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1.1. Un poco de historia.

En el siglo V d.c., el término theotokos era bastante usado por los cristianos orientales. Nestorio era
obispo de constantinopla a principios del siglo III, y defendía que Cristo no era Dios, sino que por el
contrario era la persona que había alcanzado su máxima unión personal con el verbo: María podía
ser cristotokos pero no theotokos. Nestorio, no podía concebir que una mujer pudiera dar a luz al
logos hecho hombre -ciertamente no es una cosa que se pueda admitir por la razón el que María
pueda engendrar a Dios, pero no obstante sí desde el punto de vista de la fe-. En el concilio de
Nicea (325) y de Éfeso (430) se cerró la identidad de cristo como verdadero Dios y verdadero
hombre, siendo las doctrinas nestorianas condenadas en este último.

1.2 Hacia la inteligibilidad del misterio y 1.3

Para esclarecer la identidad de cristo y la maternidad de María hay que esclarecer dos conceptos:
naturaleza y persona. El verbo de Dios, asumió una naturaleza humana en el seno de María Virgen
sin dejar por ello de ser Dios. Esto, es inteligible en cuanto no se opone a la luz de nuestro intelecto,
aunque ciertamente lo supere.
Después de las controversias de los primeros siglos sobre el ser de cristo, para expresar el misterio
del Dios hombre la Iglesia se ha servido de dos palabras: naturaleza y persona. No son términos
sinónimos sino que por el contrario tienen diferentes significados. El hombre no es tanto un qué
como un quien: el hombre es alguien que tiene una naturaleza y es a la vez una persona individual.
No es por tanto lo mismo lo que llamamos naturaleza de aquello que denominamos persona. Desde
el punto de vista de la fe, es razonable pensar que la naturaleza humana puede ser poseída por un yo
divino en el que este se encarne: es algo inconcebible para la mente humana sin la fe, pero una vez
aceptada es un misterio insondable más o menos comprensible. Sería incomprensible si fueran
palabras sinónimas. A la vez que Dios formó una naturaleza humana en el seno de María, se hizo
Jesús sujeto divino dentro de esta.
La persona no es el cuerpo, ni es el alma, ni tampoco son el cuerpo ni el alma unidos. Ciertamente
la componen, pero decir persona es decir el sujeto irrepetible, irreductible y autónomo con respecto
a cualquier otro. En este sentido el sujeto llamado Jesús, hijo de María, es ciertamente el verbo.
María es verdadera madre, porque ha engendrado a Jesús en naturaleza y persona, términos que no
son separables y engendra a Jesús en naturaleza humana y en persona divina. La santa virgen es
madre porque dio a luz carnalmente al Dios hecho carne.
María, fue madre de Dios en cuanto a la humanidad de Cristo, por lo tanto no fue madre en cuanto

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al sentido figurado sino en sentido propio.
De la virgen nació el cuerpo de Cristo dotado de alma racional, a lo cual se unió hipostáticamente el
verbo de Dios. En el capítulo 8 de la lumen gentium en el concilio vaticano II, se afirma que María
es verdaderamente la madre de Dios, y también que este gran misterio es gozo y fortaleza de todos
los fieles.

1.4 La maternidad sagrada de María en la sagrada escritura.

Aunque no con la claridad del nuevo testamento, en el antiguo no faltan elementos que prefiguran el
misterio del que hablamos, empezando por eva: madre de todo los vivientes a pesar de su caída.
También Sara, que concebirá y dará a luz un hijo en edad avanzada y le dirá Dios que nada es
imposible, también se cuentan deborah, ruth, esther etc. A Judith por ejemplo también se le dice que
es bendita entre las mujeres.
Se habla también de gebirah, que es la madre del rey, prefigurándose en muchos profetas una mujer
que será madre, reina y virgen a la vez y que saldrá desde Sión.
En el NT, la maternidad de María se manifiesta explícitamente, siendo el texto más antiguo en
Gálatas donde pablo menciona que Jesús fue nacido de mujer, Marcos dice que Jesús fue
engendrado de mujer y era hijo de Dios, en Lucas se narra el texto de la generación de Jesús.
Además, los apóstoles llaman a Jesús señor en un sentido trascendente.
San Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito etc. ya dan fe de la maternidad de Jesús, aunque Orígenes
introduce en el lenguaje la expresión theotokos, que luego encontraremos en otros muchos autores
patrísticos como San Ambrosio, Jerónimo etc.

1.5 Dignidad de la madre de Dios

Afirma Sto. Tomás de Aquino que María, por ser madre de Dios, tiene una dignidad infinita a causa
del bien infinito que es Dios: “ella es la única que, junto con Dios padre, puede decir al señor: tú
eres mi hijo”. María, al dar luz y alimentar con su leche a Jesús llegó a los límites de la divinidad.
Aunque se tenga en cuenta su dignidad, en la Edad Media se advertía la exageración de considerar a
María aquello que no es -como revestirla de una dignidad divina-. La maternidad divina, es un don
ideal que se da de modo gratuito y la liturgia no duda en llamar a María madre de su progenitor.

1.6 Hija de Dios Padre…

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Juan Pablo II, ha insistido en esta fórmula, que pone de manifiesto de un golpe de vista la dignidad
excelsa de María. María es un modo eminente hija de Dios Padre, siendo a la vez madre de Dios
hijo y esposa del espíritu santo en cuanto que la llena de gracia, la abre a la vida trinitaria y plasma
en su seno virginal la la naturaleza humana de Cristo. Aunque el título de María madre de Dios se
discutió si usar este término.

1.7- Sede de todas las gracias.

Predestinada a ser madre de Dios, María había de ser predestinada a ser digna madre de Dios,
siendo necesario que en el corazón de María hubiese plenitud de gracia. Esto último, lo demuestra
la total ausencia de pecado original, con la consiguiente imposibilidad de cometer pecado personal.
De la total ausencia de pecado, se deriva la perfección de todas las virtudes en el alma de María. En
segundo lugar, de este misterio de plenitud de la gracia en María, cabe destacar un aspecto, que es la
refluencia de la gracia sobre la maternidad del cuerpo de María, siendo esta última introducida en la
vida íntima de la trinidad. Un tercer aspecto derivado de esto, es que como consecuencia de los dos
aspectos anteriores, María es fuente de gracia para los hombres en unión subordinada por
participación de Cristo, porque la única fuente de gracia es Cristo.

2.1-El dogma

Juan Pablo II, el 2 de diciembre de 1988, se manifestó de la siguiente manera: el dogma de la


inmaculada concepción puede decirse que es una maravillosa síntesis doctrinal de la fe cristiana:
contiene en sí las verdades fundamentales de la palabra revelada: el decálogo, la promesa inicial de
Adán y Eva -y su encarnación en el seno purísimo de María-, desde la situación desesperada de una
humanidad arrojada a la condenación eterna. Entre las cualidades que se le conceden a la virgen
María, y en virtud de los méritos de su hijo, es la inmaculada concepción -lo cual fue definido como
dogma en diciembre de 1854 por el papa Pio en la bula Ineffabilis Deus-. A partir de la Edad Media,
ya había que jurar la inmaculada concepción de la Virgen María; en la carta anterior, el propio Pio
IX explica el porqué esperar hasta ese momento. La razón, es la aparición del racionalismo y del
modernismo, que ponían en duda verdades de fe que hasta ese momento se aceptaron
pacíficamente.
Por tanto, lo que hasta entonces era doctrina, ha sido revelado por Dios, formando parte del
depósito de la fe. El dogma de la inmaculada concepción, no se refiere a la concepción virginal de
Cristo, sino por la condición por la cual María fue engendrada en el seno de su madre -tampoco

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refiriéndose a la concepción activa, sino a la condición, siendo María concebida sin la herencia del
pecado original-. Al poseer María inmunidad de toda mancha de pecado original, la Iglesia confiesa
que no fue alcanzada por la culpa del pecado original que se transmite desde nuestros padres -Adán
y Eva- hasta nosotros. No se contempla sin embargo en el dogma los defectos que se contemplan
del pecado original: la concupiscencia, la ignorancia y la sujeción a la muerte. Tampoco se
pronuncia el texto dogmático sobre si debía o no contraer el pecado original por el hecho de
proceder de Adán -aunque de hecho afirma que no lo contrajo, ni siquiera en el primer instante de
su existencia-. Sin embargo, Pio XII en otro documento interesante en el que vuelve a tratar la
inmaculada concepción de la virgen María -Refulgens Corona-. En este documento, no merece la
pena preguntarse si María cometió algún pecado, pues lleva consigo la dignidad y santidad más
grande después de la de Cristo y la de Dios.
Por lo que se refiere al pecado y la concupiscencia, aunque al respeto nada dice el texto del dogma,
cierto es que estuvo libre de ella desde el instante de la inmaculada concepción. María, habitó
siempre en la plenitud de la gracia. En cuanto al dogma de la inmaculada concepción, se pensó
durante mucho tiempo que no tenía base escriturística y que reposaba fundamentalmente sobre la
tradición, pero dentro de la Escritura se encuentra también, en la anunciación de María, la
explicitación de esta como llena de gracia. Es un privilegio extraordinario concedido a la que había
de ser madre de Dios. ¿Podría pensarse en alguna otra persona humana que tuviese el privilegio de
la plenitud de la gracia? No
La inmaculada concepción de la virgen, es una verdad formalmente revelada por Dios que no se
obtiene en conexión con otra serie de verdades. ¿Cómo y dónde ha sido revelada?

