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2 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA


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Los Pueblos Indígenas


de Córdoba
Eduardo E. Berberián (CEH-CONICET)
Beatriz Bixio (UNC-CONICET)
Marta M. Bonofiglio (UNC)
M. Constanza González Navarro (CEH-CONICET)
Matías E. Medina (CEH-CONICET)
Sebastián Pastor (CEH-CONICET)
M. Andrea Recalde (CEH-CONICET)
Diego E. Rivero (CEH-CONICET)
Julián Salazar (CEH-CONICET)

EDICIONES DE L C O P I S TA
BIBLIOTECA DE HISTORIA
4 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Imagen de tapa:
Representación rupestre de personaje antropomorfo con tocado
de plumas y arco. Cerro Colorado, provincia de Córdoba.

Copyright © 2011, Eduardo E. Berberián.

De esta edición:
Copyright © 2011, Ediciones del Copista.
Lavalleja Nº 47 - Of. 7 - 5000 Córdoba - República Argentina.
Correo-e: elcopista@arnet.com.ar – elcopista@argentina.com

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723
I.S.B.N.: 987-563-............
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PRESENTACIÓN

Presentamos en esta oportunidad una obra de síntesis sobre el proceso his-


tórico del cual fueron actores las poblaciones originarias de la provincia, con
énfasis en los grupos que habitaron la región serrana y llanura adyacente.
Esta obra tiene por destinatarios a los docentes de todos los niveles del
sistema educativo y al público en general interesado en los procesos sociales vivi-
dos por los aborígenes de Córdoba. Surgió con el objeto de ofrecer un cuerpo de
saberes sobre la problemática, que actualiza y complejiza el conocimiento que
por lo general circula por las instituciones escolares sobre «comechingones» y
«sanavirones». En este sentido, pretende responder a una demanda educativa de
manera coherente con nuestra propia concepción de la docencia, esto es, que la
práctica de enseñar y el aprender significativo sólo son posibles en el marco de
la conservación de la complejidad y problematización de los conocimientos.
Mediante esta publicación se concretan también otros anhelos. Es intención
de sus autores que la reflexión que se propone contribuya a una actitud respetuo-
sa no sólo de la diversidad sino también reconocedora de los valores de nuestros
antepasados y de sus actuales descendientes. También buscamos motivar el respe-
to, la conservación y la protección del patrimonio de las comunidades nativas.
Los resultados de las investigaciones que aquí se dan a conocer, fueron
subsidiadas por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) y el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Córdoba
(MINCYT). La Administración de Parques Nacionales, Delegación Regional
Centro, colaboró en los estudios realizados en la Pampa de Achala. Agradecemos
a los colegas y alumnos de la Cátedra de Prehistoria y Arqueología, de la UNC,
que nos han asistido en las distintas etapas de nuestros trabajos.
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PARTE I

INTRODUCCIÓN
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CAPÍTULO 1
LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA
Y EL PATRIMONIO CULTURAL

El objetivo fundamental de esta obra es difundir el conocimiento actua-


lizado sobre las poblaciones indígenas de nuestra provincia tanto en momen-
tos prehispánicos como después de su integración en el sistema imperial
español. Ese conocimiento ha sido construido fundamentalmente desde dos
disciplinas científicas, la arqueología y la etnohistoria. En este primer capítu-
lo resulta adecuado comenzar abordando resumidamente qué caracteriza a la
primera, mientras que algunas ideas sobre los estudios etnohistóricos serán
presentadas en capítulos siguientes.

Arqueología
Arqueología

Para explicar lo que es una disciplina científica se debería definir cuál es


su objeto de estudio, las fuentes o datos utilizados y las metodologías aplica-
das. Sin embargo, la multiplicidad de ideas que se manejan acerca de la ar-
queología amerita iniciar esta reflexión mediante la aclaración de lo que no
es arqueología.
Por un lado, la arqueología suele ser identificada con otras disciplinas
pertenecientes a las ciencias naturales. Por ejemplo, es asociada al estudio de
la historia de la tierra o de fenómenos como el vulcanismo o la formación de
piedras preciosas. Aunque frecuentemente los arqueólogos utilizamos infor-
mación de los cambios naturales registrados en la historia del planeta, para
relacionarlos con cambios en la manera de vivir de los humanos, este es el
campo específico de la geología. También es recurrente vincular la arqueolo-
gía con el estudio de animales extintos como los dinosaurios, que es el cam-
po de la paleontología, aunque ésta puede servir como ciencia auxiliar de los
arqueólogos cuando se analizan aspectos específicos de la fauna fósil más re-
ciente y coetánea del hombre.
Por otro lado también se asocia a la arqueología con una práctica de re-
copilación de artefactos y descubrimientos fabulosos, especie de aventura en
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busca de tesoros o lugares míticos, imagen que, surgida de grandes descubri-


mientos como el de Troya por Schliemann, ha sido reforzada por algunas
creaciones cinematográficas. En este sentido es importante aclarar que la ar-
queología no es una disciplina cuyo fin último es recuperar objetos valiosos
sino interpretar diversos aspectos de la vida humana a través del estudio de
vestigios materiales. Esta imagen errónea del arqueólogo como “aventurero”
y recuperador de objetos puede traducirse en la aparición de aficionados que
recorren espacios donde es frecuente encontrar materiales fabricados por
grupos humanos en un pasado remoto, como puntas de flecha, sustrayendo
los elementos que ellos reconocen como importantes. Este trabajo, lejos de
ser el de los arqueólogos, es el de los destructores del registro que, sin nin-
gún objetivo científico ni metodología, extraen artefactos de sus contextos,
destruyendo información que es irrecuperable.
Ya sabemos bastante bien qué no es la arqueología. Pero ¿qué es enton-
ces? Etimológicamente puede entenderse como la ciencia o el conocimiento
sobre el inicio, o estudio del pasado del hombre. En este sentido podemos
ver una primera gran delimitación del campo de esta disciplina, como ciencia
social preocupada por el estudio del hombre, sus prácticas y las circunstan-
cias de las mismas, a través de sus restos materiales. Su aplicación ha estado
preponderantemente vinculada al estudio del pasado, y sobre todo del pasado
conocido como prehistórico.
Prehistoria implica dos ideas distintas, aunque relacionadas. Por un
lado, comprende una división arbitraria del devenir de la humanidad, ya
que se define como el momento anterior al manejo de la escritura. Por otro,
consiste en el estudio de este período. Sin embargo el término ha sido criti-
cado, ya que implicaría que los pueblos ágrafos (aquéllos que no manejan
ningún sistema de escritura), muchísimos grupos humanos alrededor del
mundo, habrían permanecido fuera de la historia hasta que los occidentales
llegaran para civilizarlos y empujarlos hacia la vida verdaderamente histó-
rica.
En América, y especialmente en nuestro país, la arqueología ha estado
abocada, aunque no exclusivamente, al estudio de los pueblos que vivieron
antes de la llegada de los españoles, a mediados del siglo XVI. El estudio de
la historia de estos grupos ha permitido desde hace ya varias décadas, sino
más de un siglo, empezar a levantar el telón que los cubría, un telón que sus
conquistadores, tanto los que envió el imperio español como el estado nacio-
nal, tejieron con muchas ideas que los denostaron, como la de idolatría, sal-
vajismo, atraso, y tantas otras más, que aún penden sobre los indígenas de
nuestro país y de todo el continente. Cada vez que un arqueólogo se acerca al
campo, visita un museo particular o construye otro con fines académicos,
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 11

cada vez que se recorre una región desconocida o se activa un cucharín en


una estructura antigua o en un alero serrano van quedando cada vez más le-
jos esas ideas peyorativas sobre los pueblos originarios.
La disciplina arqueológica también investiga el pasado en sociedades
que manejaron la escritura, esto se conoce como arqueología histórica. Ésta
tiene por objetivo estudiar, a partir de vestigios materiales, procesos que co-
nocemos a través de fuentes documentales, ampliando y enriqueciendo estas
visiones. También tiene la posibilidad de acercarse a grupos que no accedían
a la producción de documentos y que quedaron “sin voz”, pero sí generaron
vestigios materiales, que brindan información sobre sus modos y condiciones
de vida. Esto es muy claro por ejemplo en los estudios sobre los grupos de
esclavos negros en contextos coloniales de América, a los cuales la historia
sólo da un acceso indirecto y mediado por las clases dominantes que los so-
metían a esa forma de vida.
Tradicionalmente la arqueología se ha referido al estudio del pasado del
hombre. Sin embargo, en las últimas décadas expandió sus fronteras hacia
momentos y lugares insospechados: desde el análisis de contextos arqueoló-
gicos generados en la historia reciente, por ejemplo los centros de detención
clandestinos, hasta el estudio de patrones de consumo de ciudades actuales, a
través de la basura.
Consecuentemente, la arqueología no debe ser reducida al estudio del
pasado ya que en la actualidad es el estudio de prácticas humanas, asociadas
a cualquier espacio y tiempo, a través de los vestigios materiales que ellas ge-
neran. Es decir que la arqueología es ante todo, una ciencia social, cuyo obje-
to es investigar sistemáticamente las prácticas humanas y sus circunstancias,
con metodologías particulares, las cuales se adaptan a fuentes o datos especí-
ficos, es decir las fuentes materiales.
Como toda disciplina científica, la arqueología no es una búsqueda acu-
mulativa de datos, por los datos mismos (Figura 1). La investigación arqueo-
lógica es un largo proceso que se inicia a partir de problemáticas, es decir
preguntas o interrogantes que se formulan acerca de las prácticas humanas.
Esos interrogantes no surgen de la nada: siempre se formulan dentro de un
sistema de ideas o afirmaciones que pretenden explicar los fenómenos que
son objeto de estudio, es decir la teoría. En este cuerpo teórico también des-
cansa la formulación de la hipótesis, que es una respuesta inicial para el inte-
rrogante a resolver. Esa conjetura se desglosará mediante una serie de
herramientas que permitirán recolectar, construir y analizar los datos necesa-
rios para contrastarla. Esas herramientas pueden englobarse en lo que cono-
cemos como metodología.
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Figura 1. Esquema del proceso de investigación arqueológica.

Una vez obtenidos los datos, estos deben ser analizados e interpretados
a la luz de las preguntas originales. Estas respuestas, resultado de la investi-
gación, tampoco constituyen el cierre definitivo ya que por un lado ayudarán
a contrastar las hipótesis, comprobándolas o refutándolas. También permitirá
ampliar los interrogantes o generar otros nuevos. Finalmente, abrirá la posi-
bilidad de reformular la teoría, si no en su totalidad, al menos en alguno de
sus presupuestos.
De esta manera es importante tener conciencia de que el trabajo arqueo-
lógico, así como el de otros profesionales, es muy complejo e implica el ma-
nejo de conocimientos específicos, técnicas adecuadas y, sobre todo, del
método científico. Por lo tanto no debe ser ejercido por aficionados, ya que
esto genera daños irreparables en el registro, y por ende en nuestras posibili-
dades de conocer cómo vivieron los hombres y mujeres en situaciones distin-
tas a las nuestras. Sin embargo la gente no profesional puede aportar
provechosamente a nuestro trabajo, mediante el reporte a las instituciones de
promoción científica correspondientes de hallazgos casuales o incluso la par-
ticipación en carácter de colaborador de equipos científicos.

Los cambios en la disciplina arqueológica


arqueológica

La arqueología, como todas las ciencias, no ha sido siempre igual. Fue


cambiando a través del tiempo a medida que se fueron modificando las ideas
sobre la sociedad y el desarrollo humano, las concepciones del pasado, las
metodologías y técnicas disponibles y las preguntas que son relevantes desde
el presente.
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 13

La arqueología en la práctica

Los vestigios materiales de prácticas del pasado se encuentran po-


tencialmente en todos lados y no constituyen por sí mismos datos ar-
queológicos. Los datos deben ser construidos por el investigador a
partir de la aplicación de diversas técnicas y considerando los materia-
les relevantes para resolver los interrogantes que se persiguen.De esta
manera, cuando se acota espacial y temporalmente un problema de in-
vestigación, se delimita un espacio sobre el cual deberemos detectar los
vestigios arqueológicos correspondientes al momento y temática anali-
zados, mediante prospecciones. Una vez detectados los sitios, deben
realizarse registros precisos de los mismos, en los cuales se determina
la ubicación de concentraciones de artefactos, estructuras, arte rupes-
tre y topografía, los cuales son una fuente invalorable para nuestras fu-
turas interpretaciones.Recién cuando el arqueólogo tiene un buen
conocimiento de su área de estudio y sobre todo de la diversidad de los
vestigios que en ella se presentan podrá seleccionar los contextos a ser
excavados. Sin embargo, la excavación es el último recurso al que se
debe recurrir, y si puede ser evadida, mucho mejor. Esto es así porque
la excavación implica destrucción. Al excavar un sitio arqueológico se
destruye información que nunca podrá ser recuperada. Es por ello que
esta tarea se debe dar después de un intenso trabajo de investigación y
con las técnicas que permitan registrar de la mejor manera posible toda
la información que sea posible.Los datos que produce una excavación
exceden ampliamente a los artefactos. Las excavaciones arrojan eviden-
cias mucho más ricas que ellos, constituidas por sedimentos, huesos de
animales, restos vegetales, rasgos arquitectónicos, etc. Sin embargo, lo
más importante que se encuentra en una excavación son las relaciones
entre todos los objetos materiales recuperados, es decir el contexto ar-
queológico. De esta manera queda claro que las técnicas arqueológicas
son altamente complejas y no se reducen a hacer pozos buscando pie-
zas valiosas: es un trabajo sistemático que implica tiempo, esfuerzo,
experiencia y sobre todo conocimiento, por lo cual es totalmente con-
traproducente que individuos no capacitados lo lleven adelante.

En nuestro país los inicios de esta disciplina se dieron bajo figuras de


sabios destacados en distintos campos de la ciencia como Florentino Ame-
ghino, quien postuló la teoría del origen del hombre en las pampas argenti-
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nas. Si bien a inicios del siglo XX esta teoría fue rebatida por Ales Hrdlicka,
por una errada interpretación de la antigüedad de ciertos estratos y la proce-
dencia dudosa de restos óseos, algunas ideas de Ameghino fueron bastante
acertadas. Fundamentalmente él había propuesto una gran antigüedad de la
presencia del hombre en el continente americano y, a partir de algunas exca-
vaciones estratigráficas, como la realizada en terrenos del Observatorio de la
ciudad de Córdoba, pudo establecer la existencia de dos momentos en desa-
rrollo histórico de los pobladores de nuestro actual territorio. El más antiguo
estaba caracterizado por la presencia de puntas de proyectil y la ausencia de
cerámica, mientras que el más reciente era un momento donde predominaba
la alfarería.
Sin embargo, la caída de dicha teoría del origen del hombre hizo olvidar
estos importantes aportes, dando inicio a una etapa en los estudios sobre la
historia precolombina en la que se estimaba que todos los vestigios prehispá-
nicos que se exhumaban pertenecían a una misma época, muy próxima a la
conquista española. Por lo tanto se asociaban todas las evidencias arqueológi-
cas de cada área geográfica, con los grupos indígenas que habían sido identi-
ficados por los conquistadores ibéricos.
En nuestra provincia, por ejemplo, ese grupo había sido el de los Come-
chingones. Como el mismo podía ser conocido a través de los documentos, la
evidencia arqueológica sólo era utilizada para ejemplificar y graficar conclu-
siones que se obtenían de esas fuentes. Esta manera de investigar redujo la
variabilidad espacial y temporal de las manifestaciones culturales del pasado,
y fue la que tuvo mayor difusión a través de los materiales educativos, como
los manuales de estudio. Extrañamente, si bien tal posición se abandonó en
la arqueología científica hace unos 60 años, se siguió impartiendo en todos
los ámbitos de la educación general hasta la actualidad.
Durante la década de 1950 la idea de la profundidad temporal de la his-
toria indígena en nuestro país fue revalorizada y actualizada con técnicas mo-
dernas, como la excavación estratigráfica, la seriación tipológica y,
posteriormente, las dataciones radiocarbónicas (ver “El paso del tiempo y su
medición”, más adelante). Este cambio buscaba establecer distintos momen-
tos del pasado humano a partir de la identificación de conjuntos de materia-
les recurrentes, los “contextos culturales”, que correspondían a pueblos
determinados. La ordenación cronológica rigurosa de estos contextos permi-
tía formular secuencias históricas para distintas regiones de nuestro país.
De esta manera, donde anteriormente se veía sólo a los Comechingones,
se reconoce la existencia de distintos pueblos que habían habitado las Sierras
Centrales en momentos diferentes: los cazadores que utilizaban puntas lan-
ceoladas o Ayampitín, con más de seis mil años de antigüedad, seguidos por
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 15

los cazadores de puntas triangulares u Ongamira, y las diversas sociedades


agroalfareras, que se sucedieron en el tiempo y que culminarían en los Come-
chingones, siendo éstos sólo el final de una prolongada historia.
La arqueología era entonces concebida habitualmente como la disciplina
que se ocupaba del estudio y reconstrucción de las culturas del pasado en
base a la recuperación y análisis de sus vestigios materiales.
Alrededor de los años setenta, ese modelo comenzó a ser objeto de seve-
ras críticas pues dejaba sin explicar el cómo y el por qué del cambio cultural.
Esta reacción condujo a una renovación metodológica y conceptual de la dis-
ciplina con vistas a constituirse en una arqueología científica. Surgió así la
denominada “nueva arqueología”, cuyo objetivo último radicaba en la expli-
cación de la variabilidad cultural, en el tiempo y el espacio.
La nueva arqueología adoptó el modelo hipotético-deductivo según el
cual la explicación implica la inclusión del caso particular en las relaciones
descriptas por una ley general del comportamiento. Conforme a esta orienta-
ción, resultaba acientífico excavar sin plan ni problemas previos, puesto que
el arqueólogo se encontraba ante la duda permanente de si la información
que recuperaba justificaba la necesaria destrucción de materiales, de los que
podría extraerse otra clase de información.
En los términos así planteados, la explicación sólo podía lograrse en el
marco de una ampliación del concepto de cultura, no ya en el sentido de
mero agregado de artefactos recuperados, sino concebida como un sistema de
adaptación al ambiente físico y con otros sistemas socioculturales.
A partir de esta nueva concepción, la arqueología deja definitivamente
de ser una disciplina de la “cultura material”. Los nuevos arqueólogos afir-
man que el registro arqueológico puede brindar información confiable sobre
aspectos de la cultura no material, tales como la economía, la estructura so-
cial y hasta la ideología. A la luz de la nueva arqueología “todos” los datos re-
sultan relevantes puesto que a través de ellos es posible la explicación, la
predicción y testeo de problemas concernientes a la naturaleza de los siste-
mas culturales y sus cambios a través del tiempo. Bajo esta mirada se amplió
el estudio de distintos sistemas culturales que habían puesto en funciona-
miento los pueblos indígenas de nuestro país y de nuestra provincia, anali-
zando sus estrategias económicas, el manejo del espacio y la implementación
de tecnologías, como modos de adaptación al medio.
A través de la década de 1990 la idea positivista de una ciencia aséptica
y de un conocimiento objetivo que era sostenida por la nueva arqueología
fue a su vez criticada. En la actualidad se puede ver a la arqueología como
una disciplina teóricamente fragmentada, sin la presencia de fuertes paradig-
mas, que de distintas maneras intenta explicar o interpretar las prácticas hu-
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manas y sus circunstancias, sin reducir las historias particulares a leyes gene-
rales de comportamiento. La adaptación al medio ya no es el único problema
analizado y problemas como las relaciones políticas, sociales, de género entre
los distintos agentes históricos toman cada vez más relevancia. Por otra parte
la arqueología ha reconocido que, en tanto ciencia social, los conocimientos
que produce tienen impacto en el presente, y por lo tanto debe ser responsa-
ble en las consecuencias sociales que pudiera acarrear.
Al arqueólogo, en el presente, ya no le interesa –como antaño- recuperar
objetos destacados por sus valores estéticos, o determinar las fases de cons-
trucción de edificios, montículos o tumbas con el objeto de establecer data-
ciones. Hoy, más que estudiar un sitio representativo, se realiza una
investigación sistemática de un número de sitios que representen el espectro
de variación –cultural, cronológica, ecológica, económica, social y política-
de una región. Una aproximación al conocimiento integral de las prácticas
humanas del pasado sólo podrá realizarse formulando múltiples preguntas a
todo tipo de vestigio material de las mismas, lo que queda incluido en lo que
conocemos como registro arqueológico.

El rregistr
egistro ar
egistro queológico
arqueológico

Toda práctica humana genera algún tipo de registro material, al igual


que las circunstancias en las que se desarrollan tales prácticas. La arqueología
se sirve de todos ellos para contrastar las hipótesis con las que pretende re-
solver sus problemas de investigación. Sin embargo la resolución de tales
cuestiones está separada por una gran brecha, la que distancia a las prácticas
que son dinámicas del registro que es estático.
El registro arqueológico es un fenómeno del presente; está formado por
las evidencias generadas por la actividad del hombre, por ejemplo, una casa
pozo indígena, y todas las modificaciones generadas después de su incorpo-
ración al contexto arqueológico, de origen humano y natural. Las numerosas
reocupaciones sufridas por dicha estructura, y las alteraciones producidas en
ella por la actividad de la lluvia, el viento, los insectos, etc., lo que conoce-
mos como procesos postdepositacionales.
Todo tipo de evidencia material puede ser relevante a los ojos del ar-
queólogo, pero sólo puede serlo si es identificada en su contexto y si éste es
registrado detalladamente. Por ello, la obra de arte más exquisita, o el instru-
mento más complejo, pierden su significación como dato para la arqueología
si su contexto es destruido.
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 17

Hay distintas clasificaciones que se aplicaron al estudio de los vestigios


materiales. Una de ellas las divide en artefactos y ecofactos. Artefactos serían
todos aquellos objetos que son el resultado de la transformación activa del
hombre. Por ejemplo una punta de flecha, un cuchillo, una vasija, etc. Los
ecofactos por otra parte son aquellos elementos que no han sido transforma-
dos por el hombre pero brindan información sobre sus prácticas. Podemos
pensar en los huesos de un animal que aparecen en un contexto arqueológico
y nos permiten inferir el consumo de cierta especie o las maneras de obtenerla.

El paso del tiempo y su medición

Los historiadores y los arqueólogos, en general, evidencian la inquietud


casi obsesiva de ubicar en el tiempo los fenómenos que analizan. En efecto,
la exacta posición bidimensional, dentro de un marco espacio-temporal pare-
ce ser una de las necesidades intelectuales más imperiosas, que precisa y defi-
ne los hechos y las cosas.
Todos los seres humanos experimentan el paso del tiempo. Un indivi-
duo tiene un tiempo vital de unos 70 años. En la actualidad, se podría exten-
der hasta los 90 años. Durante ese lapso, existe un conocimiento
medianamente directo de los procesos históricos que se producen. Esa perso-
na, a través de los recuerdos de sus padres y abuelos, puede conocer, de for-
ma indirecta, periodos anteriores, remontándose a una o dos generaciones. El
estudio de la historia, a través de fuentes escritas, da acceso a unos pocos mi-
les de años, es decir unas 200 o 300 generaciones. Pero la arqueología, es la
única que revela el panorama desde los orígenes de la especie humana, unas
300.000 generaciones atrás.
¿Cómo construyen los arqueólogos sus cronologías? No siempre es esen-
cial conocer con exactitud cuántos años hace que tuvo lugar un acontecimien-
to o un periodo concreto. El concepto de que algo es más antiguo (o más
reciente) en relación a otra cosa, constituye la base de la datación relativa, y es
ciertamente útil para analizar los cambios en el tiempo de las prácticas huma-
nas. Uno de los métodos relativos más importantes es la estratigrafía, que con-
siste en la asignación de momentos anteriores y posteriores a través de la
depositación de estratos superpuestos. El principio consiste en que los niveles
inferiores se depositan primero y, por lo tanto, antes que los superiores. De
esta forma una sucesión de estratos proporcionaría una secuencia cronológica
relativa, desde los más antiguos (abajo), a los más modernos (arriba).
La excavación estratigráfica de un yacimiento arqueológico está proyec-
tada para construir una secuencia de este tipo. Pero por supuesto, lo que se
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pretende fechar en realidad no son tanto los propios depósitos o niveles,


como los materiales creados o alterados por el hombre que están en ellos
—artefactos, estructuras, restos orgánicos— y que a la larga nos revelarán las
prácticas humanas.
Sin embargo en los últimos tiempos, se ha generado la posibilidad de es-
tablecer la edad exacta o absoluta en años de las distintas partes de la secuen-
cia, a través de los métodos de “datación absoluta”. Son numerosos los
métodos que pueden otorgarnos fechas en años (v.g. la dendrocronología, a
través de los anillos de crecimiento de los árboles; la datación por termolu-
miniscencia, preferentemente para fechar cerámicas; la datación mediante
potasio-argón; algunos métodos calibrados, como la hidratación de la obsi-
diana o la datación arqueomagnética, etc.

Sistemas de medición del paso del tiempo

Cualquiera sea el método de datación, se necesita establecer una


medida de tiempo para reconstruir una cronología. La mayor parte de
los sistemas humanos de medición se calculan en años. Aquellos tam-
bién necesitan ciertos jalones para contabilizar el paso de dichos ciclos,
los cuales pueden establecerse en eventos históricos especiales. En el
mundo cristiano se usa como tal, el nacimiento de Cristo, supuesta-
mente acaecido en el año 1 d.C. (no existe el año 0), contándose los
años hacia atrás, antes de Cristo (a.C.) y hacia delante, después de
Cristo (d.C.). Para los musulmanes el momento fijado es la fecha de la
salida del profeta Mahoma de la Meca, la Hégira (en el año 622 d.C. del
calendario cristiano). El inicio del calendario maya equivale al año
3114 a.C. del calendario cristiano. En cambio, para el pueblo judío, las
fechas estarían dadas en años a contar desde la creación (3761 a.C.).
Los científicos que obtienen fechas por métodos radiactivos y
quieren un sistema universal, han optado por contar los años desde el
presente (AP). Pero dado que también necesitan un punto de partida
estable, cuando usan AP quieren decir “antes de 1950” el año aproxi-
mado en que Libby descubrió el primer método del radiocarbono.

El método más utilizado para la investigación arqueológica en América es


la datación radiocarbónica. El método fue descubierto por el Dr. Williard Libby
en el año 1949 y sus investigaciones le permitieron obtener el premio Nóbel en
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 19

química. El radiocarbono se basa en que los seres vivos absorben durante su


vida C14, un isótopo inestable del carbono que se empieza a perder cuando
mueren (Figura 2). Libby pudo comprobar que esta desintegración radiactiva
se da a un ritmo constante: calculó que la mitad del C14 de cualquier muestra
tardaba 5.730 años en desintegrarse. Al determinar la cantidad de carbono 14
que queda en un vestigio de origen orgánico y establecer la diferencia con la
cantidad que debiera existir, puede reconocerse determinarse desde cuándo los
vestigios que se analizan dejaron de pertenecer a un organismo vivo.
De esta manera, si se establece cuanto tiempo pasó desde que el animal
(al que pertenecían los huesos recuperados en un sitio arqueológico) murió o
desde que los leños carbonizados hallados en un fogón fueran separados de su
planta, se estará generando una fecha bastante precisa de distintos eventos
(como la caza de animales, o la recolección de recursos vegetales) y de todos
aquellos asociados a estos vestigios.

Figura 2. Esquema del proceso absorción de Carbono 14 de los seres vivos.


