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Cuentos de Mujeres para Mujeres

Relatos de mujeres en distintos


rincones de Nuestra América.
Por la memoria histórica de un territorio
usurpado, saqueado y asediado por los
Estados de Chile y Argentina.

Editorial Mestiza
Este libro fue impreso en tierra Lavkenche, Wallmapu por la
Editorial Mestiza.

Este trabajo de coordinación, recopilación, impresión, dia-


gramación y liberación, fue realizado libre de explotación y
con mucho cariño.

La Editorial Mestiza, es un proyecto de tribu que busca apor-


tar a los procesos sociales que viven y vibran en los distintos
territorios en resistencias.

Libérese, préstese y compártase este libro y las reflexiones


que nazcan desde su lectura.

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O en algún lugar donde el mate se comparta sin


prohibiciones ni explotaciones.
Cuentos de Mujeres para Mujeres
Relatos de mujeres en distintos rincones
de Nuestra América.
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Indice

Presentación / 13
Delirio de libertad / 15
Ella / 16
Flor / 17
Fuimos todas / 18
Territorio / 20
Me enamoré de mi / 22
Mi heroina / 24
Amar en guerra / 26
Feminismo comunitario / 30
Ana / 32
El designio de una mujer / 34
El otro yo / 36
El otro yo (ilustración) / 38
Los sueños en mi mundo / 40
Hoy soy mujer, porque decidí serlo / 42
Ni impune ni silencio / 43
Azul / 46
Detalles / 53
Ella no es solo un pronombre / 57
Ella no es solo un pronombre (ilustración) / 60
Madre tierra / 62
Escrito en una roca a la orilla del mar / 64
No me pidas que sea princesa / 68
Sentido como una madre / 69
Siembra corazón / 72
Dudas / 74
La hormiga viajera / 75
Raíces / 76
Leer con lentes oscuros / 78
Siembra corazón / 82
Recuerdos sin miedo / 84
Recuerdos sin miedo (ilustración) / 86
Abigail / 88
Cardamomo / 91
Siembra corazón -raíces- / 94
El llamado / 96
Ese día / 99
Mi sombra / 103
Los golpes en la puerta / 105
A mi no me ha pasado / 107
Bailarás / 109
Üñum tañi zungun / 110
Mariposa / 112
Mariposa / 114
Ella / 115
Siembra corazón / 118
¿Mujer? / 120
Poema / 121
Eloisa / 122
Paciencia / 126
Querido viejito pasajero / 127
Morir de amor / 129
Publicidad / 131
Siembra y libertad / 132
Un toque rojo / 134
Algunas no queremos hijos humanos / 138
La decisión de ser feliz / 140
Martina / 143
Migrar / 145
Sombras del abismo / 147
Yo aborto / 149
Diablada artística para el acoso sexual en el ANBA / 152
Invitación / 157
Belleza en mi piel / 158
Me parieron encierro / 160
Hay primavera en el invierno / 164
Joven dama / 168
Ayer quise hablarte / 170
Ayer quise hablarte (ilustración) / 174
Un momento perfecto / 176
Flores / 179
Cortina nupcial / 181
Nadie es ilegal / 186
Agradecimientos / 189
12
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Presentación

Este libro surge de la necesidad de escribir (nos), leer (nos), escu-


char (nos). Un intento de manifiesto a tanto silencio impuesto por
siglos sobre nosotras, sobre nuestras voces, nuestros cuerpos, nues-
tros sentires y nuestros territorios. Es larga la lista de las mujeres
que han sido silenciadas por las múltiples violencias que ejerce el
capitalismo y el patriarcado contra nuestros cuerpos, aquellas que
nacemos mujeres y las que deciden serlo.

Es precisamente ese intento de callarnos el motivo por el cual nace


este libro, como un instrumento que se pone al servicio de nosotras
para volver a re-escribirnos y leernos en afecto.

Muchas fueron las voluntades que colaboraron con la creación de


este libro, mujeres de distintos rincones de Nuestra América apor-
taron con sus escritos, ilustraciones, ideas y palabras de agradeci-
miento. Todas ellas necesarias para darle sentido a este proyecto.
Además no podemos dejar de sentirnos agradecidxs a quienes apo-
yaron desde un inicio en este camino:

T.R.E.N.Z.A ilustradora de algunos cuentos seleccionados y portada


del libro.
Pato Mestizo por la colaboración en la Edición del libro y tantos apa-
ñes más que siempre está dispuesto a dar.

Ani Collinao Orellana


Compiladora de esta trenza y edición.
Editorial Mestiza
13
14
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Delirio de Libertad

…Rememoró entonces, antes de acabar con todo, las constantes


humillaciones, los golpes y los perseverantes abusos recibidos. El
dolor que sufría y recibía día a día, los transformó en odio y así pla-
neó su final. Recordó entonces todas las veces que, desde niña tuvo
el sueño de dejar de existir, de respirar, de estar. Recordó todas las
veces y sintió por última vez, el dolor de vivir con la pena y la amar-
gura, con el repudio de su propio cuerpo y el odio eterno, ahí, en la
garganta.
Sintió por última vez la tensión en su cuello, el dolor de su espalda,
el daño permanente en su corazón.
La punta del arma se sentía fría en su frente y su mano firme sobre
el gatillo: ya tenía la decisión tomada. Aquel tiro sería su liberación,
su éxtasis de placer, su último deseo.
Su padrastro frente a ella suplica compasión, pero aquella bala lo
silenciaba para siempre.
Cualquier cárcel o celda no la hacía más prisionera que la misma
vida que llevaba. Se sintió más libre que nunca…

Javiera Silva Ortiz


Santiago
Chile

15
Ella

Solía ser vista como una mujer fácil,


de fácil acceso
¿Y cómo no!?, siempre mantuvo las puertas abiertas,
y de paso las piernas.
Se dejaba recorrer completa
sin sendero,
sin brújula ni dirección.
Muchos se perdieron.
y aún no se encuentran.

Paloma de la Paz
Valparaíso
Chile

16
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Flor

Llegará ese día en que ya no necesites espejos,


llegará ese momento en que camines más liviana,
[aunque tu cuerpo pese el doble],
vendrá el día en que prendas la luz porque nada te avergüenza
y empezarás a amar aún más las mañanas.
Tendrás la dicha de disfrutar lo que se te plazca,
sin temor a ser juzgada,
y se te caerá la piel, de las manos y de la pera.
Menstruarás más sangre que nunca
expulsarás toda la mierda que te compraste,
con plata que no tuviste, pero que te costó un precio altísimo.
Botarás los bastones a la basura, porque te darás cuenta que ya no
cojeas.
Disfrutarás de ese instante, como aquel niño que pone la última
pieza del rompecabezas.
Porque ese día llegará
y va a llegar, ¡sé que llegará!
porque en eso has trabajado
y por eso te has caído.
Y cuando eso suceda lo escribirás
para recordarte lo idiota que fuiste complicándote la existencia.

Paloma de la Paz
Valparaíso
Chile

17
Fuimos todas

Nos íbamos quedando solos en la micro. Su mirada era cada vez


más aguda. Ya no había rincón en donde esconder mi vista para no
toparme con la suya. No quería que pensara que me le insinuaba.
Cuando tuve que ponerme de pie, tocar el timbre y ver las puertas
abrirse, un frío punzante recorrió todo mi cuerpo. Lo sentí pararse
detrás de mí. Sentí su repulsiva respiración cerca de mi cuello. Miré
rápidamente al chofer, buscando auxilio con mis ojos de terror. Ja-
más me miró. Sentí miedo, sentí desasosiego. Quería morir.
Una vez ya en la calle, me agarró del brazo y me volteó con violen-
cia. Su mirada lasciva y su cuerpo excitado se abalanzaron sobre
mí. Cuando luchaba para poder escapar, el hombre me decía que
me quedara tranquilita. Recordé entonces a la Gabi, a la Cata, a mi
tía Sandra y mi hermana. A Nabila, a la Vale, también a todas las
compañeras muertas a la fecha. Todas acosadas, todas violentadas,
todas, de distinta manera, agonizadas por un hombre. Fue entonces
que, desde el fondo de mis entrañas, con una rabia incontrolable,
me lancé sobre su cuello con un odio espantoso. Mis uñas parecían
traspasar su piel y la sangre corría ya entre mis dedos. Lo golpeé en-
tre las piernas y lo boté con mis brazos. Cuando al fin lo tuve en el
piso, agarré su brazo y lo puse entre mis piernas. Con toda mi fuerza
lo tiré hacia atrás. El sonido de sus huesos romperse se escuchó

18
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

más fuerte que sus gritos de dolor. Cuando me puse de pie, agarré
su cabeza y la golpeé contra el pavimento. Su cuerpo doliente yacía
inmóvil sobre el suelo. Cada golpe tuvo más fuerza de lo normal. No
fui solo yo, fuimos todas.
…Al menos, una de las partes de esta historia es cierta. La otra, un
imaginario, un supuesto, un deseo ficticio.

Javiera Silva Ortiz


Santiago
Chile

19
Territorio
Maiza
Santiago
Chile

20
21
Me enamoré de mi

Me enamoré de mí
recorriendo lunares en el rostro de un desconocido.
Me enamoré de mí
devorándome cada pedacito de piel.
Me enamoré de mí
y de mi calma
descansando sobre otro pecho.
Me enamoré de mi reflejo
en esos ojos negros porque
me vi transparente.
Me enamoré de mí
y de mi valentía de saltar al vacío
en menos de cinco minutos al sentir que mi corazón late.
Me enamoré de mí
porque tengo la certidumbre de que puedo
querer bien.
Me enamoré de mí
acariciando otras manos con inmensa ternura.
Me enamoré de mí
compartiendo la mejor versión de lo que tengo hoy.
Me enamoré de mí

22
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

y de la soltura de dejar que todo ocurra.


Me enamoré de mí
al hacer el amor con la mirada abierta.
Me enamoré de mí
y de la autenticidad con que beso.
Me enamoré de mí
al sentir nuevamente que tengo sangre en las venas.
Me enamoré de mí
porque sigo siendo la misma pero un poco más distinta.
Me enamoré de mí
al dejar que se queden y se marchen cuando quieran.
Me enamoré de mí
y de mi sonrisa al despertar en las mañanas.
Me enamoré de mí
inhalando con intensidad, porque entre cada bocanada
de aire advierto la fugacidad de la vida.
Intentando enamorarlo a él
y aún sin haberlo conseguido,
me enamoré de mí.
Porque hace años no me sentía tan plena,
tan perfectamente bonita
y con eso me quedo.

Paloma de la Paz
Valparaíso
Chile

23
Mi heroina

A nuestra casa llegó a vivir un monstruo. Mi mamá encontró un


pololo nuevo, Aníbal, que se fue a vivir con nosotros. Casi nunca lo
vemos, siempre anda trabajando y parece un tipo bueno, pero con
él, llegó a vivir una criatura misteriosa, que con mi hermano Pepe,
creemos que se esconde en el closet de mi mamá por las noches.
Cuando el sol se esconde y nosotros ya estamos acostados, se es-
cuchan los muebles romper y a mi mamá gritar. Ella al otro día,
amanece cansada y de mal humor. Debe ser agotador luchar con el
monstruo todas las noches.
Un día, en que se escuchaban gritos inhumanos y los golpes en las
murallas eran cada vez más fuertes, oí a mi mamá correr a nuestra
pieza, nos agarró de las manos y nos dijo tiernamente -escóndanse
debajo de la cama y pase lo que pase, no salgan de ahí-. Sentí más
miedo que nunca.
Debió haber pasado al menos 30 minutos, hasta que ella misma
nos fue a buscar y nos abrazó súper fuerte. Nos besó en la frente, se
puso de pie y unos señores se la llevaron. El monstruo había sido
derrotado. El silencio por las noches ahora es absoluto.
A veces podemos ir a visitar a mi mamá, quién nos dice que pronto
estaremos juntos otra vez. Con el Pepe ya sabemos su secreto. Les
está enseñando a todas esas mujeres en ese lugar, cómo ser valien-

24
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

tes para dominar a las bestias. Es por eso que ya no tenemos pena,
para que al igual que nosotros, otros niños ya no sientan miedo
nunca más.

Javiera Silva Ortiz


Santiago
Chile

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Amar en guerra

I.-

Tú orden picoteó mi carne y la carne de nuestras hijas


que quedaron como semillas en la tierra para nacer dignidad.

Ya no puedes alimentarte de mi dolor


Tu estómago regresa los gritos que has imbuido.
Somos el vómito en tus noches tranquilas,
El malestar en tú garganta podrida de tanto ordenarnos sin respues-
ta.

¡No puedes someternos!

Hemos escapado en forma de mariposa nocturna,


Polilla indiferente.

Y eso,

Te corroe el estómago,
Te quema el descanso.

26
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ya no puedes tragarnos sin que a esto le siga la náusea porque deci-


dimos ser libres.

II.-

Es importante el grito.
Liberar la rabia,
El miedo,
La angustia.

Las noches que no hemos dormido rezando por las nuestras,


Por el futuro,
Por lo incierto.

Necesitamos gritar.

Gritarle a la cara
Su impunidad,
Nuestro desprecio.

Y decidimos hoy también gritar muerte,

¡Tu muerte!

27
Para que venga lenta,
como presagio de tu caída.
Hoy las calles se llenan de gritos,
Denuncian tu burla y tu cinismo.

Y gritaremos juntas,
Alegres,
Con el amor que a ti te falta,

Sostendremos el miedo,
Con la esperanza.
Y si caemos,
Gritaremos para que la marca de nuestras voces
Quede en la memoria del viento.

III.-

Hermanas, compañeras de camino:.


Ahora sé por qué somos tan amigas sin pensarlo.

Por qué nuestro dolor se parece,


Por qué nuestras luchas son vecinas,
Por qué nuestro corazón se estruja al mismo tiempo, por los mismos
motivos,
Por qué nuestra intimidad
se nos revela cuando nos paramos firmes ante la injusticia,
ante el sufrimiento.

28
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Este país pesa,


y se siente en las noches de insomnio.
Se quiebra y nos quiebra,
quiere rompernos
Pero no puede.

Nuestros dedos han tejido caminos


Que sus ojos no conocen.
Nos sostiene la luz de lo imposible pero impostergable.

Hermanas, compañeras de camino:

Hoy, me duele su dolor,


Y me da esperanza su esperanza.
Me avergüenza el miedo ante el valor de su rabia,
ante la fuerza de su palabra.

Esta vez,
Sólo quiero abrazar su soledad
para que renazca risa, baile, lucha, justicia.

Y gritar juntas
Y gritar fuerte
“¡Mujeres contra la guerra, mujeres contra el capital, mujeres con-
tra el racismo y el terrorismo neoliberal!”

Niltie Calderón Toledo


El Espinal, Oaxaca
México

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Feminismo comunitario
Maiza
Santiago
Chile

30
Ana

Ana
¿A dónde fuiste a buscar la mañana?
Cambiaste las levantadas asoleadas
Por las mañanas heladas
¡El milla ruka pillán me llamaba!
Su llamado lo escuchaba, a toda hora, principalmente cuando des-
pertaba
Casa de espíritus hermosamente anaranjada
Él veía cómo mi fuego se apagaba
El fuego volcánico me tiende su manto
Espíritus blancos
Y AZULES
Todos, todos, todos muy gentiles
Todo revuelto en esta revuelta que te inventas
La geografía esta toda muy unida, Ana es el punto de partida.

Ana
¿A dónde fuiste a buscar tus mañanas y madrugadas?
Cambiaste las levantadas asoleadas por las mañanas heladas
¡Agüita volcánica necesitaba!
Para calentar esta cuerpa amada

32
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Placer, goce, autogoce


Movimientos vaginales y anales
Porque para hacer bien el amor hay que venir al sur
Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú.
Ana
Aunque tus mañanas hoy sean heladas
Recuerda que te acompañan varias azules hermanas.

Andrea Caballería
Likan Ray
Wallmapu
(Chile)

33
El designio de una mujer

Mujer, naciste frágil, pero con un corazón grande. Te formaron como


una princesa sin prever que este mundo es para guerreras.
Mujer, fuiste creciendo y siempre lo diste todo sin recibir nada a
cambio porque creíste que esa era tu naturaleza, sin importar si eso
te hacía feliz.
Mujer, pediste piedad pero te la negaron, aun así soportaste cada
desprecio, calumnia, desamor, desilusión; Te ignoraron cuando ne-
cesitabas ser escuchada por que tu voz era insignificante.
Mujer, ¿recuerdas las infinitas veces en que tu corazón estaba hecho
pedazos? Aquel llanto silencioso por las noches, tu cuerpo marcado
por aquellos malos momentos… ¿por qué no mencionar tus her-
mosas ojeras, por aquellas trasnochadas?.
Mujer ¡lucha! Por aquellas niñas, adolescentes y mujeres que su-
fren, que se sienten cohibidas de libertad y por aquellas que ya no
están entre nosotras.
Mujer ¡basta ya! Hoy es el momento, no más humillaciones, no más
llantos, no más rivalidad, hoy es tiempo de guerrear.
Mujer, hoy es tiempo de descubrir quién eres y de qué estás hecha,
porque tu pasado y tus errores son el impulso para ser la heroína de
tu historia.
Mujer, con tus manos forjaras un nuevo comienzo, porque estás

34
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

hecha de sueños, poder, magia, creatividad y muchas cosas más.


Mujer, cree en ti, mantente en pie que nada te asuste, mucho me-
nos te detenga porque simplemente eres MUJER.

Lucía Pantigoso

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El otro yo

Rosaura es una niña nacida en un país hermoso y rico en cultura.

Cuando Rosaura tenia uso de razón, la comenzaron a llamar, no por


su nombre, sino la clasificaban por su color de piel… esa era una
gran pregunta.

Ella era hija de una mujer negra afro y de un hombre indígena, para
ella su color de piel “morenita”, color que por decir más, no existe…
y su cabello largo y liso que destaca a los indígenas.
Siempre se preguntó… Al pasar de los años por que le decían: ¡Hey
tú, la cholita-negra!
¿Alguien sabe que quiere decir esto? decía Rosaura.
¿Acaso mi apellido de negro destaca de mi dependencia indígena?

Ella volvió a sus orígenes, buscando en su árbol genealógico, el


porqué de esta confusión, en sus pequeños 10 años se pregunta sin
saber la respuesta… ¿qué etnia?, ¿qué identidad? Realmente ¿te-
nía esto sentido?.

Un día mientras salía de vacaciones al sur de su país, decidió ir don-


de sus abuelos, allí en lo alto del monte más hermoso y frondoso,

36
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

donde las montañas con sus pastos y sus animalitos, crean un en-
torno ameno, tan diferente a que lo que pasa en la ciudad, aquí el
aire te atraviesa las mejillas y te desenvuelve el alma, este pequeño
lugar donde la pequeña podía ser ella misma.

Ahí preguntó al abuelo José, ¿por qué la gente donde me ve, me


dice cholita-negra?
Hijita, respondió el abuelo, pues no lo sé…

La niña siguió son su misma duda. Creció y creció… llegó a la edad


adulta y se puso a investigar, su la respuesta más lógica fue que:
ella era mestiza. Y eso ¿qué es? se preguntaba…
Pues, es lo más lo más fácil… es la mezcla de dos “razas”: la negra y
la indígena

Entonces ahora si tenía sentido su vida, ya no era más la cholita,


ahora si podía decir que su mezcla era única, que tenía en sus venas
la fuerza de la raza negra y también la indígena… y casi que rara
en su especie… - jajaja! se sentía una especie de súper mujer. Ya
nunca más se escondería, ella saldría con el cuerpo erguido y reco-
nociendo finalmente, quién es y qué sentido tenía su forma de ser.

Esto nos deja una moraleja que pese a sonar trillada,


No hay que juzgar sin conocer…
La visión no es lo mismo que el preguntar…
O el ser, no es lo mismo que el sentir.