2.2.-Fundamento en la Sagrada Escritura.

El fundamento bíblico de este dogma de la inmaculada concepción, lo encontramos en Lc 1,8. Llena


de gracia, es el nombre más bello de María, y además es el nombre que usa Dios para indicar a la
amada, la escogida, que lleva dentro de sí el amor más precioso: Jesús, el amor encarnado de Dios.
Juan Pablo II, recoge, analiza, y sintetiza en la exégesis bíblica contemporánea todos los dogmas
marianos fundamentándose en la Sagrada Escritura, los padres de la Iglesia, y la teología
inmaculatista -sobre todo llevada a cabo por los Franciscanos-.
En cuanto al relato de Lucas, el ángel Gabriel saluda a María con el término “alégrate, llena de
gracia”. Es una singular y solemne salutación nunca antes escuchada. Ambas palabras, tienen una
gran cohesión entre sí y en el contexto del relato. Llena de gracia, designa de la forma más profunda
la personalidad de María -la plenitud de gracia, indica la dádiva sobrenatural de la que se beneficia

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María porque ha sido elegida y destinada a ser madre de Cristo. Juan Pablo II, explica con sencillez
el resultado de las exégesis más rigurosas: “llena de gracia”, tiene un significado muy amplio -es un
participio pasivo, que implica también hecha o colmada de gracia”. El término que se usa para
designar la plenitud de la gracia en María, también aparece en Ef 1,6. De esta forma, María recibe la
primicia y plenitud de la redención. En un segundo relato, cuando María va a visitar a Santa Isabel y
esta le dice “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, implícitamente se
entiende que recibió la plenitud de la gracia y dones del Espíritu Santo y por tanto estaba libre de
todo mal.
Además del relato lucano de la anunciación, Gn 3,5 -el proto-evangelio- se ha considerado como
una verdad escriturística que anuncia la inmaculada concepción de María. No obstante, en el texto
latino tiene una traducción que no se corresponde con el texto hebreo en Gn, pues la acción de pisar
la cabeza de la serpiente se refiere a su descendencia -Jesucristo- y no a María. En todo caso, la
imagen de la inmaculada aplastando a la serpiente se da por virtud divina y no por la propia.
También, se enemistan el linaje de la mujer y la serpiente, para ser la enemiga de la serpiente y de
su linaje, María debería estar exenta de todo pecado -y esto desde el primer momento de su
existencia-. Si no hubiera sido creada sin el pecado original, el mal dominaría sobre María, no
cumpliéndose la promesa del Gn de la enemistad eterna.
El apelativo llena de gracia y el protoevangelio, junto con el hecho de que fue liberada del influjo
de Satanás, nos hacen intuir un privilegio único del Señor que implica una enemistad eterna entre la
serpiente y los hombres.
Contemplando la Sagrada Escritura de forma unitaria, Gn 3,15 cobra un nuevo significado a la luz
con la nueva alianza neotestamentaria: Jesús y María constituyen la réplica asimétrica de Adán y de
Eva. Cristo y María, al contrario que Adán y de Eva, realizan a través de sus acciones la redención
del hombre y la vuelta de este a la gracia de Dios. La vida que Cristo nos da con su gracia, equivale
a una nueva creación, que en los fieles comienza con el sacramento del bautismo.
Otro testimonio a favor de la inmaculada, se encuentra en el capítulo 12 del apocalipsis, porque se
menta a la mujer vestida de sol. En esta mujer, se da una doble significación: una parte es indudable
que podemos aplicar aquí una significación eclesiológica -la mujer de Sión, desde el principio de la
historia humana, combate con el maligno, es una imagen secular de las fuerzas del mal con todos
los descendientes de Eva. Así, haciendo cierta referencia al parto, se alude a María, siendo su
descendiente el que gobernará a todas las naciones con cetro de hierro -Ap 12,2-. No obstante,
María dio a luz a Jesús en Belen sin dolor en el parto, con lo cual este texto no explicitaría de forma
definitiva la inmaculada concepción. No obstante, nosotros leemos el NT en unidad, con lo cual,
¿cómo no pensar que este texto se refiere a María? María, no sufrió dolores de parto el Belén, pero

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sí en el calvario, dando lugar a una nueva vida de triunfo de su hijo en la cruz.

Hoy día, aunque es un tema abierto la insuficiencia material de la Sagrada Escritura -pues desde el
siglo XVI era una postura casi cerrada el que había partes de la revelación que no podían ser
conocidas a través de ella-. Juan Alfaro, distinguía de la siguiente manera la escritura de la
tradición: la sagrada escritura es norma no normativizada y la tradición es norma normativizada.
Para entrar en el ámbito de fundamentación del dogma en la Sagrada Escritura, hay que mirar lo que
dice el Vaticano II en la Dei Verbum 12. No hay que interpretar la Sagrada Escritura usando el
método regresivo -partir de unas tesis y usar la Sagrada Escritura a modo de arsenal para
defenderlas-, sino que por el contrario la Sagrada Escritura es como el alma de la teología. El
Concilio Vaticano II, establece una serie de criterios para interpretar la Sagrada Escritura:

1) La S.E. hay que leerla e interpretarla con el mismo criterio con el cual se escribió.
2) El contenido y unidad de toda la Sagrada Escritura.
3) Tener en cuenta la tradición viva de toda la Iglesia -cómo la Iglesia ha recibido, leído e
interpretado la Sagrada Escritura-.
4) Existe una analogía de la fe: no pueden darse verdades que manifiesten contrariedades frente
a otras verdades de la doctrina de la Iglesia.

En el Vaticano II, se consideró poner la doctrina sobre María en el capítulo 8 de la Lumen Gentium.
La Sagrada Escritura del AT y NT y la tradición, muestran el papel de salvación que posee María la
madre del señor, y lo muestran ante los otros e iluminan a la mujer que es madre del redentor. El n.º
56, también hace referencia a la anunciación. En el último párrafo del nº62, explica que María
intercede de manera especial por nosotros, pero no quita ni añade nada al valor redentor de Cristo,
sino que la redención de Cristo suscita una cooperación participando en una fuente única.

La santidad de María

La Santidad de María, se corresponde por tanto con su predestinación para ser madre de Dios hecho
hombre: los dogmas marianos, deben contemplarse por tanto desde su maternidad. La maternidad
de María, es el punto de partida desde el cual podemos hablar de la panagia -santidad de María-. El
Dios de Israel es misericordioso, y es un Dios que le gusta contar con los pequeños, con los
humildes, porque no son nada: ellos son los mejores dispuestos para reconocer, aceptar y acoger su
amor y su gracia. María, no cuenta nada, pero en su pequeñez ha sido escogida por Dios como

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madre humana de su hijo: en este sentido, María va a ser la gran colaboradora de Dios en la
redención. María, es modelo de la humanidad remodelada en la gracia de Dios. Desde el principio,
las tres personas de la trinidad, han decidido asociar la felicidad de su vida a otros seres para gloria
y alabanza de su gracia. Dios nos ha llamado a la vida para ser hijos suyos en su hijo Jesucristo. El
nos ha destinado a ser hijos suyos, a través de su hijo, según su voluntad. Teóricamente, podemos
distinguir lo que es creación y lo que es gracia: el desbordamiento del amor de Dios y de su
voluntad sobre nosotros. Dios quiere comunicar su belleza a sus hijos, y lo que decide antes de todo
lo demás, es la encarnación: la encarnación está presente en el mundo desde el principio. Las
personas divinas, en cuanto comunión, lo hacen pensando ya en un primer instante desde la
encarnación. Es una síntesis de lo espiritual y lo material, que es el broche del mundo entero. Hay
naturaleza y gracia, pero todo está hecho para la encarnación del hijo: para que el hijo de Dios
pueda nacer de estirpe humana y que el centro del universo sea la criatura divina. Tanto en un
hipotético mundo sin pecado, como en un mundo pecador, cristo es el primero: es la razón de todo.
Todo, fue hecho por él y para él -Col 1-. El pecado de los hombres por tanto, no es la razón de la
existencia de Cristo: la existencia de Cristo es consecuencia de la voluntad de Dios que quiso en un
primer momento un mundo de hijos presidido por la voluntad de Dios. A causa del pecado, Cristo
tuvo que vivir su existencia humana en un mundo pecador y alejado de Dios; no obstante, la
fidelidad de Cristo hasta la muerte fue su gran victoria. El pecado de los hombres, es la causa del
modo histórico y concreto de la vida de Cristo y de su muerte redentora, pero no hay nada en la
Escritura que nos induzca a pensar que Cristo no se hubiese encarnado si Cristo no hubiese pecado.
El pecado de los hombres, determinó el modo de la vida de Cristo y el carácter redentor de su vida y
de su muerte. La naturaleza de los seres creados, no puede ser causa de la gracia: Dios no vino al
mundo porque estaban los hombres previamente: nosotros existimos porque él quiso que su hijo se
encarnara y le amaran las criaturas desde su orilla: la gracia es el origen de la creación, siendo
nosotros creado por Cristo y para Cristo.
La maternidad de María hace que el verbo de Dios, sin dejar de ser Dios, sea uno de los nuestros.
María, fue querida junto con Cristo antes de la creación del mundo. En realidad María, como madre
de Jesús, forma parte de su humanidad: en el ser hombre Jesús entra la existencia de María. No
podría existir Jesús sin que existiese María como madre suya. Cuando Dios piensa en Cristo, piensa
ya con él en su madre María, siendo Cristo desde el principio querido por Dios como hijo de mujer:
en la mente divina, María estuvo siempre junto a Jesús, por eso, llegada la hora, María llega a la
existencia como madre de Jesús. Por tanto, su maternidad era la razón de su existencia, y esta
maternidad era también para ella causa de su santificación.
El pecado de Adán, no pudo afectar a la relación de Cristo con María, ni afectar a la trinidad, pues

