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213

ocurrencias
con
Jacques Lacan
Jean Allouch

Traducción al español de
Marcelo Pasternac
y Nora Pasternac

0 SISTEMAS TECNICOS
DE EDICION, S.A. de C V
Versión en español de Ja obra titulada 132 bons mots avec Jacques Lacan, de lean
Allouch, publicada originalmente en francés por Editions Érés, littoral, Toulouse,
Francia © 1985.

ISB N 2-86586-050-7 •

Esta edición en español es la única autorizada.

Con la colaboración de:


Rosario Trejo González
Pedro H ernández Zaldívar

© 1992 por Sistemas Técnicos de Edición. S.A. de C.V.


San M arcos 102, Tlalpan, 14000 México, D.F.

M iembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial, registro número 1312.

ISBN 968-6579-13-3
Prim era edición: 1992
Prim era reimpresión: 1993

Impreso en México, Prirtied ¡n México

B C D E FG H1J K L - M - 9 9 S 7 6 5 4 3

S e t e r m i n ó de i m p r i m i r ei d ía 27 de j u l i o de 1993 en ios ta lle re s de L a I m p r e s o r a A z te c a , S.A.


d e C .V . P o n i e n t e 140 núrn. e S I - ¡ , 0 2 3 0 0 . M é x i c o . D .F . L a t ir a d a fu e d e ! 0 0 0 e j e m p l a r e s
Nota de ¡os editores

Este libro se titula en francés: 132 b o n s m o ts avec Jacques L acan


y en español 213 ocurrencias con Jacques L acan. E sto exige u n a p u n ­
tu a liz a d o s
213 no es un lapsus calam i. L a edición española incluye la primicia de
81 nuevas entrad as, que perm anecen inéditas en francés, al menos h a s ­
ta u na nueva edición. Jean A llouch decidió enriquecer de este m odo
su texto en esta ocasión.
Nota de Sos traductores

1. El sentido de b ons m o ts en francés, y en particular en este libro,


es o bjeto de consideraciones por p arte de Jean Allouch que el lector
e n c o n tra rá en el P reá m b u lo . P a ra la versión española hem os b a ra ja d o
distintas posibilidades com o “buenas a n é c d o ta s”, agudezas, y hasta
gracias y donaires (tan atractivo ju s ta m e n te p o r insólito). H em os o p ­
ta d o p or ocurrencias que incluye la dim ensión de la agudeza y la de
lo o currido (adem ás de corresponder a las einfallen freudianas, com o
connotación).
2. H em o s d ejado explícitos a m en u d o los p ro n o m b re s él y ella en fra ­
ses en las que el uso impone dejarlas tácitas. Fundam os nuestra opción
en que funcion an, en los casos a los que aludim os, com o los sustitutos
de los nom bres propios de ¡os personajes que deben perm anecer a n ó ­
nim os por el carácter de la obra. Cabe destacar que en francés el p r o ­
n o m b re es o b ligatoriam ente explícito.
Práctica analítica

¿A quién se ie p ara?
A cto fallido
A fu e ra
A nticipación
A s u n to arreg lad o
¿Ausencia?
Buen día
C afé caliente
C asam iento
Ciérrela
C ogido en la tra m p a
C ólera y d u lzu ra
C o m en za m o s
Conflicto con respecto al p róx im o encuentro
C o n ju ro
C on ocim ien to p aran o ico
C o n ozco u n o que
C onsejo dietético
C o n tra tie m p o
C onversación de café entre dos analizantes
C u a n d o “ perm itirse” no es “ au to riz arse”
C u estio n am ie n to
De la contem p lación
De un buen uso del esquem a L
Del yo
D em asiado caro
Denegación es ley
Denegación es ley (2)
Desanálisis
Después de después
Dialéctica de u n a intervención
Dicha
D onde se ve a Lacan fijar el precio de las sesiones
El analizante tenía razón
Él hab la de mí
El psicoanálisis, su público y el Estado
Él se habría olvidado a sí mismo
En caso de necesidad
¡Entonces se t ra ta b a de eso!
Ese nudo, ese fuego
¡Eso es!
Eso suele ocurrir. . .
E star o no estar en análisis
Falo im aginario
F alta de orto g ra fía
Fem inidad
Fin de análisis
Fin de análisis (2)
F o b ia con n om bre propio
G loria a ti
¿H abló él?
H erencia
H ola, ¿Lacan?
Indicación de analista
Inscripción en la E . F . P .
Interpretación
J a q u e al parricida
Lacan no contento
Land-rover
Leer y releer
¿Literato o psicoanalista?
M alestar en el análisis
M edicina
¿N eologism o o interpretación?
N o h ab ría hab ido sesión
N o m b re falso
P a p á re fu n fu ñ a
P a rto
P asa o fracasa
P edido de gracias
Placer
P leonasm o
P rim era noticia
P rim era sesión con Lacan
Prohibición
Puercoépico
Que. . . ¿o cola?
¿Que? ¿.Primero?
¿Quién es paciente?
¿Q uién paga los gastos?
R em olino de la dem an d a
Sala de espera
Se ro b a ro n el bastón (la canne)
Sesión de seminario, sesión de análisis
Sin aliento
S o ñ ar cuenta
Suicidio
Transcripción
T u rb a d a
U n a p a la b ra de más
Videncia
¿Y ahora?
Zen-análisis

Presentación de enfermo
A pesar de to d o
A un transexual
A dvertida
Aliento
C onsigna
C ulpabilidad
C uració n
E n los límites del saber
E n g ra n aje
Es simple
Escándalo
Esquizofrénico
Gentil m a m á
Hipnosis
Indicación de analista
Lacan difiriendo de él m ismo
Los elegidos p erd o n an
M arido to m a d o
M arido y m u jer
M oraleja
P alab ra im puesta
P uesta a p u n to
¿Q uién lo dirá?
¿Sabe?
Sonrisa
T elepatía
¿Topología. . . o geom etría?
Un tipo com o yo
Él se habría olvidado a sí mismo
En caso de necesidad
¡Entonces se tra ta b a de eso!
Ese n udo , ese fuego
¡Eso es!
Eso suele ocurrir. . .
E star o no estar en análisis
Falo im aginario
Falta de o rto grafía
Fem inidad
Fin de análisis
Fin de análisis (2)
F obia con n o m b re p rop io
Gloria a ti
¿H abló él?
H erencia
H ola, ¿Lacan?
Indicación de analista
Inscripción en la E .F .P .
Interpretación
Jaq u e al parricida
Lacan no contento
L and-rover
Leer y releer
¿L iterato o psicoanalista?
M alestar en el análisis
Medicina
¿N eologism o o interpretación?
N o h ab ría habid o sesión
N o m b re falso
P a p á refunfuñ a
P arlo
Pasa o fracasa
P edido de gracias
Placer
P leonasm o
Prim era noticia
P rim era sesión con Lacan
Prohibición
Puercoépico
Que. . . 6o cola?
¿Qué? ¿Prim ero?
¿Quién es paciente?
¿Q uien paga los gastos?
Rem olino de la d em and a
Sala de espera
Se ro b a ro n el bastón (la canne)
Sesión de sem inario, sesión de análisis
Sin aliento
S o ñar cuenta
Suicidio
T ranscripción
T u rb a d a
U n a p alab ra de más
Videncia
¿Y ahora?
Zen-análisis

Presentación de enfermo
A pesar de to d o
A un transexua!
A dvertida
Aliento
C onsigna
C ulpabilidad
C uració n
En los límites del saber
E n g ra n aje
Es simple
Escándalo
E squizofrénico
Gentil m a m á
Hipnosis
Indicación de analista
Lacan difiriendo de él mismo
Los elegidos p erd o n an
M arid o to m a d o
M arid o y m ujer
M oraleja
P a la b ra im puesta
P uesta a pu n to
¿Q uién lo dirá?
¿Sabe?
Sonrisa
Telepatía
¿Topología. . . o geom etría?
Un tipo co m o yo
Práctica del control

A cien francos el “ re”


A perpetuidad
Billetes y besam anos
D esprendim iento
¿Dijo usted: “ es fa lso ” ?
Dorm ir en sesión
El florón
Ella y él
En flagrante dormir
Falda hendida
Fin de análisis
¡Ganado! pero, ¿a qué precio?
Gustar
Histeria
M ejor partir que terminar
O bjeto sujeto

Historia del m ovim iento


psicoanalítico

A los de la Escuela Norm al Superior


Adm iración sincera
A ntinóm ico Lacan
A nti-edipo
Bebé lloroso
Botella de Klein
¿Cártel?
C ólera y creencia
C o n firm ac ió n
C u a n d o Lacan fo rm a p arte de la revista
C um p lid o indirecto
Del lecho
Del sujeto supuesto saber
Descartes. . . sobre la mesa
Desfallecim iento del deictico
Disolución
D o n d e le aprieta el zapato
D ucha lacaniana
El fenóm eno lacaniano
El inconsciente
En casa de C harcot
En lo de los nipones
E n resto
En to d o caso, yo. . .
E n ro la d o
Envejecer
Envío de un cliente
Evidencia
F acilidad
F irm a
F u n d ació n de la Escuela freudiana
¡H ablad, oh, m uros!
Im p erd o n ab le
Ironía
¿Kant allí?
L/m
L a escuela de la causa freudiana
Lacan j u ra d o
Laguna
Las m an o s sucias
Lugarteniente de Lacan
M astu rb a ció n freu d ian a
M entiroso
M ierda
Mil novecientos sesenta y ocho
N om inaciones
O p tim ism o
P ase p or escrito
Perversión
P o r qué hacer sencillo. . .
Presidim itir
P ruebas al can to
Relleno de farsa
Respeto
Respuesta a u n a invitación
Rey negro leyendo
¿Se ve eso en el cartel?
Sentencia
Sesiones cortas
Síganme
Sigrnund
Sin s u / / v e o ’d o c k té
Socialista
Socrático
Sin elección
T a c h a d o , sí, ¿pero, cóm o?
T o p o g ra fía
Vi y pito de jesuita
V erdad era verdad
Vitrina secreta

Encuentros

A picaro, picaro y m edio


C u an d o R o m án ia k o b s o n en cuentra a jesús
D uras relata
Ei gran secreto de la elocuencia
El instante de beau voir
Mi m ujer, B lanchot y yo
Un m ueble
¿V erbo o adjetivo?
Preámbulo
Para el psicoanalista la ley (de “dad al César lo
que es del César y a Dios lo que es de D i o s ”) es
diferente: d a d a la verdad lo que es de la verdad
y a la tontería1 ¡o que es de la tontería.
Y bien, ¡no es tan sim ple! P o rq u e am bas se su p e r­
pon en y porque, si hay una dimensión que está allí,
propia de! psicoanálisis, no es tanto la verdad de
la tontería c o m o la tontería de la verdad.

Jacques Lacan
S em inario del 22 de noviem bre de 1967

i E n f r a n c é s , c on ner ie ; q u e s i g n if i c a t o n t e r í a , p e r o c o n u n a c o a n o t a c i ó n m á s fuerc e, s e x u a l ,
p o r ser d e r i v a c i ó n d e ia p a l a b r a c o n . q u e q u i e r e d e c i r 1) v u l v a , c o n o (en E s p a ñ a ) , c o n c h a (en e! R í o
d e la P l a t a ) . ei c.; y 2) t o m o , i m b é c i l, et c. E x i s t e n f o r m a s lo c al es en d i s t i n t o s pa í s e s d e h a b l a e s p a ñ o ­
la: p e n d e j a d a , b o l u u e z , p e i o t u d e z , j i l i p o i l a d a , etc.
L a i r a d u c c i ó n p o r “ í o n t e n a ' 1 fu e l a r g a m e n t e m e d i t a d a y d i s c u t i d a p o r la d i r e c c i ó n e d i t o r i a l .
T i e n e en c u e n t a las c a r a c t e r í s t i c a s m e n c i o n a d a s del v o c a b l o f r a n c é s “ c o n n e r i e ” ( cf r. D i c c i o n a r i o
f r a n c é s R o b e r í ) . E n la o p c i ó n p o i v e r t ir “ c o n n e r i e ” p o r “ t o n i e r i a ” se p r o d u c e , c o m o s uel e o c u r r i r
c o n las t r a d u c c i o n e s , u n a p é r d i d a p a n í c u l a ? m e n t e d e l i c a d a p o r la c o n n o t a c i ó n s e x u a l m e n c i o n a d a
q u e n o s h a o b l i g a d o a r o m p e r n u e s t r o c r i t e r i o d e r e d u c i r al m í n i m o las N o t a s de T r a d u c c i ó n . El
v o c a b l o e s p a ñ o l de u s o re g i o n a l “ p e n d e j a d a ’’ ti en e u n a c o n n o t a c i ó n s e x u a l (la v i n c u l a d a c o n el vel lo
p u b i a n o ) d i s t i n t a a la de “ c o n n e r i e ’1 y la v o c a c i ó n d e c i r c u l a c i ó n en t o d a A m é r i c a L a t i n a y E s p a ñ a
p a r a c s i a e d i c ió n n o s h a h e c h o e l u d i r , en g e n e r a l , lo s l o c a l i s m o s . E n la s i g u i e n t e r e f e r e n c i a del s e m i ­
n a r i o El a c t o p s i c o a n a l i i i c o ( se sió n del 22 d e n o v i e m b r e d e 1967), c u y o e s t a b l e c i m i e n t o y t r a d u c c i ó n
es d e n u e s t r a r e s p o n s a b i l i d a d , se p u e d e leer c ó m o L a c a n pr ec is a la c o n n o t a c i ó n se xu al de la q u e se t r a t a :
“ P a r a el p s ic o n a l i s í a ia ie y {. . es; " D a d a la v e r d a d lo q u e e s d e ia v e r d a d , y a ia "c o n n e r i e ”
lo q u e es d e ¡a ‘ 'c on t ie n e " Pi te s b ie n , n o es tan s i m p l e , p o r q u e efias se re cu b r en y si h o y una d i m e n ­
s ió n allí, p r o p i a d e l ps ic o a n á li s i s , no es i a ni o ia v e r d a d c e la “ c o n n e r i e " s i n o la " c o n n e r i e ” d e la
v e r d a d . Q u i e t o d e c i r q u e ( p u e s t o s a p a r t e lo s c a s o s en q u e p o d e m o s a s e p i i z a r - -io q u e e q u i v a l e a
d e c i r a s e x u a r — la v e r d a d ; es d e c i r , no h a c e r d e ella, c o m o en lógi ca, s o l o un v a l o r V q u e f u n c i o n a
en o p o s i c i ó n a un < v t;/o/ > Fj, en i o d o l u g a r d o n d e la v e r d a d esta en c o n e x i ó n con o tr a co sa , v a s p e-
a a J m e m e c o n n u e st ra f u n c i ó n d e s er h a b la n te , ia v e r d a d s e e n c u e n tr a p u e s t a en d i f i c u l t a d e s p o r ¡a
i n c i d e n c ia d e al go q u e es el c c n i r o d e lo q u e d e s i v n n en e s ta ocasión, co n e l t é r m i n o d e la “ c o n n e r i e ’J.
q u e q u ie r e d e c ir e s to (. . .): el ó r g a n o q u e da , si p u e d o d e c i rio, su c a t e g o r ía a i a t r i b u l o d e l q u e
s e t r a í a e s tá j u s i a m e r a e m a r c a d o p o r ¡o q u e l l a m a r é u n a ¡'¡ ap ro pi a ci ón p a r t i c u l a r p a r a el g oc e ,
q u e e s d e allí d e d o n d e ¡orna su re li eve a q u e l l o d e lo q u e se trat e, a s a b e r , el c ar ác t er i r r e d u c ti b le
d e l a c t o s e x u a l p a r a ¡o d a r e a li z a c ió n ve rí di ca ; q u e e s d e es o d e ¡o q u e s e tr at a en ci a c t o p s i c o a n a l d i -
co, p u e s el a c t o p s i c n a n a i í t i c o s e ar tic ul a s e g u r a m e n t e c o n o t r o n iv e l y lo u u e r e s p o n d e , en es ie o t r o
n ive l, a es ta de fi c ie n c i a q u e e x p e r i m e n t a ia v e r d a d p o r s u a p r o x i m a c i ó n e l c a m p o sexual, h e a l l í lo
i¡ue m.’S es necesGi : 0 n .¡ a r r o g a r en su e s t a t u s ”
( N . d e T .)
Este ¡ibro da testim onio de la práctica analítica de Jacques Lacan pero
sin disociarla del cam ino abierto de su d octrina. En esta tensión entre
una práctica y una enseñanza, sucede que la práctica desborda del marco
de lo privado d o n d e, sin em b arg o , se sitúa am pliam ente, y constituye
p o r sí misma enseñanza. En la Escuela circulan rum ores a su respecto,
“ h a b la d u ría s” si se quiere, y hasta “ c o m a d re o s ” , pero a los que se
presta oídos. Suscitan ei interés de todos, interés irreductible a u n a c o m ­
placencia in ap ro p ia d a.

Sin em b arg o no se tratará, ciertam ente, de toda una práctica, y no sim ­


plem ente p orq ue u na b uena parte de lo que la constituye no se dice
ab iertam ente en o tra p arte m ás que allí d o n d e ella se ejerce. Es t a m ­
bién p o rq u e la exigencia-totalizante de una exhaustividad no es a su n to
n u estro , y lo es ta n to menos cu a n to que los testimonios reunidos aquí
fu eron elegidos p o r corresp ond er a cierta veta, 1a de la ocurrencia.
¿Q ué en tend er p o r “ ocurren c ia” (b o n m o t)l F uera de ciertos cam pos
en que la verdad no interviene más que aseptizada, reducida, p o r ejem ­
plo, a no ser m ás que un valor opuesto al de lo falso, héla aquí d an d o
tod as las pruebas de una singular deficiencia. La cosa no puede ser
m ás clara cu a n d o se trata de la verdad de lo sexual; aquí, de m o d o más
m anifiesto que en otras partes, aquello cuya incidencia sufre la verdad
resulta susceptible de ser designado p o r su n o m b re de tontería. . ., del
que Lacan hizo un concepto. T ontería y verdad se superponen, eso n u n ­
ca falta desde que un sujeto, llam ado “ h o m b r e ” o “ m u je r” , a b o rd a
la relación sexual. Él se figura hacerla gozar: tontería, y tan to que puede
llegar a hacerlo caer en la im potencia; ella se im agina p o d e r valer p o r
todas las m ujeres: to ntería, y ta n to que la prom ueve, casualm ente, a
consejera de algún D o n J u a n de suburbio.
La dificultad, p a ra el psicoanalista, sigue siendo aislar, distinguir 1a
verdad de cada u na de esas tonterías singulares, y esto tanto m ás c u a n ­
to que p o r el hecho de palparla no se h a logrado p o r anticipad o que
esta verdad se presente en adelante com o “ no tan to n t a ” . P ero, o c u ­
rra lo que ocu rra con ese p un to de dificultad, parece, en efecto, que
el psicoanalista no tiene posibilidad de elegir, y Lacan fo rm u la la ley
de su intervención bajo la form a de un “ a ca d a uno lo su y o ” : a la ver­
dad su estructura de ficción, a la tontería (c o n n e r i e ) su función de des­
conocim iento (d e - c o n n a i s s a n c e ).
¿C óm o op erar esta partición? fíe aquí lo que sigue al texto escogido
com o epígrafe:

" P a r a s u g e r ir le s d e q u é s e traía, io r n a r é u n e j e m p l o . U n d í a r e c o g í d e
la b o c a d e u n e n c a n t a d o r m u c h a c h o q u e t e n í a t o d o s lo s d e r e c h o s a lo
q u e s e ¡ la m a u n c o n o (un c o n ) , ¡a a n é c d o t a siguiente: le h a b í a o c u r r i d o
una d esventura, tenía una cita con una m uchachito q u e lo d e jó caer
com o una crepa, co m o un p a n q u eq u e.
_C om prendí muy bien — m e d ijo — que una vez m ás “ era u ne femrne
de n on-recevoir” ( = una m u je r de no recibir, h o m o fo n ía con “ une fin
de non-recevo ir” - r e c h a z o sin consideración de u n a dem anda).
¡ A s í llam aba a eso!
¿O ué es esta encan tad ora tontería (connerie) (pues él la decía, así, de
todo corazón)? H a b ía escuchado sucederse tres palabras; ¡as aplicaba.
Pero su po ng an q u e lo h ubiese hecho a p ro p ó sito , sería un chiste. En
v e r d a d el solo hecho de q u e y o se lo relate, que y o la lleve al cam po
del O tro, hace de esta tontería un chiste.
E fectiva m ente, es m u y gracioso p ara to d o el m u n d o salvo p ara él y
para aquél q u e lo recibe, fr e n te a fre n te , de él. Pero desde el m o m e n to
en que es algo q u e se cuenta, es extrem a d a m en te d ivertid o ; d e tal suer­
te que estaríam os to ta lm e n te errados al p en sa r que el to n to (con) care­
ce de ingenio, incluso si esta d im en sió n se agrega con una referencia
a í O tro ."
Se llam ará ocurrencia a u na secuencia discursiva cerrad a a la m an era
del chiste pero con la cual, m ás allá de este cierre, la partición entre
verdad y ton tería p erm a nece parcialm ente no efectuada.

