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GOLPE DE ESTADO Y HUELGA GENERAL

(1973).
Entre febrero y junio de 1973 se desarrolló un período de transición que preparó el
advenimiento de la dictadura. Durante esos meses, la presencia militar en todos los aspectos
de la vida nacional se incrementó, apoyada, cada vez, con mayor entusiasmo, por el
Presidente Bordaberry.

El 14 de febrero, al tiempo que el Ejecutivo pedía al Parlamento prolongar hasta el 30 de


marzo la suspensión de las garantías individuales, el Presidente de la República se dirigió a la
población por cadena de radio y televisión; criticó duramente a quienes habían pedido su
renuncia, negó que se hubiera violado la Constitución (lo que contradecía sus propias
declaraciones de los días anteriores) y anunció su decisión de trabajar en conjunto con las
Fuerzas Armadas.

Golpe de Estado del 27 de junio de 1973.

La negativa parlamentaria a aprobar el desafuero del senador Enrique Erro (solicitado al


Parlamento el 25 de abril) fue el punto de ebullición que determinó la decisión de
Bordaberry, aliado a los mandos militares, de disolver de forma ilegal el cuerpo legislativo y
asumir la dictadura. De todos modos, no debe olvidarse que se trató solamente de un
pretexto; la decisión estaba tomada posiblemente desde la crisis de febrero. El propio
Bordaberry así lo ha confirmado: “se daban actos mu hostiles contra las FF.AA. Y el caso de
Erro desbordó el vaso”.

El 21 de junio, mientras se realizaba un paro decretado por la CNT en pro de la recuperación


del salario real, hubo una reunión del equipo económico con un grupo de inversores
extranjeros, a la que asistieron los principales jefe militares.

Los empresarios condicionaron su futura actividad a la disminución de la burocracia, el


puntual cumplimiento de la deuda externa, la posibilidad de llevar sus ganancias al exterior y
“la necesidad de la despolitización de las agremiaciones”. Llegaron a plantear que no tenían
claro si Uruguay era un país socialista o capitalista, y escucharon algunos planteamientos
realizados por los militares asistentes, en particular por el general Gregorio Álvarez, sobre la
urgencia de una reforma agraria y la posible participación de os trabajadores en las ganancias
de las empresas. La importancia de esta reunión residió en el hecho de que el golpe de Estado
que ya estaba en marcha tenía, o creía tener, excelentes perspectivas económicas.

El 22, el presidente de la República se reunió en la residencia presidencial con los


comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, el jefe de Estado Mayor Conjunto y los jefes de
Estado Mayor de las tres armas. Allí Bordaberry expresó su voluntad de disolver el
Parlamento. Obtuvo el más amplio respaldo de los jerarcas, aunque al conocerse la noticia en
la interna militar algunos oficiales pidieron su pase a retiro.

La decisión se mantuvo en secreto, pero los rumores se extendieron y provocaron una intensa
actividad en las cúpulas políticas. El 23, el Partido Nacional realizó un acto público en la
plaza Matriz, en defensa de las libertades públicas.

Durante ese fin de semana, con el golpe decidido pero postergado por motivos de
preparación, el país continuaba con graves conflictos: 15 liceos clausurados por incidentes,
13 procesados por graves alteraciones en los cursos nocturnos del Rodó, paros sorpresivos en
el transporte público, denuncia de los carniceros por la no entrega de los stocks de carne
vacuna y una parroquia ocupada por los feligreses en defensa del padre Moreno, victima,
según sus defensores, de una persecución política.

Al anochecer, el 26 de junio, Bordaberry se reunió con los ministros, individualmente y los


puso en conocimiento de la resolución de disolver el Parlamento. Cuatro de ellos la
rechazaron y presentaron renuncia de inmediato Dr. Pablo Purriel, Dr. Jorge Presno y el
coronel Ángel Servetti. Los demás resolvieron mantenerse al frente de sus respectivas
carteras, aunque algunos dijeron que no aprobaban la decisión golpista. Renunciaron
asimismo el director y subdirector de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Ricardo
Zeberino y Alberto Bensión, así como otros jerarcas, entre ellos, el director de Vivienda, Dr.
Jorge Da Silveira.

