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Andrea Pagni

E l cín ico co m o p e rio d ista


R o b e rto Arlt: Aguafuertes porteñas

C uando en m ayo de 1928 apareció en B uenos A ires el nuevo diario E l


Mundo, y A lb erto G erch u n o ff, su p rim er director, in co rp o ró a la redac­
ción a R o b erto A rlt, nadie podía p rever que sus artículos contribuirían
decisivam ente a que E l Mundo se convirtiera, de la n o che a la m añana, en
un éxito de ventas sin precedentes. Y efectivam ente fue A rlt el único p e­
riodista de E l M undo que firm aba sus contribuciones.
Las “aguafuertes” aparecieron con breves interrupciones diariam ente
entre el 5 de agosto de 1928 y el 27 de julio de 1942 (Saítta 2000: 56 y
323). Cuántas crónicas publicó A rlt en definitiva, es algo que todavía la
crítica n o ha logrado aclarar. Ya en 1933 se edita una selección de A gua­
fuertes porteñas con el subtítulo: “ (Selección de sus m ejores A G U A ­
F U E R T E S entre las mil quinientas que el au to r publicó en el diario E L
M U N D O )” . A lo largo de esos catorce años A rlt efectúa una serie de
viajes e in fo rm a desde el interior, o tam bién desde el extranjero: viaja a
U ruguay y Brasil en m arzo de 1930, desde d onde envía unas sesenta
“ aguafuertes” , al litoral en agosto de 1933, a la Patagonia en enero y fe­
b rero de 1934 (Arlt 1997), a E sp añ a y el norte de A frica en 1935-36
(Aguafuertes españolas 1936; en A rlt 1991, III y A rlt 1999), a Chile en 1940.
La m ayor p arte de los artículos que escribe para E l Mundo — los que apa­
recen bajo la rúbrica de “A guafuertes p o rte ñ a s”— tienen p o r tem a diver­
sos aspectos de la vida cotidiana de B uenos Aires. H asta el m o m e n to se
han publicado en diversas ediciones m ás de trescientas “ aguafuertes” , p e ­
ro el n ú m ero total supera con creces esta cifra.
A rlt inició su carrera de periodista en la sección “Policiales” de Crítica,
el diario de N atalio B otana. Allí era, según sus propias palabras, “u n o de
los cuatro encargados de la n o ta carnicera y truculenta” , responsable de
to d o lo que tuviera que ver con “ crim en, fractura, ro b o , asalto, violación,
venganza, incendio, estafa, h u rto ” (Saítta 1998: 11).
F u n d ad o en 1913, Crítica es el p rim er diario m o d ern o de la A rgentina
que llega a un público m asivo. A parece com o vesp ertin o en el có m o d o
form ato tabloid que p erm ite leerlo en cualquier parte, y alcanza después
de p o co tiem po en los años veinte una tirada m uy alta. E l público al que
apunta son las nuevas clases m edias de raíz inm igratoria y los estratos al­
fabetizados de las clases bajas que genera la exitosa industrialización en el
158 A ndrea Pagni

