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Colección «PROYECTO»
94
Anselm Grün / Linda Jarosch
La mujer:
reina e indomable
¡Vive lo que tú eres!
Traducción:
José Manuel Lozano Gotor
Para la edición española:
© 2006 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-I
39600 Maliaño (Cantabria)
Tfno.: 942 369 198
Fax: 942 369 201
E-mail: salterrae@salterrae.es
www.salterrae.es
Diseño de cubierta:
Fernando Peón / <fpeon@ono.com>
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
ARQUETIPOS DE MUJER:
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Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
Introducción
P. Anselm Grün
Linda Jarosch
·7·
también participaban algunas africanas, éstas opina-
ban que a ellas, aunque individualmente no son tan
fuertes como las alemanas, el hecho de estar unidas les
da mucha fuerza. Además, contaban que tenían la im-
presión de que, en Alemania, la mayoría de las muje-
res no somos felices. De hecho, en la actualidad hay
muchas mujeres que han comenzado a desprenderse
del papel de víctimas y del menosprecio de sí mismas
en que con frecuencia han sido educadas. Son preci-
samente estas actitudes las que conducen a ese des-
contento perceptible incluso desde fuera. Ahora se
atreven a confiar en parte en su femineidad. Dejan de
hacer siempre a los varones responsables exclusivos
de su propia miseria. Se reconcilian con las heridas
que les ha inferido la vida y emprenden una nueva sen-
da de libertad interior.
·8·
derechos, el movimiento feminista se esfuerza por po-
ner de relieve al mismo tiempo la especificidad de la
mujer. Ya desde el punto de vista meramente biológico,
la mujer desarrolla dimensiones distintas de las del
varón. Precisamente en la diferencia entre varón y
mujer late un potencial sin par. No obstante, no se tra-
ta de atar a la mujer a una determinada imagen.
Basándose en la biología y en la psicología del de-
sarrollo, Norbert Bischof y su mujer, Doris Bischof-
Köhler, ambos profesores de la Universidad de Zürich,
han mostrado que, ya desde tiempos ancestrales, las
mujeres, en lo tocante a la sexualidad, la reproducción,
la crianza de los hijos y la obtención de alimentos, han
ido desarrollado formas de conducta distintas de las de
los varones. Y lo que la biología inscribe en nuestro ser
no se puede borrar fácilmente.
Según esto, el argumento sociológico de que la dife-
rencia entre varón y mujer se debe exclusivamente a la
educación no es cierto. Así, por ejemplo, ya en la in-
fancia existen desemejanzas en las respectivas actitu-
des de uno y otro sexo ante el éxito y el fracaso: «Los
niños tienden, por lo general, a considerar el éxito co-
mo resultado de sus aptitudes; los fracasos los atribu-
yen, por el contrario, a la mala suerte o a circunstan-
cias ajenas a ellos. En cuanto a las niñas, tienden a
echarse a sí mismas la culpa de sus fracasos, mientras
que los éxitos no los viven como resultado de sus pro-
pias capacidades, sino como una “cuestión de suerte”»
(Bischof-Köhler y Bischof, p. 113). Por eso, según
Bischof-Köhler y Bischof, el tratamiento equitativo de
varones y mujeres redunda más bien en detrimento de
éstas. Pues el rendimiento se sigue midiendo por un ra-
sero masculino. «Al contrario, la verdadera igualdad
de derechos sólo podrá alcanzarse si se toman en serio
las diferencias y si en la socialización se tienen sufi-
·9·
cientemente en cuenta los puntos fuertes y las debili-
dades de cada uno de los dos sexos» (Bischof, p. 115).
Medir todo por el mismo rasero conduce al aburri-
miento. La disparidad existente entre el varón y la mu-
jer genera una tensión que confiere a ambos su energía
distintiva y les convierte en fuente de inspiración recí-
proca. La diferencia que existe entre el varón y la mu-
jer es sinónimo de plenitud y riqueza; es el requisito
básico para una relación viva. Lo que hoy necesitan
las mujeres no es un trato equitativo, sino coraje para
ser ellas mismas. No deben orientar su escala de valo-
res según el ideal de masculinidad; lo que han de en-
contrar es, más bien, su propia identidad. Deben reva-
lorizar su propio y específico estilo femenino. Sólo en-
tonces gozarán las mujeres de las mismas oportunida-
des que los varones.
En el libro Kämpfen und lieben [Luchar y amar],
una obra análoga a ésta dedicada a los varones, se aso-
cian dieciocho imágenes arquetípicas con personajes
bíblicos masculinos. La mayoría de los arquetipos va-
len tanto para los varones como para las mujeres, aun-
que éstas los llenan de vida de otra manera. Por eso,
también en este libro nos gustaría tomar como refe-
rencia las imágenes arquetípicas de la mujer y relacio-
narlas con personajes bíblicos femeninos. En este pro-
ceder, nuestro interés no se centra tanto en el estudio
de los pasajes bíblicos y su trasfondo cuanto en el des-
pliegue de la imagen arquetípica que descubrimos en el
correspondiente personaje bíblico.
