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Flor Pucarina: Lección de voz y canto huanca.

Por José Carlos Vilcapoma.

José María Arguedas escribió sobre Flor Pucarina el 30 de junio de 1968. La llamó
Prodigio de la canción folklórica andina, de la canción huanca. Sin temores a la cultura
oficial de entonces la llamó “intérprete estrella”. Sostuvo que se había ganado al público
por su incomparable calidad convirtiéndose en verdadero ídolo, haciendo de los coliseos de
Lima y provincias su palacio y templo. Acotando que su reino eran los millones de oyentes
de discos y de radio.

Flor Pucarina, La Faraona del cantar huanca, suma de dos nombres artísticos, fusionados en
el tiempo; dos y uno solo a la vez, como Huallallo Carhuincho; era el retrato de cómo su
innegable calidad había superado restricciones formales. El primero, flor de los coliseos y
el segundo aroma del pueblo, tan bien recogido con profesionalismo periodístico por César
Véliz Mendoza. Empero ni este magnífico nombre compuesto reflejaba su extraordinaria
personalidad, imponente belleza, cadencia de compás universal - quien como si fuera
Eurinomo, aquella diosa griega que danzando en el caos, de sus talones dio origen al viento
de la vida-, paseaba el ritmo huanca en teatros y coliseos. Su voz, unas veces rasgadas de
dolor y lamento, cuando el huayno o la muliza así se lo exigían, y otras, graves y fuertes,
cuando interpretaba los santiagos o huaylars; se erguía contestaría a la moneda corriente de
la denominada “cultura oficial” de entonces.

Huanca de Pura sepa, nacida en Pucará, antigua fortaleza militar de los hurin huanca. Hija
de Pukara, de Pucará del tiempo de la independencia de diciembre de 1820, de los valientes
5000 huancas, Llaqsapallangas y Pukaras que en Azapampa se enfrentaron a los realistas
para de sellar la independencia antes que San Martín; pero también, y a mucho orgullo, hija
de los héroes breñeros de la guerra con Chile; pues mientras el poder político había
sucumbido ante el invasor sureño, sus familiares, los hijos de Pucará y Marcavalle, con
picas, chuzos y rejones, al mando del General Andrés A. Cáceres, expulsaban con ejemplar
patriotismo a los chilenos.

Con esa herencia de cultura y fuerza huanca, desde joven no escatimó adversidades, las
enfrentó, y lejos de la comodidad lozana de su tierra, se lanzó a la capital. La conquistó y
dominó, la puso a sus pies no sin dolor, como son las conquistas. De allí que pronto, del
Mercedes Cabello saltó a los coliseos; como diría José María Arguedas, a su palacio y a su
templo.
Es imborrable el recuerdo de los ayer parroquianos, comerciantes, transportistas,
chimbadores de La Parada, ese natural enclave serrano del gran Humareda, hoy
prominentes empresarios de Gamarra. Total, La Parada, El Porvenir y Gamarra, son uno
solo. Allí reafirmó sus valores, como pocos. No se corrió ni se asimiló con facilismo a la
cultura oficial de entonces, tampoco renegó de sus raíces. Hizo prevalecer su canto, su
identidad huanca. De allí que su vestuario inicial fuera la histórica y bella cutuncha huanca,
sobria y arrogante: de pechera de plata, de maquitos bordados por el gran Aquilino Ramos,
de sombrero de paja huanca de soberbia ala inclinada, lliclla aterciopelada, doble fustán
taqueado y bordado; de taco alto, amén de otros vestuarios de falda plisada,
complementados con flores rojas en su turbante cabellera.

