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El Regreso de Los Dioses
El Regreso de Los Dioses
“Es cierto que la gente del mundo antiguo, quienes adoraban dioses
rivales, hizo ídolos. Pero sabían que estos ídolos fueron hechos con
sus propias manos y no tenían poderes reales. Esos ídolos hechos a
mano solo eran objetos que sus dioses podían habitar para recibir
sacrificio y dar conocimiento a sus seguidores, quienes
desempeñaban rituales para solicitar a los dioses que vinieran a ellos
y habitaran en el ídolo.”
Cuando analizamos las estructuras religiosas de la antigüedad se nos descubre un
mundo muy complejo, pero con una serie de elementos con denominadores comunes:
las estatuas, esculturas o pinturas, los símbolos, y los ritos, rituales y ceremonias.
Comenzamos hablando del mal y todas sus facetas, y el temor de su sombra ha acaecido
sobre el colectivo espiritual de todas las civilizaciones. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Por
qué el ser humano invoca a sus deidades para combatir el mal que le acecha? Porque ha
experimentado el sufrimiento y el tormento del mal desde que cortó sus ligaduras con el
Creador. Desde el huerto del Edén, en la caída del hombre, hasta nuestros días, el ser
humano ha exclamado a su prójimo: “Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros
sus cuerdas.” (Salmo 2:3). Sin embargo, Dios ha sembrado la eternidad en su interior
(Eclesiastés 3:11) logrando que busque esa relación de continuo. ¿Cómo ha
permanecido en esta búsqueda? Persiguiendo la imagen divina a través de productos del
artificio. Analicemos la historia de las religiones y veremos cómo las personas ubicaron
múltiples deidades detrás del rostro de un sinfín de esculturas, tótems, imágenes,
pinturas, lienzos, símbolos, grabados, y muchas artesanías más. Tal como expresa
Heiser, para los antiguos no había un dios real en la imagen que fabricaban, pero sí uno
muy real en su interior. Y los israelitas no estaban exentos de esto, por lo cual Dios les
presenta esta contundente advertencia en Deuteronomio: “Guarden mucho sus almas”.
Los dioses que vemos en el Antiguo Testamento eran muy reales y tenían la capacidad
de actuar sobre la tierra y sus habitantes. Pensemos esto un momento. Pasajes de la
Biblia dicen:
“Porque tú, Jehová, eres excelso sobre toda la tierra; eres muy
exaltado sobre TODOS LOS DIOSES.” (Salmo 97:9)
“¿Quién como tú, oh Jehová, ENTRE LOS DIOSES? ¿Quién como tú,
magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de
prodigios? (Éxodo 15:11)
Dios es presentado como mejor que lo demás dioses o superior a ellos. Sin embargo, la
Biblia declara paralelamente:
“Yo soy Jehová, y ninguno más hay; NO HAY DIOS FUERA DE MÍ.
Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste” (Isaías 45:5)
“Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo;
pero como hombres moriréis, y como cualquiera de los príncipes
caeréis.” (Salmo 82:6-7)
Este Concilio que fue juzgado por el Señor es el mismo que fue consultado mientras el
rey de Israel, Acab, había quebrantado los mandamientos de Dios y planeaba ir a la
guerra bajo consejo de falsos profetas. El profeta Micaías declara:
“Una vez que nos demos cuenta de que los dioses del Antiguo
Testamento son reales, se va enfocando entonces el significado del
mandamiento de Dios de no tener ningún otro dios ante Yahvé, el
Dios de Israel.”
Cuando el Señor demanda no servir a otros dioses implica que estos dioses pueden
recibir adoración y servicio. Estos dioses son entidades reales, llamados así por ser seres
espirituales (elohim) que viven, hablan, se comunican, tienen poder. Todos estos seres
están ubicados en una jerarquía bien estructurada en tres regiones: en la cúspide
YHWH, en el nivel intermedio los beney elohim o hijos de Dios, y los mal’ak o ángeles,
mensajeros. Ángeles, querubines, arcángeles, demonios, principados, potestades,
gobernadores, huestes celestiales, huestes infernales, Dios, satanás, y muchas entidades
más. Entonces, ¿cuál es realmente la advertencia de Dios al exigirnos no servir a otros
dioses? La advertencia es que hay una existencia real detrás de cada ídolo falso. Las
esculturas del pasado alojaban en su interior seres reales, así como en el presente. Pero
la situación empeora al encontrar que estas entidades espirituales se manifiestan de
tantas maneras como podamos imaginarnos: además de esculturas, dibujos animados,
leyes, ideologías, series de televisión, pertenencias heredadas, regaladas o compradas, y
aún personas. Hay una diferencia entre estos elementos y los espíritus que lo habitan.