(Tomado de Renfrew y Bahn, 1998, p. 132)
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Patrimonio Cultural. Pr
Patrimonio otección y Legislación
Protección

Nuestra identidad no es una unidad simple y homogénea sino el resulta-


do de un prolongado y conflictivo proceso histórico que tuvo sus orígenes en
los primeros pobladores hace más de diez mil años y continuó construyéndo-
se hasta nuestros días a través de diversos grupos económicos, sociales, polí-
ticos y culturales que han constituido una colectividad.
La heterogeneidad de nuestro país nos lleva a reconocer que la afirma-
ción de la identidad implica, simultáneamente la de las identidades particula-
res que la conforman y la revalorización de la historia de cada uno de los
grupos humanos que han aportado a la constitución del actual pueblo argen-
tino, puesto que es la propia historia uno de los pilares fundamentales de
cualquier identidad colectiva.
Estas identidades son construidas, afirmadas y representadas simbólica-
mente, entre otras cosas, en la producción material de bienes culturales los
cuales en su conjunto conforman una parte sustancial de lo que se conoce
como patrimonio cultural. El patrimonio arqueológico constituye una parte
del patrimonio cultural. Está integrado por los bienes muebles e inmuebles
que se encuentran en la superficie, subsuelo o sumergidos en aguas jurisdic-
cionales que puedan proporcionar información sobre las entidades sociocul-
turales que habitaron el país en épocas anteriores al contacto con la cultura
europea, la etapa de la conquista y colonización o aún para algunos autores,
podría extenderse a los períodos históricos, cuando su estudio deba imple-
mentarse con técnicas arqueológicas.
A veces los vestigios materiales pueden ser bastante modestos, como los
productos de las actividades diarias de la existencia humana: restos de comi-
da, fragmentos de cerámica o útiles de piedra fracturados. En otros casos, son
más complejos: se trata de estructuras arquitectónicas o artísticas de singular
valor. En Córdoba existen, por ejemplo, verdaderos poblados indígenas,
como en Potrero de Garay, de más de mil años de antigüedad y expresiones
artísticas significativas, como las pinturas rupestres del Cerro Colorado.
Ahora bien, si estos yacimientos son tan importantes como fuente del
conocimiento del pasado y de la construcción indentitaria ¿Por qué no fue-
ron originalmente valorados y paralelamente protegidos para evitar su des-
trucción? ¿Por qué fueron saqueados impunemente? cuando representan una
etapa de nuestra existencia?
En Argentina, a diferencia de otros países americanos, no se elaboró una
teoría para el desarrollo social y económico que estableciera la cimentación
de la identidad nacional en el proceso de sincretismo entre la cultura abori-
gen y la europea. Mucho antes del siglo XX, desde prácticamente la época de
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 21

la Colonia hasta la Conquista del Desierto, se exaltó casi exclusivamente a la


cultura europea en detrimento de la americana. Argentina se ofrecía al mun-
do, casi exclusivamente por las posibilidades que otorgaba su amplia exten-
sión territorial, propicia para la agricultura y la ganadería.
De allí que, producido el desapoderamiento de las tierras de los indíge-
nas, los nuevos propietarios necesitaban una ideología para justificar su
nueva situación económica. La historia escrita por personajes comprometi-
dos en este proceso de desapoderamiento señalaba abiertamente que las cul-
turas aborígenes no tenían ninguna importancia en la conformación de la
sociedad nacional. Eran sólo pueblos vagos, ignorantes y afectos al alcohol.
La historia nacional comenzaba, por tanto, con la llegada de los europeos,
quienes habrían traído la civilización a una tierra de salvajes. De allí que
fuera lógico complementar tal construcción ideológica con la destrucción y
el saqueo de los sitios arqueológicos sin ninguna protección efectiva por
parte del estado.
La mayoría de los países americanos, a partir de su organización como
repúblicas independientes, han procurado la sanción de leyes que contem-
plen la protección de su patrimonio cultural y de las medidas que deben
cumplimentarse para realizar investigaciones dentro de su territorio. La si-
tuación actual de este problema en Argentina, resulta un tanto desalentadora.
No existe el diseño de una política oficial que tenga como objetivo el rescate
y revalorización de la cultura nacional y por tanto, será siempre difícil poner
en marcha los recursos e instituciones con capacidad para investigar y prote-
ger la herencia cultural de los pueblos indígenas que vivieron o aún lo hacen
en nuestro país y de todo el legado posterior.
Si no se observan cambios significativos se corre el riesgo de entender a
la cultura como espectáculo, como entretenimiento sin mensaje que estimule
una conciencia nacional integrada, desvinculada de cualquier forma de con-
cientización y sensibilidad de la comunidad hacia su herencia cultural y, por
lo tanto, sin ningún estímulo para la conservación de su patrimonio a nivel
nacional o regional.
Para asegurar la protección de los bienes culturales, con las finalidades
antes señaladas, cada país debería disponer de las condiciones apropiadas (le-
yes y reglamentos específicos, organismos de protección y control, inventa-
rios de los bienes patrimoniales culturales, etc.). La mayoría de estas
condiciones, normalmente no existen; se carece de disposiciones legales efi-
cientes, no se cuenta con organismos que tengan funciones de policía ar-
queológica o histórica, están dotados de personal insuficiente y siempre falto
de recursos económicos para cumplir medianamente bien con el objetivo
científico y educativo que ello implica.
22 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

En la actualidad en la República Argentina tienen vigencia algunas leyes


que regulan la protección del patrimonio cultural. En lo que hace específica-
mente a la temática aquí discutida, debemos considerar, la Ley N° 25.743, de
junio de 2003, destinada a “la protección del patrimonio arqueológico y pa-
leontológico”.
A pesar de sus numerosas falencias, cuyo origen se encuentra en el pro-
ceso por el que fue sancionada, ésta ha significado un adelanto en cuanto a
su antecesora Ley Nacional 9080, actualmente derogada, que consideraba ob-
jeto de protección sólo a aquellos bienes que debían reunir la característica
de ser de “interés científico”. Según esta concepción, por oposición, había
bienes arqueológicos de menor importancia –o de ningún interés- y que, por
tanto, no merecían una atención especial por parte del estado.
La tendencia actual reconoce que todo vestigio puede convertirse en
dato arqueológico. De allí que no hay algunos más significativos que otros,
ya que todos pueden proporcionar los fundamentos para la explicación de as-
pectos concernientes a la naturaleza de los grupos culturales, sus estrategias
adaptativas, sistemas de asentamiento, etc., en definitiva, las prácticas huma-
nas. Por tanto, se considera que el principio del “interés científico” debe ser
absolutamente erradicado de toda legislación arqueológica moderna.

La legislación en la Provincia de Cór


Provincia doba
Córdoba

La Provincia de Córdoba posee un significativo patrimonio histórico


que puede proyectarse en sus orígenes hasta épocas prehispánicas y que son
permanentemente depredados por aficionados o inescrupulosos que destru-
yen todo el acervo cultural depositado en sus capas estratigráficas o en sus
paredes. Importantes colecciones de objetos arqueológicos fueron retiradas
de la provincia a otras vecinas y aún al exterior con la finalidad de su venta.
Con la excepción de las ruinas y monumentos jesuíticos, que merecie-
ron el reconocimiento internacional por la UNESCO, el patrimonio prehis-
pánico, como el colonial urbano y rural, y el de siglos posteriores, va
sucumbiendo en un proceso de sustitución vislumbrándose un final anun-
ciado.
La Provincia de Córdoba dispone posiblemente de la ley provincial vi-
gente más antigua, donde se contempla al patrimonio arqueológico, la “Ley
de protección de bienes culturales de la Provincia” (n° 5543).
Basta solamente un superficial análisis de la Ley Nacional marco y la
Ley Provincial de Córdoba, para observar el estado de desactualización del
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 23

ordenamiento local. Resulta imposible contemplar en sólo nueve artículos


todo lo referente a la protección y conservación, regular la investigación y
preservación, no sólo de bienes arqueológicos, sino también paleontológi-
cos, históricos, científicos y artísticos. Por otra parte, exhibe numerosas
omisiones y más grave aún, serias contradicciones con la Ley Nacional.
En esta ocasión no se formularán nuevas apreciaciones. Sólo se subra-
yará que la actual Ley Provincial no cumple ni aún mínimamente con el
mandato establecido en el art. 65 de la Constitución Provincial, donde se
señala la obligación de las autoridades locales de bregar “...por la conserva-
ción, enriquecimiento y difusión del patrimonio cultural, en especial ar-
queológico, histórico, artístico y paisajístico y de los bienes que lo
componen, cualquiera sea su régimen jurídico y su titularidad”.
Propugnamos, por tanto, la elaboración y sanción de una legislación
provincial que sea acorde con la Ley Nacional marco y con la realidad local
y que permita su rápida y eficaz aplicación. Somos concientes de que la sola
sanción de una nueva ley no será suficiente para terminar con el sistemático
saqueo y destrucción de yacimientos, la apropiación o bien exportación de
importantes colecciones arqueológicas sin ser analizadas científicamente.
De todos modos, es imprescindible disponer de un instrumento legal, ema-
nado del Poder Legislativo, que esté adecuado a los nuevos requerimientos
que la investigación, protección y conservación de este patrimonio necesi-
tan y por tanto, que además de validez, tenga eficacia al momento de su
aplicación.
En forma complementaria, la situación debe también empezar a cam-
biar en campos tan importantes como la educación y la difusión a través de
los medios de comunicación. Esta es una tarea necesaria y más compleja,
porque para ello se requiere la voluntad y la participación de muchos: el es-
tado, demostrando verdadero interés en gestionar los vestigios de nuestro
pasado americano; los profesionales arqueólogos, participando a la comuni-
dad, en sus respectivas áreas de investigación, sobre su función y formando
conciencia en el medio, de cómo se perjudica el patrimonio cultural debido
a la depredación de los sitios; la incorporación en los programas de forma-
ción docente de mayor espacio destinado al pasado americano y la inserción
en los distintos niveles educativos, de conocimientos sobre las culturas nati-
vas y las consecuencias negativas del saqueo y comercialización de antigüe-
dades. Estos aspectos, brevemente desarrollados, y otros que se podrían
agregar, intentan solamente ilustrar sobre el largo camino que aún queda
por recorrer para alcanzar una eficaz práctica de la arqueología y una ges-
tión adecuada del patrimonio arqueológico.
24 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

¿A quién pertenece el pasado?

El pasado es siempre poseído por alguien. Pero las opiniones difieren


al momento de establecer a quién pertenece ese dominio efectivamente. Dos
grandes tendencias podrían establecerse a partir de aquí. Por un lado aque-
llos que consideran que les corresponde a los descendientes directos de
aquellos grupos humanos cuyos monumentos y objetos arqueológicos se
encuentran depositados en los yacimientos de la región que actualmente
ocupan.
Una posición semejante corresponde a muchos países americanos cuyos
habitantes, en grado mayoritario, corresponden a grupos indígenas que se
sienten herederos directos de las distintas etnias que sucesivamente poblaron
su actual territorio (v.gr. México, Perú o Bolivia).
La otra posición es la que podríamos considerar “universalista”. Reco-
noce que el pasado no es patrimonio de nadie en particular, sino de la hu-
manidad en general y que todos pueden gozar libremente de sus beneficios.
Dentro de esta concepción es fácil encontrar expresiones como “monumen-
tos del pasado”, “patrimonio de la humanidad” o “vestigios de un pasado
común”.
Para nuestro país donde el mapa indígena no es uniforme, ya que su
desaparición en algunas regiones fue prácticamente total, intentamos recono-
cer dos fundamentos:
1. Ante la ausencia de descendientes directos, la articulación efectiva,
directa y geográfica entre los vestigios del pasado americano y sus actuales
representantes, debe ser el vínculo que otorgue el derecho de someterlo a su
dominio público con la obligación de conservarlo, realizar investigaciones y,
finalmente exponerlos al conocimiento público.
2. La participación de las comunidades aborígenes vivientes en nuestro
país. Existen miles de indígenas en nuestro país. Durante muchos años for-
maron comunidades marginadas, desplazadas y discriminadas. Recién en la
década de 1980-1990 mediante la sanción de algunas leyes provinciales, y de
la reforma constitucional de 1994 las organizaciones indígenas comenzaron a
obtener su reconocimiento jurídico y la posibilidad de acceder a la propiedad
de las tierras que ocupan o recuperar aquellos terrenos fértiles que histórica-
mente les correspondían.
Este precepto en nuestra Carta Magna debe considerarse, por ahora,
como una declaración de buenas intenciones, sin claros efectos en la prácti-
ca. ¿Cuál es entonces el derecho que las comunidades indígenas de nuestro
país tienen sobre los vestigios de su pasado cultural? La devolución de restos
humanos procedentes de enterratorios, objetos funerarios o sagrados a sus
CAPÍTULO 1 - LA DISCIPLINA ARQUEOLÓGICA Y EL PATRIMONIO CULTURAL 25

herederos, las comunidades vivientes, fue difícil inicialmente. En los últimos


años se ha modificado tal criterio y numerosos centros de investigación y
museos, han reconocido este derecho a las comunidades indígenas que acre-
diten evidencias de filiación cultural con ellos. En nuestro país no existen
normas legales que contemplen estas situaciones. Solamente se registra un
reciente antecedente jurídico que reivindicó los derechos indígenas a la recu-
peración y conservación de restos humanos, constituyendo un importante
precedente. Se trata de los restos óseos del cacique Inakayal, que se encon-
traban depositados en el Museo de La Plata y que fueron reclamados por el
Centro Indio Mapuche-Tehuelche de Chubut, con el objeto de ser enterrado
en el panteón mapuche.
En los casos en que se realicen investigaciones en lugares donde existe
esta continuidad cultural, es necesario el diálogo y compromiso por parte de
los arqueólogos, para realizar sus trabajos dentro de las preocupaciones y
perspectivas nativas del presente. No obstante se reconoce, que en la actuali-
dad, ese diálogo siempre será en términos desiguales y es muy probable que
se continúe promoviendo una visión occidental de la arqueología.
Se menciona finalmente, un pensamiento emitido por una india colla en
el Foro Democrático sobre Derechos Indígenas organizado por la O.E.A.:
“Nosotros los indios, no estamos de paso por América. Somos América.”
26 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA
27

CAPÍTULO 2
LA REGIÓN Y SU DIVERSIDAD ECOLÓGICA

La Provincia de Córdoba se caracteriza por presentar una importante di-


versidad ecológica, que se amplía al analizar las características de cada uno
de sus paisajes. Uno de los rasgos que se destaca en la geografía son las cade-
nas montañosas que se localizan al oeste y que ocupan aproximadamente una
sexta parte de su superficie. Estas cadenas, denominadas “Sierras de Cór-
doba”, conforman el conjunto más oriental y meridional de las Sierras
Pampeanas, y presentan una importante diversidad de micro-ambientes, de-
terminados principalmente por variaciones de altitud y disponibilidad de
agua.
Aunque es indudable que el ambiente impuso limitaciones –como así
también diferentes posibilidades para la vida de estos grupos-, no es correcto
pensar que aquellos desafíos derivados del medio geográfico determinaron
las características socio-culturales de las poblaciones, o bien que éstas hayan
planteado una relación de “lucha” con la naturaleza, a fin de lograr su domi-
nio y explotación.
En líneas generales puede decirse que la Provincia de Córdoba presenta
dos sectores claramente diferenciados: las sierras y las llanuras.
La región de las Sierras está formada por tres cordones paralelos o
subparalelos, que corren con dirección norte-sur a lo largo de 430 kilóme-
tros, desde los 29º hasta los 33º 40’ de lat. Sur. El cordón oriental, denomina-
do genéricamente Sierras Chicas, tiene una extensión de 400 kilómetros y
mantiene a lo largo de su recorrido una altura promedio superior a los 1000
metros. Su punto culminante es el cerro Uritorco, con casi 2000 m.s.n.m. Es-
tas sierras es un cordón montañoso relativamente estrecho, interrumpido por
quebradas angostas donde nacen los principales ríos de la provincia, como el
río Suquía (Río Primero).
El cordón central, también llamado Sierras Grandes, es el de mayor im-
portancia y posee una extensión aproximada de 330 kilómetros por un ancho
máximo de sesenta. Aunque a lo largo de su recorrido presenta una altura su-
mamente variable, incluye las cumbres más elevadas de la provincia de Córdo-
ba: Cerro Champaquí (2884 m. snm.) y Los Gigantes (2382 m. snm.). Al sur
28 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

del Champaquí el cordón central toma el nombre de Sierra de los Comechin-


gones, que conforma el límite entre las provincias de Córdoba y San Luis.
Por último, el cordón occidental o Sierras Occidentales, el menor de los
tres compuesto por los cordones de Guasapampa, Serrezuela y Pocho, se ini-
cia en las Salinas Grandes y desaparece en las proximidades de la ciudad de
Villa Dolores. Tiene una extensión de 140 kilómetros por 35 de ancho y está
constituida por picos que apenas superan los 1000 metros. Este paisaje con
formaciones de escasa altitud se altera con el cerro Yerba Buena, el principal
de las Sierras de Pocho, que alcanza los 1690 metros.

Figura 3. Mapa físico de la Provincia de Córdoba.


CAPÍTULO 2 - LA REGIÓN Y SU DIVERSIDAD ECOLÓGICA 29

Estos cordones montañosos están separados por abruptas quebradas


transversales y altiplanicies por encima de los 1000 m s.n.m., que son cono-
cidas como pampas o pampillas como las de Achala, Pocho, Olaen y que
finalmente se conectan a grandes valles longitudinales como Punilla, Trasla-
sierra y Calamuchita.

Figura 4. Pastizal de altura (Pampa de Achala).

La vegetación se relaciona con los distintos niveles altitudinales. En este


sentido, las variaciones en altitud entre los 500 y casi 3.000 m s.n.m., influ-
yen en las características de la vegetación, por ello, las diversas especies se
agrupan en “pisos” ocupando zonas en forma permanente, o bien, de manera
temporaria por arriba y por debajo de dicho piso, según las condiciones am-
bientales locales. Así, en las áreas deprimidas está presente el llamado “bos-
que serrano” o “chaco serrano” que se desarrolla entre los 500 y los 1000 m
s.n.m. y que incluye varias especies arbóreas y arbustivas algunas de las cua-
les poseen frutos aptos para el consumo humano, como el algarrobo, el cha-
ñar o el piquillín cuyos nombres científicos son Prosopis sp., Geoffrea decorticans
y Condalia microphilla respectivamente. Por el contrario, por encima de los
30 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

1000 m s.n.m., en sectores como la Pampa de Achala, la vegetación conforma


el ambiente de arbustos y pastizales de altura, donde predomina netamente
una vegetación de tipo herbácea xerófila, especialmente notable por encima
de los 1850 m s.n.m. donde se desarrollan extensos bosques de tabaquillos.
Las precipitaciones en los sectores serranos son abundantes y existen nu-
merosos cursos de agua, de régimen tanto permanente como estacional. En
virtud de la abundante disponibilidad de agua, terrenos cultivables y variadas
especies animales y vegetales aprovechables, los valles serranos han constitui-
do espacios óptimos para la instalación humana, situación reflejada en el ele-
vado número de sitios prehispánicos. Por su parte las altiplanicies,
denominadas pampas, han brindado excelentes condiciones para el desarrollo
de las actividades de caza y pastoreo, debido a la presencia de animales de im-
portante tamaño. Estos paisajes fueron frecuentados por los grupos indígenas
que ocuparon el territorio desde los primeros grupos cazadores-recolectores.

Figura 5. Paisaje valle del río Guasapampa.

Varias especies autóctonas que habitaban los valles y pampas de altura, y


que tuvieron una importancia económica fundamental para las comunidades
CAPÍTULO 2 - LA REGIÓN Y SU DIVERSIDAD ECOLÓGICA 31

prehispánicas, se han extinguido localmente durante el último siglo, prin-


cipalmente debido a la caza indiscriminada, enfermedades transmitidas por
el ganado vacuno y equino (por ejemplo la aftosa) y la competencia con
animales introducidos, tales como la liebre (Lepus europaeus). Las principales
especies extinguidas son el guanaco (Lama guanicoe), el venado de las pam-
pas (Ozotocerus bezoarticus) y la taruca (Hippocamelus antisensis) en el am-
biente de pampas de altura, y la mara (Dolichotis patagonum) y el ñandú
(Rhea americana) en las planicies de altura y los valles.
Las llanuras se ubican al Este y al Noroeste y al Oeste de la provincia.
La primera o llanura oriental se desarrolla a partir de las Sierras Chicas y se
extiende más allá de los límites de la provincia, alcanzando las planicies de
Santa Fe, Buenos Aires y La Pampa. El rumbo general de la pendiente es se-
guido por los cuatro ríos principales que atraviesan el sector que son Suquía
o Primero, Xanaes o Segundo, Ctalamuchita o Tercero y Chocancharaba o
Cuarto. La presencia de estos cursos de agua, junto a las amplias cañadas
que conducen a los desagües fluviales y las numerosas depresiones cerradas,
ocupadas por lagunas permanentes o estacionales, interrumpe la monotonía
del relieve.
Uno de los accidentes geográficos más notable de la llanura es la laguna
Mar Chiquita, localizada en el ángulo N.E. de la provincia, inmenso espejo
de aguas salubres ubicado a 64 m s.n.m., que tiene una superficie aproxima-
da de más de 2000 km2 y reúne una extensísima cuenca hidrográfica.
Las márgenes de los ríos que atraviesan la llanura se encuentran cubier-
tas por los denominados “bosques ribereños”, que pueden considerarse como
una prolongación de los bosques serranos, aunque algo empobrecidos en lo
relativo al número y el tipo de especies existentes. En espacios separados de
los ríos, y formando pequeñas islas o bien cubriendo grandes extensiones, te-
níamos el “bosque campestre”, compuesto especialmente de especies xerófi-
las. A medida que se avanza hacia el oriente, las formaciones boscosas
disminuían y daban lugar a la vegetación característica de las pampas, que in-
cluye fundamentalmente plantas herbáceas.
En las áreas donde domina el bosque serrano la fauna presente tiene
las características chaqueñas, con algunas especies que pudieron resultar de
importancia económica para las poblaciones prehistóricas. Entre ellas se pue-
den mencionar al mataco (Tolypeutes matacus), la mulita (Dasypus hibridus),
el quirquincho (Chaetophractus villosus), la corzuela (Mazama guazoupira),
el pecarí de collar (Pecari tajacu), la vizcacha (Lagostomus maximus), nume-
rosas especies de cuises (Microcavia sp. y Galea sp.), la perdiz chica pampea-
na (Nothura maculosa), la iguana overa (Tupinambis teguixin) y la tortuga de
tierra común.
32 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

En tanto que en los ambientes acuáticos próximos a la Mar Chiquita


cuentan con una variada avifauna, entre la que sobresalen importantes pobla-
ciones de flamencos y flamencos andinos. En áreas de vegetación abierta sub-
sisten maras (Dolichotis patagonum) y conejos de los palos (D. salinicola),
aunque no puede descartarse la presencia prehistórica de poblaciones de gua-
nacos y ñandúes.
La llanura noroccidental, abarca desde el piedemonte de las Sierras del
Norte hasta la depresión de las Salinas Grandes y presenta una altitud infe-
rior a los 500 m. y una suave pendiente hacia el oeste. Hacia el oeste de las
sierras occidentales se continua con los llanos riojanos y contrasta con la lla-
nura oriental por la escasez de agua. La mayor parte de los ríos y arroyos en
el presente son de régimen estacional y se pierden en las Salinas Grandes,
sector que por sus características ambientales puede considerarse un área in-
dependiente.
Las salinas comprenden una gran depresión de unos 5000 km2 ubicada a
150 m.s.n.m., en la zona limítrofe entre las provincias de Córdoba, La Rioja,
Catamarca y Santiago del Estero. En las proximidades de este rasgo el terreno
pierde altura y los suelos ganan salinidad, lo cual impide el avance de la vege-
tación boscosa, pero permite el desarrollo del matorral halófilo como la lata, el
garabato blanco y el jume entre otros, donde también se integran los cardona-
les (Stetsonia coryne). En el ambiente de salinas propiamente dicho sólo se re-
gistran especies adaptadas a condiciones adversas, con suelos altamente
salitrosos, tales como jume (Suaeda divaricata), jumecillo (Hetterostachys ritte-
riana) o cachiyuyos (Atriplex argentina). Finalmente, en el fondo de la cuenca
la vegetación desaparece para dar lugar a extensas llanuras salitrosas.
Las condiciones de inhabitabilidad para los grupos humanos han favore-
cido la subsistencia de algunas especies extintas en el resto de la provincia,
como los últimos relictos poblacionales del guanaco que se localizan en la peri-
feria de las Salinas Grandes, fauna que pudo resultar de importancia económica
para las poblaciones prehistóricas. Además habitan también la mara y el conejo
de los palos (D. salinicola), así como algunas especies de aves como la chuña
(Chunga burmeisteri), el ñandú (Rhea s.p.) o la perdíz (Nothura maculosa).
Los diversos paisajes y ambientes serranos se caracterizan así por una
diversidad de recursos y una distribución discontinua en el espacio. Esto
quiere decir que existen áreas, ubicadas a escasa distancia entre sí, que han
ofrecido medios de subsistencia diferentes y complementarios. Por el contra-
rio, en el caso de la llanura, los recursos que los grupos aborígenes pudieron
aprovechar son menos diversos –lo que no significa que sean exiguos o me-
nos abundantes- mientras que su distribución es mucho más continua que en
las sierras.
33

PARTE II

ARQUEOLOGÍA DE LOS
POBLADORES PREHISPÁNICOS
DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA
34 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA
35

CAPÍTULO 3
LOS PRIMEROS POBLADORES
DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA

El continente americano durante la transición Pleistoceno-Holoceno.


americano

Hace aproximadamente 15.000 años, comenzaba el final del último pe-


ríodo glacial, que había alcanzado su máximo nivel hace 20.000 años cuando
un manto de hielo y nieve cubría gran parte del actual territorio canadiense,
gran parte de Alaska y el Norte de Estados Unidos, en el extremo Norte, y
casi la totalidad del Sur de la cordillera de Los Andes y la Tierra del Fuego,
en Sudamérica.
A partir del 13.000 a.C., el clima muy frío que dominó durante la glacia-
ción fue dando paso, paulatinamente, a un mejoramiento climático general
que se manifestó de diversas maneras y a distintos ritmos a lo largo del pla-
neta. Aunque existieron breves episodios de retorno a las condiciones glacia-
les, la retirada final de los hielos y el establecimiento de ambientes más
cálidos se produjeron hace unos 10.000 años, finalizando el período geológi-
co conocido como Pleistoceno y dando inicio al período Holoceno, en el cual
vivimos actualmente.
Con el fin de las glaciaciones, la vegetación experimentó profundos
cambios, entre ellos el mayor desarrollo de los bosques y selvas, y la reduc-
ción de las praderas. Los grandes mamíferos que dominaron la fauna pleisto-
cénica, conocidos como megafauna, que habían existido en nuestro
continente durante centenares de miles de años, estaban llegando a su extin-
ción y hace unos 8.000 años prácticamente habían desaparecido del paisaje.
En este escenario, las evidencias arqueológicas indican que hace unos
16.000 años ya existían poblaciones humanas en el Norte de América, que
habían arribado desde tierras asiáticas a través del actual estrecho de Bering,
que para entonces no existía debido a que el nivel del mar era más de 100
metros inferior al actual, y los continentes asiático y americano estaban uni-
dos por un territorio con grandes praderas conocido como Beringia, actual-
mente bajo el océano.
36 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Figura 6. Principales sitios arqueológicos de cazadores-recolectores de la provincia


de Córdoba.— Referencias: 1) Ongamira; 2) Cementerio; 3) Chuña; 4) Candonga;
5) Miramar; 6) Taninga; 7) Cruz Chiquita 3; 8) El Alto 3; 9) Ayampitin;
10) Siquiman; 11) San Roque 3; 12) Observatorio de Córdoba; 13) Quebrada del Real 1;
14) Arroyo El Gaucho 1; 15) La Enramada 3; 16) Abrigo de los Chelcos; 17) Puesto
Cufré; 18) Alpa Corral; 19) La Cocha.
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 37

El poblamiento del extremo sur de Sudamérica

La presencia humana más antigua registrada en el extremo sur de


Sudamérica (actuales países de Argentina, Uruguay y Chile) se remon-
ta a 12.500 a.C. en el sitio Monte Verde (Chile); sin embargo, la mayor
parte del territorio se encontraba deshabitado debido a que las densida-
des de población eran muy bajas y los grupos ocuparon el espacio ame-
ricano en forma no homogénea.
En este sentido, Luis Borrero señala que los grupos de cazadores-
recolectores que realizaron la colonización inicial del continente, po-
blaron el espacio estableciéndose inicialmente en los ambientes más
productivos o con mejores disponibilidades de recursos (alimentos,
materias primas, etc.) y atractivos para las poblaciones, según las posi-
bilidades tecnológicas y preferencias culturales de cada grupo. Lenta-
mente, durante un lapso que abarcó milenios, las poblaciones de
cazadores-recolectores fueron ocupando todo el espacio sudamericano
mediante simples mecanismos de fisión o división de los grupos, con-
forme al aumento demográfico. Cuando el crecimiento de la población
local alcanza niveles que superan la capacidad del ambiente para pro-
veer los recursos necesarios para el sustento el grupo se divide, con el
nuevo grupo ocupando un territorio cercano al del lugar de origen. Este
simple mecanismo puede explicar la dispersión inicial de los cazadores-
recolectores en todo el continente sudamericano durante la Transición
Pleistoceno-Holoceno y los primeros milenios del Holoceno.
Debido a que los sectores con mayor cantidad de sitios tempranos de
Argentina (ubicados entre el 12.000 – 7.000 a.C.) se localizan prin-
cipalmente en áreas cercanas a la costa atlántica, mientras que hacia el
interior del continente declinan significativamente, algunos investigado-
res proponen un corredor cercano al litoral atlántico por el que se habrían
desplazado los primeros grupos y desde donde comenzaron la explora-
ción del interior continental siguiendo los principales cursos de agua.

Estos primeros grupos humanos alcanzaron el extremo sur del continen-


te hace unos 14.000 años, si bien aún no se habían ocupado todos los sectores
de este nuevo mundo y las poblaciones poseían densidades muy bajas. Poseían
un modo de vida nómada, siendo el principal recurso de subsistencia la caza
de varias especies animales, incluyendo la captura de algunos ejemplares de
38 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

megafauna, mientras que los alimentos vegetales, obtenidos mediante la reco-


lección de frutos silvestres, ocupaban un lugar secundario en la dieta.

