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J EAN J\lAITROI\ nació el 17 de dic}em-

bre de 1910 en Sardy-lés-Epiry


(Nievre). Fue primero maestro, des-
pués profesor de clases complemen-
tarias hasta 1955. Ya en 1940, Jean
Maitron había decidido consagrarse a
la historia social. Llegada la paz
emprendió una tesis de Estado sobre
la historia del movimiento anarquista
en Francia. La leyó en 1950, consa-
grando su tesis complementaria a un
militante anarcosindicalista: Paul Dele-
salle. Más tarde se propuso la elabo-
ración de un Diccionario biográfico
del movimiento obrero francés e
internacional. Destinado al CNRS
durante cinco años pudo avanzar
ampliamente en la redacción de su
Diccionario, obra colectiva que reu-
nió a un centenar de participantes.
Los documentos que aquí presenta-
mos no pretenden en modo alguno
tener la ambición de formar un rela-
to continuado del movimiento anar-
quista en Francia, ni la de construir
una imagen completa de su doctrina
y acción. Antes bien: a veces peli-
gran, por su carácter discontinuo y
dispar longitud, con falsear las pro-
porciones del conjunto. Bastará sin
embargo recorrerlos para constatar
su interés; su sabor y variedad justifi-
carán el haber preferido lo inédito a
lo conocido, así como el haber sacri-
ficado la explicación general del
fenómeno anarquista a enfoques limi-
tados, pero esenciales.
Distinguiremos también tres fases en
esta historia: la propaganda por el
hecho, el anarcosindicalismo y el ile-
galismo. En este marco es en el que
situaremos nuestros documentos.
GRAFFITI

ENSAYO

HUERGA & FIERRO EDITORES


HUERGA Y FIERRO EDITORES, S.L.
MURCIA. 24 - BAJO
28045 MADRID (ESPAÑA)
TELÉFONO: 91 467 63 61
E-MAIL: huergayfierro@dieznet.com

PRIMERA EDICIÓN
ABRIL. 2003

DISEÑO DE ÁNGEL LUIS VIGARAY


TRADUCCIÓN: PILAR MORENO PINDADO
© EDITIONS GALLIMARD, 1973
© HEREDEROS DE JEAN MAITRON, 2003
© HUERGA Y FIERRO EDITORES, S L .• 2003
DEPÓSITO LEGAL: M-6151-2003 - 1.S.B.N.· 84-8374-383-3
IMPRESO EN ESPAÑA
RAVACHOL Y LOS ANARQUISTAS
lean Maitron
RAVACHOL
Y LOS
ANARQUISTAS

JEAN MAITRON

TRADUCCIÓN Y PRESENTACIÓN
PILAR MORENO PINDADO

HUERGA & FIERRO EDITORES


PRESENTACIÓN

E l editor me ha pedido que haga una presentación de este


libro para nuestros lectores.
Tengo que decir que su traducción me proporcionó un
gran placer, a pesar de las dificultades que entrañó en algu-
nas ocasiones el buscar un equilibrio entre la fidelidad al
texto y su fácil comprensión por el lector, debido a la época
en la que están redactados algunos documentos, y por el len-
guaje de argot que ocasionalmente usan algunos de sus per-
sonajes,
Publicados en 1964, esta serie de documentos que pre-
senta y selecciona lean Maitron de forma aparentemente tan
sencilla, y en los que se aprecia el fruto de un enorme traba-
jo de investigación, constituyen un fresco del anarquismo, de
su relación con el movimiento obrero en el siglo XIX y sus
últimos coletazos a principios del siglo xx.
Ya sólo este acercamiento histórico, hábilmente conse-
guido, sería suficiente para despertar el interés del lector
curioso.
Tras su lectura podrá comprobar que los hechos que
suceden y las controversias que se producen contienen, más
de un siglo después, retazos de hechos y controversias de
total actualidad: la posición de los trabajadores acerca de su
entrada o no en los sindicatos, discusiones en germen sobre
temas que siguen constituyendo problemas ideológicos visi-

9
bles en el seno de los sindicatos y fuera de ellos como la figu-
ra del liberado. Y sustanciosos avisos sobre el riesgo de que
los sindicatos se puedan acabar convirtiendo en organiza-
ciones conservadoras, defensoras de los privilegios de sus
afiliados y no de los derechos de todos los trabajadores.
Y cómo no, parte de todo aquello que usted querría oír
sobre la huelga general y nunca se atrevió a preguntar.

LA TRADUCTORA

IO
l ean Maitron nació el 17 de diciembre de 1910 en Sardy-
lés-Épiry (Nievre). Fue primero maestro, después profe-
sor de clases complementarias hasta 1955. Ya en 1940, lean
Maitron había decidido consagrarse a la historia social. Lle-
gada la paz emprendió una tesis de Estado sobre la historia
del movimiento anarquista en Francia. La leyó en 1950, con-
sagrando su tesis complementaria a un militante anarcosindi-
calista: Paul Delesalle. Más tarde se propuso la elaboración
de un Diccionario biográfico del movimiento obrero francés e
internacional. Destinado al CNRS durante cinco años pudo
avanzar ampliamente en la redacción de su Diccionario, obra
colectiva que reunió a un centenar de participantes.
Abriendo caminos, lean Maitron se había consagrado a
la búsqueda de archivos obreros y fundó el 18 de marzo de
1949, bajo el patronazgo de G. Bourgin y de Ed. Dolléans, el
Instituto francés de Historia social al que se dotó con impor-
tantes archivos de militantes, entre ellos los de P. Delesalle,
E. Armand, P. Monatte, etc. Él fue su secretario durante
veinte años (hasta septiembre de 1969), creando igualmente
en 1951 una revista, La actualité de l'Histoire, a la que suce-
dió, en 1960, Le Mouvement social, de la que fueron anima-
dores, después de él, Madeleine Rebérioux y más tarde Patrick
Fridenson.

I I
Nombrado en 1963 profesor adjunto en la Sorbona (en la
actualidad París/), tuvo como misión fundar un Centro de His-
toria del sindicalismo cuyo primer director fue E. Labrousse.
En carta del 11 de marzo de 1981, lean Maitron hizo
donación al Centro de Historia del sindicalismo y a diferen-
tes centros nacionales de su biblioteca y de sus archivos
sociales. El 16 de noviembre de 1987, lean Maitron se extin-
guió. El I 6 de noviembre de 1988 la biblioteca del Centro
recibió el nombre de lean Maitron.

12
ANARQUÍA-ANARQUISTA

N o hay, ni puede haber Credo ni Catecismo libertarios.


Lo que es y lo que constituye lo que podemos llamar
la doctrina anarquista es un conjunto de principios generales,
de concepciones fundamentales y de aplicaciones prácticas
sobre las cuales, el acuerdo se establece entre individuos que
se sienten enemigos de la Autoridad y luchan, aislada o colec-
tivamente contra todas las disciplinas y obligaciones políticas,
económicas, intelectuales y morales que se desprenden de ella.
Por esta causa puede haber, y de hecho hay, varias clases
de anarquistas aunque todas tienen un rasgo común que les
separa de otras variedades humanas. Este punto común es la
negación del principio de Autoridad en la organización
social y el odio a todas las obligaciones que proceden de las
instituciones basadas sobre este principio.
De este modo, quienquiera que niegue la Autoridad y la
combata es anarquista. [ ... ]
La Autoridad reviste tres formas principales que a su vez
engendran tres grupos de obligaciones: la forma política: el
Estado; la forma económica: el Capital; la forma moral: la
Religión.

SEBASTIAN FAURE
Enciclopedia anarquista

13
RAVACHOL
Y LOS ANARQUISTAS
EL MARCO HISTÓRICO

L os documentos que aquí presentamos no pretenden en


modo alguno tener la ambición de formar un relato con-
tinuado del movimiento anarquista en Francia, ni la de cons-
truir una imagen completa de su doctrina y acción. Antes
bien: a veces peligran, por su carácter discontinuo y dispar
longitud, con falsear las proporciones del conjunto. Bastará
sin embargo recorrerlos para constatar su interés; su sabor y
variedad justificarán el haber preferido lo inédito a lo cono-
cido, así como el haber sacrificado la explicación general del
fenómeno anarquista a enfoques limitados, pero esenciales.
Después de haber vivido largos años de investigaciones
en la intimidad del medio anarquista de finales del último
siglo, nos pareció que algunos textos -como las curiosas
Memorias de Ravachol o de Garnier, uno de los «bandidos
trágicos»- los dossieres inéditos de la policía y la corres-
pondencia privada -como la de Victor Serge-, eran en su
crudeza y continuidad tan aclaratorias como un largo
comentario; y, sobre todo, daban sobre los hombres y sus
actos un testimonio de otra naturaleza que el análisis histó-
rico, que merecía, pues, ser escuchado.
De ahí esta galería de hombres, de actos, de testimonios,
a los que solamente une un hilo conductor, pero que, de la
Comuna a la Gran Guerra, ilustra los momentos más nota-

17
bles de la gesta anarquista. La acción militante, individual
con Ravachol, se convierte en colectiva con la entrada de los
anarquistas en los sindicatos y en las Bolsas de Trabajo.
Vuelve a ser individual y degenera con Bonnot y su banda.
Distinguiremos también tres fases en esta historia: la pro-
paganda por el hecho, el anarcosindicalismo y el ilegalismo.
En este marco es en el que situaremos nuestros documentos.

l. La propaganda por el hecho

A escala internacional, el movimiento anarquista nació


de las graves divergencias que opusieron en el seno de la
Primera Internacional a Marx y Bakunin, «autoritarios» y
«antiautoritarios». Estas divergencias abocaron a una esci-
sión definitiva en el Congreso de la Haya en I 872.
En Francia, al día siguiente del aplastamiento de la
Comuna, «la sección francesa de la Internacional disuelta,
los revolucionarios fusilados, enviados a presidio o conde-
nados al exilio[... ], el terror confinando en lo más profundo
de sus hogares a los raros hombres escapados a la masacre»,
será en esta atmósfera descrita por Pelloutier 1, en la que en
el curso de los años siguientes, algunos discípulos de Baku-
nin intentan en vano reagruparse. En el exilio, especialmen-
te en Suiza, entre 1879-1880, otros se pronuncian por el
comunismo anarquista, por la abolición de toda forma de
gobierno y la libre federación de los grupos de productores
y consumidores2, y afirman la absoluta necesidad de salir del
terreno legal para trasladar la acción al de la ilegalidad,
única vía que conduce a la Revolución3•
Estas ideas se encuentran expresadas en las resoluciones
de un congreso internacional que quiere marcar un renaci-

1 Histoire des Bourses du Travail, (A. Costes, 1921), pág. 69.


2 La Révolté, 18 octubre 1879.
3 Resumen final de la reunión celebrada en Vevey, en septiembre de 1880.

Cf. Archives nationales F 12.504.

18
Proclama manuscrita encontrada en el lugar del atentado contra la estatua
de Thiers en Saint-Germaine, 15-16 de junio de 1881. El Prefecto de
Policía Andrieux había vigilado su ejecución, quizá incluso dado la idea.
(Archivo Prefectura de Policía.)
miento de la Internacional «antiautoritaria». Se celebra en
Londres el I 4 de julio de 1881 y proclama entre otras cosas:
... En lo sucesivo, la gran Asociación que hace diez años
hacía temblar a la burguesía, va a emprender un nuevo camino.
Todos los que realmente, sin reticencias, quieren la revo-
lución social y comprenden que la revolución no se prepara
más que por medios revolucionarios, se dan hoy la mano y
constituyen una sola organización, vasta y poderosa, la ASO-
CIACIÓN INTERNACIONAL DE TRABAJADORES.
¡Basta ya de chapotear en el lodo parlamentario! ¡Basta
ya de buscar caminos tortuosos para llegar a nuestro fin!
¡Basta de suplicar allí donde el obrero debe tomar lo que le
pertenece por derecho! ¡Basta ya de postemarse ante los ído-
los del pasado! [... ]
Los representantes de los socialistas revolucionarios de
los dos mundos, reunidos en Londres el 14 de julio de 1881,
partidarios todos de la destrucción total, por la fuerza, de las
instituciones actuales, políticas y económicas, han aceptado
esta declaración de principios (la del Primer Congreso de la
Internacional celebrado en Ginebra en 1866).
Declaran -de acuerdo, por otra parte, con la concepción
que le ha dado siempre la Internacional- que la palabra
moral empleada en los considerandos, no está utilizada en el
sentido que le da la burguesía, sino en el de que será la abo-
lición por todos los medios de la sociedad actual, que tiene
como base la inmoralidad, la que nos lleve a la moralidad.
Considerando que ha llegado la hora de pasar del periodo
de afirmación al periodo de acción, y de unir a la propaganda
verbal y escrita, cuya ineficacia está demostrada, la propa-
ganda por el hecho y la acción insurrecciona] [... ]
El Congreso expresa su deseo de que las organizaciones
adheridas a la Asociación Internacional de Trabajadores,
tengan a bien el tener en cuenta las siguientes proposiciones:
Es estrictamente necesario hacer todos los esfuerzos posi-
bles para propagar mediante actos, la idea revolucionaria y el
espíritu de revuelta en esa gran fracción de la masa popular que

20
todavía no forma parte activa en el movimiento, y se hace
ilusiones sobre la moralidad y eficacia de los medios legales.
Al salir del terreno legal, en el que hemos permanecido
generalmente hasta hoy, para llevar nuestra acción al terreno
de la ilegalidad, que es la única vía que conduce a la revolu-
ción, es necesario recurrir a medios que estén en conformi-
dad con este fin [... ]
Habiendo las ciencias técnicas y químicas prestado servi-
cios a la causa revolucionaria y estando llamadas a prestarlos
todavía mayores en el porvenir, el Congreso recomienda a las
organizaciones e individuos que forman parte de la Aso-
ciación Internacional de Trabajadores, conceder gran impor-
tancia al estudio y aplicaciones de estas ciencias como medio
de defensa y de ataque.
En Francia, la separación definitiva de los anarquistas y
otros grupos socialistas data del Congreso regional del Cen-
tro, celebrado en París, el 22 de mayo de 1881. A partir de
esta misma época, los compañeros van a preconizar incan-
sablemente «la propaganda por el hecho», destinada a afir-
mar por actos revolucionarios los principios anarquistas.
Bajo firmas tituladas: «Estudios científicos» o «Productos
antiburgueses», periódicos anarquistas como Bandera negra,
el Hambriento, La Lucha social, explicarán a sus lectores
cómo fabricar bombas para hacer la revolución. Por lo
demás en vano, ya que las acciones serán raras. A partir de
1887-1888 cesa esta propaganda, que acabó incluso siendo
denunciada por ineficaz ...
Y sin embargo, es de 1892 a 1894 cuando nace y se desa-
rrolla en Francia una verdadera epidemia terrorista.
El affaire Clichy ( cap. 1: El desafío) es el punto de
partida. Al mismo tiempo que Ravachol se convertía en el
justiciero de los compañeros maltratados, aquí y allá eran
perpetrados otros atentados cuyos autores no siempre eran
encontrados. Pronto los periódicos inaugurarían una rúbrica
permanente: «la dinamita». Por otra parte, los compañeros
no eran los únicos en practicar «la propaganda por el hecho».

21
Locos, bromistas pesados, individuos que querían asustar a
su casero o a su portera, redactaban cartas con amenazas,
muy a menudo no seguidas de ejecución, y de las que varios
miles están reunidas en cartapacios de la Prefectura de Poli-
cía. Éstas eran del tipo:
Aviso: Usted se ha hecho culpable de tal abuso de poder.
El Comité ejecutivo ha decidido que usted estallará tal día a
tal hora ...
El miedo se apoderaba de algunos. Y se veía a algunos
propietarios despedir al comisario de policía que había
arrestado a Ravachol y que se encontraba, por este he-
cho, amenazado con represalias por los anarquistas, o aún
más, a un magistrado de Saint-Etienne, huir para no tener
que juzgar a los cómplices de Ravachol. Casos aislados,
cierto, pero que dan una idea de la crisis ...
Por otra parte, los compañeros no se contentaban con
amenazar. Las explosiones responden a las condenas o a las
ejecuciones; el terror anarquista al terror burgués. El zapa-
tero Léauther, apuñala al «primer burgués recién llegado»
en la persona del ministro de Serbia en París 4 • Y Vaillant
lanza una bomba en la Cámara de Diputados sobre los
«zampabollos del Acuarium» 5 . « ¡Qué importan las víctimas
si el gesto es bello!», proclamaba en esta ocasión el poeta
Laurent Tailhade. Y el gobierno se aprovechará de esta
acción para hacer votar en unos días, se podría decir en
unas horas, «las leyes criminales», utilizadas después tan a
menudo y no sólo contra los anarquistas. Una semana des-
pués de la ejecución de Vaillant, Henry lanza su bomba al
café Terminus, cerca de la estación de Saint-Lazaré.
Más tarde el belga Pauwels estalla en la iglesia de la
Madeleine con el ingenio que transportaba 7. Y es la bomba

4 De noviembre de 1893.
5 9 de diciembre de 1893.
6 12 de febrero de 1894.
7 15 de Marzo de 1894.

22
puesta en el restaurante Fuyot 8, la que dejará sin un ojo a
Laurent Tailhard. «¡Qué importan las víctimas ... !» Por fin
Santo Geronimo Casserio apuñala el 24 de junio de 1894 al
Presidente de la República Sadi Carnot, «Carnot el asesi-
no», que rechazó la petición de gracia para Vaillant. Al día
siguiente «la señora viuda de Carnot» recibía una fotografía
de Ravachol a la que acompañaban estas palabras: « ¡Él esta
vengado!». De estos atentados cuya sola enumeración sería
enojosa, presentamos los más representativos en nuestros
tres primeros capítulos.

2. Cambio de táctica

El proceso de los Treinta puso fin a esta llamarada terro-


rista. En agosto de 1894, comparecieron ante de la Audien-
cia del Sena los principales líderes anarquistas, entre los que
se encontraban lean Grave y Sebastian Faure que resultaron
absueltos.
Este prudente veredicto, si bien contribuyó al apacigua-
miento, no fue sin embargo la causa determinante del fin de
los atentados. La causa fue la condena, por parte de los mis-
mos anarquistas, de la «dinamita individual», condena pro-
nunciada antes incluso de que hubieran explotado las pri-
meras bombas de Ravachol.
«Un edificio que se basa en siglos de historia, no se des-
truye con unos kilos de explosivos», escribía Kropotkin en la
Révolté del 18 al 24 de marzo de 1891. Y expresaba su deseo
de que en lo sucesivo «las idea anarquista y comunista pe-
netrasen en las masas».
Convencidos de la ineficacia del terrorismo individual, a
los anarquistas no les costó ningún trabajo renunciar a prac-

8 4 abril de 1894. El autor nunca fue identificado. Cf. un capitulo de nues-

tra obra: Le syndicalisme révolutionnaire, Paul Delasalle, 1870-1948, (Les Edi-


tions ouvrieres).
Grabado sobre madera de Félix Vallotton (1892).
ticarlo y si, por solidaridad, no agobiaron a aquellos de los
suyos que se dedicaron a ello, muchas veces señalaron, duran-
te el periodo de los atentados de 1892-1894, la necesidad de
estar al lado de los trabajadores, de entrar en los sindicatos y
de predicar con el ejemplo en la acción.
Emile Pouget, implicado en el Proceso de los Treinta,
pero que había podido pasar a tiempo la frontera, debió
renunciar a sacar su Tío Tranquilo, cuyo último número
parisién esta fechado el 21 de febrero de 1894. En Londres,
a partir de octubre, toma la pluma de nuevo y en el estilo
«pro lo*» que le es propio, desarrolla la nueva táctica

¡A LISTO LISTO Y MEDIO! 9

... En los tiempos que corren no es agradable gritar sobre


los tejados que se es anarco.
¡Incluso no hay necesidad de abrir el pico para ir al trullo,
basta con tener una cara que disguste a cualquier poli! [... ]
¿Es decir, que los muchachos que están en forma deben
seguir las órdenes del gobierno: achantarse y hacerse los
muertos? [ ... ]
¡No y no! Ahora menos que nunca es el momento de
meterse en su concha y sufrir en ella lo mismo que una ostra,
todas las afrentas de los capitalos [ ... ]
Puesto que hoy no se puede hacer propaganda franca-
mente ni hacer ostentación de las ideas a pleno día, se trata
de andar con rodeos, de maniobrar suavemente, de tal forma
que los bandidos de arriba no puedan encontrar nada repren-
sible.
Un lugar donde hay una espléndida tarea para los compas
enérgicos es la Cámara sindical de su corporación. Allí, no se
les puede buscar las cosquillas: las Sindicales están todavía

* N. de la T.: pro/o: lo usa por proletaire, en español proletario.


9 Pere Peinard: El Tío Tranquilo, serie londinense, primera quincena de
octubre de 1894.
permitidas; no son -a diferencia de los grupos anarcos-, con-
sideradas como asociaciones de malhechores [ ... ]
Ya sé que se pueden largar muchas cosas contra las Sin-
dicales: «Que son nidos de ambiciosos ... Que de allí han
salido esos tristes socialos camelistas que sueñan con llegar
a ser los grandes señores del Cuarto Estado».
¡Pues bien, sí, toda medalla tiene su reverso! Pero de ahí
a concluir que los Sindicatos son a los ambiciosos lo que a un
tonto un melonar ... ¡hay un buen trecho! Si los ambiciosos
han pululado y pululan aún por estas agrupaciones, se debe a
que los chicos animosos no les han parado los pies. Y los
ambiciosos son como las chinches: es la hostia poder librar-
se de ellos.
Si la primera vez que estos pajarracos cotorreasen sobre
las elecciones y otros incentivillos politiqueros, un buen
chico se encontrara dispuesto a replicarle: «La Sindical no es
una incubadora electoral, sino antes bien una agrupación
para resistir las canalladas patronales y preparar el terreno a
la Social. ¡La política no hace falta! ¡Si tú estas colado por
ella ve a hacerla en los cagaderos!».
De repente, veríais, si no a todos, al menos a gran parte de
los prolos aprobar al compa y mandar a paseo al ambicio-
so [... ]
Que un compañero lo intente, que se afilie a su Sindical,
que no apresure sus movimientos, que en lugar de querer
ingurgitar de sopetón sus ideas a los camaradas, lo haga
suavemente, y adopte como táctica, cada vez que un ambi-
cioso venga a parlotear sobre las elecciones municipales,
legislativas u otras marranadas, decirle en cuatro palabras:
«La Sindical tiene como objetivo hacer la guerra a los patro-
nos y no el ocuparse de política ... ». Si es lo bastante astuto
para no presentar el flanco a las mentiras de los aspirantes
zampabollos, que no faltarán, para intentar desollado vivo,
se verá escuchado con interés [ ... ]
El problema es éste: «Yo soy anarco, quiero sembrar mis
ideas, ¿Cuál es el terreno en el que germinarán mejor?».
«Tengo ya la fábrica, la tienda ... querría algo mejor: un
rincón donde encontrar prolos que se den un poco cuenta de
la explotación que sufrimos y que se devanen los sesos para
encontrar un remedio ... ¿Existe ese rincón?»
¡Sí, en nombre de dios! Y es único: el grupo corpora-
tivo [... ]
Contar con trucos legales para salir de la miseria es tan
ilusorio como reclamar el apoyo de un crápula contra su
socio.
El gobierno es, por fuerza, el amigo de los explotadores:
son indispensables el uno para el otro. Es complicarse la vida
el esperar de las autoridades algo que nos sea favorable.
Los politicastros socialos son de un parecer contrario:
pretenden forzar al gobierno a hacer reformas. Se engañan
ellos mismos, y no hay más que ver en lo que acaban: Todos
los días abandonan un poco de su antiguo programa, dentro
de poco costará trabajo distinguirlo del de los radicales.
La cincuentena de diputados socialos que se enmohecen
en el Acuarium, se contentan con dejarse vivir. Si, por azar,
con objeto de probar que no son absolutamente inútiles,
arman un poco de jaleo en favor del populo, el gobierno les
deja hablar y continúa, como si nada ocurriera, interviniendo
a favor de los patronos [ ... ]
Solucionemos, pues, nuestros asuntos nosotros mismos, y
guardémonos de intermediarios. En todo y para todo los
intermediarios son abominables sanguijuelas.
Dicho esto, he aquí poco más o menos cuál debe ser el
tajo a realizar en la Sindical:
Primo, debe guipar constantemente al patrón, impedir las
reducciones salariales y otras canalladas que rumie. ¿Si los
prolos no estuviesen siempre ojo avizor, no les habrían re-
ducido pronto los monos* a jamar ladrillos con salsa de gui-
jarros?

* N. de la T.: mono es el nombre dado popularmente en Francia al patrón


por los obreros.

27
Segundo, ese otro tajo cotidiano que es conseguirse la jala
diaria, y aún, otra tarea sumamente guapa: preparar el terre-
no a la Social.
Nosotros sufrimos al patrón porque no podemos hacer
otra cosa. Sabemos que es nuestro trabajo el que los engorda.
Si por el momento nos contentamos con tenerlo a raya, espe-
ramos que cualquier día estemos lo bastante arriba para
ponerlo decididamente en la calle.
Esto es lo que debemos explicar en la Sindical a los recién
llegados que allí acuden, como garantía contra la explota-
ción.
La fábrica es nuestra, de todos: cada ladrillo de los muros
está cimentado con nuestro sudor, cada rodamiento de las
máquinas está engrasado con nuestra sangre.
¡Qué día tan bello el que podamos volver a tomar nues-
tros bienes: hacer la gran Expropiación!
Hecho esto, nos aunaremos para currar como hermanos.
Y si el ex patrón no se hace el rácano, se le dará un puesto en
la fábrica: trabajará en igualdad, lo mismo que los compas.
Aquí están, mil marmitas, que haría falta parlotear a los
buenos chicos que se presentan en la Sindical, todas calien-
tes e hirviendo.
Qué giro no daría esto si los grupos corporativos estuvie-
ran repletos de chavales listos, sintiendo un odio endiablado
hacia los patronos y los gobernantes.
Chicos que no se desinteresen por la lucha cotidiana -por
mezquina que parezca- comprendiendo que es la vida pre-
sente, y que aislarse de ella es malsano.
Chicos que no miren como gilipolleces indignas de ellos
echar su cuarto a espadas en las huelgas y en todos los
enfrentamientos que se den entre obreros y patronos.
Pero, naturalmente, haciendo converger todos sus actos
-incluso los más ínfimos- hacia el fin a alcanzar: el caos
general.
Desde la primavera de 1895, los periódicos anarquistas
han conseguido derecho de ciudadanía en Francia, y en el
Auguste Vaillant a los diecisiete años. (Archivo Prefectura de Policía y
Colección Viollet.)
Temps Nouveaux, nuevo semanario de lean Grave, el secre-
tario general de la Federación de las Bolsas del Trabajo, el
anarquista Fernand Pelloutier, tomaba posiciones cerca de
Pouget y en el mismo sentido, sobre el problema de la entra-
da de los anarquistas en los sindicatos.

EL ANARQUISMO Y LOS SINDICATOS OBREROS 10

Del mismo modo que muchos obreros que conozco vaci-


lan, aunque desengañados del socialismo parlamentario, en
hacer profesión de socialismo libertario, porque a su parecer,
toda la anarquía consiste en el empleo ... individual. .. de la
dinamita, del mismo modo sé de numerosos anarquistas que
por un prejuicio, por lo demás fundamentado, se mantienen
apartados de los sindicatos y, llegado el caso, los combaten,
ya que durante un tiempo, esta institución fue un verdadero
campo de cultivo de los aspirantes a diputados [... ]
Sin embargo, la reaproximación comenzada en algunos
centros industriales o manufactureros no deja de extenderse.
Un camarada de Roanne ha señalado hace poco a los lecto-
res de Temps Nouveaux que, los anarquistas de esta ciudad no
sólo han entrado por fin en los grupos corporativos, sino que
debido a su energía y al ardor de su proselitismo, han adqui-
rido una autoridad realmente provechosa en la propaganda.
Lo que hemos sabido respecto a los sindicatos de Roanne,
podría decirlo de varios sindicatos de Alger, Toulouse, París,
Beauvais, Toulon, etc., que conquistados por la propaganda
libertaria, estudian hoy las doctrinas de las que ayer rechaza-
ban, bajo la influencia marxista, incluso oír hablar [... ]
Esta entrada de libertarios en el sindicato obtuvo un
importante resultado. En principio, enseñó a las masas la sig-
nificación real del anarquismo, doctrina que, para implantar-

10 Artículo escrito por Femand Pelloutier, el 20 de octubre de 1895, publi-


cado en Les Temps Nouveaux (2-8 de noviembre de1895), periódico de Jean
Grave.
se, puede muy bien, repitámoslo, pasar de la dinamita ... indi-
vidual; y por un encadenamiento natural de ideas, reveló a
los sindicatos lo que es y en lo que puede llegarse a conver-
tir esta organización corporativa de la que hasta entonces, no
habían tenido más que una estrecha concepción.
Nadie cree o espera que la próxima revolución, tan for-
midable como pueda ser, haga realidad el comunismo anár-
quico puro. Simplemente por el hecho de que estallará, sin
duda, antes de que la educación anarquista haya acabado; los
hombres no estarán lo bastante maduros para poder ordenar-
se ellos mismos absolutamente, y todavía durante mucho
tiempo, exigencias caprichosas ahogarán en ellos la voz de la
razón. Por consiguiente (la ocasión es buena para decirlo), si
nosotros predicamos el comunismo perfecto, no es con la
certidumbre, ni siquiera con el espíritu de que el comunismo
será la forma social del mañana; es para avanzar, para apro-
ximarse lo más posible a la perfección en la educación huma-
na, en una palabra para alcanzar, llegado el día de la confla-
gración, el máximo de liberación. ¿Ahora bien, el estado
transitorio que deberemos sufrir tiene que ser necesaria y
fatalmente el encajonamiento colectivista? ¿No puede con-
sistir en una organización libertaria, limitada exclusivamente
a las necesidades de la producción y del consumo, y con la
desaparición de todas las instituciones políticas? Este es el
problema que, desde hace muchos años, preocupa con toda
razón a muchos espíritus.
Pues, ¿qué es el sindicato? Una asociación de libre acceso
o abandono, sin presidente, teniendo como total de funciona-
rios a un secretario y un tesorero revocables en cualquier
momento, hombres que estudian y debaten sobre intereses
profesionales semejantes. ¿Quiénes son estos hombres? Pro-
ductores, los mismos que crean toda la riqueza pública.
¿Esperan para reunirse, hacer acuerdos, actuar, el benepláci-
to de las leyes? No, su constitución legal no es para ellos más
que un divertido medio de hacer propaganda revolucionaria
con la garantía del gobierno, y por otra parte, ¿cuántos de ellos

31
Pauwels, en la iglesia de la Madeleine, después de la explosión del ingenio
que transportaba. (15 de marzo de 1894. Álbum.museo Prefectura Policial.)
no figuran ni figurarán jamás en el Anuario oficial de los
Sindicatos? ¿Usan el mecanismo parlamentario para tomar
sus resoluciones? Tampoco, discuten y la opinión más exten-
dida se hace ley, pero una ley sin sanción, ejecutada precisa-
mente porque está subordinada a la aceptación individual,
salvo el caso, por supuesto, en el que se trate de resistir a la
patronal. Para terminar, si en cada sesión nombran un presi-
dente, un delegado de orden, no es sino la consecuencia de
un hábito, pues una vez nombrado, este presidente es perfec-
tamente olvidado y él mismo olvida con frecuencia la fun-
ción para la que le han investido sus camaradas. Laboratorio
de las luchas económicas, alejado de competiciones electo-
rales, favorable a la huelga general con todas sus consecuen-
cias, administrándose anárquicamente, el sindicato es, pues,
a la vez, la única organización revolucionaria y libertaria que
podrá por sí sola contrarrestar y llegar a destruir la nefasta
influencia de los políticos colectivistas.
Supongamos ahora que, el día en el que estalle la revolu-
ción, la casi totalidad de los productores esté agrupada en los
sindicatos. ¿No habrá en ellos, dispuesta a suceder a la orga-
nización actual, una organización cuasi libertaria, suprimien-
do de hecho todo poder político y de la que, al ser cada parte
dueña de los instrumentos de producción, regularía todos sus
asuntos por sí misma, soberanamente y por el libre consenti-
miento de sus miembros?¿ Y no sería eso «la asociación libre
de productores libres»? [ ... ]
Que los hombres libres entren, pues, en el Sindicato y que
la propaganda de sus ideas prepare allí a los trabajadores,
los artesanos de la riqueza, para comprender que deben
regular sus asuntos por sí mismos y para romper, a conti-
nuación, llegado el día, no sólo las formas políticas exis-
tentes, sino toda tentativa de reconstituir un nuevo poder.
¡Esto mostrará a las autoridades lo bien fundado de su
temor, disfrazado de desprecio, hacia el «sindicalismo» y
qué efímera su doctrina, desaparecida antes incluso de
haber podido afirmarse!

34
Esta entrada de anarquistas en los sindicatos, marca un
giro capital en la historia del movimiento obrero francés.
En lo que concierne a la del movimiento anarquista, ésta fue
su edad de oro. Por lo menos durante algunos años. Después el
medio se convirtió en un fin y al sindicalismo revolucionario se
adhirieron numerosos compañeros -entre los más importantes-
que se perdieron para el anarquismo propiamente dicho. Nues-
tros dos capítulos centrales evocan esa conquista de la CGT por
los compañeros y la de los compañeros por la CGT...

3. La recuperación individual

Un temible mal amenazaba sin embargo al movimiento;


este mal se llamaba ilegalismo. En ningún momento conta-
minó a toda la anarquía, pero nunca estuvo totalmente
ausente de la teoría y de la práctica libertarias.
El movimiento conoció siempre a los «desde fuera», a los
«fuera del rebaño», a los «refractarios», vocablos todos que
sirvieron de título a periódicos anarquistas, y que sirvieron
también para definir, con una palabra o una expresión, una
corriente ideológica.
En 1887 Duval, en 1889 Pini, saltaron frecuentemente
a las páginas de los periódicos como adeptos a la recupe-
ración individual, al derecho al robo. El primero, condena-
do a muerte, fue finalmente conducido a prisión de donde se
evadió. El segundo acogió la sentencia que le condenaba a
veinte años de trabajos forzados al grito de ¡ Viva la anar-
quía! ¡Abajo los ladrones! Sus actos, el ruido hecho en torno
a su condena, obligaron a los libertarios a tomar posicio-
nes. Algunos como lean Grave, aun justificando los actos de
Duval y Pini, negaban todo valor revolucionario a la recu-
peración individual. Otros como Sebastian Faure, Eliseo
Reclús y su sobrino Paul, aprobaban el robo que este último
justificaba en estos términos, en un artículo publicado en La
Révolté, el 21 de noviembre de 1891:

35
Lo que llamaría mi proposición principal es ésta: en nues-
tra sociedad actual, el robo y el trabajo no son diferentes en
esencia. Me levanto contra esa pretensión de que hay un
medio honesto de ganarse la vida, y uno deshonesto: el robo
o la estafa [... ]
Como productores, tratamos de obtener lo más posible de
nuestro trabajo, como consumidores pagar lo menos posible,
y del conjunto de estas transacciones, resulta que todos los
días de nuestra vida somos robados y robamos [... ]
La actividad vital que nosotros soñamos está igualmente
alejada de lo que hoy se llama trabajo y de lo que se llama
robo: se cogerá sin pedir y eso no será robo, se emplearán las
facultades y la actividad y eso no será trabajo [ ... ]
Quince años más tarde son las hazañas de la banda de
Jacob las que atraen la atención; banda organizada hacia
1900, y que en 1905 habría realizado un centenar de robos,
evaluándose en cinco millones el montante de las «recupe-
raciones». Incluso si esta cifra de negocios parece «hinchada»,
como nos escribía Jacob el 5 de mayo de 1949, no es menos
cierto que la empresa fue importante y que además le valió a
su animador unos veinte años de prisión.
Marius Jacob -el modelo, se ha dicho, ¿del Arsenio Lupin
de Maurice Leblanc ?-, que reservaba, al menos al principio,
un 10% de cada una de las recuperaciones efectuadas por su
asociación para obras de propaganda anarquista, y que por
otra parte, operaba «entre todo parásito social: sacerdotes,
militares, jueces, etc.», pero no en el domicilio de los que él
juzgaba que cumplían una función útil: «médicos, arquitec-
tos, literatos, etc.» (Recuerdos de medio siglo, redactados
para nosotros por Marius Jacob en 1948), definió así su ile-
galismo en la Corte del Supremo, en marzo de 1905:
Yo también repruebo el hecho de que un hombre se apo-
dere violentamente y mediante astucias del fruto de la labor
de otro. Pero precisamente por eso, es por lo que he hecho la
guerra a los ricos, ladrones de los bienes de los pobres. Yo
también querría vivir en una sociedad en la que el robo estu-

37
viera proscrito. No apruebo ni he utilizado el robo más que
como un medio de rebelión propio para combatir el más ini-
cuo de todos los robos: la propiedad individual.
Para destruir un efecto, es preciso previamente destruir la
causa. ¿Si hay robo, no es sino porque hay abundancia de una
parte y escasez de otra? porque todo no pertenece más que a
unos pocos. «La lucha no desaparecerá hasta que los hom-
bres no pongan en común sus alegrías y sus penas, sus tra-
bajos y sus riquezas, hasta que todo pertenezca a Todos.»
Al tiempo que Jacob pronunciaba estas palabras, apare-
cía en París -el 13 de abril de 1905- el primer número de la
anarquía, periódico individualista que iba a ser algunos años
más tarde el órgano de expresión de los ilegalistas. Su fun-
dador Albert, llamado Libertad*, nació en 1875 en Burdeos
de padres desconocidos, llegado a París en 1897, se impuso
por su elocuencia y sus cualidades de audacia y de cabeci-
lla, fundando en octubre de 1902 las Charlas populares.
Libertad, gravemente enfermo, no se desplazaba más que
con la ayuda de unas muletas, y sin embargo estaba en toda
las reuniones y en todas las grescas ...
Alrededor de la anarquía se agruparon colaboradores tales
como A. Lorulot, E. Armand, Mauricius, Kibaltchiche, que
se sucederán en la dirección del periódico a la muerte de
Libertad en 1908.
En el caldo de cultivo de este medio ilegalista es donde va
a nacer el asunto de la banda de Bonnot. Esta será su última
expresión ...

* N. de la T.: Libertad: en español en el original.


1
EL DESAFÍO

L a anarquía en la sala de lo criminal: tal es el título de un


folleto de uno de los propagandistas libertarios más
importante, Sebastian Faure. Está consagrado a los debates
en la sala de lo criminal del Sena, el 28 de agosto de 1891.
De un lado tres anarquistas Decamps, Dardare y Leveillé.
Enfrente los magistrados: Benoit, Presidente de la sala de lo
criminal y Bulot, fiscal.
En efecto, el primero de mayo precedente había estallado
una trifulca en las afueras parisienses entre las fuerzas del
orden y los anarquistas que volvían de una manifestación.
Los compañeros estaban armados, los agentes también.
Estallaron los disparos. Uno de los anarquistas, Leveillé,
resultó con el muslo atravesado por una bala. Conducidos a
la comisaría de Clichy, los agentes, fuera de sí, dieron una
paliza a los anarquistas detenidos. Tres meses más tarde,
Decamps y Dardare eran condenados a penas excesivas,
después de que el fiscal requiriera para el primero el casti-
go supremo, Leveillé era absuelto. He aquí su «defensa
anarquista», muy verosímilmente redactada por la pluma del
mismo Sebastian Faure.

39
penciatsta de Temps Nouveaux y teórico de la anarquía
(1854- 1939).
Yo he disparado

Si desde los primeros días de mi atTesto y en el curso de


la instrucción yo he negado haber abierto fuego, de ninguna
manera es, Señores, porque tenga la costumbre de esquivar la
responsabilidad de mis actos. Pero, convencido de que si no
se elevaban testimonios absolutamente decisivos contra mí,
sería puesto en libertad, y, estimando que contra los repre-
sentantes de la autoridad que encarcela, todos los medios son
buenos para recobrar la libertad, he esperado un instante.
Pero hoy he declarado y declaro categóricamente que dis-
paré sobre los que me atacaban. He cumplido con mi deber
como mis amigos Decamps y Dardare.
Yo quiero ser condenado con ellos o con ellos puesto en
libertad.
Si ustedes los juzgan culpables, yo lo soy, y reivindico mi
parte de responsabilidad plena y entera.
No busco provocar vuestra indignación con el relato del
trato que nos han infligido. Que os baste saber, Señores, que,
cuando con el muslo atravesado por una bala, devorado por
la fiebre y presa de crueles sufrimientos, pedí agua para lim-
piar mi herida, me respondieron con puntapiés y culatazos de
revólver. Que os baste recordar que esta dolorosa agonía
duró seis veces veinticuatro horas y que he permanecido sin
cuidados hasta el 20 de mayo, es decir, durante veinte días.
Sin embargo, Señores, en tiempos de guetTa, cuando se
desatan los instintos más feroces, es sagrada la regla de que
los heridos caídos en manos del enemigo sean atendidos y los
prisioneros respetados.
Pero, para los hombres de la policía, somos más que ene-
migos, porque somos revolucionarios, anarquistas.

Nosotros somos anarquistas

Tampoco hay por qué extrañarse de que la acusación bus-


que la pena de muerte para nosotros.

41
¿Y por qué?
Por que resueltos adversarios de la Autoridad que hace
padecer hambre, humilla, encarcela y mata, queremos el triun-
fo de la Anarquía; de la Anarquía que se os representa siempre
como una doctrina de odio y de violencia y que en realidad no
es sino una doctrina de paz, de fraternidad y de amor; ya que
la Anarquía tiene como fin sustituir la solidaridad de los inte-
reses individuales por su antagonismo, y reemplazar la com-
petencia, fuente de toda animosidad, de todos los crímenes
sociales, por la asociación y la armonía universales [... ]
La Anarquía, que, en el estado actual de cosas, no es ni
puede ser más que la negación del sistema autoritario por
completo, no es ni puede ser, en periodo de lucha, más que la
práctica de la desobediencia, de la insumisión, de la indis-
ciplina, en una palabra, de la rebelión.
A este respecto, la idea anarquista es tan vieja como el
principio de autoridad, pues el mismo día en el que un hom--
bre tuvo la pretensión de mandar a otros hombres, éstos, más
o menos, se rehusaron a obedecer.

Lo que ha creado la ignorancia

Pero al igual que la ignorancia ha creado los Dioses y ha


hecho nacer los sistemas gubernamentales, esta misma igno-
rancia ha impedido a los humanos sacudirse el yugo y ver
claramente sus derechos.
Debía suceder además que, lanzados sobre un planeta
cuyas entrañas contienen tesoros inagotables, pero no sabiendo
excavar el suelo y sacar partido de ello, los hombres, en su
lucha con la dificultad de alimentarse, de preservarse de la
intemperie y de desarrollarse libremente, se disputasen, se
combatieran y se mataran para procurarse lo que pedían sus
apetitos, sus necesidades, sus aspiraciones.
La constatación de esta perpetua «lucha por la vida» ha
hecho creer que estos conflictos, estas rivalidades, estas bata-

43
llas, son una fatalidad, que han existido siempre, que se per-
petuarán hasta la consumación de los siglos.

El trabajo, apoyado en la ciencia

Pero la ignorancia, ese mal de las edades primitivas, ha


sido cada vez más atacada por los conocimientos acumula-
dos a través de los siglos.
¡La humanidad se ha enriquecido poco a poco de manera
maravillosa, las conquistas del espíritu humano se han mul-
tiplicado, el horizonte se ha ensanchado desmesuradamente,
los elementos, sometidos por el hombre, se han convertido en
sus colaboradores más asiduos, más dóciles, más desinte-
resados; el trabajo, apoyado en la Ciencia, ha hecho salir del
subsuelo riquezas extraordinarias; las cosechas, frutos sabro-
sos, flores perfumadas, árboles robustos; las plagas han sido
conjuradas, las epidemias victoriosamente combatidas; los
males naturales, casi todos atajados!

