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ANTROPOLOGÍA
Conceptos y nociones generales

Fernando Silva Santiesteban

4a. edición actualizada

Fondo de Cultura
Económica-Perú
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Colección Biblioteca Universidad de Lima


Antropología. Conceptos y nociones generales
Edición impresa: 1998
Primera edición digitalizada: 2018

De esta edición:
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio,


sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN digital: 978-9972-45-444-8


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7. Premisas básicas sobre los términos sociedad y


cultura
Antes de pasar al próximo tema y a riesgo de ser reiterativos debe-
mos dejar claramente establecidas algunas premisas básicas que deben
tenerse en cuenta en lo que se refiere a los conceptos de sociedad y
cultura:
1. La sociedad no es condición exclusiva de la especie humana,
puesto que existen sociedades de animales que tienen por obje-
to la misma función primordial: la supervivencia de los indivi-
duos de la especie.
2. Tampoco la cultura es exclusivamente humana, y las diferencias
entre la cultura humana y las formas de cultura animal no son de
orden cualitativo sino de grado, pero existe una enorme distancia
entre el psiquismo animal y el pensamiento humano como resulta-
do del lenguaje simbólico, es decir, de la capacidad de abstracción.
3. La condición social es necesariamente previa a la existencia de la
cultura, ya que la cultura como resultado del aprendizaje y de la
acumulación de información es consecuencia de la interacción
social.
4. La antropía, esto es, la cualidad de ser humano, es aprendida. Si
bien el hombre, por evolución biológica está acondicionado para
ser humano, no nace humano. Aprende a serlo en el seno de la
sociedad y la familia.
5. Así, pues, sociedad y cultura no son sinónimos. En la esfera de
lo humano, una sociedad es un pueblo, un conjunto orgánico de
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individuos, mientras que una cultura consiste no en el grupo


humano propiamente sino en sus modos de actuar, esto es, en el
comportamiento social. Una sociedad es un conjunto de indivi-
duos que obra de acuerdo con su cultura. Dice G.M. Foster: “Una
sociedad concreta es una cosa en marcha —funciona y se per-
petúa en sí misma— porque sus miembros, aunque no se lo pro-
pongan, actúan de acuerdo en cuanto a las normas básicas para
vivir juntos. La palabra ‘cultura’ es el resumen o síntesis de estas
reglas que orientan la forma de vida de los miembros del grupo
social”.
6. Son las necesidades humanas, individuales y sociales, las que
originan todo el dinamismo de la cultura.
7. La cultura es tanto el resultado de la interacción entre los indivi-
duos como entre los grupos humanos y la naturaleza exterior. En
última instancia, la cultura es el conjunto organizado de actitudes
mediante el cual las sociedades se enfrentan al medio para trans-
formarlo y asegurar así su adaptación y la supervivencia de la
especie. Adaptación, como en la evolución orgánica, es un con-
cepto clave en el estudio de las formas de vida social de los seres
humanos. La estabilidad de todo sistema de cultura depende, en
primer lugar, de su efectividad en la adaptación, y luego, de la efi-
cacia con que se realiza la transformación del medio que lo rodea.
En otras palabras, el desarrollo de la cultura, como una espiral
creadora, está señalado por una permanente dinámica de acción y
reacción entre la adaptación y la transformación de la naturaleza.

8. Cultura y civilización
La palabra civilización ha tenido un itinerario paralelo al de cultura.
También la palabra civilización (del latín civilis, propio del ciudadano)
tuvo en principio carácter elitista; significaba proceso de refinamiento
del individuo, con más énfasis en los convencionalismos sociales que la
de cultura. De acuerdo con Kant, “llegamos a ser cultos a través del arte
y de la ciencia, llegamos a ser civilizados por diversos convencionalis-
mos sociales y refinamientos”. Incluso, su utilización ha sido objeto de
mayor arbitrariedad, ya que al fundamentarse el concepto de civi-
lización en la preferencia que se otorga a ciertos valores, a determi-
nadas formas particulares de actividad, o de experiencia humana, se
privilegia a los pueblos que los poseen. De esta manera, encontramos
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en algunos autores la afirmación de que la única verdadera y propia


