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La página en blanco

“Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” 1o


(Salmo 37:5). enero

U na página en blanco podría parecer que no dice nada porque nada hay
escrito en ella, pero puede sugerir o insinuar muchas cosas. Una página
blanca es una página inmaculada, limpia, sin borrones ni manchas. También es
símbolo de lo inédito; es el espacio donde todavía se pueden escribir proyec-
tos, trazar itinerarios, determinar acciones del futuro. El gran poeta Rabindra-
nath Tagore, escribió estos maravillosos versos: “Has escrito ya muchas pági-
nas en tu libro;/ unas son tristes, otras alegres,/ unas limpias y claras,/ otras son
borrosas y oscuras./ Pero aún queda una página en blanco, la que has /de escri-
bir en este día./ Te falta por llenar la página de hoy./ Piensa y quiere que esta
sea la página/ más bella, la más sincera, la más sentida./ Cada mañana al des-
pertar recuerda/ que aún has de llenar la mejor de tus páginas,/ la que dirá lo
mejor que tú puedes dejar en el libro/ que estás escribiendo con tu propia vida./
Piensa que siempre te falta por escribir/ la página más bella”.
Al comienzo de un nuevo año, la página blanca significa tiempo de oportu-
nidad, de empezar de nuevo, de dejar atrás experiencias rotas. Es tiempo, para
algunos, de resucitar como el hijo de la viuda de Naín cuando Jesús le dijo:
“Joven, a ti te digo, levántate” (Luc. 7:14). Y la oportunidad nos trae a nosotros
los cristianos retos y desafíos. En este nuevo año, estamos llamados a marcar
el rumbo de la iglesia en un mar de confusión y vientos vertiginosos. Hoy,
cuando debemos afrontar los hechizos de un mundo devorador de conciencias,
cuando el tiempo se nos acaba para el cumplimiento de la misión, Dios nos da
la providencial oportunidad de escribir la página más bella, la mejor de nues-
tras páginas.
La página blanca representa también tiempo de aceptar compromisos. Da-
niel, al llegar a Babilonia, deportado, separado de sus padres, aunque escogido
para formar parte de la corte caldea, y aun sabiendo el peligro que corría en aquel
ambiente corrupto, tomó una importante resolución que escribió en esa nueva
página de su vida: “Propuso en su corazón no contaminarse” (Dan. 1:8).
En este año, tú también proponte no contaminar tu vida con malas influen-
cias. Deja que el cielo te use como un poderoso testimonio de que hay un Dios
en los cielos...

7
Es tiempo de entender las profecías
2 “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro
enero hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá,
y la ciencia aumentará”
(Daniel 12:4).

H ace algunos años, hablar del fin del mundo era un tema casi exclusivamente
religioso. Parecía que los sermones de líderes espirituales acerca del futuro
eran demasiado catastróficos, infaustos y negativos ante los discursos progresis-
tas y vanguardistas de los sectores científicos de la sociedad. Sin embargo, ac-
tualmente son los ambientalistas, los ecologistas e investigadores quienes están
seriamente preocupados por el calentamiento global y el cambio climático del
planeta, el cual ha provocado que hoy padezcamos cada vez más huracanes –y
más agresivos– así como más terremotos. A eso hay que agregar las asfixiantes
crisis económicas en diversas partes del mundo, así como la amenaza de estalli-
dos sociales que eso puede provocar. Son tiempos de una enorme intranquilidad
social, como predijo la Biblia, un escenario de “angustia de las gentes” previo a
la venida de Jesús a este mundo (Luc. 21:25).
En efecto, nueve veces, la expresión “tiempo del fin” y otros términos paralelos
aparecen en el libro del profeta Daniel. Por otra parte, todos los ciclos proféticos
que presenta se cierran con una descripción de los eventos que tendrán lugar al fi-
nal de la historia. Hasta el siglo XVIII, la parte de este libro relativa a los aconteci-
mientos finales había sido considerada como oculta, secreta, incomprensible, pero
en el siglo XIX, el tiempo del cumplimiento de lo profetizado estaba cerca y el li-
bro debía ser estudiado y revelar los secretos tan celosamente guardados. Así lo
comprendieron y proclamaron los pioneros de nuestra iglesia. Elena de White es-
cribe: “A medida que nos acerquemos al término de la historia de este mundo, las
profecías registradas por Daniel exigen nuestra atención especial, puesto que se
relacionan con el tiempo mismo en el que estamos viviendo” (Profetas y reyes, p.
245).
Los anuncios del libro de Daniel son una providencia especialmente revelada
para el pueblo de Dios del tiempo del fin. Ellos nos marcan el camino que debe-
mos seguir y el mensaje del juicio que debemos predicar; nos dan fe y seguridad
en la dirección profética de Dios; nos advierten y preparan para el gran reencuen-
tro con nuestro Salvador. Nos recuerdan que hay un Dios en los cielos invitándo-
nos a estar pendientes del reloj profético, recordándonos que ha llegado el mo-
mento de estudiar las profecías que anuncian el devenir de este mundo.
Hoy es el tiempo ideal para levantar nuestras cabezas y observar con aten-
ción el cumplimiento de las profecías que anuncian el regreso de Jesús a este
mundo.
8
La historia en está en sus manos
“En el primer año de Belsasar, rey de Babilonia, tuvo Daniel 3
un sueño y visiones de su cabeza mientras estaba en su lecho; enero
luego escribió el sueño y relató lo principal del asunto”
(Daniel 7:1).

E l estudio de Daniel y Apocalipsis resulta muy atractivo al lector que desea


descubrir su contenido. Las narraciones del texto, llenas de datos revelado-
res del contexto cultural en el que fueron escritas, el cumplimiento histórico de
sus impresionantes cuadros proféticos y de sus cronogramas, el singular sim-
bolismo de las visiones del Apocalipsis, el significado criptográfico de los nú-
meros, las bestias, la descripción portentosa de los eventos finales, tienen una
lógica y secuencia fascinantes.
Uno de los campos en el que mayores avances se han hecho en la compren-
sión e interpretación de la literatura apocalíptica de la Biblia ha sido el del
análisis literario. El descubrimiento de la estructura literaria de esos libros, en
particular la del libro de Daniel, con un plan minuciosamente elaborado, nos ha
puesto al descubierto los secretos del autor, lo que pretendía enseñar al escribir
el libro. Y es precisamente en ese esquema literario repetitivo que aplica tanto
en las narraciones de los primeros seis capítulos como en las cuatro visiones
proféticas que presenta, donde hemos encontrado una clave fundamental para
su interpretación.
¿Qué significa todo esto? Que Dios conoce el devenir de este mundo. En
medio de las luchas por el poder que han marcado el rumbo de la humanidad,
la historia ha seguido una ruta que fue revelada al profeta Daniel. En más de
una ocasión, algún soberano, un militar o un gobernante han pretendido modi-
ficar el escenario profético con ciertas acciones temerarias –como el inicio de
una guerra–, no obstante, con el paso del tiempo, la tendencia ha vuelto a se-
guir el derrotero marcado por la profecía bíblica.
La idea esencial de cada narración o visión es el triunfo final de la verdad y
de los hijos de Dios. Pero hay un Dios en los cielos… que está detrás de la
historia. Nadie está por encima de su autoridad. El Padre soberano, providente,
dice la última palabra, hace juicio y dicta sentencia. Nada en este libro es el
resultado del azar. Dios reina. La historia está en sus divinas manos.
Te invito a recordar esta gran verdad en tu vida. No permitas que los afanes
de este mundo nublen tu vista y te impidan contemplar la gran verdad del men-
saje profético de la Biblia: Dios conoce hacia dónde se dirige este mundo.
Confía en él. Te espera el triunfo del amor de Dios.

9
Dios es mi juez
4 “Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos
enero y se sentó un Anciano de días […]. Un río de fuego procedía
y salía de delante de él; miles de miles lo servían,
y millones de millones estaban delante de él.
El juez se sentó y los libros fueron abiertos”
(Daniel 7:9, 10).

¿Aresulta fácil entender el concepto bíblico del juicio. Por lo general, se


lguna vez has tenido miedo al pensar en el juicio de Dios? En realidad, no

piensa en este evento como algo negativo. Sin embargo, si es un elemento vincu-
lado a las acciones del Padre celestial, no puede ser algo malo. Al contrario, tiene
que haber propósitos santos, justos y buenos, tal como se revela el carácter de
Dios en las Sagradas Escrituras.
El tema del juicio es recurrente a lo largo del libro de Daniel. El nombre del
autor, Daniel, significa ‘Dios es mi juez’ y, en la resolución final de cada crisis
vivida por el protagonista del libro y sus amigos, así como en los eventos fina-
les de cada visión profética, Dios interviene en un acto de juicio que vindica a
sus hijos y dicta sentencia contra sus enemigos. En cada uno de los capítulos
del libro de Daniel hay una referencia al tema del juicio. Es así como se pre-
sentan diversas escenas donde se observa un juicio, por ejemplo cuando se
juzga la filosofía de la falsa y la verdadera educación entre los estudiantes he-
breos y el resto de los jóvenes. ¿Qué los hace más inteligentes? ¿Por qué son
muchachos destacados en la escuela? Vinculado a esto está el juicio sobre el
régimen alimentario saludable y el dañino. Los caldeos creen que su alimenta-
ción es la mejor, pero Daniel y sus compañeros han decidido seguir un estilo
de vida distinto, y eso los conduce a aprovechar mejor el aprendizaje. El tema
del juicio aparece también al evaluar los reinos de este mundo –que son tem-
porales y frágiles– y el reino de Dios –que es firme y eterno–, la falsa y la
verdadera adoración, la conducta soberbia y orgullosa del rey Nabucodonosor,
así como el acto sacrílego del rey Belsasar, entre otros.
El desenlace final de la historia de este mundo y de los hijos de Dios lo
determina la providencia divina. Mediante un acto de juicio, su voluntad sobe-
rana dice la última palabra y consuma la historia.
Pero hay un Dios en los cielos… que es el verdadero Juez de nuestras ac-
ciones. No hay por qué temer sus juicios, ya que su naturaleza revela que es
misericordioso.

10
Dios está detrás de la historia
“Él muda los tiempos y las edades, quita reyes y pone reyes; 5
da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos” enero
(Daniel 2:21).

E n más de una ocasión, he visto creyentes dudar si Dios está verdaderamente


al control de este mundo. Dice Elena de White: “En los anales de la historia
humana, el crecimiento de las naciones, el levantamiento y la caída de los impe-
rios, parecen depender de la voluntad y las proezas del hombre. Los sucesos pa-
recen ser determinados, en gran parte, por su poder, su ambición o su capricho.
Pero en la Palabra de Dios se descorre el velo, y contemplamos detrás, encima y
entre la trama y la urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de los hom-
bres, los agentes del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y pacientemente
los consejos de la voluntad de Dios. La Biblia revela la verdadera filosofía de la
historia. […] El poder que ejerce todo gobernante terrenal en la tierra se lo otorga
el cielo, y su éxito depende de cómo lo ejerce. […] Reconocer la obra de estos
principios en la manifestación de su poder que ‘quita reyes, y establece reyes’, es
comprender la filosofía de la historia” (La educación, p. 158).
Así pues, el Dios de la Biblia está tan estrechamente asociado a su obra que
no se puede repasar la historia del mundo sin compendiar al mismo tiempo la
historia misma de la providencia divina. Nada hay tan bien establecido como
la finalidad providencial hacia la cual la humanidad se encamina. La filosofía
providencialista de la historia nos enseña que el acontecer humano tiene un fin,
que Dios gobierna la historia y que ha determinado su objetivo. De los planes
divinos nos da cuenta la Biblia, que no es otra cosa que el relato de los actos
sucesivos de Dios en la tierra, que conducen al acto redentor de la encarnación
y que culminarán en la inauguración de su reino.
Este sentido oculto de la historia nos permite descubrir con esperanza que,
a pesar del mal uso que los hombres hacen frecuentemente de la libertad y
oportunidades que Dios nos da, el timón de esa nave lo lleva el Padre celestial,
quien hace de cada ser humano, creado a su imagen, el objeto de su solicitud,
amor y providencia.
Hoy te invito a reconocer que hay un Dios en los cielos que está al control
de este planeta. Sus promesas son seguras. Decide serle fiel.

11
Pero hay un Dios en los cielos
6 “El misterio que el rey demanda, ni sabios ni astrólogos,
enero ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios
en los cielos que revela los misterios, y él ha hecho saber al rey
Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los últimos días”
(Daniel 2:27, 28).