La ocurrencia no es exactam ente el W itz freudiano, que se sitúa en su


límite superior. El ejem plo citad o más arrib a (el de “fe m m e d e non-
recevoir” ) es susceptible de so b re p asar este límite. H ay un giro al chis­
te de lo que no es, en el tiem po de su enunciación, un chiste ni p ara
quien ¡o profiere ni p a ra quien lo recibe “ frente a fre n te ” . N otem os
que esta literalización de un litoral depende del hecho de que el “ tal
cual” de cierta secuencia discursiva resulte relatado. A h o ra bien,
tal giro no es posible p a ra to das las ocurrencias, aun cu a n d o algo en
su estructura, com o en la del chiste, impulse a quien la oyó a co m u n i­
carla a su vez.
Otro caso, tam bién relatado p o r Lacan, es susceptible de esclarecer lo
que da a la ocurrencia su límite inferior. Es tanto m ejor recibido aquí
mismo cu a n to que se trata del “ dad al C ésar lo que es del César y a
Dios lo que es de D io s” , m odelo lacaniano para la partición ver­
d a d /to n te ría .
Siete años antes de que la fórm ula sirviese de m olde p ara la explieita-
ción de la ley que discrim ina verdad y tontería, Lacan da de ella un
com entario, calificándola de “ form idable j o k e " . ¿Un j o k e l ¿R eal/y?
Es claro que para to d o un sector de la población que se nutre de esta
íoi mula, que la prom ueve com o una regla de vida, no p o d ría ser cues­
tión de acogerla com o un chiste y aún menos com o una b ro m a. Ni si­
quiera com o un rasgo de h um or; no se habla de ia soga en la casa del
ah o rcad o . Se necesita todo un com en tario com o el de Lacan, hace fal­
ta una inscripción previa en la p ro blem ática que él está abriendo para
dar o volver a dar a la fórm ula crística su valor de jo k e . H ace faita
tam b ién , notém oslo, y tan to más cu a n to que hay allí un pun to de
anclaje de la transferencia, que ella sea designada corno tal p or alguien.
Así, Joyce designa a su lector tal o cual “ h isto rió la” , que él le relata,
co m o siendo una epifanía. Esta n om in ación cam bia la lectura como
nos lo asegura de entrada su incidencia más inm ediata: sin ella, en efec­
to, no está excluido que el lector no entienda nada.
A n o ta r com o necesaria para la ocurrencia una inscripción previa de
aquél a quien se la relatam os en cierta p roblem ática ¿es, acaso, re to ­
m ar p u ra y sim plem ente en cuenta lo que F reud ya transcribía, al o b ­
servar que todo chiste sólo es tal p ara cierto público? Sí, pero no
exactam ente.
Decir, com o lo hace F reud, que cada chiste tiene “ su p ú b lic o ” viene
a ser un reconocim iento de que no hay chiste universal. R esulta de ello
que la diferencia entre chiste y ocurrencia no es de natura leza sino de
acento. U no y otra ponen en juego los mismos elementos, pero esos
elementos no se encuentran allí acen tuad os de la m ism a m an era. La
h o m o fo n ía (en francés) f i n / f e m , en el prim er ejem plo m encionado , lo
hace adm itir com o chiste en tanto la “ h is to rió la ” sea relatad a a cierto
público. La ocurrencia, en tanto no se beneficia hab itu alm en te de este
com plem ento de un juego propiam ente simbólico, exige de su público
no sim plem ente que esté enterado del asunto (el público del chiste lo
está igualm ente, co m p artiendo la m isma inhibición que h ab ita a su in­
ventor), sino que haya puesto algo de su parte en cierta problem ática
donde la prim acía no corresponde necesariam ente al simbólico sino,
en tal caso al im aginario, en tal o tro al real.
¿C ó m o se tiene la prueba de que Jesucristo era efectivam ente jud ío?
Esta prueba es un m an o jo de cuatro tallos: 1) C o m enzó a tra b a ja r en
lo de su padre: 2) A b a n d o n ó muy tardíam ente el domicilio familiar;
3) P en saba que su mache era virgen; 4) Su m adre creía que él era Dios.
Esta secuencia discursiva es una ocurrencia, pero sólo para aquellos
que’están advertidos de cierto núm ero de determ inaciones imaginarias
y reales de la cultura judia.

¿Qué orden de discurso da p ariicularm em e más lugar a la ocurrencia?


Nos c o m en ta ríam o s con una respuesta p a r d a l al n otar la muy singular
propensión de la ocurrencia a sobrevivir a ’lí d o n d e resulta producida
una verdadera enseñanza. Tal enseñanza —que hace escuela— abre una
problem ática inédita, creando así cierto agujero al borde dei cual flo­
recen, mal disociadas, verdad y tontería. Allí sobrevienen, no tanto chis­
tes, sino ocurrencias. A h o ra bien, está atestiguado históricam ente que
tales ocurrencias tienen una función de transmisión de la enseñanza
que le ha excavado su lugar.
Si uno se interesa hoy en el estatus de la enferm edad del alm a en la
A n tigüedad 2 no puede hacer de o tro m o d o que retom ar, p a ra discu­
tirlas de nuevo (ios estoicos, entre otros, las habían co m en ta d o mil ve­
ces), cierto núm ero de ocurrencias que nos fueron retransm itidas desde
la más alta /Vntigüedad.
Así, Cicerón nos relata que “ £>7 una reunión, Z óp iro , que se ja cta b a
de p ercibir la naturaleza de cada cual p o r su fiso n o m ía , en ocasión de
haber a tribu id o m u c h o s vicios a Sócrates, hizo reír a to d a la asistencia
que no en contraba para nada esos vicios en él; p ero f u e salvado del
ridículo p o r el m ism o Sócrates quien le dijo que efec tiv a m en te tenía
esos vicios in n a to s en él, p ero que se había desem barazado de ellos p o r
la r a z ó n " . Hay ocurrencia en cuanto la intervención de Sócrates hace
pasar la ton tería del lado de aquellos que reían (sus “ a lu m n o s ” o e-a
todo caso los que sim patizab an con él) cu and o se consideraba que ella
se en c ontraba, en el p u n to de partid a, en aquél de quien se reían (el
aguafiestas, el heterodoxo), hallándose de golpe el discurso de éste re­
mitido a lo parcial (pero en los dos sentidos de la palabra)"de su ver­
dad, m ientras que Sócrates, una vez más se sale del apu ro . P ero que
él se salga así del juego no implica, lejos de ello, que su respuesta no
haya sido reconocida com o teniendo un valor de enseñanza. Fue reco­
nocida com o tal y lo es todavía dos mil años más tarde.
¿Qué se sabría de la enseñanza de un Zenón si Diógenes Laercio no
nos hubiese relatado las ocurrencias del fu n d a d o r del P órtico? ¿ H a ­
bría podido él dejar de hacerlo? Ju stam en te, no. En tan to la ense ñ an ­
za de Zenón le im p o rta b a , tal “ desc u id o ” estaba excluido; una
ocurrencia se relata, im p o rta que sea llevada al cam po del O tro .
La ocurrencia emerge, com o el hongo sobre el musgo, allí d o n d e una
enseñanza hace escuela. C ualqu iera sea la im portancia de los textos
“ oficiales” , aquellos que constituyen referencia para esa enseñanza,
m Íaltablcm eníe la a c o m p a n a n relatos de ocurrencias; to d o ocurre co ­
mo si las ocurrencias ap orta sen una iluminación que sólo ellas pueden
hacer valer. Así, recientem ente, la escuela filosófica de T u b in g a 7 sus­
citó muy vivos debates ai sostener la tesis según la cual, por ser la ense-

“ Cí r . J;u'kie P i g e a u d , L o m a l n c ’u' i.v- l' c i in c , Pavi^, Bcltcs L c i i ie s , i 9 8 ! . pp 2/9-280

J Cír. M. D R ich a rd . L'rnSL'iL-nemctif ara! d e P i a l a n , Pan>., Ed. d\: C er í.


ñ an za de P la tó n esencialmente oral (como la de todas las escuelas
antiguas), el “ se dice” de las ocurrencias de P la tó n debía ser reconoci­
d o com o la vía privilegiada p ara cualquiera que anhelase tener acceso
a ella, m ientras los D iálogos debían ser leídos no ya com o representan­
do al platon ism o p rop iam e nte , sino com o textos escritos p a r a el uso
ex terno a la escuela, dirigido a los no iniciados a los que no p od ía ser
dicho, dad o su estatus, lo esencial de lo que era enseñado. T ra tá n d o se
de la enseñanza de L acan y de las ocurrencias a las que dio lugar su
práctica, estam os a q u í lejos de sostener u n a tesis tan radical, y nos li­
m itam os a to m a r n o t a de este acontecim iento de ocurrencias, del ca­
rácter inédito e irrem plazable de la ilum inación al trasluz que ap o rta n
sobre u n a enseñan za que no está po r com pleto allí do n d e se oficializa,
no sin esta distancia, p or o tra parte, q u e da la ironía. Agreguem os que
esta incidencia de las ocurrencias no es p ro p ia del Occidente: el confu-
cianism o o tam b ién el legalismo chino no descuidaron de ningún m o ­
do las ocurrencias p a ra su transm isión.

La escuela de Freud no constituyó u n a excepción, y Lacan to m ó allí


ap o y o en pu nto s nodales de su lectura de F reud . Se hizo él m ism o rela­
to r del célebre “ Ellos no saben que les traem o s la peste” que habría
sido dicho por F re u d a Jung en el cam ino de la “ co n q u is ta ” de los
E stad os U nidos (com o no hay atestación de esta “ p a l a b r a ” , las malas
lenguas se apresuran a sugerir que Lacan la inventó, p u ra y simple­
m ente. Pasem os, p o r el m o m en to , sobre este p rob lem a de la a trib u ­
ción p a r a destacar que la preocupación de u n a exacta transcripción de
la ocurrencia, de su literalidad, resulta u n a incidencia esencial puesto
que es de su texto del que depende su interpretación: ¿ “ Ellos no sa­
b e n ” ? Pues bien. . . sí, ¡ellos no lo saben, ellos siguen sin saberlo to ­
davía! Tal es el efecto craso de la ignorancia).

A veces el circuito del “ se dice” de la ocurrencia es todavía m ás m iste­


rioso. Así ocurre en el caso del fam oso W as will das W eibl que Jones
habría recogido de una boca que la habría recogido de la boca de'Freud.
Lo notable es que sem ejante sentencia sea co m en ta d a insaciablem en­
te, siendo que el hecho mismo de que F reud la haya proferido no es
p rácticam ente puesto en tela de juicio. ¿Qué es lo que vuelve evidente,
a veces — e incluso en la mayor parte de los casos— para cualquiera
que se encuentre concernido, la atribución de la ocurrencia? ¿Qué es
lo que hace creer a todos que si F reud no lo dijo, y bien, h abría de
alguna m anera p od ido (si es que no debido) decirlo (!)? ¿Qué es lo
que hace creer que se trata efectivamente de una aserción freudiana,
en cuyo caso no hay por qué llevar más lejos la investigación, ni jugar
al detective, allí d o n d e uno es cuestionado por Freud, y p ro b a b le m e n ­
te en tan to psicoanalista?
Freud mismo atribuye a una ocurrencia oída de Breuer, Charcot y Chro-
bak su descubrim iento de que “ tras los fenóm enos de la neurosis no
ejercían u na acción eficaz excitaciones afectivas cualesquiera” 4. No es
en la enseñanza oficial de esas autorida des donde él cae sobre la im ­
p ortan c ia de la sexualidad sino en lo que, al costado de ella, tiene el
estatus de una ocurrencia. Dosis repetidas de pene norm al n unca aca­
baron, ciertam ente, con síntomas histéricos y, en este sentido, la o c u ­
rrencia es una tontería. Pero fa lta b a to d av ía to m ar en serio la verdad
de esta tontería, lo que F reud p ud o hacer incluso cuando nos dice, re­
firiéndose a las autoridades que la h a b ía n puesto en circulación, que
ellas “ (no) estaban dispuestas a susten tar (!a)” 5.

*

Este libro recoge unas doscientas trece6 (uno, dos y tres, pero no en
“ el b u e n ” orden) ocurrencias no necesariam ente de Jacques Lacan si­
no con Jacq ues Lacan: cada una lo im plica de cierta m anera, lo sitúa
en cierto lugar, m an e ra y lugar de los que no hay razón alguna p ara
su p oner que serían las mismas p a ra todos.
Tal florilegio no h ab ría podido ni siquiera ser im aginado si no existie­
se ese lazo o c u rre n c ia /e n señ an z a que a c a b a de ser subrayado. De he­
cho, en el tiem po que fue el de la a p e rtu ra de caminos de la enseñanza
de Jacques Lacan, la ocurrencia circula, y en primer lugar en la Escuela.
La publicación de estas 213 ocurrencias am biciona así tener su parte,
limitada, pero en n uestra opinión no desdeñable, en la to m a en cu en ­
ta, hoy, de la apertura de caminos de Lacan. Es claro que la comunidad
analítica se encuentra concernida en p rim er lugar. Y com o esta c o m u ­
nidad estuvo, desde su partida, implicada en esa apertura, no nos aso m ­
b rarem o s de que se trate aquí no de un Lacan solitario, com o se ha
pretendido con d em asiada com placencia (se dirá: ¿con qué interés?),
sino de la tensión, de la diferencia de potencial p ro ducida entre una
enseñanza en vías de elaboración y u n a práctica efectiva y no m an ten i­
da idéntica a si m ism a en el curso de los años.

**

Reunir algunas ocurrencias que sobrevinieron por el hecho de esta ten­


sión plantea dos problem as ligados entre sí; ante todo el de la delimi­

■ H c n d , Pr es er va ci ó n ai<íuhio^ráíica, en O b ra s c o i n p l e la s , I. X X , A m o r r o n u , B ue no s A ires, 1979,


r. 23.
■IbuL
Firi r c a lid n o 2 ! 5: h e m o s s id o g e n e r o s o s .
tación de lo que es u na ocurrencia y de lo que no lo es; luego, el de
su autenticidad.
Se sabe que F reud hab ía definido, de u na m an e ra cuya elegancia a d ­
m iram os, el cuerpo que incluye p a ra su tra b a jo sobre E l chiste y su
relación con lo inconsciente: es un chiste, dice, lo que yo considero co­
m o tal. T ra tá n d o s e a q u í no exclusivamente del W iíz sino de o cu rren ­
cias, tal criterio n o p o d ía ser conservado. Se h a escogido, puesto que
ei ca m p o de la ocurrencia va dei chiste a la epifanía, adm itir com o ocu­
rrencia solam ente lo que, en la Escuela, circulaba co m o tal. F ue acep­
tada com o necesaria y suficiente, entonces, esta condición: que haya
sido hecho relato aquello de lo que aquí h acem os el relato.
Este criterio, o peratorio p a ra las partes I (práctica analítica, 93 o cu­
rrencias), III (práctica del contro l, 16 ocurrencias), IV (historia del
m ovim iento psicoanaíítico, 70 ocurrencias) y V (encuentros, 8 ocurren­
cias), no lo es p a ra la p arte II, co n s a g ra d a a las presentaciones de
en ferm os (28 ocurrencias). A q u í el colector interviene en p rim era lí­
nea, para la mayor parte de las ocurrencias, haciendo valer tal secuencia
discursiva co m o siendo, desde su p u n to de vista, u n a ocurrencia. Estas
secuencias no han d a d o to dav ía, entonces, la p ru e b a de su potenciali­
dad p ara ser llevadas, com o ocurrencias, al cam p o del Otro. ¿Nos asom ­
b ra rem o s de ello tratánd ose, com o es el caso m ás frecuente, de la
psicosis?
La b as ta rd ía de la ocurrencia, su exigencia de un público que esté ente­
ra d o del asunto, requirió que la publicación de algunas de ellas sea
a c o m p a ñ a d a de notas no explicativas, pero que proveen alguna baliza,
de m an era que el lector p oco o incluso m al advertido p u eda en c o n trar
la incidencia a partir de la cual la histo rióla aparece efectivam ente co ­
m o u n a ocurrencia. Ya el n o m b re d a d o a la presentación de ca d a u n a
de las ocurrencias tiene este alcance de baliza. Los otros lectores
p o d rá n desdeñar estas discretas “ explicaciones” e incluso darse el p la­
cer de cuestionarlas.
Sucede con la ocurrencia com o con la anam orfosis: lo que se figura
no es localizabie m ás que si el sujeto pu ede aceptar, sin sentirse d e m a ­
siado perseguido, situarse en el p u n to exacto que le es señalado como
el p u m o desde dond e el cuad ro debe ser visto.

E sta últim a analogía h ará com prensible que se haya o p ta d o por una
diferenciación tajante entre las notas y el relato de la ocurrencia, de­
p u r a d a ésta, tanto com o se podía, de todo elem ento explicativo.

El p ro b lem a de la auten ticidad de cada una de las ocurrencias, fuera


del caso II, se deja resolver fácilmente una vez solucionado el de su
selección. H a b rá sido relatada com o u n a ocu rren cia con L ac an , po r
lo tan to está au tentificada, pues fue reconocida com o tal por la cade­
na de ios mismos que se hicieron sus sucesivos relatores.

£
*^

U n a p alab ra, u n a p alab ra que tam p o co es particularm ente am able, a


quien se reconozca protagonista de alguna ocurrencia. Sepa que no nos
reímos aquí de usted sino con usted, q u e esta risa es la m anera más
seria de adm itir que es con razón que usted ha vertido esa ocurrencia
en la N a vire-n ig h t (como la llam a M arguerite Duras) del “ se dice” en
nuestro cam po.
Si se tra ta de recibir u n a lección — y se traía tam bién de esto, desde
F reud, con la risa m ism a— dicha lección será d a d a p o r la ocurrencia
más que por alguien.
¿Qué ocurre con la ocurrencia cu a n d o llegan a ser n om b rad a s las tres
dim ensiones, real, simbólico, im aginario, del ser hablante? La puesta
a la luz p o r L ac an de este ternario ¿m odifica, com o lo hizo ya la epifa­
nía joyceana, nuestra aprehensión de lo que “f a c e ” (como se h ab ría
dicho en el castellano de la época de A lfo n so el Sabio) o no “fa c e ”
ocurrencia? P a r a esta últim a p re g u n ta la presente colección será, diga­
mos m ás bien, sería — pues esto depende del lector— u na respuesta de
facto, una respuesta de fa s to .

Jean Allouch
Práctica
analítica
¿a quién se le para?

Se siente rígida y torpe, incó m o da con su cuerpo.


Lacan es m uy gentil con ella. E n c a n tad a, ella le confiesa un día:
— C u a n d o usted me sonríe, me tu rba, con una rigidez que se acentúa
para mí.
Lacan estalla en carcajadas:
— ¡Excelente!

Sólo entonces ella escucha lo que ac ab a de decirle.


¿acto fallido?

Lacan p ro p o n e para su cita siguiente un día y hora tales que el anali­


zante sabe a ciencia cierta que Lacan estará en otro lugar y no en su
consultorio. U n a h o ra m ás tarde, L acan lo llam a po r teléfono:
— P ero , ¿dónde tenía yo la cabeza?

.S'<? traía efectiva m en te, c o m o io sitúa el analizante ai relatarnos esta ocurren


ci;i, a> un acto fallido?
Esa m añ an a no había ido a su sesión. Hacia las cinco de la tarde, mien­
tras ella m ism a atendía a un analizante, el teléfono suena; descuelga;
es Gloria:
— Un m om ento, la com unico con Lacan.
Voz de Lacan:
—A usted la echo afuera.
Y cuelga.

Ni bien term ina la sesión en curso, ella llama a Lacan. Gloria contesta.,
titubea, se niega a com unicarla con Lacan en ese m om ento, prop one
vagamente una cita telefónica p ara el día siguiente. Ella, p r o f u n d a ­
mente irritada, llama al día siguiente. Hay los mismos titubeos por parte
de Gloria. Ella term ina sacando ía siguiente conclusión:
— Bueno. Dígale que yo me presentaré ante su puerta a la hora de mi
próxima cita.
Gloria:
— Un m om entito. . .
luego, después de algunos instantes:
— ¿A qué hora?

Hela aquí, entonces, al día siguiente, situ ada en el lugar mismo que
la palabra de su analista le había asignado: afuera de su consultorio.
Epílogo: L a a n é c d o t a c o n c l u y e a q u í; p e r o , d a d o s u interés, a l g u n o s
p o r m e n o r e s d e l a s u n t o s e r á n r e v e la d o s , e x c e p c i o n a l m e n t e , al lector.
P r i m e r o h a y q u e d e c ir q u e L a c a n ía r e c ib i ó e s ta v e z c o m o lo h a c í a h a ­
b i t u a l m e n t e y q u e p o r lo t a n t o el a n á lis is s i g u i ó s u cu rso. . . ¿ P e r o
e n t o n c e s ? ¿ O u é h a b í a o c u r r i d o ? Y en p r i m e r lu gar, ¿ p o r q u é ella n o
h a b ía i d o a s u s e s i ó n ? L a n o c h e a n t e r i o r ella h a b ía t e n i d o el s ig u i e n t e
s u e ñ o : Lacan recibía a sus pacientes en lo de ella; luego, a la tarde,
to m ab a un taxi para ir a la rué de Lille; seguía recibiendo pacientes
en el taxi, después en lo de él. E s t a n d o b a j o el e f e c t o d e e s te s u e ñ o
ella n o se h a b í a p r e s e n t a d o a su s e s ió n . A h o r a b ie n , L a c a n ig n o r a b a
ese s u e n o q u e p o m a e n c o n t i n u i d a d " e n lo cié e l l a ” c o n “en lo d e L a ­
c a n ' , h a c i e n d o d e e s o s d o s lu g a r e s u n s o l o luga r. ¡ E n t r e lo s d o s n o
h a b ía e s ta e x i e r i u i i d a d q u e j u s t a m e n t e ia i n t e r v e n c i ó n te l e f ó n i c a d e
Lacan c o n s tru ía '

D ocinuenio pura teiépatu aficionado: Lacan interpretando un sueño ca vo tex­


to
Se tra ta de un sociólogo que se analiza con L acan. C u en ta un sueño

— Lévi-Strauss murió.
R espuesta y conclusión de la sesión;
— ¡B uena la ha hecho usted!
asunto arreglado

Ella es alum na de L acan y tam bién realiza su análisis con él y, al m is­


mo tiem po, com ienza a practicar el análisis. Tiene entre sus conocidos
a una m ujer jov en que tam bién se analiza con L acan (incluso, a veces
hasta Ja encuentra en la saia de espera). En varias ocasiones, esta per­
sona le ha m anife sta do un cierto interés. H a s ta que las cosas llegan
al pu n to en que no cree poder negarse a la entrevista que esta m u jer
se av en tura a pedirle.
L a recibe entonces, y a so m b ra d a sólo a m edias escucha u n a declara­
ción de am o r hacia ella.
Al térm ino de la entrevista, ella le p re g u n ta a la m u jer cuánto paga
por sus sesiones con Lacan, entonces le pide exactam ente el doble.
Ni bien term in a con este asunto, le h a b la p o r teléfono a Lacan y le
dice que acaba de recibir a u n a de sus analizantes. N o ta en su interlo­
cutor cierta sorpresa, molestia y hasta incluso un real descontento, aun­
que contenido. Ella prosigue con su relato y concluye in fo rm a n d o a
Lacan que le co b ró el doble de lo que él m ism o cobraba.
—Bien, esto no se repetirá más.
Y, en efecto, eso no se repitió más.

Barrera contra el doble.


¿ ausencia ?

D u ran te su sesión, ocurre que llam an a Lacan por teléfono. Lacan


decide ir a contestar y ab a n d o n a el consultorio diciendo a su analizante:
— Q ue esto no le im pida co n tin u ar su sesión d u ra n te mi ausencia.
El analizante tiene cierto núm ero de sesiones por día. cinco o seis. En
la cuarta, Lacan dice, com o muy aso m b ra d o de verlo ahí:
_¡Vaya! Buen día, mi estimado.
A m b os están en análisis con Lacan. Se conocen, se frecu e n ta n y se en­
cuentran a veces en u n café cercano a la calle de Lille n ú m ero 5. C om o
ocurre ese día.
U no de ellos, muy a d e la n tad o con respecto a la h o ra de su cita espe­
ra. . . pacientem ente. El otro viene de lo de Lacan y debe volver allí
p ara su segunda sesión del día. Platican.
E n cierto m o m e n to , el segundo llam a al mesero y le pide 1111 café. Lue­
go, sin prestarle atención a su brebaje, decide acudir in m ediatam ente
a su segunda sesión. Va, vuelve, y bebe su café.
Caliente.