Allí estaba aquel primer domingo de diciembre de 1958, en el coliseo Nacional, que fuera
fundado por César Gallegos y Emilio “Moticha” Alanya, otro Pucarino de renombre. A sus
23 años lo sometió con dulzura y lo hizo su pakarina. Coliseo al que acudía Arguedas y del
que dijo que era una fragua de identidad andina. Desde entonces de identidad huanca. A su
lado también estuvieron Chuto Huanca, Gavilán Negro, Chiwaco del Mantaro, Picaflor de
los Andes, animados por “Patadita” José de la Cruz, correcto y enterado animador,
antecedidos por la Compañía Viques de Agripina Castro, Catalina Huanca de Alanya y el
legendario Atusparia del aijino Jacinto Palacios.
Hacía poco que habían nacido otros coliseos como El Bolívar, Perú, Continental, Cerrado,
donde pugnaban por alcanzar los premios Inka y Chullos y chullos. Makino Tori recuerda
que al Nacional y al Bolívar frecuentaba Arguedas, a “hacer apuntes del folklore del
Mantaro”. Los teatros Municipal y El Segura correspondían a otra elite, en cuyo tabladillo
se presentaban como mucho los “Fox incaico”, soterrada forma de mirar de reojo lo andino.
De estos espacios más tarde escribiría José María Arguedas: “Los coliseos son locales
rústicos, humildes, acogedores, decorados en sus fachadas y escenarios con figuras incaicas
espectaculares o ingenuas. El coliseo atrae al campesino temeroso aún de los secretos de la
ciudad, al criollo de barrio o barriada, al hombre ilustrado y sensible.”
Radio Agricultura, Radio Lima, más tarde Radio El Sol, con el programa de Luis Pizarro
Cerrón, Sol en Los Andes, reproducían sus canciones y la entrevistaban. Estuvo en el
histórico festival de Amancaes de 1962, con los nacientes Errantes, Los Pacharacos y los
Campesinos.
Dos años más tarde las diskeras era la otra meta. Los sellos Odeón, El Virrey, luego FTA,
habían dejado atrás a RCA Víctor, el primero que grabara al arpista ayacuchano Tani
Medina; Sono Radio e IEMPSA eran inalcanzables. Se iniciaba la década del 60. Eran
comunes los 45 rpm y los LP. La competencia era como en el Coliseo. Pugnaban las
compañías, especies de caravanas de mixtura. Allí estaba la poderosa Pachamama del gran
Alejandro Vivanco Guerra. También competía con otras artistas principalmente
ayacuchanas como Ñusta Nativa, Qantu Wayta, Calandria Peruana, y los más tarde
renombrados Luis Abanto Morales, Jilguero del Huascarán, Pastorita Huaracina, Compadre
Atoqcha, Makino Tori, el jaujino, quien alternaba con Aurelio Navarro Córdova, aquel
huanca que acuñó el saxo y los clarinetes a la orquesta, con su Compañia Huanca Huamán,
al que también pertenecían Emilio y Máximo Alanya.

Para entonces ya don Emilio Alanya Carhuamaca, a sus 38 años, había compuesto desde el
presidio “Falsía”, un canto lastimero pero que en la voz de Leonor Chávez Rojas se
convertía en canto de protesta. Al escucharla José María Arguedas dijo que este canto
recordaba “La indomable cultura huanca a la llegada de los Incas, que (a la presencia de los
españoles) tampoco permitió la implementación de haciendas coloniales.”

Sus ensayos para sus grabaciones, requerían el triple de esfuerzo, distinto a lo que hoy
ocurre con la tecnología digital, con discos en espiral y grabaciones sin necesidad de
acompañamiento, manipulando tonos y voces. La Flor Pucarina, La Faraona del cantar
huanca, ensayaba con denodado esfuerzo, disciplina y dedicación. Lo hacía con Los
Engreídos de Jauja del noble Julio Rosales, el acollino saxofonista, al que Sonia
Goldenberg le ha dedicado el film El país de los saxos. La grabación entonces implicaba
acorde, compás, afinamiento, voz, resistencia, mucha memoria y creación. Memorizaba las
composiciones de Zenobio Dagha el Chupurino del Huaylas del 60, los de Emilio
“Moticha” Alanya, y de Máximo, su hermano, los de Néstor “Mocho” Chávez, los de Luis
Pizarro Cerrón. A aquellas composiciones le añadía las suyas, porque también era
compositora. Así grabó en el sello El Virrey, su primer LP, al que con justeza sus
productores le titularon “Éxitos de Flor Pucarina”, claro, ya era exitosa. Aquí se inmortaliza
“Caminito de Huancayo”, “Sola, siempre sola”, “Yana Chivillo”, de su autoría. En 1965,
“Ayrampito”, de Emilio Alanya Carhuamaca, superó el millón de copias, habida cuenta que
para entonces la población nacional era de 11’467.260 habitantes, un extraordinario éxito.

