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Cuentos de Mujeres para Mujeres
Cuentos de Mujeres para Mujeres
Editorial Mestiza
Este libro fue impreso en tierra Lavkenche, Wallmapu por la
Editorial Mestiza.
Presentación / 13
Delirio de libertad / 15
Ella / 16
Flor / 17
Fuimos todas / 18
Territorio / 20
Me enamoré de mi / 22
Mi heroina / 24
Amar en guerra / 26
Feminismo comunitario / 30
Ana / 32
El designio de una mujer / 34
El otro yo / 36
El otro yo (ilustración) / 38
Los sueños en mi mundo / 40
Hoy soy mujer, porque decidí serlo / 42
Ni impune ni silencio / 43
Azul / 46
Detalles / 53
Ella no es solo un pronombre / 57
Ella no es solo un pronombre (ilustración) / 60
Madre tierra / 62
Escrito en una roca a la orilla del mar / 64
No me pidas que sea princesa / 68
Sentido como una madre / 69
Siembra corazón / 72
Dudas / 74
La hormiga viajera / 75
Raíces / 76
Leer con lentes oscuros / 78
Siembra corazón / 82
Recuerdos sin miedo / 84
Recuerdos sin miedo (ilustración) / 86
Abigail / 88
Cardamomo / 91
Siembra corazón -raíces- / 94
El llamado / 96
Ese día / 99
Mi sombra / 103
Los golpes en la puerta / 105
A mi no me ha pasado / 107
Bailarás / 109
Üñum tañi zungun / 110
Mariposa / 112
Mariposa / 114
Ella / 115
Siembra corazón / 118
¿Mujer? / 120
Poema / 121
Eloisa / 122
Paciencia / 126
Querido viejito pasajero / 127
Morir de amor / 129
Publicidad / 131
Siembra y libertad / 132
Un toque rojo / 134
Algunas no queremos hijos humanos / 138
La decisión de ser feliz / 140
Martina / 143
Migrar / 145
Sombras del abismo / 147
Yo aborto / 149
Diablada artística para el acoso sexual en el ANBA / 152
Invitación / 157
Belleza en mi piel / 158
Me parieron encierro / 160
Hay primavera en el invierno / 164
Joven dama / 168
Ayer quise hablarte / 170
Ayer quise hablarte (ilustración) / 174
Un momento perfecto / 176
Flores / 179
Cortina nupcial / 181
Nadie es ilegal / 186
Agradecimientos / 189
12
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Presentación
Delirio de Libertad
15
Ella
Paloma de la Paz
Valparaíso
Chile
16
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Flor
Paloma de la Paz
Valparaíso
Chile
17
Fuimos todas
18
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
más fuerte que sus gritos de dolor. Cuando me puse de pie, agarré
su cabeza y la golpeé contra el pavimento. Su cuerpo doliente yacía
inmóvil sobre el suelo. Cada golpe tuvo más fuerza de lo normal. No
fui solo yo, fuimos todas.
…Al menos, una de las partes de esta historia es cierta. La otra, un
imaginario, un supuesto, un deseo ficticio.
19
Territorio
Maiza
Santiago
Chile
20
21
Me enamoré de mi
Me enamoré de mí
recorriendo lunares en el rostro de un desconocido.
Me enamoré de mí
devorándome cada pedacito de piel.
Me enamoré de mí
y de mi calma
descansando sobre otro pecho.
Me enamoré de mi reflejo
en esos ojos negros porque
me vi transparente.
Me enamoré de mí
y de mi valentía de saltar al vacío
en menos de cinco minutos al sentir que mi corazón late.
Me enamoré de mí
porque tengo la certidumbre de que puedo
querer bien.
Me enamoré de mí
acariciando otras manos con inmensa ternura.
Me enamoré de mí
compartiendo la mejor versión de lo que tengo hoy.
Me enamoré de mí
22
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Paloma de la Paz
Valparaíso
Chile
23
Mi heroina
24
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
tes para dominar a las bestias. Es por eso que ya no tenemos pena,
para que al igual que nosotros, otros niños ya no sientan miedo
nunca más.
25
Amar en guerra
I.-
Y eso,
Te corroe el estómago,
Te quema el descanso.
26
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
II.-
Es importante el grito.
Liberar la rabia,
El miedo,
La angustia.
Necesitamos gritar.
Gritarle a la cara
Su impunidad,
Nuestro desprecio.
¡Tu muerte!
27
Para que venga lenta,
como presagio de tu caída.
Hoy las calles se llenan de gritos,
Denuncian tu burla y tu cinismo.
Y gritaremos juntas,
Alegres,
Con el amor que a ti te falta,
Sostendremos el miedo,
Con la esperanza.
Y si caemos,
Gritaremos para que la marca de nuestras voces
Quede en la memoria del viento.
III.-
28
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Esta vez,
Sólo quiero abrazar su soledad
para que renazca risa, baile, lucha, justicia.
Y gritar juntas
Y gritar fuerte
“¡Mujeres contra la guerra, mujeres contra el capital, mujeres con-
tra el racismo y el terrorismo neoliberal!”
29
Feminismo comunitario
Maiza
Santiago
Chile
30
Ana
Ana
¿A dónde fuiste a buscar la mañana?
Cambiaste las levantadas asoleadas
Por las mañanas heladas
¡El milla ruka pillán me llamaba!
Su llamado lo escuchaba, a toda hora, principalmente cuando des-
pertaba
Casa de espíritus hermosamente anaranjada
Él veía cómo mi fuego se apagaba
El fuego volcánico me tiende su manto
Espíritus blancos
Y AZULES
Todos, todos, todos muy gentiles
Todo revuelto en esta revuelta que te inventas
La geografía esta toda muy unida, Ana es el punto de partida.
Ana
¿A dónde fuiste a buscar tus mañanas y madrugadas?
Cambiaste las levantadas asoleadas por las mañanas heladas
¡Agüita volcánica necesitaba!
Para calentar esta cuerpa amada
32
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Andrea Caballería
Likan Ray
Wallmapu
(Chile)
33
El designio de una mujer
34
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Lucía Pantigoso
35
El otro yo
Ella era hija de una mujer negra afro y de un hombre indígena, para
ella su color de piel “morenita”, color que por decir más, no existe…
y su cabello largo y liso que destaca a los indígenas.
Siempre se preguntó… Al pasar de los años por que le decían: ¡Hey
tú, la cholita-negra!
¿Alguien sabe que quiere decir esto? decía Rosaura.
¿Acaso mi apellido de negro destaca de mi dependencia indígena?
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
donde las montañas con sus pastos y sus animalitos, crean un en-
torno ameno, tan diferente a que lo que pasa en la ciudad, aquí el
aire te atraviesa las mejillas y te desenvuelve el alma, este pequeño
lugar donde la pequeña podía ser ella misma.
Lorena Zambrano
Ecuador
Radicada en Chile
37
EL OTRO YO
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile
38
39
Los sueños en mi mundo
Freya Alba
Iquique
Chile
40
41
Hoy soy mujer, porque decidi serlo
Freya Alba
Iquique
Chile
42
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Ni impune ni silencio
Ni impune ni silencio
43
Desde tus cuchillas
Nos saltan las garras
Para que decir que no,
Nos arden colmillos para gritar
Más fuerte.
Ni impune ni silencio
No nos van a amedrentar.
Dime entonces,
Cuánta conspiración más
Para volver de una calle
Un río de sangre,
Una ciudad de cadáveres,
Y cortarnos las lenguas
Con las que gritamos libertad.
Y nada, nada.
Una derecha comiendo palomitas
Nos saluda desde la prensa,
Nos escupe desde arriba
Entre simas fantasmas
Y homicidas encubiertos.
44
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Anaís Luâ
La Serena
Chile
45
Azul
46
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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Pero el día sábado, olvidando ver las noticias o las nubes, salió atra-
sada y la lluvia comenzó a caer a las tres cuadras, volver atrás no era
una opción, así que corrió sin ver la dirección pensando solamente
en llegar a un punto que ya no podía recordar, por el fuerte sonido
de la lluvia contra el pavimento. Corrió hasta que la visión la tuvo
nublosa y su mano encontró una puerta que abrió de prisa. La tien-
da era espaciosa a pesar de todo el desorden de prendas y acceso-
rios que encontraba, y en frente estaba el vestido, en ese instante ya
no existían más objetos o personas que ella y el vestido azul.
Paso cautelosamente y pudo tocarlo, era aún más sedoso de lo que
pudo imaginar, el tono era perfecto, no podías dejar de verlo, y la
costura parecía hecha a su medida, no tomó mucho hasta que la llu-
via y su sonido blanco desaparecieran haciéndole notar a todas las
personas a su alrededor, fue ahí cuando decidió tomar la decisión
de comprar el vestido de una vez por todas y terminar con la ob-
sesión que le generaba la prenda tan embriagadora que no podía
dejar de observar.
Habían transcurrido dos semanas, dos semanas en las que no había
parado de pensar qué hacer con la prenda que tenía en frente, no
sabía dónde llevarla ya que cualquier lugar terminaba por ser in-
adecuado para la ocasión, tampoco consideraba que debía llevarlo a
todas partes para no desgastarlo, pero entonces ¿Qué hacer con él?.
