Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
el análisis de coyuntura en la
Argentina contemporánea.
Cátedra Pierbattisti
2° parcial
Carrera/s: Sociología
Práctico: de 15 a 17
1) Los cuatro puntos estructurantes de la hegemonía neoliberal que mencionan Cantamutto y
Wainer (2013) son: la apertura comercial, que supone la eliminación de trabas al comercio y la supresión
de la protección efectiva excedente, es decir, de la diferencia entre los precios internos y externos, con lo
que desaparece una gran parte de las pequeñas y medianas empresas; la liberalización financiera, que
implica la eliminación de trabas al libre movimiento del capital por distintas vías con el propósito de
otorgarle mayor movilidad internacional al capital (por ejemplo, la desaparición de los controles de
capitales o el trato preferencial al capital extranjero); la regulación selectiva de los mercados, que refiere
a tratos diferenciales de los mercados según el tipo de mercado del que se trate (en general, en detrimento
del mercado laboral); la refuncionalización del Estado, que refiere al cambio de las funciones que realiza
el Estado (y no a su achicamiento o retiro), donde este pasa a enfocarse en la protección del capital en
lugar de abocarse a la redistribución social a favor de los trabajadores y trabajadoras, o a la producción y
prestación de servicios.
La hegemonía de este patrón de acumulación entró en crisis con el colapso económico, social y
político que tuvo lugar en nuestro país a fines de la década de los 90 y que alcanzó su mayor conflictividad
en diciembre del 2001, a partir de lo cual se abrió una etapa que hasta la actualidad no ha sido clausurada,
en la cual los distintos estratos sociales y fracciones del capital intentan definir un nuevo patrón de
acumulación (Basualdo, 2011).
Como afirma Pierbattisti (2018), el conjunto de medidas adoptadas por el gobierno de Néstor
Kirchner (2003-2007) estuvieron orientadas a revertir los efectos que produjo el despliegue de la
hegemonía neoliberal en la última década del siglo pasado, alejándose de los rasgos enunciados por
Cantamutto y Wainer. Este gobierno se posicionó en contra de quienes propugnaban la dolarización de la
economía, enfrentándose desde el primer momento con los acreedores externos y los organismos
internacionales de crédito -especialmente con el FMI- y canceló la deuda con el objetivo de eliminar la
injerencia de estos en la política económica de nuestro país. También se enfrentó con las empresas
privatizadas e impulsó la reconstitución de la burguesía nacional, que avanzó en la propiedad de los
servicios públicos de importancia nacional o provincial (Basualdo, 2011). Así, el gobierno de Néstor
Kirchner convalidó el liderazgo de los conglomerados locales por sobre el capital financiero. Asimismo,
esta administración se propuso lograr el mayor crecimiento económico anual posible sobre la expansión
de la economía real, es decir la producción de bienes y servicios, buscando disminuir la desocupación,
mejorando de esa manera la distribución del ingreso en favor de la clase trabajadora (Basualdo, 2011).
Esto generó una expansión de la demanda interna, lo que favoreció el crecimiento de la industria, que
también se vio incentivada por las medidas proteccionistas. Estas medidas están en relación con otro eje
central de la gestión de Néstor Kirchner, que consistió en el intento de lograr la inclusión política y social
de los sectores sociales subalternos mediante garantizar derechos como la disminución del empleo y el
subempleo, el incremento salarial, el retorno de las negociaciones salariales mediante paritarias.