E n cierta ocasión, viví la incertidumbre de no comprender plenamente las


circunstancias que la Providencia estaba permitiendo en mi vida. Aunque
llevaba mi perplejidad en silencio y no era ostensible mi lucha interna, la ver-
dad es que, en mi diálogo con Dios, me estaba identificando, sin percatarme de
ello, con la pertinaz resistencia de Moisés a aquella extraña orden del Señor:
“¡No pasarás este Jordán!” (Deut. 3:25-27). Pero yo sabía que para un ministro
no hay circunstancias buenas o malas, no hay azar, no hay buena o mala suerte,
porque su vida está en las manos de Aquel a quien sirve, que ordena sus pasos,
traza su camino y controla su presente y su futuro. Por ello, preparé un sermón,
no para presentarlo en un púlpito, no para mis hermanos, sino para mí mismo.
No te extrañe que, en la práctica homilética, los mejores sermones sean, a ve-
ces, aquellos que el predicador prepara para sí mismo. Así nació en mi reper-
torio de predicaciones “Pero hay un Dios en los cielos” (Dan. 2:28).
Esta corta frase es la síntesis del mensaje implícito de todo el libro de Daniel,
una de las esencias de la experiencia del creyente y una oportuna respuesta a mi
incertidumbre. El análisis gramatical de la frase revela que hay dos oraciones
coordinadas por la conjunción adversativa pero. En la oración principal podemos
poner cualquier circunstancia, eventualidad o tragedia de la vida o de la historia,
con sus presagios–buenos o malos– y su componente de angustia, impotencia,
inseguridad e incluso de orgullo, vanidad o autosuficiencia. El nexo o conjunción
adversativa pero expresa, en este caso, contraposición a lo que dice la oración
principal, indicando que la segunda oración, “hay un Dios en los cielos”, a la que
está unida, impide, contrarresta o atenúa lo dicho por la oración principal: sí, es
verdad, esto que me está ocurriendo es terrible, incomprensible, irreparable, pa-
rece no tener remedio… pero hay un Dios en los cielos. La segunda parte de la
frase, la oración unida a la principal por la conjunción pero, es Dios y su provi-
dencia. En solo una frase se resume el mensaje esperanzador del libro de Daniel.
Vive con la seguridad de que hay un Dios en los cielos… para disipar tus
dudas, angustias y perplejidades.

12
¿Qué necesito para creer que él existe?
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios, 7
porque es necesario que el que se acerca a Dios enero
crea que él existe y que recompensa a los que le buscan”
(Hebreos 11:6).

E n los años de posguerra, los estudiantes del Seminario Adventista de Ma-


drid nos abastecíamos de Biblias y literatura religiosa en la librería clan-
destina de una iglesia evangélica. El pastor era alemán y compartía su ministe-
rio con el consulado de su país en Madrid. Un día me habló de un libro muy
interesante titulado A Dios por la ciencia, que compré esperando encontrar en
él pruebas científicas de la existencia de Dios, pero la verdad es que fue decep-
cionante. No, no las había, los científicos creyentes no lo habían podido de-
mostrar… pero hay miles de evidencias. En efecto, más de cincuenta años
después, los grandes avances de la ciencia han demostrado que el macrouni-
verso de lo infinitamente grande, así como el microuniverso de lo infinitamen-
te pequeño, son una obra de diseño. Ariel A. Roth, en La ciencia descubre a
Dios, pregunta a los científicos cómo es posible que ese diseño inteligente que
se descubre en la naturaleza pueda ser el resultado del azar y no de la obra de
un Diseñador, el Dios Creador de la Biblia.
El calor y la luz que nos vienen del sol, la formación del carbono en las
moléculas orgánicas de los seres vivos, el aire que respiramos, todos los equi-
librios que posibilitan la vida en nuestro planeta son una evidencia incontro-
vertible de que el universo ha sido diseñado para nuestro beneficio, hecho a la
medida del hombre, como dice Génesis. ¡Sí, hay un Dios en los cielos!
¿Pero hasta dónde necesitamos “pruebas” para creer en la presencia del
Padre celestial? ¿Qué clase de testimonios necesitamos para creer que hay un
Dios en los cielos? Seguramente, el joven Daniel tuvo que enfrentar dichas
preguntas durante sus años de estudio en las escuelas caldeas. En más de una
ocasión tuvo que escuchar a maestros y sabios que negaban los principios bí-
blicos que había aprendido desde niño. No obstante, él sabía en quién había
creído. No tenía ninguna duda de que había un Dios en los cielos que vigilaba
su camino en aquellas lejanas tierras. Su lealtad a Dios y su dedicación al estu-
dio lo prepararon para convertirse en uno de los profetas más importantes del
Antiguo Testamento.
Este día el Padre celestial quiere revelarte una faceta de su amor. Dispón tu
corazón para descubrirlo y reconocer que ¡hay un Dios en los cielos! Él te re-
compensará.

13
¿Dónde se va a sentar el ángel?
8 “¿A dónde me iré de tu espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?
enero Si subiera a los cielos, allí estás tú; y si en el seol hiciera mi estrado,
allí tú estás. Si tomara las alas del alba y habitara en el extremo
del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra”
(Salmo 139:7-10).

E l padre del pastor Pierre Winandi, Charles, fue un exitoso evangelista en la


ciudad de París. En 1964, en ocasión de mi graduación, fue el orador invi-
tado. En varias ocasiones se reunió con los graduados y nos contó una intere-
sante historia. Cuando su esposa y él salían de su hogar hacia la sala de confe-
rencias, dejaban al niño en la cama si las reuniones terminaban muy tarde. Le
aseguraban que el ángel del Señor estaría guardándolo junto a su cama mien-
tras ellos estaban ausentes. El niño estaba acostumbrado y, por lo general, se
quedaba dormido pronto; pero, un día, viendo a la mamá que dejaba sus ropitas
en la única silla del dormitorio, le dijo muy serio: “Mamá, quita mis ropitas de
la silla, si no ¿dónde se va a sentar el ángel?” Para Pierre, la realidad de la
presencia del ángel del Señor en su cuarto era indefectiblemente real.
El pastor Stanley Folkenberg me contó que un pastor jubilado, muy vieje-
cito, amigo de la familia, pernoctaba de vez en cuando en su casa. Antes de
acostarse, este buen hermano tenía por costumbre sentarse en el borde de la
cama y pasar así un buen rato conversando con Dios. El anciano le contaba,
como lo hubiera hecho a su esposa, las incidencias de la jornada y le pedía
ayuda para las personas con las que se había encontrado aquel día. Así de real
era Dios en su vida. ¿Habéis sentido alguna vez la presencia de Dios tan cerca
de vosotros que os parecía recibir el calor de sus amorosos brazos y escuchar
el suave murmullo de sus palabras?
David testimonia de la omnisciencia y omnipresencia divinas en el precio-
so Salmo 139 y reconoce que Dios ha estado a su lado desde el seno materno,
que “yo despierto, y aún estoy contigo” (vers. 18), en todas partes, “allí estás
tú” (vers. 8), en cualquiera lugar por lejos o escondido que esté “aun allí me
guiará tu mano y me asirá tu diestra” (vers. 10).
¿Acaso has olvidado que él está junto a ti? No temas, su presencia te guar-
dará. ¡Hay un Dios en los cielos!

14
¡Dios reina!
“¡Jehová reina! ¡Se ha vestido de majestad! 9
¡Jehová se ha vestido, se ha ceñido de poder! enero
Afirmó también el mundo y no será removido”
(Salmo 93:1).

D espués de pasar una cruenta guerra civil y cuarenta años de dictadura,


España goza hoy de un sistema de gobierno democrático con el restable-
cimiento de una monarquía constitucional. En las monarquías como la españo-
la, el rey reina pero no gobierna, esa función corresponde al poder ejecutivo, es
decir, al presidente del gobierno y a sus ministros e instituciones. Aunque las
leyes que promulga el Parlamento, están firmadas por el rey, no es él quien las
decide, sino el poder legislativo, es decir, el Parlamento de los representantes
del pueblo. El monarca es el garante de que se respete y cumpla la Constitu-
ción, asimismo, puede actuar cuando alguien altera el orden constitucional.
El 23 de febrero de 1981, España sufrió uno de los mayores ataques de la
historia reciente a su democracia. Un grupo de militares tomó por asalto el
Congreso de los Diputados y secuestró a los parlamentarios a punta de pistola.
De pronto, los militares tomaron estaciones de radio y televisión. En Valencia
los tanques y el ejército patrullaron las calles. La crisis parecía irrevocable. El
país vivía horas de enorme angustia. Ante tal situación, el rey Juan Carlos I,
asumió todos los poderes democráticos y restableció con autoridad y con la
adhesión de las fuerzas armadas, el orden constitucional y la paz.
Algo parecido ocurre en la gran república de este mundo, Dios reina, pero
no gobierna este mundo. Su soberanía está por encima de los vaivenes de la
historia, a pesar de que el príncipe de este mundo reclama poder y autoridad en
un territorio que no le pertenece. Su señorío es más fuerte que el poder de los
gobiernos dirigidos por Satanás. Dios presente, Creador, Soberano en el prin-
cipio de todo y Dios presente, Soberano, Juez, al final de todo. Esto enseñan las
Sagradas Escrituras.
Satanás ha querido tomar por asalto este mundo, así como la vida de cada
uno de sus habitantes. Pero nadie está obligado a vivir sometido a este forajido.
¡Acude al Rey de reyes! ¡Permite que él asuma todos los poderes de tu vida y
espera que restablezca la paz y el orden en tu experiencia humana!
Muy pronto este mundo volverá a ser gobernado por su verdadero Sobera-
no, ya que hoy Satanás detenta una autoridad que no le corresponde. Entonces,
vendrá nuestra esperada liberación.

15
Nuestros cabellos están todos contados
10 “Guiaré a los ciegos por un camino que no conocían;
enero los haré andar por sendas que no habían conocido.
Delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz y lo escabroso
en llanura. Estas cosas les haré y no los desampararé”
(Isaías 42:16).

D ios no es el responsable de todo lo que ocurre en este mundo, pero inter-


viene con frecuencia para paliar, mitigar o impedir las consecuencias del
mal gobierno de los hombres: esto es la providencia. Es la disposición que Dios
toma ante un hecho acontecido para componerlo o remediar el daño que pueda
resultar. Es el cuidado y la sabia previsión que Dios tiene de sus criaturas en
un mundo de eventualidades dolorosas. La providencia divina es el antídoto
del mal en el mundo, Dios ofrece soluciones y alternativas, Dios cambia las
circunstancias, escribe recto sobre los renglones torcidos que le damos los hom-
bres. La providencia divina va más allá de las expectativas humanas, su cui-
dado y dirección nos permiten conocer alternativas que no habíamos previsto.
“Presentad todos vuestros planes a Dios, a fin de que él os ayude a ejecutarlos
o abandonarlos según lo indique su Providencia. Aceptad los planes de Dios en
lugar de los vuestros, aunque esta aceptación exija que renunciéis a proyectos
por largo tiempo acariciados. Así, vuestra vida será siempre más y más amolda-
da conforme al ejemplo divino, y “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendi-
miento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús”
(Fil. 4:7)” (Testimonios para la iglesia, t. 7, p. 46).
El alcance de la providencia divina, implícita en la frase del profeta Daniel
“pero hay un Dios en los cielos”, fue tratada por el mismo Jesús en el sermón
de la montaña: “Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
[…] Vosotros pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer ni por lo que
habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud, porque todas estas cosas buscan
las gentes del mundo, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas”
(Luc. 12:7, 29-30). Las soluciones más convenientes, las salidas más insos-
pechadas, los cambios más prodigiosos son los que la Providencia nos tiene a
menudo preparados en su extraordinario libro. “En el libro de la providencia
divina o volumen de la vida, se nos da a cada uno una página. Esta página
contiene todo detalle de nuestra historia. Aun los cabellos de nuestra cabeza
están contados. Dios no se olvida jamás de sus hijos” (El Deseado de todas las
gentes, p. 280).
Agradece hoy a Dios sus tiernos cuidados hacia ti. Él te conoce mejor que
nadie.

16
Dios es amor
“Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios 11
tiene para con nosotros. Dios es amor, y el que permanece enero
en amor permanece en Dios y Dios en él”
(1 Juan 4:16).

R ecuerdo el incendio de la Biblioteca Nacional de Sarajevo (Bosnia-Her-


zegovina) a finales de agosto de 1992. El edificio era el símbolo de la
identidad de un pueblo, poseía dos millones de libros y miles de documentos
y manuscritos de gran valor. El fuego de artillería del ejército serbobosnio
impactó en el edificio y los libros allí depositados ardieron.
Haciendo ahora un pequeño esfuerzo de imaginación, supongamos que uno
de aquellos códices de Sarajevo, era una copia única de la primera epístola de
Juan donde el fuego había destruido la mayor parte del capítulo cuatro del escri-
to. En el versículo ocho, casi todo chamuscado, a duras penas se podía todavía
leer “Dios es…”, el resto era ilegible. ¡Qué lástima! De no haberse quemado
hubiésemos podido contar con una definición de la naturaleza de Dios. El mis-
terio pudo finalmente revelarse, la frase del manuscrito completarse, porque–se-
guimos imaginando– los expertos, consiguieron desplegar la parte quemada del
capítulo cuatro y mostrar, en el versículo dieciséis, la palabra que faltaba: amor.
Sí, Dios es amor, el amor es su ser, su sustancia, su vida. El amor resume to-
das sus obras y explica todos sus caminos. El amor venció al pecado para darnos
la vida eterna. El amor es el objeto de la admiración de los ángeles y lo será para
nosotros en la eternidad. Los pensamientos de Dios son amor, su voluntad es
amor, su providencia es amor, sus dispensaciones son amor, su santidad es amor,
todo en él es amor. ¡Dios es amor! ¡Sus palabras son amor! ¡Su celo es amor!
¡Sus gozos son amor! ¡Sus lágrimas son amor! ¡Sus reproches son amor! ¡Sus
juicios son amor!
Este pequeño mundo es el mayor campo de operaciones del amor divino,
por eso es un libro de texto para el universo. Tanto los ángeles como los habi-
tantes de los mundos no caídos estudian los misterios del amor redentor mani-
festado en la cruz de Cristo y, junto a los redimidos, lo seguirán estudiando en
la eternidad. Entretanto, la luz que se desprende del Calvario es la fuente y la
inspiración de todo acto de amor que se prodiga en la humanidad.
Dios te ama. No lo olvides. No importa quién seas. Decídete a compartir el
gran mensaje del amor de Dios donde quiera que vayas.