Así que fue un domingo de verano que decidió ponérselo.
Después de una breve mirada al espejo salió con el vestido azul y su
infalible morral pequeño, todo dispuesto de forma que no opacara
al vestido azul.
Fue a un restaurante para desayunar, a pasear cerca de las zonas
turísticas, por unos cuantos museos, pero aún sentía que no había
lucido el vestido en un lugar que fuera apreciado.
Camino bastante más en la tarde, hasta que unos amigos la
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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más grandes, cada instante agregaba uno a la lista y olvidaba otro,
así a cada media hora se quedaba con dos tal vez y olvidaba otros
diez, que después volvía a repetir una y otra vez.
Sin saber cómo se quedó dormida.
Despertó muy temprano, lo supo por la luz azulada que entraba por
la ventana, había dormida con la cabeza apoyada en las rodillas y
con un recuerdo muy vago de lo que había ocurrido. Ella, no podía
creerlo, había perdido la razón por un objeto, no era mágico, apenas
especial, no era necesario, solo era un pequeño capricho que aún
seguía sin encontrarle uso. Termino de despertar y la vista fue acla-
rándose poco a poco. Y lo vio.
Un pedazo de tela que no era especial, a menos que ella lo consi-
derara así, aunque ya no servía para nada, tal vez y como un limpia
vidrios o limpia pisos, pero ya no era un vestido.
Había perdido días pensando en crear momentos especiales, cuan-
do solo era un pedazo de tela. No toco la cama donde estaba el ex
vestido y solo salió hacia la pasarela más cercana a su habitación.
Medito todos los tal vez que volvieron a su mente, solo eran oportu-
nidades a las que miraba con cierto temor, no dependían del vesti-
do, ni antes ni después del vino derramado, solo era eso, un vestido
y una copa de vino que se encontraron en un momento inoportuno
terminando ambas desbaratadas.
No había culpas que repartir, solo seguía el tiempo y en ese mo-
mento el amanecer con sus primeras luces.
Y después de días, pudo sonreír.
turísticas, por unos cuantos museos, pero aún sentía que no había
lucido el vestido en un lugar que fuera apreciado.
Camino bastante más en la tarde, hasta que unos amigos la condu-
jeron hasta una fiesta donde estuvo segura que el vestido valdría la
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
pena todo el dinero invertido. Al llegar pudo observar una gran casa
con exageradas habitaciones, una piscina que parecía no correspon-
der al tamaño lógico de la vivienda y en la costumbre vanguardista,
muchas paredes que habían sido reemplazadas por vidrio que per-
mitía observar todo lo que ocurría, sin la necesidad de salir del sa-
lón principal. En ese lugar pasó toda la noche sentada mirando un
vaso, el piso y las personas que danzaban alrededor, todas ignorán-
dola. Pasadas dos horas, se paseaba por toda la vivienda sin rumbo
fijo cuando ya la mayoría de los invitados se hallaban ebrios. Seguía
dando paseos sin rumbo fijo hasta que un chico le pidió bailar con
él, pero solo llegaron cerca del sillón ya que él perdió el equilibrio y
derramó una gran copa de vino en su vestido.
Nadie lo noto y el chico del vino desapareció en segundos, lo único
que ella observaba era la gran mancha oscura que se extendía a
través del vestido y salió corriendo de aquel lugar. Había arruinado
el vestido, no logró llegar a lucirlo, tal vez para un chico con mejores
modales, tal vez para un cita romántica, tal vez para la entrevista de
un empleo con mejores oportunidades, tal vez para la cena familiar
de todos los años, tal vez para la reunión con sus antiguos compa-
ñeros de escuela, tal vez, tal vez, miles de tal vez pasaron por su
mente hasta que llegó a su habitación e intentó lavar el vestido con
cuanto remedio encontraba en internet.
Limón, detergente, remojo tras remojo, cepillo, lavadora, lavado a
mano, secado al sol, secado con la plancha, todo arruinaba un poco
más la prenda hasta que quedó irreconocible.
Y así terminaba a vida de aquel vestido, en la cama, extendido, con
un color difícil de determinar a simple vista, arrugado. Y mientras
la muchacha lo observaba, los tal vez para los cuales hubiera servido
dicha prenda, seguían acumulándose en su cabeza, cada instante
más grandes, cada instante agregaba uno a la lista y olvidaba otro,
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así a cada media hora se quedaba con dos tal vez y olvidaba otros
diez, que después volvía a repetir una y otra vez.
Sin saber cómo se quedó dormida.
Despertó muy temprano, lo supo por la luz azulada que entraba por
la ventana, había dormida con la cabeza apoyada en las rodillas y
con un recuerdo muy vago de lo que había ocurrido. Ella, no podía
creerlo, había perdido la razón por un objeto, no era mágico, apenas
especial, no era necesario, solo era un pequeño capricho que aún
seguía sin encontrarle uso. Termino de despertar y la vista fue acla-
rándose poco a poco. Y lo vio.
Un pedazo de tela que no era especial, a menos que ella lo consi-
derara así, aunque ya no servía para nada, tal vez y como un limpia
vidrios o limpia pisos, pero ya no era un vestido.
Había perdido días pensando en crear momentos especiales, cuan-
do solo era un pedazo de tela. No toco la cama donde estaba el ex
vestido y solo salió hacia la pasarela más cercana a su habitación.
Medito todos los tal vez que volvieron a su mente, solo eran oportu-
nidades a las que miraba con cierto temor, no dependían del vesti-
do, ni antes ni después del vino derramado, solo era eso, un vestido
y una copa de vino que se encontraron en un momento inoportuno
terminando ambas desbaratadas.
No había culpas que repartir, solo seguía el tiempo y en ese mo-
mento el amanecer con sus primeras luces.
Y después de días, pudo sonreír.
Sam Batu
La Paz
Bolivia
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Detalles
Subversiva
Ignorancia
53
Artista
Ceguera
Cansancio
54
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Conversación obligada
Libres
Ceguera
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El trasplante de corneas por un error médico no resultó. Ella segui-
ría viendo el mundo por los ojos de él y él sentiría el mundo por
sus palpitaciones.
Eran felices.
Amanecer
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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teorizaba. Entre ellas hablaban de manifestaciones, de ayuda, de
charlas, de otras ellas, como si fueran una. Llegó un momento que
ellas desbordaron su vida convirtiéndose en una vida feminista, de
reivindicación, de resistencia y lucha. Ahora sentía las ganas de mi-
rar, a veces sentía que incluso atravesaba con su mirada, y de hablar,
hacía mucho que no gritaba tanto.
Y al hablar, las palabras, todas ellas, llenaron su realidad, llenando
conversaciones que no eran ya sólo de ellas y para ellas. Ellas ya
salían a la calle, con su pareja, sus amigos, vecinos, con el camarero,
con su padre y hermanos. Al mirar tan fuerte, las palabras le salían
solas, sorprendiéndola hasta a ella misma. A veces iban acompaña-
das de lágrimas, insultos, arrepentimiento. También corrió y sintió
miedo. Pero con el tiempo, una nueva calma y seguridad crecían, las
palabras fluían, y cada vez más, entendía que su fuerza era la calma,
que tenía toda la vida para esta causa, una causa toda ella, por su-
puesto.
Ella encontró un curso de defensa personal, gratuito y organizado
para ellas.
Si algún marciano pudiera leer esto quizás fliparía y se preguntaría
como una mitad de una especie siente tanto miedo de la otra mitad
como para apuntarse a este tipo de cursos.
Y, aun así, pasaron las semanas y no se atrevía a asistir. Sacó una
foto con el móvil al cartel, lo compartió con su círculo de ellas, al-
gunas ya habían probado, otras también querrían intentarlo, otras
querrían atreverse, otras no estaban preparadas. Conclusión, era
una muy buena idea ella.
Fueron meses de entrenamiento, de sentir su cuerpo y una nueva
fuerza y sobre todo una libertad. Sentirse libre de miedo.
Porque, entre nosotras, a mí las palabras ya no me
dan miedo, me dan miedo los golpes.
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Ella hizo de la fuerza una aliada y sus pasos por el espacio público
eran más seguros, más tranquilos también. Las palabras también
sentían esta nueva fuerza.
Y por la noche, esa noche, quiso volver a casa antes que el resto del
grupo, estaba cansada y así lo decidió. Todos le ofrecieron ir con ella,
le dijeron que pidiera un taxi… pero ella estaba segura, “No, está
bien. No estoy tan lejos de casa y es pronto”.
A las dos de la mañana cogió su bolso, se terminó lo que le quedaba
de cerveza y se despidió. Ella andaba segura, o eso intentaba, tran-
quila, o eso aparentaba, a buen ritmo, preferiría correr, bien atenta,
había elegido las calles que pensaba estarían más frecuentadas.
Todo tranquilo, tranquila, eres tú y estás bien, llegas ya.
