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Los cristianos tenemos que ser muy conscientes de que no hemos nacido ayer, sino que
hundimos nuestras raíces en la historia humana desde hace mucho tiempo. Incluyendo
nuestra prehistoria israelita, a la que debemos la revelación de Dios a los antiguos
patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob), a Moisés, a los profetas, y a tantos otros personajes
del AT, los cristianos echamos nuestra primera raíz -hace unos 3.850 años- con
Abraham, de quien somos descendientes y herederos según la Promesa (Gal 3, 28).
Pues bien, de Abraham nació un pueblo que, como él, se dedicó al pastoreo e hizo de
esta actividad su fuente principal de subsistencia, uno de los pilares de su economía, y
una de las imágenes más características su cultura. Cuando el Faraón preguntó a los
hermanos de José: ¿Cuál es vuestro oficio?, ellos le contestaron: Pastores de ovejas son
tus siervos, lo mismo que nuestros padres (Gen 46, 32). Pastores fueron también Abel,
Isaac, Jacob, Moisés, David, Amós ... y otros muchos personajes notorios del AT.
Este pueblo de pastores y rebaños comenzó muy pronto a ver a Dios como su
inquebrantable protector y salvador, es decir, como el mejor de todos los pastores.
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Así lo expresaba ya Jacob al hablar de Dios como Aquel en cuya presencia anduvieron
mis padres Abraham e Isaac, el Dios que ha sido mi pastor desde que existo hasta el
día de hoy, el que me ha rescatado de todo mal (Gen 48, 15), y al llamarle en otro
pasaje el Pastor, la Roca de Israel (Gen 49, 24).
Isaías utiliza también la imagen del pastor para expresar con qué ternura se sentía Israel
tratado y asistido por Dios, en estos dos textos, entre otros: Como un pastor que
apaciente el rebaño, su brazo los reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a
las madres (40, 11); no pasarán hambre ni sed, no les dará el bochorno ni el sol,
porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua (49, 10). Y
recordando la salida de Egipto y la travesía del desierto, el salmo 78 describe la acción
liberadora de Dios usando también la imagen pastoril: Sacó como un rebaño a su
pueblo, los guió como un hato por el desierto, los condujo seguros, sin alarmas (v.
52s).
En otros pasajes es Dios mismo quien habla por boca del profeta haciendo suyo el título
de Pastor de Israel. Así, por ejemplo en Ez 34, 11s: Yo mismo cuidaré de mi rebaño, y
velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño ... así velaré yo por mis ovejas.
despierta tu poder y ven a salvarnos (80, 2ss); salva a tu pueblo y bendice a tu heredad,
sé su pastor y llévalos siempre (28, 9); Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el
rebaño que Él guía (95, 7). De esta convicción nace la conmovedora súplica que brota
de lo más íntimo de la piedad israelita, y de la que se hace eco el Sal 119: Me he
descarriado como oveja perdida; ven en busca de tu siervo (v. 176).
Para Jesús, el grupo de sus discípulos era el pequeño rebaño, germen del nuevo Israel
-la Iglesia- y, por ello, objeto del amor entrañable de Dios. Así se lo manifiestó al
decirles: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros
a vosotros el Reino (Lc 12, 32).
Jesús también proclamó el desvelo de Dios Pastor por los pequeños y descarriados en
la bella parábola del pastor y la oveja perdida: Si un hombre tiene cien ovejas y se le
descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca
de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo en verdad que tiene más alegría
por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, es voluntad
de vuestro Padre celestial que no se pierda uno solo de estos pequeños (Mt 18, 12-14).
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Un examen atento de los textos bíblicos que han sido citados hasta ahora, muestra con
creciente claridad cómo el amor de Dios es siempre sinónimo de compasión, asistencia
y sostenimiento.
Vamos a traer ahora a colación otros textos en los que Dios Pastor se siente
especialmente conmovido y predispuesto a socorrer a quienes sufren heridas,
enfermedades, minusvalías u otras situaciones de desvalimiento. Lo que se advierte en
estos otros textos es que la Pastoral divina se hace particularmente tierna y solícita ante
las personas que padecen situaciones como aquellas de las que se ocupa hoy la Pastoral
de la Salud:
• Ez 34, 15s: Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a reposar. Buscaré la oveja
perdida, traeré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma.
• Mi 4, 6-8: Yo recogeré a la oveja coja, reuniré a la perseguida ... De las cojas haré
un Resto, de las alejadas una nación fuerte.
• So 3, 18s: Yo quitaré de tu lado la desgracia, el oprobio que pesa sobre ti ... y salvaré
a la oveja coja y recogeré a la descarriada ...
En estos textos Dios ya no es sólo el Pastor de Israel sino también su médico y sanador.