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estaba vinculada a su hijo: esta maternidad estaba prevista desde el principio. María, comienza a
existir en el mundo de la gracia y de la gloria. El pecado original, afecta al hombre, que nace sin la
gracia de Dios, sin embargo, en María, la preservación del pecado, fue una santificación original
proveniente de su relación maternal con Jesucristo.
El pelagianismo, aduce la santidad de María para defender la tesis de que las criaturas pueden
alcanzar la santidad sin la gracia de Dios. San Agustín, responde al argumento de los pelagianos,
afirmando la plena santidad de María. El problema, es que San Agustín defiende esa santidad de
María partiendo de la gracia de Dios. María, dice el obispo de Hipona, no estuvo sometida al diablo
porque fue liberada del pecado original por gracia del señor. La laguna de San Agustín, no deja
claro si está liberada desde el principio o en el momento del nacimiento. Los padres, exalzan la
plena santidad de María, pero sin precisar si estuvo bajo el influjo o no del pecado original: no
encontramos ninguna precisión o expresión concreta. Esto, es explicable, porque la teología oriental
nunca ha elaborado una teología del pecado original.
La primera carta de San Bernardo, reprendiendo en el 1110 reprendiendo a los monjes por celebrar
la concepción inmaculada de la virgen María, manifiesta que no estaba bien definido el contenido
de la fiesta, pues las explicaciones del pecado original no estaban tampoco demasiado claras: hay
que saber primero qué es el pecado original y luego celebrar la fiesta. ¿Cómo compaginar la
santidad original de la virgen María con la universalidad de la redención de Cristo? En occidente,
las cosas comienzan a aclararse con Beda el Venerable (s. VIII), Anselmo de Canterbury (s. XII) y
Raimundo Lull (s. XIV). La redención preventiva, se hace para compaginar el dogma de la
redención universal con la inmaculada concepción. Los dos grandes teólogos franciscanos, son
Duns Scoto y San Buenaventura. Dice Duns Scoto que el perfecto redentor, podía redimir a María
anticipándose en la influencia del pecado en ella, si esto es posible, ¿Por qué no iba a hacerlo y
además con la propia madre del Señor? Esto, ya allanó el camino para confirmar la inmaculada
concepción de María, siendo en este momento cuando se populariza una expresión que Duns Scoto
le dice a San Anselmo: “pudo, convenía, lo hizo”.
El papa aduce a favor de la inmaculada concepción de María los testimonios de Juan Damasceno y
de otro teólogo, por ser anterior a la ruptura entre la Iglesia oriental y occidental, así como el
testimonio de teotethno de Libia. El occidente, el primero en proclamar sin tapujos la inmaculada
concepción de María fue Eadmero, que, siendo discípulo de San Anselmo. No podemos entender la
inmaculada concepción de la virgen maría y su asunción sino tenemos en cuenta la maternidad de la
virgen María. En España, los primeros teólogos de la compañía de Jesús elaboraron los primeros
tratados sistemáticos de Mariología: ya en el siglo XVI hay una mariología muy desarrollada y
surgen en la teología estos tratados sistemáticos anteriormente dichos. La devoción a María, es fruto

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de la renovación eclesial en Trento y el giro humanista en la piedad cristiana. Durante el siglo
XVIII, se llevará a cabo una polémica que llegará hasta límites insospechados, pues los inmaculistas
contarán con el apoyo de los reyes y el pueblo -así, la persona que desease aspirar a la docencia o a
recibirla en la universidad tenían que jurar el juramento inmaculatista-. Los inmaculatistas, cuentan
al principio con el apoyo de la inquisición. La Santa Sede, en medio de la tormenta, va orientándose
hacia la inmaculada concepción. Poco a poco, la Iglesia asistida por el Espíritu Santo la Iglesia fue
encaminándose hacia la comprensión del saludo a María, teniendo poco a poco que movilizarse los
teólogos para encontrar el verdadero significado. Una visión superficial de esa esencial condición
de la virgen María, podría llevarnos a situar a la virgen María demasiado alejada del común de los
hombres, fuera del destino y de la tragedia humana del pecado, pero esta figura no responde a la
figura evangélica de María. María, por su santidad original, consecuencia de su vinculación, se sitúa
dentro del hombre de la encarnación y la redención: ella está unida indisolublemente a Cristo, y
Cristo es la cabeza de la humanidad unido a cada uno de los hombres; unido al destino de los
hombres. En el horizonte de la humanidad, en el fondo de la historia de los hombres y en lo más
hondo de sus deseos, María es la meta de la inocencia ansiada, concreta y disfrutada: en ella vemos
el ideal de nuestra recuperación y la garantía de nuestra salvación. Ella, es consuelo, dignidad y
alegría: es el paraíso recuperado por la gracia de Dios y el poder resucitador de Cristo muerto y
resucitado. Al intentar descubrir la santidad religiosa de María, hemos de intentar descubrir su fe.
La fe, es fundamentalmente respuesta y adhesión confiada de nosotros hacia Dios; aceptando
primero nuestra adhesión a él y luego comprendiendo los contenidos. María, es modelo de la
Iglesia, pues es la perfecta creyente en tanto que acepta la vocación de Dios y es además la perfecta
discípula de Cristo. María, es además miembro eminentísimo de la Iglesia por la fe y el amor. La
Virgen María, es por tanto la realización más perfecta de la fe. También en la VD n.º 17 Benedicto
XVI presenta a María como modelo de fe, pues se nos presenta como enteramente disponible a la
voluntad de Dios e incondicionalmente dócil a la voluntad divina y vive en plena sintonia con ella.
Existe por tanto un vínculo entre María de Nazaret y la escucha de la palabra.
La encarnación del verbo, es fruto del diálogo con Dios y la fe de María: es producto de la Nueva
Alianza recién consumada. La maternidad de María, es una maternidad voluntaria esperada en la fe.
María, acepta humilde y confiadamente la maternidad aunque no entra en sus planes, repercutiendo
en su vida y en la historia de la humanidad. María, es el momento de la historia culminante entre
Dios y el pueblo escogido, siendo Israel en ese diálogo de fe. Por eso la Iglesia, es contemplada
como la Nueva Jerusalén. El incrédulo, teme conocer a Dios porque así perderá la opción de no ser
grande, pero María creyendo se hizo grande. Además, cuanto más grande es Dios más grandes nos
hacemos nosotros. María, sabe que si Dios es grande en nuestra vida, nosotros somos grandes, pues

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Dios dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes. En su fe filial y maternal, María
atraviesa momentos de alegría y de dolor, pero acepta un futuro desconocido que acepta con fe y
confianza. Ella, vivió con más plenitud que nadie la resurrección de Jesús, pero tuvo que soportar
también más que nadie la crucifixión de su hijo.

