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Lectura 12 López - Mapas de Una Ciudadania
Lectura 12 López - Mapas de Una Ciudadania
La
Condición Ciudadana. Lima, Ed. V-nómica, 1996, pp. 4-29.
I. LA CONDlCIÓN CIUDADANA.
1. Qué es la ciudadanía?
En segundo lugar, el ciudadano es un individuo con derechos que son enfatizados frente
a las tradicionales responsabilidades que imponía los Estados pre-modernos. ¿Qué son
entonces los derechos que definen al individuo como ciudadano? Hay varias formas de
definir los derechos. Una de las más frecuentes es definir los derechos como
atribuciones de ciertas capacidades a los individuos. En la historia de la ciudadanía,
éstas han sido: a) La capacidad de actuar libremente sin impedimentos que bloquean la
acción ni restricciones que obligan a actuar de una manera no deseada. Esta es una
libertad de la acción, llamada también libertad negativa. b) La capacidad de decidir
libremente y de participar activamente en los asuntos publicas. Esta es una libertad de la
voluntad, llamada también libertad positiva. c) La capacidad de participar en la riqueza
y el bienestar que produce una sociedad ha dado lugar a los derechos sociales.
A la primera capacidad, los filósofos la llaman, como ya hemos señalado, libertad
negativa; los juristas, derechos civiles; y los politólogos, liberalización. Esta es definida
en la teoría política como apertura al disenso, la oposición y la competencia (Dahl,
1989). A la segunda capacidad los filósofos la han llamado libertad positiva; los juristas,
derechos políticos; y los politólogos, democratización o también inclusión o
participación política. En la teoría política ésta es definida como participación en la
elección de los gobernantes yen la gestión de los asuntos públicos (Dahl, 1989).
Existe otra manera de conceptualizar los derechos. Los filósofos norteamericano Rawls.
(1978)) y Walzer (1993) han definido los derechos como acceso a ciertos bienes
primarios sin los cuales, el individuo no podría existir. Rawls distingue los bienes
sociales primarios que tienen que ver con las libertades básicas que son absolutos y
permanentes de los bienes sociales primarios que tienen que ver con la riqueza y el
poder que tienen un sentido relativo y variable. Sobre esta base se afirma comúnmente
que los liberales defienden la prioridad de los derechos sobre los bienes, mientras los
comunitaristas defenderían la prioridad de los bienes sobre los derechos. Algunos
filósofos sostienen que esta oposición se levanta sobre la confusión entre, la definición
de los intereses fundamentales de las personas con los principios de la distribución
(Kymlicka, 1989).
En tercer lugar, el ciudadano con derechos implica una peculiar relación de la sociedad
y de los individuos con el Estado moderno que reconoce el claro predominio de los
derechos sobre las responsabilidades y ofrece una serie de garantías constitucionales,
organizativas e institucionales para concretarlos, a diferencia de la relación tradicional
en la que se enfatizaban las responsabilidades ante el Estado sobre los derechos de los
individuos.
En segundo lugar, era una sociedad predominantemente rural. En 19.4.0, 73 de cada 100
peruanos vivía en el campo y en 1961, todavía la mayoría de peruanos (60) seguía
residiendo en el mundo rural. Pero las deferentes tasas de crecimiento de las ciudades y
del campo anunciaban ya una inversión de las tendencias residenciales de la población.
En efecto, mientras la población rural crecía a una tasa de 1.3 entre 1940-1961, la
población urbana crecía a una tasa de 4.1 en el mismo periodo.
En cuarto lugar, era un país internamente incomunicado, pero abierto al exterior. Las
carreteras y los ferrocarriles, no articulaban internamente el territorio nacional, sino que
vinculaban directamente los centros de producción para la exportación con los puertos.
Hasta 1945, año en que se inauguró la Carretera Panamericana, no existían carreteras
longitudinales ni de penetración. La incomunicación interna del territorio peruano y los
débiles intercambios económicos y sociales expresaban la desarticulación económica
del país Y la inexistencia de un mercado interno en esta etapa oligárquica. Un
testimonio elocuente de la incomunicación del territorio, de las dificultades y los riesgos
de viajar por el territorio es el famoso viaje de José de la Riva Agüero a la sierra sur y
central en 1912.
