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Gálatas 3:5-7

Continuamos hoy estudiando el capítulo 3, de la epístola del apóstol San Pablo a los
Gálatas. Y nos encontramos en la tercera de las cinco secciones de este libro, que se
extiende desde el capítulo 2:15, hasta el capítulo 4:31. que hemos denominado como
doctrinal y que trata el tema de la justificación por la fe. Usted habrá notado que en
nuestros dos programas anteriores, hemos visto cómo se presentaba esta doctrina. La
primera subdivisión trataba sobre la exposición de la doctrina de la justificación por la fe;
la segunda subdivisión aplicaba la doctrina a la experiencia de los Gálatas (en los
versículos 1 al 5 de este capítulo 3). Pablo comenzó a hacerles seis preguntas a los Gálatas,
de las cuales vimos 4; la última precisamente en el versículo 5. Vamos a hacer una breve
recapitulación del final del programa anterior, para recordar 4 de las 6 preguntas que
Pablo planteó a los Gálatas. Les dijo a aquellos cristianos que miraran hacia atrás, al
pasado, a lo que les había sucedido y les hizo estas preguntas que tenían que ver con su
experiencia.
Esta fue la primera pregunta: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la Ley o por el
escuchar con fe? En ninguna parte de la Biblia, ni siquiera en el Antiguo Testamento, se
dice que alguien haya recibido el Espíritu Santo por las obras que demandaba la ley, es
decir, por cumplir la ley de Moisés. El Espíritu fue recibido por el escuchar con fe. Los
Gálatas nunca recibieron el Espíritu por cumplir las obras requeridas por la ley. El Espíritu
Santo es la evidencia de la conversión. La Escritura nos dice en Romanos 8:9, "9Pero
vosotros no vivís según la naturaleza humana pecaminosa, sino según el Espíritu, si es que
el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de
Cristo". Y en la carta a los Efesios 1:13 leemos: "13En él también vosotros, habiendo oído
la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis
sellados con el Espíritu Santo de la promesa".
La segunda pregunta la encontramos en el versículo 3, de este capítulo 3:
"¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿ahora vais a acabar con
esfuerzos puramente humanos?"
En otras palabras, el Espíritu Santo era el que los había convertido, los había traído a
Cristo, y ahora que el Espíritu Santo de Dios vivía en ellos ¿iban a regresar a la ley (que
había sido dada para controlar la naturaleza pecaminosa) y pensaban que de esa manera
iban a vivir en un nivel superior? Luego en el versículo 4 tenemos la tercera pregunta:
"¿Tantas cosas habéis padecido en vano? Si es que realmente fue en vano".
Ahora Pablo les estaba preguntando a los Gálatas: "¿Tanto sufrir, para nada?" En este
momento les recordó que habían pagado un precio alto por recibir el Evangelio. ¿Es que
todas esas experiencias no iban a servir para nada? ¿Entonces no habían tenido ningún
propósito?
Y entonces les planteó la cuarta pregunta. Leamos el versículo 5 de Gálatas 3:
"Aquel, pues, que os da el Espíritu y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras
que demanda la Ley o por oír el mensaje con fe?"
Pablo se refería al ministerio que había tenido entre ellos. Recordemos que el apostolado
de Pablo había sido atacado por los judaizantes. Éstos habían dicho que Pablo había
llegado tarde al apostolado cristiano, porque no era uno de los doce apóstoles originales.
No había estado con Cristo durante Su ministerio en la tierra, sino que había aparecido
más tarde. Pero Pablo les recordó a los Gálatas que él era el que había llegado a su país,
les había predicado la Palabra de Dios y había realizado milagros entre ellos. Y no había
hecho todo eso por medio de las obras que demandaba la ley; él tuvo mucho cuidado de
aclarar este detalle. Él predicó al Señor Jesucristo como el que murió por ellos, resucitó, y
en quien habían depositado su confianza. Y cuando ellos así lo hicieron, algo milagroso
ocurrió; fueron regenerados. Y Pablo tenía entonces la evidencia de que él era realmente
un apóstol. En aquellos tiempos, se le dieron a los apóstoles ciertas señales que les
identificaban. Tal como lo entendemos nosotros, los apóstoles tenían prácticamente todos
los dones mencionados en la Biblia; todos los dones que consideramos señales. Pablo
podía realizar milagros. Pudo sanar enfermos. Pudo resucitar muertos. Y Simón Pedro, que
era uno de los doce apóstoles originales, también podía realizar milagros. El poder realizar
aquellas señales era en aquella época la marca distintiva de un apóstol.
Ahora bien, los apóstoles nos han entregado la Palabra de Dios. Tenemos una fe fundada
sobre el Señor Jesucristo como piedra angular, y una fe edificada sobre el fundamento que
ha sido colocado por los apóstoles y profetas. Lo que daba credibilidad a la verdad de su
mensaje era su capacidad para realizar milagros. Ellos tenían esos dones que hemos
calificado como señales. Lo importante que nosotros debemos observar aquí es que Pablo
fue a los Gálatas no como un fariseo predicando la Ley, sino como un apóstol predicando a
Jesucristo. Ello fue algo que esa gente había experimentado, y Pablo se apoyó en dicha
experiencia.
Resumiendo, hemos visto que la justificación por la fe fue la experiencia de los Gálatas.
Por tal motivo Pablo les preguntó: "¿quién os fascinó?" El apóstol mencionó al Espíritu
Santo tres veces en este párrafo. Les recordó que no habían recibido el Espíritu por
cumplir las obras que la ley demandaba. El Espíritu era la evidencia de su conversión a
Cristo. Y es importante resaltar que el Evangelio es cierto independientemente de la
experiencia de los Gálatas o de cualquiera otra persona. El Evangelio es objetivo; trata
sobre lo que el Señor Jesucristo hizo por nosotros. La experiencia confirma al Evangelio, y
esto es lo que Pablo estaba demostrando en este párrafo que hemos considerado. El
Evangelio es suficiente, lo cual es confirmado por la experiencia.
Llegamos ahora a otra subdivisión de esta tercera parte doctrinal de esta carta, que trata
sobre la justificación por fe. Tenemos aquí el ejemplo,
La ilustración de Abraham
Eso se destaca mucho y usted lo puede apreciar en esta epístola. Esta tercera subdivisión
de esta parte doctrinal comienza en el capítulo 3, versículo 6, y continúa hasta el capítulo
4, versículo 18. A continuación tenemos la cuarta subdivisión de esta parte, que explica la
justificación por la fe por medio de otra ilustración, que es una alegoría de Agar y Sara,
desde el 4:19 hasta el final de este capítulo 4. Así que en realidad llegamos ahora al centro
mismo de este libro, en el cual el patriarca Abraham será la ilustración y el ejemplo
escogido por el apóstol Pablo para enriquecer su explicación de la justificación por la fe.
Veamos ahora lo que dijo Pablo aquí en este versículo 6, del capítulo 3 de la epístola a los
Gálatas:
"Así Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que
tienen fe, éstos son hijos de Abraham".
Este versículo es una cita sobre Abraham que aparece en Génesis, capítulo 15, versículo 6.
Este versículo se encuentra también citado en Romanos 4:3. Esta es una ilustración, y en
vista de que no hemos estado en Génesis por mucho tiempo, creemos que es hora de que
hagamos un repaso y que volvamos a esas Escrituras para ver esta ilustración. Esta
ilustración nos llega de la primera época de la vida de Abraham, de su vida de fe. Abraham
fue la gran ilustración de la justificación por fe y Pablo le usó como un ejemplo en las
epístolas de Romanos y Gálatas. No podía decirse que Abraham había sido justificado por
la Ley porque la Ley mosaica no fue dada hasta cuatrocientos años después de Abraham. Y
tampoco podía decirse que fue justificado por la circuncisión porque él fue justificado
antes que la circuncisión fuese establecida. La circuncisión llegó a ser una señal distintiva y
una evidencia de la fe de Abraham, así como el bautismo es la señal y evidencia de la fe
del creyente en la actualidad. Ni la circuncisión ni el bautismo pueden salvar. En realidad,
no contribuyen en nada para la salvación. Simplemente constituyen una evidencia exterior
de una obra interior.
Los incidentes están relatados en Génesis 14 y 15 y tuvieron lugar después que Abraham
regresara de Egipto. Él y Lot se habían separado y Lot se había dirigido a la ciudad de
Sodoma. La primera guerra se estalló cuando los reyes del oriente hicieron guerra contra
los reyes del Mar Muerto. Los reyes del oriente, bajo el mando de Quedorlaomer fueron
los que triunfaron en esa batalla, y se llevaron todo el botín así como también a la gente
de los pueblos que habían vencido, quizá para usarlos como esclavos. Y por supuesto en
ese grupo de prisioneros se encontraban Lot y su familia. Pues bien, él era el sobrino de
Abraham y éste no se iba a quedarse sin hacer nada. Así fue que, cuando Abraham se
enteró de lo que había ocurrido, y de que su sobrino había sido tomado prisionero,
inmediatamente se preparó para ir a la guerra. Se nos dice que armó a sus criados, los
nacidos en su casa, y que eran 318 hombres; con ellos salió apresuradamente y alcanzó al
ejército enemigo que se estaba alejando con Lot y el resto de la gente de Sodoma y
Gomorra. Los atacó de noche, por sorpresa y triunfó en la batalla.
