Está en la página 1de 3

C H ILE , 1 9 5 8 -c .

1 9 90 279

El objetivo político central de las fuerzas de la Unidad Popular será la búsqueda de


algo que substituya la actual estructura económica, que acabe con el poder del capital
monopolista extranjero y nacional y del latifundio con el fin de iniciar la construcción
del socialismo. (Del programa de la Unidad Popular).

El gobierno de la UP capitaneado por Salvador Allende transformó el clima de la


vida pública en Chile. Viejos conceptos tales como la afiliación a un partido cam ­
biaron y en lugar de verse como simple expresión de la preferencia por un partido
pasaron a considerarse como una posición en la lucha de clases. Se rompió el con­
senso general acerca de la validez del sistema constitucional. La violencia política,
que hasta entonces había sido rara en Chile, creció en intensidad y en frecuencia.
M ovimientos nuevos a los que se identificaba de forma imprecisa como el «poder
popular» expresaban una intensificación de las exigencias populares que no sólo
alarmaba a la oposición, sino que, además, debilitaba la autoridad política del go­
bierno. Se politizaron todos los aspectos de la vida y la política se polarizó: era im­
posible no estar ni a favor ni en contra del gobierno. La terrible brutalidad con que
el gobierno fue derribado el 11 de septiembre de 1973 es un triste testimonio del ni­
vel a que había llegado la pasión política.
El gobierno de la UP prometió nacionalizar la economía, poner en práctica un
amplio programa de redistribución de la renta, terminar con la dominación de los la­
tifundios, transformar el sistema político mediante la creación de una legislatura uni­
cameral, potenciar la participación popular en la dirección de la economía, en la
toma de decisiones políticas y en la administración de justicia y seguir una política
exterior auténticamente independiente. Aunque a este programa le faltaba poco para
ser revolucionario, el gobierno se proponía ponerlo en práctica sin salirse de los lí­
mites del sistema constitucional que ya existía. Ese sistema se modificaría, por su­
puesto, pero la mayoría de la coalición UP no pretendía nada que pudiera calificarse
de ilegalidad revolucionaria o insurrección. El gobierno argüía que la puesta en prác­
tica del programa afectaría adversamente a sólo una diminuta minoría de terrate­
nientes y a sólo una pequeña fracción de la elite económica, que estaba muy con­
centrada. En el sector industrial, por ejemplo, al principio el gobierno pensaba
nacionalizar 76 compañías. Estas empresas eran importantísimas y representaban al­
rededor del 44 por ciento del total de las ventas de manufacturas, pero incluso su­
madas a las que el estado ya poseía o controlaba, el sector nacionalizado consistiría
en sólo alrededor de 130 empresas industriales de las 30.500 que había en el país.
Había mucha vaguedad en lo que se refería a los métodos que se utilizarían para po­
ner en práctica unas medidas tan amplias dentro del marco institucional existente.
¿Cómo se pondrían en práctica y durante cuánto tiempo, y de qué manera estarían rela­
cionadas las medidas a corto, medio y largo plazo?18 La puesta en práctica de las medi­
das de la UP dependía de una serie de supuestos interrelacionados sobre el éxito de su
política económica, sobre la firmeza del apoyo político que recibiría el gobierno y sobre
el comportamiento de la oposición. Los supuestos resultaron carecer de realismo.

18. La cuestión que derrotó a la UP, según el senador socialista de izquierdas Carlos Altamirano, no
fue la duda sobre lo que había que hacer, sino cómo hacerlo. Esto no difiere mucho de la afirmación de
Sergio Bitar, ministro de Minas en el gobierno de la UP, en el sentido de que uno de los principales de­
fectos del gobierno fue su incapacidad para poner en práctica una estrategia clara. Carlos Altamirano,
Dialéctica de una derrota, México, 1977, p. 44, y Sergio Bitar, Transición, socialismo y democracia: La
experiencia chilena, México, 1979, p. 15.
280 HISTORIA D E AMÉRICA LATINA

