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El violín

Se cuenta que con un viejo violín, un pobre hombre se ganaba la vida. Iba por los pueblos, comenzaba a tocar y la gente
se reunía a su alrededor. Tocaba y al final pasaba entre la concurrencia una agujereada boina con la esperanza de que
algún día se llenara. Cierto día comenzó a tocar como solía, se reunió la gente, y salió lo de costumbre: unos ruidos más
o menos armoniosos. No daba para más ni el violín ni el violinista. Y acertó a pasar por allí un famoso compositor y
virtuoso del violín.

Se acercó también al grupo y al final le dejaron entre sus manos el instrumento. Con una mirada valoró las posibilidades,
lo afinó, lo preparó... y tocó una pieza asombrosamente bella. El mismo dueño estaba perplejo y lleno de asombro. Iba
de un lado para otro diciendo: - ¡es mi violín...!, ¡es mi violín...!

¡Es mi violín...!- Nunca pensó que aquellas viejas cuerdas encerraran tantas posibilidades.

No es difícil que cada uno de nosotros, profundizando un poco en sí mismo, reconozca que no está rindiendo al máximo
de sus  posibilidades. Somos en muchas ocasiones como un viejo violín estropeado, y nos falta incluso alguna cuerda.
Somos... un instrumento flojo, y además con frecuencia desafinado. Si intentamos tocar algo serio en la vida, sale
eso...unos ruidos faltos de armonía. Y al final, cada vez que hacemos algo, necesitamos también pasar nuestra
agujereada boina; necesitamos aplausos, consideración, alabanzas... Nos alimentamos de esas cosas; y si los que nos
rodean no nos echan mucho, nos sentimos defraudados; viene el pesimismo. En el mejor de los casos se cumple el
refrán: "Quien se alimenta de migajas anda siempre hambriento": no acaban de llenarnos profundamente las cosas.

¡Qué diferencia cuando dejamos que ese gran compositor, Dios, nos afine, nos arregle, ponga esa cuerda que falta, y
dejemos que Él toque! Pero también en la vida terrena existen violinistas que nos pueden afinar; un amigo, un
compañero, un maestro, nuestro Director Espiritual, o cualquier persona de la que podamos obtener conocimientos, un
consejo, una buena idea,  una corrección fraterna, y quedaremos sorprendidos de las posibilidades que había
encerradas en nuestra vida.

Comprobamos que nuestra vida es bella y grandiosa en cuanto somos instrumentos perfectibles y, si nos proponemos
ser mejores, lucharemos constante e incansablemente por ser un "violín cada vez mejor afinado".

- ¿En qué te hace pensar este cuento? ¿Cuánto hay de comodidad o desconocimiento en tus gustos y aptitudes?

¿Cómo puedo reconocer mis habilidades?

¿Cómo influye la mirada de los otros sobre mi?, ¿Cómo tomo las críticas de los otros sobre mi forma de ser?

La parábola del lápiz

Un fabricante de lápices tomó un lápiz justo antes de meterlo en su caja, y le dio unos consejos.

- Le dijo:
Hay cinco cosas que debes saber antes que seas enviado al mundo. Siempre recuérdalas y serás el mejor lápiz del
mundo.
Las cinco cosas son las siguientes:
1- Siempre harás cosas grandiosas, pero sólo si te dejas sostener en la mano de alguien más.
2- Experimentarás el dolor en algunas ocasiones en que te saquen punta, pero será necesario para que seas cada vez un
mejor lápiz.
3- Tendrás errores, pero tendrás un borrador para corregirlos todos.
4- La parte más importante de ti es la que llevas dentro.
5- En cualquier superficie que seas usado, tendrás que dejar tu marca. No importan las circunstancias o las condiciones,
deberás continuar escribiendo.
El lápiz entró en su caja prometiendo recordar estas cinco cosas y con un propósito en su corazón de ser útil.
Esta parábola puede ayudarnos a comprender que cada uno de nosotros somos personas especiales, con habilidades y
talentos únicos. Todos necesitamos afilarnos constantemente para cumplir con nuestros propósitos. Nunca tenemos
que dejarnos vencer por el desaliento y, como el lápiz, debemos recordar siempre que la parte más importante de lo
que somos está dentro nuestro.

Si nos ponemos en el lugar del lápiz, ¿Cómo aplicarías cada uno de los consejos a nuestras vidas?

La camisa del hombre feliz

Había una vez un rey cuya riqueza y poder eran tan Inmensos, Como eran inmensas su tristeza y desazón. 
-Daré La Mitad de mi reino A Quien consiga ayudarme a sanar las angustias de mis tristes noches- DIJO Un día. 
Quizás Más Interesados en el dinero que podían CONSEGUIR Que en la Salud del Rey, los Consejeros de la Corte
decidieron Ponerse en Campaña y sin Detenerse Hasta ENCONTRAR La Cura para El Sufrimiento real. Desde los Confines
de la tierra mandaron Traer a Los sabios Más prestigiosos ya los magos Más poderosos de entonces, para ayudarles a
ENCONTRAR El Remedio Buscado. 
Pero Todo fue en vano, nadie sabía CÓMO curar al monarca. 
Una tarde, Finalmente, Apareció un Viejo Sabio Que les DIJO: -si encontráis en El Reino un hombre Completamente
feliz, podréis curar al Rey. Tiene Que ser alguien Que se Sienta Completamente satisfecho, Que Nada le Falte Y Que
tenga El Acceso a Todo Lo Que NECESITA. 
-Cuando Lo halléis- siguió el anciano- pedidle su camisa y traedla un palacio. Decidle al rey que DUERMA una noche
ENTERA vestido Solo con ESA prenda. Os aseguro Que mañana despertará curado.
. Los Consejeros se abocaron de Lleno y con completa dedicación a la búsqueda de un hombre Feliz, AUNQUE ya sabían
Que la Tarea no resultaría Fácil 
En efecto, el hombre que era rico, ESTABA enfermo; El que gozaba de buena salud, era pobre. Aquel, rico y sano, se
quejaba de su mujer y esta, de Sus hijos. 
Todos los entrevistados coincidían En que algo les Faltaba Para Ser Totalmente Felices AUNQUE Nunca se ponían de
Acuerdo en Aquello que les Faltaba. 
Finalmente, una noche, muy tarde, UN mensajero Llegó al palacio. Habían encontrado al hombre Buscado
interesantemente  Se trataba de un humilde campesino Que Vivía al norte en la zona más árida del reino. Cuando El
monarca FUE Informado del Hallazgo. Este se Lleno de alegría e INMEDIATAMENTE Mandó Que le trajeran la camisa de
Aquel hombre, A Cambio de la cual deberían Darle al campesino Cualquier cosa Que pidiera. 
Los envidos se presentaron a Toda prisa en la casa de Aquel hombre para comprarle la camisa y, si era Necesario -se
decían- Se La quitarían por La Fuerza... 
El rey Tardo Mucho en sanar en sanar de su tristeza. De Hecho su Mal se agravo Bastante CUANDO se enteró de que El
Hombre Más Feliz de su reino, quizás el único Totalmente Feliz, era pobre, tan pobre... Que No Tenía ni Siquiera Una
camisa.

