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U na página en blanco podría parecer que no dice nada porque nada hay
escrito en ella, pero puede sugerir o insinuar muchas cosas. Una página
blanca es una página inmaculada, limpia, sin borrones ni manchas. También es
símbolo de lo inédito; es el espacio donde todavía se pueden escribir proyec-
tos, trazar itinerarios, determinar acciones del futuro. El gran poeta Rabindra-
nath Tagore, escribió estos maravillosos versos: “Has escrito ya muchas pági-
nas en tu libro;/ unas son tristes, otras alegres,/ unas limpias y claras,/ otras son
borrosas y oscuras./ Pero aún queda una página en blanco, la que has /de escri-
bir en este día./ Te falta por llenar la página de hoy./ Piensa y quiere que esta
sea la página/ más bella, la más sincera, la más sentida./ Cada mañana al des-
pertar recuerda/ que aún has de llenar la mejor de tus páginas,/ la que dirá lo
mejor que tú puedes dejar en el libro/ que estás escribiendo con tu propia vida./
Piensa que siempre te falta por escribir/ la página más bella”.
Al comienzo de un nuevo año, la página blanca significa tiempo de oportu-
nidad, de empezar de nuevo, de dejar atrás experiencias rotas. Es tiempo, para
algunos, de resucitar como el hijo de la viuda de Naín cuando Jesús le dijo:
“Joven, a ti te digo, levántate” (Luc. 7:14). Y la oportunidad nos trae a nosotros
los cristianos retos y desafíos. En este nuevo año, estamos llamados a marcar
el rumbo de la iglesia en un mar de confusión y vientos vertiginosos. Hoy,
cuando debemos afrontar los hechizos de un mundo devorador de conciencias,
cuando el tiempo se nos acaba para el cumplimiento de la misión, Dios nos da
la providencial oportunidad de escribir la página más bella, la mejor de nues-
tras páginas.
La página blanca representa también tiempo de aceptar compromisos. Da-
niel, al llegar a Babilonia, deportado, separado de sus padres, aunque escogido
para formar parte de la corte caldea, y aun sabiendo el peligro que corría en aquel
ambiente corrupto, tomó una importante resolución que escribió en esa nueva
página de su vida: “Propuso en su corazón no contaminarse” (Dan. 1:8).
En este año, tú también proponte no contaminar tu vida con malas influen-
cias. Deja que el cielo te use como un poderoso testimonio de que hay un Dios
en los cielos...
7
Es tiempo de entender las profecías
2 “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro
enero hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá,
y la ciencia aumentará”
(Daniel 12:4).
H ace algunos años, hablar del fin del mundo era un tema casi exclusivamente
religioso. Parecía que los sermones de líderes espirituales acerca del futuro
eran demasiado catastróficos, infaustos y negativos ante los discursos progresis-
tas y vanguardistas de los sectores científicos de la sociedad. Sin embargo, ac-
tualmente son los ambientalistas, los ecologistas e investigadores quienes están
seriamente preocupados por el calentamiento global y el cambio climático del
planeta, el cual ha provocado que hoy padezcamos cada vez más huracanes –y
más agresivos– así como más terremotos. A eso hay que agregar las asfixiantes
crisis económicas en diversas partes del mundo, así como la amenaza de estalli-
dos sociales que eso puede provocar. Son tiempos de una enorme intranquilidad
social, como predijo la Biblia, un escenario de “angustia de las gentes” previo a
la venida de Jesús a este mundo (Luc. 21:25).
En efecto, nueve veces, la expresión “tiempo del fin” y otros términos paralelos
aparecen en el libro del profeta Daniel. Por otra parte, todos los ciclos proféticos
que presenta se cierran con una descripción de los eventos que tendrán lugar al fi-
nal de la historia. Hasta el siglo XVIII, la parte de este libro relativa a los aconteci-
mientos finales había sido considerada como oculta, secreta, incomprensible, pero
en el siglo XIX, el tiempo del cumplimiento de lo profetizado estaba cerca y el li-
bro debía ser estudiado y revelar los secretos tan celosamente guardados. Así lo
comprendieron y proclamaron los pioneros de nuestra iglesia. Elena de White es-
cribe: “A medida que nos acerquemos al término de la historia de este mundo, las
profecías registradas por Daniel exigen nuestra atención especial, puesto que se
relacionan con el tiempo mismo en el que estamos viviendo” (Profetas y reyes, p.
245).
Los anuncios del libro de Daniel son una providencia especialmente revelada
para el pueblo de Dios del tiempo del fin. Ellos nos marcan el camino que debe-
mos seguir y el mensaje del juicio que debemos predicar; nos dan fe y seguridad
en la dirección profética de Dios; nos advierten y preparan para el gran reencuen-
tro con nuestro Salvador. Nos recuerdan que hay un Dios en los cielos invitándo-
nos a estar pendientes del reloj profético, recordándonos que ha llegado el mo-
mento de estudiar las profecías que anuncian el devenir de este mundo.
Hoy es el tiempo ideal para levantar nuestras cabezas y observar con aten-
ción el cumplimiento de las profecías que anuncian el regreso de Jesús a este
mundo.
8
La historia en está en sus manos
“En el primer año de Belsasar, rey de Babilonia, tuvo Daniel 3
un sueño y visiones de su cabeza mientras estaba en su lecho; enero
luego escribió el sueño y relató lo principal del asunto”
(Daniel 7:1).
9
Dios es mi juez
4 “Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos
enero y se sentó un Anciano de días […]. Un río de fuego procedía
y salía de delante de él; miles de miles lo servían,
y millones de millones estaban delante de él.
El juez se sentó y los libros fueron abiertos”
(Daniel 7:9, 10).
piensa en este evento como algo negativo. Sin embargo, si es un elemento vincu-
lado a las acciones del Padre celestial, no puede ser algo malo. Al contrario, tiene
que haber propósitos santos, justos y buenos, tal como se revela el carácter de
Dios en las Sagradas Escrituras.
El tema del juicio es recurrente a lo largo del libro de Daniel. El nombre del
autor, Daniel, significa ‘Dios es mi juez’ y, en la resolución final de cada crisis
vivida por el protagonista del libro y sus amigos, así como en los eventos fina-
les de cada visión profética, Dios interviene en un acto de juicio que vindica a
sus hijos y dicta sentencia contra sus enemigos. En cada uno de los capítulos
del libro de Daniel hay una referencia al tema del juicio. Es así como se pre-
sentan diversas escenas donde se observa un juicio, por ejemplo cuando se
juzga la filosofía de la falsa y la verdadera educación entre los estudiantes he-
breos y el resto de los jóvenes. ¿Qué los hace más inteligentes? ¿Por qué son
muchachos destacados en la escuela? Vinculado a esto está el juicio sobre el
régimen alimentario saludable y el dañino. Los caldeos creen que su alimenta-
ción es la mejor, pero Daniel y sus compañeros han decidido seguir un estilo
de vida distinto, y eso los conduce a aprovechar mejor el aprendizaje. El tema
del juicio aparece también al evaluar los reinos de este mundo –que son tem-
porales y frágiles– y el reino de Dios –que es firme y eterno–, la falsa y la
verdadera adoración, la conducta soberbia y orgullosa del rey Nabucodonosor,
así como el acto sacrílego del rey Belsasar, entre otros.
El desenlace final de la historia de este mundo y de los hijos de Dios lo
determina la providencia divina. Mediante un acto de juicio, su voluntad sobe-
rana dice la última palabra y consuma la historia.
Pero hay un Dios en los cielos… que es el verdadero Juez de nuestras ac-
ciones. No hay por qué temer sus juicios, ya que su naturaleza revela que es
misericordioso.
10
Dios está detrás de la historia
“Él muda los tiempos y las edades, quita reyes y pone reyes; 5
da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos” enero
(Daniel 2:21).
11
Pero hay un Dios en los cielos
6 “El misterio que el rey demanda, ni sabios ni astrólogos,
enero ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios
en los cielos que revela los misterios, y él ha hecho saber al rey
Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los últimos días”
(Daniel 2:27, 28).
12
¿Qué necesito para creer que él existe?
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios, 7
porque es necesario que el que se acerca a Dios enero
crea que él existe y que recompensa a los que le buscan”
(Hebreos 11:6).
13
¿Dónde se va a sentar el ángel?
8 “¿A dónde me iré de tu espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?
enero Si subiera a los cielos, allí estás tú; y si en el seol hiciera mi estrado,
allí tú estás. Si tomara las alas del alba y habitara en el extremo
del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra”
(Salmo 139:7-10).
14
¡Dios reina!
“¡Jehová reina! ¡Se ha vestido de majestad! 9
¡Jehová se ha vestido, se ha ceñido de poder! enero
Afirmó también el mundo y no será removido”
(Salmo 93:1).
15
Nuestros cabellos están todos contados
10 “Guiaré a los ciegos por un camino que no conocían;
enero los haré andar por sendas que no habían conocido.
Delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz y lo escabroso
en llanura. Estas cosas les haré y no los desampararé”
(Isaías 42:16).
16
Dios es amor
“Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios 11
tiene para con nosotros. Dios es amor, y el que permanece enero
en amor permanece en Dios y Dios en él”
(1 Juan 4:16).
17
La caja de Pandora
12 “Porque tú, Señor Jehová, eres mi esperanza,
enero seguridad mía desde mi juventud”
(Salmo 71:5).
C uenta Hesíodo, en su obra Los trabajos y los días, que Prometeo robó
el fuego del carro del dios Sol y lo entregó a los hombres. Zeus, el dios
principal, se enfadó mucho y quiso castigarle mandando crear una mujer lla-
mada Pandora, que envió a casa de Prometeo, donde vivía también su hermano
Epimeteo, quien se enamoró de ella y la tomó como esposa. Pero Pandora traía
consigo una misteriosa caja que contenía todos los males capaces de llenar el
mundo de desgracias y sufrimiento y todos los bienes para poder remediarlos.
Epimeteo advirtió a Pandora del peligro de abrir aquella caja pero esta, víctima
de su curiosidad, la abrió un aciago día; y de allí se escaparon todos los males
que asaltan todavía hoy a los desdichados mortales. También salieron todos los
bienes, pero estos subieron de nuevo al Olimpo de los dioses. Asustada de lo
que había hecho, Pandora, la primera mujer, cerró inmediatamente la caja que-
dando dentro el don de la esperanza, tan necesaria para superar precisamente
los males que acosan al hombre. Con el mito de la caja de Pandora explicaban
los antiguos griegos el origen del mal y su remedio.
La providencia divina rompe el fatalismo del mal, le abre vías alternativas,
lo encierra con sus promesas en un espacio de temporalidad y genera, en este
mundo, la esperanza. La esperanza es más que una de las tres virtudes teolo-
gales, más que una ilusión, es un estilo de vida, el de los hijos de Dios y más
particularmente el de los que vivimos en la espera del advenimiento. La Biblia
es un mensaje que crea esperanza. Creer en Dios es esperar en él, y esperar
en él es ir más allá de las dolorosas eventualidades del presente, más allá de
los tristes presagios del futuro; es vivir seguros, confiados en la intervención
divina en favor nuestro, y esto no solo en el horizonte de la historia de aquí y
ahora, sino en el horizonte de la eternidad junto a él.
Vivir con esperanza, como dice Elena de White, es un testimonio para el
mundo: “Gozosos en la esperanza” (Rom. 12:12). “Doquiera vayamos, debe-
mos llevar una atmósfera de esperanza y gozo cristianos; entonces quienes
están separados de Cristo verán atractivo en la religión que profesamos; los
incrédulos verán la consistencia de nuestra fe” (Dios nos cuida, p. 332).
Jesús puede hacer que tu rostro refleje hoy esa bendita esperanza y que su
gracia elimine cualquier tristeza de tu corazón. ¡Pídeselo!
18
La morada de Dios en los cielos
“Jehová está en su santo Templo; 13
Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos observan, enero
sus párpados examinan a los hijos de los hombres”
(Salmo 11:4).
20
La crisis revela el carácter
“¿Por qué no morí yo en la matriz? 15
¿Por qué no expiré al salir del vientre?” enero
(Job 3:11).
¡Pen pocos días, lo perdió todo, las propiedades, los hijos, la salud, la espo-
obre Job! Su clamor es el de alguien que se siente abandonado por Dios;
sa… Y perdió algo que, si cabe, es aún más terrible: la confianza en sí mismo
para sobreponerse. Sus amigos le hicieron sentir que lo que le había acontecido
era consecuencia de su iniquidad: “Tú dices: ‘Mi doctrina es recta, y yo soy
puro delante de tus ojos’. Mas ¡ah, quién diera que Dios hablara, que abriera
para ti sus labios y te declarara los secretos de la sabiduría, que son de doble
valor que las riquezas! Sabrías entonces que Dios te ha castigado menos de lo
que tu iniquidad merece” (Job 11:4-6). Pero hay algo esencial que el patriarca
no perdió, ni siquiera cuando se deseaba la muerte, fue su confianza y esperan-
za en su Redentor: “Pero yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará
sobre el polvo, y que después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver
a Dios. Lo veré por mí mismo; mis ojos lo verán, no los de otro. Pero ahora mi
corazón se consume dentro de mí” (19:25-27).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando todo nos va mal. Cuando el in-
fortunio, la desgracia, el sufrimiento parece que se han cebado con nosotros;
cuando los problemas se multiplican sin darnos tregua; cuando no vemos la
mano de Dios en nuestras vidas; cuando el cielo se ha tornado sordo, insensible
a nuestras plegarias; cuando Dios parece habernos abandonado. Cuando no
comprendemos por qué nos ocurren ciertas cosas, por qué a nosotros: una en-
fermedad grave, la pérdida del empleo, la muerte de un ser querido. ¿Por qué?
Jamás debemos olvidar que nuestro Dios es un Dios providente que nos
ama y protege, que tiene entre sus dedos nuestras vidas, que puede y sabe
cómo hacer girar las circunstancias, que conoce a dónde nos quiere conducir.
Un Dios que respondió a la fe y confianza de Job de manera insospechada.
El patriarca que había perdido la ilusión de vivir no solo se arrepintió de sus
protestas, sino que además confesó: “Reconozco que he hablado de cosas que
no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desco-
nocidas” (Job 42:3, NVI).
No olvides hoy que la crisis revela el carácter. Todo sufrimiento es tempo-
ral. No claudiques ante él. Mejor confía, como Job, que tus ojos contemplarán
el retorno de Jesús a este mundo.
21
El que me juzga es el Señor
16 “En cuanto a mí, en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros
enero o por tribunal humano. ¡Ni aun yo mismo me juzgo!
Aunque de nada tengo mala conciencia,
no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor”
(1 Corintios 4:3, 4).
E mitir juicios sobre los ministros de Dios y hacer comparaciones entre ellos,
ha sido práctica inveterada de algunas iglesias. En la de Corinto, los cre-
yentes se habían dividido en cuatro partidos rivales de acuerdo con sus pre-
ferencias: los de Pablo, el fundador de la iglesia; los de Apolos, un brillante
predicador de Alejandría; los de Cefas, por haber sido uno de los doce que
perteneció al grupo íntimo de Jesús; y los de Cristo, que rechazaban cualquier
afiliación, pero no menos agresivos que los otros, puesto que, entre ellos, había
“celos, contiendas y disensiones” (1 Cor. 3:3) que daban lugar a divisiones
(1:10) y en las que los peor parados eran los propios ministros, denostados
por unos, que los juzgaban implacablemente, y aplaudidos por otros, que los
encomiaban en exceso. En este contexto, Pablo les dijo: “En cuanto a mí, en
muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano. ¡Ni aun
yo mismo me juzgo! Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy
justificado; pero el que me juzga es el Señor” (4:3, 4).
¿Quién no ha sido alguna vez juzgado mal, acusado de manera injusta?
¿Has sido alguna vez víctima de los celos, la perfidia o la maledicencia? ¿Te
has visto calumniado, desprestigiado, hundido, denigrado o marginado por las
malas lenguas sin saber cómo defenderte y sin poder demostrar la verdad?
Si no te ha ocurrido todavía, te puede llegar a suceder y, entonces, jamás
has de olvidar la importancia de tener la conciencia tranquila, que Dios co-
noce la verdad, que él es justo y santo, que además conoce tu corazón y que
él es quien te juzga y defiende. También Daniel y Pablo fueron acusados y
denunciados sin motivo por sus enemigos u opositores, pérfidos los unos o
simplemente equivocados los otros, pero a ambos, Dios los vindicó, los exone-
ró y los libró porque, al igual que Jesús, encomendaba “la causa al que juzga
justamente” (1 Ped. 2:23).
Recuerda que, cuando eres víctima de malos entendidos y falsas acusacio-
nes, hay un Dios en los cielos… que en su momento dará a cada uno lo que le
corresponde.
22
No te tengas por sabio
“Unánimes entre vosotros; no seáis altivos, sino asociaos 17
con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión” enero
(Romanos 12:16).
24
Lazos y cuerdas de amor que se han roto
“Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; 19
fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, enero
y puse delante de ellos la comida. No volverá a tierra de Egipto,
sino que el asirio mismo será su rey,
porque no se quisieron convertir”
(Oseas 11:4, 5).
L a Escritura compara el amor divino hacia sus hijos con el amor conyugal. En
la profecía de Oseas esta relación toma tintes dramáticos porque el Señor,
extrañamente, ordena al profeta: “Ve, toma por mujer a una prostituta y ten hijos
de prostitución con ella, porque la tierra se prostituye apartándose de Jehová”
(Ose. 1:2). La vida matrimonial de Oseas había de ilustrar el misterio de los de-
signios de Dios con Israel. Tomó a Gomer por esposa, tuvo tres hijos varones con
ella, pero su mujer le fue infiel marchando tras sus amantes y abandonando a su
marido. El alma trastornada y agitada del profeta continuó, sin embargo, amán-
dola y esperando que regresase al hogar. Así, el amor de Dios por su pueblo, la
ternura paternal con sus hijos, protagonizados en su trágica experiencia personal,
fueron el mensaje de conversión y esperanza dirigido a Israel.
En efecto, los sentimientos más íntimos del ser humano se expresan en el
matrimonio y la vida familiar, pero esos lazos de ternura y cuerdas de amor se
rompen con el divorcio. ¿De qué libera el divorcio y a qué precio? ¿Se puede
hablar de divorcio real cuando existen hijos nacidos en el matrimonio? ¿Cómo,
según la Palabra de Dios, podemos estabilizar las relaciones conyugales o pre-
venirlas? ¿Qué ayuda nos ofrece el Señor?
¡Qué desgracia! Todo un hermoso proyecto de vida se ha desmoronado.
Jamás debemos olvidar que el divorcio ilustra en la Biblia la desdicha de la
ruptura con Dios, que lo que él juntó no quiere que lo separe el hombre, que
sobre el matrimonio cristiano reposa una bendición y bienaventuranza divinas
y el don de la gracia santificante para conservarlo y fortalecerlo que podemos
invocar, que el amor conyugal “es sufrido, es benigno; el amor no tiene en-
vidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no
busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino
que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Cor. 13:4-8).
No olvides que hay un Dios en los cielos… cuando parece inevitable la rup-
tura conyugal; cuando los vínculos de amor parecen haber desaparecido; cuan-
do tras el divorcio se siente frustración, soledad y fracaso personal; cuando
mirando hacia atrás prevalecen la nostalgia, el sentimiento de culpa o el enojo.
25
Pan de sollozos
20 “Antes que mi pan, llega mi suspiro, y mis gemidos corren
enero como el agua; porque me ha venido aquello que me espantaba,
me ha acontecido lo que yo temía”
(Job 3:24, 25).
26
Sin techo y sin hogar
“Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, dio orden de pasar 21
al otro lado. Se le acercó un escriba y le dijo: ‘Maestro, enero
te seguiré adondequiera que vayas’. Jesús le dijo:
‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos;
pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza’ ”
(Mateo 8:19, 20).
27
En la encrucijada de la decisión
22 “No me ruegues que te deje y me aparte de ti,
enero porque a dondequiera que tú vayas, iré yo, y dondequiera
que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios”
(Rut 1:16).
28
Aprovecha el día
“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón 23
en los días de tu adolescencia. Anda según los caminos enero
de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda
que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”
(Eclesiastés 11:9).
29
Fiel hasta el final
24 “Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo,
enero se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha
por manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos,
deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial,
pues así seremos hallados vestidos y no desnudos”
(2 Corintios 5:1, 2).
30
Dios no desampara a sus hijos
“Procurad tener tranquilidad, ocupándoos en vuestros negocios 25
y trabajando con vuestras manos de la manera enero
que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente
para con los de afuera y no tengáis necesidad de nada”
(1 Tesalonicenses 4:11, 12).
31
¡Miserable de mí!
26 “Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
enero […] ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!”
(Romanos 7:21, 24, 25).
32
Como si fuera la primera vez
“Que por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, 27
porque nunca decayeron sus misericordias; enero
nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!”
(Lamentaciones 3:22, 23).
35
Inspirada divinamente
30 “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar,
enero para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”
(2 Timoteo 3:16).
36
Sola Scriptura
“No solo de pan vivirá el hombre, 31
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” enero
(Mateo 4:4).
39
El rumano de la Biblia
3 “Cánticos fueron para mí tus estatutos
febrero en la casa en donde fui extranjero”
(Salmo 119:54).
E l pastor Javier Moliner tuvo una conversión prodigiosa. Era sargento prime-
ro del ejército del aire, piloto de helicópteros e instructor de tropa en un des-
tacamento militar de Sevilla. Allí conoció a dos soldados adventistas que leían
la Biblia, pretendían guardar el sábado y daban testimonio de su fe. Tratando de
mantener en su unidad la disciplina militar, se opuso abiertamente a los dos jóve-
nes y les hizo la vida imposible con arrestos, persecuciones y humillaciones. El
suboficial Moliner era un hombre soez, bebedor, violento y profano, pero había
en él un recóndito sentimiento de admiración por aquellos chicos que, en medio
de semejante hostilidad, se mantenían fieles a sus principios. Un día, uno de los
soldados adventistas, habló con él de la Biblia y Moliner fue impresionado por
el Espíritu Santo, de forma que en un viaje a Sagunto, su ciudad natal, entró en
contacto con Francisco Domenech, profesor del colegio adventista local, quien
lo instruyó en las principales enseñanzas de la Biblia. Javier Moliner y su esposa
se convirtieron al evangelio. Él dejó el ejército, estudió el curso ministerial y
cambió la milicia por el ministerio pastoral. Su espíritu había sido penetrado,
transformado por “la espada de dos filos”.
La Biblia es el libro de la historia de la salvación en la que Dios está comprome-
tido a resolver el problema del pecado en este mundo. La Biblia presenta un extenso
repertorio de las acciones de Dios obrando en la transformación de los efectos del
pecado en el ser humano. Esta transformación es la concatenación de los tres agen-
tes implicados en el proceso de la revelación: primeramente, Dios, el Autor de la
Biblia que ha convertido el texto literario humano en un encuentro con su propia
Palabra; en segundo lugar, el Espíritu Santo, cuya influencia positiva obra en el es-
píritu del lector, convenciéndole de pecado, de justicia y de juicio; y en tercer lugar,
el hombre en el ejercicio de su libertad incuestionable, escudriñando las Escrituras,
recibiendo la Biblia como Palabra de Dios, aceptando su autoridad soberana y po-
niendo en práctica sus preceptos.
Elena de White dice: “Esta palabra imparte poder; engendra vida. […] Trans-
forma la naturaleza y vuelve a crear el alma a la imagen de Dios” (La educación,
p. 122).
Dios te puede transformar hoy a ti también a través de su Palabra. ¡Estúdiala
con fervor!
42
La Biblia y la libertad
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: 6
‘Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis febrero
discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’ ”
(Juan 8:31, 32).
43
La Palabra del Señor
7 permanece para siempre
febrero
“Toda carne es como hierba y toda la gloria del hombre
como flor de la hierba; la hierba se seca y la flor se cae,
mas la palabra del Señor permanece para siempre”
(1 Pedro 1:24, 25).
C uando visité por primera vez las tierras bíblicas, fue una experiencia inol-
vidable. Recuerdo nuestra visita al Museo del Libro de Jerusalén, donde
se exhibían los famosos manuscritos del Mar Muerto. Mientras los observaba
con enorme emoción, me preguntaba ¿cómo se descubrieron? ¿A quiénes per-
tenecieron? ¿Cuál era su antigüedad? ¿Cuál fue su aportación a los estudios de
las Sagradas Escrituras?
En 1947, cuando los ataques de los eruditos de la alta crítica ponían en tela de
juicio la autenticidad de muchos libros de la Biblia, Mahoma Dib y Ahmed Maho-
ma –dos beduinos que buscaban una cabra perdida por la rocosa ribera occidental
del Mar Muerto– se toparon con una cueva donde encontraron ocho jarras de cerá-
mica. En una de ellas se guardaba un rollo grande y dos pequeños. Emocionados
por el hallazgo, los llevaron al campamento. En días sucesivos siguieron visitando
la cueva y encontraron nuevos fragmentos de otros rollos que vendieron a un an-
ticuario de Belén. Los siete rollos encontrados en la primera cueva fueron Isaías
(completo), Isaías (fragmentario), Comentario a Habacuc, La regla de la comuni-
dad, Apócrifo del Génesis, La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las
tinieblas e Himnos. Después de muchas peripecias, cuando los manuscritos llegaron
a manos de especialistas, se iniciaron excavaciones sistemáticas en la zona y se
acreditó que habían pertenecido a los esenios, una comunidad religiosa de Qumrán,
y habían sido escritos durante el siglo II a. C.
El descubrimiento de los rollos del Mar Muerto atrajo la atención de muchos
eruditos y fortaleció la investigación de los textos sagrados. Asimismo, las posterio-
res versiones de la Biblia tomarían en cuenta varios datos de gran valor lingüístico
que proveerían una gran ayuda a la ciencia de la interpretación de las Escrituras.
Hoy tenemos la certeza de que el texto bíblico es confiable y corresponde al que
conocieron los antiguos hebreos. Dios, en su providencia, preservó el texto bíblico
de alteraciones durante más de mil años.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando se duda de la autenticidad de la Biblia y
se le ataca despiadadamente. Sí, el Padre celestial es quien ha inspirado las Escritu-
ras y sabe cómo defenderlas. No hay por qué desconfiar de la Biblia. Y cada vez que
se levanten ataques contra la autoridad de la Palabra de Dios, el Señor responderá
oportunamente para establecer la veracidad de sus dichos.
44
La Palabra de Dios es suficiente
“Toda palabra de Dios es limpia […] No añadas a sus palabras, 8
para que no te reprenda y seas hallado mentiroso” febrero
(Proverbios 30:5, 6).
¿Aincluyen más libros que otras? Se trata de los libros apócrifos (Judit,
lguna vez has escuchado que hay ciertas versiones de la Biblia que
46
Perdidos en París
“Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” 10
(Salmo 119:105). febrero
47
Hambre y sed de la Palabra de Dios
11 “Ciertamente vienen días, dice Jehová, el Señor, en los cuales
febrero enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua,
sino de oír la palabra de Jehová. […] y no la hallarán”
(Amós 8:11, 12).
E n los grandes desiertos, el agua y los alimentos son muy escasos o inexis-
tentes. Agotadas las reservas, de no encontrar un oasis donde avituallarse
se puede llegar a un punto sin retorno, es decir, no sobrevivir. Amós, hombre
de campo, conocedor de este peligro en los desiertos que rodean a Palestina,
ilustró con esa imagen la situación de Israel.
El contexto en el que el profeta Amós pronuncia estas palabras es un tiem-
po en el que el pueblo de Israel, debido a su pertinaz desobediencia, había per-
dido la posibilidad de reconciliarse con su Dios escuchando y obedeciendo su
Palabra. El punto sin retorno, la dramática situación en la que queriendo volver
a oír la Palabra de Dios, ya no sería posible. A esto llama el profeta “hambre
y sed de oír la palabra de Jehová”; hambre y sed irremediables, imposibles de
satisfacer, angustiosas, mortales espiritualmente. Ahora bien, no es que Dios
se aleje de los pecadores, más bien, son ellos quienes, exhibiendo una actitud
obstinada, insisten en seguir por el camino de la desobediencia.
El alcance escatológico de las palabras de Amós parece evidente. Hoy, el
pueblo de Dios, que se prepara para las escenas finales de la historia de este
mundo, debiera sentir “hambre y sed de oír la Palabra del Señor”. Elena de
White advierte lo siguiente: “Están por sobrecogernos tiempos que probarán
las almas de los hombres; los que son débiles en la fe no resistirán la prueba
de aquellos días de peligro. Las grandes verdades de la revelación deben ser
estudiadas cuidadosamente, porque todos necesitaremos un conocimiento inte-
ligente de la Palabra de Dios. El estudio de la Biblia y la comunión diaria con
Jesús nos darán nociones bien definidas de responsabilidad personal y fuerza
para resistir el día de prueba y tentación. Aquel cuya vida esté unida con Cristo
por vínculos ocultos será guardado por el poder de Dios mediante la fe que
salva” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 253).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando tenemos hambre y sed de la Pala-
bra divina. Hoy es el momento para que seamos saciados a través de un estudio
sensato de las Escrituras. El tiempo que hoy perdemos en actividades irrele-
vantes mañana nos hará falta para estudiar la Biblia. Recuerda que llegará un
día en que muchos buscarán el consejo divino y entonces será demasiado tarde.
48
Un encuentro con Dios
“Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. 12
Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; febrero
porque tu nombre se invocó sobre mí, Jehová, Dios de los ejércitos”
(Jeremías 15:16).
49
Estaba escrito en su Biblia
13 “¿Con qué limpiará el joven su camino?
febrero ¡Con guardar tu palabra!”
(Salmo 119:9).
51
La creación de los cielos y la tierra
15 “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”
febrero (Génesis 1:1).
53
La creación de la atmósfera
17 “Luego dijo Dios: ‘Haya un firmamento en medio de las aguas,
febrero para que separe las aguas de las aguas’. E hizo Dios
un firmamento que separó las aguas que estaban debajo
del firmamento, de las aguas que estaban sobre el firmamento.
Y fue así. Al firmamento llamó Dios ‘cielos’. Y fue la tarde
y la mañana del segundo día”
(Génesis 1:6-8).
54
La tierra, el mar y las plantas verdes
“Después dijo Dios: ‘Produzca la tierra hierba verde, 18
hierba que dé semilla; árbol que dé fruto según su especie, febrero
cuya semilla esté en él, sobre la tierra’. Y fue así”
(Génesis 1:11).
55
La Tierra entra en los ciclos
19 del sistema solar
febrero
“Dijo luego Dios: ‘Haya lumbreras en el firmamento de los cielos
para separar el día de la noche, que sirvan de señales
para las estaciones, los días y los años, y sean por lumbreras
en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra’. Y fue así”
(Génesis 1:14, 15).
56
Creación de los peces,
los reptiles y las aves 20
febrero
“Dijo Dios: ‘Produzcan las aguas seres vivientes, y aves
que vuelen sobre la tierra, en el firmamento de los cielos’.
Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo ser viviente
que se mueve, que las aguas produjeron según su especie,
y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.
Y los bendijo Dios, diciendo: ‘Fructificad y multiplicaos,
llenad las aguas en los mares y multiplíquense las aves en la tierra’.
Y fue la tarde y la mañana del quinto día”
(Génesis 1:20-23).
57
La corona de la Creación
21 “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen,
febrero conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces
del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra
y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra’ ”
(Génesis 1:26).
T e has preguntado alguna vez por qué creó Dios al ser humano? ¿Qué pro-
pósito tenía en su mente al crear semejantes criaturas a su imagen y seme-
janza? De acuerdo con la Biblia, el hombre fue creado para dar gloria a Dios,
pero no porque el Señor lo quisiera para formar un coro cósmico de alabanza
perpetua. En realidad, el ser humano contribuye a la gloria de Dios debido a
que fue diseñado de la manera más honrosa para gozar de una comunión amo-
rosa con el Padre celestial.
Después de cinco días de la semana de la Creación, llegó el turno para los
animales terrestres y el ser humano. El relato sagrado dice que cada uno de los
animales fueron creados “según su especie”. En efecto, la enseñanza que pode-
mos extraer de la expresión “según su especie” es el principio de la diversidad
y multiplicidad de los seres vivos creados por Dios, excepción hecha del ser
humano, como veremos después. Este principio, reiterado en el relato, es abierta-
mente contrario al postulado transformista de la escala sucesoria de los seres más
sencillos a los más complejos, que es el fundamento de la teoría de la evolución,
de forma que hace completamente incompatible evolución y creación. Dios creó
la vida ya diversificada, no sujeta a la macroevolución de la transformación de
una especie en otra. Fue posible después, y todavía ocurre, la microevolución, es
decir, las mutaciones menores, los cambios y adaptaciones dentro de la especie.
“Una vez creada la tierra con su abundante vida vegetal y animal, fue intro-
ducido en el escenario el hombre, corona de la creación para quien la hermosa
tierra había sido preparada. A él se le dio dominio sobre todo lo que sus ojos
pudiesen mirar [...]. Aquí se expone con claridad el origen de la raza humana
[…]. No hay fundamento alguno para la suposición de que el hombre llegó a
existir mediante un lento proceso evolutivo de las formas bajas de la vida animal
o vegetal. Estas enseñanzas rebajan la obra sublime del Creador al nivel de las
mezquinas y terrenales concepciones humanas” (Patriarcas y profetas, p. 24).
Adán fue creado para relacionarse con Dios como una Persona, para vivir
en una comunión amorosa con él, y seguir al Señor como su modelo de carác-
ter, fuente de inspiración y sabiduría.
Esa misma oportunidad la tienes ahora mismo. ¡Aprovéchala!
58
Mayordomos de este mundo
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; 22
varón y hembra los creó. Los bendijo Dios y les dijo: febrero
‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla;
ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos
y todas las bestias que se mueven sobre la tierra’ ”
(Génesis 1:27, 28).
59
Monumento de la Creación
23 “El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo,
febrero y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho.
Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó,
porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”
(Génesis 2:2, 3).
60
Lo que se ve de lo que no se veía
“Por la fe comprendemos que el universo fue hecho por la palabra 24
de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” febrero
(Hebreos 11:3).
62
Todo era bueno en gran manera
“Y vio Dios todo cuanto había hecho, 26
y era bueno en gran manera” febrero
(Génesis 1:31).
E l relato de la Creación insiste en afirmar que la obra realizada por Dios era
sumamente buena. El adjetivo “bueno” que tiene varios significados en el
Antiguo Testamento, desde lo moralmente correcto hasta lo bello, agradable
y útil, subraya particularmente en el relato que todo lo que existe es bueno
porque procede de Dios y corresponde al propósito para el que fue creado, es
decir, que el efecto producido por el acto creador coincide con el pensamiento
y la voluntad del Creador. Esta idea está en abierto contraste con los mitos
paganos que hablan de un mundo creado por dioses caprichosos, o con la teo-
ría de un universo errante que existe sin propósito alguno o maligno porque
representa una amenaza permanente para la tierra.
Nada imperfecto ha salido de las manos de Dios. Todo lo que él hace es
“bueno en gran manera”. Toda cosa, substancia y forma, apareció por la voluntad
creadora, libre, providente y todopoderosa de Dios. El mundo creado no es el
mejor de los mundos posibles ni el único bueno. La posibilidad de su alteración
pertenece incluso a su perfección; pues sin ella no habría libertad moral.
“Cuando salió de las manos del Creador, la tierra era sumamente hermosa.
La superficie presentaba un aspecto multiforme, con montañas, colinas y lla-
nuras, entrelazadas con magníficos ríos y bellos lagos. […] El aire, limpio de
impuros miasmas, era saludable. […] La hueste angélica presenció la escena
con deleite, y se regocijó en las maravillosas obras de Dios. […] La creación
estaba ahora completa. […] El Edén florecía en la tierra. Adán y Eva tenían
libre acceso al árbol de la vida. Ninguna mácula de pecado o sombra de muerte
desfiguraba la hermosa creación. ‘Cuando alababan juntas todas las estrellas
del alba y se regocijaban todos los hijos de Dios’ (Job 38:7). […] El gran Jeho-
vá había puesto los fundamentos de la tierra; había vestido a todo el mundo con
un manto de belleza, y había llenado el mundo de cosas útiles para el hombre;
había creado todas las maravillas de la tierra y el mar” (Patriarcas y profetas,
pp. 24, 26).
