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Canon 1205-1213

Cuando somos bautizados, somos llevados a un lugar sagrado, la Iglesia Católica, y


bautizados en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, brindándonos la
promesa de la vida eterna. Cuando muere uno de nuestros seres queridos, lo llevamos a
otro lugar sagrado, un cementerio católico, para ser enterrado en un lugar sagrado
mientras espera la resurrección de los muertos y la promesa de la vida eterna.

Nuestros templos son un lugar sagrado, porque ahí es donde se deposita Nuestros Señor
Jesucristo Sacramentado en el Sagrario o “Sancta Sanctorum”, ahí es donde reposan las
reliquias de los Santos y Mártires de la Iglesia Universal, ahí es donde se ofrece el
Sacrificio vivo y Santo de la Eucaristía. Por eso, no es un simple salón, no es un simple
garaje o local, sino un sitio en el que la Iglesia católica desde antiguo ha buscado que
sea lugar de reunión de Dios para con sus fieles, lo que exige que todo tempo tenga una
consagración o dedicación que lo aparte del uso profano. Como parte de la consagración
de una iglesia, al menos un altar fijo debe ser consagrado.

Como se puede evidenciar se denominan templos y lugares sagrados a aquellos lugares


que son destinados a realizar el culto divino, es decir la celebración religiosa orientada a
la divinidad de Dios o los destinados a la sepultura de los fieles. El Código de Derecho
Canónico establece que estos lugares sagrados para ser considerados de esta manera
deben estar dedicados por el Obispo. La ceremonia solemne de dedicación o
consagración se encuentra en el Pontifical Romano y se realiza de jure por un obispo. El
rito más simple, que puede hallarse en el Ritual Romano, está reservado generalmente
para los obispos, pero puede ser realizado también por un sacerdote con delegación
episcopal. Todas las iglesias, oratorios públicos y semipúblicos, si se destinan al culto
divino in perpetuum, deben ser cuando menos bendecidos antes que los Sagrados
Misterios puedan ser celebrados en ellos.

Se debe de levantar acta de la dedicación o bendición de una iglesia, y asimismo de la


bendición de un cementerio; se guardará un ejemplar en la curia diocesana, y otro en el
archivo de la iglesia, además La diferencia en las dos formas de dedicación es que una
iglesia consagrada tiene derecho a celebrar cada año la fiesta del aniversario de su
consagración, que debe oficiarse como una doble de la primera clase con una octava por
todos los sacerdotes asignados a ella. Una iglesia que sólo está bendita no tiene derecho
a esta fiesta de aniversario salvo per accidens, es decir, cuando está incluida en el
indulto especial concedido para la celebración simultánea de los aniversarios de todas
las iglesias en un distrito o diócesis. La dedicación o bendición de un lugar, con tal de
que no perjudique a nadie, se prueban suficientemente por un solo testigo libre de toda
sospecha.

La autoridad eclesiástica ejerce libremente sus poderes y funciones en los lugares


sagrados y puede también determinar la perdida de la dedicación o bendición si resultan
destruidos en gran parte o si son reducidos permanentemente a usos profanos por
decreto del Ordinario o de hecho.

En un lugar sagrado sólo puede admitirse aquello que favorece el ejercicio y el fomento
del culto, de la piedad y de la religión, y se prohíbe lo que no esté en consonancia con la
santidad del lugar. Sin embargo, el Ordinario puede permitir, en casos concretos, otros
usos, siempre que no sean contrarios a la santidad del lugar. Los lugares sagrados
quedan violados cuando, con escándalo de los fieles, se cometen en ellos actos
gravemente injuriosos que, a juicio del Ordinario del lugar, revisten tal gravedad y son
tan contrarios a la santidad del lugar, que en ellos no se puede ejercer el culto hasta que
se repare la injuria por un rito penitencial a tenor de los libros litúrgicos.

DE LAS IGLESIAS (Cann. 1214-1222)

La iglesia es un edificio sagrado que esta destinado para que en esta se realice el culto
divino, se considera como un lugar público al que tienen derecho de entrar todos los
fieles sin ningún tipo de distinción. Como se mencionó anteriormente para la
edificación de una iglesia debe estar previamente dado el consentimiento expreso del
Obispo del lugar donde se va a edificar la iglesia, el consentimiento debe ser dado por
escrito.

Para otorgar dicho consentimiento expreso el Obispo debe previamente un consenso de


parte del consejo prebiristerial y los precedentes las iglesias vecinas a la cual se
pretende establecer, de dicho consenso se debe desprender que la iglesia a la que se
pretende otorgar el permiso esta orientada a servir para el bien de las almas y que
existen los medios necesarios para edificarle y sostener en ella los cultos divinos. Hay
que acotar que una iglesia no puede quedar construida a medias ya que se considera un
sacrilegio. También los institutos religiosos deben obtener licencia del Obispo
diocesano, antes de edificar una iglesia en un lugar fijo y determinado, aun cuando ya
tuvieran su consentimiento para establecer una nueva casa en la diócesis o ciudad.

Tomando en consideración lo anteriormente expuesto se puede decir que la iglesia en su


edificación debe contener las normas mínimas establecidas por la liturgia y mantener un
decoro, por lo que las iglesias que se encuentre en situación de deterioro deben ser
reducidas, es decir si una iglesia no puede emplearse en modo alguno para el culto
divino y no hay posibilidad de repararla, puede ser reducida por el Obispo diocesano a
un uso profano no sórdido. Cuando otras causas graves aconsejen que una iglesia deje
de emplearse para el culto divino, el Obispo diocesano, oído el consejo presbiteral,
puede reducirla a un uso profano no sórdido, con el consentimiento de quienes
legítimamente mantengan derechos sobre ella, y con tal de que por eso no sufra ningún
detrimento el bien de las almas.

En la edificación y reparación de iglesias, teniendo en cuenta el consejo de los peritos,


deben observarse los principios y normas de la liturgia y del arte sagrado. Concluida la
construcción en la forma debida, la nueva iglesia debe dedicarse o al menos bendecirse
cuanto antes, según las leyes litúrgicas. Dedíquense con rito solemne las iglesias, sobre
todo las catedrales y parroquiales.

Cada iglesia ha de tener su propio título, que no puede cambiarse una vez hecha la
dedicación, es decir la denominación o nombre de la iglesia no puede ser modificado
por situación alguna. En la iglesia legítimamente dedicada o bendecida pueden
realizarse todos los actos del culto divino, sin perjuicio de los derechos parroquiales, es
decir se pueden realizar misas y ceremonias religiosas de matrimonio, bautizo, etc.
Procuren todos aquellos a quienes corresponde, que en las iglesias haya la limpieza y
pulcritud que convienen a la casa de Dios, y evítese en ellas cualquier cosa que no esté
en consonancia con la santidad del lugar. Para proteger los bienes sagrados y preciosos,
deben emplearse los cuidados ordinarios de conservación y las oportunas medidas de
seguridad. La entrada a la iglesia debe ser libre y gratuita durante el tiempo de las
celebraciones sagradas.

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