forma de civilización es la del Occidente cristiano, porque sólo entre los
pueblos del Occidente cristiano han gozado la religión, el arte y la cien-
cia del favor más relevante, salvo etapas relativamente breves. Además
de esta arraigada conceptualización eurocéntrica, notables historiadores
y también sociólogos emplean el concepto de civilización contra-
poniéndolo en cierto modo al de cultura. Por ejemplo, algunos autores
alemanes identifican la civilización con el progreso material y técnico,
mientras que conciben la cultura como el acervo espiritual; otros al con-
trario, así Barth propone limitar el término cultura a los aspectos tec-
nológicos, “al dominio del hombre sobre la naturaleza” y emplear el de
civilización para hacer referencia a la modificación de los instintos
humanos por la sociedad, “al dominio del hombre sobre sí mismo”.
Tönies y Alfred Weber, seguidos por los americanos McIber y Merton
definían la civilización —casi exactamente al contrario— como “un cuer-
po de conocimientos prácticos e intelectuales y de una colección de
medios técnicos para controlar la naturaleza”, mientras a la cultura le
asignaban “la configuración de valores y de principios ideales norma-
tivos”. Así, pues, la inexactitud y arbitrariedad en el empleo de ambos
términos han dado lugar a graves errores e imprecisiones en el estudio
y la concepción del desarrollo de las sociedades humanas, hasta en
autores tan conspicuos como Spengler, Toynbee, Alfred Weber, Merton,
McIber, entre otros. En el vocabulario de Spengler la palabra civiliza-
ción tiene sentido de consumación, es el epílogo de la cultura, la rigidez
que sucede a la capacidad creadora, la muerte que sigue a la vida.
Si, como ya lo hemos expresado reiteradas veces, usamos
apropiadamente la noción de cultura para referirnos a todas las formas
de la vida social, civilización vendrá a ser entonces un aspecto, una
forma o un período de la cultura. En efecto, el empleo antropológico
del término civilización se refiere al estadio o etapa de la cultura que
alcanzan algunas sociedades en su desarrollo histórico con la aparición
de la ciudad. En términos muy concretos se define civilización como la
cultura urbanizada. El concepto se refiere, pues, a un grado complejo
de relaciones sociales y al adelanto que traen consigo la especialización
del trabajo, la organización social y política y demás condiciones de la
vida urbana, esto es, la cultura de las ciudades.
Todos sabemos lo que es una ciudad, y podríamos referirnos a la
ciudad como al lugar de considerables dimensiones donde se congrega
una población relativamente densa de modo más o menos permanente,
en donde se realiza la vida social y familiar usual, y se llevan a cabo
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ocupaciones y actividades económicas. Pero una aldea grande podría


también acogerse a esta definición; sin embargo, son formas de asen-
tamiento substancialmente diferentes (véase capítulo VII: 8 Aldeas y ciu-
dades). Lo significativo de la ciudad no es tanto su tamaño o el número
de personas que habitan en ella, no se podría establecer el límite para
llamarla ciudad y no aldea. El carácter realmente urbano de un asen-
tamiento humano radica en dos condiciones esenciales: 1) En la ciudad
no se produce alimentos y 2) La ciudad es un asentamiento planificado
y ordenado en función del control social, económico, ideológico y
político de la colectividad.
El hecho de que en la ciudad no se produzcan alimentos significa
que sus habitantes dedican su tiempo a otras ocupaciones, es decir, a la
especialización en distintos campos de actividad social, como son el
gobierno, el culto y la religión, la producción de útiles y otros bienes,
el arte, el intercambio y la redistribución de bienes, etc., lo cual deter-
mina un mayor grado de complejidad de la cultura. Todo esto requiere,
naturalmente, de un soporte campesino de producción de alimentos
que garantice su estabilidad. Las ciudades, puesto que con ellas se ori-
gina la civilización, le confieren sus características: una producción de
excedentes capaz de sustentar a una población orgánicamente estable-
cida; un sistema de control y de redistribución de los excedentes; una
estructura social marcadamente estratificada y un sistema político
centralizado que no es otro que el Estado. Así, la ciudad es un fenó-
meno paralelo y concomitante al Estado: donde hay ciudad hay Estado,
y ambos caracterizan a la civilización. Pero, si bien la ciudad es condi-
ción necesaria para que una cultura alcance el nivel de civilización, hay
que aclarar que las civilizaciones tienen, de hecho, sus comienzos antes
de que aparezcan las ciudades (es así que se utiliza la denominación de
“civilizaciones primitivas”), pero las ciudades tienen que aparecer en
sus últimas etapas, de lo contrario no les podríamos llamar civiliza-
ciones.
Gordon Childe considera como características de la civilización,
además de las ciudades y las grandes poblaciones, la existencia de je-
rarquías y divisiones sociales internas, el conocimiento de la escritura,
el desarrollo de las matemáticas, las artes, las ciencias y la vida política.
Este es un ejemplo de cómo en el concepto de civilización están implí-
citos las instituciones, descubrimientos o modelos culturales con los que
un autor califica la cualidad de civilización. Estamos de acuerdo con el
insigne arqueólogo y prehistoriador inglés en que las ciudades, las
grandes poblaciones, la existencia de jerarquías y divisiones sociales
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internas y las instituciones caracterizan a la civilización, lo mismo puede