Entonces el rey de Sodoma le dijo a Abraham: "Dame las personas y toma para ti los
bienes". Según el código del rey Hammurabi, el botín pertenecía a Abraham. Pero el rey
quería la gente; en realidad Abraham ni siquiera tenía que entregarle la gente; él los podía
haberlos tomado y llevado como esclavos, pero él no quería hacerlo.
Tampoco quería llevarse el botín. Entonces le dijo: "ni un hilo ni una correa de calzado
tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram" Ése fue un gesto
muy noble de su parte. Si algún día se enriquecía, sería porque Dios le haría rico. Prefería
esperar en Dios y no en aquel rey. Dios se le apareció a Abraham para asegurarle que
había hecho bien al rechazar el botín de los reyes de Sodoma y Gomorra y entonces le
dijo, como leemos en Génesis 15:1, "No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa
será muy grande". Abraham era una persona práctica, y comenzó a hablar con el Señor
con toda claridad y franqueza y, por cierto, creo que al Señor quiere que nos dirijamos a Él
de la misma manera. Le dijo entonces al Señor: "No tengo un hijo y tú me dijiste que lo
tendría". Y el Señor le respondió: "Me alegro que hayas mencionado ese tema, Abraham,
porque yo tenía algo que decirte". Dios ya le había dicho que su descendencia sería tan
innumerable como la arena de la playa. Entonces Dios le tomó de la mano y le dijo que
mirara al cielo. Debía ser de noche. Me han dicho que en esa zona del mundo una puede
ver aproximadamente unas 5.000 estrellas a simple vista. Imaginemos cuántas se podrían
ver con un telescopio potente. Sea como fuere, no creo que ningún telescopio podría
darnos el número exacto de estrellas que podían verse en esa ocasión. En efecto, Dios le
dijo a Abraham: "No puedes contar las estrellas, así como tampoco podrás contar tu
descendencia". ¿Sabe usted cuál fue la respuesta de Abraham? Dice el relato (en Génesis
15:6), "Y Abraham, creyó al Señor, y le fue contado por justicia". Es decir, que el Señor lo
reconoció como justo. El término en el idioma original es muy expresivo. Literalmente
significa que Abraham dijo "amén" al Señor. O sea, que Dios le dijo "voy a hacerlo así" y
Abraham respondió "amén".
¿Tiene esto una aplicación para su vida y la mía? Ciertamente la tiene. Es como si Dios nos
estuviera diciendo: "Yo envié a mi Hijo a morir por ti: Si crees en Él, no perecerás. Tendrás
vida eterna". ¿Dirá usted "amén" a esa declaración? ¿Creerá usted a Dios? ¿Aceptará a Su
Hijo? Si usted así lo hace, está justificado por la fe. Esto fue lo que hizo Abraham. Él creyó
a Dios y en ese momento, Dios le declaró justo. ¿A causa de sus obras? No, porque sus
obras eran imperfectas. Él no tenía ninguna perfección que ofrecer a Dios. Pablo
desarrollaría este pensamiento un poco más adelante. Aunque Abraham no tenía
perfección en aquel momento, después la tuvo porque su fe se le tomó en cuenta como
justicia. Ésa es la doctrina de la justificación. Y Abraham permaneció justificado delante de
Dios.
Después Abraham le dijo al Señor: "¿Te importaría poner lo que me has dicho por escrito?
Quizás usted esté pensando: "he leído el libro de Génesis y no recuerdo semejante frase.
Pues bueno, está aquí en Génesis 15. En el versículo 7 le dijo el Señor: "Yo soy el Señor,
que te saqué de Ur de los caldeos para darte a heredar esta tierra". Escuchemos la
respuesta de Abraham en el versículo 8: "Señor, ¿en qué conoceré que la he de heredar?"
En otras palabras, ponlo por escrito. Y Dios le dijo a Abraham algo parecido a lo siguiente:
"encuéntrate conmigo en el juzgado y lo pondré por escrito". Ahora alguien dirá: "un
momento, Dios no dijo eso". Pero, en otras palabras, sí se lo dijo. Leamos en Génesis 15:9:
"Tráeme una becerra de tres años, una cabra de tres años y un carnero de tres años; y una
tórtola y un palomino". En aquel tiempo, ésa era la forma en que se hacían los contratos.
Por ejemplo, Jeremías, en 34:18 nos contó sobre un contrato realizado de esta manera. Es
que cuando en aquellos días se formalizaba un contrato, un hombre acordaba hacer algo y
la otra parte, a su vez, también acordaba hacer algo. Cortaban el o los animales del
sacrificio en dos partes y colocaban una mitad a un lado, y la otra, al otro lado. Después se
tomaban de la mano y caminaban entre las dos mitades. Ese gesto sellaba el contrato. Era
lo mismo que ir hoy al notario en el palacio de justicia.
Así que Abraham preparó los sacrificios y esperó. Esperó durante todo el día. Las aves de
rapiña descendieron sobre los cadáveres y Abraham las espantó. Pero Dios demoró el
encuentro con Abraham; no llegó hasta el anochecer. Y dice Génesis 15:12, "A la caída del
sol cayó sobre Abraham un profundo sopor, y el terror de una gran oscuridad cayó sobre
él". Justo cuando iba a firmar el contrato, Dios causó a Abraham un sueño profundo. La
razón para ello fue que Abraham no iba a caminar con Dios por entre las dos mitades.
Abraham no tenía nada que prometer. Dios era el que prometía. Y dice el versículo 17 de
Génesis 15: "Cuando se puso el sol y todo estuvo oscuro, apareció un horno humeante y
una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos". Así que Dios pasó
solo por entre esas dos mitades porque Él era el que estaba haciendo el pacto. La parte
que le tocaba a Abraham consistía únicamente en creer a Dios. Si el pacto hubiera
dependido de la fidelidad de Abraham, quizás expresada en las oraciones que
pronunciaba cada noche, él podría haberse descuidado una noche, y entonces ya habría
quebrantado su promesa. Por ello, Dios fue el que hizo la promesa, y el pacto dependió de
la fidelidad de Dios.
Estimado oyente, hace más de 2.000 años Jesucristo fue a la cruz para pagar por sus
pecados y los míos. Dios no le está pidiendo que usted pronuncie sus oraciones o se
comporte de una manera ejemplar para ser salvo. Él le está pidiendo que usted crea en Su
Hijo que murió por usted. Él formalizó el contrato. Él es el que hizo la promesa, el pacto, y
Él es el que le salvará. Y éste es, pues, el nuevo contrato. El viejo pacto lo hizo con
Abraham. Abraham creyó a Dios. Le dijo "amén" a Dios. Abraham creyó, y se le tomó en
cuenta como justicia. Dios aún les pide a las personas que crean en Él. Coloque usted su
confianza en Cristo, y entonces será salvo. Aquí tenemos realmente una hermosa escena.
Una escena de esas que por su impacto marcan toda una vida. En este caso, Abraham
recordaría la ocasión solemne en la cual Dios formalizaría el pacto fundamentado en la
fidelidad de Dios. Continuemos leyendo el versículo 7 de Gálatas 3:
"Sabed, por tanto, que los que tienen fe, éstos son hijos de Abraham".
Dios hizo eso por Abraham antes de que la ley fuera presentada. Él no hizo este pacto con
él debido a sus buenas obras. Él le dijo a Abraham; "Yo haré esto por ti si tú crees en mí". Y
Abraham respondió: "Yo creo en ti". Dios quiere que su fe descanse sobre una base sólida,
firme. Cuando usted y yo confiamos en Cristo como Salvador, somos salvos de la misma
manera en que Abraham fue salvo; por la fe. Por todo ello, estimado oyente, si usted se va
a acercar a Él tiene que hacerlo por fe. Él ha llegado hasta la puerta de su corazón. No
puede llegar más lejos. Él no va a forzar ni a derribar la puerta. Simplemente llamará y
dirá, como dijo en Apocalipsis 3:20, "Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo". Solo usted que nos está escuchando
en este momento, puede abrir la puerta por la fe y dejarle entrar. Para que Él llene esta
vida y la vida eterna con Su presencia.

m fue salvo. Eso quiere decir que somos salvos por creer y confiar en Cristo como nuestro
Salvador personal.
Quisiéramos ahora seguir adelante en este capítulo 3, de Gálatas y vamos a leer el
versículo 8:
"Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los no judíos, dio de
antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones".
Bien, si la fe sin obras era suficiente para Abraham, ¿por qué íbamos a desear nosotros
algo diferente? Y si la bendición para Abraham no fue debido a las obras que demandaba
la ley, sino a causa de su fe, ¿por qué íbamos a volvernos nosotros de la fe, a las obras de
la ley?