Figura 7. Especies de megafauna que convivieron con los cazadores-recolectores de la


Provincia de Córdoba.— Referencias: 1) Stegomastodon Platensis; 2) Glyptodonte sp.;
3) Toxodon sp.; 4) Hippidium sp.; 5) Scelidoterium sp. (dibujo Diego Rivero)

En este sentido, animales como los mastodontes, caballos americanos


(Hippidion) y perezosos gigantes, entre otros, estuvieron entre las presas con-
sumidas, por lo que se ha señalado que la caza de estos animales, que no po-
seían tasas reproductivas altas, pudo producir una sobreexplotación que llevó
a la extinción de estas especies, o que por lo menos le dio el golpe de gracia a
una fauna que ya venía en franco retroceso. Otra posible explicación es que
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 39

la presencia de algunos restos de estos animales asociada con artefactos y res-


tos de fogones no haya sido producto de la caza, sino que se deba al carroñeo
de animales muertos por causas naturales.

Megafauna cordobesa

Los primeros grupos humanos que arribaron al territorio que ac-


tualmente pertenece a nuestra Provincia, hace unos 13.000 años, con-
vivieron durante dos o tres milenios con las últimas especies
sobrevivientes de la llamada megafauna pleistocénica, que finalmente
se extinguió hace unos 8.000 años.
A continuación se reseñan algunas de las características de las
principales especies cuyos restos han sido encontrados en posible aso-
ciación con fogones o artefactos líticos y que permitiría postular su
consumo por parte del hombre.
Glyptodon sp.: este animal se caracterizaba por un gran caparazón
con placas en forma de rosetas, que protegía casi todo su cuerpo. Tam-
bién poseía una cola protegida por una serie de anillos móviles con
púas óseas que utilizaba para autodefensa. Medía casi 3 m de alto y pe-
saba unos 1500 kg.
Scelidoterium sp.: un perezoso terrestre, de la familia de los milo-
dones, que habitaba nuestro territorio. Su dieta era hervíbora y se ali-
mentaba principalmente de pastos. Poseía fuertes garras con las que
excavaba grandes galerías subterráneas. Medía unos 3,5 m de largo y
1,5 m de alto, con un peso cercano a la tonelada.
Hippidion sp.: Era una de las especies de caballos americanos junto
con equus, de una talla menor que el caballo actual y un peso cercano a
los 150 kg. Esta fue una de las especies más consumidas por los huma-
nos en otras regiones de nuestro país, según lo indican los restos ar-
queológicos encontrados.
Toxodon sp.: un animal de gran tamaño, similar a un rinoceronte,
de alimentación hervíbora. De hábitos terrestres y posiblemente tam-
bién adaptado a ambientes semiacuáticos. Poseía una longitud de 3,5
m y un peso superior a 1500 kg.
Stegomastodon platensis: mamífero de gran tamaño, similar al ele-
fante actual aunque más robusto. Poseía una altura cercana a 3 m y un
peso estimado en 7,5 toneladas. Habría habitado ambientes abiertos
con pastizales.
40 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

El poblamiento de las Sierras de Córdoba (11.000 – 9.000 a.C.).


Córdoba

Las poblaciones humanas más antiguas en nuestro país se remontan a


unos 12.000 años a.C. en algunos sitios de la región pampeana y patagonia.
Entre esa fecha y el 7.000 a.C. se produjo la ocupación de casi todas las re-
giones naturales de Argentina por parte de grupos cazadores-recolectores, co-
nocidos con esta denominación debido a que su modo de vida se destacaba
por poseer una dieta basada principalmente en la caza de animales y en la re-
colección de alimentos vegetales.
Estos grupos convivieron con la fauna pleistocénica o megafauna, y a
veces la incorporaron a su dieta, y por eso se los conoce como Paleoindios. Se
emplea esta denominación para separar estos grupos de los restantes cazado-
res-recolectores porque fueron los únicos que, dentro de su planificación de
la subsistencia, pudieron haber considerado el aprovechamiento de alguna de
estas especies.
La presencia de Paleoindios está ampliamente demostrada en varias re-
giones de Cuyo, la región Pampeana y la Patagonia. En las Sierras de Córdo-
ba, por su parte, existen algunos indicios de la existencia de estos grupos.
En este sentido, hay registros que mencionan asociaciones de restos
quemados de animales pleistocénicos (v.g. mastodontes, milodones y glipto-
dontes. Figura 7) con posibles instrumentos líticos en algunos sitios de las
Sierras de Córdoba, lo que indicaría que estos animales habrían sido caza-
dos, o al menos consumidos, por humanos. Estos materiales descubiertos a
fines del siglo XIX por Florentino Ameghino, pionero de la arqueología ar-
gentina, lamentablemente no se han conservado y, en general, estas pro-
puestas acerca de la explotación de la megafauna por parte de los primeros
pobladores de las sierras fueron desestimadas o consideradas como poco
probables.
Investigaciones realizadas recientemente han podido confirmar la pre-
sencia de Paleoindios en las Sierras de Córdoba durante finales del Pleistoce-
no a partir de los hallazgos efectuados en el abrigo rocoso conocido como El
Alto 3 (Figura 8). En este sitio, ubicado en un ambiente de pastizales a 1650
m s.n.m. en las Sierras Grandes de Córdoba, se detectaron sucesivas ocupa-
ciones que abarcaron un extenso lapso desde la transición Pleistoceno-Holo-
ceno hasta poco antes de la llegada de los conquistadores españoles.
Las primeras ocupaciones de este sitio pudieron ser datadas por medio
de dos fechados radiocarbónicos que las ubicaron en el 11.000 a.C.. Los arte-
factos recuperados, consistentes en instrumentos y desechos líticos, permitie-
ron conocer que el alero había sido utilizado para establecer campamentos de
corta duración, en el marco de la realización de excursiones de caza desde
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 41

sus campamentos residenciales. El empleo de algunas rocas provenientes de


más de 100 km desde el sitio, como es el caso del ópalo, sugiere que estos
grupos poseían circuitos de movilidad o territorios muy extendidos.

Figura 8. Sitio El Alto 3, donde se encontraron las evidencias más tempranas de la


presencia humana en la provincia de Córdoba.

Estas escasas evidencias son las únicas disponibles en las Sierras de Cór-
doba, provenientes de un contexto estratificado y datado, que pueden adscri-
birse a momentos anteriores al 7.000 a.C. Por otro lado, existen algunos
hallazgos aislados de puntas de proyectil conocidas como “cola de pescado”
que fueron empleadas por un gran número de cazadores-recolectores de
Sudamérica entre hace 11.000 y 9.000 años (Figura 9). Consisten en una
punta hallada en superficie en la zona del embalse de Río Tercero, y otros dos
ejemplares de estas características puntas de proyectil recuperadas superfi-
cialmente en el sitio Estancia La Suiza 2, localizado en la cercana Sierra de
San Luis.
Es importante remarcar que las evidencias de los primeros humanos en
llegar a una región son arqueológicamente muy difíciles de detectar. Esto se
42 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

debe a que se trata de pequeños grupos altamente móviles y dispersos que no


“marchan” en una dirección determinada, sino que exploran nuevos territo-
rios en base a sus necesidades, gustos y posibilidades tecnológicas. Con fre-
cuencia las exploraciones resultan fallidas y regiones enteras son
abandonadas por cientos de años o milenios hasta que un nuevo grupo con
mejores posibilidades adaptativas logra establecerse definitivamente y coloni-
zar una región determinada. Por esto no se puede precisar cuál es el lugar de
origen de los primeros habitantes de las Sierras de Córdoba, sobre todo te-
niendo en cuenta la posición geográfica central de estas serranías, que posibi-
lita el ingreso de poblaciones desde distintas direcciones.

Figura 9. Punta “cola de


pescado” proveniente de las
llanuras uruguayas, similar
a la hallada en la zona del
embalse de Río Tercero.
(Tomado y modificado de
Suárez 2000).

En general, el registro arqueológico correspondiente a la Transición


Pleistoceno-Holoceno del sector central de Argentina se caracteriza por una
reducida presencia de sitios. Esta situación puede estar vinculada con la bají-
sima densidad poblacional de los primeros grupos que arribaron a las Sierras
de Córdoba. En este sentido, diversos estudios han señalado que los grupos
colonizadores que ingresan en un nuevo territorio no habitado, como el ex-
tremo sur de Sudamérica durante el final del Pleistoceno, dependen del juego
de varios factores azarosos, como el tamaño de la población inicial, la rela-
ción de sexos y tasas de natalidad/muerte, que deben sortear durante un pe-
ríodo crítico hasta que la demografía local alcance un nivel tal que asegure el
éxito reproductivo.
Por ello es importante que los grupos que ingresan en un territorio des-
habitado mantengan conexiones con otros, de forma tal que se logre asegurar
la reproducción biológica a largo plazo. En este sentido, importa poco que un
territorio posea gran disponibilidad de recursos si la población que lo ocupa
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 43

tiene una densidad poblacional escasa y se encuentra demasiado aislada de los


principales centros demográficos. En estos casos, pueden esperarse casos de
colonizaciones fallidas y reocupación del espacio con posterioridad, hasta que
la demografía regional alcance niveles que aseguren la colonización efectiva.

Pioneros en la búsqueda de los primeros “cordobeses”

Los inicios de las investigaciones dedicadas a descubrir los prime-


ros habitantes de nuestro territorio se remontan a fines del Siglo XIX,
con los estudios efectuados por Florentino Ameghino. Posteriormente,
durante la primera mitad del siglo XX, se realizaron varias investigacio-
nes con el mismo objetivo, destacándose los trabajos de Aníbal Montes.
Florentino Ameghino realizó trabajos en los alrededores de la ciu-
dad de Córdoba, entre los años 1884 y 1886, en las cercanías del Obser-
vatorio Astronómico, por entonces ubicado en la periferia de la ciudad.
Allí localizó un sitio arqueológico que denominó Yacimiento III, en el
cual detectó un “fogón” que contenía huesos quemados y fragmentados
de Toxodon sp., Mylodon sp., Tolypeutes sp. y Scelidoterium sp., entre otras
especies de megafauna, asociadas con instrumentos tallados. Asimismo,
en el Corte del Ferrocarril a Malagueño, encontró restos de un fogón
que contenía fragmentos de carbón, tierra cocida y numerosos huesos
quemados y fragmentados de Toxodon sp., Mylodon sp. y Glyptodon sp.,
junto con cáscaras de huevo de ñandú y astillas de huesos largos.
En 1939, Aníbal Montes excavó la Gruta de Candonga y el nivel
más profundo halló evidencias de un fogón, huesos quemados de ani-
males extintos como Glossotherium e Hippidium sp., entre restos de fau-
na actual, instrumentos óseos y un fragmento de cráneo humano con
deformación artificial. Aunque la autenticidad de estos instrumentos
ha sido cuestionada, la asociación entre restos humanos y fauna pleis-
tocénica en la Gruta de Candonga puede ser considerada válida, te-
niendo en cuenta que provienen de la misma unidad sedimentaria.
A finales de la década del cincuenta, en cercanías de la ciudad de
Miramar, Montes detectó restos humanos y fauna extinta, como masto-
dontes, gliptodontes y equus sp. en la misma capa sedimentaria, aun-
que sin asociación directa. En base a esta evidencia propuso ubicar al
que denominó “hombre fósil” de Miramar, en momentos correspon-
dientes al Pleistoceno final.
44 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

La baja intensidad de la evidencia de ocupación humana en las sierras


de Córdoba implicaría que las exploraciones llevadas a cabo por pequeños
grupos desprendidos de los principales núcleos poblacionales fueron objeto
de alguna circunstancia que atentó contra el establecimiento efectivo en este
sector. Estas pequeñas agrupaciones habrían quedado demasiado alejados
de los centros poblacionales, y el arribo de nuevos grupos habría sido muy
espaciado en el tiempo, manteniendo la densidad poblacional en niveles
muy bajos, produciendo una huella arqueológica mínima.
Esta reducida demografía habría dificultado lograr una colonización
exitosa, con posibles extinciones locales de población. La profundización de
las investigaciones acerca de la ocupación humana durante la Transición
Pleistoceno-Holoceno en el sector central de Argentina, posibilitará obtener
una mayor comprensión del proceso histórico temprano en la región.

Cazadores de guanacos del Holoceno T


Cazadores emprano-Medio (7.000 - 2.000 a.C.).
Temprano-Medio

Las evidencias de la presencia humana en las sierras de Córdoba du-


rante este período son más numerosas que para los momentos anteriores.
Esta situación estaría vinculada con que se trata de grupos con una demo-
grafía sustancialmente mayor que los primeros exploradores.
Son varios los sitios arqueológicos que contienen evidencias de la vida
de estos pueblos, entre los más representativos se cuentan Ayampitín, loca-
lizado en la pampa de Olaén (Pcia. de Córdoba), donde en la década de
1940 Aníbal Montes pudo identificar un conjunto de puntas lanceoladas
asociadas con artefactos de molienda, y que dio el nombre a estas caracterís-
ticas puntas de proyectil. En la Gruta de Intihuasi (Pcia. de San Luis), exca-
vada por el Dr. Alberto Rex González, se obtuvieron dos dataciones
radiocarbónicas asociadas a las puntas tipo ayampitín, que ubicaron este
contexto en unos 6000 años a.C.. Los sitios El Alto 3, Arroyo el Gaucho 1
(Figura 10) y Quebrada del Real 1, localizados en la Pampa de Achala (Pcia.
de Córdoba), se excavaron recientemente y se detectaron conjuntos estrati-
ficados de artefactos muy similares a los hallados en las capas inferiores de
Intihuasi, y fueron datados entre 5000 y 2000 a.C. Asimismo, existe una
gran variedad de sitios que contienen restos de este período, la mayoría
consisten en yacimientos superficiales en distintos lugares de las sierras y su
piedemonte, canteras taller donde se encuentran evidencias de la elabora-
ción de puntas ayampitín (Figura 11) y hallazgos aislados de estas puntas
de proyectil.
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 45

Figura 10. Sitio Arroyo El Gaucho 1, en el Parque Nacional Quebrada del Condorito.

Figura 11. Puntas de proyectil lanceoladas tipo “ayampitin”.


46 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Las evidencias recuperadas permiten realizar un esbozo general de las


principales características del modo de vida de estos pueblos. Los cazadores-
recolectores de los comienzos de Holoceno explotaron principalmente recur-
sos provenientes de la caza de guanacos (Lama guanicoe), venados de las
pampas (Ozotoceros bezoarticus) y tarucas (Hippocamelus sp.), aunque tam-
bién se registra el consumo de pequeños vertebrados como cuises, tuco-tucos
y diversas especies de aves.
Para la captura de las presas principales, los cazadores emplearon lanzas
enastiladas con puntas líticas de tipo ayampitín, arrojadas manualmente o
mediante el uso de un propulsor. Este es un instrumento constituido por una
vara de madera que en el extremo distal posee un gancho o una hendidura
donde se sujeta la parte posterior de la lanza, y permite arrojarla a mayor dis-
tancia y con gran fuerza que si se empleara únicamente el brazo (Figura 12).
Esta arma fue utilizada por todos los grupos cazadores-recolectores de Amé-
rica hasta la aparición del arco, hace unos 2.000 años aproximadamente.

Figura 12. Modo de uso del propulsor (tomado de www.enciclopedia.com.pt).

De los productos de la caza obtenían, además de alimento, cueros, hue-


so y astas para la confección de una gran variedad de vestimenta, instrumen-
tos como agujas, perforadores y retocadores de hueso o asta. Además,
también se obtenían materiales para la construcción de viviendas, que segu-
ramente consistieron en tiendas o carpas fácilmente transportables y adecua-
das para los periódicos movimientos residenciales que realizaban estos
grupos en busca de alimento.
Los productos vegetales obtenidos mediante la recolección, como el al-
garrobo y el chañar, requerían una gran inversión de tiempo para su procesa-
miento en molinos planos y morteros, con el fin de hacerlos digeribles. Estas
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 47

características hacían que, en general, ocuparan un lugar secundario en la


dieta de las poblaciones tempranas, ya que llevaba menos tiempo y esfuerzo
procesar un animal, que además brindaba beneficios secundarios como los
señalados anteriormente.
El análisis de la tecnología lítica de estas poblaciones ha brindado indi-
cios que sugieren una estrategia de subsistencia basada en la explotación de la
abundante fauna de gran porte como los camélidos y cérvidos, y en forma se-
cundaria de animales pequeños y productos de recolección. En este sentido, es
notable que a pesar de disponer de abundantes fuentes de rocas para la confec-
ción de útiles, lo que alentaría una baja inversión de esfuerzo para la realiza-
ción de instrumentos, los artefactos vinculados con la cacería (v.g. puntas de
proyectil y cuchillos) fueron confeccionados cuidadosamente con una alta in-
versión de trabajo. Esta mayor dedicación a la manufactura de los artefactos
asegura su eficiencia para desarrollar su actividad específica, y constituye un
indicador de la importancia de los recursos animales para estos grupos.
Con respecto a estas puntas de forma lanceolada de tipo ayampitín, es
interesante destacar que presentan notables similitudes de estilo con las pun-
tas recuperadas en contextos datados entre el 6500 y el 5000 a.C. en distintos
sitios del Norte de Mendoza y San Juan. Esto sugiere que las poblaciones ca-
zadoras-recolectoras del Holoceno Temprano de las Sierras de Córdoba po-
drían haber mantenido contactos con las que habitaban aquellas regiones, y
posiblemente ambas poblaciones habrían tenido un origen común que debe-
ría buscarse en la región andina.

Desplazándose en el espacio serrano.

A partir del análisis de las evidencias arqueológicas, recuperadas en es-


tratigrafía y a nivel superficial en distintos lugares de las sierras, es posible
obtener una visión acerca del modo de uso del paisaje serrano y de los pa-
trones de movilidad característicos de estas poblaciones en los inicios del
Holoceno. Estos patrones habrían estado fuertemente influidos por la dispo-
nibilidad de recursos (alimentos, materias primas, agua, leña, etc.) y la demo-
grafía regional.
Uno de los primeros aspectos que se destaca acerca de este período, es
que la cantidad de sitios que pueden caracterizarse como residenciales (i.e.
campamentos base), es más numerosa que durante la Transición Pleistoceno-
Holoceno y los sitios se encuentran distribuidos en casi la totalidad de los
paisajes serranos, aunque todavía se trataba de grupos con una demografía
regional baja.
48 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

La tecnología lítica se caracteriza por la presencia de instrumentos de


alta inversión de trabajo en su manufactura, como las puntas de proyectil, lo
que indica un énfasis en la cacería de animales de mediano a gran porte (gua-
nacos y ciervos) en relación con la explotación de los productos de recolec-
ción y de pequeños vertebrados.
La combinación de bajas densidades poblacionales y una dieta centrada
en recursos móviles y de gran porte (los camélidos) genera expectativas acer-
ca de las distancias recorridas anualmente por estos grupos. En general se es-
pera que estos pequeños grupos de cazadores distribuidos por el ambiente
serrano hayan sido muy móviles, incluyendo la realización de periódicos mo-
vimientos residenciales (i.e. cuando se traslada el grupo completo de una lo-
calización a otra) cubriendo amplios espacios, lo que habría permitido
asegurar la continua disponibilidad de sus principales presas y el contacto
con otros grupos de cazadores serranos.
Estos encuentros permiten forjar alianzas entre distintos grupos, por
medio del matrimonio y el intercambio, y generar compromisos de reciproci-
dad para la asistencia entre los miembros de esta red de alianzas, represen-
tando un seguro contra posibles crisis en la disponibilidad de recursos u otro
tipo de amenazas impredecibles.
Las evidencias materiales aportan varios elementos que respaldan esta
existencia de una gran movilidad residencial. Entre éstas se destacan algunos
artefactos líticos como puntas de proyectil, bifaces y otros instrumentos que
están confeccionadas en rocas de localización restringida en distintos secto-
res de las sierras (como ópalo, vulcanita y brecha), que en ocasiones proce-
den de más de 100 km de distancia desde donde se encuentran los artefactos,
lo que indica que sus portadores o artesanos que los produjeron poseían un
gran conocimiento del paisaje y se desplazaban por amplios espacios, o bien
que tenían contactos frecuentes con grupos establecidos en territorios distan-
tes y se proveían de estas rocas mediante intercambios.
Durante los desplazamientos residenciales a lo largo del territorio de
cada grupo de cazadores, se ocuparon diversos ambientes serranos de acuer-
do a la disponibilidad de ciertos recursos. La obtención y consumo de pro-
ductos típicos del bosque chaqueño como la algarroba y el chañar, y huevos
de ñandú, que sólo están disponibles durante la estación estival (de diciem-
bre a marzo) en los valles interserranos y llanuras adyacentes a las sierras,
implicaba el traslado de los campamentos residenciales a estos sectores du-
rante algún tiempo durante el verano. Por otro lado, los camélidos y cérvidos
que constituían la base de la subsistencia en este período, ocupaban los pasti-
zales de las pampas de altura (por encima de los 1000 m s.n.m. y distantes de
los sectores de bosque por varios kilómetros, Figura 13) durante todo el año.
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 49

Figura 13. Vista de los pastizales de altura donde habitaban guanacos y ciervos
en tiempos prehispánicos.

Por lo tanto, es esperable que estos cazadores-recolectores explotaran las


presas de caza como los guanacos, en las pampas de altura, donde establece-
rían sus campamentos residenciales desde el otoño hasta fines de la primavera,
y que durante el verano asentaran su hogar en los valles donde aprovecharían
los recursos de recolección. Desde estas localizaciones estivales, a su vez, gru-
pos de tareas específicos (partidas de caza) podrían trasladarse a los sectores
de altura para dedicarse a la cacería de camélidos y cérvidos.
La información recuperada en sitios arqueológicos detectados en la
Pampa de Achala indica que estos fueron utilizados para establecer campa-
mentos base donde se realizaron múltiples actividades, entre ellas la manu-
factura y reparación de instrumentos vinculados a la caza (v.g. reemplazo de
las puntas de proyectil fracturadas). Por otra parte, en los sitios donde se ob-
tuvieron restos arqueofaunísticos como Arroyo el Gaucho 1 y Quebrada del
Real 1, su análisis arrojó como resultado que las presas consumidas fueron
guanacos, ciervos y pequeños roedores. De acuerdo a estas evidencias, los
sectores de altura fueron aprovechados para instalar campamentos y explotar
50 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

la fauna característica del ambiente, donde la principal presa habría sido el


guanaco, dado su tamaño corporal y la posibilidad de aprovechar su cuero y
huesos para la fabricación de artefactos y vestimenta.
Otra de las clases de sitios de este período, corresponden a las denomi-
nadas “canteras taller” que consisten en afloramientos naturales de rocas, es-
pecialmente cuarzo, donde los antiguos pobladores extrajeron bloques de
esta materia prima para luego reducirlos mediante golpes precisos por medio
de un percutor de roca dura y dar forma a sus instrumentos líticos. La mayor
parte de estos sitios, que se encuentran principalmente en el área serrana,
fueron investigados recientemente por diferentes arqueólogos que trabajaron
en el área.
Esta actividad en canteras fue muy común en todos los períodos de ocu-
pación de la Pampa de Achala, sin embargo la presencia en algunos de los
afloramientos de bifaces y puntas de proyectil lanceoladas sin finalizar o con
errores de talla permiten asegurar que estos sitios fueron efectivamente utili-
zados por los grupos de cazadores-recolectores del Holoceno Temprano.
Asimismo, se detectaron algunos sitios a cielo abierto, localizados en el
valle, que presentan amplias dispersiones superficiales de material arqueoló-
gico que cubren una superficie aproximada de 1 ha, y pueden corresponder a
este período debido a la presencia de cuantiosas puntas de proyectil lanceola-
das. Entre los artefactos presentes se destacan, además de las puntas citadas,
molinos planos, decenas de manos de moler, placas de filita y valvas de cara-
col, instrumentos y desechos líticos. Además, se han recuperado algunos res-
tos faunísticos de cérvidos y numerosas cáscaras de huevo de ñandú. Estos
sitios son interpretados como el resultado de sucesivas instalaciones de cam-
pamentos residenciales vinculados con la recolección y procesamiento de ve-
getales (posiblemente algarrobo), indicando una ocupación estival del sitio,
lo que está reforzado por la presencia de cáscaras de huevo, que sólo están
disponibles en verano.

Cazadores generalizados del Holoceno Medio – T


Cazadores ar
Tardío (2.000 – 500 a.C.).
ardío

Con posterioridad al 2.000 a.C. se produjeron importantes variaciones


climáticas que afectaron en forma decisiva a la distribución y disponibilidad
de los recursos. Estudios paleoclimáticos recientes han determinado que en
este período comenzó un mejoramiento general del clima, aumentando los
niveles de humedad con respecto a los inicios del Holoceno.
Estas variaciones, afectaron principalmente la fisonomía de la vegeta-
ción serrana ya que es muy posible que durante este período se desarrollara
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 51

totalmente el bosque serrano actual y ocupara los valles y piedemontes de


toda la región, afectando de manera significativa la estructura de recursos
disponible para los grupos humanos.
Los principales cambios consistieron en una restricción de las zonas de
pastizales, hábitat preferido por las especies faunísticas de mayor tamaño
(guanacos y cérvidos), en tanto que el bosque habría favorecido un aumen-
to de la importancia de otros recursos de menor retorno económico como
los frutos de recolección y algunas especies faunísticas de tamaño mediano-
pequeño. Este crecimiento del área boscosa tuvo como resultado que la
zona de pastizales de altura quedara rodeada por este bosque, con el conse-
cuente aislamiento de las poblaciones de guanacos y ciervos respecto de las
otras manadas de las llanuras extraserranas, lo que generó a largo plazo di-
ficultades para el mantenimiento de las poblaciones de camélidos y cérvidos
presentes en las zonas de altura.
Por su parte, las evidencias arqueológicas de este período también pre-
sentan diferencias con respecto a las de los momentos más tempranos. Los
asentamientos que permiten esbozar las principales características de los
modos de vida de estos grupos son: la Gruta de Intihuasi (Nivel 2) ubicada
en la provincia de San Luis; el Abrigo de Ongamira (Niveles III y IV) en la
provincia de Córdoba; Abrigo de Los Chelcos; Alpa Corral; El Alto 3 (Com-
ponente 2); Arroyo El Gaucho 1 (Componente 2) y Quebrada del Real 1
(Componente 2) y La Enramada 3 (Componente 1). Otros sitios que pro-
porcionaron importante información fueron los de Chuña y Cementerio de
Copacabana.
Entre las principales diferencias materiales que existen con respecto a
la primera mitad del Holoceno pueden citarse los nuevos diseños de puntas
de proyectil, la cantidad de instrumentos de molienda presentes en los si-
tios y la variedad de instrumentos de hueso empleados. En cuanto a las
puntas de proyectil, es notable un contraste radical en su forma y estilo con
respecto al tipo lanceolado de momentos previos, se trata de una punta de
forma triangular de tamaño mediano (entre 30 y 50 mm de largo por 25
mm de ancho y unos 7 mm de espesor) elaboradas sobre lascas o pequeñas
bifaces, que requerían menor esfuerzo y habilidad en la manufactura que las
puntas lanceoladas (Figura 14). Estas delgadas puntas eran enastiladas en
dardos y arrojadas por medio de un propulsor, igual que en el período ante-
rior, sin embargo en este período se incorpora el uso de ganchos de piedra o
hueso en los propulsores, donde se insertaba el dardo previo a su lanza-
miento.
Con respecto a los artefactos líticos pulidos vinculados al procesamien-
to de vegetales (molinos planos o “conanas”, morteros y manos de moler),
52 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

éstos son más numerosos que en los momentos anteriores, asimismo pre-
sentan una mayor inversión de manufactura y un correlativo aumento de
tamaño. Esto podría estar relacionado con mayores volúmenes procesados
que en el período anterior y con una intención dirigida a mejorar la eficien-
cia de estos instrumentos, permitiendo realizar la molienda de vegetales en
un tiempo más corto.

Figura 14. Puntas de proyectil triangulares del sitio Arroyo El Gaucho 1.

Los instrumentos de hueso son muy numerosos, además de ganchos de


propulsor se han recuperado unos llamativos “puñales de hueso” finamente
trabajados en huesos largos de las extremidades de guanacos y ciervos, así
como perforadores, agujas, retocadores y tubos de función desconocida (Fi-
gura 15). Asimismo, se encuentran las denominadas “puntas embotantes”
confeccionadas sobre huesos de los dedos, llamados falanges, pertenecientes
a camélidos.
En cuanto al resto de los instrumentos de piedra como raspadores, rae-
deras, perforadores, muescas y denticulados, todos ellos manufacturados con
una baja inversión de trabajo, en comparación con los artefactos líticos del
Holoceno temprano. Asimismo, es notable la disminución en el uso de mate-
rias primas líticas provenientes de lugares lejanos, estando la mayor parte de
los artefactos elaborados en rocas disponibles a distancias no mayores a 20
km de los sitios.
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 53

Figura 15. Instrumentos de hueso del sitio Quebrada del Real 1.— Referencias:
A) retocadores de asta de ciervo; B) agujas; C) y D) instrumentos de uso desconocido.

