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Fepal - XXVI Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis

"El legado de Freud a 150 años de su nacimiento"


Lima, Perú - Octubre 2006

UNA FORMA DE VIOLENCIA SOCIAL


Desde Freud hasta nuestros días
Autores: Lic. Catalina Martino─Dra. Alicia Lotufo de Wainstein

De acuerdo a Freud (1915), la realidad, el mundo exterior, es uno de los


polos estructurantes del aparato psíquico. Esta realidad–mundo exterior está
también constituida por el entorno socio-cultural: no podemos sustraernos de
las exigencias del medio en el cual vivimos y estas exigencias imprimen una
cualidad particular al trabajo psíquico y a las representaciones mentales.
Hoy nos encontramos sumergidos en una cultura de logros rápidos, de
exigencia consumista, de escasos planteos éticos, de intolerancia para los
que no son considerados iguales.
Consideramos que el conjunto de estas circunstancias es una forma de
violencia social, consentida y silenciosa en contraposición a otras formas de
violencia más estridente con daños observables manifiestos. Esta violencia
social silente con su permanencia en el tiempo y sus cualidades de
periodicidad y cronicidad, va produciendo desgaste, devastación de la
pantalla antiestímulos, alteración de los recursos del yo.
Es nuestra hipótesis –sin descuidar los determinismos intrapsíquicos y
teniendo en cuenta las dificultades que implican teorizar sobre la realidad
externa- que esta violencia está en directa relación, en tanto
desencadenante, de la aparición de las alteraciones que la nosología
psiquiátrica denomina dificultades para afrontar la vida y que incluyen el
stress, el síndrome de burn-out, las depresiones larvadas. Para formular esta
propuesta tenemos en cuenta las consideraciones freudianas sobre los
acontecimientos que pueden producir la cura de un enfermo o precipitar a
una persona a la enfermedad; en 1919 Freud se refiere en particular a las
“constelaciones externas” al aparato psíquico tanto en el proceso de
enfermar como en el curso de un tratamiento, y que en la traducción de

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López Ballesteros queda enunciado explícitamente: “Su afección depende


también de múltiples circunstancias exteriores”. También tenemos en cuenta
tanto lo que S. Ferenczi ha descrito originariamente sobre el trauma
acumulativo y que posteriormente fuera teorizado por Masud Khan- a modo
una erosión constante de los recursos psíquicos- como las concepciones de
E. Winnicott (1969) sobre medio ambiente: “…nadie es independiente del
medio, y ciertas condiciones ambientales destruyen el sentimiento de
libertad incluso en las personas que podrían haber disfrutado de ella. Una
amenaza prolongada puede afectar la salud mental de cualquiera y, como ya
lo he mencionado, la esencia de la crueldad consiste en destruir en un
individuo la esperanza que confiere sentido al impulso creativo y al
pensamiento y la vida creativa”.
Estas reflexiones pretenden iluminar ciertas condiciones de la realidad
social de nuestros pueblos y su incidencia en los procesos psíquicos. Nos
proponemos efectuar una lectura acorde a la teoría freudiana como un
aporte a la comprensión de estos fenómenos y también como una denuncia
al abuso de poder que conllevan algunos proyectos económicos y/o sociales.
Creemos necesario, en primer lugar, hacer algunas disquisiciones sobre la
agresividad y la violencia.

