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OPINIÓN
ENERO 2021

El racismo y el arte de la no
violencia

Bárbara Pistoia

La fuerza de la no violencia, el último trabajo de Judith Butler, nace


vencido y, sin embargo, resulta imprescindible. La lósofa
estadounidense se propone conectar la lucha política por la
igualdad social con una ética de la no violencia y retoma también
los posicionamientos de las luchas antirracistas para pensar los
desafíos del presente.

«¿Me preguntas si yo apruebo la violencia? Eso no tiene ningún sentido», Relacionados


a rma Angela Davis en una entrevista que brindó estando en prisión y que con
los años se convirtió en un instrumento fundamental para pensar el racismo
estructural y las construcciones antirracistas. La pregunta y la respuesta
podrían darse ahora mismo en una tensión sostenida y cruzada de
coyunturas alrededor del mundo. De hecho, aunque no sean parte del
trabajo de investigación que propone La fuerza de la no violencia, amante
libro de Judith Butler, la autora se ubica en esa tensión entendiendo el
ejercicio saludable que implica. Todos contra AMLO;
AMLO contra todos
Pero antes de introducirnos en esas páginas, sigamos un poco más con la
entrevista a Davis. La activista nacida en Birmingham, Alabama, recuerda Massimo Modonesi
cómo Bull Connor, entonces comisionado de seguridad pública del Partido
Demócrata, salía frecuentemente por la radio declarando que los negros
habían llegado al barrio blanco y que debían prepararse porque a la noche
correría sangre. Birmingham, donde ciertamente corría sangre, se ganó el
«apodo» Dynamite Hill gracias a los cotidianos crímenes racistas del Ku
Klux Klan (KKK). «Recuerdo el sonido de las bombas explotando en la calle
de enfrente, recuerdo cómo temblaba nuestra casa. Recuerdo que mi padre
necesitaba tener armas siempre cerca, al alcance de la mano, porque en
¿Por qué sobrevive la
cualquier momento alguien podía venir a atacarnos», rememora Davis, «historia desde abajo»?
mientras relata cómo los vecinos se organizaban para patrullar la cuadra. El
punto alto de comprensión en su testimonio llega al rememorar su cercanía Hernán Con no

con las cuatro niñas muertas en el histórico bombardeo que, el domingo 15


de septiembre de 1963, sufrió la Iglesia Bautista de la calle 16. Aquel
bombardeo, que marcó para siempre la historia del racismo en Estados
Unidos, llevó a Nina Simone a escribir Mississippi Goddam, la grandiosa
canción en la que decía: «Alabama me tiene muy molesta, Tennessee me
quitó el sueño y todo el mundo sabe sobre el maldito Mississippi». Su forma
de pronunciar la palabra «maldito» elevaba el volumen de su voz negra,
cargada de furia y de duelo, a tal punto que el mismo día que la estrenó sus ¿Vacunas para la salud
cuerdas vocales se quebraron y jamás volvió a alcanzar su registro anterior de la gente o del
de octava. capital?

«Una de las niñas vivía en la casa de al lado, yo era muy amiga de la hermana Els Torreele /Henry Lishi Li /
Mariana Mazzucato
de otra y mi hermana era muy amiga de las tres. Mi madre le daba clases a
una de ellas. La madre de una de ellas llamó a mi madre el día del
bombardeo para que la lleve hasta la iglesia porque estaba sin el auto y
había oído algo de un atentado», enumera Davis. Cuando llegaron, no solo
encontraron las ruinas edilicias, sino también un escenario desgarrador que
no podían «naturalizar»: los cuerpos desparramados y un vacío
arquitectónico potenciando los ecos de la desesperación, del dolor, los
gemidos de los que agonizaban y todo aquello inmaterial e indecible que
con esa explosión moría, incluso para los que de ahí salieron con vida. Más Sobre la tradición
aún, para los que ni siquiera habían estado cerca del punto geográ co. radical negra
«Cuando alguien me pregunta sobre la violencia simplemente me parece Entrevista a Angela
increíble, porque signi ca que la persona que hace esa pregunta no tiene la Davis
más mínima idea por lo que ha pasado la gente negra, de lo que experimenta
Gaye Theresa Johnson / Alex
la gente negra en este país desde la primera persona que fue secuestrada de Lubin
las costas de África», concluía Davis.

