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AUGE Y CAÍDA DEL CAPITALISMO (CASO CHILE)

La historia económica de Chile ha estado marcada por las diferentes transformaciones


políticas que ha experimentado dicho país. Desde los tiempos de la Colonia, la
economía chilena ha experimentado con varios métodos, y el país actualmente se
encuentra en vías de desarrollo. Su modelo económico ha sido parte fundamental de
las políticas internas, sufriendo diversos cambios a lo largo de la historia nacional,
especialmente desde la última mitad del siglo XX, pasando de una economía de
sustitución de importaciones, impulsada por los gobiernos radicales (1938-1952) y de
corte centro-izquierdista, a una economía de libre mercado, desarrollada tras las
reformas económicas de 1975 y 1980 impulsadas principalmente por los Chicago Boys
y que ha sido continuada y profundizada por los diversos gobiernos democráticos
desde 1990.

En tiempos coloniales, la economía chilena tiene como su eje la producción agrícola y


ganadera. El territorio estaba segmentado en latifundios que dejaron sólo pequeños
terrenos disponibles a los aldeanos mestizos e indígenas para cultivar. El ganado que
creció en los latifundios era una fuente de sebo y cueros, que eran enviados, vía Perú,
a España. El trigo era la exportación principal de Chile durante el período colonial.
Desde inquilinos (peones), pertenecientes a los encomenderos, o dueños de los
latifundios, a los comerciantes y los mismos encomenderos, una cadena de relaciones
dependientes se realizaba en torno a la metrópoli española.

El gobierno desempeñó un papel significativo en la economía colonial. Reguló y asignó


el trabajo, distribuyó la tierra, concedió monopolios, fijó precios, licenció industrias,
entregó derechos de minería, creó empresas públicas, autorizó gremios, canalizó
exportaciones, cobraba impuestos, y proporcionó subvenciones. Fuera de la capital, sin
embargo, los colonos a menudo no hacían caso o circunvinieron leyes reales. En el
campo y en la frontera, los terratenientes locales y los oficiales militares con frecuencia
establecían y hacían cumplir sus propias reglas.
La economía se amplió conforme a la regla española, pero algunos criollos se quejaban
por los impuestos reales y limitaciones en el comercio y producción. Aunque la corona
requiriera que la mayor parte del comercio chileno fuera con Perú, los contrabandistas
lograron sostener un poco de comercio ilegal con otras colonias americanas y con la
misma España. Chile exportaba a Lima pequeñas cantidades de oro, plata, cobre, trigo,
sebo, cueros, harina, vino, ropa, instrumentos, barcos, y mobiliario. Los comerciantes,
los fabricantes, y los artesanos se hicieron cada vez más importantes para la economía
chilena.

CAíDA DEL CAPITALISMO EN CHILE

Hasta hace pocos días la economía chilena era el ejemplo a seguir en América Latina,
según los economistas de la ortodoxia neoclásica, y de la escuela austriaca. También
según la mayor parte de los capitalistas, de Argentina y de otros países del continente.
Cámaras y foros empresariales, con la anuencia de los líderes políticos, han propuesto
una y otra vez adoptar el “modelo chileno” de relaciones entre el capital y el trabajo.
Sin embargo, un aumento del pasaje de subterráneo colmó el vaso, y estallaron las
manifestaciones de bronca y protesta. El reclamo más general es un reparto más
igualitario de la riqueza. La respuesta del gobierno fue sacar al Ejército, con un saldo
de 18 muertos, centenares de heridos y detenidos por miles.

Desconcertados, los apologistas del modelo chileno pretenden ahora que las protestas
fueron organizadas por Maduro y “grupos subversivos perfectamente entrenados”.
Naturalmente, es una explicación tan estúpida como reaccionaria, destinada a
disimular lo fundamental: lo que ocurre en Chile es el resultado más puro de las
tendencias inherentes al modo de producción capitalista.
Crecimiento capitalista y polarización social
¿Pero no es que la economía chilena creció en las últimas décadas, y bajó la pobreza?

La respuesta es que sí, la economía chilena creció. Desde 1985 a 2017 el producto por
habitante aumentó a una tasa del 3,5% anual, con solo dos años (1999 y 2009) de
caída (Banco Central de Chile). A su vez la pobreza disminuyó, según la medición del
Banco Mundial (son pobres las personas que tienen ingresos menores a los 5,5 dólares
diarios). En 2000 abarcaba al 30% de la población; en 2017 fue 6,4%.