Concluye este primer tema, señalando que otro título dado a Dios en el AT y
relacionado con el de pastor, porque también resalta su dedicación y solicitud hacia el
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pueblo, es el de rophé, médico o sanador. Estos son los principales textos donde
aparece ese título, textos que todo visitador de enfermos debe también conocer y
meditar:
• Sal 41, 2s: Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a
salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra.
• Sal 103: Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser bendiga su santo nombre;
bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la
fosa y te colma de gracia y de ternura.
• Sal 147, 1.3: Alabad al Señor, ... él sana los corazones destrozados y venda sus
heridas.
• Eclo 38, 2.4.9: Del Altísimo viene la curación como una dádiva.
El Señor puso en la tierra medicinas ... con ellas cura el médico y quita el sufrimiento.
Hijo mío, en tu enfermedad ... ruega al Señor, que Él te curará.
La Iglesia ... es una grey de la que el mismo Dios se profetizó Pastor (Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, n. 6).
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espíritu ...
Sin embargo, quien recibe más veces en el AT, y más unánimemente, el título de pastor
es el rey David. Lo fue en su adolescencia, antes de ser designado para ocupar el trono
por el profeta Samuel en nombre de Dios: Yahveh te ha dicho: Tú apacentarás a mi
pueblo Israel (2 Sam 5, 2). Así describe el salmo 78 tanto sus orígenes pastoriles como
el carácter pastoral de su reinado: Eligió a David su servidor, le sacó de los apriscos del
rebaño; de andar tras las ovejas, lo llevó a pastorear a su pueblo, Jacob, a Israel, su
heredad. Los pastoreó con corazón íntegro, los guiaba con mano inteligente (vv. 70ss).
Los dos libros de Samuel y el primero de las Crónicas dan un fiel y detallado retrato de
David como pastor: un jefe y, sin embargo, un compañero, un hombre fuerte, y a la
vez delicado, que basaba su autoridad sobre todo en la entrega y en el amor.
Junto a los reyes, otros dirigentes del pueblo llevaron a veces el título de pastores: los
príncipes (Za 10, 3), los sacerdotes (Jer 2, 8), los profetas (Za 11, 4) ...
Pero el problema fue que, por regla general, los pastores se mostraron infieles a su
misión y por ello se hicieron acreedores a la ira y a las recriminaciones de Dios.
Así comienza el capítulo 34 del libro de Ezequiel, que contiene una terrible diatriba de
Dios contra los pastores de Israel, lanzada por la boca del profeta. Comienza así: La
palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra
los pastores de Israel ... Dirás a los pastores: ¡Ay de los pastores de Israel que se
apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? (vv. 1 y 2). Y,
pasa a enumerar con vivas imágenes comparativas los delitos y crímenes de los
pastores: Vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis
sacrificado a las ovejas más pingües; no habéis apacentado el rebaño (v.3).
Sin embargo, en el libro de Isaías aparece una figura enigmática que va a dar pleno
cumplimiento al encargo de Dios a los pastores de Israel: es el Siervo de Yahveh.
El contexto en el que surge esta figura no puede ser más significativo, desde nuestra
perspectiva de Pastoral Sanitaria: se trata del Libro de la consolación de Israel, que
incluye los capítulos 40 a 55 de Isaías, y algunos pasajes de la última parte del libro. Y
el Libro de la consolación contiene los cuatro cantos del Siervo, algunas de cuyas
expresiones van a ser citadas a continuación.
En el primero de los cantos (Is 42, 1-9) Dios anuncia al Siervo: He aquí a mi Siervo, a
quien yo sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él ...
No vociferará, no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo vacilante ... Yo te he
tomado de la mano, te he formado para que ... abras los ojos de los ciegos ... (v. 1-
3.6s).
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El segundo canto (49, 1-7) contiene una pregunta angustiada del Siervo, que se siente
abrumado por su cometido asistencial: ¿De veras Yahveh se ocupa de mi causa y Dios
de mi trabajo? (v. 4); y luego viene la respuesta de Dios, reafirmando al Siervo en su
misión de salvación universal: Te pongo como luz de las gentes para que mi salvación
alcance hasta los confines de la tierra (v. 6).
El canto tercero (50, 4-11) consiste en una declaración dolorida pero resuelta del Siervo
que se considera elegido y protegido por Dios, aun en medio de las tribulaciones que ha
de sufrir, y anima a otros a confiar en el Señor: El Señor Yahveh me ha dado una
lengua de iniciado para que sepa decir al abatido una palabra de consuelo ... Y yo no
me he resistido, ni me he echado para atrás ... El Señor me ayuda ... El que anda a
oscuras ... confíe en el nombre de Yahveh y apóyese en Dios ...