En quinto lugar, era una sociedad multicultural no aceptada ciertamente por la élite
oligárquica- con una vigorosa presencia de la población andina. No disponemos de
datos para la tres primeras décadas de este siglo pero los censos de 1940 y 1961, si bien
muestran un predominio de la lengua castellana, aún señalan porcentajes significativos
del monolingüismo quechua y aymará: 31.1 % Y 3.5% respectivamente en 1940 y
16.8% y 1.9% para 1961. El bilingüismo quechua-castellano se mantuvo alrededor del
l15.6% en ambos censos, mientras el bilingüismo aymará-castellano creció ligeramente
de 0.9% a 1.5% entre 1940 y 1961.
En sexto lugar, era un país agrario y minero, lo que puede percibiese a través de la PEA
y del PBI. Según el censo de 1961, el 51.9% de la PEA trabajaba en la agricultura y el
2.2% .en la minería. Hasta 1950, la agricultura (20%), junto con el sector Servicios
(22%), era una de las ramas que más contribuía a la conformación del PBI. La minería
contribuía con el 6.8% en 1950 y con el 10,4% en 1960. Sólo en este año, la
manufactura (20%) desplaza a la agricultura (18.5%) en la contribución al PBI.
En octavo lugar, su sociedad era señorial y cerrada con un vértice ocupado por una élite
criolla y blanca y con una base constituida por los campesinos, predominantemente
indígenas y serviles a los que discriminaba por su raza. Era una sociedad rígida con muy
poca movilidad geográfica y social. La mayoría de los habitantes moría en el lugar
geográfico y social en donde había nacido. Era una sociedad de castas, de estamentos y
de corporaciones organizada en torno a privilegios heredados de la colonia. Pese a que
se asentaba en una economía abierta, la sociedad tenía un carácter férreamente cerrado
que se expresaba en la endogamia de sus élites y en el inmovilismo de sus habitantes.
Finalmente, su estado era excluyente o lo que ha llamado Robert Dahl una hegemonía
cerrada organizada por la oligarquía, el gamonalismo y el capital extranjero que
privatizaban el poder público. Lo que caracteriza al Estado Oligárquico es el carácter
total de su exclusión (económica, social, cultural, regional, etc.) frente a las exclusiones
parciales que han mantenido los estados postoligárquicos. La oligarquía, como veremos
más adelante, se abrió tímidamente a un proceso de liberalización sin democratización
entre 1895 y 1930, esto es, al disenso, la oposición y la competencia entre las élites
organizadas en pequeños partidos de señores, pero mantuvo excluidas a las clases
medias y a las clases populares urbanas y rurales. Esa apertura liberal se cerró en 1931
cuando la oligarquía percibió que no podía ganar en una competencia electoral a la
nueva fuerza política emergente en los años 30, el APRA. Desde entonces apostó a la
dictadura para volver al juego electoral haciendo una tímida apertura democrática
gracias a su alianza con el APRA en 1956. Las demandas sociales no fueron canalizadas
ni procesadas por las élites. Ni a éstas ni al Estado Oligárquico les interesó formar una
comunidad política nacional
La hipótesis general que orienta el presente trabajo es que las demandas de las clases
medias y de las clases populares produjeron gradualmente la crisis de la modernización
tradicionalista de la sociedad de señores en la que ellas habían nacido, buscaron
redefinir el tipo de modernización hacia otra más inclusiva de carácter populista y
desarrollista, impulsaron un vasto proceso de democratización social y pretendieron
crear un nuevo tipo de relaciones de autoridad entre el estado y los individuos,
ensanchando crecientemente la ciudadanía a las clases populares excluidas por el Estado
Oligárquico; pero, la capacidad de resistencia de la sociedad de señores y la relativa
debilidad de las clases medias y populares frustraron en gran medida tales propósitos,
dando lugar a una serie de aperturas parciales en la economía, la sociedad, la política, la
cultura y el Estado en las que participaron diversos actores -incluidos la oligarquía, el
capital extranjero y las fuerzas armadas- haciendo que dichas aperturas asumieran el
carácter de un proceso gradual, evolutivo, limitado e inconcluso, salpicado de
irrupciones violentas y de golpes de estado de diverso signo.
