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Entrevista con Luis Alberto Lacalle Domingo 16.08.

2009

"Tabaré defiende identidades


ideológicas"
Cuando faltan poco más de dos meses para las elecciones presidenciales en Uruguay, el
candidato del Partido Nacional cuestiona la cercanía del actual gobierno con Hugo Chávez y pide
no revisar el pasado en materia de derechos humanos: "Los muertos, muertos están"
Por Ricardo Carpena
LA NACION

MONTEVIDEO
Desde una perspectiva puramente argentina, Uruguay es la Disneylandia de la política,
la tierra ideal donde los dirigentes compiten sin despedazarse, proponen sus ideas sin
descalificarse, se critican sin mezquinar algún elogio a su adversario e incluso, si
pierden algunas elecciones, no le echan la culpa a nadie y colaboran patriótica y
caballerosamente con su rival.

Los típicos reflejos argentinos hacen que uno desconfíe y encuentre similitudes con
nuestro país incluso donde no las hay. En estos días, los uruguayos están en plena
campaña electoral con miras a los comicios del 25 de octubre próximo, en los que se
elegirá al sucesor del presidente Tabaré Vázquez, pero en las calles no hay clima de
tensión ni dramatismo y, por supuesto, no existen candidaturas testimoniales,
operaciones políticas de la SIDE ni vaticinios apocalípticos.

De un lado, el candidato con más posibilidades es el ex guerrillero José Mujica, más


conocido como "Pepe", de la coalición de izquierda gobernante, el Frente Amplio. Del
otro, el candidato con mayor intención de voto es Luis Alberto Lacalle Herrera, del
Partido Nacional, que ya gobernó el país entre 1990 y 1995, a quien le atribuyen un
perfil neoliberal y cuestionamientos que lo equiparan con Carlos Menem.

Según las últimas encuestas, si las elecciones uruguayas no se hicieran el 25 de


octubre sino hoy, ninguno de los candidatos alcanzaría al 50 por ciento de los votos,
Lacalle lograría ir al ballottage con Mujica y quedaría más cerca de volver a la
presidencia, gracias al aporte en la segunda vuelta del otro partido tradicional, el
Colorado (cuyo candidato presidencial es Pedro Bordaberry, hijo del ex presidente
electo de 1972 a 1973 y de facto entre 1973 y 1976).

¿Podrá este dirigente de 68 años, símbolo de uno de los partidos más tradicionales,
romper el hechizo que une a la sociedad uruguaya con el Frente Amplio de Tabaré?
¿Logrará vencer a Mujica, ex miembro de Tupamaros, carismático como pocos, dueño
de un perfil mucho más combativo que el actual presidente?

Lacalle tiene pinta de playboy maduro de San Isidro y reflejos de un viejo caudillo del
conurbano bonaerense, con modales más característicos de Raúl Alfonsín o de
Antonio Cafiero. Es, obviamente, parte de la corporación política más curtida de este
país. Empezó a militar a los 17 en el mismo partido que su abuelo ayudó a construir.
Es abogado y productor rural. Fue diputado y senador. Durante su gestión presidencial
se forjó el Mercosur. Le dicen Cuqui (porque de chico le gustaban las galletitas,
cookies en inglés); está casado y tiene tres hijos (uno de los cuales sigue sus pasos
en la política).

"Tabaré desaprovechó y dilapidó la prosperidad", afirma el candidato nacionalista,


pero no fueron sus únicas críticas contra el Presidente: dijo que, si vuelve al poder,
retomará "una política exterior basada en la defensa de intereses y no de identidades
ideológicas". Como para que no queden dudas, cuestiona la "relación demasiado
intensa" del gobierno frenteamplista con el mandatario venezolano, Hugo Chávez, que
tiene, advierte, "legitimidad de origen, pero no de ejercicio, por lo que le falta una de
las características del gobierno democrático".

La entrevista con Enfoques tiene lugar en la sede de Unidad Nacional, coalición que lo
apoyó en las elecciones internas, ubicada en pleno centro de Montevideo. Allí, en una
oficina minúscula, Lacalle se muestra en su plenitud. Habla con intensidad, gesticula,
aborda algunos temas sin eufemismos y otros con una calculada imprecisión. Es muy
hábil.

Elude, por ejemplo, cualquier calificativo que lo enemiste con los Kirchner, basándose
en su decisión de no meterse en cuestiones internas de otro país. Aun así, y pese a
que dijo no conocerlos, sostiene que "la actitud [del gobierno argentino] en cuanto a
los puentes ha sido reñida con todos los principios constitucionales argentinos, con los
tratados que están vigentes y con la falta de criterio de buena vecindad. Es un
episodio para el mejor olvido de la historia rioplatense".