Rumor.
casamiento

¡Le hab ía llevado tiem po decidirse!


Desde hacía meses y meses le había contado a Lacan su am or p o r X X X ,
le hablab a de ella, de su relación con ella, de su vida en co m ú n y de
sus avalares; h a b ía analizado bien to do, el p o rqué de su elección, a
qué remitía su n o m b re , . . .etc., etc. A h o ra ya estaba: se hab ía decidi­
do a casarse con ella.

Llega a la sesión y declara:


—Me caso la s em an a próxim a.
Lacan:
— ¿Con quién?

zQue es lo q u e su p o n d rá creyendo saber que L acan sabe!


ciérrela

La escena tiene lugar en la en tra d a del consultorio de Lacan, a fines


de julio. Es relatada por una de sus analizantes que, sentada en la bi­
blioteca esperand o ser recibida, ha “ escuchado t o d o ” (ruidos y voces
en o ff).
La puerta del despacho se abre, ruido de pasos de Lacan y de un anali­
zante. Este último vuelve a decir (el “ vuelve” se percibe en su tono) que
no re to m a rá sus sesiones en septiem bre, que su análisis, entonces, se
encuen tra en su térm ino a partir de ese instante.
P o r cierto, no se ve claram ente cóm o el inconsciente pod ría regularse
por el ritm o del año universitario. Sea com o sea, Lacan respondió:
— Está bien, vuelva en septiem bre p a r a que cerremos esto.
Jean Beaufret, el más em inente vocero, en Francia, del heideggerianis-
mo, está irritado p or el silencio de su analista y decide tenderle un a
tram pa:
— Hace dos o tres días, dice a Lacan, estaba en lo de Heidegger en Fri-
burgo y él m e habló de usted.
— ¿Qué le dijo?
p reg unta Lacan de inm ediato.

La tra m p a funcionó.

Según Lacan semejan le tram pa debe su eficiencia a la estructura narcisista


cólera y dulzura

Ei, colérico, dice:


— ¿Usted se imagina, tal vez, que yo no soy tan inteligente como usted?

Lacan, tras un suspiro com o del fin del m u n d o , le dice con una des­
arm a n te dulzura:
— ¿Quién le dice lo contrario?
comenzamos

Su m ejor amigo, llam ado “ J u a n ” , se analizaba con Lacan. Él term inó


por decidirse un día p o r ver a éste. H a b ía pedido una cita p o r teléfo­
no; p o r lo ta n to dio su nom b re y su apellido.
Pero de m an e ra incom pleta. E sp o n tán ea m en te había enunciado su p a ­
troním ico m ás usual y dejado de lado el otro, el cual — po r uno de esos
curiosos azares que no cesan de aso m b ra rn o s en el análisis— era: “ de
Juan” .
Llegó el m o m e n to de la p rim era cita. Lacan:
¿Usted es X X X (su nom bre de pila) X X X (su primer apellido) de Ju an?
Él no pu do im pedir u n a sonrisa. E n efecto, estaba claro que L ac an h a ­
bía recibido ese “ de J u a n ” , que él m ism o no hab ía intro ducido , ju s ta ­
m ente . . . de Ju an .

Lacan, con u na m irada, n o ta la sonrisa y replica:


— ¡Bueno! ¡Entonces, vam os a entendernos bien!

j fu eco en el saber: sepa usted que y o sé.


conflicto con respecto al próxim o encuentro

— ¿Cuándo vuelve usted?


— El lu n e s .. . el lunes próxim o. . .
— Entonces, venga este viernes.
— Lo que pasa es que tengo muchos problemas en este m om ento: ya
no tengo un centavo. E stoy sin trabajo. Y le pedí a X X X que ya no
me envíe nada. . .
— ¡Bien! Vuelva el viernes y arréglese para conseguir con qué pagar­
me. Hasta la vista.

A l salir se dio cuenta: era la primera vez que Lacan le había dicho “ hasta
la vista” .
Con el tono irritado que se usa habitualmente para este género de de­
claraciones, él exclama:
— Oh ¡a la, qué estúpido soy.

Respuesta de Lacan:
—N o porque usted lo diga dejará de ser verdad.
conocimiento paranoico

A! ver el dinero de su sesión, L acan (estamos en los últim os tiem pos


de su práctica) le dice:
¿Qué es eso?

La intervención lo d eja perplejo. . . al m enos hasta el instante en que


se acuerd a de que h a b ía co n tra íd o u n a d eu d a con Lacan (años atrás)
po r u n a sum a ciertam ente no eno rm e pero ta m p o c o despreciable.
Decide arreglar el asu n to desde la pró x im a sesión.

C om o siempre, deja el dinero sobre el escritorio de la secretaria de


Lacan; G loria lo recoge. Viendo el fajo de billetes lo alcanza en el m o ­
m ento en que él está p o r salir:
— ¡Pero usted está loco! ¿Q ué significa to d o este dinero?
— Lacan sabe.

G' De dónde sabe el a n alizante que Lacan sabe? ¿Se equivoca con ese saber del

saber del Otro? Pero, incluso si se equivocó, ¿acaso no es víctima del error
de buena manera? Sí, y es lo aur Gloria confirma aceptando el dinero.
¡Sorpresa! Ai liegar al rellano del n úm ero 5 de la calle de Lille p ara
su sesión, él descubre, totalm ente a la vista sobre la estera un billete
de 50 francos.
Se agacha, lo recoge y se encuentra un poco tu rbado por eso. P ero .ya
tocó el tim bre, y Gloria abre la puerta: esp ontáneam ente le tiende el
billete.
T o m á n d o lo ella le declara:
— ¡H u m , conozco uno que se ío h ab ría guardado!

k n el p a r G lo r ia /L a c a n no siem pre era el n o m b ra d o en segun do ¡usar el que


lenta la j u n c i ó n de analista.
consejo dietético

Ella no deja de quejarse de sus num erosos kilos superfluos, de la inefi­


cacia de todos los regímenes — por otra parte, ¡ella ya no cree en las
dietas!
Sabe que el problema está en otro lado, etc, . . etc.

Sin em bargo, un día Lacan le contesta:


— Pregúntele a Gloria, conoce un régimen de dietas magras.

Ya en el pasillo se cruza con Gloria. . . más bien delgada. . . efectiva­


m ente. . pero vacila en preguntarle cualquier cosa.

Cuando ya está afuera el apostrofe se impone:


— . . . roe amagras, amargas, con ese régim en. . .
En 1969 ella usa un peinado hecho de tres trenzas que parten de la co ­
ronilla. Lacan muestra un gran interés:
— ¿Qué peinado es éste?

Ella, b astan te m olesta, farfulla:


—-Si, sin duda esto significa algo. . . ¿¿¿ fálico. . .???

En 1972, héte aquí que las trenzas borrom eas llegan al pizarrón, en
el seminario. Ella se dice:
— ¡Qué mala suerte!

En efecto, ahora ella lleva ios cabellos sueltos y desanudados.


Dos analizantes de L acan se conocen. U n o de ellos, esperaba la ho ra
de su próxim a cita en el café más cercano al n úm ero 5 de la rué de
L ille , cu a n d o vio asom arse ai otro que, a ju z g a r por su cara de catás­
trofe, debía salir justo de una penosa sesión. A m ablem en te, le ofrece
su m esa y se interesa por su estado.

In m ed ia ta m e n te el interrogado se lanza a u n discurso en el que des­


a h o g a su abatim iento. Entonces, le viene la idea, com o lo form uló ahí
m ism o, de regresar — a su análisis, se entiende. Dicho y hecho.

L1 p rim ero se q ued a en el café. Al ra to , ve volver al otro con el h u m o r


co m p letam en te tra n s fo rm a d o y u na a m p lia sonrisa en los labios. Ese
cam bio tan espectacular y tan brusco suscita — evidentem ente— la cu­
riosidad del prim ero. ¿Qué ocurrió? Y co m o al parecer el o tro no pide
m ás que decírselo, lo interroga sin rodeos:
— ¿Y entonces? ¿Qué le dijiste?
— ¡Que yo tenía el sentim iento de estar jo d id o !
— ¿Sí? ¿Y qué te contestó?
— Me dijo: “ P ero usted E S T Á j o d i d o ” .

/ 1 ansfor marión riel afee ro por una intervención simbólica


cuando “permitirse'’’ no es “autorizarse”

H elo aquí, con algunos más, sentado en la biblioteca, esperando que


Lacan .venga a buscarlo p a ra la sesión. P ero él se distingue entre todos
p or la presencia a su lado de un en o rm e perro. T odos se dan cu en ­
ta, p o r los estremecimientos, gruñidos y gestos esbozados po r la es­
p an to sa bestia, que ésta se p o n d ría feroz fácilmente.

Lacan aparece en el m arco de la pu erta . Después de h aber d a d o una


m irada en to rn o a las p ersonas presentes, su m irada se detiene en el
h o m b re con el perro. E ntonces, con u n a voz severa, L ac an gruñe:
- - ¡ U s t e d se perm ite todo!
Luego el ho m b re, su perro y L acan se encierran en el consultorio.

Para estar de a cu eid o con su enunciado, la enunciación "u s te d se p e r m ite to ­


d o ' só lo pocha ser dicha en público.
H elo aquí, desde hace algún tiem po ya, en análisis con Lacan. De he­
cho este analizante acepta las sesiones “ cortas” , al menos hasta el día
en que. . . declara que no tiene suficiente tiem po para asociar, que ne­
cesita de ese tiem po. En consecuencia, insiste en que Lacan lo reciba
durante un tiem po más largo.

Por supuesto que una vez form ulada esta exigencia él espera que
Lacan lo despida gentilmente. Por ejem plo, con una expresión del tipo:
— Bien, mi estim ado, ¡hasta mañana!

Pero nada, Lacan no rechista; de m odo que esta sesión se prolonga


durante un lapso desacostum bradam ente largo.
S ólo que el analizante está tan atónito por esta no interrupción que,
de hecho, es incapaz de articular la más mínima palabra durante ese
tiem po.

A sunto concluido. En lo que siguió de su análisis, nunca más se plan­


teó la idea de exigirle a Lacan un alargam iento del tiem po de las se­
siones.

Esta es una intervención en el real que hace pasar la demanda al otro lado,
poniéndola de manifiesto como Jetnunda de otra cosa.
Lacan m ism o c o n tó esta ocurrencia de su práctica analítica; p o r cierto
que, p ara hacerlo, tuvo que ir. . . a Italia.

Se trata de una primera entrevista.


—Buenos días, vengo a verlo porque. . . antes que nada debo decirle
lo que pienso: usted no hizo la teoría.
— ¡Jamás creí una cosa semejante!

La respuesta le cortó el chorro. Pero lo que siguió aclaró la intención


puesta en juego en la declaración.
— . . .Bueno. . . entonces, quisiera saber lo que usted piensa de esto:
si yo me hago analizar con usted, entonces, la tendrá.

Lacan com prendió entonces que su interlocutor tenía su pequeña con ­


templación del discurso analítico. Respuesta:
— En efecto, allí lo espero. Estamos entre la espada y la pared. Pero
haga com o a usted le parezca. . .
El había visto, en sueños, e! esquem a L.
Lacan:
— En mi casa.
En pleno d e sa m p a ro , ella le declara a Lacan que no tiene más yo. Res­
puesta:
— ¡Ah! ¿Le hace fa lta más?

Lacan d esba ra ta n d o tíI lacanisnio.


demasiado caro

No se sabe p o r qué razón pero tal era el hecho: sus sesiones, a d m iti­
das, sin em bargo, p o r anticipad o co m o “ did ácticas” en un país veci­
no, eran singularm ente baratas.
C o m o el g ru p o al que pertenecía to m ó co ntacto con Lacan y la Escue­
la freudiana, él decidió ir al enc u en tro de Lacan, pero po r su propia
cuenta.

T uvo entonces varias entrevistas con él, m ientras proseguía, por otra
parte, su análisis.
C laro es que estas entrevistas eran p aga d as a m ás de diez veces el p re ­
cio de cada una de sus sesiones. . .
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: quiso co n tin u ar su análisis con
Lacan.

M otivo d a d o al p rim er analista p a ra la interrupción del tra b a jo con


él: eso le costab a dem asiado caro.
¡Por fin! Por fin él se había decidido a ir y pedirle un análisis a Lacan
y no contentarse con un discípulo de éste, aunque fuera de los más
próximos.
En la primera cita, dijo por qué acababa de romper con su primer ana­
lista, por qué debía continuar, y tenía que ser con Lacan. El recibi­
miento era cálido, atento, sonriente (este último rasgo, sobre tod o, lo
sorprendía, por contraste con la cara permanentemente neutra, neu­
tralizada, de su primer analista).
Al término de la entrevista Lacan pregunta:
— ¿Cuánto piensa pagar usted por las sesiones?
La pregunta lo sorprende m ucho. Lo que le viene inm ediatamente a
la cabeza — lo formula al punto— es el caso de X X X (da el nombre),
que actualmente paga 100 francos por sesión. Él agrega que no tiene
los mismos ingresos, que en ningún caso puede proponerse pagar se­
mejante suma.
—Bueno — concluye Lacan— hoy usted va a pagar 100 francos.
En ese preciso instante, supo que acababa de fijar él mism o el precio
de sus sesiones.

Cfr. el oráculo de F reud sobre la denegación: si alguien le dice: " U ste d va a


pensar que es eso, pero no p u e d e ser de ningún m o d o e s o ”, hay q u e concluir:
es eso.
Él lo ha co m p ro b a d o , el análisis le basta y so b ra p a ra orientarse en
su práctica; ciertam ente no tiene necesidad de un control.

— P o r supuesto, concluye Lacan, el co ntrol com ienza la sem ana


próxim a.
Ella le cuenta a Lacan de sus precedentes curas. M uy rápido él le
contesta:
_Lo que usted necesita es un desanáüsis.

Perjuicios de la psicología psícuunúííiicii.


H a b ía varias p ersonas en la biblioteca, que a veces oficiaba de sala de
espera. Al rato, e n tra u n o de sus amigos, el Dr. M artin que, al verlo,
se sienta a su lado. Intercam bian algunas palabras mientras la sala, poco
a poco, se va vaciando. Helos allí solos los dos.
L acan aparece, los m ira e invita al Dr. M artin a en tra r a su co n sulto­
rio. Después llega su tu rn o .

Apenas se recuesta en el diván cuando es atrapado por una intempestiva


e im prevista crisis de lágrim as. L lora com o ja m á s ha llo rad o, salvo,
tal vez, en su tierna infancia, a un que no lo recuerda. Y p a ra colmo,
no p uede articular la m ás m ínim a palabra. L acan le da u n a cita p ara
el o tro día.

En efecto, el día siguiente se encuentra en condiciones de fo rm u la r de


qué se trata b a: su hijo lleva com o n o m b re de pila M artin , com o Lacan
no lo ignora y por lo ta n to , el día anterior eligió hacerlo p asa r después
de su hijo.

in v c 'iin n en el orJen de las y.enei’(ic:orie.s.


dialéctica de una intervención

Él, jesuíta en análisis con Lacan, forma parte de la primerísima ge­


neración de sus alum nos. Un día, en sesión, formula su intención de
aban ° nar a Compañía y casarse. Lacan hace todo lo posible para
disuadir o , yendo incluso hasta decirle que el Superyó, en el m atrim o­
nio, seria peor que en la Iglesia.

¿Resultado? El analizante pone en acto su decisión, pero de cierta ma­


nera: ¡esta, todavía hoy, persuadido de que la tom ó solo!
dicha

Él form ula así el resultado de su análisis con Lacan:


— Pude al fin ex perim entar la dicha de ser vulnerable.
donde se ve a Lacan fija r el precio de las sesiones

Él, joven psiquiatra, jefe de clínica com o fo había sido su m aestro pe­
ro a la vez colega Lacan, había esperado p a ra retom ar su análisis, esta
vez con él, a saber lo que Lacan decía de la transferencia.
—A h o ra , quiero hacer un análisis con usted.
—Invíteme a cenar.

En ocasión de la cena, en un gran restau rante parisino:


—F ranfois, ¡esto le va a costar caro!

La cuenta se elevó en efecto a 8,000 francos (antiguos), sum a n ad a des­


deñable en esa época.
A lgunos días m ás tard e se extendía sobre el diván de Lacan, a 8,000
francos la sesión.
el analizante tenía razón

En un m om ento dado estableció el m otivo de su ruptura con su primer


analista. La cosa fue com o sigue: él había llevado un sueño que jugaba
con la hom ofonía m edicina / m is d o s senos. Y en las asociaciones que
rodeaban al sueño, se había presentado la figura de uno de sus amigos
que, después de haber terminado sus estudios de medicina, se había
dedicado a la sociología médica.

A pesar del diplom a, no podía considerar a este am igo com o un médi­


co porque esta calificación no encontraba una prolongación en una prác­
tica efectiva de la medicina. Sobre este punto, su primer analista creyó
conveniente intervenir, significándole que no, que su amigo había ad­
quirido realmente el derecho de ser llam ado m édico. E inm ediatam en­
te el analista agregó que ya era suficiente, que era tiempo ya de terminar
con ¡a actitud desdeñosa ante la “ realidad” , que la sospecha con la cual
Lacan envolvía a esta realidad era de un efecto muy m olesto (alumno
de Lacan, este psicoanalista estaba “ tom ando sus distancias” , com o
se nota). Pero el analizante no estaba dispuesto a dejarse convencer.
Y esta sesión se estancaba en una op osición de tú por tú, puesto que el:
analista sostenía tercamente su tesis y el analizante no menos vigorosa­
mente la suya.

Lacan concluyó la escucha de este relato con un juicio proferido de:


manera huraña:
— Pero, era usted quien tenía razón.

Lacan le da la razón por haber dado la razón a Lacan.


él habla de m í

Estaba casi p ersuadido, Lacan h a b la b a de él en su sem inario. E n t o n ­


ces, esa sem ana esperaba con m ás im paciencia que n unca ei próxim o
seminario, cu ando Lacan, al recibirlo en u n a sesión ie preguntó a b r u p ­
tamente:
—Dígame, ¿cóm o es su no m bre?

La pregunta de L acar. no resuelve la que él se plantea. ¿ Por qué la interpreta


como si ¡a resolviera?
el psicoanálisis, su público y el Estado

A p ro v e ch an d o una iey que favorece la asim ilación de los judíos, su


padre había o p ta d o po r un n o m b re p ro p io n etam e n te francés. H asta
ese m o m en to , él casi no había prestado atención a ese asunto. A h o ­
ra está en el orden del día de su análisis. Se vuelve claro que se trata
p a r a él de agregar a “ s u ” apellido el apellido de antes de la decisión
p atern a. Se llam ará en adelante Sr. X gu ió n Y.

¿Se trata ría de una veleidad? De hecho L acan no le dejó el tiem po de


m a n te n e r la cosa en estas condiciones. E n ocasión de la siguiente reu­
nión de la Escuela freud ian a, en que L acan presidía y donde su anali­
zante debía to m ar la palabra, él declaró:
— Bueno, le doy la palab ra a xxx (su n o m b re) X-Y.

¡Era la prim era vez que ese apellido era p ro n u n c ia d o en público!

El asun to merece un po st-scriptum : En efecto, el C onsejo de Estad o


rechazó tres veces la d e m an d a de cam bio de n o m b re, arguyendo que
la “ e s c ap ato ria” de su padre iba en el sentido del progreso y que no
había lugar, entonces, de ir en con tra de ella. M oraleja: La lógica del
E stado no es la del inconsciente.
Después de haber estado en rem ojo d u ra n te un tiem po bastante largo
en la biblioteca, sacó la conclusión de lo que había ocurrido: Lacan
se h abía olvidado com pletam ente de él. Entonces, decide levantarse y
va a to c a r a la puerta del consultorio.
Reacción de Lacan: regañarlo por no haberse m anifestado antes.
El analizante habría abandonado el consultorio si Lacan, en ese m is­
mo instante, no lo hubiese retenido.
— Voy a darle el teléfono donde usted podrá encontrarme durante el
fin de semana en caso de necesidad.
— ¿En caso de necesidad?
— Sí. Si usted tiene necesidad de hablarme.

C onclusión inm ediata, surgida apenas el analizante se encontró en la


calle provisto del papelito que Lacan le había deslizado en la mano:
— Él sabía que yo me iba a venir abajo.

Pero otro fue el resultado de esta intervención. El analizante, al salir


de esta sesión, se captó en una foto en una cabina autom ática de fo to ­
grafía: se reconciliaba con su imagen.

C om párese con el caso de! h o m b re de los sesos frescos. Im intervención de Kris


produce un acting-out, la de Lacan un pesaje al aeio.
¡entonces se trataba de eso!

Sí, era una muy bella y joven mujer. El cuidado que le otorgaba a su
presentación, la preocupación que tenía por su ropa, sólo podían com ­
pararse con su natural belleza.

Estando en análisis con Lacan, ella le dijo un día que tenía la intención
de asistir, esa misma noche y por primera vez en su vida, a cierta reu­
nión de la Escuela.

Respuesta:
—Prohibiré que usted aparezca.
ese nudo, ese fuego

Los Ferrocarriles Nacionales de Fran cia realizan pruebas de c o m u n i­


caciones telefónicas en el tren que va de París a Lille. Él, sum ergido
en la lectura de los E scritos de Lacan. decide aprovechar la oferta. Lla­
m a a Lacan desde el tren:
— Estoy en vías de leer sus E scritos. Debo decirle cu á n to aprecio el ca­
rácter m allarm eano de su escritura.
— ¡Venga a verme!
— Sí, con m ucho gusto, pero, ¿cuándo?
— Esta noche., a las 20 y 30.
— ¿P uedo preguntarle dónde?
— En París, n úm ero 5, calle de Lille.
Una analizante explica largam ente a Lacan la situación en la que se
encontró cu ando se p ostulaba p ara un traba jo. Ella dice las razones
por las cuales ese trab a jo no le convenía, justifica sus argum entos. . .
y él a lo largo de to d a la exposición:
—Eso es, eso es, eso es, sé eso, eso sé, seso, ceso, cesa, cesas, saces. . .

Y no cesa el sonsonete.
Ya pasada la puerta, ella todavía lo escucha: él no cesó de decir asaz.
eso suele ocurrir. ..

Se extiende y luego, tras algunos instantes dice:


— N o tengo nada que decir. . .
Respuesta divertida de Lacan:

— ¡Pero sí! ¡Eso suele ocurrir! H asta m anana, estim ado.


Desde hace varios años é] está en análisis con Lacan, e incluso tal vez
más que algunos si juzgam os por el número de sus sesiones semanales.

Después de la última interrupción debida a las vacaciones de ve­


rano, habla por teléfono para tener una confirm ación de la hora de
su próxim a cita.