17
La caja de Pandora
12 “Porque tú, Señor Jehová, eres mi esperanza,
enero seguridad mía desde mi juventud”
(Salmo 71:5).

C uenta Hesíodo, en su obra Los trabajos y los días, que Prometeo robó
el fuego del carro del dios Sol y lo entregó a los hombres. Zeus, el dios
principal, se enfadó mucho y quiso castigarle mandando crear una mujer lla-
mada Pandora, que envió a casa de Prometeo, donde vivía también su hermano
Epimeteo, quien se enamoró de ella y la tomó como esposa. Pero Pandora traía
consigo una misteriosa caja que contenía todos los males capaces de llenar el
mundo de desgracias y sufrimiento y todos los bienes para poder remediarlos.
Epimeteo advirtió a Pandora del peligro de abrir aquella caja pero esta, víctima
de su curiosidad, la abrió un aciago día; y de allí se escaparon todos los males
que asaltan todavía hoy a los desdichados mortales. También salieron todos los
bienes, pero estos subieron de nuevo al Olimpo de los dioses. Asustada de lo
que había hecho, Pandora, la primera mujer, cerró inmediatamente la caja que-
dando dentro el don de la esperanza, tan necesaria para superar precisamente
los males que acosan al hombre. Con el mito de la caja de Pandora explicaban
los antiguos griegos el origen del mal y su remedio.
La providencia divina rompe el fatalismo del mal, le abre vías alternativas,
lo encierra con sus promesas en un espacio de temporalidad y genera, en este
mundo, la esperanza. La esperanza es más que una de las tres virtudes teolo-
gales, más que una ilusión, es un estilo de vida, el de los hijos de Dios y más
particularmente el de los que vivimos en la espera del advenimiento. La Biblia
es un mensaje que crea esperanza. Creer en Dios es esperar en él, y esperar
en él es ir más allá de las dolorosas eventualidades del presente, más allá de
los tristes presagios del futuro; es vivir seguros, confiados en la intervención
divina en favor nuestro, y esto no solo en el horizonte de la historia de aquí y
ahora, sino en el horizonte de la eternidad junto a él.
Vivir con esperanza, como dice Elena de White, es un testimonio para el
mundo: “Gozosos en la esperanza” (Rom. 12:12). “Doquiera vayamos, debe-
mos llevar una atmósfera de esperanza y gozo cristianos; entonces quienes
están separados de Cristo verán atractivo en la religión que profesamos; los
incrédulos verán la consistencia de nuestra fe” (Dios nos cuida, p. 332).
Jesús puede hacer que tu rostro refleje hoy esa bendita esperanza y que su
gracia elimine cualquier tristeza de tu corazón. ¡Pídeselo!

18
La morada de Dios en los cielos
“Jehová está en su santo Templo; 13
Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos observan, enero
sus párpados examinan a los hijos de los hombres”
(Salmo 11:4).

H ay un Dios en los cielos. La realidad de la presencia de Dios en este mun-


do es una verdad incuestionable confirmada en su Palabra (Hech. 17:27-
28; Mat. 1:23). Además, la Biblia ubica la morada de Dios en los cielos: “Jeho-
vá tiene en el cielo su trono”, “A ti alcé mis ojos, a ti que habitas en los cielos”,
“Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su
derecha en los lugares celestiales” (Sal. 11:4; 123:1; Efe. 1:20). Esto no signi-
fica que Dios esté lejos de nuestros problemas y de nuestros destinos. Desde
los cielos, Dios contempla, mira a los hombres, se interesa y dirige las cosas
de este planeta.
El mundo de las cosas terrenales y las celestiales, aunque a veces enfrenta-
dos como consecuencia del pecado, no están opuestos; las dimensiones verti-
cal y horizontal de la vida humana se cruzan y entrelazan. Nuestra relación con
el Dios que tiene su trono en los cielos ilumina, enriquece y asegura nuestra
situación aquí en la tierra. Cristo vino a este mundo para unir de manera inse-
parable el cielo y la tierra.
“En Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca
hubiésemos pecado. Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la
humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades
eternas, queda ligado con nosotros” (El Deseado de todas las gentes, p. 17).
Con la ascensión de Cristo a los cielos junto al Padre, nos trasladó mística-
mente con él a los lugares celestiales. La expresión “lugares celestiales” solo
aparece en Efesios (1:3, 20; 2:6; 3:10; 6:12) y destaca los beneficios obtenidos
por la victoria de Cristo en su encarnación. A menos que comprendamos bien las
cosas celestiales, no podremos superar las circunstancias difíciles que vivimos
en la tierra ni entender cómo Dios actúa con nosotros.
El sueño de Jacob en Betel, la escalera que unía el cielo y la tierra, no fue
únicamente una promesa de bendición que iba a acompañar al patriarca en su
vida. Esa escalera sigue estando alzada para todos aquellos que quieran unir
sus experiencias dolorosas, inquietantes o gozosas, esperanzadas y promiso-
rias con la providencia de un Dios que, desde los cielos, se sigue ocupando de
nosotros.
¿No crees que es necesario fortalecer tus vínculos con tu Padre celestial? Él
te espera. Está listo para morar en tu corazón.
19
Con la fuerza de mi poder
14 “Al cabo de doce meses, paseando por el palacio real
enero de Babilonia, habló el rey y dijo: ‘¿No es ésta la gran Babilonia
que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder,
y para gloria de mi majestad?’ ”
(Daniel 4:29-30).

N abucodonosor tenía razón. Desde aquella terraza de su palacio se podían


contemplar zigurats, templos y, al oeste del palacio, junto al río Éufrates,
los famosos jardines colgantes de la ciudad, construidos por el rey en honor
a una de sus esposas. Esos jardines están considerados como una de las Siete
Maravillas del Mundo Antiguo. ¡Qué lástima! Nabucodonosor no había apren-
dido la lección. Un año antes, había tenido un segundo sueño, que le interpretó
Daniel, en el cual Dios le anunciaba que durante siete años sería reducido a
vivir como una bestia del campo. El profeta le había advertido: “Tu reino te
quedará firme, después que reconozcas que es el cielo el que gobierna. Por tan-
to, oh rey, acepta mi consejo: redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades
haciendo misericordias con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolonga-
ción de tu tranquilidad” (Dan. 4:26-27).
Jamás hemos de olvidar que es Dios quien ha hecho posible todo lo que
somos o poseemos, un Dios providente que, sin percatarnos de ello, ha crea-
do o cambiado las circunstancias, nos ha preparado el camino, ha despertado
nuestro interés, nos ha abierto puertas de oportunas posibilidades, nos ha dado
la visión, la inteligencia y las fuerzas para conseguir las riquezas, la posición,
el bienestar que gozamos. Cuando los israelitas iban a entrar en la tierra de
promisión después de un éxodo providente, aunque duro y largo; cuando iban
a disfrutar de casas, campos, frutos y ganados en aquella tierra que “fluía leche
y miel”, Moisés les advirtió: “No se te ocurra pensar: “Esta riqueza es fruto de
mi poder y de la fuerza de mis manos”. Recuerda al Señor tu Dios, porque es él
quien te da el poder para producir esa riqueza; así ha confirmado hoy el pacto
que bajo juramento hizo con tus antepasados” (Deut. 8:17-18, NVI).
Recuerda que hay un Dios en los cielos… cuando todo te va bien, cuando
la vida te sonríe; cuando tienes éxito en el trabajo o en los estudios, cuando hay
paz y prosperidad en tu familia, cuando gozas de buena salud; cuando te sientes
satisfecho y orgulloso de tus logros. Eso te alejará de la soberbia y te dará aún
más las bendiciones del cielo.

20
La crisis revela el carácter
“¿Por qué no morí yo en la matriz? 15
¿Por qué no expiré al salir del vientre?” enero
(Job 3:11).

¡Pen pocos días, lo perdió todo, las propiedades, los hijos, la salud, la espo-
obre Job! Su clamor es el de alguien que se siente abandonado por Dios;

sa… Y perdió algo que, si cabe, es aún más terrible: la confianza en sí mismo
para sobreponerse. Sus amigos le hicieron sentir que lo que le había acontecido
era consecuencia de su iniquidad: “Tú dices: ‘Mi doctrina es recta, y yo soy
puro delante de tus ojos’. Mas ¡ah, quién diera que Dios hablara, que abriera
para ti sus labios y te declarara los secretos de la sabiduría, que son de doble
valor que las riquezas! Sabrías entonces que Dios te ha castigado menos de lo
que tu iniquidad merece” (Job 11:4-6). Pero hay algo esencial que el patriarca
no perdió, ni siquiera cuando se deseaba la muerte, fue su confianza y esperan-
za en su Redentor: “Pero yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará
sobre el polvo, y que después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver
a Dios. Lo veré por mí mismo; mis ojos lo verán, no los de otro. Pero ahora mi
corazón se consume dentro de mí” (19:25-27).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando todo nos va mal. Cuando el in-
fortunio, la desgracia, el sufrimiento parece que se han cebado con nosotros;
cuando los problemas se multiplican sin darnos tregua; cuando no vemos la
mano de Dios en nuestras vidas; cuando el cielo se ha tornado sordo, insensible
a nuestras plegarias; cuando Dios parece habernos abandonado. Cuando no
comprendemos por qué nos ocurren ciertas cosas, por qué a nosotros: una en-
fermedad grave, la pérdida del empleo, la muerte de un ser querido. ¿Por qué?
Jamás debemos olvidar que nuestro Dios es un Dios providente que nos
ama y protege, que tiene entre sus dedos nuestras vidas, que puede y sabe
cómo hacer girar las circunstancias, que conoce a dónde nos quiere conducir.
Un Dios que respondió a la fe y confianza de Job de manera insospechada.
El patriarca que había perdido la ilusión de vivir no solo se arrepintió de sus
protestas, sino que además confesó: “Reconozco que he hablado de cosas que
no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desco-
nocidas” (Job 42:3, NVI).
No olvides hoy que la crisis revela el carácter. Todo sufrimiento es tempo-
ral. No claudiques ante él. Mejor confía, como Job, que tus ojos contemplarán
el retorno de Jesús a este mundo.

21
El que me juzga es el Señor
16 “En cuanto a mí, en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros
enero o por tribunal humano. ¡Ni aun yo mismo me juzgo!
Aunque de nada tengo mala conciencia,
no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor”
(1 Corintios 4:3, 4).

E mitir juicios sobre los ministros de Dios y hacer comparaciones entre ellos,
ha sido práctica inveterada de algunas iglesias. En la de Corinto, los cre-
yentes se habían dividido en cuatro partidos rivales de acuerdo con sus pre-
ferencias: los de Pablo, el fundador de la iglesia; los de Apolos, un brillante
predicador de Alejandría; los de Cefas, por haber sido uno de los doce que
perteneció al grupo íntimo de Jesús; y los de Cristo, que rechazaban cualquier
afiliación, pero no menos agresivos que los otros, puesto que, entre ellos, había
“celos, contiendas y disensiones” (1 Cor. 3:3) que daban lugar a divisiones
(1:10) y en las que los peor parados eran los propios ministros, denostados
por unos, que los juzgaban implacablemente, y aplaudidos por otros, que los
encomiaban en exceso. En este contexto, Pablo les dijo: “En cuanto a mí, en
muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano. ¡Ni aun
yo mismo me juzgo! Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy
justificado; pero el que me juzga es el Señor” (4:3, 4).
¿Quién no ha sido alguna vez juzgado mal, acusado de manera injusta?
¿Has sido alguna vez víctima de los celos, la perfidia o la maledicencia? ¿Te
has visto calumniado, desprestigiado, hundido, denigrado o marginado por las
malas lenguas sin saber cómo defenderte y sin poder demostrar la verdad?
Si no te ha ocurrido todavía, te puede llegar a suceder y, entonces, jamás
has de olvidar la importancia de tener la conciencia tranquila, que Dios co-
noce la verdad, que él es justo y santo, que además conoce tu corazón y que
él es quien te juzga y defiende. También Daniel y Pablo fueron acusados y
denunciados sin motivo por sus enemigos u opositores, pérfidos los unos o
simplemente equivocados los otros, pero a ambos, Dios los vindicó, los exone-
ró y los libró porque, al igual que Jesús, encomendaba “la causa al que juzga
justamente” (1 Ped. 2:23).
Recuerda que, cuando eres víctima de malos entendidos y falsas acusacio-
nes, hay un Dios en los cielos… que en su momento dará a cada uno lo que le
corresponde.