Una de sus definiciones más polémicas fue en materia de derechos humanos. Sobre
todo porque en Uruguay se recalienta el debate para derogar la ley de caducidad que
impide juzgar a quienes cometieron crímenes en la dictadura. En las elecciones
también se votará la abolición o no de esa norma: "Si todos los que tenemos muertos
hubiéramos seguido reclamando, Uruguay no hubiera tenido la paz que tuvo. Y el gran
secreto de Uruguay fue el día en que dejamos de matarnos, en 1904, y construimos
una democracia sobre la tolerancia y el respeto. Y los muertos, muertos están".

-¿Qué ofrece de distinto su partido respecto del Frente Amplio?

-El Partido Nacional ofrece la coherencia del partido más antiguo del mundo: este año
cumplimos 173 años. Somos una fuerza con una coherencia y una potencia histórica
muy grande. Además, desde el punto de vista de algunos valores, desde la libertad de
información, el derecho de propiedad, la libertad de educación, tenemos visiones
sustancialmente distintas. Esta no es una elección sólo entre dos opciones
gubernativas, sino entre dos maneras de ver el mundo, la vida, el ser humano, el
Estado, la sociedad, en las que discrepamos tremendamente con nuestros
compatriotas frentistas.

-¿Cómo califica al gobierno del presidente Tabaré Vázquez?

-Como un gobierno con tres bendiciones poderosísimas. Primero, mayoría


parlamentaria, porque hace 43 años que no la había para ningún gobierno. Segundo,
una circunstancia económica nacional, regional y mundial excepcional, sin
antecedentes en 60, 70 u 80 años. Y tercero, un capital de ilusión muy grande, que en
nuestro oficio es intangible pero importante. Pero la mayoría se usó al ritmo que
correspondía, se desaprovechó y dilapidó la prosperidad de manera realmente
lamentable. Podría haber ido este gobierno directo a bajar los costos estatales y a
hacer de Uruguay un país competitivo, y con eso hacía la obra del siglo. Además, el
capital de ilusión frente a un cambio que nunca se concretó, porque no hubo una línea
sino bandazos. ¿Cosas buenas? Sí, algunas, por supuesto, no tengo empacho en
reconocerlas. Además, le hace bien al país que se acepte al adversario cosas buenas.
Por algo acá nos vemos todos los ex presidentes con el presidente y podemos
sacarnos fotos juntos. Sólo pasa acá y en los Estados Unidos. Eso es un tesoro que el
país tiene que cuidar. Ha habido aciertos al principio, cuando se dejaron los eslóganes
de no pagar al FMI y se ordenó bastante la economía, hasta que después soltaron las
riendas. O el Plan Ceibal, que consiste en una computadora para cada niño. Y algunas
de las leyes sociales, como una compensación mayor al despido para los que se
queden sin trabajo a los 45-50 años.

-¿Y Mujica? ¿Cómo lo considera?


-Como un hombre con una vida que es una verdadera aventura. Es naturalmente
inteligente, con algunos aciertos en esa manera medio "Viejo Vizcacha" de opinar, con
un apoyo popular que no se puede negar. Además, ha tenido conmigo algunas
gentilezas: dijo que no tenía ningún reparo moral para hacerme, cuando he sido
tremendamente calumniado en Uruguay...

-Pero Mujica también lo comparó con Carlos Menem...

-Se ha puesto muy nervioso por el resultado de las elecciones internas y he sido
objeto de una campaña muy dura, pero no entro en eso porque tengo una
personalidad ya forjada. Tengo 68 años, 50 de actividad política, he pasado por todo:
bomba de ellos, de los Tupamaros, capucha de los militares, así que no entro en
ninguna campaña de agravios ni de descalificación.

-Lo cierto es que con Menem usted tuvo muy buena relación, ¿no?

-Tuve la buena relación que tiene todo el mundo que conoce a Menem porque es
encantador en lo personal. Y una muy buena relación de presidente a presidente
porque fue un muy buen presidente argentino y para los intereses del Uruguay. El
hecho de que el dragado del canal Martín García, que podría haber demorado seis
meses, fuera realizado inmediatamente demostró que comprendía los intereses
orientales y tenemos que estar muy agradecidos al sesgo que tenía la política exterior
argentina respecto de Uruguay durante la presidencia de Menem. Lo que hizo en la
Argentina es un tema de ustedes. Para Uruguay fue un presidente receptivo y
comprensivo.

-Igualmente, Mujica los comparaba por su perfil neoliberal. ¿Es así?