Sin embargo, el crecimiento económico que caracterizó a este período no fue el resultado de la
hegemonía de un bloque social que estaba definiendo un nuevo patrón de acumulación de capital
(Basualdo, 2011). Lo que en verdad había era una pugna entre dos tipos de hegemonía diferentes,
vinculadas a propuestas enfrentadas, pero ambas encarnadas en el gobierno aunque en ese momento la
conducción del gobierno estuviera siendo ejercida únicamente por una de ellas. Por un lado se
encontraban los grupos económicos locales que intentaban subordinar al sistema político y utilizar al
Estado como medio para reposicionarse en la economía real; por el otro, un proyecto político que
impulsaba la inclusión social mediante la redistribución del ingreso, lo que implicaba la autonomía relativa
del Estado respecto de las fracciones del capital predominantes en la estructura económica (Basualdo,
2011). Esto quedó en evidencia durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner cuando, en el año
2008 frente a la resolución 125, la clase dominante decidió que de allí en adelante no podía no tener el
control del Estado, de manera de poder avanzar en un patrón de acumulación de capital nuevo que
estuviera bajo su conducción y que subordinara al resto de las fracciones del capital y a los sectores
subalternos a sus intereses (Basualdo, 2011). No obstante el enfrentamiento con distintas fracciones del
capital -dentro de las cuales ahora se encontraban también los grupos económicos locales- el gobierno
kirchnerista mantuvo su hegemonía política e intensificó las políticas destinadas a incrementar la
participación de la clase trabajadora en el ingreso y redobló sus esfuerzos para disciplinar a las diferentes
fracciones del capital dominante que formaban parte del bloque de poder de la valorización financiera
(Basualdo, 2011). En la etapa que se abrió luego de esta crisis coyuntural, el gobierno se mantuvo en la
misma línea respecto al período anterior e incluso estuvo más encuadrado dentro del movimiento “nacional
y popular”, a pesar de la crisis internacional que tuvo lugar en el 2008 a raíz del colapso inmobiliario en
EE.UU., de la sequía que en 2009 afectó gravemente la producción agropecuaria y del surgimiento de la
restricción externa en 2011. Algunas medidas que caracterizaron a este período y que vale la pena
mencionar son: el aumento del gasto público con el propósito de expandir la demanda agregada y retener
mano de obra en la producción industrial; el Programa de Recuperación Productiva, destinado a evitar
despidos o reducciones salariales; los precios cuidados y el Ahora 12; la reestatización del sistema
previsional, a partir de la cual los fondos que administraban las AFJP fueron traspasados a manos del
Estado; y la Asignación Universal por Hijo. El hecho de que frente a la devaluación de principios del 2014
que provocó la caída de la demanda, las políticas públicas implementadas hayan tenido como propósito
impulsar el consumo en lugar de hacerlo caer para estabilizar los precios internos, deja en claro el
carácter inclusivo del proyecto del país que tenía kirchnerismo. No podemos decir lo mismo del
gobierno de Cambiemos, cuyas primeras medidas desde que asumieron el poder del Estado en 2015
dejaron traslucir claramente la impronta neoliberal de su gestión (Pierbattisti, 2018). Con el capital
financiero a la cabeza -la mayor parte de los funcionarios del macrismo proceden de bancos
transnacionales y empresas extranjeras-, reactivó la racionalidad política neoliberal en todos los puntos
que Cantamutto y Wainer mencionan: se produjo una apertura comercial indiscriminada del comercio
exterior que afectó particularmente a las pequeñas y medianas empresas que vuelcan su producción en el
mercado interno, a la vez que se desreguló el sector financiero (eliminación de las restricciones
cambiarias, mantenimiento de altas tasas de interés y ausencia de restricciones al libre movimiento del
capital) lo que favoreció la fuga de las divisas que ingresaron con la deuda contraída con el FMI. Como
sostiene Pierbattisti, estas medidas presuponen la inserción de nuestro país en el mercado mundial como
“una mera plataforma exportadora de productos primarios con escaso o nulo valor agregado; en plena
sintonía con la posibilidad de realizar una rentabilidad financiera particularmente elevada a escala
planetaria” (Pierbattisti, 2018: 134). A la vez, se produjo una fuerte devaluación de la moneda que, sumado
a los aumentos tarifarios de los servicios públicos y del combustible, provocaron el deterioro del salario
real de los trabajadores y trabajadoras y con ello, la contracción del consumo y del mercado interno en
general. Esto se vio acompañado por despidos primero en el sector público y luego en el privado.
Sin embargo, los resultados de las elecciones nacionales del 27 de octubre señalan el fracaso del
intento de clausurar la crisis orgánica del 2001 mediante la construcción de un proyecto de país
profundamente desigual y caracterizado por la transferencia de ingresos de los sectores medios y bajos
hacia el capital concentrado. Será un desafío para la próxima gestión del presidente electo Alberto
Fernández traducir en políticas públicas concretas el proyecto de país que propone -claramente opuesto al
de Juntos por el Cambio- dadas las condiciones en las que Argentina se encuentra, así como el de lograr
un cambio social perdurable.
2) Sheldon Wolin llama totalitarismo invertido a un nuevo tipo de sistema político que se
caracteriza por proyectar el poder hacia el interior de la sociedad y que obtiene su éxito mediante la
combinación de la explotación de la autoridad y el poder del Estado con el sistema de gobierno “privado”
(representado por las modernas corporaciones empresariales), así como también a partir de alentar la falta
de compromiso político de la ciudadanía, cuestiones por las cuales Wolin sostiene que el totalitarismo
invertido representa la madurez política del poder corporativo y la desmovilización política de la ciudadanía
(Wolin, 2008).
