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La mujer: reina e indomable

Colección «PROYECTO»
94
Anselm Grün / Linda Jarosch

La mujer:
reina e indomable
¡Vive lo que tú eres!

Editorial SAL TERRAE


Santander 2006
Título del original alemán:
Königin und wilde Frau.
Lebe, was Du bist!
© 2004 by Vier-Türme GmbH – Verlag
Münsterschwarzach

Traducción:
José Manuel Lozano Gotor
Para la edición española:
© 2006 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-I
39600 Maliaño (Cantabria)
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ISBN: 84-293-1642-6
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Impresión y encuadernación:
Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)

Índice

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

ARQUETIPOS DE MUJER:

Agar: la mujer abandonada y protegida por un ángel


13
Ana: la mujer sabia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Débora: la juez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Ester: la reina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Eva: la madre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Judit: la luchadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Lidia: la mujer sacerdotal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
María: la transformadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
María Magdalena: la amante apasionada . . . . . . . 109
Marta y María: la anfitriona y la artista . . . . . . . . 123
Miriam: la profetisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Rut: la forastera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Sara: la risueña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Tamar: la mujer indomable . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175

·5·
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Introducción

P. Anselm Grün

¿Qué mujer se siente en realidad como una reina? ¿Y


cuántas se definirían a sí mismas como mujeres indo-
mables? Reina y mujer indomable: aunque son nume-
rosas las mujeres que intuyen la fascinación de estas
imágenes, desgraciadamente son pocas, sin embargo,
las que perciben de veras las facetas correspondientes
de su femineidad. Lo que hoy mueve a muchas muje-
res es, sobre todo, el ansia de libertad e independencia.
Buscan el potencial que late dentro de ellas. No quie-
ren dejarse condicionar por su profesión, pero tampo-
co por lo que sus esposos e hijos esperan de ellas. A las
mujeres modernas les gustaría vivir su propia vida.
Desean descubrir de qué serían capaces si se guiaran
por sus propias fuerzas, en vez de definirse a sí mis-
mas a partir de las expectativas de los demás. Al mis-
mo tiempo, sufren a menudo porque se sienten incom-
prendidas y solas en su proceso de «ser mujeres».

Linda Jarosch

En un encuentro internacional de mujeres en el que

·7·
también participaban algunas africanas, éstas opina-
ban que a ellas, aunque individualmente no son tan
fuertes como las alemanas, el hecho de estar unidas les
da mucha fuerza. Además, contaban que tenían la im-
presión de que, en Alemania, la mayoría de las muje-
res no somos felices. De hecho, en la actualidad hay
muchas mujeres que han comenzado a desprenderse
del papel de víctimas y del menosprecio de sí mismas
en que con frecuencia han sido educadas. Son preci-
samente estas actitudes las que conducen a ese des-
contento perceptible incluso desde fuera. Ahora se
atreven a confiar en parte en su femineidad. Dejan de
hacer siempre a los varones responsables exclusivos
de su propia miseria. Se reconcilian con las heridas
que les ha inferido la vida y emprenden una nueva sen-
da de libertad interior.

Dado que se respetan a sí mismas y valoran su femi-


neidad, estas mujeres ya no se dejan achicar por co-
mentarios peyorativos. Son conscientes de su valor co-
mo mujeres, y eso les hace disfrutar de su femineidad
y les confiere nueva vida. Así, muchas mujeres están
comenzando a vivir por sí mismas. Cuando se reúnen,
las mujeres pueden llorar juntas, pero gozan mucho
más riéndose con ganas. Gracias a esa risa, rebosante
de energía, se dan cuenta de que pueden vivir por sí
mismas y de que ya no les apetece seguir quejándose
de quienes las impiden vivir con autenticidad.
El movimiento feminista de la década de mil nove-
cientos setenta luchó, sobre todo, por la igualdad de de-
rechos para las mujeres. En aquellos días era impor-
tante rechazar inveterados tópicos sobre el papel de la
mujer. Sin embargo, se corrió el peligro de amoldar la
mujer al varón, en vez de acentuar su peculiaridad y
diferencia. Hoy, sin dejar de reclamar la igualdad de

·8·
derechos, el movimiento feminista se esfuerza por po-
ner de relieve al mismo tiempo la especificidad de la
mujer. Ya desde el punto de vista meramente biológico,
la mujer desarrolla dimensiones distintas de las del
varón. Precisamente en la diferencia entre varón y
mujer late un potencial sin par. No obstante, no se tra-
ta de atar a la mujer a una determinada imagen.
Basándose en la biología y en la psicología del de-
sarrollo, Norbert Bischof y su mujer, Doris Bischof-
Köhler, ambos profesores de la Universidad de Zürich,
han mostrado que, ya desde tiempos ancestrales, las
mujeres, en lo tocante a la sexualidad, la reproducción,
la crianza de los hijos y la obtención de alimentos, han
ido desarrollado formas de conducta distintas de las de
los varones. Y lo que la biología inscribe en nuestro ser
no se puede borrar fácilmente.
Según esto, el argumento sociológico de que la dife-
rencia entre varón y mujer se debe exclusivamente a la
educación no es cierto. Así, por ejemplo, ya en la in-
fancia existen desemejanzas en las respectivas actitu-
des de uno y otro sexo ante el éxito y el fracaso: «Los
niños tienden, por lo general, a considerar el éxito co-
mo resultado de sus aptitudes; los fracasos los atribu-
yen, por el contrario, a la mala suerte o a circunstan-
cias ajenas a ellos. En cuanto a las niñas, tienden a
echarse a sí mismas la culpa de sus fracasos, mientras
que los éxitos no los viven como resultado de sus pro-
pias capacidades, sino como una “cuestión de suerte”»
(Bischof-Köhler y Bischof, p. 113). Por eso, según
Bischof-Köhler y Bischof, el tratamiento equitativo de
varones y mujeres redunda más bien en detrimento de
éstas. Pues el rendimiento se sigue midiendo por un ra-
sero masculino. «Al contrario, la verdadera igualdad
de derechos sólo podrá alcanzarse si se toman en serio
las diferencias y si en la socialización se tienen sufi-

·9·
cientemente en cuenta los puntos fuertes y las debili-
dades de cada uno de los dos sexos» (Bischof, p. 115).
Medir todo por el mismo rasero conduce al aburri-
miento. La disparidad existente entre el varón y la mu-
jer genera una tensión que confiere a ambos su energía
distintiva y les convierte en fuente de inspiración recí-
proca. La diferencia que existe entre el varón y la mu-
jer es sinónimo de plenitud y riqueza; es el requisito
básico para una relación viva. Lo que hoy necesitan
las mujeres no es un trato equitativo, sino coraje para
ser ellas mismas. No deben orientar su escala de valo-
res según el ideal de masculinidad; lo que han de en-
contrar es, más bien, su propia identidad. Deben reva-
lorizar su propio y específico estilo femenino. Sólo en-
tonces gozarán las mujeres de las mismas oportunida-
des que los varones.
En el libro Kämpfen und lieben [Luchar y amar],
una obra análoga a ésta dedicada a los varones, se aso-
cian dieciocho imágenes arquetípicas con personajes
bíblicos masculinos. La mayoría de los arquetipos va-
len tanto para los varones como para las mujeres, aun-
que éstas los llenan de vida de otra manera. Por eso,
también en este libro nos gustaría tomar como refe-
rencia las imágenes arquetípicas de la mujer y relacio-
narlas con personajes bíblicos femeninos. En este pro-
ceder, nuestro interés no se centra tanto en el estudio
de los pasajes bíblicos y su trasfondo cuanto en el des-
pliegue de la imagen arquetípica que descubrimos en el
correspondiente personaje bíblico.
En nuestros días, a menudo se realzan inmerecida-
mente imágenes negativas de las mujeres. Así, se elogia
a la «tarambana» que mejor vive. Y se presenta como
modelo a la mujer frenética. Algunas mujeres se defi-
nen a sí mismas como brujas, y se sienten orgullosas de
este título. Incluso la prostituta es considerada de pron-

· 10 ·
to como modelo positivo de libertad respecto de todas
las normas sociales. Frente a esta deformación de que
son objeto, nos gustaría devolver a las imágenes ar-
quetípicas su integridad tomando como punto de parti-
da figuras bíblicas femeninas. Las imágenes arquetípi-
cas poseen además una fuerza purificadora. De ahí
que, en las imágenes negativas que los medios de co-
municación de masas presentan como modelo, siempre
haya también algo de verdad. Pero para que puedan
hacerse visibles el significado y la fuerza auténticos de
las imágenes, es preciso que sean purificadas por el ar-
quetipo.

Una autora griega describe siete imágenes arquetípi-


cas para la mujer: la amante, la mujer maternal, la sa-
cerdotisa, la artista, la luchadora, la reina y la mujer
indomable. De modo análogo, nosotros hemos elegido
catorce arquetipos y los hemos asociado con catorce
personajes bíblicos femeninos. De siempre, el catorce
ha sido un número positivo. Los babilonios tenían ca-
torce divinidades protectoras. Y en el cristianismo
existen los catorce santos auxiliadores. El catorce es
también una cifra femenina: marca la mitad del ciclo
lunar, que tiene un significado importante para todas y
cada una de las mujeres. Creemos que el número ca-
torce expresa el ser de la mujer, así como el potencial
latente en ella.