m arco de la sustitución de im portaciones d urante la prim era guerra


m undial — u n público diferente del que leía los tradicionales diarios
p o rteñ o s fundados en el siglo X IX , L a Prensa y L a Naáón.
E l to n o sensacionalista, la diversificación de secciones y rúbricas, el
nuevo layout con sus llam ativos títulos en grandes caracteres de im prenta
y abundantes fotografías, las m últiples inform aciones breves sin co m en ­
tario ni contextualización, etc., favorecen el surgim iento de nuevos hábi­
tos de lectura, contribuyen a configurar u n público nuevo, y convierten a
Crítica m uy p ro n to en el diario m ás vendido de la A rgentina. P uede afir­
m arse, con Sylvia Saítta, que Crítica reconfigura el cam po cultural en el
Buenos Aires de los años veinte (Saítta 1998).
N o es de extrañar que o tro s diarios p rocuraran em ular el éxito de Crí­
tica. Así E l Mundo, fundado en 1928, adopta algunos de los rasgos distin­
tivos de Crítica: su form ato, o el u so peculiar de la fotografía, p ero trata al
m ism o tiem po de diferenciarse del diario de B otana, a fin de delim itar un
espacio p ro p io d en tro del cam po cultural periodístico. P o r eso E l Mundo
aparece co m o m atutino, co m o “diario de to d o el día para toda la fam i­
lia” . E l público al que apunta es, com o lo indica el lema, la familia pe-
queñoburguesa: en este “diario que le interesa a la m ujer, al hogar y al ni­
ñ o ” hay secciones para cada u n o de sus m iem bros. A dem ás, E l Mundo
preten d e ser u n “ diario independiente, serio y no ticio so ” (M angone
1989: 84) y favorecer las buenas costum bres. P o r eso, evita el to n o más
sensacionalista de Crítica, utiliza un lenguaje m ás cuidado, organiza cam ­
pañas en favor de la “lim pieza m oral de la ciudad” (E l Mundo, 26 de ene­
ro de 1929, cit. en Saítta 1998: 20), y — a diferencia de Crítica con su
com p ro m iso claram ente antifascista (M angone 1989: 83)— no tom a p a r­
tido o tiende al oficialism o — tam bién después del golpe de U riburu en
1930. E l Mundo es el p rim er diario argentino que logra en su prim er año
de vida u n éxito masivo: en o ctu b re de 1928 vende 40.000 ejem plares, en
abril de 1929 89.500 y en o ctubre de 1929 127.000 (Saítta 1993: 59). U no
de los principales hacedores de ese éxito es justam ente R o b erto A rlt con
sus “aguafuertes” . La editorial funda tam bién una revista, Mundo A rgenti­
no, en la que A rlt publicará algunos cuentos, y en 1935 la em isora Radio
E l M undo, d o n d e A rlt tendrá, si bien solam ente durante p o c o tiem po,
un program a p ro p io (Saítta 1993: 60). Es lícito preguntarse, sobre el tras-
fon d o de estas inform aciones, p o r qué u n autor com o A rlt, cuyas no v e­
las destilan u n desprecio tan m arcado p o r la pequeña burguesía porteña,
alcanza en u n diario com o E l Mundo sem ejante éxito.
Para decirlo de o tra m anera: ¿cuál es la relación entre el periodista y el
novelista, entre las “ aguafuertes” y las novelas de A rlt? Para R icardo
E l cínico com o periodista 159