Ha grabado 15 discos de Larga duración y cientos de 45 rpm. Los títulos de algunos de


ellos son elocuentes: “Incomparable y única”; “La más bonita, éxito de oro”; “Bodas de
Oro, la diva del Perú”; “Flor Pucarina, Pasión del Alma”. Huaynos, mulizas y huaylars han
sido sus principales interpretaciones. El wayno que para Arguedas había horadado la piedra
de la sensibilidad nacional desde los coliseos. En ella estaba presente “toda la vida, todos
los momentos de dolor, de alegría, de terrible lucha, y todos los instantes en que fue
encontrando la luz, la salida al mundo grande”. La muliza, aquel primigenio canto de
arrieros, en La Pucarina, La Faraona del cantar huanca, se levantaba como voz de mensaje
moderno, de reclamo permanente al compás de la imponente orquesta huanca.

El huaylars -merece punto aparte-, aquel canto ritual, propiciatorio de carnaval huanca,
como diría el mismísimo Arguedas, hacía estallar al público en una especie de triunfal
lamento. Aquellos aplausos y vítores eran el eco instantáneo de la voz, tan aguda, tan
intensa y teñida de afectos contradictorios: dolor, anhelo y desafío. El coliseo se convertía
en una especie de fragua de identificación entre artistas y público, una sublime estimulación
recíproca.

El huaylars se hizo grande al lado de su figura. La fuerza encapsulada desde tiempo antes
de la llegada de los españoles se manifestaba en su arenga en español antes de sus
interpretaciones: “Huanca de pura sepa, rebelde hasta los huesos”, para añadir en quechua
huanca: “Huanca hualars, añallaw. Takisun, tususun huaylarninchikta” (Joven y apuesto
huanca, qué bello. Cantaremos y bailaremos nuestro hermoso huaylars).

De pronto, a sus escasos 52 años, aquel 5 de octubre de 1987, su voz, canto y cadencia se
apagó al compás de su última interpretación, “Mi último canto”, composición de Paulino
Torres. Sus cortejos fueron muy sentidos y ritualizados en cada rincón, salón o palacio
donde sonaba su canto, solo comparables en lo multitudinario con los del Amauta José
Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre y Juan Velasco Alvarado. Era el pueblo el
que sufría. A nuestra Diva la acompañaba el Perú, de todos los colores y de todas las
sangres, especialmente la andina, la que había conquistado Lima sin que los señores se
dieran cuenta. Se estaba cumpliendo los sueños de Luis E. Valcárcel: comenzaba la
Tempestad en Los Andes. Con su muerte renacía, cual Inkarrí en tiempo cíclico, la fuerza
del cantar andino, incólume e imperturbable hasta hoy.

Y nuestra Flor Pucarina, la Faraona del cantar huanca, escribió y cantó también para
aquellos que osan aprovechar su eterna ausencia y a mansalva la difaman. Desde lo alto,
contempla y sigue cantando; inalcanzable a las ofensas nos dice de su propia composición:

“Aquella paloma que amaste en la vida, corazón,


demuestra lo ingrato que es este mundo, corazón.
(…)
El mundo es pequeño, el mundo da tantas vueltas, corazón,
más vale que olvides las malas pasiones, corazón”.

(…)
“Así es la vida, así es el mundo, de ingratitudes”.

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