Mas los acaparadores ...

Y en el seno de una tierra tan fecunda, tan bella, tan


lujuriosa, los hombres, cuyos esfuerzos de generación en
generación se habían solidarizado para alcanzar este fin, han
cometido la tontería de continuar, los unos queriendo acapa-
rarlo todo, los otros consintiendo su despojo.
Los acaparadores, son cada vez más escandalosamente
opulentos y cada vez menos numerosos, mientras que la
familia de los desheredados es cada vez más pobre y cada
vez más considerable.
¿De donde viene que esos millones y millones de miserables
no vomiten sobre este puñado de multimillonarios? Esto proviene:
1º De los prejuicios de toda naturaleza cuidadosamente
mantenidos por los privilegiados en el cerebro de las masas;

44
estos prejuicios: gobierno, leyes, propiedad, religión, patria,
familia, etc., etc. Ese es el freno moral.
2º Sistemas de represión que deshonran a la tierra: magis-
trados, policías, gendarmes, soldados, carceleros; he ahí el
freno material [... ]

¡Basta de gobierno!

Así, en este fin del siglo XIX, la fórmula anarquista se


resume en tres palabras que tienen el don de aterrorizar a los
unos y hacer sonreír incrédulamente a los otros: «Basta de
gobierno».
Sí, ¡basta de gobierno!
Eso es todo, pues el día en el que el gobierno (y entiendo
por gobierno todo sistema gubernamental, cualquiera que sea
la forma, cualquiera que sea su etiqueta), el día, digo, en el
que todo gobierno haya desaparecido, las leyes escritas, los
códigos, no tendrán ya razón de ser, puesto que no podrán ya
apoyarse en la fuerza para hacerse temer ni respetar.
Al mismo tiempo, la ley natural sustituirá sin esfuerzo las
leyes artificiales; pues, no olvidéis, Señores, que la Anarquía
es el libre juego en la humanidad de las leyes naturales, o,
más exactamente, pues quiero evitar la palabra «Leyes», de
las fuerzas naturales que regulan el Universo entero.
¡Basta de códigos! ¡Basta de magistrados! ¡Basta de poli-
cías! ¡Basta de gendarmes! ¡Basta de militares! ¡Basta de
sacerdotes! ¡Basta de dirigentes! En una palabra ¡Basta de go-
biernos!

Un panorama de la sociedad moderna

Dejadme esbozar brevemente, en algunas pinceladas, el


panorama de la sociedad moderna.

45
Arriba:

Sacerdotes traficando con los sacramentos y las ceremo-


nias religiosas; funcionarios inclinando la cabeza a la vez que
levantan la caja y el pie; oficiales vendiendo al enemigo los
secretos de la defensa llamada nacional; literatos ordenan-
do a su pensamiento glorificar lo injusto; poetas idealizando
lo feo; artistas haciendo apoteosis de lo inicuo, en previsión
de que esas bajezas les aseguren un sillón en la Academia,
una plaza en el Instituto, o títulos ... de renta ...
Comerciantes tramposos engañando en el peso, calidad y
procedencia de las mercancías, industriales complicando sus
productos, especuladores pescando millones en el Océano
inagotable de la estupidez humana.
Políticos, sedientos de poder, especulando con la ignoran-
cia de unos y la buena fe de otros; plumíferos que se llaman
a sí mismos periodistas, prostituyendo su pluma con una
desenvoltura que no la iguala sino la necedad de los lectores.

Abajo:

Albañiles sin hogar, sastres sin pantalones, panaderos sin


pan, millares de productores golpeados por el paro y en con-
secuencia por el hambre; gente vagando por el mundo a la
búsqueda de un puente que tirar, de un túnel que horadar, de
una excavación que hacer; familias amontonadas en cuchitri-
les; chiquillas de quince años obligadas, para poder comer,
a soportar las caricias apestosas de los viejos y los lúbricos
asaltos de los jóvenes burgueses.
Masas cegadas, que parecen absolutamente incapaces al
despertar de la dignidad; tropeles de gente precipitándose
al paso de un ministro que les explota y prodigándole ridícu-
las aclamaciones; gentes que se dirigen a una estación al
encuentro de un monarca, hijo, hermano o primo del rey que
llega; pueblos que olvidan en la embriaguez de las fiestas
nacionales, el aturdimiento de las fanfarrias y el torbellino de
los bailes populares, que ayer se morían de miseria y escla-
vitud, que mañana reventarán de servidumbre y angustia.
Tal es el desesperante cuadro que ofrece nuestra actual
humanidad.
¡He ahí el orden que engendra la más gubernamentaliza-
da de las Sociedades!
Y, aunque extremadamente sombrías, no se han cargado
las tintas sin motivo: son infamias, vergüenzas, golferías, tor-
turas que ningún lenguaje humano sabría describir.

Mañana, multitud innumerable

Pero en el seno de esta podredumbre que corroe a los


poderosos y de este servilismo que deshonra a los débiles; en
el seno de esta cínica hipocresía que caracteriza a los grandes
y de esta increíble ingenuidad en la que viven los pequeños,
en medio de esta insolencia de la que hacen gala los «de arri-
ba»; y de este aplastamiento que mina a los «de abajo»; en
medio de la feroz codicia de los ladrones y del insondable
desinterés de los robados; entre los lobos del poder, la re-
ligión, la fortuna y los corderos del trabajo, la pobreza, la
servidumbre, se alza un puñado de valerosos, falange que no
está contaminada en absoluto por la altivez de los insolentes,
ni mermada por el aplastamiento de los humildes.
Ayer, medio puñado, hoy un ejército, mañana, multitud
innumerable; ellos van donde está la Verdad; sin preocupar-
se ni de las risas burlonas y amedrentadas de los ricos, ni de
la sombría indiferencia de los pobres.
Ellos dicen a los poderosos:
«No reináis más que por la ignorancia y el temor. Sois los
degenerados continuadores de los bárbaros, de los tiranos, de
los malhechores públicos.
¿Por quién os hacéis entretener en la ociosidad? ¡Por
vuestras víctimas!

47
Albert, llamado Libertad (1875-1908), fundador de la anarquía.
(A rchivo Prefectura de Policía.)
¿Quién os protege y os defiende contra el enemigo del
interior y del exterior? ¡Oh amarga burla! ¡También vuestras
víctimas! ¿Quién hace de vosotros diputados, senadores,
ministros, gobernantes?
Una vez más, vuestras víctimas.
Y la ignorancia de éstas, cuidadosamente alimentada por
vosotros, no solamente no se da cuenta de estas incoherentes
iniquidades, sino que encima engendra la resignación, el res-
peto, casi la veneración.
Pero nosotros os desenmascararemos sin piedad y os mos-
traremos, verdugos, vuestras horribles caras, en las que se lee
la duplicidad, la avaricia, el orgullo y la cobardía.»
¿ Y qué dicen ellos, estos hombres, a los pequeños, a los
explotados, a los dominados?
Escuchad:
«Vosotros, los que nacéis en una cuna de paja, que crecéis
expuestos a todas las miserias y vivís condenados al trabajo
forzado y a la vejez prematura como burros de carga, no os
desesperéis.
Proletario, nieto del antiguo esclavo, hijo del siervo de la
Edad Media, sabe que tu angustia no es irremediable.
Vosotros todos que formáis parte de esta humanidad ava-
sallada, cuyos magullados pies dejaron en el surco humano,
desde hace ya demasiados siglos, huellas ensangrentadas,
tened confianza en el porvenir.
Andrajosos, dolientes, hambrientos, desharrapados, explo-
tados, afligidos, desheredados, cada día disminuye el poder y
el prestigio de vuestros amos, y cada día, vuestros batallones
son más y más formidables.
¡Alzad la frente y los corazones!
Tomad conciencia de vuestros derechos.
Aprended que todo hombre es igual a otro. Es falso que
para los unos no haya sino derechos que ejercer, y para los
otros deberes que cumplir. Rehusaos todos a obedecer y nin-
guno se preocupará ya de mandar.
Naced por fin a la dignidad.

49
¡Dejad crecer en vosotros el espíritu de revuelta, y con la
Libertad llegaréis a ser felices!»
He aquí, Señores, lo que son los anarquistas, tal es su len-
guaje, tal es el nuestro.

Nosotros no nos arrepentimos

Yo concluyo:
Culpables seríamos si, despertando entre nuestros compa-
ñeros de miseria el sentimiento de la dignidad, nosotros mis-
mos nos burláramos de él.
Criminales, ¡oh sí!, bien criminales seríamos, si llamando
a los hombres a la revuelta, nos inclináramos ante las ame-
nazas y nos sometiéramos a las órdenes terminantes de los
representantes de la autoridad.
Cobardes, los últimos de los cobardes seríamos si, ele-
vando el espíritu de nuestros compañeros de lucha y excitán-
doles a la valentía, nosotros no defendiéramos nuestra vida y
nuestra libertad cuando están en peligro.
He ahí el por qué de lo que yo he hecho, de lo que nosotros
hemos hecho (mis amigos, lo sé, piensan como yo), teníamos
que hacerlo, así pues, nosotros no nos arrepentimos.
Si ustedes me condenan, mis convicciones permanecerán
inquebrantables.
Habrá un anarquista más en prisión, pero cien más en la calle.
Y nuestro ejemplo será seguido, será el punto de partida
de revueltas que se multiplicarán, que llegarán a ser cada vez
más colectivas, hasta que la Revolución universal haga entrar
en el dominio de la práctica las ideas por las que yo vivo, por
las que sufro con cierta alegría, por las que estoy dispuesto,
como todos los anarquistas a verter, si es preciso, hasta la
última gota de mi sangre 1.

1 Extractos de La Anarquía en la sala de lo criminal, por Sebastian Faure.


Los compañeros sintieron como un desafío las brutalida-
des y las condenas infligidas a los anarquistas de Clichy.
Uno de ellos Ravachol, iba a contestarlo.

5r
2
LAS MEMORIAS
DE RAVACHOL

F ranqois Claudius Koeningstein -Ravachol por parte de


madre- apareció en Saint-Dennis enjulio de 1891. Bus-
cado por asesinato seguido de robo, vivió bajo el nombre de
Leon Léger en casa del compañero Chaumartin, cuya mujer
era amiga de la del anarquista Decamps. De acuerdo con
un tal Simon Charles Achille, llamado Bizcocho, que había
asistido a los debates del asunto Decamps e igualmente de
acuerdo con Jas-Béala y su amante Mariette Soubere, deci-
dió vengar a los compañeros condenados.
En un principio intentan hacer estallar la comisaría de
Clichy, y helos ahí el 7 de marzo de 1892, llevando una mar-
mita cargada con unos cincuenta cartuchos de dinamita y
restos de chatarra a guisa de metralla; pero el proyecto
aborta a causa de las dificultades de aproximación. Deciden
entonces atacar al consejero Benoft, que presidió la Audien-
cia cuando la condena de Decamps y Dardare. Simon va a
reconocer el lugar, el 136 del bulevar de Saint-Germaine,
pero no tiene éxito en descubrir el piso en el que vive el con-
sejero; deciden sin embargo pasar a la acción, y el 11 de
marzo, Chaumartin acompaña a los cuatro terroristas hasta
el tranvía. Koeningstein, elegantemente vestido, se instala
entonces en el interior, mientras Mariette Soubere toma sitio
en el imperial, entre Simon y Béala, tan cerca como puede

53
del cochero a fin de escapar mejor a las investigaciones
de los encargados de arbitrios municipales. Recubre con su
falda la olla de hierro depositada delante de ella. Después
del paso de barrera, se baja y vuelve a su casa en tanto que
Ravachol, Simon y Béala prosiguen su ruta y hacen el trans-
bordo que lleva al bulevar Saint-Germaine.
Cuando llegan delante del número 136, Ravachol, arma-
do con dos pistolas y provisto del ingenio entra en el inmue-
ble y deposita la olla en el descansillo del primer piso, enci-
ma del entresuelo, con el fin de atacar la vivienda en su
centro. Enciende entonces la mecha, desciende sin ser visto
y es sorprendido por la explosión en el mismo instante en que
gana la calle. La proyección de la metralla causó espantosos
destrozos: «¡Creí, dijo Ravachol, que la casa se me caía
encima!». Las pérdidas fueron evaluadas en 40.000 francos
de la época, sin embargo no hubo más que un herido; el Pre-
sidente Benoft que ocupaba el cuarto piso resultó ileso.
En los días que siguieron, Ravachol y sus amigos deci-
dieron cargarse al sustituto Bulot, y Ravachol confeccionó
con Simon un ingenio que llenó con 120 cartuchos. Pero un
auxiliar de la policía que frecuentaba la casa de Chaumar-
tin se había enterado del primer atentado, y confeccionado
desde el 16 de marzo, todos los informes relativos al caso
que pudieran ser de interés para sus superiores, a cambio de
una gratificación de 750 francos, más 50 francos por gastos
de misión, sin contar sus emolumentos ordinarios. Chau-
martin fue arrestado el 17, Simon fue igualmente detenido,
en cuanto a Ravachol, pudo dejar la casa a tiempo y se fue
a vivir a Saint-Mandé, sin renunciar por ello al atentado
previsto. Sólo se cortó la barba, y el 27 de marzo a las seis y
veinte de la mañana, tomó el ómnibus para presentarse en la
calle de Clichy adonde llegó dos horas después.
Sobre la acera, no lejos del número 39, abrió la valija que
había traído y penetró en el inmueble del magistrado, igno-
rante sin embargo de[ piso en que habitaba. Abandonó
entonces su valija en el segundo descansillo después de

54
haber encendido las mechas. A continuación, aún tuvo tiem-
po de recorrer unos cincuenta metros por la calle; después,
una espantosa detonación resonó y el inmueble fue devastado
hasta sus cimientos. Según M. Girard, químico, que declaró
en la Audiencia, sólo la presencia de numerosas aberturas en
el hueco de la escalera permitió la evacuación de los gases
evitando el hundimiento de la casa. Por un milagro no hubo
más que siete heridos y alrededor de 120.000 francos de
pérdidas.
Después del atentado, Ravachol tomó el ómnibus Batig-
noles-Jardin des Plantes con el objeto de pasar por la calle
de Clichy y juzgar los efectos de la explosión, pero el ómni-
bus fue desviado de su trayecto habitual. Hacia las once fue
al restaurante Véry en el bulevar Magenta. El camarero
Lhérot hizo unas manifestaciones despectivas referentes al
servicio militar, Ravachol pensó «que allí había algo que
hacer» y comenzó a exponerle las teorías anarquistas. Fue
una mala idea, pues Lhérot le consideró entonces un hombre
«no como es debido». Y, cuando Ravachol volvió tres días
más tarde a ese mismo restaurante, Lhérot reconoció en él,
gracias a la cicatriz de su mano izquierda y a las señas que
habían dado los periódicos, al dinamitador del bulevar
Saint-Germaine y de la calle Clichy. Alertada la policía,
arrestó, no sin trabajo, a Ravachol, al que apenas pudieron
dominar entre diez hombres.
El 26 de abril compareció ante la Sala de lo Criminal del
Sena, en un Palacio de Justicia guardado como si debiera sos-
tener un ataque. La víspera, había estallado el restaurante V éry.
La bomba había causado dos muertos, «verificación» dirá El
Tío Tranquilo en un siniestro juego de palabras. Al terminar las
deliberaciones sólo fueron condenados Simon y Ravachol a
quienes se castigó a trabajos forzados a perpetuidad 1• Dos

1 Simon, llamado Ravachol II, forzado nº 26/507, fue muerto en las Iles

Du Salut, el 23 de octubre de 1894, después de una rebelión de detenidos anar-


quistas.

55
meses más tarde, en Montbrisson, la Audiencia del Loira
condenaba, esta vez a muerte, a Ravachol, por el asesinato,
el 18 de junio de 1891, de un viejo ermitaño en Chambles,
cerca de Saint-Etienne, asesinato que reportó a su autor
varios miles de francos. Ravachol fue igualmente acusado
de diversas fechorías y de otros dos crímenes: el asesinato
en 1886, cerca de Saint-Chamond, de un rentista y su cria-
da, y el de las señoras Marcon de Saint-Etienne, el 27 de
julio de 1891, pero él lo negó enérgicamente y subsisten
serias dudas.
Ravachol había sido arrestado el 30 de marzo. Hasta
su comparecencia delante de la Audiencia de lo Crimi-
nal, alrededor de un mes, tres inspectores le vigilaban día y
noche. Observaban sus acciones y sus gestos, registraron
sus palabras y redactaron informes que han sido conservados
en los archivos de Prefectura de Policía, bajo la signatura
B a/1132.
Desde el día 30 por la noche, expuso sus concepciones
anarquistas 2 a sus guardianes que más tarde redactaron el
siguiente informe:
El arriba mencionado, después de haber comido con buen
apetito nos ha hablado en estos términos:
Señores, tengo la costumbre en todos los lugares donde
me encuentro de hacer propaganda. ¿Saben lo que es la
Anarquía?
A esta pregunta hemos respondido que no.

2 Nos hemos permitido sólo algunas correcciones ortográficas y de pun-

tuación. Ravachol, educado en la miseria, se ganó la vida desde la edad de ocho


años, y sólo a su esfuerzo debió su instrucción y su cultura. Conviene tener en
cuenta estos factores si se quiere juzgar con equidad sus «pensamientos» que,
por otra parte, parecen haber sido honestamente transcritos; su ejecución
recuerda la de otros «pensamientos» del mismo militante, publicados en sep-
tiembre de 1893 por el periódico anarquista El Insurrecto. Digamos también
que son reproducidos por caracterizar a Ravachol, no por constituir una expo-
sición de la filosofía libertaria.

57
Mis principios

Eso no me extraña, respondió. La clase obrera, que como


ustedes está obligada a trabajar para procurarse el pan, no
tiene tiempo para abandonarse a la lectura de los folletos que
se ponen a su disposición, lo mismo que ustedes.
Existen actualmente muchas cosas inútiles y muchas ocu-
paciones que también lo son, por ejemplo, la contabilidad.
Con la anarquía no habrá ya necesidad de dinero, ni ne-
cesidad de teneduría de libros, ni de otros empleos que se
derivan de él.
Hay en la actualidad un excesivo número de ciudadanos
que sufren mientras otros nadan en la opulencia, en la abun-
dancia. Este estado de cosas no puede durar, todos nosotros
debemos no sólo aprovecharnos de lo superfluo como los
ricos, sino además procuramos, como ellos, lo necesario.
Con la sociedad actual es imposible alcanzar ese fin. Nada,
ni siquiera el impuesto sobre beneficios puede cambiar el
cariz de las cosas, y sin embargo la mayoría de los obreros
están persuadidos de que si se actúa así obtendráQ una mejo-
ra. Craso error, si se le impone al propietario, él aumentará
sus alquileres y este hecho obligará a soportar a los que ya
sufren, la nueva carga que se les impondrá. Por lo demás,
ninguna ley puede alcanzar a los propietarios, pues siendo
dueños de sus bienes no se les puede impedir disponer de
ellos a su agrado.
¿Qué hay que hacer entonces? Aniquilar la propiedad y,
por tanto, aniquilar a los acaparadores. Si esta abolición
tuviera lugar, habría que abolir también el dinero para impe-
dir toda idea de acumulación que conduciría a la vuelta del
régimen actual.
El dinero es, en efecto, el motivo de todas las discordias,
de todos los odios, de todas las ambiciones, en una palabra,
es el creador de la propiedad. Ese metal, en verdad, no tiene
más que un precio convencional nacido de su rareza. Si no se
estuviera obligado a dar algo a cambio de aquello de lo que
tenemos necesidad para nuestra existencia, el oro perdería su
valor y nadie lo buscaría ni podría enriquecerse, puesto que
nada de lo que amasara podría servirle para procurarse un
bienestar superior al de los otros. De ahí que a más necesidad
de leyes, más necesidad de amos.
En cuanto a las religiones serían destruidas, ya que su
influencia moral no tendría ya razón de existir. No existiría
ya ese absurdo de creer en un Dios que no existe pues des-
pués de la muerte, todo se acabó. Así pues, uno debe preo-
cuparse de vivir pero, cuando yo digo vivir, yo me entiendo:
vivir no es cavar durante toda una jornada para engordar a los
patronos y convertirse, mientras uno se muere de hambre, en
los autores de su bienestar.
No hacen falta amos, gentes que entretienen su ociosidad
con nuestro trabajo; es necesario que todo el mundo se haga
útil a la sociedad, es decir, que trabaje según su capacidad
y sus aptitudes. Así, el uno sería panadero, el otro profe-
sor, etc ... Con este principio, disminuiría la labor y cada uno
de nosotros no tendríamos más que una o dos horas de traba-
jo por día. No pudiendo quedar sin una ocupación, el hombre
encontraría una distracción en el trabajo; no habría holgaza-
nes, y si existieran, su número sería tan reducido que se les
podría dejar tranquilos y permitirles aprovecharse, sin mur-
murar, del trabajo de los demás.
No habiendo ya leyes, el matrimonio se destruiría. Uno se
uniría porque le tirara, por inclinación3 y la familia se encon-
traría constituida por el amor del padre y de la madre hacia
5US hijos. Si, por ejemplo, una mujer no amara ya al que había
escogido por compañero, podría separarse y hacer una nueva

3 Sic. ¿De quién es la palabra*? ¿De Ravachol. .. o de sus transcriptores?

Todas las notas de las Memorias de Ravachol son de la Redacción.)


* N. de la T.: La nota anterior se refiere a que la palabra que aparece en
· ~ incés en el texto original para designar inclinación es inclinaison, palabra
_~e tiene el significado de posición oblicua, en lugar de inclination que se usa
- ":ii tualmente con este sentido y concretamente en este caso para referirse al
··.ltrimonio por amor.

59
Atentado de Ravachol: ..,A.,,,v~;vu
39 Rue Clichy, el 27
asociación. En una palabra, libertad completa para vivir con
aquellos a quienes se ama. Si en el caso que acabo de citar,
hubiera hijos, la sociedad los educaría, es decir, los que ama-
ran a los niños los tomarían a su cargo.
Con esta unión libre, se acabó la prostitución. Las enfer-
medades secretas no existirán ya, puesto que no nacen más
que del abuso en el acercamiento de los sexos, abuso del que
es obligado liberar a la mujer, a la que las condiciones actua-
les de la sociedad fuerzan a hacer de esto un oficio para
poder subvenir a sus necesidades. ¡Para vivir no hace falta el
dinero a cualquier precio!
Con mis principios, que no puedo detallar a fondo en tan
poco tiempo, el ejército no tendría razón de ser puesto que ya
no existirían naciones distintas, al ser destruida la propiedad
todas las naciones se fusionarían en una sola que sería el Uni-
verso.
No más guerras, no más querellas, no más celos, no más
robos, no más asesinatos, no más magistratura, no más poli-
cía, no más administración.
Los anarquistas no han entrado todavía en detalle para su
constitución, sólo han puesto los jalones, Hoy los anarquis-
tas son lo bastante numerosos para dar la vuelta al actual
estado de cosas, y si esto no tiene lugar, es que hace falta
completar la educación de los adeptos, hacer nacer en ellos la
energía y la firme voluntad de ayudar a la realización de sus
proyectos. Para esto no hace falta más que un empujón, que
alguien se ponga a su cabeza, y se operará la revolución.
El que hace saltar las casas, tiene como fin exterminar a
todos aquellos que por su situación social o por sus actos son
perjudiciales a la anarquía. Si estuviera permitido atacar abier-
tamente a estas gentes, sin temor por la policía y, por tanto, por
su pellejo, no irían a destruir sus viviendas con la ayuda de
ingenios explosivos, medios que pueden matar, al mismo tiem-
po que a ellos, a la clase sufriente que tienen a su servicio4 •

4 Ravachol tuvo ocasión de exponer sus tesis anarquistas al Sr. Puyrabaud,

61
Después de haber expuesto sus principios Ravachol mani-
festó su intención de «dictar sus memorias de manera com-
pleta y detallada». Lo hiza, en efecto, del 1O al 17 de abril;
después los inspectores se rehusaron-¿ siguiendo órdenes?-
a continuar escribiendo bajo su dictado. He aquí estas memo-
rias, hasta ahora inéditas, tal y como las transcribieron los
que estaban encargados de vigilar al detenido:

Infancia y adolescencia

Nací en Saint Chamond (Loire), el 14 de octubre de 1859,


de padres holandés y francesa.
Mis padres vivían, creo, separados5 , pero tenían la firme
intención de unirse, el retraso de esta unión no dependía más
que de formalidades que cumplir (partida de nacimiento, etc.,
de mi padre holandés).
Mi padre era obrero laminador 6, mi madre era obrera tor-
cedora de seda. En aquel momento, ellos vivían con una cier-
ta holgura, pues mi madre había recibido un poco de dinero de
su familia, pero mi padre tenía deudas que era preciso saldar.
Yo fui alimentado por un ama de cría hasta la edad de tres
años, y según el decir de mi madre, no tuve todos los cuida-
dos necesarios para un niño

Inspector General de Prisiones y al Director de la Conciergerie* que fueron a


visitarle después del mediodía del día 19. El informe de los guardianes se
expresa a este respecto con estos términos: «El Señor Inspector General ha
tenido un encuentro bastante animado con el detenido, respecto a las teorías
anarquistas. Ravachol le ha hecho frente enérgicamente». La víspera, ya había
venido el director de la Conciergerie, esta vez solo, y había propuesto al
prisionero elaborar una lista de once cuestiones a tratar «para distraerse». Po-
seemos las preguntas y las repuestas, pero estas últimas no hacen más que
reproducir, en parte, lo que decimos aquí.
5 Ravachol entiende por esto que no estaban casados.
6 En las forjas de Isieux.

* N. de la T.: La Conciergerie, antigua prisión de París donde se encon-


traba preso Ravachol.

62
Cuando acabó la crianza, fui llevado a un asilo y allí per-
manecí hasta la edad de seis o siete años.
Mi padre golpeaba a mi madre y me hacía preguntas para
hacer informes contra ella, a las que yo no respondí jamás, y
como consecuencia del desacuerdo en el matrimonio la aban-
donó con cuatro hijos, de los que el más pequeño tenía tres
meses.
Se fue a su país, pero como estaba atacado por una enfer-
medad del pecho, sucumbió al cabo de un año.

Pastor

Mi madre no podía subvenir a la existencia de cuatro hijos


y me colocó en la campiña (en La Rivoire, cerca de Saint-
Chaumond) en casa del Sr. Loa, pero no pudo conservarme
pues yo era demasiado pequeño para atar o desatar las vacas
que tenía, y volví al lado de mi madre a esperar al año
siguiente.
Mi madre iba a asistir a gentes acomodadas y algunas
veces me enviaba a buscar ya fuera dinero o pan.
Un día, me acuerdo, dieron a mi madre un traje de cole-
gial y no quise llevarlo, tanto era el miedo de que los otros
niños me dijeran que era un traje de caridad, y mi madre tuvo
que quitarle todos los botones y todo lo que pudiera hacer
sospechar de este regalo.
Vivimos todos muy tristemente, y al año siguiente tomé
de nuevo el camino de la campiña para volver a casa del Sr.
Loa, que me pagaba quince francos por la estación.
No tenía entonces más que ocho años y ayudaba a mi
patrón, que no tenía más criado que a mí, a agavillar el heno
en los carros, en una palabra, a las labores de la siega del
heno.
El domingo asistía a los oficios religiosos, en suma,
seguía los principios que me habían sido inculcados por mis
padres.
En el invierno volví con mi familia y continué yendo a la
escuela.
Al año siguiente fui a la montaña, a la Barvanche, a casa
de Liard, donde guardaba seis vacas y algunas cabras.
El trabajo me parecía penoso, sobre todo porque me quedé
allí al comienzo del invierno.
Ese invierno me afectó por varias razones: la primera, fue
el sufrimiento que experimentaba con el frío cuando llevaba
a las cabras a pastar las puntas de las retamas, ya que al estar
mal calzado, tenía los pies, por así decirlo, en la nieve; la
segunda, fue la pérdida de una de mis hermanas, la más
joven, y una enfermedad que cogí: la fiebre de malta.
Al año siguiente, fui durante el verano a casa de un gran-
jero gordo, el Sr. Bredon, molinero y vendedor de madera en
la comuna de Isieux.
Tenía cuatro caballos, ocho vacas y cuatro bueyes, un
rebaño de ovejas y algunas cabras. Yo guardaba las vacas y
los bueyes, era 1870 y tenía once años.
Creo que fue ese invierno cuando hice la primera comu-
nión en casa de mis padres.
Algunas veces cuidando las vacas, lloraba al recordar la
hermanita que había perdido.
Me acuerdo de que mi madre vino a verme, estaba enfer-
ma y lloré mucho cuando la vi irse dejándome en manos
extrañas, y también porque la sabía enferma y desgraciada.
Al año siguiente fui a la Brouillassiere, entre Val Fleury y
Saint-Chamond, mi patrón el Sr.Paquetera brutal con los ani-
males y tenía una granja que pertenecía al hospicio y estaba
un poco en la miseria, yo no era allí demasiado desgraciado.
Al volver para pasar el invierno en casa, fui contratado
por mediación de mamá en un taller de husos donde ganaba
diez céntimos diarios, y en el buen tiempo volví a la campi-
ña, a Gray, en la montaña. Allí estaba bien considerado por
mis patrones a los que apreciaba mucho.
Pase allí el verano y el invierno y lo hice con gusto, pues
tenían un hijo muy instruido con el que me hacía feliz char-
lar. Si no me quedé allí fue a causa de los pobres emolumen-
tos que me daban, pues ganaba demasiado poco incluso para
comprar ropa.
El mismo día que les abandonaba para ir a Saint-Cha-
mond, encontré en el camino a un peón caminero al que
expuse mi situación. Entonces me dijo que conocía a un cam-
pesino que buscaba un pastor, me explicó que sin duda lo
encontraría en Obessa y allí le encontré en efecto, y fui con-
tratado por la cantidad de ochenta francos.
Partí con él y pase la noche en su casa, a la mañana
siguiente, fui hasta mi casa a pie y supe por mi madre que
había allí un campesino, muy cerca de Saint-Chamond,
que buscaba un pastor, entonces cediendo a los ruegos de
mi madre me fui a la casa del granjero que mi madre me
había indicado, pues el de la Fouillose no me había dado
señal, de otro modo habría ido a su casa, tanto más cuanto
teniendo menos ganado que cuidar, habría tenido menos
trabajo que en casa del otro, y esta fue la última vez que fui
pastor.
Me acuerdo de un hecho sin importancia, pero que puede
dar idea de la avaricia de mi patrón. Un día me dijo: «Apre-
surémonos para comer, comeremos mejor en la casa», a lo
que yo le respondí: «En la casa o aquí usted siempre dice
lo mismo, siempre apresurándonos y mandándonos al trabajo
a la hora de las comidas, de manera que no tengamos tiempo
de tomar lo necesario».
Quiso contratarme de nuevo para el año siguiente, pero
yo rehusé, queriendo conocer un estado diferente al de cam-
pesino.
Llegado a mi casa, fui a trabajar a la mina de carbón para
clasificar piedras, ganaba quince céntimos por día. De ahí
fui, creo, a casa de los cordeleros para girar la rueda, estaba
bastante bien y ganaba de setenta y cinco a un franco; al salir
de allí, fui con los caldereros de hierro, yo calentaba los
remaches y los golpeaba, ganaba un franco por día. El ruido
me ensordecía, así que me vi obligado a partir.

65
Una de las 3.927 cartas anónimas, sólo del afio 1892, que se conservan
en los Archivos de la Prefectura de Policía. Está dirigida a una portera y
dice entre otras cosas: «Le advertimos con relación a las inquilinas para
que tenga tiempo de preservar su piel de cerdo es antes del 15 que deben
pasar por allí las dos le prometemos que la bomba hará su trabajo no
pide más que ser colocada está totalmente dispuesta.»

66
Aprendiz de tintorero

Mi madre me colocó entonces como aprendiz de tintore-


ro en casa Puteau y Richard en Saint-Chamond.
Tuve que hacer tres años de aprendizaje, y de aprendiza-
je por así decirlo nulo, ya que se ocultaba el secreto de las
operaciones y para saber algo de ellas era necesario sorpren-
der a los obreros durante el trabajo y preguntar a los compa-
ñeros cuando no estaban los capataces.
No querían que los aprendices metieran mano en la pasta;
para aprender debían solamente mirar cuando tenían tiempo,
pues no querían sacrificar una pieza de seda para enseñarles
y era necesario que lo hicieran de otra manera. Me acuerdo
de que aprovechábamos la hora de las comidas de los capa-
taces para ejercitarnos y perfeccionarnos.
El primer año ganaba 1,50 francos al día, el segundo 2
francos, el tercero durante los primeros seis meses 2,45 fran-
cos y los otros seis meses 2,50 francos.
Bastante a menudo, hacíamos doce o trece horas de tra-
bajo sin incremento de salario.
Se exigía de nosotros un trabajo por encima de nuestras
fuerzas y nos hacían levantar pesos que un hombre maneja-
ría con dificultad.
Los domingos, hasta la edad de dieciséis años, por la tarde,
iba de vez en cuando al baile con los compañeros, la única
distracción en Saint-Chamond.
No iba sino muy raramente al café, a veces nos reuníamos
algunos compañeros para ir a dar una vuelta al campo o
íbamos a casa de uno u otro para aprender a bailar.
Esa fue poco más o menos mi vida durante mis últimos
años de aprendizaje, yo gastaba aproximadamente quince
céntimos por domingo.
Mi madre había retomado su trabajo con más ardor
cuando hubo colocado a mi hermano en un asilo y conser-
vado sólo a mi hermana a su lado; pero como mi hermano
de quejaba de los Hermanos que lo cuidaban, mi madre lo
volvió a coger cuando ya fui obrero, tenía entonces dieci-
nueve años.

Obrero y militante

Me quedé seis meses como obrero en la casa donde hice


mi aprendizaje con un sueldo de 3,75 francos en lugar de
cuatro francos como indicaba el reglamento de la casa, pero
sabiendo que no era experimentado en la partida no me
atrevía a dejar la casa, y fue necesario que me despidieran por
pérdida de tiempo a causa de nuestras charlas y risas entre
camaradas.
De allí me fui a Creux, municipio de Isieux, a la casa
Joumoux, pero como no era muy buen obrero me daban 3,90
francos en lugar de cuatro francos, me quede allí una decena
de meses, hasta la huelga.
Asistí a todas las reuniones de los huelguistas, que no
consiguieron lo que querían, la huelga duró alrededor de tres
semanas.
Durante este tiempo viví de mis ahorros; al principio de la
huelga fui despedido con todos mis compañeros. Una tarde a
las 9 horas, partí para Lyon, a pie con un compañero, Jouany;
natural de Saint-Chamond.
A las dos de la mañana, derrengados por la marcha, nos
acostamos bajo un árbol, pero a las cuatro de la mañana nos
despertamos a causa del frío y continuamos hasta Givors 7
pensando encontrar un tren, pero como era demasiado tem-
prano, marchamos hasta Grigny 7 , allí en un café tomamos un
bocado esperando el tren, fui yo quien pagó la cuenta ... Des-
pués de la comida, tomamos el primer tren para Lyon, nos
habíamos contratado los dos en una tintorería de seda en
negro (en lo alto de una colina) y nos quedamos allí algún
tiempo, y cuando la huelga de Saint-Chamond se terminó,

7 No lejos de Lyon, en el Rhóne.

68
muchos de nuestros compañeros entraron allí ya que no
ganaron el pleito.
No queriendo ceder a la voluntad de los patronos, me
quedé en Lyon y entré en otro taller en el que ganaba 4,50
francos por día, es decir 0,50 francos más (casa Coron, calle
Godefroy, tintorería en colores).
No me quedé mucho tiempo, al haber bajado el trabajo y
haber sido despedido mi compañero antes que yo.

Parado

Me encontré sin trabajo durante un mes, pues no siendo


obrero más que de color negro, me empleaba con dificultad.
Viendo que no conseguía un contrato volví a casa de mi
madre ya que no tenía más que una treintena de francos en el
bolsillo.
Yo había conocido a una muchacha antes de partir de
Saint-Chamond, que me gustaba mucho y que me escribía a
menudo durante mi estancia en Lyon, traté de volver a su
lado pero siempre me retrasaba pensando en poder hacer
algunas economías para vestirme convenientemente.
Ella vino incluso a verme a Lyon y tuve el placer de pasar
una noche junto a ella. Yo me había permitido, antes de cono-
cer a esta chica, hacer algunas calaveradas al salir del baile,
pero esos no fueron más que amores de un día.
En Saint-Chamond, el trabajo estaba difícil, así que seguí
sin trabajo todavía durante algún tiempo, y por consiguiente,
a cargo de mi madre.
Un día encontré a un obrero conocido y que trabajaba en
una fábrica metalúrgica, en casa de los Potin, y me invitó a ir
con él. Acepté prontamente.
Llegados al pórtico de la fábrica había que esperar a que
vinieran a escoger a los hombres que les gustasen. En aquel
momento entraban un cilindro. Como el camino estaba en
pendiente, detrás del coche se habían puesto unos hombres
para pararlo en caso de accidente; aproveché la ocasión, me
puse con los que estaban haciendo la faena.
Una vez en el taller me presenté al capataz o director
Sr. Pernod y fui aceptado a continuación con otro del país,
pero no con el que me había sugerido la idea de ir a esta
fábrica pues, al haberse quedado en la puerta, no había sido
contratado.
Trabajé como peón en varias máquinas, la cizalla entre
otras, a razón de tres francos diarios.

Pendenciero

El quinto día que me encontraba allí era, creo, el día de


año nuevo, en un momento de descanso y mientras dormía,
un muchacho del horno que salía de los dragones, vino a
tirarme un cubo de agua a la cara. Le oí y rápidamente me
incorporé y le interpelé. Entonces quiso pelear conmigo y le
pegué un puñetazo en la cara hasta que se quedó contento
con el reparto; y como mi padre se había hecho célebre por
las zurras que había dado a varios y al capataz Humbert,
todos los obreros quisieron ver en mí al hijo del alemán,
como le llamaban, después de la escena que acababa de
tener.
He olvidado decir que en Saint-Chamond me había su-
cedido un caso parecido y que yo gané la disputa; de ahí
que ganara una reputación de hombre terrible en caso de
disputa.
A mi vuelta a Saint-Chamond, volví a entablar relaciones
con la chica de la que ya he hablado, y la abandoné, no sin
una gran pena, cuando me dijo que nuestras relaciones no
podían seguir ya que estaba siendo cortejada, con vistas al
matrimonio, por el hijo de su patrón.
Me quede en esta fábrica alrededor de cinco meses y salí
de allí por mi voluntad, para contratarme en casa Pichon, tin-
torero de Saint-Chamond.
:PREFECTURE

Entrega de fondos , por el Oficial de los agentes de la Policía Municipal


G. Fédée, a X 2, la confidente que dio a conocer la identidad de Rava-
chol. (Archivo Prefectura de Policía.)

71
Pierdo la fe

Yo había comenzado a leer el Judío errante de Eugene


Sue, en casa Joumoux, cuando tenía dieciocho años.
La lectura de este volumen había comenzado a mostrarme
como odiosa la conducta de los sacerdotes; yo compadecía
amargamente a los dos jóvenes y a su compañero Dagobert.
Ahora bien, un día dio en Saint-Chamond una conferen-
cia la Sra. Paule Minck8, colectivista.
Ella trató sobre las ideas religiosas, las combatió; en una
palabra dio una conferencia anticlerical. Según ella, nada de
Dios, nada de religión, materialismo completo. Decía que
san Gabriel era un guapo muchacho que hacía la corte a la
que llamaban la Virgen9 y que san José no era más que pura
y simplemente su esposo.
Sus discursos me afectaron mucho y estimulado ya por el
Judío errante contra la religión, no tuve ya confianza y perdí
casi completamente las ideas religiosas.

En un círculo de estudios sociales

Algún tiempo después, Léonie Rouzade 10 colectivista y


Chabert 11 del mismo partido, es decir del Partido obrero, die-
ron una conferencia en Saint-Chamond, a la cual asistí.

8 Ming en el manuscrito. Paule Minck (Paule Adele Mekarski), 1840-

1901, hija de un refugiado polaco, participó en la Comuna de París, se afilió al


Partido obrero y después siguió a Paul Brousse cuando la escisión de 1882.
9 Es el Arcángel Gabriel, el que habría anunciado a la Virgen que sería la

madre de Jesucristo.
10 Rosade en el manuscrito. Léonie Rouzade era una apreciable oradora

del Partido obrero. Seguirá a Paul Brousse cuando la escisión de 1882.


11 Chabert Charles Edme, 1818-1890, miembro de la Primera Interna-

cional, uno de los reorganizadores del movimiento obrero después de la Comu-


na, miembro del Partido obrero en Marsella en 1879, después, de la Federación
de Trabajadores socialistas de Francia, dirigida por Brousse después de la esci-
sión de 1882.

72
El tema de la mujer era anticlerical y el hombre trató la
cuestión social
Todos esos discursos me conmovieron, y a la salida de
esta reunión pregunté a mi amigo Nautas si tenía escritos que
trataran de esas materias.
Me contestó que sí, que el periódico Le Prolétariat 12 impre-
so en París me pondría al corriente de todas estas cuestiones.
En estos entreactos conocí a otro compañero que había
tenido una enérgica discusión con el alcalde de Saint-Cha-
mond, el Sr. Chavannes que había sido diputado.
Yo encontraba extraño que un obrero discutiera de un
modo tan fuerte con un alcalde, pues estos dos personajes
salían de la conferencia conmigo. Este obrero se llamaba Pere.
Traté de hablar con este hombre que había tomado la pala-
bra por nuestra huelga de tintoreros. Conseguí verle, y me
explicó que estaba formando un círculo de estudios sociales.
Le pregunté si podía formar parte de él, me respondió afirma-
tivamente y me dio algunas explicaciones. Desde entonces
formé parte de él.
Lo que más me había impulsado a continuar los estudios
de los problemas sociales, era también la primera lectura del
Prolétaire que hablaba haciendo una apología de la Comuna
de 1871 y de las víctimas del nihilismo ruso. Yo lo había
leído y releído tantas veces que me lo sabía casi de memoria.
Tenía entonces entre veinte a veintiún años. Leía también un
periódico diario colectivista Le Citoyen de Paris. Al princi-
pio comprendía con dificultad sus ideas, pero perseverando
conseguí ver que eran buenas.

Me convierto en anarquista

Al círculo al que yo pertenecía, venían de vez en cuando


oradores anarquistas que, tomando la palabra, me aclaraban

12 Periódico de Paul Brousse. Sucedió en 1884 al Prolétaire, fundado por

Chabert.

73
los puntos que yo no comprendía. Bordat 13, Faure 14 me abrie-
ron a otro género de ideas. En un primer momento encontré
sus teorías imposibles, no quería admitirlas, pero a fuerza de
leer folletos colectivistas y anarquistas y de haber oído
muchas conferencias, opté por la anarquía, no estando sin
embargo, totalmente convencido de todas sus ideas.
No fue sino dos o tres años más tarde cuando llegué a ser
totalmente del parecer de la anarquía.

Primeras complicaciones con la justicia

Permanecí en casa Pichon casi dos años y medio, fui des-


pedido de esta casa porque llegué con algunos minutos de
retraso a la entrada del trabajo por la mañana, y respondí al
capataz que me hacía esta observación, que él no contaba los
días que yo me quedaba después de la hora. A causa de estas
palabras, me dio tres días para abandonarlo.
Fue después de este asunto cuando recorrí fábrica por
fábrica a consecuencia de la falta de trabajo: casa Vindrey,
casa Balme, casa Cuteau y Richard. Volví tres veces a casa
Vindrey, y en los intervalos trabajé en casa Coron, en Saint-
Etienne, durante un mes. Pero fue en casa Vindrey donde
permanecí la mayor parte del tiempo.
Frecuentaba yo entonces los cursos nocturnos, primarios
y de química e incluso hice una petición para que me permi-
tieran seguir los cursos diurnos durante los días de paro,
autorización que me rehusaron por ser demasiado mayor.
Aprendía con dificultad y no comprendía sino después de
que me lo hubieran explicado varias veces. Fue allí donde
aprendí un poco de cálculo.