Las catorce imágenes que aquí se presentan deberían,


por tanto, ayudar a las mujeres a descubrir su ser más
propio y a vivir de la riqueza interior de su femineidad.
Además, estas imágenes pretenden señalar a las muje-
res el camino a seguir si desean curar las heridas que
les producen las falsas imágenes de la mujer, así como
ofrecerles apoyo para encontrar su propia integridad,

· 11 ·
su propia «salvación».

Como título para nuestro libro sobre la mujer, hemos


escogido las dos imágenes arquetípicas de la mujer in-
domable y la reina. En nuestra opinión, en estas dos
imágenes se expresan con suma claridad los atributos
fundamentales que mantienen viva a una mujer. La
suma de ambos atributos le confiere energía. La mujer
que permite que en ella se manifiesten a la vez la mu-
jer indomable y la reina estará, además, en condicio-
nes de encarnar con vigor todas las demás imágenes,
ya sea la de la mujer maternal, con la que el movi-
miento feminista tantos problemas tiene, o la de la
amante, la artista o la profetisa.

Habrá quienes consideren que el título del libro resul-


ta provocador. Otros quizá lo descalificarán como me-
ra moda. Noso-tros, sin embargo, creemos que preci-
samente las imágenes de la «reina» y la «mujer indo-
mable» conducen a las mujeres a su ser auténtico y las
ponen en contacto con el potencial que late en sus al-
mas. Por eso, lo que pretendemos en este libro es aso-
ciar estos dos polos de tal manera que usted, querida
lectora, renueve sus ganas de vivir y de ser mujer.
Por último, unas breves palabras sobre la elabora-
ción de este libro: es el fruto de numerosas conversa-
ciones entre los autores. Además, hemos utilizado ma-
nuscritos y textos que han surgido de distintos semina-
rios de mujeres y de la escucha de lo que las propias
mujeres nos han contado. Hemos dialogado y discuti-
do repetidamente sobre los textos escritos en común.
Para que este trabajo común pueda ser reconstruido,
hemos utilizado distintos tipos de letra para los párra-
fos que ha escrito cada uno de nosotros. De este modo,
la forma exterior del texto reproduce el diálogo que he-

· 12 ·
mos mantenido durante más de un año. Para presen-
tar las distintas imágenes de la mujer seguimos el or-
den alfabético al que obedecen los nombres de los per-
sonajes bíblicos que hemos asociado con ellas. Reco-
mendamos a nuestras lectoras que lean el libro por
capítulos y que reflexionen o mediten sobre cada una
de las imágenes en particular.
Las ideas que presentamos no pretenden ser, ni
mucho menos, la única visión posible del tema. Cada
mujer desarrolla –y debe desarrollar– su propia auto-
comprensión. Este libro quiere alentar a las mujeres a
buscar el diálogo no sólo con otras mujeres, sino tam-
bién con los varones, y que ello las ayude a descubrir
su más profunda identidad. Asimismo, nos gustaría
suscitar en las mujeres las ganas desplegar sus propias
capacidades y posibilidades y sentirse agradecidas por
el modo singular en que cada una vive su femineidad.

LINDA PAROSCH y ANSELM GRÜN


Münsterschwarzach, junio de 2004

· 13 ·
Agar: la mujer abandonada
y protegida por un ángel

La literatura mundial está plagada de relatos de muje-


res abandonadas. Que los varones abandonen a sus
mujeres es un fenómeno que se repite sin cesar.
Antaño, la guerra era generalmente el motivo por el
que los varones se ausentaban, dejando solas a las mu-
jeres. Hoy la causa suele estar en los problemas que
surgen en la convivencia conyugal. O, simplemente, el
varón abandona a su esposa porque se enamora de
otra mujer. Sin embargo, la mujer abandonada no que-
da, ni mucho menos, desamparada de todos los espíri-
tus buenos. Antes bien, permanece bajo la especial
protección de Dios.
Las novelas que describen a mujeres en situación
de abandono hacen llorar a muchas lectoras, que se
reconocen en tales personajes. Es evidente que en el
alma de toda mujer existe un vislumbre de lo que sig-
nifica ser abandonada. Pero, al mismo tiempo, late la
convicción de que Dios nunca la desamparará. Así lo
ve ya el Nuevo Testamento: «El Señor guarda a los
emigrantes, sustenta al huérfano y a la viuda» (Sal
146,9). La viuda es una imagen típica de la mujer aban-
donada. En el Anti-guo Testamento, el prototipo de la
mujer abandonada y, al mismo tiempo, protegida de
manera especial por Dios es Agar, la esclava de

· 14 ·
Abrahán.
Puesto que Sara, la esposa de Abrahán, es estéril,
le entrega a éste a su criada Agar para que engendre
un hijo con ella. Pero, cuando se queda embarazada,
Agar se siente superior a Sara y la mira por encima del
hombro. Sara se queja a Abrahán de tal actitud, y su
marido le devuelve a la sierva: «De tu esclava dispones
tú; trátala como te parezca» (Gn 16,6). A partir de ese
momento, Sara trata a su criada con tanta dureza que
Agar decide huir.
Aquí se evidencia un aspecto negativo de la femi-
neidad. Sara está celosa. No puede soportar que su es-
clava se halle encinta, y ella no. Por eso la oprime pa-
ra mostrarle su superioridad. Las mujeres experimen-
tan a menudo situaciones parecidas: cuando desarro-
llan una virtud propia, suelen ser combatidas por otras
mujeres. Algunas mujeres no pueden soportar que
otras mujeres vivan algo que ellas se han prohibido a
sí mismas o que no está a su alcance. En vez de ale-
grarse de las virtudes de otras mujeres, no pueden evi-
tar combatirlas.

Agar huye de su ama. Mientras está sentada junto a


una fuente en el desierto, se le aparece un ángel del
Señor y le dice: «“Agar, esclava de Sara, ¿de dónde vie-
nes y a dónde vas?”. Ella respondió: “Vengo huyendo
de mi señora”. El ángel del Señor le dijo: “Vuelve a tu
señora y sométete a ella”» (Gn 16,8s). A primera vis-
ta, la orden del ángel parece plantear a Agar una exi-
gencia desmesurada. Debe regresar, sin más, a la anti-
gua situación y aguantar el duro trato de su ama. La
reacción de Agar tiene visos de ser típicamente feme-
nina: se siente víctima y acepta la carga que se le im-
pone. Pero la orden del ángel no debe ser entendida en
este sentido. No se trata de que Agar asuma el papel

· 15 ·
de víctima. Ello no le hace ningún bien a la mujer, pues
en el papel de víctima ésta se convierte con demasiada
frecuencia en victimaria. Se sacrifica por otras perso-
nas, pero, al mismo tiempo, condiciona a quienes la ro-
dean. Sacri-ficándose, ejerce poder, pues los otros de-
ben recompensarla por su sacrificio. O bien, con su pa-
pel de víctima, genera una atmósfera desasosegante,
opresiva, cargada de mala conciencia. Junto a un «chi-
vo expiatorio» es imposible sentirse a gusto. Uno no
puede dejar de tener mala conciencia.
Pero el ángel, al enviar a Agar de vuelta a su seño-
ra, le formula la siguiente promesa: «Haré tan nume-
rosa tu descendencia que no se podrá contar... Mira,
estás encinta y darás a luz a un hijo y lo llamarás
Ismael (= Dios escucha), porque el Señor te ha escu-
chado en la aflicción» (Gn 16,11).
Con ello, Agar puede sobrellevar mejor la tan opre-
siva situación, porque es receptora de una promesa. Es
consciente de su dignidad. Será madre de una descen-
dencia numerosa. Su hijo será arquero*, y su vida pros-
perará. También puede aguantar la situación porque
sabe que tiene una dignidad inviolable y que Dios se in-
teresa por ella y se ocupa de ella. Agar no ignora que en
ella hay algo sobre lo que su señora no tiene poder al-
guno: al fin y al cabo, Sara no puede dañarla en lo más
hondo de su persona. Agar llama a Dios «El-Roi (Dios,
que me ve)» (Gn 16,13). Puesto que Dios la ve en su
dignidad, nadie puede arrebatarle tal dignidad. Agar lle-
va dentro de sí algo indestructible y resistente al paso
del tiempo. Porta en su interior algo divino sobre lo que

* En realidad, el libro del Génesis dice de Ismael que será un «po-


tro salvaje» (Gn 16,12) [N. del Trad.].

