Está en la página 1de 10

Una casa de Mazapán

Hija de la señora Marina, Rosa nació en Mazapán,(((suena mejor Rosa hija de la señora
Marina nació en Mazapán))) una vereda escondida en cierto municipio del departamento
de Cundinamarca: uno de esos lugares llenos de aves, vegetación, fuentes de agua, un
cielo azul, un paisaje envidiable, y una brisa tibia que arrulla la existencia; de esos
pedacitos de tierra a los que solo puede llegarse con indicaciones, pues tienen la fortuna
de ser lo suficientemente pequeños para no ser encontrados en los mapas. Rosa fue la
cuarta de cinco hijos: Julio (el mayor), Mario (el segundo), John (el menor de los
varones), Rosa (la cuarta hija), y Maira (la menor). Las risas y juegos entre hermanos
sobraban en un hogar en el que abundaba el hambre y escaseaba el alimento.

Marina siempre fue de carácter fuerte, pocas veces hablaba de su difunto marido (El señor
Julio Mario), a diferencia de sus tres hermanos, Rosa y Maira no podían recordar la voz,
el carácter, los gustos o el rostro de su padre. Siendo una mujer que tenía la carga de cinco
hijos y un hogar, no era de extrañar que rara vez los abrazara o besara, pues siempre
estaba ocupada en algún quehacer. Sin embargo, tanto Rosa como sus hermanos la
amaban y respetaban lo suficiente para hacer sus quehaceres (((cambiar “quehaceres” por
labores domésticas))) sin que ella se lo pidiera. Su madre era su mundo y sabían que ella
hacía todo lo posible por mantener en pie su hogar en ese pedacito de paraíso escondido.

Los días de la familia se iban en labores propias del campo: alimentar a los animales,
sembrar tubérculos y hortalizas, deshierbar la huerta, arar la tierra para hacerle espacio a
los nuevos sembrados, cosechar lo poco que saliera y empacarlo antes de enviarlo al
pueblo. Debido a que aún eran pequeños, ni Rosa ni sus hermanos iban nunca, su madre
dejaba a los más pequeños al cuidado de los mayores y se aventuraba sola, con los
alimentos que salían para venderlos o intercambiarlos por artículos que sus hijos
necesitaban: ropa, zapatos, medicinas, artículos de higiene, y alimentos no
perecederos. Cuando su madre no estaba, todos jugaban, trepaban árboles para comer
guayabas, perseguían a las hormigas para encontrar los hormigueros, iban a la quebrada a
cazar guppies, se quedaban callados para ver cuántos pájaros podían ver, dormían la siesta
a la sombra de los naranjos o guayabos que había cerca del rancho, y reían con la ingenua
satisfacción de quien lo tiene todo y nada a la vez. Eran cómplices, amigos, y grandes
rivales cuando se lo proponían, pero al final del día siempre eran los cinco niños más
felices del mundo, pues contaban entre sí con la fortuna de un hogar feliz.

Cuando su madre llegaba todos corrían a recibirla en la entrada de la finca, le ayudaban a


cargar los bultos que traía, le ayudaban a hacer un agua de panela y a servirla, les gustaba
que su madre fuera al pueblo, pues siempre que regresaba traía galletas de sal para comer
con el agua de panela y una bolsa de churros para todos. En las noches, tanto Rosa como
su hermanita se escabullían y salían de la casa para ver las estrellas, alguna vez, en la
escuela, la profesora le leyó un cuento en el que el personaje pedía un deseo a una estrella
fugaz y este se hacía realidad; desde ese día Rosa salía todas las noches con su hermanita
a buscar estrellas fugaces para desear unos zapatos de charol, pues amaba la textura
brillante que estos tenían, las pocas veces que había estado en el pueblo los veía en la
tienda de ropa y se acercaba a estos hasta que pudiera ver su reflejo en el charol, eran tan
bonitos que deseaba con todo su corazón tener unos algún día.

Una mañana, Marina le dijo a Rosa, y a su hermana que se bañaran, se arreglaran y usaran
la ropa elegante que usaban para ir a misa, pues iban a ir al pueblo. Las niñas no entendían
qué pasaba, pues solo viajaban allí para alguna cita médica, o en navidad; Rosa recordó su
deseo y pensó que tal vez este se había hecho realidad, tal vez mamá le iba a comprar
zapatos de charol a ella y a su hermanita (quien no sabía qué sucedía, pero amaba los
paseos en carro); ambas se emocionaron mucho, se ayudaron a peinarse y vestirse la una a
la otra -pues no solían arreglarse a menudo- y corrieron a la mesa a tomar agua de panela
con pan para su desayuno.

