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Fabrizio Lorusso
Ciudad de México, un día de 2011. Tengo el
honor de presentarles a la mismísima Santa
Muerte, quien nos hablará de ella y su culto
en México, por primera vez en la historia. Al
anochecer, sobre Ferrocarril de Cintura y
Avenida del Trabajo, estamos en el umbral
del barrio bravo de Tepito. La Santa llega
puntual y acalorada, nos sentamos sobre una
banca negra, apartados. La tarde es
bochornosa y mi grabadora impaciente
registra la portentosa vida de la Muerte.
–No te pases. Él me mandó. Posiblemente haya una sola vida y una sola
muerte y me encargo de eso. La gente dice “primero Dios, luego Ella”.
Hablan de mí y hasta me pongo roja, porque me dan tanta dicha y
valoración, pero no hago clasificaciones. ¿A poco no queremos todos un
granito de reconocimiento de vez en cuando?
–Fíjate. Cada quien trae su piel puesta, es una capa externa. Yo, en
cambio, porto mi atuendo y saco mis manos, mis pies y mi rostro de
calavera. Al verme finalmente se dan cuenta de que son todos iguales:
debajo de su piel y ropa, esconden huesos blancos como los míos y no
hay disfraz de por vida. A cada color de mi sayal le dan un sentido
simbólico. Está bien, siempre y cuando le nazca a la gente.
–¿Y en la cárcel?
–¿Por qué crees que estoy tan flaquita? No, es broma. Todo probé en la
vida, bueno, en la muerte. Muchos me piden sacarlos del vicio y con
gusto los apoyo.
–¡Uh! Pues, niño, te cuento que mi imagen tiene mil años, es un mix de
iconografías judeocristianas y grecorromanas. ¡Qué cosas! Como me ves
ahorita, aquí a tu lado, es como me pintaron en el medioevo y en el
barroco en Italia, España y demás. Bailaba en esos lienzos de las danzas
macabras dentro de iglesias y osarios. Presidía esqueléticamente las
procesiones del Viernes Santo sobre las carretas de la muerte. Chulada.
–No uso maquillaje, ves.Mi culto se mantuvo gracias a las abuelitas y las
guardianas, matronas, como yo, del México profundo. Las familias me
salvaron de las persecuciones sin pensar en el lucro. Mis imágenes
coloniales rescatadas son la de San Bernardo en Tepatepec, Hidalgo; la
del Museo de Yanhuitlán, Oaxaca, y la de La Noria, Zacatecas. También
en Tepito el culto es antiguo. Hace diez años el altar de Alfarería fue el
primero en ponerse en la calle y es el más concurrido. Hay al menos mil
500 altares en el DF y más en la República.
–No, ¿cómo crees? Cuando uno se sugestiona, cree que algo malo va a
pasar y se aplica la ley de Murphy. Si temen que los voy a castigar, algún
castigo ocurre solito.
–¿Qué le piden?
–El regreso del marido, el amor de la galana, ayuda con deudas y juicios
difíciles, protección del peligro, darle un chance al adicto y al preso pa’
que salgan de su jaula. Paros. Dinero. Éxito en el gabacho. No soy más
poderosa que la Virgencita, pero sí más cabrona.