Está en la página 1de 360

Araceli

Mariel Arreche
LA CAMPANA SUMERGIDA EDITORIAL

Teatro de la Palabra
Teatr Słowa

Araceli Mariel Arreche


Colección: Lecturas Imprescindibles


SERIE: EL ÁNGEL DE LA VENTANA DE OCCIDENTE
2015 anno Dómini


Título original: Teatro de la Palabra
Tytuł: Teatr Słowa

Traducción / Tłumaczenie: Anna Wendorff

Redacción en polaco / Redakcja w języku polskim:
Maria Judyta Woźniak

Redacción en español /Redakcja w języku hiszpańskim:
Carlos Dimeo Álvarez

Edición / Wydawca: Carlos Dimeo Álvarez
Diseño de portada / Projekt okładki: Emmanuel Gramajo

Fotografía / Fotografia na okładce: Daniela Moreno

Teatro de la Palabra – Araceli Mariel Arreche

Copyright © MMXV LA CAMPANA SUMERGIDA
www.campanasumergida.org
editorial@campanasumergida.org

43-300 Bielsko-Biała
ul. Kapitana Kunickiego 16/44

ISBN 978–83–933115–3–8

Primera edición: Abril 2015
Wydanie pierwsze: kwiecień 2015

Impresión / Druk i oprawa: TEXTOPRINT textoprint.pl
Printed in Poland


TEATRO DE LA PALABRA
TEATR SŁOWA



ARACELI MARIEL ARRECHE



Teatro de la palabra
LA PALABRA COMO VOCACIÓN .............................................................. 13

NOTAS QUE SABEN A OLVIDO ................................................................. 17

LAS VOCES DEL RÍO. ................................................................................... 71

LA FOTO ......................................................................................................... 97

COMO QUINOAS ......................................................................................... 117

FELICE ........................................................................................................... 151

QUÉ LEJOS AÚN… ....................................................................................... 165


Teatr Słowa
SŁOWO JAKO POWOŁANIE ..................................................................... 187

NUTY O ZAPACHU ZAPOMNIENIA ....................................................... 191

ODGŁOSY RZEKI ........................................................................................ 245

FOTOGRAFIA .............................................................................................. 273

JAK QUINOAS .............................................................................................. 293

FELICE ........................................................................................................... 327

WCIĄŻ TAK DALEKO… ............................................................................ 341




Teatro de la Palabra



La palabra como vocación

A modo de presentación


Aproximarse a la obra de Araceli Mariel Arreche significa
ingresar en un territorio en el que, como bien se indica en el
título de la presente antología y en el encabezado de esta breve
introducción, la palabra adquiere un lugar primordial; devela y
oculta, se reinventa generando climas diversos y nos sumerge
como lectores (y espectadores) en un mundo distinto aunque
tan cercano.

Ese mundo cercano que fue tomando forma dramática a
partir de un hecho que, para los argentinos, fue fundamental en
los últimos años. Los sucesos de diciembre de 2001 en los que
en el lapso de pocos días implicaron la caída del gobierno, la
sucesión de cinco presidentes, la feroz represión a manifestan-
tes que llevó a un número elevado de muertos y la fuerte crisis
económica y social que marcaron ese fin de año nos encontró a
todos sin palabras. Recuerdo que en medio de esa vorágine, tra-
tando de encontrar sentido en el arte, asistí a la creación de una
obra de Araceli Arreche que aún se encuentra inédita, Ensayo de
Navidad para una Plaza. En ese verano caluroso y complejo,
surgía una dramaturgia urgente que buscaba dar cuenta del do-
lor profundo de esos tiempos y apelaba al compromiso. Y fue
esa marca original la que se rastrea una y otra vez a lo largo de
sus textos. Cuando no parecía haber nada más que decir, cuando
el “que se vayan todos” (los políticos, una frase que se reiteraba
una y otra vez en las manifestaciones diarias) era la consigna,
alguien proponía indagar un poco más allá e ir pensándonos
desde nuestras propias contradicciones como sociedad.

El compromiso de la autora con los derechos humanos
(participó durante varias ediciones en la organización y con al-

13
gunas de sus obras en “Teatroxlaidentidad”, que busca ayudar a
las Abuelas de Plaza de Mayo en la recuperación de sus nietos,
niños secuestrados junto a sus padres o nacidos en cautiverio
durante la última dictadura militar en Argentina, 1976-1983) la
lleva a indagar cada vez en sucesos de la historia argentina más
o menos reciente. Jamás lo hace desde la postura de una “histo-
ria oficial”, ni desde los espacios centrales. Opta por dar cuenta
de lo ocurrido desde los márgenes; un grupo de mujeres en un
babyshower (La foto), mujeres implicadas de una manera u otra
en la política argentina de los últimos 200 años (Qué lejos aún...),
dos escritores - uno, exitoso y suicidado, el otro, con una carrera
trunca por una muerte temprana - que ven pasar lo que ocurre
por encima de sus cabezas (Las voces del río), una mujer aqueja-
da por el mal de Alzheimer y su familia (Notas que saben a olvi-
do).

Sin embargo, la necesidad de dar cuenta de una realidad
y un pasado que aún es una herida abierta no deja de lado la
carnadura de los personajes. Las mujeres sufren, aman, se pe-
lean con sus vidas y lloran o celebran amores como en Felice, o
en Como Quinoas; los creadores se preguntan sobre su propia
creación; a veces monologan y en ese acto se desgarran. Nuestra
autora escribe desde su lugar en el mundo: es argentina, es mu-
jer, se enamora y desenamora, es hija, es hermana, es drama-
turga, es docente, vive en este inicio de siglo y asiste a sus vai-
venes. Eso se encuentra en cada una de sus réplicas, en cada una
de las palabras que están cuidadosamente elegidas y que llevan
dentro de sí infinitas posibilidades que nos ayudan, aunque sea
un poco, a llenar de poesía y a comprender nuestro aquí y aho-
ra. La palabra se transforma, para Arreche, en reparadora; des-
de ella se reconstruye un corazón roto, la memoria, la propia
identidad.

Cada uno de los textos dramáticos que siguen a conti-
nuación, llevan una parte de su autora. No en términos autobio-
gráficos, sino en la capacidad de emocionarse con cada situa-
ción, con cada personaje. Para Notas que saben a olvido, el en-
cuentro con pacientes con Alzheimer fue fundamental, y eso no
dejó de repercutir en la escritura. Personalmente recuerdo los
“después” de las sesiones y el impacto de las mismas, que luego

14
se tradujo en un juego de sutilezas que llegó a aceptar el humor
dentro del cuadro de la enfermedad.

Los invito a abismarse en los textos, a gozar y emocio-
narse. Por mi parte, está el deseo de asistir una vez más - como
en aquel tórrido verano de 2001 - al proceso de creación de una
obra que sé que juzgaran comprometida, poética, reflexiva, que
esperemos conforme otras antologías como esta.



Karina Giberti

Buenos Aires, marzo de 2015

15

Notas que saben a olvido

Tríptico Dramático


Anita y Saverio



PERSONAJES

ANITA. Mujer de unos 60 años, padece Alzheimer.

SAVERIO. Hombre robusto de unos 60 años, padece Alzheimer.

MARTINA. Hija de Anita, muchacha de unos treinta años.

ENFERMERO.




Un espacio neutro, como todos los espacios destinados a la espera. En él,
dispuestas una fila de sillas, cada una igualmente fría.


1.

Entra Anita, una mujer menuda de pelo rubio y pasos cortitos. Se
sienta, deja su bolsa en una de las sillas y cruza sus brazos
sobre las piernas. Espera.

Anita: Me adelanté. Seguro me adelanté. (Toma su bolso y busca.
Saca un pequeño espejo y un lápiz labial. Con limitación
disimulada inicia el delineado de sus labios)

Entra Saverio, un hombre alto de espaldas anchas y paso seguro. A lo
largo de todo el encuentro su voz será muy clara y su tono muy alto, en
fuerte contrapunto con Anita.

Saverio: (Paseando una correa de perro) ¡Buen día!

19
Anita: (Tímidamente) Buen día.

Saverio: (Señalando uno de los asientos) ¿Está ocupado?

Anita: Que yo sepa… no.

Saverio: (Mira a los lados se sienta. Estira su mano hacia Anita)
Mi nombre es Saverio Oscar Núñez.

Anita: (Sin dejar los objetos que tiene en sus manos. Cordial) Yo…
soy Ana.

Saverio: ¡Qué hermoso nombre! (Señalando con el dedo) Save-
rio y Ana. Anita y Saverio (Pausa) Acostumbro a repasar-
los para que no se me olviden.

Anita: ¡Qué coincidencia! En casa hacemos lo mismo, cualquier
ocasión, el té o la cena, sirven para repasarlos en voz alta
(Ríe) como si fuesen parte de una canción.

Saverio: (Señalando la bolsa de Ana) Algo le suena ahí.

Anita: Silencio distraído.

Saverio: ¿No escucha?

Anita: (Demorándose) ¿El timbre?

Saverio: Sí.

Anita: ¿En qué sentido?

Saverio: Silencio desorientado.

Anita: Es el teléfono.

A lo largo de toda la escena el teléfono sonará intermitentemente.

Saverio: Lo sabía. (Pausa) Qué bueno que lo escucha. (En tono
de confidencia) Porque si no sería sorda. (Ríe)

20

Anita: Martina dice: “no atiendas el teléfono cuando estás sola,
mamá.”

Saverio: (Deliciosamente feliz) ¿Tiene una hija?

Anita: Sí.

Saverio: Yo también. Un varón y la mujer, la menor, con la que
vivo.

Anita: Yo tengo una nena y un… papá que toca el piano.

Saverio: El mío no. En mi familia nadie tiene mucho oído para la
música.

Anita: (Mientras se mira las manos) En casa todos compartimos
el gusto por la música.

Saverio: Yo manejo. (Pausa) Vivo en Totoral. Y manejo muy
bien. (Pausa) Ahora no puedo…

Anita: (Silencio. Mientras guarda en su bolso el labial y el espeji-
to)

Saverio: El manejar es perjudicial para la salud, dice mi hija.

Anita: Como el teléfono.

Saverio: Sí, eso creo. (Pausa) Y a usted, ¿le gusta manejar?

Anita: La verdad… no sé.

Saverio: ¿No sabe si le gusta?

Anita: No. No sé manejar.

Saverio: (En relación al teléfono que suena) ¿No va a atender?
Puede ser importante. (Pausa) A lo mejor es su hija.

21
Anita: No puedo. (Silencio)

Saverio: (Sentencia) ¡El teléfono es perjudicial para la salud!

Anita: (De forma abrupta tomando su bolso) ¡Un gusto! Se hace
tarde. (Sale)

Saverio: (Parándose y volviéndose a sentar) ¡El gusto fue mío!
Qué pena no pueda quedarse. No es bueno quedarse sólo.
Mi hija me lo explicó… tiene que ver con la desorienta-
ción… (Pausa) Últimamente por momentos me sorpren-
de el olvido y ¡zas! Ahí nomás me pierdo. (Pausa) Debe
ser el aire, allá en Totoral no me pasaba. (Recita) Totoral,
departamento de Córdoba, 13827 habitantes. (Pausa,
pensativo) 13826 desde que me vine para la casa de mi
hija. (Pausa) En Totoral el aire es más puro, no hay tanto
barullo que lo confunda a uno. (Sale)

Una voz en off grita: Mario López.



2.

Entran Anita y Martina.

Martina: Mamá, ¿qué te tengo dicho?… Esperáme. No te mue-
vas. Es un minuto y nos vamos. Pero no. (Con cierto
enojo) La señora hace lo que se le da la gana, no respeta
ni las necesidades fisiológicas de su propia hija.

Anita: (Mirando hacia los lados) No quería llegar tarde.

Martina: Ese no es el tema, el tema es que sola te perdés, mamá.

Anita: No es mi culpa que todos los pasillos se vean iguales…

Martina: ¡Te perdiste mamá, te perdiste! Además, ¿para qué
tenés el celular si no lo atendés?

22

Anita: No me perdí. Al fin y al cabo a cualquiera le pasa.

Martina: ¿Y el teléfono?

Entra Saverio con la correa del perro.

Anita: (Reconociéndolo) ¡Hola!

Martina: (Con cierta vergüenza) ¡Mamá!

Saverio: (Se detiene) ¡Hola! (A Martina) Hola, un gusto soy Sa-
verio Oscar Núñez, oriundo de Totoral pero actualmente
resido en Buenos Aires.

Martina: (Incómoda) Un gusto.

Saverio: (Señalando uno de los asientos) ¿Está ocupado?

Anita: Que yo sepa… no. (Toma de su bolso el espejito y su lápiz
labial. Por segunda vez inicia la tarea del delineado)

Martina: Bueno mami, ¿por qué no ensayamos? Antes que nos
llamen.

Anita: No. Porque… (Se detiene a pensar) no me vine preparada.
(Guarda el espejito y el lápiz con gran cuidado) Debo ca-
lentar los dedos…

Martina: Pero mamá…

Saverio: (Interrumpiendo) No es bueno realizar las tareas sin
calentamiento previo, uno puede resentirse (Pausa)
Cuando estuve en el crucero General Belgrano...

Anita: (Aplaudiendo) Mire usted… mi papá viajaba mucho en
barco, por trabajo. Mi papá toca el piano.

Martina: (Interrumpiendo) A ver mami, no te distraigas. Por qué
no me decís: ¿en qué día estamos?

23

Saverio: (Interrumpe con la satisfacción que da la respuesta)
Martes.

Anita: (Se lo festeja) ¡Muy bien!

Martina: (Insistiendo en dejar fuera a Saverio) ¿En qué fecha
estamos?

Saverio: 24 de marzo…

Anita: ¡Muy bien!

Martina: (Perdiendo la paciencia) ¿En qué estación estamos?

Anita: (Confundida) ¿Estación?

Martina: Sí mami, estación…

Anita: Pero… yo pensé… No escucho ningún silbato. (Confundi-
da) Esto no se parece a ninguna estación conocida (En
tono confidente a Martina) ¿Estás segura, Martina, que
esperamos el tren?

Martina: (Perdiendo la paciencia) Anita, ¿en qué estación del
año estamos?

Saverio: ¡Otoño!

Anita: ¡Bravo!

Martina: Mamá, ¿en dónde estamos?

Saverio y Anita se miran y permanecen en silencio. Anita intenta
sacar de su bolso el lápiz labial y el espejito, Martina la
detiene.

Martina: (A Saverio con un resto de cortesía) Discúlpeme, pero
¿está seguro que éste es su pasillo?

24
Anita: (Tirando del puño de su camisa) Martina.

Martina: ¡Martina qué!

Saverio: (Buscando cortar la tensión) A Seguro, dicen, se lo lle-
varon preso. (Risa patética)

Anita: (Acompañando la risa de Saverio. A Martina) Él es mi
amigo. ¿Qué te enseñé?… Los modales, Martina… cada
vez más caprichosa.

Saverio: (A Martina) Ella es mi amiga.

Martina: (A los dos) Ah, ¿sí?… ¿Y desde cuándo son amigos us-
tedes dos?

Ambos callan. Anita vuelve a intentar con el lápiz labial y el espejito.

Saverio: (Se levanta y camina de un lado a otro repitiendo como
para sí) El manejar es perjudicial para la salud. Allá en
Totoral no me sucedía. (Recita) Totoral, departamento
de Córdoba, 13827 habitantes. (Respira) 13826 desde
que me vine para la casa de mi hija. (Respira) En Totoral
el aire es más puro, no hay tanto barullo que lo confun-
da a uno. (Sigue una y otra vez mascullando las mismas
frases)

Suena un celular, todos se detienen y se miran.

Saverio: (Saliendo del trance) Algo suena ahí.

Anita: (Con naturalidad mientras retoca el labial) Es el teléfono.

Martina lo atiende.

Saverio: (Señalando a Martina) Ahora no está sola.

Anita: (En tono de confidencia) A ella le gusta hablar.

25
Saverio: ¿A quién no? (Pausa) A veces cuando empiezo no hay
quien me pare. (Ríe) Mi hija me dice: papá estamos mi-
rando la televisión. (Pausa) Y el crío… - viera usted el
crío - me dice chiquito como es: ¡abuelo, eso lo contaste
como veinte veces! (Pausa) Pero a mí no me importa,
¿acaso no soy el hombre de la casa? (Pausa) ¡Qué se
aguanten!

Anita: (Tomando el ruedo de la pollera de Martina) Nena, vení a
escuchar al señor. Es tan…

Saverio: ¿Entretenido?

Anita: Entretenido.

Martina se aleja unos pocos pasos para tratar de escuchar.

Martina: (Al teléfono) Si no estás acá en diez minutos no vengas.
(Pausa) ¿Para qué? ¿Cómo para qué? Para hacer acto de
presencia. (Pausa) ¡Siempre lo mismo! Cada vez te pasa
con más frecuencia. (Irónica) ¿No será que vos también
te tendrías que revisar?… (Pausa) No te falto el respeto
ni te subo la voz. La cuestión es que sos el marido pero
acá con ella estoy yo… (Pausa) ¿Vos te estás escuchan-
do? ¿Querés saber qué dijo el médico? ¿Por qué no venís
entonces? (Pausa) Todos trabajamos, hoy es mi tercer
permiso… no sé cuánto más voy a poder con esto…

Anita percibe la tensión, comienza a temblar y a balancearse en la silla
discretamente.

Anita: Papá toca el piano. Todos los días nos duerme con can-
ciones de su pueblo.

Saverio: (De manera automática y subiendo el tono) Papá es
repartidor de leche, el mejor del pueblo. Yo aprovecho y
lo acompaño. A veces me deja manejar su camión. ¡Yo
manejo muy bien!

Anita se mecerá sobre la silla con la mirada perdida. Por momentos

26
recorrerá sus manos como si le fuesen extrañas. Saverio seguirá reci-
tando una y otra vez la última réplica.

Martina: (Con el teléfono aún en la mano) ¡Mamá! ¡Mami! No te
muevas así, mami, te vas a caer. ¿Querés hablar con pa-
pá? ¡Mami! (Al teléfono) ¿Estás ahí? ¿Escuchaste? Te das
cuenta cómo se pone. Vas a venir o… (Sacudiendo el telé-
fono) No te atrevas, no me cortes… es tu mujer ¡carajo!
¡Todavía es tu mujer! (Frustrada tira el celular y busca el
rostro de su madre)

Martina: (Mirándola a los ojos) Mami, todo está bien. (Pausa,
llamándola) Anita. ¿Quién es Anita?

Anita: (Vuelve con una sonrisa) ¡Nena!

Martina: Sí mamita, soy yo tu nena.

Anita: ¿Y quién, si no? ¿Te sentís bien? Te portás tan raro últi-
mamente. (A Saverio) Está muy irritable. Yo le digo por
qué no te hacés revisar. Pero ella ya no me hace caso,
cada día se parece más a su padre. Igualita.

Saverio: Dos gotas de agua, como se dice.

Saverio y Anita ríen.

Martina: (Buscando en su bolsillo un paquete de caramelos)
¿Querés uno?

Anita: (Se los arrebata y le convida a Saverio que ha quedado en
silencio mirando un punto fijo) ¿Quiere uno? Son de cho-
colate.

Saverio: (Volviendo en sí toma uno y se lo coloca en la boca. Mas-
ticando) No debería, mi hija me dice que no debo acep-
tar comida o bebidas de extraños.

Anita: Pero es un caramelo.

27
Martina: (Cambiando de actitud) Además, Anita es su amiga, ¿o
no?

Saverio: (Con satisfacción) Sí.

Anita: (Mirando a Martina con ternura) Hoy es 24 de marzo y
estamos en otoño…

Martina: (Sonriendo) Muy bien, mami.

Saverio: ¿Vio? No hay por qué preocuparse. Yo se lo digo todo
el tiempo a mi hija, pero ella se preocupa por todo. Po-
brecita, está tan cansada. Y el cansancio a veces asusta…

Anita: Ella me salió valiente y, no porque sea mi hija, por demás
inteligente. A veces, creo, demasiado para su edad… (A
Martina) ¿Y el papá? ¿Cuándo llega?

Martina: (Toma una revista y la hojea) Mami, tu papá ya no está,
te acordás que lo hablamos…

Anita: (Con naturalidad) No. ¡Tú papá! (A Saverio) No le digo,
los nervios, tanto trabajo. (A Martina) ¿No vino? Se nos
hace tarde (Pausa) El doctor preguntó por él. ¿Le dijiste
que la vez anterior el doctor preguntó por él?

Martina: Sí mamá, le dije. Ya va a llegar.

Anita: Es que se va a hacer tarde…

Martina: No te preocupes mami, recién llamó. Es un problema
de tráfico.

Saverio: El manejar es perjudicial para la salud. (Pausa) ¿Él
puede?

Anita: Es que hace tiempo no ve al médico (Pausa. A Martina)
¿Por qué no le decís que hoy me revisan a mí, que no
tenga miedo?

28
Una voz en off grita el nombre Ángeles Taguada.


3.

Anita busca en su bolso el espejito, Martina la interrumpe.

Martina: Dejá mamita (señalando los labios) están pintados.

Anita: (Pasándose los dedos por los labios) No creo.

Martina: Te digo que sí mami…

Anita se incomoda y forcejea con Martina.

Saverio: (A Anita galanteándola) Si permite la opinión de este
humilde servidor, se ve muy bien así como está.

Martina: ¿Ves mami? ¡Hasta el señor lo cree!

Anita: Se nos hace tarde.

Martina: (Mirando la revista) No mamá. Todavía tenemos que
esperar un ratito más.

Anita: (Ansiosa) ¿Y el papá? (Temblando) Se nos hace tarde.

Martina: (Busca conversación con Saverio para distraerla) ¿Por
qué no le cuenta a mamá a quién vino a ver?

Saverio: (Señalando a Anita) A ella.

Anita: (A Saverio) Se nos va a hacer tarde…

Saverio: ¿Usted cree?

Anita: Se nos hace tarde. (Mirando a los lados) Se va a enojar…

Saverio: Mi hija se enoja mucho cuando me demoro…

29

Martina: ¿Y dónde está?

Saverio: ¿Quién?

Martina: Su hija, ¿dónde está?

Saverio: En la casa… creo.

Martina: Y usted…

Saverio: Yo estoy con mi amiga, acá.

Anita: (A Saverio en tono confidencial) Si el papi no llega nos van
a retar.

Martina: Papá ya va a llegar. (Tomándole el rostro a su madre y
mirándola a los ojos) Nadie te va a retar mamá. (Pausa. A
Saverio) Don…

Saverio: (Se adelanta) Saverio Oscar Núñez, oriundo de Totoral
pero residente en la casa de mi hija la menor. (Suspira
como añorando) Acá, donde todas las calles parecen las
mismas…

Martina: (Señalando la correa que Saverio sostiene) ¿Y su perro?

Saverio: ¿En qué sentido?

Martina: ¿Dónde dejó su perro?

Saverio: Yo no tengo perro, soy alérgico.

Martina: Lo digo por la correa tan linda que trae.

Saverio: (Sin atender al objeto) Mi hija tiene un perro.

Martina: ¿Y usted lo pasea?

Saverio: Ocasionalmente. (Pausa) Pero no es el caso.

30

Anita: (Mirando a un punto fijo como ausente) Mi papá tiene un
perro, se llama Jacinto y se duerme enroscado en los pe-
dales del piano.

Saverio: (A Anita) En Totoral, los perros no entran a las casas.
Los perros son fieros y guardianes…

Anita: (Presa del recuerdo de otros tiempos) Jacinto es muy
bueno y juega con todo el que llega a casa.

Saverio: Yo le digo a mi hija todos los días: ¡sacá ese animal al
patio!, ¿no ves que sus pulgas me dejan ronchas por to-
das partes?

Anita: Jacinto no deja ronchas. (Vuelve a ponerse ansiosa) Se
hace tarde…

Martina: (Mientras busca detener a Anita que quiere pintarse los
labios) ¿Le contaste al señor…?

Saverio: (Interrumpiendo) Saverio Oscar Núñez. A cada uno por
su nombre. La repetición ayuda a fijarlos (Señalando la
cabeza) acá.

Martina: Anita, ¿le contaste a Saverio sobre tus malvones?

Anita: (Fija en su preocupación) No llega y nos van a retar.

Martina: A mamá le encantan las plantas y sus malvones son la
envidia de los jardines del barrio. (Pausa) Decíle mamá,
contále a Saverio.

La espera se hace huella en Saverio y Anita, sus cambios de humor se
hacen más frecuentes.

Voz en Off: AMELIA PEREZ, consultorio 11 neurología.

31
4.

Martina: Ves mami, el doctor ya llegó. En un ratito nos van a
llamar y después nos vamos a casa a tomar unos mates
con canela, como te gustan a vos. (Pausa) Y si querés re-
gamos tus malvones.

Anita: (A Saverio como despertando) ¿Usted toma mate?

Saverio: En Totoral hasta cuatro veces al día. Acá salteado, a mi
hija no le gusta. Dice que la yerba mancha.

Anita: (En relación a la correa) Qué linda. (Pausa) Mirá nena,
como la del Jacinto.

Saverio: (Sin prestar atención a la última frase de Anita. Con
cierto enojo) ¡Una nueva! ¡Lo que se mancha se limpia!
(Con melancolía) Quiero irme para Totoral, pero me de-
tienen con mentiras. (Pausa) Totoral, departamento de
Córdoba, 13827 habitantes. (Respira) 13826 desde que
me vine para la casa de mi hija. (Respira) En Totoral el
aire es más puro. (Pausa) Me quiero ir a mi Totoral, acá
me retienen con mentiras (Tomándole la mano a Anita)
Que si estás confundido papá… que si te perdés papá…
(Con enojo) ¡Abrase visto! Como si uno fuera un chico.
(En tono de confidencia) Yo no le voy a decir una cosa
por otra, a veces sufro de ciertos olvidos pero son mis
arterias... (Le muestra el cuello)

Martina: (Buscando distraerlos) ¿Alguien quiere un juguito o un
té? Para distraer la espera…

Saverio: (Sin prestarle atención) Quiero a mi Totoral. Allá me
destaparon las arterias. Las operaron en un abrir y ce-
rrar de ojos y viera usted lo bien que anduve por un
tiempo… pero acá el doctor de mi hija no me cree… Acá
hasta los doctores son gente rara. (Pausa) Quiero a mi
Totoral, extraño. (Lagrimea)

Anita: (Tomándole fuerte la mano) No llore. ¿Tiene malvones?

32

Saverio: Ni tierra. Salvo el polvo que se junta entre las camas…
El departamento de mi hija es pequeño y somos muchos.
Ni patio, ni un lugarcito donde tener una maceta.

Anita: ¡Qué pena! Son tan alegres. Yo me paso tardes completas
en mi jardín junto a los malvones. Dicen que hablarles le
hace bien.

Saverio: No ve, lo que yo siempre digo. Pero en casa todos bus-
can callarme.

Anita: (A Martina) ¿Llamaste a casa? Quizás olvidó que tenía-
mos el turno.

Martina: Creo que un juguito nos va a venir bien, acá está un
poco caluroso ¿no lo creen?

Anita: (Rotunda) Vos no le avisaste.

Martina: Si mamá. Vos escuchaste. El acaba de llamar…

Anita: El teléfono no sonó. No mientas, Martina, eso no está
bien.

Saverio: Lo que pasa es que acá, acá no se respeta la edad.

Martina: Yo necesito un café.

Anita: Tanto café te empeora el carácter.

Saverio: ¿Y si lo corta con leche? La leche es saludable, con mi
papá en Totoral se lo decíamos a las clientas una y otra
vez. (Tocándose la cabeza) Para que lo fijen, acá.

Anita: O un té, ¿por qué no te tomás un té?

Saverio: Un té con leche. En lo posible fría.

Anita: (Busca en su bolso el labial) A mi traéme…

33

Martina: Mamá. (Deteniéndola) Mamá, los tenés pintados.

Anita: Se nos hace tarde. (Anita comienza a mecerse sobre la
silla enredándose en la ausencia. Martina busca recupe-
rarla desde un abrazo)

Saverio: (Cambiando de humor) Dónde vamos a ir a parar, acá
ya no se respeta nada… Pero qué culpa tengo yo, díga-
me, qué culpa tengo yo ¡Ninguna!

Martina toma el labial y el espejito y busca recuperar la atención de
Anita.

Saverio: Yo no tengo la culpa. En cuanto se descuiden me les
escapo y listo. Me voy para Totoral…

Anita: (Atándose a la última réplica) ¿A visitar a los suyos?

Saverio: (Con cierto delirio de persecución) Me dejan sin plata, y
me esconden la llave…

Martina: Don Saverio, no se preocupe. Quédese tranquilo junto
a mamita. Charle con su amiga que todo va a estar bien.

Saverio: (Levantando el tono de voz) ¡De cabeza! ¡Todo está de
cabeza!

Anita: ¡Carrera de mentes! Al papá se le ha dado por querer
jugar a carrera de mentes… Y se nos va a hacer tarde.
(Tomando el celular que quedó en una de las sillas) Mar-
tina, ¿por qué no lo llamás y le decís que se hace tarde?…
Seguro se entretuvo jugando.

Saverio: Quiero ir a mi Totoral (Comienza a caminar de un lado
a otro repitiendo en voz baja) Totoral, departamento de
Córdoba, 13827 habitantes. (Respira) 13826 desde que
me vine para la casa de mi hija. (Respira) En Totoral el
aire es más puro, no hay tanto barullo que lo confunda a
uno. (Respira) Yo manejo muy bien, ahora no quieren

34
que lo haga. Se habrán enojado. Nunca una infracción a
Saverio. Nunca una boleta, entonces ¿por qué el enojo?

Anita: Llamálo, decíle que hoy me revisan a mí, que no se asus-
te.

Martina: (Tomando nuevamente la revista) Lo demora el tránsi-
to mamita.

Anita: (A Saverio) Él siempre fue un poco flojo para las agujas y
los medicamentos pero si yo no lloro nunca ¿por qué se
asusta?… (Meciéndose sobre la silla) Se nos hace tarde…
y se va a enojar.

Saverio: (Enredado en sus pensamientos) Al fin y al cabo, ¿quién
es el padre, eh? ¿Quién los trajo a este mundo? Si ellos se
regresaron para no volver es asunto suyo. Son grandeci-
tos para hacer lo que quieran, pero dejarme sin plata…
abrase visto. Ya no hay respeto, pero si hasta el perro
tiene más libertad que yo en esa casa. (Pausa) Pero las
cosas no van a quedar así, no señor, a Saverio ¡se lo res-
peta! A Saverio Oscar Núñez se lo respeta, estuve en el
crucero General Belgrano ¿Qué, eso ahora no vale nada?
¿Lo que uno hizo durante toda su vida no vale de nada?
Un descuido lo tiene cualquiera…

Voz en OFF: Ana Reboredo Ortiz, consultorio 11, neurología.


5.

Martina: Mami, es hora.

Ana la mira como distraída, sin inmutarse.

Martina: Anita, dijeron tu nombre. Tenemos que entrar.

Anita: Se nos hace tarde.

35
Saverio: (Mirando el asiento contiguo a Anita) ¿Está ocupado?

Anita: (Cortés, mientras abre su bolso) Que yo sepa no.

Martina: Anita, se nos hace tarde, no hagas demorar al doctor.

Anita: (Mecánicamente, mientras toma su labial y el espejito) No
hagas demorar al doctor, se va a enojar.

Saverio: (Sentándose junto a Anita) ¡Tomará el café sin leche!
No le digo, uno le dice una y otra vez las cosas pero se
empeñan en llevar la contra.

Martina: (En referencia a los labios) Los tenés pintados. (Pausa)
Vamos a perder el turno mamá, hace meses que lo espe-
ramos, ¿te acordás?

Anita: Tu papá aún no llegó.

Saverio: ¿Le tiene miedo a las agujas?

Martina: (Tomándola del brazo suave pero segura) Cuando lle-
gue toca la puerta y entra como la última vez.

Anita: (Dejándose llevar) Tarde.

Martina: (Mientras se desplazan) Sí, por el tráfico.

Martina y Anita se van lentamente.


6.

Saverio: El manejar es perjudicial para la salud. (Mientras mira
la correa del perro que tiene en sus manos) Me llena de
ronchas. Les dije ¡saquen al perro! (Comienza a rascarse)
Pero no, nadie me hace caso. Ahora van a aprender. A
los mayores se los respeta. (Pausa) Abrase visto. Perro
pulgoso. Las pulgas son perjudiciales para la salud.

36
Cuando le convienen no se recuerdan, ¿eh? Ahora van a
aprender. A Saverio Oscar Núñez se lo respeta. Saverio
es el hombre de la casa… (Pausa) Qué se piensan, que
soy un tonto. ¡Saquen el perro al patio!, digo. No hay pa-
tio papá, dicen. Como si uno fuera un tonto. Yo lo saqué,
sólo era cuestión de abrir la ventana y el perro salió.

Pasa un enfermero. Se detiene al reconocerlo.

Enfermero: ¿Saverio?

Saverio: (Levantándose y estirando la mano en señal de saludo)
El mismo. Saverio Oscar Núñez oriundo de Totoral.

Enfermero: ¿Qué hacés acá?

Saverio: (Piensa) Espero.

Enfermero: ¿Tu hija te trajo?

Saverio: (Ofendido) Soy bastante grandecito para que me trai-
gan.

Enfermero: (Buscando cambiar el tema) ¿Y esa correa?

Saverio: ¿En qué sentido?

Enfermero: ¿Tenés un perro?

Saverio: Yo no, soy alérgico. ¿Y usted?

Enfermero: Tengo un gato, son más independientes.

Saverio: Mi hija tiene un perro.

Enfermero: (Mirando el reloj) Saverio, ¿vos no tendrías que
estar en el pabellón 6?

Saverio: Yo no ¿y usted?

37
Enfermero: ¡Otra vez te escapaste de terapia!

Saverio: Yo no.

Enfermero: Tu hija debe estar buscándote. No podés irte sin
avisar.

Saverio: (Ofendido) No se pase de listo muchachito. Muestre
respeto por sus mayores. (Revoleando la correa) Allá en
Totoral estas cosas no suceden. Cuando los mayores ha-
blan se los escucha con obediencia.

Enfermero: (Conciliador) Tiene razón mi amigo. Hagamos un
trato: usted me acompaña al pabellón 6 y…

Saverio: (En tono de confidencia) Y tomamos unos mates.

Enfermero: Eso mismo. Nos tomamos unos mates y de paso
llamamos a tu hija.

Saverio: Mi hija no toma mate, dice que mancha. (En tono de
confidencia) Mejor los tomamos solos.

Enfermero: Bueno, pero vamos que se nos hace tarde.

Ambos se van, enredados en un abrazo de camaradería.



Apagón.

38
Su nombre es Anita

PERSONAJES

ANITA. Mujer de unos 60 años, padece ALZHEIMER...

MARTINA. Hija de Anita, muchacha de unos treinta años.

CUIDADORA. Mujer de unos 60 años, ostensiblemente más jo-


ven que Anita.





Anita era joven, era concertista de piano, era madre de una niña, era
una mujer.

Anita olvidó el sentido de las notas de aquel tiempo donde sabía su
nombre.

Anita camina lentamente por la habitación, mirándola como “por pri-
mera vez”.

Un cuarto cálido y despojado, en la esquina una mecedora adornada
por grandes almohadones. A uno de los costados una mesa de madera
baja desbordada por cubos de colores, lápices de todos tamaños, pape-
les y otros objetos.

Lentamente y en silencio Anita se sienta sobre la mecedora y en un ge-
sto casi automático activa el grabador que tiene a sus pies. Las notas
humedecen sus ojos.

Anita: (Los brazos cruzados sobre las piernas) Papá tocaba el
piano. (Tararea) Papá tiene un piano. (Tararea) A papá

39
le gusta tocar de noche cuando todos estamos en la ca-
ma. (Emocionada) Sus notas me acurrucan. (Busca se-
guir la melodía pero no puede. Calla) ¡Shhh! ¡Shhh! Mamá
nos corre por el patio para que no molestemos a papá
cuando toca. (Ríe. Pausa) Papá es… es un… (Se esfuerza
pero no puede con la palabra) ¡Papá está tocando el
piano! (Pausa) grita mamá enojada por el barullo. (Aca-
riciando sus propias manos) Aprovecho la hora de la ce-
na. (Pausa) Mientras mamá se distrae con el mantel de
cuadros rojos le toco las manos. (Satisfecha) ¡Son sua-
ves! (Ríe con picardía) Largas y suaves. (Vuelve su aten-
ción sobre la música. Se acomoda sobre la mecedora y
duerme)

Entra María, la cuidadora; detrás Martina, su hija.

Cuidadora: Hoy no quiso ir al jardín en todo el día. (Pausa)
Apenas desayunó. Come como un pajarito. Yo le hablo y
le hablo pero se queda ausente.

Martina: (Mientras arropa a su madre) Ya lo sé, el médico lo
dijo. (Pausa) ¿Tomó la nueva?

Cuidadora: La roja, sí. (Pausa) Al principio se resistió pero en
una distracción se la metí de prepo (gesticulando) y un
vaso con agua detrás. (Se retracta) Bah, de prepo… lo
que se dice de prepo… no, de sorpresa. (Pausa) Pero
suavecito.

Martina: (Acariciando las manos de Anita) ¿Y los malvones? ¿Le
hablaste de los malvones? (Pausa) Hasta ayer se intere-
saba por ellos…

Cuidadora: Ni los malvones me ayudaron. (Señalando la cabe-
za) Está perdida de adentro.

Martina: Bueno, María, no se trata de mamá y de sus ganas, sino
de “tu” estimulación. (Tensa) Hace dos semanas que ya
no quiere salir de la casa y eso no es bueno. (Pausa) Ella
ama caminar…

40

Cuidadora: “Amaba” hacerlo.

Martina: Cada vez que alguno de nosotros la acompañaba ella
nos mostraba su último hallazgo en el mundo. Algún
nuevo sonido, un rumor al que ella explicaba en detalle
como si formara parte de una melodía compuesta por la
calle. (Pausa. A la cuidadora) Mamá tiene que caminar…

Cuidadora: (A la defensiva) Hago lo que puedo pero no es fácil.
Su desgano crece, a veces se siente como si fuera uno
más entre nosotras: (haciendo mímica) Anita, María y
Don Desgano.

Martina: No tiene nada de sencillo. Desde el primer día se te
explicó que mamá tenía trastornos de conducta y que
afectaban sus recuerdos. (En tono de reclamo) Y vos, vos
nos dijiste a papá y a mí que eso no era un problema y te
pusiste a recitarnos la extensa experiencia que tenías
sobre el tema. (Pausa) Mentiste entonces… o mentís
ahora…

Cuidadora: Nunca le mentí señorita. Es más, cuando empecé a
cuidar a la señora….

Martina: A-ni-ta. Se te pidió que la llamases por su nombre así
no se le olvida.

Cuidadora: Bueno, cuando empecé a trabajar con la señora…
perdón, Anita - y de eso no hace mucho - ella me abría la
puerta y me decía: María, qué bueno que sos vos, te pre-
paré los mates como te gustan con canela y naranja.
(Pausa) ¡Qué ricos mates nos tomábamos…!

Martina: Pero eso ya pasó.

Cuidadora: Y sí, las cosas cambiaron. Parece que ayer fue hace
un siglo. (Pausa) Todavía la escucho con su espalda de-
rechita, derechita (señala el vacío) sobre el piano... A ella

41
le gustaba que la escuchara mientras acomodaba su
cuarto o regaba los malvones.

Martina: Pero eso también pasó. (Pausa) Mamá es alguien que
todos los días se modifica y vos, (nerviosa) vos sos su
cuidadora, no su compañera de andanzas.

Cuidadora: (Suspira) Ya ni para andanzas está la pobrecita.

Martina: ¡Pobrecita no! Mamá no es ninguna pobrecita, ¿en-
tiende? Mi madre es una gran mujer, vos quisieras…
(Presa del enojo. Tocando los objetos que están sobre la
mesa) Están llenos de polvo… Antes eras más cuidadosa,
pero ahora…

Cuidadora: Disculpe. (Tocando la frente de Anita) Se la ve tan…
tan

Martina: ¿Tan qué?

Cuidadora: Tan pequeña, tan frágil.

Martina: (Con enfado) Mi mamá no es… frágil. Mi madre es una
gran concertista…

Cuidadora: Era…

Martina: Es. Lo único que pasa es que lo olvidó. (Rompe en llan-
to)

Cuidadora: Mi chiquita.

Martina: No soy tu chiquita, soy su chiquita… y la extraño. Ex-
traño a esa mujer que se sentaba en las siestas a practi-
car melodías.

La cuidadora permanece en silencio pero atenta, mientras Martina -
inquieta - continúa hablando; su mirada no deja de preguntarse por
algo que no encuentra.

42
Martina: Cuando era chica ella me dormía con sus sonatas…
(Pausa) Yo esperaba la cena para espiar sus manos tan
finas y graciosas. Tan suaves…

Cuidadora: Pero ella no lo recuerda y no hay mucho por ha-
cer…

Martina: Que no te escuche. (Anita comienza a moverse) Traé
las pastillas, es hora.

Anita se despierta y las mira.

Martina: Mamita, ¿cómo estás? ¿Qué hacemos durmiendo con
el sol allí afuera tan brillante?

Anita le sonríe.

Martina: María me contó que seguís perezosa…

Anita busca su mano se la toca y sonríe.

Martina: Vamos a tomarnos unos ricos mates con canela y na-
ranja, ¿querés?

Anita permanece en silencio y la mira.

Martina: ¡María, las pastillas! ¡Ah! Y poné el agua, que con ma-
mita nos vamos a tomar unos mates. (Pausa. A Anita) ¿Y
los malvones? ¿Los regaste? Mirá que el sol está muy
duro y te los está robando… (Pausa. Sin soltarle la mano)
Después de los mates llenamos la regadera y nos pega-
mos una vueltita por el parque para ahuyentarlo.

Entra María con las pastillas. Martina toma la que corresponde he in-
tenta dársela a su madre. Anita mira la pastilla en su mano, como un
niño que descubre la redondez de un botón. Juega con la pastilla.

Martina: Mami, por favor tomála, ¿sí? Se te va a caer. (Haciéndo-
le la mueca) Así mami, te ponés la pastillita en la boca y
tomás el agua fresca que te trajo María.

43

Anita: ¡María!

Martina: Sí, muy bien… María, mami, María.

Cuidadora: ¡Muy bien, Anita! ¡Hace dos días que no me nom-
brabas! A ver cómo me toma la pastillita, se la pone en la
boca y después…

Anita tira la pastilla, comienza a inquietarse.

Martina: (Mientras trata de parar el temblor en el que se ha en-
redado el cuerpo de Anita se dirige a María) ¿Cómo que
hace dos días que no decía tu nombre? ¿Cómo no me lo
dijiste?

Cuidadora: Se lo comenté de paso a su papá… al irme. (Inquie-
ta) ¡Quizás olvidó contarle!

Martina: (Subiendo el tono de voz) ¿Qué te dije… qué te expli-
qué?… A papá dejálo fuera de esto…

Cuidadora: Es que su papá…

Martina: Papá trabaja mucho todo el día para cumplir con los
medicamentos y…

Cuidadora: Disculpe. Lo que pasa es que después del inciden-
te…su padre me pidió…

Martina: (Mientras le hace tragar la pastilla a su madre) ¿Qué
incidente?

Cuidadora: Vio que usted también se la puso de prepo…

Martina: No me cambies de tema. ¿De qué incidente hablás?

Cuidadora: Es que su padre me contó…

Anita percibe la tensión y empieza a inquietarse.

44

Cuidadora: (Aprovecha y sale) El agua, voy a preparar el mate a
ver si con usted toma alguno…

Martina está por salir detrás de María pero la mano de su madre la
detiene.

Anita: ¡Qué linda sos!

Martina: (En tono de juego) A quién me parezco…

Anita: ¡Qué linda!

Martina: A ver, mami, a quién dicen que me parezco…

Anita: (Piensa) No sé…

Martina: A mi mamá. (Pausa) ¿Y quién es mi mamá?

Anita: (Después de un rato) No sé…

Martina: (Tratando de ocultar su frustración) ¡Vos sos mi ma-
má!

Anita: (Sin perder la sonrisa ingenua) ¡Qué suerte!

Martina: Sí lo es… (Vuelve a intentar) ¿Y te acordás como me
llamo?…

Anita: (Después de un tiempo dilatado) Anita.

Martina: (Ocultando su nueva desilusión) ¿Quién es Anita?

Anita: (Con cierta dificultad) Yo…

Martina: Muy bien. ¿Y yo?… (Más animada) ¿Cómo es mi nom-
bre, mamita?

45
Cuidadora: (Entrando) Acá está el mate como a vos te gusta
Anita, y además te traje unos scones que hace mi hija
que son para ¡chuparse los dedos!

Anita: (Reacciona) ¡María!

Martina: A ver si el mate te ayuda… ¿cómo me llamo?

Cuidadora: No insista señorita, si se fastidia se le va a dormir…

Martina: Vos no te hagas la desentendida que la desmemoriada
no soy yo y nos queda pendiente el tema del incidente.

Cuidadora: A ver Anita, un sorbo, un sorbito ¿sí?

Martina: Sí mami, unos matecitos y nos vamos a regar tus mal-
vones.

Anita: Mar-ti-na… (Tocando el pelo de Martina)

Martina: Lo elegiste vos mamita.

Anita: Lindo.

Martina: Papá estaba convencido de que iba a ser…

Anita: Varón y se llamará Martín. (Pausa) Pero fue nena, una
tarde de primavera, 3,450 kilos, parto natural. (Pausa.
Vuelve a caer en su pasado) Papá dijo: tocará el piano.

Martina: El abuelo dijo eso mamá. Él fue el que te hizo estudiar
a vos piano.

Anita: Papá tocaba el piano todas las noches y…

Cuidadora: (Interrumpe) Bueno todo muy bien pero Anita tiene
que comer algo…

Martina: Mamá ¿dónde dejaste tu piano?

46
Anita: ¡Qué linda!

Martina: María, ¿dónde está el piano de mamá?

Cuidadora: (Inquieta) Ya es un poco tarde, si usted se queda
hasta que llegue su padre yo aprovecho y me voy a
comprarle unas cosas en la farmacia.

Martina: (Tensa) ¿Lo llevaron a lustrar?

Cuidadora: Su padre le explicará mejor.

Martina: (Enfadada) ¿Qué tiene que explicarme? ¿Vos no esta-
bas cuando se lo llevaron?

Cuidadora: Sí.

Martina: (Enfadada) No se te ocurrió preguntar cuánto se de-
morarían. No fuiste capaz de explicarles lo importante
que es para mamá su regreso…

Cuidadora: (Evadiendo el reclamo) A ver Anita, por qué no pro-
bás el scon que te hizo mi hija.

Anita: ¿Tenés una nena?

Cuidadora: Sí, y es tan linda como la tuya.

Martina: ¿Dónde dejaste el teléfono del lustrador? Todo lo ten-
go que hacer yo, todo lo tengo que recordar yo… Ade-
más no entiendo el apuro, deberíamos haber esperado
un tiempo. Con taparlo era suficiente. (Tratando de bus-
car una justificación) Como los espejos. Una sábana y lis-
to. Ella estaba nerviosa. El médico lo dijo: la medicación
es lenta, hay que hallar la dosis justa. (Pausa) Un des-
cuido como otros. ¿A quién se le ocurre dejar un cuchillo
a su alcance? (Justificándola) Ella no lo quiso hacer.

Cuidadora: A ver mamita, un mordisquito.

47
Anita: ¿Yo tengo una nena?

Martina: Deberían traerlo. Mi madre lo necesita. Quizás al verlo
nuevamente se acerque y quizás con el tiempo decida
sentarse adelante. Y después… después, otra tarde me
vuelva a tocar una sonata.

Cuidadora: Señorita, necesito que la ayude con el mate no sea
cosa que se queme. Yo paso por la farmacia y le traigo
las del sueño, que se le terminan esta noche. (Pausa) Su
padre dice que cada vez se despierta más temprano y
está tan livianita que ni sus pasos hacen eco. Mire si se
cae…

Anita: Tengo una nena de manos suaves como las de papá.

Martina: ¡Tus manos son suaves mamá! ¡Tus manos son como
las del abuelo! Y van a volver a entonar canciones…

Cuidadora: ¿Anita, tenés ganas de hacer pis? (Pausa. A Martina)
A veces se le olvida.

Martina: A veces, ¿desde cuándo?

Cuidadora: A veces, salteado. Con su padre hemos decidido los
pañales para la noche…

Martina: (Con cierto enojo) Hemos decidido pañales…

Cuidadora: (No se da por aludida) Sí, para evitar las caídas.

Anita: ¡Shhh! ¡Shhh! Yo aprovecho la cena, mientras mamá pone
el mantel de cuadros rojos sobre la mesa para tocar sus
manos. ¡Son tan suaves! (Ríe con picardía) Son largas, y
suaves.

Martina: Tengo que encontrar el número del lustrador. ¿No
sabés dónde puede haberlo dejado papá?

48
Anita: ¡Shhh! ¡Shhh! Mamá nos persigue por el patio para que
no molestemos a papá cuando toca.

María toma el bolso y va hacia la puerta.

Martina: (Perdiendo la compostura) ¡Vos Ana Reboredo Ortiz
tocás el piano! ¡Vos sos las de las manos suaves, mamá!

Anita: ¡Qué linda!

Martina: Mamá, vos sos la concertista y yo “tu hija”. Estoy bus-
cando el número de teléfono del lustrador para que trai-
ga tu piano. (Mirando a María) Vos Anita, sos la señora
de esta casa…

Anita: Se refugia sobre la mecedora como para reiniciar su sue-
ño.

Martina: (A María) ¡No te quedes ahí como una estaca! Dejá el
bolso y ayudáme con mamá. (A Anita) A ver mami, en-
tregarse al sueño no… Nada de perezosas en esta casa…
(Busca levantarla) ¿Ves el sol? Tenemos que regar tus
malvones. (A María) Llená la regadera. Con mami vamos
a regar los malvones…

Anita: (Con cierta resistencia) ¡María!

Martina: Martina, mami, Martina.

Anita: ¡María!

Martina: (A los gritos) ¡María! ¿No escuchás que Anita te llama?

Cuidadora: (Entrando de mala gana) El agua está en la galería
junto a las macetas.

Anita: (Estirando los brazos) ¡María!

Cuidadora: (Acercándose) Acá estoy Anita. Hagamos un esfuer-
cito, ¿sí? Démosle el gusto a Martina.

49

Anita: (Trata de buscar la mecedora) María…

Cuidadora: (A Martina) Yo riego, de paso; total, no me cuesta
nada.

Martina: (Tensa) No te confundas… (A Anita) Vamos mami, el
doctor dijo que debías tomar aire fresco, ¿te acordás?

Anita: (Trata de buscar la mecedora) María…

Cuidadora: Señorita, ¿por qué no la dejamos descansar un rati-
to? Quizás cuando llegue su padre…

Martina: Cuando llegue mi padre, lo que diga mi padre, lo que
explique mi padre… ¡Dejáte de joder con mi padre! Vos
no te das cuenta que mi mamá está acá.

Cuidadora: Señorita… yo decía… Su madre se está poniendo
nerviosa y eso no es bueno.

Martina: Lo que es bueno o no es bueno en esta casa lo decidi-
mos en familia. (Pausa) Y vos no sos familia.

Anita: Comienza a temblar.

Martina: Ves lo que hiciste. Parece que te encanta verla así.

Cuidadora: No, señorita. Lo mejor es que me vaya.

Martina: ¡Claro! Yo no te divierto como mi padre.

Anita: ¡María!

Martina: ¡María no! Martina, mamá, Martina. (Pausa. Deja que
su madre se recueste y en un impulso barre con todos los
objetos que hay sobre la mesa) ¿No te das cuenta lo que
hacés mamá con tus olvidos? (Pausa) No entendés que
te están robando todo lo que es tuyo… (Pausa) Tus mal-
vones, tus tardes de mate, tu esposo…

50

Anita: Llora.

Cuidadora: (Yendo hacia Anita) Bueno, bueno Anita, todo va a
estar bien…

Martina: ¡No la toques! (Tiempo) ¡No le mientas! (Tiempo. A
Anita) Nada está bien desde que empezaste con tus au-
sencias…

Cuidadora: Martina, cálmese por favor esto no le hace bien ni a
usted ni a ella. (Pausa) Le preparo un tilo y después me
voy a la farmacia antes de que me cierre.

María va hacia la cocina, Anita se acurruca sobre la mecedora y Marti-
na comienza a juntar los objetos que están por el suelo.

Martina: Perdonáme viejita, pero te extraño. (Pausa) ¿Qué hi-
cimos mal? ¿Qué hice mal? ¿Por qué ya no querés cami-
nar conmigo, reír conmigo, al menos regar tus malvo-
nes?

Anita: (Tiende su mano hacia el rostro de su niña) ¡Martina!

Martina: Sí mamá, Martina. (Tomando algunas láminas) A ver,
¿qué es esto mami?…

Anita: (Lo mira. Tiempo) ¡Qué lindo!

Martina: Es un reloj, mami. (Tomando un lápiz de color vistoso
que hay a su lado) ¿Y esto, qué es?…

Anita: (Ausente) Yo aprovecho la cena, mientras mamá pone el
mantel de cuadros rojos sobre la mesa para tocar sus
manos. ¡Son tan suaves! (Ríe con picardía) Son largas, y
suaves.

Martina: (Buscando entre las cosas) A ver mami, ¿qué es esto
que te voy a mostrar?... Una ayudita…. este es de juguete
pero vos tenés uno de verdad…

51

Martina le muestra un piano de juguete a su madre. En un primer mo-
mento Anita esquiva la mirada y luego la fija en él. Madre e hija perma-
necen en silencio.

Anita: (Lo toma) Papá tocaba el piano. (Tararea) Papá tiene un
piano. (Tararea) A papá le gusta tocar de noche cuando
todos estamos en la cama. (Con cierta emoción)

Martina: Vos tocabas el piano. (Se apoya sobre las piernas de su
madre) Necesito de tus sonatas, Anita.

Anita: ¡Anita!

Martina: ¿Quién es Anita?

Anita: Yo…

Martina: Bien. (Tiempo) ¿Y te acordás por qué se llevaron el
piano?…

Anita: (Se aferra a su juguete) Piano.

Martina: El verdadero, mami. El que mandaron a lustrar…

Cuidadora: (Entrando con el té) Martina, no insistas, el piano no
va a volver…

Martina: Necesito el teléfono del lustrador.

Cuidadora: Tu padre lo vendió el sábado después del último
ataque de Anita.

Martina: (Perturbada) El piano necesitaba que se lo reparase…
el piano es de mamá, el piano…

Cuidadora: El piano no va a volver, se fue con los recuerdos de
tu madre.

María le acerca el té a Martina mientras la niña busca refugio entre las

52
faldas de su madre. Mientras la música, testigo de otra época, se vuelve
a poner en marcha.

Cuidadora: Chau, Anita, y no te olvides de regar los malvones.


Apagón.

53

Feliz cumpleaños, Anita


PERSONAJES

JUAN. Hombre de unos 65 años, marido de Anita.

ANITA. Mujer de unos 60 años, padece Alzheimer.

RAQUEL. Mujer de 55 años, recién diagnosticada.

CARLOS. Coordinador de grupos de pacientes con Alzhei-


mer.

SAVERIO. Hombre robusto de unos 60 años, padece Alz-


heimer.



Un recibidor. A la izquierda la puerta de calle, a la derecha una abertu-
ra que da al salón.

Se oyen los ecos de una reunión, voces y música.

Juan: (Sentado como ausente. Sobre su cabeza un gracioso bone-
te, en el cuello, enredada, una guirnalda de flores. Mien-
tras hace girar una matraca, ensaya) ¡Feliz cumpleaños
mi amor! (Pausa larga) ¡Feliz cumpleaños mi Anita!
(Pausa. Con la voz entrecortada por la emoción) Felici-
dades.

Parpadeo de luz. Del salón entran Raquel y Anita.

Raquel: (En uno de sus brazos aprieta su cartera, lleva un bonete,
una guirnalda y una matraca. Acompañando a Anita) Un
pasito, así. No. No. El pie, con cuidado, primero un pie y
luego el otro (Con mucha dificultad) A ver señora…

54

Juan: (Interrumpe sin levantarse) Anita, se llama Anita.

Raquel: (Sin descuidar el traslado) A ver Anita, un piecito y des-
pués el otro. (Pausa) Vamos, mamita, tenés que ayu-
darme un poquito.

Juan: (Con naturalidad) La oye pero no la escucha. Siempre su-
cede. (Confidente) Hasta entrar en confianza. (Yendo ha-
cia Anita) A ver, mi chiquita. (Tomándola de los hombros
con cuidado) Por lo visto te hiciste de una nueva amiga.

Raquel: (Ofendida, apretando fuerte su cartera) Disculpe pero
me confunde.

Juan: (Sin dejar de mirar a su Anita) Eso no es posible. (Pausa)
No la conozco.

Raquel: (Suspirando, aliviada) ¡Al fin, es el primer comentario
sensato que escucho en toda la tarde! (Pausa) No me
conoce porque no pertenezco a este lugar.

Juan: (Dejando a Anita segura en una silla) Discúlpeme, me lla-
mo Juan y soy el marido de Anita.

Raquel: Buenas tardes (Estirando su mano en señal de saludo)
Raquel y soy viuda.

Juan: Gracias.

Raquel: ¿Por qué?

Juan: Por acompañarla.

Raquel: No hay cuidado.

Juan: De todos modos insisto, gracias. (Pausa) La verdad es que
aún se me hace difícil.

55
Raquel: (Mirando a Anita con lástima) Lo entiendo. (Dirige su
vista hacia el salón) Quién puede acostumbrarse a este
loquero. (Pausa tensa. Disculpando su atropello) Digo,
tanta música, tanta gente confundida que anda de un la-
do al otro.

Juan: Yo nunca fui muy bueno para las reuniones sociales. (Mi-
rando a Anita) Sin embargo, Anita se movía con tanta
seguridad. (Recordando) Siempre con la respuesta justa.
Siempre con una sonrisa. Siempre una mirada cortés en
el momento adecuado. Con ella todo era más fácil. (Pau-
sa) Entrábamos a cualquier lugar y todos los saludos,
todas las atenciones eran para ella. (En tono de infiden-
cia) Eso siempre me tranquilizó, porque las aglomera-
ciones me dan como ahogos.

Raquel: ¿Qué cosa, no? Parece tan calladita.

Juan: Hoy sí, pero ayer… Ayer era otra.

Raquel: (Caminando de un lado a otro) ¿Tiene idea de cuánto
más dura esto?

Juan: ¿Usualmente?

Raquel: (Un tanto ansiosa) Aproximadamente. Para el caso da
igual.

Juan: Unas tres o cuatro horas.

Raquel: ¿Bromea?

Juan: No acostumbro.

Raquel: ¡No puede ser!

Juan: Nunca más de cuatro eso sí, porque deben cerrar la insta-
lación.

Raquel: Pero eso… eso quiere decir que esto recién empieza.

56

Juan: Y nosotros llegamos retrasados, pero sí, más o menos ha-
ce una hora que empezó.

Raquel: (Mirando al salón) ¿Los conoce?

Juan: No a todos. (Asomándose junto a ella) Pero estoy apren-
diendo a reconocer ciertos rostros.

Raquel: Sinceramente no sé cómo lo hacen.

Juan: Con mucho esfuerzo. Fíjese: hoy entre los globos, las guir-
naldas y las matracas se han ido unos cuantos pesos más
que de costumbre (Pausa) pero valió la pena, el salón se
ve tan, tan diferente. (Pausa) ¿Los escucha reír?

Raquel: ¡Patético!

Juan: (Yendo junto a Anita que permanece derechita y ausente)
¿Es su primera vez?

Raquel: (Escuchando) Y la última.

Juan: Los primeros encuentros son difíciles, pero después uno
se va acomodando.

Raquel: ¡Dios me libre que me acostumbre a esto!

Juan: (A Anita) ¿Viste mi amor cuantos vinieron hoy? (Pausa)
Está Julia, Celia, hasta Saverio. (En tono confidencial) Si
no te apurás me parece que la Celia te va a soplar a tu
compañero de baile. (Tomándole las manos)

Raquel: ¿Usted está seguro?

Juan: Disculpe, no la escuché, ¿me dijo? (Mientras mira a Anita
que apoya la cabeza en sus hombros) Es que estábamos
charlando.

57
Raquel: (Con ironía) Qué extraño, me pareció escucharlo sólo a
usted… Pero bueno, le pregunto si está seguro que faltan
tantas horas…

Juan: (Con la paciencia que da el tiempo) Sí, al menos le quedan
tres horas. (A Anita) Definitivamente es nueva.

Raquel: ¡No cuchichee! Me molesta la gente que habla a mis
espaldas. Las cosas se dicen en la cara. Lo que tiene que
decir me lo dice de frente.

Juan: (Conciliador) Si le molesta el ruido puede quedarse acá,
con nosotros.

Raquel: (Molesta) Le agradezco, pero en cualquier momento me
voy. (Pausa) Aproveché a salirme de ese… lugar (En re-
ferencia al salón) y llegué hasta aquí gracias a...

Juan: Anita.

Raquel: Eso. A su Anita.

Silencio. Raquel se refugia en su cartera, saca un sobre blanco y lo mira
fijamente sin abrirlo. Desde el salón se oye una canción de Los Cinco
Latinos.

Juan: (Tomando la mano de Anita) Te acordás mi amor, con esta
canción nos conocimos.

Anita: Tararea.

Juan: (Rodeando con sus manos las de Anita) Estabas con tu ma-
dre y tu hermana. Te veías tan bonita en ese vestido
azul. (Pausa) Yo no estaba muy seguro pero me animé y
te saqué a bailar. (Pausa) Me tomaste la mano, me mi-
raste fijo y con esa seguridad que siempre te envidié me
llevaste a la pista sin siquiera ruborizarte.

Raquel: (Sin dejar de mirar hacia fuera) ¿No se cansa?

58
Juan: ¿De?

Raquel: De hablar solo, digo.

Juan: No, porque no lo hago (Aferrándose a la mano de Anita)
Disculpála mi amor, está nerviosa.

Raquel: (Arrepentida. Sacando con cuidado un pañuelo y secán-
dose el rostro) Disculpe, no soy así, pero este lugar me
saca de quicio.

Juan: A todos nos pasa las primeras veces. Pero de a poco uno
busca nuevas formas, nuevos lugares. Anita y yo sole-
mos hacernos estos espacios los dos solitos para recor-
dar…

Raquel: (Mirando insistentemente el sobre) Uno es algo más que
lo que recuerda.

Juan: (A Anita) ¡Los Cinco Latinos! La verdad es que Carlos está
en todo. ¿Cuándo fue que le dijimos lo de nuestra can-
ción?

Raquel: (Mirando hacia el salón) Por casualidad usted (Pausa
nerviosa) ¿no tiene las llaves de la puerta de calle?
Realmente se me hace tarde.

Juan: No. Sólo los coordinadores la tienen.

Raquel: (Aferrándose con fuerza a su cartera y caminando de un
lado a otro) ¡Pero será de Dios! Esto es lo más cercano a
una cárcel que he visto últimamente.

Juan: Sólo son precauciones básicas, para nuestra seguridad.

Raquel: ¡Ah sí, lo olvidaba! (Hiriente) Con tanto confundido no
sea cosa que se les pierda uno.

Juan: (Tratando de pasar por alto el comentario. A Anita) Mi
amor, ¿te gusta tu bonete?

59

Anita: (Sin quitar sus ojos de los ojos de su marido) Lindo.