Hemos leído que "Dios. . . predicó . . . el Evangelio a Abraham". ¿Y cuándo lo hizo? Bueno,
la ilustración que usamos en nuestro programa anterior fue la cita que tomamos del
capítulo 15 de Génesis. Eso fue al comienzo de la vida de fe de Abraham. Ahora veremos
que Pablo se refirió a un incidente que tuvo lugar cerca del final de su vida de fe, y
registrado en Génesis 22 y en el versículo 17, después de haber ofrecido Abraham a su
hijo Isaac sobre el altar. En realidad estuvo muy cerca de consumar ese acto de sacrificio,
usted recordará, pero Dios lo detuvo. Dios consideró la actitud de Abraham como si él
hubiera realizado el sacrificio porque él había demostrado que tenía fe en Dios, creyendo
que Dios resucitaría a Isaac de los muertos (como nos dijo el escritor de Hebreos 11:19).
Ahora observemos la respuesta de Dios al acto de fe de Abraham, registrada en Génesis
22:15-18: "15Llamó el ángel del Señor a Abraham por segunda vez desde el cielo, 16y le
dijo :Por mí mismo he jurado, dice el Señor, que por cuanto has hecho esto y no me has
rehusado a tu hijo, tu único hijo, 17de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia
como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se
adueñará de las puertas de sus enemigos. 18En tu simiente serán benditas todas las
naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz". Aparentemente en ese momento
Dios predicó el Evangelio a Abraham, porque el ofrecimiento de Isaac fue una de las
mejores figuras del ofrecimiento de Cristo. Aunque Dios perdonó al hijo de Abraham, no
perdonó a Su propio hijo sino que le entregó por todos nosotros.
Ahora, lo importante que debemos notar en la vida de Abraham es que este hombre
obedeció la voz de Dios. Estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo cuando Dios se lo ordenó, y
cuando estando a punto de ofrecerlo Dios le detuvo, él se detuvo, obedeciendo la voz de
Dios. Con su acción demostró que tenía fe en Dios. Nuevamente creyó en Dios y se le
tomó en cuenta como justicia.
Hay algunas personas que se preocupan porque piensan que hay una contradicción en las
Escrituras entre lo que dijo el apóstol Pablo sobre Abraham y lo que Santiago dijo en 2:20
y 21: "20¿Pero quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras está muerta? 21¿No fue
justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el
altar?" Sin embargo Santiago continuó diciendo en el versículo 22: "¿No ves que la fe
actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?" Juan Calvino lo
decía de esta manera: "Sólo la fe salva, pero la fe que salva no está sola". En otras
palabras la fe que salva es una fe dinámica, una fe vital que nos lleva a realizar obras.
Esperamos que usted entienda que Santiago no estaba hablando sobre las obras de la ley.
Santiago estaba hablando de las obras de la fe. Porque la fe produce obras. Esta idea que
lleva a afirmar que las otras le salvan, es como poner el carro delante del caballo y casi
podríamos decir que algunos incluso ponen el caballo en el carro.
Es importante recordar que la fe conduce a las obras, como sucedió en el caso de
Abraham. Dios puede ver nuestros corazones, Él sabe si nosotros hemos confiado en
Cristo como Salvador o si no lo hemos hecho. Él sabe si somos o no genuinos miembros de
la iglesia o no. Porque se puede engañar a la gente con una apariencia de devoción al
Señor pero a Dios no se le puede engañar. ¿Por qué no ser entonces un creyente
auténtico y, al mismo tiempo, disfrutar de la alegría de la vida cristiana? En todo caso, no
hay que fingir y lo más respetable delante de Dios y los demás que nos conocen, es que
cada uno se muestre tal cual es. Merece la pena confiar en el Señor Jesucristo como
Salvador y entonces, ser un auténtico cristiano y vivir una fe viva, dinámica, que producirá
obras.
Una lectura cuidadosa del pasaje de Santiago 2 revela que Santiago usó la historia de
Abraham para mostrar que la fe sin obras está muerta. Ésta fue la última parte de la
historia de Abraham, porque, en realidad, fue la última vez que Dios se le apareció. No fue
la porción de la Biblia a la que Pablo se refirió aquí en su epístola a los Gálatas, cuando dijo
que Abraham fue justificado por fe. Pablo dijo que la fe sola era suficiente, y probó su
afirmación de la historia de Abraham registrada en Génesis 15. Entonces, Santiago dijo
que la fe sin obras estaba muerta, y lo probó refiriéndose a la historia de Abraham
relatada en el capítulo 22 de Génesis. Si Abraham no hubiera cumplido, si él se hubiera
arrepentido y en el incidente del capítulo 22 hubiera dicho: "Espera un momento, yo no
creo en lo que has dicho. He estado fingiendo todos estos años", entonces habría sido
obvio que la fe de Abraham era falsa. Pero Dios sabía, en el incidente de Génesis 15 que
Abraham tenía una fe genuina.
Ahora, las obras de las cuales hablaba Santiago no eran las obras de la ley, porque la ley
aún no se había dado durante la época de Abraham; tenemos que reconocer ese hecho.
Santiago, dijo aquí en el versículo 23, del capítulo 2, de su epístola: "Y se cumplió la
Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y se le tomó en cuenta como justicia; y fue
llamado amigo de Dios". Al principio de este versículo, Santiago estaba retrocediendo a la
referencia que Pablo dio al principio, referente al comienzo de la vida de fe de Abraham.
Después, Pablo dijo que el Evangelio fue predicado a Abraham al final de su vida cuando
Dios le dio la promesa.
No hay contradicción cuando uno examina pasajes como los que escribieron Pablo y
Santiago. Ambos estaban diciendo lo mismo. Una estaba mirando a la fe al principio. Y el
otro estaba mirando a la fe al final de la vida de Abraham. Uno estaba mirando a la raíz de
la fe. El otro estaba mirando al fruto de la fe. La raíz de la fe se explica con la frase "la fe
sola te salva", pero la fe salvífica producirá fruto, es decir, buenas obras.
O nuevamente como dijo Juan Calvino: "Sólo la fe salva, pero la fe que salva, no está sola".
Sigamos ahora con nuestra lectura aquí en la epístola del apóstol San Pablo a los Gálatas,
con el versículo 9, de este capítulo 3:
"De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham".
En otras palabras, Dios salva al pecador hoy en la misma base en la cual salvó a Abraham.
Es decir, Él le pide fe al pecador. Él le pidió a Abraham que creyera que Él iba a hacer
ciertas cosas por él. Y Dios nos pide a usted y a mí, estimado oyente, que creamos que Él
ya ha hecho ciertas cosas por nosotros al entregar a Su Hijo Jesucristo para que muriera
por nosotros. Así que la fe es la manera especial por la cual el hombre es salvo hoy. Ahora,
en el versículo 10, de este capítulo 3 de la epístola a los Gálatas, leemos:
"Todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición, pues escrito está:
Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para
cumplirlas".
La expresión importante aquí es "el que no permanezca". Estamos dispuestos a conceder
que quizá haya días en la vida, en los cuales uno se siente muy bien, con un excelente
estado de ánimo y la sensación de que todo lo que le rodea marcha razonablemente bien,
sin tropiezos, porque uno cree estar viviendo bajo la voluntad del Señor. Y entonces, uno
tiene la sensación de que Dios aprueba lo que estamos haciendo y en consecuencia,
recibe la bendición de Dios. Pero consideremos lo que dice este versículo: "Maldito sea el
que no PERMANEZCA en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para cumplirlas".
¿Qué le parece eso, estimado oyente? ¿Cumple usted las demandas éticas de la ley las 24
horas del día, 7 días a la semana, 52 semanas en el año, en su pensamiento, en su hablar,
en sus acciones? Al ser usted humano, en algunos momentos de su vida se sentirá
defraudado, o deprimido. Nadie se siente optimista, exultante en todo momento. Hay
momentos de desilusión o desánimo, con nuestra naturaleza física no controlada por el
Espíritu de Dios, cuando usted es consciente de su debilidad y se siente indefenso,
superado por las circunstancias. En esos momentos, usted no está en condiciones de
cumplir las demandas de la ley o, por otra parte, no le apetece hacerlo y entonces los
principios de la ley sólo pueden condenarle. Son esos días los que el apóstol Pablo en
Efesios 6 calificó como "el día malo".
Si usted tiene un buen día o está pasando por un buen momento, y vive bajo los principios
espirituales de la ley, usted no recibirá ningún premio por ello. Supongamos que yo
cumplo con la ley en la ciudad donde vivo por muchos años consecutivos. Pero un mal día,
voy y hago algo contra la ley. ¿Sabe usted lo que va a pasar? Pues los representantes de la
ley me impondrán una sanción acorde con la gravedad de la infracción. Es que la ley no le
da premios a uno, sino que lo penaliza. Y en el ámbito espiritual, sucede lo mismo. La ley
no da vida, sino que penaliza, castiga la infracción.
Sin embargo, la fe, estimado oyente, le da a usted vida. En el versículo 11, del capítulo 3
de la epístola a los Gálatas, leemos:
"Y que por la Ley nadie se justifica ante Dios es evidente, porque: El justo por la fe vivirá".