-Como decía Wilson Ferreira, no soy de izquierda ni de derecha, soy del Partido
Nacional. Alguien que cree en los resultados, un nacionalista pragmático. Para mí, el
Estado es un medio, no un fin. Cuando dicen que privaticé como Menem, macanas...
Acá, la ley de empresas públicas que el pueblo votó en contra establecía el 40% de
propiedad estatal de las empresas, el 8% para los trabajadores y lo que se enajenaba
era el 52%. Eso no es la privatización de la Argentina. Además, los recursos
solamente se podían usar para inversiones en salud, educación o para capitalizar la
seguridad social, así que eso se parece a la Argentina como un huevo a la castaña.

-Usted también tuvo problemas con hechos de corrupción...

-Durante mi gobierno no hubo una sola denuncia; por lo tanto, no pude ejercer nunca
las potestades disciplinarias que tiene el presidente. A los seis meses de haber dejado
la presidencia, comenzaron las denuncias. Fueron tres funcionarios y los tres fueron
condenados: uno murió entre la primera y la segunda instancia, y los otros cumplieron
su pena.

-¿Qué puede hacer, si vuelve al poder, para evitar la corrupción?

-Me resulta muy pintoresco cuando la gente me pregunta cómo voy a hacer para que
no aparezca un funcionario que vaya a hacer algo malo entre los 120 que el presidente
nombra. ¿Sabe qué le digo? Voy a comprar un "honestómetro", se le cuelga a ese
hombre de las dos orejas, se prende el botón y entonces dice si va a ser malo el día
de mañana... [se ríe]. Estamos en presencia de la naturaleza humana. A Jesús le falló
uno en doce, o sea, el 7 por ciento.

-¿Qué piensa de los Kirchner?


-No los conozco. A la señora Kirchner la he saludado dos veces y a él, una vez, el día
de la asunción. Desde Antonio Cafiero para abajo, conocíamos a todos los radicales o
peronistas, pero no a este hombre que viene del Sur. No me quiero meter en las cosas
internas de la Argentina, como él ha opinado sobre cosas internas del Uruguay. Eso
no nos cae muy bien. Pero la actitud en cuanto a los puentes ha estado reñida con
todos los principios constitucionales argentinos, con los tratados que están vigentes y
con criterios de buena vecindad. Es un episodio para el mejor olvido de la historia
rioplatense.

-¿Cómo encarará su relación con los Kirchner si es elegido presidente?

-He propuesto dar vuelta el tema. Soy muy partidario de aplicar las disciplinas
marciales orientales: aprovechar las fuerzas negativas para hacerlas positivas.
Entonces, vamos a hacer un gran plan de desarrollo del río entre Brasil, la Argentina y
Uruguay. Hagamos del río lo que es en todas partes del mundo, una fuente de riqueza,
de progreso, de amistad, de turismo, de cuidado del medio ambiente. También
pensaba en un gran desarrollo de la provincia de Entre Ríos en la parte oriental, que
está muy abandonada. ¿Por qué, en lugar de ver un obstáculo en el río, no vemos un
factor de desarrollo y de progreso?

-¿No empezaría por el Mercosur?

-Tenemos un reclamo muy fuerte del Mercosur, que es previo a cualquier cosa, por el
incumplimiento de los laudos. El Mercosur no se cumple a sí mismo. Yo soy el
fundador, pero del Mercosur económico y comercial. Este Mercosur político no existe
ni lo acepto.

-¿Qué piensa de Lula?

-Es un tipico producto de una de las más inteligentes sociedades modernas. Brasil es
una magnífica experiencia de pragmatismo y de fe en su propio destino. Son 200 años
de pensar igual y eso, a la larga, rinde. Brasil coopta a sus hombres, no los expulsa ni
los aniquila. Del otro lado, aniquilan a los vencidos, y así no funciona...

-¿De qué lado dice usted?

-Del lado argentino. Desde Liniers, Dorrego, Moreno y Lavalle hasta el coronel Valle,
en 1955. En cambio, la sociedad brasileña tiene esa plasticidad fantástica, gracias al
imperio, a la Iglesia, a las fuerzas armadas. Brasil es un país admirable. Demasiado
grande para estar al lado...

-Y en materia de política exterior, ¿qué cambios introduciría?

-Retomaría una política exterior basada en la defensa de intereses y no en identidades


ideológicas. No me importa si en la Argentina gobiernan radicales o peronistas, o en
Brasil quién sea. Y en esta administración se tuvo la inclinación a las identidades
ideológicas, pero no advirtieron que no sirve en materia internacional.

-¿Lo dice por Hugo Chávez? Porque Tabaré Vázquez tiene buena relación con él.

-Demasiado intensa. Política, comercial... tenemos una atadura con él por la venta de
petróleo. Es una deuda de 800 millones de dólares. Y deberle tanto a un país...

-¿Qué piensa de Chávez?

