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Trabajo, ocio y coacción

Trabajadores urbanos en México y Guatemala en el siglo XIX


Rector General
Dr. José Luís Gázquez Mateos

Secretario General
Lic. Edmundo Jacobo Molina

Rector
Dr. Luis Mier y Terán Casanueva

Secretario
Dr. Eduardo Carrillo Hoyo

Director de la División de
Ciencias Sociales y Humanidades
Dr. José Lema Labadie

Jefe del Departamento de Filosofía


Dr. Carlos Illades Aguiar
Clara E. Lida / Sonia Pérez Toledo
Compiladoras

Trabajo, ocio y coacción


Trabajadores urbanos en México y Guatemala en el siglo XIX
Primera edición, junio del año 2001
© 2001
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA
© 2001
Por características tipográficas y de edición
MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, librero-editor

Derechos reservados conforme a la ley


ISBN 970-701-131-9
CLARA E. LIDA*
SONIA PÉREZ TOLEDO**

LOS CONFLICTOS DEL TRABAJO


Y DEL TIEMPO LIBRE

A L REUNIR los artículos que integran este volumen, nuestro


propósito ha sido dar a conocer las nuevas investigaciones
que se llevan a cabo en el ámbito de la historia social y cultural de
los trabajadores en México y Guatemala, para el periodo que
abarca desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo xix.
En este caso particular, se trata de cuatro estudios que, por un lado,
se adentran en el mundo del trabajo urbano y del ocio durante el
tiempo libre en las ciudades capitales de ambos países, según las
prácticas de los sectores más populosos: los artesanos y las mu-
jeres y hombres dedicados a los servicios públicos y domésticos.
Por otro lado, y en contraparte, también se estudian las medidas que
surgieron entre las clases económica y políticamente dominantes
para acotar y regular esas prácticas en nombre de la productividad,
el orden público, las buenas costumbres, la armonía social y el
progreso material.
El estudio de estas invocaciones a la moral, la economía y la
política revelan pervivencias y cambios en los discursos públicos
respecto de las clases populares y trabajadoras. En el mundo his-
pánico, los primeros en atender extensamente estos temas fueron
los ilustrados del siglo xviii al manifestarse, a la par, contra los
privilegios corporativos de los gremios y la necesidad de regular
las diversiones populares. Los liberales, en cambio, se mostraron
decididos a imponer la ruptura de los vínculos corporativos del

*El Colegio de México.


**Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
5
antiguo régimen, pero sin renunciar a mecanismos de control sobre
los trabajadores libres. Así, los mecanismos de coacción fueron
incorporando nuevos principios jurídicos del incipiente liberalismo
y desarrollando en la práctica reglamentos y políticas coercitivas.
En el caso particular de las dos repúblicas americanas que se
estudian en este volumen, vemos que, por una parte, se formulaban
los derechos y las libertades individuales, incluyendo la libertad
de trabajo -"libertad de industria" decían los contemporáneos-, a
la vez que, por la otra, se creaban los instrumentos que coartaban
aquellas actividades individuales y colectivas que se percibie-
ran como contrarias al orden y los valores de quienes dominaban
la esfera pública. Se luchaba contra el monopolio laboral de los
gremios acudiendo a leyes, decretos e instituciones que, paradóji-
camente, a su vez emanaban del monopolio del poder político y
social de quienes dominaban los nuevos estados independientes.
De este modo, mientras se invocaban las libertades individuales, se
inhibía el derecho a practicar libremente las diversiones populares
y se regulaba severamente el tiempo libre de los miembros de las
clases populares.
Es cierto, sin embargo, que estos procesos y cambios no
fueron súbitos, y que durante décadas las costumbres, valores y
lenguajes de antiguo régimen convivieron con los nuevos discur-
sos y regulaciones de las elites liberales. 1 De estas pervivencias y
de las transformaciones producidas tratan también los artículos
que se recogen aquí.
Como veremos en las páginas que siguen, tanto en la Guatema-
la de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, como en la ciudad
de México después de la Independencia, el mundo del trabajo re-
vela la pluralidad de sectores y oficios que caracterizaban a las cla-
ses populares urbanas y el predominio numérico de esta población
sobre las elites de la sociedad urbana. No debe sorprender, pues,
que fueran estos sectores minoritarios los que se empeñaban en
1
Diversos análisis recientes de los cambios y las continuidades en el tránsito del
antiguo régimen al orden liberal en el caso de México se encuentran en los estudios
recogidos por Connaughton, Illades y Pérez Toledo (coords.), 1999.

6
regular las actividades públicas de las multitudes, insistiendo en SUS
obligaciones como trabajadores, pero restándoles libertades en
sus actividades recreativas durante su tiempo libre. Ellos eran
quienes normaban conductas, horarios y ocupaciones, restringían el
acceso a los espacios de diversión, e imponían penas, castigos y
supuestos correctivos a quienes pretendieran disponer libremente
de sus momentos de ocio. Así, un término como «ocio», que en sus
orígenes había significado descanso (otium), a lo largo del tiempo
adquiere la connotación execrable de indolencia, holgazanería,
vagancia. Es decir que un término cuya connotación era el reposo
y el esparcimiento pasó de ser una necesidad considerada natural,
a denotar vicios que se debían erradicar y sustituir por medio de
coacciones legales y de la invocación moralista y coercitiva al tra-
bajo virtuoso y productivo. Así, el ocio debía ser vencido por el
negocio (neg-otium).
La sustitución de los gremios y de sus estrictas regulaciones
laborales y sociales por leyes e instituciones de control, especial-
mente creadas por los gobiernos liberales para esos fines, son
tema esencial de estos trabajos. El análisis de esa legislación, de
los instrumentos institucionales especialmente establecidos para
aplicarla y de los discursos que la sustentan son algunos de los
enfoques que se desarrollan en los trabajos compilados en este
volumen. Además de los mecanismos de coacción puestos en prác-
tica por las elites, se analiza a los sectores populares que quedaron
insertos en la economía de libre mercado y en las nuevas prácti-
cas legales que abolieron las antiguas solidaridades corporativas y
empujaron a los trabajadores al empleo incierto, al deterioro de
sus jornales, a la inseguridad laboral y, en no pocas instancias, al
desempleo y la miseria. 2
Las autoras de este libro estudian las percepciones y acciones
de las mujeres y los hombres que integraban las clases producti-
vas urbanas ante esta degradación de sus condiciones de trabajo y
las restricciones sociales a las que eran sometidos sus integrantes.
2
Este proceso fue característico de otras sociedades no industrializadas en Lati-
noamérica, como se puede observar en Lida, 1998.

7
Las lealtades e identidades que sus miembros crearon dentro y
fuera del lugar de trabajo, sus recursos discursivos al honor y la
moral individual, los mecanismos que desarrollaron para mante-
ner vivos su cultura de la diversión y sus espacios de esparcimien-
to son también temas centrales de este libro.

Los cuatro artículos que aquí presentamos se articulan alrededor


de los tres conceptos que encabezan el título del libro. Tanto en la
ciudad de México, cuanto en la nueva ciudad de Guatemala, co-
menzada a construir en 1776, después del terremoto que devastó la
antigua capital tres años antes, el gran peso numérico de los sec-
tores trabajadores fue objeto de preocupación constante de las
elites en el poder. Esto explica por qué, década tras década, éstas se
abocaron a normar diversos aspectos de las actividades de los sec-
tores populares, tanto en los espacios públicos como en los privados:
en el taller y en la calle, en la vinatería y en la casa, dentro del
ámbito social cuanto en el laboral y el familiar.
En la segunda mitad del siglo xviii, los discursos de, por ejem-
plo, un Campomanes y un Jovellanos -por sólo nombrar dos
influyentes reformadores españoles-, respecto de los gremios, el
trabajo y las diversiones, ponen de manifiesto los detallados afanes
reguladores de la Ilustración, que no se limitaban a Europa sino
que, como lo muestra Tania Sagastume en su artículo, abarcaban
también el mundo americano. Éstos prescribían normas y con-
ductas que comprendían desde cómo habían de vestir y compor-
tarse las clases laboriosas, cuáles debían de ser sus actividades
recreativas y cuáles les estaban vedadas, qué lugares públicos po-
dían o no frecuentar y con qué horarios, hasta los diversos meca-
nismos de coacción, castigos, ordenanzas y reglamentos -"poli-
cías"- sobre diversiones públicas e instituciones encargadas de
ponerlos en ejecución. Sagastume estudia esta influencia de los
discursos ilustrados en Guatemala, y muestra su pervivencia has-
ta los albores del siglo XIX y su paulatina transformación a partir

8
de las Cortes de Cádiz y, más especialmente, al producirse la
independencia del país en la década siguiente y comenzar a expan-
dirse los discursos del liberalismo decimonónico.
También Vanesa Teitelbaum y Sonia Pérez Toledo, quienes
amplían los datos pioneros de Silvia Arrom sobre la legislación
respecto de vagos y mendigos, 3 revelan que en México, desde el
siglo XVIII, "el buen orden y policía" urbanos se sustentaban en
discursos similares a los que aparecían en la Capitanía general de
Guatemala, en los que se instruía a las autoridades políticas y ju-
diciales a vigilar, perseguir y castigar a quienes transgredieran las
interminables regulaciones borbónicas. Pero después de la Inde-
pendencia, a diferencia de Guatemala y de los demás países hispá-
nicos, México dio un paso más allá para imponer estas políticas
reguladoras y coercitivas. En 1828 se decretó el establecimiento
en la ciudad de México de un Tribunal de vagos dependiente del
Ayuntamiento -sin igual en otras latitudes-, para enjuiciar a quie-
nes fueran acusados y castigar a los que fueran hallados culpa-
bles de carecer de oficio útil y de trabajo estable, o de romper el
orden y las buenas costumbres.
El estudio que Esther Aillón realiza de esta institución muestra
que a partir de las reformas de 1845 la calificación de "vago" se
amplió a diversos sectores de la sociedad, abarcando así un "uni-
verso plural", en el cual la "mala vida" - e l vicio, el desempleo y la
pobreza- se referían tanto a pordioseros, "falsos mendigos" y
vagabundos, como a "hijos de familia" desobedientes y a maridos
amancebados y golpeadores. En otras palabras, las fronteras entre
lo público y lo privado desaparecían ante los embates coercitivos
del Tribunal.
Si bien éstas eran algunas de las categorías que definían a
quienes eran considerados como vagos, V. Teitelbaum demues-
tra que, en realidad, las verdaderas y más numerosas víctimas del
Tribunal fueron quienes carecían de ocupación, no por holgazane-
ría, deshonestidad o vicio, sino por los altos niveles de desocupa-

3
Arrom, 1988.

9
ción que afligían a las clases trabajadoras de la ciudad de México
en el segundo cuarto del siglo XIX. La libertad de trabajo formu-
lada por una legislación que había abolido toda forma de corpo-
rativismo gremial enfrentaba la contracción de un mercado que la
precaria realidad económica no lograba expandir. Así, la compul-
sión al trabajo impuesta por el Tribunal de vagos y los reglamentos
correspondientes se topaba con el gran desempleo que asolaba a
los sectores populares citadinos. En este contexto, las clases con-
sideradas como industriosas por los teóricos sociales, en la prác-
tica eran consideradas como muchedumbres ociosas y peligrosas
-como sucedía en otras grandes urbes hacia la misma época, como
en el caso de París, que estudió Louis Chevalier.4
Sonia Pérez Toledo, por su parte, presenta un completo y
detallado panorama de la composición social de la ciudad capital,
con base en los datos del Padrón de la Municipalidad de México
levantado en 1842. Gracias a este estudio, y a partir de esos datos,
podemos observar que los dos grupos de población activa más
numerosos en la capital eran los artesanos y quienes se emplea-
ban en los servicios, pues juntos sumaban más de la mitad de la
población urbana trabajadora de ambos sexos. Estos grupos en-
frentaron un mercado laboral contraído e inestable y reglamenta-
ciones que regulaban severamente el acceso a las escasas ofertas
laborales, creando un proceso de movilidad descendente para
quienes, a pesar de poseer la calificación del oficio, se veían forza-
dos a buscar trabajo en el inestable y poco especializado mundo
de los servicios, de escaso prestigio laboral y baja remuneración.
Es evidente que este proceso generaba un terrible círculo vicioso
en el cual el desempleo y la pauperización condenaban a quienes
los sufrían a ser sujetos de persecución por el Tribunal de vagos.
Pérez Toledo analiza este proceso como una acción también
coercitiva hacia quienes pretendían sobrevivir en el ámbito de los
servicios públicos; muchos de quienes lo hacían, eran artesanos es-
pecializados que ante el desempleo optaban por ocupaciones me-
4
Chevalier, 1958.

10
nores con tal de sobrevivir, aunque esto implicara una descalifi-
cación laboral, y hasta un desprestigio social. Así, aquellos que
intentaban huir de las garras de la miseria podían acabar sometidos
a las prácticas clientelares impuestas por quienes controlaban el
empleo y tenían un manejo privilegiado de las regulaciones que
limitaban el acceso libre al trabajo, con lo cual podían utilizar
políticamente a esos sectores menesterosos para ejercer presio-
nes públicas con fines particulares. Estos mecanismos podrían
explicar, en parte, las moviüzaciones populares que con objetivos
políticos tuvieron lugar durante varias décadas después de la Inde-
pendencia. De ser así, la comprensión de este fenómeno también
le daría un nuevo rostro a las muchedumbres levantiscas y amo-
tinadas, tradicionalmente descritas como "chusma" o turbas de
"léperos" y vagos, pero caracterizadas en estas páginas como secto-
res trabajadores desprovistos de mecanismos independientes de
protección y empleo.

II

Los trabajos aquí reunidos se abocan a conocer el sentido exacto


que, en la práctica, fue adquiriendo el concepto de vago, tan am-
pliamente utilizado en la legislación. El caso de la nueva ciudad
de Guatemala, construida de la nada a partir del último cuarto del
siglo XVIII debido a la destrucción en 1773 de la antigua capital por
un sismo, provee un espacio privilegiado para examinar el auge y
declive del mundo del trabajo urbano en un periodo relativamen-
te corto, especialmente en las áreas vinculadas con los oficios
de la construcción, de la vivienda, de los enseres domésticos, de
los artículos suntuarios, así como los del vestido, el calzado y los
alimentos. En otras palabras, estamos frente a un mundo de artesa-
nos especializados, poseedores de la calificación de su oficio.
En este contexto, Tania Sagastume muestra cómo la concen-
tración de esta abundante mano de obra llevó al Ayuntamiento a
expedir ordenanzas y reglamentos para regular las actividades pro-

11
ductivas de los trabajadores y a emitir bandos referidos al control de
diversiones consideradas, en general, propias de "vagos y malen-
tretenidos". El frenesí laboral de la nueva capital fue disminuyendo
a medida que las obras de construcción llegaban a su fin. En este
contexto, la ciudad de Guatemala comenzó a sentir más fuertemen-
te los efectos del desempleo, precisamente cuando las convulsio-
nes políticas en España y la revolución constitucional gaditana se
empezaban a sentir en las colonias. Si bien las ideas liberales tar-
daron en imponerse, éstas se hicieron presentes con los nuevos
gobiernos independientes, precisamente a medida que la desacele-
ración económica causaba mayores estragos entre la población
afectada por la escasez de trabajo. Así, el ataque contra las diver-
siones procedió sin tregua, a la vez que se reforzaban los mecanis-
mos de control social y se imponían severos castigos personales
contra los infractores. Basta con examinar las interminables apli-
caciones del calificativo de vago en el cuadro 1 del artículo de Sa-
gastume para reconocer que quienes no podían emplearse "los
más del año" ocupaban un lugar significativo en el amplio mundo
del desempleo urbano y de los mil modos de matar el tiempo
libre. Si en la ciudad de Guatemala los mecanismos de control pa-
saron de los azotes y el escarnio público del siglo XVIII al servicio
forzado en el ejército y en las obras municipales del XIX, sin me-
diar más instancias que las autoridades municipales y políticas,
en la capital de México, en cambio, a partir de 1828 este proceso
pasó a manos judiciales, con el establecimiento del Tribunal de
vagos, que, previo juicio, podía absolver o sentenciar a un sospe-
choso. Esther Aillón analiza minuciosamente los mecanismos de
funcionamiento de este Tribunal, sobre todo a raíz de las reformas
efectuadas en 1845 para hacer más efectivo su funcionamiento.
Vale la pena recalcar, como lo señala la autora, que para llevar a
cabo los juicios sumarios, el procedimiento requería que entre la
acusación y la sentencia se permitiera la calificación de la con-
ducta del acusado, quien tenía derecho a presentar también sus
propios testigos para la defensa.

12
Ahora bien, ¿quiénes eran los vagos?, se pregunta Y. Teitel-
baum. Tanto ella como E. Aillón proveen abundantes respuestas a
partir de la legislación y, sobre todo, con base en el estudio de los
juicios emprendidos en la ciudad de México por el tribunal. Por
una parte, Aillón señala que un 74 por ciento de los casos juzga-
dos fueron hombres jóvenes y adultos en edad productiva, y que
el resto eran niños y adolescentes varones; de éstos, casi la mitad
había nacido en la capital y otros tantos eran inmigrantes origi-
narios de áreas rurales que se ocupaban en servicios domésticos o
poco especializados, como aguadores, cargadores, etcétera. En
todo caso, unos y otros se declaraban mayoritariamente trabajado-
res poseedores de un oficio. A su vez, Teitelbaum analiza detalla-
damente quiénes eran, al mediar el siglo, los acusados. Sus datos
le permiten reconstruir y afinar el perfil de los llamados vagos y
mostrar que éstos eran hombres dedicados predominantemente a
actividades textiles y del vestido, a las manufacturas de cueros y
zapatos y a la maderería, especialmente como carpinteros. En otras
palabras, que los sospechosos de vagancia eran, sobre todo, arte-
sanos con algún grado de calificación y con oficio, aunque a
menudo estuvieran desempleados o subempleados en una ciudad
en la que escaseaba la oferta laboral y sobraban trabajadores. Hay
que aclarar, sin embargo, que quienes eran llevados ante el Tribu-
nal por vagos no siempre carecían de ocupación estable o perma-
nente. Teitelbaum señala abundantes casos de artesanos acusados
de frecuentar en horas de trabajo, o incluso en las libres, lugares de
entretenimiento como pulquerías, garitos, palenques de gallos, etcé-
tera, en los que eran arrestados por ser considerados viciosos y
holgazanes que transgredían las normas morales impuestas desde
el poder.
En todos estos casos, los juicios sumarios permiten examinar
cómo los inculpados recurrían para su defensa a testigos que casi
invariablemente dejaban constancia de la laboriosidad, honradez
y buena conducta del sospechoso. Es decir, que durante el proce-
so de calificación no sólo se trataba de demostrar que el sujeto era
un hombre trabajador, sino que el énfasis en subrayar su compor-

13
tamiento honorable y digno significaba una respuesta explícita por
parte del acusado y sus testigos contra calificativos deshonrosos y
el intento coercitivo de las autoridades y las elites por disciplinar
a los sectores populares. Está claro que, en palabras de Teitelbaum,
el propósito del Tribunal era "modificar las pautas de sociabilidad
y cultura" de aquellos sectores sociales percibidos como "porta-
dores innatos de conductas y hábitos viciosos y desordenados";
pero también es un hecho que para defenderse, éstos recurrían a
los discursos basados en las solidaridades laborales y sociales, y
a la defensa de la honorabilidad, decencia y aplicación al trabajo
por parte de los acusados, así como a las redes de apoyo mutuo que
se desarrollaban frente a los embates jurídicos de las clases pri-
vilegiadas.
Respecto de esto último, es cierto que entre quienes compare-
cían como reos ante el Tribunal predominaron los hombres, ya
que para castigar a las mujeres -nunca ausentes de esta historia,
aunque invisibles a los ojos de las autoridades laborales-, existían
otras instancias y medidas coercitivas, 5 de las cuales S. Pérez
Toledo señala, al menos, el Hospicio de Pobres y la Casa de Reco-
gidas. Sin embargo, no faltaron las solidaridades femeninas, ya
que las mujeres intervinieron activamente declarando en las cau-
sas del Tribunal. Además, hay que recordar que las definiciones
de vagos incluían los espacios domésticos, ya que alcanzaban a
los hijos que vivieran en la casa paterna y faltaran a la obediencia
y al respeto, así como a los hombres amancebados o que ejercie-
ran violencia familiar u otro tipo de conducta reprobable. En estas
instancias es frecuente encontrar madres, esposas y vecinas que
participaban como testigos para la acusación o para la defensa. En
otras palabras, las sociabilidades públicas y privadas generaban
estrechas solidaridades entre hombres y mujeres de los sectores
populares unidos por vínculos de trabajo, vecindad y convivencia

5
Sobre las instituciones que ejercían coerción sobre las mujeres acusadas de diver-
sos delitos, véase la tesis sobre "Conflicto familiar: violencia, seducción y encierro en la ciu-
dad de México durante el siglo xix", que para el Centro de Estudios Históricos de El
Colegio de México ha concluido Ana Lidia García Peña.

14
en las diversas esferas de la vida cotidiana. Además, valga recal-
car lo que S. Pérez Toledo destaca en su artículo: la importante
presencia de las mujeres en la fuerza de trabajo urbano, tanto en el
servicio doméstico cuanto en talleres y fábricas, como, por ejem-
plo, las tabacaleras y las costureras, entre otros oficios.
Es más, como lo demuestra Teitelbaum, en esas redes de soli-
daridad, tampoco estaban ausentes los maestros y oficiales que
atestiguaban a favor de sus operarios, ni vecinos, tenderos y pe-
queños propietarios que declaraban a favor de algún acusado.
¿Solidaridades interclasistas?, se pregunta esta autora. Y los datos
responden demostrando que los testigos de los juicios del Tribunal
de vagos eran hombres y mujeres asociados a ese amplio mundo del
trabajo que integraban las clases populares urbanas en diversas
latitudes. 6
Al final del camino, no cabe duda que los discursos públicos
de estos variados actores sociales contribuían a estructurar posi-
tivamente las identidades particulares de los acusados ante los
discursos punitivos y envilecedores formulados a lo largo de la
primera mitad del siglo xix por las clases hegemónicas de las nue-
vas repúblicas aquí estudiadas. Ante la degradación económica y
los embates coercitivos de las autoridades y de las elites políticas
y sociales, las clases populares, trabajadoras, desarrollaron un
discurso de recuperación de la dignidad, del orgullo del oficio y del
trabajo, y de defensa del derecho a la diversión y al tiempo libre.
A lo largo de las décadas siguientes estas reivindicaciones pros-
perarían paulatinamente, permitiendo articular un discurso en
pro del derecho al trabajo y su reglamentación, a la par que exal-
tador del derecho a la diversión y al ocio de las clases trabajadoras.7

6
Lida, 1997.
7
Basta pensar en los desarrollos organizativos de la clase trabajadora a lo largo del
siglo xix y de diversos escritos reivindicando el derecho al tiempo libre de los obreros.
Entre estos últimos, tal vez el más famoso sea el texto de Paul Lafargue, yerno de Karl
Marx, titulado Le droit a la paresse (1880), aunque a lo largo del siglo hubieran apareci-
do otros menos conocidos, incluso con títulos semejantes. Para el estudio de las clases tra-
bajadoras en México en el siglo xix, véanse los recientes libros de Illades, 1996, Pérez
Toledo, 1996 y Trujillo Bolio, 1997, quienes recogen la bibliografía anterior sobre el
tema y expanden el análisis de estos procesos.

15
Si bien es cierto que los trabajos reunidos en este volumen apor-
tan nuevos datos y abordan aspectos poco atendidos hasta ahora
en el estudio de las clases populares urbanas, también lo es que en
ellos se sugieren nuevas posibilidades y perspectivas para ahon-
dar más en el tema. Tal es el caso de las solidaridades más allá del
oficio y el trabajo; es decir, de las que se desarrollaban en el ámbi-
to cotidiano del vecindario y del barrio. Esto explicaría, además,
que los funcionarios menores del Ayuntamiento y muchos miem-
bros del Tribunal no sólo formaban también parte de las clases
populares, sino que convivían diariamente con los propios acusa-
dos. Así como hemos subrayado los conflictos entre las elites y
los sectores populares, tampoco conviene perder de vista las
diferencias étnicas que, sin duda, significaban otro elemento de
tensión y de conflicto. Si bien es cierto que con la Independencia
y la emergencia del nuevo orden legal liberal es más difícil en-
contrar referencias explícitas a la población indígena, el estudio
de su participación en el complejo mundo productivo urbano es
todavía una asignatura pendiente. Confiamos que estos y otros te-
mas que se encuentran en estas páginas contribuyan a que podamos
conocer y comprender mejor los conflictos del trabajo y del tiem-
po libre en los albores de la vida independiente en las ciudades de
México y Guatemala.

Antes de concluir, resta una última palabra de agradecimiento a


quienes ayudaron a llevar a buen fin este proyecto. Este se inició
como un seminario bimensual en El Colegio de México e incorpo-
ró a varias personas que estudian temas de historia social vincu-
lados al mundo del trabajo urbano en el siglo XIX. De éstas, sólo
Tania Sagastume Paiz investiga una ciudad distinta a la de Méxi-
co - l a de Guatemala-, cuyas semejanzas y contrastes sin duda
enriquecen el enfoque comparativo para la región. Además de las
autoras de estos trabajos, en el seminario colaboró de modo asi-
duo Brígida von Mentz, con un estudio sobre coacción y trabajo
en dos centros mineros en el porfiriato: El Oro y Sultepec, y par-
ticipó activamente en las discusiones y revisiones periódicas de

16
las sucesivas versiones de los textos en preparación. Que final-
mente su estudio no quedara incorporado a este volumen se debió
exclusivamente a la inevitable dificultad de embonar el estudio de
una época y un tema particulares con el resto de los trabajos so-
bre un periodo más temprano y circunscritos exclusivamente al
mundo citadine Afortunadamente para todos, el trabajo de Brígi-
da von Mentz verá la luz muy pronto en las prestigiosas páginas de
Historia Mexicana.
A Carlos Illades, jefe del Departamento de Filosofía de la
Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, agradecemos
especialmente la confianza que depositó en esta compilación, al
hacer posible que se publicara en la colección Biblioteca de Sig-
nos de esa universidad. La coedición con la editorial Miguel Ángel
Porrúa es una garantía de que el libro estará en excelentes manos
editoriales. Finalmente, queremos agradecer la colaboración de
Isabel Ramírez Reyes en la preparación del índice onomástico
para este volumen.

Referencias

Bibliografía

ARROM, Silvia, "Vagos y mendigos en la legislación mexicana, 1745-


1845", en Bernal (coord.), 1988, pp. 70-87.
BERNAL, Beatriz (coord.), Memoria del IV congreso de historia del
derecho mexicano, Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 1988.
CHEVALIER, Louis, Classes laborieuses et classes dangereuses à Paris
pendant la première moitié du XIXe siècle, Pion, Paris, 1958.
CONNAUGHTON, Brian, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coords.), La
construcción de la legitimidad política en México en el siglo xa, El
Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Metropolitana-Uni-
versidad Nacional Autónoma de México-El Colegio de México,
México, 1999.
ILLADES, Carlos, Hacia la República del Trabajo. La organización arte-
sanal en la ciudad de México: 1853-1876, El Colegio de México-
Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1996.

17
LIDA, Clara E., "¿Qué son las clases populares? Los modelos europeos
frente al caso español", en Historia Social, 27, 1997, pp. 3-21.
, "Trabajo, organización y protesta artesanal: México, Chile y
Cuba en el siglo xix", en Historia Social, 31, pp. 67-75, presentación
del dossier "Artesanado y entorno urbano en Latinoamérica en el
siglo xix", 1998, pp. 67-119.
PÉREZ TOLEDO, Sonia, Los hijos del trabajo. Los artesanos en la ciudad
de México: 1780-1853, El Colegio de México-Universidad Autóno-
ma Metropolitana, México, 1996.
TRUJILLO BOLIO, Mario, Operarios fabriles en el Valle de México (1864-
1884), El Colegio de México-Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social, México, 1997.

18
TANIA SAGASTUME PAIZ

DE LA ILUSTRACIÓN AL LIBERALISMO.

LOS DISCURSOS SOBRE LOS GREMIOS, EL

TRABAJO Y LA VAGANCIA EN GUATEMALA*

A PARTIR DEL análisis de leyes, proyectos y escritos en materia


de trabajo urbano correspondientes al periodo comprendido
entre 1776 y 1836 para la ciudad de Guatemala, en este trabajo se
examinará cómo la preocupación de las autoridades y de algunos
miembros de los sectores hegemónicos por fomentar y reglamentar
las actividades laborales y de los habitantes, así como por comba-
tir la vagancia y disminuir los delitos, especialmente en la ciudad
capital, formaba parte importante de una política integral inspirada
en el pensamiento ilustrado cuyo objetivo era el de definir el per-
fil de un nuevo trabajador dedicado a su oficio y carente de vi-
cios. Además, se analizará de qué manera la corriente de pensa-
miento liberal de las Cortes de Cádiz gradualmente introdujo
cambios en los discursos guatemaltecos sobre el trabajo urbano,
dándole un nuevo giro a los mecanismos de control social.
En estas páginas estudiaré los orígenes de esa política y el
desarrollo, el contenido y los cambios de estos discursos desde los
años previos al traslado de la ciudad de Guatemala, en 1776, hasta
mediados de la década de 1830, cuando se creó la Sociedad para el
fomento de la industria del Estado de Guatemala y se emitió la úl-
tima disposición sobre vagancia durante el gobierno liberal de
Mariano Gálvez (1831-1838).

*Este trabajo forma parte de un estudio más amplio sobre el mundo del trabajo
urbano y la reforma de las costumbres en la ciudad de Guatemala, de 1776 a 1840, que
actualmente estoy desarrollando como tema de tesis para optar grado de doctora en his-
toria por El Colegio de México, bajo la asesoría de la doctora Clara E. Lida.

19
Como veremos más adelante, en la ciudad de Guatemala esta
política borbónica adquirió nuevos matices por el traslado de la
capital en 1776 al valle de la Ermita (hoy Nueva Guatemala de
la Asunción) debido a un terremoto que destruyó parcialmente la
ciudad de Santiago de Guatemala (hoy Antigua Guatemala) en
1773,1 así como por la existencia de una política secular de segrega-
ción de la población indígena del resto de los habitantes, especial-
mente de aquéllos pertenecientes a las castas (mulatos, pardos,
zambos, etcétera). Como es fácil suponer, la construcción de la
ciudad en un nuevo lugar implicaba una febril actividad de cientos
de albañiles, carpinteros, peones y otros oficios de la construcción,
junto a panaderos, carniceros, sirvientes, carboneros, "leñateros"
y arrieros que trabajaban de sol a sol y compartían espacios en
viviendas improvisadas. Esto determinó que el control tradicional
que antes del traslado se había ejercido por parte de las autoridades
en materia de trabajo y tranquilidad pública, a partir de la erección
de la nueva capital tuviera que ser reforzado y adaptado a las condi-
ciones extraordinarias que planteaba esta etapa de transición.
Durante el periodo que va de 1797 a 1811 se presentaron va-
rias propuestas para la reforma de los gremios de artesanos, con
el objetivo de establecer controles y regulaciones a los producto-
res de bienes y servicios de la ciudad de Guatemala dentro y fuera
de los talleres. En estas propuestas se percibe la influencia del
pensamiento ilustrado, así como el arraigo de la corriente reformis-
ta ante las alteraciones provocadas por el traslado y construcción
de la nueva ciudad y la importancia de la actividad artesanal. Para
esto examinaremos las ideas dos de los reformadores españoles
que más influyeron en Guatemala en estos temas: Campomanes y
Jovellanos.
En la segunda década del siglo xix, en el marco de la inde-
pendencia política, los discursos contenidos en la legislación y en
los escritos de algunos pensadores contrastaban ya con los que les
precedieron y mostraban algunos cambios en la concepción de
1
El traslado de la ciudad ha sido estudiado por Galicia, 1976; Gellert, 1994; Pérez
Valenzuela, 1934; Pietschmann y Langenberg, 1982 y Zilbermann, 1987.

20
temas como el trabajo y la vagancia. Sin embargo, el vocabulario
dieciochesco de la ilustración y algunos rasgos de la política bor-
bónica sobre la "reforma de las costumbres" permanecieron como
una influencia importante.

Los discursos ilustrados sobre el trabajo

Aunque existen algunas disposiciones importantes sobre el trabajo


y las formas de control social para la ciudad de Guatemala antes
de su traslado en 1776, fue en la Nueva Guatemala de la Asunción
donde la política ilustrada en favor de la reforma de las costumbres
se desarrolló plenamente, prolongándose, incluso, a las primeras dé-
cadas del siglo XIX. El origen de esta reforma lo encontramos, sin
duda, en el pensamiento ilustrado europeo de la segunda mitad
del siglo XVIII, que consistía en un conjunto de planteamientos
políticos y filosóficos tendientes a introducir reformas a nivel
económico, político y social en el mundo del antiguo régimen.
Desde la primera mitad del siglo XVIII, pero particularmente du-
rante el reinado de Carlos III y bajo la influencia del pensamiento
ilustrado, la Corona española inició una serie de transformaciones
en todos sus dominios, cuyos objetivos fundamentales eran la
modernización de la economía, la centralización del poder político,
la secularización de la sociedad y la difusión de la educación.
En este trabajo analizaré las propuestas sobre el trabajo urba-
no y las diversiones públicas de dos de los pensadores ilustrados
españoles más importantes, las que ejercieron una gran influencia
en Guatemala desde finales del siglo XVIII. Por un lado, se trata de
los discursos de Pedro Rodríguez de Campomanes 2 sobre el fo-
mento de la industria popular y la educación de los artesanos pu-
blicados en Madrid en 1774 y 1775, 3 en los que se proponían una
2
Pedro Rodríguez, conde de Campomanes (1723-1803) fue un político, escritor y
economista español, fundador de las Sociedades Económicas de Amigos del País. Como
ministro de Hacienda de Carlos III impulsó una serie de reformas para mejorar la adminis-
tración pública y aumentar los ingresos de la Corona, logró subsidios y eliminó los tributos
para la agricultura, la industria y el comercio, dictó disposiciones contra los vagabundos y
modificó los programas de enseñanza.
3
Rodríguez de Campomanes, 1975.

21
serie de medidas para mejorar las costumbres de los trabajadores
y que, como veremos más adelante, constituyeron uno de los pila-
res fundamentales de la política ilustrada en la ciudad de Guate-
mala en estos temas. Por el otro, examinaré para este estudio la
importante Memoria de Gaspar Melchor de Jovellanos 4 sobre el
libre ejercicio de las artes presentada ante las autoridades españolas
en 1785, así como la Memoria sobre policía de espectáculos y di-
versiones públicas presentada en 1790.5
Las obras de Campomanes y Jovellanos deben ser analiza-
das en el contexto de una política integral de la Corona española
en la Península y en sus dominios coloniales, llevada a cabo durante
la segunda mitad del siglo XVIII, bajo la influencia del pensamiento
ilustrado europeo. Los discursos de ambos autores estaban enca-
minados a aportar argumentos para un debate sobre la abolición
de las corporaciones comerciales y artesanales que en Europa se
había iniciado en la década de 1770 y que en Francia se materiali-
zó en 1776, cuando Luis XVI mandó publicar el decreto que su-
primía las corporaciones de oficio.6 Aunque los gremios fueron
restablecidas poco tiempo después, el 14 de junio de 1791, en ple-
na Revolución, la ley de Le Chapellier decretó su abolición defini-
tiva. En su estudio sobre el mundo del trabajo en Francia, William
Sewell plantea que la abolición de las corporaciones en el marco
de la Revolución francesa debe entenderse "como parte de la des-
trucción general del orden social corporativo que restringía el li-
bre funcionamiento del mercado y no como resultado de procesos
internos al mundo de las artes mecánicas", 7 un proceso que no era
ajeno al caso español.

4
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) fue un escritor y filósofo español con
estudios de jurisprudencia, economía y miembro de la Academia de la Historia. En 1785
presentó su "Informe sobre el libre ejercicio de las artes" ante la Junta General de Comercio
y Moneda y en 1790 presentó su "Memoria para el arreglo de la policía de los espectácu-
los y diversiones públicas" ante el Consejo de Castilla, el cual la había solicitado para
realizar reformas en la legislación sobre diversiones. Jovellanos, 1845, t. iv, pp. 64-115 y
1983, pp. 71-145.
5
Jovellanos, 1983.
6
E1 principal promotor de este decreto fue Jacques Turgot (1727-1781), ministro de
Luis XVI.
7
Sewell, 1992, p. 97.

22
En la ciudad del antiguo régimen la mayoría de las activida-
des industriales y comerciales estaba organizada en gremios o
corporaciones que ocupaban una posición intermedia en la jerar-
quía social y urbana. Los gremios que agrupaban el mayor núme-
ro de personas eran los artesanales, que de acuerdo con el tipo de
actividad que realizaban se dividían en artes mecánicas y oficios
mecánicos. Las artes mecánicas unían la habilidad manual con el
dominio del arte y la inteligencia, mientras que los oficios mecá-
nicos eran los no especializados o "no redimidos por una dosis de
arte o inteligencia". Sewell afirma que esta diferenciación debe ser
analizada a la luz del vocabulario social del antiguo régimen,
que le daba al trabajo físico la connotación cristiana de sufrimien-
to, carga y penitencia y, por lo tanto, inferior.8 Este autor agrega
que los miembros de las corporaciones establecían vínculos en
tres niveles: el legal, el religioso y el moral. El primero corres-
pondía al vínculo que los miembros establecían como integrantes
de un cuerpo, y esta dimensión legal implicaba la existencia de
unos privilegios y de una reglamentación (ordenanzas) para el
ejercicio del oficio. El segundo nivel se establecía en torno a la
cofradía, que constituía la conformación de una asociación laica
vinculada a la práctica de alguna devoción, y cuya principal activi-
dad religiosa era la devoción al santo patrón de determinado oficio.
El tercero implicaba la constitución de una comunidad moral; ser
miembro de una corporación de oficio significaba estar unidos
por vínculos de hermandad, fraternidad y solidaridad.9
Los ataques ilustrados contra los gremios estaban dirigidos
contra el complejo entramado de privilegios y prácticas que pro-
vocaban la constitución de pequeños monopolios que impedían la
libertad de industria y de comercio, a la vez que mantenían la rígi-
da jerarquía vertical que coartaba el libre ejercicio de los oficios.
Los pensadores ilustrados, sin embargo, reconocían que romper
con esta institución planteaba la necesidad de proponer medidas

8
Sewell, 1992, pp. 41-50.
9
Ibidem, pp. 56-66.

23
que garantizaran mantener la calidad de los productos artesana-
les y regular los precios, así como asegurar el aprendizaje de los
oficios. En este sentido, autores como Campomanes tenían un
propósito más reformista que abolicionista al proponer la supre-
sión de los privilegios y los monopolios que ejercían estos cuerpos,
aunque aceptaban que se mantuviera su estructura vertical y que
se implementaran medidas para que el proceso de aprendizaje del
oficio garantizara, no sólo la transmisión de los conocimientos de
maestros a oficiales y aprendices, sino también una educación
integral para modelar el perfil del nuevo ciudadano ilustrado: tra-
bajador, carente de vicios y con diversiones honestas. Jovellanos,
en cambio, estaba más cerca de la corriente abolicionista, aunque
su propuesta incluía medidas para garantizar la enseñanza y el
fomento de las artes, así como fondos de ayuda para los artesa-
nos. Un análisis de ambas propuestas nos permitirá observar en el
contexto hispánico los argumentos de un debate que, al igual que
en el resto de Europa, incorporaba factores económicos, políticos
y sociales.

Hacia la reforma de los gremios:


las propuestas de Campomanes

El primer discurso de Campomanes sobre el fomento de la indus-


tria fue presentado en 1774 ante el Consejo de Castilla y consistía
en una reflexión sobre el origen y la importancia del trabajo ma-
nual y sobre la necesidad de reducir los días de fiesta para evitar
la "ociosidad". 10 En el segundo discurso sobre el fomento de la
educación que presentó un año después, Campomanes proponía
la reestructuración de los gremios de artesanos y un plan de edu-
cación integral para oficiales y aprendices que incorporara prin-
cipios de doctrina cristiana, arreglo personal y buenas maneras al
proceso de enseñanza del oficio. La segunda parte de este discur-

10
Rodríguez de Campomanes, Discurso sobre el fomento de la industria popular,
1774.

24
so proponía, además, un elaborado plan para garantizar el control
de las diversiones populares. 11
Para Campomanes el trabajo tenía un doble objetivo: por una
parte, garantizaba la sobrevivencia del hombre común que carecía
de rentas y propiedades y, por la otra, disminuía sus momentos de
"ociosidad", puesto que ésta era "corruptora de las costumbres y
dañosa a la salud del cuerpo". 12 Los discursos de Campomanes
estaban dirigidos a la "industria popular"; es decir, al trabajo arte-
sanal, al que estaba dedicada "más de la mitad de la población de
las ciudades y "illas del Reino". Al reflexionar sobre la importan-
cia numérica de los artesanos en la población urbana, Campomanes
tocaba un tema sensible en el ambiente político español: cómo
disgregar a un amplio conglomerado que se mantenía aglutinado
en torno a los gremios desarrollando, en cambio, formas alterna-
tivas de control.
Campomanes no estaba en contra del principio de organiza-
ción de los gremios como asociaciones de personas de un mismo
oficio para el perfeccionamiento de su arte y la ayuda mutua. En
cambio, se oponía a los privilegios y los monopolios que hasta
ese momento habían disfrutado, así como a las restricciones que
imponían para el establecimiento de tiendas y talleres. 13 De acuer-
do con este planteamiento, las asociaciones de artesanos debían
ser conservadas, pero bajo ordenanzas gremiales que tendieran a
mejorar el trabajo en beneficio común. En este sentido, el pen-
sador español proponía las siguientes reformas.

1. Se debía propiciar la unificación de artes comunes, porque


la especialización fragmentaria generaba dependencia y atra-

11
Rodríguez de Campomanes, Discurso sobre la educación popular de los artesanos
y su fomento, 1775.
12
E1 autor definía el "ocio" como "toda ocupación que puede excusarse con dar mejor
crianza a la juventud artesana y que no rinde provecho inmediato, antes agrava con
salarios las fábricas". Rodríguez de Campomanes, Discurso sobre el fomento de la indus-
tria popular, 1774, p. 199.
13
Aunque generalmente se ha considerado a Campomanes como el principal opo-
nente de las corporaciones y representante de la corriente que proponía su abolición, en el
caso de los gremios de artesanos creo que esta afirmación debe ser matizada a la luz de otros

25
sos; por ejemplo, un carpintero podría realizar trabajos de tor-
nero o de ebanista de acuerdo con sus necesidades, mientras
que los barberos y peluqueros podrían estar unidos en un mis-
mo gremio.
2. En cambio, las artes disímiles se debían separar; los bar-
beros y peluqueros no debían practicar la sangría, una ope-
ración que sólo debía estar en manos de cirujanos, mientras
que los herradores no debían ejercer la albeitería, ya que la
veterinaria era una rama de la medicina.
3. La policía gremial debía establecer un estricto sistema de
control para que los artesanos no faltaran a sus labores en los
días y horarios establecidos.
4. Las mujeres deberían poder ocuparse en oficios realizados
hasta ese momento sólo por hombres. Es decir, podrían ejercer
artes sedentarias que no requirieran de gran esfuerzo corpo-
ral, pero sí aseo y delicadeza, tales como el bordado, el tejido,
la sastrería y la preparación de comestibles para "sacaf venta-
ja de un sexo cuyos individuos viven en gran parte sin modo
de ganar el sustento".
5. Las asociaciones de oficiales se debían evitar porque fo-
mentaban la insubordinación.
6. Las cofradías de oficios se debían prohibir porque ocasio-
naban gastos a los artesanos. 14
7. Era fundamental cuidar que los oficiales y aprendices no
fueran a los toros, a la comedia, a ver espectáculos de volanti-
nes y a otras diversiones públicas en días y horas de trabajo.

planteamientos suyos, como el establecimiento de ordenanzas gremiales, que, según el


autor, contribuirían a perfeccionar los oficios, así como el socorro mutuo. Véase por ejem-
plo Tanck, 1977.
14
En el mundo colonial novohispano y guatemalteco, las cofradías de artesanos cons-
tituían una asociación interna del gremio, estructurada en torno a la veneración de un santo
patrón y a la ayuda mutua de sus miembros. Su dirección estaba a cargo de un mayordo-
mo elegido entre los veedores de los gremios; sus ingresos provenían de multas, cuotas
obligatorias, donaciones y limosnas que eran utilizados para la celebración del santo pa-
trón, la participación obligatoria de la cofradía en otras celebraciones religiosas anuales como
el Jueves y Viernes Santo y el Corpus Christi, así como para socorrer a miembros incapa-
citados, viudas y huérfanos. Pérez Toledo, 1996a, pp. 15-17 y Samayoa, 1962, pp. 193-203.

26
8. Finalmente, se permitirían juegos y diversiones honestos en
las tardes de los días festivos para "acrecentar las fuerzas cor-
porales de la juventud y acostumbrar al pueblo a un trato recí-
proco y decente en sus concursos". 15

El autor proponía, además, que los maestros artesanos debían


cuidar que los oficiales y aprendices no usaran la ropa de los días
festivos en días de trabajo para poder identificar a los ociosos, e
impedir que entraran a las tabernas, que eran "escuelas de ociosi-
dad, homicidios y expresiones soeces". Para analizar las referen-
cias sobre la vestimenta de los artesanos aquí puede servirnos el
"criterio de urbanidad" propuesto por la historiadora María José
del Río en su trabajo sobre la represión de las fiestas en Madrid.
Este criterio se refiere a los comportamientos, actitudes y vestido
que son propios e impropios de una Corte, en contraste con los que
pueden admitirse en lugares de menor tamaño e importancia, así
como el reconocimiento de un código social más o menos explíci-
to que determina lo que es culturalmente aceptable o no. 16 De
acuerdo con lo anterior, la propuesta de Campomanes estaba diri-
gida a reorganizar la vida laboral y de diversión de los artesanos
urbanos porque precisamente era necesario diferenciarlos de gru-
pos sociales marginados y potencialmente peligrosos para la tran-
quilidad pública. Además, sugiere un intento por diferenciar la
rusticidad propia de lo rural con lo civilizado de lo urbano.

Entre la abolición y la reforma:


los planteamientos de Jovellanos

En noviembre de 1785, diez años después de haberse dado a co-


nocer los discursos de Campomanes, Jovellanos presentó ante la
15
Rodríguez de Campomanes, Discurso sobre la educación popular de los artesanos
y su fomento, 1775, pp. 235-295.
16
Río compara el "criterio de urbanidad" al "criterio de convención" propuesto por
Jacques Revel para la Francia de finales del siglo XVIII con el mismo significado. Río
1988, p. 310.

27
Junta General de Comercio y Moneda de España un informe sobre
el libre ejercicio de las artes, el cual exponía las ventajas de la
abolición de los gremios de artesanos y los perjuicios que hasta ese
momento habían ocasionado. 17
Los argumentos de Jovellanos seguían una lógica económica
que se resumía en la extinción de los privilegios y los monopo-
lios, así como en la libertad de comercio e industria. Pero a dife-
rencia de Campomanes, que ofrecía una propuesta reformista,
Jovellanos proponía la extinción de los gremios de artesanos y de
sus ordenanzas argumentando que éstos favorecían la concentra-
ción del trabajo en pocas manos (las de los maestros), retrasaban
el establecimiento de los más jóvenes, frenaban el aprendizaje de
nuevos oficios e impedían la inclusión de trabajadores provenien-
tes de otras ramas productivas como la agricultura.
Jovellanos estaba a favor del libre ejercicio de los oficios arte-
sanales sin necesidad de hacer exámenes de maestría, sugiriendo
el rompimiento de la rígida estructura vertical de los gremios y
proponiendo a cambio una nueva legislación basada en tres prin-
cipios. El primero era el buen orden público. Éste se refería a la
necesidad de mantener un estricto control del número de traba-
jadores por medio de una "matrícula", en la cual estarían clasifi-
cados todos los que ejercieran algún oficio. En segundo lugar pro-
ponía la protección de los que trabajaban. Según Jovellanos, esto
estaría garantizado por medio de la enseñanza de los oficios, el
fomento de la actividad artesanal y el socorro de los trabajadores.
Finalmente, era esencial la seguridad de los que consumían. Este
principio estaba estrechamente relacionado con el primero y pro-
ponía la concesión de licencias para todos los que quisieran
ejercer cualquier oficio o establecer taller u obrador para llevar un
mejor control de quienes prestaban servicios artesanales y evitar
defraudaciones a los consumidores.
En materia de diversiones públicas, Jovellanos también pro-
porcionaba una perspectiva diferente a la de Campomanes. En su
17
Jovellanos, 1845, t. iv, pp. 64-115.

28
"Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y di-
versiones públicas" 18 el autor planteaba que la población estaba
dividido en dos clases. La primera era el "pueblo" o "clase que
trabaja", y comprendía todas las profesiones que subsistían del
producto de su trabajo diario; la segunda era la "clase pudiente" o
la "clase que huelga", en la cual se incluía a los que vivían de sus
rentas o fondos seguros.
De acuerdo con esta visión diferenciadora de la sociedad, to-
dos los sectores sociales necesitaban las diversiones como parte de
sus actividades cotidianas; sin embargo, el gobierno debía actuar
de acuerdo con circunstancias diversas. Jovellanos estaba conven-
cido que bastaba con permitirle al pueblo que en los días de fies-
ta pudiera pasear, correr, tirar a la barra, jugar a la pelota, al tejue-
lo, a los bolos, merendar, beber, bailar y triscar por el campo para
obtener a cambio grandes beneficios. Un pueblo libre y alegre
sería activo y laborioso, así como respetuoso y obediente; pero,
además, sería unido y afectuoso, estimaría a su clase y a las de-
más. En cambio, con respecto a la "clase pudiente", el pensador
español opinaba que debido a que holgaba todos los días y a que
"la riqueza, el lujo, el ejemplo y la costumbre ejercían una mayor
influencia que la de una buena educación", era necesario que el
gobierno le proporcionase espectáculos inocentes y públicos para
separarla de los "placeres oscuros y perniciosos".
La propuesta de Jovellanos sobre las diversiones, diferencia-
das de acuerdo al origen social, revelaba cierta antipatía hacia la
holganza improductiva de la "clase pudiente". Por un lado, reco-
nocía que no se podía esperar el mismo comportamiento de dos
personas que vivían de diferente manera y que obtenían el sus-
tento de diferente fuente y, por el otro, que a pesar de las diferen-
cias, las diversiones públicas constituían una parte importante
para el desarrollo integral de todos los individuos.

18
La primera versión de esta memoria fue presentada por Jovellanos en 1790 ante el
Consejo de Castilla, que la había solicitado a la Academia de Historia para realizar refor-
mas en la legislación sobre diversiones públicas. Jovellanos, 1983, pp. 71-145.