Al girar una calle, un silbido. Se giró, no había nadie. A los segun-
dos, detrás, un hombre. Ella no identificó mucho más salvo eso, era
un hombre, que iba más bien rápido, detrás de ella, en una calle
medio vacía, a las dos de la mañana. Era un hombre, le había silba-
do, le hablaba, le sentía cerca, le cogió del hombro. No puede estar
pasándome a mí, soy yo, era ella. El hombre le hablaba, le arrastró
a un portal, ella se resistía aun con todo su ser resbalándose y esfu-
mándose. Ella comenzó a gritar, él a apretarle, a tocar su cuerpo, a
taparle la boca. Ella consiguió darle un golpe, él la mató.
No me pregunten por los detalles, ella está muerta y él en la calle,
ileso y seguro. Él existe y persiste en muchos lugares, en todos los
lugares, todos ellos. Él existe en todos nosotros. Porque esto se con-
siente, se abala con la justicia, se permite. Ella no murió, a ella la
mataron por ser ella.
Y no es ella, somos nosotras.
Paula Lorrio Alonso
Valparaíso
España, Barcelona
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ella no es solo un pronombre
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile
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Madre tierra
Frigg nott
Alto Hospicio
Chile
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Escrito en una roca a la orilla del mar
Con las manos sudorosas, le toma dos intentos anudar el pareo por
la cintura, si es que se le puede llamar así al contorno del mismo
ancho que sus caderas. Cuando lo hace, resoplando, se deja caer
en la tumbona, que destella incluso más blanca de lo que ya es, al
estar directamente bajo los rayos del sol de mediodía. El sombrero
de ala ancha permanece a su lado, sobre la mesita auxiliar de vidrio
y aluminio, pero no hace ademán alguno de ponérselo. El cabello,
bicolor por las tonalidades de gris que se están adueñando del otro-
ra negro impenetrable, cae en finas hebras por sus hombros y cubre
algo de su busto, el que permanece asegurado a medias en un cor-
piño demasiado suelto para sus pechos caídos, rozando la superficie
de su barriga expuesta al sol.
Desde la terraza, ubicada por sobre la arena y las conchitas que
conforman el balneario de corta extensión, es capaz de observar la
lentitud con que las olas se juntan con la superficie terrestre. Avan-
zan y retroceden, tentando a que alguien se sume al juego con ellas
y siga el movimiento a pies descalzos. Mueve los dedos de los pies,
como si tuviera los granos de arena pegados a ellos; tal como si
hubiera vuelto a casa con el corazón desbocado después de darse
un chapuzón de la mano robusta de la Martina, la que a sus catorce
años le ganaba en porte y peso. Sí, Martina le ganaba en tamaño,
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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lo infinito, no deja de ejercer fuerza en los nudillos, tanto así que se
ponen blancos. Continúa.
Algo cruje. Continúa. El dorso de su mano sigue sin doler. Continúa.
El dolor nunca aparece.
—¡Señora Anita! ¿Qué está haciendo?
Suelta ambas manos y las deja caer a ambos lados de la tumbona.
Sus brazos ya no dan para ponerlos en alto.
—Nada, nada, veía la playa —responde tapándose la boca, elevando
la comisura de los labios, sin abrirlos jamás. Mostrar lo poco y nada
de dentadura que le queda sería algo innecesario—. ¿La chicoca ya
viene del colegio?
—Sí, ya van a dar la una y el almuerzo todavía no está listo…
—Ya voy —lo despacha de vuelta con un movimiento de cabeza afir-
mativo.
Presiente, gracias a la manera en que sus cejas pobladas se juntan
la una con la otra, que quiere decir algo; es una rutina que se repite
todos los días pasadas las doce de la tarde, siempre cuando la playa
parece acercarse tanto, que casi la puede alcanzar con la punta de
los dedos. Pero a final de cuentas, como siempre también, no dice
otra palabra: el padre de su nieta asiente y se va, incapaz de repro-
char nada. Teniendo que soportarlo día tras día, inútil en todo lo que
está y no está relacionado con su trabajo en una tienda de autos
usados (de además, poco éxito) entiende de antemano que aquel
hombre nunca sería capaz de formular un regaño o de levantar la
voz. Con suerte puede anunciar el nombre de la tienda de manera
rimbombante, intentando engañar a nuevos incautos que no tienen
idea alguna de las irregularidades con la ley que presentan sus sue-
ños de cuatro ruedas.
Pero aquel tipo con el que convive día con día no es capaz de gritar-
le, y si lo hace, le dirá que no tiene derecho alguno. Vivirá en su casa
a sus expensas como una señora que se oxida más y más, sí, pero
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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No me pidas que sea princesa
La Anto
Iquique
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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Se ve a una madre en los sentidos, en los cinco, estando ella en
todos y siendo el sexto. Madre maga, vidente, ocultista, forzuda,
funambulista, payasa, domadora. La madre que te siente y te pade-
ce, madre que no hay más que una. Pero a mí me gustan todas las
madres, y otras mamás, sé que se sintieron un poco mis mamás, y
yo me dejé querer.
Mi madre aparece en mis recuerdos, recreando algo más que la
memoria. Éstos fluyen desde el corazón, desde la resurrección y del
renacimiento, con un amor incondicional del pasado al presente,
con fuerza, porque siempre se ha mantenido, hasta el futuro. No se
imagina uno un futuro sin amor de madres. Estos recuerdos en for-
mato ahora de sentidos, los cinco o los que haya, dando pulso.
El primero, abriendo la puerta de casa, pisando terreno seguro, des-
pertando el olfato y sintiendo olores flotando desde la cocina, sin
importar su ubicación, ni el grosor de las paredes. No había muro
de contención que no dejara fluir esa cascada de aromas a sofritos
y pistos, a caldo de pescado, ajo en la sartén, a café recién hecho…
que te inundaba el espíritu, sirviéndose de la llave del hambre. Des-
pués había que fluir hasta la cocina, hasta que echaran a uno, no sin
antes haber probado/robado algo.
Sintiéndose una segura y mullida, los sábados o domingos de co-
lada, de olor al suavizante, de sábanas limpias, hasta los sueños
se volvían de más calidad. Las toallas limpias, olor a limpio, ¿a qué
huele lo limpio? A madre haciendo colada. La ropa secándose en la
cuerda, al sol. Si estabas cerca igual te regalaba un retazo de lo que
sabías que iba a ser el perfume de tus sueños, e incluso eso ya te
ascendía.
Sonidos, de idas y venidas, de ollas y cacerolas, de sillas o sillones,
aspiradores los fines de semana. Las madres se mueven, se mueven
en paralelo a nuestras necesidades. Es un compás guiado por lo
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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Siembra corazón
Maiza
Santiago
Chile
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Dudas
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
La hormiga viajera
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Raíces
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Kari
Puerto Montt
Chile
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Leer con lentes oscuros
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
la pierna con algún afán coqueto. No le dije nada, y salí del café
internet mirando con atención los lentos pasos del reloj. Los lentes
oscuros cubren el rostro de mi hijo, que sosteniendo el dije de infi-
nito que me diera su padre acaricia la cabeza de mi nieta. El solitario
anciano se ha quedado atrás, mirando en la pantalla de su compu-
tadora. En ese instante había terminado de escribir el último capítu-
lo de la mejor historia de amor.
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Siembra Corazón
Maiza
Santiago
Chile
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Recuerdos sin miedo
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Luna en Cáncer
Santiago
Chile
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Recuerdos sin miedo
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile
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Abigail
Vuelo entre las flores remando al viento con mis alas. Cierro los ojos
y mi espíritu navega con plenitud en aquel mar de colores que im-
pregna el aire con perfumes de nostalgias que jamás apartaría de
mí.
La lluvia me acoge con suavidad, llevándose consigo las lágrimas.
Me siento libre. Tan libre como aquella tarde en que me encontré
por primera vez con él en los rosales.
Ese día…
Desperté y agité las alas tratando de alejar de mí lo soñado. Busqué
salir del suave capullo que me cubría. Levanté con lentitud los péta-
los y allí estaba él como cada mañana, sentado en el porche miran-
do hacia el jardín.
Al verlo sentí tanto amor por él que deseé por una vez, ser humana.
-¿Qué puedo hacer? –me pregunté.
Miré al cielo y alzando el vuelo fui en busca de la Reina Naturaleza.
-Sólo su magia podrá ayudarme-. Y recé mientras me alejaba del
lugar.
El palacio se encontraba en lo más alto de la montaña; sin embargo,
no me importaba. Seguía mi viaje, cuando me encontré a las abejas,
afanosas, incansables; entre ellas, Liz. Vestía de amarillo y negro.
Sorprendida me preguntó:
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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entrada, jugaba con su perro, que al sentir mi presencia ladró:
-Hola, ¿quién eres?,-me preguntó.
Con timidez le contesté:
-Abigail y… ¿el tú?
-Soy Eduardo. ¿Por casualidad ¿te conozco?
Sorprendida lo miré. Sin pronunciar palabra alguna negué su pre-
gunta, y él, sonriente, preguntó otra vez: Entonces, ¿estás sola?
-Asentí con la cabeza. Y me dijo:
-Ven, no te preocupes, siéntate a mi lado. Te esperaba… -Desde ese
momento todo fue mágico.
El tiempo transcurría: jugábamos, reíamos y soñábamos… Ya era el
atardecer del séptimo día cuando confesó:
-Tengo la certeza de que te conozco desde siempre, tal vez sea la
magia de la naturaleza que nos rodea. Te diré un secreto: todas las
mañanas salgo afuera sólo para ver a mí enamorada.