Una característica distintiva de este período, es el modo en que se traba


a los muertos. Se observa una mayor presencia de enterratorios; la mayor par-
te son inhumaciones simples en posición fetal cubiertas con piedra laja, aun-
que se han detectado algunos entierros secundarios, que consisten en realizar
un tratamiento del cuerpo que implica dejarlo expuesto hasta su descompo-
sición y descarne, para posteriormente enterrar los huesos formando un “pa-
quete funerario”. Este comportamiento relacionado con el tratamiento
funerario es común en sociedades que no realizan movimientos residenciales
muy frecuentes, y se ha vinculado con rituales tendientes a reforzar la perte-
nencia del grupo a un territorio dado.
Con respecto a las prácticas de subsistencia, indican un aumento signifi-
cativo en la importancia de los productos vegetales, como lo indican el gran
número de instrumentos de molienda presentes en los sitios. Asimismo, los
restos faunísticos recuperados en los distintos asentamientos indican que las
principales especies explotadas continúan siendo los camélidos y los cérvi-
dos, pero en este período se percibe un mayor procesamiento de los huesos
54 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

de estos animales, los que se encuentran muy fracturados. A su vez, es nota-


ble un aumento en el consumo de pequeños vertebrados tales como armadi-
llos (v.g. Chaetophractus vellerosus) y roedores (v.g. Ctenomys sp., Caviinae
sp.) y de huevos de ñandú.
El asentamiento parece reflejar estos cambios y es especialmente notable
en la arqueología de los ambientes de altura como la Pampa de Achala. Al
contrario que en el período anterior, los principales sitios consisten en ocu-
paciones de corta duración en abrigos rocosos desde donde se realizaron acti-
vidades de caza, tales como las detectadas en Arroyo El Gaucho 1, El Alto 3 y
La Enramada 3 (Figura 16). La función principal de estos sitios habría sido la
de asentamientos temporarios utilizados por individuos involucrados en par-
tidas de caza destinadas a abastecer de carne de camélidos y cérvidos a los
campamentos base, localizados casi exclusivamente en los valles interserra-
nos. En este sentido, no se han detectado hasta el momento evidencias de
campamentos base que indiquen una permanencia más prolongada en el
tiempo en estos ambientes de altura.

Figura 16. Sitio La Enramada 3, utilizado para establecer campamentos temporarios.

Los valles interserranos son ocupados con mayor intensidad, con nume-
rosos sitios a cielo abierto que muestran ocupaciones prolongadas y restos
materiales que indican que se trató de campamentos base. Muchos de estos
sitios contienen los entierros mencionados anteriormente, lo que indicaría
CAPÍTULO 3 - LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA 55

una mayor estabilidad residencial en la zona y una reducción de la movilidad


anual de estos grupos. Estos asentamientos se encontraban cercanos a los
bosques de algarrobo y chañar, donde podían aprovechar sus frutos durante
el verano, y es una evidencia más de la mayor importancia que alcanzó la re-
colección durante este período. Desde estos campamentos partían grupos re-
gularmente hacia los lugares de caza de las pampas de altura, distantes en
algunos casos a más de 15 km, lo que revela el gran esfuerzo que implicaba
obtener presas de caza de gran tamaño.
Estos indicadores, señalan que las comunidades de cazadores-recolecto-
res serranos de la segunda mitad del Holoceno obtenían su subsistencia con
una mayor inversión de trabajo que durante los momentos anteriores, ya que
el procesamiento de vegetales y la captura de pequeños animales conllevan
mayor tiempo y trabajo que la caza de animales de gran porte. Por ello, es
posible imaginar un escenario donde la relación entre la demografía humana
y los recursos disponibles para el sostenimiento de la población es radical-
mente diferente a la del Holoceno temprano, ya sea por un aumento demo-
gráfico, una disminución de las principales fuentes de alimentos o ambas
causas en combinación.
Es muy posible que la redistribución de las comunidades vegetales y
animales producidas por los cambios climáticos que señalamos anteriormen-
te haya contribuido a esta situación. Por otro lado, tampoco puede descartar-
se un aumento de la población, producido por el mantenimiento de altas
tasas reproductivas por un largo tiempo y/o por la llegada a la región de po-
blaciones provenientes de sectores extraserranos, como la región cuyana.
La consecuencia que genera una situación de recursos insuficientes y
alta demografía consiste en que un grupo que explota un territorio dado, al
comenzar a disminuir la disponibilidad de las principales fuentes de alimen-
to, tales como los animales de gran tamaño, no puede trasladarse a otro terri-
torio con mejores oportunidades, ya que éste está ocupado por otro grupo.
Por lo tanto, es más beneficioso continuar en el mismo territorio y comenzar
a explotar, además de animales de gran porte, otros recursos más costosos de
obtener y procesar, como los vegetales y pequeños animales.
La prolongación en el tiempo de esta situación lleva a que se invierta
cada vez más en tecnologías que permitan explotar estos recursos costosos en
forma más eficiente. Un ejemplo de esto puede ser el desarrollo de mejores
instrumentos de molienda que permitan procesar más cantidad de vegetales
en menor tiempo, o nuevas armas o estrategias de caza que posibiliten captu-
rar y procesar la carne suficiente en el menor tiempo posible. Este proceso se
conoce como intensificación de la producción, y debido al alto costo que posee
esta estrategia, únicamente surge en situaciones de stress en la relación de-
56 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

mografía-recursos y cuando no es posible emigrar a otros territorios más pro-


ductivos.
En última instancia, el aumento sostenido de la intensificación puede
llevar a la incorporación de prácticas tales como la agricultura y el pastoreo
de animales, y en el desarrollo de estrategias destinadas a la defensa del terri-
torio, que pueden incluir guerras con poblaciones rivales. A su vez estos pro-
cesos alientan la sedentarización y un mayor crecimiento demográfico.
En nuestra región de estudio, las investigaciones sobre estos procesos de
intensificación recién están en sus inicios y la información disponible para el
lapso entre el 500 a.C. y el 500 d.C. aún es escasa para permitir evaluar la
importancia que tuvo este proceso. Únicamente el aumento de la investiga-
ción podrá generar un mejor entendimiento del camino que llevó a la adop-
ción de las prácticas agrícolas y ganaderas que caracterizaron a las
poblaciones indígenas serranas del Holoceno Tardío.
57

CAPÍTULO 4
LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS
DE LA REGIÓN SERRANA

Período 500 a.C. / 900 d.C. Antecedentes de la agricultura y cambio social


agricultura
entree los cazador
entr es-r
cazadores-r ecolector
es-recolector es.
ecolectores.

Innovación tecnológica e intensificación productiva

Durante este período se acentuaron las transformaciones en el modo de


vida de los cazadores-recolectores. En los depósitos arqueológicos se mani-
fiestan diferentes cambios en la tecnología. Sin embargo, éstos no se presen-
tan como quiebres o rupturas repentinas, sino como incorporaciones
graduales y modificaciones paulatinas en la forma de llevar a cabo determina-
das tareas.
Uno de los cambios que merece ser destacado es la introducción de la ce-
rámica. El dominio de las técnicas alfareras significó un considerable aporte,
pues abrió nuevas posibilidades para el procesamiento y contención de los ali-
mentos. Las ollas esféricas, por ejemplo, fueron empleadas para la cocción de
productos vegetales y animales mediante el hervido. De este modo, se pudie-
ron hacer comestibles determinados recursos (en especial vegetales) y rescatar
en caldos una serie de nutrientes que se pierden con el uso de otras técnicas
como el asado. Así, la innovación tecnológica puede ser ligada al proceso de
intensificación productiva, cuyos inicios se identifican en el período anterior.
Otros recipientes con forma de cántaro fueron apropiados para el almacena-
miento de materiales sólidos y bebidas, mientras que las escudillas y platos in-
tegraban la vajilla para servir y consumir los alimentos (Figura 18).
La cerámica más antigua fue hallada en escasa frecuencia y en forma de
pequeños fragmentos de recipientes en sitios arqueológicos de la vertiente su-
doriental de la sierra de Comechingones (como así también en el piedemonte
de las sierras de San Luis), con fechados entre los siglos I y VI de nuestra era.
En otros sitios contemporáneos del sector central de las sierras de Córdoba la
cerámica está ausente, sugiriendo una incorporación gradual de esta tecnolo-
gía en la región. El uso de las técnicas alfareras se generalizó entre los siglos VI
58 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Figura 17.Principales sitios tardíos de la provincia de Córdoba.


Referencias: (1) El Ranchito; (2) Cementerio; (3) Ongamira; (4) Pozo de las Ollas;
(5) Laguna del Plata; (6) C.Pun. 39; (7) Serrezuela; (8) Aguas de Ramón; (9) Cerco de la
Cueva 3; (10) Charquina; (11) Arroyo Talainín; (12) Tala Cañada; (13) Río Yuspe 11;
(14) El Alto 3; (15) Quebrada del Real 1; (16) Puesto la Esquina; (17) Tala Huasi; (18) El
Fantasio; (19) SanRoque 1; (20) La Enramada; (21) Abrigo de los Chelcos; (22) Ciudad
de Córdoba; (23) Cosme; (24) Potrero de Garay; (25) Rumipal; (26) Yucat; (27) Yaco Pampa.
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 59

y IX, como indican los abundantes restos cerámicos presentes en todos los si-
tios investigados. Además, estas técnicas se hicieron más variadas (con el em-
pleo de cestas y redes como moldes de los recipientes, o con la utilización de
pintura e incisiones decorativas) y se aplicaron a la elaboración de artefactos
diferentes a los contenedores (por ejemplo torteros usados en tareas de hilado
y pipas o sahumadores). En el sitio Yaco Pampa 1 (sección sur del valle de
Guasapampa), en un contexto datado entre los siglos VII y VIII, se recuperó
un fragmento cerámico tubular con sustancias carbonosas adheridas a su pa-
red interna. El análisis de los microfósiles vegetales presentes en estas sustan-
cias reveló la presencia de coca (Erythroxylum coca), una planta cuyas hojas
son comúnmente quemadas en diferentes rituales andinos.

Figura 18. Diferentes formas de recipientes cerámicos y fragmentos


con decoración incisa.
60 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

También se modificó la forma de elaborar las puntas de proyectil. Mayo-


ritariamente, éstas continuaron siendo triangulares con la base recta o escota-
da, pero sus dimensiones se redujeron y su talla se hizo menos cuidada.
Algunos ejemplares presentan un contorno lanceolado o en forma de almen-
dra, pero son igualmente pequeños y de confección poco esmerada. Estos
cambios indicarían la introducción de una nueva arma, el arco, ya que las
puntas resultan demasiado livianas y pequeñas para ser utilizadas correcta-
mente con el propulsor. El empleo del arco y flechas, ampliamente difundi-
dos en el sur de Sudamérica en aquella época, y comunes en la región en los
tiempos de la conquista española, introdujo nuevas posibilidades para la ca-
cería de una mayor variedad de animales, incluso aquellos pequeños y/o que
habitan en ambientes boscosos, por su mayor precisión y por requerir meno-
res movimientos corporales.

Interacciones extrarregionales y acceso a vegetales cultivados


extrarregionales

El registro arqueológico ofrece otros testimonios de las transformaciones


en el modo de vida de los cazadores-recolectores. Éstas se relacionan con un
proceso más abarcativo y ya referido, pues sus inicios se remontan al período
anterior: el desarrollo de redes de interacción de larga distancia, comprome-
tiendo a los habitantes de las sierras y a diferentes sociedades extra-serranas.
En algunos sitios se documentaron rocas silíceas (aptas para la talla) de proce-
dencia lejana (Pre-cordillera, Litoral, región Pampeana), así como valvas de
caracoles marinos. En el caso de la coca hallada en el tubo de cerámica de Yaco
Pampa 1, se trata igualmente de un recurso exótico, de origen externo a la re-
gión, cuyo límite de cultivo pudo alcanzar, como máximo, a las sierras de An-
casti en Catamarca, a más 250 km del sitio donde fue registrada.
Otro cambio sobresale por sus consecuencias en el corto y largo plazo.
En efecto, a partir de este período, con la expansión de las interacciones ex-
tra-regionales, los indígenas de Córdoba comenzaron a manipular y consu-
mir vegetales cultivados, en principio el maíz (Zea mays), que habría sido
obtenido por medio de intercambios. De este modo comenzó una serie de
transformaciones originales en la forma de vida y en los hábitos culturales de
los indígenas de Córdoba, en parte promovidas por la dispersión de la agri-
cultura en regiones vecinas (Noroeste, Cuyo, Chaco Santiagueño) y también
por la circulación de vegetales cultivados en regiones no productivas, habita-
das por cazadores-recolectores que intercambiaban con vecinos agricultores
(como era el caso del sur de Mendoza o de la región Pampeana, además de
Córdoba).
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 61

Aportes del análisis de microfósiles vegetales a la investigación


arqueológica

El análisis de microfósiles vegetales presentes en diferentes con-


textos arqueológicos (piedras de moler, residuos contenidos en vasijas,
dientes humanos) ha aportado una valiosa información sobre el proce-
samiento y consumo de vegetales. En el sitio Cruz Chiquita 3 (valle de
Salsacate) se excavó una tumba expuesta en el borde de una barranca.
La misma consistía una fosa excavada en el suelo con una tapa de lajas,
en cuyo interior se colocó el cuerpo de un individuo de sexo masculi-
no y edad avanzada. La datación del hueso por carbono 14 ubicó al
contexto entre los siglos VIII y V antes de nuestra era. El análisis de los
microfósiles asociados a los dientes aportó resultados significativos, en
relación a esta fecha temprana, pues reveló que este sujeto había con-
sumido maíz. En el sitio Yaco Pampa 1, en el mismo contexto de don-
de procede el tubo donde se quemaron hojas de coca, se obtuvo una
mano de moler en cuya cara activa se observaron restos pertenecientes
al fruto del maíz. Este contexto fue fechado entre los siglos VII y VIII
de nuestra era. Finalmente, para no extendernos en la ilustración de
este punto, señalamos que existen otros métodos basados en el análisis
químico del hueso que permiten estimar diferentes parámetros dieta-
rios, de gran importancia para el conocimiento de la alimentación de
las antiguas poblaciones. En el caso de Córdoba, estas investigaciones
se encuentran en sus etapas iniciales, no obstante los primeros resulta-
dos sugieren el posible acceso al maíz por parte de la población local a
partir de los últimos siglos antes de nuestra era.

Los datos sobre vegetales domesticados anteriores al siglo IX de nuestra


era informan sobre el procesamiento y consumo de una sola especie, el maíz,
pero no necesariamente sobre su producción. Hasta el momento no se han
observado indicios de otros cambios que sugieran una agricultura local (mo-
dificaciones en el patrón de asentamiento, probables herramientas para el la-
boreo de los terrenos, manipulación de una mayor variedad de vegetales
domesticados o indicadores directos de cultivo), que sí se presentan en el pe-
ríodo siguiente. Es probable que, en un principio, la manipulación y consu-
mo de estas plantas no se vinculara directamente con el proceso de
intensificación productiva. El hecho de que los vegetales circularan durante
62 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

siglos por la región, sin que los cazadores-recolectores optaran por producir-
los localmente, sugiere más bien que la intensificación económica se apoyó
en un mayor aprovechamiento de los recursos silvestres.
La información disponible indica que los cambios se acentuaron entre
los siglos VI y IX de nuestra era. Ya nos referimos a la generalización y diver-
sificación en el uso de las técnicas alfareras, cuya expansión aproximadamen-
te simultánea con los vegetales cultivados sugiere articulaciones y
dependencias funcionales entre ambos fenómenos, pues la primera pudo so-
lucionar requerimientos asociados al procesamiento de los segundos. Si-
guiendo este razonamiento, se podría aceptar que la generalización en el uso
de recipientes cerámicos indicaría una mayor importancia de los vegetales
cultivados en la dieta.
También existen indicios de una ocupación más intensa de los ambien-
tes serranos de altura, así como de la expansión efectiva hacia los cordones
occidentales (Pocho, Guasapampa, Serrezuela), ambos paisajes inadecuados
para el desarrollo agrícola aunque dotados de valiosos recursos silvestres, en
el primer caso faunísticos y en el segundo forestales.
En síntesis, se observa la continuidad de procesos y tendencias iniciadas
en momentos previos, su intensificación durante este período y su proyec-
ción como antecedentes para el siguiente, donde se alcanzarían las mayores
cotas en los diferentes parámetros analizados (intensificación productiva, ex-
plotación de los recursos silvestres, ocupación de paisajes marginales, nuevas
tecnologías, acceso y dependencia hacia las plantas cultivadas, restricciones y
demarcaciones territoriales -en paralelo a la expansión de las redes extra-re-
gionales-, crecimiento demográfico, etc.).

Período 900 / 1540 d.C. T ransformación y continuidad entr


Transformación entree las socieda-
des prehispánicas tar
prehispánicas días.
tardías.

La producción agrícola y su contexto

Como anticipamos, en este período se presentan indicadores de una in-


novación trascendente: la introducción de la agricultura. El desarrollo agríco-
la trajo consecuencias significativas para las sociedades indígenas locales,
quienes dejaron de ajustarse a una definición estricta de “cazadores-recolec-
tores”, tras integrar la producción de alimentos y la explotación de recursos
silvestres en una misma economía de tipo mixto, e incorporar diferentes ele-
mentos de un modo de vida campesino.
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 63

Los datos sobre la manipulación, consumo e incluso producción de


plantas cultivadas son ahora más variados y visibles en el registro arqueológi-
co, sugiriendo su incorporación masiva a la dieta. Las investigaciones arque-
obotánicas permitieron identificar otras especies además del maíz, entre ellas
zapallos (Cucurbita sp.), posiblemente quínoa o amaranto (Chenopodaceae-
Amaranthaceae) y dos especies domesticadas de poroto, el común (Phaseolus
vulgaris) y el pallar (P. lunatus). En tres poblados o sitios residenciales exca-
vados en el valle de Salsacate (Arroyo Tala Cañada 1), de Punilla (C.Pun.39)
y en la pampa de Olaen (Puesto La Esquina 1) se recuperaron numerosos res-
tos carbonizados de plantas cultivadas, en su mayoría de porotos. Uno de es-
tos ejemplares fue fechado directamente por carbono 14 entre los siglos X y
XII de nuestra era, y un segundo entre los siglos XIV y XV.
Además de este mayor acceso a los vegetales cultivados, otros datos se
relacionan más directamente con una agricultura local. En los sitios residen-
ciales suelen recuperarse herramientas pulidas en rocas duras (dioritas, cuar-
citas), que son conocidas como “hachas” o “azuelas” y pudieron utilizarse en
tareas de desmonte o roturación de los terrenos. Es significativo que estos
instrumentos de elaboración costosa sobre rocas poco abundantes, aparezcan
precisamente en este tipo de contexto, junto a otros probables indicadores de
cultivos.
Los datos más fehacientes sobre la producción agrícola provienen del si-
tio Arroyo Tala Cañada 1, donde se documentaron rasgos y estructuras ente-
rradas que indican una estrecha articulación espacial entre las unidades
habitacionales y las parcelas de cultivo. En un sector ubicado a corta distan-
cia de una vivienda y de un área de descarte o basurero, se detectaron surcos
paralelos transversales a la pendiente del terreno, como si el mismo hubiera
sido roturado con azadas (figura 19).
El análisis de los micro-fósiles vegetales presentes en el sedimento aportó
resultados significativos, ya que se observaron restos pertenecientes a las hojas
del maíz y poroto, indicando que en el lugar crecieron plantas de ambas espe-
cies. También se analizaron los restos de las gramíneas silvestres que se desa-
rrollaron en el lugar, junto a los cultivos, en particular el número de células
unidas. Estudios experimentales señalan la ocurrencia de un número mayor
de uniones en aquellas parcelas irrigadas artificialmente (desde 10 hasta más
de 100 células unidas). En la parcela arqueológica de Arroyo Tala Cañada 1
predominan las uniones de dos y tres células, lo cual demuestra que las plan-
tas crecieron con el único aporte del agua de lluvias. En este sentido, la rotura-
ción de los surcos transversales a la pendiente debió favorecer la circulación y
sobre todo la retención del preciado líquido en la parcela. Los fechados radio-
carbónicos señalan que tanto el área habitacional como la parcela de cultivo
64 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

fueron utilizadas en forma contemporánea, como un único evento de ocupa-


ción a escala arqueológica entre los siglos X y XIII de nuestra era.

Figura 19. Rasgos y estructuras detectados a partir de las excavaciones


en Arroyo Tala Cañada 1.
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 65

Potrero de Garay: una aldea del Prehispánico Tardío

En Potrero de Garay, un extenso poblado excavado en el valle de


Los Reartes, se obtuvo la información más detallada sobre la arquitec-
tura habitacional y sobre las prácticas asociadas a los contextos domés-
ticos. Se registró un conjunto de viviendas agrupadas en la porción alta
de una suave lomada del fondo de valle. Se trata de recintos simples,
rectangulares con ángulos redondeados, de unos seis metros de largo
por cuatro de ancho, y semi-enterrados entre 0.6 y 1.2 m de profundi-
dad (“casas-pozo”; Figura 20). Se detectaron los agujeros para los pos-
tes que sostenían el techo, así como una rampa de un metro y medio
de ancho que permitía el acceso a los recintos. En el interior de estas
viviendas y en sus adyacencias se llevaron a cabo las diferentes activi-
dades cotidianas. Se recuperaron útiles y residuos relacionados con la
preparación y consumo de alimentos, la fabricación y reparación de
herramientas y prácticas rituales. Las inhumaciones se efectuaban de-
bajo del piso de las habitaciones (Figura 20). Las tumbas eran fosas
simples donde se colocaban los restos de una sola persona, excepto
una tumba doble de un adulto y un niño. En tres oportunidades se ob-
servaron tapas de piedra señalando su localización específica dentro de
la vivienda. Sólo en una ocasión se exhumó junto al esqueleto un ajuar
o acompañamiento, consistente en un collar integrado por 2300 cuen-
tas de caracol y cuatro de malaquita.

El conjunto de datos nos presenta a la agricultura indígena como un siste-


ma productivo poco tecnificado, basado en la utilización de diferentes especies
domesticadas y en el aporte hídrico de las precipitaciones, sin uso de regadíos.
Seguramente requirió pocos cuidados y largos barbechos o períodos de descan-
so de los suelos. Bajo estas condiciones productivas, las posibilidades de perder
las cosechas debieron ser altas. Los factores de riesgo, algunos dependientes del
avance del ciclo estacional y sus irregularidades (heladas fuera de término,
sequías) y otros diferenciados por una acción destructiva aunque localizada
(granizo, plagas), fueron enfrentados por los agricultores indígenas con distin-
tas estrategias. Entre ellas se cuenta el uso de diferentes especies y variedades
domesticadas, resistentes a distintos factores agro-ecológicos, de modo que si
falla un cultivo (por ejemplo el maíz) por una helada o plaga se puede contar
con otro (por ejemplo la quínoa que no resulta afectada). La dispersión de
66 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

parcelas de cultivo en el paisaje, por su parte, permitía limitar los daños provo-
cados por los agentes de acción localizada (como el granizo), capaces de des-
truir una chacra puntual y dejar intactas las restantes, además de aprovechar
las ventajas productivas de los diferentes tipos de terreno.

Figura 20. Vivienda semi-subterránea y tumba en el sitio Potrero de Garay.


CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 67

La construcción del paisaje agrícola en la sierras comenzó en los fondos


de valle y en los tramos pedemontanos de los cursos de agua más importan-
tes, donde se consolidaron los oasis principales. Éstos eran espacios privile-
giados que concentraban los recursos hídricos y forestales, además de las
tierras cultivables, y por esta razón fueron elegidos repetidamente a lo largo
de siglos por los cazadores-recolectores para la instalación de sus campamen-
tos-base. En los tiempos prehispánicos tardíos algunos lugares fueron utiliza-
dos en forma más intensa y continuada, con la construcción de viviendas
semi-enterradas, tumbas y con la extensión de las áreas perturbadas por una
actividad humana sostenida, incluyendo un abundante descarte de residuos y
la roturación de los terrenos para el cultivo. Con el tiempo, estas áreas resi-
denciales crecieron y se concentraron, ubicándose a corta distancia entre sí.
De este modo, llegó a conformarse un patrón de pequeños poblados y case-
ríos dispersos entre las parcelas agrícolas, “a tiro de arcabuz y a vista unos de
otros”, como describieron los primeros españoles que tomaron contacto con
la región en el siglo XVI.
El crecimiento y concentración poblacional en los oasis principales ele-
vó los niveles de conflictividad, favoreciendo los desmembramientos y la re-
producción del paisaje agrícola en espacios menos favorecidos, en terrenos
alojados en las quebradas tributarias y laterales a los fondos de valle. En estos
sitios las extensiones cultivables son menores, así como la cantidad de agua
disponible y de árboles dotados de frutos comestibles. Sin embargo, la ocupa-
ción efectiva de casi todos los lugares convenientes da cuenta de etapas suce-
sivas en el proceso de dispersión agrícola, en este caso con la conformación
de oasis secundarios.
La continuación de este proceso permitió ulteriores fenómenos de creci-
miento y segmentación de los grupos que habitaban en las áreas agrícolas
principales y aún secundarios, con la ocupación de sitios poco favorecidos,
donde se construyeron oasis marginales. La localización de estas áreas de cul-
tivo periféricas permite estimar los límites del área de colonización agrícola,
así como los condicionantes ambientales que pesaban sobre esta producción
de pequeña escala. Uno de estos límites se ubicó en la vertiente occidental
del valle de Salsacate-Pichanas, en un típico paisaje Chaco Serrano donde
existieron pequeños oasis dispersos. La escasez hídrica impuso aquí las res-
tricciones más severas. Los escasos sitios son de dimensiones muy reducidas
y están alejados entre sí, en los pocos lugares donde coinciden las tierras cul-
tivables y las fuentes de agua.
Otro límite se encuentra en la transición con el ambiente de pastizales
de altura, entre los 900 y 1500 msnm, por ejemplo en la pampa de Olaen.
Allí el inconveniente para la agricultura no es la falta de agua sino el endure-
68 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

cimiento de las condiciones climáticas por la mayor altitud, con frecuentes


heladas tempranas y tardías. Se registraron algunos sitios residenciales en te-
rrenos protegidos, entre ellos Puesto La Esquina 1, que cuenta con informa-
ción proveniente de depósitos excavados. Entre otros resultados se destacan
aquí dos fechados radiocarbónicos de muestras de carbón extraídas de los ex-
tremos de una estratificación de 60 centímetros de espesor, que incluía resi-
duos característicos de los contextos domésticos de este período. A pesar de
las diferentes profundidades, se obtuvieron dataciones radiocarbónicas casi
idénticas, correspondientes a los siglos XV/XVI de nuestra era. Estos resulta-
dos demuestran que el depósito arqueológico se formó rápidamente, quizás
en menos de 100 años, en un momento muy cercano a la conquista española.
De este modo, se confirma la expectativa de una formación más reciente de
los oasis marginales en la región.
En síntesis, con el correr de pocos siglos el paisaje de las sierras de Cór-
doba fue modificado por el desarrollo agrícola. Los vegetales cultivados co-
braron una mayor importancia económica y el proceso de intensificación
productiva alcanzó sus cotas más altas. Además, fuera de los aspectos econó-
micos y nutricionales, la práctica de la agricultura aceleró tendencias que ya
se venían manifestando a nivel de las relaciones sociales, como eran las pro-
gresivas restricciones y demarcaciones territoriales, además de promover va-
riados cambios culturales. A diferencia de la caza y recolección, la agricultura
implica una inversión anticipada de trabajo (limpieza de los terrenos, rotura-
ción, siembra, eliminación de plagas y animales dañinos, control de malezas)
ante la expectativa cierta, pero no segura, de obtener cosechas a determinado
plazo. Esta condición de una utilidad futura, de una inversión anticipada de
trabajo y las múltiples tareas necesarias para alcanzar finalmente una concre-
ción exitosa, favorecieron el desarrollo de lógicas y actitudes desconocidas en
el mundo de los cazadores-recolectores, más cercanas a la experiencia y pre-
ocupaciones de los campesinos.
Sin embargo, no se puede soslayar que diferentes indicadores permiten
encuadrar a la agricultura indígena como un componente más de una econo-
mía progresivamente diversificada, y no como un quiebre o ruptura revolu-
cionaria en la trayectoria histórica. En este sentido, los estudios más recientes
tienden a relativizar el aporte agrícola y a realzar a aquellos provenientes de
las tradicionales actividades de caza y recolección. En el caso de los sitios re-
sidenciales y agrícolas, se obtienen claras evidencias de la importancia de los
recursos silvestres a partir del análisis de los huesos de animales descartados
como residuos de la alimentación, con un consumo mayoritario de guanacos
(Lama guanicoe) y venados de las pampas (Ozotoceros bezoarticus), especies
de buen tamaño y hábitos gregarios que ocupaban los pastizales de altura y
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 69

determinados sectores de las planicies (generalmente alejados de los oasis


agrícolas). También se aprovechó una variedad de pequeños animales obteni-
dos en el medio forestal circundante a los poblados y aún en los sembradíos,
como las corzuelas (Mazama guazoupira), armadillos (Euphractinae), cuises
(Caviinae), tuco-tucos (Ctenomys spp.) y perdices (Tinamidae).
Además, en esta época se generalizó el uso del arco y aparecieron nue-
vos diseños de puntas de proyectil, denotando un empleo especializado de
esta arma para las actividades de caza y también para las guerras o conflictos
violentos entre personas (ver más abajo). A los tipos pre-existentes se suma-
ron las puntas triangulares pequeñas con pedúnculo y otras elaboradas en
hueso (con y sin pedúnculo; figura 21). En cuanto a los vegetales recolecta-
dos, se identificaron restos de algarrobo y chañar en contextos de procesa-
miento y consumo (contenido de recipientes cerámicos, superficies de
piedras de moler), además de frutos carbonizados mezclados con otros mate-
riales arqueológicos en basureros.