Algunos rasgos centrales de este fenómeno son: en primer lugar, Wolin menciona que la inversión
que caracteriza a este tipo de totalitarismo consiste en que intenta disimular lo que en realidad es,
haciendo pasar las desviaciones del sistema político, por cambios. En palabras del autor, “Hay una
inversión cuando un sistema, como una democracia, produce un número de acciones significativas que
suelen asociarse con su antítesis: por ejemplo, cuando el jefe electo del ejecutivo tiene el poder de
encarcelar a un acusado sin garantías procesales [...]” (Wolin, 2008: 83). En segundo lugar, el Estado
aparece en este sistema como una sociedad anónima en la que se da una coparticipación entre el poder
corporativo y los legisladores o artífices de las políticas, gracias a la permeabilidad de las instituciones.
Así, la política libre, bajo las condiciones y controles adecuados, no resulta obstáculo alguno para la
imposición de los poderes totalizadores. Por esta razón, el totalitarismo invertido no requiere derrocar el
sistema establecido como condición para el éxito; no tiene un plan para eliminar la oposición o imponer la
uniformidad ideológica como sí lo tuvieron los totalitarismos clásicos, ya que ha aprendido a explotar lo que
parecen ser restricciones políticas y legales usándolas de maneras que van en contra de su propósito
original pero sin desmantelarlas o atacarlas abiertamente (Wolin, 2008). Además, la uniformidad que los
conglomerados privados de los medios de comunicación le imponen a la opinión también contribuyen a
que se ejerza el poder total sin que parezca que esto es así. Otra característica significativa consiste en
que en el totalitarismo invertido se redefine el rol del ciudadano: la participación de los ciudadanos pasa a
ser meramente virtual ya que se ve cortada la conexión directa con las instituciones legislativas que
deberían representar al pueblo, lo que se debe a que el objetivo principal de las elecciones ahora consiste
en ofrecer al poder corporativo legisladores susceptibles de ser moldeados en función de los intereses de
aquel (Wolin, 2008). Así, la ciudadanía se ve desplazada y reducida a la categoría de “electorado”. Esta
desmovilización política de la sociedad representa un terreno fértil sobre el cual el totalitarismo invertido
puede prosperar. Por último, cabe mencionar las estrategias de disciplinamiento que caracterizan a este
sistema político ya que desempeñan un rol de importancia en la integración entre el Estado y el poder
corporativo. Estas medidas consisten principalmente en la coacción económica, sistema de control cuyo
poder se alimenta de la incertidumbre y que expresa el fortalecimiento del Estado (Wolin, 2008).
Con respecto a la democracia dirigida, se trata de una forma política que mantiene los atributos
formales de una democracia pero que es controlada y dirigida por quienes detentan el poder. Este tipo de
democracia es indiscutiblemente capitalista, se centra en contener la política electoral y “es fría, hasta
hostil hacia una democracia social que vaya más allá de la alfabetización, la capacitación laboral y lo
indispensable para una sociedad que está bregando por sobrevivir en la economía global” (Wolin, 2008:
84). No obstante, la existencia de esta forma política no obedece a la imposición de la voluntad de un
único líder o a la eliminación de la oposición por la fuerza sino que tiene que ver con ciertas formas de
evolución, especialmente en la dimensión de la economía, que han promovido la integración, la
racionalización, la concentración de la riqueza y una fe en que virtualmente cualquier problema puede ser
dirigido, es decir, sujeto a control y previsibilidad (Wolin, 2008). Así, como plantea el autor, los votantes se
tornan tan previsibles como los consumidores, la estructura de una universidad es casi tan racional como
la de una corporación y una estructura corporativa es tan jerárquica en su cadena de mando como el
ejército (Wolin, 2008).
4) Una de las principales dificultades que enfrentó el kirchnerismo al final de su ciclo fue la
restricción externa. Esta fue impulsada por el deterioro de la balanza comercial, que se debió al
incremento de las importaciones (especialmente las de combustibles); por la caída en el nivel de las
reservas internacionales, ocasionada por la fuga de capitales -que tuvo que ver con la expectativa
devaluatoria y las tasas de interés negativas- y por la remisión de utilidades de las empresas
transnacionales a sus países de origen; y por el déficit fiscal, provocado por la expansión del gasto público
-clave para acelerar el crecimiento económico- que no fue equiparado con un aumento similar en la
recaudación. La cuestión energética era preocupante no sólo por el déficit externo producido como
consecuencia de un aumento en las importaciones sino también por los subsidios a los servicios públicos,
que absorbían una parte creciente del gasto público (Porta, Santarcángelo y Schteingart, 2017). Como
consecuencia de esta serie de dificultades, la actividad económica comenzó a desacelerarse, sobre todo
por la disminución del consumo y por la caída de la actividad del sector manufacturero de Brasil, que
impactó directamente sobre la industria argentina (Porta, Santarcángelo y Schteingart, 2017).
