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Uno de los primeros intentos de los clínicos conductuales, para mejorar las
aptitudes sociales de los pacientes, está enfocado sobre un extenso grupo de
procedimientos y habilidades llamados, en general, entrenamiento asertivo.
El entrenamiento asertivo era un método para ayudar a las personas a superar la
ansiedad despertada por los encuentros interpersonales.
Varios investigadores sostienen que la asertividad tiene una relación directa con la
autoestima.
La autoestima es el sentimiento de aprecio o de rechazo que acompaña a la
valoración global que hacemos de nosotros mismos. Esta autovaloración se basa
en nuestra percepción de cualidades concretas, como la habilidad para
relacionarnos con los demás, la apariencia física, los rasgos de nuestro carácter,
etc.
Las personas que no se consideran valiosas habitualmente optan por no defender
sus derechos de forma activa, lo que crea un círculo vicioso al volver a minar su
autoestima cuando sus derechos no son respetados.
Otros motivos del déficit de asertividad serían la influencia de ciertos estereotipos
sociales y laborales. En algunas culturas u organizaciones muy jerarquizadas se
establece la sumisión como la conducta aceptada en determinados roles y
géneros.
El estado emocional también influye en la respuesta que se pueda dar en un
momento concreto. Una alta carga de estrés puede provocar una conducta
excesivamente agresiva o pasiva, generando en ocasiones mayor ansiedad
debido al rechazo que la propia respuesta provoca en los demás.
También se descubrió que la asertividad tiene que ver con el grado de madurez de
cada individuo; así como de los factores emocionales e intrínsecos de la
personalidad, las personas cuya autoestima es elevada tienden a desarrollar un
mayor grado de asertividad. Las diferencias entre las personas asertivas y las que
no desarrollan esta habilidad radica en la falta de carácter, así como de ideologías,
falta de confianza en sus habilidades o bien, que carezca de objetivos claros al
comunicarse.
¿Qué es una respuesta asertiva?