13 Bordat Toussaint, nacido en Chassenard (Allier) en 1854. Militante

anarquista lionés.
14 Faure Régis, nacido hacia 1851, muerto en París enjulio de 1911. Pasa-

manero de Saint-Etienne, militante sindicalista y anarquista.

74
Estando en casa de Vindrey ya era anarquista y comenza-
ba a fabricar explosivos, pero no conseguía hacer ingenios
adecuados al no tener sino malos materiales entre las manos;
yo intentaba hacer dinamita. Uno de mis amigos, que había
comprado en una mercado ácido sulfúrico no pudo guardarlo
en su casa, ya que uno de sus hijos había estado a punto de
quemarse con él, y me lo dio.
Un día, una muchacha a la que había engañado su aman-
te, vino a buscarme sabiendo que yo tenía a mi disposición
vitriolo, o mejor dicho ácido sulfúrico, y me lo pidió para
quemarse una callosidad que tenía, yo no me fiaba y le pre-
gunté cómo lo usaba, me respondió que cogía una gota con
una paja y la ponía sobre la callosidad y que este procedi-
miento ya le había dado buen resultado; entonces le di un
poquito en un gran recipiente, pero sirviéndose de él, ella le
añadió agua para arrojarlo a la cara de su amante.
Esta mujer fue arrestada y cuando le preguntaron dónde
había conseguido el ácido, dijo que yo se lo había proporcio-
nado. Fui pues llamado a la Comisaría de Policía donde se
aclaró el asunto y fui puesto en libertad después de haber
sido escuchado.
La policía debió sin duda ir a pedir informes sobre mí a
este respecto a casa de mi patrón el Sr.Vindrey, pues cuando
él se enteró de que yo era anarquista despidió en un princi-
pio a mi hermano y después a mí sin transición. Por más que
le pedí explicaciones no me respondió, pero a fuerza de inju-
rias e insultos le arranqué esta confesión: que si me hubiera
conocido hace ya mucho tiempo que me habría puesto en la
calle.

No podía dejar morir de hambre a mi madre

En aquel momento, mi hermana acababa de tener un hijo


con su amante. Mi hermano y yo estábamos sin trabajo y sin
un céntimo de reserva. No teníamos más que el pan que el

75
panadero tenía a bien damos. Al no encontrar trabajo en nin-
guna parte me vi obligado a salir en busca de alimento.
Cogí una pistola y me fui al campo a la caza de pollos con
una cesta para guardarlos, haciendo como que iba a recoger
cardillos. Mi hermano iba a robar sacos de carbón. Un día
estuvo incluso a punto de herirse saltando un muro con un
saco al verse perseguido. Este carbón lo cogía entre los des-
perdicios.
Me era penoso ir a coger las aves a desgraciados campe-
sinos que quizá no tenían más que eso para vivir, pero no
sabía cuáles eran los ricos y no podía dejar que muriéramos
de hambre mi madre, mi hermana y su hijo, mi hermano
y yo15.
Intenté trabajar pero en todas partes me despedían, mi
madre y mi hermana ignoraban de dónde venía el ave que yo
traía, decía que había echado una mano a unos campesinos y
que éstos en pago, me habían dado un pollo. Me vi obligado
a actuar así casi durante un mes, es decir, hasta el mes de
mayo en que partí para Saint-Etienne.
Una vez casi asegurado el trabajo, mi hermano se colocó
también y mi madre vino a reunirse conmigo. Mi hermano
ganaba más que yo pero gastaba más y no aportaba casi nada
a la casa. Un día se lo reproché e incluso varias veces dicién-
dole: «¡Qué haríamos en casa si yo hiciera otro tanto, maña-
na no tendríamos más que la mesa para mirar! Y le reconvi-
ne». Se puso a llorar sabiendo que el reproche era justo, pero
no se corregía, ya ganara poco o mucho.
Yo había aprendido a tocar el acordeón y los domingos
cuando hallaba la ocasión iba a tocar al baile permitiéndome

15 Joséphine Koeningstein, hermana de Ravachol, vino a decir a Monbri-


son que el acusado había ocupado el lugar del padre. En cuanto al hermano de
Ravachol, obrero tintorero en Givors, testimonió igualmente en estos términos:
«Mi hermano nos ha servido de padre, impidió que fuera a una providencia
(casa para niños llevada por religiosas), me ha sostenido y puesto en el buen
camino; sin él, cuando era joven, habría muerto de hambre; era muy bueno con
mi madre y con mi hermana; en su juventud, mi hermano nos llevaba a misa».
(Cf. Gazette des Tribunaux, 24 de junio de 1892.)
esto tener algunos céntimos míos para poder atender a mis
gastos personales 16 , ya que toda mi paga la ponía en manos
de mi madre, a la que yo tenía mucho afecto, afecto que más
tarde perdió a causa de sus charlatanerías y de sus chismes
respecto a una amante que luego tuve.

Contrabandista

Al cabo de dos años de estar en Saint-Etienne me puse a


hacer contrabando de alcohol, pues mi trabajo no era sufi-
ciente para los demasiados numerosos días de paro 17 .
Por medio de recipientes de caucho que se adaptaban a la
conformación del cuerpo pasaba los líquidos, bien en tranvía,
bien a pie. Llevaba encima frascos de olor de modo que las
personas que se me acercaran, olieran el aroma de los perfu-
mes en lugar del de los vapores de alcohol.
Esta idea me había sido sugerida por un compañero que
me había proporcionado el dinero y las indicaciones nece-
sarias.
Algún tiempo después, trabé conocimiento con una mujer
casada por medio de mi madre. Ésta, que iba a las confe-
rencias de los protestantes, habló a esta mujer mucho en mi
favor, como por descontado hacen todas las madres. Mi madre
al hacer esto creía hablar con una señorita.
Pero un domingo, la invitó a venir a nuestra casa, yo esta-
ba endomingado y preparado para salir, al ver a esa more-
nita de grandes ojos negros, comprendí que era la persona de
la que mi madre me había hablado, y fui tan galante con ella
como me permitía mi pobre educación. Nos quedó, a esta

16 J. F. Gonon. En Histoire de la chanson stéphanoise et forezienne, con-

firma el hecho. Ravachol tocaba para la juventud por cinco francos la noche.
Ravachol compuso incluso algunas canciones de carácter social.
17 «Hacía tanto contrabando como podía, no tengo por qué ocultarlo. Era

mi oficio» (Ravachol en la Sala del Loire, audiencia del 21 de junio de 1892).

77
señora y a mí, una buena impresión de nuestro encuentro;
supe que estaba casada con un obrero de pasamanería veinte
años mayor que ella.
Comenzaron las relaciones, en principio amistosas y pronto
íntimas. Tenía dos niños, un muchacho de doce años y otro
de siete que estaba lisiado.
Comprendí que esta mujer era desgraciada con su marido
que nunca le hablaba, y que a causa de la diferencia de edad
el carácter era muy diferente: él era introvertido y grosero,
ella expansiva y afectuosa.
Concebí la idea de unir para siempre mi vida con la de
esta mujer, le expuse mis ideas y mis teorías, es decir, que le
estaba permitido como a mí el ceder cuando ella quisiera a
una inclinación amorosa. La autoricé incluso a recibir en
nuestra casa a aquellos por los que ella sintiera una inclina-
ción, lo mismo haría yo sin que esta conducta destruyera
nuestra unión; solamente debíamos actuar por respeto el uno
al otro con discernimiento, teniendo en secreto las relaciones
extrañas a la casa, de suerte que no hiciéramos nacer en el
corazón del uno o del otro los celos, hijos de la espontánea
pena del corazón.
Esta mujer se llamaba Bénéditte. Como su situación era
muy precaria yo le daba dinero en la medida de lo posible.
Estaba, pues, obligado, por así decir, por el afecto que le
profesaba, a continuar con el contrabando para poder ayu-
darla y tener algún dinero para mí. Ella no supo hasta mucho
después que yo hacía contrabando, pues no siempre podía
disimular lo que hacía tanto más cuanto ella se encontraba a
menudo en la habitación de la que yo sacaba mis recipientes.
Mi madre supo pronto de esta relación, y excitada por los
vecinos y sabiendo que esta mujer era casada, hizo todo lo
posible por romper esta unión de corazón.
La insultaba de la manera mas rastrera en plena calle y
acompañaba sus palabras con amenazas. Esto me indispuso
contra mi madre, y a pesar de todas las posibles conciliacio-
nes que intenté cerca de mi madre, ella no hacía sino conti-
nuar aún con más fuerza. Fue entonces cuando mi amor filial
se tornó en odio, y cuando me uní con más fuerza, día a día,
con mi amante.

Falsificador de moneda

Viendo que el contrabando no producía ya mucho y que


el trabajo no marchaba, resolví hacer monedas falsas 18 , pues
me acordé de uno de mis amigos que lo había hecho y había
tenido éxito, este amigo se llamaba Charriere.
Comencé a hacer piezas de 1 franco y de 2 francos, y algu-
nas de 5 francos y de 0,50 francos. Pasé pocas, encontré dema-
siado meticulosa la fabricación y demasiado difícil pasarlas.
Sin embargo, quería que mi amante y yo fuéramos felices,
ponernos al abrigo de toda miseria en el porvenir. La idea del
robo en grande se me vino a la cabeza. Me decía que aquí
abajo todos éramos iguales y debíamos tener los mismos
medios para procurarnos la dicha.

Profanador

Carente de todo recurso, desprovisto de todo y sabiendo


que en la actualidad había suficientes cosas como para satis-
facer las necesidades de cualquiera, buscaba qué medio podía
procurarme el bienestar. Ahora bien, yo no veía otro que no
fuera el dinero, no deseaba poseerlo más que para mis nece-
sidades de cada día y no por la satisfacción de estar en la
opulencia y rebosar oro.
Me puse, pues, a la búsqueda de algún sitio donde poder
dar un golpe; no podía resignarme a morir de hambre al lado
de gentes que nadaban en lo superfluo.

18 Ravachol, en la audiencia del 21 de junio de 1892, en respuesta al Pre-

sidente de la Sala de lo Criminal que le recordaba su actividad como falsifica-


dor de moneda: «Si señor, no lo oculto, no tengo por qué ocultarme».

79
Supe que en Notre-Dame-de-Grace 19 había un viejo que
vivía en total soledad y que recibía muchas limosnas. Su vida
era sobria y naturalmente debía amasar un tesoro. Partí una
noche a comprobar la veracidad de lo que me habían conta-
do, explorar la casa y encontrar la forma de presentarme de
modo que mi empresa no fracasara. Antes de haber tomado
estas disposiciones, supe por mis camaradas que habían ente-
rrado a una baronesa, la Sra. de Rochetaillée y que debían
haberla adornado con sus joyas. Pensé que podría violar su
tumba y procurarme todas las cosa de valor. Fui, pues, al
cementerio de Saint Jean-Bonnefonds (Loira) donde estaba
su tumba. Hacia las once de la noche20 , escalé el muro del
cementerio. Yendo hacia allí aproveché la ocasión para colo-
car dos piezas de dos francos. Pude pasar una en la tienda de
un comerciante en vinos y la otra en una panadería, pues no
quería ir sin dinero en el bolsillo. La lápida sepulcral estaba
situada delante de la capilla mortuoria. Con la ayuda de una
palanqueta que cogí, creo, en una cantera, conseguí levantar
la losa con dificultad, y después entré en el panteón.
En el panteón había varios nichos cerrados por placas de
mármol, busqué en la que hubiera una indicación que me
señalara el lugar en el que reposaba la baronesa. Hundí mi
palanqueta en un intersticio y removiéndola de derecha a
izquierda, hice caer la losa de mármol que cerraba la entrada
del nicho. La losa al caer produjo un ruido sonoro pues el pan-
teón tenía mucho eco. Subí rápidamente para ver si el ruido
había llamado la atención de alguien.
Viendo que no tenía nada que temer, volví a bajar al pan-
teón y retiré con mucho cuidado el ataúd de su nicho que era

19 Caserío del municipio de Chambles donde vivía, desde hacía cincuenta

años un tal Jacques Bruel, aproximadamente de 90 años, al que su género de


vida y ciertas prácticas religiosas le habían valido el sobrenombre de ermitaño.
Durante todas las estaciones recorría los campos de los alrededores pidiendo.
Gastando muy poco, acumulando donaciones y limosnas, Jacques Bruel había
amasado un peculio que algunos valoraban, sin saberlo, en una importante cifra.
20 En la noche del 14 al 15 de mayo de 1891.

So
el segundo y estaba colocado a 1,20 metros de altura, pero no
pudiendo mantener el ataúd lo dejé caer. Se escuchó un ruido
sordo, más fuerte que el primero. Volví a subir como la pri-
mera vez para ver el efecto que había producido. Viendo que
podía continuar mi labor tranquilamente, volví a descender y
siempre con ayuda de mi palanqueta comencé a soltar las
arandelas que rodeaban el ataúd. Conseguí romper la tapa,
encontré entonces un segundo ataúd de plomo al que no me
costó demasiado trabajo desfondar. Tenía conmigo una lin-
terna sorda que se apagó antes de acabar la operación.
Volví a subir para ir a buscar flores secas y coronas mar-
chitas que prendí en la tumba con el fin de alumbrarme.
El cadáver estaba empezando a descomponerse, no con-
seguía encontrar el brazo, entonces traté de vaciar el cadáver
y encontré sobre el vientre una cantidad de pequeños bultos
que cogí y tire por el suelo; los había por todos lados y una
vez hecho este trabajo examiné las manos, los brazos y el
cuello, pero no vi joyas. No encontraba nada y como empe-
zaba a axfisiarme con el humo que producían las flores y las
coronas que se estaban quemando, salí del panteón y me fui
por la puerta del cementerio que se abría desde dentro.
Tomé de nuevo el camino de Saint-Etienne y me puse una
batba postiza. De camino encontré a un hombre que me pre-
guntó desde un poco lejos por el camino de la estación, yo
llevaba un revólver. El hombre, al no comprender bien lo que
le decía, se aproximó a mí y me hizo observar que tenía barba
postiza, reflexión que me hizo sonreír. Llegué a Saint-Etien-
ne hacia las dos de la mañana.

Ladrón

Al no haber tenido éxito pensé encontrar otra cosa21 , y


supe que en un pueblecito llamado «la Cote» había una casa

21 En realidad los robos de los que se va a tratar tuvieron lugar en marzo

de 1891. Son, pues, anteriores a la exhumación de la baronesa.

81
deshabitada que pertenecía a unos ricos. Pensé que habría
dinero y fui tres veces a explorar el lugar buscando la mane-
ra de operar con seguridad.
Una noche fui allí y traté de hacerla saltar con la palanca,
como no pude, me fui y volví a la mañana siguiente con un
berbiquí y una torcida inglesa muy gruesa. Escalé el muro y
saltando al jardín me dirigí a la puerta de atrás y me puse
manos a la obra, cuando el agujero fue lo bastante grueso
para poder pasar mi brazo, lo metí, levanté la barra y abrí la
falleba, fue necesario incluso que me ayudara con la palanca
para hacer fuerza y poder hacer saltar el pestillo de su cerra-
dero. Visité la bodega donde había vino, licores, etc., y donde
consecuentemente, me refresqué, pues me había costado
mucho trabajo abrir la puerta de la bodega, a continuación
visité todas las habitaciones, hasta el desván. Encontré cua-
tro o cinco francos en el bolsillo de un vestido.
Cogí colchones, mantas y algunos objetos, relojes, vino,
licores, aguardiente, un catalejo, unos gemelos, etc.
Estuve volviendo durante unas tres semanas, llevándome
cada vez un aparato, una veintena de litros de vino y paque-
tes de licores finos. Como había hecho contrabando, tenía
facilidad para dar salida a los espirituosos. Después continué,
agotados todos los recursos para vivir, haciendo contrabando
y fabricando moneda falsa hasta el asunto del ermitaño22 .
Esto pasaba en marzo y el asunto de la ermita en junio.

Asesino

Llegado al límite, sin encontrar trabajo en ninguna parte,


no veía más que un medio para poner fin a mis males: ir a
Notre-Dame-de-Grace y despojar la ermita y su tesoro.
Antes de tomar definitivamente esta decisión traté de
encontrar un empleo, tan penoso como fuera, en las minas

22 El asunto de la ermita de Chambles.


de Saint-Etienne Allí, como entre mis antiguos patronos,
imposible encontrar ocupación. Incluso los que eran del ofi-
cio no podían entrar.
Entonces, desesperado, partí solo una mañana para Notre-
Dame-de-Grace. Cogí el tren hacia las siete en Saint-Etienne
para Saint-Victor-sur-Loire, cambiando de tren en Firminy.
Como no había explorado la vivienda del ermitaño más
que durante la noche, tuve algunas dudas para dirigirme
ahora a ella; pregunté entonces al descender del tren al jefe
de estación, el camino más corto para ir a Notre-Dame-de-
Grace. De camino, en Chambles encontré a una chiquilla a la
que pregunté el nombre de la aldea que se veía en lo alto de
la montaña y que si no era allí donde vivía un ermitaño. La
respuesta fue lo bastante explicativa ya que me dio el nom-
bre de la aldea: Notre-Dame-de-Grace y me mostró el lugar
donde estaba la ermita, yo le di una moneda. Trepando por la
montaña me paré a mitad de camino a tomar un bocado. En
ese momento fui interpelado por un sacerdote que me advir-
tió que no debía pararme cerca de los matorrales ya que la
montaña estaba infectada de reptiles. Este sacerdote debía
ser, a mi parecer, el párroco de Chambles. Descendió por la
montaña y yo continué subiendo.
Llegado a la aldea tuve un instante de duda al no recono-
cer bien el camino. Me puse en camino buscando orientarme
y despistar a los campesinos que habrían podido darse cuenta
de mi presencia. Durante el camino me distraje incluso en
visitar algunas ruinas que encontré.
A mediodía me presenté en la puerta de entrada de la
vivienda del ermitaño. Golpeé varias veces para comprobar
si había alguien y tener un medio para introducirme en la
casa, pero fue en vano porque no recibí respuesta alguna.
Pasé entonces por la puerta de atrás, escalé el muro del
jardín y me introduje en la casa por la puerta de la bodega
que se encontraba entreabierta, vislumbré una escalera en la
bodega y me metí por ella. La escalera estaba cerrada por
una trampilla, la levanté, y de repente me encontré en una
habitación en la que reposaba el ermitaño acostado en su
lecho.
Despertado por mis pasos, el ermitaño se incorporó sobre
la cama y preguntó: «¿Quién anda por ahí?». A esta interpela-
ción respondí: «Vengo a buscaros para hacer decir dos misas
por uno de mis padres que ha muerto. Aquí hay un billete de
cincuenta francos, tomad veinte y dadme el cambio».
El billete de cincuenta francos lo había cogido de uno de
mis camaradas antes de abandonar Saint-Etienne. Pensaba
que obligándole a cambiar un billete vería el lugar de donde
sacaba las monedas para devolver, y que me serviría sin duda
como indicador del famoso escondite de su tesoro.
Con aire desconfiado, él me respondió estas palabras
entrecortadas: «¡No ... no!».
Al ver esto, me puse a examinar atentamente la habita-
ción. El ermitaño quiso levantarse pero yo le dije: «Quédese
en la cama, sea buen muchacho, quédese en la cama».
A pesar de todo quiso levantarse, y me aproximé a la
cama poniéndole la mano sobre la boca y le dije: «¡Quédese
en la cama, en nombre de Dios!».
A pesar de esta imperiosa orden, insistió en quererse
levantar. Entonces, sirviéndome de mis dos manos las apoyé
fuertemente sobre su boca. Como se debatía, cogí la almoha-
da y saltando sobre el lecho se la puse en la boca. Entonces,
con el peso de mi cuerpo, la presión de mi rodilla sobre su
pecho y la de mis dos manos apoyadas fuertemente sobre la
almohada, conseguí dominarle.
Pero estos medios, no eran bastante expeditivos para con-
seguir un sofoco capaz de poner fuera de combate a este hom-
bre e impedirle que me perjudicara. Tomé entonces mi propio
pañuelo y lo hundí en su garganta tan profundamente como
pude. Pronto comenzó a estirar sus miembros con movimien-
tos convulsivos, haciéndose incluso sus necesidades mientras
yo le mantenía así, y no tardó en quedar en un estado de total
inmovilidad. Cuando vi que ya no se movía, saqué mi pañuelo,
lo puse en mi bolsillo y salté fuera del lecho.
A continuación me quité los zapatos para no hacer ruido
y después de haber dejado mi revólver cerca de allí, inspec-
cioné tranquilamente todos los muebles, el guardarropa, etc ...
Encontraba dinero escondido por todas partes, incluso hice
saltar con una pala que encontré bajo mi mano tres o cuatro
aparadores cerrados con llave.
Subí al desván y encontré dinero por todas partes, a lo
largo de los muros, sobre los maderajes, en los cacharros;
bajé a la bodega y el mismo cuadro, dinero, siempre dinero.
Pero nunca, me dije a mí mismo, nunca, te lo llevarás todo.
Cogí los pañuelos del ermitaño e hice una especie de saco
anudándolos y llevé conmigo la mayor cantidad de dinero
posible.
En el curso de mis pesquisas oí golpear la puerta de entrada
cuando descendía por las escaleras del desván: salté enseguida
sobre mi revólver que coloqué en mi bolsillo y presté atención
un momento. Al darme cuenta de que se iba, proseguí mi ope-
ración. Sin embargo me pregunté quién podría haber venido.
Enseguida pensé que no podía ser más que la mujer del vecino,
pues oí a través del tabique los pasos y el ruido de la voz de la
que venía a ver si el ermitaño no necesitaba de algo; pues sin
duda alguna, el hombre que yo había encontrado todavía en la
cama al mediodía, debía estar indispuesto.
Hacia las cinco de la tarde, salí por el mismo camino por
el que había venido llevando conmigo una carga de plata y
oro de al menos veinte kilos. A continuación me dirigí hacia
la estación de Saint-Victor.
El tren traía mucho retraso. Ese retraso me permitió entre-
garme a mis reflexiones. Comprendí que no era prudente
continuar camino con mi fardo, tanto más cuanto el jefe de
estación tenía todo el aspecto de estar mirándome. Partí pues
hacia un pueblo situado a uno o dos kilómetros, y al encon-
trar en el camino un conducto que lo atravesaba, deposité en
il mi botín.
Llegado al pueblo cené copiosamente. La patrona del
establecimiento trató de entablar conversación conmigo pre-
guntándome adónde iba y de dónde venía. Le respondí:
«Señora no me gusta que me interroguen, no es conveniente
hacer tales preguntas a la gente, sin saber si les gustará esa
manera de actuar». Después de cenar y haber pagado mi
cuenta, volví a Notre-Dame-de-Gráce.
Volví cinco o seis veces a casa del ermitaño por el mismo
procedimiento que la primera vez. En cada viaje, llevaba en
mis pañuelos el dinero, que escondía a veinte minutos de allí,
en los trigales, teniendo buen cuidado de apartar las espigas,
a fin de no dejar ninguna huella de mi paso.
Por la mañana bajé a tomar el primer tren a Saint-Víctor,
llevando conmigo un paquete lleno de monedas de plata y
oro, paquete que deposité en mi habitación al llegar a Saint-
Etienne. Era viernes. Durante el día vi a mi amante y le pre-
gunté si quería venir conmigo a hacer una excursión, por la
noche, a la montaña. Ante todo le había dicho que no pidie-
ra ninguna explicación referente a este paseo nocturno, y ella
asintió.
Alquilé pues un coche para toda la noche.
A la partida le dije al cochero que tomara el camino de
Saint-Just-sur-Loire, no dándole otras indicaciones.
Al llegar cerca de mis escondites, le hice parar y le rogué
que me esperara dejando a mi amante en el interior del coche.
Había llevado conmigo una maleta y una bolsa al aban-
donar Saint-Etienne. Cogí estos dos objetos conmigo y fui
apresuradamente a buscar los paquetes de dinero que había
escondido. A mi vuelta, deposité los fardos sobre el camino
e hice avanzar el coche a fin de evitar un mayor recorrido, y
los deposité en el interior del vehículo. El cochero hizo un
comentario de cuánto me costaba levantar los dos bultos y
comentó que si era dinero lo que llevaba debía ser una suma
considerable.
A continuación tomamos de nuevo el camino de Saint-
Etienne. Todo esto nos había llevado mucho tiempo, tanto
más cuanto yo había ido a visitar los alrededores de la casa
del crimen para ver si no había en ella nada anormal.

86
El día comenzaba a despuntar.
En el camino el cochero me dijo: «¡Cuidado, el control!».
Yo le respondí: «No temo nada, no llevo nada conmigo some-
tido a impuestos». Llegados al control, me preguntaron si tenía
algo que declarar. Le respondí: «No». Luego añadí: «Mire».
Me hizo abrir la maleta y le obedecí inmediatamente: no vio
más que paquetes hechos con pañuelos, los tanteó y creyó sen-
tir un cuerpo duro. Como pedía explicaciones, le respondí que
era metal. Entonces reanudamos nuestro camino.
El coche atravesó una parte de Saint-Etienne, y me con-
dujo a una aldea llamada Le Haut Villebeuf, hasta la puer-
ta de mi vivienda a donde llegamos hacia las cuatro de la
madrugada. Pagué el coche y di diez francos de propina al
cochero sin, no obstante, hacerle ninguna observación.
Subí el botín a mi habitación y mi amante me abandonó
muy rápidamente, a fin de entrar lo más pronto posible en su
casa.
La noche del sábado volví a Notre-Dame-de-Grace, allí
tomé el tren para ir y volver hasta Saint-Rambert, el resto del
camino lo hice a pie. Llevaba encima un zurrón, entré en la
casa del ermitaño por los mismos medios, y de nuevo lo
saqué abarrotado de dinero.
Al mediodía de la mañana siguiente, que era domingo,
supe por dos personas que el crimen ya era conocido y que
había sido el barbero del ermitaño al ir a afeitarle, el que había
descubierto el hecho.
Estaba contento de haber salido, pues esa misma tarde me
disponía a volver a Notre-Dame-de-Grace, y habría sido una
mala idea, pues evidentemente habría sido arrestado en el acto.

Perseguido

A continuación, compré todos los periódicos y supe en-


tonces que se había sabido por los empleados del control que
por la noche había pasado un coche y había declarado cha-
tarra; que ahora suponían que contenía el producto del robo,
y que actualmente se buscaba al conductor de este coche.
Comprendiendo que no tardarían en encontrarle, alquilé
enseguida una habitación y llevé a ella todas las cosas de
valor que tenía en la que ocupaba hasta entonces; llevándo-
me, no obstante, en ausencia de su marido, una parte a casa
de mi amante, y la otra a mi nueva residencia.
Resolví ir a ver al cochero para suprimirle en el caso de
que no hubiera hablado. Pues muerto él, la pista de la policía
se perdería. Cuando iba a verle, le encontré de camino con su
coche, en dirección a Firminy. Le llamé y le pregunté si que-
ría conducirme a esa localidad. Pensaba que no podría reco-
nocerme habiendo cambiado de traje. Él aceptó.
Una vez en el coche entablé conversación y la conduje al
capitulo de actualidad, quiero decir al crimen. «¿Sabe usted
algo de esa historia del ermitaño de la que tanto se habla?».
Él fingió no saber nada, entonces le pregunté si quería con-
ducirme a Just-sur-Loire. Le hacía la misma pregunta que
cuando lo tomé por la noche para comprobar si me reconocía
por la voz o si confesaba algo. Me respondió negativamente,
pero dijo que su patrón sí podría llevarme allí. Entonces le
dije: «No vale la pena que se moleste en ello, no tengo abso-
luta necesidad de llegar allí ahora mismo, prefiero ir de
inmediato a Saint-Etienne para arreglar "mis asuntos"».
En un momento dado, pretextó haber olvidado algo, me
rogó que bajara, y dio media vuelta diciéndome: «Voy a bus-
car una nota que he olvidado».
Tan pronto descendí, comprendí que había sido reconoci-
do. Me puse a seguir al coche al que pronto perdí de vista.
Entre mi precipitación y las dudas sobre el lugar exacto de su
residencia, sobrepasé con mucho su casa, y dándome cuen-
ta de mi error, pronto tuve su dirección exacta por los veci-
nos del pueblo, tanto más cuanto conocía su nombre. Esperé
un momento y al no verle salir de su casa, donde yo estaba al
acecho, comprendí que lo mejor que podía hacer era volver a
mi casa y mantenerme en guardia. Volví a pie, manteniendo

88
mis manos en los dos revólveres que llevaba y poniéndome
a la defensiva al menor ruido.
Todo me parecía sombrío y no quise irme a la estación por
temor a ser atrapado, a pesar de llevar encima un billete de
vuelta para Saint-Etienne. Reflexionando más y más sobre la
conversación con el cochero y sobre su actitud, comprendí
que hacía ya mucho tiempo que había contado todo lo que
sabía.
Mi plan era no volver más a la habitación a la que me
había conducido.

Arrestado

Algunos días después me encontré con mi amante que me


preguntó: «¿ Cuándo nos acostaremos juntos?» -«Esta noche,
le dije, si tú quieres»- «¿Pero dónde?, me dijo, ¿en tu anti-
gua habitación o en la nueva?» Instintivamente contesté que
en la antigua, pensando en inspeccionarla y destruir todo lo
que pudiera señalar el crimen de Notre-Dame-de-Grace. Esta
respuesta fue la causa de mi desgracia. Fue yendo a esta habi-
tación cuando fui arrestado e incluso reconocido por uno de
los agentes civiles, el llamado Nicolas, que cuando fui arres-
tado gritó: «Hombre si es Koeningstein».
El propietario de la habitación la había cerrado con su
llave, yo había hecho poner otra cerradura, la única de la que
me servía no preocupándome ni de las llaves ni de la del
dueño. Entré por detrás de la casa sin ser visto. Al llegar
cerca de mi habitación me fue imposible abrir la puerta; el
ruido que había hecho reveló mi presencia y cuando me dis-
ponía a irme, vi que la puerta del dueño se abría y de ella
salía un hombre. En un primer momento le tomé por el
propietario que venía a comprobar el ruido que había oído,
y pensando yo mismo que podía suponer que era un ladrón
no quise huir. Al contrario, me paré a darme a conocer y char-
lar con él. De pronto el hombre saltó sobre mí y otros que
estaban escondidos en casa del propietario vinieron a coger-
me. Tuvieron suerte de que por primera vez desde el asunto
del ermitaño no llevara ningún arma, pues de no haber sido
así, habría podido herir a alguno y habría podido huir.
Me llevaron hasta el alojamiento del dueño. Allí me deba-
tí tan violentamente como pude, e incluso hice como que lla-
maba a mis compañeros a fin de aterrorizarles y aprovechar-
me de su emoción para escaparme. Después me cachearon
encontrándome encima una cajita de asta, caja de caramelos
que provenía de la ermita. Era difícil de abrir. El comisario la
tenía en las manos y estaba intentando abrirla, entonces le
dije: «Tenga cuidado va a estallar». En esto un agente me
interpeló en estos términos: «En nombre de Dios, todavía
tiene la audacia de c ... de nosotros» (sic). Entonces me pusie-
ron las esposas y subieron a mi habitación donde constataron
que el reloj, cinco edredones y muchos más objetos prove-
nían del robo de la Cote. Trataron de hacerme confesar y de
que les diera explicaciones, pero les respondí que no habla-
ría sino ante el juez.

Evadido

Partimos entonces y por el camino charlamos. Llegados


a trescientos metros más o menos de la casa, cerca de un
camino que hacía curva encontramos a un hombre que lle-
vaba, creo, un bulto. Los agentes le interpelaron. La oca-
sión me pareció buena para huir, di a entender que conocía
a este hombre y lo llamé chistándole. Las palabras incohe-
rentes que yo lanzaba hicieron suponer a la policía que este
individuo era mi cómplice y me dejaron para abalanzarse
sobre él. Rápidamente emprendí la huida dando media
vuelta. Enseguida se dieron cuenta, pero ya había ganado
terreno, y a pesar de su persecución no me pudieron alcan-
zar y continué mi camino. Esto ocurría sobre la una de la
mañana.
Aquí se tenninan las Memorias dictadas por Ravachol, al
menos las que tuvieron a bien recoger sus guardianes.
Después de su inverosímil evasión de Saint-Etienne,
Ravachol .fue a París y realizó los dos atentados que hemos
relatado. Condenado a muerte, acogió la sentencia con el
grito de «¡Viva la anarquía!», y fue ejecutado el 11 de julio,
después de haber rechazado la asistencia del capellán y can-
tado una canción anticlerical. El telegrama anunciando su
ejecución estaba concebido en estos términos:
«7 4287- Esta mañana a las 4h 05 se ha hecho justicia, sin
incidentes ni manifestaciones de ninguna clase. El despertar
tuvo lugar a las 3h 40. El condenado ha rehusado la inter-
vención del capellán y declaró no tener ninguna revelación
que hacer. Pálido y tembloroso al principio pronto mostró un
cinismo afectado, y exasperación al pie del cadalso en el
momento que precedió a la ejecución. Cantó con voz ronca
algunas palabras blasfemas y de la más indignante obsceni-
dad. No pronunció la palabra anarquía, y bajo la abertura de
la guillotina lanzó el último grito de 5716 2907 4584 23 • En la
ciudad no dejó de reinar la mayor calma. Sigue informe.»
En realidad la cuchilla había interrumpido a Ravachol en
medio del grito: «Viva la Re ... ». Era conocerle muy mal
el pensar que, en el instante supremo, habría podido entu-
siasmarse con la República. Con toda seguridad lo que
había querido pronunciar, por última vez, era la palabra
«Revolución».
La persona de Ravachol.fue, sin duda alguna, muy discutida,
incluso en medios anarquistas, al menos hasta su compare-
cencia en la Sala de lo Criminal. Sin embargo, después de los
procesos que debió sostener, su actitud animosa y desintere-
sada le dio un gran renombre entre los compañeros.
Guillotinado a los 33 años, Ravachol se convirtió, para
algunos, en «una especie de Cristo violento», cuyo «asesi-

23 La nota de la policía que lo acompaña, lo traduce como: «¡Viva la Repú-

blica!».
Telegrama parcialmente cifrado anunciando la ejecución de Ravachol.
(Achivo Prefectura de Policía.)

92
nato legal» debía abrir una Era. Fuera lo que fuera, los
novelistas lo tomaron como héroe, los cancionistas celebra-
ron sus actos o llamaron a la venganza ... Mostramos aquí
uno de esos cantos que, para 1894, publicó en su honor el
Almanaque del Tío Tranquilo:

LA RAVACHOLE

Aire de «La Carmagnole» y del «<;a ira»

En la gran ciudad de París (bis)


hay burgueses bien nutridos (bis)
Hay pordioseros
con el vientre vacío:
tienen los dientes largos
Viva el son, viva el son
Tienen los dientes largos
¡Viva el son
de la explosión!
ESTRIBILLO
Dancemos la Ravachole
Viva el son, viva el son
Dancemos la Ravachole
¡Viva el son
de la explosión!
¡Todo bien irá, todo bien irá, todo bien irá
Todos los burgueses la bomba probarán
Todo bien irá, todo bien irá, todo bien irá
Todos los burgueses estallarán ...
¡Estallarán!

93
II

Hay magistrados vendidos (bis)


Hay financieros tripudos (bis)
Hay charolillos
Pero para todos esos pillos
está la dinamita
Viva el son, viva el son
está la dinamita
¡Viva el son.
de la explosión!
(al estribillo)

III

Hay senadores chochos (bis)


Hay diputados viciosos (bis)
Hay generales
asesinos y verdugos
carniceros de uniforme
¡Viva el son
de la explosión!
(al estribillo)

IV

Hay hoteles "pa" ricachos (bis)


mientras pobres demacrados (bis)
de frío medio muertos
y soplando sus dedos
duermen al raso
¡Viva el son
de la explosión!
(al estribillo)

94
V

¡En nombre de Dios, con esto hay que acabar! (bis)


¡Ya basta de sufrir y llorar! (bis)
¡Nada de guerra a medias!
¡Basta de cobarde piedad!
Muerte a la burguesía
Viva el son, viva el son
Muerte a la burguesía
¡Viva el son
de la explosión!
(al estribillo)

95
3
EMILE HENRY, EL BENJAMÍN
DE LA ANARQUÍA

L os días 27 y 28 de abril de 1894, se pueden ver numero-


sos agentes de policía situados en las plazas vecinas al
Palacio de Justicia, otros se mantienen cerca de cada puerta
inspeccionando con cuidado a toda persona que entra 1•
Lo que sucede, es que el asunto sobre el que el tribunal
del Sena tiene hoy que informar, presenta una excepcional
gravedad. Esta vez, el acusado no es un hombre grosero cuya
educación primaria ha sido deficiente.
Emite Henry es para entonces un joven de veintidós años,
de delicada fisonomía, tez pálida y mate. Los cabellos casta-
ños cortados a cepillo. Una ligera barba rubia le adorna el
mentón. Sentado en el banquillo de los acusados, la espalda
apoyada contra la balaustrada, finge sonreír con aire indife-
rente. Viste de negro 2 •
¿De qué se le acusa? El escribano forense Wilmes lo re-
cuerda con la lectura de las dos actas de acusación:

El café Terminus

El acusado nació en España, donde su padre se había refu-

1 Cf. Gazette des Tribunaux, 27 y 28 de abril de 1894.


2 Ibid.

97
giado después de los acontecimientos de 1871, en los que
había tomado parte activa.
En 1882, después de la amnistía, sus padres volvieron a
Francia.
Recibió una esmerada educación, se presentó a los exá-
menes de la Escuela Politécnica, pero fue suspendido en la
segunda parte de las pruebas. Entró entonces en casa de un
ingeniero de obras públicas que le envió a Venecia a colabo-
rar en unas obras publicas, de las que tenía la contrata. Ape-
nas tres meses después, abandonó una situación que podía
haberle asegurado su carrera.
Vuelto a París, encontró en una casa de comercio un
empleo de 125 francos al mes. En esta época se convirtió,
utilizando su propia expresión, en un anarquista convencido.
La superioridad de su instrucción le hizo adquirir en poco
tiempo una cierta notoriedad entre «los compañeros». El 30
de mayo de 1892, después de los primeros atentados anar-
quistas, fue arrestado, pero no tardó en ser puesto en libertad.
Poco tiempo después, su jefe, que le veía hacer propa-
ganda entre sus compañeros, tomó la decisión de despedirle.
Después de su marcha, descubrió en su escritorio unos
manuscritos relativos a la fabricación de explosivos y una
especie de manual titulado «Anarquía practica», que comen-
zaba con estas palabras: «Rogamos a los camaradas ejerci-
tarse en estas tareas».
Después de haber colaborado durante algún tiempo en la
administración del periódico En Dehors*, el acusado entra
como escribiente en el estudio del Sr. Dupuis, escultor-deco-
rador.
Dos días después de la explosión en la calle de Bons-
Enfants, desaparece. A pesar de esta sorprendente coinciden-
cia, niega haber participado en ese atentado. «Partió entonces
para Inglaterra, dijo, temiendo ser arrestado de nuevo.»

* N. de la T.: En Dehors (Desdefaera).


A partir de esta fecha se pierde su pista hasta el 20 de
diciembre último. En esa fecha, se presentó en la Villa Fau-
cheur, calle de los Envierges, y alquiló una habitación bajo el
nombre de Louis Dubois.
Allí, se procuró las substancias necesarias para la fabrica-
ción de ingenios explosivos, especialmente de ácido pícrico
y se ocupó en preparar una bomba.
En una pequeña marmita de metal, de la que suprime el
asa y el pomo que coronaba la tapa, introdujo una envoltura
cilíndrica de zinc.
Entre esta envoltura y las paredes de la marmita, ha decla-
rado que colocó ciento veinte balas.
Dentro del cilindro de zinc, dispuso otro sensiblemente
más pequeño, y rellenó con una sustancia explosiva el hueco
que los separaba.
Por fin, dentro del más pequeño, puso un cartucho de dina-
mita provisto de un mixto con un fulminante de mercurio.
Este fulminante terminaba en una mecha de minero cuya
longitud estaba calculada de manera que se quemara en quince
segundos.
El 12 de febrero, abandonó su habitación, después de
haber advertido al conserje de la Villa que no volvería en
unos días. Dejaba allí, según su declaración, tres kilos y
medio de ácido pícrico. Llevaba la bomba, al mismo estilo
que Vaillant, en la cintura del pantalón.
Iba provisto de un revólver cargado al que había mordido
las balas, a fin dijo, de causar más daño, y de un puñal al que
había tratado de envenenar la hoja.
Así armado, se dirigió hacia la Avenida de la Ópera, echó
una ojeada al restaurante Bignon, después al café Americain,
luego al café de la Paix, pero en ninguno de estos estableci-
mientos encontró suficiente número de víctimas y continuó
su camrno.
En el café Terminus, donde llegó alrededor de las ocho y
media, el gentío estaba particularmente apiñado alrededor de
un estrado en el que tocaba la orquesta.

99
Ernile Hemy, nacido en 1872, guillotinado a los 22 años .

roo
Entró, se sentó delante de un velador situado muy cerca
de la puerta y pidió una caña que pagó por adelantado.
Pronto se hizo servir una segunda copa y un cigarro que
pagó igualmente cuando se los sirvieron. Esperaba a que el
público fuera aún más numeroso.
A las nueve, aproximó su cigarrillo encendido a la extre-
midad de la mecha, se levantó y ganó la puerta de la que le
separaba una corta distancia.
Entonces se volvió y arrojó la bomba en dirección a la
orquesta.
El ingenio chocó con la lampara de araña, rompió una de
las tulipas de cristal y cayó a tierra expandiendo un humo
espeso y acre.
Algunos segundos más tarde estalló con una detonación
sorda, hundiendo el entarimado e hiriendo a diecisiete personas.
El asesino se dio a la fuga gritando: «¡Ah! ¿Dónde está
ese miserable?».
Fue inmediatamente perseguido por el camarero Tissier y
por dos clientes que le habían visto arrojar el ingenio.
El guardia Poisson, que estaba de servicio en la isleta
situada frente al café, se lanzó también tras él.
En la esquina de la calle Havre con la calle Isly, un
empleado de la compañía del Oeste, el señor Etienne, se les
unió y le puso la mano en el hombro mientras le decía: «¡Ya
te tengo canalla!». -«¡Aún no!», respondió el acusado que le
pegó un tiro de revólver en pleno pecho.
La bala, afortunadamente, se aplastó contra un botón y no
penetró, pero Etienne cayó desvanecido.
El señor Maurice, peluquero, lo cogió a su vez, un poco
más lejos. Un segundo disparo le tiró por tierra, haciéndole
una herida más seria.
En ese momento llegaba el guardia municipal Poisson. El
acusado disparó pero falló y continuó su camino. Poisson
sacó su sable y reanudó la persecución, iba ganando terreno
cuando un tiro le alcanzó en todo el pecho. Permaneció de
pie y levantó el brazo para golpear, pero el acusado descargó

101
sobre él los dos últimos tiros de su revólver. Una de las dos
balas le entró en el costado derecho, la otra se perdió en la
cartera del agente.
Se precipitó sobre el acusado y cayó con él.
Otros agentes llegaron de improviso en el momento en el
que Poisson perdía el conocimiento. Detuvieron a Henry,
al que tuvieron que proteger de la ira de los presentes.
En el curso de la declaración, Henry, que en un principio
había tomado el nombre falso de Breton, no testimonió nin-
gún arrepentimiento por esta serie de actos criminales.
Por el contrario, expresó delante de una de sus víctimas,
el señor Etienne, su pesar por haber hecho uso de un revól-
ver defectuoso, así como por haber disminuido la fuerza
explosiva de la bomba al haber sujetado mal la tapa de la
olla.
El experto nombrado por el juez de instrucción, declaró
que el ingenio proyectado por Henry estaba «combinado y
construido de tal manera que al caer en medio de la gente
causara su muerte y destruyera parcialmente el edificio en el
que fuera lanzado».
Como todos los anarquistas, afirma haber actuado bajo el
imperio de una resolución puramente personal.
No obstante, aunque la instrucción no estableció ninguna
conexión de complicidad de carácter legal, sí se deduce de
ella que otros anarquistas conocían sus proyectos.
En efecto, en la madrugada del 14 de febrero, el conserje
de la Villa Faucheur constató que la puerta de Henry había
sido abierta con fractura 3 .
El comisario de policía llamado al lugar de los hechos
descubrió una mecha de minero, balas de plomo y una
pequeña cantidad de polvo verde. En la sartén se encontraron
restos de papeles quemados.