Juan: Lo rescaté del cuartito donde guardamos las cosas de las
chicas ¿Este es el que usó Martina?

Anita: (Con cierta ansiedad) ¡Martina!

Juan: Sí, definitivamente es de Martina, a ella le encantaban los
cuentos de hadas.

Raquel: (Buscando una de las sillas) Bueno, ya que insisten me
quedo un rato. (Sin dejar de abrazar su cartera) Alguien
tendrá que entrar o salir en algún momento, ¿no?

Anita: (Mirando a la mujer) Papá toca el piano.

Raquel: (Nerviosa, sin saber muy bien que hacer. Improvisa) Yo
no tengo aptitud para la música.

Juan: Anita toca el piano. Era muy buena. (Pausa) Yo no. Pero
nos gusta mucho escuchar música juntos. De todo tipo:
tango, boleros.

Anita: (Acariciando el rostro de su marido) ¡Lindo!

Raquel: Hace mucho que está así…

Juan: ¿Así cómo?

Raquel: Desmemoriada.

Juan: Hace unos cinco años que le diagnosticaron Alzheimer.

Raquel: (Persignándose) ¡No lo nombre! ¡No lo llame!

Juan: ¿Es supersticiosa?

Raquel: Previsora nomás. (Pausa) Además, me parece tan ca-
prichoso el diagnóstico. Le diría más, hasta “discrimina-

60
torio”. (Pausa) ¿Y si uno fue despistado toda la vida, eh?
¿Y si uno olvida para dejarse vivir?

Juan: (A Anita que percibiendo la tensión comienza a balancearse
sobre la silla) ¿Quiere bailar mi mujercita?

La toma con cuidado y ella se deja, bailan.

Raquel: (Piensa en voz alta) Como si yo no supiera, y después se
dicen profesionales ¡Qué descaro! Pero a mí no me ven
más, no. Como si yo necesitara que me enseñen a vestir.
(A la pareja) ¿Ustedes creen que me visto mal? (Sin es-
perar respuesta) Yo siempre he sido cuidadosa y hasta
puedo decir que tengo un gusto envidiable. Miren, miren
(muestra el detalle de la cartera que combina con los za-
patos) la… la… (Con los nervios de un olvido no consenti-
do) es igualita que los… (Señalando los zapatos) que
ellos. Igualita. Lo que me costó conseguirla, pero al fin di
con ella, igualita.

Un hombre joven entra agitado por el baile.

Carlos: Raquel, ¡estabas acá! Te me perdiste…

Raquel: No sé de qué me habla.

Carlos: De cuando estábamos allá en la mesa buscando unas
gaseosas y te fuiste sin…

Raquel: No puede ser. Yo no tomo… esas cosas. Me dan gases.

Juan: (Percibiendo la presencia del joven) ¡Hola! Mirá Anita, es
Carlos.

Anita: ¡Carlos!

Carlos: ¡Pero mirámela! Así la quería agarrar, escapándose con
su enamorado…

61
Juan: Un ratito, después nos unimos. (Mirando a su mujer) Con
Anita queremos agradecerte el detalle.

Raquel: (Se acerca a Carlos) Yo necesito irme, se me hace tarde.

Carlos: En un rato, Raquel. (Acercándose y acariciando el rostro
de Anita. A Raquel) No vas a perderte la torta que trajo
Anita. Dulce de frutillas casero y trozos de chocolate
amargo. Hoy estamos de festejo, es su cumpleaños.

Raquel: (Incómoda) Bueno, si insisten me quedo hasta la…
(Pausa. Pasando su pañuelito por el rostro) hasta que la
corten…

Carlos: ¿Por qué no los dejamos solitos?

Raquel: (A la pareja) ¿Molesto?

Juan: No, por favor, pero quizás se entretendría un poco más si
acompaña a Carlos.

Carlos: (Acercándose a Raquel) Nos tomamos algo rico, come-
mos unos bocaditos y quizás nos bailamos algo.

Raquel: (Enojándose) Yo no estoy loca. (Subiendo el tono) Usted
cree que no sé cuáles son sus intenciones. ¡Pero no me
va a engañar! Usted… es como todos, se han puesto de
acuerdo para sacarme todo. ¡Pero yo nos lo voy a dejar!
(Apretando su cartera contra el pecho) ¡Decirme a mí
que tengo mal gusto, por favor! (Pausa como buscando
argumento) Es su amiga. Seguro que esa es su amiga, o
peor, su amante. ¡Pero cómo no me di cuenta! ¡Claro, es-
tán todos complotados!

Carlos: Raquelita…

Raquel: ¡Raquelita un carajo! (Toma aliento) Nunca negué que
soy despistada pero de ahí a decirme que estoy desme-
moriada…. ¿Quién no tiene un olvido de vez en cuando?

62
(Mostrando su cartera) Mirá, fijáte, igualita a… (Señalan-
do sus zapatos) A ellos.

Carlos: (Por los zapatos) Se ven cómodos. (Mirando a la pareja
que asiente con la cabeza) yo diría que son fantásticos
para unos buenos tangos.

Raquel: ¡Por supuesto! (Recordando) Años de milonga encima
tienen, pero no se nota. Todas las noches les paso vase-
lina en pasta con un algodoncito, como me enseñó ma-
má.

Carlos: Impecables. Es el comentario de la fiesta.

Raquel: (Alagada) Exagera.

Carlos: No, qué va, por qué no vamos y les contamos…

Raquel: ¿Lo de la vaselina?

Carlos: Sí. (Tomándola del brazo) Vamos mi Raquelita.

Carlos y Raquel se van. Juan y Anita quedan solos.

Anita: (Señala la silla) Quiero…

Juan: Bailemos un poquito más.

Anita: Quiero…

Juan: Bueno mamita, si querés descansamos un ratito y después
lo volvemos a intentar, ¿sí?

Anita: ¿Martina?

Juan: En un ratito se pega una vuelta. Se le complicó con la
guardia…

Anita: ¿Papá?

63
Juan: (Tomando sus manos) Yo tengo un poco de sed, ¿vos?

Anita: (Piensa) Unos matecitos.

Raquel entra abruptamente. Mira a los lados, se aferra a su cartera.

Juan: ¿Ya de regreso?

Raquel: (Confundida) ¿Disculpe?

Juan: Se cansó de tanto baile, Raquel.

Raquel: ¿Quién le dijo mi nombre? (Pausa) ¿Usted tiene la lla-
ve? ¿Me puede abrir? Necesito irme, se me hace tarde.
Muy tarde.

Juan: Carlos tiene las llaves.

Raquel: Y usted... (Pausa) ¿Se las pide?

Juan: ¿Por qué no se sienta con nosotros un ratito? Estábamos a
punto de tomarnos unos matecitos.

Anita: Con canela.

Juan: Y cáscara de naranja, son sus preferidos.

Raquel: (Mirando a los lados) Pero que no se enteren. (En tono
de confidencia) Sufro de la vesícula.

Carlos: (Entrando con una matraca. A todos) Bueno, basta de
escondidas, empieza el trabajo.

Juan: (A Anita) Bueno mi Anita, ya escuchaste a Carlos.

Anita: (Mientras se deja tomar por los brazos) ¡Carlos! Lindo

Juan: Vamos a encontrarnos con los amigos.

Anita y su marido salen.

64

Carlos: Vamos Raquel, nos esperan.

Raquel: No sé a usted pero a mí, afuera. (Pausa) Le pido tenga a
bien abrir la puerta de entrada.

Carlos: Nadie busca retenerte, sólo buscamos…

Raquel: (Interrumpiendo) Ahí vamos de nuevo. (Sujetando fuer-
temente su cartera) Ustedes creen que soy estúpida, pe-
ro no les voy a dar el gusto. Nadie se va a quedar con mis
cosas. Serán pocas, pero son todas mías. Yo sé que no
contesté lo que buscaban pero eso no les da derecho so-
bre mí. (Pausa) Muchas de las cosas que me pregunta-
ron ahí (señala el salón) en casa haciendo memoria las
recordé. Pero claro eso no vale ¿no?

Carlos: Aún no cortamos la torta. Al menos quedáte para el fes-
tejo.

Raquel: ¡Mis recuerdos son míos! Son míos. (Aferrándose a su
cartera) Si quiero me los olvido. (Con inmensa tristeza)
¿Por qué castigarme?

Carlos: Dulce de frutillas casero y trozos de chocolate amargo.

Raquel: (Desorientada) Me saldría de la dieta.

Carlos: Un pequeño descuido y mañana…

Raquel: (Pícara) ¡La cumplo! Sí mañana. (Repentinamente) Ma-
ñana vengo. Ahora vos me abrís. Se me hace tarde, muy
tarde.

Saverio: (Irrumpiendo) ¡Carlos! (Percibiendo la presencia de
Raquel se detiene y extiende su mano hacia ella) Saverio
Oscar Núñez, oriundo de Totoral, a sus órdenes.

65
Raquel: (A Carlos) Entiende ahora por qué me debo ir… Esto es
un nido de locos y yo no estoy loca. Yo no soy como
ellos. (A Saverio) ¿Es lo único que sabe decir?

Saverio: Totoral departamento de Córdoba, 13826 habitantes
desde que me vine a vivir con mi hija…

Carlos: Saverio, ¿nos das un minuto? Avisá a los demás que ya
empezamos.

Saverio: (A Carlos) Se acabaron las gaseosas y Juan se llevó los
fosforitos para la cocina. (Como un niño) ¡Yo no los había
probado!

Carlos: Trabajamos un rato y después seguimos el festejo.

Saverio: (A Raquel) ¿Se baila un tanguito, guapa?

Raquel: Lo siento, pero estoy muy apurada.

Saverio: Otro día quizás.

Raquel: Seguramente.

Saverio sale.

Carlos: Si nos apuramos podemos elegir compañero para el
primer juego.

Raquel: ¿No le parece que está un poco grandecito para esas
cosas?

Saverio entra corriendo con un sonajero en las manos.

Saverio: (A los gritos) ¡Carlos! Juan me sacó los fosforitos y en-
tonces yo le saqué esto.

Carlos: ¿Esto?

Saverio: (Pícaro) Un sonajero.

66

Raquel: (Tomándolo del brazo a Carlos) Por favor jovencito,
abra la puerta. Se me hace tarde. Muy tarde.

Saverio: (A Raquel) Te lo regalo si me decís qué es.

Raquel: ¿Y si no quiero?

Saverio: Te lo presto por un rato.

Carlos: ¿Por qué no van a darle el sonajero a Juan?

Saverio toma la mano de Raquel y la empuja al salón. Carlos va detrás.

El recibidor se transforma en reservorio de las voces que vienen del
salón.

Voces en off.

VOZ DE CARLOS: El flan tiene frutillas y frambuesas.

VOZ DE SAVERIO: ¡El flan tiene frutillas y frambuesas!

Carlos: Muy bien. Ahora yo voy a decir tres palabras, ustedes
las memorizan y dentro de un rato cuando les pregunte
me las dicen. (Claro y fuerte) Pelota, chupete, dedal.

Saverio: ¡Pelota, chupete y dedal!

Carlos: En un rato, Saverio, en un rato. Cuando te las pregunte.

Los ejercicios siguen de fondo. Juan entra al recibidor y se sienta. Saca
un cigarrillo, lo mira fijo. Juega con él sin prenderlo.

Juan: (Con sus ojos fijos en el salón) Cada cumpleaños un vestido
azul. ¡Qué ocurrencia! Durante años me dije es un capri-
cho, o quizás una simple coincidencia. Nunca adiviné tu
debilidad por ese color. (Pausa) Cada concierto lo abrías
con un detalle que lo mostrase, una chalina en ultramar
sobre tu cuello, los zapatos de gamuza en tonos de co-

67
balto. Todo un gusto disfrazado de cábala. (Pausa) Mar-
tina sí lo supo ver, desde chiquita te elegía regalos que
tuviesen algo de ese color que parecía cantarte al oído.
(Pausa) ¡Feliz cumpleaños mi amor! Feliz cumpleaños…

Raquel entra despacio, escuchando las palabras de Juan. Aferrada a su
cartera, se sienta.

Raquel: Hablando solo… Yo también suelo hacerlo, hace tiempo,
desde que huyo de la desmemoria. (Pausa. A Juan) ¿La
extraña?

Juan: ¿A quién?

Raquel: A la que recuerda.

Juan: Sí.

Raquel: Yo practico todo el tiempo, estuve veinte días para
memorizar mi documento. (Pausa) ¿Ella practicaba?

Juan: Lo hace.

Raquel: (Mirando hacia el salón) Se los ve tan indefensos. (Pau-
sa. Cambiando el tema) Es tarde, (Yendo a la puerta de
calle) ¿puede abrirme?

Juan: Carlos tiene las llaves.

Raquel: Quiero irme. (Pausa) Necesito ir a…

Se oye música.

Juan: (Mirando el reloj) Está por terminar.

Raquel: Aún no cortaron la torta.

Juan: (Con la voz entrecortada) Dulce de frutillas casero y cho-
colate amargo. Era su torta preferida.

68
Raquel: (Volviendo a sentarse) Vainilla y oporto. Toda torta que
se precie de tal debe tener vainillas y oporto. No sabe los
kilos que me ha costado el gusto. (Inquieta. Mira sus za-
patos) ¿Se da cuenta? No brillan. Es el polvo. No es bue-
na señal, si alguien se da cuenta van a pensar que he ol-
vidado lustrarlos. ¡Nunca! Cada noche cuando regreso a
casa, les toca el turno a ellos (señalando los zapatos) to-
mo un algodón lo embadurno en vaselina, si es de pasta
mejor, y con cuidado los unto. Primero uno y después el
otro.

Ambos quedan en silencio. Raquel busca en su cartera, saca un sobre
blanco, lo mira fijo como Juan a su cigarrillo apagado.

Raquel: ¿Y si se equivocan? ¿Y si sólo es un diagnóstico apresu-
rado? En estos tiempos no me asombraría. (Buscando re-
fugio) Un descuido.

Saverio: (Irrumpiendo) ¡La torta! ¡Llegó la torta!

Saverio recorre el lugar haciendo sonar su matraca. De un golpe toma
a Raquel del brazo y se la lleva.

Juan: (Mientras hace girar una matraca, ensaya) ¡Feliz cumplea-
ños mi amor! (Pausa larga) ¡Feliz cumpleaños mi Anita!
(Pausa. Con la voz entrecortada por la emoción) Felici-
dades.

Sacando de su bolsillo un paquete envuelto en celofán azul se dirige al
salón lentamente.

Se escuchan los acordes del Feliz Cumpleaños.



Apagón.

69

Las voces del río


PERSONAJES

LEOPOLDO.

ROBERTO.

MONJA.




Un cuarto estrecho, húmedo. A los costados - dispuestos simétricamente
- dos escritorios llenos de papeles amarillentos. Ambos dibujan la per-
sonalidad de sus dueños: uno prolijamente desordenado, el otro presen-
ta una disposición pensada meticulosamente.

Una puerta a la izquierda y el ventanal de fondo completan la caricatu-
ra de un espacio fijado allá por los años de 1940.


1.
Leopoldo: (En cuatro patas. Forcejea) ¡Cajón del demonio! ¡Lo
que faltaba, ahora la humedad juega de su lado!

Roberto: (Entrando) ¡Profesor! ¡Profesoooooooooor!

Leopoldo: (Silencio)

Roberto: (En el escritorio de Leopoldo) Cuando el gato no está…

Detrás del escritorio de Roberto, Leopoldo permanece escondido.

Roberto: (Golpeando su pluma sobre los papeles) ¡Está seca!

Leopoldo: (Se incorpora de un salto. Indignado) ¡Siempre la
misma farsa! ¡Fuera de mis papeles!... Un minuto de dis-
tracción y vuelve sobre mi tinta. ¿Qué quiere? ¿Qué es lo
que busca?

73
Roberto: (Finge llorar) Años de humedad y gritos, ¡esto es in-
justo! ¿Vino a atormentarme? (Pausa) ¿Es su rodilla? ¿La
gota lo tiene a mal traer otra vez…? Yo no tengo la culpa
de sus achaques de viejo.

Leopoldo: Usted vino a fastidiarme. (Pausa) Deje esas chiquili-
nadas para otro momento ¿Es que el tiempo no pasa pa-
ra usted? (Pausa) El agua al cuello y sigue con esa maldi-
ta costumbre de molestar. (Con gestos ampulosos) ¡Me-
jore su ortografía al menos!

Leopoldo camina de un lado al otro del cuarto estrecho mientras Ro-
berto lo mira con desparpajo.

Leopoldo: (Peinando sus bigotes) Tenemos que poner reglas a
nuestra relación. ¡Sí señor! Esta convivencia no funcio-
na. (Señalando con el dedo índice de forma amenazante)
Fíjese su escritorio, es el reflejo de su vida liviana. (Pau-
sa) Ya no es un niño, (Pausa) ahora no estamos solos…
debería saberlo. ¿No los escucha? ¿Cada vez son más?
Vienen en grupos, se pasean desordenados. (Temeroso)
Gente muy extraña… ¿Es que nada le preocupa?

Roberto: Para qué, si usted lo hace por los dos. (Distrayéndolo)
¿Hace cuánto no escribe? (se incorpora, lo toma del bra-
zo) Mírelos. Deténgase en sus rostros y sus gestos. Es-
cudriñe con su pluma y dibuje en poesía sus pensamien-
tos. ¡Aproveche hombre! (Irónico) Extraños. Diferentes a
usted y a mí. A ellos mismos. Incapaces de recordar có-
mo llegaron aquí. (Pausa) Todo un cuento de suspenso…

Leopoldo: Estamos cada vez más hundidos.

Roberto: (Tomándolo por los hombros) Don Leopoldo, no se me
deprima.

Leopoldo: No me arrugue el traje. Todo pegajoso. Esta hume-
dad no tiene vueltas. (Pausa) He perdido la mitad de mis
palabras, la tinta se diluye en tanto líquido.

74
Roberto: (Como un chico inicia un breve juego de guerra de pa-
peles. Como al pasar) La última oleada perdió mi diccio-
nario.

Leopoldo: ¿Cómo que el agua se llevó el diccionario? (Pausa)
¿Cuando me robó mi diccionario?

Roberto: ¡Era mío!

Leopoldo: ¡Pero usted no lo usaba!

Roberto: (Atendiendo a los ruidos del exterior) Siguen cayendo.

Leopoldo: Cada vez son más (buscando) Esto no me gusta nada.
Deberíamos hacer algo.

Roberto: ¿Tomó la pastilla, profesor? No descuide su presión,
es más peligrosa que su gota.

Leopoldo: Se cayeron al agua… (Pausa) Igualmente estaban
vencidas.

Roberto: (Irónico) Justamente, me está dando la razón mal que
le pese. Debe cuidarse, es un hombre de edad, ya no está
para ciertas empresas.

Leopoldo: La presión del agua. (Desde la ventana) Si no le po-
nemos orden ellos vendrán por nosotros.

Roberto: Siempre dice lo mismo. (Con sorna) Revise sus pape-
les…

Leopoldo: Deje sus bromas para otro momento. Esto no es
usual, desde la última gran caída… la gotera es perma-
nente.

Roberto: Parece que este sitio se ha puesto de moda.

75
Leopoldo: ¡Al menos si me hubiera hecho caso! Cuántas veces le
dije, armemos un registro. Al parecer somos los únicos
que tenemos papel.

Roberto: Yo no soy escribiente, soy escritor.

Leopoldo: Ahí va nuevamente, siga… siga disfrazando su holga-
zanería. A propósito, sus credenciales… ¿no es que era
reportero?

Roberto: Periodista (Improvisando un juego recita) Sobre un
fondo de cobalto, teñido de picaduras carmín se dibujan
las sombras de… (Pausa) ¿Qué metáfora encontraría su
pluma maestro?

Leopoldo: (Silencio)

Roberto: (Cayendo en un hueco del desencanto) La mía está seca
para las metáforas.

Leopoldo: (En su escritorio mientras revuelve sus papeles. Bus-
cando distraer la conversación) No entiendo, ¡qué des-
cuido!… ¡Justo el diccionario!…

Roberto: De todas maneras estaba desactualizado.

Leopoldo: Pero era mejor que nada.

Roberto: (Insiste sobre el afuera) No los incluía.

Leopoldo: Toda enciclopedia opera por recorte.

Roberto: (Iniciando un nuevo juego) Error, omisión, censura,
vacío.

Leopoldo: (Jugando) ¡Desordenado!

Roberto: Censura, error, omisión, vacío

Leopoldo: (Satisfecho) “Orden alfabético”, ¡bien!

76

Roberto permanecerá de cara a la ventana pendiente del afuera.

Roberto: El agua no borra la conciencia una vez marcada.

Leopoldo: Cuando se pone en esa tesitura es difícil hablar con
usted.

Roberto: Hace cuarenta años que lo intentamos.

Leopoldo: Imagínese el tiempo perdido, podríamos…

Roberto: ¿Escribir?

Leopoldo: Entre otras cosas…

Roberto: ¿Para quién?

Leopoldo: Para ellos.

Roberto: Es lo mismo.

Leopoldo: La palabra siempre deviene refugio.

Roberto: ¿De quién?

Leopoldo: Del poeta. Del alma atormentada.

Roberto: Acaso usted lo consiguió. (Pausa) No sea hipócrita.

Leopoldo: (Con cierta tristeza) El agua la transformaría en olvi-
do

Roberto: Como a nosotros.

Leopoldo: Los de arriba siguen escribiendo de nosotros

Roberto: ¿Cómo lo sabe?

Leopoldo: ¿Cómo sé qué?

77

Roberto: ¿Cómo sabe que escriben sobre nosotros?

Leopoldo: (Improvisa) Intuición.

Roberto: Quizás… (Larga pausa) ¿Y de ellos? Deberían ser noti-
cia al menos en policiales. Tanta desaparición no les de-
be resultar normal…

Leopoldo: (Con cierto nerviosismo) Deberíamos tomar medidas
de seguridad. Me dan mala espina.

Roberto: Cada hombre tiene sus secretos. (Pausa) Sólo que al-
gunos necesitan más agua que otros para limpiarlos.

Los ruidos del afuera insisten y se hacen más claros.

Leopoldo: Entre todos estos trastos debería encontrar alguna
madera

Roberto: Le recuerdo que están húmedas.

Leopoldo: Algo con que trabar la entrada.

Roberto: No pudo conmigo…

Leopoldo: Y entonces…

Roberto: Sería bueno que empezase a aceptar los hechos…

Leopoldo: Le prevengo que usted también tiene cosas que es-
conder…

Roberto: ¿Y usted cómo lo sabe?

Pausa.

Leopoldo: Ambos lo sabemos.

Roberto: ¿Estuvo nuevamente en mis cajones?

78

Leopoldo: Buscaba mi diccionario…

Roberto: Mi diccionario, y se lo llevó el agua.

Leopoldo: Lo sé. Pero…

Roberto: (Pícaro) Otras cosas sin embargo permanecen inalte-
rables, como las cartas de su niña.

Leopoldo: (Ofuscado) ¡Qué dice! ¿Qué sabe de mis cartas?…

Roberto: ¡Ah! Entonces las reconoce.

Leopoldo: No sé de qué me habla.

Roberto: ¿Y si no lo sabe por qué se enoja?

Leopoldo: Porque la correspondencia es un acto inviolable…
Usted sabe…

Roberto: Ahí está otra vez, “usted sabe”.

Leopoldo: Por favor, haga algo, no se quede allí parado…

Roberto: ¿Qué quiere que haga?

Leopoldo: No sé… ayúdeme con la madera.

Roberto: No encontrará ninguna.

Leopoldo: Pero las había. Cada tanto algún tronco advenedizo
se cuela de la superficie.

Roberto: Ya los ha usado todos en anteriores barricadas.

Leopoldo: Me hace ver como un paranoico.

Roberto: Lo dijo usted…

79
Roberto sale y Leopoldo va a su escritorio. Breve parpadeo de luces
denota el tiempo que ha pasado.


2.
Leopoldo entretenido arregla su bigote ignorando los ruidos de afuera.

Roberto: (Golpeando) ¡Profesor abra!

Leopoldo: Silencio.

Roberto: Sé que está allí. (Pausa) Años en la misma trinchera…
amparándose en el agua.

Leopoldo: ¡No lo escucho! ¡No lo escucho!

Rodolfo: ¡Profesor abra!

Leopoldo: Contraseña.

Roberto: ¿Qué contraseña…? Déjese de joder. Don Leopoldo por
favor, ya lo hemos hablado.

Leopoldo: ¿Y el pacto? Contraseña.

Roberto: Estaba borracho… Tanta agua… a veces me devora…

Leopoldo: ¡Ha visto! Su espíritu inquieto nuevamente le juega
una mala pasada...

Roberto: ¡Déjese de joder y abra la puerta!

Leopoldo: El vocabulario… Contraseña.

Roberto: (Resignado) Roberto 1 – 9 – 4 – 2.

Leopoldo: Y…

Roberto: ¿Y qué?

80
Leopoldo: Y…

Roberto: (Resignado) Leopoldo 1 – 9 – 3 – 8.

Leopoldo: Bien (Le abre) Le previne que estar con extraños le
traería problemas. ¿Se lo dije o no se lo dije?

Roberto: (Yendo a su escritorio) ¿Cuánto más para que se saque
la venda de los ojos?

Leopoldo: (Como un niño) ¿Gallito ciego?... El de la venda, era el
gallito ciego… ¡Sí señor! (Pausa) No tengo pañuelo, ¿us-
ted?

Roberto: No.

Leopoldo: ¿No tiene pañuelo?

Roberto: No quiero jugar.

Un gran bulto golpea contra la ventana y entra.

Leopoldo: (Montándose sobre un banquito) ¡Sáquelo, sáquelo!

Roberto: Parece que recién ha caído.

Leopoldo: ¡Le dije que lo saque por favor!

Roberto: (Acercándose al desconocido) Cállese profesor, parece
un niño berreando…

Leopoldo: Le dije que me ayude con las maderas pero no… te-
nía que irse a parrandear. Como si alguno de ellos le die-
se respuestas. Usted mismo me lo dice cada vez que re-
gresa, sólo números, dicen números, ni nombres, ni pro-
fesiones…

Roberto: (Resignado) Nada que nos explique el arriba…

81
Leopoldo: (Desde le banquito y dirigiéndose al bulto) Estamos
completos. ¿Me oye? Completos. No hay vacantes…

Roberto: Aún está mojado, recién ha caído.

El bulto comienza a moverse, Roberto toma distancia y Leopoldo per-
manece sobre el banquito.

Roberto: ¿Quién es usted, lo recuerda?

Monja: (Perturbada) ¿Dónde estoy? (Tose y se ahoga)

Leopoldo: Está en el Tigre. Y en una propiedad privada…

Roberto: (Al desconocido) No se preocupe, los ahogos pasan
rápido. Es la memoria de su estancia arriba.

Monja: ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?

Leopoldo: Es sordo. Ya le dije, se encuentra en propiedad pri-
vada y sería bueno que se retire por favor…

Roberto: Profesor… no ve que aún está aturdido… (A ella) ¿Re-
cuerda su nombre?

Monja: Alice. Alice pero me dicen Caty.

Leopoldo: Mujer…

Monja: Sí, monja.

Leopoldo: ¿Monja? ¿Y los hábitos?

Monja: Hace tiempo no los uso. Se enredan con el trabajo. (Se
incorpora) Además se gasta mucha agua en limpiarlos y
de dónde vengo yo, eso escasea.

Roberto: (Para sí) Recuerda…

82
Leopoldo: Bueno, el agua acá es lo que sobra pero de nada le
serviría…

Roberto: (Ansioso) ¿Hace cuánto que cayó? ¿Cómo fue? ¿Por
qué? ¿Sabe algo de tanto caído por aquí? ¿Por qué no
hablan? ¿Por qué se pasean como ausentes? (Pausa) Ne-
cesitamos respuestas…

Leopoldo: Corrijo. El necesita respuestas, yo puedo vivir sin
ellas…

Monja: (Aún aturdida) Recuerdo que estaba… en el barrio… no,
vendada… no, trabajando en el barrio, en la casilla del
viejo Alvarez. La última que nos tiraron… no.

Leopoldo: ¡Cómo puedo creer que es monja si no lleva hábito!…
(A Roberto susurrando) Cuidado, debe estar loca.

Roberto: Loca o no, recuerda…

Monja: (Mirando el lugar) No lo imaginaba así…

Leopoldo: Mire, estamos un poco fuera de moda, supongo por
el tiempo, pero salvo el sector del señor, el orden es una
de mis cualidades así que no le voy a permitir que opi-
ne…

Roberto: ¿Qué quiere decir? ¿Cómo se vive allá arriba? ¿Qué
está pasando?

Monja: Cuánto silencio...

Leopoldo: Efecto de oídos tapados. Después… ya verá… salvo
que sea sorda por naturaleza…

Se escuchan nuevas caídas.

Monja: ¿Qué sucede?

Roberto: Siguen cayendo.

83

Monja: ¿Quiénes?

Roberto: No sé. Dígame usted. (Pausa) Hace más de treinta
años que estamos aquí y nunca vimos algo así…

Monja: Treinta años es mucho tiempo… ¿Quién los tiró?

Leopoldo: Nadie señorita, estamos aquí por elección… Aunque
ahora desde que parece un paraje de moda no sé si
quiero quedarme…

Roberto: ¿Hay otra opción?

Leopoldo: Ya le dije, si no le gusta… Pero mire es un tema nues-
tro, no creo conveniente tratarlo frente a la señorita…

Monja: Hace tiempo que las opciones pasaron de moda. Nos
tiran como paquetes porque molestamos…

Leopoldo: Señorita, al menos que recuerde mal, el clero se ex-
presaba de otra forma, ¿está segura de ser una religiosa?

Monja: Desde los veinte años.

Leopoldo: Disculpe pero no puedo evitar mi desconfianza. Vie-
ne aquí, se inmiscuye en una propiedad privada, no lleva
hábitos y encima habla con ese acento tan…

Monja: Soy francesa.

Roberto: ¿Francesa?

Monja: Sí.

Roberto: ¿Y qué hace en la Argentina?

Monja: Soy… era misionera…

84
Leopoldo: (A Roberto susurrando) Cada vez suena más extraño,
¿no le parece?

Monja: ¿Dice que caen permanentemente?…

Roberto: Desde hace rato… Hubo un tiempo donde nos sor-
prendía pero ahora…

Leopoldo: A veces con don Roberto lo usamos como calenda-
rio… Los domingos por ejemplo, imaginamos que deben
ir al centro o a misa porque no son muchos los que se
acercan por aquí…

Roberto: Algunos días trato de contarlos pero el eco de los gol-
pes me confunde… mis estadísticas están vulneradas.

Leopoldo: Vicio de reportero. Lo que importa es la verosimili-
tud del relato y no tanto los hechos verdaderos, se lo
tengo dicho al menos un centenar de veces.

Monja: Me duelen las rodillas.

Roberto: Quizás caíste en una mala posición…

Leopoldo: O sufre de gota.

Monja: Yo pensaba que detrás de tanto horror debía encontrar
un propósito. (Pausa) Ahora no sé qué pensar. (Pausa)
Que ironía. ¿Sabe? Solía ser feliz, lo que ustedes llaman…
una mina optimista. (ríe)

Leopoldo: A mal puerto fue por agua, don Roberto no com-
prende lo que es eso.

Monja: Antes sabía acerca de lo bueno y lo malo. Sabía acerca
del perdón…

Roberto: Cuénteme más…

85
Monja: Si hasta yo pensé que su llegada mejoraría las cosas,
pero no fue así. (Pausa) Recuerdo que los críos habían
sido bañados para ir a buscarlo. Todos tratando de di-
simular el estómago vacío pintábamos carteles de colo-
res dándole la bienvenida. Para qué molestarlo, pobre
viejo, después de tantas horas de viaje se lo merecía. Ya
habría tiempo para contarle.

Silencio.

Roberto: Y…

Monja: Y nunca llegó ese momento. A cambio empezaron los
palos a los mismos que lo habíamos buscado con tanto
esmero…

Roberto: Parece que nada cambia, siempre nuestros mesías
cargaron sus manos con plomo.

Monja: Los falsos.

Roberto: Los nuestros.

Monja: El mío no…

Roberto: (A Leopoldo) ¿Lo ve?

Leopoldo: No entiendo, qué es lo que debo ver…

Roberto: Cambia el color pero huele igual.

Leopoldo: Ah sí… ¿a qué?

Roberto: A mierda, siempre a mierda.

Monja: Los ruidos no cesan. Nunca imaginé tanta barbarie.

Roberto: Me extraña…

Monja: ¿Le extraña?

86

Roberto: Su comentario… Quizás ha empezado a olvidar, no lo
haga Alice. Usted recuerda… Usted es… monja… france-
sa… vino a nuestro país para misionar… estuvo junto a
esa gente en…

Monja: Lugano… después en el litoral, junto a los tabacales…

Roberto: Por favor no olvide, es lo único que tenemos…

Monja: No olvido. (Largo silencio) Quizás ésta sea mi nueva mi-
sión. Acompañarlos…

Leopoldo: No lo creo. Estábamos muy bien sin usted y sus re-
cuerdos… Miren que soy viejo pero no sordo, dejen de
secretear…

Monja: (Buscando salir) Son mis muertitos; debo ir y acompa-
ñarlos hasta que llegue el día.

Roberto: Un rato más, todavía no. Hay tantas cosas que aun no
entiendo. (Pausa) Conozco la guerra, las consecuencias
del infantilismo de la política…

Leopoldo: Ahora politólogo, pensé que era reportero de…

Monja: El horror no distingue profesión señor. Ve allí, esos dos
que caminan juntos a pesar de no verse, son Juana y Pa-
blo dos estudiantes que venían a colaborar en la alfabe-
tización…y aquel, el que camina encorvado es Pedro, el
albañil que nos ayudaba cada vez que nos volteaban una
casilla.

Roberto: (Emocionado, corre a su escritorio y toma un papel y
bolígrafo) Juana y Pablo…

Leopoldo: (Yendo al escritorio de Roberto) ¿Qué hace?

Roberto: Hemos encontrado algunos nombres…

87
Monja: (Desde la ventana) Una tragedia, ¿cuántos encontraré?

Leopoldo: Los que invente. (Pausa larga) Bueno, es hora de
nuestros juegos de ingenio ¿O es que por este incidente
alteraremos nuestra rutina?… Le prevengo que no tole-
raré tal atropello.

Roberto: (Con furia, golpea la pluma contra el papel) ¡Tanta
agua y está seca!

Leopoldo toma de los cajones de Roberto una jeringa exageradamente
grande en sus proporciones y comienza a jugar tirándole agua en la
cara a Roberto.

Leopoldo: Aquí tiene… un poco más…

Roberto: Usted no entiende… No lo quiere hacer, por eso su
apuro por llegar aquí. (Corriendo al escritorio de Leopol-
do, toma sus cartas prolijamente guardadas y las tira)
Pero vio… a cada uno lo que le toca…

Leopoldo: Cada cual es responsable, mi querido, de sus conduc-
tas…

Monja: “Por algo habrá sido”… Se lo escuché a muchos de los de
ustedes allá arriba…

Leopoldo: ¿Acaso va a discutir la sabiduría de nuestros di-
chos?… (Señalando el afuera con la jeringa) “Algo habrán
hecho.”

Roberto: Déjese de joder. (Tomándolo de un brazo) ¿No ve que
se nos va a ir y nosotros seguiremos ignorantes de estos
tiempos?

Leopoldo: Yo le pregunto, ¿para qué? Si de nada le sirve… ¿o
acaso puede hacer algo?…

Monja: (Dirigiéndose hacia la puerta) Yo tengo mucho por ha-
cer. Debo rezar.

88

Roberto: Por ellos.

Monja: Y por mí, necesito entender…

Leopoldo: ¿Qué? ¿Acaso necesita se le explique por qué ha
muerto?

Monja: No es la muerte lo que me preocupa, es la desaparición.
No crecimos preparados para esto. ¿Dónde rezar si no se
tiene sitio? ¿Cómo llorar sino se tiene un cuerpo?

Leopoldo: Si busca la imagen de algún santo, va muerta. Por ahí
alguno de sus muchachos tiene una estampita pegada en
los bolsillos.

Roberto: Ahora entiendo…

Roberto se tapa la cara con las manos como si el reconocimiento lo
abrumara. Leopoldo, cada vez más nervioso, no sabe qué hacer e inten-
ta tapar la ventana.

Monja: (Tomando una silla e improvisando un sitio para la ora-
ción) Han transformado este sitio en vuestro purgato-
rio…

Roberto: No, en el mismísimo infierno.

Leopoldo: Al menos yo no siento calor.

Roberto: La versión moderna del infierno…

Monja: Usted también necesita de mis rezos.

Leopoldo: A ver amigo… unas cosquillitas… (A la monja) Mire lo
que ha hecho, mire como lo puso. ¿Está contenta? Vino,
entró sin permiso, y llenó su alma de mentiras. Váyase
(A Roberto) Bueno que le parece si… ya que tiene ganas
de escribir por lo visto… que recuperemos algunas de
las palabras que perdimos. (A la monja) Porque no sé si

89
usted sabe que nosotros… (Pausa) bah… un descuido…
hizo que el agua se llevase nuestro único diccionario.

Roberto: El agua lo llevó.

Monja: Desaparecido. Sustantivo común concreto que designa a
todo aquel que fue quitado…

Leopoldo: ¡No vale! ¡Al menos respete el orden alfabético! Aún
no iniciamos la “c”. (Nervioso) Si Roberto quiere… puede
colaborar, la verdad es que no estoy muy convencido de
sus aptitudes…

Roberto: Si pudiésemos avisarles…

Monja: Muchos ya lo saben, este es el destino de la denuncia: el
agua.

Roberto: El anonimato. Qué injusto, si hasta los personajes de
un cuento tienen derecho a un nombre…

Leopoldo: Inventémosle uno…

Monja: Y seguir sumando confusión…

Leopoldo: ¿Y si buscamos botellas y tratamos de enviarles un
mensaje? “Estamos muertos pero aún estamos”

Roberto: Estamos muertos pero aún estamos.

Monja: Aún estamos.

Los tres se congelan por un instante. De pronto comienzan a revisar los
rincones en busca de recipientes que sirvan para el correo. La luz de
disipa pero los ruidos siguen.




90
3.
Roberto y Leopoldo, solos pero modificados. Juegan nuevamente, quizás
para matar el tiempo.

Roberto: (Disperso) Hace una semana que no la veo.

Leopoldo: Le toca a usted.

Roberto: ¿Se habrá dormido en el olvido?

Leopoldo: Le toca… (Pausa) Si no se concentra le ganaré de
nuevo. (Protesta) Ya no es lo mismo. Jugar así es aburri-
do.

Roberto: Pensé que algo se modificaría con su memoria…

Leopoldo: ¡Y así fue! No logro distraerlo… siempre con lo mis-
mo. Ni siquiera trancar la puerta se puede. ¿Sufre de me-
lancolía? ¿Ha quedado sujeto al pasado? Eso no le hace
bien. Fíjese su aspecto, sobrepasa lo desalineado.

Roberto: Tres nombres, Juana, Pablo, Don Alvarez, el albañil.
Cuatro con ella, Alice, y ahí nos quedamos… Los cuerpos
siguen cayendo y no hay señales que pare la tormenta.

Leopoldo: (Moviendo una pieza) Jaque.

Roberto: Un año, o más… ¿Cuándo fue que cayó?

Leopoldo: Le toca a usted. No puedo verlo así, ¿quiere que
cambiemos de juego?

Roberto: Estamos muertos pero aún estamos.

Leopoldo: ¿Qué día es hoy?

Roberto: Silencio.

Leopoldo: ¿Qué día es hoy?

91
Roberto: No lo sé.

Leopoldo: Esfuércese, ¿qué día es hoy?

Roberto: Quizás miércoles.

Leopoldo: Ayer fue miércoles. Piense, concéntrese. Si vuelve a
jugar conmigo… le prometo… ¡que le muestro mis car-
tas!

Roberto: (Silencio)

Leopoldo: ¿Me escucha? Le digo que leo mis cartas.

Roberto: ¿Cuáles? ¿Las de la niña?

Leopoldo: ¿Cómo lo sabe?

Roberto: Hace treinta años que tenemos el mismo juego.

Leopoldo: ¡Las leyó! No le dije que leer la correspondencia aje-
na es un delito…

Roberto: Menor.

Leopoldo: (Tratando de montarse en su espalda para jugar) ¿Y
usted, me mostrará su preciado tesoro?

Roberto: (Silencio)

Leopoldo: (Bajándose y yendo al escritorio de Roberto) Yo le
muestro las cartas y usted… abre el cajón de su escrito-
rio.

Roberto: Todos están abiertos.

Leopoldo: No se haga el desentendido, le hablo del pequeño, el
del medio, el que tiene llave.

Roberto: Se trabó hace años. Nunca tuvo llave… usted lo creyó.

92

Leopoldo: (Tratando de tomarlo de un brazo y arrancarlo de la
ventana) ¡Mire qué pícaro! Pero bueno, ¿hacemos el tra-
to o seguirá con su nariz pegada al asunto ajeno?

Roberto: No hay trato… sus cartas ya las leí. Todos supieron de
sus amoríos y de sus convicciones ambivalentes tam-
bién… hasta de su hijo…

Leopoldo: No le permito… ¡retráctese!… se lo ordeno...

Roberto: (Silencio)

Leopoldo: ¿Es que ya no le preocupa mi presión?

Roberto: Está muerto.

Leopoldo: No le permito.

Roberto: Como ellos y como su hijo. Como su hijo no.

Leopoldo: ¡Retráctese!

Roberto: Estamos muertos.

Leopoldo: ¡No lo escucho! ¡No lo escucho!

Roberto: Al menos usted lo decidió. No pudo con el que dirán.
¿Cómo se leerían los titulares? “Famoso intelectual en-
redado con una de sus alumnas”. (Pausa. Girando alre-
dedor de Leopoldo) Pero sí sabía que nadie se atrevería.
Que los suyos tienen demasiado poder y mucho que es-
conder como para delatarlo…

Leopoldo: (Gimoteando) Miente… Vuelva a ser mi amigo, juegue
conmigo…

Roberto: La niña fue un mal menor… ¿No recuerda? Haga un
esfuerzo como era el nombre… ¿Polo?

93
Leopoldo: El pacto, ¡teníamos un pacto!

Roberto: Silencio y olvido sus dos únicos refugios durante tan-
tos años. Se acabó…

Leopoldo: Teníamos un pacto…

Roberto: ¿Cómo era? Polo… y Pi – ri… Sí, Polo era el apodo de
su hijo, el gran inventor…

Leopoldo: No lo escucho… No lo escucho.

Roberto: No pudo con lo que le quedaba de conciencia y se ma-
tó…

Leopoldo: ¡Basta! Déjese de joder.

Roberto: Profesor… qué es eso, como va a decir “joder”. Usted
no, no es parte de su vocabulario. (Pausa) Quizás ¿Piri?,
su nieta ¿La mayor? Deje esas palabras a los jóvenes…

Leopoldo: ¡Miente! Como lo hizo durante todos estos años. Co-
mo lo hicieron cada uno de los que entraron por ahí (se-
ñalando la ventana) con sus versiones del arriba. Que si
los militares tomaron el poder. Que si el general los trai-
cionó hasta con su propia muerte dejándoles al brujo a
la cabeza del país. Que si se mata a diestra y siniestra y
se desaparecen los cuerpos. Que si se roban a los niños
como botines de una guerra que no tuvo nombre ni jus-
ticia.

Roberto: (Con sorna) Cuidado profesor, la presión…

Leopoldo: ¡Farsantes! Todos mentirosos fabuladores… Conspi-
raciones, sangre llamando a la sangre, si hasta Shakes-
peare parecería un cuento de niños al lado de las noti-
cias que circularon por esta habitación.

Roberto: Y nada se aprende…

94
Leopoldo: Le prevengo que si sigue mintiendo se va a quedar
solo. ¿Y quién va a estar con usted cuando lo deje? ¿Eh?

Roberto: No lo hará.

Leopoldo: ¿Cómo lo sabe?

Roberto: Siempre se queda, forma parte del pacto.

Leopoldo: Usted lo rompió. (Pausa) Yo, siempre yo, un escritor
que no escribe porque intenta mantener sus pensamien-
tos en orden. Pero se acabó, usted rompió el pacto. Cuí-
dese sólo si es que puede.

Roberto: (Irónico) ¿Acaso piensa que puedo suicidarme? Alice
lo dijo: estamos en nuestro purgatorio a expensas que
unos pocos se acuerden de nosotros para quizás… obte-
ner un juicio justo. ¿Sabe que los que se suicidan están
fuera de negociar una vacante en el cielo?

Leopoldo: ¡No le permito! A usted que todos estos años escarba
en mis silencios y reniega de mis convicciones… yo le
pregunto, ¿cómo se le llama al que deja huérfano a un
niño por capricho… por no darse las inyecciones necesa-
rias…, ¿cómo se lo llama?

Roberto: Necio.

Leopoldo: Ahí está, ¿lo ve? No siga marcando diferencias entre
nosotros porque no las hay. Usted está ahogado en la
culpa como yo…

Roberto: Lo sé. El Tigre nos unió en el desencanto.

Leopoldo: Bueno ahora que ya nos hemos dicho todo ¿qué le
parece si renovamos el pacto?

El afuera trae el eco de un aluvión de cuerpos que caen sin cesar. Rober-
to va hacia la ventana y Leopoldo busca protección en la locura...

95
Leopoldo: ¡Contraseña! ¡Diga la contraseña!

Roberto: Silencio.

Leopoldo: (Girando sin sentido) Ayúdeme a encontrar made-
ras… Por algún lado debe quedar alguna.

Roberto: Las usó todas en la última barricada…

Leopoldo: Ayúdeme. Siempre cae de la superficie un tronco
advenedizo.

Roberto: Hace años que lo único que la superficie trae son
muertos…

Leopoldo: (Derribando los papeles de ambos escritorios) ¿Dónde
está mi diccionario?

Roberto: (Misericordioso) Se lo llevó el agua.

Leopoldo: Necesito que me lo devuelva… necesito palabras…
necesito…

Roberto: Rezar.

Leopoldo: Silencio.

Roberto: Lástima.

Leopoldo: (Topándose con el tablero de ajedrez en un último
gesto desesperado) ¡Jaque!

Roberto: (Pasando la mano por la cabeza de Leopoldo) Lástima
que no soy un hombre de fe.

El líquido espeso de los ruidos invade el cuarto al tiempo que Roberto se
abraza a Leopoldo. Los dos hombres reducidos a niños se hamacan
mientras afuera los cuerpos siguen cayendo.

FIN

96

LA FOTO

Estampa de un baby shower


PERSONAJES

EMILIA. Anfitriona. La mayor de las tres mujeres. Su vientre


destaca unos ocho meses de embarazo. Lleva un vestido azul
marino con detalles blancos, en composé con el espacio monta-
do. Sus gestos y comentarios la definen educada y con un alto
apego por las tradiciones familiares.

VICTORIA. Hermana menor de Emilia. Su panza remite a unos


seis o siete meses de gestación aproximadamente. Viste una
pollera a la rodilla y una camisola de rayas finas y verticales.
Educada, se presenta como la más susceptible y contradictoria
de las tres mujeres.

JUANA. Muy joven. Usa colores estridentes, su gravidez cursa


los cuatro meses, cinco a lo sumo. Poseedora de una educación
rústica se diferencia sensiblemente de sus pares.




Tres mujeres buscan eternizar su condición de “hembras preñadas”
dentro de un espacio amplio donde los objetos eligen el centro de la
escena para su montaje. Moviéndose con cierta dificultad en ese campo
visual “creado para la cámara”, las futuras madres llevan adelante el
primer baby shower familiar.

Victoria: (Mientras acomoda la blusa disfrazando su panza...)
¿Acá estoy bien? ¿Si me corro un poco hacia la derecha,
quizás? Por la luz, digo (Con cierto nerviosismo) ¿Y si me
pongo de perfil? Así se nota más la panza. (Apurándose.
Respira profundo) Bueno... Hola, yo soy Victoria y... me
dicen Vicky... Dentro de poco tiempo seré tu mamá. (Co-
rrige) Soy tu mamá. (Pausa) Aunque vos no lo sabés, cla-
ro, porque aún no estás. (Tose. Se corrige nuevamente)
Bueno no estás “afuera”... (Silencio) Yo te voy a querer
mucho. (Mirando su panza se modifica) Creo que ya te
quiero. (Pausa) Te busqué tanto todo este tiempo...
(Emocionada) Y ahora me dicen que vas a venir y no me

99
importa nada... (Pausa) Sé que te voy a mirar y que todo,
todo lo que me asusta se tapará con tus abrazos. (Incor-
porándose, mira al frente) Bueno... estamos acá en... (Mi-
ra hacia los lados) en la casa de la tía Emilia. Porque...
ella va a ser mamá también, (Aclara) y primero. (Pausa)
Y tenemos que festejar... (Pausa. Impostando una convic-
ción de la que carece) Hoy estamos de festejo, estamos
en el primer baby shower familiar.

Emilia: (Entrando por la izquierda. Trae un carrito de bebé) ¡No,
así no! Será posible que no puedas con dos oraciones.
(Pausa) Todo esto es para nuestros hijos. Un poco más
de convencimiento no vendría nada mal.

Victoria: Lo sé. (Pausa) Pero no me quita la dificultad. (Pausa)
Me resulta un tanto raro...

Emilia: (Forzando el cochecito en un costado para que entre en
cuadro) ¿Qué es lo raro? Somos mamás dejando registro
del origen de sus hijos. (Como al pasar, mientras corre a
Victoria hacia la izquierda tomándola por debajo de los
brazos cual muñeca de trapo) Si no te conociera... pensa-
ría que no te entusiasma la idea...

Victoria: (Dejándose “llevar” por su hermana) No es cierta.
(Mientras señala el detrás de escena) Es esa cámara, me
inquieta.

Emilia: (Mientras ayuda a Victoria a levantarse) ¿Te acordás las
tardes bajo la mesa “de canasta” en casa de la abuela?
(Pausa) Horas sobre los mosaicos fríos de la galería mi-
rando las fotos blanco y negro de papá y mamá... de la
familia. (Pausa) Era otra técnica, pero al fin de cuentas
lo mismo...

Victoria: (Risueña sorprendida por un recuerdo genuino) ¡Y vos
que llorabas desconsoladamente porque mamá y papá
no te habían invitado a su casamiento! No había forma
de tranquilizarte.

100
Emilia: Suena a mucho tiempo. Éramos muy pequeñas. (Pausa)
Sin embargo ya soñábamos con tener una caja de made-
ra como la de la abuela llena de fotos propias... ¿Te
acordás?

Victoria: Para contar nuestra historia. (Mientras camina sin de-
jar de observar su panza) Creo que todavía guardo tus
dibujos calcando las siluetas de fotografías ajenas y
agregándole tu rostro...

Emilia: El tuyo y el de José también. (Por fuera del campo visual
montado para la ocasión mira entre las rendijas de la
ventana que permanecerá cerrada) La familia siempre
fue mi meta. (Tocando su panza) Esto es importante pa-
ra la familia. (Confidencial) Mamá está tan impaciente,
esto de ser abuela la tiene tan “entretenida”... En su úl-
tima carta me lo agradecía... ¿te das cuenta? Me lo agra-
decía.

Victoria: Si fuese por ella más que ajuar de novia nos hubiese
preparado un batallón de bombachas de goma con las
iniciales de la familia bordadas en ellas. (Recorre el re-
ducido montaje con cierta incomodidad)

Emilia: ¡No seas vulgar! (Pausa) Traé los paquetes, y apuremos
los detalles.

Victoria: (Yendo a buscar los paquetes) ¿Julia se arrepintió?

Emilia: (Con fastidio, sin dejar de mirar por la rendija de la ven-
tana) Insistís en ser desagradable.

Victoria: (Transportando una torre de paquetes de diferentes
tamaños apoyados en su panza) ¡Qué manía la de amon-
tonar los muebles! Tengo las pantorrillas todas machu-
cadas.

Emilia: (Señalando fuera de la escena) Por la cámara. Sólo así
entramos en cuadro.

101
Victoria: (Tropezando con el cochecito) Si seguimos amonto-
nando cosas nosotras quedaremos “fuera de cuadro”.

Emilia: (La mira) No vayas a romper nada.

Victoria: (Sorprendida) ¿Algo se rompe?

Emilia: Las mamaderas que envió mamá.

Victoria: ¿Mamaderas? Tan lejos y ocupándose de las mamade-
ras.

Emilia: (Acercándose) ¿No es lindo? Todo un detalle. El último
modelito que vimos en la PARA TI, creo.

Victoria: (Con recelo) ¿Entonces abriste los paquetes?

Emilia: Por supuesto... (Pausa) ¡No se te ocurra tocarlos! (Pau-
sa) Horas buscando el papel azul y las cintas de raso
adecuadas. (Pausa) ¿Se verán bien?

Victoria: (Mientras ayuda en la tarea de repartir los paquetes en
las mesitas que rodean al sillón central) Emilia me parece
que vos y mamá están exagerando.

Emilia: Nada es mucho para un hijo. (Como al pasar) En su úl-
tima carta mamá me comentaba que al fin estos niños
ayudarán a emparejarnos un poco.

Victoria: Las mamaderas, las fotos, esta reunión...

Emilia: (Mientras revisa uno a uno los paquetes que Victoria
acomoda) “Baby Shower”. Querida, “baby shower”...

Victoria: (Enfatizando cada sílaba) Baby shower...

Emilia: ¡Toda una novedad para algunos por acá! En cambio, lo
decíamos con mamá, es una tradición maravillosa. (Co-
mo al pasar) Una pena, nunca te llevaste muy bien con

102
las tradiciones. (Riéndose) ¿Y Juana? ¡No sabe ni pro-
nunciarlo! ¡Qué rústica la pobre!

Victoria: Es verdad. Vos siempre te ocupaste del protocolo fa-
miliar, como mamá.

Emilia: Quizás los bebés nos den una segunda oportunidad.
Quien te dice reconciliemos nuestras diferencias.

Victoria: Quizás... (Pausa) Lo que sí, nos mantendrán ocupadas.

Emilia. Muy ocupadas. Así no tendrás tiempo de celarme. (Se
escucha el timbre. Mientras va hacia la puerta) No lo nie-
gues siempre me tuviste celos hermanita.

Juana: (Cargando una cantidad de bolsas. Atropellada) Discul-
pen el retraso pero con el asunto del bebé José insiste en
llevarme y traerme a todos lados.

Emilia: Lo bien que hace, en tu estado no es bueno que te mane-
jes con total libertad por la calle. Uno nunca sabe...

Juana: (Duda en donde colocar las bolsas) Se supone que esta-
mos embarazadas, no presas...

Victoria: (Acercándose y tomando las bolsas) Para las de nuestra
clase no hay mucha diferencia. (A Emilia) ¿Dónde van?

Emilia: (Buscando dirigir el encuentro) Estamos inaugurando el
primer baby shower familiar y... no estoy dispuesta a to-
lerar (Arrancándole las bolsas) lugares equivocados.

Juana: (Mientras recorre el lugar) Pensé que estaba el fotógrafo.

Emilia: Aún no. Lo cité en media hora para que pudiésemos ul-
timar detalles y dejar filmado los mensajes para Sebas-
tián... y... (Señala un costado donde se supone está la cá-
mara)

103
Victoria: (Irónica. Hace que saluda a la cámara) Todo debe ver-
se perfecto.

Emilia: Todo es perfecto.

Juana: Todo se ve bien y... muy azul. (Pausa) ¿Y si es una nena?

Emilia: Imposible. Es un hombrecito y se llama Sebastián como
su abuelo y su padre.

Victoria: Como siempre Emilia agregando un poco más de con-
fusión a la familia. (Pausa breve) ¡Ah no! Pero si es senci-
llo, ahora el que está por llegar será el que porte el mote
de “junior”.

Juana: Yo no sé el sexo. Si es por José... seguro será varón.

Emilia: “El primogénito debe ser hombre, garantiza la trascen-
dencia del apellido”. A propósito (Mostrando las sabani-
tas que tiene dentro del cochecito) ¿No quedó bárbaro?
Las iniciales del nombre en las sábanas, todo un detalle
¿no? (Pausa) Mamá dice que el primer bebé debe fijar el
nombre de los abuelos.

Juana: José dice que uno de cada familia. Para evitar las “ofen-
sas”... (Dudando) ¿Cuál va primero el materno o el pa-
terno?

Victoria: (Mientras se desploma en el sillón) Una cuota de azar
en la familia no vendría nada mal.

Juana: (Acomodándose como si se mirase en un espejo) ¿Estás
grabando?

Emilia: ¡Como se te ocurre! Para grabar debemos ponernos de
acuerdo.

Victoria: (Revisando los pliegues de su blusa en su panza) Como
para la foto...

104
Emilia: (Mirando los zapatos de Juana) No me parecen apropia-
dos.

Juana: Me combinan con la camisa y son tan cómodas. Las con-
seguí de oferta, ¿no parecen no? Son lindas, siempre me
gustaron. Antes no llegaba pero ahora José me dio una
mano y me di el gusto. ¿Será por lo del bebé que me está
endulzando?

Emilia: No creo que en tu estado la altura de esas plataformas
sea conveniente.

Victoria: (En tono de burla) Juana, no es “conveniente”... (A Emi-
lia) Pero no te preocupes hermanita en la cinta no creo
que se note. Y para la foto... (Mientras le desacomoda to-
dos los paquetes) para la foto le podemos poner la pila
de regalos sobre los pies con tanto moño se taparán los
tacos.

Emilia: (Atropellándose sobre los paquetes y volviéndolos a aco-
modar) Tu humor cada vez está peor.

Victoria: (Sarcástica) ¿Lo comentaste con mamá? O fue una
idea propia.

Juana: (Descalzándose) Ya está. (Cambiando el tema) ¿Y qué le
digo a mi sobrinito?

Victoria: (Con ademanes como si recitase) ¡Bienvenido a la fami-
lia Sebastián junior! (Tomándose la panza) ¡Tus tías te
darán dos primitos hermosos con quien jugar!

Juana: José dice que el bebé será una gran responsabilidad.
(Pausa. Mirando por entre las rendijas de la ventana) Yo
prefería esperar. Un poco. Conocernos más. Poder via-
jar...

Victoria: Podríamos abrir un poco la ventana hace calor. (A
Juana) José siempre fue así, en casa siempre se hizo lo
que él quería.

105

Emilia: (No deja que se abra la del cuarto) La del fondo quizás,
las corrientes no son buenas. (A Juana) De nosotros José
siempre fue el más centrado. Cuando chico planeaba ya
una familia. Una mujer que viviera por él y por sus hijos.

Victoria: Cinco para ser exactas. No nos alcanzaban los muñe-
cos cuando alguna de nosotras simulábamos ser su es-
posa...

Juana: (Ensimismada. Pronunciando mal) Mi a mí, quizás.

Emilia: (Corrigiendo la fonética) Ma ia mi, Juana. (Pausa) ¿Cómo
no fuiste? Nosotros en los dos últimos años viajamos
tres veces. ¡Las cosas que nos trajimos! De hecho la cá-
mara es de allá.

Victoria: (Irónica) Y las mamaderas que envió mamá, no lo ol-
vides.

Emilia: Seguí con tus sarcasmos nomás, que nosotras hacemos
todo el trabajo. (Saliendo de sus casillas, pone en eviden-
cia tensiones pretéritas) Mientras la señora duda, se que-
ja, nos incluye en su lupa de moral como especímenes de
su análisis social, nosotras nos ocupamos de las cosas
que debemos ocuparnos. (Pausa nerviosa. A Juana) Sus
celos la pierden, (Señalando el embarazo de ambas) a las
pruebas me remito...

Victoria: ¿Era necesario? No será que mis celos “te” pierden.

Emilia. No empieces con tus juegos de palabras. Alguien tiene
que decírtelo.

Juana: (Alejándose de la ventana) ¡No lo había pensado! Con los
bebés nos llenaremos de fiestas. Tanta reunión me dará
empacho.

Emilia: (Mirando de reojo a Juana se dirige a Victoria) Definiti-
vamente la educación no se le contagia.

106

Victoria: Al menos aprendió lo fundamental, la obediencia a la
familia...

Emilia: (Nerviosa) Con vos hoy no se puede hablar. Desde que
entraste en licencia...

Victoria: Extraño mis rutinas.

Juana: (Buscando distraer la tensión) Todo muy bien pero... ¿no
tienen hambre?

Emilia: (Aprovechando la distracción) ¡Gula disfrazada de anto-
jo! ¡Me encanta! Por supuesto... Encargué... unos bocadi-
tos magníficos. En más exigí bombones de Las Violetas,
¿no es genial?

Victoria: Qué raro que mamá no te los envió en la encomienda...

Juana: (Buscando entre las bolsas) Yo tengo hambre...

Emilia: Bueno sin desordenar la mesa de dulces podría acercar
algunas cositas pero en cuanto llegue el fotógrafo todo
desaparece sí? (Emilia trae una caja de bombones)

Victoria: ¿Y la naturalidad? No sería mejor algunas migas por
aquí, otras por allá... Quien te dice alguna mancha de
chocolate en la blusa para que dé pie a futuras anécdo-
tas. (A Juana) Mamá dice que lo mejor de una foto son
las historias que la explican.

Juana: (Saboreando unos bombones) ¡Me gustan estas bombi-
tas...!

Emilia: Trufas Juana, trufas. Las compré porque a Vicky le en-
cantan. Desde chiquita...

Victoria: (Asombrada) Te acordaste. (Con sinceridad) Gracias
Emy. (A Juana) Cuando chicas la abuela distraídamente
nos dejaba en una pequeña mesa en la esquina de la ga-

107
lería una bandeja repleta de trufas. Mamá no quería que
nos mancháramos de chocolate los vestidos pero la
abuela siempre lo hacía y nosotras esperábamos que es-
tuviesen entretenidas en su juego de cartas para robar-
nos un puñado.

Emilia: Y nos escondíamos a comerlas debajo de la mesa de los
grandes.

Juana: (Con la boca llena) ¡Siempre fui hija única!

Victoria: ¿Y el fotógrafo?

Emilia: Lo enviarán en un rato.

Juana: José dice que es todo un profesional. Trabaja en la repar-
tición. (Pausa) Lo de las fotos es su pasa... pasa...

Emilia. (La corrige) Pasatiempo, Juana. Lo cierto es que las fotos
de Mirtha quedaron preciosas.

Victoria: No sabía lo de las fotos de Mirtha.

Juana: Sí, fue el mismo fotógrafo. Se lo recomendó José. (Pausa.
En tono confidencial) ¿Sabían que ya tiene el crío en la
casa?

Emilia: Me enteré cuando la llamé para que venga, y me contó.
Dice que es delicioso, que duerme todo el día. (Pausa,
mientras come una trufa) Una pena que se haya adelan-
tado, porque nos dejó sin baby shower. (Ríe)

Victoria: Al menos te dio el derecho a la “novedad” en nuestro
círculo.

Juana: (Con picardía. Metiéndose un puñado de bombones) Y que
es rubio y de ojos claros, te lo contó.

108
Emilia: (Sorteando la contradicción) Todos de bebés son un po-
co rubios y con ojos claros pero después pasa. (Pausa)
¿Tanto chocolate, no te hace mal?

Juana: (Con la boca llena) Están riquísimas. (Limpia sus manos
con disimulo en uno de los paquetes)

Emilia. (Resignada por los modos de su cuñada) ¿Si preparamos
los mensajes?

Victoria: ¿Qué mensajes?

Emilia: ¡Lo leí en las revistas que envió mamá!

Juana: (Con la boca llena) Imagínate... como un diario de esos de
adolescentes pero hecho por tus papás antes de que vos
sepas escribir...