22
No te tengas por sabio
“Unánimes entre vosotros; no seáis altivos, sino asociaos 17
con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión” enero
(Romanos 12:16).

L as controversias religiosas suelen ser encendidas, posiblemente porque es-


tán en juego cuestiones trascendentales de las que depende, muchas veces,
la comprensión de la verdad. Pablo lo sabía por propia experiencia y, aunque
trataba de combatir los artificios de error refiriéndose a la verdad en un espíritu
de amor (Efe. 4:15), no le tembló la mano al denunciar los cambios doctrinales
de los gálatas o los errores de los falsos maestros judaizantes (Gál. 3:1; 2 Cor.
2:17). Estas polémicas, tristemente, han sido a lo largo de la historia causa de
divisiones y disidencias. Y aunque los enfrentamientos entre la verdad y el
error han permitido desenmascarar doctrinas falsas que nada tenían que ver
con la sana doctrina, al denunciar interpretaciones fantasiosas de la Escritura e
identificar las apostasías, muchas veces, la herejía y el error se han enfrentado
no solamente a la verdad, sino también a la soberbia y el orgullo espiritual ma-
nifestados por los representantes de la ortodoxia. Por eso Pablo recomienda a
los romanos: “Unánimes entre vosotros; no seáis altivos, sino asociaos con los
humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión”.
Jamás hemos de olvidar que solo Dios está en posesión de la verdad plena
porque él es la verdad, los hombres buscamos la verdad pero no la poseemos,
ella nos posee por la gracia de Dios, mediante su Palabra y la obra del Espíritu
Santo; que en toda controversia o polémica de la naturaleza que sea, debemos
buscar dar gloria a Dios y no a nosotros mismos; que la arrogancia y la altivez
no son patrimonio de la verdad porque los que son de la verdad y poseen la
sabiduría que procede de Dios “llevan ante todo una vida pura; y además son
pacíficos, bondadosos y dóciles. Son también compasivos, imparciales y sin-
ceros, y hacen el bien” (Sant. 3:17, DHH).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando me obstino en hacer valer mi
opinión en una polémica en la que hay confrontación de pareceres; cuando
me siento superior; cuando creo ser el único que tiene razón; cuando trato de
hacer prevalecer mi criterio; cuando lo que busco es enaltecer mi propia gloria;
cuando dudo de la honestidad y sinceridad de los oponentes; cuando, sin darme
cuenta, estoy actuando como un gran orgulloso o egoísta y me he convertido en
un obstáculo insalvable para el consenso y la unidad.
Pide hoy al cielo que aparte de tu vida ese espíritu y te ayude a favorecer
la unidad en tu iglesia.
23
Velad conmigo
18 “Volvió luego a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro:
enero ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?”
(Mateo 26:40).

E n todo este relato de la oración en el huerto de Getsemaní, hay varias pa-


labras importantes y altamente significativas: la angustia y tristeza de Je-
sús, su rogativa al Padre “si es posible, pase de mí esta copa”, su sumisión a
la voluntad divina “pero no sea como yo quiero, sino como tú”, el momento
pavoroso cuando “la suerte de la humanidad pendía de un hilo” (El Deseado
de todas las gentes, p. 641). Pero yo encuentro una pequeña palabra, exclusiva
del relato de Mateo, repetida dos veces, que me parece sensible y muy signifi-
cativa, “conmigo”. “Es tal la angustia que me invade, que me siento morir –les
dijo–. Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo” (Mat. 26:38, NVI). Y,
por el hecho de encontrarlos dormidos tres veces, negándole la ayuda moral y
la compañía que necesitaba de ellos, esa palabra conmigo, incumplida, omisa
en la actitud de los discípulos, subraya aún más en el relato la gran soledad de
Jesús en Getsemaní, tal como el profeta mesiánico lo había anunciado: “He
pisado yo solo el lagar; de los pueblos nadie había conmigo” (Isa. 63:3).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando nos sentimos solos, sin apoyos
humanos, cuando nos ha fallado la ayuda que esperábamos; cuando ni la fami-
lia, ni los amigos, ni la iglesia, ni el pastor nos han ayudado a superar nuestra
desventura; cuando estamos llevando nuestra pesada cruz solos, en silencio,
sangrando por dentro, sin que nadie se percate de ello. Sin que nadie nos ofrez-
ca una mano a la que aferrarnos, un hombro en el que apoyarnos. ¿Cómo pue-
den guardar silencio y aparentemente ignorar o desentenderse de nuestro dolor
nuestros queridos amigos y hermanos?
Jamás debemos olvidar que Dios conoce nuestro sufrimiento; que jamás
estamos solos, que él camina siempre a nuestro lado, detrás de nosotros, ex-
tendiendo sus brazos amorosos para sujetarnos si vamos a caer, que podemos
comprobar las huellas que va dejando tras las nuestras sobre el terreno que
humedecen nuestras lágrimas y que, cuando solo se ven dos huellas, y creemos
que nos ha abandonado, es porque nos ha tomado en sus brazos…
¡No! El Señor no se dormirá, como hicieron los discípulos en la noche de
la gran aflicción de Jesús. “No dará tu pie al resbaladero ni se dormirá el que
te guarda” (Sal. 121:3).
Abre tu corazón a Jesús en oración. Exprésale tu gratitud y confiésale tus
pecados. Guarda silencio y escucha su voz.

24
Lazos y cuerdas de amor que se han roto
“Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; 19
fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, enero
y puse delante de ellos la comida. No volverá a tierra de Egipto,
sino que el asirio mismo será su rey,
porque no se quisieron convertir”
(Oseas 11:4, 5).

L a Escritura compara el amor divino hacia sus hijos con el amor conyugal. En
la profecía de Oseas esta relación toma tintes dramáticos porque el Señor,
extrañamente, ordena al profeta: “Ve, toma por mujer a una prostituta y ten hijos
de prostitución con ella, porque la tierra se prostituye apartándose de Jehová”
(Ose. 1:2). La vida matrimonial de Oseas había de ilustrar el misterio de los de-
signios de Dios con Israel. Tomó a Gomer por esposa, tuvo tres hijos varones con
ella, pero su mujer le fue infiel marchando tras sus amantes y abandonando a su
marido. El alma trastornada y agitada del profeta continuó, sin embargo, amán-
dola y esperando que regresase al hogar. Así, el amor de Dios por su pueblo, la
ternura paternal con sus hijos, protagonizados en su trágica experiencia personal,
fueron el mensaje de conversión y esperanza dirigido a Israel.
En efecto, los sentimientos más íntimos del ser humano se expresan en el
matrimonio y la vida familiar, pero esos lazos de ternura y cuerdas de amor se
rompen con el divorcio. ¿De qué libera el divorcio y a qué precio? ¿Se puede
hablar de divorcio real cuando existen hijos nacidos en el matrimonio? ¿Cómo,
según la Palabra de Dios, podemos estabilizar las relaciones conyugales o pre-
venirlas? ¿Qué ayuda nos ofrece el Señor?
¡Qué desgracia! Todo un hermoso proyecto de vida se ha desmoronado.
Jamás debemos olvidar que el divorcio ilustra en la Biblia la desdicha de la
ruptura con Dios, que lo que él juntó no quiere que lo separe el hombre, que
sobre el matrimonio cristiano reposa una bendición y bienaventuranza divinas
y el don de la gracia santificante para conservarlo y fortalecerlo que podemos
invocar, que el amor conyugal “es sufrido, es benigno; el amor no tiene en-
vidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no
busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino
que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Cor. 13:4-8).
No olvides que hay un Dios en los cielos… cuando parece inevitable la rup-
tura conyugal; cuando los vínculos de amor parecen haber desaparecido; cuan-
do tras el divorcio se siente frustración, soledad y fracaso personal; cuando
mirando hacia atrás prevalecen la nostalgia, el sentimiento de culpa o el enojo.

25
Pan de sollozos
20 “Antes que mi pan, llega mi suspiro, y mis gemidos corren
enero como el agua; porque me ha venido aquello que me espantaba,
me ha acontecido lo que yo temía”
(Job 3:24, 25).

¿Hpor prescripción médica, ansiolíticos? ¿Sabías que en Suiza germa-


as sufrido algún proceso depresivo? ¿Te has visto obligado(a) a tomar,

no-parlante la depresión es endémica? Lo dijo Karl Stambach, un colega suizo,


a quien le escuché una interesante predicación sobre la depresión. Dos veces
en mi ministerio he tenido que intervenir en casos de suicidio por causa de la
depresión: uno en un nivel de intento fallido, el otro horriblemente consuma-
do, y también recuerdo a un querido colega, al frente de una gran iglesia, que
un día me confesó: “Carlos, a veces, quisiera morirme”. Y es que un estado
depresivo, cuando ha hecho presa de nuestra ánimo, cuando atenaza nuestra
voluntad, es terrible, incontrolable, absolutamente negativo, sin horizonte de
salida, irracional, como dijo Job es: “Antes que mi pan, llega mi suspiro, y mis
gemidos corren como el agua; porque me ha venido aquello que me espantaba,
me ha acontecido lo que yo temía”.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando estoy abrumado por las circunstan-
cias de la vida y no me siento capaz de ir adelante, cuando me siento desanima-
do, cuando no veo luz al final del túnel, cuando mi vida me parece demasiado
difícil, cuando quisiera morirme; cuando los médicos me han dicho que estoy
sufriendo una depresión, siento que estoy enfermo y no sé cómo salir de ello.
Desgraciadamente, hoy es la enfermedad de moda, millones de personas sufren
depresión, particularmente en las sociedades desarrolladas y, sorprendentemen-
te, también en la iglesia.
Jamás hemos de olvidar que el desaliento y el desánimo, como carencias del
alma, fueron padecidos por muchos hombres de Dios: Job en su dura prueba, Abra-
ham después de su victoria sobre los reyes de la llanura, José al ser vendido por
sus hermanos, Josué cuando tuvo que suceder a Moisés e iniciar la conquista, Saúl
cuando supo que había sido destituido por Dios, David cuando huía de la persecu-
ción a muerte por parte del rey de Israel; Elías cuando, amenazado por Jezabel, que-
ría morirse; Jeremías, Juan el Bautista, Pedro, entre otros. Sí, es verdad, la depresión
también golpea a los fieles hijos de Dios en algún momento de sus vidas.
Dios conoce la fragilidad de cada uno de sus hijos y sabe hasta dónde puede
soportar las crisis emocionales. En medio de cualquier situación, todos hemos de
recordar que podemos acudir “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:16).

26
Sin techo y sin hogar
“Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, dio orden de pasar 21
al otro lado. Se le acercó un escriba y le dijo: ‘Maestro, enero
te seguiré adondequiera que vayas’. Jesús le dijo:
‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos;
pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza’ ”
(Mateo 8:19, 20).

P equeño o espacioso, ricamente amueblado o solo con lo esencial, acoge-


dor siempre, ¡qué seguridad nos da disponer de un lugar donde albergar a
nuestra familia! España tiene uno de los índices más elevados de Europa de
viviendas compradas durante aquellos años de la burbuja inmobiliaria, cuando
conseguir una hipoteca para comprar una propiedad era tan fácil. Pero ¿qué
ha traído la crisis económica? Desempleo, disminución considerable de los
recursos, imposibilidad de hacer frente a las cuotas de los bancos y, como
consecuencia, ¡desahucios! Según datos de la Plataforma de Afectados por la
Hipoteca, en el primer semestre de 2012, se produjeron en España 517 des-
ahucios diarios y la cifra global de personas que no podían pagar su hipoteca
ascendió a 400.000. Pero el balance más trágico de los desahucios fue la op-
ción que tomaron algunas personas desesperadas por la situación: el suicidio.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando nos hemos quedado sin techo y
sin hogar; cuando ni las leyes, ni el estado, ni las entidades bancarias protegen
la seguridad de nuestras familias; cuando también nuestros hermanos pudientes
parecen desentenderse de nosotros olvidando aquellas palabras: “Pero el que tiene
bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su cora-
zón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3:17); cuando interpelando con
angustia al Señor, le pregunto: “¿Y tú, Señor, cubrirás con tu justicia y tu amor mi
desamparo? ¿Nos abrirás una puerta donde cobijar a mi familia?”
Jamás hemos de olvidar que el Salvador tampoco tuvo un hogar ni un lecho
donde recostar su cabeza, si no era el de sus amigos, que por ello comprende
nuestra indigencia y nos auxiliará, que nos asegura que, en esos desolado-
res juicios de desahucios, “yo defenderé tu pleito y salvaré a tus hijos” (Isa.
49:25), que nuestros hermanos nos aman y saben lo que Dios espera de ellos,
“que partas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo”
(Isa. 58:7, DHH), que Dios no nos va a dejar sin socorro y que, permítaseme
la licencia interpretativa, existe “una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”
(Apoc. 3:8).
Dios conoce tu necesidad. No caigas en la desesperación. La solución está
cerca.