decirse de las manifestaciones artísticas y de la vida política, no así de
las matemáticas ni de la escritura, que son indudablemente creaciones
culturales de las más significativas y trascendentales de las civilizaciones
del Viejo Mundo. No obstante, ni la escritura ni las matemáticas, ni la
economía monetaria y de mercado fueron desarrolladas en América, al
menos en la forma que tuvieron en el Viejo Mundo, pese a que algunos
historiadores siguen empeñados en encontrarlas. Esto no significa, por
cierto, que las civilizaciones mesoamericana y andina no alcanzaron el
nivel de civilización. La verdad es que ni la escritura, ni la economía de
mercado, ni la moneda, ni las matemáticas, en la forma en que se desa-
rrollaron en el Viejo Mundo, son requisitos indispensables para el desa-
rrollo de toda civilización. Son sistemas sobre los que se ha desplega-
do la civilización occidental, tomándolos y adecuándolos de otras civi-
lizaciones, y es cierto que le han traído muchas ventajas, pero no se
agota en ellos la inventiva humana. Hay muchos otros mecanismos que
permiten alcanzar a las sociedades complejos grados de cultura, como
fueron las originales y eficaces formas de organización social andina. Su
preocupación y cuidado en la transmisión de ideas y conceptos combi-
nada o integrada a otros sistemas de cuenta y de registro, incluso sus
formas de ritual, les permitieron también el desarrollo de tecnologías
como la hidráulica, la agrícola, la textil o la metalúrgica, tan funciona-
les e ingeniosas que no tienen parangón en el mundo antiguo.
Comúnmente las ciudades se han desarrollado a partir de un núcleo
poblacional originario, determinado por las características ambientales
de la región donde están o han estado asentadas y configuradas por el
grado de progreso tecnológico de sus pobladores. Con el tiempo han
crecido y se han adecuado a las exigencias de su población y a la inter-
acción dialéctica con su entorno, tanto natural como humano. El desa-
rrollo de las ciudades tiende a ser una ampliación del esquema inicial
del poblamiento (villorrio o aldea) y, por lo general, el punto de parti-
da ha sido un centro religioso. Pero el desarrollo de la civilización
supone una ruptura con el pasado, en términos reales una revolución.
Y este fenómeno fue resultado de dos factores determinantes: el aumen-
to de la densidad poblacional y el cambio en el modo de subsistencia.
A este cambio trascendental y revolucionario en el desarrollo de la
humanidad se le ha denominado “revolución neolítica”, la cual signifi-
ca que de consumidor —cazador, pescador o recolector— el hombre se
convirtió en productor de sus propias fuentes de alimentos, mediante el
conocimiento y ejercicio de la agricultura y la ganadería. Sin embargo,
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la Revolución Neolítica no fue un solo acontecimiento sino todo un pro-


ceso a través del cual el hombre aprendió a domesticar plantas y ani-
males para adquirir el control de su propio abastecimiento alimentario
y desarrollar sobre la base de los excedentes su existencia y la civiliza-
ción. Tampoco fue un fenómeno que se desarrolló en un solo lugar del
planeta y que de allí se difundió al resto del mundo. Todo parece in-
dicar, como lo revelan los descubrimientos más recientes, que la domes-
ticación de plantas y animales se realizó en forma independiente y de
modo diferente en cuatro centros de eclosión cultural. En la actualidad
se admite como focos originarios de civilización: 1) Anatolia, Irán,
Afganistán y las tierras altas de Etiopía, entre 8.000 y 4.000 años a.C.; 2)
otra área menos claramente definida, en el sur o en el sudeste de Asia,
probablemente Tailandia, 3.000-2.000 (?) a.C.; 3) Mesoamérica (México
y América Central hasta la frontera este de Panamá), entre 3.000 y 2.000
a.C., y 4) Perú (la región de los Andes centrales), entre 6.000 y 2.000
a.C. Los términos en años comprenden aproximadamente desde los co-
mienzos de la agricultura hasta la aparición de los primeros estados en
cada área de civilización.