Desde la Creación, todas las criaturas, tanto el diminuto insecto como el
hombre, dependen diariamente para su subsistencia y bienestar de la divina
Providencia.
No olvides que, cuando parece que sus bondades están lejos de tu experien-
cia espiritual y cuando sus misericordias te resultan difíciles de contemplar, ahí
está él. Siempre poderoso para salvarte y mostrarte sus maravillas.
63
Cristo Creador
27 “Porque en él fueron creadas todas las cosas,
febrero las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles
e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados,
sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”
(Colosenses 1:16, 17).
E stos versículos afirman no solamente que Cristo fue uno con el Padre en
la obra de la Creación, sino que además es él también quien asegura su
subsistencia. Sí, como hemos visto, la Providencia divina en favor del hombre
se manifestó con todo su poder y prevención durante la semana de la Creación;
la misma Providencia y el mismo poder sostienen aquella obra para que no
se destruya. El objeto y fin de la Creación fue el ser humano, quien debía ser
beneficiario del equilibrio cósmico que hizo del planeta Tierra la morada de
un ser a la imagen y semejanza divinas. Después del pecado, esa intervención
providente de la Deidad se hizo todavía más necesaria para que la redención
del hombre caído llegara a su término final antes de que las fuerzas de la natu-
raleza, como consecuencia de la actividad rebelde e inconsecuente de la huma-
nidad, pudieran ser alteradas y convertir en caos la obra perfecta del Creador.
Cristo fue y sigue siendo nuestra divina Providencia.
La Biblia dice al respecto: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba
con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las
cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue
hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplan-
dece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron” (Juan 1:1-5).
En él subsisten el poder que mantiene con precisión matemática los inmensos
astros del universo en sus órbitas señaladas, el poder que sostiene las partículas
del átomo en sus órbitas predeterminadas. En él subsisten también la gracia y
la misericordia que mantienen la nueva criatura en el horizonte de la salvación.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando olvidamos que Jesucristo es Dios
poderoso, Creador del mundo y Sustentador del universo. Sus maravillosos
ojos se posan hoy sobre nuestras vidas para darnos grandes bendiciones.
Deja que su poder transformador repare las heridas que hay en tu concien-
cia y te brinde una paz integral.
64
El pecado original
“Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal, 28
vendido al pecado. Lo que hago, no lo entiendo, febrero
pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago”
(Romanos 7:14, 15).
P oco después de la caída, Dios hace una pregunta fundamental a Adán: “¿Dón-
de estás tú?” Dios pregunta conociendo la respuesta, Dios busca habiendo ya
encontrado. ¿Por qué? No solo la propia naturaleza de la gracia y el amor divino,
sino también la necesidad del arrepentimiento y de la fe humanos quedaban, de
este modo, evidenciados. No hay redención sin confesión sincera, no hay confe-
sión sin arrepentimiento, no hay arrepentimiento sin reconocimiento de culpa, no
hay reconocimiento de culpa sin autoexamen y reflexión profunda.
“¿Dónde estás tú?” La pregunta lo incluye todo: habla, en primer lugar, de
la manifestación de la gracia y el amor divinos buscando al hombre culpable,
desnudo, presa de temor y vergüenza, escondido del Creador. Expresa también
la acusación grave, sin paliativos, de la justicia divina que ha sido contraveni-
da. Es, además, una flecha lanzada a la conciencia del hombre, un apremio a
su naturaleza moral y responsable. “¿Dónde estás tú?” Es aun una invitación
solícita a la confesión, al reencuentro con el Creador, una apelación a su capa-
cidad de conversión y a la aceptación de redención.
Esta pregunta pronunciada por el Creador en el umbral mismo de la econo-
mía del pecado era el primer acto del plan de la salvación, una primera profecía
mesiánica que aseguraba la búsqueda por parte de Dios del pecador perdido.
La historia de la salvación será desde entonces una cadena ininterrumpida de
iniciativas divinas en busca de los seres humanos, de las cuales, Jesucristo
representa la realización suprema: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y
a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).
“¿Dónde estás tú?” no es una pregunta general, colectiva, lanzada al aire;
es directa, privada, personal, me concierne a mí, y no puedo eludir ni mirar a
otra parte ni refugiarme en las carencias espirituales de otros, porque la salva-
ción es personal. ¿Cómo debo responder? Parándome, reflexionando, mirando
primero hacia dentro, en una introspección que nos permita analizar nuestra
fe, esperanza, gozo, amor, las bases de nuestra religiosidad. Después, hacia
arriba, hacia Dios, en busca de comunión, en petición de ayuda y en súplica de
auxilio. Finalmente, hacia afuera, hacia los que nos rodean y evaluar nuestra
responsabilidad respecto a ellos, reconociendo nuestros deberes familiares y
sociales. ¿Qué nos revelan estas tres respuestas?
Hoy es tiempo de preguntarte dónde está tu vida espiritual y qué estás ha-
ciendo para ser un mejor cristiano. La pregunta del Edén sigue resonando en el
corazón humano para que no olvides que hay un Dios en los cielos.
66
Entre el temor y la esperanza
“Pondré enemistad entre ti y la mujer, 2
y entre tu simiente y la simiente suya; marzo
esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón”
(Génesis 3:15).
69
¿Dónde está Abel, tu hermano?
5 “Entonces Jehová preguntó a Caín:
marzo ‘¿Dónde está Abel, tu hermano?’ Y él respondió:
‘No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?’ ”
(Génesis 4:9).
70
Los hijos de Dios
y las hijas de los hombres 6
marzo
“Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse
sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas,
al ver los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas
tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas”
(Génesis 6:1, 2).
A pesar de ser un personaje controvertido para algunos, Noé tiene para noso-
tros un gran valor espiritual, que solo se puede entender si lo situamos en
los parámetros de una historia real y no como el actor de una escena de ficción.
En realidad, Noé tiene mucho que enseñarnos.
Noé es “hijo de la esperanza”. Lamec, su padre, le puso por nombre Noé
que significa “consuelo”, “descanso”, diciendo: “Este nos aliviará de nuestras
obras y del trabajo de nuestras manos” (Gén. 5:29). Lamec vio proféticamen-
te en su hijo un reformador de la inmoralidad reinante, tal vez el libertador
prometido a Eva. Pero Noé también es “objeto de la gracia divina”. Noé es
considerado “hombre justo, era perfecto entre los hombres de su tiempo” (6:
9). Pero ¿fue en realidad un hombre justo, íntegro, perfecto? No. Noé fue de-
clarado justo porque “halló gracia” palabra significativa que vemos aparecer
aquí en un contexto de inminente aplicación de la justicia divina a una genera-
ción de pecadores. Noé es un ejemplo de todos los que, como afirma el Nuevo
Testamento, hallan la salvación en Cristo, por la gracia de Dios.
La Biblia dice también, “caminó Noé con Dios” (6:9). Caminar con Dios
es la experiencia de la comunión con él, es mantener una relación constante,
fortalecer los lazos de un verdadero compañerismo. Elena de White afirma:
“Su relación con Dios le comunicaba la fuerza del poder infinito” (Patriarcas y
profetas, p. 83). Por eso, se convirtió en un “hombre de fe” (Heb. 11:7) y creyó
sin tener ningún elemento tangible: construyó un arca en tierra seca, anunció
un diluvio antes que la humanidad conociese la lluvia como un “pregonero
de justicia” (2 Ped. 2:5). Durante ciento veinte años predicó el diluvio: “Cada
martillazo dado en la construcción del arca era un testimonio para la gente”
(ibíd). Pero a pesar de la sinceridad de su predicación, no obtuvo fruto de su
mensaje, sin embargo, no cesó hasta que las puertas del arca fueron cerradas y,
dentro de ella, se salvaron él y su familia.
Noé es una viva ilustración del proceso salvador que Dios sigue con los
mortales. Es un tipo de Cristo porque, como él, predicó el arrepentimiento y
construyó el arca, la iglesia, donde el mundo embarca para navegar con Jesús,
nuestra salvación; y como él, nosotros hemos de anunciar a nuestra generación
que los juicios de Dios y la redención final están a las puertas.
Hoy es tiempo de proclamar al mundo que hay un Dios en los cielos dis-
puesto a perdonar y rescatar a los seres humanos de su propia destrucción.
72
El arca de Noé
“Yo enviaré un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir 8
todo ser en que haya espíritu de vida debajo del cielo; marzo
todo lo que hay en la tierra morirá. Pero estableceré mi pacto
contigo, y tú entrarás en el arca, con tus hijos, tu mujer
y las mujeres de tus hijos”
(Génesis 6:17, 18).
E n los orígenes, Lucifer era un ser luminoso y puro, ocupaba una de las
más elevadas posiciones del universo, la de querubín que cubría el trono
divino. Isaías, inspirado por Dios, atribuye al rey de Babilonia hechos que no
pudieron cumplirse más que en la caída de Lucifer. Existe aquí, más allá del
rey de Babilonia, una personificación de Satanás.
Es difícil entender cómo en una mente perfecta hubo lugar para el pecado.
El pecado no se puede ni explicar ni mucho menos justificar; es, en esencia,
irracional. Lo conocemos por sus efectos inconcebibles, incomprensibles, de-
sastrosos. Lo cierto es que, paulatinamente, Lucifer llegó a considerar que toda
su gloria era producto de sí mismo y no de Dios, como era el caso. Así que, si
él poseía tanta grandeza y virtudes, su siguiente paso consistió en codiciar el
homenaje que únicamente merece Dios. Y claro, no pudo soportar más cuando
Jesús fue investido con mayor gloria y poder que él. Todos los habitantes del
cielo reconocieron la supremacía de Jesucristo y le rindieron adoración. Lo
mismo hizo Lucifer, pero dentro de sí había un evidente malestar, una extraña
semilla que había germinado en su cabeza. No, ya no era el mismo. Ya no
le agradaba estar junto a su Padre y gozarse con su presencia. Ahora vivía
inconforme, molesto y lleno de envidia hacia Jesús. El Padre observaba muy
atento la actitud de su amado Lucifer y meditó muy bien cómo iba a enfrentar
la situación.
Elena de White aclara el punto: “Para convencerlo de su error, se hizo
cuanto esfuerzo podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le probó que
su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber cuál sería el resultado si
persistía en su rebeldía. […] Lucifer quedó convencido de que se hallaba en el
error. […] Defendió persistentemente su conducta, y se dedicó de lleno al gran
conflicto contra su Creador. Así fue como Lucifer, el “portador de luz”, el que
compartía la gloria de Dios, el ministro de su trono, mediante la transgresión,
se convirtió en Satanás, el “adversario” de Dios y de los seres santos” (Patriar-
cas y profetas, p. 19).
Aprende hoy a ser feliz con lo que Dios te da.
74
¿Pudo un Dios bueno
crear un mundo malo? 10
marzo
“Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable
a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto
y comió; y dio también a su marido, el cual comió al igual que ella”
(Génesis 3:6).
75
El príncipe de este mundo
11 “Ahora es el juicio de este mundo;
marzo ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”
(Juan 12:31).
77
Un mundo encantado
13 “No andéis como los otros gentiles […] teniendo el entendimiento
marzo entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia
que en ellos hay, por la dureza de su corazón”
(Efesios 4:17, 18).
79
¿Se puede hablar con los muertos?
15 “La mujer dijo: ‘¿A quién te haré venir?’
marzo ‘Hazme venir a Samuel’, respondió él”
(1 Samuel 28:11).
F rancisco Luis era un joven de unos veinte años que estaba iniciándose en
el conocimiento de la Palabra de Dios. El pastor Luis Bueno le impartía
estudios bíblicos en su casa, junto a su madre y su hermana. Un día, el joven se
presentó con lesiones y quemaduras en la cara y la madre le contó al pastor que
su hijo tenía una enfermedad extraña: a veces sufría convulsiones que le arro-
jaban contra la pared, le tiraban de la cama contra el suelo, o, como en aquella
ocasión, le lanzaban contra la estufa de la casa. El pastor le preguntó si habían
visitado a un médico y la madre le respondió que sí y le mostró las medici-
nas que estaba tomando. El pastor quedó perplejo. Era verdad que en aquella
ocasión había observado en Francisco Luis una mirada triste. Apenas hablaba
durante los estudios bíblicos. El pastor oró por él y su familia, y comenzó a es-
tudiar su caso, sus reacciones, sus gestos y a analizar sus muy escasas palabras.
Recuerdo el día que conocí a Francisco Luis. Había venido a la iglesia a
una conferencia bíblica, y yo estaba allí, en los comienzos de mi frecuentación
de la iglesia. Al terminar la reunión, después que se fueron la mayor parte de
los asistentes, Francisco Luis sufrió una de aquellas extrañas convulsiones.
Fue horrible. Con el rostro desencajado, los ojos muy abiertos, los brazos por
delante como protegiéndose de algo o de alguien, daba saltos de seis hileras
de sillas en la sala de reuniones, mientras mantenía un diálogo feroz con el
demonio al que increpaba: “¡Vete Satanás! ¡Déjame! ¡No me atormentes!” Los
hermanos de la iglesia querían sujetarlo, ¡pero cuatro o cinco hombres no po-
dían con él! Todos estábamos orando muy asustados y, pasados unos terribles
minutos, se calmó. El pastor lo estuvo visitando durante meses. Los miembros
de iglesia y su familia hicimos de su caso un permanente motivo de oración y,
pasado un tiempo, Francisco Luis fue liberado por el Señor y recuperó un porte
sereno y confiado. Ahora nos miraba a la cara como con gratitud y sonriente.
Posteriormente, se bautizó y llevó una vida normal hasta su fallecimiento. Du-
rante años yo fui uno de sus amigos de la iglesia.
Sí, la posesión existe. Doy fe de ello. Pero el poder del evangelio es más
fuerte que el demonio. El mal no prevalece porque hay un Dios en los cielos.
81
Las asechanzas del diablo
17 “Vestíos de toda la armadura de Dios,
marzo para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”
(Efesios 6:11).
veces en el Nuevo Testamento, las dos en la Epístola a los Efesios (4: 4; 6:11).
Elena de White dedica todo un capítulo en El conflicto de los siglos a desenmas-
carar los errores, seducciones y estratagemas del diablo en el tiempo del fin, poco
antes de los grandes engaños que precederán a la segunda venida de Jesús.
Y ¿cuáles son esas estratagemas?
1. “Bien sabe Satanás que todos aquellos a quienes pueda inducir a descuidar
la oración y el estudio de las Escrituras serán vencidos por sus ataques” (p.
510).
2. “Siempre ha habido una categoría de personas que […] hacen consistir su
religión en buscar alguna falta en el carácter de aquellos con quienes no
están de acuerdo, o algún error en su credo. Son los mejores agentes de
Satanás” (p. 510).
3. “La teoría según la cual nada importa lo que los hombres creen, es uno de
los engaños que más éxito da a Satanás” (p. 510).
4. “Parte de su plan consiste en introducir en la iglesia elementos no
regenerados y faltos de sinceridad que fomenten la duda y la incredulidad”
(p. 511).
5. “Son muchos los que dan por hechos científicos lo que no pasa de ser meras
teorías y elucubraciones, y piensan que la Palabra de Dios debe ser probada
por las enseñanzas de ‘la falsamente llamada ciencia’ ” (p. 513).
6. “Una de las seducciones magistrales de Satanás consiste en mantener a los
espíritus de los hombres investigando y haciendo conjeturas sobre las cosas
que Dios no ha dado a conocer y que no quiere que entendamos” (p. 513).
7. “Otro error peligroso es el de la doctrina que niega la divinidad de Cristo, y
asevera que él no existió antes de su venida a este mundo” (p. 515).
8. “Otro error sutil y perjudicial que se está difundiendo rápidamente, consiste
en creer que Satanás no es un ser personal” (p. 515).
9. “Nada desea él tanto como destruir la confianza en Dios y en su Palabra” (p.
516).
Guarda hoy esta gran verdad en tu corazón: “Satanás sabe muy bien que el
alma más débil pero que permanece en Jesús puede más que todas las huestes
de las tinieblas” (p. 520).
82
El proceso de la tentación
“Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, 18
porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie; marzo
sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído
y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz
el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”
(Santiago 1:13-15).
83
Milagros mentirosos
19 “Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas,
marzo y harán grandes señales y prodigios, de tal manera
que engañarán, si es posible, aun a los escogidos”
(Mateo 24:24).
M uy extraña, aunque precisa, había sido la orden del Señor con respecto
al sacrificio: “Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a
tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto” (Gén. 22:2). Jamás Dios había
pedido sacrificios humanos, pero aquí, ¡el cordero del holocausto era Isaac!
¿Cómo le anunciaría que la víctima era él mismo? El chico era fuerte y podía
oponerse a la atribulada autoridad del padre. Cada paso que daban les alejaba
de Beerseba, adonde volvería solo con los criados. Los pasos cansinos del
patriarca vacilaban, las manos le temblaban y su espíritu se agitaba mientras
caminaban, e iba orando, tal vez con sollozos y gritos por dentro.
En medio de aquella angustia, su confianza en Dios nunca le abandonó.
Una fe poderosa le hacía creer que, después de muerto, Dios podía resucitar
a Isaac y devolvérselo. La visión profética del sacrificio de Jesús en una cruz
también le animó; él, un pobre mortal, iba a emular el don precioso, infinito,
del Hijo de Dios para redimir a la humanidad.
Cuando llegaron cerca del lugar del sacrificio e Isaac preguntó a su padre dón-
de estaba el cordero para el holocausto, la respuesta de Abraham fue mesiánica,
porque reveló el plan de Dios para la salvación del hombre: “Dios proveerá el
cordero para el holocausto, hijo mío”. Y así fue. Cuando el joven sumiso ya estaba
en el altar y Abraham había levantado la temblorosa mano con el cuchillo, una
voz le detuvo y un carnero enredado en un zarzal fue la confirmación del cielo a
la palabra del patriarca. Por eso Abraham llamó aquel lugar “Jehová proveerá”.
Aquellas palabras de Moriah volvieron a ser confirmadas cuando Jesús
dijo: “Abraham se gozó de que había de ver mi día” (Juan 8:56). También
cuando Juan Bautista presentó a Jesús: “Este es el cordero de Dios” (Juan 1:
29). Finalmente, en el Gólgota, cerca del monte Moriah, cuando el Salvador
murió en la cruz, un cordero a punto de ser ofrecido por el sacerdote en el tem-
plo huyó de sus manos librándose de la muerte gracias al Cordero provisto por
Dios para morir en lugar del hombre.
Nunca olvides que Dios ha provisto lo necesario para que tú también seas
salvo. No es imposible. Lo más difícil lo ha hecho él. Acepta hoy al Cordero
de Dios.
87
Puerta del cielo
23 “Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra,
marzo y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían
y descendían por ella. […] Entonces tuvo miedo y exclamó:
‘¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios
y puerta del cielo’ ”
(Génesis 28:12, 17).
88
Entre la inseguridad y la esperanza
“Los mensajeros regresaron a Jacob, y le dijeron: 24
‘Fuimos a ver a tu hermano Esaú; él también viene a recibirte, marzo
y cuatrocientos hombres vienen con él’.
Jacob tuvo entonces gran temor y se angustió”
(Génesis 32:6, 7).
J acob había tenido veinte años para reconocer que las promesas de Dios no
habían sido palabras vacías. Cuando salió de Canaán no llevaba en su mano
más que un bastón; hoy, al volver a la orilla de ese mismo Jordán, estaba ro-
deado de una familia numerosa y de abundante ganado. Jacob había empren-
dido aquel largo viaje por orden de Dios, pero cuando se encontraba a pocas
jornadas del final del viaje, un recuerdo renació vivamente en su conciencia: el
engaño que había privado a su hermano del derecho a la primogenitura. Jacob
se sintió entonces sumido en un angustioso conflicto interno en el que las pro-
mesas de Dios y el temor a la venganza de Esaú, la inseguridad y la esperanza,
estaban frente a frente. Entonces, tomó cuatro iniciativas con objeto de prepa-
rar el encuentro con su violento hermano; en esto, manifestó todavía la astucia
que le había caracterizado hasta ese momento.
En primer lugar, envió a su hermano un mensaje lleno de sumisión (Gén.
32:3-5), pero los mensajeros volvieron con la noticia de que Esaú venía a su
encuentro con cuatrocientos hombres, lo que le produjo mucho temor y angustia.
¿Terminaría aquel viaje en una brutal masacre por su culpa? Entonces, tomó la
segunda iniciativa: dividió el ganado y sus siervos en dos cuadrillas (32:6-8).
Si su hermano atacaba a una de ellas, la otra podría tener tiempo para huir y
salvarse. Pero estas medidas dictadas por su prudencia serían inútiles si Dios no
intervenía, por esta razón tomó una tercera iniciativa: recurrió a la oración (32:9-
12), la oración convencional, tratando de implicar a Dios en su difícil situación.
A la mañana siguiente, Jacob tomó una cuarta iniciativa: envió a su herma-
no un rico presente de lo mejor de sus ganados, tres manadas separadas una
de otra (32:13-21). Y es curioso, porque en su reflexión personal, atormentado
por su pecado, usó la frase “apaciguaré su ira” (vers. 20), expresión técnica
de los sacrificios para designar la expiación. ¿Podía aquel presente expiar su
pecado? ¿Era Esaú quien podía devolverle la paz del perdón? No, Jacob sabía
que solamente Dios podía expiar su pecado por medio de la confesión y el
arrepentimiento sinceros, por ello volvió a orar a su Dios.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando los malos recuerdos emergen a
la conciencia y vuelven a influir en las decisiones presentes. Nada te apartará
de él.
89
Cara a cara con Dios
25 “Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo:
marzo ‘Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma’ ”
(Génesis 32:30).
90
El llanto de José
“Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. 26
Ahora, pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, marzo
porque para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros”
(Génesis 45:4, 5).
91
La amistad con Dios
27 “Vuelve ahora en amistad con Dios y tendrás paz;
marzo y la prosperidad vendrá a ti. […] Si te vuelves al Omnipotente,
serás edificado y alejarás de tu morada la aflicción”
(Job 22:21, 23).
E lifaz, uno de los amigos del patriarca Job que fueron a consolarle, hizo aquí
una declaración ambivalente acerca de la amistad con Dios. Sus palabras son
verdad para aquellos que, habiendo roto su relación con Dios y perdido su amistad,
vuelven a él y reanudan los vínculos que tuvieron con el Omnipotente. Pero Job
nunca rompió la relación con su Padre celestial, nunca perdió la confianza en él,
tampoco dejó de ser amigo de Dios, aunque las desventuras pareciesen indicar
que estaba abandonado de su mano. En medio de la prueba, el patriarca sabía que
podía seguir contando con Dios y le fue siempre fiel hasta su restitución. Por eso
las palabras de Elifaz no le incumbían, pero tal vez sí a nosotros.
¿Tienes algún amigo íntimo? ¿Has experimentado los vínculos de la verda-
dera amistad? Hay amigos más unidos que un hermano, el amigo de verdad es
como un hermano en tiempo de angustia. La amistad auténtica es una relación
voluntaria, profunda, desinteresada, responsable, que, como el matrimonio au-
téntico, tampoco se rompe nunca.
Benito es un amigo de la infancia que, después de más de sesenta años y aun-
que nuestras vidas han discurrido por caminos diferentes, seguimos unidos in-
cluso en la fe, nos relacionamos epistolarmente, nos ayudamos económicamen-
te, nos interesamos y cooperamos en nuestras ocupaciones, nos preocupamos de
nuestra salud y, cuando hemos vivido momentos difíciles, nos hemos aconsejado
con sinceridad y ofrecido cobijo en nuestros hogares. Así son los “amigos del
alma” (Deut. 13:6) o amigos íntimos.
Así es la amistad con Dios. Es un vínculo especial de intimidad que nos conce-
de a los que nos hemos reconciliado con él. Abraham fue “el amigo de Dios para
siempre” (2 Crón. 20:7). Jesús repitió dos veces a sus discípulos: “Vosotros sois
mis amigos” (Juan 15:14). Lázaro, Marta y María eran sus amigos íntimos; Pedro,
Santiago y Juan fueron sus discípulos especiales; incluso a Judas le llamó amigo.
Como amigos del Salvador, él nos defiende y protege del diablo, nos rodea con
sus brazos cariñosamente, se interesa por nuestros problemas y aflicciones, nos
acompaña en las experiencias buenas y malas de la vida, nos aconseja, nos repren-
de con amor, llora con y por nosotros, da su vida por nosotros (Juan 15:13). No lo
olvidemos, Dios es “nuestro mejor amigo” (El camino a Cristo, p. 103).
Abre tu corazón a Jesús hoy como a un amigo. La experiencia será inolvi-
dable.
92
El gran Yo Soy
“Respondió Dios a Moisés: ‘Yo soy el que soy’. Y añadió: 28
‘Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros’ ” marzo
(Éxodo 3:14).
93
Ni un perro moverá su lengua
29 “Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre
marzo hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis
que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas”
(Éxodo 11:7).
E sta expresión alude al hecho de que los perros cuando gruñen dan a su
lengua forma de punta. Los perros ladran al menor ruido que escuchan en
su territorio. Como animales de guarda, muchas veces anuncian con sus ladri-
dos los peligros, los intrusos o los ruidos que oyen. Durante las diez plagas de
Egipto Israel no iba a sufrir el más leve daño. En las casas de los israelitas la
tranquilidad, el silencio más profundo y la paz mostrarían la protección divina,
en oposición a los gritos y lamentos que se producirán en las de los egipcios.
Como asegura la promesa: “Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra, mas a
ti no llegarán” (Salmo 91:7).
Israel fue librado en la tierra de Gosén, mientras que los egipcios sufrieron
los desastres de las plagas. Mientras los hijos de Dios se mantengan bajo su
dependencia (a la sombra del Todopoderoso), tendrán la protección del cielo;
y si el sufrimiento toca nuestras vidas, nuestros padecimientos se convertirán
en mensajeros celestiales que nos transmitirán el alentador consuelo de la con-
fianza en Dios. Esto marca la diferencia. Cristo anunció a sus discípulos tribu-
laciones (Juan 16:33), pero lejos de alcanzar al hombre interior y hacerle daño,
conducirán a una victoria más completa a aquel fiel que sepa humildemente
quedar escondido en el retiro que el Salvador le ha abierto.
No siempre los hijos de Dios son librados de las calamidades que afectan a
la sociedad en general; sin embargo, cuando es necesario que el mundo reciba
un testimonio sobre dónde está la verdad, cuando el Señor quiere señalar la di-
ferencia entre los que confían en él y los que no, como ocurrió en las plagas de
Egipto, cuando el propio pueblo de Dios necesita confirmar de nuevo su segu-
ridad en el Señor, él hace el milagro. La historia de los hijos de Dios está llena
de experiencias en las que fue evidente la diferencia y el Señor salvó a los su-
yos protegiéndolos de una catástrofe general. Y esta protección y salvación del
mal será la suerte de los redimidos en las escenas finales, cuando el uno será
tomado y el otro dejado, cuando Dios librará, sin excepción, a los redimidos.
Vive hoy con la certeza de que Dios te librará de cualquier dificultad por la
que estés pasando. ¿O acaso tienes una mejor opción?
94
Duro de corazón
“Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios delante del faraón, 30
pues Jehová había endurecido el corazón del faraón, marzo
y este no dejó salir a los hijos de Israel fuera de su país”
(Éxodo 11:10).
A unque los israelitas habían salido de Egipto “con mano poderosa”, el faraón
deploró haberlos dejado marchar. Había perdido la única mano de obra de que
disponía. Así que preparó a su vigoroso ejército, acompañado de sacerdotes y perso-
najes ilustres de su reino, y salió en busca de los esclavos. El faraón quería intimidar
a los hebreos mediante el despliegue de gran poderío. Los israelitas, por su parte,
una ingente masa de hombres, mujeres y niños, ganados y enseres, se creían victo-
riosos y estaban muy confiados. Dios tenía que llevarlos de nuevo a una desafiante
prueba de fe que los iba a marcar de manera definitiva.
En vez de seguir la ruta directa a Canaán que pasaba por el país de los filisteos,
personas muy belicosas, el Señor los dirigió hacia los lagos de las riberas del mar
Rojo. La nube que los guiaba los desvió hacia un desfiladero para que acampasen
junto al mar, pero la situación no podía ser más desesperada: a los lados tenían las
escabrosas laderas de la montaña; delante, el mar cuyas aguas parecían una barrera
infranqueable; detrás, la vanguardia del ejército egipcio.
¿Qué podían hacer? Allí se manifestaron cuatro actitudes diferentes:
1. El pueblo, espantado, empezó a protestar y acusar a Moisés; cayó en un
profundo estado de pesimismo e incredulidad, añorando la esclavitud en
Egipto.
2. Moisés entendía que había que presentar batalla a los egipcios, clamó a
Dios, trató de calmar al pueblo y afirmó su seguridad en Dios: “No temáis,
estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy […]. Jehová peleará
por vosotros” (Éxo. 14:13, 14).
3. Los egipcios, que alcanzaron a los israelitas junto al mar, seguros de que
podían capturarlos, les siguieron ciegamente cuando estos penetraron en el
mar abierto.
4. Dios consideraba que necesitaban ejercer una fe activa, por eso indicó
a Moisés que debían marchar; pero ¿hacia dónde? ¿Hacia atrás? ¡No!
Era la esclavitud. ¿Hacia la montaña? ¡Imposible! ¿Hacia el mar? ¡Sí!
Marchar significaba avanzar, obedecer, enfilar hacia el milagro, hacia una
intervención muy poderosa de Dios. Y así lo hicieron, con una fe audaz,
decidida, porque la fe nunca retrocede, ni escapa. Y la vara de Moisés separó
las aguas y pasaron el mar en seco.
Dios tiene poder para ofrecer soluciones donde no hay ninguna salida. No lo
olvides. Para él no existen imposibles. Búscalo hoy.
96
En Caleb hubo otro espíritu
“Pero a mi siervo Caleb, por cuanto lo ha animado 1o
otro espíritu y decidió ir detrás de mí, yo lo haré entrar abril
en la tierra donde estuvo, y su descendencia la tendrá en posesión
(Números 14:24).
97
Me harán un santuario
2 y habitaré entre ellos
abril
“Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos”
(Éxodo 25:8).
E s propio del ser humano acariciar ilusiones, albergar esperanzas, realizar o ini-
ciar proyectos. Pero no siempre nuestras ilusiones se materializan ni nuestras
expectativas llegan a ser realidades. También es característico de la experiencia hu-
mana el no ver siempre alcanzadas las metas propuestas; no poder gustar, gozar o
vivir aquello por lo que hemos luchado, orado y trabajado. Y así, la vida nos depara
a veces decepciones, frustraciones, desencantos que tornan nuestra existencia apa-
rentemente estéril, como si hubiera sido un sueño fatal (un matrimonio fracasado,
un empleo perdido, unos estudios truncados, un puesto profesional concedido a
otro, no ser reelegidos para una responsabilidad directiva en el servicio a la iglesia).
Y para los creyentes que entretejemos a Dios mediante la fe en la trama y urdimbre
de nuestros proyectos y anhelos, una tal experiencia es aún más traumática porque
puede acarrearnos una cierta pérdida de la confianza y seguridad en ese Dios provi-
dente al que hemos vinculado en las realizaciones de nuestra vida.
En la vida de Moisés encontramos un ejemplo de esta perpleja situación. Des-
pués de cuarenta años de prodigios y maravillas, habiendo sido no solo testigo sino
protagonista muy comprometido en aquel largo camino por el desierto, cuando ya
se encontraba a orillas del Jordán, cuando iba a finalizar su carrera con el pueblo
de Israel, el Señor le dijo: “No pasarás este Jordán”. Aquel Jordán de sus anhelos
se convirtió para Moisés en el símbolo de sus esperanzas rotas, de un doloroso y
trágico fracaso. Oró al Señor, con fervor, con lágrimas, con abatimiento: “Pase yo,
te ruego, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen
monte y el Líbano” (Deut. 3:25), pero la voz de Dios cortó su plegaria y le dijo
expeditivo: “¡Basta!, no me hables más de este asunto” (3:26).
Todos hemos tenido alguna vez un Jordán que Dios no nos ha permitido pasar.
Por la fe visualizamos más allá de las realidades temporales que esperábamos en
este mundo y vemos nuestro porvenir eterno. Por la fe penetramos el insondable
misterio de los planes de Dios, en cuyas manos tenemos encomendadas nuestras
vidas. Entonces, la decepción y la frustración desaparecen. La experiencia del cre-
yente la resume el profeta con las animadoras palabras: “El justo por su fe vivirá”
(Hab. 2:4).
No te desanimes si las cosas no salen como esperas. Sigue a Jesús. Vas por el
camino correcto.
99
Un mejor futuro
4 “Mientras oraba, la apariencia de su rostro cambió
abril y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y dos varones
hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías.
Estos aparecieron rodeados de gloria; y hablaban de su partida,
que Jesús iba a cumplir en Jerusalén”
(Lucas 9:29-31).
C uando analizamos las causas por las que el Señor no permitió a Moisés
pasar el Jordán nos quedamos sorprendidos de la contundencia con que
él responde a los ruegos del líder hebreo. Siete veces repite la misma palabra:
“No pasarás este Jordán”. Más bien, correría la misma suerte que la generación
que salió de Egipto. ¿Por qué? El pueblo había llegado a Cades y no había
agua. Los israelitas reprocharon a su dirigente el haberles sacado de Egipto
para morir de sed en el desierto (Núm. 20:4, 5). Dios ordenó a Moisés que,
delante de la congregación, hablase a la peña, y esta les daría agua. Sin embar-
go, él habló al pueblo airadamente y golpeó la peña con su vara dos veces y
brotó el agua (vers. 10, 11). Esto no agradó al Señor, que reprendió a Moisés y
a Aarón (vers. 12; 27:14).
Los pecados de Moisés habían sido mostrar incredulidad y no haber santifi-
cado a Dios delante del pueblo, además de exhibir su abierta rebeldía. Son muy
graves, es cierto, porque se trata de pecados de liderazgo. Pero ¿cómo se podía
acusar a Moisés de rebeldía o menosprecio del nombre de Dios? Un hombre
que hablaba con Dios cara a cara, que había realizado prodigios y señales en
su nombre y del que se dice “nunca más se levantó un profeta en Israel como
Moisés” (Deut. 34:10). Una sola falta y perdió la esperanza de entrar en la
tierra de Canaán. ¿Era esto justo?
A decir verdad, el Señor sí escuchó el ruego reiterado de Moisés, porque
sí pasó aquel Jordán. Pero no sucedió como el viejo líder quería, sino como el
Señor tenía previsto. Moisés murió allí, pero no permaneció mucho tiempo en
aquella tumba como el testimonio de una misión sin concluir, de un fracaso o
decepción. Dios lo resucitó con un cuerpo incorruptible. Estuvo presente en el
corazón mismo de la tierra de Canaán al lado de Jesús el Hijo de Dios, aquel
Ángel de Jehová que le había acompañado en el éxodo por el desierto. Esta
fue la respuesta que el Padre celestial dio a las plegarias de Moisés que quería
pasar el Jordán.
También tú puedes en este tiempo tener respuesta a tu pequeño Jordán in-
franqueable. Como Moisés, acepta la voluntad de Dios aunque no la entiendas.
Él sabe lo que es mejor para ti.
100
Josué, ¡pasa tú este Jordán!
“Mi siervo Moisés ha muerto. Ahora, pues, levántate 5
y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, hacia la tierra abril
que yo les doy a los hijos de Israel”
(Josué 1:2).
103
Cuando no había rey en Israel
8 “En aquellos días no había rey en Israel
abril y cada cual hacía lo que bien le parecía”
(Jueces 17:6).
M uchas de las enseñanzas de los relatos bélicos del libro de los Jueces
tienen una aplicación espiritual en el trabajo misionero de la iglesia en
medio de un mundo hostil, fuertemente armado y pertrechado como aquellos
pueblos cananeos que seguían dominando en sus ciudades-estado de las llanu-
ras palestinas. Como entonces, el pueblo de Dios se encuentra a menudo opri-
mido por agentes de Satanás que le mantienen paralizado, en medio de gentes
que deberían estar recibiendo la influencia de nuestra fe y esperanza. Esto es
una realidad dolorosa particularmente en los países desarrollados del mundo
occidental. En estos territorios, los “carros herrados cananeos”, es decir, las
poderosas armas de los enemigos del pueblo de Dios, son la incredulidad, el
materialismo, la indiferencia, la frivolidad y la inmoralidad, todas ellas per-
tenecientes al vigoroso arsenal de la secularización. Hoy es un tiempo en el
que la confrontación entre el bien y el mal es un imperativo ineludible para la
iglesia.
Pero también hoy, en medio de la crisis general de valores de estos tiempos,
Dios ha suscitado una nueva “Débora” que, con sus mensajes proféticos, está
levantando el ánimo del amedrentado pueblo de Dios. También hoy hay heroi-
cos soldados, sabios estrategas como Barac, que han movilizado sus valientes
para conducirlos a victorias insospechadas en las que la providencia divina
desbaratará y anulará las fuerzas del enemigo. Como entonces, la sierva del
Señor dijo: “¡Levántate, porque este es el día!”
Levantarse significa, en primer lugar, dejar la postración religiosa, pasar a la
acción, resplandecer: “Levántate, resplandece […]. Porque he aquí que tinieblas
cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre
ti será vista su gloria” (Isa. 60:1-3). Levantarse significa adiestrar nuestros ejércitos
para la batalla, porque sin armas y sin organización no venceremos. El canto épico
de Débora dice que los israelitas habían dejado de blandir la espada, tensar el arco
y arrojar la lanza (Juec. 5:8). Levantarse significa comenzar la lucha espiritual, una
lucha incruenta, de amor y testimonio, una lucha de fe: “No hay nada que el mundo
necesite tanto como la manifestación del amor del Salvador por medio de los seres
humanos. Todo el cielo está esperando a los hombres y a las mujeres por medio de
los cuales pueda Dios revelar el poder del cristianismo” (Los hechos de los apósto-
les, p. 479). Esos hombres y mujeres somos nosotros.
¡Obedece al Señor y levántate! Hoy verás la mano de Dios en tu vida.
105
Los cielos pelearon contra Sísara
10 “Desde los cielos pelearon las estrellas, desde sus órbitas pelearon
abril contra Sísara. Los barrió el torrente Cisón, el antiguo torrente,
el torrente Cisón. ¡Marcha, alma mía, con poder!”
(Jueces 5:20, 21).
107
Gedeón y sus trescientos
12 “Entonces Jehová dijo a Gedeón: ‘Con estos trescientos hombres
abril que lamieron el agua os salvaré y entregaré a los madianitas
en tus manos; váyase toda la demás gente cada uno a su lugar’ ”
(Jueces 7:7).
108
Hasta aquí nos ayudó Jehová
“Tomó luego Samuel una piedra, la colocó entre Mizpa y Sen, 13
y le puso por nombre Eben-ezer, porque dijo: abril
‘Hasta aquí nos ayudó Jehová’ ”
(1 Samuel 7:12).
L a opresión filistea sobre los israelitas fue su azote durante muchos años.
Lucharon contra ellos Samgar, Sansón, Saúl y David, quien los venció
definitivamente. En este episodio aparece Samuel, pero no para dirigir a Israel
en una batalla, más bien, su lucha contra los filisteos es espiritual y empieza
predicando por las ciudades de Israel: “Si de todo vuestro corazón os volvéis
a Jehová, quitad los dioses ajenos y a Astaroth de entre vosotros, y preparad
vuestro corazón a Jehová y solo a él servid y os librará de la mano de los Fi-
listeos” (7:3). Después, reunió una gran asamblea en Mizpa, celebró un ayuno
solemne donde el pueblo confesó sus pecados. Entonces, Samuel ofreció sacri-
ficios y, en ese momento, llegó la noticia a la asamblea de que los filisteos ve-
nían contra ellos. Los israelitas se llenaron de temor. Aquella reunión no era un
consejo de guerra, no había soldados, no llevaban armas, ¿cómo iba a terminar
aquel encuentro espiritual? Dios intervino y una tempestad terrible cayó sobre
los filisteos destruyendo su ejército “en el mismo campo donde, veinte años
antes, las huestes filisteas, habían derrotado a Israel, matado a los sacerdotes y
tomado el arca de Dios” (Patriarcas y profetas, p. 579).
Para que tan prodigioso acontecimiento no fuera olvidado por los israelitas,
Samuel hizo erigir una enorme piedra como monumento recordativo y la llamó
Eben-ezer, que quiere decir ‘piedra de ayuda’, declarando delante del pueblo:
“Hasta aquí nos ayudó Jehová”. Así fue como los israelitas se vieron libres de
las razias filisteas durante toda la administración de Samuel.
El recuerdo de Eben-ezer tampoco puede ser olvidado por la iglesia. Ya sé
que hay cientos de instituciones religiosas en el mundo que han tomado este
título para identificarse, que hay personas e incluso iglesias que lo utilizan con
regularidad. No, el recuerdo al que me refiero es doble, primero que “es hoy
muy necesario que la verdadera religión del corazón reviva como sucedió en
el antiguo Israel. El arrepentimiento es el primer paso que debe dar todo aquel
que quiera volver a Dios. […] Individualmente debemos humillar nuestras al-
mas ante Dios, y apartar nuestros ídolos” (ibíd., p. 578). En segundo lugar, que
Dios nos ha estado guiando hasta aquí y nos ha acompañado en toda circuns-
tancia, incluso aun en las aparentes derrotas.
¿Acaso no es un buen momento para que reconozcas que hasta aquí te ha
ayudado Dios? Valora tus circunstancias y verás lo bueno que ha sido contigo.
109
Una historia de amor, providencia y fe
14 “Luego Isaac la trajo a la tienda de su madre,
abril Sara, y tomó a Rebeca por mujer y la amó.
Así se consoló Isaac de la muerte de su madre”
(Génesis 24:67).
A braham era ya muy viejo cuando hizo jurar a su mayordomo, Eliezer, que
no tomaría esposa para Isaac de entre las mujeres cananeas, sino entre las
de su propia estirpe. Fue así como Eliezer partió a buscar una esposa para el
hijo de su amo. El siervo fue al pozo por la tarde, cuando las mujeres salen para
llevar agua a sus casas y oró a Dios: “Jehová, Dios de mi señor Abraham, haz,
te ruego, que hoy tenga yo un buen encuentro, y ten misericordia de mi señor
Abraham” (Gén. 24:12). Entonces, apareció Rebeca, una joven de “aspecto
muy hermoso” quien respondió a la prueba: solícita, dio de beber al mayor-
domo y también a sus camellos. Dios condujo al anciano hacia la hija de un
sobrino de Abraham, respondiendo oportunamente sus oraciones.
Elena de White dice: “Si alguna vez se debe buscar en oración la dirección
divina, es antes de dar un paso que ha de vincular a dos personas para toda la
vida” (Patriarcas y profetas, p. 154). Eliezer explicó a los parientes de la joven el
motivo de su viaje. Todos reconocieron que Dios había intervenido. Se ofrecie-
ron presentes, y el mayordomo y la familia de Rebeca prepararon los esponsales.
¿Y ella? ¿Acaso no tenía nada que decir? Sus familiares le preguntaron: “¿Irás
tú con este varón?” Rebeca respondió afirmativamente. Su respuesta positiva
reveló que también ella era una joven de fe: aceptó separarse de los suyos, mar-
char lejos para encontrarse con su futuro esposo e iniciar con él la maravillosa
aventura del matrimonio bajo la dirección de Dios.
Por fin llegaron a Palestina. Rebeca hizo aquel largo viaje en silencio,
orando, confiada en Dios. El relato nos cuenta que cuando ya estaban cerca
del lugar, Isaac, quien había salido a dar un paseo por el campo, apareció en
escena. Por fin, Rebeca e Isaac se encontraron frente a frente. La paciencia, la
fe en Dios y la confianza en sus padres había dado fruto: justos formarían una
de las parejas más sólidas de la Biblia. Ahora había llegado el momento de
entregarse el uno al otro: “Luego Isaac la trajo a la tienda de su madre Sara,
y tomó a Rebeca por mujer y la amó. Así se consoló Isaac de la muerte de su
madre” (Gén. 24:66).
Dios conoce cuáles son tus necesidades. Quédate hoy con esta promesa:
“Deléitate asimismo en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón”
(Sal. 37:4).
110
Abraham, Sara y Agar
“Dijo Sarai a Abram: ‘Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; 15
te ruego, pues, que te llegues a mi sierva, abril
y quizá tendré hijos de ella’. Atendió Abram el ruego de Sarai”
(Génesis 16:2, 3).
111
Yo y mi casa serviremos a Jehová
16 “Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis;
abril si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando
estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos
en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová”
(Josué 24:15).
S iempre han sido muy importantes las palabras de despedida, los adioses
pronunciados por alguien importante. Hoy quiero meditar en las últimas
palabras de Josué dirigidas al pueblo de Israel, cuando la conquista estaba ter-
minada, repartido el territorio e iniciada la vida regular en la tierra prometida,
todavía poblada por pueblos cananeos. Los términos finales de sus palabras,
recogidas en nuestro texto, son un eco lejano de las del propio Moisés antes de
morir: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que
os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge,
pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30:19). Ambos insis-
ten en el imperativo de la elección entre la fidelidad o la rebeldía, la obediencia
o la desobediencia, la bendición o la maldición.
Josué añade algo que me parece significativo: el acuerdo y compromiso asu-
mido por toda su familia. Aunque la fidelidad al Señor y la salvación son cues-
tiones que incumben al individuo personalmente, nunca la Palabra de Dios ha
inhibido, en el proceso de la conversión, a la familia como una unidad solidaria,
representativa y garante de sus miembros. En el episodio de la conversión del
carcelero de Filipos, Pablo y Silas dieron el mensaje del Señor a este y a todos
los de su casa, él y todos los suyos fueron bautizados por haber creído en Dios
(Hech. 16:32-34). Nadie fue forzado a aceptar, todos fueron primeramente adoc-
trinados, pero nadie fue objeto de exclusión, ni siquiera los esclavos.
Josué se declaró guardián de su familia en el compromiso de escoger la
fidelidad a Dios. Sabía que esto implicaba educación, instrucción, prevención,
amor y autoridad; pero no renunció a ello, lo asumió y proclamó firmemente la
adhesión solidaria de su casa a Dios. Los Diez Mandamientos se promulgaron
en un contexto social que integraba y responsabilizaba a toda la familia: “Yo
soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre
los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago
misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos”;
además, la observancia del sábado involucra a todos miembros del hogar (Éxo.
20:5, 6, 10).
Resuelve hoy servir a Dios con toda tu familia. Que nada te aparte de este
objetivo.
112
Cómo hemos de educar a nuestros hijos
“Cuando tus palabras se cumplan, ¿cuál debe ser 17
la manera de vivir del niño y qué debemos hacer con él?” abril
(Jueces 13:12).
M anoa y su esposa habían clamado repetidas veces a Dios que los liberase
de la opresión filistea y Dios les respondió haciéndolos responsables de
criar y educar al futuro juez de Israel. La preocupación de aquellos padres por
seguir fielmente la orden del Señor es evidente en el relato. Manoa, deseoso de
escuchar personalmente al mensajero divino, oró para que el ángel volviera y
repitiese la instrucción, luego, le hizo esta pregunta: “¿Cuál debe ser la manera
de vivir del niño y qué debemos hacer con él?” Hoy, como en tiempos de Ma-
noa, nuestros hijos deben ser criados bajo el control del cielo porque los hijos
son una herencia de Dios (Sal. 127:3).
La respuesta del ángel del Señor fue que madre e hijo debían abstenerse de
bebidas alcohólicas y alimentos inmundos porque el niño debía ser consagrado
como nazareo desde antes del nacimiento (Juec. 13:7, 14). El nazareato era
un voto de consagración a Dios, temporal o vitalicio, para el cumplimiento de
una misión. El nazareo no se debía cortar el cabello, no podía acercarse a un
cadáver; era como un sacerdote laico. Es evidente que Sansón, siendo adulto,
no respetó siempre los votos del nazareato.
La Biblia es todo un programa educativo; en ella Dios nos da instrucciones,
consejos, órdenes, nos muestra ejemplos acerca de la crianza de los hijos. El
hogar y la escuela son el alma mater, el alma que alimenta, el troquel que da
forma a la personalidad y el carácter. El Shemá que los judíos debían recitar
tres veces al día mirando hacia Jerusalén, dice literalmente: “Oye, Israel: Jeho-
vá, nuestro Dios, Jehová uno es. Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón,
de toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy,
estarán sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas
estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes”
(Deut. 6:4-7).
Una razón del excelente vínculo familiar que todavía hoy conservan las
familias judías se debe al Shemá. El profeta Malaquías anunció una reforma
especial dentro de la familia adventista, antes de que llegue el día de Jehová
grande y terrible (4:5, 6) y Elena de White dedicó 2.500 páginas de sus escritos
a la familia cristiana y a la educación de los niños.
Pregunta hoy al Señor cómo puedes ayudar a otros a acercarse a él. Tu
servicio es muy importante.
113
No remuevas los linderos antiguos
18 que pusieron tus padres
abril
“Descendió Sansón a Timnat y vio allí a una mujer de las hijas
de los filisteos. Regresó entonces y lo contó a su padre y a su madre,
diciendo: ‘He visto en Timnat una mujer de las hijas de los filisteos;
os ruego que me la toméis por mujer’. Su padre y su madre
le dijeron: ‘¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos,
ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer
de los filisteos incircuncisos?’ Sansón respondió a su padre: ‘Tómame
esta por mujer, porque ella me agrada’ ”
(Jueces 14:1-3).
115
¿El joven Absalón tiene paz?
20 “El rey preguntó entonces al etíope: ‘¿El joven Absalón está bien?’ El
abril etíope respondió: ‘Que a los enemigos de mi señor
les vaya como a aquel joven, y a todos los que se levanten contra ti
para mal’. Entonces el rey se turbó, subió a la sala que estaba encima
de la puerta y lloró. Mientras iba subiendo, decía: ‘¡Hijo mío
Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera
haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!’ ”
(2 Samuel 18:32, 33).
P ocas veces recordamos a David como padre. Qué gran amor e inquietud
sintió por la seguridad de Absalón, aquel hijo rebelde que provocó una
guerra civil. El levantamiento en armas de Absalón contra su padre es uno
de los cuadros más dramáticos de la historia de David. ¡El más valiente de
los guerreros de Israel tuvo que huir llorando perseguido por un hijo rebelde!
Antes de la batalla, David ordenó a sus generales: “Tratad benignamente,
por amor de mí, al joven Absalón” (2 Sam. 18:5). Pero no fue así. Absalón
murió en la batalla a manos de Joab, general en jefe de David. Y es que siem-
pre habrá un Joab, frío, calculador, insensible, justiciero y despiadado que
no va a tener en cuenta el dolor que nos causan los problemas de nuestros
hijos. Cuando los emisarios llegaron para dar la noticia a David, al rey solo
le importaba la vida de su hijo, y cuando supo que había muerto, nada pudo
consolarle, de tal modo que “se convirtió aquel día la victoria en luto para
todo el pueblo” (2 Sam. 19:2).
¿Tienen paz nuestros hijos? ¿Tienen paz nuestros jóvenes? La verdad es
que la juventud adventista es el flanco más vulnerable a los ataques de Satanás
contra el pueblo de Dios. En las Lamentaciones de Jeremías, la pérdida de los
jóvenes del pueblo es un signo de dolor y ruina: “Ved mi dolor: mis vírgenes y
mis jóvenes fueron llevados en cautiverio. […] mis vírgenes y mis jóvenes han
caído a espada” (Lam. 1:18; 2:21). Pero hay esperanza, el ángel del Señor que
está hablando a Zacarías, le dice a otro ángel: “Háblale a este joven” (Zac. 2:4),
implicando así a la juventud en la restauración mesiánica de Jerusalén. Jesús
ama a nuestros hijos, lo sabemos, y la promesa más alentadora que recibimos
los padres que, como David, hemos llorado alguna vez por nuestros hijos, es
la que nos ofrece Isaías en los mensajes mesiánico-escatológicos de su libro:
“El Señor mismo instruirá a todos tus hijos, y grande será su bienestar” (Isa.
54:13, NVI).
Ruega hoy al Señor por los jóvenes de tu iglesia.
116
El mayor de los milagros de Jesús
“Y el que había muerto salió, atadas las manos 21
y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. abril
Jesús les dijo: ‘Desatadlo y dejadlo ir’ ”
(Juan 11:44).
A cerca del ministerio del profeta Samuel, dice Elena de White: “Desde los
tiempos de Josué, jamás había sido administrado el gobierno con tanta sa-
biduría y éxito como durante la administración de Samuel. […] había trabajado
con infatigable y desinteresado celo por el bienestar de su pueblo y la nación
había prosperado bajo su gobierno sabio” (Patriarcas y profetas, p. 654). Pero
cuando tuvo que proveer su sucesión, se encontró con el grave problema de
que sus hijos, Joel y Abías, no eran dignos de ocupar su puesto. ¿Cuál había
sido la causa? Posiblemente había sido indulgente con ellos y, sin duda, su
dedicación incondicional a los asuntos del pueblo le había sustraído parte del
tiempo que necesitaba dedicar a la educación de sus hijos.
El éxito o el fracaso en la vida de un hombre no solo se miden por lo que
hizo, sino también por lo que pudo y debió hacer, y no hizo. Los fracasos, en
la vida familiar particularmente, son siempre graves y dolorosos. En el caso de
Samuel, el mal testimonio de sus hijos trajo para el pueblo de Israel cambios
muy importantes en su sistema de gobierno; Israel dejó de ser una teocracia
para convertirse en una monarquía autocrática como las que tenían los pueblos
vecinos.
La expresión “tus hijos no andan en tus caminos” debiera hacer eco en la
conciencia de las familias cristianas de nuestro tiempo. Se ha constatado que
existe un aumento alarmante en el número de jóvenes que abandonan la igle-
sia. Roger Dudley, en su libro Why Teenagers reject religion?, afirma: “Entre
los adolescentes, el rechazo de la religión está en un nivel emocional y no
en un nivel intelectual” (p. 25). ¿Les ha faltado la compañía, el consejo, la
dirección de los padres? Tal vez, porque en el estilo de vida actual, los padres
apenas tienen tiempo para estar con sus hijos, contribuyendo, sin quererlo, a
que otras influencias funestas les hagan abandonar “el camino de sus padres”.
Para terminar, Elena de White nos advierte: “Trabajad para impedir que
vuestros hijos se ahoguen en las influencias viciosas y corruptoras del mundo
como si estuvieseis trabajando por vuestra propia vida. Estamos muy atrasados
en el cumplimiento de nuestro deber en este importante asunto” (Testimonios
para la iglesia, t. 6, p. 203).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando los hijos se rebelan contra la fe
que les hemos enseñado. Oremos por su salvación y acerquémonos a ellos.
120
Una vida ejemplar
“Delante de las canas te levantarás y honrarás 25
el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová” abril
(Levítico 19:32).
M il años antes de que los pastores de Belén oyeran cantar al coro angelical
y fueran a adorar al niño Jesús en el establo de Belén, otro pastorcillo
cuidaba los rebaños de su padre en las mismas colinas de Belén.
Aquel muchacho llegó a ser el más grande de los reyes de Israel, un brillan-
te estratega militar, un músico virtuoso, un genial compositor y poeta, ancestro
de Jesús de Nazaret, un tipo del Mesías Rey, un hombre según el corazón de
Dios… Pues bien, ni sus hermanos, ni su padre, ni el propio profeta Samuel
habían visto en aquel muchacho rubio, de bello aspecto, de estatura normal,
experto con la honda, valiente con las bestias que atacaban al ganado, otra cosa
que un músico sensible y un pastorcillo responsable. Samuel se equivocó, por-
que al ver a Eliab, el primogénito de Isaí, muy parecido a Saúl en estatura, de
porte principesco y bellas facciones, pensó que él era el elegido del cielo, pero
el Señor le dijo: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo
lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira
lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. ¿Por qué escogió
Dios a David? ¿Qué vio el Señor en él? Observó su corazón.
Al respecto, Elena de White dice lo siguiente: “La sabiduría y la excelencia
del carácter y de la conducta expresan la verdadera belleza del hombre; el valor
intrínseco y la excelencia del corazón determinan que seamos aceptados por el
Señor de los ejércitos. […] Del error de Samuel podemos aprender cuán vana
es la estima que se basa en la hermosura del rostro o la nobleza de la estatura.
Podemos ver cuán incapaz es la sabiduría del hombre para comprender los
secretos del corazón o los consejos de Dios, sin una iluminación especial del
cielo” (Patriarcas y profetas, p. 626).
Aunque el profeta realizó en secreto la ceremonia del ungimiento y el jo-
ven pastor volvió a las colinas con los ganados de su padre, para David fue el
anuncio del destino sagrado que le esperaba, por eso decidió ser siempre fiel al
propósito de Dios. Todo eso vio la Providencia en el corazón de David.
Recuerda hoy que Dios observa tu corazón. El carácter es lo que único que
llevarás al cielo.
122
¡Dadme un hombre que pelee conmigo!
“Hoy yo he desafiado –añadió el filisteo– al campamento 27
de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo” abril
(1 Samuel 17:10).
S e dice que el filósofo griego Diógenes vivía en un tonel, solo tenía un palo, una
alforja y una escudilla e iba siempre descalzo. Se cuenta que, a plena luz del día,
lo vieron por las calles de Atenas con una lámpara encendida en la mano. Cuando
le preguntaron: “Diógenes, ¿a quién buscas?”, él respondió: “Busco un hombre”.
Goliat también buscaba un hombre que pelease con él. El guerrero filisteo iba
bien pertrechado, tenía amplia experiencia en la guerra y estaba seguro de su victo-
ria. Así que, durante cuarenta días estuvo desafiando al ejército de Israel para que
alguien luchase con él cuerpo a cuerpo. Entre los hebreos nadie estaba dispuesto a
correr un riesgo tan alto. Saúl se recluyó en su tienda sin saber qué hacer. ¿Quién
podría estar dispuesto a combatir contra el gigante? Ese hombre fue el joven David.
Aparentemente, Goliat era muy superior a David, pero el chico tenía virtudes muy
valiosas para obtener una verdadera conquista:
1. Era espiritual, porque interpretó aquella situación crítica como un desafío al
Dios del cielo.
2. No adoptó una actitud crítica frente a la cobardía de los líderes.
3. No quedó indiferente ante aquel desafío. Estaba dispuesto a pelear.
4. Había sido ungido por el profeta Samuel y estaba convencido de que tenía
una misión que cumplir.
5. Tenía convicciones religiosas profundas y sabía de quién dependía la
victoria.
6. Era un joven experimentado en afrontar peligros.
7. Conocía cuáles eran sus armas y peleó con aquella que mejor dominaba.
8. No improvisó su estrategia. Trazó un plan que, con la ayuda de Dios, podía
darle la victoria.
9. No actuó con arrogancia después de la victoria.
La iglesia y el mundo necesitan hoy hombres como David, dispuestos a pelear
con los nuevos gigantes de este tiempo que retan al pueblo de Dios. Elena de White
dice: “La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se
compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas;
hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya
conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan
de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos” (La educación, p. 54).
¿Estás listo para enfrentar a tus gigantes este día? No temas a la batalla. No estás
solo. Dios está a tu lado.
123
David con la armadura de Saúl
28 “Saúl vistió a David con sus ropas, puso sobre su cabeza un casco
abril de bronce y lo cubrió con una coraza. Ciñó David la espada
sobre sus vestidos y probó a andar, porque nunca había hecho
la prueba. Y dijo David a Saúl: ‘No puedo andar con esto,
pues nunca lo practiqué’. Entonces David se quitó aquellas cosas”
(1 Samuel 17:38, 39).
124
Cinco piedras lisas del arroyo
“Luego tomó en la mano su cayado y escogió cinco piedras lisas 29
del arroyo, las puso en el saco pastoril, en el zurrón que traía, abril
y con su honda en la mano se acercó al filisteo”
(1 Samuel 17:40).
E n el pueblo de Israel llegó a haber guerreros que usaban la honda con gran
habilidad, incluso se cuenta de algunos honderos zurdos capaces darle a
un cabello sin errar (Juec. 20:16). La Biblia dice que David escogió cuidadosa-
mente cinco piedras para enfrentarse al gigante. La selección de las piedras era
muy importante para los honderos, por eso buscaban las más duras, alisadas,
aerodinámicas y con el peso apropiado. Si se lanzaban desde una distancia
conveniente, ni muy cerca ni muy lejos, podían ser letales, según la parte del
cuerpo donde impactaran. Pero ¿qué representaban las cinco piedras que Da-
vid metió en su zurrón? Esas cinco piedras son otras tantas armas espirituales
que debemos usar en la lucha contra el mal:
1. La piedra de la fe. David dijo al filisteo: “Tú vienes contra mí con
espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová
de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has
provocado” (1 Sam. 17:45).
2. La piedra del amor al pueblo de Dios. Cuando David escuchó las
palabras de Goliat desafiando al ejército israelita, con indignación
dijo: “¿Quién es este filisteo incircunciso para que provoque a los
escuadrones del Dios viviente?” (1 Sam. 17:26).
3. La piedra del arrojo y del valor. Llevado ante el amedrentado rey
Saúl, David le aseguró sin temblarle las piernas: “Que nadie se
desanime a causa de ese; tu siervo irá y peleará contra este filisteo” (1
Sam. 17:32).
4. La piedra de la prevención y prudencia. Pero ni la fe ni el valor de
David fueron temerarios. Él se proveyó de cinco piedras, por si fallaba
con las primeras, evitó el cuerpo a cuerpo y, cuando vio que Goliat
retiraba el yelmo de su cabeza, tiró a la frente del gigante, su punto más
vulnerable. Y acertó.
5. La piedra de la destreza y la experiencia. David había vencido osos y
leones con la misma honda. Tenía muy buena puntería y acertó a clavar
la primera piedra en la frente del gigante.
Sí, son las piedras de la fe, el amor, el valor, la prudencia y la destreza. Y
cada vez que las usemos para enfrentar a los gigantes de nuestro tiempo, sere-
mos testigos de que hay un Dios en los cielos.
125
¡Tú eres ese hombre!
30 “Se encendió el furor de David violentamente contra aquel hombre,
abril y dijo a Natán: ‘¡Vive Jehová, que es digno de muerte
el que tal hizo! Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera,
por haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia’.
Entonces dijo Natán a David: ‘Tú eres ese hombre’ ”
(2 Samuel 12:5-7).
E l Salmo 19 fue una de las porciones de las Escrituras que aprendí de memo-
ria en las Clases Progresivas, cuando tenía doce años. Hoy, más de sesenta
años después, la verdad es que todavía soy capaz de recitarlo con admiración:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus
manos”. Pero había una frase en el Salmo 19 que no entendí hasta que fui pastor:
“¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocul-
tos”. ¿Cometemos errores que no conocemos? ¿Podemos ser responsables de los
pecados ocultos que se producen sin que tengamos plena conciencia de ello? ¿De
qué está hablando el salmista?
Desconocemos la fecha exacta en que fueron escritos ciertos salmos, pero el
19 bien pudo redactarse tras la visita que el profeta Natán hizo al rey para denun-
ciarle su grave pecado en el caso de Urías, cuya esposa, Betsabé, había tomado
David, ordenando después que el soldado muriera en el campo de batalla. El sabio
profeta contó al rey una parábola: un hombre rico que tenía muchas ovejas para
obsequiar y agasajar a un visitante se había apoderado de la única cordera de
un ciudadano pobre a la cual este cuidaba con mucho cariño. Al escuchar el rey
semejante injusticia y atropello, reaccionó con gran furia y condenó al agraviador
como alguien digno de muerte. Entonces, hubo un momento de silencio y el pro-
feta, señalando con su dedo al monarca, le acusó: “¡Tú eres ese hombre!”
No siempre nos damos cuenta de lo estamos haciendo. El pecado genera
una especie de obnubilación de la conciencia. Los pecados ocultos resultan de
tendencias internas incontroladas; son los pecados de costumbre, aquellos que,
siendo graves, nuestra acomodaticia conciencia los trata con enorme permisi-
vidad; pecados que justificamos cuando son nuestros porque tenemos un velo
en los ojos que nos impide reconocerlos, pero que juzgamos con extremada
dureza cuando son yerros ajenos. David comprendió al profeta y se arrepintió
amargamente de aquel pecado cuya aspereza y malignidad habían quedado
mitigadas ante sí mismo, pero no ante el juicio de Dios.
Pide a Dios que te ayude a ser consciente de tus pecados ocultos y arre-
piéntete de ellos. En Jesús encontrarás perdón. Entonces, tendrás poder para
enfrentar los desafíos que la vida te depara.
126
¿Hay algún profeta
para consultar a Dios? 1o
mayo
“Pero Josafat dijo: ‘¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová,
para que por medio de él consultemos?’ ”
(2 Crónicas 18:6).
J osafat creía en los profetas de Dios. En su alianza con Acab, rey de Israel,
para pelear contra los sirios, pidió que antes de salir a la batalla se consultara
a Dios. Ante tal petición, Acab llamó a sus cuatrocientos profetas palaciegos que
presagiaban una gran victoria. Josafat se dio cuenta de que eran profetas falsos e
insistió: “¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, para que por medio de él con-
sultemos?” La respuesta de Acab es muy significativa: “Aún hay aquí un hombre
por medio del cual podemos preguntar a Jehová; pero yo lo aborrezco, porque
nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal. Es Micaías hijo de Imla” (2
Crón. 18:7). Josafat pidió que trajeran a Micaías, y cuando este anunció la derro-
ta que sufrirían contra los sirios, donde el propio Acab sería herido de muerte, el
rey de Israel lo mandó a la cárcel.
He aquí dos actitudes respecto a los profetas del Señor. Dos actitudes con-
trapuestas, aleccionadoras, que se pueden repetir también hoy en relación al
don profético: incredulidad y fe, confianza y enemistad.
La incredulidad se manifiesta en la indiferencia hacia el profeta; es decir,
se conocen sus escritos pero no son tomados en cuenta. Se revela también en
la desconfianza: el mensaje profético no se considera fiable y se cuestiona su
autenticidad y autoridad. También es una forma de incredulidad la negligencia,
ya que se tiene respeto a sus escritos pero no se practican sus enseñanzas. La
incredulidad activa puede atacar, criticar y perseguir al profeta, al punto de
aborrecerle. Estas actitudes son fruto del orgullo que se antepone a la palabra
inspirada; pero también es fruto que dimana del engreimiento el fanatismo que
se excede en la interpretación y uso de esos escritos.
La fe y la confianza no implican una actitud ciega o absurda. La fe es el
resultado de la experiencia personal y del conocimiento progresivo: “Leer para
creer”. Por eso, la fe se debe manifestar en la búsqueda confiada, incluso en la
investigación rigurosa. La creencia en el profeta se acredita además en la ense-
ñanza, la difusión y la defensa de sus escritos. Finalmente, la fe en la obra del
profeta se testimonia con el uso o puesta en práctica de sus mensajes. Así nos
lo enseña la Biblia: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de
esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca”
(Apoc. 1:3).
Pide al Señor que hoy te ayude a confiar en sus profetas.
127
Creed a sus profetas y seréis prosperados
2 “Oídme, Judá y habitantes de Jerusalén. Creed en Jehová,
mayo vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas
y seréis prosperados”
(2 Crón. 20:20).
H oras después del sacrificio del Carmelo, la lluvia todavía no había llegado.
Elías oró seis veces a Dios y seis veces su criado volvió diciendo que no
había señales de lluvia. El profeta empezaba a inquietarse. Quien había denun-
ciado duramente la apostasía del pueblo, estaba ahora suplicando por agua, la
renovación en Israel de las bendiciones temporales de la vida. La séptima vez,
los nubarrones de la tormenta llegaron y ¡de qué manera! De inmediato, el
siervo de Dios advirtió al rey que descendiese a Jezreel, pero era ya de noche,
la oscuridad y la lluvia torrencial no dejaban ver el camino, así que Elías avan-
zó delante del carro de aquel rey impío señalándole la ruta como un humilde
criado.
Cuando la reina Jezabel se enteró de lo sucedido en el Carmelo, la muerte
de los cuatrocientos profetas de Baal la llenó de ira y amenazó de muerte a
Elías (1 Rey. 19:2). Esa misma noche, un mensajero despertó al profeta y le
transmitió las palabras de Jezabel y, de manera incomprensible, el poderoso
paladín de la verdad del cielo se llenó de temor y entró en una terrible de-
presión. “Pero el que había sido bendecido con tantas evidencias del cuidado
amante de Dios, no estaba exento de las debilidades humanas, y en esa hora
sombría le abandonaron su fe y su valor” (Profetas y reyes, p. 117). Y es que,
en las batallas de la fe, no basta con obtener la victoria una vez por todas;
nuevos conflictos volverán a poner a prueba nuestra confianza en Dios. En la
experiencia religiosa, nadie puede pretender “vivir de las rentas”.
En Horeb, donde Moisés había visto la espalda de Jehová, se volvió a reve-
lar el Señor a Elías, pero no en el huracán, ni el terremoto, ni en el fuego, sino
en un silbo apacible y delicado. Y de pie, en la boca de la cueva, cubierto su
rostro, escuchó dos veces la inquisitiva pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?” Su
misión no había terminado. Su desánimo y su frustración le estaban apartando
de la gran reforma religiosa que le quedaba por hacer. Asimismo, a todo hijo de
Dios cuya voz el enemigo de las almas ha logrado silenciar con el abatimiento,
se le dirige la misma pregunta, y solo con fe abnegada, aferrados a Jesús y al
amor de Dios podrán responder de la mejor manera.
¿Te sientes triste? No te abandones a la desesperanza. Tu misión no ha
terminado. Disponte hoy a escuchar la voz del Señor.
130
Con el espíritu y el poder de Elías
“E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, 5
para hacer volver los corazones de los padres a los hijos mayo
y de los rebeldes a la prudencia de los justos,
para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”
(Lucas 1:17).
131
Un carro de fuego se llevó a Elías
6 “Aconteció que mientras ellos iban caminando y hablando,
mayo un carro de fuego, con caballos de fuego, los apartó a los dos,
y Elías subió al cielo en un torbellino”
(2 Reyes 2:11).
132
El llamamiento del profeta Eliseo
“Partió de allí Elías y halló a Eliseo hijo de Safat, 7
que estaba arando. Delante de él iban doce yuntas de bueyes, mayo
y él conducía la última. Elías pasó ante él y echó sobre él su manto.
Entonces dejó los bueyes, salió corriendo detrás de Elías […]”
(1 Reyes 19:19, 20).
E lías había recibido la orden del Señor de ungir como profeta en su lugar,
a Eliseo, hijo de un rico hacendado. Pero cuando llegó a la casa lo halló
arando un campo con una de las doce yuntas de bueyes de su padre, como uno
más de los mozos de labranza. ¿Iba a ser este labriego el sucesor del eminente
profeta Elías? Salvadas todas las distancias, debo confesar que a mí, a los die-
ciocho años, me encontró el Señor en Talleres Roicor, un modesto constructor
de maquinaria para la fabricación de calzado. Yo iba vestido con un peto azul,
tenía las manos sucias y estaba de pie vigilando una máquina que daba forma
a una pieza de acero. En aquel pequeño taller trabajaba como mecánico ajusta-
dor. Allí escuché el llamamiento divino.
Elena de White comenta: “Llegó el llamamiento profético a Eliseo mientras
que, con los criados de su padre, estaba arando en el campo. Se había dedicado
al trabajo que tenía más a mano. […] Día tras día, por la experiencia práctica,
adquiría idoneidad para una obra más amplia y elevada. Aprendía a servir; y al
aprender esto, aprendía también a dar instrucciones y a dirigir” (Profetas y reyes,
p. 162).
No fue fácil ocupar el puesto dejado por Elías, un reformador, profeta,
maestro de profetas y poderoso en milagros; pero el ministerio de Eliseo, aun-
que diferente, no fue menos importante. Estuvo siempre cerca del pueblo, fue
una persona influyente sobre los reyes de Israel, se ocupó de las escuelas de
los profetas, en particular de la de Gilgal, y el Señor le honró también dándole
el don de hacer portentos. Elena de White nos explica en qué reside el éxito de
un servidor de Dios: “El éxito no depende tanto del talento como de la energía
y de la buena voluntad, del cumplimiento concienzudo de los deberes diarios,
el espíritu contento, el interés sincero y sin afectación por el bienestar de los
demás. [...] Las tareas más comunes, realizadas con una fidelidad impregnada
de amor, son hermosas a la vista de Dios” (ibíd., p. 164).
¿Has escuchado ya la voz del Señor proponiéndote servirlo? ¿Dónde y
cómo te va a encontrar? Tal vez como médico, abogado, maestro, hombre de
negocios, agricultor, profesional, mecánico. ¡No lo dudes! ¡Deja los bueyes…
y sal corriendo tras el Señor!
133
El niño no despierta
8 “Eliseo se levantó entonces y la siguió. Giezi se había adelantado
mayo a ellos y había puesto el bastón sobre el rostro del niño,
pero este no tenía voz ni daba señales de vida; así que volvió
a encontrarse con Eliseo y le dijo: ‘El niño no despierta’ ”
(2 Reyes 4:31).
134
Las escuelas de los profetas
“Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: ‘Mira, el lugar 9
en que vivimos contigo es estrecho para nosotros. Vayamos mayo
ahora al Jordán, tomemos cada uno una viga y hagamos allí
un lugar donde habitar’. ‘Id, pues”, respondió Eliseo’ ”
(2 Reyes 6:1, 2).
135
¿De dónde vienes, Giezi?
10 “Entonces entró y se presentó ante su señor. Eliseo le dijo:
mayo ‘¿De dónde vienes, Giezi?’ ‘Tu siervo no ha ido a ninguna parte’,
respondió él. Pero Eliseo insistió: ‘Cuando aquel hombre
descendió de su carro para recibirte, ¿no estaba también allí
mi corazón? ¿Acaso es tiempo de tomar plata y tomar vestidos,
olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?’ ”
(2 Reyes 5:25, 26).
136
Un ejército invisible
“Eliseo respondió: ‘No tengas miedo, porque más son 11
los que están con nosotros que los que están con ellos’. mayo
Y oró Eliseo, diciendo: ‘Te ruego, Jehová, que abras sus ojos
para que vea’. Jehová abrió entonces los ojos del criado,
y este vio que el monte estaba lleno de gente de a caballo
y de carros de fuego alrededor de Eliseo”.
(2 Reyes 6:16, 17).
L os planes y estrategias de guerra del rey de Siria contra Israel fueron re-
velados a Eliseo por Dios mismo, y el profeta advirtió al monarca hebreo
para que los previniese y se defendiera. El gobernante sirio llegó a creer que
había traidores o espías en su propia corte, pero alguien le dijo: “No, rey y
señor mío; el profeta Eliseo, que está en Israel, es el que hace saber al rey de
Israel las palabras que tú hablas en tu habitación más secreta” (2 Rey. 6:12).
¡Había un profeta en Israel que aconsejaba a su rey! ¡Qué distinta podría ser
nuestra historia si escuchásemos siempre los consejos y advertencias de los
profetas de Dios!
Pero al rey de Siria no se le ocurrió otra solución que eliminar al siervo de
Dios en Israel. Dispuso un cuidadoso plan de apresamiento de Eliseo para aca-
llar su voz en la corte de Samaria. ¡Qué osadía! ¿Podrán los enemigos del pue-
blo de Dios silenciar a los profetas del Altísimo? ¡No! Solamente los propios
israelitas, con su inconsciente y pertinaz rechazo de los portavoces del cielo,
podían hacer nulos sus mensajes. Eliseo y su criado se encontraban en Dotán,
aquel memorable lugar donde los hermanos de José lo habían vendido como
esclavo, abriendo sin saberlo, un imprevisible camino a la providencia divina.
El rey de Siria envió todo un batallón a sitiar la ciudad de noche. ¿Apresarían
al profeta o volvería a manifestarse allí la providencia divina?
A la mañana siguiente, el criado de Eliseo advirtió horrorizado al profeta
de la situación: “¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?” Como el criado no veía otra
cosa que muchos soldados enemigos, el profeta oró al Señor: “Te ruego, Jeho-
vá, que abras sus ojos para que vea”. El Señor abrió los ojos al criado y, ¡oh
maravilla!, entonces vio aquel ingente ejército invisible de gente de a caballo
y carros de fuego alrededor de Eliseo.
Los soldados sirios no lograron ver nada porque solo los ojos de la fe ven
las providencias del cielo. Por eso, cuando los peligros parecen irremediables,
pidamos a Dios que nos abra los ojos para que veamos lo que otros no pueden
ver, que “más son los que están con nosotros que los que están con ellos”.
137
Golpeó tres veces y se detuvo
12 “Después volvió a decir: ‘Toma las flechas’. Luego que el rey
mayo de Israel las tomó, le ordenó: ‘Golpea la tierra’. Él la golpeó
tres veces y se detuvo. Entonces el varón de Dios,
enojado contra él, le dijo: ‘De dar cinco o seis golpes,
habrías derrotado a Siria hasta no quedar ninguno,
pero ahora derrotarás a Siria solo tres veces’ ”
(2 Reyes 13:18, 19).
E l rey Joás era idólatra; sin embargo, un día fue a consultar Eliseo, cuando
el profeta se encontraba ya en su lecho de muerte. Los sirios dominaban
entonces todas las ciudades al este del Jordán y el rey de Israel quería saber si
debía ir a la guerra contra ellos. Sollozando, se acercó al lecho del profeta. Y el
profeta, casi moribundo, le respondió mediante uno de esos gestos simbólicos
que eran, en realidad, verdaderas profecías en acción: “Eliseo le dijo: ‘Toma
un arco y unas flechas’. Tomó él entonces un arco y unas flechas. Luego dijo
Eliseo al rey de Israel: ‘Pon tu mano sobre el arco’. Y puso él su mano sobre
el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey y dijo: ‘Abre
la ventana que da al oriente’. Cuando él la abrió, le dijo Eliseo: ‘Tira’. Él lo
hizo y Eliseo dijo: ‘Flecha de salvación de Jehová y flecha de salvación contra
Siria. Tú herirás a los sirios en Afec hasta exterminarlos’ ” (2 Rey. 13:14-17).
Pero el profeta no había terminado su mensaje, le pidió que volviese a
tomar las flechas y que tirase, esta vez, a tierra. El rey lo hizo únicamente tres
veces y se detuvo. “¡Por qué solo tres!”, exclamó Eliseo con disgusto. Joás
había limitado su victoria contra los sirios. Elena de White hace una magnífica
aplicación de este hecho cuando dice: “La lección es para todos los que ocu-
pan puestos de confianza. Cuando Dios prepara el camino para la realización
de cierta obra, y da seguridad de éxito, el instrumento escogido debe hacer
cuanto está en su poder para obtener el resultado prometido. Se le dará éxito
en proporción al entusiasmo y la perseverancia con que haga la obra. Dios
puede realizar milagros para su pueblo tan solo si este desempeña su parte con
energía incansable. Llama a su obra hombres de devoción y de valor moral,
que sientan un amor ardiente por las almas y un celo inquebrantable. Los tales
no hallarán ninguna tarea demasiado ardua, ninguna perspectiva demasiado
desesperada; y seguirán trabajando indómitos hasta que la derrota aparente se
trueque en gloriosa victoria” (Profetas y reyes, p. 196).
Da tu mayor esfuerzo hoy en cualquier cosa que hagas. Muestra entusias-
mo. Pronto verás los resultados.
138
El hallazgo del libro de la Ley
“Entonces el sumo sacerdote Hilcías dijo al escriba Safán: 13
‘He hallado el libro de la Ley en la casa de Jehová’ ” mayo
(2 Rey. 22:8).
139
¿Qué han visto en tu casa?
14 “Entonces el profeta Isaías vino al rey Ezequías y le dijo:
mayo ‘¿Qué dicen estos hombres y de dónde han venido a ti?’
Ezequías respondió: ‘De tierra muy lejana han venido a mí,
de Babilonia’. Dijo entonces: ‘¿Qué han visto en tu casa?’
Y dijo Ezequías: ‘Todo lo que hay en mi casa han visto;
ninguna cosa hay en mis tesoros que no les haya mostrado’ ”
(Isaías 39:3, 4).
E zequías no solamente fue un rey que ejecutó en Judá “lo bueno, recto y verda-
dero delante de Jehová su Dios […] que buscó a su Dios de todo corazón y fue
prosperado” (2 Crón. 31:20, 21), también fue un soberano altamente privilegiado
por la gracia divina. En el sexto año de su reinado, fue testigo de la toma de Samaria
por los asirios, concluyendo así la apostasía del reino del norte. Ocho años más tar-
de, Senaquerib sitió Jerusalén, pero el Señor la liberó milagrosamente.
Ezequías purificó el templo de Jerusalén y restauró el culto verdadero, res-
tableció el servicio de los sacerdotes y levitas; además, celebró la Pascua con
todo su pueblo. Durante su administración, hizo trabajos públicos que dotaron a
Jerusalén de agua potable, con gran regocijo de sus habitantes. Tuvo el privilegio
de contar con el ministerio profético de Isaías. Por si fuera poco, cuando padeció
una enfermedad mortal, clamó a Dios fervorosamente y fue sanado, otorgándole
quince años más de vida.
La noticia de su curación fue conocida por otros pueblos; el rey de Babilonia
envió una comitiva a Jerusalén para felicitarle y llevarle cartas y presentes. Fue
después de esa visita que Isaías preguntó al rey. “¿Qué han visto en tu casa?” En
los milagros de la gracia de Dios hay un elemento exterior (material) y un elemen-
to interior (espiritual). El elemento exterior está representado por las bendiciones
materiales recibidas, las realizaciones conseguidas, los cambios producidos por
la gracia divina. El elemento interior es la gracia misma, su naturaleza, su origen
divino, su poder transformador.
Todos tenemos mucho que contar acerca de la gracia de Dios en nuestras vi-
das, pero a menudo nos conformamos con mostrar nuestros logros y no el poder,
las proezas y no la grandeza del amor divino. Nuestra fe vale más que nuestros
métodos y recursos, nuestras experiencias con Dios valen más que nuestra ciencia
o doctrina, nuestra comunión con el Todopoderoso más que nuestras hazañas.
Ezequías se equivocó mostrando únicamente sus tesoros a los babilonios, y años
después, las tropas de Nabucodonosor expoliaron a Jerusalén de dichos tesoros.
¿Qué vas a mostrar a tus semejantes en este día? ¿Qué verán ellos en ti? No
olvides que lo mejor que tienes es tu fe. Compártela.
140
¡Tocad trompeta en Sión!
“¡Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea, 15
reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, mayo
congregad a los niños, aun a los que maman! […]
Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová,
y digan: ‘Perdona, Jehová, a tu pueblo’ ”
(Joel 2:15-17).
141
Parábola del rey y el mendigo
16 “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida
mayo y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma
medida con que medís, os volverán a medir”
(Lucas 6:38).
143
¡Victoriosos para vencer!
18 “Miré, y vi un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco
mayo y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer”
(Apocalipsis 6:2).
iglesia y los reformadores del siglo XVI encontraron en el caballo blanco la cau-
sa de Cristo durante el primer siglo del cristianismo. Los intérpretes preteristas
de hoy lo reconocen como un símbolo del poder militar y lo identifican con
el Imperio romano o con sus más encarnizados enemigos, los partos. Los fu-
turistas dicen que es un símbolo del anticristo final. Algunos autores católicos
consideran que este caballo representa a Cristo mismo y a su iglesia caminando
victoriosos a través de la historia. Finalmente, la posición historicista que com-
partimos los adventistas ha recuperado la interpretación original y ve aquí los
triunfos del cristianismo en la era apostólica.
Tanto una correcta exégesis como la comprobación histórica que podemos
hacer con la Escritura, confirman que el cristianismo apostólico fue un movi-
miento evangelizador victorioso. La Biblia jamás asocia la palabra victoria con
las potencias del mal. El mal, en el lenguaje bíblico, es un poder vencido. La
victoria es siempre referida a los triunfos de la verdad, del pueblo de Dios, del
evangelio y de la gracia de Dios. El color blanco, aplicado siempre a las cosas
del cielo, y el mensaje profundo del Apocalipsis, corroboran esta interpretación.
“La iglesia es ahora militante. Ahora nos vemos frente a un mundo sumido
en las tinieblas de medianoche, casi completamente entregado a la idolatría.
Pero llega el día en que la batalla habrá sido peleada, la victoria ganada. La vo-
luntad de Dios ha de ser hecha en la tierra, como es hecha en el cielo. Entonces
las naciones no reconocerán otra ley que la del cielo. Todos formarán una fami-
lia feliz y unida, revestidos de las vestiduras de alabanza y de agradecimiento,
el manto de la justicia de Cristo. Toda la naturaleza, con belleza insuperable,
ofrecerá a Dios un constante tributo de alabanza y adoración” (Testimonios
para la iglesia, t. 8, p. 19).
“La verdad triunfará”, musitaba moribundo Juan Hus mientras su cuerpo se
consumía en la hoguera. Y el reformador checo tenía razón: ni la apostasía, ni
la persecución, ni el mundo secularizado, ni cualquier otro ataque, por violento
que sea, contra la verdad del evangelio podrá hacerla desaparecer. La iglesia,
los fieles hijos de Dios, el mensaje para nuestros días triunfará, vencerá. Esta
es la teología de la historia que el caballo blanco nos aporta.
Lleva hoy el estandarte de la verdad dondequiera que vayas.
144
Secretos de la victoria
“Y todos los días, en el Templo y por las casas, 19
incesantemente, enseñaban y predicaban a Jesucristo” mayo
(Hechos 5:42).
L a pregunta que cabe hacer ahora es: ¿Fue realmente la iglesia apostólica una
iglesia de vencedores? Y si lo fue, ¿cuáles fueron los secretos de sus victorias?
Sí, la crónica del cristianismo primitivo está jalonada de grandes victorias
del evangelio. El libro de los Hechos dice que en Pentecostés “se añadieron
aquel día como tres mil personas” (2:41). Tras la persecución del Sanedrín, “la
palabra del Señor crecía y el número de los discípulos se multiplicaba grande-
mente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (6:7).
En Samaria, después del apedreamiento de Esteban, “cuando creyeron a Feli-
pe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se
bautizaban hombres y mujeres” (8:12). En Antioquía, “gran número creyó y se
convirtió al Señor” (11:21). En el primer viaje misionero de Pablo, en Iconio,
“creyó una gran multitud de judíos y de griegos” (14:1).
La misma crónica del libro de los Hechos nos revela las constantes repeti-
tivas o secretos de sus victorias:
1. Seis veces se reitera el espíritu de unidad y de oración que animó a la
iglesia apostólica: “La multitud de los que habían creído era de un co-
razón y un alma. […] tenían todas las cosas en común” (4:32).
2. Hay siete referencias que dicen que su predicación era un testimonio,
resultado exultante, de lo que habían vivido con Cristo: “A este Jesús
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (2:32).
3. Diez veces se reconoce la presencia real del Espíritu Santo en la iglesia,
“todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la pala-
bra de Dios” (4:31).
4. Eran hombres llenos “de fe y del Espíritu Santo” (6:5).
5. Eran hombres y mujeres que consideraban la evangelización como un
estilo de vida: “Y todos los días, en el Templo y por las casas, incesan-
temente, enseñaban y predicaban a Jesucristo” (5:42).
6. El último secreto del éxito de aquella iglesia, nos lo revela el propio
texto descriptivo del Apocalipsis: la seguridad en la victoria, salían
“venciendo y para vencer” (Apoc. 6:2).
Si la iglesia apostólica ha sido un referente para todas las épocas del cris-
tianismo militante, cuánto más para nosotros, la iglesia remanente, porque con
el mismo impulso con que comenzó la obra de Dios entonces, así se concluirá.
¿Crees esto? Pues, vívelo.
145
Lo que la vida me ha enseñado (Parte I)
20 “Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes;
mayo para anunciar que Jehová, mi fortaleza, es recto,
y que en él no hay injusticia”
(Salmo 92:14, 15).
146
Lo que la vida me ha enseñado (Parte II)
“Riquezas, honor y vida son el premio 21
de la humildad y del temor de Jehová” mayo
(Proverbios 22:4).
147
Conócete a ti mismo
22 “Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe;
mayo probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos?
¿No sabéis que Jesucristo está en vosotros?”
(2 Corintios 13:5).
148
El mito de la caverna
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; 23
pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, mayo
pero entonces conoceré como fui conocido”
(1 Corintios 13:12).
E l Dr. Norbert Hugède era profesor de Griego y Exégesis del Nuevo Tes-
tamento en el Seminario Adventista de Collonges (Francia). En su tesis
doctoral, La parábola del espejo en los escritos de Pablo, establece la coin-
cidencia puramente formal entre el mito de La caverna, uno de los diálogos
de La república de Platón, y la parábola del espejo en este pasaje. El apóstol
Pablo habla de las excelencias del amor sobre cualquier otro don del Espíritu,
de su continuidad en la eternidad y de su desarrollo y plenitud cuando dejemos de
conocer parcialmente, cuando nuestra comprensión del amor deje de ser defec-
tuosa, como un enigma reflejado en un espejo, cuando venga lo que es perfecto
y podamos ver cara a cara.
En el mito de La caverna, Platón dice que el hombre se encuentra encadena-
do en una caverna, sin otra luz que la que puede entrar parcialmente por la boca
de la cueva. Sobre la pared, se proyectan las sombras de unos porteadores que
llevan sobre sí cargas, las realidades materiales, tangibles y visibles de este mun-
do. El conocimiento que puede tener el hombre dentro de la caverna del mundo
que le rodea, de los otros, de sí mismo, incluso de Dios, es limitado, parcial,
imperfecto, enigmático. Para tener la visión clara y un conocimiento pleno de la
realidad, el hombre debe salir de la caverna y ver el mundo de las ideas cara a
cara, y esto únicamente lo puede conseguir por medio de la sabiduría. La igno-
rancia es el Mal y la sabiduría es el Bien, afirma Platón.
Pablo no refrenda, por supuesto, la teoría redentora de Platón, conocida sin
duda por sus interlocutores, pero hace uso de la ilustración, tal vez como un
recurso de contextualización. El hombre, en su condición sin Cristo y sin la re-
velación, tiene aquí y ahora una percepción limitada y, a veces, defectuosa del
bien y del mal, no puede fiarse de sus sentidos, ni de su entendimiento oscu-
recido, entenebrecido por el pecado, necesita que el Espíritu Santo alumbre su
vida, esclarezca su entendimiento, rompa sus cadenas y lo saque a la luz para
que vea: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es
el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento
de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). Y así, un día, podrá
completar el plan divino de verle cara a cara.
Deja que hoy brille en tu vida la luz divina.
149
Yo tengo un sueño…
24 “Cuando Jehová hizo volver de la cautividad a Sión,
mayo fuimos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenó
de risa y nuestra lengua de alabanza. Entonces decían
entre las naciones: ‘¡Grandes cosas ha hecho Jehová con estos!’ ”
(Salmo 126:1, 2).
150
Creer sin pertenecer
“Se puso a la puerta del campamento y dijo: 25
‘Quien esté de parte de Jehová, únase a mí’. mayo
Y se unieron a él todos los hijos de Leví”
(Éxodo 32:26).
152
¡Yo estaba allí!
“No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor 27
Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto mayo
con nuestros propios ojos su majestad, pues cuando él recibió de Dios
Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria
una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en el cual
tengo complacencia’. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo,
cuando estábamos con él en el monte santo”
(2 Pedro 1:16-18).
153
Extranjeros y advenedizos
28 “Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti,
mayo como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra,
cual sombra que no dura”
(1 Crónicas 29:15).
154
¿Perfección absoluta o relativa?
“Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, 29
mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, mayo
más se le pedirá”
(Lucas 12:48).
155
Perfectos en Cristo
30 “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos;
mayo el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto,
porque separados de mí nada podéis hacer”
(Juan 15:5).
157
Luz y tinieblas
1 o
“Otra vez Jesús les habló, diciendo:
junio ‘Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida’ ”
(Juan 8:12).
158
El programa de una campaña electoral
“Enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó. Los ojos de todos 2
en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a decirles: junio
‘Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros’ ”
(Lucas 4:20, 21).
159
Al ver a las multitudes
3 “Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban
junio desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”
(Mateo 9:36).
A unque durante toda su vida pública, Jesús tuvo un contacto regular con la
gente, en el año de la popularidad, en Galilea, era seguido por multitudes
ávidas de su enseñanza y expectantes de las señales que hacía. Dice Marcos de
este período: “Pero Jesús se retiró al mar con sus discípulos, y lo siguió gran
multitud de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado
del Jordán y de los alrededores de Tiro y de Sidón, oyendo cuán grandes cosas
hacía, grandes multitudes vinieron a él” (Mar. 3:7, 8). Este período se cerró con
la primera multiplicación de los panes y los peces y la predicación del sermón
del pan de vida, en la sinagoga de Capernaúm, donde muchos discípulos lo
abandonaron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? [...] Desde entonces
muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él” (Juan 6:60,
66).
En las narraciones evangélicas del año de la popularidad, hay una expre-
sión que se repite con frecuencia: “Al ver las multitudes”. Jesús no era indife-
rente a la situación de sus contemporáneos. Vivía entre ellos, se había encar-
nado para participar de sus debilidades y aliviarlos de sus dolores. Algunos
textos señalan explícitamente el sentimiento que producía, en el corazón del
Salvador, esta visión de las personas: “Tuvo compasión de ellos y sanó a los
que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14: 14). Pero no solo curaba sus cuerpos,
sino también sus mentes mediante la predicación y la enseñanza (Luc. 9:11).
Las gentes acudían a él también para escucharle y recibir sanidad (Luc. 6:17).
La misión de la iglesia no puede permanecer ajena a la verdadera situación
del mundo. Hemos de ser observadores atentos y compasivos de las gentes,
especialmente de sus sufrimientos. Hemos de ser solidarios y, en la medida de
lo posible, responsables. Fue por amor y compasión a la humanidad que Jesús
vino a este mundo, fue por amor y compasión por los hombres que fue clavado
en una cruz. Por ello, la iglesia debe encontrar en el amor y la compasión por
la humanidad la verdadera motivación de la misión: “Existe escasamente una
décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que no están
salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son los
que simpatizan lo suficiente con Dios para ver almas ganadas para Cristo!”
(Obreros evangélicos, p. 121).
Tú yo estamos aquí para que todos sepan que hay un Dios en los cielos.
160
Enseñar con autoridad
“Cuando terminó Jesús estas palabras, 4
la gente estaba admirada de su doctrina, porque les enseñaba junio
como quien tiene autoridad y no como los escribas”.
(Mateo 7: 28-29)
161
Bienaventurados
5 “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida,
junio sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”
(Rom. 14:17).
recería una contradicción, porque el mismo Jesús no pudo evitar las lágrimas
en varias ocasiones. Lloró cuando vio el desconsuelo de Marta y María por la
muerte de su hermano Lázaro. También lloró por Jerusalén cuyo rechazo del
Mesías le iba a acarrear, años después, la destrucción, en tiempos del empera-
dor Tito (ver Luc. 19:41-44).
El llanto de los hijos de Dios tendrá consuelo aquí y ahora. Dice Elena de
White: “Si la recibimos con fe, la prueba que parece tan amarga y difícil de so-
portar resultará una bendición. El golpe cruel que marchita los gozos terrenales
nos hará dirigir los ojos al cielo. ¡Cuántos son los que nunca habrían conocido a
Jesús si la tristeza no los hubiera movido a buscar consuelo en él!” (El discurso
maestro de Jesucristo, p. 10). Cristo resucitó a Lázaro y lo devolvió a sus afli-
gidas hermanas; los llantos de Getsemaní y el sufrimiento de la cruz se tornaron
en la gloria de la resurrección y la victoria sobre la muerte. El profeta Isaías dijo
del Cristo que había de venir: “Me ha enviado a consolar a todos los tristes, a
dar a los afligidos de Sión una corona en vez de ceniza, perfume de alegría en
vez de llanto, cantos de alabanza en vez de desesperación” (61:2, 3, DHH). Y un
sábado, en la sinagoga de Nazaret, Jesús dijo a sus conciudadanos: “Hoy mismo
se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (Luc. 4:21, DHH).
Esta bienaventuranza tiene aún otra aplicación: señalar a aquellos que llo-
ran por sus pecados la tristeza de la contrición, del arrepentimiento, los que
claman por el perdón divino, este es el único llanto que es según Dios: “La
tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual
no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Cor. 7:
10). A estos, el consuelo les viene con el perdón divino que es mucho más que
un acto jurídico que nos libera de la condenación: “No es solo el perdón por el
pecado. Es también la redención del pecado. Es la efusión del amor redentor
que transforma el corazón” (ibíd., p. 97).
¿Eres consciente del profundo dolor que tus pecados causan al Padre celes-
tial? ¿Reconoces tu responsabilidad en los grandes errores que has cometido?
Entonces, vas por buen camino. No estás lejos del reino de los cielos.
164
Los mansos recibirán
la tierra por heredad 8
junio
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados,
de entrañable misericordia, de bondad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia”
(Colosenses 3:12).
166
Los misericordiosos
alcanzarán misericordia 10
junio
“Jehová pasó por delante de él y exclamó: ‘¡Jehová! ¡Jehová!
Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira
y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia
a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado,
pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que castiga
la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos,
hasta la tercera y cuarta generación’ ”
(Éxodo 34:6, 7).
A unque algunos intérpretes dicen que Moisés es el sujeto del verbo excla-
mar, el relato cuenta únicamente lo que Moisés escuchó, no lo que vio,
porque en realidad no vio nada: “Y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una
hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado” (Éxo.
33:22). Por consiguiente, quien exclamó y proclamó los atributos divinos y, en
particular, la misericordia, no fue Moisés, sino el Señor mismo.
El término misericordioso (misericors, en latín) es una palabra compuesta de
miseror que significa ‘compadecerse’, y cor cuyo significado es ‘corazón’, es
decir, significa el que se compadece de corazón, el entrañablemente inclinado a la
clemencia, la piedad, la compasión. El mismo significado tiene praeis, la palabra
griega usada en esta bienaventuranza. Pero el corazón del hombre es falaz: “En-
gañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jer. 17:9). Solo en Dios la misericordia pertenece a su esencia misma, por consi-
guiente, siempre que alguien manifiesta un espíritu de misericordia no se debe a
un impulso propio. Dios es la fuente de toda misericordia, y los misericordiosos
solo pueden llegar a ser participantes de la naturaleza divina cuando el Espíritu
Santo “ha intervenido quirúrgicamente” su corazón: “Y les daré otro corazón y
pondré en ellos un nuevo espíritu; quitaré el corazón de piedra de en medio de su
carne y les daré un corazón de carne” (Eze. 11:19).
El que se sabe objeto de la misericordia divina no es misericordioso, más bien,
es hecho misericordioso, por eso Cristo dijo que alcanzarían misericordia. Los
misericordiosos son aquellos que manifiestan compasión hacia los pobres, los
dolientes y los oprimidos. Pero no se trata solamente de practicar la beneficencia,
sino de mucho más, como practicar el perdón, motivar a los desanimados e iden-
tificarse con el dolor ajeno. Conlleva no preguntarse si el menesteroso es digno de
ayuda, simplemente hay que socorrerlo y, si está al alcance, redimirlo de su estado
de necesidad. Palabras y actos de bondad, miradas de simpatía, expresiones de
gratitud son el lenguaje de los misericordiosos de corazón.
Este día pide a Dios que te ayude a ser piadoso con los demás.
167
Los de limpio corazón verán a Dios
11 “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar
junio santo? El limpio de manos y puro de corazón;
el que no ha elevado su alma a cosas vanas ni ha jurado con engaño.
Él recibirá bendición de Jehová y justicia del Dios de salvación”
(Salmo 24:3-5).
168
Los pacificadores
serán llamados hijos de Dios 12
junio
“El que quiere amar la vida y ver días buenos,
refrene su lengua de mal y sus labios no hablen engaño;
apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala”
(1 Pedro 3:10, 11).
169
Bienaventurados
13 los que padecen persecución
junio
“El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo;
y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán.
Y seréis odiados por todos por causa de mi nombre;
pero el que persevere hasta el fin, este será salvo”
(Mar. 13:12, 13).
C omo una prueba más del gran conflicto entre Cristo y Satanás en este mundo,
los hijos de Dios han padecido persecución a lo largo de los siglos. Y aunque
parezca paradójico, esta situación se agravará en el tiempo del fin como una más
de las señales precursoras del fin. Pero ¿cómo es posible que haya persecución en
un tiempo de libertades individuales y de derechos humanos? Lo cierto es que no
todos los países del mundo gozan plenamente de esos privilegios y la intolerancia
religiosa está tomando formas muy diferentes, según los gobiernos en funciones.
Pero, tristemente, mucha gente sigue muriendo a causa de conflictos religiosos.
En la actualidad, se considera que hay tres principales zonas donde florece la
intolerancia religiosa: los países con una sólida presencia del fundamentalismo is-
lámico, las regiones donde aún hay regímenes totalitarios de impronta comunista y
aquellos lugares donde existen nacionalismos étnicos. Aunque parezca extraño, los
cristianos conforman el grupo religioso más perseguido y discriminado del mundo;
asimismo, el 75% de los atentados contra la libertad religiosa tienen como blanco
a los cristianos.
No, no solamente se refería Cristo en esta octava bienaventuranza a las diez
crueles persecuciones del Imperio romano, a todos los mártires medievales o a las
obligadas delaciones inquisitoriales de padres a hijos, de hermanos a hermanos e
incluso entre esposos que podían llevarles a la muerte en la hoguera. Cristo consideró
también bienaventurados a los que vivirán la gran aflicción final que precederá a la
Segunda Venida y el establecimiento del reino de los cielos. Persecución, oposición,
falta de libertades, ¿muerte? Tal vez, pero también bienaventuranza porque el tiempo
de entrar en el reino ya ha llegado. Los brazos abiertos del Rey de reyes nos esperan.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando sufrimos algún tipo de intolerancia
religiosa y persecución, ahí está él, a nuestro lado, para recordarnos que nada nos
puede separar de su amor: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación,
angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? […] Por lo cual estoy
seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo
presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios […]” (Rom. 8:35-39).
No desmayes. Él sigue a tu lado.
170
Gozosos en la persecución
“Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, 14
os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. junio
Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande
en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron
antes de vosotros”
(Mateo 5:11, 12).
173
Así alumbre vuestra luz
17 “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada
junio sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz
y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero
para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”
(Mateo 5:14-16).
E l sermón del monte fue pronunciado por Jesús en la ladera de una colina
que formaba un anfiteatro natural, por eso pudo ser escuchado por la multi-
tud presente. Elena de White dice que acababa de salir el sol y su luz iluminaba
las casas, de modo que los oyentes de Jesús podían, girando la cabeza, compro-
bar la verosimilitud de lo que el Maestro decía.
“Vosotros sois la luz del mundo”, nos parece una palabra sorprendente por-
que Jesús está aplicando a sus discípulos algo que, en un sentido absoluto, solo
le corresponde a él: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Por consiguiente,
los discípulos solo podemos reflejar la luz de Cristo y para ello necesitamos
vivir en perfecta relación con él. El apóstol Pablo dice a los Efesios: “Antes
vivíais en la oscuridad; pero ahora, al estar unidos al Señor, vivís en la luz.
Portaos como quienes pertenecen a la luz” (Efe. 5:8, DHH). Elena de White
afirma: “La humanidad por sí misma no tiene luz. Aparte de Cristo somos un
cirio que todavía no se ha encendido […] no tenemos un solo rayo de luz para
disipar la obscuridad del mundo. Pero cuando nos volvemos hacia el Sol de
justicia, cuando nos relacionamos con Cristo, el alma entera fulgura con el
brillo de la presencia divina” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 36). Y una
aclaración pertinente, Jesús no dijo que esas “buenas obras” deban servir para
exaltar el mérito humano, sino para “glorificar a vuestro Padre que está en los
cielos”.
¿Cuáles son las buenas obras a las que se refiere Jesús? Elena de White nos
da la respuesta: “Las pruebas soportadas con paciencia, las bendiciones reci-
bidas con gratitud, las tentaciones resistidas valerosamente, la mansedumbre,
la bondad, la compasión y el amor revelados constantemente son las luces que
brillan en el carácter, en contraste con la oscuridad del corazón egoísta, en el
cual jamás penetró la luz de la vida” (ibíd., p. 40).
Hoy tienes el privilegio de ser un canal de luz para iluminar la vida de
otras personas. Acepta al Señor en tu vida para que su luz brille a través de tus
acciones y palabras a lo largo de este día.
174
No he venido a abolir, sino a cumplir 18
“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; junio
no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo
que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde
pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17, 18).
E stos versículos y los que le siguen son una de las partes más hermosas
del evangelio. “Oísteis que fue dicho” se está refiriendo a Levítico 19:18:
“No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. Pero este amor al prójimo se limitaba a los hijos de
Israel y a los extranjeros residentes entre los israelitas (Deut. 10:18, 19). Ni en
la ley ni en todo el Antiguo Testamento hay un precepto o recomendación que
hable de amar a los enemigos, tampoco que ordene que se les odie o aborrezca.
En el sermón de la montaña Jesús condena también el formalismo, la ciega
adhesión de los fariseos a la letra de la ley. “Oísteis que fue dicho a los anti-
guos… pero yo os digo” (Mat. 5:21, 22), Jesús reemplaza “la cámara fotográfi-
ca de la moral farisaica” que ve solo el exterior por “el aparato de rayos X del
Espíritu Santo” que ve, descubre y juzga el interior, el corazón.
A la ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente” (Mat. 5:38-42) que fue
dada para reglamentar la venganza y frenar el mal, Jesús opone el principio
activo de la no violencia que consiste en abrir la conciencia del otro, introducir
en ella un rayo de luz, no reaccionar con la fuerza, sino con el Espíritu que
penetra y redarguye: poner la otra mejilla, darle el manto si te ha tomado la
túnica, llevar una carga dos millas si te ha obligado a una.
En el mismo contexto de la ética de relaciones interpersonales, Jesús supera
totalmente los límites impuestos por la moral rabínica y asciende al cenit mis-
mo de la moral cristiana: el amor a los enemigos (Mat. 5:43, 45) y no apelando
a sentimientos pasajeros, sino a los santos principios que emanan del propio
amor divino. El Señor sabe que no se puede ser genuinos creyentes teniendo el
corazón lleno de odio, aun cuando existan razones que lo justifiquen. Al orar
por los enemigos, los odios y rencores se van superando independientemente
de que en ellos haya un cambio de actitud. Entonces, hay paz en el corazón.
En este día, te exhorto a orar por aquellos que te han lastimado y te han
hecho daño. Dile a Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Luc. 23:34).
176
La antítesis de la venganza
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante 20
de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, junio
estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está:
‘Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor’ ”
(Romanos 12:17-19).
177
Crónica de un muerto olvidado
21 “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo,
junio ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de vuestro Padre.
Pues bien, aun vuestros cabellos están todos contados.
Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos”
(Mateo 10:29-31).
178
Señor, enséñanos a orar
“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar y, 22
cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos junio
a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos’ ”
(Lucas 11:1).
¿Tsus oraciones sin ser visto una de aquellas madrugadas que él pasaba a
e has preguntado alguna vez cómo oraba Jesús? ¿Te gustaría escuchar
solas con Dios? Conocemos algunas de sus oraciones, pero no tenemos de ellas
más que unas cuantas palabras que los evangelistas nos han transmitido. Los
discípulos “habían estado alejados por corto tiempo de su Señor y, al volver, lo
encontraron absorto en comunión con Dios. Como si no percibiese su presen-
cia, él continuó orando en voz alta. Su rostro irradiaba un resplandor celestial.
Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un poder viviente en
sus palabras, como si hablara con Dios” (La oración, p. 345). Cuando hubo
terminado, profundamente impresionados, exclamaron: “Señor, enséñanos a
orar”. Según el evangelista Lucas, así nació el Padrenuestro, como una res-
puesta a esta petición de los discípulos.