¿Dónde está la felicidad que buscamos? ¿Cuál es la verdadera felicidad? ¿Por qué nos cuesta tanto ver la felicidad?

El Pájaro Azul

Erase tiempo atrás un Rey que enviudó, y al que la tristeza le invadió. Cenizo y agrió se tornó el Rey hasta que, pasada
una temporada, conoció a una mujer de la que se enamoró. El monarca, totalmente embriagado de amor, comenzaba a
superar la tragedia por la pérdida de su esposa, mientras una nueva Reina se alzaba ante el pueblo. Rey y Reina tenían,
por separado, una hija cada uno. Florine, hija del Rey, era preciosa y de noble corazón; todo lo opuesto a Truitonne,
descendiente de la nueva reina, maleducada, egoísta y poco agraciada. Su carácter suspicaz, contagiado a la Reina,
pronto provocó celos hacia Florine y su belleza.
Y se arreciaban tiempos más complejos, pues el Rey sentía que sus hijas, natural y adoptiva, debían ser casadas. Se
concertó la visita del Príncipe Encantador, y la recelosa Reina unió fuerzas con su hija para que éste se fijara en ella y
solo en ella. Tamaña treta requirió de sobornos a las damas de honor, quienes le robaron a Florine sus joyas y vestidos y
se los dieron a Truitonne. De nada sirvió, puesto que la belleza ni mucho menos es apariencia, y el príncipe se enamoró
de Florine. Rabiosas, la Reina y Truittone presionaron tanto al Rey, que éste ninguneó a Florine el resto de la visita.

Pero, pese a todo, el Príncipe Azul seguía encandilado de Florine. Tanto era así, que rechazó los regalos que la Reina le
envió, uno tras otro. Ella, montada en cólera, le advirtió que Florine estaba encerrada en una torre, de la cual no saldría
hasta que él no partiese. La indignación del Príncipe fue en aumento, y solicitó de nuevo hablar con Florine. La situación,
aparentemente inofensiva, dio pie a una nueva artimaña de la Reina, quien estableció un lugar de encuentro tan tan
oscuro, que Truitonne hizo de impostora. El Príncipe, confuso y habiendo caído por completo en la trampa, le pide por
error la mano a Truitonne.

Nada detiene ya a Truitonne una vez el Príncipe ha hecho una promesa, y conspira con su hada madrina para engañarlo
y casarse con él. Así pues, en la ceremonia de boda, Truitonne trae el anillo y expone el caso a todo el mundo. El
Príncipe, burlado por Truitonne, se niega a contraer matrimonio con ella. Nada en el fondo puede hacer ésta para
persuadirlo, pero su hada madrina, Mazilla, lo amenaza con una maldición si rechaza el casamiento. El Príncipe, terco, es
transformado en un pájaro azul por osar contrariar al hada rompiendo su falsa promesa.

Enterada la Reina de las vicisitudes acontecidas, señaló como culpable a Florine. Con esta excusa tan perfecta, Truittone
pudo vestirse de novia, y enseñó el vestido a Florine al tiempo que le hacía saber que el Príncipe Azul había accedido a
casarse con ella. La argucia se completó engañando al Rey, haciéndole creer que su Florine estaba obsesionada con el
Príncipe, y que mejor debía permanecer en la torre mientras tanto.

El encierro de Florine, por tanto, quedó injustamente prolongado. Pero Florine no estaba sola… pues un tierno pájaro
azul la visitó una noche y le contó todo lo que había sucedido a sus espaldas. Desde aquel encuentro nocturno, el pájaro
azul acudió muy a menudo, y en cada una de sus visitas llevó a Florine obsequios y joyas.

La maldad de la reina, por otro lado, no se detuvo, y  ésta no cesó en su empeño de buscar un pretendiente a la altura
de su Truitonne. Rechazada una vez tras otra Truitonne, la Reina hubo de recurrir a Florine y, al subir a la torre,
sorprendió a ésta cantando con el pájaro azul. Nada habría sucedido de no ser porque la Reina descubrió las joyas, y
supo que Florine había sido ayudada por alguien… Sin más demora, se vertieron acusaciones de traición sobre Florine,
conspiración que el pájaro azul se encargó de frustrar.

La persecución sobre el pájaro se hizo pronto conocida, tiempos en los que Florine no se atrevió a llamarlo. La Reina
había dispuesto espías para ello, y Florine sólo recurrió al pájaro azul cuando supo que los secuaces dormían. Pero, tan
de segura que estaba, el espía escuchó sus conversaciones una noche, y a la Reina lo hizo saber. Ésta, furiosa, y
sabedora que los pájaros se posaban en el abeto, mandó colocar metales punzantes y vidrios en sus ramas. El pájaro
azul, tras caer en la trampa, fue fatalmente herido e incapacitado para volar, sin poder acudir hasta su amada, la cual no
dejaba de llamarlo. Pero Florine cayó en un malentendido, y pensaba que el pájaro azul la había abandonado. Un mago,
por suerte, sí oyó al Príncipe atrapado sin poder volar en el abeto, y lo rescató.

El mago, especialista en encantos, consigue persuadir a Mazilla para devolver por un tiempo al Príncipe su forma
original. En dicho periodo el Príncipe debía aceptar como esposa a Truitonne o, de lo contrario, volvería  a ser
transformado en un pájaro.

En este trance estaba la historia cuando el Rey falleció. Los habitantes del reino, que querían mucho a su monarca,
enseguida demandaron la liberación de su hija y heredera, Florine. La Reina, terca como ella sola, opone resistencia al
pueblo, el cual, sin miramientos, acaba matándola. Truitonne, a tiempo, consigue huir en pos de su hada madrina
Mazilla, no pudiendo evitar la coronación de la nueva reina: Florine. Ésta pronto comenzó a buscar a su Príncipe
Encantador, ahora Rey.