Piglia las “ aguafuertes” son “ textos casi p o r encargo, con estructura de


un folletín” , escritos “ en favor del público” , lo que los distingue clara­
m ente de las novelas (Piglia 1986: 21), que con su crítica radical a los
m edios p o n en tam bién en cuestión la actividad periodística. A rlt asum e
una posición p ro fu n d am en te escéptica frente a los m edios m asivos de
com unicación, entre los que p o r supuesto se cuentan, en los años veinte
y treinta, en prim era línea tan to Crítica com o E l Mundo. L os m edios m a­
sivos son para A rlt, com o observa Piglia, “m áquinas de crear ilusiones
sociales, de definir m odelos de realidad” (Piglia 1986: 23). T am bién
H oracio G onzález señala que para A rlt “los diarios y el periodism o p e r­
tenecen a la esfera de la elaboración de creencias de dom inación, espec­
táculos de la falsía dedicada a obtu so s ciudadanos” (G onzález 1996: 18).
Sin em bargo A rlt trabaja para el diario E l Mundo... ¿C óm o se com binan
estos dos datos en Arlt: el ejercicio de la p ro fesión periodística en un dia­
rio de tirada m asiva y la crítica a los m edios m asivos en la narrativa de
ficción?
A diferencia de Piglia, N o é Jitrik ve una relación directa, una conti­
nuidad entre las “aguafuertes” y la narrativa ficcional en la m edida en que
“las aguafuertes constituyen u n cam po previo, de investigación y las n o ­
velas, cuentos y teatro, el plano de la elaboración, del desarrollo” . L os ti­
pos de las “ aguafuertes” se convierten, dice Jitrik, en figuras protagónicas
de las novelas y cuentos, p ero sin ser individuakzaciones de aquellos ti­
pos, sino figuraciones concretas de la crisis histórico-social que se perfila
hacia finales de los años veinte y que se hace evidente con el golpe de
1930 (Jitrik 1987: 118-119). E fectivam ente existe una serie de tem as co­
m unes en las “aguafuertes” y en las novelas. A este registro p ertenecen la
crítica a las instituciones — a la lengua oficial y la actividad literaria en las
“aguafuertes” , al estado en Los siete locos y Los lanzallamas (ver R odríguez
P érsico 1993: 9). P o r otra parte, en cuanto a su técnica, A rlt se revela
com o u n brícoleur que co m p o n e tanto sus novelas y cuentos com o sus ar­
tículos periodísticos con “re sto s” , “ fragm entos” , y “ saberes desprestigia­
d o s” , co m o observaran Piglia en Respiración A rtifid a l (Piglia 1980, 169),
Sarlo en L a imaginaáón técnica (Sarlo 1992: 43-64) y finalm ente A lan Pauls,
que estudia este proced im ien to en las “aguafuertes” : “La m irada de A rlt
aguafuertista describe el m éto d o de la m áquina literaria arltiana: pasear
entre los resto s, identificar el excedente, recolectarlo o extraerlo y, p o r
fin, desviarlo de su función original, dirigirlo en otra dirección, atribuirle
o tro u so ” (Pauls 1989: 314). E sto significa que podríam os en c o n tra r tan­
to en el n arrad o r de ficciones com o en el periodista no sólo tem as co m ­
partidos, sino tam bién una técnica similar.
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Sin em bargo, tan notables y problem áticas com o las sem ejanzas, son
tam bién las diferencias entre am bos tipos de textos, subrayadas una y
otra vez p o r la crítica: E n las novelas dom inaría un to n o am argo, desen­
cantado, m ientras que las “aguafuertes” aparecerían teñidas de h um or, o
sum ergidas en una luz de sim patía y de piedad. P o r un lado, el n arrador
de las “ aguafuertes” p resenta a sus lectores las circunstancias trágicam en­
te banales o banalm ente trágicas de la vida cotidiana de los anónim os
habitantes de B uenos A ires con cierta sim patía; p ero p o r el o tro, el na­
rrad o r de las novelas, que oto rg an u n rol p rotagónico a traidores, delato­
res y falsarios, a los transgresores de las norm as sociales que rigen la vida
cotidiana de esos m ism os anónim os habitantes de B uenos A ires, no le
p ro p o n e al lector ningún tipo de com plicidad contra esos protagonistas,
n o le ofrece co m p artir una condena m oral — el narrad o r de las novelas
de A rlt es seguram ente m ás im personal todavía que el n arrad o r de Flau­
bert. Y B uenos A ires, ese espacio de la desolación y del desarraigo de los
protagonistas de las novelas, es en las Aguafuertesporteñas, con escasas ex­
cepciones, una ciudad íntim a en la que el narrador no puede perderse, en
la que encuentra sus tem as, en la que su escritura, en un sentido literal,
tiene lugar.
E stas diferencias p o d rían explicarse apelando al argum ento de Piglia:
A rlt evita en las “ aguafuertes” toda provocación y llega incluso a esbozar
un g esto de (falsa) solidaridad, p o rq u e el éxito de la colum na depende de
su aceptación p o r parte de los lectores... P ero ni siquiera rem itiendo a la
censura a que eran som etidos en E l Mundo los textos de A rlt (ver Saítta
1993: 63), llega a convencerm e esta explicación dem asiado fácil, que hace
de las “aguafuertes” u n ejercicio m arginal de sim ulación en el m arco de
la o b ra narrativa de Arlt.
H o racio G onzález ofrece en su libro A rlt. Eolíticay locura una explica­
ción — n o una solución— a m i parecer m ás plausible para las contradic­
ciones m encionadas. E l crítico argentino parte de la evolución sem ántica
del térm in o “cinism o” , que p ertenece al vocabulario básico de Arlt. Para
explicar brevem ente cuál era la in tención de los cínicos griegos, m e rem i­
to en lo que sigue a la breve y entretenida Historia de la Filosofía Griega de
Luciano de Crescenzo: “La libertad, com prendida com o sum o bien espi­
ritual, sólo puede alcanzarse, según los cínicos, m ediante la autarquía. U n
verdadero cínico nunca se convierte en esclavo de sus propias necesida­
des físicas o afectivas, n o tem e el ham bre, el frío ni la soledad, no le in te­
resan n i el sexo, ni el dinero, ni el poder, ni la fama. Si pasa p o r loco, es
solam ente p o rq u e ha elegido u n m o d o de vida que difiere fundam ental­
m ente del m o d o de vida de la mayoría. U na vez que ha descubierto que
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los valores suprem os de la vida son espirituales, no tiene otra alternativa