27
En la encrucijada de la decisión
22 “No me ruegues que te deje y me aparte de ti,
enero porque a dondequiera que tú vayas, iré yo, y dondequiera
que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios”
(Rut 1:16).

M agnífico relato, excelente y aleccionador el ejemplo de la joven moabita,


Rut, que, en una encrucijada de caminos, supo escoger el que le llevaba
a Belén con su suegra. Fue así como llegó a ser israelita y adoradora del Dios
verdadero y, por providencia divina, pasó de espigadora a esposa de un varón
prestigioso, de extranjera a antepasada del rey David y del propio Jesús, el
Mesías de Israel. Al contrario que su cuñada, Orfa, que decidió regresar a su
país, Rut tomó la decisión correcta; como lo hizo la reina Ester cuando estaba
en juego el exterminio de su pueblo; como lo hicieron los discípulos cuando,
dejándolo todo siguieron a Jesús; como también lo hizo Pablo en el camino de
Damasco.
Nunca es fácil tomar la decisión de dejar la tierra que nos ha visto nacer
y llegar a un sitio extraño y hostil. Se requiere valor, fortaleza y confianza en
Dios. Fue así como Rut estuvo dispuesta a seguir a su suegra.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando nos encontramos en la encrucijada
de la decisión, cuando la duda o la perplejidad no nos permiten saber qué es lo
que más nos conviene, cuando hemos de decidir carrera o profesión, cuando se
nos ofrece un cambio de residencia o responder a un llamamiento, escoger una
relación amorosa y formar una familia; cuando Dios llama a la puerta de nues-
tro corazón y nos invita a un cambio de dirección para seguir sus pasos y tomar
su cruz, cuando nuestra lealtad y fidelidad a Dios son puestas a prueba y debe-
mos afrontar una decisión heroica, como José o Daniel en Egipto y Babilonia.
Jamás hemos de olvidar que los caminos del Señor no siempre coinciden
con los nuestros, que hay caminos que parecen rectos pero al final son caminos
de muerte, que necesitamos encomendarnos a él, dando siempre preferencia
a la senda de justicia, de fidelidad, de comunión con Dios y que, entonces,
se cumplirán sus promesas: “Te haré entender y te enseñaré el camino en que
debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”; “Entonces tus oídos oirán detrás de ti la
palabra que diga: este es el camino, andad por él” y, como a Rut, “Me mos-
trarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu
diestra para siempre” (Sal. 32:8; Isa. 30:21; Sal. 16:11).
Decídete a seguir hoy a Jesús. Que nada te aparte de él.

28
Aprovecha el día
“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón 23
en los días de tu adolescencia. Anda según los caminos enero
de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda
que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”
(Eclesiastés 11:9).

E l tema del Eclesiastés, carpe diem (aprovecha el día), es común en la li-


teratura universal. La expresión misma fue acuñada por el poeta romano
Horacio (siglo I a.C.) en sus Odas. De ahí nació la versión renacentista, alegre,
desenfadada, profana que el poeta Garcilaso de la Vega expresa así en su so-
neto XXIII:
“Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la dorada cumbre”.
Como en Eclesiastés, la vida, la belleza, los placeres de la juventud, trans-
curren entre los dos adverbios de tiempo “en tanto que” y “antes que”, pero con
una diferencia sustancial: Salomón incluye, al final de todo, el juicio divino
que los poetas olvidan.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando convierto mi vida en una expe-
riencia risueña, divertida pero irresponsable; cuando asocio las oportunidades
y los objetivos de la vida al placer, a la diversión y no al trabajo; cuando los
criterios y normas que guían mi conducta me los dictan los impulsos del corazón
y los reclamos de lo que me rodea; cuando el centro de la existencia, lo que más
me importa, soy yo mismo, sin tener en cuenta a Dios, mis padres, mis maestros
o mis amigos; cuando quiero disfrutar con fuerza y pasión la inmediatez de las
emociones que me producen lo que veo, toco, gusto y siento, sin ejercer ningún
control cualitativo o cuantitativo; cuando quiero disfrutar de cada momento de
mi vida como si fuese el último.
Jamás hemos de olvidar que, aunque somos seres dotados de libre albedrío
y podemos escoger, hacer o dejar de hacer, somos también seres moralmente
responsables de nuestros actos; que nuestras emociones y nuestros sentidos
deben estar bajo el control de nuestra inteligencia y conciencia; que, como
dice la Escritura, lo que sembramos, como lo que edificamos, tienen sus im-
pepinables resultados en la vida que el tiempo y las dificultades someterán a
prueba; finalmente, que, como concluye Salomón: “Teme a Dios y guarda sus
mandamientos, porque esto es el todo del hombre. Pues Dios traerá toda obra a
juicio, juntamente con toda cosa oculta, sea buena o sea mala” (Ecl. 12:13-14).
Que Dios te ayude a aprovechar tu tiempo.

29
Fiel hasta el final
24 “Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo,
enero se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha
por manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos,
deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial,
pues así seremos hallados vestidos y no desnudos”
(2 Corintios 5:1, 2).

E l pastor Edwin Ludescher fue presidente de la División Euroafricana durante


más de veinte años. Para los presidentes de las Uniones de nuestra División,
era un referente, un administrador cabal. Era un buen predicador, y durante más
de una década, cuando visitaba España, yo fui el traductor de sus mensajes. Via-
jábamos juntos en mi vehículo y tuvimos ocasión de hablar largo y tendido. Me
deleitaba escuchar las experiencias que había vivido como misionero en África
occidental. Debo confesar que aprendí mucho de este hombre de Dios. En 1995
decidió retirarse, pero nuestra amistad continuó y se vio enriquecida por una
correspondencia epistolar que ambos mantuvimos durante años.
Pero un día se cortó nuestra comunicación. Desde 2008 yo no sabía nada
de él. Entonces me enteré por otros de la muerte de su esposa y que él mismo
tenía una salud precaria. El 19 de abril de 2012, recibí una carta suya escrita
desde Alemania, donde residen sus hijos. Su contenido me llenó de tristeza:
“Mi situación ha cambiado drásticamente. A comienzos de 2008, los médicos
me informaron que estaba sufriendo un cáncer de próstata muy agresivo […].
Mi salud declina cada día más. Estoy esperando aquí el fin de mi vida. Que el
Señor acorte este tiempo de sufrimiento […]. Gerda, mi querida esposa, repo-
sa en la tumba familiar del lugar donde nació. Mis cenizas serán depositadas
junto a las de ella mientras esperamos el glorioso día del regreso de Cristo y
la resurrección […]. El Salmo 93 me conforta cuando dice: ‘¡Jehová reina!’ ”.
Este era el ocaso de una vida llena de servicios a la iglesia, de discipulado
con Cristo, de fe y de esperanza en el glorioso advenimiento del Señor. Fi-
nalmente, y a pesar de que, como Pablo, reconocía que “su morada terrestre,
este tabernáculo, se deshace”, mi amigo y maestro, el pastor Ludescher, se
confortaba con la seguridad de que ¡Jehová reina! y que su providencia le está
preparando “un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”.
Finalmente, el pastor Edwin Ludescher falleció el 11 de junio de 2012.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando entramos en la última etapa de
nuestras vidas. Las tribulaciones y el sufrimiento, incluso la muerte, son lige-
ros y temporales, en comparación con el excelente y eterno caudal de gloria
que Dios nos ha prometido.

30
Dios no desampara a sus hijos
“Procurad tener tranquilidad, ocupándoos en vuestros negocios 25
y trabajando con vuestras manos de la manera enero
que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente
para con los de afuera y no tengáis necesidad de nada”
(1 Tesalonicenses 4:11, 12).

U na de las consecuencias más dramáticas que tienen las crisis económicas


es el incremento de la tasa de desempleo. En España se ha llegado a que
una de cada cuatro personas en edad laboral no tenga empleo. ¡Una verdadera
tragedia humana y económica! El escritor Rainer Maria Rilke visitó una vez en
París al escultor Auguste Rodin y le preguntó:
–¿Cómo hay que vivir?
–Trabajando –contestó Rodin.
–Lo comprendo bien –dijo Rilke–, siento que “trabajar es vivir sin morir”,
de lo que se puede deducir que “estar sin trabajo es morir sin vivir”.
Así es, este es el drama de millones de personas en el mundo que sufren el
desempleo.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando me he quedado sin trabajo y sin
pan en el hogar; cuando no consigo empleo o, porque tengo más de cincuenta
años, nadie me quiere contratar; cuando necesito trabajar y no puedo porque las
empresas están cerradas y ya no sé dónde buscar; cuando paso inútilmente días
enteros en las filas del Sistema Nacional de Empleo; cuando no puedo subvenir
a las necesidades de mi familia y nos falta el pan y lo esencial; cuando la presta-
ción que recibo del estado se me acaba; cuando por estar desocupado, me siento
deslucido, como una carga para la sociedad o como un parásito.
Jamás hemos de olvidar que “Dios dio el trabajo como una bendición para que
el hombre ocupara su mente, fortaleciera su cuerpo y desarrollara sus facultades.
[…] la vida de trabajo y cuidado […] le fue asignada por amor a él. […] Era parte
del gran plan de Dios para rescatar al hombre de la ruina y la degradación del peca-
do” (Patriarcas y profetas, págs. 31, 44). El trabajo agradable y vigorizador formó
parte del plan de Dios para la criatura humana antes y después del pecado; Pablo
recomienda a los tesalonicenses la laboriosidad y la faena como medio honrado
de subsistencia y buen testimonio para los extraños. Entonces, si esto es así, ¿por
qué no reclamar que Dios nos dé ese trabajo que él bendijo? David lo sabía cuando
escribió: “Joven fui y he envejecido, y no he visto justo desamparado ni a su des-
cendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25).
Que el Señor te ayude hoy a confiar en esta promesa y ser fiel a su Palabra.

31
¡Miserable de mí!
26 “Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
enero […] ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!”
(Romanos 7:21, 24, 25).

A todos nos sorprende la sincera confidencia que Pablo hace en su epístola a


los Romanos. Parece inverosímil que un gigante de la fe, un campeón del
cristianismo como fue él, estuviera librando tan ardua lucha en el interior de
su espíritu. Y, sin embargo, así es. Pablo confesó que no era perfecto aunque
luchaba por conseguirlo (Fil. 3:12), que él era el primero de los pecadores (1
Tim. 1:15), que era muy consciente de su vulnerabilidad (1 Cor. 9:27). ¿Tenía
Pablo dudas de su salvación cuando clamó: “¡Miserable de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte?” Sí, las mismas que podemos tener tú o yo
cuando nos damos cuenta de que, después de muchos años de compañerismo
con Cristo, todavía persisten ciertas tendencias de nuestra vida anterior.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando me siento impotente ante mis
debilidades y dudo de mi salvación; cuando constato que pecados que tantas
veces he querido desterrar, todavía moran en mí y me tienen cautivo; cuando
mi experiencia religiosa se ha convertido en una cadena de fracasos y frus-
traciones espirituales; cuando, como el apóstol Pablo, reconozco que “lo que
hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago.
[…] Yo sé que en mí, esto es, en mi carne no habita el bien, porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo” (Rom. 7:15, 18).
Jamás he de olvidar que mi salvación depende mucho más de lo que Dios
ha hecho por mí que de lo que yo mismo hago en favor mío, y que él ha cumpli-
do todo lo necesario para que yo sea salvo; que dio a su Hijo para que muriera
en mi lugar, que Pablo mismo concluye su confesión y responde a su pregunta
con el grito de victoria: “¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!”
(Rom. 7:25). La santidad de Jesús y su muerte redentora son la plena garantía
de mi salvación, como Pablo dijo en su epístola a los Hebreos: “¿Cuánto más
la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo
sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de las obras muertas para que
sirváis al Dios vivo” (Heb. 9:14).
Dios sabe lo que hace contigo. No te desesperes. Él te sigue transformando.
No te apartes de su mano.

32
Como si fuera la primera vez
“Que por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, 27
porque nunca decayeron sus misericordias; enero
nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!”
(Lamentaciones 3:22, 23).