En una odisea sin parangón, Florine se viste con atuendos de campesina y emprende un viaje para encontrar al que sería
su Rey. Así andaba cuando se tropezó con una anciana, que resultó ser otra hada madrina. Esta informa a Florine de que
el Príncipe ha vuelto a su forma humana y ha prometido casarse con Truitonne. Al tiempo, el hada también le concede
cuatro huevos mágicos. El primero lo utilizaría para trepar una alta montaña de marfil. El segundo contiene un carro
tirado por palomas, el cual transporta a la querida Florine hasta el castillo del Príncipe Encantador, ahora Rey. No
obstante, Florine no puede personarse ante el hombre al que ama y Rey del castillo como una vulgar campesina.

Para encontrar los mejores vestidos del reino, Florine trama vender a su malvada hermanastra Truitonne las joyas que el
Príncipe en forma de Pájaro Azul le había regalado. Truitonne, desconcertada, envía las joyas al Rey Encantador para
que las tase. El Rey reconoce de inmediato las joyas como aquellas que regaló a su amada, y entristece al momento
porque considera que ella no ha valorado dichos obsequios y no ha entendido su significado… Truitonne devuelve las
joyas a Florine, y ésta accede a venderlas durante una noche en la Cámara de los Ecos, lugar que una vez el Príncipe le
había dicho que era como estar en su propia estancia. De esta manera, todo lo que se hiciese y dijese en la Cámara de
los Ecos, sería escuchado en los aposentos del nuevo Rey. Durante toda la noche, Florine se lamentó, lloró y reprochó al
Rey que la hubiese abandonado y, por desgracia, nada de esto llegó a los oídos del amado, pues había tomado una
poción para dormir. Algo que, por supuesto, Florine desconocía.

Habiendo resultado en vano los dos primeros huevos, Florine rompió el tercero, también mágico, y en él encontró un
pequeño vagón tirado por ratones. De nuevo, comercia con él a cambio de una noche en la Cámara de los Ecos,
momento en que aprovecha de nuevo para sollozar y hacer manifiesto su lamento. También de nuevo, resultó en vano,
y sólo los pajes la escucharon.

Al día siguiente, Florine emplea su último recurso: romper el cuarto huevo mágico del hada madrina. En él, un hermoso
y suculento pastel aparece junto a seis pajarillos cantarines. Florine ofrece una porción a un paje, quien le confiesa que
el Rey toma pociones para poder conciliar el sueño. Sobornando al paje con los pájaros que cantan, éste accede a no
administrar la poción al Rey. Estando éste despierto por una noche, pudo escuchar el quejido lastimero de Florine en la
Cámara de los Ecos, y allí que acudió reconociendo la voz de su querida.

Felizmente reunidos, Florine y el Rey Encantador se abrazaron, como si ya no quisiesen despegarse nunca. El mago
encantador y el hada de los huevos mágicos, conmovidos con la dulce escena y reconociendo en ella al amor verdadero,
juraron hacer todo lo posible por preservar dicha unión. Para ello, cuando la malvada hada Mazilla quiso interferir a
favor de Truitonne, éstos convirtieron a la malévola hermanastra en un cerdo. Y, como no, el Rey y la Reina Florine se
casaron y reinaron con dicha, para ellos y para su pueblo, por el resto de los tiempos.

Para trabajar: Qué busco, Dónde lo busco, por qué buscamos lejos cuando lo que busco está cerca. Idealismo. Influencia
de la familia, de la cultura, la educación.

Alas de águila

"Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue
incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en
busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que
los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave
que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba. 
-¿Qué es eso?, preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
-Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes a ella.
De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral". 

¿Qué pensas al respecto? ¿Con qué personajes te identificas?


"El Buscador"

 
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador… 
Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra. 
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida
es una búsqueda. 
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas
sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió. 
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar al
pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había
un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera
lustrada. 
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. 
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar. 
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como
al azar, entre los árboles. 

Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. 
Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras: 

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días 

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. 
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar. 
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a
leerla. Decía: 

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas 

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. 


Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba. 
Una por una, empezó a leer las lápidas. 
Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. 
Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once
años… 
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. 

El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. 


Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. 
-No, por ningún familiar —dijo el buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?
¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente,
que les ha obligado a construir un cementerio de niños? 
El anciano sonrió y dijo: 
- Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…: 

“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la
cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de
algo, abre la libreta y anota en ella: 

A la izquierda, qué fue lo disfrutado. 


A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo. 

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una
semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…? 
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso…¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del
beso? ¿Dos días? ¿Una semana? 
¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…? 
¿Y la boda de los amigos? 
¿Y el viaje más deseado? 
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? 
¿ Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? 
¿Horas? ¿Días? 

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento. 

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre
su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido”. 

Piensa, Si tuvieras una libreta: ¿Qué momentos importantes de tu vida anotarías?

Cuentos:
El bordado de Dios

Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba
qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Siendo yo pequeño, observaba el
trabajo de mi mamá desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos.
Ella me sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y
cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde arriba”.  Me
preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué me parecían tan
desordenados desde donde yo estaba.  Mas tarde escuchaba la voz de mamá diciéndome: “Hijo,
ven y siéntate en mi regazo.”  Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la
hermosa flor o el bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo solo veía hilos
enredados. Entonces mi mamá me decía: “Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado,
pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba.  Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo
desde mi posición, que bello. ” 

Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho: “Padre, ¿qué estás haciendo?”. 
Él responde: “Estoy bordando tu vida.” Entonces yo le replico: “Pero se ve tan confuso, es un
desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿porqué no son más brillantes?” El Padre parecía decirme:
“Mi niño, ocúpate de tu trabajo confiando en Mi  y un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi
regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces entenderás…”

El sembrador de dátiles

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo
Eliahu de rodillas, a un costado de algunas
palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos
y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
-Que tal anciano? La paz sea contigo.
– Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aqui, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-Qué siembras aqui, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor
estupidez.

-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la
tienda a beber una copa de licor.
– No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de
ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal
y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas
llegar a
cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar
esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy
planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi
tarea.

-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas
esta enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo
una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tu me pronosticabas que
no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía
cierto y sin embargo, mira, todavia no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de
monedas y la gratitud de un amigo.

Los tres árboles

Había una vez tres árboles en una colina de un bosque. Hablaban acerca de sus sueños y esperanzas.

El primero dijo:- “Algún día seré un cofre de tesoros. Estaré lleno de oro, plata y piedras preciosas. Estaré decorado con labrados
artísticos y tallados finos; todos verán mi belleza”.

El segundo árbol dijo: – “Algún día seré una poderosa embarcación. Llevaré a los más grandes reyes y reinas a través de los océanos,
e iré a todos los rincones del mundo. Todos se sentirán seguros por mí fortaleza, destreza sobre las aguas y mi poderoso casco”.