Gloria lo com unica con Lacan. El dice su nombre:


—H abla X X X .
— ¿Sí, qué desea?
— Lo llamaba para saber cuándo puedo ir a retomar mi análisis.
— Porque, ¿usted está en análisis conmigo?

' recuenta), aunque fuese asiduamente, aunque fuese desde hace mucho tiem-
i:(¡, el thvan de un psicoanalista, no es necesariamente estar en análisis.
E n tra, fu m a n d o el cigarro, en el consultorio de L acan. A greguem os
que no se tra ta b a de cualquier cigarro sino de! célebre D av idof to r­
cido que L ac a n exhibía regularm ente en esa época y que se h ab ía c o n ­
vertido, an te los ojos de todos, casi en su em blem a y hasta en el de los
lacanianos.

Lacan se ap o d e ra de! o bjeto y, al m ism o tiem po que lo aplasta en el


cenicero, le dice:
— Déme eso. . . así estará más có m od o.

icio como aliío íH'c estorba


Le había escrito a Lacan p ara pedirle u n a cita; deseaba em prender su
análisis con él.

poco después recibió la respuesta esperada y algo más también. En efec­


to, la carta de L acan se to m a b a el cu id ado de precisar dón de se encon­
traba, topográficam ente, su consultorio del núm ero 5 de la rué de Lille.
Lacan le indicaba que debía presentarse el día y h o ra convenidos “ en
el fond os del p atio d e la n te ro ” . Sup o sacar inm ediatam ente la conclu­
sión que este error de o rto grafía im ponía: eso iba a costarle caro.
Ella veía a L acan m u y regularm ente: un a vez cada quince días.
Sin em b arg o , esta vez, después de haber dicho algo que no recuerda,
vio a Lacan buscar un calendario p a ra consultarlo delante de ella. E n ­
tonces, él concluyó:
— Bueno, esta vez usted va a venir dentro de veintiocho días.

Al revelar hoy esta anécdota, ella aclara tam bién cuáles fueron las con­
secuencias sobre su práctica com o analista. Dice que recibe a sus p a ­
cientes d u ra n te u n tiem po que no es ni el de Jos o rtod oxo s 45 m inutos
ni el de las sesiones p u n tu a d a s “ laca n ian as” . Se basa en E L C A L E N ­
D A R IO que cada uno lleva en sí.

De esta maneta, el -ja¡en da rio que Lacan lenta ese día en sus manos adquirió
la dignidad de ur. objeto imerno detentado por cada t-no de ¡os analizantes. . .
de ella.
No sabía — creía él— cóm o po ner térm ino a su análisis.

Varias interrupciones habían tenido lugar pero, a cada una de ellas,


Lacan lo volvía a llamar; cada vez, por supuesto, pagaba la suma co ­
rrespondiente a las sesiones faltadas.

Al térm ino de u n a enésim a sesión de reencuentro, L acan le dijo:


—Entonces, h a b r á que calcular cuánto le debo.

cuanZ ' T a f j T T ? ^ e a " w ~?ara. ™ ™ lugar


>s 11 St abstuvo de intervenir ahí donde debía hacerlo.
La historia tiene lugar en ei últim o periodo de la p ráctica analítica de
L acan, una vispera del día de T odos los Santos.

— Señor, ya no tengo nin g u n a razón p ara venir aquí.


—E n ese caso, no venga más.
— ¡Me cuesta a b a n d o n arlo !
— E n ese caso, vuelva m añ an a .
— N o, m a ñ a n a no.

Entonces, una b o fe ta d a , inesperada, ocupó el lugar de u n a última


réplica.
fobia con nombre propio

J.M . Ribettes m enciona, en ocasión de su prim era entrevista prelim i­


nar, tal fobia suya de anim ales. Lacan destaca la cosa, y de la m an era
siguiente:
—Es un hecho: las b ettes (bestias) que lleva su n o m b re no le hacen
reír (n).
Está sentado en el pequeño salón, espera que Lacan lo invite a entrar
a su despacho. Es su primerísima cita, es decir que ignora totalm ente
las costum bres del lugar y, en particular, el nombre de la persona que,
unos m om entos antes, lo hizo pasar.
Un cliente sale del despacho y luego aparece Lacan que, al verlo, grita:
— ¡Gloria!
— Tibi gloria, responde él inm ediatam ente.

El ignoraba que Gloria fuera el nombre de pila de ia secretaria de Lacan. Exis­


te una variante de esta histo^a: en efecto, otra persona, ai oír el "G lo ria '1 de
Lacan, replicó un día: — In exceisis Deo. Hay otra aun (¿cuántas mas?) dón­
ese ¡a réplica habría sido: — O loria tibí domine, que es la verdadera fórmula
sagrada.
¿habló él?

L acan acepta que ella no diga u n a p alab ra, pero su a n a liz a n te está le­
jos de aceptar la recíproca: ella reclam a que él le hable. Respuesta:
— Si yo hablo, usted no io so p o rta y si no hablo, tam poco.
herencia

T u v o la dicha — a u n q u e no es seguro de q ue se tra ta ra realm ente de


tal co sa— de recibir una im p o rta n te herencia y com o es lógico el a c o n ­
tecim iento fue m e n c io n a d o en su análisis.
D esde ese día, L ac an m ultiplicó las sesiones, hasta ocho p o r día, nos
dice su analizante, y eso varios días p o r sem ana. De este m o d o su
herencia se vio tra n sfe rid a en p o co tie m p o de su bolsillo al de su a n a ­
lista, m ientras el analizante c o n ta b a a quien quisiera escucharlo la ope­
ración a la q u e se ded ica b a Lacan.

Él estab a e n c a n ta d o .

Sujeto/objeto.
hola, ¿Lacan?

— H o la , ¿L acan?
— C laro que no, y cuelga el teléfono.

Versión psicóiica de la ocurrencia m u la d a aq u í n o m b i e falso (cjr ■ P- 8‘f).


Ella ig noraba to d o sobre la historia de los grupos analíticos. H a b ía ido
a ver a un joven p siqu iatra en “ form ación analítica” en el Instituto,
que estaba en el Seguro Social, p orqu e ella en ese tiem po no tenía m e­
dios. L a p sicoterapia llegaba a su térm ino , él le aconsejab a a h o ra
em p re n d er un análisis.
— Voy a ir con L ac an , com o mis am igos y colegas.
— ¡No sueñe! Ya fa n ta se a rá to d o lo que quiera cu a n d o esté en análi­
sis, ¡pero no en el m o m e n to de buscar analista!
Y agrega:
— P o r cierto, Lacan es m uy am able; usted puede ir a verlo de todos
m odo s y pedirle consejo a él sobre la elección de un analista.
Ella a c a b a b a de c o m p re n d er que no tenía o tra elección; después de lo
que h ab ía escuchado, el único analista posible era Lacan.

A l decirle “ no suene” le indica a Lacan como siendo el lugar de su sueño,


¡por lo lauto, de su análisis!
Ella querría inscribirse en la Escuela freud ian a y le habla de eso a
Lacan. E sa m ism a noche él telefonea a casa de ella. C o ntesta la hija
de la analizante. Él p re gu nta la dirección exacta y concluye diciéndole
a la niña:
—Usted no está o b lig ada a decir que yo hablé.

Desde entonces, com o se debe, la jovencita no cesa de contarle a quien


quiera oiría que recibió un llam ado de Lacan. ¿Y m adre? se p re g u n ­
tarán ustedes. N u n c a fue inscrita en la E .F .P .
Ella es alum na de Lacan y va a participar, con carácter de m iem bro
de la Escuela freu d ian a, en las A ssises {: reuniones) sobre el pase, que
deben realizarse m uy pró x im am en te en el hotel Lutétia.

En la últim a sesión antes de esta im p o rtan te reunión co m u nica lo que


acaba de ocurrirle: un terrible a taq u e de hem orroides.

Interpretación de Lacan:
— ¿Les assises? (: asientos, asentaderas)
jaque al parricida

—Suponga que, en ta n to periodista, yo quieia hacerlo pedazos. ¿Sabe


cómo lo haría?

Pero el analizante no h a term inado de fo rm u lar una prim era versión


de lo que sería un parricidio perfecto cu a n d o Lacan lo interrum pe:
—¿Entonces. . . tam b ién usted, usted está contra mi?

/:/ (matizante comprendió oerfectutrcnie iu pregun ia co¡no ¡<na iiemoriúa de


amor. Pero, precisamente, no permanece pegado a eua porgue saoe aar a su
respuesta law u r maternalmente o l.aenn) su estatus n o m b rá n d o la smdiome
deI KuarJciespalifas ’ '■
M édico jov en, despreocu pado p o r ¡as querellas, debates y escisiones
analíticas que, po r o tra parte, ign orab a, él form u ló su d e m a n d a de ufi
psicoanálisis didáctico prim ero en el circuito del instituto (I.P .A .).
C u en ta el asunto d urante su p rim era entrevista con Lacan.

— C o m o tuve que p asar un año en u n san ato rio antitu berculoso termi­
n a ro n p o r m a n d a rm e con un psicoanalista psicosom ático.

C o m e n ta rio de Lacan:
— A h, no crea que yo estoy contento p o r to d o eso.
land-rover

S oñaba to d o el tiempo con coches y no sabía porqué. Un día este irri­


tante vehículo tornó la figura de un L a n d -ro v e r. E n ese últim o sueño,
éste se hallaba b lo q u ead o en el b arro y no avanzaba m u cho más que
la interpretación de ese sueño reiterado.
Lacan:
—¿Qué es un la n d -ro ver?

Él, estupefacto por la ex traña p regu nta, dijo:


— . . ,¿ ?. . . un c o c h e . . . ¿ ?
Lacan (esta vez aulland o, m uy enojado):
— ¿Q ué es un la n d -ro verl

N inguna respuesta. Fin de la sesión. Sólo se le iluminó el foco c u a n d o


ya estaba instalado en el tren en que regresaba a su casa. ¡Pero sí! Es
un autom óvil p a ra T O D O T E R R E N O . A h o ra bien, él era etnólogo.

¿Se supondrá acaso que el analista sabia la respuesta ames de que el analizante
la captase con motivo de su intervención? Suponiendo que ese fuese el ca­
so, la continuación habría sido diferente si el analista se la hubiese dicho. Com ­
párese con ¡a "buena anécdota” titulada aquí “ Interpretación
leer y releer

Ella, médico especialista, había escogido a b a n d o n a r su profesión, en


cierto m om ento de su análisis con Lacan, para instalarse como psicoana­
lista. A lgún tiem po después de ia pu esta en acto de su decisión anuncia
a su psicoanalista que va a participar, esa m ism a noche, en u n a reu­
nión de la E scuela freudiana. Respuesta:
— N o aparezca m ás (ne paraissez p lu s) en la escuela.

Está com pletam ente perturbada. ¿H abría com etido un error ai com pro­
meterse com o lo h a b ía hecho? ¿Lo hab ía hecho p re m a tu ra m e n te ? P o ­
demos imaginar las cien mil interrogaciones que ocu p a b an su analizante
caletre.

No fue sino seis meses más tarde cu a n d o la ilum inación le llegó.


Lacan, aquel día, le hab ía dicho:
— N o holgazanee {ne paressez plus) m ás en la escuela.

l'urianie de la ocurrencia mulada: “ ¡entonces se tra ta b a de eso!


¿literato o psicoanalista?

Iba a ver a Lacan p ara decirle cu á n to apreciaba su calidad de h o m b re


de letras. L acan lo recibió, h abló con é! 3' luego, al fin de.la entrevista,
ie pidió 300 francos lo que era po r entonces una sum a no desdeñable.
Él re fu n fu ñ a:
— ¡Tam bién usted debería pagarm e. Usted tam bién habló m ucho!

Insistencia de Lacan:
—Al irse usted d e jará un cheque de 300 francos en el cajón de la p e ­
queña có m o d a. Si usted vuelve lo recibiré tres veces po r sem ana y me
a b o n a rá 300 francos cada vez. H a g a el cálculo p ara saber cuánto le
costará eso p o r mes.

Se va, d ejand o el cheque en el lugar indicado y decide partir de viaje.


Al Á frica central.

La lectura que él hace apres conp de su decisión de partir a ese lugar le asegura
que se había dirigido a Lacan completamente, efectivamente, en tamo psicoana­
lista, y no en tanto literato.
Lacan lo recibía, de tiem po en tiem po, d u ra n te un lapso m ás largo que
el d e j a s sesiones cortas, casi habitual. Él designaba esas excepcionales
intervenciones de L ac an diciendo que, al hacerlo, L ac an “ re n o v a b a el
m alestar de las p rolo n g ac io n es” .
medicina

M etido ta n to com o se puede estarlo con el psicoanálisis lacaniano, él


llegó a considerar que era necesario obtener su d iplom a de médico cos­
tase lo que costase, incluso el de m édico psiquiatra.

Desde el comienzo de las clases está inscrito en primer añ o de medicina.


Le habla a L ac a n de su proyecto.

Respuesta: L ac a n d o b la inmediatamente, el precio de sus sesiones.


De esta m a n e ra se en co ntró ante la im posibilidad m aterial de p ro se­
guir esos fam osos estudios.

Intervención en el real.
En su tercera entrevista con Lacan fue tra ta d o con menos m iram ientos
que en las dos anteriores; esta vez tuvo que esperar antes de ser recibi­
do. C u a n d o finalm ente pasa, no deja de señalar a Lacan su retraso,
a lo cual Lacan responde:
— Yo no soy responsivo.

Esta respuesta, dice él, lo dejó lleno de desconcierto.


no habría habido sesión

'Había m uch a gente en la sala de espera. Ciertam ente, Lacan lo reci­


bió, pero apenas hab ía com enzado a relatar un sueño lo interru m pió,
le cobró la sesión y co n firm ó la cita de! día siguiente.

Durante la sesión siguiente, él no dejó de interrogarse sobre la escan­


sión de la víspera. ¿C ó m o había que interpretarla? ¿Después de qué
palabra había ocurrido? ¿C uál debía ser el alcance de esa palab ra?

Bn ese m o m en to , Lacan intervino haciéndole no tar que. . . bu eno us­


ted sabe. . . que había m u ch a gente que esperaba, que él había n o tad o
que estaba un poco presionado. . . en resumen, que su intervención
no quería decir n a d a y que esa últim a p alab ra de la sesión prece­
dente no era algo sobre lo que había querido atraer especialmente su
atención. . .

Era algo sumamente asom broso e incluso duro de digerir para alguien
que, com o tantos otros en aque! tiem po, consideraba que todo lo que
Lacan hacía o decía merecía ser anotado, interpretado, repercutido (co­
mo lo muestra el hecho de que nos haya relatado la presente aventura).

Hay que pensar que Lacan no ignoraba hasta qué punto su desmentido
era poco creíble porque agregó la intervención siguiente: cuando su a n a ­
lizante pag a b a esta sesión le declaró que no se la debía. Ya hab ía sido
pagada el día anterior.
Un paciente travieso decide tenderle u na tra m p a a Lacan. Le habla por'
teléfono bajo un no m b re falso:
— H abía J u a n Pérez.
— C laro que no, responde Lacan. Y cuelga.
papá refunfuña

Un p adre viene a en c o n trar a Lacan a propósito del análisis de su h i ­


jo. . . con L acan. Este análisis, si se cree a la opinión del p adre, no
avanza. P eor todavía, hay agravación de los síntomas.

Lacan lo recibe tres m inutos. Luego le dice:


—Serán 500 francos.
—Pero, no ie p ude decir que. . .
—Serán 500 francos.
—Pero. . . yo. . .
Lacan, esta vez netam ente tajante:
—500 francos.
El padre:

Lacan, ap a rtá n d o s e del padre:


— ¡Gloria!
Gloria acude inm ediatam ente. Lacan le dice:
—Usted le co b ra rá 500 francos a este señor.
Luego, volviéndose hacia un analizante que esperaba en la biblioteca,
dice:
— Usted, venga.

listaba excluido poder decirle a ese padre: “ ¿Pero, en qué se está metiendo
usted? ¿ Y, con que derech o ?" por la razón de que, al meterse en eso, creía
hacerlo a Ululo de padre. Unica respuesta analítica posible frente a su conduc­
ta intempestiva: despedirlo.
parto

Su vientre está muy grande, el em barazo llega a su térm ino. Lacan,


en su últim o sueño la regaña a gritos:
— ¡Oh, usted y su com plejo de Edipo!
E! sueño prosigue así: Lacan hojea un libro, se trata de las páginas 115
ó 105.
C o m o po dem os im aginar, ella tiene la intención de co n tar su sueño.

Al verla ese día com o siempre en la sala de espera, G loria exclama:


— ¡O.h! ¿T odavía está usted ahí?

Ella tiene su bebé esa m ism a noche. La fecha era 15 y la hora, 10:05.
£s e! fin de las vacaciones, a comienzos de septiembre, pero todavía
las clases no em p ez aro n . Lacan Ic dice que la recibe com o un favor,
que to davía no ha re to m a d o sus consultas; p or lo tan to costará más
caro d u ra n te este periodo. Ella acepta el sacrificio.
pero sus amigos se burlan. T am b ién ellos son recibidos, p ero sin su­
plemento. Ella piensa que se hace ilusiones, que en la fecha prevista
Lacan no a c e p tará el retorno al precio anterior. E n ese caso, ella no
podrá c o n tin u a r p agando ese precio a lo largo de todo el año.
£1 día del com ienzo del año escolar paga sin com entarios el precio a n ­
terior. Y Lacan no m anifiesta ninguna reacción.

¿Direm os que Lacan se habrá olvidado de su intervención? La pregunta, inso­


luole para nosotros por otra parte, no consiste en eso, pues el asunto debe ser
situado desde el punto cíe vista ríe ¡a analizante que contó la anécdota. Ella
nene grandes dijlealtades para imaginarse que Lacan pueda aceptar volver al
precio anterior. Sin embargo, no se lo pregunta. Si lo hubiera hecho Lacan
solo habría p o d id o responder: ' 'No ’ ’. . ! arique ella lo pone frente al hecho con­
sumado j , sabiéndolo o no, no le queda nuis que aceptar, pues si no fuera asi
la demanda pasaría a estar de su lado. El resultado de la operación no es nulo
sm embargo: la aceptación de Lacan desmiente (pero en ios hechos y no ver­
balm en te; dich o de otro modo desmiente efec tiv a m e n te) la especie de influ-
ción de la cual es objeto su imagen.
Algunas personas son m aestras p ara ejercer sobre su interlocu tor y de.
la m an e ra más m anifiesta, más cruda, más e x tre m ad am en te insistente,,
to d a la presión que pueden a fin de o b ten er u n a pequeñez, un signop
aunque no sea más que un simple “ gracias” . Esas clases de sujetos, m uy
pegajosos, suscitan si no es una preocu pación, por lo m enos cierta in-i
c o m o d id a d p ara cualquiera que tiene buenas razones p ara no otorgar;
lo que es tan p esadam en te reclamado.
Lacan tenía que vérselas ese día con un p erso naje de este tipo. Ya des!
de las prim eras palabras intercam biadas p o r ellos en el um b ral de la-
p u e rta abierta al final de la sesión, el que asistía desde 1a sala de espera
a esta algarad a sacó la conclusión de que el personaje del que hablam os
h ab ía ofrecido a Lacan cierto regalo. ¿Qué regalo? Eso im p o rta poco.:
E n cam bio, pesaba esta insistencia que parecía no qu erer replegarse;,
a cualquier precio era necesario o bten er de Lacan un a p a la b ra que
dijera el efecto de ese regalo sobre su destinatario.

F o rm u la d a con un tono de reconocim iento, la respuesta siguiente p u ­


so térm in o a la interm inable reclam ación:
— No puedo decirle — enunció Lacan— hasta qué pu n to eso me agradó.

hit roño habría satisfecho ia demanda scitcnud o í-■n su literalit


no t'sin i ':era al¡¡ para íiasracntir'.a.
placer

Un analizante de L ac a n tiene ia sorpresa de ver a su analista entre el


público que asiste a su defensa de tesis. Y está tan to m ás asom b ra d o
cuanto que sabe que L ac an , a esa hora, recibe hab itu alm ente a un
gentío.
_Su presencia me dio m u ch o gusto, le dirá poco después.
_¡Pero si es p o r eso q u e lo hice!
pleonasmo

U n a cosa lo fascina m uy p articularm ente en !a práctica analítica que-


Lacan pone en o b ra con él. A veces, en el curso de la sesión, Lacan,
se levanta de su sillón, y va hacia otra paite del consultorio. ¿Por qué se:
co m p o rta así? ¿Y en qué m o m e n to de la sesión se m anifiesta de esta
enigm ática m anera?

¡No logra responder! Siem pre intrigado, decide al fin plantear la pre­
g u n ta directam ente a Lacan:
— ¿En qué m o m ento preciso de mi sesión decide usted levantarse de
su sillón?
— En el m o m en to o p o rtu n o .

.Nota: La historia no dice, desgraciadamente, si este analizante plantea su pre­


gunta mientras Lacan está sentado en su sillón o de pie en la habitación.

E sq u ive de ¡o que hay lugar para esquivar: una posición del anaEmant? que
apunta a aprehender su análisis desde el punto de vista ríe su analista. La inter­
vención de tacan lo dispensa de este trabajo, eosa que lo alegra en grado su ­
m o . La p iu e n a es que cuenta su aventura como una ocurrencia. Entonces, la
respuesta "en el imánenlo o p o rtu n o " vino en el momento oportuno.
gj, alum no de L acan, está ah o ra, desde hace muchos años, en análisis
con el m aestro. Después de un tiem po “ a p r o p ia d o ” , y mientras co n ti­
nuaba su p ro p ia cura, se hab ía instalado com o psicoanalista.
Después de un tiem po suplem entario y no menos apropiado parécele
que su análisis está term in ado .

info rm a de ello a Lacan y se levanta del diván el día m encionado p o r


él com o el de su últim a sesión, declarando:
—Bueno, mi análisis h a term inad o.
Respuesta:
—Pero no ha co m en zad o.

Pregunta: ¿ Lacan podía form ular este juicio antes de que el analízame pasara
u! u c í o cíe i h í e n ' u t u p i r s u a n á l i s i s ?
Hila viene a pedir a Lacan retom ar con él su análisis. Su analista acaba
de m orir, lo entierran ese m ism o día.
— ¿ C u án d o ?
— ¡En este m o m en to !
— ¿N o tiene usted la intención de ir allá?
Ella, un poco vacilante, dice:
— . . .Sí.
— ¿D ispone de un m edio de loco m o ció n?

U n viejo R enau lt 4L la espera, en efecto, en la proxim idad de la calle


de Lille n ú m ero 5. R esponde, p o r lo ta n to , afirm ativam ente.

L acan, entonces, dirigiéndose a G lo ria dice:


— ¡Gloria! Mi abrigo.