Emilia: Bueno no sé si tan así, pero si te sirve pensarlo para
darte una idea. (Busca los papeles y reparte las biromes)

Juana: Ponés la fecha, es muy importante para que con el tiem-
po él bebé sepa... Después le decís donde estás... y des-
pués...

Emilia: Le ponés cuanto lo esperaste. Como lo buscaste. Como
lo vas a querer. Como lo imaginás...

Victoria: Pero ya lo hice en la cinta...

Emilia: Eso fue una prueba, no lo grabé.

Victoria: Y si me equivoco. No soy muy buena para...

Emilia: (Buscando detrás de uno de los sillones) Creo haber visto
unos modelos en alguno de estos números.

Juana: (En referencia a las revistas) ¡Las mismas que me trae
José!

109
Victoria: Es mamá, que las compra y las distribuye.

Emilia: Con cuatro hijos imagínate la experiencia que tiene.
Siempre se lo digo...

Victoria: Papá viajaba todo el tiempo.

Emilia: Y ella se las arreglaba para hacer todo... hasta mantenía
su vida social.

Juana: Ayer José llamó a mi mamá y le dijo que la mandaría a
buscar cuando el bebé llegue. (Pausa) Para ayudarme...
Para que no me sienta sola.

Victoria: (Suspira) José salió a mamá. “Está en todo”...

Juana: Sí, es verdad. Él me dijo de esta reunión y lo de la foto...
no es fácil que a un hombre se le dé por estas cosas.

Emilia: (Buscando detrás del otro sillón) Lo dejaba para después
pero creo que este es el momento. (Entregando un pa-
quete a cada una) Me tomé el atrevimiento de mandar-
las a pirograbar con sus nombres.

Victoria. (Sacándole el envoltorio descubre una caja de madera)
¡Como la de la abuela!

Emilia: Y hoy todas tendremos la primera foto para guardar en
ella.

Juana: (Emocionada) Gracias. Antes de conocerlas no sabía muy
bien de “familias”, en cambio ahora...

Emilia: En definitiva la historia es lo que nos pertenece. A los
niños le contaremos la nuestra y ellos se enredarán en
ella. Se explicarán a partir de ella.

Juana: ¡Jugarán nuestros juegos! (Buscando en una de las bolsas
y rompiendo el envoltorio como una niña) ¡Yo le traje un
trompo!

110

Emilia: (Buscando en una de las bolsas y rompiendo el envoltorio
como una niña) ¡Yo una pelota!

Victoria: (Buscando en su cartera) Yo le compré un libro de
cuentos.

Emilia. (Tomando el libro) Me parece a mí... (A Juana) ¿No está
prohibida?

Juana: (Lo mira) La verdad es que no leo mucho, pero tiene lin-
dos dibujos.

Victoria: (Busca sacarle el libro) Es solo un libro de cuentos...

Emilia: ¡Dámelo! (Dejando el libro en un costado) No importa lo
que vale es la intención. (A Juana) Mamá nos leía mucho,
todas las noches algo en voz alta casi desde el pasillo pa-
ra que se escuchara en ambos cuartos.

Victoria: Una noche entraba primero a saludarnos a nosotras y
la otra al varón para que no peleásemos.

Emilia: ¿Ves? Lo reconoce desde chica le viene lo de los celos.

Juana: (Tarareando una canción) Yo prefiero las canciones.

Emilia: ¿De cuna? Por ahí dejé un cassette que...

Victoria: Que mamá nos envió...

Emilia: Sí. Hasta de la música de sus nietos se ocupa. Mamá dice
que la educación es una suma de rutinas aprendidas por
detalles, simples detalles... Y que cuando se los aprende
no se borran así no más...

Juana: (Jugando con el trompo) Cuando José venga a buscarme
le voy a decir que si el bebé es nena se llamará Juana
como la madre. (Ríe su picardía)

111
Victoria: Podríamos tomar algo, hace bastante calor...

Emilia: Yo preparé el té pero sería mejor esperar a la foto...

Juana: Con el calor me puede la cerveza pero José no me deja
dice que no queda bien en una futura mamá...

Victoria: (Yendo hacia la ventana) Siento el encierro en la gar-
ganta.

Juana: O los chocolates, aunque creo que ¡me los comí todos!

Emilia: No abras. (Nerviosa) Podría... entrar polvo. (Pausa) Creo
que ya es hora de grabar los mensajes.

Juana: Apuremos el trámite que me está entrando mucho calor.

Victoria: (A Emilia) Mirtha no volverá a trabajar.

Emilia: (Sale. Desde fuera) Y claro ahora tiene que ocuparse de
la crianza del bebé.

Victoria: Ayer pensaba, ¿si paso por la escuela?

Emilia: (Entrando) ¡Vos estás loca! ¡Estás de licencia! Yo no en-
tiendo como no renunciaste aún... Mamá dice que...

Victoria: A mí me gusta... Me hace sentir útil.

Emilia: Hay tantos modos de sentirse útil... Vos siempre te en-
redás en los equivocados.

Juana: (Buscando conciliar) Yo la entiendo, a veces tantas “per-
secuciones” me ahogan.

Emilia: Precauciones Juana, precauciones y nunca alcanzan. Los
tiempos que vivimos son inseguros. Hay mucha violen-
cia afuera. ¿Ustedes quieren ponerse en riesgo? ¿Poner
en riesgo su familia? Lo que es yo no. Si hay algo que
mamá nos enseñó es cuidar de los nuestros...

112

Juana: Por qué no ponemos un poco de música, en definitiva
estamos en un baby...

Emilia: (Corrige) Baby shower, Juana.

Victoria: Con la música no se oirá lo que decimos en la cinta...

Juana: Lo que importa son las panzas... (Ocurrente) Y si juga-
mos... como en esas películas viejas del cine...

Emilia: (Entra súbitamente) Y pasearnos con los mensajes en
carteles... Así no tendríamos que corregir lo que Victoria
dice...

Juana y Emilia buscan cartulinas y comienzan la tarea de los carteles.

Victoria: (Yendo al tocadiscos, lo prende) Amo la música. Aun-
que más el teatro pero eso ya no puede ser. ¿Saben que
se estrenó “La ratonera” en el Teatro del Instituto?

Emilia: Sería bueno que nos ayudes o nos encontrará la noche
escribiendo.

Victoria: Ágata Christie está de moda leí que en estos días tam-
bién se estrena una película. (Piensa) “El misterio de
Ágata Christie”, por... Michael Apted. (Suspira) Con Dus-
tin Hoffman, ¿lo pueden creer?...

Juana: José dice que tus gustos son un problema.

Emilia: No son los gustos, son sus lecturas. Se llena la cabeza de
intrigas, asesinatos. Y ahí nomás se le aparece ese espíri-
tu detectivesco por perseguir la verdad...

Juana: José dice que deberías ver a un doctor, de la cabeza.

Emilia: (A Victoria) Y cuando se te había dado por comentar lo
de las expresiones faciales. (A Juana) Algo así como la
posibilidad de detectar si alguien miente con mirarlo de-

113
tenidamente a la cara. ¡Toda una locura! De chica ya se
lo hacía a mamá, bastaba con que algún libro se le
prohibiese para que ella se empeñase en leerlo.

Juana: Se llenó de fantasías. José dice que tiene la cabeza llena
de ideas confundidas y no puede entender...

Emilia: Ideas confusas Juana.

Victoria: José no dice, ordena. (De mala gana) ¿Qué hago?

Emilia: (Entregándole un cartel) Repasá las letras con el fibrón
mientras yo pongo a grabar. (Por lo bajo) Y la ortografía
de Juana.

Juana: No sería bueno ensayar las entradas y las salidas. (Mi-
rándolas) Para no tropezarnos. Si no se verá como una
comedia...

Victoria: Una bufonada.

Emilia -. (Entrando) ¡Grabando!

Todo este juego se hace a la manera de los cortos mudos. Emilia y Juana
impostan sonrisas y gestos ampulosos mientras pasean sus panzas y
carteles por delante de la cámara.

Emilia se ubica en el centro del montaje y sube el primer cartel mien-
tras saluda. BIENVENIDO SEBASTIÁN SOY TU MAMA. Juana toma otro
y la tapa. TU TÍA JUANA TE REGALA UN TROMPO CON MUCHO AMOR.
Juana deja el cartel y muestra las virtudes del trompo. Victoria se acer-
ca y levanta con cierto titubeo su cartel. SOY TU TÍA VICTORIA Y TE
TRAERÉ PRONTO A UN PRIMITO PARA QUE JUEGUES. Emilia y Juana
saludan y se pasean en dirección a la lente mostrando sus panzas y ma-
sajeándoselas. Victoria se queda en un costado. Las mujeres buscan un
nuevo cartel y lo apoyan en la falda de Victoria. ESTE ES TU BABY
SHOWER SEBASTIÁN. Victoria vuelve a salir de cuadro sin dejar de
mirar a Emilia y Juana que hacen todo tipo de morisquetas paseando
los regalos, hasta el carrito por delante de la cámara.

114
Emilia: (Dejando el disimulo de las señas) ¡Vamos Vicky, no que-
da mucha cinta! No seas tímida, mamá va a decir que...

Victoria: (Saliéndose de sí) ¡Una farsa! Debería decir que todo
esto es una farsa.

Emilia. (Trata de empujarla fuera de los límites del cuadro) ¡Vi-
cky! Ya estamos grabando. Es para Sebas...

Victoria: (Atropellándola le saca el almohadón y se saca el pro-
pio) ¡Cuidado! Mamá se enojará... José se enojará... ¡Cui-
dado que quizás algún vecino entrometido descubra que
solo son almohadones! ¡Yo quiero un bebé, deseo un be-
bé pero no así! ¡No así! (Sale corriendo y Juana tras ella)

Emilia: (Desplomándose sobre el sillón sin dejar de abrazar el
almohadón) Era mi baby shower! Todo debía ser perfec-
to...

Juana, En off: (Con una seguridad que no se le conocía) Dígale al
chofer que lo lleve a la repartición. (Pausa) Un error, se-
guramente mi marido se equivocó de fecha. No, no es
hoy, es el próximo viernes, la foto era para la semana
próxima.

(Entrando mientras se quita el almohadón) ¡Calor de mierda! (A Emi-
lia). ¿Apagaste la cámara?

Emilia: (Niega con la cabeza)

Juana: Le dije a José que era un error. (Mientras toma el trompo
y lo pone dentro de una bolsa) Tu hermana lo fue desde
el principio. (Pausa. Mientras toma las bolsas) En cuanto
a la cinta... se hace cargo José. (Pausa) Yo no sé cómo
pueden ser hermanos. No se parecen en nada. (Viendo
de no olvidar ninguna de sus bolsas) Bueno... el baby
shower lo pasamos para el viernes próximo. Tu hermana
perdió el turno, traigo a la mía que no hace preguntas y
valora la oportunidad. (Pausa. Mientras se acomoda las
plataformas) No olvides agregar relleno a tu panza, no

115
queremos más cabos sueltos. (Mientras Emilia no para
de llorar) ¿Me estás escuchando? (Suena una bocina. Va
a la ventana y mira por las rendijas) Es José. Acordáte, el
viernes próximo. Todo debe verse perfecto, no nos gus-
tan los cabos sueltos. (Sale)

Emilia: No es justo este era mi baby shower.

Juana en off: ¡Emilia la cinta!

Emilia: (Mientras va como autómata hacia la cámara) Era mi
baby shower...

La luz se escapa al tiempo que comienza a escucharse “En el país del no
me acuerdo” de María Elena Walsh.





FIN

116
COMO QUINOAS



A Karina,
por ser mi hermana del alma.


En un tiempo donde “yo” es siempre “otro”, el
detalle abre las preguntas: cuántas versiones
hay de la historia, cuántos relatos.
A. Canci


La verdad de la memoria lucha contra la
memoria de la verdad.
J. Gelman


Sobre dichos y relatos de Marta Scavack de Conti, Lilia Ferreira, Elsa
Oesterheld y Graciela Murúa. En su mayoría de: Mirar la muerte. Con-
versaciones con mujeres de Escritores Desaparecidos, de José Therkas-
ki, Catálogos, 2008.

PERSONAJES

MUJER 1

MUJER 2

MUJER 3

MUJER 4



1.
Tres mujeres jóvenes entre papeles y trastos dentro de un espacio en
construcción permanente. Mientras revisan objetos empapados de
tiempo y polvo, separan aquellos que parecen servirles de otros que
apilan a los costados.

119
Mujer 1: “Ahora que la encontré, Marta, no la voy a perder”, le
dijo. Y ella supo que era verdad. (Pausa) Me gusta.

Mujer 2: ¡No te adelantes!

Mujer 1: (Desoyendo el último comentario) Creo que en su his-
toria de amor está la clave.

Mujer 3: ¡En la de todas!

Mujer 2: (Toma unos papeles) Lilia, 23 años. Él, 40. Ella viene de
Junín. Gran lectora...

Mujer 1: Cinco años de amor. (Pausa) El cuento del árbol con
nombre de mujer.

Mujer 3: (Interrumpiendo) ¿Álamo Carolina?

Mujer 1: ¡Sí! ¡Gracias!

Mujer 3: (Satisfecha) Tengo memoria para los detalles.

Mujer 1: (A MUJER 3) Él escribe el cuento mientras pasan 15
días encerrados en el Tigre.

Mujer 3: El testimonio de Graciela dice que lo conoce entre
1949 y 1950. (Pausa. Toma una bocanada de aire entre
el polvo que sacude) Me gusta la historia del Retablo. El
galpón al final de un pasillo donde armar títeres y hacer
funciones.

Mujer 2: (Se acomoda con sus papeles) Listemos los hechos.

Mujer 1: Seleccionemos los hechos.

Mujer 2: Lo que dije.

Mujer 1: Listar y seleccionar no es lo mismo.

120
Mujer 3: (Pensando en voz alta mientras se desentiende de un
trasto) Estoy pelando la leña / para encontrarle el alma
al palo... / Y así dibujar mi rostro / en el interior de este
palo...

MUJER 1 y MUJER 2 se detienen y miran a MUJER 3, extrañadas.

Mujer 3: (Emocionada) Angelelli. Lo encontré mientras investi-
gaba.

Mujer 2: (Retomando la palabra y buscando imponerse) Lilia
viene de Junín en el ‘66. Con sueños de universidad...
trabaja en una fábrica. Cada dos meses, más o menos,
come en algún bodegón por placer.

Mujer 3: Comer con mantelito era para ella una pequeña fiesta...

Mujer 2: (Molesta) ¡No es tu relato!

Mujer 3: Lo siento, es un hábito.

Mujer 1: (Tomando el centro de la escena arrastra una mesa
arrumbada y unas sillas) Una confitería improvisada. En-
tra la pareja. Ella unos 26 años y él... ronda los 40. Ella se
sienta tímidamente. Lemon pie, dice. (Con entusiasmo
relata casi sin respirar) Él le cruza un “no te adelantes”.
Con la confianza que da una rutina él pide dos cortados
y el lemon pie. Ella, apresurada: “yo lo cité porque nece-
sito decirle”… ¡Que me ama!, responde él. Ella busca
continuar, “yo lo leí y me di cuenta”… ¡Me descubrió!,
bromea él para ayudarla.

Mujer 3: ¡Piedra libre!

Mujer 1: (Arrastrando a MUJER 3 y tornándola su cómplice) Él lo
consigue, ella se dispersa en alguna consideración sobre
el profesorado o la asignatura que él dicta. Nada impor-
tante. En la distensión, ella lo tutea y se sonroja por la
impertinencia. (Ambas mujeres actúan el relato) Él apro-
vecha y juega con eso. Ella vuelve e insiste: “necesito de-

121
cirle de mis sentimientos. Informarle”. La escucho, dice
él mientras le acerca un delicado trozo de lemon pie a la
boca. La urgencia cierra el estómago de ella, sin embar-
go continúa: “usted es un hombre de mundo. Yo una mu-
jer ingenua para la edad. Con dos hijas y un esposo que
hace tiempo ha dejado de cumplir sus funciones. El liceo
vino por mi búsqueda personal… lo que busco decirle…
en un rato yo volveré a mi rutina pero con la tranquili-
dad de que lo sabe, y me comprende... Su novela me lle-
gó hace unas semanas. La leí y ahí mismo me di cuenta
que la parte que falta en mí es usted”.

MUJER 1 y MUJER 3 suspiran al unísono.

Mujer 1 y 3: Acabo de enamorarme…

Mujer 1: Ella se detiene, lo ha dicho todo. Él la mira y le tira un:
“acostúmbrese al lemon pie, a la isla y a mis notas. Aho-
ra que la encontré no la voy a perder, Marta”.

MUJER 3 que siguió el relato con pasión apura un aplauso mientras
MUJER 1 cae al piso simulando estar exhausta.

Mujer 2: ¿Podemos seguir?

Mujer 1: (Desafiante desde el suelo, inmóvil) Marta, dijo él, y el
mundo se le dibujó nítido a ella. Loco para el mundo, lo-
co y mujeriego pero mío.

Mujer 3: (Tomando su block de notas. Apunta) Loco para el
mundo, loco y mujeriego pero mío... no lo recuerdo.

Mujer 1: Ella no lo dijo, lo digo yo. (Pausa) Una licencia poéti-
ca...

MUJER 1 y 3 se pierden entre los trastos. MUJER 2 repasa los papeles.

Mujer 2: Creo que para el testimonio de Lilia será importante el
detalle de sus lecturas preferidas. (Revisa rápidamente
sus notas) Cuando estudiaba en Junín leía a los clásicos,

122
en especial los griegos. Después Shakespeare, Sartre,
Simone de Beauvoir, Camus. Al llegar a Buenos Aires se
vuelve sobre lo argentino y comienza por las revistas.
En Primera Plana lee sobre él por primera vez… (Busca
entre sus papeles) Con uno de sus libros entre las manos,
lo conoce en un bar accidentalmente.

Mujer 3: (Pícara) ¡La Paz, el bar prohibido! Su ex se lo tenía ve-
dado pero él igual se apareció... eso se llama destino.

Mujer 2: Lilia fue su tercera mujer. Ella tenía casi la edad de sus
hijas cuando lo conoce. (Pausa) Fue en el segundo en-
cuentro casual... en una de esas cenas...

Mujer 3: ¡Con mantelito, que era una fiesta para ella!

Mujer 2: Fue allí donde él la abordó. La invitó a cenar. Junín se
volvió un tema en común.

MUJER 3 tomando el centro y el relato de MUJER 2.

Mujer 3: (Toma a mujer 2 del brazo y juega el relato) Ella, como
en un ritual, acaricia el mantel. Pide una copa de vino
mientras ojea la carta. (Haciéndole señas a MUJER 1 para
que tome un lugar en el juego) Él, que ya está en el lugar,
no deja de observarla y dice en voz alta: no me gusta
comer solo. Ella lo mira, lo reconoce inmediatamente.
Gracias por la dedicatoria, le balbucea nerviosa. Muy
bonita. Él responde con un: ¿comemos juntos o habla-
mos a distancia?

Mujer 2: (Interviniendo) ¡Es mi testimonio!

Mujer 3: Perdón, me deje llevar por la historia de amor...

Cada una vuelve a sus papeles.

Mujer 2: (Alzando la voz para tapar el silencio) Lilia lo ve por
primera vez en La Paz. (Anota) Puede ser una de las lo-
caciones...

123

Mujer 1: Las locaciones las acuerda el director. Nosotras sólo
debemos repasar los detalles de las biografías.

Mujer 2: Su primera experiencia en la clandestinidad fue poco
después de llegar a Buenos Aires, la Noche de los Basto-
nes Largos. (Pausa) Vivía en una pensión mixta donde
comenzó a leer sobre Peronismo, Revolución y algunas
lecturas marxistas...

Mujer 3: ¡Cuidado con la cueva de comunistas!

MUJER 1 y 2 miran a MUJER 3.

Mujer 3: Lilia manifiesta que en Junín le decían “ojo con esa
Facultad que es una cueva de comunistas” (Ríe a carca-
jadas) Mi mamá dice lo mismo...

Mujer 2: (Interrumpe) Él la invita a su departamento a leer el
borrador de un cuento...

Mujer 3: Una invitación artera.

MUJER 2 la mira, molesta.

Mujer 1: (A MUJER 3) Ocupáte de tu biografía.

MUJER 3 continúa con su pesquisa entre los objetos.

Mujer 2: En los primeros tiempos viven en un departamento de
un ambiente... (Se le caen los papeles. Dice lo primero que
memorizó) Ella manifiesta que en el baile él es descoor-
dinado...

Mujer 3: Pegaba unos saltos absurdos. Torpe, descoordinado
pero si de escuchar se trataba...

Mujer 3 y 1: (Al unísono) Era ese tipo de personas que escucha
como interrogando...

124
MUJER 3 y 1 improvisan una canción y bailan.

Mujer 2: (Molesta por la nueva interrupción) En los primeros
tiempos viven en un departamento de un ambiente. Se
levantan tarde. Desayunan en la cama. Fines de semana
en el Tigre. Comida frugal, vino, cigarrillos y charlas in-
finitas.

Mujer 1: ¡Y lo vaciaste de pasión!

Mujer 3: ¡De alma!

Mujer 1: Así no va a funcionar...

Mujer 3: No hay imágenes en tu relato...

Mujer 3: Cuando nos convocaron, vos hablabas de estas muje-
res como...

Mujer 1: Como... quinoas dijiste.

Mujer 3: Lo soportan todo, fue tu comentario.

Mujer 1: Resisten porque se adaptan...

Mujer 2: Por eso las elegimos. (Toma los papeles y le entrega a
cada una un manojo) Seleccionemos.

Mujer 3: (Busca conciliar. Aprieta los papeles en sus manos) Gra-
ciela copia los textos en la máquina de escribir de su pa-
pá. Cada vez que puede enfatiza sus condiciones para la
poesía...

Mujer 2: ¿Dónde se conocieron?

Mujer 3: Ciudad de Santa Fe. En el edificio donde vivía su pri-
ma, por el barrio Norte. Un conocido en común los cruza
y se hacen amigos. Él del norte, ella del Sur, del barrio
antiguo de la ciudad; el del centro cívico, la plaza y la ca-
tedral.

125

Mujer 2: ¿Año?

Mujer 3: ‘49, ‘50.

Mujer 1: ¿A quién le sirven esos datos?

Mujer 2: A nosotras.

Mujer 3: Le gustaba leer teatro... (Busca entre los trastos ele-
mentos del retablo perdido) Sartre...

Mujer 2: ¿Le gustaba a quién, a él o a ella?

Mujer 3: A ambos...

Mujer 2: Confuso... Recordá, trabajamos con la convención del
pronombre personal en tercera.

Mujer 3: A ella le gustaba...

Mujer 2: Tenemos que ser cuidadosas, limpias en nuestro rela-
to. (Pausa) Concentrémonos en los testimonios.

Mujer 1: No hay testimonio sin experiencia.

Mujer 3: (Automáticamente) Ni experiencia sin narración. (Pau-
sa) Me duele la panza.

MUJER 1 y 2 ignoran el último comentario.

Mujer 3: (Sentándose hacia un costado, como una niña) Me due-
le...

Mujer 1 y 2: ¡Ahora no!

Mujer 1: Marta escapó de la nocturna al saberse enamorada de
él. Pidió permiso para ir al baño y se fue. “No va a pasar”,
se dijo... Pero lo que buscaba realmente...

126
Mujer 3: (Aún tomándose el estómago) Era su amor... Todas
buscamos ese tipo de amor.

Mujer 2: Sin posiciones personales, sólo los hechos y su enume-
ración...

Mujer 1: (A MUJER 3) ¿Se te pasó?

Mujer 3: ¿El dolor? No. Algo se me asentó en las tripas.

Mujer 1: (Escapando al último comentario de MUJER 3) ¿La his-
toria de la separación de su marido entra en el relato?

Mujer 2: ¿La separación de quién?

Mujer 1: Del padre de sus hijas mayores.

Mujer 2: No. Dejemos sólo el dato que al momento de conocerlo
ella era casada.

Mujer 3: (Sentada en el piso. Con una suerte de media en una de
sus manos jugando a ser un títere) “¡Allí van los titirite-
ros!”, les gritan. Juntos leen, escuchan música, van al tea-
tro... (Pausa) Escriben obritas cortas... Vivir de los títe-
res, de eso se trata. Mendoza y después Tucumán. Pri-
mera plana de los diarios. ¡Allí van los titiriteros! Men-
doza, Tucumán... Funciones en los ingenios... (Pausa) In-
conscientes... jóvenes... como un equipo de buscas tra-
tando de zafar. (Pausa larga) Todo lo hacíamos con ale-
gría... y con mucha pila (Pausa) Tucumán nos reveló que
teníamos muchas pilas...

Mujer 2: ¡Usá la forma del pronombre en tercera!

Mujer 3: (Distraída) Paco...

Mujer 2: ¡Nada de nombres propios!

Silencio incómodo.

127
Mujer 1: (Saliendo al paso. Mientras levanta a MUJER 3) Cómo te
vas a enamorar de un tipo en una novela, le dijo su ma-
má. Sin embargo, Marta sabía que era el hombre de su
vida. A ese loco de la guerra lo quiero, se decía. (Pausa. A
MUJER 3) Repasá la historia de amor. Esa es la clave.

Mujer 2: (Conciliadora) Usá la tercera persona...

Mujer 1: Ayúdeme, le dijo él, me siento muy solo y no puedo
escribir. Ella supo que ese era el comienzo. (Pausa.
Mientras pone unos trastos en el centro y junto a la MU-
JER 3 busca jugar) Recorre librerías, material de circo,
libros de cocina... y la escritura se les anuda. Belgrano,
Tigre, Tigre y Belgrano... Gana Belgrano y él se va a vivir
con ella.

MUJER 1 y 3 se sientan simulando tener una máquina de escribir delan-
te. MUJER 3 espera como un músico a su director, la MUJER 1.

Mujer 1: Trabajaban a dos máquinas. (Tipeando en el aire) Ha-
blan de los personajes como si fueran familia. (Tipean
cada vez más fuerte) Por favor no mates a nadie, le dice
ella. (Como susurrando un secreto) Porque en todas las
novelas de él alguien moría...

Ante la última confesión todas se detienen. Silencio espeso.

Mujer 1: Cinco años de complicidad. Viajes, escritura, siempre
juntos. El bote y un hijo en común, Ernesto...

Mujer 2: ¡Sin nombres propios!

Mujer 1: La pesca, el río y los libros... (Afectada por el nombre
propio. Intenta tipear en el aire. Fracasa) Queremos...
quieren vivir en La Paloma. (Pausa) Vivir a la orilla del
mar con nuestra mejor creación, un hijo...

Mujer 2: ¡El pronombre en tercera!

128
Mujer 1: “Ahora que la encontré, Marta, no la voy a perder”…
(Mira hacia la mesa) Ella es su álamo Carolina.

MUJER 2 toma el centro y corre la mesa, improvisando un juego.
Es ostensible su dificultad para llevarlo adelante.

Mujer 2: Lilia lo mira entre sus expedientes judiciales. Se lo ve
apasionado. (Pausa) El sol se filtra por la ventana del
pequeño departamento mientras ella se vuelve cómplice
en la reconstrucción de un peritaje balístico. (Arrastra a
MUJER 1 y la acomoda a un costado. Corre, busca un hilo,
se lo pone en las manos y tira) Ella tirada sobre el piso, el
sol pega en sus ojos. Simula el impacto de bala dete-
niendo un hilo sobre el pecho. Él tira del hilo simulando
la trayectoria que figura en el expediente. Ella lo mira.

Mujer 3: Es domingo.

Mujer 2: Vamos a chequear si esto fue así, dice él. Ella hace de
muerto mientras se pregunta: ¿cómo llegué yo acá?
¿Quién es este tipo?

Mujer 3: Su amor.

Mujer 1: (Desde el piso sin dejar el hilo que la une a MUJER 2)
Muerden fantasmas las migas de una alegría seca... (A
MUJER 3) No te molestes en repasar tus papeles, es mío.

MUJER 1 se incorpora y disuelve el juego de MUJER 2.

Mujer 2: (Insiste) Se mudan a San Vicente, un terreno grande
con pajonal. En el fondo planean una quinta. Hay que re-
cuperar la cultura de la tierra, se dicen. Ella no sabe mu-
cho de esas cosas. De un momento para otro se ve en-
vuelta en lecturas que le revelan cómo armar el manti-
llo.

Mujer 3: Una capa de bosta, otra de hojas secas, otra capa de
tierra, se deja en un rincón para que se pudra y se haga
humus.

129

Mujer 2: Salen por las calles de tierra de San Vicente con la bol-
sita de plástico y la palita...

Mujer 3: A juntar bosta. (Satisfecha) Tengo memoria para los
detalles.

Mujer 1: “Ahora que la encontré, Marta, no la voy a perder”
(Pausa) Ella es la mujer que huele a humo de madera.

Las tres mujeres desaparecen detrás de los trastos. Se suma MUJER 4.

Mujer 4: (Mientras entra y elige donde acomodarse. Pausada,
pero de forma constante) Elsa tiene 17 años cuando lo
conoce. El sólo 6 años más, aunque parece mayor por
sus canas. Se conocen en el club de arquitectura donde
ambos son socios. Como hija única es un tanto solitaria.
(Pausa) Lo ve jugando al tenis. (Pausa) Él siempre ro-
deado de amigos. (Pausa larga) La vida solitaria hace
que ella se vuelque a la lectura. Eso llama la atención de
él. (Pausa) Tienen muchas cosas en común... ella lo des-
cubre en las caminatas cuando la acompaña hasta su ca-
sa... Cuando lo conoce, él alquilaba en Belgrano junto a
su familia. Elsa dice que hubo una atracción muy fuerte.
En él fue tremendo, dice ella. Según sus recuerdos fue
producto del metejón que les da a los muchachos muy
jóvenes. (Mira a las mujeres) Perdón por llegar tarde.
¿Continúo?

Sin decir nada, las tres mujeres a unísono asienten con la cabeza.

Mujer 4: Colegio público, con la clase más pobre de la inmigra-
ción... Nada cambia desgraciadamente... lo dice ella
cuando mira el presente. Abierta, afectiva, entusiasma al
pibe y a la familia. (Toma una bocanada de aire y sigue)
Él estudiante de geología, ella lectora de Lorca por pa-
sión de su suegra...

130
Mujer 1: (Comienza un recitado del poeta granadino) “El otoño
vendrá con caracolas, / uva de niebla y montes agrupa-
dos, / pero nadie querrá mirar tus ojos / porque”...

Mujer 3: (Interrumpe nerviosa) “No te conoce nadie. No. Pero yo
te canto / Yo canto para luego tu perfil y tu gracia / La
madurez insigne de tu conocimiento”.

Mujer 4: (Interrumpe) Lee su teatro, la poesía no. (Continúa) Se
casan en el ‘47. “Con la historieta se puede hacer una re-
volución histórica para el pueblo”, le dice él una y otra
vez. Revolución... en este país... (Ríe) Ella ríe, yo no.
(Pausa) Tienen una casa tapada de libros. Cuatro años
solos, los primeros. Después los hijos “uno atrás del
otro”. Hembritas todas. Las cuatro...

Las Mujeres al unísono: ¡Shhhhh!

Mujer 4: Elsa es insustituible, le pasa a máquina sus guiones.
Descifra sus garabatos como nadie.

Las Mujeres al unísono aplauden.

Mujer 4: (Satisfecha por el reconocimiento) El chalecito en Bec-
car es testigo de la felicidad familiar. El tiempo de las
nenas en el vientre y en el patio... (Comienza a ponerse
un tanto nerviosa. Por primera vez saca sus papeles y los
revisa) El tiempo de los códigos y de las historietas...

Silencio incómodo. Las MUJERES 1, 2 y 3 al unísono, aplauden.

Mujer 4: ¿Y ahora?

Mujer 1: La clave está en la historia de amor...

Mujer 3: En sus detalles...

Silencio breve pero incómodo.

MUJER 3 y 2 apuran un juego. Arrastran dos sillas al centro y si-

131
mulan estar en un cine.

Mujer 3: Van al cine una vez por semana.

Mujer 2: Te espero y vemos dos secciones, dice él.

Mujer 3: Vermouth y noche.

Mujer 2: Cine francés.

Mujer 3: ¡Fascinación por Jean Moreau!

Mujer 3 y 2: (Al unísono) ¡Pero preferíamos los western! (Se dan
cuenta del pronombre inapropiado y dejan el juego)

MUJER 1 toma la silla del centro y rodea el brazo de la MUJER 3.

Mujer 1: Meses sin salir a ningún lado y hoy, El padrino.

Mujer 3: Años ‘40. Don Vito Corleone es el jefe de una de las
cinco familias de la mafia de Nueva York. Cuatro hijos:
una chica y tres varones, Sonny, Michael y Freddie.

Mujer 1: Cuando Corleone se niega a intervenir en el negocio de
las drogas, el jefe de otra banda ordena su asesinato.

Mujer 3: Estupenda actuación de Marlon Brando...

Mujer 1: El inicio de una violenta guerra... (Pausa incómoda)

Todas las mujeres se miran y como en un juego se esconden detrás de
los objetos.


2.
El espacio se presenta ostensiblemente modificado. Varios ambientes
simulados disfrazan los trastos con una funcionalidad que han perdido
hace tiempo. Cada una de las mujeres elige cuidadosamente uno de los
espacios montados para la función.

132
Mujer 2: (Mientras se viste, a MUJER 3) ¿Qué hacés?

Mujer 3: Silencio.

Mujer 2: Vestíte.

Mujer 3: Me duele la panza.

Mujer 2: Ahora no.

Mujer 1: (Mientras se viste) Pensá en otra cosa.

Mujer 3: Su relato se me asentó en las tripas...

Mujer 1: No te hace bien. Soltálo.

Mujer 2: Vestíte. No tenemos tiempo.

MUJER 2 inicia una suerte de partitura de movimientos. Se recuesta y
como en una pesadilla se sienta exaltada. Lo repite una y otra vez. Bu-
sca volverlo mecánico.

Mujer 3: Estoy pelando la leña / para encontrarle el alma al
palo... / Y así dibujar mi rostro / en el interior de este
palo... (Pausa) Por eso huyo de la ciudad / donde es difí-
cil encontrarle el alma a este palo. / Aquí...

Mujer 2: (Sin abandonar su partitura). Vestíte.

Mujer 3: Lo leí mientras investigaba. Soy buena para los deta-
lles...

Mujer 4: (Mientras termina de vestirse. Como repasando) Nos
tenemos que ir mamá, dijeron al unísono. Nos tenemos
que ir... (Pausa) Ella acepta el adiós.

Mujer 3: (Sin dejar de rodear su vientre) Ciudad de Santa Fe. En
el edificio donde vivía su prima, por el barrio Norte. Un
amigo los cruza. Él del norte, ella del Sur, del barrio an-

133
tiguo de la ciudad; el del centro cívico, la plaza y la cate-
dral.

Mujer 1: (Con un dejo de tristeza) Vestíte por favor.

Mujer 3: (Sin escucharla la mira) Me gusta la historia del reta-
blo al final del pasillo...

Mujer 2: Vestíte.

Mujer 4: Y andá al retablo con tus títeres.

Mujer 1: Con sus títeres.

Mujer 4: ¿Con los de quién?

Mujer 2: No hay tiempo para este juego.

Mujer 1: Andáte, le dijo. Andáte a la Universidad de Quito, pero
él no deja de hablar y mirar a Cuba. (Pausa. Mirando a
sus compañeras) Nace el nene y nos vamos, dijo, pero só-
lo para tranquilizarla. Vas vos y después yo te sigo, dice
ella... pero él no quiso.

Mujer 3: (A la MUJER 1) ¡Allí van los titiriteros! Funciones en los
ingenios... (Pausa) Inconscientes... jóvenes... (Pausa lar-
ga) ¡Allí van los titiriteros!

Mujer 4: (Repasa textos) No hay que abusarse de la ignorancia
de un pueblo...

Mujer 1 y 2: ¡Shhh!

Mujer 4: (Desoyendo el pedido de silencio) Ella tarda en com-
prender algunas cosas...

Mujer 2: (Mientras sigue probando la partitura de acciones) En
San Vicente no tenían luz eléctrica. Andaban con lámpa-
ras a kerosén. ¡Cien bombazos para que apareciera el
agua y llenar el tanque! En los blancos de agenda están

134
atados al pasto, entre los yuyos. (Pausa) Comer algo,
dormir la siesta y después Scrabble. (Pausa) Mirar las
estrellas y un rato de pelea. (Mirando a las mujeres) Es
mala perdedora.

Mujer 3: Salen por las calles de tierra de San Vicente con la bol-
sita de plástico y la palita... a juntar bosta para el manti-
llo.

Mujer 1: ¡Escribí! ¡Vomitá todo el dolor que tenés!, dijo ella. Él
la escuchó... y escribió. (Pausa) Y hasta le puso nombre,
aún cuando no puede quitar la hoja de la máquina. (A las
mujeres) Todo lo que sé no lo vi, lo escuché. (Pausa) Por
favor no rompan el cuento que está en la máquina...

Mujer 2: Antes de dormir montan el vaso de agua, el cenicero...
una lectura cuando el cuerpo no puede con la noche pa-
sional y las granadas.

Mujer 3: (Con un títere de guante sobre el vientre. Recita) El oto-
ño vendrá con caracolas, / uva de niebla y montes agru-
pados, / pero nadie querrá mirar tus ojos / porque...

MUJER 1, 2 y 4 se detienen y la miran. MUJER 3 calla.

Mujer 1: Es agente cubano, grita el más alto. (Transición. Se afe-
rra a la primera persona) Vamos reconózcalo, insiste. Lo
miro. Yo no puedo dejar de pensar que el odio no es ha-
cia nosotros... (Pausa) Andáte, le digo, andáte para Qui-
to... Nace el nene y después voy yo. (Pausa) Pero él se
quedó.

Mujer 3: (Manipulando el títere. Interrumpe, nerviosa. ) “No te
conoce nadie. No. Pero yo te canto... (A los gritos como
para tapar tanto recuerdo) “No te conoce nadie. No. Pero
yo te canto / Yo canto para luego tu perfil y tu gracia /
La madurez insigne de tu conocimiento...”

Mujer 1: (Enredada en el uso del pronombre en primera persona)
Nos vamos para el cine. Los chicos quedan al cuidado de

135
un compañero... (Pausa) Andáte te digo, nace el nene y
después voy yo. Pero decidís quedarte...

Mujer 2: Antes de dormir, montan el vaso de agua, el cenicero...
una lectura y las granadas. (Como en un espasmo detiene
la partitura) Te sueño y despierto. ¡Cada aniversario
despierto pensándote vivo! (A las mujeres) ¿Dónde está?
(Pausa) ¿Dónde estás?

Mujer 1: ¿Dónde estás?

Mujer 3: ¿Dónde?

Mujer 4: ¿Dónde estamos?

Mujer 2: ¡Hoy te toca a vos, haragán! (A las mujeres en complici-
dad) Ayer le traje el café yo. (Pausa) Me levanto a prepa-
rarlo mientras él desmonta las granadas.

Mujer 1: (Acurrucada) Yo permanezco sobre el suelo mientras
se llevan los muebles. Me refugio en la manta que al-
guno de ellos me acerca. Y pienso que el odio no puede
ser hacia nosotros.

Mujer 2: Antes de dormir, montamos el vaso de agua, el cenice-
ro y... (Pausa) Hoy te toca a vos, haragán... ayer traje el
café yo. (Pausa) Pero cedo a tu encanto como siempre, y
me levanto a prepararte el desayuno...

Mujer 1: ¡Pregúntenme a mí! No se lo lleven... A lo mejor yo les
puedo responder lo que él no recuerda... (Pausa larga)
Andáte... después yo te alcanzo. (Pausa) Pero vos te
quedaste y ¿ahora?

Mujer 2: (Sin dejar de repetir la partitura, como en un eterno
despertar) ¿Dónde estás?

Mujer 3: (Buscando abrazar a la MUJER 1) “Ahora que la encon-
tré, Marta, no la voy a perder”… te dijo...

136
Mujer 2: (Inicia la partitura como un espasmo continuo) Se suel-
ta el sintonizador, QAP, QAP... se corta la señal del tele-
visor. Y a correr por alguna radio...

MUJER 3 mira a MUJER 4 para que vaya al abrazo de MUJER 2.

Mujer 1: (Quitándose a la MUJER 3 de encima) Lo escucho. Está
en el dormitorio, resistiéndolos. (Mirando a las mujeres)
Había dejado milanesas para nuestra vuelta del cine. Se
las comieron ellos.

Mujer 3: Ella lo supo por los platos, eran seis.

Mujer 1: Yo sobre el suelo mientras se llevan los muebles. Me
refugio en la manta que alguno de ellos me acerca. Es
linda, tira el más alto mientras el otro dice “estamos en
guerra y son ustedes o nosotros. Por eso no tenemos
que dejar ni la semilla de ustedes...”

El tono de las mujeres se vuelve desafiante, como si respondieran al
recuerdo atrapado.

Mujer 4: Somos quinoas...

Mujer 2: Lo resistimos todo

Mujer 3: ¿“un árbol se muere de pie”? (...) Rilke se muere de
flor/ Emily se muere de triste / algunos se mueren de
lluvia / otros se mueren de noche / otros se mueren de
viento... Van Gogh de amarillo / Alfonsina de sal / algu-
nos de amor / otros de miedo / otros se mueren1. (Refu-
giándose en sus títeres) La poesía no consuela...

Mujer 1: ¡Pregúntenme a mí! No se lo lleven. A lo mejor yo les
puedo responder lo que él no recuerda... (Pausa larga)
Andáte... Pero vos te quedaste ¿y ahora?

1 Fragmento de Morirse poema de Luciana Álvarez, en: Palabra Viva, Buenos Aires,

SEA, 2007.

137

Mujer 3: El olvido es otra forma de la muerte. Nada queda de
las gestas heroicas sin una voz capaz de celebrarlas. (A
las mujeres) Los versos carecen de muerte. “No moriré
entero, una gran parte de mi evitará la muerte”... Hora-
cio o Virgilio, lo leí mientras investigaba. Tengo memo-
ria para los detalles.

Mujer 1: Quiero despedirme, grito a tientas en la oscuridad de
mis vendas. Lo llamo. Lo llamo. Me llevan junto a él. Se
acerca y me da un beso en la cara justo en el lugar que
tengo descubierto. Los estás viendo amor, los estás
viendo... Cuidáme al nene, me susurra... Sí, mi amor. Vos
andá que yo te sigo...

Mujer 3: (Respondiendo a la última réplica) “Ahora que la en-
contré, Marta, no la voy a perder”, te dijo...

Mujer 1: Cuidáme al nene y me dejó. (Pausa) Soy tu álamo Caro-
lina, pienso, mientras lo pierdo.

Mujer 3: Los versos carecen de muerte... Sin embargo... La poe-
sía no consuela.

Mujer 2: (Deteniendo el frenesí de los movimientos e intentando
recuperar algo de aquel primer momento en donde se tra-
taba de seleccionar los hechos. Con dificultad) Fue alre-
dedor de las dos de la tarde. La noche anterior habían
escuchado el noticiero en inglés de la BBC por onda cor-
ta, “un gigantesco operativo con helicópteros en plena
ciudad de Buenos Aires...” Ya de mañana él no está,
cuando ella escucha lo de su hija... Él regresa. (Pausa) No
se dicen nada, se abrazan.

Mujer 1: (Va hacia la Mujer 2 y la abraza) Ella extraña. Extraña
al gorrito hecho de media y las canciones improvisadas
en latín saludando a los vecinos. Extraña la máquina de
escribir y ese cajón de frutas lleno de diccionarios...

138
Mujer 3: (Con ambas manos ocupadas por títeres de guante)
Mamá, me voy con papá. (Pausa) Con tu papá no, con tu
cómplice de militancia. (Pausa) Rájense, les digo, pero
no me hacen caso… (Pausa) Rájate, dije ¿te acordás? Pe-
ro no me hiciste caso. (Con el muñeco de una mano co-
mienza a golpear al otro) Tomo el tren como todos las
noches y compro la 6ta de La Razón. Me entero de tu
muerte, la leo. (Deja de jugar) Te emboscaron. Ambos lo
supimos al despedirnos en Acoyte y Rivadavia, Mendoza
era tu sentencia...

Mujer 4: Andá con tus hijas, ¡tenés que saber donde están! Si les
llega a pasar algo... (Pausa) Ella se va para el jardín y se
desquita descabezando yuyos como si fueran las cabe-
zas de más de uno... Los maldice. (Pausa) Ahí ve todo
con tanta claridad... en ese momento lo supe ver, asegu-
ra hoy a quien quiera oírle.

Mujer 3: (Sigue el testimonio mediado por la manipulación de los
muñecos) Rájense, les digo, pero no me hacen caso...
igualita a tu padre tenías que ser. Con vos no necesité de
un diario. De vos me lo contó tu silencio. Te llamo a las
cinco mamá, dijiste, y no pasó. (A las mujeres) El silencio
me lo gritó. (Pausa) Una capa de bosta, otra de hojas se-
cas, otra de tierra, se deja en un rincón para que se pu-
dra y se haga humus...

Mujer 2: Él llega y la abraza. No se dijeron nada, sólo se abraza-
ron. (Pausa) Vos que sabés de la muerte ¿qué pasa?, le
pregunta él...

Mujer 3: (Soltando los muñecos y encarando a la MUJER 2) ¿Vos
crees que es una muerte que valió la pena?

Mujer 1: (Soltando el relato) ¿Hay muertes que valgan la pena?

Mujer 3: (Se aferra a los versos de un poema) “unos se mueren
de risa /otros se mueren de ganas/ otros se mueren de
frío/ otros se mueren de rabia/ otros se mueren de
hambre/ otros se mueren de susto”... (Pausa) sin una

139
voz capaz de celebrarlos... la mayoría se muere de olvi-
do.

Mujer 4: Ella no calla... Le mataron a todos los suyos, ¿por qué
debería callar?

Mujer 2: Soy mucho más que una mujer, soy una memoria.
(Pausa. Recita) “Mil millones de circuitos cerebrales de-
dicados a preservar el recuerdo de lo que se oye”...

Mujer 3: Papel secante de la palabra, pegapega de la risa, em-
budo de suspiros, desagüe de promesas, amarradero de
despropósitos... “2 (Pausa) Tengo memoria para los de-
talles...

Mujer 1: Soy la mujer que huele a humo de madera. (Pausa)
Somos... memoria. “Millones de circuitos cerebrales de-
dicados a preservar el recuerdo de lo que se oye”...

Las cuatro mujeres caminan el espacio, inquietas.

Mujer 2: (Se refugia en los papeles) Buscar con urgencia en to-
dos sus relatos.

Mujer 3: (Se esconde) No quiero saberme saber.

Mujer 4: (Comienza a desvestirse) La pelea con la desaparición
es dura...

Mujer 1: (De entre los espacios simulados arrastra al centro una
máquina de escribir) Una simétrica repetición de expe-
riencias.

Mujer 2: (Abrumada por el reconocimiento) ¡No recuerdo!

Mujer 1: (Mirando a la MUJER 2) Olvido.


2 Referencia a LA BATALLA, pieza teatral de Rodolfo Walsh.

140
Mujer 3: Buscá en los detalles...

Mujer 2: QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP,
QAP, QAP.

Mujer 4: El olvido sólo es búsqueda...

Mujer 2: QAP, QAP.

Mujer 1: Se trata de concentrarnos en la historia de amor...

Mujer 3: Volver al pronombre en tercera persona...

Mujer 4: Borrar la huella de los nombres propios...

Mujer 2: (Desde la partitura aprehendida) QAP, QAP.

Todas las mujeres rodean a la Mujer 2 y buscan detenerla desde un
abrazo.

Mujer 1: Memoria y suceso se han juntado.

Mujer 3: De qué nos sirven las palabras si no pueden constatar
que nos han devorado...


3.
El espacio revela la condición de lo impermanente. En él las mujeres son
testimonio del tiempo. Dispuestas en círculo.

Mujer 1: ...Y te vas escapando. Es como que te muerden los ta-
lones y a los saltos buscas evitar más daño. Buscas dis-
traerlos y sacar la ventaja de un tiempo. Corrés hacia al-
gún lado. No sabés muy bien a dónde. Sólo una convic-
ción te acompaña, no mirar hacia atrás hasta no estar a
salvo. Si se gira tu destino se vuelve sal y se disuelve.
Corrés y te llevas lo que podes. ¡No mires hacia atrás, no
te detengas porque te van a devorar los talones! No vol-
tees, no gires, no respondas, vos corré hasta encontrarte
a salvo de ser una estatua de sal y desaparecer...

141

Mujer 2: Cruzás la frontera y seguís. Te están buscando. Las
noticias te lo confirman. Algunos años se viven como
eternos. Los primeros te dejan ver en perspectiva pero
sólo lo inmediato.

Mujer 3: Exilio o muerte, lo mismo en toda tragedia (Pausa) El
exilio es una vaca que puede dar leche envenenada...

Mujer 1: Una enfermedad que lleva a la cuarentena del afecta-
do...

Mujer 2: El exilio es... el brusco final de un amor...

Mujer 4: (Se superpone) Se parece a los sobresaltos nerviosos
del destierro. (Pausa. Se miran) ¿Quién lo dijo?

Mujer 3: Es como una muerte inconcebiblemente horrible por-
que es una muerte que se sigue viviendo consciente-
mente... Cortázar... (Las mira) Lo leí, tengo memoria para
los detalles.

Mujer 2: Los exiliados son inquilinos de la sociedad...

Mujer 4: (Rompe el pequeño juego) Elsa no se fue. A Elsa le cor-
taron las piernas. Primero dos de sus hijas, después su
marido, y el infierno no termina de cerrarse; para cuan-
do le atrapan a la más chica de las hembritas y con ella
la promesa de una panza llena de vida... (Pausa) ¡Qué le-
jos queda el chalecito en Beccar! El tiempo de sus nenas
en el vientre y en el patio... El infierno tan cerca, tan vivo
entre los muertos que sólo intuye... (Pausa) Una tumba,
sólo un cuerpo. (MUJER 3 se tapa los oídos. MUJER 4 si-
gue) Y la muerte te pesa de un modo que no corrés. Ella
no se fue. ¿Qué miedo tener cuando te lo han quitado
todo? ¿Cómo correr si te han amputado los talones?...

MUJER 3 se toma el estómago, como en un acto reflejo.

Mujer 2: (A MUJER 3) ¡Ahora no!

142

Mujer 3: No quiero seguir jugando.

Mujer 1: No voltées, si lo hacés tu destino se vuelve sal. (To-
mando a la MUJER 2 la arrastra al centro y comienza un
juego)

MUJER 1 dispone del cuerpo de MUJER 2 como si se tratase de un
muñeco. La acomoda de tal modo que se asemeja a la representación
del cuadro de Munch, “El grito”. Alrededor de esa figura improvisada,
las mujeres continúan con las biografías hechas testimonios.

Mujer 1: La memoria nos labra y nosotros la modelamos.

Mujer 3: (Cansada) La memoria es nuestro espíritu.

Mujer 1: Es apuesta constante...

Mujer 4: Conjunto de estrategias...

Mujer 1: Lo que ha pasado no ha desaparecido porque es posi-
ble revivirlo gracias al recuerdo.

Mujer 4: Nos ofrece la ilusión de una posibilidad...

Mujer 2: (Desarmando la figura y recuperando el círculo) Es ne-
cesario perderla para darse cuenta de que ella es toda
nuestra vida...

Mujer 3: (Rompe el círculo) “No moriré entero, una gran parte
de mi evitará la muerte”... pensaban los viejos poetas...
no lo sé...

Mujer 1: Sólo un poco más...

MUJER 4 toma de los brazos a MUJER 3 y con el cuidado que sólo da el
amor le toma el rostro entre sus manos. MUJER 3 se entrega al momen-
to. Ambas mujeres cierran los ojos y se disponen rememorando la re-
presentación de “Los Amantes” de Magritte.

143
Mujer 2: Debemos rememorarlo todo...

Mujer 1: (Entrando nuevamente en la rememoración) El verda-
dero amor está rodeado de tristeza. Es breve, intenso y
se muere. ... (Pausa) ¿Cuándo dejaste de ser vos para ser
mío?

Mujer 2: Soñarlo me hace buscarlo vivo, asegura Marta.

Mujer 1: Ella extraña sus ojos color de mar. Diadorin... Diadorin,
la llama mientras rasca su cabeza.

Mujer 3: (Deshaciendo la imagen) Aún no puedo leerlo me hace
buscarlo vivo, dice Graciela. (Mira a las mujeres) Ella no
puede perdonar. (Cansada) Se amontonan los años. (A
MUJER 1) ¿Dónde quedó Diadorin?

Mujer 1: ... en el recuerdo. Diadorin guerrera travestida, que
combate entre los hombres...

Mujer 2: Está en la pelea de las cosas cotidianas...

Mujer 1: “Vos no vivís si no peleas...” le decía él mientras se re-
fugiaba en esa fuerza. En la fuerza de su Diadorin. (Mien-
tras le rasca la cabeza a MUJER 3) Ella está viva porque
pelea...

Mujer 3: (La mira) Como QUINOA...

Mujer 1: No me quiero morir en lugar tuyo, aunque a veces qui-
siera estar en tu lugar...

Mujer 3: Él le dijo que iba a vivir ochenta años y hoy, aún por
momentos, ella le sigue creyendo.

Mujer 2: ¿La soledad tiene discursos?

Mujer 4: ¿En qué lengua habla?

144
Mujer 1: Cinco años de amor. (Pausa) y un cuento. El del árbol
con nombre de mujer. (Mirando a las mujeres) Yo lloro
junto a su muerte.

Mujer 2: No se debe arrancar a la gente de su tierra,

Mujer 4: la gente queda dolorida,

Mujer 2: la tierra queda dolorida.

Mujer 3: El dolor queda como fuego en el alma...

Mujer 4: Se nos amontonan los muertos.

Mujer 3: (Abrumada) No quiero jugar más.

Mujer 2: (Acercándose y tomándola de las manos) como QUI-
NOAS dijimos.

Mujer 3: Silencio.

Mujer 1: (Va hacia el rincón donde están los títeres. Toma uno de
guante y lo manipula. Pegando puñetazos al aire) La ver-
dad de la memoria lucha contra la memoria de la ver-
dad.

Mujer 3: Es difícil reconstruir lo que pasó... Quiero irme...

Mujer 1: En sus historias de amor está la clave. Aferráte a ese
tiempo de la historia.

MUJER 1 acerca a MUJER 3 un títere.

Mujer 3: ¿Y los detalles? Qué hago con mi memoria para los
detalles. Sangran, los detalles sangran...

Mujer 4: (Interrumpe) Alguien dice “No te olvides de olvidar el
olvido”... (A MUJER 3, como si buscase distraerla) ¿Quién?

Silencio incómodo.

145

Mujer 3: No recuerdo...

Mujer 1: “Ahora que la encontré, Marta, no la voy a perder”…
¿recordás? “Marta”, la nombró y el mundo se le dibujó
nítido a ella.

Mujer 3: Loco por el mundo, loco y mujeriego pero mío... (Des-
consolada) No encuentro el camino, me perdí en los de-
talles…

Mujer 1: (A MUJER 3) Verde de memoria. Soy tu álamo Caroli-
na...

Mujer 3: ¿Y para qué?

Mujer 1: Porque lo tiene metido dentro...

Mujer 3: Yo no puedo con sus biografías...

Mujer 1: Es un árbol en verano... es casi como un pájaro...

Mujer 3: Tanta ausencia me entumece las alas.

Mujer 1: Marta es aún la mujer que huele a humo de memoria
verde...

Mujer 3: ¿Hacia dónde vamos?

Mujer 4: A dejarnos de pensar en singular. Hay cosas, cosas que
se escriben en plural para estar bien escritas y comple-
tas...

Mujer 1: Como QUINOAS.

Mujer 3: Y con el naufragio, ¿qué hacemos con el naufragio?

Mujer 2: Seguir...

Mujer 4: narrándolo hasta que alguien escuche.

146

Mujer 3: No lo sé... no estoy segura...

Momento de crisis ante la última réplica. Todas rompen definitivamen-
te el círculo y comienzan a caminar el espacio de forma confusa.

Mujer 3: Estamos como condenadas.

Mujer 2: Aquí, condenadas.

Mujer 3: Condenadas al tiempo...

Mujer 2: Estamos aquí, condenadas.

Mujer 4: Al tiempo, condenadas al tiempo.

Mujer 1: Al tiempo de la ausencia.

Mientras continúan con las mismas réplicas sus cuerpos recrean una
nueva imagen, “Los fusilamientos” de Goya.

Mujer 3: Estamos como condenadas.

Mujer 2: Aquí, condenadas.

Mujer 3: Condenadas al tiempo...

Mujer 2: Estamos aquí, condenadas.

Mujer 4: Al tiempo, condenadas al tiempo.

Mujer 1: Al tiempo de la ausencia.

Mujer 3: (Busca romper con una nueva cita) Aunque sé que
puedo estar sin vos, cómo hacer que quiera estar sin
vos... (Con cierta dificultad) Tengo memoria para los de-
talles...

Mujer 1: Marta, la vida es un borrador. La vida es un borrador,
le decía...

147

Mujer 3: Quiero desatar mis tripas de estos relatos. Su dolor en
presente me da miedo, quiero irme, quiero soltarlos...

Mujer 2: Como QUINOAS, dijimos.

Mujer 1: Fuertes como ellas, dijimos.

Mujer 3: La poesía ya no consuela.

Mujer 1: ¡Decí! ¡Vomitá en palabras todo el dolor que tenés!

Mujer 4: Nos tienen que oír ¡Gritá!

Mujer 2: Nada queda de las gestas heroicas sin una voz capaz
de celebrarlas. Necesitamos ser esas voces...

Mujer 4: Representarlas. Narradoras de una experiencia.

Mujer 3: (Comienza tímidamente y se transforma conforme lo
recita) “...otro sufrimiento / igual a diapasones y recur-
sos / que conozco perfectamente y que no vale la pena /
repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque /
tendré que ir / reconociendo que no he sabido / hacer-
me entender. Y esto es agudo como un ataque / que nos
traga la lengua; pido entonces disculpas / por la mala
impresión, por las exageraciones”3.

MUJER 3 mira a las mujeres, satisfecha. Con una seguridad que hasta el
momento no la había acompañado, toma el centro de la escena. Arra-
strando algunos trastos, no calla. Recita fuerte, mastica cada palabra
con satisfacción.

Mujer 3: “Espero que el rencor no intercepte / el perdón, el aire
/ lejano de los afectos que preciso: que el rigor / no se
convierta en el vidrio de los muertos; tengo / curiosidad
por saber qué cosas dirán de mí; después / de mi


3 Milonga del marginado paranoico, Paco Urondo en POEMAS PÓSTUMOS.

148
muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas /
afinidades tan desencontradas, / porque mis amigos
suelen ser como las señales / de mi vida, una suerte
trágica, dándome / todo lo que no está.
Prematuramente, con un pie / en cada labio de esta
grieta que se abre / a los pies de mi gloria: saludo a
todos, me tapo / la nariz y me dejo tragar por el
abismo”4. (Comienza a reír)

Las mujeres empiezan a contagiarse de la última emoción y ayudan en
la tarea de acomodar los trastos. Todas ríen.

Mujer 3: ¡Los versos carecen de muerte!

El espacio se ha vuelto un gran retablo.

Mujer 3: Paco está vivo, ella lo sabe.

Mujer 1: Es la memoria...

Mujer 2: Ellas lo saben...

Las mujeres se miran satisfechas frente al último descubrimiento. Con
sus manos vestidas de muñecos inician el juego nuevamente.

Mujer 1: “Ahora que la encontré, Marta, no la voy a perder”, le
dijo. Y ella supo que era verdad. (Pausa) Me gusta.

Mujer 2: ¡No te adelantes!

Mujer 1: (Desoyendo el último comentario) Creo que en su his-
toria de amor está la clave.

Mujer 3: ¡En la de todas!


FIN


4 No puedo quejarme, Paco Urondo en POEMAS PÓSTUMOS.

149

FELICE


El amor siempre contiene un amor de poder.
Por eso mismo el amor de transferencia es el
camino real hacia el estado amoroso;
cualquiera que sea, el amor nos hace frisar la
soberanía.

Julia Kristeva


Cuarto estrecho. Una máquina de escribir. Felice en enaguas, sentada,
lee unos papeles y tipea. Lee y tipea. Por momentos parece emocionada.
Se detiene para luego recomenzar.

1.

Felice- Mi querido señor Franz he disfrutado su última carta
pero debo pedirle que sea generoso con esta simple mu-
jer y me destine más de su prosa... Su nueva ocurrencia
me dejó sin aliento, fatigada de tanto reír ¿cómo es eso
de que nuestra pequeña máquina atenta contra la ima-
ginación? La imaginación es un don que Dios regala a
unos pocos y que no quita salvo al perezoso y usted no
es de esos... Quizás me castigue por vanidosa, pero co-
mienzo a pensar que sólo lo hace porque me necesita...
Con afecto, Felice.

Camina envuelta en el recuerdo.

- Fue en Praga. Llovía. En casa de Max. Olvido mis botas junto a
la estufa, un detalle que lo confunde. No soy la criada, le
digo. Qué descaro el solo pensarlo... Hace silencio. Pre-
gunta por mí. Estoy segura, pregunta por mí. Se acerca,
me muestra unas fotos. Sí, esas fotos. Alguien pregunta
¿por qué viajó? No sé si se refiere a mí o a usted. Por un
manuscrito, es ese mi propósito. (Pausa) No debería ha-
ber viajado, eso lo dicen por mí. Ya no escucho, me pier-
do en sus argumentos, me transformo en un soldado
caído en esta guerra. Usted me transforma en uno de
ellos, me deja sin patria. (Pausa) Cierro los ojos para
torcer el destino, sin embargo me pierdo.

153

Vuelve a tipear.

¿Cuánto ya de nuestro encuentro casi un año? Antes que la mal-
dita se instalase. No me atrevo ni a nombrarla, para qué.
¿Hay algo que se escuche que no sea su andar? Pienso
que de no ser por ella, quizás, usted estaría conmigo.
Todo lo destroza, hasta el amor. (Pausa) Hablar de amor
en tiempos de guerra suena a blasfemo mi querido lo sé,
pero no puedo dejar de decirlo. Cada noche pienso en
nuestro próximo encuentro. Me pregunto si no volverá a
confundirme… Si me volverá a mostrar fotos... Pienso
cómo tendrá su pelo. Yo he recortado un poco el mío.
Nunca le he preguntado cómo es su agrado sobre la
cuestión. Nunca me ha dicho ¿se da cuenta? Siempre su-
ya, Felice.

Suma la última escritura a otros papeles. Toma de una caja una carta y
lee.

“La otra noche la soñé, es la segunda vez. Un cartero me traía
dos certificadas suyas y me entregaba una en cada mano
con un movimiento magníficamente preciso de los
brazos que saltaban como émbolos de una máquina a
vapor. Eran cartas mágicas. Podía extraer cuantas hojas
quisiera sin que los sobres jamás se vaciaran. Me
encontraba a mitad de una escalera y estaba obligado,
no se ofenda, a tirar sobre los escalones las hojas ya
leídas si quería extraer más de los sobres. Toda la
escalera de arriba a abajo estaba cubierta de manojos de
hojas y el papel elástico, ligeramente sobrepuesto,
libraba un fuerte murmullo".