Finalmente el tercer árbol dijo: “Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles en el bosque. La gente me verá
en la cima de la colina, mirará mis poderosas ramas y pensarán en el Dios de los cielos, y en cuán cerca estoy de alcanzarlo. Seré el
más grande árbol de todos los tiempos y la gente siempre me recordará.”

Después de unos años de que los árboles oraran para que sus sueños se convirtieran en realidad, un grupo de leñadores vino donde
ellos estaban.

Cuando uno vio al primer árbol dijo: – “Este parece un árbol fuerte, creo que podré vender su madera a un carpintero”, y comenzó a
cortarlo. El árbol estaba muy feliz debido a que sabía que el carpintero podría convertirlo en un cofre para tesoros. El otro leñador dijo
mientras observaba al segundo árbol: – “Parece un árbol fuerte, creo que lo podré vender al carpintero del puerto”. El segundo árbol
se puso muy feliz porque sabía que estaba en camino a convertirse en una poderosa embarcación. El último leñador se acercó al
tercer árbol; éste estaba muy asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería realidad. El leñador dijo entonces: –
“No necesito que el árbol que corte tenga alguna característica especial, así que tomaré este”. Y cortó al tercer árbol.

Cuando el primer árbol llegó donde el carpintero, fue convertido en un cajón de comida para animales, y fue puesto en un pesebre y
llenado con paja. Se sintió muy mal pues eso no era por lo que tanto había orado. El segundo árbol fue cortado y convertido en una
pequeña balsa de pesca, ni siquiera lo suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en un lago. Y vio como sus
sueños de ser una gran embarcación cargando reyes había llegado a su final. El tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y
dejado en la oscuridad de una bodega.

Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños y esperanzas por las que tanto habían orado. Entonces un día un hombre y una
mujer llegaron al pesebre. Ella dio a luz un niño, y lo colocó en la paja que había dentro del cajón en que fue transformado el primer
árbol. El hombre deseaba haber podido tener una cuna para su bebe, pero esta cumplía su labor y protegió al bebé. El árbol sintió la
importancia de este acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la historia.

Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían convertido al segundo árbol. Uno de ellos estaba
cansado y se durmió en la barca. Mientras ellos estaban en el agua una gran tormenta se desató y el árbol pensó que no sería lo
suficientemente fuerte para salvar a los hombres. Los hombres despertaron al que dormía, este se levantó y dijo: – “¡Calma! ¡Quédate
quieto!”, y la tormenta y las olas se detuvieron. En ese momento El segundo árbol se dio cuenta de que llevaba al Rey de reyes y
Señor de señores navegando sobre él.

Finalmente, un tiempo después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en tablas. Fue llevado un viernes por las calles al mismo
tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba. Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue
clavado al árbol y levantado para morir crucificado allí. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta de que él fue lo
suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina, y estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había
sido crucificado en él.

Cuando parece que las cosas no van de acuerdo a tus planes, debes saber que siempre Dios tiene un plan para ti. Si pones tu
confianza en él, te dará grandes regalos a su tiempo. Recuerda que cada árbol obtuvo lo que pidió, sólo que no en la forma en que
pensaban. No siempre sabemos lo que Dios planea para nosotros, sólo sabemos que sus caminos no son nuestros caminos pero…
siempre son los mejores.

El saco de plumas

Cuentan que una vez hubo un hombre, que roído por la envidia ante los éxitos de su amigo, le calumnió grandemente. Tiempo
después se arrepintió de la ruina que había ocasionado a su amigo con sus calumnias, y fue a confesarse. Ya una vez en el
confesionario y después de haber confesado su pecado, -pecado grave contra el séptimo Mandamiento, como le dijo el confesor, pues
Usted le ha robado a su amigo, el valor más grande que una persona tiene ante la Sociedad, como son su dignidad, su reputación, su
derecho a la buena fama, y contra el octavo Mandamiento, pues lo que Usted dijo de él son solo calumnias-, le preguntó al sacerdote:
“¿Como puedo reparar todo el mal que he hecho a mi amigo?. ¿Que puedo hacer?”. A lo que el sacerdote le respondió: “Tome un
saco llena de plumas y suéltelas por donde quiera que vaya. Y una vez que lo haya hecho, vuelva que Dios le acompañe.

El hombre, muy contento ante aquel mandato tan fácil, salió rápido fuera de la Ciudad en busca de una granja, y una vez que hubo
conseguido el saco lleno de plumas, regresó a ella, y sin esperar ni un minuto más, empezó a pasearse por las calles lanzando al aire,
en todas direcciones las plumas que llevaba en el saco. Y una vez que lo hubo vaciado del todo, volvió a la Iglesia en busca del
sacerdote con el que se había confesado y lleno de satisfacción le dijo: “Padre: ya he hecho lo que me mandó esta mañana”. Pero
cual no fue su sorpresa, cuando el sacerdote le dijo: “No hijo, esa es la parte más fácil. Ahora debe volver a las mismas calles en las
que las soltó, e ir recogiéndolas una por una, hasta que vuelva a tener el saco lleno, y luego vuelva a verme”. Y que Dios le
acompañe.

El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba. Y por más empeño que puso no pudo juntar casi ninguna. Al volver a
la Iglesia al día siguiente, se lo explicó al sacerdote con una profunda pena y un verdadero arrepentimiento, pero éste le dijo: “Así
como no pudo juntar las plumas que Usted soltó porque se las llevó el viento, así mismo la calumnia que Usted lanzo contra su amigo,
voló de boca en boca y su amigo jamás podrá recuperar del todo la fama, la reputación que Usted le quitó″.

Lo único que Usted puede hacer es pedirle perdón a su amigo, y hablar de nuevo con todas aquellas personas ante las que lo
calumnió, diciéndoles las verdad, para reparar así en la medida de lo posible el daño que le ha causado a su amigo y para tratar de
restituirle en la medida que pueda su fama , su reputación”.

La tienda del cielo

Hace mucho tiempo, caminaba por el sendero de la vida y encontré un letrero que decía: “La Tienda del Cielo”. Me acerqué y la puerta
se abrió lentamente. Cuando me di cuenta; yo, ya estaba dentro. Vi muchos ángeles parados en todas partes. Uno de ellos me
entregó una canasta, y me dijo: Ten… compra con cuidado, todo lo que un cristiano necesita de la tienda.

Primero compré Paciencia, el Amor estaba en la misma fila. Más abajo había Comprensión que se necesita por donde yo vaya.
Compré dos cajas de Sabiduría y dos bolsas de Fe. Me encantó el paquete del Perdón. Me detuve a comprar Fuerza y Coraje para
ayudarme en esta carrera que es la vida. Ya tenía casi lista la canasta cuando recordé que necesitaba Gracia y que no podía olvidar la
Salvación, que la ofrecían gratis. Entonces tomé bastante para salvarme y salvarte a ti.