9. El medio ambiente y la cultura


Es idea antigua y muy difundida aquélla que postula que el medio
ambiente, o entorno natural, es determinante de las condiciones de vida
del hombre, de todas las formas de su cultura e, incluso, de sus carac-
terísticas biológicas. Es la tesis que se ha denominado determinismo
geográfico. En oposición a esta tesis surgió después el determinismo
cultural, tesis sustentada por algunos historiadores que sostenían lo
contrario, es decir, que es la cultura la que modifica el medio ambiente.
Pero entre la segunda y tercera década de este siglo se impuso en la an-
tropología otra interpretación según la cual el entorno natural limita pe-
ro no es causa del comportamiento humano, ni determina su naturale-
za biológica. Es la tesis del posibilismo, que se debió en gran parte a la
influencia del célebre antropólogo Franz Boas, quien planteó que, en
general, las características culturales específicas dependían fundamen-
talmente de las tradiciones históricas y no tanto de la influencia del
entorno natural.
Cada una de estas explicaciones únicamente aspiraba a determinar
las influencias o el impacto de una cosa sobre la otra, y el posibilismo
sólo asignaba al hábitat un papel limitante o selectivo. En la perspecti-
va actual del conocimiento, se entiende que tanto el entorno, como los
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seres humanos, creadores de la cultura, no son aspectos contrarios ni


separados de la realidad, sino que entre ambos se da una interacción
constante con la cual resulta absurdo mantener la vieja idea aristotélica
de la separación entre las “esferas” de lo humano y del entorno natu-
ral. Aquí radica la base teórica de la ecología, que representa una nueva
e importante posición para explicar la relación que existe entre el hom-
bre y el mundo que lo rodea.

Ecología

Ernest Haekel postulaba en 1866 que el individuo es producto de la


cooperación del medio ambiente con la herencia y llamó a esta relación
oikología (del griego oikos, casa o habitación). Pero la oikología haeke-
liana pasó desapercibida con el revuelo que había producido la aparición
del libro de Darwin, El origen de las especies y la selección natural (1859),
pese a que en él se reforzaba la relación herencia-ecología, que después
fue redescubierta con nuevos matices por E. Warming en Dinamarca
(1896) y por los norteamericanos H.H. Cowles (1901) y E. Clements
(1909), para convertirse en las décadas siguientes, ya con el nombre mod-
erno de ecología, en la ciencia que estudia lo que se puede denominar
la trama de la vida. La ecología es definida como el estudio científico de
las relaciones de los individuos entre sí y con el medio ambiente.
Según los ambientalistas un sistema ecológico o ecosistema es una
población o comunidad que comprende una variedad de especies cuyas
relaciones, frente al hábitat y sus coacciones recíprocas, constituyen un
sistema integrado que tiene un cierto carácter unitario. Las coacciones
implican que los miembros del ecosistema actúan en dos órdenes de
relación: una según sus semejanzas; se trata entonces de una relación
intraespecífica, llamada también comensalismo y, la otra, según sus
diferencias; es lo que se denomina simbiosis o relación interespecífica.
La comunidad ecológica evoluciona también de formas simples hacia
otras más complejas a través de una sucesión de etapas, cada una de las
cuales está señalada por la invasión de una especie o por la asociación
de especies, culminando la serie en una etapa en la que aparece una es-
pecie dominante. La especie dominante está relacionada con el medio
ambiente de tal manera que es capaz de controlar y mantener a la comu-
nidad indefinidamente. El sistema ecológico como tal, es resultado de una
estabilidad adaptativa que refleja una estructura duradera de relaciones.
Fue Julian H. Steward (1902-1972) quien definió la importancia y los
alcances de la ecología como parte de la antropología. Con su deno-
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minado “método de ecología cultural” establece que existe una relación