En cuanto a la fe de María, podríamos decir que es una fe obediente -en tanto que el concepto
paulino de obediencia de la fe-. No obstante, la fe de María también es oscura, pero confiada.
Llevada por esta fe, María guardaba en su corazón las cosas de Jesús, a la vez que interpretaba la
escritura a medida que pasaba el tiempo y los hechos. María, es capaz de aceptar con humildad la
palabra de su hijo, y esta oración de María se hace con confianza y testimonio en las bodas de Caná:
“haced lo que él los diga”. Este, es un anuncio dirigido a toda la Iglesia y a todos los seres humanos
ante la manifestación del reino de Dios en su hijo Jesucristo. En Caná, sabe por tanto María que su
hijo es el enviado de Dios, pues ella hace lo que dice convirtiéndola en su primera discípula,
conduciéndola por el camino del desprendimiento y la obediencia a la voluntad de Dios. Ya en el
momento culminante de la cruz, María esta ofreciendo a su hijo como sacrificio expiatorio para la
redención del mundo y, aceptando el sacrificio de la cruz, se convierte en madre para todos los
creyentes. Junto a la cruz, la fe de la virgen llega a ser fidelidad consumada, fidelidad total ante
Dios que la había hecho madre del redentor: María ensancha su corazón y acoge como madre de
familia a los hermanos de su hijo muerto y resucitado. Con la fe de María, se sostiene la fe
indefectible de la Iglesia santa, siendo su fe la de todos aquellos que esperamos la parusía de Cristo.
El sí de María, forma parte de la economía de la salvación, pues si Dios nos ha hablado es porque
ha nacido de María la virgen, queriendo Dios contar con el consentimiento de esta última. La fe de
María, ha sido incorporada a la obra de la salvación: por la fe de María, los cristianos abrimos el
camino hacia la fe de la historia. Hay por tanto siempre un elemento mariano en la vida de la Iglesia
en los cristianos, siendo su fe patrimonio de la Iglesia y patrimonio inconmovible, icono, modelo, y
fuente para todos los creyentes. Como miembro de la humanidad redimida por Cristo, María vive de
la fe en el Dios vivo, siendo también en este sentido su fe patrimonio de la humanidad, modelo de
esto mismo y refugio para nuestra incredulidad.
Resulta difícil imaginar la vida de una persona sin pecado original. Aquellos que se conforman con
decir que era como las demás muchachas de Nazaret, no es suficiente, sino que hay que estudiar su
vida interior a través del estudio, la contemplación y la oración. María, es concebida para ser madre
de Cristo, orientada materialmente hacia Cristo debido a que fue concebida para ser madre de
Cristo. A medida que madura, crece en María la presencia de la trinidad, que la convierten
progresivamente al conocimiento al amor de Dios con una infinita confianza y una piedad firme y

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sencilla. El mundo de María, es por tanto el mundo de Dios, viviendo la espiritualidad de la alianza
con total providencialidad, sufriendo con los que sufren, doliéndole los pecados de las personas que
tiene alrededor. María, es arca de la nueva alianza, confluyendo en ella todas las lineas de la
espiritualidad de Israel y los bienes de la primera alianza. Dicha aspiración espiritual del pueblo de
Israel que vive entre los patriarcas, incluso desde la creación se viene concretando en la maternidad
de María como madre de Jesús: la fe más perfecta que pueda pensarse. Por tanto, en María se
cumple el tiempo de espera de Israel, constituyéndose la maternidad como segunda etapa en la que
María se convierte en madre de Jesús y de la humanidad redimida por toda la eternidad. Esta vida
interior de la virgen crecía hacia adentro.
Tanto en la intimidad de Nazaret como en la vida pública, lo que decía Jesús era tenido en cuenta
con María, no experimentando ninguna criatura una transformación tal que la que experimentó
María con Cristo, pues era la persona más cercana a Cristo en todos sus comportamientos y
sentimientos. La piedad, la humildad etc. de Jesús crecían en María.

Virginidad de la virgen María

La pregunta de María al ángel, da por supuesto que María no pretende mantener relaciones
maritales con José. La respuesta del ángel, se dirige directamente a María diciéndole que la
concepción de su hijo se realizará sin conocer varón. Esta forma virginal de la concepción, será
condición de la divinidad del hijo anunciado. El evangelista Mateo, se nos presenta la identidad de
María desde la perspectiva de José, pues es este evangelio donde encontramos más referencias al
“padre” de Jesús. Ante esta situación, no resulta difícil imaginar la actitud de José: María era su
esposa y estaba embarazada ya antes de casarse, podía repudiarla en secreto o denunciarla en
público por adulterio. San José, cuando es nombrado como justo por el evangelista, puede existir
una consagración por su parte a Dios. La virginidad de María no es por voluntad propia, sino que
por el contrario es virgen en cuanto que va a ser madre, pues Dios lo prepara para ello: no puede ser
además madre de otros hijos pues el hijo divino acaparará todo su amor y toda su persona. María
está entregada de forma total porque el hijo de María es Dios. María, tendrá otros muchos hijos,
pero será por extensión de su hijo: los discípulos de Jesús (convirtiéndose así María en madre
espiritual de los hijos de Dios). En los primeros siglos de la tradición cristiana, la virginidad de
María se valora ante todo como una necesidad para la divinidad de Jesús (el cual no tiene padre
humano, pues su único padre es el padre celestial). La forma de su concepción, nacimiento y su
recepción posterior por María responde a su concepción divina. Por este carácter divino de su hijo,
la maternidad de María queda agotada en este hijo, que centra toda su persona y acapara todo su

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amor, y de forma proporcional, la esponsalidad con el padre que esta maternidad divina lleva
consigo, hace que María viva su relación con José de un modo virginal. Ciertamente es su esposa,
pero José ha de aceptar el misterio divino que reside en María, siendo por ello llamado “justo”. La
relación de José con María, es una relación de veneración a la nueva arca de la alianza que es
María.

La virginidad antes del parto es nombrada en el relato bíblico, lo cual es un elemento de la


virginidad de Jesús, es una forma de manifestar que ese hijo tiene ya un padre celestial. La
virginidad en el parto, ha sido igualmente testificada por los padres, pues no hay por qué callar que
esta prerrogativa es difícil para nuestra mentalidad materialista. Esta virginidad en el parto, no
menoscaba la virginidad de María en sus elementos espirituales ni materiales. No obstante, hay
autores protestantes y católicos que se resisten a aceptar la virginidad de María en el parto y el
nacimiento virginal de Jesús acorde a una mentalidad historicista. La virginidad de María antes del
parto y después del parto hay que entenderlos como parte del siglo integral de la divinidad de Jesús:
la irrupción de la nueva creación en Cristo. La virginidad de María, es por tanto una perfección que
acompaña al nacimiento de Jesús, y que corresponde esta perfección a Jesús más que a María. La
virginidad integral de María es un elemento más de la configuración del ser de María de acuerdo
con las exigencias de su maternidad, el cual está en conformidad con la dignidad y misión de su
hijo. Era por tanto necesario que aquel que venía a restaurar la humanidad en su integridad sin
dolores ni violencia de ninguna clase: esta maternidad no pertenece al mundo del pecado sino al
mundo de la nueva creación. Creer esto, es ofrecer a Dios una fe sencilla.
Por último, en cuanto a la virginidad después del parto, se socava con argumentos bíblicos como la
presencia de hermanos de Jesús. Mediante este argumento, los autores piensan que si Jesús era el
primogénito, María debería haber tenido más hermanos. Sin embargo, está comprobado que en el
lenguaje de la escritura, la aparición de la palabra “primogénito” indica la inauguración de la
maternidad de una mujer, no implica unos “segundogénitos”. En Mc, se habla de los hermanos de
Jesús, pero en el lenguaje de la época el término hermano incluía a los primos e incluso los primos
segundos. La virginidad de María no sólo afecta a su maternidad, sino también a su existencia,
María implica toda para Jesús y para la nueva creación, siendo María verdaderamente la esposa de
José (y este el compañero de su vida) pero la singular presencia de Dios en su vida les hace vivir el
matrimonio en la presencia celestial del amor. La Santa Familia de Jesús es la réplica de la pareja
pecadora del génesis, en la cual Dios permite vivir la carnalidad a través del impulso del espíritu,
anunciando el impulso definitivo de la vida celestial. María es Santa porque desde el inicio de su
vida es ontológicamente toda de Dios. En oriente, han percibido mejor que en occidente esta

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santidad ontológica de María, que la convierte en arca de la alianza de Dios.
Por tanto, la virginidad de María tiene sentido en cuanto a su vocación maternal y su gracia
maternal la prepara para ser madre de Dios, preparándola para su maternidad mística antes que
biológica. María, es la madre de Jesús no quedando más amor en ella para otros hijos carnales. A
partir de esta única maternidad, María se convierte en madre universal de todos los hombres. La
maternidad virginal de María, hace que ella sea toda de Dios y también toda nuestra. Por tanto,
María está inhabitada de forma especial por el Espíritu Santo, lo cual le hace llevar a su plenitud la
vocación.