Ansiosa le pregunté: ¿Quién es?
Sonriente me respondió: Una hermosa mariposa de alas amarillas
que danza para mí en los rosales. Anhelo tanto volar en libertad jun-
to a ella que… Hice esa promesa. Entonces, me miró y con ternura
me besó.
Fue lo último que me llevé de aquel atardecer…
Ahora solo se siente el aire libre. Mi espíritu viaja a través del vien-
to. Desde lo alto, veo a otra mariposa de alas azules volando hacia
mí. Me alcanza y aquellos ojos que una vez miré siendo humana,
se reflejaron en los míos. Danzamos al unísono por los cielos con la
magia de la naturaleza.
Elizabeth Blandín
Caracas
Venezuela
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Cardamomo
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canasta no se les cayera con los preciados chocolates, tardaron cerca
de una hora en llegar a su destino.
Aún no aparecerían los visitantes. Solo estaban otras mujeres y ni-
ños con canastas llenas de artesanías, panes de banana, bolsas con
cocos y otros chocolates que serían ofrecidos a cambio de un par de
quetzales. Su abuela se sentó sobre un tejido roído. Miguel tomó
un par de chocolates guardándolos en un pequeño morral que se
cruzó por el torso. Los automóviles comenzaron a llegar, provocando
la estampida de niños y niñas hacia ellos. “Chocolate, chocolate”
repetía Miguel entre el barullo de los chicos y chicas que ofertaban
sus productos.
- ¿De qué tienes?- preguntó una mujer que acababa de descen-
der de una Station Ford.
- Canela, vainilla, cardamomo…- respondió Miguel.
- De ese quiero- interrumpió la mujer sacando los quetzales de
su bolso.
- ¡Tome! ¡tome! cómpreme a mí. Son mejores.- gritó una niña
que acababa de llegar, ofreciéndoles chocolates envueltos en alumi-
nio.
- Lo siento. Le compraré a él, explicó la mujer en vano, pues la
niña empujaba hacía atrás a Miguel agitando su brazo.
- ¡Tome!- insistía ella- son de vainilla.
- Pero yo quiero cardamomo.
- ¡Él no tiene! acusó la niña, exasperada. Es mentira.
A Miguel se le heló la sangre. Quería correr. Quería explicar y ven-
der esos chocolates que había hecho él con su madre.
- Mire, los míos dicen vainilla -continuaba la niña- los de él no
dicen nada. Está mintiendo.
Las orejas comenzaron a arderle.
- ¡Yo no miento! – dijo con lágrimas de rabia- este es verde, es
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Verónica Arévalo
Antofagasta
Chile
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Siembra corazón - raíces-
Maiza
Santiago
Chile
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El llamado
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Elizabeth Blandín
Caracas
Venezuela
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Ese día
Ese día despertó con el pecho oprimido. Otra vez había tenido la
pesadilla en que su abuelo se ahogaba en el mar. Era un sueño
recurrente desde que escuchó a su abuela hablar en un acto público
realizado frente a La Moneda. Gabriela escuchó cada palabra de las
dichas en aquella ocasión, guardando las imágenes descritas como
fotografías reconstruidas por fragmentos. Su abuelo hasta ese mo-
mento, solo era un rostro sonriente del principal cuadro de la sala
de estar y ahora era un hombre que por las noches veía caer, caer,
caer, en las aguas oscuras del Pacífico Sur sin poder gritar por la
cinta adhesiva que sellaba sus labios.
Ese día, su madre la encontró con los ojos abiertos respirando agi-
tadamente. La ayudó a vestirse, le calzó las zapatillas nuevas y la
peinó con una trenza. Era una jornada importante. Todos en la casa
hablaban por susurros breves.
Su abuela ya estaba en la cocina sirviéndose una taza de té. A Ga-
briela le dieron leche caliente, la que bebió sin reclamar por la capa
de nata que la cubría.
-No creo que debas llevarla- dijo la abuela a su madre.
-Tiene que ir. Lo merece igual que todas nosotras.
Su tía se asomó por la puerta. Había llegado por la noche de Con-
cepción.
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-Hay que irse- comentó.
-¿No vas a desayunar?- preguntó la abuela.
-No puedo comer. Siento que voy a vomitar.
Llegaron a los tribunales de justicia y se unieron a un pequeño
grupo de gente que se había conformado en la entrada. Gabriela
vio como su abuela saludó a los hombres y mujeres que, al igual
que ellas, tenían prendido del pecho imágenes en blanco y negro
de otros hombres y mujeres. Hacía frío. Santiago en invierno suele
tener un aire seco y helado que atraviesa las capas de ropa aguijo-
neando la piel.
Gabriela nunca supo cuánto tiempo estuvieron esperando allí, de
pie, ante la mirada curiosa de los transeúntes. En su sabiduría de
siete años comprendía que su abuela, su madre, su tía, se encontra-
ban agobiadas de emociones sin nombre que no debía perturbar.
El silencio era su contribución a las mujeres que en otros momentos
destinaban todas sus atenciones a ella.
Alguien dijo “son las once” cuando llegaron las cámaras de televi-
sión. Gabriela reconoció a dos periodistas que había visto por las
pantallas y le llamó la atención lo alto que eran. Se preguntó si sería
un requisito para desempeñar la labor y de ser así, pidió a su yo
interno que creciera lo suficiente.
Cada vez se reunían más personas que comenzaban a agolparse
unas con otras. A las doce, los ánimos comenzaron a alterarse. Al-
gunos hablaban que todo fue una mentira, una invención para que
dejaran de molestar a las autoridades. Otros contaban de fugas al
extranjero, de escondites en pueblos nortinos e incluso de pacto en
que fingían arrestos, juicios y prisiones a cambio de nuevos nom-
bres y rostros. Gabriela ya no aguantaba más.
-Mami, quiero hacer pipí - habló con un hilo de voz, profundamente
avergonzada.
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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brazos para cubrirse de la lluvia de escupos, comida podrida, pintu-
ra roja que eran arrojados con rabia, con horror, sobre su debilitado
cuerpo.
Gabriela sintió lástima. Ese hombre no era ni remotamente pare-
cido al monstruo que su imaginación había esculpido, el que ator-
mentaba a su abuelo con una carcajada maligna y luego lo arrojaba
al mar. Más aún, si lo hubiera visto en la calle hubiera pensado que,
tal vez, así sería su abuelo si estuviera vivo… el vacío invadió su
cuerpo. La lástima desapareció. La verdad era que ese viejo que ca-
minaba frente a ella había matado a su abuelo, lo había arrancado
de los suyos, de su abuela, tía, de su madre. De ella misma antes de
nacer. Todo por haber recibido un pedazo de tierra que había labra-
do toda su vida, como la larga lista de antepasados campesinos que
nunca tuvieron nada y que, cuando al fin la historia parecía impartir
justicia, fueron tomados, detenidos y desaparecidos. Sin entregar
más noticias a las familias. Sin entregar un cuerpo al cual llorar. Ese
viejo había llegado a viejo y ni todos los escupos y gritos del mun-
do lo asfixiarían como el agua del mar lo hizo con tantos hombres y
mujeres.
Gabriela inspiró fuerte. Soltó la mano de mamá y, pequeña como
era, se hizo paso hasta llegar lo más cerca posible de él. No gritó. No
lo odió. No le temió. Solo lo miró con desprecio prometiéndose que
nunca olvidaría ese día.
Verónica Arévalo
Antofagasta
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Mi sombra
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Con pasos tambaleantes avanzó por la calle, yo la seguí. Me quedé
atrás de ella y me hice más pequeña para que pudiera observar
la ciudad, los árboles, los autos y la gente. Me hice más silenciosa
para poder escuchar su risa. Ella se hizo ancha y ruidosa. Yo me volví
más gris. Desde entonces estamos así, ella elige los caminos por los
que recorremos la plaza y yo la sigo volando, acariciando paredes,
flores y rostros. Las dos estamos contentas con nuestra nueva vida.
A mi me gusta la ligereza de mi ser, el baile de mi figura siempre
cambiante, y a ella le encanta saltar y sentir el sonido de las hojas
crujiendo bajo sus pies.
Camila Villarroel
Córdoba
Argentina
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
105
En ese instante, Laura quiso saber si ellos fueron los padres que
una vez tuvo, los mismos que la mecían entre brazos mientras ju-
gaban bajo la sombra del limonero, pero que por alguna razón
dejaron de hacerlo. Eso fue hace mucho tiempo, cuando veía caer
las hojas secas en el tejado o antes que todos se congelaran en el
invierno.
En aquel momento, el ogro se dirige a la puerta y trata de abrirla.
Golpe tras golpe, la madera cruje. Laura mira hacia la ventana entre-
abierta y en silencio implora convertirse en otro niño más que vuela
hacia el país de nunca jamás.
Espera.
Alejándose del ventanal y sin dejar de mirar hacia la puerta, busca
ocultarse en la oscuridad y, pegándose a la pared, se desliza hasta el
suelo. Con los ojos cerrados, hunde el rostro entre las rodillas y con
ambas manos en los oídos solo espera a que amanezca.