dialéctica entre el entorno natural y la cultura. Es lo que se ha deno-
minado causalidad recíproca (feedback). De aquí se desprenden dos
conceptos esenciales: 1) no hay entorno ni cultura a priori, sino que
cada cosa está definida una en función de la otra, y 2) El medio am-
biente no sólo tiene un poder limitante o selectivo sino que juega un
papel activo. No obstante, las influencias recíprocas del medio y la cul-
tura en una relación de feedback no son iguales, a veces predomina la
cultura y otras es el medio que impone su ley. Steward manifiesta que
ciertos aspectos o sectores de la cultura están más sujetos a una mayor
dependencia del medio. Tales sectores, que él denomina “núcleos cul-
turales” están constituidos por la vida económica de un pueblo,
estrechamente vinculada al problema de la subsistencia y a las transac-
ciones comerciales. De tal manera, la ecología cultural conduce al estu-
dio de los siguientes aspectos: 1) interrelación entre el entorno natural
y la tecnología de producción y explotación, 2) interrelación entre las
formas de comportamiento y la tecnología de explotación y 3) influen-
cia de estos aspectos sobre los demás sectores de la cultura.

Relaciones entre la organizaci n social y el entorno natural (Tomado de Hunter y W


1981).
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Es el concepto de adaptación la base de los estudios ecológicos y


se entiende por tal, en términos generales, la relación beneficiosa entre
un organismo viviente y su entorno. En el caso de la cultura, la adecua-
ción de un sistema étnico a las condiciones de su hábitat. El concepto
de adaptación implica “niveles” diferentes y dentro de éstos —señala
Hardesty— se distinguen los tres siguientes: 1) el de las reacciones fisio-
lógicas (nivel reaccional), 2) el fisiológico orgánico y 3) el nivel genéti-
co/demográfico, incluyendo en cada uno de ellos diferentes áreas adap-
tativas. Es característica del nivel reaccional todo cambio rápido que se
produce como respuesta a una modificación súbita del medio ambiente;
por ejemplo, la huida de la presa ante el depredador, la búsqueda de
sombra para protegerse de los rayos quemantes del sol, o hacer fuego
para resistir un frío intenso. Tales reacciones son rápidas y se ajustan a
situaciones de cambio poco duraderas. Si persiste la situación pertur-
badora aparecen entonces mecanismos de reacción fisiológica que tien-
den a reemplazar o a reforzar los correspondientes al nivel anterior. Así,
en el caso de no existir una fuente de calor que le permita resistir bien
el frío intenso, el individuo experimenta un incremento en su metabo-
lismo basal, tirita, se opera la contracción de las venas, etc. En este nivel
las respuestas son más lentas y presentan menos variedad. Por último,
una modificación prolongada o permanente del hábitat induce la apari-
ción de mecanismos compensatorios a nivel genético de la especie.
Todos los niveles son activados simultáneamente con el fin de menguar
el shock ambiental, pero el desencadenamiento de las respuestas es
escalonado.
En el nivel de la reacción ambiental se dan, a su vez, dos tipos de
actitud adaptativa: 1) el comportamiento idiosincrático, que incluye to-
dos los aspectos constitutivos de las soluciones específicas que dispone
el representante de una determinada especie frente al medio ambiente,
que es tema de la psicología y 2) el comportamiento cultural desarro-
llado por los individuos o grupos para adaptarse a su entorno a partir
de modalidades específicas de conducta forjadas por la tradición, que
confieren a la especie humana su rasgo más distintivo.
La antropología se ocupa fundamentalmente de este segundo tipo
de comportamiento, el cual posee básicamente tres facetas: la tecnológ-
ica, la organizacional y la ideológica. Estas tres facetas del comporta-
miento del Homo sapiens, especificadas por Kaplan, Maners y Hardesty,
son adaptativas y proporcionan soluciones básicas susceptibles de
incrementar su efectividad, de “cristalizar” su adaptabilidad y permitir la
asimilación de la problemática ambiental.
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De los problemas relacionados con la adaptación es el de la energía