En nuestros días, a menudo se realzan inmerecida-
mente imágenes negativas de las mujeres. Así, se elogia
a la «tarambana» que mejor vive. Y se presenta como
modelo a la mujer frenética. Algunas mujeres se defi-
nen a sí mismas como brujas, y se sienten orgullosas de
este título. Incluso la prostituta es considerada de pron-
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to como modelo positivo de libertad respecto de todas
las normas sociales. Frente a esta deformación de que
son objeto, nos gustaría devolver a las imágenes ar-
quetípicas su integridad tomando como punto de parti-
da figuras bíblicas femeninas. Las imágenes arquetípi-
cas poseen además una fuerza purificadora. De ahí
que, en las imágenes negativas que los medios de co-
municación de masas presentan como modelo, siempre
haya también algo de verdad. Pero para que puedan
hacerse visibles el significado y la fuerza auténticos de
las imágenes, es preciso que sean purificadas por el ar-
quetipo.
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su propia «salvación».
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mos mantenido durante más de un año. Para presen-
tar las distintas imágenes de la mujer seguimos el or-
den alfabético al que obedecen los nombres de los per-
sonajes bíblicos que hemos asociado con ellas. Reco-
mendamos a nuestras lectoras que lean el libro por
capítulos y que reflexionen o mediten sobre cada una
de las imágenes en particular.
Las ideas que presentamos no pretenden ser, ni
mucho menos, la única visión posible del tema. Cada
mujer desarrolla –y debe desarrollar– su propia auto-
comprensión. Este libro quiere alentar a las mujeres a
buscar el diálogo no sólo con otras mujeres, sino tam-
bién con los varones, y que ello las ayude a descubrir
su más profunda identidad. Asimismo, nos gustaría
suscitar en las mujeres las ganas desplegar sus propias
capacidades y posibilidades y sentirse agradecidas por
el modo singular en que cada una vive su femineidad.
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Agar: la mujer abandonada
y protegida por un ángel
· 14 ·
Abrahán.
Puesto que Sara, la esposa de Abrahán, es estéril,
le entrega a éste a su criada Agar para que engendre
un hijo con ella. Pero, cuando se queda embarazada,
Agar se siente superior a Sara y la mira por encima del
hombro. Sara se queja a Abrahán de tal actitud, y su
marido le devuelve a la sierva: «De tu esclava dispones
tú; trátala como te parezca» (Gn 16,6). A partir de ese
momento, Sara trata a su criada con tanta dureza que
Agar decide huir.
Aquí se evidencia un aspecto negativo de la femi-
neidad. Sara está celosa. No puede soportar que su es-
clava se halle encinta, y ella no. Por eso la oprime pa-
ra mostrarle su superioridad. Las mujeres experimen-
tan a menudo situaciones parecidas: cuando desarro-
llan una virtud propia, suelen ser combatidas por otras
mujeres. Algunas mujeres no pueden soportar que
otras mujeres vivan algo que ellas se han prohibido a
sí mismas o que no está a su alcance. En vez de ale-
grarse de las virtudes de otras mujeres, no pueden evi-
tar combatirlas.
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de víctima. Ello no le hace ningún bien a la mujer, pues
en el papel de víctima ésta se convierte con demasiada
frecuencia en victimaria. Se sacrifica por otras perso-
nas, pero, al mismo tiempo, condiciona a quienes la ro-
dean. Sacri-ficándose, ejerce poder, pues los otros de-
ben recompensarla por su sacrificio. O bien, con su pa-
pel de víctima, genera una atmósfera desasosegante,
opresiva, cargada de mala conciencia. Junto a un «chi-
vo expiatorio» es imposible sentirse a gusto. Uno no
puede dejar de tener mala conciencia.
Pero el ángel, al enviar a Agar de vuelta a su seño-
ra, le formula la siguiente promesa: «Haré tan nume-
rosa tu descendencia que no se podrá contar... Mira,
estás encinta y darás a luz a un hijo y lo llamarás
Ismael (= Dios escucha), porque el Señor te ha escu-
chado en la aflicción» (Gn 16,11).
Con ello, Agar puede sobrellevar mejor la tan opre-
siva situación, porque es receptora de una promesa. Es
consciente de su dignidad. Será madre de una descen-
dencia numerosa. Su hijo será arquero*, y su vida pros-
perará. También puede aguantar la situación porque
sabe que tiene una dignidad inviolable y que Dios se in-
teresa por ella y se ocupa de ella. Agar no ignora que en
ella hay algo sobre lo que su señora no tiene poder al-
guno: al fin y al cabo, Sara no puede dañarla en lo más
hondo de su persona. Agar llama a Dios «El-Roi (Dios,
que me ve)» (Gn 16,13). Puesto que Dios la ve en su
dignidad, nadie puede arrebatarle tal dignidad. Agar lle-
va dentro de sí algo indestructible y resistente al paso
del tiempo. Porta en su interior algo divino sobre lo que
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el mundo no tiene ningún poder.
Muchas mujeres aguantan situaciones duras por-
que en su ser más íntimo están convencidas de su dig-
nidad. Transmiten al mundo la vida que hay en ellas.
Lo cual no sólo puede afirmarse de las madres, sino
también de las mujeres sin hijos. Si tienen sensibilidad
para percibir que son guardianas de la vida, pueden
sostener y proteger esa vida también en medio de cir-
cunstancias adversas. Y si, al igual que Agar, saben
que Dios está pendiente de ellas, no se sienten aban-
donadas, y las palabras desdeñosas de su entorno no
las hieren.
En numerosos relatos del tiempo de la guerra, me
ha llamado repetidamente la atención la fortaleza de
las mujeres que, a la sazón, huían desprotegidas de las
zonas de combate. Y, después de la guerra, las
«Trümmerfrauen» (las mujeres de las ruinas, o muje-
res desescombradoras) contribuyeron decisivamente a
la reconstrucción de Alemania. Sacaron adelante a
sus familias en las más difíciles circunstancias, crean-
do, a pesar de todo, un espacio seguro para sus hijos.
En ellas latía algo de la fuerza de Agar. Obviamente,
eran conscientes de su dignidad. Demostraron una te-
nacidad y una resistencia que no pueden sino suscitar
admiración.
Tras dar a luz a Isaac, Sara estaba al principio fe-
liz. Pero luego vio cómo Ismael, el hijo de Agar, reto-
zaba alegre de aquí para allá. Aquello era superior a
sus fuerzas. No podía alegrarse con el hijo de su es-
clava. De ahí que indujera a Abrahán a expulsar a la
esclava y al hijo de ésta. Salta a la vista que Abra-hán
es demasiado cobarde para contradecir a su esposa.
Aun-que lo hace a disgusto, accede al deseo de Sara.
Pero Dios le dice que no se aflija, pues también de
Ismael saldrá un gran pueblo.
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Así, Agar marcha de nuevo al desierto con su hijo.
Cuando se acaban las provisiones de pan y agua, Agar
coloca al niño, que ha roto a llorar, debajo de unas ma-
tas. No puede soportar el llanto de su hijo. Pero Dios
vuelve a enviar a un ángel que le abre los ojos a Agar,
de suerte que ésta divisa un pozo en las cercanías. Por
tanto, Agar supera también este apurado trance por-
que un ángel la protege.
Siempre es un trago amargo para una mujer el que
su esposo la abandone o decida separarse de ella por-
que su profesión u otra mujer son más importantes pa-
ra él. En su interior surgen muchas preguntas y senti-
mientos; por ejemplo: «No soy lo bastante buena. Ama
a otra mujer. ¿En qué me he equivocado? ¿Es que ya
no valgo nada?».
Agar está a punto de dejarse morir y dejar morir a
su hijo. Pero el ángel, que ha escuchado el llanto del
niño y ha visto el apuro en que ella misma se encuen-
tra, le abre los ojos. Agar descubre una fuente de agua
potable. El ángel le muestra que no es sólo la abando-
nada. En ella misma hay una fuente de la que puede
beber. Posee dentro de sí recursos suficientes. No de-
pende de ningún varón. No se define a sí misma en
función de ningún varón. Es fiel a sí misma. Tiene en
su interior fuentes que nunca se agotan. La mujer que
entra en contacto con estas fuentes interiores es capaz
de superar también situaciones de abandono. No se da
por vencida. En ella florece una nueva vida que se ali-
menta de su propia fuente interior. Por eso pasa a de-
finirse a partir de su propia dignidad y, en último tér-
mino, a partir de Dios.
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menos en la relación. Piensan que, si él hubiera ha-
blado abiertamente antes, ellas habrían podido reac-
cionar de manera apropiada. Por eso se sienten impo-
tentes, pues a posteriori ya no tienen oportunidad de
aportar a la relación lo que, a juicio del esposo, falta-
ba.
Cuando pregunto a estas mujeres si no había indi-
cios de que el otro echaba algo de menos, ellas suelen
responder afirmativamente. Pero aseguran que no le
habían dado importancia, porque no po-dían sospe-
char que la relación dependiera de forma inmediata de
lo que ahí se manifestaba. A pesar de su disgusto, re-
conocen que también ellas habían puesto en la rela-
ción unas expectativas que no se han cumplido. Su
profundo dolor por el abandono guarda relación con el
rechazo que experimentan, con la incertidumbre acer-
ca de cómo proseguir la vida, con la falta de confianza
demostrada por quien hasta hace poco era su pareja.
Pues es la confianza lo que nos permite abordar los
problemas.
En las conversaciones que sostengo con ellas, las
mujeres perciben que su tarea consiste en hacerse más
sensibles para con sus propios sentimientos y deseos.
Pues éstos son el elemento vivo que ellas aportan a la
relación y lo que le da vida a ésta. Pero muchas veces
el día a día está tan lleno de obligaciones que no han
podido seguir teniéndolos presentes. La experiencia de
haber sido abandonadas por el esposo puede espolear-
las a no abandonarse a sí mismas, a no pasar por alto
sus propios sentimientos y a no apoyarse sólo en otros,
sino en sí mismas.
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entre los indios hay varones de edad avanzada que de-
jan a su esposa y se van a vivir con otra mujer. Las
mujeres indias experimentan, por supuesto, el dolor y
la tristeza de la separación, pero no con el sentimiento
de ser ellas las abandonadas, sino asumiendo un papel
activo en el proceso. Dejan libre al marido y quedan li-
bres ellas mismas. Y afirman al respecto: «Le libero,
pero sigue siendo mi esposo para siempre». Con ello
quieren decir que, de los años compartidos, nada se bo-
rra; y que la nueva relación del esposo no puede ser
equiparada a la que tenía con ellas, pues se trata de al-
go sencillamente diferente. Así, el valor de la mujer no
queda tan menoscabado como suele ser el caso en
nuestra cultura; al contrario, gracias a esta actitud, las
mujeres amerindias experimentan que en el amor, al
igual que en la naturaleza, existe el cambio y la extin-
ción, sin torturarse continuamente intentando estable-
cer cuál es su grado de culpa. Los varones incluso vi-
sitan a la familia con su nueva compañera. En este re-
lato, impresiona el aspecto de la concesión activa de li-
bertad que la naturaleza repetidamente reclama al ser
humano y que también afecta al amor entre el varón y
la mujer. Entre nosotros, tienen mucho peso la bús-
queda de culpas y errores, el rencor y la persistencia
de la ofensa, el sentimiento de haber perdido valor...
Los indios viven con mayor intensidad la entrega a la
vida. Las allí mujeres lo tienen más fácil, sin duda, por-
que en tales situaciones son sostenidas por la comuni-
dad en mayor medida que nosotras.
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«Pero tus fuentes
son tus diarios,
oh Israel».
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tegerse de la faceta erótica de su ser mujer, pues son
muchas las mujeres que no se sienten libres en este te-
rreno. Se dan cuenta de que ciertas convicciones muy
arraigadas las impiden ser más abiertas. Por lo gene-
ral, también se sienten coaccionadas por las expectati-
vas del esposo, lo cual las lleva a adoptar un papel más
bien renuente. Esto puede convertirse en materia de
controversia en la pareja; y no pocas veces falta la co-
municación que ambos necesitarían para sentir que
sus necesidades son tenidas en cuenta. Para la mujer
suele ser especialmente hiriente que el marido la deje
por ese motivo y prefiera a otra mujer.
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Una mujer de mediana edad, por ejemplo, tuvo que
ver cómo su marido, después de cuarenta años de ma-
trimonio, la abandonaba por una mujer joven. Habían
criado varios hijos y construido una gran casa. El es-
poso había podido dedicarse a su carrera gracias a que
la mujer había organizado y dirigido todo en el hogar.
La marcha del esposo representó para esta mujer una
profunda ofensa, que la dejó totalmente desarmada.
Creía que se venía abajo. Después de una época difícil,
en la que se confrontó abiertamente con la situación,
un día se dijo a sí misma: «Quizá también ha sido un
regalo para mí el que mi marido me haya hecho esto.
Ahora no tengo más remedio que centrar mi atención
en mí misma y descubrir aspectos de mi persona total-
mente desconocidos para mí. Tengo que empezar una
vida del todo nueva, y veo en ello una gran oportuni-
dad para mí». En ese momento tuvo la sensación de
haberse reconciliado consigo misma: había recupera-
do su dignidad y su fuerza.
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ligiosa o en un rato de meditación lo que le da la certe-
za: «Mi vida va a salir adelante. Nunca estaré sola. Un
ángel me acompaña. El ángel es la garantía de mi dig-
nidad divina, mi faceta espiritual, mi intuición de Dios,
del misterio de la vida. El sufrimiento al que me ha em-
pujado mi marido me abre los ojos para ver mi invio-
lable dignidad divina. Mi marido puede abandonarme,
puede ofenderme..., pero no puede privarme de mi dig-
nidad».
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–ni siquiera cuando atraviesan las situaciones más difí-
ciles o son presas del mayor dolor– en la autocompa-
sión o en la queja contra el marido o contra los varo-
nes en general, sino, por el contrario, a hacerse con las
riendas de su vida y a beber de la fuente de lo vivo que
mana en su interior. En toda mujer existe una fuente
inagotable: la fuente divina del amor, de la sabiduría,
de la fuerza. El sufrimiento suele derruir las fachadas
exteriores. Pero en los cimientos de la propia morada
vital mana la fuente que nunca se agota. A veces, esa
fuente sólo puede fluir libremente cuando se derrum-
ba lo que hemos construido sobre ella. Muchas muje-
res tienen la fortaleza de Agar. Han superado expe-
riencias hirientes y han madurado en el proceso. Han
sufrido abandono y desprecio a manos de sus maridos
y no se han venido abajo por ello. Al contrario, han
desplegado una fuerza y una sabiduría admirables.
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ni miraste hacia atrás para verme.
Abandonada, no me quedó más remedio
que hacer frente a mi pena y mi dolor.
Pero así he aprendido
a vivir con la fuerza que hay en mí,
y cada día que pasa soy más fuerte.
Y ahora camino erguida,
mi corazón late solidario con todos los seres;
los vientos soplan y los ríos fluyen,
y en mi corazón hay amor, vaya donde vaya.
Y veo salir el Sol,
y percibo la belleza de la nieve y el hielo.
Desde que he aprendido a vivir
con la fuerza que hay en mí,
y me hago más fuerte cada día que pasa,
la alegría disipa las preocupaciones
y el dolor se derrite hasta desaparecer».
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como un ángel. Más tarde, cuando buscaba con-
suelo, encontraba asimismo compañía en la músi-
ca, la lectura o la oración. En toda persona late,
sin duda, una fuerza interior que la capacita para
afrontar tales situaciones. Esa fuerza la he expe-
rimentado yo también.
Como mujer adulta, conozco sentimientos de
abandono relacionados con las largas fases en las
que mi marido, debido a su profesión, no estaba
conmigo. Siempre era un reto vivir con mis pro-
pias fuerzas, y eso me ha fortalecido. Asimismo,
me ha mostrado que lo más importante es no
abandonarme a mí misma y estar atenta a lo que
necesito en cada instante, para no sentirme aban-
donada. Por lo general, me ayudaba llamar por
teléfono o escribir a alguien, ponerme sencilla-
mente en contacto con esa persona y contarle có-
mo me sentía. De este modo, en vez de sentimien-
tos de abandono, desarrollé sentimientos de vin-
culación; y después todo resultaba más fácil.
· 27 ·
Cuando he pasado por alguna de esas situaciones,
siempre me ha proporcionado un sentimiento de felici-
dad el que alguien se hiciera inesperadamente presen-
te, aunque sólo fuera por teléfono o por carta. En tales
casos, la alegría y el agradecimiento por esos gestos
son especialmente profundos.
· 28 ·
Ana:
la mujer sabia
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mujeres jóvenes en el misterio de la sexualidad, la fe-
cundidad y el parto. Y tiene un talento especial para
clarificar y ordenar (cf. Riedel, p. 108). Tam-bién hoy
existen ancianas sabias, las cuales atraen a mujeres jó-
venes que buscan en ellas sabiduría, así como ayuda
para clarificar su camino vital y liberarse de embrollos,
tanto interiores como exteriores. El mejor ejemplo del
arquetipo de mujer sabia en la Biblia es, a mi juicio,
Ana. Lucas habla de ella en el contexto del nacimien-
to de Jesús. El evangelista presenta a Ana como profe-
tisa: se trata de la «hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido
siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y
cuatro; no se apartaba del templo ni de día ni de noche,
sirviendo a Dios con ayunos y oraciones» (Lc 2,36s).
Ya el nombre revela algo del ser de esta mujer. Ana
significa «agraciada por Dios». Ana goza de la predi-
lección de Dios, que la ha colmado de dones. No sólo
con el don de profecía, sino también con el don de sa-
biduría. Es hija de Fanuel, antropónimo que significa
«el rostro de Dios». Ana ha contemplado el rostro de
Dios. Es una mujer que tiene experiencia de Dios. Y
pertenece a la tribu de Aser, nombre propio que podría
traducirse por «felicidad». La vida de Ana es una vida
cabal. Su sabiduría la ha ayudado a encontrar la paz
de espíritu y a gozar de felicidad y alegría. Los núme-
ros que describen la vida de Ana están igualmente car-
gados de simbolismo: estuvo casada siete años (siete es
el número de la transformación), y la experiencia de
amar a un hombre la transformó. Y en el momento del
encuentro con Jesús, tiene ochenta y cuatro años
(ochenta es la cifra de la eternidad y el infinito, la cifra
de la transcendencia que irrumpe en nuestra vida; y el
cuatro alude a los cuatro elementos): se trata, pues, de
una mujer que se halla en el centro de la vida y que
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está en contacto con lo terrenal. Y, al mismo tiempo,
está abierta a Dios. Sin dejar de tener ambos pies en la
tierra, siempre ha tenido sensibilidad para lo divino.
Ana personifica a la anciana sabia. No es casual que,
en el mundo griego, la Sabiduría, la sophia, fuera re-
presentada como diosa. Y también el Antiguo
Testamento describe a la Sabiduría como una mujer
que, ya al comienzo de la creación, estaba junto a Dios
y jugaba delante de Él.
En su importante obra Die große Mutter [La gran
madre], Erich Neumann, un discípulo de C.G. Jung,
afirma lo siguiente sobre la sophia: la mujer sabia se
diferencia del varón sabio en que la sabiduría de aqué-
lla está vinculada indefectiblemente al fundamento te-
rreno de la realidad (Neumann, p. 305). Asimismo, la
sophia es siempre una imagen de la madre nutricia. De
su pecho mana una fuente cordial de sabiduría, «esa
sabiduría del sentimiento y el centro que nutre al espí-
ritu» (ibid., p. 308). Neumann caracteriza la sophia
«como un poder espiritual que ama y redime y cuyo
fluente corazón es a la vez sabiduría y alimento» (ibid.,
p. 309).
Jacob Grimm, que, junto con su hermano Wilhelm,
recopiló los cuentos tradicionales alemanes, escribe en
su Deutsche Mythologie [Mitología alemana]: «Los
varones se hacen acreedores a la divinización por sus
actos; las mujeres, por su sabiduría» (cf. Riedel, p.
142). Todo indica que los germanos atribuían a las mu-
jeres una sabiduría especial. Las mujeres participan de
· 31 ·
la sabiduría de las diosas germanas, como, por ejem-
plo, la diosa Hulda, que pervive en los cuentos bajo la
figura de la señora Holle*.
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mujeres no deben intentar competir con el saber de los
varones. El saber masculino tiende a extenderse a lo
ancho. Los varones saben mucho y pueden hablar con
acierto sobre ello. La sabiduría de la mujer crece en
profundidad. No basta con hablar sobre esta sabiduría.
Ha de ser experimentada. Las mujeres deberían con-
fiar en su propia sabiduría.
También en nuestros días hay ancianas sabias como
Ana. Cuando alguien les cuenta algo de su vida, estas
mujeres no juzgan a la persona que se sincera con
ellas. Lo comprenden todo. Van al fondo de las cosas.
No hablan mucho. Pero cuando dicen algo, dan en el
clavo. Perciben con exactitud qué es lo que el otro ne-
cesita. No lo atosigan. Pero cuando alguien pasa por
apuros, se hacen presentes. Como explicación de este
hecho, Ingrid Riedel aduce que, en las situaciones más
apuradas, se despierta en las personas el arquetipo de
la mujer sabia. Por eso, uno se abre también a la sabi-
duría de una mujer del propio entorno. Ésta se presen-
ta entonces como «por casualidad». O, como en el
cuento de «La ondina en el estanque», uno sueña con
una mujer sabia que le muestre el camino hacia la sal-
vación.
Las mujeres sabias poseen una fina sensibilidad pa-
ra la sabiduría de la naturaleza. Viven conforme a la
naturaleza. Están estrechamente vinculadas a la gran
Madre de la creación. En la creación nos encontramos
con el Dios maternal. Y las ancianas sabias están muy
próximas a ese Dios maternal. Tales mujeres crean ri-
tos en los que celebran su femineidad. Tam-bién tienen
siempre conocimiento del poder sanador de la natura-
leza. Están familiarizadas con las hierbas medicinales.