Doña Marina les pidió que se despidieran de sus hermanos, Rosa y Maira le dieron un
beso a Mario y a John, sus hermanos las abrazaron más fuerte de lo usual, ninguno dijo
nada, Marina sacó unos costales con ayuda de Julio, quien las acompañó hasta la cerca de
la finca y esperó que pasara el carro, a Rosa le resultó extraño que al voltear a agitar su
mano para despedirse de sus hermanos, pareciera que estos estuvieran llorando, y pensó
que probablemente estaban tristes porque mamá no los llevaba con ellas al pueblo, Rosa
le pidió a su mamá que le llevaran algunos churros a sus hermanos cuando regresaran.
Algunos minutos después pasó el jeep que iba hacia el pueblo, con ayuda de Julio, las tres
se subieron. Una vez allí, mientras mamá bajaba un par de costales, Rosa y Maira siempre
disfrutaban de ver las vitrinas de la tienda de juguetes, la heladería, y la tienda de ropa
para niños; las dos niñas le preguntaron a Marina si podían comer churros (pues el olor
inundaba toda la plaza central del pueblo), ella les dijo que sí, pero solamente después de
ir a misa.

Entraron al servicio, y luego Marina les compró cuatro (dos para cada una). Rosa estaba
feliz, pues se convenció de que al acabar los churros entrarían a la tienda para comprar los
zapatos de charol. Sin embargo, pasaron de largo por la tienda donde estaban y fueron a
dar a la agencia de transporte. Ese día no hubo zapatos nuevos, mamá solo les dio dinero
y las subió en un bus que se dirigía a la capital, les dijo que debían llevar una caja de
huevos a su madrina y algo de ropa que estaba dentro de los costales, les explicó que sus
hermanos no se podían quedar solos en casa y que por eso las mandaba a ellas; Maira
lloró un poco y Mariana solo le dio un abrazo fugaz, le dio los huevos a Rosa quien
también lloraba y les dio la bendición mientras las subía al bus.

El camino fue lo suficientemente largo para que las dos niñas dejaran de llorar y se
distrajeran con el paisaje que veían desde la ventana, una vez llegaron a Bogotá, Rosa y su
hermanita estaban maravilladas con la cantidad de carros, edificios, y personas: todos
vestían muy diferente de cómo se vestían las personas en el pueblo y se veían muy serios.
En cuanto llegaron al terminal, Rosa tomó la caja de huevos y luego le dio la mano a su
hermanita, lo primero que sintieron al bajarse fue un frío tan fuerte que podrían jurar que
les llegaba hasta los huesos, apenas recibieron los costales, una voz distante pero familiar
las saludo, cuando voltearon a ver, había dos mujeres que resultaban conocidas para ellas,
una era su madrina y otra era la tía Julia, que los había visitado las últimas dos navidades.
Su madrina agarró un costal y su tía agarró el otro, Rosa continuaba tomada de la mano de
su hermanita; sin embargo, se soltaron para saludar a las dos mujeres, de repente, la tía le
dijo a Rosa que tenía que irse mientras tomaba la mano de su hermanita, Rosa no entendió
muy bien, pero pensó que tal vez se verían después, nuevamente, las lágrimas corrieron
por sus caritas, mientras ambas se abrazaban y se besaban en una despedida
inesperadamente desconsoladora. Aun con la caja de huevos en sus manos, Rosa tomó la
mano de su madrina y se fue con ella.

Una vez en casa de su madrina, Rosa comió, y se asomó por la ventana en búsqueda de las
estrellas para pedir su deseo habitual, sin embargo, las luces de la ciudad eran demasiado
brillantes y no le dejaron ver mayor cosa. Frustrada se fue a dormir, al día siguiente se
despertó, comió un desayuno preparado por su madrina, lavo los platos, se fue a arreglar
la cama en la que durmió, se bañó y se vistió, y aunque sospechaba que no iba a ser
posible, luego le dijo a su madrina que ya estaba lista para regresar a Mazapán; con un
semblante serio, su madrina la sentó y le preguntó qué le había dicho su madre. Rosa
respondió que ella solo le había encargado llevar el mandado, de modo que suponía que al
haber hecho lo que mamá le pidió, debía regresar a casa; su madrina le explico con
serenidad que Mariana ya no tenía modo de mantenerlas a ella y a Maira, y que por eso
había negociado su custodia con ella y la tía Julia, así como sus hermanos y su madre,
Maira se convertiría en un recuerdo lejano y borroso que poco a poco se iba a enterrar en
lo profundo del corazón, pues su mente era todavía lo suficientemente joven y dispersa
para no darle la trascendencia suficiente a los recuerdos que habían creado como familia.