Los antiguos realizaban ceremonias rituales para ingresar a los espíritus en la boca de
las estatuas. Mientras que los antiguos israelitas se burlaban de los ídolos no negaban a
los espíritus que los habitaban. Echando una mirada en el Nuevo Testamento, veremos
una situación en la que los nuevos creyentes estaban en duda respecto a su alimentación.
Antes de conocer al Señor ellos consumían todo tipo de alimentos, pero muchos de
éstos estaban consagrados a dioses falsos. Al no saber qué hacer, consultaron al apóstol
Pablo si, al creer ahora en el Señor, debían o no consumir este tipo de comida. El
apóstol les responde:
“¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se
sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a
los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os
hagáis partícipes con los demonios.” (1 Co. 10:19-20)
Aquí es donde Pablo agrega: “todo me es lícito, pero no todo conviene”. Pablo dice que
el sacrificio y el ídolo son intrascendentales, pero el espíritu que los habita no debe ser
algo con lo que los cristianos se asocien. Es decir que tanto los alimentos entregados a
los dioses de ese tiempo como los ídolos fabricados no son más que materiales físicos
sin importancia, pero dentro de estos elementos se encontraban alojados espíritus muy
reales con capacidad de actuar. Por esto Dios llega a decir:
“Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los
reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si
postrado me adorares.” (Mateo 4:8-9)
Una de las entidades espirituales que se ubica como receptor de nuestra adoración es el
mismo satanás, enemigo de nuestras almas. Así como fue enviado para tentar a Jesús, es
enviado por Dios para tentarnos a nosotros. ¿Enviado por Dios? Es de suma sorpresa
para muchos creyentes saber que satanás es siervo de Dios. Siervo en el sentido que
permanece ajeno a toda autonomía. Desde el instante que perdió su lugar ante el Señor y
fue arrojado a la Tierra, fue despojado de sus virtudes y posiciones, pero no de su
sujeción al Señor; de lo contrario, actuaría fuera de la voluntad de Dios, decidiendo bajo
su determinación personal y sin rendir cuentas al Señor del universo. Ninguna creatura
tiene esta capacidad más que el ser humano, dotado del libre albedrío para elegir. Para
eso es el desierto, para eso la prueba que inclina nuestro corazón hacia nuestras
verdaderas prioridades. De esta manera, podemos ver a Jesús probado en desierto al
cual fue llevado por el mismo Espíritu Santo para ser tentado allí por el diablo (Mateo
4:1), así como Pedro fue pasado por las manos del mismo satanás (Lucas 22:31). En el
desierto, Jesús pasó por tres pruebas, y una de ellas consistió en la adoración al diablo,
el cual se erige a sí mismo como dios delante de Él listo para recibir su correspondiente
adoración. La respuesta de Jesús fue determinante:
“Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube
oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me
mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo
soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que
guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.” (Ap. 22:8-9)
Aquí el problema radica en la incredulidad; la falta de fe en el Dios verdadero. Nadie
sacrificaría nada de sí a ningún otro si encontrara en el Señor la plenitud, la completitud
del alma. No nos cansamos de reiterar: hay muchas actividades, expresiones, actitudes,
beneficios en esta vida que son legítimos y hacen mucho bien. Es hermoso habitar en un
hogar, tener una familia, comer, beber, bailar, divertirse, ir a pescar, realizar una fiesta,
abrazarnos, amarnos, tener hijos, cocinar, y tantas actividades más que el Señor nos dio
la capacidad y la ocasión de poder realizarlas. Pero cuando cualquiera de ellas absorbe
nuestras vidas, inmediatamente se erige un espíritu que actuará sobre nosotros y ligará
nuestro corazón a él. Así, reemplazaremos nuestra fidelidad al Señor por cualquier
pensamiento, actitud, expresión, actividad o intención de parte nuestra. Las palabras se
convierten en mentiras, la bebida se convierte en alcoholismo, el baile y la fiesta se
convierten en desenfreno, descontrol y autodestrucción, la sexualidad se convierte en
deshumanización, perversión y repulsión, la familia se convierte en estorbo, y así
sucesivamente todo aquello que es hermoso y amamos se transforma en motivo de
nuestro sufrimiento. Y no es culpa de satanás ni sus demonios, sino nuestra que
ignoramos la advertencia del Señor de no dar nuestro corazón a otros dioses. El diablo y
sus ángeles caídos sólo actuarán en el momento que decidimos entregarles nuestro
corazón. El miedo muchas veces se convierte en el motor de nuestras determinaciones,
de manera que el temor a la pobreza y la escasez hace de nuestro trabajo un dios, el
temor a la soledad y al rechazo hace de los vicios y la sexualidad nuestros dioses, el
temor de la naturaleza hace de ella múltiples dioses, el temor a la muerte engendra otro
dios; y ese miedo es producto de la falta total de confianza en aquel que nos ha dicho: