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BENDICIÓN DE LA CAPILLA
NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS
PRESIDIDA POR SU EXCELENCIA REVERENDÍSIMA
† FRANCISCO OZORIA ACOSTA
ARZARZOBISPO METROPOLITANO DE SANTO DOMINGO
PRIMADO DE AMÉRICA
Terminado el canto, el Arzobispo, dejando el báculo, se quita la mitra e inicia desde allí
con la señal de la Cruz:
Amén.
Luego, el Arzobispo con las manos extendidas saluda al pueblo con la siguiente fórmula:
Y con tu espíritu.
Queridos hermanos,
llenos de alegría nos hemos reunido en este lugar,
en esta solemnidad de Cristo Rey del Universo,
para ofrecer a Dios una nueva capilla;
supliquémosle, pues, que nos asista con su gracia
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y bendiga con su poder esta agua, creatura suya,
con la cual seremos rociados,
en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo,
y con la cual se purificarán los muros de esta nueva capilla.
Pero, ante todo, tengamos conciencia clara
de que cuantos nos reunimos
en la unidad de la fe y del amor formamos la Iglesia viva,
colocada en el mundo
como signo y testimonio del amor
que Dios tiene para todos los hombres.
Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el Arzobispo continúa:
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ORACIÓN COLECTA
Oremos.
D
IOS todopoderoso y eterno,
que quisiste recapitular todas las cosas
en tu Hijo muy amado, Rey del Universo,
haz que la creación entera,
liberada de la esclavitud,
sirva a tu majestad y te glorifique sin fin.
Él, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
A.: Amén.
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PRIMERA LECTURA
Ezequiel 34, 11-13. 15-17
A ustedes, mi rebaño, yo voy a juzgar entre oveja y oveja
Palabra de Dios.
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SALMO RESPONSORIAL
Salmo 22, 1-3A. 3B-4. 5. 6 (:1)
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SEGUNDA LECTURA
1 Corintios 15, 20-26a. 28
Entregará el reino a Dios Padre, y así Dios será todo en todos
H ERMANOS:
Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia
de los que han muerto.
Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la
resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así
en Cristo todos serán vivificados.
Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia;
después todos los que son de Cristo, en su venida; después
el final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre,
cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus
enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido
será la muerte.
Cuando le haya sometido todo, entonces también el mismo
Hijo se someterá al que se lo había sometido todo.
Así Dios será todo en todos.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Mc 11, 9B-10A
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David!
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SANTO EVANGELIO
Mateo 25, 31-46
Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros
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Todos se inclinan en las siguientes palabras:
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
Se reincorporan.
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
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Después se hace la oración de los fieles. El Arzobispo invita al pueblo a orar,
con estas palabras:
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Por todos los ancianos, y en especial por aquellos
cercanos a la muerte: para que, iluminados y
sostenidos por la esperanza inmortal recibida como
don del Bautismo, se abran, por intercesión de
Nuestra Señora de los Desamparados, a la
contemplación del rostro de Cristo. Oremos
Te pedimos, Señor
que aceptes nuestras súplicas,
para que este lugar
sea casa de salvación y de gracia,
donde el pueblo cristiano,
reunido en la unidad,
te adore con espíritu y verdad
y se construya en el amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
A.: Amén.
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BENDICIÓN DEL ALTAR
Todos permanecen de pie. Inmediatamente el Arzobispo se acerca a
bendecir el altar. De pie, sin mitra, se dirige a los fieles con estas u otras
palabras parecidas:
Queridos hermanos,
nuestra comunidad se ha reunido, llena de alegría,
para la bendición de este altar.
Asistamos a este rito con la máxima atención
y pidamos a Dios que mire con agrado
la oblación de la Iglesia,
que será colocada encima de este altar,
y que haga de su pueblo
una ofrenda permanente para gloria suya.
Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el Arzobispo, con las
manos extendidas, dice en voz alta:
Todos responden:
Bendito seas por siempre, Señor.
Entonces, el Arzobispo echa incienso en el incensario e inciensa el altar.
Luego, vuelve a la sede, toma la mitra, es incensado y se sienta. El diácono,
o un concelebrante, pasando por la iglesia, inciensa al pueblo y la nave de la
iglesia.
Mientras tanto, se canta un canto adecuado.
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LITURGIA EUCARÍSTICA
Algunos fieles de la comunidad cubren el altar con el mantel, y lo adornan,
según sea oportuno, con flores. Colocan adecuadamente los candelabros
con los cirios, y se trae la cruz que va sobre o junto al altar, de ser el caso. El
diácono se acerca al altar y enciende los cirios.