Incluso el Antiguo Testamento enseñó que el hombre era salvo por la fe. Nunca dijo que
alguien fuese salvo por cumplir la ley. Nunca hemos leído acerca de alguien que vivió en
aquella época y fuera salvo por haber cumplido las demandas de la ley dada por Moisés.
Como es sabido, el centro del sistema mosaico era el sistema de sacrificios. Moisés se
alegró de que Dios extendiera su misericordia y gracia al pueblo, incluso en la época en
que estaban bajo la ley y su rostro resplandeció. En el Libro de Habacuc, capítulo 2,
versículo 4, dice: "Mas el justo por su fe vivirá". De paso debemos decir que esta
declaración se menciona tres veces en las tres cartas principales de la doctrina cristiana.
Aquí en Gálatas, también en Romanos y luego en la carta a los Hebreos. Y tiene un énfasis
particular en cada una de ellas. EL JUSTO, es decir, la justificación se enfatiza en la epístola
a los Romanos; VIVIRÁ, es decir el vivir, se menciona en el capítulo 11 de la epístola a los
Hebreos; y como estamos viendo aquí en Gálatas, el énfasis se coloca sobre la FE.
Notemos ahora lo que Pablo dijo aquí en el versículo 12, de este capítulo 3 de la epístola a
los Gálatas:
"Pero la Ley no procede de la fe, sino que dice: El que haga estas cosas vivirá por ellas".
Éste también es un versículo importante. La fe y la ley son principios contrarios para la
salvación y también lo son para el vivir la vida cristiana. El uno anula al otro. Está
diametralmente opuesto el uno del otro. Si usted ha resuelto vivir intentando cumplir la
ley, entonces permítanos decirle que no puede ser salvo por fe. Al ser contrarios, estos
principios no se pueden combinar.
Dios no ha dispuesto su plan de salvación de manera que alguien pueda ser salvo por la fe
y por la ley. Uno tiene que elegir entre ellos, estimado oyente. Si usted quiere optar por la
ley, entonces puede intentarlo. Pero debemos advertirle que Dios ya ha dicho que usted
no podrá ser salvo por ese medio, ni tampoco podrá vivir la cristiana cumpliendo la
voluntad de Dios de esa manera. Como acabamos de leer, la ley no se basa en la fe, no
tiene en cuenta a la fe. Se limita a declarar que el que observa sus preceptos vivirá por
ellos. Quiere decir que sólo un cumplimiento total de los preceptos de la ley recibirá la
aprobación divina. Pero, como llevar a la práctica ese cumplimiento resulta imposible la
ley termina por condenar a una persona, impulsándola a depender de Dios por la fe.
Ahora, en el versículo 13, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas, leemos:
"Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros
(pues está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)"
Escuchemos lo que dijo aquí: "Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley". Como
acabamos de leer y explicar, la ley nos condenaba. Recordemos que hemos dicho también
que no recibíamos ningún premio por cumplir sus preceptos, porque si quebrantábamos
uno solo de ellos, la ley ya ha previsto el castigo. Por ello Cristo nos rescató de la maldición
de la ley. ¿Y cómo lo hizo? Haciéndose maldición por causa nuestra. Es decir, que sufrió
nuestro castigo.
El versículo 13 continúa diciendo: "Porque está escrito: Maldito todo aquel que es colgado
en un madero". Éste es un gran pasaje de las Escrituras del Antiguo Testamento y, por
cierto un pasaje notable por varias razones. Una de ellas es que los hijos de Israel no
colgaban a la gente en un madero, como método de ejecución pública. En cambio, para
ajusticiar a los criminales utilizaban la lapidación, es decir, apedreándoles. Los turistas en
esas tierras se han preguntado a veces porqué los judíos utilizaban ese método de aplicar
la pena capital y les ha llamado la atención la gran cantidad de piedras que hay por todas
partes. Pero ésa era la forma de tratar a los criminales más malos, a los que constituían un
peligro para la convivencia social. Y usaban ese método para que sirviera de ejemplo a los
demás. En Deuteronomio, capítulo 21, versículos 22 y 23, y aquí estamos leyendo de la
ley, dice: "Si alguien ha cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo
hacéis morir colgado en un madero, no dejareis que su cuerpo pase la noche sobre el
madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado. Así no
contaminarás la tierra que el Señor tu Dios te da por heredad". Es decir, si él había
cometido algún crimen horrible, luego de haber sido apedreado hasta la muerte, entonces
se tomaba su cuerpo y se lo colgaba en un madero para que sirva de ejemplo a los demás.
Pero el cuerpo no debía dejarse allí toda la noche ¿Por qué? Porque él era maldito por
Dios, es decir, que su posición evidenciaba públicamente el rechazo de Dios hacia el reo.
Ahora el Señor Jesucristo llevó nuestra maldición. ¿Y cuándo la llevó? ¿Fue acaso en Su
encarnación? No, Cuando Él nació, fue llamado un Ser Santo, en Lucas 1:35. ¿Acaso se
convirtió en una maldición durante los años silenciosos de Su vida, de los cuales tenemos
tan poca información? No, porque en Lucas 1:52 se dice que "Jesús crecía en sabiduría, en
estatura y en gracia para con Dios y los hombres". ¿Y no se convirtió en una maldición
durante Su ministerio público en la tierra? Ciertamente tampoco, porque fue durante ese
ministerio que Su Padre dijo, en Mateo 3:17 "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". Entonces tiene que haber sido mientras estaba colgado de la cruz, cuando
se convirtió en una maldición. Si, pero no durante las primeras tres horas en la cruz,
porque cuando Él se ofreció en sacrificio, no había mancha ni imperfección en Él. Fue
durante las tres últimas horas en la cruz cuando Él se convirtió en una maldición por
nosotros. Fue entonces cuando, como dijo Isaías 53:10, Dios quiso quebrantarlo, oprimirle
con el sufrimiento. Él convirtió su alma en una ofrenda por el pecado. Fue objeto de la
maldición de Dios. Fue rechazado, abandonado y desamparado por Dios.
En la frase "maldito todo el que es colgado en un madero destacamos que la palabra
griega para madero es "xulon", que significa también "árbol". ¡Qué contraste tenemos
aquí! Él fue a la cruz Cristo fue colgado de un madero, árbol de la muerte, para que Él
pudiera convertirlo para usted y para mí en un árbol de la vida. Notemos ahora lo que dice
el versículo 14, de este capítulo 3:
"Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los no judíos, a fin de que
por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu".
Israel tuvo la ley por 1.500 años y fracasó en vivir de acuerdo con sus preceptos. En los
Hechos 15, Pedro de hecho dijo que ellos y sus antepasados no habían sido capaces de
cumplir la ley y por lo tanto, era absurdo pretender imponérsela a los no judíos. Si ellos no
habían podido obedecerla, los otros pueblos no judíos tampoco podrían. Así que Cristo
ocupó nuestro lugar para que nosotros pudiéramos recibir lo que la Ley nunca podría
lograr. Por ello, el Espíritu de Dios ha sido un don peculiar a esta época de la gracia y
misericordia de Dios, época inaugurada por la muerte y resurrección de Cristo. Y en el
versículo 15, Pablo dijo:
"Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea hecho por un hombre, una
vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade".
Aquí Pablo puso un ejemplo sobre los métodos de ratificar compromisos solemnes. Aun
en el caso de un pacto humano, cuando un hombre hace un trato y lo respalda con su
firma, nadie puede anularlo ni agregarle nada. Lo que el apóstol quería explicar era que si
aun los seres humanos se sienten obligados a respetar esas reglas, guiados por un
sentimiento de justicia, mucho más puede esperarse de Dios. Quizás el apóstol quiso
enfrentarse a la falsa suposición de los judaizantes de que la Ley de Moisés habría
condicionado el pacto de Dios con Abraham, limitando sus beneficios a las personas que
estuvieran ceremonialmente puras. Leamos ahora el versículo 16 de este capítulo 3 de la
epístola a los Gálatas:
"Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: Y a los
descendientes, como si hablara de muchos, sino como de uno: Y a tu descendencia, la cual
es Cristo".
Dios llamó a Abraham y le prometió convertirlo en una bendición para el mundo. Y lo hizo
por medio de Jesucristo, un descendiente de Abraham. Cristo fue entonces el que trajo la
salvación para el mundo.
La palabra "descendencia" se refiere específicamente a Cristo (véase Génesis 22:18). Aquí
es oportuno recordar las palabras de Cristo mismo en Juan 8:56, cuando dijo: "Abraham,
vuestro padre, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio, y se alegró".