3 Es Matha, amigo de Emile Henry quien, con otros dos compañeros,

había organizado el levantamiento de la mayor parte del material abandonado


por el terrorista y destinado a la confección de bombas.

102
Ahora bien, según declaraciones del propio Henry, había
dejado en su alojamiento tres kilos y medio de ácido pícrico
que debían servirle para fabricar otras doce o quince bombas
si, como él suponía, escapaba a la justicia después de la pri-
mera explosión.
Es, pues, evidente, que los autores de la fractura tenían
como objetivo retirar el resto de las sustancias explosivas que
tenía preparadas.

La calle de Bons Enfants

Las oficinas de la Compañía de las minas de Carmaux,


ocupaban el entresuelo de la casa número 11 de la avenida de
la Ópera. Una segunda salida daba a la calle de Argenteuil.
El 8 de noviembre de 1892, entre las once y las once y media
de la mañana, el señor Bemich, que deseaba hablar con el
jefe de contabilidad, señor Bellois, subió la escalera sin
encontrar a nadie. En el ángulo izquierdo del rellano, contra
la puerta, descubrió un objeto bastante voluminoso que debió
salvar para franquearla.
Unos instantes después, el Sr. Bellois que le acompañaba
a la salida, observó el mismo paquete y comprobó que era
muy pesado y llamó al señor Auguenard, cajero, así como al
ordenanza Garin. Desgarraron el periódico que lo envolvía y
que estaba sujeto con una cuerda, y vieron una marmita de
hierro cuya tapa vuelta estaba fijada por una banda de chapa
o fleje, atada a las dos asas. Reposaba sobre la tapa y el fondo
estaba al aire. El portero Gamier y el ordenanza la bajaron
con precaución a la calle Argenteuil y la depositaron sobre la
acera. Alrededor del ingenio se formó un grupo bastante
numeroso de personas y varias advirtieron un polvo blanco,
cuyos granos, muy menudos, se habían escapado por los
intersticios de la tapa.
El odenanza llamó al agente de la policía municipal Car-
tier que estaba encargado de cruzar la avenida de la Ópera a

103
los niños que salían del colegio de la calle de Argenteuil,
Cartier retenido por el servicio, no pudo transportar la mar-
mita él mismo, pero en aquel momento llegaron el subriga-
dier Fomorin y el agente Réaux a los que dio a conocer lo
que pasaba. El portero les proporcionó una toalla, colocaron
el ingenio en ella y Garin, acompañado por Fomorin y por
Réaux, lo llevó a la comisaría del barrio del Palais Royal.
El edificio en el que estaba instalada la comisaría se
encontraba situado en la calle de Bons-Enfants: Se compone
de un edificio central y de dos alas que encuadran un patio
que se abre a la calle por una puerta de coches. Las oficinas
estaban en el primer piso del ala izquierda.
Eran exactamente las 11h 35, cuando el subrigadier, el
guardia y Garin entraron en el patio. Cuando lo atravesaban,
Garin dijo a Réaux: «¡Esto es muy pesado, no haría de más
echándonos una mano!». El agente acudió en su ayuda y los
tres se dirigieron hacia la escalera. Apenas habían pasado dos
minutos cuando resonó una formidable detonación.
Cuando penetramos en la comisaría nos encontramos ante
un espectáculo de un horror inenarrable. En el vestíbulo un
cadáver yacía en medio de los escombros, la cara contra el
suelo, su ropa había desaparecido casi por completo, su carne
había tomado un color grisáceo. Era el guardia Réaux, tenía
las piernas arrancadas por encima de las rodillas, los muslos
triturados y la cara y las manos como carbonizadas.
A continuación del vestíbulo, en la sala para el público, la
destrucción era total. Era allí donde el ingenio había estalla-
do. El suelo estaba hundido. Todo era un montón de escom-
bros fragmentados, trozos de madera despedazados, ropas y
jirones de carne. De una lámpara en el techo colgaba un
paquete de entrañas.
Las paredes estaban salpicadas de sangre. Cerca de la
ventana se caminaba literalmente sobre jirones de carne,
hígados y pulmones. La explosión había causado en esta sala
cuatro víctimas: el subrigadier Fomorin, el ordenanza Garin,
el secretario de comisaría Pousset, cuyo cuerpo apenas con-

104
servaba forma humana, y el inspector Troutot quien, a pesar
de sus terribles heridas, todavía agonizaba. Murió el mismo
día.
Los primeros elementos de la investigación fueron recons-
truidos a partir del papel de periódico que envolvía el ingenio.
Era un número del Temps del 1 de junio de 1892. Podía supo-
nerse que el asesino no lo había conservado sin ningún moti-
vo, sino probablemente porque contenía alguna información
que guardaba especial interés para él. Ahora bien, este número
relataba el arresto de los hermanos Henry, arresto que había
tenido lugar el 30 de mayo y que no se había mantenido. La
instrucción estableció enseguida que uno de los dos anarquis-
tas, Fortuné4 , estaba en Bourges el 8 de noviembre. Las sos-
pechas recayeron entonces sobre Emile Henry.
En el mes de julio se había detectado que se dedicaba a
sospechosos estudios de química. El 8 de noviembre había
salido de la casa de su patrón, el señor Dupuis, hacia las diez
y cuarto de la mañana y no había vuelto hasta el mediodía.
Según la señora Dupuis, habría mostrado una violenta emo-
ción cuando su patrón había entrado trayendo un periódico
que daba cuenta de la catástrofe. A la mañana siguiente dijo
encontrarse mal, y el 1O de noviembre a las cuatro, abando-
naba la oficina so pretexto de ir a hacerse cuidar por su
madre. En lugar de ir a Brévannes, partió para Londres,
donde dos o tres días después encargaba a un compañero que
le echara en Correos, en Orleans, una carta destinada al Sr.
Dupuis. En esta carta declaraba que, aunque ajeno al crimen
de la calle Bons-Enfants, «no tenía mucho interés en cumplir
varios meses de prisión preventiva, antes del arresto de los
verdaderos autores de la explosión».
A pesar de todas estas circunstancias sospechosas, no
existían contra él pruebas en firme. Incluso las primeras veri-
ficaciones a las que se había procedido sobre el empleo que

4 Henry, Jean Charles Fortuné, nacido en Limeil-Brévannes (Seine-et-

Oise) el 3 de agosto de 1869.

105
había hecho del tiempo durante la mañana del 8 de noviem-
bre, parecían favorecerle. Había partido de la calle de Rocroi
hacia las diez horas y estaba allí de vuelta hacia el mediodía,
después de haber hecho los recados que le habían encargado
en la calle Tronchet y en el bulevar de Courcelles. Siendo la
distancia entre ambas considerable y, a menos que hubie-
ra desarrollado una rapidez excepcional, había que suponer
que en ese intervalo de dos horas, le habría faltado tiempo
para llevar la bomba a la avenida de la Ópera.
Arrestado después del crimen del café Terminus, invocó
esta coartada y persistió en sus negativas hasta el 23 de febrero.
En esta fecha, colocado en presencia de otros anarquistas
sospechosos de haber participado en el atentado del 8 de
noviembre, abandonó su postura y declaró que era el único
culpable. A continuación ofreció explicaciones detalladas
sobre la concepción y realización de su crimen.
Él había decidido probar a los mineros de Carmaux5,
explotados por los ambiciosos, que sólo los anarquistas eran
capaces de entrega. Una tarde se fue al número 11 de la ave-
nida de la Ópera y se aseguró, leyendo la inscripción graba-
da sobre una placa, que la Compañía tenía allí sus oficinas.
La puerta estaba cerrada y no pudo entrar en el inmueble para
estudiar su disposición. Poco después volvió allí en pleno día
y subió hasta los pisos superiores. Una vez informado, se
ocupó de la construcción del ingenio.
Poseía veinte cartuchos de dinamita de los que no quiso
dar a conocer la procedencia, y resolvió fabricar una bomba
de demolición. Para hacer el detonador se procuró en la
tienda de la señora Colin, una papelería en el 107 de la calle
Lafayette, un estuche de metal al precio de 1,50 francos. El
4 de noviembre, a las siete de la tarde, compró en la tienda
de productos químicos Billaut, cerca de la Sorbona, cuatro
kilos de clorato de potasa a 4 francos el kilo. Obtenía un des-
cuento del 10% haciéndose pasar por preparador de una

5 Los mineros de Carmaux se habían puesto en huelga en agosto de 1892.

106
escuela en Saint-Denis, y no pagó más que 14,40 francos.
Había pedido al mismo tiempo 100 grs de sodio, pero como
este último producto no podía ser manipulado a la luz, le
rogaron que volviera al día siguiente. El día 5 vino a buscar
el frasco por el que pagó 2,65 francos.
Fabricó el detonador según un conocido sistema. El
mecanismo del ingenio ponía el agua en contacto con el
sodio, el cual al prenderse debía, a su vez, hacer detonar tres
mixtos con fulminante de mercurio. Hecho esto, compró en
casa del señor Comte, ferretero de la calle Lepic, una mar-
mita de 3,30 francos. En el centro colocó el detonador al que
rodeó con 20 cartuchos de dinamita, después rellenó el espa-
cio sobrante con 4 Kg de clorato de potasa mezclados con
igual cantidad de azúcar en polvo. Sujetó la tapa con ayuda
de un fleje teniendo antes cuidado de volverla del revés.
Gracias a la concavidad de la tapa, podía pasar la mano bajo
la banda de chapa, formando así un asa.
El 8 de noviembre, dejó su oficina cerca de las diez de la
mañana y tomó un coche para ir a la calle Tronchet adonde
llegó hacia las diez y cuarto. Hizo en un momento el encar-
go que le habían hecho, tomó un segundo coche y se hizo
conducir a la plaza Blanche. Eran entonces las diez y media,
ganó rápidamente a pie la calle Véron, puso en una caja la
bomba completamente preparada, volvió a la plaza Blanche,
subió en un tercer coche y se hizo conducir a la avenida de la
Ópera. Se bajó a una cierta distancia del número 11, pero
como todavía estaba acalorado por la carrera, se paró delante
de una tienda después de haber depositado la bomba sobre la
acera.
Al cabo de un instante, creyéndose observado por un
portero y con prisa por acabar, la volvió a coger y entró en el
vestíbulo del numero 11, se cruzó con dos personas que no le
prestaron ninguna atención, subió la escalera y descendió de
nuevo, casi inmediatamente después de haber colocado el
ingenio en la puerta de las oficinas, la tapa para abajo. Una
vez que salió de la casa, tomó un cuarto coche dirigién-

107
<lose al bulevar de Courcelles, adonde llegó hacia las once
y media, y hecho su encargo, volvió a pie a la calle de
Rocroi.
Había previsto el caso de que el ingenio fuera levantado
por la policía. «Según mi experiencia, dijo en su interrogato-
rio del 24 de febrero, suponía que la marmita estallaría cinco
o seis minutos después de haberla depositado delante de la
puerta de las oficinas de la Compañía Carmaux, pero no
ignoraba que, si esta olla se encontraba antes de la explosión,
la llevarían a la comisaría de policía del barrio, de tal forma
que, en el caso de que los ricos de la avenida de la Ópera
escaparan a la suerte que les había destinado, estaba seguro
de alcanzar a los policías, igualmente mis enemigos.»
Es seguro que Henry conocía la disposición interior del
edificio. Lo ha descrito exactamente, y conducido al lugar de
los hechos se ha dirigido sin dudas hacia el punto donde se
encontró la bomba.
La minuciosa descripción que ha hecho del ingenio con-
cuerda absolutamente con lo constatado por los expertos,
Señores Vieille y Girard.
El personal de la ferretería Comte no lo reconoció, pero
todas las indicaciones que ha proporcionado sobre el comer-
cio, sobre la olla que compró y sobre el precio, son confor-
mes a la realidad. Incluso el de la compra del estuche de
metal. En cuanto a las adquisiciones hechas en la plaza de la
Sorbonne, se ha probado que en la fecha y hora indicadas por
él, la casa Billaut recibió un pago de 14,40 francos. Por fin,
se ha demostrado que el itinerario seguido por Henry, el 8 de
noviembre, puede fácilmente cumplirse en las condiciones
que él ha precisado.
La prueba de su culpabilidad se encuentra así netamente
establecida. Se deduce la evidencia de la constatación de las
informaciones que corroboran en todos sus puntos las decla-
raciones del acusado.
Terminada la lectura de las actas de acusación, el Presi-
dente procede al interrogatorio del acusado:

ro8
Pregunta.- ¿El 12 de febrero entró usted en el café Ter-
minus?
Respuesta.- Sí, a las 8 horas.
P.- ¿Llevaba la bomba en la cintura de su pantalón?
R.- No, en el bolsillo de mi abrigo.
P.- ¿Por qué fue usted al café Terminus?
R.- Al principio fui a casa Bignon, al café de la Paix y al
Americain, pero no había bastante gente, entonces fui al Ter-
minus y esperé.
P.- Había una orquesta ¿Cuánto esperó usted?
R.- Una hora.
P.- ¿Por qué?
R.- Para que hubiera más gente.
P.-¿ Y después?
R.- Usted ya lo sabe.
P.- Se lo pregunto
R.- ¡Tiré mi cigarro!, encendí la mecha, después llevando
la bomba en la mano, me dirigí a la salida y, al abandonar el
café, desde la puerta, arrojé la bomba.
P.- ¿Usted desprecia la vida humana?
R.- No, la vida de los burgueses.
P.- Usted ha hecho todo lo posible por salvar la suya.
R.- Sí, para empezar de nuevo. Había contado con aban-
donar el café, echar el cerrojo, tomar un billete para la esta-
ción de Saint-Lazare, escaparme y comenzar de nuevo a la
mañana siguiente.
P.-Al huir, encontró un poco más lejos a un camarero
llamado Etienne que le detuvo diciéndole: «¡Ya te tengo
canalla!». Usted le respondió: «Aún no». ¿Y qué es lo que
hizo usted entonces?
R.- Disparé sobre él.
P.- Él cayó ¿Qué dijo usted?
R.- Que tenía suerte de que mi revólver no fuera mejor.
P.- Después fue parado por un peluquero ¿Y qué hizo
usted?
R.- Le disparé un tiro con el revólver.

109
P.- Fue alcanzado y no ha mejorado. Le seguía el agente
Poisson.
R.- En ese momento, como se iba uniendo gente, yo me
paré, esperé al agente Poisson y le disparé los tres últimos
tiros de mi revólver.
P.- Entonces se le arrestó, y a los agentes les costó traba-
jo salvarle de la ira de la gente.
R.- Que no sabía lo que yo había hecho.
P.- Usted tenía balas aplastadas ¿Por qué?
R.- Para hacer más daño.
P.- Y un puñal sobre el que había una preparación.
R.- Había envenenado la hoja para castigar a un anar-
quista delator.
P.- ¿Decidió usted atacar con esa arma al agente?
R.- Ciertamente.
P.- Usted estaba sentado a una mesa cerca de la puerta y
lanzó el ingenio delante de usted, ¿por qué no alcanzó a más
gente cuando explotó, aunque usted apuntó hacia la orquesta?
R.- Lancé la bomba demasiado alto, chocó con una lám-
para y se desvió.
P.- Entonces se oyó una explosión sorda y el café quedó
totalmente destruido: mesas, espejos, revestimientos fueron
destrozados. Hubo numerosos heridos: veinte; uno de ellos,
el Sr. Borde murió poco después, tenía la pierna acribillada
por la metralla; otro, el Sr. Van Herreweghen recibió cuaren-
ta impactos. Había mujeres: la Sra. Kingsbourg, aún muy
grave, y muchas otras de las que usted oirá hablar. Y estas
mujeres han quedado aterrorizadas hasta el punto de ocultar
su presencia y sus heridas. Usted ha declarado que cuantos
más burgueses reventaran, mejor iría.
R.- Es lo que pienso.
P.- Usted dio al principio el nombre de Breton; pero, poco
después, se dio a conocer, dijo llamarse Emile Henry e hizo
el diseño de su ingenio. ¿Cómo estaba hecho?
R.- Era una pequeña olla de hierro blanco que contenía
un detonador y una mecha.

IIO
P.- Usted dijo haber tenido una éxito relativo. ¿Qué quie-
re decir con eso?
R.- Quería matar a más, pero la marmita no estaba lobas-
tante bien cerrada.
P.- Usted había puesto dentro proyectiles.
R.- Había puesto ciento veinte balas.
P.- Vaillant, quien decía querer herir y no matar, había
puesto clavos y no balas.
R.- Yo quería matar, no herir.
P.- No se conocía su domicilio.
R.- Había dicho que no tenía domicilio en París, había
declarado llegar de Marsella o de Pekín.
P.- Poco después, una habitación de la Villa Faucheur fue
desvalijada; avisado el comisario de policía, encontró mate-
rial explosivo y reconoció que era su casa.
R.- No sé quién desvalijó mi domicilio.
P.- Se le informó de que su domicilio había sido descu-
bierto, y usted declaró entonces que debieron encontrar en él
una gran cantidad de material explosivo.
R.- Tenía con qué hacer doce o quince bombas.
P.- (A los jurados). Ustedes ya conocen el crimen y al
acusado, quien acaba de confesarles su crimen con cinismo.
El acusado.- No es cinismo, es convicción.
P.- ¿Quiso usted matar al camarero Etienne?
R.- Quise matar a todos los que se oponían a mi huida.
P.- ¿Quiso usted matar al agente Poisson?
R.- Por supuesto, tenía el sable levantado y me habría
matado.
P.- ¿Quiso usted matar a las personas del café Terminus?
R.- Ciertamente, al mayor número posible.
P.- ¿Quiso usted destruir el edificio?
R.- ¡Oh! Eso me traía sin cuidado.
El Sr. Presidente (al jurado): Esto ya bastaría para esta-
blecer la culpabilidad del acusado; pero, cualquiera que sea
el crimen, la justicia, y de eso nos enorgullecemos, no se
apartó jamás de las reglas habituales. Debemos examinar

I I I
todos los detalles y detenemos todavía sobre otro hecho que
se reprocha al acusado.
P.- Vuestro padre vivía en Brévannes, después se fue a
España, tomó parte en la Comuna de París, y luego vuestra
madre se encontró viuda y con tres hijos. Obtuvo usted una
beca en la escuela J-B. Say6 , le admitieron a los diecisiete
años en la Escuela Politécnica. Usted no continuó.
R.- Para no ser soldado y estar obligado a disparar sobre
desgraciados como en Fourmies 7 •
P.- Encontró empleo en casa de un constructor, el Sr. Bor-
denave, pariente suyo. ¿Cuánto ganaba usted?
R.- En Venecia ganaba cien francos al mes.
P.- ¿Por qué partió usted?
R.- Por motivos ajenos al asunto.
P.- Usted ha declarado que quería obligarle a una vigilan-
cia secreta que le repugnó. Al oír esto el Sr. Bordenave ha
protestado.
R.- Reconoció que había habido un malentendido.
P.- Usted se colocó enseguida.
R.- ¡Antes pasé tres meses de miseria!
P.- En cualquier caso, tuvo pronto una buena situación.
R.- Situación bien mediocre: 100 a 120 francos al mes.
P.- En aquel momento usted sufre la influencia de uno de
sus hermanos. Usted es arrestado poco después a la salida de
un mitin en honor a Ravachol; y su patrón encuentra en vues-
tro escritorio obras anarquistas y más concretamente una tra-
ducción de un periódico italiano que indicaba los medios
para hacer nitroglicerina y en los que se leía: «¡ Viva el robo,
viva la dinamita!». En él se ven los métodos que usted ha

6 Fue un brillante alumno. 2º premio de Excelencia en 1885, 1er premio de

Excelencia en 1886, 2º premio de Excelencia en 1857, 5° accésit de Excelen-


cia en 1888 (año preparatorio de la Escuela Politécnica).
7 Alusión a los fusilamientos del 1º de mayo de 1891. La tropa disparó

sobre la multitud: diez personas fueron asesinadas, entre ellas dos niñas de
once y trece años.

112
puesto en práctica en el atentado de la calle de Bons-Enfants.
Entonces su patrón le despidió.
R.- Ya estaba despedido cuando se encontraron esos
papeles.
P.- Busca usted trabajo en una relojería. Después estuvo
usted empleado en En Dehors, dirigido por Matha, condena-
do en 1892, el año que entra usted en el periódico, por una
incitación a la insubordinación dirigida a los militares -usted
había rehusado ser soldado.
R.- Hice tres años de batallón escolar8 y es todo lo que
podía hacer como soldado.
P.- Usted se sustrajo a la llamada del servicio militar y su
madre lo desaprobó.
R.- Ella temía por mi expatriación.
P.- Usted entró en casa del Sr. Dupuis, por recomenda-
ción de Ortiz, un asaltante 9 •
R.- Yo no sé lo que ha hecho Ortiz desde que lo conozco.
P.- El Sr. Dupuis había aumentado su salario.
R.- Yo sentía mucho afecto por él.
P.- ¿Quiere usted repetir, delante del jurado las declara-
ciones que ha hecho durante la instrucción? No me parece a
mí que concuerden con la que usted dice.
R.- Seguramente. Los motivos de mi acción los diré ma-
ñana. La Sociedad Carmaux está representada en París por
sus oficinas de administración; después de la huelga compré
una marmita; tenía dinamita, un fulminante, mecha de mine-
ro; preferí el sistema de inversión.

8 En 1884-1885. Emile Henry perteneció a la 3ª compañía del batallón

escolar de J-B. Say, y obtuvo a fin de año el 8° accésit.


9 Ortiz Phillipe, Leon, nacido en París el 18 de noviembre de 1868. Anar-

quista, fundó en 1887, con Malato y algún otro La Revolución cosmopolita.


En 1894 fue acusado de participar con otros compañeros en diversos robos,
formó parte de los acusados que comparecieron en el Proceso de los Treinta
ante la Sala de lo Criminal del Sena, el 6 de agosto de 1894. Fue condenado
a quince años de trabajos forzados. En la prisión se aisló. de la comunidad
anarquista.

II3
Prosigue el interrogatorio. El acusado se rehúsa a decir
lo que hizo durante el año 1893 que separa los dos atenta-
dos. En el curso de un cruce de palabras más vivo el Presi-
dente grita:
P.- ¡Tenga cuidado con lo que dice!
R.- Me da igual, no tengo por qué tener cuidado con lo
que digo, sé bien que seré condenado a muerte.
P.- Atienda, creo que hay una declaración que hiere su
orgullo. Vaillant confesó que había cogido cien francos de un
ladrón; usted no quiere reconocer que su mano se ha tendido
para recibir dinero de robos, esta mano que hoy vemos cu-
bierta de sangre.
R.- ¡Mis manos están tan cubiertas de sangre como vues-
tra misma toga roja! Por otra parte, no tengo nada que res-
ponderos.
P.- Usted es un acusado y mi deber es interrogarle.
R.- ¡Yo no reconozco vuestra justicia! ¡Estoy satisfecho
de lo que he hecho! ...
P.- Usted no reconoce a la Justicia. Desgraciadamente
para usted, está en sus manos, y el jurado sabrá apreciarlo.
R.- ¡Lo sé!
El Sr. Presidente: Siéntese.
Suspendida la audiencia durante dos horas y media, se
reanuda a las tres y cuarto.
A continuación se escuchan los testimonios:
Agelon, veintisiete años, camarero del café Terminus: Ha-
cia las ocho menos diez, se sentó un cliente cerca de la puerta,
me pidió una cerveza y me pagó; a las nueve me pidió otra cer-
veza y un cigarro. Un instante después tuvo lugar la explosión.
P.-¿ El cliente era el acusado?
R.- Sí señor.
P.- ¿Resultó usted herido?
R.- Sí, en la pierna.
Paquet, camarero del café Terminus: Sobre las nueve,
andaba por el café cuando vi al acusado hacer un movimien-
to; un globo me cayó sobre la cabeza.

II4
P.- ¿Resultó usted herido?
R.-Sí.
P.-¿ Vio usted el movimiento del brazo?
R.- Sí, la bomba debía, siguiendo el movimiento del brazo,
caer cerca del estrado.
P.- ¿Había más gente en ese lado?
R.- Sí señor.
Frugier, veintiún años, camarero del café Terminus: Esta-
ba en la terraza y escuché un ruido, el del globo que se rom-
pía: tropecé con Henry que gritaba: «¿Dónde esta el misera-
ble?». Entré en el café.
El acusado: Eso es falso.
El testigo: Persisto en mi declaración.
Etienne (Gustave), veintiocho años, empleado de la com-
pañía del Oeste. Hacia las nueve de la noche llegando a la
calle de Isly, me precipito sobre él diciendo: «Ya te tengo
canalla». «Aún no», respondió él. Me disparó con el revólver
a bocajarro. Me desvanecí y ya no supe nada más.
El acusado: Reconozco el hecho, pero no he pronunciado
esas palabras
Maurice (Leon), peluquero: Hacia las nueve oí un dis-
paro, después vi a un joven que corría. Le seguía un grupo
de gente, yo le perseguí y él me tiró a bocajarro un disparo de
revólver, caí ahogado por la sangre.
P.- ¿A qué distancia le disparó?
R.- A bocajarro
P.- ¿Cuáles han sido las consecuencias?
R.- No veo muy bien y ya no oigo, todos los días escupo
sangre y sufro horriblemente.
Poisson, brigadier de los guardias:
P.- Usted ha sido condecorado recientemente y todo el
mundo saluda esta distinción con respeto.
R.- Perseguí al acusado, me disparó tres balas una tras
otra; mientras le amenazaba con mi sable él se paró y me dis-
paró una cuarta bala, me alcanzó y perdí el conocimiento:
tenía una bala alojada en el pecho.

II5
Contet (Jules), guardia: El 12 de febrero abandonaba mi
servicio cuando escuché una detonación, me precipité hacia
allí y vi a un individuo que huía. Corrí hacia él y, en la calle
de Isly, se escucharon dos detonaciones; al final de la calle
escuché varios disparos y vi a Henry disparar tres tiros sobre
Poisson.
Van Herreweghen, cuarenta años, dibujante (el testigo
avanza cojeando penosamente). A las ocho y media estaba
con mi amigo el Sr. Borde, hablábamos de dibujo, yo me dis-
ponía a partir y me había detenido en el café Terminus. Casi
inmediatamente después saltamos por los aires.
P.- ¿El Sr. Borde era amigo suyo?
R.- Íntimo amigo, era dibujante.
P.-¿Cuáles han sido las consecuencias de sus heridas?
R.-Ahora ando mejor, se me cortó la arteria. He tenido
diecisiete heridas en la pierna.
Señora Emmanuel: Estaba en el café y esperaba a unos
amigos cuando me fijé en Henry, creí que lanzaba su consu-
mición por el aire. Enseguida vi que era una bomba. Resulté
herida así como mi marido.
Señora Leblanc: Vi lanzar un objeto por el aire, creí que
era un vaso que lanzaba algún cliente. Resulté herida en la
mano y en la pierna, he guardado cama dieciocho días.
Beck (Albert Jules ), arquitecto, plaza Vintmille. Estaba en
el café Terminus cuando la explosión, resulté herido en la
mano por un trozo de metal, he tenido además otras cinco
heridas.
Michel, funcionario principal de Correos: Fui herido en el
café Terrninus, y he permanecido cerca de dos meses sin
poder hacer nada, pasé veinte días sin dormir.
La Sra. Kingsbourg, otra víctima todavía demasiado grave,
no se presenta.
Garnier (Eugéne): Resulté herido en cuatro sitios: recibí
cuatro centímetros de lata de sardinas en el talón y una bala
en la pantorrilla.
P.- (al acusado) ¿Parece usted indiferente a este desfile?

II6
R.- Totalmente indiferente, lo mismo que usted lo es a las
miserias que yo he conocido y visto de cerca.
Todavía desfilan algunos testigos de cargo, después se
oyen las declaraciones favorables.
Brémant, jefe del Instituto en Fontenay-sous-Bois: Emile
Henry fue alumno mío, era un modelo. Tenía una madurez de
espíritu extraordinaria, una gran dulzura. Me dejó a los doce
años y he conservado excelentes relaciones con él. Incluso
una vez me envió unos versos.
Le Fermous: Fui condiscípulo de Emile Henry en la es-
cuela J-B. Say. Era un excelente compañero, un amigo muy
indulgente, yo sentía mucho afecto por él.
Philippe, profesor de repaso en la Escuela Politécnica: Fui
profesor de Henry en la escuela J-B. Say, era un niño perfecto, el
más honesto que pueda encontrarse; antes de presentarse a la
Escuela Politécnica me preguntó que debía hacer, le respondí que
le consideraba perfectamente capacitado para ingresar en ella.
P.- ¿Habría podido, con sus conocimientos, crearse una
existencia honorable y lucrativa, en la oficina de un cons-
tructor que se interesase por él?
R.- Habría podido darse una muy buena existencia bajo
la dirección de su pariente. Conocía poco de la vida, menos
que los chicos de su edad.
Brajus, sesenta y cinco años: Conocí mucho al padre, a la
madre y a los niños Henry. Ellos se han portado siempre muy
bien y mi casa siempre ha estado abierta para ellos.
Yo he seguido siempre de cerca a Emile. En 1893 vino a
verme dos o tres veces.
Srta. Hornbostel: ¿La testigo ha dado dinero a Henry?
R.- Su madre me pidió algunas veces que le adelantase
dinero que ella me reembolsaba.
Gauthey (Jules-Frarn;oise), obrero chapista: Conocí a
Henry en 1891, él venía a verme.
P.- ¿Le vio usted en 1893?
R.- Le vi una vez, pero en mi ausencia vino varias veces,
vestido de obrero.

117
P.-¿ Tenía las manos blancas?
R.- Mi mujer lo vio y me dijo que era cerrajero. En 1891
yo apreciaba a Henry. Le gustaban mucho los niños.
Goupil, doctor en Medicina.
El Sr. Presidente (dirigiéndose al testigo para hacerle
prestar juramento): Levante la mano derecha.
El Dr. Goupil coloca su mano derecha detrás de su espalda.
P.- Levante su mano derecha.
R.- Rehúso prestar juramento por respeto a vuestra reli-
gión que no tengo la dicha de practicar ni de conocer.
El que no haya sido notificada al Ministerio Fiscal la
citación dada al testigo, hace que el fiscal se oponga a que
el Dr. Goupil preste juramento para que pueda ser oído a
titulo de información.
El Doctor Goupil: He conocido a Henry padre. Lo tuve
incluso como secretario. Lo cuidé al final de su vida. Emile ha
tenido una juventud excelente; es un joven muy nervioso; yo
lo he establecido ya delante de varios de ustedes, señores del
jurado; hablo de aquellos que han tenido a bien recibirme.
El acusado.- Yo no estoy loco.
El Dr. Goupil: He reunido unas notas que he remitido al
defensor y que indican el estado mental del acusado.
El acusado.- Yo os lo agradezco, pero soy consciente de
lo que he hecho, no estoy loco. Los resultados que he obte-
nido en el colegio eran después de mis fiebres tifoideas. Mi
padre murió a consecuencia de un envenenamiento con
vapores de mercurio. Aun así, os lo agradezco una vez más,
pero no estoy loco, soy responsable de mis actos.
Ogier d'Yvry (conde): Soy pariente político de Emile
Henry. Lo he conocido joven, excelente alumno, soñador,
desequilibrado. Tenía como patrón, como protector, a San
Luis; después tomó como modelo a su padre. Hay entre estos
hombres un sentimiento de rebeldía extraordinario; vienen
de los antiguos Camisards*, el padre estuvo en la Comuna.

* N. de la T.: Camisards: Nombre dado a los calvinistas franceses que sos-

118
Serán más anarquistas que la anarquía o más realistas que el
rey bajo la monarquía. Siempre en la oposición y en la revuel-
ta. Yo le había aconsejado entrar en la Escuela Politécnica.
El Sr. Presidente: Señores del jurado, antes de escuchar al
último testigo, debo preguntar al acusado y a su defensor si
no renuncian a su audición.
Srta. Hornbostel: No.
Sr. Presidente: Debo entonces explicar en qué condicio-
nes ha sido citado este testigo. He recibido de Emile Henry
la siguiente carta:

«Sr. Presidente:
Habiéndome manifestado mi madre el deseo de asistir a
mi proceso, he intentado disuadirla en vano.
Temiendo con justa razón que las emociones de dos jor-
nadas de audiencia le sean demasiado dolorosas, tengo el
honor de rogaros, señor Presidente, que rechacéis cualquier
autorización que pudiera pediros para asistir a él.
Quiero agregar, señor Presidente, mis más sinceros sa-
ludos
Emile Henry.

25 de abril del 94, Conciergerie»

Esta carta me fue transmitida por el defensor. Por lo


demás, ya había aparecido en los diarios antes de serme
transmitida. El abogado me ha pedido permiso para hacer
entrar a la madre del acusado a la audiencia. Me he negado
enérgicamente, declarando que no querría permitir nunca a
una madre venir aquí a oír al Sr. fiscal solicitar la pena capi-
tal para su hijo.
He añadido que no tenía otro medio para hacerla entrar
que citarla como testigo. Si se llama a ese testigo, la ley me
obliga a escucharle.

tuvieron una lucha de guerrillas contra Luis XIV en Cévennes (1702-1705),


cuando éste emprendió la persecución de sus comunidades.

II9
El acusado: Yo ignoraba que mi madre hubiera sido cita-
da ... No quiero ver aquí su dolor.
P.- Eso es precisamente lo que yo había querido evitarle.
¿Renuncia a la audición de su testimonio?
El acusado.- Renuncio a ella absolutamente 10.
Srta. Hornbostel: Yo también renuncio a ella.
Cuando se agota la lista de testigos, se suspende la
audiencia
Cuando se reanuda, el fiscal pronuncia su requisitoria.
Lo que le importa sobre todo, es saber «cómo este joven bur-
gués se ha convertido en anarquista».
Nosotros estamos aquí en presencia, no de Ravachol, de
Léauther y de otros, sino en presencia de un burgués. Su
padre era propietario, eso pone una nota singular en un anar-
quista: era contratista de profesión, después ingeniero, y la
desgracia le alcanzó con la enfermedad. ¿Cómo fue educado
el acusado? En nuestros días, se han apiadado mucho de
algunos anarquistas, de una chiquilla 11, olvidando a los huér-
fanos que los atentados han podido ocasionar. Se han apia-
dado también de la suerte de Emile Henry; él tuvo una beca,
llegó a ser bachiller y fue admitido en la Escuela Politécnica,
era un pequeño burgués. Entró en casa del Sr. Bordenave,
quien a los dieciséis años y medio le da una colocación y
pretende que se haga un porvenir. Comienza con 75 francos
al mes; pero eso no bastaba a su orgullo, era insuficiente, él
habría querido empezar por donde los demás acaban.
Es orgulloso y cruel. Después del asunto del Terminus, él
declara llamarse Breton, llegar de Marsella o de Pekín, como
usted quiera. Ustedes ven lo frío e irónico que es. Añade que
lamenta no haber matado a más gente ni haber podido hacer
uso de su puñal: «¡He matado demasiada poca gente! Otros
vendrán detrás de mí que tendrán más éxito». He aquí lo que

IO Un poco más tarde, el acusado interrumpió brutalmente al fiscal: «No


os ocupéis de mi madre, yo la defiendo».
11 Sidonie Vaillant, hija del anarquista.

I20
él declara. Ustedes han visto ayer su actitud en presencia de
sus víctimas. Cuando el Sr. van Herreweghen declaraba, él se
jactaba de su indiferencia ante esta víctima aún impotente y
que lloraba la muerte de su amigo. [ ... ]
Tengo que hablarles de las víctimas: Estoy lleno de pie-
dad por la Sra. Henry, y su duelo no arrancará de vuestro
veredicto, su duelo comenzó el día del crimen; la Sra. Henry,
vuestra madre, es vuestra primera y más dolorosa víctima.
Cinco víctimas han muerto en la calle de Bons-Enfants, la
sexta, expiró hace poco, después de terribles sufrimientos.
Los heridos: el Sr. van Herreweghen, todavía esta inválido;
el Sr. Maurice, el peluquero; esas señoras enloquecidas y es-
condiendo su terror, y tantas otras. ¡Henry se ríe burlona-
mente delante de esas víctimas! Garin, el ordenanza de la
Sociedad Carmaux deja una viuda encinta y dos niños, ella
vive de la pensión. Riaux tenía veintiocho años, deja viuda y
una niña. Fomorin deja viuda y un niño. Torteaux deja viuda
y tres niños. Pousset deja dos hijos y una viuda.
He aquí el balance de la anarquía: Pousset era hijo de un
oficial, educado en la Fleche, había ido a Saint-Cyr y había
llegado a oficial; amaba a una mujer sin dote, la desposó y
tuvo que abandonar su carrera; hizo un poco todos los ofi-
cios, hizo la carrera de abogado y se licenció en Derecho;
secretario del comisario de policía, debía convertirse pronto
en comisario de policía. La estúpida bomba de la calle de
Bons-Enfants lo ha destrozado todo. Esto es lo que él ha
hecho. Esta es la solución a la cuestión social a la manera de
los anarquistas
Los crímenes de Henry son crímenes atroces; la opinión
publica no siente por ellos más que odio y venganza. Estuvo a
punto de ser linchado por la gente. La justicia es más fría, más
tranquila; lo que la gente hubiera hecho bajo el imperio de la
cólera, háganlo con la sangre fría que le es necesaria a la justicia.
Digan que sólo la pena capital puede igualar sus crímenes [... ].
Suspendida la audiencia a las cinco menos cuarto, se rea-
nuda a las cinco y diez minutos.

I2I
Emile Henry pide entonces la palabra, que le es concedi-
da. Se levanta y se vuelve hacia el jurado:
Lo que quiero presentarles no es una defensa. No busco
de ningún modo librarme de las represalias de la sociedad a
la que he atacado.
Por otra parte no respondo sino a un solo Tribunal, yo
mismo, y el veredicto de cualquier otro me es indiferente.

La explicación de mis actos

Quiero simplemente darles una explicación de mis actos


y contarles cómo he llegado a realizarlos.
Soy anarquista desde hace poco tiempo. No fue hasta
mediados de 1891 aproximadamente cuando me lancé en el
movimiento revolucionario. Antes, había vivido en un medio
enteramente imbuido por la moral actual. Había sido enseña-
do a respetar e incluso a amar los principios de la patria, de
la familia, de la autoridad y de la propiedad.
Pero los educadores de la generación actual olvidan con
demasiada frecuencia una cosa: que la vida con sus luchas y
deberes, con sus injusticias e iniquidades se encarga muy
bien, la indiscreta, de abrir los ojos de los ignorantes y de
abrírselos a la realidad. Eso es lo que me sucedió a mí, como
les sucede a todos. Se me había dicho que la vida era fácil y
totalmente abierta a los inteligentes y enérgicos, y la expe-
riencia me enseñó que sólo los criminales y los rastreros
pueden hacerse con un buen sitio en el banquete.
Se me había dicho que las instituciones sociales estaban
basadas en la justicia y en la igualdad, y a mi alrededor no vi
sino mentiras y engaños.
Cada día que pasaba me robaba una ilusión.
Por todas las partes que iba, era testigo de los mismos dolo-
res en el caso de unos y la misma dicha en el caso de otros.
No tardé en comprender que las grandes palabras que me
habían enseñado a venerar: honor, devoción, deber, no eran

122
más que una máscara que velaba las más vergonzosas in-
famias.
El industrial que amasaba una colosal fortuna con el tra-
bajo de sus obreros, mientras ellos carecían de todo, era un
honesto caballero.
El diputado, el ministro, cuyas manos estaban siempre
abiertas a las gratificaciones, eran devotos del bien público.
El oficial que experimentaba el fusil último modelo sobre
niños de siete años, había cumplido con su deber y ¡en pleno
Parlamento, el Presidente del Consejo le expresaba sus felici-
taciones!
Todo lo que vi me rebeló, y mi espíritu se aplicó a la crí-
tica de la organización social. Esta crítica se ha hecho dema-
siado a menudo para que yo la comience aquí de nuevo.
Me bastará decir que me convertí en enemigo de una
sociedad a la que juzgaba criminal.

Atraído por el socialismo

Atraído en un primer momento por el socialismo, no tardé


en alejarme de ese partido. Tenía demasiado amor a la liber-
tad, demasiado respeto por la iniciativa individual, demasia-
da repugnancia al alistamiento para coger un número en el
ejército matriculado del cuarto Estado*.
Además, vi que en el fondo, el socialismo no cambia en
nada el orden actual. Mantiene el principio de autoridad, y
ese principio, a pesar de lo que puedan decir sobre él preten-
didos librepensadores, no es sino un viejo residuo de la fe en
una potencia superior.
Los estudios científicos me habían iniciado gradualmente
en las leyes de las fuerzas naturales.

* N. de la T.: En Francia, los Estados Generales: Asamblea general que


reunía a los representante de cada uno de los tres estados: clero, nobleza y ter-
cer estado (burguesía). De allí salían los Cuadernos de quejas y peticiones. El
cuarto estado sería el de los obreros.

123
Así pues, era materialista y ateo; había comprendido que
la hipótesis de Dios estaba descartada por la ciencia moder-
na que ya no tenía necesidad de ella. La moral religiosa y
autoritaria, basada en la falsedad, debía desaparecer. ¿Cuál
era entonces la nueva moral, en armonía con las leyes de la
naturaleza, que debía regenerar el viejo mundo y dar a luz
una humanidad dichosa?
Toda esta presentación ha sido recitada por el acusado
con voz resuelta donde apenas se percibe, al principio, una
ligera emoción.
En ese momento le falla la memoria; la Srta. Hornbostel,
su abogado, le pasa entonces un cuaderno de papel que
seguirá con los ojos hasta el final. Comienza de nuevo.
Fue en aquel momento cuando me puse en relación con
algunos compañeros anarquistas que, aún hoy, considero
como los mejores que he conocido.
El carácter de estos hombres me sedujo desde el prin-
cipio. Apreciaba en ellos una gran sinceridad, una absolu-
ta franqueza, un profundo desprecio por todos los prejui-
cios, y quise conocer la idea que hacía a unos hombres tan
diferentes de todos los que yo había conocido hasta en-
tonces.
Esta idea encontró en mi espíritu un terreno totalmente
abonado, por observaciones y reflexiones personales, para
recibirla.
No hizo más que precisar lo que había en mí todavía de
vago e impreciso.
Me convertí a mi vez en anarquista. No voy a desarrollar
aquí la teoría de la anarquía. No quiero retener de ella más
que el lado revolucionario, el lado destructor y negativo por
el que comparezco ante ustedes.
En este momento de aguda lucha entre la burguesía y sus
enemigos estoy casi tentado de decir con la Souvarine de
Germinal: «Todos los razonamientos sobre el porvenir son
criminales porque impiden la destrucción pura y simple, y
entorpecen la marcha de la revolución» [ ... ]

124
Aporté a la lucha un odio profundo, avivado día a día por
el indignante espectáculo de esta sociedad en la que todo es
bajo, turbio, feo, donde todo es una traba a la expansión de
las pasiones humanas, a las generosas tendencias del cora-
zón, al libre curso del pensamiento.

