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REFLEXIONES PARA EL “MES DEL SAGRADO CORAZÓN”

“Christus heri hodie Semper”

¿Conocéis a Jesucristo tal cómo se presenta y se revela Él mismo en el evangelio? Lástima


grande que sean tan numerosos los cristianos que desconocen, en parte al menos, a este Señor.
Este es el gran pecado de nuestra época: no conocer a Jesucristo, conocerle muy superficialmente.
No nos referimos aquí principalmente a los desdichados incrédulos; estos niegan su
divinidad, y como para hacer gala de cierta anchura e imparcialidad de criterio, le perdonan la vida
y le llaman un «¡superhombre!». Recemos por estos infelices, los únicos realmente desgraciados.
En cuanto a la mayoría de los cristianos fieles, estos aceptan, por cierto, su divinidad, pero no
han ahondado lo bastante en el Verbo humanado, no estudian al Dios-Hombre que se llama Jesús,
Hijo de Dios e Hijo del Hombre, Hermano nuestro en todo, menos en el pecado.
Los más de los creyentes, le miran a mucha distancia enteramente ajeno a nuestra vida, tan
por encima de nosotros y de todo lo nuestro, que parecen suprimir una Encarnación, que nos le
dio y nos le sigue dando como el Dios-Hombre, Hermano.
Porque, sabedlo: la Encarnación no es únicamente el hecho histórico, narrado en el evangelio
y realizado hace 20 siglos, ¡no! la Encarnación es y seguirá siendo una realidad permanentemente
viva: Cristo-Jesús, Hijo de María, hoy como ayer.
Solemos forjarnos, por desgracia, un Jesús tan cambiado y disfrazado, que ya no es Jesús, y
creo que la Inmaculada misma tendría que hacer esfuerzos para reconocerlo como su Hijo
auténtico.
Aquel Jesús que parece vivir exclusivamente, allá por encima de nubes y de estrellas, tan
fuera del alcance de los humanos, tan despreocupado de todo aquello que llevó amasado con su
Humanidad santísima, dolores, afanes y penas; ese Jesús que, al glorificar su cuerpo y al llevárselo
el día de la Ascensión, parece haber suprimido radicalmente la tierra en que nació, y en la que
parece dejar ir al garete a sus hermanos; ese Jesús, repito, no es el del Evangelio, no es Jesús
auténtico.
«Y el Verbo se hizo carne y hábito entre nosotros (Jn 1,14) y se quedó entre nosotros, non
reliquam vos orphanos (Jn 14,18). «Y estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos»
(Mt 28,20). Esto principalmente por la Eucaristía y de mil otras maneras misteriosas y
maravillosas, conviviendo toda nuestra vida. Sí, se hizo carne, semejante a nosotros en todo,
menos en el pecado (Heb 4,15).
«Apareció el señor bajo la forma de la benignidad, haciéndose como uno de los nuestros para
atraernos a todos (Tit 3,4) a su Corazón».
Es, pues, un derecho nuestro acercarnos a Él y, abrazándole como los pastorcitos, llamarle
¡Hermano!.

Extracto del libro: “Jesús Rey de Amor”;


de Mateo Crawley-Boevey
“Origen de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús”

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es tan antigua como la iglesia. Nació en el calvario
en el momento en que la aguda lanza del Soldado Romano hirió el costado del Salvador y abrió en
su Corazón la llaga profunda en que las almas amantes han encontrado un asilo seguro e inviolable
en las tempestades de la vida.
Sin embargo, esta devoción, que es como el aroma más delicado de la piedad, fue durante
largo tiempo patrimonio exclusivo de algunas almas privilegiadas. Se deslizaba silenciosamente
por el mundo de los espíritus, como esos ríos que se ocultan a la vista del viajero, dando a los
campos verdor y frescura con sus corrientes silenciosas.
Era que la divina Providencia reservaba los tesoros del Corazón de Jesús para los últimos
tiempos…

Corría el año 1671. En el monasterio de Paray-le-Monial en Francia vivía, desconocida del


mundo, una humilde religiosa llamada Margarita María de Alacoque, a quien Dios había favorecido
desde la infancia con gracias extraordinarias.
Un día de la Octava del Santísimo Sacramento en que ella oraba fervorosamente al pie del
tabernáculo, se le apareció Nuestro Señor Jesucristo en forma visible, y descubriéndole su divino
Corazón le dijo estas palabras: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada
ha omitido para probarles su amor y que no recibe otra correspondencia de la mayor parte de
ellos, que ingratitudes, desprecios, irreverencias y frialdades en este sacramento de amor. Por
esto te pido que el primer Viernes después de la Octava del Santísimo Sacramento se celebre una
fiesta en honor de mi Corazón comulgando este día, para reparar las ofensas que he recibido
durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Yo te prometo por ello que mi Corazón
se dilatará para derramar con abundancia la influencia de su amor sobre aquellos que le
tributen este honor o procuren le sea tributado"...
Cuatro siglos antes de las revelaciones de Margarita María, la célebre abadesa benedictina
Santa Gertrudis había recibido de Jesucristo revelaciones no menos maravillosas acerca de su
Sagrado Corazón. Jesús le ordenó que las escribiese a fin de que fuesen en los últimos tiempos una
confirmación de los deseos de su Corazón manifestados a la joven religiosa de Paray-le-Monial.
San Juan Evangelista presentándose un día a la Santa Abadesa en el esplendor de una gloria
incomparable. “Amorosísimo señor, dijo la Santa a Jesucristo, ¿por qué me presentáis a vuestro
discípulo más querido? -̶ Yo deseo, respondió Jesús, establecer entre él y tú una amistad íntima: él
será en adelante tú protector más fiel”… ̶- Dirigiéndose entonces a Gertrudis, le dijo San Juan:
“Venid esposa de mi Maestro: reposemos juntos nuestra cabeza en el dulcísimo pecho del señor:
en él están encerrados todos los tesoros del cielo". Santa Gertrudis inclino la cabeza al lado
derecho del Salvador y San Juan al izquierdo, y agregó el Santo Apóstol: “Este es el Santo de los
Santos a donde convergen como a su centro todos los bienes del cielo y de la tierra”. -̶ “Amado
discípulo del Señor, le pregunto la Santa, y estos latidos armoniosos que regocijan mi alma
regocijaron también la vuestra cuando durante la Cena reposasteis en el pecho del Salvador?. -̶ Si
respondió el Apóstol yo los he oído y su suavidad penetraba hasta el fondo de mi alma. -̶ ¿Y por
qué en vuestro Evangelio habéis dejado columbrar apenas los secretos del Corazón de Jesús?.
-̶ En esos primeros tiempos de la Iglesia yo debía limitarme a hablar del Verbo increado, Hijo
eterno del Padre, algunas palabras que pudiese comprender la inteligencia de los hombres;
porque la gracia de oír la voz elocuente de los latidos del Corazón de Jesús estaba reservada para
los últimos tiempos: El mundo envejecido se rejuvenecerá al oír esta voz y se inflamará al calor del
Amor Divino”.

Extracto del libro: “Mes del Sagrado Corazón de Jesús”;


del presbítero: Rodolfo Vergara Antúnez.

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