El gobierno de la UP era una coalición de seis partidos, y el programa en sí mis­


mo era un documento redactado de forma que diese cabida a las distintas tendencias
que había dentro de la coalición, desde la moderación socialdemócrata del Partido
Radical hasta el leninismo del segmento izquierdista del Partido Socialista. Lo más
importante eran las diferencias entre los socialistas y los comunistas sobre la rapidez
con que el programa debía ponerse en práctica y sobre el equilibrio político entre,
por un lado, la movilización popular y, por el otro, la necesidad de infundir confian­
za a los sectores de la clase m edia.19 El interminable debate en tomo a la manera de
crear la vía chilena al socialismo produjo incertidumbre acerca de la política que ha­
bía que seguir y dio pábulo a las sospechas de la derecha de que la vía al socialismo
resultaría ser un callejón sin salida marxista del cual no se podría volver.
Las dificultades con que tropezó Allende como presidente se vieron agravadas
por la falta de disciplina y el faccionalismo de su propio Partido Socialista. Desde
que en su congreso de 1967 el partido declarase que «la violencia revolucionaria es
inevitable y necesaria», había sectores importantes del partido que apoyaban, al me­
nos en teoría, la «vía insurreccional» en lugar de la «vía pacífica». Y había grupos
fuera del Partido Socialista, en especial el MIR, que practicaban lo que predicaban
algunos de los socialistas de izquierdas. La actitud ambivalente de algunos destaca­
dos políticos socialistas ante las actividades del MIR y ante la legitimidad de la vio­
lencia revolucionaria ponía al gobierno Allende en una situación embarazosa y daba
a la derecha la oportunidad de crear temores acerca de las intenciones del conjunto
de la UP. No aquietaba tales temores el tono de la propaganda de la izquierda ni de
la derecha. El asesinato de Edmundo Pérez Zujovic, destacado político democristia­
no, por un grupo de la extrema izquierda en junio de 1971 intensificó agudamente el
clima de miedo y hostilidad políticos.
El Partido Socialista nunca dejó de sospechar del Partido Comunista Chileno
(PCCh). El PCCh existía desde hacía mucho tiempo, estaba firmemente arraigado en
el movimiento laboral, era muy disciplinado y apoyaba decididamente a Moscú en
los asuntos internacionales, pero no por ello carecía de flexibilidad en los asuntos na­
cionales. Su moderación y su cautela no eran aceptables a ojos de algunos sectores
del Partido Socialista. Parecía haber un liderazgo dual en el centro de la UP. El Par­
tido Radical tendía a secundar la cautela de los comunistas, pero se escindió en tres
direcciones y perdió su importancia política. Los otros dos partidos ideológicos de la
UP, el MAPU y la Izquierda Cristiana (IC), también sufrieron pérdidas y el MAPU
se escindió en dos partidos distintos. La Acción Popular Independiente (API) del se­
nador Rafael Tarud era un partido personalista de poca importancia política.
Un problema serio que causó la existencia de tantos partidos fue la imposición
de un sistema de cupos para el reparto de puestos en el gobierno. Los puestos debían
distribuirse de acuerdo con un plan más o menos fijo y favoreciendo a los partidos
pequeños; pero los subordinados debían pertenecer a partidos diferentes del de su su­
perior directo. El propósito de este sistema era impedir que un partido determinado
colonizase un ministerio. En la práctica los resultados fueron perjudiciales. La auto­
ridad del partido suplantó la autoridad administrativa; el control de la maquinaria gu­
bernamental por parte del ejecutivo se debilitó; y el efecto en el funcionariado pro­