Algunos de estos cambios, tales como los que se produjeron en la economía y en el
Estado, no crearon las condiciones adecuadas para que la ciudadanía pudiera
desarrollarse con amplitud. En lo que se refiere a la modernización, ella asumió una
serie de características que no permitieron cambiar significativamente los rasgos básicos
de la economía de exportación como soñaron las clases medias desde la década del 30.
La tarea modernizadora a través del desarrollo de la industria que ellas pretendieron
asumir fue tempranamente bloqueada por la oligarquía y e capital extranjero y fue
asumida tardía y distorsionadamente por estas élites, logrando la divasificaci6n
económica, pero acentuando la dependencia y manteniendo el dualismo estructural. Esta
apropiación de la tarea modernizadora a través del desarrollo de la industria por las
élites tradicionales imprimió al proceso de industrialización el carácter de una
modernización sin modernidad. La oligarquía, juntamente con el capital extranjero,
intervino en dicho proceso, no como búsqueda de un modelo alternativo de desarrollo,
sino como una estrategia de diversificación de sus intereses. De ese modo la oligarquía
además de plantaciones, poseía industrias y las manejaba con un sentido tradicional.
Las industrias y las fábricas fueron las pequeñas haciendas urbanas de los señores
oligarcas. El velasquismo buscó romper estas distorsiones, logrando una cierta
autonomía -que luego se frustró- a través de las nacionalizaciones de las empresas
extranjeras y de cambios en la estructura de la propiedad, principalmente en el sector
moderno, sin lograr la eliminación o al menos la reducción del dualismo estructural.
En el Perú este proceso comenzó en los años 30 y se estancó en los años. 70, luego de
mostrar una serie de contradicciones y tensiones y de experimentar sucesivas crisis de
intensidad creciente, especialmente en el tipo de modernización basada en la industria
sustitutiva de importaciones sometida a frecuentes extrangulamientos externos.
La década del 80 fue el escenario en el que se desarrolló una aguda contradicción entre
las presiones internas de la sociedad que, culminada la transición democrática, exigía
distribución y consolidación de la democracia y las presiones externas de los
organismos financieros internacionales que demandaban el pago de la deuda y el
cambio de modelo de desarrollo en un contexto de democracia política y de
estancamiento económico (Paramio, 1991; Cavarozzi, 1992,1993). Estas presiones
contradictorias produjeron, en el caso peruano, pendulaciones en las políticas
económicas de los 80. Para atender las exigencias de los organismos internacionales, el
presidente Belaúnde desarrolló en 1980 un tibio liberalismo y aplicó políticas ortodoxas
que produjeron una fuerte recesión de la economía y un acelerado proceso de
deslegitimación del gobierno a partir de 1983. Para atender las exigencias
democratizadoras y distribucionistas de la población, Alan García limitó en 1985 el
pago de la deuda externa al 10% de las exportaciones y reactivó la industria a través del
gasto público expansivo y de la aplicación de políticas heterodoxas que generaron una
inflación desbocada y la deslegitimación acelerada de su gobierno y de su partido
(Ceder, 1994).
No hay duda que la estabilización ha tenido un innegable éxito, claro está con los
resultados negativos conocidos en el corto plazo: la reducción de la demanda debido a la
reducción del gasto publico al aumento de los impuestos y las altas tasas de interés; del
consumo y el incremento drástico de la pobreza. El éxito de las reformas estructurales
es más discutible, pues pareciera que el crecimiento de los dos últimos años tiene que
ver con factores que no son propiamente del modelo neoliberal.
Las principales reformas estructurales impulsadas por la coalición dominante han sido
la apertura del comercio exterior, la desregulación de los mercados y las privatizaciones.