Lorena Zambrano
Ecuador
Radicada en Chile

37
EL OTRO YO
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile

38
39
Los sueños en mi mundo
Freya Alba
Iquique
Chile

40
41
Hoy soy mujer, porque decidi serlo

Hoy llevaré mi cabello largo


Mañana me apetecerá corto
Mi hermoso vestido azul me encanta,
Pero mi overol rosa me gusta también.

Me agrada sentirme delicada y protegida


Pero adoro mostrar lo fuerte y valiente que soy
Disfruto jugar y ensuciarme con cada caída
Anhelo los baños cálidos que me dejan reluciente como el sol.

Yo decidiré lo que quiera ser


Cuándo, dónde y a qué hora
Yo decidiré qué soñar
Libre y sin límites.

Escogeré mi camino, mis batallas y mis metas


Aceptaré todo el afecto que mi corazón desee
Me aferraré a mis esperanzas y expectativas
Y no dejaré que nadie marchite mi ser.

Freya Alba
Iquique
Chile

42
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ni impune ni silencio

Hace menos de 24 horas, el Movimiento Social Patriota ha irrumpi-


do a obstaculizar el libre ejercicio de la libertad de expresión en fa-
vor del aborto. En ese contexto, apuñalaron sin mediar provocación
alguna, a tres mujeres en la marcha.
26 de julio de 2018
Ni impune ni silencio
Nos están matando.

Quieren parcharnos la boca


Adormecer nuestros dolores
Enmudecer nuestros gritos
Y las garras y los dientes.

Ni impune ni silencio

Tres mujeres apuñaladas


Desde un corte fascista
Misógino
Xenófobo
Homofóbico.

43
Desde tus cuchillas
Nos saltan las garras
Para que decir que no,
Nos arden colmillos para gritar
Más fuerte.

Ni impune ni silencio
No nos van a amedrentar.

Dime entonces,
Cuánta conspiración más
Para volver de una calle
Un río de sangre,
Una ciudad de cadáveres,
Y cortarnos las lenguas
Con las que gritamos libertad.

Entre mujeres y para mujeres


La jornada ha sido empañada
Tres mujeres apuñaladas.

Y nada, nada.
Una derecha comiendo palomitas
Nos saluda desde la prensa,
Nos escupe desde arriba
Entre simas fantasmas
Y homicidas encubiertos.

Pintaron la alameda con sangre y vísceras de animales


Pintaron la alameda con sangre y vísceras de animales

44
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Apuñalaron a tres mujeres, y a todas.

Hoy nos apuñalaron a todas


Y no nos van a amedrentar.

Anaís Luâ
La Serena
Chile

45
Azul

El vestido azul la esperaba en su cama, tendido con pulcritud podía


observarse desde cualquier ángulo de la habitación, ya sea que co-
rrieras a la puerta, lo miraras desde la ventana, te recostaras contra
el guardarropa, aun así podías verlo en toda su magnitud. El color
dominaba la escena, un azul intenso que no llegaba a ser opaco, los
pliegues planchados con mucha delicadeza, la tela tan suave que el
tacto se perdía en la infinita suavidad envolvente como el pétalo de
una flor que acababa de saludar al rocío de la mañana.
Y en esos ensueños se encontraba la dueña del vestido, una mucha-
cha tan suave como el vestido azul al que observaba ensimismada
desde hace horas. No había notado que casi era de noche, tampoco
que la ventana de su habitación aún seguía abierta y el frío recorría
cada rincón de la estancia, tampoco los suaves sonidos de los au-
tomóviles que pasaban cerca, o las luces que fueron dominando el
paisaje a medida que la noche caía cada vez más profunda.
¿Debería esperar por alguna fecha cívica para vestirlo?
No que va, la época de celebraciones término hace dos semanas…
¿Tal vez hasta que ahorre para complementarlo con un peinado a
cargo de las dueñas de la peluquería?
Tampoco parece necesario…
Ella había pasado algún tiempo en trabajos eventuales de su

46
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

pequeña ciudad para poder tener unos cuantos ahorros, algunas


pequeñas privaciones para poder tener unos ahorros que en algu-
nas ocasiones no sabía para que, al principio pensó que podían ser
para emergencias, o en caso de que surgiera una gran oportunidad,
pero terminó siendo para un impulso.
Recordaba el día en que el vestido azul había pasado a formar parte
de su vida, mientras se encontraba recostada en la cama preten-
diendo dormir. Un lunes soleado, uno de esos días donde los noti-
cieros pasan a ser la última distracción de cualquier persona y solo
reaccionan por fuerza de costumbre, y el día pasa a ser una sucesión
de listas que deben ser completadas para no perder el hilo del día
que sólo debe acabarse para continuar el siguiente, había cambia-
do el rumbo de su rutina pasando por una calle comercial, prefería
evitar a los compradores para poder caminar junto a todos los obre-
ros, callados y en líneas ininterrumpidas hacia sus fuentes laborales.
Pero ese día fue el primer día que vio aquel vestido en una vidriera,
solo fue un fugaz vistazo de una mancha azul que contrastaba con-
tra todas las demás prendas, ella corría para llegar en horario y fue
casi un haz de color azul.
El martes pasó por la misma calle, un poco menos transitada y pudo
observar el vestido por unos minutos, notando la notoriedad de la
prenda y los detalles de su figura.
Miércoles y jueves no pudo dejar de rememorar cada línea de la
prenda, el vestido era un recuerdo frecuente ante cada objeto azul
que observaba, pero no tenía idea de que podría hacer con el vesti-
do una vez que lo tuviera en sus manos, por ello el viernes decidió
no pensar mas en ello.

47
Pero el día sábado, olvidando ver las noticias o las nubes, salió atra-
sada y la lluvia comenzó a caer a las tres cuadras, volver atrás no era
una opción, así que corrió sin ver la dirección pensando solamente
en llegar a un punto que ya no podía recordar, por el fuerte sonido
de la lluvia contra el pavimento. Corrió hasta que la visión la tuvo
nublosa y su mano encontró una puerta que abrió de prisa. La tien-
da era espaciosa a pesar de todo el desorden de prendas y acceso-
rios que encontraba, y en frente estaba el vestido, en ese instante ya
no existían más objetos o personas que ella y el vestido azul.
Paso cautelosamente y pudo tocarlo, era aún más sedoso de lo que
pudo imaginar, el tono era perfecto, no podías dejar de verlo, y la
costura parecía hecha a su medida, no tomó mucho hasta que la llu-
via y su sonido blanco desaparecieran haciéndole notar a todas las
personas a su alrededor, fue ahí cuando decidió tomar la decisión
de comprar el vestido de una vez por todas y terminar con la ob-
sesión que le generaba la prenda tan embriagadora que no podía
dejar de observar.
Habían transcurrido dos semanas, dos semanas en las que no había
parado de pensar qué hacer con la prenda que tenía en frente, no
sabía dónde llevarla ya que cualquier lugar terminaba por ser in-
adecuado para la ocasión, tampoco consideraba que debía llevarlo a
todas partes para no desgastarlo, pero entonces ¿Qué hacer con él?.
Así que fue un domingo de verano que decidió ponérselo.
Después de una breve mirada al espejo salió con el vestido azul y su
infalible morral pequeño, todo dispuesto de forma que no opacara
al vestido azul.
Fue a un restaurante para desayunar, a pasear cerca de las zonas
turísticas, por unos cuantos museos, pero aún sentía que no había
lucido el vestido en un lugar que fuera apreciado.
Camino bastante más en la tarde, hasta que unos amigos la

48
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

condujeron hasta una fiesta donde estuvo segura que el vestido


valdría la pena todo el dinero invertido. Al llegar pudo observar una
gran casa con exageradas habitaciones, una piscina que parecía
no corresponder al tamaño lógico de la vivienda y en la costumbre
vanguardista, muchas paredes que habían sido reemplazadas por
vidrio que permitía observar todo lo que ocurría, sin la necesidad de
salir del salón principal. En ese lugar pasó toda la noche sentada mi-
rando un vaso, el piso y las personas que danzaban alrededor, todas
ignorándola. Pasadas dos horas, se paseaba por toda la vivienda sin
rumbo fijo cuando ya la mayoría de los invitados se hallaban ebrios.
Seguía dando paseos sin rumbo fijo hasta que un chico le pidió
bailar con él, pero solo llegaron cerca del sillón ya que él perdió el
equilibrio y derramó una gran copa de vino en su vestido.
Nadie lo noto y el chico del vino desapareció en segundos, lo único
que ella observaba era la gran mancha oscura que se extendía a
través del vestido y salió corriendo de aquel lugar. Había arruinado
el vestido, no logró llegar a lucirlo, tal vez para un chico con mejores
modales, tal vez para un cita romántica, tal vez para la entrevista de
un empleo con mejores oportunidades, tal vez para la cena familiar
de todos los años, tal vez para la reunión con sus antiguos compa-
ñeros de escuela, tal vez, tal vez, miles de tal vez pasaron por su
mente hasta que llegó a su habitación e intentó lavar el vestido con
cuanto remedio encontraba en internet.
Limón, detergente, remojo tras remojo, cepillo, lavadora, lavado a
mano, secado al sol, secado con la plancha, todo arruinaba un poco
más la prenda hasta que quedó irreconocible.
Y así terminaba a vida de aquel vestido, en la cama, extendido, con
un color difícil de determinar a simple vista, arrugado. Y mientras la
muchacha lo observaba, los tal vez para los cuales hubiera servido
dicha prenda, seguían acumulándose en su cabeza, cada instante

49
más grandes, cada instante agregaba uno a la lista y olvidaba otro,
así a cada media hora se quedaba con dos tal vez y olvidaba otros
diez, que después volvía a repetir una y otra vez.
Sin saber cómo se quedó dormida.
Despertó muy temprano, lo supo por la luz azulada que entraba por
la ventana, había dormida con la cabeza apoyada en las rodillas y
con un recuerdo muy vago de lo que había ocurrido. Ella, no podía
creerlo, había perdido la razón por un objeto, no era mágico, apenas
especial, no era necesario, solo era un pequeño capricho que aún
seguía sin encontrarle uso. Termino de despertar y la vista fue acla-
rándose poco a poco. Y lo vio.
Un pedazo de tela que no era especial, a menos que ella lo consi-
derara así, aunque ya no servía para nada, tal vez y como un limpia
vidrios o limpia pisos, pero ya no era un vestido.
Había perdido días pensando en crear momentos especiales, cuan-
do solo era un pedazo de tela. No toco la cama donde estaba el ex
vestido y solo salió hacia la pasarela más cercana a su habitación.
Medito todos los tal vez que volvieron a su mente, solo eran oportu-
nidades a las que miraba con cierto temor, no dependían del vesti-
do, ni antes ni después del vino derramado, solo era eso, un vestido
y una copa de vino que se encontraron en un momento inoportuno
terminando ambas desbaratadas.
No había culpas que repartir, solo seguía el tiempo y en ese mo-
mento el amanecer con sus primeras luces.
Y después de días, pudo sonreír.

turísticas, por unos cuantos museos, pero aún sentía que no había
lucido el vestido en un lugar que fuera apreciado.
Camino bastante más en la tarde, hasta que unos amigos la condu-
jeron hasta una fiesta donde estuvo segura que el vestido valdría la

50
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

pena todo el dinero invertido. Al llegar pudo observar una gran casa
con exageradas habitaciones, una piscina que parecía no correspon-
der al tamaño lógico de la vivienda y en la costumbre vanguardista,
muchas paredes que habían sido reemplazadas por vidrio que per-
mitía observar todo lo que ocurría, sin la necesidad de salir del sa-
lón principal. En ese lugar pasó toda la noche sentada mirando un
vaso, el piso y las personas que danzaban alrededor, todas ignorán-
dola. Pasadas dos horas, se paseaba por toda la vivienda sin rumbo
fijo cuando ya la mayoría de los invitados se hallaban ebrios. Seguía
dando paseos sin rumbo fijo hasta que un chico le pidió bailar con
él, pero solo llegaron cerca del sillón ya que él perdió el equilibrio y
derramó una gran copa de vino en su vestido.
Nadie lo noto y el chico del vino desapareció en segundos, lo único
que ella observaba era la gran mancha oscura que se extendía a
través del vestido y salió corriendo de aquel lugar. Había arruinado
el vestido, no logró llegar a lucirlo, tal vez para un chico con mejores
modales, tal vez para un cita romántica, tal vez para la entrevista de
un empleo con mejores oportunidades, tal vez para la cena familiar
de todos los años, tal vez para la reunión con sus antiguos compa-
ñeros de escuela, tal vez, tal vez, miles de tal vez pasaron por su
mente hasta que llegó a su habitación e intentó lavar el vestido con
cuanto remedio encontraba en internet.
Limón, detergente, remojo tras remojo, cepillo, lavadora, lavado a
mano, secado al sol, secado con la plancha, todo arruinaba un poco
más la prenda hasta que quedó irreconocible.
Y así terminaba a vida de aquel vestido, en la cama, extendido, con
un color difícil de determinar a simple vista, arrugado. Y mientras
la muchacha lo observaba, los tal vez para los cuales hubiera servido
dicha prenda, seguían acumulándose en su cabeza, cada instante
más grandes, cada instante agregaba uno a la lista y olvidaba otro,

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así a cada media hora se quedaba con dos tal vez y olvidaba otros
diez, que después volvía a repetir una y otra vez.
Sin saber cómo se quedó dormida.
Despertó muy temprano, lo supo por la luz azulada que entraba por
la ventana, había dormida con la cabeza apoyada en las rodillas y
con un recuerdo muy vago de lo que había ocurrido. Ella, no podía
creerlo, había perdido la razón por un objeto, no era mágico, apenas
especial, no era necesario, solo era un pequeño capricho que aún
seguía sin encontrarle uso. Termino de despertar y la vista fue acla-
rándose poco a poco. Y lo vio.
Un pedazo de tela que no era especial, a menos que ella lo consi-
derara así, aunque ya no servía para nada, tal vez y como un limpia
vidrios o limpia pisos, pero ya no era un vestido.
Había perdido días pensando en crear momentos especiales, cuan-
do solo era un pedazo de tela. No toco la cama donde estaba el ex
vestido y solo salió hacia la pasarela más cercana a su habitación.
Medito todos los tal vez que volvieron a su mente, solo eran oportu-
nidades a las que miraba con cierto temor, no dependían del vesti-
do, ni antes ni después del vino derramado, solo era eso, un vestido
y una copa de vino que se encontraron en un momento inoportuno
terminando ambas desbaratadas.
No había culpas que repartir, solo seguía el tiempo y en ese mo-
mento el amanecer con sus primeras luces.
Y después de días, pudo sonreír.

Sam Batu
La Paz
Bolivia

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Detalles

Subversiva

Rafaela se miró al espejo, arregló sus pechos para lucir su escote.


Saldría a la vida, la que había postergado y que estaba a la espalda
de su puerta. Sus tacos replicaron en el cemento, hacia un lugar sin
límites. Era el inicio de una nueva vida sin el ultraje del discurso:
Eres una señorita; no te vistas de esa manera; tápate, no mires, no
pienses, no tienes para que trabajar, eres una princesa.

Ignorancia

Dice a su expectante esposa: - ¡Abre el regalo! Ella pensó en la car-


tera; el juego de maquillaje; el set de cremas, algo de lo que juntos
habían visto en vitrinas y que ella había sugerido.
Rápidamente, saca el papel y frente a sus ojos: una olla.
Esbozó una sonrisa, pero, luego explotó en llanto.
Él, emocionado, abraza a su esposa:
-Llora, amor, llora. Sabía que estarías feliz.

53
Artista

Optó por construir su vida con un pie en la tierra y otro en el aire,


aprendería lo que quisieran, hasta que pudiese realizar su sueño.
En la casa de sus padres su título colgó de una pared. Vino con su
otro pie el volar, crear, escribir y ser la cabeza loca de su familia. Con
el tiempo el título lució amarillo y se borró su texto. Algunos libros
con el lomo hacia la pared escondían su nombre. En algún instante
su padre los olía y hojeaba a hurtadillas, orgulloso de la cabeza loca
de su hija.

Ceguera

Caminó en dirección a la tienda que llegó a la ciudad, sus amigas


le habían repetido que debería hacer algo. Con lentes oscuros, sin
mirar a ningún lado, entró. No quería parecer sorprendida o muy
interesada ¡era una locura! Disimulada buscó prendas de noche...
Salió, avergonzada, pero feliz… él no se resistiría.
Llegó la noche. No reparó en ella, ultrajada su intimidad, se sacó los
atuendos. Vistió su tradicional camisola y le dio la espalda… tal vez
lo único en que él reparaba.

Cansancio

Se acercaba, en cuestión de segundos ella dormía, estaba cansada,


ya nada podía hacer. Pasó lo mismo durante meses. Por eso, pidió

54
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

permiso en su trabajo. Compró un buen vino, velas, y puso la músi-


ca que escuchaban cuando se enamoraron. Estaba ansioso, no se le
ocurría una idea mejor.
Dispuso la mesa, ella llega. Dijo: – vuelvo -, se demora. Va en su
busca. Duerme tirada en la cama.

Conversación obligada

El último sorbo de té y el comentario obligado, la soledad a la que


sentíamos, nos había condenado la vida.
Silencio, en cada concho de la taza, se dibujó el rostro del último
hombre en nuestras vidas. No era más que el rostro de un descono-
cido.

Libres

En algún momento decidimos no ser más esclavas de nuestros mie-


dos y “tomamos el sartén por el mango”, dicho de las abuelas, y vivi-
mos la libertad de dejar que el tiempo no nos manipule y el reloj de
arena no vuelva a comenzar.

Ceguera

Tomados de la mano sonríen y cuentan su historia a la secretaria de


la consulta. Su admirable complicidad obliga a mirarlos.

55
El trasplante de corneas por un error médico no resultó. Ella segui-
ría viendo el mundo por los ojos de él y él sentiría el mundo por
sus palpitaciones.
Eran felices.

Amanecer

Amaneció. La vida respira fuerte en el pecho matutino. La gente va


y viene. La prisa se apodera de todos los rincones de su rumbo. La
caricatura se plasma en la mujer que espera que el día lleve su des-
ánimo.