que som eter los valores tradicionales a una crítica aniquiladora. E s un ex­
trem ista del p ensam iento socrático: reduce el ser a la autarquía y rechaza
el parecer com o u n excedente in so p o rtab le” (de C rescenzo 1988: 278-
279).1 A diferencia de P latón y en abierta oposición a su filosofía, los cí­
nicos n o buscaban la verdad en el m u n d o de las ideas, que consideraban
una “ tram pa de abstracciones idealistas” (Sloterdijk 1983: 205), sino en la
reabdad que los rodeaba. A quí sin em bargo, la verdad, la alétheia, estaría
oculta bajo las apariencias de la opinión, de la doxa, y sólo resultaría acce­
sible m ediante una rigurosa disciplina m ental que desenm ascarara las si­
m ulaciones y rechazara toda ilusión, y en el m arco de una vida sencilla
que no le creara, al h o m b re real y concreto, dependencias innecesarias
(Met^/er-Philosopben-Lexikon 1995: 33). C uando el p o d ero so A lejandro
M agno le ofrece a D iógenes satisfacerle u n deseo, este le responde: “N o
m e ocultes el sol” . L o im p o rtan te — se dice que dijo A ntístenes, a quien
se considera fu n d ad o r de la escuela cínica—- es carecer de necesidades.
C o m o ya ha observado Sloterdijk — y o tro s antes que él— los térm i­
nos “ cinism o” y “ cínico” han sufrido a lo largo de la historia una notable
tran sfo rm ació n sem ántica y tienen hoy en día, com o tam bién en la época
de A rlt, una connotación m uy diferente. E l Diccionario de Uso del Español
ofrece para el térm ino “cínico” : ‘“ [djesvergonzado, im púdico, sinver­
güenza’. Se aplica a la p erso n a que com ete actos v erg onzosos [...] sin
ocultarse y sin sentir vergüenza p o r ellos.” Bajo “ cinism o” leem os tam ­
bién “ falta de escrúpulos” .
V uelvo ahora a la argum entación de H oracio G onzález (1996: 73-79):
E l cínico moderno dice la verdad tan abierta e im púdicam ente co m o el an­
tiguo cínico; n o disim ula ni se oculta, reconoce la verdad de lo hu m an o
en su p ro p ia p erso n a y la expresa sin tapujos. P ero el h o m b re real y v e r­
dadero que se p o n e de m anifiesto a través de esa co n ducta abierta, ya no
es aquel D iógenes v irtu o so y libre de necesidades, sino el h o m b re m o ­
d ern o , esencialm ente perverso y maligno: “E n verdad, buscan la luz” es­
cribe A rlt sob re sus siete locos. “P ero la buscan com pletam ente sum er­
gidos en el barro. Y ensucian to d o lo que tocan. [...] E llos llevaban en sí
verdades atroces que m erecían ser conocidas” (Arlt 1991, II: 588). L o
que caracteriza al desgarrado cínico m o d e rn o no es ya el ascetism o com o
m é to d o de acceso a la verdad liberadora y a una vida feliz, sino la p e r­

1 A falta del original o de una traducción al español, he traducido esta cita de la versión
alemana.
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cepción del delito y del vicio co m o esencia de la naturaleza hum ana.2 P a­