Y son capaces de mostrar a otras mujeres qué es lo
que les hace bien, cómo pueden sanar sus heridas. La
mujer manifiesta una sabiduría distinta de la del
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varón. No se trata de un saber adquirido a partir de
numerosas luchas y viajes, sino un saber nacido de
una profunda vinculación con el todo. La mujer sabia
participa de la sabiduría de la creación. Penetra las le-
yes internas de la naturaleza. Está familiarizada con el
nacimiento y la muerte, con el cambio y la extinción.
Conoce por propia experiencia los misterios de la vida
humana.
La mujer sabia inicia en la vida y en el amor. Sabe
cómo aconsejar, aunque también plantea exigencias.
Ofrece sugerencias que luego han de ser puestas en
práctica por quien se ha acercado a ella en busca de
consejo. Conoce los ritmos de la naturaleza y la vida,
pero también sus lados oscuros y destructivos. En la
tradición cristiana, las mujeres sabias, como la señora
Holle y la señora Perchta, son presentadas con fre-
cuencia como personajes odiosos o como brujas. Las
diosas germánicas, tales como Hulda o Hel (de dónde
deriva la palabra Hölle, infierno), podían traer tanto
bendición como maldición, tanto vida como muerte. El
arrinconamiento de las diosas germánicas condujo en
el curso de la historia a la depreciación de la sabiduría
de la mujer. Los atributos de la mujer sabia fueron pro-
yectados en María. María es la madre de la sabiduría y
ha atraído hacia sí el anhelo de la mujer sabia que al-
berga el ser humano.
En otras culturas, las mujeres sabias siempre han sido
objeto de una especial estima. Debido a su experiencia
vital y a su sabiduría, la gente solía solicitar su conse-
jo. Hoy día, lo que se cotiza es ser joven. Lo cual ha
hecho que la figura de la mujer sabia pierda importan-
cia. Pero muchas mujeres vuelven a sentir el deseo de
conocer a una mujer sabia. A menudo se sienten per-
didas en la vida cotidiana y alejadas de su fuerza fe-
menina. Desean tener cerca a una mujer que irradie
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experiencia vital, paciencia y dulzura; una mujer que,
cuando le confíen todo aquello que les preocupa en su
vida como mujeres, las mire con sabiduría y benevo-
lencia.
La mujer sabia tiene una visión muy amplia y,
además, ve las cosas desde arriba. No juzga, sino que
acepta las situaciones tal como son. A la mujer que
acude a ella, la guía desde los acontecimientos exterio-
res de su vida hasta su núcleo personal más íntimo. De
este modo, esa mujer es capaz de reencontrar su pro-
pio centro y dar un nuevo sentido a la situación que la
perturba.
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imponen su sabiduría, pero están ahí cuando otros las
necesitan.
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char la sabiduría de nuestro cuerpo: ¿Qué quiere de-
cirme mi cuerpo con una enfermedad determinada?
¿A qué cosas debo prestar mayor atención? Esta sabi-
duría nos reconduce a aquellos aspectos de nuestro ser
interior a los que no hemos prestado suficiente aten-
ción.
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Anselm: ¿Dónde puedes encontrar hoy ancianas
sabias? ¿Qué te parece el arquetipo de la mujer sa-
bia? ¿Qué di- rías a las mujeres que no confían en
su propia sabiduría?
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Débora:
la juez
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dades en el valle. Israel, que se contentaba con los ári-
dos suelos de las montañas, se veía acosado sin cesar
por los filisteos y los cananeos. De vez en cuando,
Dios llamaba de entre el pueblo a héroes que propor-
cionaban a Israel un tiempo de paz y bienestar. Estos
héroes asumían al mismo tiempo la función de jueces.
Desde todo el territorio de Israel, las gentes acudían a
ellos para presentarles sus problemas legales. En Is-
rael, la justicia se administraba, por lo general, en la
puerta de entrada al lugar de donde uno era oriundo,
ante la asamblea de los ancianos de la tribu (cf. Ohler,
p. 90). Pero es obvio que también existía una asisten-
cia jurídica no circunscrita localmente. La gente
acudía a los jueces, que en Israel habían adquirido un
gran prestigio, para obtener claridad sobre los asuntos
jurídicos.
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cia, pues sabría discernir las circunstancias cuando le
refirieran sus historias. La juez es una mujer capaz de
distinguir lo que es cierto de lo que no lo es, lo que es
realidad de lo que es mera imaginación, lo que es ver-
dadero de lo que es falso, lo que es justo de lo que es in-
justo; una mujer capaz de reconocer qué es lo que ha-
ce justicia a las personas. Débora también es alabada
en Israel como madre (Jc 5,7). Una mujer que entien-
de las cosas, que sabe discernir, que decide entre lo jus-
to y lo injusto, es como un madre a la que uno puede
siempre acudir y que irradia seguridad y serenidad.
Pero la tarea de Débora no se limitar a dictar justi-
cia. Insta a Barac a emprender con sólo diez mil hom-
bres una campaña contra Sísara y sus novecientos ca-
rros de combate. Barac le responde que no marchará
contra Sísara a menos que ella lo acompañe. Débora
acepta. Visto desde fuera, el hecho de que los mal ar-
mados campesinos israelitas se enfrenten a novecien-
tos carros de combate constituye una empresa bastan-
te desesperada. Los carros de combate eran el signo de
un ejército armado hasta los dientes. Sin embargo, en
ayuda de los israelitas viene una fuerte tromba de agua
que obliga a los carros de combate de Sísara a dar la
vuelta. Sísara huye a pie y se esconde en la tienda de
Yael, esposa de Jéber, la cual le da a beber leche.