Advirtiendo esta situación, el kirchnerismo tomó algunas medidas para intentar revertir los efectos
que la restricción externa ejercía sobre el mercado interno y el sector externo, tales como la
implementación de rígidos controles cambiarios que impedían la obtención de divisas (el llamado “cepo
cambiario”), el establecimiento de las declaraciones juradas anticipadas de importaciones como requisito
para poder ingresar mercaderías de cualquier tipo desde el exterior y la estatización del 51% del paquete
accionario de YPF, que estaba en manos de REPSOL, capital español (Pierbattisti, 2018). Sin embargo, a
pesar de estas medidas no se logró frenar la devaluación de la moneda; el salario real cayó y con ello la
demanda interna. Frente a este panorama y en contra de las recomendaciones ortodoxas que proponían el
enfriamiento de la economía -hacer caer la demanda para estabilizar los precios internos- el kirchnerismo
llevó adelante medidas que apuntaron a impulsar la demanda. Los programas "Precios Cuidados" y "Ahora
12", los créditos para la compra de automóviles y el Pro.Cre.Ar son algunos ejemplos de ello. Si bien estas
políticas públicas mitigaron los efectos de la devaluación y la caída de los salarios reales, el descenso de
las reservas del Banco Central continuaba acentuando la restricción externa (Pierbattisti, 2018), por lo que
a pesar de la reticencia que el gobierno tenía a regresar a los mercados financieros, cada vez se volvía
más inevitable considerar retomar la senda del endeudamiento externo (Pierbattisti, 2018). Así fue como el
kirchnerismo resolvió el diferendo con REPSOL -remanente del proceso de reestatización de YPF- y
coordinó un plan de pagos con el Club de París. Pero, justo cuando el asunto parecía encaminado hacia
su resolución, el fallo del juez Thomas Griesa estipuló el pago de 1300 millones de dólares a los holdouts
(fondos buitre), pago sin el cual Argentina no podría cancelar los pagos de la deuda con los acreedores
con quienes había llegado a un acuerdo. El kirchnerismo optó por no pagar a los holdouts y denunciar el
accionar de los mismos, manteniéndose intransigente en esta postura. Los acuerdos realizados se vieron
paralizados. Por su parte, los fondos buitre especularon con un cambio de gestión que fuera más favorable
a sus intereses y con el que pudieran lograr un acuerdo, estrategia que mostró ser acertada dado que el
gobierno de Mauricio Macri optó por acordar con ellos para dar inicio a un nuevo ciclo de endeudamiento
externo (Pierbattisti, 2018).
No obstante, más que una errónea lectura de la realidad económica argentina, considero que el
diagnóstico inicial constituyó un intento de construir un sentido común fuertemente despectivo respecto de
los rasgos populistas del gobierno anterior ya que desde el primer momento, el norte de la racionalidad
política de cambiemos se encontraba en poner en marcha una modificación de la naturaleza del Estado
que permitiera aplicar una nueva política de corte ortodoxo (Mazanelli, González y Basualdo, 2017). Como
plantean Manzanelli, González y Basualdo (2017), el objetivo principal del macrismo consistió en
replantear la relación entre el capital oligopólico y los trabajadores en detrimento de estos últimos, para lo
cual la recesión constituyó un factor no sólo ineludible sino también funcional dado que generó un
terreno propicio para la imposición de “un cambio de tendencia en la distribución del ingreso, tanto
mediante la reducción del salario real, la expulsión de mano de obra y el incremento en la explotación vía
intensidad del trabajo” (Manzanelli, González y Basualdo, 2017: 201).
Así, mientras que el kirchnerismo intentó revertir los efectos de la restricción externa intentando en
todo momento resguardar el empleo, el salario real, el consumo y la soberanía nacional, para el
macrismo esta problemática representó la posibilidad de la restauración de la valorización
financiera sustentada en el endeudamiento externo y las producciones primarias exportadoras. Este giro
en el régimen de acumulación respecto de la gestión kirchnerista requería como condición sine qua non el
acuerdo con los fondos buitre para acceder al mercado internacional de capitales, pero no para financiar
proyectos de infraestructura o sustituir importaciones sino para cubrir el déficit fiscal y financiar la fuga de
capitales; es decir, para reeditar la valorización financiera (Manzanelli, González y Basualdo, 2017).
Para cerrar, será un desafío para la próxima gestión enfrentarse con el problema de la restricción
externa ya que luego de la experiencia kirchnerista quedó en evidencia que las políticas de aumento del
consumo deben estar acompañadas por políticas que apunten a producir modificaciones en la estructura
productiva para que la restricción externa no comprometa el objetivo de mayor inclusión social. A la vez,
está por verse de qué manera afrontará el nuevo presidente la deuda millonaria que ha sido contraída
durante el gobierno de Cambiemos con el FMI, y cómo obtendrá el financiamiento para llevar a cabo el
proyecto de país que propone.
Bilbiografía