Sólo los grillos y las cigarras con sus cantos y violines comienzan a
arrullarla como una canción de cuna.
El aroma a jazmines y a rosas endulza el aire. Alguien la toma en
brazos y le posa en la frente un beso. La niña dormida sonríe más:
-¡Es el hada! ¡Es el hada!-, pensó, sujetándose más a ella. Abre los
ojos y se da cuenta que es mamá, y desde el cobijo de aquel abra-
zo aprecian los primeros rayos de sol filtrándose como lluvia por la
ventana.
-Viajemos juntas hacia otro lugar...- le oye decir. Y sin dejar de mi-
rarla, Laura le pregunta: -¿Adónde?- y la mujer de cabellos negros y
mirada triste le responde:
-A donde no sintamos más miedo.
Elizabeth Blandín
Caracas
Venezuela
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
A mi no me ha pasado
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esa edad, yo no había vivido un montón de primeras veces. Muchas
veces lo he comentado: cuando entré a la universidad era una niña,
en el sentido amplio de la palabra, había crecido en una burbuja
donde las drogas, el alcohol y el sexo no tenían cabida. Y entonces
recordé esa tarde a solas en su casa, cuando subimos a su cuarto,
nos recostamos en su cama, y en un momento tuve todo su cuerpo
encima mío. Recordé con claridad mi angustia, lo indefensa que me
sentía, recordé el sonido que produjo su intento por sacarse el cin-
turón. Pero lo que más recuerdo es que estaba muy incómoda, y no
quería, no quería vivir mi primera experiencia sexual así, y menos
con él. Recuerdo haber dicho “no”, intentar escaparme de sus besos
y como las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Una parte de
mí tenía la certeza de que algo muy malo estaba a punto de pasar,
porque él no parecía notar mi desagrado (o simplemente no le im-
portaba) ni se salía de encima. Me puse a llorar fuerte y recién en
ese momento él reaccionó alejándose. No dije nada, tomé mis co-
sas, y salí de allí sabiendo que no volvería más. Me llamó después,
yo no quería hablar. En realidad a la única persona que le conté,
mucho tiempo después, fue a mi mejor amigo. Él me escuchó y
tranquilizó.
Nunca más volví a hablar de eso, porque no sabía qué nombre po-
nerle y porque finalmente una nunca espera que una persona que
quieres y en quien confías, te haga daño.
Coxiella
Santiago
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Bailarás
A Mayel
Garras de ira truncaron tus pasos
tropel de coñazos suprimió tu existencia
gritos y llantos no se escucharon
sonrisas de muerte no son eternas
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Üñum tañi zungun
Ani Collinao Orellana
Quidiko
Wallmapu
(Chile)
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Mariposa
14 de Mayo de 2018
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Totoca Echeverria
Santiago
Chile
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Mariposa
25 de Noviembre de 2018
Totoca Echeverria
Santiago
Chile
114
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Ella
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y perfectas que eran, pequeñas, diminutas, con las uñas limadas
en forma circular, pintadas de rojo, un rojo brillante y patente que
aún se conserva en mi memoria. Tomaba sus manos y las medía
con las mías, sucias entre las comisuras de los dedos, pensaba en
el momento en que mis manos de niña mestiza alcanzarían las de
ella. Sus cabellos: una extraña mezcla de ondas y rulos que no eran
largos ni lisos. A veces ella los dejaba crecer solo un poco y bromeá-
bamos que se parecía al cantante de vallenato Rafael Orozco. Para
mí, la mejor manera de describirla era perfecta, jamás mujer alguna
podía ufanarse de ser mejor, más bella, más hermosa, más cálida;
yo la amaba con locura, ella era mía, me pertenecía y odiaba com-
partirla con las demás.
En esos instantes ella me hablaba de su vida, de sus andanzas juve-
niles y de todos los trabajos a los que había renunciado. Otros días
me comentaba de su llegada a Caracas a los 8 años, venida de ese
caserío desconocido al filo de una montaña llamada Jacob. De cómo
la Ñonga la levantaba “a mirar mundo” y de sus juegos con las bote-
llas de cerveza que decoraba para hacerlas parecer muñecas cuando
jugaba por horas con las hijas de Margarita y Maximiliano. Ella, que
aprendió a leer a los 9 años y que vivió en diferentes cerros de Cara-
cas: los Flores, El Valle, los Alpes. Ella, que la primera vez que entró
a una carnicería el vendedor malintencionado le dio una lechuga
aunque había pedido un bistec. La pequeña niña de ese entonces
no conocía ni una lechuga y menos qué era un bistec. Fue criada a
punta de arepas rellenas con topochos y ají, un manjar pa’ la chiqui-
llada del campo. Cuando ella me contaba esos pasajes que yo consi-
deraba tristes se me calentaban las orejas y hervía en furia, soñaba
con viajar al pasado y cambiar su historia, hacerla más feliz, eliminar
las injusticias, borrar sus sufrimientos, pero no le decía nada, mi
timidez me impedía hablarle y guardaba silencio. No recuerdo
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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Siembra corazón
Maiza
Santiago
Chile
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¿Mujer?
Coxiella
Santiago
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Poema
Te haré un poema
con todos los versos que envidio de las poetas olvidadas.
Con palabras ya jubiladas
pero de excesiva belleza.
¿Por qué no heredé nada de esas líricas épicas
y solo puedo bocetear un collage torpe y huesudo?
Te haré un poema y quizás no sea mucho
lo que encuentre en el vocabulario
que aún no nos expropian.
Excavaré en los libros de cajas de descuentos
por si encuentro algo que ya nadie recuerda
y rasgarle poesía.
Que mi creatividad gastada
debe resistir otro día
marcando entradas y salidas
de esa oficina sin ventanas.
Verónica Arévalo
Antofagasta
Chile
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Eloisa
Eloisa Navarros
Calbuco, Los Lagos
Chile
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Paciencia
Ana Villaquiran
Valencia
Venezuela
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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Quiero más mujeres caminando tranquilas por las calles y sin temo-
res, porque saben que no son parte del paisaje y que su cuerpo no
es territorio de nadie más que de ellas mismas.
Quiero más mujeres que no le tengan miedo al “estar sola”, porque
para ellas ya no es sinónimo de vacío, sino de independencia.
Quiero más mujeres que sean felices en verano y no eternamente
preocupadas de cumplir con cánones utópicos que otros y otras
quieren que anhelen.
En resumidas cuentas, para esta Navidad quiero ser más Mujer, y
por supuesto, la paz mundial.
Coxiella
Santiago
Chile
128
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
morir de amor
Voy a escribir esta historia para que tú comprendas que estás frente
a otra mujer. La que se despidió anoche en el departamento, murió
entre mis brazos.
Su intuición y cuerpo no estaban lejos de lo que ella vivió en aquel
departamento esa noche. Allí estabas tú, ella, yo y ella que acaba de
morir; no escribiré el episodio pues quedará por siempre para uste-
des tres.
Al llegar ella a casa venía destrozada. Se refugió en su pieza, lloraba
y me pidió que la contuviese, lloraba desconsoladamente por largo
rato, su cuerpo se estremecía y de su garganta salían sollozos desga-
rradores; cuando logró calmarse partió por decirme que toda ella se
había quedado en ese departamento donde aún retumbaba el eco
de su despedida para él y fue a decirle “te amo profundamente, y
con la misma fuerza te sacaré de mi ser” y se había ido.
Traté de entender la situación y me pidió que la ayudara a perdonar-
se, la abrasé con fuerza y ella -con mucho esfuerzo, por el dolor que
la inundaba- comenzó a decir
ME PERDONO PORQUE LO HE AMADO PROFUNDAMENTE.
ME PERDONO PORQUE HE SIDO HONESTA, SINCERA, TRANSPAREN-
TE, SENCILLA Y MUJER.
ME PERDONO PORQUE DEBO RESPETARME.
ME PERDONO POR MIS HIJOS.
129
ME PERDONO PORQUE CREO EN DIOS.
La tomé con más fuerza entre mis brazos y durante su agonía me
entregó a sus hijos; prometí cuidarlos como si fuera ella.
En un largo y profundo suspiro comprendí que ella moriría sabien-
do que su amor no había sido respetado, sabiendo que el hombre
que ella amaba nunca la amo y que ellos habían violado su más
bello tesoro: el amor y la verdad que muchas veces le pidió a él.
Mientras su cuerpo se entibiaba comprendí que lo mejor era dejarla
partir. Me dormí unos instantes, cuando amanecía me fui a la du-
cha, donde mis lagrimas se confundieron con el agua y terminaban
por llevarse el resto de ella.
Logre recuperarme y salir. Frente al espejo descubrí una nueva
mujer, le agradecí que me hubiera dejado su envoltura, fortaleza,
templanza, amor a todos los seres, a la naturaleza, sus virtudes, su
capacidad para perdonar a quienes más dolor le habían provocado y
su amor a Dios. Ahora sufro el duelo de su partida y valoro la oportu-
nidad de una nueva vida.
Cambios, muchos cambios habrá en este nuevo camino, porque hay
una mujer diferente, viva, con tres hijos a quienes criar. La pena, el
dolor de la partida de ella, deberá ser silenciosa, contenida, para
que no dañe a nadie.