29
La influencia del pensamiento ilustrado

El traslado de la capital de Guatemala en 1776 y la construcción de


la nueva ciudad provocaron una serie de dificultades que contri-
buyeron a la desorganización de los gremios y al empobrecimiento
de los artesanos. Éstos se vieron obligados a vivir juntos en espa-
cios comunes y provisionales por la falta de viviendas; a reconstruir
las redes necesarias para el abastecimiento de materias primas y la
venta de sus productos, y a enfrentar el dilema de abandonar sus
oficios para dedicarse a otros relacionados con la construcción
(albañiles, canteros, carpinteros y herreros). En este contexto, la
actividad artesanal de la Nueva Guatemala debió de haber sufrido
una profunda desarticulación, especialmente entre los artesanos
agrupados en gremios.
Tres disposiciones publicadas entre 1776 y 1779, entre otras
relacionadas con la práctica de los oficios artesanales, dejaban al
descubierto que, al menos temporalmente, las ordenanzas gremia-
les no estaban funcionando y que el Ayuntamiento estaba perdien-
do espacio frente a la Audiencia en el manejo de los asuntos de la
ciudad, especialmente en aquéllos relacionados con la actividad
artesanal. La primera de estas disposiciones consiste en un regla-
mento emitido por el Capitán General, en el cual se establecían los
horarios y salarios para oficios relacionados con la construcción,
así como los precios de materiales; de este modo, la Audiencia
intentaba poner orden en la nueva ciudad.19 La segunda disposi-
ción era una Real Cédula que trataba de garantizar el pago de los
trabajos por productos y servicios artesanales, así como evitar
abusos por parte de las "clases poderosas". 20 Ambos documentos
reflejaban los intentos de las autoridades por poner orden en los tra-
bajos de construcción de la nueva ciudad, una tarea que también
podría haber asumido el Ayuntamiento, el cual parecía no estar

19
"Arreglo de los oficios de albañiles, carpinteros, herreros, peones, viajeros y de
todos los materiales para las fábricas por el capitán general Martín de Mayorga", 1776, en
Samayoa, 1962, p. 218.
20
Real Cédula de 1784 en Samayoa, 1962, p. 56.

30
totalmente de acuerdo con el traslado obligado de todos los arte-
sanos y sus talleres como lo dejó ver en 1779, en el tercer docu-
mento, cuando expuso los inconvenientes de que tejedores, curti-
dores y alfareros se trasladaran a la nueva ciudad.21
Las disposiciones consultadas nos permiten observar que los
debates sobre el trabajo artesanal en Guatemala a finales del si-
glo XVIII no giraban entonces en torno al monopolio comercial de
los gremios y la necesidad de suprimirlos, sino en torno a la desor-
ganización de la actividad artesanal y a todos los problemas eco-
nómicos y sociales que provocaban. Esto explica por qué la opción
de reformar los gremios de artesanos en lugar de suprimirlos fue
la que recibió la mejor acogida. En las siguientes páginas vere-
mos cómo a finales de la década de 1790, a instancias de la So-
ciedad Económica de Amigos del País, empezaron a proponerse
medidas para el "arreglo de los artesanos". Éstas iban desde pro-
puestas para mejorar las costumbres y cambiar el vestido y el
calzado de aprendices y oficiales, hasta un reglamento que plan-
teaba la reorganización de la actividad artesanal y que, a pesar de
su oposición en ese momento, el Ayuntamiento recogería una
década más tarde en su propuesta de reglamento de artesanos pre-
sentada en 1811.
No obstante haber tenido mejor acogida la opción reformis-
ta, en diversos proyectos, reglamentos y leyes guatemaltecos se
perciben las ideas fundamentales de Campomanes y Jovellanos
respecto de la necesidad de establecer mecanismos de control
sobre la clase trabajadora, fundamentalmente en ciudades en las
que, por un lado, la existencia de centros de trabajo y vivienda
colectivos y de espacios comunes de diversión representaba la posi-
bilidad de desórdenes, pero, por el otro, permitía garantizar la en-
señanza de los oficios a los más jóvenes y fomentar la actividad
artesanal.

21
"Representación del Ayuntamiento de Guatemala sobre la inconveniencia de la
traslación de los menestrales y sus talleres, de la ciudad de Antigua Guatemala a la Nue-
va Guatemala de la Asunción", 1779, en Samayoa, 1962, p. 219.

31
Trabajo urbano y vagancia

Heredera de la estructura social del antiguo régimen, la sociedad


colonial guatemalteca presentaba una gran diversidad y profun-
dos contrastes de riqueza y pobreza, en donde la mayoría de las
actividades industriales y comerciales estaban organizadas en
gremios o corporaciones que ocupaban una posición intermedia
en la jerarquía social urbana. Samayoa afirma que a finales del si-
glo XVIII la ciudad de Guatemala contaba con doce gremios que
agrupaban a veinte oficios artesanales (barberos y flebotomianos;
carpinteros, cereros y confiteros; coheteros; herradores y albéita-
res; herreros y cerrajeros; plateros y batihojas, sastres y calce-
teros; silleros y guarnicioneros; tejedores; zapateros, curtidores y
zurradores), así como gremios de boticarios, carniceros, mercaderes
de menor cuantía (pulperos, cajoneros y roperos), taberneros, mo-
lineros y panaderos, así como un gremio informal de albañiles.22
William Sewell afirma que el hecho de que entre los gremios se
encontraran oficios tan diferentes como zapateros y mercaderes
tenía su origen en el vocabulario social del antiguo régimen, en
donde las actividades comerciales y las manufacturas se conside-
raban formas de trabajo manual y, por lo tanto, inferiores. Sin em-
bargo, de acuerdo con una serie de factores como el tipo de clien-
tela que atendían, las materias primas utilizadas y el grado de
complejidad del proceso de trabajo, los oficios artesanales pre-
sentaban una división entre lo que Sewell llama las "artes mecáni-
cas" (como joyeros, relojeros y encuadernadores) y los "oficios
no especializados" (como tejedores y albañiles), una diferencia-
ción no sólo de ingresos, sino también de prestigio.23 En América,
la participación de los gremios de artesanos en las fiestas religio-
sas y civiles más importantes desde el siglo xvi da cuenta de la
importancia que estos cuerpos tenían en la vida pública de las ciu-
dades. Pero en términos de igualdad, el tipo de participación y el

22
Samayoa, 1962, pp. I59-173.
23
Sewell, 1992, pp. 41-50. Samayoa hace una distinción entre las "artes" y los "ofi-
cios mecánicos". Samayoa, 1962, p. 33.

32
orden que seguían en las procesiones obedecía a una compleja
jerarquización de acuerdo con la importancia y al prestigio de
cada oficio.24
Todos los oficios agremiados estaban regulados por medio de
ordenanzas específicas, como el de plateros y batihojas y el
de coheteros, o bien en las ordenanzas de la ciudad de Guatemala,
como era el caso del gremio de zapateros, curtidores y zurradores,
el de cereros y confiteros, el de carniceros, el de taberneros, el de
molineros y el de panaderos. Otros gremios como el de tejedores,
el de silleros y guarnicioneros, el de sastres y el de herradores y
albéitares poseían una serie de disposiciones que regulaban el pro-
ceso de producción y la venta al público. En todos los casos, se
trataba de actividades que eran constantemente controladas por el
Ayuntamiento para asegurar el suministro de bienes y servicios a
la ciudad, así como para evitar fraudes y abusos.
Con la inusual alteración de la actividad artesanal de la ciudad
de Guatemala después de su traslado, y bajo la influencia de las
corrientes ilustradas que debatían sobre el futuro de las corporacio-
nes, a finales del siglo XVIII empezó a cuestionarse la eficacia de las
ordenanzas y la misma existencia de gremios separados. La liber-
tad de industria decretada en las Cortes de Cádiz y las posteriores
discusiones sobre el libre comercio y el proteccionismo en el mar-
co del primer liberalismo reforzaron los planteamientos en contra
del establecimiento de gremios, pero a favor de la reglamentación,
la educación y el mejoramiento de las costumbres. En las siguien-
24
Un artesano empezaba su formación a la edad de 10 o 12 años, como aprendiz en
un taller, en donde estaba obligado a servir y obedecer al maestro, quien se comprometía
a darle alojamiento, alimentación y vestido, así como a enseñarle todos los secretos del
oficio y extenderle una carta de aprendizaje al término de un periodo que podía dorar entre
cuatro y seis años, dependiendo del oficio. Una vez que adquiría el grado de oficial, ya no
estaba obligado a prestar servicios personales al maestro y su trabajo dentro del taller em-
pezaba a ser pagado. El oficial debía cumplir un periodo de uno a dos años antes de pre-
sentar el examen que le daba el grado de maestro y el derecho a trabajar por su cuenta y ser
aceptado como miembro del gremio respectivo. Sin embargo, era común que muchos arte-
sanos permanecieran en la categoría de oficiales por periodos más largos debido a que no
contaban con los recursos económicos suficientes para sufragar los gastos del examen de
maestría y para establecer un taller con oficiales y aprendices. González Ángulo, 1983,
pp. 37-38; Pérez Toledo, 1996a, pp. 59-60 y Samayoa, 1962, pp. 125-131.

33
tes páginas analizaremos de qué manera el periódico la Gaceta de
Guatemala, la Sociedad Económica de Amigos del País, el Real
Consulado de Comercio, el presidente de la Audiencia y el Ayun-
tamiento coincidieron en varias propuestas sobre la reforma de la
actividad gremial, así como los cambios que el discurso del pri-
mer liberalismo introdujo a partir de 1820 y que se expresan en
las propuestas de Pedro Molina y José Cecilio del Valle, así como
en el proyecto gubernamental de 1833.25

Propuestas institucionales a favor


de la reforma de los gremios

Las repercusiones del debate iniciado en Europa a finales del si-


glo XVIII sobre el destino de las corporaciones se hicieron sentir
en el Reino de Guatemala en la última década del siglo. En 1797,
la Gaceta de Guatemala, órgano de divulgación de la Sociedad
Económica de Amigos del País,26 publicó una serie de artículos
que argumentaban sobre la necesidad de favorecer la reforma de
los gremios y que nos revelan cuál era la concepción que se tenía
del trabajo artesanal:

En Guatemala componen el pueblo las gentes de color, a quie-


nes está prohibido pensar que su suerte puede mejorarse por
medios regulares y fáciles. La opinión pone una barrera entre
ellos y nosotros que es casi imposible romper [...] Éste no
forma clase y, aunque la forme no tiene ningún aliciente que se
la haga amar. Su trabajo se desprecia o no se estima lo que
debiera. El aprendiz, hijo de padres miserables, que cuando
se dedica a su oficio lleva ya en sí la semilla del desarreglo y
25
Sobre las formas de control de los trabajadores en México en el siglo xix véase en
este volumen el artículo de Sonia Pérez Toledo.
26
La Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala funcionó en varias eta-
pas: la primera desde su fundación en 1794 hasta 1799 cuando fue suprimida; la segunda
abarcó desde 1810 hasta 1818; la tercera se desarrolló durante el periodo de la Federación
Centroamericana, de 1829 a 1837, la cuarta abarcó desde 1840 hasta 1881 y la quinta corres-
ponde a este siglo, desde 1967, bajo el nombre de Sociedad de Amigos del País. Luque,
1962 y Rubio, 1981.

34
de los vicios, la cual ha tomado en la misma casa paterna, es
imposible que la desarraigue, porque el oficio, siendo des-
preciado, no le dará nunca honor, ni le infundirá principios de
conducta y de honradez- [...] Acostumbrado a la desnudez, a
la inclemencia, a la mala cama y al peor alimento, con un día
a la semana que trabaje gana lo bastante para no morirse de
hambre en ella. Es preciso que sea indolente, haragán y que
tenga todos los vicios que son consiguientes. Dispuesto a todo,
cometerá los crímenes más atroces con indiferencia, mientras no
le refrene el temor, porque no conoce ni la vergüenza, en una
palabra porque no tiene qué perder.21

En esta cita podemos observar que el autor de este artículo


incluía dentro del término "pueblo" a todos los que realizaban
algún oficio artesanal sin haber obtenido la maestría y que los cla-
sificaba como "gentes de color", una denominación que sin duda
englobaba a mulatos, mestizos y zambos. 28
En el mundo colonial el color de la piel estaba estrechamente
relacionado con la "calidad", un término que tenía dos acepciones:
"la nobleza y lustre de sangre; y la prenda, parte, dote y circuns-
tancia que concurre en algún individuo o cosa que la hace digna
de aprecio y estimación, así por lo que mira a lo interior como a lo
27
"Discurso político económico sobre la influencia de los gremios en el Estado, en
las costumbres populares, en las artes y en los mismos artesanos", en Gaceta de
Guatemala, Guatemala, 18.X.1797,1.1:33, p. 1.
28
El historiador guatemalteco Severo Martínez Peláez utiliza un escrito enviado al
Ministerio de Gobernación de Ultramar por la Diputación Provincial de Nicaragua y Costa
Rica en 1820 para mostrar la compleja clasificación de las castas durante la época colonial:
"El blanco con el indio da el mestizo, y si éste produce con blanco resulta el castizo, que
unido al blanco su prole pasa ya por blanca; siendo salto atrás la mezcla del mestizo o el
castizo con cualesquiera otra raza. La blanca con el negro da mulato, y el negro con el indio
el zambo. Éstas son las razas calificadas y comúnmente conocidas en el país [...] Las mez-
clas subsecuentes de las personas mixtas son inacabables e innominadas, pero general-
mente a todas las personas que no son indios puros se llama gente de razón o ladinos y a
los blancos, españoles. Se le llama cuarterón al que tiene un cuarto de negro [...] ese cuar-
to consiste en tener un abuelo negro y tres que no lo son". Martínez incluye una cita de otro
autor en donde se explica que los zambos provenían de la mezcla de mujeres indias COtt
hombres negros. Martínez, 1998, p. 208.

35
exterior de ella". 29 A pesar de las limitaciones que la rígida es-
tructura gremial estableció en los primeros años de vida colonial
sobre la "calidad" de los artesanos, a finales del siglo XVIII algu-
nos maestros y la mayoría de los oficiales y aprendices de arte-
sanos de la ciudad de Guatemala eran indios, mestizos, negros
libres o mulatos. 30 Samayoa afirma que durante los siglos xvi y
xvii las ordenanzas gremiales prohibían que indígenas y miembros
de las castas tuvieran acceso a una maestría, aunque sí podían
aprender el oficio y trabajar como oficiales. En la segunda mitad
del siglo XVIII debido al creciente número de indígenas, mestizos
y mulatos que ejercían un oficio y a la distensión que provocó el
debate sobre la abolición de las corporaciones, se eliminaron es-
tas restricciones para el ejercicio de los oficios y la obtención de
la maestría.31 Pero volviendo a la lectura de esta cita, cuando el
autor del artículo de la Gaceta afirma que el oficio nunca le daría
honor al trabajador, revela que para los sectores hegemónicos el
aprendizaje y la práctica de un oficio artesanal no eran suficientes
para que los miembros de las castas pudieran ascender en la esca-
la social, ya que consideraban que existían limitaciones naturales
imposibles de superar, por lo cual era imposible obtener "honor"
en el desempeño de un oficio.

29
Diccionario de autoridades, s.v. "calidad", 1979.
30
Samayoa, 1962, pp. 35-36.
31
Por ejemplo en 1794 las Ordenanzas de Coheteros y de Platería eliminaron los
artículos que excluían a indios, mestizos y mulatos del ejercicio del oficio y de la facultad
de poner obrador. Samayoa, 1962, p. 178. La identificación de los mulatos y mestizos, y de
algunos indios con los oficios artesanales puede observarse en el bando de 1801 en el que
se establecía la existencia de seis grupos sociales en el Reino de Guatemala: 1. Españoles;
2. Indios caciques, justicias o principales; 3. Mujeres españolas; 4. Indios, mulatos y mes-
tizos con algún oficio; 5. Mujeres indias y de las demás castas; 6. Personas no aplicadas a
sus oficios, holgazanes, vagabundos, desconocidos y pordioseros. "Bando del Regente y
Oidores sobre reducción de penas a ebrios y chicheros", Guatemala, 25.11.1802, en AGCA,
Al.22, leg. 4566, exp. 39165, así como en el informe de 1810 presentado por el Real Con-
sulado de Guatemala al diputado Antonio Larrazábal, representante ante las Cortes de
Cádiz, en donde planteaba la división tripartita de la sociedad: 1. Indios dedicados a la
agricultura; 2. Pardos y algunos negros que, de acuerdo a su actividad, se dividen en arte-
sanos, gente de labranza y armería y vagos; 3. Blancos americanos y europeos, hacenda-
dos, comerciantes, mercaderes, empleados y eclesiásticos. Apuntamientos, 1810.

36
Para entender esto debemos recordar que en una sociedad es-
tamental, el honor, junto a otros factores como la pertenencia a un
grupo, la propiedad de bienes y la calidad, desempeñaba un papel
de diferenciación. El concepto de honor tenía un doble significado,
era una "cualidad moral que lleva al más severo cumplimiento de
nuestros deberes", pero también implicaba la "gloria o buena repu-
tación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas". 32
Pero el reconocimiento social de un estatus no debía confundirse
con el de un mérito debido a una hazaña; por el contrario, en la
sociedad estamental "el individuo es parte del todo y de ello deri-
va su papel, sus derechos y deberes, su inserción en el estrato que
le corresponde". 33 Sin más posesión que los conocimientos y ha-
bilidades de un oficio manual, actividad vista con desprecio por la
llamada "gente de bien", los oficiales y aprendices de artesanos
de la ciudad de Guatemala difícilmente podían aspirar a obtener
honor, inspirar confianza y a ser tratados con respeto.
Otro aspecto importante en el párrafo de la Gaceta de Guate-
mala que analizamos, es que el autor parecía poner distancia entre
"ellos" -es decir la gente de color, del pueblo, dedicada a los ofi-
cios artesanales y de servicios- y "nosotros" - e s decir, la gente
ilustrada y blanca-. Su mensaje estaba dirigido a ese "nosotros",
reconviniéndolos por no apreciar el trabajo de "ellos". Estos artícu-
los demuestran que los representantes del pensamiento ilustrado
trataban de introducir una noción diferente respecto del concepto
de trabajo para destacar su utilidad y su capacidad de generar
riqueza, presentándolo como una actividad que podía otorgar dig-
nidad y respeto frente al resto de la sociedad, lo cual es una clara
influencia de la economía política de los ilustrados europeos del
siglo XVIII.

Cualquiera que sea el ejercicio en que un hombre se ocupe,


siempre que éste le asegure la subsistencia y le cause la ilusión
de verse en mayor comodidad futura por premio de su trabajo

32
Diccionario de autoridades, s.v. "honor", 1979.
33
Véase Maravall, 1979, p. 21.

37
o de su industria, tendrá los sentimientos de honradez que no
vienen de ningún oficio ni profesión, sino de la propensión de
nuestra naturaleza de el amor de sí mismo. 34

El objetivo fundamental de estos artículos era favorecer la re-


forma de los gremios, en oposición a la corriente que planteaba su
abolición. Esto queda reflejado en el siguiente párrafo:

[...] Donde el pueblo no forma un cuerpo o clase demarcada


por las leyes, el todo es abatido y el individuo no tiene exis-
tencia política en la sociedad. El artesano solitario, disperso o
vagante, no calcula, no prevé, ni teme [...] El interés del Es-
tado en cualquiera nación exige que se le faciliten al pueblo
todos los medios de hacerse visible y estimable, sin salir de su
clase. Estos medios, respecto del pueblo artesano, se reducen
a uno: la división política de asociaciones gremiales. 35

En las citas aquí reproducidas, el autor planteaba que los


aprendices y oficiales de artesanos no formaban parte de ninguna
corporación; es decir, que no formaban un cuerpo o una "clase" y,
por lo tanto, estaban condenados al aislamiento. En el mundo corpo-
rativo del antiguo régimen se despreciaba el trabajo realizado
por individuos, la pertenencia a una corporación se consideraba la
única vía para hacerse visible frente al Estado y digno de estima-
ción para la sociedad. Sin embargo, esto no significaba que se estu-
viera proponiendo la formación de asociaciones de oficiales y
aprendices, sino una reforma de los gremios de artesanos que per-
mitiera que los que no tenían el grado de maestros estuviesen su-
jetos a determinados mecanismos de control. Cuando el autor de
estos artículos proponía "la división política de asociaciones gre-
miales" probablemente se refería a la creación de asociaciones o
34
"Discurso político económico sobre la influencia de los gremios en el Estado, en
las costumbres populares, en las artes y en los mismos artesanos", en Gaceta de
Guatemala, Guatemala, 20.11.1797,1.1:42, p. 1.
35
"Discurso político económico sobre la influencia de los gremios [...]", en Gaceta
de Guatemala, Guatemala, 16.X.1797,1.1:37, pp. 290-292.

38
gremios de artesanos separados de acuerdo con los oficios. Además,
el anónimo autor del artículo citado, proponía la educación de
los artesanos como el medio para enseñarles "buenas costumbres",
así como para apreciar el arte y la utilidad del trabajo manual.
Los artículos publicados sobre la reforma de las costumbres
en la Gaceta de Guatemala, constituían el preludio de la propues-
ta de reglamento hecha por la Sociedad Económica en 1798, el
cual propoma tres medidas: la primera era la unificación de los
artesanos en una Dirección de Gremios que ya no estaría supedi-
tada exclusivamente al Ayuntamiento, sino a una Junta formada
por representantes del gobierno, el Ayuntamiento y el Consulado
de Comercio. Una segunda propuesta era la creación de una Her-
mandad General de Artesanos, de la cual todos serían cofrades y
que tendría como patrona a la Virgen de Guadalupe, que serviría
para unificar las festividades religiosas en una sola y evitar la pér-
dida de tiempo en celebraciones separadas. Finalmente, se sugería
el establecimiento de un Fondo Pío de Artesanos para institucio-
nalizar las ayudas y la solidaridad mutua.36
Este reglamento rompía con el sistema que se había utilizado
hasta entonces para el control de la actividad artesanal. La unifi-
cación de todos los gremios de los diversos oficios bajo las órde-
nes de las tres instituciones mencionadas suponía la centralización
de las actividades y el fin de la hegemonía del Ayuntamiento en
este aspecto. La máxima autoridad sería la Dirección de Gremios,
la cual estaría conformada por un superintendente nombrado por
el presidente de la Audiencia, dos vocales hacendados nombra-
dos por el Ayuntamiento, dos vocales comerciantes nombrados
por el Real Consulado de Comercio, dos vocales nombrados por la
Real Sociedad Patriótica, así como un promotor y un secretario
elegidos por la Dirección. La participación de los artesanos sería
en un segundo nivel, como miembros de cada gremio, advirtiendo

36
"Reglamento General de Artesanos de la Nueva Guatemala que la Junta comisio-
nada para su formación propone a la General de la Real Sociedad", 1798, en Samayoa,
1962, pp. 317-342.

39
que sólo podrían constituirse en gremios aquellos oficios que con-
taran con más de doce maestros. Entre estos miembros se elegiría
a un protector, un prohombre, dos veedores y cuatro diputados, los
que en juntas generales mensuales tratarían la observancia de
las ordenanzas, las quejas, las amonestaciones, las correcciones y
demás asuntos relacionados con el ejercicio de los oficios. La
Hermandad General de Artesanos estaría conformada por todos los
artesanos agremiados y quedaría bajo la dirección de cuatro prios-
tes nombrados anualmente por la Dirección de Gremios. 37
En noviembre de 1799 el Ayuntamiento de la ciudad de Gua-
temala emitió un dictamen desfavorable para la propuesta de re-
glamento de la Sociedad Económica, argumentando que privar al
Ayuntamiento de la facultad de formar ordenanzas gremiales y
ejercer el control de la actividad artesanal constituía un agravio.38
Para la Sociedad Económica éste fue el golpe de gracia a lo que
sería su primera fase en Guatemala, pues ese mismo año una Real
Cédula ordenaba su supresión por la convocatoria a un concurso
para presentar ensayos sobre las ventajas de que indios y ladinos
vistieran y calzaran a la española:

Habiendo dado cuenta al Rey de la memoria impresa que


acompaño a V.S. a su carta de 3 de junio último, escrito por el
socio de mérito Fr. Antonio Muro del orden Bethlemítico, en
la que intenta persuadir la utilidad y medios de que los indios
y ladinos vistan y calcen a la española, ha resuelto S.M. por
justas causas y consideraciones que esa Sociedad Económica
de que V.S. es Director, cese enteramente en sus juntas, actos
y ejercicios. Lo que de Real orden aviso a V.S. para que ha-
ciendo saber esta real resolución a los individuos que la com-
ponen, tenga cumplido efecto avisando V.S. las resultas. 39
37
"Reglamento General de Artesanos de la Nueva Guatemala que la Junta comisio-
nada para su formación propone a la general de la Real Sociedad, 1798", en Samayoa,
1962, pp. 317-339.
38
"Informe del Ayuntamiento sobre el Reglamento General de Artesanos de la
Sociedad Económica", 1799, en Samayoa, 1962, p. 227.
39
Batres Jáuregui, 1894, p. 170. Es probable que la crítica ejercida contra la Corona
española en algunos de los ensayos presentados en 1797, haya sido la causa fundamental
para ordenar la supresión de la Sociedad Económica de Amigos del País en Guatemala.

40
Después de estos frustrados intentos de reforma, los gremios
siguieron funcionando bajo la organización anterior; sin embargo,
las propuestas de la Gaceta de Guatemala y de la Sociedad Eco-
nómica serían retomadas una década después por el Ayuntamien-
to de la ciudad de Guatemala, probablemente bajo la influencia
de la misma Sociedad Económica, la cual fue autorizada para
funcionar nuevamente en 1810, así como por el Consulado de
Comercio y el presidente de la Audiencia, los que presentaron
propuestas de reforma de la actividad gremial en 1 8 1 0 y 1811,
respectivamente.
En el informe presentado por el Real Consulado de Comercio
de Guatemala en 1810 al diputado Antonio Larrazábal, represen-
tante por Guatemala ante las Cortes de Cádiz de 1812, se propo-
nía la reforma de las costumbres de la "plebe" y un mejor control
y arreglo de los artesanos:

Los artesanos como pintores, escultores, plateros, carpinteros,


tejedores, sastres, zapateros, herreros, etcétera, cuyos oficios son
necesarios en la República, pero de tal modo los ejercen por
costumbre, capricho y arbitrariedad, que necesitan una reforma
y arreglo, que precaven los menoscabos que sufre frecuente-
mente el común, que está por necesidad atenido a ellas, sin
que esto perjudique a la habilidad particular de algunos plate-
ros, escultores y carpinteros, tanto más admirable cuanto que
parece natural que, en vista de sus principios y falta de propor-
ciones, no debían tenerla, ni a la formalidad y honradez de
algunos maestros acreditados por su conducta. 40

En 1811 el presidente Bustamante y Guerra expuso la postura


oficial en torno al tema del trabajo y la estrecha relación de la fal-
ta de ocupación con la ociosidad:

el trabajo manual, bien arreglado de los pueblos constituye su


sólida riqueza y la verdadera medida de su comodidad y bie-
40
Apuntamientos, 1810, p. 89.

41
nestar [...] naturalmente, se percibe esta falta en las ciudades
más que en los campos, en la capital más que en las pro-
vincias [...].

El recién estrenado presidente proponía

el arreglo de los artesanos estableciendo o haciendo revivir


las instituciones gremiales, no en la parte técnica de los ofi-
cios, sino las respectivas y de influjo inmediato y doméstico
en las costumbres de todo menestral, pero separando primero
a los incorregibles por el gran peligro del ejemplo [...] Sabe-
dor de que hay un antiguo expediente y un buen reglamento
formado sobre esta materia, lo promoveré [...]. 41

La propuesta de Bustamante planteaba tres ideas constantes


en el pensamiento ilustrado guatemalteco: el trabajo como fuente
de riqueza, la necesidad de reorganizar las corporaciones de oficio
en lugar de su abolición y la reforma de las costumbres de los me-
nestrales o artesanos. Cuando Bustamante menciona un antiguo
expediente, es probable que se estuviera refiriendo a la propuesta
que había sido presentada en 1798 por la Sociedad Económica.
En octubre de 1811 el Ayuntamiento de la ciudad de Guate-
mala presentó el proyecto de un Reglamento General de Policía de
Artesanos con 224 artículos, que recuperaba el espíritu reformista
del proyecto de 1798, proponiendo mejorar y perfeccionar las ar-
tes y los oficios. Este reglamento, que afirmaba que los artesanos
eran parte integrante del Estado y que sus miembros eran mere-
cedores del honor y la protección del gobierno, se proponía la
formación de un Gobierno Gremial constituido por todos los ar-
tesanos bajo la dirección del Ayuntamiento, 42 la creación de un
41
"Proclama del Presidente Gobernador y Capitán General de Guatemala, Don José
de Bustamante y Guerra a todas las autoridades y habitantes del Reyno a su mando en la
que promete arreglo de los artesanos", 1811, en AGCA, B1.14 leg. 20, exp. 620.
42
Dorothy Tanck plantea que un artículo publicado en el Diario de México en 1809
en el cual se proponía la creación de una Junta de Dirección de Artesanos, posiblemente
había influido en la creación de un Gobierno Gremial en la ciudad de Guatemala en 1811.

42
Fondo de Ayuda y una Cofradía Gremial única bajo el patronazgo
de la Virgen del Socorro. 43 La dirección y el gobierno de los gre-
mios de artesanos correspondería al Cabildo, cuyos miembros
serían protectores de cada uno de los gremios, estableciéndose
que en ausencia de alguno de los protectores, el Ayuntamiento
nombraría a un vecino distinguido y calificado para auxiliarlos.
Al igual que en 1798, en el reglamento de 1811 también se esta-
blecía un segundo nivel de participación para los artesanos en las
juntas gremiales pero con la mediación de dos representantes del
Cabildo. Estas juntas gremiales estarían conformadas por un pro-
hombre, dos veedores y cuatro diputados (maestros artesanos
examinadores) que trabajarían junto a un protector, que sería un
capitular nombrado por el Ayuntamiento y un adjunto, que sería
un vecino distinguido y calificado, eclesiástico o seglar, nombra-
do por el Ayuntamiento. 44
El triunfo de la corriente radical en las Cortes de Cádiz en
1813, en donde se decretó la libertad para establecer fábricas y
ejercer los oficios sin sujetarse a ordenanzas gremiales, 45 determi-
nó que el reglamento de 1811 no se pusiera en práctica Sin em-
bargo, la idea de mejorar las costumbres y controlar el trabajo de

Es innegable la influencia que tuvo la política de la Nueva España en la del Reino de Gua-
temala, pero en este caso es probable que el antecedente estuviera en la propuesta de
reglamento de la Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala, presentada en
1798. Véase Tanck, 1977, pp. 318-319.
43
La Virgen del Socorro fue la primera imagen traída al Reino de Guatemala en la
expedición del conquistador español Pedro de Al varado en 1524 y considerada desde en-
tonces la patrona de Guatemala, su inclusión en la propuesta como patrona de todos los
gremios artesanales, sin duda apelaba a un sentimiento criollo de identidad regional.
44
"Reglamento General de Policía de Artesanos de Guatemala formado por el M.N.
y M.L. Ayuntamiento, 1811", en Samayoa, 1962, pp. 342-358.
45
"Decreto de las Cortes generales y extraordinarias sobre la libertad de industria",
en AGCA, B1.5 leg. 7, exp. 298, 8.VI.1813. Sonia Pérez Toledo afirma, con razón, que a
pesar de la publicación de este decreto, que algunos autores interpretan como la abolición
de los gremios, en la Nueva España las corporaciones de oficio siguieron cumpliendo las
funciones económicas, sociales y de comunidad moral que habían realizado durante largo
tiempo, que se reflejaron en una continuidad real en aspectos como estructura organizativa,
formas de aprendizaje y participación en celebraciones religiosas de ios artesanos durante
las siguientes tres décadas. Pérez Toledo, 1996a, pp. 101-102 y 1996b, pp. 242-243.

43
los artesanos continuó presente entre los sectores hegemónicos
guatemaltecos.

Reglamentar y educar en el discurso


del primer liberalismo

En los discursos guatemaltecos de la década previa a la Indepen-


dencia, la influencia del liberalismo introdujo cambios en la no-
ción del trabajo manual, el cual empezó a ser considerado como
una actividad útil y necesaria para el país como fuente de riqueza
que podía ser mejorada, reconociendo de esta manera las habili-
dades de los artesanos y la calidad de su trabajo. Estos discursos
empezaron a alejarse de los debates del Antiguo Régimen sobre
la "calidad" de los trabajadores y la importancia de pertenecer a
una corporación, para concentrarse en aspectos más prácticos. En
este sentido, se planteaba que los defectos y retrasos en la entre-
ga de los productos, el desorden en los talleres y otros males del
trabajo artesanal generaban el rechazo de la sociedad hacia este
sector, por lo que era necesario organizado y reglamentarlo.
En 1820 Pedro Molina 46 reflexionaba en El Editor Constitu-
cional acerca de los artesanos, en un artículo cuyo largo título
mostraba con claridad la importancia que le otorgaba a este sector
de la población: "El cuerpo de artesanos es parte integrante del
Estado. Sus individuos son beneméritos de la patria y dignos de la
protección del gobierno. Constitución gremial: artículo I o ". Los
planteamientos de este texto giraban en torno a dos ideas: por un
lado, se hacía una reflexión sobre la utilidad del trabajo de los
artesanos como fabricantes de bienes y prestadores de servicios
para la sociedad y, por el otro, se reconocía que la ignorancia, insu-
bordinación y propensión al vicio de estos trabajadores provo-
46
Pedro Molina (1777-1854) fue un médico guatemalteco que en 1820 encabezó la
corriente política liberal como miembro de la "tertulia patriótica", a favor de la Indepen-
dencia del Reino de Guatemala. Fue fundador y editor de los semanarios El Editor Cons-
titucional y El Genio de la libertad. Incluido dentro de la lista de los proceres nacionales,
Molina estaba a favor del federalismo, la libertad de comercio, la abolición de privilegios y
la reglamentación de los artesanos.

44
caban el desprecio de los demás ciudadanos, por lo que se hacía
necesario establecer un reglamento general para el "arreglo de sus
costumbres". 47 Además, el título de este artículo nos muestra no
sólo la incorporación de un nuevo vocabulario, sino también la
idea de protección gubernamental.
Molina afirmaba que era el abandono de las costumbres lo
que había determinado que el artesano fuese "no sólo falto de
ilustración y de cultura, sino inmoral, insubordinado y sujeto a los
vicios más vergonzosos", definiendo el arreglo de las costumbres
como "la exacta observancia y el cumplimiento de nuestros de-
beres y que son por lo mismo, el fundamento de la sociedad y la
base del Estado". 48
Según este autor, muchos de los artesanos con frecuencia des-
cuidaban el arte y la dedicación en sus obras y se acostumbraban
a obtener una corta ganancia de su trabajo, apenas lo suficiente para
sobrevivir. Gradualmente esta conducta los llevaba al abandono
de su oficio y de su persona, entregándose a la "ociosidad", apro-
vechando cualquier día festivo, lunes y cualquier otro día de tra-
bajo para "entregarse a diversiones clandestinas, a la embriaguez
y disolución en lugares ocultos y sospechosos".49 Después de deter-
minar cuáles eran las causas del abandono de las costumbres,
Molina propoma que la medida que debía tomarse para el arreglo
de los artesanos era la creación de un reglamento general:

[...] Para sacar al artesano del abandono en que se halla es


necesario formar sus costumbres. Es preciso fijar las reglas de
su conducta. Las leyes, considerando al menestral como ciu-
dadano, le hacen partícipe de sus derechos. Pero eso no bas-
ta. Ellas no le designan las obligaciones particulares que le
comprenden. Y esto sólo es propio de un reglamento gene-
ral conforme a los sabios principios del actual gobierno [...]. 50
47
Pedro Molina, "El cuerpo de artesanos es parte integrante del Estado [...]". en El Edi-
tor Constitucional, Guatemala, 2.X.1820, núm. 13, pp. 179-183.
48
Imem.
49
Idem.
50
Idem.

45
Pero además de un reglamento, otro autor del mismo perió-
dico proponía un cambio de actitud hacia los artesanos, rompien-
do con las diferencias sociales que el régimen colonial había
introducido:

Conciudadanos, no basta el verlos como nuestros iguales,


aunque lo son en efecto; es necesario comunicar con ellos; si
carecen de instrucción, procurársela; admitirlos a nuestras ta-
reas literarias, a nuestras tertulias, diversiones y paseos; ocupen
dignamente los que lo merecen los empleos de la república;
no haya diferencia alguna; unámonos para el bien de la socie-
dad y de la patria [...]. 51

En el mismo año, José Cecilio del Valle52 escribía en El Ami-


go de la Patria sobre la libertad de comercio y la competencia de
textiles ingleses en respuesta a una solicitud presentada ante la
diputación provincial por los tejedores de la Antigua Guatema-
la para prohibir la introducción de productos extranjeros. Valle
argumentaba que

el trabajo de nuestros brazos es el agente de la apetecida rique-


za, la cual no se sostiene sino a expensas de aquél y ocupa-
ción de estos [...] ¿Por qué, pues, porfiamos en ser verdugos
de nosotros mismos y de nuestros hijos, secando las fuentes de
nuestra riqueza, que consiste en el trabajo de nuestros brazos?53

51
Francisco Manuel Beteta, "Todos los hombres son iguales", en El Amigo de la Pa-
tria, Guatemala, 2.XII.1820, núm. 23, p. 324.
52
José Cecilio del Valle (1780-1834) provenía de una familia criolla hondurena de
hacendados ganaderos trasladada a Guatemala a finales del siglo XVIII. Educado en la
Universidad de San Carlos, a partir de 1800 Valle ocupó importantes cargos en la adminis-
tración colonial en la ciudad de Guatemala. En 1820 encabezó una corriente política a
favor de la monarquía constitucional, que más tarde se convertiría en el partido político de
los moderados. Valle estaba a favor del centralismo, el proteccionismo comercial y la edu-
cación de la población. Autor de diversos ensayos económicos, entre 1820 y 1821 fue editor
del semanario El Amigo de la Patria.
53
José Cecilio del Valle, "Suspiro patriótico", en El Amigo de la Patria, Guatemala,
24.XI.1820, núm. 6, pp. 106-108.

46
El argumento de Valle estaba encaminado a reforzar una pos-
tura de protección a la industria textil nacional, evitando la impor-
tación de tejidos ingleses y combatiendo el contrabando.
La inclusión de temas como el libre comercio contra el pro-
teccionismo, la instrucción pública y la participación de los ciuda-
danos en los procesos electorales revela un cambio importante en
los discursos intelectuales. Sin duda la influencia del liberalismo
fue determinante en este nuevo contexto en el que ya no se habla-
ba de corporaciones, sino de ciudadanos, es decir, individuos con
derechos y obligaciones que con su trabajo debían colaborar en la
construcción de la nación. Las referencias a la participación de los
ciudadanos trabajadores en los procesos electorales tiene su origen
en las disposiciones emitidas para las elecciones para diputados a
Cortes Generales y Ordinarias y para integrar los ayuntamien-
tos constitucionales de 1812 y 1820, en las que se otorgó el voto
a los artesanos, convirtiéndolos así en un sector político impor-
tante. 54 Esta legislación influye más tarde, la Constitución de la
República Federal de Centroamérica de 1824, así como la Consti-
tución Política del Estado de Guatemala de 1825 otorgaron la ciu-
dadanía a todos los habitantes naturales del país o naturalizados
que fueran casados o mayores de 18 años, siempre que ejercieran
alguna profesión útil o que tuvieran medios conocidos de subsis-
tencia, así como el derecho a voto en las elecciones de las autori-
dades federales en forma escalonada por medio de electores.55
Las medidas propuestas por los sectores hegemónicos para
mejorar el trabajo y las costumbres de los artesanos siguieron una
evolución que se veía reflejada en las diversas disposiciones y
proyectos. En este sentido, se planteó en forma consecutiva la ne-
cesidad de compeler al trabajo, reformar las costumbres y hacer
reglamentos. Finalmente, la igualdad ante la ley y la participación
política de los artesanos en las elecciones coronaban este discur-
--
La Constitución de Cádiz de 1812, derogada en 1814 y restituida en 1820, otorgaba
la ciudadanía a todos los habitantes de los dominios españoles y el derecho a voto en las elec-
ciones de diputados. Constitución Política de la Monarquía Española, 1812.
55
Mariñas, 1958, pp. 248-332.

47
so. En diciembre de 1820, un artículo publicado por José Cecilio
del Valle en El Amigo de la Patria expresaba esta nueva percep-
ción sobre los artesanos:

[...] El pintor, el escultor, el músico, el tejedor no son ya


hombres envilecidos por la preocupación. Son ciudadanos,
han sido compromisarios, son electores, depositarios de la
confianza del pueblo. Las artes y oficios harán desde hoy
mayores progresos, igualadas en lo demás las circunstancias.
Es uno de los mil efectos de la Constitución. Dar honor al
artesano es dar impulso feliz al arte u oficio que ejerce. Envi-
lecer al uno es deprimir y atrasar la marcha del otro. Honre-
mos a los artesanos, y las artes y oficios adelantarán como
exige el interés público. 56

En las citas de Molina y de Valle se resumían los beneficios que


el trabajo artesanal aportaba y se trataba de cambiar la opinión
generalizada que la sociedad tenía sobre los trabajadores, plan-
teando que la educación y la existencia de una legislación es-
pecífica permitirían que los artesanos adquirieran ilustración, cul-
tura y principios morales, y que fueran reconocidos como gente
honorable.
En la década de 1830 la noción de trabajo en el discurso oficial
incorporó una nueva dimensión política; el trabajador ya no sólo
era productor de riqueza, sino además un miembro honorable de
la sociedad y parte importante en la construcción de la nación. En
octubre de 1833, Pedro Molina, entonces presidente de la Direc-
ción General de Estudios 57 envió a la Secretaría de Gobierno un
proyecto de reglamento de la "Sociedad para el fomento de la
industria del Estado de Guatemala" que había sido creada por
56
José Cecilio del Valle, "Elecciones", en El Amigo de la Patria, Guatemala,
9.XII.1820, núm. 8, pp. 133-134.
57
La Academia de Estudios surgió en 1832 por la fusión de la Universidad de San Car-
los, el Colegio de Abogados y el Protomedicato, con la finalidad de dirigir la educación
primaria, secundaria y superior en el Estado de Guatemala. "Bases para la instrucción pú-
blica", Decreto del 1.III. 1832, en González Orellana, 1960.

48
decreto gubernativo el 20 de agosto de 1833. El artículo 4 o de este
proyecto contemplaba otorgar títulos a los socios con una leyen-
da que revelaba la importancia que el discurso oficial daba al tra-
bajo artesanal:

Art. 4 o : Estos títulos se acreditarán en medio pliego de papel


fino en el cual habrá una viñeta adornada de una llana, un
nivel, un yunque, un martillo, una azuela, una sierra, unos
libros, con un letrero que diga: El trabajo enriquece y per-
fecciona la sociedad [subrayado en el original] y abajo se
escribirá: «La Sociedad que la ley ha erigido para el fomento
de la industria del Estado de Guatemala, os cuenta a vos, CNN,
entre sus más celosos cooperadores y por eso os distingue con
este título de socio artesano o nato, o auxiliar o correspon-
sal: El honor de la Patria, la perfección de sus artes; y la ri-
queza de los profesores de ellas, son bienes que no se pueden
separar entre sí, y cuyo conjunto sabéis vos apreciar. La So-
ciedad espera que vos la ayudaréis a promoverlos con toda la
actividad de vuestro patriotismo». 58

Las funciones que tendría esta sociedad y la forma en que


estaría organizada muestran que junto a la permanencia de algu-
nos rasgos del pensamiento ilustrado, empezaron a introducirse
elementos que denotaban la influencia del liberalismo. La nueva
institución tendría a su cargo el fomento de la industria, la crea-
ción de escuelas para la enseñanza de conocimientos prácticos, la
traducción o reimpresión de manuales y la introducción de nuevos
instrumentos y maquinaria, tareas que desde finales del siglo XVIII
habían sido encomendadas a la Sociedad Económica de Amigos
del País. De acuerdo con este proyecto, la Sociedad para el fo-
mento de los artesanos estaría conformada por socios artesanos,
58
"El Presidente de la Dirección General de Estudios envía a la Secretaría de Gobier-
no el proyecto de reglamento de la Sociedad de Agricultura y el proyecto de reglamento
de una Sociedad para el fomento de la Industria del Estado de Guatemala, que por decre-
to gubernativo de 20 de agosto de 1833 se mandó constituir", 8.X.1833, en AGCA, B80.2
leg. 1074, exp. 22720 y Pineda, 1.1, libro rv, título x, Ley 9a, 17.VIL 1833.

49
auxiliares, corresponsales y natos: el grupo de los socios artesa-
nos estaría conformado por cinco trabajadores por cada oficio en
la capital y los "más hábiles" de los departamentos. Entre los socios
auxiliares estarían cuatro "inteligentes" en química, matemáticas,
minería y grabado, así como dos traductores y dos dibujantes. El
grupo de los socios corresponsales estaría constituido por veinte
personajes nacionales y extranjeros, mientras que el de los socios
natos lo conformarían todos los jefes políticos y los párrocos, así
como un representante del presidente. La junta directiva de la So-
ciedad estaría formada por un presidente, dos censores, dos secre-
tarios y un tesorero nombrados por todos los socios.
Debido a la falta de fuentes resulta difícil establecer si esta
sociedad llegó a funcionar y el efecto que pudo haber tenido en
el desarrollo del trabajo artesanal y en la formación política de los
artesanos. Sin embargo, el proyecto revela algunos cambios im-
portantes en el discurso oficial. En esta institución los socios arte-
sanos serían únicamente los maestros, quedando fuera oficiales y
aprendices, lo que implicaba que en la práctica se mantenía la je-
rarquía de las antiguas corporaciones. Por otro lado, el proyecto
se alejaba de las opiniones peyorativas del trabajo artesanal, el que
en cambio era considerado como un arte, una tarea en la cual se
combinaban la técnica y el conocimiento con la experiencia y la
habilidad manual, es decir, un reconocimiento explícito del valor
e importancia del trabajo manual.
La Sociedad para el fomento de los artesanos de 1833 no con-
templaba ningún tipo de reglamentación para el trabajo artesanal
y tampoco establecía disposiciones sobre diversiones o fondos de
ayuda para los artesanos. Por otro lado, este proyecto no respon-
día a las demandas que los gremios de tejedores habían venido
realizando desde 1820 para la protección de la industria regional
contra la introducción de manufacturas inglesas. Sin embargo, cons-
tituía el primer intento de la Guatemala independiente por fomen-
tar el trabajo artesanal, el cual, a pesar de haberse desarrollado sin
un marco legal específico desde la década de 1820, había mante-
nido la estructura vertical de los oficios en los talleres.

50
La ausencia de referencias sobre las hermandades y cofradías
gremiales, presentes en las propuestas anteriores de la Sociedad
Económica y del Ayuntamiento, sin duda respondía al espíritu
liberal del gobierno de Gálvez.

La legislación contra la vagancia

La ociosidad y la vagancia eran temas recurrentes en los discur-


sos hegemónicos durante el periodo estudiado. Como veremos
más adelante, estos términos tenían varias acepciones y aparecían
vinculados a otros términos como "mal entretenido" y "holga-
zán". El ataque contra la vagancia y la ociosidad constituía una
faceta importante dentro del discurso ilustrado que buscaba obli-
gar a los habitantes al trabajo y que veía en la falta de este último la
fuente de riñas, robos y heridas. El discurso liberal también hizo
eco de estas preocupaciones, pero incorporando algunos cambios
en los comportamientos considerados como punibles y los casti-
gos. Como veremos en las siguientes páginas, los discursos contra
la vagancia se encontraban estrechamente relacionados con el
trabajo artesanal y de servicios de las áreas urbanas, por lo que no
era nada raro que en su aplicación estos sectores fueran los más
afectados.
En el vocabulario de antiguo régimen el ocio tenía tres acep-
ciones: 1. La cesación del trabajo, 2. la diversión durante el des-
canso de otras tareas y 3. el vicio de no trabajar y de perder el
tiempo inútilmente. La última de éstas era la más común y estaba
estrechamente vinculada al ejercicio, excesos y problemas deri-
vados de prácticas y diversiones populares en horarios y días de
trabajo. Puesto que estos problemas eran más comunes en la ciu-
dad que en el campo, debido a la concentración de la población, la
mayoría de las disposiciones legales estaba dirigida a la ciudad de
Guatemala.
Durante el periodo que va de 1751 a 1836 se publicaron 10 ban-
dos específicos contra la vagancia (1751, 1790, 1806, 1820, 1824,
1825, 1826, dos en 1829 y 1836), pero además se emitieron otras

51
nueve disposiciones que buscaban combatir la vagancia junto a
otros comportamientos delictivos como la ociosidad, los juegos
prohibidos, la embriaguez y la mancebía (1751, 1783, 1784,
1791, 1795, 1799, 1815, 1818 y 1831). El análisis de cada una de
estas disposiciones junto a algunos escritos de la época nos ser-
virá para medir la evolución del concepto de vagancia y su impor-
tancia como mecanismo de control de la población.
El siguiente cuadro presenta algunas definiciones y caracte-
rísticas que las autoridades guatemaltecas atribuían a los vagos y
ociosos durante el periodo estudiado. Cada una constituye una
cita extraída literalmente de cada documento.

CUADRO 1
DEFINICIONES Y CARACTERÍSTICAS DE VAGOS
Y OCIOSOS EN LA LEGISLACIÓN DE LA CIUDAD
DE GUATEMALA ENTRE 1751 Y 1824

Año Descripción

1751 Vagos, ociosos y jugadores son perjudiciales.59


1783 Delincuentes, vagos y sin oficio o entretenimiento útil y honesto se
dedican a cometer insultos, riñas y robos.60
1784 La ociosidad y holgazanería domina a la gente de la ínfima plebe.61
1790 Los ociosos y vagos se aprovechan de los sudores ajenos y se ejerci-
tan en robos, rapiñas y juegos prohibidos.
Ociosos son los oficiales y aprendices que teniendo oficio no lo
ejercen o no teniéndolo no se dedican a alguna ocupación decente.62
1791 Los ociosos y vagos son:
1. Todos aquellos que careciendo de caudal, sueldo o renta de que
vivir no se aplican a la labor u oficios.
2. Que andan mal entretenidos en juegos, paseos, tabernas y otras
diversiones, sin conocida aplicación.
59
"Bando contra vagos y juegos prohibidos", Guatemala, 20.VII.1751, en AGCA, Al
leg. 1508, fol. 243.
60
"Acuerdo que ordena a mesoneros y taberneros den cuenta de forasteros y
jugadores", Guatemala, 29.X.1793, en AGCA, Al leg. 1509, fol. 105.
61
"Acuerdo sobre toque de queda", Guatemala, 15.1.1784, en AGCA, Al leg. 2588,
exp. 21081, fol. 24.
62
"Providencia para que todos los vecinos de la capital se dediquen a ejercer sus ofi-
cios", Guatemala, 10.XII.1790, en AGCA, Al leg. 1509, fol. 190.