Caminé hacia el cajero para pagar la cuenta; pues creí que tenía todo lo que el cristiano necesita. Pero cuando iba a llegar a la caja, vi
la Oración y la puse en mi canasta repleta porque sabía que cuando saliera, la iba a usar… La Paz y la Felicidad estaban en los
estantes pequeños, al lado de la caja y aproveché, para tomarlas.

La Alegría colgaba del techo y, arranqué una para mí. Al fin llegué al cajero y le pregunté:
¿Cuánto le debo? El sonrió y me contestó: Lleva tu canasta a donde vayas.
¿Si, pero cuánto le debo?, – le repliqué. Él otra vez me sonrió y me dijo: No te preocupes JESUS pagó tu deuda hace mucho tiempo.
JESUS dice:
“he aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”. Apocalipsis 3:2

“TODO LO QUE PIDAS EN ORACIÓN CON FÉ LO RECIBIRÁS”. MT. 21:22

El plato de madera

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos
flaqueaban.

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un
asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. Hijo y
su esposa se cansaron de la situación. “Tenemos que hacer algo con el abuelo”, dijo el hijo. “Ya he tenido suficiente”. “Derrama la
leche hace ruido al comer y tira la comida al suelo”.

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto
de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos su comida se la servían en un plato de madera.
De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin
embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos
de madera en el suelo. Le pregunto dulcemente: “¿Que estás haciendo?” Con la misma dulzura el niño le contestó: “Ah, estoy
haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos.” Sonrió y siguió con su tarea. Las
palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque
ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomo gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupo un
lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse mas, cada vez que el tenedor se caía, la
leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

El cofre de vidrios rotos

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los
infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura
recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo
tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.
— No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el
cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto
que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus
hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.

— ¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa.


— Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo.

— Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también
de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el
segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la
mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta
encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.
— ¿Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos!
— Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos
descuidado hasta el final de sus días.
— Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos
el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los
vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo:
“Honrarás a tu padre y a tu madre”.

La otra mujer

Después de 21 años de matrimonio, descubrí una nueva manera de mantener viva la chispa del amor. Desde hace poco había
comenzado a salir con otra mujer, en realidad había sido idea de mi esposa.

-Tú sabes que las amas- me dijo un día, tomándome por sorpresa-. La vida es demasiado corta debes dedicarle tiempo.

- Pero yo te amo a ti- protesté. Lo sé. Pero también la amas a ella.

La otra mujer, a quien mi esposa quería que yo visitara, era mi madre, quien era viuda desde hacía 19 años, pero las exigencias de mi
trabajo y mis 3 hijos hacían que solo la visitara ocasionalmente. Esa noche la llamé para invitarla a cenar y al cine.

-¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? me preguntó. Mi madre es el tipo de mujer para quien una llamada tarde en la noche, o una invitación
sorpresiva es indicio de malas noticias.
– Creí que sería agradable pasar algún tiempo contigo –les respondí- Los dos solos. Reflexionó sobre ello un momento. – Me
agradaría muchísimo.-dijo.

Ese viernes mientras conducía para recogerla después del trabajo, me encontraba algo nervioso, era el nerviosismo que antecede a
una cita… y ¡por Dios, cuando llegué a su casa, advertí que ella también estaba muy emocionada con nuestra cita. Me esperaba en la
puerta con su abrigo puesto, se había rizado el cabello y usaba el vestido con que celebró su último aniversario de boda Su rostro
sonreía e irradiaba luz como un ángel.

- Les dije a mis amigas que iba a salir con mi hijo, y se mostraron muy impresionadas -me comentó mientras subía a mi auto-. No
pueden esperar a mañana para escuchar acerca de nuestra velada.

Fuimos a un restaurante no muy elegante pero sí acogedor, mi madre se aferró a mi brazo como si fuera “La primera dama”. Cuando
nos sentamos, tuve que leerle el menú. Sus ojos solo veían grandes figuras.

Cuando iba por la mitad de las entradas, levanté la vista; mamá estaba sentada al otro lado de la mesa, y me miraba. Una sonrisa
nostálgica se le delineaba en los labios. – Era yo quien leía el menú cuando eras pequeño – me dijo. – Entonces es hora de que te
relajes y me permitas devolver el favor. Respondí.

Durante la cena tuvimos una agradable conversación; nada extraordinario, sólo ponernos al día con la vida del otro. Hablamos tanto
que nos perdimos el cine.- Saldré contigo otra vez, pero sólo si me dejas invitar – dijo mi madre cuando la llevé a casa. Asentí.

-¿Cómo estuvo tu cita? – quiso saber mi esposa cuando llegué aquella noche.
– Muy agradable…mucho más de lo que imaginé.. -Contesté.

Días más tarde mi madre murió de un infarto masivo, todo fue tan rápido, no pude hacer nada.

Al poco tiempo recibí un sobre con copia de un cheque del restaurante donde habíamos cenado mi madre y yo, y una nota que decía:
” La cena la pagué por anticipado, estaba casi segura, de que no podría estar allí, pero igual pagué 2 platos uno para ti y el otro para
tu esposa, jamás podrás entender lo que aquella noche significó para mí. Te amo”.

En ese momento comprendí la importancia de decir a tiempo: “TE AMO” y de darles a nuestros seres queridos el espacio que se
merecen; nada en la vida será más importante que Dios y tu familia. Dadles tiempo, porque ellos no pueden esperar.

¿Tú qué harías?

El 14 de Octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea aérea British Airways tuvo lugar el siguiente suceso.

A una dama la sentaron en el avión al lado de un hombre de raza negra. La mujer pidió a la azafata que la cambiara de sitio, porque
no podía sentarse al lado de una persona tan desagradable. La azafata argumentó que el vuelo estaba muy lleno, pero que iría a
revisar a primera clase a ver por si acaso podría encontrar algún lugar libre. Todos los demás pasajeros observaron la escena con
disgusto, no solo por el hecho en sí, sino por la posibilidad de que hubiera un sitio para la mujer en primera clase. La señora se sentía
feliz y hasta triunfadora porque la iban a quitar de ese sitio y ya no estaría cerca de aquella persona.

Minutos más tarde regresó la azafata y le informó a la señora: “Discúlpeme señora, efectivamente todo el vuelo está lleno…. pero
afortunadamente encontré un lugar vacío en primera clase. Sin embargo, para poder hacer este tipo de cambios le tuve que pedir
autorización al capitán. Él me indicó que no se podía obligar a nadie a viajar al lado de una persona tan desagradable.”