(la capacidad de la materia o de la radiación de producir un efecto
como, por ejemplo, realizar un trabajo) el que más ha atraído la aten-
ción de los ecólogos. La energética humana estudia cómo los grupos
humanos resuelven los problemas de la energía. La antropología eco-
lógica se centra en la alimentación y los intereses tróficos (alimentarios),
los ciclos físicos y los circuitos de interacción energética que consti-
tuyen la base de todo estudio de energía humana y la explicación de
muchos fenómenos culturales. Economía y ecología convergen en el
estudio de la energética humana y la relación entre ambas es fácil de
entender cuando el estudio se centra en el individuo tomado en su con-
texto social y cultural y es analizado en función de los problemas de
obtención de energía. A través del estudio de la producción, acumu-
lación y distribución de la energía se puede comprender mucho mejor
la naturaleza y la problemática del desarrollo y del subdesarrollo en las
diferentes áreas geográficas y humanas del planeta.
Un nicho ecológico es según los ecólogos una estrategia trófica, esto
es, un modo de vida característico definido por su forma exclusiva del
empleo de los recursos. Equivale al conjunto de recursos, dentro del sis-
tema ecológico, que son esenciales para la supervivencia del grupo. El
nicho de un grupo no es estático y varía en el proceso de adaptación y
los cambios producidos por los medios sociales y culturales. El éxito
con que un grupo humano resuelve los problemas ambientales depen-
de, entre otros factores, del tamaño de la población, de la eficacia de
su tecnología, del uso racional de los recursos sin causar su agotamiento
futuro y de la distribución de la población en función de la capacidad
productiva de cada nicho ecológico. La proporción de sexos, además
del comportamiento adaptativo, refleja a menudo los peligros ambien-
tales, incluidos los accidentes y los riesgos de guerra. Y la identificación
de las evidencias ecológicas sobre las tasas de mortalidad y de fertilidad
es de suma importancia para entender el verdadero patrón de creci-
miento demográfico.
Conceptos y principios de ecología aplicados a la etnohistoria andi-
na han revelado un modelo etnoecológico de la mayor importancia para
la comprensión de las culturas andinas. Sobre la base de los datos regis-
trados en documentos coloniales, como en las visitas hechas por admi-
nistradores españoles cuando funcionaban todavía algunas de las es-
tructuras originarias de las sociedades andinas, John V. Murra identificó
un antiguo patrón de asentamiento y de organización política, económi-
ca y social en función de lo que ha denominado “complementariedad
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ecológica” y más frecuentemente “el control de un máximo de pisos


ecológicos”, que se refiere a la preocupación fundamental de los pue-
blos andinos por controlar un conjunto de ambientes productivos —un
“archipiélago de recursos”— con diferentes pisos ecológicos que no ne-
cesariamente significaban el dominio territorial de las zonas interme-
dias, sino de “islas” de recursos manejadas por colonias más o menos
alejadas de su núcleo o centro principal de dominio, donde quedaba el
grueso de la población y el mando político. Había grupos que maneja-
ban rebaños y explotaban salinas en los pisos ecológicos andinos de
mayor altitud a tres o cuatro días de camino hacia arriba y otros tantos
días hacia abajo, donde los centros de poder tenían sus cocales, bos-
ques o algodonales; todo esto sin ejercer mayor soberanía sobre los te-
rritorios intermedios. Este patrón andino de estrategia ecológica pudo
haber tenido variantes e incluso limitaciones temporales o geográficas,
pero como lo demuestra Murra en cinco casos hallados por él como
modelos de control sistemático de “islas” ecológicas, bajo condiciones
diferentes entre sí, es evidente que fue bastante generalizado. La tesis
de Murra abrió una nueva perspectiva pare el estudio y entendimiento
de muchas instituciones vinculadas a la concepción “vertical” de la
ecología del mundo andino.

Ecodesarrollo

De las premisas de la ecología ha surgido, más que una promesa,


una alternativa para muchos pueblos subdesarrollados. Nos referimos al
ecodesarrollo —concepto expresado por primera vez por Maurice
Stroung en 1972— que entraña profunda racionalidad, empezando por
el rechazo a la tiranía de las necesidades superfluas de la sociedad de
consumo y a la búsqueda exclusiva y frenética de la riqueza material.
El ecodesarrollo insta a ayudar a las comunidades aldeano-rurales de los
países subdesarrollados a educarse y organizarse en función de una
nueva valoración de los productos específicos y reales de cada ecosis-
tema y pone en tela de juicio lo que se entiende por desarrollo en el
mundo industrializado. Esta concepción tiene como criterios principales
la identificación de nuevos recursos en cada ecosistema y la ampliación
de su forma de utilización potencial para usarlos racionalmente sin pro-
ducir su agotamiento futuro. Los planteamientos del ecodesarrollo se
orientan hacia formas de vida más humanas, proponen los modelos
para evitar la depredación y contaminación del hábitat, conservando el
equilibrio ecológico, y alcanzar las pautas para responder al conflicto
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cada vez más dramático entre el crecimiento de la población, el desa-