ra H o racio G onzález — y este es el p u n to que m e interesa destacar
aquí— A rlt sería un cínico a la antigua que hace hablar y actuar a sus fi­
guras co m o cínicos m o d ern o s, p ero que n o profiere ningún juicio m oral
sobre esas conductas.
Sin em bargo en las “aguafuertes” A rlt procede de o tro m odo: en la
congruencia con la figura del narrador-periodista, perm anece visible para
sus lectores co m o aquella instancia m oral que defiende una y otra vez su
p ro p io ‘cinism o a la antigua’ com o una form a incóm oda de ‘sinceridad’
ante quienes lo acusan de ser u n ‘cínico m o d e rn o ’. E n el “Soliloquio del
so lteró n ” , un texto de las “ aguafuertes” publicado tam bién con el título
de “P rim era autobiografía” , A rlt alude a ese doble sentido de la palabra
‘cínico’ cu ando dice: “P ersonas que m e co nocen p o co dicen que soy un
cínico [en sentido m oderno]; en verdad, soy u n h o m b re tím ido y tranqui­
lo, que en vez de atenerse a las apariencias busca la verdad, po rq u e la
verdad pued e ser la única guía del vivir h o n ra d o ” (Arlt 1991, II: 389).
Si elegim os leer las “aguafuertes” desde esta perspectiva, ya n o las
vem os con Piglia com o resultado de una estrategia de la sim ulación o la
adecuación, dos form as de conducta de la ‘hipocresía’ que el cínico A rlt
rechaza, sino co m o su contrario. C om o antiguo cínico A rlt se dedica en
sus crónicas a desenm ascarar m uy diversas form as de la sim ulación, que
figura en determ inados ‘tipos p o rte ñ o s’. ¿Cuál es el pacto de lectura que
le perm ite a A rlt criticar form as de conducta m uy difundidas entre sus
lectores sin que el público se sienta agredido, sino p o r el contrario inclu­
so fascinado?
C o m o sostiene G onzález, las novelas de A rlt no le ofrecen al lector
en n ingún m o m e n to la posibilidad de identificarse con el n arrador o con
el au to r im plícito para co ndenar a las figuras construidas com o rep resen ­
tantes del cinism o m oderno. Las “aguafuertes” en cam bio p ro p o n e n al
público del diario en cada crónica nuevas posibilidades de identificación
con la p osición m oral del narrad o r — lo que puede p ro v o car la im presión
de que están “ escritas en favor del público” (Piglia 1986: 21). ¿C óm o de­

2 A diferencia de Sloterdijk, G onzález que sigue aquí a R odolfo M ondolfo, E l pensa­


miento antiguo, no define al cínico m oderno com o representante de una falsa conscien­
cia ilustrada, com o “asocial integrado” que “ sabe que los tiem pos de la ingenuidad
han pasado definitivam ente” (Sloterdijk 1983: 37-43), y que aunque ha llegado a co­
nocer la verdad, sigue actuando del m ism o m odo. Los cínicos de A rlt — E rdosain, el
A strólogo y los otros— no responden a este diagnóstico. Las Aguafuertes porteños p o ­
drían leerse, sobre el trasfondo del diagnóstico de Sloterdijk, com o el intento de Arlt
de decir la verdad de m anera que no sea posible seguir actuando del m ism o m odo.
E l cínico com o periodista 163

limita A rlt ese espacio de identificación para sus lectores? ¿C óm o logra


fascinar al público pequeñoburgués de E l Mundo con su desenm ascara­
m ien to de las conductas pequeñoburguesas?
C o m o señalé m ás arriba, la crítica ha subrayado una y otra vez el to n o
hu m orístico de las “aguafuertes” frente a la am argura que destilan las
novelas. E se h um or, así com o la inevitable com paración con las novelas,
pro v o ca tam bién la im presión generalizada de que las “aguafuertes” es­
tán teñidas de u n b o n d ad o so m atiz de sim patía y piedad. P ero al estudiar
los textos m ás atentam ente, se observa un cierto equilibrio entre la sim ­
patía y el sarcasm o. A rlt p resenta en sus “aguafuertes” una verdadera ga­
lería de tipos — y es a este g ru p o m ayoritario de textos al que m e referiré
a continuación. A lgunos de esos tipos son presentados con simpatía: los
que n o viven en la sim ulación — com o el “ squ en u n ” , ese “ filósofo de
azotea” “que ha reducido la existencia a u n m ínim o de necesidades” ,
D iógenes p o rte ñ o que pasa los días en la azotea “ to m an d o baños de sol”
(Arlt 1991, II: 404); o las víctim as del sistem a social — explotados com o
“La m uchacha del atad o ”, hum illados com o el h o m b re de “E l tím ido
llam ado” , m arginados com o en “E l pan dulce del cesante” y “N o des
consejos, viejo”, o el p o b re turco que sueña con ganar a la lotería — , se­
res hum an o s atrapados en situaciones y relaciones de dependencia de las
que n o son responsables, o buscadores de la verdad al m argen de las
convenciones sociales: tod o s ellos tienen cierto parecido con D iógenes.
P ero la m ayoría de los tipos presentados en las “aguafuertes” n o son
víctim as, sino victim arios: pequeños delincuentes de to d o tipo. A bu n d an
los hipócritas, los estafadores, los sim uladores que viven com o parásitos
del sistem a y contribuyen a perpetuarlo. A rlt es particularm ente du ro con
los hipócritas, que nadan con la corriente, p ero de los que nunca se sabe
qué es lo que piensan en realidad — son ju stam ente lo co ntrario de los
antiguos cínicos: “E l que siem pre da la razón [...] m e p ro d u ce una sensa­
ción de m o n stru o gelatinoso [...]. N o p o r lo que dice, sino p o r lo que
oculta.” “E l h o m b re c o rch o ” es el que nunca se hunde, haga lo que
haga— “bellaco y tram p o so , y sim ulador com o él solo” ; el que sostiene
hab er nacido en “ cuna de o ro ” es “ solapado, falso, m alandrín” (Arlt
1991, II: 438-439, 449 y 451 respectivam ente).
F rente a este grupo, los abundantes “vagos” ocupan en las “aguafuer­
tes” un lugar m enos negativo, aunque se m arque la diferencia entre los
que sim plem ente evitan el trabajo y aquellos que hacen trabajar a otros,
co m o el “h o m b re que se tira a m u e rto ” , un “hipócrita del dolceja r niente”
o el “ enferm o p rofesional” , ese “ sim ulador habilísim o” , que trabaja dos
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m eses p o r año y d urante diez m eses pasa p o r enferm o, y otros (Arlt