La señora con cara de triunfo, intentó salir de su asiento, pero la azafata en ese momento de voltea y le dice al hombre de raza negra:
“¿Señor, sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?”. Todos los pasajeros del avión se pararon y ovacionaron la
acción de la azafata. Ese año, la azafata y el capitán fueron premiados y gracias a esa actitud, la empresa British Airways se dio
cuenta que no le había dado demasiada importancia a la capacitación de su personal en el área de atención al cliente, la empresa
hizo cambios de inmediato; desde ese momento en todas las oficinas de British Airways se lee el siguiente mensaje: “Las personas
pueden olvidar lo que les dijiste, las personas pueden olvidar lo que les hiciste, pero nunca olvidarán como los hiciste sentir.”

Depende de la forma

Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un Sabio para que interpretase su sueño.

-¡Qué desgracia Mi Señor!, exclamó el Sabio. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
-¡Qué insolencia!, gritó el Sultán enfurecido.
¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado.

Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

-¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.

Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio,
uno de los cortesanos le dijo admirado:

-¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo por qué al primero le
pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
-Recuerda bien amigo mío, respondió el segundo Sabio, que todo depende de la forma en el decir uno de los grandes desafíos de la
humanidad es aprender a comunicarse.

De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier
situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas.

La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos
en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.

Comé la fruta

El maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…

- Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
– Pido perdón por eso. – se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
– Gracias maestro. – respondió halagado el discípulo.
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
– Si. Muchas gracias – dijo el alumno.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…
– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte… Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo…
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:


– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.

El Traje Nuevo del Emperador

Antiguamente vivía un rey que se preocupaba mucho por si vestuario, un día dos charlatanes le dijeron que podían fabricar la tela mas
suave y delicada que existía, añadiéndole a la tela la capacidad de ser invisible a los estúpidos o incapaces de ejercer su cargo. Por
supuesto que tal prenda no existía, ellos pretendían quedarse con los materiales y el dinero que solicitaban para su confección.
El emperador que se sentía inseguro de su capacidad mandó a dos hombres de confianza para que la valoraran primeramente,
inmediatamente ambos comenzaron a alabar a la misma porque no querían demostrar la supuesta incapacidad para ejercer su cargo,
así toda la ciudad estaba ansiosa por ver la prenda para demostrar cuales eran los verdaderos estúpidos.

El emperador se vistió con la inventada prenda con ayuda de los estafadores y salio a mostrarla a los pobladores de la ciudad, no
admitiendo que no la veía pues tenia miedo admitir que era un estúpido y un inepto.

Todas las personas, a pesar de no ver nada, alabaron el traje, para demostrar su capacidad e inteligencia, hasta que un niño gritó !El
emperador va desnudo!, las personas empezaron a murmurar lo que decía el niño, el emperador escucho y se dio cuenta que era
verdad, avergonzado terminó el desfile.

Martín, el zapatero

Cuenta la historia que Martín era un hombre ya entrado en años, que se ganaba la vida como zapatero. Vivía solo, en una pequeña
casa. Su mujer había muerto muy joven y el hijito que ambos habían tenido, también enfermó y falleció. Por todo esto, Martín estaba
muy enojado con Dios, o lo que es peor, Dios le era indiferente.

Cierto día, llegó a casa de Martín un sacerdote, que le encargó,  como trabajo, hacer una funda de cuero para su Biblia. Le dejó el
libro, a fin de que tomara las medidas exactas y así la funda quedara perfecta. Esa noche, después de cenar, Martín sintió curiosidad
por hojear la Biblia: la abrió  al azar, y comenzó a leer: “Venid, benditos de mi Padre…” (Mt 25,31-46). Notó que poco a poco
desaparecía su enojo contra Dios. Recordó a su mujer, a su hijito… Largo rato estuvo leyendo. Cansado al fin de la lectura y del
trabajo del día, se quedó dormido sobre la mesa. Tan dormido, que hasta soñó… ¡Y qué sueño!

Oyó la voz de Dios que le decía: “Martín, mañana iré a visitarte”.

Al día siguiente Martín se despertó sobresaltado, nervioso, pero contento. Dios vendría a visitarlo a su casa. Desayunó y se puso a
limpiar y ordenar todo.

Mientras estaba en plena tarea, golpeó a su puerta un anciano, exhausto de tanto caminar. Martín le hizo pasar, le ofreció un mullido
sillón para descansar y le sirvió una taza de té muy caliente. Cuando el anciano hubo descansado, agradeció el favor y se fue.

Martín siguió con los preparativos para recibir a su visitante.

Poco rato después, golpearon nuevamente a la puerta. ¡Es el Señor!, pensó Martín; pero al abrir la puerta sólo vio a una mujer, con un
bebé en brazos, que venía a pedirle: “Señor, estoy sola con mi niño, y no tenemos qué comer desde hace días. Podría usted
ayudarme con algo?” Martín la hizo pasar, le dio de comer, y calentó leche para el bebé. Cuando los dos se hubieron saciado, la mujer
se levantó, besó agradecida las manos de Martín, y se marchó.

Martín estaba cada vez más impaciente. Su invitado no acababa de llegar. Miró por la ventana de su casa, y vio a un niño de la calle,
con su ropa toda rota y sucia. Martín abrió un cajón en el que guardaba la ropita que había sido de su pequeño, tomó las prendas más
bonitas, salió y se las dio al niño de la calle, que las aceptó con una sonrisa de felicidad. Martín entró nuevamente en su casa y siguió
preparándolo todo.

Así pasó todo el día. Al llegar la noche, cansado y decepcionado, se sentó y se durmió. Y nuevamente soñó…

Vio a Jesús, y se le quejó: “¡Señor, he pasado todo el día esperándote! Limpié, ordené, preparé todo… y ¡Me fallaste!”

Entonces volvió a escuchar la voz del Señor que le decía:

— ¡¿Cómo que te fallé?! ¿No fui a tu casa? Y no una, sino ¡tres veces! Martín, ¿no me reconoces?

— ¿Quién eres? —musitó el zapatero.

— Soy yo —dijo la voz. Y del oscuro rincón surgió la figura del anciano exhausto del camino; sonrió y, como una nube, se desvaneció.

— Soy yo —volvió a decir la voz. Y de las sombras salió la mujer con el bebé en brazos. Sonrió la madre, rió el niño; y poco a poco
también se esfumaron.

— Soy yo —dijo la voz, por tercera vez. El niño harapiento emergió de las sombras, sonrió y se diluyó igualmente en la penumbra.