- ¡Brazos como émbolos! Su prosa no descansa mi querido
amigo. Envidio esa capacidad suya en estos tiempos. Yo
no puedo despegar del bullicio de tanta muerte. ¿Dónde
escapar me pregunto? Es una peste que nos devora. A
veces temo correr las cortinas, la sangre se pega en los
vidrios como polvo. Duermo de día para pensarme en
una pesadilla y distraer tanto terror. Me refugio en la

154
noche, en sus manuscritos, en sus cartas. ¿Y si todo es
puro sueño. Y si la sangre es polvo y si la guerra solo es
una fabulación de los papeles que transcribo y si sus
cartas son? ...

Dando vueltas nerviosa por el cuarto susurra como un rezo.

En la noche fría, absorta en la lectura... olvidé la hora de acos-
tarme... Aquí entre sus palabras... (Pausa) Le ofrecería
una taza de té pero se ha enfriado. Estoy demacrada. Mis
hábitos se han vuelto un tanto trastocados por culpa de
su imaginación... Soy feliz. (Pausa) “En la noche fría, ab-
sorto en la lectura de mi libro, olvidé la hora de acos-
tarme”...

Se sienta a la máquina. Tipea.

- Siempre suya, mi querido amigo... hoy desperté con la sensa-
ción de soñar su sueño. ¿Será así? ¿Será que mis vigilias
no le alcanzan? ¿Será que su tinta se hizo sangre en mí?
Hoy su sueño devoró los míos. Estoy sentada a su lado.
Un momento a solas, íntimo. Yo busco sus manos. No las
encuentro. Busco por entre los papeles. Siento un pe-
queño pero agudo ardor como si algo me hubiese mor-
dido en aquel sótano oscuro y solitario. Quito mi mano
de su lado y descubro que de mi dedo brota un hilo de
sangre. Oscura como tinta. Solo es una gota me digo y si-
go buscándolo pero ya no está o sí está pero detrás de
una luz blanca. Enceguecida de claridad despierto y me
miro las manos. ¿Será que su tinta se hizo sangre en mí?
Mi querido señor Franz su amiga Felice comienza a pa-
decer de sus desórdenes pero no de su talento. (Pausa
breve) Ayer la madrugada me encontró tipeando y sin
cenar. El hambre se me distrajo como dice usted “la con-
centración extrema no sabe lo que es el esfuerzo”.

Se quita de la máquina.

- En una caja de madera guardo sus cartas. En una caja junto a la
almohada. Las numero al cerrar el día. Llevo más de

155
100. Cuando la guerra interrumpe las repaso y escribo a
cuenta una nueva respuesta. Me olvido de todo, menos
de sus palabras. Es que lo tengo dentro. La tinta se me
ha hecho carne. Su tinta es mi veneno. Marca su ausen-
cia. En esta caja de madera, llevo más de cien y faltan
otras tantas.

Intranquila camina por entre los papeles.

¿Lo huele? Se escabulle por entre las rendijas, no hay modo de
escaparle. Trapos húmedos en los huecos, perfume mez-
clado con agua por los rincones, nada alcanza. El in-
fierno se ha instalado entre nosotros... a veces cuando el
olor a tanto muerto se me pega en el estómago no puedo
rememorar el suyo mi querido amigo. El olor de un
cuerpo vivo me digo en voz alta, el olor de un cuerpo vi-
vo... y otra vez la sangre que se agolpa en el polvo, tras
los vidrios y el olor de la muerte que se filtra por entre
los huecos. Entre mis huecos.

Tomando una de las cartas de la caja, se refugia en las palabras, recita
de memoria.

- “¿Vendrán tiempos mejores? Felice, abre los ojos y déja-
me mirar en ellos, si contienen mi presente, ¿por qué no
habría de encontrar también mi futuro en ellos?”
-
Se detiene.

- Tengo los ojos cerrados mi querido, ¿Acaso el amor en tiempos
de guerra es una banalidad? ¿Acaso se me castiga por
pensarlo? El horror me avergüenza. (Pausa) Cierra los
ojos mi amor, improvisa una sonrisa en el rostro que re-
cuerdes de tu Felice. (Pausa) “¿Vendrán tiempos mejo-
res?”, no lo sé. La distancia junta polvo y me perturba. Se
me nubla el presente. (Pausa) Como tiene su pelo, yo he
recortado un poco el mío... Le serviría un té pero se ha
enfriado...

Toma unos papeles y comienza a tipear, lee y tipea, lee y tipea.

156

- Me siento desamparada e impotente como usted. Si estuvié-
semos juntos me callaría, pero estamos separados. No
me queda otro remedio que escribir, de lo contrario
muero de tristeza. Yo tengo más necesidad que usted
eso es seguro. Quiero ser esa mano que le da fuerza,
quiero ser el brazo que lo arrastra y lo trae junto a mí.
(Pausa) El silencio, su silencio hace que mis manos co-
miencen a estar tiesas, no las deje. Acaso ¿no le es posi-
ble una estrategia? ¿Acaso el amor que dice tenerme no
le entrega la coartada para escapar a tanta sangre? Ven-
ga, quite el polvo de los cristales de la ventana y dibuje
el contorno de mi cuerpo.

Entre penumbras sobre el suelo arma una sábana de hojas sueltas. Feli-
ce confundida entre ellas. Recita mecánicamente.

“En la noche fría, absorto en la lectura... de mi libro, olvidé la
hora de acostarme... Los perfumes de mi colcha bordada
en oro. / Se han disipado ya y el fuego se ha apagado. /
(Se excita) Mi bella amiga, que hasta entonces a duras
penas/ Había dominado su ira, me arrebata la lámpara...
/ (Entre espasmos) Y me pregunta ¿Sabes la hora qué es?

Fue en Praga. Llovía. En casa de Max. Olvido mis botas junto a la
estufa, un detalle que lo confunde. Sus ojos miran por
debajo de mi cintura, lo sé. Presentirlo me turba como a
una adolescente. Me entrega sus manuscritos y en esos
papeles abrochada está su alma. Lo tengo entre mis ma-
nos, lo disfruto. Baja la mirada, como si todo usted estu-
viera en mí y lo avergüenza.

Silencio espeso. Se levanta entre los papeles. Deambula por el cuarto,
levanta y tira las cartas. Levanta y tira.

Vuelve a la máquina, olvida poner papel, tipea.

Mi querido, me ha tomado por sorpresa. ¡Ser el centro de seme-
jante acto! No. No me malinterprete, nada hay en su
atrevimiento que no me halague. Aun cuando la razón lo

157
acuse de prematuro. Compromiso... ¡Qué ocurrencia!
Debo confesarle que por aquí a comenzado a oírse los
ecos de su intención. Y aun cuando busque eludirles me
encuentran y asaltan por las noches. Que si el protago-
nista es usted, que si Frieda Brandenfeld es solo un dis-
fraz para gritar Felice Bauer. Mi querido señor... a riesgo
de sonar presuntuosa me atrevo a preguntar ¿debo
creer en algo de todo eso?

Deja de lado la máquina.

- “Mi cuerpo se ve atravesado por palpitaciones y no tengo pre-
sente otra cosa excepto usted”. ¿Lo recuerda? Yo no
puedo dejar de leerlo. Me pregunto ¿qué pasó? Busco el
sentido entre los huecos de su letra. Como en un juego
pienso acertijos disfrazados entre sus argumentos. Si-
lencio, hace ya tiempo solo encuentro silencio. Espeso,
doloroso como el que dejan las bombas al caer. Seguro
es ella la que lo perturba, y yo egoísta haciendo recla-
mos de hembra. Sepa señor que su amiga no duerme sus
deseos. A veces solo a veces cuando las cartas se retra-
san y el temor a no tenerlo se me encima pienso si no
sería mejor abrazar el vacío de una bala sin rostro. Ser
uno de esos cuerpos abandonados a la intemperie.
¿Quién me llorará? ¿Quién reclamará mi cuerpo? A veces
solo a veces cuando el polvo de las ventanas se trans-
forma en sangre y la vigilia me demuestra que nada de
esto es una pesadilla, pienso.

Felice toma las cartas de la caja. Comienza a sacarlas de a una y las lee
y las tira sobre el piso. Abre, lee y tira. Abre, lee y tira. Cuando se le aca-
ban las cartas cae sobre ellas y comienza desesperadamente a cubrir
cada centímetro del piso con papel.

“Queridísima señorita:

No debe volver a escribirme, yo tampoco le escribiré nunca más.
Mis cartas la harían irremediablemente desgraciada, y
en cuanto a mí, nada puede ayudarme. Para darme
cuenta de esto no era necesario que me hubiera pasado

158
hoy la noche contando cada hora que oía sonar en el re-
loj, lo sabía bien claro ya desde antes de mi primera car-
ta, y si no fuera porque ya he sido maldecido, merecería,
ciertamente, serlo, por haber intentado, pese a todo, se-
guir vinculado a usted. Si desea que le devuelva sus car-
tas, así lo haré, como es natural, pese a lo mucho que me
gustaría conservarlas. Olvide rápido el fantasma que soy
y viva contenta y tranquila como antes.

Suyo, Franz”.

Reparando en lo que ha hecho.

¿Qué mito amoroso ha cubierto conmigo? ¿El de Tristán e Isolda
acaso? Pareja prohibida, carne sublevada, amor, muer-
te... Hace un tiempo pensaba que la guerra nos impuso el
de Romeo y Julieta. Usted y yo como hijos malditos de es-
te mundo triunfando sobre el odio... Días soñando ser
esa mezcla exquisita de posesión destructora y de idea-
lización... (Pausa) Sin embargo el presente me dice no.
Usted, su abandono, dicen no. Dicen que solo soy una
mujer crédula delante de un Don Juan. Sí mi querido
amigo, vulgar y previsible, usted entra en ese arquetipo
que subyuga sin poseer. Usted señor es el hijo eterno
que no encuentra gozo más que en el abrazo mortal del
padre... (Pausa demorada)

Hasta mañana. Lo dijo. Y yo le creí. Hasta mañana. Y fue nunca.
¿Por qué mentir? Silencio y un hasta mañana, solo eso.
Sepa que me ató a la vergüenza de la melancolía crónica.
Me sujetó a la confianza de que todos mienten. Usted
“señor” me signó a la carencia. ¿Acaso mentía cuando
soñaba con brazos que saltaban como émbolos de una
máquina de vapor?

Se sienta con dificultad delante de la máquina y como en un rito pone el
papel blanco. Tipea con la mirada perdida, como si ya hubiese escrito
esta carta ciento de veces.

159
- Comprendo, estoy entre sus blancos. Es injusto. (Pausa larga)
Ya no quiero ser la que completa sus palabras. (Pausa
larga) Ya no más. La tinta se secó. Huele a herida recien-
te pero no lo es. (Pausa larga) Ya no me imponga la con-
vención de su metáfora. (Pausa larga) La vida es otra
cosa... Tarde me doy cuenta, para el amor no cuenta el
estilo. (Pausa larga) Usted cree que sabe, pero no. (Pau-
sa larga) El silencio. El silencio como el abandono señor
sólo existe cuando se supo de presencias. (Pausa larga)
Ya no me engaña. Las palabras no lo cubren. (Pausa lar-
ga) No soy su personaje. Las palabras no abrigan y en
Berlín hace frío. (Pausa larga. Mientras quita el papel de
la máquina) Sepa disculpar si el “siempre suya” ya no
acompaña mi despedida. Felice.

Deja definitivamente la máquina.

-¿Por qué si aún teníamos mucho trabajo? (Pausa) ¡Calle! Lo
irreparable es mejor desoírlo. Tuberculoso y todo se fue
con otra. ¡Calle!

En un gesto como descubriendo un velo. Deja el letargo en el que estaba
y grita.

- “¡Miserable tentativa de enviar inocentes rosas tras criminales
palabras!” Todo en usted se ha vuelto miserable y me ha
condenado... ya no soy un cuerpo enamorado que se
desangra... ¿Quién es Felice sin usted, en qué me ha
transformado?

Poco a poco, comienza a desmontar el espacio. Mientras viste su cuerpo,
intentará dejar atrás toda huella del pasado.

- Blusa ajustada, como buena judía de Praga... (Pausa) La guerra
terminó y con ella su Felice. El polvo se barre de los vi-
drios y lleva con él la sangre de sus muertos. Frieda
Brandenfeld sólo es tinta seca en papeles publicados.
Tan seca como sus héroes suicidas. (Pausa) Es cuestión
de tiempo dicen, y yo escucho. El tiempo es hoy, y con él
llegó la boda.

160

Se recoge el pelo.

-Las mujeres ya no estamos para la condena de ser continua-
mente Penélope. La espera no puede ser una condición
porque se transforma en muerte. Por eso Felice ya no
espera, no su Felice. Felice no es Penélope. No es más la
mujer de blusa ajustada como buena judía de Praga.
(Pausa) El amor no puede ser espera permanente. El
amor se parece bastante a la guerra y necesita de defini-
ciones. (Pausa breve) ¿Me pregunto quién venció en la
nuestra? ¿No lo hace usted? Yo sí, a veces, ya no siem-
pre. Solo a veces me asalta el recuerdo y con él sobre-
viene la necesidad de revisar sus cartas. (Pausa) La caja
de madera ya no está junto a la almohada. No más nú-
meros al cerrar el día. No más guerra interrumpiendo.
No más repaso, ni nuevas respuestas. Ya olvidé sus pa-
labras. Ya no las quiero dentro. La tinta se ha hecho car-
ne de Felice, es verdad. Su tinta fue el veneno. En esa ca-
ja de madera, allí ha quedado usted y junto a usted, ella.
Ya no más su Felice. Ahora que el peligro no se espeja en
los cristales, la noche es noche y el día es día. Tarde, qui-
zás, pero mi presente no conoce de excesos de tramas
mezquinas. De condenas permanentes. Mezquinas, sí.
Hay otros mundos literarios y hoy me animo a acompa-
ñarlos. (Pausa. Va hacia la caja pero no se anima a tocar-
la) He vuelto a Praga. En casa de Max a veces dicen
“despecho”, lo dicen por mí, los escucho. Silencio, esa es
mi respuesta, que hablen. Salgo con la cabeza en alto
como siempre. ¿Por qué sería de otro modo? Otros ma-
nuscritos, otra literatura, a veces menor, pero literatura
al fin. Confieso que los poetas siguen siendo un enigma
para mí. (Tocando suavemente a la máquina) Aun cuan-
do los héroes no son suicidas todo se parece en lo distin-
to. Una y otra vez llegan ofertas y me doy hasta el per-
miso vanidoso de seleccionar los materiales. La primera
lectora... la que los tranquiliza... eso dicen. Yo escucho.
Aduladores... (Pausa) Hoy todo queda atrás. Hoy es el
tiempo en el que se destejen los restos de recuerdos. He
abierto los ojos, ya sé que vivir no es someterse. Ya sé

161
que no se trata de adecuarse o de renunciar. El tiempo y
la guerra me lo enseñaron. “En la noche fría, absorto en
la lectura... de mi libro, olvidé la hora de acostarme...”
(Sobresalto breve) Son solo residuos, estoy aprendiendo
a olvidar.

Se enfunda en un vestido.

- Los vientos se han apagado, a la amante se la encierra en la
caja de madera, y la taquígrafa... la taquígrafa en una
tranquila y eficiente letanía se mueve libre entre otras
palabras. (Pausa) “Olvide rápido el fantasma que soy y
viva contenta y tranquila como antes”. Rápido no. La de
antes, nunca. Ingenuo pensar que alguien puede ser co-
mo antes después de una guerra.

Toma unas medias y comienza a deslizarlas por sus piernas con cuida-
do.

-Dicen que de sus sombras soy la menos importante, los escu-
cho. Que “ésa” que hoy es su presente tiene facultades
idiomáticas propias y que con ellas usted puede sepa-
rarse de sus contornos. Sí, “ésa”, hoy no quiero nombres
propios que no sean los míos... Dicen también que es su
amante. ¿Acaso importa? Cuatro despedidas en solo cin-
co años, eso es lo que importa. Papá, el primero... mi
querido hermano y... (Pausa larga) La caja de madera ya
no está junto a la almohada. Guarda sus cartas, todas
numeradas. Son más de quinientas. Y con ellas, el fan-
tasma pasado de una mujer joven. (Pausa) Ya no hay
tiempo para duelos. La primavera trae prisa. Ya no más
viajes a Munich, ni a Budapest. Casi no recuerdo Karlovy
Vary ni Marienbad. Cerró la guerra y se adeuda una bo-
da. (Pausa)

Descalza comienza a levantar los restos de papeles.

- Sé que ya lo sabe. Yo lo sé. En Praga, en casa de Max solo se
habla de eso, los escucho. (Pausa) También hablan de

162
sus pulmones. No los vigila. Por favor no llame señales
al descuido. Usted lo sabe. Yo lo sé.

Silencio.

- En casa de Max dicen también: “es una mediación profesional”,
yo escucho. Lo dicen en Berlín y en Praga. No importa.
Salgo con la cabeza en alto. ¿Por qué sería de otro mo-
do? Casi treinta años y toda una burguesa. Usted tam-
bién lo piensa, como todos. ¿Qué hay de malo en aceptar
lo que uno es? Esa Felice, la insomne entre ficciones de
papel... sus ficciones... está guardada en la caja de made-
ra junto a las cartas. Esta Felice no tiene tiempo para
demoras. Queda tanto por hacer. Hoy huele a primavera.
Buen augurio. El sol siempre barrió las huellas de pólvo-
ra. El perfume a sangre se rinde frente al olor de flores
recientes. Hoy es el día de la boda de la nueva Felice.
(Toma una caja de cartón y comienza a empacar la má-
quina de escribir) He pedido a Max que reciba a nuestra
amiga, ya no más desvelos, ni tinta que teja las desgra-
cias de otros. Ya no más historias prestadas. (Pausa)

Mientras se calza los zapatos.

- Moritz es mi presente. Con el vendrá una vida sin sobresaltos.
Hijos, un carnet de conducir y hasta una nueva lengua.
La tinta dejará paso a los géneros de punto. Una vida
que deja el papel, las esperas, las despedidas posdata-
das. Una vida real, más real y hasta una muerte natural
como victoria a tanta desaparición forzada. Hoy huele a
primavera. Buen augurio. Hoy es el día de la boda de la
nueva Felice.

Toma una pequeña cartera, un pequeño ramo improvisado y sale. Sale
Felice la novia, a desposarse.

163

Qué lejos aún…



PERSONAJES

ALICIA MOREAU DE JUSTO: Viste de gris. Porta gestos suaves y


espíritu aguerrido.

MARIQUITA SÁNCHEZ: Rostro claro de rulos castaños escon-


didos tras un mantón oscuro. Lleva un vestido de terciopelo
verde aceituna y de enaguas amarillas que en algún tiempo fue-
ra sinónimo de tertulia. Las enaguas están rotas en su ruedo y
manchadas de barro al igual que los zapatos.

MARÍA GUADALUPE CUENCA: De rasgos seguros y ojos revol-


tosos. Viste enaguas y permanece descalza.

MANUELA ROSAS, la Niña: Viste de rojo, el que obliga su con-


dición de “hija”. Lleva un chal negro y sus trenzas sujetas al ros-
tro.





Un cuarto a medio vestir subrayado por las ausencias. Algunas sillas de
estilo dispar y una pequeña mesa se acumulan en el sector izquierdo.
Detrás, al fondo, junto a la ventana una cama repleta de papeles en
desorden. A la derecha la única puerta.



1.

Sobre la mecedora Alicia ríe en sueños.

Alicia: (Irrumpe en voz alta, emocionada) Lo soñé. ¡Papá! ¡Papá!
¿Está? Papá, soñé con usted, hace un momento... Yo de
pequeña en el comedor tratando de resolver una de esas
actividades manuales que me pedían en la escuela. ¿Pa-

167
pá? ¿Recuerda? (Pausa) Estábamos los dos con las tije-
ras entre retazos de telas coloreadas. ¿Papá? Estábamos
juntos, usted con uno de sus libros bajo el brazo. Siem-
pre andaba con un libro bajo el brazo. “¡Alicia los siste-
mas democráticos exigen mucho de los hombres!” “¡Ali-
cia no se trata de varitas mágicas!” “No crea en los me-
sías que le propongan una vida nueva por favor mi hija”.
(Pausa) Papá, ¿era en la casa del centro? No, no usted ya
había perdido la librería. (Pausa. Asombrada) ¡En la casa
de Flores! Como olvidar el arrabal y los pozos de la Ave-
nida. (Pausa) Estaba la mamá. Sí, ella también. Paradita
en el umbral de la puerta frunciéndole el ceño. Y usted
saliendo del paso como siempre, decía: “la mamá está
ocupada en lo inmediato, siga con sus quehaceres Alicia
que nos va a encontrar la noche con la tarea por resol-
ver”, o algo parecido. Lo seguro es que en cuanto la ma-
má se volvía para la cocina usted me guiñaba el ojo y se-
guíamos en el trabajo de las ideas. (Pausa. Desencanta-
da) Lo soñé, pero fue breve. (Pausa) ¿Papá, recuerda?
¿Papá? (Suspirando) Lo soñé pero fue breve. (Pausa. Vol-
viendo a lo ordinario) Leche tibia, pasiflora, ¡quien pu-
diese volver a dormir! Y estos huesos cada vez más fla-
cos sin embargo pesan tanto...

Prende la luz que apoya sobre la mesa junto a la mecedora. Toma el
periódico que está desordenado casi al borde.

Alicia: (Acercándoselo a los ojos) Cada vez dicen menos. Aun así
atiborrados de palabras. (Rezonga) ¡Imposible de sinta-
xis! (Silencio) No hay tiempo para cuestiones de estilo.
(Pausa) Todo en nombre del vértigo de la información.
(Enfática) ¡Punto final! Eso no es una opción, es una ca-
nallada. (Acercándose el diario a los ojos) Cada vez más
difícil la forma republicana, casi un siglo y el camino si-
gue siendo incierto. (Pausa. Tocándose las rodillas. Grita
hacia la puerta) Esta hinchazón es el desencanto que se
acumula en los tobillos.

Alicia hamaca su vigilia sobre los acordes de una vidalita.

168

Aparece Mariquita, agitada, se esconde detrás de los papeles. Alicia se
sobresalta por el ruido.

Alicia: ¿Quién anda?

Mariquita: Silencio.

Alicia: (Revoleando su bastón hacia la cama) ¿Ratas?

Mariquita: (Sobresaltándose por el golpe pero sin salir de su re-
fugio) La Mariquita. Su Mariquita mi señora.

Alicia: ¡Ah bueno pero mire que forma de presentarse! Quítese
de entre los papeles.

Mariquita: No puedo. (Pausa) ¿No los escucha?

Alicia: No. Aquí solo usted y yo. (Trata de acomodarse en la me-
cedora para ver dónde anda Mariquita)

Mariquita: (Asomándose pero sin salir de su sitio) Dígales que ya
basta. No resisto sus ofensas.

Alicia: ¿Quiénes la ofenden mi señora?

Mariquita: (Se levanta) Los que hablan porque ya no soy aque-
lla que disponía de bienes. (Hacia la ventana) Se los en-
tregué todos. Y ahora me dan la espalda. (Va hacia Ali-
cia) ¡Qué vengan! ¡Qué se animen a decir de frente lo
que murmuran por detrás! (Estirando sus brazos) Mire
mis manos, mírelas. Estas marcas no se han hecho de
pasar platos de porcelanas, no. Se han hecho con tijeras
y paños de poca calidad para vestir al ejército del Norte.
(En el lugar pero enfrentando a la puerta cerrada) Pero
lo olvidan. Cuando la señora tenía oro que entregarles,
todos amigos. Todos revolucionarios. (A Alicia) Parece
que pasaron siglos. (Pausa) ¿Qué más buscan de mí?
(Pausa) Les entregué todo, hasta a mi hombre y ahora.

169
Yo les di un marido sano y ellos me devolvieron despo-
jos, locura. Mi pobre Thompson. (Pausa) Yo no les pedí
nada. Yo les creí y ¿ahora?

Alicia: (Tocando las manos de Mariquita) Les entregó su juven-
tud, su fortuna y sus contactos. Lo sé pero no les alcan-
za.

Mariquita: Miran y susurran, “ahí va la Madame”. Que si lo elegí
años más joven. Que si mi luto no llegó al año. Que si mi
último crío nació de siete meses. (Pausa) ¡Cuentas!,
¡cuentas! ¡No paran! Acaso yo les respondo con cuentas.
Acaso les digo dos años organizando un regreso que no
fue. Cuatro años sin mi hombre y con la más pequeña
que no superaba los cinco meses. No, esas cuentas no les
convienen.

Alicia: (Fijando su mirada sobre la puerta) Es que ya nadie quie-
re escuchar la verdad.

Mariquita: (Toma el bastón de Alicia y lo usa empuñándolo como
un arma) Entran en turba a la casa. Buscan franceses pa-
ra lincharlos y se me meten dentro del jardín. Les digo
¡alto! Con todo el miedo escondido entre las polleras pe-
ro igual lo digo. ¡Alto, mi marido no está! Acaso ven al-
gún cañón entre las macetas, desde cuando le han dado
ese permiso a las mujeres (En un descuido Alicia le ma-
notea el bastón) ¿Desde cuándo los criollos perdieron la
generosidad?

Alicia: Desde que olvidaron la forma republicana. (Se para con
cierta dificultad)

Mariquita: (La sigue) Mientras los empujaba con el pecho tra-
taba de que me mirasen las manos, que viesen los callos.
¡Ven esto es la revolución! Pero están ciegos.

Alicia: (Prende la luz general) Vieja para el exilio me metieron
aquí. ¡Forma elegante de taparme la boca, miserables!

170

Mariquita: Alicia estamos solas.

Alicia: Hace tiempo. El mismo que llevo aquí encerrada.

Mariquita: ¿Una última resistencia? ¿O tomar a los críos e irme?
Irme para la quinta.

Alicia: (Mirando la puerta) Lo que decida hágalo en silencio.
(Pausa. Yendo hacia la mecedora) Tanto para hacer, tan-
to por escuchar, y que lejos aún de la forma republicana.

Alicia: (Alicia en el refugio de su mecedora recita los versos de
Alfonsina Storni) “Dientes de flores, cofia de rocío, / ma-
nos de hierbas, tú, nodriza fina, / tenme prestas las sá-
banas terrosas / y el edredón de musgos escardados.”

La voz de Alicia se confunde con los acordes de la vidalita.


2.

En penumbras.

Alicia: (En voz alta) ¿Por qué? No se lo pregunta papá. Yo sí.
(Pausa) Me faltan muchas respuestas. Usted murió con
ellas, yo no quiero. (Pausa. Mientras acaricia el mango
del bastón pero sin abandonar su silla) Por qué, dónde,
cómo. Demasiadas. (Pausa) Papá, me están vaciando.
(Pausa) Cuando se llevaron la radio en un descuido le di
al morocho en los tobillos, no lo detuve es verdad pero
bien que se demoraron en volver por la televisión. (Pau-
sa larga. Mira hacia la puerta. Sus manos denotan nervio-
sismo) Papá me están vaciando, ¡papá! (Pausa larga)
¿Aun así calla? No lo entiendo. (Pausa) Como ellos, sí
como ellos, insiste en el silencio. (Pausa) De ciertos te-
mas ya no se habla, ni en la televisión. ¿Respuestas?
Ninguna. (Se toca las piernas) Veinte años menos y mis
huesos fuertes solo eso. Pero eso sería un milagro y yo

171
no creo en los milagros. (Pausa) ¡No tienen vergüenza
papá! (Pausa fuerte) Me niego, sí, me niego a irme con
tantas dudas... (Pausa) Una y otra vez dije: “Siempre se
puede hacer algo” y ¿que hice? ¿Papá? ¿Qué hice? Ter-
miné en este cuarto, atada a unos pies hinchados y con
este compañero de madera mustia que no impone ni
respeto. (Pausa larga) Lo prometí pero no puedo con mi
promesa. (Pausa) Me niego ¿oye? Me niego a irme con
tanto silencio.

Alicia se mece en el silencio de una guitarra que comienza a tocar. Apa-
rece Guadalupe, se acerca a la cama, se sienta entre los papeles. Los
toca como buscando.

Guadalupe: Necesito papel, necesito escribirle. (Tomándose las
rodillas hacia el pecho) No se habrá enredado en otros
ojos mi Moreno... (Pausa) Por favor no guarde más si-
lencio... (Pausa) Su mujer lo reclama... acaso no la oye...
No ignore mis ruegos... (Pausa. Comienza a mecerse ha-
cia delante y hacia atrás) Los geranios me lo advirtieron.
(Nerviosa huye de sus pensamientos) Necesito papel...
Necesito escribirle...

Alicia: (Sin abrir los ojos) No duermo.

Guadalupe: (Tocándose lentamente los dedos de los pies) ¿Tiene
papel Alicia?

Alicia: (Prende la luz que apoya junto a la mesa. Se incorpora.
Toma el periódico) Solo estos y saben a viejo.

Guadalupe: (Se levanta y va hacia Alicia) Necesito papel...

Alicia: (Mirándola) ¿Qué sucede? (Alicia toma su manta y busca
cubrir a Guadalupe con instinto de madre)

Guadalupe: (Sacando de entre sus enaguas un puñado de cartas
vestido de gasa azul y de cintas blancas) Necesito escri-
birle.

172

Alicia: Lo siento hace tiempo que aquí no hay hojas en blanco.

Guadalupe: Necesito escribirle nuevas historias. (Pausa. Cami-
na descalza por el cuarto) ¡Vámonos para Chuquisaca mi
Moreno! Las tejas parejitas y muy rojas. Todas rojas. Y
los penachos de las palmeras, muy verdes, todos muy
verdes. Nada huele mal allí. La ciudad más bella del Vi-
rreynato. (Pausa. A Alicia) ¿Cómo ve mis ojos señora?

Alicia: (Sin mirarla y después de una larga pausa) Oscuros como
el cuarto.

Guadalupe: Apasionados. (Pausa) ¿Los ve todavía un poco apa-
sionados?

Alicia: (Mirando al frente. Pausa larga) Quizás.

Guadalupe: Necesito papel. El olvido se me está pegando. (Pau-
sa) ¿De qué color era el traje con que embarcó? ¿Qué
guantes cargaba? ¿Y su pañuelo...? (Pausa. Desconsolada)
No quiero una historia de amor patética.

Alicia: (Buscando calmarla pero sin dejar de mirar al frente) Es
el desconcierto de tanta vigilia.

Guadalupe: Mi ciudad se vistió de sangre pero su rostro no. Su
rostro aún tiene rasgos libertarios.

Alicia: Quizás mi Guadalupe, quizás.

Guadalupe: El olvido está borrando la pasión de mis ojos oscu-
ros.

Alicia: Silencio.

Guadalupe: (Dando vueltas por el cuarto) ¡Ay, Moreno de mi
vida, que trabajo me cuesta vivir sin vos! Siempre te

173
quise más que a mí misma. (Pausa. Confundida) ¿Dígame
Alicia ha sido un error?

Alicia: Tarde, es una tragedia. (Pausa) Estos infames nos han
dejado sin tiempo...

Guadalupe: A veces pienso que nuestra pasión ha ofendido a
Dios.

Alicia: No le atribuya al cielo responsabilidades ajenas. Los cul-
pables están aquí entre nosotras.

Guadalupe: (Se tapa los oídos como buscando no escuchar)

Alicia: Las ideas no asesinan. Una república moderada basada
en el equilibrio de poderes no asesina...

Guadalupe: (Evadiéndose) ¿No se habrá enredado en otros ojos
oscuros mi Moreno? Su hijo y yo lo esperamos. Su mujer
no entiende de sábanas frías desde que lo conoció. De-
vuélvame su abrazo, no me niegue el calor de sus pies.

Alicia: Pero las republiquetas esas sí, se sacan de encima a los
jóvenes con falsas credenciales diplomáticas... (Pausa)
Con los viejos no. No les hace falta, solo nos encierran en
estos cuartos a resolver ejercicios espirituales...

Guadalupe: Le dicen jacobino ¿se da cuenta? Eso es por la de-
mora de su regreso.

Alicia: Silencio.

Guadalupe: Los geranios me lo advirtieron y no lo quise oír. La
calle, la calle guarda silencio ¿se da cuenta? (Pausa. Co-
rre hacia la ventana) hasta las mulatas lo saben.

Alicia: Silencio.

Guadalupe: Necesito papel, necesito llamarlo.

174

Alicia: Ningún asesinato resuelve un desorden solo lo aviva.
(Hacia la puerta) Es cuestión de tiempo para que se den
cuenta.

Guadalupe: (Desesperada de forma automática) ¡Si no fue Dios
fue Rousseau!

Alicia: (Ofuscada) ¡Déjese de niñerías y admítalo son los mis-
mos de siempre!

Guadalupe: (Desmoronándose en los brazos de Alicia) Necesito a
mi Moreno y me dicen que está muerto. Les digo cómo y
solo me entregan evasivas. Insisto dónde con el último
aliento que empuja el dolor de mi pecho y solo me seña-
lan el espejo de agua que se ve en el horizonte.

Alicia: (Acariciando la cabeza de Guadalupe) Le temen aún bajo
el agua.

Guadalupe: Necesito su cuerpo. ¡Si no hay cartas que haya
cuerpo!, les grito.

Alicia: Aún huele a revolución.

Guadalupe: Necesito un cuerpo que llorar, su recuerdo destiñe.

Alicia: Y qué lejos aún estamos de la forma republicana.

Guadalupe: Está muerto, muerto como la parra de la casa de su
madre que se secó en marzo.

Alicia: (Mientras deja caer su espalda sobre el respaldo de la me-
cedora. Cierra los ojos y comienza a recitar) “Voy a dor-
mir, nodriza mía, acuéstame. / Ponme una lámpara a la
cabecera, / una constelación, la que te guste, / todas son
buenas, bájala un poquito.”

Los versos se tejen a los acordes de la guitarra.

175

3.

Alicia: (Cansada pero segura) Huele a encierro. ¿Papá? ¿Papá?
(Pausa) La reclusión me está matando. (Pausa. Frotán-
dose las piernas) Tan hinchados como ayer. Me sofocan.
(Mientras busca acercarse a sus zapatos) Se enquistaron.
(Prueba en ayudarse con el bastón e insiste en la tarea)
Quiero salir. Escuchó bien, quiero salir. No puedo que-
darme quieta, la inmovilidad me está matando. (Pausa)
Dése cuenta papá, se han llevado todo. Primero la radio,
después la televisión, solo les falta venir por mí y mis
papeles. (Pausa. Cansada de insistir en la tarea se des-
ploma en el respaldo de la mecedora) “No hay que creer
en falsos mesías Alicia” me decía ¿se acuerda? (Pausa)
Bueno, si ellos callan... (Pausa) Necesito salir... (Pausa)
No quiero más encierro, ya no más clausuras obligadas.
En este cuarto no queda nada por hacer. (Pausa) Hace
tiempo que no queda nada por hacer. (Pausa) Nunca
más. (Pausa) Nunca más papá. (Mientras sus manos se
clavan en la mecedora) Hay que gritárselos bien fuerte
para que no se hagan los distraídos. (Pausa larga) ¿Pa-
pá? ¿Papá? (Certera) Aquí... ya... no nos escucha nadie.
(Pausa. Como si le ayudase a respirar) Liberté, égalite y
fraternité. (Pausa) Liberté, égalite y fraternité. (Pausa.
Mirando hacia la puerta) No se trata de punto final.
(Pausa) No hay lugar para un punto final. (Pausa) Gri-
témoslo juntos papá... liberté, égalite y fraternité.

Entra Manuela acompañada por las notas del minué federal.

Manuela: (Esforzándose por guardar la calma. Va hacia la ven-
tana, espiando) ¿Está sola?

Alicia: (Tomando el bastón y sacudiéndolo al aire) No. Imposible
echarlo de mi lado. Ambos apolillados. (Pausa) ¿Es de
noche?

Manuela: Queda poco.

176

Alicia: ¿Lo siente?

Manuela: (Espiando por la ventana) ¿Qué?

Alicia: Al encierro.

Manuela: (Grito sordo) Escapé. (Pausa) Alicia escapé. Si hasta
las masas guardan el calor de la cobardía. (Se acerca a
Alicia) Las filas estaban tranquilas, los aires suaves y yo
no pude con mi promesa.

Alicia: ¿Huele? (Pausa. Inquieta) Es su vestido cúbrase.

Manuela: Camila, mi querida amiga. (Pausa) Alicia he faltado a
una promesa. (Pausa) Es que nunca pensé, si hasta con
los muebles en pleno viaje nos sorprendió.

Alicia: (Inquieta como si pudiese ver más allá de la apariencia) El
chal póngase el chal.

Manuela: Un juego completo de dormitorio, un colchón de lana
fina, un sillón de Viena, dos sillas, junto a tía Josefa todo
preparado para su reclusión en la Santa Casa de Ejerci-
cios.

Alicia: (Busca escapar a la visión que se esconde detrás de Ma-
nuela) En ocasiones la reclusión parece ser la única al-
ternativa. (Pausa)

Manuela: (Con dolor) Fue un fusilamiento.

Alicia: Su vestido huele a sangre.

Manuela: (Mientras se cubre con el chal negro) Alicia, yo me
arrodillé y le pedí clemencia. “Tenga piedad tatita” le di-
je. Tenga piedad.

Alicia: La política no sabe de piedad Manuela.

177

Manuela: (Fastidiada) Lo que no sabe es de promesas.

Alicia: Silencio. Toma el periódico y se abanica.

Manuela: Temblé mi señora se da cuenta temblé. Lo vi. En sus
ojos, no había tiempos para la clemencia. Y corrí hasta
aquí, con el mate sin cebar y las masas aún calientes.

Alicia: El desencanto apesta. (Pausa) El tiempo lo espesa cada
día un poco y termina por oler a muerte.

Manuela: (Aturdida) Y ahora, le temo. ¿Se da cuenta? El amor se
ha trastocado y ahora solo puedo...

Alicia: (Mira a Manuela. En tono firme) Odiar, dígalo.

Manuela: (Confusa) ¿Acaso me entretuve en otros detalles? En
los incorrectos quizás. (Pausa) Si hubiese sido más con-
vincente tal vez...

Alicia: Es tarde.

Manuela: ¿Por qué esa mirada? (Recorriendo el cuarto) ¿Por
qué es esa la que elige rondarme?

Alicia: Porque ahora pudo verla. (Pausa)

Manuela: (Pausa) La violencia duele. (Pausa) Hubo un tiempo
donde podía ver detrás del soberano sus ojos de padre.
Pero hoy no puedo...

Alicia: El horror toma cuerpo mi niña. (Pausa) ¿Lo siente? El
olor se desplaza por el cuarto.

Manuela: Mi hermano se escondió en el campo pero yo. Muerta
la mamá yo...

178
Alicia: Tuvo que ponerse el vestido rojo y comenzó a oler a san-
gre.

Manuela: Silencio.

Alicia: Los cuerpos muertos comienzan a dar olor. (Pausa) El
cuarto comienza a dar olor.

Manuela: ¿He perdido mis habilidades Alicia? (Pausa) O es su
corazón que ya no entiende de actos misericordiosos.

Alicia: Cuando se prueban el traje del poder no hacen otra cosa
que negar y olvidar... (Pausa) ¿Huele?

Manuela: No. Yo no puedo olvidar. Camila me pedía que inter-
cediese por ella y yo le prometí... y ¿qué hice mi seño-
ra?... buscar unos cuantos muebles y un refugio al que
nunca llegó… (Pausa) Yo no podré olvidar, esa mirada
resuelta en sangre, en la sangre de mi querida Camila.

Alicia: Si pudiésemos salir.

Manuela: ¡No! Salir no. No puedo mirarlo aún. (Pausa) Alicia, no
puedo dejar de amarlo. (Pausa) Es mi padre.

Alicia: (Acomodándose en la mecedora) Lo sé.

Mientras Alicia recita Manuela se refugia en un rincón.

Alicia: “Déjame sola: oyes romper los brotes... / te acuna un pie
celeste desde arriba / y un pájaro te traza unos compa-
ses / para que olvides... ”

Se escuchan las notas de cierre del minué federal. El cuarto se tiñe de
penumbras.

179
4.

Alicia: Qué lejos aún… Liberté, égalite y fraternité (Pausa. Suspi-
ra) Papá recuerda cuando les decía a los vecinos que
esas fueron mis primeras palabras. (Sonríe) Qué manera
de macanear, ¡mire que resultó exagerado! Yo nunca en-
tendí si era credulidad o respeto pero nadie se animaba
en el barrio a contradecirlo en nada. (Pausa) Era su mo-
do de decir… siempre tan convencido que terminaba por
contagiar. (Pausa) “Ahí tienen, mi hija es maestra y va
por el título universitario” gritaba a quien lo quisiera
oír. (Pausa) Lo dijo tantas veces que terminó por con-
vencerlos y me lo dieron nomás. ¿Recuerda? (Pausa) Si
soy lo que soy en parte se lo debo a su espíritu liberta-
rio… (Pausa larga) Estoy cansada, papá. Quedan tantas
cosas aún por hacer. (Pausa) Lo necesito. (Pausa larga.
Mirando la puerta) El silencio aquí tomó el lado de los
delincuentes. (Pausa) Es imposible un punto final. (Pau-
sa. Señalando sus pies) La vejez comienza a pesarme pa-
pá y tengo miedo. (Pausa) No quiero oler a museo. (Pau-
sa larga. Prende la luz de la mesita y toma el periódico, se
abanica) Lo revisé, tantas veces. Ni una palabra de los
asesinos. (Pausa. Desencantada) Papá… No quiero oler a
museo. (Se deja caer sobre la mecedora) Voy a salir papá,
voy a vestirme de memoria y a pelear.

Silencio.

Todas las mujeres en el cuarto. Alicia en la mecedora. Mariquita detrás
de la cama junto a la cabecera. Guadalupe sobre la cama sentada en el
borde contrario. Manuela permanece apoyada en el respaldo de la ven-
tana cerrada.

Mariquita: (Mirando a Alicia) ¿Es que ya nadie busca escuchar
la verdad mi Alicia? (Sin moverse estira los brazos) Yo les
muestro mis manos. (Se pasea mostrando sus manos a
cada una de las mujeres hasta llegar a Alicia. Nadie las
mira. Rodeándola en su mecedora) ¿Qué más buscan de
mí?

180

Mariquita se detiene frente a Alicia que ha dejado de mecerse. Guada-
lupe y Manuela miran al frente apropiándose con el gesto del último
dicho de Mariquita.

Mariquita: (Comienza nuevamente su recorrido de forma inversa
con las manos en alto) Los callos de mis manos. ¡Estos!
¿Los ven? ¡Los callos de mis manos son la revolución!

Mariquita se detiene en su posición inicial, Alicia lentamente se incor-
pora.

Alicia: Están ciegos y sordos. (Pausa)

Manuela: (Tomando su chal negro y cubriéndose desde la cabe-
za) Le pedí clemencia Alicia. (Pausa. Al frente) ¡Piedad
tatita! le grité. No sirvió de nada. (Pausa) ¿Por qué esa
mirada? ¿Por qué es esa la que elige rondarme? (Pausa.
Yendo hacia Alicia) La violencia duele. (Pausa) Es mi pa-
dre. (Pausa. Mirando la ventana cerrada) No podré olvi-
dar su mirada resuelta en sangre, en la sangre de mi
amiga Camila.

Alicia: El poder no sabe de piedad mi niña.

Guadalupe toma la palabra sin dejar su lugar.

Guadalupe: ¿Cómo ve mis ojos Alicia? ¿Los ve todavía un poco
apasionados? (Pausa. Se pone de pie) El olvido está bo-
rrando la pasión de mis ojos oscuros. (Pausa) Mi Mo-
reno está muerto dicen (Pausa larga mientras camina
preguntándole a cada una) Y yo les pregunto ¿dónde es-
tá su cuerpo? (Al terminar el recorrido regresa a su posi-
ción inicial) Dónde está su cuerpo les pregunto y me se-
ñalan el espejo de agua que se ve en el horizonte. (Pau-
sa) Necesito su cuerpo Alicia.

Alicia: (Con serenidad y firmeza) Aún bajo el agua le temen.

181
Las mujeres vuelven a su posición inicial. Alicia permanece en la mece-
dora. Mariquita detrás de la cama junto a la cabecera. Guadalupe sobre
la cama sentada en el borde contrario. Manuela apoyada en el respaldo
de la ventana cerrada.

Mariquita: Me arrebataron a Thompson.

Guadalupe: Tiraron el cuerpo de mi Moreno al mar.

Manuela: Fusilaron a mi Camila.

Guadalupe: Dicen que enfermó en el viaje.

Mariquita: Dicen que estaba loco.

Manuela: Dicen que estuvo con hombre prohibido.

Mariquita: Me quedé con cinco hijos y su peluca.

Manuela: Me quedé con un juego completo de dormitorio, un
colchón de lana fina, un sillón de Viena y dos sillas.

Guadalupe: Me dejó un hijo, un puñado de cartas vestido de
gasa azul y la parra muerta de la casa de su madre.

Manuela: Una promesa incumplida y la mirada de mi padre te-
ñida en sangre. No es justo.

Mariquita: La pequeña solo de cinco meses y sin conocer padre.
No es justo.

Guadalupe: El recuerdo de mi Moreno tejido en el nombre de
su único hijo. No es justo.

Todas las mujeres se miran.

Alicia: (Buscando su bastón) Debo prepararme, debo salir.

Mariquita: Silencio.

182

Manuela: Silencio.

Guadalupe: Silencio.

Alicia: Ya no hay tiempo. (Pausa) Tanto por hacer, tanto por
escuchar.

Las mujeres se miran.

Alicia: No se queden ahí, necesito quitarme esta silla, se me ha
pegado como el encierro. Debo salir, me niego a conti-
nuar con este silencio. (Las mujeres a unísono tratan de
ayudar a que se levante) Con cuidado. Mis huesos pare-
cen apolillados. Pero no debo darles el gusto. (Pausa.
Cayendo sobre la mecedora) Un breve descanso y volve-
mos a intentarlo. (Pausa) Es necesario, el silencio solo
nos hace sus cómplices.

Las mujeres lo intentan nuevamente al unísono. Alicia se incorpora.
Pasea lentamente su mano por el rostro de cada una de las mujeres.

Alicia segura deja el bastón. Mientras da una última mirada al cuarto y
a sus mujeres se encamina hacia la puerta.

Alicia: (Con una sonrisa)… tenme prestas las sábanas terrosas / y
el edredón de musgos escardados. / Voy a dormir, nodriza
mía, acuéstame. / Ponme una lámpara a la cabecera, /
una constelación, la que te guste, todas son buenas...




Abre la puerta y sale.

183

TEATR SŁOWA



Słowo jako powołanie


Spotkanie z twórczością Araceli Mariel Arreche oznacza
wkroczenie na terytorium, gdzie, jak dobrze zaznaczono w tytu-
le poniższej antologii i nagłówku tej krótkiej przedmowy, słowo
zajmuje miejsce szczególne; ujawnia i ukrywa, wyobraża się na
nowo tworząc rozmaite klimaty, zanurza nas, czytelników (i
widzów), w świat jednocześnie odmienny i bliski zarazem.

Ten bliski świat nabierał dramatycznych kształtów po-
woli, zrodził się na kanwie wydarzeń kluczowych dla Argentyń-
czyków w ostatnich latach. Zaledwie kilka dni grudniowych z
2001 r. przyniosło nam upadek rządu, następstwo pięciu prezy-
dentów, ostre represje wobec manifestantów, które zakończyły
się śmiercią dużej liczby osób, jak i poważny kryzys gospodar-
czy i społeczny pod koniec roku. Byliśmy jak oniemiali. Pamię-
tam jak pośrodku tego wiru, próbując odnaleźć jakiś sens w
sztuce, uczestniczyłam w spotkaniach z Araceli Arreche, przygo-
towującą wówczas wciąż niewydaną Próbę Bożonarodzeniową
dla Plaza. Tego upalnego i wcale niełatwego lata rodził się teatr
moralnego niepokoju, który próbował wyjaśnić głęboki ból tam-
tych czasów i apelował o zaangażowanie. I to był właśnie ten
nowy znak rozpoznawczy, możliwy do wyśledzenia na prze-
strzeni wszystkich jej tekstów. Kiedy wydawało się, że nie moż-
na już było nic dodać, kiedy słowa „niechże idą precz” (w odnie-
sieniu do polityków, powtarzały się nagminnie w codziennych
demonstracjach) stawały się mottem, był ktoś kto zapropono-
wał zgłębić temat naprawdę i zastanoawić się nad naszym spo-
łeczeństwem, z jego wewnętrznymi sprzecznościami.

Zaangażowanie autorki [wystawiała swoje sztuki, w kil-
ku edycjach projektu obywatelskiego „Teatr dla wolności” („Tea-
tro x la libertad”), który stara się pomóc Babciom z Plaza de
Mayo w odzyskaniu swoich wnuków, dzieci porwanych rodzi-
com lub urodzonych już w niewoli podczas ostatniej dyktatury

187
wojskowej w Argentynie, w latach 1976-1983], w obronę praw
ludzkich zmusza ją za każdym razem do zastanowienia się nad
najnowsza historią Argentyny. Nigdy nie obiera za swój punkt
widzenia „wersji oficjalnej”. Stara się zrozumieć wydarzenia od
drugiej strony; grupy kobiet na spotkaniu rodzinnym (Fotogra-
fia), kobiet zamieszanych w jakiś sposób w politykę argentyń-
ską ostatnich 200 lat (Wciąż tak daleko…), dwóch pisarzy – jed-
nego, odnoszącego sukces, ale popełniającego samobójstwo, i
drugiego, którego karierę niespodziewanie zakończyła przed-
wczesna śmierć (Odgłosy rzeki), kobiety cierpiącej z powodu
choroby Alzheimera, a także swojej rodziny (Nuty o zapachu
zapomnienia).

Potrzeba zrozumienia teraźniejszości i przeszłości, któ-
ra nadal jątrzy ranę, nie przeszkadza w ukazaniu emocjonalno-
ści postaci. Kobiety cierpią, kochają, zmagają się z życiem i pła-
czą z miłości albo się nią cieszą (jak w Felice czy Jak Quinoas);
twórcy kontestują swoją własną twórczość; czasem mówią do
siebie szczególnie przejmującym tonem. Nasza autorka patrzy
oczyma swojej ziemi: jest Argentynką, jest kobietą, zakochuje
się i odkochuje, jest córką, jest siostrą, jest w końcu dramatopi-
sarką i wykładowczynią, żyje na początku tego wieku i przeży-
wa swoje wzloty i upadki. Widać to w każdej replice, w każdym
słowie pieczołowicie dobranym, które odkrywa przed nami nie-
skończoność możliwości i które pomaga nam, choćby tylko tro-
chę, wypełnić poezją i myślą nasze tu i teraz. Dla Arreche słowo
się przeradza, ma moc leczącą; nim właśnie leczy złamane serce,
zranioną pamięć i tożsamość.

Każda z przedstawionych tu sztuk ma coś z autorki. Nie
chodzi o biografię, ale o siłę rozpalania emocji w każdej sytuacji,
za pośrednictwem każdej z postaci. W Nutach o zapachu zapo-
mnienia kluczowe jest spotkanie z pacjentami cierpiącymi na
chorobę Alzheimera, temat nieustannie obecny w tej twórczo-
ści. Osobiście pamiętam szczególne chwile po obejrzeniu sztuki
grę pełną niedomówień, która jednak wyzwala poczucie humo-
ru, nawet w sytuacji choroby.

188
Zapraszam zatem Państwa, byście zanurzyli się w tekst,
czerpali z niego radość i przeżywali wraz z nim emocje. Pozosta-
je mi jedynie pragnąć uczestniczyć raz jeszcze – jak ówczesnego,
gorącego lata 2001 r. – w procesie tworzenia sztuki, którą wiem,
że odbiorą Państwo jako zaangażowaną, poetycką, refleksyjną, i
która, miejmy nadzieje, wypełni jeszcze niejedną antologię.

Karina Giberti
Buenos Aires, marzec 2015 r.

Wstęp z języka hiszpańskiego przetłumaczyła Daria Ornat

189

Nuty o zapachu zapomnienia
Tryptyk dramatyczny



Anita i Saverio



POSTACI

ANITA. Kobieta około sześćdziesiątki, cierpi na chorobę Alz-


heimera.

SAVERIO. Krzepki mężczyzna około sześćdziesiątki, cierpi na


chorobę Alzheimera.

MARTINA. Córka Anity, około trzydziestki.

PIELĘGNIARZ.


Pomieszczenie bez wyrazu, podobne do wszystkich miejsc przeznaczo-
nych do czekania. Rząd krzeseł, wszystkie tak samo zimne.

1.

Drobnymi kroczkami wchodzi Anita, szczupła blondynka. Siada, kła-
dzie torebkę na jednym z krzeseł i krzyżuje ręce na kolanach. Czeka.

Anita: Jestem za wcześnie. Na pewno jestem za wcześnie. (Bie-
rze torebkę i szuka w niej czegoś. Wyjmuje małe lusterko i
kredkę do ust. Ukrywając nieudolność zaczyna malować
kontur ust)

Pewnym krokiem wchodzi Saverio, wysoki, barczysty mężczyzna. Pod-
czas całego spotkania jego głos będzie bardzo wyraźny, a ton wysoki, w
dużym kontrapunkcie do głosu Anity.

Saverio: (spaceruje ze smyczą, jakby miał na niej psa) Dzień do-
bry!

193
Anita: (nieśmiało) Dzień dobry.

Saverio: (wskazuje na jedno z krzeseł) Zajęte?

Anita: Wydaje mi się, że… nie.

Saverio: (Rozgląda się na boki, siada. Wyciąga rękę w kierunku
Anity) Nazywam się Saverio Oscar Núñez.

Anita: (nadal trzyma w ręku te same przedmioty, co wcześniej;
przyjaźnie) A ja… Ana.

Saverio: Jakie piękne imię! (wskazuje palcem) Saverio i Ana.
Anita i Saverio (pauza) Mam w zwyczaju powtarzać
imiona i nazwy, żeby nie zapomnieć.

Anita: Jaki zbieg okoliczności! U nas w domu robimy to samo,
każda okazja jest dobra, pijemy herbatę czy jemy kola-
cję, zawsze powtarzamy na głos różne słowa, (śmieje
się) jakby były częścią piosenki.

Saverio: (wskazuje na torebkę Any) Coś tam pani dzwoni.

Anita: (cisza, nie zwraca na niego uwagi)

Saverio: Nie słyszy pani?

Anita: (zwleka z odpowiedzią) Dzwonka?

Saverio: Tak.

Anita: W jakim znaczeniu?

Saverio: (kłopotliwa cisza)

Anita: To telefon.

Podczas całej sceny telefon będzie dzwonił raz po raz.

194
Saverio: Wiedziałem. (pauza) Jak to dobrze, że go pani słyszy.
(konfidencjonalnym tonem) Bo inaczej byłaby pani głu-
cha. (śmieje się)

Anita: Martina mówi: „nie odbieraj telefonu, kiedy jesteś sama,
mamo”.

Saverio: (z zachwytem) Ma pani córkę?

Anita: Tak.

Saverio: Ja także. Syna i młodszą córkę, z którą mieszkam.

Anita: Ja mam córkę i… tatę, który gra na fortepianie.

Saverio: Mój nie. W mojej rodzinie nikt nie ma słuchu muzycz-
nego.

Anita: (patrząc na swoje ręce) U nas wszyscy mamy upodobanie
do muzyki.

Saverio: A ja jestem kierowcą. (pauza) Mieszkam w Totoral.
Bardzo dobrym kierowcą. (pauza) Teraz nie mogę…

Anita: (cisza: chowa do torebki kredkę i lusterko)

Saverio: Prowadzenie samochodu szkodzi zdrowiu, tak mówi
moja córka.

Anita: Tak jak i telefon.

Saverio: Tak, tak myślę. (pauza) A pani, lubi pani prowadzić?

Anita: Tak naprawdę… to nie wiem.

Saverio: Nie wie pani, czy lubi czy nie?

Anita: Nie. Nie umiem prowadzić.

195
Saverio: (o telefonie, który znowu dzwoni) Nie odbierze pani?
Może to coś ważnego. (pauza) Może to pani córka.

Anita: Nie mogę. (cisza)

Saverio: (wyrokująco) Telefon szkodzi zdrowiu!

Anita: (nagle chwyta swoją torebkę) Miło mi było pana poznać!
Już późno. (wychodzi)

Saverio: (wstaje i znowu siada) Cała przyjemność po mojej
stronie! Jaka szkoda, że nie może pani zostać. Nie jest
dobrze zostawać samemu. Moja córka mi to wytłuma-
czyła… jest to związane z utratą orientacji… (pauza)
Ostatnio chwilami dopada mnie zapomnienie i – bach!
Od razu się gubię. (pauza) To chyba powietrze, w Toto-
ral to mi się nie zdarzało. (recytuje) Totoral, prowincja
Córdoba, 13827 mieszkańców. (pauza, zamyślony)
13826 odkąd zamieszkałem w domu mojej córki. (pau-
za) W Totoral powietrze jest czystsze, nie ma tyle zamę-
tu, które człowieka dezorientuje. (wychodzi)

Głos z offu krzyczy: Mario López.

2.
Wchodzą Anita i Martina.

Martina: Mamo, co ci mówiłam?... Poczekaj na mnie. Nie ruszaj
się stąd. Za chwilę idziemy. Ale nie. (z pewnym rozdraż-
nieniem) Señora robi to, na co ma ochotę, nawet nie re-
spektuje potrzeb fizjologicznych własnej córki.

Anita: (patrzy na boki) Nie chciałam się spóźnić.

Martina: Nie o to chodzi, tylko o to, że sama się gubisz, mamo.

Anita: To nie moja wina, że wszystkie korytarze wyglądają tak
samo…

196
Martina: Zgubiłaś się, mamo, zgubiłaś! Poza tym, po co masz
komórkę, jeśli jej nie odbierasz?

Anita: Nie zgubiłam. Poza tym każdemu to się może zdarzyć.

Martina: A telefon?

Wchodzi Saverio ze smyczą.

Anita: (rozpoznaje go) Witam!

Martina: (zawstydzona) Mamo!

Saverio: (zatrzymuje się) A, witam! (do Martiny) Dzień dobry,
miło mi, jestem Saverio Oscar Núñez, pochodzę z Toto-
ral, ale obecnie mieszkam w Buenos Aires.

Martina: (zakłopotana) Miło mi.

Saverio: (wskazuje na jedno z krzeseł) Zajęte?

Anita: Wydaje mi się, że… nie. (Wyciąga z torebki lusterko i
kredkę do ust. Po raz drugi zaczyna malować kontur ust)

Martina: Mamusiu, może poćwiczymy? Zanim nas zawołają.

Anita: Nie. Ponieważ… (zastanawia się) nie przygotowałam się.
(bardzo ostrożnie chowa lusterko i kredkę) Muszę roz-
grzać palce…

Martina: Ale mamo…

Saverio: (przerywa) Nie należy niczego wykonywać bez wcze-
śniejszej rozgrzewki, można się nadwerężyć. (pauza)
Kiedy byłem na krążowniku „Generał Belgrano”...

Anita: (klaszcze) No, proszę… mój tata też dużo podróżował na
statkach, z powodu pracy. Mój tata gra na fortepianie.

197
Martina: (przerywa) Mamusiu, skoncentruj się. Może mi po-
wiesz, jaki mamy dzisiaj dzień?

Saverio: (przerywa, zadowolony, że zna odpowiedź) Wtorek.

Anita: (gratuluje mu) Bardzo dobrze!

Martina: (z uporem nie zwraca uwagi na Saveria) Jaka jest dzi-
siaj data?

Saverio: 24 marca…

Anita: Bardzo dobrze!

Martina: (traci cierpliwość) Jaką mamy porę roku?

Anita: (zakłopotana) Porę?

Martina: Tak mamo, porę…

Anita: Ale… ja myślałam… Nie słyszę żadnego gwizdka5. (zakło-
potana) To miejsce nie jest podobne do żadnej znanej mi
stacji (konfidencjonalnym tonem do Martiny) Jesteś
pewna, Martino, że czekamy na pociąg?

Martina: (traci cierpliwość) Anito, jaką mamy porę roku?

Saverio: Jesień!

Anita: Brawo!

Martina: Mamo, gdzie jesteśmy?

Saverio i Anita patrzą na siebie i milczą. Anita próbuje wyjąć z torebki
kredkę i lusterko, Martina ją powstrzymuje.


5 Słowo „estación” w języku hiszpańskim oznacza zarówno porę roku, jak i stację.

198
Martina: (do Saveria z resztką cierpliwości, na jaką jeszcze ją
stać) Przepraszam, ale czy jest pan pewien6, że czeka w
odpowiednim miejscu?

Anita: (ciągnie ją za mankiet koszuli) Martino.

Martina: Co?!

Saverio: (próbuje rozładować napięcie) Do Seguro, mówią, za-
brali go do niewoli7. (udawany śmiech)

Anita: (śmieje się razem z Saveriem; do Martiny) On jest moim
przyjacielem. Czego cię uczyłam?... Maniery, Martino…
jesteś coraz bardziej krnąbrna.

Saverio: (do Martiny) Ona jest moją przyjaciółką.

Martina: (zwraca się do nich) Ach, tak?… I od kiedy jesteście
przyjaciółmi?

Obydwoje milczą. Anita znów próbuje się umalować.

Saverio: (wstaje i spaceruje wzdłuż korytarza powtarzając jakby
do siebie) Prowadzenie samochodu szkodzi zdrowiu. W
Totoral to mi się nie zdarzało. (recytuje) Totoral, pro-
wincja Córdoba, 13827 mieszkańców. (bierze oddech)
13826 odkąd zamieszkałem w domu mojej córki. (bierze
oddech) W Totoral powietrze jest czystsze, nie ma tyle
zamętu, które człowieka dezorientuje. (parokrotnie
mamrocze te same zdania)

Dzwoni komórka, wszyscy zastygają w bezruchu i patrzą na siebie na-
wzajem.

Saverio: (wychodzi z transu) Coś dzwoni.


6 Pewien, po hiszpańsku seguro.

7 Powiedzenie zawierające grę słów z wyrazem „seguro” (pewien): oznacza, że nicze-

go nie należy być pewnym.

199

Anita: (naturalnie, poprawiając sobie makijaż ust) To telefon.

Martina odbiera.

Saverio: (wskazuje na Martinę) Teraz nie jest sama.

Anita: (konfidencjonalnym tonem) Ona lubi gadać.

Saverio: A kto nie lubi? (pauza) Czasem, kiedy zacznę nie mogę
przestać. (śmieje się) Moja córka mi mówi: tato, ogląda-
my telewizję. (pauza) A malec… - gdyby go tylko pani
widziała - tak mi mówi: dziadku, już to opowiadałeś set-
ki razy! (pauza) Ale mnie to nie obchodzi, czy nie jestem
głową rodziny? (pauza) Muszą to znieść cierpliwie!

Anita: (łapie za rąbek spódnicy Martiny) Córciu, posłuchaj pana.
Jest taki…

Saverio: Zabawny?

Anita: Zabawny.

Martina oddala się parę kroków, by słyszeć rozmówcę przez telefon.

Martina: (do telefonu) Jeśli nie będzie cię tu za dziesięć minut,
możesz w ogóle nie przychodzić. (pauza) Po co? Jak to
po co? Żeby tu z nią być. (pauza) Zawsze to samo! Coraz
częściej ci się to zdarza. (ironicznie) Może ty też powi-
nieneś się zbadać?... (pauza) Nie obrażam cię ani nie
podnoszę głosu na ciebie. Ale to ty jesteś jej mężem, a
tutaj z nią jestem ja… (pauza) Czy ty w ogóle słyszysz, co
mówisz? Chcesz wiedzieć, co powiedział lekarz? Dlacze-
go więc nie przyjdziesz? (pauza) Wszyscy pracują, już
trzeci raz się zwolniłam… nie wiem, ile jeszcze dam ra-
dę…

Anita wyczuwa napięcie, zaczyna drżeć i delikatnie buja się na krześle.