A las 5 de la madrugada del miércoles 27 de junio de 1973, se leyó el decreto de disolución


del Parlamento, que firmaba el presidente Juan María Bordaberry y solo dos de sus ministros.
El dictador había fracasado en su tentativa de lograr que todo el gabinete, o al menos una
parte sustancial del mismo, suscribieran el documento, redactado en su parte medular por el
secretario de la Presidencia, Álvaro Pacheco Seré.

Este constaba de una larga exposición de motivos, cargado de citas que pretendían conferirle
legitimidad jurídica. Se citaba con razones básicas el paulatino desconocimiento de las
normas constitucionales y legales., y se enumeraban los principales derechos supuestamente
“desvirtuados” por “grupos políticos sin sentido nacional”: “libertad, emisión del
pensamiento, asociación, trabajo, propiedad”. Se denunciaba la “penetración” de la
“conspiración contra la Patria” en las “organizaciones sindicales, la enseñanza en general y
aun los propios poderes del Estado” y se sostenía que la negativa del Parlamento de aprobar
el desafuero del senador Enrique Erro “constituye grave desconocimiento de fundamentales
principios de la Constitución”.

La parte resolutiva del derecho expresaba: “Declárense disueltas la Cámara de Senadores y la


Cámara de Representantes. 2) Créase un Consejo de Estado, integrado por los miembros que
oportunamente se designarán, con las siguientes atribuciones: a) desempeñar las funciones
específicas de la Asamblea General; b) controlar la gestión del Poder Ejecutivo relacionado
con el respeto de los derechos individuales de la persona humana y con la sumisión de dicho
Poder a las normas constitucionales y legales. c) Elaborar un anteproyecto de Reforma
Constitucional que reafirme los principios democráticos y representativos, para ser
plebiscitados por el Cuerpo Electoral. 3) Se prohíbe la divulgación por la prensa oral, escrita
y televisada, de todo tipo de información, comentario o grabación que, directa o
indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente decreto atribuyendo
propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo, o pueda perturbar la tranquilidad y el orden
público. 4) Facultar a las Fuerzas Armadas y Policiales de adoptar medidas necesarias para
asegurar la prestación ininterrumpida de los servicios públicos, etc.”.

El decreto de disolución de las Cámaras fue acompañado por medidas complementarias; las
vacaciones estudiantiles de julio se adelantaron y comenzaron a regir a partir del mismo 27
hasta el 20 del mes siguiente; se requirió de forma pública la captura de Enrique Erro y se
declaró suspendido el derecho de reunión, aclarándose que solo podía ejercerse con previa
autorización. Se prohibió además la difusión de todo tipo de noticias y comentarios que
afecten negativamente el prestigio del Poder Ejecutivo y/o las Fuerzas Armadas, que hicieran
referencia a la disolución de las Cámaras o que se ocupasen de detenidos por la Justicia
Militar. Más tarde se declararon disueltas las Juntas Departamentales.

Primeras reacciones.

La situación parecía estarse desarrollando por caminos de cierta moderación, las cúpulas de
los partidos políticos celebraron esa mañana concilios sin ser molestados. También se reunió
el Claustro de la Universidad. Los periódicos aparecieron normalmente, con grandes titulares
que anunciaban la disolución del Parlamento y evitaban hablar de dictadura. Pero “Acción”
publicó un editorial crítico, titulado “Golpe de Estado: la revancha tupamara”. Aunque el
editorial había sido publicado ya el 31 de mayo, cuando comenzaron a correr los primeros
rumores de golpe, sería el último que publicara el diario fundado por Luis Batlle Berres; el
gobierno lo clausuró por tres ediciones y nunca volvió a salir.

Durante ese día, y los siguientes, se dieron a conocer, por vías diversas, las primeas
declaraciones de los grupos políticos, en su gran mayoría condenatorias de la situación. La
Mesa Ejecutiva del Frente Amplio negó la legitimidad de la situación y expresó su repudio a
la disolución del Parlamento y de las Juntas Departamentales, exigiendo la destitución de
Bordaberry. El Partido Nacional formó un Comité de Resistencia y emitió el 3 de julio, una
declaración en la que se calificaba la acción del Ejecutivo de “monstruoso atentado”. Negaba
representatividad política a Bordaberry y convocaba a los ciudadanos tanto de sus filas como
no, a la lucha en contra de un gobierno que, nacido en elecciones fraudulentas, ahora
intentaba perpetuarse por medio de la dictadura. Declaraba su apoyo a la huelga general que
ya se encontraba en desarrollo.