Y, d e ja n d o plan tad o s a los clientes que se a m o n to n a b a n en la sala de


espera y en la biblioteca, tenem os a L acan en su 4L. acom pañándola:
al entierro de su ex-psicoanalista. Tal h a b r á sido su prim era sesión con
Lacan.
prohibición

Ella le dice a Lacan que tiene una relación con X X X . Respuesta dicha
con tono seco:
—Le prohíbo frecuentarlo.
Luego hay un silencio. Después:
—Usted SABE que él está en análisis conm igo.
Dos analizantes de Lacan se en c u entran alreded or de algunas copas en
ocasión de un congreso de la E .F .P . U n o de ellos, ligeramente achis­
p a d o , largó su confidencia.

H elo aquí en el diván, a p o rtá n d o le a L a c a n u n sueño donde había un


puercoespín (porc-épic). Después de algunas elucubraciones alrededor
de su sueño, él concluyó:
-- P r i m e r o pensé que usted era el puercoespín, pero después no, no creo.
Réplica de Lacan (con la interjección inicial largam ente suspirada):
— ¡A h h h h h h h h , gracias a Dios!
que. . . ¿o cola (queue)?

M uy sutilm ente, él había n o tad o que Lacan interrum pía su frase — y


así levanta b a su sesión— cada vez que ésta incluía dem asiados “ q u e ”
y, más precisam ente, que la intervención de L acan se produ cía justo
después de p ro ferid o el tercer “ q u e ” (¡es el caso de la frase que acaba
de leerse!)

A d e m á s, ese día, finalm ente, él se h a b ía decidido a h ab lar de su rela­


ción con el dinero.

— Buenos días, D octor. Quisiera hacerle una preg unta.

— ¿Es que. . . (vacila, notando ya en su fuero interior un primer “ q u e ” )'.

P ero, d e s b a ra ta n d o esta vez sus previsiones, Lacan hace un gesto de


in te rru m p ir la sesión.
— N o , escúchem e h asta el final, D o c to r. . . ¿es que no es m olesto?. . .

— . . .m olesto que lo que. . . (¡Ay! ¡Ya están los tres “ q u e ” ¡)

Sin em b arg o, haciendo fracasar u n a vez más sus previsiones, L ac an


no co rta allí esta sesión.
. .¿que lo que recibo todos los meses de X X X contribuya en parte
a p agar mi análisis?
— Sí. ¿ C u á n d o lo vuelvo a ver?
— El lunes pró x im o , D octor. ¿Es molesto?
— Sí, seguram ente. . . seguram ente el hecho de que usted reciba eso es
to ta lm e n te legítimo.
— G racias, D octor.

M ucho m ás tarde, al transcribir esta sesión, él se dio cuenta de que


le había agradecido.

.4/7; d o n d e h a y moles,ría, no necesariam enie hay ilegitim idad.


¿ qué? ¿primero?

E n el um bral de la sala de espera, Lacan se to m a b a generalm ente el


tiem po de m irar quién estaba allí; con u na señal invitaba, luego, a una
u o tro a penetrar a su consultorio. El o rden de llegada, parcialm ente
ig n o rad o p or L acan p o r o tra parte, no d e term in a b a el ord e n de la invi­
tación a pasar. Esto, él ya lo había observado.

Sin em bargo , a partir de cierto m o m e n to de su análisis, debió rendirse


a la evidencia: L ac an lo hacía p asar siem p re p rim ero . ¿Q ué ocurría?
¿Q ué q u ería de él? A sociaba sobre ese “ p rim e ro ” ; recordó incluso en
sesión h aber sido, en la escuela, el prim ero. ¡Eso ocurría cada vez que,
en el a ñ o precedente, hab ía repetido el curso! P ero no hab ía nad a
que hacerle: ¡pasaba siempre prim ero!

La cosa llegó a tal p u n to que, cierto día, no tuvo siquiera el tiem po


de instalarse en u n a silla. A penas h u b o llegado, ¡ a d e n tro !, y ello a pe­
sar de que x personas esperaban.

A quel día, atra vesando después de su sesión el puente del C arrousel,


la clave del asunto le vino a la cabeza. Su n o m b re patro n ím ico era d o ­
ble pero el uso fam iliar hab ía p ro m o v id o al segundo (el o rden era el
de la inscripción de los dos apellidos sobre su d o c u m e n to de identidad)
ju z g a d o más noble. Él se había atenido, hasta entonces, a ese uso sin
cuestionarlo jam ás.

Decidió to m a r u na sesión suplem entaria y regresó a lo de Lacan d o n ­


de, una vez más, fue el prim ero en pasar.
D ijo su descubrim iento. Lacan, al salir del consultorio, le tendió, he­
cho rarísim o, su m ano. ¡Era, entonces, eso! Él, su m ujer y su descen­
dencia usarían entonces en adelante ese prim er apellido hasta entonces
o cultad o . A partir de ese día no pasó prim ero, com o cualquiera, más
que excepcionalm ente.

Puesta en /ucgo, para la Interpretación, cid conocimiento paranoico. Es éste


el u n e hace de la intervención otra cosa que una sugestión (lo que h a b r ía ocu-
sridü, ' ■” cam bio, si Locan ¡e hubiese dicho: "U sted descuida su patronímico ”).
C arta de L a c a n a u n analizante:
—Lo espero. Pacientem ente.

Existe “ el paciente ’ J en el tiempo de suspenso del análisis.


Sí, Lacan está de acuerdo p a ra que se termine con este análisis. P ero
la dism inución a c ep tad a del n úm ero de sesiones no se h ará b ajo cual­
q u i e r condición:
— P a ra que el esfuerzo siga siendo el m ism o de su parte, usied co n ti­
n u a rá entreg ánd om e la m ism a su m a cada sem ana com o cu a n d o tenía
tres sesiones.
Ha ocurrido que un analizante le diga a Lacan algo así como:
—Ya no soy yo el dem an d a n te, a h o r a es usted. A cepto co n tin u ar si
usted viene a mi casa.
— Aceptado.
Y hecho.

psicoanaüs'a no está elevado a se si Han.


sala de espera

Él llega a sus sesiones con u na reg ularidad de m etró nom o; tiene el as­
pecto de poseer sus costum bres, siempre im p ertu rbable en esa sala de.
espera de Lacan.

Ella comenzó hace poco, a veces llega corriendo, otras, antes de hora. . .

L acan entra a la sala de espera, m ira al tip o y le aúlla con un vozarrón


capaz de tirar ab a jo el candil del techo:
— ¿Esto va a d u ra r todavía m u cho tiem po?
Ella tra ta de que la tierra se la trague.
Lacan la ve y, con una voz suavísim a, dice:
—-Venga queridísim a. . .
se robaron el bastón (la canne )

Un analizante de L acan rob ó un bastón en el negocio de an tig ü ed a­


des cercano a ¡a calle de Lille. Lacan, in fo rm ad o del asunto, intervino
y “la ca n n e” fue restituida.
Ese día, Lacan había invitado p ara que interviniera en su seminario
a un gran profesor universitario. Éste, d e s e m p e ñ an d o su papel, mues­
tra de u n a m anera que no puede ser más indiscutible h asta qué punto
ei m éto d o y las conclusiones de Sellin son in ad ec u ad as y, en io que res­
p ecta a las conclusiones, cuán erróneas. A h o r a bien, Freu d se había
ap o y a d o en Sellin p ara su último tra b a jo sobre Moisés. Lacan dice al­
gunas palabras. Fin del seminario.

Él tiene apenas el tiem po de m o rd isquear un sandw ich antes de encon­


trarse reclinado en el diván de Lacan. C on algunas vacilaciones, abre
el pico:
— C u an to más escuchaba a C aquo t (el profesor del que se trata b a) más
tenía la im presión de que, al apoyarse en Sellin, es Freud quien tenía
la verdad.
— ¡A bsolutam ente!
Sesiones y controles se multiplican con u n a cadencia insoportable, fc’ila
no tiene m ás dinero, ya no puede acep tar eso; se va a rebelar y se lo
va a decir.
Se recuesta e inicia vigorosam ente su sesión:
—Usted me saca de mis casillas. . .

Lacan se inclina sobre ella con aire delicioso y con voz de falsete íe dice:
— ¡Sí!
Todavía m u ch o tiempo después, ella cuen ta esto con deleite.

i ! tsierk
sonar cuenta

El analizante:
— Soñé que. . .

Lac an , in terru m p ien do:


— Está m uy bien, mi estim ado, hasta m a ñ a n a .
suicidio

¿¡ relata en sesión que su am igo X, psicoanalista, a quien además le


debe el hecho de estar en análisis con Lacan, acaba de suicidarse.
L acan, sin dejar de anudar y desanudar hilos de diferentes colores, pa­
rece imperturbable. El analizante explota:
—¿Ese es todo el efecto que le causa?
_¿Qué otra cosa quería usted que él hiciera?
C o m o su función h o spitalaria p onía a su disposición una secretaria,
ella le d ab a a ésta las cintas m ag neto fó nicas del seminario de Lacan
a fin de que las pasara a m á q u in a . N um ero sas veces, en ocasión de
las sesiones en lo de Lacan , h ab ía tenido o p o rtu n id a d de n o ta r su gran.,
interés por ese trab a jo . El no d ejaba de reclam arle las hojas dactilo­
grafiadas o tam bién de preg untarle có m o ad e la n tab a el tra b a jo .

U n día, en una sesión, él le dijo a q u e m arro p a:


-- E n to n c e s . . . ¿cóm o va Lewis Carroll?
E sta pregunta no tenía n in g u n a relación in m ediatam ente im aginable
con lo que ella acab ab a de decirle; así que se quedó estupefacta.

No fue sino más tard e cu a n d o recordó que él había h ab lad o de Alicia


en su últim o seminario.
Se precipita sobre la copia de la transcripción que le h ab ía d a d o a
L acan. Su secretaria h ab ía in tro d u cid o un curioso m o n stru o en el p a ­
saje en que se trata b a de Alicia; ese m o n stru o se escribía “ un p e tit d ’un
p e tit" .

Humpty l.hunf ■/. ;<>¡a transliteración.


turbada

¿Cederá eila ai encanto de una relación am o ro sa ? Explica a Lacan su


t u r b a c i ó n : el seductor es el pediatra de sus niños. Ella dice.estar m uy
lejos de ser indiferente. . .
Respuesta, y que la c o n d u jo a cam biar de pediatra:
— Usted no tiene n inguna razón p ara relacionarse con alguien que ía
im portuna.
Helo aqu í declarand o, apenas extendido en el diván de Lacan:
— F inalm ente. . .
— Bien, querido, ¿cu án d o lo vuelvo a ver?
videncia

Ocurre que la víspera de uno de sus exámenes de medicina dijo a


Lacan en sesión:
— ¡Oh, qué noche!
Tal vez evocaba así, no sin énfasis, su noche de trabajo, o de insom nio
motivada por su preocupación por el examen.
Sea com o fuere Lacan replicó de inmediato:
— ¿Leucemia?
Decide estudiar encarnizadamente el tem a “ leucem ia” .

El día siguiente, en el salón de! exam en, inquietud. . . y bien, ¡no! El


tema sorteado no es la leucemia.
Pero pronto se dan cuenta de que hubo un error: debe ir a sufrir la
interrogación a otro saión y allí, hecho extraordinario. . . ¡le piden res­
ponder sobre la leucemia!

Cosa que hace brillantemente. Salida del examen. Va a su sesión. Se


entiende que no podía tratarse más que de la aventura que acaba de
ser referida. El relato mismo es portador de una cuestión increíble: ¿Có­
mo pudo saber Lacan? Respuesta:
—Es una pura cuestión de lógica.

1AQ
¿y ahora?

Le pregu nta a Lacan si, a p rop ósito de cierto caso, ella puede em ­
plear, co m o lo había hecho m uchos año s antes en ocasión de otro ca­
so, el térm ino de “ d o b le ” .

Respuesta:
— En esa época usted no podía equivocarse.

¿-.sía vez ella le presum a a .Sacan.


p o r iniciativa de Lacan, las sesiones de análisis y de control se m ulti­
plicaban; m uy rápidam ente alcanzaron el score de una sesión de a n á ­
lisis más un control cada día.
T odo eso fue viento en popa hasta el m o m en to en que él hizo sus cuen­
tas. ¡No, decididam ente, no podía co n tin u ar de esta m anera! E n to n ­
ces, llegó a fra n q u e a r el paso de decirle a su analista que, en lo que
concernía al análisis, estaba bien, él c o n tin u ab a , pero que ya no p o ­
día, financieram ente, asumir los controles.
Llegó la h o r a del siguiente control, que se había decidido a rechazar.
Se dio cu enta entonces de que L acan no quería saber n ad a con esa
transacción; y, com o él seguía firme en su decisión, recibió a guisa de
respuesta un p u ñ etaz o en el tórax a d o r n a d o con un: “ pedazo de im bé­
cil” m ascu llad o, pero audible a pesar de todo.
De regreso a su casa recibe un llam ado de Lacan , un Lacan muy muy
muy am able. Le pide que venga a su p ró x im a cita, que esto. . . que lo
otro. . . en resum en, lo co m u nicab a con Gloria p ara arreglar tod o eso.
Al día siguiente, sesión de análisis, luego de control. Al otro día, a n á ­
lisis. E n el m o m ento del control, él reiteró su negativa, diciendo al mis­
mo tiem p o a L acan que si le levantaba la m ano , y bien, ¡le destruiría
tod o el consultorio! A c abab a , hacía un m o m en to , de decidir que para
él, análisis y control se hab ían term in ad o .
No esperaba, sin em bargo, que al llegar al pie de la escalera y luego
al patiecito de la e n tra d a del edificio, vería abrirse b ruscam ente la ven­
tana del con sultorio de su analista y luego a éste asom arse, tirarle una
m aceta con flores al m ismo tiem po que le gritaba:
— . . .p edazo de imbécil . . .pedazo de imbécil.

Dígalo con flores.


Presentación
de
enfermo
La presentación se acerca a su térm ino. Lacan:
—Bueno, vam os a intentar ver con. . .
La enferma:
—X X X (el n o m b re de su médico).
Lacan:
—Con ese X X X que se o cu p a tan bien de usted y a quien usted debe
tenerle, a pesar de to d o , iota! confianza; vamos a hablar con él.

¿Un medien que la cuida demasiado bien'.'


— Escuche, viejo, usted tiene, a pesar de todo, barba en el m en tón
ante eso no puede nada.

¿ S u g e s tió n ? Sí, ciertam ente, y Que in tenta co n d u cir al in terlo cu to r a su u n p o


¡encía. C fr. la d efin ició n lucarna na de la im poten cia : un p o d e r no.
advertida

I^acan despide a la en ferm a que ac ab a de ser presentada:


— H asta la vista, mi pequeña. Usted va a encontrar. . .
Simplemente usted está advertida de que es capaz, en ciertos m o m e n ­
tos, de co n fu n d ir ia gim nasia con la magnesia.
—Sí, por supuesto.

Cfr. ¡a P roposición de o ctu b re de ¡ 9 6 / d o n d e c! deseo “a d v e rtid o ” es el ras­


go q u e sitúa la p osición dei psicoanalista.
La enferm a:
— A m o a mi hija.
Lacan:
---Sí, ¡por supuesto!. . . digo “ p o r s u p u e s to ” para alentarla a h ablar­
me de eso.
£s d ada a un enferm o, bien al com ienzo de una presentación:
—Le dejo la p alabra. T rate de decir la verdad. Es algo sin esperanza;
no se llega ja m á s a decir la verdad. P ero la cosa no será peor si usted
jiace un esfuerzo.

(.'oir.pare.se con hi regla fu n d a m em a!. La verdad maestra a ip ií la p u n to de su


nar;z p t ’io en íono >?ic,nor.
Después que salió el enferm o, se inició u n a discusión entre L acan y;-,
el médico que lo consultó a pro p ó sito de ese caso.

La e n ferm a está en instancia de divorcio, el médico vio al m a rid o y


da su opinión:
— Él se siente m uy culpable. Se echa encim a todas las faltas.
A cep tó to d o lo que le p ropusieron los abogados.

Lacan:
— Él se siente m uy culpable. . . es decir, que está decidido a ir a o tra
parte.

La cu lp a b ilid a d es alzo que se rehuye.


curación

£1 enfermo:
—¿Soy yo un caso de psikotia? Porque yo. . .yo he to m ad o conciencia.
Lacan:
—Usted es, evidentemente, un hombre feliz.

Luego, una vez que el enferm o hu bo salido de la sala:


—Es un hombre feliz, está curado. Me parece que se cree curado.
Esta me parece la idea más peligrosa.

Yo debo advenir allí donde eso estaba curado


U n a cuestión p re o cu p ab a m u ch o a ese enferm o, y desde hacía m uch o
tiem po: ¿C óm o se fo rm u la e] pensam iento, interro gab a él, a p artir de
las interacciones neuronales?
R iplica de Lacan:
— Pero usted sabe que nosotros no sabem os sobre eso m ás que usted.

egueeu e n^ptica es la ('nuucsac'.un: n<jso’<os sabem os que u.s-


•> ^abemos mas <<>!)>■? eso. H j v un a pajero en e¡ saber.
engranaje

FJ enferm o revela su experiencia de u n a relación sexual:


—Era obligatorio. Yo estaba e n sus brazos; ella estaba en mis brazos.
Era un engranaje, uno estaba obligado a jugarse. Yo no podía re ch a­
zarla, entonces fui hasta el final.
Cae entonces esta p re g unta de Lacan:
— ¿Quién hacía girar el engranaje? ¿Era ella o era usted?

A .-j hay reluíiün sexual, no hay p aso de “pus de deux


Dicho a un enferm o que declaraba que sus invitados escuchan los m a ­
los pensam iento s q u e le vienen a p ro p ó s ito de ellos:
— C on to d o usted tiene que darse c u e n ta un p o co de que si usted pien­
sa que los otros piensan que usted piensa m al, tal vez se deba simple­
m ente al hecho de que usted pensase m al.

S u b ju n tiv o ' ‘pen sa se'’: rodeo de la grosería q u e habría representado decii


“ piensa
escándalo

Joven psiq u iatra latinoam erican o, se encuentra en París, un o de los


polos que considera entre los m ás decisivos de la psiquiatría m od ern a .
T ra b a ja en el san cta-san ctorum , el H ospital Sainte A nne. Es allí d o n ­
de se entera de que un tal Jacqu es Lacan debe venir p róxim am ente a
realizar u n a presentación de enferm o. P reg u n ta si puede asistir y reci­
be u na respuesta afirm ativa.

E stá indignado, dicho con to d a p ro p ied a d , de que, a to d o lo largo.de


esta presentación, Lacan no haya cesado de bostezar.

A greguem os que no contrib uiría a calm ar su irritación, el escándalo


del que estaba poseído, lo que ocurrió al térm ino de la presentación,
a saber el hecho de que L acan a b a n d o n ó la sala sin p ro n u n c ia r una
sola p alabra.

A d e m e s riel c o in p o n a m te n io ostensible de Lacan , lo notable, es aquí el hecho


de q u e reíate hoy como temendo ei carácter de una ocurrencia ¡o que en aque­
lla e'pcca fue capaz de constituir para él un objeto de escándalo. E ste p a so a
otro lado en la lectura del acón tea míen lo ejemplifica el hecho d e q u e n o hay
buena o currencia más que pura cierto público.
E! 11 de m arzo de 1977 Lacan fue con du cido , acontecim iento rarísi­
m o, a d a r un diagnóstico de esquizofrenia; fue de la curiosa m anera
siguiente:
El enferm o:
— . . .pero hay que englobar to d o . Yo soy ta m b ié n anim al . . .en t r a n ­
sición. . . no tener ningún miedo de la m uerte. El error no viene de
nosotros. Si mi gurú es falso, no, no puede ser falso, yo creo en él.
Lacan:
— ¿ P o r qué ese “ yo c re o ” le im po rta tanto? Su “ yo c re o ” sirve para
decir “ y o ” . Su “ yo c re o ” sirve para co m pen sar el efecto m edicam en­
toso; tiene to d o el peso del efecto m edicam en toso .

Luego, después de algunas réplicas del en ferm o y de su salida:


— Yo creo* que es un esquizofrénico.

'Subrayado ¡.mr íz'.P., Quien ¡ce csi ia "buena anécdota' ’ en ¡a “ historióla '

(.'ruste, en un n-lupipuy.o ’its cree que el "yo creo " cié i.ucun y el del enfermo
Lacan:
— ¿C óm o era ella?
La enferm a:
—Gentil.
Lacan:
—Es decir llena de intenciones-. . .
La enferm a:
— . . .que ella no p o día realizar. Eso ocurría.
Lacan:
— O sea alguien corno usted.

Juego con las “frases interrum pidas'’ íefr. el seminario sobre L a s p s i c o s i s ; .


Dejarse interrumpir le permite a l aeun concluir con una aserción que, salvo
en ese modo cíe producción, sería ¡nien’ijesiiva.
Lacan:
— En sum a, de lo que usted se enteró es que el hipnotism o existe.
E! enferm o:
— ¡P o r sup uesto que existe! Voy a explicarle lo que es. O curre cu ando
un niño es mal ed u c ad o po r su padre, está b ajo la influencia de su p a ­
dre, de los amigos de su padre. El h ip no tism o, es reproducir todas las
tonterías de su p adre. Eso es la hipnosis, la influencia. P o r otra parte,
Freu d habla de eso en sus escritos.
Lacan:
— Sí, es eso.
Después de que el enfermo sale se inicia una discusión. La evocación
del diagnóstico de histeria provoca la cuestión de una indicación de
análisis.

Se oye una voz, entonces, en la sala:


—Pero ¿quién indicarle?

Con un amplio gesto del brazo Lacan señala al auditorio y, sonriente,


observa:
—Psicoanalistas, los hay a paladas, dispuestos al llamado (á ¡apel, es­
critura fonética de dos expresiones: á la p elle — a paladas, a m on to­
nes— ; a l ’a p p el — al llamamiento— ).

Y designa uno de inmediato.

'á la pe fie ” o "a i'n p p el” ?


U n a enferm a que está un poco en la o n d a dice:
— De todos m odos, Jacques Lacan o cualquier otro. . . eso no tiene im
portancia.

Lacan:
— Lo mismo da.

/.o i ' p f ( ¡ n v a H í M '>'] ( J i c c o i r á (asn.' v a l e r ¡u p u e s t a <:n ^ o u iy g Icdcíü .

no
¿Cóm o se definía el público de la presentación de enferm o? ¿Qué ras­
go distinguía a los elegidos?

En el ocaso de su vida respondió:


—P articipan los que me pueden perdo nar.
marido tomado

La enferm a:
— N o hay que pensar en alguien que le ha to m a d o su m arid o a una.
Lacan:
— ¿En qué es to m a d o é)? ¡Él no es to m a d o ! U n m arid o no se birla así
com o así. Él no es to m a d o , ¡no le hace hacer tod o lo que ella quiere!
La enferm a:
— Es el térm ino que ella empleó: ella to m ó al hom bre, no to m ó al m a ­
rido. Es eso, recuerdo la frase.