· 16 ·
el mundo no tiene ningún poder.
Muchas mujeres aguantan situaciones duras por-
que en su ser más íntimo están convencidas de su dig-
nidad. Transmiten al mundo la vida que hay en ellas.
Lo cual no sólo puede afirmarse de las madres, sino
también de las mujeres sin hijos. Si tienen sensibilidad
para percibir que son guardianas de la vida, pueden
sostener y proteger esa vida también en medio de cir-
cunstancias adversas. Y si, al igual que Agar, saben
que Dios está pendiente de ellas, no se sienten aban-
donadas, y las palabras desdeñosas de su entorno no
las hieren.
En numerosos relatos del tiempo de la guerra, me
ha llamado repetidamente la atención la fortaleza de
las mujeres que, a la sazón, huían desprotegidas de las
zonas de combate. Y, después de la guerra, las
«Trümmerfrauen» (las mujeres de las ruinas, o muje-
res desescombradoras) contribuyeron decisivamente a
la reconstrucción de Alemania. Sacaron adelante a
sus familias en las más difíciles circunstancias, crean-
do, a pesar de todo, un espacio seguro para sus hijos.
En ellas latía algo de la fuerza de Agar. Obviamente,
eran conscientes de su dignidad. Demostraron una te-
nacidad y una resistencia que no pueden sino suscitar
admiración.
Tras dar a luz a Isaac, Sara estaba al principio fe-
liz. Pero luego vio cómo Ismael, el hijo de Agar, reto-
zaba alegre de aquí para allá. Aquello era superior a
sus fuerzas. No podía alegrarse con el hijo de su es-
clava. De ahí que indujera a Abrahán a expulsar a la
esclava y al hijo de ésta. Salta a la vista que Abra-hán
es demasiado cobarde para contradecir a su esposa.
Aun-que lo hace a disgusto, accede al deseo de Sara.
Pero Dios le dice que no se aflija, pues también de
Ismael saldrá un gran pueblo.

· 17 ·
Así, Agar marcha de nuevo al desierto con su hijo.
Cuando se acaban las provisiones de pan y agua, Agar
coloca al niño, que ha roto a llorar, debajo de unas ma-
tas. No puede soportar el llanto de su hijo. Pero Dios
vuelve a enviar a un ángel que le abre los ojos a Agar,
de suerte que ésta divisa un pozo en las cercanías. Por
tanto, Agar supera también este apurado trance por-
que un ángel la protege.
Siempre es un trago amargo para una mujer el que
su esposo la abandone o decida separarse de ella por-
que su profesión u otra mujer son más importantes pa-
ra él. En su interior surgen muchas preguntas y senti-
mientos; por ejemplo: «No soy lo bastante buena. Ama
a otra mujer. ¿En qué me he equivocado? ¿Es que ya
no valgo nada?».
Agar está a punto de dejarse morir y dejar morir a
su hijo. Pero el ángel, que ha escuchado el llanto del
niño y ha visto el apuro en que ella misma se encuen-
tra, le abre los ojos. Agar descubre una fuente de agua
potable. El ángel le muestra que no es sólo la abando-
nada. En ella misma hay una fuente de la que puede
beber. Posee dentro de sí recursos suficientes. No de-
pende de ningún varón. No se define a sí misma en
función de ningún varón. Es fiel a sí misma. Tiene en
su interior fuentes que nunca se agotan. La mujer que
entra en contacto con estas fuentes interiores es capaz
de superar también situaciones de abandono. No se da
por vencida. En ella florece una nueva vida que se ali-
menta de su propia fuente interior. Por eso pasa a de-
finirse a partir de su propia dignidad y, en último tér-
mino, a partir de Dios.

Muchas mujeres que son abandonadas por su esposo


desarrollan sin querer una enorme rabia contra éste
cuando, al final, él les cuenta todo lo que ha echado de

· 18 ·
menos en la relación. Piensan que, si él hubiera ha-
blado abiertamente antes, ellas habrían podido reac-
cionar de manera apropiada. Por eso se sienten impo-
tentes, pues a posteriori ya no tienen oportunidad de
aportar a la relación lo que, a juicio del esposo, falta-
ba.
Cuando pregunto a estas mujeres si no había indi-
cios de que el otro echaba algo de menos, ellas suelen
responder afirmativamente. Pero aseguran que no le
habían dado importancia, porque no po-dían sospe-
char que la relación dependiera de forma inmediata de
lo que ahí se manifestaba. A pesar de su disgusto, re-
conocen que también ellas habían puesto en la rela-
ción unas expectativas que no se han cumplido. Su
profundo dolor por el abandono guarda relación con el
rechazo que experimentan, con la incertidumbre acer-
ca de cómo proseguir la vida, con la falta de confianza
demostrada por quien hasta hace poco era su pareja.
Pues es la confianza lo que nos permite abordar los
problemas.
En las conversaciones que sostengo con ellas, las
mujeres perciben que su tarea consiste en hacerse más
sensibles para con sus propios sentimientos y deseos.
Pues éstos son el elemento vivo que ellas aportan a la
relación y lo que le da vida a ésta. Pero muchas veces
el día a día está tan lleno de obligaciones que no han
podido seguir teniéndolos presentes. La experiencia de
haber sido abandonadas por el esposo puede espolear-
las a no abandonarse a sí mismas, a no pasar por alto
sus propios sentimientos y a no apoyarse sólo en otros,
sino en sí mismas.

A modo de ejemplo: una mujer casada con un curan-


dero amerindio que residía en Allgäu, en las estriba-
ciones de los Alpes alemanes, me contó que también

· 19 ·
entre los indios hay varones de edad avanzada que de-
jan a su esposa y se van a vivir con otra mujer. Las
mujeres indias experimentan, por supuesto, el dolor y
la tristeza de la separación, pero no con el sentimiento
de ser ellas las abandonadas, sino asumiendo un papel
activo en el proceso. Dejan libre al marido y quedan li-
bres ellas mismas. Y afirman al respecto: «Le libero,
pero sigue siendo mi esposo para siempre». Con ello
quieren decir que, de los años compartidos, nada se bo-
rra; y que la nueva relación del esposo no puede ser
equiparada a la que tenía con ellas, pues se trata de al-
go sencillamente diferente. Así, el valor de la mujer no
queda tan menoscabado como suele ser el caso en
nuestra cultura; al contrario, gracias a esta actitud, las
mujeres amerindias experimentan que en el amor, al
igual que en la naturaleza, existe el cambio y la extin-
ción, sin torturarse continuamente intentando estable-
cer cuál es su grado de culpa. Los varones incluso vi-
sitan a la familia con su nueva compañera. En este re-
lato, impresiona el aspecto de la concesión activa de li-
bertad que la naturaleza repetidamente reclama al ser
humano y que también afecta al amor entre el varón y
la mujer. Entre nosotros, tienen mucho peso la bús-
queda de culpas y errores, el rencor y la persistencia
de la ofensa, el sentimiento de haber perdido valor...
Los indios viven con mayor intensidad la entrega a la
vida. Las allí mujeres lo tienen más fácil, sin duda, por-
que en tales situaciones son sostenidas por la comuni-
dad en mayor medida que nosotras.

En el relato de Agar, ha sido sobre todo el motivo de la


fuente lo que ha fascinado a varios poetas judíos. Para
Nelly Sachs, la fuente a la que el ángel conduce a Agar
es un símbolo arquetípico de la esperanza:

· 20 ·
«Pero tus fuentes
son tus diarios,
oh Israel».

Y Ben-Chorin canta a Agar en la más acuciante


necesi-dad, en medio de la cual ella, a pesar de todo,
confía en recibir ayuda:
«En sus cansadas manos de esclava
esconde su cabeza, preñada de lágrimas,
e intuye la cercana presencia de un ángel,
miembro de un lejano y flamígero ejército divino.
Se limitó a pensar... y de ahí surgió un ángel,
que se inclinó sobre ella en luminoso resplandor;
y fue un consuelo y como estar en casa
y sentirse a salvo».

La situación en que se encuentra Agar no les re-


sulta extraña a las mujeres de ninguna época. Siempre
ha habido y habrá mujeres que son abandonadas o in-
cluso repudiadas por sus maridos. Como en el caso de
Agar, la culpa la tiene con frecuencia otra mujer, hacia
la que el marido experimenta una mayor atracción.
Entonces, la mujer postergada se siente de verdad co-
mo una esclava que, tras haberlo hecho todo por aquel
hombre, es despedida, porque éste ya no la necesita,
pues se ha vuelto hacia otra mujer. Ella se siente ex-
plotada como una mujer de la limpieza que ha mante-
nido en orden la casa y la ropa, pero que de repente es
expulsada al desierto porque ha dejado de ser necesa-
ria.

Cuando la mujer vive con intensidad su faceta mater-


na, a menudo la mujer erótica deja de estar presente
en ella. Esta parte de ella sale perdiendo. A veces, con
el exceso de maternidad, la mujer busca asimismo pro-

· 21 ·
tegerse de la faceta erótica de su ser mujer, pues son
muchas las mujeres que no se sienten libres en este te-
rreno. Se dan cuenta de que ciertas convicciones muy
arraigadas las impiden ser más abiertas. Por lo gene-
ral, también se sienten coaccionadas por las expectati-
vas del esposo, lo cual las lleva a adoptar un papel más
bien renuente. Esto puede convertirse en materia de
controversia en la pareja; y no pocas veces falta la co-
municación que ambos necesitarían para sentir que
sus necesidades son tenidas en cuenta. Para la mujer
suele ser especialmente hiriente que el marido la deje
por ese motivo y prefiera a otra mujer.

Muchas mujeres que han sido abandonadas tienen di-


ficultades para seguir creyendo en su dignidad. Se
sienten en el desierto y se abandonan a sí mismas.
Tienen hambre y sed de amor y corren el peligro de
deshidratarse en el desierto. Algunas desarrollan en-
tonces un odio exacerbado hacia todos los varones, en
quienes únicamente ven aspectos negativos. Surgen
entonces prejuicios como los siguientes: «Los hombres
son todos iguales. Sólo les interesa el sexo y el placer;
no buscan más que su ventaja personal. Son irrespon-
sables. No saben lo que es la fidelidad ni el amor ver-
dadero...». Es comprensible que tales prejuicios aflo-
ren en mujeres que han sido abandonadas por sus es-
posos. Se trata de una herida profunda. Pero las muje-
res fuertes asimilan esa herida y desarrollan sus pro-
pias virtudes. Utilizan su agresividad para expulsar de
sí al hombre que las ha abandonado. Y transforman
tal agresividad en la aspiración a vivir por sí solas. En
su interior aflora el deseo de dar forma a su propia vi-
da y desarrollar capacidades que hasta entonces esta-
ban ocultas en ellas.