La medida de más impacto en el Estado ha sido, sin embargo, la política de las
privatizaciones que le han arrebatado la calidad de mayor empresario del país para
trasladada al capital extranjero. En efecto, hacia fines de la década del 80, el Estado,
pese a la crisis económica y fiscal, tenía en sus manos 186 empresas estatales -135 no
financieras y el resto financieras- cuyas actividades generaban alrededor del 20% del
PBI. En 1989 los cinco grupos empresariales más importantes del país eran propiedad
del Estado, así como siete de las diez más grandes empresas. El Estado peruano
monopolizaba la generación de electricidad, agua potable, comunicaciones, la
producción de petróleo y gas, controlaba el 35% de la producción minera y e133% de
los servicios de transporte, canalizaba el 28% de las exportaciones y el 26% de las
importaciones, respondía por un tercio de la inversión pública que equivalía a 1.5% del
PBI Y daba empleo en las empresas públicas a 200 mil personas equivalente al 2.6% de
la PEA (Alvarez Rodrich, 1991). Las privatizaciones han eliminado al Estado
empresario, han achicado al Estado empleador y han dado lugar a un nuevo cuadro de
las correlaciones entre las fuerza empresariales. El liderazgo indiscutido lo tiene hoy el
capital extranjero.
Las plantaciones, los enclaves y las industrias que surgieron en Lima a comienzos del
siglo XX dieron a luz a nuevos grupos sociales que inauguraron nuevas formas de
protesta social. Algunas de estas protestas -la jornada de las ocho horas y la reforma
universitaria- se impusieron a la élite aristocrática y al Estado que terminó
reconociéndolas como derechos de los nuevos grupos sociales. Otras (las demandas de
alza de salarios y de mejores condiciones de trabajo), que habían sido estimuladas por
un sector de la élite gobernante, fueron reprimidas y el Presidente Billinghurst fue
defenestrado por un golpe de Estado. En las haciendas y en la comunidades, en cambio,
e clima social fue más tranquilo y cuando surgieron las protestas y las sublevaciones
indígenas contra los terratenientes y contra el Estado, ellas fueron violentamente
reprimidas sin contemplaciones ni concesiones.
Esta lógica, que podemos llamar democratización social restringida, se mantuvo durante
el largo período de predominio de los enclaves y las plantaciones y del Estado
Oligárquico. Ella comenzó a cambiar cuando la economía de exportación se diversificó
hacia la industria, especialmente cuando ésta se hizo cada vez más importante a partir
de los años 60. La creciente importancia de la industria no implicó tanto una distinta
relación con el sector exportador, en la medida que ella expresó la diversificación de los
intereses de los oligarcas y del capital extranjero, como una distinta relación con el
campo y los sectores rurales tradicionales. La industria no logró la autonomía
económica ni la eliminación del dualismo estructural, pero supuso una mayor
comunicación con la sociedad rural tradicional a través de diversos mecanismos: el
incremento de las relaciones de intercambio sobre todo en las regiones norte y central
del país, la presencia de los medios de comunicación de masas y a través de ellos de la
cultura urbana, el ingreso de la educación en el campo, la presencia y el activismo de los
partidos políticos y la intensificación de las migraciones del campo a las ciudades.