-Que tiene legitimidad de origen, pero no de ejercicio, entonces le falta una de las
características del gobierno democrático. No alcanza con que lo voten.
-¿Habló de todos estos temas con Mujica para intentar un acuerdo?

-Nunca he hablado con Mujica en mi vida... Quizás una sola vez, cinco minutos.

-¿Por sus diferencias ideológicas?

-No, no soy ningún radical. No ha cuadrado. Quizás algún día sea necesario.

-Es raro. ¿Nunca lo intentó?

-No, y él tampoco. Es una persona que se mueve en distintos parámetros que los
míos. No digo que sean mejores o peores.

-¿Puede aportarle algo?

-Algún día vamos a tener que conversar. Será convocado si me toca ser presidente, y
espero ser convocado si le toca a él.

-Aquí está en plena discusión la ley de caducidad, que impide juzgar las
violaciones de los derechos humanos de la dictadura. ¿Cuál es su postura?

-En 1985, cuando yo era senador, veníamos de 20 años de violencia. Primero sufrí las
bombas de los Tupamaros y después, en la dictadura, fui secuestrado y encapuchado.
El Estado uruguayo, con mucha inteligencia y sentido de la paz, votó tres leyes. La ley
de amnistía de los Tupamaros, una amnistía total, con la que se borraron no
solamente los que estaban presos y lo pasaron mal, sino los que nunca estuvieron
presos y asesinaron, secuestraron y torturaron. Luego, la ley de reintegro de
funcionarios públicos que habían sido echados en la dictadura. Y la tercera fue la ley
de caducidad, que fue una amnistía a medias, a regañadientes, que puso fin al
episodio de los 20 años en su complejidad. A esas tres leyes las llamo "el estatuto de
la salida" o "de la paz". No se pueden tocar, salvo que se toquen las tres. Además, la
ley de caducidad ya fue plebiscitada. Y ganamos los que la quisimos mantener.

-Si no se cierran esas heridas, ¿se puede mirar para adelante?

-Que el señor Mujica sea candidato a presidente es la mejor demostración de que el


país ha pacificado su ánimo. Una persona que se levantó contra la Constitución o que
cometió todos esos delitos y hoy es uno de los posibles ciudadanos que puede ocupar
la presidencia es la prueba del Uruguay que queremos. Entonces, apliquemos la
misma vara para todo el mundo.

-Usted hace poco habló públicamente de "no mirar atrás ni al costado". ¿Se
refería a este mismo tema?

-A los 68 años, ¿a qué me voy a dedicar? ¿A escarbar el pasado? ¿A ser hijo del
pasado o a ser padre del futuro? Quiero ser padre del futuro. El Partido Nacional
estuvo 93 años fuera del poder, desde que el amigo Mitre, el emperador de Brasil y los
colorados nos sacaron en 1865 y fusilaron a Leandro Gómez. Si todos los que
tenemos muertos hubiéramos seguido reclamando por ellos, Uruguay no hubiera
tenido la paz que tuvo. Y el gran secreto de Uruguay fue el día en que dejamos de
matarnos, en 1904, y construimos una democracia sobre la tolerancia y el respeto. Y
los muertos, muertos están.
© LA NACION
MANO A MANO

Luis Alberto Lacalle pasó exitosamente una prueba difícil que a Aníbal Ibarra, por
ejemplo, le costó toneladas de imagen recientemente: la reacción de la gente en la
calle. Federico Guastavino, el fotógrafo, le propuso retratarlo en plena avenida 18 de
Julio. Aceptó de buena gana, se mezcló entre la gente, recibió saludos cariñosos y
hasta frenó el tránsito para que pudieran tomarle fotos. Todavía camina mal por una
lesión reciente: se cayó de la escalera cuando le llevaba el desayuno a la cama a su
esposa, rito que, confiesa, cumple desde hace casi 40 años de matrimonio. Lacalle
parece un peronista con códigos o un radical con reflejos. Hace malabares para que
no se note tanto que es conservador, para que se atenúe su ideario de centroderecha.
Su insistencia en un desideologizado pragmatismo (y en su condición de víctima tanto
del terrorismo como de la dictadura) se compensa con conceptos de manual, como "la
motosierra" con la que amenaza bajar el gasto público, la reglamentación del derecho
de huelga y, sobre todo, su idea de que no hay que revisar el pasado en materia de
violaciones de los derechos humanos. Es muy extraño que nunca haya tomado al
menos un café con José Mujica. Al final, se quejó de que la TV argentina haya
arruinado el lenguaje de los uruguayos y de que sus compatriotas hayan copiado lo
peor de esta orilla, como las barras bravas del fútbol y la judicialización de la política.
Si llega a presidente, ojalá no quiera equilibrar la balanza "comercial" con valores de
ese mismo tipo.

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