Figura 21. Puntas de flechas arrojadas con arcos. Las de la fila de arriba en rocas
silíceas (ópalo, calcedonia) y las de abajo en hueso.
70 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Las investigaciones más recientes sobre los sitios residenciales también


permitieron relativizar el concepto de que la agricultura dio paso a una forma
de vida sedentaria. Contra este supuesto, diferentes indicadores sugieren
ocupaciones de primavera y verano (coincidiendo con el ciclo de producción
agrícola y de recolección), así como la ocurrencia de eventos sucesivos de
abandono y re-ocupación, tanto en el corto plazo (interanual) como por pe-
ríodos más prolongados (por varios años o décadas).
Con respecto a la estacionalidad, además de los datos sobre la produc-
ción agrícola y sobre los frutos recolectados en el medio forestal circundante,
los residuos de alimentación incluyen recursos cuya disponibilidad se limita
a esta época del año, como son los huesos de lagarto o iguana (Tupinambis
merinae) y las cáscaras de huevos de ñandú (Rhea americana y R. pennata).
Los análisis de la degradación de los huesos de animales (como indica-
dor del tiempo de exposición del material en la superficie del terreno) y de
las plantas que crecieron en el medio (a través del polen conservado en los
sedimentos) muestran un hábitat intensamente perturbado por la actividad
humana, aunque alternando con períodos prolongados de desocupación (de
varios años). Durante esos lapsos se producía un lento enterramiento de los
residuos y un avance de las malezas que suelen colonizar las áreas de habita-
ción y las parcelas agrícolas abandonadas. Las viviendas, construidas en base
a materiales perecederos y con una baja inversión de energía, tienen caracte-
rísticas similares a las utilizadas por grupos etnográficos que trasladan su re-
sidencia más de una vez al año, integrando un cuadro coherente con otros
indicadores que sugieren eventos reiterados de abandono y re-ocupación en
el corto y largo plazo. Esta forma de utilización de los sitios residenciales se
relaciona íntimamente con el tipo de producción agrícola, dependiente de la
caza y recolección para completar las necesidades subsistenciales y de pro-
longados períodos de barbecho para lograr la recuperación de los suelos.

Dispersión hacia paisajes más allá de la frontera agrícola


frontera

La adopción de la agricultura no supuso entonces una completa seden-


tarización. Los indígenas continuaron practicando una alta movilidad para
acceder a los recursos silvestres y salvar las incongruencias de su distribución
en el tiempo y espacio. Muchos de estos movimientos transponían el área de
colonización agrícola, implicando la ocupación estacional de otros paisajes
serranos y peri-serranos por parte de unidades familiares diseminadas.
Uno de estos paisajes comprendía a los pastizales de altura que se ex-
tienden por las laderas y cumbres de las Sierras Grandes. Un mecanismo bá-
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 71

sico de articulación entre el pastizal de altura y los paisajes forestales que lo


circundan fue establecido por los cazadores-recolectores, quienes ocupaban
campamentos en los fondos de valle en la temporada estival y se dispersaban
el resto del año por otros ambientes, ocupando en forma transitoria aleros y
cuevas en el caso de los sectores altos de las sierras. Esta modalidad fue sos-
tenida e intensificada durante los tiempos tardíos, independientemente del
proceso de dispersión agrícola. En efecto, en las zonas ubicadas a más de
1500 msnm, con condiciones adversas para la producción agrícola, no se re-
gistraron sitios residenciales a cielo abierto, sino refugios bajo roca cuyo nú-
mero se multiplicó en comparación con los períodos anteriores (figura 22).
Esto último constituye una señal clara de una ocupación más intensa de este
paisaje y de una mayor explotación de sus valiosos recursos faunísticos.

Los refugios de altura

Para acceder a un cuadro más completo de la utilización de estos


refugios podemos recurrir a la información obtenida con la excavación
de uno de ellos, denominado Río Yuspe 14 y localizado en el norte de
la pampa de Achala. Se trata de un pequeño abrigo rocoso de 12 m2 cu-
biertos, ubicado en una cabecera de quebrada con un amplio control
panorámico del paisaje quebrada abajo. Con su limitado reparo, sólo
pudo ofrecer protección para un corto número de personas (posible-
mente una unidad familiar). El espacio interior se organizó en torno a
un fogón central delimitado con un círculo de piedras y fechado en el
siglo XIV. Los residuos fueron arrojados mayoritariamente entre la lí-
nea central del fogón y el talud exterior del alero. Estos desechos com-
prendían restos de animales consumidos en el lugar, como guanacos,
venados de las pampas, armadillos, roedores y escasos huevos de ñan-
dú. En un sector hacia el fondo del abrigo se documentó una mínima
densidad de residuos, sugiriendo repetidas acciones de limpieza en un
área posiblemente reservada para el descanso. Otra área de actividad
estuvo relacionada con el procesamiento, cocción, almacenamiento y
consumo de alimentos. Con este fin se emplearon útiles de molienda,
recipientes cerámicos, instrumentos líticos de corte y leña local. Con
cierta frecuencia se llevó a cabo el mantenimiento y la reparación de
las armas, con el reemplazo de las puntas de proyectil rotas por otras
nuevas.
72 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Figura 22. Pequeño Refugio bajo roca en los pastizales de altura.

La dispersión estacional se extendió plenamente hacia otros paisajes,


como son los cordones occidentales de Córdoba (Pocho, Guasapampa, Serre-
zuela) y los valles y piedemontes que los rodean. Estos ambientes serranos de
la transición entre el Chaco Serrano y el Chaco Seco, adyacentes a las Salinas
Grandes y caracterizados por la escasez hídrica, impusieron condiciones ad-
versas para las ocupaciones por períodos prolongados y para el desarrollo
agrícola, por lo que no se registran poblados o sitios residenciales a cielo
abierto.
En la sección sur del valle de Guasapampa, en un área restringida del
piedemonte de las sierras de Pocho, se documentó una concentración de si-
tios en aleros y cuevas. Por sus reducidas dimensiones, la utilización de cada
refugio fue asignada a grupos mínimos de interacción, probablemente unida-
des familiares que los ocupaban transitoriamente, con retornos reiterados en
primavera-verano aunque quizás no estrictamente todos los años. La excava-
ción de algunos de estos abrigos (Cerco de la Cueva Pintada, Charquina 2,
Cerco de la Cueva 3) permitió constatar el aprovechamiento de recursos sil-
vestres únicamente disponibles en la temporada estival, entre ellos la algarro-
ba, chañar, abundantes huevos de ñandú y lagartos. A diferencia de lo
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 73

observado en los pastizales de altura, la ejecución del arte rupestre, es decir


la práctica de pintar y/o grabar imágenes sobre soportes rocosos, fue una acti-
vidad repetida durante la ocupación de estos refugios. En el capítulo 5 se
aborda la problemática del arte rupestre en Córdoba, incluyendo la situación
particular del sur de Guasapampa.
En la sección norte de Guasapampa y en el cordón de Serrezuela se re-
gistró una modalidad diferente de ocupación del paisaje, ligada a la apropia-
ción de las escasas y efímeras aguadas existentes en este ambiente
semi-desértico. Aunque en general los sitios no conservan depósitos enterra-
dos, sí se presentan instrumentos de molienda en grandes rocas fijas (morte-
ros y molinos o conanas) y en ocasiones otros restos en superficie, como
fragmentos cerámicos, instrumentos líticos, desechos de talla y piedras de
moler. Estos materiales evidencian que diferentes prácticas de procesamiento
y consumo de alimentos ocurrían en torno a los pozos de agua.

Conflicto y poder
poder.. Fragmentación e integración política

Hemos observado que diferentes procesos y tendencias reproducían las


antiguas relaciones sociales, propias de los cazadores-recolectores. Estas rela-
ciones implicaban una amplia autonomía para las unidades domésticas o fa-
miliares, que simultáneamente funcionaban como unidades de producción
económica y de acción política. A lo largo del período, la posibilidad de colo-
nizar nuevas tierras agrícolas o de ocupar territorios vacíos para la explota-
ción de sus recursos silvestres, sostuvo estas tendencias autonómicas. En
efecto, quedaba establecido un límite para el crecimiento e integración de las
unidades productivas (es decir familiares), en un punto desprovistas de po-
der para evitar los desmembramientos y la reproducción de un paisaje defini-
do por unidades pequeñas en otros espacios. Estos mecanismos de
crecimiento, segmentación y ocupación de zonas deshabitadas (o poco habi-
tadas) fueron clave para la dispersión de la agricultura por los valles y piede-
montes serranos, y para la ocupación efectiva de todos los ambientes, incluso
aquellos menos favorecidos.
A través de sus múltiples dimensiones, el registro arqueológico muestra
la importancia de las unidades familiares en la realización de las diferentes
actividades económicas, en la ocupación de los distintos paisajes y de la ma-
yoría de sus sitios, así como en la construcción simbólica de los lugares y te-
rritorios. Se puede considerar, en este sentido, el amplio predominio de los
contextos donde interactuaron unidades sociales mínimas, tanto en refugios
rocosos de los pastizales de altura, en aleros, cuevas y pozos de agua del cor-
74 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

dón occidental, o en el medio forestal que circunda a los oasis agrícolas.


También se aprecia la importancia de las interacciones domésticas en la eje-
cución y observación del arte rupestre (Capítulo 5), y en la ritualidad ligada
a la inhumación de los muertos, mayoritariamente sepultados en el interior
de las viviendas. Sin embargo, una demografía en expansión y las progresivas
dificultades para encontrar espacios vacíos, sumadas al valor y las garantías
de seguridad que exige la inversión agrícola, se tradujeron en una creciente
conflictividad y forzaron a la integración política de las unidades sociales me-
nores. Se presentan indicios que sugieren que los grupos familiares (familias
nucleares y extensas, linajes) cedían parte de su autonomía política al inte-
grarse en formaciones sociales englobantes, de escala comunitaria.
Los documentos del tiempo de la conquista describen un escenario muy
fragmentado en lo político, con literalmente cientos de grupos reconocidos
como autónomos, identificados con un nombre propio y cuanto menos con
una autoridad designada (en algunos casos dos, tres y aún más). Estos gru-
pos, definidos por estrechos lazos de parentesco, pueden ser identificados
con familias extensas y linajes, comprendiendo cada uno de ellos varias uni-
dades sociales mínimas. Una lectura más detenida de las fuentes permite
apreciar asimetrías y jerarquías existentes entre las autoridades (caciques
“principales” y “secundarios”), posiblemente reflejando niveles de inclusión,
subordinación y desigualdad entre los grupos representados. En algunos ca-
sos, estas asimetrías pudieron establecerse por vínculos de filiación con gru-
pos desmembrados, y en otros por la voluntad de una familia extensa o linaje
menor de relacionarse políticamente con un grupo de mayor tamaño o en
mejor posición, en condiciones de garantizar y/o colaborar con el acceso y
defensa de las tierras de cultivo, cosechas y territorios de explotación de re-
cursos silvestres.
Conocemos pocos detalles sobre el rol de estas autoridades étnicas pero
podemos suponer que sus funciones eran múltiples, como dirimir conflictos
internos suscitados por el uso de tierras de cultivo o montes y territorios de
caza, ejercer la representación del grupo en las relaciones (amistosas o no)
con otras comunidades, coordinar trabajos colectivos, por ejemplo, durante
la organización de festejos y celebraciones, etc. Sabemos que esta dignidad
era trasmitida dentro de ciertos linajes patrilineales dominantes (de padres a
hijos, hermanos o sobrinos), y que además era tenida en cuenta y reconocida
en determinadas situaciones públicas, como eran las celebraciones y festines
comunitarios.
Estos festines, nombrados en las fuentes como “juntas”, “borracheras” o
“convites”, fueron una de las principales expresiones de la vida comunitaria y
de su persistencia en los tiempos coloniales tempranos. Durante su desarro-
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 75

Sitios de molienda grupal

Casi todos los grandes sitios de molienda fueron afectados por los
desbordes de los ríos y no conservan depósitos arqueológicos enterra-
dos, lo cual limita la comprensión de su forma de utilización en el pasa-
do. Afortunadamente Arroyo Talainín 2, un sitio de este tipo localizado
en el occidente de Salsacate, no fue impactado por este proceso ya que
se ubica en la cima de una lomada, a varios metros sobre el nivel de un
pequeño arroyo. Esta circunstancia permitió practicar excavaciones y
obtener más información sobre los contextos de procesamiento y con-
sumo grupal de alimentos. El área de dispersión de materiales arqueoló-
gicos cubre media hectárea, donde están incluidos un alero pequeño
(16 m2 cubiertos) y numerosos bloques rocosos fijos, donde se confec-
cionaron 83 morteros. De acuerdo a los fechados radiocarbónicos, las
ocupaciones de lugar comenzaron hacia el siglo XI y se extendieron
hasta la época de la conquista. Además de los útiles de molienda se re-
gistraron residuos de alimentación muy abundantes. Los restos más re-
presentados son las cáscaras de huevos de ñandú, seguidas por los
huesos de guanacos y venados de las pampas. Estas tres especies son tí-
picas de paisajes con vegetación abierta, indicando el acceso a zonas lo-
calizadas a cierta distancia (ca. 20/50 km). En menores proporciones se
consumieron animales típicos del entorno chaqueño que circunda al si-
tio (armadillos, corzuelas y lagartos, entre otros). Algunos recursos, en
particular los abundantes huevos de ñandú, tienen una disponibilidad
restringida a la temporada estival, cuando se concentraban las ocupa-
ciones del lugar. El sitio se encuentra en medio de un paisaje chaqueño
serrano árido, a corta distancia de oasis agrícolas marginales dispersos
(ca. 2/7 km). El volumen inusitado de recursos silvestres consumidos
ofrece un claro testimonio de la importancia de la caza y recolección.
Pero además, y este punto es crucial, nos informa sobre la existencia de
contextos donde interactuaron extensos colectivos sociales, fuera de los
ámbitos de actividad cotidiana y de las áreas agrícolas.

llo se consumían alimentos y bebidas en gran cantidad, en un contexto festi-


vo y altamente ritualizado. Las reuniones se llevaban a cabo en el “monte”,
durante el “tiempo de la algarroba”, o en otros paisajes referidos como “caza-
deros”. No se relacionaban con el universo de prácticas y lugares dedicados a
76 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

la agricultura, sino con la ocupación de paisajes reservados para la caza y


recolección. Estas prácticas colectivas tuvieron un profundo significado para
la integración y reproducción de las comunidades, para la construcción y
mantenimiento de sus sentidos de pertenencia e identidad y para la afirma-
ción del poder político de sus autoridades (y quizás también de ciertas
desigualdades a favor de segmentos sociales específicos, como linajes o fami-
lias principales).

Figura 23. Sitio de molienda grupal


CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 77

Todas estas características derivan en una serie de expectativas materia-


les que pueden ser identificadas en el registro arqueológico, en particular en
aquellos sitios donde se llevó a cabo el procesamiento y consumo de alimen-
tos en una escala que excede claramente la doméstica. En diferentes fondos
de valle se registraron grandes sitios de molienda en las márgenes de los cur-
sos de agua principales, en zonas donde se concentran (o se concentraron an-
tes de las modificaciones más recientes del paisaje) los bosques de algarrobo.
En estos lugares se identifican numerosos instrumentos pasivos (morteros y
molinos), posiblemente utilizados en forma simultánea por 20, 30, 50 y aún
más personas, involucradas en la preparación de alimentos para un colectivo
social de un tamaño apreciable, tanto como unos pocos centenares de indivi-
duos (figura 23).
También se documentaron sitios de características similares en los pas-
tizales de altura sobre las Sierras Grandes, a más de 20 km de los oasis agrí-
colas más cercanos. Junto a los refugios bajo roca de pequeñas dimensiones,
que son los sitios más comunes, se registraron otros asentamientos de ma-
yor tamaño, emplazados en los principales aleros y cuevas, donde se pudie-
ron congregar más personas. Los contextos excavados contienen
abundantes residuos que informan sobre las actividades realizadas dentro de
los refugios y sobre la alimentación de sus ocupantes (basada en los guana-
cos y venados de las pampas, las grandes presas típicas de este entorno, sin
dejar de aprovechar la fauna menor). Como ocurre en otros sitios similares,
se identificaron numerosos útiles de molienda en soportes rocosos fijos (en-
tre 20 y 60 instrumentos), relacionados con el procesamiento de alimentos
de origen vegetal.
En las sierras del noroccidente de Córdoba los asentamientos de gran ta-
maño, de escala comunitaria, se limitan a la vertiente oeste del cordón de Se-
rrezuela, el área más próxima a las salinas, pero donde más escasea el agua.
Se trata de sitios con numerosos morteros y molinos en rocas fijas (entre 20 y
50 ejemplares), dispuestos en torno a los principales pozos. Como ocurre en
el sur de Guasapampa, se presenta una pequeña concentración de paneles
con arte rupestre. Sin embargo, las prácticas relacionadas con su ejecución y
observación tuvieron lugar en un contexto diferente, denotando otras lógicas
y relaciones sociales (Capítulo 5). La elección de soportes altamente visibles
para quienes circulan u ocupan los lugares, hitos de máximo valor en este
paisaje semi-desértico (pozos de agua), así como la presencia de imágenes in-
terpretadas como referencias jerárquicas o de poder (antropomorfos con to-
cados), indican un papel del arte vinculado con la demarcación territorial, así
como la posibilidad de determinados grupos de imponer a otros restricciones
a la circulación por el paisaje y el acceso a sus recursos.
78 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

El establecimiento y afirmación de relaciones de poder fue una conse-


cuencia de los procesos de integración comunitaria, y contrarrestó las ten-
dencias autonómicas de los segmentos sociales menores. Al comienzo, la
conflictividad promovió una cierta centralización política, y junto a ella, de-
terminadas desigualdades entre grupos o segmentos de una misma o de dife-
rentes comunidades. A su vez, la imposición de estas nuevas relaciones
estimuló un aumento de la tensión intergrupal, favoreciendo una escalada
general del nivel de conflicto.
La guerra o enfrentamientos violentos entre grupos han sido menciona-
dos con frecuencia en las fuentes escritas de la época de la conquista. Las dis-
putas por la violación de límites territoriales, en particular de espacios
dedicados a la caza y recolección, aparecen en la base de los conflictos. Sin
embargo, no se alcanzó el punto de justificar cambios estructurales en la
elección de lugares donde asentar los poblados, por ejemplo, optando por si-
tios protegidos en las cimas de cerros, como ocurría en la misma época en al-
gunas regiones vecinas. Sí existen menciones sobre cercos de cardones y
arbustos espinosos, que rodeaban a los poblados y servían para resistir a los
enemigos en casos de ataque.
Es importante destacar a algunos indicadores arqueológicos de violen-
cia, no detectados en los períodos previos. En determinadas escenas pintadas
del Cerro Colorado se representaron enfrentamientos entre grupos de indíge-
nas, armados con arcos y provistos con vistosos tocados dorsales (Capítulo
5). También se conocen algunas referencias publicadas (así como datos infor-
males) sobre individuos sepultados cuyas muertes habrían sido provocadas
por heridas de flecha. Por ejemplo en 1943, el arqueólogo Alberto Rex Gon-
zález describía un hallazgo de Villa Rumipal (valle de Calamuchita), com-
prendiendo un sujeto decapitado con ocho puntas de hueso clavadas en el
tórax. Según González, todo inducía “a suponer que al desdichado indígena -
que para colmo de males era portador de una luxación congénita de cadera- lo
dejaron sobre el terreno, usando la frase de los compañeros de González de Pra-
do, `hecho un San Sebastián´”.
Recientemente documentamos un contexto con estas características en
la pampa de Achala, en la localidad arqueológica El Alto. Esta localidad es
conocida por el alero denominado El Alto 3, donde se registró una prolonga-
da secuencia de ocupación cuyos inicios se remontan a la transición Pleisto-
ceno-Holoceno (Capítulo 3). En tiempos prehispánicos tardíos el alero fue
utilizado a una escala comunitaria, para una intensa actividad de procesa-
miento y consumo de alimentos, probablemente en forma conjunta con otro
alero de grandes dimensiones localizado en la misma cabecera de quebrada
(conocido como El Alto 2; ambos refugios suman 120 morteros fijos). Era
CAPÍTULO 4 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA REGIÓN SERRANA 79

entonces cuando el solitario paisaje de cazadores se veía convulsionado por


las reuniones festivas. En tales se ocasiones se aprovecharon algunos peque-
ños aleros y cuevas cercanos, donde sus ocupantes consumían algún alimen-
to y pernoctaban. En sus depósitos arqueológicos estos abrigos indican
eventos repetidos de abandono y re-ocupación, quizás no siempre coinciden-
tes con la realización de celebraciones grupales.
En consecuencia, no podemos asegurar si los sucesos documentados
en uno de estos aleros, denominado El Alto 5, tuvieron relación con los festi-
nes que ocurrían a corta distancia, aunque los indicadores que sugieren la
participación simultánea de numerosos individuos, si bien son insuficientes
para confirmar esta posibilidad, al menos no la contradicen. Las acciones
identificadas comprendieron, en primer lugar, la excavación de una fosa en
un sector del refugio restringido por grandes rocas desprendidas del techo.
Aparentemente, con esta intervención se impactó una tumba pre-existente,
de la que sólo se conservaron algunos huesos. Luego se colocó el cuerpo de
un individuo adulto de sexo masculino, muerto en circunstancias violentas,
seguramente por la agresión de varias personas. Se encontraron siete puntas
de hueso clavadas en el torso, una de las cuales atravesó una vértebra. La
punta de una octava flecha atravesó el húmero izquierdo y finalmente la no-
vena (con un motivo geométrico grabado en una de sus caras), fue hallada a
corta distancia y probablemente también impactó en el desafortunado sujeto,
quien presentaba una herida adicional provocada por una flecha de este tipo
en la órbita de un ojo.
Como muestra el registro arqueológico en sus múltiples dimensiones,
en un período correspondiente a los últimos siete u ocho siglos de la época
prehispánica, el ritmo de las transformaciones se aceleró en forma apreciable.
La dispersión de la agricultura provocó cambios en la construcción del paisa-
je, la organización social, la forma de llevar a cabo determinadas tareas y el
desarrollo de nuevas actitudes y lógicas culturales.
Sin embargo, la producción agrícola no reemplazó a la caza y recolec-
ción, que continuaron como actividades en plena expansión hasta los tiem-
pos de la conquista. La alta movilidad y los mecanismos de agrupamiento y
dispersión estacional fueron componentes básicos del modo de vida de los
indígenas, por medio de los cuales se accedía a diversos paisajes y a sus varia-
dos recursos. Así, la dispersión agrícola fue paralela al mantenimiento de
prácticas, tecnologías, hábitos y formas de organización propias de los caza-
dores-recolectores.
Sin embargo, la fuerza de los cambios fue mayor que las tendencias re-
productivas o conservacionistas. El crecimiento de los oasis agrícolas y la ex-
tensión de los territorios dedicados a la caza y recolección, al mismo tiempo
80 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

que mantenían las tendencias autonómicas, incrementaron los niveles de


conflictividad y constituyeron un estímulo para los procesos de integración
política. Con el correr del tiempo, el acceso a los recursos y las tierras de cul-
tivo comenzó a depender de un entramado de relaciones que comprendía a
los sujetos y a las pequeñas unidades familiares en formaciones políticas de
mayor escala. Aparentemente, algunas de estas formaciones tenían el poder
suficiente para garantizar o impedir a otros el acceso a los productos agríco-
las o a determinados territorios de caza y recolección.
La trayectoria de este dilatado proceso histórico sufrió un giro inespera-
do en el siglo XVI, cuando transcurrieron las etapas de exploración de la re-
gión, invasión, conquista y establecimiento de un régimen colonial por parte
de un imperio transoceánico.
81

CAPÍTULO 5
LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES DE LAS COMUNIDADES
INDÍGENAS DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA

Mensajes en las piedras

El arte rupestre fue objeto de análisis desde los albores mismos de la ar-
queología en la provincia, y a pesar de las diversas respuestas al por qué de
su ejecución, lo significativo es que, en menor o mayor medida, se reconoció
su particularidad respecto a otros elementos de registro arqueológico. El es-
tudio de este rasgo de la cultura material nos permite, más que ningún otro,
trazar una línea desde el período cazador-recolector al período prehispánico
tardío y rastrear los cambios y continuidades en la ideología y el universo
simbólico de los grupos pretéritos.
Actualmente hay acuerdo entre los investigadores respecto al papel fun-
damental que cumple el arte rupestre en el proceso de transmisión de infor-
mación. Ésta no es la misma para todos los grupos, ya que en el seno de cada
sociedad se transmite aquello que es comprendido, compartido y significado
por todos y cada uno de sus integrantes. Asimismo, podemos encontrarnos
ante algunos repertorios rupestres, es decir rasgos propios y particulares, que
se repiten y circulan entre varias áreas o regiones de las sierras de Córdoba,
lo cual puede ser un indicador del contacto o de relaciones sociales existen-
tes entre los pueblos que ocupan esas regiones.
Una manera de comprender cuál es el papel del arte rupestre en un área
determinada es considerar este rasgo de la cultura material no como algo ais-
lado y comprensible por sí mismo sino, como propone Aschero, integrado al
contexto como un elemento particular del registro arqueológico. En este
marco, debemos avanzar más allá de una descripción de lo que vemos para
incorporar variables que nos permitan analizar las particularidades de las fi-
guras pintadas o grabadas, así como las características del paisaje en el que se
ubican, la visibilidad o no de lo ejecutado y el tipo de actividades que se rea-
lizan en las ocupaciones en las que se registran representaciones (Figura 24).
De esta manera, nos acercamos a lo que en arqueología se denomina contex-
tos de producción y uso. Éste concepto refiere a las actividades o prácticas
82 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

asociadas con la ejecución del arte y nos ayuda a comprender qué y para
quién es lo que se transmite.

Figura 24.
Variables de análisis
empleadas en el
estudio del del arte
rupestre.

Los cielos cordobeses y la llegada de los Vikingos


Numerosos trabajos intentaron dar respuesta a la pregunta sobre
qué función tuvo el arte rupestre en la Provincia de Córdoba, específica-
mente en Cerro Colorado, sin mayores evidencias que sustentaran estas
propuestas. Entre ellas podemos mencionar las explicaciones astronómi-
cas y religiosas sostenidas por Ricci en su trabajo “Las pictografías de las
grutas cordobesas y su interpretación astronómico-religiosa” de la década
del treinta, quien creía que las representaciones constituían mapas celes-
tes que copiaban los astros y constelaciones del cielo nocturno cordobés
del equinoccio de septiembre y que, por lo tanto, los aleros de la zona
podían ser considerados templos dedicados al culto solar. Estas interpre-
taciones dejan vislumbrar cierta admiración y reivindicación de las cul-
turas americanas a quienes consideraba “la madre de la cultura
universal”. Otras propuestas, más aventuradas aún, planteadas por
Chaulot, procuraron demostrar la influencia nórdica a partir de la iden-
tificación de caracteres rúnicos en algunos motivos. Esta hipótesis fue
retomada durante la década del setenta con mayor fuerza discursiva por
Ferrero, pero con igual debilidad en la contrastación con la evidencia
material. En base a estas propuestas sostuvieron que las características
físicas de los denominados “comechingones” que destacan los españoles
en los documentos, es decir gente barbada y de estatura, sería el resulta-
do de la influencia vikinga en la región.
CAPÍTULO 5 - LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES... 83

¿Qué es el arte rupestre?. ¿Cómo y para qué lo estudiamos?


rupestre?.

El arte rupestre comprende a todas las representaciones pintadas, graba-


das y pictograbadas, que son aquellas que combinan ambas técnicas, que han
sido ejecutadas en aleros, paredones, cuevas o rocas sueltas. Todas estas re-
presentaciones se despliegan en un panel que constituye la superficie rocosa
ocupada.
El primer paso en toda investigación es describir aquello que observa-
mos, es decir caracterizar los motivos plasmados en las rocas. Entendemos al
motivo rupestre como el elemento inicial de análisis, por ejemplo una figura
humana o un animal. Pero, ¿cómo establecemos su forma, cómo los defini-
mos? Para ello es necesario un análisis morfológico basado en la clasificación
de los motivos en base al referente objetivo reconocido, que en otros térmi-
nos implica determinar a qué se parece. Para ello fijamos una tipología divi-
dida en:

A) Motivos figurativos: son aquellos que nos permiten identificar una


forma concreta. Así, dentro de este grupo encontramos a los antropomorfos
(figuras humanas), zoomorfos (animales) y fitomorfos (plantas).

b) Motivos no figurativos: abarca a todas aquellas figuras que podemos


relacionar con figuras geométricas (por ejemplo círculos, cuadrados o las que
se definen a partir de esas formas básicas).
84 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

c) Motivos Indefinidos: agrupa los motivos que por razones de pátina,


alteraciones humanas, naturales o por sus características particulares no po-
demos adscribir a un grupo en concreto.