L o habitual y cotidiano, la costumbre o la rutina, lo que consideramos nor-


mal, las cosas que se renuevan indefectiblemente cada mañana, como dice el
versículo de hoy, contienen, por lo general, bienes, bellezas, providencias y ben-
diciones que nos resultan inadvertidas: la libertad que gozamos, la variedad de
opciones que se nos ofrecen, el pan nuestro de cada día, la salud, el trabajo, el ca-
riño espontáneo y seguro de la familia, la compañía y cooperación de próximos
y extraños que llenan nuestra soledad. ¡Cuántas bendiciones! También podemos
mencionar el lienzo que un día nos encantó y que tenemos colgado en nuestro
salón, la música que nos infiere ritmo, gozo o bienestar en nuestras labores y en
nuestros reposos, el sol que nos calienta e ilumina, el aire que respiramos, el agua
que apaga nuestra sed, la naturaleza vestida de ocre castaño en el otoño, el mar
y el cielo, las gemas resplandecientes que tachonan el firmamento. Hay miles
de cosas más que nos parecen obvias porque hemos olvidado aquel asombro y
admiración de cuando las vimos o sentimos por primera vez.
Vivo desde hace varios años en Madrid y, por razones de trabajo, he visitado
muchas veces Barcelona; ambas ciudades tienen bellezas urbanas admirables,
pero ¿cuándo me armé de una cámara y salí de mi casa, como un turista más,
para contemplar las maravillas desconocidas de mi propia ciudad? Recuerdo el
día en que volví a mi lugar de origen, donde pasé los primeros dieciocho años
de mi vida, y me dediqué simplemente a descubrir rincones, monumentos, am-
bientes espectaculares que me pasaron inadvertidos mientras conviví con ellos.
Lo mismo podemos decir de las misericordias, de las providencias y de
la fidelidad inconmovible de Dios por nosotros. Sus bendiciones se renuevan
cada mañana y han pasado a ser, en nuestras vidas, algo consuetudinario. Ya
no tienen, en nuestro espíritu, carácter de excepcionalidad. Pero la verdad es
que nos estamos perdiendo muchos gozos de la fe y de la vida porque la rutina
nos está impidiendo experimentar lo grande, lo hermoso, la singularidad del
amor divino. ¡Ah! Si fuésemos capaces de pararnos a mirar, a descubrir, como
Adán hizo en Edén, las cosas que acaban de surgir recién nacidas de la mano
pródiga en bondades de nuestro Dios. Si pudiéramos recuperar la admiración
y la gratitud exultantes de aquella primera vez y vivir como recién nacidos, en
el asombro permanente de las misericordias de Dios.
¿Te gustaría renovar la esperanza en Dios en tu vida? Haz que suceda.
33
Del Dios escondido al Dios de la Biblia
28 “Verdaderamente tú eres Dios que te ocultas,
enero Dios de Israel, que salvas”
(Isaías 45:15).

D urante la liturgia de la Semana Santa, en las iglesias católicas, las imágenes


de los santos se cubren con un velo morado. El propósito de esta acción
pascual es eclipsar todo acto de culto para resaltar el del Redentor en los días de
su Pasión. También en los antiguos templos griegos se practicaba este rito; pues
bien, al acto de retirar el velo que tapaba la imagen del dios, se le llamaba “apo-
calipsis” (del verbo griego apocaluptô, descubrir, desvelar o revelar algo que está
oculto). Más tarde, ya en época cristiana, el término se aplicó de manera general
a la revelación divina.
Dios es, por definición, inaccesible al hombre. La omnipotencia divina, su eter-
nidad, su perfección absoluta son, por esencia, inconcebibles para nuestra limitada
inteligencia. Dios se oculta, habita en un espacio inaccesible, y a quien nadie ha
visto (Isa. 45:15; 1 Tim. 6:16; Juan 1:18). Por consiguiente, el hombre necesita que
Dios se revele a él, necesita que se haga accesible, que Dios le muestre el medio, el
camino para recuperar la comunicación y la comprensión de Dios.
Él ha querido revelarse, quitar el velo que le ocultaba de los hombres y lo
ha hecho, en primer lugar, por medio de la naturaleza y de la conciencia, reve-
laciones primitivas, universales y permanentes que manifiestan algunas de sus
perfecciones invisibles (Rom. 1:20; 2:14-16). Pero naturaleza y conciencia, con
el desarrollo del mal en el mundo, se han hecho insuficientes. El pecado ha man-
chado la obra perfecta de la Creación y ha oscurecido la conciencia humana. Por
ello el hombre ha necesitado una revelación de naturaleza diferente, superior, in-
confundible, inequívoca. Esa revelación ha sido Jesucristo, Dios encarnado, que
funde la doble naturaleza divino-humana, haciendo la hipóstasis de ambas en una
sola persona que une lo humano y lo divino como nunca antes lo fueron.
Y entre las revelaciones primitivas y la revelación superior, existen una serie
de revelaciones que son las que Dios concedió a Israel a través del profetismo y
las que se dieron en la iglesia primitiva a través de los apóstoles. A estas revela-
ciones intermedias llamamos Sagradas Escrituras, la Palabra de Dios. Revelación
escrita en la que Dios condesciende a hacerse palabra humana, historia, texto
escrito, un referente de cualquier conocimiento relacionado con Dios, el Salvador,
la iglesia, sus doctrinas, la redención de la humanidad y la consumación de todas
las cosas.
Lo mejor de todo es que Dios se ha revelado a sus hijos. Hoy te puede descu-
brir su profundo amor hacia ti.
34
Cada creyente, un profeta
“Ve, pues, ahora, y escribe esta visión en una tabla en presencia de ellos, 29
y regístrala en un libro, para que quede hasta el día postrero, enero
eternamente y para siempre”
(Isaías 30:8).

A ntes de la existencia de una revelación escrita, las verdades religiosas se


transmitían por medio de la enseñanza oral. La extraordinaria longevidad
de los patriarcas antediluvianos y su memoria prodigiosa libraban a este sis-
tema de los inconvenientes que, más tarde, hicieron necesaria la redacción de
los escritos canónicos. La historia de Jesús también fue en un principio oral,
narrada por el testimonio de los discípulos.
El gran milagro de la historia de Israel y de la iglesia es el profetismo oral
y escrito. Pero ¿por qué escogió Dios el profetismo? Por ser el medio idóneo
para todos los hombres de todas las épocas. Por medio del profeta, Dios con-
desciende con el hombre, utiliza su lenguaje y, respetando la personalidad del
instrumento escogido, pone en su mensaje el sello de su autoridad, “Así dice
Jehová” término que aparece 550 veces en el Antiguo Testamento y “escrito
está” en el Nuevo Testamento o expresiones similares, son el atributo del ori-
gen divino de las Escrituras.
El profetismo había de preparar un pueblo para la primera y la segunda
venida del Mesías, además había de recordar a sus hijos que Dios tiene un re-
presentante en medio del pueblo, alguien que, en su nombre, guiaba, orientaba,
reprendía, dirigía en tiempo de crisis y transmitía su voluntad (Deut. 30:11-
14). Asimismo, por este medio, el hombre podía colaborar en el plan de la
salvación, ya que no solo recibía un mensaje, sino que lo vivía y transmitía a
otros; por lo tanto, el creyente auténtico es un profeta entre los no creyentes.
Los anuncios proféticos no sirven para satisfacer la vana curiosidad de los
hombres, sino para que, cuando esos acontecimientos se cumplan, crean en la
soberanía y providencia divinas. Por medio del profetismo el hombre alcanza el
conocimiento de Dios y de sus planes y obtiene esperanza. Desaparece el temor
al futuro ignorado y al fatalismo de la muerte como final absoluto. En su lugar,
aparecen la confianza y el amor como reflejo del amor divino descubierto.
Hoy estamos llamados a proclamar la esperanza del advenimiento a un
mundo en crisis. Como los profetas de antaño, no hemos de esperar reconoci-
mientos ni aplausos; más bien, oposición, dificultades e impedimentos. Pero,
¡qué privilegio recibir, vivir y transmitir el mensaje de salvación! ¡Nada en la
vida se compara con esta bendición!

35
Inspirada divinamente
30 “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar,
enero para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”
(2 Timoteo 3:16).

L a inspiración es una influencia sobrenatural que se ejerce sobre la persona


que es objeto de una revelación capacitándola para recibir y transmitir sin
error los oráculos de Dios. La inspiración se ejerce en tres etapas. El hombre
objeto de una revelación es poseído por completo por el Espíritu Santo (Eze. 8:3;
37:1); en la redacción, el hombre es guiado por el Espíritu Santo para comunicar
verbalmente o por escrito la verdad que le ha sido revelada (2 Ped. 1:21); en la
iluminación, los fieles son asistidos por el Espíritu Santo al interpretar los escri-
tos sagrados (Heb. 6:4-5).
Hay cientos de testimonios implícitos de la inspiración de los autores bíbli-
cos: más de mil veces los profetas asimilan su mensaje a la Palabra de Dios con
expresiones como “así dice Jehová” o “fue a mí palabra de Jehová”. También
hay testimonios explícitos: “El espíritu de Jehová habla por mí, su palabra está
en mi lengua” (2 Sam. 23:2); “Toda Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim.
3:16) y “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo” (2 Ped. 1:21). Resultan particularmente esclarecedores los testimonios
de Elena de White: “Dios se ha dignado comunicar la verdad al mundo por
medio de instrumentos humanos, y él mismo, por su Santo Espíritu, habilitó a
hombres y los hizo capaces de realizar esta obra. Guió la inteligencia de ellos
en la elección de lo que debían decir y escribir” (Mensajes selectos, t. 1, p. 29).
“No son las palabras de la Biblia las inspiradas, sino los hombres son los que
fueron inspirados. La inspiración no obra en las palabras del hombre, ni en sus
expresiones, sino en el hombre mismo, que está imbuido con pensamientos
bajo la influencia del Espíritu Santo. […] La mente y voluntad divinas se com-
binan con la mente y voluntad humanas. De ese modo, las declaraciones del
hombre son la palabra de Dios” (ibíd., p. 24). “Pero la Biblia, con sus verdades
de origen divino expresadas en el idioma de los hombres, es una unión de lo
divino y lo humano. Esta unión existía en la naturaleza de Cristo, quien era
Hijo de Dios e Hijo del hombre. Se puede decir de la Biblia, lo que fue dicho de
Cristo: ‘Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros’ ” (ibíd., p. 28).
Confía en que la Biblia es la Palabra de Dios, revelada e inspirada, escrita
en un lenguaje sencillo para que tú puedas entender la voluntad divina.

36
Sola Scriptura
“No solo de pan vivirá el hombre, 31
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” enero
(Mateo 4:4).

L as reuniones del Congreso de la Asociación General de 1909 se llevaron a


cabo del jueves 13 de mayo al domingo 6 de junio. Elena de White tenía
entonces 82 años. Posiblemente, intuía que aquella sería su última compare-
cencia en un congreso mundial. W. A. Spicer, secretario de la Asociación Ge-
neral, describe así las palabras de despedida de la señora de White el día de la
clausura: “Tomó la Biblia de la cual había leído, la abrió y la sostuvo sobre sus
manos extendidas que temblaban por la edad. Entonces exhortó: “Hermanos y
hermanas, os recomiendo este Libro”. Sin otra palabra cerró el libro, y se retiró
de la plataforma. Fue su último pronunciamiento oral en la asamblea mundial
de la Iglesia Adventista” (The Spirit of Prophecy in the Advent Movement, p.
30).
Elena de White deja constancia de la autoridad suprema de la Biblia en la
iglesia de Dios: “Pero Dios tendrá en la tierra un pueblo que sostendrá la Biblia
y la Biblia sola, como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas
las reformas. Ni las opiniones de los sabios, ni las deducciones de la ciencia,
ni los credos o decisiones de concilios tan numerosos y discordantes como lo
son las iglesias que representan, ni la voz de las mayorías, nada de esto debe
ser considerado como evidencia en favor o en contra de cualquier punto de fe
religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto debemos cerciorarnos
de si está autorizado por un categórico ‘Así dice Jehová’ ” (El conflicto de los
siglos, p. 581).
Martín Lutero y los primeros reformadores se levantaron contra los abusos
de la Iglesia Católica de aquel tiempo, concediendo a las Sagradas Escrituras
un papel crítico frente a tales arbitrariedades dogmáticas y de costumbres. Así
nació el principio evangélico de Sola Scriptura, es decir, la Biblia es nuestra
única regla de fe y costumbres, frente a la tradición considerada por los católicos
como fuente subsidiaria de revelación. El principio Sola Scriptura sigue siendo
sostenido y defendido por el pueblo de Dios: “En su palabra, Dios comunicó a
los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras
deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación in-
falible de su voluntad. Constituyen la regla del carácter; nos revelan doctrinas, y
son la piedra de toque de la experiencia religiosa” (ibíd., p. 10).
¿Tienes una Biblia? Comprométete a estudiarla todos los días. Muchos de
tus hermanos de otras épocas dieron su vida por este santo libro.
37
¿Entiendes lo que lees?
1 o
“Acudiendo Felipe, lo oyó que leía al profeta Isaías,
febrero y dijo: ‘Pero ¿entiendes lo que lees?’ ”
(Hechos 8:30).