Mientras Sísara duerme, Yael le clava un piquete de la
tienda en la sien. Es una mujer quien consigue en rea-
lidad la victoria. Yael es la heroína de esta batalla, no
Débora, ni tampoco Barac. Pero Débora entona un
canto que narra la contienda y reinterpreta lo ocurri-
do. En el canto, describe la desesperada situación de
Israel: «Ya la guerra llegaba a las puertas; ni un escu-
do ni una lanza se veían entre cuarenta mil israelitas»
(Jc 5,8). Débora se canta a sí misma: «¡Despierta, des-
pierta, Débora! ¡Despierta, despierta, entona un can-
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to!» (Jc 5,12). Y concluye su canto con una alabanza
a Yahvé, que hace perecer a sus enemigos: «¡Perezcan
así, Señor, tus enemigos! ¡Tus amigos sean fuertes co-
mo el sol al salir!» (Jc 5,31).
Débora, pues, no es sólo juez, sino que es también
una mujer que dirige al ejército, que asume una fun-
ción de liderazgo en Israel. Nadie la elige como líder.
Antes bien, ella misma se erige en líder cuando el pue-
blo se halla en una situación apurada y nadie está dis-
puesto a dar la cara. Incluso Barac, el general, que te-
me marchar con su ejército contra el enemigo, se po-
ne en manos de la mujer. Es evidente que Débora le
transmite la seguridad y la fuerza de las que él carece.
Hoy son muchas las mujeres que asumen responsabi-
lidades en la política y la economía, en la sociedad y en
la Iglesia. En los seminarios de liderazgo que imparto,
con frecuencia me preguntan si las mujeres ejercen el
liderazgo de manera diferente que los varones. Estoy
convencido de que las mujeres tienen, de hecho, otro
estilo de dirigir a las personas. La cuestión no es quién
dirige mejor, si los varones o las mujeres; se trata, más
bien, de que varones y mujeres desempeñan las funcio-
nes dirigentes de modo distinto. Para el varón que ejer-
ce de líder, la idea predominante es el objetivo hacia el
que se encamina. Desea conseguir un buen resultado.
Todos los instrumentos de dirección responden, en úl-
timo término, a un único fin: alcanzar el resultado que
él mismo se ha propuesto o que le ha sido dictado des-
de arriba. La mujer ejerce el liderazgo de otra forma.
Para ella lo más importante son las relaciones perso-
nales. Le gustaría que éstas fueran armoniosas. Sabe
que sobre tal base se puede perseguir y conseguir un
buen resultado. El interés de la mujer se centra en cre-
ar una sana cultura empresarial, en la que el éxito no
se alcanza, sino que brota por sí solo.
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Si examinamos el comportamiento de Débora co-
mo líder, es del todo evidente que Débora toma la ini-
ciativa. Está harta de no oír más que quejas ante las
circunstancias adversas y tiene el coraje de agarrar el
mal por su raíz. Se pone en cabeza del ejército, pero al
mismo tiempo vaticina al varón que marcha a su lado
que la gloria de la victoria no le pertenecerá a él, sino
a una mujer, que acabará con Sísara valiéndose de su
astucia.
La mujer que ejerce con acierto el liderazgo evita
toda guerra de poder. No sólo lucha con fuerza, sino
con astucia. En alemán, «List» (astucia, treta) deriva
originariamente de «leisten» (hacer, producir, efec-
tuar, rendir) y tiene que ver con el saber. Este saber,
según señala el diccionario alemán Duden, se refería
en su día a las técnicas de caza y de guerra, así como
a las artes de magia y a las habilidades manuales. Que
la mujer luche con astucia quiere decir que es capaz de
ver lo que se esconde tras las apariencias, que tiene sa-
gacidad para resolver problemas. Puede enfrentarse a
sus rivales. Pero su tarea de liderazgo no se agota en la
confrontación. La verdadera victoria la consigue con
ayuda de sus inteligencia y astucia, merced a un sexto
sentido innato que le permite saber lo que es y lo que
no es posible. Débora da la orden de comienzo de la
batalla. Sabe cuál es el momento propicio. Intuye
cuándo conviene actuar y cuándo es mejor esperar.
Para la lucha no se sirve de la mera violencia, sino que
aprovecha las circunstancias externas. De ahí que su
liderazgo no transpire esfuerzo crispado y belicosidad,
sino intuición e inteligencia, amén de fantasía y pers-
picacia para reconocer el instante adecuado.
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en muchos lugares. La mujer no sólo actúa de líder
cuando dirige una empresa o cuando ocupa el cargo de
ministra o de alcaldesa de una gran ciudad. Muchas
mujeres asumen el liderazgo también en la familia. De
puertas afuera, quizá sea el varón quien, como Barac,
dirige las tropas, quien frecuentemente trae el dinero a
casa y, quizá también, quien planifica la construcción
de la casa. Pero a lo esencial le da forma la mujer. Es
ella quien impregna el clima de la casa y quien se en-
carga de la decoración de la vivienda. Asimismo, es
ella quien encauza a los hijos y los educa. Pero la mu-
jer no dirige la casa rivalizando con su marido, sino
conjuntamente con él. A ella no le interesa el ejercicio
del poder, sino la configuración de la realidad. Y, a es-
te respecto, el varón y la mujer son igualmente impor-
tantes. De modo análogo a Débora, la mujer puede
asignarle con destreza al varón las tareas en las que
éste mejor se desenvuelve.