Sin embargo, la desigualdad se mantuvo extremadamente elevada. De acuerdo al


último informe del Panorama Social de América Latina, de CEPAL, el 1% más rico de la
población chilena poseía, en 2017, el 26,5% de la riqueza del país, mientras que el 50%
de los hogares con menores ingresos tenían el 2,1%. Según la encuesta Casen, en 2017
el 10% más rico de la población obtenía un ingreso 39,1 veces mayor que el 10% más
pobre. Los sistemas de salud y educación están fuertemente segmentados en favor de
los más ricos. El trabajo precario alcanza al 40,5% de los trabajadores (OIT); aunque
más bajo que el promedio latinoamericano (53%; en Argentina 47%) es
extremadamente elevado. Por otra parte, la media de ingresos del chileno es de 550
dólares al mes; el salario mínimo es de 414 dólares; las pensiones de vejez promedian
los 286 dólares mensuales. Después de la alimentación, el transporte es el segundo
gasto más importante de las familias, seguido de la vivienda y los servicios básicos
(como electricidad y agua), según la Encuesta de Presupuestos Familiares. Dado que
los ingresos son insuficientes, el 60% de los hogares está endeudado (informe de la
BBC). Enfatizo: estos datos hay que ponerlos en el contexto de que el 1% más rico
concentra más del 26% de la riqueza.

La pobreza es relativa al desarrollo histórico y social

Las protestas en Chile tienen entonces una base objetiva: el crecimiento capitalista en
Chile genera riqueza, y en relación a esa riqueza, la pobreza aumentó. Es que la
pobreza se define en relación con la riqueza general de la sociedad. Y en particular, en
relación a la riqueza concentrada en la clase dominante. Por eso Marx planteaba que,
si bien la pobreza en términos absolutos tiende a bajar con el desarrollo capitalista, se
incrementa en términos relativos. Esto sin perjuicio de que haya largos períodos, de
crisis y depresiones económicas, en los cuales la pobreza aumenta en términos
absolutos, y millones de personas son arrojadas a la desesperación y la indigencia.
La idea de que el salario, y por lo tanto la pobreza, son nociones relativas, fue
planteada por Marx, entre otros escritos, en Trabajo asalariado y capital, y constituye
una pieza clave de su crítica al capitalismo. Allí sostiene que “ante todo, el salario está
determinado por su relación con la ganancia, con el beneficio del capitalista; es un
salario relativo”.

Y en relación a los períodos en que aumenta el capital productivo, sostiene: “Una casa
puede ser grande o pequeña, y en tanto las casas circundantes sean igualmente
pequeñas, la misma satisface todos los requisitos sociales que se plantea una vivienda.
Pero si se levanta un palacio junto a la casita, esta se reduce hasta convertirse en una
choza”. Es por eso que hace hincapié en la caída relativa del salario, a medida que
aumenta la concentración de la riqueza en manos del capital. Es el sentido de la noción
de plusvalía relativa: la explotación (y por lo tanto la pobreza relativa) puede estar
aumentando, a pesar de que se mantenga la canasta salarial, o incluso aumente.

La polarización es inherente al sistema capitalista

Por lo explicado en el apartado anterior, el levantamiento chileno es el resultado de


una tendencia inherente al sistema capitalista. O sea, ocurre lo opuesto de lo que dice
el reformismo burgués y pequeño burgués, que reduce la cuestión al “neoliberalismo”
(como si este fuese una corriente ajena al capitalismo).

Aunque no puedo desarrollarlo aquí, lo central es que el crecimiento de la desigualdad


deriva de la mecánica misma de la reproducción ampliada del capital. Esto es, deriva
de la reinversión de plusvalía para explotar más obreros que generan más plusvalía
que, una vez reinvertida, genera más capital que permitirá explotar más obreros. En
este proceso, todo depende de que el capital extraiga plustrabajo, lo convierta en
plusvalía, para invertir esa plusvalía con vistas a producir más plusvalía. Por eso el
dominio del capital sobre masas crecientes de trabajo y de medios de producción es
una consecuencia lógica del simple hecho que el capital se reproduce en escala
ampliada. Por eso también es una tontería pensar que estas dinámicas se revierten
cambiando las figuras al frente de un gobierno. La polarización social está inscrita en
las leyes de la acumulación capitalista. Es un proceso objetivo, que se impone por vía
de la competencia –el látigo que lleva a cada capitalista a explotar cada vez más y a
acumular- bajo el respaldo político, jurídico y armado del Estado capitalista.
Los límites del reformismo burgués y pequeño-burgués

El hecho de que la polarización social sea inherente al sistema capitalista pone en


evidencia los límites insalvables del reformismo burgués y pequeño-burgués, incluidas
sus variantes estatistas. Es que a fin de que haya inversión, el Estado debe asegurar las
condiciones apropiadas para llevar a cabo la explotación del trabajo, y la realización de
la plusvalía. Es lo que algunos han llamado “el marco social y político” de la
acumulación. Es una demanda que unifica a todas las expresiones del capitalismo, y se
sintetiza en las condiciones que imponen los capitales para invertir (entre ellas,
facilidad de despido, reducción de costos laborales, incluidas las formas de salario
indirecto, y similares). En una palabra, vía libre para la explotación y la acumulación sin
límites, explotación y acumulación que generarán más polarización social, y
empobrecimiento relativo (además de las recurrentes crisis de sobreproducción).