Finalmente por hoy, leamos el versículo 17:
"Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios en Cristo no puede ser anulado
por la Ley, la cual vino cuatrocientos treinta años después; eso habría invalidado la
promesa"
Dios hizo una promesa, un pacto con Abraham. Cuando al avanzar la historia llegó la Ley
cuatrocientos treinta años después, no cambió nada relacionado con las promesas hechas
a Abraham. En realidad, Dios nunca falta a Su palabra, nunca incumple sus promesas. Y le
había prometido al patriarca que le iba a dar una tierra, un hijo, y un pueblo formado por
multitudes que resultarían imposibles de contar. Dios cumplió esa promesa y de Abraham
provino la nación de Israel y otras naciones, pero las promesas fueron transmitidas por
medio de Isaac, cuya línea de descendencia condujo al Señor Jesucristo, llamado "la
descendencia" en el versículo 16. Dios también le prometió a Abraham que le convertiría
en una bendición para todos los pueblos de la tierra. Estimado oyente, la única bendición
que el mundo puede recibir está en Cristo. No creemos que el mundo esté en condiciones
de ofrecerle un trato beneficioso. Pero el Señor Jesucristo ha sido provisto para usted
como el don supremo que Dios ha concedido. Y Él ha prometido que salvará a aquellos
que confíen en Cristo. ¿No querrá usted ser uno de ellos?

Gálatas 3:17-23
Continuamos hoy nuestro estudio en el capítulo 3 de esta Epístola a los Gálatas y
regresamos al versículo 17. En estos versículos estamos avanzando con cierta lentitud, con
la intención de explicar bien algunos conceptos a partir de su contexto histórico,
acudiendo a hechos e incidentes del Antiguo Testamento. Consideramos que es una de las
partes más destacadas de la Palabra de Dios, y si usted puede comprender perfectamente
bien lo que es el evangelio, teniendo la certeza de que va a enderezar el camino de su
vida. Antes de comenzar hoy con el versículo 17 vamos a recordar algo de lo que dijimos
en los versículos precedentes.
En el versículo 13 dijimos que el Señor Jesucristo llevó nuestra maldición. ¿Y cuándo la
llevó? ¿Fue acaso en Su encarnación? No, cuando Él nació, fue llamado un Ser Santo, en
Lucas 1:35. ¿Acaso se convirtió en una maldición durante los años silenciosos de Su vida,
de los cuales tenemos tan poca información? No, porque en Lucas 1:52 se dice que "Jesús
crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres". ¿Y no se
convirtió en una maldición durante Su ministerio público en la tierra? Ciertamente
tampoco, porque fue durante ese ministerio que Su Padre dijo, en Mateo 3:17 "Éste es mi
Hijo amado, en quien tengo complacencia". Entonces tiene que haber sido mientras
estaba colgado de la cruz, cuando se convirtió en una maldición. Si, pero no durante las
primeras tres horas en la cruz, porque cuando Jesús se ofreció en sacrificio, no había
mancha ni imperfección en Él. Fue durante las tres últimas horas en la cruz cuando
Jesucristo se convirtió en una maldición por nosotros. Fue entonces cuando, como dijo
Isaías 53:10, Dios quiso quebrantarlo, oprimirle con el sufrimiento. Él convirtió su alma en
una ofrenda por el pecado. Fue objeto de la maldición de Dios. Fue rechazado,
abandonado y desamparado por Dios.
En la frase "maldito todo el que es colgado en un madero" destacamos que la palabra
griega para madero es "xulon", que significa también árbol. ¡Qué contraste tenemos aquí!
Cristo fue a la cruz, fue colgado de un madero que para Él fue como un árbol de la muerte,
para que él pudiera convertirlo para usted y para mí en un árbol de la vida. Israel tuvo la
ley por 1.500 años y fracasó en vivir de acuerdo con sus preceptos. En los Hechos 15,
Pedro de hecho dijo que ellos y sus antepasados no habían sido capaces de cumplir la ley y
por lo tanto, era absurdo pretender imponérsela a los no judíos. Si ellos no habían podido
obedecerla, los otros pueblos no judíos tampoco podrían. Así que Cristo ocupó nuestro
lugar para que nosotros pudiéramos recibir lo que la Ley nunca podría lograr. Por ello, el
Espíritu de Dios ha sido un don peculiar a esta época de la gracia y misericordia de Dios,
época inaugurada por la muerte y resurrección de Cristo.
Pablo puso un ejemplo sobre los métodos de ratificar compromisos solemnes. Aun en el
caso de un pacto humano, cuando un hombre hace un trato y lo respalda con su firma,
nadie puede anularlo ni agregarle nada. Lo que el apóstol quería explicar era que si aun los
seres humanos se sienten obligados a respetar esas reglas, guiados por un sentimiento de
justicia, mucho más puede esperarse de Dios. Quizás el apóstol quiso enfrentarse a la falsa
suposición de los judaizantes de que la Ley de Moisés habría condicionado el pacto de
Dios con Abraham, limitando sus beneficios a las personas que estuvieran
ceremonialmente puras.
Dios llamó a Abraham y le prometió convertirlo en una bendición para el mundo. Y lo hizo
por medio de Jesucristo, un descendiente de Abraham. Cristo fue entonces el que trajo la
salvación para el mundo.
La palabra "descendencia" se refiere específicamente a Cristo (véase Génesis 22:18). Aquí
es oportuno recordar las palabras de Cristo mismo en Juan 8:56, cuando dijo: "Abraham,
vuestro padre, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio, y se alegró".
Vamos a comentar entonces el pasaje Bíblico correspondiente al día de hoy, dirigiéndonos
al versículo 17 de este capítulo 3 de Gálatas, donde leemos lo siguiente:
"Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios en Cristo no puede ser anulado
por la Ley, la cual vino cuatrocientos treinta años después; eso habría invalidado la
promesa"
Dios hizo una promesa, un pacto con Abraham. Cuando al avanzar la historia llegó la Ley
cuatrocientos treinta años después, no cambió nada relacionado con las promesas hechas
a Abraham. En realidad, Dios nunca falta a Su palabra, nunca incumple sus promesas. Le
había prometido al patriarca que le iba a dar una tierra, un hijo, y un pueblo formado por
multitudes que resultarían imposibles de contar. Dios cumplió esa promesa y de Abraham
provino la nación de Israel y otras naciones, pero las promesas fueron transmitidas por
medio de Isaac, cuya línea de descendencia condujo al Señor Jesucristo, llamado "la
descendencia" en el versículo 16. Dios también le prometió a Abraham que le convertiría
en una bendición para todos los pueblos de la tierra. Estimado oyente, la única bendición
que el mundo puede recibir está en Cristo. No creemos que el mundo esté en condiciones
de ofrecerle un trato beneficioso. Pero el Señor Jesucristo ha sido provisto para usted
como el don supremo que Dios ha concedido. Y Dios ha prometido que salvará a aquellos
que confíen en Cristo.
Leamos ahora lo que dice el versículo 18, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas:
"Porque si la herencia depende de la Ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la
concedió a Abraham por medio la promesa".
La promesa relacionada con Cristo fue hecha antes de que la Ley de Moisés fuera
entregada, y esa promesa fue tan válida como si no se hubiera dado la Ley. La promesa
fue hecha independientemente de la Ley. Entonces surge una pregunta: ¿por qué fue
dada la Ley? ¿Cuál es su valor? Ahora, no hay que pensar que Pablo estaba quitándole
importancia a la Ley. Más bien, estaba tratando de ayudar a la gente para que entendiese
el propósito de la Ley. Pablo presentó a la Ley en toda su majestad, en su plenitud y en su
perfección. Pero también mostró que esa misma perfección de la Ley revelaba la razón
por la cual creaba un obstáculo que usted y yo no podíamos superar para ser aceptados
por Dios.
Escuchemos ahora lo que dijo Pablo al explicar el propósito de la ley, comenzando aquí en
el versículo 19, de este capítulo 3:
"Entonces, ¿para qué fue dada la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta
que viniera la descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de
ángeles en manos de un mediador".
Tomemos nota de la pregunta que se hizo al principio, ¿para qué sirve la ley, cuál es su
valor? Él estaba aclarando que fue algo añadido. Fue añadido por causa de las
transgresiones, es decir, para poner de manifiesto la desobediencia de los seres humanos.
El versículo continúa diciendo hasta que viniera la descendencia. Esta pequeña palabra
"Hasta" es importante por sus implicaciones temporales. Indica que la Ley era temporal.
La ley fue dada simplemente para el intervalo de tiempo comprendido entre Moisés y la
época de Cristo. Como bien declaró Juan en su Evangelio 1:17, "porque la ley fue dada por
medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". Así que es
importante destacar que la Ley era temporal hasta que llegara esa descendencia que era
Cristo.
La ley fue añadida, como dice el texto Bíblico, a causa de las transgresiones. Fue dada para
revelar y no para remover el pecado. No fue dada para preservar al hombre del pecado,
porque el pecado ya había llegado, ya estaba presente en la humanidad. Le ley vino para
mostrar la realidad del ser humano como un perverso pecador por naturaleza ante Dios.
Cualquier persona que sea sincera podrá contemplarse a sí misma a la luz de la Ley y verse
culpable. No fue dada como una norma por medio de la cual el ser humano puede
alcanzar la santidad. Estimado oyente, por ese medio usted nunca logrará vivir una vida
santa porque, en primer lugar, usted no puede cumplir los principios de la Ley por sus
propias fuerzas.
