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Miguel inicia recordando que la vocación está profundamente enraizada en el llamado a


la santidad. De este modo los religiosos consagran la vida a Dios para seguir a Cristo más
de cerca en comunidad de hermanos. La consagración al Señor se concreta en el día a
día, viviendo la vocación con gratitud, pasión y esperanza, sintiéndonos felices de lo que
somos y lo que hacemos. No obstante, se constata la presencia de religiosos
apesadumbrados y también hiperactivos que esconden su tristeza en su multiplicidad de
acciones.
Es necesario recordar que los votos son la expresión del amor del religioso a Cristo, quien
es siempre fiel a pesar de nuestras inconsistencias. Por eso es preciso recordar que la
alegría del evangelio llena el corazón de los que se encuentran con Jesús para vivir, amar
y servir.
Se invita a los religiosos a vivir con discreción, disponibilidad y alegría, de modo que
puedan animarse unos a otros, pues han sido llamados a tener los mismos sentimientos
de Cristo (Fil 2, 5). Para ello es importante descansar en las manos del Padre, donde se
encontrará la serenidad que ayudará a ser coherentes en el llamado a la santidad. De otro
modo es posible caer en una actitud autorreferencial que vuelve a los consagrados
aislados, vacíos y hasta amargados. Es por esto que muchos recurren a las justificaciones
fundadas en un espíritu mundano que los aboca a buscar el afecto fuera de la comunidad.
Por todo ello, se invita a vivir una vida más evangélica para hacer comunidades
evangelizadoras, donde todos han de reconocerse necesitados de conversión personal,
comunitaria, pastoral y ecológica; conversión que permita ensanchar el corazón. De este
modo, es preciso dar gracias por lo bueno en la Orden y en la Provincia sin dejar de
reconocer con humildad las deficiencias para corregirlas con la ayuda del Señor.
Es importante retomar el espíritu de san Agustín desde la vivencia de la interioridad, la
unidad, la comunidad, la conversión y, en este proceso de renovación, estar atentos a las
necesidades de los que cuentan poco a los ojos del mundo para desde ahí pensar los
consejos evangélicos.
Los votos marcan nuestra forma de ser, vivir y pensar; tocan las fibras más íntimas del
corazón. En la forma de vivir (n. 1) se nos recuerda que por medio de los votos el hombre
se niega a sí mismo al guardarlos con pureza y perfección. Los votos son un don del
Espíritu que permite la interpelación constante a una vida en el Señor.
La castidad se ha de vivir en libertad, alegría, servicio y amor al prójimo; actitudes que
desdicen de aquella autosuficiencia del que cree que todo lo puede; la castidad ha de
alejarnos del pensamiento frívolo y las insinuaciones indecorosas. Se evidencia cierto
reparo de practicar la corrección fraterna la cual solo busca el bien de los hermanos
denunciando el mal; En este espíritu los Pontífices Benedicto XVI y Francisco han
denunciado el grave daño de los abusos a los menores y a las personas en condición de
vulnerabilidad; la Orden ha estado comprometida con esta corrección fraterna desde la
puesta en práctica de los protocolos y las indicaciones del magisterio pontificio.
La pobreza ha de concretarse en la opción por los pobres, poniendo todo en común,
viviendo en austeridad, teniendo humildad para pedir, con la capacidad de ser solidarios,
todo vivido desde la fuerza transformadora de las bienaventuranzas. El trabajo de los
hermanos es un signo de la pobreza vivida con responsabilidad, esperanza y alegría. No
es sólo cuestión de dinero, pues de nada vale profesar la pobreza deseando poseer y
teniendo el corazón asido a lo material. Se ha de ser signo de pobreza evangélica,
comunitaria e individual. Concreción de la pobreza del religioso se da en la caridad
solidaria, la cual por medio de Arcores ha despertado la conciencia de lo social de modo
organizado, respondiendo a las situaciones y al espíritu de solidaridad. De este modo los
bienes en la Orden son para la formación de los religiosos, la atención a los enfermos y la
realización de la misión encomendada. La gestión de la Orden no es meramente mercantil,
ha de estar marcada por la generosidad del evangelio y la invitación a la
corresponsabilidad. La rentabilidad no es el único criterio, se ha de tener en cuenta la
fidelidad a Dios, a la Iglesia y al carisma. Es por eso que para vivir la pobreza son
necesarios tres elementos: responsabilidad, transparencia y confianza.
La Obediencia a Dios ha de vivirse en discernimiento, con la ayuda de las mediaciones
humanas y desde la conciencia. La mediación del Prior es un servicio de amor,
coordinando las acciones, liderando la comunidad y respetando la diversidad de dones. La
Orden la forman todos y cada uno de los religiosos para resolver la vida en confianza y
transparencia donde todos obedecemos al Señor. Es preciso construir comunidades
fraternas con disponibilidad y alegría, que excluyan el afán de individualismo. No gobierna
quien no corrige, por lo cual la autoridad es creadora de unidad cuando se procura un
clima favorable para la comunicación, respetando a la persona.
En síntesis, el Padre General invita a la Provincia a vivir nuestra vocación con
transparencia, confianza y responsabilidad.
El Padre Daniel Portillo presenta un análisis de las líneas generales sobre el tema del
abuso sexual en la Iglesia, recordando que él abuso no es siempre una acción aislada sino
la sumatoria de acciones y dinámicas de abuso; algunas de ellas son detonadas por
eclesiopatías entre las cuales encontramos el clericalismo, el abuso de poder y la traición
de la confianza.

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