La industria no produjo una vigorosa burguesía industrial pero sí a una pujante clase
obrera y a nuevas clases medias. Los obreros se organizaron en sindicatos y
federaciones y reflotaron la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP),
dando lugar al clasismo de los 60 los 70, uno de los movimientos sociales igualitaristas
más importantes de este siglo cuyas demandas, muchas de ellas reconocidas por el
Estado, desbordaron las fábricas y al populismo del gobierno militar mismo. Las clases
medias organizaron los nuevos partidos reformistas de los 50 y los 60: Acción Popular,
la Democracia Cristiana y el Socialprogresismo que jugaron un papel importante en la
transición democrática de la dictadura odriista al régimen mas o menos democrático de
1956 y en la transición del Estado Oligárquico a otras formas post-oligárquicas del
Estado. Las nuevas relaciones entre la ciudad y el campo tradicional -las relaciones de
intercambio desigual, los medios de comunicación social, la educación, la influencia de
la cultura urbana en el campo, las campañas de organización partidaria en el campo-
despertaron a las diversas capas del campesinado que comenzó a moverse, tanto a
través de las migraciones como a través de los movimientos campesinos, y a quebrar la
autoridad de los gamonales. Esta quiebra dio lugar a la recomposición de la coalición
dominante de la que salieron los gamonales e ingresaron algunos sectores de las clase
medias y de los sectores empresariales, recomposición que recogió parcialmente, a
través del reconocimiento de la necesidad de realizar la reforma agraria en las tierras
improductivas primero y en todos los latifundios después, la demanda campesina de
tierra para quien la trabaja. Las migraciones internas a las grandes ciudades y el carácter
segregacionista de éstas, dieron lugar a las invasiones urbanas y al crecimiento masivo y
desordenado de las ciudades y a la formulación de nuevas demandas al Estado que las
rechazó durante largo tiempo hasta que reconoció finalmente algunas de sus demandas
en 1961. .
Esta nueva lógica, que podemos llamar democratización social ampliada rural
tradicional no se abrió por iniciativa propia ni por iniciativa de alguno de sus
componentes sino debido a los cambios que se produjeron en la relación entre la ciudad
y el campo como resultado del proceso de industrialización y del desarrollo del mercado
interno. En segundo lugar, estos cambios en la relación de las ciudades con el campo
tradicional impulsaron nuevas formas de protesta social campesina -las migraciones y
los movimientos campesinos cuyas denuncias fueron parcialmente acogidas, luego del
despliegue de una fuerte represión, por la Ley de Bases de la Reforma Agraria de 1962
y por la radica) Reforma Agraria de 1969. En tercer lugar, estos nuevos movimientos
campesinos quebraron la autoridad de los gamonales y, asociados a las presión de las
clases medias, permitieron la recomposición de la coalición dominante en el poder En
cuarto lugar, la democratización no fue conducida por las élites industriales contra la
élites exportadoras -los gamonales y el, Estado Oligárquico- puesto que, en gran
medida, los exportadores y los industriales fueron la misma cosa, sino por las clases
populares y las clases medias; lo que significó que la democratización se redujera
prácticamente a lo que Tocqueville llamó la igualación de las condiciones sociales
-eliminación de los privilegios y de los rangos sociales- manteniendo ciertos rasgos
oligárquicos de la cultura y de la política. En quinto lugar, la preeminencia de los
nuevos movimientos obreros industriales que lideraron el conjunto de los movimientos
sociales en la década del 70 Y cuyas demandas igualitaristas fueron recogidas
parcialmente por las clases medias y por el Estado. En sexto lugar, el proceso de
urbanización que se desató como producto de las masivas migraciones del campo a las
ciudades fue el escenario de la democratización de las ciudades criollas segregacionistas
y las demandas que dicho proceso canalizó fueron reconocidas a regañadientes por la
élite oligárquica a través de Ley de los Barrios Marginales en 1961 y luego aceptadas
parcialmente por las clases medias y el Estado. En séptimo lugar, todos estos
movimientos sociales de los '50 en adelante formularon un conjunto de demandas
socialmente democratizadoras que las clases medias y el Estado reconocieron
parcialmente dando lugar a un conjunto de derechos y a un avance importante en la
configuración de una comunidad política. En octavo lugar, la democratización social
desde abajo no se tradujo en una democracia política debido a que ni el Estado ni las
clases medias ni las clases populares tuvieron la capacidad de construir reglas de juego e
instituciones estables aceptadas por todos porque la condiciones en las que se
desarrolló la industria no permitieron superar el dualismo estructural ni ofrecer nuevas
formas de integración social y política.