El que ha sido lomado (el hombre; no es el que había que ¡ornar (el marido).
/-*«’ intervención de Lacan lleva el "m ando tomado a otro registro, no ya a
aquel, imaginario, en que la fórmula vale como un rasgo de la imagen de la
otra ntujer sino aquel, simbólica, en que vale a titulo de una palabra de su
¡nterioeuiora.
A una m ujer que le decía que su m arido ejerce el mismo oficio que ella:
—¿P ero , con to do , no en la m ism a em presa, eh?

/.V ¡a pareja
C onclusión de una presentación:

— Ser psicótico es creerse una neu


Al enferm o p resentad o el 13 de febrero de 1976:
—¿Q ué es !o que llam a la palabra, a la que den om ina, usted, “ palabra
im p u esta” ?

Luego, cu a tro días más tarde, en eí seminario:


—¿ C ó m o es que no sentimos todos que las p alab ras de las que dep en ­
demos nos son, de alguna m anera, im puestas?

hormilla amo >efen'nciudü: c'S una aplicación de la ley que ello miaña enuncia
Lacan:
— ¿Tiene usted el sentim iento, la im presión de que esta d e m a n d a de
divorcio le fue inspirada por. . .
La enferm a:
— N o es eso en absoluto.
Lacan:
— . . . por algún otro ?
La enferm a:
—No es eso en qipsoluto.
Lacan:
— Entonces ponga las cosas a punto.
La enferma:
—La voz no es una voz extraña a mí; tenía la impresión de oírme, está
detrás mío, a mi altura.
Lacan:
— ¿Usted tiene la impresión de oírse, quiere decir que ella habla?
La enferma:
—Sí.
Lacan:
— ¿Cómo habla ella? ¿No la deja a usted ni chistar?
La enferma:
— Sí. . . como si me impidiese hablar. . . no sé cóm o decirlo. . .
Lacan:
— Inténtelo. ¿Quién lo dirá si no es usted?

Locan se dirige a ella como a un testigo irreemplazable de su experiencia


El enferm o:
— A h o ra soy yo m ismo, j e sais ce q u e j ’aim e et ce que je n ’aim e p a s
(sé io que amo, lo que ¡ne gusta y lo que no).
Lacan (asom brado):
— ¿Usted sabe eso?
sonrisa

Una enferm a intrigada e incluso algo escandalizada:


—¿P o r qué sonríe usted?

Lacan:
—No hay razón p ara que yo no sonría.
telepatía

Lacan interroga a un enfermo que se presenta com o “ telépala-em isor” .


¿ C ó m o sabe éi que el o tro lo recibe?
— P o r ejem plo, yo, ¿acaso lo he recibido?
— No creo.
— ¿No?
— No.

Este fracaso no conviene, de un m od o m anifiesto, a Lacan; lo molesta


y tal vez incluso lo irrita. ' '
F o rm u la en el acto la razón de su insatisfacción, y a su interlocutor
m ismo:
— B ueno, p o rq u e todo p ru e b a que yo estaba enredado en las p re g u n ­
tas qu e ie he planteado .
¿topología. . . o geometría?

Desde hacía mucho tiempo Lacan tomaba apoyo sobre la escritura to-
pológica. N o es este el lugar para decir en qué ese cifrado topológico
era conveniente, en particular debido a su diferenciación con la g eo­
metría. Ni tampoco para desarrollar cóm o ese apoyo diferencial resul­
taba mucho más acentuado todavía con la topología del nudo
borromeo.

Fue en esta época borromea cuando, en el curso de una presentación,


se trató del círculo y .esto —por supuesto— -debido .al enfermo. Éste se
definía, en efecto, com o centro solitario d e un círculo solitario, lo que
no le impedía decir, igualmente, que él no era obtuso.

Lacan lo atacó sobre esta contradicción:


— Un círculo limita.
Respuesta del enfermo:
— Usted piensa en términos geométricos.
P o r el año 1976 un cártel de la Escuela freu diana estu d iab a las presen­
taciones; sus m iem bros asistían a ellas, estud iaban su transcripción y
discutían cada caso.

Se tra ta b a , aquella vez, de un delirio cosm ológico de tipo parafrénico.


E n ocasión de la presentación, el m édico del hospital que se ocu p a b a
de ese caso había indicado que tenía en sus m anos un im p o rtan te escri­
to de ese enferm o.
— Me gustaría m uch o, había dicho L ac an , leer to d o eso.

Lacan estaba presente, excepcionalm ente cuando se realizó la reun ión


del cártel que discutía esa presentación y el m édico lo aprovechó p ara
tenderle los docu m en to s de que se tra ta b a . M ientras se entab la b a la
discusión, Lacan ho jeab a el cuaderno, pareciendo leer aquí o allá al­
gunas frases. Luego, con el gesto de devolverlo, dijo:
— Bueno, sí, es un tipo com o yo, es un dogm ático .
Práctica
del
control
a cien francos el “re ’3

Uno de sus amigos está en control con Lacan, y hela aquí decidida a
ir a su vez. Aceptado. Paga 100 francos, lo que, en aquel tiempo, era
para ella una suma importante.

En ocasión de una sesión de control, Lacan le dice:


— Lea entonces D e una cuestión prelim inar.

La intervención la sorprende, a tal punto que le habla de esto a su ami­


go. Él pagaba 200 francos. Ahora bien, a él'Lacan le había dicho:
—Relea entonces D e una cuestión prelim inar.

Conclusión común: el “ re” costaba 100 francos.


Él delibera, en ocasión de su control con Lacan, acerca de ¡a cuestión
de saber si va o no a aceptar un psicótico en análisis.
Respuesta:
— P ued e hacerlo, sepa que eso le to m a rá to d a su vida.
billetes y besamanos

Él está en análisis con Lacan. Ella, su m ujer, con un analista a quien


se consideraba, en esos tiempos, com o u no de sus fieles discípulos. Eila
decide, en cierto p u n to de su análisis, em p re n d er un control y escoge
a Lacan.

Después de un n ú m ero de sesiones de control que la historia no preci­


sa, escoge in terru m p ir ese control p or u n a razón que la historia t a m ­
poco dice. Le inform a de ello a Lacan y une el acto a la palabra dejando
de ir a sus sesiones.
Pero Lacan no lo entiende así. Acosa al m arido, to m án do lo com o m e n ­
sajero; le ruega en carecidam ente decir a su esposa que la espera a la
h o ra de lo que sigue siendo, p ara él, su próxim a ciía.

Y las cosas siguen así cierto tiem po. Se acrecienta de este m o d o el n ú ­


m ero de los controles “ fa lta d o s ” y la “ d e u d a ” de la esposa con res­
pecto a Lacan. Un buen paquete de “ billetones” , dice ella.
C o n fro n ta d a con la insistencia de L acan p o r vía del m arid o, se resuel­
ve a ir a confirm arle su decisión de interru m p ir el control. Previsora,
p re p a ra los billetes m encionados.

P ero las cosas no o cu rrirán exactam ente com o lo hab ía previsto; vién­
dola en la saia de espera, Lacan se ad ela n ta hacia ella y la h o n ra — p ú ­
b licam en te— . . . con un besam anos.
Él m enciona el sueño de uno de sus analizantes; se trata, entre otros
elem entos, de un avión que despega (decolle) y de visión.
Lacan lo interroga:
— ¿Q uién, en su e n to rn o , presenta un despegam iento, un desprendi­
m iento (d ec o lle m en t) de retina?

El estu p o r se p r o d u jo algunos días m ás tard e cu a n d o se le ocurrió que


era en su en to rn o , el de él, d o n d e alguien sufría de un desprendim iento
de retina.

!:¿.¡itiVíjc<¡ estructural t.U7 control, dcj ¡ctemoa de los schtfíe


¿Dijo usted: “es fa ls o ”?

H a b ía escogido com o psicoanalista a uno de los más re n o m b rad o s e n ­


tre los alu m n os de Lacan, luego había term inado por dem an d a r, no
sin vacilaciones, un control a L ac an mismo.

P re p a ra b a siempre cu idadosam ente sus controles, volvía a alm acenar


el m aterial que iba a presentar y arreglab a su interpretación del caso.
Lacan no decía esta boca es mía.

Un día, sin em bargo , en el m o m en to en que se iba, Lacan vino hacia


él y, haciendo alusión a lo que a c a b a b a de oír, dijo:
— C ’esl f o u ! ( : ¡es loco!)
No p odía d a r crédito a sus oídos y, a pu nto de salir no p udo evitar
volver hacia Lacan:
— P erdón, señor, ¿Usted dijo efectivamente: “ C ’est f a u x ” ? (: es falso).

Epílogo: C o n tin u ó y e n d o a lo d e L acan pero, a p a rtir de ese día, no


y a en co n tro l sino en análisis.

Un lapsus c¿c audición, j que tiene inipos' anetc. . . v consecuencias.


variación so b re la cuestión de las sesiones p u n tu a d a s

C onrad Síein hab laba ese día a Lacan de una paciente suya que se a d o r ­
mecía en el diván. L ac an , nos da testim onio Stein, se m ostró m uy
sorprendido: ¡no sabía que eso podía ocurrir!
Un co ntro l con Lacan era, a su ojos, com o la co ron ació n de u na carre­
ra de analista bien conducida. Su análisis se h ab ía desarrollado a la
entera satisfacción de los dos participantes, hab ía em prendido con tal
o tal otro no tab le de la Escuela excelentes controles. . en una p a la ­
bra, no le fa ltab a más que el asentim iento de! m aestro.

Sus sesiones, con Lacan, tenían lugar, efectivamente, de un m o d o re­


gular. A u n q u e acogedor y amable, Lacan no decía gran cosa.

U na vez se p ro p u s o hablar de un caso llam ado “ psicosom ático ” que


había ac ep tad o en análisis. Después de algunas sesiones centradas so­
bre ese caso vio a Lacan tenderle u na carta; ¡estaba dirigida al m édico
clínico general que seguía a su paciente! ¡Lacan escribía que su discí­
pulo, el Dr. X X X , quien le hablab a regularm ente del tratam ien to de
la señ ora Z Z Z no lo hacía de un m o d o conveniente!
Ser a la vez n o m b ra d o “ discípulo” y desa p ro b ad o en su trab a jo. Era
dem asia d o . . . y dem asiado poco.

In terru m p ió allí su control.


ella y él

Él relata a Lacan un hecho a sus ojos to ta lm e n te extrao rdinario: ¡en


el curso de una m ism a noche, su paciente y él tuv iero n exactam ente
el m ism o sueño!

Respuesta:
— C iertam en te, pero es ella la que sueña.
en flagrante dormir

H e lo aqu í en control co n tan d o . . . Dios sabe qué. E n cierto m o m ento


m ira a L acan y se d a cuenta de que él duerme. Decide callarse.
Después de algunos instantes de este silencio inhabitu al, Lacan se des­
pierta y luego dice, con un ojo abierto y un tono singularm ente im p e­
rativo d a d a s las circunstancias:
— ¡C ontinúe!

Si, ciertam ente, pero. . . ¿continuar qué? ¿A dorm eciéndolo?


Ya sea de visita o en control con L acan to dos se sentaban en una p e ­
q u eñ a silla b aja, tan b a ja que las rodillas, po r poco que las piernas
estuviesen replegadas, se elevaban notablem ente por encima del trasero.

Ella llegó, p ara ese control, revestida con u na falda generosamente h en ­


dida y, com o era inevitable, u na vez sentada resultó que ofrecía un
espectáculo más allá de lo que la co stu m b re de aquel tiem po adm itía
sin p ro blem a.

— ¡Qué herm osa falda!, com en ta Lacan.

Seducción ratificada: ¡¡asemos a otra cosa.


U n a angustia dem asiado intensa, p ro v o c ad a p o r uno de sus analiz an ­
tes, lo había im pulsado a hablarle de ello a Lacan. D ura n te varios años
e^ocó ese caso, hasta que el asunto en co ntró su solución de la siguien­
te m anera:

El control debía revelar de inm ediato que se tra ta b a de un caso de feti­


chism o y que el analista sufría la con tam in ac ió n de la angustia vivida
p o r el paciente, p or el hecho m ism o de la situación analítica. La a n ­
gustia resultaba de que el analista estaba puesto en posición de pura
m irada.

El analizante no pedía, ciertam ente, ser “ c u r a d o ” de su práctica feti­


chista; le im p o rta b a solam ente que ella no desbordase sobre su vida
profesional, cosa que estaba o currien d o y que era la razón por la que
había llegado a consultar.

C on esta m uleta del control, las cosas habían m ejo ra d o netam ente al
cabo del tiem po; ta n to y tan bien que ese paciente llegó a interrum pir
el trata m ien to .

El analista sabía que el objetivo terapéutico del paciente estaba log ra­
do pero que, en cu a n to al análisis p ro p iam e n te dicho. . . ¡naranjas! Se
había trata d o de u na b uena psicoterapia.

De allí cierta consternación, que debía ser no toria en la m an era en que


dio cuenta a Lacan de la interrupción del tratam ien to. Respuesta
de Lacan:
— No se im presione, ese personaje era inanalizable.

Cfr. ia con] erenaa medita " h l simbólico, el imaginario y el rea! ’ (1.923) donde
el perverso es. dice, inanalizable.
i ganado! pero, ¿a qué precio?

Heio aquí, hoy, presidente de una sección local de la In tern a tio n a l


p syc h o a n a ly tic association. Y no direm os, sin em bargo, que haya de­
ja d o de p asa r p o r lo de L acan. E ra p o r un control.

C onsid e rab a que Lacan no le d a b a suficiente tiem po. H a b ía roto , en­


tonces, y llevado su d e m a n d a a P ., dídacta p a te n ta d o de la Societé
p a risien n e d ep sy ch a n a lyse, donde los 45 m inutos estaban asegurados.

¡Pero no era to nto ! P ro n to se dio cuen ta de que 45 m inutos con


P. no valían lo que algunos instantes con L.
R eto m ó entonces contacto con Lacan. A n h e la b a retom ar su control
con él pero con una condición: que se com prom etiese a recibirlo 45
m inutos. A ceptado.

No debía ta rd a r en notar, sin em bargo, que esos m inutos eran cierta­


m ente “ g a n a d o s ” , pero a expensas de u n amigo de él cuya sesión se­
guía in m ediatam ente a la suya.
gustar

P e n sán d o lo bien, la ro p a , escogida sin em bargo por ella esa m a ñ a n a ,


no le ag rad ab a . En el m o m e n to de p artir p ara su control con Lacan
ella se m ira al espejo, vacila,. . . ¡Y bien, no, no se cam biará! M a n te n ­
drá, sin em bargo , su abrigo cu idad osam ente cerrado.

Así lo hizo, con la p u n tita del trasero a p o y a d a en el peq ueñ o sofá, evi-,
ta n d o escrupulosam ente to d o m ovim iento intempestivo.
Lacan:
— ¿No se quita su abrigo?
— N. . . n n . . . no. . .
— ¿Su vestido no le gusta?
histeria

Un co ntrolante, joven p siquiatra-psicoanalista (¡A h, el bello guión e n ­


tre las dos palabras!) p resenta a Lacan el m aterial ofrecido p o r un a
persona que vino a consultarlo recientemente. Se pregunta: ¿Se tra ta
de un caso de psicosis o de histeria? Y concluye:
— P a ra term inar, pienso qu e no se trata m ás que de una histeria.
Réplica de Lacan:
— Ah, p o rq u e ¿usted piensa que la histeria es m enos grave?
m ejor partir que terminar

El p u esto que o c u p a b a en una m uy em inente institución religiosa le


d a b a acceso a cierta biblioteca, de la cual extraía libros e x tra o rd in a ­
rios, raros, que L acan, según le decía — en ocasión de sus sesiones de
c o n tro l— , a n h e la b a consultar.

Un día, siguiendo a u na nueva d em an d a de este orden, él respondió:


— ¡Usted sabe m uy bien, señor, que puede pedirm e cualquier cosa!
L uego pagó, y salió.
A p enas estuvo del o tro lado de la p u e rta se detuvo un instante, y se
golpeó la frente: “ P ero, ¿qué es lo que he d ic h o ? ”

Decidió en el acto que p o nía fin a su control.

La ruptura esta cargada ae la im posibilidad de term inar la frase: “ Usted pue­


de pedirm e cualquier cosa. . . de todos modos y o le responderé cvm o me pa­
rezca bien en toda caso. ”
objeto / sujeto

C o m e n ta rio teórico de un con trola n te después de la presentación de


un caso:
— Pienso que soy el objeto.
Lacan:
— Sí, salvo que usted es el sujeto.
Historia
del
movimiento
psicoanalítico
a los de la Escuela Normal Superior

A lgunas notabilidades de la É cole se reunieron una noche en el d o m i­


cilio del responsable de Sciiiceí. M otivo: la revista de la E cole no satis­
face a nadie y está alicaída.
La discusión está en un pu n to m uerto, nada pertinente saldrá de ella.

En su autom óvil m ini-Austin a c o m p a ñ a a Lacan a su casa. Este pe­


queño servicio le h abrá valido recibir el com entario siguiente:
— ¡No voy, pese a todo, a confiar todo esto a los normalistas!
Después de un cuarto de h o ra de entrevista sin orden ni concierto con
un periodista, Lacan declaró a su interlocutor, con el tono de la más
sincera adm iración:
— Estoy fascinado p o r su ignorancia.
Se interesaba de cerca por la enseñanza de Lacan pero no quería saber
n ad a , decía, de su persona. H a b ía escogido para su análisis, p o r o tra
parte , no a Lacan, p or su p u esto ,’ pero tam p oco a un m iem b ro cu a l­
quiera de la Escuela freudiana. Esta separación de distintos planos no
era sin em b arg o tan fácil de m an ten e r, com o lo testim onia él m ismo;
pero dejém osle la palab ra: .

“ En ocasión de un sem inario en la rué d ’Uhn había colgado mi abrigo


en un perchero cerca del estrado. C u a n d o Lacan llegó,depositó su a b ri­
go sobre el mío. Al fin del sem inario Lacan me interpeló:
— ¿T endría usted la gentileza de alcanzarm e mi abrigo?
Se lo alcancé y, cu and o yo lo tenía to dav ía, Lacan se inclinó hacia mí
y, h u n d ie n d o sus ojos en los míos d u ra n te un tiem po ju s ta m e n te un
poco dem asiado largo, me dijo, con una intensidad com pletam ente ex­
tra o rd in a ria y fuera de lugar:
— ¡Usted es tan gentil!

Yo vacilé p o r la sorpresa y la m olestia ante el abism o de seducción que


se abría ante mí. T o d o esto no d u ró más que un instante, pues Lacan
to m ó su abrigo y volvió a partir hacia su gente. Esta breve escena b a s ­
tó p ara volverme a Lacan, no antipático, sino radicalm ente an tin ó m i­
co. Yo hab ía venido p a ra oirlo, no tenía nad a que decirle y no quería
saber n ad a de su p e r s o n a .”
Gdles Deleuze y Félix Guattari acaban de pu blicar su A n ti-E d ip o . El
segundo es m iem bro de la Escuela. P a r a los dos autores, así com o a
los ojos de todos, e! desafío a Lacan es patente.

Curiosos de saber lo que Lacan iba a decir de eso, Deleuze y G uattari


no podían sin em bargo presentarse ellos mismos al sem inario (desde
hacía m uchísm o tiem po no lo frecu en taban ya regularm ente).

E n c o n tra ro n sin em bargo un a ingeniosa solución: la m u jer de Deleuze


asistiría en lugar de ellos a las próxim as sesiones. C osa que sehizo.
Decepción: Lacan no hizo allí la m en o r alusión a la obra.
bebé lloroso

Ese bebé lloroso, ese niño de pecho plañidero, o m ás bien su estatus


real, simbólico o im aginario, fue el rasgo decisivo sobre el cual Gra-
n o f f rom pió con Lacan.
G r a n o f f hab ía in trod ucido en Francia ía o b ra de Ferenczi. E n ocasión
de una discusión de este im p o rtan te tra b a jo , Lacan intervino p ara
decirle:
— Al fin, a p esar de to d o , nu nca se vio, en u na sesión, de veras dar
vagidos a un bebé en el diván.
Su repu tación de aficio n ad o al alcohol aún no h abía llegado a la plaza
pública; pero los cercanos a él y m uchos de sus colegas sabían.
A u n q u e era a lu m n o de Lacan iba a separarse de éste en el m o m en to
de la ad o p c ió n de la p ro p o sició n de o ctu b re d e 1967 so b re el p sico a n a ­
lista de la escuela. Su fran qu eza, que algunas veces llegaba hasta la r u ­
deza, lo lleva a decir que esta dolorosa separación no debe ser referida
a otra cosa que a u n a form idable e insuperable rivalidad.
P oco antes de la r u p tu ra tuvo algunos breves intercam bios con Lacan.
— P ., le dijo entonces Lacan, usted me to m a p o r u na botella de Klein.

Puesto q u e n o tiene n i in te r io r n i e x te rio r, d ic h a b o te lla n o p u e d e d e m a n e r a


¡/iyu/uj c o n ten e r n in g ú n p o s ib le liq u id o .
¿ cártel?

Helo aquí em b arcad o p o r un psicoanalista lacaniano en un tra b a jo de


cártel. El psicoanalista, tra n s fo rm a d o p ara la circunstancia en gentil
a n im a d o r, extrae al azar una frase de L a instancia de la letra en el in­
co nsciente, luego, m iran d o de hito en hito a cada uno p o r tu rno ,
p regun ta:
— ¿Entonces? ¿Qué quiere decir esto?

Se abre en ese m o m e n to para él un abism o: cada p a lab ra era en sí mis­


m a un m u n d o , que remitía a un saber desconocido, el cual evocaba
un a infinidad de otras disciplinas fuera de alcance. . .
¿ C ó m o aso m b ra rse ante el hecho de que el trab a jo de ese cártel no h a ­
ya p o d id o n u n c a ir más allá de esta prim era frase?
Ella, secretaria del lugar universitario que acogía mal que bien el semi­
nario de Lacan, relata:
— Un día él me regañó y luego, ju sto antes de colgar, p ro rru m p ió en
risas p re gu ntándo m e: ¿Usted creyó en mi cólera?
E ra en el curso de una de esas recepciones m u n d a n a s a las que se sacri­
fican ciertos psicoanalistas a] m argen de sus congresos. Tragos,, b o ca­
dillos y parloteos. Lacan, en tra d o ya en años, circuía entre el bello
m und o; el ojo despierto pero avaro de palabras, estrecha m anos, da
a tal o tal otro un signo de am istad.