52
Año Descripción

3. Los que habiendo tenido o aprendido oficio lo abandonan volun-


tariamente.
4. Son los miembros más perjudiciales de la sociedad.63
1798 Serán aprehendidos y remitidos a la cárcel por 8 días los oficiales y
aprendices que no hayan recibido boleta de asistencia el día lunes por
haber faltado ese día, por faltas durante la semana anterior o por pre-
sentarse a trabajar ebrios.64
1806 Serán procesados por vagos:
1. Los que concurran a juegos u otra diversión prohibida para la gente
menestrala en días y horas de trabajo.
2. Los que siendo aptos para el trabajo se dedican a pedir limosna.65
1812 Vagamundos son:
1. Que no tienen oficio, profesión u otro destino honesto de que vivir.
2. Los que aunque lo tengan no lo ejercitasen por holgazanería.
3. Los que se encontrasen en casas de juego, chicherías, estanquillos a
deshoras de la noche o en tiempo que debieran dedicar al trabajo.
4. Los que sus padres, madres, tutores, amos o maestros no pudiesen
sujetar a sus obligaciones.
5. Los padres que abandonasen las obligaciones de su familia por vivir
en amancebamiento.
6. Amancebados que requeridos y amonestados por sus curas o jueces,
siguieren dando escándalo.
7. Tramposos y también rateros, hasta que resarzan el interés ajeno.
8. Todo lo cual se entenderá lo mismo respecto de las mujeres.66
1820 Los gitanos, vagantes o sin ocupación útil, o vagos, holgazanes y mal
entretenidos son los que no tienen empleo, oficio o modo de vivir
conocido.67
1821 Un vago es:
1. Un hombre improductivo que no trabaja ni llena los deberes de
socio cooperando al bien de la sociedad.
2. Es un hombre alimentado y vestido por los demás, una carga que
pesa sobre el pueblo, una parásita que se mantiene con los jugos del
árbol a que es asido.
63
"Instrucción de los alcaldes de cuartel", Guatemala, 1791, en AGCA, Al leg. 5344,
exp. 45048.
64
"Reglamento general de artesanos de la Nueva Guatemala que la junta comisiona-
da para su formación propone a la General de la Real Sociedad", 1798, artículos 188-190,
en Samayoa, 1962.
65
"Bando sobre portación de armas y leva general de vagos", Guatemala, 6.IX.1806,
en AGCA, A1.22 leg. 4566, exp. 39175.
66
"Oidor Campusano propone medidas para contener desórdenes de la plebe",
Guatemala, 1.X.1812, en AGCA, Al leg. 4567, exp. 39188.
67
"Decreto sobre vagos, viciosos y mal entretenidos", en El Amigo de la Patria,
Guatemala, 4.IV.1821, núm. 22.

53
CUADRO 1 (Continuación)

Año Descripción

Un mal entretenido es:


1. Un ser dañino que se ocupa en distraer a otros del bien y hacer él
mismo el mal.
2. Es el jugador que desea la pérdida y ruina de los mismos a quienes
llama amigos.
3. Es el buho que pasa las noches seduciendo jóvenes y sorprendiendo
mujeres.68
1824 Se consideran vagos:
1. Los que viven ociosos sin destinarse a algún oficio útil de que poder
vivir.
2. Que andan mal entretenidos en juegos, paseos y tabernas no cono-
ciéndoseles aplicación alguna.
3. Que habiéndola tenido la han abandonado dedicándose a la ociosidad
o a ocupaciones equivalentes.
4. Los que teniendo algún patrimonio o emolumento o siendo hijos de
familia no se les conoce otro empleo que el de casas de juego, frecuen-
cia de lugares sospechosos y ninguna seria de tomar algún destino.
5. Los que teniendo aptitud completa andan pordioseros.
6. Los que si tienen algún oficio no lo ejercen los más del año sin mo-
tivo justo.
7. Los hijos de familia que sin ocuparse en su casa sólo escandalizan
al pueblo con sus malas costumbres.
8. Los que con puesto de jornaleros sólo trabajan de cuando en cuando.
9. Los forasteros que andan prófugos en los pueblos sin destino y
otros en estas clases.69

Fuente: Elaborado a partir de los documentos citados en las notas 59 a 69.

De todas estas disposiciones, solamente siete presentaban una


definición de ocioso o vago (1790, 1791, 1798, 1806, 1820, 1821
y 1824). La leva general acordada por la Jefatura Política de
Guatemala en 1824 daba una definición de vago con nueve
difrentes comportamientos; es interesante señalar que los tres
primeros eran los mismos que en 1791 se habían atribuido a los
ociosos. Esto recuerda lo observado por Silvia Arrom en la legis-
lación sobre vagos para la ciudad de México de 1745 a 1845:
68
Artículo sobre vagos, El Amigo de la Patria, Guatemala, 4.IV.1821, núm. 22.
69
"Leva general de ociosos, vagos y mal entretenidos", Guatemala, 21.11.1824, en
AGCA, B78.22 leg. 590, exp. 10610.

54
El cambio principal en la legislación sobre vagos consiste en
que se ampliaba la definición de los vagos por comportamien-
to inmoral o indeseable. Lo curioso es que entre 1745 y 1845
no desapareció ningún tipo de actividad prohibida; sólo se aña-
dieron nuevos tipos. Así, aunque en 1845 el catálogo de vi-
cios se simplificó un poco, omitiendo algunos de los detalles
y explicaciones de la real orden de 1745, la lista de compor-
tamientos prohibidos fue aún más larga, aumentándose de 16
a 21 artículos.70

En la primera etapa entre 1751 y 1790, la vagancia aparecía


como un comportamiento delictivo de la "plebe" cuyas principa-
les manifestaciones eran los robos, las riñas y los desórdenes en las
calles. A partir de 1790 se sumaron dos comportamientos que se-
rían una constante en los siguientes años: la ociosidad y la prácti-
ca de juegos prohibidos. En 1798 se especificaba la necesidad
de control sobre oficiales y aprendices, a quienes se les prohibía
cualquier diversión en horas y días de trabajo, y se insistía en no
permitir que faltaran al trabajo el día lunes, como un intento de
frenar la práctica del "San Lunes", muy difundida entre los arte-
sanos europeos del antiguo régimen y traslada a las colonias es-
pañolas de América en el siglo XVI, la cual consistía en no asistir
al taller ese día y dedicarse a otras actividades más placenteras.
De todas, la definición de vagos de 1824 era la más completa
e incorporaba a los hijos de familia que frecuentaban tabernas y
casas de juego, así como a pordioseros y forasteros. A lo largo del
periodo analizado, la legislación sobre vagos cerraba los ojos al de-
sempleo y a la ocupación temporal de la mayoría de los trabaja-
dores urbanos, en cambio manifestaba una constante preocu-
pación por aquellos que abandonaban su trabajo para dedicarse a
las diversiones prohibidas.
Un factor constante en la legislación sobre vagos desde 1751
era el de establecer una diferencia implícita entre "los que no
tienen empleo, oficio ni modo de vivir conocido" y los "vagos,
70
Arrom, 1988, p. 76.

55
holgazanes y mal entretenidos". Pero, ¿era fundada la preocupa-
ción oficial por el aumento de la vagancia y los delitos derivados
de ella? Es probable que sí. De acuerdo con un análisis preliminar de
los padrones de 1796, 1805 y 1824 para la ciudad de Guatemala,
ésta registró una disminución considerable de su población du-
rante estos años (véase cuadro 2). Sin embargo, si tomamos en
cuenta que los padrones no contaban a la población más pobre de
la ciudad, clasificados como vagabundos y mendigos, es posible
que lo que se estaba registrando fuera un aumento del desempleo,
probablemente como resultado de la crisis de finales del siglo XVIII
y principios del XIX.

CUADRO 2
COMPARACIÓN DEL NÚMERO DE HABITANTES
DE LA CIUDAD DE GUATEMALA, PADRONES
D E 1796, 1805 Y 1824

Año Número de habitantes

1796 23,434
1805 22,904
1824 20,127

Fuente: Elaborado a partir de "Padrón de alcaldes de barrio hecho en 1794", en Gaceta de Gua-
temala, 10.XII.1798, t. II:91, p. 329; "Extracto de los padrones formados por los alcaldes de barrio",
Guatemala, 1805, en AGCA, A1.2 leg. 2190, exp. 15738; Gellert, 1994, pp. 16-17.

En 1812 la legislación sobre vagos incorporó a los comporta-


mientos delictivos el amancebamiento y estableció que se harían
las mismas consideraciones para las mujeres que fuesen encontradas
en alguna de las actividades prohibidas. En 1821 el vago era con-
siderado, además, como un mal para la sociedad. Éste era un
planteamiento que aludía a un comportamiento poco ético dentro
de una colectividad en donde todos sus miembros o "socios" tenían
el deber de lograr un fin común, que era el bien de la sociedad; no
hacerlo implicaba constituirse en una carga para los demás. 71
71
"Jefe político de Guatemala recomienda medidas para precaver delitos y vicios",
Guatemala, 2.1.1821, en AGCA, B78.2 leg. 590, exp. 10606.

56
Además de los cambios en las definiciones y los comporta-
mientos, otra transformación se manifestó en la aplicación de cas-
tigos. El destierro, la privación de la libertad y el escarnio público
fueron las penas menos utilizadas y en ningún caso se menciona-
ron los azotes. En cambio, el servicio de las armas y los trabajos
en obras públicas, que eran las actividades a las que eran destina-
dos los procesados por vagos, fueron las penas más comunes. 72 El
historiador mexicano José Antonio Serrano, retomando el plantea-
miento de algunos tratadistas españoles, afirma en su trabajo so-
bre las levas, el tribunal de vagos y el ayuntamiento de la ciudad
de México en el primer tercio del siglo xix, que los debates del
siglo XVIII y principios del xix sobre el cuestionamiento de los
procesos e instituciones de impartición de justicia del antiguo
régimen ejercieron una gran influencia en la "humanización" de
la justicia en la Nueva España, tratando de eliminar "las penas
corporales, las amplias facultades discrecionales de los jueces, la
ausencia de considerandos que justificaran las sentencias, los
fueros y privilegios diferenciadores y el anonimato de las partes
acusadoras". 73 En el Reino de Guatemala los primeros signos de
esta reforma parecen haber empezado a finales del siglo XVIII al
irse desterrando los azotes para algunos delitos. En cambio, las
discusiones al respecto empezaron más tarde, probablemente al
calor de la reforma gaditana de la administración judicial. En
1812, por ejemplo, el oidor Campusano propuso que el castigo
para los ociosos y mal entretenidos debía ser llevarlos a la casa
de corrección y destinarlos seis meses a obras públicas en caso de
reincidencia, agregando que los azotes "ya no me atrevo a propo-
nerlos sino para los incorregibles de todo punto y para los perdi-
dos el honor de ser ciudadanos españoles". 74 En septiembre de

72
Sobre los castigos a la vagancia para el caso mexicano véanse en este volumen los
trabajos de Esther Aillón Soria y Vanesa Teitelbaum.
73
Serrano, 1996, p. 142.
74
"Exposición del oidor Joaquín Bernardo de Campusano acerca de los medios más
conducentes para contener los desórdenes de la plebe", Guatemala, 1.X.1812, en AGCA, Al
leg. 4567, exp. 39188.

57
1813 las Cortes extraordinarias de Cádiz abolieron la pena de
azotes "en todo el territorio de la monarquía española, extendiendo
la prohibición a los párrocos de las provincias de ultramar que usa-
sen de este castigo para corregir a los indios, y a las casas y estable-
cimientos públicos de corrección".75 Sin embargo, este castigo toda-
vía fue retomado en Guatemala en 1815 contra los ebrios, vagos
y mal entretenidos. 76 El debate continuó abierto, y a raíz del de-
creto de 1820, el abogado conservador guatemalteco José Cecilio
del Valle publicó un artículo en donde planteaba que la pena de
azotes producía cinco males:

1. Castigaba un solo delito con muchas penas, porque la de


azotes es simultáneamente pena aflictiva que atormenta, pena
infamante que deshonra, pena de vergüenza pública que expo-
ne a ella y pena capital a veces, porque produce a ocasiones
enfermedades mortales;
2. dividía en dos partes la sociedad que ante la ley debe ser
una, porque imponía la pena de azotes a los que se llamaban
plebeyos, y prohibía que se impusiese a los demás; alejaba a los
primeros del gobierno y se manifestaba parcial;
3. arrebataba el pudor, freno del crimen; envilecía, anonadaba,
¡qué será de un hombre a quien se desnuda y ata a un poste en
la plaza pública!;
4. multiplicaba los delitos porque envilecía, y envileciendo
llevaba a la desesperación que arrastra al crimen;
5. tendía a infamar la familia inocente del infeliz que era
azotado. 77

Valle, sin e m b a r g o , advirtió u n a limitación en la orden de 1813


(ratificada en 1820), ya q u e al no señalar u n a p e n a q u e la sustitu-
yera, presentaba un vacío que dejaba al arbitrio del j u e z su apli-

75
"Real decreto", en El Amigo de la Patria, Guatemala, 16.X.1820, núm. 1, pp. 11-12.
76
"Real acuerdo contra la embriaguez", Guatemala, 9.XI.1815, en AGCA, Al leg. 1704,
exp. 10376.
77
"José Cecilio del Valle, en El Amigo de la Patria, Guatemala, 16.X.1820, núm. 1,
pp. 12-13.

58
cación. Un año después el autor retomó el tema desarrollando
algunos planteamientos a favor de un estado paternal que velara
por el bienestar de los ciudadanos y que no castigara, sino que
corrigiera: "No es la pena que corta cabezas la que nos hace más
felices. Es la que hace laborioso al que no trabaja, la que vuelve
moral a quien no lo era, la que torna provechoso al inútil o impro-
ductivo". 78
El servicio de las armas y el trabajo en obras públicas se cons-
tituyeron en las penas más comunes a partir de 1790, agregándose
la suspensión temporal de los derechos ciudadanos a partir de
1825. Las ordenanzas de policía de 1826 establecían que los
arrestados por las rondas acusados de vagancia debían ser con-
ducidos a prisión en donde esperarían un juicio sumario en los
siguientes ocho días; las penas impuestas por los alcaldes de-
pendían de la edad y el comportamiento de los aprehendidos,
aquellos que "hallándose en edad proporcionada para tomar las
armas no tuvieren vicios ni malas calidades, sino que sólo sean
vagos, ya porque no tengan oficio o porque no quieran ejercerlo,
serán destinados al servicio de la fuerza permanente por el tiempo
de una recluta"; el resto sería enviado a las casas de corrección, al
servicio de hospitales y cárceles y al de las obras públicas. 79 Aquí
no quedaba claro qué significaba no tener "malas calidades", pero
si retomamos la connotación del término "calidad" (nobleza y
lustre de sangre), podríamos suponer que se trataba de dejar fuera
del servicio militar a los indígenas, una limitación que se mantuvo
hasta la década de 1870.80
El reglamento de policía de 1829 suprimió las ordenanzas de
alcaldes de barrio y de cuartel y creó los cargos de tenientes de po-
licía para cada cuartel, bajo las órdenes del jefe político; éstos
78
José Cecilio del Valle, en El Amigo de la Patria, Guatemala, 4.IX.1821, núm. 22,
p. 90.
79
"Decreto de la Asamblea Legislativa conteniendo ordenanzas de policía", en Pineda,
t. I, vol. Ii, título III, ley 8", 8.VII.1826.
80
En 1839 se emitió una disposición que permitía la incorporación de los indígenas
al ejército únicamente como cargadores de pertrechos de guerra y nunca como Soldados
por temor a una sublevación.

59
tendrían a su cargo aprehender a los vagos, ebrios y malhechores.81
Este reglamento no especificaba las penas para los vagos, pero en
estos casos regía la última disposición de 1826, es decir, servicio
militar o servicio en hospitales y obras públicas. En noviembre de
1829 otro decreto de la Asamblea Legislativa establecía que aque-
llos oficiales y aprendices que no ejercieran su oficio serían en-
viados a trabajar en las haciendas, 82 una disposición que ya había
sido implementada en 1776,83 y que sería retomada en la década
de 1870 bajo la figura legal de habilitaciones para obtener fuerza de
trabajo para las fincas cafetaleras. En 1836 la Asamblea Legisla-
tiva emitió un decreto sobre policía contra malhechores en donde
planteaba que para disminuir el número de vagos y criminales se
verificara en todo el Estado de Guatemala una leva general, en-
viando a quienes fueran procesados como vagos al servicio de las
armas o a trabajos en obras públicas. 84

Reflexiones finales

La política ilustrada sobre trabajo urbano y vagancia implemen-


tada en España y sus colonias en el último tercio del siglo XVIII
dictó una serie de medidas que intentaban otorgar reconocimiento
y prestigio al trabajo manual, fomentar el trabajo entre oficiales y
aprendices y castigar la vagancia. La reglamentación del trabajo
y del tiempo libre de la época apuntaba a cambiar los hábitos de
los trabajadores urbanos, para lograr que el "nuevo" trabajador se
sintiera respetado y reconocido por la sociedad y en forma natu-
ral rechazara cualquier comportamiento desviado o la relación con
vagos y holgazanes. En Guatemala esta política adquirió nuevos
81
"Decreto de la Asamblea Legislativa sobre Reglamento de policía para la capital
del Estado", en Pineda, 1.1, vol. II, título m, ley 7", 28.XI.1829.
82
"Decreto de la Asamblea Legislativa declarando quiénes deben ser obligados a tra-
bajar en las haciendas", en Pineda, 1.1, vol. II, título III, ley 6a, 3.XI.1829.
83
Providencia del capitán general Martín de Mayorga del 4.1.1776 en donde estable-
ció que todos aquellos que no tuvieran tienda pública, oficio público o mecánico de los
útiles de la República, serían destinados a la agricultura, en Samayoa, 1962, p. 146.
84
"Orden de la Asamblea Legislativa sobre policía contra malhechores", en Pineda, 1.1,
vol. II, título m, ley 12*, 20.IV.1836.

60
matices con el traslado y construcción de la capital del Reino en el
último cuarto del siglo XVIII, lo que provocó profundas alteraciones
en todos los espacios sociales capitalinos e implicó la desorgani-
zación de la actividad gremial, al mismo tiempo que se registraba
una creciente importancia de los oficios artesanales, especial-
mente aquéllos relacionados con la construcción. La existencia de
una práctica secular de segregación indígena se reforzó en el oca-
so de la colonia para evitar la reunión de indígenas y ladinos en
espacios públicos y así reducir el riesgo de motines o sublevaciones
populares. Estos factores determinaron que los sectores hege-
mónicos apoyaran aquellas propuestas ilustradas que apuntaban a
la reforma de los gremios en lugar de su abolición, como mecanis-
mo de control social.
Los discursos ilustrados guatemaltecos desde finales del si-
glo XVIII hasta 1820 planteaban la necesidad de introducir refor-
mas en la legislación sobre artesanos, pero sin abolir los gremios,
ya que consideraban que esta institución garantizaba la calidad
del trabajo y el aprendizaje de los oficios. Además, coincidían en
la necesidad de que la sociedad reconociera la importancia y la
utilidad del trabajo artesanal, así como que los artesanos adquirie-
ran nuevos hábitos de higiene y vestido y que practicaran diver-
siones sanas y honestas. Después de la Independencia el tema del
arreglo de los artesanos desapareció de los discursos hegemónicos
para dar paso a la noción de fomento, es decir, garantizar el sumi-
nistro de bienes y servicios pero sin intervenir directamente en los
procesos de contratación de trabajadores y de producción, una no-
ción más cercana a los planteamientos liberales del productor indi-
vidual. En el mismo sentido, la creación de dos sociedades para el
fomento de la agricultura y la industria en 1833 con tareas simila-
res a las que desempeñaba la Sociedad Económica de Amigos del
País; sugiere un intento del gobierno liberal de Gálvez por sustituir
corporaciones de antiguo régimen creando instituciones alternas.
El análisis de los discursos hegemónicos sobre la vagancia a
lo largo del periodo estudiado revela que detrás de los diversos
argumentos desarrollados en contra de determinados comporta-

61
mientos prohibidos, estaba el afán de controlar a las clases subal-
ternas. Se trataba de una política de control que se ampliaba a
medida que la población desempleada aumentaba y con ella los
problemas de tranquilidad pública. Esto se hizo más evidente al
modificarse la aplicación de los castigos para vagos a lo largo del
periodo, generalizándose desde principios del siglo xix los traba-
jos en obras públicas y el servicio de las armas. A pesar de las re-
petidas disposiciones para castigar y disminuir el número de vagos,
éstos se multiplicaban y con ellos los problemas de seguridad
pública; la necesidad de separarlos de los trabajadores se mantuvo,
pero con un contenido que incorporaba lo utilitario a lo correcti-
vo y que permitía llenar los requerimientos de brazos para el
ejército y las obras públicas.

Siglas y referencias

Archivos

AGCA Archivo General de Centroamérica, Ciudad de Guatemala.

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65
ESTHER AILLÓN SORIA

MORALIZAR POR LA FUERZA.

EL DECRETO DE REFORMULACIÓN DEL

TRIBUNAL DE VAGOS DE LA CIUDAD

DE MÉXICO, 1845

Según los partes originales que reservo no hay vagos ni esclavos


en los cuarteles de mi cargo, que son el 15 y el 16.
En cuanto a esclavos creo estos partes exactos porque
hay pocos de estos infelices en el Distrito Federal; pero
acerca de vagos, sólo el que no haya vivido en México
podría creer que en la mayor parte de los barrios de
Santa Ana y El Carmen no se encontraba un vago
¿y qué remedio para hallar la verdad en un asunto tan delicado
y de tanta complicación ? Yo no en las circunstancias en que
me encuentro por la inteligencia de la ley, por las cualidades
de mis auxiliares y por las pocas manufacturas en que pueden
ocuparse nuestros artesanos no hago por ahora ninguno.
Yo conociendo lo odioso de un espionaje y lo ilegal de un cateo
inquisitorial quise que mis auxiliares para desempeñar las superiores
órdenes del Gobierno copiaran el artículo 6a de la ley y la 5a y 6a
providencias de las añadidas por el Gobernador, sin embargo
nada se ha conseguido con este arbitrio. De mis tres auxiliares
uno tiene café y el otro vinatería, y así de estos no se puede esperar
que denuncien a los que contribuyen para su subsistencia. En fin que
si se logran [sic] hombres que siendo tejedores, plateros, etcétera
y dicen que no trabajan porque no los ocupan y que hay tanto jugador
público a quienes no se incomoda, es un conflicto inexplicable.
V.S., quizá con sus mayores luces podrá hacer al gobierno
en caso de reconvención mejores observaciones. Dios y Ley.
Isidoro Olvera, Alcalde de 2a Elección.1

E N LA PRIMERA mitad del siglo xix México vivió un periodo de


gran turbulencia política, económica y social. La inestabilidad
crónica, la desorganización social y la falta de paz, provocaron

1
"Copia del oficio de Isidoro Olvera, Alcalde de 2da. Elección al gobierno", México,
1828, en AHCM, Vagos, vol. 4151, exp. 5. El alcalde Olvera dirigió este oficio a los miem-
bros del Ayuntamiento de la ciudad, expresando el conflicto que significaba poner en
práctica las órdenes superiores del gobernador de la ciudad para perseguir a los vagos, ya

67
desintegración social y desplazamiento de la población, entre otras
razones, por los reclutamientos masivos de jóvenes del campo y
la ciudad para pelear en las constantes guerras civiles.2
Al promediar la mitad del siglo, la existencia de grandes secto-
res sociales que atravesaban una situación difícil era evidente. La
mayor parte de la población de la ciudad no encontraba oportuni-
dades de trabajo3 y, si contaba con un empleo, recibía ingresos re-
ducidos que la colocaba en un nivel de vida precario y restringido.4
La abolición de las corporaciones asignaba nuevos papeles a
los miembros de una sociedad que se abría a las reglas del mer-
cado, lo que afectó particularmente el monopolio que los gremios
ejercían sobre los artesanos, 5 cuyos gremios fueron abolidos en
1813, junto con las corporaciones de antiguo régimen, provocan-
do su descomposición. 6 Además, la introducción de manufacturas
extranjeras y la creación de industrias nuevas provocaron asimismo
la desocupación o subocupación de amplios sectores artesanales
que, en esas condiciones, ya no encontraban oportunidades simi-
lares a las del antiguo régimen. El resquebrajamiento del orden

que percibía una gran cantidad de desempleo, sobre todo entre los artesanos y, además,
incluso sus auxiliares se sostenían con ingresos que provenían de sus cafés y vinaterías,
dos lugares que eran considerados como antros de los vagos.
2
Entre 1845 y 1850 México vivió bajo los breves e intermitentes gobiernos de
Herrera, Paredes y Arrillaga, Gómez Farias, Santa Anna y Peña y Peña. Además sufrió la
intervención extranjera, la guerra de castas y la rebelión de Sierra Gorda. Mac Gregor,
1993, p. 156.
3
"Algunos cálculos, para la mitad del siglo xix, indican que del total de la población
en edad de trabajar, únicamente 50 por ciento tenía un empleo fijo". Illades, 1996, p. 56.
4
Pérez Toledo, 1993a, p. 150.
5
Muchos abandonaban temporalmente su oficio, por falta de empleo, para aprender
o dedicarse a otro oficio u ocupación. Illades, 1996, p. 57.
6
De acuerdo con Carlos Illades, el gremio se erosionó desde finés del siglo XVIII por
medio de la legislación en pro de la apertura del ejercicio artesanal: en 1784 se elimino la
ilegitimidad racial para el ejercicio de cualquier arte; en 1785 se declararon honestos y
honrados todos los trabajos manuales; en 1790 se autorizó a las viudas de los artesanos
agremiados a operar los talleres si se volvían a casar; en 1799 se permitió a las mujeres ocu-
parse de cualquier oficio vinculado a su sexo; en 1811 se decretó la abolición de los
exámenes para los artesanos que los calificaban por su desempeño; en 1812 y 1814 se
despojó a los gremios "de sus atributos monopólicos" permitiendo la libertad de trabajo
e industria señalando a cualquier español o extranjero la posibilidad de ejercer libremente
sin licencia. Illades, 1996, pp. 72-74.

68
corporativo provocó inestabilidad social entre quienes antes ha-
bían estado organizados de esa manera, pero tampoco dio lugar a
formaciones sociales plenamente capitalistas. 7
Junto con ellos, amplios sectores de la población, que incluían
a pequeños comerciantes, empleados, artesanos, trabajadores agríco-
las y desempleados, participaban de esa situación de inestabilidad
social y precariedad económica que los llevó "a compartir la forma
y condiciones de vida de la población marginal". 8 Para los gober-
nantes y las autoridades, la desorganización social de estas clases
era una amenaza al orden, por lo que se planteó su "regeneración"
para transformarlos en ciudadanos útiles e incorporarlos a los pro-
yectos de construcción nacional y, en ese periodo, a las tareas
militares. 9 En su visión, el nuevo Estado mexicano requería ciu-
dadanos virtuosos que pudiesen transformar la riqueza nacional
por medio del trabajo. El control social y la compulsión al trabajo
fueron dos medios importantes en su propósito de modernizar la
nueva nación. Por el contrario, para quienes podían ser acusados
de vagos, esta propuesta de regeneración se convertía en un inten-
to de transformar su cultura y sus formas de sociabilidad sin que
siquiera se les ofreciera una verdadera solución para su subsistencia.
El Tribunal de vagos de la ciudad de México -que funcionó
desde 1828 hasta la década de 1870- se conformó precisamente
como una institución destinada a ejercer control sobre este espec-
tro social, plural y complejo, moralizándolo por medios coerciti-
vos con base en una ética del trabajo. En efecto, quienes podían
ser acusados de vagos podían provenir de diversos sectores socia-
les: artesanales, agrícolas y, en los extremos, sectores acomodados
y los más pobres, como los mendigos. Pero, en la práctica, el blan-
co de las acciones del tribunal fueron sobre todo los artesanos 10
quienes, para entonces, eran un sector importante de la ciudad de

7
Lida, 1997.
8
Pérez Toledo, 1993a, p. 150.
9
Arrom, 1989, p. 215.
10
Entre 1828 y 1850, más del 75 por ciento de los hombres juzgados por el tribunal
declararon ser artesanos. Pérez Toledo, 1996a, p. 251.

69
México que representaba casi el 10 por ciento de la población total
y poco más del 29 por ciento de la población con ocupación. 11
Como su nombre lo indica, el sujeto al que penalizaba el tri-
bunal era el vago, término acuñado por las clases dominantes a lo
largo de los siglos para designar peyorativamente a la gente empo-
brecida, sin trabajo fijo, sin un lugar concreto en la sociedad, uti-
lizado para denigrar y descalificar socialmente, como lo muestran
experiencias europeas y latinoamericanas. 12
Paradójicamente, por la situación que atravesaba México en
esa época, acusados y acusadores manifestaban dificultades para
su subsistencia, como lo sugirió el alcalde Olvera cuando se creó
el tribunal.13 Precisamente, el Ayuntamiento de la ciudad de Méxi-
co, como máximo órgano de gobierno local, fue el encargado de
poner en funcionamiento el decreto de 1845 que reorganizó el
Tribunal de vagos de la ciudad, en un contexto en el que el muni-
cipio buscaba su legitimidad, en medio de disputas sobre auto-
nomía de acción, jurisdicción y territorialidad con los órganos del
poder nacional. Este aspecto contribuyó a una práctica peculiar
del decreto, de modo que los resultados esperados por las autori-
dades nacionales en la lucha contra la vagancia fueron menores y
hasta contrarios a los objetivos propuestos en la ley. ¿Cómo funcio-
nó el Tribunal de vagos a partir de su reformulación en 1845, a
pocos años de promediar la primera mitad del siglo xix? Este tra-
bajo intentará responder a esta pregunta a partir del análisis del
decreto de 1845 que reorganizó dicho Tribunal.

El Ayuntamiento de la ciudad de México


y el Tribunal de vagos

El establecimiento del Tribunal de vagos en la ciudad de México


respondió a la decisión de instancias de gobierno nacionales. Así, el
11
Pérez Toledo, 1996a, p. 259. Véanse las cifras más recientes en el artículo de
Sonia Pérez Toledo en este mismo volumen.
12
Por ejemplo, Góngora, 1966.
13
Véase la cita que encabeza este trabajo.

70
3 de marzo de 1828, el Segundo Congreso Constitucional decretó
el establecimiento del Tribunal de vagos para toda la Federación
Mexicana, con un cuerpo completo de normativas para su funcio-
namiento. 14 El Ayuntamiento de la ciudad de México quedó encar-
gado de erigir el Tribunal y de ponerlo en funcionamiento dentro
de su jurisdicción y de sus atribuciones. El decreto para su reorga-
nización se emitió el 28 de enero de 1845 y fue sancionado por la
Asamblea Departamental y el gobernador del Departamento de
México "en uso de la facultad 14a. concedida por el artículo 134
de las Bases Orgánicas de la República Mexicana".15 Para poner en
conocimiento de la población debía ser comunicado por medio de
"un bando en esta capital y en las demás ciudades, villas y luga-
res de la comprensión de este departamento, fijándose en los para-
jes acostumbrados, y circulándose a quienes corresponda", cosa
que se hizo a partir de febrero de ese año. 16
De acuerdo con el decreto, debían formarse tribunales para
juzgar a los vagos en todas las cabeceras de partido del departa-
mento, formados por uno de los regidores del Ayuntamiento, el
síndico y tres vecinos del lugar "de mejor nota" que se nombraría
cada año. Donde no existía Ayuntamiento, los Juzgados de Paz
junto con tres vecinos, presididos por el prefecto o subprefecto
del Partido, quedaban encargados de dar cumplimiento a esta dis-
posición.17 El órgano de gobierno nacional que impulsó esta dispo-
sición confirmó su relación de jerarquía con el Ayuntamiento y de
éste con el tribunal, es decir, que el Ayuntamiento debía acatar el
decreto y el tribunal estaba sujeto al carácter y acción del ante-
14
Debfa instalarse un tribunal en cada capital de partido en el distrito y territorios de
la Federación. "Bando del 3 de febrero de 1828 en que se establecen Tribunales de Vagos
en la República Mexicana", citado en Arrom, 1989, p. 222. Se sabe que se instaló uno en
Puebla. Para el caso del reclutamiento de "vagos, viciosos y malentretenidos" señalados
como fuente de hombres para el ejército y el comportamiento de los Ayuntamientos frente
al Ministerio de Guerra, véase Serrano Ortega, 1993.
15
"Decreto que establece el Tribunal que ha de juzgarlos y nombramiento de las per-
sonas que deben componer éste", México, 3.III.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4778 (en ade-
lante decreto de 1845).
16
Decreto de 1845.
17
Idem.

71
rior, "debiendo considerar al Tribunal de vagos una sección del
Ayuntamiento [...]". 18
La llamada lucha contra la vagancia concernía al orden y la
seguridad de la ciudad y por lo tanto, recayó en la materia de po-
licía urbana del Ayuntamiento que, en la práctica, "pretendía sea
propia o exclusiva [de éste]". 19 Es decir, que la acción del Ayunta-
miento en relación a este tema, aunque era de interés nacional se
dio en el marco de una lucha por la independencia de ejercicio del
Ayuntamiento dentro de su circunscripción y jurisdicción que esta-
ba en disputa con los órganos de gobierno nacional y del Ejecu-
tivo.20 Particularmente notorias fueron las contradicciones entre el
Ayuntamiento y el gobierno de la ciudad junto con la "jerarquía
castrense",21 que esperaba que el Tribunal de vagos fuera una fuente
de reclutamiento forzoso de hombres. 22 Los conflictos entre fede-
ralismo y centralismo también marcaron el curso de la vida insti-
tucional del municipio. 23
Las relaciones tirantes entre las jurisdicciones que actuaban
en la ciudad de México se observan tanto antes de la existencia del
Tribunal de vagos como después de su instalación. Tengamos en
18
"Oficio de la Prefectura al Ayuntamiento de la ciudad de México", México,
29.IV.1845, en AHCM, Actas de Cabildo Originales, vol. 166-A.
19
De acuerdo con Ariel Rodríguez Kuri, policía urbana es "la noción articuladora de
la administración urbana [...] como la tarea primigenea y fundante del ayuntamiento
citadine.." de la ciudad de México, y no es equivalente al concepto actual de policía, que
se restringe a problemas de seguridad pública. Rodríguez Kuri, 1996, pp. 34 y 37.
20
La noción de policía urbana articulaba la materia urbana (salubridad, impuestos y
seguridad, por ejemplo) y la materia política (relación institucional del Ayuntamiento con
los ciudadanos y la esfera del gobierno general, así como la constitución de su propia
experiencia política). Rodríguez Kuri, 1996, pp. 33 y 43.
21
"El Ejército imponía al Ayuntamiento la obligación de proveer de hombres de
guerra. No había más remedio que aceptar, era una orden apoyada en un bando o manda-
miento público; el acto, propio de una situación de guerra, se cubría con la apariencia de
una orden para el buen gobierno de la ciudad". Lira, 1975, p. 74.
22
Considerada la ciudad más poblada del país, la ciudad de México "debía aportar el
mayor número de soldados... Casi cada año el gobierno nacional exigió al Ayuntamiento
cubrir con un contingente de sangre a través de levas". Serrano Ortega, 1996.
23
Los conflictos expresados en la década de 1830 y antes de la guerra con los Estados
Unidos pasaban por las luchas por contratos públicos, disputas jurisdiccionales y en torno
a la policía y la relegación de miembros del Ayuntamiento en ceremonias públicas. Warren,
1996, p. 122.

72
cuenta que ya las décadas de 1820 y 1830 fueron, en términos ge-
nerales, de una institucionalidad urbana débil atravesada por
conflictivas relaciones de lucha por ámbitos de influencia con el
gobierno de la ciudad y con el Ejecutivo.24 Por ejemplo, en 1826,
el gobernador de la ciudad, Molino de Campos, acusó al Ayunta-
miento de la ciudad de "pasividad y cobardía para abatir la muy
alta criminalidad que se habría apoderado de la ciudad" 25 y en
1834, una década antes de la reformulación del Tribunal de va-
gos, la misma autoridad declaró que a "la falta de cumplimiento de
algunas leyes se debe la abundancia de vagos con que está infes-
tado el Distrito", 26 refiriéndose a la poca disposición que mostraba
el Ayuntamiento para hacer cumplir la ley.
Según Ariel Rodríguez Kuri, este contexto refleja que, aunque
el Ayuntamiento buscaba transformarse en una entidad buro-
crático-administrativa, todavía en los años 40 del siglo xix, tenía
una imagen dominada por un ethos de "una especie de patriarcado
que, en tanto cuerpo e institución, representa la ciudad y la de-
fiende de las asonadas de un Estado de comportamiento incierto".27
En este conflicto, el Ayuntamiento consideraba que su función era
igual a los derechos ciudadanos y que el gobierno de la ciudad se
equiparaba a "los desmanes de policías y soldados". 28 Esta visión
del Ayuntamiento le daba un prestigio horizontal con los vecinos
y habitantes de la ciudad y, al mismo tiempo, lo hacía acreedor de
prerrogativas. 29 Como afirma Moreno Toscano, el Ayuntamiento
cumplía sus funciones como un "padre político[...] «que daba pro-
tección, castigo y control»",30 lo que significa que este órgano de

24
Rodríguez Kuri, 1994, p. 82.
25
Ibidem, 1994, p. 73.
26
"Decreto de 11 de agosto de 1834. El ciudadano José María Tornel, Gobernador
del Distrito Federal", en AHCM, Vagos, vol. 4151.
27
Rodríguez Kuri, 1994, p. 85.
28
Ibidem, p. 73.
29
Dentro de una complicada distribución territorial de alcaldes se creaba "una com-
pleja red de patrocinios" que ligaba a la autoridad política con el acceso a la ocupación.
Moreno Toscano, 1980, p. 328.
29
Ibidem, p. 327.

73
gobierno ejercía sus funciones en una relación peculiar, estrecha
y directa con la población de su jurisdicción. 31
La reorganización del Tribunal de vagos en 1845, ordenada
por el gobierno nacional, supeditó su ejercicio al Ayuntamiento
de la ciudad dentro de las atribuciones otorgadas por las ordenan-
zas municipales de 1840.32 Pero también a lo largo de esa década
la tensión fue constante entre este órgano municipal y las instan-
cias nacionales, de modo que la puesta en práctica del decreto se
produjo en el marco de una institucionalidad del municipio, débil
y en conflicto, así como dentro de una concepción todavía corpo-
rativa del Ayuntamiento al estilo del antiguo régimen.
El tema de la vagancia expresó la preocupación de las autori-
dades nacionales por controlar a ciertos sectores de la población,
pero los señalamientos constantes sobre la incapacidad, indeci-
sión u omisión del Ayuntamiento por lograr resultados efectivos
contra la vagancia condujeron a la duplicación de órganos de con-
trol social. El mismo año de creación del Tribunal, el gobierno de
la ciudad consideró conveniente crear dos cuerpos de policía
"para controlar los desórdenes que cotidianamente se presentaban
en la ciudad, que los grupos de guardas y celadores pertenecien-
tes a los ramos municipales no podían controlar", 33 y en diciem-
bre de 1828, Guadalupe Victoria decretó un nuevo Reglamento de
Policía para establecer constante seguridad en las manzanas de
los cuarteles de la ciudad. Los vigilantes de las manzanas debían
conocer bien a los vecinos y registrarlos en un libro con su nombre
y ocupación.34

31
"[...] los Alcaldes aseguraban que no hubiera vagos y ociosos, podían obligar a los
padres a que enviaran a sus hijos a la escuela, mandar a los jóvenes sin empleo a trabajar
«con amos conocidos» y darles trabajo a las mujeres «de costura»". Moreno Toscano, 1980,
p. 327.
32
De acuerdo con Rodríguez Kuri, éstas dotaron a la ciudad de un ordenamiento
legal que dio un marco de acción más claro al Ayuntamiento y "acabaron por definir e
institucionalizar los mecanismos de control político sobre el Ayuntamiento de México de
parte del gobierno nacional... y ratificaron al Ayuntamiento una razonable autonomía para
ejercer una serie de tareas político-administrativas". Rodríguez Kuri, 1996, p. 26.
33
Natif Mina, 1986, p. 52.
34
Ibidem, p. 54.

74
Diez años después, en 1838, se conformó el Cuerpo de Policía
Montada que se ocupaba de la seguridad física y de la propiedad
de los ciudadanos y tenía la libertad de aprehender a los delin-
cuentes por "el tipo de ambiente de la capital" que enfrentaba el
peligro latente de levantamientos armados e invasiones extran-
jeras. 35 En esas circunstancias, la Policía Municipal, por su parte,
también extremó recursos para mantener el orden y la seguridad
de la ciudad con la creación de la Policía Nocturna (celadores) y
la Policía Diurna (rondines) ambas integradas por elementos arma-
dos con espadas. El Reglamento de conformación de los últimos
manifestaba que

no se permitirían las blasfemas insolentes en las calles, [que]


aprehenderán a los jóvenes que frecuentemente se reúnen a
jugar los juegos[...] y los conducirán a la Prefectura, como
también a los que se ensucian en la calle, a los que pintan o ra-
yan o escriben las paredes de ella; y a los que a caballo o
coche corren desaforadamente por las calles y procurarán
aprehender con todo empeño al que con este motivo acusara al-
guna desgracia como también a los que con un silbido u otras
señales indiquen combinaciones sospechosas. 36

La creación del Cuerpo de Policía Montada, de los Rondines


de la Policía Diurna y los Celadores Alcaldes Auxiliares signi-
ficaba que en la primera mitad del siglo xix ya se desarrollaron
cuerpos especializados para la seguridad pública de la ciudad,
aunque aún intervenían factores en contra de la concreción de una
concepción jurídica liberal sobre estas instancias.37
35
Ibidem, p. 66.
36
Ibidem, p. 76.
37
De acuerdo con Yáñez Romero, cuatro factores intervenían contra la constitución de
una verdadera policía en la primera mitad del siglo xix, como cuerpo destinado al resguar-
do de la tranquilidad pública, la protección y la seguridad de las personas. Éstos eran: "1) la
policía de seguridad se ubicaba todavía dentro de la de la policía pública del Ayuntamiento,
2) se recurría a la ciudadanía para autovigilarse, 3) el tema de vagos y ladrones era superado
por otros temas causados por las pugnas de poder y 4) subsistía una concepción estricta

75
Aunque estos órganos todavía no eran cuerpos policiales de
tipo moderno, su aumento o aparición en ese periodo significan
que, por considerar que la actitud del Ayuntamiento era omisa o
insuficiente y por la lucha de jurisdicción de este órgano, la crea-
ción de instancias de control se extendía para evitar cualquier res-
quebrajamiento del orden.38 Estas medidas de creación de órganos
de control pueden manifestar tanto una susceptibilidad extrema de
las autoridades nacionales por mantener a la población bajo con-
trol, como también puede tratarse de una medida preventiva. El
deseo de intervenir contra formas activas de protesta de sectores de
la población que se expresaban mediante actos de distinto origen
y alcance,39 permite medir la forma de funcionamiento del Ayun-
tamiento.
A pesar de que el tribunal se estableció en los primeros años
republicanos, el tema del control de la vagancia era anterior a la
Independencia mexicana y a las reformas borbónicas, pues pro-
venía de la legislación española aplicada en América desde el si-
glo XVI, luego renovada con mayor énfasis desde mediados del
siglo XVIII. 40
En efecto, entre 1745 y 1845 se emitieron varias ordenanzas,
bandos y decretos que tenían por objeto identificar a los "vagos" y

mente militarista de la seguridad interior", de modo que la policía ejercía funciones a


medias y hasta se la destinaba a tareas militares fuera de la ciudad. Yáñez Romero, 1999,
p. 113.
38
Como parte de esta política, en 1848 se intentó reformar el sistema penitenciario
de México, adoptando el sistema Filadelfia, que se caracterizó por el aislamiento e inco-
municación de los reos, construyendo establecimientos "de manera que los presos vivan y
trabajen en sus celdas, sin reunirse jamás en ningún punto", con el propósito de que fuera
la conciencia la que obrase sobre el individuo. Javier Mac Gregor considera que este sis-
tema de castigo penitenciario es uno de los más intolerantes y menos productivos en tér-
minos de la reinserción del individuo en la sociedad. Mac Gregor, 1993, pp. 174-179.
39
Por ejemplo, para la primera mitad del siglo xix Carlos Illades menciona algunas
acciones en las que se vieron involucrados los artesanos de la ciudad de México: el asalto al
Parían (1828), protesta de la obreras tabacaleras por la introducción de nuevas máquinas
(1846), destrucción de carros por un grupo de artesanos carroceros (1850), además del
movimiento de los artesanos reboceros en Guadalajara (1850). Illades, 1990, pp. 84-85.
40
Arrom asigna un lugar importante a la preocupación de los Borbones en este sen-
tido, ya que tenían el objetivo de reformar la sociedad, restablecer la prosperidad y la pree-
minencia de su imperio. Arrom, 1996, p. 72.

76
regenerarlos coercitivamente. 41 Esta continuidad en la legislación
sobre la materia no debe, sin embargo, resultar engañosa porque
su reformulación en el tiempo indica la indefinición del sujeto
que se proponía transformar; por otra parte, representa también
discontinuidad en la aplicación de decretos y leyes y, aún más, sig-
nifica que la existencia de esta legislación no produjo los resulta-
dos esperados.
La tendencia secular de esta reglamentación, según Arrom,
muestra que existió una creciente hostilidad hacia los pobres, un de-
seo de separarlos de la sociedad "decente" y de cambiar su modo
de ser, porque se consideraba la vagancia "un vicio de funestas
consecuencias que había que extirpar". A partir de la Independen-
cia, la legislación muestra más consistencia respecto al periodo
anterior, pues a pesar de las contradicciones define quién es vago y
amplía cada vez más los comportamientos prohibidos o indesea-
bles, define las medidas para controlarlos y, además, decreta la ins-
talación del Tribunal, que es una institución sin igual en la legisla-
ción previa. 42 Los cambios sustanciales en la legislación contra
los vagos entre el periodo colonial y la Independencia que se mar-
carían cada vez más fueron la ampliación de las ocupaciones con-
sideradas indeseables, la inclusión de la mendicidad, la atenuación
de las prácticas religiosas respecto de los pobres, con la consi-
guiente secularización de la caridad por la emergencia de nuevos
valores predominantes, tales como la riqueza material individual,
y la interpretación moral de la pobreza por parte del Tribunal. 43
Por otra parte, la reformulación del Tribunal, en 1845, se
insertó dentro de una política general de control de los inmigran-
tes a la ciudad, con el consiguiente propósito de reducir la inesta-
41
En este periodo se emitieron, por lo menos, los siguientes instructivos: Real Orden
de 1745, Bando de marzo de 1774, Real Decreto de 1775, Real Orden de 1777, Auto de
1778, Real Cédula de 1781, Instrucción a Corregidores de 1788, Bando de julio de 1810,
Decreto de marzo de 1828, Circular de 1833, Decreto de 1834, Bando de 1845 y Decreto
de 1846. Arrom 1988 y Pérez Toledo, 1993a.
42
La legislación colonial asociaba al vago con el holgazán, el ocioso, el malentreteni-
do y el vicioso. Arrom, 1988, p. 72. Sobre el análisis de este tópico en otros contextos
nacionales, ver el artículo de Tania Sagastume en este mismo volumen.
43
Arrom, 1988, p. 73.

77
bilidad social y aumentar el reclutamiento militar. Pocos meses
antes de la reinstalación del Tribunal, en 1845, el Ayuntamiento
discutió una propuesta para reducir los excesos y desórdenes que
los vagos provocaban en la ciudad, lo que muestra que el Tribunal
no estaba logrando sus metas. La propuesta comprendía sancio-
nes "a los ebrios tirados en plazas, cementerios, calles o puertas
de las casas, accesorias, vinaterías o a los que den escándalos con
palabras o acciones" a quienes se encarcelaría "hasta que reco-
brasen la razón". La propuesta se complementó con la considera-
ción de penas para hombres y mujeres. El castigo para los prime-
ros consistía en una multa o su equivalente en trabajo en obras
públicas, y para las segundas, en una multa o su equivalente en
trabajo obligatorio en la cárcel. En ambos casos, la pena aumen-
taba si era aplicada por reincidencia. 44 A partir de la reformu-
lación del Tribunal en 1845, éste pretendería ejercer control sobre
varios sectores sociales de la población. Se proponía moralizarlos
por medio de la compulsión al trabajo cuando los calificaba como
vagos.

Los vecinos, el Ayuntamiento y


el funcionamiento del Tribunal en
la organización de 1845

El decreto de 1845 que reorganizó esta instancia de calificación,


se estructuró en cinco capítulos compuestos por 28 artículos bajo
los siguientes títulos: "De la formación de tribunales para juzgar
a los vagos", "De lo que deban hacer las autoridades", "De las
reuniones del Tribunal", "Son vagos", "Destino que ha de darse a
los vagos" y un capítulo en forma de adición en tres artículos.45
Para dar cumplimiento al decreto en todas las cabeceras de
partido, los tribunales de vagos debían formarse bajo la autoridad
máxima de "los Prefectos o Sub-Prefectos, Ayuntamientos, Alcal-
des, Auxiliares y todos los agentes de la Policía en el Departamen-
44
"Actas de Cabildo Originales. 1845", en AHCM, VO1.166-A.
45
Decreto de 1845.

78
to, [que] con el empeño que exige el bien de la sociedad, perseguirán
a los vagos que hubiere en los pueblos que están a su cuidado". 46
En ese contexto, el Tribunal de vagos de la ciudad de México fue
conducido por funcionarios del Ayuntamiento, es decir, alcaldes,
regidores y auxiliares que debían actuar en coordinación y subor-
dinados a la Prefectura del Departamento. Una de las novedades
del decreto de 1845 fue que el Tribunal incluyó, además de un
regidor, a tres vecinos de la ciudad nombrados en enero de cada
año, a pesar de que al siguiente, en 1846, esta característica varió y
se designó un regidor nombrado por el Ayuntamiento como único
juez de vagos.
La inclusión de los vecinos en el tribunal formaba parte de la
política de control de la población por el Ayuntamiento y eviden-
temente provenía de su estrecha relación con los habitantes de su
jurisdicción. Por ejemplo, en 1842, el gobierno provisional de Ni-
colás Bravo dictó un decreto sobre las funciones de la Policía, es-
tipulando que el Ayuntamiento nombrara anualmente un regente
de Policía para cada manzana de la ciudad que debía ser un veci-
no de la misma, de "conducta intachable e ingresos económicos
estables". 47 De igual manera, en el periodo de 1846 a 1847, Gó-
mez Farias publicó un bando para prevenir el delito y proteger a
los ciudadanos, creando un organismo civil con características
oficiales integrado por vecinos de los cuarteles de la ciudad. Esto
significa que en la primera mitad del siglo xix, se intentaba im-
plantar en la ciudad de México la vigilancia civil efectuada por
los propios vecinos, comprometiéndolos a resguardar el orden de la
ciudad. De igual forma, el Tribunal de vagos quedó conformado
en 1845 con la participación de los vecinos, como parte de esta
corriente que los incorporaba a las funciones del Ayuntamiento.
Para organizar el Tribunal, el Ayuntamiento expresó al gobier-
no del Departamento que aunque el decreto había sido emitido el
46
Decreto de 1845, capítulo II, artículo Io.
47
El regente debía llevar un libro con una foja por casa y por vecindad para asentar el
valor de la casa con fines de contribución, número de personas que la habitaban, anotan-
do las cabezas de familia, los traslados de las familias de manzana o municipio, así como
los nacidos y difuntos. Nacif Mina, 1986, pp. 80-81.