pluricultural estableciéndose un abismo entre, ellos. El Estado impuso más bien una
homogeneización forzada de las diferencias para obtener la condición ciudadana. De ese
modo, los indígenas han accedido a la ciudadanía al alto costo de su identidad étnica. La
relación entre el Estado criollo y la sociedad pluricultural ha sido y es, en realidad,
compleja. El Estado criollo impuso un sistema de dominación cultural y social sobre el
mundo indígena a través de la castellanización forzada, pero el mundo indígena apeló a
la resistencia cultural y utilizó la misma castellanización y otros mecanismos criollos de
opresión para expandir su propia cultura. La resistencia cultural del mundo indígena
parece ser una estrategia más general que se puede encontrar en otros campos de la
cultura. Pablo Macera ha encontrado que los pintores populares andinos utilizaron los
cuadros coloniales y los redefinieron apelando a una iconografía más vinculada a su
vida cotidiana mediante la pintura de San Isidros y vírgenes cholas, a los colores más
vivos ya los planos más amplios con motivaciones andinas para afirmar su propia
identidad (Macera) 1979).
Basadre (1931) ha dicho que los liberales del siglo XIX instauraron las instituciones
políticas, modernas en el Perú, no, como procesos orgánicos, de modernización
económica, social y política, sino como copia e imitación siguiendo esa pauta fundaron
la República y sus instituciones modernas -la división de poderes, el parlamento
representativo, la ciudadanía- sin haber logrado organizar una autoridad pública
nacional ni un proceso de modernización económica. Dichas instituciones modernas
coexistieron con una estructura patrimonial e incluso sultanista del poder, con una
sociedad de señores, siervos y esclavos, con una economía agraria pre-capitalista. Los
liberales no fueron capaces de eliminar los privilegios coloniales (latifundios,
privilegios eclesiásticos, diezmos y primicias, fueros, mayorazgos, vinculaciones) que
impedían el desarrollo de una sociedad y de una autoridad modernas.
Las élites tradicionales no sólo coexistieron con las instituciones políticas modernas
sino que las instrumentaron en su propio beneficio. Las débiles y fragmentadas élites
señoriales interpretaron las instituciones modernas, los productos culturales, los estilos
de vida modernos con códigos tradicionales y las utilizaron para reforzar su dominación
tradicional. Fernando de Trazegnies (1980) ha llamado con acierto modernización
tradicionalista a esa peculiar simbiosis y Guillermo Nugent, Contramodernidad (1992).
Aquí se sugiere los actores y las estrategias que se utilizaron para abrir la cerrada
sociedad señorial y para construir la ciudadanía en el caso peruano. Desde la perspectiva
de los actores se toma en cuenta si son élites o masas y desde el punto de vista de las
estrategias se considera si dichos actores apelaron a la liberalización o a la
democratización o ambas a la vez. Cualquiera sea el camino emprendido, la
construcción de la ciudadanía se inicia desde una hegemonía cerrada que puede ser de
carácter señorial o simplemente dictatorial. No es difícil percibir la notoria influencia de
Robert Dah1 y sus estudios sobre las poliarquías en este análisis de la formación de la
ciudadanía en el Perú. Las categorías teóricas de liberalización y democratización
utilizadas por Dahl para señalar las aperturas de una hegemonía cerrada -señorial o
dictatorial- al disenso, la oposición y competición, por un lado, y a la inclusión de las
clases bajas a la vida política a través del sufragio universal, por otro, se corresponden
respectivamente con la formulación jurídica de los derechos civiles y los derechos
políticos de Marshall y con la formalicen filosófica de libertad negativa y libertad
positiva de Constant, Berlín y Bobbio.
Este capítulo busca responder estas preguntas. Para hacerlo asume una mirada
estructural, esto es, una perspectiva que permita mostrar los diversos elementos que
componen la ciudadanía, la manera como se relacionan, las distancias que existen entre
ellos y las tensiones y contradicciones subyacentes. Se trata de hacer una especie de
radiografía de la ciudadanía en el Perú para señalar los diversos rasgos que la
caracterizan. Ella es, sin embargo, una radiografía de lo que podríamos llamar un cuerpo
de la ciudadanía que se percibe con los datos censales y con las estadísticas electorales.