Sobre la agresividad
En 1920, Sigmund Freud se preguntaba la razón por la que se necesitó
tanto tiempo para reconocer la existencia de una pulsión agresiva y por qué
aparecieron dudas en utilizar, para la teoría, hechos que resultan
evidenciables en todo individuo. Quizás sea porque aquello demasiado
evidente nos enceguece, o por la dificultad que significa reconocer la
ferocidad pulsional en lo más íntimo del espíritu humano.
La agresión puede adoptar diversas modalidades. Se puede decir que
no hay conducta positiva o negativa, sea en expresión simbólica o
efectivamente actuada, que no pueda funcionar como agresión. Entre ellas
existen manifestaciones sutiles, solapadas, que los artistas tan bien han

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sabido interpretar y plasmar en sus obras. La ironía y la hipocresía


aparecen en El Tartufo de Molière; la impostura, en El Hipócrita de La
Bruyere. El resentimiento se refleja en el personaje de Ricardo III. Estas
creaciones literarias ejemplifican una posición subjetiva por la cual desde
una ilusión de completud megalomaníaca se puede mantener la propia
sobrevaloración a costa del desprecio y la denigración del otro, utilizando la
venganza como método de resarcimiento de heridas narcisistas. Vemos en
los ejemplos citados un despliegue de conflictos preedípicos, teñidos de
odio, de envidia, de hostilidad; en muchos casos también de deshonestidad.
Esta última puede tener las manifestaciones de la llamada "viveza criolla" o
manifestaciones propias de actos de mala fe. Esta breve enumeración
advierte que la agresividad es inherente a todo ser humano.
Desde la óptica psicoanalítica, lo que supone discriminarla de los
factores jurídicos, biológicos e ideológicos, hablar de la agresividad implica
hablar de lo pulsional. La agresión supone la mezcla de Eros con la pulsión
de muerte, es decir que la libido opera neutralizando de alguna manera la
pulsión de destrucción o desviándola hacia fuera.
En El malestar en la cultura y en Moisés y la religión monoteísta, Freud
explica la tendencia natural a la maldad, la agresión y la crueldad, que
proviene del odio primordial y tiene incidencias sociales desastrosas. El
hombre satisface sus aspiraciones eludiendo interdicciones. Explota sin
resarcir, humilla, martiriza, mata, se apropia de los bienes de otros. Pero
como debe renunciar a satisfacer plenamente esta agresividad en la
sociedad, encuentra un exutorio en los conflictos tribales o nacionales. Todo
ello vuelve a Freud pesimista y poco inclinado a creer en el progreso de la
humanidad.
Por su lado Lacan se presenta concordante con las ideas freudianas
cuando, en 1960, presenta la Ética del Psicoanálisis. Expresa que la
voluntad de hacer el bien desde el punto de vista moral, político o religioso
enmascara siempre una insondable agresividad. Es la causa del mal. Se
empeña en este escrito en evidenciar la dimensión imaginaria del odio.

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formalismo del yo, es decir, la identificación del niño con una imagen que
lo forma, pero que principalmente lo aliena, lo hace otro del que es en un
transitivismo identificatorio sobre los otros. 2) La agresividad del ser humano,
que debe ganar por sobre el otro e imponérsele bajo pena de ser sino Por lo
tanto, la agresividad, al formar parte de la encrucijada estructural, es
connatural al sujeto humano y queda en relación con lo imaginario, con el
narcisismo.

Sobre la violencia

Otra cosa es la violencia, que constituye un fenómeno individual y


también cultural-grupal. Si la culpa del parricidio llevó a instaurar normas, la
estructura de normatividad es la que permite deslindar la agresividad de la
violencia.
Cuando la ley -entendida desde el psicoanálisis como estructura de
normatividad interdictora esencialmente del incesto y del parricidio- se
transgrede, hay violencia. Cuando la ley está ausente, cuando declina la
función paterna la pulsión de muerte opera con mucha efectividad.
Etimológicamente la palabra violencia tiene su origen en violare, que
significa violentar la ley, la norma. Violentar es aplicar medios agresivos para
vencer la resistencia del otro en una situación- en la mayoría de los casos-
de abuso de poder. H. Arendt (1967) dice que como la violencia está tan
presente en la sociedad humana se la da por sentada y así ha merecido
poca atención de los estudiosos de la política y la historia.
La relación entre violencia y poder es señalada por Freud en su carta a
Einstein, fechada en Viena en setiembre de 1932, en la que reflexiona sobre
la guerra: “¿Estoy autorizado a sustituir la palabra poder por violencia más
dura y estridente? Derecho y violencia son hoy opuestos para nosotros”. Ya
Shakespeare antes que Freud da consistencia a esta oposición en las
palabras que pone en boca de Lady Macbeth con respecto a la iniquidad