Durante un año entero Rosa lloró todas las noches pues extrañaba a Maira y a sus
hermanos; lloraba porque no podía ver las estrellas, no podía ir al río a lavar la ropa y
darse un baño con Maira, no podía escuchar el canto de los pájaros, no había una
quebrada para ir a cazar guppies, y no tenía con quien jugar. Esa ciudad era fría y cruel,
como la idea de que su madre la hubiera regalado a su madrina. La semilla del rencor se
sembró en su corazón y floreció durante el resto de su juventud.

Una semana después de llegar a la ciudad, su madrina le explicó que ya había hecho el
papeleo necesario para que entrara a la escuela, la llevó a estudiar con las monjas y allí
permaneció hasta décimo año de secundaria, en ese momento Rosa decidió que no quería
seguir estudiando, pues aunque era algo que considerara necesario en su futuro, las pocas
amigas que había hecho se habían retirado de la escuela porque debían trabajar o irse de la
ciudad, la mayoría de las demás niñas era cruel con ella por venir del campo, y las monjas
eran demasiado estrictas; se sentía sola y aburrida de ese lugar.

Si bien dejó de estudiar sabía que no iba a dejar que su vida pasara como si nada, una de
las amigas de su madrina tenía un restaurante, y desde un par de meses atrás Rosa iba los
fines de semana a trabajar haciendo el aseo y siendo mesera. Cuando se retiró de la
escuela la amiga de su madrina le ofreció el trabajo a tiempo completo, pues dos de sus
ayudantes habían renunciado recientemente y Rosa había demostrado ser una buena
trabajadora.

Rosa trabajó allí durante seis meses, en este tiempo conoció a un joven que era un par de
años mayor que ella, el joven trabajaba en uno de los talleres automotores de la zona e iba
a comer casi todos los días al lugar. Con el tiempo se hicieron muy buenos amigos pues
Rosa ya no tenía a nadie con quien hablar y su madrina siempre estaba trabajando,
algunos meses después se hicieron pareja y para el segundo mes de noviazgo, Rosa quedó
en embarazo, en cuanto supo de dicha noticia, ese primer amor de la vida, que tanto marca
la historia de una mujer desapareció del barrio. Luego de un embarazo difícil pero lleno
del amor y la guía de su madrina, Rosa dio a luz mellizos, aunque vivieran solas y nadie le
reprochara su actuar con los niños, sentía que el llanto y la presencia de los niños podían
resultarle molesto a su madrina, por esto decidió buscar una habitación para ella y sus
hijos. En menos de un año se mudó a una casa que no estaba tan lejos del hogar de su
madrina.

Rosa pasó muchas necesidades, y trabajó todos los días, en dobles o triples turnos de los
diferentes trabajos que surgían, si bien no pudo estar siempre junto a ellos, a sus hijos
nunca les faltó ropa, comida, o amor. En el fondo, Rosa lamentaba no poder enseñarles a
sus hijos como trepar un árbol, como alimentar a las gallinas, como cazar guppies o como
encender una estufa de leña. Todo esto le movía el alma, sentía que su tierra la llamaba,
sin embargo, su corazón no pudo perdonar a su madre, el dolor del abandono, la nostalgia
de la pérdida abrupta e inesperada de un hogar escondido en el paraíso, y el hastío por una
ciudad que tenía mucho, pero a la vez nada alimentaron su orgullo: no se sentía capaz de
contactar a su familia ni de volver a sus raíces.

El 13 de noviembre de 1985, Rosa estaba haciendo el aseo en una casa de familia, cuando
oyó en la radio que solía encender la señora de la casa que había ocurrido una tragedia en
Armero, un pueblo que no quedaba a más de una hora de su pueblo natal. Sin mayor
esfuerzo vino a su mente su infancia, las tardes jugando en el árbol de guayabas, las
noches contando estrellas con una hermanita de la cual solo recordaba un entrañable
afecto, pues el tiempo fue borrando su rostro de sus recuerdos, las manos fuertes y
generosas de su madre sirviendo una taza de agua de panela en las mañanas, la brisa
cálida de la tarde cuando iban a lavar la ropa con su Maira al río, y el olor dulce de los
churros recién hechos. Todo esto le movió el corazón lo suficiente para comerse su
orgullo, sin dudarlo, le pidió permiso a la patrona para salir temprano, y se fue a su casa,
sus hijos (que ya tenían 13 años) estaban haciendo tareas y preparando la cena; Rosa les
encargó lavar su ropa, hacerse de comer, ir a estudiar, hacer sus tareas, y cuidarse el uno
al otro, prometiendo que regresaría en un par de días.