· 22 ·
Una mujer de mediana edad, por ejemplo, tuvo que
ver cómo su marido, después de cuarenta años de ma-
trimonio, la abandonaba por una mujer joven. Habían
criado varios hijos y construido una gran casa. El es-
poso había podido dedicarse a su carrera gracias a que
la mujer había organizado y dirigido todo en el hogar.
La marcha del esposo representó para esta mujer una
profunda ofensa, que la dejó totalmente desarmada.
Creía que se venía abajo. Después de una época difícil,
en la que se confrontó abiertamente con la situación,
un día se dijo a sí misma: «Quizá también ha sido un
regalo para mí el que mi marido me haya hecho esto.
Ahora no tengo más remedio que centrar mi atención
en mí misma y descubrir aspectos de mi persona total-
mente desconocidos para mí. Tengo que empezar una
vida del todo nueva, y veo en ello una gran oportuni-
dad para mí». En ese momento tuvo la sensación de
haberse reconciliado consigo misma: había recupera-
do su dignidad y su fuerza.

¿Dónde encuentra hoy la mujer abandonada y envia-


da al desierto por su esposo al ángel que le abra los
ojos? Con frecuencia, en alguna amiga que la apoya
incondicionalmente, que le transmite la sensación de
que, a pesar de lo ocurrido, sigue siendo enormemente
valiosa, que encierra en sí una gran riqueza... Ella de-
be transformar el sentimiento de duelo, dolor y rabia
en el deseo de dar forma propia a su vida. No es sólo
la esposa de su marido. Es una mujer independiente.
Es la madre de un arquero. Su vida saldrá adelante.
Encontrará la diana a la que disparar la flecha.
A veces es un libro el que puede convertirse en án-
gel. Tal vez le abra los ojos a una mujer, enseñándole
a valorar la situación de otra manera. En otras oca-
siones, es la experiencia vivida en una celebración re-

· 23 ·
ligiosa o en un rato de meditación lo que le da la certe-
za: «Mi vida va a salir adelante. Nunca estaré sola. Un
ángel me acompaña. El ángel es la garantía de mi dig-
nidad divina, mi faceta espiritual, mi intuición de Dios,
del misterio de la vida. El sufrimiento al que me ha em-
pujado mi marido me abre los ojos para ver mi invio-
lable dignidad divina. Mi marido puede abandonarme,
puede ofenderme..., pero no puede privarme de mi dig-
nidad».

La mujer que ha perdido a su esposo por fallecimiento


de éste se siente, por lo general, íntimamente vincula-
da a él y habla con él en silencio sobre las cosas que le
preocupan. Él es el ángel que la acompaña y sostiene
cuando se siente desesperada. Otras mujeres acuden
con frecuencia a algún lugar de la naturaleza, por
ejemplo, a un árbol contra el que pueden recostarse, el
cual, merced a su estabilidad, les proporciona consue-
lo.

Las mujeres pueden aprender de Agar a no hundirse

Anselm: El arquetipo de la mujer abandonada y


que es protegida por un ángel ¿te ha ayudado a
afrontar tus heridas? ¿Cómo te las has arreglado
con tus experiencias de abandono?

Linda: Por supuesto, conozco los sentimientos de


abandono ya desde la infancia. Cuando recuerdo
tales situaciones, es justamente como en la histo-
ria de Agar. Casi siempre había alguna persona
que, en cada situación concreta, estaba a mi lado

· 24 ·
–ni siquiera cuando atraviesan las situaciones más difí-
ciles o son presas del mayor dolor– en la autocompa-
sión o en la queja contra el marido o contra los varo-
nes en general, sino, por el contrario, a hacerse con las
riendas de su vida y a beber de la fuente de lo vivo que
mana en su interior. En toda mujer existe una fuente
inagotable: la fuente divina del amor, de la sabiduría,
de la fuerza. El sufrimiento suele derruir las fachadas
exteriores. Pero en los cimientos de la propia morada
vital mana la fuente que nunca se agota. A veces, esa
fuente sólo puede fluir libremente cuando se derrum-
ba lo que hemos construido sobre ella. Muchas muje-
res tienen la fortaleza de Agar. Han superado expe-
riencias hirientes y han madurado en el proceso. Han
sufrido abandono y desprecio a manos de sus maridos
y no se han venido abajo por ello. Al contrario, han
desplegado una fuerza y una sabiduría admirables.

Dejar marchar a una persona, no aferrarse a ella, sino


liberarla para lo que desee vivir, requiere mucha fuer-
za interior y un gran amor. Las mujeres sienten ante
todo tristeza, desesperación o rabia, pero apenas se
dan cuenta de que el amor también ha de estar dis-
puesto a dejar marchar al otro. En esta situación, las
mujeres necesitan mucha confianza en sí mismas, la
confianza de que pueden vivir con sus propias fuerzas.
La cantante Gila Antara ha expresado en una can-
ción los sentimientos de las mujeres abandonadas:
«Me pregunto por qué
has tenido que abandonarme,
por qué has tenido que marcharte sin más.
He llorado y he confiado
en que regresarías junto a mí
y te quedarías conmigo para siempre.
Pero ya no te volviste

· 25 ·
ni miraste hacia atrás para verme.
Abandonada, no me quedó más remedio
que hacer frente a mi pena y mi dolor.
Pero así he aprendido
a vivir con la fuerza que hay en mí,
y cada día que pasa soy más fuerte.
Y ahora camino erguida,
mi corazón late solidario con todos los seres;
los vientos soplan y los ríos fluyen,
y en mi corazón hay amor, vaya donde vaya.
Y veo salir el Sol,
y percibo la belleza de la nieve y el hielo.
Desde que he aprendido a vivir
con la fuerza que hay en mí,
y me hago más fuerte cada día que pasa,
la alegría disipa las preocupaciones
y el dolor se derrite hasta desaparecer».

¡Cuánta audacia y cuánto valor, cuánta confianza y


cuánta fuerza vital laten en la mujer que, superando
su abandono y su desesperación, se atreve a comenzar
la vida de nuevo!

· 26 ·
como un ángel. Más tarde, cuando buscaba con-
suelo, encontraba asimismo compañía en la músi-
ca, la lectura o la oración. En toda persona late,
sin duda, una fuerza interior que la capacita para
afrontar tales situaciones. Esa fuerza la he expe-
rimentado yo también.
Como mujer adulta, conozco sentimientos de
abandono relacionados con las largas fases en las
que mi marido, debido a su profesión, no estaba
conmigo. Siempre era un reto vivir con mis pro-
pias fuerzas, y eso me ha fortalecido. Asimismo,
me ha mostrado que lo más importante es no
abandonarme a mí misma y estar atenta a lo que
necesito en cada instante, para no sentirme aban-
donada. Por lo general, me ayudaba llamar por
teléfono o escribir a alguien, ponerme sencilla-
mente en contacto con esa persona y contarle có-
mo me sentía. De este modo, en vez de sentimien-
tos de abandono, desarrollé sentimientos de vin-
culación; y después todo resultaba más fácil.

· 27 ·
Cuando he pasado por alguna de esas situaciones,
siempre me ha proporcionado un sentimiento de felici-
dad el que alguien se hiciera inesperadamente presen-
te, aunque sólo fuera por teléfono o por carta. En tales
casos, la alegría y el agradecimiento por esos gestos
son especialmente profundos.

· 28 ·
Ana:
la mujer sabia

En muchos cuentos nos sale al encuentro la figura de


la anciana sabia. En el cuento de «La cuidadora de
gansos», una anciana, a la que muchos tienen por bru-
ja, inicia en la vida a la hija del rey, al tiempo que in-
tenta capacitar para las relaciones humanas a un jo-
ven conde. En el cuento de «La ondina en el estan-
que», es también una sabia anciana quien entrega a la
mujer del joven cazador tres instrumentos con los que
rescatar a su esposo del poder de la ondina. El torno de
hilar caracteriza siempre a la anciana sabia. Ella tiene
en sus manos los hilos de la vida y los entreteje como
corresponde. Anuda los hilos entre padres e hijos, en-
tre varón y mujer.
La mujer sabia conoce el momento apropiado para
acometer cada empresa. Los ritmos de la naturaleza y
el alma humana le son familiares. A menudo, a la an-
ciana sabia se le denomina también «abuela». En al-
gunos cuentos, es incluso la abuela del demonio.
Conoce el lado oscuro de la vida y sabe cómo habérse-
las con él. En otros cuentos, la mujer sabia es descrita
como «rizósofa», esto es, como experta en raíces. Co-
noce el poder curativo de las hierbas y está en contac-
to con la sabiduría de la naturaleza. La mujer sabia
inicia en el arte de la vida. Sobre todo, instruye a las