El duelo

Ahora abrimos La fuerza de la no violencia, publicado en inglés en febrero


de 2020 y recientemente traducido al español por la editorial Paidós.

La lósofa estadounidense elige tres citas de nombres signi cativos para


dar comienzo a su trabajo: Mahatma Gandhi, Martin Luther King y la propia
Por un antirracismo sin
Angela Davis. «El legado (de la no violencia) no es individual, sino colectivo,
excusas
de una enorme cantidad de gente que se mantuvo unida para proclamar que
nunca se rendirían ante las fuerzas del racismo y de la desigualdad». Aunque Bárbara Pistoia
esta declaración pueda parecer ligeramente a contramano del
posicionamiento que sostenía hace cincuenta años, la sintonía es evidente.
Ambas posiciones se conectan como una continuidad de un estado de
situaciones en las que no se veri can mejoras sustanciales no solo en
términos de «calidad de vida», sino en la garantía misma del derecho a vivir
esa vida. Una idea de la vida que, en la concepción negra, ha estado siempre
asociada a la idea de duelo.

Mucho antes de aquellas décadas de 1960 y 1970, caracterizadas por una


combinación de «revolución, autodefensa y Black Power», empujadas por un
amplio arco anticapitalista y paci sta, la comunidad afroestadounidense ya
planteaba que, para comprender por qué sus vidas valían menos que otras,
debía prestarse atención a la forma en la que las vidas negras son tratadas al
momento de la muerte. En tal sentido, la comunidad afro hacía referencia a
una forma de «neutralización» y «negación» del dolor en sus vidas por parte
de la sociedad racista. A su vez, la misma comunidad hacía explícita la forma
en la que se naturalizaba un proceso de descarte de la población negra. Este
proceso iba acompañado de la falta de justicia en relación a los asesinatos,
pero también de un relato social y cultural destinado a convencer a los
propios negros de que sus vidas «valen menos».

A partir de estos procesos, Judith Butler analiza una de las respuestas de la


población negra: la de la «no violencia», considerándola la única losofía
válida para superar el racismo y las desigualdades estructurales.

Mani esto comunitario

La fuerza de la no violencia es un libro que nace vencido y, sin embargo,


resulta imprescindible. Hace equilibrio entre la suerte y la desgracia del
momento en el que vio la luz. Que su publicación se produzca bajo la
renovación de esta tensión racial lo enriquece y le aporta perspectivas.
Propone, aun sin que esa sea la búsqueda primaria, un ejercicio
sociocultural que se produce paralelamente a su lanzamiento.

Butler se re ere a la no violencia en un contexto que le permite establecer


un diálogo con las desigualdades estructurales expuestas por la pandemia
de covid-19. El vaivén entre lo analítico y lo coyuntural es el gran acierto
que el azar temporal le otorga a este libro de Butler, llevándolo hacia la
posición de un mani esto que concilia una defensa de la no violencia ante
un contexto de colapso de los sistemas de cohesión y la emergencia de
nuevas y mayores desigualdades. De cara a ese panorama desalentador, la
autora entiende (con gran sentido de la supervivencia) que la vinculación
social —en la que ubica como base el derecho al duelo y la puesta en valor
de la vida del otro— es el camino a recorrer para el desarrollo de la «no
violencia». Una «no violencia» que no es paci smo, sino una política
concreta que requiere, en ocasiones, de lucha con agresividad.