Oriana Victoria Mondaca Rivera


Coquimbo
Chile

56
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ella no es solo un pronombre

Y bien empoderada decidió tomar esa decisión, volver a casa sola a


las dos de la mañana.
Hacía ya meses que ella hablaba con ellas, de ellas, sobre ellas, del
futuro de todas ellas, pero sobre todo sobre su pasado. De siempre
ella miraba a la vida, que también era ella, de frente y pa’lante, pero
la mirada que recibía de vuelta no le gustaba, ella sentía que ésta la
objetivizaba, que la desposeía, que la intimidaba, que le daba mie-
do.
Quizás es que antes no se atrevía a fijar la mirada lo suficiente, a
tender la vista como tendía la mano, ¿es que su mirada se rehuía a
mirar? Para ver lo que veía ahora… pensaba a veces.
Quizás no miraba, pero ella si escuchaba, y llegó un momento en
que sintió como las conversaciones entre ellas eran mucho más
valientes y sinceras. Las ellas de su mundo eran muy fuertes y mira-
ban, ¡vaya si miraban! Miraban por la calle, miraban en el autobús,
miraban en la universidad, miraban cuando salían a bailar o a tomar
algo, miraban cuando viajaban más lejos o muy cerca…y luego lo
compartían entre ellas, y aunque todas las historias eran diferentes,
todas compartían finales parecidos. El final se parecía bastante. El
final era violento.
Entre ellas una misma se liberaba, se expresaba, preguntaba,

57
teorizaba. Entre ellas hablaban de manifestaciones, de ayuda, de
charlas, de otras ellas, como si fueran una. Llegó un momento que
ellas desbordaron su vida convirtiéndose en una vida feminista, de
reivindicación, de resistencia y lucha. Ahora sentía las ganas de mi-
rar, a veces sentía que incluso atravesaba con su mirada, y de hablar,
hacía mucho que no gritaba tanto.
Y al hablar, las palabras, todas ellas, llenaron su realidad, llenando
conversaciones que no eran ya sólo de ellas y para ellas. Ellas ya
salían a la calle, con su pareja, sus amigos, vecinos, con el camarero,
con su padre y hermanos. Al mirar tan fuerte, las palabras le salían
solas, sorprendiéndola hasta a ella misma. A veces iban acompaña-
das de lágrimas, insultos, arrepentimiento. También corrió y sintió
miedo. Pero con el tiempo, una nueva calma y seguridad crecían, las
palabras fluían, y cada vez más, entendía que su fuerza era la calma,
que tenía toda la vida para esta causa, una causa toda ella, por su-
puesto.
Ella encontró un curso de defensa personal, gratuito y organizado
para ellas.
Si algún marciano pudiera leer esto quizás fliparía y se preguntaría
como una mitad de una especie siente tanto miedo de la otra mitad
como para apuntarse a este tipo de cursos.
Y, aun así, pasaron las semanas y no se atrevía a asistir. Sacó una
foto con el móvil al cartel, lo compartió con su círculo de ellas, al-
gunas ya habían probado, otras también querrían intentarlo, otras
querrían atreverse, otras no estaban preparadas. Conclusión, era
una muy buena idea ella.
Fueron meses de entrenamiento, de sentir su cuerpo y una nueva
fuerza y sobre todo una libertad. Sentirse libre de miedo.
Porque, entre nosotras, a mí las palabras ya no me
dan miedo, me dan miedo los golpes.

58
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ella hizo de la fuerza una aliada y sus pasos por el espacio público
eran más seguros, más tranquilos también. Las palabras también
sentían esta nueva fuerza.
Y por la noche, esa noche, quiso volver a casa antes que el resto del
grupo, estaba cansada y así lo decidió. Todos le ofrecieron ir con ella,
le dijeron que pidiera un taxi… pero ella estaba segura, “No, está
bien. No estoy tan lejos de casa y es pronto”.
A las dos de la mañana cogió su bolso, se terminó lo que le quedaba
de cerveza y se despidió. Ella andaba segura, o eso intentaba, tran-
quila, o eso aparentaba, a buen ritmo, preferiría correr, bien atenta,
había elegido las calles que pensaba estarían más frecuentadas.
Todo tranquilo, tranquila, eres tú y estás bien, llegas ya.
Al girar una calle, un silbido. Se giró, no había nadie. A los segun-
dos, detrás, un hombre. Ella no identificó mucho más salvo eso, era
un hombre, que iba más bien rápido, detrás de ella, en una calle
medio vacía, a las dos de la mañana. Era un hombre, le había silba-
do, le hablaba, le sentía cerca, le cogió del hombro. No puede estar
pasándome a mí, soy yo, era ella. El hombre le hablaba, le arrastró
a un portal, ella se resistía aun con todo su ser resbalándose y esfu-
mándose. Ella comenzó a gritar, él a apretarle, a tocar su cuerpo, a
taparle la boca. Ella consiguió darle un golpe, él la mató.
No me pregunten por los detalles, ella está muerta y él en la calle,
ileso y seguro. Él existe y persiste en muchos lugares, en todos los
lugares, todos ellos. Él existe en todos nosotros. Porque esto se con-
siente, se abala con la justicia, se permite. Ella no murió, a ella la
mataron por ser ella.
Y no es ella, somos nosotras.
Paula Lorrio Alonso
Valparaíso
España, Barcelona

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ella no es solo un pronombre
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile

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61
Madre tierra
Frigg nott
Alto Hospicio
Chile

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Escrito en una roca a la orilla del mar

Con las manos sudorosas, le toma dos intentos anudar el pareo por
la cintura, si es que se le puede llamar así al contorno del mismo
ancho que sus caderas. Cuando lo hace, resoplando, se deja caer
en la tumbona, que destella incluso más blanca de lo que ya es, al
estar directamente bajo los rayos del sol de mediodía. El sombrero
de ala ancha permanece a su lado, sobre la mesita auxiliar de vidrio
y aluminio, pero no hace ademán alguno de ponérselo. El cabello,
bicolor por las tonalidades de gris que se están adueñando del otro-
ra negro impenetrable, cae en finas hebras por sus hombros y cubre
algo de su busto, el que permanece asegurado a medias en un cor-
piño demasiado suelto para sus pechos caídos, rozando la superficie
de su barriga expuesta al sol.
Desde la terraza, ubicada por sobre la arena y las conchitas que
conforman el balneario de corta extensión, es capaz de observar la
lentitud con que las olas se juntan con la superficie terrestre. Avan-
zan y retroceden, tentando a que alguien se sume al juego con ellas
y siga el movimiento a pies descalzos. Mueve los dedos de los pies,
como si tuviera los granos de arena pegados a ellos; tal como si
hubiera vuelto a casa con el corazón desbocado después de darse
un chapuzón de la mano robusta de la Martina, la que a sus catorce
años le ganaba en porte y peso. Sí, Martina le ganaba en tamaño,

64
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

pese a tener quince años y tres meses (más de un año de experien-


cia a favor) y ser mucho más madura que ella, como solía presumir
con orgullo mientras reían entre las olas gigantescas de las vacacio-
nes escolares, sosteniéndose con fuerza de las manos.
La Martina. Busca entre el café homogéneo de la playa algo que
sobresalga; nada. Aún no están de vacaciones, debe ser eso.
Se relame los labios agrietados y levanta la mano derecha a la altura
de sus ojos, separando los dedos, delgados y largos, inútiles y can-
sados, con el dorso lleno de verdaderas carreteras sin recorrer que
su piel ha desarrollado con el paso del tiempo. Desviándose, centra
su mirada en las manchas irregulares color rosa pálido que adornan
sus uñas; se las ha pintado ella misma, pese al amable ofrecimiento
de su nieta al llegar con su maletita en mano, coletas largas al vien-
to, al mediodía de ayer. Al recibir una propuesta tan enternecedora
de su parte, le respondió la verdad: que aún es capaz de hacer ese
tipo de cosas, que no se preocupe, que todavía no es una abuela
inútil. Cuando debió ajustarle las coletas, sin embargo, tuvo que
despacharla a la jornada de la tarde con una sonrisa de disculpa por
ser incapaz de presionar con fuerza ambos extremos de las cintas,
dejándolas ligeramente torcidas.
Lo intenta una vez más. Coloca ahora ambos brazos lo más lejos
que puede de su tronco, las manos de nuevo a la altura de sus ojos,
y las estira a todo lo que dan. Luego, las cierra y las vuelve a abrir.
Se queja después del tercer intento, baja pesadamente los brazos y
termina por entrelazar sus manos sobre el vientre. Pese a la mueca
que aparece en su rostro al presionar sus dedos entre sí, que hace
de sus arrugas faciales verdaderos surcos que parecen hundirse en

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lo infinito, no deja de ejercer fuerza en los nudillos, tanto así que se
ponen blancos. Continúa.
Algo cruje. Continúa. El dorso de su mano sigue sin doler. Continúa.
El dolor nunca aparece.
—¡Señora Anita! ¿Qué está haciendo?
Suelta ambas manos y las deja caer a ambos lados de la tumbona.
Sus brazos ya no dan para ponerlos en alto.
—Nada, nada, veía la playa —responde tapándose la boca, elevando
la comisura de los labios, sin abrirlos jamás. Mostrar lo poco y nada
de dentadura que le queda sería algo innecesario—. ¿La chicoca ya
viene del colegio?
—Sí, ya van a dar la una y el almuerzo todavía no está listo…
—Ya voy —lo despacha de vuelta con un movimiento de cabeza afir-
mativo.
Presiente, gracias a la manera en que sus cejas pobladas se juntan
la una con la otra, que quiere decir algo; es una rutina que se repite
todos los días pasadas las doce de la tarde, siempre cuando la playa
parece acercarse tanto, que casi la puede alcanzar con la punta de
los dedos. Pero a final de cuentas, como siempre también, no dice
otra palabra: el padre de su nieta asiente y se va, incapaz de repro-
char nada. Teniendo que soportarlo día tras día, inútil en todo lo que
está y no está relacionado con su trabajo en una tienda de autos
usados (de además, poco éxito) entiende de antemano que aquel
hombre nunca sería capaz de formular un regaño o de levantar la
voz. Con suerte puede anunciar el nombre de la tienda de manera
rimbombante, intentando engañar a nuevos incautos que no tienen
idea alguna de las irregularidades con la ley que presentan sus sue-
ños de cuatro ruedas.
Pero aquel tipo con el que convive día con día no es capaz de gritar-
le, y si lo hace, le dirá que no tiene derecho alguno. Vivirá en su casa
a sus expensas como una señora que se oxida más y más, sí, pero
66
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

es también la pieza clave que hace de la familia algo menos disfun-


cional, cuidando de la niña, intentando rellenar agujeros a base de
lo que sus propias abuelas le enseñaron, repitiendo así los patrones
inculcados desde que tiene uso de razón. Se ha esforzado mucho
para que sea así, tras decenas de años manteniendo su vida y la de
su familia por el camino idóneo. Por sí misma. Por los demás.
Sobre todo, por ella.
Cierra los ojos por unos instantes. Ya no tiene fuerza en las manos,
no puede seguir evadiéndolo. Su nieta llegará en cualquier mo-
mento. Las vacaciones de verano están lejos todavía, y los autos usa-
dos siguen sin venderse. Se levanta a duras penas de la tumbona y
camina encorvada hacia el interior de la casa.
Lo intentará cuando llegue enero. Se sentará ahí, bajo el sol del me-
diodía, con la mirada puesta en el balneario que para esas fechas se
llena de puntitos multicolores.
Buscará la misma figura grande, el mismo rostro de sonrisas fáciles,
las mismas manos cálidas. Buscará entre la multitud a esa mujer
nunca olvidada, a la que permanece invariable en su memoria,
junto a los atardeceres de corazones en resonancia. Buscará. Nunca
dejará de buscarla.
Si la vuelve a ver, sin embargo, tendrá que decirle la verdad.
—Martina, ya no puedo sostener tu mano.

Vanesa Estefanie Vargas Leyton


Coquimbo
Chile

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No me pidas que sea princesa

No me pidas que sea princesa…


No me pidas que sea princesa, cuando luchar se ha transformado en
mi único canto.
Ya no soy la que está en peligro esperando, porque me dijiste que
luchara por quien soy y quiero ser, no me pidas que sea princesa, si
debo elevar mi voz lo más alto cuando hay una injusticia.
No me pidas que sea princesa, si no sabes lo que es esperar sólo
porque debes hacerlo.
No me pidas que sea princesa, si de reinos no pertenezco y puedo
crear muchos sin límites. Te equivocaste en lo que me dijiste, por-
que ese mundo ya no existe.
Yo no soy princesa, por ello no debes pedirme que sea princesa,
porque me dijiste que podía ser Reina y eso es lo que hago, porque
ser yo es lo que vale.

La Anto
Iquique
Chile

68
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Sentido como una madre

Aparecen en formato de memorias, te llenan la mente, te la inun-


dan de sensaciones que no solías percibir tan a menudo en tu pa-
sado más menudo, que quizás ni sabías reconocer, que eran tan del
día a día que se confundían con la vida normal, con el comer, beber
y dormir, con los hobbies y el tiempo libre, con el “sin más”. Con los
años, la nostalgia aparece con más frecuencia, a veces anegando
la memoria y hasta creando vivas cascadas de lágrimas. De lo que
quizás se perdió, de lo que quizás no se apreció.
Porque en los orígenes, la vida se componía de destellos, de brillos.
Eran detalles sutiles, parecían minucias, actos sin importancia en su
momento, ahora bendiciones que nos concedía el día a día. Durante
los primeros años, todo era un truco de magia, en el que la maga
no se llevaba la suficiente ovación, el público no aplaudía hasta que
le dolían las manos, y eso que eran unos trucos de magia finísimos,
unos trucos de magia que hacían de la infancia un paraíso.
Los cuentos de madre empezaban desde las caricias en la tripa,
desde el pensamiento de que algo está creciendo, y con él, un amor
incondicional, un todo por el todo, un órdago a la fuerza de la vida y
un arranque a la esperanza, a la fuerza, a la valentía. Al inconformis-
mo, porque, “si yo no lo tuve, esto no va a quedar así”. A la ternura y
a las caricias, a unos abrazos de corazón a corazón.

69
Se ve a una madre en los sentidos, en los cinco, estando ella en
todos y siendo el sexto. Madre maga, vidente, ocultista, forzuda,
funambulista, payasa, domadora. La madre que te siente y te pade-
ce, madre que no hay más que una. Pero a mí me gustan todas las
madres, y otras mamás, sé que se sintieron un poco mis mamás, y
yo me dejé querer.
Mi madre aparece en mis recuerdos, recreando algo más que la
memoria. Éstos fluyen desde el corazón, desde la resurrección y del
renacimiento, con un amor incondicional del pasado al presente,
con fuerza, porque siempre se ha mantenido, hasta el futuro. No se
imagina uno un futuro sin amor de madres. Estos recuerdos en for-
mato ahora de sentidos, los cinco o los que haya, dando pulso.
El primero, abriendo la puerta de casa, pisando terreno seguro, des-
pertando el olfato y sintiendo olores flotando desde la cocina, sin
importar su ubicación, ni el grosor de las paredes. No había muro
de contención que no dejara fluir esa cascada de aromas a sofritos
y pistos, a caldo de pescado, ajo en la sartén, a café recién hecho…
que te inundaba el espíritu, sirviéndose de la llave del hambre. Des-
pués había que fluir hasta la cocina, hasta que echaran a uno, no sin
antes haber probado/robado algo.
Sintiéndose una segura y mullida, los sábados o domingos de co-
lada, de olor al suavizante, de sábanas limpias, hasta los sueños
se volvían de más calidad. Las toallas limpias, olor a limpio, ¿a qué
huele lo limpio? A madre haciendo colada. La ropa secándose en la
cuerda, al sol. Si estabas cerca igual te regalaba un retazo de lo que
sabías que iba a ser el perfume de tus sueños, e incluso eso ya te
ascendía.
Sonidos, de idas y venidas, de ollas y cacerolas, de sillas o sillones,
aspiradores los fines de semana. Las madres se mueven, se mueven
en paralelo a nuestras necesidades. Es un compás guiado por lo

70
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

que la familia necesite, elevado a lo mejor que se pueda conseguir,


multiplicado por las ganas de más, pero dividido por un cansancio
profundo de una mochila tan cargada y una falta de reconocimiento
constante. Un CV nunca había estado tan completo como el de una
madre.
Cuántas palabras bastan para que una madre te regale un abrazo, lo
sienta tanto como tú y te dé otro, y otro, el último de buenas noches.
El tacto de un abrazo que hacía falta, el tacto del puro amor. Las
suaves cosquillas, un masaje estudiando, por tener una contractura,
el masaje tras haber hecho algo, fuerte quizás, pero que para una
madre será extremo, extenuante, un esfuerzo inmenso, un esfuerzo
que “madre mía qué esfuerzo, tú te mereces un masaje ahora mis-
mo hijo/hija mía”.
El regalo que son unas palabras de madre, el cariño representado
en algunas frases, quizás ni siquiera en muchas, o sólo en un sí, en
un sí a todo, en un sí hasta la muerte. Y en silencios, en todos los
silencios. Las largas escuchas de penas, de desamores, de vergüen-
zas, miedos, frustraciones y lamentaciones. Ni las revelaciones del
fin del mundo eran tan funestas, pero la madre le daba la vuelta, o
la serenidad que hacía falta, la valentía que se necesitaba.
Por el amor en la lucha de la vida, con los cinco sentidos. Esto es una
oda a mi madre, un cuento de amor de buenas noches.

Paula Lorrio Alonso


Valparaíso
Barcelona, España

71
Siembra corazón
Maiza
Santiago
Chile

72
73
Dudas

¿Cuántas cosas me has enseñado?


A reparar las alas: sin estar heridas,
ni faltarles una sola pluma.
A besar tan despacito,
y no querer tocar otros labios que no sean los tuyos.
A querer atisbar todas las páginas de un libro, y seguir leyendo.
¿Cuántas cosas dejaste de enseñarme?
Dime en qué taza de café te encuentro.
O en qué cuento está la respuesta a mis dudas.
En qué hoyuelos he de sumergirme
y qué lunas he de permanecer colgada
que no sean las tuyas.
Mientras tanto edificaré columnas
para sostener el peso de los días sin ti.
Mi querido hombre, mi jaguar dormido.
Mi naufragio a media luz.

Rocio Prieto Valdivia


Ensenada, Baja California
México

74
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

La hormiga viajera

Una hormiga intenta subir por la oreja de mi taza favorita. La veo


trepar muy despacio, pues a pesar de sus diminutas patas es bas-
tante ágil. Supongo que el aroma a manzana-canela y las gotas de
miel, son el motivo para que la audaz viajera inicie su camino a una
posible muerte. Siento pena por ella. Pero la dejo luchar por alcan-
zar la cima. La observo llegar triunfante a la cúspide, y por un mo-
mento creo escucharla:
-¡Lo he logrado! ahora a darme un baño en estas termales aguas.
Quitó la vista un momento para volver al párrafo del libro que leía.
Al regresar la vista a la taza, cuál va siendo mi sorpresa, que la muy
indina ha invitado a todas sus amigas a disfrutar de mi té.
Resignada y abatida, aparto la taza para dejarlas disfrutar de ese
merecido baño. Las observo entrar y salir triunfantes. La hormiga
líder se mantiene en la cúspide, erguida y orgullosa.

Rocio Prieto Valdivia


Ensenada, Baja California
México

75
Raíces

Cómo fue que el tiempo pasó


y no divisé su crecer.
Cómo fue que la vida se las llevo
y no alcanzamos a correr.
Hermanas, fuimos una ronda
y en algún momento mis manos les solté.
Perdónenme, por extraviarme en el camino
y no ser la mayor de las tres.

Hoy, no hay rencores mis dos girasoles


la vida no está hecha para detenerse
el viento sabe que se moverán porque son fuente de buena tierra.
Somos abono de amor
y perseverantes gemas.

El camino nos vuelve a unir en experiencia y sabiduría.


Encontrando apegos perdidos y risas olvidadas.
Cómo las extrañaba sangre mía.
Para ustedes solo tengo un puñado de añoranza
y lo que me queda de vida, ¡eso es para amarlas!

76
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Amor de hermanas no se agota, ¡no se queja ni se reclama!


Aunque seamos muy distintas,
jamás el fuego se apaga.

Kari
Puerto Montt
Chile

77
Leer con lentes oscuros

Esa tarde, mientras la multitud hacía sus compras, el reloj giraba y


giraba. Ahí al lado, en el café internet donde paso los medio días
escribiendo para no aburrirme mientras espero la salida del colegio,
volví a verlo. Ahí estaba él. Le rocé la pierna con la mano, volteó y pí-
caro esbozó una sonrisa que me enterneció. Él leía algún fragmento
de una novela en la computadora, por un momento atisbé un par
de páginas, y él intentaba no distraer su mirada de la pantalla. Se
miraba extasiado, y sentí cómo me desvestía; una a una caían mis
prendas. Yo había puesto esa canción para recordarle que lo amaba
y le alargué un auricular para que escuchara. Tarareé algunas notas,
me despedí con un Te quiero, y ese beso en la mejilla.
Recordé aquellos tiempos cuando nos mirábamos, y de pronto las
sábanas eran nubes de colores, los días de fuego volvieron a mí en
plena calle Miramar. Hasta releí nuestros mensajes siempre a un
metro de distancia; pero todo se acabó por culpa mía. Llegó el vera-
no de pasiones insanas y esa chica de lentes oscuros que lo hiciera
ganarse el infierno en unos tragos de tequila; descender lento,
mientras crecían mis ganas de arrebatar al tiempo aquel primer
beso que nos llevó al mismo instante donde en sus brazos le escu-
ché cantar mientras los perros dejaban de ladrar y las sirenas de la
ciudad que anunciaban muerte se silenciaron.