Es importante aclarar que esta clasificación sobre los tipos de motivos


que se pueden identificar en el arte rupestre de un área en particular consti-
tuye una herramienta analítica definida por el investigador, que sólo respon-
de a la necesidad de ordenar y sistematizar la información en el presente. En
consecuencia, no implica asumir que los grupos indígenas tuvieron esos pa-
rámetros, por lo tanto lo que identificamos hoy no es trasladable al imagina-
rio, a la manera de pensar y de sentir de los grupos pretéritos.
Respecto de las técnicas de ejecución, consideramos que un motivo pin-
tado, también llamado pictografía, es el resultado de procesos aditivos: los
pigmentos han sido agregados a la superficie de la roca. En el análisis se de-
ben identificar las materias primas empleadas en la mezcla, los diferentes co-
lores utilizados en un panel y establecer la gama o variabilidad de un mismo
color. Los pigmentos se obtienen fundamentalmente mediante el procesa-
miento de minerales al ser mezclados con substancias aglutinantes, aquellas
que le otorgan uniformidad a la mezcla o diluyentes, que pueden ser orgáni-
cas (grasa animal) o inorgánicas (yeso). En ocasiones, estuvieron sometidos a
alteraciones térmicas. Es importante conocer también la procedencia de las
materias primas o minerales usados a fin de identificar sus centros de obten-
ción, ya que esta información nos permite indagar respecto a los mecanismos
sociales de su obtención, o en otros términos si lo obtuvieron porque esos
ambientes se integraban a sus circuitos de movilidad o, de lo contrario, si
fueron obtenidos mediante el intercambio con otros grupos indígenas.
Por el contrario, un motivo grabado, denominado tradicionalmente
como petroglifo, implica la remoción de la superficie de la roca, acción que
daña su pátina. La pátina es la cobertura natural de la piedra producida por
la exposición a los agentes naturales. Esta pátina aumenta paulatinamente
con el paso del tiempo.
Además de toda esta información es importante reconocer cómo se aso-
cian los motivos, es decir como se articulan las representaciones en función a
CAPÍTULO 5 - LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES... 85

cercanía y similitudes de formas. De esta manera podemos establecer que, en


un sitio en particular, los camélidos se vinculan formando temas o asociacio-
nes que permiten, fundamentalmente, establecer comparaciones respecto a
como se vinculan otros motivos en áreas diferentes. En este sentido, no es lo
mismo un panel en el que el camélido constituye el tema fundamental a otro
en el cual las asociaciones están definidas por figuras geométricas (Figura
25). Como veremos, estas diferencias nos permiten plantear la existencia de
códigos diferentes y, en consecuencia, distinta información que circula por
determinados paisajes.

Figura 25. Detalle de dos paneles con asociaciones temáticas diferentes. Arte Rupestre de
Guasapampa Sur (izquierda) y del Valle de Traslasierra Sur (derecha).

A este primer acercamiento a los paneles con arte rupestre, focalizado en


sus particularidades, es importante conocer otras características como: los
paisajes en los que se ubican o las características del emplazamiento, el tipo
de soporte seleccionado y la visibilidad de los paneles y el contexto o registro
arqueológico asociado a los paneles.
Los tipos de paisajes seleccionados para la ejecución de los paneles con
representaciones rupestres aportan información significativa respecto a las
posibilidades de asentamiento que brinda el entorno para los grupos huma-
nos y que tienen relación directa con las prácticas realizadas en ellos. En este
sentido, podemos especificar, por ejemplo como vimos en capítulos anterio-
res, si los sitios con representaciones rupestres se asocian a espacios con re-
cursos chaqueños, que son fundamentalmente aprovechables en verano
(frutos del algarroba y el chañar), o a sitios emplazados en áreas vinculadas
con la caza de camélidos.
Una vez caracterizado el entorno en el cual se ubica el o los sitios con
arte es importante considerar las condiciones de visibilidad: si es accesible o
no para todo aquel que circula por el paisaje o, por el contrario, si su obser-
vación está limitada a aquellos hombres o mujeres que ocupan estos sitios.
Esto constituye un valioso indicador respecto a las personas o grupos que
86 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

tienen acceso visual a los motivos pintados o grabados y, por lo tanto, en su


comprensión. En este marco es importante tener presente el tipo de soporte
seleccionado para la ejecución de las representaciones, ya que no es lo mismo
un paredón rocoso que genera un ámbito perfectamente visible para los mo-
tivos o un tafón (bloques rocosos redondeados y ahuecados) en el cual es ne-
cesario “entrar” para poder observar lo que allí está ejecutado (Figura 26).

Figura 26. Comparación entre dos tipos de soportes: tafón (izquierda.)


y saliente rocosa (derecha).
CAPÍTULO 5 - LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES... 87

Finalmente, la evidencia arqueológica, tanto estratigráfica como superfi-


cial, asociada a los paneles con representaciones permite determinar el tipo
de actividades realizadas en torno a las pinturas y grabados. Por ejemplo si,
como sucede en el área de Guasapampa Sur, los sitios están ocupados sólo
por una unidad mínima o familiar o como hemos determinado en sitios del
norte del valle de Guasapampa en el cual los grabados están asociados a sitios
de molienda comunitarios, en consecuencia todos los que cotidianamente
concurren al sitio pueden observar los motivos grabados, dado que están ubi-
cados en la superficie de paredones rocosos y en aleros perfectamente accesi-
bles. Concretamente, toda la evidencia recuperada a partir de este análisis
nos permite plantear hipótesis con el objetivo de comprender cuál fue el pa-
pel o la función del arte rupestre para los grupos pretéritos que lo produjeron
y que tipo de información transmitían.

“Arte” o “no arte”. La pertinencia de una denominación.

Ante la pregunta sobre qué inspiró la realización del arte rupestre


en distintos pueblos y lugares del mundo, una de las respuestas clási-
cas fue la simple avidez por la decoración y una ambientación agrada-
ble. Esta noción, respaldada en el supuesto de que es “el arte es arte
donde quiera que esté”, sostiene que todo elemento de la cultura mate-
rial puede ser considerado obra de arte y, por lo tanto, factible de anali-
zar con nuestros parámetros modernos. Esto equivale a sostener que
todos los seres humanos sentimos y experimentamos lo mismo, no im-
porta nuestra sociedad, espacio o tiempo y, como consecuencia, impli-
ca también aceptar la existencia de categorías estéticas universales, a la
luz de las cuales cualquier expresión puede ser evaluada y apreciada
con los mismos parámetros

En este marco, ¿debemos rechazar el uso del término arte?, nues-


tra respuesta es no. Los argumentos a favor son dos: a) es un concepto
ampliamente utilizado y aceptado entre los investigadores nacionales e
internacionales; y b) el error no reside en la palabra sino en el uso in-
correcto de ella, o en otros términos en no atender a los contextos so-
ciales, económicos, simbólicos, etc. de los grupos que ejecutaron el
arte rupestre.
88 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Antigüedad del arte rupestr


rupestree en Córdoba.
Córdoba.

Hasta mediados de la década del cincuenta la arqueología cordobesa es-


tuvo dominada por una postura que otorgaba escasa antigüedad a los grupos
indígenas que ocupaban la actual región de la provincia, dado que fueron
ubicados en lapsos posteriores al siglo XI. En este marco, todas las pinturas y
grabados eran asignados a momentos previos a la llegada del conquistador a
estas tierras. En particular incidieron los estudios realizados en numerosos
paneles de Cerro Colorado, donde las representaciones de españoles a caballo
permitían reforzar esta noción y sostener una asignación cronológica precisa
que correspondía a momentos de contacto (Figura 27).

Figura 27. Motivos de españoles a pie y a caballo del Cerro Colorado.

Sin embargo, investigaciones desarrolladas en distintos sectores de las


sierras de Córdoba permitieron proponer que la ejecución de paneles con
CAPÍTULO 5 - LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES... 89

arte rupestre era una práctica antiquísima entre los grupos indígenas que
ocuparon las sierras de Córdoba, práctica que en algunos sectores se remon-
taría a, por lo menos, más de tres mil años de antigüedad.

Figura 28. Principales Áreas y Sitios con Arte Rupestre de la Provincia de Córdoba.
1. Cerro Colorado; 2. Guasapampa Norte y Sur; 3. La Playa; 4. Piedra de San Buena;
5. Los Guanaquitos; 6. La Quebradita 1; 7. Casa de los Negros o Cerro San José 1; 8. Cerro
San José 2; 9. La Enramada 1; 10. Arroyo de la Gloria o Achalita 1; 11. Achalita 2;
12. Achalita 3; 13. Champaquí 1; 14. Piedra Pintada; 15. Cuatro Vientos; 16. Achiras;
17. India muerta; 18. Suco
90 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Tras las huellas de los grupos cazadores.


cazadores.

Hasta el momento los sitios con arte rupestre asignados a momentos ca-
zadores- recolectores se ubican en la Pampa de Achala, región central de las
Sierras Grandes, y en el sur de la provincia de Córdoba, en el área compren-
dida por el actual departamento Río Cuarto. Aunque se registran algunos
motivos semejantes, en realidad se distinguen por la variabilidad de lo repre-
sentado y por los paisajes y actividades a los que se relacionan.
En el área de Pampa de Achala se han documentado tres sitios con re-
presentaciones. Una de estas ocupaciones podría corresponder a momentos
anteriores a 3000 a. C., dado que en el contexto arqueológico asociado al pa-
nel se halló una punta de proyectil lanceolada tipo “ayampitín” que, como vi-
mos en el capítulo 3, se vincula con cazadores recolectores tempranos. En
tanto las otras dos pueden ser asignadas genéricamente a períodos previos al
inicio de la era cristiana, dada la ausencia de tecnología cerámica en el regis-
tro arqueológico asociado.

Figura 29.
Detalle de los paneles de
Matadero 5 (arriba)
y La Quebradita 1 (abajo).
CAPÍTULO 5 - LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES... 91

Los tipos de motivos predominantes en estas representaciones son


hoyuelos o pequeñas oquedades circulares realizadas mediante el picado y
luego el alisado de la superficie, cuyos tamaños varían entre los 2 y 4 cm.
(Figura 29). Sólo uno de los sitios, Matadero 5 (Figura 29), presenta un ho-
yuelo que tiene pintura negra; el otro tiene un panel con líneas rectas entre-
cruzadas ejecutadas mediante el picado de la roca.
Estos paneles están realizados en aleros, paredones rocosos o en rocas
sueltas, situación que confiere una alta visibilidad a los grabados ejecutados.
En este marco, estas ocupaciones del período cazador-recolector comparten,
en general, un código en cuanto a que lo representado es reconocido por los
grupos que ocupan y transitan por ese paisaje, de allí que sea visible.
Debido a que estos sitios se emplazan en un área asociada a la caza de
grandes animales (guanacos y venados de las pampas) es posible proponer
que estos paneles pueden haber actuado como demarcadores del paisaje, es-
pecíficamente como sitios que fijan o limitan el acceso a esos animales sólo a
aquellos que forman parte del grupo que ejecutó los grabados.
En la zona de Río Cuarto, en el cual las estribaciones de la sierra Gran-
des reciben el nombre de sierras de Comechingones, Rocchietti documentó
algunas ocupaciones que atribuyó a grupos cazadores-recolectores correspon-
dientes a principios de la era cristiana. En estos paneles se observan represen-
taciones pintadas en blanco de motivos zoomorfos —camélidos, ñandúes—,
antropomorfos y no figurativos, y también hay uno que presenta hoyuelos.
Algunos de los contextos arqueológicos vinculados con estos paneles nos re-
miten a ocupaciones relacionadas con la caza pero también con la explota-
ción de recursos silvestres de los montes chaqueños.

Las múltiples huellas del prehispánico tar


prehispánico dío.
tardío.

Los sitios documentados con arte rupestre a partir del 500 d.C. dan
cuenta de cambios significativos con respecto al período anterior, tanto en la
cantidad de ocupaciones que registran representaciones rupestres como en
los paisajes en los cuales se ejecutan los paneles. En relación con el primer
punto, el número total de sitios con arte aumenta considerablemente en toda
la provincia durante este período, dado que suman casi trescientos paneles
con representaciones grabadas y pintadas. Además presentan una dispersión
mayor abarcando las pampas de altura y otros ambientes. Así, los sitios con
arte se distribuyen en los valles de Punilla, Guasapampa y Traslasierra Sur y
en las Sierras del Norte. En este último sector está el área arqueológica más
92 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

conocida con representaciones rupestres de toda la región serrana cordobesa:


Cerro Colorado.
A estas particularidades debemos agregar que, a diferencia del momento
anterior, a partir del 500 d.C. en algunos sectores los sitios se presentan
como grandes concentraciones, es decir que se pueden observar numerosas
ocupaciones ocurriendo de manera simultánea en un mismo paisaje y en una
determinada época del año. El ejemplo más claro al respecto es, como vimos
en el capítulo 4, el valle de Guasapampa dado que en su sección Sur los 37
sitios con motivos grabados y pintados se emplazan en un área que apenas
supera los 15km2.
Además del marcado aumento de los paneles observamos también un
incremento en la diversidad de los motivos, ya que se han documentado zo-
omorfos, antropomorfos, fitomorfos y una gran variedad de motivos geomé-
tricos. Esta diversidad se combina de distintas maneras de acuerdo a las áreas
y generan asociaciones muy heterogéneas de motivos o temas (Figura 30). El
análisis de estas asociaciones y sus áreas de dispersión nos permiten propo-
ner que circulan dentro de determinados paisajes, por lo tanto constituyen
un código abierto únicamente a los grupos que ocupan esos ambientes.

Figura 30. Detalle de algunos paneles asignados al Prehispánico Tardío.


CAPÍTULO 5 - LAS REPRESENTACIONES RUPESTRES... 93

En el área de la Pampa de Achala hay contextos tardíos en los cuales el


panel presenta asociaciones de hoyuelos que son típicas de momentos ante-
riores. Este vínculo tiene una doble implicancia, dado que involucra la pre-
servación de una temática particular y, posiblemente, una continuidad en la
significación otorgada a su ejecución o, en su defecto, a su observación.
De la misma manera, el estudio de los diversos tipos de soportes escogi-
dos para la ejecución de los paneles nos permite sostener la existencia de una
gran variabilidad. En este sentido, es necesario atender a la función cumplida
por los aleros, salientes, bloques o tafones rocosos en los cuales se han ejecu-
tado los paneles. La selección de estos soportes está directamente vinculada
con las condiciones de visibilidad y, como ya se vio en párrafos anteriores,
con la observación de los paneles. Nuevamente aquí, el análisis necesaria-
mente apunta a atender la especificidad de cada microregión al momento de
considerar el papel del arte rupestre en las relaciones sociales. Así, por ejem-
plo en algunas se prioriza el acceso restringido a lo representado, por ejemplo
en Guasapampa Sur, mientras que en otras no ha primado una visibilidad o
no de los paneles. El caso más representativo de este planteo es Cerro Colo-
rado, área arqueológica donde es factible identificar paneles ubicados en pa-
redones rocosos o aleros perfectamente visibles a la distancia y por el
contrario otros en los que es necesario ponerse en cuclillas o acostarse de es-
palda para poder observar los motivos representados (Figura 31).

Figura 31. Tipos de soportes del Cerro Casa del Sol (paredón rocoso y pequeño alero).

Finalmente, el registro asociado de manera superficial o en estratigrafía


permite definir los contextos de producción y uso. En el análisis de esta va-
riable surgen nuevamente diferencias significativas relacionadas con la ejecu-
ción y observación de las representaciones y, por lo tanto el papel jugado por
el arte rupestre. Estos contextos están directamente vinculados con los paisa-
jes en los cuales se ubican estos sitios y, en consecuencia, en el tipo de prácti-
94 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

ca y el ámbito, que podríamos caracterizar como privado o público, en el cual


se desarrollan. Podemos diferenciarlos en base a las actividades realizadas y a
la cantidad de personas involucradas en la observación de los distintos moti-
vos. Por ejemplo, hasta el momento, sólo un panel emplazado en un ambien-
te de fondo de valle (valle de Traslasierra sección Sur), está relacionado
espacialmente con un poblado tardío, integrado a las actividades cotidianas
de todas las personas o grupos que ocupan ese sitio. Otro panel, emplazado
en Pampa de Achala (La Enramada 1), se vincula con sitios donde se realiza-
ban prácticas comunitarias o grupales; finalmente hay algunos casos de ocu-
paciones domésticas, realizadas por un número acotado de individuos, en las
que los paneles son sólo visibles para aquellos que cotidianamente realizan
sus actividades en esos sitios.
El análisis conjunto de todas estas variables nos proporciona los ele-
mentos necesarios para plantear hipótesis respecto al papel que cumplió el
arte rupestre, o en otros términos qué tipo de mensaje transmitió para los
distintos grupos que ocuparon cada uno de los paisajes en los que se docu-
mentó esta materialidad. Fundamentalmente en la sección occidental de las
Sierras Grandes se plantearon algunas líneas de trabajo que hicieron hincapié
en aspectos centrados en prácticas sociales que persiguen la inclusión o, por
el contrario la diferenciación de sus miembros, y prácticas económicas que
procuran asegurar el acceso a recursos.
Así, en base a la información recuperada se propuso que, por un lado el
arte rupestre actuó como un elemento activo en la estrategia para reforzar los
sentimientos de pertenencia e identidad en el interior de las unidades domés-
ticas o familiares que ocuparon estacionalmente la sección sur del valle de
Guasapampa (recordemos que aquí se han documentado 37 sitios con arte).
Una perspectiva diferente se ha planteado para la sección Norte del Valle de
Guasapampa, ya que en este paisaje caracterizado por una mayor aridez, el
arte rupestre estaría connotando jerarquías y diferencias sociales, en torno a
los recursos hídricos, entre los distintos grupos que ocupan y circulan por el
espacio. Finalmente, en la sección Sur del Valle de Traslasierra oportunamen-
te se planteó que los paneles con representaciones grabadas y pintadas po-
drían haber actuado como demarcadores de recursos faunísticos.
El arte rupestre lejos de dar cuenta de un repertorio homogéneo o, en
otros términos ser el reflejo de una cultura arqueológica denominada tradi-
cionalmente “comechingones”, permite marcar un claro mosaico dominado
por las particularidades y las especificidades propias de cada una de las co-
munidades que construyeron el entorno de manera cotidiana como un paisa-
je social.
95

CAPÍTULO 6
LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS
DE LA LLANURA

Los estudios arqueológicos en el área de las llanuras aún son limitadas y


únicamente se han desarrollado investigaciones prolongadas en los espacios
fluviales de los ríos Suquía y Xanaes, así como en la depresión lacustre de la
Mar Chiquita, especialmente referidos a los modos de vida de las comunida-
des del Prehispánico Tardío.
J. Frengüelli y F. Aparicio son los primeros autores que, a principios de
la década de 1930, abordan el problema de la ocupación aborigen en las tie-
rras bajas de la provincia, aportando a la vez observaciones tanto arqueológi-
cas como geológicas. Estudiaron la dinámica de la laguna y sus oscilaciones,
elementos fundament ales para determinar la ocupación del espacio por
los grupos indígenas a través del tiempo. Recuperaron fragmentos con inci-
siones, en especial impresiones de redes y cestas, un esqueleto humano en
posición decúbito lateral y documentaron numerosos hornitos o botijas.
Consideraron a estos hallazgos de poca importancia, como producto de
estadías transitorias, de grupos que buscaban arcilla para sus industrias, pro-
venientes quizá de zonas fluviales. Estimaron que la zona estaba, despoblada
a la época de la conquista, aunque infieren relaciones entre las producciones
de los habitantes de las Sierras de Córdoba y los de las riberas del Paraná con
las de la Mar Chiquita.
Con posterioridad, Aparicio publica “Arqueología de la Laguna de los
Porongos”, en la que transmite e interpreta los hallazgos que en 1936 realizó
el F. Kühn, en el borde septentrional de dicha laguna. Coherente con sus an-
teriores apreciaciones insiste en la “extrema pobreza arqueológica” y en la re-
lación entre la tecnología local, la de las Sierras de Córdoba y la del litoral
paranaense.
A pesar de la ausencia de excavaciones, por lo tanto de contextos ar-
queológicos, los aportes de este breve artículo son interesantes, de algún
modo testimoniales, ya que la zona es hoy prácticamente inaccesible, cubier-
ta por las aguas desde la inundación ocurrida en la década de los 70. Aporta
elementos como los restos de fauna asociados: huesos de nutria, tuco- tuco y
tatú carreta.
96 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Los estudios actuales presentan otra realidad: poblaciones numerosas


han dejado sus huellas en las márgenes de la laguna de la Mar Chiquita, posi-
blemente desde la etapa de cazadores. Están documentadas sociedades agroa-
lfareras, cuyas industrias no sólo incluyen la satisfacción de necesidades
básicas cotidianas, sino elementos que consideramos simbólicos, lo que im-
plica formas de vida, organizaciones sociales con un cierto grado de comple-
jidad en el manejo de los recursos, un universo de representaciones que aún
debemos interpretar, para lo cual, la obra de estos pioneros es un importante
punto de partida.

Sitios de llanura - Cuenca Media del Xanaes.

La Cuenca Media del Xanaes es el espacio comprendido entre el Pie de


Monte y el inicio de la Cuenca Baja. Arqueológicamente esta distancia se de-
fine entre las localidades de Cosme y Villa Concepción del Tío, donde reali-
zamos estudios científicos desde las décadas de 1970 y 1980. Los trabajos
anteriores se limitaron a hacer referencia a hallazgos aislados y a señalar la
escasez de restos arqueológicos en la región.
Uno de los motivos de esta falta de información se debe a la escasa visi-
bilidad arqueológica, ya que los lugares ocupados por las sociedades del pa-
sado prehispánico están actualmente utilizados como campos de cultivo,
alterándose marcadamente el registro arqueológico. Otros se encuentran en
sectores de difícil acceso ocupados por el monte leñoso, remanente de la ve-
getación chaqueña. Además, la información está sesgada por el resultado de
la acción natural del agua (crecientes, alteración de las barrancas) y la mano
del hombre (desmontes, laboreo de la tierra) además del pisoteo del ganado,
tanto en los espacios de pastoreo, como en el monte, donde acuden en busca
de sombra. No obstante, las informaciones ocasionales proporcionadas por
los pobladores locales y prospecciones sistemáticas en los campos por parte
de los arqueólogos, posibilitaron hallazgos que luego dieron lugar a la gene-
ración de proyectos de investigación.
Los resultados obtenidos señalan que los principales sitios arqueológi-
cos se disponen en la margen de los ríos, separados unos de otros a veces por
varios kilómetros (entre 2 y 6Km.) y en algunos casos una distancia mayor.
Posiblemente, los espacios en los que no percibimos evidencias arqueológicas
de poblaciones estables, se hayan dedicado al cultivo, debido a que en ellos
aparecen instrumentos líticos como hachas, artefactos de molienda, bolas de
piedra, con o sin surco, y escasos fragmentos de cerámica.
CAPÍTULO 6 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA LLANURA 97

Laguna Honda: uno de los primeros estudios realizados en la llanura

El sacerdote mercedario, Agustín Nimo investigó, en la década de


la década de 1940, un sitio en la margen izquierda del Río Tercero, co-
nocido como Laguna Honda o Yucat, donde se recuperaron fragmentos
de cerámica y otros indicios de presencia de los antiguos pobladores de
la Llanura. La zona está caracterizada por altas barrancas que bordean
el río y una serie de túmulos, donde se observan depresiones circula-
res, que han sido interpretadas como fondos de viviendas: En algunas
de ellas hay fogones y entierros, restos de artefactos líticos, óseos y ce-
rámicos.
Los restos cerámicos pertenecen a vasijas globulares y subglobula-
res, las bases adoptan formas diversas como planas, cóncavas y con-
vexas. Predominan las decoraciones incisas en zig-zag, espacios llenos
de puntos o pequeñas líneas y guardas más complejas en surco rítmico.
Algunas vasijas tienen impresión de cestas, una sola de red. Los bordes
están decorados con incisiones. Asimismo, se han recuperado estatui-
llas antropomorfas, torteros y una figurina hueca, en el mismo material.
El instrumental en hueso es variado: puntas triangulares con y sin
pedúnculo, perforadores, instrumentos de punta biselada, acanalados.
Generalmente se han confeccionado sobre huesos largos de guanacos y
ciervos. En cuanto a la industria lítica, está representada por láminas,
perforadores, morteros, conanas, manos de moler y puntas de proyectil
trabajadas en arenisca roja.
El conjunto de entierros muestra costumbres particulares. Es bas-
tante probable, que, se hayan practicado bajo el piso de las viviendas;
algunos se recuperaron de una formación tumuliforme. Adoptan dis-
tintas formas de inhumación: entierros dobles, superpuestos, cubiertos
de ocre o sin él, generalmente en posición de cúbito dorsal.
El estudio en Yucat o Laguna Honda constituye el primer aporte de
investigaciones en la llanura de Córdoba, que para la mayoría de los
autores de la época estaba despoblada. Plantea el funcionamiento de
sociedades aldeanas, al menos en posesión de la cerámica y de indus-
trias ósea, malacológica y lítica con cierto nivel de complejidad. Las
costumbres mortuorias indican la práctica de determinados ritos, como
el uso de ocre, talvez de paquetes funerarios y de modalidades diversas
en la disposición de los muertos. Sus percepciones acerca de la fun-
ción, en cierto modo central, de la ocupación de las planicies y de las
relaciones con sociedades vecinas, son aún hoy problemas a resolver.
98 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Este uso del territorio expresa la vigencia de comunidades productivas,


vecinas a las fuentes de agua, en un ambiente que, antes del 1000 d.C. varió
progresivamente de seco y árido a más húmedo, con temperaturas que favore-
cían las prácticas agrícolas; al mismo tiempo, debió incrementarse la exten-
sión de los montes y por lo tanto, la recolección de frutos alimenticios como el
mistol, chañar, algarrobo y la disponibilidad de la caza (guanacos y ciervos, y
otras especies de menor porte como armadillos, vizcachas, aves y peces).
Los distintos yacimientos, si bien guardan algunas similitudes en cuanto
a la tecnología, muestran importantes diferencias que pueden deberse a ocu-
paciones pertenecientes a diversas etapas de ocupación.

Viviendas y entierros
entierros

Los yacimientos muestran, en general, un patrón de asentamiento aldea-


no, destacándose los sitios de Cosme y Rincón, evidenciado por la presencia de
casas-pozos, al modo de las descriptas para Potrero de Garay. En Cosme, por
ejemplo, se excavó una vivienda de unos 4 metros de lado, donde se realizaron
actividades múltiples: manufacturas en cerámica, hueso y piedra. Bajo el piso
de la vivienda se hallaron entierros, correspondientes a 7 individuos, sepulta-
dos con modalidades diversas: dos de ellos en posición extendida, uno en posi-
ción genupectoral (Figura 32), otro en cuclillas y restos seleccionados de otros
tres individuos (conformados por el cráneo y huesos largos). El conjunto in-
cluye, a modo de ajuar, un puñal de hueso, un instrumento del mismo material
labrado con guarda geométrica y una estatuilla antropomorfa de cerámica.

Figura 32. Enterratorios. Sitio Cosme.


CAPÍTULO 6 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA LLANURA 99

Rincón, por su parte, ocupa un espacio plenamente llano ubicado en las


proximidades de una laguna ya desaparecida. Allí se detectaron restos de dos
viviendas del mismo tipo que las descritas, en este caso con 5 entierros bajo
el piso, en posición genupectoral. Una de estas inhumaciones está acompaña-
da de un asta de ciervo, a la que se ha practicado una muesca posiblemente
para enmangar, además de punzones y puntas, fragmentos de estatuillas y de
cerámica; la otra inhumación está acompañada de dos estatuillas antropo-
morfas, fragmentos de cerámica pintada y una ficha de cerámica.
En el yacimiento Sugar se detectó otra inhumación, aunque, por las ca-
racterísticas del terreno (una profunda grieta en el actual campo de cultivo
de soja) no se pudo establecer que se haya practicado en una vivienda. Es-
tudios realizados muestran que se trata de un individuo de sexo femenino,
de entre 30 y 40 años, 1,68 m de estatura, con marcado desgaste dentario
relacionado con el consumo de elementos duros o abrasivos, compatible
más con una economía de cazadores-recolectores que de las comunidades
tardías.