200
Anita: Tata gra na fortepianie. Każdego dnia usypia nas piosen-
kami ze swojej wsi.

Saverio: (automatycznie, podnosi ton) Tata jest roznosicielem
mleka, najlepszym we wsi. A ja z tego korzystam i mu
towarzyszę. Czasem pozwala mi prowadzić swoją cięża-
rówkę. Jestem bardzo dobrym kierowcą!

Anita kołysze się na krześle z zagubionym spojrzeniem. Raz po raz
przygląda się swoim dłoniom, tak jakby wydawały jej się obce. Saverio
parokrotnie recytuje swoją ostatnią kwestię.

Martina: (nadal z telefonem w ręku) Mamo! Mamusiu! Nie bujaj
się, mamusiu, spadniesz. Chcesz rozmawiać z tatą? Ma-
musiu! (do telefonu) Jesteś tam jeszcze? Słyszałeś? Zo-
bacz, w jakim jest stanie. Przyjedziesz czy nie… (potrzą-
sa telefonem) Nie odważysz się, nie odkładaj słuchaw-
ki… to twoja żona, do cholery! To nadal twoja żona!
(sfrustrowana rzuca telefon i patrzy na twarz matki)

Martina: (patrzy jej w oczy) Mamusiu, wszystko jest w porząd-
ku. (pauza; mówi do niej) Anita. Kim jest Anita?

Anita: (odwraca się do niej z uśmiechem) Córeczko!

Martina: Tak, mamusiu, jestem twoją córeczką.

Anita: A kim innym byś miała być? Dobrze się czujesz? Ostatnio
dziwnie się zachowujesz. (do Saveria) Jest bardzo roz-
drażniona. Ja jej mówię, żeby się zbadała. Ale ona już
mnie nie słucha, z każdym dniem staje się bardziej po-
dobna do swojego ojca. Taka sama.

Saverio: Jak dwie krople wody, jak to się mówi.

Saverio i Anita śmieją się.

Martina: (szuka w torebce cukierków) Chcesz jednego?

201
Anita: (zabiera jej cukierki i częstuje Saveria, który siedzi w mil-
czeniu wpatrując się w jeden punkt) Poczęstuje się pan?
Czekoladowe.

Saverio: (przytomnieje, bierze jednego i wkłada sobie do ust,
ssie) Nie powinienem, moja córka mówi mi, że nie powi-
nienem brać nic do jedzenia i picia od nieznajomych.

Anita: Ale to tylko cukierek.

Martina: (z innym nastawieniem) Poza tym, Anita jest pana
przyjaciółką, czyż nie?

Saverio: (z satysfakcją) Tak.

Anita: (patrzy z czułością na Martinę) Dziś jest 24 marca i mamy
jesień…

Martina: (uśmiecha się) Bardzo dobrze, mamusiu.

Saverio: Widzi pani. Nie ma czym się przejmować. Ja ciągle to
powtarzam mojej córce, ale ona wszystkim się przejmu-
je. Biedactwo, jest taka zmęczona. A zmęczenie czasem
przytłacza…

Anita: Jest taka odważna, nie mówię tego dlatego, że jest moją
córką, i taka inteligentna. Czasami myślę, że za bardzo
jak na swój wiek… (do Martiny) A tata? Kiedy przyjdzie?

Martina: (bierze czasopismo i je przegląda) Mamusiu, nie ma już
twojego taty, pamiętasz, już o tym rozmawiałyśmy…

Anita: (naturalnie) Nie. Twój tata! (do Saveria) Nie mówiłam
panu, nerwy, tyle pracy. (do Martiny) Nie przyszedł? Już
jest późno. (pauza) Doktor pytał o niego. Powiedziałaś
mu, że ostatnim razem doktor pytał o niego?

Martina: Tak, mamo, powiedziałam mu… Już jedzie.

Anita: Chodzi o to, że się spóźni…

202

Martina: Nie przejmuj się, mamusiu, dopiero co dzwonił. Stoi w
korku.

Saverio: Prowadzenie samochodu szkodzi zdrowiu. (pauza) A
on może?

Anita: Chodzi o to, że już od dawna nie był u lekarza (pauza; do
Martiny) Może mu powiesz, że dziś ja mam badania, że-
by się nie bał?

Głos z offu krzyczy: Ángeles Taguada.


3.
Anita szuka w torebce lusterka, Martina przerywa jej.

Martina: Zostaw, mamusiu, (wskazując na usta) już są pomalo-
wane.

Anita: (przesuwa palcami po ustach) Nie sądzę.

Martina: Przecież ci mówię, mamusiu…

Anita denerwuje się i sprzeciwia się Martinie.

Saverio: (do Anity, prawi komplementy) Jeśli mogę wyrazić opi-
nię uniżonego sługi, pięknie pani wygląda tak, jak teraz.

Martina: Widzisz mamusiu? Nawet pan tak uważa!

Anita: Spóźnimy się.

Martina: (przegląda czasopismo) Nie, mamo. Musimy jeszcze
chwilkę poczekać.

Anita: (zaniepokojona) A tata? (drży) Spóźnimy się.

203
Martina: (zaczyna rozmawiać z Saveriem, by zająć matkę czym
innym) Może by pan opowiedział mamie, z kim się pan
przyszedł zobaczyć?

Saverio: (wskazuje na Anitę) Z nią.

Anita: (do Saveria) Spóźnimy się…

Saverio: Tak pani sądzi?

Anita: Spóźnimy się. (rozgląda się na boki) Zdenerwuje się…

Saverio: Moja córka bardzo się denerwuje, kiedy się spóźniam…

Martina: A gdzie jest?

Saverio: Kto?

Martina: Pana córka, gdzie teraz jest?

Saverio: W domu… tak myślę.

Martina: A pan…

Saverio: Ja jestem z moją przyjaciółką, tutaj.

Anita: (do Saveria konfidencjonalnym tonem) Jeśli tatuś nie
przyjdzie, nakrzyczą na nas.

Martina: Tata już jedzie. (ujmuje twarz matki w dłonie i patrzy
jej w oczy) Nikt na ciebie nie nakrzyczy, mamusiu. (pau-
za; do Saveria) Pan…

Saverio: (przerywa jej) Saverio Oscar Núñez z Totoral, ale teraz
mieszkam w domu mojej młodszej córki. (wzdycha z no-
stalgią) Tam, gdzie wszystkie ulice wydają się takie sa-
me…

Martina: (wskazuje na smycz, którą Saverio trzyma) A pana
pies?

204

Saverio: Nie rozumiem.

Martina: Gdzie zostawił pan swojego psa?

Saverio: Ja nie mam psa, jestem alergikiem.

Martina: Pytam się, ponieważ ma pan taką piękną smycz.

Saverio: (pomija uwagę na temat smyczy) Moja córka ma psa.

Martina: I pan go wyprowadza?

Saverio: Sporadycznie. (pauza) Ale to nie jest temat naszej
rozmowy.

Anita: (patrzy w jeden punkt jakby nieobecna) Mój tata ma psa,
który wabi się Jacinto i śpi zwinięty w kłębek na peda-
łach pianina.

Saverio: (do Anity) W Totoral psy nie wchodzą do domów. Są
dzikie i strzegą domów…

Anita: (jakby nieobecna, uwięziona we wspomnieniach z innych
czasów) Jacinto jest bardzo dobry i bawi się z każdym,
kto przyjdzie do domu.

Saverio: Każdego dnia powtarzam mojej córce: wyprowadź to
zwierzę na dwór! Nie widzisz, że cały jestem pogryziony
przez jego pchły?

Anita: Jacinto nie zostawia bąbli. (znowu zaniepokojona) Spóź-
nimy się…

Martina: (starając się powstrzymać Anitę, która po raz kolejny
chce pomalować usta) Opowiedziałaś już panu…?

Saverio: (przerywa) Saveriowi Oscarowi Núñez. Do każdego
należy się zwracać po imieniu. Powtórzenie pozwala je
wbić (wskazuje na głowę) tutaj.

205

Martina: Anito, opowiedziałaś już panu Saveriowi o twoich pe-
largoniach?

Anita: (wciąż niespokojna) Nie przyjdzie i nakrzyczą na nas.

Martina: Mama uwielbia kwiaty, a pelargonii zazdrości jej cała
dzielnica. (pauza) Powiedz mu, mamo, opowiedz panu
Saveriowi.

Oczekiwanie daje się we znaki Anicie i Saveriowi, ich zmiany nastroju
są coraz częstsze.

Głos z offu: AMELIA PEREZ, gabinet 11, neurologia.


4.
Martina: Widzisz, mamusiu, doktor już przyszedł. Zaraz nas
zawołają, a potem pójdziemy do domu i zaparzymy her-
batę mate z cynamonem, tak jak lubisz. (pauza) I jeśli
chcesz, podlejemy twoje pelargonie.

Anita: (do Saveria, jakby budząc się) Pan pije mate?

Saverio: W Totoral nawet cztery razy dziennie. Tutaj rzadko,
moja córka jej nie lubi. Mówi, że yerba mate zostawia
plamy.

Anita: (o smyczy) Jaka piękna. (pauza) Spójrz, córeczko, taka jak
Jacinta.

Saverio: (nie zwraca uwagi na ostatnie zdanie Anity, z pewnym
rozdrażnieniem) Też mi nowość! To, co się zabrudzi, to
się czyści! (z melancholią) Chcę do Totoral, ale zatrzy-
mują mnie swoimi kłamstwami. (pauza) Totoral, pro-
wincja Córdoba, 13827 mieszkańców. (bierze oddech)
13826 odkąd zamieszkałem w domu mojej córki. (bierze
oddech) W Totoral powietrze jest czystsze (pauza). Chcę
do mojego Totoral, tutaj zatrzymują mnie kłamstwami.
(bierze Anitę za rękę) Tato, nie masz orientacji… tato

206
zgubisz się… (z rozdrażnieniem) Kto to słyszał! Jakbym
był dzieckiem. (konfidencjonalnym tonem) Nie zaprze-
czam, czasem zapominam, ale to moje tętnice... (pokazu-
je jej szyję)

Martina: (próbuje rozweselić ich) Ktoś chce soczku albo herbat-
ki? Żeby czas nam szybciej mijał…

Saverio: (nie zwraca na nią uwagi) Ja chcę do Totoral. Tam ode-
tkali mi tętnice. Zoperowali je w okamgnieniu i byłem
jak nowonarodzony przez jakiś czas… ale tutaj lekarz
mojej córki mi nie wierzy… Tutaj nawet lekarze są
dziwni. (pauza) Chcę do mojego Totoral, tęsknię. (po-
płakuje)

Anita: (ściska mu rękę) Proszę nie płakać. Ma pan pelargonie?

Saverio: Nawet ziemi nie mam. Tylko kurz, który zbiera się
między łóżkami… Mieszkanie mojej córki jest malutkie,
a jest nas dużo. Nawet patia, ani miejsca, żeby choćby
postawić doniczkę.

Anita: Jaka szkoda! Są takie wesołe. Ja spędzam całe popołudnia
w moim ogrodzie z pelargoniami. Podobno mówienie do
nich im służy.

Saverio: No, widzi pani, ja zawsze to powtarzam. Ale w domu
wszyscy tylko mnie uciszają.

Anita: (do Martiny) Dzwoniłaś do domu? Może zapomniał, że
mieliśmy umówioną wizytę.

Martina: Soczek dobrze nam zrobi, gorąco tu, nieprawdaż?

Anita: (stanowczo) Nie uprzedziłaś go.

Martina: Owszem, mamo, mówiłam mu. Przecież słyszałaś.
Przed chwilą telefonował…

Anita: Telefon nie dzwonił. Nie kłam, Martino, tak nie wolno.

207

Saverio: Chodzi o to, że tutaj, tutaj nie szanują starszych ludzi.

Martina: Muszę napić się kawy.

Anita: Od takiej ilości kawy psuje ci się charakter.

Saverio: A jeśli dodać mleka? Mleko jest zdrowe, w Totoral ja i
mój tata powtarzaliśmy to klientkom wiele razy. (dotyka
głowy) Żeby sobie to wbiły, tutaj.

Anita: Albo herbaty, może napijesz się herbaty?

Saverio: Herbaty z mlekiem. Najlepiej zimnym.

Anita: (szuka w torebce kredki) Mnie przynieś…

Martina: Mamo. (powstrzymuje ją) Mamo, już są pomalowane.

Anita: Spóźnimy się. (Anita zaczyna bujać się na krześle, powoli
staje się nieobecna, Martina obejmuje ją ramieniem, żeby
powróciła do rzeczywistości)

Saverio: (w innym nastroju) Wszystko zeszło na psy, tutaj już
niczego się nie szanuje… Ale jaka w tym moja wina, pro-
szę mi powiedzieć, jaką za to ponoszę winę. Żadnej!

Martina bierze kredkę i lusterko, stara się zwrócić uwagę Anity.

Saverio: Nie ma w tym żadnej mojej winy. Gdy tylko zajmą się
czymś innym, ucieknę im i już. Pojadę do Totoral…

Anita: (odnośnie ostatniego zdania) Odwiedzić rodzinę?

Saverio: (zdradzając manię prześladowczą) Zabierają mi pie-
niądze i chowają przede mną klucz…

Martina: Panie Saverio, proszę się nie przejmować. Proszę po-
rozmawiać ze swoją przyjaciółką, wszystko będzie do-
brze.

208

Saverio: (podnosi ton głosu) Na głowie! Wszystko postawione
na głowie!

Anita: Gra w pytania i odpowiedzi! Tacie zachciało się gry w
pytania i odpowiedzi… I spóźnimy się. (bierze telefon,
który leżał na jednym z krzeseł) Martino, dlaczego do
niego nie zadzwonisz i nie powiesz mu, że się spóźni-
my?... Na pewno zasiedział się przy grze.

Saverio: Chcę do mojego Totoral (chodzi wzdłuż korytarza, po-
wtarzając cicho) Totoral, prowincja Córdoba, 13827
mieszkańców. (bierze oddech) 13826 odkąd zamieszka-
łem w domu mojej córki. (bierze oddech) W Totoral po-
wietrze jest czystsze, nie ma tyle zamętu, które człowie-
ka dezorientuje. (bierze oddech) Świetnie prowadzę, te-
raz nie chcą, bym to robił. Zezłościli się. Żadnego wykro-
czenia. Żadnego mandatu, to czemu ta złość?

Anita: Zadzwoń do niego, powiedz mu, że dziś są moje badania,
żeby się nie bał.

Martina: (po raz kolejny bierze do ręki czasopismo) Korki go
zatrzymały, mamusiu.

Anita: (do Saveria) On zawsze bał się igieł i leków, ale przecież
ja nigdy nie płaczę, to czemu on się boi?... (buja się na
krześle) Spóźnimy się… i się zezłości.

Saverio: (pogrążony w swoich myślach) W końcu, kto jest ojcem,
co? Kto sprowadził ich na ten świat? Jeśli oni wrócili do
domu i opuścili to miejsce to już ich sprawa. Są dorośli,
mogą robić co chcą, ale zostawiać mnie bez pieniędzy…
kto to słyszał. Już niczego się nie szanuje, nawet pies ma
więcej wolności w domu niż ja. (pauza) Ale ja tak tego
nie zostawię, o nie, Saveria się szanuje! Saveria Oscara
Núñeza szanuje się, ja byłem na krążowniku „Generał
Belgrano”. Teraz już to się wcale nie liczy? To, co czło-
wiek robił przez całe życie już się wcale nie liczy? Roz-
targnienie każdemu może się zdarzyć…

209

Głos z offu: Ana Reboredo Ortiz, gabinet 11, neurologia.

5.
Martina: Mamusiu, już czas.

Anita patrzy na nią roztargniona, nie reaguje.

Martina: Anito, wyczytali twoje imię. Musimy wejść.

Anita: Spóźnimy się.

Saverio: (patrzy na krzesło obok Anity) Zajęte?

Anita: (grzecznie, otwierając torebkę) Wydaje mi się, że nie.

Martina: Anito, spóźnimy się, nie każ lekarzowi czekać na sie-
bie.

Anita: (mechanicznie, biorąc kredkę i lusterko) Nie każ lekarzo-
wi czekać, rozzłości się.

Saverio: (siada obok Anity) Oczywiście wypije kawę bez mleka!
Powtarza im się raz i drugi, a i tak muszą zrobić wszyst-
ko na odwrót.

Martina: (o ustach) Już są pomalowane. (pauza) Stracimy kolej-
kę, mamo, już od miesięcy czekamy na wizytę, pamię-
tasz?

Anita: Twój tata jeszcze nie przyszedł.

Saverio: Boi się igieł?

Martina: (bierze matkę pod ramię ruchem delikatnym, ale pew-
nym) Kiedy dojdziesz do drzwi, zapukaj i wejdź jak
ostatnim razem.

Anita: (pozwala się prowadzić) Za późno.

210
Martina: (idąc) Tak, z powodu korków.

Martina i Anita odchodzą powoli.

6.
Saverio: Prowadzenie samochodu szkodzi zdrowiu. (patrzy na
smycz, którą trzyma w dłoniach) Przez niego jestem cały
w bąblach. Mówiłem im: wyprowadźcie psa! (zaczyna
drapać się) Ale nie, nikt mnie nie słucha. Ja już im dam
nauczkę. Starszych się szanuje. (pauza) Kto to słyszał.
Zapchlony pies. Pchły szkodzą zdrowiu. Kiedy im pasuje,
to nie pamiętają. Ja już dam im nauczkę. Saveria Oscara
Núñeza szanuje się. Saverio jest głową rodziny… (pauza)
Co oni sobie myślą, że jestem głupi. Wyprowadźcie psa
na patio!, mówię. Nie ma patia tato, mówią. Jakbym był
głupi. Ja go wyprowadziłem, należało tylko otworzyć
okno, a pies sam wyszedł.

Przechodzi pielęgniarz. Rozpoznaje Saveria i zatrzymuje się.

Pielęgniarz: Saverio?

Saverio: (wstaje i wyciąga dłoń na przywitanie) We własnej
osobie. Saverio Oscar Núñez z Totoral.

Pielęgniarz: Co tutaj robisz?

Saverio: (myśli) Czekam.

Pielęgniarz: Przyprowadziła cię córka?

Saverio: (urażony) Jestem już na tyle duży, że nie potrzebuję, by
mnie przyprowadzano.

Pielęgniarz: (stara się zmienić temat) A ta smycz?

Saverio: Nie rozumiem.

Pielęgniarz: Masz psa?

211
Saverio: Ja nie, jestem alergikiem. A pan?

Pielęgniarz: Mam kota, są bardziej niezależne.

Saverio: Moja córka ma psa.

Pielęgniarz: (patrzy na zegarek) Saverio, nie miałeś być w szó-
stym pawilonie?

Saverio: Ja nie. A pan?

Pielęgniarz: Znowu uciekłeś z terapii!

Saverio: Ja nie.

Pielęgniarz: Twoja córka na pewno cię szuka. Nie możesz wy-
chodzić bez uprzedzenia.

Saverio: (urażony) Nie wymądrzaj się, chłopczyku. Okaż szacu-
nek starszym. (wymachuje smyczą) Tam, w Totoral, ta-
kie rzeczy się nie zdarzają. Kiedy starsi mówią, to się ich
grzecznie słucha.

Pielęgniarz: (pojednawczo) Masz rację, przyjacielu. Zawrzemy
układ: pójdziesz ze mną do szóstego pawilonu i…

Saverio: (konfidencjonalnym tonem) I wypijemy mate.

Pielęgniarz: No, właśnie. Wypijemy mate, a po drodze zadzwo-
nimy do twojej córki.

Saverio: Moja córka nie pije mate, mówi, że zostawia plamy.
(konfidencjonalnym tonem) Lepiej wypijmy je sami.

Pielęgniarz: Dobrze, ale chodźmy już, bo się spóźnimy.

Odchodzą w przyjacielskim uścisku.

Gasną światła.

212
Jej imię to Anita

POSTACI

ANITA. Kobieta około sześćdziesiątki, cierpi na chorobę Alz-


heimera.

MARTINA. Córka Anity, około trzydziestki.

OPIEKUNKA. Kobieta około sześćdziesiątki, wydaje się dużo


młodsza niż Anita.





Anita była młoda, była koncertującą pianistką, była matką córki, była
kobietą.

Anita zapomniała, co oznaczały dla niej nuty w czasach, w których
jeszcze wiedziała, jak się nazywa.

Anita chodzi wolno po pokoju, jakby go widziała po raz pierwszy.

Pokój skromnie urządzony, ale przytulny, w rogu fotel na biegunach
przystrojony wielkimi poduszkami. Z jednej strony niski drewniany
stolik pełen kolorowych pojemników na przybory do pisania, ołówków
różnej długości, papieru i innych przedmiotów.

Wolno i w milczeniu Anita siada w fotelu i prawie automatycznym ge-
stem włącza magnetofon, który stoi u jej stóp. Rozbrzmiewające dźwię-
ki napełniają jej oczy łzami.


Anita: (ręce skrzyżowane na kolanach) Tata grał na fortepianie.
(nuci) Tata ma pianino. (nuci) Tata lubi grać nocą, gdy

213
wszyscy jesteśmy w łóżkach. (wzruszona) Te dźwięki
wprawiają mnie w nostalgiczny nastrój (próbuje dalej
nucić melodię, lecz nie może, milknie) Tss! Tss! Mama
biega za nami po podwórku, żebyśmy nie przeszkadzali
tacie, kiedy gra. (śmieje się, pauza) Tata jest… jest… (sta-
ra się, ale nie może znaleźć słowa) „Tata gra na fortepia-
nie!”, (pauza) krzyczy mama zdenerwowana wrzawą.
(głaszcze swoje dłonie) Wykorzystuję porę kolacji. (pau-
za) Kiedy mama nakrywa stół obrusem w czerwoną kra-
tę, ja dotykam jej rąk. (zadowolona) Są delikatne! (psot-
ny śmiech) Długie i delikatne. (znowu wsłuchuje się w
muzykę, układa się w fotelu i zasypia)

Wchodzi María, opiekunka, za nią Martina, córka Anity.

Opiekunka: Cały dzień nie chciała wyjść do ogrodu. (pauza)
Prawie nic nie zjadła. Je jak ptaszek. Mówię do niej i
mówię, ale wciąż jest nieobecna.

Martina: (przykrywając matkę) Tak, wiem, lekarz już mi mówił.
(pauza) Połknęła już tę nową tabletkę?

Opiekunka: Czerwoną, tak. (pauza) Na początku opierała się,
ale w chwili nieuwagi dałam jej na siłę (pokazuje), a za-
raz potem do popicia szklankę wody. (odwołuje to, co
powiedziała) to znaczy, nie na siłę… jak to się mówi… z
zaskoczenia. (pauza) Ale delikatnie.

Martina: (głaszcze ręce Anity) A pelargonie? Mówiłaś jej o pe-
largoniach? (pauza) Nie dalej jak wczoraj była nimi zain-
teresowana…

Opiekunka: Nawet pelargonie mi nie pomogły. (wskazuje na
głowę) Jest zagubiona w sobie, w środku.

Martina: Marío, tu nie chodzi o mamę i jej chęci, ale o to, żebyś
to ty ją zachęcała do aktywności. (spięta) Już od dwóch
tygodni nie chce wychodzić z domu, a to bardzo źle.
(pauza) Ona uwielbia spacery…

214
Opiekunka: Uwielbiała.

Martina: Za każdym razem kiedy ktoś z nas jej towarzyszył,
pokazywała nam swoje ostatnie odkrycie. Jakiś nowy
dźwięk, szmer, o którym szczegółowo nam opowiadała,
jakby słyszała melodie, które wygrywała dla niej ulica.
(pauza; do opiekunki) Mama musi spacerować…

Opiekunka: (w swojej obronie) Robię, co mogę, ale to nie takie
proste. Jej niechęć wzrasta tak, że czasem wydaje mi się,
że siedzimy tu trzy: (wyrazem twarzy podkreśla znacze-
nie słów) Anita, María i Pani Niechęć.

Martina: Nigdy ci nie mówiłam, że to jest proste. Już pierwsze-
go dnia wyjaśniliśmy ci, że mama cierpi na zaburzenia
zachowania, a to wpływa na jej pamięć. (tonem gwał-
townej skargi) A ty, ty powiedziałaś mnie i tacie, że to
nie jest żaden problem dla ciebie i zaczęłaś opowiadać o
swoim bogatym doświadczeniu w tej dziedzinie. (pauza)
Skłamałaś wtedy… czy kłamiesz teraz?…

Opiekunka: Nigdy panienki nie okłamałam. Co więcej, kiedy
zaczęłam opiekować się panią….

Martina: A-ni-tą. Przecież prosiłam cię, żebyś nazywała ją po
imieniu, w ten sposób go nie zapomni.

Opiekunka: No więc, kiedy zaczęłam opiekować się panią…
przepraszam, Anitą – a nie było to tak dawno temu –
ona jeszcze otwierała mi drzwi i mówiła: „Marío, jak do-
brze, że to ty, przygotowałam ci mate tak, jak lubisz, z
cynamonem i pomarańczą”. (pauza) Jakie pyszne mate
piłyśmy!...

Martina: Ale to już minęło.

Opiekunka: Tak, zaszły zmiany. Wydaje się, że wczoraj to było
wieki temu. (pauza) Nadal słyszę jak gra, wyprostowa-
na, wyprostowana (wskazuje na pustą przestrzeń) nad

215
pianinem... Lubiła, gdy jej słuchałam, sprzątając jej pokój
lub podlewając pelargonie.
Martina: Ale to także już minęło. (pauza) Mama jest kimś, kto
każdego dnia się zmienia, a ty, (zdenerwowana) ty jesteś
jej opiekunką, a nie jakąś towarzyszką przygód.

Opiekunka: (wzdycha) Biedactwo, już nie dla niej przygody.

Martina: Żadne biedactwo! Mama nie jest żadnym biedactwem,
rozumiesz? Moja matka jest wielką kobietą, chciałabyś…
(wpada w złość; dotyka przedmiotów, które znajdują się
na stole) Pełne kurzu… Wcześniej byłaś bardziej staran-
na, ale teraz…

Opiekunka: Proszę mi wybaczyć. (dotyka czoła Anity) Wygląda
na taką… taką…

Martina: Jaką?

Opiekunka: Taką małą, taką kruchą.

Martina: (zdenerwowana) Moja mama nie jest… krucha. Moja
mama jest wielką pianistką…

Opiekunka: Była…

Martina: Jest. Tylko o tym zapomniała. (wybucha płaczem)

Opiekunka: Moje maleństwo.

Martina: Nie jestem twoim maleństwem, jestem jej maleń-
stwem… i tęsknię za nią. Tęsknię za tą kobietą, która w
czasie sjesty ćwiczyła na fortepianie.

Opiekunka milczy, skupiona, Martina, zaniepokojona, nadal mówi; jej
spojrzenie wciąż zdaje się pytać o coś, czego nie znajduje.

Martina: Kiedy byłam mała, usypiała mnie swoimi sonatami…
(pauza) Czekałam na kolację, by przypatrywać się jej

216
dłoniom tak smukłym i pełnym wdzięku. Tak delikat-
nym…

Opiekunka: Ale ona już tego nie pamięta i nie można już nic z
tym zrobić…

Martina: Lepiej, żeby cię nie usłyszała. (Anita zaczyna się ru-
szać) Przynieś tabletki, już czas.

Anita budzi się i patrzy na nie.

Martina: Mamusiu, jak się czujesz? Słońce tak pięknie świeci, a
ty w łóżku?

Anita uśmiecha się do niej.

Martina: María powiedziała mi, że nadal jesteś straszliwie le-
niwa…

Anita szuka jej dłoni, dotyka jej i uśmiecha się.

Martina: Napijemy się pysznej mate z cynamonem i pomarań-
czą, masz ochotę?

Anita milczy i patrzy na nią.

Martina: Marío, tabletki! Ach! I zaparz wodę, wypijemy z ma-
musią mate. (pauza; do Anity) A pelargonie? Podlałaś je?
Słońce jest bardzo mocne, uschną ci… (pauza; cały czas
trzyma ją za rękę) Kiedy napijemy się mate, nalejemy
wody do konewki i pójdziemy ratować pelargonie.

Wchodzi María z tabletkami. Martina bierze odpowiednią i próbuje ją
podać matce. Anita przygląda się tabletce w swojej dłoni, jak dziecko,
które odkrywa okrągłość guzika. Bawi się tabletką.

Martina: Mamusiu, proszę, połknij ją, dobrze? Spadnie ci. (po-
kazuje gestem) W ten sposób, mamusiu, wkładasz i popi-
jasz świeżą wodą, którą ci przyniosła María.

217
Anita: Marío!

Martina: Tak, bardzo dobrze… María, mamusiu, María.

Opiekunka: Bardzo dobrze, Anito! Już od dwóch dni nie nazy-
wałaś mnie po imieniu! Zobaczymy, jak pięknie poły-
kasz tabletkę, proszę włożyć ją do buzi, a następnie…

Anita rzuca tabletkę, zaczyna niepokoić się.
Martina: (starając się uspokoić drżącą Anitę, zwraca się do
Maríi) Jak to od dwóch dni nie wymawia twojego imie-
nia? Dlaczego mi o tym nie powiedziałaś?

Opiekunka: Powiedziałam to przy okazji panienki tacie… kiedy
wychodziłam. (zaniepokojona) Być może zapomniał pa-
nience powiedzieć!

Martina: (podnosi ton głosu) Co ci mówiłam… co ci tłumaczy-
łam?... Nie mieszaj do tego mojego taty…

Opiekunka: Ale panienki tata…

Martina: Tata ciężko pracuje przez cały dzień, byśmy mogli ku-
pić leki i…

Opiekunka: Przepraszam. Ale po tym incydencie…panienki
ojciec poprosił mnie…

Martina: (zmusza matkę do połknięcia tabletki) Jakim incyden-
cie?

Opiekunka: Widzi panienka, też jej panienka podała na siłę…

Martina: Nie zmieniaj tematu. O jakim incydencie mówisz?

Opiekunka: Panienki ojciec powiedział mi, że…

Anita wyczuwa napięcie i zaczyna się niepokoić.

218
Opiekunka: (korzysta z sytuacji i wychodzi) Woda, przygotuję
mate, może z panienką się napije…

Martina chce wyjść za Maríą, ale dłoń matki ją zatrzymuje.

Anita: Jaka jesteś piękna!

Martina: (wchodząc w tę samą konwencję) Do kogo jestem po-
dobna…

Anita: Jaka piękna!

Martina: Mamusiu, mówią, że jestem podobna do kogo?…

Anita: (myśli) Nie wiem…

Martina: Do mojej mamy. (pauza) A kto jest moją mamą?

Anita: (po jakimś czasie) Nie wiem…

Martina: (próbuje ukryć frustrację) Ty jesteś moją mamą!

Anita: (z jej twarzy nie znika niewinny uśmiech) Jak to dobrze!

Martina: No, właśnie… (znów próbuje uzyskać właściwą odpo-
wiedź) A pamiętasz, jak się nazywam…?

Anita: (po dłuższym czasie) Anita.

Martina: (ukrywa kolejne rozczarowanie) Kim jest Anita?

Anita: (z pewną trudnością) To ja…

Martina: Bardzo dobrze. A ja?... (bardziej ożywiona) Jak ja się
nazywam, mamusiu?

Opiekunka: (wchodzi) Przygotowałam mate tak, jak lubisz, Ani-
to, i przyniosłam ci ciasteczka scones, które upiekła moja
córka, palce lizać!

219
Anita: (reaguje) María!

Martina: Zobaczymy, czy mate ci pomoże… jak się nazywam?

Opiekunka: Proszę nie naciskać panienko, jak się znudzi, to
zaśnie…

Martina: Nie udawaj, że nie rozumiesz; ja nie mam problemów
z pamięcią, jeszcze wrócimy do tematu incydentu.

Opiekunka: No, Anito, a teraz jeden łyk, mały łyczek, dobrze?

Martina: Tak, mamusiu, wypijemy mate i podlejemy twoje pe-
largonie.

Anita: Mar-ti-na… (dotyka włosów Martiny)

Martina: Sama je wybrałaś, mamusiu.

Anita: Piękne.

Martina: Tata był przekonany, że urodzi się…

Anita: Chłopak i będzie nazywał się Martín (pauza), ale urodziła
się dziewczynka, w wiosenne popołudnie, 3,450 kg, po-
ród naturalny. (pauza; znów pogrąża się we wspomnie-
niach) Tata powiedział: będzie grała na fortepianie.

Martina: To powiedział dziadek, mamo. To on cię zachęcił do
gry na pianinie.

Anita: Tata grał na fortepianie każdego wieczora i…

Opiekunka: (przerywa) Wszystko pięknie, ale Anita musi coś
zjeść…

Martina: Mamo, gdzie jest twoje pianino?

Anita: Jaka piękna!

220
Martina: Marío, gdzie jest pianino mamy?

Opiekunka: (zaniepokojona) Już późno, jeśli panienka poczeka
na przyjście swojego taty, ja skorzystam z okazji i skoczę
po parę rzeczy do apteki.

Martina: (spięta) Oddaliście je do konserwacji?

Opiekunka: Panienki ojciec lepiej to panience wytłumaczy.

Martina: (zdenerwowana) Co ma mi do wytłumaczenia? Nie
było cię przy tym, jak je zabierali?

Opiekunka: Byłam.

Martina: (zdenerwowana) Nie przyszło ci do głowy spytać, ile
to potrwa. Nie byłaś w stanie wytłumaczyć im, jak waż-
ne jest dla niej, żeby je szybko oddali…

Opiekunka: (wykręca się od odpowiedzi) Anito, może spróbu-
jesz ciasteczka, które zrobiła moja córka.

Anita: Masz córkę?

Opiekunka: Tak i jest tak piękna, jak twoja.

Martina: Gdzie telefon do konserwatora? Wszystko muszę ro-
bić sama, muszę o wszystkim pamiętać… Poza tym po co
ten pośpiech, mogliśmy jeszcze trochę poczekać. Wy-
starczyło je przykryć. (próbuje znaleźć jakieś wytłuma-
czenie) Jak lustro. Prześcieradło i z głowy. Była zdener-
wowana. Lekarz powiedział: leczenie przebiega powoli,
należy ustalić odpowiednią dawkę leku. (pauza) To była
tylko zwykła nieuwaga. Komu przyszło do głowy zosta-
wiać nóż w jej zasięgu? (usprawiedliwia ją) Ona nie
chciała tego zrobić.

Opiekunka: Anito, ugryź choć trochę.

Anita: Ja mam córkę?

221

Martina: Powinni je przynieść. Moja mama go potrzebuje. Może
jak je znowu zobaczy, przypomni sobie, a po jakimś cza-
sie zdecyduje się przy nim usiąść. A potem… potem, któ-
regoś popołudnia znów zagra mi sonatę.

Opiekunka: Panienko, proszę jej pomóc z mate, żeby się nie
poparzyła. Ja skoczę do apteki i przyniosę jej te tabletki
na sen, skończą się dziś wieczorem. (pauza) Panienki oj-
ciec mówi, że coraz wcześniej się budzi i jest tak leciut-
ka, że nawet nie słychać odgłosu jej kroków. Jeśli się
przewróci…

Anita: Mam córkę o dłoniach tak delikatnych, jak dłonie taty.

Martina: To twoje ręce są delikatne, mamo! Twoje ręce są jak
ręce dziadka! I znów będą wygrywać melodie…

Opiekunka: Anito, chcesz się załatwić? (pauza; do Martiny)
Czasami zapomina.

Martina: Czasami, to znaczy kiedy?

Opiekunka: Różnie. Razem z panienki ojcem zdecydowaliśmy
się na pieluchy na noc…

Martina: (z pewnym rozdrażnieniem) Zdecydowaliśmy się na
pieluchy…

Opiekunka: (nie bierze przytyku do siebie) Tak, żeby nie wsta-
wała w nocy sama, bo może się przewrócić.

Anita: Tss! Tss! Kiedy mama nakrywa stół obrusem w czerwoną
kratę, ja dotykam jej rąk. (zadowolona) Są takie delikat-
ne! (psotny śmiech) Długie i delikatne.

Martina: Muszę znaleźć telefon do konserwatora. Nie wiesz,
gdzie ojciec mógł go zostawić?

222
Anita: Tss! Tss! Mama biega za nami po podwórku, żebyśmy nie
przeszkadzali tacie, kiedy gra.

María bierze torebkę i idzie do drzwi.

Martina: (puszczają jej nerwy) To ty jesteś Ana Reboredo Ortiz i
grasz na fortepianie! To ty masz delikatne dłonie, ma-
mo!

Anita: Jaka piękna!

Martina: Mamo, ty jesteś pianistką, a ja twoją córką. Szukam
telefonu do konserwatora, żeby ci przyniósł twoje pia-
nino. (patrzy na Maríę) Ty, Anito, jesteś panią tego do-
mu…

Anita: (układa się wygodnie w fotelu, by na nowo zasnąć)

Martina: (do Maríi) Nie stój jak słup! Zostaw torebkę i pomóż
mi z mamą. (do Anity) Mamusiu, żadnego spania… Żad-
nego leniuchowania w tym domu… (próbuje ją podnieść)
Widzisz słońce? Musimy podlać twoje pelargonie. (do
Maríi) Napełnij konewkę. Razem z mamusią podlejemy
pelargonie…

Anita: (niechętnie) Marío!

Martina: Martina, mamusiu, Martina.

Anita: Marío!

Martina: (krzyczy) Marío! Nie słyszysz, że Anita cię woła?

Opiekunka: (niechętnie wchodzi) Zostawiłam wodę na po-
dwórku obok doniczek.

Anita: (rozkłada ręce) Marío!

Opiekunka: (podchodzi) Tutaj jestem, Anito. Odrobina wysiłku,
dobrze? Sprawimy przyjemność Martinie.

223

Anita: (próbuje znaleźć fotel bujany) Marío…

Opiekunka: (do Martiny) Ja podleję, nic mnie to przecież nie
kosztuje.

Martina: (spięta) Role ci się chyba pomyliły… (do Anity) Idzie-
my mamusiu, doktor powiedział, że powinnaś dużo
przebywać na świeżym powietrzu, pamiętasz?

Anita: (próbuje znaleźć fotel bujany) Marío…

Opiekunka: Panienko, może pozwolimy jej trochę odpocząć?
Być może kiedy przyjdzie pani ojciec…

Martina: Kiedy przyjdzie mój ojciec, mój ojciec to, mój ojciec
tamto… Skończ już z tym moim ojcem! Nie zdajesz sobie
sprawy z tego, że moja mama jest tutaj.

Opiekunka: Panienko… ja mówiłam… Panienki mama zaczyna
się denerwować, a to bardzo niedobrze.

Martina: O tym, co jest dobre, a co nie decydują w tym domu
członkowie mojej rodziny. (pauza) A ty do niej nie nale-
żysz.

Anita: (zaczyna się trząść)

Martina: Widzisz, co zrobiłaś. Wygląda na to, że uwielbiasz ją
oglądać w tym stanie.

Opiekunka: Nie, proszę panienki. Lepiej już sobie pójdę.

Martina: Oczywiście! Wolisz towarzystwo mojego ojca.

Anita: Marío!

Martina: María nie! Martina, mamo, Martina. (pauza; pozwala
matce położyć się, a po chwili w przypływie złości zrzuca
wszystkie przedmioty, które znajdują się na stole) Nie

224
zdajesz sobie sprawy, mamo, z tego, do czego doprowa-
dzasz, swoim zapomnieniem? (pauza) Nie rozumiesz, że
ono kradnie to wszystko, co do ciebie należy… (pauza)
Twoje pelargonie, twoje popołudnia przy filiżance mate,
twojego męża…

Anita: (płacze)

Opiekunka: (idzie w kierunku Anity) Proszę się nie denerwo-
wać, Anito, wszystko będzie dobrze…

Martina: Nie dotykaj jej! (po chwili) Nie okłamuj jej! (po chwili
do Anity) Nic nie jest dobrze, odkąd zaczęłaś być nieo-
becna…

Opiekunka: Martino, niech panienka się uspokoi, nie jest to
dobre ani dla panienki, ani dla niej. (pauza) Zaparzę pa-
nience herbatę z lipy, a potem pójdę do apteki zanim ją
zamkną.

María idzie do kuchni, Anita kuli się w fotelu, a Martina zaczyna zbierać
przedmioty rozrzucone po podłodze.

Martina: Wybacz mi, mamusiu, ale tęsknię za tobą. (pauza) Co
zrobiłyśmy źle? Co źle zrobiłam? Dlaczego już nie chcesz
ze mną spacerować, śmiać się ze mną czy chociażby
podlewać swoich pelargonii?

Anita: (wyciąga rękę w kierunku twarzy swojej córki) Martina!

Martina: Tak, mamo, Martina. (bierze kilka ilustracji) Co to jest,
mamusiu?…

Anita: (patrzy na nie; po jakimś czasie) Jakie piękne!

Martina: To zegar, mamusiu. (bierze kolorową kredkę, która leży
obok) A to, co to jest?...

Anita: (nieobecna) Wykorzystuję porę kolacji. Kiedy mama na-
krywa stół obrusem w czerwoną kratę, ja dotykam jej

225
rąk. Są takie delikatne! (psotny śmiech) Długie i delikat-
ne.

Martina: (szuka czegoś wśród przedmiotów) Mamusiu, zoba-
czymy, czy zgadniesz, co ci zaraz pokażę?... Mała pod-
powiedź…. To jest zabawka, ale ty masz prawdziwe…

Martina pokazuje swojej matce zabawkowe pianino. W pierwszym
momencie Anita odwraca wzrok, ale potem na nie patrzy. Matka i cór-
ka siedzą w milczeniu.

Anita: (bierze je do ręki) Tata grał na fortepianie. (nuci) Tata ma
pianino. (nuci) Tata lubi grać nocą, gdy wszyscy leżymy
w łóżkach. (ze wzruszeniem)

Martina: Ty grałaś na fortepianie. (opiera się na kolanach swojej
matki) Potrzebuję twoich sonat, Anito.

Anita: Anita!

Martina: Kim jest Anita?

Anita: To ja…

Martina: Dobrze. (po chwili) I pamiętasz, dlaczego zabrali pia-
nino…?

Anita: (mocno ściska swoją zabawkę) Pianino.

Martina: To prawdziwe, mamusiu. To, które oddali do konser-
wacji…

Opiekunka: (wchodzi z herbatą) Panienko Martino, proszę nie
nalegać, pianino nie wróci…

Martina: Muszę znaleźć telefon do konserwatora.

Opiekunka: Panienki ojciec sprzedał je w sobotę po ostatnim
ataku Anity.

226
Martina: (wyprowadzona z równowagi) Pianino było do napra-
wy… pianino należy do mamy, pianino…

Opiekunka: Pianino nie wróci, odeszło razem ze wspomnie-
niami panienki mamy.

María podaje Martinie herbatę, podczas gdy ta szuka schronienia w
fałdach matczynej spódnicy. Znów rozbrzmiewa muzyka z czasów
młodości Anity, świadek innej epoki, znów rozbrzmiewa.

Opiekunka: Do widzenia, Anito, nie zapomnij podlać swoich
pelargonii.



Gasną światła.

227
Wszystkiego najlepszego
z okazji urodzin, Anito

POSTACI

JUAN. Mężczyzna około 65-letni, mąż Anity.

ANITA. Kobieta około sześćdziesiątki, cierpi na chorobę Alz-


heimera.

RAQUEL. Kobieta 55-letnia, również cierpi na chorobę Alz-


heimera, dopiero co zdiagnozowana.

CARLOS. Koordynator grupy pacjentów z chorobą Alzheimera.

SAVERIO. Krzepki mężczyzna około sześćdziesiątki, cierpi na


chorobę Alzheimera.




Przedpokój. Po lewej stronie drzwi wejściowe, po prawej przejście do
salonu.

Słychać odgłosy spotkania i muzykę.


Juan: (siedzi jakby nieobecny; na głowie ma zabawną czapkę
urodzinową, na szyi girlandę kwiatów; potrząsając kołat-
ką, ćwiczy) Wszystkiego najlepszego z okazji urodzin,
kochanie! (długa pauza) Wszystkiego najlepszego, Ani-

228
to! (pauza; łamiącym się z emocji głosem) Wszystkiego
najlepszego.

Migotanie światła. Z salonu wchodzą Raquel i Anita.

Raquel: (ściska ramieniem torebkę, wystrojona w czapkę i gir-
landę, trzyma kołatkę; towarzyszy Anicie) Jeden kroczek,
w ten sposób. Nie. Nie. A teraz stopa, ostrożnie, najpierw
jedna, a potem druga (z dużym trudem) Proszę pani…

Juan: (przerywa, nie podnosząc się) Anita, jej imię to Anita.

Raquel: (dalej zajęta pomocą Anicie) Anito, najpierw jedna sto-
pa, a potem druga. (pauza) Skup się, Anito, musisz mi
choć troszkę pomóc.

Juan: (spontanicznie) Słyszy panią, ale pani nie słucha. Tak jest
zawsze. (konfidencjonalnie) Zanim pani nie zaufa. (idzie
w kierunku Anity) Mój ty aniołeczku. (delikatnie podnosi
ją za ramiona) Wygląda na to, że masz nową przyjaciół-
kę.

Raquel: (obrażona, ściska mocno swoją torebkę) Przepraszam,
ale z kimś mnie pan pomylił.

Juan: (nie przestaje patrzeć na Anitę) Niemożliwe. (pauza) Nie
znam pani.

Raquel: (wzdycha z ulgą) Nareszcie, to pierwsze rozsądne sło-
wa, jakie usłyszałam tego popołudnia! (pauza) Nie zna
mnie pan, ponieważ nie należę w żaden sposób do tego
miejsca.

Juan: (zostawia Anitę siedzącą na krześle) Przepraszam, nazy-
wam się Juan i jestem mężem Anity.

Raquel: Miło mi (wyciąga dłoń w geście powitania) Raquel, jestem
wdową.

Juan: Dziękuję.

229

Raquel: Za co?

Juan: Za towarzyszenie jej.

Raquel: Naprawdę nie ma za co.

Juan: I tak dziękuję. (pauza) Nadal to dla mnie dość trudne.

Raquel: (spogląda na Anitę ze współczuciem) Rozumiem. (pa-
trzy w kierunku salonu) Kto byłby w stanie przyzwyczaić
się do tego domu wariatów. (pauza pełna napięcia; pró-
buje zatuszować gafę) To znaczy, do tej muzyki, do tylu
ludzi, którzy chodzą w tę i z powrotem.

Juan: Ja nigdy się za bardzo nie nadawałem na spotkania towa-
rzyskie. (patrzy na Anitę) Ale Anita czuła się wśród ludzi
tak swobodnie. (wspomina) Zawsze wiedziała, co odpo-
wiedzieć. Zawsze uśmiechnięta. Zawsze potrafiła
grzecznie się zachować. Z nią wszystko było prostsze.
(pauza) Gdziekolwiek szliśmy, wszystkie powitania,
uwaga wszystkich skupiała się wokół niej. (w zaufaniu)
To zawsze mnie uspokajało, bo tłumy mnie przytłaczają.

Raquel: Kto by pomyślał! Wygląda na taką spokojniutką.

Juan: Dziś tak, ale wczoraj… Wczoraj była inna.

Raquel: (chodzi tam i z powrotem) Wie pan, ile to jeszcze może
potrwać?

Juan: Ile trwa zazwyczaj?

Raquel: (dość zaniepokojona) Mniej więcej. Ile to może potrwać
dzisiaj?

Juan: Około trzech, czterech godzin.

Raquel: Żartuje pan?

230
Juan: Nie zwykłem.

Raquel: To niemożliwe!

Juan: Nigdy więcej niż cztery godziny, ponieważ muszą za-
mknąć to miejsce.

Raquel: Ale… to oznacza, że to dopiero początek.

Juan: A my się spóźniliśmy, jakąś godzinę temu wszystko się
zaczęło.

Raquel: (rozgląda się wokół) Zna ich pan?

Juan: Nie wszystkich. (rozgląda się) Ale uczę się rozpoznawać
niektóre twarze.

Raquel: Szczerze mówiąc, nie wiem, jak oni to robią.

Juan: Z dużym trudem. Na dzisiejsze balony, girlandy i kołatki
wydano więcej pieniędzy niż zazwyczaj (pauza), ale by-
ło warto, salon jest taki jakiś inny. (pauza) Słyszy pani,
jak się śmieją?

Raquel: Żałosne!

Juan: (idzie w kierunku Anity, która pozostaje wyprostowana i
nieobecna) Pierwszy raz pani tutaj jest?

Raquel: (wsłuchuje się w śmiechy) I ostatni.

Juan: Pierwsze spotkania są trudne, ale potem człowiek się
przyzwyczaja.

Raquel: Broń Panie Boże, bym się do tego miała przyzwyczaić!

Juan: (do Anity) Widziałaś, kochanie, ile osób dziś przyszło?
(pauza) Jest Julia, Celia, a nawet Saverio. (konfidencjo-
nalnym tonem) Jeśli się nie pospieszysz, Celia zabierze ci
partnera do tańca. (bierze ją za ręce)

231

Raquel: Jest pan pewien?

Juan: Przepraszam, nie dosłyszałem, mówiła pani?… (patrząc
na Anitę, która opiera głowę na jego ramieniu) Zagadali-
śmy się.

Raquel: (ironicznie) Dziwne, wydawało mi się, że tylko pan
mówi… No, cóż, pytam, czy jest pan pewien, że zostało
jeszcze tyle godzin…

Juan: (z anielską cierpliwością) Tak, zostały co najmniej trzy
godziny. (do Anity) Bez wątpienia jest nowa.

Raquel: Proszę nie szeptać! Nie znoszę ludzi, którzy mówią o
mnie za moimi plecami. Trzeba mówić wprost. To, co ma
pan do powiedzenia, proszę powiedzieć mnie.

Juan: (pojednawczym tonem) Jeśli przeszkadza pani hałas, może
pani zostać tutaj z nami.

Raquel: (zdenerwowana) Jestem panu wdzięczna, ale zaraz wy-
chodzę. (pauza) Udało mi się wyjść z tego… miejsca (od-
nosząc się do salonu) i dotarłam tutaj dzięki...

Juan: Anicie.

Raquel: No, właśnie. Dzięki Anicie.

Cisza. Raquel zajmuje się swoją torebką, wyciąga białą kopertę, przy-
gląda się jej uważnie, nie otwierając. Z salonu słychać piosenkę zespołu
Los Cinco Latinos.

Juan: (chwyta Anitę za rękę) Pamiętasz, kochanie, przy tej pio-
sence się poznaliśmy?

Anita: (nuci)

Juan: (ściska ręce Anity w swoich dłoniach) Byłaś z twoją matką i
siostrą. Wyglądałaś tak pięknie w tej niebieskiej sukien-

232
ce. (pauza) Nie czułem się pewnie, ale odważyłem się
poprosić cię do tańca. (pauza) Wzięłaś mnie za rękę,
wbiłaś we mnie wzrok i z pewnością siebie, której zaw-
sze ci zazdrościłem, zaprowadziłaś na parkiet, nie czer-
wieniąc się przy tym ani przez chwilę.

Raquel: (nie przestaje spoglądać na zewnątrz) Nie ma pan dość?

Juan: Czego?

Raquel: Mówienia do siebie.

Juan: Nie, ponieważ tego nie robię (chwyta mocno dłoń Anity)
Wybacz jej, kochanie, jest zdenerwowana.

Raquel: (skruszona, ostrożnie wyjmuje chusteczkę i wyciera
twarz) Przepraszam, zwykle taka nie jestem, ale to miej-
sce wyprowadza mnie z równowagi.

Juan: Wszystkim nam się zdarza za pierwszym razem. Ale po
jakimś czasie człowiek zaczyna szukać nowych form,
nowych miejsc. Anita i ja mamy w zwyczaju aranżować
nasz własny czas, tak by móc wspominać…

Raquel: (patrzy uważnie na kopertę) Człowiek jest czymś więcej
niż tym, co pamięta.

Juan: (do Anity) Los Cinco Latinos! Carlos pomyślał o wszyst-
kim. Kiedy mu mówiliśmy o naszej piosence?

Raquel: (patrzy w kierunku salonu) Nie ma pan przypadkiem
(nerwowa pauza) kluczy od drzwi wejściowych? Już na
mnie czas.

Juan: Nie. Tylko koordynatorzy je mają.

Raquel: (ściskając torebkę, chodzi tam i z powrotem) To niesły-
chane! Z miejsc, które ostatnio widziałam, to najbardziej
przypomina więzienie.

233
Juan: To tylko podstawowe środki ostrożności, dla naszego
bezpieczeństwa.

Raquel: No, tak, zapomniałabym! (obraźliwie) W całym tym
zamieszaniu ktoś mógłby się przecież zgubić.

Juan: (próbuje zignorować jej komentarz; do Anity) Kochanie,
podoba ci się twoja czapeczka?

Anita: (nadal wpatruje się w oczy męża) Piękna.



Juan: Udało mi się ją ocalić z pokoiku, w którym przechowywa-
liśmy rzeczy dziewczynek. Należała do Martiny?

Anita: (z pewnym niepokojem) Martina!

Juan: Tak, na pewno należała do Martiny, ona uwielbiała bajki.

Raquel: (szuka wolnego krzesła) Skoro nalegacie, zostanę jesz-
cze przez chwilę. (nie przestaje ściskać torebki) Ktoś w
końcu będzie musiał wejść albo wyjść, nieprawda?

Anita: (patrzy na Raquel) Tata gra na fortepianie.

Raquel: (zdenerwowana, nie wie, co zrobić; spontanicznie) Ja nie
mam zdolności muzycznych.

Juan: Anita gra na fortepianie. Była świetna. (pauza) Ja nie. Ale
bardzo lubimy wspólnie słuchać muzyki. Różnego ro-
dzaju: tanga, bolera.

Anita: (gładzi twarz męża) Piękny!

Raquel: Od dawna jest taka…

Juan: Jaka?

Raquel: Nie pamięta.

234
Juan: Jakieś pięć lat temu zdiagnozowali u niej chorobę Alzhei-
mera.

Raquel: (wykonuje znak krzyża) Proszę nawet nie wymieniać tej
nazwy!

Juan: Jest pani przesądna?

Raquel: Jedynie przezorna. (pauza) Poza tym, ta diagnoza wy-
daje mi się tak bezpodstawna. Powiedziałabym nawet
dyskryminująca. (pauza) A jeśli ktoś był roztargniony
przez całe życie? I zapomina, by móc żyć?

Juan: (do Anity, która wyczuwając napięcie, zaczyna kołysać się
na krześle) Zatańczy pani ze mną?

Delikatnie ją podnosi, ona nie stawia oporu, tańczą.

Raquel: (myśli na głos) Tak jakbym sama nie wiedziała, a potem
mówią, że są profesjonalistami. Co za tupet! Już mnie
więcej nie zobaczą. To tak, jakbym potrzebowała, żeby
mnie uczono, jak mam się ubierać. (do Anity i Juana)
Państwo sądzą, że źle się ubieram? (nie czekając na od-
powiedź) Zawsze byłam zadbana, a nawet mogę powie-
dzieć, że mam świetny gust. Spójrzcie tylko (pokazuje
ozdobę torebki dopasowaną do butów) ta… ta… (zdener-
wowana nagłym zapomnieniem) jest taka sama jak…
(wskazuje na buty) jak te. Taka sama. Ile się naszukałam,
ale w końcu się udało, jest taka sama.

Wchodzi młody człowiek podekscytowany tańcem.

Carlos: Raquel, tutaj jesteś! Zgubiłaś mi się…



Raquel: Nie wiem, o czym pan mówi.

Carlos: O tym, że odeszłaś od stołu z napojami, nagle i bez…

Raquel: Niemożliwe. Ja nie piję… takich rzeczy. Mam po nich
gazy.

235

Juan: (zauważa Carlosa) Cześć! Zobacz, kto do nas przyszedł
Anito, to Carlos.

Anita: Carlos!

Carlos: No, proszę! Taką ją właśnie chciałem zaskoczyć, ucieka-
jącą ze swoim narzeczonym…

Juan: Jeszcze chwilkę, zaraz się przyłączymy. (patrzy na żonę)


Razem z Anitą chcielibyśmy podziękować ci za twój gest.

Raquel: (zbliża się do Carlosa) Ja już muszę iść, czas na mnie.

Carlos: Za chwilę, Raquel. (zbliża się i gładzi twarz Anity, do
Raquel) Grzechem by było nie zjeść tortu, który przynio-
sła Anita. Tort z truskawkami i kawałkami gorzkiej cze-
kolady. Dziś świętujemy, to jej urodziny.

Raquel: (zakłopotana) No, cóż, jeśli nalegacie zostanę do…
(pauza, przeciera chusteczką twarz) aż go pokroicie…

Carlos: A może zostawimy ich samych?

Raquel: (do Anity i Juana) Przeszkadzam?

Juan: Ależ skądże, chociaż może bawiłaby się pani lepiej u boku
Carlosa.

Carlos: (zbliża się do Raquel) Wypijemy coś pysznego, coś zje-
my, a może nawet zatańczymy.

Raquel: (obraża się) Jeszcze nie oszalałam. (podnosi głos) Pan
pewnie myśli, że nie wiem, jakie są pana intencje. Ale
mnie pan nie oszuka! Pan… jest taki jak wszyscy, zmówi-
liście się, by odebrać mi wszystko. Ale ja na to nie po-
zwolę! (przyciska torebkę do piersi) Powiedzieć mi, że
nie mam gustu, to już lekka przesada! (pauza; szuka ar-
gumentów) To pana przyjaciółka. To na pewno pana

236
przyjaciółka albo jeszcze gorzej, pana kochanka. Jak mo-
głam tego nie zauważyć! Wszyscy jesteście w zmowie!

Carlos: Raquelcia…

Raquel: Ja ci dam Raquelcia! (bierze oddech) Nigdy nie zaprze-
czałam, że jestem roztrzepana, ale żeby wmówić mi, że
jestem pozbawiona pamięci…. Kto czasem o czymś nie
zapomina? (pokazuje swoją torebkę) Spójrz, spójrz tylko,
identyczna jak… (wskazuje na buty) te.

Carlos: (o butach) Wyglądają na wygodne. (patrzy na Anitę i
Juana, którzy przytakują) Ośmieliłbym się nawet powie-
dzieć, że są stworzone do dobrego tanga.

Raquel: Oczywiście! (przypomina sobie) Na wielu milongach w
nich tańczyłam, ale nic po nich nie znać. Co wieczór
przecieram je bawełnianą szmatką z wazeliną, tak jak
mnie nauczyła mama.

Carlos: Nieskazitelne. Wszyscy na przyjęciu o tym mówią.

Raquel: (zachwycona) Przesadza pan.

Carlos: Nie, skąd, może pójdziemy i opowiemy im…

Raquel: O wazelinie?

Carlos: Tak. (bierze ją pod ramię) Idziemy, moja Raquelciu.

Carlos i Raquel odchodzą. Juan i Anita zostają sami.

Anita: (wskazuje na krzesło) Chcę…

Juan: Zatańczmy jeszcze trochę.

Anita: Chcę…

Juan: Dobrze, kochanie, odpoczniemy chwilkę, a potem znów
spróbujemy, dobrze?

237

Anita: Martina?

Juan: Za chwilę tu będzie. Musiała zostać na dyżurze…

Anita: Tata?

Juan: (bierze ją za ręce) Chce mi się pić, a tobie?

Anita: (myśli) Mate.



Nagle wchodzi Raquel. Rozgląda się, ściska swoja torebkę.

Juan: Już z powrotem?

Raquel: (zmieszana) Słucham?

Juan: Zmęczyła się pani tańcem, Raquel.

Raquel: Kto panu powiedział, jak się nazywam? (pauza) Pan ma
klucz? Może mi pan otworzyć? Muszę już iść, już późno.
Bardzo późno.

Juan: Carlos ma klucze.

Raquel: A pan... (pauza) Poprosi pan o nie?

Juan: Może usiądzie pani z nami na chwilę. Właśnie mieliśmy
pić mate.

Anita: Z cynamonem.

Juan: I ze skórką pomarańczową, tak jak lubi Anita.

Raquel: (rozgląda się na boki) Nie mówcie nikomu. (konfiden-
cjonalnym tonem) Cierpię z powodu woreczka żółciowe-
go.

Carlos: (wchodzi z kołatką, do wszystkich) Już dosyć ukrywania
się, czas do pracy.

238

Juan: (do Anity) Anito, słyszałaś, co powiedział Carlos.

Anita: (pozwala, by Carlos ją podniósł) Carlos! Piękny.

Juan: Chodźmy porozmawiać z przyjaciółmi.

Anita i jej mąż wychodzą.

Carlos: Idziemy, Raquel, czekają na nas.

Raquel: Może na pana, na mnie czekają na zewnątrz. (pauza)
Proszę zostawić otwarte drzwi wejściowe.

Carlos: Nikt nie chce cię zatrzymać, chcemy tylko…

Raquel: (przerywa) Znowu to samo. (ściska mocno torebkę) My-
ślicie, że jestem głupia, ale nie dam wam tej satysfakcji.
Nikt nie dostanie moich rzeczy. Jest ich mało, ale
wszystkie należą do mnie. Wiem, że nie odpowiedziałam
na pytania, ale to nie daje wam prawa do mojej osoby.
(pauza) O wielu rzeczach, o które mnie tutaj spytano
(wskazuje na salon) świetnie pamiętałam w domu, kiedy
ćwiczyłam pamięć. Ale oczywiście to się nie liczy, praw-
da?

Carlos: Nawet nie pokroiliśmy tortu. Zostań chociaż na przyję-
ciu.

Raquel: Moje wspomnienia należą do mnie! Są moje. (ściska
torebkę) Gdy chcę, to je zapominam. (z ogromnym smut-
kiem) Więc po co mnie karać?

Carlos: Domowy tort z truskawkami i kawałkami gorzkiej cze-
kolady.

Raquel: (zdezorientowana) A co z moja dietą?

Carlos: Dziś sobie pozwolisz na małe zaniedbanie, a jutro…

239
Raquel: (filuternie) Jestem na diecie! Od jutra. (nagle) Jutro
przyjdę. A teraz otwórz drzwi. Już późno, bardzo późno.

Saverio: (przerywa) Carlosie! (spostrzega Raquel, zatrzymuje się
i wyciąga do niej dłoń) Saverio Oscar Núñez, z Totoral,
do usług.

Raquel: (do Carlosa) Rozumie już pan, dlaczego muszę stąd iść… To
dom wariatów, a ja nie jestem wariatką. Nie jestem taka jak
oni. (do Saveria) To jedyne, co potrafi pan powiedzieć?

Saverio: Totoral, prowincja Córdoba, 13826 mieszkańców od-
kąd zamieszkałem w domu mojej córki…

Carlos: Saverio, zostawisz nas na chwilkę? Powiedz innym, że
już zaczynamy.

Saverio: (do Carlosa) Skończyły się napoje gazowane i Juan wy-
niósł przystawki do kuchni. (jak dziecko) Nawet ich nie
spróbowałem!

Carlos: Popracujemy chwilę, a potem znów będziemy święto-
wać.

Saverio: (do Raquel) Zatańczysz ze mną tango, ślicznotko?

Raquel: Przykro mi, ale śpieszę się.

Saverio: To może innym razem.

Raquel: Na pewno.

Saverio wychodzi.

Carlos: Jeśli się pospieszymy, będziemy mogli wybrać partnera
do pierwszej gry.