78
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Me tenía que marchar y lo besé en la frente. Le dije -Te quiero libre,


soñador, triunfante.
Sin decir palabras se levantó para abrazarme y hacerme sentir que
aún me amaba, que las llamas no se habían extinguido, que seguía
usando aquel reloj que le había regalado un año atrás. Lo amé por-
que se me dio la gana, el reloj era el objeto adecuado para que cada
minuto pensara en mí.
Pero ahí estaba ella diciendo -Siempre serás la sombra que me ace-
cha, la pasión que lo consume, la mujer que más admira y su mejor
canción.
Yo la miré sin reservas, le dije sin dudarlo -Tú serás sólo un capítulo
en esta historia. La mujer prohibida, las mordidas al alma.
Ella se agarró de su cinturón diciendo -Es mío, lo tengo. Le acarició
los cabellos, le quitó los lentes oscuros, intentó besar sus labios
pero él la apartó de su lado y centro su mirada en mí.
Rodrigo nos dijo: De las dos la prefiero a ella, señalándome, como
la sonrisa en mi memoria, el sabor de antaño. Besó mi frente, hurgó
en sus bolsillos, y sacó un dije que representaba el infinito. Lo puso
en mi cuello con tal delicadeza, besó mi mano diciéndome: Eres
más que todo lo anterior, eres este infinito amor colgando sobre tus
pechos, en los cuáles fui tan feliz, ahí al terminar tu ombligo quise
dibujar el amor.
Norma hizo muecas de disgusto, tan horribles que su cara se tornó
mortecina. Apretó los puños he intentó golpear la cara de Rodrigo.
Él tranquilo le detuvo la mano, se la besó igual con cariño y se vol-
vió a poner los lentes oscuros. Ambos salieron caminando mientras
a mí en casa me esperaba Rodriguito ansioso por ese regalo
sorpresa.
Rodrigo había sembrado ese infinito amor en mi vientre, un mes
antes de que empezara el verano; no quise ser yo quién le destruye-
ra sus planes de ser cantante. Con el tiempo supe que él había
79
escrito una gran novela. Mi infinito había mudado su mundo a los
brazos de otra mujer.
Yo, a pesar de todo era feliz, sonreía porque mi hijo me besaba la
frente, me cantaba al oído, como lo hizo aquella vez su padre y fue
creciendo hasta encontrar a su propia mujer, y sin embargo, toda
historia de repite. Mi hijo Rodrigo, también nos amaba a ambas, a
su esposa y a mí, sólo que esta nueva mujer no me miraba con nin-
guna máscara, ni con odio. En su vientre, mi hijo Rodrigo había con-
figurado de nuevo aquel infinito amor; yo me sentía la mamá más
orgullosa del mundo, quería tener a mi nieto entre mis brazos y en
su lugar llegó la pequeña Génesis que tenia los ojos de Rodrigo, su
sonrisa, y el don de cantar de mi hijo y su abuelo.
Años más tardé Rodrigo, ya anciano, se enteró de que Génesis era
su vivo retrato, mientras la escuchaba cantar buscó entre sus re-
cuerdos la ultima vez que habíamos hecho del invierno esa gran
hoguera, y un par de lágrimas le brotaron. El mar inmenso se hacía
huracán dentro de su pecho. Me buscó pero yo me había mudado
muchas veces de ciudad, tal vez evitando encontrármelo, y abrirme
nuevas heridas. Fue por eso, que intuyo, construyó aquellos dos
fragmentos que tuve la oportunidad de leer sobre su hombro esta
tarde en el café internet, mientras espero que mi nieta salga del co-
legio. En su historia, Génesis lo toma del brazo diciéndole: Abuelo,
cuéntame de nuevo la historia de amor, tuya y de mi mamá Rebeca.
Rodrigo le besa la frente; hurga en el bolsillo izquierdo de su panta-
lón, y saca un anillo en forma de corazón, con un granate. Se lo cuel-
ga al pecho a nuestra nieta, diciendo -Lo compré para tu abuela
pero ella se fue de mi vida cuando mayo agonizaba.
Mi hijo Rodrigo y Génesis me esperan en el coche. Me he dado
cuenta que este Rodrigo, anciano y solitario, ni siquiera logró reco-
nocerme. Tal vez solo he sido ahora, una cálida anciana que le roza

80
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

la pierna con algún afán coqueto. No le dije nada, y salí del café
internet mirando con atención los lentos pasos del reloj. Los lentes
oscuros cubren el rostro de mi hijo, que sosteniendo el dije de infi-
nito que me diera su padre acaricia la cabeza de mi nieta. El solitario
anciano se ha quedado atrás, mirando en la pantalla de su compu-
tadora. En ese instante había terminado de escribir el último capítu-
lo de la mejor historia de amor.

Rocío Prieto Valdivia


Ensenada, Baja California
México

81
Siembra Corazón
Maiza
Santiago
Chile

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83
Recuerdos sin miedo

Después de casi cinco años decido escribir esto.


Hay recuerdos que he comenzado a recordar. Hay momentos de los
que tenía otra versión, o eso me hizo creer.
Relataba mi primera vez como un acto adrenalínico, el cual no me
gustó. Me asusto y provocó pena, pero había perdido la virginidad
con mi príncipe azul.
Le relataba mi primera vez a mi mejor amigo mientras lloraba.
Hoy le relato a mi mejor amigo, fuera de los baños del Florida Cen-
ter, mi primera violación cuando solo tenía 16 años.
Contaba y pedía consejos sobre las peleas que teníamos porque no
quería tener sexo en su casa, me sentía poca mujer e insuficiente,
pero con tal de aguantar 10 minutos bastaría para evitar “esos pro-
blemas” por mi culpa.
Les contaba a mis amigas del colegio mi vida sexual activa mientras
buscaba una excusa para no tener que ir a su casa después de cla-
ses.
Hoy les cuento a mis ex compañeras las manipulaciones que él te-
nía sobre mi para no respetar cuando decía “NO”.
Callé mis inseguridades por mis sostenes copa A cuando supe que
me engañaba con otra mujer, pero empaticé con sus deseos porque
yo no tenía un cuerpo como él anhelaba.

84
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Callaba mis inseguridades frente a las personas mientras me decía


que nadie me querría más que él.
Hoy no callo mis inseguridades, pues llevo tiempo trabajando en mi
amor propio; despojándome de la culpa, aceptándome, sanándo-
me.... a(r)mándome.
Me convencía a mi misma de amarlo; no lograba terminar la re-
lación y justificaba sus actitudes posesivas cuando se pasaba a mi
casa a las 2:00 am luego de mandarle un mensaje explicitando las
intenciones de terminar, pero debía permanecer a su lado porque
ya tenía suficientes problemas, mas sin mí se suicidaría.
Convencí a mi entorno que era feliz y plena con mi pololo mientras
omitía mis sentimientos de miedo y acoso.
Hoy me convenzo de mis vivencias, comprendí que fui violentada,
maltratada y violada.
Después de casi cinco años decido escribir esto.
Hay recuerdos que hoy he comenzado a cuestionar. Hay momentos,
vivencias y experiencias que me mataron durante tres años. No obs-
tante nunca lo volveré a permitir.

Luna en Cáncer
Santiago
Chile

85
Recuerdos sin miedo
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile

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87
Abigail

Vuelo entre las flores remando al viento con mis alas. Cierro los ojos
y mi espíritu navega con plenitud en aquel mar de colores que im-
pregna el aire con perfumes de nostalgias que jamás apartaría de
mí.
La lluvia me acoge con suavidad, llevándose consigo las lágrimas.
Me siento libre. Tan libre como aquella tarde en que me encontré
por primera vez con él en los rosales.
Ese día…
Desperté y agité las alas tratando de alejar de mí lo soñado. Busqué
salir del suave capullo que me cubría. Levanté con lentitud los péta-
los y allí estaba él como cada mañana, sentado en el porche miran-
do hacia el jardín.
Al verlo sentí tanto amor por él que deseé por una vez, ser humana.
-¿Qué puedo hacer? –me pregunté.
Miré al cielo y alzando el vuelo fui en busca de la Reina Naturaleza.
-Sólo su magia podrá ayudarme-. Y recé mientras me alejaba del
lugar.
El palacio se encontraba en lo más alto de la montaña; sin embargo,
no me importaba. Seguía mi viaje, cuando me encontré a las abejas,
afanosas, incansables; entre ellas, Liz. Vestía de amarillo y negro.
Sorprendida me preguntó:

88
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

-¡Abigail!, ¿a dónde vas con tanta prisa?


Sin detenerme le conté de mi plan y ella me advirtió: -¡No vayas! La
Reina te castigará por estar en contra de lo que somos.
-He decidido intentarlo –le contesté-. Nada ni nadie podrá impedír-
melo.
Sin mirarla continúe mi viaje hasta que Liz me perdió de vista.
Llegué exhausta. En la entrada los abejorros guardianes me anun-
ciaron y escuché la voz de la Soberana decir:
-¡Dejadla pasar!-
Se encontraba en su trono de marfil, llevaba una diadema en la
frente y los cabellos verdes como las hojas le enmarcaban el rostro.
Por un instante pensé que su piel era nieve. Solemne me preguntó:
-¿Qué deseáis mariposa?
-Deseo que me hagas humana -le respondí. Ella me miró severa-
mente y me preguntó de nuevo:
-¿No te basta ser mariposa?
Insistente le repetí: No. Deseo ser humana.
Me observó un largo rato y me preguntó: ¿por qué?
Y yo le dije: porque lo amo.
En silencio se levantó y se dirigió hacia mí, me roció con su resplan-
deciente magia y proclamó:
-Es tu voluntad, no la mía. El precio será entregarme tu vida, solo te
daré siete días. Marcharos y no olvidéis mis palabras. Diciendo esto,
se desvaneció bajo la bruma del atardecer.
Regresé esa noche sin luna.
Recuerdo haber caído sobre una flor del jardín. Al amanecer me
encontré tendida sobre la hierba con mi cuerpo de humana. Tenía
largas piernas y brazos, los cabellos caían como lava sobre mi es-
palda, cubría mi desnudez con ropas del color de mis alas doradas.
Descalza caminé hacia la casa y allí lo encontré sentado en la

89
entrada, jugaba con su perro, que al sentir mi presencia ladró:
-Hola, ¿quién eres?,-me preguntó.
Con timidez le contesté:
-Abigail y… ¿el tú?
-Soy Eduardo. ¿Por casualidad ¿te conozco?
Sorprendida lo miré. Sin pronunciar palabra alguna negué su pre-
gunta, y él, sonriente, preguntó otra vez: Entonces, ¿estás sola?
-Asentí con la cabeza. Y me dijo:
-Ven, no te preocupes, siéntate a mi lado. Te esperaba… -Desde ese
momento todo fue mágico.
El tiempo transcurría: jugábamos, reíamos y soñábamos… Ya era el
atardecer del séptimo día cuando confesó:
-Tengo la certeza de que te conozco desde siempre, tal vez sea la
magia de la naturaleza que nos rodea. Te diré un secreto: todas las
mañanas salgo afuera sólo para ver a mí enamorada.
Ansiosa le pregunté: ¿Quién es?
Sonriente me respondió: Una hermosa mariposa de alas amarillas
que danza para mí en los rosales. Anhelo tanto volar en libertad jun-
to a ella que… Hice esa promesa. Entonces, me miró y con ternura
me besó.
Fue lo último que me llevé de aquel atardecer…
Ahora solo se siente el aire libre. Mi espíritu viaja a través del vien-
to. Desde lo alto, veo a otra mariposa de alas azules volando hacia
mí. Me alcanza y aquellos ojos que una vez miré siendo humana,
se reflejaron en los míos. Danzamos al unísono por los cielos con la
magia de la naturaleza.

Elizabeth Blandín
Caracas
Venezuela

90
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Cardamomo

En el corazón de Guatemala, las aguas de Semuc Champey jugue-


tean sin preocuparse del tiempo. Por varias jornadas llovió ante la
mirada impotente de los agricultores que allí vivían y que rogaban a
los cielos que detuvieran su aguacero. El ansiado fin llegó y Miguel
fue despertado por su abuela con una canción que hablaba del sol
danzando con las nubes…
La canasta que debían ir a vender ya estaba preparada. Por varios
días acompañó a su madre para moler el cacao recién cosechado y
mezclarlo con distintas especias, azúcar y semillas. A su corta edad,
Miguel aún no asistía a la escuela del pueblo para aprender a leer
y su abuela con sus ojos ya cansados, no podría descifrar lo que en
algún momento le enseñaron en su infancia. Por este motivo, su
mamá pintaba los papeles que envolvían los chocolates con distin-
tos colores para que identificaran los sabores. Rojo para la Canela.
Azul para la vainilla. Verde para los chocolates con cardamomo.
Miguel caminó con su abuela hasta la entrada del parque Semuc
Champey, donde llegarían varios turistas nacionales e internaciona-
les deseosos de conocer ese lugar de aguas turquesas, tibias y cal-
mas, rodeadas de la frondosa vegetación del bosque húmedo. Por
las lluvias, los senderos estaban cubiertos de barro denso que les
dificultaba avanzar a la velocidad acostumbrada. Cuidando que la

91
canasta no se les cayera con los preciados chocolates, tardaron cerca
de una hora en llegar a su destino.
Aún no aparecerían los visitantes. Solo estaban otras mujeres y ni-
ños con canastas llenas de artesanías, panes de banana, bolsas con
cocos y otros chocolates que serían ofrecidos a cambio de un par de
quetzales. Su abuela se sentó sobre un tejido roído. Miguel tomó
un par de chocolates guardándolos en un pequeño morral que se
cruzó por el torso. Los automóviles comenzaron a llegar, provocando
la estampida de niños y niñas hacia ellos. “Chocolate, chocolate”
repetía Miguel entre el barullo de los chicos y chicas que ofertaban
sus productos.
- ¿De qué tienes?- preguntó una mujer que acababa de descen-
der de una Station Ford.
- Canela, vainilla, cardamomo…- respondió Miguel.
- De ese quiero- interrumpió la mujer sacando los quetzales de
su bolso.
- ¡Tome! ¡tome! cómpreme a mí. Son mejores.- gritó una niña
que acababa de llegar, ofreciéndoles chocolates envueltos en alumi-
nio.
- Lo siento. Le compraré a él, explicó la mujer en vano, pues la
niña empujaba hacía atrás a Miguel agitando su brazo.
- ¡Tome!- insistía ella- son de vainilla.
- Pero yo quiero cardamomo.
- ¡Él no tiene! acusó la niña, exasperada. Es mentira.
A Miguel se le heló la sangre. Quería correr. Quería explicar y ven-
der esos chocolates que había hecho él con su madre.
- Mire, los míos dicen vainilla -continuaba la niña- los de él no
dicen nada. Está mintiendo.
Las orejas comenzaron a arderle.
- ¡Yo no miento! – dijo con lágrimas de rabia- este es verde, es

92
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

cardamomo. Yo no miento, volvió a decir.


La escena comenzó a llamar la atención de los otros turistas del lu-
gar. La niña comenzaba a subir cada vez más la voz, reiterando su
súplica: “cómpreme, cómpreme” y Miguel, desconsolado, lloraba:
“yo no miento”. La mujer, sobrepasada, buscó su dinero y les com-
pró a ambos chocolates. La niña tomó las monedas y corrió hacia
otros turistas, pero Miguel se quedó quietecito, sorbiendo los mo-
cos y con el pecho agitado.
- Tranquilo niño- le habló dulcemente la mujer acercándose a él-
sé que no mientes, el chocolate sí tiene cardamomo.
- Vámonos ya- masculló un hombre a la mujer- ya es suficiente.
Se supone que venimos a descansar… para la próxima, mejor irse
al extranjero.
Miguel se pasó la mano por la cara para limpiarse y con la cabeza
gacha, caminó hacia donde su abuela vendía chocolates a unos
hombres que hablaban una lengua distinta al español.
- ¿Pasó algo?- preguntó la anciana mientras Miguel le entrega-
ba los quetzales.
El niño negó con la cabeza y continuó ofreciendo chocolates a los
visitantes, que luego los degustarían cuando estuvieran disfrutando
de las aguas de Semuc Champey, en el corazón de Guatemala.

Verónica Arévalo
Antofagasta
Chile

93
Siembra corazón - raíces-
Maiza
Santiago
Chile

94
95
El llamado

Se escuchaba el sonido de nuestras pisadas sobre el asfalto moja-


do. Hacía frío y la niebla lo cubría todo. Llegamos al final de la calle
donde se encontraba iluminada por un solitario farol la tienda de
antigüedades.
Al entrar, el sonido de las campanas de viento nos daba la bienveni-
da. Observé las curiosas ventanas y los estantes llenos de extraños
objetos y fue cuando vi por primera vez, ese par de ojos mirándome
fijamente sin parpadear.
Caminé lentamente hacía él y sin pensarlo, lo abracé. Sentí que me
pertenecía y estaba en lo cierto, en que aquel duendecillo sería el
celador de mi niñez.
Ha pasado desde entonces mucho tiempo, desde que dejé atrás a
mi edredón de color rosa y los juegos, quedando las paredes de mi
cuarto vacías, teñidas por la apatía y por la falta de ilusiones que
solo consigo siendo adulta.
¡Adulta! ¿Qué implica ser adulto?, me he preguntado desde el día
en que mi padre, por alguna razón, dejó de contarme cuentos.
Sin darme cuenta, su sillón quedó vacío y los libros se fueron api-
lando uno a uno en la biblioteca.
Todo se había ido. Excepto él.
Cada noche al estar a punto de dormirme tengo la sensación de no

96
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

estar sola, de que esa presencia me espera. Me mira. Me susurra al


oído. Entra en mis sueños.
Y lo veo junto a mi cama, sentado sobre el tocador.
Vistiendo el mismo suéter amarillo, luciendo sobre la cabeza unos
mechones verdes peinados hacia arriba, su rostro no revelaba mal-
dad alguna, siempre sonriente. Sólo esa extraña nariz que parecía
percibir el olor de las frutas y de los libros.
-Despierta Mariana….-Lo escuché llamarme, a pesar de que me
había negado de creer en lo imposible, a sucumbir de nuevo en la
magia.
-¿Qué quieres? –le pregunté.
–Tú lo sabes… – le oí decir.
A pesar de estar dormida, supe en lo más profundo de mi mente
que seguía allí. Llamándome. Esperándome. Inquieta me agité bajo
las sabanas. Y pensé que pronto dejaría de soñar o acaso ¿estaría ya
despierta?
-Mariana. Mariana…. ¡Mariana!
Abrí los ojos y lo busqué en la oscuridad. Allí estaba, alumbrado por
la luz del despertador, aquel ser vigilante de mis sueños y desvelos.
Me levanté y, descalza, fui hacia el pasillo. Lo escuché pronunciar mi
nombre mientras me acercaba. Llegué a la puerta y decidí entrar a
sus dominios. La biblioteca.
Caminé entre las sombras grises y negras que bailaban entre sí por
las paredes y el techo de la habitación. Busqué con sigilo aquello
que me pedía entre susurros. Y lo encontré, lleno de polvo y de tela-
raña.
Por un momento creí ver en la penumbra aquellos ojos vigilantes
sobre mí.
Y así era.
Me senté en el suelo con el libro entre las manos, alumbrada solo
por la luz de la lámpara. Lo abrí con lentitud, despacio, muy despa-
97
cio, temiendo que las palabras pudiesen escaparse de las páginas.
Algo frío rozó mí mejilla, parecido a un beso. Miré de reojo y era él.
Mi padre. Estaba sentado a mi lado, como lo hacía siempre, con la
misma sonrisa y mirándome a través de sus gruesos lentes de pasta.
En ese instante comencé a leer y fui arrastrada hacia un mundo que
ya había visto.
Volé junto a los dragones que escupían fuego y noté que los gigan-
tes no eran tan altos como creía, y vi como los duendecillos suelen
escapar a esconderse entre los estantes de la tienda, quizás a espe-
rar por otros niños para vigilar sus sueños cuando crezcan o simple-
mente salen a comer flores en el jardín detrás de los setos.
En aquel lugar encontré el tesoro que había perdido hacía mucho
tiempo y que estaba dentro de mí adormecido.
Llamándome.
Y que ahora al hallarlo no lo dejaría escapar. Ni estando dormida ni
despierta.

