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Había una vez un joven príncipe que tenía un secreto que ni él mismo
conocía: siendo un bebé, había sido embrujado por un antiguo enemigo del
reino. Era un hechizo muy extraño, pues su único efecto era que
conseguía enfadar al príncipe cada vez que oía una palabra secreta.
Pero aquella palabra era tan normal, y estaba tan bien elegida, que siempre
había alguien que la decía. Así que el príncipe creció con fama de
nada.
a la cabeza, que casi siempre era la peor de las ideas. Y eso, en alguien
que mandaba tanto, era un problema muy gordo. Sus errores causaban
tantos problemas que el clamor de los habitantes del reino se elevó con tal
antes!
- ¡Esto es injusto!
que lo arregle!
era aguantar los gritos del príncipe y sus decisiones precipitadas. Porque
atacó su mal humor. Al buscar alguien con quien desatar su furia se fijó en
dejaron allí mismo, delante del príncipe, para que recibiera su castigo
fue la primera vez en años en que uno de sus enfados no había provocado
ningún problema. El príncipe era el primero al que molestaban las tonterías
que ahora dirigía tan bien el príncipe, se dio cuenta de que tenía que
escribir y hacer las demás cosas importantes solo cuando estuviera de buen
humor.