1991, II: 417-418 y 510).
La crítica m ás acerba va dirigida al g ru p o de los tacaños y explotado­
res con su “ terribilísim a avaricia”, esa “cáfila de m ercaderes” y pequeños
“h o n ra d o s p ro p ietario s” (ibid.: 415, 433 y 596), para quienes el dinero
— y el trabajo que da dinero— ocupan el p uesto más alto en la escala de
valores. L a posición de A rlt recuerda aquí o tra vez a D iógenes con su
ironía dirigida con tra el trabajo excesivo que tiene p o r único fin el incre­
m en to del p o d e r (Sloterdijk 1983: 305-306).3
A u n q u e la galería de tipos de las “ aguafuertes” es tan variada que m u ­
chos lectores de E l M undo tendrían que reconocerse en ella, la actitud del
público n o parece indicar que se sientan agredidos o siquiera criticados.
¿P or qué? H ay to d o u n registro de procedim ientos discursivos que, in d e­
p en d ien tem en te de los contenidos tran sp o rtados, le ofrecen al lector
com p artir el juicio m oral del narrador, lo que redunda en una especie de
pacto de solidaridad entre A rlt y sus lectores. V eam os a continuación so­
lam ente algunos de esos procedim ientos retóricos:
• el gesto apelativo hace que el lector se sienta personalm ente interp e­
lado; el n arrad o r apela p o r ese interm edio a una experiencia aparen­
tem en te com partida: “U sted, com o yo, debe haber visto en el arrabal
estas m ocosas que cargan un pebetito en el b razo ” , y subraya la cre­
dibilidad de su afirm ación: “O bserve u sted y verá si n o es cierto” ; o
bien le transm ite al lector en confianza un saber de insider. “¿Se da
cuenta, am igo, lo que se m acanea periodísticam ente?”; el frecuente
uso del “u sted es” interpela al público lector com o com unidad im agi­
nada que piensa del m ism o m o d o y com parte determ inadas experien­
cias: “ustedes convendrán conm igo” , “ustedes recordarán haber vis­
to ” , etc.;

3 E ntre los “ tacaños” , esa “gente que maneja el peso con cuentagotas y las chirolas con
balanza de precisión” encontram os al “ hom bre honrado” del “aguafuerte” del m ism o
nom bre, que, aunque excesivamente celoso, hace trabajar a su m ujer en el Café del
que es dueño para ahorrarse un em pleado y por lo tanto “ ochenta pesos m ensuales”,
o los “ Padres negreros” , que ponen a trabajar a sus hijos m enores de edad: “Y estos
hijos están deseando que ‘reviente’ el padre para malgastar en un año de haraganería
la fortuna que él acum uló en cincuenta de trabajo odioso, implacable, tacaño” (Arlt
1991, II: 433, 415, 457). El dueño de “ La pavorosa agencia de colocaciones” es un
parásito, “ un hábil buscavidas cuyo único trabajo consiste en vivir de la necesidad de
trabajo de los dem ás” (Arlt 1995: 132). El “hom bre que necesita ladrillos” es com o
tantos otros “ m odesto[s] y pequeñojs] propietario[s]” “ladrón, y hom bre decente”
que roba p o r la noche, con ayuda de la familia, materiales de construcción en las
obras del vecindario (Arlt 1995: 394).
E l cínico co m o periodista 165