rrollo social y la utilización de los recursos del medio ambiente. Llevarlo
a la práctica, sin embargo, entraña gran dosis de racionalidad para dejar
de lado muchas de nuestras expectativas tradicionales plasmadas por el
consumismo y la alienación.
Como un ejemplo interesante, en el que se ha demostrado la factibi-
lidad del ecodesarrollo en el Perú, debemos mencionar la acción del
Programa de Desarrollo Rural Silvo-Agropecuario, fundado y dirigido
por Pablo Sánchez en Cajamarca (Perú). Entre otras acciones sus obje-
tivos comprenden: a) el aprovechamiento maximizado del clima, del
agua y del suelo; b) el evitamiento de la erosión y la regeneración de
la esponja natural sobre las montañas, cubriendo el suelo, la captación
del agua de las lluvias, su almacenamiento y la regeneración de arroyos
y manantiales permanentes; c) el establecimiento de bosques industria-
les y la protección de los diferentes pisos ecológicos como futura fuente
de riqueza; d) el establecimiento de digestores de biogás y el estudio
de nuevas fuentes de energía, e) el establecimiento de núcleos educa-
tivos de experimentación y difusión, de desarrollo artesanal y de
tecnologías apropiadas, y otras acciones más. Lo que se ha logrado en
pocos años y con costo mínimo es realmente admirable; bastará señalar
que se han sembrado y desarrollado 10 millones de árboles, lo cual ha
cambiado ostensiblemente la fisonomía del paisaje y de significativa
manera las condiciones de los microclimas, o las actividades que se han
llevado a cabo en las denominadas “Escuelas Azules”, centros educa-
tivos de instrucción primaria establecidas en diferentes comunidades
campesinas en las que existen talleres artesanales, cooperativas comu-
nales y núcleos de experimentación y prácticas profesionales de la uni-
versidad regional. El éxito de estas acciones ha probado las posibili-
dades de escoger el buen camino en la alternativa frente al desarrollo.

10. La destrucción del ambiente natural


Hablamos siempre del progreso y del desarrollo de la civilización
como del desarrollo de la racionalidad; sin embargo, qué dramáticamente
contradictorio resulta que con el avance de la civilización, de la tec-
nología y de la producción el hombre empezó una carrera hacia la
destrucción de su propio medio ambiente. En los últimos tiempos el
Homo sapiens (¿se le puede aún denominar así?) se ha dedicado a arrasar
con la naturaleza con el propósito de satisfacer desmesuradamente su
confort y sus egoísmos sin reparar en el propio futuro de su especie,
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cuando ya no le queden para vivir y respirar las plantas ni los animales