Esta mujer pide apoyo a Dios; que cada vez que le falte fuerza, fe, le
recuerde que está a su lado y si ve una sola huella es porque la lleva
en sus brazos.
Esta mujer está de duelo y quiere vivirlo.
Esta mujer tiene un largo y difícil camino que recorrer.
Totoca Echeverria
Santiago
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Publicidad
Ana Villaquiran
Valencia
Venezuela
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Siembra y libertad
Maiza
Santiago
Chile
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133
Un toque rojo
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
estar en sus brazos, casarse y formar una familia con hijos, casa con
jardín, perros y gatos.
Hace días que Genaro está tranquilo, no pasa de sus puteadas dia-
rias con los gatos, el dolor de rodillas, con los políticos, los precios,
los vecinos, la humedad, el color rojo chillón de la casa “¡parece un
quilombo!”
Inés no se preocupa, está preparada, siempre después de la calma
viene lo peor. Los hijos no entienden, pero ella sí.
Genaro es un hombre bueno, trabajador, honesto, familiar, buen
esposo, fiel, pero ahora está enfermo y ella no lo va a abandonar así.
No después que en su juventud se sacrificara tanto, trabajando por
distintos lugares del país, durmiendo en galpones llenos de ratas,
viniendo a su casa una vez al mes. Todo ello para que no les faltara
nada.
Un día, que podría haber sido uno más, Inés estaba tendiendo ropa
cuando escucho lo ya tan conocido –¡Antes de casarme con vos me
hubiera matado! ¿A quién se le ocurre pintar la casa de rojo?
La voz se hizo cada vez más fuerte hasta que ella se dio vuelta con
una toalla en la mano y se movió justo a tiempo para evitar el golpe.
Genaro siguió caminando unos pasos como un niño que está apren-
diendo a caminar y cayó. No se movió más. Fue difícil enderezar
esos 110 kg y 1, 85 m de altura para los vecinos que vinieron a ayu-
dar. El médico certificó su muerte por infarto fulminante.
Inés era la única que lloraba en el velorio. Se encargó de que todas
las flores fueran blancas, ninguna roja por respeto al difunto. Sus
hijos estaban serios, los vecinos también, habían venido por Inés,
pero al muerto ni lo miraban.
De pronto en la puerta amplia de la sala velatoria apareció una
mujer entrada en años, denotaba entre las canas y el rodete que su
pelo había sido rubio y lacio. Las arrugas de su rostro permitían ver
135
un rostro bueno que estaba sufriendo.
Inés la miró con asombro cuando la vio caer sobre el muerto, be-
sarle la cara y romper en sollozos desgarradores. Esta escena quitó
trascendencia a las dos jóvenes altas que guardaban respetable
distancia.
Cuando Inés hizo un movimiento para acercarse a consolar a esa
señora, quizás un familiar desconocido, sus hijos no se lo permitie-
ron: –Dejá mamá, ya está muerto.
Fue entonces cuando Inés vio a las dos mujeres y reconoció en ellas
los rasgos de sus hijos y de su Genaro. Comprendió todo de golpe
y una cortina pesada se abrió ante ella y pudo ver. Pudo ver el por
qué de los insultos, los desprecios, las ausencias.
A lo lejos se escuchaban los sollozos de esa mujer extraña, ella salió
de la sala buscando claridad y aire puro. Sus hijos la siguieron.
–Nosotros sabíamos, pero nunca nos animamos a decirte.
–¿Desde cuándo sabían? –preguntó su madre con los ojos secos y
la cara sin gestos, que no permitían a sus hijos saber qué impacto
había causado la noticia.
–Desde hace 4 años. Él la conoció en un prostíbulo y la sacó, le com-
pró una casa. ¿Dónde vas mamá?
–Ya vengo. Estoy bien, mejor que nunca.
Los “dolientes” vieron con asombro cómo unos muchachos entraron
y sacaron en un abrir y cerrar de ojos todas las flores y coronas blan-
cas. Tan rápido como salieron volvieron a entrar con flores naturales
y artificiales. Variedad de coronas, ramos, floreros, arreglos, todos
con flores rojas, rojos claros, chillones, carmín, pero todas rojas al
fin.
Rojas como el vestido que ahora llevaba puesto Inés.
Cuando el murmullo cesó y los pocos concurrentes notaron que lo
más novedoso ya había pasado y que no quedaba mucho para ver,
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
María Caballos
Guichón Departamento de Paysandú
Uruguay
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Algunas queremos hijos no humanos
Diana Cáceres Alcoreza
La Paz
Bolivia
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139
La decisión de ser feiz
Carolina era así, tan incompleta para algunos, pero tan llena de
sueños según su percepción. Y es que luego de 9 años había apren-
dido a luchar resaltando todas sus capacidades, porque pese a que
su prometido la había abandonado hace mucho tiempo justo meses
antes de la boda, aprovechó ese lapso de tiempo para crecer sola y
para criar a su pequeño Lucas, y aunque ese nombre no pertenecía
a una persona, si era la forma en como ella llamaba a su perrito, un
CockerSpaniel de color negro con orejas muy largas, las cuales mu-
chas veces se mezclaban con su comida; quien había sido su com-
pañero desde hacía 5 y había formado parte de la reconstrucción
personal de Carolina, de una mujer que desarrolló nuevas formas
de ser feliz, a pesar de las adversidades que en el último año se le
habían presentado.
Su madre, Ana, había enfermado terriblemente, fue diagnosticada
con Alzheimer; sin embargo, esta enfermedad no tenía cura, no po-
día tomar una pastilla y desaparecer todos los síntomas, comenzaría
a olvidar todos los recuerdos que tenía hasta llegar al punto de no
saber ni quien era ella misma y eso era lo que le preocupaba a Ca-
rolina, porque había tenido una vida tranquila hasta antes de recibir
esa noticia y porque después de un tiempo no tenía muchas ideas
sobre cómo reaccionar ante ello, sobre todo después de que se le
140
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
141
y observar su tranquilidad durante la noche. Su nuevo empleo era
fabuloso, mucho más de lo que se había imaginado y podía cuidar a
la persona que más quería desde su casa, porque su trabajo así se lo
permitía. Carolina había sido la segunda trabajadora calificada para
trabajar desde el hogar, la cual era una nueva política que estaba
instaurando su centro de trabajo, claro que existían ciertas modifica-
ciones en sus funciones y con su sueldo, pero era feliz.
Recibió la oportunidad de proteger a la mujer que la había cuidado
desde que ella nació y aunque el proceso de adaptación al Alzhei-
mer había sido duro, ahora podía pasar más tiempo con ella, por-
que, aunque a veces eran como dos desconocidas, Carolina adoraba
los momentos en que su madre recordaba que ella era su hija y la
abrazaba y por supuesto al pequeño Lucas. Tal vez ella nunca había
imaginado una vida así, pero se sentía completa y amaba haber
tomado aquella decisión, la decisión de permanecer en el lugar
correcto y con los seres humanos indicados.
142
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Martina
143
con cambiar la tapicería. Durante varias horas intentó quitar el viejo
forro vino tinto, sin conseguirlo. Enfurecida buscó las tijeras. El es-
poso y el hijo la vieron pasar tijeras en mano. Intrigados caminaron
tras ella.
Martina clavó con todas sus fuerzas las tijeras sobre el sofá, deshi-
lachando cada trozo de tela que se interpuso en su restauración.
Luego, forzó el nuevo forro que no encajaba e incrustó uno a uno
los espantosos remaches dorados. Al terminar, se sentó exhausta en
el piso frente al sofá. Una diminuta sonrisa de satisfacción se puso
en su rostro. De pronto, los remaches dorados saltaron como fuegos
artificiales sobre Martina. Esposo e hijo miraron estupefactos la dan-
tesca escena.
Ahora Martina cumple un riguroso reposo médico. El humo y el
aburrimiento de la ciudad se cuelan como siempre por las venta-
nas.
144
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Migrar
145
Que más, pero más, te guste… ah, pero no te asustes.
Ahora con los ojos cerrados o si puedes vendados,
Rómpelos en mil pedazos y aplástalos como simples retazos.
Lorena Zambrano
Iquique
Ecuador
146
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Abismo infinito del dolor a cuesta, dice una mujer que sola esta.
Abismo de olvido de miseria, que en su lugar más profundo del
alma,
Llorando va, desconsolada, desterrada, ultrajada de pensamiento,
solo e invisible a la sociedad, una ética moral que nadie puede pa-
rar.
Encerrada estaba yo como moneda de cajón,
En mi nada de esperar de una pesadilla que quiero olvidar.
147
No eras tú mi amado el muerto, era algo peor,… mi niño era el ase-
sinado, fruto de mis entrañas,… aquel que por defender al maldito,
atravesó inaudito este fatídico final…
Y ahora lloro sin cesar todo lo sucedido, espantada y hundida en
este absurdo y cruel destino que es esta sombra del abismo…
Lorena Zambrano
Iquique
Ecuador
148
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Yo aborto
Yo aborto.
Aborto la toxicidad
los tropiezos
y las penas que me crujen el corazón.
149
que bebieron mis ancestros
para abortar tu mano de obra esclavizada.
Yo aborto
Yo aborto.
Yo aborto.