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cometida: “¡Qué importa que llegue a saberse, si nadie puede pedir cuenta a
nuestro poder!”.
La violencia suele confundirse con autoridad, agresividad, terror, poderío.
Hay una diferencia sustancial entre el carácter instrumental de la violencia,
su ligazón a la acción individual y la naturaleza grupal, y por lo tanto
consensual, del poder. "Asociada y confundida con el poder, se halla la
violencia, que se distingue por su carácter instrumental” (H. Arendt, 1967).
Se puede pensar que a mayor capacidad de violencia mayor poder; sin
embargo sabemos que la ausencia de poder legitimado desata la violencia,
es decir que a mayor violencia, menor poder.
La violencia está en el origen del poder, pero no es su determinante.
En la prehistoria dominaba el más fuerte pero, poco tiempo después, el
poder nacía del conjunto, de la unión de los más débiles cooperando entre sí
para superar la desigualdad propuesta por el dominante. En este sentido, H.
Arendt (1967) dice que el poder "…corresponde a la capacidad humana no
sólo de actuar sino de actuar en concierto, el poder no es nunca propiedad
de un individuo, pertenece al grupo y existe sólo mientras éste no se
desintegra…”. Se desprende de lo antedicho que no existe poder individual;
si un individuo aparece con poder es porque la sociedad se lo delega. En
esencia, el poder es colectivo, se basa en el consenso, en la delegación
voluntaria que la sociedad hacer de ese poder en una persona o grupo. "El
poder brota donde la gente se una y actúe de concierto. Deriva su
legitimidad de la unión inicial más que de cualquier acción que lo siga...". H.
Arendt (1967).
En términos fenomenológicos, la violencia se aproxima más al poderío,
ya que los medios a través de los que se instrumenta la violencia, a modo de
una herramienta más, se diseñan y emplean a fin de multiplicar la fuerza.
En la comprensión de los fenómenos de violencia es decisiva la
observación de la situación y el contexto concreto de su emergencia, la
definición de la perspectiva y el lugar del observador. Bleger (1966)
expresaba que la conducta es comprensible en situaciones en las que

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quedan definidos el ámbito y contexto en la que se produce. De todos


modos, la comprensión de ninguna manera significa disculpar la violencia.
Una de las formas de violencia que corroe los cimientos de la subjetividad
es la violencia social. Freud (1921) escribió hace más de ochenta años:” La
oposición entre psicología individual y psicología colectiva pierde su
significación, ya que en la vida anímica individual aparece integrado siempre
el otro, como modelo, como objeto auxiliar o adversario. La psicología
individual es desde un principio psicología social”.
Una consecuencia de esta forma de violencia es la marginalidad,
enraizada en las malas políticas económicas y en la corrupción; otra
consecuencia está inserta en las alteraciones psíquicas y físicas que sufren
los sujetos que padecen esta violencia, que se cristalizan en los síndromes
que el DSM IV engloba como “dificultades para afrontar la vida”.
La desocupación generada por la destrucción de las grandes y medianas
empresas provocó unas de las más grandes tasas de desocupación en
Argentina, contribuyendo a ampliar la pobreza, el hacinamiento, el hambre,
el analfabetismo, la carencia de cobertura social de salud, que a su vez
provoca sobrecarga en los hospitales- supuestamente públicos- cada vez
más carentes de recursos.
Frente al alto desempleo, y el miedo a la pérdida de trabajo, aumenta la
competitividad salvaje y una suerte de banalización del mal; se imponen los
mecanismos de supervivencia.
Sabemos que el trabajo es una actividad social por la cual el sujeto se
incorpora a la misma y recibe a cambio no sólo dinero sino reconocimiento y
valoración. Freud (1930) ha insistido sobre el valor del trabajo: “Ninguna otra
técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad
como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en
un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana. La posibilidad
de desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que
con él se enlazan una considerable medida de componentes libidinosos,
narcisistas, agresivos y hasta eróticos le confiere un valor que no le va a la