E l eunuco era un oficial de la reina Candace de Etiopía. Había ido a Jerusalén


a adorar en el templo, lo que hace suponer que se trataba de un prosélito
judío. Un ángel del Señor pidió a Felipe que se encontrara con él en el camino.
Felipe escuchó lo que estaba leyendo y le preguntó: “¿Entiendes lo que lees?”
A lo que el eunuco respondió: “Pero ¿cómo podré, si alguien no me enseña?”
En otro relato, el de los caminantes de Emaús, Jesús les reprendió por no haber
asociado los luctuosos hechos de aquel viernes con las predicciones proféticas y
luego les citó las Escrituras: “Comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los
profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Luc. 24:27). La
traducción más correcta sería: les interpretaba (del verbo diermeneuo) de donde
viene el término hermenéutica o ciencia de la interpretación de las Escrituras.
La lectura atenta de estos pasajes nos sugiere algunas preguntas: ¿Es nece-
saria realmente una hermenéutica de las Escrituras tratándose de una revela-
ción divina? ¿Podemos acceder todos a un conocimiento suficiente de la Biblia
o es privativo de unos pocos intérpretes de los cuales dependemos para saber
lo que dicen? ¿Qué método de interpretación usó Jesús en su explicación a los
discípulos de Emaús?
Aunque sea una revelación divina, la Biblia requiere una técnica interpre-
tativa porque es la obra literaria de unos escritores inspirados que usaron dife-
rentes lenguas, vivieron en distintas épocas con diferentes culturas y emplearon
diversos géneros literarios. Dios nos ha prometido la asistencia del “Espíritu de
verdad, que os guiará a toda verdad”, de modo que el mismo Espíritu que inspiró
a los profetas en la recepción y redacción de las Escrituras, interviene después
en la interpretación de los creyentes. A esto le llaman los teólogos el testimonio
interior del Espíritu Santo, que ilumina al creyente posibilitando el principio del
libre examen, frente al magisterio infalible de los católicos, que limita la inter-
pretación solo a los obispos. Y mientras el libre examen debe conducir a los cre-
yentes al consenso u opinión común, el magisterio infalible establece la potestad
doctrinal otorgada únicamente al papa y los obispos.
Pero el libre examen no significa la libre interpretación. El creyente debe
mantener una disposición abierta a la iluminación del Espíritu, seguir el prin-
cipio interpretativo de Jesús: la Escritura se interpreta a través de la Escritura.
Cualquier sistema de interpretación deberá tener en cuenta este principio.
Pídele a Dios que te ayude a entender su Palabra. Él no te fallará.
38
La lista verde
“Hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, 2
ni ojos para ver, ni oídos para oír. […] Las cosas secretas febrero
pertenecen a Jehová, nuestro Dios, pero las reveladas
son para nosotros y para nuestros hijos para siempre”
(Deuteronomio 29:4, 29).

D urante mi período como estudiante del programa ministerial en el venturoso


y heroico Seminario Adventista de España, no teníamos aulas, ni biblioteca,
ni dormitorios, ni comedor; recibíamos las clases en las casas de los profesores y,
mientras, les acompañábamos en su trabajo pastoral. Así, en aquella escuela peripa-
tética, sentados, como Pablo, “a los pies de Gamaliel” –en nuestro caso del pastor
Isidro Aguilar, un gran maestro en el arte de dar estudios bíblicos–, aprendimos a
discernir y explicar la Sagrada Escritura. A veces, nuestras constantes preguntas de
chicos ávidos de saber ponían en verdaderos aprietos al profesor Aguilar. Cuando
no tenía respuesta, nos decía: “Apunten esto en la lista verde. Cuando estemos con
Cristo, en el reino de los cielos, él nos lo explicará”. Y aquella perpleja “lista verde”
iba creciendo, día tras día, con preguntas sin respuesta.
No todos los misterios de la ciencia de la salvación nos han sido revelados.
En el versículo de esta mañana, Moisés reconoce las insuficiencias del pueblo
de Israel durante el éxodo para comprender el plan divino, y el apóstol Pablo
nos dice: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara
a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido”
(1 Cor. 13:12). También el erudito apóstol tenía su paradójica lista verde de pre-
guntas sin respuesta cuando dijo: “¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría
y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables
sus caminos!, porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fue su con-
sejero?” (Rom. 11:33, 34).
Pero ante el silencio del cielo, en esta vida, con respecto a verdades que no
acabamos de entender, la divina Providencia ha previsto y prometido que en la
eternidad, en la escuela del cielo, no cesaremos de descubrir y conocer las íncli-
tas respuestas a las preguntas de nuestra “lista verde”. Dice Elena de White sobre
la escuela del más allá: “Se ofrecerá al estudiante una historia de alcance infinito
y de riqueza inefable. […] Entonces serán esclarecidas todas las perplejidades de
la vida. Donde a nosotros nos pareció ver solo confusión y desilusión, propósitos
quebrantados y planes desbaratados, se verá un propósito grandioso, dominante,
victorioso y una armonía divina” (La educación, pp. 303, 305).
Un día todas las dudas y perplejidades que te angustian serán respondidas.
Prepárate hoy para ese día.

39
El rumano de la Biblia
3 “Cánticos fueron para mí tus estatutos
febrero en la casa en donde fui extranjero”
(Salmo 119:54).

S iendo yo pastor de la iglesia central de Madrid, se empezó a formar un


numeroso grupo de inmigrantes rumanos, que se reunían por la tarde, a
quienes atendía ayudado por intérpretes que traducían mis predicaciones. Un
día, uno de los ancianos me dijo que un hermano recién llegado, llamado Ilie
Ancu, de unos 58 años, había sufrido un grave accidente de trabajo y se encon-
traba ingresado en un hospital de Madrid. La situación era muy delicada por-
que Ilie llevaba más de un mes hospitalizado y no tenía permiso de residencia
ni de trabajo, además, no hablaba español y carecía de recursos económicos.
Tan pronto como lo supe, fui a visitarlo al hospital pero ningún intérprete me
pudo acompañar. ¿Cómo iba a comunicarme con él? Por otra parte, ¿cómo se
iban a pagar los gastos médicos? Perplejo y preocupado, me dirigí al hospital
pidiendo ayuda a la providencia del Todopoderoso.
Cuando llegué, resultó que todo el mundo conocía al “rumano de la Bi-
blia”, así le llamaban en la planta correspondiente del enorme hospital. Me
enteré de que tanto el servicio de nefrología como el equipo quirúrgico habían
buscado a una doctora rumana que les estaba sirviendo de intérprete; tanto el
médico jefe de servicio como las enfermeras y el resto del equipo facultati-
vo me dijeron que Ilie Ancu era una persona encantadora. Siempre sonriente,
amable, agradecido, optimista, y en todo momento con su Biblia, la cual estu-
diaba cada vez que podía. Después de pedir información sobre su estado, supe
que su situación seguía siendo muy delicada y que debía quedarse allí, bajo
supervisión médica, uno o dos meses más.
Cuando me acerqué a la cabecera de la cama de Ilie, nuestro primer in-
tercambio fue con el lenguaje de los gestos, de la simpatía, de la fraternidad,
del agradecimiento a Dios. Luego, yo le mostré un versículo en mi Biblia y él
lo buscó en la suya, y así, señalando unas veces palabras, otras veces frases,
mantuvimos un diálogo de más de una hora de duración en el que el vehículo
de expresión fue la Palabra de Dios. El “rumano de la Biblia” salió del hos-
pital dejando una estela de confianza en la Biblia como Palabra de Dios y de
seguridad en la Providencia divina. Además, ¡el hospital nunca trató de cobrar
aquella abultada factura!
Pero hay un Dios en los cielos… cuando estamos lejos de casa y ni siquiera
podemos comunicarnos con los demás porque no dominamos el idioma local.
Dios no nos abandona y protege a cada uno de sus hijos.
40
Y la Biblia tenía razón
“Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” 4
(Juan 17:17). febrero

E l título de nuestra reflexión de hoy es el de un libro singular escrito por


Werner Keller en 1981. Y la Biblia tenía razón pretende probar a través
de los descubrimientos arqueológicos que la Escritura nos habla de hechos y
personajes verídicos y que, para ciertos períodos de la historia antigua, ha sido
durante siglos el único documento que poseíamos. Las excavaciones arqueoló-
gicas han hecho “hablar a las piedras” respondiendo satisfactoriamente a una
serie de preguntas que muchos oponían al contenido histórico de los libros
sagrados, extrayendo de entre los escombros multitud de testigos mudos de los
relatos bíblicos.
El Seminario Adventista de Collonges publicó en 1980 Cuestiones discutidas
del libro de Daniel, donde se abordan algunos enigmas históricos presentados por
este libro que se consideraban errores históricos. Por ejemplo, Nabucodonosor es
mencionado como el constructor de la nueva Babilonia (Dan. 4:30), pero ninguno
de los historiadores clásicos –Herodoto, Estrabón o Plinio– hacen mención de ello.
Pero los hallazgos arqueológicos han corroborado la afirmación de la Biblia con
expresiones similares en acadio a las que usa el profeta Daniel. Tampoco la locura
que padeció Nabucodonosor durante siete años había sido comprobada por fuentes
extrabíblicas y los comentaristas del libro señalaban que el autor se había confun-
dido con la enfermedad de otro rey caldeo, Nabonido, descubierta en un cilindro de
arcilla llamado La oración de Nabonido. Pero una tableta cuneiforme que se guarda
en el Museo Británico permite confirmar que Nabucodonosor padeció alteraciones
mentales que le impidieron llevar los asuntos de la corte. Y lo mismo podríamos de-
cir “del rey fantasma Belsasar” que Daniel presenta como el último rey de Babilonia
y que ningún documento antiguo hablaba de su existencia. Pero otro descubrimien-
to de la época de Nabonido demuestra, sin sombra de duda, que Belsasar existió
y fue hijo de Nabonido, agregando explícitamente que el rey confió a Belsasar la
realeza cuando enfermó y se retiró a Telma para curarse. ¡Qué gozo confirmar la
veracidad de la Biblia! “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
Dietrich Von Hildebrand, filósofo cristiano, añade: “Nunca podrá haber con-
tradicción entre la verdad revelada y la ciencia. No los descubrimientos científicos
como tales, sino las erróneas interpretaciones filosóficas de los mismos pueden ser
incompatibles con la verdad revelada.[…] Todas las contradicciones entre los des-
cubrimientos científicos y la verdad revelada no son más que contradicciones apa-
rentes” (El caballo de Troya en la ciudad de Dios, pp. 46, 47).
Vive con la seguridad de que la Biblia es la verdad de Dios para este mundo.
41
Una espada de dos filos
5 “Porque la palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante
febrero que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo
del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona;
y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón”
(Hebreos 4:12, DHH).

E l pastor Javier Moliner tuvo una conversión prodigiosa. Era sargento prime-
ro del ejército del aire, piloto de helicópteros e instructor de tropa en un des-
tacamento militar de Sevilla. Allí conoció a dos soldados adventistas que leían
la Biblia, pretendían guardar el sábado y daban testimonio de su fe. Tratando de
mantener en su unidad la disciplina militar, se opuso abiertamente a los dos jóve-
nes y les hizo la vida imposible con arrestos, persecuciones y humillaciones. El
suboficial Moliner era un hombre soez, bebedor, violento y profano, pero había
en él un recóndito sentimiento de admiración por aquellos chicos que, en medio
de semejante hostilidad, se mantenían fieles a sus principios. Un día, uno de los
soldados adventistas, habló con él de la Biblia y Moliner fue impresionado por
el Espíritu Santo, de forma que en un viaje a Sagunto, su ciudad natal, entró en
contacto con Francisco Domenech, profesor del colegio adventista local, quien
lo instruyó en las principales enseñanzas de la Biblia. Javier Moliner y su esposa
se convirtieron al evangelio. Él dejó el ejército, estudió el curso ministerial y
cambió la milicia por el ministerio pastoral. Su espíritu había sido penetrado,
transformado por “la espada de dos filos”.
La Biblia es el libro de la historia de la salvación en la que Dios está comprome-
tido a resolver el problema del pecado en este mundo. La Biblia presenta un extenso
repertorio de las acciones de Dios obrando en la transformación de los efectos del
pecado en el ser humano. Esta transformación es la concatenación de los tres agen-
tes implicados en el proceso de la revelación: primeramente, Dios, el Autor de la
Biblia que ha convertido el texto literario humano en un encuentro con su propia
Palabra; en segundo lugar, el Espíritu Santo, cuya influencia positiva obra en el es-
píritu del lector, convenciéndole de pecado, de justicia y de juicio; y en tercer lugar,
el hombre en el ejercicio de su libertad incuestionable, escudriñando las Escrituras,
recibiendo la Biblia como Palabra de Dios, aceptando su autoridad soberana y po-
niendo en práctica sus preceptos.
Elena de White dice: “Esta palabra imparte poder; engendra vida. […] Trans-
forma la naturaleza y vuelve a crear el alma a la imagen de Dios” (La educación,
p. 122).
Dios te puede transformar hoy a ti también a través de su Palabra. ¡Estúdiala
con fervor!

42
La Biblia y la libertad
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: 6
‘Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis febrero
discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’ ”
(Juan 8:31, 32).