La voz siguió hablándole:

— ¿No recuerdas: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber; fui peregrino y me hospedaste?”. Siempre que lo
hiciste con uno de mis hermanos más pequeños, lo hiciste conmigo.
Entonces Martín se despertó, alegre y feliz como nunca.

Parabolas:
 

El buen samaritano (Lucas 10:30 – 37)

Respondiendo Jesús dijo: –Cierto hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, quienes le despojaron de su
ropa, le hirieron y se fueron, dejándole medio muerto. Por casualidad, descendía cierto sacerdote por aquel camino; y al verle, pasó de
largo. De igual manera, un levita también llegó al lugar; y al ir y verle, pasó de largo. Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó
cerca de él; y al verle, fue movido a misericordia. Acercándose a él, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino. Y poniéndole sobre
su propia cabalgadura, le llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos denarios y los dio al mesonero diciéndole:
“Cuídamelo, y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.” ¿Cuál de estos tres te parece haber sido el prójimo de aquel
que cayó en manos de ladrones? El dijo: –El que hizo misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: –Vé y haz tú lo mismo.

Parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24 – 30)

“El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras dormían los hombres, vino su
enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, entonces apareció también la cizaña. Se
acercaron los siervos al dueño del campo y le preguntaron: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues,
tiene cizaña?’ Y él les dijo: ‘Un hombre enemigo ha hecho esto.’ Los siervos le dijeron: ‘Entonces, ¿quieres que vayamos y la
recojamos?’ Pero él dijo: ‘No; no sea que al recoger la cizaña arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer a ambos hasta la siega.
Cuando llegue el tiempo de la siega, yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla. Pero
reunid el trigo en mi granero.’”

¿Qué clase de tierra eres tú?

Un sembrador salio a sembrar.  Y al sembrar, una parte de la semilla cayo en el camino, y llegaron las aves y se la comieron.  Otra
parte cayo entre las piedras, donde no había mucha tierra; esa semilla broto pronto, por que la tierra no era muy honda; pero el sol, al
salir, la quemo, y como no tenia raíz, se seco.  Otra parte de la semilla cayo entre espinos , y los espinos crecieron y la ahogaron. 
Pero otra parte cayo en buena tierra, y dio buena cosecha; algunas espinas dieron cien granos por semilla, otras sesenta granos, y
otras treinta.  Los que tienen oídos, oigan. Jesús enseño a menudo empleando parábolas.  Que es una parábola, es un relato,
ejemplos o comparaciones sencillas, tomadas de la vida diaria, empleadas para impartir una enseñanza y que revela la verdad sobre
el reino de Dios.  Jesús usa esta parábola para ilustrar como será recibido el evangelio en el mundo. Cuando tu escuches la palabra
de Dios, cual será tu reacción?.  Que clase de tierra eres tu?.

El prudente y el insensato (Mateo 7:24 – 27)

Cualquiera, pues, que oye estas mis palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Y
descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Y todo el que oye estas mis palabras y no las hace, será comparado al hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y
descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó; y fue grande su ruina.

La parábola de los talentos

“Es también como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco
talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó. El que había recibido cinco talentos fue
inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos.
Pero el que había recibido uno fue, cavó en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo, regresó el amo de
dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Llegado el que había recibido los cinco talentos, presentó otros cinco diciendo: Señor,
cinco talentos me entregaste, he aquí otros cinco que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has
sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho; entra en el gozo de tu señor. Llegado también el que había recibido los dos talentos, dijo:
Señor, dos talentos me entregaste, he aquí otros dos que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien siervo bueno y fiel; puesto que
has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor. Llegado por fin el que había recibido un talento, dijo:
Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí
tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo. Le respondió su amo, diciendo: Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho donde no he
sembrado y recojo de donde no he esparcido; por eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera
recibido lo mío junto con los intereses. Por lo tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez.
Porque a todo el que tenga se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto al siervo inútil,
arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes”

La parábola del hijo pródigo

“Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y les
repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna
viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se
puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las
algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante
mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy
digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.
Cuando aun estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a
sus criados: pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado. Y se pusieron a celebrarlo.

El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno de los criados, le
preguntó qué pasaba. Este le dijo: Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano. Se
indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerlo. El replicó a su padre: Mira cuántos años hace que te sirvo sin
desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido este
hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado. Pero él respondió: Hijo, tú siempre estás
conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado”

La parábola del sembrador

“Escuchad, pues, la parábola del sembrador. Todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el maligno y arrebata lo
sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno rocoso es el que oye la palabra, y al punto
la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra,
enseguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción
de las riquezas sofocan la palabra y queda estéril. Por el contrario, lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende,
y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta”

La parábola de la oveja perdida

“Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe a los
pecadores y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las
noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus
hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que
se me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por noventa y
nueve justos que no la necesitan”

La parábola del tesoro escondido

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del
hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo”

La parábola de la red barredera

“El Reino de los Cielos es semejante a una red que, echada en el mar, recoge todo clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a
la orilla, y sentándose echan lo bueno en cestos, mientras lo malo lo tiran fuera. Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles y
separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes”

 
La parábola de los dos hijos

“¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Pero él le contestó:
No quiero. Sin embargo se arrepintió después y fue. Dirigiéndose entonces al segundo, le dijo lo mismo. Este le respondió: Voy, señor;
pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? El primero, dijeron ellos. Jesús prosiguió: En verdad os digo que los
publicanos y las meretrices os van a preceder en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia y no le
creísteis; en cambio, los publicanos y las meretrices le creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto os movisteis después a
penitencia para poder creerle”

La parábola del fariseo y el publicano

Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus
adentros: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a
levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que
éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado”

Parábola del grano de mostaza

“El Reino de los Cielos es semejante al grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo; es ciertamente la más
pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y llega a ser como un árbol, hasta el punto de
que los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas”

Parábola de la levadura

“El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que toma una mujer y mezcla con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta”

Parábola de la dracma perdida

“¿Qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y
cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió.
Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”

Parábola de los obreros de la hora undécima

“El Reino de los Cielos es semejante a un amo que salió al amanecer a contratar obreros para su viña. Después de haber convenido
con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió también hacia la hora de tercia y vio a otros que estaban en la plaza
parados, y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo. Ellos marcharon. De nuevo salió hacia la hora de sexta y
de nona e hizo lo mismo. Hacia la hora undécima volvió a salir y todavía encontró a otros parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis
aquí todo el día ociosos? Le contestaron: Porque nadie nos ha contratado. Les dijo: Id también vosotros a mi viña. A la caída de la
tarde dijo el amo de la viña a su administrador: Llama a los obreros y dale el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los
primeros. Vinieron los de la hora undécima y percibieron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaban que cobrarían más,
pero también ellos recibieron un denario cada uno. Cuando lo tomaron murmuraban contra el amo, diciendo: A estos últimos que han
trabajado sólo una hora los has equiparado a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor. El respondió a uno de ellos:
Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conveniste conmigo en un denario? Toma la tuyo y vete; quiero dar a este último lo
mismo que a ti. ¿No puedo hacer yo con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos
serán primeros y los primeros últimos”