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zaga a su carácter indispensable para afianzar y justificar la vida en


sociedad”.
Una de las causas del desempleo prolongado sería la corrupción en las
esferas de poder. Así se destruye la confianza necesaria para que se
desarrollen actividades económicas que generen fuentes genuinas de
trabajo. El desempleo prolongado afecta individual y colectivamente. La
persona que no puede atender su subsistencia, que no puede cubrir las
necesidades básicas de su familia, tendrá un sentimiento de culpa cada vez
mayor, de inermitud, de futilidad. Estos pueden dar cabida a sentimientos de
aislamiento y marginación. El estar sin trabajo no sólo provoca desconexión
del sistema de producción y de consumo sino que también margina socio
culturalmente por pérdida de los referentes habituales, provoca la caída de la
autoestima, puede llevar a un sujeto al estado de anomia social y a la
fragmentación subjetiva por las alteraciones producidas en su identidad. La
doctora Gro Harlem Brundland (2000) directora general de la organización
de la salud (OMS), declara: “La salud mental depende de la justicia social y
debe tratarse en la medida de lo posible en el nivel primario. Gran parte de la
labor debe hacerse en la mitigación de la pobreza y en la resolución de los
conflictos". Las fallas en la justicia y la desigualdad frente a la ley favorecen
la corrupción y la impunidad, impulsando al sujeto a la desesperanza. Por
esta razón suscribimos a la declaración de París.
Recordamos las palabras de Sartre (1960): "Los llamados marginados,
que no son otros que los oprimidos, jamás estuvieron fuera de. Siempre
estuvieron dentro de. Su solución pues, no está en el hecho de integrarse,
incorporarse a esta estructura que los oprime, sino en transformarla para
que puedan convertirse en seres para si”.
Es saludable recordar también que la violencia no es azarosa, todos
estamos comprometidos: la violencia tiene ajuste a una situación concreta
de un universo simbólico que le brinda -o no- legitimación; y legitimar la
violencia es convertir un hecho o circunstancia- que avasalla o niega los
derechos del otro- en algo políticamente correcto. Piera Aulagnier (1977-

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1978) expresó que una sociedad puede historizarse y mantenerse si está


organizada en torno a tres ejes: verdad, ley y memoria. Si estos ejes son
denegados, falseados, no dichos y no pensados volverán en forma repetitiva
para poder ser elaborados. Aparece la desmentida como defensa
instrumentada frente a la imposibilidad de reconocer la realidad de la
percepción traumática. R. Käes (1989), quien ha teorizado sobre los
fenómenos de transmisión, describió los efectos de la desmentida sobre los
acontecimientos sociales como si éstos no hubieran tenido lugar. Se produce
entonces una ausencia del registro y, por lo tanto, una imposibilidad de que
estos acontecimientos sean pensados, lo que da como resultado
alteraciones en el curso de las historias individuales y en el curso de la
historia colectiva.
El modo que tenemos los analistas para abordar el trauma es la palabra,
no el silencio. Palabras que permitan elaborar y no repetir. El psicoanálisis
propone un trabajo lento y arduo en la develación del deseo inconciente, en
la búsqueda de la verdad, en el sostén de la interrogación, en la no clausura,
el no silencio, el apelar a la responsabilidad de cada uno. Sostener la ética
del psicoanálisis también supone el no hacer guiños de indulgencia frente al
mal. Sabemos que los tiempos que corren son difíciles pero es bueno
recordar que Freud no tuvo un mejor momento histórico que nosotros; ni
tampoco lo tuvieron otros autores que hicieron aportes importantes a la
teoría psicoanalítica.