Una vez en el terminal se subió a un bus, que la llevaría a su pueblo natal, había tantos
recuerdos en su mente que decidió dejarlos fluir. Lloró, río, e intentó dormir, pero le fue
imposible, entonces se dedicó a ver el paisaje, había tantos árboles, tantas montañas, tanta
luz, tantos aromas del campo que esto solo hacía más dura la idea de llegar y saber que su
familia ya no estuviera allí.

El bus estaba lleno, había muchísimas personas y todas llevaban rostros de preocupación,
muchos de ellos sabían que ya no había una familia por la cual regresar al pueblo y que
debían llegar a enterrar a sus seres queridos, otros tantos guardaban la ilusión de que al
llegar sus familiares siguieran allí y que todo fuera un mal susto, todos iban absortos en
recuerdos, miedo, y preocupación por las consecuencias de la tragedia. Sin notarlo, el
viaje terminó, todos se bajaron, Rosa caminó un par de calles junto con otros pasajeros
que se habían bajado para tomar un jeep que saliera hacia Mazapán, contó con suerte pues
solo tomó una hora llenar el cupo para salir. Varios de los pasajeros del bus que iba desde
la capital se subieron con ella, y luego de arrancar fueron quedándose en el camino.
Cuando el auto iba terminando su recorrido Rosa pidió la parada, justo cuando se bajó,
otra mujer se bajó con ella. Ambas caminaron durante 10 minutos hasta llegar a la entrada
de la finca. Rosa, que iba absorta en sus miedos no notó que aquella mujer que caminaba
a su lado era su hermanita, Maira.

Era apenas normal que no se reconocieran, pues no se veían desde niñas: ambas se bajaron
del mismo bus que venía desde la capital y se subieron al mismo jeep que las llevó a
Mazapán. Maira lloró mientras Rosa soltaba su maleta y la abrazó, sus manos temblaban y
se miraban su rostro, su pelo, y sus manos; entre lágrimas rieron, pues se encontraban
felices de verse la una a la otra. Allí, en una vereda cubierta por la ceniza, vieron en el
horizonte una casa que a pesar del tiempo se veía exactamente igual a la que había en sus
recuerdos, una casa llena de risas y juegos que a pesar del paso cruel del tiempo seguía en
su lugar.

Abrieron la puerta de su casa, al entrar buscaron a sus hermanos, pero no estaban. Julio y
Mario trabajaban por temporadas en Armero, con tan mala suerte que estuvieron allí
durante la noche de la tragedia. John estaba en la sala organizando unos documentos para
poder organizar la velación y el entierro de sus hermanos. En cuanto las vio las recibió
con un abrazo y lloró con ellas, Rosa le preguntó dónde estaba mamá, él le respondió que
estaba tomando la siesta.

Mariana despertó a las 4 de la tarde, tenía que salir a desyerbar y buscar los huevos que
habían puesto las gallinas que faltaban, luego debía buscar unas naranjas para el jugo de
las onces y dejar en remojo la ropa que iba a lavar al día siguiente. Lentamente se levantó
de su cama, pues la artritis y otros achaques de la edad no le permitían moverse con
facilidad. Al abrir la puerta de su habitación se quedó pasmada:

- ¿Qué hacen aquí?