Por su parte, Unidad y Reforma, el sector quincista del Partido Colorado, expresaban su
contrariedad al Golpe de Estado y la Dictadura, quienes se estaban organizando para su
derrocamiento.

En el otro extremo, el elenco dictatorial recibió el respaldo de la Unión Nacional


Reeleccionista (aunque hubo voces discrepantes) y de la Liga Federal de Acción Ruralista.

Jorge Pacheco Areco, envió desde España, el 2 de julio, un telegrama de apoyo.

Hubo también declaraciones condenatorias por parte de las autoridades universitarias y la


CNT. Evitaba cualquier referencia a los mandos militares, cargaba las tintas sobre Bordaberry
y repetía la teoría conspirativa sobre la “rosca”, palabra que sustituía a la de “oligarquía”.

La Iglesia Católica a través de la Conferencia Episcopal, emitió un documento bastante tardío


(8 de julio) y de tono conciliador, que comenzó a poner de manifiesto el viraje de monseñor
Partelli desde su radicalidad anterior a posiciones mucho más moderadas.

Más clara en la condena fue la declaración de la Federación de Iglesias Evangélicas, dada a


conocer el 8 de julio, expresando que su no omisión de opinión, no significaba el apoyo a
dicho proceso, sino que por el contrario estaban en contra de este proceso, que impedía la
realización plena del hombre uruguayo sobre bases de justicia, libertad y derecho.

Las organizaciones de empresarios manifestaron, en general, su apoyo al golpe, aunque con


mucha cautela. El mensaje más explícito fue el de las Cámaras Empresariales, la que
“sugirió” al presidente la conformación de un Consejo de Estado tripartita: obrero-
empresarial-político.

La central obrera comenzó el mismo 27 a paralizar la actividad y a ocupar fábricas y oficinas.


La primera preocupación fue la de asegurar el paro del transporte, que se consideraba
fundamental para el éxito del despliegue. Desde el mismo 27 recorrían la ciudad piquetes y
grupos de jóvenes y hombres pidiendo dinero y alimentos para mantener a los obreros en
huelga. En algunas grandes empresas, como Sudamtex, no pudo cumplirse la ocupación, por
falta de una organización sindical mínima. La primera intervención del Ejército se produjo en
FUNSA, y tuvo como objetivo liberar a los miembros del Consejo Directivo del ente, que
estaban en sesión cuando se ocupó la planta y a los que los trabajadores no pretendían dejar
salir; las tropas hicieron una cadena que separaba las zonas de producción y administración, y
protegidos por ella salieron los dirigentes. Hasta ese momento todo se estaba desarrollando de
forma bastante civilizada.

En cuanto al movimiento estudiantil, la Universidad declaró que los cursos continuaban (era
una dicción para mantener abiertos los locales, que ya estaban siendo ocupados), y el Consejo
Directivo Central, se reunió con asistencia del rector y de los decanos de los distintos centros:
Humanidades y Ciencias, Química, Arquitectura, Derecho y Ciencias Sociales, Agronomía y
Agrimensura, Ciencias Económicas y Administración, Veterinaria e Ingeniería. Concurrieron
también los delegados de los órdenes docentes y estudiantiles.

Durante la reunión varios expresaron su sorpresa de que la principal casa de estudios aun no
hubiera sido intervenida, por el contrario, se recibió una invitación del ministro del Interior,
Néstor Bolentini, dirigida al rector para esa misma tarde.

Se redactó una declaración, publicada el 29, en la que se condenaba en términos drásticos el


proceso que se acababa de iniciar. Ese mismo día, la Asamblea General del Claustro emitió
una declaración en la que se reclamaba la vigencia de la Constitución mediante la derogación
de las leyes represivas.
El 27 se produjo la reunión entre Bolentini y los representantes de la Universidad. El ministro
expresó que no estaba en los planes inmediatos del gobierno la intervención de la
Universidad, que las medidas adoptadas eran “transitorias” y de “reordenamiento” y pidió a
sus interlocutores que contribuyeran a mantener un clima de paz y convivencia. Mientras
tanto, ya habían comenzado las manifestaciones relámpago organizadas por la FEUU en el
centro de Montevideo, en las que participaban adolescentes de secundaria agrupados en el
llamado Encuentro Nacional de Estudiantes, organismo integrado por jóvenes del Partido
Comunista, el Partido Socialista y el Partido Demócrata Cristiano.