Todos admiramos el ministerio de Cristo y nos preguntamos cómo y dónde
encontró el poder indiscutible de su vida. Elena de White nos dice: “La vida
terrenal del Salvador fue una vida de comunión con la naturaleza y con Dios.
En esta comunión nos reveló el secreto de una vida llena de poder” (El minis-
terio de curación, p. 33).
En efecto, cada vez que el Salvador tuvo que afrontar una circunstancia difí-
cil, los evangelios nos lo presentan de rodillas ante el Padre. Para él, la oración
era mucho más que una práctica religiosa piadosa, más que un convencionalismo
formal del lenguaje espiritual, más que un instrumento de comunicación con
Dios. La oración es la esencia de la religión misma, no un medio, sino un fin, la
llave de la relación del creyente con Dios, el aliento del alma, la fuente del poder
espiritual.
Estando en este mundo, Jesús consideró imprescindible la oración en su
vida. Incluso, la Biblia dice que llegó a pasar toda una noche en oración. En
esos momentos encontraba mucha paz al estar en comunión con el Padre ce-
lestial. Si él, un ejemplo vivo de lo que significa creer, sentía una profunda
necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros debiéramos sentir una enorme avidez
de acercarnos a nuestro Padre celestial! En realidad, no somos conscientes de
la relevancia de la oración en nuestras vidas.
Hoy te invito a dedicar tiempo a la oración y abrir tu corazón a Dios como
a un Amigo. Él mismo te enseñará a orar.
179
Aprender a orar
23 “Vosotros, pues, oraréis así”
junio (Mateo 6:9).
181
Padre nuestro que estás en los cielos
25 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
junio Padre de misericordias y Dios de toda consolación”
(2 Corintios 1:3).
que nos dirijamos a él como un hijo lo hace a su padre, con el mismo respeto,
con el mismo afecto, con la misma confianza. ¿Por qué ha escogido Dios tal
nombre? Porque quiere que en el mismo umbral de la oración modelo, al co-
mienzo de todas sus súplicas, aparezca, como una manifestación de su gracia,
el milagro de la reconciliación. Dios quiere que el Padrenuestro sea una res-
puesta de la buena nueva de nuestra adopción.
No nos engañemos, estábamos perdidos y en nuestro extravío perdimos
a nuestro Padre celestial; nuestra incredulidad, nuestra rebeldía y nuestro
egoísmo nos convirtieron en huérfanos, sin Padre, sin Dios. Pronunciar, por
consiguiente, ese nombre, ignorando la buena nueva de la reconciliación, es
una mentira, más aún, es una pretensión diabólica, porque solo Jesús es por
derecho Hijo de Dios y solo él puede llamar a Dios Padre, nosotros no. Pero
Jesús, en la cruz, nos ha reconciliado con Dios, nos ha transmitido el dere-
cho de hijos, nos ha hecho posible la adopción filial: “Porque todos sois hijos
de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál. 3:26); “Habéis recibido el espíritu
de adopción, por el cual clamamos, Abba Padre” (Rom. 8:15). Jesucristo nos
ha abierto la puerta de la casa paterna donde podemos contemplar los tesoros
del corazón de Dios abierto a sus hijos.
Y decimos “Padre nuestro”, no “mi Padre” porque es una oración de inter-
cesión en la que nos presentamos al Padre como representantes de la familia
humana, del mundo entero que, por nuestro medio, tiene así acceso al trono de
la gracia y a la ternura del Padre de todos.
Seguimos diciendo, “que estás en los cielos” para recordarnos que nuestro
Padre es Dios. Ese cielo es la divinidad, es la soberanía, la gloria del Padre
nuestro, su independencia y libertad absolutas; el misterio de su presencia cer-
ca de cada uno de nosotros y, a la vez, de la infinita distancia que lo separa de
nosotros. El “Padre nuestro que estás en los cielos” está en los cielos porque es
Dios y solo la oración de la fe, la oración de los hijos de Dios puede alcanzarle
y tocarle. Sí, es Padre, pero es también Dios.
No olvides hoy que Dios es tu Padre. Te pareces a él. Le perteneces. Permí-
tele cuidarte como uno de sus amados hijos.
182
Santificado sea tu nombre
“Así como aquel que os llamó es santo, 26
sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, junio
porque escrito está: ‘Sed santos, porque yo soy santo’ ”
(1 Pedro 1:15, 16).
D espués de habernos dirigido a Dios como nuestro Padre que está en los
cielos, no hubiéramos pensado en hacerle esta primera petición: “Santifi-
cado sea tu nombre”. ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con esta primera petición
de la oración modelo?
Jesús, en la oración sacerdotal, dijo: “He manifestado tu nombre a los
hombres que del mundo me diste” (Juan 17:6). Y Pablo nos hace la siguiente
admonición: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17). Nosotros, como pueblo de Dios,
llevamos el nombre de Dios delante de los hombres de forma que el mundo
conoce su santidad, su verdad, su justicia a través de nuestro testimonio; su
nombre está asociado estrechamente a nuestra vida. Esta primera petición del
Padrenuestro supone, por consiguiente, la eliminación de toda gloria humana,
de todo mérito humano, la exaltación exclusiva del nombre de Dios. En el
camino de la salvación, como dijo Pedro, no podemos poner nuestra confianza
en ningún otro nombre que no sea el de Jesucristo: “Y en ningún otro hay sal-
vación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hech. 4:12).
Santificar el nombre de Dios significa que jamás su nombre sirva para cubrir
infamias o empresas de iniquidad, un Dios que nos ha ordenado: “No tomarás el
nombre de Jehová, tu Dios, en vano” (Éxo. 20:7), que no puede ver la injusticia
o la mentira, que tiene horror a la violencia que no soporta la opresión de alguna
de sus criaturas ni la expoliación de sus derechos. Que quiere que el mundo se
pueda dar cuenta de lo que él es a través de lo que es la iglesia.
Más de 400.000 personas visitan cada año la catedral gótica de León (Espa-
ña) (1205-1301), la pulchra leonina, para contemplar sus 1.850 m2 de maravi-
llosas vidrieras medievales que reducen los muros a su mínima expresión, dan-
do al interior del templo un inigualable espectro lumínico. Un día, una maestra
de la ciudad preguntó a una alumna si podía explicar a sus compañeras lo que
era un santo y la niña que, sin duda, había visto los maravillosos vitrales de la
catedral con sus figuras polícromas iluminadas por la luz, dijo: “Un santo es un
hombre hecho de vidrios de colores y tiritas de plomo a través del cual pasa la
luz del cielo”.
Muestra hoy al mundo con tu vida que Dios es amor.
183
Venga tu reino
27 “Preguntado por los fariseos cuándo había de venir
junio el reino de Dios, les respondió y dijo: ‘El reino de Dios
no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí,
o Helo allí, porque el reino de Dios está entre vosotros’ ”
(Lucas 17:20, 21).
T odas las literaturas del mundo han recordado con nostalgia el paraíso perdi-
do y esperado con anhelo la vuelta de una edad de oro, sueño y aspiración
suprema de la humanidad, para restablecer en este mundo la paz, el gozo perdu-
rable, la dicha y la felicidad de todos. Cervantes, en Don Quijote de la Mancha,
aludiendo a Las metamorfosis del poeta latino Ovidio, describe ese mundo ideal
del pasado y del futuro: “¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los
antiguos pusieron nombre de dorados porque entonces, los que en ella vivían
ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío! Eran en aquella santa edad todas
las cosas comunes. […] Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia.
[…] no había el fraude, ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La
justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los
del favor y los del interés que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen…”
¿Qué es, en realidad, el reino de Dios y por qué si ya está entre nosotros
hemos de convertirlo en súplica y esperanza de nuestras plegarias? Para la
mayor parte de los hombres, el reino de Dios es un estado superior que se
alcanzará poco a poco con o sin la ayuda de Dios. Pero para los cristianos, el
reino de Dios es Jesucristo, venido del Padre a este mundo, con todo el poder
de la gracia salvadora.
Hoy, el reino de Dios es un reino invisible, una inmensa espera, la espera
de su regreso, de una segunda venida en la que establecerá definitivamente su
reino en la tierra. Cuando nosotros pedimos “venga tu reino”, pedimos que
Jesucristo regrese, pero no a nuestros corazones, espiritualmente, porque eso
ya lo hace por medio del Espíritu Santo, tampoco que venga como ya lo hizo,
cubriendo su divinidad, sino que venga como Rey de gloria, como Señor todo-
poderoso, como Juez de toda la tierra.
Se trata de un evento visible por todos, final, es decir, más allá del cual no
hay nada más que esperar. Cuando pedimos “venga tu reino”, no pedimos una
edad de oro creada por los hombres, no el sueño de los poetas, sino las maravi-
llas del reino que nos prometió Jesús, el cese y abandono sincero de todos los
pequeños reinos que hemos instaurado en nuestras vidas.
Hoy puedes empezar a vivir el cielo en la tierra. Decide hacerlo.
184
Hágase tu voluntad
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, 28
y tu Ley está en medio de mi corazón” junio
(Salmo 40:8).
L os años de la posguerra fueron años muy duros para muchas familias es-
pañolas: racionamiento de los víveres, desempleo, salarios de miseria, vi-
viendas sin los más elementales medios higiénicos. El pan estaba racionado
y era escaso y negro, no porque fuera integral, sino porque estaba hecho de
una mezcla de harinas de toda clase. Mi tío José, hermano de mi madre, era
conductor de camiones y hacía el transporte de pescado desde San Sebastián
hasta Zaragoza, pasando por la región navarra donde, debido a sus fueros his-
tóricos y a la colaboración que prestaron en la Guerra Civil al ejército del
general Francisco Franco, el pan no estaba racionado. Ahí tenían pan blanco,
macerado, muy entrado en harina, esponjoso, con la costra brillante, crujiente.
Mi tío compraba unas cuantas barras de ese pan y, cuando llegaba a Zaragoza,
nos traía a casa una o dos barras. Recuerdo que mi padre tomaba aquel pan en
las manos, lo partía en rodajas y nos lo comíamos como postre. Para mí y mis
hermanos era un verdadero festín y aún hoy, en mi mesa, yo no sabría terminar
una comida sin echarme a la boca un trozo de pan.
El pan es el alimento básico de millones de personas. Representa, por con-
siguiente, todo lo que necesitamos para subsistir. Hasta aquí, el Padrenuestro
nos ha invitado a pedir por el nombre, el reino y la voluntad divinos; ahora
debemos pedir por nosotros, con esa confianza concreta y precisa del hijo que
pide a su padre el alimento para poder vivir. “Danos hoy”, reza el Padrenues-
tro, porque Dios es el único que posee todo, el gran dador de todo y el hombre,
su criatura, el que recibe todo. En esta oración, volvemos a ser criaturas junto
al Creador, con los vínculos de confianza que nos permiten ir y venir sin preo-
cupación porque sabemos que Dios “tiene cuidado de nosotros”.
Pero la petición del pan cotidiano va más allá de nuestras carencias materia-
les; pedimos también el pan de la amistad y el afecto humano; el pan del amor
conyugal y la paz familiar; el pan de la salud y el gozo de vivir; el pan de la
libertad y la paz social. Y ese pan cotidiano del Padrenuestro representa además
el pan del cielo, la Palabra de Dios, el pan de vida, el que alimenta y hace vivir
nuestra fe: “Escrito está: ‘No con solo de pan vivirá el hombre, sino de toda pa-
labra que sale de la boca de Dios’ ” (Mat. 4:4).
Alimenta hoy tu vida con la Palabra de Dios.
186
Perdónanos nuestras faltas
“Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; 30
conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” junio
(Salmo 51:1).
T an solo tenía doce años, pero sentía una enorme curiosidad por saber cómo
era aquella iglesia protestante que, desde hacía unos meses, frecuentaba mi
hermano Adolfo. Yo ardía en deseos de ir con él, pero me consideraba aún pe-
queño. Sin embargo, esperaba la ocasión propicia y, un día, llegó. Mi hermano
iba a participar en una representación de teatro en la iglesia, le habían asignado
el papel de rey, así que le pregunté si podía acompañarlo. Adolfo accedió y así se
produjo mi primer contacto con la Iglesia Adventista de Zaragoza. Me recibieron
unos jovencitos de mi edad y me trataron tan bien que decidí no perder aquellas
amistades, que aún conservo más de sesenta años después.
Aquella representación teatral era la parábola de los dos deudores; yo ja-
más había escuchado esa historia, y quedé muy impresionado. El rey tenía
un deudor que le debía una inmensa fortuna y, como no la podía saldar, se la
perdonó. Pero al deudor del rey, un consiervo le debía una suma infinitamente
inferior y, como tampoco la podía saldar, lo metió en la cárcel. El rey lo supo,
se enfadó muchísimo y no condonó la deuda a su deudor. ¿Acaso el perdón
divino depende de nuestro perdón?
En esta parábola, el rey perdona la deuda inconmensurable sin condicio-
nes, pero el primer deudor no ha comprendido la realidad ni el alcance de ese
perdón. No se trata de interrogarte, ¿he perdonado lo suficiente como para que
Dios me pueda perdonar a mí? Más bien, la pregunta ha de ser, ¿entiendo que
el perdón que pido a Dios es el mismo perdón que mi prójimo espera de mí?
¿Sé lo que estoy pidiendo?
El perdón es más que conseguir la paz de la conciencia. El perdón divino nos
compromete, no puede estar inactivo un solo instante, no puede permanecer en
mí sin pasar a mi hermano. En realidad, no podemos pedir: “Perdónanos nuestras
faltas”, sin añadir inmediatamente, “y concédeme la gracia de perdonar como
tú nos perdonas”. Yo no entiendo ni creo en el perdón que imploro si este no ha
arrancado de mi corazón el resentimiento y el odio. Esta petición del Padrenues-
tro es, sin duda, la más importante con respecto a nosotros mismos; pero es, al
mismo tiempo, la mayor exigencia que nos obliga a ser coherentes y perdonar a
nuestros deudores.
Hoy es tiempo de perdonar y vivir sin rencores. No lo dejes para mañana.
188
No nos metas en tentación
“No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; 2
pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados julio
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente
con la prueba la salida, para que podáis soportarla”
(1 Corintios 10:13).
A ntes de saber exactamente qué es lo que Cristo quiere decir en esta peti-
ción del Padrenuestro, debemos aclarar el significado de dos términos: el
verbo eisenegkes, traducido generalmente por “meter”, “inducir”, puede tam-
bién significar “dejar caer”; y el sustantivo peirasmón, traducido por “tenta-
ción”, significa originalmente “prueba”. Así pues, una correcta traducción de
la frase sería: “No nos dejes caer en la prueba”. Esta traducción es acorde con
Santiago 1:13: “Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de
Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie”. Pero
si bien es cierto que Dios no es el agente de nuestras pruebas, nada escapa al
control de la voluntad divina. “No nos dejes caer en la prueba” significa, por
consiguiente, que reconocemos la dirección de Dios en nuestras vidas. Elena
de White dice: “Aunque la prueba no debe desalentarnos por amarga que sea,
hemos de orar que Dios no permita que seamos puestos en situación de ser
seducidos por los deseos de nuestros propios corazones malos. Al elevar la ora-
ción que nos enseñó Cristo, nos entregamos a la dirección de Dios y le pedimos
que nos guíe por sendas seguras” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 100).
Hasta que llegue el reino de Dios, seguimos viviendo en un mundo de tenta-
ción y de prueba. En esta petición Dios quiere que no olvidemos la realidad del
planeta. Somos tentados por todo lo que ocurre contrario a la voluntad de Dios:
por el poder de las tinieblas, de la mentira y de la violencia; por el poder del odio,
de la enfermedad y del sufrimiento; somos tentados por el poder de la iniquidad.
Todo ello pone a prueba nuestra fe en la bondad y la soberanía de Dios. Pero
también la bonanza, la paz y la tranquilidad pueden convertirse en una tentación
peligrosa, no porque nos induzcan a dudar, sino a olvidar a Dios. Sería una vic-
toria del tentador si llegase a instalarnos en un estado en el que no necesitemos
velar o combatir contra la tentación.
Con la expresión “no nos metas en tentación” estamos mostrando que po-
demos tener confianza. Dios está al timón de nuestras vidas y “no os dejará ser
probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con
la prueba la salida, para que podáis soportarla”.
No cedas hoy a la tentación. Jesús te ayudará.
189
Líbranos del maligno
3 “No hablaré ya mucho con vosotros,
julio porque viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí”
(Juan 14:30).
190
Tuyo es el reino, el poder
y la gloria por todos los siglos 4
julio
“Tuya es, Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria,
la victoria y el honor; porque todas las cosas que están
en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, Jehová, es el reino,
y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti,
y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder,
y en tu mano el dar grandeza y poder a todos”
(1 Crónicas 29:11, 12).
191
Amén
5 “El Amén, el testigo fiel y verdadero,
julio el Principio de la creación de Dios…”
(Apocalipsis 3:14).
192
Basta a cada día su mal
“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, 6
y todas estas cosas os serán añadidas. Así que no os angustiéis julio
por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia
preocupación. Basta a cada día su propio mal”
(Mateo 6:33, 34).
194
El que no está conmigo está contra mí
“El que no está conmigo, está contra mí; 8
y el que conmigo no recoge, desparrama” julio
(Mateo 12:30).
J esús se había retirado con sus discípulos al norte de Galilea. “¿Quién dicen
las gentes que soy?” “¿Y vosotros quién decís que soy?”, les preguntó. La
respuesta de Pedro, “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, hizo mucho
bien a Jesús en aquel momento. Entonces, Jesús les anunció que pronto ten-
dría que padecer a causa de los dirigentes religiosos de Jerusalén y ser muerto
para resucitar al tercer día. Fue entonces cuando se produjo la escena narrada
por nuestro versículo de hoy, donde la bondad parece estar representada por
Pedro aconsejando a Jesús evitar la cruz, mientras que la crueldad parece estar
representada por Jesús quien, con su actitud, propiciaba el sufrimiento que le
esperaba en Jerusalén.
La bondad de Pedro es falsa y aun diabólica, porque está insinuando a
Jesús lo mismo que Satanás había estado intentando desde el comienzo de su
ministerio: evitar la cruz, ya que sin cruz el diablo saldría vencedor en el gran
conflicto (Juan 12:31, 32). En cuanto a la crueldad de Jesús es aparente porque
él no nos dice “niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mat. 16:24) para
dejarnos después desprotegidos y solos, sino para unirnos a él y ofrecernos su
protección. La falsa bondad de Pedro es confundir lo que es de Dios con lo que
es de los hombres; la aparente crueldad de Jesús es entender y aceptar lo que
viene de Dios y no lo que ofrecen los hombres.
“La balanza falsa es un símbolo de todo trato desleal, de todo artificio para
ocultar el egoísmo y la injusticia bajo una apariencia de equidad y honradez.
Dios no favorecerá en el menor grado estas prácticas. Él repudia toda conducta
falsa. Aborrece todo egoísmo y codicia. No tolerará una negociación despia-
dada, sino que pagará con la misma medida. […] Cuando uno se entrega al
egoísmo o a la conducta indebida demuestra que no teme al Señor o reverencia
su nombre. Aquellos que están relacionados con Dios no solo descartarán toda
injusticia, sino que manifestarán su misericordia y bondad hacia todos aquellos
con quienes tienen que ver” (Nuestra elevada vocación, p. 227).
Porque hay un Dios en los cielos… acepta hoy su voluntad.
197
El que esté sin pecado
11 tire la primera piedra
julio
“Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante
de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno
de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno o si
de alguien he aceptado soborno para cerrar los ojos; y os lo restituiré”
(1 Samuel 12:3).
199
¿Son pocos los que se salvan?
13 “Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, mientras se encaminaba
julio a Jerusalén. Alguien preguntó: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’
Él les dijo: ‘Esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo
que muchos intentarán entrar y no podrán’ ”
(Lucas 13:22-24).
200
El don de profecía en la iglesia
“Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, 14
exhortación y consolación” julio
(1 Corintios 14:3).
202
Sus obras siguen
“Bienaventurados de aquí en adelante los muertos 16
que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán julio
de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”
(Apocalipsis 14:13).
204
A mí lo hicisteis
“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno 18
de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” julio
(Mateo 25:40).
205
Simón, ¿duermes?
19 “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora
julio de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca
de nosotros nuestra salvación que cuando creímos”
(Romanos 13:11).
E l relato evangélico de la vida del apóstol Pedro dice que, en tres ocasiones
importantes, Pedro se quedó dormido en momentos relevantes de su vida.
La primera vez, Pedro se durmió en el momento de la transfiguración (Luc.
9:28-36). Se acercaba la semana de la Pasión, Jesús tomó a Pedro, Santiago
y Juan y se los llevó a un monte para orar. Mientras él oraba, su rostro y sus
vestidos se volvieron resplandecientes, entonces, Moisés y Elías aparecieron
en su gloria y hablaban con él. Pero Pedro y sus compañeros estaban rendidos
de sueño y, por poco, se quedan sin contemplar la gloria de Jesús ni escuchar
la voz del cielo que confirmó la divinidad del Maestro.
La segunda vez, Pedro se quedó dormido en el Getsemaní (Mar. 14:32-42).
Jesús estaba angustiado, necesitaba más que nunca el apoyo de los suyos y la
ayuda del Padre. Así que tomó, de nuevo, a Pedro, Santiago y Juan y los llevó al
lugar donde habitualmente se reunían para orar. Les pidió que orasen por él y por
ellos mismos para no entrar en tentación; mientras, él hacía lo mismo un poco más
lejos llorando y sudando sangre. Pero en dos ocasiones los encontró durmiendo,
rendidos de sueño: “Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?”
La tercera vez, Pedro se quedó dormido en la prisión de Jerusalén (Hech.
12:6-11). Herodes, el tetrarca, había matado ya a Santiago y quería hacer lo
mismo con Pedro para congraciarse con los judíos. Pero este, en un calabozo,
entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, dormía plácidamente. Un ángel del
Señor tocó a Pedro en el costado para despertarlo y lo sacó de la cárcel.
Como Pedro, a veces dormimos cuando debiéramos estar despiertos y ve-
lando. Dormimos cuando Dios nos va a manifestar su poder, cuando va a recon-
fortar nuestra fe y seguridad en él, cuando nos quiere preparar para momentos
difíciles en los que seremos probados. Como Pedro, a veces dormimos cuando
Jesús espera nuestra colaboración responsable, comprometida y activa. Dormi-
mos inconscientes mientras él se preocupa porque está en juego la salvación
de las almas. ¿Acaso dormimos como las vírgenes fatuas esperando su venida?
¡Atención! Pablo nos dice: “Es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora
está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos”.
Pidamos a Dios hoy que nos ayude a velar y orar en todo momento. Así
estaremos listos para enfrentar los desafíos de la vida.
206
La muerte de un hijo
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, 20
sino que lo entregó por todos nosotros, julio
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
(Romanos 8:32).
207
El pez
21 “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”
julio (Hechos 8:37).
H ace varios años compré un pequeño libro de oración para jóvenes de Fran-
cisco García-Salve titulado El pez. En esa obra el autor comentaba que,
desde finales del siglo II, Jesucristo era llamado “Pez”. También, aseguraba
que, entre los primeros cristianos, la figura del pez era frecuente, y se conserva
en epitafios, inscripciones y figuras. En algún momento, los cristianos perse-
guidos llegaron a reconocerse por una contraseña en forma de pez.
Durante un viaje de estudios, visité las catacumbas de Roma, cementerios
subterráneos que sirvieron de refugio y lugar de culto a los cristianos durante
las persecuciones del Imperio romano. En los muros de esos lugares se podían
ver los símbolos cristianos del Salvador, la iglesia, la esperanza cristiana, el
Espíritu Santo, que los primeros cristianos pintaban y que los perseguidores
no podían entender, pero sí los fieles. Uno de los más frecuentes era el pez:
unas veces solo, otras asociado a la cruz, a un arca o barco, junto a un ancla o
cerca de una paloma. Seguramente, al ver esa figura se sentían reconfortados
al recordar a Dios, en quien habían creído y por quien habían dado sus vidas.
A pesar de estar presos y vivir en persecución, se gozaban en afirmar de una
u otra manera que la salvación únicamente viene de Jesús. Así, podían hacer
frente a todo tipo de ataques por parte de Satanás.
El símbolo del pez era un “secreto” de la iglesia primitiva para enfrentar
a los emisarios del mal. “Los primeros cristianos estaban llamados a menudo a
hacer frente cara a cara a las potestades de las tinieblas. Por medio de sofistería
y persecución el enemigo se esforzaba por apartarlos de la verdadera fe. Aho-
ra, cuando el fin de las cosas terrenales se acerca rápidamente, Satanás realiza
desesperados esfuerzos por entrampar al mundo. Inventa muchos planes para
ocupar las mentes y apartar la atención de las verdades esenciales para la sal-
vación. En todas las ciudades sus agentes están organizando afanosamente en
partidos a aquellos que se oponen a la ley de Dios. El gran engañador está tra-
tando de introducir elementos de confusión y rebelión, y los hombres se están
enardeciendo con un celo que no está de acuerdo con su conocimiento” (Los
hechos de los apóstoles, p. 178).
Todos nosotros tenemos claves, secretos, símbolos para dialogar con el Se-
ñor. ¡Úsalos hoy! No olvides que la persecución se libra también en la mente.
Por eso es muy importante repetir este día la más sublime declaración que un ser
humano puede hacer: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”.
208
El magnetismo de la Cruz
“Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. 22
Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir” julio
(Juan 12:32, 33).
H ace años, durante los actos de dedicación de la nueva iglesia del campus
adventista de Collonges-sous-Salève (Francia), se presentaron las tres
cruces instaladas en el edificio: la cruz exterior, en la fachada, indicando el ca-
rácter sagrado del edificio. En el interior, en el muro del estrado, la cruz que se
iluminaba y que presidía los actos de culto. Finalmente, una tercera cruz, en el
vestíbulo, en un bajorrelieve hecho con escayola y resina que representaba un
haz de surcos confluyendo en un punto de intercesión y que, en su base, tenía
el texto: “A todos atraeré a mí mismo”.
“Atraeré”, magnífica palabra cuyo verbo original, elkuo, significa “arras-
trar hacia”, “atraer con fuerza”, como un imán atrae al hierro y al acero. Y eso
ha sido y es realmente la Cruz, un poderoso imán espiritual, irresistible y trans-
formador. El apóstol Pablo decía: “La palabra de la cruz es locura a los que se
pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Cor.
1:18). La Cruz es instrumento de reconciliación con Dios (Col. 1:20), seguir
a Jesús es seguirle cada día con una cruz (Luc. 9:23). La cruz, un instrumento
de tortura, es vida, porque el imán de la Cruz ejerce una atracción de ternura
y de amor divinos.
Tratemos de ilustrar la atracción de la Cruz: toma un imán y pequeños trozos
de acero de formas y colores diferentes, el imán atraerá a todos, sin excepción.
Pon sobre una hoja de papel esas mismas piezas de acero y por debajo de la
hoja haz correr el imán de un lado para otro, las piezas seguirán al imán por
dondequiera que vaya. Toma ahora una fina barrita de acero y deja que se imante
durante un corto espacio de tiempo. La barrita adquirirá el poder de atracción del
imán y atraerá, a su vez, a las pequeñas piezas de acero. Así también, la Cruz
nos transmite su poder de atracción. Pero deja la barrita separada del imán un
instante y dale uno o más fuertes golpes con una gruesa barra de madera. ¡Ah! la
barrita ha perdido totalmente su poder de atracción. La separación de la Cruz y
las tentaciones de Satanás nos roban el magnetismo de la Cruz.
No lo olvidemos: con la Cruz, tenemos poder de atracción; sin ella, nos vol-
vemos individuos inertes sin capacidad de transmitir el amor salvador de Jesús.
209
Cruz y resurrección
23 “Mientras subía Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos
julio aparte y les dijo por el camino: ‘Ahora subimos a Jerusalén,
y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes
y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán
a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen;
pero al tercer día resucitará’ ”
(Mateo 20:17-19).
E l islamismo es hoy una de las religiones más importantes del mundo. Aun-
que parezca extraño, para los musulmanes, Jesús ocupa un lugar importan-
te en el Corán, su libro sagrado. De las 114 suras o capítulos en que está divi-
dido, 15 hablan de Jesús y le consagran 93 versículos. En términos generales,
el Corán eleva a Jesús a un nivel nunca alcanzado por ningún otro personaje
coránico, salvo, por supuesto, Alá. Predominan en él los relatos concernientes
a María y su familia, al precursor Juan Bautista, al nacimiento y a la infancia
de Jesús.
Además, Cristo es siempre llamado “Jesús, hijo de María”, para subrayar
su humanidad. Sin embargo, el Corán considera la concepción de Jesús como
una obra del Espíritu: “A María, hija de Inrám, que conservó su virginidad, le
inspiramos una parte de nuestro espíritu” (LXVI:12). Jesús es considerado un
perfecto musulmán. Su venida fue una señal de Alá, un testimonio de la mise-
ricordia divina, que él probó con sus milagros. Jesús confirmó las Escrituras
precedentes, trajo el evangelio y anunció la venida de Mahoma, que el Corán
confunde con el Consolador prometido por Cristo. El segundo advenimien-
to de Jesús está presentado en la tradición heterodoxa del Mahdi, personaje
mesiánico que limpiará al mundo de toda iniquidad y establecerá un reino de
justicia y paz.
Honrado con los títulos de Servidor de Alá, Mesías, el Verbo, un Espíritu
emanado de Alá, Jesús no es más que un enviado, un profeta, una criatura di-
vina, pero no es Dios. Además, el Corán guarda un absoluto silencio sobre la
obra redentora de Jesús y, por consiguiente, niega su pasión y la muerte real
en la cruz. Sin la cruz, al islamismo le falta la noción de amor de Dios por el
hombre y del hombre por Dios; por el contrario, la sumisión y la obediencia a
Alá son objeto de gloria para los musulmanes.
Eliminar la cruz de la esperanza cristiana es eliminar su propia esencia. Sin
la cruz, el cristianismo se reduce a una serie de relatos morales antiguos, una
lista de buenos deseos y algunas promesas para vivir mejor. El eje sobre el que
gira la Biblia es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1: 36).
Hoy te invito a mirar la cruz de Cristo y ponderar el sacrificio que hizo por
ti y el inmenso valor que tienes a sus ojos.
211
El indulto
25 “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada
julio y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová
no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño”
(Salmo 32:1, 2).
217
Cartas de Cristo
31 “Y es manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros,
julio escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo;
no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”
(2 Corintios 3:3).
Pablo quiso decir es que en todo tiempo, pero particularmente cuando surge la
duda o se desdeña la obra de Cristo en el mundo, nosotros, llamados a repre-
sentarle ante los hombres hasta que vuelva, somos su carta abierta, viviente,
probatoria, testimonio convincente de su bondad y verdad, el mejor argumento
en favor o en contra de Cristo.
Una carta viviente es un mensaje enviado al mundo a través del testimonio
de la vida de las personas llamadas cristianas. La iglesia es, en efecto, una
carta, un certificado de Cristo, firmado por él, acreditado por él, del que se
reconoce Autor y remitente, es la expresión viviente de una comunicación que
Cristo quiere hacer a los hombres. Estas cartas dictadas por Cristo han sido
escritas no con tinta, no por los hombres ni con métodos humanos, sino con
el Espíritu de Dios que, como dijo Jesús a Nicodemo, cumple en nosotros una
obra silenciosa, una transformación profunda asimilada a un nuevo nacimiento
en Cristo Jesús: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas
pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
También la materia en la cual se ha escrito es una materia viviente, no en
tablas de piedra como las de Moisés sino en el corazón de carne. Hubiese sido
más lógico que Pablo comparase el corazón de carne en el que escribe el Es-
píritu Santo con el papel que normalmente se usaba para escribir cartas, pero
quiso aludir de este modo a la nueva alianza en la que, como dice Jeremías, el
Señor promete: “Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón” (Jer.
31:33).
Somos cartas de Cristo, mensajes de vida, de acciones que hablan con ma-
yor poder que las palabras. ¿Somos siempre conscientes de ello? ¿Nos damos
cuenta de la enorme responsabilidad que significa ser mensajeros de la verdad
cristiana?
En este día, te invito a renovar tu fe en Cristo. Pídele que te ayude a repre-
sentar dignamente el alto honor de ser un cristiano redimido para habitar en las
mansiones celestiales.
218
Más allá de los evangelios
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia 1º
de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro” agosto
(Juan 20:30).
ron los fluidos de la cabeza del cuerpo muerto de Cristo en el sudario de Turín;
reprodujo el rostro de aquel negativo. Pero esa reliquia es falsa, no envolvió el
cuerpo muerto de Jesús porque se ha demostrado por las pruebas del carbono
14 que la tela corresponde a la Edad Media. Además, ese dibujo pretende des-
cribir el rostro de un Cristo muerto, mientras que los Evangelios y las Epístolas
nos muestran a un Cristo vivo porque describen los rasgos morales, las cuali-
dades espirituales reflejadas en su rostro. He aquí algunos ejemplos.
Un texto de Lucas nos dice que Cristo tuvo un rostro intrépido: “Cuando se
cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para
ir a Jerusalén” (9:51). Hay vidas que se crecen en las adversidades; el rostro
de Cristo era de esos que, ante las pruebas, se muestran resueltos, con arrojo,
serenos, valientes.
Pedro nos describe un rostro que no hace componendas con el pecado: “El
rostro del Señor está contra aquellos que hacen mal” (1 Ped. 3:12). Ese rostro
muestra la precisión moral con la que Dios considera al mal. Asimismo, el
Cristo de los Evangelios no escondía su enfado ante el cinismo de los fariseos
(Mar. 3:5).
En Getsemaní, Cristo mostró un rostro suplicante y a la vez sumiso: “Se
postró sobre su rostro, orando y diciendo: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí
esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú’ ” (Mat. 26:39). Cristo
sintió el peso de los pecados de la raza humana, pero aceptó la voluntad del
Padre. La culpa del pecado fue agonía en su espíritu y obediencia en su rostro.
Debido al odio feroz de quienes lo condenaron y asesinaron, Cristo reveló
un rostro humillado que, en realidad, era un semblante de amor compasivo:
“Entonces lo escupieron en el rostro y le dieron puñetazos” (Mat. 26:67), un
rostro ensangrentado, coronado de espinas. Sobre aquel rostro se ensañó la
furia del infierno, pero él soportó con firmeza. ¡Magnífico ejemplo para todos!
Asimismo, en el monte de la transfiguración “resplandeció su rostro como el
sol” (Mat. 17:2).
Todos nosotros podemos tener el rostro de Cristo, podemos reproducir en
nuestras vidas sus rasgos de carácter mediante la contemplación (2 Cor. 3:18).
Que sea esa nuestra oración en esta mañana.
220
¿Soy yo, Maestro?
“Entonces, respondiendo Judas, el que lo iba a entregar, dijo: 3
‘¿Soy yo, Maestro?’ ” agosto
(Mateo 26:25).
J esús y Judas están frente a frente. Aunque las versiones de la última cena que
nos presentan los cuatro evangelistas tienen diferencias importantes, hay un
hecho que ninguno omite: la declaración de Jesús de que iba a ser entregado por
uno de los doce y las reacciones que esto produjo en ellos. Todos tenían la sensa-
ción de estar viviendo momentos muy trascendentes y que algo importante iba a
suceder, pero cuando el Maestro dijo con tristeza: “De cierto, de cierto os digo que
uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21), se entristecieron en gran manera
y comenzó a escucharse el grito de sus conciencias: “¿Soy yo, Señor?”
En el cenáculo, junto al Maestro, hubo dos tipos de conciencia: las concien-
cias de los once (incluida la de Pedro que le negaría poco después tres veces), sen-
sibles, abiertas, sinceras; y la conciencia de Judas, insensible, rigurosa, hipócrita.
Por eso Jesús hizo a la conciencia de Judas apelaciones cada vez más directas:
1. Durante el lavamiento de los pies, Jesús acarició en silencio las
extremidades de su discípulo.
2. En la mesa, Jesús dijo: “Uno de vosotros me va a entregar” (Mat. 26: 21).
Un poco más tarde, el Señor precisó: “El que mete la mano conmigo en
el plato” (26:23). Recurrió después a la amenaza directa: “¡Ay de aquel
hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! Bueno le fuera no
haber nacido” (26:24). Juan se acercó al Maestro y le preguntó: “Señor,
¿quién es?” Y Jesús respondió: “A quien yo le dé el pan mojado, ése
es. Y, mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón” (Juan
13:6). Y su último intento de hablar directamente al corazón de Judas
fue la respuesta a la pregunta hipócrita que Judas le dirigió: “¿Soy yo,
Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.