· 29 ·
mujeres jóvenes en el misterio de la sexualidad, la fe-
cundidad y el parto. Y tiene un talento especial para
clarificar y ordenar (cf. Riedel, p. 108). Tam-bién hoy
existen ancianas sabias, las cuales atraen a mujeres jó-
venes que buscan en ellas sabiduría, así como ayuda
para clarificar su camino vital y liberarse de embrollos,
tanto interiores como exteriores. El mejor ejemplo del
arquetipo de mujer sabia en la Biblia es, a mi juicio,
Ana. Lucas habla de ella en el contexto del nacimien-
to de Jesús. El evangelista presenta a Ana como profe-
tisa: se trata de la «hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido
siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y
cuatro; no se apartaba del templo ni de día ni de noche,
sirviendo a Dios con ayunos y oraciones» (Lc 2,36s).
Ya el nombre revela algo del ser de esta mujer. Ana
significa «agraciada por Dios». Ana goza de la predi-
lección de Dios, que la ha colmado de dones. No sólo
con el don de profecía, sino también con el don de sa-
biduría. Es hija de Fanuel, antropónimo que significa
«el rostro de Dios». Ana ha contemplado el rostro de
Dios. Es una mujer que tiene experiencia de Dios. Y
pertenece a la tribu de Aser, nombre propio que podría
traducirse por «felicidad». La vida de Ana es una vida
cabal. Su sabiduría la ha ayudado a encontrar la paz
de espíritu y a gozar de felicidad y alegría. Los núme-
ros que describen la vida de Ana están igualmente car-
gados de simbolismo: estuvo casada siete años (siete es
el número de la transformación), y la experiencia de
amar a un hombre la transformó. Y en el momento del
encuentro con Jesús, tiene ochenta y cuatro años
(ochenta es la cifra de la eternidad y el infinito, la cifra
de la transcendencia que irrumpe en nuestra vida; y el
cuatro alude a los cuatro elementos): se trata, pues, de
una mujer que se halla en el centro de la vida y que

· 30 ·
está en contacto con lo terrenal. Y, al mismo tiempo,
está abierta a Dios. Sin dejar de tener ambos pies en la
tierra, siempre ha tenido sensibilidad para lo divino.
Ana personifica a la anciana sabia. No es casual que,
en el mundo griego, la Sabiduría, la sophia, fuera re-
presentada como diosa. Y también el Antiguo
Testamento describe a la Sabiduría como una mujer
que, ya al comienzo de la creación, estaba junto a Dios
y jugaba delante de Él.
En su importante obra Die große Mutter [La gran
madre], Erich Neumann, un discípulo de C.G. Jung,
afirma lo siguiente sobre la sophia: la mujer sabia se
diferencia del varón sabio en que la sabiduría de aqué-
lla está vinculada indefectiblemente al fundamento te-
rreno de la realidad (Neumann, p. 305). Asimismo, la
sophia es siempre una imagen de la madre nutricia. De
su pecho mana una fuente cordial de sabiduría, «esa
sabiduría del sentimiento y el centro que nutre al espí-
ritu» (ibid., p. 308). Neumann caracteriza la sophia
«como un poder espiritual que ama y redime y cuyo
fluente corazón es a la vez sabiduría y alimento» (ibid.,
p. 309).
Jacob Grimm, que, junto con su hermano Wilhelm,
recopiló los cuentos tradicionales alemanes, escribe en
su Deutsche Mythologie [Mitología alemana]: «Los
varones se hacen acreedores a la divinización por sus
actos; las mujeres, por su sabiduría» (cf. Riedel, p.
142). Todo indica que los germanos atribuían a las mu-
jeres una sabiduría especial. Las mujeres participan de

* Uno de los cuentos recopilados por los hermanos Grimm se ti-


tula precisamente «La señora Holle». Éste es el nombre que se
le da a la anciana sabia en el norte de Alemania y, en menor
medida, en el ámbito escandinavo. En el sur de Alemania y en
la región alpina se la conoce como señora Perchta (véase infra

· 31 ·
la sabiduría de las diosas germanas, como, por ejem-
plo, la diosa Hulda, que pervive en los cuentos bajo la
figura de la señora Holle*.

La mujer posee a menudo un saber del que carece el


varón. Ella conoce las relaciones existentes en la na-
turaleza. Sólo por su mayor proximidad a la tierra y a
la materia y, merced a su ciclo lunar, la mujer está ini-
ciada en los misterios de la naturaleza. Ello produce
miedo a muchos varones, los cuales se escudan tras lo
meramente racional y rechazan todo conocimiento del
mundo instintivo y las misteriosas relaciones existen-
tes en la naturaleza. En la historia, tales malentendi-
dos han dado lugar a la «caza de brujas». Las mujeres
se entienden mejor con las imágenes. Las mujeres te-
rapeutas tienen a menudo mejor ojo clínico que los va-
rones. Son buenas médicos y curanderas. En la tradi-
ción popular, las mujeres eran a menudo ensalmado-
ras que transmitían sus conocimientos de generación
en generación. La gente acudía a mujeres que, en
cuanto adivinas, disponían de un saber secreto: «El
historiador romano Tácito cuenta que la mayoría de
las mujeres germanas poseían habilidades mánticas y
eran capaces de predecir el futuro» (Riedel, p. 142).
Erich Neumann explica estas capacidades vaticinado-
ras en función de la mayor cercanía de las mujeres al
inconsciente, del que extraen su sabiduría.

Nosotros no podemos repetir hoy, sin más, las tradi-


ciones de los antiguos germanos. Pero sería bueno des-
cubrir la sabiduría que late en estas tradiciones. Y pre-
cisamente para las mujeres sería importante hacer ho-
nor a su propio saber y desplegarlo y desarrollar un sa-
no sentimiento de autoestima. Pues las mujeres saben
algo que los varones no sabemos ni entendemos. Las

· 32 ·
mujeres no deben intentar competir con el saber de los
varones. El saber masculino tiende a extenderse a lo
ancho. Los varones saben mucho y pueden hablar con
acierto sobre ello. La sabiduría de la mujer crece en
profundidad. No basta con hablar sobre esta sabiduría.
Ha de ser experimentada. Las mujeres deberían con-
fiar en su propia sabiduría.
También en nuestros días hay ancianas sabias como
Ana. Cuando alguien les cuenta algo de su vida, estas
mujeres no juzgan a la persona que se sincera con
ellas. Lo comprenden todo. Van al fondo de las cosas.
No hablan mucho. Pero cuando dicen algo, dan en el
clavo. Perciben con exactitud qué es lo que el otro ne-
cesita. No lo atosigan. Pero cuando alguien pasa por
apuros, se hacen presentes. Como explicación de este
hecho, Ingrid Riedel aduce que, en las situaciones más
apuradas, se despierta en las personas el arquetipo de
la mujer sabia. Por eso, uno se abre también a la sabi-
duría de una mujer del propio entorno. Ésta se presen-
ta entonces como «por casualidad». O, como en el
cuento de «La ondina en el estanque», uno sueña con
una mujer sabia que le muestre el camino hacia la sal-
vación.
Las mujeres sabias poseen una fina sensibilidad pa-
ra la sabiduría de la naturaleza. Viven conforme a la
naturaleza. Están estrechamente vinculadas a la gran
Madre de la creación. En la creación nos encontramos
con el Dios maternal. Y las ancianas sabias están muy
próximas a ese Dios maternal. Tales mujeres crean ri-
tos en los que celebran su femineidad. Tam-bién tienen
siempre conocimiento del poder sanador de la natura-
leza. Están familiarizadas con las hierbas medicinales.
Y son capaces de mostrar a otras mujeres qué es lo
que les hace bien, cómo pueden sanar sus heridas. La
mujer manifiesta una sabiduría distinta de la del

· 33 ·
varón. No se trata de un saber adquirido a partir de
numerosas luchas y viajes, sino un saber nacido de
una profunda vinculación con el todo. La mujer sabia
participa de la sabiduría de la creación. Penetra las le-
yes internas de la naturaleza. Está familiarizada con el
nacimiento y la muerte, con el cambio y la extinción.
Conoce por propia experiencia los misterios de la vida
humana.
La mujer sabia inicia en la vida y en el amor. Sabe
cómo aconsejar, aunque también plantea exigencias.
Ofrece sugerencias que luego han de ser puestas en
práctica por quien se ha acercado a ella en busca de
consejo. Conoce los ritmos de la naturaleza y la vida,
pero también sus lados oscuros y destructivos. En la
tradición cristiana, las mujeres sabias, como la señora
Holle y la señora Perchta, son presentadas con fre-
cuencia como personajes odiosos o como brujas. Las
diosas germánicas, tales como Hulda o Hel (de dónde
deriva la palabra Hölle, infierno), podían traer tanto
bendición como maldición, tanto vida como muerte. El
arrinconamiento de las diosas germánicas condujo en
el curso de la historia a la depreciación de la sabiduría
de la mujer. Los atributos de la mujer sabia fueron pro-
yectados en María. María es la madre de la sabiduría y
ha atraído hacia sí el anhelo de la mujer sabia que al-
berga el ser humano.
En otras culturas, las mujeres sabias siempre han sido
objeto de una especial estima. Debido a su experiencia
vital y a su sabiduría, la gente solía solicitar su conse-
jo. Hoy día, lo que se cotiza es ser joven. Lo cual ha
hecho que la figura de la mujer sabia pierda importan-
cia. Pero muchas mujeres vuelven a sentir el deseo de
conocer a una mujer sabia. A menudo se sienten per-
didas en la vida cotidiana y alejadas de su fuerza fe-
menina. Desean tener cerca a una mujer que irradie

· 34 ·
experiencia vital, paciencia y dulzura; una mujer que,
cuando le confíen todo aquello que les preocupa en su
vida como mujeres, las mire con sabiduría y benevo-
lencia.
La mujer sabia tiene una visión muy amplia y,
además, ve las cosas desde arriba. No juzga, sino que
acepta las situaciones tal como son. A la mujer que
acude a ella, la guía desde los acontecimientos exterio-
res de su vida hasta su núcleo personal más íntimo. De
este modo, esa mujer es capaz de reencontrar su pro-
pio centro y dar un nuevo sentido a la situación que la
perturba.