-Rosa: Nos preocupamos por usted, mamá.
-Mariana: ¿Ya les dieron tinto? Deje les preparo
-Rosa: Tranquila mamá, ya Maira está en eso.
- Mariana: Yo no entiendo cómo se vinieron hasta por aquí, si ustedes están ocupadas en la
capital.
- Rosa: Mamá eso de Armero fue muy feo, salió en las noticias y hay un montón de gente
que está llegando aquí y a los demás pueblos a ayudar a los heridos o a buscar a los
difuntos, nos asustamos mucho.
- Mariana: ¿si supo lo de sus hermanos?
-Rosa: si mamá, ya John nos contó ¿Cuándo va a ser la misa?
-Mariana: Mañana por la tarde, pa’ que tengan tiempo de llegar su madrina y otros
familiares. Camine me ayuda a desyerbar.
- Rosa: mamá no se preocupe, yo hago eso…
-Mariana: ¡Faltaba más! Yo todavía puedo desyerbar, ni que estuviera tan vieja. Mas bien
ayúdeme a bajar la escalera.
- Rosa: Si señora.
Mientras ambas bajaban, Maira les llevó dos pocillos con tinto.
-Mariana: ¿Qué más, mija?
- María: bien si señora, ¿van a desyerbar?
-Mariana: si mija, vaya y bájeme unas naranjas si me hace el favor. Busque las más
maduras que las pintonas salen agrias.
-María: si señora.
-Mariana: Rosa, mija, usted empiece de ese lado y yo de este.
-Rosa: si señora.
- Mariana: ¿Qué es de su vida?
-Rosa: tengo dos niños, mamá. Trabajo en lo que sale y hago aseo casi todos los días en una
casa de familia.
-Mariana: eso está bien ¿Y cómo le salieron los chinos?
-Rosa: bien mamá, gracias a Dios muy juiciosos y me ayudan mucho con la casa.
- Mariana: Igualitos a usted y a sus hermanos, todos bien portados y juiciosos.
- Rosa: si señora, bien portados.
- Mariana: ¿Y el papá?
- Rosa: No tienen…
-Mariana: ay mija, todo pasa por algo, al menos ustedes están juntos, mire no más a mi…
Me tocó hacer maromas y ni así pude mantenerlas a usted y a la Maira aquí con nosotros.
- Rosa: Si señora…
- Mariana: ¿Sabe qué? Antes de seguir desyerbando deje busco algo en mi cuarto, camine
me ayuda.
- Rosa: bueno señora.

Entraron de nuevo en la casa, atravesando por la sala y luego a la habitación. Allí Marina le
pidió a Rosa que sacara una caja que tenía debajo de la cama. Una vez se la entregó, Rosa
se dirigió a la salida de la habitación. Ante ello Mariana le habló:

-Mariana: yo sé mija que usted no cree que yo las quería aquí, y no por nada no buscaron
venir ni usted ni su hermana. Pero de verdad que estaba hasta el cuello con usted y sus
hermanos, y a mí nadie me ayudó. Mire como son las cosas que preciso cuando ya se
estaban poniendo más difíciles aparecieron su madrina y la hermana de su papá. Mi diosito
aprieta, pero no ahorca.
- Rosa: Miré mamá, yo aquí vine porque me preocupaba que ustedes estuvieran bien, pero
no más. Yo no tengo ninguna obligación que me haga volver aquí y usted se ve que está
bien con la ayuda de John.
- Mariana: yo no le estoy pidiendo que vuelva. Yo sé que mal que bien ustedes tienen una
vida en la capital. Pero si me gustaría pedirle disculpas tanto a usted como a la Maira, yo no
quise ser mala madre, pero la comida no me alcanzaba y yo sabía que ustedes iban a estar
mejor allá con su madrina y la tía Julia. Me dolía todas las mañanas no tenerlas durmiendo
conmigo, oírlas cantar, fregar la vida con sus hermanos, El Julio y el Mario también las
extrañaron mucho, estaban ahorrando pa’ ir a visitarlas a la capital, pero usted sabe que
aquí lo poquito que se consigue es mal pago y ahorita con lo de Armero iban a usar esa
plata pa’ irse a buscarlas. Yo sé que le hice un mal a todos ustedes por haberlos separado y
no hay día que no me arrepienta por eso o los encomiende a Dios, pero uno de mamá cede
por que los hijos estén bien. Rosa, así yo no las tuviera cerca yo sabía que al menos iban a
tener los tres platos de comida…
La voz de Mariana se quebró, Rosa sintió como corrían las lágrimas por su rostro mientras
vio a su hermana pasar a su lado. Maira había llevado las naranjas a la cocina y mientras
estaba en ello escuchó la conversación. Mariana abrió la caja y ahí estaban: eran dos pares
de zapatos de charol que ahora estaban cubiertos de polvo. Entre sollozos Mariana les
habló:

- Ese día que volví a la casa de después de subirlas en ese bus, Julio me dijo que había
dejado esto encima del comedor. Yo quería que se llevaran eso para que se fueran contentas
a la capital, pero con tanto boleo se me olvidó empacarlos.

Entre lágrimas, Maira abrazó a su madre, Rosa tuvo que contenerse para no irse de la casa,
quería dejar ese lugar que tanto dolor le traía, pero a su vez quería quedarse a recorrer los
pasos de su infancia. Después de un largo silencio se unió al abrazo, y de algún modo ese
instante de perdón se hizo eterno. Todas esas noches de llanto, toda esa distancia, ese
tiempo, y ese dolor se fundieron al calor de un abrazo lleno de perdón.

Rosa estaba en casa.

También podría gustarte