La asunción de María en cuerpo y alma al cielo

Muy pronto, la sabiduría y devoción de muchos fieles comenzó a afirmar esta realidad. Nadie sabía
nada sobre el fin de la vida terrena de María, pues en ninguna parte había tradición alguna de su
sepulcro. Pronto, la devoción de los cristianos comenzó a afirmar que María estaba corporalmente
con su hijo resucitado en la gloria de Dios. Hasta el siglo XII, no pasaría la fiesta de la dormición a
occidente, y Pio XII promulgó en diciembre de 1950 el dogma de la asunción de María al cielo.
Esto último, provocó una reflexión sobre el dinamismo de la revelación y tradición católica. La
devoción y el amor de la Iglesia ha ido explicitando la santidad de María, manifestada en el anuncio
del ángel. ¿Cómo es ahora el cuerpo de María? Sabemos que nuestro cuerpo glorioso será semejante
al de Jesús, estando este a la derecha de su padre, pudiendo pensar que María vive corporalmente
junto a Jesús en la gloria de Dios, viviendo también glorificada en alma y cuerpo y su cuerpo es una
realidad vivificada por su alma gloriosa que le hace estar en el mundo de los hombres sin limitación
de ninguna clase. María, al igual que Jesús, está conjuntamente con nosotros. En el dogma mariano
de 1950 se evita conscientemente el hablar de su muerte, pues se refiere a “una vez terminado el
tránsito de su vida terrestre María fue llevada en cuerpo y alma al cielo”. En la liturgia se habla del
tránsito, de la dormición, del reposo de la virgen. María, durmió apaciblemente en un impulso de
oración y amor siguiendo el impulso de su vida: morir era para ella volver a encontrarse
definitivamente con su hijo resucitado. Podemos pensar en la muerte de María como una muerte
inocente en la cual entrega su ser entero a Dios. Es por tanto muy difícil no pensar en una verdadera
muerte, pero hay que interpretar esta como terminar la vida terrestre y entrar en la plena comunión
con Dios, y esto es lo que María vivió de una forma u otra. Con todo esto, se nos presenta como
modelo para nuestra futura muerte y resurrección: la devoción a María nos hace no temer a la
muerte y desear la gloria eterna en la presencia de Dios. San Pablo, explica que los que hemos sido

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bautizados con Cristo hemos experimentado con él la muerte a este mundo y hemos recibido la
gloria de la resurrección (teniendo esto en cuenta como realidad anticipativa). Lo que para nosotros
es esto, para María es una realidad cósmica que le permite estar junto a Cristo y además moverse a
lo largo y ancho de toda la humanidad.
María, parte de la causa universal de salvación que es Cristo resucitado, y asociada maternalmente a
él es inicio y síntesis de la Iglesia. Por ello, María con Cristo y por él desde su vida gloriosa
interviene en nuestra salvación ayudándonos personalmente a creer en Jesús a vivir la vida divina
en nuestras realidades terrenas. Por tanto, podemos afirmar que María es en este sentido inicio y
síntesis de la Iglesia. La asunción de María al cielo en cuerpo y alma, guarda relación con su
condición especial de maternidad y de concepción inmaculada, lo cual ciertamente no la hace
solidaria en la culpa, sino solidaria para la salvación. En el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, María
está con la cabeza colaborando en la salvación universal y es la anticipación de aquello que nosotros
como cristianos estamos llamados a ser. La asunción de María en cuerpo y alma al cielo es una
confirmación del cuerpo y alma a la resurrección, así como nosotros en cuerpo y alma en el mundo
glorioso a la resurrección final. Sus invocaciones, son una serie de llamadas de esperanza a la vida
eterna. María, asunta en cuerpo y alma al cielo, es el adelanto de la humanidad en todo glorificada
junto a Cristo glorificado en la casa de Dios. Una vez aclarada la situación de María en el orden de
la salvación, podremos atribuirle las cualidades de Pablo en el orden de la salvación cristiana. Así,
María fue bendencida con toda clase de bendiciones en Cristo y por Cristo, también fue redimida
del pecado por la sangre de Cristo, vive configurada con Cristo mediante su fe maternal, vive con
Cristo resucitado en la gloria del padre. Tenemos que aprender a comprender las riquezas de la vida
cristiana y desde su singular y especial intervención de la vida de la Iglesia y de la ejecución de los
planes de Dios en cada uno de nosotros.

María en/y la Iglesia

María es el miembro más excelso de la Iglesia (a no ser que consideremos a Cristo como algo
mayor que ella, pero no obstante es mejor considerarlo como cabeza). María, es una persona
redimida y santificada por el poder de Cristo resucitado, no pudiendo ser otra cosa que miembro de
la Iglesia de Dios en la que se reúnen todos los hombres revividos y vivificados por él. María, por
sus gracias y dones singulares está íntimamente unida a la Iglesia: es tipo de la fe en el orden de la
caridad, la fe y la unión perfecta con Cristo. Es cierto que el Vaticano II no afirma que María sea
miembro de la Iglesia, pero lo hace de manera equivalente, porque si no fuera así ¿cómo podría
estar tan íntimamente ligada? El Vaticano II tomó la intuición de incluir todas las valoraciones sobre

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maría en la constitución Lumen Gentium, frente a aquellas posiciones que planteaban hacer una
constitución independiente. Según la María cristotípica, María no era propiamente de la Iglesia, sino
que tenía un orden aparte superior al de la Iglesia. Otros sitúan a María dentro de la Iglesia en la
perspectiva eclesiotípica, pues esta era miembro de la Iglesia y existía desde la condición
eclesiotípica un miedo a exaltar demasiado la imagen. Entre ambas posturas hubo enfrentamientos,
pero al final se acabó optando por la postura eclesiotípica incluyendo a María en la constitución
sobre la Iglesia. Se evitaron así movimientos perjudiciales para el movimiento ecuménico que el
concilio quería favorecer. Dice el papa, que para la proclamación de María como madre de la
Iglesia, que esta lo es y que debe ser honrada y gloriada por todo el pueblo cristiano como madre de
este grandísimo título. Algunos interpretaron esto como una pérdida de devoción mariana en la
Iglesia. Después del concilio, la forma de ver a María en el plan de salvación de Dios es más
objetiva y más real en el conjunto de la economía divina. Ahora, vemos a María situada en el
conjunto del plan de Dios en la economía salvífica, quedando descartadas las opiniones
extravagantes que pretendían poner a María al mismo nivel de Cristo. Hoy han sido superadas las
tensiones entre la mariología cristotípica y eclesiotípica (en esta última, María está asociada a Cristo
en su obra redentora). Han desaparecido ya por tanto las posiciones maximalistas y minimalistas,
habiendo que enseñar a María sin ensombrar la única acción redentora de Cristo. La mariología
posconciliar, defiende la imagen de María como colaboradora en la redención y como madre de la
Iglesia. Por tanto, la devoción de los fieles no debe apoyarse en verdades fantasiosas que no se
basan en la revelación o en la armonía interna de la fe. De acuerdo al concilio, la mariología no
puede ser absorvida por la cristología ni por la eclesiología: María está dirigida a Cristo, pero no
invade su ámbito como salvador y redentor: si la maternidad divina la engrandece es por la
divinidad del hijo de Dios que asume la naturaleza humana sustancialmente. La mariología, se
relaciona con la eclesiología, pero no es parte general de esta disciplina. La mariología es por tanto
articulación entre la eclesiología y la cristología: María es vínculo entre Cristo y la Iglesia.
Para estudiar con más detalle la relación de María con la Iglesia, hay que manifestar que lo
fundamental en ella no es lo que hace, sino lo que es: en María por su especialísima relación con
Cristo se cumplen de modo especial y anticipativo la relación de Cristo con la Iglesia (María es
santa, templo, colaboradora etc. María estando en la Iglesia y siendo miembro suyo es a la vez en su
persona concreta un ensayo y una realización anticipativa de lo que va a ser luego la Iglesia
universal). María, vive además de forma singular y anticipada por ejemplo los dones de los santos.
Por obra de Cristo, María ejerce una influencia santificadora en los demás miembros de la Iglesia,
haciendo la perfección personal de María que ella no sea un miembro aislado, sino que el ser y el
hacer de la virgen María tienen una especial significación para todos los cristianos. La memoria de

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María, presente y operante en el ánimo de los Cristianos, presenta la obra salvadora de Cristo y
engrandece el ámbito de la humanidad. Su cercanía a Cristo y su fidelidad a la palabra han hecho en
ella una obra excelsa y una obra infinitamente amable. María, con su asentimiento de la vocación
divina, contribuyó a que surgiese la Iglesia, comenzando en ese momento ella a ser madre de los
cristianos. María, ha hecho así al verbo de Dios hermano nuestro y también nos ha hecho hijos
adoptivos de Dios padre por el espíritu. La plenitud de la redención de María, hace que sea la
realización personal y anticipada de lo que va a ser la Iglesia a lo largo del tiempo: lo que ella es lo
irá siendo la Iglesia posteriormente a ella. Por esto, los padres de la Iglesia han visto una profunda
similitud entre la Iglesia y María hasta llamara “la Iglesia de Dios”. María, es la primera Iglesia en
cuanto temporalmente y cualitativamente: María es plenamente recreada en Cristo junto a Dios y el
Espíritu Santo. En María por tanto alcanza la Iglesia su plenitud mística y definitiva.
María está en la Iglesia y la Iglesia está en María, María no se identifica cierto de modo total con la
Iglesia, pero todo aquello que está en la Iglesia está en María y las características personales de
María se encuentran en la Iglesia. Esta manera tan singular que tiene María de estar y ser en la
Iglesia hace que desde antiguo haya recibido el título de “Madre de la Iglesia”. María ha sido
asociada de tal modo a la obra redentora de Cristo, que está unida a él con un amor total de esposa,
al igual que es la Iglesia de Cristo. María, se convierte de este modo en miembro de la Iglesia y a la
vez en la Iglesia personificada que envuelve a esta. A la luz de estas reflexiones, podemos aplicar
todo aquello que dice Pablo sobre la Iglesia de Cristo. La Iglesia de Dios no es simplemente una
institución, ni tampoco sus elementos institucionales son los principales, y la organización
jerárquica de la Iglesia es temporal y sirve a fines humanos en ausencia de Cristo, Sumo Sacerdote
y Obispo de nuestras almas. La Iglesia, es comunión de todos en la unidad. En María, existe ya la
Iglesia santificada por Cristo antes de que fuera fundada por sus apóstoles: la Iglesia se mantiene
desde antes y está fundada desde antes del ministerio petrino. Esta dimensión mariana, es la
condición femenina de la Iglesia, que es la condición de esposa, y es por otra parte la más profunda
y definitiva. María como icono y síntesis de la Iglesia nos lleva a descubrir el rostro más interior y
místico de la Iglesia: la Iglesia de la contemplación y la esperanza, del amor y la obediencia. Si está
fuera de lugar decir que María es la divinización de lo femenino, como Jesús sería la divinización
de lo masculino, si que en María se nos presenta lo femenino en su más alta realización y en su
dimensión más profunda dentro de los planes de Dios. Como María, la Iglesia es femenina, esposa
virginal y madre. Jesús, el hijo de Dios salvador, el que es cabeza es varón, y por eso todos aquellos
miembros que pertenecemos a la Iglesia somos esposa, y María encarna una receptividad especial
en cuanto a la consideración de esposa.