Raquel: Nie wydaje się panu, że w tym wieku powinno się już
dawno wyrosnąć z niektórych rzeczy?

240
Saverio wbiega z grzechotką w dłoniach.

Saverio: (krzyczy) Carlosie! Juan zabrał mi przystawki, więc ja
mu zabrałem to.

Carlos: To?

Saverio: (figlarnie) Grzechotkę.

Raquel: (łapie Carlosa za ramię) Proszę, młodzieńcze, otwórz


drzwi. Już późno, bardzo późno.

Saverio: (do Raquel) Podaruję ci ją, jeśli mi powiesz jak się na-
zywa.

Raquel: A jeśli nie zechcę?

Saverio: Pożyczę ci na chwilę.

Carlos: A może dacie grzechotkę Juanowi?

Saverio bierze Raquel za rękę i popycha ją delikatnie w kierunku salo-
nu. Carlos idzie za nimi.

Przedpokój napełnia się głosami dobiegającymi z salonu.

Głosy z offu.

Głos Carlosa: Flan z truskawkami i malinami.

Głos Saveria: Flan z truskawkami i malinami!

Głos Carlosa: Bardzo dobrze. A teraz powiem trzy słowa, za-
pamiętacie je i za chwilę kiedy o nie zapytam, powtórzy-
cie. (wyraźnie i głośno) Piłka, smoczek, naparstek.

Saverio: Piłka, smoczek i naparstek!

Carlos: Za chwilę, Saverio, za chwilę. Kiedy cię o nie zapytam.

241
W tle trwają ćwiczenia. Juan wchodzi do przedpokoju i siada. Wyjmuje
papierosa, uważnie się w niego wpatruje. Bawi się nim, nie zapalając.

Juan: (wpatruje się w salon) Każde urodziny w niebieskiej su-
kience. Co za pomysł! Latami sądziłem, że to kaprys lub
zwykły zbieg okoliczności. Nigdy nie pomyślałem, że
masz słabość do tego koloru. (pauza) Na każdym kon-
cercie eksponowałaś jakiś detal, który to uwydatniał:
szal w kolorze ultramaryny na twojej szyi, zamszowe
buty w kolorze kobaltu. Chciałaś by twój wyszukany
gust wyglądał jak wiara w jakieś przesądy (pauza) Mar-
tina potrafiła to dostrzec, już od maleńkości zawsze wy-
bierała prezenty, które miały coś w tym kolorze, wie-
działa, co zrobić, żeby zobaczyć szeroki uśmiech na two-
jej twarzy. (pauza) Wszystkiego najlepszego z okazji
urodzin, kochanie! Wszystkiego najlepszego…

Powoli wchodzi Raquel, słucha słów Juana. Siada, wciąż ściskając to-
rebkę.

Raquel: Mówi pan sam do siebie… Ja też tak robię, od jakiegoś
czasu, odkąd próbuję uciec przed zapomnieniem. (pau-
za; do Juana) Tęskni pan za nią?

Juan: Za kim?

Raquel: Za tą, którą pan pamięta.

Juan: Tak.

Raquel: Ja ćwiczę cały czas, dwadzieścia dni zapamiętywałam
dane z mojego dowodu osobistego. (pauza) Ona ćwiczy-
ła?

Juan: Nadal to robi.

Raquel: (patrzy w stronę salonu) Wyglądają na takich bezbron-
nych. (pauza; zmienia temat) Już późno (idzie w kierun-
ku drzwi wejściowych) Może mi pan otworzyć?

242
Juan: Carlos ma klucze.

Raquel: Chcę wyjść. (pauza) Muszę iść do…

Słychać muzykę.

Juan: (patrzy na zegarek) Już się kończy.

Raquel: Jeszcze nie pokroili tortu.

Juan: (łamiącym się głosem) Domowy tort z truskawkami i ka-
wałkami gorzkiej czekolady. To był jej ulubiony tort.

Raquel: (siada ponownie) Wanilia i porto. Każdy tort z praw-
dziwego zdarzenia powinien zawierać wanilię i porto.
Nawet pan nie wie, ile kilogramów kosztowała mnie ta
przyjemność. (zaniepokojona, patrzy na swoje buty) Pro-
szę spojrzeć. Nie błyszczą. To kurz. Niedobrze, jeśli ktoś
zauważy, pomyślą, że zapomniałam je wypastować. Ab-
surd! Każdego wieczora, kiedy wracam do domu, przy-
chodzi na nie kolej (wskazuje na buty) Biorę bawełnianą
szmatkę, nakładam wazelinę, a jeśli jest pasta, to jeszcze
lepiej, i dokładnie je czyszczę. Najpierw jeden, a potem
drugi.

Milczą. Raquel szuka czegoś w swojej torebce, wyjmuje białą kopertę,
patrzy na nią uważnie, tak jak Juan na swojego zgaszonego papierosa.

Raquel: A jeśli się mylą? Jeśli to zbyt pochopna diagnoza? W
tych czasach nie zdziwiłoby mnie to. (próbuje znaleźć
pocieszenie) Zaniedbanie.

Saverio: (przerywa) Tort! Wjechał tort!

Saverio biega po pokoju, potrząsając kołatką. Nagle bierze Raquel pod
ramię i prowadzi ją.

Juan: (potrząsając kołatką, ćwiczy) Wszystkiego najlepszego z
okazji urodzin, kochanie! (długa pauza) Wszystkiego

243
najlepszego, Anito! (pauza, łamiącym się z emocji gło-
sem) Wszystkiego najlepszego.

Wyjmuje z kieszeni paczuszkę zawiniętą w niebieski celofan, idzie po-
woli w stronę salonu.

Słychać „Sto lat”.



Gasną światła.

244
Odgłosy rzeki




POSTACI

LEOPOLDO

ROBERTO

ZAKONNICA





Wąski, wilgotny pokój. Po bokach – symetrycznie ustawione – dwa
biurka wypełnione pożółkłymi papierami. Obydwa odzwierciedlają
osobowość swoich właścicieli: jednego całkowicie nieuporządkowane-
go i drugiego, który ma wszystko dokładnie poukładane. Drzwi po le-
wej stronie i wielkie okno w głębi sprawiają wrażenie karykatury po-
mieszczenia z około 1940 roku.



1.
Leopoldo: (na czworakach, siłuje się) Przeklęta szuflada! Tylko
tego brakowało, to przez tę wilgoć!

Roberto: (wchodzi) Profesorze! Profesoooooooooorze!

Leopoldo: (cisza)

Roberto: (przy biurka Leopolda) Gdy kota nie ma…

Leopoldo pozostaje w ukryciu za biurkiem Roberta.

Roberto: (uderza piórem w kartki papieru) Wyschło!



Leopoldo: (nagle wyskakuje, oburzony) Zawsze to samo! Wara
od moich dokumentów... Chwila nieuwagi i już myszkuje
w moich papierach. Czego pan chce? Czego szuka?

247

Roberto: (udaje, że płacze) Lata krzyków i wilgoci, to niespra-
wiedliwe! Przyszedł pan mnie dręczyć? (pauza) Chodzi
o pana kolano? Podagra1 znów dała panu w kość…? Nie
ponoszę winy za pana starcze dolegliwości.

Leopoldo: Przyszedł pan, by grać mi na nerwach. (pauza) Pro-
szę zostawić tę dziecinadę na kiedy indziej. Czas się dla
pana zatrzymał? (pauza) Woda po szyję, a ten z tym
swoim przeklętym zwyczajem dokuczania. (wykonuje
zbyt szerokie gesty) Przynajmniej proszę popracować
nad swoją ortografią!

Leopoldo chodzi wzdłuż wąskiego pokoju, Roberto bezczelnie na niego
patrzy.

Leopoldo: (gładzi swoje wąsy) Musimy ustalić reguły w naszej


relacji. Właśnie tak! Tak dłużej nie może być. (grozi pal-
cem wskazującym) Proszę spojrzeć na swoje biurko, jest
odzwierciedleniem zbyt beztroskiego stylu życia. (pau-
za) Już nie jest pan dzieckiem (pauza), teraz już nie je-
steśmy sami… powinien to pan wiedzieć. Nie słyszy ich
pan? Jest ich coraz więcej? Przychodzą grupami, chodzą
chaotycznie. (bojaźliwie) Bardzo dziwni, obcy ludzie…
Czy pan się tym w ogóle nie przejmuje?

Roberto: A po co, jeśli pan robi to za nas dwóch. (zmienia te-
mat) Od kiedy pan nie pisze? (podnosi się, a potem bierze
go pod ramię) Proszę im się przypatrzeć. Zatrzymać się
na chwilę przy ich twarzach, gestach. Zaobserwować i
odmalować w swojej poezji ich myśli. Niech pan wyko-
rzysta okazję! (ironicznie) Dziwni. Inni niż ja i pan. Obcy
samym sobie. Nie są w stanie przypomnieć sobie, jak tu-
taj dotarli. (pauza) Prawdziwa historia z suspensem…


1 Gra słów: hiszpańskie „gota” znaczy kropla, ale też podagra. Podobnie w kolejnych
fragmentach tekstu, w których pojawi się wyraz „podagra”.

248

Leopoldo: Coraz bardziej jesteśmy zatapiani.

Roberto: (chwyta go za ramiona) Panie Leopoldzie, proszę się
nie rozklejać.

Leopoldo: Niech mi pan nie pogniecie garnituru. Wszystko ta-
kie lepkie. Nie można uciec od tej wilgoci. (pauza) Stra-
ciłem połowę moich słów, atrament rozpuszcza się w
takiej ilości wody.

Roberto: (jakby był małym chłopcem inicjuje wojnę na papiero-
we kulki; mówi jakby od niechcenia) Ostatnia fala porwa-
ła mój słownik.

Leopoldo: Jak to woda porwała słownik? (pauza) Kiedy ukradł
mi pan mój słownik?

Roberto: Był mój!

Leopoldo: Ale pan go wcale nie używał!

Roberto: (wsłuchuje się w dźwięki z zewnątrz) Nadal spadają.

Leopoldo: Coraz ich więcej (nasłuchując) Wcale mi się to nie
podoba. Powinniśmy coś zrobić.

Roberto: Zażył pan tabletkę, profesorze? Proszę dbać o ciśnie-
nie, skoki ciśnienia mogą być groźniejsze od podagry.

Leopoldo: Wpadły do wody… (pauza) I tak były przetermino-
wane.

Roberto: (ironicznie) Chociaż się panu to nie spodoba, właśnie
przyznał mi pan rację. Powinien pan o siebie zadbać, w
pana wieku już nie czas na pewne działania.

Leopoldo: Ciśnienie wody. (z okna) Jeśli nie zrobimy z tym po-
rządku, przyjdą tu po nas.

249
Roberto: Zawsze powtarza pan to samo. (z kpiną) Proszę
sprawdzić swoje dokumenty…
Leopoldo: Nie czas na żarty. To nie jest normalne, od ostatniego
spadania… cały czas cieknie.

Roberto: Wygląda na to, że to miejsce stało się modne.

Leopoldo: Gdyby tylko mnie pan posłuchał! Ile razy powtarza-
łem, byśmy sporządzili rejestr. Wygląda na to, że jedynie
my mamy papier.

Roberto: Nie jestem skrybą, tylko pisarzem.

Leopoldo: Znowu to samo, no dalej… nadal ukrywaj pan to
swoje lenistwo. A propos identyfikatora… nie był pan
przypadkiem reporterem?

Roberto: Dziennikarzem (improwizując, zaczyna recytować) Na
kobaltowym tle, przerywanym karminowymi smugami,
rysują się cienie z… (pauza) Jaką metaforę zapropono-
wałoby pana pióro, maestro?

Leopoldo: (cisza)

Roberto: (rozczarowany) Moje pióro wyschło, jeśli chodzi o
metafory.

Leopoldo: (przy swoim biurku, przewraca kartki papieru, próbu-
je zmienić temat) Nie rozumiem, taka nieuwaga!… Wła-
śnie słownik!...

Roberto: I tak już nie był aktualny.

Leopoldo: Lepszy taki niż żaden.

Roberto: (pokazuje na zewnątrz) Nie zawierał ich.

Leopoldo: Każda encyklopedia jest tylko wycinkiem.

250
Roberto: (znowu zaczyna grę słowną) Błąd, pominięcie, cenzu-
ra, luka.

Leopoldo: (wchodząc w jego konwencję) Istny chaos!

Roberto: Błąd, cenzura, luka, pominięcie.

Leopoldo: (z satysfakcją) „Porządek alfabetyczny”, to mi się
podoba!

Roberto twarzą do okna, wpatrzony w to, co dzieje się na zewnątrz.

Roberto: Woda nie zmywa naznaczonej raz świadomości.

Leopoldo: Kiedy wpada pan w taki nastrój, ciężko z panem
normalnie porozmawiać.

Roberto: Już od czterdziestu lat próbujemy.

Leopoldo: Tyle straconego czasu, mogliśmy…

Roberto: Pisać?

Leopoldo: Między innymi…

Roberto: Dla kogo?

Leopoldo: Dla nich.

Roberto: A co to zmieni?

Leopoldo: Słowo zawsze staje się schronieniem.

Roberto: Czyim?

Leopoldo: Poety. Udręczonej duszy.

Roberto: Czyżby panu to się udało? (pauza) Niech pan nie bę-
dzie hipokrytą.

251
Leopoldo: (z pewnym smutkiem) Woda zmieniłaby je w zapo-
mnienie.
Roberto: Tak jak i nas.

Leopoldo: Ci z góry nadal o nas piszą.

Roberto: Skąd pan wie?

Leopoldo: Skąd wiem co?

Roberto: Skąd pan wie, że o nas piszą?

Leopoldo: (spontanicznie) Intuicja.

Roberto: Być może… (długa pauza) I o nich? Powinni być przy-
najmniej w kronice policyjnej. Tyle zniknięć powinno
wydawać im się podejrzane…

Leopoldo: (z pewnym zdenerwowaniem) Powinniśmy przed-
sięwziąć środki ostrożności. Mam złe przeczucia.

Roberto: Każdy ma swoje sekrety. (pauza) Z tym, że niektórzy
potrzebują więcej wody, by je zmyć.

Dźwięki z zewnątrz stają się głośniejsze i wyraźniejsze.

Leopoldo: Wśród tych wszystkich gratów powinien się znaleźć
jakiś kawałek drewna.

Roberto: Przypominam panu, że jest mokre.

Leopoldo: Coś, czym można by było zablokować wejście.

Roberto: Nie zdołał pan ze mną…

Leopoldo: I co z tego…

Roberto: Dobrze by było, żeby zaczął pan akceptować fakty…

Leopoldo: Przypominam, że i pan ma rzeczy do ukrycia…

252

Roberto: A skąd pan to wie?

Pauza.

Leopoldo: Obydwaj to wiemy.

Roberto: Znowu pan grzebał w moim biurku?

Leopoldo: Szukałem mojego słownika…

Roberto: Mojego słownika, a poza tym porwała go woda.

Leopoldo: Wiem. Ale…

Roberto: (bezczelnie) Jednakże inne rzeczy pozostają nietknię-
te, jak na przykład listy pana przyjaciółki.

Leopoldo: (wściekły) Co pan powiedział! Co pan wie o moich
listach?...

Roberto: A! Czyli jednak przyznaje się pan.

Leopoldo: Nie wiem o czym pan mówi.

Roberto: Skoro pan nie wie, to czemu się pan tak denerwuje?

Leopoldo: Ponieważ korespondencja jest czymś nietykalnym…
Przecież pan wie, że…

Roberto: No i znowu, „pan wie to”, „pan wie tamto”.

Leopoldo: Proszę coś zrobić, nie stać tak bezczynnie…

Roberto: Co niby miałbym zrobić?

Leopoldo: Nie wiem… proszę pomóc mi z tym drewnem.

Roberto: Nie znajdzie go pan.

253
Leopoldo: Ale przecież było. Co jakiś czas woda przynosi tu
jakiś pień z powierzchni.

Roberto: Już je pan zużył wszystkie na wcześniejsze barykady.

Leopoldo: Robi pan ze mnie paranoika.

Roberto: To pan powiedział…

Roberto wychodzi, Leopoldo idzie do swojego biurka. Krótkie migotanie
światła wskazuje, że upłynął pewien czas.


2.
Leopoldo zamyślony poprawia wąsy, ignorując głosy z zewnątrz.

Roberto: (wali) Proszę otworzyć, profesorze!

Leopoldo: (cisza)

Roberto: Wiem, że pan tam jest. (pauza) Całe lata w tych sa-
mych okopach… chroniąc się w wodzie.

Leopoldo: Nic nie słyszę! Nic nie słyszę!

Roberto: Proszę otworzyć, profesorze!

Leopoldo: Hasło.

Roberto: Jakie hasło…? Niech pan przestanie pieprzyć. Don Le-
opoldo, proszę, już o tym rozmawialiśmy.

Leopoldo: A umowa? Hasło.

Roberto: Byłem pijany… Tyle wody… czasem mnie pochłania…

Leopoldo: Sam pan widzi! Pana niespokojny umysł znów zrobił
panu brzydki kawał...

Roberto: Niech pan przestanie pieprzyć i otworzy drzwi!

254

Leopoldo: Słowo… Hasło.

Roberto: (zrezygnowany) Roberto 1 - 9 – 4 - 2.

Leopoldo: I…

Roberto: I co?

Leopoldo: I…

Roberto: (zrezygnowany) Leopoldo 1 - 9 - 3 – 8.

Leopoldo: Dobrze. (otwiera mu) Ostrzegałem pana, że przeby-
wanie z obcymi przyniesie panu same kłopoty. Mówiłem
czy nie mówiłem?

Roberto: (idzie do biurka) Ile jeszcze czasu upłynie, zanim za-
słona spadnie panu z oczu?

Leopoldo: (jak dziecko) Ciuciubabka?... Ta od zasłaniania to
była ciuciubabka… Właśnie tak! (pauza) Nie mam
chustki, a pan?

Roberto: Nie.

Leopoldo: Nie ma pan chustki?

Roberto: Nie, nie chcę grać.

Wielka paka uderza w okno i wpada do środka.

Leopoldo: (wchodzi na ławkę) Zabierz ją! Zabierz ją!

Roberto: Wydaje się, że dopiero co spadła.

Leopoldo: Powiedziałem panu, żeby ją pan zabrał!

Roberto: (zbliża się do nieznajomego) Proszę się uspokoić pro-
fesorze, zachowuje się pan jak beksa…

255

Leopoldo: Mówiłem panu, żeby mi pan pomógł z drewnem, ale
nie… musiał pan się tam włóczyć. Tak jakby któryś z
nich mógłby udzielić panu jakiejś odpowiedzi. Sam mi
pan mówi, za każdym razem kiedy wraca, że tylko nu-
mery, tylko wymieniają numery, ani imion, ani zawo-
dów…

Roberto: (zrezygnowany) Nic, co by nam mogło wyjaśnić, co
dzieje się tam na górze…

Leopoldo: (z ławki, zwraca się do paki) Mamy komplet. Sły-
szysz? Komplet. Nie ma wakatów…

Roberto: Nadal jest mokry, dopiero co spadł.

Paka zaczyna się ruszać, Roberto oddala się trochę, Leopoldo zostaje na
ławce.

Roberto: Kim pan jest, pamięta pan?

Zakonnica: (wytrącona z równowagi) Gdzie ja jestem? (kaszle i
krztusi się)

Leopoldo: Jest pan w Tigre. W prywatnej posiadłości…

Roberto: (do nieznajomego) Proszę się nie przejmować, czło-
wiek krztusi się tylko przez chwilę. To wspomnienie po-
bytu tam na górze.

Zakonnica: Co to jest? Gdzie ja jestem?

Leopoldo: Głuchy jak pień. Już powiedziałem, znajduje się pan
na prywatnym terenie i dobrze by było, by już sobie pan
stąd poszedł…

Roberto: Profesorze… nie widzi pan, że nadal jest oszołomio-
ny… (do niej) Pamięta pan swoje imię?

Zakonnica: Alice. Alice, ale mówią na mnie Caty.

256

Leopoldo: Kobieta…

Zakonnica: Tak, zakonnica.

Leopoldo: Zakonnica? A gdzie habit?

Zakonnica: Już od dawna go nie używam. Przeszkadza w pracy.
(podnosi się) Poza tym potrzeba dużo wody do jego pra-
nia, a tam, skąd pochodzę jest jej bardzo mało.

Roberto: (do siebie) Pamięta…

Leopoldo: No cóż, tutaj wody jest aż nadto, ale na nic by się pa-
ni nie zdała…

Roberto: (zaniepokojony) Jak dawno temu pani spadła? Jak?
Dlaczego? Wie pani coś o tych upadkach tutaj? Dlaczego
nie mówią? Dlaczego chodzą, jakby byli nieobecni?
(pauza) Potrzebujemy odpowiedzi…

Leopoldo: Małe sprostowanie. On potrzebuje odpowiedzi, ja
mogę żyć bez nich…

Zakonnica: (nadal oszołomiona) Pamiętam, że byłam… w dziel-
nicy… nie, z opaską na oczach… nie, pracowałam w
dzielnicy, w budce starego Alvareza. Mnie ostatnią wy-
rzucili… nie.

Leopoldo: Jak mam uwierzyć, że jest zakonnicą, jeśli nie nosi
habitu!… (szepcze do Roberta) Ostrożnie, to chyba jakaś
wariatka.

Roberto: Wariatka czy nie, ważne, że pamięta…

Zakonnica: (rozgląda się) Zupełnie inaczej to sobie wyobraża-
łam…

Leopoldo: No cóż, jesteśmy trochę passé, przypuszczam że z
powodu upływu czasu, ale oprócz przestrzeni tego pana,

257
króluje tu porządek, ponieważ jest on jedną z moich za-
let, nie pozwolę więc, by pani wypowiadała się…

Roberto: Co chce pani przez to powiedzieć? Jak się żyje tam na
górze? Co się tam dzieje?

Zakonnica: Jaka cisza...

Leopoldo: To efekt zatkanych uszu. Potem...to minie… chyba że
jest pani z natury głucha…

Znowu słychać spadanie.

Zakonnica: Co się dzieje?

Roberto: Nadal spadają.

Zakonnica: Kto?

Roberto: Nie wiem. Niech pani mi powie. (pauza) Od trzydzie-
stu lat jesteśmy tutaj i nigdy nie widzieliśmy nic podob-
nego…

Zakonnica: Trzydzieści lat to dużo czasu… Kto was zrzucił?

Leopoldo: Nikt, señorita, jesteśmy tu z wyboru… Chociaż odkąd
to miejsce przypomina rewię mody, nie wiem, czy chcę
nadal tu zostać…

Roberto: A jest inna możliwość?

Leopoldo: Już o tym rozmawialiśmy, jeśli się nie podoba… Zała-
twmy to w cztery oczy, nie wypada poruszać tego tema-
tu przy señoricie…

Zakonnica: Już dawno temu możliwość wyboru przestała być w
modzie. Wyrzucają nas jak paczki, ponieważ przeszka-
dzamy…

258
Leopoldo: Señorita, z tego co pamiętam, kler wyrażał się w inny
sposób, jest pani pewna, że jest siostrą zakonną?

Zakonnica: Od kiedy miałam dwadzieścia lat.

Leopoldo: Proszę wybaczyć, ale nadal nie dowierzam. Przycho-
dzi pani tutaj, wdziera się na prywatną posesję, nie nosi
habitu i w dodatku mówi z tym akcentem tak…

Zakonnica: Jestem Francuzką.

Roberto: Francuzką?

Zakonnica: Tak.

Roberto: I co robi pani w Argentynie?

Zakonnica: Jestem… byłam misjonarką…

Leopoldo: (szepcze do Roberta) Coraz to dziwniej brzmi, nie
wydaje się panu?

Zakonnica: Mówi pan, że ciągle spadają?...

Roberto: Już od dłuższego czasu… Kiedyś nas to zaskakiwało,
ale teraz…

Leopoldo: Czasem służy nam to za kalendarz… Na przykład w
niedzielę, wyobrażamy sobie, że powinni iść do miasta
albo na mszę, ponieważ niewielu ich się tutaj kręci…

Roberto: W niektóre dni staram się ich policzyć, ale echo ude-
rzeń mnie myli… moje statystyki nie są niestety dosko-
nałe.

Leopoldo: Przywara reportera. Najważniejsze jest prawdopo-
dobieństwo historii, a nie prawdziwe zdarzenia, setki
razy mu to mówiłem.

Zakonnica: Bolą mnie kolana.

259

Roberto: Może niefortunnie pani spadła…

Leopoldo: Albo cierpi na podagrę.

Zakonnica: Myślałam, że za taką ilością okropieństwa powinien
kryć się jakiś cel. (pauza) Teraz już nie wiem, co myśleć.
(pauza) Co za ironia. Rozumiecie? Byłam szczęśliwa, to
co wy nazywacie… optymistyczną laską. (śmieje się)

Leopoldo: Trafiłaś kulą w płot, wszystko palcem po wodzie pi-
sane, don Roberto nie rozumie co to znaczy.

Zakonnica: Wcześniej wiedziałam, co to dobro i zło. Wiedzia-
łam, co to przebaczenie…

Roberto: Proszę opowiedzieć więcej…

Zakonnica: Nawet ja myślałam, że jego przyjście zmieni
wszystko na lepsze, ale tak nie było. (pauza) Pamiętam,
że wykąpano dzieci, by po niego wyszły. Wszyscy starali
się ukryć doskwierający głód, malowaliśmy kolorowe
plakaty na jego przywitanie. Czemu go męczyć, biedac-
two, po tylu godzinach podróży zasługiwał na godne
przywitanie. Jeszcze był czas, by mu wszystko opowie-
dzieć.

Cisza.

Roberto: I…

Zakonnica: I nigdy nie nadszedł ten moment. W zamian zaczęło
się bicie tych, których tak długo wyczekiwaliśmy…

Roberto: Wygląda na to, że nic się nie zmienia, od zawsze nasi
mesjasze mieli ręce pełne krwi.

Zakonnica: Fałszywi.

Roberto: Nasi.

260

Zakonnica: Mój nie…

Roberto: (do Leopolda) Widzi go pan?

Leopoldo: Nie rozumiem, co powinienem widzieć…

Roberto: Zmienia kolor, ale pachnie tak samo.

Leopoldo: Ach tak… a czym?

Roberto: Gównem, zawsze gównem.

Zakonnica: Odgłosy nie milkną. Nigdy nie wyobrażałam sobie
takiego okrucieństwa.

Roberto: Dziwi mnie…

Zakonnica: Dziwi pana?

Roberto: Pani komentarz… Być może zaczęła pani zapominać,
proszę tego nie robić, Alice. Pani pamięta… pani jest…
francuską… zakonnicą… przyjechała pani do naszego
kraju krzewić wiarę… była pani z tymi ludźmi w…

Zakonnica: Lugano… potem na wybrzeżu, obok plantacji tyto-
niu…

Roberto: Proszę nie zapominać, to jedyne, co mamy…

Zakonnica: Nie zapominam. (długa cisza) Być może to właśnie
moja nowa misja: towarzyszyć wam…

Leopoldo: Nie sądzę. Było nam bardzo dobrze bez pani i pani
wspomnień… Może i jestem stary, ale nie głuchy, prze-
stańcie szeptać potajemnie…

Zakonnica: (szuka wyjścia) To moi zmarli; muszę już iść, muszę
towarzyszyć im, aż nadejdzie dzień.

261
Roberto: Jeszcze chwilę, niech pani nie odchodzi. Jest tyle rze-
czy, których nadal nie rozumiem. (pauza) Znam wojnę,
konsekwencje naiwności w polityce…

Leopoldo: Znalazł się politolog, myślałem, że jest pan reporte-
rem…

Zakonnica: Okropieństwo nie rozróżnia profesji. Proszę tam
spojrzeć, tych dwóch, którzy spacerują razem, mimo że
się nie widzą, to Juana i Pablo, studenci, którzy pomagali
uczyć niepiśmiennych… a ten, który spaceruje zgarbio-
ny, to Pedro, murarz, który pomagał nam za każdym ra-
zem, kiedy wywracali budkę.

Roberto: (poruszony, biegnie do biurka, bierze kartkę papieru i
długopis) Juana i Pablo…

Leopoldo: (idzie w kierunku biurka Roberta) Co pan robi?

Roberto: Odzyskaliśmy kilka imion…

Zakonnica: (przy oknie) Jaka tragedia, ilu z nich spotkam?

Leopoldo: Tylu, ilu tylko pani wymyśli. (długa pauza) No cóż,
nastał czas na nasze gry logiczne. Czy ze względu na to
zajście zmienimy nasze zwykłe zwyczaje?… Ostrzegam
panią, że nie zniosę takiego naruszenia porządku.

Roberto: (wściekły, uderza piórem w papier) Tyle wody, a nadal
suche!

Leopoldo wyciąga z szuflady Roberta ogromną strzykawkę i zaczyna
bawić się, pryskając wodą w twarz Roberta.

Leopoldo: A masz… jeszcze kropelka…

Roberto: Pan nie rozumie… Nie chcę pan tego zrobić, dlatego
tak się pan spieszył, żeby tutaj przyjść. (biegnie do biur-
ka Leopolda, bierze jego skrzętnie schowane listy i je roz-
rzuca) Sam pan widzi… każdy ma to, na co zasłużył…

262

Leopoldo: Każdy jest odpowiedzialny, mój drogi, za swoje za-
chowanie…

Zakonnica: „Jakiś powód musiał być”… Mówiło wielu tam na
górze…

Leopoldo: Czyżby podważała pani mądrość naszych porzeka-
deł?... (wskazuje strzykawką na zewnątrz) „Coś musieli
zrobić”.

Roberto: Przestań pan pieprzyć (chwyta go za ramię) Nie ro-
zumie pan, że zaraz sobie pójdzie, a my dalej nic nie bę-
dziemy wiedzieć o naszych czasach?

Leopoldo: A ja się pytam, po co? Jeśli to wszystko na nic… czyż-
by mogła coś pani zrobić?...

Zakonnica: (idzie ku drzwiom) Ja mam wiele do zrobienia. Mu-
szę się modlić.

Roberto: Za nich.

Zakonnica: I za mnie, muszę zrozumieć…

Leopoldo: Co? Czyżby potrzebowała pani wytłumaczenia, dla-
czego umarła?

Zakonnica: Nie śmiercią się martwię, ale zniknięciem. Nikt nas
na to nie przygotował. Jak się modlić, gdy brak miejsca?
Jak płakać, gdy nie ma ciała?

Leopoldo: Jeśli pani szuka wizerunków świętych, nic z tego. Być
może nawet któryś z porywaczy nosi w kieszeni święty
obrazek.

Roberto: Teraz rozumiem…

Roberto zakrywa twarz dłońmi, jakby to odkrycie tak go przygnębiło.
Leopoldo, coraz bardziej zdenerwowany, nie wie co zrobić i próbuje

263
zasłonić okno.

Zakonnica: (bierze krzesło i naprędce przygotowuje miejsce do
modlitwy) Zmieniliście to miejsce w swój czyściec…

Roberto: Nie, w samiutkie piekło.

Leopoldo: Ja przynajmniej nie czuję gorąca.

Roberto: Nowoczesną odmianę piekła…

Zakonnica: Pan również potrzebuje mojej modlitwy.

Leopoldo: Gil, gil… troszkę łaskotek… (do zakonnicy) Proszę
spojrzeć, co pani zrobiła, do jakiego stanu go pani do-
prowadziła. Zadowolona? Przyszła pani, weszła bez po-
zwolenia i wypełniła jego duszę kłamstwami. Proszę
stąd odejść (do Roberta) Co pan powie na to… jako że
wydaje się, że ma pan ochotę pisać… żebyśmy odzyskali
niektóre słowa, które straciliśmy. (do zakonnicy) Bo nie
wiem, czy pani wie, że my… (pauza) myślałby kto!…
nieuwaga… sprawiła, że woda porwała nasz jedyny
słownik.

Roberto: Woda go porwała.

Zakonnica: Zaginiony. Rzeczownik pospolity konkretny, który
oznacza wszystko to, co zostało wymazane…

Leopoldo: Nie liczy się! Przynajmniej proszę przestrzegać po-
rządku alfabetycznego! Nawet nie zaczęliśmy z „y”.
(zdenerwowany) Jeśli Roberto chce… może współpra-
cować, ale prawdę powiedziawszy nie jestem przekona-
ny co do jego zdolności…

Roberto: Gdybyśmy mogli ich ostrzec…

Zakonnica: Wielu już to wie, tak się kończą donosy: woda.

264
Roberto: Anonimowość. Co za niesprawiedliwość, nawet posta-
ci literackie mają prawo do imienia…

Leopoldo: Wymyślmy choć jedno…

Zakonnica: By zwiększyć zamieszanie…

Leopoldo: A jeśli poszukamy butelek i spróbujemy wysłać im
wiadomość? „Jesteśmy martwi, ale nadal jesteśmy”.

Roberto: Jesteśmy martwi, ale nadal jesteśmy.

Zakonnica: Nadal jesteśmy.

Cała trójka zastyga na chwilę. Nagle zaczynają przeczesywać pomiesz-
czenie w poszukiwaniu naczyń, które służyłyby do wysłania listu. Świa-
tło przygasa, ale odgłosy wody nadal słychać.


3.
Roberto i Leopoldo, sami, ale już inni. Znowu grają, być może dla zabi-
cia czasu.

Roberto: (roztargniony) Już od tygodnia jej nie widzę.

Leopoldo: Pana ruch.

Roberto: Czyżby zapomniała na śmierć?

Leopoldo: Pana kolej… (pauza) Jeśli się pan nie skoncentruje,
znowu pana ogram. (protestuje) To nie to samo. Taka
gra jest straszliwie nudna.

Roberto: Myślałem, że coś zmieni się w jej pamięci…

Leopoldo: I tak właśnie było! Nie mogę pana rozweselić… zaw-
sze to samo. Nawet nie można zaryglować drzwi. Popadł
pan w melancholię? Przywiązany ciągle do przeszłości?
To panu nie służy. Proszę spojrzeć jak pan wygląda,
więcej niż niechlujnie.

265

Roberto: Trzy imiona: Juana, Pablo, Don Alvarez, murarz. Czte-
ry razem z nią, Alice, i to by było na tyle… Ciała spadają i
nie widać końca.

Leopoldo: (przesuwa figurę) Szach.

Roberto: Rok albo dłużej… Kiedy spadła?

Leopoldo: Pana ruch. Nie mogę patrzeć na pana w takim stanie,
chce pan zagrać w co innego?

Roberto: Jesteśmy martwi, ale nadal jesteśmy.

Leopoldo: Jaki jest dzisiaj dzień?

Roberto: (cisza)

Leopoldo: Jaki jest dzisiaj dzień?

Roberto: Nie wiem.

Leopoldo: Proszę się wysilić, jaki jest dzisiaj dzień?

Roberto: Może środa.

Leopoldo: Wczoraj była środa. Proszę pomyśleć, skupić się..
Jeśli znów pan ze mną zagra… obiecuję… że pokażę panu
moje listy!

Roberto: (cisza)

Leopoldo: Słyszy mnie pan? Przeczytam panu moje listy.

Roberto: Które? Pana przyjaciółki?

Leopoldo: Skąd pan wie?

Roberto: Już od trzydziestu lat gramy w tę samą grę.

266
Leopoldo: Przeczytał je pan! Nie mówiłem już panu, że czytanie
cudzej korespondencji jest przestępstwem…

Roberto: Mniejszej wagi.

Leopoldo: (inicjuje kolejną grę: próbuje wspiąć się na jego plecy)
A pan pokaże mi swój cenny skarb?

Roberto: (cisza)

Leopoldo: (schodzi i idzie do biurka Roberta) Ja pokażę panu
moje listy, a pan… otworzy szufladę swojego biurka.

Roberto: Wszystkie są otwarte.

Leopoldo: Nie udawaj pan Greka, mówię o tej małej, środkowej,
zamkniętej na klucz.

Roberto: Zacięła się lata temu. Nie było nigdy klucza…tylko pan
tak myślał.

Leopoldo: (próbuje chwycić go za ramię i odsunąć od okna) Ale z
pana psotnik! No, ale cóż, dogadamy się czy będzie pan
nadal wtykał nos w nie swoje sprawy?

Roberto: Nie ma co się dogadywać… już przeczytałem pana
listy. Wszyscy wiedzieli o pana miłostkach, również o
pana dwuznacznych poglądach… nawet o pana synu…

Leopoldo: Nie pozwalam panu… niech pan to odwoła!... rozka-
zuję panu...

Roberto: (cisza)

Leopoldo: Już nie przejmuje się pan moim ciśnieniem?

Roberto: Jest pan martwy.

Leopoldo: Nie pozwalam panu.

267
Roberto: Jak oni i pana syn. Jak pana syn nie.

Leopoldo: Niech pan to odwoła!

Roberto: Jesteśmy martwi.

Leopoldo: Nic nie słyszę! Nic nie słyszę!

Roberto: Przynajmniej to pan zadecydował. Nie mógł pan
znieść tego, co ludzie powiedzą. Jakie byłyby nagłówki w
gazetach? „Słynny intelektualista z jedną ze swoich
uczennic”. (pauza, chodzi wokół Leopolda) Ale wiedział
pan, że nikt się nie odważy. Że pana kompani mają zbyt
dużą władzę i zbyt dużo do ukrycia, by pana wydać…

Leopoldo: (pochlipuje) Kłamstwa… Proszę nadal być moim
przyjacielem, zagrać ze mną…

Roberto: Przyjaciółka była mniejszym złem… Nie pamięta pan?
Proszę sobie przypomnieć jakie było imię… Polo?

Leopoldo: Układ, zawarliśmy układ!

Roberto: Cisza i zapomnienie, pana jedyne schronienia podczas
tylu lat. To koniec…

Leopoldo: Zawarliśmy układ…

Roberto: Jak on się nazywał? Polo… i Pi – ri… Tak, Polo to było
przezwisko pana syna, wielkiego wynalazcy…

Leopoldo: Nie słucham tego… Nie słucham.

Roberto: Nie mógł już pan wytrzymać wyrzutów sumienia i
zabił się pan…

Leopoldo: Już dość! Przestań pan pieprzyć.

Roberto: Panie profesorze… w pana ustach wyraz „pieprzyć”.
Przecież to nie wchodzi w zakres pana słownictwa.

268
(pauza) Może Piri? Pana wnuczki. Najstarszej? Zostaw
pan te słowa młodzieży…

Leopoldo: Kłamie pan! Tak jak i przez te wszystkie lata. Tak jak
wszyscy ci, którzy tu przyszli (wskazuje na okno) ze
swoją wersją odnośnie tego, co stało się tam na górze.
Że wojskowi przejęli władzę. Że generał oszukał ich na-
wet w chwili śmierci, pozostawiając na czele władzy
czarodzieja. Że zabija się na prawo i lewo i znikają ciała.
Że porywają dzieci jak jakiś łup wojenny, że na to nie ma
nazwy, że nie ma sprawiedliwości.

Roberto: (kpiarsko) Ostrożnie profesorze, ciśnienie…

Leopoldo: Obłudnicy! Zakłamani łgarze… Spiski, przelana krew
woła o zemstę, nawet Shakespeare zdaje się bajką dla
dzieci w porównaniu z tymi wiadomościami, które tu
przychodziły.

Roberto: I nie wyciąga się żadnych wniosków…

Leopoldo: Ostrzegam pana, że jeśli nadal będzie pan kłamał,
zostanie pan sam. Kto zostanie z panem, kiedy go opusz-
czę? Co?

Roberto: Nie zrobi pan tego.

Leopoldo: Skąd pan wie?

Roberto: Zawsze pan zostaje, to część układu.

Leopoldo: Pan go zerwał. (pauza) Ja, zawsze ja, pisarz który nie
pisze, ponieważ próbuje utrzymać swoje myśli na wo-
dzy. Ale skończyło się, pan zerwał układ. Proszę zadbać
o samego siebie, jeśli pan potrafi.

Roberto: (ironicznie) Czyżby pan myślał, że mogę popełnić sa-
mobójstwo? Alice już to powiedziała: jesteśmy w na-
szym czyśćcu i zależymy od garstki ludzi, którzy sobie o
nas przypomną i być może… otrzymamy sprawiedliwy

269
wyrok. Wie pan zapewne, że samobójcy nie mogą liczyć
na wolne miejsce w niebie?

Leopoldo: Nie pozwalam panu! Pan przez te wszystkie lata
wtrącał się w to, co chcę przemilczeć i sprzeciwiał się
moim przekonaniom… jak się nazywa ten, co z powodu
swojego kaprysu czyni dziecko sierotą… bo nie dał sobie
zrobić koniecznych zastrzyków… jak się go nazywa?

Roberto: Głupcem.

Leopoldo: No właśnie, sam pan widzi. Proszę nie podkreślać
różnic między nami, ponieważ ich nie ma. Tonie pan w
poczuciu winy, tak samo jak ja…

Roberto: Wiem. Tigre nas zjednoczyło, obu pełnych smutku i
rozczarowania.

Leopoldo: Teraz, jak już wszystko sobie powiedzieliśmy, co pan
myśli o odnowieniu naszego układu?

Z zewnątrz dochodzi odgłos nieustannie spadających ciał, niesionych
przez wodę. Roberto idzie do okna, Leopoldo szuka schronienia w sza-
leństwie...

Leopoldo: Hasło! Niech pan poda hasło!



Roberto: (cisza)

Leopoldo: (kręci się bez sensu) Niech mi pan pomoże znaleźć
drewno… Powinno gdzieś tu być.

Roberto: Już je pan całe zużył do poprzedniej barykady…

Leopoldo: Proszę mi pomóc. Woda zawsze przynosi tu jakiś
pień z powierzchni.

Roberto: Już od wielu lat jedyną rzeczą, którą przynosi ziemia
są martwe ciała…

270
Leopoldo: (zrzuca na ziemię wszystkie papiery z obydwu biurek)
Gdzie podział się mój słownik?

Roberto: (współczująco) Woda go porwała.

Leopoldo: Musisz mi go oddać… potrzebuję słów… potrzebuję…

Roberto: Modlitwy.

Leopoldo: (cisza)

Roberto: Współczucia.

Leopoldo: (natrafia na szachownicę, ostatnim zrozpaczonym
gestem) Szach!

Roberto: (głaszcze Leopolda po głowie) Szkoda, że nie jestem
człowiekiem wiary.

Potęgujące się odgłosy zalewają pokój, Roberto przytula się do Leopol-
da. Obaj mężczyźni, podobni teraz do dzieci, kołyszą się w uścisku, a na
zewnątrz wciąż spadają ciała.




KONIEC

271

Fotografia

Obrazek z baby shower

POSTACI

EMILIA. Pani domu. Najstarsza z trzech kobiet. Jej brzuch


wygląda na ośmiomiesięczną ciążę. Ubrana w granatową su-
kienkę z białymi dodatkami, en composé z otaczającą ją przes-
trzenią. Jej gesty i komentarze świadczą o tym, że jest wyksz-
tałcona i silnie związana z tradycjami rodzinnymi.

VICTORIA. Młodsza siostra Emilii. Jej brzuch wskazuje na


sześcio-, siedmiomiesięczną ciążę. Ubrana w spódnicę do kolan i
bluzkę w wąskie podłużne paski. Wykształcona, przedstawiona
jako najbardziej wrażliwa i zarazem sprzeczna z trzech kobiet.

JUANA. Bardzo młoda. Ubiera się w jaskrawe kolory, jest w


czwartym, najwyżej piątym miesiącu ciąży. Odebrała proste
wykształcenie, dlatego też znacznie różni się od pozostałych.




Trzy kobiety celebrują swój status „kobiety w ciąży" wewnątrz dużej
przestrzeni, która wydaje się zdominowana przez przedmioty. Porusza-
jąc się z trudem w kadrze, „stworzonym dla kamery", przyszłe matki
przygotowują swój pierwszy rodzinny baby shower.

Victoria: (poprawia bluzkę na brzuchu) Tutaj dobrze? Może


powinnam przesunąć się trochę w prawo? Ze względu
na światło. (z pewnym zdenerwowaniem) A może usta-
wić się profilem? Brzuch byłby bardziej widoczny. (w
pośpiechu, oddycha głęboko) No cóż... Cześć, jestem Vic-
toria... mówią na mnie Vicky... Wkrótce będę twoją ma-
mą. (poprawia się) Jestem twoją mamą. (pauza) Chociaż
tego nie wiesz, oczywiście, ponieważ jeszcze Cię nie ma.
(kaszle, poprawia się ponownie) To znaczy nie ma Cię na
zewnątrz... (cisza) Będę Cię bardzo kochać. (patrząc na
swój brzuch, poprawia się) Myślę, że już Cię kocham.
(pauza) Tak długo Cię szukałam przez cały ten czas...

275
(wzruszona) A teraz mówią mi, że niedługo przyjdziesz
na świat i już niczym się nie przejmuję... (pauza) Wiem,
że będę na Ciebie patrzeć i wszystko, wszystko, czego
się boję zniknie, kiedy mnie uściskasz. (prostuje się, pa-
trzy prosto przed siebie) Cóż... jesteśmy tu w... (patrzy na
boki) w domu cioci Emilii. Bo... ona też będzie mamą,
(wyjaśnia) i to najpierw. (pauza) I musimy to uczcić...
(pauza, z udawanym przekonaniem, którego w rzeczywi-
stości jej brakuje) Dzisiaj świętujemy, to nasze pierwsze,
rodzinne baby shower.

Emilia: (wchodzi z lewej strony, przynosi wózek dziecięcy) Nie,
nie w ten sposób! Nie może być tak, że nie potrafisz wy-
krztusić z siebie dwóch zdań. (pauza) To wszystko jest
dla naszych dzieci. Trochę więcej przekonania nikomu
nie zaszkodzi.

Victoria: Wiem. (pauza) Ale to mi nie ułatwia. (pauza) Wydaje
mi się to takie dziwne...

Emilia: (na siłę przesuwa wózek na bok, tak by zmieścił się w
kadrze) Co w tym dziwnego? Jesteśmy matkami, które
celebrują pierwsze chwile swoich dzieci. (mówi od nie-
chcenia, przesuwając Victorię w lewo, podtrzymując ją
pod ramiona jak szmacianą lalkę) Gdybym cię nie znała...
pomyślałabym, że ten pomysł nie wprawia cię w za-
chwyt...

Victoria: (pozwala prowadzić się przez siostrę) To nie tak.
(wskazuje poza scenę) To ta kamera mnie onieśmiela.

Emilia: (pomaga Victorii wstać) Pamiętasz popołudnia pod sto-
likiem do kanasty w domu babci? (pauza) Spędzałyśmy
godziny na zimnych mozaikach galeryjki, oglądając
czarno-białe zdjęcia mamy i taty... rodziny. (pauza) To
była inna technika, ale tak naprawdę to samo...

Victoria: (uśmiechnięta, zaskoczona wspomnieniem dziecięcej
naiwności) A ty płakałaś niepocieszona, ponieważ mama

276
i tata nie zaprosili cię na swój ślub! Nie można cię było
uspokoić.

Emilia: To było wieki temu. Byłyśmy bardzo małe. (pauza) Ale
już wtedy marzyłyśmy o drewnianym pudełku, takim
jak miała babcia, pełnym własnych zdjęć... Pamiętasz?

Victoria: By opowiedzieć naszą własną historię. (spaceruje, nie
spuszczając oka ze swojego brzucha) Chyba ciągle mam
twoje rysunki, przekalkowane sylwetki z obcych foto-
grafii, na których doklejałaś swoją twarz...

Emilia: Twoją i José. (poza kadrem przygotowanym na tę okazję,
spogląda przez żaluzje okna, które pozostanie zamknięte)
Rodzina zawsze była moim celem. (dotyka swojego
brzucha) To jest ważne dla rodziny. (poufnie) Mama jest
strasznie niecierpliwa, bycie babcią jest dla niej takie
„zabawne”... W swoim ostatnim liście była mi za to
wdzięczna... Rozumiesz? Wdzięczna.

Victoria: Gdyby tylko mogła, zamiast posagu przygotowałaby
nam mnóstwo pieluch z wyszytymi na nich inicjałami
rodziny (przemierza niewielką przestrzeń kadru z pew-
nym trudem)

Emilia: Nie bądź taka dosadna! (pauza) Przynieś paczki, ustali-
my szczegóły.

Victoria: (idzie poszukać paczek) Julia zmieniła zdanie?

Emilia: (zdenerwowana, nie przestaje patrzeć przez żaluzje w
oknie) Nie bądź złośliwa...

Victoria: (przenosi na brzuchu stos paczek różnej wielkości) Co
za mania gromadzenia mebli! Mam całe łydki poobijane.

Emilia: (wskazuje poza scenę) W stronę kamery. Tylko w ten
sposób będziemy w kadrze.

277
Victoria: (potyka się o wózek) Jeśli nadal będziemy znosić rze-
czy, my same zostaniemy poza kadrem.

Emilia: (patrzy na nią) Tylko niczego nie stłucz.

Victoria: (zdziwiona) A coś można stłuc?

Emilia: Tak, butelki ze smoczkami, które przysłała mama.

Victoria: Butelki ze smoczkami? Jest tak daleko i zajmuje się
butelkami ze smoczkami.

Emilia: (zbliża się) Czyż to nie jest piękne? To miłe z jej strony.
Chyba to ostatni model, który widziałyśmy w sklepie
PARA TI.

Victoria: (z niesmakiem) A więc otworzyłaś paczki?

Emilia: Oczywiście... (pauza) Niczego nie dotykaj! (pauza) Go-
dzinami szukałam niebieskiego papieru prezentowego i
odpowiednich satynowych wstążek. (pauza) Myślisz, że
będą ładnie wyglądały?

Victoria: (pomaga ułożyć paczki na stolikach wokół środkowego
fotela) Emilio, wydaje mi się, że ty i mama przesadzacie.

Emilia: Troski o dziecko nigdy nie za wiele. (jakby od niechce-
nia) W ostatnim liście mama napisała mi, że te dzieci
pomogą nam się trochę zrównać.

Victoria: Butelki ze smoczkami, zdjęcia, to spotkanie...

Emilia: (sprawdza po kolei paczki, które układa Victoria) Baby
shower. Kochana, baby shower...

Victoria: (akcentuje każdą sylabę) Baby shower...

Emilia: Zupełna nowość dla niektórych osób stąd! A to przecież
taka piękna tradycja, rozmawiałyśmy o tym z mamą.
(jakby od niechcenia) Szkoda, że ty zawsze byłaś na ba-

278
kier z tradycjami. (śmieje się) A Juana? Nawet nie potrafi
tego wymówić! Biedactwo, jest taka prosta!

Victoria: To prawda. Ty zawsze zajmowałaś się rodzinnym pro-
tokołem, tak jak i mama.

Emilia: Być może dzieci dadzą nam drugą szansę. Może się po-
godzimy, mimo różnic między nami.

Victoria: Może... (pauza) W każdym razie na pewno sprawią, że
będziemy zajęte.

Emilia: Bardzo zajęte. Nie będziesz nawet miała czasu mi za-
zdrościć. (słychać dzwonek u drzwi, idzie do drzwi) Nie
zaprzeczaj, zawsze mi zazdrościłaś, siostrzyczko.

Juana: (objuczona torbami, wypowiada słowa w pośpiechu)
Przepraszam za spóźnienie, ale z powodu dziecka José
uparł się, żeby mnie wszędzie wozić.

Emilia: I bardzo dobrze, w twoim stanie nie jest wskazane, byś
chodziła ulicami, jak ci się podoba. Nigdy nic nie wia-
domo...

Juana: (zastanawia się, gdzie postawić torby) Jesteśmy w ciąży,
nie w więzieniu...

Victoria: (zbliża się i bierze torby) Dla kobiet z naszej sfery to
prawie to samo. (do Emilii) Dokąd idziecie?

Emilia: (stara się pokierować spotkaniem) Inaugurujemy pierw-
szy, rodzinny baby shower i... nie zgadzam się (wyrywa
jej torby), by odbyło się to w nieodpowiednim miejscu.

Juana: (przechodząc przez scenę) Myślałam, że fotograf już tu
jest.

Emilia: Jeszcze nie. Umówiłam się z nim za pół godziny, żeby-
śmy mogły dopracować ostatnie szczegóły i nagrać wia-

279
domość dla Sebastiána... i... (wskazuje w bok, gdzie przy-
puszczalnie znajduje się kamera)

Victoria: (ironicznie, macha do kamery) Wszystko powinno wy-
glądać idealnie.

Emilia: Wszystko jest idealne.

Juana: Wszystko wygląda bardzo dobrze i... bardzo błękitnie.
(pauza) A jeśli to dziewczynka?

Emilia: Niemożliwe. To chłopczyk i nazywa się Sebastián, tak
jak jego ojciec i dziadek.

Victoria: Jak zawsze Emilia wprowadza trochę zamieszania w
rodzinie. (krótka pauza) A nie, przecież to proste, ten
który przyjdzie na świat będzie nosił przydomek „ju-
nior”.

Juana: Ja nie znam płci. Według José... na pewno to będzie chło-
pak.

Emilia: „Pierworodny powinien być mężczyzną, w ten sposób
zapewni ciągłość nazwiska”. A propos (pokazuje pościel,
którą ma w wózku) Czyż nie są śliczne? Inicjały imienia
na prześcieradełkach, prześliczne, nieprawda? (pauza)
Mama mówi, że pierwsze dziecko powinno nosić imię
dziadków.

Juana: José mówi, że po jednym z każdej rodziny. Żeby nikt się
nie obraził… (z wahaniem) Które najpierw, ze strony oj-
ca czy matki?

Victoria: (rozsiadając się w fotelu) Naszej rodzinie nie zaszko-
dziłoby zdać się trochę na przypadek.

Juana: (poprawia się jakby przeglądała się w lustrze) Nagry-
wasz?

280
Emilia: Zwariowałaś! Na nagrywanie wszystkie musimy się
zgodzić.

Victoria: (sprawdza, czy bluzka na brzuchu dobrze się marszczy)
Do zdjęcia...

Emilia: (spogląda na buty Juany) Nie wydają mi się odpowied-
nie.

Juana: Pasują do bluzki i są takie wygodne. Dostałam na prze-
cenie, nie widać, prawda? Są cudne, zawsze mi się podo-
bały. Wcześniej nie miałam dość pieniędzy, ale José mi
dołożył i w końcu mogłam sobie na nie pozwolić. To
chyba przez dziecko tak mnie rozpieszcza.

Emilia: Nie wydaje mi się, by w twoim stanie takie wysokie ko-
turny były odpowiednie.

Victoria: (naśmiewając się) Juano, to nie jest „odpowiednie”...
(do Emilii) Nie przejmuj się, siostrzyczko, nie sądzę, by
na filmie było coś widać. I na zdjęciu... (rozrzucając
wszystkie paczki) na zdjęciu możemy ustawić przy niej
stos prezentów, te ogromne kokardy zakryją obcasy.

Emilia: (potyka się o paczki i układa je na nowo) Coraz gorsze te
twoje dowcipy.

Victoria: (sarkastycznie) To też ustaliłaś z mamą? Czy był to
twój własny pomysł?

Juana: (zdejmuje buty) I po kłopocie. (zmienia temat) I co mam
powiedzieć mojemu siostrzeńcowi?

Victoria: (gestykuluje, tak jakby recytowała) Witaj w rodzinie,
Sebastiánie juniorze! (dotyka swojego brzucha) Twoje
ciocie podarują ci dwóch prześlicznych kuzynków, z
którymi będziesz mógł się bawić!

281
Juana: José mówi, że dziecko to wielka odpowiedzialność. (pau-
za, spogląda przez żaluzje w oknie) Ja bym wolała zacze-
kać. Choć trochę. Poznać się bliżej. Móc podróżować...

Victoria: Możemy otworzyć trochę okno, straszny upał. (do Ju-
any) José zawsze taki był, w domu zawsze wszystko by-
ło po jego myśli.

Emilia: (nie pozwala otworzyć okna w pokoju) To może to w
głębi, przeciągi nie są wskazane. (do Juany) Spośród nas
José zawsze był najbardziej zrównoważony. Już jako
chłopiec planował rodzinę. Żonę, która by żyła tylko dla
niego i jego dzieci.

Victoria: Dokładnie piątki dzieci. Nie starczało lalek, gdy któraś
z nas udawała, że jest jego żoną...

Juana: (zamyślona, wymawia z błędem) Do Mi-a-mi, być może.

Emilia: (poprawia wymowę) Ma-ia-mi, Juana. (pauza) Nie byłaś
tam? W ciągu ostatnich dwóch lat byliśmy tam trzy razy.
Czego stamtąd nie przywieźliśmy! Ta kamera na przy-
kład jest stamtąd.

Victoria: (ironicznie) Nie zapominaj o butelkach ze smoczkami,
które przysłała mama.

Emilia: Ty z tymi twoimi sarkazmami, a my odwalamy całą ro-
botę. (wyprowadzona z równowagi, wraca do dawnych
sporów) Podczas gdy señora zastanawia się, narzeka,
bierze nas pod moralną lupę jak jakieś modele w anali-
zie społecznej, my zajmujemy się tym, czym naprawdę
należy się zająć. (nerwowa pauza, do Juany) Gubi ją za-
zdrość (wskazuje na ciążę obu), mnie chodzi o dowody...

Victoria: Czy to było konieczne? A może to moja zazdrość gubi
ciebie.

Emilia: Nie zaczynaj ze swoimi gierkami słownymi. Ktoś musi ci
to powiedzieć.

282

Juana: (oddala się od okna) Nie pomyślałam o tym! Dzieci spra-
wią, że będziemy chodziły na mnóstwo przyjęć. Od tylu
spotkań dostanę niestrawności.

Emilia: (spogląda z ukosa na Juanę, zwraca się do Victorii) Zde-
cydowanie edukacją nie można jej „zarazić”.

Victoria: Przynajmniej przyswoiła sobie podstawową zasadę,
posłuszeństwo rodzinie...

Emilia: (zdenerwowana) Dziś nie można z tobą normalnie po-
rozmawiać. Odkąd jesteś na zwolnieniu...

Victoria: Tęsknię za rutyną.

Juana: (próbuje rozładować napięcie) Wszystko świetnie, ale...
nie jesteście głodne?

Emilia: (korzysta z chwili nieuwagi) Łakomstwo pod płaszczy-
kiem zachcianki ciężarnej kobiety! Uwielbiam to! Ależ
oczywiście... Zamówiłam... wyborne smakołyki. Nawet
będą cukierki z Las Violetas, czyż to nie cudownie?

Victoria: Aż dziw bierze, że mama nie wysłała ci ich w paczce...

Juana: (szpera w torbach) Ja jestem głodna...

Emilia: W sumie mogę przynieść trochę łakoci, nie niszcząc
kompozycji ze słodyczy na stole, ale kiedy przyjdzie fo-
tograf wszystko musi stąd zniknąć, jasne? (Emilia przy-
nosi pudełko czekoladek)

Victoria: A gdzie jakaś swoboda? Nie byłoby lepiej trochę na-
kruszyć... Może w ten sposób plama z czekolady byłaby
tematem dla przyszłych anegdot (do Juany) Mama mó-
wi, że najlepsze w fotografowaniu są historie, które wy-
jaśniają zdjęcia.

Juana: (delektuje się czekoladkami) Pyszne te cukiereczki...!

283

Emilia: Trufle, Juana, trufle. Kupiłam je, ponieważ Vicky je
uwielbia. Już od maleńkości...

Victoria: (zdziwiona) Pamiętałaś. (szczerze) Dzięki, Emi. (do
Juany) Gdy byłyśmy dziećmi, babcia w roztargnieniu zo-
stawiała nam na małym stoliku w rogu galeryjki tacę
pełną trufli. Mama nie chciała, byśmy pobrudziły su-
kienki czekoladą, ale babcia zawsze to robiła, a my tylko
czekałyśmy na chwilę nieuwagi, gdy zajmą się grą w
karty, by ukraść garść smakołyków…

Emilia: I chowałyśmy się pod stołem dorosłych, by je zjeść.

Juana: (z pełną buzią) Ja zawsze byłam jedynaczką!

Victoria: A co z fotografem?

Emilia: Zaraz go przyślą.

Juana: José mówi, że to profesjonalista. Jest kolporterem. (pau-
za) Zdjęcia są jego dodatkowym zajęciem i pas... pas...

Emilia: (wymawia za nią) Pasją, Juana. Zdjęcia Mirthy wyszły
fenomenalnie.

Victoria: Nie wiedziałam o zdjęciach Mirthy.

Juana: Zrobił je ten sam fotograf. José go jej polecił. (pauza, po-
ufnie) Wiedziałyście, że urodził mu się synek?

Emilia: Dowiedziałam się, kiedy do niego dzwoniłam, żeby
przyszedł, wtedy mi powiedział. Mówi, że mały jest sło-
dziutki i że śpi cały dzień. (pauza, je truflę) Szkoda, że
tak się pospieszył, pozbawił nas baby shower. (śmieje
się)

Victoria: No, ale za to mogłaś przynieść nam pierwsza tę nowi-
nę.

284
Juana: (figlarnie, opycha się cukierkami) I że jest blondynkiem o
jasnych oczkach, o tym też ci pewnie powiedział.

Emilia: (próbuje uniknąć konfliktu) Wszystkie dzieci mają blond
włosy i jasne oczy, ale potem to się zmienia. (pauza) Ty-
le czekolady ci nie zaszkodzi?

Juana: (z pełną buzią) Wyśmienite. (po kryjomu wyciera ręce w
jedną z paczek)

Emilia: (z niesmakiem wobec braku manier szwagierki) A może
przygotujemy wiadomości?

Victoria: Jakie wiadomości?

Emilia: Przeczytałam o tym w czasopismach, które przesłała
mama!

Juana: (z pełnymi ustami) To coś jak... dziennik nastolatków, ale
napisany przez twoich rodziców zanim ty jeszcze nau-
czyłaś się pisać...

Emilia: No, nie do końca, ale jeśli to ci pomoże wyobrazić sobie,
o co mniej więcej chodzi… (idzie po kartki, a potem roz-
daje długopisy)

Juana: Wpisz datę, to bardzo ważne, by z czasem dziecko wie-
działo... Potem mówisz mu, gdzie jesteś... a następnie...

Emilia: Jak długo na nie czekałaś. Jak go szukałaś. Jak je bę-
dziesz kochać. Jak sobie je wyobrażasz...

Victoria: Ale przecież już to samo powiedziałam w nagraniu...

Emilia: To była tylko próba, bez nagrywania.

Victoria: A jeśli się pomylę? Nie jestem w tym zbyt dobra...

Emilia: (szuka za jednym z foteli) Wydaje mi się, że widziałam
przykłady w jednym z tych numerów.

285

Juana: (o czasopismach) José przynosi mi takie same!

Victoria: To mama je kupuje i rozdaje.

Emilia: Z czwórką dzieci możesz sobie wyobrazić jej doświad-
czenie w tej kwestii. Zawsze jej to powtarzam...

Victoria: Tata był wiecznie w podróży.

Emilia: A ona radziła sobie ze wszystkim... a nawet prowadziła
życie towarzyskie.

Juana: Wczoraj José zadzwonił do mamy i powiedział jej, że
wyśle kogoś po nią, kiedy dziecko przyjdzie na świat.
(pauza) By mi pomóc... Bym nie czuła się osamotniona.

Victoria: (wzdycha) José wdał się w mamę. Myśli o wszystkim...

Juana: Tak, to prawda. To on mi powiedział o tym spotkaniu i o
całym tym zdjęciu... Rzadko się zdarza, żeby mężczyzna
interesował się takimi rzeczami.

Emilia: (szuka za innym fotelem) Zostawiłam to na później, ale
myślę, że już nadszedł właściwy moment. (wręcza paku-
nek każdej z nich) Nawet dałam wygrawerować wasze
imiona.