Tecnología cerámica

Los sitios ribereños se caracterizan por la presencia de abundantes


fragmentos de cerámica. Esta producción muestra algunos tipos comunes a
ellos y otros muy diferenciados entre los distintos yacimientos.
En Cosme se distingue una cerámica negra, o castaña oscura, alisada y
pulida, cuyas formas predominantes son pucos o escudillas, vasijas media-
nas y botellones, con escasa decoración: impresiones de cesta en la cara ex-
terna y pintura roja sobre castaño oscuro. En el sitio Rincón identificamos
varios tipos de vasijas, pucos, platos con diferentes tipos de cocciones y de-
coraciones que incluyen las clásicas de la región serrana, como guardas inci-
sas escalonadas, triángulos llenos de puntos, reticulados, líneas rectas y
curvas paralelas al borde (Figura 33.b). Un grupo importante está represen-
tado por decoraciones en base a líneas rojas, bermellón, negro y castaño so-
bre el color natural de la pasta, quizá emparentadas con la producción de
grupos de Santiago del Estero (Figura 33.a). Son abundantes las impresio-
nes de cestas sobre todo en la cara externa de las vasijas, realizadas con la
técnica llamada “coiled”, en tanto que el marleado o cepillado aparece en
las vasijas grandes, siendo frecuente el uso del surco rítmico (Figura 33.c).
En cuanto a las formas más típicas, éstas son variadas: pucos pequeños,
ollas medianas y grandes, cántaros de paredes gruesas con asas de distinta
forma.
100 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Quizá la producción más importante de Rincón sean las estatuillas an-


tropomorfas y zoomorfas, reunidas en gran número en el sitio. Estos objetos
aparecen en los entierros, pero también fuera de ellos, con evidencias de ha-
ber sido manufacturados en el sitio. Las estatuillas informan sobre vestimen-
tas y adornos, tocados, tatuajes; peinados, generalmente tienen indicación de
sexo. En la región de las Sierras se han recuperado frecuentemente lo que
permite establecer similitudes en cuanto a la modalidad o estilo y diferencias
decorativas con la producción de las planicies. Se han confeccionado otros
objetos como cucharas, bolas esféricas, torteros y fichas.

a b

Figura 33. Estilos de cerámica recuperados en sitios de la llanura.


a) pintados; b) incisos; c) redes y cestas
CAPÍTULO 6 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA LLANURA 101

Costasacate “Laguna” se encuentra en las costas de la Laguna Brava a 5km


de la margen sur del Xanaes. La cerámica recuperada corresponde a vasijas me-
dianas y grandes, platos de bordes dentados, otros recipientes abiertos y algu-
nas formas restringidas como botellones. Las decoraciones incisas están
representadas por guardas de distinto tipo, almenadas, en zig-zag, grecas, cua-
driculados, espacios triangulares con puntos incisos (Figura 33.b), surco rítmi-
co e impresiones de cestas, marleados o cepillados (Figura 33.c). Un espacio
aparte merecen las estatuillas antropomorfas, de características diferentes a las
de otros sitios: pequeñas, sin detalles de vestimentas, cubiertas como por una
túnica con una pequeña base elíptica y las miniaturas que reproducen las for-
mas de vasijas y otros contenedores usados para las tareas cotidianas. Pueden
interpretarse como juguetes, no conocemos su verdadera función.
La cerámica de la Cuenca Media revela tecnologías complejas, reflejadas
no solo en las decoraciones, sino en las adaptaciones para cumplir con funcio-
nes como la de contenedores de sólidos y líquidos; el manejo de cocciones
adecuadas para obtener un recipiente resistente al fuego, y buen transmisor
del calor. Los pulidos externos e internos aseguran la impermeabilidad, las for-
mas alargadas como botellas, el diseño de un recipiente para el uso de los lí-
quidos. En cuanto a los grandes cántaros, habrían servido para almacenar
sólidos, como semillas, vainas, harinas y frutos.

Las sociedades de la Cuenca Baja de los ríos Suquía y Xanaes y de la lagu-


na de La Mar Chiquita.

Poblaciones como las que hemos analizado también se encontraban


asentadas en las riberas de los ríos que dirigen sus aguas hacia el noreste pro-
vincial. Hallazgos esporádicos muestran estas presencias en cercanías de La
Para, siguiendo el Suquía hasta Villa Concepción del Tío, y en las proximida-
des del Canal de Plujunta relacionados con el Xanaes, sitios en los que aún
no se han realizado estudios sistemáticos.
Antes de la década de 1970 la laguna de la Mar Chiquita o Mar de Anse-
nuza ocupaba un lugar más reducido que el actual. El período de lluvias que
tuvo su expresión máxima a finales de dicha década, el aporte de las aguas de
los ríos y el de las corrientes subterráneas, la transformaron en uno de los
humedales más importantes del planeta, lo que habla de su complejidad eco-
lógica.
Los estudios actuales están centrados en la costa sur y oeste de la lagu-
na, en las riberas de la Laguna del Plata, formación relacionada hoy con la la-
guna mayor, pero que en la primera parte de este siglo integraba un conjunto
102 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

de pequeños bañados independientes de ella, visiblemente disminuida con


respecto a la actualidad.
Los establecimientos humanos ocuparon tal vez desde milenios atrás las
costas de la antigua laguna, asentamientos hoy cubiertos por las aguas. Sus
restos, movidos y trasladados por el oleaje, se hacen visibles en las playas.
Otros sitios se localizan en las barrancas altas, en las desembocaduras de los
ríos y en las proximidades de los surgentes, cuya agua dulce seguramente de-
bieron utilizar.
Las principales evidencias con las que trabajamos se adscriben al perío-
do Prehispánico Tardío e indican la presencia de sociedades distribuidas en
las partes altas de las costas y en las actuales islas, que entonces formaban
parte de la tierra firme.
La producción cerámica es variada y posiblemente represente distintos
momentos y formas diversas: pucos, ollas vasos, platos, placas, fuentes, cu-
charas, estatuillas antropomorfas y zoomorfas, con decorados complejos; al-
gunos se asemejan a los típicos serranos, la mayoría posee diseños ausentes
en otras regiones de la Provincia, cuyo origen parece relacionarse con las tie-
rras bajas de América del Sur. Con respecto a influencias llegadas desde el li-
toral, se pueden mencionar las cabecitas de aves modeladas en arcilla
formando asas y la incidencia del surco rítmico utilizado para conformar
guardas con formas combinadas muestran esta vinculación
Las complejas tecnologías líticas expresadas en hachas labradas, colgan-
tes realizados en piedras extra regionales, además de los objetos de uso coti-
diano; los huesos tallados, la abundante industria malacológica, cuya materia
prima son conchas y caracoles de origen marino indican una intensificación de
la producción, posiblemente formas sociales asociadas a cierta desigualdad.
La fauna asociada a los restos está relacionada con camélidos, ciervos,
quirquinchos, nutria huevos de ñandú. Si bien en un solo caso hemos identi-
ficado un colgante, trabajado sobre la caparazón de un bágrido. La presencia
de muy diversos tipos de redes impresas en los artefactos cerámicos, plantean
la posibilidad de actividad pesquera.
La movilidad hacia regiones alejadas debió ser otra característica de es-
tos grupos. Advertimos dichas interrelaciones en las formas y decorados de
los objetos cerámicos, en la presencia de material malacológico, en el uso de
fibras para confeccionar redes, en la provisión de minerales que provienen de
zonas como las sierras del Norte, Calamuchita y las actuales provincias del
Chaco y Misiones.
La laguna encierra interrogantes sobre pueblos milenarios, en base a los
indicadores mencionados, intentamos construir sistemas, patrones que nos
acerquen al conocimiento de su larga Historia.
CAPÍTULO 6 - LAS COMUNIDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS DE LA LLANURA 103

Algunas publicaciones pioneras sobre la región del noreste provincial

En 1947, Manuel Oliva publicó un artículo denominado: “Contri-


bución al estudio de la Arqueología del Norte de la provincia de Cór-
doba”, en el que describe los “paraderos” de Pozo de las Ollas y Laguna
de La Sal. Ambos sitios se encuentran en una zona que antaño estuvie-
ra cubierto del monte chaqueño, luego talado y reemplazado por el fa-
chinal. El material arqueológico consiste especialmente en fragmentos
cerámicos y algunos artefactos líticos.
Con respecto a la alfarería el autor describe dos tipos distinguidos
por la homogeneidad de la pasta y la forma de los bordes. En base a los
fragmentos, considera que hay vasijas de grandes dimensiones, presu-
miblemente urnas, vasijas globulares, y troncocónicas, así como vasos.
Algunas tienen asas verticales, las hay horizontales, con agujeros de
suspensión en algunos casos y otras, con guardas incisas. Esta técnica
es frecuente en las decoraciones: líneas simples, haces de líneas for-
mando rombos, surco rítmico, cepillado, puntos, impresiones de teji-
dos. Las pintadas tienen motivos en negro, rojo, blanco, blanco
amarillento que recuerdan al autor las piezas Chaco santiagueñas.
En cuanto al material lítico, compone un conjunto integrado por
puntas sin pedúnculo, un hacha, una piedra para boleadora un alisa-
dor, piedras con hoyuelo.
Estos trabajos constituyen un aporte para el estudio de la región,
aún hoy poco conocida arqueológicamente. El autor incluye algunos
elementos como el surco rítmico, las asas horizontales, las piedras con
hoyuelos y las botijas, llamadas también “hornitos” que indican pro-
ducciones comunes en una amplia zona de dispersión, temas de inves-
tigaciones actuales.
104 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA
105

PARTE III

DE LA CONQUISTA A LA COLONIA
106 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA
107

CAPÍTULO 7
TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL

Conquista y colonización del territor


territorio.
itorio.

Antes de efectuarse la fundación de la ciudad de Córdoba (573) se ha-


bían ya producido varias entradas o expediciones que reconocieron la re-
gión, proporcionando el primer saber sobre pueblos de indios y accidentes
naturales, condición de posibilidad de la posterior conquista y dominación
del territorio. Una de ellas se efectuó en 1529 al mando de Francisco de Cé-
sar, quien ingresó por el Este y remontó los ríos Carcarañá y Tercero hasta
llegar a las sierras de San Luis. Esta expedición tiene gran importancia por-
que estos expedicionarios, a su regreso al Perú, comentaron sobre la exis-
tencia de un país en la que abundaban las riquezas. Surge de aquí la leyenda
de que en el sur de la posteriormente denominada Gobernación del Tucu-
mán se encontraba Lin Lin, Trapalanda o el país del rey blando. La siguien-
te expedición entró a la región entre 1543 y 1546, cuando los hombres de
Diego de Rojas recorrieron el noroeste argentino siguiendo el camino del
Inca, hasta llegar a las sierras de Córdoba por el norte, atravesando el valle
de Calamuchita y desplazándose en dirección a Santa Fe por el curso del río
Tercero. Esta expedición, por su parte, proporcionó un primer conocimien-
to del espacio del Tucumán, con sus hitos en pueblos de indios y accidentes
naturales. La posterior incursión sobre el territorio cordobés fue de Francis-
co de Villagra, lugarteniente de Pedro de Valdivia, que había ingresado al
Tucumán proveniente de Chile y realizó la exploración de la región de los
diaguitas y los comechingones por varios meses, en un claro interés, rápida-
mente abortado, por incorporar la región a Chile. Finalmente, entre 1553-
1554, después de haber fundado Santiago del Estero, Francisco de Aguirre
transitó por lo que es en la actualidad el norte de la provincia de Córdoba
sin haber podido avanzar hacia el sur, en donde preveía fundar una ciudad,
debido al motín que se organizara en su contra y que lo desvinculara de la
expedición.
Estas entradas iniciales permitieron a las autoridades de Charcas conce-
bir el proyecto de asentar poblaciones en el territorio del Tucumán (goberna-
108 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

ción que integrará poco después las actuales provincias de Córdoba, Cata-
marca, La Rioja, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy) con dos objeti-
vos fundamentales: descongestionar de soldados el Perú evitando nuevas
guerras civiles y, asegurar la defensa del camino entre Charcas, Chile y el Río
de la Plata. En 1571 el virrey del Perú, Francisco de Toledo, extendió el títu-
lo de Gobernador de la Provincia del Tucumán a don Jerónimo Luis de Ca-
brera, con el objeto de fundar una ciudad en el valle de Salta a fin de
fortalecer los caminos para asegurar el tránsito de bienes y personas desde el
Río de la Plata hasta Potosí. No obstante, Cabrera, contrariando el mandato
del virrey envió una expedición a Córdoba a comienzos de 1573 al mando de
Lorenzo Suárez de Figueroa y, habiendo obtenido la información necesaria
sobre la región y sus habitantes, emprendió, junto a una hueste de 100 hom-
bres, la fundación de la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía el 6 de ju-
lio de 1573 en el asiento que los naturales denominaban Quisquitipa. Esta
desobediencia de Cabrera sólo puede explicarse atendiendo a su voluntad de
extender la jurisdicción de la gobernación hasta el Río de la Plata (la que fue
rápidamente frustrada por la presencia en la región de Garay) o quizá debido
al imaginario de las ricas tierras del César, que fueron el móvil de sucesivas
expediciones desde Córdoba hacia el sur del territorio.
Los estudiosos, tanto arqueólogos como historiadores, no acuerdan so-
bre la adscripción étnica de los habitantes autóctonos del territorio cordobés
y son muchas las dificultades que devienen cuando se intentan diferenciar
mediante indicadores culturales dos grupos étnicos, comechingones y sana-
birones, pues el registro arqueológico muestra gran homogeneidad y las
fuentes documentales, con unas pocas excepciones anteriores a la fundación
de la ciudad, no mencionan estos grupos. Las investigaciones lingüísticas, sin
embargo, identificaron dos sistemas claramente diferenciados que podrían
dar cuenta de la existencia de dos entidades socioculturales, “comechingo-
nes” y “sanavirones”, aunque el primero presenta un alto grado de dialectali-
zación, lo que expresaría una disgregación más o menos lejana de un grupo
base, cuyas relaciones posteriores no fueron frecuentes.
En el interior del grupo comechingón se detectaron ciertas diferencias
entre los llamados indios “serranos” y los indios “algarroberos”, que se
corresponderían con diferentes variantes dialectales denominadas respec-
tivamente por las fuentes coloniales como “camiare” y “henia”. Estas po-
blaciones se habrían localizado principalmente en el área serrana aunque su
área de extensión alcanzó también las planicies y piedemonte cordobés.
Los sanavirones, según datos indirectos, habían llegado más reciente-
mente a la jurisdicción desde la actual provincia de Santiago del Estero y
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 109

poseían una mayor homogeneidad lingüística (es decir sin variantes dialec-
tales). La distribución de la toponimia autóctona muestra una mayor con-
centración de la lengua sanavirona en el norte cordobés aunque su
influencia ha sido detectada en la mayor parte del territorio incluyendo sie-
rra y planicies.
Un aspecto sustancial que debemos considerar para el momento de la
conquista, es la inexistencia de un centro de poder fuerte y aglutinante que
permitiera, como en el caso mexicano y peruano, el dominio inmediato del
conquistador. La falta de cohesión fue en principio un impedimento para el
conquistador ya que al no haber una cabeza política la conquista debía reali-
zarse pueblo por pueblo. Sin embargo, esta particularidad significó también
una ventaja para los invasores ya que esa misma falta de cohesión social im-
pidió la organización de una fuerte resistencia indígena armada al avance del
español. Las formas de resistencia, por el contrario, fueron mucho más suti-
les y veladas de lo que se presentaron para otras regiones de América colonial
donde las rebeliones indígenas fueron un fuerte obstáculo para la instaura-
ción del dominio colonial. En Córdoba fue hasta aproximadamente 1578 que
la hueste española debió residir en el fuerte para protegerse de los ataques in-
dígenas. A partir de la fecha precitada se inició la lenta edificación en la traza
urbana de la ciudad que diseñara don Lorenzo Suárez de Figueroa, ubicada
entre las actuales calles Santa Rosa, Bv. San Juan, Jujuy y Paraná, y no aquélla
que diseñara su predecesor Jerónimo Luis de Cabrera en la banda norte del
río Primero o Suquía.

Nuevas instituciones, nuevas formas del trabajo y de la sociabilidad.

Los primeros vecinos de Córdoba, junto con el numeroso conjunto de


indígenas desplazados desde diferentes regiones del virreinato que acompa-
ñaron e hicieron efectiva la empresa de conquista, fueron los que llevaron
adelante el poblamiento de la nueva ciudad, a la vez que garantizaron la
presencia del poder español en esta nueva avanzada sobre los dominios de
América.
Los primeros vecinos de Córdoba fueron beneficiados, como premio a
los servicios prestados a la Corona española durante las guerras de conquista,
con mercedes de tierra y mercedes de encomienda. Las primeras incluían
solares (parcela de tierra destinada a la vivienda) en la traza de la ciudad, al-
gunas tierras para huertas y chacras en las cercanías del río, y también tierras
para estancias de ganados menores y mayores en los sitios más alejados de la
ronda. Estas mercedes se ubicaron preferentemente en torno a los cursos de
110 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

agua, en la cercanía de los caminos reales, y principalmente lindando con los


pueblos de indios a fin de asegurar el acceso a la fuerza de trabajo. Mediante
complejos procedimientos legales e ilegales los vecinos fueron adueñándose
de las tierras originarias de los nativos, quienes finalmente fueron incluidos
al interior de las estancias españolas, perdiendo toda posibilidad de hacer uso
comunal del espacio, con la consiguiente ruptura en sus modos tradicionales
de subsistencia e interacción.
Por su parte, las mercedes de encomienda implicaban una sesión gra-
ciosa de la Corona que renunciaba a su derecho a cobrar tributo a las pobla-
ciones indígenas en favor de un particular -el encomendero- quien a su vez
se veía obligado a evangelizar y cuidar a los indígenas que recibía en con-
cepto de encomienda. En lugar de cobrar el tributo que los indígenas de-
bían en dinero (que alcanzaba desde 10 a 5 pesos anuales, según el
momento) o en su equivalente en especies, los encomenderos lo cobraron
mediante el “servicio personal” que, en la práctica significó el monopolio de
la fuerza de trabajo indígena durante todo el año, sin respetar, en ocasiones,
ni los días de fiesta. Es más, durante los primeros 30 años de conquista, tan-
to los menores, los viejos como las mujeres estaban también obligados a
este trabajo para el encomendero, en cumplimiento de las ordenanzas del
gobernador Gonzalo de Abreu.
Estas primeras mercedes (de tierra y de encomienda) permitieron con-
cretar la ocupación y explotación efectiva de los territorios coloniales. A su
vez, tierra y fuerza de trabajo nativo se constituyeron en los capitales inicia-
les que permitieron a estos primeros pobladores españoles ingresar rápida-
mente al circuito comercial de Buenos Aires, Chile, y fundamentalmente
Potosí, en donde comercializaban los productos obtenidos por el trabajo en
las encomiendas.
Desde fines del siglo XVI y durante todo el siglo XVII el espacio de la
jurisdicción, fue siendo objeto de la ocupación y explotación por parte de
los españoles. La traza de la ciudad era el ámbito urbano por excelencia,
asiento de la población de origen peninsular (españoles y portugueses) y de
numerosos indígenas peruanos y naturales de la región, mano de obra para
la realización de edificios públicos, el abastecimiento de la ciudad, el servi-
cio doméstico y toda otra labor que requieran los conquistadores. Si bien
hasta 1577 la edificación se redujo a un fuerte, y luego de esa fecha a algu-
nas casas de precaria construcción, poco a poco se fue definiendo el estilo
urbano de vida. El núcleo central de la ciudad estaba caracterizado por una
plaza mayor y edificios relevantes (Iglesia y Cabildo), un segundo cinturón
estaba conformado por las Iglesias, monasterios y solares de vivienda, mien-
tras que el suburbio articulaba la ciudad con el medio rural. La ocupación
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 111

era una trama abierta que unía ciudad y campo sin discontinuidad ni mura-
llas. La población indígena urbana habitaba en las casas de los vecinos o en
los rancheríos, ubicados en los límites externos. Los amplios patios de con-
ventos y del hospital albergaban también rancheríos en los que convivían
nativos y negros esclavos.
Hacia el río Suquía, o San Juan como lo llamó Cabrera, se ubicaron las
primeras chacaras para proveer de bienes agrícolas y sustento a la ciudad. En
el resto de la jurisdicción la explotación se efectuaba en los pueblos de indios
encomendados y parcialmente en las incipientes chacaras y estancias que em-
pezaban a conformarse.
La encomienda era la forma jurídica que adquiría la explotación de la
mano de obra indígena y constituía la principal empresa económica en los
primeros tiempos. La reducción a pueblo fue el mecanismo fundamental a
partir del cual se congregaba un conjunto de población indígena dispersa en
un solo sitio y se aseguraba su control y productividad. Estas reducciones po-
dían congregar una o varias encomiendas y fueron efectuadas desde fines del
siglo XVI produciendo grandes alteraciones en las poblaciones indígenas. Los
movimientos de pueblos o de parte de ellos generaron la desestructuración
de las comunidades indígenas y la formación de nuevas unidades multiétni-
cas con características muy diferentes a las conocidas en tiempos prehispáni-
cos. Como advertimos, el tributo de la encomienda no era percibido por los
españoles en moneda metálica, como en otros sitios del antiguo Virreinato
Peruano, sino que era cobrado en especie (mantas, sobrecamas, trigo, miel,
cabalgaduras, etc) y especialmente en trabajo indígena, también llamado
“servicio personal”, cuya productividad estaba garantizada por el poblero,
mano derecha del encomendero, quien organizaba el trabajo y, generalmente,
recibía un porcentaje de la producción como parte de pago a sus servicios.
De allí su interés por maximizar la producción mediante estrategias de sumi-
sión de inusitada crueldad. Al respecto, el visitador Alfaro los definió como
el”diablo introducido en estas tierras”. El pago del tributo indígena en trabajo
generaba una relación de dependencia directa entre el encomendero y sus in-
dios de encomienda, que impedía a estos últimos disponer del tiempo nece-
sario para trabajar para la comunidad y en consecuencia limitaba las
posibilidades de reproducción biológica y social. Los movimientos de pue-
blos, la desestructuración de la unidad doméstica indígena, y el servicio per-
sonal fueron algunas de las principales causas del descenso abrupto de la
población indígena de la jurisdicción. A tal punto fue la situación de explota-
ción indígena que en 1612 el Oidor y Visitador Francisco de Alfaro quedó es-
candalizado en su visita a la jurisdicción por la situación en la que se
encontraban los nativos.
112 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Oidor: se llama a cualquiera de los ministros togados, miembros de


consejos, cancillerías o audiencias. La Real Audiencia era el máximo
tribunal de justicia de América. Córdoba dependió durante los siglos
XVI y XVII de la real audiencia de Charcas, hasta la creación de la Au-
diencia de Buenos Aires.

Visitador: Funcionario de la Corona española encargado de realizar la


visita. Su obligación era esencialmente limitar el poder de los funciona-
rios indianos, evitar excesos y abusos de poder de las autoridades loca-
les y controlar la corrupción. Las visitas de indios tenían otros
objetivos específicos que era realizar el empadronamiento de los indios
y observar el cumplimiento de las leyes.

Una práctica que fue extendiéndose a principios del siglo XVII, constata-
da por el propio visitador Alfaro, fue la de trasladar los indios a tierras españo-
las. Con el tiempo, gran parte de las tierras ocupadas originalmente por las
poblaciones indígenas pasó a manos privadas (españolas) y los nativos fueron
asentados de forma definitiva en estancias y chacaras bajo control español.
Si la institución de la encomienda, materializada en las concentraciones
de indígenas en espacios de trabajo, fue el lugar del control de los cuerpos
orientados a la producción de bienes, la institución de la Iglesia católica fue
el lugar del control de las mentes: la evangelización buscó abolir toda conti-
nuidad de las religiones y ritos autóctonos y convertir al indígena en un suje-
to manso y sumiso a los preceptos de la fe y los valores cristianos, y por lo
tanto, vasallos fieles a la Corona española.
Alfaro, en tanto representante de la ley colonial en esta región, preten-
dió poner coto a los abusos de los españoles reglamentando el trabajo indíge-
na, disponiendo una divisoria étnica del espacio (pueblos para los indios y
estancias y chacaras para los españoles) y pretendiendo imponer un tipo de
trabajo libre como el “concierto”. Es así que antes de retirarse de la goberna-
ción dictó unas ordenanzas a partir de las cuales se habrían de regir las rela-
ciones interétnicas, que tuvieron escaso efecto en esta región. En efecto, si
bien impidieron parcialmente nuevos movimientos de pueblos y abusos, no
pudieron enmendar el daño ya efectuado. De la misma manera, si bien puso
algún coto a la explotación indígena que alcanzaba a toda la familia, no pudo
impedir que el servicio personal continuara.
Bajo el sistema de encomiendas las poblaciones indígenas autóctonas fue-
ron rápidamente incorporadas al sistema productivo. La actividad económica
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 113

se llevaba a cabo en el espacio de los pueblos de indios reducidos y encomen-


dados —donde con frecuencia se instalaban obrajes— y paulatinamente en las
estancias y chacaras que empezaron a conformarse. Otra porción de la pobla-
ción, principalmente mujeres, fueron llevadas a la ciudad para el trabajo en las
casas de los vecinos donde desempeñaban labores diversas tales como cuidado
de los niños, cocina, limpieza, hilado y tejido.
Diez años después de fundada la ciudad, la productividad en las enco-
miendas permite a los vecinos participar activamente de comercio interregio-
nal. Potosí constituirá un polo de desarrollo regional por el efecto de arrastre
que genera al concentrar una gran población de origen peninsular y principal-
mente una masa de trabajadores indígenas que absorben en conjunto una gran
cantidad de bienes de producción y subsistencia. Existe así un circuito amplio,
de larga distancia, en el cual se inserta Córdoba que, en cuanto lugar de tránsi-
to, participa tanto en la organización de los transportes cuanto en el transporte
de su propia producción hacia el centro minero. El circuito de larga distancia
consiste en el ingreso de importaciones de efectos europeos, esclavos, azúcar y
hierro desde Brasil, vía puerto de Buenos Aires, a cambio de plata de origen po-
tosino que se obtiene a través de la venta de los productos de la región. Córdoba
se constituye como centro de enlace y distribución desde donde se organizan
los transportes hacia esos dos puntos (al igual que hacia Chile, Santa Fe, Para-
guay) mientras se envían mercaderías locales o se reexportan principalmente
los esclavos con los cuales obtienen grandes ganancias en el centro minero.
Los productos exportados, originados dentro de la jurisdicción, son los
ganados ovinos y vacunos en pie, sebo y cecinas derivadas del ganado vacuno,
textiles de lana y algodón, los distintos implementos necesarios para el trans-
porte, harina de trigo y cera y miel.
Desde 1620 aproximadamente hasta 1700 se produce la reorientación de
todas las exportaciones hacia la zona minera principalmente. Continúan y se
acrecientan las exportaciones de vacunos y ovinos mientras la exportación de
mulas se vuelve el principal producto de exportación. Este movimiento de
especialización ganadera que se da en un momento de alza de los precios en
los centros mineros y concluye hacia 1652/1660. En esta especialización pro-
ductiva no participa sólo Córdoba sino todo el Tucumán y el litoral.
La agricultura, sin embargo no es desplazada en su totalidad por la pro-
ducción y engorde de mulas y otros ganados. La incorporación de una gran
masa de esclavos, particularmente luego de 1620, permitió el desarrollo de
gran variedad de actividades productivas en la estancia colonial. En la segun-
da mitad del siglo XVII, se asiste a un proceso de ruralización, donde muchos
propietarios de estancias y sus familias se asientan de forma permanente o se-
mipermanente en sus establecimientos rurales. Algunos autores han asimila-
114 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

do este proceso de ruralización a una crisis económica generalizada causada


por la baja en el precio de la mula, pero se trata aún de un tema debatible en-
tre los historiadores del período colonial.

Demografía histórica y aportes poblacionales de otras rregiones.


histórica egiones.

La población indígena que ocupaba a fines del siglo XVI el territorio de la


actual provincia de Córdoba, siguió en líneas generales el mismo proceso de
caída demográfica de todas las poblaciones nativas de la antigua gobernación
del Tucumán Antonio Larrouy calculó para el año 1600 unas 50.000 almas
para toda la gobernación del Tucumán cantidad a la que Rubio Durán agrega
12.000 de la zona del Valle Calchaquí aún no sometida (que comprendía la re-
gión serrana de Salta y Catamarca, parte de la Rioja y occidente de Tucumán).
Otra fuente, como la carta del gobernador Juan Ramirez de Velazco al
Rey estimaba para toda la gobernación del Tucumán la cifra de 56.500 indios.
Uno de los documentos más tempranos y detallados con información demo-
gráfica es la carta del gobernador Alonso de Ribera, fechada en 1607, y en la
que registra el número de encomenderos y sus encomendados. Rubio Durán
llama la atención en este punto señalando que en dicho registro quedaron ex-
cluídos no pocos indios que los españoles sacaron de sus pueblos y llevaron
para servir a sus casas y haciendas.
A continuación incluimos un cuadro de población donde se vuelcan los
datos que analizara Francisco Rubio Durán para el Tucumán.

Santiago San Talavera Córdoba Salta La Jujuy Nueva Total


del Miguel Rioja 4 Madrid
de
Estero
Tucumán
Vecinos
Feudatarios 42 32 332 60 30 612 8 10 277
Indios de
servicio 4.729 1 1.100 3 1.636 4.113 1.800 3 4.000 3 490 188 18.056 5

Figura 34. Población tributaria a principios del siglo XVII (1607)(1) Sólo se refiere
a varones adultos (2) Más 15 soldados con indios de servicio (3) Sin contar los indios
de guerra constatados en la fuente (4) Sólo constan los indios riojanos de paz sin otros de
guerra (5) El número total de tributarios se reduce a 16.247 según los cálculos del autor.
(Rubio Durán, 1999: 46).