Del cuarto canto (52, 13 a 53, 12), que la liturgia del Viernes Santo aplica a Cristo, cabe
destacar la mención del Siervo como hombre de dolores, conocedor de dolencias (53,
3) y como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador (v. 7); y la
función sanante y restablecedora que se le atribuye: Él cargó con nuestras dolencias y
echó sobre sí nuestras enfermedades (v. 4).
Por último, es oportuno citar Is 61, 1-3, pasaje que es también el comienzo de un
mensaje de consolación, y en el que el profeta se ve a sí mismo enviado por Dios como
pastor, con las mismas características que han sido destacadas en los cuatro cantos del
Siervo: El espíritu del Señor está sobre mí, porque Yahveh me ha ungido. Me ha
enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones desgarrados ...
a consolar a los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en
vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido.
Conviene que los visitadores de enfermos mediten despacio estos textos, con el fin de
ahondar en las implicaciones de su misión pastoral, y para prepararse a contemplar en el
tema siguiente la figura de Jesús, el Buen Pastor.
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Así se comprende por qué, en el evangelio de Juan, Jesús se presenta ante los judíos
como el Buen Pastor.
Al darse a sí mismo este título, Jesús sabía que reivindicaba para él la figura mesiánica
del pastor prometido por Dios en los oráculos proféticos. Era plenamente consciente de
que su venida al mundo cumplía el oráculo del profeta Miqueas, que tanto inquietó al
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rey Herodes cuando los Magos fueron a preguntarle por el lugar de nacimiento del
Mesías: De ti (Belén de Judá) saldrá un jefe que será el Pastor de mi pueblo Israel (Mt
2, 6; cf Mi 5, 1).
Muchos siglos después, en nuestros días, la medicina subraya una y otra vez que su
misión para con la humanidad consiste en curar a veces, aliviar a menudo, consolar
siempre. ¿No es éste un nuevo indicio del estrecho parentesco existente entre la
asistencia pastoral y la asistencia sanitaria? ¿No es también indicio de hasta qué punto
Jesús Pastor es la encarnación de Dios médico? (cf 1.6).
3.3. YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA EN ABUNDANCIA (Jn 10, 11).
Desde los antiguos patriarcas de Israel hasta hoy la salud ha significado siempre, entre
otras cosas, abundancia de vida tanto en cantidad como en calidad.
De Abraham dice el libro del Génesis que murió en buena ancianidad, viejo y lleno de
días (25, 8) y lo mismo dice de Isaac (35, 29). La vida valiosa y deseable en el AT no
era la mera subsistencia humana, sino el poder abundar en bienes tales como un cuerpo
sano, honda sabiduría y experiencia, riquezas materiales, descendencia numerosa,
prestigio social y piadosa comunión con Dios; y todo ello disfrutado en este mundo,
pues hasta los tres últimos siglos antes de Cristo no se abrió camino la fe en la
resurrección y en una vida feliz en el más allá de la muerte.
Pero tanto el AT como el NT muestran que el disfrute de tal abundancia fue siempre
patrimonio de muy pocas personas. La mayoría del pueblo de Israel y de la humanidad
padecía entonces -y sigue padeciendo ahora- un grave déficit en su vida y en su salud.
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Y, sin embargo, Jesús afirma con toda claridad que, como Buen Pastor, él trae vida en
abundancia. ¿Cuál es esa abundancia de vida que Jesús vincula a su misión pastoral?
Una pista muy clara para responder a esta pregunta la tenemos en el hecho de que el
pasaje del Buen Pastor (Jn 10, 1-21) viene inmediatamente precedido por el relato del
ciego de nacimiento (cap. 9) y sirve de contraste ante el mal comportamiento de los
dirigentes judíos descrito en ese relato. Éstos, al excomulgar al ciego por defender a
Jesús, que le había curado de su ceguera en sábado, actuaron como los falsos pastores
de los que habían hablado los profetas.
Para Jesús, los dirigentes judíos eran continuadores de aquellos malos pastores a los que
Ez 34 achacaba el no haber fortalecido a la oveja débil, ni cuidado a la enferma, ni
curado a la herida (cf. 2, 3). En contraste con ellos, Jesús es el Buen Pastor suscitado
por Dios (cf Ez 34, 23) -y encarnación de Dios mismo- para cumplir la promesa hecha
por boca de Ezequiel: Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a reposar.
Buscaré la oveja perdida, encontraré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a
la enferma (34, 15s).
La abundancia de vida prometida por Jesús Pastor comienza significando, pues, alivio y
restablecimiento de la vida humana enferma o herida, en todo caso, frágil, vulnerable,
desvalida. La Pastoral llevada a cabo por Jesús comienza siendo Pastoral de la salud
dañada, y el Buen Pastor es, en principio, Jesús Médico a quien todos necesitamos.
Quien no lo crea así cae en el reproche de Jesús a los escribas y fariseos: No tienen
necesidad de médico los (que se creen) sanos, sino los (que se saben) enfermos (Mt 9,
12; cf Mc 2, 17; Lc 5, 31).