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lo esencial, de fomentar las habilidades de cada cual y
de coordinar a las personas; el deseo de saber apreciar
lo que cada uno necesita para poder explotar sus ca-
pacidades.
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Israel tuvo quien lo liderara, y el pueblo puso de su
parte» (Jc 5,2)*. Todo estaba en una situación lamen-
table «hasta que te pusiste en pie, Débora; te pusiste
en pie, madre de Israel» (Jc 5,7). Débora es la mujer
que se puso en pie. La mujer que tomó la iniciativa.
Pero el milagro de su liderazgo consistió en que los lí-
deres de Israel se mostraron dispuestos, por fin, a
cumplir sus tareas de dirección, en que los varones en-
contraron valor para estar a la altura de las circuns-
tancias.
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Es normal que el varón no siempre pueda conser-
var intacta su entereza y luchar con todas sus
energías. Está expuesto al miedo y a la resignación en
igual medida que la mujer: eso es algo profundamente
humano. También él necesita personas que lo levan-
ten y le muestren de nuevo sus virtudes. Las mujeres
saben por experiencia que los varones a veces son dé-
biles, por ejemplo frente a sus superiores o en la rela-
ción con sus propios padres. Se percatan de que, en ta-
les situaciones, algunos varones no despliegan sus
fuerzas masculinas, sino que las reprimen, permitien-
do así a otros ser más fuertes que ellos. Un varón que
de pequeño ha visto cómo sus padres reaccionaban
frente a su auto-afirmación, retirándole parte de su
amor o incluso despreciándolo, puede verse empujado
por esa experiencia, ya de adulto, a rehuir toda con-
frontación. Ante su superior, quizá tema por el puesto
de trabajo; ante sus padres, por el cariño de éstos. Una
mujer puede hablar con él, desde otra posición, acerca
de si ese miedo es real o si brota de una experiencia
que lo ha marcado profundamente. Tal vez le haga ver
las consecuencias que su negativa a actuar podría aca-
rrear para él, para su familia o para otras personas de
su entorno. Es posible que esta nueva perspectiva le
ayude a adquirir conciencia de las repercusiones nega-
tivas de su debilidad y le empuje a actuar como un
hombre, transformando la situación.
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sido víctima de una injusticia, se solidariza con él. Se
pone del lado de los débiles para hacerles justicia. Esta
habilidad para actuar de juez no tiene nada que ver
con sutilezas jurídicas como las que hoy, por desgra-
cia, caracterizan a la justicia. Al contrario, la mujer
tiene una sensibilidad natural para reconocer qué es lo
justo, qué es lo que hace justicia a la persona. Sin em-
bargo, la habilidad para actuar de juez no la tiene sólo
la madre que la practica a diario en el trato con sus hi-
jos; se trata, más bien, de algo que pertenece a todas
luces al ser de la mujer. También en reuniones en las
que se han de resolver conflictos, las mujeres mues-
tran con frecuencia una fina perspicacia para saber lo
que es justo y lo que no lo es. Las mujeres tienen sen-
sibilidad para la justicia. Lo que les preocupa no es lle-
var razón, ni tampoco quedar como ganadoras o como
perdedoras. Lo que les gustaría, por el contrario, es
hacer justicia a todos, que cada cual obtenga lo que le
corresponde y lo que necesita. A veces, en tales situa-
ciones, las mujeres se dejan deslumbrar por los argu-
mentos de los varones. Deberían confiar en su habili-
dad para actuar de juez y decir lo que sienten. Ello
suele conducir a soluciones beneficiosas para todos.
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ce el mismo derecho a la vida. Es justamente entonces
cuando se requiere a la juez que llevamos dentro.
Cuando, en una mesa redonda o en una conversa-
ción de grupo, alguien da su opinión sobre un tema, y
otra persona, lejos de aceptarla, la califica de equivo-
cada, es la juez la que interviene. A diferencia de otros
muchos, no se limita a escuchar, sino que tercia en la
conversación. No permite que nadie prive a otra per-
sona del derecho a expresar su opinión. Más que juz-
gar, lo que desea es generar armonía. Su sentimiento
principal es el respeto por el otro, por su derecho a la
vida. La juez intuye quién es el más débil y le presta su
apoyo; la juez crea equilibrio.
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salir bien librada, en la oración desarrolla una fuerza
que le permite superarse a sí misma. No se doblega.
En su interior percibe el lugar en el que Dios mora
dentro de ella. Allí es inviolable e invulnerable.
Las mujeres tienen una sensibilidad especial para
ayudar a los débiles a conseguir justicia y saben cuál es
la mejor manera de proceder a tal efecto. Eso lo han
aprendido en el trato con los niños. Precisamente
cuando desempeñan cargos directivos, pueden poner
en práctica ese saber para el bien de una empresa o de
la sociedad. Se preocupan por quienes quedan atrapa-
dos en las mallas de la red social, por quienes resultan
perjudicados por el derecho vigente y por los criterios
dominantes en la sociedad. De ahí lo importante que
es el que las mujeres desplieguen hoy sus dotes innatas
en la política; que sean, como Débora, buenas jueces.
Entonces también podrá aplicárseles a ellas la alaban-
za que la Biblia dedica a Débora, la que se levantó en
favor de los pobres y es ensalzada por ello como «ma-
dre de Israel» (Jc 5,7).
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Anselm: Linda, ¿qué es lo que más te llama la
atención, personalmente, del arquetipo de la mujer
juez?
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