Elizabeth Blandín
Caracas
Venezuela

98
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ese día

Ese día despertó con el pecho oprimido. Otra vez había tenido la
pesadilla en que su abuelo se ahogaba en el mar. Era un sueño
recurrente desde que escuchó a su abuela hablar en un acto público
realizado frente a La Moneda. Gabriela escuchó cada palabra de las
dichas en aquella ocasión, guardando las imágenes descritas como
fotografías reconstruidas por fragmentos. Su abuelo hasta ese mo-
mento, solo era un rostro sonriente del principal cuadro de la sala
de estar y ahora era un hombre que por las noches veía caer, caer,
caer, en las aguas oscuras del Pacífico Sur sin poder gritar por la
cinta adhesiva que sellaba sus labios.
Ese día, su madre la encontró con los ojos abiertos respirando agi-
tadamente. La ayudó a vestirse, le calzó las zapatillas nuevas y la
peinó con una trenza. Era una jornada importante. Todos en la casa
hablaban por susurros breves.
Su abuela ya estaba en la cocina sirviéndose una taza de té. A Ga-
briela le dieron leche caliente, la que bebió sin reclamar por la capa
de nata que la cubría.
-No creo que debas llevarla- dijo la abuela a su madre.
-Tiene que ir. Lo merece igual que todas nosotras.
Su tía se asomó por la puerta. Había llegado por la noche de Con-
cepción.

99
-Hay que irse- comentó.
-¿No vas a desayunar?- preguntó la abuela.
-No puedo comer. Siento que voy a vomitar.
Llegaron a los tribunales de justicia y se unieron a un pequeño
grupo de gente que se había conformado en la entrada. Gabriela
vio como su abuela saludó a los hombres y mujeres que, al igual
que ellas, tenían prendido del pecho imágenes en blanco y negro
de otros hombres y mujeres. Hacía frío. Santiago en invierno suele
tener un aire seco y helado que atraviesa las capas de ropa aguijo-
neando la piel.
Gabriela nunca supo cuánto tiempo estuvieron esperando allí, de
pie, ante la mirada curiosa de los transeúntes. En su sabiduría de
siete años comprendía que su abuela, su madre, su tía, se encontra-
ban agobiadas de emociones sin nombre que no debía perturbar.
El silencio era su contribución a las mujeres que en otros momentos
destinaban todas sus atenciones a ella.
Alguien dijo “son las once” cuando llegaron las cámaras de televi-
sión. Gabriela reconoció a dos periodistas que había visto por las
pantallas y le llamó la atención lo alto que eran. Se preguntó si sería
un requisito para desempeñar la labor y de ser así, pidió a su yo
interno que creciera lo suficiente.
Cada vez se reunían más personas que comenzaban a agolparse
unas con otras. A las doce, los ánimos comenzaron a alterarse. Al-
gunos hablaban que todo fue una mentira, una invención para que
dejaran de molestar a las autoridades. Otros contaban de fugas al
extranjero, de escondites en pueblos nortinos e incluso de pacto en
que fingían arrestos, juicios y prisiones a cambio de nuevos nom-
bres y rostros. Gabriela ya no aguantaba más.
-Mami, quiero hacer pipí - habló con un hilo de voz, profundamente
avergonzada.

100
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

--Te dije que no la trajeras- dijo la abuela.


Su madre sin emitir palabras, caminó con ella de la mano hasta un
local de pollos asados en que se escuchaban los Backstreetboys.
-El baño es solo para clientes- respondió la vendedora sin mirarlas.
-Es solo una niña- insistió su madre.
-Lo siento, no puedo…
Su mamá suspiró. Al salir del local, le indicó que orinara en un árbol
que se levantaba en medio de todo el cemento. Gabriela rió y se
agachó. Un hombre furioso apareció del interior de un edificio, voci-
ferando.
-¡Salgan de aquí comunachas de mierda! ¡Salgan de aquí o las
muelo a palos!
Gabriela se subió rápidamente los pantalones y corrió sin soltar la
mano materna.
De regreso a los tribunales, su abuela esperaba impaciente.
-Soplaron que van a llevarlo a otro lado. La Violeta está averiguando
todo.
El grupo humano se había dispersado ante la novedad. Los de pren-
sa se veían confundidos sin saber si quedarse o moverse. Entonces
ocurrió todo muy rápido. Un auto con sirena apareció en la esquina.
De todas partes aparecieron personas que rodeaban a Gabriela y a
su madre. De su abuela solo escuchaba la voz, una voz que gritaba
desgarrada como letanía sin final “asesino, asesino”. Todos gritaban.
Pero Gabriela estaba muda, aturdida, dolorosamente desconcerta-
da. Entre los tirones y empujones, logró ver al mencionado asesino:
un viejo encorvado que apenas caminaba, siendo asistido por unos
hombres de blanco que a su vez eran escoltados por carabineros.
“Asesino, asesino”, escuchaba una y otra vez y comenzaron a caer
huevos en la cabeza manchada de ese anciano, que cerraba los
párpados arrugados en mil pliegues, mientras levantaba su frágiles

101
brazos para cubrirse de la lluvia de escupos, comida podrida, pintu-
ra roja que eran arrojados con rabia, con horror, sobre su debilitado
cuerpo.
Gabriela sintió lástima. Ese hombre no era ni remotamente pare-
cido al monstruo que su imaginación había esculpido, el que ator-
mentaba a su abuelo con una carcajada maligna y luego lo arrojaba
al mar. Más aún, si lo hubiera visto en la calle hubiera pensado que,
tal vez, así sería su abuelo si estuviera vivo… el vacío invadió su
cuerpo. La lástima desapareció. La verdad era que ese viejo que ca-
minaba frente a ella había matado a su abuelo, lo había arrancado
de los suyos, de su abuela, tía, de su madre. De ella misma antes de
nacer. Todo por haber recibido un pedazo de tierra que había labra-
do toda su vida, como la larga lista de antepasados campesinos que
nunca tuvieron nada y que, cuando al fin la historia parecía impartir
justicia, fueron tomados, detenidos y desaparecidos. Sin entregar
más noticias a las familias. Sin entregar un cuerpo al cual llorar. Ese
viejo había llegado a viejo y ni todos los escupos y gritos del mun-
do lo asfixiarían como el agua del mar lo hizo con tantos hombres y
mujeres.
Gabriela inspiró fuerte. Soltó la mano de mamá y, pequeña como
era, se hizo paso hasta llegar lo más cerca posible de él. No gritó. No
lo odió. No le temió. Solo lo miró con desprecio prometiéndose que
nunca olvidaría ese día.

Verónica Arévalo
Antofagasta
Chile

102
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Mi sombra

Una mañana desperté y en mi soledad de luces descubrí que había


perdido mi sombra. Salí a la calle a buscarla y el sol como un fuego
despiadado me mostraba mi cuerpo solitario. Angustiada la llamé
a gritos. ¿Por qué me había abandonado de esta forma? Sin aviso,
sin despedida. Sentí que era mi culpa, siempre fui muy dominante.
Yo decidía el camino, yo daba los pasos, yo me sentaba y me paraba
cuando quería sin pedirle nunca su opinión. Nunca valoré su com-
pañía fiel, su obstinación en seguirme aún cuando yo la ignoraba.
Admito que no era muy paciente, muchas veces la vi corriendo de-
trás mío pero no me detuve a esperarla. O si al caer la tarde ella se
alargaba buscando quien sabe qué, yo la traía de vuelta de un ma-
notazo. Ella alzaba la vista, su ser se estiraba tratando de alcanzar el
cielo pero nunca le permití despegarse de mí. Sus pisadas siempre
debían estar bajo el peso de mis pies. Mi egoísmo me había dejado
sola.
-Perdóname-le dije entre lagrimas.
La vi aparecer desconfiada entre mis pies.
-Te prometo que a partir de ahora decidís vos a donde ir. Y te voy a
prestar mi ropa porque sé que no te gusta el negro.
Con mi vestido azul y mi sombrero rojo se hizo alta y se iluminó su
rostro vacío. Se veía tan contenta que le di también mi pañuelo rosa.

103
Con pasos tambaleantes avanzó por la calle, yo la seguí. Me quedé
atrás de ella y me hice más pequeña para que pudiera observar
la ciudad, los árboles, los autos y la gente. Me hice más silenciosa
para poder escuchar su risa. Ella se hizo ancha y ruidosa. Yo me volví
más gris. Desde entonces estamos así, ella elige los caminos por los
que recorremos la plaza y yo la sigo volando, acariciando paredes,
flores y rostros. Las dos estamos contentas con nuestra nueva vida.
A mi me gusta la ligereza de mi ser, el baile de mi figura siempre
cambiante, y a ella le encanta saltar y sentir el sonido de las hojas
crujiendo bajo sus pies.

Camila Villarroel
Córdoba
Argentina

104
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Los golpes en la puerta

Es viernes, cuando el miedo se aparece cada vez que anochece. Los


oídos atentos esperan el fuerte golpe de la entrada al abrirse. La tor-
menta irrumpe a lo lejos la mudez del viento y bajo los pies el suelo
tiembla.
La niña sueña navegar en el mar en un barco de papel. Empaparse
con la iridiscencia de las pompas de jabón que juegan en el viento.
Oscurece.
La madre sentada en el viejo sillón no pierde de vista las agujas del
reloj de pared que anuncian con su canto sombrío las horas.
-¡Laura vete a dormir!- solo su voz se escucha.
La niña vestida de pijama camina de puntillas hacia el ventanal, y
a través del cristal empañado por su aliento distingue la silueta de
aquel ser que viene a destruir los cimientos de su hogar.
Sale corriendo a la habitación y se lanza en clavado a la cama, cu-
briéndose desde la cabeza hasta los pies con la sábana. Respira sin
tener aire y el cuerpo es de roca. Un olor de alcohol se desliza como
sombras hasta llegar a ella. Los estrépitos de cristales rotos resue-
nan en sus oídos. El silencio se fragmenta.
Laura se levanta con las sabanas a rastras y espiando por la rendija
de la puerta se da cuenta que todo vuelve a empezar.
Delante de sus ojos de chiquilla, ve a un ogro y a un hada que se
enfrentan a duelo, así como los personajes que relatan las historias
que tanto lee. Mira otra vez por la abertura y el ogro muestra aque-
lla mirada feroz que tanto teme, mientras el hada va perdiendo su
luz y su voluntad.

105
En ese instante, Laura quiso saber si ellos fueron los padres que
una vez tuvo, los mismos que la mecían entre brazos mientras ju-
gaban bajo la sombra del limonero, pero que por alguna razón
dejaron de hacerlo. Eso fue hace mucho tiempo, cuando veía caer
las hojas secas en el tejado o antes que todos se congelaran en el
invierno.
En aquel momento, el ogro se dirige a la puerta y trata de abrirla.
Golpe tras golpe, la madera cruje. Laura mira hacia la ventana entre-
abierta y en silencio implora convertirse en otro niño más que vuela
hacia el país de nunca jamás.
Espera.
Alejándose del ventanal y sin dejar de mirar hacia la puerta, busca
ocultarse en la oscuridad y, pegándose a la pared, se desliza hasta el
suelo. Con los ojos cerrados, hunde el rostro entre las rodillas y con
ambas manos en los oídos solo espera a que amanezca.
Sólo los grillos y las cigarras con sus cantos y violines comienzan a
arrullarla como una canción de cuna.
El aroma a jazmines y a rosas endulza el aire. Alguien la toma en
brazos y le posa en la frente un beso. La niña dormida sonríe más:
-¡Es el hada! ¡Es el hada!-, pensó, sujetándose más a ella. Abre los
ojos y se da cuenta que es mamá, y desde el cobijo de aquel abra-
zo aprecian los primeros rayos de sol filtrándose como lluvia por la
ventana.
-Viajemos juntas hacia otro lugar...- le oye decir. Y sin dejar de mi-
rarla, Laura le pregunta: -¿Adónde?- y la mujer de cabellos negros y
mirada triste le responde:
-A donde no sintamos más miedo.
Elizabeth Blandín
Caracas
Venezuela

106
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

A mi no me ha pasado

Tenía 18 años cuando me fui a un voluntariado de verano con un


grupo de estudiantes universitarios y conocí a Diego. Empezamos a
compartir tiempo juntos, nos gustamos y pinchamos. Él era mayor,
al menos 6 años. De vuelta del verano comenzamos una “relación”
que duró un par de meses. Un día fui a su casa, me marché ofusca-
da y nunca más volví a verlo o hablar con él.
Con la aparición de Facebook, volví a ponerme en contacto con per-
sonas que conocía antes. Me llevé una sorpresa al ver su solicitud
de amistad. Recuerdo habérselo contado a mi amigo como una
anécdota. Él se puso muy serio ¿En serio piensas en agregarlo? Ese
loco intento abusarte. ¿Abuso? primera vez que escuchaba esa pala-
bra, la consideré exagerada y me hice la desentendida. Pero algo en
mí se llenó de dudas y preferí no aceptar la solicitud.
Comencé a pensar en por qué había dejado de verlo. Recordé que
en ocasiones iba a almorzar conmigo a la universidad (que en rea-
lidad no quedaba particularmente cerca), que a mis amigos no les
gustaba que saliera con él. Recordé que él no confiaba en mí, que a
veces hacía acusaciones que para mí no tenían sentido, recordé que
era celoso. Y también recordé con claridad que nuestra “relación” se
había puesto increíblemente intensa, que de los besos pasamos a
caricias y roces que nos mantenían constantemente excitados. A

107
esa edad, yo no había vivido un montón de primeras veces. Muchas
veces lo he comentado: cuando entré a la universidad era una niña,
en el sentido amplio de la palabra, había crecido en una burbuja
donde las drogas, el alcohol y el sexo no tenían cabida. Y entonces
recordé esa tarde a solas en su casa, cuando subimos a su cuarto,
nos recostamos en su cama, y en un momento tuve todo su cuerpo
encima mío. Recordé con claridad mi angustia, lo indefensa que me
sentía, recordé el sonido que produjo su intento por sacarse el cin-
turón. Pero lo que más recuerdo es que estaba muy incómoda, y no
quería, no quería vivir mi primera experiencia sexual así, y menos
con él. Recuerdo haber dicho “no”, intentar escaparme de sus besos
y como las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Una parte de
mí tenía la certeza de que algo muy malo estaba a punto de pasar,
porque él no parecía notar mi desagrado (o simplemente no le im-
portaba) ni se salía de encima. Me puse a llorar fuerte y recién en
ese momento él reaccionó alejándose. No dije nada, tomé mis co-
sas, y salí de allí sabiendo que no volvería más. Me llamó después,
yo no quería hablar. En realidad a la única persona que le conté,
mucho tiempo después, fue a mi mejor amigo. Él me escuchó y
tranquilizó.
Nunca más volví a hablar de eso, porque no sabía qué nombre po-
nerle y porque finalmente una nunca espera que una persona que
quieres y en quien confías, te haga daño.

Coxiella
Santiago
Chile

108
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Bailarás

A Mayel
Garras de ira truncaron tus pasos
tropel de coñazos suprimió tu existencia
gritos y llantos no se escucharon
sonrisas de muerte no son eternas

Tú, danzadora de caminos


el dolor se ha ido, no está guardado
el miedo yace inerte, preso de algún cuerpo,
alma vigorosa suéltate al viento

Ya no temas niña, ya no temas joven


¡Qué bailes al día, con el sol y las flores!
¡Qué bailes la noche, con la luna nueva!
¡Qué bailes al viento todas tus estelas!

Bailarás adioses de la vieja vida


movimientos suaves y frases silentes
pies que marcan saltos, formas curvilíneas
compás de caricias
que no son de muerte

Niyireé S. Baptista Sánchez


Caracas
Venezuela

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Üñum tañi zungun
Ani Collinao Orellana
Quidiko
Wallmapu
(Chile)

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Mariposa

14 de Mayo de 2018

La verdad es que he amanecido devastada. Hubiese querido que


esta Gusana, que lleva varios meses en este proceso de metamor-
fosis, se hubiese quedado allí pero se ha comenzado a romper el
manto que me ha mantenido cubierta, sintiendo que hermosos y
dolorosos rayos de sol comienzan a entibiar mi cuerpo con su luz
para terminar este y convertirme en quien debo ser.
Por primera vez logré escuchar, sentir, comprender lo que por mu-
cho tiempo tú has expresado con tu actitud, tu silencio, tu no en-
trega física, tu quietud, tu inteligencia, tus buenas intenciones, tu
engaño...valor qué paciente. En cambio yo, siempre ahí esperando,
buscando que vieras, comprendieras, que sintieras mis atenciones,
mis sonrisas, mi llanto, mi humor, la buena economista, la buena
madre, toda yo con lo mucho que te amaba. Siempre esperando
que tú te empaparas con estos nobles sentimientos...Siempre quise
buscarte y culparte a ti. No comprendía, no entendía. Podía aceptar
que estuvieras perdido, era bueno para mí, me permitía seguir so-
ñando, pensar que triunfaría el amor y permanecía detenida en este
oscuro proceso, pero ocurrió lo irremediable, tanto trabajo debía

112
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

traer frutos y futuro.

Hoy al amanecer fui citada a la corte, allí estaban mis asesores y la


majestuosa presencia de mi compañero que en esta ocasión seria
mi abogado: DIOS. En un gran agotador, doloroso y justo juicio,
decidimos que debía salir al mundo para vivir con mis propias alas y
buscar mi propio alimento. Me hicieron entender que no debo se-
guir humillándome, ni esperar que otro quiera o no seguir siendo
mi compañero de amor. Ese es un sentimiento que no debe estar a
la altura de una hermosa, delicada mariposa que inconscientemen-
te ha permanecido cubierta, preparando este momento y comenzar
este proceso al que me niego...Que en un corto tiempo más pueda
estirar mis alas y con la fortaleza que tengo, emprender un vuelo
sin retorno a la flor que no me necesita. He querido mantenerme
adherida… De alguna forma las luces se prendían y me mostraban
que yo era la que no tenía barreras y debía cumplir con mi ciclo.

Totoca Echeverria
Santiago
Chile

113
Mariposa

25 de Noviembre de 2018

Escribí el fin de semana algo que complementa mi cuento de la


mariposa. Dice…
Hasta ahora solo he estado adherida a la flor, abriendo y cerrando
mis alas. A veces incluso las he ocultado. Otras, batía mis alas tan
fuerte que quedaba tan cansada que no podía despegarme de mi
flor. También pedí que tú te sacudieras y me cayera. Así me mantuve
invierno, otoño...
Necesito un mañana para llorar, pensar, sanar.
Necesito un mañana para que salga el SOL y vuelva a brillar en mi
vida y también una noche para ver y aprender a ver en la oscuridad
acompañada de la LUNA...

Y tú un mañana para que decidas tu camino.

Jamás me he olvidado de mi fe en Dios y esto lo valoro muchísimo


porque me hace estar aquí viva sintiendo, luchando, amando...EN-
TONCES, LLORO.

