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Introducción
Jesucristo en la cruz pronunció siete palabras, tal como lo han
testimoniado los cuatro evangelistas. Siete palabras, tres
recogidas por Lucas, tres por Juan y una misma por Marcos y
Mateo.
Durante las horas que estuvo clavado en la cruz, el Señor
exclamó siete frases memorables que se han venido en llamar
«Las Siete Palabras». Fueron sus últimas palabras. Con estas
breves frases Jesús pronuncia el mensaje más profundo que se
haya predicado jamás. Una verdadera síntesis del Evangelio. Allí
encontramos resumido lo más extraordinario del carácter de
nuestro Señor y del plan divino para con el ser humano. El
«Sermón de las Siete Palabras» ha inspirado innumerables
predicaciones y escritos a lo largo de los siglos.
El orden en que Jesús pronuncia estas frases parece, a simple
vista, algo casual; pero un análisis detallado nos muestra cómo
este orden es profundamente significativo porque refleja las
prioridades del Señor, y es un reflejo formidable de su carácter y
de su corazón pastoral. Es en la cruz donde la belleza del carácter
de Cristo alcanza su máximo esplendor. En la hora de la mayor
oscuridad, sus palabras brillan como oro refulgente.
Profundicemos, pues, en estas «Siete Palabras» de Jesús. Eso
nos ayudará a amarle más a él y ha orientar nuestro acercamiento
hacia las personas, en especial las que sufren.
El esquema que seguiremos es el mismo del Via Crucis, con la
mismas introducciones y conclusiones. Pero, en lugar, de ir
recorriendo estaciones, iremos meditando las Palabras dichas por
Jesús desde la cruz.
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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Acto de contrición
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío,
por ser vos quien sois, Bondad infinita
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido,
también me pesa porque podéis castigarme con
las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca más pecar,
confesarme y cumplir
la penitencia que me fuera impuesta,
Amen.
Primera Palabra
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ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.
Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí
Reflexión
Jesús muere perdonando. El acto salvífico en la cruz simboliza
el perdón divino (Jn. 3:14-15). Pero era conveniente hacer
explícito este perdón con palabras claras, audibles, contundentes,
con una fuerza emocional arrolladora y una autoridad espiritual
definitiva.
Al exclamar «Padre, perdónalos...», Jesús verbaliza el sentido
de su venida a este mundo. De hecho, el nombre «Jesús» significa
precisamente «él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21).
La petición de perdón de no se limita solamente a los que de
forma directa le estaban humillando -los soldados y autoridades
religiosas-, sino a todo ser humano.
En la cruz, Jesús nos enseña que el perdón puede ser
unilateral, no requiere dos partes a diferencia de la reconciliación.
Yo puedo -y debo- perdonar, aunque mi ofensor no me haya
pedido perdón.
Esteban, bajo la furia de las piedras que lo estaban matando,
fue el primero en imitar de forma modélica a su Maestro y Señor.
Nosotros estamos llamados a hacer lo mismo.
Se hacen unos 10 segundos de silencio
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mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que
pueda reposar en el regazo de tu infinita misericordia.
V: Señor pequé.
R: Ten piedad y misericordia de mí.
Canto: «Perdón, oh Dios mío»
Segunda Palabra
Reflexión
Jesús murió acompañado de dos desconocidos.
Probablemente nunca antes estos dos malhechores habían
cruzado palabras con el Señor. La historia es conocida: a las
puertas de la muerte, uno de ellos tiene temor de Dios y le ruega
a Jesús: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (Lc.
23:42).
La respuesta es tan inmediata como clara. Jesús le da aquello
que más necesitaba en aquel momento: esperanza. Esa
esperanza, que nace de la salvación de Cristo, sería para él «un
fortísimo consuelo» en las interminables horas de martirio que
iban a seguir.
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La actitud de Jesús, llena de misericordia, nos recuerda que es
posible ser salvados, a pesar de tantos pecados como podemos
acumular, si de veras invocamos al Señor de todo corazón, desde
lo profundo del alma y con humildad, tal como lo hizo el ladrón en
la cruz.
Se hacen unos 10 segundos de silencio
V: Señor pequé.
R: Ten piedad y misericordia de mí.
Canto: «Mi alma espera en el Señor»
Tercera Palabra
Jesús en su testamento
a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá
de María el sentimiento?
Hijo tuyo quiero ser,
sé tú mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora
con tu amor va a florecer
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Reflexión
Es muy significativo que las últimas palabras de preocupación
y cuidado por un ser humano que Jesús pronuncia en esta tierra
sean para su madre. Es la rúbrica final a una vida pensando
siempre en los demás y en cómo servirles. Jesús no podía olvidar
a su madre en esta hora de dolor lacerante para ella.