3. Satanás, en ese momento, entró en él, dice el texto, así que Cristo le
increpó: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Juan 13:27).
4. Este triste relato acerca de Judas y su conciencia concluye con una
siniestra declaración del evangelista: “Cuando él tomó el bocado, salió
en seguida. Era ya de noche” (Juan 13:30).
Cuando la conciencia resiste impasible las bondadosas invitaciones del Se-
ñor, la luz de Dios que nos ha rodeado desaparece y nos envuelven las tinieblas
de la obcecación y de la sinrazón. Satanás toma posesión de nuestra vida y na-
die puede imaginar entonces a qué extremos de maldad podemos llegar. Judas
entregó a Jesús a sus enemigos y luego se ahorcó.
221
¡No te negaré!
4 “Pedro le dijo: ‘Aunque tenga que morir contigo, no te negaré’ ”
agosto (Mateo 26:35).
223
Cristo o Barrabás
6 “Reunidos, pues, ellos, les preguntó Pilato: ‘¿A quién queréis
agosto que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?’ ”
(Mateo 27:17).
224
¿Qué haré de Jesús
llamado el Cristo? 7
agosto
“Pilato les preguntó: ‘¿Qué, pues, haré de Jesús,
llamado el Cristo?’ Todos le dijeron: ‘¡Sea crucificado!’ ”
(Mateo 27:22).
D espués de haber sido azotado, Jesús fue humillado por los soldados ro-
manos que le pusieron un manto de púrpura, le pusieron una corona de
espinas en las sienes, una caña en la mano derecha y pasando delante de él,
rodilla en tierra, se burlaban diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!” Además,
lo escupían, lo golpeaban con una caña en la cabeza y lo abofeteaban. Así fue
presentado de nuevo al pueblo. No obstante, a pesar de haber sido torturado,
su rostro seguía emanando misericordia: “El semblante del Salvador no estaba
desfigurado delante de sus enemigos. Cada rasgo expresaba bondad y resigna-
ción y la más tierna compasión por sus crueles verdugos. […] Algunos de los
espectadores lloraban. Al mirar a Jesús sus corazones se llenaron de simpatía.
Aún los sacerdotes y príncipes estaban convencidos de que era todo lo que
aseveraba ser” (El Deseado de todas las gentes, p. 684). Pilato, afirmando de
nuevo la inocencia de Jesús, se lo presentó diciendo: “¡Este es el hombre!”
¿Por qué usó el procurador romano esta frase para referirse a Jesús? No lo
sabemos. Sin embargo, pronunció una gran verdad, ya que Jesús era el Verbo
de Dios que se había hecho hombre para salvar a la raza humana. Gracias a
eso, se convirtió en el representante de toda la humanidad ante Dios tomando
sobre sí sus pecados y muriendo por ellos en la cruz del Calvario. Este acto
demostró el enorme valor que tiene cada ser humano para Jesús, sin importar
el color de su piel, su nacionalidad o su credo, ya que él nos amó y dio su
vida por nosotros antes de que creyéramos en él: “Pero Dios muestra su amor
para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”
(Rom. 5:8).
Los líderes judíos, aunque convencidos de que Jesús era lo que aseveraba
ser, gritaron todavía con más fuerza: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Este encuen-
tro con los sacerdotes y príncipes de Israel significó la quiebra, la ruptura defi-
nitiva del Mesías con el pueblo de la promesa. En su presentación a los judíos
por Pilato, Jesús pasaba a ser el Mesías, el Hombre, el Redentor y Salvador de
toda la humanidad a quien representaba.
¿Tienes graves dificultades y no sabes cómo enfrentarlas? ¿Te agobian las
presiones de la vida? ¿Vives grandes perplejidades? ¡Busca a Jesús! ¡Este es el
Hombre que puede ayudarte a superar cualquier obstáculo!
226
El vía crucis de Cristo y el nuestro
“Cuando lo llevaban, tomaron a cierto Simón de Cirene, 9
que venía del campo, y le pusieron encima la cruz agosto
para que la llevara tras Jesús”
(Luc. 23:26).
227
La crucifixión
10 “Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron
agosto allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda”
(Lucas 23:33).
228
Amor filial en el umbral de la muerte
“Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, 11
que estaba presente, dijo a su madre: ‘Mujer, he ahí tu hijo’. agosto
Después dijo al discípulo: ‘He ahí tu madre’.
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”
(Juan 19:26, 27).
M ateo dice que, cuando fue crucificado, muchas mujeres que le habían
seguido desde Galilea para servirle se quedaron mirando de lejos a Jesús
(27:55), pero Juan indica que al pie de la cruz estuvieron “su madre y la herma-
na de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena” (19:25). Estas
mujeres fueron testigos de los horrores de la crucifixión; escucharon la furia
satánica de sacerdotes y escribas que le escarnecían; presenciaron la brutal eje-
cución de la soldadesca romana; les sobrecogieron con espanto los fenómenos
naturales que acompañaron la muerte del Salvador: las tinieblas que envolvie-
ron al Gólgota y el terremoto que fracturó las peñas. Aquellas mujeres vieron
con angustia los sufrimientos agónicos de Jesús y sintieron en sus cuerpos la
punzada de un dolor profundo indecible.
Pero María, la angustiada madre del Salvador, sufrió de manera particular
este instante. En un determinado momento, ante el brutal espectáculo, Juan debió
retirarla del lugar de los padecimientos de su hijo: “Vio sus manos extendidas
sobre la cruz; se trajeron el martillo y los clavos, y mientras estos se hundían a
través de la tierna carne, los afligidos discípulos apartaron de la cruel escena el
cuerpo desfallecido de la madre de Jesús” (El Deseado de todas las gentes, p.
693). En el momento de morir, cuando sentía que le faltaba la respiración, en los
estertores de la muerte, Jesús recorrió con la mirada a los que estaban cerca de
la cruz y, al ver a su madre, dijo: “Mujer, he ahí tu hijo”; y luego dirigiéndose a
Juan, le dijo: “He ahí tu madre”. Elena de White comenta de nuevo: “¡Oh Salva-
dor compasivo y amante! ¡En medio de todo su dolor físico y su angustia mental,
tuvo un cuidado reflexivo para su madre! No tenía dinero con que proveer a su
comodidad, pero estaba él entronizado en el corazón de Juan y le dio a su madre
como legado precioso. […] El perfecto ejemplo de amor filial de Cristo resplan-
dece con brillo siempre vivo a través de la neblina de los siglos” (ibíd., p. 700).
Porque hay un Dios en los cielos… cuida, ama y protege a las personas que
tienes a tu cargo.
229
“Elí, Elí, ¿lama sabactani?”
12 “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo:
agosto ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ (que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?’ ”
(Mateo 27:46).
230
¡Consumado es!
“Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: ‘¡Consumado es!’ 13
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” agosto
(Juan 19:30).
L ucas y Juan son los únicos que describen el momento mismo de la muerte
de Jesús. Ambos coinciden en señalar que el Señor entregó su espíritu.
Pero Juan añade una corta frase de Jesús que, sin duda, cuando escribió su
Evangelio a finales del siglo I, había adquirido un profundo significado en la
iglesia primitiva: “¡Consumado es!” La sexta palabra de Jesús en la cruz que,
como el resto de las cuatro últimas, tiene que ver con su obra de salvación. En
efecto, el significado múltiple del verbo empleado aquí puede ser “ejecutar”,
“cumplir”, “consumar”, “acabar”, “pagar”, pero ¿qué? ¿De qué se trata? De
la salvación del mundo, de la redención de la humanidad. Sus sufrimientos y
su muerte iban a permitir al hombre pecador alcanzar la justificación y la vida
eterna.
En la oración sacerdotal, Cristo ya había anunciado al Padre: “He acabado
la obra que me diste que hiciera” (Juan 17:4). Ahora, en el momento de su
muerte, confirma con un grito de victoria que esa obra ha sido consumada.
El plan de la salvación, concebido desde antes de la fundación del mundo, ha
sido ejecutado. Se han cumplido los anuncios de los profetas mesiánicos. Se
ha pagado el rescate para librar al hombre de la esclavitud del mal. Finalmen-
te, se ha logrado el objetivo de la encarnación del Hijo de Dios. La muerte de
Cristo en la cruz no fue el fracaso de su ministerio en esta tierra; no sucumbió
ante la crueldad, las pasiones y el odio de los que le crucificaron. Su muerte
fue una victoria contundente y su grito final, “¡Consumado es!”, un clamor de
triunfo que resonó en el Calvario, en este mundo, en los cielos y por la eter-
nidad. “Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía
que había perdido su reino. […] El clamor, “Consumado es”, tuvo profundo
significado para los ángeles y los mundos que no habían caído. La gran obra
de la redención se realizó tanto para ellos como para nosotros. Ellos comparten
con nosotros los frutos de la victoria de Cristo. […] Satanás vio que su disfraz
le había sido arrancado. Su administración quedaba desenmascarada delante
de los ángeles que no habían caído y delante del universo celestial. Se había
revelado como homicida. […] había perdido la simpatía de los seres celestia-
les” (El Deseado de todas las gentes, pp. 706, 709).
Así como Jesús terminó su obra, decidamos hoy cumplir la misión que él
tiene para nosotros.
231
El camino a Emaús
14 “Él les dijo: ‘¿Qué pláticas son éstas que tenéis
agosto entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?’ ”
(Lucas 24:17).
L os discípulos de Emaús tenían los ojos velados y Jesús se los abrió. ¿Cómo
lo hizo? Primeramente, hizo falta eliminar sus preocupaciones. En todas
nuestras crisis, generalmente hacemos de nosotros mismos el centro de nues-
tras inquietudes, de modo que todo gire en torno a nosotros. El mejor remedio
para la tristeza, la frustración o la depresión es ser capaz de olvidarse de uno
mismo y ocuparse de otras cosas y de otras personas.
El Maestro les enseñó después a buscar las respuestas en las Escrituras. En la
Biblia debemos tratar de encontrar la respuesta a nuestras dudas, perplejidades,
crisis y preguntas. Asimismo, Cristo les enseñó a tener confianza en la Biblia.
Finalmente, Jesús les mostró la suprema necesidad de la muerte del Mesías.
Aquellos discípulos no habían comprendido hasta ese momento que la muerte
de Cristo era necesaria, estaba anunciada y que no fue un accidente desdichado
de su ministerio. El Señor les dijo: “¿No era necesario que el Cristo padeciera
estas cosas y que entrara en su gloria?” (Luc. 24:26). A continuación, les dio
un estudio bíblico: “Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los
profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (vers. 27).
La cruz, el sufrimiento y el dolor son un componente indispensable del disci-
pulado. Ignorarlo es añadir al sufrimiento, el dolor de la incomprensión de los
planes divinos.
Por fin llegaron a la aldea de Emaús. El día declinaba y el misterioso acom-
pañante hizo como que iba más lejos. Pero los entusiasmados discípulos lo obli-
garon a quedarse. A través del estudio de las Escrituras estamos aprendiendo a
conocer y apreciar la compañía de Jesús. El siguiente paso es invitarle a entrar en
la intimidad de nuestra vida, sentarlo a nuestra mesa, cenar con él. Esto es lo que
nos enseña la historia de los discípulos de Emaús. Es la experiencia magnífica
de la comunión.
Y así reconocieron al glorioso Maestro resucitado. ¡Qué sorpresa! ¡Qué
bendición! ¡Qué revelación! Cuando partía el pan desapareció de su vista
(vers. 30). Entonces ellos reconocieron haber sentido el influjo sobrenatural de
Jesús mientras les explicaba las Escrituras: “¿No ardía nuestro corazón en no-
sotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?”
(vers. 32).
Hoy pídele a Jesús que te ayude a entender las Escrituras.
233
De regreso a Jerusalén
16 “Levantándose en esa misma hora, volvieron a Jerusalén;
agosto y hallaron a los once reunidos y a los que estaban con ellos,
que decían: ‘Ha resucitado el Señor verdaderamente,
y ha aparecido a Simón’ ”
(Lucas 24:33, 34).
234
Mirarán al que traspasaron
“Pero sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén 17
derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, agosto
a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito,
y se afligirán por él como quien se aflige por el primogénito”
(Zacarías 12:10).
235
Decálogo de la excelencia
18 “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia
agosto y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,
a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa,
que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que fuera santa y sin mancha”.
(Efesios 5:25-27).
237
La felicidad llegó tarde
20 “Sé que todo lo que Dios hace es perpetuo:
agosto Nada hay que añadir ni nada que quitar.
Dios lo hace para que los hombres teman delante de él”
(Eclesiastés 3:14).
238
Hazme a mí primero
“Elías le dijo: ‘No tengas temor: ve y haz como has dicho; 21
pero hazme con ello primero una pequeña torta cocida debajo agosto
de la ceniza, y tráemela. Después la harás para ti y para tu hijo’ ”
(1 Reyes 17:13).
239
Todos queremos más
22 “Sean vuestras costumbres sin avaricia,
agosto contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo:
‘No te desampararé ni te dejaré’. Así que podemos decir
confiadamente: ‘El Señor es mi ayudador;
no temeré lo que me pueda hacer el hombre’ ”
(Hebreos 13:5, 6).
241
La ofrenda de la viuda
24 “Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo:
agosto ‘De cierto os digo que esta viuda pobre
echó más que todos los que han echado en el arca,
porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta,
de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento’ ”
(Marcos 12:43, 44).
242
¿Qué, pues, tendremos?
“Entonces, respondiendo Pedro, le dijo: ‘Nosotros lo hemos dejado 25
todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?’ ” agosto
(Mateo 19:27).
245
La fe profética de nuestros padres
28 “Tenemos también la palabra profética más segura,
agosto a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha
que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca
y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”
(2 Pedro 1:19).
246
Vendré otra vez
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 29
En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, agosto
yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré
a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis”
(Juan 14:1-3).
nuevo una esperanza mesiánica. Pero esta venida no se puede confundir con
la primera, ni tampoco con el encuentro personal con Cristo en el proceso de
la salvación, ni como algunos han dicho, con la llegada del Consolador prome-
tido que lo representa. La segunda venida de Cristo es la consumación final de
la obra redentora que realizó en la primera: “Así también Cristo fue ofrecido
una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez,
sin relación con el pecado, para salvar a los que lo esperan” (Heb. 9:28).
“La proclamación de la venida de Cristo debería ser ahora lo que fue la
hecha por los ángeles a los pastores de Belén, es decir, buenas nuevas de gran
gozo. Los que aman verdaderamente al Salvador no pueden menos que recibir
con aclamaciones de alegría el anuncio fundado en la Palabra de Dios de que
Aquel en quien se concentran sus esperanzas para la vida eterna volverá, no
para ser insultado, despreciado y rechazado como en su primer advenimiento,
sino con poder y gloria, para redimir a su pueblo” (El conflicto de los siglos,
p. 338).
“Vendré otra vez”, la promesa, resuena como un eco cada vez que el Nue-
vo Testamento menciona la esperanza en el glorioso advenimiento. Impregna
decisivamente la vida de la iglesia en un programa de esperanza activa y co-
municativa. Es el referente ilusionado del saludo de los primeros cristianos,
Maranata, ¡el Señor viene! Orienta la aplicación práctica de la reflexión teoló-
gica de las epístolas. Da al concepto tiempo un sentido salvífico para el mundo,
como tiempo de gracia y, para la iglesia, se convierte en la oportunidad, el
tiempo para obrar y concluir la misión. Finalmente, “Vendré otra vez” es la
llave que clausura los oráculos sagrados, las revelaciones bíblicas que Dios
ha dado al mundo: “Ciertamente vengo en breve. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”
(Apoc. 22:20).
Porque hay un Dios en los cielos… te aseguro que Jesús regresará pronto
en las nubes de los cielos en la gloria de su Padre (Mat. 16:27).
247
Voces del cielo
30 “Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas,
agosto sabed que está cerca el reino de Dios”
(Lucas 21:31).
E stas palabras de Santiago guardan una dramática similitud con la crisis econó-
mica global que estamos viviendo en este tiempo, una crisis como no se había
conocido desde 1929: recesión de la economía en varios de los países más ricos del
mundo, estados opulentos que necesitan un rescate de miles de millones de euros,
aumento de la tasa de desempleo; pérdida del llamado estado de bienestar, quiebra
de grandes bancos por la acumulación de activos tóxicos, entre otros.
Esta situación está produciendo un cambio drástico en las economías, tan-
to privadas como públicas, que están generando alteraciones sociales, huelgas,
clamores y protestas en la calle, una crisis social de graves dimensiones. Esa
crisis económica, como dice Santiago, se produce en la proximidad de la venida
del Señor. En realidad, la situación actual, preludio de tiempos aún peores, es el
fracaso de filosofías materialistas que fundaron su seguridad y confianza en la
ciencia y la tecnología, en el poder, la fuerza y las riquezas. Como dijo Jeremías:
“No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni
el rico se alabe en sus riquezas” (Jer. 9:23). Porque el desarrollo tecnológico
llevó a la humanidad a la bomba atómica en Hiroshima, el poder ha dado lugar a
continuas guerras y masacres de inocentes, y la bonanza económica resultó una
riqueza “podrida” que nos ha conducido a la crisis económica actual.
Lamentablemente, a veces los abusos también ocurren entre algunos que
se dicen creyentes. “Qué revelación se hará el día de Dios, cuando los teso-
ros amontonados, y los sueldos retenidos fraudulentamente, clamen contra sus
poseedores, quienes eran cristianos supuestamente buenos, y se halagaban a
sí mismos con la idea de que estaban guardando la ley de Dios, cuando ama-
ban más las ganancias que lo que se había comprado con la sangre de Cristo,
las almas de los hombres” (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 129). El
pueblo de Dios, aun teniendo la interpretación profética del tiempo, no está
exonerado de las crisis y las sufre con paciencia al lado de sus conciudadanos.
Pero no la enfrenta de la misma manera. Nuestra seguridad en la providencia
divina nos permite afirmar con el apóstol Pablo: “Estamos atribulados en todo,
mas no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no
desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:8, 9).
Porque hay un Dios en los cielos… enfrenta tu crisis confiando en el apoyo
divino.
250
Yo lo esperaba antes
de ir al servicio militar 2
septiembre
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos,
sino solo mi Padre”
(Mateo 24:35, 36).
E l 22 de octubre de este año hará 171 años que los adventistas estamos predi-
cando la inminencia del regreso del Señor. Somos un movimiento que inició
su andadura religiosa con un mensaje preciso sobre el tiempo del fin: “La hora de
su juicio ha llegado” (Apoc. 14:7), pero ese juicio todavía no ha concluido. Hoy
volvemos a hablar de la demora porque nuestra iglesia no puede soslayar este
problema, porque una correcta interpretación de la demora de la Segunda Venida
no solamente explica y justifica la razón de ser de nuestra iglesia, sino que llega
a ser una verdadera clave de la praxis interna y externa de sus miembros. ¿Nos
hemos equivocado los adventistas del séptimo día al anunciar el regreso del Se-
ñor en el tiempo histórico? ¿O debiéramos remitir el advenimiento, como hacen
muchos cristianos, a un final de los tiempos absoluto que no está conectado con
la cronología? ¡No! Las profecías y el plan de la salvación se cumplen y resuel-
ven en el marco de la historia de la humanidad.
¿Por qué el Señor no ha venido? El texto de Proverbios dice que “la es-
peranza que se demora tormento es del corazón” y, en efecto, los adventistas
podemos estar sufriendo las consecuencias de la crisis de la demora. Jesús
nos advirtió contra esto. En tres de las cuatro parábolas del sermón escato-
lógico nos habla de esa tardanza. En la parábola de los dos siervos, el siervo
negligente, cansado de esperar, pensó: “mi Señor tarda en venir” y se entregó
a una vida inconsecuente. En la parábola de las diez vírgenes, Jesús nos puso
sobre aviso de que “como el novio tardaba, cabecearon todas y se durmieron”
(Mat. 25:5). En cuanto a la parábola de los talentos, Jesús señaló que “después
de mucho tiempo regresó el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con
ellos” (25:19); los siervos tuvieron suficiente tiempo para hacer prosperar los
bienes del señor antes de rendirle cuentas. ¡Cuidado! La crisis de la demora
puede producir entre nosotros inseguridad en el mensaje, falta de unanimidad
doctrinal y abandono de la proclamación; puede arraigarnos a este mundo con
la pérdida del sentido de provisionalidad y puede tener consecuencias éticas y
espirituales nefastas en nuestras vidas.
Elena de White dijo: “La demora es solamente aparente, pues en el tiempo
señalado, nuestro Señor vendrá” (Carta 38, 1888). ¿Y cuándo vendrá? De la
Segunda Venida nos separa no un tiempo, sino una misión: nuestra preparación
espiritual y la del mundo para recibir al Señor.
Pide a Dios hoy que te ayude a cumplir la misión.
252
La pregunta de la reina de España
“Y a la medianoche se oyó un clamor: 4
“¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!” septiembre
(Mateo 25:6).
253
¡Prepárate! Tenemos una cita
5 “Y porque te he de hacer esto, prepárate, Israel,
septiembre para venir al encuentro de tu Dios”
(Amós 4:12).
D urante varios años, participé con mi esposa en la recepción que los reyes de
España ofrecían el 23 de abril en el Palacio Real, en ocasión de la entrega del
premio Cervantes de literatura. En la invitación al acto, la Secretaría de la Casa
Real indicaba con todo detalle el protocolo a seguir: vestido corto para las señoras,
traje obscuro para los caballeros, hora y lugar de llegada, salón del encuentro con
los reyes, orden de prelación para el saludo, lugar del refectorio y hora de clausura.
También hay un protocolo de preparación para el glorioso encuentro que
tendrá lugar cuando Jesús vuelva, como Rey de reyes y Señor de señores. La
promesa del advenimiento del Señor está siempre asociada a la necesidad de
una preparación responsable. ¿En qué consiste el protocolo de preparación
para el encuentro con el Salvador? ¿Qué requiere el Señor de aquellos que
esperamos la Segunda Venida? Tres elementos fundamentales que la divinidad
ha exigido a su pueblo en tres encuentros pasados entre Dios y los hombres.
1. Santificación. En el encuentro de Dios con los israelitas en el Sinaí,
Dios pidió a Moisés: “Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana. Que
laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque al tercer
día Jehová descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí”
(Éxo. 19:10, 11).
2. Arrepentimiento. En el encuentro de Jesús con los judíos en el Jordán,
Juan el Bautista, su heraldo y precursor, preparó el camino diciendo:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2).
3. Unidad. Finalmente, cuando se iba a producir el descenso del Espíritu
Santo en el seno de la iglesia cristiana, en Pentecostés, dice el texto:
“Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego” (Hech. 1:14).
No cabe duda que estos tres encuentros prefiguraban el gran encuentro final,
el más grandioso y definitivo. Por eso nos sirven de pauta y modelo: el arrepenti-
miento sincero y cabal, un reavivamiento de la verdadera piedad es la más urgente
de nuestras necesidades. La santificación designa una forma de vida en estrecha
relación con Dios y una disposición mental: sinceridad, rectitud, integridad; el ideal
a alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios, un camino de progreso continuo. Final-
mente, Dios quiere encontrarse con una iglesia en plena comunión con él y los unos
con los otros, no con un pueblo dividido y enfrascado en disputas internas.
Hoy es tiempo de prepararnos para ese encuentro y ajustarnos al protocolo
celestial para recibir al bendito Jesús.
254
¿Cuántos talentos has recibido?
“El reino de los cielos es como un hombre que, 6
yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. septiembre
A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno,
a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos”
(Mateo 25:14, 15).
T res fueron los objetivos del sermón profético de Jesús que determinaron,
por otra parte, la estructura de la redacción de Mateo. En su primera par-
te (Mat. 24:4-36), Jesús previene a la iglesia contra el engaño de las falsas
concepciones escatológicas de entonces y da las verdaderas señales del fin
que nos llevarán a la Parusía manifiesta. En la segunda parte (Mat. 24:37-44),
encontramos las admoniciones acerca de la vigilancia, porque desconocemos
cuándo ha de venir el Señor. Jesús nos presenta la Parusía inesperada o súbita.
La tercera parte (Mat. 24:45-25:46), compuesta por cuatro parábolas, está con-
sagrada a explicar en qué consiste la vigilancia y cómo la iglesia debe vivir la
espera del advenimiento.
Estas cuatro parábolas nos hablan de una espera activa ante una tarea asig-
nada (Mar. 13:34). Existe una relación estrecha entre la actitud de la espera y la
mayordomía cristiana: 1) la mayordomía de la bondad y el amor de Dios (pará-
bola del juicio final); 2) la mayordomía de la casa de Dios (parábola de los dos
siervos); 3) la mayordomía de los talentos dados a la iglesia (parábola de los
talentos) y 4) la mayordomía del don de la fe (parábola de las diez vírgenes).
En la parábola de los talentos se desarrolla principalmente la infidelidad del
siervo que recibió un solo talento y no negoció con él. Este servidor negligen-
te no era un gran pecador. No había disipado ni malgastado los bienes de su
señor. Su pecado consistió en no hacer nada con el talento que había recibido.
También cometió el pecado de tener miedo, le faltó el valor de correr el ries-
go de lo desconocido, le faltó el coraje de aceptar los retos que presentan los
planes nuevos. Pecó al pretender justificarse. Atribuyó al propio señor y a las
circunstancias la responsabilidad de su negligente administración. Finalmente,
esta parábola nos enseña la ley bíblica de la proporción en el servicio a Dios.
Proporción entre lo que damos y lo que hemos recibido; entre nuestra fidelidad
en lo poco y lo mucho que el Señor nos va a confiar; entre tener y recibir más
y no tener y perderlo todo. Todo esto se aplica a la espera activa, a la obra que
nos falta por cumplir para que el Señor venga.
Porque hay un Dios en los cielos… procura en este día ser fiel aun en lo
muy poco.
255
Sueño y cautela de las diez vírgenes
7 “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que,
septiembre tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio.
Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas,
tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; pero las prudentes
tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas”
(Mat. 25:1-4).
L a parábola de las diez vírgenes la pronunció Jesús casi al final del sermón
profético, al anochecer, mientras se veían a lo lejos las luces de un cortejo
nupcial como el que estaba narrando. Las diez doncellas, con sus lámparas
de aceite encendidas, estaban esperando a la puerta de la casa de la novia la
llegada del novio con la intención de acompañarla a casa de este, donde la co-
mitiva celebraría los festejos nupciales. Pero el esposo tardó, las vírgenes se
durmieron, y cuando despertaron con el clamor de media noche sus lámparas
se estaban apagando. Cinco tenían reserva de aceite, las otras cinco no y, tris-
temente, se quedaron fuera del cortejo nupcial.
De las cuatro parábolas del sermón de Jesús, esta es la que presenta los resulta-
dos más dramáticos porque, aparentemente, las diez muchachas eran iguales, pero
no tuvieron el mismo final. Todas tenían sus lámparas encendidas cuando llegaron, se
cansaron de esperar y se durmieron. Cuando las lámparas empezaron a apagarse,
se despertaron a tiempo de aderezarlas para salir al encuentro del esposo, pero solo
cinco habían previsto las eventualidades de una espera prolongada.
El aceite representa al Espíritu Santo que nos provee del don de la fe para man-
tenernos vigilantes y activos en la espera del advenimiento. Pero algunos tienen
expectativas equivocadas con relación a la inminencia: sitúan el advenimiento en
un tiempo determinado, no hacen acopio de fe para los días malos, y como Jesús no
ha venido tan pronto como ellos esperaban, se desaniman y pierden la fe. La espe-
ranza que nos puede sostener en la demora es un valor espiritual intransferible. Si la
poseemos, nos sentiremos seguros aunque la espera se prolongue.
Víctor Hugo describe en Los miserables a un pajarito posado en una débil
ramita de un arbusto que se inclinaba hacia la corriente de un arroyo tumultuo-
so. Con su peso, el pajarito hacía que la rama se doblase de modo que parecía
iba a romperse de un momento a otro; además, un fuerte viento azotaba al
pajarillo dando la sensación que iba a ser arrastrado fuera de su precario apoyo
y lanzado a la corriente. Pero, a pesar de todo esto, ¡el pajarillo trinaba! ¿Por
qué? Porque sabía que tenía alas.
Pide hoy el Espíritu Santo, la gran provisión divina para estar listos para el
regreso de Cristo.
256
Caminar hacia el amanecer
“La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda 8
la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la impiedad septiembre
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa
y piadosamente, mientras aguardamos la esperanza bienaventurada
y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”
(Tito 2:11-13).
257
La gran proclamación de la Santa Cena
9 “Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa,
septiembre la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”
(1 Corintios 11:26).
258
La piedrecita blanca
“Al vencedor le daré de comer del maná escondido, y le daré 10
una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, septiembre
el cual nadie conoce sino el que lo recibe”
(Apocalipsis 2:17).
D e todas las parábolas con las que Jeremías acompañó sus mensajes, la del
alfarero y el vaso es la que aporta más realismo. En un tiempo de apostasías,
de cambios drásticos, de peligros para el pueblo de Dios, el profeta recibe la or-
den de ilustrar el mensaje del cielo dirigido a los judíos yendo a casa del alfarero.
Allí vio cómo trabajaba el barro en el torno, haciendo un vaso que no le salió
bien; el vaso se rompió en sus manos y tuvo que volver a empezar y hacer otro.
¿Qué lecciones recibimos de esta parábola del alfarero y el vaso?
1. Solo somos barro maleable, húmedo, blando, susceptible de recibir del
Alfarero divino formas diversas.
2. Estamos dando vueltas en el torno de la vida, viviendo circunstancias, expe-
riencias, unas veces buenas y otras malas, que nos forman o deforman.
3. Estamos en sus manos, sus dedos están trabajando en nosotros. Dios
está usando esos giros de la vida para moldear nuestro carácter; nada
en nuestra vida es fortuito, cada vuelta del barro se convierte en una
providencia divina.
4. Dios tiene un plan para nosotros. El Alfarero divino no nos hace a todos
iguales, no nos fabrica en serie. Las huellas de sus dedos en el carácter
nos hacen irrepetibles, pero todos útiles.
5. El Alfarero divino no siempre tiene éxito con nosotros, porque no anula
nuestra libertad, porque el barro humano no es una masa inerte, en reali-
dad, todos participamos en ese proceso con nuestro sometimiento o con
nuestra rebeldía y, a veces, nuestra vasija se le rompe en las manos.
6. Dios no arroja disgustado el barro. Junto al torno tiene agua, con la cual
humedece de nuevo la masa y comienza una nueva vasija. Así actúa la
paciencia divina con nosotros.
Nadie es perfecto ni ha llegado al ideal que Dios tiene para cada uno de sus
hijos. Seguramente que nos hemos equivocado más de una vez. ¿Cuántas veces
se ha roto nuestro vaso en las manos del Alfarero divino? ¿Cuántas veces ha co-
menzado de nuevo con nosotros? No agotemos la paciencia divina. Digámosle
como Saulo de Tarso: “¿Qué haré, Señor?”
Porque hay un Dios en los cielos… él puede ayudarte a superar tus defectos
de carácter y malas actitudes personales. Confía en él y déjalo actuar en ti.
261
Un cántaro hecho añicos
13 “Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los hombres
septiembre que van contigo, y les dirás: ‘Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad,
como quien quiebra una vasija de barro,
que no se puede restaurar más’ ”
(Jeremías 19:10, 11).
U na y otra vez los dedos del alfarero han intentado modelar un vaso per-
fecto. Pero siempre ha salido torcido. Llega un momento en que el barro
se ha vuelto rígido, imposible de moldear, y solo puede producir vasijas defec-
tuosas que no sirven para nada. El profeta debía ilustrar la dramática situación
de Israel, así que compró una vasija torcida y dijo que era un vaso que ya no
podía ser restaurado y, ante los ojos de los líderes del pueblo, lo lanzó contra
el suelo. ¿Conoces la experiencia de alguien a quien le ocurrió algo parecido?
Tengo en mi poder una carta de un joven al que llamaré Leoncio, que escribió
a Agustín, un amigo de la iglesia. Era natural del sureste de España, tenía treinta
años y había sido adventista alguna vez. El Señor había trabajado con él de mil
maneras, pero cada vez que había comenzado a modelar el barro de su vida se
escapaba de sus manos. Después de haber conocido el evangelio, frecuentó di-
versas agrupaciones religiosas, se afilió a una comuna, conoció el placer y apuró
su copa hasta la última gota. Pero su insatisfacción y soledad iban creciendo has-
ta llegar a la desesperación. En la carta escrita a Agustín, evoca lo que aprendió
en nuestra iglesia, pero sin haber descubierto lo fundamental: el poder salvador
de la gracia de Dios:
“Amigo Agustín, tengo esperanza de que el Señor acogerá mi espíritu en
este día. Te ruego que escribas a mi madre con la idea de que no conozca la
verdad […]. Escríbele y anímala, que no conozca que dejo este mundo […].
Encárgate de mi equipaje. Medita y haz las cosas bien, sin levantar polvo que
pueda perjudicar a nuestros hermanos. Ayuna, que te fortalecerá. También ten-
go la esperanza de que nos podamos ver en la tierra nueva”.
Al día siguiente, Leoncio se lanzó desde uno de los puentes del río que
pasaba por la ciudad. Su cuerpo destrozado, como un cántaro roto, yacía en
el lecho seco del río. Yo estaba casualmente en aquella población aquel día y,
con el pastor de la iglesia, tuvimos que comunicar la noticia a su pobre madre.
Tú todavía estás entre los dedos del Alfarero divino. Que él modele tu vida,
que haga de ti una vasija útil, un vaso de honra.
262
¿Teme Job a Dios de balde?
“¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has rodeado 14
de tu protección, a él y a su casa y a todo lo que tiene? septiembre
El trabajo de sus manos has bendecido, y por eso
sus bienes han aumentado sobre la tierra”
(Job 1:9, 10).
263
El aguijón en la carne
15 “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara,
septiembre me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás
que me abofetee, para que no me enaltezca”
(2 Corintios 12:7).
264
Nuestro Sumo Sacerdote
“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento 16
celestial, considerad al apóstol y Sumo sacerdote septiembre
de nuestra profesión, Cristo Jesús”
(Hebreos 3:1).
U na de las formas más eficaces para entender el plan de salvación del cielo
es a través de la doctrina del santuario. De ahí que Elena de White haga
la siguiente declaración: “La correcta comprensión del ministerio del santuario
celestial es el fundamento de nuestra fe” (Consejos para la iglesia, p. 632).
El santuario del desierto era un verdadero esquema pedagógico para entender
verdades eternas de la Palabra de Dios. “El Santuario terrenal fue construido por
Moisés conforme al modelo que se le mostró en el monte. “Lo cual es símbolo
para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios”. Los
dos lugares santos eran “figuras de las cosas celestiales”. Cristo, nuestro gran
Sumo Sacerdote, es el “ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo
que levantó el Señor, y no el hombre”. [...] Cuando en visión se le mostró al
apóstol Juan el templo de Dios que está en el cielo, vio allí que “delante del trono
ardían siete lámparas de fuego” (ibíd.).
De acuerdo con la doctrina del Santuario, los seres humanos tenemos un
Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre celestial. No nece-
sitamos ningún otro tipo de mediación. Sin embargo, los seres humanos han
insistido en fabricar toda una diversidad de “intercesores” que supuestamente
los reconcilian con Dios. Sin embargo, esto no es necesario. Mejor sería tratar
de entender el ministerio intercesor de Jesús hacia su pueblo: “Todos necesitan
conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De
otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o
desempeñar el puesto al que Dios los llama. Cada cual tiene un alma que salvar
o perder. Todos tienen una causa pendiente ante el tribunal de Dios. Cada cual
debería encontrarse cara a cara con el gran Juez. ¡Cuán importante es, pues,
que cada uno contemple a menudo de antemano la solemne escena del juicio
en sesión, cuando serán abiertos los libros, cuando con Daniel, cada cual ten-
drá que estar en pie al fin de los días!” (Eventos de los últimos días, p. 165).