Ahí donde todos hablan pero pocos dicen, donde se grita mucho y se
discute poco, la lósofa ofrece preguntas que mayoritariamente elige no
cerrar. Butler se dispone a guiar un recorrido que termina construyendo un
gesto político: invita a desaprender el sentido común propio para aprender
juntos una nueva manera de habitar nuestro lugar en el mundo. Un mundo 
que se modi ca vertiginosamente, que nos trastoca con pandemias, pero
cuya dirección parece clara. Sabemos hacia donde gira este mundo. En ese
gesto político que abre el signo de interrogación en lugar de poner un punto
nal, Butler es una máquina de hacer las preguntas correctas para este
tiempo que nos toca vivir. Y lo que hace correctas a cada una de esas
preguntas es la razón que las concibe: vivimos en sociedades que
mayoritariamente rompieron la noción de comunidad. ¿Cómo se sigue,
cómo se repara y cómo se sostienen demandas políticas, sociales y
culturales cuando la idea de comunidad está rota?

El malestar en la generalización  

Aunque Butler advierte que para pensar la no violencia es necesario de nir


los límites propios de la violencia, a rma, a la vez, que la tarea reviste un
carácter prácticamente imposible. Las desigualdades impiden tomar una
medida única del concepto de «violencia». Desoyéndose a sí misma, se
sumerge en una exploración de ideas que la empujan a un laberinto y a caer,
en más de un pasaje, en una especie de «papismo». Los tramos en los que el
libro se envicia en su dinámica y pierden fortaleza se producen cuando la
agudeza deviene en cierta ingenuidad, cuando esas preguntas y el
mani esto que las contiene se visten de estudio cultural y la referencia a la
violencia cobra una gura abstracta.

A medida que transcurren las páginas, la autora se focaliza tanto en la idea


de la no violencia, en desarticular los argumentos de la autodefensa y en
exaltar su condición no pasiva que desestima ubicar, nominar, ponerle cara,
canales y voces a la violencia, materializarla. Porque hay certeza en decir
que el racismo es el corazón del capitalismo, pero hay ingenuidad en creer a
esta altura que sin capitalismo no habría racismo, ya no, o no por lo menos
mientras siga habiendo generaciones criadas y formadas bajo racismos
estructurales, institucionales y constitucionales. ¿Cómo se quiebra una
herencia de este tipo en un mundo de comunidades rotas? Esto no
constituye un problema menor. Pensar la violencia, el capitalismo, el
racismo y la diversidad de con ictos sociales de manera despersonalizada
puede contribuir a profundizar las desigualdades —aquellas que, como
hemos dicho, se hacen visibles en el caso de la comunidad negra en el
tratamiento de la muerte—.

Los valiosos autores a los que se aferra Butler pueden ser, de hecho, parte
del problema. La dejan en falta cuando expone sus ideas con la voracidad de
este tiempo. Resulta llamativo que cite con ligereza a Frantz Fanon, a Martin
Luther King y Angela Davis, que se dedicaron a pensar estos entramados e
hicieron de la agresividad de la no violencia un arte. Y aunque en general la
ausencia de pensadores racializados es llamativa, dado que se trata de un
libro atravesado por estas tensiones y demandas, es aún más la ausencia de
Stokely Carmichael, tal vez quien mejor gra có la forma en la que operan las
violencias estructurales e institucionales, incluso cuando los propios
sectores violentados las alimentan una vez que acceden al poder. Su
incorporación podría haber sido valiosa para mejorar, actualizar y agudizar
las propias preguntas que Butler se realiza.   

La fuerza de la no violencia, logra, sin embargo, poner sobre la mesa


urgencias que se pierden de vista en los microclimas: urgencias reales y
concretas que nos exigen mejores lecturas diarias, es decir, mayores riesgos
y mejores preguntas; esas que no se responden con certezas sino con la
formulación de una demanda que tiene en claro no solo el destinatario, sino
el móvil que lo hace el destinatario indicado. Entonces, «¿qué es lo que nos
lleva a cada uno a preservar la vida del otro?».

Sobre la tradición radical negra


Entrevista a Angela Davis Por un antirracismo sin excusas

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