Totoca Echeverria
Santiago
Chile

114
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ella

A veces recuerdo cuando viajábamos en ese interminable y largo


autobús sentadas casi en la parte final de aquel mamotreto de ho-
jalata. A mí me encantaban esos asientos: vacíos, solitarios y distan-
tes, como apartados de todos. En esos momentos imaginaba cosas
que ya hoy he olvidado. Recuerdo cómo se reflejaba la luz tenue de
sol mañanero en los vidrios de la enorme carcacha, mientras ella
me contaba cómo de joven recorría con Silvia media ciudad en esos
autobuses pagando un centavo o una locha, no lo recuerdo. Siem-
pre terminaba durmiéndome en sus piernas, ella me despertaba
cariñosa y tiernamente cuando casi llegábamos a nuestro destino.
Yo quería que el viaje no terminara y seguir, horas y horas, dormida
en su regazo. Ese viaje a la edad de 6 años era una aventura hacia el
centro de la ciudad.

A ella la recuerdo bellísima: cutis perfecto jamás marcado por el


acné, cabello corto y negro azabache, siempre vestida con camisas
anchas y bluejeans ceñidos a la cintura. Eran los años 90, las calles
parecían lóbregas, ruñidas, sin esperanza, así como todas las perso-
nas que tomaban la ruta San Luis-Coche, pero para mí era una gran
travesía que acompañaba con juegos infantiles y carcajadas a medio
terminar. A mí me encantaba tomarle las manos, sentir lo suaves

115
y perfectas que eran, pequeñas, diminutas, con las uñas limadas
en forma circular, pintadas de rojo, un rojo brillante y patente que
aún se conserva en mi memoria. Tomaba sus manos y las medía
con las mías, sucias entre las comisuras de los dedos, pensaba en
el momento en que mis manos de niña mestiza alcanzarían las de
ella. Sus cabellos: una extraña mezcla de ondas y rulos que no eran
largos ni lisos. A veces ella los dejaba crecer solo un poco y bromeá-
bamos que se parecía al cantante de vallenato Rafael Orozco. Para
mí, la mejor manera de describirla era perfecta, jamás mujer alguna
podía ufanarse de ser mejor, más bella, más hermosa, más cálida;
yo la amaba con locura, ella era mía, me pertenecía y odiaba com-
partirla con las demás.
En esos instantes ella me hablaba de su vida, de sus andanzas juve-
niles y de todos los trabajos a los que había renunciado. Otros días
me comentaba de su llegada a Caracas a los 8 años, venida de ese
caserío desconocido al filo de una montaña llamada Jacob. De cómo
la Ñonga la levantaba “a mirar mundo” y de sus juegos con las bote-
llas de cerveza que decoraba para hacerlas parecer muñecas cuando
jugaba por horas con las hijas de Margarita y Maximiliano. Ella, que
aprendió a leer a los 9 años y que vivió en diferentes cerros de Cara-
cas: los Flores, El Valle, los Alpes. Ella, que la primera vez que entró
a una carnicería el vendedor malintencionado le dio una lechuga
aunque había pedido un bistec. La pequeña niña de ese entonces
no conocía ni una lechuga y menos qué era un bistec. Fue criada a
punta de arepas rellenas con topochos y ají, un manjar pa’ la chiqui-
llada del campo. Cuando ella me contaba esos pasajes que yo consi-
deraba tristes se me calentaban las orejas y hervía en furia, soñaba
con viajar al pasado y cambiar su historia, hacerla más feliz, eliminar
las injusticias, borrar sus sufrimientos, pero no le decía nada, mi
timidez me impedía hablarle y guardaba silencio. No recuerdo

116
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

mucho las cosas que yo le contaba, no recuerdo si le contaba cosas,


la recuerdo cantando: “María Moñitos me convidó a comer plátano
con arroz, como no quise su mazacote María Moñitos se disgustó”.
Hace algunos días viajaba en aquel autobús largo, interminable,
extenso. Ella –la niña– iba sentada del lado que no da hacía la ven-
tana, la pequeña se acostó en sus piernas, que poco a poco fueron
la mías, y dijo: “tengo sueño”. La senté en mi regazo, acaricié su
cabello, tarareé una canción y la vi. Ella iba sentada en el mismo
asiento que yo, teníamos la misma forma de la cara, el mismo corte
y esa ambigüedad que aportan las extrañas ondas que se nos ha-
cen en los cabellos. El sol de la tarde atravesaba el cristal con papel
ahumado y allí en ese instante la vi: sentada en el mismo asiento
que yo, con esa mirada inexpresiva que se ha quedado en el tiempo
observando la dulzura del momento detenido. Nos vimos la cara y
lo comprendí todo, era yo, tal vez fue ella, pero era yo. Ambas tenía-
mos 27 años.

Niyireé S. Baptista Sánchez


Caracas
Venezuela

117
Siembra corazón
Maiza
Santiago
Chile

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119
¿Mujer?

¿Qué es ser mujer? ¿Un vestido y lazo rosa?


¿Qué es ser mujer? ¿Lágrimas, chocolates y manchas rojas?
¿Qué es ser mujer? ¿Tetas, culo y labial?
¿Qué es ser mujer? ¿Un prototipo, una muñeca, un ideal?
¿Qué es ser mujer en un mundo donde subir la voz está mal?
Si me preguntas o sin preguntar, diré que para mí ser mujer es estar
constantemente en lucha con todo y todos los demás.
Es pelear por quién eres, debes ser y esperan que seas.
Es tener el cuero para mirar una revista, la tevé o internet y no sen-
tirte mal por no encajar.
Es mirarte al espejo en pelotas, y decirte: me gustas, tal cual estás.
Es cerrar los ojos y conectarte con tu femineidad.
Es poder llorar sin preocuparte de los demás.
Es vivir a concho siendo precavida.
Es caminar por la calle y sentirte parte del paisaje cuando te violen-
tan, cuando te invaden, cuando te vejan.

Coxiella
Santiago
Chile

120
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Poema

Te haré un poema
con todos los versos que envidio de las poetas olvidadas.
Con palabras ya jubiladas
pero de excesiva belleza.
¿Por qué no heredé nada de esas líricas épicas
y solo puedo bocetear un collage torpe y huesudo?
Te haré un poema y quizás no sea mucho
lo que encuentre en el vocabulario
que aún no nos expropian.
Excavaré en los libros de cajas de descuentos
por si encuentro algo que ya nadie recuerda
y rasgarle poesía.
Que mi creatividad gastada
debe resistir otro día
marcando entradas y salidas
de esa oficina sin ventanas.

Verónica Arévalo
Antofagasta
Chile

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Eloisa
Eloisa Navarros
Calbuco, Los Lagos
Chile

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Paciencia

Florecen las rosas


El tiempo medita con las estrellas.

La niña duerme en su cuna


Capullo de dulzura.

Niña de piel oscura


Presagiando al poeta
Romances taciturnos
Con música en cajas abiertas.

Ana Villaquiran
Valencia
Venezuela

126
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Querido viejito pascuero

Para esta Navidad, además de la paz mundial, quiero mujeres más


empoderadas, menos recatadas y más dueñas de sí mismas. Que
luchen más por sus “quiero” que por los “debo”, que se despeinen
más, que las opiniones de los demás, les importen menos, que se
quejen fuerte y propongan con furia.
Quiero mujeres con una voz clara y firme en las políticas públicas, y
no un adorno de mesa.
Quiero que las entidades en todos los niveles incluyan más mu-
jeres, no por equiparar números o porque sea políticamente bien
visto, sino porque creen firmemente en los beneficios que entrega
la diversidad.
Quiero menos juguetes discriminatorios, esos donde ellas crecen
creyendo que su lugar es en la cocina y cuidando los sueños de
otros.
Quiero más mujeres siendo madres ¡porque quieren!, no porque
les regatearon el condón, les botaron las pastillas, o porque es su
deber ser una máquina de reproducción o con violencia las obliga-
ron.
Quiero más mujeres mirándose al espejo y sintiéndose bellas sin
cambiarse nada (¡ninguna wea!), que aprecien la hermosura de las
curvas o la falta de ellas.

127
Quiero más mujeres caminando tranquilas por las calles y sin temo-
res, porque saben que no son parte del paisaje y que su cuerpo no
es territorio de nadie más que de ellas mismas.
Quiero más mujeres que no le tengan miedo al “estar sola”, porque
para ellas ya no es sinónimo de vacío, sino de independencia.
Quiero más mujeres que sean felices en verano y no eternamente
preocupadas de cumplir con cánones utópicos que otros y otras
quieren que anhelen.
En resumidas cuentas, para esta Navidad quiero ser más Mujer, y
por supuesto, la paz mundial.

PD: Mujer, no me gusta cuando callas.

Coxiella
Santiago
Chile

128
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

morir de amor

Santiago 19 de diciembre 2007

Voy a escribir esta historia para que tú comprendas que estás frente
a otra mujer. La que se despidió anoche en el departamento, murió
entre mis brazos.
Su intuición y cuerpo no estaban lejos de lo que ella vivió en aquel
departamento esa noche. Allí estabas tú, ella, yo y ella que acaba de
morir; no escribiré el episodio pues quedará por siempre para uste-
des tres.
Al llegar ella a casa venía destrozada. Se refugió en su pieza, lloraba
y me pidió que la contuviese, lloraba desconsoladamente por largo
rato, su cuerpo se estremecía y de su garganta salían sollozos desga-
rradores; cuando logró calmarse partió por decirme que toda ella se
había quedado en ese departamento donde aún retumbaba el eco
de su despedida para él y fue a decirle “te amo profundamente, y
con la misma fuerza te sacaré de mi ser” y se había ido.
Traté de entender la situación y me pidió que la ayudara a perdonar-
se, la abrasé con fuerza y ella -con mucho esfuerzo, por el dolor que
la inundaba- comenzó a decir
ME PERDONO PORQUE LO HE AMADO PROFUNDAMENTE.
ME PERDONO PORQUE HE SIDO HONESTA, SINCERA, TRANSPAREN-
TE, SENCILLA Y MUJER.
ME PERDONO PORQUE DEBO RESPETARME.
ME PERDONO POR MIS HIJOS.

129
ME PERDONO PORQUE CREO EN DIOS.
La tomé con más fuerza entre mis brazos y durante su agonía me
entregó a sus hijos; prometí cuidarlos como si fuera ella.
En un largo y profundo suspiro comprendí que ella moriría sabien-
do que su amor no había sido respetado, sabiendo que el hombre
que ella amaba nunca la amo y que ellos habían violado su más
bello tesoro: el amor y la verdad que muchas veces le pidió a él.
Mientras su cuerpo se entibiaba comprendí que lo mejor era dejarla
partir. Me dormí unos instantes, cuando amanecía me fui a la du-
cha, donde mis lagrimas se confundieron con el agua y terminaban
por llevarse el resto de ella.
Logre recuperarme y salir. Frente al espejo descubrí una nueva
mujer, le agradecí que me hubiera dejado su envoltura, fortaleza,
templanza, amor a todos los seres, a la naturaleza, sus virtudes, su
capacidad para perdonar a quienes más dolor le habían provocado y
su amor a Dios. Ahora sufro el duelo de su partida y valoro la oportu-
nidad de una nueva vida.
Cambios, muchos cambios habrá en este nuevo camino, porque hay
una mujer diferente, viva, con tres hijos a quienes criar. La pena, el
dolor de la partida de ella, deberá ser silenciosa, contenida, para
que no dañe a nadie.
Esta mujer pide apoyo a Dios; que cada vez que le falte fuerza, fe, le
recuerde que está a su lado y si ve una sola huella es porque la lleva
en sus brazos.
Esta mujer está de duelo y quiere vivirlo.
Esta mujer tiene un largo y difícil camino que recorrer.

Totoca Echeverria
Santiago
Chile

130
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Publicidad

En lo alto hay madres,


Madres que besan rosas.
Las rosas son rojas y sangran.

Abajo hay propaganda


anunciando rosas blancas.

Ana Villaquiran
Valencia
Venezuela

131
Siembra y libertad
Maiza
Santiago
Chile

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Un toque rojo

Ella era feliz a su manera. Había creado un escudo invisible que la


ayudaba a sobrevivir.
Él gritaba y la acusaba de que todo había salido mal por su culpa.
La vida de porquería que tenía era gracias a la poca creatividad de
ella para salir de los problemas que la convivencia en pareja por 40
años les había traído; que él odiaba el color rojo “¡color de quilom-
bo!” y que ella solo por hacerle mal había pintado la casa de ese
color.
Sus hijos, esos mal nacidos eran también blanco de las amenazas
y descargas verbales diarias. Él siempre quiso tener hijas mujeres
porque “no serían tan mal agradecidas como estos”. Ante toda esa
catarata de improperios y antes de que llegaran las palabrotas que,
si bien ella sabía que algunas de ellas se referían a partes íntimas
de su cuerpo, de otras ignoraba su significado, pero de sólo pensar-
lo sentía mucha vergüenza, de manera lenta pero contundente ella
levantaba su escudo. Por fin estaba a salvo, las blasfemias permitían
el desahogo de su marido y a ella no le llegaban porque rebotaban
en esa pared invisible. Desde que descubrió que tenía ese poder se
siente tranquila.
No siempre fue un hombre así, debe ser por eso que ella prefiere
recordarlo como era antes, cuando supo que lo único que quería era

134
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

estar en sus brazos, casarse y formar una familia con hijos, casa con
jardín, perros y gatos.
Hace días que Genaro está tranquilo, no pasa de sus puteadas dia-
rias con los gatos, el dolor de rodillas, con los políticos, los precios,
los vecinos, la humedad, el color rojo chillón de la casa “¡parece un
quilombo!”
Inés no se preocupa, está preparada, siempre después de la calma
viene lo peor. Los hijos no entienden, pero ella sí.
Genaro es un hombre bueno, trabajador, honesto, familiar, buen
esposo, fiel, pero ahora está enfermo y ella no lo va a abandonar así.
No después que en su juventud se sacrificara tanto, trabajando por
distintos lugares del país, durmiendo en galpones llenos de ratas,
viniendo a su casa una vez al mes. Todo ello para que no les faltara
nada.
Un día, que podría haber sido uno más, Inés estaba tendiendo ropa
cuando escucho lo ya tan conocido –¡Antes de casarme con vos me
hubiera matado! ¿A quién se le ocurre pintar la casa de rojo?
La voz se hizo cada vez más fuerte hasta que ella se dio vuelta con
una toalla en la mano y se movió justo a tiempo para evitar el golpe.
Genaro siguió caminando unos pasos como un niño que está apren-
diendo a caminar y cayó. No se movió más. Fue difícil enderezar
esos 110 kg y 1, 85 m de altura para los vecinos que vinieron a ayu-
dar. El médico certificó su muerte por infarto fulminante.
Inés era la única que lloraba en el velorio. Se encargó de que todas
las flores fueran blancas, ninguna roja por respeto al difunto. Sus
hijos estaban serios, los vecinos también, habían venido por Inés,
pero al muerto ni lo miraban.
De pronto en la puerta amplia de la sala velatoria apareció una
mujer entrada en años, denotaba entre las canas y el rodete que su
pelo había sido rubio y lacio. Las arrugas de su rostro permitían ver

135
un rostro bueno que estaba sufriendo.
Inés la miró con asombro cuando la vio caer sobre el muerto, be-
sarle la cara y romper en sollozos desgarradores. Esta escena quitó
trascendencia a las dos jóvenes altas que guardaban respetable
distancia.
Cuando Inés hizo un movimiento para acercarse a consolar a esa
señora, quizás un familiar desconocido, sus hijos no se lo permitie-
ron: –Dejá mamá, ya está muerto.
Fue entonces cuando Inés vio a las dos mujeres y reconoció en ellas
los rasgos de sus hijos y de su Genaro. Comprendió todo de golpe
y una cortina pesada se abrió ante ella y pudo ver. Pudo ver el por
qué de los insultos, los desprecios, las ausencias.
A lo lejos se escuchaban los sollozos de esa mujer extraña, ella salió
de la sala buscando claridad y aire puro. Sus hijos la siguieron.
–Nosotros sabíamos, pero nunca nos animamos a decirte.
–¿Desde cuándo sabían? –preguntó su madre con los ojos secos y
la cara sin gestos, que no permitían a sus hijos saber qué impacto
había causado la noticia.
–Desde hace 4 años. Él la conoció en un prostíbulo y la sacó, le com-
pró una casa. ¿Dónde vas mamá?
–Ya vengo. Estoy bien, mejor que nunca.
Los “dolientes” vieron con asombro cómo unos muchachos entraron
y sacaron en un abrir y cerrar de ojos todas las flores y coronas blan-
cas. Tan rápido como salieron volvieron a entrar con flores naturales
y artificiales. Variedad de coronas, ramos, floreros, arreglos, todos
con flores rojas, rojos claros, chillones, carmín, pero todas rojas al
fin.
Rojas como el vestido que ahora llevaba puesto Inés.
Cuando el murmullo cesó y los pocos concurrentes notaron que lo
más novedoso ya había pasado y que no quedaba mucho para ver,

136
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Inés se acercó al cajón. No reconoció al hombre que estaba allí. Lo


miró y no logro encontrar rastros de su marido por tantos años.
Se acercó y le dio un beso dejando sus labios con el sello del labial
rojo en la frente pálida y fría.
Muy bajo, para que sólo el muerto escuchara, dijo: –amor. te decore
la sala a mi gusto, espero lo disfrutes. Quedó como a vos te gusta:
¡como un quilombo!