79
28 de enero de 1845 y fue comunicado a la población el 3 febrero,
ese órgano de gobierno local lo había recibido el 13 de este últi-
mo mes, por lo que se estaba comenzando a analizar la organiza-
ción del Tribunal. Notificó que daría noticias de los avances en la
materia en los quince días siguientes, en los que se procedió len-
tamente a la elección de una Junta que debía organizar el tribunal. La
reticencia de los vecinos a formar parte de las tareas del Ayunta-
miento se manifestó también a partir de esta instancia organizati-
va del Tribunal.
La inclusión de los vecinos como parte de la organización del
Tribunal de vagos fue una de las fuentes de conflicto para su fun-
cionamiento, por la cantidad de excusas que presentaron los veci-
nos para pertenecer al cuerpo, a pesar de que para extender las
invitaciones se consideraban "detenidamente las circunstancias que
debían adornar [a] las personas que debían ejercer tan delicado y
grave encargo". 48 De los seis miembros propuestos, tres titulares
y tres suplentes, tres presentaron alguna excusa, lo cual retardó el
inicio de las labores por dos meses. El decreto estipulaba que las
renuncias de los vecinos que fueran nombrados jueces serían ca-
lificadas por el Ayuntamiento y, una vez admitidas, se procedería
a nombrar a otras personas. Esta figura posibilitó el retraso en el
inicio de las actividades, pese a que el mismo decreto estipulaba que
el Tribunal debía comenzar a funcionar en el plazo de quince días.49
Si bien formar parte del Tribunal suponía cumplir ciertas
obligaciones no muy atractivas para los vecinos, el decreto esti-
pulaba algunas ventajas que se podían obtener, si participaban de
esa labor: "En el año en que los vecinos desempeñen el encargo
de jueces, estarán relevados de la obligación de dar alojamiento y
bagajes para las tropas, y podrán excusarse de admitir otra carga
concejil".50 No obstante, las excusas para participar en el tribunal
fueron de todo tipo: Manuel Vázquez argumentó que aunque era

48
Decreto de 1845, capítulo I, artículo 5o.
49
Ibidem, artículos 3o y 4o.
50
lbidem, artículo 5o.

80
"una distinción que cierta[mente] me honra y me envanece", no
podía cumplirla porque era dueño de una tlapalería que atendían él
y su hijo de pocos años y no podía separarse "ni un minuto"; An-
tonio Berruecos se excusó "no por falta de celo y patriotismo",
sino por atender la subsistencia de su numerosa familia, y José
María Martínez a causa de una "contracción de nervios que lo pri-
va del uso de la pluma". De esa manera, el Tribunal no pudo ins-
talarse en febrero por no haber asistido ninguno de sus miembros.
Fue necesaria una nueva convocatoria hasta que el Tribunal quedó
conformado como lo establecía el decreto.
Estas excusas, que surgieron como escollos para que el Tribu-
nal iniciara sus actividades, indican que no todos los vecinos com-
partían sus propósitos y menos el método de incorporarlos como
jueces; incluso puede ocultar que algunos de ellos fueran dueños
de vinaterías o casas de juego, como lo señaló con toda claridad
el alcalde Olvera en 1828. También pueden significar un rechazo
a las presiones del Ayuntamiento por incorporar a los vecinos a
funciones de orden y control social que, como hemos visto, no sólo
provenían del Tribunal de vagos. 51 Es decir, que la abstención y
excusa de algunos vecinos podría indicar que no deseaban co-
locarse como jueces de sus pares, pues juzgar a habitantes de los
cuarteles donde ellos mismos vivían podía crear conflictos y más
tensiones. Además, las excusas dicen algo sobre la situación eco-
nómica de los vecinos de la ciudad de México 52 e incluso sobre su
estado de salud.53
51
De acuerdo con Richard Warren, en la década de 1830, el conflicto del Ayunta-
miento se exacerbó debido a "la creciente reticencia de la elite mexicana para servir en las
oficinas municipales. A mediados de la década de los 30 hubo un aumento drástico en el
número de personas que se negaron a servir en el Ayuntamiento o que renunciaron frustra-
dos antes del término de sus periodos". Warren, 1996, p. 128.
52
Algunos autores que han considerado el estado económico de la ciudad en este
periodo son Gamboa Ramírez, 1994; Illades, 1990, 1994 y 1996; Moreno Toscano, 1980
y Pérez Toledo, 1996a.
53
Moreno Toscano estableció el promedio de edad de las inhumaciones en 14 parro-
quias de la ciudad de México entre 1840 y 1849. De acuerdo con esa información, el rango
de edad de las inhumaciones se encuentra entre 16 y 34 años, siendo la primera corres-
pondiente a la parroquia de Santa María en las afueras de la ciudad y la segunda al
Sagrario de la Catedral. Moreno Toscano, 1980, p. 310.

81
Pero las barreras para que el tribunal iniciara sus labores no
sólo provinieron de la reticencia de los vecinos a incorporarse
a éste, sino también de las dificultades administrativas que el
Ayuntamiento señaló al gobierno del Departamento, tomándolas
como razones por las que el Tribunal no terminaba de organizarse
para iniciar sus labores. Estas dificultades comprendían, según el
cuerpo municipal, la ausencia de reglas internas para su trabajo,
el que las recusaciones no estuvieran previstas y que se ignoraba el
local y el presupuesto del Tribunal. No existiendo este marco admi-
nistrativo y "para dejar enteramente cubierta su responsabilidad
para que no parezcan detenidos los que lo están, como para que nin-
guno se consigne ante el tribunal hasta que se halle expedito para
obrar en la esfera y objetos que convienen a la parte con que se han
constituido", lamentaba comunicar que no podía dar inicio al
ejercicio de las funciones señaladas al Tribunal.54
En las siguientes semanas, el Ayuntamiento se dirigió a la
Prefectura del Departamento solicitando aclaraciones sobre las
atribuciones que podía tener para reglamentar o modificar el de-
creto, considerando que éste no tenía reglamento, ni tampoco
tenía recursos especiales destinados para su funcionamiento y "no
tiene manos subalternas de que disponer para llevar a efecto sus
prevenciones". 55 A pesar de los repetidos oficios que el Ayunta-
miento dirigió a las autoridades del Departamento, las respuestas
por parte de esta autoridad fueron muy escuetas. En uno de los
últimos oficios enviados por el Ayuntamiento expresaba: "visto el
número de detenidos que en pocos días ha habido cuya lista se
acompaña y los muchos más que habrá en una ciudad como Méxi-
co, es preciso que su alcalde I o se dedique exclusivamente a esta
labor",56 haciendo alusión a la falta de presupuesto y, por tanto, a la
de personal exclusivo para el Tribunal de vagos.

54
"Oficio del Alcalde Io del Ayuntamiento al Prefecto sobre la instalación del Tri-
bunal de Vagos", México, 28.11.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4778.
55
"Oficio de la Comisión del Ayuntamiento al Alcalde Io del Ayuntamiento sobre
nota ampliada al Prefecto", México, 28.11.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4778.
56
"Oficio de Veramendi, Regidor del Ayuntamiento al Prefecto del Centro de Méxi-
co", México, 15.IV.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4778.

82
Por toda respuesta, diez días después, esta autoridad de
gobierno respondió a todas las observaciones del Ayuntamiento
en términos corteses pero tajantes, aclarando los siguientes puntos:
que en el caso de la duplicación de funciones del Alcalde, el Tri-
bunal de vagos tenía la prioridad, que éste "desde que se instaló
debía poner en ejercicio las funciones que le cometió el Decreto",
que el Ayuntamiento no tenía derecho a hacer observaciones al
decreto y que si requería reglamento lo sometiera a la Asamblea
Departamental para su aprobación. Sólo unos meses después,
cuando se tomaron en cuenta estos asuntos, el Tribunal comenzó
a funcionar, pese a sus reclamos, en los términos que le impuso la
autoridad superior. Cumpliendo lo estipulado en el decreto, el Tri-
bunal debía reunirse dos veces por semana por tratarse de una
ciudad grande.57
Fue así como el decreto de 1845 presentó, a los ojos del Ayun-
tamiento, algunas contradicciones que provocaron susceptibi-
lidad entre los miembros del cuerpo e impidieron su puesta en
marcha inmediata. A pesar de éstas, el órgano de gobierno local
acató el decreto.

Acusación, calificación, sentencia y castigo

El decreto de 1845 estableció que el Tribunal de vagos debía lle-


var adelante juicios sumarios por los que, después de la denuncia,
en el término de tres días hábiles, 58 tenía la obligación de justifi-
car "las malas cualidades" o probar la inocencia del acusado para
que recibiera sentencia, absolviéndolo o destinándolo "por vía de
corrección" a ciertas labores, de acuerdo con su edad. El Ayuhta-

57
"[...] y en las cortas, al menos una vez, sin juicio de hacerlo siempre que la pri-
mera autoridad política del partido lo excitase para ello", en decreto de 1845, capítulo ID,
artículo Io.
58
Decreto de 1845, capítulo II, artículo 2°. En un oficio del Ayuntamiento se argu-
mentó, sin embargo, que el tiempo máximo de arresto era de cinco días. Véase "Oficio
de la Comisión del Ayuntamiento al Alcalde Io", México, 28.11.1845, en AHCM, Vagos,
vol. 4778.

83
miento consideró que los juicios sumarios eran positivos porque
limitaban la posibilidad de que el Tribunal sobrepasara sus atribu-
ciones, aunque expresó susceptibilidad de que se incentivara el
exceso policial y consideró que a pesar de que el decreto era "tan
interesante a la moral pública importaba ciertos ejercicios judicia-
les" que le resultaban extraños. Aparentemente, esta susceptibilidad
aminoró cuando se estableció que el Tribunal no podía considerar
otra acusación sin resolver la anterior. Para llevar a cabo los jui-
cios sumarios, el Tribunal debía realizar tres pasos: la acusación,
la calificación y la sentencia.
La acusación podía provenir de cualquier instancia de gobier-
no con presencia en la ciudad o de cualquier vecino y habitante de la
ciudad. Cualquier instancia que aprehendiera a un acusado de
vago, ya fuera la Prefectura, el Ayuntamiento o la Policía, debía
ponerlo a disposición del Tribunal para su calificación y sentencia,
en una de sus dos sesiones semanales. 59 Además, la Policía cum-
plía la orden emitida años antes, por la que se aplicaba el decreto
a "los que asisten a deshoras a las vinaterías y cafés, pulquerías,
juegos prohibidos, velorios y los que después de la campanada
llamada queda andan por las calles sin causa justificada". 60 Esto
quiere decir que se podían realizar las aprehensiones a individuos
o grupos que se considerasen como infractores del decreto.
Una de las modificaciones más importantes, en 1845, fue que se
dotó al Tribunal del carácter de "acción popular"; es decir, que
cualquier persona de la sociedad que se sintiera afectada por las
acciones provocadas por un vago podía denunciarlo ante la auto-
ridad superior, la Prefectura del Distrito, y exigir justicia. 61 De esa
forma, si hasta entonces la acusación estuvo exclusivamente a
cargo de la policía del Departamento, el decreto de 1845 compro-
metió directamente a la sociedad con el control social. Los juicios
59
El decreto estipulaba que el Tribunal debía reunirse dos veces por semana en las
ciudades grandes y una en las pequeñas. Decreto de 1845, capítulo III, artículo Io.
60
Circular de la Capitanía General de México, México, 1822, en AHCM, Vagos,
vol.4151.
61
Decreto de 1845, capítulo VI, artículo Io.

84
analizados muestran que las acusaciones se hicieron por ambas vías:
por vía de la "acción popular" y por la persecución y aprehensión
de vagos por la policía. Por ejemplo, "a nombre de la sociedad" un
vecino acusó a un individuo de vago por ser "sujeto de costumbre
que sólo se mantiene de la rapiña y de otros crímenes". 62
El segundo paso del Tribunal era calificar a los aprehendidos
acusados de vagancia. Cualquiera de las autoridades designadas por
el decreto debía poner a los aprehendidos como infractores a dis-
posición del presidente del Ayuntamiento o del juez de Paz con
los siguientes propósitos: recibir una información "al menos de
tres personas de mejor nota del lugar, que declaren sobre lo que
les consta y sepan de la conducta del acusado". A esta informa-
ción breve, el acusado podía presentar sus propios testigos, en
igual número y "de notoria honradez que declaren a su favor, ade-
más de los certificados y documentos que quiera exhibir". 63 La
calificación del acusado debía concluir con la formación de un
expediente del o los acusados de vagancia donde debían constar
todos los documentos que "digan relación al asunto [sic] que con
informe y con el acusado remitirá sin demora alguna" la autoridad
respectiva a la primera del Partido. 64
Tras la calificación del acusado de vagancia, la tercera labor del
Tribunal era dictar sentencia, por la que se podía hallar culpable
o inocente al acusado. Hasta 1845, el Tribunal se ocupó de dar sen-
tencia,65 misma que no podía ser revocada o reformada después
de concluir la sesión,66 pero a partir de entonces sólo completó las
dos primeras fases -la acusación y la calificación- dejando la sen-
tencia en manos de la Prefectura. Como expresó un funcionario
de la Prefectura del Centro: "El Tribunal de vagos, según el de-

62
"Acusación de un vecino a un vago, 1845", en AHCM, Vagos, vol. 4155.
63
Decreto de 1845, capítulo II, artículo 2°.
64
Ibidem, artículo 3o.
65
"[...] después de la conferencia que pueda tener sobre la calificación que deba ha-
cer del acusado, pronunciará su fallo, comenzando a votar el vocal menos antiguo, y así
por este orden hasta que lo haga el Presidente [...]". Decreto de 1845, capítulo HI, artícu-
lo 2°.
66
Decreto de 1845, capítulo III, artículo 6o.

85
creto de 28 de enero, no es un Tribunal de Justicia sino una junta
calificadora". 67 Este último dato señala que, quizá uno de los
propósitos del decreto fue dejar claro que la autoridad que debía
decidir sobre la suerte de los acusados era la Prefectura del Depar-
tamento, es decir, un órgano controlado por el gobierno nacional.
Los acusados podían estar presentes en su proceso: "podrá
concedérseles, si lo solicitan, estar presentes en la relación de su
proceso, y el hablar después de leído en su defensa; más al tiempo
del fallo se retirarán [...]". Siempre que estuvieran ante el Tribu-
nal, los acusados debían mantenerse en pie.68 Como resultado de
la calificación realizada por el Tribunal, su presidente debía en-
viar al día siguiente de la sesión, una lista de los determinados
como vagos a la Prefectura del Distrito "con copias de sus cali-
ficaciones, reservándose las originales en el archivo de las corres-
pondientes oficinas, poniendo al momento en libertad a los que no
fueron calificados como vagos". 69 Los que no habían ingresado a
esta lista debían, por tanto, ser puestos en libertad inmediatamente.
Si el Tribunal determinaba que el acusado no podía demostrar
su inocencia y pesaban más los argumentos de la parte acusado-
ra, lo calificaba como vago y lo remitía a la Prefectura para su
"corrección". Pero antes de que el llamado vago recibiera cualquier
sanción estipulada en el decreto, se recurría a la vergüenza públi-
ca como una primera medida de descalificación social. De acuer-
do con el decreto de 1845, esta sanción implícita procedía por
medio de la difusión de la lista de los calificados en tres instancias:
los prefectos debían enviar al gobierno nacional una lista con los
nombres de "los calificados en el mes presente por los Tribunales de
su Distrito, expresando las causas de la acusación y el destino que
la Prefectura les diere". 70 Esta misma instancia debía pegar dos o
tres ejemplares de la lista en parajes públicos de las cabeceras de
partido sujetas a su autoridad y, finalmente, el gobernador del Depar-
67
"Oficio de Francisco Ortiz de Zarate, Sección de Policía de la Prefectura del Centro
al Alcalde 1o". México, 4.VI.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4778.
68
Decreto de 1845, capítulo III, artículo 3 o .
69
Ibidem, artículos 7° y 8o.
70
Ibidem, artículo 9o.

86
tamento debía, a su vez, mandar publicar en los periódicos la lista
confeccionada por los Tribunales del Departamento. 71
El capítulo quinto del decreto de 1845 se ocupó de las sancio-
nes que debían aplicarse a aquellos individuos que la Prefectura
calificaba como vagos. De acuerdo con el decreto, la primera dis-
tinción que debía hacerse era si el llamado vago era mayor o me-
nor de 18 años.72 Los mayores tenían dos alternativas pues se les
podía aplicar el castigo del "servicio de las armas [y] si no fuese
a propósito para él, [enviarlos] a las fábricas de hilados o tejidos;
ferreterías o labores de campo y en caso de que esto se dificulte a un
obraje u otro establecimiento en que tengan ocupación y estén ase-
gurados".73 Esta sanción tenía la intención de suministrar hombres a
las filas del ejército por seis años;74 sólo si el individuo no era apto
para esta sanción se lo podía destinar a una ocupación en una rama
de la producción textil, la agrícola o del comercio con el propósi-
to de mantenerlo ocupado y cambiar alguno de los hábitos por los
cuales fue "calificado".
Si el vago era menor de 18 años, el decreto estipulaba que
"sería destinado a aprender un oficio a un taller de zapatería, sas-
trería, herrería u otro de igual clase en que quieran recibirlos, cui-
dando que no se fuguen, mas si eso se dificulta, podrán ponerse
en los hospicios o en las casas de corrección en que sean admiti-
dos". 75 Esto quiere decir que aquellos menores de 18 años encon-
trados como infractores debían ser instruidos en el aprendizaje
de algún oficio, siempre que los talleres quisieran recibirlos. Si
pretendían fugarse, debían ser sometidos por la fuerza en casas de
corrección. 76 Esta "solución" alude a la necesidad de impulsar el

71
Ibidem, artículos 9° y 10°.
72
Entre 1828 y 1850, el 85 por ciento de los individuos acusados como vagos fue-
ron liberados, sólo el porcentaje restante cumplió con alguna pena. Pérez Toledo, 1996a,
p. 256.
73
Decreto de 1845, capítulo V, artículo 1°.
74
"Oficio del Alcalde Io a la Prefectura del Centro", México, 4.VI.1845, en AHCM,
Vagos, vol. 4778.
75
Decreto de 1845, capítulo V, artículo 2°.
76
A lo largo de la segunda mitad del siglo xix, las instituciones de caridad conce-
bidas en el periodo colonial fueron adecuadas a los nuevos objetivos y fueron tomadas

87
aprendizaje de oficios en una época en la que las corporaciones
habían sido legalmente abolidas, aunque continuaba su subsisten-
cia formal, ya que no legal.77
El castigo al que eran sometidos los juzgados como infracto-
res denota que las armas, los talleres, las fábricas o la agricultura
eran considerados como espacios casi de reclusión, en el entendi-
do de que mantendrían a esa población considerada infractora
bajo vigilancia, no sólo para cumplir la regeneración propuesta,
sino para mantenerlos bajo supervisión, facilitando así, al menos
teóricamente, el control de la vagancia.
En todo caso, independientemente de la edad de los calificados,
la propuesta de regeneración de los llamados vagos pasaba por
alto su voluntad, no tomaba en cuenta si éstos querían dedicarse a
un oficio o el tipo de actividad que se les asignaba como castigo.
Por otra parte, no deja de llamar la atención el hecho de que, fue-
ran mayores o menores, el decreto proponía la corrección de los
llamados vagos sobre todo por medio del trabajo, como castigo
por haber infringido la ley; por su parte, los afectados apelaban a
su inocencia ante el Tribunal de vagos defendiendo su percepción
del trabajo como parte de su código de honorabilidad. 78

El decreto de 1845 define al vago:


un universo plural

¿Cuál era la mirada sobre los sectores sociales que se considera-


ban proclives a la vagancia y, de modo más amplio, cuáles eran
los aspectos de la sociedad que se querían cambiar? Por el tenor
del decreto se advierte que la existencia de una población apa-
rentemente marginal pero muy diversa, que se comportaba fuera

como instrumentos de transformación social y de regeneración de los pobres donde se


incluyen los hospitales, casas de asilo, talleres de hospicio, casas de corrección y las cárce-
les. Al respecto véase el análisis de Padilla Arroyo, 1995.
77
Sobre este aspecto véase Pérez Toledo, 1996a.
78
Sobre la percepción del honor por los acusados ante el Tribunal de Vagos, véase
en este volumen el trabajo de Vanesa Teitelbaum.

88
de los cánones que se querían establecer como virtuosos para el
funcionamiento de la ciudad, se consideraba una amenaza poten-
cial para el orden social y las buenas costumbres de la ciudad.
El decreto de 1845 definió dentro de la categoría de vagos a
un amplio sector social en el que lo mismo cabían los artesanos
que los hijos de familia, los soldados inválidos, los mendigos,
jugadores, vendedores de juegos de azar y otros que se igualaban a
los ojos de la ley, que no distinguía en su propuesta condición so-
cial ni ocupación.
El decreto penalizó en su definición de vago a sujetos, sec-
tores y comportamientos sociales hasta entonces no comprendi-
dos en esta normatividad y resolvió esta heterogeneidad social
por medio de diversas facetas del concepto de vagancia, organi-
zadas bajo una interpretación moral de la pobreza en la que los
jueces, en este caso el Tribunal de vagos, era virtuoso por defini-
ción y los llamados vagos eran intrínsecamente inmorales, 79 pro-
pugnaba como solución una ética moralista de compulsión y dis-
ciplina al trabajo como virtud central. A continuación, con el
objetivo de analizar la conceptualización de los diversos sujetos
sociales en el decreto, distinguimos once grupos y categorías.
1) Quienes no se ocupaban en ningún oficio o no lo ejercían
permanentemente, es decir, los desempleados o subempleados.
Esta categoría comprendía "al que vive sin ejercicio, renta, oficio
o profesión lucrativa que le permita su subsistencia" (art. I), al
que "sin motivo justo deja de ejercer en la mayor parte del año, el
oficio que tuviere" (art. VII), así como al jornalero, "que sin cau-
sa justa trabaja solamente la mitad o menos de los días útiles de la
semana, pasando los restantes sin ocupación honesta" (art. VIII).
Lo anterior significa que los vagos existían, no porque no tu-
vieran en qué emplearse sino porque no querían trabajar, lo cual
suponía que había abundancia de empleo. 80 Esta definición tam-
79
Conceptos que Se well desarrolla en su análisis sobre la concepción acerca de la
pobreza y los obreros del reformador francés Louis de Villermé. SewelL 1992, pp. 312-315.
80
Arrom considera que sólo en la actualidad existe el concepto de desempleo estruc-
tural, que crea víctimas involuntarias, que explica la pobreza por causas externas a éstas y ya
no como poseedoras de un defecto moral o una conducta indeseable. Arrom, 1988, p. 75.

89
poco comprendía los motivos por los cuales los artesanos o los
jornaleros no practicaban su ocupación permanentemente y se
imponía una mirada implícita de exclusión entre el ocio y el tra-
bajo, es decir, quien no se mantenía ocupado era vago.
2) Los hijos de familia eran los que no se comportaban de
acuerdo con lo previsto socialmente; esto es, si en su condición so-
cial se entregaban a vicios: "el hijo de familia que teniendo algún
patrimonio o renta, lejos de ocuparse en ésta, solamente se dedica
a las casas de juego o de prostitución, visita los cafés o se acom-
paña de ordinario con personas de malas costumbres" (art. II). El
"hijo de familia" también era aquel que convertía en sospechoso
si "no obedece ni respeta a sus padres o superiores y que manifies-
ta inclinaciones viciosas" (art. V).
En estos apartados el ocio aparece asociado con el vicio y el
juego, con la falta de domicilio permanente y la inactividad labo-
ral y, con la desobediencia a los padres. Esta percepción puede ser
interpretada como un ataque a ciertos resabios de la percepción de
la nobleza sobre el trabajo, según la cual trabajar era deshonroso
en cuanto era una señal y demostración de pobreza. En esa lógica,
para quien nació noble y libre, el ocio era la forma más sencilla
de mostrar su riqueza y su posición social. Planteado en términos de
tiempo improductivo dedicado al juego y a los vicios, el ocio de los
"hijos de familia" aparece vinculado a la indignidad por el trabajo.81
Es decir, que la moral que se propugnaba en este caso suponía
que las personas con ingresos estables o que incluso no requerían de
trabajar no debían dilapidar su patrimonio ni dedicar su tiempo
libre a la diversión excesiva. En la relación trabajo-diversión, era
el trabajo el que debía ocupar el primer lugar. Por lo tanto, el de-
creto proponía controlar el tiempo libre de las clases acomodadas
propugnando la moderación como una virtud a cultivarse y todo
exceso como algo que debía combatirse. El "hijo de familia" que
vivía al abrigo de la casa paterna de sus padres debía, por lo tanto,
ser digno de su condición, demostrando honorabilidad y buenas
costumbres en su comportamiento.
81
Veblen, 1971, pp. 45-51.

90
3) La mala vida en la familia también convertía en sospe-
choso a cualquier individuo, denotando que el decreto también
intentaba normar las conductas inadecuadas de los miembros de
una familia, particularmente los hijos, los esposos y los que coha-
bitaban: "el joven forastero que teniendo padres, permanece en
un pueblo sin ocupación honesta" (art. X) y "el continuamente
distraído por amancebamiento o embriaguez" (art. VI). Esto im-
plica que el concepto de "la mala vida" que acompañaba el juego
y la embriaguez, no se admitía como buena conducta social sino
como mal modo de vivir, opuesto a formas "honestas" de vivir.
Asimismo sancionaba al casado que "maltrata a su mujer fre-
cuentemente sin motivo manifiesto, escandalizando al pueblo con
su conducta" (art. IX). En este punto se alude nuevamente a una
moral de la moderación en la vida privada, contraria a formas li-
bertinas de vivir. El decreto también se dirigía a intervenir en el
ámbito de la vida familiar y personal de los individuos y, dicho
sea de paso, implícitamente toleraba el maltrato "poco frecuente"
de las esposas.
4) Los falsos mendigos integraban una categoría que com-
prendía al que "habitualmente pide limosna estando sano y robus-
to o con lesión que no le impide el ejercicio de alguna industria"
(art. Ill), así como al "soldado inválido que se ocupa en pedir
limosna, sin embargo de estársele pagando el sueldo" (art. IV).
Bajo esta denominación se incluye a aquellos que no contaban con
el permiso del Ayuntamiento para ejercer la mendicidad y que, a
pesar de esto, la practicaban. Lo anterior permite suponer que
estas personas no tenían en qué emplearse, también refleja que en
la época la pensión que recibían los soldados inválidos era insufi-
ciente e incluso parece haber sido común que la falta de recursos en
el erario llevaba a suspender el pago a los pensionados del ejérci-
to, razones por las que estas personas podían asemejarse a aquéllas
sin empleo fijo.
5) El niño mendigo era el que "en su pueblo tiene por úni-
co ejercicio pedir limosna, sea porque quedó huérfano o porque le
toleren sus padres" (art. XI). Este artículo señala que no se admi-

91
tía a los niños mendigos y se los asociaba, al igual que los adultos,
con los vagos.82 Recordemos que una de las instituciones creadas a
fines del periodo colonial fue la Casa de Niños Expósitos, que fun-
cionó bajo el principio de la caridad cristiana de acoger a los niños
abandonados por sus padres, de quienes se hizo cargo primero la
Iglesia y, ya en el siglo XIX, el Estado, y donde se les enseñaba un
oficio. Tal vez las condiciones de precariedad económica de esa
institución, sus limitaciones para acoger a todos los huérfanos, así
como la atenuación de los valores católicos, produjo esta catego-
ría de niños mendigos, no sólo carentes de otra forma de ingresos
sino también de un mundo familiar afectivo. El artículo también
parece indicar que familias enteras se dedicaban a la mendicidad
como única forma de generar ingresos para su subsistencia.
6) Los mendigos eran "los que fuera de los atrios o cemen-
terios de las iglesias colectan la limosna para misas" (art. XX).
Este punto y los dos anteriores implican que ya se consideraba la
mendicidad como un comportamiento indeseable, a diferencia de
la legislación colonial que la consideró un valor católico, que fa-
vorecía la salvación del alma de los ricos que así demostraban
piedad. En este decreto, en cambio, se aprecia la inclusión del
mendigo como vago, un cambio fundamental en una sociedad
católica que empezaba a adoptar otros valores con el consiguiente
rechazo de la noción cristiana de pobreza. 83
7) Los que vivían de ingresos ilícitos eran "los que usan
linternas mágicas, animales adiestrados, chusas, dados u otros
juegos de suerte y azar, ganan su subsistencia caminando de uno
a otro pueblo" (art. XII) y "los que sin estar inválidos para el ejer-
cicio de alguna otra industria, se ocupan de vocear papeles y
vender billetes" (art; XV). Estos artículos permiten ver el rechazo
82
Entre 1828 y 1850, fueron juzgados por el Tribunal 17 niños comprendidos entre
los 5 y los 14 años, representando el 3.25 por ciento. Pérez Toledo, 1996a, p. 250.
83
La asociación entre vago, mendigo y lépero se aprecia en la historiografía mexi-
cana del siglo xix. Manuel Dublán y José María Lozano recogieron una descripción de los
tres tipos mencionados, llamados "ceros" sociales "[...] situados en los escalones más
bajos de la sociedad [...] personajes prototipo de los bajos fondos de la ciudad [...] difícil de
distinguirlos". Cit. en Gortari y Hernández, 1988, p. 347.

92
creciente de distracciones populares a las que se alude como for-
mas sospechosas de vivir, como medios de aprovecharse de la
inocencia o la buena fe del pueblo, de posible asociación con el
crimen y opuestas a ingresos lícitos como los que otorgaría un
trabajo estable y reconocido socialmente. Ambos artículos se
contraponen a la mayor tolerancia mostrada por parte de los ilus-
trados del siglo XVIII hacia los espectáculos callejeros, a los cuales
consideraban un mal menor que impedía que el pueblo malgastara
su dinero en el juego, las tabernas y los bailes. 84
8) Los que no tienen residencia fija eran los que "caminan de
pueblo en pueblo con golosinas para darlas en cambio a los mu-
chachos, si no justifica que la venta de ellas les produce lo bastan-
te para mantenerse" (art. XIV), "los que con alcancías, vírgenes o
rosarios andan por las calles o de pueblo en pueblo pidiendo li-
mosna, sin la correspondiente licencia del Juez Eclesiástico y del
Gobierno del Departamento" (art. XIX).
Aquí se incluyó el concepto de deambular como señal de mala
conducta o posible criminalidad, asociando ciertos tipos de itine-
rancia a la desocupación. Uno de los cambios producidos en este
decreto que resalta respecto de los anteriores, fue precisamente la
asociación del vago con la itinerancia asociada a la posible crimi-
nalidad, que se observa en este punto y en el anterior.
9) Los que se ganan la vida con distracciones populares
eran quienes "tienen costumbre de jugar a los naipes, rayuela, taba
u otro cualesquiera juego en las plazuelas, zaguanes, o tabernas"
(art. XVII) y "los que dan música con arpas, vihuelas u otros ins-
trumentos, en las vinaterías, bodegones o pulquerías" (art. XXI).
Este punto muestra el rechazo a las distracciones populares como
indeseables, deshonestas y peligrosas para una buena moral y
sana distracción de las clases populares. Es decir, que las autorida-
84
Bajo esta tolerancia, los espectáculos callejeros proliferaron en el siglo XVIII con
los "ya tradicionales acróbatas y titiriteros [...] las exhibiciones de animales y fenómenos
y los entretenimientos ópticos como las máquinas de perspectiva, los titilimundos, las lin-
ternas mágicas y los dioramas. En los teatros aparecieron [...] los charlatanes científicos
que mostraban máquinas que respondían por escrito a las preguntas [...]". Viqueira Albán,
1987, p. 273.

93
des no concebían la posibilidad de la existencia de una moral dis-
tinta a la suya, en la que el juego, la plaza, la taberna y la música
eran formas y lugares de encuentro, de solidaridad, de lazos, afec-
tos y obligaciones sociales de un mundo que evidentemente no
comprendían.
Resulta contradictorio que al mismo tiempo que el decreto,
que procedía de la instancia departamental y nacional, castigaba
ciertas distracciones populares, era parte de las atribuciones del
Ayuntamiento extender permisos para el funcionamiento de las
pulquerías, 85 vinaterías, distracciones populares como jacalones,
bailes de máscara, corridas de toros, espectáculos de gimnasia, bi-
llares, fondas de fiesta y ferias donde muchos de los llamados va-
gos se ganaban la vida ocasional o permanentemente. A pesar de
que el funcionamiento de estas distracciones populares contribuía
de modo creciente al ingreso del Ayuntamiento, éste debía con-
siderarlas, al mismo tiempo, desorganizadoras de la sociedad. El
Ayuntamiento optó por una actitud contradictoria en este punto
porque, por ejemplo, en el primer semestre de 1846, aceptó 70 so-
licitudes para el establecimiento de nuevas pulquerías, 86 con una
pensión anual de 100 pesos cada una; ingresos que distribuyó en
gastos de papel y libros (25 por ciento), instrucción primaria (30
por ciento), Hospicio de Pobres, Hospital del Divino Salvador, San
Hipólito y San Lázaro (42 por ciento) y Secretaría del Ayunta-
miento (3 por ciento).87
Es de notar, sin embargo, que a lo largo del siglo xix, los go-
biernos republicanos excluyeron a las pulquerías del centro de la
85
"Eran unos puestos al aire libre, ubicados a menudo en pequeñas plazuelas, sepa-
rados de las paredes y las casas cercanas por unos escasos metros, totalmente abiertos por
tres de sus costados y protegidos de la intemperie por un techo de tejamanil. Debajo de
esta precaria construcción se colocaban los barriles y tinas de pulque, que se tapaban con
largas tablas de madera. El pulque se servía a los bebedores en jicaras y cajetes [...]".
Viqueira Albán, 1987, p. 169.
86
Entre enero y marzo de 1847, se extendieron 38 permisos para nuevas pulquerías.
Si este ritmo hubiera sido constante, en dos años se habrían abierto por lo menos 250
nuevas pulquerías. "índice Cronológico de Actas de Cabildo, 1847", en AHCM, vol. 416-A.
El crecimiento del número de pulquerías fue el siguiente: 80 en 1825, 250 en 1831 y 513 en
1864. Viqueira Albán, 1987, p. 219.
87
"índice de Actas de Cabildo Originales. 1846", en AHCM, vol. 387-A.

94
ciudad, obligándolas a instalarse en las afueras, lo que significó
desalojarlas del espacio público de las clases altas, y aunque no las
eliminó, éstas se transformaron en un lugar de reunión exclusiva
de las clases populares. En esas condiciones, se produjo un gran
aumento del número de pulquerías dando inicio a la época de oro
de éstas.88
En conjunto, los puntos 7, 8 y 9 denotan que las actividades
populares con las que subsistía una parte importante de la pobla-
ción se realizaban en espacios exteriores, ya fuera por su carácter
itinerante dentro y fuera de la ciudad o por expresarse en lugares
de concurrencia pública, tales como espectáculos o lugares de paso,
plazas y calles. En el decreto, estos espacios pasaron a estar ocu-
pados por sospechosos de vagancia y, en la práctica, fueron los
lugares preferidos para la aprehensión de los llamados vagos.
10) Los que ejercen profesiones no reconocidas legalmen-
te eran una categoría que incluía a los "tahúres de profesión"
(art. XVI) y a "los que exclusivamente subsisten en servir de
hombres buenos en los juicios, y los que vulgarmente son llama-
dos tinterillos" (art. XVIII). Aquí se observa, por un lado, cómo
se rechazaba algunas actividades, como la lectura de la suerte que
aunque era ejercida como profesión se la marginaba del ámbito
de las actividades lícitas en favor de la promoción de las profesio-
nes liberales. Denota también preocupación por el ejercicio de los
buenos oficios, es decir, quienes servían en los juicios como tes-
tigos, por dinero; una actividad que garantizaba, a los ojos de la
ley, la ümpieza de los juicios.
El mismo artículo proponía también restringir el ejercicio de
las profesiones a los titulados, promoviendo la creciente institu-
cionalización, con la consiguiente protección de éstas y de los titula-
dos. El decreto desplazaba a los empíricos o tinterillos que prove-
nían de sectores populares, y mostraba la profesión como el camino
correcto del ejercicio de la administración de justicia. Al restringir
el acceso a los tinterillos, este artículo suponía constreñir las posi-

88
Viqueira Albán, 1987, p. 219.

95
bilidades de los más pobres para acceder a la ley, no sólo porque
no tendrían los medios para tomar los servicios de abogados pro-
fesionales sino también porque eran los que más posibilidades
tenían de tener problemas con la ley.
11) Los que ofenden a otras capas sociales por medio de la
manifestación libre de expresiones artísticas en una categoría que
comprendía a quienes "con palabras, gestos o acciones indecentes
causan escándalo en los lugares públicos o propagan la inmorali-
dad, vendiendo pinturas o esculturas obscenas, aun cuando ten-
gan ocupación honesta de que vivir" (art. XIII). Esto significa que
los sectores populares caían en la categoría de inmorales por di-
vertirse y expresarse en forma distinta a los cánones de las clases
altas, que no concebían las mismas formas de expresión corporal
o de arte. En este caso, el artista popular, ya fuese escritor, poeta,
pintor o escultor, caía en la categoría de vago si expresaba libre-
mente su sensibilidad respecto a su entorno. Esto denotaba una
intolerancia hacia ciertos entretenimientos y distracciones popu-
lares y, particularmente a la ofensa a los cánones artísticos de otras
capas sociales.
Como hemos visto al analizar las doce categorías anteriores,
los sujetos que podían ser acusados de vagos respondían a una
gama social muy amplia, que estaba en relación directa con la
precaria situación social y económica de la época. Este contexto
condujo a sectores con oficio y empleo pero con bajos ingresos, a
subempleados y desempleados a compartir las condiciones de
vida de los sectores más pobres de la sociedad. El decreto plantea
de modo transparente que el desempleo se veía como una elec-
ción del trabajador, pues se suponía que existía abundancia de
empleo y el no ejercer un oficio o no tener una ocupación "decen-
te" se percibía como un defecto moral.
Es por eso que el decreto de 1845 apunta a la moralización de
individuos que provenían de amplios sectores sociales como arte-
sanos, empleados, trabajadores agrícolas; de las clases acomoda-
das, como los "hijos de familia", pero también de los sectores
más empobrecidos, como los mendigos y gente sin oficio.

96
Interpretación del mundo social del decreto

¿Cómo puede interpretarse este mundo plural de sujetos? Una


primera aproximación a la comprensión de este enorme y complejo
universo es que presenta a los posibles infractores bajo una espe-
cie de clasificación que se puede agrupar en dos grandes grupos,
no excluyentes, que remiten a lo que Antonio Padilla ha deno-
minado "grados de pobreza" y "comportamientos, actitudes y val-
ores". 89
En el primer grupo, es posible distinguir grados de pobreza,
como parte del entramado social de la ciudad que, de arriba hacia
abajo, incluiría a los hijos de familia, los que ejercían profesiones no
reconocidas, como los tinterillos, los subempleados y desemplea-
dos, los que ejercían profesiones u ocupaciones populares, los artis-
tas procaces, los "falsos mendigos", los mendigos y los niños men-
digos. A cada una de estas categorías le correspondería una actitud
moral de regeneración vinculada al trabajo, al tiempo de diversión
y a la moderación en la vida privada. Esta transformación debía
operar por medio de la sustitución de "actitudes, comportamientos
y valores" de quienes eran identificados como vagos por conducir
su vida de forma indeseable o delictuosa. El decreto identificaba
esas conductas con conceptos como "la mala vida", la mendicidad
sin licencia, el deambular como modo de vida, y toda forma de dis-
tracción y expresión popular que se apartara de las normas esta-
blecidas.
A partir de esta clasificación se puede afirmar que en la pro-
puesta del decreto, si se trataba de "grado de pobreza", no sólo
los pobres podían infringir la ley y ser declarados vagos, sino que
casi todos los sectores sociales estaban en la mira de las autorida-
des. En cambio, si se trataba de "comportamientos, actitudes y
valores", los que serían perseguidos eran, sobre todo, quienes se
abocaban a actividades consideradas populares y los ámbitos pro-
89
En el siglo xix, los pensadores sociales y filántropos habrían desarrollado una nueva
visión sobre la pobreza que se manifestó en la elaboración de tipologías que representaban
tanto la condición social como un auténtico retrato moral de la sociedad. Padilla Arroyo,
1995, pp. VII-IX.

97
hibidos donde éstas se producían. Como sabemos, la mayoría de
los acusados provenían de sectores empobrecidos de la ciudad, es
decir, quienes eran portadores y actores de las prácticas perseguidas.
Asociando la clasificación de "grado de pobreza" con la ocu-
pación de los individuos, el decreto puede interpretarse con el
concepto de "clases populares", que abarca el mundo del trabajo
y la producción en el campo y la ciudad, integra a hombres y mu-
jeres y comprende a los artesanos, obreros de los talleres, peque-
ños comerciantes, tenderos, empleados, maestros de oficio y
gente de pluma. Estas clases ocupan un universo intermedio entre
lo hegemónico y lo marginal, estos últimos asociados a la plebe y
a la muchedumbre. 9 0 Por lo tanto, los sujetos definidos como
vagos por el decreto de 1845, pertenecían a las clases populares
de la ciudad.
Señalemos en este punto que cuando analizamos el mundo so-
cial del decreto de 1845, llama la atención el hecho de que fuera
tan heterogéneo y amplio. En este sentido, tomamos la preocupa-
ción de recientes investigaciones según las cuales la categoría de
clases populares abarca un mundo extremadamente diverso y pre-
ponderantemente urbano que, sin embargo, relega a estos sectores
umversalmente a la categoría de "popular", partiendo de una taxo-
nomía dual entre lo alto y lo bajo, lo refinado y lo rudo; en otras
palabras, entre cultura y naturaleza. 91 Pero como lo ha señalado
Chartier, salir de los dos sistemas que han delimitado el concep-
to por mucho tiempo -uno que estructura la cultura popular como
"un sistema simbólico coherente y autónomo, que funciona gracias
a una lógica absolutamente extraña e irreductible a la de la cultura
letrada" y otro que "percibe a la cultura popular en sus dependen-
cias y sus faltas en relación a la cultura que los domina"-, es un car
mino estrecho y difícil de abandonar por el momento. 92
El amplio abanico social comprendido en el decreto puede
también ser interpretado con el concepto de las llamadas "clases
90
Lida, 1997, pp. 4-5.
91
Bourdieu, 1991, p. 93.
92
Chartier, 1995, p. 121.

98
peligrosas", desde el punto de vista de la preocupación de las auto-
ridades por ejercer control sobre la población frente a la constante
inestabilidad política de la ciudad.93 Por ejemplo, en la revuelta del
Parían de 1828, mismo año en el que se estableció el Tribunal de
vagos, 94 participó "una multitud compuesta por vagos desemplea-
dos, artesanos empleados, vecinos de las calles aledañas, residen-
tes que provenían de fuera de la ciudad, indios y soldados". 95 Es
decir, aquel suceso representó para las autoridades, la existencia de
una población proclive al desorden y al desacato, que involucró a
diversos sectores sociales con oficio -ejercido o n o - y a sectores
marginales.
A pesar de que la clasificación de los potenciales vagos daba
como resultado un universo social heterogéneo y amplio, la pena
que se imponía a los infractores era la misma, independiente de su
origen social o étnico. En la propuesta, el decreto sólo incorporó la
diferencia de edad al separar a los menores de los mayores, aunque
en la práctica diferenció además a un segmento de la población
por ocupación y omitió a las mujeres.
En otras palabras, el decreto distingue según la edad, sepa-
rando a los niños y adolescentes de los jóvenes y adultos, como se
constata en la propuesta y también en la práctica.96 La incorpora-
ción de la preocupación de las autoridades por la niñez se observa
no sólo en la inclusión de ésta como grupo distintivo, como es el
caso de los niños mendigos, sino también en las sanciones para los
menores de 18 años.
En cuanto a la distinción por ocupación, a partir de las de-
claraciones de la mayoría de los arrestados acusados de vagancia,
93
Al respecto véase Chevalier, 1958 y Di Telia, 1972 y 1994.
94
El Tribunal de vagos se creó el 3 de febrero de 1828 y el asalto al Parian fue 10
meses después, el 4 de diciembre de ese afio. Arrom, 1996. Sobre los efectos de la política
económica en el artesanado y su relación con este acontecimiento, ver Illades, 1994, p. 256.
95
Arrom, 1996, p. 76.
96
De los 534 casos juzgados por el Tribunal de vagos, establecemos la siguiente fre-
cuencia: entre 5 a 9 años (1), entre 10 a 19 años (126), entre 20 a 55 años (397) y entre 56
a 64 años (10). Esto quiere decir que casi el 24 por ciento de los enjuiciados fueron niños
o adolescentes, el 74 por ciento fueron jóvenes y adultos en edad productiva y el resto casi
2 por ciento (la agrupación es nuestra). Pérez Toledo, 1996a, p. 150.

99
se sabe que eran individuos que se identificaron como artesanos. De
ahí se desprende que, a través del Tribunal de vagos, las autorida-
des del Ayuntamiento persiguieron con mayor intensidad a un
grupo de la ciudad que poseía algún oficio. Finalmente, aunque
las mujeres podían dedicarse a la práctica y ejercicio de oficios
artesanales desde fines del siglo XVIII, 97 no se registró ninguna
captura de mujeres por vagancia. En resumen, la formulación y
práctica del decreto de 1845 muestra que estaba preferentemente
dirigido a un segmento social, mayormente masculino, cuyas ca-
racterísticas acabamos de señalar. Pero debemos, finalmente,
apuntar que esta propuesta enmascara a otros sujetos sociales que
también fueron afectados, como la familia, las mujeres y los indí-
genas.
Quienes se dedicaban a las actividades penalizadas por va-
gancia en su mayoría sostenían un hogar como padres, esposos o
hijos, lo que quiere decir que cualquier sanción a su conducta era,
por extensión, una sanción a su entorno familiar y, en términos
económicos, su aprehensión y castigo debió de producir duro im-
pacto en los ingresos del grupo familiar.98 La sanción a la familia
se observa en modo indirecto en los artículos del decreto que alu-
den a los "hijos de familia" y a los "niños vagos". En el primer
caso, por perjuicio del conjunto familiar a causa del comporta-
miento descalificado del hijo y, en el segundo, se admite que si el
niño mendiga es porque la familia lo permite. Esto supone que
la familia en conjunto podía dedicarse a la mendicidad y, por el
contrario, en el caso del mendigo huérfano alude a la ausencia de
familia. Es decir que, en la forma, el decreto atacaba individuos,
pero que en realidad involucraba al conjunto de la familia y al en-
torno social más próximo al acusado: padres, esposa, hijos, pa-
rientes, vecinos, amigos y compañeros de trabajo.
97
Por ejemplo, en 1790 se autorizó a las viudas de artesanos agremiados, que se
volvían a casar, a operar en los talleres, y en 1799 se permitió a las mujeres ocuparse de
cualquier oficio "vinculado a su sexo". Illades, 1996, p. 72, Pérez Toledo, 1996 y 1996a.
98
Cerca al 70 por ciento de los detenidos ante el Tribunal tenían entre 15 y 29 años,
lo que significa que estaban en edad de trabajar y, posiblemente, en su mayoría pertenecían
a los rangos de aprendices y oficiales. Pérez Toledo, 1996a, p. 249.

100
En el caso de las mujeres, además de lo ya expuesto se observa
que su participación en el tribunal fue, en gran parte, como testi-
gos de los acusados. Se ha establecido, sin embargo, que la política
gubernamental de la primera mitad del siglo XIX también estuvo
dirigida a hacer de ellas trabajadoras útiles y virtuosas. En par-
ticular se recurría a la Casa de las Recogidas que, aunque en de-
cadencia en este periodo, aún se veía como una vía para reformar
a las mujeres "escandalosas" que se dedicaban a la prostitución o a
la mendicidad." Es evidente que las condiciones económicas y
sociales de México en la primera mitad del siglo xix, también colo-
caron a muchas mujeres en situación de pobreza y marginalidad.100
A pesar de la enorme cantidad de indígenas que formaban parte
de la población de la ciudad, el origen étnico no aparece como un
aspecto considerado en el análisis de la pobreza en el siglo XIX.
Este traslapamiento se desprende, creemos, de la forma que en el
decreto se presenta el universo social, de las fuentes que han que-
dado sobre la práctica del tribunal, que registra a los artesanos por
oficio y no por origen étnico, y por los estudios sobre el tema que
se han enfocado en otras categorías de análisis distintas a ésta.
Esto refuerza la necesidad de retomar esta óptica para mostrar
que el origen étnico de los sectores pobres de la ciudad contribui-
ría a esclarecer las diferencias dentro del conjunto de los acusados
por el tribunal y, por descontado, dentro del funcionamiento del
entramado social de la ciudad de México. En el periodo inmedia-
to previo a la Independencia, la presencia de los indígenas en la
ciudad era importante tanto en términos cuantitativos,101 como por
su lugar dentro del mundo artesanal; los maestros eran, sobre todo,
los españoles, mientras que los jornaleros y aprendices provenían

99
Pérez Toledo, 1993, p. 141.
100
La abolición de las corporaciones promovió una expansión modesta del ingreso
de las mujeres en los oficios hasta entonces realizados sólo por hombres. Sin embargo, és-
tas enfrentaron un mercado de trabajo restringido por la precariedad económica y el
desempleo. Pérez Toledo, 1993, p. 146.
101
En 1805, la ciudad de México contaba con 50.25 por ciento de españoles y crio-
llos, 24 por ciento de indios y 25.75 por ciento de pardos y castas (negros y los grupos
intermedios entre españoles e indios). Kicza, 1983, p. 4.

101
de todos los grupos étnicos.102 La presencia indígena contribuyó a la
conformación social de la ciudad y a la acción política en la guerra
de Independencia 103 y, hacia mediados del siglo xix, la subsisten-
cia del sistema de hacienda pública del Ayuntamiento de la ciudad
de México posibilitó la permanencia de estilos de vida y activi-
dades económicas vinculadas a los indígenas.104
En este periodo, la ciudad de México continuaba siendo recep-
tora de inmigrantes rurales, especialmente de hombres que llega-
ban sin cesar.105 Se sabe que los que provenían de áreas rurales y
de otras latitudes continuaron contribuyendo al proceso de mesti-
zaje, haciendo que la población de la ciudad de México fuera "nu-
méricamente importante y extremadamente heterogénea, en la que
convivían la opulencia y la mendicidad, los españoles, los indíge-
nas y las castas", por lo que el origen étnico continuaba siendo uno
de los elementos que definía la posición del individuo dentro de la
jerarquía social.106 De hecho, sabemos que el 53.8 por ciento de
los acusados ante el Tribunal de vagos fueron inmigrantes rurales107
y muchos, además de los artesanos, se ocupaban en actividades
vinculadas a los sectores más empobrecidos de la sociedad: sirvien-
tes, cargadores, aguadores, tocineros y trabajadores agrícolas.108
No es de sorprender, por tanto, que a fines del siglo xix la visión
sobre la pobreza que tenían los pensadores sociales, incluyera

102
Kicza, 1983, p. 208. Con la distancia histórica que existe, desconocemos la posi-
ble relación de esta afirmación con el hecho de que el 75 por ciento de los acusados en el
Tribunal de vagos indicaron ser oficiales o aprendices. Pérez Toledo, 1996a, p. 245.
103
En 1812, el Gobernador de la Parcialidad de San Juan ofreció más de 14,000
indios que se encontraban de paso o vivían en la ciudad de México, mismos que esta-
ban "listos para levantarse o unirse a los rebeldes de la república". Ortiz Escantilla, 1994,
pp. 119-124.
104
Se reproducían actividades para el abasto de la ciudad en las que participaban
indígenas: traslado en recuas de muías, vaqueros, venta de pulque, maíz, cebada, ordeña y
venta de leche, venta de frutas y verduras. Gamboa Ramírez, 1994, pp. 27-28.
105
Pérez Toledo y Klein afirman que la zona periférica de la ciudad era la preferida
por los inmigrantes. Pérez Toledo y Klein, 1996, p. 253.
106
Un análisis reciente se centra en el ámbito ocupacional y el ejercicio profesional.
Pérez Toledo y Klein, 1996, p. 256.
107
Pérez Toledo, 1996a, p. 253.
108
Casi 25 por ciento de los acusados por el Tribunal declaró otra actividad además de
su oficio, como las que se señalan, y también en el comercio. Pérez Toledo, 1996a, p. 250.