que le han servido y acompañado por tantos milenios. El informe de 1996
publicado por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, del
Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (IPCC), revisado
por 541 especialistas de 40 países, dice que no cabe duda sobre la in-
fluencia de la actividad humana en el clima ni sobre su efecto a largo pla-
zo en la naturaleza de la Tierra. Ojalá la razón —que en este caso está tar-
dando— llegue pronto a hacerle comprender al hombre que todavía se
pueden salvar los recursos naturales si se establecen normas y se hace
respetar leyes que no son otras que las de la propia naturaleza.
Escribe Amadeo Gómez Marmanilla, profesor de ingeniería ambien-
tal, que el hombre por sus potestades devastadoras es más temible que
cualesquiera de los jinetes del Apocalipsis; contamina la atmósfera,
envenena los ríos, aniquila la flora y la fauna, expande los desiertos,
deseca los lagos y arruina el gran ecosistema de la naturaleza, extermi-
nando la vida. Y menciona algunos casos realmente aterradores de
agresión ambiental que se vienen produciendo en el planeta. En el
norte y centro de Europa, especialmente en Alemania, millones de co-
níferas de bosques enteros han muerto víctimas de la lluvia ácida, una
mezcla cargada de ácido sulfúrico y nítrico producto de las emanacio-
nes industriales; por la misma causa y en la misma época fueron ani-
quilados bosques de maple de Canadá. “Los estragos de la civilización
industrial —dice— carecen de fronteras. Las emisiones de gases tóxicos
de la actividad fabril británica dañan terriblemente la flora y fauna de
Noruega y Suecia. Los peces desaparecieron de sus ríos y lagos y sus
suelos se sobrecargaron de acidez, disminuyendo sus nutrientes”. Seña-
la asimismo que de acuerdo con la Oficina Panamericana de la Salud,
en la ciudad de México la polución es causa del exceso de mortalidad
en un 5%. Las mismas causas, según el doctor Russell Shervin, van acor-
tando la esperanza de vida en Los Angeles, Nueva York y Tokio, pues
aumentan los problemas cardíacos porque el monóxido de carbono
sustituye al oxígeno en el torrente sanguíneo. Refiere que la mitad de
los ríos de la República Checa, Eslovaquia y todos los de Rumania son
corrientes de agua infestada y lo mismo sucede con el Vístula que vierte
agua envenenada en el Báltico. También es un hecho que el Danubio,
como el Rhin, el Ebro, el Ródano, el Sena, El Támesis, el Tajo, sólo para
mencionar los más conocidos de Europa, carecen ya de todo recurso
ictiológico; ni los peces ni los crustáceos han sobrevivido a los desechos
venenosos de la industria, de los pesticidas y los abonos sintéticos. De
los 21 ríos de Taiwan, paradigma del crecimiento económico —señala
Quita marcas de agua Wondershare
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208 fernando silva santisteban

Gómez— 19 se han convertido en alcantarillado de las industrias; lo


mismo sucede con los de Shangai, y con los de Cataluña y el País Vasco,
en España, y el Guadalquivir, dentro de cuarenta años, será un cauce
seco, opina el físico español Ruiz de Elvira.
La basura, los desechos tóxicos, los hidrocarburos, la lluvia ácida y
los residuos orgánicos están acabando con los lagos. El lago Erie, uno
de los más grandes de América del Norte, ya ha sido envenenado, y lo
mismo ha sucedido en el África con el lago Chad, que está por desa-
parecer, mientras que el lago Aral de la ex Unión Soviética se ha con-
vertido en desierto. La intervención del hombre —puntualiza Gómez
Marmanilla— ha roto el equilibrio ecológico de las más grandes fuentes
de recursos ictiológicos del Asia central.
El programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente anun-
cia que los desiertos de la Tierra —ocho millones de kilómetros cuadra-
dos— podrían triplicarse en una década, pues todos los cambios ecológi-
cos conducen a la desertificación. El Sahara crece a razón de 170 hec-
táreas por hora y en el Sudán el desierto avanza 16 metros por día. No
son los cambios climáticos los que producen la desertificación; es el
afán de lucro, la explotación desmedida de los recursos, el abandono y
la irresponsabilidad del hombre lo que nos está llevando a hacer de la
Tierra un erial. La tala y la quema de árboles están destruyendo la
Amazonía, el más grande pulmón de nuestro planeta, y se degradan
cada año 20 millones de hectáreas de tierras cultivables por las irriga-
ciones sin drenaje, por el pastoreo excesivo, por la agricultura irracional
y el sembrío de cemento.
En el Perú —según informa el director técnico de Desarrollo Forestal
del Proyecto Nacional del Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conser-
vación de Suelos— se pierden anualmente 300 mil hectáreas de tierras
debido a la creciente deforestación, especialmente en la selva, que pone
en peligro la ecolología del país y que contribuye al calentamiento ge-
neral de la Tierra. Señala, asimismo, que de los 75.560.500 de hectáreas
de bosques de la Amazonía peruana, fueron taladas, sin la tecnología
adecuada, alrededor de 8.250.000 hectáreas, para dedicarlas general-
mente a la agricultura y a la ganadería, así como a la pesca y caza in-
discriminadas. En las últimas etapas del período autóctono —calculan al-
gunos investigadores— había seis veces más tierras cultivadas que ahora;
en la actualidad, en la sierra, debido a la erosión de las tierras por el
abandono y la irracionalidad de la agricultura se pierden un millón de
toneladas de tierra fértil cada año.

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