Este día, te invito a buscar a Jesús a solas. Confiésale a él tus pecados en
vez de contárselos a un ser humano. Solo él te puede otorgar el perdón divino
y concederte la paz que tanto necesita tu corazón. Así sabrás que hay un Dios
en los cielos.
265
Yo sé a quién he creído
17 “Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído
septiembre y estoy seguro de que es poderoso para guardar
mi depósito para aquel día”
(2 Timoteo 1:12).
267
Ven y ve
19 “Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe
septiembre encontró a Natanael y le dijo: ‘Hemos encontrado a aquel
de quien escribieron Moisés, en la Ley, y también los Profetas:
a Jesús hijo de José, de Nazaret’. Natanael le dijo: ‘¿De Nazaret
puede salir algo bueno?’ Respondió Felipe: ‘Ven y ve’ ”
(Juan 1:44-46).
C asilda era una mujer de porte sencillo pero afable, siempre sonriente, poco
habladora pero de mirada entre escrutadora y bondadosa; tendría entonces
unos sesenta años, y le acompañaban a las reuniones su hijo y su nuera. Casilda
no sabía escribir y apenas podía leer, pero, en su humilde bolso, llevaba siem-
pre una Biblia que había aprendido a manejar, algunos folletos y hojitas con la
dirección de la iglesia. Era una ferviente y convencida adventista y una gran
misionera. Además de sus hijos, varias personas invitadas por ella frecuentaban
las conferencias bíblicas que todos los domingos daba el pastor Daniel Sanz.
Pero ¿cómo lo hacía? ¡Oh! El Espíritu Santo le había otorgado varios dones, uno
de ellos especial, particularmente diseñado para ella, don que ejercía con gran
eficacia.
Casilda paseaba por los jardines y parques de la ciudad, por los lugares por
donde transitaba más gente. Se sentaba en un banco, sacaba su Biblia y buscaba
algún texto que tenía subrayado. Cuando alguien se sentaba a su lado, le pedía
amablemente que le leyera el pasaje, excusándose por apenas saber leer. Es fácil
imaginar que, en la mayoría de los casos, la petición daba lugar a preguntas
de parte del lector y a testimonios de la hermana Casilda. Después, cuando la
ocasión era propicia y, como hizo Felipe con Natanael, evitando siempre la dis-
cusión, Casilda Olivares invitaba a su lector y compañero de banco: “Ven y ve”.
Un domingo por la tarde, la vi llegar al vestíbulo de la Iglesia central de Madrid
(España) acompañada de un elegante señor, con cara de curiosidad, que era ex-
tranjero y que ¡solo hablaba inglés y entendía un poquito el español! Afortuna-
damente, nuestro pastor pudo comunicarse con él en su lengua y el caballero se
quedó a escuchar la conferencia, sentado junto a Casilda.
¿Cuál era el don de esta hermana? ¿Cómo conseguía traer a la iglesia a
viandantes, incluso extranjeros? No lo sé bien, pero, en todo caso, tenía con-
sagración, amor por las almas, sabiduría de lo alto, humildad, bondad, persua-
sión, paciencia y el don particular de inspirar confianza. Aún hoy, “Ven y ve”,
sigue siendo uno de los recursos del cielo para llevar las almas a Jesús.
Pide al Dios de los cielos que te ayude hoy a ejercitar tus dones porque, no
lo dudes, los tienes.
268
Examinar con atención
“Examinadlo todo y retened lo bueno. 20
Absteneos de toda especie de mal” septiembre
(1 Tesalonicenses 5:21, 22).
U na vez que Jesús ascendió al cielo, la iglesia primitiva enfrentó todo tipo
de desafíos para mantenerse firme en la esperanza del evangelio. Un alu-
vión de ideas vinculadas con las enseñanzas cristianas se empezó a escuchar
en diversas congregaciones; sin embargo, algunas de ellas resultaban un tanto
radicales. El problema es que algunas posturas extremas por parte de algunos
creyentes inhibían a otras personas para acercarse a la iglesia. Algo similar
sucede hoy. Algunas expresiones autoritarias de la fe por parte de algunos sec-
tores de la iglesia estorban a un buen número de personas para entregar su vida
al Señor: “A consecuencia del fanatismo y malicia resultantes de la obra de
hombres que falsamente se decían enseñados por Dios, mucha gente buena y
seria mira con grave recelo y no da crédito a quienes se apoyan en la revelación
divina. Pero el que busca la verdad se ha de prevenir igualmente contra los en-
gaños de falsos profetas e instructores y contra el fracaso en el reconocimiento
de la verdad. Dice el apóstol: ‘No menospreciéis las profecías. Examinadlo
todo; retened lo bueno’ ” (Testimonios selectos, t. 1, p. 242). El apóstol Pablo
nos recuerda que no hemos de aceptar todas las opciones que se nos ofrecen sin
más, ni admitirlas indiscriminadamente. Más bien, nos invita a usar un buen
criterio selectivo y tener un objetivo.
“En armonía con esta exhortación, los creyentes en Cristo han de consi-
derar ingenuamente las pruebas de que el actual movimiento adventista está
guiado por Dios, al paso que consideran la manifestación del don de profecía
relacionado con este movimiento. Es peligroso menospreciar la obra del Espí-
ritu Santo manifestada en dicho don de profecía. Sin embargo, se nos amonesta
a guardarnos ‘de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de
ovejas, mas de dentro son lobos rapaces’. La prueba se nos da en que ‘por sus
frutos los conoceréis’ ” (ibíd.).
También hemos de abstenernos del mal. La elección entre las muchas y diver-
sas opciones que encontramos en la vida siguiendo un criterio moral y espiritual es
la mejor de las pedagogías; y tiene un objetivo: retener lo bueno, es decir, que su
finalidad es conseguir lo bueno, buscar y alcanzar la verdad. El apóstol Pablo ex-
plica en otro pasaje lo que debemos examinar: “Todo lo que es verdadero, todo lo
honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre;
si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).
Este día pide a Dios que te aleje del mal.
269
El teatro romano de Sagunto
21 “¡Venid, aclamemos alegremente a Jehová!
septiembre ¡Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación!”
(Salmo 95:1).
270
Citius, altius, fortius
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, 22
todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? septiembre
Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha,
de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir
una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”
(1 Corintios 9:24, 25).
271
Una herencia bendita
23 “Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras,
septiembre te santifiqué, te di por profeta a las naciones”
(Jeremías 1:5).
272
Mi madre murió en mis brazos
“Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí. 24
Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, septiembre
para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos
o que muramos, del Señor somos”
(Romanos 14:7, 8).
273
La cultura de la violencia
25 “La tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena
septiembre de violencia. Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida,
porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”
(Génesis 6:11, 12).
274
Como en los días de Noé
“Pero como en los días de Noé, así será la venida del Hijo 26
del hombre, pues como en los días antes del diluvio estaban comiendo septiembre
y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que
Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio
y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre”
(Mateo 24:37-39).
J esús convirtió en una señal de los tiempos la analogía entre el tiempo del
fin y la época antediluviana. Elena de White describe así los días de Noé:
“Cualquiera que codiciaba las mujeres o los bienes de su prójimo, los tomaba
por la fuerza, y los hombres se regocijaban en sus hechos de violencia. […]
hasta que llegaron a considerar la vida humana con sorprendente indiferencia”
(Patriarcas y profetas, p. 71). Es verdad que hoy muchas actitudes inmorales
o corruptas toman formas más sofisticadas y sutiles que entonces y que, bajo
el manto de la igualdad, la libertad, la emancipación y la superación de tabúes,
la sociedad contemporánea está endosando prácticas abiertamente contrarias a
las buenas costumbres, al equilibrio y al bien común de las mayorías. Algunas
de estas rupturas son incluso contra natura, es decir, contra las leyes invete-
radas que siempre nos dictó la naturaleza, por ejemplo, el matrimonio entre
personas del mismo sexo.
¿Podemos dar a estas prácticas rango de señal de los tiempos como dijo
Jesús? Sin duda, porque representan la mutación de las cosas que parecían
tener estado fijo, por su generalización y aculturación, y por las consecuencias
funestas que se les atribuyen. Te propongo un sencillo ejercicio: toma un pe-
riódico, un número cualquiera, y consigue tres rotuladores de color rojo, verde
y negro; comienza a pasar sus páginas y lee los titulares. Cada vez que en-
cuentres una noticia que tenga que ver con la violencia (crímenes, terrorismo,
robos, secuestros, asesinatos, guerras, revoluciones, agresiones) pon una señal
roja; cada vez que encuentres noticias que tengan que ver con la corrupción,
la inmoralidad, la deshonestidad, el soborno, pon una señal verde; y cada vez
que encuentres una noticia que tenga que ver con otras señales (hambres, te-
rremotos, enfermedades, angustia de gentes, persecuciones religiosas) pon una
señal negra. Haz el recuento. ¿Cuál es el resultado? Una descripción estadísti-
ca sorprendente de la crónica de un día de nuestro tiempo, un grito desgarrador,
apremiante de las señales del fin. Como en los días de Noé, este es el tiempo
en que estamos viviendo.
Permanece atento a las señales, porque hay un Dios en los cielos… que
pronto regresará a la tierra.
275
Serenidad en medio del bullicio
27 “Entonces los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron
septiembre todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él les dijo: ‘Venid
vosotros aparte, a un lugar desierto, y descansad un poco’ ”
(Marcos 6:30, 31).
276
Seguimos en Dachau
“Jesús lloró” 28
(Juan 11:35). septiembre
277
Justa indignación
29 “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
septiembre ni deis lugar al diablo”
(Efesios 4:26, 27).
279
“Homo homini lupus”
1º “Engañoso es el corazón más que todas las cosas,
octubre y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jeremías 17:9).
L a frase latina “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre)
fue popularizada por el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra Le-
viatán, un autor que había soportado las penalidades de la cruel Guerra Civil
inglesa de 1642 a 1651.
El hombre puede llegar a ser un lobo, un depredador para sus semejantes.
El profeta Jeremías, que es el escritor bíblico que mayor uso hace de la palabra
“corazón” para referirse a la voluntad humana, corrobora la frase latina de Plauto
con expresiones tales como: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas,
y perverso” (Jer. 17:9); “no andarán más tras la dureza de su malvado corazón”
(3:17); y Ezequiel habla también de hombres “de duro rostro y de empedernido
corazón” (Eze. 2:4), “aquellos cuyo corazón anda tras el deseo de sus idolatrías
y de sus abominaciones” (11:21) que tienen “corazón de piedra” (11:19; 36:26).
Solamente la inspiración homicida del diablo, desde el fratricidio de Abel
hasta hoy, ha podido llenar la crónica humana de tantas muertes violentas, ma-
sacres, genocidios, holocaustos, terrorismo y crueldades cometidas por unos
hombres contra otros. El libro del historiador francés Guy Richard L’histoire
inhumaine [La historia inhumana] es una narración que causa espanto por to-
dos los medios, sofisticaciones y armas usadas por el hombre para torturar, ha-
cer sufrir, mutilar y asesinar a otros seres humanos. Y sin necesidad de recurrir
a esos hechos trágicos de la historia, las noticias de prensa de cada día están
cuajadas de titulares que nos sobrecogen.
El versículo de esta mañana pregunta si hay alguien capaz de comprender el
corazón humano. Y Dios responde: “¡Yo, Jehová, que escudriño la mente, que
pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus
obras!” (Jer. 17:10). Solo Dios puede neutralizar la obra siniestra del príncipe de
este mundo transformando el corazón de los hombres. Él anuncia una nueva alian-
za con el hombre, la alianza del nuevo nacimiento y del amor, en la cual promete:
“Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré
de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Eze. 36:26).
La promesa de transformar nuestros corazones nos llena de esperanza y
seguridad. Porque hay un Dios en los cielos… nuestro futuro puede ser muy
diferente.
280
¿Cuándo se acabará la corrupción?
“Sus jefes en medio de ella son como lobos 2
que arrebatan la presa: derraman sangre para destruir las vidas, octubre
para obtener ganancias injustas”
(Eze. 22:27).
282
La violencia de género
“Así también los maridos deben amar a sus mujeres 4
como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, octubre
a sí mismo se ama, pues nadie odió jamás a su propio cuerpo,
sino que lo sustenta y lo cuida, como también Cristo a la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos”
(Efesios 5:28-30).
H ace ya muchos años que oficié mi primera boda como pastor ordenado.
Los contrayentes eran alumnos del seminario adventista que tuvieron
después un hermoso y consagrado ministerio sirviendo al Señor incluso en
las misiones extranjeras. El tema escogido para aquella boda fue el que el
mismo Creador trató en la primera boda en el Edén; Jesús lo citó también en el
Evangelio (Mat. 19:5, 6), y Pablo lo esgrime como argumento en su Epístola
a los Efesios: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su
mujer y los dos serán una sola carne” (Efe. 5:31). Yo estoy convencido que si
la expresión “una sola carne” fuera comprendida en todo su alcance, si el obje-
tivo de todo matrimonio fuera pasar del dos inicial al uno conyugal, no habría
infelicidad en las parejas y, sobre todo, no se produciría esa crónica negra de
nuestro tiempo a la que llamamos violencia de género.
Ningún dardo duele más que aquel que lanza la persona que alguna vez
despertó nuestro más profundo amor. Por eso, es en el hogar donde se construye
la felicidad o la desdicha de nuestras vidas: “Nadie puede destruir tan completa-
mente la felicidad y utilidad de una mujer, y hacer de su vida una carga doloro-
sa, como su propio esposo; y nadie puede hacer la centésima parte de lo que la
propia esposa puede hacer para enfriar las esperanzas y aspiraciones de un hom-
bre, paralizar sus energías y destruir su influencia y sus perspectivas. De la hora
de su casamiento data para muchos hombres y mujeres el éxito o el fracaso en
esta vida, así como sus esperanzas para la venidera” (El hogar cristiano, p. 34).
El amor que surge en una relación de pareja debe madurar, crecer y al-
canzar su cenit en la consecución del ideal “una sola carne”. Pero no siempre
ocurre así, a veces, porque tuvo un mal origen, también porque no prevaleció
en su pugna contra el egoísmo y, finalmente, porque no existió un referente
espiritual del amor, como indica nuestro versículo, amar a nuestras esposas,
“como Cristo amó a la iglesia”.
Coloca tu vida en manos de Dios este día para que te enseñe a dar y recibir
amor.
283
Mete tu espada en la vaina
5 “Jesús entonces dijo a Pedro: ‘Mete tu espada en la vaina.
octubre La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?’ ”
(Juan 18:11).
284
Del odio al amor
“Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os odia. 6
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, octubre
porque amamos a los hermanos. El que no ama
a su hermano permanece en muerte”
(1 Juan 3:13, 14).
285
Trata de ancianos
7 “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven,
octubre te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo,
extenderás tus manos y te ceñirá otro,
y te llevará a donde no quieras”
(Juan 21:18).
287
El día y la hora
9 “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe,
octubre ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre”
(Marcos 13:32).
288
Amor fraternal
“Permanezca el amor fraternal” 10
(Hebreos 13:1). octubre
290
El éxito no es casualidad
“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar 12
tus manos; pues no sabes qué es lo mejor, si esto o aquello, octubre
o si lo uno y lo otro es igualmente bueno”
(Eclesiastés 11:6).
291
Altavoces para los necios
13 “No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos
octubre que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio
al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos”
(2 Corintios 10:12).
292
Nuestro camino a Damasco
“Pero, yendo por el camino, aconteció que, al llegar cerca de 14
Damasco, repentinamente lo rodeó un resplandor de luz del cielo; octubre
y cayendo en tierra oyó una voz que le decía:
‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ ”
(Hechos 9:3, 4).
con los síntomas de una neumonía atípica: tos, fiebre alta, dificultad respiratoria,
dolor torácico, dolores musculares intensos, alteraciones cutáneas y, en algunos
casos, muerte inminente. Los epidemiólogos registraron más de setecientos fa-
llecimientos, y miles de pacientes quedaron seriamente dañados por lo que, final-
mente, se diagnosticó como una intoxicación masiva producida por el consumo
de aceite tóxico de colza desnaturalizado (de uso industrial).
La variedad conocida como canola del aceite de colza es comestible y tiene
gran riqueza en ácidos grasos no saturados, omega-6 y omega-3, que son buenos
para la salud. Se le considera por sus propiedades muy parecido al aceite de
oliva. Pero, desnaturalizado para fines industriales, es tóxico, venenoso, mortal.
Por un afán de lucro, los importadores de este aceite industrial lo comercializa-
ron de forma fraudulenta para el consumo humano, vendiéndolo a bajo precio
y mediante la venta ambulante. Fue adquirido por las clases obreras, personas
mayores, conventos de religiosas, instituciones benéficas; es decir, gente con
limitados recursos económicos.
En la Sagrada Escritura, el aceite de oliva es un símbolo del Espíritu Santo. El
que se usaba para la alimentar la llama de las lámparas del templo representaba la
presencia divina allí y en las unciones de reyes, sacerdotes y profetas. El acto de
derramar sobre sus cabezas aceite significaba que se les comunicaba el Espíritu
de Dios (1 Sam. 16:13), los profetas eran “los hombres de Espíritu” (Zac. 4:14;
Ose. 9:7) y Cristo, el Mesías, el Ungido, estaba lleno de Espíritu Santo.
Por consiguiente, los falsos espíritus contra los que nos previene Juan, los
espíritus que no son de Dios, los profetas que engañan, falsifican o mienten, pro-
ducen una intoxicación espiritual, como la del aceite de colza adulterado, cuyos
efectos sobre la vida espiritual pueden ser letales o generar serios problemas en
la salud espiritual de los creyentes. El apóstol Juan nos dice que hay que exami-
narlos y detectar su naturaleza tóxica. Solo los espíritus que exaltan, honran y
proclaman la encarnación de Cristo como único Salvador, son de Dios.
Pide al Señor hoy ser lleno del Espíritu Santo.
294
¿Qué hacer con la duda?
“Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, 16
el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. octubre
Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda
es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento
y echada de una parte a otra”
(Santiago 1:5, 6).
295
Sordos y ciegos en la iglesia
17 “Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego,
octubre sino mi siervo? ¿Quién es tan sordo como mi mensajero que envié?
¿Quién es tan ciego como mi escogido, tan ciego
como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte,
que abre los oídos y no oye?”
(Isaías 42:18-20).
alguien le explique el “aire interpuesto” entre las figuras de las infantas y sus
damas. ¿Te imaginas a un sordo acompañando con sus palmas la interpretación
de la famosa marcha Radetzky en el concierto de Año Nuevo de Viena? Todo
parece un juego de imaginación, pero en realidad lo que está diciendo nuestro
versículo de hoy es que el pueblo de Israel era ciego y sordo porque no veía ni
oía ni comprendía lo que el Señor les estaba mostrando y diciendo a través de
las maravillas de los acontecimientos.
Sí, en la iglesia puede haber sordos de corazón que no sienten, ciegos de
fe que no creen, los que no transmiten porque no oyen, los que no entienden
porque no ven. Si pudiéramos abrir nuestros oídos cerrados e iluminar nues-
tros ojos apagados, ¡qué maravilla! Seríamos testigos de los milagros de Dios,
veríamos y oiríamos la explosión de luz multicolor del infinito amor divino
en este mundo, tendríamos nuestro espíritu alegre, sereno y confortado y unas
enormes ganas de contar a otros lo que estamos presenciando y escuchando.
El Señor dijo: “¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra,
porque yo soy Dios, y no hay otro!” (Isa. 45:22) y, desde entonces, la salvación
se resume en un cruce de miradas entre el Salvador y el hombre, y en una escu-
cha atenta de la Palabra de Dios, de la que viene la fe que salva. La mirada de
Jesús se encontró con la de Pedro en el patio del sumo sacerdote. Pedro recordó
sus palabras y lloró amargamente. También miraron a Jesús el paralítico del
estanque, el endemoniado gadareno, el leproso, la mujer con flujo de sangre
que fueron sanados; la viuda de Naín, Jairo y su esposa a quienes les devolvió
sus hijos con vida. Miraron a Jesús, con ojos sin luz, el ciego Bartimeo, el cie-
go de Betsaida y el ciego de nacimiento, y después vieron; y aquel malhechor
del Gólgota clavado en una cruz también miró a Jesús casi agónicamente, y el
Señor le prometió la entrada en el Paraíso. A todos miró Jesús y les dijo: “Sed
salvos”.
Míralo a él este día. Él te enseñará a escuchar su voz y entender su Palabra.
296
Pasar de muerte a vida
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree 18
al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, octubre
sino que ha pasado de muerte a vida”
(Juan 5:24).
297
La resistencia pacífica
19 “Cuando lo maldecían, no respondía con maldición;
octubre cuando padecía, no amenazaba, sino que
encomendaba la causa al que juzga justamente”
(1 Pedro 2:23).
299
Creer y servir al hombre es creer en Dios
21 “Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón,
octubre porque de él mana la vida”
(Proverbios 4:23).
S i alguna vez el Señor cumplió esta hermosa promesa, lo fue con el don de su
propio Hijo, y con el ministerio de mi buen amigo, el pastor Ignacio López,
fallecido a los 49 años de edad, víctima de una hemorragia en una operación
quirúrgica. Mi amistad con Ignacio data de nuestro tiempo de estudiantes, pri-
mero en Madrid, años duros aquellos, en los que o te forjabas una vocación en
el yunque de las dificultades o buscabas otros derroteros para la vida.
Trabajador incansable, concienzudo, práctico, ahorrador, generoso, creyente
convencido, ejemplar. Ignacio era un hombre bueno. Así lo calificó un periodista
de Almería, su última iglesia, en una corta reseña de su muerte publicada en un
diario de la ciudad: “Hoy ha muerto un hombre bueno”. Como dijo el pastor
Andrés Tejel en la necrológica que publicó en la Revista Adventista: “Adiós Ig-
nacio, hasta luego. Pronto te veremos. Te has ido de aquí sin pelearte con nadie.
Contigo no iban la guerra, las luchas, las críticas. Tú solo sabías pensar bien,
comprenderlo todo, amar a la gente. Caminaste por la tierra acariciando, sonrien-
do, consolando, amando. No sé quién ocupará tu puesto. Hasta pronto”.
¡Cuánto bien hace a la iglesia el fiel servicio de un pastor! La huella que
deja en la vida de mucha gente a veces es difícil de borrar. El pastor está lla-
mado a mostrar una gran sensibilidad hacia sus hermanos en Cristo, hombres y
mujeres falibles que enfrentan cotidianamente la batalla de la fe, de la cual no
siempre salen victoriosos. “La iglesia sobre la tierra está compuesta de hom-
bres y mujeres propensos a errar, los cuales necesitan paciencia y cuidadoso
esfuerzo para ser preparados y disciplinados para trabajar con aceptación en
esta vida y para que en la vida futura sean coronados de gloria e inmortalidad.
Se necesitan pastores –pastores fieles– que no lisonjeen al pueblo de Dios ni lo
traten duramente, sino que lo alimenten con el pan de vida; hombres que sien-
tan diariamente en sus vidas el poder transformador del Espíritu Santo, y que
abriguen un fuerte y desinteresado amor hacia aquellos por los cuales trabajan”
(Los hechos de los apóstoles, p. 419).
Pide hoy a Dios que dé a su iglesia pastores que sigan la voluntad divina y
que ministren a sus congregaciones con inteligencia y sentido común.
301
Un enemigo ha hecho esto
23 “Fueron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron:
octubre ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?
¿Cómo, pues, tiene cizaña?’ Él les dijo: ‘Un enemigo
ha hecho esto’. Y los siervos le dijeron: ‘¿Quieres, pues,
que vayamos y la arranquemos?’ ”
(Mateo 13:27, 28).
“Ade realismo, el autor del poema medieval Cantar del Mío Cid expresa
sí parten unos de otros como la uña de la carne”. Con esta figura llena
304
¡Retén lo que tienes!
“Vengo pronto; retén lo que tienes, 26
para que ninguno tome tu corona” octubre
(Apocalipsis 3:11).
E n los mensajes a las siete iglesias dados por Jesucristo en Apocalipsis hay
una insistencia que se repite de distintas maneras: guardar, retener, preva-
lecer, etcétera, siempre como admonición para que el creyente adopte una po-
sición firme en las pruebas que sufre o con respecto a la verdad que posee: “Sé
fiel hasta la muerte”, “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído”, “Retén
lo que tienes”. Estos mismos imperativos los encontramos en las Epístolas de
Pablo: “Estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido” (2 Tes. 2:15),
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra fe” (Heb. 10:23),
“Retén la forma de las sanas palabras” (2 Tim. 1:13).
Es interesante comprobar que el significado del verbo kratéo, empleado en
el imperativo “retén”, es “ser fuerte”, pero también puede significar “defender”
y en otros pasajes se ha traducido por “prevalecer”, “vencer”. El mensaje del
Apocalipsis quiere decir que debemos conservar y defender lo que nos perte-
nece, como un soldado defiende su puesto de guardia. ¿Por qué? Porque hay
peligros reales que amenazan el depósito sagrado que Dios ha confiado a la
iglesia.
Un peligro que acecha al pueblo de Dios es la incredulidad: “Una línea de
incredulidad se extiende a través del continente, y está en comunicación con la
iglesia de Dios” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 274). La duda, el escep-
ticismo o el rechazo abierto de verdades fundamentales confiadas a la iglesia
remanente, como la doctrina del santuario y todas sus implicaciones proféticas,
la verdad de los dones espirituales y su manifestación en Elena de White, la
iglesia, su organización y su autoridad, parecen ser objeto hoy de especiales
ataques desde dentro y fuera de la iglesia. Pero no lo olvidemos: “Ninguna de
las ramas de la verdad, que han hecho al pueblo adventista del séptimo día lo
que es debe debilitarse. [...] debemos permanecer firmes en la defensa de nues-
tros principios a plena vista del mundo” (El otro poder, p. 52).
Vivimos en una época de grandes disparates y zarandeo en cuestiones de la
interpretación bíblica. Hay muchas tentaciones atractivas luchando por captar
nuestra atención y distraernos de las cosas espirituales. Es muy fácil perder el
rumbo cuando no sabemos retener nuestras principios cristianos.
Pidamos hoy al cielo que nos ayude a mantenernos leales a su Palabra y su
verdad en estos momentos cruciales de la historia.
305
Temerarias palabras
27 “Ahora, pues, yo te ruego que hagas un trato
octubre con el rey de Asiria, mi señor: Yo te daré dos mil caballos,
si tú puedes dar jinetes que los monten”
(Isaías 36:8).
E l ejército asirio era uno de los más poderosos del mundo. Senaquerib, su
rey, estaba en guerra con Egipto y, aunque el pequeño reino de Judá, aliado
de Egipto, no representaba un enemigo peligroso, mandó al copero mayor con
un gran ejército para que sitiara la ciudad de Jerusalén y conminara a su rey,
Ezequías, a rendirse y cambiar la alianza. El mensajero asirio, sabiendo que el
ejército de Ezequías carecía de caballería, le ofreció un pacto ventajoso: “Yo
te daré dos mil caballos, si tú puedes dar jinetes que los monten”. ¡Pero Judá
no disponía de dos mil jinetes! Además, para que no se pueda dudar de su his-
toricidad, fue escrito con todo detalle en una inscripción cuneiforme hallada
en las ruinas de Nínive, y las crónicas griegas también lo citan atribuyendo la
destrucción del ejército asirio no al ángel de Jehová, como dice la Biblia, sino
a una epidemia.
Haciendo una aplicación homilética del pasaje, los dos mil caballos son las
oportunidades y los medios que Dios puede poner a disposición de cada uno
de nosotros, como providencias reales, para resolver las circunstancias difíci-
les que nos depare el presente y el futuro. Y los dos mil jinetes existen, no son
una hipótesis, ni mucho menos una ficción. Los dos mil jinetes somos todos
los que estemos dispuestos a aventurarnos, a adaptarnos, a aprender, a probar,
a experimentar, a arriesgar. Para ello debemos ser hombres y mujeres de fe
firme, que crean en las promesas de Dios, que confíen en los planes divinos,
que obedezcan sus órdenes; hombres y mujeres de visión que vean las nuevas
oportunidades que se ofrecen, que sepan lo que la iglesia debe hacer, que fijen
objetivos sin quedarse cortos ni pasarse; hombres y mujeres que sepan trabajar
en equipo; hombres y mujeres consagrados, dispuestos al sacrificio, incansa-
bles; hombres y mujeres con formación adquirida, como David en el uso de su
honda, como Pablo de quien Dios dijo: “Ve, porque instrumento escogido me
es éste para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de reyes y de los
hijos de Israel” (Hech. 9:15).
Esta es la aplicación espiritual que podemos dar a la historia real de los envia-
dos de Senaquerib y Ezequías. Lo imprevisible ocurrió y la Providencia envió a
su ángel que dio la victoria al rey de Judá.
Porque hay un Dios en los cielos… no permitirá que su pueblo sea destrui-
do. Al final, le dará la victoria.
306
Vivir es Cristo
“Porque para mí el vivir es Cristo y el morir, ganancia” 28
(Filipenses 1:21). octubre
308
No hay más allá
“Saldrán y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron 30
contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará” octubre
(Isaías 66:24).
A l culto perpetuo que rendirán los redimidos de Jehová (Isa. 66:23) , el profeta
Isaías contrapone el castigo de resultados eternos que recibirán los impeniten-
tes. Jesús recogió esta misma imagen del gusano que no muere y del fuego que no
se apaga cuando habló de los despojos humanos que serán echados en la gehena, el
vertedero del valle de Hinom, que algunas versiones traducen por ‘infierno’ (Mar.
9:48). Pero ¿qué quisieron enseñar Isaías y Jesús con este simbolismo? ¿Pretenden
esas imágenes, en el contexto ideológico hebreo en el que fueron dichas, corrobo-
rar la existencia de un infierno de penas eternas como algunos cristianos enseñan?
El teólogo suizo Emmanuel Pétavel-Olliff, escribió en 1891 el libro Le problème
de l’immortalité [El problema de la inmortalidad], donde aclara:
1. El gusano no tiene la función de hacer sufrir a los cadáveres, sino de des-
truirlos. Lo que los gusanos hacen es realmente acelerar la desaparición de
lo que ha cesado de vivir. El gusano es esencialmente un necrófago, un des-
tructor. El gusano y el fuego perpetuos simbolizan, pues, la eterna perdura-
bilidad de la muerte, la imposibilidad de resucitar para la vida eterna.
2. El fuego eterno o inextinguible es, por su parte, el agente de una destruc-
ción completa e irremediable. El incendio de los palacios de Jerusalén (Jer.
17:27), las ciudades de Sodoma y Gomorra, condenadas al fuego eterno
(Jud. 7), no están ardiendo todavía. De acuerdo con una filología bíblica
elemental, el fuego no es “eterno”, sino que tiene resultados eternos.
3. También los cadáveres del texto tienen un significado simbólico. Ante
todo son, por excelencia, un emblema de la insensibilidad. La perpetui-
dad de un cadáver en descomposición es el símbolo de una muerte eterna
sin ninguna posibilidad de vida futura. También pueden simbolizar el re-
cuerdo presente de un ser que vivió y que ya no es.
La noción de sufrimientos interminables es absolutamente extraña a ese vas-
to simbolismo que encontramos en los profetas bíblicos. Ningún texto de los
libros canónicos de la Biblia contiene una simple sílaba relativa a eventuales
tormentos eternos de los réprobos. Para ellos solo hay una sentencia: no hay más
allá. La gehena citada por Jesús era un servicio público donde se quemaban los
cadáveres de animales y de criminales; jamás, en ninguna de las catorce veces
que se cita el término, está asociado a tormentos sensibles.
Dios ha previsto misericordiosamente el final eterno de los impenitentes.
309
Una oración de fe
31 “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará;
octubre y si ha cometido pecados, le serán perdonados”
(Santiago 5:15).
310
Volar más alto
“Mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, 1º
levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, noviembre
caminarán y no se fatigarán”
(Isaías 40:31).
E n el libro La educación, Elena de White tiene una cita preciosa sobre las
águilas de los Alpes: “El águila de los Alpes es a veces arrojada por la
tempestad a los estrechos desfiladeros de las montañas. Las nubes tormentosas
cercan a esta poderosa ave del bosque y con su masa oscura la separan de las
alturas asoladas donde ha construido su nido. Se precipita de aquí para allá,
bate el aire con sus fuertes alas y despierta el eco de las montañas con sus gri-
tos. Al fin se eleva con una nota de triunfo y, atravesando las nubes, se encuen-
tra una vez más en la claridad solar, por encima de la oscuridad y la tempestad.
Nosotros también podemos hallarnos rodeados de dificultades, desaliento y
oscuridad. […] más allá de las nubes brilla la luz de Dios. Podemos elevarnos
con las alas de la fe hasta la región de la luz de su presencia” (p. 105).
En efecto, en los Alpes se pueden ver las águilas exhibiendo su majestuoso
vuelo en medio de las cumbres. Elena de White las vio, sin duda, en las dos
visitas que hizo a Torre Pellice, en los valles valdenses del Piamonte (Italia)
en 1885 y 1886. Las águilas son citadas en las Escrituras veinticinco veces,
siempre para subrayar la fuerza de su vuelo, sus potentes alas, el cuidado y
adiestramiento de sus polluelos. Tanto Elena de White como el texto de Isaías
evocan las águilas superando los vientos y las tormentas y elevándose por en-
cima de la tempestad.
¿Qué significa para nosotros volar más alto cuando tenemos una meta que
alcanzar o estamos en medio de una tormenta de la vida? Volar más alto, por en-
cima de los obstáculos, de la oscuridad y las dificultades, sin esperar simplemen-
te a que se disipen. Volar más alto, más cerca de Dios, más dependientes de él,
experimentando su seguridad inquebrantable. Volar más alto, elevar, aumentar,
no solo nuestra comunión con Dios, sino también nuestro compromiso y leal-
tad. Volar más alto, ser más intrépidos, enfrentar las dificultades con más arrojo,
con más valor y coraje. Volar más alto, alcanzar mayor preparación, más capaci-
tación, más experiencia, proveernos de más y mejores recursos. Volar más alto,
ser más eficaces, aspirar a la excelencia, no conformarnos con la mediocridad.
Volar más alto, pedir ayuda, incrementar los colaboradores, crear un equipo.
Porque hay un Dios en los cielos… ¡decídete a volar más alto! Él te ayuda-
rá a superar las adversidades con el poder de su Espíritu Santo.
311
Vivir en libertad
2 “Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados;
noviembre solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros”
(Gálatas 5:13).
313
¿Has oído el silbido de las balas?
4 “El que habita al abrigo del Altísimo
noviembre morará bajo la sombra del Omnipotente”
(Salmo 91:1).
314
¡Me ahogo!
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; 5
y si por los ríos, no te anegarán” noviembre
(Isaías 43:2).
315
El uno será tomado y el otro será dejado
6 “Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado
noviembre y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino:
una será tomada y la otra será dejada”
(Mateo 24:40, 41).
317
Un tizón arrebatado del incendio
8 “Entonces dijo Jehová al Satán: ‘¡Jehová te reprenda, Satán!
noviembre ¡Jehová, que ha escogido a Jerusalén, te reprenda!
¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?’ ”
(Zacarías 3:2).
320
¡Levanta con fuerza tu voz!
“Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión; levanta 11
con fuerza tu voz, anunciadora de Jerusalén. ¡Levántala sin temor! noviembre
Di a las ciudades de Judá: ‘¡Ved aquí al Dios vuestro!’ He aquí
que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo dominará;
he aquí que su recompensa viene con él y su paga delante de su rostro”
(Isaías 40:9, 10).
321
El origen del miedo
12 “Él respondió: ‘Oí tu voz en el huerto y tuve miedo,
noviembre porque estaba desnudo; por eso me escondí’ ”
(Génesis 3:10).
322
Universalidad del miedo
“Jacob tuvo entonces gran temor y se angustió” 13
(Génesis 32:7). noviembre
H ace algunos años, una de las noticias más estremecedoras que he escu-
chado tuvo que ver con un niño de diez años que apareció colgado en el
trastero de su casa. Tenía solo diez años. Era un niño normal. Pero lo cierto es
que había preparado su muerte con la fría crueldad de un adulto. Sobre la mesa
de estudio estaba esa carta que repite lo tan sabido: “No culpéis a nadie de mi
muerte. Me quito la vida voluntariamente”. Y, luego, por toda explicación, dos
únicas, horribles, vertiginosas palabras: “Tengo miedo”.
