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TITULO: Amos: la adoración que agrada a Dios

TEXTO: “Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”
(Am 5:24)

LECTURA BIBLICA: Amós 5:4-9,14,15, 21-24

INTRODUCCION. Nunca ha existido una época en la historia de la humanidad cuando los


hombres no adoraban. Desde el principio de los tiempos los seres humanos han querido
vincularse con el infinito. Por tal motivo los hombres han adorado el sol, la luna, las estrellas;
han adorado la naturaleza, encorvándose con reverencia ante montañas, ríos y múltiples
objetos materiales que han atraído su lealtad y obediencia. Si no lograban encontrar objetos
adecuados para adorar los fabricaban, y todavía lo hacen, ídolos de madera, de plata y de
oro.

No obstante, todo este culto, pasado y presente, es sólo un fin en sí mismo. Jesús condenó a
los fariseos por poner demasiado énfasis en las formas exteriores del culto. Su prédica
constante era que adoraran a Dios en espíritu y en verdad. El convidó a los hombres a una
adoración que transformaría su vida interior, el único fundamento sobre el cual un carácter
ejemplar podría desarrollar con éxito. Oigamos la voz de Amós cuando llama a su pueblo
para descubrir nosotros la clase de adoración que agrada a Dios.

I. CORRUPCION MORAL Y CELO RELIGIOSO

El profeta Amós se dio cuenta de que los ritos religiosos de los israelitas no tenían ningún
contenido espiritual. “Mas no os volvisteis a mí, dice Jehová” (Am 4:4-6). Se gozaban en sus
cultos aunque estos eran completamente ajenos a la vida espiritual. Experimentaban un
deleite sensual en la música, en la oratoria y otras ceremonias eclesiásticas, pero sus almas
permanecían insensibles a la presencia de Dios.

Hoy en día hay quienes confiesan que asisten a la casa de Dios exclusivamente para disfrutar
de la música y el canto, sin preocuparse de que se predique el evangelio, o que la Palabra de
Dios les hable al corazón por medio del mensaje que se expone desde el público. Muy a
menudo la palabra que produce satisfacción al alma y le da seguridad espiritual es ignorada,
sin lograr así conmover las fibras más profundas del ser. No tiene más importancia para su
vida espiritual que las salidas al club o al teatro, o cualquier otra actividad que podría causar
una emoción pasajera.

Es cierto que los ritos religiosos externos pueden aquietar la conciencia y suavizar el sendero
del hombre complaciente consigo mismo; sin embargo no libran al corazón humano de la
garra del pecado. Es mucho más fácil aliviar la conciencia por medio de ciertos ejercicios
religiosos que crucificar la carne y separarse del pecado.

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Una de las grandes tragedias de nuestros días es la situación de ciertas iglesias que están
muriendo espiritualmente por falta de ese dinamismo espiritual que mueva la conciencia y el
corazón. El acercarnos a Dios con nuestros labios es una práctica peligrosa si el corazón no
reconoce Su divina presencia y responde a ella. Dios todavía has habla, “Despiértate, tú que
duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef 5:14).

II. LA VACIEDAD DEL FORMALISMO

Aquellos que descansan en las formalidades y ceremonias, tienden a ir aumentándolas. Es


una necesidad lógica. Si el formalismo y los ritos exteriores lo son todo, entonces cuanto más
sean, mejor. Además, la sensación producida por estos ritos se va apagando y es preciso ir
aumentando la dosis continuamente.

Israel ilustraba este principio en dos formas. Eran muy cuidadosos con la observancia del
ceremonial; ellos ofrecían sacrificios, la ofrenda de paz y las oblaciones; los diezmos, todo en
las fechas y horas establecidas. Pero había una omisión notoria; no traían el sacrificio por el
pecado, ni el sacrificio por la culpa. Es decir, no tenían conciencia de haber pecado. Se
conducían como hombres que tenían alabanzas para ofrecer y dones para dedicar, pero
ningún pecado para expiar o para confesar. Al formalista le es imposible concebir una idea
adecuada del pecado, y en su culto tal cuestión no tiene cabida. El cree que una obediencia
estricta al texto de la ley lo libera de cualquier sentido de responsabilidad moral.