Por otra parte, si los capitalistas no ven aseguradas esas condiciones, habrá huelga de
inversiones. Lo cual lleva también al otro callejón sin salida: el estancamiento y
retroceso de las fuerzas de la producción, al estilo Venezuela. En otros términos, de la
sartén al fuego y del fuego a la sartén. El socialismo, en este respecto, representa una
salida radicalmente distinta a estas variantes.
La tendencia a la polarización social y la lucha de clases

Cuando hablamos de tendencia a la polarización social estamos significando que se


trata de un impulso que se impone a través de múltiples contratendencias. Como
afirmábamos en la nota sobre Piketty, desde el punto de vista de la teoría marxista “el
análisis de la evolución de la distribución del ingreso y la riqueza en el largo plazo exige
articular la acumulación -vinculada a la lógica del capital- con la lucha de clases, que es
inherente a la relación antagónica entre el capital y el trabajo”. Luego de señalar el
impulso a la concentración del capital, planteábamos que, sin embargo, “la fuerza
relativa de la clase obrera puede obligar a que al menos una parte de los avances de
productividad redunde en aumentos del salario real. Con esto ya se puede ver que la
dinámica de la distribución del ingreso no es lineal, ni tiene nada de mecánico.
Además, el proceso en el largo plazo está mediado por el ciclo económico, y las
variaciones en la distribución del ingreso asociado al mismo

AUGE EN CHILE
El primer gobierno de Ibáñez se caracterizó por una gran prosperidad económica,
hasta mediados de 1930. El repunte de los precios del salitre, la instalación de la gran
minería del cobre del cobre en el norte del país y el buen manejo de las finanzas
públicas y la afluencia de créditos desde el sistema financiero internacional,
permitieron al gobierno realizar una gran cantidad de obras públicas. El gasto fiscal
aumentó considerablemente y ayudó a financiar carreteras, aeropuertos, prisiones,
obras portuarias, ferrocarriles y otro tipo de obras públicas. En el ámbito financiero, se
crearon dos bancos de fomento: la caja de Crédito Agrario y la Caja de Crédito Minero,
concebidos para beneficiar a los pequeños agricultores y a operaciones mineras de
escala menor o media. El nuevo Instituto de Crédito Industrial, que extendía créditos al
sector manufacturero con fondos del gobierno, se combinó con un aumento de las
tarifas de importación de los productos que competían con la producción nacional, así
como la rebaja arancelaria de maquinarias y materias primas necesarias para la
industria. Todo ello hizo aumentar velozmente la producción y el país entró en un
período de bonanza económica.

En el aspecto institucional, el gobierno de Ibáñez introdujo importantes reformas. La


administración pública fue racionalizada y se creó la Contraloría General de la
República (1927), ente fiscalizador de la burocracia estatal y de la constitucionalidad
de las medidas tomadas por el gobierno. Asimismo, Ibáñez creó el Cuerpo de
Carabineros de chile, que reunió las distintas policías urbanas con el Regimiento de
Carabineros que se había creado en 1906. Las Fuerzas Armadas fueron modernizadas y
se creó la Fuerza Aérea de Chile

Nacimiento, auge y caída


La llegada al poder de la Junta Militar tras el golpe de Estado de 1973 que derrocó al
gobierno de Allende, se encontró con un Chile en una situación económica grave, que
si bien tenía el desempleo controlado (4,6 %), presentaba altas tasas de pobreza.

El objetivo de la Junta Militar era terminar al gobierno socialista, pero no implantar el


liberalismo. Muchas de las medidas de la dictadura fueron típicamente
intervencionistas y un gasto público elevado debido a la cultura militar de los
dirigentes, lo que condujo a mantener malos índices económicos.[cita requerida] Para
tratar de enderezar el rumbo económico, la dictadura militar confió el manejo
económico a unos jóvenes egresados de economía en la Universidad Católica de Chile,
la mayoría con postgrado en la Universidad de Chicago, universidad con quien había un
convenio de colaboración y becas para estudiar allí. De aquí vendría el apelativo por el
que fueron conocidos, los Chicago Boys. Estos venían de Estados Unidos trayendo la
idea del “monetarismo”, originada a partir de la economía neoclásica. El plan
económico de los Chicago Boys consistió en una economía no regulada, abierta al
mundo, con un Estado pequeño y subsidiario, de riguroso equilibrio fiscal (limitar el
gasto público y la burocracia), y el funcionamiento libre del mercado. Sus ideas
estaban influenciadas por las de Milton Friedman y otros exponentes del liberalismo
económico, rivales del keynesianismo, que influyeron a los jóvenes durante su estancia
en Chicago.