Sobre los llamados problemas con respecto a las ‘dificultades para


afrontar la vida’

Desde hace ya tres décadas las publicaciones médicas le han dedicado


un considerable espacio al llamado síndrome de burn-out o de consumición,
en su versión castellana. Esta patología que algunos autores asocian a la
depresión larvada, incluye según la descripción clásica, síntomas físicos y
psíquicos de los cuales los más frecuentes son: trastornos del sueño, fatiga

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durante el día, trastornos del apetito -en especial aumento de la ingesta-,


trastornos de la potencia y libido, desinterés, algias diversas -cefaleas y
dolores lumbares, entre los más frecuentes- y mayor predisposición a
contraer enfermedades. Los síntomas son arrastrados durante un tiempo
largo hasta que se produce, a partir de un nuevo trauma adicional, un
verdadero cambio hacia la depresión o la aparición de una dolencia
psicosomática.
Es de destacar que quienes más padecen este síndrome son los
profesionales dedicados a la asistencia de la salud, y sobre todo aquéllos
que se destacan por su gran capacidad y su esmerada formación.
La articulación medio ambiente-personalidad-stress dio pie a numerosos
estudios. Ninguno de ellos se fue desarrollando por un interés particular de
los científicos, sino por las fuertes presiones de los gobiernos; en especial
por los de aquellos países que habían participado de la Primera y Segunda
Guerra Mundial. Era creciente el costo de los servicios médicos que se
encontraban desbordados por un gran número de personas que requerían
ser atendidas por patologías que no podían ser diagnosticadas con claridad.
El auge de la medicina psicosomática favoreció su estudio, impulsado por
los hallazgos de la clínica, el trabajo interdisciplinario y el desarrollo de la
medicina y la psicología laborales.
Los últimos estudios en biología, medicina y psicología tienden a definir al
stress como el resultado de una relación entre el sujeto y el entorno, relación
que el sujeto considera amenazante o capaz de sobrepasar sus recursos,
poniendo en peligro su bienestar. Una determinada interacción individuo-
ambiente será estresante o no según las posibilidades individuales del
sujeto.
Esta última ecuación fue lo que llevó a muchos autores a intentar definir
vulnerabilidad dentro de los estudios sobre stress y adaptación humana. Así,
la vulnerabilidad queda en relación inversa al conjunto de recursos físicos,
psicológicos y sociales de los que el individuo dispone para hacer frente a
las demandas del medio en determinado momento de su vida. Ampliando

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esta perspectiva, decimos que no es solamente ese supuesto déficit de


recursos lo que hay que tener en cuenta, sino también la cualidad traumática
de las situaciones de violencia “muda” a que están sometidos muchos
profesionales de la salud. Cuando de a poco se van agotando los recursos
de quien sufre el síndrome de burn-out se nota la disminución del interés por
los pacientes y el aumento del distanciamiento afectivo. De modo circular,
los cambios de conducta, sentimientos y pensamientos aumentan el
malestar hacia la propia persona y la de los otros. Esto se traduce en
incomunicación con los colegas, ausentismo, irritabilidad generalizada y, en
algunos casos, apelación a falsos paliativos: la medicación euforizante o el
alcohol. La desesperanza, la indiferencia y el menosprecio aumentan, al
igual que la falta de capacidad de concentración y la falta de creatividad. El
parapetarse defensivamente en la burocratización de la tarea y la resistencia
al cambio incrementan la desazón, la falta de credibilidad en sí mismo y en
los otros. La anormalidad pasa a formar parte de la normalidad en el ámbito
laboral, dándole al mismo características ominosas, el cuestionamiento de
los puntos de certeza en este ámbito pone en peligro el sentimiento de
identidad social.
Conocemos los factores medioambientales que comprenden tanto a los
profesionales como a los pacientes: las deficientes o inadecuadas políticas
sanitarias, fallas organizativas en lo hospitales, centros de salud, servicios
de medicina prepaga, etc.
Mencionamos estas circunstancias porque, aunque quizás son conocidas
por varios de nosotros, muchas veces son ignoradas- precisamente porque
nos incluyen-. Es posible que intentemos hacer un guiño de indulgencia y
sostener que eso les pasa a los otros. No nos engañemos.
También es necesario ir en busca de la "bruja" metapsicología. Freud nos
enseñó recurrir a ella cada vez que andamos un poco a tientas en nuestro
quehacer.
Es significativo para nosotros, que el síndrome de burn-out figure en la
clasificación internacional de enfermedades en un grupo que tiene por título