Pero no se trata sólo de que las mujeres se encuentren


con tales ancianas sabias. Deben permitir asimismo
que el arquetipo de la mujer sabia aflore en ellas. Toda
mujer lleva a la mujer sabia dentro de sí. Pero ésta sue-
le estar reprimida y va tirando malamente bajo un
manto de auto-desvalorización. El encuentro con el
arquetipo de la mujer sabia pone a la mujer en contac-
to con su propia sabiduría, con el saber secreto que ya-
ce escondido en su interior.

Con una mujer sabia no sólo asociamos la sabiduría,


sino la experiencia vital, la dignidad, la calidez y la ge-
nerosidad. Cuando nos encontramos con mujeres sa-
bias, a menudo sentimos que estas mujeres descansan
sobre sí mismas. Han conocido la vida en todas sus fa-
cetas. Tanto de sus experiencias positivas como de las
dolorosas han extraído lecciones que han ensanchado
sus miras. Las ancianas sabias irradian igualmente
agradecimiento por lo que han podido experimentar en
la vida. Están abiertas a lo que pueda venirles, pero ya
no exigen nada, sino que se regocijan en lo que es. No

· 35 ·
imponen su sabiduría, pero están ahí cuando otros las
necesitan.

Ana era, obviamente, una de esas ancianas sabias.


Después de tomar al niño en brazos, «daba gracias a
Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la li-
beración de Israel» (Lc 2,38). Vislumbró el misterio
del niño. Gracias a sus sabios ojos, se percató de que
aquella criatura estaba llamada a satisfacer el anhelo
de la multitud que esperaba la liberación. Con el niño,
llegaba al mundo algo que iba a redimirlos, algo que
iba a liberarlos de las cadenas que se habían impuesto
a sí mismos. Ana alabó a Dios por el niño, en el que vio
resplandecer la Sa-biduría de Dios. Las mujeres sabias
suelen tener buen ojo para captar lo esencial de las
personas. En cada niño ven lo que algún día llegará a
encarnar. Tales mujeres sabias irradian paz y ampli-
tud de miras. No evalúan, sino que aprecian y valoran
a todo aquel con el que se encuentran. Contribuyen a
la salvación. Ayudan a deshacer los nudos, a desentu-
mecer lo agarrotado, a iluminar lo oscuro.

También entre las mujeres jóvenes es posible encon-


trar a mujeres sabias. A menudo han alcanzado sabi-
duría y claridad interior merced a las experiencias de
la infancia. Toda mujer lleva en sí el aspecto de la mu-
jer sabia. Pero cuando se orientan de manera dema-
siado unilateral al afán de rendimiento y a la perfec-
ción, cuando dejan de confiar en su instinto femenino
y no se guían por él a la hora de actuar, las mujeres
pierden su vinculación con la mujer sabia. La mujer
sabia que hay en nosotras nos pone de nuevo en con-
tacto con nuestras raíces femeninas. Nos anima a tra-
tar con afecto nuestra femineidad. Este trato afectuo-
so con nuestra femineidad implica, asimismo, escu-

· 36 ·
char la sabiduría de nuestro cuerpo: ¿Qué quiere de-
cirme mi cuerpo con una enfermedad determinada?
¿A qué cosas debo prestar mayor atención? Esta sabi-
duría nos reconduce a aquellos aspectos de nuestro ser
interior a los que no hemos prestado suficiente aten-
ción.

· 37 ·
Anselm: ¿Dónde puedes encontrar hoy ancianas
sabias? ¿Qué te parece el arquetipo de la mujer sa-
bia? ¿Qué di- rías a las mujeres que no confían en
su propia sabiduría?

Linda: Para mí ha sido una sorpresa la cantidad


de mujeres sabias que he conocido en Allgäu. Lo
cual quizá tiene que ver con la profunda vincula-
ción que la gente mantiene allí con la naturaleza,
pero también, sin duda, con el hecho de que en las
zonas rurales, además de tradiciones, se transmite
la profunda sabiduría de las generaciones prece-
dentes. En los pueblos, la saturación de influencias
externas no es tan grande como en las ciudades,
por lo que las personas conservan una mayor ar-
monía consigo mismas.
Intento escuchar a la mujer sabia que hay en
mí, sobre todo cuando he de tomar decisiones im-
portantes. Entonces busco el silencio, pues sé que
en mí puedo encontrar lo que necesito. Las deci-
siones que brotan de la vinculación con la mujer
sabia suelen ser poco convencionales. En tales ca-
sos, lo importante no son las apariencias, sino en-
contrar la mejor manera de expresar lo que en ese
momento me pertenece a mí. La mujer sabia que
llevo dentro me dice también que debo escuchar a
mi cuerpo, porque éste tiene una profunda sabi-
duría que ofrecerme.
Las mujeres que no confían en su propia sabi-
duría se sienten a menudo inseguras cuando algo

· 38 ·
Débora:
la juez

La imagen arquetípica de la juez pone a las mujeres en


contacto con su capacidad de discernir lo bueno de lo
malo, lo justo de lo injusto. La juez recompone las re-
laciones de modo que sean del agrado de todos.
Contribuye a arreglar las cosas allí donde han surgido
divergencias. La juez endereza al encorvado. Ella, por
su parte, es sincera; y esa sinceridad es la que la guía
en la vida. Decide intuitivamente qué es lo que ayuda
y qué lo que perjudica a las personas.
La imagen de la juez pone de relieve virtudes de la
mujer que hoy suelen ser pasadas por alto. Es un he-
cho que hay más varones que mujeres desempeñando
la función de juez. Y, sin embargo, juzgar es una fa-
cultad esencial de la mujer.

El Antiguo Testamento plasma el arquetipo de la juez


en la figura de Débora, cuya historia se remonta a los
orígenes del pueblo de Israel. Tras el glorioso éxodo de
Egipto y la conquista de la tierra prometida, el pueblo
de Israel no tardó en experimentar la dura realidad de
los continuos enfrentamientos con enemigos. Israel no
había conseguido hacerse con el feraz valle de Jizrael,
donde dominaban los cananeos. Y el poderoso pueblo
de los filisteos se había apoderado de numerosas ciu-

· 39 ·
dades en el valle. Israel, que se contentaba con los ári-
dos suelos de las montañas, se veía acosado sin cesar
por los filisteos y los cananeos. De vez en cuando,
Dios llamaba de entre el pueblo a héroes que propor-
cionaban a Israel un tiempo de paz y bienestar. Estos
héroes asumían al mismo tiempo la función de jueces.
Desde todo el territorio de Israel, las gentes acudían a
ellos para presentarles sus problemas legales. En Is-
rael, la justicia se administraba, por lo general, en la
puerta de entrada al lugar de donde uno era oriundo,
ante la asamblea de los ancianos de la tribu (cf. Ohler,
p. 90). Pero es obvio que también existía una asisten-
cia jurídica no circunscrita localmente. La gente
acudía a los jueces, que en Israel habían adquirido un
gran prestigio, para obtener claridad sobre los asuntos
jurídicos.

Débora era una de esos jueces de ámbito no local.


Estaba versada en cuestiones jurídicas. En Israel
siempre abundaron mujeres a las que se visitaba en
busca de consejo o de solución para tales cuestiones.
Una de esas mujeres inteligentes, por ejemplo, salvó a
la ciudad de Abel del ejército del general Joab (2 Sm
20,16ss). En el segundo libro de Samuel se cuenta que
Joab solicitó ayuda a una mujer juiciosa de Tecua (2
Sm 14), la cual «describe el oficio de juez con la fór-
mula “Distinguir el bien y el mal como un enviado de
Dios” (2 Sm 14,17)» (Ohler, p. 91). Por otra parte, de
Débora se dice lo siguiente: «Débora, profetisa, casada
con Lapidot, gobernaba por entonces a Israel. Tenía
su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y
Betel, en la serranía de Efraín, y los israelitas acudían
a ella para que decidiera en sus asuntos» (Jc 4,4s).
Tantos varones como mujeres acudían a Débora, a
una mujer, porque confiaban en que ella dictaría justi-