Golpear fuerte y con justicia

Quise golpear tan fuerte y justamente como pudiera. Pase-


mos, pues, al primer atentado que he cometido, a la explo-
sión de la calle de Bons-Enfants.
Había seguido con atención los acontecimientos de Car-
maux.
Las primeras noticias sobre la huelga me habían colmado
de alegría: los mineros parecían, por fin, dispuestos a renun-
ciar a las huelgas pacíficas e inútiles, en las que el trabajador
confiado espera pacientemente que sus pocos francos triun-
fen sobre los millones de las compañías.
Parecían haber entrado en una vía de violencia que se afir-
mó resueltamente el 13 de agosto de 1892.
Las oficinas y los edificios de la mina fueron ocupados
por una masa cansada de sufrir sin vengarse; se iba a hacer
justicia con el ingeniero, tan odiado por sus obreros, cuando
los timoratos se interpusieron.

Los timoratos

¿Quiénes eran estos hombres?


Los mismos que hacen abortar todos los mov1m1entos
revolucionarios, porque ellos temen que una vez lanzado el
pueblo no obedezca ya a su voz, los que empujan a millares
de hombres a soportar privaciones durante meses enteros,
con el fin de anunciar a bombo y platillo sus sufrimientos
y crearse una popularidad que les permitirá obtener un man-

125
dato -hablo de los jefes socialistas-; estos hombres, en efec-
to, fueron la cabeza del movimiento huelguista.
De repente vimos abatirse sobre el país una nube de seño-
res con pico de oro que se pusieron a la entera disposición del
conflicto, organizaron suscripciones, dieron conferencias, di-
rigieron peticiones de fondos por todas partes. Los mineros
dejaron la iniciativa en sus manos. Lo que ocurrió, ya lo
sabemos.
La huelga se eternizó, los mineros tomaron un contacto
aún más íntimo con el hambre, su eterna compañera; se
comieron la pequeña caja de resistencia de su sindicato y de
otros que acudieron en su ayuda; al cabo de dos meses, con
las orejas gachas, volvieron a su foso, más miserables que
antes. Hubiera sido tan sencillo desde el principio atacar a la
Compañía en su único punto flaco: el dinero; quemar el stock
de carbón, romper las máquinas de extracción, destruir las
bombas de achicar.
Seguro que la Compañía hubiera capitulado rápidamente,
pero los grandes pontífices del socialismo no admiten estos
procedimientos, son procedimientos anarquistas. En esta par-
tida arriesga uno la cárcel, y, quién sabe, ¿quizás una de esas
balas que hicieron maravillas en Fourmies? Con ello no se
gana ningún escaño municipal o legislativo. En resumen, el
orden turbado por un instante reina de nuevo en Carmaux.
La compañía, más poderosa que nunca, continúa su ex-
plotación y los señores accionistas se felicitan por la feliz
resolución de la huelga. Vamos, los dividendos seran todavía
buenos cuando los reciban.

La voz de la dinamita

Fue entonces cuando me decidí a mezclar, en este con-


cierto de felices acentos, una voz que los burgueses ya
habían oído, pero que creían muerta con Ravachol, la de la
dinamita.
Quise mostrar a la burguesía que en lo sucesivo no habría
para ella una alegría completa, que sus insolentes triunfos
serían turbados, que su becerro de oro temblaría violenta-
mente sobre su pedestal hasta la sacudida definitiva que lo
tiraría por tierra en el fango y la sangre.
Al mismo tiempo he querido hacer comprender a los
mineros que no hay más que una sola categoría de hombres,
los anarquistas, que sienten sinceramente sus sufrimientos y
que están dispuestos a vengarles.
Esos hombres no se sientan en el Parlamento, como los
señores Guesde y compañía, pero caminan hacia la guillotina.
Preparé pues una marmita. Por un momento, la acusación
que se había lanzado a Ravachol me vino a la memoria. ¿Y
las víctimas inocentes?
Pero resolví pronto la cuestión. El edificio en el que se
encontraban las oficinas de la Compañía de Carmaux no
estaba ocupado más que por burgueses. No habría, pues, víc-
timas inocentes.
La burguesía al completo vive de la explotación de los
desgraciados, al completo, pues, debe expiar sus crímenes.
Fue también con una certidumbre absoluta sobre la legiti-
midad de mi acto con la que deposité mi marmita ante la
puerta de las oficinas de la Sociedad.
Ya he explicado en el curso de las alegaciones cómo espe-
raba, en el caso de que mi ingenio fuera descubierto antes de
la explosión, que estallara en la comisaría de policía, alcan-
zando así de todos modos a mis enemigos. Éstos son los
móviles que me han hecho cometer el primer atentado que
se me reprocha.

Vuestra caza del anarquista

Pasemos al segundo, el del café Terminus. Yo había lle-


gado a París cuando el asunto Vaillant. Había asistido a la
formidable represión que siguió al atentado del Palais-Bour-

127
bon. Fui testigo de las medidas draconianas tomadas por el
Gobierno contra los anarquistas.
En todos lados se les espiaba, se les inspeccionaba, se les
arrestaba. En redadas al azar, montones de individuos eran
arrancados de su familia y arrojados a la cárcel. ¿Qué suce-
día con las mujeres y los hijos de estos camaradas durante su
encarcelamiento? Nadie se ocupaba de ellos.
El anarquista ya no era un hombre, era una bestia salvaje
a la que se acosaba por todas partes y de la que toda la
prensa burguesa, vil esclava de la fuerza, pedía en todos los
tonos su exterminación.
Al mismo tiempo, los periódicos y los panfletos liberta-
rios eran retirados de la circulación, el derecho de reunión
era prohibido.
Y aún más: cuando se querían desembarazar totalmente
de un compañero, un confidente ponía en su habitación un
paquete con tanino, decía él, y a la mañana siguiente hacían
un registro, con una orden fechada la víspera. Encontraban
una caja llena de polvos sospechosos, el compañero pasaba
al juzgado y cargaba con tres años de prisión.
¿Preguntad si esto no es cierto al miserable chivato que se
introdujo en casa del compañero Mérigeaud?
Pero todos los procedimientos eran buenos. Golpeaban a
un enemigo al que tenían miedo, y los que habían temblado
querían parecer valientes.
Y como remate a esta cruzada contra los heréticos, no se
oyó al Sr. Reynal, ministro del Interior, declarar en la tribu-
na de la Cámara que las medidas tomadas por el Gobierno
habían obtenido buenos resultados, que habían sembrado el
terror en el campo anarquista. Pero todavía no era bastante,
habían condenado a muerte a un hombre que no había ma-
tado a nadie; era necesario parecer valientes hasta el final: un
buen día se le guillotinó.
Pero, señores burgueses, habéis actuado un poco dema-
siado sin contar con el invitado.
Habéis arrestado a centenares de personas, habéis violado

128
multitud de domicilios; pero fuera de vuestras prisiones ha-
bía aún hombres que ignorabais y que en la sombra, asistían
a vuestra caza del anarquista no esperando más que el mo-
mento favorable para, a su vez, cazar a los cazadores.
Las palabras del Sr. Reynal eran un desafío lanzado a los
anarquistas. Se ha recogido el guante. La bomba del café
Terminus es una respuesta a todas vuestras violaciones de la
libertad, a vuestras detenciones, a vuestros registros, a vuestras
leyes de prensa, a vuestras expulsiones en masa de extranje-
ros, a vuestros guillotinamientos. Pero, ¿por qué, os diréis,
atacar a apacibles clientes que escuchan música y que, qui-
zás, no son magistrados, ni diputados ni funcionarios?

¿Por qué he golpeado a lo loco?

¿Por qué? Es muy simple -la burguesía ha hecho de los


anarquistas un bloque-. Un solo hombre, Vaillant, había lan-
zado una bomba, las nueve décimas partes de los compañe-
ros incluso no lo sabían. Eso no sirvió para nada. Se les per-
siguió en masa. Todo lo que tenía alguna relación con lo
anarquista fue acosado.
¡Y bien! puesto que de este modo hacéis responsables a
un partido de los actos de un solo hombre y golpeáis en blo-
que, nosotros también golpeamos en bloque.
¿Debemos atacar sólo a los diputados que hacen las leyes
contra nosotros, a los magistrados que aplican esas leyes o a
los policías que nos detienen?
No lo creo.
Todos esos hombres sólo son instrumentos que no actúan
en nombre propio, sus funciones han sido instituidas por la
burguesía para su defensa; no son más culpables que los
otros.
Los buenos burgueses que, sin estar revestidos de ningún
cargo, se lucran sin embargo con los enteros de sus acciones,
que viven ociosamente de los beneficios producidos por el

129
trabajo de los obreros, también deben tener su parte de repre-
salias.
Y no solamente ellos, sino todos aquellos que están satis-
fechos con el orden actual, que aplauden las acciones del
gobierno y se hacen sus cómplices, esos empleados de 300
y 500 francos al mes que odian al pueblo aún más que los
grandes burgueses, esa masa embrutecida y pretenciosa que
se pone siempre del lado del más fuerte, clientela habitual del
Terminus y otros grandes cafés.
Ésta es la razón por la que he golpeado a lo loco sin esco-
ger mis víctimas.

Que la burguesía comprenda

Es preciso que la burguesía comprenda bien que los que


sufren están, por fin, cansados de sus sufrimientos, que ense-
ñan los dientes y golpean tanto más brutalmente cuanto más
brutal se ha sido con ellos.
Ellos no tienen ningún respeto por la vida humana, por-
que los mismos burgueses no se preocupan por ella.
No son los asesinos de la Semana Sangrienta y Fourmies
los más indicados para tratar a los demás de asesinos.
No miran por las mujeres ni por los niños de los burgue-
ses, porque tampoco se mira por las mujeres y los niños que
ellos aman. ¿No son víctimas inocentes esos niños que en los
barrios se mueren lentamente de anemia porque el pan es
raro en casa, esas mujeres que empalidecen en vuestros talle-
res y se agotan para ganar cuarenta céntimos al día, todavía
contentas cuando la miseria no las fuerza a prostituirse; esos
viejos de los que habéis hecho máquinas de producir durante .
toda su vida, y que cuando las fuerzas les abandonan echáis
al basurero y al hospital?
Tened al menos el coraje de asumir vuestros crímenes,
señores burgueses, y convenid que nuestras represalias son
enormemente legítimas.
f<) CE:NtiMES Ali Dh~íhi {le..; (:;l,o~,s,
pio1~r111Koi.rnrnAEtíi,«m11.11V1R11 , Z'o d'

Dibujo de Luce para un periódico anarquista. (Archivo Jean -Loup Charmet.)


Por supuesto yo no me hago ilusiones. Sé que mis actos
no serán todavía bien comprendidos por gentes insufi-
cientemente preparadas. Incluso entre los obreros por los
que he luchado, muchos, engañados por vuestros periódi-
cos, me creen su enemigo. Pero eso me importa poco. No
me preocupa el juicio de nadie. No ignoro tampoco que
existen individuos que llamándose anarquistas se apresuran
a reprobar cualquier solidaridad con los propagandistas por
el hecho 12 •
Tratan de establecer una sutil distinción entre los teóricos
y los terroristas. Demasiado blandos para arriesgar su vida,
reniegan de los que actúan. Pero la influencia que pretenden
tener sobre el movimiento revolucionario es nula. Hoy el
campo es la acción, sin debilidades ni retroceso.
Alexandre Herzen, el revolucionario ruso, lo dijo: «De las
dos cosas una, o ajusticiar y marchar hacia delante o perdo-
nar y caer a medio camino».
Nosotros no queremos ni perdonar ni caer, y marchare-
mos siempre adelante hasta que la revolución, meta de nues-
tros esfuerzos, venga al fin a coronar nuestra obra haciendo
libre al mundo.
En esta guerra sin piedad que hemos declarado a la bur-
guesía no pedimos ninguna piedad.
Nosotros damos la muerte, sabremos sufrirla.
También espero vuestro veredicto con indiferencia.
Sé que mi cabeza no es la última que cortaréis, aún cae-
rán otras, pues los muertos de hambre empiezan a conocer el
camino de vuestros grandes cafés y de vuestros grandes res-
taurantes Terrninus y Foyot.
Ustedes añadirán otros nombres a la sangrienta lista de
nuestros muertos.
Habéis colgado en Chicago, decapitado en Alemania, dado
garrote vil en Jerez, fusilado en Barcelona, guillotinado en

12 Cf. especialmente su polémica con Malatesta en L'En Dehors, agosto


1892.
Montbrisson y en París, pero lo que no podréis jamás es des-
truir la anarquía.
Sus raíces son demasiado profundas, ha nacido en el seno
de una sociedad podrida que se descompone, es una reacción
violenta contra el orden establecido. Representa las aspira-
ciones igualitarias y libertarias que vienen a abrir brecha en
el autoritarismo actual, es lo que por todas partes la hace
inembargable. Acabará por mataros 13 . [ •.. ]
Menos de un mes más tarde, el 21 de mayo, Emile Henry,
condenado a muerte, era ejecutado.
En La Justicia, dos días después, George Clemenceau,
bajo el título «La guillotina» hacía el relato de su suplicio:
Alguien me dijo: «Es preciso que vea usted esto para
poder hablar de ello a los que les parece que está bien». Yo
dudaba, buscando pretextos. Y después, bruscamente, me
decido. Partamos.
Atravesamos París después de medianoche, con sus gru-
pos de muchachas pálidas bajo el gas, sus vagabundos retra-
sándose en busca de aventura. Ya nervioso busco un aspecto
extraño en las cosas. Nada, un cielo pizarroso, aborregado,
de una transparencia descolorida. Un viento seco y duro que
nos hiela.
Henos aquí en la plaza de Chateaux-d'Eau, delante de la
gran República con el gorro frigio. Muestra su rama de olivo,
aportando, dicen, la paz entre los hombres. ¿Y la cuchilla?
¿Por qué no tiene la cuchilla en la mano? En el fondo de mí
le grito: «¡Mentirosa!». Ahora es Ledru-Rollin, teatralmente
acampado delante de la Alcaldía del Faubourg. Con un gesto
enfático muestra la urna del sufragio popular diciendo: «La
salvación está aquí -Sin duda amigo, pero la espera es larga

13 Después de su arresto, Henry había tenido, otra vez, la ocasión de desa-

rrollar sus teorías. Lo hizo a petición del director de la Conciergerie, después


de una visita que éste le hizo el 18 de febrero. Una fotocopia del texto que
redactó el joven anarquista se conserva en los archivos de la Prefectura de Poli-
cía bajo la signatura Ba / 140.

1 33
para una corta vida. Tu experimentaste por ti mismo, duran-
te veinte años, la cruel experiencia».
Todas las calles que desembocan en la plaza de la Ro-
quette están cortadas. La plaza está ocupada militarmente.
Hay unos mil hombres, son muchos para matar a uno solo.
Las barreras mantienen al público en la salida de la calle de
la Roquette. Es imposible ver, cualquiera que sea el espec-
táculo que vaya a haber dentro de poco. El Sr. Josep Reinach
se burla de nosotros. La plaza no es más que un gran patio de
prisión.
Delante de la puerta de la Roquette, nuevas barreras para
las personas provistas de permiso. Hay allí una buena sesen-
tena de periodistas entre los que se encuentra una mujer, una
anciana de cabello gris que es objeto de la curiosidad gene-
ral, sin experimentar por ello, la menor vergüenza. Charla
alegremente con sus vecinos e incluso con los oficiales de la
policía que la agasajan. Guardias municipales pasan con el
cigarrillo o la pipa en la boca. Todo el mundo fuma. Se char-
la a media voz. La actitud es más bien recogida. [... ]
Tres hombres con levita y sombrero alto de copa dirigen
a tres obreros en ropa de trabajo: blusa corta, pantalón de tela
azul. Los tres burgueses son el verdugo y sus dos ayudantes.
Me dicen que uno de ellos es su yerno. Otro de los asistentes
del verdugo es su hijo. Han cenado en familia y después han
partido animosamente al trabajo, lanzando una mirada llena
de cariño a los pequeños que duermen, besando el uno a su
madre, el otro a su mujer o a su hija, que les hacen recomen-
daciones afectuosas por temor al frío de la noche.
He entrevisto al Sr. Deibler, un viejecillo que arrastra una
pierna. ¿Estaba yo predispuesto? Me ha parecido siniestro,
torcido y sarnoso. Uno de sus ayudantes, un joven rubio,
gordo, lozano y sonrosado contrasta con él. Toda esta gente
trabaja sin ruido, con el decente buen humor de la gente que
sabe vivir.
Poco a poco, las piezas instaladas en el suelo cobran sig-
nificado. Dos travesaños encajados en cruz reposan sobre las

1 34
baldosas. Están debidamente colocados y el Sr. Deibler con
su nivel de agua, acaba de asegurarse que se le hace a su
máquina una base bien horizontal. Me hacen notar que no se
pone ni un solo clavo. Nada más que tornillos. Ni un marti-
llazo. ¡El progreso es hermoso! Los largueros se alzan coro-
nados por un travesaño con una polea. Se monta la cuchilla
que hacen deslizar por su ranura, instalan la báscula que
hacen funcionar. El Sr. Deibler en persona coloca la cubeta
para la cabeza y la rodea con una especie de pantallita de
madera que parará las salpicaduras de sangre. La cesta para
el cuerpo se encuentra completamente abierta al lado de la
báscula, cerca del furgón con destino a Yvry.
Ya es casi de día. Se acaban de apagar las farolas de gas.
Miro la prisión y, estupefacto, leo encima de la puerta:
«Libertad, Igualdad, Fraternidad». ¿Cómo han olvidado aña-
dir: «o la muerte»? [ ... ]
¡Se produce un movimiento! Es un joven con un gabán
claro que sale de prisión con un cigarro en los labios y que
viene risueño, bajo las miradas de todos, a tres pasos de la
guillotina, contando a un amigo una historia agradable que
parece divertirle. Me dijeron su función. No la nombro. Dos
gendarmes están lívidos, sin duda novatos. El soldadito que
hace su guardia se agita terriblemente, se contonea, tiene
gestos bruscos, ríe nerviosamente, rueda vagamente los ojos.
Pensé que iba a ponerse malo.
Una pequeña puerta acaba de cerrarse con un gemido
agudo. Se oye el ruido de las barras de hierro cayendo. Se
abre la puerta grande y detrás del capellán que corre hacia la
báscula, aparece Emile Henry, conducido, empujado por el
equipo del verdugo. Es como una visión del Cristo de Mun-
kacsy, con su aire de loco, su cara horrorosamente pálida,
sembrada de pelos rojos, extraños y atormentados. A pesar
de todo, la expresión es aún implacable. La cara muy pálida
me ciega. No puedo ver otra cosa. El hombre atado avanza
con paso rápido a pesar de las ataduras. Echa una mirada en
derredor y con un rictus horrible una voz ronca pero fuerte

1 35
Fin de una carta de Emile Henry enviada desde prisión al director de la
Conciergerie. (Archivo Prefectura de Policía.)
lanza convulsivamente estas palabras: «Valor, camaradas. ¡Viva
la Anarquía!».
La serenidad de Emile Henry, su fe en la justicia de su
causa, debieron, en efecto, trastornar muchas conciencias.
Maurice Barres, en el Journal del 22 de mayo, da a su vez
testimonio:
En lo sucesivo, mi mirada no abandonaría ya esa cara, en
la que esperaba sorprender los movimientos supremos de su
alma, que me absorbía por entero. Alrededor del recuerdo,
muy preciso, que he guardado del desorden de este niño, del
decorado compuesto por la plaza, las tropas, el público y la
guillotina, no me queda sino la impresión de una sombra
incierta y mezquina a la que él aportaba la trágica belleza de
su rebelión y de su pecho blanco ampliamente descubierto.
Cuando el triste cortejo, con paso apresurado, arrastra al
tétrico lugar a Emile Henry, reconocí a un cerebral. Bajo ese
frío, delante de ese horror, su cuerpo, tan ligero dentro de sus
ligaduras, acusaba a pesar suyo su desasosiego, mezclado dé
ira y prisa, por culminar su decisión. La cara del condenado,
a veinte pasos de la guillotina, se cubre de una blancura que
no es una palidez conocida, sino la palidez de los ajusticiados.
Y a los ayudantes que le conducen, también parece escu-
chárseles cómo tragan saliva con un ruido de labios. Sin
embargo, Emile Henry concentraba todos sus esfuerzos para
proyectar fuera de él e imponer a todos, la imagen ennoble-
cida que tenía de sí mismo cuando cometía los atentados. Se
había prometido morir como héroe de una idea. Llegó a
imponer su orgullo de cerebral a sus miembros de pobre
niño. Sus ojos, dirigiéndose a izquierda y derecha parecían
bailar. Le arrastraban a un paso demasiado largo para sus
piernas atadas con ligaduras, y algo conmovía en sus tras-
piés, que con la reflexión distingo mejor, eran los traspiés de
un niño al que se enseña a andar.
No cabe ninguna duda de que había preparado su grito.
Lo lanzó sin gran fuerza, pero con un furor y una agitación a
las que sin embargo no faltaba autoridad: «Valor, camaradas.

1 37
¡Viva la anarquía!». ¡Valor camaradas! ¿Era una última espe-
ranza, una llamada? ¿Quiso solamente confesar su fe; afir-
marse en el sangriento término? Repitió: «¡Viva la anar-
quía!».
El trayecto no duró ni un minuto, pero en todas las épo-
cas y en todas las civilizaciones, el que se enfrenta cara a cara
con la muerte ha levantado admiración, ya que los hombres
son ante todo amantes de la resolución.
Entre los asistentes, muy pocos miraron caer la cuchi-
lla. Muchos huían ya cuando se oyó el ruido sordo. Sesenta
kilos, todo un sistema social, caían, haciendo mella en el
mentón, sobre el cuello de este adolescente que, se dice,
murió virgen.
Sobreexcitados por ese terrible alcohol que es la muerte,
hombres que yo sé moderados, se agitaban como posesos.
¡Viva la anarquía! estaba en muchos labios. La sangre y la
resolución suscitan en lo más profundo del ser extrañas emu-
laciones.
Este mecanismo inútil, horripilante, esas esponjas, ese
cubo sucio, esos ayudantes deshonrados, no espantan más
que al cobarde, pero repugnan al pensador y ponen fuera de
sí al exaltado. En la plaza de la Roquette hubo que hacer
arrestos. Pero igual que no se guillotina una idea, no se arres-
ta la conmoción nerviosa que, producida por tales tragedias
sociales, va a repercutir en lo oculto del hombre, animal car-
nicero e idealista.
Fue un fallo psicológico ejecutar a Emile Henry.
Le han preparado el destino que él pretendía. Había mata-
do por sus ideas, lo que es inexcusable, ustedes han querido
además, que muriera por sus ideas. Con el acto de la Ro-
quette ustedes dan a su memoria una fuerza que seguramen-
te no tenía por los actos de la Ópera y del Terminus.
Cuando el coche, que me alejaba de la vergonzosa escena,
fue alcanzado por el furgón del cadáver que huía a galope
tendido con dirección a Yvry, vi a la gente saludar al mismo
que quiso despedazar en la calle del Terrninus. La mañana
del 21 ha servido a la rebelión y ha perjudicado a la sociedad.
La lucha contra las ideas se hace por medios psicológicos, no
con los accesorios del Sr. Deibler. En una crisis en la que
harían falta inteligencias elevadas y hombres de corazón, el
político y el verdugo no aportan más que expedientes.

1 39
4
EL COMPANERO TORTELIER
Y SU «IDEA FIJA»

D espués del periodo de atentados, los anarquistas son


llamados por la pluma de Pouget y de Pelloutier a
entrar en los sindicatos y a perseguir dos objetivos: en pri-
mer lugar resistir al capital, en segundo lugar la prepara-
ción de la «Social», de una sociedad «cuasi libertaria». El
método consistiría en practicar la «acción directa», acción
autónoma de la clase obrera que, en su manifestación últi-
ma, será la huelga general expropiadora.
Esta idea de la huelga general se revela de una impor-
tancia capital: está destinada a abrir el «baile social» según
expresión de Emile Pouget. A falta de palabra, la idea no era
del todo desconocida y se la encuentra desde el siglo xvm y
durante la Revolución francesa. Con el Congreso de la Pri-
mera Internacional estuvo en candelero para desaparecer
más tarde al mismo tiempo que la propia Internacional.
Resurgió en Estados Unidos, en 1886, durante las luchas lle-
vadas a cabo por la jornada de ocho horas. De los Estados
Unidos, la idea pasa a Francia dos años más tarde y el
«compañero Tortelier», uno de los militantes de primera
hora del sindicato de carpinteros, orador de palabra ardien-
te y sencilla, fue uno de los primeros, en París, en propagar
la idea de huelga general, en su íntegra concepción revolu-
cionaria 1.

El compañero Tortelier

Del compañero Tortelier no se sabe gran cosa. General-


mente se contentan con citar su nombre. Popular orador en
actos públicos, no dejó ningún escrito, ni folleto, ni corres-
pondencia. Este gran olvidado es, sin embargo, un militante
de primera fila y tiene un lugar al lado de los Pelloutier,
Pouget, Dellesalle, Monatte, procedentes del anarquismo y
constructores de la CGT.
Joseph lean Marie Tortelier nació en 1854. Ignoramos
cómo fueron su infancia y su adolescencia. Aprendió el ofi-
cio de carpintero. La primera pista de su militancia se
remonta a 1883, al principio de la crisis económica que hizo
estragos hasta 1887, y que entrañó un importante paro. De
ahí la manifestación de los parados del 9 de marzo en la
Explanada de los Inválidos. Dispersados, los manifestantes
se reagrupan para formar un cortejo por el bulevar de
Saint-Germain. Se asaltan algunas panaderías. A esta
acción le siguieron arrestos y condenas exorbitantes -ocho
y seis años de reclusión- recaerán sobre Emite Pouget y
Louise Michel que marchaban a la cabeza de los parados y
que comparecen en la Sala de lo Criminal2. Los organiza-
dores de la manifestación pasaron a un correccional, y Tor-
telier fue condenado a tres meses de prisión, pena confir-
mada tras su apelación. Declaró entonces que no desistiría
de sus ideas revolucionarias. Cuando al obrero no se le dan
medios de subsistencia, añadió, éste tiene derecho a coger
lo que encuentre (Le Voltaire, 15 de agosto de 1883 ).

1 Encuesta sobre la huelga general. Le Mouvement socialiste, 137-138, 15 de

junio-15 de julio 1904. Estudio de Pouget.


2 Pouget fue además y conjuntamente perseguido por la publicación y

difusión de un panfleto violentamente antimilitarista: Al ejército.


En esta época, Tortelier no se declara anarquista sino
«socialista revolucionario», o incluso «comunista». Partici-
pa en numerosas reuniones y el informador de la policía que
asiste a la que se celebró el 5 de agosto en Saint-Germain-
en-Laye, le encuentra un timbre de voz agradable y un físico
delicado, lo que parece dar más sabor, ante los verdaderos
hermanos que asisten a la reunión, a sus incitaciones a la
revuelta, al desorden y a la destrucción, por todos los medios
posibles, de lo existente (sic).
En agosto de 1884 Tortelier, con otros dos carpinteros, es
miembro de la delegación que se desplaza a Suecia, durante la
Exposición Internacional. Cada uno de ellos recibió mil fran-
cos del Consejo municipal para gastos de desplazamiento.
Será en el transcurso de este mismo año 1884, cuando
Tortelier se convierta en anarquista. Con ocasión de un mitin
celebrado en París el 14 de octubre explica el por qué: Es
una cuestión de medios. Aquellos de entre los revoluciona-
rios que crean en la eficacia de la panacea parlamentaria
están en un error. Más tarde, cuenta a Pierre Monatte cómo
había sido ganado por las ideas anarquistas, un día que
había ido a hacer, para el partido allemanista 3, una reunión
con los obreros pizarreros de Trélazé. Los compañeros de
este viejo hogar revolucionario le habían asediado durante
toda una noche y le habían conquistado 4 .
Según un informe sobre la «Organización de las fuerzas
socialistas revolucionarias en París», redactado a finales de
1887, Tortelier frecuenta entonces diferentes grupos anar-
quistas y particularmente el de la Pantera de Batignolles,
creado en octubre de 1883, al que perteneció Clement Du-
val: este último compareció ante la Audiencia del Sena, el 11
de enero de 1887 para ser condenado a muerte, pena que le

3 Jean Allemane, 1843-1895, fundó en 1890 el POSR (Partido Obrero

Socialista Revolucionario) después de escindirse de la Federación de Trabaja-


dores socialistas, liderada por Paul Brousse.
4 Cf. La Révolution prolétarienne, febrero de 1926.

1 43
fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad;
había realizado una «recuperación individual» en un hotel
particular de la calle de Monceau. Tortelier se declaró
amigo de Duval y se quejó de que se le hubiera impedido tes-
timoniar en su favor.

Una mudanza a la chita callando

Tortelier fue igualmente uno de los impulsores de la Liga


de los Anti patriotas fundada en agosto-septiembre de 1886 y
de la Liga de los Antipropietarios. Esta Liga de los Antipro-
pios -así se la llamaba familiarmente- tuvo como principal
actividad el mudarse los compaiieros «a la chita callando»,
y sin duda Tortelier participó con ocasión de una expedición
de este genero que nos cuenta, en el diario de Emile Pouget
del 13 de julio de 1890, «un tranquilo del barrio Marceau»:
Déjame contarte cómo los anarcos del distrito XIII (en
París) han entablado la lucha contra los malvados propios,
con ocasión de la verdadera fiesta nacional del capital y la
santa guita: el Terme (Alquiler trimestral).
Cada tres meses la misma canción. Los buenos mucha-
chos que están en la miseria se ven en la imposibilidad de
aflojar el alquiler al usurero. Entonces, cuidado, toda la
secuela administrativa: alguaciles, sub-Gouffés*, etc ... , se
ponen en marcha para coger los cuatro trastos y los cuartu-
chos de los sin un céntimo
Para entonces, ahí va el gran golpe, nada de titubear, hay
que largarse «a la chita callando». Pero esto no resulta siem-
pre tan fácil, visto que los pipelets** montan guardia: son los
bulldogs de la propiedad.

* N. de la T.: A. Gouffé 1776-1843, segundo jefe del Ministerio de Finan-


zas y autor muy popular.
** N. de la T.: Nombre familiar en Francia para portero. Pipe/et es un per-
sonaje de la obra los Mysteres de Paris de Eugene Sue, escritor de la época,
seguidor de Fourier.

1 44
Así pues, el sábado por la tarde, un camarada que está
hasta el culo de los socialos rosas, pero que sin embargo no es
anarco, se presenta en una taberna donde sabía que nos podía
encontrar y nos cuenta que no va a andarse con rodeos, que a
toda costa tiene que mudarse a la mañana siguiente.
«¿Eso es lo que te preocupa?, no te inquietes, mañana
domingo, a las 8 horas, allí estaremos.»
En efecto éramos doce en la cita, estiramos los remos
orientándonos hacia el bulevar Masséna, hacia las fortifica-
ciones donde se encaramaba el cuarto del camarada.
Desde un rincón un coche pequeño nos tendía sus brazos,
uno de nosotros le echa el guante. A continuación, sin nece-
sidad de discutir treinta y seis horas, de nombrar un presi-
dente, ni siquiera un delegado, todo buenamente, porque se
tiene juicio, iniciativa y entendederas, se lleva la cosa a buen
término; sumamente mejor que si un imbécil hubiera queri-
do organizar la mudanza.
En el acto, dos muchachos bien fornidos se lanzan como
arietes contra la puerta y toda la banda se las pira de cuatro
en cuatro por las escaleras.
Llegamos al cuarto del nido del compañero, todo estaba
dispuesto: cada uno agarra, ya sea un paquete, un mueble u
otros bártulos y bajamos en comandita: una procesión de
mudanzas, ¡qué pasa!
¡Qué entusiasmo y qué estupendo era! Los otros inquili-
nos mostraban su júbilo y aplaudían, sobre todo una matrona
gorda con cara gozosa que se hubiera tirado al suelo de la
risa: ¡qué le parece cómo se chulea a los propios y a los por-
teros!
Pero, ¡maldita sea!, desde el primer descenso, Pipelet y su
costilla chillaban como borricos a los que se desuella vivos:
«¡Al ladrón, al asesino, hatajo de crápulas! ... », el consabido
repertorio.
Puedes juzgar aquí lo que nos importaba: ¡No son borri-
cos, son sanguijuelas los porteros!
Mientras el portero trotaba a buscar a los polis -tuvimos

145
que dar un empujón a su maldita hembra que se agarraba a
uno y a otro y no razonaba-. ¡Oh, una pequeñez ... !
En fin, en un cuarto de hora todo había acabado y la puer-
ta se volvía a cerrar tras la mudanza.
Antes de largarse, se tuvo cuidado en advertir a los inqui-
linos que estaban en las ventanas o en la calle, que estábamos
a su servicio y que estábamos siempre dispuestos a hacerles
una mudanza en condiciones semejantes, ya que los anarcos
no reculan nunca en la guerra contra los propios.
Concluimos voceando bien fuerte: «¡Viva la anarquía!
¡Abajo los ladrones!».
Después, siempre de tranquilos, nos hemos ido a Gentilly
donde hemos vuelto a empezar la cosa y nos hemos dado una
nueva sesión.
Las mudanzas «a la chita callando» fueron muy popula-
res e incluso se compuso una canción en su honor de la que
damos la primera estrofa y el estribillo:

Al declarar la guerra a los tripones


Tenemos por enemigos: patrones, curas, militares
Pero es contra'l propietario
Contra los que libramos alegremente nuestros más felices
combates
Somos nosotros a los que se ve, cuando el plazo vence
a la llamada de los camaradas, correr con pie firme
Para entonar después, con los muebl's al' espalda
en las barb's del port'ro el canto de los antipropios
¡Eh los gachós!
Abajo los polis
Estribillo:
Un, dos, tres
Marcamos el paso
Los caballeros d' a la chit' callando
Un, dos, tres
Marcamos el paso
¡Somos el terror de los burgueses!
Cerremos filas
y portemos con arrogancia
la alegre bandera
de los antipropios

La «idea fija» de Tortelier: la huelga general

Después de donnir un sueño de veinte años, en 1888 rena-


cía la idea de huelga general. Estudiados atentamente, los
informes de policía nos permiten precisar el papel jugado
por Tortelier en este renacimiento.
La palabra aparecía el día 9 de agosto en el transcurso de
una reunión celebrada en la sala del Comercio, calle del
Faubourg-du Temple nº 94, en plena huelga de los terraple-
nadores. Cuatrocientos oyentes vinieron a escuchar a los
oradores, Louise Michel, Malato, Tortelier, desarrollar en
términos casi idénticos la misma idea, a saber, que sólo la
huelga general es capaz de conducir a la revolución social.
Louise Michel declara: Hay que esperar que pronto, una huel-
ga general de todas las corporaciones provoque por fin la gran
revolución social. Malato exalta la revolución social que la
huelga general debe hacer estallar en el momento oportuno.
Por último Tortelier, después de haber dado lectura a una
carta de los anarquistas de Vienne (lsere), que hacen votos
por el triunfo de la huelga general y garantizan a los anar-
quistas de París todas sus simpatías, afinna a su vez: Sólo por
medio de la huelga general los obreros crearán una nueva
sociedad, en la que ya no habrá tiranos. Tres días antes, un
infonne de la policía ya anunciaba: Ayer, al término de la
reunión de la sala Lévis, los anarquistas han decidido fundar
grupos corporativos con el fin de llegar a una huelga general.
Y los mítines se suceden. En noviembre, Tortelier se va a
Londres con el anarquista Viard, delegado por la Cámara
Sindical de Peones, para asistir a un Congreso corporativo
internacional. Allí desarrolla -sin éxito- su concepción

1 47
general. He aquí el acta detallada -sin duda poco fiel- de su
intervención, redactada por el delegado de la Unión federal
de toneleros:
Aquí tenemos a Tortelier que viene a traemos la buena
palabra anarquista en nombre de la Cámara Sindical de Car-
pinteros.
Comienza diciendo que son las leyes sociales las que
maniatan al movimiento, y que al no poder mejorar a la vez
la suerte de todos los trabajadores, es inútil preocuparse de
ello, pues los obreros instruidos y que tienen un oficio pue-
den asociarse por sí solos para hacer frente a la ley. Cómo
haríais vosotros para que se asociara la masa ignorante que
no trabaja y que siempre es muy numerosa, al no ocupar el
capitalismo nada más que el número justo de brazos que le
hacen falta, y a la que difícilmente se le puede meter instruc-
ción en su cerebro, asociarlos llega a ser casi imposible; por
otro lado, para ocuparse con eficacia de la situación de esos
trabajadores hay que experimentar esa situación, y hasta el
presente han sido siempre los ricos los que han pretendido
ocuparse de ellos para sojuzgarlos mejor. La asociación no
puede aprovechar más que a los privilegiados de la clase
obrera que no se ocupan de los demás, pues siendo relativa-
mente felices y estando influenciados por el medio en el que
se encuentran, se estancan en una relativa holgura sin dar un
paso adelante.
No hay más que un medio para los pobres de llegar a
mejorar su situación, parar el trabajo al mismo tiempo en
todas partes; así pues, propone una huelga general interna-
cional que comenzaría el día de la apertura de la Exposición.
Hay que ser anarquista, tipo Tortelier, para emitir seme-
jante idea5 .

5 Museo Social, París, 5562. El acta general publicada en Londres (Museo


Social, 6825) es también poco satisfactoria.
«Los prejuicios, dijo [Tortelier] son las verdaderas trabas para la organiza-
ción general de los trabajadores. Se puede ser rico y bueno; pero por su misma

148
También apareció un acta en el Grito del Pueblo del 11 de
noviembre de 1888.
Mientras que Tortelier estaba en Londres, el mismo mes
y casi el mismo día, el tercer congreso de la Federación
Nacional de Sindicatos y Grupos corporativos obreros de
Francia, reunido en Burdeos, votaba la siguiente resolución
después de que hubiera sido propuesta un año antes «el es-
tudio de un paro general del trabajo».
Considerando:
Que la huelga parcial no puede ser más que un medio de
agitación y de organización.
El Congreso declara:
Que sólo la huelga general, es decir, el cese completo de
toda actividad, o la Revolución, pueden conducir a los traba-
jadores hacia su emancipación6•
No obstante, para parte de la Federación Nacional de
Sindicatos, fuertemente influenciada por el guesdismo, no se
trataba más que de una diferencia de lenguaje.
Si el compañero Tortelier no es el inventor o reinventar de
la huelga general en Francia, es al menos su apóstol más
tenaz, a pesar de la resuelta oposición de los compañeros, a
menudo con muchas reservas sobre la entrada de los anar-
quistas en las agrupaciones corporativas. Pero Tortelier no
se desanima, durante dos años vuelve sin cesar a su «idea
fija de la huelga general», según palabras de «lean», un
informador de policía, que nos ha dejado el siguiente retra-
to de Tortelier:
[ ... ] En cabeza se coloca Tortelier. Su aspecto fami-
liar, incluso un poco vulgar, su aire «amigo», le proporcionan

situación social el rico es malo forzosamente, fatalmente.» «La riqueza lleva a


la atrofia del corazón.»
«El maquinismo nos aplasta y frena toda reivindicación. Se habla de aso-
ciación, pero es un señuelo. Lo que hace falta mañana para impedir que la san-
gre corra con abundancia es la huelga general. Las leyes, incluso las más favo-
rables, son malas para el obrero.»
6 Resolución votada el 4 de noviembre.

149
acceso a todos los medios obreros donde es generalmente
escuchado.
Tortelier no tiene más que un fin: organizar la huelga
general y se entrega encarnizadamente a la propaganda que
pueda conducir a ella. [ ... ] Eso es lo que predica Tortelier
desde hace dos años, ese es el fondo de su doctrina y para
extenderla en provincias, donde es más escuchada que en
París, es por lo que siempre está de viaje. 7 Por lo demás no
hay una huelga en la que él no se presente para enraizar esta
idea, ni una reunión pública donde no la plantee y donde no
la defienda con toda sus fuerzas.
Un contemporáneo, Mermeix, nos ha dejado también un
testimonio, a decir verdad sin gran simpatía, pero vigoroso
sobre el Tortelier de la época, «primer propagador de la idea
de huelga general»:
Este compañero carpintero era un hombre de corta estatu-
ra, cuello poderoso, gestos bruscos y voz ronca, siempre
desaliñado en su vestimenta. Quizás no malo, tenía un aspec-
to rudo e incluso un poco espantoso 8 • Cuando mirabas a este
feroz iluminado, pensabas rápidamente en esos sectarios de
la Revolución que paseaban cabezas cortadas en la punta
de sus picas, daban cortejo al divino Marat y ejecutaban a la
puerta de las prisiones, en septiembre de 1792, las sentencias
sumarias de la justicia del Pueblo9 •

Contra la mistificación de la papeleta de voto

Contrariamente a lo que afirma el confidente «lean» de


que Tortelier no tenía más que un fin: la huelga general, o

7 Tortelier trabajaba con un patrón particularmente «permisivo» según un

informe de policía y que le permitía ausentarse tan a menudo como le exigían sus
desplazamientos a provincias.
8 Si lo comparamos con el retrato dado en la página 141: la voz agrada-

ble se ha convertido en ronca, el físico dulce es ahora rudo y un poco espanto-


so. ¿Cambio real o mirada diferente?
9 Mermeix, Le Syndicalisme contre le socialisme, París, 5• edición, 1907.

150
más exactamente que su fin era «la Social», y el medio, la
huelga general, cuando se presentaba la ocasión no descui-
daba otros aspectos de la propaganda, y especialmente la
puesta en guardia contra los perjuicios de la política, aun-
que fuera socialista. Como todos sus camaradas libertarios
propugnaba la abstención electoral, y suscribía sin ninguna
duda este dicterio que Octave Mirbeau lanzaba en El Fíga-
ro, la víspera de las elecciones legislativas de 1889:
¡Y bien!, mi buen elector, normando o gascón, picardo o
cenevol, vasco o bretón, si tuvieras una chispa de razón en tu
cerebro, si no fueras el eterno embrutecido que eres, el día en
que los mendigos, los lisiados, los monstruos electorales
salieran a tu paso a extender sus plagas y tender su escudilla
al extremo de sus muñones herpéticos; si no fueras el inco-
rregible soberano sin cetro, sin corona, sin reino, que siem-
pre has sido, ese día te irías tranquilamente a pescar con una
caña, a dormir bajo los sauces, a revolcarte con las muchachas
en el heno o a jugar a los bolos en un sendero lejano, y deja-
rías a estos odiosos sujetos pelearse entre ellos, devorarse,
matarse. Ves tú, ese día podrías vanagloriarte de haber reali-
zado el único acto político y la primera buena acción de tu
vida 10.
Tortelier no dejaba de predicar, él también, la abstención,
y si, a pesar de ello, en 1890, con ocasión de una elección
parcial en el decimoctavo distrito, circunscripción de Clig-
nancourt, se presentó al sufragio de los electores de su
barrio -habitaba entonces en el veinticuatro de la calle
Myrrha-, lo hizo en condiciones muy particulares como lo
atestigua su cartel electoral, uno de los raros textos de su
propia mano, quizá el único que poseemos. Helo aquí:

10 Le Fígaro, 14 de julio de 1889. Las elecciones legislativas se hicieron

el 22 de septiembre.
Elección del dieciséis de noviembre de 1890, Barrio Clig-
nancourt.
Ciudadanos.
Me presento como candidato, no para satisfacer la mez-
quina ambición de ser diputado, sino para tener ocasión de
decir las verdades.
Exasperado por los sufrimientos que experimenta el pue-
blo, haré todo por eliminarlos.
¿Qué haría yo si fuese diputado?
Propondría que se demoliera la Iglesia del Sacre Coeur,
que es una vergüenza. Suprimiría el presupuesto para el
Culto, haría que los curas restituyesen todos los bienes que
nos han sido arrebatados.
Los electores: Los ricos tienen interés en que haya curas
para predicamos la sumisión y la cobardía; vendrán en su
ayuda, y una vez más seremos nosotros, siempre nosotros,
quienes indirectamente les mantengamos.
Yo: Cargaré todos los impuestos sobre los ricos.
Los electores: Ellos disminuirán nuestros salarios y nada
cambiará.
Yo: Haré una ley obligándoles a pagar un salario elevado.
Los electores: Si pagan bien a los obreros, venderán caros
los productos y la situación será la misma.
Yo: Haré sanear el barrio, abrir nuevas calles, me ocu-
paré del Metropolitano y de todo lo que pueda procuraros
trabajo.
Los electores: Sí, conocemos la cantinela del trabajo:
¡siempre trabajar para otros! Hacer nuevas calles es dar valor
a la propiedad lo que, para nosotros, se traducirá en un
aumento de los alquileres.
Yo: Gritaré en la Cámara que roban y traicionan al pueblo.
Los electores: ¡Pero nosotros sabemos eso! No hay nece-
sidad de ir a la Cámara a gritarlo, a razón de veinticinco fran-
cos al día.
Yo: Seré el más revolucionario, el más ardiente atacando
los abusos.
Los electores: Eso se dice antes de ser elegido, pero uno
pronto se habitúa al bienestar que le procura el cargo, y
entonces ya no ataca los abusos porque se aprovecha de
ellos.
Yo: Llamaré al pueblo a la Revuelta, predicaré la huelga
general, marchare a vuestro frente y haremos la Revolución.
Los electores: ¡Ah!, ¡Usted quiere ser un jefe! Ellos siem-
pre nos han traicionado, ya no queremos más de lo mismo.
Nosotros haremos la Huelga general y la Revolución sin
diputados, y a pesar de ellos.
Yo: Veo que es difícil subirse a la chepa de los trabajado-
res hoy en día. Pero si sospecháis que no puedo hacer nada
por vosotros ¿qué podrán hacer los demás? ...
Y Tortelier anunciaba cuatro reuniones a los que convi-
daba a «todos los candidatos».
¿Qué influencia tuvo su campaña? No podemos poner en
su cuenta a los abstencionistas en número de ¡8.583! De
entre treinta candidatos quedo en el decimoquinto puesto ...
con cuatro votos, en igualdad con otros dos anarquistas 11 •
Ocho candidatos no obtuvieron ningún voto.