María Caballos
Guichón Departamento de Paysandú
Uruguay

137
Algunas queremos hijos no humanos
Diana Cáceres Alcoreza
La Paz
Bolivia

138
139
La decisión de ser feiz

Carolina era así, tan incompleta para algunos, pero tan llena de
sueños según su percepción. Y es que luego de 9 años había apren-
dido a luchar resaltando todas sus capacidades, porque pese a que
su prometido la había abandonado hace mucho tiempo justo meses
antes de la boda, aprovechó ese lapso de tiempo para crecer sola y
para criar a su pequeño Lucas, y aunque ese nombre no pertenecía
a una persona, si era la forma en como ella llamaba a su perrito, un
CockerSpaniel de color negro con orejas muy largas, las cuales mu-
chas veces se mezclaban con su comida; quien había sido su com-
pañero desde hacía 5 y había formado parte de la reconstrucción
personal de Carolina, de una mujer que desarrolló nuevas formas
de ser feliz, a pesar de las adversidades que en el último año se le
habían presentado.
Su madre, Ana, había enfermado terriblemente, fue diagnosticada
con Alzheimer; sin embargo, esta enfermedad no tenía cura, no po-
día tomar una pastilla y desaparecer todos los síntomas, comenzaría
a olvidar todos los recuerdos que tenía hasta llegar al punto de no
saber ni quien era ella misma y eso era lo que le preocupaba a Ca-
rolina, porque había tenido una vida tranquila hasta antes de recibir
esa noticia y porque después de un tiempo no tenía muchas ideas
sobre cómo reaccionar ante ello, sobre todo después de que se le

140
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

presentó una oportunidad de trabajo en otro país, viajaría a Estados


Unidos si de verdad quería avanzar en las investigaciones que rea-
lizaba. Y fue en ese preciso momento en el que se sintió perdida y
sin saber qué hacer, llegaba a su casa y solo atinaba abrazar a Lucas,
quien con su carita más tierna le decía que no estaba sola y aunque
tantos problemas la aturdían tanto hasta el punto de quedarse dor-
mida llorando, sabía que debía tomar la mejor decisión para todos.
Después de 5 meses de conflicto con ella misma, Carolina había
tomado una decisión, es por ello que comenzó a alistar sus maletas,
había puesto su departamento a disposición de una inmobiliaria
para que pudieran encontrarle un nuevo dueño cuanto antes y alis-
tó a Lucas para la mudanza, sabía que a su mascota no le agradaba
mucho tener que dejar su rincón favorito de la casa, pero era algo
que debía hacer para mantener tranquila a su dueña. En ese mo-
mento, luego de dejar todo listo, con una lagrima recorriendo su
mejilla, cruzó la puerta y sintió como en ese preciso momento de-
jaba atrás una parte de su vida, eran más de 10 años en los que no
había querido irse a otro lugar, en los que había adorado la como-
didad de vivir sola y de decidir como quería que se dieran las cosas;
sin embargo, ahora era imperativo tomar otro camino, no solo por
su bien sino también por el de su madre. Salió del edificio,tomó un
taxi y luego de pensar un poco le indicó al chofer el lugar a donde
quería ir, cerró los ojos por un instante, tomó aire y abrazo a Lucas.
La vida de Carolina nunca había sido fácil, pero su reconstrucción
personal ahora era todo para ella y sabía que su cambio de vida le
asentaría bien porque sería feliz.
Luego de 2 meses,Carolina y Lucas se habían acostumbrado a su
nueva vida,el lugar en el que vivían era un tanto más pequeño, ella
debía cocinar y ordenar muchas cosas dentro del lugar, pero sabía
que le agradaba porque veía sonreír a Ana por las mañanas

141
y observar su tranquilidad durante la noche. Su nuevo empleo era
fabuloso, mucho más de lo que se había imaginado y podía cuidar a
la persona que más quería desde su casa, porque su trabajo así se lo
permitía. Carolina había sido la segunda trabajadora calificada para
trabajar desde el hogar, la cual era una nueva política que estaba
instaurando su centro de trabajo, claro que existían ciertas modifica-
ciones en sus funciones y con su sueldo, pero era feliz.
Recibió la oportunidad de proteger a la mujer que la había cuidado
desde que ella nació y aunque el proceso de adaptación al Alzhei-
mer había sido duro, ahora podía pasar más tiempo con ella, por-
que, aunque a veces eran como dos desconocidas, Carolina adoraba
los momentos en que su madre recordaba que ella era su hija y la
abrazaba y por supuesto al pequeño Lucas. Tal vez ella nunca había
imaginado una vida así, pero se sentía completa y amaba haber
tomado aquella decisión, la decisión de permanecer en el lugar
correcto y con los seres humanos indicados.

Jenifer Arenas Bustinza


Arequipa
Perú

142
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Martina

El humo se había convertido en un nuevo compañero de respira-


ción. Muy a su pesar Martina regresaba más temprano a casa. Una
tarde de la mano del tedio, decidió entrar al cuarto de los chécheres
pese al odio que le profesaba a ese lugar polvoriento y abarrotado,
en donde su marido amontonaba cuanto mueble encontraba en la
calle. Entró convencida de que algo descubriría para matar su abu-
rrimiento, no sin antes hacerse de un par de guantes y una máscara
de las que compró para protegerse de la gripe H1N1. Lo primero
que encontró fue una mesita de madera, al sacarla se tropezó con
un pequeño sofá de terciopelo vino tinto, raído y manchado, con
brazos de madera caoba, del que se enamoró al instante, es más, se
extrañó muchísimo de que estuviese allí abandonado a su suerte.
—¨Lo quiero para mi cuarto ¨ — Pensó.
Cada tarde al volver del trabajo, Martina se dedicaba en cuerpo y
alma a la restauración, olvidando el aburrimiento y el humo de la
ciudad. El problema era que al sofá no le interesaba en lo absoluto
reposar en el cuarto de ese pesado matrimonio, y menos le intere-
saba, ser el depósito de la ropa usada. Con empeño lijaba la made-
ra sin darse cuenta que mientras más lijaba, más el sofá reducía su
tamaño. Al cabo de unos días y en vista de que no obtenía los resul-
tados deseados, decidió dejar la madera como estaba y conformarse

143
con cambiar la tapicería. Durante varias horas intentó quitar el viejo
forro vino tinto, sin conseguirlo. Enfurecida buscó las tijeras. El es-
poso y el hijo la vieron pasar tijeras en mano. Intrigados caminaron
tras ella.
Martina clavó con todas sus fuerzas las tijeras sobre el sofá, deshi-
lachando cada trozo de tela que se interpuso en su restauración.
Luego, forzó el nuevo forro que no encajaba e incrustó uno a uno
los espantosos remaches dorados. Al terminar, se sentó exhausta en
el piso frente al sofá. Una diminuta sonrisa de satisfacción se puso
en su rostro. De pronto, los remaches dorados saltaron como fuegos
artificiales sobre Martina. Esposo e hijo miraron estupefactos la dan-
tesca escena.
Ahora Martina cumple un riguroso reposo médico. El humo y el
aburrimiento de la ciudad se cuelan como siempre por las venta-
nas.

Maruvi Leonett Villaquiran


Caracas
Venezuela

144
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Migrar

¿Qué es migrar? ¿Sera solo viajar?


¿Será desterrar? ¿Será escapar?
Solo sé que nada de eso sé.

Desde mi mirada de mujer migrante


Es algo más profundo de entender.
Tenemos bajo nuestros hombros una gran carga, que amarga.
Mirar desvanecer mi modo de querer y sentir,
Suplicar poder sobrevivir en un infinito subsistir.
Tener presente lo dejado atrás,
Para caminar al más allá.

Soltar mis o sus costumbres ideológicas, que se expanden en mi o


en ti.
A cuestas cargas en tu cansada espalda, la responsabilidad de la
familia.

Pero, ¿Qué es migrar?


Hagamos un simple ejercicio muy preciso,
Divide un papel en cuatro lados a la vez,
Dentro de él escribe el objeto, persona, animal o cosa…

145
Que más, pero más, te guste… ah, pero no te asustes.
Ahora con los ojos cerrados o si puedes vendados,
Rómpelos en mil pedazos y aplástalos como simples retazos.

¿Te dolió?... ¿Te sorprendió?... O simplemente te desconcertó…


Es eso precisamente lo que sentimos, los que migramos.
Pero las mujeres lo sentimos el doble….
El estado mental y sicológico, no nos lo quita nadie
Pie a pie… paso a paso, avanzamos con interminables temores,
Y aprender a reconocer el poder superior de un estado,
Que en ningún lado, ha dejado surgir al recién llegado,
Que a la larga, es el más productivamente buscado.

Lorena Zambrano
Iquique
Ecuador

146
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Sombras del abismo

Abismo infinito del dolor a cuesta, dice una mujer que sola esta.
Abismo de olvido de miseria, que en su lugar más profundo del
alma,
Llorando va, desconsolada, desterrada, ultrajada de pensamiento,
solo e invisible a la sociedad, una ética moral que nadie puede pa-
rar.
Encerrada estaba yo como moneda de cajón,
En mi nada de esperar de una pesadilla que quiero olvidar.

Llegan a mi mente los recuerdos de felicidad, momentos de lucidez


que quiero envolver en mi alma y en mi ser.
Esta es una vez más mi locura, de demencia, en el que recuerdo
todo este episodio anterior, el cual me llevo al abismo.
Recuerdo el patio anterior donde reía sin parar… ese árbol de hojas
claras ensasalsadas de soplar.
Un baile ameno y esa copa maldita de licor que fue causante de mi
gran dolor.
En donde descubrí una llamada infiel, que desató mi ira y en un
arranque de ceguera me abalance y sin pensar…
Ahí yaciste en mis brazos… cuando desperté atada en aquel cuarto
frio y llena de amarras.

147
No eras tú mi amado el muerto, era algo peor,… mi niño era el ase-
sinado, fruto de mis entrañas,… aquel que por defender al maldito,
atravesó inaudito este fatídico final…
Y ahora lloro sin cesar todo lo sucedido, espantada y hundida en
este absurdo y cruel destino que es esta sombra del abismo…

Lorena Zambrano
Iquique
Ecuador

148
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Yo aborto

Aborto las culpas


los miedos
la represión
las injusticias.

Aborto mis armaduras


decepciones familiares
las autoridades
y la ceguera
como un lugar común
en el mundo.

Yo aborto.

Aborto la toxicidad
los tropiezos
y las penas que me crujen el corazón.

Hay una canela que lleva el viento


unas uñas verdes,
lágrimas que caen al humo.
Yo aborto.

Por las yerbas

149
que bebieron mis ancestros
para abortar tu mano de obra esclavizada.

Yo aborto

Aborto los planes


un futuro idealizado
y la poesía escarcha capitalista.

Hay mujeres marchando y poetas escribiendo


Hay mujeres marchando y poetas escribiendo
La escritura como un quiebre de escoger aquello,
de habitar el barro y maullar desde allí.

Yo aborto.

Aborto la iglesia, mi familia y al estado,


aborto al macho sucio
peluo
social
de mierda.

Hay un corte patriarcal en mi lengua


Hay un corte patriarcal en mi lengua.

Yo aborto.

Aborto una mente atrofiada


Mordiéndose en machismos.
Una semana/ventana

150
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Siento el aborto en mi cuerpo

Jengibre
Ruda
Perejil
Poleo
Romero
Salvia
Canela
Milenrama

Somos con la tierra


el transito del cielo
y el suelo.

Y a la par con las plantas


le pido permiso al cerro
abortando cual acusación sea
decirme loca o asesina.

Yo aborto.

Aborto al macho
y que así sea
que así sea.

Anaís Luâ
La Serena
Chile

151
Diablada artística para el acoso sexual en el ANBA
Aymara Durant Calla
La Paz
Bolivia

152
155
156
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

INVITACIÓN

Ya no somos las mismas, saltamos de la rueda


Ahora estamos arriba.

Los atrapados conformistas, se quedaron abajo


Enganchados en la rueda que gira hacia el abismo.

Ana Villaquiran Sandoval


Valencia
Venezuela

157
Belleza en mi piel
Freya Alba
Iquique
Chile

158
159
me parieron encierro

Tengo en el alma una pena oscura que nace en mi útero y sube por
mi coronilla. Se eleva tanto que cada vez que miro al cielo, la recuer-
do. Los rayos del tata Inti parecen dedos acusadores que abrasan
mi corazón y se encienden por el suelo en todas las direcciones.
Traspasan los barrotes de esta celda, de este patio enjaulado. Suben
por las paredes. Las centinelas no los ven, pero yo sí. El destino me
empujó un día y otro día me hundió. Ahora lo veo, pero ya es tarde.
Hoy, la oscuridad de este calabozo es mi único refugio. No salgo a
estirar las piernas, como las demás; ni a beber del azul alto, ni a for-
mar libertades con las nubes. El cielo es el espejo en el que no me
quiero ver. Para mí es más castigo, porque no soy yo quien lo mira,
sino que él me observa a mí. Y esos ojos me calan los huesos. Pare-
cen ver a través de mí, como la máquina que evidenció mi delito. Si
hubiera de esas máquinas para traer ante los ojos lo que hay en el
corazón, sabrían que a veces una está obligada a escoger entre dos
sendas pedregosas. Y la elección nunca trae la felicidad que canta-
ban los antiguos.
Pasa también que una nació para perderse o que otros te pierdan.
Así me pasó a mí. Me metieron vida a la fuerza y por esa vida, me
obligaron después a meterme muerte. A burrear la perdición. Toma-
ron posesión de mí desde que fui guagua. No esperaron a que

160
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

despuntara mi mujer y ya me trajeron al frente para seguir con su


provecho. Yo así parí un hijo, con dolor y llanto de niña. El cordón
de mi hijo se me enredó en la trenza y fuimos dos niños paridos el
mismo día.
¿Qué iba yo a hacer, tan pequeña y con un niño a la espalda? Rogar
a los que estuvieron antes que mandaran su guía y protección para
no perderme. Pero mis antiguos no me vieron, se escondieron en
huacas perdidas allá en la altura por falta de coca. Yo enfurecí, los
culpé a ellos y no hice más rogativa. Así se me apunaron y no me
supieron cuidar. Y por mi enojo, quizás ahora tampoco protegen a
mi hijo.
Con la madre-niña que fui comenzó mi hambre, que era el hambre
de todas las madres de los cuatro puntos; más honda porque llenó
mi boca y la del hijo que nació de mí. El hombre te preña con mise-
ria y miseria te ofrece para acabar con ella, como el espiral que pue-
de notarse en todas las cosas. Ahora lo veo, pero ya es tarde.
En su momento ante mí fue el hambre o la libertad. Pero como la
pobreza es también esclavitud, tomé el camino del encierro sin
miseria y me equivoqué. Así pasa y por eso lo digo ahora, para que
se escuche mi historia y sea claridad en momentos oscuros, como
la piel de muchas de las que están aquí, aunque ellas lo nieguen
cuando las llaman “negras”. Cuando eso pasa yo me río para mis
adentros, porque su lengua es más oscura que la palabra que sale
de sus labios morenos.
Todas aquí somos mujeres, pero ninguna es dueña de sí misma. Mi
mujer nunca fue mía. Siempre fue de otros: de mi padre, mis her-
manos, del que me preñó, de mi hijo, del traficante. Dueños otros
de lo que por derecho era mío. Ahora lo veo, pero ya es tarde. Ahora
soy de los que me encerraron aquí.
Soy de otros hombres que piensan que con sus máquinas descu-
bren la maldad y el crimen. Hombres que vieron en mi interior los
161
hijos de todas las cocinas esas donde llevan la hoja de coca, que en
la altura es vida, y la convierten en polvo de muerte. Me llamaron
“pajarilla hueca” porque yo tuve que olvidar todo lo sagrado y guar-
dar en mi útero los huevos muertos de los narcos. Para eso tienen
máquinas, para saber qué hay dentro de una, pero esas no pueden
mostrar lo que tuve que pasar ni qué me llevo a hacer lo que hice.
Para ellos, es su papel escrito y sus leyes las que importan, como si
fueran dioses llenos de oro. Nadie me preguntó, en mi lengua, por
mi historia. No pude entender mi enjuiciamiento y ni siquiera pude
dar palabra para defenderme, porque no comprendían el habla que
yo tengo por herencia y por derecho. Ahora lo veo, pero ya es tarde.
Aquí mi útero y mi cintura y mis pechos y mis trenzas les pertene-
cen. Ellos decidieron dejarme aquí. Soportando los rayos del sol,
cortados en dos por los barrotes que se proyectan en el suelo de
esta cárcel. ¡Cuántas veces me llamaron Palomita! Y ahora esa palo-
mita está enjaulada y triste.
En este lugar me llaman chola, me acusan burra, me gritan india.
Nadie sabe quién soy; los sonidos de la lengua, en este sitio, son
números y mi nombre es el tres mil ciento veintidós, bordado en
el bolsillo del pecho. Mi chuchoca, mi yuca y mi plato lleno, aquí
son arroz y papas a la mitad. Aquí mi agüita que corre es una llave
que gotea un canto triste y agónico. Aquí mi monte, mi viento y mi
camanchaca, son paredes grises y ladrillos quebrados. Mi sol y mi
cielo son jueces y verdugos. Mi lana y mi telar son telarañas entre
los camastros urdidas entre rejas y alambres. Ni siquiera puedo
decir que soy la araña, sino más bien el mosquito atrapado en su
red. Toda la vida me comieron por dentro y hoy solo mi cáscara está
aquí.
Mi mujer estará encerrada hasta que ya no sangre y no surja de mis
adentros ni la vida ni la muerte. Cuando ya esté seca como la tierra

162
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

infértil. Pero mi tortolita del corazón ya escapó y aunque vuelva a


ver mi sombra entera, sin barrotes, bajo el sol; no tendré ya más mi
libertad. Porque no la perdí el día que aquí me recluyeron, sino el
día en que nací para otros, cuando me parieron encierro.
Esa es la pena oscura que nace de mi útero. Ahora la veo, pero ya es
tarde.

Kris Tela
Santiago
Chile

163
hay primavera en el invierno

De Oruga a Mariposa

Has ganado,
Cuando diste tu primer grito.
Cuando el mundo escuchó tu primer llanto.

Has ganado,
cuando diste tu primer paso, y cuando te diste cuenta
que eras tú el del espejo.

Has ganado,
cuando tu madre te soltó la mano en tu primer día de jardín
y pensabas que su abandono era inminente.

Has ganado,
cuando enfrentaste tu primera pelea,
el primer rumor,
la primera piedra.

Has ganado,

164
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

cuando asumiste que esa piedra dolió,


y sentiste que ese golpe era más fuerte que tú.

Ganaste,
cuando te enamoraste por primera vez,
y si bien esa primera vez no sería la última,
sería la primera perfecta.

Ganaste,
cuando miraste el computador
y tus ojos se agujerearon, cual Edipo,
y las palabras dolieron tanto, que quisiste borrarlas de tu lenguaje.

Ganaste,
cuando declaraste rebelión y justicia,
cuando los que debían irse eran ellos,
y no tú.

Pues, sabes que, solo huye quien no puede con su conciencia


y vaya que tú la tenías limpia.

Ganaste,
cuando volviste a enamorarte,
y conociste el dolor,
pero aun así tu amor no fue desechable.

Ganaste,
cuando perdonaste
y con un solo baile
pusiste llave al capítulo, por fuera.
165
Ganaste,
cuando conociste la libertad
y descubriste un placer tierno y dulce:
el orgasmo.

Ganaste,
cuando esa noche sentiste
que lo perdías todo sin él,
pero, la vida tenía para ti nuevos tropiezos.

Ganaste,
cuando esos tropiezos
no fueron caídas,
sino levantarse, pisando más fuerte.

Ganaste,
cuando dijiste basta,
cuando dijiste adiós
a los patrones que repetías sin parar.

Ganaste,
cuando comenzaste a caminar
con la vista en frente
y la culpa se borró del mapa.

Ganaste,
cuando fuiste a misa
y decidiste nunca más golpearte el pecho,

166
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

porque merecías caricias.

Ganaste.
Has ganado.
He ganado.

“Entiendo que solo gané cuando algo de mí se quebró y se me es-


fumó entre los dedos, porque de esa nueva carencia, de ese espacio
sin habitar, quedó otro para que la vida lo colmara por completo.
Entonces, entiendes que en el invierno también sale el sol, y con
ella tu primavera”.

Bárbara Acuña Loyer


Temuco
Wallmapu
(Chile)

167
joven dama

Las medias tristes de una joven dama que rasgo a mitad de la no-
che, que quiso sacárselas, pero, después de meditarlo dijo que no.
Las medias tristes de una joven dama que usa labial rojo, casi se le
escapa un suspiro en cada beso que le dan los hombres, después de
pasar moneas’ esperan ansiosos la hora de una caricia.
¡Oh! las medias tristes de una joven dama que parece anhelar en
cada propaganda unas medias nuevas. Una vida nueva. Una en la
que no tenga que usar medias rotas y tristes.
Un día la joven dama riega sus flores y les habla, les dice que todo
cambiará presagiando en aquellas palabras un futuro cercano y
alegre.
La joven dama que ya no necesita de un hombre para armar su vida,
comienza a dedicarse a lo que ama.
Camina por aquella ciudad que fue cómplice muchas veces de sus
salidas nocturnas, coge su cámara y captura momentos.
La joven dama sonríe, radiante... es tan pulento escapar de lo que
no te gusta y hacer realmente lo que anhelas y que la luna te llene
el espíritu y que tu madre tierra te apoye y proteja.
La joven dama que refleja en la vitrina de una tienda a una mujer
poderosa, dueña de sí misma, se sonríe, y entra.

168
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Adivinen que, se compra un par de medias, pero no para que un


hombre la vea, sino para ella misma.
Porque ahora se ama.