Parábola de los invitados a las bodas

“El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo, y envió a sus criados a llamar a los invitados a las
bodas; pero éstos no querían acudir. Nuevamente envió a otros criados ordenándoles: Decid a los invitados: mirad que tengo
preparado ya mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas. Pero
ellos sin hacer caso, se marcharon uno a sus campos, otro a sus negocios; los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y
dieron muerte. El rey se encolerizó y, enviando a sus tropas, acabó con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Luego dijo a
sus criados: las bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y llamad a las bodas
a cuantos encontréis. Los criados, saliendo a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de
comensales la sala de bodas. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo:
Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda? Pero el se calló. Entonces dijo el rey a sus servidores: Atadlo de pies y
manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los
escogidos”

La cuestión de la herencia

“uno de entre la multitud le dijo: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Pero Él le respondió: Hombre, ¿quién me
ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y añadió: Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia
de bienes, su vida no depende de aquello que posee””las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus
adentros: ¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha? Y dijo: Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros
mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para
muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te reclaman el alma; lo que has
preparado, ¿para quién será? Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios”

La parábola del administrador

El que ama debe cuidar ese amor para que no se pierda y para que aumente el calor y el fuego. “Tened ceñidas vuestras cinturas y
las lámparas encendidas, y estad como quienes aguardan a su amo cando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto
venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la
cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así,
dichosos ellos. Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa.
Vosotros, pues, estad preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el Hijo del Hombre” (Lc). Si la espera es corta, es fácil
estar atento a la llegada de Dios. Si se alarga, se puede debilitar la vigilancia; entonces entran las tentaciones y las componendas con
el maligno. Es más fácil luchar una hora que mil, pero si se lucha cada hora como si fuese la última parece más fácil.Los discípulos se
inquietan por los peligros. “Y le preguntó Pedro: Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos? El Señor respondió: ¿Quién
piensas que es el administrador fiel y prudente, a quien el amo pondrá al frente de su casa, para dar a tiempo la ración adecuada?
Dichoso aquel siervo, al que encuentre obrando así su amo cuando vuelva. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus
bienes. Pero si aquel siervo dijera en sus adentros: mi amo tarda en venir, y se pusiera a golpear a los criados y criadas, a comer, a
beber y a emborracharse, llegará el amor de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le
dará el pago de los que no son fieles. El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad
de aquél, será muy azotado; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, será poco azotado. A todo el que se le ha dado
mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán” (Lc). Ellos han recibido mucho y grande es su
responsabilidad. El hecho de que Dios respete la libertad de las personas y a veces parezca ausente, precisamente para no coartar
esa libertad, no significa que no lo sepa todo; al final Él va a pedir cuenta de las acciones de cada uno. Los discípulos, además de su
vida personal son administradores de las cosas de Dios y, al tener gran responsabilidad, también tendrán gran exigencia.

Parábola de la higuera estéril

“Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y
en respuesta les dijo: ¿Pensáis que estos galileos fueron más pecadores que todos los galileos, porque han padecido tales cosas?
¡No!, os lo aseguro; pero si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de
Siloé y los mató, ¿pensáis que fueron más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo aseguro; pero si no
hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente”.

La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro

“Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio,
llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los
perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió
también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a
Lázaro en su seno; y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y
refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Contestó Abrahán: Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante
tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y
nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de
ahí a nosotros. Y dijo: Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta
y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas. ¡Que los oigan! El dijo: No,
padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas,
tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite”
 

Parábola de las vírgenes necias y prudentes

“Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas salieron a recibir al esposo. Cinco de
ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio,
junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. Como tardase en venir el esposo les entró sueño a todas y se durmieron. A
medianoche se oyó vocear: ¡Ya está aquí el esposo! ¡Salid a su encuentro! Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y
aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: dadnos de vuestro aceite porque nuestras lámparas se apagan. Pero
las prudentes les respondieron: Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea que no alcance para vosotras y nosotras.
Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego
llegaron las otras vírgenes diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les respondió: En verdad os digo que no os conozco. Vigilad,
pues, porque no sabéis el día ni la hora”

Parábola del juicio final

“Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y
serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá
las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Venid, benditos de
mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de
comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme. Entonces le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y
te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
vinimos a verte? Y el Rey en respuesta les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños,
a mí me lo hicisteis. Entonces dirá a los que estén a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no acogisteis; estaba
desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces le replicarán también ellos: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Entonces les responderá: En verdad os digo
que cuando dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno;
los justos, en cambio, a la vida eterna”

Parábola del juez injusto

“Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: En cierta ciudad había un juez que no
temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: Hazme justicia ante
mi adversario. Y durante mucho tiempo no quería. Sin embargo al final se dijo a sí mismo: aunque no temo a Dios ni respeto a los
hombres, ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme. Concluyó el Señor:
Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a El día y noche, y les hará
esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. ¿Pero cuando venga el Hijo del Hombre, acaso encontrará fe sobre la tierra?”

Parábola de los viñadores homicidas

“Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos
labradores y se marchó de allí. Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió a sus criados a los labradores para percibir sus frutos.
Pero los labradores, agarrando a los criados, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. De nuevo envió a otros
criados en mayor número que los primeros, pero hicieron con ellos lo mismo. Por último les envió a su hijo, diciéndose: A mi hijo lo
respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero. Vamos, matémoslo y nos quedaremos con su
heredad. Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el duelo de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? Le contestaron: A esos malvados les dará una mala muerte, y arrendará la viña a otros labradores que les entreguen los
frutos a su tiempo. Jesús les dijo: ¿Acaso no habéis leído en las Escrituras: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha
llegado a ser la piedra angular. Es el Señor quien ha hecho esto y es admirable a nuestros ojos? Por esto os digo que os será quitado
el Reino de Dios y será dado a un pueblo que rinda sus frutos. Y quien caiga sobre esta piedra quedará destrozado, y sobre quien ella
caiga, lo aplastará. Al oír los príncipes de los sacerdotes y los fariseos sus parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Y aunque
querían prenderle, tuvieron miedo a la multitud, porque lo tenían como profeta”

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