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gallina. Me pidió por favor que hable con su ex. Necesitaba que lo convenza para viajar a
Pelu tocaba la batería en la banda que formamos a fines de los ochenta. Hacíamos
covers de rock nacional. Muy pronto el grupo se disolvió. Las útimas veces que nos vimos
me acusó de ser el promotor de esa separación. Nos seguimos viendo hasta que me fui a
trabajar a Capital. Paulita fue la única novia que le conocí. Un día, después de fumar,
tirados en el sofá de mi casa, me confesó que se iba a pegar un tiro si ella lo abandonaba.
Me miraba fijo y con los dedos de la mano se apuntaba a la cabeza. Nunca pude
olvidarme de esa imagen del pelusa. Cuando Stefi cumplió un año se separó de Paulita.
De más está decir que tampoco logró asumir esa ruptura. Por suerte no cumplió con su
promesa. Lo del negocio del padre tampoco terminó bien. Al final se la clausuró la
municipalidad por no pagar los impuestos. Me contaron que se resistió como pudo a la
liquidación del negocio. Cuando llegaron los interventores se abrazó a las únicas
máquinas que le quedaban. Era un buen pibe, pero un poco dramático. Demasiado
apegado al pasado.
Cuando colgué, tomé conciencia de que mi último encuentro con el pelusa había
Paulita, ponerle alguna excusa o decirle directamente que no iba a poder ayudarla, pero
Crucé los dedos y entré a la casita de fiestas. Lo distinguí en una de las mesas del fondo,
con un vaso de vino en la mano y mirando, extasiado, cómo jugaban los chicos en la Wii.
Estaba irreconcible: gordo, pelado, fumando un cigarrillo tras otro, vestido con una remera
pudiera creer que yo, Huguito, estaba allí, delante suyo. Cuando se recompuso me
Los nenes se cruzaban haciendo un trencito y se lanzaban adentro del pelotero. La Stefi
una canción. Cuando se fue nena, acercó el puño a la boca y se puso a cantar. Era uno
de esos hits de los enanitos verdes que por suerte nunca llegamos a tocar en vivo. Esa
música, o su recuerdo, me hacían sentir incómodo. Pelu miraba para los costados como si
cantando, me decía, seguí cantando, tocá la guitarra boludo, dale. De repente se detuvo y
Le pregunté por el padre. Me dijo que estaba todo bien y que la imprenta funcionaba cada
día mejor. Yo sabía que eran mentiras. La imprenta estaba cerrada por lo menos desde el
año anterior. El pelusa revoleaba la mirada para confirmar si había quedado libre la Wii.
Cuando los nenes se aburrieron y se alejaron, tomó rápidamente los comandos y se puso
a jugar. Al anotar el primer strike, se acordó del boliche donde jugábamos al bowling con
los chicos de la banda. Recordó a cada una de las putas que conocimos en aquel antro:
Belén, la polaquita, la bubalú. Con lujo de detalles relataba esos encuentros furtivos y se
con lo mismo más para joderme a mí o a Paulita que para recordar un pasado
memorable. Al final, como siempre, terminó tendido en el parquet y tuve que levantarlo y
cabalgando encima de las minas. El gran chaparral, gritaba y disparaba simulando ser el
paciencia.
— No te metás Huguito, vos no sabés nada — . Estiró la mano hacia la mesa pero como
— ¡Además vos, si, vos, sos el menos indicado para meterte en esto!
debajo de la mesa, se volvió a enojar y me gritaba diciéndome que yo no era nadie para
Respiré varias veces. Estiré los brazos y las piernas. Y pensé en Paulita. No se lo
— ¡Que decís! ¡Vos sos un garca! ¡Me echaste de la banda, te fuiste a Capital ¡nunca te
importó nada!.
— No, no es así – le dije sin entrar en detalles. – Hoy vine solamente porque me lo pidió
Paulita.
— ¿Qué te pidió Paulita?
— Quiere solamente que la dejes vivir su vida, nada más y que la autorices a viajar con
Stefi a Brasil.
— A vos también te contó ese verso. ¡Que se vaya sola si quiere! ¡Es una reventada! No
Sin decir nada, se levantó y se fue para al fondo del local. Supuse que iría al baño.
Aproveché su ausencia para comunicarme con Paulita. Pensaba decirle que la situación
no daba para más y que prefería volverme a mi casa. Cuando levanté la mano para
— ¿Por qué no la llamás a Paulita y hablamos los tres solitos? — me dijo irónicamente
El ambiente se había enrarecido. Ya no sabía donde poner las manos. Había sido una
tarde calurosa y el local era bastante cerrado. Me ahogaba. Prefería no mirarlo para no
— ¿Te acordás cuando Paulita cayó a tu casa? ¿Qué más le enseñabas aparte de
guitarra? – lo dijo subiendo el tono de voz como para que lo escuchen en las otras mesas.
Volví a bucear en mi interior buscando serenidad. Sospeché que Paulita podría haberlo
escuchado. De repente el pelusa miró para arriba, se tomó la cabeza y empezó a cantar
“ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé”, agitando las manos como si estuviera en una cancha de
futbol.
— ¡Ah! Claro. Por eso la defendés tanto a Paulita. Ahora entiendo todo.
— ¿Qué entendés?
— ¿Te la cogiste?
— ¿Me estás cargando Pelusa? – atiné a responderle.
— Mirá Pelusa, lo que me estás preguntando no puede ser así, somos amigos ¿no? – le
— Está bien, está bien — me dijo, colocando las manos hacia adelante y balanceándose
sobre la silla.
Los nenes corrían y gritaban. Habían roto la piñata con un palo y se arrastraban por el
piso juntando todos los caramelos que podían guardar en sus bolsillos o recoger en sus
manos. Yo miraba, con nostalgia, esa felicidad inaccesible. El tema no daba para más
— Entonces tengo que pensar que pasó algo – concluyó, lógicamente, alzando el puño,
Me volví a sentar. Ya estaban echadas todas las cartas. Escuché a Paulita que palmeaba
las manos llamando a los chicos a soplar las velitas. Pelusa se quedó sentado,
mirándome. Recogí el vaso y la botella de vino y los puse encima de la mesa. Sin proferir
Pensé en contarle que había estado con ella. Seguramente, me hubiera creído. Quizás,
porque no, habría sido cierto. Paulita era una mujer hermosa, joven, talentosa y él nunca
supo cuidarla. Aunque estaba lejos, preferí caminar para aclarar algunas ideas. Recordé,
con nostalgia, aquel fin de semana largo que se quedó en casa. Pero eso había quedado
enterrado en el pasado. Sonó el teléfono. No quise atender. Era mejor así. En otra época,