· 40 ·
cia, pues sabría discernir las circunstancias cuando le
refirieran sus historias. La juez es una mujer capaz de
distinguir lo que es cierto de lo que no lo es, lo que es
realidad de lo que es mera imaginación, lo que es ver-
dadero de lo que es falso, lo que es justo de lo que es in-
justo; una mujer capaz de reconocer qué es lo que ha-
ce justicia a las personas. Débora también es alabada
en Israel como madre (Jc 5,7). Una mujer que entien-
de las cosas, que sabe discernir, que decide entre lo jus-
to y lo injusto, es como un madre a la que uno puede
siempre acudir y que irradia seguridad y serenidad.
Pero la tarea de Débora no se limitar a dictar justi-
cia. Insta a Barac a emprender con sólo diez mil hom-
bres una campaña contra Sísara y sus novecientos ca-
rros de combate. Barac le responde que no marchará
contra Sísara a menos que ella lo acompañe. Débora
acepta. Visto desde fuera, el hecho de que los mal ar-
mados campesinos israelitas se enfrenten a novecien-
tos carros de combate constituye una empresa bastan-
te desesperada. Los carros de combate eran el signo de
un ejército armado hasta los dientes. Sin embargo, en
ayuda de los israelitas viene una fuerte tromba de agua
que obliga a los carros de combate de Sísara a dar la
vuelta. Sísara huye a pie y se esconde en la tienda de
Yael, esposa de Jéber, la cual le da a beber leche.
Mientras Sísara duerme, Yael le clava un piquete de la
tienda en la sien. Es una mujer quien consigue en rea-
lidad la victoria. Yael es la heroína de esta batalla, no
Débora, ni tampoco Barac. Pero Débora entona un
canto que narra la contienda y reinterpreta lo ocurri-
do. En el canto, describe la desesperada situación de
Israel: «Ya la guerra llegaba a las puertas; ni un escu-
do ni una lanza se veían entre cuarenta mil israelitas»
(Jc 5,8). Débora se canta a sí misma: «¡Despierta, des-
pierta, Débora! ¡Despierta, despierta, entona un can-

· 41 ·
to!» (Jc 5,12). Y concluye su canto con una alabanza
a Yahvé, que hace perecer a sus enemigos: «¡Perezcan
así, Señor, tus enemigos! ¡Tus amigos sean fuertes co-
mo el sol al salir!» (Jc 5,31).
Débora, pues, no es sólo juez, sino que es también
una mujer que dirige al ejército, que asume una fun-
ción de liderazgo en Israel. Nadie la elige como líder.
Antes bien, ella misma se erige en líder cuando el pue-
blo se halla en una situación apurada y nadie está dis-
puesto a dar la cara. Incluso Barac, el general, que te-
me marchar con su ejército contra el enemigo, se po-
ne en manos de la mujer. Es evidente que Débora le
transmite la seguridad y la fuerza de las que él carece.
Hoy son muchas las mujeres que asumen responsabi-
lidades en la política y la economía, en la sociedad y en
la Iglesia. En los seminarios de liderazgo que imparto,
con frecuencia me preguntan si las mujeres ejercen el
liderazgo de manera diferente que los varones. Estoy
convencido de que las mujeres tienen, de hecho, otro
estilo de dirigir a las personas. La cuestión no es quién
dirige mejor, si los varones o las mujeres; se trata, más
bien, de que varones y mujeres desempeñan las funcio-
nes dirigentes de modo distinto. Para el varón que ejer-
ce de líder, la idea predominante es el objetivo hacia el
que se encamina. Desea conseguir un buen resultado.
Todos los instrumentos de dirección responden, en úl-
timo término, a un único fin: alcanzar el resultado que
él mismo se ha propuesto o que le ha sido dictado des-
de arriba. La mujer ejerce el liderazgo de otra forma.
Para ella lo más importante son las relaciones perso-
nales. Le gustaría que éstas fueran armoniosas. Sabe
que sobre tal base se puede perseguir y conseguir un
buen resultado. El interés de la mujer se centra en cre-
ar una sana cultura empresarial, en la que el éxito no
se alcanza, sino que brota por sí solo.

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Si examinamos el comportamiento de Débora co-
mo líder, es del todo evidente que Débora toma la ini-
ciativa. Está harta de no oír más que quejas ante las
circunstancias adversas y tiene el coraje de agarrar el
mal por su raíz. Se pone en cabeza del ejército, pero al
mismo tiempo vaticina al varón que marcha a su lado
que la gloria de la victoria no le pertenecerá a él, sino
a una mujer, que acabará con Sísara valiéndose de su
astucia.
La mujer que ejerce con acierto el liderazgo evita
toda guerra de poder. No sólo lucha con fuerza, sino
con astucia. En alemán, «List» (astucia, treta) deriva
originariamente de «leisten» (hacer, producir, efec-
tuar, rendir) y tiene que ver con el saber. Este saber,
según señala el diccionario alemán Duden, se refería
en su día a las técnicas de caza y de guerra, así como
a las artes de magia y a las habilidades manuales. Que
la mujer luche con astucia quiere decir que es capaz de
ver lo que se esconde tras las apariencias, que tiene sa-
gacidad para resolver problemas. Puede enfrentarse a
sus rivales. Pero su tarea de liderazgo no se agota en la
confrontación. La verdadera victoria la consigue con
ayuda de sus inteligencia y astucia, merced a un sexto
sentido innato que le permite saber lo que es y lo que
no es posible. Débora da la orden de comienzo de la
batalla. Sabe cuál es el momento propicio. Intuye
cuándo conviene actuar y cuándo es mejor esperar.
Para la lucha no se sirve de la mera violencia, sino que
aprovecha las circunstancias externas. De ahí que su
liderazgo no transpire esfuerzo crispado y belicosidad,
sino intuición e inteligencia, amén de fantasía y pers-
picacia para reconocer el instante adecuado.

Lo que se refiere en la historia de Débora se repite hoy

· 43 ·
en muchos lugares. La mujer no sólo actúa de líder
cuando dirige una empresa o cuando ocupa el cargo de
ministra o de alcaldesa de una gran ciudad. Muchas
mujeres asumen el liderazgo también en la familia. De
puertas afuera, quizá sea el varón quien, como Barac,
dirige las tropas, quien frecuentemente trae el dinero a
casa y, quizá también, quien planifica la construcción
de la casa. Pero a lo esencial le da forma la mujer. Es
ella quien impregna el clima de la casa y quien se en-
carga de la decoración de la vivienda. Asimismo, es
ella quien encauza a los hijos y los educa. Pero la mu-
jer no dirige la casa rivalizando con su marido, sino
conjuntamente con él. A ella no le interesa el ejercicio
del poder, sino la configuración de la realidad. Y, a es-
te respecto, el varón y la mujer son igualmente impor-
tantes. De modo análogo a Débora, la mujer puede
asignarle con destreza al varón las tareas en las que
éste mejor se desenvuelve.

Distintas investigaciones han establecido que las mu-


jeres que ocupan posiciones de liderazgo en la eco-
nomía tienen más éxito cuando, «además de su carre-
ra, son capaces de ampliar considerablemente sus re-
laciones sociales privadas, a menudo en forma de una
familia propia con hijos» (Bischof-Köhler y Bischof,
pp. 116s). Las mujeres que aprenden en la familia a
tratar a los niños y a educarlos desarrollan la capaci-
dad de liderazgo que les es propia. En latín, las dos pa-
labras tienen la misma raíz: dirigir (ducere) y educar
(educare). «Educar» significa hacer aflorar el ser, de-
jar que cobre forma lo propio de cada cual. Las muje-
res ejercen el liderazgo de manera distinta que los va-
rones. A ellas no les mueve tanto la ambición y la vo-
luntad de imponerse cuanto el anhelo de sacar a la luz

· 44 ·
lo esencial, de fomentar las habilidades de cada cual y
de coordinar a las personas; el deseo de saber apreciar
lo que cada uno necesita para poder explotar sus ca-
pacidades.

Algunos varones se quejan de que sus esposas son


unas dominantes. Pero no todas las mujeres lo son de
por sí. A menudo, son los propios varones quienes, con
su comportamiento sumiso e irresoluto, suscitan la fa-
ceta autoritaria de la mujer. Se trata, por lo general, de
varones que se han dejado condicionar por sus madres
y que, una vez casados, hacen aflorar en sus esposas
el mismo comportamiento que tuvieron sus madres.
Para poder ejercer con acierto el liderazgo, toda mujer
necesita un compañero que esté a su altura. Barac se
ve obligado a marchar al lado de Débora. Cuando no
tiene más remedio que arrastrar a su esposo tras de sí,
porque a éste le da miedo tomar cualquier iniciativa, la
mujer se ve obligada a asumir el papel dominante. Por
eso, la mujer haría bien en no dejarse imponer por el
varón un rol que no es el suyo; lo que debería hacer es
ejercer de líder de la manera que le es propia. La his-
toria de Débora muestra cómo ésta mueve a Barac a
actuar. No se limita a llevarlo a su lado, sino que le or-
dena emprender la marcha y ponerse a la cabeza del
ejército. Luego, junto con él, dirige a las tropas; y jun-
to con él entona el canto que, sin embargo, nos ha lle-
gado asociado exclusivamente a su nombre («El canto
de Débora»). En dicho canto alaba al Señor «porque

* La traducción de este y otros versículos del canto de Débora es


dudosa. Tanto la Nueva Biblia Española como la Biblia del
Peregrino ofrecen la siguiente traducción de las frases
que nos ocupan: «Porque cuelgan las melenas en Israel, por
los voluntarios de Israel, ¡bendecid al Señor!» (N. del Trad.).