Ese cuerpo ciudadano está hecho de cifras estadísticas que aluden al grado de
autonomía y libertad de las personas (ciudadanía civil), a los porcentajes de
participación política en los .actos electorales (ciudadanía política) y a los niveles de
acceso al bienestar que produce la colectividad (ciudadanía social). Esta es la dimensión
objetiva de la ciudadanía. La dimensión subjetiva -los niveles de conocimiento que los
ciudadanos tienen de sus derechos, responsabilidades y fundamentos, las actitudes que
desarrollan frente a esos derechos, la evaluación de los mismos y el tipo de ciudadanos
que ellos quisieran ser- será rescatada a través de entrevistas, encuestas, trabajo de
campo y grupos focalizados en otro trabajo. Un elemento importante de la dimensión
subjetiva de la ciudadanía está constituida por los traumas, los temores y los complejos
de inferioridad y de superioridad que impiden a las personas considerarse y tratarse
como iguales. Este elemento es especialmente importante en agudas situaciones de
discriminación como producto de una historia y de una herencia coloniales. Mientras
existan peruanos que hablan llorando, sin mirarse a la cara en evidente muestra de
inferioridad, la ciudadanía en el Perú no será una realidad acabada, aunque todos los
derechos sean reconocidos y garantizados.
El mapa de los niveles de ciudadanía muestra que no todos los peruanos gozamos del
mismo nivel de ciudadanía y que, por tanto, no tenemos los mismos derechos. Unos
peruanos son más ciudadanos que otros. Los niveles de desigualdad son muy
acentuados. Ellos varían según la región geográfica, los niveles de modernización y de
democratización y los niveles de pobreza.
La mayoría de los distritos del país alcanzan un nivel medio de la ciudadanía, pero la
mayoría de los peruanos viven en los distritos que tienen altos niveles de ciudadanía.
Estos se ubican principalmente en la costa y más específicamente en los departamentos
que! tienen los más altos niveles de modernización de democratización. Los distritos
que tienen niveles medios de ciudadanía, en cambio, se encuentran en la sierra y en la
selva y los que tienen bajos y muy bajos niveles de ciudadanía se concentran, como era
de esperarse, en el sur andino.
Esta desigualdad abarca tanto a la ciudadanía global como a las dimensiones que la
integran: la ciudadanía civil que se organiza en torno a la libertad, la ciudadanía política
que se organiza en torno a la participación y la ciudadanía social que tiene que ver con
el nivel y la calidad de vida. Sin presentar un mayor número de distritos y un mayor
volumen de población con niveles bajos y muy bajos de ciudadanía.
2. La estructura de la ciudadanía.
Los peruanos tampoco gozamos de todos los derechos por igual. Menos de un tercio de
los peruanos accede a todos los derechos: civiles, políticos y sociales. Son aquellos que
viven en los distritos que tienen los más altos niveles de ciudadanía. La mayoría, en
cambio, goza de unos derechos más que de otros. Son los derechos civiles los más
accesibles a la mayoría seguidos de los derechos políticos que presentan, sin embargo,
muchas irregularidades, sobre todo en las zonas que estuvieron en estamos de
emergencia. Son los derechos sociales que tienen que ver con el nivel y calidad de vida
los más esquivos a, por lo menos, un tercio de los peruanos.
Cuando una persona o un grupo social goza de todos los derechos por igual, decimos
que tiene una estructura ciudadana consistente. Por el contrario, cuando ellos no gozan
de todos los derechos en el mismo nivel, decimos que tiene una estructura ciudadana
inconsistente. El mapa de la estructura de la ciudadanía muestra que muy pocos distritos
presentan altos y muy altos niveles de consistencia. Ellos están dispersos en algunos
lugares de la costa. Los restantes distritos de la costa muestran un nivel medio de
consistencia. La mayoría de los distritos presenta baja o muy baja consistencia en su
estructura ciudadana. Estos distritos se ubican en la sierra y en la selva.