3.4. EL BUEN PASTOR DA SU VIDA POR LAS OVEJAS (Jn 10, 11).
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Esta es la segunda gran afirmación con que Jesús rodea su reivindicación de Buen
Pastor: Él da vida abundante dando su vida. La vida que da Jesús es abundante, porque
es la vida misma de Dios, que habita de modo misterioso, pero real y pleno, en su
persona y es también su vida humana en la cual, al decir de San Pablo, habita
corporalmente la plenitud de la divinidad (Col 2, 9).
Esta vida abundante la ofrecía Jesús Pastor de forma humana, es decir no sólo, ni sobre
todo, a través de intervenciones sobrehumanas como las curaciones milagrosas, sino
mediante un esfuerzo, una abnegación y un sacrificio iguales a aquellos con que los
humanos tienen que enfrentarse con las enfermedades de todo tipo, y con los
sufrimientos asociados a ellas.
Por eso el evangelista Mateo adjudica a Jesús la misión del Siervo de Yahveh, en el
cuarto canto de Isaías :
Le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a
todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías:
Él echó sobre sí nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8, 16s).
Jesús es el Buen Pastor porque cura a la manera profetizada en la figura del Siervo de
Yahveh (cf. 2.4), no echando mano de técnicas médicas sino dando de sí esforzada y
abnegadamente en favor de quienes necesitan ser curados. Y no es sólo Mateo quien
corrobora esta afirmación sino el apóstol Pedro en su primera carta, al hablar del Señor
en estos términos: En sus heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas,
pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas (1 Pe 2, 24s).
Pero aún queda un dato fundamental por mencionar. Como ya vimos en el tema anterior
(2. 4), el Siervo de Yahveh es el sanador que echa sobre sí las enfermedades y dolencias
ajenas (Is 53, 4) y, al hacerlo, se convierte en el cordero llevado al matadero, en la
oveja ante el esquilador (53, 7). Este hecho tiene también un hondo sentido pastoral.
El Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las
aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos (7, 16s). Así describe el
libro del Apocalipsis la culminación de la obra salvadora de Jesús, el Buen Pastor.
Los Evangelios muestran claramente el cuidado corporal y espiritual con que el Señor
atendió a los enfermos y el esmero que puso al ordenar a sus discípulos que
procedieran de igual manera. Así es como el Ritual de la Unción y de la Pastoral de
Enfermos formula, en sus Anotaciones previas (nº 5), el encargo que el Señor hizo a sus
discípulos de continuar en su nombre la misión pastoral, que Él mismo había recibido
de Dios Padre.
Pedro y los demás apóstoles pusieron en práctica el mandato pastoral de cuidar y sanar
que Jesús les dió, nada más recibir la fuerza del Espíritu Santo, que les convertía en la
primera comunidad cristiana el día de Pentecostés.
Así pues, Pedro comenzó la misión pastoral de apacentar que Jesús le encargó (cf Jn
21, 15-17) curando en nombre del mismo Jesús. Y tan convencido estaba el apóstol del
carácter sanador de toda la misión pastoral llevada a cabo por el Señor, que la resumió
con estas palabras, ya conocidas por los visitadores de enfermos y por todos los
cristianos vinculados a la Pastoral de la Salud: Ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando (Hech 10, 38).
El libro de los Hechos atestigua así mismo que. al igual que Pedro, los demás apóstoles
también realizaban muchos prodigios y signos, es decir, muchas curaciones (Hech 2,
43) hasta el punto de que acudía mucha gente de las ciudades vecinas a Jerusalén
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trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, y todos eran curados (5,
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Poco más tarde, y en estrecha sintonía con Pablo, el apóstol Santiago ampliaba a los
aspectos espirituales y sacramentales, la comprensión de la pastoral sanadora que
tendrá en el futuro toda comunidad verdaderamente cristiana. Dice en su carta el
Apóstol: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Pues llame a los presbíteros de la
comunidad para que oren junto a él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la
oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le restablecerá, y si hubiere cometido
pecados, le serán perdonados. Confesaos, pues mutuamente vuestros pecados y orad
los unos por los otros, para que seáis curados (Sant 5, 13-15). Así quedaba integrada en
una misma pastoral la asistencia corporal y la asistencia espiritual.
· Jesús ha venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia. La
Iglesia continúa esta obra de Jesús y, como él y sus primeros Apóstoles, se inclina ante
la humanidad dolorida para, en nombre de Jesucristo Nazareno, levantarla y hacerla
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caminar.
· La comunidad cristiana tiene unas obligaciones muy concretas para con sus
enfermos. Los discípulos de Cristo recibieron el encargo del Señor de representarlo y
de perpetuar su solicitud por ellos, como miembros de su Cuerpo.