19. José Garcés, uno de los consejeros políticos de Allende, criticó mucho la falta de «confianza, res­
peto y disciplina» de los partidos en sus relaciones mutuas, en sus relaciones con el gobierno y en sus rela­
ciones con el propio Allende. Garcés, Allende y la experiencia chilena, Barcelona, 1976, pp. 228, 455-5.
282 HISTORIA D E AMÉRICA LATINA

do en el ajuste mensual de la paridad del cambio que utilizara el gobierno Frei, ar­
guyendo que incrementaba los costes y alimentaba la inflación. Pero el resultado fue
que el escudo empezó a estar cada vez más sobrevalorado. Otras señales de adver­
tencia comenzaban a aparecer antes de que concluyera el primer año de Allende en
el poder. Los gastos del gobierno central subieron acentuadamente, más del 66 por
ciento en términos nominales en 1971 en comparación con el año anterior, del 21 al
27 por ciento del PIB, pero el ingreso corriente del gobierno descendió del 20 al 18,5
por ciento del PIB. El déficit fiscal subió hasta quedar en el 8 por ciento del PIB en
comparación con el 4 por ciento del año anterior. La oferta monetaria se multiplicó
por más de dos y la enorme expansión del crédito fue en su mayor parte para el sec­
tor público. Durante 1971 el precio medio del cobre descendió en un 27 por ciento,
y como la producción también disminuyó ligeramente en las tres minas principales,
el valor de las exportaciones de cobre descendió en un 16,5 por ciento. Aunque las
reservas internacionales eran altas, lo mismo cabía decir de la deuda pendiente de
pago. La balanza comercial pasó de un superávit de 95 millones de dólares nortea­
mericanos en 1970 a un déficit de 90 millones en 1971. Las tradicionales fuentes de
financiación externa en los Estados Unidos virtualmente se secaron, y el gobierno se
vio obligado a recurrir a otras fuentes: Europa, América Latina y la URSS. Las re­
servas de Chile disminuyeron en tres cuartas partes en 1971, y en noviembre el go­
bierno se vio obligado a anunciar la suspensión del servicio de la deuda, en espera de
la renegociación.
Todos los problem as que ya eran visibles en 1971 —límites de la capacidad en
el sector industrial y en otros, rupturas en el sistema de distribución, conflictos in­
dustriales, el crecim iento de un mercado negro, el declive de la inversión privada,
la expansión m onetaria incontrolada, el agotamiento de las reservas internaciona­
le s— se acumularon y m ultiplicaron con terrible fuerza en 1972 y 1973. Cuando el
gobierno de la UP tocó a su fin, el PIB real per cápita y los salarios reales ya iban
en descenso, la producción agrícola había disminuido mucho (quizá hasta el nivel
de los primeros años sesenta, aunque el funcionamiento del mercado negro hacía
que los cálculos fuesen difíciles), la inflación estaba descontrolada, hubo que re-
programar varios años del servicio de la deuda, las reservas internacionales netas
presentaban un déficit de más de 200 millones de dólares norteamericanos y el dé­
ficit de la balanza de pagos también era elevado. Los ingresos públicos bajaron m u­
cho mientras los gastos crecían. Con el aumento del mercado negro y los obstácu­
los que puso el Congreso a los cambios impositivos, el déficit del gobierno central
alcanzó alturas sin precedentes: el 22 por ciento del PIB en 1973. La masa moneta­
ria creció en un 576 por ciento entre finales de 1971 y agosto de 1973; la expansión
total de la masa monetaria bajo el gobierno de la UP fue del 1.345 por ciento.
Aunque el gobierno devaluó la moneda en diciembre de 1971, y en intervalos a
partir de entonces, una tasa de inflación tan elevada hizo que el escudo estuviera en
todo momento seriamente sobrevalorado. Después de una caída de los ingresos pro­
ducidos por las exportaciones al descender los precios del cobre en 1972, en 1973
hubo una recuperación. Pero las importaciones continuaron creciendo más aprisa;
los costes totales de las importaciones de alimentos fueron casi el cuádruple de los
correspondientes a 1970 (y representaron más de un tercio del total de importaciones
en comparación con sólo el 14 por ciento de tres años antes). Esto refleja la subida
de los precios internacionales así como el resultado de la subida de las rentas de los
pobres y el descenso de la producción.

También podría gustarte