• el uso del “n o so tro s” incluye al lector en una com unidad a la que el


n arrad o r tam bién pertenece: “tod o s querem os este barrio con su jar­
dín [...]. E sto es el barrio p o rteñ o , barrio p ro fu n d a m en te n u e stro ”
(Arlt 1991, II: 408, 413, 575, 377, 403 y 422 respectivam ente);
• el “n o so tro s” n o sólo incluye, sino que tam bién excluye; tan to la se­
gunda p erso na “u sted / usted es” com o la prim era perso n a del plural
delim itan la com unidad del au to r y sus lectores respecto de los
“ o tro s” , aquellos de los que se habla, la tercera persona: “E so s p e b e­
tes... esos viejos pebetes que en la escuela llam ábam os ‘gan ch u d o s’” ;
“P ero el Señor, b o n d ad o so con los h om bres de buena voluntad, les
dispensa lo que a n o so tro s nos ha negado: la felicidad” , se dice de los
h o m b res y m ujeres en el Jard ín B otánico; “pero p u ede estar u sted se­
guro que en la soledad, en ese sem blante que siem pre sonríe, debe di­
bujarse una tal fealdad taciturna, que al m ism o diablo se le p o n d rá la
piel fría” , se dice del “hipócrita” , “ el h o m b re que siem pre da la ra­
z ó n ” (Arlt 1991, II: 375, 417, 440).

P odría registrarse toda una serie de p ro cedim ientos retóricos m ediante


los cuales A rlt atrapa a su público — desde los cuadros u rb an o s que p re ­
sentan barrios, calles, plazas de B uenos Aires com o tran sfo n d o de una
experiencia com partida, pasando p o r el uso de u n cierto lenguaje colo­
quial que co n n o ta confianza o incluso com plicidad, hasta la puesta en es­
cena del diálogo con el público del diario a través de las cartas — reales o
fingidas— de lectores que una y otra vez dan pie a una crónica.
U na lectura atenta m uestra que el to n o sim patizante de A rlt en las
“aguafuertes” n o relativiza ni vela lo que critica. A pesar de la disposición
que tiende a subrayar la dim ensión hum ana de los actores, es evidente
que A rlt n o p erd o n a a los m uchos “tacaños”, “parásito s”, “h ipócritas” y
“ sim uladores”, a los “ tra m p o so s”, “ falsos” , “ en g ru pidores” y “ solapa­
d o s” , que p resenta en sus crónicas periodísticas. A la p regunta cínica de
un lector real o fingido que quiere saber “ de qué form a debe u n o vivir
para ser feliz” , resp o n d e en u n “aguafuerte” titulado “La terrible sinceri­
dad ” : “N o se le im p o rte u n p ep in o de lo que opine el prójim o. [...] Créa­
lo, amigo: u n h o m b re sincero es tan fuerte que sólo él puede reírse y
apiadarse de to d o ” (Arlt 1991, II: 483-485). P ienso que en esta frase se
concentra la actitud del cínico A rlt en las Aguafuertes porterías.
A sem ejanza de D iógenes, A rlt adopta, en tanto que m oralista cínico
a la antigua, el ro l de “m édico de la sociedad” (Sloterdijk 1983: 307) que
le ofrece al lector una y o tra vez unas amargas lecciones. E n las “ agua­
166 A ndrea Pagni

fuertes” esas lecciones aparecen en form a de lecturas ap arentem ente di­


vertidas p o r la m ism a razón que hace que ciertas píldoras de contenido
am argo vengan recubiertas de una película de sabor dulce — p o rq u e de
ese m o d o el paciente las traga m ejor.
La verdad tiene entre otros epítetos el de ser “am arga” . N o la disol­
vem os co n placer sobre la lengua. D e C rescenzo cuenta en su ya citada
historia de la filosofía griega que Bias, u n o de los siete sabios, obligado a
inscribir su m áxim a en el m u ro del tem plo de D elfos, an o tó , después de
pensar u n b uen rato: “L os más son m alos” (de C rescenzo 1988: 26-27).
A rlt escribe lo m ism o, p o r u n lado en sus am argas novelas — solam ente
la m edicina am arga cura — y p o r o tro en las “aguafuertes” , que saben
m ejor, p ero que contienen la m ism a medicina.

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