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María en la vida sacramental de la Iglesia

La Iglesia es cuerpo y esposa de Cristo también en los ámbitos sacramentales. Santo Tomás definió
certeramente el ser de los sacramentos como los signos de algo sagrado en cuanto que santifican a
los hombres. ¿Qué es ese algo sagrado que santifica a los hombres? Los sacramentos, causan la
gracia en virtud de la pasión y asunción de Cristo a través de la fe de la Iglesia. La Iglesia, hace lo
que el señor le encargó, porque cree en el poder santificador de su muerte y su resurrección: “haced
esto en memoria mía”. Así, la Iglesia usa los sacramentos porque cree en la muerte y la resurrección
de Cristo. En esta dimensión profunda de la Iglesia, se encuentra operante la actividad de María: si
colabora esta última en la actividad redentora de Cristo, ¿Cómo no va a estar esta presente en la
actividad sacramental? La actividad sacramentalizadora de Cristo, está fomentada e influida por la
actividad de María en la Iglesia y en los creyentes. A través del bautismo, nosotros aceptamos la fe
y esta es influida en nuestras almas. Si recibimos la fe de la Iglesia y esta no es sólo y
principalmente los contenidos de la fe. Cuando recibimos la fe de la Iglesia no son los contenidos de
esta, sino que por el contrario nos unimos a la fe de Cristo haciéndonos hijos de Dios, siendo este el
momento central de la espiritualidad de María sobre nosotros: la grandeza de María actúa en ese
momento sobre nosotros, haciéndonos entrar el bautismo en el mundo de Cristo y de María. La
confirmación, como sacramento, perfecciona la fe y nos hace testigos de Cristo a través de la fuerza
del Espíritu Santo y conseguir llevar la cruz en este mundo cruel y descreído. Tal y como María, nos
entregamos a Cristo y nos hace este vivir como hijos de Dios con su promesa de la vida eterna.
Sobre la eucaristía, el silencio de los evangelistas hace pensar que María no estuvo en el cenáculo
pero sí en la cruz. A la eucaristía, no se puede privar de la esencia sacrificial, pues es la renovación
del sacrificio de Cristo, y nos la ofrece cada día esta su muerte redentora por nosotros y por nuestra
salvación (la cual fue con María a través de la cruz). En cada eucaristía nos da pues Jesús a María
como madre nuestra en la seguridad de la fe, la esperanza, y la acogida de su muerte salvadora.
Cuando celebramos la eucaristía, celebramos la muerte del señor, y no podemos celebrarla sin hacer
como hizo Juan: al lado de la madre de Dios. La fe de la virgen, unifica la participación en la
muerte de Cristo con la esperanza de la resurrección: así fue en la Iglesia naciente y así es en cada
eucaristía. Celebrar la eucaristía, es entrar con María en el sacrificio divino, siendo este un aspecto
central en el aspecto central de María: madre de la Iglesia y de cada cristiano.
La Iglesia es Madre cuando perdona los pecados en nombre de Cristo, y en ese lugar está María
compadeciendo y sanando. Por tanto, María en su maternidad está sanando.
En cuanto al sacramento del orden, a simple vista parece la antítesis de lo que María es y hace en la
Iglesia, pero la orden se apoya en la fe y en el amor: la autoridad de la Iglesia se apoya en al fe y en

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el amor. Jesús, antes de encomendar a Pedro el cuidado de sus ovejas lo examina por el amor: los
apóstoles tienen que ser antes discípulos.

Los rasgos marianos de la espiritualidad cristiana

No se debe hablar de espiritualidad mariana distinta o separada de la espiritualidad común cristiana.


La vida espiritual de los cristianos, comenzando por la virgen María, es siempre cristocéntrica, y si
se quiere teocéntrica, trinitaria. Hay una única espiritualidad que es la que se ajusta a la voluntad
salvadora de Dios a todos los hombres; en esta espiritualidad existen rasgos concretos
personificados en María que los cristianos vivimos con ella. En este sentido, la vida cristiana es
también mariana, en cierto sentido la Iglesia de Cristo es también la Iglesia de María, siendo esta la
perspectiva que usa Juan Pablo II en redentoris mater al hablar de la perspectiva mariana en la vida
cristiana. María representa la libre colaboración amorosa a la voluntad de Dios y su providencia, en
la que Dios tiene siempre la iniciativa, que es una iniciativa de amor y de gracia. No obstante, Dios
no prescinde nunca de nuestra libertad para ello: la relación entre Dios y nosotros se caracteriza
siempre por el amor, y este se caracteriza siempre por nuestra libertad. Dios siempre nos atrae y nos
espera, pero la respuesta tiene que ser nuestra. En su acción santificadora y redentora, Dios busca
siempre nuestra colaboración suscitando él mismo nuestra colaboración y ajusta su intervención a
ella. En este sentido, María encarna objetiva y universalmente la respuesta al creador como la de
Abraham, la de Moisés o la de Jesús. Pablo VI, nos insta a vivir la dimensión mariana de la liturgia
presentándonos a María como partícipe de los misterios de la salvación. El Papa, destaca a María
como modelo de la Iglesia y de los cristianos que ofrecen el culto en unión con Cristo por medio de
la fe y del amor. El alma de María, esta en la fe de la Iglesia y debe estar en cada uno de nosotros
para alabar al Padre. En consecuencia, el Papa nos anima a subrayar la devoción a la virgen a través
de la encarnación, el cumplimiento de la voluntad de Dios. Además, la fe mariana debe tener
fundamentación en textos bíblicos, trinitarios y derivar hacia la obra salvífica de Cristo. María, es
siempre precursora y realización anticipativa de la Iglesia; estimulándolos a vivir en esta vida de
Dios para dejarnos modelar progresivamente. En María, la humanidad es ejercida y vivida como
maternidad, como acogimiento de la vida, como apertura a la vida que es Dios. En María, lo
femenino se hace revelación del amor de Dios y apertura del ser humano a la plenitud de nuestra
vida. Cuando hoy ciertos humanismos y feminismos contribuyen a borrar los rasgos fundamentales
de la humanidad, María y Cristo ayudan a dibujar la dignidad de hombres y mujeres. En este
camino María nos precede con su fe cumplida y perfecta, ella es ejemplo de acogida de la fe sin
condiciones y auxiliadora de la humanidad; siendo perfecta colaboradora en la obra de la redención.