102
una percepción particular sobre los indígenas de la ciudad, cuya
influencia "consideraban determinante [pero negativa] en la con-
formación de los sectores de pobres porque conllevaba resabios y
atavismos que limitaban el desarrollo de la sociedad moderna". 109
Aunque el liberalismo decimonónico abolió las corporaciones
indígenas y se esforzó en ignorar a las comunidades y a los indios
por medio de la libertad y la igualdad jurídica formales, ambos per-
sistieron en el tejido social de la ciudad y, a lo largo del siglo xix,
eran realidades sociales que "[...] están allí, no hay forma de evi-
tarlas y por ello se insistirá en su «extinción»", pero al mismo tiempo
se constata "la forma en las que éstas se imponen frente a los que
las declararon «extinguidas»". 110
En breve, ignorar o dar por supuesta la presencia indígena re-
produce la visión de los liberales anteriores a la Reforma, quienes
fueron renuentes a abarcarlos.111 Si bien por ahora no se sabe qué
lugar ocuparon en la lucha de las autoridades de la ciudad contra
la vagancia, como hemos anotado, su permanencia fue lo suficien-
temente importante como para continuar estando muy presentes
en el entramado social de la ciudad de México.

La práctica discursiva del Tribunal

Aunque el decreto de 1845 reorganizó el Tribunal de vagos como


una institución destinada a controlar y regenerar a las clases popu-
lares,112 llama la atención que la mayoría de los acusados por esta
instancia, desde su fundación, fueran absueltos y sólo poco más
del 13 por ciento,113 una pequeña porción, fueran calificados como
"vagos".114 De acuerdo con las autoridades, entre 1828 y 1834, "la
109
Padilla Arroyo, 1995, p. VI.
110
Lira, 1995, p. 19.
111
Hale, 1994.
112
Sobre la respuesta de los sectores afectados y de los acusados efectivamente por
el Tribunal, ver en este volumen el trabajo de Vanesa Teitelbaum.
113
lupérez Toledo, 1996a, p. 255.
114
Cit. en Arrom, 1989, p. 218. De acuerdo con esta autora, entre 1828 y 1834, el
funcionamiento del sistema de tribunales de vagos fue problemático aunque, teóricamente,
la ley era suficiente para corregir el delito.

103
facilidad con la que absolvía el Tribunal [tenía relación con] la fa-
cilidad con la que acreditan ocupación los que no la tienen y la lige-
reza con que son creídos". De igual modo, la aplicación laxa del
decreto de 1845, fue observada como una práctica del Tribunal por
un funcionario de la Prefectura del Departamento:

Con ocasión de algunas causas que se han recibido sin la


información de oficio, el señor Vargas hizo la siguiente pro-
posición que se aprobó. Que habiendo notado la falta de
información oficial de personas de mejor nota que acrediten
la culpabilidad o inocencia del acusado pues muchas se re-
miten sólo con la que rinde el reo que no merece el crédito de
la oficial, se sirve recordar a los señores Alcaldes el cumpli-
miento del artículo 2o del Capítulo II del Decreto y que en caso
de no poderse verificar por algún motivo legal se haga cons-
tar esto en la causa.115

Esta práctica peculiar del Tribunal de vagos de la ciudad de


México ha sido abordada por recientes investigaciones que han
intentado explicar la naturaleza de estas acciones en relación con el
Ayuntamiento. Silvia Arrom las interpretó a partir de la conducta
de este órgano de gobierno y sostuvo que, como lo muestran esos
resultados, éste "seguiría siendo la salvación de los pobres hom-
bres que no encajaban en el molde de trabajadores virtuosos". 116
Sonia Pérez Toledo, por su parte, sugirió que tanto las autoridades
de la ciudad como los vecinos y habitantes podían negociar y uti-
lizar este espacio para resolver grandes y pequeños problemas
urbanos, incluso los cotidianos, entre sus habitantes.117 José Anto-
115
"Oficio de Francisco Zarate, Sección Policía de la Prefectura del Departamento al
Alcalde Constitucional". México, 12.XI.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4778.
116
Arrom, 1989, p. 221.
I17
En este sentido interpretamos la explicación de Pérez Toledo sobre el alto número
de absueltos cuando afirma que "en algunas ocasiones el Tribunal fue utilizado como vía de
escarmiento para los hijos desobedientes, o para el esposo golpeador, infiel o desobligado,
pero una vez que se celebraba el juicio, los padres o esposas decidían [que] con que hu-
bieran llegado al Tribunal el castigo era suficiente, y entonces declaraban en su favor".
Pérez Toledo, 1996a, p. 256.

104
nio Serrano argumentó que el Ayuntamiento impulsó el estable-
cimiento del Tribunal de vagos contra la intromisión del gobierno
del Distrito en la seguridad pública y como un medio para opo-
nerse a la leva que afectaba a la economía de la ciudad118 y a los
derechos constitucionales e individuales de sus habitantes.119 Nó-
tese, sin embargo, que el Ayuntamiento no pudo haber impulsado la
creación del Tribunal sino que simplemente pudo poner en prác-
tica el decreto emitido por un órgano del gobierno nacional. Esta
apreciación, sin embargo, no contradice el argumento de fondo.120
Desde la perspectiva de la historia del Ayuntamiento, Richard
Warren y Ariel Rodríguez establecieron que, en este periodo, el
Ayuntamiento actuó de acuerdo con un ethos basado en una auto-
percepción que provenía de su representación popular, la cual, en
consecuencia, lo convertía en padre de los habitantes de la ciudad.121
En conjunto, estas interpretaciones han contribuido a esclarecer
la ubicación del Ayuntamiento en su relación conflictiva y en su
búsqueda de legitimidad frente a los poderes nacionales, razón por
la que habría actuado protegiendo a los habitantes de la ciudad.
Pero al proceder de esta manera, no sólo persiguió ese propósito,
sino que también provocó un efecto contrario a los propósitos del
decreto de 1845, pues habría legitimado prácticas y conductas
que, teóricamente, tenía la intención de sancionar, minando, desde
el punto de vista de la ley, los propósitos para los cuales fue conce-

118
En el caso del reclutamiento de hombres por sorteo, se producía igualmente este
efecto porque se tomaba a los hombres entre 18 y 40 años disminuyendo la fuerza de tra-
bajo de una región, se mermaban los mercados regionales y la recaudación de impuestos.
Por eso se exceptuaban de los sorteos a los arrieros, mineros, algunos jornaleros y mayor-
domos de haciendas. Serrano Ortega, 1993, p. 109.
119
E1 tema de la leva se plantea en varios estudios como un problema constante del
Ayuntamiento de la ciudad de México, lo cual muestra ser un tema central que explica
algunos aspectos destacados de esa relación. Sobre la importancia de la leva en oposi-
ción a los sorteos ver Serrano Ortega, 1993. Sonia Pérez Toledo ha argumentado, con
razón, que en conjunto, del Tribunal de vagos no salieron levas para luchar en las guerras
civiles. Pérez Toledo, 1996a.
120
Otros medios de oponerse a la leva habrían sido la demora en levantar padrones
militares, las protestas por la cantidad del contingente asignado y la dilación de las discu-
siones municipales sobre levas. Serrano Ortega, 1996, pp. 132-134.
121
Warren, 1996 y Rodríguez Kuri, 1994.

105
bido. La actitud del Ayuntamiento, al absolver a la gran mayoría
de los acusados, señala una clara inconsistencia entre los objeti-
vos del decreto y la práctica del tribunal. En otras palabras, al buscar
su legitimidad lo que logró el Ayuntamiento fue debilitar la auto-
ridad de la ley con la única salvedad de que los calificados o acusa-
dos de vagancia, cuyos nombres debían de ser publicados en para-
jes públicos, eran, según los propósitos del decreto, descalificados
moralmente por su entorno social. Por tanto, lo que se desprende
de la práctica del decreto sobre el Tribunal es que mostró controlar
la llamada vagancia con arrestos que, por sus resultados, se trasfor-
maron más bien en una amenaza de arresto para toda la población,
ámbito en el que efectivamente invirtió sus esfuerzos y recursos.
Sin embargo, debemos tener presente que el hecho de que los
resultados obtenidos por el Ayuntamiento de la ciudad de México
fueran inferiores a lo esperado por las autoridades nacionales no
excluye que la lucha contra la llamada vagancia fuera un objeti-
vo explícito del gobierno nacional y municipal, que se plasmó en
las Constituciones de la primera mitad del siglo xix, en las que
ser declarado vago significaba la pérdida y luego la suspensión
del derecho a la ciudadanía. Esto quiere decir que corregir los com-
portamientos considerados indeseables para lograr ciudadanos
virtuosos continuaba siendo un postulado constitutivo de la na-
ción mexicana.122

Conclusiones

La reformulación del decreto de 1845, que reajustó las activida-


des del Tribunal de vagos de la ciudad de México, se inserta den-
122
En las constituciones de 1836 y 1843, la vagancia implicaba la pérdida de la ciu-
dadanía. Más tarde, en la Ley Orgánica Electoral de 1857 y en los Derechos y obliga-
ciones de los habitantes y ciudadanos del Imperio, en 1865, el vago perdía el derecho a
voto. Illades, 1996, p. 55. En la Constitución de 1836 se establecía que "por ser vago,
malentretenido, o no tener industria o modo honesto de vivir" se producía la pérdida defi-
nitiva del derecho particular del ciudadano (cap. V. art. 11); en el Proyecto de Reforma
Constitucional de 1840 se aminoró la pena, cambiándola a suspensión y no pérdida del
derecho ciudadano (Sección II, art.17). En el Proyecto de Constitución de 1842 se alteró el
enunciado a "por ser ebrio consuetudinario, o tahúr de profesión, o tener casas de juego

106
tro de una tradición legal que se inició en la Colonia, tuvo mayor
énfasis en el último periodo del siglo XVIII y continuó en el siglo xix.
Esta legislación muestra transformaciones sustanciales por la
inclusión de actitudes y ocupaciones consideradas indeseables,
que denotan cambios importantes en los valores de la sociedad
decimonónica. El Tribunal de vagos fue, sin embargo, una institu-
ción sin precedentes en esa legislación.
En términos generales, respecto a la legislación anterior, el
decreto de 1845 muestra no sólo la ampliación de las actividades
consideradas ociosas, atentatorias al orden público y al "buen
gobierno" de la ciudad, respecto a la legislación anterior, sino que,
además, muestra una intolerancia creciente hacia las diversiones
que se consideraban opuestas a los principios de una ética del tra-
bajo centrada en la "industriosidad".
Las autoridades del gobierno nacional, preocupadas por con-
trolar a la población e interesadas en el reclutamiento forzoso de
hombres, incluyeron a un amplio sector social que podría ser san-
cionado por conductas consideradas inapropiadas, indeseables
o criminosas. Particularmente, el decreto de 1845 mostró mayor
intolerancia hacia varias formas de sociabilidad popular en una
sociedad convulsionada por la inestabilidad política y social. Esto
muestra que un objetivo principal del gobierno, a través del decre-
to, era moralizar, educar las costumbres de los pobres y de todos
los que eran identificados como vagos. El medio para lograr su
moralización era cambiar las formas de sociabilidad del sector
masculino de la sociedad y castigar por medio de la compulsión
al trabajo. Aunque teóricamente se consideró a las mujeres dentro
de esta normativa, éstas sólo participaron como testigos en los
juicios sumarios, pero también fueron afectadas como parte del
conjunto familiar y social de los acusados y fueron perseguidas y
sancionadas por conductas no aceptadas por las autoridades por
medio de otros mecanismos.

prohibidas por las leyes, o vago, o mal-entretenido", que se sancionaba con la suspensión
de los derechos de ciudadanía. En las Bases Orgánicas de 1843 se mantuvieron el enunciado
y la sanción. Tena y Ramírez, 1997, pp. 208, 257, 312 y 409-410.

107
Esta legislación estableció una relación directa entre la embria-
guez y el relajamiento de "los principios honestos del buen vivir",
lo que hacía imposible la diversión libre. Para evitar el peso de la ley
había que mantenerse sobrio y severo siempre. A pesar de sus
contradicciones, el Ayuntamiento estableció que las pulquerías
podían funcionar desde temprano en la mañana y estaban obliga-
das a cerrar al ponerse el sol, lo que indica que funcionaban en
horarios de trabajo; es decir, cerraban al comenzar el tiempo libre
de los trabajadores, lo cual cancelaba el acceso a la distracción.
Agreguemos que el decreto interviene en la demarcación entre
tiempo de trabajo y tiempo libre en un contexto social en el cual
la economía familiar y la relación patrón-empleado todavía re-
gulaba el horario de trabajo, respondiendo al tiempo de la "orien-
tación al quehacer" como ritmo de trabajo irregular.123 En cambio,
el Decreto propugnaba una mayor sincronización en las horas de
trabajo y vigilancia del cumplimiento de la jornada laboral.
El Tribunal aparece en este contexto como una institución
reconformada en 1845 y encauzada por el Ayuntamiento, pero
con objetivos contradictorios respecto a las autoridades naciona-
les, lo que en ocasiones significó duplicar instancias de control
social como los cuerpos policiales. Estas contradicciones se cris-
talizaron en la puesta en práctica del decreto de 1845, particu-
larmente cuando se estableció que los vecinos se incorporaran al
Tribunal como jueces. Su rechazo se manifestó, ya fuera porque
pertenecían a los sectores sociales atacados por el decreto o, por
lo menos, porque eran afectados por las circunstancias políticas
inciertas de México y porque el decreto castigaba la existencia de
espacios de sociabilidad de los cuales el Ayuntamiento percibía
ingresos para su funcionamiento, tales como pulquerías, vinate-
rías, billares, fondas para fiestas y otros, considerados dañinos
para la moral del pueblo.
En gran parte, el decreto tuvo la intención de cambiar "actitu-
des, comportamientos y valores", que se expresaban en las formas
123
Al respecto, véase Thompson, 1979, pp. 239-293.

108
de sociabilidad de diversos sectores de la población. Se trataba de
presionarlos a adoptar una ética del trabajo donde prevalecieran la
moderación y la "industriosidad" que contribuyeran a la creación
de ciudadanos virtuosos. Es decir, la mayor parte del decreto está
dirigida a cambiar la cultura de los pobres por medio de la perse-
cución de su entretenimiento con base en una interpretación
moral de la pobreza.
Paradójicamente, el organismo encargado de dar cumplimien-
to al decreto, el Tribunal de vagos, dependiente del Ayuntamiento,
provocó un efecto contrario al decidir que la gran mayoría de los
arrestados por vagancia quedaran libres. Al buscar su legitimidad
de derecho de representación social y territorial, el Ayuntamiento
habría contribuido a que las formas por medio de las cuales am-
plios sectores de la población de la ciudad buscaban su sustento
diario, continuaran readaptando el concepto de trabajo desde la
cultura popular, dentro de las posibilidades que ofrecía la ciudad
de México en ese momento y frente a los constreñimientos que
el decreto pretendía imponerles. En esas circunstancias, el Ayun-
tamiento habría contribuido a que esos sectores optaran por for-
mas de vida reñidas con la moderación ejerciendo ocupaciones no
aceptadas sino castigadas por el decreto de 1845.

Siglas y referencias

Archivos
AHCM Archivo Histórico de la Ciudad de México

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113
VANESA TEITELBAUM

LA CORRECCIÓN DE LA VAGANCIA.

TRABAJO, HONOR Y SOLIDARIDADES EN

LA CIUDAD DE MÉXICO, 1845- 1853

E N EL MÉXICO de la primera mitad del siglo XIX, se instaló una


institución sin parangón en otras latitudes latinoamericanas,
conocida como el Tribunal de vagos, cuyo fin era perseguir y juzgar
la vagancia. En una primera lectura de los juicios que se siguie-
ron, observamos que el grueso de los acusados eran personas con
oficio -sobre todo artesanos- sujetos a un empleo caracterizado
por su inestabilidad y escasez. A través de sus declaraciones y de
los testimonios de los testigos que participaron en estos juicios
intentaremos acercarnos a las percepciones y experiencias de es-
tos trabajadores. Es cierto que el lenguaje y los procedimientos ju-
diciales imprimen homogeneidad a estos discursos. Asimismo, no
podemos desconocer la especificidad que supone un ámbito como
el de la justicia, en el cual las declaraciones no son necesariamen-
te análogas a la verdad. 1 No obstante, consideramos importante
explorar estas voces que subrayaban la dedicación al trabajo en-
tre los acusados. Ésta, que era una consigna básica del proyecto
modernizador liberal, resultaba en estos casos una herramienta
eficaz para defenderse y demostrar la inocencia ante el Tribunal.
Pero la vagancia no sólo cuestionaba la dedicación al trabajo
de un individuo, sino también su honra. En ese sentido, otra instan-
cia central en el desarrollo de estos procesos fue el testimonio de
compañeros o miembros de otros oficios, maestros y comercian-
tes sobre el carácter de los enjuiciados como hombres rectos y no
como vagos. En un mundo donde todavía conservaban vigor cier-

1
Farge, 1994, p. 101.

115
tas prácticas tradicionales, la "palabra de honor" que empeñaron
tanto acusados como testigos y las referencias a un discurso de
los artesanos que rechazaba los comportamientos fundados en el
vicio alentaron desenlaces favorables en el ámbito de la justicia.
En repetidas ocasiones, la detención de vagos por parte de las
autoridades tuvo lugar en pulquerías y casas de juego. En esos ca-
sos, se incrementaba la necesidad de los acusados de demostrar la
posesión de hábitos de trabajo y de moral, ya que la embriaguez y
el juego eran dos vicios fuertemente condenados en la legislación
que definía la vagancia. Convencer al Tribunal de la eventualidad
de estas prácticas y argumentar, en cambio, que las dificultades
para garantizar la subsistencia familiar los había alentado a con-
currir a estos ámbitos era entonces la forma más conveniente para
arribar a un fallo positivo.
En la legislación, la definición de vagancia apuntó también a
los patrones de conducta desfavorables que se desarrollaban en el
hogar y la familia, tales como la desobediencia a los padres, el es-
cándalo promovido por el maltrato frecuente a la esposa y el aman-
cebamiento. En estos casos, las quejas que se elevaron al Tribunal
provinieron de los mismos destinatarios de este control y morali-
zación que denunciaron las conductas perjudiciales de individuos
muy cercanos a su entorno familiar. Sin embargo, esto no signifi-
caba forzosamente que los sectores populares compartieran las
mismas preocupaciones y expectativas de las autoridades que im-
pulsaban la política de corrección de la vagancia.

La corrección de la vagancia a mediados del siglo XIX

En un contexto signado por la depresión económica, la inestabili-


dad social y la necesidad de reclutar hombres para el ejército, la
corrección de la vagancia se convirtió en una premisa básica para
los gobiernos surgidos de la Independencia. 2 En tal dirección, el
3 de marzo de 1828 el Segundo Congreso Constitucional dictó un
decreto por el cual se estableció el Tribunal de vagos en la ciudad de
2
Arrom, 1988a, p. 72.

116
México. En esa disposición, se definió como vago a todo aquel
que "sin oficio ni beneficio, hacienda o renta viven sin saber de qué
les venga la subsistencia por medios lícitos y honestos". 3
Pero el control de la vagancia no era un asunto novedoso en
el país. Desde el momento mismo de la conquista, las autoridades
novohispanas reglamentaron en torno a ella, combinando la legis-
lación española con otras medidas dictaminadas para atender a las
especificidades de la colonia.4 Sin embargo, a partir de la segunda
mitad del siglo XVIII la vagancia se convirtió en un problema ur-
gente para la Corona. Al interés borbónico de alcanzar un éxito
económico que le permitiera asegurar la prosperidad y permanen-
cia de su Imperio, se unió en México la necesidad de controlar a
quienes emigraban del campo a las ciudades expulsados por las
distintas crisis agrícolas y epidemias que se suscitaron en esos años.5
En ese contexto, se emitió la Real Orden del 30 de abril de 1745
que estableció de manera detallada quiénes debían ser considera-
dos como vagos. Fue muy amplio el abanico de individuos con
conductas viciosas e inmorales que contempló esta legislación, y
que los gobiernos independientes mantuvieron en lo esencial. 6 La
tendencia al juego o la embriaguez fueron sólo uno de los tantos
vicios enumerados. 7
De acuerdo con esta Real Orden, podemos señalar que la vagan-
cia aludió básicamente a una caracterización social del individuo
3
Dublán y Lozano, 1876, t. II, pp. 61-63, citado en Pérez Toledo, 1996, p. 242.
4
Arrom, 1988a, p. 72.
5
Idem. Para un análisis de las políticas borbónicas y su impacto en Guatemala, véase
en este mismo volumen el artículo de Tania Sagastume Paiz.
6
Es importante anotar que por lo menos hasta la década de 1870, el orden jurídico en
México se basó tanto en los decretos promulgados por los congresos nacionales y estatales
como en la legislación novohispana. Al respecto, véase Urías Horcasitas, 1997. Como
indica María del Refugio González, la sustitución del orden jurídico colonial adquirió su
perfil definitivo con la sanción del Código Civil para el Distrito y Territorios Federales en
1871 (en esa fecha también se emitió el Código Penal para el Distrito Federal y Territorio
de la Baja California) y sólo concluyó durante la primera década del siglo xx cuando se
expidieron los Códigos Federal de Procedimientos Civiles y Federal de Procedimientos
Penales, en González, 1988.
7
En la Real Orden se señalaba como vago "al que anduviere distraído por amance-
bamiento, juego o embriaguez", en Real Orden del 30 de abril de 1745, en Enciclopedia
Universal Ilustrada, 1994.

117
que respondía al interés de la Corona por controlar la población y
aumentar la productividad de sus colonias. 8 En ese sentido, es
factible pensar que el reformismo y el racionalismo político de los
borbones pretendió más bien caracterizar un cierto tipo social que
un delito. La concepción del vago como un delincuente en poten-
cia, más que un criminal consumado, se desprende también de la
"Ordenanza de la división de la ciudad de México en cuarteles",
promulgada en 1782. Con el fin de hacer más expeditiva la admi-
nistración de justicia, esta medida establecía la necesidad de vigilar
la ciudad no únicamente con el fin de castigar los delitos,

sino lo que da motivo a ellos, como son las músicas en las


calles, la embriaguez y los juegos; a cuyo efecto si hallaren
que en las vinaterías, pulquerías, fondas, almuercerías, meso-
nes, trucos y otros lugares públicos en el día, y especialmente
en las noches, haya desórdenes [...] procederán contra los
transgresores, y contra los que se encontraren con armas pro-
hibidas o anduvieren en horas extraordinarias de la noche, si
fuesen sospechosos de vagos y mal entretenidos, haciéndolos
asegurar Ínterin se averigua su oficio, estado y costumbres. 9

En lo esencial, se buscaba controlar la vagancia de acuerdo


con fines de policía y orden público, con lo cual se trataba más bien
de medidas correctivas de gobierno que de prácticas penales. Una
muestra de esto la constituyó en 1786 la "Real Ordenanza para el
establecimiento de Intendentes". En ese texto se señaló que:

Los intendentes deben solicitar por sí mismos, y por medio


de los Jueces subalternos, saber las inclinaciones, vida y cos-
8
Ricardo Salvatore, al analizar las ilegalidades de los pobladores rurales bonaeren-
ses en Argentina durante la primera mitad del siglo xix, sostiene que la vagancia que se
adjudicaba a estos hombres respondía más bien a una caracterización social del individuo
que a un delito particular. Así, la vagancia se invocaba para remarcar la valoración nega-
tiva que hacía la comunidad de ciertos sujetos considerados "desconocidos" o "sin domi-
cilio fijo", en Salvatore, 1997, pp. 92-93.
9
Ordenanza de la división de la nobilísima ciudad de México en cuarteles..., citada
por Sacristán, 1988, p. 23.

118
tumbres de los Vecinos y Moradores sujetos a su gobierno,
para corregir y castigar a los ociosos y malentretenidos que,
lejos de servir al buen orden y policía de los Pueblos, causan
inquietudes y escándalos, desfigurando con sus vicios y ocio-
sidad el buen semblante de las Repúblicas... 10

Asimismo, se estipulaba que no debían permitirse vagabun-


dos "ni gente alguna sin destino y aplicación al trabajo, haciendo
que los de esta clase" con habilidad y la edad apropiada se envia-
sen al servicio en las armas o la marina, y si no reunían estas con-
diciones se los condenara al trabajo en obras públicas. Otros des-
tinos previstos eran los hospicios, el trabajo en las minas o los
presidios, según las características de los sujetos y sus prácticas. 11
Con la Independencia, la política de corrección de la vagancia
cobró un nuevo impulso a través de la creación en marzo de 1828
de un ámbito especialmente diseñado para ese fin: el Tribunal de va-
gos. Es probable que los sucesos ocurridos entre finales de no-
viembre y primeros días de diciembre de ese año, como el Motín
de la Acordada y el saqueo del mercado del Parían hayan contri-
buido a reforzar esta política de control social. La extensión de la
movilización de la población urbana que se experimentó entonces
agravó los temores de las elites que relacionaron la participación
política popular con la presencia perjudicial de vagos y la anar-
quía.12 En consecuencia, se proyectó la reorganización y fortaleci-
miento de la policía con vistas a conservar el orden público y la
persecución sistemática de los capitalinos pobres mediante la inter-
vención del Tribunal de vagos.13
Según una circular dada a conocer por el gobierno del Distrito
Federal en 1830 la capital del país se encontraba "inundada de va-
gos" que desde todo punto de vista eran "perjudiciales al públi-
co". Frente a esta situación, se instaba a los alcaldes municipales
10
Real Ordenanza, [1786], 1984, p. 68.
11
Ibidem, pp. 69-70.
12
Esta consideración la tomamos de Warren, 1996, p. 47.
13
Arrom, 1996.

119
a "tener conocimiento de la clase de gente que vive en sus respec-
tivos cuarteles, y de su modo de vivir, observando a la vez la con-
ducta de algunos individuos que se hacen sospechosos por su
ociosidad". 14 Estas dudas que pesaban sobre los hombres sin ocu-
pación conocida, que para las autoridades fácilmente podían
devenir criminales, se reflejaron también en las disposiciones
emitidas cuatro años después para la confección de un padrón
para la elección de diputados. El objetivo era procurar que todos
aquellos que al momento de levantar el padrón resultasen sin ofi-
cio ni ocupación fuesen remitidos al Tribunal. De esta manera, se
buscaba evitar que los vagos considerados como "el semillero
fecundo de tantos crímenes, continúen mezclados con la sociedad,
con los artesanos, comerciantes y demás individuos que la sos-
tienen con su trabajo y su industria". 15
En 1845, en el contexto de la reforma federal, la asamblea de-
partamental de México dictó un decreto que estipuló la creación
de un Tribunal en cada una de las cabeceras de partido del departa-
mento. 16 Los enunciados de la legislación que había dado vida al
Tribunal se mantuvieron básicamente,17 agregando en la definición
de vago a quien "sin motivo justo deja de ejercer en la mayor par-
te del año, el oficio que tuviere". 18 Podemos decir que entre los
años que transcurrieron desde la Real Orden de 1745 a este decre-
to, se amplió la lista de comportamientos y actividades considera-
dos inmorales o indeseables, aunque se eliminaron algunos de los
detalles y explicaciones que había en la primera.19

14
AHCM, Vagos, vol. 4151, exp. 19, en Pérez Toledo, 1996, p. 243.
15
Dublán y Lozano, 1876, t. II, p. 716 y AHCM, Vagos, vol. 4154, exp. 148, en Pérez
Toledo, 1996, pp. 243-244.
16
"Decreto que establece el Tribunal...", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303. Un
análisis detallado del decreto y el universo social que abarca se encuentra en el artículo de
Esther Aillón Soria en este mismo volumen.
17
La definición de vago aludía a la persona "que vive sin ejercicio, renta, oficio o
profesión lucrativa que le proporcione subsistencia", en artículo I, Capítulo IV, "Decreto
que establece el Tribunal que ha de juzgarlos...", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303.
18
Artículo VII, Capítulo IV, "Decreto que establece el Tribunal que ha de juzgar-
los. ..", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303.
19
Véase Arrom, 1988a, p. 76.

120
A partir de la sanción del decreto de 1845, los alcaldes y auxi-
liares de cuartel, además de vigilar a las personas que vivían en su
jurisdicción, debían participar directamente en los juicios a través
de la presentación de certificados que acreditaran la buena o mala
conducta de los acusados por el Tribunal. Por esta vía, se intenta-
ba comprometer y responsabilizar en mayor medida al personal
del Ayuntamiento en la persecución de la vagancia.20
Al año de haberse publicado esta disposición, la Prefectura de
la ciudad de México insistió en su objetivo de desterrar de la socie-
dad "el germen de inseguridad y desmoralización" y de proporcio-
nar al ejército los brazos que con tanta urgencia requería. Frente a
la inminencia de la guerra con los Estados Unidos, esta repartición
se propuso "perseguir con todo empeño y eficacia a los vagos, tan
perniciosos hoy a la sociedad y que tan útiles pueden ser a la mis-
ma, destinados al servicio de las armas en la actuales circunstancias
en que nos vemos amenazados de una guerra exterior". Para con-
cretar esta tarea, la Prefectura convocó a los miembros del Ayunta-
miento capitalino para que junto con sus auxiliares y otros agentes
de policía procurasen en sus respectivos cuarteles "la persecución
y aprehensión de los vagos que por desgracia abundan en esta
capital como se ven diariamente en las pulquerías y tabernas
donde se encuentran aún en horas inusitadas". 21
Esta preocupación por controlar la vagancia con vistas a ga-
rantizar el orden público y social se plasmó también en la prensa
periódica que dedicó artículos especiales a este tema. Al comen-
zar la década de 1850, El Siglo XIX señalaba que la persecución de
la vagancia debía de ser la primera base de la administración de jus-
ticia. Asimismo, recordaba a los recién establecidos guardias
diurnos su deber de "perseguir activa y eficazmente a tanto vago
como se encuentra a todas horas del día, en las tabernas y pulque-
rías de esta ciudad, embriagándose, estafándose en juegos prohi-
bidos, hablando en los términos más soeces e inmorales, e insul-

20
Pérez Toledo, 1996, p. 247.
21
AHCM, Vagos, vol. 4782, exp. 404, 1845.

121
tando muchas veces a los transeúntes". 22 Unos días atrás, este
mismo diario había publicado una nota en la que se alertó sobre la
inseguridad proverbial que se vivía en la capital y sobre el creci-
miento constante de la desmoralización pública. Al respecto, se-
ñalaban que "grupos de hombres sin ocupación conocida recorren
a todas horas las calles, provocan riñas y escándalos, o se amonto-
naban en las tabernas y garitos". Como se decía en ese escrito, en
cualquier momento del día en que se recorriese la ciudad se podía
observar a "estos hombres pertenecientes a la clase que debía ser
la más laboriosa", que afluían a las numerosas tabernas que exis-
tían en la capital, en donde aprendían a pasar su vida en la más
completa ociosidad.23
Para los responsables de este artículo era "natural que en un país
en el que la vagancia se persigue y castiga tan mal, la ociosidad y
la embriaguez sean vicios públicos muy extendidos y frecuentísi-
mas las riñas, y toda serie de delitos". En consecuencia, conside-
raban que únicamente la intervención enérgica de las autoridades
competentes podía revertir este cuadro de corrupción y desorden,
e instalar un clima de tranquilidad social y de respeto a las buenas
costumbres. La prevención, más que el castigo, parecía ser la sali-
da apropiada, según afirmaban estos autores al clamar por la ins-
tauración de una policía preventiva en la ciudad de México. 24 El
afán por impedir el desarrollo y crecimiento de la criminalidad a
través de la vigilancia y el control de la vagancia, más que por el
castigo, fue considerada entonces, tal como lo había sido para los
representantes del reformismo borbónico, el camino mejor.

Y éstos son los vagos

Pero, ¿quiénes eran estos vagos y ociosos que según las autorida-
des y la prensa transformaban el espacio citadino en un lugar de
peligro y corrupción social? Cuando uno lee los sumarios segui-
22
"Cróníca de la capital. Vagos", El Siglo XIX, México, 18.11.1850.
23
"Malhechores y vagos. Policía preventiva", El Siglo XIX, México, 3.II.1850.
24
Idem.

122
dos por el Tribunal contra los detenidos como vagos,25 se encuentra
con un numeroso grupo de individuos que reconocían la posesión
de un oficio; en la mayoría de los casos, en ejercicio activo y, en
otros, reemplazado por otra ocupación. Detenidos por los oficia-
les de policía cuando se dirigían a comer, cuando iban en busca de
materiales u otros objetos para su actividad laboral, o simplemen-
te mientras estaban parados en alguna esquina,26 estos hombres,
pertenecientes en su mayoría al mundo del artesanado,27 negaron
una y otra vez los calificativos de "vagos y ociosos" que les asig-
naba la justicia. En esta empresa, no estuvieron solos; las voces
de sus antiguos o actuales maestros, 28 los compañeros de oficio y
los vecinos, acudieron en su defensa.
25
En el fondo Vagos del AHCM se conservan en nueve volúmenes (4155-4156,4778,
4779, 4781-4785) los juicios contra vagos llevados a cabo por el Tribunal para el periodo
1845-1853. Sobre un total de 263 expedientes, revisamos para fines de este estudio 35 de
ellos, 26 de los cuales corresponden a una muestra aleatoria del 10 por ciento. Para
describir el perfil social de los acusados (véase infra, pp. 128-130) utilizamos únicamente
los casos de esta muestra, mientras que para el resto del trabajo recurrimos al total de jui-
cios consultados. Deseamos apuntar que el corte cronológico toma como punto de partida
el decreto de 1845, sobre el cual ya hicimos algunos comentarios, y concluye en 1853.
Después de esa fecha volvemos a encontrar juicios contra vagos hasta 1865, cuando otra
vez se registran sumarias en el contexto de la política imperial de Maximiliano.
26
Hubo, incluso, un caso en el que el acusado manifestó haber sido detenido mientras
estaba dentro de su casa por un agente de policía a quien él no conocía, "Averiguación de
vagos, acusados: Reyes Díaz, Benito González, Margarito Barrera, Victoriano Campos",
en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 280, 1845. En la causa seguida contra el zapatero Lean-
dro Olmos y el talabartero José María Martínez, un maestro certificaba que el primero era
oficial de su taller y que él podía responder por la honradez de Olmos "porque por ca-
sualida [sic] saliendo a comer lo llamaron a tomar pulque a donde fue aprendido",
"Averiguación de vagancia de Leandro Olmos y José María Martínez", en AHCM, Vagos,
vol. 4156, exp. 262, 1845.
27
Según un análisis completo de la documentación, Sonia Pérez Toledo indica que el
75 por ciento de los hombres juzgados por el Tribunal de vagos entre 1828 y 1850 fueron
artesanos, en Pérez Toledo, 1996, p. 251.
28
Es importante apuntar que, por una disposición de 1834, los maestros debían ha-
cerse responsables de la conducta de sus aprendices y oficiales mientras éstos estuviesen
en sus talleres. Asimismo, para admitirlos debían exigirles una constancia del maestro
anterior en la que se garantizase el "buen porte, seguridad y honradez" de los postulantes.
Al respecto, véase Pérez Toledo, 1993, pp. 142-143. Así, resulta bastante lógico que el
testimonio de los maestros haya sido una instancia clave en los juicios contra la vagancia
que involucraban a sus asistentes. A estas declaraciones se les sumaron los certificados fir-
mados por maestros que comenzaron a hacerse más frecuentes a partir de la emisión de un
decreto en 1846 por el cual se estipulaba la exigencia de este requisito en la instancia judi-
cial, "Decreto Superior en que se da nueva forma a este Tribunal de Vagos", en AHCM, Va-
gos, vol. 4782, exp. 398, 1846.

123
De acuerdo con la legislación, el Tribunal debía celebrar jui-
cios sumarios y a los pocos días de elevada la denuncia demostrar
la culpabilidad o inocencia de los acusados. Estos últimos podían
presentar tres testigos de probada honradez que declararan en su
favor, hablar durante el transcurso de la defensa y sólo debían re-
tirarse de la sala en el momento de deliberación del Tribunal.29 Es
probable que el nuevo impulso que adquirió la política de persecu-
ción de la vagancia a través de la conformación del Tribunal re-
presentara un endurecimiento del afán por moralizar y disciplinar
a las clases bajas. Sin embargo, la implantación de mecanismos de
acusación y defensa, creados de acuerdo con los postulados libe-
rales para salvaguardar los derechos individuales,30 ofreció a estos
grupos la posibilidad de sortear, de alguna manera, los avances de
esta empresa moralizadora. A partir de este canal abierto para la
defensa de los acusados, podemos explorar las declaraciones ren-
didas por acusados y testigos ante la justicia.

Un mercado de trabajo inestable

En 1845 Leocadio Aguilar fue acusado de vagancia. Al parecer, la


situación de Aguilar, un pintor de 16 años, se insertó en un pano-
rama de precariedad del empleo y de pobreza que sirvieron para
explicar su situación y fomentaron en consecuencia un desenlace
29
"Decreto que establece el Tribunal...", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303.
30
En el contexto del debate todavía vigente acerca de la influencia del racionalismo
ilustrado en la transformación que se materializó en el Estado burgués, el historiador del
derecho penal, Jean-Marie Carbasse sostiene que la crítica al absolutismo tomó como pun-
to de referencia al individuo y, en el campo de la justicia, al acusado. En la Francia de
comienzos del siglo xix, este último fue considerado como un sujeto que detentaba ciertos
derechos, tales como la presunción de inocencia y el derecho de defensa que se enmarca-
ban en una legislación penal que instalaba una relación proporcional entre los delitos y las
penas (Urías Horcasitas, 1997). En México, como parte de los cambios que debían operarse
en el terreno de la administración de justicia se preconizaba en distintos textos constitu-
cionales la ausencia de torturas y apremios y el establecimiento de un proceso acusatorio.
En la Constitución de Cádiz y en el Decreto Constitucional de Apatzingán se consagraron
estos principios básicos que anunciaban la transición hacia la modernidad, la cual se acele-
ró con la Independencia y, especialmente, con el proyecto liberal. De esta manera, Mana
del Refugio González propone matizar la idea de ruptura que habría marcado el fin del
gobierno colonial en la Nueva España, en González, 1988.

124
positivo en la justicia. Estas consideraciones se desprenden de su
declaración, en la cual señalaba que, como su oficio no le permi-
tía satisfacer sus necesidades económicas, se había ocupado como
lacayo en una vivienda particular. Para responder por su conduc-
ta, se presentó don Romualdo Torres,31 un maestro pintor con ta-
ller público y originario de Puebla que conocía a Leocadio desde
hacía 5 años, cuando éste había comenzado a trabajar con él
como aprendiz. Sin dudar un instante, el maestro asumió la defen-
sa del acusado trazando el itinerario de sus ocupaciones una vez
que éste había dejado su taller.32 Esta disposición de los maestros
a pintar el cuadro completo de las actividades de los acusados para
responder así positivamente por sus comportamientos y costum-
bres, aparece con bastante frecuencia en los casos revisados hasta
el momento.
Las alusiones a la falta de trabajo para los artesanos consti-
tuyen una de las constantes en los testimonios de estos hombres y
sus testigos frente al Tribunal que los acusaba. Cuando José Ma-
ría Limón, un tejedor de rebozos, fue enjuiciado por vago, las
defensas esgrimidas giraron en torno a dicha cuestión. Limón se-
ñaló que llevaba dos meses sin trabajar en su oficio "porque ha es-
caseado el trabajo y por lo tanto se dedicó a vender zacate". Esta
afirmación fue avalada por el rebocero don Juan Bermúdez, origi-
nario de Temascaltepec, quien lo había empleado anteriormente en
su casa. De la misma manera, dos compañeros de oficio se pro-
nunciaron favorablemente por la conducta del acusado y advirtie-
ron que éste se había mantenido de su oficio y que, si en algunas
temporadas no lo había ejercido, esto se debía a la escasez del tra-
bajo. Al parecer, estos testimonios convencieron al Tribunal de la
inocencia de Limón, quien finalmente quedó a disposición del pre-
fecto sin ser declarado vago. 33
31
El "don" parece haber sido una fórmula deferente que se empleaba para referirse a
individuos con cierto perfil social y económico destacado, como podían ser los maes-
tros, comerciantes y sectores propietarios.
32
"Averiguación sumaria hecha sobre la conducta y modo de vivir de Leocadio
Aguilar", en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 265,1845.
33
"Averiguación sumaria sobre la conducta y modo de vivir de José María Limón",
en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 277, 1845.

125
Cambiar de taller, de maestro, e incluso de ocupación, podía
obedecer a una elección personal, a un afán por moverse, ir a otra
parte, buscar algo mejor.34 Pero estos desplazamientos más que
reinvindicarse se denunciaban, se experimentaban como parte de
un estilo de vida frágil y precario. Si uno presta atención a las argu-
mentaciones vertidas frente al Tribunal que juzgaba la vagancia,
resulta conveniente echar una mirada al problema del mercado de
trabajo. En tal dirección, es importante señalar que en la primera
mitad del siglo xix, los trabajadores mexicanos se enfrentaron a
una situación especialmente difícil, derivada en parte de la introduc-
ción de manufacturas extranjeras y de la falta de fomento a la pro-
ducción local, así como del proceso de desarticulación legal de
los gremios. 35
En ese contexto, las dificultades para conseguir trabajo no
eran pocas y los artesanos, que constituían una parte esencial de
la población trabajadora,36 debieron moverse en las fronteras di-
fusas creadas por la intensa inseguridad económica que envolvió
los primeros tiempos de vida independiente en México. No todos
estaban en condiciones de encontrar trabajo en los talleres públi-
cos y, aunque existían formas alternativas al trabajo en estos ám-
bitos - y a que podían realizar sus labores en sus hogares o en la
calle- la demanda de trabajo no se mantenía estable. En oca-
siones frecuentes, los artesanos tuvieron que ocuparse en tareas
desvinculadas de su oficio para garantizar su subsistencia y la de
34
Interpretaciones muy sugerentes sobre estos temas se pueden encontrar en el libro
de Ariette Farge sobre la vida popular parisina del siglo XVIII, en Farge, 1994, p.121.
35
Sobre el proceso que siguió la abolición de los gremios en México, véase el estudio
de Dorothy Tanck, en Tanck, 1979. La autora relativiza la importancia de la abolición de
los gremios en México al considerar que la misma no hacía más que confirmar una situa-
ción que ya se daba en lo hechos, con lo cual -señala- esta medida no creaba demasiados
inconvenientes a los artesanos que la aceptaron sin mayores reticencias. Una mirada que
discute esta aseveración se encuentra en el trabajo de Pérez Toledo, 1993, p. 149.
36
De acuerdo con el Padrón de la Municipalidad de México de 1842 eran 13,835 los
artesanos que existían en la ciudad, cifra que representaba el 29 por ciento de la población
con ocupación en la capital estimada en 48,000, este análisis se encuentra en el artículo de
Sonia Pérez Toledo en este mismo volumen. Las actividades artesanales y manufactureras
ocupaban el primer lugar dentro del conjunto de actividades desarrolladas por la población
urbana. Luego seguían las vinculadas el servicio doméstico, las militares y las comer-
ciales, en Pérez Toledo y Klein, 1996, pp. 257-258.

126
su familia. En ese marco, no resulta tan sorprendente que las de-
claraciones basadas en la ausencia de oportunidades de trabajo
hayan sido suficientes para absolver a los detenidos.
Del total de juicios sobre los que conocemos la sentencia, sólo
un 15 por ciento fue declarado como vago. 37 Además de las carac-
terísticas sobresalientes del mercado de trabajo en esa época,
¿hubo otras razones para liberar a los acusados? Según algunos
datos podemos suponer que sí. El Tribunal de vagos era una insti-
tución dependiente del Ayuntamiento de la ciudad y, por lo tanto,
compuesta de funcionarios del mismo. Por un tiempo, además, un
grupo de tres vecinos integró este organismo encargado de juzgar
la vagancia. En qué medida la autoridad municipal compartía el
afán del gobierno del Departamento que impulsaba la legislación
contra la vagancia es un tema que requiere un análisis a futuro.38
Digamos solamente que el ayuntamiento se mostró cauteloso y
reticente frente al decreto de 1845 que establecía nuevas condicio-
nes para el funcionamiento del Tribunal. Así, aunque afirmó que
esta disposición era "interesante a la moral pública" no dejó de
advertir que el mismo conllevaba "ciertos ejercicios judiciales"
extraños. Los ingresos que obtenía el Ayuntamiento de ámbitos como
pulquerías, vinaterías o billares, el conocimiento y la posible rela-
ción laboral o amistosa entre el personal municipal y la población
capitalina podrían explicar en cierta forma esta actitud de la ins-
tancia local en relación con la política de control de la vagancia.39
En el decreto de 1845 se estipuló que el Ayuntamiento debía
nombrar a tres vecinos del lugar como miembros del Tribunal.40
37
En su estudio de la documentación completa del Tribunal para el periodo 1828-
1850, Sonia Pérez Toledo afirma que más del 85 por ciento de los acusados no reunió
los requisitos para ser declarado vagos, por lo cual no fueron enviados al servicio en las
armas, la marina o la cárcel, tal como lo estipulaba la legislación, en Pérez Toledo, 1996,
p. 255.
38
Aunque el gobierno del Distrito Federal dictó circulares y bandos contra la vagancia,
hacemos hincapié en este ensayo en los requerimientos de la Asamblea del Departamento
de México que emitió el decreto de 1845.
39
Seguimos aquí el análisis de Esther Aillón Soria en su trabajo en este mismo volumen.
40
'En marzo de 1846 se suprimió esta disposición y se estableció que un regidor nom-
brado por el Ayuntamiento sería el único juez de vagos. "Decreto superior en que se da
nueva forma a este Tribunal de Vagos", en AHCM, Vagos, vol. 4782, exp. 398, 1846.

127
Pero al parecer esta disposición fue un motivo de conflicto que
retrasó el inicio de las labores llamadas de calificación de la va-
gancia. La mayoría de los hombres elegidos para desempeñar este
cargo se excusaron argumentando razones de enfermedad o com-
promisos laborales. No sería descabellado suponer que algunos
de ellos -como lo sugiere Aillón Soria- fueran propietarios de ca-
sas de juego, pulquerías y vinaterías, poco interesados en combatir
y sancionar legalmente las prácticas de donde obtenían sus ga-
nancias. Es probable, además, que, al igual que los funcionarios mu-
nicipales, participaran de vínculos sociales con los destinatarios de
este control social, con lo cual no era tan seguro que compartieran
sus objetivos.41 Aunque éstas son hipótesis que necesitan explo-
rarse más adelante, lo cierto es que el estudio de los expedientes
del Tribunal de vagos reveló las tensiones entre los intereses del
gobierno departamental y las autoridades del Ayuntamiento en-
cargadas de aplicar las medidas contra la vagancia. A través de
los documentos se puede entrever un mundo en el cual acusados,
testigos y acusadores se vinculaban mediante redes de amistad y
de trabajo, espacios de sociabilidad y ciertos valores de una cul-
tura urbana común.

¿Quiénes eran los vagos? Una aproximación

Los juicios de vagancia constituyen una fuente lo suficientemente


rica y compleja a partir de la cual sólo reconstruimos y explicamos
algunos aspectos de este universo. Sin el propósito de efectuar aquí
un análisis estadístico,42 anotemos algunos datos que nos permiten
delinear a grandes rasgos quiénes fueron los individuos acusados de
vagos según una muestra basada en el 10 por ciento de los juicios. 43
41
Véase el trabajo de Aillón Soria en este mismo volumen.
42
Como lo señalamos en la nota 25, nuestra idea es presentar un análisis ordenado de
los datos y no una muestra fina y elaborada. De manera intencional, decidimos por ahora
reflexionar sobre estos documentos desde un enfoque cualitativo que nos permita explorar
algunos aspectos de la práctica judicial en relación con la vagancia. Un análisis cuantitati-
vo detallado se presentará en la tesis doctoral actualmente en elaboración en El Colegio de
México.
43
El análisis que se presenta aquí se efectuó a partir de los 26 casos que integran la
muestra (véase supra, nota 25). Es importante aclarar que uno de éstos consistía en la remi-

128
a) De los 31 hombres que para 1845-1853 sabemos la edad,
el 64.5 por ciento correspondió a hombres que tenían entre 15 y 29
años. Dentro de esta franja de edad, el porcentaje mayor (25.8 por
ciento) correspondió a personas jóvenes de 20 a 24 años que pro-
bablemente se desempeñaban como aprendices u oficiales.44 Al
parecer, éstos eran los grupos más golpeados por la depresión eco-
nómica en función de su menor capacitación o, sobre todo, por
los menores recursos materiales con que contaban.
b) Si a pesar de las limitaciones admitimos la ocupación que
declararon los acusados, podemos observar que de un total de 32
hombres el mayor número correspondió a comerciantes y zapa-
teros (15 por ciento), seguidos por los tejedores (9.4 por ciento) y
luego por los sastres y carpinteros (6.2 por ciento). Por esta vía
podemos inferir cuáles fueron los sectores más vulnerables a las
condiciones impuestas por la contracción económica y a la política
seguida por el gobierno en esos años.
Estas cifras, además, guardan relación con la distribución de los
artesanos por rama productiva indicada en el Padrón Municipal
de 1842. De acuerdo con esta fuente, el porcentaje mayor lo ocu-
paba la rama textil (35.6 por ciento), en la cual laboraban sastres,
hiladores y tejedores, seguida por la producción de manufacturas
de cuero (20.1 por ciento), especialmente zapateros, y el tercer lu-
gar correspondía a la rama de la madera (12.6 por ciento), en la
que predominaban los carpinteros. 45 Con los datos con los que
contamos es arriesgado aventurar más en este aspecto, en todo caso,
lo que nos interesa dejar asentado es la frecuencia con que los

sión a la prefectura del centro de las diligencias practicadas sobre dos individuos declara-
dos vagos (y carece de la información que necesitamos para este apartado), otro expedien-
te indicaba el propósito de la Prefectura de perseguir con todo empeño a los vagos y otro
hablaba del interés de presentar al Congreso una exposición para suprimir el castigo del
servicios en las armas para los individuos declarados como vagos. En consecuencia, esta
parte del trabajo se elaboró con los 23 casos restantes de la muestra.
44
Estos datos coinciden con los del periodo 1828-1850 analizado por Sonia Pérez
Toledo quien sostiene que cerca del 70 por ciento de los acusados por el Tribunal se
encontraban en estos grupos de edad, en Pérez Toledo, 1996, pp. 249-250.
45
Esta información se encuentra en Pérez Toledo, 1996, pp. 136-137.