Penetración de las ideas anarquistas en los sindicatos

La propaganda a favor de la huelga general y de la entra-


da de los compañeros en los sindicatos iba a ser la gran
preocupación de los anarquistas al igual que la de los otros
grupos revolucionarios, los allemanistas, por ejemplo. Un
detallado informe de policía particularmente ilustrado 12 dis-
cernía bien este nuevo fenómeno:
La evolución del momento, así como los incidentes a los
que da lugar (protesta por parte de algunos compañeros) son
dignos de señalar, pues muestran tanto entre los anarquistas

11 Cf. Le Temps, 18 de noviembre de 1890.


12 Fechado el 23 de octubre de 1890.

1 53
como en todos los demás grupos revolucionarios, una orien-
tación nueva y muy característica de los socialistas en su
conjunto.
Esta orientación se deja sentir tanto en Calais como en
Chátellerault13 •
En Francia, donde actuamos por impulsos, sería difícil de
prever, en el presente, cuál será el resultado de esta evolución
apenas esbozada. Es indiscutible sin embargo, para toda per-
sona al corriente del socialismo contemporáneo, que ahí está
la señal de un cambio radical y profundo en cuanto a la agru-
pación y las reivindicaciones de las masas obreras. Es algo
análogo a lo que se produjo entre 1868-1869, y más tarde de
1876 a 1880. Estamos convencidos de que la evolución se
inclinará más bien en provecho del apaciguamiento que en
beneficio de las teorías violentas [... ]. Los obreros se agru-
parán libre, pero corporativamente, y será por medio de los
sindicatos como ellos sostendrán sus reivindicaciones y pedi-
rán mejoras para su situación.
Durante dos años, 1892 a 1894, los atentados serán la
estrella y podrán hacer pensar que la evolución es completa-

13 Calais: IV Congreso de la Federación Nacional de Sindicatos y Agru-

paciones corporativas de Francia, 13- 18 de octubre de 1890. La huelga gene-


ral de los mineros fue, en principio, decidida allí. Debía intentarse cuando las
circunstancias lo permitieran.
Chatellerault: Congreso de la Federación de Trabajadores Socialistas, 9-14
de octubre de 1890, tras el cual Allemande formará el Partido Obrero Socialis-
ta Revolucionario (POSR).
En el Congreso del POSR, celebrado en París al año siguiente, 21- 29 de
junio, se precisó: «La huelga general nacional e internacional debe ser decre-
tada y quizá pueda precipitar el desenlace para la Revolución social, fin de nues-
tros esfuerzos». Y el Congreso de Saint-Quentin, del 2 al 9 de octubre de 1892,
invitaba a la Bolsa del Trabajo de París y a la Federación de Bolsas de Traba-
jo a incluir en el orden del día de su próximo congreso, la cuestión de la huel-
ga general. El mismo congreso del POSR declaraba estar decidido a emplear
«unos medios más expeditivos» en el caso de que la burguesía se opusiera a la
emancipación obrera. Precisaba: «Inspirándonos en las resoluciones del con-
greso de Saint-Quentin sobre la utilidad de las Federaciones de oficios, provo-
caremos la huelga general que paralizará a los burgueses durante la organiza-
ción de la Exposición Universal de 1900».

1 54
mente otra. Y sin embargo, el trabajo sindical, «tarea oscura
pero fecunda», proseguirá, en primer lugar en la Federación
de Bolsas de Trabajo, cuyo primer Congreso se celebrará en
Saint-Etienne en febrero de 1892 con Pelloutier como ani-
mador.
En el Congreso regional obrero del Oeste, en septiembre
del mismo año, Pelloutier se convertirá en el campeón de la
huelga general, mientras que en la misma fecha, en Marse-
lla, en el 5º Congreso de la Federación nacional de Sindica-
tos, su elocuente defensor será Aristide Briand. De ahí en
adelante la cuestión está planteada. La idea de huelga gene-
ral se hizo poderosa adueñándose de amplias capas de la
opinión obrera.
Al año siguiente, en julio, en el Congreso nacional de las
Cámaras sindicales y Grupos corporativos obreros, Tortelier
interviene una vez más en defensa de la huelga general
«inmediata». No seguiremos el desarrollo del sindicalismo
obrero francés en el transcurso de los años siguientes,
ampliamente influido por los anarquistas que habían encon-
trado en la CGT «el punto de apoyo que necesitaban» para
realizar sus designios. Tortelier no jugará allí un gran papel
y, salvo error; no fue ya delegado en ningún congreso nacional
desde 1893 14. Como muchos pioneros, estuvo en la tarea

14 Las principales etapas en la vida de Tortelier en lo sucesivo son las

siguientes:
- 1895: Apoya la campaña de Víctor Barracuda por la gratuidad del pan,
al considerar que con la ropa y alojamiento gratuitos, nos encaminaríamos
hacia un consumo según las necesidades.
- 1896: Tortelier asiste en Londres al Congreso Internacional Socialista de
los trabajadores y Cámaras sindicales obreras que, en el plano internacional fue
el de la ruptura definitiva entre anarquistas y socialistas.
- 1898: El asunto Dreyfus. Como Grave y Pouget, y a diferencia de Sebas-
tian Faure, Tortelier estima «que los anarquistas no tienen sino que regocijar-
se de que los dirigentes y los engalonados se peleen».
«¡Tanto mejor! ¡Tanto mejor! ¡En lo que respecta a Dreyfus y a Esterhazy
me importa un pepino!» (Les Temps Nouveaux, 22-28 de enero de 1898).
Tortelier, que moriría el primero de diciembre de 1925, tuvo un hijo,
Joseph Marie Jean Baptiste que nació en Rennes (llle-et-Vilaine) el 6 de sep-

1 55
pero no en el honor, no le sería dado asistir a los grandes
congresos que jalonaron la ascensión de las fuerzas sindica-
les: Bourges (1904) y Amiens (1906).

tiembre de 1879. Fue carpintero como su padre, pero trabajó por su cuenta. En
su juventud, acompañó a su padre a manifestaciones libertarias y él mismo fre-
cuentó las reuniones de la agrupación anarquista del distrito 18. Después de la
guerra, en 1925, dio su adhesión al partido comunista, pero no tuvo en esta
organización más que una actividad reducida y que duró poco.

156
5
ANARCOSINDICALISMO
O SINDICALISMO
REVOLUCIONARIO

E n el Congreso celebrado enAmiens por la CGT en 1906,


había en los sindicatos anarquistas eficaces y en gran
número, para ellos la ideología libertaria era superior a
cualquier otra y el sindicato no era sino un medio para rea-
lizar este ideal.
Desde 1906-1907 hubo ante todo en los sindicatos, sindi-
calistas revolucionarios, miembros de ese Partido del traba-
jo que había llegado a ser la CGT. Por supuesto, la realidad
es más compleja, pero lo esencial es esto: entre 1904 y 1907
se operó el divorcio entre los anarquistas que, pertenecientes
o no a la organización corporativa, estaban persuadidos de
que el sindicalismo no era más que un medio entre otros
muchos para alcanzar el fin: la anarquía; y, del otro lado, los
sindicalistas revolucionarios que provenientes en su mayor
parte del anarquismo, condensarán su pensamiento en una
célebre carta, la «Carta de Amiens»:
El Congreso Confederal de Amiens confirma el artículo 2
constitutivo de la CGT.
La CGT agrupa, fuera de cualquier adscripción política, a
todos los trabajadores conscientes de la lucha a librar para la
desaparición del salario y de la patronal.
El Congreso considera que esta declaración es un recono-
cimiento de la lucha de clases que opone, en el terreno de lo

157
económico, a los trabajadores en rebelión contra todas las
formas de explotación y de opresión tanto material como
moral, puestas en práctica por la clase capitalista contra la
clase obrera.
El Congreso precisa esta afirmación teórica en los si-
guientes puntos:
En la labor reivindicativa cotidiana el sindicalismo persi-
gue la coordinación de los esfuerzos obreros, el crecimiento
del bienestar de los trabajadores para la realización de mejo-
ras inmediatas tales como la disminución de horas de traba-
jo, el aumento de salarios, etc ...
Pero esta tarea tan sólo es una faceta en la obra del sindi-
calismo: preparar la emancipación integral que no puede
conseguirse más que por la expropiación capitalista; preco-
niza la huelga general como medio de acción y considera que
el sindicato, hoy agrupación de resistencia, será, en el porve-
nir, la agrupación de producción y reparto, base de la reorga-
nización social.
El Congreso declara que esta doble tarea, la cotidiana y la
futura, se desprende de la situación de asalariados que pesa
sobre la clase obrera y que hace que todos los trabajadores,
cualesquiera que sean sus opiniones o tendencias políticas y
filosóficas, consideren un deber pertenecer a la agrupación
esencial que es el sindicato.
En consecuencia, en lo que concierne a los individuos, el
Congreso afirma la entera libertad para el sindicado de parti-
cipar, fuera del grupo corporativo, en las formas de lucha que
correspondan a su concepción filosófica o política, limitán-
dose a pedirle en reciprocidad no introducir en el sindicato
las opiniones que profese fuera.
Por lo que concierne a las organizaciones, el Congreso
decide que con el fin de que el sindicalismo alcance su má-
xima efectividad, la acción económica debe ejercerse direc-
tamente contra la patronal, no teniendo las organizaciones
confederadas, en tanto que agrupaciones sindicales, que
preocuparse de los partidos y grupúsculos que desde fuera y
al lado, pueden perseguir con toda libertad, la transformación
social 1.
Un año más tarde, en el Congreso anarquista interna-
cional celebrado en Amsterdam, agosto de 1907, el divorcio
se ha consumado. El orden del día de la novena sesión hace,
en efecto, una llamada a la discusión sobre «Sindicalismo y
Anarquismo». Un duelo verbal enfrenta a dos generaciones,
a dos concepciones de la acción obrera y política, a dos per-
sonalidades excepcionales.
En primer lugar toma la palabra Pierre Monatte. La es-
paciosa sala de Plancius está hasta los topes para escuchar
al primer orador. Antiguo colaborador del Temps Nouveaux
de lean Grave, miembro del Comité confedera! de la CGT,
fiel representante del militante obrero comprometido que
jugará un papel de primera fila en la vida sindical francesa
durante y después de la guerra, Pierre Monatte no tiene
entonces más que veinticinco años.
Mi deseo no es tanto haceros una exposición teórica del
sindicalismo revolucionario como el mostrároslo en la prac-
tica y así, hacer hablar a los hechos. El sindicalismo revolu-
cionario, a diferencia del socialismo y del anarquismo que le
han precedido en la carrera, se ha afirmado menos por teo-
rías que por actos, y es en la acción más que en los libros
donde debe ir a buscársele.

Lo que tienen en común

Habría que estar ciego para no ver lo que tienen en común


el anarquismo y el sindicalismo. Los dos persiguen la extir-
pación completa del capitalismo y del salario por medio de la
revolución social. El sindicalismo, que es la prueba de un
despertar del movimiento obrero, ha recordado al anarquis-

1 Esta carta fue votada al final del Congreso de Amiens, 8-16 de octubre

de 1906 por 834 votos de un total de 843 votantes.

1 59
mo el sentir de sus orígenes obreros; por otra parte, los anar-
quistas han contribuido no poco a arrastrar al movimiento
obrero por la vía revolucionaria y a popularizar la idea de
acción directa. Así pues, sindicalismo y anarquismo han ac-
tuado el uno sobre el otro para el mayor bien de ambos.

La originalidad de la CGT

Fue en Francia, entre los cuadros de la Confederación


General del Trabajo, donde nacieron y se desarrollaron las
ideas sindicalistas revolucionarias. La Confederación ocupa
un lugar absolutamente aparte en el movimiento obrero inter-
nacional. Es la única organización que declarándose neta-
mente revolucionaria no tiene ninguna atadura con los parti-
dos políticos, incluso con los más avanzados. En la mayoría
de los demás países que no son Francia, la socialdemocracia
juega un papel principal. En Francia, la CGT deja muy atrás,
tanto por su fuerza numérica como por la influencia que ejer-
ce al Partido socialista: pretende representar sola a la clase
obrera y rechazó abiertamente todas las ventajas que desde
hace años le habían sido ofrecidas. La autonomía le había
dado su fuerza y quiso pertenecer autónoma.
Esta pretensión de la CGT, su rechazo a tratar con los par-
tidos, le valió por parte de adversarios exasperados el cali-
ficativo de anarquista. Ninguno sin embargo más falso. La
CGT, amplia agrupación de sindicatos y uniones obreras, no
tiene doctrina oficial, pero todas las doctrinas están repre-
sentadas en ella y gozan de igual tolerancia. Hay un cierto
número de anarquistas en el comité confedera!, allí conviven
y colaboran con socialistas cuya gran mayoría -conviene
anotarlo de paso- no es menos hostil, de lo que lo son los
anarquistas, a toda idea de entente entre los sindicatos y el
partido socialista.
Estructura de la CGT

La estructura de la CGT merece ser conocida. A diferen-


cia de la de tantas otras organizaciones obreras, no es ni cen-
tralista ni autoritaria. El Comité confedera! no es, como ima-
ginan los gobernantes y los reporteros de los periódicos
burgueses, un comité director que une en sus manos el legis-
lativo y el ejecutivo: está desprovisto de toda autoridad. La
CGT se gobierna de abajo arriba; el sindicato no tiene otro
amo que él mismo; es libre de actuar o de no actuar, ninguna
voluntad exterior atará o desencadenará jamás su actividad.
Así pues, en la base de la Confederación está el sindicato.
Pero éste no se adhiere directamente a la Confederación, no
puede hacerlo más que por medio de su federación corpora-
tiva o de su Bolsa de trabajo. Es la unión entre federaciones
y la unión de las bolsas lo que constituye la Confederación.
La vida confedera! está coordinada por el comité confe-
dera!, formado a su vez por los delegados de las bolsas y de
las federaciones. Junto a él funcionan comisiones elegidas en
su seno: la comisión del periódico (La voix du Peuple), la
comisión de control con atribuciones financieras, la comisión
de huelgas y de la huelga general.
Para la regulación de asuntos colectivos el congreso es el
único soberano. Cualquier sindicato por pequeño que sea
tiene derecho a estar representado por un delegado escogido
por él mismo.
El presupuesto de la Confederación es de lo más auste-
ro; no sobrepasa los 30.000 francos al año. La campaña de
agitación que abocó en el amplio movimiento de mayo de
1906 por la conquista de la jornada de ocho horas, no absor-
bió más de 60.000 francos. Una cifra tan mezquina que
cuando fue divulgada causó la extrañeza de los periodistas.
¡Cómo! ¡La Confederación había podido mantener, con
unos miles de francos, durante meses y meses, una agita-
ción obrera tan intensa! -Es que el sindicalismo francés, tan
pobre en recursos, es rico en energía, en entrega, en entu-

161
siasmo y ésas son riquezas de las que no hay peligro de con-
vertirse en esclavo.

Una potencia

No fue sin esfuerzo y sin un amplio espacio de tiempo


como el movimiento obrero francés se convirtió en lo que
hoy conocemos. Pasó desde hace treinta y cinco años -desde
la Comuna de París- por múltiples fases. La idea de hacer del
proletariado, organizado en «asociaciones de resistencia»,
el agente de la revolución social, fue la idea madre, la idea
fundamental de la gran Asociación Internacional de Trabaja-
dores, fundada en Londres en 1864. La divisa de la Interna-
cional era, vosotros la recordaréis: La emancipación de los
trabajadores será obra de los mismos trabajadores -y ésa es
nuestra divisa, la de todos nosotros, partidarios de la acción
directa y adversarios del parlamentarismo-. Las ideas de
autonomía y federación, tan honradas entre nosotros, inspi-
raron antaño a todos aquellos que en la Internacional se irri-
taron ante los abusos de poder del Consejo general y que,
después del Congreso de la Haya, adoptaron abiertamente el
partido de Bakunin. Aún más, la misma idea de huelga gene-
ral, tan popular hoy, es una idea de la Internacional que fue
la primera en comprender la potencia que había en ella.
La derrota de la Comuna desencadenó en Francia una
reacción terrible. El movimiento obrero fue parado en seco,
sus militantes asesinados u obligados a abandonar el país.
Sin embargo, al cabo de unos años, se reconstituyó, débil y
tímido al principio, más tarde había de envalentonarse [ ... ].
[El proletariado] justamente indiferente a las querellas de
las distintas corrientes, había reformado sus uniones a las que
llamaba con un nuevo nombre: sindicatos. Abandonado a sus
fuerzas, al abrigo a causa de su misma debilidad de los celos
de las agrupaciones rivales, el movimiento sindical adquirió
poco a poco fuerza y confianza. Creció. En 1892 se consti-

162
tuyó la Federación de Bolsas. La Confederación General del
Trabajo, que desde su origen tuvo buen cuidado en afinnar su
neutralidad política, lo hizo en 1895. Entretanto, un congreso
obrero de 1894 (en Nantes) había votado el principio de la
huelga general revolucionaria. Fue por esta época cuando nume-
rosos anarquistas, dándose al fin cuenta de que la filosofía no
basta para hacer la revolución, entraron en un movimiento
obrero que hacía nacer, entre los que sabían observar, las más
bellas esperanzas. Femand Pelloutier fue el hombre que mejor
encamó, en esta época, esta evolución de los anarquistas.
Todos los congresos que siguieron, acentuaron aún más el
divorcio entre la clase obrera organizada y la política. En
1897, en Toulouse, nuestros camaradas Delasalle y Pouget
hicieron que se adoptaran las tácticas llamadas de boicot y
sabotaje. En 1900, se fundó La Voix du Peuple, con Pouget
como principal redactor. La CGT iba saliendo del difícil
periodo de sus comienzos, atestiguando cada día más su cre-
ciente fuerza. Se transformaba en una potencia con la que en
adelante, el gobierno por una parte y los partidos socialistas
por otro, debían contar.

Asalto del Gobierno

Por parte de este primero, apoyado por todos los socialis-


tas reformistas, el nuevo movimiento sufrió entonces un
terrible asalto. Millerand, convertido en ministro, trató de
gubemamentalizar los sindicatos haciendo de cada Bolsa una
sucursal de su Ministerio. Agentes a sueldo trabajaban para
él dentro de las organizaciones. Se trató de corromper a los
militantes fieles. El peligro era grande. Se conjuró gracias a
la entente que se dio entre todas las fracciones revoluciona-
rias: entre anarquistas, guesdistas y blanquistas. Pasado el
peligro, la entente se mantuvo. La Confederación -fortaleci-
da después de 1902 por la entrada en su seno de la Federa-
ción de Bolsas, por la que se realizó la unidad obrera- saca
hoy sus fuerzas de ella, y de esta entente es de donde nació
el sindicalismo revolucionario, la doctrina que hace del sin-
dicato el órgano, y de la huelga general el medio de transfor-
mación social.

Nada de sindicatos de opinión

Pero -y pido sobre este punto, cuya importancia es extre-


ma, toda la atención de nuestros camaradas no franceses- ni la
realización de la unidad obrera, ni la coalición de los revolu-
cionarios habrían podido, por sí solas, conducir a la CGT a su
grado actual de prosperidad e influencia, si no hubiéramos per-
manecido fieles, en la práctica sindical, a este principio funda-
mental que excluyó de hecho a los sindicatos de opinión: un
solo sindicato por profesión y ciudad. La consecuencia de este
principio es la neutralización política del sindicato, el cual no
puede ni debe ser anarquista, ni guesdista, ni allemanista, ni
blanquista sino simplemente obrero. En el sindicato, las diver-
gencias de opinión, a menudo tan sutiles, tan artificiales, pasan
a un segundo plano, gracias a lo cual, el entendimiento es posi-
ble. En la vida práctica, los intereses priman sobre las ideas:
pues todas las querellas entre grupos y escuelas no harán que
los obreros, por el hecho mismo de estar todos sometidos de
manera semejante a la ley del salario, no tengan idénticos inte-
reses. Y éste es el secreto del entendimiento que se estableció
entre ellos, lo que constituye la fuerza del sindicalismo y que
le ha permitido este último año, en el Congreso de Amiens,
afirmar con orgullo que se bastaba a sí mismo.

Acción directa

Mi discurso estaría seriamente incompleto si no os mos-


trara los medios con los que el sindicalismo revolucionario
cuenta para llegar a la emancipación de la clase obrera.
Estos medios se resumen en dos palabras: acción directa.
¿Qué es la acción directa?
Largo tiempo bajo la influencia de las escuelas socialistas
y principalmente de la guesdista, los obreros volvieron a
depositar en el Estado la responsabilidad de llevar a buen
término sus reivindicaciones. ¡Quién no recuerda esos corte-
jos de trabajadores, a cuya cabeza marchaban los diputados
socialistas, yendo a llevar a los poderes públicos los cuader-
nos del cuarto Estado! - Esta manera de actuar causó enor-
mes decepciones y poco a poco hizo pensar a los obreros que
no obtendrían nunca más reformas que las que fueran capa-
ces de imponer por ellos mismos, dicho de otro modo, que la
máxima de la Internacional que he citado hace un rato, debía
ser entendida y aplicada de la manera más estricta.
Actuar por sí mismos, no contar sino consigo mismo, esa
es la ación directa. Ésta, no hace falta decirlo, adopta las más
diversas formas.

Su forma más espectacular: la huelga

Su forma principal, o mejor dicho, su forma más especta-


cular es la huelga. Arma de doble filo, se decía de ella hace
poco; arma sólida y bien templada decimos nosotros, y que,
manejada con habilidad por el trabajador, puede alcanzar el
corazón de la patronal. Mediante la huelga la masa obrera
entra en la lucha de clases y se familiariza con las nociones
que se desprenden de ella; con la huelga recibe su educación
revolucionaria, mide sus propias fuerzas y las de su enemigo:
el capitalismo, toma confianza en su poder, se hace audaz.

El sabotaje

El sabotaje no es mucho menos valioso. Se le formula así:


A mala paga, mal trabajo. Como la huelga, se ha empleado

165
siempre, pero sólo desde hace algunos años ha adquirido un
significado verdaderamente revolucionario. Los resultados
producidos por el sabotaje son ya considerables, allí donde la
huelga se ha mostrado impotente ha sido un éxito para rom-
per la resistencia patronal. Un ejemplo reciente es el que se
ha dado después de la huelga y derrota de los albañiles pari-
sienses en1906: los albañiles entraron en las canteras resuel-
tos a hacer con la patronal una paz más terrible para ella que
la guerra: y en un acuerdo, unánime y tácito, se comenzó por
reducir la producción diaria; como por casualidad sacos de
yeso o cemento se encontraban estropeados, etc., etc. Esta
guerra continúa todavía en el momento actual y, repito, los
resultados han sido excelentes. La patronal no sólo ha cedi-
do muy a menudo, sino que de esta campaña de varios
meses, los albañiles han salido más conscientes, más inde-
pendientes, más rebeldes.

El espíritu revolucionario ha resucitado

Pero si considero al sindicalismo en su conjunto, sin


pararme más tiempo en sus manifestaciones particulares
¿qué apología no debería hacer de él? El espíritu revolu-
cionario se moría en Francia, languidecía de año en año. El
revolucionarismo de Guesde, por ejemplo, no era más que
de palabra, o peor aún, electoral y parlamentario; el revo-
lucionarismo de Jaures iba mucho más lejos: era sencilla y
por otro lado muy claramente, ministerial y gubernamen-
tal. En cuanto a los anarquistas, su revolucionarismo se
había refugiado con soberbia en la torre de marfil de la es-
peculación filosófica. Entre tantos desfallecimientos y por
efecto de estos mismos desfallecimientos nació el sindica-
lismo, el espíritu revolucionario se reavivó, se renovó a su
contacto, y la burguesía, por primera vez desde que la
dinamita anarquista acallara su grandiosa voz, ¡la burgue-
sía tembló!

r66
Un sindicalismo independiente

Y bien, es importante que la experiencia sindicalista del


proletariado francés beneficie a los proletarios de todos los
países. Y es tarea de los anarquistas hacer que esta experien-
cia se inicie de nuevo por todas partes donde haya una clase
obrera trabajando por su emancipación. A ese sindicalismo
de opinión que ha producido, por ejemplo, en Rusia sindica-
tos anarquistas, en Bélgica y Alemania sindicatos cristianos
y socialdemócratas; corresponde a los anarquistas oponer un
sindicalismo a la manera francesa, un sindicalismo neutro o,
más exactamente, independiente. Lo mismo que no hay más
que una clase obrera, es preciso que en cada oficio y en cada
ciudad no haya más que una organización obrera, un único
sindicato. Con esta sola condición, la lucha de clases -al
dejar de estar maniatada a cada instante por las camarillas de
las distintas corrientes de pensamiento o de las agrupaciones
rivales- podrá desarrollarse en toda su amplitud y conseguir
su máxima efectividad.
El sindicalismo, proclamó el Congreso de Amiens en
1906, se basta a sí mismo. Esta frase, lo sé, no ha sido siem-
pre bien comprendida, incluso por los anarquistas. Sin em-
bargo, qué significa ésta sino que la clase obrera, llegada a su
mayoría de edad, quiere por fin bastarse a sí misma y no
depositar ya sobre nadie la responsabilidad de su propia
emancipación ¿ Qué anarquista podría criticar algo a una
voluntad de acción afirmada tan vivamente?
El sindicalismo no pierde el tiempo prometiendo a los tra-
bajadores el paraíso terrenal. Les pide que lo conquisten ase-
gurándoles que su acción jamás resultará del todo vana. Es
una escuela de voluntad, de energía, de pensamiento fecun-
do. Abre al anarquismo, demasiado tiempo replegado sobre
sí mismo, perspectivas y nuevas esperanzas. Que todos los
anarquistas vengan, pues, al sindicalismo, su obra será más
fecunda, sus golpes contra el régimen social más decisi-
vos [ ... ].
A Pierre Monatte iba a responderle a la mañana siguien-
te el viejo combatiente Malatesta, decano del Congreso a sus
cincuenta y tres años y uno de los últimos supervivientes de
la generación bakuninista de la Internacional. Cuando se le-
vantó para tomar la palabra se hizo un gran silencio, vigi-
lante guardián de la pura doctrina anarquista:
[... ] La conclusión a la que ha llegado Monatte es que el
sindicalismo es un medio necesario y suficiente para la revo-
lución social. En otras palabras, Monatte ha declarado que el
sindicalismo se basta a sí mismo. Y esa es, según mi opinión,
una doctrina radicalmente falsa. Combatir esa doctrina será
el objeto de este discurso.

Movimiento obrero y sindicalismo

El sindicalismo, o más exactamente el movimiento obre-


ro (el movimiento obrero es un hecho que nadie puede igno-
rar, en tanto que el sindicalismo es una doctrina, un sistema
y nosotros debemos evitar confundirlos) el movimiento
obrero, digo, siempre ha encontrado en mí un defensor
resuelto, pero no ciego. Yo veía en él un terreno particu-
larmente propicio para nuestra propaganda revolucionaria,
al mismo tiempo que un punto de contacto entre las masas y
nosotros. No tengo necesidad de insistir en ello. Se me debe
esta justicia, que yo no he sido nunca de esos anarquistas
intelectuales que, cuando la vieja Internacional fue disuelta,
se encerraron voluntariamente en la torre de marfil de la
pura especulación; que no he dejado de combatir allí donde
la encontré: en Italia, en Francia, en Inglaterra y por todas
partes, esa actitud de altivo aislamiento, ni de empujar de
nuevo a los compañeros por esa vía que los sindicalistas,
olvidando un pasado glorioso, llaman nueva, pero que ya
habían entrevisto y seguido, en la Internacional, los prime-
ros anarquistas.

168
Que los anarquistas entren en el movimiento obrero ...

Quiero, hoy como ayer, que los anarquistas entren en el


movimiento obrero. Soy, hoy como ayer, un sindicalista,
en el sentido de que soy partidario de los sindicatos. No
pido unos sindicatos anarquistas que legitimarían inmedia-
tamente a los socialdemócratas, republicanos, monárqui-
cos u otros, y serían, todo lo más, buenos para dividir más
que nunca a la clase obrera contra ella misma. No quiero
siquiera sindicatos de los llamados rojos, porque no quiero
sindicatos de los llamados amarillos. Quiero, por el con-
trario, sindicatos ampliamente abiertos a todos los trabaja-
dores sin distinción de opiniones, sindicatos absolutamen-
te neutros.

. . . Pero que continúen siendo anarquistas

Así pues, estoy por una participación lo más activa posi-


ble en el movimiento obrero, pero lo estoy ante todo en inte-
rés de nuestra propaganda, cuyo campo se vería así conside-
rablemente ensanchado. Sólo que esta participación no puede
equivaler de ningún modo a renunciar a nuestras más caras
ideas. En el sindicato debemos seguir siendo anarquistas, con
toda la fuerza y la amplitud del término. El movimiento obre-
ro no es para mí más que un medio -evidentemente el mejor
de todos los medios que se nos ofrecen-. Me rehúso a tomar
este medio como fin, e incluso ya no lo quetTía si nos pudie-
ra hacer perder de vista el conjunto de nuestras concepciones
anarquistas, o más sencillamente nuestros otros medios de
agitación y propaganda.
Los sindicalistas, por el contrario, tienden a convertir el
medio en fin, a tomar la parte por el todo. Y tanto es así que,
en el espíritu de algunos de nuestros camaradas, el sindica-
lismo está a punto de convertirse en una doctrina nueva y
amenazar al anarquismo en su existencia misma.
El sindicalismo no será nunca sino legalista y conservador

Ahora bien, incluso si se le da fuerza con el epíteto bien inú-


til de revolucionario, el sindicalismo no es ni será nunca otra
cosa que un movimiento legalista y conservador sin otro fin
accesible -¡y una vez más!- que la mejora de las condiciones
de trabajo. No buscaría otra prueba de ello que la que nos brin-
dan las grandes uniones norteamericanas. Después de haberse
mostrado de un revolucionarismo radical en los tiempos en los
que todavía eran débiles, estas uniones se han convertido, a
medida que crecían en fuerza y riqueza, en organizaciones
netamente conservadoras, ocupadas únicamente en hacer de
sus miembros unos privilegiados en la fábrica, el taller o la
mina, ¡y mucho menos hostiles al capitalismo patronal que los
obreros no organizados, que ese proletariado harapiento infa-
mado por la socialdemocracia! Pues ese proletariado siempre
creciente de los sin-trabajo que no cuenta para el sindicalismo,
o más bien que no cuenta para él más que como un obstáculo,
nosotros no podemos olvidarlo, nosotros anarquistas, y debe-
mos defenderlo porque es el peor de los dolientes.
Lo repito: es preciso que los anarquistas entren en las
uniones obreras. En principio para hacer allí propaganda
anarquista, después porque es el único medio para tener a
nuestra disposición, el día requerido, unos grupos capaces de
tomar en sus manos la dirección de la producción; por último
debemos entrar allí para reaccionar enérgicamente contra
este estado de espíritu detestable que inclina a los sindicatos
a no defender más que intereses particulares.

El error de Monatte

El error fundamental de Monatte y de todos los sindica-


listas revolucionarios proviene, a mi modo de entender, de
una concepción demasiado simplista de la lucha de clases. La
concepción según la cual los intereses económicos de todos

170
los obreros -de la clase obrera- serían solidarios, la concep-
ción según la cual basta que todos los trabajadores tomen en
sus manos la defensa de sus propios intereses para defender
al mismo tiempo los intereses de todo el proletariado contra
la patronal.
A mi parecer la realidad es muy diferente. Los obreros,
como los burgueses, como todo el mundo, sufren esa ley de
la concurrencia universal que deriva del régimen y de la pro-
piedad privada y que no se extinguirá más que con ésta. No
hay pues clases, en el sentido estricto de la palabra, puesto
que no hay intereses de clase. En el seno de la misma clase
obrera existe, como entre los burgueses, la competición y la
lucha. Los intereses económicos de tal categoría obrera están
irreductiblemente en oposición con los de tal otra categoría.
Y observamos a veces que económica y moralmente algunos
obreros están mucho más cerca de la burguesía que del pro-
letariado. Comélissen nos ha proporcionado ejemplos de este
hecho recogidos en la misma Holanda. Hay otros ejemplos
de esto, no tengo necesidad de recordaros que muy a menu-
do, en las huelgas, los obreros emplean la violencia ... ¿con-
tra la policía o los patronos? Pues no: contra los kroumirs 2
que, sin embargo, son explotados como ellos e incluso son
más desgraciados aún; mientras que los verdaderos enemigos
del obrero, los únicos obstáculos para la igualdad social, son
los policías y los patronos.
Sin embargo, entre los proletarios a falta de solidaridad
económica es posible la solidaridad moral. Los obreros que
se acantonan en la defensa de sus intereses corporativos no la
conocerán, pero nacerá el día en que la voluntad común de
transformación social hará de ellos hombres nuevos.
La solidaridad, en la sociedad actual, no puede ser más
que el resultado de la comunión en el seno de un mismo

2 En Italia y Suiza se llama así a los amarillos*, a los que trabajan duran-

te la huelga. (Nota del discurso.)


* N. de la T.: amarillo, nombre popular dado en Francia a los esquiroles.

171
ideal. Ahora bien, el papel de los anarquistas es despertar a
los sindicatos al ideal, orientándolos poco a poco hacia la
revolución social -a riesgo de perjudicar esas «ventajas
inmediatas» las cuales hoy vemos tan apetitosas.

El liberado de un sindicato está perdido para la anarquía

Que la acción sindical comporta peligros es algo que no


hace falta negar. El mayor de estos peligros está, seguramente,
en la aceptación por el militante de funciones sindicales, sobre
todo cuando éstas son remuneradas. Regla general: el anar-
quista que acepte ser funcionario permanente y asalariado de
un sindicato se ha perdido para la propaganda, ¡perdido para el
anarquismo! En adelante se sentirá obligado con los que le
retribuyen, y como éstos no son anarquistas, el funcionario asa-
lariado, colocado en lo sucesivo entre su conciencia y su inte-
rés, o bien seguirá su conciencia y perderá su puesto, o bien
seguirá sus intereses, y entonces ¡adiós al anarquismo!
El funcionario es en el movimiento obrero un peligro
sólo comparable al parlamentarismo: uno y otro llevan a la
corrupción, y de la corrupción a la muerte ¡no hay más que
un paso!

La huelga general

Y ahora, pasemos a la huelga general. Por mi parte, acep-


to el principio que propago tanto como puedo desde hace
años. La huelga general me ha parecido siempre un medio
excelente para llegar a la revolución social. No obstante,
guardémonos muy mucho de caer en la nefasta ilusión de que
con la huelga general la insurrección armada se convierte en
redundancia.
Se pretende que parando brutalmente la producción, en
unos días los obreros harán padecer hambre a la burguesía

172
que, hambrienta, se verá obligada a capitular. No puedo con-
cebir absurdo más grande. Los primeros en morir de hambre
en tiempos de huelga general no serían los burgueses, que
disponen de todos los productos acumulados, sino los obre-
ros que no tienen más que su trabajo para vivir.
La huelga general tal y como se nos describe por antici-
pado es una pura utopía. O bien el obrero cuando se muera
de hambre después de tres días de huelga, entrará en el taller,
la cabeza baja, y sumaremos una derrota más; o bien querrá
apoderarse de los productos a viva fuerza. ¿Ya quién encon-
trará delante para impedírselo? A los soldados, a los gendar-
mes, si no a los mismos burgueses, y entonces habrá que
resolver la cuestión a balazos y con bombas. Será la in-
surrección y la victoria será para el más fuerte .

. . . No hace inútil la insurrección armada

Preparémonos, pues, para esta insurrección inevitable en


lugar de limitamos a preconizar la huelga general como una
panacea para todos los males. Que no se objete que el gobier-
no está armado hasta los dientes y siempre será más fuerte
que los revoltosos. En Barcelona, en 1902, la tropa no era
numerosa, pero no se estaba preparado para la lucha armada
y los obreros, no comprendiendo que el poder político era el
verdadero adversario, enviaban delegados al gobernador para
pedirle que hiciera ceder a los patronos.
Por otra parte la huelga general, incluso reducida a lo que
realmente es, aun así es una de esas armas de doble filo
que no hay que emplear más que con mucha prudencia. La
necesidad de subsistencia no podría admitir una suspensión
prolongada, haría falta apoderarse por la fuerza de los medios
de aprovisionamiento, y eso enseguida, sin esperar a que la
huelga se haya convertido en insurrección.
No es, pues, tanto invitar a los obreros a parar el trabajo:
sino más bien a continuarlo por cuenta propia. Falta de recur-

r73
sos, la huelga general se transformaría pronto en escasez
general, incluso aunque al principio se hubiera sido lo bas-
tante enérgico para apoderarse de todos los productos acu-
mulados en los comercios. En el fondo la idea de huelga
general tiene su origen en una creencia del todo errónea: la
creencia de que con los productos acumulados por la bur-
guesía, la humanidad podría consumir, sin producir, durante
no sé yo cuántos meses o años. Esta creencia inspiró a los
autores de dos folletos de propaganda publicados hace una
veintena años: Los productos de la tierra y los productos de
la industria 3 , y esos folletos han hecho, a mi parecer, más
mal que bien4 . La sociedad actual no es tan rica como se
piensa, Kropotkin mostró en algún sitio, que en una supues-
ta parada brusca de producción, Inglaterra no tendría víveres
más que para un mes y Londres no tendría más que para tres
días. Sé muy bien que existe el conocido fenómeno de la
superproducción pero toda superproducción tiene su correc-
tivo inmediato en una crisis que lleva a la industria rápida-
mente al orden. La superproducción no es nunca más que
temporal y relativa.

El fin es la Anarquía

Ahora es preciso concluir. Antaño deploré que los com-


pañeros se aislasen del movimiento obrero, hoy deploro que
muchos de entre nosotros, cayendo en el exceso contrario, se
dejen absorber por este movimiento. Decir una vez más, la
organización obrera, la huelga, la huelga general, la acción
directa, el boicot, el sabotaje y la misma insurrección arma-
da no son más que medios. Elfin es la anarquía, la revolución

3 Ginebra 1885, y París 1887. Estos folletos, atribuidos a Elíseo Reclús,

son obra de uno de sus colaboradores suizos, actualmente retirado del movi-
miento (nota del discurso).
4 Es un error que el texto diga: más bien que mal (nota de la Redacción).

1 74
anarquista que nosotros queremos sobrepasa con mucho los
intereses de una clase: se propone la completa liberación de
la humanidad actualmente esclavizada desde un triple punto
de vista, económico, político y moral. Guardémonos, pues,
de todo medio de acción unilateral y simplista. El sindicalis-
mo, medio de acción excelente por las fuerzas obreras que
pone a nuestra disposición, no puede ser nuestro único medio.
Y menos aún debe hacernos perder de vista el único fin que
merece un esfuerzo: ¡La Anarquía!5.
De este modo, para el movimiento anarquista francés, los
años 1906-1907 marcan una importante etapa: excelentes
militantes, quizá los mejores, al menos aquellos que, mezcla-
dos en la vida cotidiana de los trabajadores habían dado a
la ideología libertaria el sentido de lo concreto y una
audiencia todavía inigualada, se distancian de sus grupos y
ya no volverán a ellos.
1906 y 1907 son, para el anarquismo francés, los prime-
ros años de un empobrecimiento en capital humano e ideo-
lógico del que el movimiento no se levantará jamás.

5 Los discursos de Monatte y de Malatesta están reproducidos, según el


informe aparecido, bajo el título: Congreso anarquista celebrado en Amster-
dam, agosto 1907, París 1908 (nota de Redacción).