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A través del fruto de su seno, abre el camino de salvación a la humanidad, y una vez glorificada ella
sigue siendo el modelo y madre de los creyentes y de cuántos esperan la salvación. Así, en el plan
divino de salvación María encarna la colaboración de la humanidad por medio de la obediencia de
la fe por la gracia y santificación de Dios. Ella significa la nueva humanidad nacida de la cruz y de
la salvación de Cristo. Con su presencia, vuelve a los hombres a esa apertura espiritual de Jesucristo
que nos lleva a la vida eterna. La presencia de María, es garantía de la presencia de la gracia en
Cristo, siendo la manifestación suprema de la condescendencia suprema de Dios con nosotros: el
alma de María está presenta en el alma de los creyentes, dándonos esos rasgos de ternura, seguridad
y confianza a todos los fieles. Donde se acoge la vida espiritual de María, la vida cristiana se hace
más concreta: María manifiesta el arraigo de lo divino en lo humano, la divinización de lo más
profundamente humano, como es la maternidad y la comunión de la madre con los hijos. La
comunión con María, inmuniza contra la soberbia del racionalismo o del laicismo. La relación con
la virgen María, no es algo arbitrario, sino que debe estar presente en el día a día de los cristianos y
de la Iglesia entera. Así mismo, esta relación es toda entera cristológica, por tanto la devoción
mariana que no lleva a la obediencia en Jesucristo no es auténtica ni responde a la verdad del
evangelio. Nunca podemos deshacernos del “haced lo que él os diga”, que expresa la piedad de
María. Todas las devociones, han de tener sin falta esta orientación cristológica: María es siempre la
madre y la socia de Cristo, al acercarnos a ella nos acercamos más íntimamente a Jesucristo;
desembocando la fe en María en la fe en Cristo. La condición femenina de María, hace que su
presencia nos manifieste de modo especial la bondad de Dios, su ternura y misericordia, lo que
podríamos llamar el modo femenino de Dios: sus entrañas de Madre. La devoción a la virgen nos
ayuda a creer en Jesús de verdad, sin buscar con ello complacencias, vanidades ni exigencias de
ninguna clase. La relación de María con Jesús, es una fe familiar entrañada en lo más hondo de su
humanidad. De esta forma, la influencia de la virgen propicia que podamos vivir con Jesús como
hermanos pequeños, sin angustia, a modo de amor familiar y lleno de reverencia: un amor confiado
y exigente, pero tranquilo.
La falta de vocaciones a la vida consagrada, es en el fondo falta de fe total decidida y eficiente.
Debemos dejar atrás el mundo de los viejos intereses mundanos, aprendiendo a querer a Jesús de
forma eficiente y abnegada sin aspiraciones terrenales de ninguna clase (reconocimientos etc.).
Gente dispuesta cuando hace falta a hacer un gesto especial, siendo Madre María modelo de una fe
fiel, y maestra de una fe maternal y misericordiosa sensible a la fe de los demás: es la fe de los
educadores cristianos. Esta influencia de María en la vida de los cristianos, no es autónoma y
sectaria, sino que nos ayuda a crecer en nosotros la sensibilidad y el amor de Dios, la compasión y
la ternura de Dios, y también la fortaleza y la perseverancia de Dios. La mano amorosa que nos

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conduce progresivamente hasta Dios. La presencia de María en nuestra vida, nos ayuda a centrarnos
con piedad, disponibilidad enseñándonos a vivir evangélicamente los ejemplos de Jesus en pobreza,
amor obediente, sobriedad y generosidad universal (y muy especialmente en amor filial hacia el
padre y esperanza eficiente en la vida eterna).

La devoción popular a la virgen María

Con frecuencia, las celebraciones marianas presentes en nuestra Tierra no se han realizado de modo
adecuado ni se han sabido enfocar correctamente de modo pastoral. Los santuarios marianos, son
lugares donde se hace especialmente operante la providencia salvadora de Dios. María sigue siendo
la aurora de Dios: esplendor de su gracia y salvación. María con su gracia ha acompañado a los
cristianos en tiempos de crisis y grandes conmociones, llamando a muchas personas a la fe y a la
conversión. Los santuarios a la virgen, no son sólo ni principalmente lugares de culto a María, sino
lugares donde los fieles, bajo la influencia de María, encuentran a Dios y viven su fe con más
facilidad e intensidad. María nunca es el fin de la verdadera piedad, sino tránsito hacia Cristo,
invitación a la fe en Dios y al cumplimiento religioso y confiado de su voluntad. Los santuarios, las
hermitas, las fiestas marianas son presencias sensibles y cercanas del misterio de Cristo con las que
Dios ha querido enriquecer el camino de nuestra vida. Su eficacia, depende muchas veces del
acierto de los pastores a la hora de mostrar al pueblo fiel la realidad de aquello que están viendo o
celebrando. Cabe preguntarse por la significación y las causas de la aparición de la virgen María. En
primer lugar, hay que tener en cuenta que estos hechos de aparición son intervenciones
extraordinarias de la misericordia de Dios, y muestras del papel de la virgen en la salvación
humana. A la hora del reconocimiento, hay que fiarse de la Iglesia, pues a menudo apariciones
verdaderas quedan ensombrecidas por el más que cuestionable comportamiento de los videntes.
Estas apariciones, no revelan nada nuevo ni añaden nada a aquello que ya poseemos; se tratan de las
intervenciones extraordinarias de Dios que sirven para ayudar a la fe de las personas. La gente que
no se deja arrastrar por las ambiciones de este mundo, encuentran ayuda para avivar su fe en Cristo,
invocar a Dios, arrepentirse de sus pecados, y abrir su corazón a la esperanza de la vida eterna. Sin
la maternidad espiritual y la fuerza humanizadora de la devoción a María, pero junto a los grandes
momentos de la devoción mariana existen otras prácticas más sencillas con las cuales alimentan su
fe: el rezo del ángelus, el rezo del avemaría en determinados momentos del día etc. Todo ello, ayuda
a mantener despierto el recuerdo de María y a vivir en comunión con ella. Es un modo fácil y
profundamente humano de mantener nuestra vida en Cristo, pues María representa la huella de
Dios.

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No podemos dejar de señalar la excelencia de dos devociones marianas que son también cristianas:
el rezo del santo rosario y el rezo del ángelus. Ambas son oraciones cristológicas, pues
contemplamos los misterios de Cristo con la familiaridad de nuestra madre. El descubrimiento de
María como madre de Dios, puede ser un modo excelente de educar a las personas sobre el
auténtico rostro de Jesucristo. La oración frecuente a María, mantiene la esperanza de muchas
personas diariamente ennobleciendo a la gente sencilla. Se puede hablar de este modo de la huella
mariana en la cultura cristiana. La contemplación de la figura de María, en sus mil formas y
advocaciones, dignifican la forma de la mujer exaltando la dimensión femenina de la humanidad.
La figura de la virgen, ha atraído la atención de la teología de la liberación y la teología feminista,
pues la mujer se presenta en la teología feminista como liberada con respecto a la figura
heteropatriarcal del varón. No es lícito usar la figura de María para fines externos: María es la
madre de Jesús, la primera discípula y la madre de todos los creyentes; trascendiendo su misión a
épocas concretas y a lo que preocupa en un determinado momento (ella es lo que es de una vez para
siempre). En caso de ideologizar la figura de María, la empequeñecemos y la deformamos.
Debemos identificarnos por tanto con María tanto en lo interior como en lo exterior. Si la devoción
a María nos ayuda a creer en Jesucristo, es lógico pensar que esta devoción se extienda hacia todos
los ámbitos de la existencia humana. En los últimos siglos, la figura de María ha alcanzado la
devoción en los diversos pueblos, no en vano en la piedad mariana nace un mensaje de humanidad y
de progreso humano que está presente en la historia de las naciones cristianas y sigue operando hoy.
El mensaje mariano, no es independiente del mensaje cristiano, sino que es un reflejo, un eco más
de la influencia de Cristo y del cristianismo. La fuerza educadora de la piedad mariana es necesaria
en la juventud, pues los jóvenes se distraen en las numerosas figuras que les ofrece la civilización
contemporánea. En este ambiente de piedad, es el lugar de donde nace la voluntad a la entrega y la
consagración.

Las discusiones cristológicas

Las discusiones cristológicas, llevaron inevitablemente en la antigüedad a las trinitarias. Estas a su


vez llevaron a la consideración (aunque siempre de una manera secundaria) del papel de la virgen
María diferente.

Culto y devoción a María

Culto y devoción son acciones humanas que se refieren siempre a Dios. A través del culto

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El cristianismo, es monoteísta, y no podemos aceptar la divinización de cualquier criatura, por tanto
no es compatible con la fe cristiana divinizar a María atribuyéndole funciones divinas. Cuando
empleamos la palabra culto o devoción con María la empleamos con sentido análogo al margen del
sentido estricto que está referido únicamente al culto a Dios. Estas expresiones aplicadas a María, es
el reconocimiento de una gracia sobrenatural concedida por Dios a la virgen, y también su
intervención en el mundo de los hombres (además de la confianza en la asistencia y ayuda de la
virgen María para vivir en comunión con Cristo y conocer a las personas de la trinidad). Las
adoraciones que realizamos a la virgen, están dirigidas a Cristo, y en último término a la trinidad,
habiendo que purificar cualquier deformación del culto a María. Así, la adoración a María debe
llevarnos al culto a Dios.

Las comunidades surgidas en ambientes helenísticos, sintieron la necesidad de aclarar la identidad


de Jesús. ¿Quíén era y qué relación mantenía con Dios? El reconocimiento de María como Madre
virginal de Jesús, se conserva en el círculo más cercano de los apóstoles, como si fuese una
tradición familiar llena de ternura: María es madre de Jesús y de todos los cristianos que creen en
ella. La presencia de María, era apoyo de la presencia invisible de Jesús. María, era venerada como
extensión del cuerpo de Cristo: memoria viviente de Jesús que les permitía mantenerse en contacto
con él. El primer autor no-bíblico que menciona a María es Ignacio de Antioquía: para Ignacio la
virgen es garante de la naturaleza humana de Jesús, formando esta parte del plan salvífico de Dios.

Jesús, es para Ireneo el nuevo Adán que reconcilia el género humano con Dios y María es la nueva
Eva colaborando en este proyecto. Todo esto le sirve para enfrentarse a los gnósticos. Los padres
capadocios, también veían la encarnación de Jesús como una vuelta al paraíso.