129
hombres enjuiciados por vagos demostraban ser poseedores de un
oficio.
c) Del total de 31 individuos sobre los que tenemos referen-
cias respecto del estado civil, 16 admitieron ser solteros, 2 dijeron
que eran viudos y 13 hombres se definieron como casados. De
manera provisional, podemos señalar que la política de corrección
de la vagancia afectó casi indistintamente a hombres que habían
formado una familia y a los que no.
d) Los expedientes revisados también nos proporcionan infor-
mación sobre el lugar de procedencia de los detenidos. Sobre un
total de 29 hombres para los que tenemos estos datos, el 65.5 por
ciento provenía de la misma ciudad de México y el 34.5 por cien-
to de otras regiones. 46 Aunque nuestras cifras sólo tienen una vali-
dez provisional, por el carácter mismo de la muestra, el estudio
completo de las sumarias para el periodo 1828-1850 que realizó
Pérez Toledo demostró una relación bastante semejante entre los
inmigrantes y los nacidos en la ciudad.47

La defensa del honor

De acuerdo con los juicios comentados, podemos ver que los su-
puestos vagos eran más bien artesanos sin empleo o con dificul-
tades económicas para mantenerse con lo que ganaban. En todo
caso, eran personas con mayor o menor grado de calificación pero
poseedores de un oficio, que estaban insertos dentro de un cuadro la-
boral en el cual compañeros y maestros podían dar cuenta de su
honorabilidad y dignidad como hombres. En este sentido, pode-
46
Ese 34 por ciento estaba formado por individuos provenientes de lugares como
Guanajuato, San Luis Potosí, Toluca, Guadalajara, entre otros. A excepción de los nacidos
en la ciudad de México ningún otro acusado de los casos de la muestra declararon lugares de
procedencia iguales.
47
Pérez Toledo, 1996, pp. 253-254. Para saber realmente cómo afectaban las fluc-
tuaciones de la demanda laboral a los pobladores urbanos, sena fundamental conocer
cuánto tiempo tenían de haber llegado a la ciudad de México estos inmigrantes, pero los
expedientes consultados pocas veces registran información sobre este aspecto. Al parecer
sólo se hacía una referencia explícita al respecto cuando tenían poco tiempo de residir en
la ciudad.

130
mos leer el juicio celebrado contra Hipólito Santa Anna y Antonio
Mejía, herrero e impresor, respectivamente. Detenidos cuando
estaban parados en una esquina, contaron con la defensa de un
diputado que avaló la buena conducta, laboriosidad y constancia
de Santa Anna, y del dueño de la imprenta de Estampas de la calle
San José del Real, quien se refirió a Mejía como un aprendiz
"honrado y laborioso" que "asiste diariamente al trabajo".48
Tal como se definía en la legislación, la vagancia no sólo impli-
caba la negación del trabajo, consigna básica del proyecto moder-
nizador y civilizatorio, sino también la presencia de una gama de
comportamientos y hábitos perjudiciales que no se correspon-
dían con la imagen de moralidad que se deseaba implantar y di-
fundir en la sociedad. La asistencia frecuente a cafés y a casas de
juego, la costumbre de dar música con instrumentos como arpas y
vihuelas en vinaterías y pulquerías, la promoción de escándalos
en los lugares públicos a través de gestos, palabras o acciones inde-
centes y el hábito de andar "continuamente distraído por amanceba-
miento o embriaguez" eran, en el decreto de 1845, algunas de las
prácticas asociadas a la vagancia.49 Otros candidatos a recibir el
rótulo de vagos eran los individuos que recorrían los pueblos para
ganar su subsistencia con linternas mágicas, animales adiestra-
dos, dados u otros juegos de azar, los que vendían billetes y vo-
ceaban papeles sin encontrarse inválidos para el ejercicio de algu-
na industria, los tahúres de profesión, los que exclusivamente
subsistían de "servir como hombres buenos en los juicios" y los
conocidos como tinterillos.50 A menos que se consiguiera demos-
trar en la justicia la ausencia de estos patrones de conductas, el
castigo previsto por la ley era en primera instancia el servicio en
las armas; si el individuo no estaba en condiciones de cumplir con
esta condena, un segundo destino era la ocupación en fábricas de
48
"Hipólito Santa Anna y Antonio Mejía declarados Vagos", en AHCM, Vagos,
vol. 4783, exp. 432, 1849.
49
"Decreto que establece el Tribunal que ha de juzgarlos...", en AHCM, Vagos,
vol. 4778, exp. 303, 1845.
50
Idem. Para más detalles véase Aillón Soria en este mismo volumen.

131
hilados o tejidos, ferreterías o actividades agrícolas. Para los me-
nores de 18 años considerados como vagos, la pena consistía en
el aprendizaje de un oficio en algún taller.51
Los objetivos que guiaron esta política de corrección de la
vagancia parecen haber sido garantizar un contingente de brazos
para el ejército, reglamentar y pautar el mundo laboral y, sobre
todo, asegurar el orden público y social mediante la modificación
de los hábitos y conductas que no se ajustaban a las "buenas cos-
tumbres". De acuerdo con estas premisas, los hombres que en el
terreno de la justicia deseaban defenderse de la acusación de
vagos tenían invariablemente que comprobar su filiación activa al
mundo laboral y el ejercicio de conductas decentes. Es un "hom-
bre de bien y honrado", decía el alcalde y jefe de manzana en el
juicio contra el zapatero Felix González, mientras agregaba que
con su trabajo éste sostenía a su madre y hermana.52 Es un "hombre
de bien y artesano honrado" que sostiene a su madre, señalaba
uno de los testigos en el proceso que se desarrolló tras la apelación
de Loreto Sánchez, un tejedor de 20 años, sobre su sentencia como
vago. Este argumento se reforzó con el certificado presentado por
el maestro de la fábrica de tejidos donde había trabajado alguna
vez Sánchez, en el cual se indicaba que siempre se había desem-
peñado con honradez. 53
La vagancia, como ya se señaló, cuestionaba no sólo la par-
ticipación activa del individuo en el mundo del trabajo sino tam-
bién la estima y el respeto de la dignidad personal que irradiaba
la presencia del honor.54 Al señalar que los acusados eran hom-
bres honrados se establecía que los supuestos "vagos" eran indi-
viduos de comportamientos rectos y, por lo tanto, personas dignas
y respetables. Se entendía que un hombre honrado u hombre de
51
Artículos Io y 2o del capítulo quinto, "Decreto que establece el Tribunal...", en
AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303, 1845.
52
"Criminal contra Félix González sobre vaguedad", en AHCM, Vagos, vol. 4784,
exp. 454, 1851.
53
"El reo Loreto Sánchez apela por la sentencia del juez inferior que lo declaró como
tal vago", en AHCM, Vagos, vol. 4785, exp. 504, 1852.
54
Véase Alonso, 1958; Real Academia Española, 1956.

132
bien -percibidos ambos como sinónimos- obraba siempre según
sus obligaciones y, por lo tanto, era acreedor de la estima y la bue-
na fama.55 Es evidente que el discurso oficial marcaba la tónica de
las argumentaciones. La legislación del periodo bajo estudio pres-
cribía la participación en "ocupaciones honestas" y condenaba las
actividades contrarias a las buenas costumbres. 56 Así, probar la
"honradez" del individuo constituía el canal fértil para despejar
las sospechas de vagancia y arribar a un fallo positivo en la instan-
cia judicial.
Las declaraciones tendientes a defender la reputación de los
artesanos acusados de vagos ante el Tribunal se inscribieron, por
otra parte, en un contexto signado por la degradación de los oficios,
la pobreza y el desempleo que afectó a los trabajadores de la ciu-
dad de México. En el discurso de las autoridades, de los sectores
de la elite y de la prensa se afirmaba que entre los artesanos el vi-
cio y la ociosidad se difundían en proporciones considerables. Ante
esa mirada, los artesanos buscaron diferenciarse de los vagos con
quienes tan usualmente se los igualaba.57 En esa línea se enmar-
có, al parecer, el caso del sastre Andrés Vázquez, quien a comien-
zos de la década de 1850 intentaba convencer al Tribunal de su
inocencia. Con ese propósito, aseguraba que él no pertenecía a
"los delincuentes que la ley señalaba como vagos" pues era un
"artesano honrado y laborioso". 58 En un tono similar, el padre del
molinero Julio Hernández trató de que se revocara el fallo del Tri-
bunal que había declarado vago a su hijo. En su concepción no se
podía situar a su hijo dentro de la "clase de vagos", ya que, por el
contrario, él era quien garantizaba mediante su "corporal trabajo"
el sostén de su familia.59 Otra declaración sobre la capacidad de
55
Para ver las definiciones de los términos "honrado", "honradez" y "honradamente"
empleados en los juicios comentados anteriormente, Alonso, 1958; Real Academia
Española, 1964 (facsímil de la edición de 1732); Pagés, s/f.
56
"Decreto que establece el Tribunal que ha de juzgarlos...", en AHCM, Vagos,
vol. 4778, exp. 303, 1845.
57
Véase Illades, 1996, pp. 53-63.
58
"El reo Andrés Vázquez apela para que se revoque la sentencia del Juez Inferior
que lo declaró como tal vago", en AHCM, Vagos, vol. 4784, exp. 484, 1851.
59
"Antonio Hernández, padre del reo Julio Hernández sentenciado como tal vago
sobre que se reboque [sic] dicha sentencia", en AHCM, Vagos, vol. 4784, exp. 464, 1851.

133
los artesanos para observar conductas honradas fue la que se emi-
tió en el juicio del nevero Rafael Tapia, detenido la noche del 9 de
octubre de 1845 en una casa de juego por el coronel Francisco
Vargas. Actuando como testigos, Pablo Solís -compositor de im-
prenta-, Miguel Barrera -nevero y repostero- y Joaquín Navarro
-dueño de una zapatería- escribieron la siguiente carta:

Los que abajo firmamos certificamos en cuanto al derecho


nos permite, que el ciudadano Rafael Tapia es un artesano la-
borioso y honrado, y que en todos los destinos que ha desem-
peñado hace muchos años en esta ciudad se ha conducido con
la fidelidad y eficacia que le es genial, sin haber dado jamas la
más mínima nota que desconceptué en lo más mínimo su
conducta... 60

Si estas consideraciones respondían al ideal pautado por los


sectores dominantes de la sociedad decimonónica, también se
inscribieron dentro de la lógica del artesanado que rescataba la im-
portancia del oficio y defendía su calidad como hombres. 61 Así,
por ejemplo, el discurso de las sociedades de ayuda mutua, que se
formaron especialmente desde los primeros años de la década de
1850, otorgó un valor central a la honradez y al trabajo, atributos
que sirvieron para caracterizar a sus miembros provenientes, bá-
sicamente, del artesanado urbano. En contraposición a éstos es-
taban otros grupos sociales, tales como los vagos, definidos en
términos de improductividad, ociosidad y falta de honra.62 Se po-
dría indagar más hasta qué punto la exaltación del trabajo y del
honor conformaban rasgos distintivos del discurso artesanal o en
qué medida eran una respuesta a los requerimientos de las autori-
dades y de las elites. Tal vez en el futuro sea necesario examinar
60
"Averiguación de la conducta de Rafael Tapia", en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 275,
1845.
61
Esto se relaciona, en nuestra opinión, con lo que William Sewell define como el "ethos
artesano", fundado en el valor que revestían los distintos oficios y en el orgullo del traba-
jo como contribución al bien común. Sewell, 1992, p. 34.
62
Illades, 1996, pp. 245-273.

134
esta cuestión desde un enfoque que privilegie las posibles influen-
cias recíprocas, circularidad, imposición o apropiación mutua entre
ambos discursos. 63
Distanciarse de las consideraciones negativas que implicaba
la acusación de vagancia formó parte del esfuerzo de los artesanos
dirigido a despejar las sospechas que pesaban sobre estos sectores
en este periodo. Alcanzar estos objetivos implicaba necesariamen-
te demostrar la ausencia de vicios y comportamientos reputados
inmorales por los grupos de poder, lo cual representaba una cues-
tión central, pero nada fácil de concretar. Desde los sectores do-
minantes se asociaba la pobreza -telón de fondo compartido por
no pocos trabajadores- con las conductas inmorales, y se pensaba,
incluso, que ésta constituía un puente hacia la criminalidad. Con
base en estos prejuicios, se sostenía que los hábitos desordenados
y la inclinación natural al vicio se propagaban entre estas clases, a
las cuales se les adjudicó -entre otros rasgos- malos instintos,
ignorancia e inclinación a consumir en exceso bebidas embriagan-
tes. Esta condena a la capacidad de los sectores populares de obser-
var conductas honorables y morales, les confirió una situación de
precariedad permanente en la cual la sospecha del delito estaba
siempre latente.64

Los ámbitos del vicio: pulquerías y casas de juego

Si hubo algunos lugares estrechamente vinculados con la deten-


ción de "vagos", al parecer éstos eran las pulquerías y las casas de
63
Chartier, 1995, Ginzburg, 1994, Sarlo, 1990. En un estudio reciente, elaborado a
partir de diálogos con Roger Chartier, durante su visita a México, se reflexiona sobre estos
conceptos. Al respecto, Cue, 1999.
64
Esta mirada que insistía en la presencia abrumadora del vicio y la corrupción entre
los sectores populares era compartida por numerosos miembros de las clases altas decimo-
nónicas en distintos países europeos y latinoamericanos. En Francia, una muestra de este
pensamiento se reflejó en la argumentación del moralista burgués Louis de Villermé acerca
de la vinculación entre degradación moral y material de los obreros textiles franceses. Para
el caso mexicano se pueden citar innumerables escritos que traslucen estas imágenes sobre
las clases populares; nos permitimos señalar las obras de hombres de la política y cronistas de
su época, las memorias de viajeros y las novelas del siglo XIX que constituyen otros docu-
mentos valiosos para acercarnos a estos temas. Al respecto, Sewell, 1992, pp. 308-319;

135
juego. Un mismo nombre se relaciona con estas capturas: el coro-
nel Francisco Vargas, personaje que una y otra vez llevó presos a
la instancia judicial a sus supuestos vagos. Al ser encontrados en
esos recintos, un gran número de artesanos y algunos comercian-
tes tuvieron que defenderse de la acusación de vagancia en su más
amplio sentido. Los detenidos no sólo debían demostrar su parti-
cipación en el mundo del trabajo, sino también la ausencia de dos
vicios enérgicamente repudiados: la bebida y el juego. Paradójica-
mente, ellos mismos también condenaban estos vicios. Tal vez, no
sólo porque los acusados no tenían otra posibilidad para acceder
a un fallo positivo que no fuera por la vía de descartar la posesión
de tales hábitos, sino también porque el discurso de los propios
artesanos rechazaba los estragos del alcohol y del juego y, en
cambio, defendía su honorabilidad y el valor de sus aportes como
hombres íntegros y como propietarios de un oficio.65

La detención de vagos en horas de trabajo

Según lo estipulaba el decreto sancionado en 1845, los alcaldes y


auxiliares de cuartel, la prefectura y los agentes del orden eran los
responsables de detener a los "vagos" y presentar la denuncia fren-
te al Tribunal.66 Una forma usual para que un hombre recibiera tal
acusación era beber o participar en una reunión de juego en las

Alamán, 1985; Zavala, 1969,1.1, y 1981; Bustamante, 1953; Sartorius, 1990, y Payno, 1992,
pp. 70, 83, 111, 185, 214, 375,488 y 693.
65
Hacia finales de la década de 1860, un destacado miembro de la organización de
sastres afirmaba que "desde el momento en que el hombre abandona el trabajo para entre-
garse al vicio de la embriaguez, el juego u otros, pierde el derecho al honroso nombre de
artesano y se hace acreedor al de vago...", El amigo del pueblo, México, 2.IX.1869.
Citado en Illades, 1996, p. 54. Aunque la fecha de este escrito es posterior al periodo que
nos ocupa, nos pareció significativo incluirlo en tanto nos ofrece una pista sobre los ele-
mentos que conformaban el discurso artesanal (al menos de una parte de él) sobre la
cuestión que estamos tratando.
66
Además, como veremos en el apartado "El hogar y la justicia" de este trabajo, cual-
quier individuo que se sintiera agraviado por la conducta de algún vago podía elevar una
denuncia ante el Tribunal ya que éste funcionó también por "acción popular", en "Decreto
que establece el Tribunal que ha de juzgarlos...", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303,1845.

136
horas consideradas como de trabajo.67 Tal fue el caso del zapatero
Norberto Ruiz, originario de San Luis Potosí, quien había sido
detenido por el coronel Vargas mientras se encontraba en una par-
tida de juego en el número 2 de la calle del Puente de Balbanera. La
explicación que proporcionó al Tribunal remitía, como ya lo vi-
mos en otros casos, a la situación económica apremiante que le
impedía satisfacer plenamente las necesidades de su familia. En
esa línea, Ruiz sostuvo que era la primera vez que acudía a una
partida, en tanto era un "hombre de bien y dedicado al trabajo".
Apoyándose en el tiempo que tenían de conocerse y en el trato
frecuente que llevaban, su compañero de oficio, Pascual Ortega,
avaló este argumento y subrayó que Ruiz de ninguna manera era
un hombre vicioso. Por otra parte, la ausencia de vicios y la dedi-
cación al trabajo que le permitía mantener a su madre viuda, se
erigieron en los fundamentos centrales de los argumentos de los tes-
tigos, que compartían con el acusado la misma casa de vecindad.
De esa manera, su reputación quedaba garantizada por la doble vía
del trabajo y del cumplimiento de sus obligaciones familiares. 68
Esta concepción de la honorabilidad fundada en la dedicación al
trabajo y la satisfacción de las obligaciones familiares se reflejó
también en el certificado que ofreció al Tribunal el testigo de Be-
nito González, cuando éste fue acusado junto a otros artesanos de
estar en las pulquerías y tabernas "a horas en que debían estar en
sus talleres". La nota decía así: "Juan Arancibia certifica que Be-
nito González es hombre ocupado y no vago, y a más de ser notoria
su honradez, a mi me consta serlo en toda la extención de la pala-
bra pues mantiene con decencia a su familia como casado que es." 89
Cuando Valentín Aviles, tejedor de telas de torno de ganade-
ría, fue detenido en una reunión de juego en la calle del Puente de

67
Esta consideración se expresaba en los juicios, como el que se realizó en 1845 con-
tra siete individuos, mayoritariamente artesanos, aprehendidos en la pulquería y taberna "a
hora en que debían estar en su taller". "Averiguación de vagos acusados. Andrés Ahuma-
da, Trinidad Hernández, Roque Denia, Rafael Benítez, Lengines Castro, Antonio Pérez,
Manuel Márquez", en AHCM, Vagos, vol. 4789, exp. 281, 1845.
68
"Contra Norberto Ruiz, acusado de vago", en AHCM, Vagos, vol. 4781, exp. 375,1845.
69
"Averiguación de vagos...", en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 280, 1845.

137
Balbanera 1, por el mismo coronel Vargas, su declaración remitió
otra vez a las condiciones económicas insuficientes para garanti-
zar el sostén familiar. Había decidido concurrir por primera vez a
la partida de juego por la necesidad de ayudar a su hermana viu-
da con cinco hijos y quería intentar "ganar alguna cosa". Sólo esta
situación de necesidad imperiosa explicaba su comportamiento,
en tanto que, como él mismo lo señalaba, era una persona dedica-
da siempre a su oficio. Estas justificaciones fueron confirmadas
por un zapatero, vecino de Aviles, quien rescató la dedicación al
trabajo del acusado y rechazó el atributo de vicioso del mismo.
Un hilador nacido en Puebla señaló, en su carácter de antiguo ve-
cino residente en la misma vivienda, la honradez y constancia en
el trabajo que demostraba el acusado. 70
No eran muchos los signos que necesitaba la policía para
detener a individuos de las clases bajas. Peligrosas por definición,
sus miembros se convertían a los ojos de las autoridades en sos-
pechosos permanentes. Crímenes, conductas desordenadas y
escandalosas y vicios de múltiple naturaleza formaban parte del
entramado con el que el gobierno y la elite enjuiciaba a estos sec-
tores. Pero si era fácil apresar a un hombre de los sectores popu-
lares, también era frecuente que se los liberase. Como hemos vis-
to, la declaración de los testigos que se elegían en función de su
"notoria honradez" constituía una instancia central para probar la
inocencia en los juicios seguidos contra vagos. Sus testimonios
sobre la honorabilidad y la participación laboral activa del acusado
se revelaron como piezas fundamentales en una sociedad donde,
al parecer, la palabra adquiría un peso esencial.
Las declaraciones rendidas ante la justicia cobraban una influen-
cia creciente cuando se trataban del testimonio de aquellos que
tenían mayor proximidad física con los enjuiciados: sus vecinos.
La cercanía entre las viviendas constituía, al parecer, un fuerte lazo
que otorgaba un amplio potencial a los hombres para intervenir
en las consideraciones en torno a la moralidad y las actividades
70
"Contra Valentín Aviles, acusado de vago", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 295,
1845.

138
de alguno de ellos. Los vecinos podían declarar sobre lo que sa-
bían, lo que habían visto o escuchado; podían defender o denun-
ciar.71 En definitiva, contaban con una legitimidad para evaluar el
tipo de vida y las costumbres del prójimo en el ámbito de la jus-
ticia.
Existe otra instancia de análisis que se desprende de la indi-
cación de los testigos sobre su calidad de vecinos. Las leyes elec-
torales que se promulgaron entre 1812 y 1855 establecieron como
condiciones primordiales para ser acreditado como ciudadano ser
vecino de su localidad y tener un modo honesto de vivir. Esta
concepción de la ciudadanía, fundada en la noción de vecindad,
provenía de la Constitución de Cádiz, y estudios recientes de-
muestran su pervivencia a lo largo del siglo xix. Aunque para
acceder al sufragio se introdujeron otros requisitos y en el perio-
do que nos ocupa disminuyó el de la renta y se exigió el saber leer
y escribir, la posesión del rango de vecino continuó estando pre-
sente en estas cláusulas.72 Así, frases tales como "antiguo vecino"
no sólo servían para dar mayor credibilidad y peso a los testimonios
y, por lo tanto, contribuir a la defensa de los acusados, sino que
también servían para indicar la posesión de derechos ciudadanos
entre los sectores populares.
A la exigencia del domicilio y de un modo honesto de vida se
le sumaba la necesidad de demostrar un desempeño activo en el
mundo del trabajo. En ese sentido, ser considerado vago implica-
ba necesariamente perder todo derecho de ciudadanía. De alguna
manera, estas consideraciones iluminan otra dimensión sobre las
prácticas de los artesanos en la justicia que, al defenderse contra
los atributos de vagos y ociosos, luchaban por sus derechos como
ciudadanos. 73
71
Farge, 1994, p. 55.
72
Al respecto, Annino, 1995, pp. 17-18, 192-193 y Carmagnani y Hernández, 1999,
pp. 373-374. Es importante apuntar que cuando se estableció en las constituciones el requi-
sito de saber leer y escribir para acceder al sufragio también se estipuló un tiempo y se pre-
vieron momentos de excepción para cumplir con dicha cláusula. Agradezco a Sonia Pérez
Toledo esta referencia.
73
Las consideraciones en torno al trabajo como fundamento de la ciudadanía en las
clases populares se pueden observar en el trabajo de Lida, 1997. Analizando los movi-

139
La vagancia y el tiempo libre

Los sumarios iniciados en las pulquerías y casas de juego hacían


referencia a los horarios laborales en que se suponía que los arte-
sanos debían estar en los talleres, pero también a tiempos que
trascendían esas fronteras y se enmarcaban en los destinados al
ocio de los trabajadores. Dentro de estos últimos, se encontró el caso
de un cortador de jabón de 16 años, Rafael Mendoza, capturado un
jueves en la noche junto a otras seis personas por el mismo coro-
nel Vargas en una reunión de juego ubicada en la misma dirección
de la calle del Puente Balbanera 1, que encontramos en otros casos.
La justificación que ofreció Mendoza cuando se le interrogó so-
bre el motivo de su detención revela algunos detalles significati-
vos. Señaló que había ingresado a la partida de juego en compañía
de José María Agüero, porque "uno que estaba en el saguan [sic]
les dijo que pasaran a divertirse; y como por eso entendieron que
era baile, entraron en la casa; pero luego que advirtieron su equi-
vocación iban a salir, cuando entró el Sr. Bargas y los aprendió". 74
Aparentemente, el baile no recibía el mismo tratamiento que el
juego, o al menos, en el decreto de 1845 no había una cláusula es-
pecial al respecto aunque, en cambio, sí condenaba expresamente
la costumbre de jugar a los naipes o a la rayuela en plazas, zagua-
nes o tabernas. 75 De esta manera, la ingeniosa defensa delineada
por Mendoza sobre su conducta, podía muy bien desviar la aten-
ción del Tribunal y contribuir a la adjudicación de una sentencia
favorable. Aunque su declaración no mereció mayores comenta-
rios por parte de las autoridades, los sucesivos testimonios de los

miemos populares que tuvieron por escenario la España de la segunda mitad del siglo xix,
la autora señala cómo la lucha por los derechos ciudadanos se encontraba íntimamente
vinculada a la lucha por la reivindicación del trabajo y de éste como sinónimo de pro-
piedad.
74
"Contra Rafael Mendoza acusado de vago", en AHCM, Vagos, vol. 4779, exp. 345,
1845.
75
Capítulo cuarto, artículo XVII, "Decreto que establece el Tribunal ....", en AHCM,
Vagos, vol. 4778, exp. 303,1845.

140
testigos confluyeron en manifestar la falta de vicios en el acusa-
do, especialmente el de jugador. 76
La legislación establecida con el fin de perseguir la vagancia,
definía como vago a todo aquel que no podía demostrar su desem-
peño activo en el mundo del trabajo. Pero el ejercicio de un traba-
jo no evitaba en todos los casos que un hombre fuera acusado de
vago ante la justicia. Las conductas escandalosas, los comporta-
mientos inmorales o indeseables constituían una vía segura para
caer dentro de la categoría de vago señalada en la legislación. Es
factible pensar, entonces, que la política destinada a perseguir la
vagancia no respondía únicamente a preocupaciones de índole
económicas sino también a propósitos de moralización y discipli-
na de los sectores populares. Básicamente se trataba de modificar
las pautas de sociabilidad y cultura de esos grupos, que eran per-
cibidos por las autoridades y un nutrido segmento de la elite como
portadores innatos de conductas y hábitos viciosos y desordena-
dos. Con ese fin, se impuso un control sobre los espacios de so-
ciabilidad, como las pulquerías y las casas de juego, intentando
normar las costumbres de los sectores populares. De acuerdo con
lo observado en los procedimientos judiciales, podemos decir que
incluso el uso del tiempo libre entre los trabajadores debía de ser
pautado y vigilado desde el poder, en consonancia con el peso
creciente que se otorgó al trabajo durante el siglo XIX. 77
Sin embargo, esta vigilancia y coacción recibió, como intenta-
mos demostrar, contornos especiales en la práctica judicial des-
tinada a combatir la vagancia. Un mercado de trabajo inestable y
precario, redes de solidaridad entre vecinos, maestros y compañe-
76
En las declaraciones se decían frases como "su conducta es buena pues sólo se
ocupa de su oficio de cortador de jabón y no en vicio alguno, y menos el de jugador".
Éstas fueron las palabras de un zapatero vecino del acusado pero, en el testimonio de su
maestro, de un director de obras de albañilería y de otro vecino, la afirmación se repetía.
"Contra Rafael Mendoza acusado de vago", en AHCM, Vagos, vol. 4779, exp. 345, 1845.
77
El control del tiempo libre formó parte del intento más amplio de reformar las cos-
tumbres de la población capitalina, tarea que recayó especialmente en los funcionarios del
Ayuntamiento. Al respecto, véase el trabajo de Sonia Pérez Toledo en este mismo volu-
men. Para Guatemala se puede consultar el artículo de Tania Sagastume Paiz en este libro.

141
ros de trabajo e intereses particulares de las autoridades locales
impusieron los límites a esta política.

El hogar y la justicia

La queja de los padres

Ser acusado de tener hábitos y conductas percibidos como inmorales


constituía, como ya se apuntó, otra puerta de acceso a la categoría
de vago. Un comportamiento castigado por la ley aludía a la falta de
obediencia y respeto a los padres por los "hijos de familia" que fue-
ran solteros.78 Se entendía que este atentado a la autoridad doméstica
se combinaba, además, con la ostentación de conductas viciosas y,
por lo tanto, debía recibir un castigo acorde.79 De acuerdo con esas
premisas podemos leer el caso de Antonio Ramírez, un albañil de
22 años acusado por sus padres ante el Tribunal. Según la infor-
mación proporcionada por el padre, tras haberlo golpeado, Antonio
ya había estado preso en otra ocasión, pero, al parecer, esto no
le había servido de escarmiento, puesto que había intentado lo mis-
mo contra su madre. Albañil como su hijo, este hombre aseguró
que Antonio era "un hombre sumamente perverso, malo y de
pésimas costumbres, ebrio de profesión y últimamente no tiene
respeto a ninguno". 80 Por lo tanto, en su carácter de progenitor,
solicitó que se lo castigara con "todo el rigor de la ley". Además
del aval de la madre, quien insistió en la embriaguez y malas cos-
tumbres de su hijo, tres personas declararon en la misma tónica.
Un comerciante nacido en la ciudad de México argumentó que el

78Hijo de familia se refiere al que "está bajo la autoridad paterna o tutelar, y por ext., al
mayor de edad que no ha tomado estado y sigue morando en la casa de sus progenitores",
en Real Academia Española, 1992. En otras palabras, incluye a los hijos solteros.
79 El artículo correspondiente señalaba como vago al "hijo de familia que no obedece
ni respeta a sus padres o superiores, y que manifiesta inclinaciones viciosas". Artículo V,
Capítulo cuarto, "Decreto que establece el Tribunal...", en AHCM, Vagos, vol. 4778, exp. 303,
1845. Por otra parte, la legislación penaba al hijo de familia que a pesar de contar con
"algún patrimonio o renta, lejos de ocuparse con ésta, solamente se dedica a las casas de
juego o prostitución, visita los cafés o se acompaña de ordinario con personas de malas
costumbres", artículo II, Capítulo cuarto del mismo decreto.
80
AHCM, Vagos, vol. 4781, exp. 365, 1845.

142
acusado era "un muchacho vicioso y de malas costumbres"; otro
comerciante afirmó que Ramírez "todo el día está a vicio en las
tabernas y vinaterías", y un tejedor basó su testimonio en la con-
ducta "muy relajada" del acusado. Después de estos testimonios,
el acusado no podía albergar demasiadas esperanzas. El Tribunal
cumplió con las expectativas de los padres y finalmente declaró
vago a Antonio. 81
Es significativo que este caso sea uno de los pocos que con-
cluyó con un fallo negativo. Según una' lectura inicial de estos
documentos, podemos anotar algunos datos contrastantes. Con-
trariamente a la mayoría de los juicios revisados, en los cuales la
familia del acusado aparece como desdibujada, y en su lugar son
los compañeros o miembros de otros oficios, los maestros y los
vecinos quienes acuden en defensa del mismo, en este caso, por
tratarse precisamente de un "hijo de familia",82 cuenta con las vo-
ces de la misma. Las referencias que encontrábamos en otros expe-
dientes acerca de la honorabilidad fundada no sólo en el trabajo
sino también en el cumplimiento de las obligaciones familiares se
manifiestan aquí como la cuestión central; de hecho, era la que mo-
tivaba la denuncia.
No sabemos si el acusado era tan vicioso e incorregible como
sostenía su padre, ni conocemos tampoco cuál tenía que ser el ni-
vel de gravedad de las faltas cometidas por uno de los miembros
de la familia para que se decidiese a apelar a la justicia en busca de
un castigo. En cambio, podemos observar cómo la autoridad
doméstica fue bastante exitosa en su reclamo ante el Tribunal.
Según lo expuesto hasta aquí, uno podría suponer que los indi-
viduos y las autoridades coincidieron en el propósito de corregir
las costumbres viciosas y perjudiciales de la población. El orden
público y el privado se unieron en estos procesos judiciales, pero
no siempre sucedía de esa manera.83
81
Idem.
82
No está demás anotar que en este caso se trató de una familia de los sectores popu-
lares y no del hijo de familia, proveniente de grupos más acomodados que, como apunta-
mos, también se incluía en la definición de vago.
83
Farge, 1994, pp. 82-83.

143
Conflictos en la pareja

Cuando uno lee el caso de Agustín Ordóñez, el itinerario de los


sectores populares en el terreno judicial adquiere otros matices.
El juicio de Ordóñez, un sastre de 33 años nacido en la ciudad de
México, se inició con la acusación de su mujer por maltrato. Esta
demanda se fundaba en uno de los artículos del decreto de 1845
que definía como vago al "casado que maltrata a su mujer fre-
cuentemente sin motivo manifiesto, escandalizando al pueblo con
su conducta". 84
Pero si el maltrato a la esposa pudo haber sido cierto, según
Ordóñez existía una dosis de justicia y razón en estos actos. Así
cuando se le preguntó sobre los motivos de su arresto, señaló que
el mismo provino de "una simple riña con su mujer por motivo
sumamente justo, esta como quería se halla entretenida con otro
hombre, pidió le remitiera a la cárcel acusado de vago". 85 De esta
manera, el acusado trasladaba la culpabilidad a su mujer que
alentaba con su conducta reprobable la discusión y el enojo de su
marido. En todo caso, los testimonios presentados por los testigos
que actuaron en este caso destacaron el comportamiento decente
de Ordóñez y revelaron el potencial que adquiría ante la justicia
la ya comentada solidaridad de los vecinos, basada en el respaldo
masculino. Un pisador de oro, proveniente de San Luis Potosí,
enfatizó en su carácter de "vecino inmediato" que llevaba más de
siete años de conocerlo, que jamás había observado en el acusado
escándalo alguno o mala conducta. De la misma manera, el co-
merciante José María Vargas, se refirió a Ordóñez como un buen
vecino al que no se le conocía ningún vicio y quien nunca le había
faltado a su mujer. Incluso quien había elevado la denuncia por

84
Artículo IX, Capítulo cuarto, "Decreto que establece el Tribunal...", en AHCM,
Vagos, vol. 4778, exp. 303, 1845.
85
AHCM, Vagos, vol. 4781, exp. 365, 1845. Es importante aclarar que la misma cla-
sificación obedece a que tanto éste como el caso anterior formaron parte del mismo expe-
diente por el cual la Prefectura del Centro remitía al Tribunal documentos con las
averiguaciones de individuos acusados de vagos.

144
la cual se entabló este juicio - e s decir, la mujer del acusado- de-
claró dentro de esa tónica. Cuando se le preguntó si su marido le
daba mala vida y no le suministraba lo necesario, se expresó en es-
tos términos:

que [su marido] no la ha maltratado nunca, pues esa fue obra


de la casualidad que el día que se remitió la habían ultrajado,
que vago no lo es porque tiene oficio, que ignora por qué cau-
sa el auxiliar lo mandó por vago, que aunque ella pidió que lo
manden preso no dijo que era vago, que su pedido lo hizo lle-
vada por la cólera que tenía.86

Los sectores populares recurrieron a los instrumentos de


justicia que estaban a su disposición para quejarse y denunciar
comportamientos perjudiciales e inmorales por parte de aquellos
que participaban en su entorno de relaciones más íntimas, como
podía ser el del hogar y la familia. Pero entre el afán de moralizar
y disciplinar de los gobernantes y las motivaciones de los indivi-
duos que acudían al Tribunal para denunciar comportamientos
ilegales se abría un espacio que nos sorprende y que sorprende
también a las autoridades judiciales. Tal vez suene ilógico que el
denunciante se expresara en términos favorables al acusado pero
esto no tenía nada de irrazonable. Como sugiere Sorda Pérez To-
ledo, en algunas ocasiones el Tribunal fue utilizado como "una
vía de escarmiento para los hijos desobedientes, o para el esposo
golpeador, infiel o desobligado, pero cuando se celebraba el jui-
cio, los padres o esposas decidían que con que hubieran llegado al
Tribunal el castigo era suficiente, y entonces declaraban a su fa-
vor".87 Así, podríamos explicar la actitud de esta mujer que luego
de denunciar a su marido por maltrato negó este hecho. Aunque era
cierto que ella había solicitado el encarcelamiento de su cónyuge,

86
AHCM, Vagos, vol. 4781, exp. 365, 1845.
87
Pérez Toledo, 1996, p. 256.

145
esto lo hizo impulsada por el enojo del momento y no porque real-
mente pensara que el mismo era un vago.
Las relaciones extramatrimoniales, la ausencia de pensión ali-
menticia y, en definitiva, la posible ruptura de los acuerdos entre
la pareja creaban un clima propicio para alimentar el rencor y el
deseo de conseguir una reparación en el ámbito judicial. La expe-
riencia del sastre Andrés Vázquez a comienzos de la década de
1850 constituyó una muestra en ese sentido. Este hombre, de 34
años, proveniente de Cuernavaca, apeló al Tribunal que lo había
sentenciado como vago. Según Vázquez, en su caso se habían co-
metido errores graves en los procedimientos, ya que se le había
conducido a la cárcel de la ciudad sin comunicarle nunca el moti-
vo de su arresto y sin haberlo llevado en ningún momento a la
instancia judicial, con lo cual no pudo presentar las "robustas prue-
bas" que garantizaban su inocencia.
Si los certificados que presentó Vázquez lo pintaron como un
"sastre laborioso", de "honrado proceder", el testimonio de las dos
mujeres que se expresaron en este juicio revelaron otros aspec-
tos sobre su conducta. Ignacia Fasto, una lavandera soltera de 25
años, contó al Tribunal que dos años atrás Vázquez la había alen-
tado a establecer una relación amorosa sin advertirle que era casa-
do, con lo cual se comprometieron y vivieron en mancebía por
más de un año. Aunque durante ese lapso, ella había intentado
separarse en repetidas ocasiones del acusado, no pudo nunca con-
cretar su deseo "temerosa de que la mate o le de un golpe como
ella sabe acostumbra a hacer". Por su parte, la esposa de Vázquez,
María de la Luz García, solicitó al Tribunal que enviase a prisión
a su marido por la "mala vida" que éste le daba, ya que no le pa-
saba nada para sus alimentos, intentaba quitarle el dinero que ella
obtenía con su trabajo y pretendía empeñar todas sus prendas. Este
argumento se reforzó con la declaración que rindió a la justicia
Mariano Duarte, el patrón de María, quien había accedido a pro-
teger a su sirvienta de las molestias periódicas que Vázquez le
causaba al ingresar en las casas donde trabajaba con el fin de "com-
prometer" a su mujer en el trabajo e "inquietarla en su vida cris-

146
tiana". Asimismo, Duarte empleó las palabras exactas de la ley y
caracterizó al acusado como un "vago, tahúr y mal entretenido"
que únicamente se ocupaba de holgar en un billar y que, además
de darle mala vida a su mujer, buscaba vivir a expensas de ella.
A pesar del contenido de estos testimonios, el Tribunal deci-
dió liberar al acusado, que se encontraba detenido en la cárcel de la
ex Acordada en espera de ser enviado al ejército. Los documentos
que probaban la posesión y el ejercicio de un oficio y la interven-
ción de un fiador parecen haber promovido esta sentencia favora-
ble. Sin embargo, el caso no quedó allí. Al poco tiempo el Tribu-
nal tuvo que revertir su fallo, ya que se comprobó que Vázquez no
había modificado su conducta; es decir, no había devuelto a su
esposa ninguna de las prendas robadas, ni le había otorgado dine-
ro para los alimentos, contrario a lo que esperaban los jueces. Tras
esta información, el fiador expresó su arrepentimiento, retiró el
depósito y, finalmente, Vázquez fue puesto a disposición del gober-
nador en calidad de "vago y pernicioso a la sociedad". 88
Las mujeres aprovecharon el canal institucional del Tribunal
de Vagos para dirimir asuntos que las afectaban en su vida cotidia-
na. Para regresar a un cierto bienestar trastocado o asegurar una
tranquilidad amenazada por la violencia masculina, las mujeres
denunciaron y expusieron sus problemas ante la justicia. En estos
casos parece haber sido suficiente para ellas el desarrollo de un
proceso judicial que sirviera como advertencia o escarmiento para
el imputado, sin que esperaran forzosamente un castigo como
vago para el mismo. En contraste, la revisión de otros expedientes
reveló la voluntad directa de las mujeres por promover sentencias
negativas contra sus maridos. Quizás ellas no tuvieron miedo a
que sus compañeros fueran a prisión o al servicio en las armas, tal
vez porque también era poco lo que tenían que perder con una
condena. Por ahora, no podemos dar una respuesta definitiva a los
interrogantes que surgen de la revisión de estos litigios, en los cua-
88
"El reo Andrés Vázquez apela para que se revoque la sentencia del Juez Menor
que lo declaró como tal vago", en AHCM, Vagos, vol. 4784, exp. 484, 1851.

147
les las cuestiones del orden privado se manifestaban en el terreno
público del Tribunal.
Tal parece el caso de Joaquín Patiño quien para restablecer
cierto equilibrio puesto en tela de juicio, resolver sus problemas
familiares o simplemente poner fin a un asunto disruptor del orden
doméstico a través de la venganza, denunció ante el Tribunal a
Manuel Moreno, un español que había establecido desde tiempo
atrás relaciones amorosas con su esposa. Ante la proximidad del
arribo de este hombre a la ciudad en compañía de cantantes italia-
nos contratados por el Teatro Nacional, Patiño decidió exponer
sus problemas ante la justicia. En una prosa extensa y nutrida,
este hombre explicó reiteradas veces todo el universo de males y
perjuicios que la presencia de Moreno traería para su familia y la
sociedad en general. Para lograr sus fines no escatimó en emplear
duros calificativos para referirse al comportamiento y hábitos de
vida del español, a quien definió como un "verdadero vagamundo,
hombre inmoral y nocivo a la sociedad". Esta utilización del dis-
curso de la ley se reveló también en las imágenes del adulterio que
afectaba drásticamente el orden legítimo del hogar fundado en el
honor de sus miembros y en el papel central que desempeñaba la
mujer. En un tono que no ocultaba el enojo, Patiño explicaba cómo
esta relación de su mujer con el acusado dejaba "a un inocente
niño sin madre, a un marido honrado sin esposa, y a ésta sin más
honor que su vergüenza".89 En consecuencia, solicitaba la ayuda del
Tribunal en su tarea de prevenir el desarrollo de este cuadro deso-
lador y escandaloso. De acuerdo con la información disponible
sabemos que el acusado quedó preso en la cárcel de la ciudad a
disposición del prefecto.
La gama tan amplia con que se definían en la legislación las
conductas escandalosas e inmorales podía llevar a incluir dentro
de las mismas este tipo de conductas que, sin lugar a dudas, cues-
tionaban valores centrales en la sociedad mexicana decimonónica.
89
"Averiguación sobre la conducta y modo de vivir del español Don Manuel Moreno",
en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 284, 1845. Nótese aquí el excepcional uso del Don.

148
La defensa del matrimonio percibida como una institución sagra-
da y, en todo caso, esencial para otorgar legitimidad a las uniones
amorosas 90 y la importancia del papel maternal inscrito en la "na-
turaleza" femenina, 91 no eran cuestiones menores. íntimamente
vinculado a estas miradas se encontraba la concepción del honor,
que si para el hombre se fundaba principalmente en la posición
social y el estatus económico, en el caso de las mujeres se aso-
ciaba directamente a su comportamiento sexual. Incluso buena
parte de la reputación de un hombre derivaba de la conducta que
podían demostrar sus parientes femeninos en este terreno. 92
Aunque no conocemos el alcance de estos conceptos entre los
sectores populares, lo que nos interesa es destacar la posible efi-
cacia de estos discursos en el campo judicial. Cuando este hom-
bre apelaba a los postulados del honor, del matrimonio y de la
90
A pesar de sus diferencias, las autoridades civiles y las eclesiásticas coincidían en
su visión del matrimonio como una fuente de moralidad para la sociedad y, por lo tanto,
propicio para la reproducción. En ese sentido, se difundía la imagen del matrimonio como el
único espacio aceptado para las relaciones sexuales. Al respecto, Carner, 1992.
91
La importancia otorgada a la maternidad no fue un rasgo particular del siglo xix.
Ya los reformadores ilustrados situados en el último tramo de la colonia, exaltaron en sus
escritos la función cívica de la misma por el papel que les cabía a las madres en la educa-
ción de los futuros ciudadanos. Sin embargo, hacia mediados del siglo xix, en conso-
nancia con los cambios económicos, sociales y políticos, se fue construyendo una imagen de
la maternidad que se vinculó en gran parte al ideal de domesticidad predominante en
Europa desde el siglo XVIII. Como parte de este proceso, se insistió en el deber de las
madres de atender con cariño y esmero todo lo relacionado con el cuidado de sus hijos.
Asimismo, se transfirió el espíritu religioso que rodeaba al culto de María a la maternidad
que, en ese sentido, se exaltó como una "función augusta", como una "misión sublime y
santa". Algunos trabajos que tocan este tema son Arrom, 1988; Carner, 1992. Para la
época porfiriana se puede ver el estudio de Radkau, 1989 y el de Ramos Escandón, 1992.
92
Se entendía que la honra femenina se basaba en una conducta sexual apropiada,
garantizada por la ausencia de relaciones sexuales fuera del matrimonio. Para el tema del
honor femenino en México durante la colonia, Seed, 1991, especialmente, p. 89; Twinam,
1991, p. 132; para el siglo xix, Arrom, 1988 y Carner, 1992. Algunas notas sobre el recor-
rido histórico del término honor se pueden encontrar en el diccionario etimológico de
Coraminas y Pascual, en donde se indica cómo el mismo había sido un concepto femeni-
no entre los siglos xi y xni y, posteriormente, se generalizó al masculino, en Coraminas y
Pascual, 1980, p. 383. Véanse también los sugerentes análisis de Julian Pitt-Rivers sobre
el honor masculino como superioridad y coraje y el femenino como pureza sexual. Corno
señala el autor, la mayor ofensa contra un hombre no era la que se realizaba a su conducta
sino a la de su madre, hermana o hija (mujeres que llevaban su misma sangre) y sobre la
de su esposa, en Pitt-Rivers, 1999 y Sills, 1979.

149
maternidad estaba recurriendo a principios y valores muy pre-
sentes en el mundo discursivo de los diversos actores sociales y
que, por lo mismo, podían contribuir a un desenlace favorable en
el ámbito de la justicia.

Consideraciones finales

Con el propósito de combatir la desmoralización y la inseguridad


que afectaba la vida de la ciudad, se impulsó desdé el gobierno la
política de corrección de la vagancia. Evitar, o al menos dismi-
nuir la criminalidad, asegurar un contingente de brazos para el
servicio en las armas y disolver los focos de tensión que represen-
taban las reuniones de individuos sin ocupación conocida en la
calle, las tabernas o la vía pública eran algunos de los beneficios
que debía reportar esta empresa. Sin embargo, la realidad que' se
reveló en el campo judicial trazó los límites de este proyecto.
Si, como se quejaba la prensa, la vagancia se castigaba poco,
no debemos olvidar que los supuestos vagos eran más bien arte-
sanos sin trabajo o con dificultades para mantenerse de lo que éste
les proporcionaba. Las referencias a la escasez de trabajo o a una
demanda inestable explicaban a menudo el estado de inactividad
productiva en que se encontraba un individuo cuando era deteni-
do por la policía, y bastaban, por lo mismo, para liberarlo de una
condena en el ámbito de la justicia. Asimismo, las exigencias eco-
nómicas planteadas por una vida de inseguridad y fragilidad para
afrontar el sostén personal y familiar fueron estrategias emplea-
das por los acusados para justificar, en cierta medida, su presencia
eventual en pulquerías y casas de juego a donde acudían con la es-
peranza de revertir su suerte en una partida exitosa.
En una sociedad donde la palabra desempeñaba un papel pro-
tagónico, fue clave la declaración rendida por los testigos ante la
justicia. Estos testimonios confluían en señalar la laboriosidad y
la constancia en el trabajo por parte de los acusados, lo cual, su-
mado al cumplimiento de sus obligaciones familiares, sustentaban
la honorabilidad y dignidad de los demandados ante el Tribunal.

150
Como mecanismo discursivo, en estas exposiciones rendidas ante
la justicia se impugnaron también vicios, como el juego y la bebi-
da, para coincidir con los rasgos negativos proclamados enérgica-
mente por los sectores dominantes. Aunque ésta era la única vía
para acceder a un fallo positivo, los esfuerzos por afirmar la excep-
cionalidad de estas prácticas revelaban, por su parte, un discurso
de los artesanos que rechazaban los vicios del alcohol y del juego en
los acusados y subrayaban, en cambio, la posesión de hábitos de
trabajo y moralidad entre los trabajadores calificados.
Las experiencias compartidas en el ámbito del trabajo, el trato
cotidiano producto de la proximidad en las viviendas y lo durade-
ro de estas relaciones, servían de fundamento a quienes actuaron
como testigos en los casos judiciales. Contar con estas solidarida-
des que traspasaban los límites y las jerarquías de los oficios, era
una herramienta eficaz que se podía utilizar en casos de necesi-
dad, tales como una detención por parte de las autoridades de la
ciudad. Los vínculos sociales y laborales entre acusados y testi-
gos creaban una trama de solidaridades que contribuyeron al de-
senlace favorable de estos juicios. Aunque falta todavía un mejor
análisis de las fuentes, los estudios realizados hasta el momento
sugieren que algunos de los miembros del Tribunal se desempeña-
ban también como propietarios de pulquerías y casas de juego,
espacios en donde tan a menudo se reclutaba a los vagos. En ese
sentido, no era tan evidente la disposición de estos funcionarios ju-
diciales para castigar duramente la vagancia. Estos intereses per-
sonales sumados a las ganancias que recaudaba el Ayuntamiento
de estos locales se tradujeron en una actitud más bien condes-
cendiente por parte del Tribunal que de esa manera no respondía
plenamente a los objetivos del gobierno del Departamento, que expi-
dió el decreto de 1845 contra la vagancia.
El afán por moralizar y disciplinar a los sectores populares
alentó la incursión de las autoridades en el terreno más íntimo, el
del hogar y la familia. Pero los destinatarios de estos discursos
aprovecharon, a su vez, la instancia legal que les ofrecía el Tribu-
nal para llevar sus problemas domésticos al terreno de la justicia.

151
Así, nos encontramos con padres disconformes con la conducta de
sus hijos, esposas que reclamaban por el mal comportamiento
de sus maridos e incluso terceros que reportaban los vicios de
otros. El Tribunal, aunque pensado exclusivamente desde las eli-
tes y el gobierno, abría resquicios para que los sectores populares
pudieran encontrar en ese ámbito una vía de solución para sus pro-
blemas cotidianos. Sin embargo, entre los requerimientos estatales
y las expectativas populares existía, como ya dijimos, una distan-
cia. Aunque ambos pudieran compartir quejas y preocupacio-
nes, se trataba de miradas diferentes sobre cómo debía operar la
justicia.