150
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Jengibre
Ruda
Perejil
Poleo
Romero
Salvia
Canela
Milenrama
Yo aborto.
Aborto al macho
y que así sea
que así sea.
Anaís Luâ
La Serena
Chile
151
Diablada artística para el acoso sexual en el ANBA
Aymara Durant Calla
La Paz
Bolivia
152
155
156
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
INVITACIÓN
157
Belleza en mi piel
Freya Alba
Iquique
Chile
158
159
me parieron encierro
Tengo en el alma una pena oscura que nace en mi útero y sube por
mi coronilla. Se eleva tanto que cada vez que miro al cielo, la recuer-
do. Los rayos del tata Inti parecen dedos acusadores que abrasan
mi corazón y se encienden por el suelo en todas las direcciones.
Traspasan los barrotes de esta celda, de este patio enjaulado. Suben
por las paredes. Las centinelas no los ven, pero yo sí. El destino me
empujó un día y otro día me hundió. Ahora lo veo, pero ya es tarde.
Hoy, la oscuridad de este calabozo es mi único refugio. No salgo a
estirar las piernas, como las demás; ni a beber del azul alto, ni a for-
mar libertades con las nubes. El cielo es el espejo en el que no me
quiero ver. Para mí es más castigo, porque no soy yo quien lo mira,
sino que él me observa a mí. Y esos ojos me calan los huesos. Pare-
cen ver a través de mí, como la máquina que evidenció mi delito. Si
hubiera de esas máquinas para traer ante los ojos lo que hay en el
corazón, sabrían que a veces una está obligada a escoger entre dos
sendas pedregosas. Y la elección nunca trae la felicidad que canta-
ban los antiguos.
Pasa también que una nació para perderse o que otros te pierdan.
Así me pasó a mí. Me metieron vida a la fuerza y por esa vida, me
obligaron después a meterme muerte. A burrear la perdición. Toma-
ron posesión de mí desde que fui guagua. No esperaron a que
160
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Kris Tela
Santiago
Chile
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hay primavera en el invierno
De Oruga a Mariposa
Has ganado,
Cuando diste tu primer grito.
Cuando el mundo escuchó tu primer llanto.
Has ganado,
cuando diste tu primer paso, y cuando te diste cuenta
que eras tú el del espejo.
Has ganado,
cuando tu madre te soltó la mano en tu primer día de jardín
y pensabas que su abandono era inminente.
Has ganado,
cuando enfrentaste tu primera pelea,
el primer rumor,
la primera piedra.
Has ganado,
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Ganaste,
cuando te enamoraste por primera vez,
y si bien esa primera vez no sería la última,
sería la primera perfecta.
Ganaste,
cuando miraste el computador
y tus ojos se agujerearon, cual Edipo,
y las palabras dolieron tanto, que quisiste borrarlas de tu lenguaje.
Ganaste,
cuando declaraste rebelión y justicia,
cuando los que debían irse eran ellos,
y no tú.
Ganaste,
cuando volviste a enamorarte,
y conociste el dolor,
pero aun así tu amor no fue desechable.
Ganaste,
cuando perdonaste
y con un solo baile
pusiste llave al capítulo, por fuera.
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Ganaste,
cuando conociste la libertad
y descubriste un placer tierno y dulce:
el orgasmo.
Ganaste,
cuando esa noche sentiste
que lo perdías todo sin él,
pero, la vida tenía para ti nuevos tropiezos.
Ganaste,
cuando esos tropiezos
no fueron caídas,
sino levantarse, pisando más fuerte.
Ganaste,
cuando dijiste basta,
cuando dijiste adiós
a los patrones que repetías sin parar.
Ganaste,
cuando comenzaste a caminar
con la vista en frente
y la culpa se borró del mapa.
Ganaste,
cuando fuiste a misa
y decidiste nunca más golpearte el pecho,
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Ganaste.
Has ganado.
He ganado.
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joven dama
Las medias tristes de una joven dama que rasgo a mitad de la no-
che, que quiso sacárselas, pero, después de meditarlo dijo que no.
Las medias tristes de una joven dama que usa labial rojo, casi se le
escapa un suspiro en cada beso que le dan los hombres, después de
pasar moneas’ esperan ansiosos la hora de una caricia.
¡Oh! las medias tristes de una joven dama que parece anhelar en
cada propaganda unas medias nuevas. Una vida nueva. Una en la
que no tenga que usar medias rotas y tristes.
Un día la joven dama riega sus flores y les habla, les dice que todo
cambiará presagiando en aquellas palabras un futuro cercano y
alegre.
La joven dama que ya no necesita de un hombre para armar su vida,
comienza a dedicarse a lo que ama.
Camina por aquella ciudad que fue cómplice muchas veces de sus
salidas nocturnas, coge su cámara y captura momentos.
La joven dama sonríe, radiante... es tan pulento escapar de lo que
no te gusta y hacer realmente lo que anhelas y que la luna te llene
el espíritu y que tu madre tierra te apoye y proteja.
La joven dama que refleja en la vitrina de una tienda a una mujer
poderosa, dueña de sí misma, se sonríe, y entra.
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Eloisa Navarro
Calbuco, Los Lagos
Chile
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ayer quise hablarte
Ayer quise hablarte, pero no lo hice. Quería decirte que estaba ha-
ciendo un proceso de regreso a mí, que ya habían pasado tres días
de esa soledad necesaria en la que una momento tras momento va
limpiando velos que te van acercando a vos misma.
Desde el día uno hacia mí, el día dos hacia mí, el día tres hacia mí,
el día cuatro quiero hablarte. Quiero decirte lo que reflexioné, lo
que fui viendo al ir sacando esos velos oscuros que me nublaban el
mirar, que tapaban la luz del amor sin condiciones para ponerme
una máscara de dolor, de necesidad, de carencia, de posesión, y de
control, como tejidos de araña sobre mis ojos- eso siento- y me van
bloqueando la vista, cada vez menos huequitos de luz, de pureza,
de núcleo, como si una se fuera alejando de lo verdadero, de lo
esencial y entonces la necesidad de vos.
Con los ojos llenos de barro, mi cara llena de barro, los poros sin
poder sentir… llenos de barro. Ahí sumergida, haciéndote meter la
pata y vos metiéndola una vez, dos veces y la tercera nos separamos,
que necesario.
Me agradezco profundamente ser valiente para pronunciar las pala-
bras sobre la idea de separarnos aún sin quererlo, pero, confiando.
Agradezco a las generaciones de mujeres fuertes que me dieron
origen y de quienes tomo la fuerza, mujeres que pasaron por tantos
dolores que tuvieron que ser fuertes para seguir viviendo, como
pudieron.
Mi tatarabuela (generación 5) sobrellevando la muerte de sus cua-
tro hijos y la de su marido apuñalado, fuerte, loca y deprimida,
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
sobrevivió.
Mi bisabuela (generación 4), siendo madre de los pocos hermanos
que quedaron y soportando a una madre depresiva que terminó
loca de dolor, así creció dura y fuerte, criando a mi abuela con aspe-
rezas, criando y resolviendo las necesidades externas, pero, quizás
yo digo, con desnutrición interna.
Mi abuela (generación 3) también tuvo que hacerse fuerte al que-
dar embarazada de pequeñita, al ser expulsada de su casa, se la
llevaron. La metieron a ser sirvienta en una casa de ricos que espe-
raban que naciera su beba ya que se la quedarían ellos. Fue fuerte
y eligió escapar para salvar a su hija, para que no se la quitaran, su
valentía alcanzó para que la pareja de ricos no se quedase con su
hija, pero, no bastó para que sus propios padres -mis bisabuelos- se
la sacaran.
Mi abuela perseveró, pasados unos años volvió casada a buscarla, a
reclamarla, pues ahora tenía un “esposo” como le exigía la sociedad,
“Esposas”, “casar” ¡Como para sentirse libre en esos términos!
Mi madre (generación 2) sobrellevando la muerte, eligiendo un
hombre que la poseía, que la celaba, que la golpeaba con palabras
y alguna vez con las manos también. Un hombre que cuando ella
quiso dejarlo, él enfermó, ella – mujer fuerte- eligió quedarse a su
lado y cuidarlo hasta su muerte. Mujer fuerte la que queda con 36
años con 3 hijas en las Tierras del Viento.
Guerrero: Yo no sé porque es esto lo que me sale contarte desde el
momento en que me separé de vos, en que decidí que “lo mejor era
separarnos un tiempo y ver que sucedía”, con lo que vos también
estuviste de acuerdo.
Yo me fui reflexionando, y ahí comenzaron a caer las máscaras que
podía ir viendo sobre la tierra a medida que caminaba. Necesitaba
que supieras sobre las mujeres fuertes que me anteceden. Yo no sé
porque es que te lo cuento, quizás solo necesito que sigas sabiendo
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quien soy y esto es con lo que vino mi ser.
Sabes Guerrero, hay experiencias que necesito contarte para que
comprendas, y en realidad es que yo al decírtelas me quiero com-
prender a mí misma, porque aún no logro entenderme, pero, intuyo
que tienen relación con los “enrosques de mierda” con los que me
espejé en vos, porque es verdad que podrían ser míos.