Eloisa Navarro
Calbuco, Los Lagos
Chile

169
ayer quise hablarte

Ayer quise hablarte, pero no lo hice. Quería decirte que estaba ha-
ciendo un proceso de regreso a mí, que ya habían pasado tres días
de esa soledad necesaria en la que una momento tras momento va
limpiando velos que te van acercando a vos misma.
Desde el día uno hacia mí, el día dos hacia mí, el día tres hacia mí,
el día cuatro quiero hablarte. Quiero decirte lo que reflexioné, lo
que fui viendo al ir sacando esos velos oscuros que me nublaban el
mirar, que tapaban la luz del amor sin condiciones para ponerme
una máscara de dolor, de necesidad, de carencia, de posesión, y de
control, como tejidos de araña sobre mis ojos- eso siento- y me van
bloqueando la vista, cada vez menos huequitos de luz, de pureza,
de núcleo, como si una se fuera alejando de lo verdadero, de lo
esencial y entonces la necesidad de vos.
Con los ojos llenos de barro, mi cara llena de barro, los poros sin
poder sentir… llenos de barro. Ahí sumergida, haciéndote meter la
pata y vos metiéndola una vez, dos veces y la tercera nos separamos,
que necesario.
Me agradezco profundamente ser valiente para pronunciar las pala-
bras sobre la idea de separarnos aún sin quererlo, pero, confiando.
Agradezco a las generaciones de mujeres fuertes que me dieron
origen y de quienes tomo la fuerza, mujeres que pasaron por tantos
dolores que tuvieron que ser fuertes para seguir viviendo, como
pudieron.
Mi tatarabuela (generación 5) sobrellevando la muerte de sus cua-
tro hijos y la de su marido apuñalado, fuerte, loca y deprimida,

170
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

sobrevivió.
Mi bisabuela (generación 4), siendo madre de los pocos hermanos
que quedaron y soportando a una madre depresiva que terminó
loca de dolor, así creció dura y fuerte, criando a mi abuela con aspe-
rezas, criando y resolviendo las necesidades externas, pero, quizás
yo digo, con desnutrición interna.
Mi abuela (generación 3) también tuvo que hacerse fuerte al que-
dar embarazada de pequeñita, al ser expulsada de su casa, se la
llevaron. La metieron a ser sirvienta en una casa de ricos que espe-
raban que naciera su beba ya que se la quedarían ellos. Fue fuerte
y eligió escapar para salvar a su hija, para que no se la quitaran, su
valentía alcanzó para que la pareja de ricos no se quedase con su
hija, pero, no bastó para que sus propios padres -mis bisabuelos- se
la sacaran.
Mi abuela perseveró, pasados unos años volvió casada a buscarla, a
reclamarla, pues ahora tenía un “esposo” como le exigía la sociedad,
“Esposas”, “casar” ¡Como para sentirse libre en esos términos!
Mi madre (generación 2) sobrellevando la muerte, eligiendo un
hombre que la poseía, que la celaba, que la golpeaba con palabras
y alguna vez con las manos también. Un hombre que cuando ella
quiso dejarlo, él enfermó, ella – mujer fuerte- eligió quedarse a su
lado y cuidarlo hasta su muerte. Mujer fuerte la que queda con 36
años con 3 hijas en las Tierras del Viento.
Guerrero: Yo no sé porque es esto lo que me sale contarte desde el
momento en que me separé de vos, en que decidí que “lo mejor era
separarnos un tiempo y ver que sucedía”, con lo que vos también
estuviste de acuerdo.
Yo me fui reflexionando, y ahí comenzaron a caer las máscaras que
podía ir viendo sobre la tierra a medida que caminaba. Necesitaba
que supieras sobre las mujeres fuertes que me anteceden. Yo no sé
porque es que te lo cuento, quizás solo necesito que sigas sabiendo
171
quien soy y esto es con lo que vino mi ser.
Sabes Guerrero, hay experiencias que necesito contarte para que
comprendas, y en realidad es que yo al decírtelas me quiero com-
prender a mí misma, porque aún no logro entenderme, pero, intuyo
que tienen relación con los “enrosques de mierda” con los que me
espejé en vos, porque es verdad que podrían ser míos.
El sexo, que tema enturbiado en mi vida, tiene facetas oscuras, dolo-
rosas, temerosas y otras que me avergüenzan de mi infancia con el
sexo. Masturbarme me avergonzaba ENORMEMENTE, era algo te-
rrible, pero, lo seguía haciendo hasta que a mis 16 años me enteré
que no era la única “sucia” que se masturbaba, que no era sólo co-
sas de nenes sino también de niñas. Sí, me excitaba con imágenes,
con fantasías, con sueños, pero, me avergonzaban de una manera
sufriente, era lo último en mi vida de lo que podía hablar, jamás en
la vida podría habérselo contado a alguien era una cosa inadmisible
para mí, hasta que empecé a escuchar a mis amigas y otra vez sus-
piré aliviada. Los castigos morales de la sociedad que se me habían
metido dentro por haber sentido e imaginado placeres sensuales y
sexuales.
Aun me quedan resabios de vergüenza que continúan desar-
mándose, de esas piedras duras de represión de sentir placer de
mi cuerpo, traumatizada quedé por juegos con niños y niñas de
pequeña, en donde nos toqueteábamos, nos besábamos, nos mo-
jábamos sintiendo placeres, pero, luego estando sola o al terminar
me autocastigaba por eso y comenzaba poco a poco a endurecerse
y transformarse en un tabú, en algo que metía dentro de un pozo
profundo profundo profundo para que nadie nunca viera ni supiera,
y POR FAVOR que ninguno de mis amiguetes lo recuerden y no lo
hablaran estando yo presente porque me sentía estar corriendo un
riesgo que me atormentaba la vida.

172
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Quizás algo de esta niñez se haya estructurado así por vivencias aún
más viejas, por imágenes que tenía en mi cabeza siempre como si
hubiesen sido un sueño, hasta que ya de adulta en terapia descubrí
que había sido realidad.
Dentro de un baño, con puerta de hierro, un pozo en el suelo, alre-
dedor cemento mojado por el agua que chorreaba de la mochila
de la cadena que funcionaba mal, era húmedo, oscuro, iluminado
por la poca luz que entraba por arriba y otro poco por debajo de la
puerta oxidada. Un hombre me llevó ahí, yo hice pis, no había papel
higiénico y el me secaba con su pene frotándolo por adentro de mi
vagina, era pequeñita. Su pene era grande y creo que tibio, a mí no
me desagradaba, pero, no entendía porque me estaba haciendo
eso, porque me estaba secando con su pene, nunca me habían he-
cho eso, ni mi mamá ni mi papá.
Algo era raro, yo entendía que algo era raro, pero no entendía qué,
y él no me trataba mal, me secaba mi vagina pequeña con su pene
grande, frotándome. Esa imagen estuvo años en mi cabeza, he sen-
tido culpa por tener esa imagen, cómo siendo tan pequeña podía
imaginarme esas tremendas cosas con un señor grande, cómo po-
día soñar cosas así, ser tan sucia, pensar tanto en sexo. Hasta que un
buen día, encaré a mi madre contándole este sueño y ella me con-
fesó que un hombre del lugar en donde vivíamos cuando yo apenas
tenía dos añitos, había abusado sexualmente de mí.
Hoy lo relato porque me alivia sentir que así lo denuncio.
Si, lo hago letras, palabras, texto, pues soy generación 1.

Enero 2017.
Lilen Nieva
Newken
Gulumapu
(Argentina)

173
ayer quise hablarte
T.R.E.N.Z.A
Santiago
Chile

174
175
un momento perfecto

Un momento perfecto:
Ese, el que no te esperas,
ese momento que te sorprende con la guardia abajo
y el corazón abierto.

Un momento perfecto:
Cuando estás viviendo y en un cruce de miradas,
cuestionas tu existencia.

Un momento perfecto:
Ese que dura una estrella fugaz, pero, una eternidad
la huella que ha dejado.

Cuando despiertas,
luego de muchas mañanas y la que te prepara el café
eres tú.

Un momento perfecto:
Cuando no hay prisa y te sientas en un bar
sabiendo que tocan tu canción favorita.

176
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Un momento perfecto:
¿Qué es un momento perfecto?
¿Un instante?
¿Una mirada?
¿Una persona?
¿Una canción?
Lindo, ¿no? ¿Real? Por qué no.

Hemos olvidado que


la idealización no existe,
y por eso es que
decidimos confiar.

Hemos olvidado que seguramente


ese corazón está roto.

Que esas miradas necesitan


de su propia existencia.

Que esa huella tardará, pero se marchará.


Que te levantarás,
y el café estará frío.

Que escucharás tu canción, esa que solo te remonta al dolor


Y que, así como la vida,
cada proceso tiene su tiempo-espacio.

Y finalmente,
Cuando comprendas que has transitado todo ese camino,
sabrás que ese, y únicamente ese:
Será un momento perfecto.
177
Para el arribo de
Ese instante
Esa mirada
Esa persona
Esa canción

Bárbara Acuña Loyer


Temuco
Wallmapu
(Chile)

178
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Flores

Paso el dedo por la página y miro mis dibujos, no sabes cómo me


gustaría estar en alguna playa con arena blanca. Miro a mi hija
sentada en la banca, parece no escucharme y el aire que entra por
la ventana le vuela un poquito el pelo, son esos detalles lo que me
gustan de estar acompañada, cuando estoy sola es imposible fijar-
me en los detalles de mi rostro.
Mi compañero de vida se llamaba Itan, me acompaño varios años,
lo amaba muchísimo, con el tuve a mi hija -acá sentada- le pusimos
Alba por el amanecer, me gustaba mucho estar y vivir con él. Viaja-
mos alrededor del mundo siendo aún muy jóvenes, recorrimos lu-
gares hermosos y conocimos mucha gente agradable.
Él siempre tuvo algo especial que lo diferenciaba de todos -será su
forma de ser y su aire- soportó muchas de mis crisis, el llanto, el
enojo, la frustración y las ganas de no vivir que me atemorizaban de
vez en cuando, me veía medicarme todas las noches y me decía que
debía tomarlas cuando no me acordaba, varias veces me acompaño
a mis citas con el psiquiatra, siendo solo pololos, sobra decir que me
siento aún afortunada de haberlo tenido conmigo y de amarlo.
Alba no heredo ningún trastorno, desde pequeña me fije muy bien
que ocurría con ella, con su mente, con su espíritu. Le enseñamos a
leer, tenía muchas pinturas para ella sola, y le mostrábamos

179
películas y música -creció contenta- es una persona amable, callada,
pero que entrega mucho amor, aún es joven solo tiene 20 años.
Yo ya estoy un poco vieja, tengo más gatos que antes, fui profesora
de niños pequeños, y estudie literatura clásica, siempre me gusto
la ilustración y sigo haciendo dibujos, Itan se separo de mi cuando
Alba ya era grande, a ella no le afectó, yo respete lo que él quiso, yo
se que aun me ama, pero, necesita un tiempo.
Cuando Alba se va por las tardes los domingos me quedo sola, en
mitad de semana me pongo a llorar, siento que no puedo parar,
entonces puedo palpar el tiempo y lo frágil que es, los ojos se me
cansan y el pecho se me acelera tanto, me lleno las manos de pasti-
llas, y me las echo a la boca.

Transcurre, corre, vuelan los minutos, siento como pasan miles de


cosas en mi organismo y veo toda la colección de dibujos que hice
a lo largo de mi vida, siento la calma, la paz, el amor que siento por
mi hija, por Itan, por mis flores, mis gatos, unos llegan a mi lado y
maúllan.
Entonces la vida que es misteriosa y que planea todo sin que uno
se dé cuenta, abren la puerta, alguien entra por la puerta, dice mi
nombre, parece adivinar lo que sucede, llega al baño, noto prime-
ro sus lágrimas que saltan a mi cara, Itan coge su celular y llama la
ambulancia.

Eloisa Navarro
Calbuco, Los Lagos
Chile

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Cortina Nupcial

Cada vez que Inés lo recordaba, no podía evitar sentir un poco de


pena por ella misma.
La culpa de todo, creía, la tenía su maestra de la escuela primaria
por haberle leído tantos cuentos que terminaban en casamiento.
Esas tramas tan inocentes e infantiles iban tallando y moldeando,
sin proponérselo, su pensamiento de niña.
Como la de Blanca Nieves, quien tenía que convivir con siete hom-
bres inofensivos que, mientras ella limpiaba la casa, tarea que le co-
rrespondía por su condición de mujer y que la hacía muy feliz, ellos
trabajaban en una mina. Hasta que la bella joven (obvio que tenía
que ser bella) comió una manzana envenenada y -¡oh, no podía ser
de otra manera!-, fue salvada por un príncipe que, apenas la vio,
quedó a-no-na-da-do con su belleza.
También la tenemos a Cenicienta, otra fregona más, que debió
soportar a su madrastra y hermanastras, hasta que un príncipe le
probó un diminuto zapato de cristal, que justo había perdido y… se
casan y bailan y, como no podía ser de otra manera, fueron felices
para siempre.
La bella durmiente, otro ejemplo de cuento feliz, no limpiaba, pero
dormía porque un hada malvada la maldijo para que el día de su
cumpleaños se pinchara un dedo y quedase dormida. No le hizo

181
falta amitriptilina 25mg, solo se durmió. Pero un príncipe no pudo
resistirse a su belleza, la besó y así quedó roto el hechizo y adivi-
nen… se casaron.
En ninguno de los casos los príncipes se niegan a su misión dicien-
do que la chica en cuestión no es de su agrado. La protagonista es
bella y no calza cuarenta, jamás rehúsa ser sirvienta de los demás.
Ellos tampoco le hacen preguntas: ¿estado civil?, ¿hijos?, ¿alquilas o
eres propietaria?, ¿trabajas o te mantienen tus padres?; solo la be-
san y ya saben que su destino es vivir felices y comer perdices.
Con sus 32 años Inés sabía que no debió creerse la historia del prín-
cipe y el casamiento, pero sin querer acunó ese sueño.
Varias veces sonreía, imaginando cómo sería ese momento mágico
cuando se casara y fueran a comer perdices. Pobres perdices ¿qué
culpa tienen?, pensaba, porque no era cuestión de que, por la ale-
gría de uno, se anden matando bichos inocentes.
Es verdad que sus pies no eran diminutos, por el contrario, eran an-
chos de tanto andar descalza, y tampoco era una belleza durmiendo
porque sus hijas le decían que dormía con la boca abierta y que
roncaba.
Ahora apostaba a una nueva relación y lo más importante era que
su marido de hecho, pero sin papeles, le había dicho: -Nos tenemos
que casar, así cuando nazca mi hijo tenemos libreta para anotarlo.
Mi hijo va a nacer como dios manda.
- ¿Cuándo? -pregunto Inés mientras un montón de ilusiones flore-
cían en su interior.
-Lo antes posible; tiene que ser en dos meses más o menos. Voy a ir
a averiguar qué se necesita-dijo él sin asomo de ninguna emoción.
Hoy recuerda todo lo que cruzó por su cabeza en ese momento y
quisiera darse un punta pie en el trasero. “¿Qué me voy a poner?
¿Cómo será la torta? ¿El dirá un discurso emocionante y expresará

182
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

la alegría que le provoca unirse en matrimonio con esta mujer tan


buena y esforzada? Y yo, ¿qué diré de este hombre que me dio ho-
gar, que me dirige todo el tiempo para que nuestra casa funcione
-porque la verdad yo soy medio burra del todo-, y que por las no-
ches demuestra que es humano y emite sonidos con algún grado
de emoción?”
Inés quería ser una princesa de cuento para su casamiento, claro
que sabía que no se podía vestir de blanco porque eso quedaba
reservado para las puras, pero el celeste o el lila claro quedaría muy
bien sobre su piel morena.
Flores naturales, muchas flores naturales quería en su casamiento,
aunque fuera sencillo y con pocos invitados.
Ella no trabajaba “de verdad” así que no ganaba dinero. Lo había
pensado, pero, ¿quién se encargaría de lavar la ropa en esa pileta,
tener las camisas de su esposo sin manchas y planchadas, cocinar,
lavar la cocina, limpiar, hacer las compras buscando precios, volver
a cocinar y hacer de cuenta que limpia cuando su marido llega de
trabajar para que no vaya a pensar que es una holgazana y la en-
cuentre sentada? No puede quejarse, comida y techo no le faltan.
Teniendo en cuenta todo esto Inés encontró una solución, ya que no
estaba dispuesta a sacrificar su vestido de princesa: no muy largo, ni
muy corto, no muy amplio ni muy ajustado, no muy escotado, pero
con un escote de gente decente.
En su pueblo vivía Olga, una mujer amable y comprensiva que ven-
día cortes de tela económicos.
Con algunos ahorros y mediante esquelas que mandaba con al pue-
blo, había obtenido al fin una tela más o menos acorde a lo solicita-
do: de color lila, con caída, suave y apenas un brillo.
Inés la había olido, acariciado y dejado sobre la cama. Casi veía su
vestido ¡Qué lindo iba a quedar!

183
Mañana, pensó, se lo llevo a la vecina para que me lo haga con
tiempo, tengo que comer menos pan así me va a quedar mejor.
Estaba feliz y soñaba, no se daba cuenta lo cansada que estaba. Se
sentía poderosa.
En la noche que su marido había llegado a casa, como siempre, le
dio un beso en la mejilla y le hizo las preguntas de rutina; pero algo
no estaba bien. Inés pudo divisar en el fondo de su mirada algo que
la hizo inquietar.
Esperó, todo tranquilo; esperó, todo normal; esperó… su olfato no
le falló.
-Mira que estuve pensando y no nos vamos a casar porque hoy en
día los gurises con mi apellido quedan bien presentados.
-Bueno…, si ya lo decidiste-dijo Inés esforzándose para sonar natu-
ral.
-No te habrás estado ilusionando, deja esas pavadas para la gurisa-
da que le viene bien cualquier cosa.
-No, que me voy a ilusionar -dijo ella- ¿Quieres más comida?
Inés era fuerte, ahora mucho más, ni una lágrima, nada de nada.
Cuando pudo ir a su cuarto tocó, olió, sintió la tela por última vez
y la guardó. Guardó también allí, en esa caja de zapatos, la ilusión
tonta de ser una princesa de cuento.
–Las ocurrencias mías- pensaba. Buscó un lápiz y escribió una es-
quela:
“Mamá:
¿Cómo anda? ¿Sigue trabajando en la quinta? En cualquier mo-
mento voy a ir. Extraño sus mates dulces con cáscara de naranja y
cedrón; yo lo preparo igual pero no es lo mismo. Acá le mando un
regalo para su casita. Es para que se haga unas lindas cortinas. El
color queda bien con las paredes, es una tela suave, con un poquito
de brillo y buena caída.

184
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Saludo de sus nietas, un beso Inés.”


Colocó una cinta adhesiva alrededor de la tapa y con fibra escribió la
dirección de la casa de su madre.
Unos meses más tarde llegaba cargada con varios bolsos a esa casa.
La casita verde lucía espléndida con cortinas lilas. Desde que dobló
en la esquina el viento se encargó de mostrárselas como para que
se acostumbrara a verlas de a poco.
Se alegró de estar allí, de tener un nuevo comienzo y nuevamente
se sintió feliz y esperanzada.
Esta vez como mujer real, no mujer de cuentos.

María Caballos
Guichón Departamento de Paysandú
Uruguay

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Nadie es ilegal
Miaza
Santiago
Chile

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187
CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Agradecimientos

El trabajo de edición gramatical y ortográfica fue colectiva . Esto fue


posible gracias a la voluntad y apañe de distintas mujeres de diver-
sos territorios que dieron su tiempo para ser parte de este proceso.
Imposible no agradecerles de corazón a:

Carolina Ahumada (Chile)


Jessica Álvarez (México)
Bárbara Mardónez (Chile)
María Jose (Perú)
Sara Gálvez (Chile)
Maria Villacran (Venezuela)
Magdalena Chincahual (Chile)
Javiera Paz Araya (Chile)
Susana Ascenso (Chile)

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