Siglas y referencias

Archivos

AHCM Vagos, Archivo Histórico de la Ciudad de México.

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156
SONIA PÉREZ TOLEDO

TRABAJADORES URBANOS, EMPLEO

Y CONTROL EN LA CIUDAD DE MÉXICO

E N ABRIL DE 1852, el Tribunal de vagos sentenció al carpintero


Quirino Escobar a trabajar por tres años en los talleres del
Tecpan de Santiago,1 a pesar de que en su declaración había indicado
que "esta[ba] trabajando en el callejón de Marquezote [sic] núm. 6
con el maestro Manuel Reyes donde lo puso su padre y su Ma-
dre".2 Durante ese año, la misma suerte corrieron José María Corde-
ro (quien era sastre y tenía 19 años) y Juan Puerto. Este último, a
sus 16 años ya había sido sentenciado a aprender el oficio de biz-
cochero en el Hospicio de Pobres, lugar del cual se había escapado.3
Las sumarias que se hicieron a estos individuos nos dicen
muy poco acerca de ellos y sobre la justicia o no de las sentencias
a las que se les condenó, pero en cambio nos dicen mucho acerca
de los procedimientos y la aplicación de leyes por parte de las
autoridades del Distrito Federal, cuya intencionalidad era compe-
ler al trabajo y reformar las costumbres de los sectores populares
de la ciudad de México.
1
Durante la Colonia, el Tecpan de Santiago fue el juzgado de litigios de la parcialidad
de Santiago Tlatelolco. En el siglo xix, el edificio se utilizó como casa correccional para
jóvenes. En 1850, el Ayuntamiento de la ciudad de México tomó en arrendamiento parte
de la construcción para recibir a jóvenes que no procedían de la prisión, sino que eran en-
viados por sus padres o porque no había suficiente espacio en el Hospicio de Pobres. En ese
año, el gobernador del Distrito Federal estableció en el Tecpan talleres para la enseñanza
de oficios mecánicos. Rivera Cambas, 1972, t. 2, pp. 81-87.
2
"Información de vaguedad del reo Quirino Escobar", México, IV. 1852, en AHCM,
Vagos, vol. 4785, exp. 498.
3
"Contra Pablo Castro y José María Cordero por vagos", México, 14.IV. 1852 y
"Contra Juan Puerto por vago", México, 11.1852, en AHCM, Vagos, vol. 4785, exps. 493
y 500, respectivamente.

157
La coacción al trabajo ejercida por las autoridades sobre una
amplia población de la ciudad de México a mediados del siglo xix
no era una situación inédita, sino todo lo contrario. Por lo menos
desde mediados del siglo XVIII aparecen, en documentos de diver-
so tipo, referencias continuas al ocio y a la vagancia, así como al
trabajo, que las élites consideraban como el remedio para for-
mar individuos útiles y virtuosos. Un siglo antes de que estos jó-
venes fueran a parar al Tecpan de Santiago, la intensificación de la
campaña contra la vagancia y la mendicidad respondía, en buena
medida, a la impronta del pensamiento ilustrado y reformador que
podemos ver con más claridad, por ejemplo, en el escrito anóni-
mo de policía de 1788, que aludió a las costumbres de la "ínfima
plebe", de la "gente grosera" y "soez", como una de las terribles
enfermedades de la capital de la Nueva España. 4
Esta campaña contra la vagancia y a favor del trabajo quedó
también plasmada en las leyes y disposiciones del periodo. La ley de
1745, que condenaba las formas de esparcimiento y el ocio, se
aplicó en los años que siguieron a la consumación de la Indepen-
dencia. Sin embargo, la nueva situación que devino con la guerra,
los conflictos y la inestabilidad política de las primeras décadas
del siglo xix, así como la precaria situación económica que para una
amplia mayoría de la población significó enfrentar un mercado labo-
ral restringido, imprimieron su propio sello a la campaña a favor
de la compulsión al trabajo y contra la vagancia.
Este ensayo busca mostrar las características que, al promediar
el siglo xix, asumió la coacción al trabajo y su expresión a través
de normas y disposiciones legales emitidas por el gobierno del
Distrito Federal, en las que el binomio trabajo-ocio formó parte
del discurso de las élites, las cuales pretendían la reestructuración de
hábitos y costumbres de las clases populares urbanas. 5 Para ello,
en la primera parte de este estudio me ocupo de algunas de las ca-
racterísticas de la estructura social de la ciudad de México y cen-
4
A1 respecto pueden verse Anónimo, 1982 y Villarroel, 1979. Para un análisis sobre
el pensamiento de la época véase Sacristán, 1994. Sobre este proceso en Guatemala, véase
en este volumen el artículo de Tania Sagastume Paiz.
5
Lida, 1997a.

158
tro mi atención en dos tipos de trabajadores; los artesanos y la po-
blación dedicada a los servicios, los cuales al mediar el siglo xix con-
formaban la mayor parte de los trabajadores de esta ciudad. La
segunda y tercera parte abordan algunas de las disposiciones lega-
les, particularmente las emitidas entre 1840 y 1860, con el propó-
sito de mostrar cómo se intentó regular el trabajo y el tiempo libre
de esta población. La cuarta parte está destinada a plantear algu-
nos elementos para el estudio de las mujeres trabajadoras, a quienes
las autoridades también incorporaron dentro de este intento de
reestructurar las costumbres.

La población y los trabajadores urbanos

La ciudad de México, la más poblada de América en el siglo XIX,


constituyó desde los tiempos de la Colonia el centro político y admi-
nistrativo de la Nueva España. En este centro urbano se asentó
una población numéricamente importante y extremadamente he-
terogénea. La desigualdad social que caracterizó a la urbe ha sido
explicada por Dolores Morales a través del estudio de la distribu-
ción de la propiedad. En 1813, como lo ha mostrado esta autora,
la concentración de la propiedad en un reducido grupo de 41 gran-
des propietarios contrastaba con una abrumadora mayoría de
individuos -98.6 por ciento de la población total- que no poseía
vivienda propia. 6 Sin embargo, el solo análisis de la distribución
de la propiedad no permite observar la compleja jerarquización y
gradación interna de los diversos sectores urbanos en la primera
mitad del siglo XIX.
Esta gradación estuvo presente, incluso, entre el amplio sector
de la población no propietaria de inmuebles, pues existía una gran
diferencia entre el individuo que era dueño de sus instrumentos de
trabajo o del conocimiento laboral y técnico, como los artesanos,
y aquel que realizaba una actividad para la cual no se requería una
mayor especialización, como en muchos de los servicios realiza-
6
Véase Morales, 1976, pp. 363-402 y 1986, pp. 80-89.

159
dos, por ejemplo, por los cargadores, aguadores y mandaderos,
entre otros. Asimismo, la posibilidad de acceder a un empleo, o la
falta de éste, contribuyó a establecer diferencias sociales que apa-
recen con claridad en las innumerables campañas emprendidas con-
tra el "ocio", la "vagancia" y la mendicidad. Estas diferencias tam-
bién se reflejan ampliamente en las continuas referencias acerca
de los "léperos" 7 y de la población "decente", que aparecen en las
crónicas y la literatura costumbrista del periodo.
La preocupación acerca de la naturaleza y las características
de la sociedad mexicana del siglo XIX no ha sido exclusiva de los
historiadores de hoy; algunos contemporáneos de entonces tra-
taron de explicar la sociedad de la que formaron parte. Por ejem-
plo, mientras Guillermo Prieto escribió en relación con la sociedad
mexicana de su tiempo que "lo que lucho por caracterizar y no
acierto cómo, es la fisonomía de aquella sociedad tan heterogé-
nea, formada de secciones completas", 8 otros hombres buscaron
conocer ese mundo mediante la recopilación de información de
naturaleza estadística, o bien intentaron caracterizar a los distin-
tos grupos sociales que lo conformaban a partir del acceso a la
propiedad, como en el caso de Mariano Otero. 9

La población

Para 1842, de acuerdo con la información obtenida del Padrón de


la Municipalidad de México, la población que residía en la ciudad
7
La palabra "lépero", de origen incierto, se utilizó en México durante el siglo XIX
para designar al "pobre y miserable"; se sabe por un viajero que en Texas se llamaba así a
la gente del "bajo pueblo". Corominas y Pascual, 1980-1991, vol. m, pp. 631-632. Es un
adjetivo que hace referencia a los individuos de la "plebe", a sus características y condi-
ción "moral baja", Santamaría, 1992, p. 661. De acuerdo con Franz Mayer, ésta era una
denominación peyorativa derivada de la palabra "lepra", que remitía al comportamiento de
estos individuos. Mayer, 1953, pp. 63-64. En términos generales, la palabra alude a un
grupo social muy amplio y heterogéneo, entre el que se encontraban trabajadores pobres y
marginados sociales.
8
Prieto, 1985 p. 73.
9
Otero, 1842. Hombres como José Gómez, conde de la Cortina, Jesús Hermosa o
Antonio García Cubas, entre otros más, legaron documentos que hoy nos permiten acerca-
nos a esa sociedad. Véase Mayer Celis, 1999.

160
de forma más o menos permanente era cercana a los 115,000
individuos; a éstos se sumaba la que podríamos llamar población
flotante, de más de 6,000, constituida fundamentalmente por las
milicias acuarteladas en la capital. 10 A partir de la información
que ofrece esta fuente, se puede afirmar que la ciudad de México
no había cambiado sustancialmente su composición demográfica
desde los últimos años del siglo XVIII. 11 De esta manera, al iniciar-
se la quinta década del siglo xix, el tamaño de la población de la
ciudad de México se había mantenido casi estable. Contrariamen-
te a lo que pensaban algunos contemporáneos, los habitantes de la
capital no sobrepasaban la cifra de 121,000 almas, ya que las con-
diciones de la época no permitieron un aumento demográfico sig-
nificativo, a pesar de la migración hacia la urbe. 12
Como en los últimos años del siglo XVIII y los primeros del
siglo xix, en 1842 poco más de la mitad de los habitantes de la
ciudad eran mujeres (54.5 por ciento), en contraste con un núme-
ro menor de hombres (45.5 por ciento). La edad promedio de la
población era de 25 años (los niños menores de 6 años sólo con-
formaban el 12 por ciento) y la edad promedio de matrimonio
para las mujeres rondaba los 21 años y era menor que la de los
hombres, tal como lo muestra Silvia Arrom para 1811. 13 En el
cuadro 1 podemos observar que, del total de habitantes registra-
dos en ese año, los nacidos en la ciudad representaban 56.1 por
ciento, mientras que el 43.9 por ciento restante eran inmigrantes de
10
Un primer análisis de los datos completos del Padrón de 1842 proporciona prácti-
camente las mismas cifras que se pueden obtener de los resúmenes de manzana que apa-
recen en esta fuente. Véase Pérez Toledo y Klein, 1996 y "Padrón de la Municipalidad de
México", en AHCM, Padrones, vols. 3406-3407. Por otra parte, esta misma información se
desprende de un dictamen de 1847. Véase "Comisión de Elecciones", México,
27.VII.1847, en AHCM, Actas de Cabildo Originales (microficha), vol. 169-A.
11
La información estadística que presento la obtuve a partir del análisis de la "Base
de datos del Padrón de la Municipalidad de México de 1842" que integré con la informa-
ción que contiene este Padrón. La base electrónica de datos está conformada por 118,124
registros que incluyen dirección, nombre, edad, sexo, origen, estado, oficio y voto de los
individuos registrados en la fuente. Véase Pérez Toledo y Klein, 1996.
12
Pérez Toledo, 1994, pp. 151-164.
13
La edad promedio de matrimonio de las mujeres era de 21.4 y la de los hombres
de 23.6 años. Arrom, 1978, p. 385, cuadro 4.

161
otros departamentos de la república, particularmente de los más
cercanos a la capital del país. 14
Estos inmigrantes eran, sobre todo, adultos jóvenes (hombres
y mujeres entre 15 y 34 años de edad) 15 que se trasladaban a la ca-
pital en busca de empleo y que provenían fundamentalmente de lo
que hoy constituye los estados de México, Puebla, Hidalgo,
Querétaro, Guanajuato, así como las zonas y municipios cercanos a
la ciudad que hoy forman parte del Distrito Federal. Por otra par-
te, aunque en general los cuarteles mayores del centro de la ciu-
dad tenían mayor densidad de población, gran parte de los adultos
que no habían nacido en la capital vivía en los cuarteles periféri-
cos de la ciudad.16

CUADRO 1
DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN
E N E L E S P A C I O U R B A N O E N 1842

Población Origen
Cuarteles Total Hombres Mujeres Ciudad de México Inmigrantes

Centrales 52,414 23,475 28,931 34,134 18,280


(45.2%) (45.3%) (45.2%) (52.4%) (35.9%)
Periféricos 63,638 28,373 35,132 31,000 32,638
(54.8%) (54.7%) (54.8%) (47.6%) (64.1%)
Total 116,052 51,848 64,063 65,134 50,918
(100%) (100%) (100%) (100%) (100%)

Fuente: Elaborado a partir del Padrón de 1842.

14
Los inmigrantes extranjeros en este año representaban poco más del 2 por ciento y,
como en otros periodos, la mayoría eran españoles. Véase Lida, 1997 y Pérez Toledo, 1999,
pp. 261-293.
15
La edad promedio de los inmigrantes era de 27.4 años, mientras que la de los naci-
dos en la ciudad era de 23.1 años. Véase Pérez Toledo y Klein, 1996, p. 255.
16
De acuerdo con las Ordenanzas de 1782, la ciudad fue dividida en ocho cuarteles
mayores y 32 cuarteles menores. Los funcionarios del cuerpo edilicio, alcaldes de barrio y
de cuartel, fueron los encargados de vigilar que se cumplieran las disposiciones de "po-
licía y buen gobierno". Véase "Bando del virrey Martín de Mayorga en que se divide la
ciudad...", AGN, Impresos Oficiales, vol. XIII, exp. 16, ff. 61-63; véase Báez Macías, 1969,
pp. 51-125.

162
De los individuos originarios de la ciudad, las mujeres cons-
tituían más de la mitad, en una proporción apenas un poco mayor
al total de la población femenina y masculina de la urbe en 1842
(las mujeres de la ciudad representan 57.4 por ciento y los hom-
bres 42.6 por ciento). Como en otros momentos y poblaciones de
América Latina, la población que residía en la capital en 1842 te-
nía un mayor número de hombres casados y un reducido número
de viudos, en contraste con las mujeres cuyo número de viudas
era superior a las casadas. Si consideramos a las personas mayo-
res de 15 años, podemos verificar que cerca del 53 por ciento de
los inmigrantes estaba casado y sólo 47 por ciento de los origina-
rios de la capital se encontraban en esta misma categoría.

Las actividades productivas

En 1842, la población de la ciudad de México sobre la que se cono-


ce el oficio o profesión es apenas mayor a los 48,000 individuos,
pues a la mayor parte de los habitantes, fundamentalmente niños y
mujeres, no se les consignó ningún oficio. En el caso de las muje-
res, el padrón sólo registra oficio o actividades para el 16 por cien-
to (10,326) aunque, como sabemos, la mayoría de ellas desem-
peñaba actividades dentro de su hogar y, probablemente, muchas
de las mujeres pobres contribuían con su esfuerzo o algún tipo de
trabajo a la economía de sus familias, asunto sobre el que volveré
más adelante.17 Respecto de la población masculina, se conoce el
oficio de poco más del 70 por ciento. Este porcentaje es bastante
elevado si consideramos que debido al origen de la fuente a la
mayoría de los hombres menores de 15 años no se les consignó
ningún oficio.
Como se muestra en el cuadro 2, a mediados del siglo xix las
actividades artesanales concentraban la proporción más elevada
de la población de la ciudad de México y constituían el 29 por
ciento. Estos trabajadores habían tenido gran importancia econó-
mica y social desde el periodo colonial. En el siglo xix, como se
17
Al respecto véase Arrom, 1988.

163
CUADRO 2

ACTIVIDADES DE LA POBLACIÓN
D E L A C I U D A D E N 1842

Actividades Número %

Artesanales (incluye talleres y manufacturas) 13,835 28.77


Servicios* 11,338 23.58
Militares 9,814 20.41
Comerciales 6,764 14.07
Profesiones liberales 3,583 7.45
Agrícola-ganaderas y mineras** 2,148 2.14
Servicio público y de gobierno 796 1.65
Enfermos, impedidos y sin oficio 622 1.29
Religiosas 309 0.64
Total*** 48,089 100.00

Fuente: Elaborado a partir del Padrón de 1842.


* Incluye a porteros, aguadores, cargadores y cocheros, entre otros.
** Incluye actividades relativas a la caza y la pesca.
***Se desconoce el oficio de la mayoría de las mujeres y de los niños.

aprecia a partir de estas cifras, el artesanado mantuvo su impor-


tancia numérica a pesar de que las crisis económica y política que
acompañaron a la Independencia contribuyeron a la contracción
del mercado laboral y al deterioro de sus condiciones de trabajo. A
partir de 1821, y durante las agitadas décadas que siguieron, los
artesanos enfrentaron la competencia de manufacturas extranjeras
que llegaron al país como resultado del colapso del monopolio co-
mercial ejercido por España. Por otra parte, también tuvieron que
hacer frente al ataque a sus antiguas formas de organización en
gremios a consecuencia de la política que promovió la libertad de
oficio que, aunque se inició en el último cuarto del siglo XVIII,
continuó y tomó fuerza en la siguiente centuria con el ascenso del
liberalismo. 18
En estas condiciones, el artesanado de la ciudad de México
compartió con otros trabajadores urbanos la falta de empleo y la
pobreza ocasionadas por la contracción del mercado laboral que,
18
Sobre el tema véase Pérez Toledo, 1996.

164
cuando mucho, sólo les proporcionaba algún ingreso de manera
temporal e incluso estacional. De tal forma, a pesar de que los arte-
sanos se reconocían a sí mismos como hombres útiles que po-
seían un oficio que los hacía diferentes de otros trabajadores y que
entre ellos mismos establecían sus propias jerarquías, muchas
veces se tuvieron que ocupar en actividades diferentes a las de su
arte, como en los servicios, lo cual implicó una paulatina "descali-
ficación" laboral.19
A mediados del siglo XIX, las actividades de servicio reunían
al segundo gran grupo de la población capitalina y, comúnmente,
eran la segunda opción de trabajo para las clases populares urba-
nas, ya que en los servicios se ocupaba poco más del 23 por cien-
to de la población de la ciudad de México. Por su parte, aquellas
actividades vinculadas directamente con las armas estuvieron en
tercer lugar, con el 20 por ciento; este porcentaje era acorde con las
condiciones políticas que privaron durante el siglo xix. Finalmen-
te, con el 14 por ciento estaban quienes se dedicaban a las activi-
dades de carácter comercial.
Entre los individuos dedicados al trabajo artesanal, la mayor
parte se ocupaba en oficios relacionados con la producción textil,
como hiladores, tejedores y sastres, rama que, sin duda, fue la más
golpeada por la importación de manufacturas de origen inglés. En
este rubro, los hiladores y los tejedores fueron los más afecta-
dos; esto no sólo fue así en la primera mitad del siglo xix, sino
también en los años subsiguientes, pues entre 1842 y 1865 el nú-
mero de talleres artesanales dedicados al tejido se redujo en más
del 40 por ciento. 20 En orden de importancia seguían quienes tra-
bajaban el cuero, específicamente los zapateros, y después los
carpinteros. En estos tipos de actividades se encontraban, por lo
menos, 1,672 mujeres, de las cuales más del 80 por ciento se de-
sempeñaba como costurera.

19
Éste es, por jemplo, el caso de Leocadio Aguilar oficial de pintura que en 1845 no
ejercía su oficio "porque no ganaba casi nada con él [por lo cual] se dedicó a servir".
"Contra Leocadio Aguilar", México, IX.1845, en AHCM, Vagos, vol. 4156, exp. 264.
20
Pérez Toledo e Illades, 1998, pp. 83-84, véanse cuadro 2 y gráfica.

165
En cuanto a las actividades vinculadas a los servicios, la
información del padrón muestra que de 11,338 personas, el traba-
jo propiamente doméstico, realizado por los criados, sirvientes o
domésticos, ocupaba a más de 9,500 individuos. Vale la pena des-
tacar que esta cifra es superior a la de todos aquéllos dedicados al
comercio y muy cercana al total de quienes se encontraban en
el ejército y las milicias. La alta proporción de personas en los
servicios expresa con claridad las características de la urbe a me-
diados del siglo. Estas actividades eran desempeñadas mayoritari-
amente por mujeres, en una proporción para éstas del 65.2 por
ciento (con un número total de 6,268) y del 34.8 por ciento para
los hombres, lo cual significa que más del 60 por ciento de la po-
blación femenina urbana tenía como medio de sustento el trabajo
doméstico. Después de estos trabajadores se encontraban los car-
gadores, aguadores, cocheros, porteros y lacayos, que en conjunto
sumaban 1,591. Entre estos servidores y los sirvientes domésticos
se conformaba cerca del 99 por ciento de los individuos agrupa-
dos en esta categoría. Uno de los pocos estudios que existen sobre
estos trabajadores indica que la proporción tan elevada de sirvien-
tes significaba la poca capacidad de la ciudad para proporcionar
otras alternativas de trabajo a su población. 21
En lo que se refiere al tercer rubro del cuadro 2, la actividad
militar, no es de extrañar que los individuos que declararon tener
como oficio o profesión las armas formaran una proporción tan ele-
vada, pues, como sabemos, el número y la importancia del ejército
aumentaron durante los primeros años que siguieron a las guerras
de Independencia.22 Sin embargo, la mayoría de los individuos asig-
nados a los batallones no eran originarios de la ciudad, sino que
provenían de lo que Alejandra Moreno y Carlos Aguirre han de-
nominado la "zona de influencia" de la capital, es decir, de los
21
Salazar, 1978, p. 124.
22
Esteban Sánchez de Tagle hizo un somero análisis sobre la composición de
algunos de los batallones acuartelados en la capital a partir de la fuente que utilizo en este
ensayo, pero contabilizó una cifra bastante inferior a la que yo obtuve. Este autor calculó
para 1842 un total de 5,930 hombres, pero la cifra que arroja el padrón es superior en casi
40 por ciento. Véase Sánchez de Tagle, 1978, p. 139.

166
mismos estados de los cuales procedía la mayoría de los inmigran-
tes. 23 De hecho, como apunté antes, los militares pueden consi-
derarse como una población flotante acuartelada en la ciudad, que
requiere de un estudio específico. Incluso los miembros del Ayun-
tamiento de 1847 hicieron hincapié en la necesidad de actualizar
permanentemente la información estadística de estos individuos,
pues consideraban, no sin razón, que la vertiginosidad política y
los conflictos de orden militar los convertía en una población nu-
méricamente inestable. 24 En 1842, los militares se componían de
una abrumadora mayoría de soldados rasos, que conformaban más
del 50 por ciento (en total 5,256), la otra mitad prácticamente se
distribuía entre oficiales de rangos bajos e intermedios, ya que los
que tenían el grado de general sumaban el 1 por ciento.
Las actividades de carácter comercial, que ocupan el cuarto
lugar en el cuadro 2, eran realizadas, fundamentalmente, por hom-
bres que representaban algo más del 80 por ciento de sus miembros.
Sin embargo, vale la pena subrayar que para una parte de la po-
blación femenina, el comercio también fue una forma de vida y
una alternativa de ingreso, ya que las mujeres alcanzaban el 19
por ciento. Creo necesario hacer una consideración sobre el co-
mercio en términos más amplios, que permita matizar las cifras y
avanzar en el terreno de la explicación. Como sabemos, el comer-
cio era una actividad muy importante de la capital, a la cual se de-
dicó un heterogéneo grupo de sus habitantes; por ello, es necesario
no perder de vista que la diferenciación social entre los individuos
ocupados en el comercio era inmensa. Resulta importante distin-
guir entre los que tenían un gran capital, que eran los menos, los
pequeños comerciantes de los tendejones y puestos callejeros y
los vendedores ambulantes, así como de los empleados en los co-
mercios. Es evidente que esta amplia gama significaba contrastes
enormes.

23
Aguirre Anaya y Moreno, 1975. Serrano, 1993 y 1996.
24
"Dictamen de la Comisión de Elecciones del Ayuntamiento", México,
27.VII.1847, en AHCM, Actas de Cabildo, Microfícha del vol. 169-A. Para una visión más
amplia sobre las milicias, Serrano, 1993 y 1996, pp. 131-154.

167
Respecto a las restantes actividades del cuadro 2, lo que hoy
llamamos "profesiones liberales" ocupa el quinto lugar, pero el
número de individuos agrupados en esta categoría se reduce drás-
ticamente en comparación con la de los comerciantes. Las activi-
dades realizadas por estas personas estaban fundamentalmente
relacionadas con el ejercicio de la abogacía (jurisprudencia), la
enseñanza o el estudio - p o r lo cual aquí se incluye un mayor
número de niños y adolescentes sobre los cuales la fuente ofrece
información-, y en una proporción mínima a la medicina. Como
bien sabemos, la ciudad del siglo xix tenía límites bastante dilui-
dos entre lo que podríamos llamar "lo urbano" y "lo rural". Esto
se observa cuando vemos que las actividades agrícolas y ganade-
ras ocupaban a más del doble de individuos que las relacionadas
con los servicios públicos y de gobierno y a más del triple en las de
la vida religiosa. En relación con las primeras, vale la pena apun-
tar que su mayor parte estaba formada por labradores y hortelanos
que trabajaban en las huertas, ranchos y haciendas que conforma-
ban el paisaje de la Municipalidad de México.
Por su parte, las actividades relativas a los servicios públi-
cos y de gobierno, que sólo ocupaban a un poco más del 1.6 por
ciento de la población en 1842, incluía a los funcionarios de alto
nivel, como los ministros y el presidente, a los empleados de las
dependencias de gobierno, a los miembros del gobierno de la ciu-
dad, como los alcaldes, auxiliares, guardas, serenos y guarda-
faroles, entre otros. Por otra parte, no debe sorprender el escaso
tamaño de la población dedicada a los asuntos religiosos, ya que
el proceso de secularización iniciado desde las últimas décadas
del siglo XVIII continuó avanzando a lo largo del siglo xix. A esto
se agregó el éxodo voluntario o forzado desde el inicio de las
guerras de Independencia de miembros del clero, la ruptura de
relaciones con el Vaticano, así como el franco deterioro de la si-
tuación económica de la Iglesia en México.
Finalmente, respecto de los enfermos, impedidos y sin oficio
que se registraron en 1842 se puede afirmar que la cifra es extre-
madamente reducida y que no representa más que mínimamente a

168
la población de la ciudad que tenía estas características. En el
caso de los enfermos e impedidos se incluyeron sólo a aquellas
personas que se encontraban hospitalizadas en el momento en el
que se realizó el empadronamiento, pero no a todos los indivi-
duos que padecían alguna de las múltiples enfermedades que con
frecuencia enfrentó la población capitalina de la época.25 En rela-
ción con los individuos sin oficio incluidos en este mismo rubro,
las condiciones del mercado laboral a las que se ha hecho referen-
cia hacen suponer, fundadamente, que el número de personas sin
oficio era mucho mayor que el que resulta de esta fuente. Al res-
pecto, vale la pena no perder de vista que declararse "sin oficio"
era tanto como declararse "vago", y ello podía implicar desde la
suspensión de los derechos particulares del ciudadano, hasta la po-
sibilidad de enfrentarse a juicio en el Tribunal de vagos.26
Para sintetizar, como se desprende de la información anterior,
el artesanado y quienes se empleaban en los servicios constituye-
ron el grupo mayoritario de la población de la ciudad al promediar
el siglo xix. En conjunto, estos dos grupos sociales, diferenciados
entre sí y con sus propias jerarquías internas, alcanzaron un total
superior a 25,000 individuos, lo cual sumaba un poco más de la
mitad de la población con oficio contabilizada en 1842.27 Éstos,
junto con los comerciantes en pequeño -a los que es difícil dis-
tinguir a partir de nuestra fuente-, formaron parte de las clases
populares urbanas a las que las autoridades y las élites intentaron
controlar.28 Aunque las disposiciones legales sobre el uso del tiempo
25
Las condiciones sanitarias de la ciudad y las condiciones de vida que prevalecieron
durante la primera mitad del siglo xix contribuyeron a que los más débiles y desposeídos
de la capital fueran más susceptibles a las pandemias, epidemias y endemias. Lugo y
Malvido, 1994, pp. 303-306; Márquez Morfín, 1994.
26
No hay que perder de vista que el objeto del empadronamiento era contar a la
población que podía votar para la elección de diputados al Congreso del 42.
27
Los artesanos y quienes trabajaban en el sector de los servicios suman 25,173 y
representan 52.35 por ciento.
28
De acuerdo con Clara Ë. Lida, las clases populares, "trabajadoras y productivas",
abarcan un espectro social amplio que está formado por los artesanos, el "pueblo menudo
ocupado en servir", así como por "quienes dedicaban sus actividades cotidianas al pe-
queño comercio o al pequeño taller: los tenderos, los empleados, los maestros de oficio",
Lida, 1997a, p. 4.

169
libre y el trabajo de este periodo eran de carácter general, en el
apartado siguiente veremos como muchas de ellas aludieron di-
rectamente a estos trabajadores a los que con frecuencia tanto
temían. El esfuerzo regulador de las autoridades, sobre todo al
iniciar la quinta década del siglo xix, estuvo dirigido especial-
mente a ellos.

La coacción al trabajo

De acuerdo con las atribuciones conferidas en 1812 por la Consti-


tución de Cádiz y más tarde por las constituciones y leyes nacio-
nales durante el siglo xix, correspondió al Ayuntamiento capitalino
ocuparse de múltiples actividades que se encontraban contenidas
en la noción de "policía" urbana. De acuerdo con ésta, era compe-
tencia y obligación de los regidores o alcaldes de la corporación
municipal vigilar a la población de la ciudad y cuidar que su com-
portamiento fuera acorde con las "buenas" costumbres de la época.
De esta suerte, tocó a las autoridades del Ayuntamiento "la disci-
plina de las costumbres, la salud pública, la reforma de los abusos
que pueden cometerse en [...] la observancia de los estatutos, le-
yes, bandos u ordenanzas municipales, la represión de los juegos,
el uso de las armas, de la ociosidad u holgazanería [...] el cuidado
de los caminos, calles, plazas y paseos, los teatros, espectáculos
y demás diversiones públicas". 29
Asimismo, otra de las atribuciones de los funcionarios del
Ayuntamiento que se desprende de esta noción, y que quedó expre-
samente señalada en disposiciones de orden general emanadas de
instancias superiores de gobierno, era la obligación de las autori-
dades del cuerpo edilicio vigilar que la población ejerciera algún
oficio y se dedicara al trabajo. En este sentido, si bien es cierto
que a partir del decreto de libertad de oficio de 1813 los artesanos
enfrentaron un vacío legal y que el Ayuntamiento dejó de regular
la producción y el trabajo artesanal como lo había hecho durante
29
Escriche, 1987, pp. 318-319. Para una discusión sobre la noción de "policía"
véanse Nacif Mina, 1994, pp. 9-50 y Rodríguez Kuri, 1994, pp. 51-94.

170
el periodo colonial,30 no por ello se debe asumir que una vez con-
sumada la Independencia las autoridades republicanas dejaron
actuar en completa libertad a este gran número de trabajadores.
De hecho, en 1840 el Ayuntamiento de la capital hizo explícitas
las medidas que contemplaba promulgar para promover la "indus-
tria".31 En los años que siguieron a esta fecha, el gobierno nacio-
nal promovió la organización de los trabajadores de las artes y
oficios en la Junta de Fomento de Artesanos que funcionó en la
capital de 1843 a 1846. Cuando desapareció esta Junta, el gobier-
no del Distrito Federal indicó que cuidaría de proporcionar "traba-
jo honesto y productivo a cualquier persona pobre" que lo solici-
tara.32 Más tarde, en 1850, a partir de la publicación del Reglamento
de inspectores de cuartel, se estableció que una de las atribucio-
nes de éstos era informar anualmente sobre el número y tipo de
talleres y establecimientos industriales ubicados en cada uno de los
cuarteles mayores en los que se encontraba dividida la capital. Este
informe debía incluir el número de maestros, oficiales y apren-
dices. 33
Estas disposiciones, así como las que intentaron organizar y
regular las labores de otros trabajadores urbanos, muestran que
del mismo modo que los artesanos establecían sus diferencias
frente a otros grupos sociales a partir de la posesión de un oficio,
30
Una visión más amplia de este proceso en Pérez Toledo, 1996.
31
Véanse "Ordenanzas formadas por la Junta Departamental en el año de 1840", Méxi-
co, 1840, en Castillo Velasco, 1869, pp. 491-500; y "Representación del Ayuntamiento de
esta capital en la defensa de la industria agrícola y fabril", México, 7.H.1841, en AHCM,
Comercio e Industria, vol. 522, exp. 5. El término industria, en esta época tiene el sentido
de actividad productiva o trabajo productivo.
32
"Bando de policía sobre hoteles, mesones, etcétera", México, 5.IX.1846, en
Dublán y Lozano, 1876, t. v, pp. 159-160.
33
"Reglamento de inspectores y demás agentes subalternos de la autoridad política",
México, 28.1.1850, en Dublán y Lozano, 1876, t. v, pp. 669-670. Tres años después, por
decreto del gobierno del Distrito Federal, se establecieron ocho prefecturas, una por cada
cuartel mayor en que se encontraba dividida la ciudad. Dicho decreto dispuso que era
obligación de los prefectos remitir al Ministerio de Fomento cada año la información
sobre los talleres y los artesanos, así como hacer cumplir la ley del 20 de agosto de 1853
en lo relativo a la consignación de los vagos. Véase "Decreto de gobierno. Se establecen
ocho prefecturas de policía en la capital", México, 28.IX.1853, en Dublán y Lozano, 1876,
t. vi, pp. 696-699.

171
las autoridades también establecían diferencias entre la población
cualificada y aquellos trabajadores que se ocupaban en activida-
des que, en principio, no requerían de un proceso de aprendizaje.34
Éste es un elemento que, probablemente, contribuye a explicar
por qué, a partir de la sexta década del siglo xix, las autoridades
intensificaron los intentos de organizar y controlar el trabajo y a
los trabajadores que prestaban servicios en calidad de sirvientes
domésticos, panaderos y tocineros, cargadores, aguadores e, inclu-
so, a los evangelistas,35 todos los cuales, como hemos visto, cons-
tituían la segunda gran mayoría de la población trabajadora de la
ciudad de México a mediados del siglo XIX.
Esta diferencia se observa claramente en el Reglamento de
cargadores de 1850 en el cual, a pesar de que se señalaba que todo
mexicano o habitante de la República era libre de ejercer su indus-
tria legal, arte, oficio o profesión, también se indicaba que existía
la obligación de cumplir con el "buen orden público para que
[fuera] útil". Tal y como se aprecia en este reglamento, el "buen
orden público" significó un esfuerzo explícito de control de estos
trabajadores por parte de las autoridades, lo cual no existió en tér-
minos semejantes para el artesanado.
De acuerdo con este reglamento, todos los cargadores de la
capital serían reunidos por los jefes de manzana y deberían llevar
el "papel o abono" de la casa de comercio para la cual trabajaban.
Para poder ser incluido en una lista nominal de cargadores que
pudieran desempeñarse como tales, dicho documento debía
expresar que el individuo no había tenido "mala conducta". Asi-
mismo, el reglamento estableció que en presencia del regidor o
alcalde del Ayuntamiento, los cargadores nombrarían un cabo para
cada crucero de las calles, un capataz para cada cuartel menor y un
34
En una parte del artículo 32 de la Constitución de 1857 se indicaba que se expe-
dirían leyes "para mejorar las condiciones de los mexicanos laboriosos, premiando á los
que se distingan en cualquier ciencia ó arte, estimulando al trabajo y fundando colegios y
escuelas prácticas de artes y oficios". Tena y Ramírez, 1995, p. 611.
35
Se denomina evangelista "al escribiente que en un puestecillo gana escasamente la
vida escribiendo las cartas u otros papeles que necesita el pueblo que no sabe leer o es-
cribir". De acuerdo con fuentes del periodo, "el evangelista es el secretario de los léperos,
el confidente de la chusma que no sabe leer ni escribir". Santamaría, 1992, p. 514.

172
capitán por cuartel mayor. A partir del 30 de septiembre de 1850,
para ejercer esta actividad, cada uno debía contar con una patente
expedida por la sección de policía del Ayuntamiento. Tal y como
quedó estipulado en el artículo 7, junto con la "patente recibirá
cada individuo un escudo de metal que llevará sobre el pecho; en
el mismo escudo se marcará el número que por orden progresivo
le toque; el cual por ningún motivo dejará de traer [...]". 36
Como es evidente, con estas disposiciones se buscó mayor
control sobre los cargadores, incluidos los adscritos a los almace-
nes y comercios, pues si bien se les permitía ejercer esta activi-
dad, primero debían presentarse ante el cabo, capataz y capitán
con su carta de buena conducta y sólo después podían obtener la
patente y escudo. Por tal razón se dispuso que era obligación de
los jefes de manzana y de los cargadores electos no permitir que
nadie se situara en las esquinas "bajo el pretexto de ocuparse en
los trabajos de cargador", si no contaba con la patente. En estos
casos se instruía a aquellos que avisaran al guardia diurno para que
aprehendiera al contraventor y, previa averiguación, fuera con-
signado como vago.
Otras de las reglas emitidas sobre los cargadores indicaban
que éstos podían ejercer la actividad fuera del cuartel asignado,
siempre y cuando notificaran a las autoridades el cambio. Tam-
poco podían dejar el ejercicio de cargador sin informarlo, ya que
se les tendría por vagos y serían juzgados como tales. Además,
las patentes serían refrendadas anualmente y en ellas se debía dar
cuenta de la conducta del individuo. En cuanto a los jóvenes, em-
pleados como cargadores en los mercados, los artículos 18 y 19
del reglamento establecieron que:

Cesan en los mercados de esta capital los jóvenes que hoy se


hayan [sic] ocupados en el ejercicio de cargadores, supuesto
que aquéllos deben dedicarse a aprender oficios [...].
36
El artículo 10 señalaba que la patente era personal y que "si la confrontación de la
filiación que en aquélla debe constar, no identifica al individuo que la porta con el legíti-
mo dueño, éste y el falsario" pagarían doce reales de multa o sufrirían ambos un mes de

173
Los administradores de los mercados harán por esta vez la
calificación de los jóvenes que deberán retirarse para apren-
der oficio, pasando una nota a la sección de policía, para que
los vigile por medio de los agentes subalternos. 37

Al finalizar 1850, el gobierno del Distrito, siguiendo el es-


quema de organización de los cargadores, reglamentó a los agua-
dores. Éstos, reunidos en las fuentes en las que se proveían de
agua, elegirían también un cabo, un capataz y un capitán; el capa-
taz elaboraría una lista con los datos de los aguadores: nombre,
estado, lugar de nacimiento y dirección. Los datos serían registra-
dos en un libro en la sección de policía del Ayuntamiento. Al
igual que a los cargadores, a los hombres encargados de distribuir
el agua se les otorgaría una patente y un escudo que debían portar
para poder dedicarse a su actividad. Además, los aguadores tenían
la obligación de presentar la patente cada mes con la finalidad de
que en ella se asentara una nota sobre su conducta y se certifica-
ra que no habían faltado al lugar de trabajo.38 Las penas que se
establecieron para quienes empeñaran el escudo, usararan patente
falsa o ejercieran como aguadores sin la patente correspondien-
te incluyeron multas, grilletes y juicios de vagancia y desobe-
diencia.39
Si bien es cierto que estos reglamentos muestran con claridad
el control que las autoridades tuvieron sobre los trabajadores, no
es menos cierto que esta organización les permitió fiscalizar tam-
bién el acceso al empleo. Al respecto, tal como lo señaló Alejandra
Moreno Toscano, hay que subrayar que la intermediación de los

grillete. Véase "Bando de policía. Reglamento de cargadores", México, 30.IX.1850, en


Dublán y Lozano, 1876, t. v, pp. 738-742.
37
"Bando de policía. Reglamento de cargadores", México, 30.IX.1850, en Dublán y
Lozano, 1876, t. v, pp. 740-741.
38
"Bando de policía sobre aguadores", México, 16.XII.1850, en Dublán y Lozano,
1876, t. v, pp. 775-778.
w
Los reglamentos de cargadores y aguadores estuvieron vigentes, por lo menos, has-
ta 1869, fecha en la que José María del Castillo Velasco recopiló las disposiciones del
Ayuntamiento. Véase "Nota del editor", en Castillo Velasco, 1869.

174
cabos, capataces y capitanes frente a los alcaldes de cuartel y sus
subalternos contribuyó a establecer una red de patrocinios y clien-
telas que se sustentó en la poca capacidad de la ciudad para ofre-
cer empleo a su población. 40 Esto era el resultado, entre otras
cosas, de la falta de capitales que apoyaran las actividades pro-
ductivas, ya que éstos eran invertidos en otros renglones o utiliza-
dos en la especulación, así como de los constantes conflictos
políticos y militares del periodo que, además de contribuir a la
inestabilidad, absorbían grandes cantidades de dinero. Así, la con-
tracción del mercado laboral hacía del empleo un privilegio al
cual se solía acceder a través de las relaciones personales y por
medio de la "recomendación" o el "favor". Conviene señalar, asi-
mismo, que la otra cara de estas prácticas era el establecimiento
de solidaridades verticales que, aunque no estuvieron exentas de
tensiones y conflictos, formaron parte del capital político al que
recurrían las élites en los momentos extremos de enfrentamiento
que caracterizaron al siglo xix mexicano. 41 Desde esta perspecti-
va, dadas las limitaciones generales del mercado de trabajo urba-
no, es probable que estas prácticas clientelares fueran comunes a
diversos trabajadores de la ciudad, sometidos a regulaciones
explícitas.
En estas circunstancias, probablemente como resultado del temor
que las clases populares provocaban a las élites y a las autorida-
des de la ciudad por su peligrosidad y potencial levantisco,42 así
como por el afán regulador que caracterizó a los gobiernos a par-
40
Véase Moreno Toscano, 1980, pp. 326-332. Sobre la falta de empleo para el arte-
sanado véase Pérez Toledo, 1996.
41
Existen pocos trabajos que abordan con profundidad el estudio de la participación
de las clases populares urbanas en los conflictos políticos y militares de la ciudad de Méxi-
co durante el siglo xix. Sin embargo, políticos y contemporáneos dejaron testimonio de la
manera cómo, en diversos momentos, las facciones políticas en contienda se apoyaron en y
movilizaron a estos sectores sociales. Un ejemplo de participación popular se encuentra en
el pronunciamiento militar a favor del federalismo, del 15 de julio de 1840, en el cual
Valentín Gómez Farias y José Urrea entregaron armas al "populacho", a la "gente de la
clase baja", a los "léperos" de la ciudad de México para combatir el gobierno centralista.
Pérez Toledo, 1992, pp. 35-42. Véase Arrom y Ortoll, 1996.
42
Chevalier, 1973, aborda este problema para la capital de Francia de mediados del
siglo xix.

175
tir de la década de 1840,43 no es sorprendente que en los años de
1860 el gobierno del Distrito Federal dictara disposiciones para
controlar al amplio grupo de trabajadores dedicados al servicio
doméstico. En relación con éstos, el bando del 6 de abril de 1862 se-
ñalaba que debían existir medidas de "sobrevigilancia" que permi-
tieran a los particulares conocer la "moralidad y anterior compor-
tamiento" de los trabajadores domésticos. 44 Para esto se dispuso
que, independientemente del sexo, cualquier persona dedicada a
esta actividad se debía presentar a la sección de policía del Ayunta-
miento para que se le expidiera una libreta con sus datos perso-
nales, en la que se anotaría si estaba "destinado o solicita acomodo".
De acuerdo con el artículo segundo, esta libreta sería expedida a
los criados en servicio, a los que no se encontraban ocupados pero
que podían avalar su buena conducta con el certificado de la persona
a la que hubieran servido antes, a los hortelanos, mozos de cafés y
de fondas "conocidos vulgarmente con el nombre de meseros", a las
personas que servían en posadas, billares, neverías, baños y pulque-
rías, a los mandaderos, vaqueros, carretoneros, cocheros y con-
ductores de carruajes públicos o privados, todos los cuales queda-
ban incluidos en la categoría de "domésticos". 45
Tal como se puede observar en los diversos artículos de este
reglamento, la libreta en estos casos, al igual que la patente en los

43
Pani, 1998, especialmente pp. 230-242. La autora encuentra una línea de conti-
nuidad entre los políticos mexicanos de finales de los años cuarenta y los hombres a cargo
del gobierno durante las décadas de 1850 y 1860. De acuerdo con ella, en estos aflos los
políticos mexicanos intentaron establecer un modelo de gobierno y administración inscrito
dentro de un marco jurídico "racional y moderno". Un ejemplo de la continuidad del per-
sonal político y del tipo de medidas que se dictaron por ellos durante este periodo son los
reglamentos sobre cargadores, aguadores y sirvientes domésticos que analizo en este
artículo, los cuales fueron expedidos en 1850 y durante los primeros aflos de 1860 por el
gobierno del Distrito Federal a cargo de Miguel M. de Azcárate en ambos momentos.
44
Los considerandos que justificaban la necesidad del bando sobre criados emitido
por el gobernador del Distrito aparecen en "Criados. Bando de 6 de abril de 1862", Méxi-
co, 6.IV.1862, en Castillo Velasco, 1869, pp. 51-52.
45
En concordancia con la tradición gaditana (artículo 25), las leyes centralistas como
la Constitución de 1836, el proyecto de 1842 y las Bases Orgánicas de la República Mexi-
cana de 1843, vigente hasta 1848, suspendieron los derechos particulares del ciudadano
(es decir, de votar y ser votados en cargos de elección popular directa) a los sirvientes
domésticos. Tena y Ramírez, 1995, pp. 63, 207, 312 y 409, respectivamente.

176
anteriores, era a la vez que constancia personal de buen compor-
tamiento, el documento que permitía a los trabajadores domésti-
cos acceder a un empleo. Es más, de acuerdo con el artículo 16
quedó también establecido que aquel criado que permaneciera sin
empleo durante más de un mes "sin causa legal y que no justi-
fique los medios de que subsiste" sería considerado y castigado
como vago.
Como se puede ver, en estas disposiciones destacan dos ele-
mentos. En primer término es necesario subrayar que los reglamen-
tos aluden constantemente a las costumbres y la condición moral
de los trabajadores a los cuales van dirigidos. La información so-
bre la conducta de los cargadores, aguadores y sirvientes que se
solicita en cada caso implica más que una sospecha de "mala con-
ducta" de estos trabajadores por parte de las autoridades del Dis-
trito Federal. La reglamentación indica la desconfianza que las
autoridades tenían ante las clases populares, lo cual explica la
necesidad de establecer severos mecanismos de vigilancia y con-
trol a través del Ayuntamiento, aun cuando, como se señaló antes, el
cuidado de las "buenas costumbres" formaba parte de sus ati-
buciones y la de sus funcionarios. En segundo lugar, de los regla-
mentos se desprende que las élites consideraban que la falta de
trabajo de estos sectores de la población capitalina era un pretex-
to y una actitud propia de los vagos, ociosos y "mal entretenidos",
a los cuales la fuerza de la autoridad debía inclinar al trabajo
mediante la coacción. Es decir, se trataba de penalizar su "mala
conducta", su falta de dedicación y la infracción de los reglamen-
tos con multas y grilletes, así como con los castigos dispuestos en
las leyes contra los vagos. 46 Sin embargo, hay que subrayar que,
paradójicamente, mientras se impelía a las clases populares al tra-
bajo, estos reglamentos regulaban el acceso al empleo. De hecho,
se creó un círculo vicioso al agregar a las sanciones establecidas
contra quienes no tenían trabajo, la imposibilidad de que estos indi-
46
Pérez Toledo, 1996, en especial "La legislación contra vagos y los artesanos",
pp. 240-257. Véanse en este libro los trabajos de Vanesa Teitelbaum y Esther Aillón Soria.

177
viduos accedieran a un empleo si no estaban en condiciones de
avalar su buena conducta y su dedicación al trabajo.
Ciertamente, los reglamentos de mediados del siglo xix se
inscriben en el marco de la visión liberal que otorga al trabajo una
función sustantiva en la sociedad. 47 No obstante, por medio de
ellos se establecieron medidas que recuperaban algunas de las
prácticas tradicionales de control sobre el acceso al trabajo, las cua-
les guardan cierta similitud con las que existieron para las corpo-
raciones de los oficios durante el periodo colonial. Por otra parte,
mientras en la Constitución de 1857 se establecía que todo hombre
era libre para "abrazar la profesión, industria o trabajo que le aco-
mode, siendo útil y honesto", 48 a su vez los reglamentos limitaban
de facto la libertad de estos sectores sociales.

El afán de normar el tiempo libre

Los artesanos del siglo XIX, al igual que otros trabajadores urba-
nos a los cuales me referí líneas arriba, estuvieron sujetos a una
serie de disposiciones que intentaban normar e imponer hábitos y
costumbres que correspondían, a su vez, a una racionalidad y disci-
plina laboral de tipo moderno y, por ello, diferente a la que carac-
terizó a las artes mecánicas en el antiguo régimen. 49 Una lectura
del conjunto de las leyes, bandos y decretos del periodo que bus-
caron regular el uso del tiempo libre y las formas de esparcimien-
to y lugares de sociabilidad de la población capitalina, así como
las campañas intermitentes contra la vagancia, muestran que, de
acuerdo con la concepción de la época, el intento regulador de las
costumbres estuvo articulado a la importancia que la sociedad

47
El trabajo fue uno de los argumentos centrales en la discusión sobre el derecho a
la propiedad de Ponciano Amaga, en los debates del Constituyente de 1856. De acuerdo
con él, el trabajo y la producción confirmaban y desarrollaban el derecho a la propiedad.
Según el congresista, "La ocupación precede al trabajo, pero se realiza por el trabajo".
Tena y Ramírez, 1995, p. 585.
48
"De los derechos del hombre", artículo 4o de la Constitución de 1857, en Tena y
Ramírez, 1995, p. 607.
49
Sobre este problema véanse los trabajos de Thompson, 1989,1993 y Sewell, 1992.

