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EN EL TINTERO

Joaquín Córdova Rivas

Cuando algún tema no encuentra lugar en la aterradora hoja en blanco suele decirse que se
quedó pendiente, encerrado en ese espacio asfixiante que antes, muy antes, contenía la tinta
que habría de trasladarse a la punta de una fina pluma de ave y de allí al papel. La metáfora,
actualizada a nuestro tiempo inundado tecnológicamente, podría quedar en que el archivo
correspondiente se quedó atrapado entre el teclado, el disco duro y el e-mail, aunque en
realidad se dejó de escribir por falta de claridad en el trato, porque las circunstancias lo
pospusieron, o por quién sabe qué otro motivo. No son por que carezcan de importancia,
todo lo contrario.

Uno de esos temas tiene que ver con la derrota anticipada del poder público ante la
delincuencia, organizada o no. Nos referimos a la violencia que se despliega de manera
descarada, que aparece en forma de ejecutados, decapitados, incinerados, levantados,
secuestrados, extorsionados, amenazados y demás; porque la otra, la igual de violenta pero
menos visible, la de cuello blanco, la de las corrupciones empresariales, religiosas y
políticas, la de los privilegios indebidos, la de las fortunas mal habidas pero adecentadas y
lavadas en algunos medios de comunicación, parecen otra cosa. Bueno, esa derrota se
concreta en la propuesta y puesta en construcción de más cuarteles militares diseminados
en la limitada geografía queretana, como si le regreso a un modelo feudal fuera lo más
adecuado frente a fenómenos delictivos que usan las tecnologías más modernas para
saltarse tiempos y espacios. Peor si llegamos a creer que es más efectivo un retén o una bala
que la prevención coordinada por todas las instancias gubernamentales junto con la
sociedad, malo si nos tragamos la idea de que es necesario que mueran ciudadanos ajenos al
crimen y la delincuencia con tal de acabar con unos “malos” que solo la confrontación del
momento definió como tales, y nadie más.

El mismo, o mayor poder disuasivo de un cuartel militar lo puede tener el trabajo de


inteligencia, una policía preventiva bien capacitada humana y técnicamente, un poder
judicial justo y oportuno, una ciudadanía con intereses y valores que trasciendan las
ganancias instantáneas y el mínimo esfuerzo, un poder ejecutivo que no renuncie a sus
responsabilidades. El problema no es construir bases militares por todos lados, sí lo es el
que se vuelvan indispensables y se pierdan derechos y libertades creyendo que las estamos
protegiendo, sí lo es el construir el tejido social necesario para desmantelarlas después. Por
lo menos un gobernador o presidente municipal depende, todavía, de plazos fatales, de
procesos electorales, de la aprobación ciudadana, un jefe militar no, sólo depende de su
propia fuerza.

Relacionado con lo anterior y también con la necesidad de recuperarlo de ese tintero que se
convierte en un hoyo negro intelectual, el tema de qué enseñamos y cómo lo enseñamos
sigue en la polémica y mejor que así sea. Una sociedad que deja de discutir es una sociedad
que se muere. Otra vez los filósofos poniendo el dedo donde más duele, denunciando que la
subsecretaría de educación media superior de este sufrido país está dejando las disciplinas
humanísticas fuera de los planes de estudio, porque nos han dado a creer que lo que se
necesita son ingenieros y técnicos, como si ambas cosas estuvieran divorciadas unas de las
otras, como si fueran mutuamente excluyentes. Recurramos a un filósofo para que nos
explique de qué trata el conflicto aparente, alguien de la llamada escuela de París, Roger-
Pol Droit: “Lo que verdaderamente necesitamos son ciudadanos que piensen. La iniciación
en la filosofía como crítica es absolutamente esencial en este campo. No se trata de elegir
entre buenos ingenieros sin filosofía y filósofos sin formación científica. Se trata más bien
de dar a todos los ciudadanos la posibilidad de formarse su propio juicio. Y en ese sentido,
una formación bien pensada en filosofía parece absolutamente indispensable, inclusive para
los científicos, que también tendrán responsabilidades profesionales en su oficio de
ingenieros”. Pero a políticos refractarios al pensamiento y que hacen de la ignorancia ajena
el éxito propio no conviene que los demás piensen.

Nos han dicho que la filosofía y el resto de las humanidades no sirven para nada, que no
son ciencias, que no producen nada. Totalmente falso, si algo nos vuelve cada vez más
humanos es la reflexión en nosotros mismos y en nuestra circunstancia, para cambiarla,
para mejorarla, lo mismo se le plantea al filósofo francés en un chat del diario Le Monde:
“A fuerza de filosofar demasiado, ¿no se corre el riesgo de caer en la inactividad y de
retirarse de la sociedad? Roger-Pol Droit: Ya se le reprochaba a Sócrates quedarse en un
rincón a discutir con los jóvenes en lugar de ocuparse de cosas serias como los negocios o
la actualidad. Es un viejo reproche al que le podemos dar una vieja respuesta: para actuar,
hace falta haber reflexionado. Claro está que el riesgo es siempre encerrarse en la reflexión
y, sin duda, también hay que saber parar de pensar.”

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