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“Problemas con respecto a las dificultades para afrontar la vida”. También


es significativo que la descripción de los síntomas que engloba el síndrome
corresponden a las manifestaciones de la angustia, representante afectivo
de la pulsión. Ya en 1895 Freud escribía sobre los efectos de la expectativa
angustiada: “...sería importante saber con certeza si su eficacia para
enfermar es tan grande como la que se le atribuye...”. Sabemos que los
avatares de mezcla y defusión de Eros y Tánatos están dados por sutiles y
cambiantes equilibrios entre la subjetividad del sujeto humano y su entorno.
Y aún cuando tenemos en cuenta que los recursos para el “afrontamiento”
de los apremios de la vida llevan las marcas de los primeros vínculos, y lo
imprescindible que es considerar caso por caso, nos preguntamos cuánto
pueden recrearse estos recursos cuando se establece la cronicidad de la
situación donde el esfuerzo y el beneficio ya no se encuentran en una
relación razonable. La incertidumbre constante y la angustia ligada a ella
tienen una particular fuerza desorganizante. P Aulagner (1975) señala que
“En la estructura familiar, al igual que en la estructura social, existen formas
particularmente ansiógenas y, por ello mismo, particularmente aptas para
inducir en el sujeto reacciones psicóticas o conductas que, en forma más o
menos camufladas, se aproximen a ellas”.
Recordamos a continuación a Winnicott, citado por O. Mannoni (1978)
quien resalta la importancia de la teorización winnicottiana sobre los
procesos “naturales”de curación: “La psicosis tiene estrechas relaciones con
la salud, en la cual innumerables situaciones de quiebra se hallan
congeladas, pero son alcanzadas y descongeladas por los distintos
fenómenos ‘cicatrizantes’ de la vida ordinaria: amistades, cuidado durante
las enfermedades físicas, poesía, etc.” Volvemos a tener en cuenta a Freud,
a la importancia que le daba al trabajo en cuanto a la ligadura de
componentes narcisistas, libidinales agresivos y eróticos y podemos
considerar que la posibilidad de desarrollarlo aporta también estas
cualidades “cicatrizantes”.

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La frustración sostenida en la esfera profesional comporta una