175
6
LA BANDA DE BONNOT

Acta de acusación

E l 21 de diciembre de 1911, una considerable emoción se


apoderaba de todos en París al conocer la noticia del
atentado de la calle Ordener.
A las nueve de la mañana, en medio de la calle, un cobra-
dor de la Societé Générale había sido víctima de una tenta-
tiva de asesinato; los malhechores llegados en automóvil
habían vuelto a subir en el coche disparando sobre cualquie-
ra que tratara de perseguirlos. Habían desaparecido sin dejar
huella.
Dos días después, en la noche del 23 al 24 de diciembre,
la armería del Sr. Foury, calle Lafayette nº 70, era saqueada,
y el 9 de enero de 1912 se conocía, no sin espanto, el robo
cometido en la manufactura de armas americanas, en el nú-
mero 54 del bulevar Haussmann: una gran cantidad de pisto-
las Brownings y carabinas habían sido robadas.
No cabía duda, esos robos se habían cometido con la
intención de servir a otros atentados.
En efecto, en la noche del 15 al 16 de febrero el automó-
vil del Sr. Malbec, industrial de Beziers, era sustraído y el 22
de febrero era encontrado, abandonado en Amay-le Duc.
Una avería había impedido a los malhechores llegar hasta
Niza donde habían proyectado asesinar y desvalijar a un
cobrador del Comptoir d'Escompte. Este revés no les para-
ría, advertidos de que había grandes sumas reunidas la vís-
pera de la paga de los mineros en las afueras de Alais, no
dudan en decidir esta expedición.
En la noche del 26 al 27 de febrero, roban en Saint-Mandé
el automóvil del Sr. Buisson y toman la carretera de Niza, pero
esta vez tampoco consiguen alcanzar su objetivo. Obligados a
hacer en Pont-sur-Yonne una reparación imprevista en el
coche, entran en París. En la Plaza del Havre el agente Garnier
se dispone a ponerles una multa, le matan y desaparecen.
Los volvemos a encontrar en Pontoise en la noche del 28
al 29 de febrero: el automóvil de Buisson, si bien no les había
permitido alcanzar Alais, les había llevado hasta allí; trataron
de desvalijar el despacho del notario Tintant, no sin antes
haber hecho numerosos disparos de revólver contra él y el
señor Coquart.
Por fin, el 25 de marzo, en Montgeron se produce el ase-
sinato del conductor Mathille, de su compañero Cérisoles, y
el robo del automóvil que conducían, todo esto con el propó-
sito de ir dos horas más tarde, a las diez de la mañana, a
cometer los atentados de Chantilly.
Estos crímenes, cuya investigación y arresto de sus auto-
res condujeron el 24 de abril a la terrible muerte del Sr. Jouin,
el animoso y sacrificado subjefe de la Sureté, fueron cometi-
dos en tres meses. Todos denotan el mismo plan, el mismo
modo de ejecución, los mismos hombres 1.
Estos hombres son los que, desde hace dos años, la pren-
sa y la opinión pública llama los «bandidos trágicos», «la
banda de Bonnot».
Son una veintena de jóvenes. Callemin, llamado Ray-
mond la Ciencia tiene veintidós años al comienzo del asun-
to. Nacido en Bruselas de padre zapatero, es un hombrecillo

1 Gazette des Tribuneaux, 3 y 4 de febrero de 1913. Extracto del acta de

acusación.
robusto y miope de tez lampiña. Buen camarada, muestra
por las mujeres una absoluta indiferencia que se atribuye a
un desengaño sentimental con una estudiante rusa en Bélgi-
ca. Su inmoderado amor por la lectura le valió su apodo, afi-
cionado a la música y al teatro, este hombre que tiene horror
físico por la violencia, dominará esta «debilidad» para con-
vertirse por bravata en un asesino cínico y frío.
Carouy es también belga. Siete años mayor que Callemin,
este tornero metalúrgico con sus brazos cortos y sus ma-
nos enormes, <forjado en hércules castizo, de cara gruesa,
fuertemente musculoso, iluminado por unos ojillos tímidos y
astutos» 2 es de una inteligencia más bien por encima de la
media.
He aquí a Garnier: «hermoso muchacho, moreno, silen-
cioso, de ojos negros extrañamente duros y ardientes» 3, hijo
de un peón caminero de Fontainebleau, militante sindicalis-
ta pasado al ilegalismo, desertó del servicio militar y fue
presa de sus malas compañías. Es un «duro». La familia de
Valet conoció reveses de fortuna; el muchacho también
desertó, uniendose a Garnier en Bélgica. « Verdadera evoca-
ción de Poil de Carotte», no desprovisto de instrucción, de
un coraje a toda prueba, «es una de las figuras más atracti-
vas de este curioso ambiente» 4•
En cuanto a Soudy: «muy pálido, de pe,fil agudo, acento
populachero, ojos grises y dulces» 5 era, decía él, un «no
afortunado». Después de una infancia abandonada y sin ter-
nura, fue dependiente de ultramarinos desde los once años
de edad. Condenado varias veces por su actividad sindical,
salió de prisión tísico y rebelde. Será «el hombre de la cara-
bina» del asunto Bonnot.
Todos estos «desde fuera» se encuentran en Romainville,
en la sede de la anarquía. El periódico fundado por Libertad

2 Y3 Víctor Serge, Mémoires d'un révolutionnaire, págs. 22 y 40.


4 Victor Méric, Les Bandits tragiques.
5 Víctor Serge, ibid., pág. 42.

179
es dirigido ahora por Rirette Maitrejean quien sucedió a
Lorulot. Ella vive con Kibaltchiche, que en aquel entonces
firmaba como Le Rétif* sus articulas en la anarquía, y que en
la Rusia bolchevique se convertiría en Victor Serge, cono-
ciendo bajo este nombre la celebridad como escritor revolu-
cionario trotskista, es un joven de ojos negros, labios delga-
dos, diferente de los demás: aspecto cuidado, voz suave y
acariciadora, gestos un poco amanerados y declaraciones
de teórico que denotan al intelectual6 •
Todo habría comenzado una tarde de diciembre de 1911
en un pequeño alojamiento de Montmartre. Ante algunos ile-
galistas Bonnot exclama: «¿No estáis hartos de esta existen-
cia miserable que os procuran los escasos robos, la venta de
bicicletas robadas a lo largo de las aceras, el pase de algunas
monedas falsas o incluso el irrisorio salario de la fábrica,
ganado tan penosamente bajo la mirada del capataz, cabo de
varas del patrón?» 7 •
El hombre que hace estas declaraciones y va a imponerse
como jefe de la banda es ajeno a este ambiente. Originario de
Doubs, nace en 1876 de padre obrero fundidor. Tiene cinco
años cuando pierde a su madre y su maestro le considera «un
alumno inteligente pero perezoso, indisciplinado, insolente,
constantemente expulsado de clase, brutal con sus compañe-
ros8 ». Desde su aprendizaje donde es colocado al salir de la
escuela primaria, sufre varias condenas. Bien calificado en
el servicio militar, se casa en 1901, hábil obrero mecánico
trabaja en Suiza, en Lyon, en Saint-Etienne, pero su activi-
dad de militante sindicalista y anarquista le lleva pronto a
irregularidades en el trabajo. Además, un importante acon-
tecimiento marca entonces su vida. En Saint-Etienne, el se-

6 Nosotros hemos presentado gracias a un dossier de archivos el itinerario

intelectual «de Kibaltchiche a Víctor Serge». Cf. Le Mouvement social (nº 47,
Les Editions ouvrieres).
7 Le Journal, 24 de abril de 1913, notas de Callemin.

8 Détective, 27 de octubre de 1938.

* N. de la T.: Le Rétif, en español «El Reacio».

rSo
cretario de su sindicato, en cuya casa se aloja, seduce a su
mujer que le abandona, privándole así de su hijo. Hasta
1911 no dejará de intentar volver a verla pidiéndole en vano
que reemprendan sus relaciones conyugales. Por otra parte,
pasa por un sentimental, acosado por la policía de toda
Francia, con su cabeza puesta a precio, se preocupa de su
amante encarcelada, le envía dinero, y disfrazado de sacer-
dote irá incluso a hacer una visita a su abogado 9. En 1907
deja de trabajar regularmente. Fabricante de moneda falsa,
a partir de 1910 se especializa en el robo de autos y, con
un socio, monta un taller de reparaciones que le sirve para
dar salida a la mercancía robada.
Es entonces cuando entra en relaciones con Dubois, que
tiene un garaje en el extrarradio parisién, así como con Gar-
nier. Desde 1908 vive en casa de un guarda del cementerio a
cuya mujer ha convertido en su amante.
A los treinta y cinco años es un hombre de rasgos enérgi-
cos, pocas palabras y penetrantes ojillos grises. Después de
haber llevado una vida semilegal, ha escogido. Está al mar-
gen de la sociedad e irá hasta el final de este camino sin sali-
da, con coraje sin duda, pero animado de una fría resolución
que excluye toda humanidad.
En octubre de 1911 las cosas han empezado a irle mal.
Descubierto por la policía, Bonnot esta a punto de ser arres-
tado. En noviembre, vuelve de Lyon en coche con un anar-
quista italiano, un tal Sorentino, llamado Platane o Platano
que lleva encima varias decenas de miles de francos que
acaba de heredar. ¿Qué es lo que pasó? Se ignora. El anar-
quista italiano habría manipulado un revólver, Bonnot, a su
vez, lo habría tomado y, al devolvérselo a su propietario, se
habría escapado un tiro que alcanzó a Platane en la cabeza.
Bonnot paró el coche, tumbó a su compañero de viaje al borde
de la carretera, y como se acercaba un guarda forestal acabó
con su camarada y huyó, no sin antes haberle despojado.

9 Le Journal, 2 de mayo de 1913, Souvenirs et revelations de Bellonie.

181
Esta aventura, misteriosa en ciertos aspectos, unida a un
pasado ya turbio, le confirió prestigio cerca de sus amigos.
Planearon diferentes golpes. Sin embargo, de creer a Calle-
min fue «completamente improvisado cómo tuvo lugar, el
primero, el atentado de la calle Ordener» 10•
El 21 de diciembre de 1911 a las 8h 45m, Callemin, Bon-
not, Garnier y un cuarto individuo asaltan a dos empleados
Caby y Peemans de la Société Générale. Garnier hace dos
disparos de revólver sobre Caby, huyen con el botín y vaga-
bundeando la banda llega a Dieppe, abandona el coche y
vuelve a París en tren.
Allí llevan una existencia miserable de bestias acosadas.
Cuando algunos días más tarde Callemin va con Garnier a
refugiarse por unos momentos en casa de Rirette Maftrejean
y Kibaltchiche, uno y otra sienten «la fatiga y el desánimo,
la huida y la derrota» 11 •
Sin embargo, esto no es más que el principio. Los golpes
de mano suceden a los golpes de mano, los robos de autos a
los saqueos de armerías. En la noche del 2 al 3 de enero de
1912, en Thiais, un nonagenario y su sirvienta son asesi-
nados por seis bandidos, uno de los cuales era Carouy, que se
dan a la fuga llevándose 60.000 francos. El 27 de febrero,
hacia las 8 de la tarde, Callemin, Bonnot y sus amigos son
abordados por un agente en la Plaza del Havre, Callemin
le abate de un disparo de revólver. Un mes más tarde, en
Montgeron y Chantilly, será en el atraco a una sucursal de la
Société Geénérale donde encuentren la muerte dos empleados.

A la búsqueda de los bandidos

El miedo se apodera de la opinión pública. Los «bandi-


dos trágicos» son el tema de conversación, ocupan la «pri-

1 º Le Joumal, 26 de abril de 1913, notas de Callemin.


11 Le Matin, 26 de agosto de 1913, «Souvenirs d'anarchie» por Rirette
Maí:trejean.

182
mera plana» de los periódicos de gran tirada. Un diputado
radical, F. Bouillon, interpela en la Cámara al Ministro del
Interior. Se despliega un número considerable de fuerzas
policiales, pero las investigaciones se estancan. Todas las
comisarías reciben junto a las fotografías de Bonnot, Carouy
y Garnier la siguiente circular:
Colocar un cartel con las fotos sobre una pared bien ilu-
minada y que permita retroceder de 1,50 a 2 metros. Fijar el
vértice de la cabeza de cada foto (de perfil y de frente) a la
altura indicada sobre la cara, la de perfil a la izquierda de
la de frente y a la misma altura. Aplíquense en la observación
de los rasgos uno por uno: especialmente la forma del caba-
llete de la nariz (hundido, rectilíneo o prominente), la incli-
nación y altura de la frente y los detalles de la oreja.
Observar con más detenimiento:
1º En lo concerniente a Bonnot, su nariz cóncava con la
base levantada, la prominencia de su mandíbula (prognatis-
mo ), su frente despejada, sus ojos pequeños y azules. Seña-
lamos también una ligera verruga en medio de la mejilla
derecha, entre la oreja y la nariz, talla 1 m 59 cm, edad actual
treinta y cinco años.
2º En lo concerniente a Carouy, (para el perfil) su nariz
de forma cóncava tiene la base levantada y sus aletas son a la
vez gruesas y anchas. Señalamos igualmente la boca muy
grande y los párpados superiores ocultos. Talla 1 m 64 cm,
ojos castaños, edad actual veintinueve años.
3° En lo concerniente a Garnier, lo primero que hay que
tener en cuenta es que la fotografía fue tomada hace cuatro
años, cuando Garnier no tenía más que dieciocho años. El
aspecto del rostro seguramente habrá cambiado, pero las par-
ticularidades citadas más adelante deben subsistir, a saber: la
implantación irregular de la oreja izquierda, más alejada de
abajo que de arriba, la notable longitud de sus cejas, el gro-
sor de sus labios, el bello dibujo de su nariz.
Señalemos para terminar, dos pequeñas cicatrices sobre el
pómulo derecho, entre la oreja y el ojo, y otra cicatriz de
aproximadamente 1 cm situada arriba y a la izquierda de la
frente, cuatro cm por encima de la ceja.
Talla 1 m 66 cm, ojos muy obscuros (marrones).
Ante los fracasos de la policía la opinión publica se irri-
ta y tragedia y comedia se mezclan; para burlarse de la
gente, Garnier dirige a Le Matin una carta de la que respe-
tamos la ortografía:

París, el 19 marzo 1912


4h 25 del mediodía.

Señor Redactor en jefe:


Quiere insertar la siguiente.
A los Señores Gilbert, Guichard y Cía.

Desde que por su mediación la prensa ha puesto mi


modesta persona en primera plana para gran alegría de todas
los porteros de la capital, ustedes anuncian mi captura como
inminente, pero, creedlo bien, todo ese ruido no me impide
gustar en paz las alegrías de la existencia.
Como ustedes lo han muy bien confiesan en diferentes
ocasiones, no es por su sagacidad por lo que han podido
encontrarme, sino gracias a un chivato que se había introdu-
cido entre nosotros. Estén persuadir que yo y mis amigos
sabremos darle la recompensa que merece, así por otra parte
como a algunos testigos por demasiado locuaces.
Y su prima de 10.000 francos ofrecida a mi compañera
para venderme, qué miseria para ustedes tan pródigo de los
denarios del Estado; ¡decuplad la suma, Señores, y me entre-
go atado de pies y manos a Vuestra Merce con armas y
bagajes!
¿ Ustedes lo confesaré? Su incapacidad para el noble ofi-
cio que ustedes ejercen es tan evidente que me entraron
ganas, hace algunos días, de presentarme en vostras oficinas
para darles algunas informaciones complementarias y corre-
gir algunos errores, queridas o no [ ... ]

185
Yo sé que esto tendrá un fin en la lucha que se ha enta-
blada entre el formidable arsenal del que dispone la sociedad
y yo. Yo sé que SERÉ VENCIDO, SERÉ EL MÁS DÉBIL
pero espero hacer pagado caro vuestra victoria.
En espera del placer de encontrarles.
Gamier 12 •

La muerte de Dubois y de Bonnot en Choisy-le Roi


el domingo 28 abril 1912

Las grandes citas no iban a tardar. El 30 de marzo, Soudy


era arrestado en Berck-sur-Mer; el 2 de abril Carouy y Calle-
min eran detenidos; finalmente el 24 de abril, era el turno de
Monier acusado de participar en el crimen de Montgeron-
Chantilly.
Al ir a inspeccionar al Petit-Ivry el domicilio de Gauzy,
que había dado hospitalidad a Monier, el subjefe de la Sure-
té Jouinfue asesinado por Bonnot, que la noche de la víspe-
ra había pedido asilo a Gouzy. Bonnot protagonizó entonces
una extraordinaria fuga: después de haber matado a Jouin y
herido gravemente a uno de los inspectores que le acompa-
ñaban, se hizo el muerto y cuando se ocupaban del herido
aprovechó para desaparecer. Sin embargo, cuatro días más
tarde, su refugio era descubierto en el domicilio de lean
Dubois, revolucionario nacido en 1870 en Rusia, en la pro-
vincia de Odesa y que tenía un garaje en Choisy-le-Roi.
El 28 al alba la casa estaba cercada.
Poco después de la operación uno de los comisarios
redactó un informe manuscrito. Este informe fue corregido
con otra tinta con vistas a una redacción definitiva, en una
nota figura una variante importante. Hela aquí:
Nosotros Xavier Guichard, etc ... (sic).

12 Cf. Le Matin, 21 de marzo de 1912.

186
Visto que de los informes recogidos, resulta que un tal
Dubois, conocido anarquista, inquilino de un garaje situado
en la calle Jules Valles en Choisy-le Roi, sería susceptible de
dar asilo al asesino del Sr. Jouin,
Nos trasladamos, acompañado del Sr. Legrand, subjefe de
nuestro servicio; del Sr. Guillaume, nuestro secretario: del Sr.
Tanguy, secretario del Sr. Legrand y de catorce inspectores
de nuestro servicio a la dirección citada anteriormente.
El garaje que el citado Dubois ocupa en la calle Jules
Valles pertenece a un tal señor Fromentin, propietario, que
reside en las cercanías, actualmente ausente de su domicilio.
Esta construcción hecha en ladrillos de yeso, con tejado
de tejas rojas está situada en medio del campo. Está comple-
tamente aislada por sus cuatro fachadas de las casas vecinas.
Comprende una planta baja a la que se entra por una amplia
puerta con dos batientes, colocada sobre la parte derecha, y
un primer piso al que se accede por una escalera exterior, edi-
ficada en la parte izquierda del caserón.
A nuestra llegada, la puerta del garaje está abierta. En el
interior y casi en el umbral, el llamado Dubois estaba ocupa-
do en reparar una motocicleta.
Se levanta a la vista de los agentes uno de los cuales, el
inspector Arlan, grita «Policía», y entra precipitadamente en
el interior del taller saliendo al instante armado con un revól-
ver: hace fuego, los agentes responden inmediatamente con
sus armas que bajan a una orden nuestra 13 . Conminamos a
Dubois, que se ha refugiado de nuevo al fondo del taller, a
que salga y gritamos: «Arriba las manos, no dispare, salga
con las manos en alto, no le haremos daño».
Dubois reaparece, pero para disparar nuevamente dos
tiros sobre el grupo formado por nosotros y los inspectores,
uno de los cuales, Arlan, es alcanzado en la muñeca derecha

13 Otra versión: Alcanzado por uno de los proyectiles, Dubois se retira

rápidamente dentro del taller y se refugia detrás de un coche que está allí, gri-
tándonos: ¡Asesinos! ¡Asesinos!

187
Los agentes tiran a su vez sobre él, y Dubois desaparece de
nuevo detrás de un automóvil colocado en medio del garaje.
Damos orden de cercar la casa. Pero en el momento que
llegamos a la otra fachada, un individuo moreno, de talla
pequeña, aparece sobre el descansillo, a modo de balcón, de
la escalera exterior situada sobre esta fachada, viste un pan-
talón de color oscuro y una camisa clara.
Este hombre, en el que el Sr. Legrand, nuestros agentes
y nosotros reconocemos a Bonnot, realiza dos disparos de
revólver sobre el grupo que intentaba subir la escalera, y sobre
los que, corriendo, se apresuran a rodear la casa.
Uno de sus proyectiles alcanza a nuestro lado al inspector
Augene al que ayudamos a levantarse y hacemos que se lo
lleven unos transeúntes.
Bonnot, entrando y saliendo alternativamente de su habi-
tación, dispara sobre nosotros, nuestros hombres responden;
pero después de considerar las posiciones que hemos toma-
do, se retira y no vuelve ya sobre la plataforma, aunque con-
tinúa disparando desde la ventana.
Teniendo la casa completamente cercada, solicitamos agen-
tes y gendarmes a la Alcaldía de Choisy, a la que informamos.
Nosotros informamos inmediatamente por teléfono al
Sr. Prefecto de Policía y al Sr. Procurador de la República.
Entre las 8h y las 8,30h, llegan al lugar algunos agentes
de la policía municipal de Choisy-le-Roi y algunos gendar-
mes de las localidades vecinas. Con estos efectivos comple-
tamos las disposiciones que habíamos tomado desde el prin-
cipio de este asunto.
El Sr. Rondu, alcalde de Choisy-le-Roi y el Sr. Rebut,
comisario de policía nos prestan su colaboración.
De 9h a 10h recibimos nuevos refuerzos, del cuartel de la
gendarmería, guardias municipales y guardias republicanos.
El Sr. Prefecto de Policía toma la dirección de la operación.
El Sr. Procurador de la República, el Substituto Sr. Saute-
reau y el Sr. Gilbert, Juez de instrucción, están igualmente
presentes.

188
Protegido por un carro de paja prestado por los señores
Perche y Mathieu de Choisy-le-Roi, el lugarteniente Sr. Fon-
tan de la guardia republicana, coloca en el ángulo noroeste de
la casa dos cargas de dinamita que en la segunda tentativa
provocan la caída de la cara oeste del garaje.
Penetramos entonces en el garaje acompañados del
lugarteniente Sr. Fontan, del Sr. Legrand subjefe de la Sureté,
del Sr. Comisario especial de Halles y de agentes de policía.
En la planta baja, tumbado sobre su espalda, detrás de un
automóvil alcanzado por el incendio provocado tras la explo-
sión, encontramos el cadáver de un individuo que las perso-
nas de la localidad allí presentes reconocen formalmente
como el llamado Dubois. Aún tiene su revólver en la mano
izquierda, todavía cargado con dos balas, hay tres casquillos
vacíos tirados.
Cogemos esta arma para colocarla ulteriormente bajo pre-
cinto.
Comprobamos entonces que no existe ningún medio de
comunicación interior entre esta pieza de la planta baja y la
del primer piso, en la que vimos encerrarse un individuo que
nos pareció el llamado Bonnot.
Acompañado del Sr. Paul Guichard, Comisario especial
de Halles, del lugarteniente Fontan y de agentes de policía,
subimos a la otra pieza por la escalera exterior anteriormen-
te citada.
El piso al que accedemos de este modo se compone de
una primera pieza, desprovista de muebles, que sirve de en-
trada y de una segunda habitación.
Sobre el piso de esta habitación se observan una gran can-
tidad de casquillos vacíos de revólver y varios centenares de
cartuchos de bala que están esparcidos por el suelo, prueba
de la velocidad con la que el ocupante de la pieza vacía sus
cajas de munición para cargar sus armas.
Al fondo de la habitación se observa una cama cuyos
colchones están doblados, el Sr. Guichard, Paul, Comisario
especial de Halles levanta uno de los colchones y grita:
«¡Bonnot esta aquí! ¡Está vivo!». La cabeza y la parte de arri-
ba del cuerpo de Bonnot son visibles, él grita «¡Cerdos!» y
hace un disparo de revólver. Nosotros respondemos, pierde
el conocimiento, le sacamos del lecho donde podemos ver
que está sentado con las piernas en el espacio entre la cama
y la pared, todo el cuerpo protegido por los colchones, segu-
ramente para protegerse de las balas de fusil Lebel que al
atravesar los muros podían alcanzarle.
Hacemos que lo trasladen, pero a los agentes que le llevan
les cuesta mucho trabajo protegerle de un gentío exasperado
que, pese a su estado, le golpea encarnizadamente.
Introducido en un coche es conducido rápidamente al
Hotel Dieu adonde llega hacia las 12h 35m. A la lh 15m
expira. El cuerpo es conducido a la Morgue a las 2h 30m
donde a la lh había sido depositado el cadáver de Dubois.

La muerte de Garnier y Valet en Nogent-sur-Marne,


el 15 de mayo de 1912

Quince días más tarde, se reproducía una escena análo-


ga en Nogent-sur-Marne. En esta ocasión, después de un
verdadero asedio, Garnier y Valet fueron muertos a su vez.
Un informe de policía que describía la escena fue redactado
poco después 14 •
Eran las 6h de la tarde del 14 de mayo de 1912 cuando he
llegado a Nogent, a la calle Hoche, a la entrada de una som-
breada alameda que conducía a la casa designada como el
refugio de Garnier y Valet.
El Sr. Guichard está ya allí con un cierto número de ins-
pectores, alguno de ellos están provistos de escudos. Silen-
ciosa y rápidamente, avanzan por la alameda, a lo largo de

14 Sin duda se trata de un borrador con vistas a un informe más acabado.

Por ello no tiene mayor interés, y nos hemos contentado con reunir sólo algu-
nos párrafos compuestos, a menudo, por una única y breve frase.
los jardincillos, hacia la casa todavía oculta a nuestros ojos
por las otras villas. Yo estoy a alguna distancia; la pequeña
tropa se detiene cerca de una casa a cuyo abrigo se puede
observar la de los bandidos.
De repente, oigo la voz del Sr. Guichard, unas breves pala-
bras y enseguida estallan unos disparos. Bajo la dirección de
su jefe, los inspectores rodean la casa y cercan todos los
pasos que podrían permitir huir a los malhechores.
Con los primeros disparos de revólver una mujer ha
abandonado el refugio de los bandidos entregándose al Jefe de
la Súreté, es la amante de Gamier. No pone ningún reparo en
confesar que sus compañeros no son otros que Gamier y Valet,
añade que están armados con grandes revólveres, que tienen
gran cantidad de munición y que no se dejarán coger vivos.
La casa en la que se han encerrado Gamier y Valet está
dispuesta de tal manera que se presta mucho mejor a la
defensa que al ataque. En efecto, por un lado da a la calle del
Viaducto de Nogent, de la que está separada por una reja y
un bosquecillo de matas que la oculta en parte, y por la otra
da a un jardincillo al cual se accede por la alameda que ter-
mina en la calle Roche.
Detrás de los escudos, los inspectores de la Súreté disparan
con sus revólveres: Gamier y Valet responden con fuego muy
nutrido y preciso. Numerosas balas se hunden en los escudos.
Al darme cuenta de que los malhechores no tenían ya
posibilidad de escaparse por los jardincillos, gané la calle
del Viaducto para asegurarme de que por ese lado se habían
tomado igualmente todas las medidas para impedir la fuga de
los bandidos. El Sr. Jean, oficial de la policía municipal,
había dispuesto a los policías municipales de paisano a
ambos lados del inmueble asediado, reforzando la vigilancia
ya establecida por algunos inspectores emboscados.
Volví a los jardines, los bandidos seguían respondiendo a
los disparos de los agentes de policía. Hacia las 6 horas y
media el brigadier Fleury resulta herido, después lo es Car-
yousse.
Gendarmes armados con carabinas y guardias municipa-
les del extrarradio vienen como refuerzo de los inspectores.
Hacia las 7 horas llegan los zuavos*, dicen que tres compa-
ñías, muchos sin armas. Se utiliza a casi todos en el servicio
de orden a lo largo del viaducto y para contener a la gente
que se ha arremolinado.
Algunos zuavos armados, quizá una docena, pasan por el
lado de los jardines; cuatro de ellos han subido al primer piso
de una villa enfrente de la de los bandidos y disparan en
su dirección bajo las órdenes de su oficial, el lugarteniente
Toumier, creo.
Unos gendarmes también disparan. Es fácil darse cuenta
de que el fuego de los sitiadores, inspectores, zuavos o gen-
darmes no causa ningún daño a los sitiados, a quienes es rela-
tivamente fácil escapar a las balas al abrigo de los muros de
la casa, con la posibilidad además de moverse de la bodega
al desván.
El fuego continúa para mantener en vilo a los bandidos
que, por otra parte, responden con bastante regularidad.
Esperamos el lanzamiento de una bomba que permitirá
abrir una brecha y tomar por asalto la villa Bonhours. Un
poco después de las 8 horas, el Sr. Kling, Director del Labo-
ratorio Municipal, lanza con éxito tres paquetes de melinita
desde lo alto del viaducto sobre la casa, una sola explosión.
El efecto es nulo.
Hay que preocuparse de la noche que se avecina hacien-
do el asalto más aleatorio, las oportunidades de fuga mayo-
res. Yo solicito a París antorchas y veinte guardias de las
compañías de reserva. Los guardias llegan trayendo las an-
torchas.
Hacia las nueve horas y media, el guardia ciclista de la
reserva, Gamarre, desde lo alto de un pequeña pendiente que
domina el jardín de Gamier y Valet, lanza una bomba que

* N. de la T: zuavo: soldado perteneciente a un cuerpo de infantería ligera


francesa.
acaba de preparar el Sr. Kling. A esta bomba va unida un
bidón de gasolina.
La bomba estalla, el efecto es nulo.
No hay más melinita.
En ese momento se piensa en esperar el día para intentar
el asalto. Hago una petición de guardias municipales y cin-
cuenta guardias republicanos, para el caso de que fuera indis-
pensable cercar la casa y guardarla hasta que se haga de día.
Hay que prever, en efecto, frecuentes relevos, debiendo tener
una vigilancia más estrecha y severa.
El número de curiosos aumenta.
Veinticinco petardos de melinita son traídos al lugar por
un lugarteniente de los zuavos, pero pasan las horas. Por fin
todo está preparado para lanzar los explosivos por el lado del
jardín.
El comandante de los zuavos nos hace saber en ese mo-
mento que será más fácil poner el ingenio por el lado de la
calle. Decidimos hacerlo así
Los preparativos son muy largos. Una primera tentativa
no da resultados.
Un poco después de las dos de la mañana, los veinticinco
petardos de melinita 15 son colocados por dos lugartenientes
del 23 de dragones, la explosión no produce más que un
mínimo efecto sobre el inmueble
En la villa se hace el silencio.
¿Qué ha sucedido con los dos malhechores?
Un habitante de Nogent se ofrece a entrar con su perro,
entra cubierto por un escudo, el revólver en la mano; azuza a
su perro pero el animal se pone a ladrar y a correr por el
jardín. El lugareño se retira.
Algunos instantes después, el Sr. Guichard entra en el
jardincillo con dos inspectores y un guardia municipal: Gui-
llebeaud de la Reserva y el lugarteniente de los zuavos de

15 En el margen hay una interrogación, sin duda relativa al número de

petardos, puesto que ya había tenido lugar una primera tentativa.

1 93
paisano Toumier -los dos inspectores y el guardia sólo tienen
escudos- inspeccionan la casa, los bandidos no disparan;
ningún ruido. El Sr. Guichard hace retirar al lugarteniente y
a los agentes y vuelve él mismo por el camino del viaducto.
¿Están todavía vivos los bandidos? ¿Están aturdidos por la
última explosión?
Consultado el Sr. Prefecto de Policía da orden al Sr. Gui-
chard de entrar, teniendo cuidado en hacer pasar en primer
lugar a los hombres provistos de escudos; el Jefe de la Sure-
té toma a algunos inspectores, zuavos, gendarmes, guardias
y policías municipales con perros policía. Entran todos en el
jardín: son una veintena. Coloco a los gendarmes y a los
guardias en la brecha hecha en la reja que da al viaducto para
impedir la invasión de la villa
El Sr. Guichard y sus hombres se aproximan, disparan
hacia la casa por las ventanas abiertas, los bandidos respon-
den. El Sr. Guichard hace retroceder a sus compañeros, les
aconseja refugiarse; los asaltantes hacen numerosos disparos,
después, de repente, todos esos hombres a los que se han
unido los que guardaban la fachada del lado del jardín, se
precipitan sobre la casa; en ese instante los gendarmes y los
que montan guardia en la brecha de la calle del Viaducto
abandonan su puesto y se lanzan también aljardincillo segui-
dos por toda una masa de soldados, gendarmes, agentes y los
curiosos a los que estaban conteniendo en un tropel indes-
criptible. Yo no he podido entrar en la villa. ¡El oficial de la
municipal Faralicq y yo nos esforzamos en calmar a todos
esos hombres que quieren mirar! -Después de inauditos
esfuerzos los inspectores y los agentes logran llevarse los
cuerpos de los dos malhechores, primero bajo el viaducto y
finalmente en un automóvil para ser trasladados a la Morgue.
Con la noticia de la captura de los bandidos, estalla una
alegría feroz entre los millares de espectadores qúe han ido
acudiendo durante las horas de asedio y que se traduce en
aclamaciones a los zuavos, a la policía y gritos de muerte
contra Gamier y Valet.

1 94
Los agentes que han tomado parte en el asedio desde el
principio han dado muestras de un gran coraje -había peli-
gro, las heridas recibidas por tres inspectores, heridas que
provenían sin ninguna duda de los disparos hechos por
Garnier y Valet, son una prueba indiscutible-, los gendarmes
y los zuavos apostados en el jardín y en las dos casitas veci-
nas se han conducido perfectamente -incluso el guardia Ga-
marre-, el lugarteniente de los zuavos Toumier, los dos
lugartenientes de dragones. Todos esos hombres han corrido
serios peligros.
Los soldados, agentes, guardias, situados encima del via-
ducto, no han prestado más que un servicio de orden, sin
peligro.
He leído en diversos periódicos que los agentes habían
violentado a los zuavos, arrancando los galones de un oficial.
Al no haber podido entrar en la casa no sé lo que ha sucedi-
do allí pero a juzgar por lo que he visto desde fuera, seguro
que todos los hombres que entraron en villa Bonhours debie-
ron atropellarse violentamente ... Era la embestida, era la ola
irresistible de la masa.
En el momento de partir los cuerpos, he visto al coman-
dante de los zuavos, a varios de sus oficiales y a los dos ofi-
ciales de dragones, les he agradecido su preciosa colabo-
ración y el comandante ha reunido a sus soldados para la par-
tida. No han proferido ninguna queja, ni se me ha hecho nin-
guna reclamación.
He dado orden a los guardias municipales del extrarradio
de que evacuaran el jardincillo, pues los curiosos y curiosas
continuaban estacionándose allí. He dejado en el lugar a un
oficial de los municipales, el Sr. Reisse, con una cuarentena
de guardias para que, de acuerdo con el Comisario de la loca-
lidad y los agentes y gendarmes de las afueras, mantuvieran
a la gente alejada de la casa y me he retirado. Eran las tres de
la mañana.

1 95
7
GARNIER: /

«¿POR QUE HE MATADO?»

L as Memorias publicadas en este capítulo son las de Gar-


nier y no las de Callemin. Se encontraron en la villa
Bonhours de Nogent-sur-Marne y fueron conservadas bajo
sello con el número 396 antes de ser volcadas a los Archivos
de la Prefectura de Policía. A consecuencia de un error, se las
mencionó en la página número 1 del manuscrito: «Memorias
de Callernin, llamado Raymond la Ciencia» y bajo este títu-
lo yo las reproduje. Aprovecho la posibilidad que hoy se me
ofrece para rectificar y le doy las gracias a M. Malcolm Men-
zies quien me señaló el error.
J. MAITRON

Las muertes de Garnier y de Valet constituirían una im-


portante etapa en el asunto Bonnot. En lo sucesivo, todos los
«desde fuera» estarían muertos o tras los barrotes. El pro-
ceso ante la Audiencia del Sena no iba sin embargo a abrir-
se hasta febrero de 1913. En prisión, Callemin y sus socios
tuvieron tiempo de meditar, a veces de escribir. Después del
juicio y las ejecuciones que le siguieron, se publicaron «me-
morias», «recuerdos», en especial las «Notas de Raymond
la Science escritas en La Santé», que la Srta. Boucheron,
abogado de Callemin, remitió al Journal para su publica-
ción. Ahora bien, un observador atento de los ilegalistas,

1 97
Emile Michon, que pudo entrevistarse con ellos a diario
durante los ocho meses de su detención, y los describió en su
obra Un poco del alma de los bandidos, caracterizó así el
estilo de Callemin: «Hemos podido principalmente observar
con toda tranquilidad, cuán nervioso y conciso es el del pri-
mero [Callemin], muy acorde con su espíritu científico». No
se puede decir que ése sea el rasgo dominante de los textos
publicados por el Joumal del 23 de abril al 1° de mayo de
1913 ...
De quienquiera que sea, tenemos aquí un texto de 24
paginas dactilografiadas que hemos encontrado en los
archivos de la Prefectura de Policía. Se titula Mis Memorias.
En la primera página figura la mención: Memorias de
Callemin llamado Raymond la Science.
El manuscrito, que seguramente no fue releído (puntua-
ción y ortografía accidentalmente defectuosas, palabras
omitidas y deformadas), se encuentra bruscamente interrum-
pido en medio de una frase. No poseemos ninguna indica-
ción sobre las circunstancias en las que fue escrito o dictado
y después reproducido a máquina. Nos ha parecido esencial
para el conocimiento de la juventud de Garnier, de su for-
mación y de la evolución de sus concepciones sociales.
¿Por qué he robado?
¿Por qué he matado?
Todo ser que viene al mundo tiene derecho a la vida, eso
es indiscutible puesto que es una ley de la naturaleza. Tam-
bién me pregunto por qué sobre esta tierra hay gente que cree
tener todos los derechos. Pretextan que tienen dinero, pero si
se les pregunta dónde han conseguido ese dinero, ¿qué res-
ponderán? Yo, respondo esto: <<No reconozco a nadie el
derecho a imponer su voluntad bajo no importa qué pretexto;
no veo por qué no tendría derecho a comer esas uvas o esas
manzanas porque sean propiedad del Sr. X. ¿Qué ha hecho él
más que yo para que sea él sólo quien se aproveche de ello?
No respondo nada y por consiguiente tengo derecho a apro-
vecharme de ellas según mis necesidades, y si quiere impe-
dínnelo por la fuerza me rebelaré y a su fuerza opondré la
mía, pues sintiéndome atacado me defenderé por no importa
qué medio».
Esta es la razón por la que a los que me dicen que tienen
dinero y que entonces yo debo obedecerles, les diría: «Cuan-
do ustedes puedan demostrar que una parte del todo repre-
senta al todo, cuando esta tierra sea otra distinta a aquella en
la que usted ha nacido como yo, y otro sol que el que os
ilumina (quien) ha hecho crecer los árboles y madurar los
frutos, cuando me hayan demostrado eso, yo les reconoceré
el derecho a impedirme vivir de ellos, pues, de dónde sale el
dinero: de la tierra, y el dinero es una parte de esta tierra
transformada en un metal que se ha llamado dinero y una
parte del mundo ha cogido el monopolio de este dinero y
ha, por la fuerza, sirviéndose de este metal, forzado al resto
del mundo a obedecerle. Para hacer esto, han inventado toda
clase de sistemas de tortura tales como las prisiones, etc.».

Demasiado cobardes para rebelarse

¿Por qué esta minoría poseedora es más fuerte que la


mayoría desposeída? Porque esta mayoría del pueblo es
ignorante y débil, soporta todos los caprichos de los posee-
dores agachando los hombros. Estas gentes son demasiado
cobardes para rebelarse y, más aún, si entre ellos los hay
que se salen de su rebaño, se afanan en impedírselo ya sea a
propósito, ya sea por estupidez, aunque tan peligrosos son el
uno como la otra. Se reclaman honestos, pero bajo su sig-
nificado se esconde una hipocresía y una cobardía indiscu-
tibles.
¡Que me muestren un hombre honesto!
Por todas estas cosas me he rebelado, porque no quería
vivir la vida de la sociedad actual, y porque no quería espe-
rar a estar muerto para vivir por lo que me he defendido con-
tra los opresores por todos los medios a mi alcance.

1 99
Desde mi más tierna edad

Desde mi más tierna edad ya conocí la autoridad del padre


y de la madre, y antes de tener edad de comprender me rebe-
lé contra esa autoridad, así como contra la de la escuela.
Tenía entonces trece años. Empece a trabajar; al venirme
la razón empecé a comprender lo que era la vida y la injuria
social, vi a individuos malvados, me dije: «Tengo que buscar
un medio de salir de esta podredumbre que son los patrones,
obreros, burgueses, magistrados, policías y demás; todas estas
gentes me repugnaban, unos porque soportaban realizar todos
estos hechos». No queriendo ser explotado ni explotador me
puse a robar escaparates, lo que no me reportaba gran cosa;
por primera vez me cogieron 1, tenía entonces diecisiete años;
me condenaron a tres meses de prisión, comprendí entonces
lo que era la justicia: mi camarada que estaba detenido por el
mismo delito, puesto que estábamos juntos, fue condenado a
dos meses y con la sentencia en suspenso. ¿Por qué?, siem-
pre me lo he preguntado. Pero puedo decir que no reconozco
a nadie el derecho a juzgarme, no ya a un juez de instrucción
sino a un presidente de tribunal, pues nadie puede conocer
las razones determinantes que me hacen actuar; nadie puede
ponerse en mi lugar, en una palabra, nadie puede ser yo.

Me habría gustado mucho instruirme

Cuando salí de prisión volví a casa de mis padres que me


hicieron reproches bastante violentos. Pero el haber sufrido
lo que llaman justicia, prisión, me había hecho aún más
rebelde 2 • Empecé a trabajar de nuevo, pero no en el mismo
oficio. Fue entonces cuando después de haber estado en una
oficina, me puse a trabajar en la carnicería, a continuación

1 Suprimido: por primera vez.


2 Suprimido: pero.

200
panadería y cuando salí de prisión, quise trabajar en la pa-
nadería, oficio que conocía muy bien, pero a todos los sitios
adonde iba me pedían certificados. No los tenía, entonces no
me querían, eso me rebelaba aún más. Fue entonces cuan-
do empecé a usar engaños para encontrar trabajo, me fabri-
caba certificados falsos y finalmente conseguí un puesto en
el que trabajaba alrededor de dieciséis a dieciocho horas dia-
rias, por la suma de 70 a 80 francos por semana de siete días
y cuando pedía un día de descanso eso no le gustaba al Señor
patrón.
Al cabo de unos tres meses de trabajo estaba agotado,
extenuado y sin embargo tenía que continuar so pena de 3
morirme de hambre, pues lo que ganaba apenas bastaba para
mis necesidades primarias, pero por otro lado, constataba
que mi patrón, él, recogía el beneficio de mi trabajo y ¿qué
hacía, él, para eso?, nada sino decirme: «Hoy llega diez
minutos tarde», o bien: «Hoy no ha hecho muy bien su tra-
bajo, tendrá que tener más cuidado, si no ... ».
Para concluir, como no me gusta hacer siempre la misma
operación pues no (me) considero como una máquina, me
habría gustado mucho instruirme, conocer muchas cosas,
desarrollar mi inteligencia, mi físico, en una palabra conver-
tirme en un ser que pudiera dirigirse en todos los sentidos,
necesitando lo menos posible de otros. Pero para llegar a eso,
me era necesario tiempo, libros. ¿Cómo procurarme todo eso
con mi trabajo? Me era imposible reunir todas esas cosas,
pues tenía que comer y para eso tenía que trabajar ¿y para
quién?, para un patrón. Reflexionaba sobre todo esto y me
dije: voy a cambiar de oficio una vez más, quizá me irá
mejor, pero no había contado con el sistema social actual; me
gustaba la mecánica, pero cuando me presentaba en los talle-
res, me decían: Nos gustaría mucho darle una ocupación,
pero no podemos pagarle pues no producirá usted bastante no
conociendo nada del oficio; que me pagarían, pero cuando

3 Suprimido: las partículas negativas.

201
yo supiera trabajar, es decir al cabo de quince a dieciocho
meses y todavía más, que pagaban de 6 a 8 francos por día,
por diez a doce horas de trabajo. La situación social comen-
zaba a darme asco singularmente. Al final me encontré em-
pleado en el desmonte, pero constaté una vez más que era lo
mismo: trabajar mucho para no bastarme siquiera para mis
necesidades. Hice las deducciones siguientes que en todas
partes y en todas las cosas era lo mismo; no veía más que
miseria entre todos los que trabajaban conmigo y a mi alrede-
dor y para colmo, todos estos míseros, en lugar de tratar de
salir de esta situación4, se hundían en ella todavía más bebien-
do alcohol hasta rodar por tierra y perder con ello la razón. Yo
veía todo esto y también al explotador alegrarse de esta situa-
ción e incluso peor, aún invitar a beber a esos brutos que ya
habían tragado demasiado; por una buena razón, que mientras
que estaban embrutecidas, esas gentes no podían razonar, y
eso le era necesario para mejor tenerlos bajo su autoridad.

Breve aparición en los sindicatos

Cuando, por casualidad, se daba un gesto de revuelta


entre estos imbéciles (no hago distinción de corporaciones de
oficios), inmediatamente el patrón les amenazaba con despe-
dirles y entonces volvía la calma.
También me ha pasado el hacer huelga, pero he compren-
dido pronto su sentido y alcance. Toda esta tropa «de hom-
bres» incapaces de actuar individualmente se nombraban un
jefe al que encargaban discutir con el patrón el sujeto de
desacuerdo.
Algunas veces, este jefe imbécil y codicioso se vendía al
patrón por algunas monedas y entonces, cuando todos estos
brutos no tenían ya dinero, él les aconsejaba volver al traba-
jo. He ahí la finalización de todas las huelgas, o bien cuando

4 Suprimido: ellos.

202
a veces la huelga tenía éxito y los obreros habían ganado lo
que pedían: aumento de salario, entonces los capitalistas vol-
vían a subir los productos alimenticios y otros, de suerte que
se había perdido un sinnúmero de tiempo, gastado la ener-
gía inútilmente puesto que nada había cambiado realmente.
También, en los sindicatos, no hice más que una breve apari-
ción pues pronto estuve al corriente de que todos esos seño-
res no eran más que unos aprovechados y arribistas que gri-
taban revuelta por todas partes, que había que destruir al
capitalista y demás, pero por qué. Comprendí que querían
destruir el actual estado social simplemente para instalarse
ellos en su lugar, reemplazar la República por el sindicato, es
decir, eliminar un Estado para reemplazarlo por otro en el
cual hay leyes y toda la misma ralea social actual, en suma
no cambiar más que el nombre para conseguirlo. Como los
capitalistas, emplean los mismos procedimientos: promesas.
En resumen, sinceramente, no hacen sino explotar siempre la
estupidez obrerista. Cuando salí de este medio entré en otro
casi idéntico: los revolucionarios. Pero no hice más que pa-
sar. Entonces me convertí en anarquista. Tenía alrededor de
dieciocho años, ya no quise volver al trabajo y empecé otra
vez la recuperación individual, pero no con más suerte que la
primera vez. Al cabo de tres o cuatro meses me cogían de
nuevo y fui condenado a dos meses. Cuando salí esta vez
intenté trabajar de nuevo. Hice una huelga general en la que
hubo trifulca con la policía, yo fui arrestado y condenado a
seis días de prisión.