En el día actual, cuando el individuo está perdido en la vorágine de la sociedad moderna,


necesitamos un despertamiento de la responsabilidad personal. Hay algo que cada persona
tiene que hacer y que lo tiene que hacer ahora. Lo que nuestro deber será en lo futuro es,
en el mejor de los casos, un asunto de conjetura. En el momento presente no precisamos
preocuparnos de ello. Carlyle dice, “Nuestro deber más importante no es tratar de ver lo que
se vislumbra débilmente en la distancia, sino hacer lo que ahora tenemos a mano y que
vemos con toda claridad”. La Biblia dice, “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo
según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni
sabiduría” (Ec 9:10).

A fin de que nuestros corazones puedan conocer el gozo y la riqueza de la vida que adora al
Señor en sinceridad y en verdad, oremos para que toda nuestra capacidad y fuerza para
servir al Señor en forma aceptable, sean completamente dedicadas a Su servicio.

III. LA VIDA CONSAGRADA

“Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (Am 5:24). Dios
demanda moralidad en la vida y en la conducta. La manera de adorar a Dios en forma
aceptable no es por medio de ceremonias ni por contribuciones de religiosidad, sino por una
confesión diaria de nuestras faltas y la renovación diaria de nuestros votos de hacer la
voluntad de Dios en todos los aspectos de la vida, con una decidida determinación de tomar
la cruz cada día y seguir a Jesucristo como Señor de nuestras vidas.

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El resultado de todo culto verdadero que agrada a Dios se ve en vidas consagradas a la obra
de Dios en la forma que Dios lo estipula y para la gloria de Dios. La verdadera consagración
comienza con la rendición incondicional de nuestro ser. “... a sí mismos se dieron
primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Co 8:5). El apóstol
Pablo captó el espíritu del rey David cuando éste demandó al pueblo de Israel que edificara
el templo más magnífico que jamás construyera la mano del hombre. David dijo: “¿Y quién
quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?” “Y se alegró el pueblo por haber contribuido
voluntariamente; porque de todo corazón ofrecieron a Jehová voluntariamente. Asimismo se
alegró mucho el rey David...” (1 Cr 29:1-10). ¡Qué alentadora resulta esta respuesta
incondicional del pueblo para servir al Señor!

CONCLUSION. El profeta Amós usó todos los medios para despertar al pueblo al significado
del culta genuino del Dios viviente. “Buscad a Jehová, y vivid” (Am 5:6).

“Buscad lo bueno, y no lo malo, para que viváis; porque así Jehová Dios de los ejércitos
estará con vosotros, como decís” (Am 5:14). Amós creía que la dedicación a un gran ideal
traía gloria y éxito en nuestras vidas. La consagración a un propósito exaltado fortalece
nuestra vida. Un alma consagrada es fuerte. Sus actividades se desarrollan alrededor de un
objetivo. Su lema es: “Una cosa hago” (Fil 3:13). Todo ser humano necesita objetivos fuera
del círculo de sus intereses persona les a fin de rescatar su vida de la aridez espiritual.
Necesita consagrar sus servicios a una causa digna, de todo corazón, para llegar, a conocer
qué cosa más maravillosa puede ser la vida.

La experiencia más feliz y gozosa que puede tener un cristiano ocurre en esos momentos de
adoración cuando pone la mira en las cosas de arriba. El apóstol Pablo dijo, “Poned la mira
en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3:2). La vida toma un significado más
profundo cuando constantemente y con regularidad buscamos los recursos del poder
espiritual para hacer frente a los deberes de nuestra existencia. La sonrisa y la bendición de
Dios será la porción de aquel que confiesa su necesidad de sabiduría y fuerza divinas y que
rinde su corazón a la dirección del Espíritu Santo para testificar de la gracia redentora y
salvadora de Cristo a un mundo frustrado y triste.

“Buscad a Jehová, y vivid”, fue el mensaje de Amós a la gente de su día. Este desafío no ha
cambiado con el paso de los siglos; tiene validez para cada uno de nosotros en nuestros días.

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