Se considera que el descenso de la población indígena entre 1596 y 1607


para el Tucumán fue del 71,3% ya que de un número estimado en 56.500 in-
dios tributarios en 1596, se pasó a una población tributaria de 16.247 nativos
en 1607.
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 115

Indios tributarios: Los indios tributarios correspondían a los varones


entre 15 y 50 años según las ordenanzas de Abreu de 1576. Las orde-
nanzas de Alfaro de 1612 fijaron la edad de los indios tributarios entre
los 18 y 50 años. Alfaro dispuso que los indios tributarios debían pagar
una tasa anual de 5 pesos (en dinero o especies), conmutable en el caso
de Córdoba por 120 días de trabajo.

En el caso específico de Córdoba, sabemos de forma general que en mo-


mentos previos a la fundación, la ciudad contaba con una población indígena
cercana a los 30.000 indios según indicara la Relación anónima, documento
del año 1573. En 1607 el gobernador Alonso de Rivera registraba 60 enco-
menderos con un total de 4.113 indios -número que contemplaba sólo los de
tasa o indios tributarios. El mismo Rivera señalaba que había una encomien-
da de 500 indios, tres de 200, 5 de 100 y los demás de cifras inferiores.
La caída demográfica sufrida por la población indígena fue condiciona-
da por diversos factores, que son similares a los que afectaron a la mayor par-
te de las poblaciones nativas de América española. Entre ellos podemos
mencionar las epidemias de las enfermedades introducidas por los europeos
que diezmaron grandes cantidades de población, la desarticulación produci-
da en las unidades sociales por efecto del sistema de encomiendas y la ruptu-
ra de las prácticas económicas prehispánicas y sus estrategias de movilidad
espacial. Finalmente también la organización de la sociedad y economía colo-
niales afectaron la capacidad de la población indígena para reproducirse so-
cialmente ya que muchas mujeres jóvenes -en edad fértil- fueron utilizadas
para el trabajo doméstico en las casas de la ciudad mientras los hombres jó-
venes fueron retenidos en el trabajo rural o bien enviados en fletes de carre-
tas que se desplazaban hacia Potosí y otras regiones con fines comerciales.
Muchos de esos nativos que viajaban jamás regresaban ya fuera porque huían
para buscar mejores oportunidades de vida o, en su defecto, eran vendidos
por sus propios amos como piezas en otras jurisdicciones. De modo que a di-
ferencia de otras regiones donde las guerras de conquista fueron un factor
importante en la caída demográfica inicial de las poblaciones nativas, en Cór-
doba el descenso de la población nativa puede atribuirse con mayor fuerza a
las epidemias, al trabajo forzoso y a la desestructuración de las sociedades
que pusieron en riesgo el crecimiento vegetativo de la población.
Desde mediados del siglo XVII Córdoba recibió contingentes de indíge-
nas provenientes de otras jurisdicciones, como consecuencia de las guerras
calchaquíes y de las incursiones realizadas al Chaco. El mapa étnico de la re-
116 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

gión se complejizó y a las encomiendas pre-existentes se sumaron nativos de


diferente origen: abaucanes, quilmes, tobas, mocovíes, etc. Este aporte, sin
embargo, no logró compensar la baja de población nativa.
A fines del siglo XVII, cuando se efectuó la visita de Luxan de Vargas, se
registraron sólo 200 indígenas de tasa, en un total de 921 indígenas de todas
las edades. De la cifra total (que incluía tributarios y no tributarios) 475 indí-
genas eran originarios, 374 eran transmigrados o desnaturalizados de otras
regiones y 72 eran integrados a encomiendas mixtas (originarios y desnatura-
lizados difíciles de adscribir a un grupo determinado).
En 1692 una encomienda podía tener como máximo 20 indios tributa-
rios, con lo cual se advierten los efectos del sistema colonial en las poblacio-
nes autóctonas. De modo que si a fines del siglo XVI principios del siglo XVII
una encomienda podía reunir cientos de indios, a fines del siglo XVII apenas
reunían 10 a 20 indios de tasa.
A continuación presentamos un cuadro con la composición étnica de la
población indígena visitada en Córdoba entre 1692 y 1693 por el visitador
Antonio Martines Luxan de Vargas.

Figura 35. Cantidad de población de encomienda distribuida por origen y sexo. Este
cuadro fue confeccionado teniendo en cuenta la cantidad total de población indígena
encomendada en la actual provincia de Córdoba presente al momento de la visita.
Fuente: Iarza y González Navarro, 2009.
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 117

Reconfiguraciones y rreasignaciones
easignaciones de identidades.

Como hemos indicado, conocemos muy poco sobre las autoadscripcio-


nes de los antiguos habitantes de la región, principalmente debido a que no
existen testimonios directos que nos permitan reconocer de qué manera los
nativos se denominaban y diferenciaban a sí mismos respecto de otros grupos
y cómo delimitaban las alteridades. Los documentos con los que contamos se
originan en la administración colonial y por lo tanto expresan las percepciones
y configuraciones identitarias que los propios españoles tuvieron de las pobla-
ciones nativas así como aquellas que consideraron oportuno construir en or-
den a una legitimación de la dominación y la sumisión.
En los últimos años se ha puesto en crisis la concepción de que las nomi-
naciones “comechingones” y “sanavirones” dan cuenta de grupos étnicos pro-
piamente dichos, esto es, conjunto de personas que se reconocen como una
unidad definida y separada de los otros, para cuya delimitación emplean ciertos
emblemas identificadores y que comparten cierta cultura así como una historia.
Ningún testimonio nos autoriza a reconocer que los nativos se llamaran
a sí mismos comechingones, así como la fragmentación política de las comu-
nidades prehispánicas refuerza la idea de que, al menos en el nivel de la iden-
tidad positiva, no puede hipotetizarse la existencia de alguna unidad étnica
supragrupal. Es más, en las primeras fuentes coloniales —las declaraciones
de méritos y servicios de los hombres de la expedición de Diego de Rojas y la
crónica de Gerónimo de Bibar— esta expresión es un etnónimo propiamente
dicho, aunque correspondiente a una exonominación (hispánica o de algún
otro grupo nativo) pero, una vez fundada la ciudad, esta nominación ya no
da cuenta de un grupo humano sino de un espacio, tal como se manifiesta en
la expresión generalizante “provincia de juríes, diaguitas y comechingones” con
la que suele mencionar a la Gobernación del Tucumán, en donde el término
“provincia” remite tanto a un espacio como a grupos indígenas definidos por
algunos atributos comunes. Hoy sabemos que las dos primeras nominaciones
de la fórmula —juríes y diaguitas— no remiten a grupos étnicos ni políticos
sino que también son el producto de una intervención española sobre ciertas
nominaciones que circulaban para referirse a grupos menores y no siempre
claramente delimitados. En síntesis, con lo que hemos indicado lo que quere-
mos decir es que “los comechingones” como una unidad claramente diferen-
ciada es una construcción española que operó extendiendo un nombre que
posiblemente se aplicaba a parte de un grupo, a toda la región serrana, o a
algunas agrupaciones, a partir del reconocimiento de algún rasgo en común,
del cual no podemos dar cuenta exacta (¿la lengua?, ¿algún rasgo de la cultu-
ra material?, ¿fenómenos del orden de lo ideológico, ¿lo económico?). Lo
118 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

que sí es cierto es que, como indicáramos, hasta el presente ni la arqueología


ni los estudios etnohistóricos han podido identificar ningún rasgo que sea
propio y exclusivo de este grupo, así como resulta muy difícil definir áreas
específicas para este grupo separadas de los “sanavirones”.
Lo que más bien revela la arqueología y la etnohistoria regional es una
cierta homogeneidad en el área de la sierra y llanura adyacente, con variaciones
regionales en lo relativo a movilidad, sistemas de asentamiento, modos de sub-
sistencia, que no parecen que puedan ser comprendidas en términos de grupos
étnicos diferenciados sino más bien de ambientes y procesos adaptativos.
Los procedimientos mediante los cuales los miembros de la administra-
ción española asignaron nominaciones a los grupos nativos han sido suficien-
temente estudiados y hoy se admite que se trata de estrategias tendientes a
unificar y categorizar grupos según los criterios hispánicos a partir de motiva-
ciones que se relacionan con las necesidades de la dominación, o mejor, del
saber que es condición al ejercicio del poder. En esta operación de configura-
ción de grupos étnicos, por un lado se establecieron grandes unidades unifi-
cando lo que era diversidad étnica y política (operación de homogeneización),
y por otro, se marcaron fronteras étnicas en lo que no era sino una continuum
cultural y lingüístico. Los nuevos estudios sobre fronteras advierten, también,
que la existencia de unidades compactas y claramente diferenciadas (en el ni-
vel del lenguaje, la cultura, las modalidades de organización social, etc.) es
una ficción y lo que en realidad se percibe es un espacio poroso en el que los
intercambios y las mixturas predominan.

La identidad indígena

La antropología hoy ha dejado claramente asentado, contra todo


esencialismo, que las identidades son procesos flexibles, que son his-
tóricas y contextuales y que se redefinen conforme se redefinen los
niveles de las relaciones interétnicas. Esto explica la fuerte identidad
comechingona o sanavirona que hoy se manifiesta en numerosos des-
cendientes de nativos de la provincia, que configuran sus propias
identidades individuales y sociales en continuidad con las poblacio-
nes originarias históricas pues en ellas fundan experiencias y modos
de posicionarse frente al mundo social y natural. Esta reconstrucción
de la identidad es posible en un nuevo contexto histórico y político
de resurgimiento de las demandas indígenas y de legitimación étnica
por parte de los aparatos de los Estados nacionales latinoamericanos.
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 119

Asentados los españoles en la ciudad, decimos, los términos “comechin-


gón” y “sanavirón” para nominar a estos indígenas se pierden y sólo aparecen
aisladamente en los documentos, en particular el segundo, en boca de los pro-
pios indígenas como un modo de referirse a grupos ingresados recientemente
al territorio cordobés. Las identidades construidas por los españoles cambian,
al cambiar la naturaleza de las relaciones interétnicas y los nativos pasan a for-
mar parte de un nuevo sistema clasificatorio que responde a otros principios,
relacionados con las nuevas necesidades creadas ya no por la conquista sino
por la colonización española y la necesidad de aprovecharse de la fuerza de
trabajo nativa. Lo fundamental fue la inclusión de los indígenas en grupos,
definidos por su sumisión a un jefe étnico o cacique, pues las encomiendas se
otorgaban por pueblos representados por la figura de su curaca. Ya no son más
indios “comechingones”, no se los denomina más a partir de este etnónimo
generalizante, sino con un sistema que da cuenta de las diferentes redes de
subordinación de las que participan, sea su subordinación a un cacique (in-
dios del cacique Tululunave) o integrándolos a las redes de dependencia espa-
ñola (indios de Antón Berrú, indios de Diego de Castañeda).
Esto es, desde una primera construcción étnica homogénea se transita
hacia una fragmentación en la nominación que da cuenta de la desestructura-
ción de las comunidades nativas producto del otorgamiento de indios en en-
comiendas.
La operación hispana, no obstante, no terminó allí. Los atributos asigna-
dos a los indígenas también fueron variando según cambiaron las necesida-
des de los conquistadores. Si la descripción étnica de Gerónimo Luis de
Cabrera destaca por la positividad con la que presenta a los indígenas de Cór-
doba (grandes cultivadores, no tienen ídolos, no se emborrachan, etc.), posi-
tividad que legitimó la fundación de la ciudad en un sitio no autorizado, las
descripciones y calificaciones sobre estos mismos nativos realizadas luego de
fundada la ciudad destacan por su negatividad (son vagos, sin razón, demen-
tados, montaraces, etc.), lo que legitima el exterminio y la explotación.
Con el tiempo y la consolidación del sistema de dominación colonial las
que podrían haber constituido marcas de diferenciación entre los grupos ten-
dieron a homogeneizarse diluyéndose las diferencias o al menos, perdiendo
éstas importancia para los españoles. Los traslados, reducciones y recomposi-
ciones étnicas tuvieron efectos altamente desestructurantes y los nativos origi-
narios perdieron toda referencia a su lugar de origen y toda filiación étnica. En
el caso de los indígenas desplazados desde el Chaco y los valles calchaquíes
entre las décadas de 1640 y de 1670 se incorporaron a las estancias de los en-
comenderos y, en el nivel de las exoidentificaciones, esto es, de las identifica-
120 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

ciones realizadas desde el afuera del grupo étnico, fueron despojados de su fi-
liación étnica originaria y redefinidos a partir del lugar de residencia.
La filiación pasó a estar vinculada al lugar de residencia de los indígenas
más que a un origen o un antepasado común y en estos casos, ya no son “in-
dios tobas” sino que son “indios de Saldán”; ya no son “calchaquíes” sino
“indios de La Toma”. Hacia fines del siglo XVII queda aún memoria del trau-
mático desplazamiento y aún pueden dar cuenta de su origen.
En este sentido entonces, la dominación colonial infringió profundos
cambios a la población nativa que pudo sobrevivir a la dominación, ya que su
inserción en el sistema de encomiendas implicó no solo la incorporación de
otras formas de trabajo sino abandonar viejas prácticas y tradiciones cultura-
les. Significó al mismo tiempo, la formación de comunidades multiétnicas
que se afincaron en el interior de las estancias coloniales y constituyeron pe-
queñas comunidades integradas por nativos de diferentes orígenes, esclavos
de procedencia africana y población peninsular. La estancia fue entonces un
ámbito claramente mestizo.

Condicionantes de la desestructuración de las comunidades originar


originar ias
iginarias

Hemos indicado que las nuevas condiciones creadas por el asentamiento


español tuvieron un efecto claramente desestructurante que afectó directa-
mente las posibilidades de reproducción social y biológica de los grupos nati-
vos por efecto de la caída demográfica, la separación de los matrimonios, el
exceso de trabajo, los movimientos involuntarios de población, etc. Esta des-
estructuración, en términos más generales, se relaciona con una serie de fac-
tores del orden de lo estructural que permite explicar ciertas variaciones
entre los pueblos de indios de Córdoba al promediar el siglo XVII:

a) Ausencia de una cabeza política fuerte:


En principio, como dijimos, los nativos de Córdoba carecían de un po-
der político centralizado que pudiera encausar sus intereses y guiarlos hacia
una rebelión que pusiera en peligro la ocupación colonial en la región, u or-
ganizar la población en orden a la defensa por otros medios de los derechos
que la propia legislación hispánica les brindaba. Los propios pobladores de
origen europeo se encargaron de minar toda autoridad de los caciques pues
son frecuentes las indicaciones de que estaban obligados al servicio perso-
nal como los indios de común, sufrían continuos malos tratamientos (gol-
pes, azotes) y avasallamientos a su autoridad por parte de encomenderos, la
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 121

familia del encomendero y los pobleros, aún entrada la segunda mitad del
siglo XVII. Por otra parte, los encomenderos no establecieron diferencias
entre los caciques y los indios del común, desconociendo en numerosas
oportunidades el título de cacique o manipulando según sus intereses los
nombramientos de los jefes étnicos, los que no siempre fueron reconocidos
por el grupo en cuestión. En síntesis, ante la ausencia de una autoridad legí-
tima aglutinadora, los lazos comunitarios fueron quebrantándose pues los
sujetos encontraron pocas razones para mantener cierta lealtad para con su
grupo. Las huidas de indios solos o en pequeños grupos a los montes, fuera
del pueblo de indios y las continuas animadversiones que encontramos en
los juicios penales interétnicos de la época, en los que son los propios nati-
vos los que denuncian a sus iguales, son otra prueba de esta falta de cohe-
sión comunitaria.
La visita de Luxan de Vargas a fines del siglo XVII da cuenta de hasta
qué punto los intereses comunitarios se habían revertido en intereses familia-
res, ya que cuando los indígenas se quejan ante el visitador, sólo en muy con-
tados casos los reclamos se orientan a la conservación de la unión comunal o
a la obtención de beneficios para la comunidad como conjunto (V.gr. Solici-
tudes sobre que se hagan iglesias en los pueblos de indios). Más que comuni-
dades o pueblos de indios, pareciera que estamos en presencia de familias
que procuran beneficiarse individualmente.

b) Falta de cohesión social y predominio de respuestas individuales:

La resistencia al orden colonial contó con muy escasas respuestas de


tipo colectivo, y en cambio predominaron las de carácter individual lo cual es
un indicador más de la rápida desintegración de los lazos de solidaridad co-
munitarios.
Son pocas las estrategias de resistencia colectiva detectadas en Córdoba
y en su mayoría se localizan en épocas tempranas de la colonización españo-
la. Una de estas estrategias —u operaciones ideadas por un conjunto impor-
tante de la población indígena tendiente a cuestionar la dominación colonial
o ponerla en riesgo— fue la resistencia armada expresada en enfrentamientos
contra la hueste conquistadora y ubicada temporalmente entre las primeras
entradas a la región y los primeros veinte años de ocupación del territorio
cordobés (o sea entre 1540 y 1590 aproximadamente). Las fuentes tempranas
señalan particularmente las habilidades de los nativos para luchar de noche y
el uso del arco y la flecha. Estas respuestas armadas fueron sin embargo, ais-
ladas y muy localizadas espacialmente, logrando articular alianzas intergru-
pales muy efímeras y de poco impacto para las huestes españolas.
122 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

Otra forma de resistencia colectiva —también localizada temporalmente


en los primeros momentos del contacto hispanoindígena—, que se ha inda-
gado más recientemente, es el “arte rupestre”, entendido como una forma de
expresión y como estrategia de resistencia alternativa, de orden simbólico y
de carácter no violento, trazada para confrontar la otredad y reforzar los la-
zos identitarios, aunque también esta modalidad está acotada a grupos y es-
pacios específicos e individuales. Finalmente, la continuidad de ciertas
prácticas rituales prehispánicas, como las borracheras, también han sido inte-
pretadas como una forma de resistencia al orden colonial y una estrategia al-
ternativa para reforzar los lazos comunales.
Al margen de estas escasas respuestas colectivas al sistema de domina-
ción colonial identificadas hay un gran silencio, que se rompe recién a fines
del siglo XVII cuando en el marco de la visita realizada por Antonio Martines
Luxan de Vargas, encontramos una reacción conjunta de la población nativa
en el marco de la justicia local a fin de denunciar los abusos de la élite enco-
mendera. Allí el discurso indígena fue unificado y homogéneo, denunciando
cualquier tipo de afrenta sufrida a manos de los españoles. Esta resistencia se
explica por la fuerte presencia de otros grupos indígenas ajenos al territorio
cordobés —entre los que podemos mencionar a calchaquíes y chaqueños— y
con una tradición mucho más fuerte en las luchas anticoloniales.
En Córdoba, sin embargo, la mayor parte de las manifestaciones de re-
sistencia frente al sistema de dominación colonial fueron de tipo individual.
Algunas de ellas fueron diseñadas para evadir el sistema, como fue el caso de
los indios huidos, que en busca de mejores condiciones de vida escaparon
hacia otras jurisdicciones o en su defecto hacia el “monte” que permanecía
fuera del control colonial.
Otras estrategias de resistencia individual se vinculan con la utilización
del recurso a la justicia para el logro de algún beneficio particular. Un análi-
sis de las fuentes judiciales de la época muestra que, en líneas generales, los
nativos tuvieron muy pocas posibilidades de lograr ventajas al interior del
sistema utilizando el recurso a la justicia e inclusive de lograr la aplicación
de los fallos judiciales dictados. En el caso de Córdoba los estrechos vínculos
que existían entre la elite de poder (el grupo encomendero, el poder político
local y la justicia) impedían a los nativos alcanzar el reconocimiento de sus
derechos legítimos, como el acceso a la tierra, la eximición de tasa cuando
correspondía, el trato benigno y apropiado a su condición social, etc. Por esta
razón, los indios nunca realizaban denuncias contra sus propios amos. Esta
alianza estratégica garantizaba la posibilidad de algún éxito en la justicia.
Teniendo en cuenta este marco general, es importante señalar que así
como es poco frecuente encontrar casos del siglo XVII en que los nativos
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 123

acudieran de forma autónoma a la justicia, también es bastante inverosímil


encontrar causas impulsadas de forma colectiva por alguna comunidad indí-
gena. Esto revela la profunda ruptura de los lazos comunitarios que no pu-
dieron articular las fuerzas en torno a un beneficio común.

c) Pérdida de la tierra:

el proceso de desapoderamiento de las tierras indígenas quitó a los nati-


vos la posibilidad de seguir ligados a viejas prácticas, no sólo económicas
sino también culturales, aquéllas que mantenían los lazos sociales.
En Córdoba, dos fueron los espacios posibles de reducción de la pobla-
ción indígena sometida bajo el sistema de encomiendas. Uno de ellos fue el
pueblo, que constituía el producto de la recomposición de varias poblaciones
nativas que eran asentadas compulsivamente en un lugar determinado. La
tierra donde se constituía un pueblo era, a fines del siglo XVI, “realenga” de
modo que los indígenas gozaban del usufructo a perpetuidad de la tierra pero
su propiedad quedaba reservada a la Corona española. Si bien los pueblos de
indios estuvieron muy difundidos en otras regiones del Tucumán, particular-
mente en Santiago del Estero y Jujuy, en el caso de Córdoba pocas fueron las
encomiendas de indios que alcanzaron a tener la entidad de “pueblo”.
La mayoría de las poblaciones sometidas al sistema de encomienda fue-
ron trasladadas a tierras españolas y perdieron toda vinculación con las tie-
rras que ocupaban originalmente y también con las tierras realengas. En la
mayoría de los casos los nativos trabajaban para su encomendero todo el año
en su estancia o chacara y éste les distribuía productos para su sustento pero
no les asignaba tierras para explotar comunitariamente. La imposibilidad de
trabajar la tierra con autonomía del encomendero no sólo privó a los nativos
de la posibilidad de ampliar su base de subsistencia sino que fue quebrando
los lazos sociales. Si concebimos a la tierra no sólo en un sentido económico
sino como la depositaria de la memoria colectiva, la conquista, las desnatura-
lizaciones sistemáticas y la recomposición de unidades étnicas alteraron por
completo los vínculos entre el hombre y su antiguo espacio de pertenencia.

Comunidades nativas a fines del siglo XVII.

Uno de los principales males que había pretendido erradicar Francisco


de Alfaro a partir de sus ordenanzas de 1612 era el llamado “servicio perso-
nal”, de cuya práctica se derivaban sólo efectos negativos para la población
indígena, según el visitador. El servicio personal consistía, al momento de la
124 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

visita de Alfaro y en la jurisdicción cordobesa, en el trabajo indígena compul-


sivo, continuo y aplicado a menudo no sólo a los indios en edad de tributar
sino a otras categorías (mujeres, niños y viejos). Implicaba una extracción de
excedentes cuyo único límite era la capacidad de coacción del encomendero
o de sus pobleros mediante el trabajo en las estancias (cultivo de las chacras
del encomendero, cuidado del ganado, trabajo de carpintería, etc. para el
caso de los hombres y, el cuidado de los cultivos, labores domésticas, elabo-
ración de dulces y orejones, hilado y tejido en el caso de las mujeres).
Las más de ocho décadas que median entre la visita del oidor Francisco
de Alfaro y la del oidor Antonio Martines Luxan de Vargas no pudieron rever-
tir por completo la situación de sometimiento de la población indígena que
había observado Alfaro en 1611. Diversas denuncias se volcaron al Consejo
de Indias para dar cuenta de esta situación con anterioridad a la llegada del
visitador Antonio Martines Luxan de Vargas. Su visita puso nuevamente al
descubierto que muchos de los objetivos de Alfaro no se habían cumplido. El
servicio personal seguía gozando de buena salud y los indígenas de Córdoba
en muy reducidos casos contaban con tierras de comunidad para producir su
propio sustento. En 1692 sólo 6 de 36 encomiendas encuadraban relativa-
mente dentro de la categoría “pueblo de indios” según la concepción alfarea-
na, en primer término, porque aún conservaban los derechos a las tierras de
la comunidad, aunque sus poblaciones se encontraban muy mermadas (a ve-
ces sólo reducidas al cacique y su familia directa). Por otro lado, de los 6
pueblos, 5 tenían caciques, sólo 2 tenía capilla, consideradas por las autori-
dades coloniales como uno de los emblemas identificadores de la existencia
de un pueblo, y aunque muchos nativos fueran del pueblo, la mayoría residía
en el sitio de la reducción de forma permanente o semipermanente.
En el resto de las encomiendas visitadas -exceptuando los indios admi-
nistrados por el cabildo de la ciudad que se encuadraban bajo la denomina-
ción de La Toma- encontramos una constante. En 29 casos los indígenas se
hallaban reducidos en estancias españolas y aunque algunos de ellos accedían
a una pequeña parcela de tierra familiar para obtener parte de su sustento,
ninguna de estas encomiendas explotaba comunitariamente tierras propias.
En la mayoría de los casos los indios trabajaban para el encomendero en dife-
rentes labores a cambio del alimento (según los casos carne, maíz, yerba
mate, etc.) y algunos paños para la confección de sus vestidos.
La población indígena a la llegada del visitador carecía de homogenei-
dad en tanto el mapa étnico de la jurisdicción había sido alterado a partir de
la incorporación de contingentes indígenas de diversa procedencia y origen,
básicamente los nativos desnaturalizados luego de las guerras calchaquíes
(1562 a 1563, 1630 a 1637 y 1656-7 a 1665-70) y las incursiones al Chaco
CAPÍTULO 7 - TRANSFORMACIONES BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL 125

(década de 1670). Finalmente, también hemos de considerar la suma de po-


blación foránea proveniente de otras jurisdicciones como Cuyo, Santiago del
Estero, La Rioja, Perú, etc. ya fuera por causa de desnaturalizaciones forzadas
o por efecto del proceso de forasterización que también se dio en el Perú.
Las medidas adoptadas por Luxan de Vargas entre 1692 y 1693 apunta-
ron a recuperar los ideales alfareanos, aunque el visitador también supo, en
esta situación, observar las particularidades que revestía Córdoba y las dis-
tancias que la separaban del mundo peruano.
Una de las medidas más importantes que tomó el visitador fue ordenar,
para el caso de los indígenas reducidos en estancias u otros establecimientos
españoles, que los encomenderos les asignaran tierras de comunidad tenien-
do en cuenta el número de indios supérstites. Estas tierras debían encontrar-
se lo más alejado posible del casco de la estancia y de ser factible fuera de la
estancia. Según registra la documentación, en la mayoría de los casos las tie-
rras asignadas a los indios se ubicaron en los márgenes de la propiedad espa-
ñola. Para asegurar el cumplimiento de esta disposición se envió un oficial
real que debió efectuar las demarcaciones correspondientes en 1694. Esta
disposición se aplicó tanto a las poblaciones originarias como a las desnatu-
ralizadas de otras jurisdicciones. Aunque no parece haber ocurrido en todo
los casos, varias de las demarcaciones de tierras de comunidad efectuadas en
1694 perduraron como pueblos nuevos hasta el siglo XVIII por lo menos:
San Joseph, Ministalalo, Pichana, Cosquín, Río Seco y San Antonio de Non-
sacate.
En el caso de los pueblos de indios de vieja data y que estaban constitui-
dos al menos formalmente a la llegada del visitador (Soto, Quilino, Salsacate,
Nono, Ungamira y Cabinda) se procuró preservarlos insistiendo en aquellos
aspectos que para Luxan resultaban esenciales para su existencia como la tie-
rra, la iglesia, el cacique y el trabajo libre. El planteo de Luxan pretendía re-
cuperar el ideal alfareano, aunque muchos de otros rasgos esenciales que
contemplaban las ordenanzas de 1612 para los pueblos de indios ya no eran
factibles de ser aplicados en la jurisdicción cordobesa.
126 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA
127

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SUÁREZ, Rafael
2000 Paleoindian Occupations in Uruguay. Current Research in the Pleistocene,
17: 78-80.
129

ÍNDICE

Presentación .............................................................................................. 7

Parte I
INTRODUCCIÓN

1. La disciplina Arqueológica y el patrimonio cultural. ......................... 11


2. La Región y su diversidad ecológica. .................................................. 29

Parte II
ARQUEOLOGÍA DE LOS POBLADORES PREHISPÁNICOS
DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA

3. Los primeros pobladores de la provincia de Córdoba. ....................... 37


4. Las comunidades productoras de alimentos de la región serrana. .... 59
5. Las representaciones rupestres de las comunidades indígenas de
la provincia de Córdoba ...................................................................... 83
6. Las comunidades productoras de alimentos de la llanura. ................ 97

Parte III
DE LA CONQUISTA A LA COLONIA

7. Transformaciones bajo el régimen colonial ........................................ 109

Selección Bibliográfica .............................................................................. 129


130 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA
131

Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2011,


en Editorial “El Copista”,
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República Argentina.
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132 L OS PUEBLOS INDÍGENAS DE C ÓRDOBA

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