Dicho ministro, también propuso a la CNT, la constitución de una comisión multisectorial


para analizar las posibilidades de recuperación económica del país, una discusión franca y
amplia sobre temas gremiales y una negociación sobre porcentajes de aumento salarial.

Huelga general.

El 28 las ocupaciones se multiplicaron en todo el país, mientras el gobierno intimaba a


quienes estuvieran “dificultando” el normal desarrollo de las jornadas de trabajo, tanto en
organismos públicos como en empresas privadas, impidiendo el libre ejercicio del trabajo, a
modificar su actitud.

Desde el punto de vista político, se conoció una declaración de la Mesa Ejecutiva del Frente
Amplio en la que se convocaba a la militancia a reunirse en los comités de base, mantenerse
comunicados y activos, apoyar la huelga y las movilizaciones, y buscar establecer contactos
con otras fuerzas políticas para organizar una movilización conjunta.

A lo largo de esa jornada, el clima de cierta tolerancia se fue diluyendo en acciones


represivas de creciente dureza. Un acto del FIDEL previsto para esa fecha fue prohibido, y se
allanó la sede del Partido Socialista; los miembros de la dirección que allí se encontraban
fueron detenidos, pero se los liberó a las pocas horas.

En la tarde los líderes de la CNT concurrieron al Ministerio del Interior en donde


mantuvieron una reunión con Bolentini. Este último ofreció, contra el levantamiento de la
huelga, un inmediato aumento salarial, la discusión de una ley de funcionamiento sindical
con los representantes de la Central, eliminación de sanciones económicas a los huelguistas,
liberación de los detenidos en razón de las movilizaciones en desarrollo, garantía de vigencia
de todos los derechos sindicales y participación de los trabajadores en los Directorios de
Entes Autónomos. Por su parte, los delegados obreros presentaron una plataforma de cinco
puntos: vigencia de las libertades, restablecimiento de las garantías y derechos individuales,
aumento de salarios y pasividades, erradicación de los grupos de ultraderecha y medidas de
saneamiento económico.

A las 19:55 se levantó el encuentro, y quedó planeada una tercera reunión que nunca se
realizaría. Bolentini marchó directamente a Casa de Gobierno a informar a Bordaberry del
resultado de sus gestiones, luego se reunió con los mandos militares. Allí se adoptó la
resolución de ilegalizar la CNT, que daría un vuelco decisivo a la situación y liquidaría el
breve período del diálogo y la “mano blanda”.

Finalizadas estas gestiones, el ministro del Interior, recibió a los dirigentes de la


Confederación Uruguaya de Trabajadores, central sindical enfrentada a la CNT. La CUT dejo
en claro que no apoyaba la huelga general, a la que califico de “política”, y presentó una
plataforma de cuatro puntos, ninguno de los cuales hacía referencia a las libertades públicas:
incentivación de la producción agropecuaria, represión contra especuladores y delincuentes
económicos, disposiciones tendientes a evitar que continuara la emigración del campo a las
ciudades y la representación de la CUT en la COPRIN.

El gobierno, a través de un comunicado, confirmó en sus cargos a la mayoría de los


intendentes electos en 1971; el de Rocha presentó su renuncia, y los titulares de las comunas
de Treinta y tres, Artigas y San José quedaron en suspenso, sin ser confirmados ni
destituidos.

Paralelamente al desarrollo de la huelga general, el sistema político realizó serios esfuerzos