El corazón de María estaba destrozado por la agonía de su hijo,
desolada por un final tan trágico. Además, María era viuda, por lo
que quedaba en una situación de desamparo. Pero el Señor, el
pastor por excelencia, no podía descuidar su deber de «honrar a
padre y madre».
¡Cuán divino y cuán humano es al mismo tiempo! Este último
acto amoroso de Jesús nos recuerda que la verdadera
espiritualidad nos hace siempre más humanos. La primera
evidencia de que amamos a Dios -nos recuerda el mismo Juan en
su primera epístola- es amar al hermano que tenemos al lado Y el
pastor debe empezar su pastoreo en su propia casa.
Por ello Jesús encomienda el cuidado de su madre a su amigo
y discípulo amado, el sensible y tierno Juan, aquel que «estaba
recostado sobre el pecho de Jesús». Juan cumplió de forma
inmediata la petición y «desde aquella hora el discípulo la recibió
en su casa».
Se hacen unos 10 segundos de silencio
Cuarta Palabra
Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.
Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor,
me pesa: no más pecar.
Reflexión
En el libro de los salmos encontramos muchos que hablan de
peligros, persecuciones, intrigas, malignidad humana... y de
confianza en Yahvéh que salva al que ora de todo ello. El salmo
22, que Jesús recita desde la cruz, pertenece a este grupo de
salmos. También Job llora su lamentable situación ante Dios. Y,
como él, tantos otros justos maltratados elevaron lamentos a Dios
y suplicaron misericordia.
Jesús es el último y el más grande de los justos perseguidos.
"El mismo Cristo, en los días de su vida mortal presentó oraciones
y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquél que podía salvarlo
de la muerte" (Hbr 5,7). Pero es también el Hijo obediente y el
sumo sacerdote que ofrece voluntariamente su vida para la
salvación de la humanidad: "Fue escuchado en atención a su
actitud reverente. Y aunque era Hijo, aprendió sufriendo lo que
cuesta obedecer" (Hbr 5,7-9).
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Jesús no grita a su Padre que le libre de la muerte como el justo
perseguido, Jesús no se lamenta de su estado desgarrador e
inhumano al estilo de Job, Jesús grita al Padre el abandono que
siente su alma, y el deseo de consumar hasta el final su sacrificio
redentor.
Se hacen unos 10 segundos de silencio
Quinta Palabra
V: Señor pequé.
R: Ten piedad y misericordia de mí.
Canto: «Amante Jesús mío»
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Sexta Palabra
Reflexión
Ha ido a donde el Padre quería. Ha predicado cuándo, dónde
y por el tiempo que el Padre quería. Ha hecho los milagros que el
Padre quería. Ha elegido a los hombres que el Padre le indicó. Ha
predicado la verdad y la justicia, como el Padre quería. Ha vivido
conforme a lo que predicaba, para agradar a su Padre. Ha sufrido
los tormentos indescriptibles de la pasión y de la cruz. Ha
cumplido las Escrituras. Ahora ya puede expirar como un soldado
valiente que ha combatido el buen combate y que grita: «Todo
está cumplido».
Se hacen unos 10 segundos de silencio
Séptima Palabra
Reflexión
Jesús encuentra en el Padre su roca y su fortaleza. En él
encuentra el consuelo y la misericordia. En sus manos paternales
se abandona, a pesar de la oscuridad que le atenaza.
Hasta el final, el Señor sostiene la fe cierta de que su Padre le
custodia y le protege. Aunque todo parezca desdecir esa
convicción profunda, él mantendrá hasta el final su confianza y su
amor. Ni el silencio incomprensible de Dios, ni el sentimiento de
soledad y abandono consiguen batir su certeza de que el Padre
no le ha abandonado. Y, ahora, antes del estertor final, es él el
que se abandona en el Padre.
Digamos también nosotros: Padre, a tus manos confío mi espíritu.
Démosle nuestra vida entera, ahora en el tiempo de la lucha y
luego en la eternidad del amor.
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Se hacen unos 10 segundos de silencio
V: Señor pequé.
R: Ten piedad y misericordia de mí.
Canto: «Victoria, tu reinarás»
Oración final
Jesús salvador, que nos otorgaste tu testamento desde la cruz, y
con infinita misericordia nos dirigiste tus últimas palabras para que
pudiéramos conocer mejor la intimidad de tu corazón traspasado.
Te pedimos que después de contemplar tus últimos momentos y
de escuchar tus últimas voluntades sepamos compartir tu dolor e
imitar tu amor. Que tu alma pura y bondadosa nos enseñe a
afrontar la cruz con la sabiduría y entereza con la que tú la
abrazaste.
Te lo pedimos a ti, que vives inmortal y glorioso, por los siglos de
los siglos.
R: Amén.
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