Victoria: (zdejmuje opakowanie i odkrywa drewniane pudełko)
Zupełnie jak to, które należało do babci!

Emilia: I dziś każda z nas będzie miała pierwsze zdjęcia, które
będzie mogła w nim schować.

Juana: (wzruszona) Dziękuję. Zanim was poznałam nie wiedzia-
łam za dużo o rodzinie, a teraz...

Emilia: Ostatecznie to właśnie historia należy do nas. Dzieciom
opowiemy naszą własną, a one się w nią włączą. Na jej
podstawie określą same siebie.

286

Juana: Będą bawiły się w to samo, co my! (przeszukuje jedną z
paczek i rozrywa papier jak mała dziewczynka) Ja mu
przyniosłam bączka!

Emilia: (przeszukuje inną z toreb i rozrywa papier jak mała
dziewczynka) A ja piłkę!

Victoria: (szuka w swojej torbie) Ja mu kupiłam bajki.

Emilia: (bierze książkę) Wydaje mi się... (do Juany) Nie jest za-
kazana?

Juana: (patrzy na nią) Nie czytam za dużo, ale ta ma ładne ob-
razki.

Victoria: (próbuje wyrwać jej książkę) To tylko bajki dla dzieci...

Emilia: Daj mi ją! (kładzie książkę z boku) Nieważne, liczy się
intencja. (do Juany) Mama dużo nam czytała, codziennie
wieczorem, na głos, stała prawie w korytarzu, żeby było
słychać w obu pokojach.

Victoria: Jednego wieczora najpierw przychodziła do nas, a na-
stępnym razem szła do naszego brata, by uniknąć niepo-
trzebnych kłótni.

Emilia: Widzisz. Sama się przyznaje, od maleńkości była za-
zdrosna.

Juana: (nuci piosenkę) A ja wolę piosenki.

Emilia: Kołysanki? Gdzieś tu zostawiłam kasetę, którą...

Victoria: Którą mama nam przysłała...

Emilia: Tak. Nawet o muzyce dla wnuków myśli. Mama mówi,
że wychowanie to zbiór rutynowych czynności, wyu-
czonych w szczegółach, prostych szczegółach... I kiedy
się ich ktoś nauczy, nie można ich łatwo wymazać...

287

Juana: (bawi się bączkiem) Kiedy José po mnie przyjedzie, po-
wiem mu, że jeśli dziecko będzie dziewczynką, nazwie-
my je Juana jak jego mama. (śmieje się ze swojego dowci-
pu)

Victoria: Może byśmy się czegoś napiły, straszny upał...

Emilia: Przygotowałam herbatę, ale lepiej byłoby poczekać na
zdjęcie...

Juana: W taki upał mam ochotę na piwo, ale José mi zabrania,
mówi że nie przystoi przyszłej mamie...

Victoria: (zbliża się do okna) Czuję ucisk w gardle.

Juana: Albo na czekoladki, ale chyba już zjadłam wszystkie!

Emilia: Nie otwieraj. (zdenerwowana) Mogłyby się... zabrudzić.
(pauza) Myślę, że nadszedł czas, byśmy nagrały wiado-
mości.

Juana: Pospieszmy się, zaczyna mi się robić okropnie gorąco.

Victoria: (do Emilii) Mirtha nie wróci do pracy.

Emilia: (wychodzi, z zewnątrz) Oczywiście, teraz musi się zająć
wychowaniem dziecka.

Victoria: Wczoraj zastanawiałam się, czy zajrzeć do szkoły?

Emilia: (wchodzi) Chyba zwariowałaś! Jesteś na zwolnieniu! Nie
rozumiem, czemu jeszcze nie odeszłaś z pracy... Mama
mówi, że...

Victoria: Podoba mi się... Sprawia, że czuję się potrzebna.

Emilia: Jest tyle sposobów, by czuć się potrzebną... A ty zawsze
pakujesz się w te niewłaściwe.

288
Juana: (próbuje je pogodzić) Ja ją rozumiem, czasami tyle oględ-
ności mnie przytłacza.

Emilia: Ostrożności Juana, ostrożności nigdy za wiele. Czasy, w
których żyjemy są niepewne. Na świecie jest mnóstwo
przemocy. Chcecie ryzykować? Narażać wasze rodziny?
Ja nie. Jeśli mama nas czegoś nauczyła, to właśnie dbać o
naszych najbliższych.

Juana: Może byśmy puściły jakąś muzykę, jesteśmy przecież na
baby...

Emilia: (kończy za nią) Baby shower, Juano.

Victoria: Z muzyką w tle nie będzie słychać na taśmie tego, co
mówimy...

Juana: Najważniejsze są brzuchy... (filuternie) A może odegramy
sceny... jak na starych filmach...

Emilia: (wchodzi niespodziewanie) … spacerując z wiadomo-
ściami wypisanymi na kartonowych tabliczkach... W ten
sposób nie musiałybyśmy poprawiać tego, co mówi Vic-
toria...

Juana i Emilia przynoszą karton i zaczynają przygotowywać tabliczki.

Victoria: (idzie w kierunku gramofonu, włącza go) Uwielbiam
muzykę. Chociaż wolę teatr, ale na to już za późno. Wie-
działyście, że w Teatro del Instituto odbyła się premiera
Pułapki na myszy?

Emilia: Lepiej byś nam pomogła, bo inaczej będziemy tu sie-
dzieć do nocy.

Victoria: Agatha Christie jest w modzie, czytałam że niedługo
wchodzi do kin film... (zastanawia się) Agata Michaela
Apteda. (wzdycha) Z Dustinem Hoffmanem, wyobrażacie
sobie!
Juana: José mówi, że twoje upodobania są problemem.

289

Emilia: Nie chodzi o jej upodobania, lecz o lektury. Napełnia
sobie głowę intrygami i morderstwami. I ni stąd, ni zo-
wąd budzi się w niej żyłka detektywistyczna, żeby tropić
prawdę...

Juana: José mówi, że powinien zobaczyć cię lekarz, ten od gło-
wy.

Emilia: (do Victorii) Albo kiedy cię naszło, żeby komentować
mimikę. (do Juany) Chodzi mniej więcej o to, by spraw-
dzić, czy ktoś kłamie, patrząc mu wnikliwie w twarz.
Zupełne wariactwo! Wiesz, zresztą już jako mała dziew-
czynka robiła mamie na złość. Wystarczyło, by mama
zabroniła jej przeczytać jakąś książkę, żeby ta się uparła,
że właśnie ją przeczyta.

Juana: Nabiła sobie głowę głupotami. José mówi, że ma głowę
pełną przeciwnych myśli i nie może zrozumieć...

Emilia: Sprzecznych myśli, Juano.

Victoria: José nie mówi, tylko rozkazuje. (niechętnie) Co mam
zrobić?

Emilia: (wręcza jej kartonową tabliczkę) Pogrub litery marke-
rem, a ja włączę nagrywanie. (ściszonym głosem) I po-
praw ortografię Juany.

Juana: Nie powinnyśmy najpierw przećwiczyć wejścia i wyj-
ścia? (patrzy na nie) Żebyśmy się nie potykały o siebie.
Inaczej będzie to wyglądało na komedię...

Victoria: Bufonadę.

Emilia: (wchodzi) Akcja!

Cała ta gra przebiega w stylu niemych filmów krótkometrażowych.
Emilia i Juana przybierają sztuczne uśmiechy i pompatyczne gesty,
pokazując brzuchy i kartonowe tabliczki przed kamerą.

290

Emilia ustawia się w środku kadru, podnosi pierwszą tabliczkę i wyko-
nuje dłonią gest pozdrowienia. WITAJ SEBASTIÁNIE, JESTEM TWOJĄ
MAMĄ. Juana bierze inną tabliczkę i ją zasłania. TWOJA CIOCIA JUANA
Z MIŁOŚCIĄ WRĘCZA CI BĄCZKA. Juana odkłada tabliczkę i pokazuje
zalety zabawki. Podchodzi Victoria i z wahaniem podnosi swoją ta-
bliczkę. JESTEM TWOJĄ CIOCIĄ VICTORIĄ I WKRÓTCE PODARUJĘ CI
KUZYNKA, Z KTÓRYM BĘDZIESZ MÓGŁ SIĘ BAWIĆ! Emilia i Juana ma-
chają do kamery i spacerując w kierunku obiektywu, pokazują swoje
brzuchy, gładząc je. Victoria pozostaje z boku. Kobiety szukają nowej
tabliczki, a następnie wspierają ją na spódnicy Victorii. TO TWÓJ BABY
SHOWER, SEBASTIÁNIE. Victoria po raz kolejny wychodzi z kadru, nie
przestając patrzeć na Emilię i Juanę, które robią przeróżne grymasy,
defilując z prezentami przed kamerą, również z wózkiem.

Emilia: (przestaje wykonywać sztuczne gesty) Dalej Wiki, nie
zostało już wiele taśmy! Nie bądź nieśmiała, mama po-
wie, że...

Victoria: (traci panowanie nad sobą) To farsa! Powinna powie-
dzieć, że to wszystko jest jedną wielką farsą.

Emilia: (stara się wypchnąć ją z kadru) Wiki! Już nagrywamy. To
dla Sebas...

Victoria: (rzuca się na nią i wyjmuje jej poduszkę, wyciąga też
swoją własną) Uważaj! Mama się wkurzy… José się wku-
rzy... Uważaj, bo może jakiś wścibski sąsiad odkryje, że
to tylko poduszki! Ja chcę dziecka, pragnę dziecka, ale
nie tak! Nie tak! (wybiega, a Juana za nią)

Emilia: (rozkłada się w fotelu, nie przestając obejmować podusz-
ki) To był mój baby shower! Wszystko powinno być ide-
alne...

Juana z offu: (z pewnością siebie, o którą trudno było ją podej-
rzewać) Powiedz szoferowi, żeby zawiózł go na miejsce
kolportażu. (pauza) To pomyłka, mój mąż na pewno
pomylił daty. To nie dzisiaj, tylko w przyszły piątek,
zdjęcie miało być w przyszłym tygodniu. (kiedy wchodzi,

291
wyjmuje poduszkę) Gówniany upał! (do Emilii) Wyłączy-
łaś kamerę?

Emilia: (przecząco kręci głową)

Juana: Powiedziałam José, że to była jedna wielka pomyłka.
(bierze bączka i wkłada go do torby) Tak samo, jak twoja
siostra, zresztą już od samego początku. (pauza, bierze
torby) Jeśli chodzi o taśmę... zajmie się tym José. (pauza)
Nie wiem jak możecie być rodzeństwem. W ogóle nie je-
steście do siebie podobni. (rozgląda się, czy nie zapo-
mniała żadnej torby) No cóż... baby shower przekładamy
na przyszły piątek. Twoja siostra straciła swoją kolejkę,
przyprowadzę swoją, ona o nic nie pyta i doceni taką
okazję. (pauza, poprawiając koturny) Nie zapomnij do-
brze wypchać sobie brzucha, żeby nas nic nie zdradziło.
(Emilia nie przestaje płakać) Słyszysz, co do ciebie mó-
wię? (słychać klakson, podchodzi do okna i spogląda
przez żaluzje) To José. Pamiętaj, w przyszły piątek.
Wszystko powinno wyglądać idealnie, niech nic nas nie
zdradzi. (wychodzi)

Emilia: To niesprawiedliwe, to był mój baby shower.

Juana z offu: Emilio, taśma!

Emilia: (idzie w kierunku kamery jak automat) To był mój baby
shower...

Światło gaśnie, zaczyna rozbrzmiewać „En el país del no me acuerdo”9
Maríi Eleny Walsh.



Koniec


9 Piosenka dla dzieci o wydźwięku politycznym, która odnosi się do dyktatury Jorge

Videli w Argentynie (1976-1981), podczas której więźniom politycznym odbierano


dzieci, a następnie przekazywano je rodzinom wojskowych (przyp. Tłum.).

292
JAK QUINOAS



Dla Kariny,
mojej bratniej duszy.

W czasach, kiedy „ja” to zawsze „inny”, nawet
rzeczy oczywiste nasuwają pytania: ile jest
wersji historii.
A. Canci

Prawda pamięci walczy przeciw pamięci o
prawdzie.
J. Gelman


Quinoa – komosa ryżowa: roślina uprawiana w strefie andyjskiej, na
obszarach górskich, stanowiła podstawę żywienia w okresie funkcjonowania
państwa inkaskiego (przyp. tłum.). Na podstawie anegdot i opowieści Marty
Scavack de Conti, Lilii Ferreira, Elsy Oesterheld i Gracieli Murúa. W
większości z: Mirar la muerte. Conversaciones con mujeres de Escritores
Desaparecidos José Therkaskiego, Catálogos, 2008.


POSTACI

KOBIETA 1
KOBIETA 2
KOBIETA 3
KOBIETA 4



1.

Trzy młode kobiety wśród papierów i rupieci w pomieszczeniu w cią-
głym remoncie. Przeglądając przedmioty przesiąknięte czasem i ku-
rzem, oddzielają te, które wydają się przydatne, pozostałe odkładają na
bok.

295
Kobieta 1: „Teraz, kiedy już cię spotkałem, Marto, nie zamie-
rzam cię stracić”, powiedział jej. I wiedziała, że mówi
prawdę. (pauza) Podoba mi się.

Kobieta 2: Nie wyprzedzaj faktów!

Kobieta 1: (udaje, że nie słyszy tego komentarza) Wydaje mi się,
że klucz jest w ich historii miłosnej.

Kobieta 3: W każdej historii miłosnej jest jakiś klucz!

Kobieta 2: (bierze jakieś kartki do ręki) Lilia, 23 lata. On 40. Ona
jest z Junín. Zapalona czytelniczka...

Kobieta 1: Pięć lat miłości. (pauza) Historia drzewa o kobiecym
imieniu.

Kobieta 3: (przerywa) Topola Karolina?

Kobieta 1: Tak! Dzięki!

Kobieta 3: (zadowolona) Mam pamięć do szczegółów.

Kobieta 1: (do KOBIETY 3) On pisze opowiadanie, kiedy siedzą
zamknięci dwa tygodnie w Tigre.

Kobieta 3: Graciela zaświadcza, że poznała go między rokiem
1949 i 1950. (pauza; bierze haust powietrza pełen kurzu)
Podoba mi się historia ołtarza. Magazyn na końcu kory-
tarza, gdzie składa się kukiełki i wystawia spektakle.

Kobieta 2: (rozkłada kartki) Zróbmy listę wydarzeń.

Kobieta 1: Wybierzmy wydarzenia.

Kobieta 2: No, przecież mówię.

Kobieta 1: Wypisać a wybrać to nie to samo.

296
Kobieta 3: (myśli na głos, odsuwa na bok rupiecie) Strugam
drwa, / żeby znaleźć w nich duszę / i wyrysować moją
twarz / we wnętrzu tego drewna...

KOBIETA 1 i KOBIETA 2 zatrzymują się i spoglądają zdziwione na KO-
BIETĘ 3.

Kobieta 3: (wzruszona) Angelelli. Znalazłam to w trakcie badań.

Kobieta 2: (Wraca do przerwanego wątku, starając się, żeby nikt
jej nie przerwał) Lilia przybywa z Junín w 1966 roku.
Marząc o studiach, zaczyna pracę w fabryce. Mniej wię-
cej raz na dwa miesiące chodzi dla przyjemności do ja-
kiejś knajpy.

Kobieta 3: Zjeść na obrusie to dla niej jak małe święto...

Kobieta 2: (poirytowana) To nie twoja opowieść!

Kobieta 3: Wybacz, to taki odruch.

Kobieta 1: (zajmuje środek sceny, przesuwa niepotrzebny stół i
krzesła) Scena przedstawia cukiernię. Wchodzi para.
Ona 26 lat i on około 40. Ona siada nieśmiało. „Szarlot-
ka”, mówi. (opowiada podekscytowana prawie bez tchu)
On wtrąca „nie ma pośpiechu”. Z pewnością siebie, którą
daje doświadczenie, zamawia dwie kawy i szarlotkę.
Ona pośpiesznie: „Chciałam się umówić, bo muszę Panu
powiedzieć”… „Że mnie Pani kocha!”, mówi on. Ona pró-
buje dokończyć: „Przeczytałam to i zdałam sobie spra-
wę”... „Odkryła mnie pani!”, żartuje on, żeby jej pomóc.
Kobieta 3: Zabawa w chowanego!

Kobieta 1: (ciągnie w swoją stronę KOBIETĘ 3, jak wspólniczkę)
Udaje mu się, ona skupia teraz swoją uwagę na wykła-
dowcach albo na przedmiocie, którego on naucza. Nic
ważnego. W chwili odprężenia mówi do niego na „ty” i
czerwieni się wobec swojej zuchwałości. (obie kobiety
odgrywają scenkę) On to wykorzystuje i bawi się tą sy-
tuacją. Ona wraca do poprzedniego tematu i naciska:

297
„Muszę panu powiedzieć o moich uczuciach. Poinfor-
mować pana”. „Zamieniam się w słuch”, mówi on, zbliża-
jąc do jej ust kawałeczek ciasta. Nieuchronność sprawy
ściska jej żołądek, jednak ciągnie dalej: „Pan jest czło-
wiekiem światowym. Ja kobietą prostą i naiwną jak na
swój wiek. Z dwójką dzieci i małżonkiem, który już
dawno przestał wypełniać swoje obowiązki. Liceum by-
ło czasem moich osobistych poszukiwań... Staram się
panu powiedzieć, że... za chwilę powrócę do swojej co-
dzienności, ale ze spokojem, że pan wie i mnie rozumie...
Pańska powieść dotarła do mnie przed kilkoma tygo-
dniami. Przeczytałam ją i uświadomiłam sobie, że tym,
czego brakuje we mnie jest pan”.

KOBIETA 1 i KOBIETA 3 wzdychają równocześnie.

Kobieta 1 i 3: Zakochałam się...

Kobieta 1: Milknie, już wszystko powiedziała. On patrzy na nią i
rzuca: „Niech się pani przyzwyczai do tej szarlotki, do
wyspy i moich uwag. Teraz, kiedy już cię spotkałem, nie
zamierzam cię stracić, Marto”.

KOBIETA 3, która rozemocjonowana śledziła opowieść, natychmiast
bije brawo, podczas gdy KOBIETA 1 pada na ziemię, udając wyczerpa-
nie.

Kobieta 2: Możemy kontynuować?

Kobieta 1: (prowokująco, na podłodze, nieruchoma) „Marto”,
powiedział i świat odmalował jej się wyraźnie. Szalony
dla świata, szalony i do tego kobieciarz, ale mój.

Kobieta 3: (chwyta swój notatnik; zapisuje) Szalony dla świata,
szalony i do tego kobieciarz, ale mój... Tego nie kojarzę.

Kobieta 1: Ona tego nie powiedziała, to moje słowa. (pauza)
Licentia poetica...

KOBIETA 1 i 3 zagrzebane wśród rupieci. KOBIETA 2 przegląda kartki.

298

Kobieta 2: Sądzę, że w wyznaniu Lilii ważne będą jej preferen-
cje literackie. (przegląda szybko swoje zapiski) Studiując
w Junín, czytała klasyków, szczególnie greckich. Później
Szekspira, Sartre’a, Simone de Beauvoir, Camusa. Kiedy
przyjechała do Buenos Aires przerzuciła się na to, co ar-
gentyńskie, i zaczęła od gazet. W czasopiśmie Primera
Plana po raz pierwszy przeczytała o nim... (szuka w swo-
ich papierach) Poznaje go w barze przez przypadek,
trzymając w ręku jedną z jego książek.

Kobieta 3: (figlarnie) La Paz! Zakazany bar! Jego była zabroniła
mu się tam pojawiać, a on i tak tam poszedł... to się na-
zywa przeznaczenie.

Kobieta 2: Lilia była jego trzecią żoną. Była prawie w wieku
jego córek, kiedy się poznali. (pauza) To było na ich
drugim przypadkowym spotkaniu... na jednej z tych ko-
lacji...

Kobieta 3: Z obrusikiem, dla niej jak święto!

Kobieta 2: To tam do niej podszedł. Zaprosił na kolację. Junín
stało się wspólnym tematem.

KOBIETA 3 staje na środku sceny i kontynuuje opowieść KOBIETY 2.

Kobieta 3: (Chwyta ramię KOBIETY 2 i odgrywa scenkę) Ona
jakby rytualnie głaszcze obrus. Prosi o kieliszek wina,
przeglądając menu. (Daje znaki KOBIECIE 1, żeby wzięła
udział w zabawie) On, który już jest na miejscu, nie
przestaje jej obserwować i mówi głośno: „Nie lubię jeść
sam”. Ona spogląda na niego i natychmiast rozpoznaje.
„Dziękuję za dedykację”, mamrocze nerwowo. „Napraw-
dę piękna”. On odpowiada pytaniem: „Zjemy razem, czy
będziemy rozmawiać na odległość?”

Kobieta 2: (przerywa) To moja część!

Kobieta 3: Wybacz, dałam się ponieść miłosnej historii...

299

Każda z nich wraca do swoich kartek.

Kobieta 2: (podnosi głos, żeby dobitniej przerwać ciszę) Lilia
widzi go po raz pierwszy w La Paz. (notuje) Tam mogła-
by się odbyć jedna ze scen...

Kobieta 1: Miejsca wybiera reżyser. My mamy tylko ustalić
szczegóły biografii.

Kobieta 2: Ich pierwsze sekretne spotkanie miało miejsce nie-
długo po przyjeździe do Buenos Aires, podczas Noche de
los Bastones Largos. (pauza) Mieszkała na stancji koe-
dukacyjnej. Tam zaczęła czytać o peronizmie, rewolucji i
książki marksistowskie...

Kobieta 3: Uwaga na jaskinię komuchów!

KOBIETA 1 I 2 spoglądają na KOBIETĘ 3.


Kobieta 3: Lilia oświadcza, że w Junín tak jej mówili: „Uważaj
na ten wydział uniwersytecki, to jaskinia komunistów”.
(śmieje się na głos) Moja mama mówi to samo...

Kobieta 2: (przerywa) On ją zaprasza do swojego mieszkanka,
żeby przeczytać brudnopis jakiegoś opowiadania...

Kobieta 3: Przebiegłe zaproszenie.

KOBIETA 2 poirytowana patrzy na nią.

Kobieta 1: (do KOBIETY 3) Zajmij się swoją biografią.

KOBIETA 3 dalej szuka czegoś wśród przedmiotów.

Kobieta 2: W początkowym okresie mieszkają w kawalerce...
(Wypadają jej kartki. Mówi to, co przede wszystkim pa-
mięta) Ona oświadcza, że słabo z jego koordynacją w
tańcu…

300

Kobieta 3: Podskakiwał dość absurdalnie. Niezdarny, niesko-
ordynowany, ale jeśli chodzi o jego umiejętność słucha-
nia...

Kobieta 3 i 1 (jednogłośnie): Był w typie osób, które całkowicie
potrafią zamienić się w słuch.

KOBIETA 3 i 1 śpiewają i tańczą, improwizując.

Kobieta 2: (zdenerwowana kolejną przerwą) W początkowym
okresie mieszkają w kawalerce. Wstają późno. Śniadania
jedzą w łóżku. Weekendy spędzają w Tigre. Proste po-
siłki, wino, papierosy i pogawędki bez końca.

Kobieta 1: Odarłaś to z pasji!

Kobieta 3: I z duszy!

Kobieta 1: Tak być nie może...

Kobieta 3: Brakuje obrazowości tej twojej opowieści...

Kobieta 3: Kiedy nas wezwali, mówiłaś o tych kobietach jak...

Kobieta 1: Jak... quinoas, mówiłaś.

Kobieta 3: Przetrwają wszystko, taki był twój komentarz.

Kobieta 1: Wytrzymują, bo się dostosowują...

Kobieta 2: Dlatego je wybrałyśmy. (Bierze papiery i rozdaje plik
kartek każdej z kobiet) Wybierzmy wydarzenia.

Kobieta 3: (szuka rozwiązania; ściska papiery w dłoni) Graciela
przepisuje teksty na maszynie do pisania swojego taty.
Za każdym razem, kiedy tylko może, podkreśla swój ta-
lent poetycki...

Kobieta 2: Gdzie się poznali?

301

Kobieta 3: W Santa Fe. W mieszkaniu jego kuzynki, w dzielnicy
Norte. Wspólny przyjaciel ich sobie przedstawia i się
zaprzyjaźniają. On z północy, ona z południa, z
zabytkowej dzielnicy miasta. On z tej części swojego
miasta, w którym znajduje się główny plac i katedra,
centrum życia społecznego.

Kobieta 2: Rok?

Kobieta 3: 1949, 1950.

Kobieta 1: Komu potrzebne są takie dane?

Kobieta 2: Nam.

Kobieta 3: Lubiła czytać sztuki teatralne... (Pomiędzy rupieciami
szuka fragmentów zagubionego ołtarza) Sartre’a…

Kobieta 2: On lubił czy ona lubiła?

Kobieta 3: Oboje.

Kobieta 2: Zgubiłam się... Pamiętaj, używamy zaimka
osobowego w trzeciej osobie.

Kobieta 3: Ona lubiła...

Kobieta 2: Musimy być uważne, nasze opowiadanie musi być
przejrzyste. (pauza) Skoncentrujmy się na tym, co
mówią świadkowie.

Kobieta 1: Nie ma świadectw bez doświadczenia.

Kobieta 3: (automatycznie) Ani doświadczenia bez narracji.
(pauza) Boli mnie brzuch.

KOBIETA 1 i 2 ignorują ostatnią uwagę.

Kobieta 3: (siedząc bokiem jak mała dziewczynka) Boli mnie...

302

Kobieta 1 i 2: Teraz nie!

Kobieta 1: Marta uciekła ze szkoły wieczorowej, kiedy zdała
sobie sprawę, że jest w nim zakochana. Przeprosiła,
żeby pójść do łazienki i uciekła. „To się nie wydarzy”,
powiedziała sobie... Ale to, czego rzeczywiście szukała...
Kobieta 3: (cały czas trzymając się za brzuch) To była jej miłość...
Wszystkie szukamy takiej miłości.
Kobieta 2: Bez subiektywnych dodatków, tylko fakty i ich
chronologia...
Kobieta 1: (do KOBIETY 3) Przeszło ci?

Kobieta 3: Ból? Nie. Coś mi siadło na żołądku.

Kobieta 1: (ignorując ostatnią wypowiedź KOBIETY 3) Jej
separacja z mężem wchodzi w zakres naszego
opowiadania?

Kobieta 2: Czyja separacja?

Kobieta 1: Ojca jej starszych córek.

Kobieta 2: Nie. Zostawimy tylko informację, że kiedy go poznała,
była mężatką.

Kobieta 3: (Siedzi na podłodze. Z pończochą w jednej ręce udaje,
że trzyma kukiełkę) „Tam idą kukiełkarze!”, krzyczą do
nich. Razem czytają, słuchają muzyki, chodzą do teatru...
(pauza) Piszą krótkie sztuki... Żyć z kukiełek, o to
właśnie chodzi. Mendoza, potem Tucumán. Tam idą
kukiełkarze. Mendoza, Tucumán... Pierwsza strona
pamiętników. Tam idą kukiełkarze! Mendoza, Tucumán...
Przedstawienia w cukrowni... (pauza) Nieświadomi...
młodzi... poszukujący nowej formy, swobody. (długa
pauza) Wszystko to robiliśmy uśmiechnięci... i
energiczni (pauza) Tucumán pokazał nam, że mieliśmy
dużo energii…

Kobieta 2: Zaimek w trzeciej osobie!

303

Kobieta 3: (rozkojarzona) Paco...

Kobieta 2: Żadnych imion!

Niezręczna cisza.

Kobieta 1: (rozładowuje sytuację; podnosi KOBIETĘ 3) „Nie
rozumiem, jak można zakochać się w jakiejś postaci z
powieści” – powiedziała jej mama. Marta jednak
wiedziała, że to był mężczyzna jej życia. „Kocham tego
wojennego szaleńca” – mówiła sobie. (pauza; do
KOBIETY 3) Przypomnij tę historię miłosną. W niej jest
klucz.

Kobieta 2: (pojednawczo) Używaj zaimka osobowego w trzeciej
osobie...

Kobieta 1: „Pomóż mi” - poprosił ją. „Czuję się bardzo samotny i
nie mogę pisać”. Ona wiedziała, że to jest początek.
(Pauza. Kładzie jakieś rupiecie na środku i razem z
KOBIETĄ 3 próbuje odegrać scenę) Chodzi po
księgarniach, czyta o życiu w cyrku, książki kucharskie...
i pisarstwo ich połączy. Belgrano, Tigre, Tigre i
Belgrano... Wygrywa Belgrano i on z nią zamieszka.

KOBIETA 1 i 3 siadają, udając, że mają przed sobą maszynę do pisania.
KOBIETA 3 czeka na KOBIETĘ 1 jak muzyk na dyrygenta.

Kobieta 1: Pracują na dwie maszyny (wciskając klawisze w
powietrzu). Mówią o swoich postaciach jak o rodzinie.
(za każdym razem wciska klawisze coraz mocniej)
„Proszę cię, tylko nikogo nie zabijaj” – mówi do niego.
(jakby szepcąc w tajemnicy) Ponieważ we wszystkich
jego powieściach ktoś umierał...

Przed ostatnim wyznaniem milkną. Cisza staje się gęsta.

Kobieta 1: Pięć lat wspólnego życia. Podróże, pisanie, zawsze
razem. Jedna łódka i wspólny syn, Ernesto...

304

Kobieta 2: Bez imion!

Kobieta 1: Łowienie ryb, rzeka i książki... (Zdenerwowana, że
wymknęło jej się imię, próbuje wciskać klawisze w
powietrzu; nie udaje jej się) Chcemy... Chcą mieszkać w
La Paloma. (pauza) Mieszkać nad brzegiem morza z tym,
co najlepszego razem stworzyliśmy: z naszym synem...

Kobieta 2: Zaimek w trzeciej osobie!

Kobieta 1: „Teraz, kiedy już cię spotkałem, Marto, nie
zamierzam cię stracić”... (spogląda w stronę stołu) Ona
jest jego topolą Karoliną.

KOBIETA 2 staje na środku i przesuwa stół, wchodząc w rolę. Widać, że
gra sprawia jej trudność.

Kobieta 2: Lilia spogląda na niego znad akt sądowych. Wygląda
na pełnego pasji. (pauza) Słońce wpada przez okno do
małego mieszkania, Lilia próbuje zrekonstruować
wydarzenia, potrzebne jej do ekspertyzy balistycznej.
(Ciągnie KOBIETĘ 1 i układa ją na boku. Biegnie, szuka
nitki, bierze ją w dłonie, napina i ciągnie) Ona leży na
podłodze, a słońce razi ją w oczy. Symuluje postrzał,
trzymając włóczkę na piersi. On ciągnie włóczkę,
symulując trajektorię lotu, która widnieje w aktach. Ona
spogląda na niego.

Kobieta 3: Jest niedziela.

Kobieta 2: „Sprawdzimy, czy rzeczywiście tak było” – mówi on.
Ona udając umarłą, pyta: „Jak tu dotarłam? Kim jest ten
typ?”.

Kobieta 3: Jej ukochanym.

Kobieta 1: (z podłogi; nie puszczając włóczki, która łączy ją z
KOBIETĄ 2) Duchy ogryzają okruchy suchej radości...
(do KOBIETY 3) Nie szukaj na kartkach, to moja kwestia.

305

KOBIETA 1 wstaje i przeszkadza w grze KOBIECIE 2

Kobieta 2: (dobitnie) Przeprowadzają się do San Vicente, na
dużą działkę, na której jest ściernisko. W głębi planują
domek. Trzeba wrócić do uprawy ziemi, mówią. Ona nie
wie zbyt wiele o tych rzeczach. Ale nie wiadomo kiedy
zagłębia się w lekturę o tym, jak przygotować nawóz.

Kobieta 3: Jedna warstwa gnoju, jedna suchych liści, inna ziemi,
zostawia się je w kącie, żeby zgniły i żeby zrobił się z
nich humus.

Kobieta 2: Wychodzą na piaszczyste drogi San Vicente z
plastikową torebką i łopatką...

Kobieta 3: By zebrać gnój. (z zadowoleniem) Mam pamięć do
szczegółów.

Kobieta 1: „Teraz, kiedy już cię spotkałem, Marto, nie
zamierzam cię stracić” (pauza) Ona jest kobietą, która
pachnie dymem drzewa.

Wszystkie trzy kobiety znikają za rupieciami. Przyłącza się KOBIETA 4.

Kobieta 4: (Wchodzi i szuka dla siebie miejsca. Mówi
przerywając, ale zawsze podejmuje wątek z powrotem)
Elsa ma siedemnaście lat, kiedy go poznaje. On zaledwie
sześć lat więcej, chociaż wygląda na starszego przez
siwe włosy. Poznają się w klubie miłośników
architektury, którego oboje są członkami. Jako
jedynaczka jest trochę samotna. (pauza) Widzi go
grającego w tenisa. (pauza) On zawsze otoczony grupą
znajomych. (długa pauza) Samotne życie sprawia, że
fascynuje ją lektura. To zwraca jego uwagę. (pauza)
Mają wiele wspólnego... Ona poznaje go podczas
przechadzek, kiedy to on ją odprowadza do domu...
Kiedy go poznaje, on wynajmuje mieszkanie w Belgrano
razem ze swoją rodziną. Elsa mówi, że było bardzo silne
przyciąganie między nimi. Szczególnie z jego strony, jak

306
twierdzi. Jak wspomina, był to rodzaj miłosnego
oszołomienia, jakie przeżywają bardzo młodzi chłopcy.
(spogląda na kobiety) Przepraszam za spóźnienie. Mam
dalej mówić?

Wszystkie trzy kobiety bez słowa przytakują.

Kobieta 4: Szkoła publiczna. Najbiedniejsza klasa dzieci imigrantów.
Niestety, nic się nie zmienia...Tak twierdzi ona, kiedy patrzy na
teraźniejszość. Otwarta, uczuciowa, wprawia w zachwyt
chłopaka i jego rodzinę… (Bierze haust powietrza i mówi dalej)
On student geologii, ona czytelniczka Lorki, zafascynowana
poetą dzięki swojej teściowej...

Kobieta 1: (Zaczyna recytować pochodzącego z Grenady poetę)
„Przyjdzie jesień ze ślimakami, / gronami mgieł i
zastępami gór, / ale nikt nie zechce spojrzeć ci w oczy /
bowiem”...

Kobieta 3: (przerywa zdenerwowana) „Nikt cię nie zna. Nikt. Ale
ja cię opiewam: / twój profil i wdzięk, by nie minął bez
śladu, / dojrzałość i bystrość twojego umysłu…”.

Kobieta 4: (przerywa) Czyta jego sztuki teatralne, ale nie
wiersze. (mówi dalej) Biorą ślub w 1947 roku.
„Komiksem można doprowadzić lud do historycznej
rewolucji” – powtarza wielokrotnie. Rewolucja... w tym
kraju... (śmieje się) Ona śmieje się, ja nie. (pauza) Mają
dom pełen książek. Przez pierwsze cztery lata sami.
Później dzieci, jedno po drugim. Wszystkie dziewczynki.
Cztery...

Wszystkie kobiety jednogłośnie: ciiiiiiiiiiiiiiiii!

Kobieta 4: Elsa jest niezastąpiona, przepisuje na maszynie ich


scenariusze. Odszyfrowuje ich bazgroły jak nikt.

Kobiety biją brawo.

Kobieta 4: (zadowolona z uznania) Dom w Beccar jest

307
świadkiem szczęścia rodziny. Wczesnego dzieciństwa
dziewczynek, w brzuchu u mamy i na podwórku.
(Zaczyna denerwować się. Po raz pierwszy wyciąga swoje
papiery i przegląda je) Czasu szyfrów i komiksów...

Niezręczna cisza. KOBIETY 1, 2 i 3 biją brawo.

Kobieta 4: I co teraz?

Kobieta 1: Kluczem jest historia miłości...

Kobieta 3: Jej szczegóły...



Krótka, lecz niezręczna cisza.

KOBIETY 3 i 2 starają się przyspieszyć rozwój wypadków. Przestawiają
dwa krzesła na środek i udają, że są w kinie.

Kobieta 3: Chodzą do kina raz w tygodniu.

Kobieta 2: „Poczekam na ciebie i zobaczymy dwa seanse”, mó-


wi on.
Kobieta 3: Wermut i noc.

Kobieta 2: Francuskie kino.

Kobieta 3: Fascynacja Jeanem Moreau!



Kobiety 3 i 2: (jednocześnie) Ale wolałyśmy westerny! (Zdają sobie
sprawę z nieprawidłowego zaimka i przerywają grę)

KOBIETA 1 zabiera krzesło ze środka i obejmuje ramieniem KOBIETĘ
3.

Kobieta 1: Całe miesiące bez wychodzenia nigdzie, a dziś – Oj-


ciec Chrzestny.

Kobieta 3: Lata czterdzieste. Don Vito Corleone jest szefem jed-
nej z pięciu mafijnych rodzin Nowego Jorku. Czworo

308
dzieci: dziewczynka i trzech chłopców, Sonny, Michael i
Freddie.

Kobieta 1: Kiedy Corleone odmawia interwencji w sprawie
narkotykowej, szef innej mafii zleca jego zabójstwo.

Kobieta 3: Wspaniała gra Marlona Brando.

Kobieta 3: Początek brutalnej wojny... (niezręczna cisza)

Wszystkie kobiety wzajemnie na siebie zerkają i w teatralny sposób
chowają się za przedmiotami.

2.

Scena całkowicie się zmienia. Różnorodność scenerii zdaje się przywra-
cać starym przedmiotom ich dawno utraconą funkcjonalność. Każda z
kobiet starannie wybiera sobie miejsce.

Kobieta 2: (podczas ubierania się, do KOBIETY 3) Co robisz?



Kobieta 3: Cisza.

Kobieta 2: Ubierz się.

Kobieta 3: Boli mnie brzuch.

Kobieta 2: Teraz nie.

Kobieta 1: (ubierając się) Pomyśl o czymś innym.

Kobieta 3: Od tej ich historii jest mi niedobrze...

Kobieta 1: To nie jest dla ciebie dobre. Zostaw to.
Kobieta 2: Ubierz się. Nie mamy czasu.

KOBIETA 2 rozpoczyna pewną sekwencję gestów. Kładzie się spać i,
jakby w koszmarze, siada roztrzęsiona. Powtarza to raz za razem. Pró-
buje sprawić, by wydało się to mechanicznym gestem.

309
Kobieta 3: Strugam drwa, / żeby znaleźć w nich duszę / i wyry-
sować moją twarz / we wnętrzu tego drewna... (pauza)
Dlatego uciekam z miasta, / gdzie tak ciężko odnaleźć
drewna duszę. / Tutaj...

Kobieta 2: (nie przerywając swojej scenki) Ubierz się.

Kobieta 3: Przeczytałam to, kiedy zgłębiałam ich historię. Jestem
dobra w szczegółach...

Kobieta 4: (kończy się ubierać; jakby powtarzając) Musimy już
iść mamo, powiedziały równocześnie. Musimy już iść...
(pauza) Ona zgadza się na rozstanie.

Kobieta 3: (nadal trzyma się za brzuch) W Santa Fe. W budynku,
w którym mieszkała jego kuzynka, w dzielnicy Norte.
Wspólny przyjaciel ich sobie przedstawia i się zaprzy-
jaźniają. On z północy, ona z południa, z zabytkowej
dzielnicy miasta. On z tej części swojego miasta, w któ-
rym znajduje się główny plac i katedra, centrum życia
społecznego.

Kobieta 1: (z pewną dozą smutku) Ubierz się, proszę.

Kobieta 3: (zerka na nią, ale jej nie słucha) Podoba mi się opo-
wieść o ołtarzu na końcu korytarza...

Kobieta 2: Ubierz się.

Kobieta 4: I idź do ołtarza z twoimi kukiełkami.

Kobieta 1: Z ich kukiełkami.

Kobieta 4: Ich? To znaczy z czyimi?

Kobieta 2: Nie ma czasu na takie żarty.

Kobieta 1: „Jedź”, powiedziała. Jedź na Uniwersytet w Quito, ale
on nie przestaje mówić i myśleć o Kubie. (pauza; patrzy

310
na towarzyszki) Gdy urodzi się dziecko, pojedziemy,
powiedział, ale tylko po to, by ją uspokoić. „Pojedziesz
ty, a potem ja pojadę za tobą”, mówi ona... ale on tego
nie chciał.

Kobieta 3: (do KOBIETY 1) Tam idą kukiełkarze! Przedstawie-
nia w cukrowni... (pauza) Nieświadomi... młodzi... (długa
pauza) Tam idą kukiełkarze!

Kobieta 4: (przegląda teksty) Nie można wykorzystywać nie-
wiedzę ludu...

Kobieta 1 i 2: Ciiii!

Kobieta 4: (ignoruje prośbę o ciszę) Dużo czasu zajmuje jej zro-
zumienie pewnych rzeczy...

Kobieta 2: (powtarzając scenariusz) W San Vicente nie było
światła elektrycznego. Używano lamp naftowych. I trze-
ba było pompować ile sił, żeby tylko pojawiła się woda
do napełnienia zbiornika! Niezaplanowane, spokojne
dni na łonie natury. Obiad, krótka sjesta, a później
scrabble. (pauza) Patrzenie na gwiazdy i mała kłótnia.
(patrzy na kobiety) Źle znosi przegraną.

Kobieta 3: Wychodzą na piaszczyste drogi San Vicente z plasti-
kową torebką i łopatką... by zebrać gnój.

Kobieta 1: „Napisz! Wyrzuć z siebie cały ten ból, który masz w
sobie!”, powiedziała. On jej słuchał... i pisał. (pauza) I
nawet nadał tytuł, chociaż nie mógł wyciągnąć kartki z
maszyny. (do kobiet) Nie widziałam tego wszystkiego, co
wiem, usłyszałam to. (pauza) Proszę, nie przerywajcie
opowieści, która jest na maszynie do pisania...

Kobieta 2: Przed pójściem spać ustawiają szklankę wody, po-
pielniczkę... i książkę, kiedy ciało już ma dość namiętno-
ści i owoców granatu.

311
Kobieta 3: (z pacynką z rękawiczki na brzuchu; recytuje) „Przyj-
dzie jesień ze ślimakami, / gronami mgieł i zastępami
gór, / ale nikt nie zechce spojrzeć ci w oczy / bowiem…”.

KOBIETA 1, 2 i 4 zatrzymują się i spoglądają na nią. KOBIETA 3 milk-
nie.

Kobieta 1: To kubański agent, krzyczy ten najwyższy. (Zaczyna
mówić w pierwszej osobie i z uporem używa tej formy)
„Przyznaj, że tak jest”, nalega. Patrzę na niego. Nie mogę
oprzeć się wrażeniu, że ta nienawiść nie jest skierowana
do nas... (pauza) Jedź, mówię mu, jedź do Quito... Gdy
urodzi się dziecko, dojadę do ciebie. (pauza) Ale on zo-
stał.

Kobieta 3: (poruszając kukiełką, przerywa zdenerwowana) „Nikt
cię nie zna. Nikt. Ale ja cię opiewam…” (krzyczy, jakby
chcąc zagłuszyć wspomnienia) „Nikt cię nie zna. Nikt. Ale
ja cię opiewam: / twój profil i wdzięk, by nie minął bez
śladu, / dojrzałość i bystrość twojego umysłu…”.

Kobieta 1: (nadal używa zaimka w pierwszej osobie) Idziemy do
kina. Chłopcy zostaną pod opieką kolegi... (pauza) Jedź,
mówię ci, gdy urodzi się dziecko, dojadę do ciebie. Ale
postanowiłeś zostać...

Kobieta 2: Przed pójściem spać ustawiają szklankę wody, po-
pielniczkę... książkę i owoce granatu. (jakby w spazmie
przerywa kwestię) Śnię o tobie i budzę się. W każdą
rocznicę budzę się i wspominam cię, kiedy jeszcze żyłeś!
(do kobiet) Gdzie jest? (pauza) Gdzie jesteś?

Kobieta 1: Gdzie jesteś?

Kobieta 3: Gdzie?

Kobieta 4: Gdzie jesteśmy?

312
Kobieta 2: Dziś twoja kolej, leniu! (do kobiet, porozumiewaw-
czo) Wczoraj ja przyniosłam mu kawę. (pauza) Wstaję,
przygotowuję kawę, a on obiera owoce granatu.

Kobieta 1: (skulona) Siedzę na podłodze, gdy wynoszą meble.
Chowam się pod kocem, który przynosi mi jeden z nich.
I myślę, że nienawiść nie może być skierowana do nas.

Kobieta 2: Przed pójściem spać ustawiamy szklankę wody, po-
pielniczkę i... (pauza) Dziś twoja kolej, leniu... wczoraj ja
przyniosłam kawę. (pauza) Ale jak zwykle ulegam two-
jemu urokowi i wstaję rano, by przygotować ci śniada-
nie...

Kobieta 1: Zapytajcie mnie! Nie aresztujcie go. Być może ja mo-
gę powiedzieć wam to, czego on nie pamięta (długa pau-
za) Jedź... Później i ja dojadę do ciebie. (pauza) Ale ty zo-
stałeś... i co teraz?

Kobieta 2: (wciąż powtarza kwestię, jakby w półśnie) Gdzie je-
steś?

Kobieta 3: (próbuje objąć KOBIETĘ 1) „Teraz, kiedy już cię spo-
tkałem, Marto, nie zamierzam cię stracić”, powiedział
ci…

Kobieta 2: (włącza się, jakby w spazmach) Obluzowuje się tu-
ner, QAP, QAP... Znika sygnał telewizyjny. I w pośpiechu
szukasz sygnału radiowego…

KOBIETA 3 spogląda znacząco na KOBIETĘ 4, chcąc, by ta rzuciła się w
objęcia KOBIETY 2.

Kobieta 1: (odpychając od siebie KOBIETĘ 3) Słyszę go. Jest w
sypialni, sprzeciwia się im. (patrzy na kobiety) Zostawi-
łam kotlety schabowe na nasz powrót z kina. Oni je zje-
dli.

Kobieta 3: Było ich sześciu, zorientowała się po brudnych ta-
lerzach.

313

Kobieta 1: Siedzę na podłodze, gdy wynoszą meble. Chowam
się pod kocem, który przynosi mi jeden z nich. „Ładny”,
rzuca najwyższy z nich, a inny mówi: „Jest wojna, więc
albo my, albo wy. Dlatego nic z was nie może zostać…’’.

Ton kobiet staje się prowokujący, jakby odpowiadały na coś, co przywo-
łała ich pamięć.

Kobieta 4: Jesteśmy jak quinoas.

Kobieta 2: Odporne na wszystko.

Kobieta 3: „Czy drzewo umiera na stojąco?” (…) „Rilke umiera
w kwieciu / Emily umiera w smutku / niektórzy umiera-
ją w deszczu / inni umierają w nocy / inni na wietrze...
Van Gogh w żółci / Alfonsina w soli / niektórzy w miło-
ści / inni we strachu / inni po prostu umierają”10. (cho-
wając się za kukiełkami) Poezja nie przynosi pociesze-
nia...

Kobieta 1: Zapytajcie mnie! Nie zabierajcie go. Być może ja mo-
gę powiedzieć wam to, czego on nie pamięta (długa pau-
za) Jedź... Ale ty zostałeś... i co teraz?

Kobieta 3: Zapomnienie jest inną formą śmierci. Nic nie zostaje
z heroicznych czynów bez głosu tych, którzy mogą je
opiewać. (do kobiet) Wiersze nie znają śmierci. „Nie
wszystek umrę, wiele ze mnie tu zostanie”... Horacy czy
Wergiliusz, przeczytałam to, kiedy zgłębiałam ich histo-
rię. Mam dobrą pamięć do szczegółów.

Kobieta 1: Chcę się pożegnać, krzyczę po omacku w ciemności
moich zawiązanych oczu. Wołam go. Wołam go. Prowa-
dzą mnie obok niego. Podchodzi do mnie i całuje mnie w
twarz, właśnie w to miejsce, które mam odsłonięte.


10 Fragment wiersza „Morirse” Luciany Álvarez z tomu Palabra viva, Buenos Aires,
SEA, 2007.

314
Przypatrz się im kochanie, przypatrz się im dobrze…
„Dbaj o syna” , szepce… Tak, kochanie. Jedź, ja dojadę do
ciebie…

Kobieta 3: (odpowiadając na ostatnią kwestię) „Teraz, kiedy już
cię spotkałem, Marto, nie zamierzam cię stracić”, powie-
dział ci…

Kobieta 1: „Dbaj o syna” i poszedł. (pauza) Jestem twoją topolą
Karoliną, myślę, kiedy go tracę.

Kobieta 3: Wiersze nie znają śmierci…. Jednak…. Poezja nie
przynosi pocieszenia.

Kobieta 2: (Powstrzymuje gorączkowość ruchów scenicznych i
stara się wrócić do chwil, kiedy jedynie wybierały zdarze-
nia, ale przychodzi jej to z trudem) Była mniej więcej
druga po południu. Poprzedniego wieczoru słuchali
wiadomości po angielsku na falach krótkich BBC, „dzia-
łania sił policyjnych na wielką skalę z użyciem helikop-
terów w samym centrum Buenos Aires…”. Już rano go
nie było, kiedy ona dowiaduje się o jego córce… On wra-
ca. (pauza) Nie wypowiadają ani jednego słowa, obej-
mują się.

Kobieta 1: (Idzie w kierunku KOBIETY 2 i obejmuje ją) Ona tęsk-
ni. Tęskni za czapką z pończochy, wymyślonymi łaciń-
skimi piosenkami, którymi witała się z sąsiadami. Tęsk-
ni za maszyną do pisania i skrzynką na owoce pełną
słowników…

Kobieta 3: (na każdej ręce ma pacynkę z rękawiczki) „Mamo,
jadę z tatą”. (pauza) Z twoim tatą nie, z twoim wspólni-
kiem z bojówki. (pauza) „Uciekajcie”, mówię im, ale nie
słuchają mnie… (pauza) „Uciekaj”, powiedziałam, pa-
miętasz? Ale nie posłuchałeś mnie. (Kukiełką, którą ma
na dłoni, zaczyna uderzać drugą kukiełkę) Jak każdego
wieczora wsiadam do pociągu i kupuję dziennik La Ra-
zón. Dowiaduję się o twojej śmierci, czytam o niej. (prze-
staje grać) Zorganizowali na ciebie zasadzkę. Oboje o

315
tym wiedzieliśmy, kiedy żegnaliśmy się na rogu Acoyte i
Rivadavia, prowincja Mendoza była wyrokiem na cie-
bie…

Kobieta 4: Jedź z twoimi córkami, musisz wiedzieć, gdzie są.
Jeśli coś się im stanie… (pauza) Idzie do ogrodu i wyła-
dowuje złość, wyrywając trawę, wyrywa jej źdźbła jakby
były ich głowami… Złorzeczy im. (pauza) Wtedy
wszystko rysuje jej się tak wyraźnie… w tym momencie
umiałam to dostrzec - zapewnia dziś tych, którzy chcą
jej słuchać.

Kobieta 3: (kontynuuje opowiadanie poruszając kukiełkami)
Uciekajcie, mówię im, ale nie słuchają mnie… Musiałaś
wrodzić się w ojca. W twoim przypadku nie potrzebo-
wałam dziennika. O tobie powiedziała mi cisza. „Za-
dzwonię o piątej, mamo”, powiedziałaś, ale nie zadzwo-
niłaś. (do kobiet) Cisza mi to wykrzyczała. (pauza) Jedna
warstwa gnoju, jedna suchych liści, inna ziemi, zostawia
się je w kącie, żeby zgniły i żeby zrobił się z nich hu-
mus…

Kobieta 2: On przyjeżdża i ją obejmuje. Nie wypowiedzieli ani
jednego słowa, tylko się objęli. (pauza) „Ty, która wiesz
tyle o śmierci, wytłumacz mi, co się dzieje” – prosi ją…

Kobieta 3: (Wypuszcza kukiełki i staje przed KOBIETĄ 2) Są-
dzisz, że ta śmierć miała sens?

Kobieta 1: (przerywa opowiadanie) A śmierć może mieć sens?

Kobieta 3: (zamiast odpowiedzi cytuje wiersz) „niektórzy umie-
rają ze śmiechu, / inni umierają z pragnienia, / inni
umierają z zimna, / inni umierają z gniewu, / inni umie-
rają z głodu, / inni umierają ze strachu”… (pauza) bez
tych, którzy potrafiliby oddać im cześć… większość
umiera z zapomnienia.

Kobieta 4: Ona nie milknie. Zabili wszystkich jej bliskich, jak
mogłaby zamilknąć?

316

Kobieta 2: Jestem czymś więcej niż tylko kobietą, jestem pa-
mięcią. (pauza; recytuje) „Miliard obwodów mózgowych
odpowiedzialnych za zachowanie w pamięci tego, o
czym się słyszy”…

Kobieta 3: „Bibuła ze słów, klej ze śmiechu, lejek z westchnień,
kanał z obietnic, przystań z niedorzeczności…”11. (pau-
za) Mam pamięć do szczegółów…

Kobieta 1: Jestem kobietą, która pachnie dymem z palonego
drewna. (pauza) Jesteśmy… pamięcią. „Miliony obwo-
dów mózgowych odpowiedzialnych za zachowanie w
pamięci tego, o czym się słyszy”…

Cztery kobiety niespokojnie przemierzają scenę.

Kobieta 2: (kryje się wśród kartek) Szukać pilnie we wszystkich
jej opowiadaniach.

Kobieta 3: (ukrywa się) Nie chcę wiedzieć, że wiem.

Kobieta 4: (zaczyna się rozbierać) Walka ze zniknięciem jest
trudna…

Kobieta 1: (Spośród rupieci, wyciąga na środek maszynę do
pisania) Symetryczne powtórzenie doświadczenia.

Kobieta 2: (przytłoczona wspomnieniem) Nie pamiętam!

Kobieta 1: (patrzy na KOBIETĘ 2) Zapominam.

Kobieta 3: Przyjrzyj się szczegółom.

Kobieta 2: QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP, QAP,
QAP, QAP.


11 Fragment sztuki La batalla Rodolfa Walsha.

317
Kobieta 4: Zapomnienie jest tylko poszukiwaniem…

Kobieta 2: QAP, QAP.

Kobieta 1: Chodzi o to, byśmy skoncentrowały się na historii
miłości…

Kobieta 3: Wróciły do zaimka w trzeciej osobie…

Kobieta 4: Wymazały nazwy własne…

Kobieta 2: (powtarza wciąż to samo) QAP, QAP.

Wszystkie kobiety otaczają KOBIETĘ 2, obejmują ją, nie pozwalając się
ruszyć.

Kobieta 1: Pamięć i wydarzenie połączyły się.

Kobieta 3: Po co nam słowa, jeśli nie mogą zaświadczyć o tym,
że nas pochłonęli…


3.
Scenografia symbolizuje zmienność. Na jej tle kobiety wydają się świa-
dectwem upływającego czasu. Ustawione w koło.

Kobieta 1: … I uciekasz. To tak jakby ktoś gryzł cię w pięty, a ty


skaczesz, starając uniknąć ugryzień. Próbujesz odwrócić
ich uwagę i zyskać na czasie. Biegniesz w jakimś
kierunku. Sama nie wiesz, dokąd. Masz tylko jedno
pragnienie – nie patrzeć za siebie, dopóki nie będziesz
bezpieczna. Jeśli się obrócisz, przyszłość zmieni się w sól
i się rozpuści. Biegniesz i bierzesz ze sobą to, co możesz.
Nie patrz za siebie, nie zatrzymuj się, bo cię złapią! Nie
obracaj się, nie skręcaj, nie odpowiadaj, biegnij aż
będziesz bezpieczna, bo inaczej zamienisz się w słup soli
i znikniesz.

Kobieta 2: Przekraczasz granicę i biegniesz dalej. Szukają cię.
Wiadomości to potwierdzają. Niektóre lata ciągną się jak

318
wieczność. Pierwsze lata pozwalają ci spojrzeć z
perspektywy, ale tylko na najświeższe wspomnienia.

Kobieta 3: Wygnanie albo śmierć, jak zawsze w każdej tragedii.
(pauza) Wygnanie to krowa, która może dać zatrute
mleko…

Kobieta 1: Choroba, która zmusza do kwarantanny
zarażonego…

Kobieta 2: Wygnanie jest… brutalnym zakończeniem miłości…

Kobieta 4: (dobitnie) Podobne jest do nerwowych skoków
wygnania. (pauza; patrzą na siebie) Kto to powiedział?

Kobieta 3: Jest jak niewyobrażalnie przerażająca śmierć,
ponieważ jest to śmierć, którą się przeżywa świadomie…
Cortázar… (patrzy na nie) Czytałam o tym, mam pamięć
do szczegółów.

Kobieta 2: Wygnańcy są mieszkańcami społeczeństwa…

Kobieta 4: (w innym tonie) Elsa nie wyjechała. Elsie obcięli nogi.
Najpierw jej dwie córki, potem jej mąż, piekło nie ma
końca; kiedy złapali jej najmłodszą córkę, umarła
nadzieja na nowe życie kolejnych istot…. (pauza) Jak
daleko jest domek w Beccar! Jak daleko wspomnienie
dziewczynek w brzuchu i na podwórku… A piekło tak
blisko, tak żywe pośród zmarłych, tak namacalne…
(pauza) Jeden grób, tylko jedno ciało. (KOBIETA 3 zatyka
uszy, KOBIETA 4 kontynuuje) I śmierć jest tak ciężka, że
już nie możesz biec. Ona nie wyjechała. To strach coś
mieć, ponieważ zabrali ci wszystko. Jak biec, skoro ucięli
ci stopy?...

KOBIETA 3 chwyta się za brzuch, jakby odruchowo.

Kobieta 2: (do KOBIETY 3) Teraz nie!

Kobieta 3: Nie chcę dalej grać.

319

Kobieta 1: Nie odwracaj się, bo jeśli to zrobisz, twoja przyszłość
zamieni się w sól. (Podnosi KOBIETĘ 2, ciągnie ją na
środek i wchodzi w rolę)

KOBIETA 1 porusza ciałem KOBIETY 2, jakby ta była kukiełką. Ustawia
ją w taki sposób, że jest podobna do postaci z obrazu „Krzyk” Muncha.
Wokół niej kobiety dalej rekonstruują biografie.

Kobieta 1: Pamięć nas rzeźbi, a my ją kształtujemy.

Kobieta 3: (zmęczona) Pamięć jest naszą duszą.

Kobieta 1: Jest ciągłym ryzykiem.

Kobieta 4: Zbiorem strategii…

Kobieta 1: To, co się wydarzyło, nie zniknęło, ponieważ można
to przeżyć na nowo dzięki wspomnieniu.

Kobieta 4: Daje nam iluzję możliwości…

Kobieta 2: (Przywraca zwykłą postawę ustawionej wcześniej
kobiecie i ponownie staje w kole) Należy stracić pamięć,
żeby zdać sobie sprawę, że jest ona całym naszym
życiem…

Kobieta 3: (przerywa koło) „Nie wszystek umrę, wiele ze mnie
tu zostanie”... myśleli antyczni poeci… sama nie wiem…

Kobieta 1: Jeszcze tylko trochę więcej…

KOBIETA 4 bierze za ramiona KOBIETĘ 3 i z delikatnością, na którą
pozwala tylko miłość, obejmuje dłońmi jej twarz. KOBIETA 3 poddaje
się temu gestowi. Obie kobiety zamykają oczy i ustawiają się w pozycji
przypominającej „Kochanków” Magritte’a.

Kobieta 2: Powinnyśmy przypomnieć wszystko…



Kobieta 1: (wraca do poprzedniej pozycji) Prawdziwa miłość

320
zawsze spowita jest smutkiem. Jest krótka, intensywna i
umiera… (pauza) Kiedy przestałeś być sobą, by stać się
częścią mnie?

Kobieta 2: Sen sprawia, że szukam cię żywego, zapewnia Marta.

Kobieta 1: Ona tęskni za jego oczami w kolorze morza.
„Diadorin… Diadorin”, woła ją, drapiąc się po głowie.

Kobieta 3: (burząc ustawiony żywy obraz) „Nadal nie mogę o
tym czytać, bo to sprawia, że szukam go żywego” – mówi
Graciela. (patrzy na kobiety) Ona nie potrafi przebaczyć.
(zmęczona) Lata mijają. (do KOBIETY 1) A gdzie Diadorin?

Kobieta 1: We wspomnieniu. Diadorin, wojowniczka przebrana
za mężczyznę, która walczy między nimi…

Kobieta 2: W walce dnia codziennego…

Kobieta 1: „Jeśli nie walczysz, nie żyjesz”, mówił on, w jej sile
widząc swoje bezpieczeństwo. W sile swojej Diadorin.
(drapiąc po głowie KOBIETĘ 3) Ona żyje, ponieważ walczy…

Kobieta 3: (patrzy na nią) Jak quinoa…

Kobieta 1: Nie chcę umrzeć zamiast ciebie, ale czasem
chciałabym być na twoim miejscu…

Kobieta 3: Powiedział jej, że będzie żył osiemdziesiąt lat i
jeszcze dziś, czasami, ona nadal mu wierzy.

Kobieta 2: Samotność ma swoją własną logikę?

Kobieta 4: W jakim języku mówi?

Kobieta 1: Pięć lat miłości (pauza) i historia. Historia drzewa o
kobiecym imieniu. (patrzy na kobiety) Płaczę nad jego
śmiercią.

Kobieta 2: Nie powinno się wykorzeniać ludzi z ich ziemi.

321

Kobieta 4: Ludzie cierpią,

Kobieta 2: Ziemia cierpi.

Kobieta 3: Pozostaje ból, jak ogień w duszy…

Kobieta 4: Coraz więcej zmarłych.

Kobieta 3: (przygnębiona) Nie chcę dalej grać.

Kobieta 2: (Podchodzi do niej i chwyta ją za ręce) Jak quinoas,
powiedziałyśmy.

Kobieta 3: Cisza.

Kobieta 1: (Idzie w stronę kąta, gdzie znajdują się kukiełki; bie-
rze pacynkę i zaczyna nią wymachiwać, jakby wymierza-
jąc ciosy w powietrzu) Prawda pamięci walczy przeciw
pamięci o prawdzie.

Kobieta 3: Trudno zrekonstruować to, co się stało… Chcę już
sobie pójść…

Kobieta 1: W ich historiach miłosnych jest klucz. Skup się na
tym.

KOBIETA 1 podaje KOBIECIE 3 kukiełkę.

Kobieta 3: A co ze szczegółami? Co mam zrobić z moją pamięcią


do szczegółów? Krwawią, szczegóły krwawią…

Kobieta 4: (przerywa) Ktoś powiedział: „Nie zapomnij zapo-
mnieć zapomnienia”… (do KOBIETY 3, jakby chciała od-
wrócić jej uwagę) Kto?

Niezręczna cisza.

Kobieta 3: Nie pamiętam…


322
Kobieta 1: „Teraz, kiedy już cię spotkałem, Marto, nie zamie-
rzam cię stracić”… pamiętasz? „Marto”, powiedział i
świat odmalował jej się wyraźnie.

Kobieta 3: Szalony dla świata, szalony i do tego kobieciarz, ale
mój… (niepocieszona) Nie znajduję drogi, zgubiłam się w
szczegółach.
Kobieta 1: (do KOBIETY 3) Zieleń pamięci. Jestem twoją topolą
Karoliną.

Kobieta 3: Po co?