Unos peruanos son más ciudadanos que otros en virtud de alguna característica peculiar:
son hombres, viven en Lima o en otras ciudades) son blancos, criollos o mestizos o son
ricos.
a. La brecha rural-urbana
Como es obvio, hay más ciudadanos en la ciudad que en el campo. La relación ciudad-
campo establece una brecha entre los ciudadanos. En los distritos más rurales hay
menos ciudadanía. De los 249 distritos que ocupan el débil más alto de población rural,
135 tienen un nivel medio de ciudadanía) 98, un nivel bajo y sólo 16 un nivel alto de
ciudadanía. En cambio, de los distritos que ocupan el décil más bajo de población rural,
179 tienen alto nivel de ciudadanía, 29, un nivel medio y 8, un nivel bajo.
Por el contrario, los distritos más urbanos tienen más altos niveles de ciudadanía y los
menos urbanos presentan niveles más bajos de ciudadanía. De los 185 distritos que
ocupan el décil más alto de población urbana (más de 11 millones de peruanos), 151
tienen un nivel alto de ciudadanía, 27, un nivel medio y 7, un nivel bajo. De los 318
distritos que ocupan el décil más bajo de población urbana, 118 tienen un nivel bajo de
ciudadanía, 179, un nivel medio y sólo 21, un nivel alto.
b. La brecha de género
Los hombres y las mujeres no acceden por igual a .los derechos ciudadanos. Los
hombres son más ciudadanos que las mujeres. En efecto, ellos tienen más altas tasas de
alfabetismo, más niveles de educación y mayores tasas de actividad económica, según
los datos del censales de 1993 a nivel distrital.
Existe una relación inversa entre los niveles de ciudadanía y la brecha de género. Las
mayores brechas de género se presentan en los niveles más bajos de ciudadanía y las
mas bajas en los niveles mas altos de ciudadanía, aunque la relación inversa no es muy
alta (r= -377).
c. La brecha étnica
Los blancos, los criollos, los mestizos y los .cholos son más ciudadanos que los
indígenas. La condición indígena les impide acceder en igualdad de condiciones a la ley
y a la justicia, a la educación, al mercado y a otros derechos ciudadanos. Esta diferencia
constituye la brecha étnica. Esta se elaboró en base a las diferencias entre los que hablan
castellano y los que hablan algún idioma nativo no oficial.
Convirtiendo luego esas diferencias en deciles, El 18.0% de los distritos con el 6.8% de
la población ocupa el décil más alto de la brecha étnica, mientras el 36.3% de los
distritos y de la población ocupa el décil más bajo de dicha brecha. En realidad, la
mayor parte de los distritos y de la población ocupan los niveles más bajos de la brecha
étnica, lo que concuerda con las características culturales y lingüísticas del Perú actual
que es mayoritariamente un país de mestizos y cholos.
Existe una alta relación inversa entre la brecha étnica y los niveles de ciudadanía. Los
distritos que presentan una alta brecha étnica tienen bajos niveles de ciudadanía y los
que tienen una baja brecha étnica presentan, por el contrario) altos niveles de
ciudadanía.
d. La brecha regional
Los peruanos de la costa son más ciudadanos que los que habitan en la sierra y en la
selva. En efecto) los más altos niveles de ciudadanía se concentran en la costa y los
niveles medios y bajos se distribuyen en la sierra y en la selva. Comparando los mapas
de ciudadanía con los mapas de modernización y de democratización del tercer y cuarto
capítulo respectivamente, se encuentra una alta relación directa entre los tres procesos.
Los distritos que tienen más altos niveles de ciudadanía se ubican en los departamentos
con más alta modernización y democratización.
4. Pobreza y ciudadanía.
La pobreza establece la más amplia brecha entre los ciudadanos y las ciudadanas en el
Perú. Los pobres tienen menos derechos ciudadanos que los ricos. En efecto, existe una
relación inversa muy significativa entre la pobreza y la ciudadanía (r = -0.730). Los
distritos con menos niveles de pobreza tienen más altos niveles de ciudadanía y los
distritos con más niveles de pobreza tienen niveles bajos de ciudadanía. .