por evitar la consolidación de la dictadura. En este plano, los más activos fueron el Partido
Nacional en sus sectores mayoritarios (los que admitían el liderazgo de Wilson Ferreira
Aldunate) y el Frente Amplio. La actitud del Partido Colorado fue menos clara; mientras el
reeleccionismo pachequista y algunas figuras supervivientes del terrismo se pronunciaron a
favor de la situación implantada el 27 de junio, el sector liderado por Jorge Batlle, dentro del
cual se destacaba cada vez más la figura de Sanguinetti, se definió, sin ambigüedades en
favor de la restauración democrática; pero negándose a todo acuerdo con el Frente Amplio,
obstaculizando la formación de un frente antidictatorial que hubiera podido combatir la
dictadura con mayores posibilidades de éxito.
Apenas emitido el decreto de disolución de las Cámaras, un grupo de jóvenes blancos se
decidió por una resistencia activa y radical, resolviendo publicar un periódico, más bien un
boletín impreso, denomina Resistencia blanca. El primer ejemplar fue emitido el 29 de junio,
en donde se condenaba de forma absoluta dicho accionar. El siguiente se publicó el 2 de julio
en donde se ordenaba la captura de Juan María Bordaberry. El último ejemplar, fue publicado
el 3 de julio, en donde detuvieron a López Balestra y apresaron a otros 6 jóvenes
pertenecientes al Partido Nacional.

Fueron puestos en libertad el 22 de julio.

Resistencia blanca no fue el único boletín antidictatorial editado y difundido como se podía
en aquellos días; la CNT desde la clandestinidad, hizo llegar varios a sus militantes, con
instrucciones sobre cómo llevar a cabo la ocupación de los lugares de trabajo y lo propio
hicieron algunos gremios como la FEUU, que editó varios números de Primera línea o el
Sindicato Médico del Uruguay, que publicaba Noticias. En cuanto a los diarios y semanarios
tradicionales, Ahora, El Popular, Últimas Noticias, El Oriental y Marcha mantuvieron una
postura de oposición, y fueron objeto de varias clausuras. Los ultraderechistas Nuevo
Amanecer, de la JUP, y Azul y Blanco, fueron militantes de la causa dictatorial. La Mañana y
El Diario también se alinearon con el régimen, mientras que El Día, opositor, inauguró la
política de publicar en su página editorial una gran foto de José Batlle y Ordóñez. En cuanto a
El País, en aquellos primeros días siguió una política contradictoria; los editoriales de
Washington Beltrán, eran críticos hacia el régimen, pero los titulares y el sesgo de la
información eran de tenor oficialista. Con el andar de los meses, llegaría a ser el portavoz
oficial de la dictadura.

El Frente Amplio y los sectores mayoritarios del Partido Nacional llegaron a un acuerdo por
el cual levantaron una plataforma de reivindicaciones tendentes a impulsar una salida
democrática.

El 5 de julio se publicaron las Bases para la salida de la actual situación. La referida


plataforma implica: 1) Restablecimiento de las libertades, derechos y garantías
constitucionales y legales. 2) Restablecimiento y respeto pleno de los derechos de los partidos
políticos y las organizaciones gremiales. 3) Recuperación del poder adquisitivo de los
salarios, sueldos y pasividades y contención de la carestía, subsidiando los artículos de
consumo popular. 4) Compromiso de las fuerzas políticas y sociales que deseen el bien del
país para poner en práctica un programa mínimo de transformaciones económicas y sociales
que, eliminando los privilegios, que actualmente gozan los sectores poderosos, y liberando a
la Nación de la dependencia externa. 5) Cese de Juan María Bordaberry. Establecimiento de
un gobierno provisional, representativo de los sectores que sustentan esta plataforma de
unidad, capaz de iniciar inmediatamente la ejecución de la misma.

El texto fue elaborado de manera directa por el general Líber Seregni y por Wilson Ferreira
Aldunate, quien desde Buenos Aires, mantenía un fluido control con la realidad nacional a
través del profesor Juan E. Pivel Devoto.

Sin embargo, y a pesar del empeño de ambas fuerzas, que de alguna manera se propagaría
más tarde en el exterior con la formación de la llamada “Convergencia Democrática”, el
intento de constituir un poderoso frente político antidictatorial basado en soluciones por la
positiva (o sea, que no se limitase a expresar su oposición a la dictadura, sino que fuese capaz
de impulsar una salida democrática) se frustro.

Al frustrarse la tentativa de construir un gran frente opositor y democrático, el acuerdo PN-


FA resultó incapaz de instaurar la plataforma levantada. Lo único que pudo hacer en esa fase
del proceso, fue la “asonada” del 9 de julio, una reunión en rebeldía al Parlamento, que se
planeó, pero no logro llegar a concretarse.

La presencia en el Frente Amplio de sectores que se definían como marxistas-leninistas


explica las profundas reservas que algunos manifestaban sobre la vocación democrática de la
coalición.

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