Entre los invitados, uno de los jóvenes conferencistas del día, psicoana­
lista de provincia, se atrevió a un discurso público. No se puede decir
que esié d espreocupado acerca de la acogida de su trab a jo . Su esposa
está a su lado.
Los azares de su recorrido conducen a L ac an a acercarse al gru po que
la pareja provinciana fo rm a con o tra p areja. Saludos, presentaciones,
breve silencio. Luego el conferencista dice, dirigiéndose a Lacan:
— La última p arte de mi exposición no pareció m uy clara. Me parece
haberle d ado largas al asunto. . .
U n a angélica sonrisa de Lacan am eniza su respuesta:
— ¡Así es, exactam ente!

/ rm anilauc ia (¿('manda. La a¡?rohacion ciada en la re -yuesta nace surgir


ü / > t ' C i ni ¡c un áesmcniido.
C c ; i ) J l U Í i l ; . ( J l i i o t l a f / h J ; } < ) ü (¡C. O i C í i t. ’O S t i ;
Dos m iem bros de la Escuela freudian a en c a ra n fu n d a r una original re­
vista. En b úsqueda de editor, los dos am igos van a hablarle de eso a
Lacan. Lacan está encantado: p ro p o n e fo r m a r p arte del com ité de re­
dacción y anhela que la fu tura revista aparezca en las E d itio n s du Seuil.
A n te el doble rechazo de sus interlocutores exclama:
— ¿ P a r a qué vienen a verme si no quieren n a d a de lo que les propongo?
R o m a, añ o 1953. L a muy recientem ente fund a d a Sociéte fra n ^a ise de
psychanalyse realiza su anti-congreso, gesto de burla y desprecio al co n­
greso de la I.P .A .
U n o era oficial, el o tro d o . De allí la im portancia de la recepción que
la e m b a ja d o ra de F rancia ofreció a los participantes del anti-congreso.
Reflexión de Lacan, s u su rra d a a un colega al salir de esta recepción:
— L a e m b a ja d o ra supo tra n s f o rm a r esta gracia de E stado en estado
de gracia.
Lacan recibió ese día en G u itran c o u rt a u n o de sus alu m n os (venido
a hacerle un info rm e) en el Jecho. T e rm in a d a la exposición L acan co n­
cluyó sus cum plidos diciendo:
— Mis alumnos, si supieran adonde los conduzco, estarían aterrorizados.

conj¡denria. ¿Peonía enimciaiv-r ¿¿anajante verdad, p o r ocre p a n e , desde


afro ürj.c del leclu:. est: (jijjeio <.ju¿ vuelve !r¡elün¡rn¡cü)?Kjnic. prrre'H e ¡a
c d m a i?
del sujeto supuesto saber

Se ha tra d u c id o “ sujet supposé savoir” en español de una m an era tai


que es claro que el psicoanalizante su pon e que ei psicoanalista sabe.
Él, encargado de verificar las traducciones, va a ver a Lacan y le dice
su intuición:

— Me parece, señor, que eso no es totalm ente lo que usted quiere decir.
— ¡Claro que sí!
— ¿P u ed o pregun tarle. . . en qué hay allí un error de traducción?
— El sujeto supuesto saber, es el sujeto del inconsciente.
Descartes. . . sobre la mesa

“ Lacan y D escartes” , tal era el título de la exposición que él había oído,


la víspera, en los locales de la E s c u d a freu d ian a.

El día siguiente, te m p ra n o en la m a ñ a n a , en sesión, dice a L acan su


opinión: h a y algo fallido en querer a b o r d a r así las cuestiones.
R espuesta:
— Yo no me to m o p o r Descartes.
desfallecimiento del deíctico

Ella h a b ía sido encargada, p a ra la celebración de u n cum pleaños de


L ac an , de escoger el regalo que le ofrecía su en to rn o pró xim o de la
E scuela freu diana. C o n este m otivo fue invitada, qué gra n h o n o r, a
la p e q u e ñ a recepción de entrega del regalo.

Hela a q u í entonces en tra n d o en la sala, con el im p erm eable descuid a­


d a m e n te ech ad o sobre el h o m b ro izquierdo, m an teniénd olo en g a n c h a ­
do so b re este h o m b ro con el índice de la m a n o del m ism o lado. U n
p oco detrás de ella iba su galán a quien h a b ía decidido llevár p o r no
se sabe qué inconfesable m otivo. Viéndola entrar así ridiculam ente re­
vestida, L ac an se adela n ta hacia ella diciéndole, con un to n o de u n a
ex trem a gentileza:
— Q u e rid a, desem barácese usted de eso.
Se tra ta de u n a reunión de los partidarios de la disolución de la E scue­
la freudiana. Jacques-Alain fvliller debe hacer una exposición. Sala col­
m ada. Lacan está presente. A lgarada. F inalm ente, Lacan da la palabra
a su yerno:
— Dé kurso*.

h í c n 'u r a fonética

• / } ! r : r n v : - ! ' ;c:o ¡ : f m a s í a - p w a i a r a n <7 v ^ r u i s u l a un m a n o


/Licia "vi - ' ! ■ k i ■’ I t’dua /' f U. aat j ; l c ( j OL' í t i t p a c a pí>>i^; !o l Oü í ü c p ’-
¿ rJÍ-s a- mi t l mi :a l i N m r i n l M n ¡ 0 ’. i n : i c : ‘i i o p . ; i c o - c i * a l í í : i c o 9
donde le aprieta el zapato

í.evi-Strauss dice a un periodista a quien aceptó recibir excepcional-


mente, p o rq u e había sido re com end ado por Lacan:
— Si yo fuese analista g ana ría m u cho m ás dinero.

La frase alcanzó a quien le corresp on día, por el sesgo del g o -b e tw ee n .


Este notó que Lacan, al o íd a , “ se la tr a g ó ” sin chistar.
ducha lacaniana

La acción en una gran librería parisina. U n joven vendedor se hace re­


g añar severam ente p o r L a c a n cuyo libro, o p o rtu n a m e n te solicitado,
n o está allí en la fecha prom etida.
— ¡Pero yo soy Lacan!
El vendedor no a tin a m ás que a re spon der a su colérico interlocu tor
con u n a m ira d a p asm ad a .
— ¡P ero, después de to d o , yo soy Lacan!
Y luego, c o n f ro n ta d o con el aso m b ro persistente del vendedor y siem ­
pre a los gritos:
— ¿Entonces usted no sabe quién es Lacan?

A lo que el otro contestó pues que no, q ue no y q ue no, y que decid ida­
m ente no, que él no sabía.

E ntonces, pasánd ole u n b razo sobre los h o m b ro s, Lacan conduce sua­


vem ente a su ignorante interlo cutor a un rincón de la librería p a ra
explicarle, con la m ás exquisita cortesía. . . quién es Lacan.

b e n e fic io d e d rc ir ¡m e n o .
L ac an m ism o cuenta esta a v e n tu ra en su sem inario del 10 de diciem bre
de 1974. P o c o tiem po después, debía reconocer que hab ía necesitado
esperar 20 años p a ra poder t o m a r n o ta del hecho de que lo que él decía
tenía efectos de sentido. P ero he aqu í el acontecim iento:

U nas p erson as de u na ciudad de provincia to m a ro n co n tacto co n él


p re g u n tá n d o le si aceptaría ir a dar u n a conferencia de la que ya h abían
escogido el título: “ El fen óm eno la c a n ia n o ” .
La evidencia de u n a preo cu p ac ió n com ercial estaba allí d em asia do p a ­
tente co m o p a r a que Lacan no la n o tara : no se tra ta tanto de h ab lar
de ese “ fe n ó m e n o ” , observa entonces, com o de exhibirlo. . . en la per­
sona m ism a de Lacan.

A cep tó, y no solam ente ir a h ab lar sino tam bién el título que le era
dulcem ente im puesto. N o aceptarlo, señaló, sólo pod ría haber sido re­
cibido co m o una denegación.
¿R esultado de la operación? Al térm ino de su exposición le llegaron
de regreso p re gu ntas cuya pertinencia era tal que no p ud o sino c o n ­
cluir que a ese “ fenó m en o la c a n ia n o ” , a despecho incluso del objetivo
exhibicionista, él lo había. . . d em ostrado.
C o nversa n d o con Lacan él le cuenta, no sin divertirse, que hace unos
cu arenta años él se e n c o n tra b a en el liceo con un tipo que se llam aba
Lacan. Ese tipo era adem ás u n re d o m a d o imbécil. Un día h ab ían lle­
gado casi al en frentam iento. Aquel L acan se había perm itido , en efec­
to, enviarle una carta que — lo recuerda tod avía, ellos tenían trece o
catorce a ñ o s — com en z ab a por: “ S e ñ o r” .
- - ¿ Y luego?, p re g unta L acan.
— No, usted no me com p ren de. ¡No soy yo quien h ab ía escrito la c a r­
ta, es él!
— ¡Ah! Usted sabe, el inconsciente. . .
En o p o rtu n id a d de u n a de sus (últimas) jo rn a d a s de trab a jo. La E s­
cuela freudina organiza una recepción. Se alquiló, en el Boulevard Saint
G erm ain , la M a iso n d e l ’A m e n g ü e L atine.

ÉL no sin cierta falsa, o más bien fingida, ingenuidad dice, dirigiéndo­


se a Lacan en un breve aparte:
— ¿Sabe usted que estam os en el antigu o palacete de C harcot?

El día siguiente recibe un telefonazo de Gloria:


— H ola, ¿con X (su nom bre)?
— Sí.
— Lacan me hace decirle que fue un brillante descuido.
G ra n cena oficial en J a p ó n . En h o n o r de L ac an . Éste p erm anece s o m ­
brío y m u d o . N o se sabe si está a b u rrid o , si está e n f u rru ñ a d o , si bebió
d em asia do. . .

C on versación a n im a d a p ara salir del a p u r o . El to n o sube:


— Yo sé lo q u e digo,
enuncia brillantem ente un o de los com ensales.
— C iertam en te no,
lanza L acan.
C o n s te rn a c ió n general.

C o m p á r e se c o n " D u r a s r e l a ta ”: a ílie l ra sg a es u n c u m p lid a , a q u í un esc a n d a -


/(.-■ -'í.' d e s m e n tid o .
E n ju lio de 1953 L acan va a L ondres con el fin de a b o g a r p o r su
causa en el pre-congreso de la I.P .A . Va a tra ta r de evitar (¿quién sa­
be?) u n a expulsión que m uchos ju zg an ineluctable.
H a b la en inglés a u n q u e laboriosam ente. E n un m o m e n to d a d o no
logra e n c o n tra r el equivalente p a ra la palab ra “ re s to ” .
E n fr e n ta d o con su dificultad apela a la ayuda de alguien del auditorio.
En vano: n o h a b r á un a sola persona que p ued a ay u d a rlo a que no le
quede u n resto con ese “ re sto ” .
Lacan va a p ron u n c ia r u na conferencia en u n a ciudad de la provincia
francesa. Él m enciona el acontecim iento en el diván, ag regando que
p en sa b a ir.
R espuesta de su analista:
— ¡En todo caso, yo no iré!
enrolado

1975, en Yale. Lacan encuentra a R ob erl .¡ay Lifton cuyos trab a jo s


sobre ios holocaustos son auto rid a d . H ablan.

A u d az, Lifton p ro pon e substituir a la simbolización psicoanalítica clá­


sica centrada sobre lo sexual otra simbolización; no se trata ría más de
la oposición m asc u lin o /fe m e n in o sino de co n tin u id a d /m u e rte .
Lacan:
— ¿C ó m o se llam a usted?
Lifton:
— R ob ert Lifton.
Lacan:
— ¡Yo soy üfioniano!

C jr. S c iitc c t 6/ 7. L o n o ta b le es q u e m á s allá d e esía in te r v e n c ió n d e L acan,


/i/ reseñ a a e ¡a d is c u sió n . . . ¡n o in c lu y e n in g u n a o tra in te r v e n c ió n d e L i t t o n '
S o rp re n d id o p o r su p ro p ia gentileza, L ac a n dijo esta frase:

—Envejezco, me estoy volviendo gentil.


Considerado por todos com o uno de los más brillantes alum nos, él no
recibió nunca, sin embargo, cliente alguno enviado por Lacan. Salvo
una sola vez.

Se trataba del hijo de uno de los mejores amigos de Lacan. Al infor­


marle que se lo había enviado, Lacan precisó a su alumno:
— Yo no puedo tom arlo, no tiene dinero.

Confróntese el motivo invocado, por ejemplo, con este otro: “ No puedo te­
mario pues es el hijo de un am ig o m ío ". En este último caso la posibilidad
de que haya análisis hubiese sido gravemente hipotecada. Unica elección posi­
ble pora Lacan: mencionar co/no motivo de su rechazo el dinero, el significan­
te más an iq uilante a'e toda significación que pueda existir.
E stam o s en 1988. C reen cuenta que L ac an le h abría dicho co n fid en ­
cialmente:
— T o d o lo que yo sé del psicoanálisis lo recibí de Ñachí.
Y G reen agrega inm ed iatam en te, no sin malevolencia:
— C osa que es evidente.
Un analista parisiense explicó un día así las llamadas “ sesiones cortas” :
---Lacan es cíau stró fo bo.
firm a

Es 1976. U na p areja de psicoanalistas argentinos solicita una entrevis­


ta con L ac an y la obtiene.
Al hacerlos e n tra r en su consultorio, L acan les preg un ta de sopetón:
— ¿Ustedes son argentinos? ¿Quieren u n a firm a?
Luego, al térm ino de la entrevista y cu an do en ningún m o m en to se tra ­
tó el tem a de la situación política en A rgentina:
— ¿Quieren u n a firm a?
El acta de fu nd ación de la E . F . P . , red actad a por Lacan, com ienza con
esta frase: “ Yo fun do — tan solo co m o lo he estado siempre en mi re­
lación con la causa psicoanalítica— la Escuela francesa de psicoanáli­
sis” . El relato que sigue es el de las m em orables desventuras de
ese “ y o ” .

A n te el restringido cenáculo de sus m ás cercanos, L acan había leído


u n a p rim era vez esta acta de fundación, acontecim iento que fue regis­
tra d o en cinta m agnetofónica. E n el m o m en to de hacer pública la co ­
sa, Lacan, dirigiéndose a Fran^ois P errier, le pidió leer su texto. “ Yo
fundo,. . habría proferido Perrier. Él se rehusó a ello, Dios sabe p o r ­
qué. ¡H u b ie ra sido, sin em b arg o, b a sta n te gracioso! P ero la historia
no se q u e d a ahí.
J u s to antes de la reunión, en efecto, Lacan telefoneó al m ismo: él no
acudiría a 1a cita. C osa que hizo. P errier decidió p o r lo ta n to conectar
la g ra b a d o ra que entonces articuló p o r prim era vez públicam ente el t o ­
davía no fa m o so “ yo fu n d o ” . P ero la historia no se q ueda ahí.
La g r a b a d o ra agregó algo de su parte, en efecto, re h u sánd ose tam bién
a h ablar: ¡la grab ación era inaudible! T elefonazo a L ac an y una hora
después éste hace su e n tra d a en la sala d o n d e todos estab an reunidos.
C o n lágrimas en los ojos, Lacan estrecha ca lurosam ente la m a n o de
P errier y luego tom a la p alab ra. La E . F . P . estaba puesta en m archa.

L a u c r o jo n ia E .F .P . escrib e ta n to E scu ela F ra n c e sa d e P sic o a n á lis is c o m o E s ­


cu ela F r e u d m n a de P a rts o c o m o , ta m b ié n . E sc u e ta F ra n q o is P errier. P ru e b a
d e l c a rá c te r ju ic io s o d e la p r o p o s ic ió n d e L a c a n d irig id a a F .P .
¡Hablad, oh, m uros /

H e aquí a Lacan, en ese com ienzo de los años 3970. discurrien do en


el hospital Sainte-Anne, más p recisam ente en la chapeile, en la ca­
pilla del hospital. H a b la en ta n to analizante, en otras palab ras, se deja
llevar por lo que él lee en lo que dice. Así, se d a cuenta de que él hab ía
á la chapeile (a /e n la capilla) Sainte-A nne, quería decir en ese lugar,
pero él se oye decir que habla a la capilla, que él se dirige a ella, que,
po r lo tan to, hab la a los m uros. . .

U n a im pertinente voz se hace oír entonces:


— ¿D ebem os salir todos?
Lacan:
— ¿Quién es el que me habla?
La voz:
— Los m uros.
p o c o antes de u na reunión de la Escuela, Lacan telefonea a uno de
sus alumnos:
— Usted presidirá la reunión. Al fina!, apenas yo haya term inad o, us­
ted levantará 5a sesión sin esperar ningu na objeción. ¡Es m uy im ­
portante!

El alum no obedeció, pero n u nca le perd o n ó . . . haber obedecido.


ironía

El acaba de ser n o m b ra d o psicoanalista de 1a escuela. Lacan:


— Entonces ¿ya está? ¿Usted es de los nuestros?
¿Kant allí?

Daniel Lagache le habría dicho a Lacan, después que éste hubo cerra­
do su seminario sobre L a ética del psicoanálisis:
— Entonces. . . ¿Cuándo vas a hacer tu estética?

Verificación de ¡a u se rc ió n se llin la cual ‘ 'le con ne manque pos d ’espru" (el


lomo no carece de ingenio). En esa época era una connerie universitaria. Pero
el estucho del nudo horromeo ¿no le Ja, acaso, apres coup, su verdad?
1 /m

Se decía, en Argentinas y tai vez se dice tod avía ailí:


— la teoría m acaniana.

m a c a n a : minería, / ncníiru, ¡j'ih k ’jatiCL ¡jcli'tuticz-

Í 'Jo
Él, ex m iem bro de la d ifu nta Escuela fre u d ia n a , era de aquel m ovi­
m iento que debía desem bocar en la creación de L a causa freu d ia n a .
P e ro las cosas iban m uy rápido, y se tra ta b a a h o ra del em plazam iento
de la institución siguiente: L a escuela de la causa freu d ia n a .
E n el curso de u n a de sus sesiones de análisis, interrog a a Lacan:
— ¿Está usted a favor de la creación de la escuela de la causa freudiana?
— ¡A bso lu tam en te no i
Divulgó, p o r supuesto, inm ediatam ente la noticia entre sus allegados:
L acan no estaba a favor.
Al día siguiente recibió un llam ado telefónico de una que tenía a u g u ­
ra d o un h erm oso porvenir en la fu tu ra institución. Ella tenía ante sus
ojos los estatutos de la nueva escuela y Lacan había agregado, con m a ­
no ciertam ente tem b lo ro sa pero con tin ta roja: “ Es aquí la escuela de
aquellos que me a m a n ” .
E s ta b a escrito, entonces. . .
Una reunión del j u r a d o de acuerdo, ése al que le co rrespo ndía la deci­
sión de n o m b ra r a los que se h abían p ro p u e s to co m o pasantes.
El ju ra d o oye a los dos pasadores (passeurs). H ay poca discusión, pues
es claro para todos que hubo equivocación, que se trata de una dem anda
de calificación profesional. Y entonces la respuesta no pod ría ser sino
negativa. Lacan interviene:
— Yo estoy a favor.

Cae com o un a d o q u ín en una charca tran q u ila. Y cada uno se interro­


ga en su fuero interno. El silencio es finalm ente roto p o r un m iem bro
de! j u r a d o que se atreve a interrogar a Lacan:
— ¿Q uiere decirnos por qué está usted a favor?
— Es un buen tipo.

El asom bro da lugar a 1a desolación, e incluso a la consternación. Nuevo


silencio. F inalm ente, él m ismo se juega con u n a nueva pregunta:
— ¿Qué es lo que usted entiende por eso?
— A pesar de 1o que él pudo decirles, tuvo un buen co ntacto conmigo.

lu c r a d el hecho d e q u e es ¡as observaciones fu e r o n r d a lorias, n o tu v ie r o n n in ­


g u n a co n se c u e n c ia .
laguna

Se decía, en la Escuela:

— A cada uno su cada una y a Lacan, su iaguna.

¿ L la m a d o ul orden?
En ocasión de la escisión que debía desem bocar en ia creación de la
A .P .F . (A ssociation Psychanalvtiq ue de France) co m o g ru p o que se
sep a ra b a de Lacan, uno de los am os dei. nuevo g ru p o confió a l e a n
L aplanche:

— N a d a de ilusiones ni de idealismo, mis p eq ueños, po r sup uesto que


to d o analista didacía influencia a sus analizados.

L o que L apla n che entendió perfectam ente: “ T o d o el m u n d o tiene las


m ano s sucias, concluía; Lacan com etió el error de m o s tra rla s ” .
El S de abril de 1975 Lacan, en su seminario había jugado sobre “j ’ouís”
(: oí), h o m ó fo n o de “j o u i ” (: goza): “ E í sentido va tan lejos en el
equívoco co m o se p u ed e desearlo p ara m is tesis; es decir, para el dis­
curso analítico. E s decir q u e a p a rtir del sentido se g oza (se joui), so y
(s’ouis-je), oiga-goce y o ( j’ouisse), y o m ism o estoy (s’ouis-je) asaltán­
d o m e con palabras.

Ella, analizante con un lugarteniente de Lacan, había asistido a ese se­


m inario. . . y su psicoanalista tam bién. Desde su sesión siguiente su psi­
coanalista creyó a p ro p ia d o darle la p a lab ra diciéndole:
— J ’ou'ís.

Ella no pudo, en ocasión de esa sesión, pronunciar ni una sola palabra.


Verificando la traducción al español de los E scritos cae sobre una cu­
riosa m ano del m o n o , la m ain du singe. Va a ver a Lacan y lo interroga:
— ¿Qué es esta “ m ain du singe” ?
— ¡Es la m asturbación!
— ¡Pero, se trata de Freud!
— ¿No sabe usted que F reud era un gran m a s tu rb ad o r?
mierda

U na conferencia en Burdeos. Lacan habia allí del problema de las


ciudades m odernas, diciendo que no son lo que se pretende creer; el
problem a es el de ia circulación y la evacuación de la mierda. Y agre­
ga, com o poniendo bien los puntos sobre las íes;
— En Burdeos, en lo que se refiere a la evacuación de la mierda todo
está por hacerse.
mentiroso

E ra de bu en tono, en ei grupo analítico al que é! pertenecía, h ab e r fre-


cuenxado a Lacan, poder decir que se hab ía recibido algo directam ente
de éste.

— Un día en que com ía con algunos colegas se ju g ó con su confidencia


a uno de ellos: ¿no lo sabía él acaso? ¡H a bía estado en lo de Lacan!
— ¡Ah! ¡Bien! Y, ¿te recibió?
- - P e r o sí.
— ¿Y cu án to tiem po?
— ¡C u aren ta y cinco m inutos, p o r supuesto!
Así se supo que él m entía.
m il novecientos sesenta y ocho

C o n ta m in a d o s p o r ;<los acontecim ien tos” , algunos psicoanalistas se


reunían. . . ¿ P a r a to m a r la p alab ra? E ra bastante extraño p o r p arte de
aquellos que hacen profesión de su acogida. P ero no nos detengam os
en eso.