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Israel tuvo quien lo liderara, y el pueblo puso de su
parte» (Jc 5,2)*. Todo estaba en una situación lamen-
table «hasta que te pusiste en pie, Débora; te pusiste
en pie, madre de Israel» (Jc 5,7). Débora es la mujer
que se puso en pie. La mujer que tomó la iniciativa.
Pero el milagro de su liderazgo consistió en que los lí-
deres de Israel se mostraron dispuestos, por fin, a
cumplir sus tareas de dirección, en que los varones en-
contraron valor para estar a la altura de las circuns-
tancias.

Débora es una imagen de cómo pueden las mujeres


encarar el miedo de los varones. Débora percibe el
miedo del varón, pero no pone a éste en evidencia. Al
contrario, Barac puede manifestar su miedo ante
Débora con la tranquilidad de que no va a quedar en
ridículo. Sólo eso genera ya confianza. Pero Débora
intuye que no basta con ello, que Barac tiene que ac-
tuar para transformar la situación. De lo contrario,
serán otros quienes actúen y adquieran poder sobre él.
Débora le abre los ojos a una necesidad que exige una
respuesta. Le urge a superar su miedo. Es evidente
que, gracias a ella, Barac recupera la confianza en sus
propias fuerzas y vuelve a ser capaz de actuar como
un hombre. Débora sabía que el destino de Barac era
comportarse como un hombre.

Cuando nuestro padre, por ejemplo, con sesenta años,


tuvo que hacer frente a una difícil situación en su em-
presa, fue nuestra madre la que se rebeló contra la im-
potencia y la resignación. Fue ella quien lo levantó y le
hizo tomar conciencia de la responsabilidad que tenía
de actuar, quien le dio ánimos para no arrojar la toalla,
quien le ayudó a recuperar las fuerzas necesarias para
enfrentarse a la situación.

· 46 ·
Es normal que el varón no siempre pueda conser-
var intacta su entereza y luchar con todas sus
energías. Está expuesto al miedo y a la resignación en
igual medida que la mujer: eso es algo profundamente
humano. También él necesita personas que lo levan-
ten y le muestren de nuevo sus virtudes. Las mujeres
saben por experiencia que los varones a veces son dé-
biles, por ejemplo frente a sus superiores o en la rela-
ción con sus propios padres. Se percatan de que, en ta-
les situaciones, algunos varones no despliegan sus
fuerzas masculinas, sino que las reprimen, permitien-
do así a otros ser más fuertes que ellos. Un varón que
de pequeño ha visto cómo sus padres reaccionaban
frente a su auto-afirmación, retirándole parte de su
amor o incluso despreciándolo, puede verse empujado
por esa experiencia, ya de adulto, a rehuir toda con-
frontación. Ante su superior, quizá tema por el puesto
de trabajo; ante sus padres, por el cariño de éstos. Una
mujer puede hablar con él, desde otra posición, acerca
de si ese miedo es real o si brota de una experiencia
que lo ha marcado profundamente. Tal vez le haga ver
las consecuencias que su negativa a actuar podría aca-
rrear para él, para su familia o para otras personas de
su entorno. Es posible que esta nueva perspectiva le
ayude a adquirir conciencia de las repercusiones nega-
tivas de su debilidad y le empuje a actuar como un
hombre, transformando la situación.

Débora, la juez, es un modelo apropiado para la mu-


jer. En la familia, las madres tienen que hacer ince-
santemente de jueces. Cuando los hijos riñen entre sí,
es la madre la que se ocupa de que a cada cual se le dé
la parte de razón que le corresponda. No toma parti-
do, sino que deja que los hijos hablen, para enterarse
así de lo sucedido. Sólo cuando ve que uno de ellos ha

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sido víctima de una injusticia, se solidariza con él. Se
pone del lado de los débiles para hacerles justicia. Esta
habilidad para actuar de juez no tiene nada que ver
con sutilezas jurídicas como las que hoy, por desgra-
cia, caracterizan a la justicia. Al contrario, la mujer
tiene una sensibilidad natural para reconocer qué es lo
justo, qué es lo que hace justicia a la persona. Sin em-
bargo, la habilidad para actuar de juez no la tiene sólo
la madre que la practica a diario en el trato con sus hi-
jos; se trata, más bien, de algo que pertenece a todas
luces al ser de la mujer. También en reuniones en las
que se han de resolver conflictos, las mujeres mues-
tran con frecuencia una fina perspicacia para saber lo
que es justo y lo que no lo es. Las mujeres tienen sen-
sibilidad para la justicia. Lo que les preocupa no es lle-
var razón, ni tampoco quedar como ganadoras o como
perdedoras. Lo que les gustaría, por el contrario, es
hacer justicia a todos, que cada cual obtenga lo que le
corresponde y lo que necesita. A veces, en tales situa-
ciones, las mujeres se dejan deslumbrar por los argu-
mentos de los varones. Deberían confiar en su habili-
dad para actuar de juez y decir lo que sienten. Ello
suele conducir a soluciones beneficiosas para todos.

La juez es siempre parte neutral en un asunto que


afecta a dos personas o a dos bandos. No juzga, no di-
ce: «eso está mal o eso está bien»; pero se percata de
quién, en esa situación concreta, se arroga más dere-
chos sobre la vida que los demás. Quien procede así se
pone por encima del otro, no lo respeta, no le recono-

· 48 ·
ce el mismo derecho a la vida. Es justamente entonces
cuando se requiere a la juez que llevamos dentro.
Cuando, en una mesa redonda o en una conversa-
ción de grupo, alguien da su opinión sobre un tema, y
otra persona, lejos de aceptarla, la califica de equivo-
cada, es la juez la que interviene. A diferencia de otros
muchos, no se limita a escuchar, sino que tercia en la
conversación. No permite que nadie prive a otra per-
sona del derecho a expresar su opinión. Más que juz-
gar, lo que desea es generar armonía. Su sentimiento
principal es el respeto por el otro, por su derecho a la
vida. La juez intuye quién es el más débil y le presta su
apoyo; la juez crea equilibrio.

Las mujeres experimentan a menudo que no se les ha-


ce justicia. No consiguen que se tengan en cuenta sus
necesidades. En la parábola de la viuda y del juez in-
misericorde, Jesús describe a una mujer que vive esa
experiencia (Lc 18,1-8). Al ser importunada por un
enemigo, acude al juez; pero éste no tiene la más mí-
nima intención de dar la cara por ella. Así, la mujer se
ve abandonada a sí misma, sin ningún lobby que la
apoye, sin expectativas de éxito. Pero es tan obstinada
que acude una y otra vez al poderoso juez, hasta que
éste comienza a sentir miedo y se dice que la mujer tal
vez esté dispuesta a amoratarle un ojo (cf. Lc 18,5). Y,
de este modo, cede a la insistencia de la mujer y le ha-
ce justicia. Jesús propone a esta mujer como ejemplo
para todo aquel que ora. En la oración se nos hace tan-
gible nuestro derecho a la vida. Dios es quien hace jus-
ticia incluso a la mujer que no encuentra justicia. En
la oración, la mujer toma conciencia de su inalienable
dignidad y del espacio interior en el que tiene derecho
a la vida y en el que nadie puede ofenderla. Aun cuan-
do hacia fuera no parece tener ninguna posibilidad de

· 49 ·
salir bien librada, en la oración desarrolla una fuerza
que le permite superarse a sí misma. No se doblega.
En su interior percibe el lugar en el que Dios mora
dentro de ella. Allí es inviolable e invulnerable.
Las mujeres tienen una sensibilidad especial para
ayudar a los débiles a conseguir justicia y saben cuál es
la mejor manera de proceder a tal efecto. Eso lo han
aprendido en el trato con los niños. Precisamente
cuando desempeñan cargos directivos, pueden poner
en práctica ese saber para el bien de una empresa o de
la sociedad. Se preocupan por quienes quedan atrapa-
dos en las mallas de la red social, por quienes resultan
perjudicados por el derecho vigente y por los criterios
dominantes en la sociedad. De ahí lo importante que
es el que las mujeres desplieguen hoy sus dotes innatas
en la política; que sean, como Débora, buenas jueces.
Entonces también podrá aplicárseles a ellas la alaban-
za que la Biblia dedica a Débora, la que se levantó en
favor de los pobres y es ensalzada por ello como «ma-
dre de Israel» (Jc 5,7).

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Anselm: Linda, ¿qué es lo que más te llama la
atención, personalmente, del arquetipo de la mujer
juez?

Linda: El de juez es, en mi opinión, un aspecto


muy marcado de nuestro ser mujer. Si queremos
expresar con más intensidad la fuerza de la juez,
debemos alzarnos en numerosas situaciones para
ayudar a otras personas a hacer valer su derecho
a la vida. La juez lleva en su interior, como actitud
fundamental, el respeto por el otro, por su derecho
a la vida; eso es lo que más me llama la atención.
De ahí brota su sentido de la justicia. Cuando al-
guien considera equivocada la opinión de otro y
piensa que sólo la suya es correcta, no puedo dejar
de sentirme indignada. En tales ocasiones, siempre
me pregunto: «¿Quién tiene aquí derecho a juzgar
una opinión como verdadera o falsa, como buena
o mala, según coincida o no con la manera en que
él piensa o percibe la realidad?».
La otra dimensión de la juez que has abordado
aquí es su papel de líder. Pienso que muchas mu-
jeres viven verdaderamente sus cargos de la ma-
nera que dices. En circunstancias difíciles, en las
que otros se escaquean y renuncian a cambiar la

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