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Imagina que...

Mientras lees esto, los titulares de los periódicos del mundo anuncian las primeras temibles señales de una
pandemia de gripe porcina. Imagínate que esa pandemia está azotando la región del mundo donde vives y que
el gobierno, por razones de salud y seguridad públicas, prohibió todas las reuniones públicas de más de tres
personas. Digamos, también que, a causa de una combinación catastrófica de circunstancias locales, esta
prohibición se mantuvo por 18 meses.
¿Cómo podría seguir funcionando tu congregación de 120 miembros, si no se pueden hacer ningún tipo de
reuniones en la iglesia y tampoco pueden reunirse en grupos en las casas (a menos que sean en grupos de tres
personas)?
Si tú fueras el pastor, ¿qué harías?
Podrías enviarles cartas y correos electrónicos con regularidad. Llamarlos por teléfono e, incluso, comunicarte con
ellos mediante Ipod. Pero, ¿cómo se podrían llevar a cabo las funciones de enseñanza, predicación y pastoreo?
¿Cómo podría alentarse a la congregación a perseverar en amor y buenas obras, en especial ante tan difíciles
circunstancias? ¿Y qué sucedería con el evangelismo? ¿Cómo se podría alcanzar a otras personas, contactarlas y
hacerles seguimiento? No podría haber cenas de varones, ni reuniones a la hora del café, ni cursos evangelísticos, ni
reuniones de extensión. Nada.
Claro que podrías volver a la antigua práctica de visitar a tu congregación casa por casa, y comenzar a tocar las
puertas de la comunidad para contactar a nuevas personas. Pero en tu calidad de pastor, ¿crees que podrías enseñar
y reunirte con cada uno de los 120 adultos de tu congregación, sin mencionar a los niños? Y ni hablar de lo que
significaría ir a tocar puertas en la zona residencial, o de hacerles seguimiento a los contactos que habías logrado
hacer.
No, para poder hacer eso necesitarías ayuda. Lo que sí podrías hacer es comenzar con diez de tus cristianos más
maduros y, durante los dos primeros meses, reunirte periódicamente con dos a la vez (al mismo tiempo que sigues
en contacto con el resto a través del correo electrónico y el teléfono). A estos diez los capacitarías para leer la Biblia
y orar con una o dos personas más, y con los hijos de éstas. En consecuencia, esos diez cristianos maduros tendrían
una doble tarea: "pastorear" a sus esposas y familias, orando y leyendo regularmente la Biblia, y reunirse cada uno
con cuatro hombres a los cuales puedan capacitar y alentar a hacer lo mismo. Suponiendo que el 80% de tu
congregación estuviera casada, entonces por medio de los diez primeros hombres, y de los que posteriormente ellos
capacitaron, la mayoría de los adultos casados estarían siendo alentados regularmente por la palabra de la Biblia.
Mientras esto está ocurriendo (y tú sigues ofreciendo apoyo a través del correo y del teléfono), podrías escoger a
otro grupo para capacitarlo personalmente; personas que pudieran reunirse con los solteros, o con personas que
pudieran servir para evangelizar puerta a puerta o para darle seguimiento a los nuevos contactos.
Habría mucho contacto personal y muchas reuniones individuales que hacer. Pero recuerda que no habría cultos que
dirigir, ni comités, ni consejo parroquial, ni seminarios, ni grupos que se reúnen en casas, ni grupos de trabajo; en
realidad, no habría actividades ni eventos de ninguna clase que organizar o administrar, actividades ni eventos de
ninguna clase que organizar o administrar, o para los cuales buscar apoyo, o a los cuales asistir. Lo único que habría
que hacer sería enseñarlos y discipulados personalmente; y ellos capacitarían a su vez a otros para que sean
discipuladores.
Ahora bien, después de 18 meses, una vez que la prohibición se levantara y pudieras recomenzar las reuniones de
los domingos y todas las demás reuniones y actividades propias de la vida de la iglesia, ¿qué harías de manera
diferente?
(Páginas 164-166 – El Enrejado y la vid – 2009)

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