Tenía miedo. Ni él mismo hubiera sabido explicar muy claramente de qué.
Pero estaba solo. Tan solo como todos los niños encerrados en las cuatro pa-
redes de esa infinita soledad que sienten los pequeños cuando no son suficien-
temente amados. Este chico, mientras subía el tramo de escalera que iba del
séptimo al octavo piso donde estaba el trastero, no sabía, no había leído todas
esas estadísticas que aseguran que anualmente en el mundo más de dos millo-
nes de niños son sometidos a malos tratos; que en Estados Unidos cada año los
hospitales atienden entre cien y doscientos mil casos de niños torturados, entre
sesenta y cien mil casos de pequeños sometidos a violencia sexual y que cerca
de ochocientos mil son abandonados por sus padres y familiares. Tampoco sa-
bía mientras pasaba su cinturón alrededor del tubo de la calefacción que aquel
trágico momento formaba parte del Año Internacional del Niño…
Por si fuera poco, el miedo también facilita que diversas enfermedades
afecten nuestras vidas: “Muy íntima es la relación entre la mente y el cuerpo.
Cuando una está afectada, el otro simpatiza con ella. La condición de la mente
influye en la salud mucho más de lo que generalmente se cree. Muchas enfer-
medades son el resultado de la depresión mental. Las penas, la ansiedad, el
descontento, remordimiento, sentimiento de culpabilidad y desconfianza, me-
noscaban las fuerzas vitales y llevan al decaimiento y a la muerte” (Consejos
sobre la salud, p. 341).
En estos tiempos de sobreexposición a todo tipo de información (gran parte
de ella muy frustrante), niños, jóvenes y adultos somos proclives a padecer los
efectos del miedo. Por eso, recibir a Jesús en nuestras vidas es tan importante.
Su presencia abrirá horizontes de esperanza que cambiarán las perspectivas
más pesimistas.
Acércate hoy como un niño a Jesús. Reconoce tus debilidades. Confiésale
lo vulnerable que te sientes. Dile que tienes miedo. Él te recibirá y te dará paz.
324
Gritos y lágrimas en Getsemaní
“Y Cristo, en los días de su vida terrena, ofreció ruegos y súplicas 15
con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, noviembre
y fue oído a causa de su temor reverente”
(Hebreos 5:7).
327
La Gioconda está triste
18 “Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, cambió el aspecto
noviembre de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego y ordenó
que el horno se calentara siete veces más de lo acostumbrado”
(Daniel 3:19).
D e todas las obras pictóricas del Renacimiento italiano, una de las más
famosas es La Gioconda, el retrato de La Mona Lisa, que Leonardo da
Vinci pintó en 1503 y que se exhibe en el Museo del Louvre de París (Francia).
Lo singular de este cuadro es la enigmática sonrisa de La Gioconda que pro-
porciona a su rostro una mirada misteriosa y ambigua que ha merecido las más
sutiles interpretaciones y que, en realidad, nadie ha sabido imitar en las miles
de copias que se han hecho de ella.
Hace unos años, en un concurso de cortometrajes, el ganador fue una película
producida por Televisión Española, La Gioconda está triste. El guionista quiso
plasmar en una ingeniosa parodia la situación a la que estaba llegando la hu-
manidad debido a la pérdida de la capacidad de sonreír. Un día, el guardián del
Louvre encargado de la sala donde se encuentra la pintura, observó con asom-
bro que había desaparecido la sonrisa de la dama y en su lugar se contemplaba
una horrible mueca de tristeza. Al principio se creyó que el cuadro original
había sido robado y en su lugar habían colgado una mala reproducción, pero
no, el cuadro era el original. Tampoco se trataba de un fenómeno químico que
hubiera corrido los colores. La perplejidad de los técnicos aumentó cuando
empezaron a llegar noticias de que, en todas las copias existentes en otros mu-
seos del mundo, La Gioconda había perdido su sonrisa trocada por un gesto de
tristeza. Finalmente se interpretó este extraño suceso como el reflejo de la pro-
pia realidad de la sociedad. La humanidad había perdido la facultad de sonreír.
Se convocó entonces un encuentro internacional en Londres con representan-
tes de todo el mundo. Allí, ante el famoso Big Ben, mientras el reloj tocaba las doce
campanadas, las gentes reunidas debían romper el hechizo de la tristeza comenzan-
do todos a sonreírse los unos a los otros. Pero, a pesar de los esfuerzos realizados
nadie lo conseguía, convirtiéndose el intento en la expresión de muecas horribles
y en llantos. El reloj continuaba dando las campanadas y al llegar a la última, se
produjo un cataclismo que destruyó el planeta.
La ficción de este filme no deja de tener cierta concomitancia con la profe-
cía del temor general en el tiempo del fin. Esta es una de las grandes tragedias
de nuestra acelerada vida. Pero la Escritura nos dice: “Estad siempre gozosos”
(1 Tes. 5:16), y nosotros sabemos por qué.
328
Las glosas emilianenses
“Alegra el alma de tu siervo, 19
porque a ti, Señor, levanto mi alma” noviembre
(Salmo 86:4).
E s curioso, David está pidiendo a Dios lo mismo que aquel monje anónimo
que escribió Las glosas emilianenses. Está pidiendo gozo. Corría el año
977, en el monasterio benedictino de Suso, en San Millán de la Cogolla, en
el corazón de la naciente Castilla, un monje escribirá, en el margen del texto
latino de un sermón de San Agustín sobre las señales del fin, las famosas glosas
que representan las primeras cláusulas redactadas en castellano. Este es pues,
el origen del español, lengua hablada hoy por más de cuatrocientos millones
de personas en el mundo.
Pues bien, esas primeras frases escritas en español, son en realidad una ora-
ción musitada con estremecimiento por el monje, después de leer los horrores del
fin del mundo que San Agustín anunciaba para el año 1000 de la Era Cristiana, es
decir, para unos veintitrés años más tarde. Esta es la transcripción de esa oración
al castellano actual, hecha por el filólogo Ramón Menéndez Pidal: “Con la ayu-
da de nuestro dueño, don Cristo, don Salvador, el cual dueño es en la honra y
el cual dueño tiene la potestad con el Padre, con el Espíritu Santo en los siglos
de los siglos. Háganos Dios omnipotente tal servicio hacer que delante de su
faz gozosos seamos”.
El monje del monasterio de San Millán pide en su oración gozo en una épo-
ca de temor, de miedo generalizado por los desastres y calamidades anunciados
para el año 1000. Entonces eran presagios catastrofistas vaticinados por profe-
tas de mal agüero; hoy, desgraciadamente, son datos, informes, hechos reales
de la crónica diaria de nuestro tiempo. Paradojas de la historia, la oración del
monje debiera ser, mil años después, la nuestra.
Con un nudo de inquietud en las gargantas pidamos al Salvador: “Con tu
ayuda Señor y Salvador nuestro Jesucristo, que compartes con el Padre y con
el Espíritu Santo la potestad sobre todo lo que existe, que conduces los siglos
de los siglos de la historia de este mundo al soberano cumplimiento final de
tu santa voluntad, pedimos, en este tiempo de temor y de angustia de gentes,
que presentes a tu pueblo delante de la faz del Padre, llenos de gozo real y
verdadero. Amén”.
Los seres humanos seguimos teniendo sed de gozo, alegría y felicidad.
Ninguna de esas virtudes es pecaminosa. Más bien, son dones del Espíritu
Santo (Gál. 5:22). Tú también puedes acceder a ellas, cambiar tu vida y expe-
rimentar que hay un Dios en los cielos.
329
Tiempo de angustia para Jacob
20 “¡Ah, cuán grande es aquel día!
noviembre Tanto, que no hay otro semejante a él. Es un tiempo
de angustia para Jacob, pero de ella será librado”
(Jeremías 30:7).
L a primera vez que hablé con el teniente coronel jefe del batallón donde
presté el servicio militar fue en el campamento de instrucción. Yo era un
recluta que me negaba a hacer instrucción en sábado porque era adventista del
séptimo día. Aquel sábado, como no quise incorporarme al pelotón de instruc-
ción, me encerraron en el calabozo, esperando que llegase el teniente coronel
para que ordenara lo que tenían que hacer conmigo. Cuando llegó, me dijo que
debía cumplir enteramente el programa de instrucción ordenado por la Capita-
nía General y que ese programa incluía prácticas los sábados por la mañana. Ni
él, ni nadie, podían dispensarme de los ejercicios del sábado durante el período
de instrucción. Me quedé preocupado, sin saber lo que la Providencia podría
prever para mí el siguiente sábado.
Recordé entonces que ante una situación extrema, el Salmo 37 decía: “Confía
en él y él hará”. Pasé la semana orando y llegó aquel sábado decisivo. Nunca supe
por qué ese sábado no hubo ejercicios de instrucción. Durante la siguiente sema-
na, el capitán médico me incorporó como socorrista al dispensario, y tampoco sé
bien por qué nunca más hubo instrucción los sábados por la mañana.
Al terminar el campamento, el teniente coronel jefe volvió a hablar conmigo,
esta vez para decirme: “Soldado, te vamos a destinar a donde se lleva el control de
las guardias de oficiales, suboficiales y tropa”. En ese destino jamás tendría proble-
mas con el sábado. Tiempo después, el teniente coronel me llamó a su despacho y
me dijo: “Te vamos a dar el pase pernocta para que puedas continuar tus estudios
de bachillerato”. El pase pernocta era un permiso para dormir en casa todas las
noches, un privilegio que solo teníamos tres soldados del batallón.
Aquel jefe militar había servido en Marruecos, donde conoció a familias
judías que guardaban el sábado. Era viudo, con un hijo de mi edad, y se in-
teresaba por mi iglesia: “¿Cómo celebráis vuestro culto? ¿Se casan vuestros
pastores? ¿Tenéis iglesias en muchos lugares?” En uno de estos sorprendentes
interrogatorios, me confió: “Soldado, ¿puedo asistir a tu iglesia? No, no te in-
quietes, iré de paisano”. Aunque le hice una invitación formal, nunca se atrevió
a visitarnos. Cuando me licencié, fui a despedirme de él y le regalé una Biblia
como recuerdo.
Cuando decidimos ser fieles al Señor, él abre las puertas para que aquellos
que nos rodean perciban que hay un Dios en los cielos.
332
El Espíritu Santo y Filipos
“Una noche, Pablo tuvo una visión. Un varón macedonio 23
estaba en pie, rogándole y diciendo: noviembre
‘Pasa a Macedonia y ayúdanos’ ”
(Hechos 16:9).
C uando yo era muchacho, me gustaba jugar con mis amigos por los pasadizos
subterráneos de las ruinas del Castillo Palomar buscando tesoros. Aquel viejo
recinto del que solo quedaban algunos vestigios había sido durante la Edad Media
un importante palacio de alguno de los jeques árabes que durante varios siglos do-
minaron la región. La fantasía y el afán de aventura juvenil nos hacía pensar que en
aquellas cuevas, salas subterráneas y estrechos pasadizos que un día comunicaron
el bosque con el interior del palacio podía haber quedado escondido algún tesoro
con monedas, joyas y objetos de la época. Nunca hallamos nada.
Un día, convoqué a mis amigos en una de las cuevas del Castillo Palomar.
Tenía que comunicarles algo muy importante: yo, de doce años de edad, ¡había
descubierto un tesoro! Ya habían pasado unos meses desde el feliz descubri-
miento, pero había guardado silencio hasta estar plenamente seguro del valor
de lo que había encontrado. La expectación de mis amigos fue enorme. ¿Dónde?
¿Cuándo? ¿Qué contenía? ¿Quién lo sabía además de nosotros?
Pronto todo quedó revelado. Les expliqué que, llevado por mi hermano ma-
yor, había comenzado a frecuentar la Iglesia Adventista de nuestra ciudad, ubi-
cada en una vivienda donde se habían derribado paredes para construir la sala
de reuniones y en cuya puerta de entrada siempre había un policía vigilando, allí
se daban conferencias sobre las profecías bíblicas. Allí, había encontrado a un
grupo de muchachos de mi edad, simpáticos, amables, inteligentes que me con-
taban cosas acerca del evangelio que yo nunca había oído. Allí, en una Biblia que
me había regalado mi hermano, había descubierto lo que Jesús había hecho para
salvar al mundo de las consecuencias del pecado. Sí, allí, en mi Biblia, había en-
contrado el tesoro escondido del que habló Jesús en la parábola. Invité a Benito
y Gary a compartir conmigo aquel tesoro y ellos aceptaron. Entonces, renuncia-
mos a nuestros juegos en las ruinas del Castillo Palomar y nos aficionamos desde
entonces a buscar, investigar, conocer el tesoro imperecedero del reino de Dios.
Y hoy, más de sesenta años después, los tres amigos seguimos descubriendo
nuevas riquezas escondidas en la Palabra de Dios: el inconmensurable valor de
la misericordia divina, su providencia y sus promesas.
Hay grandes tesoros para ti en la Palabra de Dios. Dispón tu corazón hoy
para encontrarlos.
334
Para que no pase hambre
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas 25
mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, noviembre
según el poder que actúa en nosotros”
(Efesios 3:20).
D esde que éramos niños, mi padre hacía el recuento de sus ingresos del
día y nos dejaba encima de la mesa un poco de la calderilla que había
recogido en su trabajo, indicando en una hoja de su libreta a quién iba desti-
nada: “Esto para Adolfo, esto para Carlos, esto para Pedro”. Lo primero que
hacíamos los niños al levantarnos –mi padre ya había salido a trabajar– era ir
rápidamente a la mesa del comedor para saber a quién y cuánto nos había de-
jado aquella noche. Así fue durante casi diez años, hasta que fuimos mayores
y pudimos tener nuestros propios ingresos como resultado de nuestro trabajo.
Cuando decidí ir a estudiar al seminario adventista de Madrid, el plan era
que primeramente, durante el verano, yo me fuera a colportar para ganarme la
colegiatura. Tarea ardua y difícil en aquel momento, no solamente por la precaria
situación económica del país, sino también por mi timidez hacia la gente. Aque-
lla mañana, la última que iba a pasar en mi casa, al levantarme me acerqué como
era habitual a la mesa. ¡No había calderilla! Más bien, encontré un billete de mil
pesetas con la habitual hojita de papel, en la que mi padre había escrito: “Esto
para Carlos, para que no pase hambre”. ¡Mil pesetas! ¡Casi el salario mensual de
un trabajador de entonces! Después de la comida, en el momento de despedirnos,
mi padre volvió a expresar sus presagios pesimistas respecto al colportaje, diri-
giéndose al joven que la editorial había enviado para instruirme: “Carlos en los
estudios irá bien, pero en el colportaje será un fracaso”. Y se fue.
Pero en aquel venturoso verano de 1956 las cosas salieron de acuerdo con
los providentes planes de Dios. Nuestro versículo de hoy dice que Dios es
poderoso para sorprendernos con resultados mucho más abundantes de lo que
fueron capaces de calcular nuestros pronósticos. Y así fue. Mis ventas en el
colportaje me permitieron ganar no una escolaridad sino tres. Cuando con-
cluyó aquella campaña de verano, fui el primero en ventas de los colportores
estudiantes, regresé a mi casa con una cartilla de ahorros donde guardaba sus-
tanciosas ganancias y, lo más importante, tanto mi padre como mi madre, mis
hermanos y yo mismo habíamos comprendido que en las situaciones difíciles
Dios no nos deja calderilla en los bolsillos, sino mucho más, muchísimo más
de lo que podíamos pedir o entender.
Recuerda hoy que los planes de Dios están por encima del más elevado
pensamiento humano.
335
Discípulos en secreto
26 “Después de todo esto, José de Arimatea, que era
noviembre discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos,
rogó a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús;
y Pilato se lo concedió. Entonces fue y se llevó el cuerpo de Jesús”
(Juan 19:38).
336
El fruto de la perseverancia
“No nos cansemos, pues, de hacer bien, 27
porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” noviembre
(Gálatas 6:9).
338
El Médico divino
“Él es quien perdona todas tus maldades, 29
el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, noviembre
el que te corona de favores y misericordias”
(Salmo 103:3, 4).
339
Oro y acero por dentro
30 “A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten,
noviembre pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto”
(Eclesiastés 4:12).
A unque muchas veces se ha usado este versículo para hablar del matrimo-
nio, hoy quisiera citarlo como referente de la relación personal que deben
tener los miembros de iglesia unos con otros y con Cristo.
Todos nosotros, individualmente, somos en la iglesia como hilos, hebras
compuestos de diferentes fibras y colores: unas fuertes y finas como la seda;
otras más comunes pero muy versátiles y útiles, como la lana, el algodón o el
lino; algunas son especialmente resistentes, como el cáñamo; otras más bastas,
aunque fuertes, como el esparto. No incluyo aquí las fibras sintéticas porque
no son auténticas, no son una creación de Dios, son un sucedáneo de las fibras
naturales inventado por el hombre.
A causa del pecado, somos todos hilos frágiles que nos rompemos fácilmen-
te, que no resistimos cuando estamos sometidos a fuertes tensiones o a ciertos
golpes que nos cortan como si fueran tijeras. Pero, cuando con los vínculos del
compañerismo cristiano y el amor fraternal nos juntamos y trenzamos unos con
otros, nos fortalecemos y adquirimos mayor resistencia sin perder la elasticidad
de la individualidad, porque como dice el texto: “Si caen, el uno levantará a
su compañero” (Ecl. 4:10). En efecto, no solo el matrimonio y la familia, sino
también la amistad, la solidaridad, la asociación de miembros de iglesia para la
vida colectiva nos dan más fuerza y nos hacen casi irrompibles. Somos como un
hermoso cordón de muchos cabos.
Pero aun así, los ataques del diablo, las circunstancias graves de la vida
cristiana y, sobre todo, los problemas personales de la convivencia, nos desgas-
tan primero y nos deshilachan después, reduciendo considerablemente nuestra
resistencia y pudiendo llegar incluso a rompernos. Por eso, necesitamos estar
trenzados con Cristo. Dios el gran Tejedor del cielo, hace girar y girar, por me-
dio del Espíritu Santo, el huso y la rueca, y sus finos dedos hilan con destreza
las hebras humanas de algodón, de lana o de seda con las preciosas y fuertes
hebras de Cristo, de oro y de acero. Y así, los tres cabos del cordón resultante:
el tuyo, el mío y el de Cristo, perfectamente trenzados, hacen un cordón que
nada ni nadie puede romper.
Porque hay un Dios en los cielos… tú puedes mantener una relación más
sólida con tus seres queridos. Decídete hoy a hacer todo lo que esté en tus ma-
nos para que esto sea posible.
340
Concédeme la gracia de seguir tu Ley
“Aparta de mí el camino de la mentira 1º
y en tu misericordia concédeme tu Ley” diciembre
(Salmo 119:29).
E n el Salmo 119, David canta el valor que tuvo la Ley de Dios en su vida.
Gracia y Ley aparecen juntas en este texto. En la antigua alianza, los hom-
bres no eran salvos por la observancia de la Ley, y en la nueva alianza tampoco
lo son por la gracia sin la Ley. Ley y gracia han intervenido siempre en el pro-
ceso de la salvación, cada una cumpliendo su función.
La función de la Ley es dar a conocer el pecado, desarrollando en el hombre
el sentimiento de culpa. Es lo que Pablo llama estar “bajo la Ley” (Gál. 4:5).
Pero, además, la Ley muestra la imposibilidad de los esfuerzos humanos por
guardarla y, al acusarnos, se convierte en un agente de condenación y muerte;
es vivir bajo la condenación de la Ley. De este modo, este ideal inaccesible
y a la vez obligatorio nos arroja, suplicantes de perdón y ayuda, a los pies de
Cristo, convirtiéndose en “nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que
fuéramos justificados por la fe” (Gál. 3:24).
La Ley no nos puede salvar por sí misma. Pretenderlo es confundir el reme-
dio, tan inútil como el empleo en fricciones de un medicamento que debe ser
ingerido. La Ley revela la magnitud del pecado, pero entonces entra en función
la gracia (Rom. 5:20, 21). La gracia perdona nuestras faltas, se posesiona de
nuestra voluntad, despierta nuestra gratitud y amor a Dios, y se convierte en
una fuerza interior nueva que nos libera del pecado y de la condenación de la
Ley. Es lo que Pablo llama estar “bajo la gracia” (Rom. 6:14) estableciendo en
nuestro interior la Ley de Dios.
Pretender ser salvo por gracia olvidando la Ley es confundir peligrosa-
mente el remedio; ingerir un producto de aplicación externa puede resultar
letal. David lo sabía; por eso, ruega a Dios: “Concédeme tu Ley”. Ahora ya
no estamos bajo la ley, estamos bajo la gracia, pero más que nunca con la
Ley: “Establecer la ley, he aquí la obra por excelencia, he aquí el milagro del
evangelio. ¿Qué es un cristiano? Es un hombre en quien la ley ha sido estable-
cida, es un hombre que ama desde ahora toda la voluntad de su Dios, en otros
términos, es un hombre que ha nacido de nuevo” (Agenor de Gasparin, Paroles
de verité, pp. 7, 8).
En esta ocasión, suplica la gracia de Dios para vivir conforme a los princi-
pios de la Ley de Dios.
341
¡De ninguna manera!
2 “Luego, ¿por la fe invalidamos la Ley?
diciembre ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la Ley”
(Romanos 3:31).
342
El hundimiento del Titanic
“Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga” 3
(1 Corintios 10:12). diciembre
344
Maravillosismos
“Cosas que ojo no vio ni oído oyó 5
ni han subido al corazón del hombre, diciembre
son las que Dios ha preparado para los que lo aman”
(1 Corintios 2:9).
346
La noche que volvimos a ser gente
“Los entendidos resplandeceráncomo el resplandor del 7
firmamento;y los que enseñan la justicia a la multitud,como las diciembre
estrellas, a perpetua eternidad”
(Daniel 12:3).
347
Como vuestro Padre que está en los cielos
8 “Sed, pues, vosotros perfectos,
diciembre como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”
(Mateo 5:48).
E l hombre fue creado a la imagen de Dios, sin ningún estigma de mal, man-
cha o propensión al pecado, fue dotado con la capacidad de desarrollarse
y crecer; es decir, Dios creó al hombre perfectible, al contrario de los animales
que no pueden cambiar sus instintos atávicos. Dice Elena de White: “ ‘Creó
Dios al hombre a su imagen’, con el propósito de que, cuanto más viviera, más
plenamente revelara esa imagen, más plenamente reflejara la gloria del Crea-
dor. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y vigor
debían aumentar continuamente” (La educación, p. 15).
Después del pecado, el hombre perdió de manera progresiva el reflejo de la
perfección divina que tenía cuando salió de las manos del Creador; hoy, aunque
todavía guardamos vestigios muy débiles de aquella perfección original, la imagen
de Dios se encuentra profundamente alterada, empobrecida y desfigurada por las
fatales consecuencias del pecado. Los hombres, por nosotros mismos somos inca-
paces de alcanzar el ideal divino del Edén: “El ideal que Dios tiene para sus hijos
está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. El blanco a
alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios” (ibíd., p. 17). Pero en todo ese proceso
de degradación causado por el imperio del mal, no hemos perdido la perfectibili-
dad. De la misma manera que conservamos la individualidad, la facultad de pensar
y hacer, el libre albedrío y, por consiguiente la responsabilidad moral y espiritual,
seguimos teniendo la capacidad de progresar y mejorar. Incluso en la eternidad se-
guiremos creciendo: “Y en el cielo mejoraremos continuamente” (Mensajes para
los jóvenes, p. 70).
La perfectibilidad es usada por el Espíritu Santo en su obra con nosotros y es el
fundamento de todo crecimiento moral y espiritual. Con respecto al amor conyu-
gal, algunos dejan grabado en medallas el aforismo: “Hoy más que ayer pero me-
nos que mañana”, pues bien, lo mismo podemos afirmar del incremento del amor
entre los hermanos y la santidad, como expresa Pablo en el versículo de hoy sobre
el desarrollo en la fe, el aumento en el conocimiento de Dios, de la progresión en
la obra del Señor. Por la misma razón podemos también hablar del crecimiento
en la perfección, sabiendo que este es un camino progresivo que culminará en la
semejanza con Jesús, cuando él venga (1 Juan 3:2).
No olvides que este camino es arduo; pero, al final, es el más seguro.
349
No soy perfecto
10 “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto;
diciembre sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual
fui también asido por Cristo Jesús”
(Filipenses 3:12).
352
Prosigo a la meta
“Prosigo a la meta, al premio del supremo 13
llamamiento de Dios en Cristo Jesús” diciembre
(Filipenses 3:14).
354
La profecía mesiánica
“Porque un niño nos ha nacido, 15
hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. diciembre
Se llamará su nombre ‘Admirable consejero’,
‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’, ‘Príncipe de paz’ ”
(Isaías 9:6).
E n cierta ocasión, fui a Gibraltar para hacerme cargo de dos pequeñas iglesias:
La Línea de la Concepción y Algeciras (Cádiz, España). Entre las perso-
nas que estaban recibiendo estudios bíblicos, había una señora culta y de buena
posición. Un día, al presentarle el estudio sobre la profecía bíblica, quedó muy
impactada por el cumplimiento de las profecías mesiánicas de Isaías:
–¿Cuándo fueron escritas? –preguntó.
–Setecientos años antes de Cristo –respondí.
–Pero ¿acaso se trata de una interpolación, es decir, una especie de profecía
post eventum? –cuestionó la señora.
–Imposible, porque en una copia del profeta Isaías, del año 150 a.C. hallada
entre los manuscritos del Mar Muerto, ya se encontraban esos textos –fue mi
respuesta.
–¿No serán el resultado de una intuición sabia o del acierto casual de
Isaías? –interpeló la mujer.
–No, solamente por inspiración divina, pudo el profeta hacer anuncios tan
precisos y detallados –le contesté amablemente.
En efecto, la profecía mesiánica, contrastado su cumplimiento por el Nue-
vo Testamento, es uno de los testimonios más convincentes del origen divino
de las Escrituras y de la autenticidad redentora de Jesús. Tanto en los Evange-
lios como en las predicaciones de los apóstoles del libro de los Hechos, y en
las Epístolas, se da fuerza probatoria al mensaje acerca de Jesús con la frase
“para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta” (Mat. 2:23). Tanto el
nacimiento como la pasión del Hijo de Dios, su obra y el profundo significado
teológico y salvífico de su muerte, estaban predichos por los profetas bíblicos.
Isaías, el profeta mesiánico, nos anuncia el nacimiento virginal del Mesías
(7:14), sus títulos y nombres (9:6), el espíritu que Dios le otorgaría (11:1, 2), el
gozo de su advenimiento (25:9), la obra del precursor (40:3-5), la gloria de su
advenimiento (62:11), el carácter espiritual de su obra (61:1-3), el carácter vica-
rio de sus sufrimientos y muerte (53:2-9). El profeta Daniel predijo la fecha de
su bautismo y de su muerte (9:24-27), Miqueas el lugar de su nacimiento (5:2),
Zacarías su entrada triunfal en Jerusalén y el espectáculo de la cruz (9:9; 12:10),
Hageo la entrada en el templo del Deseado de todas las gentes (2:7).
Hoy demos gracias a Dios por la certeza de la palabra profética.
355
¿Quién sabe si para esta hora
16 has llegado al reino?
diciembre
“Porque si callas absolutamente en este tiempo,
respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos;
mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe
si para esta hora has llegado al reino?”
(Ester 4: 14)
357
Venido el cumplimiento del tiempo
18 “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
diciembre Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley”
(Gálatas 4:4).
C uando la lengua española estaba en sus albores, allá por los siglos X y XI,
autores anónimos se inspiraron en los relatos de la Navidad o de la Pasión
del Señor para crear las primeras formas del teatro. Los actos se representaban en
las iglesias por varones que interpretaban tanto los papeles de hombres como de
mujeres. La pieza más antigua de la literatura dramática española es precisamen-
te un fragmento del relato de la Navidad titulado El auto de los Reyes Magos,
encontrado en la sacristía de la catedral de Toledo a finales del siglo XII.
Los relatos de la Natividad tienen un valor asombroso, indiscutible, por la
caracterización bien definida de sus personajes, por la plasticidad de sus escenas
y por el argumento. Cada personaje actúa interpretando su papel ante el Niño
Jesús, el personaje central de la escena. Y todos los protagonistas y todas las
escenas están cargados de un profundo significado ético, espiritual y teológico.
Pero ¿cuál es el argumento del auto de la Natividad? Se entiende por ar-
gumento el mensaje lanzado por los personajes de la función, la enseñanza
didáctica, moral o espiritual que podemos sacar de ella. El apóstol Pablo nos
revela que el principal argumento, la lección sublime de la Navidad es la re-
nuncia, el anonadamiento o kenosis del Hijo de Dios. Pues bien, como en un
gran escenario, cada personaje de las historias de la Navidad va a interpretar su
papel, emulando o contradiciendo el renunciamiento ejemplar del Niño Jesús
acostadito en el pesebre del establo donde nació.
Pero hay más, la renuncia es la clave del verdadero discipulado con Cris-
to y los creyentes de todos los tiempos debiéramos contemplar el relato del
nacimiento de Jesús con espíritu de humildad y admiración: “Nos asombra el
sacrificio realizado por el Salvador al trocar el trono del cielo por el pesebre,
y la compañía de los ángeles que lo adoraban por las bestias del establo. La
presunción y el orgullo humanos quedan reprendidos en su presencia” (El De-
seado de todas las gentes, p. 32). Por eso, el texto litúrgico del apóstol Pablo
a los Filipenses comienza con la admonición: “Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús”.
Que este día haya en ti el deseo de servir al cielo.
359
Aquí está la sierva del Señor
20 “Entonces María dijo: ‘Aquí está la sierva del Señor;
diciembre hágase conmigo conforme a tu palabra’.
Y el ángel se fue de su presencia”
(Lucas 1:38).
361
No hubo lugar para ellos en el mesón
22 “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales
diciembre y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar
para ellos en el mesón”
(Lucas 2:7).
362
Un bebé mecido entre pajas
“Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, 23
que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, diciembre
para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos”
(2 Corintios 8:9).
363
¡Pasemos a Belén!
24 “Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo,
diciembre los pastores se dijeron unos a otros: ‘Pasemos, pues, hasta Belén,
y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado’ ”
(Lucas 2:15).
364
Un largo viaje siguiendo una estrella
“Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, 25
llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: diciembre
‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?,
pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo’ ”
(Mateo 2:1, 2).
“Le influyente que incluía a hombres de noble alcurnia, y que poseía gran
os magos de Oriente eran filósofos. Pertenecían a una clase numerosa
parte de las riquezas y del saber de su nación. Entre ellos había muchos que
explotaban la credulidad del pueblo. Otros eran hombres rectos que estudiaban
las indicaciones de la Providencia en la naturaleza, quienes eran honrados por
su integridad y sabiduría. De este carácter eran los sabios que vinieron a Jesús.
[…] Con gozo supieron los magos que su venida se acercaba, y que todo el
mundo iba a ser llenado con el conocimiento de la gloria del Señor” (El De-
seado de todas las gentes, p. 41).
Elena de White comenta que Dios reveló a los sabios que había llegado la
hora de ir en busca del Príncipe recién nacido. Ellos vieron una estrella que no
correspondía con ningún planeta o astro conocido que se detuvo en el cielo lla-
mando profundamente su atención y convirtiéndose finalmente en la guía que
les fue mostrando el camino a Belén. También, precisa que: “Mientras tenían
la estrella por delante como señal exterior, también tenían la evidencia interior
del Espíritu Santo, quien estaba impresionando sus corazones y les inspiraba
esperanza” (ibíd., p. 42).
Después de un largo viaje, los sabios llegaron a su destino y ¿qué encontra-
ron? Aparentemente todo resultó decepcionante: la estrella desapareció cuando
entraron a Jerusalén. En la ciudad, no había signos del nacimiento del Rey; en el
palacio, encontraron un tirano en lugar del Hijo de Dios; los escribas y doctores
de la ley que fueron consultados mostraron indiferencia hacia ellos porque eran
extranjeros. Posteriormente, fueron conducidos de nuevo a una humilde casa. ¿Te-
nían motivos para dudar de aquella revelación y considerar un fracaso su viaje? Sí,
por supuesto, pero ningún obstáculo hizo vacilar la fe de aquellos sabios. Entraron
en la casa, se postraron, adoraron al niño y abriendo sus tesoros. Ofrecieron oro,
incienso y mirra a aquel que habían buscado con amor y hallado con gozo.
Los sabios de Oriente representan a todos aquellos ilustrados, ricos o po-
derosos de este mundo que vencen con una sólida confianza en Dios los pre-
juicios nacionalistas o de clase, que saben renunciar a las dudas de la razón y,
contra toda supuesta evidencia, manifiestan una fe sencilla, pero firme.
Sigue hoy a Jesús dondequiera que él te indique.
365
El rechazo de las autoridades religiosas
26 “Y, habiendo convocado a todos los principales sacerdotes
diciembre y escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo.
Ellos le respondieron: ‘En Belén de Judea […]’ ”
(Mateo 2:4, 5).
367
El drama de Navidad no ha terminado
28 “Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo,
diciembre y están escritas para amonestarnos a nosotros,
que vivimos en estos tiempos finales”
(1 Corintios 10:11).
L legados a los días finales de este 2015, es bueno hacer una reflexión sobre
el significado del tiempo en la Biblia. Así podremos mirar hacia atrás y ha-
cia delante con sabiduría, y diseñar el presente y el futuro. Decía John Ruskin,
sociólogo inglés, a sus alumnos que “cada día es como la miniatura de toda
la vida, el que sepa hacer de cada día lo que quisiera que llegase a ser toda su
vida, será la persona más feliz”.
En el concepto bíblico del tiempo, la Creación es el comienzo temporal de
las cosas. Lo que no comenzó con las cosas creadas, es decir, con el tiempo, per-
tenece al orden de la eternidad, como el Verbo, que ya existía con Dios cuando
todas las cosas fueron creadas. Dios había dicho a Adán: “El día que de él comie-
res, morirás”. Así pues, el pecado iba a dar al tiempo una dimensión dramática,
la muerte, que es el proceso inverso a la creación, el regreso a la nada. Con la
muerte el tiempo se detiene, la existencia consciente desaparece. Pero el tiempo,
en la economía del pecado es, además, envejecimiento, pérdida de vitalidad has-
ta que llega la muerte. Podemos, pues, decir que el tiempo, a nivel personal, es el
tirano que nos lleva de la cuna a la tumba.
El Creador intervino para dar al tiempo una nueva dimensión. Dios con-
virtió el tiempo, irremediablemente malo, en tiempo redentor, en historia de la
salvación, en manifestación de su gracia salvadora: “La gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a toda la humanidad” (Tito 2:11). Dios mismo se
hizo criatura humana, se sometió a la tiranía del tiempo, ¡se hizo mortal para así
librarnos del pecado, vencer la muerte y devolvernos la eternidad!
Entre la dimensión dramática del tiempo y su dimensión salvífica, la Bi-
blia habla del tiempo de promesa, tiempo de la espera mesiánica, tiempo de
espera y esperanza para Israel y para la iglesia: “Renunciando a la impiedad
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa
de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (vers. 12, 13). Y esa espera con-
lleva otra dimensión más: el tiempo de preparación, el tiempo de arrepenti-
miento y conversión, el tiempo de la salvación personal. “Ahora es el tiempo
aceptable; ahora es el día de salvación” (2 Cor. 6:2). Tiempo de oportunidad
irrepetible que debemos tomar seriamente en consideración: “Si oís hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación” (Heb. 3:15).
Que Dios te ayude hoy a administrar correctamente tu vida.
369
El tiempo no será más
30 “El ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra
diciembre levantó su mano hacia el cielo y juró por el que vive
por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas
que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella,
y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más”
(Apocalipsis 10:5, 6).
370
¡Déjala todavía este año!
“Él entonces, respondiendo, le dijo: ‘Señor, déjala todavía este año, 31
hasta que yo cave alrededor de ella y la abone. Si da fruto, bien; diciembre
y si no, la cortarás después’ ”
(Lucas 13:8, 9).