El sexo, que tema enturbiado en mi vida, tiene facetas oscuras, dolo-
rosas, temerosas y otras que me avergüenzan de mi infancia con el
sexo. Masturbarme me avergonzaba ENORMEMENTE, era algo te-
rrible, pero, lo seguía haciendo hasta que a mis 16 años me enteré
que no era la única “sucia” que se masturbaba, que no era sólo co-
sas de nenes sino también de niñas. Sí, me excitaba con imágenes,
con fantasías, con sueños, pero, me avergonzaban de una manera
sufriente, era lo último en mi vida de lo que podía hablar, jamás en
la vida podría habérselo contado a alguien era una cosa inadmisible
para mí, hasta que empecé a escuchar a mis amigas y otra vez sus-
piré aliviada. Los castigos morales de la sociedad que se me habían
metido dentro por haber sentido e imaginado placeres sensuales y
sexuales.
Aun me quedan resabios de vergüenza que continúan desar-
mándose, de esas piedras duras de represión de sentir placer de
mi cuerpo, traumatizada quedé por juegos con niños y niñas de
pequeña, en donde nos toqueteábamos, nos besábamos, nos mo-
jábamos sintiendo placeres, pero, luego estando sola o al terminar
me autocastigaba por eso y comenzaba poco a poco a endurecerse
y transformarse en un tabú, en algo que metía dentro de un pozo
profundo profundo profundo para que nadie nunca viera ni supiera,
y POR FAVOR que ninguno de mis amiguetes lo recuerden y no lo
hablaran estando yo presente porque me sentía estar corriendo un
riesgo que me atormentaba la vida.
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Quizás algo de esta niñez se haya estructurado así por vivencias aún
más viejas, por imágenes que tenía en mi cabeza siempre como si
hubiesen sido un sueño, hasta que ya de adulta en terapia descubrí
que había sido realidad.
Dentro de un baño, con puerta de hierro, un pozo en el suelo, alre-
dedor cemento mojado por el agua que chorreaba de la mochila
de la cadena que funcionaba mal, era húmedo, oscuro, iluminado
por la poca luz que entraba por arriba y otro poco por debajo de la
puerta oxidada. Un hombre me llevó ahí, yo hice pis, no había papel
higiénico y el me secaba con su pene frotándolo por adentro de mi
vagina, era pequeñita. Su pene era grande y creo que tibio, a mí no
me desagradaba, pero, no entendía porque me estaba haciendo
eso, porque me estaba secando con su pene, nunca me habían he-
cho eso, ni mi mamá ni mi papá.
Algo era raro, yo entendía que algo era raro, pero no entendía qué,
y él no me trataba mal, me secaba mi vagina pequeña con su pene
grande, frotándome. Esa imagen estuvo años en mi cabeza, he sen-
tido culpa por tener esa imagen, cómo siendo tan pequeña podía
imaginarme esas tremendas cosas con un señor grande, cómo po-
día soñar cosas así, ser tan sucia, pensar tanto en sexo. Hasta que un
buen día, encaré a mi madre contándole este sueño y ella me con-
fesó que un hombre del lugar en donde vivíamos cuando yo apenas
tenía dos añitos, había abusado sexualmente de mí.
Hoy lo relato porque me alivia sentir que así lo denuncio.
Si, lo hago letras, palabras, texto, pues soy generación 1.
Enero 2017.
Lilen Nieva
Newken
Gulumapu
(Argentina)
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ayer quise hablarte
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile
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un momento perfecto
Un momento perfecto:
Ese, el que no te esperas,
ese momento que te sorprende con la guardia abajo
y el corazón abierto.
Un momento perfecto:
Cuando estás viviendo y en un cruce de miradas,
cuestionas tu existencia.
Un momento perfecto:
Ese que dura una estrella fugaz, pero, una eternidad
la huella que ha dejado.
Cuando despiertas,
luego de muchas mañanas y la que te prepara el café
eres tú.
Un momento perfecto:
Cuando no hay prisa y te sientas en un bar
sabiendo que tocan tu canción favorita.
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Un momento perfecto:
¿Qué es un momento perfecto?
¿Un instante?
¿Una mirada?
¿Una persona?
¿Una canción?
Lindo, ¿no? ¿Real? Por qué no.
Y finalmente,
Cuando comprendas que has transitado todo ese camino,
sabrás que ese, y únicamente ese:
Será un momento perfecto.
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Para el arribo de
Ese instante
Esa mirada
Esa persona
Esa canción
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Flores
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películas y música -creció contenta- es una persona amable, callada,
pero que entrega mucho amor, aún es joven solo tiene 20 años.
Yo ya estoy un poco vieja, tengo más gatos que antes, fui profesora
de niños pequeños, y estudie literatura clásica, siempre me gusto
la ilustración y sigo haciendo dibujos, Itan se separo de mi cuando
Alba ya era grande, a ella no le afectó, yo respete lo que él quiso, yo
se que aun me ama, pero, necesita un tiempo.
Cuando Alba se va por las tardes los domingos me quedo sola, en
mitad de semana me pongo a llorar, siento que no puedo parar,
entonces puedo palpar el tiempo y lo frágil que es, los ojos se me
cansan y el pecho se me acelera tanto, me lleno las manos de pasti-
llas, y me las echo a la boca.
Eloisa Navarro
Calbuco, Los Lagos
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Cortina Nupcial
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falta amitriptilina 25mg, solo se durmió. Pero un príncipe no pudo
resistirse a su belleza, la besó y así quedó roto el hechizo y adivi-
nen… se casaron.
En ninguno de los casos los príncipes se niegan a su misión dicien-
do que la chica en cuestión no es de su agrado. La protagonista es
bella y no calza cuarenta, jamás rehúsa ser sirvienta de los demás.
Ellos tampoco le hacen preguntas: ¿estado civil?, ¿hijos?, ¿alquilas o
eres propietaria?, ¿trabajas o te mantienen tus padres?; solo la be-
san y ya saben que su destino es vivir felices y comer perdices.
Con sus 32 años Inés sabía que no debió creerse la historia del prín-
cipe y el casamiento, pero sin querer acunó ese sueño.
Varias veces sonreía, imaginando cómo sería ese momento mágico
cuando se casara y fueran a comer perdices. Pobres perdices ¿qué
culpa tienen?, pensaba, porque no era cuestión de que, por la ale-
gría de uno, se anden matando bichos inocentes.
Es verdad que sus pies no eran diminutos, por el contrario, eran an-
chos de tanto andar descalza, y tampoco era una belleza durmiendo
porque sus hijas le decían que dormía con la boca abierta y que
roncaba.
Ahora apostaba a una nueva relación y lo más importante era que
su marido de hecho, pero sin papeles, le había dicho: -Nos tenemos
que casar, así cuando nazca mi hijo tenemos libreta para anotarlo.
Mi hijo va a nacer como dios manda.
- ¿Cuándo? -pregunto Inés mientras un montón de ilusiones flore-
cían en su interior.
-Lo antes posible; tiene que ser en dos meses más o menos. Voy a ir
a averiguar qué se necesita-dijo él sin asomo de ninguna emoción.
Hoy recuerda todo lo que cruzó por su cabeza en ese momento y
quisiera darse un punta pie en el trasero. “¿Qué me voy a poner?
¿Cómo será la torta? ¿El dirá un discurso emocionante y expresará
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
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Mañana, pensó, se lo llevo a la vecina para que me lo haga con
tiempo, tengo que comer menos pan así me va a quedar mejor.
Estaba feliz y soñaba, no se daba cuenta lo cansada que estaba. Se
sentía poderosa.
En la noche que su marido había llegado a casa, como siempre, le
dio un beso en la mejilla y le hizo las preguntas de rutina; pero algo
no estaba bien. Inés pudo divisar en el fondo de su mirada algo que
la hizo inquietar.
Esperó, todo tranquilo; esperó, todo normal; esperó… su olfato no
le falló.
-Mira que estuve pensando y no nos vamos a casar porque hoy en
día los gurises con mi apellido quedan bien presentados.
-Bueno…, si ya lo decidiste-dijo Inés esforzándose para sonar natu-
ral.
-No te habrás estado ilusionando, deja esas pavadas para la gurisa-
da que le viene bien cualquier cosa.
-No, que me voy a ilusionar -dijo ella- ¿Quieres más comida?
Inés era fuerte, ahora mucho más, ni una lágrima, nada de nada.
Cuando pudo ir a su cuarto tocó, olió, sintió la tela por última vez
y la guardó. Guardó también allí, en esa caja de zapatos, la ilusión
tonta de ser una princesa de cuento.
–Las ocurrencias mías- pensaba. Buscó un lápiz y escribió una es-
quela:
“Mamá:
¿Cómo anda? ¿Sigue trabajando en la quinta? En cualquier mo-
mento voy a ir. Extraño sus mates dulces con cáscara de naranja y
cedrón; yo lo preparo igual pero no es lo mismo. Acá le mando un
regalo para su casita. Es para que se haga unas lindas cortinas. El
color queda bien con las paredes, es una tela suave, con un poquito
de brillo y buena caída.
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
María Caballos
Guichón Departamento de Paysandú
Uruguay
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Nadie es ilegal
Miaza
Santiago
Chile
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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES
Agradecimientos
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