Una vez preparado el altar, algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para
la Eucaristía. El Arzobispo los recibe en la sede. Mientras se llevan estos, son
retirados al altar por los diáconos quienes preparan los dones. Un diácono
echa un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto:
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Después deja el cáliz sobre el corporal.
Luego el Arzobispo, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en
secreto:
Lava del todo mi delito, Señor,
limpia mi pecado.
Oren, hermanos,
para que este sacrificio,
mío y de ustedes,
sea agradable a Dios,
Padre todopoderoso.
El pueblo responde:
El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza
y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su
santa Iglesia.
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ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
A
L ofrecerte, Señor,
el sacrificio de la reconciliación humana,
pedimos humildemente que tu Hijo
conceda a todos los pueblos
los dones de la paz y de la unidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
A.: Amén.
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PLEGARIA EUCARÍSTICA III
PREFACIO
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
V. Levantemos el corazón
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor
El Arzobispo continúa:
E
N verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
S
anto eres en verdad, Padre,
y con razón te alaban
todas tus criaturas,
ya que por Jesucristo,
tu Hijo, Señor nuestro,
con la fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo,
y congregas a tu pueblo sin cesar,
para que ofrezca en tu honor
un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso.
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Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice:
P orque él mismo,
la noche en que iba a ser entregado,
Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue:
Tomó pan, y dando gracias te bendijo,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
Se inclina un poco.
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Del mismo modo, acabada la cena,
Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue:
Tomó el cáliz,
dando gracias te bendijo,
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Se inclina un poco.
Q ue él nos transforme
en ofrenda permanente,
para que gocemos de tu heredad
Conce-
lebrante
primero
25
T
e pedimos, Padre, Conce-
lebrante
que esta Víctima de reconciliación segundo
traiga la paz y la salvación al mundo entero.
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia peregrina en la tierra:
a tu servidor el Papa Francisco,
a nuestro obispo Francisco,
a sus obispos auxiliares,
al orden episcopal,
a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia
que has congregado en tu presencia.
Reúne en torno a ti, Padre misericordioso,
a todos tus hijos dispersos por el mundo.
† A nuestros hermanos difuntos
y a cuantos murieron en tu amistad
recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria,
Junta las manos.
por Cristo, Señor nuestro,
por quien concedes al mundo
todos los bienes.
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El Arzobispo toma la patena, con el pan consagrado, y el diácono toma el
cáliz. Cada uno sosteniéndolo elevado. Todos los concelebrantes dicen junto
al que preside:
P
OR Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.
El pueblo aclama: Amén.
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El Arzobispo dice:
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
El Arzobispo continúa:
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libre de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
El pueblo responde:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre Señor.
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El Arzobispo dice:
Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles:
«La paz les dejo mi paz les doy»,
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia
y conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad.
Junta las manos.
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
El pueblo responde:
Amén.
El Arzobispo dice:
La Paz del Señor esté siempre con ustedes.
El pueblo responde:
Y con tu Espíritu.
El diácono o uno de los concelebrantes:
Pueden darse un signo de paz.
Todos se dan la paz. Luego el Arzobispo toma el pan consagrado, lo parte
sobre la patena, y deja caer una parte del mismo en el cáliz, diciendo en
secreto:
El cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo,
unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de
vida eterna.
Mientras tanto, se canta el Cordero de Dios
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A continuación el Arzobispo, con las manos juntas, dice en secreto la oración
siguiente:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo,
que por voluntad del Padre,
cooperando el Espíritu Santo,
diste con tu muerte la vida al mundo,
líbrame, por la recepción
de tu Cuerpo y de tu Sangre,
de todas mis culpas y de todo mal.
Concédeme cumplir siempre
tus mandamientos
y jamás permitas que me separe de ti.
Los diáconos reparten el Cuerpo del Señor entre los demás concelebrantes.
El Arzobispo hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un
poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo, diciendo:
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Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo. Luego lo hacen los
demás concelebrantes. Después se acerca con la patena o la píxide
a quienes quieren comulgar y les da la comunión.
A.: Amén.
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Luego el Arzobispo va al altar e inciensa de rodillas el Santísimo Sacramento,
y tomando el velo humeral, recibe el copón en sus manos. Se puede hacer
un canto apropiado durante este momento.
BENDICIÓN SOLEMNE
Arzobispo: El Señor esté con ustedes
A.: Y con tu espíritu.
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Arzobispo: Para que así,
purificados de toda mancha,
gocen de Dios, que viene a ustedes
y en ustedes hace morada,
y alcancen un día,
con todos los santos,
la heredad del reino eterno.
A.: Amén.
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