Muchos piensan que un individuo se convierte en pecador cuando comete un acto
pecaminoso, o sea, que es una buena persona hasta que se malogra, hasta que fracasa, y
cometa un pecado. Esto no es cierto. Precisamente es por ser ya un pecador, que comete
un pecado.
En realidad el pecado forma parte de nuestra naturaleza, de nuestra manera normal de
ser en nuestros pensamientos, en nuestra conducta y en nuestras palabras. Incluso
podemos comprobarlo en la vida cotidiana, por ejemplo, en el asunto de la mentira. El ser
humano miente porque es mentiroso por naturaleza. La mentira se introduce en nuestro
lenguaje de forma natural, a veces incluso inconscientemente, parece que hay una
tendencia a mentir en detalles irrelevantes como, por ejemplo, al saludar a alguien, al
expresar la forma en que nos sentimos, sobre nuestro estado de ánimo, en opiniones y, a
veces, nos justificamos a nosotros mismos cuando debemos mentir en asuntos de mayor
importancia, pretendiendo evitar un mal mayor. Y todo ello porque tenemos una
naturaleza caída. Por ello, la Ley fue dada para mostrar que somos pecadores y que
necesitamos un mediador, es decir, alguien que se coloque entre nosotros y Dios para
poder ser aceptados por Él. Luego el apóstol Pablo continuó hablando en esta sección y
dijo en el versículo 21, de este capítulo 3:
"Entonces, ¿la Ley contradice las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si la Ley
dada pudiera impartir vida, la justicia verdaderamente hubiera dependido de la Ley".
¿Está la ley en contra de las promesas de Dios? La expresión "de ninguna manera" es
enfáticamente negativa. ¿Por qué? Si hubiera habido otra manera de salvar a los
pecadores Dios habría utilizado esa forma. Si Él hubiera podido promulgar una ley por
medio de la cual los pecadores pudieran salvarse, lo habría hecho. Y en el versículo 22,
continuamos leyendo:
"Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que mediante
la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen".
Hemos leído que la ley trajo la muerte. Dice en Ezequiel 18:20; "porque el alma que
pecare ésa morirá". Y como el versículo que acabamos de leer dice que la Escritura dice
que todos son prisioneros del pecado; por lo tanto, todos murieron. En consecuencia, lo
que se necesita es la vida. Hemos visto que la ley trae la muerte, y eso es todo lo que
puede hacer. No se trata en realidad del grado de pecado sino que el mero hecho del
pecado nos trae la muerte. De ahí que todos estamos igualmente muertos, y padeciendo
la misma necesidad. Puede que usted no haya cometido un pecado muy grande, pero
usted y yo tenemos la misma naturaleza que aquellos que han cometido graves pecados.
Fue Goethe, ese gran filósofo poeta alemán, considerado como una de las figuras más
destacadas de la literatura mundial, quien dijo: "Yo nunca he visto cometer algún crimen
que yo también no hubiera sido capaz de cometer". O sea que, él reconocía que tenía esa
misma clase de naturaleza. Por tanto no es simplemente el grado del pecado, sino el
mismo hecho de que somos pecadores lo que nos trae muerte.
Permítanos ilustrar lo que queremos decir, de que es el hecho de la existencia del pecado,
y no el grado, lo que cuenta. Supongamos que estamos en un edificio muy alto, digamos
de 24 pisos de altura. Arriba, en la azotea de ese edificio se encuentran tres hombres. Y
llega el capataz y les dice: "Tengan cuidado, no trabajen cerca del borde de la azotea
porque podrían resbalar, caer al vacío y matarse. Uno de los hombres, pensando que el
capataz está tratando de asustarles, hace caso omiso de la advertencia y al hacer un
esfuerzo resbala, cae al vacío y se mata al golpearse contra el pavimento. Ahora,
supongamos que ante ese grave accidente uno de los otros dos hombres que quedaron
allá arriba pierde el control y al inclinarse por el mismo borde para mirar pierde el
equilibrio y cae también al vacío, hallando la muerte al llegar abajo. Ahora, tenemos al
tercer hombre; digamos que estaba siendo buscado por alguien que le perseguía por una
venganza y sabiendo que trabajaba allí sube a la azotea, después de vigilarle se acerca y
aprovechando su confusión le empuja haciéndole caer al vacío, causándole así la muerte.
El resultado fue que los tres alcanzaron la muerte, habiendo caído al vacío por diversos
motivos y circunstancias. Los tres fueron víctimas de la ley de la gravedad e
inevitablemente encontraron la muerte, porque por su propia naturaleza humana limitada
y débil, no podían superar la ley física de la gravedad. Es que se trata del hecho de haber
caído al vacío quebrantando una ley física inexorable que afectaría a todas las personas
que cayeran al vacío, independientemente del grado de las circunstancias que, en cada
caso, provocaron los accidentes.
Ahora, la cuestión que puede surgir aquí es, si la ley de gravedad que los arrastró a la
muerte, ¿puede acaso, darles vida ahora? Claro que no. No, no les puede dar vida. La ley,
estimado oyente, no le puede dar vida a usted, así como ninguna ley natural puede darle a
usted vida después de que usted la haya quebrantado. Así como en nuestra ilustración,
nadie puede dar marcha atrás en el orden de los eventos y restaurar la primitiva situación
de vida en la que se encontraban los tres hombres antes de caer al vacío, como puede
hacerse al hacer retroceder los fotogramas de una película. En el ámbito espiritual sucede
lo mismo, porque la muerte es el resultado final del pecado. La ley del pecado no
contempla las circunstancias atenuantes. No contempla la posibilidad de ejercer
misericordia ni de mostrar flexibilidad suavizando las circunstancias de la infracción. Es
inexorable, inflexible e inmutable. Como dijimos antes mencionando el testimonio de la
Palabra de Dios en Ezequiel 18:20; "el alma que peque, ésa morirá". Recordemos el
episodio relatado en Génesis 2:17, cuando Dios les dijo a Adán y Eva: "pero del árbol del
conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente
morirás". Y en el libro de Éxodo, capítulo 34, versículo 7, dice: "de ningún modo tendrá
por inocente al malvado". De modo que, todos, estimado oyente, todos los seres humanos
hemos pecado, y de acuerdo con la ley, estamos condenados a muerte, estamos como
muertos. Estamos viviendo una muerte anticipada. La ley nos ha dado muerte. El apóstol
Pablo, en 2 Corintios 3:7 la llamó "el ministerio de muerte", es decir, el ministerio que
causaba la muerte. Porque en el ámbito espiritual, la ley nos condena a todos a la muerte,
al no poder alcanzar el nivel de vida que sus preceptos demandan.
¿Puede entonces dar vida la ley? Estimado oyente, eso es imposible. La ley no puede dar
más vida que la que aquella caída al vacío por la ley de la gravedad podía dar al que había
muerto como consecuencia de esa caída. El propósito de la ley no fue el de dar vida,
porque fue dada para mostrarnos que delante de Dios, todos somos pecadores culpables.
Concluimos este párrafo citando nuevamente la declaración del versículo 22, que
establecía que todos somos prisioneros, cautivos del pecado, para que quienes crean en
Jesucristo puedan recibir lo que Dios ha prometido. Estamos examinando esta sección
más detalladamente, como si fuera casi por un microscopio, porque explica un aspecto
esencial del verdadero significado del Evangelio. Ahora, en el versículo 23, de este capítulo
3, de la epístola a los Gálatas, el autor dijo:
"Pero antes que llegara la fe, estábamos confinados bajo la Ley, encerrados para aquella
fe que iba a ser revelada".
La frase antes que llegara la fe se refiere, por supuesto, a la fe en el Señor Jesucristo,
quien murió por nosotros.
O sea, que hasta que vino el Señor Jesucristo, la ley incluía a la misericordia porque
establecía la existencia de un propiciatorio, que era la tapa del arca de la alianza, del
pacto. Allí se encontraba el lugar donde Dios entraba en contacto con su pueblo para
perdonarlo. La ley preveía que habría un altar donde se podrían ofrecer sacrificios por el
pecado para obtener perdón, hallar la misericordia de Dios. Y todos aquellos sacrificios de
la época de la ley señalaban a Cristo. Por ello el apóstol Pablo dijo que antes que llegara la
época de la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados en ella y bajo su custodia
hasta que viniese esa fe que iba a ser revelada.
La fe que justifica estaba operativa en el Antiguo Testamento. Pero la fe en la persona y la
obra de Cristo no vino hasta el momento en que fue específicamente revelada. Antes de
ese momento histórico, los israelitas se encontraban bajo la custodia protectora de la Ley.
De esa manera, Dios protegía a Su pueblo de los degradantes y malvados ritos paganos
que practicaban los pueblos paganos que les rodeaban.