Su primera intervención en el gobierno seria en la ODEPLAN (Oficina de Planificación


Nacional), en donde plasmaron sus ideas económicas en un documento conocido
como “El Ladrillo”, un breviario de la aplicación de sus ideas a Chile
Para convencer a Augusto Pinochet (Jefe de la Junta Militar) de sus ideas, llevaron a
Chile a Milton Friedman. Friedman se reunió con Pinochet el 21 de abril de 1975 y en
una corta charla de 45 minutos14 le dio sus propuestas para enfrentar la crisis
económica.

"Un programa de shock tal como este podría eliminar la inflación en cuestión de
meses. También fundaría las bases necesarias para lograr la solución de su segundo
problema- la promoción de una efectiva economía social de mercado.

Este no es un problema de reciente origen, sino que surge de tendencias al socialismo


que comenzaron hace 40 años y que alcanzaron su lógico, y terrible clímax, durante el
régimen de Allende.

Hace unos cuarenta años atrás, Chile, como muchos otros países, incluyendo el mío, se
encausó en la ruta equivocada- por buenas razones y sin maldad, ya que fueron
errores de hombres buenos y no malos. El mayor error, en mi opinión, fue concebir al
Estado como el solucionador de todos los problemas, de creer que es posible
administrar bien el dinero ajeno.

Finalmente la Junta Militar se inclinó por la opinión de los Chicago Boys y se aplicó el
tratamiento de shock, que según Friedman tendría drásticos problemas en un inicio
pero con el paso del tiempo encauzaría la economía una vez corregidos los
desequilibrios. Esto se llevó a cabo aún en oposición a la opinión de los economistas
clásicos.

Los Chicago Boys ingresaron al gobierno en 1975, como parte del tratamiento de
choque, haciéndose cargo del Ministerio de Hacienda (Jorge Cauas), del Ministerio de
Economía (Sergio de Castro, líder de los Chicago Boys), y del Banco Central de Chile
(Pablo Barahona).
empleo en los sectores manufacturero y exportador debido a las políticas cambiarías y
de apertura de la economía.

El "boom" duraría hasta la crisis económica de 1982, fuertemente influida por la


recesión mundial de 1980 y que formó parte de la crisis de la deuda latinoamericana
que provocaron un alza en tasas de interés y dificultades para acceder a nuevo crédito,
debilitamiento de actividad real y una caída de términos de intercambio (el cobre tuvo
una abrupta caída de precio a inicios de 1980)17. Chile quedó desprotegido a esta
crisis internacional por su excesiva dependencia del mercado externo, el excesivo
endeudamiento privado (el crédito doméstico subió de 25 %, en 1976, al 64% del PIB
en 198218) y la fijación del dólar (switch a tipo de cambio fijo) lo que provocó una de
las crisis más profundas que afectaran a la nación en conjunto a la de 1930 y la de
principios de los años setenta. Esto provocó una caída del PIB de un 13,6 % (la caída
más alta registrada por Chile desde la crisis de 1929), un notable incremento del
desempleo con tasas en torno al 20 % por varios años12 y la quiebra e intervención de
numerosos bancos e instituciones financieras (fue intervenido el 60 % del mercado del
crédito).19 En un contexto de falta de libertades civiles y de reiteradas violaciones de
los derechos humanos, la mala situación económica gatilló las protestas callejeras
contra la dictadura militar, que se extendieron con mayor o menor intensidad hasta
fines de su mandato. Para 1982, industria se paralizó, las pensiones privadas se
quedaron sin valor, la moneda desfalleció. Las protestas y las huelgas de una población
forzaron a Pinochet a invertir curso. Renuente, el general restauró el salario mínimo y
el derecho de negociación de los sindicatos. Pinochet autorizó un programa para crear
500 000 empleos.
BIBLIOGRAFÍA :
1-Caputo, Rodrigo, y Diego Saravia. The Fiscal and Monetary History of
Chile 1960-2010. abril de 2014. Universidad de Chicago.

2-González, Miguel, y Arturo Fontaine T. (eds.) Los mil días de Allende. (2


vols.), 1997. ISBN 956-7015-22-8

3-Meller, Patricio. Un siglo de economía política chilena (1890-1990),


segunda edición 1998, ISBN 956-13-1444-4

4-Uribe, Armando, y Cristián Opaso. Intervención Norteamericana en Chile


[Dos textos claves], 2001. ISBN 956-262-123-5

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