Kobieta 1: Ponieważ nosi go w środku…

Kobieta 3: Nie mogę już z ich biografiami…

Kobieta 1: Jest drzewem podczas lata… jest prawie jak ptak…

Kobieta 3: Nieobecność tak wielu osób sprawia, że drętwieją mi
skrzydła.

Kobieta 1: Marta nadal jest kobietą, która pachnie dymem zie-
lonej pamięci.

Kobieta 3: Dokąd zmierzamy?

Kobieta 4: Do tego, by przestać myśleć w liczbie pojedynczej. Są
rzeczy, są rzeczy, które trzeba pisać w liczbie mnogiej,
żeby były prawidłowo napisane i kompletne…

Kobieta 1: Jak quinoas.

Kobieta 3: A co z zatonięciem, co zrobimy z zatonięciem statku?

Kobieta 2: Będziemy kontynuować…

Kobieta 4: …tę narrację aż ktoś ją usłyszy.

Kobieta 3: Już sama nie wiem… nie jestem pewna.

323
Chwila kryzysu przed ostatnimi kwestiami. Wszystkie ostatecznie prze-
rywają koło i zaczynają chaotycznie przemierzać przestrzeń.

Kobieta 3: Jakbyśmy były skazane.



Kobieta 2: Tutaj skazane.

Kobieta 3: Skazane na czas…

Kobieta 2: Jesteśmy tutaj, skazane.

Kobieta 4: Na czas, skazane na czas.

Kobieta 1: Na czas nieobecności.

Powtarzając te same kwestie, ustawiają się w nowy obraz, „Rozstrzela-
nie powstańców madryckich” Goi.

Kobieta 3: Jakbyśmy były skazane.

Kobieta 2: Tutaj skazane.

Kobieta 3: Skazane na czas…

Kobieta 2: Jesteśmy tutaj, skazane.

Kobieta 4: Na czas, skazane na czas.

Kobieta 1: Na czas nieobecności.

Kobieta 3: (próbuje przerwać nowym cytatem) Wiem, że mogę
żyć bez ciebie, ale jak zrobić, bym chciała żyć bez cie-
bie… (z pewną trudnością) Mam pamięć do szczegółów…

Kobieta 1: „Marto, życie jest brudnopisem”. „Życie jest brudno-
pisem”, mówił jej…

Kobieta 3: Chcę oderwać moje trzewia od tych opowiadań. Ich
ból przeraża mnie teraz, chcę odejść, chcę uwolnić się od
nich…

324

Kobieta 2: Jak quinoas, powiedziałyśmy.

Kobieta 1: Silne jak one, powiedziałyśmy.

Kobieta 3: Poezja nie przynosi już pocieszenia.

Kobieta 1: Powiedz! Wyrzuć cały ten ból, który masz w sobie!

Kobieta 4: Muszą nas usłyszeć. Krzycz!

Kobieta 2: Nic nie zostaje z heroicznych czynów bez głosu tych,
którzy potrafią je opiewać. Musimy być tym głosem.

Kobieta 4: Przedstawić je. Opowiadać o tych doświadczeniach.

Kobieta 3: (zaczyna nieśmiało, potem coraz pewniej) „...inne
cierpienie, / podobne do skali tonów i do tego, / co
świetnie znam i o czym nie warto / znowu mówić: po
pierwsze, by nie próbować tego prześcignąć; po drugie,
ponieważ / będę musiał / stopniowo zdać sobie sprawę
z tego, że nie umiałem / stać się zrozumiałym. A jest to
dotkliwe jak atak, / podczas którego dławimy się języ-
kiem; przepraszam więc za / złe wrażenie, za przesa-
dę”12.

KOBIETA 3 patrzy na kobiety, zadowolona. Z pewnością, której do tej
pory jej brakowało, zajmuje środek sceny. Ciągnąc jakieś rupiecie, nie
przestaje mówić. Recytuje głośno, przeżuwa każde słowo z satysfakcją.

Kobieta 3: „Mam nadzieję, że uraza nie zatrzyma / przebacze-


nia, dalekiego powiewu / uczuć, których potrzebuję; że
srogość / nie przekształci się w szkło zmarłych; / cie-
kawi mnie, / co powiedzą o mnie po / mojej śmierci; ja-
kie będą twoje wersje historii o miłości, tych / wspól-
nych rzeczy tak odmiennych, / ponieważ moi przyjacie-


12 Fragment wiersza „Milonga del marginado paranoico”, Francisca „Paca” Urondo, z

tomu Poemas póstumos.

325
le zwykle są jak znaki / w moim życiu, tragiczne prze-
znaczenie, dając mi / wszystko to, czego nie ma. Za
wcześnie, stopy / na przeciwległych brzegach szczeliny,
która się otwiera / u stóp mojej chwały: pozdrawiam
wszystkich, zakrywam / nos i pozwalam, by pochłonęła
mnie otchłań”13. (zaczyna się śmiać)

Te emocje udzielają się pozostałym kobietom, które pomagają tamtej w
ułożeniu rupieci. Wszystkie się śmieją.

Kobieta 3: Wiersze nie znają śmierci!



Przestrzeń staje się jak jeden wielki ołtarz.

Kobieta 3: Paco żyje, ona o tym wie.



Kobieta 1: To pamięć…

Kobieta 2: One to wiedzą…

Kobiety patrzą na siebie z satysfakcją wobec ostatniego odkrycia. Z
kukiełkami na dłoniach, po raz kolejny rozpoczynają grę.

Kobieta 1: „Teraz, kiedy już cię spotkałem, Marto, nie zamie-
rzam cię stracić”, powiedział jej. I wiedziała, że mówi
prawdę. (pauza) Podoba mi się.

Kobieta 2: Nie wyprzedzaj faktów!

Kobieta 1: (udaje, że nie słyszy tego komentarza) Wydaje mi się,
że klucz jest w ich historii miłosnej.

Kobieta 3: W każdej historii miłosnej jest jakiś klucz!


KONIEC


13 Fragment wiersza „ No puedo quejarme”, Francisca „Paca” Urondo, z tomu Poemas

póstumos.

326
FELICE



Miłość zawsze ma w sobie miłość do władzy.
Z tego powodu miłość przeniesienia
jest prawdziwą drogą do stanu zakochania;
jaka by nie była,
miłość przybliża nas do władzy.

Julia Kristeva



Wąski pokój. Maszyna do pisania. Felice siedzi w halce, czyta jakieś
dokumenty i pisze na maszynie. Czyta i pisze. Chwilami wydaje się
wzruszona. Przerywa, by za chwilę zacząć jeszcze raz.



1.

Felice: Drogi panie K., bardzo podobał mi się pana ostatni list,
ale muszę prosić, żeby był pan bardziej hojny w stosun-
ku do prostej kobiety i obdarował mnie większą ilością
swojej prozy... Pana nowy pomysł pozostawił mnie bez
tchu, byłam zmęczona bezustannym śmiechem, dlacze-
go pisze pan, że nasza mała maszyna dopuszcza się bez-
prawia w stosunku do wyobraźni? Wyobraźnia jest da-
rem, który Bóg daje nielicznym i nigdy go nie odbiera,
chyba że leniwym, a pan przecież do nich nie należy...
Być może ukarze mnie pan za próżność, ale zaczynam
myśleć, że robi pan to tylko dlatego, że mnie potrzebu-
je... Z czułością Felice

Chodzi pogrążona we wspomnieniach.

-To było w Pradze. Padał deszcz. W domu Maksa. Zapominam o
moich butach postawionych obok pieca, szczegół, który
wprawia go w zakłopotanie. Nie jestem służącą, mówię. Co
za bezczelność, tak pomyśleć... Cisza. Pyta o mnie. Jestem
pewna, że o mnie pyta. Zbliża się, pokazuje mi kilka zdjęć.
Tak, te właśnie zdjęcia. Ktoś pyta o podróż. Nie wiem,

329
czy moją, czy pana. Po rękopis, to jest cel podróży. (pau-
za) Ta podróż nie powinna była się odbyć, mówią za
mnie. Już nie słucham, gubię się w tych argumentach, je-
stem jak żołnierz poległy w tej wojnie. Pan zmienia
mnie w jednego z nich, pozostawia mnie bez ojczyzny.
(pauza) Zamykam oczy, by odwrócić przeznaczenie, ale
bez skutku, jestem przegrana.

Znowu pisze.

Ile czasu upłynęło od naszego ostatniego spotkania, prawie rok?
Zanim ta przeklęta na dobre się zadomowiła. Nie mam
odwagi nazwać jej po imieniu, po co. Czy jest coś, co nie
byłoby związane z nią? Myślę, że gdyby nie ona, być mo-
że byłby pan ze mną. Ona wszystko niszczy, nawet mi-
łość. (pauza) Mówić o miłości, w czasach wojny jest jak
bluźnierstwo, mój kochany, wiem, ale nie mogę przestać
o niej mówić. Każdej nocy myślę o naszym następnym
spotkaniu… Zastanawiam się, czy znowu wprawi mnie
pan w zakłopotanie… Czy znów pokaże mi zdjęcia... Za-
stanawiam się, jakie ma pan włosy. Ja moje trochę pod-
cięłam. Nigdy nie spytałam, jakie są pana preferencje w
tej kwestii. Nigdy mi pan tego nie powiedział, czy zdaje
pan sobie z tego sprawę? Na zawsze Pańska Felice

Dokłada ostatni tekst do pozostałych dokumentów. Wyjmuje z pudełka
jeden z listów i czyta go.

„Przedwczoraj w nocy już drugi raz mi się śniłaś. Listonosz
przyniósł mi dwa listy polecone od Ciebie, a wręczył mi
je, w każdej ręce jeden, ze wspaniale precyzyjnym ru-
chem ramion, które poruszały się jak tłoki w maszynie
parowej. Boże, to były zaczarowane listy. Mogłem wyj-
mować z kopert coraz to nowe zapisane arkusze, a one
wciąż jeszcze nie były puste. Stałem na środku schodów
i musiałem kartki już przeczytane, nie miej mi tego za
złe, rzucać na stopnie, jeśli chciałem wyjąć z kopert na-
stępne listy. Całe schody od góry do dołu były pokryte
wysoką warstwą tych przeczytanych już listów, a luźno
rozrzucony, elastyczny papier potężnie szeleścił".

330

- Ramiona jak tłoki! Nie spoczywa pan na laurach, mój drogi
przyjacielu. Zazdroszczę panu tych prozatorskich umie-
jętności w takich czasach. Ja nie mogę odciąć się od
zgiełku śmierci. Dokąd uciec, pytam samą siebie? To
dżuma, która nas wyniszcza. Czasem boję się odsłonić
okna, krew przykleja się do szyb jak kurz. Śpię za dnia,
by wyobrazić sobie, że to tylko zmora senna i oderwać
się od tego ogromnego lęku. Nocą skrywam się w pana
rękopisach, w pana listach. A jeśli wszystko jest tylko
zwykłym snem? I jeśli krew jest kurzem, a wojna tylko
wymysłem dokumentów, które przepisuję i jeśli pana li-
sty są…?

Kręcąc się nerwowo po pokoju, szepce jakby się modliła.

W tej zimnej nocy nad książką... zapomniałam, że pora pójść do
łóżka... Tu między Pana słowami... (pauza) Zapropono-
wałabym filiżankę herbaty, ale zupełnie już wystygła.
Jestem zmęczona. Moje obyczaje jakby doznały pomie-
szania zmysłów przez Pana wyobraźnię... Jestem szczę-
śliwa. (pauza) „W tej zimnej nocy nad książką / zapo-
mniałem, że pora pójść do łóżka”...

Siada przy maszynie. Pisze.

- Na zawsze pańska, mój drogi przyjacielu... Dziś gdy się obudzi-
łam miałam wrażenie, że śniłam pana sen. Czy dopraw-
dy tak jest? Czyżby moje nocne czuwania do pana nie
docierały? Czyżby pana atrament stał się krwią we
mnie? Dziś pana sen pochłoną moje sny. Siedzę obok
pana. Tylko we dwoje, jest intymnie. Ja szukam pańskich
rąk. Nie znajduję ich. Szukam między kartkami papieru.
Czuję lekkie, lecz dotkliwe pieczenie, tak jakby coś mnie
ugryzło w tej ciemnej i opuszczonej piwnicy. Odsuwam
dłoń od pana i odkrywam, że z mojego palca spływa
strużka krwi. Ciemna jak atrament. To tylko kropla,
tłumaczę sama sobie i znów pana szukam, ale już pana
nie ma lub jest pan, ale za białym światłem. Oślepiona
jasnością budzę się i oglądam swoje dłonie. Czyżby pana

331
atrament stał się krwią we mnie? Drogi panie K., pana
przyjaciółka zaczyna cierpieć na pańskie zaburzenia, ale
brak jej pana talentu. (krótka pauza) Wczoraj świt zastał
mnie piszącą i bez kolacji. Zapomniałam o głodzie, tak
jak pan mówi, „najwyższej koncentracji obcy jest wysi-
łek”.

Odchodzi od maszyny.

- W drewnianym pudełku przechowuję pana listy. W pudełku
obok łóżka. Numeruję je pod koniec dnia. Mam ich po-
nad 100. Kiedy wojna zakłóci korespondencję, przeczy-
tam je jeszcze raz i napiszę z tej okazji nową odpowiedź.
Zapominam o wszystkim oprócz pana słów. Noszę pana
w sercu. Atrament stał się moim ciałem. Pana atrament
jest moją trucizną. Oznacza pana nieobecność. W tym
drewnianym pudełku mam ponad 100 listów, a wielu
jeszcze brak.

Chodzi niespokojnie między kartkami papieru.

Czuje to pan? Sączy się poprzez szczeliny, nie ma sposobu, by
przed tym uciec. Mokre szmaty w dziurach, perfumy
zmieszane z wodą w kątach, nic nie pomaga. Piekło za-
domowiło się wśród nas... Czasem gdy zapach tylu
śmierci przykleja mi się do żołądka, nie mogę przypo-
mnieć sobie pana zapachu, mój drogi przyjacielu. Za-
pach żywego ciała, mówię na głos, zapach żywego ciała...
i znów krew gromadzi się w kurzu, poprzez szyby i za-
pach śmierci przenika moje ciało. Do moich wnętrzno-
ści.

Bierze z pudełka jeden z listów, chroni się w słowach, recytuje z
pamięci.

- „Czy nadejdą lepsze czasy? Felice, otwórz oczy i pozwól mi w
nie patrzeć, jeśli jest w nich moja teraźniejszość, to dla-
czego nie miałbym w nich zobaczyć także mojej przy-
szłości?”

332
Przestaje recytować.

-Mam zamknięte oczy, mój kochany, czyżby miłość w czasie
wojny była banałem? Czy poniosę karę za to, że tak my-
ślę? Potworność zawstydza mnie. (pauza) Zamknij oczy,
mój kochany, spróbuj się uśmiechnąć i pamiętaj o twojej
Felice. (pauza) „Czy nadejdą lepsze czasy?” - nie wiem.
Ta odległość pokrywa się kurzem i mnie niepokoi. Te-
raźniejszość rozmywa się. (pauza) Jakie ma pan włosy,
ja moje trochę podcięłam... Zaproponowałabym herbatę,
ale zupełnie już wystygła...

Bierze kilka kartek i zaczyna pisać na maszynie, czyta i pisze, czyta i
pisze.

-Czuję się bezbronna i bezsilna tak jak pan. Gdybyśmy byli ra-
zem, zamilkłabym, ale jesteśmy rozdzieleni. Pozostaje
mi tylko pisanie, inaczej umarłabym ze zgryzoty. Ja bar-
dziej tego potrzebuję niż pan, to pewne. Chcę być ręką,
która da panu siłę; chcę być ramieniem, które pana
przyciągnie i do mnie przyniesie. (pauza) Cisza, pana ci-
sza sprawia, że moje dłonie stają się sztywne, niech pan
ich nie odrzuca. A może to taka pana strategia? Czy mi-
łość, którą mnie pan darzy nie jest pretekstem do
ucieczki przed taką ilością krwi? Niech pan wyczyści
szyby z kurzu i narysuje kontur mojego ciała.

W półmroku układa na ziemi prześcieradło z kartek papieru. Jej syl-
wetka zlewa się z papierami. Recytuje mechanicznie.

„W głębi nocy / W tej zimnej nocy nad książką / zapomniałem,
że pora pójść do łóżka. / Perfumy mojej kołdry przety-
kanej złotem już się ulotniły i zgasł ogień w kominku. /
(podnieca się) Moja piękna kochanka, która dotąd z tru-
dem hamowała gniew, wyrywa mi lampę / (wśród spa-
zmów) I pyta mnie: Czy wiesz, która to godzina?”

To było w Pradze. Padał deszcz. W domu Maksa. Zapominam o
moich butach postawionych obok pieca, szczegół, który
wprawia go w zakłopotanie. Jego oczy patrzą z pożąda-

333
niem, wiem to. To przeczucie peszy mnie jak nastolatkę.
Wręcza mi swoje rękopisy, na ich kartach została jego
dusza. Mam go między swoimi rękami, cieszę się nim.
Spuszcza wzrok, jakby był cały we mnie i zawstydza go
to.

Gęsta cisza. Podnosi się znad papierów. Chodzi po pokoju, podnosi i
rozrzuca listy. Podnosi i rozrzuca.

Siada znów przy maszynie, zapomina włożyć papier, pisze.

Mój kochany, zaskoczył mnie pan. Być w samym centrum takiej
sytuacji! Nie. Proszę mnie źle nie zrozumieć, nie ma w
pana śmiałości niczego, co by mi nie schlebiało. Nawet
gdy rozum oskarża o niedojrzałość. Zaręczyny... Kto by
pomyślał! Muszę wyznać, że tutaj dotarły już słuchy o
pana zamiarach. Chociaż uciekam przed takimi wiado-
mościami, one i tak dopadają mnie w nocy. Czy pan jest
główną postacią, a Frieda Brandenfeld tylko przebra-
niem, by wykrzyczeć Felice Bauer? Mój drogi panie... ry-
zykując, że wydam się panu pyszną, odważę się zapytać,
czy powinnam w coś z tych rzeczy wierzyć?

Odchodzi od maszyny.

- „Całe moje ciało drży i myślę tylko o Pani”. Pamięta pan? Nie
mogę przestać tego czytać. Zapytuję się, co się stało.
Szukam sensu pomiędzy pana literami. Jak w grze wy-
myślam łamigłówki ukryte między pana słowami. Cisza,
już od jakiegoś czasu znajduję tylko ciszę. Gęstą, bole-
sną, jak po wybuchu bomby. Na pewno ona pana niepo-
koi, a ja egoistka skarżę się jak zazdrosna kochanka.
Niech pan wie, że pańska przyjaciółka nie usypia pana
pragnień. Czasami, tylko czasami, gdy listy się spóźniają
i strach przed pana utratą nasila się, zastanawiam się,
czy nie byłoby lepiej stać się celem jakiegoś pocisku. Być
jednym z tych porzuconych ciał na dworze. Kto za mną
zapłacze? Kto upomni się o moje ciało? Czasami, tylko
czasami tak myślę, gdy kurz na oknach zmienia się w

334
krew, a nocne czuwanie pokazuje, że nic z tego nie jest
zmorą senną.

Felice wyjmuje listy z pudełka. Jeden po drugim czyta je i rzuca na pod-
łogę. Otwiera, czyta i rzuca. Otwiera, czyta i rzuca. Kiedy kończą się
listy, upada na nie i zaczyna rozpaczliwie pokrywać każdy centymetr
podłogi papierem.

„Najdroższa Pani! Nie powinna Pani więcej do mnie pisać, ja
także nie będę już pisać do Pani. Ja musiałbym Panią
swoim pisaniem unieszczęśliwić, a mnie pomóc i tak nie
można. Aby to zrozumieć, nie musiałem tej nocy liczyć
wszystkich uderzeń zegara, jasno to wiedziałem jeszcze
przed swoim pierwszym listem, a jeśli mimo to usiłowa-
łem uwiesić się Pani, to zasłużyłem na pewno, żeby za to
być przeklinanym, jeśli nie nastąpiło to już wcześniej. —
Jeśli chce Pani mieć swoje listy, odeślę je naturalnie,
chociaż tak chętnie bym je zachował. Proszę szybko za-
pomnieć o tej zmorze, jaką jestem, i żyć wesoło i spo-
kojnie jak przedtem.

Pański K.”

Nagle zdaje sobie sprawę z tego, co zrobiła.

Jaki mit miłosny odegrał pan ze mną? Czyżby Tristana i Izoldy?
Zakazanej pary, zbuntowanych ciał, miłości, śmierci...
Kiedyś myślałam, że wojna narzuciła nam mit Romea i
Julii. Pan i ja jako przeklęte dzieci tego świata, które
triumfują nad nienawiścią... Całymi dniami marzyłam o
tym, by być idealnym połączeniem niszczącego posiada-
nia i idealizacji... (pauza) Jednak czas teraźniejszy mi te-
go odmawia, mówi nie. Pan, pana odejście, mówią nie.
Mówią, że jestem tylko naiwną kobietą wobec Don Jua-
na. Tak, mój drogi przyjacielu, banalny i przewidywalny,
ucieleśnia pan ten archetyp, który opanował pan bez
posiadania. Pan jest wiecznym synem, który znajduje
rozkosz jedynie w śmiertelnym uścisku ojca... (przedłu-
żona pauza)

335
Do jutra. Powiedział pan. I mu uwierzyłam. Do jutra. I nigdy się
to nie ziściło. Po co kłamstwa? Cisza i „do jutra”, tylko to.
Niech pan wie, że napełniło mnie to wstydem przewle-
kłej melancholii. Kazało uwierzyć, że wszyscy kłamią.
Słowo „Pan” przypieczętowało pustkę. Czyżby pan kła-
mał, gdy śnił o ramionach, które poruszały się jak tłoki
w maszynie parowej?

Z trudem siada przy maszynie i jakby to była część rytuału, wkłada
biały papier. Pisze nie patrząc, jak gdyby napisała ten list już setki razy.

- Rozumiem, jestem niezadrukowanym miejscem na papierze.
To niesprawiedliwe. (długa pauza) Już nie chcę być tą,
która uzupełnia pana słowa. (długa pauza) Już nie.
Atrament wysechł. Wygląda na świeżą ranę, ale nią nie
jest. (długa pauza) Proszę już nie narzucać mi konwencji
metafory. (długa pauza) Życie jest czymś innym... Zbyt
późno zdaję sobie sprawę, że dla miłości styl nie ma
znaczenia. (długa pauza) Pan myśli, że wie, ale to nie-
prawda. (długa pauza) Cisza. Cisza i opuszczenie, proszę
pana, istnieją tylko wtedy, gdy zaznało się obecności.
(długa pauza) Już mnie pan nie oszuka. Słowa pana nie
usprawiedliwiają. (długa pauza) Nie jestem pana posta-
cią. Słowa nie chronią przed zimnem, a w Berlinie jest
zimno. (długa pauza; wyjmuje papier z maszyny) Proszę
wybaczyć, że „na zawsze Pana” już nie widnieje w poże-
gnaniu. Felice

Odchodzi od maszyny do pisania i już do niej nie wraca.

-Dlaczego, skoro nadal mieliśmy tyle pracy? (pauza) Proszę za-
milknąć! To, co nie do naprawienia lepiej przemilczeć.
Mimo gruźlicy odszedł pan z inną. Niech pan zamilknie!

Wykonuje gest, jakby unosiła welon. Budzi się z letargu, w którym się
znajdowała i krzyczy.

- „Co za nędzna próba naprawienia zbrodniczych słów przez
posyłanie niewinnych róż!” Wszystko w panu stało się
żałosne i skazał mnie pan... Już nie jestem zakochanym

336
ciałem, które się wykrwawia... Kim jest Felice bez pana,
w co mnie pan zmienił?

Stopniowo zaczyna demontować scenografię. Ubierając się, żegna się z
przeszłością.

- Bluzka dopasowana, jak u praskiej Żydówki... (pauza) Wojna
się skończyła, a wraz z nią pana Felice. Kurz schodzi z
szyb, a wraz z nim krew zmarłych. Frieda Brandenfeld
jest jedynie suchym atramentem w pana książkach. Tak
suchym jak pana bohaterowie samobójcy. (pauza) Mó-
wią, że to kwestia czasu, a ja słucham. Czas nadszedł
dzisiaj, a wraz z nim ślub.

Związuje włosy.

-My, kobiety, już nie jesteśmy skazane na ciągłe bycie Penelopą.
Czekanie nie może być warunkiem, ponieważ prze-
kształca się w śmierć. Dlatego też Felice już nie czeka,
nie pana Felice. Felice nie jest Penelopą. Już nie jest ko-
bietą w dopasowanej bluzce jak u praskiej Żydówki.
(pauza) Miłość nie może być wiecznym czekaniem. Mi-
łość podobna jest do wojny i wymaga zdecydowanych
posunięć. (krótka pauza) Zapytuję się, kto zwyciężył w
naszej? Pan tego nie robi? Ja tak, czasami, już nie tak
często. Czasami przychodzą do mnie wspomnienia, a
wraz z nimi potrzeba powrotu do pana listów. (pauza)
Drewniane pudełko już nie stoi obok łóżka. Już nie ma
liczb pod koniec dnia. Ani wojny, co przerywa wszystko.
Ani ponownego czytania, ani nowych odpowiedzi. Już
zapomniałam pana słowa. Już ich nie chcę mieć w sercu.
Atrament stał się ciałem Felice, to prawda. Pana atra-
ment był trucizną. W tym drewnianym pudełku, tam zo-
stał pan i obok niego ona. Już nigdy więcej pańska Feli-
ce. Teraz, kiedy niebezpieczeństwo nie odbija się w szy-
bach, noc jest nocą, a dzień dniem. Być może późno, ale
moja teraźniejszość już nie zna przejaskrawionych,
smutnych wątków. Wiecznego potępienia. Smutnego,
tak. Są inne światy literackie i dziś mam odwagę przyłą-
czyć się do nich. (pauza, idzie w kierunku pudełka, ale nie

337
ma odwagi go dotknąć) Wróciłam do Pragi. W domu
Maksa czasem mówią „smutek po stracie ukochanej
osoby”. To na mój temat, słucham ich. Cisza to właśnie
moja odpowiedź, niech sobie mówią. Wychodzę z wyso-
ko podniesioną głową. Dlaczego miałoby być inaczej?
Inne rękopisy, inna literatura, czasem gorsza, wszak to
nadal literatura. Przyznaję, że poeci są dla mnie nadal
wielką zagadką. (gładzi maszynę) Nawet kiedy bohate-
rowie nie są samobójcami, wszystko jest podobne w
swojej różnorodności. Co rusz przychodzą nowe zlece-
nia i w swojej próżności pozwalam sobie na selekcję.
Pierwsza czytelniczka... ta, co ich uspokaja... to właśnie
mówią. Ja słucham. Pochlebcy... (pauza) Dziś wszystko
pozostaje za mną. Dziś nadszedł czas rozprawienia się z
resztkami wspomnień. Otworzyłam oczy, już wiem, że
żyć nie znaczy podporządkować się. Już wiem, że nie
chodzi o dostosowanie się ani rezygnację. Czas i wojna
mnie tego nauczyły. „W tej zimnej nocy nad książką /
zapomniałem, że pora pójść do łóżka…” (nagle) To tylko
pozostałości, uczę się zapominać.

Wkłada sukienkę przez nogi.

- Wiatry się uspokoiły, kochankę zamyka się w drewnianym
pudełku, a stenografkę... stenografka swobodnie poru-
sza się między słowami spokojnej litanii. (pauza) „Pro-
szę szybko zapomnieć o tej zmorze, jaką jestem, i żyć
wesoło i spokojnie jak przedtem”. Szybko nie. Jak przed-
tem, nigdy. Naiwnie jest myśleć, że ktoś może być po
wojnie taki jak przedtem.

Bierze rajstopy i zaczyna delikatnie naciągać je na nogi.

-Mówią, że z pana cieni jestem najmniej ważna, a ja ich słucham.
Że „ta”, która jest dzisiaj pana teraźniejszością ma swoje
właściwości idiomatyczne i że dzięki nim może pan odi-
zolować się od jej konturów. Tak, „ta”, dziś nie chcę
nazw własnych, które nie byłyby moimi... Mówią też, że
jest pana kochanką. Czy to ważne? Zaledwie cztery po-
żegnania w ciągu pięciu lat, to jest to, co istotne. Ojciec,

338
pierwszy... mój kochany brat i... (długa pauza) Drewnia-
ne pudełko już nie stoi obok łóżka. Przechowuje pana li-
sty, wszystkie ponumerowane. Jest ich ponad pięćset. A
wraz z nimi - przeszłą zmorę młodej kobiety. (pauza)
Już nie ma czasu na rozpacz. Wiosna przynosi pośpiech.
Koniec z podróżami do Monachium i do Budapesztu.
Prawie nie pamiętam już Karlovych Varów ani Marien-
badu. Skończyła się wojna, teraz czas na ślub. (pauza)

Jest bez butów. Zaczyna podnosić ostatnie kartki papieru.

- Wiem, że już to pan wie. Już to wiem. W Pradze, w domu Mak-
sa tylko o tym się mówi, słucham ich. (pauza) Także
mówią o pana płucach. Nie dba pan o nie. Proszę nie
ignorować symptomów. Pan to wie. Ja to wiem.

Cisza.

- W domu Maksa mówią także: „relacja zawodowa”, ja słucham.
Mówią to w Berlinie i w Pradze. Nieważne. Wychodzę z
wysoko podniesioną głową. Dlaczego miałoby być ina-
czej? Prawie trzydzieści lat i zmieniła się w burżujkę.
Pan też tak myśli, tak jak wszyscy. Co jest złego w zaak-
ceptowaniu siebie takim, jakim się jest? Ta Felice, bez-
senna między papierowymi fikcjami... Pana fikcjami...
znajduje się w drewnianym pudełku obok listów. Ta Fe-
lice nie ma czasu do stracenia. Tyle trzeba zrobić. Dziś
pachnie wiosną. To dobra wróżba. Słońce zawsze zmy-
wało ślady prochu. Zapach krwi ustępuje miejsca zapa-
chowi świeżych kwiatów. Dziś jest dzień ślubu nowej
Felice. (bierze pudło kartonowe i zaczyna pakować ma-
szynę do pisania) Poprosiłam Maksa, by przyjął przyja-
ciółkę, koniec z bezsennością, z atramentem, który
przygotowuje zgubę innych. Koniec z zapożyczonymi hi-
storiami. (pauza)

Zakłada buty.

- Moritz jest moją teraźniejszością. Wraz z nim nadejdzie życie
bez nagłych niespodzianek. Dzieci, prawo jazdy, a nawet

339
nowy język. Atrament ustąpi miejsca wyrobom dzianym.
Życiu, które nie wie, co to papier, czekanie, pożegnania
w post scriptum. Prawdziwemu życiu, bardziej praw-
dziwemu, a nawet naturalnej śmierci, która ostatecznie
wyzwoli od nieuchronnych w życiu cierpień. Dziś pach-
nie wiosną. To dobra wróżba. Dziś jest dzień ślubu no-
wej Felice.

Bierze torebkę, mały, naprędce zrobiony bukiet i wychodzi. Felice, pan-
na młoda, opuszcza scenę, by wyjść za mąż.

340
Wciąż tak daleko…



POSTACI

ALICIA MOREAU DE JUSTO. Ubrana na szaro. Charakteryzują ją


delikatne gesty i waleczny charakter.

MARIQUITA SÁNCHEZ. Ma jasną cerę i kasztanowe loki, skryte


za ciemną chustą. Ubrana w aksamitną oliwkową sukienkę i w
żółtą halkę, która kiedyś należała do stroju wyjściowego. Halka
ma postrzępioną lamówkę i jest ubrudzona błotem, tak jak i
buty.

MARÍA GUADALUPE CUENCA. O pewnym siebie wyrazie twa-


rzy i żywym spojrzeniu. Ubrana w halkę, bosa.

MANUELA ROSAS, Dziewczynka. Ubrana na czerwono, do cze-


go obliguje ją status córki. W czarnym szalu, uczesana w war-
kocz upięty dookoła głowy.





Niepełny wystrój wnętrza podkreśla pustkę. Kilka krzeseł nie od kom-
pletu i mały stoliczek ustawione bez ładu z prawej strony. W głębi, obok
okna, łóżko pokryte rozrzuconymi papierami. Po prawo jedyne drzwi.


1.
Alicia w fotelu na biegunach śmieje się we śnie.

Alicia: (mówi na głos, wzruszona) Śniłam o nim. Tato! Tato! Jesteś
tu? Tato, śniłeś mi się przed chwilą... Ja, mała dziewczynka,
staram się w jadalni zrobić pracę ręczną, zadaną w szkole.
Tato? Pamiętasz? (pauza) Obydwoje z nożyczkami mię-
dzy skrawkami kolorowych materiałów. Tato? Byliśmy
razem, ty z jedną z twoich książek pod pachą. Zawsze
chodziłeś z książką pod pachą. „Alicio, ustroje demokra-
tyczne wymagają dużo od ludzi!” „Alicio, nie chodzi o
magiczne różdżki!” „Kochanie, nie wierz, proszę, mesja-
szom, którzy zaproponują ci nowe życie”. (pauza) Tato,

343
to było w tym domu w centrum? Nie, już wtedy straciłeś
księgarnię. (pauza; zdziwiona) W domu we Flores! Kto
by zapomniał o przedmieściach i dziurach w drodze.
(pauza) Mama też była. Tak, ona również. Stała w progu
drzwi i posyłała ci surowe spojrzenie. A ty jak zawsze
wiedziałeś jak wybrnąć z sytuacji, mówiłeś: „Mama zaję-
ta jest bieżącymi sprawami, pracuj dalej, Alicio, bo za-
stanie nas noc, a praca domowa nie będzie zrobiona”,
czy coś podobnego. W każdym razie kiedy mama wraca-
ła do kuchni, puszczałeś mi oko i wracaliśmy do świata
idei. (pauza; rozczarowana) Śniłam o nim, ale tylko
przez chwilę. (pauza) Tato, pamiętasz? Tato? (wzdycha)
Śniłam o nim, ale tylko przez chwilę. (pauza; wraca do
rzeczywistości) Letnie mleko, passiflora – ale przecież
już nie zasnę! I te kości coraz cieńsze, a tyle ważą...

Zapala lampkę i kładzie ją na stoliku obok fotela. Bierze dziennik, który
leży obok rzucony bezładnie.

Alicia: (bierze gazetę, by ją czytać) Coraz mniej mówią. A i tak
jesteśmy przesyceni słowami. (narzeka) Co za składnia!
(cisza) Nie ma czasu na troskę o styl. (pauza) Wszystko
dla informacji, dla zawrotu głowy od natłoku informacji.
(dobitnie) Koniec i kropka! To nie jest wybór, to łajdac-
two. (podnosi dziennik do oczu) Coraz trudniejsza ta re-
publikańska forma państwa, już prawie minął wiek, a
droga nadal niepewna. (pauza; dotyka kolan; krzyczy w
kierunku drzwi) Ta opuchlizna to rozczarowanie, które
gromadzi się w kostkach.

Alicia kołysze swoją bezsenność w rytm pieśni ludowej.

Pojawia się poruszona Mariquita, chowa się za papierami. Alicia pod-
skakuje wystraszona hałasem.

Alicia: Jest tu kto?

Mariquita: (cisza)

Alicia: (wymachuje laską i rzuca ją w kierunku łóżka) Szczury?

344

Mariquita: (podskakuje wystraszona hałasem, ale nie wychodzi z
ukrycia) La Mariquita. Należąca do pani Mariquita, seño-
ra.

Alicia: Ale co to za sposób na przywitanie! Proszę wyjść spo-
między tych papierów.

Mariquita: Nie mogę. (pauza) Nie słyszy ich pani?

Alicia: Nie. Jesteśmy tylko pani i ja. (próbuje usiąść w fotelu tak,
by zobaczyć, gdzie jest Mariquita)

Mariquita: (wychyla się, ale nie wychodzi ze swojej kryjówki)
Proszę powiedzieć im, że już wystarczy. Nie zniosę wię-
cej zniewag.

Alicia: Kto panią znieważa?

Mariquita: (podnosi się) Ci, którzy mówią o mnie źle, ponieważ
już nie jestem posiadaczką dóbr. (w kierunku okna) Od-
dałam im wszystko. A teraz mnie ignorują. (idzie w kie-
runku Alicii) Niech tu przyjdą! Niech się odważą powie-
dzieć mi wprost to, co szepczą za moimi plecami! (roz-
prostowuje ramiona) Proszę spojrzeć na moje dłonie,
niech pani na nie spojrzy. Takie ślady nie zostały od po-
dawania porcelanowych talerzy, nie. Są od nożyczek i
krojenia materiałów kiepskiej jakości na ubrania dla
Armii Północy. (w tym samym miejscu, ale zwrócona w
stronę zamkniętych drzwi) Ale zapomnieli o tym. Kiedy
señora miała dla nich złoto, wszyscy byli przyjaciółmi.
Wszyscy byli rewolucjonistami. (do Alicii) Wydaje się, że
upłynęły wieki. (pauza) Czego jeszcze ode mnie chcą?
(pauza) Oddałam im wszystko, nawet mojego męża, a
teraz... Dałam im zdrowego mężczyznę, a oni oddali mi
strzęp człowieka, szaleństwo. Mój biedny Thompson.
(pauza) Nie prosiłam ich o nic. Uwierzyłam im, a teraz?

345
Alicia: (dotyka rąk Mariquity) Oddała im pani swoją młodość,
swoją fortunę, swoje kontakty. Wiem, ale to im nie wy-
starcza.

Mariquita: Patrzą i szepczą, „o, idzie madame”. Że byłam od
niego dużo młodsza. Że moja żałoba nie trwała nawet
rok. Że moje ostatnie dziecko urodziło się w siódmym
miesiącu. (pauza) Rachunki! Rachunki! Nie przestają!
Czy ja ich rozliczam? Z powrotu zapowiadanego przez
dwa lata, do którego nie doszło. Z czterech lat bez męża
z najmłodszą córką, która na początku nie miała nawet
pięciu miesięcy. Nie, takie rachunki im nie odpowiadają.

Alicia: (wpatrzona w drzwi) Nikt już nie chce słuchać prawdy.

Mariquita: (bierze laskę Alicii i chwyta ją jak broń) Wchodzą jak
hołota do domu. Szukają Francuzów, by ich zlinczować i
wdzierają się do mojego ogrodu. Mówię im: przestańcie!
Mimo, że umieram ze strachu i tak im to mówię: prze-
stańcie, nie ma mojego męża! Czyżbyście widzieli jakąś
armatę pomiędzy doniczkami, od kiedy kobiety mają na
to pozwolenie (w chwili nieuwagi Alicia zabiera jej laskę)
Odkąd to Kreole nie mają dobrych manier?

Alicia: Odkąd zapomnieli o republikańskiej formie państwa.
(wstaje z pewnym trudem)

Mariquita: (idzie za nią) Kiedy napierałam na nich biustem sta-
rałam się, by zwrócili uwagę na moje dłonie, by zobaczy-
li odciski. Spójrzcie, to jest rewolucja! Ale oni są ślepi.

Alicia: (włącza górne światło) Byłam za stara na wygnanie, więc
umieścili mnie tutaj. Elegancki sposób na zamknięcie mi
ust, nędznicy!

Mariquita: Jesteśmy same.

Alicia: Już od dłuższego czasu. Od takiego samego, od jakiego
jestem tutaj zamknięta.

346
Mariquita: Stawić im ostatni opór? Czy zabrać dzieci i wyje-
chać? Wyjechać do domku na wsi.

Alicia: (patrzy na drzwi) To, co pani zadecyduje proszę zrobić w
ciszy. (pauza; idzie w kierunku fotela na biegunach) Tyle
do zrobienia, tyle do wysłuchania, a wciąż tak daleko od
republikańskiej formy państwa.

Alicia: (Alicia w zaciszu swojego fotela recytuje wersety z Alfon-
siny Storni) „Zęby z kwiatów, czepiec z rosy, / ręce z
trawy; ty, czuła mamko, / naszykuj dla mnie ziemiste
prześcieradła / i pierzynę z miękkiego mchu”.

Głos Alicii zlewa się z dźwiękami pieśni ludowej.


2.
W półmroku.

Alicia: (na głos) Dlaczego? Nie zastanawiałeś się, tato. Ja tak.
(pauza) Brakuje mi wielu odpowiedzi. Ty zmarłeś wraz
z nimi, ja chcę inaczej. (pauza; gładzi rączkę laski, pozo-
stając w fotelu) Dlaczego? Gdzie? Jak? Zbyt wielu odpo-
wiedzi. (pauza) Tato, zabierają mi wszystko. (pauza)
Kiedy zabierali radio, w chwili nieuwagi uderzyłam ja-
kiegoś bruneta w kostki, fakt, nie powstrzymałam go,
ale przynajmniej nie od razu wrócili po telewizor. (długa
pauza; patrzy w kierunku drzwi; jej ręce drżą ze zdener-
wowania) Tato, ogołacają mnie, tato! (długa pauza) Mi-
mo wszystko milczysz? Nie rozumiem cię. (pauza) Tak
jak oni, tak, tak jak i oni, nie przestajesz milczeć. (pauza)
Na pewne tematy już się nie mówi, nawet w telewizji.
Odpowiedzi? Żadnej. (dotyka swoich nóg) Gdyby tak
mieć mocne kości jak dwadzieścia lat temu, tylko to. Ale
to byłby cud, a ja nie wierzę w cuda. (pauza) Nie mają
wstydu, tato! (znacząca pauza) Odmawiam, tak, nie zga-
dzam się, by umrzeć z tyloma wątpliwościami... (pauza)
Wiele razy powtarzałam: „Zawsze można coś zrobić” - i
co zrobiłam? Tato? Co zrobiłam? Skończyłam w tym po-
koju, przykuta do spuchniętych nóg i z tym drewnianym

347
towarzyszem, suchym jak wiór, który nie budzi żadnego
szacunku. (długa pauza) Obiecałam, ale nie mogę speł-
nić obietnicy. (pauza) Odmawiam, słyszysz? Odmawiam
odejścia w takiej ciszy.

Alicia zanurzona w dźwiękach gitary, które zaczynają roz-
brzmiewać. Pojawia się Guadalupe, zbliża się do łóżka, siada po-
między papierami. Dotyka ich, tak jakby czegoś szukała.

Guadalupe: Potrzebuję papieru, muszę do niego napisać. (pod-
ciąga kolana do brody) Chyba nie zakochał się w innym
spojrzeniu mój Moreno... (pauza) Proszę przestań mil-
czeć... (pauza) Twoja żona się tego domaga... czyżbyś jej
nie słyszał... Nie ignoruj moich próśb... (pauza; zaczyna
bujać się do przodu i do tyłu) Gerania mnie przed tym
przestrzegły. (rozdrażniona, próbuje otrząsnąć się ze
swoich myśli) Potrzebuję papieru… Muszę do niego na-
pisać...

Alicia: (nie otwiera oczu) Nie śpię.

Guadalupe: (wolno dotyka palców u stóp) Masz papier, Alicio?

Alicia: (zapala lampkę i kładzie ją obok stolika, podnosi się, bie-
rze dziennik) Tylko ten i pachnie starością.

Guadalupe: (wstaje, idzie w kierunku Alicii) Potrzebuję papie-
ru...

Alicia: (patrzy na nią) Co się dzieje? (Alicia bierze swój koc i ma-
cierzyńskim gestem próbuje przykryć Guadalupe)

Guadalupe: (wyjmuje spod halki garść listów przystrojonych w
niebieski szyfon z białymi wstążkami) Muszę do niego
napisać.

Alicia: Przykro mi, ale już od dawna nie ma tutaj czystych kar-
tek.

348
Guadalupe: Muszę napisać do niego nowe historie. (pauza;
chodzi boso po pokoju) Pojedźmy do Chuquisaca, mój
Moreno! Dachówki równiutkie i całe czerwone. Wszyst-
kie czerwone. A czubki palm, bardzo zielone, wszystkie
bardzo zielone. Tam nic brzydko nie pachnie. Najpięk-
niejsze miasto Wicekrólestwa. (pauza; do Alicii) Jakie są
moje oczy?

Alicia: (nie patrzy na nią, po długiej pauzie) Ciemne jak pokój.

Guadalupe: Namiętne. (pauza) Czy wydają ci się nadal choć
trochę namiętne?

Alicia: (patrzy przed siebie; długa pauza) Być może.

Guadalupe: Potrzebuję papieru. Zaczynam zapominać. (pauza)
Jaki był kolor jego ubrania, kiedy wsiadał na statek? Ja-
kie założył rękawiczki? A jego apaszka...? (pauza; zroz-
paczona) Nie chcę takiej patetycznej historii o miłości.

Alicia: (próbuje ją uspokoić, ale nie przestaje patrzeć przed sie-
bie) To rozdrażnienie z powodu ciągłej bezsenności.

Guadalupe: Moje miasto pokryło się krwią, ale jego twarz nie.
Ma nadal rysy twarzy libertyna.

Alicia: Być może, moja droga Guadalupe, być może.

Guadalupe: Zapomnienie wymazuje namiętność z moich ciem-
nych oczu.

Alicia: (cisza)

Guadalupe: (chodząc po pokoju) Oh, mój kochany Moreno, jak
mi ciężko bez ciebie! Zawsze kochałam cię bardziej niż
samą siebie. (pauza; zmieszana) Powiedz mi, Alicio, to
był błąd?

Alicia: Zbyt późno, to straszna tragedia. (pauza) Przez tych nik-
czemników nie mamy już czasu...

349

Guadalupe: Czasami myślę, że nasza namiętność obraziła Boga.

Alicia: Nie zrzucaj na niebo cudzej odpowiedzialności. Winni są
wśród nas.

Guadalupe: (zatyka uszy, jakby nie chciała słyszeć)

Alicia: Myśli nie zabijają. Umiarkowana republika oparta na
równym podziale władzy nie zabija...

Guadalupe: (wymijająco) Chyba nie zakochał się w innych
oczach mój Moreno? Ja i jego syn czekamy na niego. Jego
żona nie wie, co to chłodne prześcieradła odkąd go po-
znała. Oddajcie mi jego ramię, nie odmawiajcie mi ciepła
jego stóp.

Alicia: Ale republiczka tak, pozbywa się młodych, wciskając im
fałszywe dokumenty dyplomatyczne... (pauza) Starych
nie. Nie ma takiej potrzeby, tylko nas zamykają w tych
pokojach, byśmy odprawiali ćwiczenia duchowe...

Guadalupe: Nazywają go jakobinem, rozumiesz? Bo opóźnia się
jego powrót.

Alicia: (cisza)

Guadalupe: Gerania mnie przed tym przestrzegły, a ja nie
chciałam słuchać. Ulica, ulica milczy, rozumiesz? (pauza;
biegnie ku oknu) Nawet Mulatki to wiedzą.

Alicia: (cisza)

Guadalupe: Potrzebuję papieru, muszę do niego napisać.

Alicia: Żadne morderstwo nie zmieni chaosu w porządek, wręcz
przeciwnie. (w stronę drzwi) To kwestia czasu, by zdali
sobie z tego sprawę.

350
Guadalupe: (zrozpaczona, reaguje odruchowo) Jeśli to nie był
Bóg, to był to Rousseau!

Alicia: (zdenerwowana) Skończ już wreszcie z tą dziecinadą i
przyznaj, że są to ci sami ludzie co zawsze!

Guadalupe: (pada w ramiona Alicii) Potrzebuję mojego Moreno,
a mówią mi, że nie żyje. Pytam, jak umarł i dają mi tylko
wymijające odpowiedzi. Uparcie pytam, gdzie wydał
ostatnie tchnienie, serce boli mnie coraz bardziej, a
wskazują mi tylko lustro wody, które widać na horyzon-
cie.

Alicia: (głaszcze po głowie Guadalupe) Boją się go, mimo że jest
pod wodą.

Guadalupe: Potrzebuję jego ciała. Jeśli nie ma listów, niech bę-
dzie ciało!, krzyczę do nich.

Alicia: Nadal wyczuwa się rewolucję.

Guadalupe: Potrzebuję ciała, by je opłakiwać, wspomnienie o
nim się zamazuje.

Alicia: A wciąż tak daleko od republikańskiej formy państwa.

Guadalupe: Jest umarły, umarły, jak winorośl w domu mojej
matki, która wyschła w marcu.

Alicia: (jej plecy opadają na oparcie fotela, zamyka oczy i zaczy-
na recytować) „Idę spać, mamko moja, utul mnie do snu.
/ Postaw mi lampę u wezgłowia, / konstelację, którą
wybierzesz, / wszystkie są dobre, spraw, żeby była bli-
żej”.

Wersy przeplatają się z akordami gitary.



351
3.

Alicia: (zmęczona, ale pewna siebie) Czuć stęchliznę. Tato? Tato?
(pauza) To zamknięcie mnie zabija. (pauza; masuje nogi)
Tak spuchnięte, jak wczoraj. Duszą mnie. (próbując zbli-
żyć się do swoich butów) Nie mogę się ich pozbyć. (upar-
cie próbuje pomóc sobie laską) Chcę wyjść. Tak, dobrze
słyszałeś, chcę wyjść. Nie mogę pozostać nieruchoma,
bezruch doprowadza mnie do szału. (pauza) Zrozum to,
tato, zabrali wszystko. Najpierw radio, potem telewizor,
brakuje tylko, by przyszli po mnie i moje dokumenty.
(pauza; zmęczona opada na oparcie fotela) „Nie należy
wierzyć w fałszywych mesjaszy, Alicio”, mówiłeś mi,
pamiętasz? (pauza) Cóż, jeśli oni milczą... (pauza) Muszę
wyjść... (pauza) Dosyć zamknięcia, dosyć obowiązkowej
klauzury. W tym pokoju nie pozostaje już nic do zrobie-
nia. (pauza) Już od dawna nie ma tu nic do zrobienia.
(pauza) Nigdy więcej. (pauza) Nigdy więcej, tato. (jej rę-
ce wbijają się w fotel) Trzeba to głośno wykrzyczeć, żeby
nie mogli udawać, że nie słyszą. (długa pauza) Tato? Ta-
to? (celnie) Tutaj... już... nas nikt nie słyszy. (pauza; jakby
to pomagało jej w oddychaniu) Liberté, égalité i frater-
nité. (pauza) Liberté, égalité i fraternité. (pauza; patrzy w
kierunku drzwi) Nie chodzi o kropkę na końcu. (pauza)
Nie ma już miejsca na końcową kropkę. (pauza) Wy-
krzyczmy to razem, tato... liberté, égalité i fraternité.

Wchodzi Manuela z nutami wojskowego menueta.

Manuela: (z trudem utrzymuje spokój, idzie w kierunku okna,
rozgląda się) Jesteś sama?

Alicia: (bierze laskę i wymachuje nią w powietrzu) Nie. Nie mogę
się jej pozbyć. Obydwie jesteśmy ospałe. (pauza) Już
ciemno?

Manuela: Niewiele brakuje.

Alicia: Czujesz to?

352
Manuela: (zerkając przez okno) Co?

Alicia: Zamknięcie.

Manuela: (głuchy krzyk) Uciekłam. (pauza) Alicio, uciekłam.
Nawet ciastka mają w sobie ciepło tchórzostwa. (zbliża
się do Alicii) Szeregi wojska były nieaktywne, powietrze
czyste, a ja nie mogłam spełnić mojej obietnicy.

Alicia: Czujesz? (pauza; zaniepokojona) To twoje ubranie, przy-
kryj się.

Manuela: Camilo, moja droga przyjaciółko. (pauza) Alicio, nie
spełniłam obietnicy. (pauza) Nigdy nie myślałam, że
nawet w czasie podróży ze wszystkim, z meblami, nas
zaskoczą.

Alicia: (zaniepokojona, sprawia wrażenie, jakby widziała ponad
powierzchownością) Szal, załóż szal.

Manuela: Komplet pościeli, materac z delikatnej wełny, fotel z
Wiednia, dwa krzesła, obok ciotka Josefa - wszystko
przygotowane, by mogła wstąpić do klasztoru Santa Ca-
sa de Ejercicios.

Alicia: (próbuje uciec przed marą ukrytą za Manuelą) Niekiedy
życie klasztorne wydaje się jedynym rozwiązaniem.
(pauza)

Manuela: (z bólem) To było rozstrzelanie.

Alicia: Twoje ubranie czuć krwią.

Manuela: (przykrywa się czarnym szalem) Alicio, uklękłam i
poprosiłam o miłosierdzie. „Miej litość, tato”, powiedzia-
łam mu. Miej litość.

Alicia: Polityka nie wie, co to litość, Manuelo.

Manuela: (zirytowana) To czego nie zna, to na pewno obietnice.

353

Alicia: (cisza: bierze dziennik i wachluje się nim)

Manuela: Trzęsłam się ze strachu, rozumiesz, trzęsłam się. Zo-
baczyłam go. W jego oczach, nie było miejsca na litość. I
przybiegłam aż tutaj, mate niezaparzone, a ciastka jesz-
cze ciepłe.

Alicia: Czuć rozczarowanie. (pauza) Czas potęguje je z każdym
dniem aż zaczyna wydzielać odór śmierci.

Manuela: (oszołomiona) A teraz boję się go. Rozumiesz? Miłość
dostała pomieszania zmysłów i teraz tylko mogę...

Alicia: (patrzy na Manuelę, stanowczym tonem) Nienawidzić,
powiedz to.

Manuela: (zmieszana) Czyżby rozproszyły mnie jakieś drob-
nostki? Być może nic nieznaczące. (pauza) Być może
gdybym była bardziej przekonywająca...

Alicia: Już późno.

Manuela: Dlaczego to spojrzenie? (przemierza pokój) Dlaczego
ścigasz mnie tym spojrzeniem?

Alicia: Ponieważ teraz mogłaś ją zobaczyć. (pauza)

Manuela: (pauza) Przemoc boli. (pauza) Był czas, gdy za fasadą
władcy mogłam zobaczyć oczy ojca. Ale dziś nie mogę...

Alicia: Okropność nabiera realnych kształtów, moja droga.
(pauza) Czujesz? Odór napełnia pokój.

Manuela: Mój brat ukrył się na wsi, ale ja... Po śmierci mamy
ja...

Alicia: Musiałaś założyć czerwoną sukienkę i zaczęło pachnieć
krwią.

354
Manuela: (cisza)

Alicia: Martwe ciała zaczynają wydzielać odór. (pauza) Pokój
zaczyna wydzielać odór.

Manuela: Straciłam moje zdolności, Alicio? (pauza) Czy to jego
serce nie rozumie uczynków miłosierdzia?

Alicia: Kiedy się stroją w garnitur władzy, nie robią nic innego
tylko zaprzeczają wszystkiemu i zapominają... (pauza)
Czujesz?

Manuela: Nie. Ja nie mogę zapomnieć. Camila prosiła mnie, że-
bym się za nią wstawiła, a ja jej to obiecałam... i co zrobi-
łam?... Wyszukałam kilka mebli i schronienie, do które-
go nigdy nie dotarła… (pauza) Nie będę mogła zapo-
mnieć, tego spojrzenia zbroczonego krwią, krwią mojej
ukochanej Camili.

Alicia: Gdybyśmy mogły stąd wyjść.

Manuela: Nie! Wyjść nie. Jeszce nie mogę na niego spojrzeć.
(pauza) Alicio, nie mogę przestać go kochać. (pauza) To
mój ojciec.

Alicia: (siada w fotelu) Wiem.

Podczas gdy Alicia recytuje, Manuela kuli się w rogu pokoju.

Alicia: „Zostaw mnie samą: słyszysz kiełkujące pączki... / z góry
kołysze cię niebiańska stopa, / a ptak kreśli ci takty, /
byś zapomniała...”.

Słychać ostatnie dźwięki wojskowego menueta. Pokój pogrąża się
w mroku.


4.
Alicia: Wciąż tak daleko… Liberté, égalité i fraternité (pauza:
wzdycha) Tato, pamiętasz, mówiłeś sąsiadom, że to były

355
moje pierwsze słowa. (uśmiecha się) Te kłamstewka, zo-
bacz, jakie to okazało się na wyrost! Ja nigdy nie wie-
działam, czy to łatwowierność czy szacunek, ale nikt z
dzielnicy nie odważył ci się nigdy w niczym sprzeciwić.
(pauza) To był twój sposób mówienia… zawsze tak
przekonujący, że ludzie w końcu zaczynali ci wierzyć.
(pauza) „Proszę bardzo, moja córka jest nauczycielką i
niedługo dostanie dyplom uniwersytecki” - krzyczał do
tych, którzy chcieli go słuchać. (pauza) Powtarzał to tyle
razy, że w końcu ich przekonał i po prostu dali mi dy-
plom. Pamiętasz? (pauza) Jeśli jestem tym, kim jestem,
po części zawdzięczam to twojemu dążeniu do wolno-
ści… (długa pauza) Jestem zmęczona, tato. Tyle zostało
do zrobienia. (pauza) Potrzebuję cię. (długa pauza; pa-
trzy na drzwi) Cisza opowiedziała się po stronie prze-
stępców. (pauza) Nie można jeszcze postawić na końcu
kropki. (pauza; wskazuje na swoje stopy) Starość zaczy-
na mi ciążyć, tato, i boję się. (pauza) Nie chcę być jak
muzeum. (długa pauza; zapala światło na stoliczku i bie-
rze dziennik, wachluje się nim) Przejrzałam go już tyle
razy. Ani słowa o mordercach. (pauza; rozczarowana)
Tato… Nie chcę pachnieć starością. (opada na fotel)
Wyjdę, tato, przywdzieję pamięć i będę walczyć.

Cisza.

Wszystkie kobiety w pokoju. Alicia w fotelu. Mariquita za łóżkiem u
wezgłowia. Guadalupe siedzi na łóżku na przeciwległym brzegu. Ma-
nuela oparta o futrynę zamkniętego okna.

Mariquita: (patrzy na Alicię) Czy nikt już nie chce słuchać
prawdy? (pozostaje w miejscu, rozprostowuje ramiona)
Pokazuje im swoje ręce. (idzie i pokazuje ręce każdej z
kobiet aż dochodzi do Alicii; nikt na nie nie patrzy; ob-
chodzi jej fotel) Czego jeszcze ode mnie chcą?

Mariquita zatrzymuje się przed Alicią, która przestała się bujać. Guada-
lupe i Manuela patrzą przed siebie i przybierają ostatni gest Mariquity.

356
Mariquita: (znowu zaczyna chodzić, tym razem w odwrotnym
kierunku z rękami w górze) Odciski na moich rękach.
Właśnie te! Widzą je panie? Odciski na moich rękach są
rewolucją!

Mariquita nieruchoma w poprzedniej pozycji, Alicia powoli się podnosi.

Alicia: Są głusi i ślepi. (pauza)

Manuela: (bierze swój czarny szal i zakłada go na głowę) Popro-
siłam go o litość, Alicio. (pauza; przed siebie) Litości, ta-
to!, krzyknęłam do niego. Na nic się to zdało. (pauza)
Dlaczego to spojrzenie? Dlaczego ścigasz mnie tym spoj-
rzeniem? (pauza; idzie w kierunku Alicii) Przemoc boli.
(pauza) To mój ojciec. (pauza; patrzy na zamknięte ok-
no) Nie będę mogła zapomnieć jego spojrzenia zbroczo-
nego krwią, krwią mojej ukochanej Camili.

Alicia: Władza nie wie, co to litość, kochana.

Guadalupe zaczyna mówić ze swojego miejsca.

Guadalupe: Jakie są moje oczy, Alicio? Czy wydają ci się nadal
choć trochę jeszcze namiętne? (pauza; wstaje) Zapo-
mnienie wymazuje namiętność z moich ciemnych oczu.
(pauza) Mówią, że mój Moreno nie żyje (długa pauza, w
której chodzi i pyta każdą z nich) A ja pytam: gdzie jest
jego ciało? (kiedy obejdzie scenę, wraca na swoje po-
przednie miejsce) Pytam ich, gdzie jest jego ciało, a
wskazują mi tylko lustro wody, które widać na horyzon-
cie. (pauza) Potrzebuję jego ciała, Alicio.

Alicia: (ze spokojem i stanowczością) Boją się go, mimo że jest
pod wodą.

Kobiety wracają na miejsca, które zajmowały na początku sceny. Alicia
pozostaje w fotelu. Mariquita u wezgłowia łóżka. Guadalupe siedzi na
przeciwległym brzegu łóżka. Manuela oparta o futrynę zamkniętego
okna.

357
Mariquita: Uprowadzili mojego Thompsona.

Guadalupe: Wrzucili ciało mojego Morena do morza.

Manuela: Rozstrzelali moją Camilę.

Guadalupe: Mówią, że zachorował w podróży.

Mariquita: Mówią, że zwariował.

Manuela: Mówią, że była z zakazanym mężczyzną.

Mariquita: Zostałam z pięciorgiem dzieci i z jego peruką.

Manuela: Pozostał mi komplet pościeli, materac z delikatnej
wełny, fotel z Wiednia i dwa krzesła.

Guadalupe: Pozostawił mi syna, garść listów przystrojonych
niebieskim szyfonem i wyschniętą winorośl swojej mat-
ki.

Manuela: Niespełnioną obietnicę i spojrzenie mojego ojca zbro-
czone krwią. To niesprawiedliwe.

Mariquita: Pięciomiesięczną córeczkę, która nigdy nie poznała
swojego ojca. To niesprawiedliwe.

Guadalupe: Wspomnienie mojego Morena pozostało w imieniu
jego jedynego syna. To niesprawiedliwe.

Kobiety patrzą na siebie.

Alicia: (szuka swojej laski) Muszę przygotować się, muszę wyjść.

Mariquita: (cisza)

Manuela: (cisza)

Guadalupe: (cisza)

358
Alicia: Już nie ma czasu. (pauza) Tyle do zrobienia, tyle do wy-
słuchania.

Kobiety patrzą na siebie.

Alicia: Nie stójcie tak, muszę pozbyć się tego fotela, przylgnął
do mnie, jak to zamknięcie tutaj. Muszę wyjść, nie będę
dalej trwać w tej ciszy. (kobiety jednocześnie próbują
pomóc jej wstać) Ostrożnie. Moje kości są bardzo słabe.
Ale nie dam im tej satysfakcji. (pauza; opada na fotel)
Krótki odpoczynek i spróbujemy znowu. (pauza) Trzeba
to zrobić, bo milcząc, stajemy się ich wspólnikami.

Kobiety znów jednocześnie próbują jej pomóc. Alicia podnosi się. Prze-
suwa delikatnie dłoń po twarzy każdej z kobiet.



Alicia pewnym ruchem odstawia laskę. Rzucając ostatnie spojrzenie na
pokój i na swoje towarzyszki, idzie w stronę drzwi.

Alicia: (z uśmiechem)… naszykuj dla mnie ziemiste prześciera-
dła / i pierzynę z miękkiego mchu. / Idę spać, mamko
moja, utul mnie do snu. / Postaw mi lampę u wezgłowia,
/ konstelację, którą wybierzesz, wszystkie są dobre…

Otwiera drzwi i wychodzi.

359
Este libro se terminó de imprimir el 16 de abril de 2015, según el calendario
juliano. El hecho aconteció en la ciudad de Bielsko-Biała (Polonia).

Araceli es un nombre cuya etimología


proviene del latín Ara coeli y significa: Altar del cielo.

Mariel de origen Hebreo, compuesto por María que significa la elegida, la


amada por Dios, e Isabel del hebreo Baal que es la salud.

Para su edición se usaron las fuentes Apexnew-Book & Cambria en los


tamaños 10,11,12 pts., respectivamente. Su composición y maquetación fue
realizada en LaTeX.

Se imprimieron 200 ejemplares más sobrantes para reposición.

También podría gustarte