Jornadas de Reflexiones Animalistas, en la Universidad de La Laguna; a Ruth
Toledano por invitarme al Primer Encuentro de Pensamiento y Acción Anima
lista Capital Animal, en La Casa Encendida, en Madrid; a Monica Degen y
Judit Carrera por invitarme a los encuentros de Sensory Cities Network; a
Rosa Fernández por invitarme al I Seminario sobre Narrativas del Paisaje: el
Paisaje y las Humanidades, en la Universidad de Málaga; a Pol Capdevila, por
AGRADECIMIENTOS
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tras escribía este libro: Montse Escartín, Paula Casal, Núria Almíron, Anna
Mula, Leonardo Anselmi, Rosi Carro, Ruth Toledano, Sara Martín, María
Valdés, Susana Arias, Alicia H. Puleo, Teo Sanz, Verónica Perales, Angélica
Velasco, Eva Antón, Carmen Velayos, María José Guerra, Jorge Riechmann,
Fernando Arribas, Isabel Balza, Francisco Garrido, Asunción Herrera y Al
fredo Hernández. Y también a Ignacio Español, in memoríam, a quien sigo
echando de menos.
Cuando comencé a escribir este libro, mi madre encadenó varios proble
mas de salud y llegué a pensar en abandonar el proyecto. Tengo que agrade
cerle que en momentos complicados no dejara de animarme para que conti
nuara escribiendo. También quiero dar las gradas a sus buenos amigos Hilda
Edith González Leguizamón y Guillermo Rubén Vendrell Fernández, que
tanto me ayudan a cuidar de ella.
A Marcos de Miguel y a todo el equipo de la editorial Plaza y Valdés les
agradezco la confianza, el entusiasmo y el buen hacer con que acogieron este
libro. Una buena editorial es como un hogar.