Estimado oyente, le invitamos a dar ese paso de fe, fe en la persona de Jesucristo como el
Hijo de Dios, y en Su obra en la cruz ocupando el lugar de todos los pecadores y recibiendo
el castigo que, de acuerdo con la Ley y la santidad de Dios les correspondía. Y al constatar
históricamente que el ser humano era incapaz de agradar a Dios al no poder cumplir los
preceptos o el nivel de vida que Dios requiere de sus hijos, podemos decir que al mirar por
la fe a la obra de Cristo en la cruz, el pecador reconoce su impotencia y la inutilidad de sus
esfuerzos humanos para convertirse en un hijo de Dios y, en consecuencia, se refugia en
los méritos del sacrificio de Cristo, aceptando la gracia y la misericordia de Dios. Ése es el
paso de fe, que usted mismo puede dar ahora, orando, hablando con Él, expresándose en
sus propias palabras, para darle las gracias por haber sido alcanzado por el amor y la
gracia de Dios.

Gálatas 3:24-29
Continuamos hoy amigo oyente, nuestro estudio del capítulo 3, de la epístola del apóstol
San Pablo a los Gálatas. Y antes de comenzar nuestra lectura con el versículo 24, vamos a
leer nuevamente el versículo 23, con el cual finalizábamos nuestro programa anterior:
"Pero antes que llegara la fe, estábamos confinados bajo la Ley, encerrados para aquella
fe que iba a ser revelada".
La frase antes que llegara la fe se refiere, por supuesto, a la fe en el Señor Jesucristo,
quien murió por nosotros.
O sea, que hasta que vino el Señor Jesucristo, la ley incluía a la misericordia porque
establecía la existencia de un propiciatorio, que era la tapa del arca de la alianza, del
pacto. Allí se encontraba el lugar donde Dios entraba en contacto con su pueblo para
perdonarlo. La ley preveía que habría un altar donde se podrían ofrecer sacrificios por el
pecado para obtener perdón, hallar la misericordia de Dios. Y todos aquellos sacrificios de
la época de la ley señalaban a Cristo. Por ello el apóstol Pablo dijo que antes que llegara la
época de la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados en ella y bajo su custodia
hasta que viniese esa fe que iba a ser revelada.
La fe que justifica estaba operativa en el Antiguo Testamento. Pero la fe en la persona y la
obra de Cristo no vino hasta el momento en que fue específicamente revelada. Antes de
ese momento histórico, los israelitas se encontraban bajo la custodia protectora de la Ley.
De esa manera, Dios protegía a Su pueblo de los degradantes y malvados ritos paganos
que practicaban los pueblos paganos que les rodeaban.
Y vamos a comenzar, leyendo el versículo 24, que dice lo siguiente:
"De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos
justificados por la fe".
Hemos llegado hoy a una sección muy destacada. Es por lo que estamos leyendo aquí que
Martín Lutero pudo decir: "Ésta es mi epístola, yo estoy aferrado a ella". Es esta sección la
que hizo impacto en ese joven inglés Juan Wesley. Él fue enviado como misionero a los
Estados Unidos, y al llegar allí, dijo: "Yo vine a América con el propósito de convertir a los
indios, pero ¿quién va a convertir a Juan Wesley?" Al regresar a su país, Inglaterra, una
noche, mientras caminaba por Aldersgate, escuchó la explicación de esta sección de
Gálatas, que causó en él una gran impresión que le condujo a los pies del Señor Jesucristo.
Y así, Juan Wesley fue utilizado por Dios para traer el más grande movimiento espiritual
que el mundo de habla inglesa haya conocido.
Pablo dejó bien aclarado que la Ley mosaica no podía salvar. Y en su epístola a los
Romanos, capítulo 4, versículo 5, expresó con claridad lo siguiente: "pero al que no
trabaja, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia". Dios
rehusó aceptar las obras del ser humano para conceder la salvación. En el libro del profeta
Isaías 64:6 hemos leído que la justicia del hombre era como trapos sucios a los ojos de
Dios. Él no aceptó el guardar la Ley para obtener la salvación porque la Ley no podía
salvar; sólo podía condenar. No fue dada para salvar a los pecadores sino para que ellos
supieran que eran pecadores. No removía el pecado sino que lo revelaba, lo ponía en
evidencia. No podía evitar que el ser humano pecara, porque el pecado ya había llegado a
la raza humana. La ley demuestra que el hombre, en realidad, no es como algunos lo han
presentado, como un pecador sofisticado, refinado, educado. Puede que lo parezca, pero
a la hora de la verdad, en su estado natural, es un ser detestable, vulgar, injusto y sin
ningún atractivo.
Quisiéramos utilizar una ilustración que puede ser de ayuda para aclarar el propósito de la
ley como Palabra de Dios. Imaginemos por un momento que vamos al cuarto de baño de
la casa, donde se encuentra el lavabo con su espejo en la parte superior. El lavabo tiene un
propósito, así como el espejo también tiene su función. Cuando usted es consciente de
haberse ensuciado la cara, usted va al cuarto de baño para remover la suciedad. Ahora,
está claro que usted no utiliza el espejo para limpiar la suciedad. El espejo sólo le revela a
usted la mancha en el rostro.
Sin embargo, en la actualidad hay muchas personas que están tratando de limpiar sus
manchas con el simple contacto visual o físico con el espejo que es la ley de Dios,
creyendo que de esa manera podrán limpiar dicha suciedad. Como usted puede darse
cuenta, la Ley revela la condición real de la persona. La Palabra de Dios es el espejo que
revela quienes somos, y lo que somos, es decir, que somos pecadores y que lo que somos
nosotros, que somos pecadores que se encuentran fuera y lejos de la presencia gloriosa
de Dios. Y esto es lo que revela la Ley de Dios. Pero gracias a Dios que debajo del espejo
está el lavabo y es a él que uno recurre para lavar la mancha. Ello nos recuerda las
palabras de Juan en el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, en 1:5, palabras en las cuales
se presenta a Jesucristo como "el que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados con
su sangre". Así es como se remueve la mancha del pecado. Es la sangre de Jesucristo la
que nos limpia. Así que la ley prueba que el ser humano es un pecador, pero no lo
convierte en un santo, puro y limpio. Como dijo el apóstol Pablo en Romanos 3:19, la ley
fue dada para que todo el mundo se calle y quede convicto bajo el juicio de Dios.
Ahora, notemos que en el versículo 24, se nos dice que la ley ha sido nuestro guía. ¿Qué
es lo que quiere decir con esto de que la ley ha sido nuestro guía? Bueno, Pablo comenzó
a explicar este término, así que leamos el versículo 25:
"Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía"
La palabra en griego que se utiliza aquí para nuestro término guía es "paidagogus", que
quiere decir, "el que cuida a los niños". En el hogar de los romanos en esa época, había
ciertos esclavos o siervos que formaban parte del personal de la casa familiar.
Aproximadamente, de unos 120 millones de habitantes, 60 millones eran esclavos. En el
hogar de un patricio, de un miembro de la guardia pretoriana o en la casa de las personas
adineradas, había esclavos que tenían a su cargo el cuidado de los niños. También, por
ejemplo, tenían a otros siervos que estaban a cargo de las herramientas de la casa, el
arado, de las carrozas, del ganado, y otros elementos. También había otro siervo que
estaba a cargo de llevar las cuentas del dueño, los libros, los asuntos personales y del
Banco, el dinero y cosas por el estilo. Cuando un niño nacía en esos hogares, era colocado
bajo la custodia del siervo o esclavo que habría de criarle. Le proporcionaba la ropa limpia,
le bañaba, y le reprendía o imponía un castigo cuando se lo merecía. Cuando el niño crecía
y llegaba a la edad escolar, le levantaba por la mañana, le vestía y le llevaba a la escuela.
De ahí proviene el término "paidagogos": "paid" se refería a los pies, de ahí viene nuestra
palabra "pedal" y "agogos" que significa "guiar". La palabra griega describe de esta
manera al esclavo que tomaba al niño de la mano, le conducía a la escuela, y se lo
entregaba al maestro. Este siervo o esclavo, no era capaz de instruir al niño más allá de
cierta edad, así que le conducía a la escuela.
Ahora bien, lo que Pablo estaba diciendo aquí era que la Ley era nuestro "paidagogos".
Era como si la Ley hubiera dicho: "Mira niño, yo no puedo hacer nada más por ti. Así que
quiero tomarte de la mano y llevarte a la cruz de Cristo. Tú estás perdido, y necesitas a un
Salvador". Por ello decimos que el propósito de la Ley era el de conducir a los seres
humanos a Cristo, y no para darles motivos para andar presumiendo por la vida de que
obedecen los preceptos de la Ley de Dios. Usted sabe que no puede obedecer esos
preceptos. Para llegar a esa conclusión todo lo que tiene que hacer para estar seguro de
ello es examinarse a sí mismo íntimamente. Y llegamos ahora a otra sección maravillosa.
No que la anterior no lo haya sido, sino que ésta es un poco diferente. En el versículo 26,
de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas, leemos:
"Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos".
En lo que resta de este capítulo y en la primera parte del próximo capítulo, el capítulo 4,
Pablo se disponía a mostrarnos algunos de los beneficios que recibimos al confiar en
Cristo, y que nunca podríamos recibir bajo la Ley. En otras palabras, la ley nunca podía
darle al creyente la naturaleza de un hijo de Dios. En cambio Cristo sí puede hacerlo. Sólo
la fe en Cristo nos puede convertir en hijos de Dios.