redistribución de las cargas libidinales. Supone una crisis de identidad por la
libido narcisista que insume el proyecto vocacional, y que en las condiciones
citadas se retiran de este proyecto y son vueltas al yo. Paralelamente, la
distancia con el ideal expone al “afecto reproche”, que puede “por diversos
estados psíquicos mudarse en otros afectos que luego entran en la
conciencia con más nitidez que él mismo: en angustia -ante las
consecuencias de la acción reproche-, hipocondría -miedo a sus
consecuencias corporales-, delirio de persecución -miedo a sus
consecuencias sociales-, vergüenza -miedo al saber de los otros sobre la
acción reproche-, etc.”. (Freud 1896)
Las cargas vueltas al yo determinan –en nuestra opinión- la aparición de
una neurosis actual. Esta puede adoptar la forma de neurosis de angustia
y/o hipocondría si, como dice Freud en 1914, hay una concentración sobre el
órgano que se atarea. La precipitación de este estado en una enfermedad
orgánica, en una depresión melancólica o neurótica o en una paranoia
dependerán de las cambiantes constelaciones psíquicas, de los “recursos”
de cada quien y deja abierta la discusión sobre los vínculos existentes entre
las entidades psíquicas y orgánicas mencionadas.
S. Ferenczi escribió en 1932 en uno de los artículos de su Diario Clínico
: “Expresado en términos de física o de geometría, se podría afirmar, a partir
de experiencias análogas, que el narcisismo, indispensable como base de la
personalidad, es decir, el reconocimiento y la afirmación del yo propio como
entidad realmente existente, valiosa, de dimensión, forma y sentido
determinados, sólo puede adquirirse si el interés positivo del mundo
circundante –digamos, su libido- garantiza de algún modo, por una presión
externa, la consistencia de esta forma de personalidad. Sin tal presión
recíproca, digamos de amor recíproco, el individuo tiende a explotar, a
disolverse en el universo, quizás a morir.” Podemos decir que sin tal presión
recíproca “saltan los tapones”.

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Sobre la utopia
Estas patologías que el DSM IV designa como “dificultades para afrontar
la vida”, crecen en las situaciones de violencia social que desestiman la
dignidad humana. Esto nos mueve a pensar en Tomás Moro y en la utopía.
Tomás Moro inventó el término utopía en 1516 para darle nombre a ese
lugar que no existe, a un ideal deseable e irrealizable, distinto de la ilusión
en tanto implica una posición deseante que mueve a hacer algo concreto
para modificar una realidad fáctica. Así lo enunciaron los filósofos, y desde
esta perspectiva trabajó Freud al profundizar sus investigaciones sobre la
vida psíquica y al pensar los conflictos entre la vida pulsional y la cultura.
Freud siempre dejó un lugar para el anhelo de que la “actitud cultural y el de
la justificada angustia ante los efectos de una guerra” pudiera engrosar la fila
de los pacifistas; de este modo más personas podrían sumarse a quienes
“nos vemos precisados a serlo por razones orgánicas” (Freud, 1932). Freud
insiste en que “el derecho es el poder una comunidad” y sostiene que la
comunidad de intereses se establece a través de “ciertas ligazones de
sentimiento, ciertos sentimientos comunitarios en que estriba su genuina
fortaleza” (Freud, 1932). Para él, el camino está en la suma de los
componentes eróticos y la educación. A su vez, S. Ferenczi escribió en junio
de1932 sobre la utopía de poder adiestrar progresivamente la naturaleza por
medio del control del conocimiento.
Hoy las guerras y la violencia que nos atañen no son solamente
aquellas desatadas entre estados, sino también la ejercida por distintos
grupos de poder, entre ellos los que sostienen determinados proyectos
sociales al servicio de ellos mismos y no de la comunidad. Su discurso entra
en colisión con el discurso del psicoanálisis, del mismo modo que lo hacen
las terapias alternativas que buscan los resultados en el aquí y ahora o las
propuestas de la anulación de la angustia por medio de la medicación.
Creemos necesario que los psicoanalistas nos opongamos con nuestras
ideas a esta situación y volvamos a diseminar “la peste”, haciendo honor al
fundador del psicoanálisis. Creemos importante señalar los mecanismos de

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renegación y desenmascarar lo monstruoso del ejercicio espúreo de poder y


de los sistemas que violentan la dignidad humana. Esta tarea se asienta en
nuestra responsabilidad para ejercer el trabajo del día a día, de paciente por
paciente, en el esfuerzo por mejorar nuestra calidad de analistas y la calidad
de las instituciones psicoanalíticas también sujetas a las luchas de poder, y
también en nuestra responsabilidad como ciudadanos comunes para opinar
y denunciar.
Desde luego que es una utopía, tal como lo consideraron Freud, Ferenczi
y los filósofos, pero creemos que es sosteniéndola como se constituye en un
camino de realización.

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