H a b la n de L acan . Se llega a declarar q ue él tra ta de u n a m an era muy


diferente a las m ujeres y a los hom bres, que estos últimos no te­
nían o p o rtu n id a d e s, que no llegaban a salir del atolladero pues. . .
Lacan los a m a b a {les aim ait). ¡Qué descubrimiento!

E n E s trasb u rg o , en ocasión del congreso de la E s c u d a freudian a que


tu v o lugar ju s to después de m ayo de 1968, alguien, decidió que no h a ­
bía que g u ard arse la cosa p a ra sí, sino decírsela — p úb licam ente— a
L ac an . C o sa que hizo.
Réplica:
— ¿ / like o I lo v e l
riom in acio n es

ü r a n o f f , Leclaire y P errier tuvieron un papel im p o rtan te en ia nego­


ciación de la d e m a n d a de a f ilia d ó n de ia S o ciéíé fra n c a ise en la l .P .A .
E s ta b a n ju n to s tan frecuentem ente que los llam ab an “ la í r o i k a ” . En
sus debates íntim os, la troik a a p o d a b a a Lacan el gran Jacques.

L ir. en la misma ¿poca a! cantante Jacques fírcí: “ Es d emas i ado fácil entrar
>.¡i las iglesias, verter allí tod a su suciedad frente al cura que en la luz gris cie­
rra los ojos par a per do na r l os mejor. Calíale enionccs, g¡an Jacques, ¿Qué sa­
ín: s tú Jei buen Dios?. . etc.
En septiembre de 1960 la S .F .P . (S ociété Frangaise de Psychanalyse)
organiza un encuentro internacional sobre la sexualidad femenina. Par­
ticipa en él Franz Alexander, cuyas tesis Lacan había criticado enérgi­
cam ente. Viendo a ese buen hombre, que tiene ochenta años, Lacan
declara, ante G ranoff:
— Cuando se está ilum inado por una verdadera llama, no se envejece
nunca.
Liegado a un p u n to de su análisis en que él en carab a presentar su can
did arura ai pase, hizo u na proposición original a Lacan: quería entre
g ar p or escrito los elementos para ese pase.
R espuesta:
— Sí, si usted quiere. Sepa, sin em bargo, que eso no será leído.
Es la últim a reunión “ científica” de la Sociedad francesa de p sico an á­
lisis. Jea n Ciavreul p resenta un tra b a jo sobre la perversión.

Después de los cum plidos usuales, L acan expresa u na observación:


—Sólo ¡os perversos pueden h ab lar convenientem ente de la perversión.

Problema para u n orador que. h a b n a steh¡ aprisionado en una lógica demasía-


í.'íi dura:
O ne ha o ludo bien de la perversión, en cayo tuso soy un perverso,
o nu so, perverso, en cuyo em-o no he hablado bien de la perversión
p o r qué hacer sencillo.

E stam o s en el o to ñ o de 1966. J u n to con algunos intelectuales fran ce­


ses, Lacan viaja a B altim ore do n d e se va a tra ta r el tem a del fam oso
“ estructuralismo” , famoso aunque sin em bargo perfectamente d esc o n o ­
cido p a ra los norteam ericanos. T ítulo de la conferencia de Lacan: O f
stru ctu re as in In m ix in g o f an O therness P rerequisite to a n y S u b ject
W hatever.

C uriosam ente, A n th o n y W ilden, llam ado p ara auxiliar al defectuoso


inglés h ab lad o p or Lacan, se calificaba a sí m ismo de — desdichado
trad ucto r.
presidim itir

En 1969, en o p o rtu n id a d de las Reuniones sobre el pase de la Escuela


freudiana, Lacan declaraba:
— N om bren a Perrier presidente de la Escuela y ustedes verán en qué
se tran s fo rm a rá eso.
Ese mismo día Perrier dimitió.
Invitado a tra ta r acerca de la identificación en la Escuela N o rm a l S u­
perior, L acan saca de sus alforjas dos tub o s de vidrio; u na contenia
u na langosta m ig ratoria aislada, el otro u n a lango sta m ig rato ria p e rte ­
neciente a un a colectividad.

Las diferencias m orfológicas de los dos anim ales, que Lacan señalaba
con el d edo a sus oyentes, d em o strab a n con u n a claridad inm ejorable
la incidencia de la im agen del sem ejante sobre la constitución del cu er­
po propio.
El tal Turkey había sido encargado, por la International Psychoanalytic
A ssociation, de la averiguación destinada a instruir el expediente de
la d e m a n d a de afiliación de la Sociéíe Frangaise a la citada In tern a­
cional.
L acan, traducien do su n o m b re (pues claro, eso n o se debe hacer) lo
n o m b ra b a :
— Señor Pavo.

Lnquerodo melonar,ico de todo este auinto con ¡o a¡no de! orden de la Jarse,
termino ¡/uc, en 1 ¡toan, no so opone, ciertamenfe. u la scrieiiad.
respeto

Lacan escribió, a pro p ó sito dei título de su sem inario de 1975-76, a


la secretaria de la É cole P ra tiq u e des H a u tes E tu d es. Le an u nciaba ese
título com o siendo: LE S IN T O M E , precisándole m u y bien, y adem ás
de m an era m anuscrita, que debía:
— respetar esa ortografía.

Ya la falta de o rto g ra fía revela que hay gato en cerrad o. El día siguien­
te, en efecto, 30 de septiem bre de 1975, L acan le telefonea p a ra rectifi­
car el título. Será: L E S IN T H O M E .

1; ' ' '<~riman / e ciada ul otro cic respetar cuir/acJosami uno m ism o
i-’p r i suj a no respetar.
Él, joven interno en psiquiatría, se había resucito a fran q u ea r e]
paso, a atreverse a to m a r su p lu m a p a r a invitar a L ac an a la Sala de
guardia.

L a aceptación lo so rp ren dió un poco; p ero lo que lo asom bró v erdad e­


ram en te fue la m an e ra com o L acan se dirigió a él en su respuesta.
L ac an le escribía, en efecto:
— Q u e rid o c a m a ra d a ,

A lh don de se ¡raía de la locura, vs posible una camaradería.


rey negro leyendo

L acan h a b ía ido al encuentro de una p o blación africana. Su prim era


visita, decoro obliga, fue p a ra el rey.
A guisa de entra d a en m ateria, en ocasión de esta prim era audiencia
pública, Lacan tendió al rey u n a c arta de presentación. El r e y la tornó,
luego, durante un tiempo suficiente, dejó errar su m irada sobre el papel.
El visitante se dio cuenta m uy rápido de que el rey no sabía leer pero
que, frente a su pueblo reunido, u n a legítima preocupación p o r su pres­
tigio lo obligaba a fingir.
Lacan evitó intervenir de cualquier m a n e r a que hubiera p o d id o desha­
cer la real astucia.
Después de algunos instantes, el rey dio a su visitante tod o s los testi­
m on io s de la m ejor hospitalidad.

M o ra leja (deducida por J.acan en una sesión de seminario): el m ensaje había


s:(íl> p erjr'C/ü>,¡Lnte recibido micrpre.s !c carta seguía estando un descifrada.
P a ra el anuncio oficia! del sem inario L e sin th o m e ella está m uy feliz
de p o d er ofrecer a Lacan un cartel que dibu jó coq uetam en te con be­
llas letras cursivas.
Lacan le telefonea po co después y Je dice que en efecto, íc- parece m uy
bonito. . .. pero. . ., sin em bargo. . .. a pesar de to d o él prefiere los ca­
racteres co w -b o y (así los llam aba).
Son, cuenta ella, caracteres rectos, con los pies anchos corno botas he­
chas de plom o. Y agrega:
— P a ra conseguir que el im presor ios hiciera había que batallar mucho.
Tal vez era en ocasión de las célebres jo rn a d a s de Bonneval sobre la
causalidad p s íq u ic a , o en algun a o tra circunstancia que ia historia no
recordó. El caso es que L ac an escandalizó intensam ente a H enri Ey
profiriendo:
— Un ho m b re. . .; es algo que caga, eyacula y ja m a .

e l o u le n ¡le lu x ítems.
Son, con toda evidencia, las que le fueron infligidas a Lacan. Son dos,
con algunos años de intervalo.

París, 1932. L acan, joven psiquiatra, sostiene su tesis ante sus m aes­
tros. U no de ellos le solicita fo rm u la r lo que él se prop u so con ella.
— En sum a, señor, no podem os olvidar que la locura sea un fen óm eno
del p ensam iento. . .
El m aestro del que se tra ta interrum pe de inm ediato al o ra d o r con un
gesto significativo:
— Bueh. . . ¿Y después? P asem os a las cosas serias. ¿Nos va a hacer
usted unos palm os de narices? N o deshonrem os esta ho ra solemne.
Reacción de Lacan catorce años más tarde: traducir ese corte en un
latín com o el del molieresco Diafoirus: N u m dignus eris inlrare in nos-
tro d o cto corpore cum isto voce: pensare.

¿ H a b ría de ser m ejor acogido Lacan entre los psicoanalistas? H e aquí


el segundo corte anu nciado .

M arie n b ad , 1936. Lacan se dirige a los psicoanalistas, presentándoles


su E sta d io del espejo. Jones preside la sesión. R efugiado tras el pre­
texto del respeto al cro n ó m e tro , in terru m p e al o ra d o r al cuarto “ tip ”
del décim o m in u to del tiem po que a p rio ri le estaba asignado.
Doble reacción de Lacan. Esa m ism a noche, en su hotel, com ienza a
redactar lo que será su “ Más allá del ‘principio de re alid ad ” ’, texto. . .
¡inconcluso! Y adem ás, contra la op in ió n de uno de los o rg a n iz a d o ­
res, a b a n d o n a enseguida la em inente asam blea, d a n d o preferencia a
su interés po r los juegos olímpicos del nazism o ascendente.
síganme

U na noche de 1953, entre la prim era escisión de ía S .P .P . y la creación


de la S .F .P ., en el subsuelo del café C ap oulad e, L acan reunió a sus
alumnos para decirles su alegría de que la nueva Sociedad estaba a punto
de ser creada. C oncluyó su arenga diciéndoles:
— Síganme, yo los llevaré hasta el fin del m u n d o .

( '< a o u ¡ ' n u s m o en p á g i n a ( ! V 4 j , c o n : ‘ ‘ . W / . s a l u m n o s , s: s n p i n s a , m i n r , -
lo'. co/tJurco. csi-nnin íUe r r i . r r / u i i o ' " .
Sigmunct

Él es alem án, tra d u c to r, psicoanalista, y suficientemente im p lantado


socialm ente com o p a r a poder estar en condiciones de decirle a Lacan,
cierto día:
— Voy a fu n d a r la S ig m u n d F reud Schule.

Pareciendo no com p re n d er, Lacan interroga:


— ¿L a segunda F reu d S c h u le l

/:/ rea! só lo s e a lc a n z a co n el n ú m e r o .
sin su five o ’cíock té

En 1959 la revista L a p sych a n a lyse , en su n ú m ero 5, “ Essais critiques”


(Ensayos críticos), p ro p o n e un artículo de W innicott: “ Objets tran-
sitionnels et phénom énes transitíonnels” (O b jetos transicionales y
fenóm enos transicionales). S m irnoff tra d u jo este artículo no sin haber
consultado al a u to r sobre cierto n úm ero de p roblem as de traducción.
Después de su aparición, el 11 de febrero de 1960, W innicott escribe
al “ q uerido d o c to r L a c a n ” . Él ha n o tad o , le dice, hasta qué pu n to al­
guien ha prestado la m ayor atención a los detalles de esta traducción. . .
“ y prob ab le m en te era u s te d ” .

Todo esto es bello y buen o pero, sin em bargo , p re p a ra la estocada que


sigue:
— Dicho sea de p aso , agrega en efecto W innicott, mi n o m b re term ina
en doble t (W innicot/) pero este tipo de cosas no me p reocupa.

.Vi/ es posibie hacer ¡yira cosa que admitir que. con ¡usías tazones, Hínnlcotí
¡nípula a Lacan la responsabilidad de !ü que ¡r,crece ser conaderado como un
lapsus calami. De donde se deduce que, a despecho de su hitena voluntad, r
hasta de su deseo de apenara, es i a promoción en Fra n cia de! ItalLrc.yjj i siniu-
i o.'natío no le convenía a Lacan, r que, en aquel m e n e e n !, .Cacan no Lj saoia.
F.n u na ocasión en que interrogaban a L ac an preguntándole:
— ¿Es usted socialista?
él respondió:
— N o , salvo en mis m om entos de debilidad.

c . / / \ R a y m o n d (juem-au. sz: <■.1 ‘ ' : > ' socialista a ¡os veinte ¿idos es ca­
recer de corazón; serlo io/nj-.nr; a ios cuarenta, es carecer ¡le ¿meligencia’'.
El 13 de enero de 1970 en ocasión de las A ssises d e l ’E cole fre u d ie n n e
en que fue a d o p ta d a — no sin alb oro tos y al precio de u na escisión—
ia P ro p o sició n de octubre de 1967 sobre s i p sicoanalista de la escuela,
Lacan tuvo u n a indisposición.

U n a de sus alum nas exclamó:


— Lacan no a n d a bien, tiene seguram ente alguna idea en la cabeza.
Mil novecientos sesenta y nueve: cierto núm ero de analisias —entre ellos
algunos amigos de Lacan de larga d a t a — ab a n d o n a n la Escuela freu­
diana. El acontecim iento p re o cup a a un analizante de L acan quien se
resuelve un día a form ularle su pregunta:
— ¿P errier sigue siendo, a pesar de to d o , lacaniano?
Lacan, en un to n o divertido:
— Pues, ¿qué o tra cGsa quiere usted que sea?
tachado, sí, ¿pero cóm o?

E ra en el curso de u n a sesión de tra b a jo en la Escuela freudiana. Un


joven había pasa d o al pizarró n y había escrito S tach a d a así:

-No, rectifica de inm ediato un notable, es:

com o se debe escribir.

Ira u’pucu.'ad esiruciuraí, para la jerarqu ía, para distinguir ¡o <¡:ie es rasgo par-
lincnte. y lo que no es tal.
Él tiene una cita a las 10 horas en pu n to en G uitrancou rt p ara tra b a ja r
con Lacan. Lacan le dibujó un plano dei trayecto, no puede equivo­
carse de cam ino.

P o r supuesto, se equivoca. . . de autopista y llega a las 10 y 30. Lacan


m uy en o jad o , co rta n d o de tajo sus balbuceantes explicaciones, le dice:
— ¡Pero yo le había hecho un plano!
vi y p ito de jesuíta

— Q uerido. . venga entonces a cenar m a n a n a p o r la noche a mi casa

Una invitación de Lacan, ¡eso no era p o ca cosa! El feiiz beneficiario


era esta vez un jesuita, un “j é z e ” com o se los llam aba, psicoanalista
en la Escuela.

in tim id a d o po r tan to h o n o r, el “ q u e r id o ” no sabía m uy bien qué de­


cir, y la cena se a rra s tra b a y alargaba ta n to más cu a n to que L acan,
con el rostro h u n d id o en su plato, no decía ni pito, y d e jab a que
la conversación se em pan tan ase en las b analidades usuales. A p a rte de
él (once m o re tim e) cada cual hacía esfuerzos y eso se sentía.

A los postres, com o em ergiendo de las cosas que lo h ab ita b a n , Lacan


— ¡por fin!— se dirige a su invitado:
— E ntonces querido. . dígame, ¿qué hace usted de su vi*? (:vie :vi-
da, vii, bile: pene, pito)

'‘escritura fo nética.
H a b ía u n a cuestión que estaba en el centro de los debates que iban a
culm inar con la escisión de 1953: la de las “ sesiones c o r ta s ” . A* algu­
nos de sus analizantes, L acan les hacía notar:
— Fíjese cóm o alargo el tiem po de las sesiones, usted p o d rá dar testi­
m onio de ello.
Y diciendo eso, L ac an persistía en practicar com o en el p asado.

! .a vcíduil <?/; psicoanálisis no es la adecuación a ¡a realidad sino que ¡¡ene,


co trK .i e n /iic r í'ilu íü , e s t r u c t u r a cíe fic c ió n .
Ln su residencia de G uitranc ourt, Lacan poseía u n a vitrina secreta. En
ella albergab a una colección de estatuillas egipcias de la época de
T u ta n k h a m ó n . Sólo se las m ostraba a escasos privilegiados.

C'tr. Das d:ng como nhjeio ai que ajum a el coleccionista, en el seminario so-
V e l .3 é u c a d d p í i c u a u á i i s i b . Cfr. sobre codo el comentario, el uño siguienié,
de un pasaje ríe L a ¡ c e l a de! j ú c - ¿ o de deán Renoir, donde el Marqu es d e ¡a
i líe s e , uve prestía ¡a su m e s bello organillo, latean hace entonces re.J erencia ¡sor
¡somera \ez al a e a l m a para su cmplazamienlo del okjeio a.
Encuentros
a picaro, picaro y medio

Salvador Dalí había aceptado recibir a Lacan. N o sin malicia decidió,


a la h o ra en que esperaba a su visitante, conservar, pegado sobre ¡a
nariz, el esp a ra d ra p o que tenía la función de un p u n to de referencia
en sus búsquedas pictóricas de ese m o m en to .

E sp erab a la reacción del joven p siq uiatra, dispuesto po r anticipado a


alegrarse con ella.

P ero en to d a la entrevista L ac an no dejó traslucir n a d a del efecto p r o ­


ducido en él por el esp aradrapo m o s tra d o tan ostensiblemente.
cuando Román Jakobson encuentra a Jesús

D u ran te una de sus estadías en París, R o m án j a k o b s o n está fuera de


sí: hay —dice a quien quiera o í r l o - - un loco en la casa de cam p o
de Lacan.

A caba de telefonear, en efecto, a G u itran co urt:


— ¿Está Lacan ahí?
-No,
responde u na voz desconocida.
— ¿Quién habla?
pregun ta el em inente lingüista.
— Es Jesús.*

m erco !a utrnacion del lingüista


.V de I . /_-7 n o m b re de pda desús. Jrecuei'.ic rti a úinniie ie'eieiee
ere <-r. ’r mees t'ui'io n r e e d rí e r /vrvjrr/.
Duras reíala

E l arrebato de L o ! V. Síein (Le ravissetnent de L o l V. Stein) a c a b ab a


de ser publicado. Se sabe que M arguerite Duras corrió, con ese texto
que m arc ab a el decisivo cam bio de su estilo, el riesgo m ayor de no e n ­
co n tra r más lector alguno.

Fue en esta posición subjetiva de u n a soledad asumida pero difícil c u a n ­


do recibió un llam ad o telefónico de Lacan. Le p ro p o n ía u na cita en
un café, ese m ism o día y a una h o ra tardía.

Ella acepta y va allí, llegando prim era. Ve p ro n to , entre las mesas, a


Lacan que avanza hacia ella. Muy expresivo y cálido, muy cercano a h o ­
ra a ella, él le declara:
— ¡No sabe usted lo que dice!

E¡ u u y er citrnyiido cue ['ouu; haber!? keciio. En otra pane, v más ¡arde,


Lacan se rrcyaníaya: '\\Coino sabe cba la que yo enseño'' ’ ’.
Una muy honorable asam blea está reunida ese día p ara celebrar el 80°
cum pleaños de Ludwig Biswanger. Es en Suiza. C om o Lacan había
repentinam ente aparecido, se le pidió participar en el simposio.
— Es bien evidente, respondió, que no tengo n a d a que decir.

Gracias a lo cual, hab iend o h ablado cada u n o ex actam ente 10 m in u ­


tos, él conservó Ja p a lab ra hasta el punto en que, después de tres c u a r­
tos de hora de discurso, llegó a no tar que:
— . . .y bien, finalmente, había tal vez en efecto algo que decir. . .

Fue entonces c u a n d o Bisw anger, que presidía la sesión , le cortó la


palab ra diciendo:
— A cabo de ap ren der algo muy im po rtan te: el hecho de no tener n ada
que decir es el gran secreto de la elocuencia.

Lacan se entusiasm ó m ucho con esta observación. La escribió de in­


m ediato en enorm es letras en una h o ja con las dim ensiones de un c a r­
tel. Le pidió enseguida u n a firma a Pjiswanger , y la obtuvo . Luego
desapareció con su trofeo.
el instante de ver bellamente ( b e a u voir) que es tiempo de
concluir sin comprender nada

Un año antes de publicar su E l segundo s e x o , Sim one de Beauvoir te­


lefonea a Lacan, pidiéndole que la aconseje. Lacan le anuncia que !c
serían necesarios cinco o seis meses de entrevistas p a r a aclarar la cosa.
T ra tá n d o s e de la sexualidad femenina la proposición es más bien
divertida.

P ero Sim one regatea com o un feriante: ella encararía corno m áxim o
cu a tro entrevistas. N egativa de Lacan.
m i mujer, Blanchot y yo

Su m uy reciente lectura de L a escritura del desastre lo hundió en tal


estado que n o puede hacer de o tro m o d o que com u n ica r a Lacan su
tu rbació n.

No es totalm ente ignorante, por supuesto, de la proximidad, tanto amis­


tosa com o teórica, entre Lacan y B lanchot.

Respuesta de L ac an , com pletam ente inesperada:


— 77 co n n a ít m ie u x m a fe m m e q u e m o i (L iteralm ente sería: Él conoce
m ejor a mi m u je r que yo).

Luego, percibiendo el equívoco gram atical, en francés, agrega:


— Quiero decir. . . él conoce mejor a mi m ujer de lo que me conoce a mí.

í (>;■,■ C>(. C l Ó í i .
L ac an estaba entrado en años c u a n d o fue, ac o m p a ñ ad o de Philippe
Sollers, a realizar u n a visita am istosa a Benvcniste. Se sabe que éste
se hallaba afásico en sus últimos m o m en tos.

Saliendo del hospital, Lacan dice a Sollers:


— C u a n d o se decae no se es más que un mueble p ara la familia de uno.

1proximoción mctonuntca del A m o absoluto, la muerte


¿verbo o adjetivo?

Lotiis Althusser acab ab a de publicar su prim er elogio de la teoría laca-


niana. Lacan lo invitó a cenar. En el re sta u ran te, viéndolo llegar con
un curioso cigarro en la boca, Althusser m u rm u ra :
— Usted lo tiene torcido.

i II ijii-j U: cAí. mV/V/'í/ '¡O


Indice
Lista de las o c u r r e n c ia s ...........................
P r e á m b u l o .....................................................
Práctica a n a lític a .........................................
P resentación de e n f e r m o .........................
P rác tic a del control ..................................
H istoria del m ovim iento psicoanalíiico
E n c u e n t r o s .....................................................

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