Hombres sobrios, razonables, con una voluntad de hierro

Todo esto continuó agriándome el carácter y naturalmente


cuanto más iba, más me instruía, más comprendía la vida.
Como frecuentaba a los anarquistas comprendí sus teorías y me
convertí en un ferviente partidario, no porque esas teorías me
gustaran, sino porque las encontré las más justas discutibles.

203
Hallé en los medios anarquistas individuos limpios en su
vida, individuos que trataban lo más posible de desembara-
zarse de los prejuicios que hacen que el mundo sea ignoran-
te y salvaje, hombres con quien me daba placer discutir, pues
ellos5, me demostraban no utopías sino cosas que se podían
ver y tocar. Además de esto, estos individuos eran sobrios.
Cuando discutía con ellos no tenía necesidad, como entre la
mayoría de los embrutecidos, de volver la cabeza cuando
me hablaban, su boca no tenía aliento de alcohol o de taba-
co. Les hallé razonables y encontré en ellos una voluntad de
hierro y que eran muy enérgicos.
Mi opinión pronto fue fundamentada, llegué a ser como
ellos, de ningún modo quise ya trabajar para otros, quise tam-
bién trabajar para mí pero, cómo conseguirlo, no tenía mucha
elección, pero adquirí un poco de experiencia, y, lleno de
energía, resolví defenderme hasta la muerte contra esta jau-
ría llena de necedad e iniquidad que es la actual Sociedad.

¿Qué es la Patria para mí?

Abandoné París hacia los diecinueve años y medio, pues


vislumbraba con horror el servicio militar. Allí vi, todavía con
mucha más razón, lo que era la ley que llaman social y huma-
nitaria. Comprendí lo que las palabras República, Libertad,
Igualdad, Fraternidad, bandera, Patria y demás querían decir.
Discutía conmigo mismo el partido que debía tomar y discutí
también con mis compañeros el valor de ese vocabulario
social que el Estado hace poner en todas partes y sobre todos
los edificios públicos; comprendí la horrible hipocresía repre-
sentada por ese lenguaje. Todo eso no es más que una religión
como la de Dios, que se lanza como pasto a todos los creyen-
tes que son la mayoría de la gente. Dicen: Usted debe respetar
la Patria, morir por ella, pero qué es la Patria para mí, la Patria

5 Suprimido: no.

204
es toda la tierra, sin fronteras. La Patria es allá donde vivo, ya
sea en Alemania, sea en Rusia, sea en Francia, para nú, la
Patria no tiene limites, está en todas partes donde soy feliz. No
hago distinción de pueblos, en todas partes no busco más que
entendimiento, pero alrededor de nú no veo más que creyen-
tes y cristianos o pícaros hipócritas. Si los obreros reflexiona-
sen un poco, verían y comprenderían que entre los capitalistas
no existen fronteras, que esos rapaces malhechores se organi-
zan para mejor oprimirles y entonces ya no trabajarían en la
fabricación de cañones, de sables, de monedas, de trajes mili-
tares, abandonarían los arsenales, dejarían de alcoholizarse,
que es el más terrible perjuicio (¿enemigo?) de la razón, así
como el tabaco que aniquila el cerebro, aunque actualmente
son demasiado apreciados, quizás esta masa inconsciente y
astuta cambiaría quizás, lo espero, pero yo no quiero sacrifi-
carme por ella. Es ahora cuando estoy sobre la tierra y es ahora
cuando tengo que vivir y me aprovecharé de ellos por todos los
medios que la ciencia pone a mi disposición. Quizás no llegue
a viejo, sea vencido en esta lucha abierta entre yo y toda esta
Sociedad, que dispone de un arsenal que no se puede compa-
rar con el núo, pero me defenderé lo mejor que pueda, a la
astucia, responderé con la astucia, a la fuerza responderé con
la fuerza hasta que sea vencido, es decir, muerto.

Desertor

Así pues, hacia el mes de mayo de 1910, partí para pro-


vincias tratando de ganar la frontera para no ser soldado,
pero hacia el mes de julio volví de nuevo a prisión por daños
y lesiones. Salí de ella a finales de agosto, un mes antes de
que mi quinta partiera. Tan pronto salí, trabajé algunos días
en una obra de desmontes para conseguir un poco de dinero;
tomé el tren para la frontera de Bélgica, pagué una parte del
viaje y no pagué otra porque tenía que comer en ruta. Llegué
a Valenciennes, bajé del tren y traté de salir de la estación,

205
pero se me encaró el jefe de estación que corrió tras de mí,
Discutimos un poco, me amenazó con los gendarmes y por
fin removí su conciencia pues me dejó salir. Cuando llegué
ya no tenía dinero, trabajé una vez más en una obra una
semana, después mande a paseo al patrón, pues en la fronte-
ra los patrones tienen costumbre de tratar a los obreros como
bestias de carga, peor incluso, y eso me rebelaba. Cometí dos
robos y abandoné el país para ganar definitivamente Bélgica.
Llegué hacia el 6 de octubre de 191 O a Charleroi, me puse
otra vez al trabajo durante algunos días, frecuenté a los anar-
quistas, sólo eso, y en los primeros días del mes de noviem-
bre fui arrestado como tal, pero por falta de pruebas me libe-
raron ocho día después.

Asaltante

Cuando salí de prisión trabajé algunos días y trabé cono-


cimiento con algunos camaradas de mi misma opinión,
camaradas que eran buenos y francos, enérgicos, a los que
me asocié para robar porque había que vivir y de ningún
modo quise ir ya ni a la fábrica ni a la obra. Tenía por enton-
ces veinte años y medio.
A comienzos de noviembre conocí a una compañera, partí
con ella para Bruselas adonde mis compañeros me habían
precedido. Nos quedamos allí hasta finales de febrero de
1911. Me vi obligado a abandonar Bruselas pues estaba bus-
cado por los robos que había cometido en Charleroi y sus
alrededores, así que abandoné Bruselas y volví a París donde
iba instalarme en el periódico la anarquía, por lo que me
puse manos a la obra. Trabaje en él casi todos los días y
como el jornal era un poco escaso, hice, en compañía de
algunos camaradas unos cuantos robos, pero eso no reporta-
ba mucho; emití moneda falsa pero no reportaba mucho y me
arriesgaba tanto como haciendo un asalto que me reportaba
más. Así que dejé la falsificación de moneda.

206
Sobre el mes de julio de 1911, varios de mis mejores
camaradas cayeron en manos de la policía. Estuve muy ape-
nado por ello y determiné vengarme de esta sociedad crimi-
nal, abandoné también el diario y veni (vine) a instalarme a
Vincennes, todavía con mi compañera que me era fiel y a la
que amaba mucho.
Durante el tiempo que pasé en el periódico, si bien había
perdido a algunos de mis compañeros, por contra trabé cono-
cimiento con otros, tan enérgicos como yo, juntos también
discutimos el modo de hacer sentir más fuerte que nunca el
grito de nuestra rebelión. Fue así como decidimos alquilar
varios alojamientos para poder trabajar con toda seguridad.
No teníamos mucho dinero así que nos pusimos enseguida al
trabajo. Hacíamos un asalto tras otro, de los que puedo citar
los principales que fueron los de los meses de agosto, sep-
tiembre y octubre de 1911.
En agosto hacemos varios que nos reportan cada uno 300
o 400 francos, uno de ellos cerca de Mantes, una oficina de
correos que nos reportó 700 francos, una villa en Mantes que
nos reportó 4.000 francos, pero junto a éstos, hacíamos mu-
chos otros que no valían gran cosa. Durante lo dos meses de
septiembre y octubre el principal robo fue el de la oficina
de Correos, en el departamento de Seine-et-Marne y algunos
otros de menor importancia, por fin, a principios de noviem-
bre, hicimos otro en Compiegne que nos reportó 3.500 fran-
cos. Era una buena cantidad, pero este dinero se gastó, pues
al ser molestados por la policía muchos de nuestros compa-
ñeros y por otras causas, se les ayudó pecuniariamente.
Durante los últimos meses había buscado a un conductor
amigo, pero en vano. Aunque había aprendido a conducir,
como no era aún muy hábil, dudaba todavía en lanzarme a
robar un automóvil para dar un golpe que nos pusiera a res-
guardo de la necesidad durante un cierto tiempo. En este
intermedio conocí a Bonnot. Charlamos de proyectos y final-
mente nos entendimos.

207
El atraco al cobrador

Fue entonces. cuando el 10 de diciembre de 1911, en la


misma noche, cometimos el robo de un automóvil en Bou-
logne y fuimos a guardarlo a casa de un mecánico (del que)
un amigo nos había dado la dirección. Fuimos a buscarle y le
pedimos una plaza de garaje para nuestro coche. Aceptó.
No le dijimos que era robado pues quizá no habría aceptado.
Yo le dije: «Volveremos a buscarlo en unos ocho días». Le di
un nombre falso y una dirección falsa, después partimos.
Después discutimos lo que teníamos que hacer. Teníamos
dos trabajos colosales que hacer, pues en el transcurso del
mes de octubre había comprado un soplete y debíamos tener
un automóvil para transportarlo. En ese trabajo teníamos que
abrir dos cofres. Como yo sabía manejar el soplete y Bonnot
conducir bien, resolvimos con los otros camaradas que noso-
tros intentaríamos enseguida la operación por otro lado.
Habíamos estudiado otro golpe, desvalijar a un cobrador; en
el caso de que uno nos fallara, el otro podría tener éxito. Fue
así como en la noche del 20 al 21 de diciembre partimos para
buscar el coche al garaje, pagué al mecánico y nos pusimos
en camino, era la una de la mañana. Lo cogimos para pasar a
por el soplete que estaba en casa de un amigo.
Éramos en total cuatro compañeros, pero una circunstan-
cia (no) nos permitió hacer este trabajo ya que para hacerlo
necesitábamos un tiempo que nos fuera cómplice y lo que
esperábamos no se produjo, necesitábamos que cayera agua.
Por fin, hacia las 3h 1/ 2 de la mañana, volvimos a llevar de
nuevo el soplete. Fue entonces cuando decidimos ir a hacer
lo del cobrador, tarea que estaba llena de peripecias como se
ha de ver.
Nos paseamos por París durante el resto de la noche hasta
las 8h, yo permanecí al volante para coger práctica y ya
empecé bien, me sentía capaz de afrontar virajes bastante
peligrosos a una buena marcha; esto era tanto más útil cuan-
to eran muy necesarios dos conductores para el caso en que

208
uno de los dos resultara herido, se pudiera al menos despis-
tar a los que intentasen perseguirnos.
A las 8h 1/ 2 pasé el volante a Bonnot y tomé lugar a su
lado, los otros dos se encontraban en el coche pues era una
magnífica limusina.
Nos habíamos puesto muy de acuerdo en cómo debíamos
dar el golpe, pues era a las 9 de la mañana, en la calle Orde-
ner, en plena calle y en un barrio bastante populoso.
Finalmente, llegamos a las 9 menos dos minutos a 200 m
cerca del lugar por donde pasaba el cobrador, pues venía de
la calle de Provence, Oficina Central de la Société Générale,
a la calle Ordener a traer dinero a una sucursal.
Unos días antes había venido a echar un ojo con Bonnot
para tomar nota de la hora exacta y del camino que tomaba.
A la nueve en punto le divisamos, descendiendo del tran-
vía como de costumbre, acompañado de otro personaje, es-
pecialmente delegado para eso. El momento es tenso, hay
que actuar con prontitud, un segundo de duda puede perder-
nos, el coche avanza, yo desciendo y uno de mis compañeros
también desciende del coche, mientras Bonnot permanece
con el cuarto dentro del coche para que nadie se aproxime.
Marcho por la acera al encuentro del cobrador, con la mano
en el bolsillo de mi abrigo, la mano en la culata de mi revól-
ver. Mi compañero está, él, en el otro lado de la acera, unos
pasos detrás de mí.
Cuando estoy a tres pasos del empleado, saco mi revólver
y, fríamente, disparo una primera bala, después una segunda;
cae, mientras el que le acompaña sale corriendo de allí,
muerto de miedo, agarro una saca, mi compañero agarra
otra que este imbécil no quiere soltar, pues no está muerto,
pero que acaba por soltar cuando pierde el conocimiento.
Vamos a subir de nuevo al coche, algunos paseantes quie-
ren impedírnoslo, pero entonces sacamos nuestros revólve-
res, hacemos algunos disparos y todo el mundo se larga.
Montamos en el coche, yo siempre al lado de Bonnot, son las
9h 1/ 2 cuando estamos en Saint-Dennis, sabemos bien donde

209
dirigimos. Por fin tomamos la carretera del Havre, pero no
directamente, damos muchos rodeos para evitar que nos
cojan o librar batalla pues estábamos terriblemente armados.
No tenía encima menos de seis revólveres, uno de los cuales
se montaba en una culata de fusil y tenía un alcance de 800m
y mis compañeros tenían tres de éstos cada uno y en nuestros
bolsillos teníamos alrededor de 400 balas y muy decididos a
defendemos hasta la muerte.
Son cerca de las 11 de la mañana, llegamos a Pontoise,
nos paramos un momento y abrimos las sacas. En las sacas
que he cogido yo hay 5.500 francos. Enseguida los reparti-
mos. En la saca que ha cogido mi compañero hay 320.000
francos en títulos. Nos sentimos desilusionamos. Contába-
mos con encontrar 150.000 francos en efectivo. Al cabo no
nos disgustamos, quizá podríamos vender los títulos o bien
iniciaríamos otro asunto.
Cojo el volante y partimos. Llueve, no importa, desafia-
mos la lluvia. Llegamos a Beauvais, el controlador de adua-
na nos hace señas de que paremos, paramos; pongo el pie en
el acelerador y nos marchamos rápidamente, su necedad es
tan grande que intenta correr detrás de nosotros, después
se queda estupefacto, sin duda a este innoble bruto nunca le
ha sucedido esto.
Tenemos (hambre), paro el coche delante de la tienda de
un panadero, un camarada baja a buscar pan y chocolate y lo
repartimos. Son casi cerca de las 4h 1/ 2 , hemos hecho mucho
camino, estamos muy fatigados, pero hay que llegar. Paso el
volante a Bonnot, hacia las 5h 1/ 2 llegamos a un pueblecito
donde bajo del coche para buscar un bidón de aceite para
el coche y partimos de nuevo a las 5 h 1/ 2 , vuelvo a coger el
volante; en el viaje nos equivocamos de camino y en lugar de
llegar al Havre llegamos a Dieppe, es noche cerrada; son
pasadas las 6 h, no tenemos ya mucha gasolina, tomamos la
decisión de abandonar el coche en Dieppe, busco entonces
una calle desierta para dejarlo; encuentro una y la sigo cuan-
do de repente el coche ya no avanza, el motor se para, voy a

210
bajar del coche, pero apenas he puesto un pie en tierra cuan-
do me hundo hasta la rodilla, tomo mi linterna ya que todas
las farolas de gas están apagadas, miro para el suelo, veo
barro hasta mitad de las ruedas y percibo los acantilados y el
mar, advierto entonces a los amigos de lo que sucede, toma-
mos rápidamente la decisión de dejar abandonado el coche,
le arrancamos las placas y las tiramos al mar y partimos en
dirección a la estación. De camino se me vuela el sombrero
y no lo vuelvo a ver más, afortunadamente tengo una gorra,
me pongo mi gorra y se acabó, llegamos a la estación, uno de
nosotros va a buscar cuatro billetes para París, enseguida
pasa un tren que llega a París a la una de la madrugada, lo
cogemos y volvemos tranquilamente cada uno a su casa
Antes de dejarnos nos damos cita para el día siguiente.
Durante este tiempo la Su.reté parisién, la Su.reté general anda
de cabeza, los polis se preguntan qué se les cae encima, creen
que ya ha llegado la revolución pero no es más que una esca-
ramuza, algo seria, habrá otras muchas [... ].

211
8
LA ANARQUÍA DENTRO
DE LA ANARQUÍA

C uando después de veinticinco días de agitados debates,


el 27 de febrero de 1913 se termina el proceso a los
supervivientes de la banda, caen las sentencias. Para Calle-
min, Dieudonné, Monier, Soudy, pena de muerte. Para Metge
y Carouy: trabajos forzados a perpetuidad. Este último se
envenena en su celda algunas horas más tarde. Deboe: dos
años de trabajos forzados. Gauzy salía con solamente die-
ciocho meses de prisión, su participación voluntaria en el
asesinato del subjefe de la Sureté no pudo ser probada. En
cuanto a Kibaltchiche sufriría cinco años de reclusión. Sólo
su compañera Rirette Maftrejean era absuelta.
El 21 de abril vio el epílogo de la siniestra aventura. He
aquí en su aridez burocrática, no exenta de emoción, el rela-
to, hecho por un funcionario de policía, de los últimos mo-
mentos de los condenados a muerte:
Ejecución de Soudy, Callemin, Monier, el 21 de abril de
1913.
[ ... Todos dormían cuando entré a las 4h 1Om en sus
celdas.]
Desde el momento en que se les despertó hasta su salida
de la prisión de la Santé, los condenados pronunciaron las
siguientes palabras:
SOUDY

213
-Quiero un café sin alcohol y dos croissants.
-¿Han perdonado a los otros?
-No tengo ninguna vida humana sobre mi conciencia;
éste es un triste final, pero tendré coraje hasta el final ¡Mi
pobre madre!
-Tiemblo, pero es como Bailly: es el frío.
-Es el mejor fin, más vale que el presidio.
Al divisar a un agente de la Súreté, le estrecha la mano
diciéndole a la Srta. Doublet:
-Me causa placer ver a gente valerosa como ésta a mi
alrededor; han sido muy amables y han tenido mucho tacto
conmigo.
La Srta. Doublet le dice: «Sobre todo nada de baladrona-
das», él responde: «Eso se da por supuesto, estoy de acuerdo
con usted».
CALLEMIN
Al Sr. Kiess (substituto del Procurador general) 1 que
acaba de despertarle y le pregunta si no tiene ninguna reve-
lación que hacer, le declara que no tiene nada que decir, pero
pide escribir dos palabras. La Srta. Boucheron permanece
cerca de él durante todo este tiempo y coge la carta que ha
esbozado. Después de lo cual, al salir de la celda, Callemin
dice:
-Es un día sin mañana.
-¡Es gloriosa la agonía de un hombre!
Está muy pálido pero se domina. Durante el aseo pide un
vaso de agua.
MONIER
Despertado por el Sr. Pressart2 , se levanta y dice que será
animoso. Antes de abandonar la celda pide estrechar la mano
de los inspectores de Policía que le han vigilado y les da las
gracias con una cierta efusión. A lo largo del recorrido para
llegar a la escribanía de la prisión, añade:

1 E. Michon, en la obra Un peu de l 'ame des bandits, ortografía: Kioes.


2 Substituto.

214
-Me figuraba ayer que sería esta mañana.
-Había tenido un bello sueño de amor.
Dirigiéndose a su abogado, le dice:
-Bese usted a Marie Besse3 por mí.
Le ofrecen un vaso de ron, él responde:
-No quiero alcoholizarme.
Al pasar cerca de los guardias, saluda a todos los que
reconoce.
Después de acabado el aseo, montan en el furgón que llega
ante la guillotina alzada en el bulevar Arago, a las 4h 35m.
Soudy baja el primero y dice:
-Hace frío, hasta la vista.
Monier le responde:
-Hasta luego.
A las 4h 36m es ejecutado, Callemin es ejecutado a las 4 h
37 m. Al descender del furgón sonrió como de costumbre y
repitió:
-¡Es gloriosa la agonía de un hombre!
Monier que baja del furgón el último dice:
-Adiós a todos Señores, y... a la Sociedad también.
A las 4h 38m, la triple ejecución ha concluido ...

¿Estaba Dieudonné en la calle Ordener?

Se ha escrito mucho sobre los «bandidos trágicos». Hay


cuestiones sin embargo que permanecen oscuras como, por
ejemplo, ¿quién participó con Bonnot, Callemin y Garnier
en el asunto de la calle Ordener, quién era el cuarto hombre?
¿Era Dieudonné el desconocido?
En efecto, Caby, el empleado de la Société Générale, des-
pués de haber señalado a Garnier como su agresor, recono-

3 Su dossier, en los Archivo de la Prefectura de Policía, no recoge más que

algunas hojillas sin interés: Costurera, mencionada también como dependienta


de comercio, nacida el 31 de octubre de 1894. Arrestada el 25 de abril de 1912,
fue puesta en libertad.

215
ció formalmente a Dieudonné como su asesino y ante la sala
de lo criminal mantuvo su afirmación: Juro que es él. No
actúo a la ligera, declaró en la audiencia del 26 de febrero.
Y aún más: lo juro sobre la cabeza de mi hijita. Usted es mi
agresor.
En turno de réplica y casi en los mismos términos Dieu-
donné proclamaba su inocencia: Juro que no soy yo ... yo no
soy vuestro agresor. Que esa mentira caiga sobre la cabeza de
los que más amo si miento. Y la Srta. de Moro-Giafferi, su
defensor declara a su vez el 8 de febrero: Yo también juro
que su testimonio [el de Caby] es un deplorable error.
No es sino después de la deliberación de los jurados,
cuando éstos habían dado crédito a las declaraciones de Caby,
cuando Callemin tomó solemnemente la palabra:
-Tengo una declaración que hacer en lo que concierne a
Dieudonné: Os aseguro que él no es el agresor de Caby. Caby
se ha equivocado al reconocerle. Gamier y yo somos en efec-
to sus agresores. Y lo que digo, voy a confirmarlo por carta
al Procurador de la República.
Después de un momento de silencio:
-No, Dieudonné no se encontraba en la calle Ordener y
yo lo probaré. Soy yo quien cogió a Caby su cartera y ved lo
que puede valer su testimonio, nunca ha hablado de mí,
¡nunca ha dado mis señas! 4 .
Demasiado tarde. El jurado se había pronunciado. No
les quedaba ya a los jueces sino aplicar las penas y Dieu-
donné fue condenado a muerte. Por supuesto, su pena fue
conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad y
partió para prisión. Después de varias tentativas de eva-
sión, acabó por tener éxito y las campañas de Albert Lon-
dres y de Louis Roubaud en 1925 le facilitaron la obtención
de gracia.

4 Gazette des Tribunaux, 28 de febrero de 1913.

216
¿Anarquistas o bandidos?

Los mismos anarquistas fueron severos con los condenados.


Todos habían, enérgica pero puerilmente negado los hechos que
les achacaban, pretendiendo incluso no conocerse -todos, salvo
Carouy, que incluso se suicidó. Todo el mundo, incluso entre los
burgueses, reconoció coraje a los bandidos, pero también cada
quien, incluso entre los ilegalistas, condenó sus actos.
-André Girard en Temps Nouveaux (6 de enero de 1912),
periódico libertario, tradicionalmente antiilegalista:
Tales actos no tienen nada de anarquistas, son actos pura
y simplemente burgueses ...
El fraude, el robo, el asesinato burgués operan con el fa-
vor de las leyes burguesas; el fraude, el robo, el asesinato
pretendidamente anarquistas, operan desde fuera y en contra
de ellas. No hay otra diferencia. Y si los burgueses en apli-
cación de sus principios de individualismo egoísta son ban-
didos, los autollamados anarquistas que siguen los mismos
principios se convierten, por este hecho, en burgueses y tam-
bién en bandidos. Bandidos ilegales, quizá, pero a pesar de
todo bandidos e igualmente burgueses ...
-Rirette Maftrejean al presentar sus «Memorias» en Le
Matin del 18 de agosto de 1913:
Estas Memorias pueden [... ] detener sobre la pendiente
peligrosa a los que, extraviados por los malos ejemplos o
imprevisibles designios, estarían destinados a ser el juguete,
pronto roto, de las ilusiones «ilegalistas» ... Detrás del ilega-
lismo no hay ni siquiera ideas. Lo que se encuentra en él es:
falsa ciencia y apetitos. Sobre todo apetitos. También cosas
ridículas y grotescas ...
-Sólo Gustave Hervé que firma « Un Sin Patria», mati-
zaba su condena en la Guerra Social del 1 al 7 de mayo de
1912, después del drama de Choisy-le-Roi:
Se sobreentiende que Bonnot y su banda son bandidos y
que ninguna doctrina podría justificar ni excusar abomina-
ciones como el degollamiento de los dos viejos de Thiais, el

217
asesinato del chófer en Montgeron y el de los empleados de
banca de Chantilly [... ]
(Pero) nosotros, los militantes, que creemos que la servi-
dumbre del pueblo se da en gran parte por su pasividad, por
su miedo a los reveses, por su falta de iniciativa y de auda-
cia, no podemos evitar el murmurar: «Ante 500 revoluciona-
rios como Bonnot [... ] qué peso tendría toda la policía de
París [ ... ] , y Guichard, el hombre que dispara con tanta san-
gre fría sobre cadáveres y agonizantes desarmados y sobre
toda la jauría de perros de policía, a pesar de todas las cruces
al valor que están a punto de colgar de sus collares [... ] .
Lo único que pasa es que ya no se encuentran valientes de
pelo en pecho y gentes de «choque» más que entre los ban-
didos.
Los honrados obreros, ellos, son ¡demasiado cobardes,
demasiado zoquetes, o demasiado tontos!

El Rétif juzga a sus amigos

Y dentro de las mismas prisiones, dentro de los corazones


¡qué efervescencia! Quizás las reflexiones más clarificado-
ras vienen de las cartas escritas por Kibaltchiche -el Rétif.
Tenemos aquí una primera escrita desde la Santé a un
anarquista individualista, en el mismo momento en el que
mientras cada uno de ellos prepara su defensa, hacía una
recapitulación sobre sí mismo:
Miércoles 22 de enero de 1913

Mi querido Armand:
Tengo ante mis ojos tu carta del (espacio en blanco) y la
información que te pedía. Me gusta la franqueza con la que
me hablas de nuestra defensa. Por otra parte, nunca me he
molestado por las críticas que se me han podido hacer en lo
concerniente a mis palabras y a mis hechos, más si éstas han
sido -como es el caso- amigables y cordiales.

218
¡Pero que difícil es evitar los malentendidos! ¡Y de qué
forma los camaradas y tú os habéis engañado en lo tocante a
nuestros sentimientos! Desde luego que tenemos el deseo de
«revivir» pronto, el deseo apasionado de ver el fin de esta
pesadilla imbécil y si cabe inmerecida. Pero me parece que
todo en todas nuestras actitudes anteriores debería deciros
claramente que no haremos nada, y no permitiremos que se
haga nada que sea contrario a nuestros sentimientos para
llegar a buen fin. ¿Qué puedo decir? Confieso que esto me es
infinitamente desagradable.
Ya en las detalladas cartas anteriores te he expuesto nues-
tra defensa -pues hasta el presente he estado de total acuer-
do con Rirette-. A grandes rasgos, ésta no será modifica-
da.[ ... ]
Por supuesto, en la Audiencia, no será el momento ni el
lugar de hablar contra el ilegalismo. ¡Hombre! Nosotros no
tenemos ningún interés en ello. Yo no tengo absolutamente
ningún interés. Pero, si se me hace solidario -la acusación-
de actos que me repugnan (escribo la palabra justa) ¡tendré
que explicarme bien! En ese caso lo haré, estate seguro, en
términos claros para que no puedan servirse de mis palabras
contra nuestros coacusados. No me habría tomado el trabajo
de sopesar cada palabra durante la instrucción por temor a
encausar a algún desgraciado camarada, para suministrar al
fiscal armas contra ellos. Por otra parte, si quisieran servirse
de un lapsus siempre posible, ¿debo decirte que sabría recti-
ficar? No es la preocupación por mis intereses lo que me
hace no querer, a ningún precio, una solidaridad impuesta. Si
no se tratara más que de mis intereses, la defensa podría sal-
var la dificultad. Pero no. Es que yo estoy -nosotros esta-
mos- hastiados, desconsolados de ver que unos camaradas
-unos camaradas a los que yo he tenido afecto en los tiem-
pos de su primer y hermoso entusiasmo- hayan podido co-
meter cosas tan lamentables como la carnicería de Thiais.
Estoy hastiado de ver que los demás, todos los demás, han
gastado locamente sus vidas en una lucha sin salida y tan

219
triste, bajo su apariencia de loco valor, que incluso no pue-
den defenderse con orgullo.
Trataré de evitar abordar o que la Srta. Breton5 aborde en
la Audiencia, la cuestión del ilegalismo -del que estas triste-
zas me parecen dar una conclusión demasiado evidente-, si
no puedo hacerlo, al menos no diré eso. Me limitaré a probar
que nunca he preconizado (incluso ni he sido partidario) de
esta teoría6 ; añadiré que sin embargo he defendido a los
rebeldes todas las veces que ha sido preciso hacerlo.
Si estoy libre pronto, ni que decir tiene que me explicaré
sobre este asunto sin ambages. Creo necesario, después de
estas experiencias, concluirlo. Me arrepiento de no haberlo
hecho antes. Quizá si hubiera sido más firme Valet estaría
vivo y el pobre Soudy libre. Sólo me ha faltado combati-
vidad.
Sin embargo tú me escribes:
«Siempre podremos objetarte después de tus artículos en
la anarquía, invocando ciertos detalles de vuestra vida pasa-
da que ... ».
No no podréis. Si yo me permitiera juzgar delante del
jurado los actos de mis compañeros que no son ya ad-
versarios de ideas sino «aplastados» siguiendo el término
de Méric, seguramente se me podrían objetar muchas
cosas.
Pero si digo que nunca he sido partidario de un desastro-
so medio de acción, si lo digo más tarde como espero hacer-
lo o si me veo forzado a decirlo ante el jurado, no se me
podrá objetar nada, pues es verdad. ¿Mis artículos de la
anarquía? ¿He hecho nunca otra cosa que defender a los ile-
gales o servirme de las circunstancias para hacer valer nues-
tra manera de razonar -y la legitimidad de todas las revuel-
tas- (lo que no quiere decir que las preconice todas)? ¿No
escribía yo en el más combativo de todos ellos (Los Bandi-

5 Abogado de Kibaltchiche.
6 ¿Es eso cierto? Ved nota siguiente.

220
dos) que «los bandidos son el efecto de causas situadas por
encima de ellos 7» [ ... ].
Ya ves que nunca se podrá «invocar mis artículos» ni
nuestra vida pasada. Por otra parte eso constituye un capítu-
lo sobre el que no permitiré que se lleve la discusión. Sin ser
partidario del salario, he podido ser asalariado. Sin ser parti-
dario del robo puedo verme obligado a utilizarlo. Eso no me
atañe más que a mí. Que se discutan mis ideas, lo deseo. Que
se discutan mis hechos, que no me conciernen más que a mí,
no lo permito. En otras palabras, dejo decir y murmurar, no
consiento en discutirlo.
Lo que te recuerdo más arriba es sólo para mostrarte que
no hay que ver «cambio de actitud» -como tú escribes- en
nuestra conducta.
Por otro lado, aunque hubiera un cambio de actitud, eso
sería comprensible. Las últimas experiencias son buenas para
abolir ilusiones y rectificar «teorías». ¡Ay de mí! -Pero en
ese caso, es evidente que yo no tendría derecho a decir no
haber preconizado nunca e incluso combatido siempre, entre
nosotros, tales procedimientos e ideas. Y sería bastante
escrupuloso conmigo mismo para no permitírmelo.
Si, eventualmente, pudiera utilizar ese lenguaje, es que es
perfectamente exacto. Numerosos camaradas lo saben y me
parece que tú eres uno de esos [ ... ]

7 Escribía también (Cf., la anarquía, 4 de enero de 1912: «Que en pleno

día se fusile a un miserable ordenanza de banco, prueba que unos hombres han
comprendido por fin las virtudes de la audacia[ ... ].
«No temo confesarlo. Estoy con los bandidos [ ... ].»
«Quienquiera que sea, me gusta más el que lucha. Quizá desaparezca más
joven, conocerá la caza del hombre y la trena; quizá acabará bajo el abominable beso
de la viiula*. ¡Puede ser! Me gusta el que acepta el riesgo de la gran lucha. Es viril.»
«Después, vencedor o vencido ¿no es preferible su suerte al desapacible
letargo y a la agonía infinitamente lenta del proletariado que muere embruteci-
do y jubilado sin haber aprovechado la existencia?»
«El bandido, él, actúa. Tiene, pues, alguna oportunidad de ganar. Eso es
bastante.»
* N. de la T.: la viuda: nombre dado a la guillotina en Francia.

221
Te enviaré una carta para publicarla después del proceso,
en el caso de que sea condenado -me concedo 60 oportuni-
dades sobre 100 de absolución. Ni una más.
Tuyo afectísimo.
Le Rétif

Cuatro años más tarde, el que ya no era Le Rétif ni tam-


poco era todavía Víctor Serge le dirigía, desde España, una
larga carta de la que no retendremos más que lo que refiere
-y concluye- esta aventura.
28 de marzo de 1917
Barcelona

Mi querido Armand:
[ ... ]
2º Elaboración para fijar tu memoria, más bien dudosa e
inexacta en este caso.
Yo no condené a nadie en el proceso. Recibí incluso el
agradecimiento de R[aymond] C[allemin] y de todos los
demás. -Pero esos otros, los primeros personajes (¡Ay!)
se condenaron lamentablemente a sí mismos. R[aymond]
C[allemin] aún se defendía de ser an[arquista], etc., etc.
Dije, lo que repetiría voluntariamente, que estaba descorazo-
nado de ver nuestras ideas tan ricas y bellas, acabar en tal
gasto disipado de jóvenes fuerzas en el barro y la sangre. Y
que estaba desconsolado de padecer por tal causa. -No he
implorado indulgencia a nadie. En ningún momento. Mirad
los informes publicados. Me he defendido, sin concesiones,
incluso con demasiada agresividad. He acabado pidiendo ser
juzgado, no por lo que los demás podían haber hecho, sino
por mis propias acciones y mis propias ideas. -Raymond me
reprochó, es cierto, el reprobar demasiado los horrores y
suciedades que estaban en cuestión. Reproche irreflexivo
y profundamente torpe, puesto que, al pretenderse inocente y
condenar sus supuestos desvíos ideológicos de antaño, no
tenía por qué conmoverse con tal reprobación. -Por otra

222
parte, ¡no importa! Para nú, las ideas se plantean ante las
gentes que las critican, e incluso ante un jurado; creo tener el
derecho a usar las mías (tanto más cuanto no hago daño a
nadie).
Me extraña tener que recordarte estas cosas que tú sabes
muy bien[ ... ].
6º Es verdad que supliqué a Rirette [Maitrejean] abando-
nar definitivamente «ciertos ambientes». Ambientes en los
que, de nuestro pensamiento, de nuestra lucha, de nuestras
fuerzas, se hacen no sé que abominables cosas. Aquellos en
los que he visto a camaradas robarse, difamarse, golpearse
-a la manera de los antropoides, según tu expresión-, en-
gañarse, injuriarse, excomulgarse, venderse los unos a los
otros; donde he visto al amor libre convertirse en una ruindad
y a tantos jóvenes valerosos venirse abajo por el ilegalismo
de la vida del hampa, y luego dentro de las prisiones.
Vistas desde lejos, estas cosas quizá tengan un cierto
carácter épico(!!!). De cerca dan náuseas. Los medios en los
que esto sucede, hacen tal daño a nuestros medios que acon-
sejo a todos aquellos a los que puedo decírselo, huir de ellos
-puesto que no podemos destruirlos.
Víctor [Le Rétif]

223
9
LA ANARQUÍA HA MUERTO.
¿VIVA LA ANARQUÍA?

M edio siglo ha transcurrido desde 1914. La acción anar-


quista estuvo marcada por algunos hechos espectacula-
res: atentado de Emile Cottin contra Clemenceau el 19 de febre-
ro de 1919 1; atraco en julio de 1921 a los viajeros del rápido
París-Marsella en el que participó el hijo de Mécislas Gold-
berg2 -por razón de este parentesco, este acto de simple ban-
didaje está unido al anarquismo-. Asesinato por Germain
Berton del cabecilla de los camelotes del rey*, Marius Pla-
teau, en enero de 1923. Suicidio o asesinato, el 24 del mismo
año, tras una declaración anarquista, de Phillipe Daudet,
hijo del escritor de Acción Francesa.
Algunas campañas atrajeron igualmente la atención:
solidaridad con la revolución española de 1936 a 1938, la
lucha promovida por Louis Lecoin por la liberación de los
anarquistas italianos Sacco y Vanzetti finalmente electrocu-
tados en Estados Unidos en agosto de 1927, campañas con-

1 Condenado a muerte, se le conmutó la pena y fue liberado el 21 de agos-

to de 1924. Cottin murió en septiembre de 1936 defendiendo la España repu-


blicana en el frente de Aragón.
2 Anarquista individualista conocido en los ambientes del barrio latino

poco antes de 1914, su hijo, aunque simple comparsa, fue guillotinado el 2 de


agosto de 1922.
* N. de la T.: camelots du roi: militantes monárquicos y reaccionarios.

225
tra el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial y
por un estatuto de la objeción de conciencia ...
Pero nada de todo esto evoca, se apruebe o se censure, el
pensamiento y la acción anarquista de antaño que se desva-
necieron con los sueños del siglo en el que habían florecido.
En efecto, si se encara la doctrina, podemos decir que los
teóricos de los últimos cincuenta años son los mismos que ya
pensaban la anarquía antes de la Primera Guerra Mundial.
Han desaparecido uno tras otro sin herederos espirituales:
lean Grave en 1939, Sebastian Faure en 1942, Armand en
1962, por no mencionar más que algunos nombres entre los
más representativos de la antigua generación.
En el plano de la organización y de la acción, la situación
ya no es floreciente. En noviembre de 1920, en el Congreso
de París, se constituyó la Unión Anarquista que vivió, no sin
crisis, hasta la Segunda Guerra Mundial. Una Federación
anarquista de lengua francesa (FAF) que compitió con ella,
tuvo como órgano de expresión, a partir de marzo-abril de
1937, Terre Libre, cuyo primer número data del mes de agos-
to de 1934. Otra publicación competidora, La Voix Libertai-
re, aparecería después de 1928 y vivió hasta 1939. El Liber-
taire atravesó todo este periodo de principio a fin, con ca-
rácter diario, en 1923-1924. Durante la Segunda Guerra
Mundial, en 1943, se entabló una reunificación que se con-
cretó con la constitución de la Federación Libertaria en
1945. Una escisión en 1953, hizo del Libertaire el órgano
de una efímera Federación Comunista Libertaria. Hoy sólo
queda la Federación Anarquista con su órgano informativo
mensual, Le Monde Libertaire; su actividad se orienta prin-
cipalmente hacia la propaganda en favor del pacifismo y el
librepensamiento.
¿Ha muerto entonces la anarquía? Sin duda alguna. Como
ha muerto ese socialismo que vivía de hechizos: «Social»,
«Huelga General», donde cada uno pensaba que serían par-
teras de la libertad y de la fraternidad, en una abundancia
inmediatamente dada.

226
Pero el espíritu libertario permanece, una cierta concep-
ción del socialismo permanece y también quienes pueden
reivindicar sus derechos. Entonces, por qué, retomando el
grito de los que desafiaban a la Sociedad al pie de la guillo-
tina, por qué algunos no retomarían la celebre frase: ¡La
anarquía ha muerto. Viva la anarquía!

227
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA

L a bibliografía que he dado después de mi tesis (lª edi-


ción) abarca 180 paginas. No es cuestión de retomarla,
incluso aligerada, sino más bien dar los títulos de las obras en
francés que, aquí y allá, se imponen y completarla con las
publicaciones más interesantes que han visto la luz en los
últimos quince años.

LA TEORÍA (escritos debidos a anarquistas)

Anarquismo comunista:

S. FAURE: La Doleur universelle. Philosophie libertaire,


París, 1895, 396 págs.
- Man communisme. Le Bonheur universel, París, 1921,
408 págs.
J. GRAVE: L'Anarchie, son but, ses moyens, París, 332 págs.
- La Société mourante et l'anarchie, París, 1893, 298 págs.
- La Sociétéfuture, París, 1895, 414 págs.
E. REcLus: L'Evolution, la révolution et !'ideal anarchiste,
París, 1898, 2' edición, 296 págs.

229
Anarquismo individualista:

E. ARMAND: L'initiation individualiste anarchiste, París-Or-


leans, 1923, 344 págs.

Anarquismo sindicalista:

F. PELLOUTIER: Lettre aux anarchistes. Le Congres général


du Parti socialiste franr;ais, París, 1900, 72 págs.
- Histoire des Bourses de travail, París, 1902 xx-232 págs.

LOS HOMBRES

L. LECOIN: De prison en prison, París, 1946, 220 págs.


A. SERGENT: Un anarchiste de la belle époque: Alexandre
Jacob, París, 1950, 208 págs.
J. HUMBERT: Sebastien Faure, l'homme, l'apótre, une épo-
que, París, 1949, 261 págs.
F. JOURDAIN: Sans remords ni rancunes, París, 1953, Cf. los
capítulos «Du coté de chez Bakounine», «De quelques
séditieux», «Du coté de Belleville, de Levallois et de Saint-
Pétersbourg».
- E. Armand, sa vie, sa pensée, son oeuvre, París, 1964,
498 págs.

HISTORIA DEL MOVIMIENTO

A. SERGENT y CL. HARMEL: Histoire de l'anarchie, París,


1949, 450 págs. (Apareció un solo volumen de los dos
anunciados; trata de la historia de las ideas antes de 1880.)
J. MAITR0N: Histoire du mouvement anarchiste en France
1880-1914, París, 1ª edición, 1951 (agotada), 2ª edición,
1955, 562 págs.
H. ARVON: L'anarchisme, París, 1951, 128 págs. (collection
Qué sais-je?).

La mayoría de las fotografías presentadas en este volumen


fueron escogidas hace unos diez años por mi amigo Cham-
belland y por mí mismo con vistas a su publicación en un
álbum ... , pero ningún editor quiso correr el riesgo. Inéditas
en su mayoría, provienen de las colecciones de los archivos
de la Prefectura de Policía, puestas a nuestra disposición por
la Sra. Tulard, su administradora. Le expreso mi gratitud
por ello dándole las gracias igualmente por las facilidades
que me dio para consultar los papeles de Bonnot, todavía no
inventariados.
ÍNDICE

PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

ANARQUÍA-ANARQUISTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . l 3

RAVA'CHOL Y LOS ANARQUISTAS

EL MARCO HISTÓRICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . l 7

l. EL DESAFÍO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

2. LAS MEMORIAS DE RAVACHOL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

3. EMILE HENRY, EL BENJAMÍN DE LA ANARQUÍA. . . . . . . . 97

4. EL COMPAÑERO TORTELIER Y SU «IDEA FIJA» . . . . . . . . 141

5. ANARCOSINDICALISMO O SINDICALISMO REVOLUCIONARIO l 57

6. LA BANDA DE BONNOT. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . l 77
7. GARNIER: «¿POR QUÉ HE MATADO?» . . . . . . . . . . . . . . 197

8. LA ANARQUÍA DENTRO DE LA ANARQUÍA . . . . . . . . . . . 2l 3

9. LA ANARQUÍA HA MUERTO. ¿VIVA LA ANARQUÍA? . . . . 225

BIBLIOGRAFÍA SUMARIA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229

2 33
ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR
EL 31 DE MARZO DE 2003,
EN IMPRENTA GRÁFICAS 85, S.A.,
MADRID

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