Observemos esto por un momento. Pablo dijo: pues todos sois hijos de Dios. Sólo la fe en
Cristo puede convertirnos en hijos legítimos de Dios. Y utilizó el término "legítimos" como
énfasis, porque los únicos hijos que Dios tiene, son hijos legítimos. Uno se convierte en un
verdadero hijo de Dios por la fe en Cristo, y eso es todo lo que se necesita para ello. La
salvación no equivale a la fe y algo más. Sino que la fe, y nada más que la fe, le convierte a
uno en un hijo de Dios. Nada más puede convertirle a alguien en un hijo de Dios. Y esto
queda suficientemente claro en este versículo, que declara enfáticamente todos sois hijos
de Dios ¿y cómo? por la fe en Cristo Jesús.
Un individuo israelita en el tiempo del Antiguo Testamento bajo la ley, nunca llegó a ser
un hijo de Dios, sino sólo un siervo. Dios llamó a la nación de Israel "Su hijo" (lo podemos
ver Éxodo 4:22), pero el individuo dentro de esa nación, colectivamente hablando, nunca
fue llamado un hijo. Fue llamado un "siervo del Señor". Por ejemplo, Moisés tenía una
relación muy íntima con Dios; sin embargo Dios dijo de él, según Josué 1:2, Mi siervo
Moisés ha muerto. Ése fue su epitafio. También resaltamos el caso de David. Aunque
David era un hombre del agrado de Dios, conforme a su corazón, Dios le llamó en 1 Reyes
11:38, mi siervo David.
Estimado oyente, usted no habría podido cumplir con la ley, pero aun en el supuesto caso
de que pudiera haberlo hecho, su justicia habría sido inferior a la justicia de Dios. Es que el
carácter de ser un hijo Suyo requiere Su justicia. El Nuevo Testamento, sin lugar a dudas,
nos dice en Juan 1:12: "Mas a todos los que le recibieron, a quienes creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Se nos ha dado la "potestad" que equivale a
la palabra griega "exousian", que significa "la autoridad", "el derecho" de ser hijos de Dios
por hacer nada más que sencillamente confiar en Cristo. Un fariseo llamado Nicodemo,
que era un hombre profundamente religioso, devoto de una religión dada por Dios
aunque estuviera en decadencia, seguía meticulosamente la Ley y, sin embargo, aún no
era un hijo de Dios. Porque Jesús le dijo, en Juan 3:7, "Os es necesario nacer de nuevo". Y
en esto es necesario ser dogmático y claro. Ni sus oraciones, ni sus dones o capacidades,
ni su bautismo, jamás le convertirá a usted en un hijo de Dios. Sólo la fe en Cristo le hará
un hijo de Dios.
Permítanos hacer una declaración que creemos es muy necesaria. La herejía más
condenable, que se haya propagado por este mundo, es la herejía de la "paternidad
universal de Dios" y la "fraternidad universal del hombre". Los que la sustentan dicen que
"todos somos hijos de Dios". Pero los que son hijos de Dios, deben actuar como hijos de
Dios y resulta innegable que la conducta de los seres humanos en general y las
condiciones de convivencia en el mundo actual desmienten semejantes creencias de
paternidad universal y de fraternidad universal. Y si pensamos en la época de Jesús
podemos recordar que Él nunca dijo nada semejante. En una ocasión, relatada en Juan
8:44, mirando a un grupo de líderes religiosos les dijo: "Vosotros sois de vuestro padre el
diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer". Y eso no le hemos dicho nosotros,
sino una persona tierna y delicada como Jesús. Evidentemente, había personas en Su
época que no eran hijos de Dios. Y pensamos que el diablo tiene aun hoy muchos hijos por
el mundo. ¡Ciertamente, ellos no son hijos de Dios! La única forma en que usted, estimado
oyente, puede convertirse en un hijo de Dios es por medio de la fe en Jesucristo. Sigamos
adelante ahora, leyendo el versículo 27, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas:
"Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos".
Ahora, esperamos que usted no esté pensando que este bautismo que aquí se menciona,
es el bautismo por agua. El bautismo por agua es siempre un rito bautismal y creemos en
ese rito con todo nuestro corazón. Creemos que cada creyente debe ser bautizado y debe
ser bautizado por inmersión; porque la inmersión claramente ilustra al verdadero
bautismo, que es el bautismo del Espíritu Santo, el bautismo que coloca o une a alguien al
cuerpo de los creyentes. El apóstol Pablo dijo, en 1 Corintios 12.13, "13porque por un solo
Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos
como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu". Eso quiere decir, que
somos identificados, que estamos colocados en realidad y en verdad, en el cuerpo de los
creyentes, que es la iglesia. Recordemos otra vez lo que dice este versículo 27, de este
capítulo 3: "27pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis
revestidos". Dios lo ve a usted en Cristo y por tanto, lo ve a usted completo, a la luz de la
perfección de Cristo. Usted no puede agregar nada a eso. Ahora, el versículo 28 dice:
"Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús".
En este cuerpo de los creyentes no había ni judío ni griego. En Cristo no existen las
barreras raciales. Cualquier persona que esté unida a Cristo es mi hermano o hermana, y
no importa cuál sea el color de su piel; porque lo que me interesa es el color de su
corazón. Sólo si estamos unidos a Cristo es que somos hechos uno. ¡Damos gracias a Dios
por esa realidad y nos alegramos de recibir cartas de personas de todas las razas,
respondiendo a los programas de radio y en nuestro diálogo con ellos, nos llamamos
mutuamente hermanos! ¿Por qué? Porque somos uno al estar unidos a Cristo y vamos a
estar juntos por toda la eternidad.
Y al leer la frase no hay esclavo ni libre pensamos en las posiciones a veces antagónicas
entre los que representan al capital y a los trabajadores, y en las personas de todas las
edades que son actualmente explotadas para que algunos reciban grandes beneficios
económicos. Por supuesto, lo único que puede unir a unos y a otros es la persona de
Cristo.
Y al finalizar el versículo 28 con la frase no hay hombre ni mujer, recordamos la violencia
de género y la desigualdad de oportunidades laborales que en algunos sectores de la
sociedad sufre la mujer. En este caso también, sólo el estar unidos a Cristo puede lograr la
relación armónica entre los sexos.
Para terminar este capítulo 3 y finalizar nuestra lectura de hoy, leamos el versículo 29:
"Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos
según la promesa".
Ahora, ¿cómo podemos ser nosotros descendientes de Abraham? Por el hecho de que
Abraham fue salvo por la fe, y nosotros somos salvos por la fe. Abraham presentó un
pequeño animal como sacrificio, que señalaba al futuro, hacia la venida del Hijo de Dios,
quien sería el sacrificio supremo. En nuestro tiempo, Cristo ya ha venido y puedo mirar
hacia atrás en la historia y decir: "Hace más de dos mil años el hijo de Dios vino y murió
por mí para que yo pudiera tener vida al confiar en Él". El autor de estos estudios bíblicos,
el Dr. J. Vernon McGee, contaba que tuvo el privilegio de hablar a un grupo de judíos en
cierta ocasión, y al comenzar su discurso dijo: "Para mí, siempre ha sido un privilegio el
hablar a los hijos de Abraham", y al oír estas palabras, todos ellos sonrieron. Y luego, el Dr.
McGee prosiguió diciendo: "Porque yo también soy un hijo de Abraham" y al decir esto,
ellos ya no sonrieron más. En realidad, algunos de ellos tenían un gesto de pregunta
dibujado en sus rostros y con razón. Es que si yo estoy unido a Cristo y usted también lo
está, ambos pertenecemos a la descendencia de Abraham y somos herederos según la
promesa. Y esto es algo maravilloso.
En nuestro próximo programa continuaremos con esta sección doctrinal que trata sobre la
justificación por la fe, en la tercera subdivisión, ilustrada con el ejemplo de Abraham, que
se extiende desde el capítulo 3:6 hasta el 4:18, Pablo iba a discutir algo más que nos viene
a través de fe en Cristo y que nunca podríamos haber logrado por medio de las obras de la
ley. Y nos referimos a nuestra posición de hijos de Dios. Sólo la fe en Cristo puede darnos
esa posición, llevándonos al estado de hijos maduros. Cuando comenzamos la vida
cristiana, espiritualmente hablando, somos como niños que tienen que crecer hasta llegar
a la madurez. Sin embargo, Dios nos da la posición de hijos maduros, adultos,
proveyéndonos con una capacidad que de otra manera no tendríamos.
Precisamente en este programa hemos negado la creencia de que todos los seres
humanos sean hijos de Dios y hermanos entre sí. Los hijos de Dios no son todos aquellos
que han experimentado un nacimiento natural o han cumplido ciertos ritos formales, sino
aquellos que han experimentado la obra del Espíritu Santo en un nacimiento espiritual. El
apóstol Juan lo aclaró en su Evangelio, en el capítulo 1 versículo 12, cuando escribió lo
siguiente: "Mas a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho
de ser hijos de Dios". Ésta es, estimado oyente la única manera de convertirse en un hijo
de Dios.

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