Pronto, comenzó a imponerse la fórmula de la virginidad integral de María. Además, la no-


aceptación de las doctrinas de Nestorio, hicieron conservar la dignidad integral de la virgen María.
Si Cristo es el hijo de Dios hecho hombre, María ha engendrado a Dios según la naturaleza humana:
la maternidad divina de María representaba la mejor garantía de la fe apostólica.

¿Cómo se fue desarrollando el culto de María en cuanto a su fe? ¿Dónde había muerto y dónde se
podían venerar sus restos? A principios del siglo IV, Epifanio obispo de Salamina se pregunta sobre
los restos de María al no haber noticia ninguna de estos. Se empieza a pensar que María pudo morir
y ser trasladada al cielo junto a su hijo resucitado. En Oriente, se va perfilando al imagen de María,

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su fe y resurrección. María, en su santidad es el primer fruto nacido de la resurrección de Jesús: está
puesta por Dios en el origen de nuestra esperanza y nuestra salvación. A mediados del siglo IV,
empiezan a surgir las primeras oraciones marianas y de este modo poco a poco ingresa en la
devoción del pueblo de Dios por la puerta grande de la liturgia y se hace presente como amable y
cercana compañía de Cristo en orden a nuestra salvación. De este modo, comienzan a multiplicarse
las festividades expresamente marianas, y hacia el año 600 el emperador Mauricio comenzó a
extender la fiesta de la dormición de María a todo el Imperio, que en occidente (cuando llegó)
comenzó a llamarse la asunción de María en cuerpo y alma al cielo. A finales del siglo VII, se
empieza a celebrar la concepción y la natividad de Maria, que son fiestas que debemos conservar
con devoción. María, es la nueva humanidad nacida del amor de Dios visible y operante en Cristo
resucitado: es el primer fruto de la redención de Cristo y es también su primera colaboradora.
Todos, podemos vernos renacidos en ella: con ella y por ella damos a Cristo alabanza.

Posteriormente, han ido creciendo formas de devoción mariana de los fieles al margen de la liturgia.
Debemos preguntarnos el porqué ha sido así: el no-entendimiento de la liturgia ha llevado a formas
de devoción popular muchas veces degenerada.

Mayor importancia tienen los gestos de San Ambrosio, el cual difunde la idea de considerar a la
virgen como modelo de la virginidad y modelo de toda la vida de los cristianos. María, para Agustín
es toda Santa, por eso al morir al pecado original esta fue liberada a la culpa desde el principio.
Según el Obispo de Hipona, la maternidad de María es un hecho biológico pero también místico y
de fe. En Juan Damasceno, encontramos los elementos de una mariología completa. Así, Dios
santificó a María sobre todas las criaturas, y en su figura se encierra la verdad de la encarnación del
hijo de Dios. Por María vino Dios a los hombres y por ella vienen los hombres a Dios. María está
pues presente en el alma de quienes la invocan y ejerce en ellos una influencia santificadora. San
Juan Damasceno, menciona la práctica a María como

La consideración de la fe en la asunción de María al cielo, favorece sobremanera la fe de los fieles.


Lo que hizo con su fe, su obediencia y su fidelidad durante la vida de Jesús, continúa haciéndolo
ahora desde el cielo con su hijo por obra del amor de Dios a favor de todos nosostros: María se
convierte en una colaboradora que nos facilita el amor a Cristo. María está con Cristo y junto a
nosotros. En este tiempo, aparece por primera vez la advocación de la madre de la Iglesia. María, es
la madre dolorosa del redentor y la madre de los hombres: se multiplican las advocaciones, los
santuarios, las fiestas etc.

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A medida que el culto a la virgen comienza a “abajarse”, comienzan a cambiar los modos de
expresar la piedad. La mariología, se olvida del misterio central y acaba por dedicarse a aparatos del
misterio de María más accesorios.

María y Duns Scoto

Duns Scoto es un autor muy importante en relación al desarrollo de la teología de la concepción


inmaculada de María. Duns Scoto, a mediados del siglo XIII, impulsó el reconocimiento de la
concepción inmaculada de María. A mediados del siglo XV, implantó el papa Sixto IV la fiesta de la
inmaculada concepción de María en la Iglesia de Roma, que se consideró parte del cristianismo
católico (pues todo esto se desarrollaba dentro de las discusiones teológicas del siglo XV). Parece
que fue el siciliano Plácido Mígido el primero en usar la palabra mariología para designar los
tratados referentes a la teología sobre la madre de Cristo. La exuberancia mariana, podía
comprometer según Lutero la primacía de Cristo como redentor: su recurso a lo fundamental
chocaba con ciertas devociones humanistas dirigidas a los fieles. La Iglesia, tuvo principalmente
que reorientar el culto a la virgen María desde la redención y la encarnación. Así, en las regiones
que estaban más bañadas por la reforma, el culto mariano se retrajo y quedó en un segundo grado.
En las regiones mediterráneas, se ha seguido glorificando a la madre de Dios y favoreciendo una
piedad mariana festiva presente en cada rincón de la vida de los fieles estrechamente pegada a la
vida de los fieles y sus preocupaciones cotidianas. La devoción a la virgen María, ha mantenido en
muchos lugares la piedad de la fe católica frente a la crítica de los reformadores. En la época
moderna, fruto del personalismo y frente al laicismo y racionalismo se desarrollan las devociones
del corazón de Jesús y del de María. Esta devoción, unificaba la piedad interior de María y la
intensa vivencia de la devoción mariana que ayudaba a la conversión de los pecadores: el corazón
de María es el primer eco del de Jesús. Ella, es la mejor impulsora del celo apostólico de la Iglesia,
de forma que durante los siglos XIX y XX los centros de renovación eclesiásticos han sido en
general centroeuropeos se han mostrado muy reacios a las devociones populares, no así en el ámbito
mediterráneo donde persistieron con muchísima fuerza (si bien es cierto que modificándose sus
intenciones).

María en el concilio Vaticano II

¿Qué dice el concilio Vaticano II acerca del culto y la devoción hacia la virgen María? Este
concilio, ha marcado rumbos nuevos a través de una síntesis de tendencias tanto en la liturgia como

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en la espiritualidad del pueblo. El propósito de la asamblea sinodal, fue dejar claro que María se
encuentra presente fundamentalmente entre la vida de Cristo y la Iglesia. Después del concilio, la
mariología se piensa de otra manera, y la devoción mariana se encuentra con un rostro renovado. En
los primeros años del concilio, en ciertos ambientes radicalizados pudo darse un descenso de la
devoción a la madre de Dios, que se paliaron con las diversas encíclicas de la madre de Dios
escritas por Pablo VI. Desde Juan Pablo II, el culto a la virgen se ha revitalizado pero con una base
patrística y escriturística.

María en la liturgia

María, es ella misma agente del culto cristiano. Ella, adora a la trinidad santa con Cristo y por
Cristo. Al pie de la cruz, entra en el corazón mismo del culto cristiano uniéndose enteramente en el
sacrificio y la oración de su hijo. Por ello, María entra en el aspecto de toda la liturgia cristiana. La
liturgia, es una celebración de fe por la cual la Iglesia actualiza los misterios de la salvación para
alabar a Dios y sus obras y entrar por Cristo en los misterios divinos de salvación. De alguna
manera, el objeto de la liturgia es Cristo mismo. Y por Cristo, María como anticipo de la Iglesia
interviene asociándose por la fe a la oración de Cristo. En la vida litúrgica, la presencia de María es
presencial y generalizada. La liturgia, nace de la fe de la Iglesia en su señor, y esta está presente en
la fe de la Iglesia en María. La fe, nos hace aceptar la presencia del Señor en todas las celebraciones
y nos permite ser partícipes de los frutos de estas. Ella, nos libra de los peligros que acechan a
nuestra fe. ¿Podemos pensar en la fe de la Iglesia sin pensar en la virgen María? En cualquier caso,
en cualquier celebración eucarística en la que participamos nos encontramos arropados por la
piedad mariana. A María, la hace madre de sus discípulos representados por Juan, y a Juan que en
ese momento representa todos los discípulos y hombres por los cuales Jesús muere en la cruz, le da
a su madre. No debemos tener miedo de que esta filiación mariana se confunda con una filiación
divina. Así, aceptando el influjo de María podemos ser transformados como ella y estar unidos a
Cristo como verdaderos hijos. María, es también madre de todos aquellos hombres que busquen a
Dios al margen de religión y conciencia de este. Este servicio a María, constituye una permanente
actitud de obediencia a Cristo. María, con su fe perfectísima, es escalera de acceso a la gloria de
Dios, humanizando nuestro camino y siendo modelo y ayuda en esta forma de vivir unidos a Cristo
por la fe, dejándonos comunicar por Cristo la fe de Dios. La sintonía con la madre nos acerca al
hijo, y nos ayuda a alabar al Padre del Cielo. Así, la familiaridad con la virgen María nos ayuda a
ser fieles y constantes en la vida espiritual con Jesús. María, es la presencia del amor de Dios y de
Cristo en nuestra vida a través de su carácter maternal.

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