178
liberal y las élites le atribuyeron al trabajo.50 En otras palabras, la
legislación y las abundantes disposiciones que pretendían acabar
con la vagancia y normar el tiempo libre de las clases populares
se encuentran inmersas en un proceso más amplio en el que la so-
ciedad de la época -influida primero por las ideas ilustradas y
más tarde por las liberales- concibió el tiempo libre de la pobla-
ción pobre como "ocio", es decir, como una actitud negativa que
era menester erradicar si se quería preservar la moral, las buenas
costumbres y el "orden público". 51 Esto constituyó, asimismo,
parte del esfuerzo por formar hombre y mujeres útiles a la socie-
dad a través del trabajo.52 Éste es el envés de muchas de las leyes
relativas a las diversiones, el juego y los lugares de sociabilidad,
tales como vinaterías, tabernas, pulquerías y cafés.53
En relación con el artesanado, desde 1790 el virrey Revillagi-
gedo prohibió específicamente a los maestros, oficiales y apren-
dices que "jueguen, aunque sean juegos lícitos en días y horas de
trabajo: entendiéndose por tales desde las seis de la mañana has-
ta las doce del día y desde las dos de la tarde hasta las oraciones
de la noche". 54 Esta disposición, que existía también en España,
50
Durante el siglo xix, en México, como en otros países, se otorgó al trabajo una
función sustantiva. A éste se le consideró, de acuerdo con la tradición heredada de la ilus-
tración y dentro del liberalismo, como la base de la sociedad y el remedio para evitar el
"ocio", las "malas costumbres" y los "vicios". Hale, 1985; William Sewell desarrolla la
idea de la "fascinación pública por el trabajo" en la Francia de mediados del siglo xix.
Sewell, 1992, especialmente capítulo 10.
51
La Constitución de Cádiz estableció como requisito para la ciudadanía el ejercicio
de "alguna profesión, oficio o industria útil", artículo 21. Asimismo, suspendió de dere-
chos ciudadanos a aquellos que no tenían "empleo, oficio o modo de vivir conocido",
artículo 25. Tena y Ramírez, 1995, pp. 62-63.
52
En 1806, cuando se organizo el Hospicio de Pobres, las autoridades indicaron que
este establecimiento sería el encargado de "excitar la aplicación e industria", inclinando a
menores y adultos hacia el trabajo; en él "todos los pobres de ambos sexos" que se encon-
traran en condiciones de trabajar en algún tipo de manufactura debían verificarlo, ya que
ninguno debía estar desocupado. Las mujeres a las que se diera albergue debían dedicarse a
lavar ropa y concluido este trabajo se les haría hilar y coser, "sin dejarlas un instante
ociosas". Véase el "Prospecto de la nueva forma de gobierno político y económico del
Hospicio de Pobres de esta capital", en AON, Impresos Oficiales, legajo 27, exp. 27. Un
estudio más amplio sobre el Hospicio en Arrom, 1996, pp. 21-45.
53
Las formas de sociabilidad las estudian Agulhon, 1992, 1994 y Scott, 1994.
54
"Bando de 3 de febrero de 1809 que incluye el de 30 de noviembre de 1790. Prohibi-
ción de los juegos de suerte y azar", México, 3.II.1809, en Dublán y Lozano, 1.1, pp. 318- 326,

179
en México se mantuvo vigente prácticamente hasta la década de
1870. Más de una vez, las autoridades recordaron a los trabajado-
res de los diversos oficios que, de participar en el juego, aunque sólo
fuera como "mirones", serían considerados como vagos y juzga-
dos de acuerdo con las leyes en esta materia. Así lo indicó el virrey
Garibay en 1806, y mucho tiempo después, en 1861, el gobierno
del Distrito Federal hizo del conocimiento de los habitantes de la
ciudad que

Se declaran en toda su fuerza y vigor las disposiciones que


prohiben a los artesanos y menestrales de cualquier oficio, así
a los maestros como oficiales y aprendices y a los jornaleros, el
que jueguen aunque sean juegos lícitos en días y horas de tra-
bajo; y en caso de contravención incurrirán en diez días de
cárcel por primera y doble por la segunda, triple por la tercera
y un año en las sucesivas.55

En este año, el gobernador del Distrito dispuso que serían


considerados como vagos y aprehendidos todos los individuos
que de forma continua se encontraran en tabernas, cafés, billares,
pulquerías, atrios o plazas públicas en días y horas de trabajo. De
acuerdo con el considerando de este bando de gobierno, el objeti-
vo era evitar a la sociedad y a los ciudadanos los males provoca-
dos por la falta de dedicación al trabajo, incluso entre aquellos
que contaban con un oficio.56 En relación con los "vagos", es sa-
bido que éstos estuvieron sujetos a una legislación que castigaba el
ocio y la mendicidad. En la ciudad de México, eran juzgados en
el Tribunal de vagos desde su creación en 1828 y -si nos atene-
mos sólo a la legislación- tenían como destino la cárcel, las obras

véase título IX. Véase en este libro el artículo de Tania Sagastume Paiz sobre Guatemala.
En él se aprecian reglamentaciones semejantes a las que aquí se mencionan.
55
"Bando del gobierno del Distrito. Se prohiben los juegos de azar", México,
17.1.1861, en Dublán y Lozano, 1876, t. rx, pp. 13-15. Véase artículo 10.
56
"Providencia del gobierno del Distrito. Sobre concurrencia a tabernas, cafés, billa-
res, etcétera". México, 13.XI.1861, en Dublán y Lozano, 1876, t. ix, p. 324.

180
públicas, las armas o el exilio, así como el aprendizaje de un ofi-
cio en el Hospicio de Pobres o en un taller público, cuando se tra-
tara de menores de edad.
Por otra parte, durante varias décadas se dictaron numerosas
disposiciones acerca del funcionamiento y las reglas que debían
seguir los dueños, los empleados y el público en vinaterías y pul-
querías. 57 En todas ellas se subrayó que en estos establecimien-
tos quedaban prohibidas la música, los bailes y el juego; asimismo,
se prohibió reiteradamente al público permanecer más tiempo del
necesario para consumir bebidas. Todos los bandos dedicados a
normar el consumo de bebidas hicieron hincapié en que los fun-
cionarios del Ayuntamiento tenían la obligación de cuidar la es-
tricta observancia de las leyes sobre la materia y aprehender a los
infractores, quienes en caso de infringir las normas por tercera
ocasión serían juzgados como vagos.58
De hecho, las leyes del centralismo muestran que a partir de
la década de 1840 cada vez más las élites se preocuparon por y ocu-
paron del uso que daba la población a su tiempo libre. Esto llegó
a tal punto que, si bien en todas las constituciones del siglo XIX se
estableció la suspensión de los derechos ciudadanos a los vagos,
no fue sino hasta el año de 1842 cuando de forma explícita se
incorporó en los proyectos de Constitución la suspensión de estos
derechos al "ebrio consuetudinario, o tahúr de profesión", así como
a quienes tenían "casas de juegos prohibidos por las leyes". 59 Sin
57
En los diversos bandos sobre la materia los términos y las disposiciones se repiten,
al respecto pueden verse "Bando acerca de ebrios, vinaterías, cervecerías, cafés, pul-
querías, fondas, bodegones y tiendas donde se expendan licores", México, 5.VI.1810, en
Dublán y Lozano, 1876,1.1, p. 332; "Bando de policía. Providencias sobre casas de trato
en que se expenden licores", México, 28.1.1829, Dublán y Lozano, 1876, t. II, pp. 91-92.
58
En el bando de 1856 se repiten las obligaciones señaladas a los dueños, vendedores
y a los concurrentes de las pulquerías. Véase "Pulquerías. Bando de 20 de abril de 1856 (Go-
bernador el Sr. D. Juan José Baz)", México, 20.IV.1856, en Castillo Velasco, 1969, pp. 7-16.
En Dublán y Lozano, 1876, t. vin esta disposición aparece con fecha del 29 de abril.
59
Artículo 24 del "Primer proyecto de Constitución. Constitución Política de la Re-
pública Mexicana" y artículo 8 del "Segundo Proyecto de Constitución", en Tena y
Ramírez, 1995, pp. 312 y 373, respectivamente. Aunque en la Constitución de 1857 no
aparece la palabra "vago", sí se establece que para ser ciudadano mexicano se requiere
"tener un modo honesto de vivir". Tena y Ramírez, 1995, p. 612.

181
embargo, esta disposición, que quedó sancionada en las Bases
Orgánicas de 1843 -vigentes hasta 1847, cuando durante la guerra
con los Estados Unidos se retornó a la organización federal-, quedó
también plasmada en el Acta Constitutiva y de Reforma;60 lo ante-
rior indica que, independientemente de la posición política, las élites
y las autoridades compartían la preocupación por el uso que hacía
la población de su tiempo libre.61
Por otra parte, la preocupación de las autoridades sobre el uso
del tiempo libre y la falta de dedicación al trabajo, que se des-
prende de la legislación de la época, guarda estrecha relación con
la inestabilidad política que prevaleció en México y con el temor
que las clases populares provocaban a las élites. Desde esta pers-
pectiva, no resulta sorprendente que tanto los federalistas y los
centralistas de la primera mitad del siglo xix, así como los libe-
rales, conservadores y monarquistas de las décadas siguientes,
insistieran en expedir innumerables reglamentos por medio de los
cuales se pretendía modificar las "malas" costumbres y las formas
y espacios de sociabilidad de las clases populares, a las cuales se
debía imponer el hábito y el "amor" al trabajo que, al mantener
ocupados a los individuos, evitaría "las ocasiones de cometer crí-
menes". Tal y como lo expuso en 1844 un periódico, se conside-
raba que el amor al trabajo:

no da lugar a la corrupción y la inmoralidad con que se per-


vierten las costumbres en compañía de los ociosos y mal en-
tretenidos, sostiene la fuerza del cuerpo y del ánimo, estorba
la entrada de los vicios [...] trae consigo el odio a los trastor-
nos y revoluciones en que corre el peligro de perder lo que se
ha acumulado con afanoso empeño. 62

60
Véase artículo 21, fracción IV de las "Bases de Organización Política de la Repúbli-
ca Mexicana", México, 12.IV. 1843 y artículo 3o del "Acta Constitutiva y de Reforma",
México, 21.V.1847, en Tena y Ramírez, 1995, pp. 409 y 472.
61
En julio de 1853 y al amparo de las "Bases para la administración de la Repúbli-
ca", que ordenaron el receso de las legislaturas de los estados, el poder se centralizó bajo
la égida de Antonio López de Santa Anna.
62
Semanario Artístico, 1.1:35, p. 2, México, 5.X.1844.

182
Si bien es cierto que en gran medida las disposiciones legales
que intentaron regular el trabajo y a los trabajadores de la ciudad
de México centraban su atención en la población masculina -con
excepción del reglamento de sirvientes domésticos-, no es menos
cierto que las disposiciones que buscaron regular las formas de
sociabilidad, modificar las costumbres y forzar al trabajo a las
clases populares comprendieron también al sector femenino, ya
que muchas de las mujeres que formaban parte de este sector
compartían con los hombres los espacios de trabajo y los de di-
versión. De esta suerte, como veremos enseguida, las mujeres no
quedaron al margen del intento de regulación emprendido por las
autoridades y las élites capitalinas.

Las mujeres y el trabajo

A mediados del siglo XIX, se planteó abiertamente que las muje-


res, y en particular las mujeres pobres, serían las encargadas de
llevar "hasta las más miserables chozas los hábitos de orden, de eco-
nomía y de trabajo, que sirven para mejorar cada día la condición
del trabajador".63 En esta parte del trabajo pretendo llamar la aten-
ción sobre la forma en que se buscaba que las mujeres pobres de
la ciudad de México se convirtieran en ciudadanas virtuosas, tra-
bajadoras y útiles para su sociedad.
Como se indicó antes, la capital mexicana, no sólo se carac-
terizó por una profunda y notable jerarquización y diferenciación
social, étnica y económica, sino que, a pesar de la igualdad jurídica
decretada al inicio de la vida independiente, 64 la población de la
ciudad de México estaba también surcada por la división entre
hombres y mujeres, con la consiguiente desigualdad legal del sexo
femenino.65 En 1842, más del 50 por ciento de los cerca de 121,000
habitantes eran mujeres. Esta superioridad numérica concuerda
63
Florencio M. del Castillo, "Educación de la mujer", en El Monitor Republicano,
14.IV. 1856, citado por Arrom, 1988, p. 31.
64
Moreno Toscano, 1980.
65
Arrom, 1988, pp. 70-73.

183
con la información disponible para años anteriores, 66 y no resulta
sorprendente que frente a las condiciones del mercado laboral de
mediados del siglo xix, buena parte de las mujeres pobres -por la
pobreza misma, aun dentro del matrimonio, así como por la viudez
u orfandad- se vieran en la necesidad de desempeñar un trabajo
que permitiera su sustento y el de su familia, compitiendo con los
hombres por un empleo.
La idea de que las mujeres pobres formaran parte de la fuerza
de trabajo citadina había tenido cabida desde el último cuarto del
siglo XVIII. Esto dio lugar a reformas legales que fueron el antece-
dente de la disposición de 1813 sobre la libertad para ejercer
cualquier oficio. Ya vimos que el servicio doméstico, el hilado, el
tejido y la costura, así como la elaboración y venta de alimentos,
fueron desde el siglo XVIII y durante los primeros años del siglo xix,
actividades propias, pero no privativas, del sexo femenino. En los
últimos años del periodo colonial, el ataque a las corporaciones
de artesanos se tradujo para las mujeres en la libertad para ejercer
oficios compatibles con su sexo.67 Sin embargo, la crisis económi-
ca que caracterizó al México de mediados del siglo xix, redujo la
posibilidad de que las mujeres, en la práctica, hicieran uso de esa
libertad.
Por otro lado, también sabemos que gran parte de las mujeres
estaba dedicada al trabajo en el hogar, pero esa era una opción exclu-
siva para aquellas mujeres que contaban con una posición más o
menos desahogada. De tal forma que la gran mayoría de las mu-
jeres que pertenecían a las clases populares (sobre todo las que for-
maban parte de los grupos de indígenas y de las castas) se veían
ante la necesidad de trabajar fuera de su casa para sobrevivir. La
mujer, como lo indica Silvia Arrom, debía contribuir al desarrollo

66
En 1790 la proporción de mujeres era del 57 por ciento y en 1811 del 56 por cien-
to. Arrom, 1988, p. 129.
67
E1 decreto del 12 de enero de 1799 autorizaba a las mujeres a dedicarse a las manu-
facturas, siempre que éstas fueran compatibles con su sexo. Disposición a pesar de la cual
las mujeres vieron obstaculizados sus trabajos por los artesanos de los gremios, AHCM,
Cédulas y Reales Órdenes, vol. 2979, exp. 213, fol. 223 y AHCM, Artesanos Gremios, vol. 383,
exp. 26.

184
económico y al cambio social de dos maneras: "a través de la ma-
ternidad esclarecida, papel de todas las mujeres, y a través de la
participación en la fuerza de trabajo, papel de las mujeres po-
bres". 68 Sin embargo, cuando al mediar el siglo xix la difícil situa-
ción económica se tradujo en un extendido desempleo masculino,
el objetivo de aumentar el número de mujeres trabajadoras no fue
aceptado tan fácilmente. Se sabe, en el caso de las manufacturas,
que hombres y mujeres se enfrentaron a un mercado de trabajo
restringido, no sólo por la falta de inversión de capitales, sino por
la competencia de productos extranjeros que de forma legal o por la
vía del contrabando entraban al país. Esto era particularmente
cierto en la producción textil que, desde el periodo colonial, ocu-
paba a una buena parte de la población de la ciudad de México y
a un número importante de mujeres solteras y viudas, con una
prsencia menor de casadas, en edad de trabajar.69 Sabemos tam-
bién que las actividades de las mujeres estaban limitadas a unos
cuantos oficios que se reproducían de generación en generación;
en este sentido, no resultaba raro encontrar a la madre costurera y
a la hija también costurera, así como empuntadoras, bordadoras o
devanadoras. 70
Si bien es cierto que el número de artesanas era sumamente
reducido en comparación con el de los artesanos y, especialmen-
te, en relación con el total de la población femenina, no es menos
cierto que más de 6,000 mujeres se ocupaban en el servicio do-
méstico -número que representa más de la mitad de las mujeres
que trabajaban en 1842-, aunque era concebida esta actividad
como una a la que sólo podía recurrirse en caso extremo, ya que
se consideraba como humillante incluso entre las propias traba-
--
Arrom, 1988, p. 46.
69
En 1842, menos de 2,000 mujeres estaban dedicadas a la producción textil y a la
elaboración de productos de cuero y cera. El 46.5 por ciento de ellas eran solteras, poco
más del 12 por ciento casadas y cerca del 41 por ciento viudas. La mayoría de las viudas
eran inmigrantes. Pérez Toledo, 1996.
70
La información que obtuve para 1842 concuerda con "El retrato demográfico de
las mujeres trabajadoras", en Arrom, 1988, pp. 216-229.

185
jadoras. Así lo manifestaron en 1846 algunas empleadas de la
Fábrica de Tabacos:

En nuestra sociedad es indudable que la ocupación y el trabajo


escasean aun para los hombres; no es menos cierto que las mu-
jeres se encuentran reducidas a una situación aún más desgra-
ciada. Todo está calculado sobre la base de que las familias
subsistan a expensas del jefe de ellas, y cuando éste falta, cuan-
do una madre tiene que cuidar del mantenimiento y educa-
ción de los hijos; o que las hijas o las hermanas se ven obligadas
a proveer a su propia subsistencia, en la actual organización
de la industria puede decirse muy bien que no encuentran re-
curso, pues que fuera del servicio doméstico, tan repugnante
por su humillación, en las artes manuales que desempeñan,
apenas hallan un trabajo muy escaso y una recompensa más
miserable todavía.71

El testimonio de las tabacaleras es de suyo elocuente. La con-


tracción del mercado laboral de la ciudad era tal que para una
gran parte del sector femenino de las clases populares urbanas el
servicio doméstico era prácticamente la única alternativa, tal y
como lo revela la cifra de mujeres ocupadas en esta actividad. Por
otra parte, a la falta de empleo para las mujeres hay que agregar que
cuando éstas lograban ocuparse, recibían un pago menor en com-
paración con el de los hombres, aun cuando compartieran con
muchos de ellos la pobreza, el desempleo y la coacción al trabajo
por parte de las autoridades y las élites.
Por otra parte, la legislación contra la vagancia, el estableci-
miento de instituciones para el "amparo" de los "verdaderos ne-
cesitados" (como el Hospicio de Pobres) o para la corrección de
los falsos mendigos y delincuentes (como las Recogidas), así
71
"Representación que las maestras, oficiales y demás empleadas de la Fábrica de
Tabacos de esta capital dirigen al Supremo Gobierno, pidiendo no se adopte el proyecto
de elaborar puros y cigarros por medio de una máquina", México, 1846, p. 7, en BDHI-
INAH. Es importante indicar que estas trabajadoras habían reducido considerablemente su
número durante los primeros años del siglo xix.

186
como la concepción sobre la importancia de la educación, forma-
ron parte de una retórica cada vez más común entre la población
"decente" y las autoridades del periodo, para forzar al trabajo al
resto de la población. Por supuesto, que en este proyecto se incor-
poraba también a las mujeres. No obstante, conviene señalar que
la legislación contra la vagancia de la primera mitad del siglo XIX
no indicaba nada en relación con las mujeres, y que durante todo
el tiempo en que funcionó el Tribunal de vagos, éstas nunca
fueron acusadas de vagancia; más bien se las veía solamente en
calidad de testigos de los acusados. Para el caso de los hombres que
llegaron al Tribunal de vagos, el análisis de las sumarias revela,
que en su gran mayoría, eran individuos que hoy podrían caber
dentro de las categorías de empleados o subempleados, pero no
podemos saber nada a partir de esta fuente en relación con las
mujeres.72
A pesar de que la legislación no incluía al sexo femenino, la
"vagancia", tal y como se concibió en la época, no era privativa
de los hombres. En 1841, por ejemplo, Diego Ramón Somera,
encargado del Hospicio de Pobres, recibió una comunicación del
gobierno del departamento de México en la que se le solicitaban
informes sobre el estado en que se encontraba la Casa de Recogi-
das. 73 El gobierno quería saber si esta Casa podía albergar "a la
multitud de mujeres ebrias y escandalosas que ofenden el pudor
72
A partir de las sumarias que existen sobre los individuos que llegaron al tribunal
entre 1828 y 1850, se puede saber que sólo cuatro personas indicaron no tener oficio, el
resto se desempeñaba como aguador, cargador, sirviente, albaflil o tocinero. Y el 75.2 por
ciento indicó en su declaración que era oficial o aprendiz de actividades artesanales. La
gran mayoría de los acusados a pesar de que se encontraba en edad de trabajar (entre los
19 y 29 años) se quejaba de la falta de trabajo. Pérez Toledo, 1996, pp. 248-257. Sobre
diversos aspectos del Tribunal de vagos, véanse en este libro los trabajos de Esther Aillón
Soria y Vanesa Teitelbaum.
73
La Casa de Recogidas, de origen colonial, era un establecimiento destinado a la
corrección de las "reas de castigo" y de las "mujeres perdidas", pero al parecer en los pri-
meros años del siglo xix albergó por un tiempo a mujeres pobres que no permanecían en
ella por la comisión de algún delito. Véase "Acuerdo de la Real Sala del Crimen para que
en la casa de Recogidas no existan más que las reas de castigo"; "Averiguaciones sobre la
fuga de reas de las Recogidas de esta capital" y "Sobre la necesidad de poner en libertad
por falta de subsistencia algunas de las reas de esta casa", en AHCM, Recogidas, vol. 3840,
exps. 29, 31 y 36, respectivamente.

187
público con su indecente desnudez y lastiman los oídos con sus
obscenas palabras". 74 Aunque resulta difícil saber a ciencia cierta
cuál fue el destino de esta multitud de mujeres, lo más probable
es que la gran mayoría continuara escandalizando en las calles a
la población "decente", pues seguramente entre ellas se encontra-
ba un buen número de mujeres cuya extrema pobreza las llevaba a
compartir las condiciones de vida de los "vagos y mendigos". En
este sentido, el ideal de formar mujeres industriosas (al igual que
hombres) se topaba frente a una sociedad urbana que tampoco
ofrecía suficientes oportunidades de empleo para su población fe-
menina ni mayor posibilidad de movilidad ascendente.
Sin embargo, los hombres de la élite y las autoridades insis-
tieron durante los años siguientes en incorporar a la población
femenina al trabajo, tal y como lo muestra el informe que en 1863
rindió Joaquín García Icazbalceta sobre el estado de los estableci-
mientos de beneficencia, así como la propuesta que hizo al gobier-
no para que éste creara asilos para niños y se abriera nuevamente
la Casa de Recogidas. De acuerdo con el autor del informe, las
casas de asilo para niños traerían grandes beneficios a un "con-
siderable" número de mujeres, pues éstas podrían aplicarse "a un
trabajo honesto para ganar la vida" sin que la maternidad fuera
un obstáculo para ello, ya que los asilos permitirían que una ma-
dre "con dos o más criaturas" estuviera en condiciones de trabajar
en una fábrica o en un taller.
García Icazbalceta también indicó en su informe que las mu-
jeres pobres, incluso "las infelices que vienen a los mercados para
vender los escasos productos de su industria", recibirían con be-
neplácito un lugar en el cual se cuidara a sus hijos; mientras que
a éstos se les mantendría alejados de las malas costumbres y
ejemplos -que, de acuerdo con él, eran comunes a los mercados-,
además de que los niños recibirían una educación y buenos ejem-
plos en lugar de permanecer ociosos. 75 Finalmente, esta parte del
74
"El Gobierno del Departamento de México a Diego Ramón Somera encargado del
Hospicio de Pobres", México, 29.X.1841, en AGN, Gobernación, leg. 130, caja 1, exp. 5.
75
García Icazbalceta, 1907, p. 173.

188
informe concluía sugiriendo que "con la institución de estos asi-
los se quitaría un pretexto a la ociosidad; las madres no podrían
disculparse con sus niños para vivir sin trabajar, y se sabría a lo
menos dónde acaba la imposibilidad y dónde empieza la hol-
gazanería". 76
Resulta evidente por estas palabras que García Icazbalceta
consideraba, al igual que muchos de sus antecesores y contempo-
ráneos, que el "ocio" aparente de las mujeres pobres y las "malas"
costumbres que se les atribuían a menudo se debían a la resistencia
al trabajo y no a una imposibilidad real, producto de la falta de
oportunidades de empleo que prevaleció en la ciudad de México
durante la primera mitad del siglo xix. Sin embargo, para estas
mujeres, la subsistencia propia y la de su familia lejos de consti-
tuir un pretexto se había traducido, desde mucho tiempo antes, en
una necesidad que las obligaba a salir del hogar para obtener un
ingreso, tal y como lo indicaban las trabajadoras de la Fábrica de
Tabacos en 184677 y como se deduce de la referencia que hace el
autor del informe sobre "las infelices" mujeres que vendían en los
mercados "los escasos productos de su industria".
Finalmente, resulta importante subrayar que pese a los inten-
tos por compeler a la población femenina al trabajo, el informe de
García Icazbalceta pone en evidencia que en 1863 este objetivo
no era alcanzable. La difícil situación económica y política de la
época contribuyó a dejar en calidad de buenos propósitos la edu-
cación que las élites querían llevar al conjunto de la población a
través de las mujeres, así como la creación y el mejoramiento de
establecimientos de beneficencia para las mujeres de las clases
populares. 78 De tal suerte, este sector, al igual que la gran mayoría
76
García Icazbalceta, 1907, p. 174. Las cursivas son mías.
77
En este sentido, el "retrato de las mujeres trabajadoras hace pensar que el empleo
no era una perspectiva alegre para las mujeres de las clases bajas; pese a la satisfacción y
a la sociabilidad que algunas encontrarían en el trabajo, parecería que la mayor parte era
empujada a la fuerza de trabajo por necesidad". Arrom, 1988, p. 225.
78
Durante todo el periodo colonial se desarrollaron ininterrumpidamente los recogi-
mientos de mujeres y algunos de ellos continuaron funcionando hasta mediados del siglo xix.
Sin embargo, un claro ejemplo del proceso de secularización y de los cambios de concep-
ción en torno a la necesidad de educar a las mujeres son dos casas de retiro que estaban

189
de los habitantes de la ciudad de México, no encontró oportu-
nidades suficientes de trabajo.

Conclusiones

Como hemos visto, a mediados del siglo xix las clases populares
de la ciudad de México estaban formadas por un amplio número de
trabajadores, hombres y mujeres, dedicados a la producción arte-
sanal y a los servicios. En 1842 ambas actividades constituyeron
una posibilidad de obtener ingresos para más del 50 por ciento de
la población urbana, la cual se caracterizó por una gran heteroge-
neidad y diferenciación interna. Estos trabajadores enfrentaron un
mercado laboral restringido, que pocas veces les ofreció un empleo
permanente y estable debido al deterioro general de la economía
mexicana y a la inestabilidad política que predominó durante este
periodo.
La falta de capitales para invertir en la industria y demás acti-
vidades productivas, la apertura del comercio - q u e permitió la
entrada de la producción textil inglesa y el contrabando-, entre
otros elementos, contribuyeron a la contracción del mercado labo-
ral. Así, los trabajadores, especialmente los hombres, enfrentaron
de hecho una situación de desempleo que los llevó con mucha
frecuencia a ocuparse en los servicios, a pesar de contar con un
oficio, y a la eventual "descalificación" que ello significaba. En la
sociedad urbana del siglo xix, la calificación y la posesión de un
oficio establecieron diferencias entre la población trabajadora que,
como en el caso de un número importante de mujeres, considera-
ba el servicio doméstico como una actividad "humillante". Sin
embargo, como se muestra en este trabajo, los servicios públicos
o domésticos fueron prácticamente la única alternativa de empleo
para las clases populares urbanas.

destinadas a proporcionar refugio a viudas y solteras, la de San Miguel de Belén y la de


Nuestra Señora de Covadonga que a finales del siglo XVIII fueron convertidas en insti-
tuciones educativas; otras se convirtieron en el siglo xix en prisiones. Véanse Muriel, 1974,
pp. 45, 102, 144-146; Arrom, 1988, p. 161; Tanck, 1984.

190
Por otra parte, tal y como se desprende de los reglamentos de
mediados del siglo xix, la diferencición del trabajo según la califi-
cación, era una visión compartida por las autoridades y los miem-
bros de las élites. De acuerdo con esta visión, las autoridades con-
sideraron necesario crear mecanismos específicos de vigilancia y
control sobre los trabajadores no calificados, dedicados al servicio
doméstico o que se desempeñaban como cargadores, aguadores, pa-
naderos, etcétera. Tal y como se desprende de la legislación que
se ocupó de reglamentar el trabajo y a los trabajadores de los servi-
cios, las autoridades atribuyeron a éstos una condición moral baja
y actitudes contrarias a las "buenas costumbres". No obstante,
cabe señalar que en la medida de que el artesanado no encontró
posibilidades de ocuparse en sus oficios y se desempeñó en los
servicios, una parte significativa quedó incluida en esos regla-
mentos.
Asimismo, por medio de esta reglamentación y de la multitud
de disposiciones contenidas en los bandos de policía, las autori-
dades buscaron coaccionar al trabajo a estos grupos sociales e
intentaron regular el uso de su tiempo libre, que era visto como
"ocio" y penalizado por las leyes contra la vagancia. La otra cara
de los reglamentos muestra, sin embargo, que a través de éstos
también se reguló el acceso al mercado de trabajo y se crearon
redes de patrocinio y clientelismo que, al parecer, fueron utiliza-
das con frecuencia por los grupos políticos que se disputaron el
poder. Aunque sobre esto todavía hacen falta estudios, el ejercicio
del control social por medio de las leyes pone en evidencia el
temor que las clases populares provocaban en las élites y en las
autoridades a mediados del siglo xix, así como la poca eficacia
que éstas tuvieron para revertir la depresión del mercado laboral
urbano. 79 Esta depresión sin duda afectó a una amplia población
de la ciudad de México y la llevó a permanecer en un estado de"
79
En este aspecto se considera, siguiendo a E.P. Thompson, que la intencionalidad
de imponer una disciplina social por parte de las élites no estuvo exenta de tensiones, sino
todo lo contrario. El esfuerzo de regulación se inscribe en el marco de las relaciones de
poder, lo cual supone la existencia de contradicciones, conflictos y resistencia. Thompson,
1993, véanse en especial los apartados 1 y 2.

191
constante pobreza, lo cual hizo que muchos de los trabajadores de
la capital -hombres y mujeres- llegaran a compartir la forma y
condiciones de vida de la población marginal y que en ese sentido
fueran equiparables a los vagos y mendigos que tanto escandaliza-
ron a la población "decente".

Siglas y referencias

Archivos

AGN Archivo General de la Nación, México.


AHCM Archivo Histórico de la Ciudad de México.
BDIH-INAH Biblioteca del Departamento de Investigaciones Históricas,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

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Hemerografía

Semanario Artístico. Publicado para la educación de los artesanos de la


República Mexicana, Imprenta de Vicente García Torres, México.

196
SOBRE LAS AUTORAS

Esther Aillón Soria es licenciada en Historia por la Universidad


Mayor de San Andrés (La Paz, Bolivia), formó parte del co-
lectivo COCAYAPU-Estudios Históricos y Agrarios (La Paz,
Bolivia) y coordinó el Proyecto "500 años de la hacienda San
Pedro y Cinti" (La Paz y Chuquisaca, Bolivia). Ha publicado
artículos en revistas de historia y actualmente prepara un es-
tudio sobre Francia y el origen del concepto de América Latina
y otro sobre la persecución de la hoja suelta y los vagos como
sediciosos en México, en el siglo xix. Es candidata a doctora
en Historia por El Colegio de México y becada de SEPHIS
(Amsterdam).
Clara E. Lida es profesora-investigadora de El Colegio de México.
Sus investigaciones se han centrado en los movimientos so-
ciales españoles y en el trasvase de poblaciones europeas a
América. Es autora de numerosos artículos y varios libros,
entre los que se cuentan Anarquismo y revolución en la Es-
paña del siglo xix, Antecedentes y desarrollo del movimiento
obrero español, La Mano Negra, La Casa de España en Méxi-
co, Inmigración y exilio. También ha compilado, entre otros,
Tres aspectos de la presencia española en México durante el
porfiriato, Una inmigración privilegiada: comerciantes empre-
sarios e intelectuales españoles en México y España y el Im-
perio de Maximiliano.
Sonia Pérez Toledo es doctora en Historia por El Colegio de Méxi-
co. Ha publicado Los hijos del trabajo. Los artesanos de la
ciudad de México, 1780-1853 (México, 1996) y varios artícu-

197
los sobre temas de historia social y urbana en el siglo xix
mexicano. Es miembro del Sistema Nacional de Investigado-
res, de la Academia Mexicana de Ciencias y profesora en la
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. También
ha compilado, Población y estructura urbana en México, si-
glos XVIII y XIX; Las ciudades y sus estructuras. Población,
espacio y cultura en México, siglos XVIII y XIX y Construcción
de la legitimidad política en México.
Tania Sagastume Paiz (México, D.F., 1959) es licenciada en His-
toria por la Universidad de San Carlos de Guatemala y candi-
data a doctora en Historia por El Colegio de México. Actual-
mente es investigadora del Centro de Estudios Regionales de
Mesoamérica en Antigua Guatemala. Es autora de "Fábrica
de hilados y tejidos de Cantel", en Historia del proceso de
industrialización en Guatemala (Universidad de San Carlos,
1992) y de "Industriales y empresarios a finales del siglo xix
en la ciudad de Guatemala" (Instituto de Investigaciones de la
Escuela de Historia, Guatemala, 1995).
Vanesa Teitelbaum es licenciada en Historia por la Universidad
Nacional de Tucumán. En la actualidad realiza una tesis docto-
ral sobre las clases populares en la ciudad de México durante
el siglo xix, en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio
de México. Recientemente ha publicado Temas de mujeres.
Perspectivas de género (Universidad Nacional de Tucumán,
1998) y en Papeles de población (Universidad Autónoma
del Estado de México, núm. 16, 1998), artículos que explo-
ran, a través del discurso higienista y judicial, la construcción
de una imagen de la maternidad en la Argentina a finales del
siglo xix.

198
INDICE ONOMÁSTICO

Arrom, Silvia: 9, 9n, 54, 55n, 69n,


71n,76n,77,77n,89n,99n, 103n
A
104, 104n, 116n, 117n, 119n,
Academia de la Historia (España):
120n, 149n, 161, 161n, 163n,
22n, 29n
175n, 179n, 183n, 184, 184n,
Acordada, La: 119, 147
185n, 189n, 190n
Acta Constitutiva y de Reforma:
Aviles, Valentín: 137, 138,138n
182, 182n
Azcárate, Miguel María de: 176n
Agüero, José María: 140
Aguilar, Leocadio: 124, 125, 125n,
165n B
Aguirre Anaya, Carlos: 166, 167n Báez Macías, Eduardo: 162n
Agulhon, Maurice: 179n Barrera, Margarita: 123n
Ahumada, Andrés: 137n Barrera, Miguel: 134
Aillón Soria, Esther: 9, 12, 13, Barrio de Santa Ana: 67
57n, 120n, 127n, 128, 128n, Barrio de El Carmen: 67
131n, 177n, 187n Bases Orgánicas de la República
Alamán, Lucas: 136n Mexicana, 1843: 71, 107n,
Alonso, Martín: 132n,133n 176n, 182
Alvarado, Pedro de: 43n Batres Jáuregui, Antonio: 40n
América: 32,76, 159, 163 Baz, Juan José: 181n
Amigo de la Patria, El: 46, 46n, Benítez, Rafael: 137n
48, 48n, 53n, 54n, 58n, 59n Bermúdez, Juan: 125
Amigo del Pueblo, El: 136n Berruecos, Antonio: 81
Annino, Antonio: 139n Beteta, Francisco Manuel: 46n
Apatzingan: 124n Bordieu, Pierre: 98n
Arancibia, Juan: 137 Bravo, Nicolás: 79
Argentina: 118n Bustamante, José María de: 136n
Arriaga, Ponciano: 178n

199
Bustamante y Guerra, José: 41, Constitución Política de la Monar-
42, 42n quía Española.
Constitución de la República Fe-
deral de Centroamérica: 47
C Constitución Política de la Monar-
Callejón del Marquezote [sic]: 157 quía Española (1812): 47n,
Campos, Victoriano: 123n 124n, 139, 170, 179n
Campomanes, Conde de: Véase Constitución Política del Estado
Rodríguez de Campomanes, de Guatemala (1825): 47
Pedro. Cordero, José María: 157, 157n
Campusano, Bernardo Joaquín de: Corominas, Juan: 149n, 160n
53n, 57, 57n Corpus Cristi: 26n
Carbasse, Jean-Marie: 124n Cortes de Cádiz: 9, 19, 33, 36n,
Carlos III: 21, 21n 41,43
Carmagnani, Marcello: 139n Costa Rica: 35n
Carner, Françoise: 149n Cuernavaca: 146
Casa de Niños Expósitos: 92 Cue, Alberto: 135n
Casa de Nuestra Señora de Cova-
donga: 190n
C H
Casa de San Miguel de Belén:
190n Chattier, Roger: 98, 98n, 135n
Casa de Recogidas: 101, 186, Chevalier, Louis: 10, lOn, 99n,
187, 187n, 188 175n
Castillo, Florencio M. del: 183n
Castillo Velasco, José María del:
D
171n, 174n, 176n, 181n
Denia, Roque: 137n
Castro Lenguines, [?]: 137n
Departamento de Filosofía: 17
Castro, Pablo: 157n
Derechos y Obligaciones de los
Colegio de Abogados: 48n
habitantes y ciudadanos del
Colegio de México, El: 16, 19n,
Imperio: 106n
128n Di Telia, Torcuato: 99n
Connaughton, Brian: 6n Diario de México: 42n
Consejo de Castilla: 22n, 24, 29n Dirección de Gremios: 39
Constitución de 1836: 106n, 176n Dirección General de Estudios
Constitución de 1843: 106n (Guatemala): 48, 49n
Constitución de 1857: 172n, 178, Duarte, Mariano: 146, 147
178n, 181n Dublán, Manuel: 92n, 117n, 120,
Constitución de Cádiz: véase 171n, 174n, 179n, 180n, 181n

200
Garibay, Pedro: 180
E
Gellert, Gisela: 20n, 56
Editor Constitucional, El: 44, 44n,
Genio de la Libertad, El: 44n
45n
Ginzburg, Cario: 135n
Escobar, Quirino: 157, 157n
Gómez de la Cortina, José Justo,
Escriche, Joaquin: 170n
conde de la Cortina: 160n
España: 12, 60, 140n, 164, 179
Gómez Farias, Valentín: 68n, 79,
Estado de México: 162
175n
Estados Unidos: 72n, 121, 182
Góngora, Mario: 70n
Europa: 22, 24, 34, 149n
González, María del Refugio:
Enciclopedia Universal Ilustrada:
117n 117n, 124n
González Ángulo, Jorge: 33n
González, Benito: 123n, 137
González, Félix: 132, 132n
F González Orellana, Carlos: 48n
Fábrica de Tabacos: 186, 189 Gortari, Hira de: 92n
Farge, Ariette: 115n, 126n, 139n, Guadalajara (Jalisco): 76n, 130n
143n Guanajuato: 130n, 162
Fasto, Ignacia: 146
Federación Centroamericana: 34n
Filadelfia: 76n H
Fondo Pío de Artesanos: 39 Hale, Charles: 103n, 179n
Francia: 22, 27n, 124n, 135n, Hermandad General de Artesanos:
175n, 179n 39,40
Hermosa, Jesús: 160n
G Hernández Chávez, Alicia: 139n
Gaceta de Guatemala: 34, 35n, 36, Hernández, Julio: 133, 133n
37, 38n, 39, 41, 56 Hernández, Trinidad: 137n
Galicia Díaz, Julio: 20n Hernández Franyuti, Regina: 92n
Gálvez, Mariano: 19, 51, 61 Herrera, José Joaquín de: 68n
Gamboa Ramírez, Ricardo: 81n, Hidalgo: 162
102n Historia Mexicana: 17
García Cubas, Antonio: 160n Hospicio de Pobres: 14, 94, 157,
García Icazbalceta, Joaquín: 188, 157n, 179n, 181,186,187,188n
188n, 189, 189n Hospital del Divino Salvador: 94
García, María de la Luz: 146 Hospital de San Hipólito: 94
García Peña, Ana Lidia: 14n Hospital de San Lázaro: 94

201
Lozano, José María: 92n, 117n,
I 120n, 171n, 174n, 179n, 180n,
Illades, Carlos: 6n, 15n, 17, 68n, 181n
76n, 81n, 99n, lOOn, 106n, Lugo, Concepción: 169n,
133n, 134n, 136n, 165n Luis XVI: 22, 22n
Luque Alcaide, Elisa: 34n

J
Jovellanos, Gaspar Melchor de: 8, M
20,22, 22n, 24,27,28, 28n, 29, Mac Gregor Campusano, Javier:
29n, 31 68n, 76n
Junta de Fomento de Artesanos: Madrid: 21, 27
171 Malvido Miranda, Eisa: 169n
Maravall, José Antonio: 37n
Junta Departamental: 17 ln
Marinas Otero, Luis: 47n
Junta General de Comercio y Mo-
Márquez, Manuel: 137n
neda de España: 28
Márquez Morfín, Lourdes: 169n
Martínez, José María: 81, 123n
K Martínez Peláez, Severo: 35n
Kicza, John E.: lOln, 102n Max, Karl: 15n
Klein, Herbert S.: 102n, 126n, Maximiliano de Habsburgo: 123n
Mayer Celis, Leticia: 160n
161n, 162n
Mayer, Franz: 160n
Mayorga, Martín de: 30n, 162n
Mejía Antonio: 131, 131n
Mendoza, Rafael: 140,140n, 141n
L
Mentz, Brígida von: 16, 17
Lafargue, Paul: 15n
Molina, Pedro: 34, 44, 44n, 45,
Langerberg, Inge: 20n
45n, 48
Larrazábal, Antonio: 36n, 41
Molinos de Campos: 73
Ley de Le Chapellier: 22 Monitor Republicano, El: 183n
Ley Orgánica Electoral de 1857: Morales, María Dolores: 159,159n
106n Moreno, Manuel: 148, 148n
Lida, Clara E.: 7n,15n, 19n, 69n, Moreno Toscano, Alejadra: 73,
98n, 139n, 158n, 162n, 169n 73n, 74n, 81n, 166, 167n, 174,
Limón, José María: 125, 125n 175n
Lira González, Andrés: 72n, 103n Muriel, Josefina: 190n
López de Santa Anna, Antonio: Muro, Antonio Fr.: 40
182n

202
Payno, Manuel: 136n
N
Peña y Peña, Manuel de la: 68n
Nacif Mina, Jorge: 74n, 79n, 170n
Pérez, Antonio: 137n
Navarro, Joaquin: 134
Pérez Toledo, Sonia: 6n, 9, 10,14,
Nicaragua: 35n
15,26n, 34n, 43n, 68n, 69n, 70n,
Nueva España: 43n, 57,124n, 158, 77n, 81n, 87n, 88n, 92n, 99n,
159 lOOn, lOln, 102n, 103n, 104,
104n, 105n, 117n, 120n, 121n,
123n, 126n, 127n, 129n, 130,
O 130n, 139n, 141n, 145, 145n,
Olmos, Leandro: 123n 161n, 164n, 165n, 171n, 175n,
Olvera, Isidoro: 67, 67n, 81 177n, 185n, 187n
Ordonez, Agustín: 144 Pérez Valenzuela, Pedro: 20n
Oro, El (Estado de México): 16 Pietschmann, Horst: 20n
Ortega, Pascual: 137 Pineda de Mont, Manuel: 49n, 59n
Otero, Mariano: 160, 160n Pitt-Rivers, Julian: 149n
Ortiz de Zarate, Francisco: 86n, Prieto, Guillermo: 160, 160n
Ortiz Escamilla, Juan: 102n Protomedicato: 48n
Ortoll, Servando: 175n Puebla: 125, 138, 162
Puente de Balbanera: 137,138,140
Puerto, Juan: 157, 157n
P
Padilla Arroyo, Antonio: 88n, 97,
97n, 103n Q
Padrón de Alcaldes y Barrios Querétaro: 162
(1794): 56
Padrón de la Municipalidad de
México (1842): 10, 126n, 129, K
160, 161n Radkau, Verena: 149n
Pagés, Aniceto de: 133n Ramírez, Antonio: 142, 143
Pañi Baño, Erika: 176n Ramírez Reyes, María Isabel: 17
Paredes y Arrillaga, Mariano: 68n Ramos Escandón, Carmen: 149n
Parcialidad de San Juan: 102n Real Academia Española: 132n,
Parian: 76n, 99, 99n, 119 133n, 142n
París: 10 Real Consulado de Comercio de
Parroquia de Santa María: 81n Guatemala: 34, 36n, 39, 41
Pascual, José A.: 149n, 160n Real Sociedad Patriótica
Patiño, Joaquín: 148 (Guatemala): 39

203
Revel, Jacques: 27n, Sartorius, Carl Christian: 136n
Revillagigedo, Conde de: 179 Scott, Haine: 179n
Reyes Díaz, [?]: 123n Seed, Patricia: 149n
Reyes, Manuel: 157 Semanario Artístico: 182n
Reyes Veramendi, Manuel: 82n Serrano Ortega, José Antonio:
Río, María José del: 27, 27n 57n, 71n, 72n, 105, 105n, 167n
Rivera Cambas, Manuel: 157n Sewell Jr., William H.: 22, 22n,
Rodríguez de Campomanes, 23, 23n, 32, 32n, 89n, 134n,
Pedro: 8, 20, 21n, 22, 24, 24n, 135n, 178n, 179n
25, 25n, 27, 27n, 28, 31 Sierra Gorda (México): 68n
Rodriguez Kuri, Ariel: 72n, 73, Siglo XIX, El: 121, 122n
73n, 74n, 105, 105n, 170n Sills, David L.: 149n
Rubio Sánchez, Manuel: 34n Sociedad de Agricultura
Ruiz, Norberto: 137, 137n (Guatemala): 49n
Sociedad Económica de Amigos
del País (Guatemala): 31, 34,
34n, 39,40,40n, 41,42,49, 51,
S 61
Sacristán, María Cristina: 118n, Sociedad para el Fomento de la
158n Industria del Estado de Gua-
Sagastume Paiz, Tania: 8, 11, 12, temala: 19, 48
16, 77n, 117n, 141n, 158n, Sociedad para el Fomento de los
180n Artesanos (Guatemala): 49, 50,
Sagrario de la Catedral: 8In Solís, Pablo: 134
Salazar, Flora: 166n Somera, Diego Ramón: 187, 188n
Salvatore, Ricardo: 118n Sultepec (Estado de México): 16,
Samayoa Guevara, Héctor Hum-
berto: 26n, 30n, 31n, 32, 32n,
33n, 36, 36n, 39n, 40n, 43n, T
53n, 60n Tanck de Estrada, Dorothy: 26n,
San José del Real: 131 42n, 126n, 190n
San Luis Potosí: 130n, 137,144 Tapia, Rafael: 134, 134n
Sánchez de Tagle, Esteban: 166n Teatro Nacional: 148
Sánchez, Loreto: 132, 132n Tecpan de Santiago: 157,157n, 158
Santa Anna, Hipólito: 131, 13 ln Teitelbaum, Vanesa: 9, 13, 14, 15,
Santamaría, Francisco Javier: 160n, 57n, 88n, 103n, 177n, 187n
172n Temascaltepec (Estado de Méxi-
Santiago Tlatelolco: 157n co): 125
Sarlo, Beatriz: 135n

204
Tena y Ramírez, Felipe: 107n, Vaticano: 168
172n, 176n, 178n, 179n, 181n, Vázquez, Andrés: 133, 133n, 146,
182n 147, 147n
Texas: 160n Vázquez, Manuel: 80
Thompson, Edward P.: 108n, 178n, Veblen, Thorstein: 90n
191n Veramendi: Véase Reyes Veramen-
Toluca: 130n di, Manuel.
Tornel y Mendívil, José María: 73n Victoria, Guadalupe: 74
Torres, Romualdo: 125 Villarroel, Hipólito: 158n
Trujillo Bolio, Mario: 15n Villermé, Louis de: 89n, 135n
Turgot, Jacques: 22n Viqueira Albán, Juan Pedro: 93n,
Twinam, Ann: 149n 94n, 95n
Virgen de Guadalupe: 39
Virgen del Socorro: 43, 43n,
U Virgen María: 149n
Universidad Autónoma Metropoli-
tana, Iztapalapa: 17 W
Universidad de San Carlos: 46n,
Warren, Richard: 72n, 81n, 105,
48n
105n, 119n
Urías Horcasitas, Beatriz: 117n,
124n
Urrea, José: 175n
Yáñez Romero, José Arturo: 75n,
76n
V
Valle, José Cecilio del: 34,46,46n,
47, 48, 48n, 58, 58n, 59n Z
Vargas, Francisco: 134, 136, 138, Zarate, Francisco: 104n
140 Zavala, Lorenzo de: 136n
Vargas, José María: 144 Zilberman de Lujan, Cristina: 20n

205
INDICE

Los conflictos del trabajo


y del tiempo libre
Clara E. Lida y Sonia Pérez Toledo
5

Referencias 17
Bibliografía 17

De la ilustración al liberalismo. Los discursos


sobre los gremios, el trabajo y la vagancia
en Guatemala Tania
Sagastume Paiz
19

Los discursos ilustrados sobre el trabajo 21


Hacia la reforma de los gremios:
las propuestas de Campomanes 24
Entre la abolición y la reforma:
los planteamientos de Jovellanos 27
La influencia del pensamiento ilustrado 30
Trabajo urbano y vagancia 32
Propuestas institucionales a favor de la reforma
de los gremios 34
Reglamentar y educar en el discurso
del primer liberalismo 44
La legislación contra la vagancia 51
Reflexiones finales 60
Siglas y referencias 62
Archivos 62
Bibliografía 62
Hemerografía 65

Moralizar por la fuerza. El decreto de


reformulación del Tribunal de vagos
de la ciudad de México, 1845
Esther Aillón Soria
67

El ayuntamiento de la ciudad de México


y el Tribunal de vagos 70
Los vecinos, el Ayuntamiento y el funcionamiento
del Tribunal en la organización de 1845 78
Acusación, calificación, sentencia y castigo 83
El decreto de 1845 define al vago: un universo plural 88
Interpretación del mundo social del decreto 97
La práctica discursiva del Tribunal 103
Conclusiones 106
Siglas y referencias 109
Archivos 109
Bibliografía 109

La corrección de la vagancia. Trabajo, honor y


solidaridades en la ciudad de México, 1845-1853
Vanesa Teitelbaum
115

La corrección de la vagancia a mediados del siglo xix 116


Y éstos son los vagos 122
Un mercado de trabajo inestable 124
¿Quiénes eran los vagos? Una aproximación 128
La defensa del honor 130
Los ámbitos del vicio: pulquerías y casas de juego 135
La detención de vagos en horas de trabajo 136
La vagancia y el tiempo libre 140
El hogar y la justicia 142
La queja de los padres 142
Conflictos en la pareja 144
Consideraciones finales 150
Siglas y referencias 152
Archivos 152
Bibliografía 152
Hemerografía 156

Trabajadores urbanos, empleo y control


en la ciudad de México
Sonia Pérez Toledo
157

La población y los trabajadores urbanos 159


La población 160
Las actividades productivas 163
La coacción al trabajo 170
El afán de normar el tiempo libre 178
Las mujeres y el trabajo 183
Conclusiones 190
Siglas y referencias 192
Archivos 192
Bibliografía 192
Hemerografía 196

Sobre las autoras


197

Índice onomástico
199
Trabajo, ocio y coacción. Trabajadores urbanos
en México y Guatemala en el siglo XIX
se terminó de imprimir en la ciudad de México
durante el mes de junio del año 2001. La edición,
en papel de 75 gramos, consta de 1,000 ejemplares más
sobrantes para reposición y estuvo al cuidado de
la oficina litotipográfica de la casa editora.
ISBN 970-701-131-9
MAP: 041265-01

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