C onocí a Jean Henri Weidner en los actos de clausura de nuestra Facultad de


Teología de Collonges (Francia). Horrorizado por el exterminio de miles
de judíos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, Weidner organizó
en su juventud una red secreta no violenta, la Dutch-Paris, para salvar judíos
introduciéndolos clandestinamente en Suiza.
Mientras buscaba una nueva ruta para llegar a España y luego huir a Inglaterra,
Weidner y otra persona fueron detenidos en Toulouse (Francia) y encerrados en el
cuartel general de los Milicianos, cuerpo militar francés colaboracionista. Después
de ser brutalmente torturados, los arrojaron en un calabozo en el quinto piso del
edificio. Algunas horas más tarde, entró un oficial quien le preguntó reciamente:
–¿Es usted protestante?
–Soy adventista del séptimo día –respondió Weidner–. Pero ¿por qué me hace
esta pregunta?
–He encontrado esta Biblia en el bolsillo de su chaqueta –dijo con firmeza el
militar–. Yo soy católico y tengo mucho respeto por la gente que lee la Biblia. Es-
tudié en la universidad de Montpellier con compañeros evangélicos y ellos leían
diariamente la Biblia. Yo los admiraba.
Al escuchar esas palabras, Weidner se alegró de tener la costumbre de llevar
siempre su Biblia consigo. Entonces, otro oficial se acercó para comunicar a los
prisioneros que los alemanes vendrían a buscarles al día siguiente para ejecutarlos.
Pero cuando el oficial católico y él se quedaron de nuevo solos, este les dijo:
–Quisiera hacer algo por vosotros pero…
Entonces, Weidner se armó de valor y le dijo:
–¡Ayúdenos a escapar! ¡Trasládenos al entresuelo del edificio! Desde allí podre-
mos acceder a las ventanas que dan a la calle.
Así lo hizo. A las seis de la mañana, Weidner y su compañero de prisión salta-
ron desde un balcón a la calle y huyeron, alcanzando la libertad propiciada por la
Providencia divina.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando todo parece perdido y no se vislum-
bra ninguna esperanza. Para Dios no hay nada imposible. Y, así como libró a Jean
Weidner de una segura ejecución, puede librarte este día de cualquier contrariedad
que esté agobiando tu vida.

43
La Palabra del Señor
7 permanece para siempre
febrero
“Toda carne es como hierba y toda la gloria del hombre
como flor de la hierba; la hierba se seca y la flor se cae,
mas la palabra del Señor permanece para siempre”
(1 Pedro 1:24, 25).

C uando visité por primera vez las tierras bíblicas, fue una experiencia inol-
vidable. Recuerdo nuestra visita al Museo del Libro de Jerusalén, donde
se exhibían los famosos manuscritos del Mar Muerto. Mientras los observaba
con enorme emoción, me preguntaba ¿cómo se descubrieron? ¿A quiénes per-
tenecieron? ¿Cuál era su antigüedad? ¿Cuál fue su aportación a los estudios de
las Sagradas Escrituras?
En 1947, cuando los ataques de los eruditos de la alta crítica ponían en tela de
juicio la autenticidad de muchos libros de la Biblia, Mahoma Dib y Ahmed Maho-
ma –dos beduinos que buscaban una cabra perdida por la rocosa ribera occidental
del Mar Muerto– se toparon con una cueva donde encontraron ocho jarras de cerá-
mica. En una de ellas se guardaba un rollo grande y dos pequeños. Emocionados
por el hallazgo, los llevaron al campamento. En días sucesivos siguieron visitando
la cueva y encontraron nuevos fragmentos de otros rollos que vendieron a un an-
ticuario de Belén. Los siete rollos encontrados en la primera cueva fueron Isaías
(completo), Isaías (fragmentario), Comentario a Habacuc, La regla de la comuni-
dad, Apócrifo del Génesis, La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las
tinieblas e Himnos. Después de muchas peripecias, cuando los manuscritos llegaron
a manos de especialistas, se iniciaron excavaciones sistemáticas en la zona y se
acreditó que habían pertenecido a los esenios, una comunidad religiosa de Qumrán,
y habían sido escritos durante el siglo II a. C.
El descubrimiento de los rollos del Mar Muerto atrajo la atención de muchos
eruditos y fortaleció la investigación de los textos sagrados. Asimismo, las posterio-
res versiones de la Biblia tomarían en cuenta varios datos de gran valor lingüístico
que proveerían una gran ayuda a la ciencia de la interpretación de las Escrituras.
Hoy tenemos la certeza de que el texto bíblico es confiable y corresponde al que
conocieron los antiguos hebreos. Dios, en su providencia, preservó el texto bíblico
de alteraciones durante más de mil años.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando se duda de la autenticidad de la Biblia y
se le ataca despiadadamente. Sí, el Padre celestial es quien ha inspirado las Escritu-
ras y sabe cómo defenderlas. No hay por qué desconfiar de la Biblia. Y cada vez que
se levanten ataques contra la autoridad de la Palabra de Dios, el Señor responderá
oportunamente para establecer la veracidad de sus dichos.
44
La Palabra de Dios es suficiente
“Toda palabra de Dios es limpia […] No añadas a sus palabras, 8
para que no te reprenda y seas hallado mentiroso” febrero
(Proverbios 30:5, 6).

¿Aincluyen más libros que otras? Se trata de los libros apócrifos (Judit,
lguna vez has escuchado que hay ciertas versiones de la Biblia que

Sabiduría de Salomón, Tobías, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 Macabeos). En su


mayoría, dichos textos datan del período intertestamentario. Sin embargo, aun-
que los judíos nunca los aceptaron como parte del Antiguo Testamento, en la
iglesia cristiana hubo una serie de controversias en torno a su valor inspirado.
Finalmente, en la cuarta sesión del Concilio de Trento, el 8 de abril de 1546,
se colocó a los libros apócrifos en un nivel de igualdad con los otros libros
inspirados de la Biblia, y hasta hoy el mundo católico los reconoce como ins-
pirados.
Cito dos versículos de 2 Macabeos: “Por esto hizo el sacrificio expiatorio por
los muertos, para que fuesen librados del pecado” (2 Macabeos 12:46, Biblia Bo-
ver-Cantera). Además, hay una nota en esta parte que dice: “Este fragmento afirma
valientemente el dogma de la resurrección, la existencia del purgatorio y la utilidad
de las oraciones y sufragios por los difuntos”. “Onías (Sumo sacerdote difunto) ha-
bía dicho: ‘Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por
la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios’ ” (2 Macabeos 15:14, Biblia católica
de Jerusalén). Aquí también se inserta una reveladora nota: “Este papel otorgado a
Jeremías y Onías es la primera comprobación de una creencia en una oración de
los justos difuntos en favor de los vivos”. ¿Acaso no son extrañas estas doctrinas?
¿En qué parte de las Sagradas Escrituras encontramos refrendo a las mismas? El
purgatorio, los sufragios por los muertos y la intercesión de los santos difuntos por
los vivos, son creencias católicas que solo encontramos en libros apócrifos añadidos
al canon de las Escrituras hebreas.
Por otra parte, sus contradicciones, el carácter grotesco de sus relatos, los errores
históricos y las variantes textuales confirman su falta de inspiración. Decía Lutero:
“La iglesia no puede dar más fuerza y autoridad a un libro de la que él mismo tiene
en sí. Un concilio no puede hacer que sea Escritura lo que no es Escritura” (citado
por José Flores, Escribiendo la Biblia, p. 267).
Nadie debe añadir o quitar a la Palabra de Dios. Esta Palabra prevalece a todas
las contingencias históricas del pueblo de Dios, por lo cual el salmista dice: “Para
siempre, Jehová, permanece tu palabra en los cielos. De generación en generación
es tu fidelidad” (Sal. 119:89, 90).
Agradece hoy a Dios su santa Palabra.
45
9 La Palabra de Dios no está encadenada
febrero “En el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor;
pero la palabra de Dios no está presa”
(2 Timoteo 2:9).

E l templo adventista de Valladolid (España) está situado en la calle Lope de


Vega, junto a lo que fue la casa de la Santa Inquisición y muy cerca del
“quemadero”, el lugar donde se ejecutaba a los condenados a muerte, en la
puerta del Campo, hoy plaza de Zorrilla. Allí, el 8 de octubre de 1559, se llevó
a cabo un auto de fe en presencia del rey Felipe II frente a miles de testigos:
Don Carlos de Seso, gobernador de la ciudad de Toro, uno de los primeros
representantes del protestantismo castellano, fue ejecutado. Era un hombre de
origen italiano que, posiblemente, había aceptado la fe evangélica en Nápoles,
en el grupo del humanista Juan de Valdés. Durante el famoso proceso inquisi-
torial contra el arzobispo Bartolomé de Carranza, primado de España, alguien
lo delató, para luego ser apresado y juzgado por la Inquisición de Valladolid.
Antes de morir en la hoguera, conminado a abjurar de su fe luterana, registró el
notario de la Inquisición: “Digo y concluyo que en solo él confío y a él adoro,
en él me abrazo y a él tengo por único tesoro mío; y puesta mi digna mano
en su sacratísimo costado, voy por el valor de su sangre a gozar las promesas
por él hechas a sus escogidos por ello no quiero morir negando a Jesucristo”
(Ignacio Tellechea, El Arzobispo Carranza, I, pp. 147, 148).
Aunque el inquisidor general, Fernando de Valdés, detuvo el avance de la Re-
forma protestante en España durante el siglo XVI, la Palabra de Dios no pudo ser
encadenada ni quemada en la hoguera. Aparecía en el Índice de libros prohibidos
de 1551, pero siguió siendo introducida furtivamente desde el centro de Europa por
buhoneros, como Julián Hernández, Julianillo, en el doble fondo de toneles de vino.
¡España no se quedó sin la esperanza de las Escrituras! Y hoy, en la misma calle que
alguna vez fue una zona de terror, se proclama fervientemente el pronto regreso de
Jesús a este mundo.
¡Nada podrá someter a su Palabra! “La palabra de Dios no está presa” cuando
otras prisiones y otras cadenas pretenden impedirle su entrada en los corazones hu-
manos.
Deja que el poder de la Palabra te fortalezca y te brinde la orientación, la actitud
y el valor que necesitas para conducir tu vida.

46
Perdidos en París
“Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” 10
(Salmo 119:105). febrero

M is padres, aunque ambos eran españoles, se conocieron y casaron en Pa-


rís (Francia), y allí residieron durante quince años. La mayor parte de
mi familia había emigrado a Francia donde, debido al bloqueo que los países
europeos hicieron a España al terminar la Segunda Guerra Mundial, no pudi-
mos viajar durante unos cuantos años. Pero en 1954 las fronteras se abrieron
y mis padres decidieron que mi hermano mayor y yo –de 16 años– hiciésemos
un viaje a Francia para visitar a nuestros familiares. Conocer París me llenaba
de emoción.
El pastor de nuestra iglesia nos dijo que en París había una comunidad
adventista muy importante y nos facilitó la dirección: Boulevard de l’Hôpital
133. Así que decidimos llevar un banderín como un regalo y recuerdo de la So-
ciedad de Jóvenes adventistas de Zaragoza a la Sociedad de Jóvenes adventis-
tas de París. El primer sábado que pasamos en la capital francesa, decidimos ir
a la iglesia y hacer la entrega del obsequio, pero nuestros familiares trabajaban
y no podían acompañarnos. Tomar un taxi resultaba extremadamente costoso
para nosotros, así que nuestros primos nos explicaron con todo detalle cómo
llegar usando el tren subterráneo. Y, muy contentos, aunque un tanto incons-
cientes de la complejidad de nuestra aventura en aquella enorme ciudad, con
más entusiasmo que prudencia, salimos rumbo a la Iglesia Adventista de Bou-
levard de l’Hôpital. Como era de esperar, nos perdimos en la intrincada maraña
de la red del metro. No hablábamos ni entendíamos francés, de modo que, de
pronto, nos dimos cuenta de que estábamos en una situación preocupante.
Una vez más recurrimos a la providencia divina y, poco después, vimos en
la estación a una anciana que llevaba una Biblia en su mano y que se disponía
a tomar el próximo tren. ¿Qué hacer? Era sábado y sin duda se trataba de una
hermana adventista que se dirigía a la iglesia. Decidimos seguirla, transbordar
en las estaciones donde ella lo hiciera y bajarnos en la misma estación. Y así
lo hicimos, la Biblia de aquella hermana fue para nosotros, como dice el texto,
“lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino”. ¡Qué alegría sentimos
cuando el director de Jóvenes recibió de nuestras manos el banderín! ¡Con
cuánta gratitud saludamos a la señora que, con su Biblia en la mano, nos había
llevado hasta la Iglesia Adventista!
No necesitas extraviarte en este mundo. La Biblia es una lámpara segura
para conducir tu camino a puerto seguro. ¡Enciéndela todos los días!

47
Hambre y sed de la Palabra de Dios
11 “Ciertamente vienen días, dice Jehová, el Señor, en los cuales
febrero enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua,
sino de oír la palabra de Jehová. […] y no la hallarán”
(Amós 8:11, 12).

E n los grandes desiertos, el agua y los alimentos son muy escasos o inexis-
tentes. Agotadas las reservas, de no encontrar un oasis donde avituallarse
se puede llegar a un punto sin retorno, es decir, no sobrevivir. Amós, hombre
de campo, conocedor de este peligro en los desiertos que rodean a Palestina,
ilustró con esa imagen la situación de Israel.
El contexto en el que el profeta Amós pronuncia estas palabras es un tiem-
po en el que el pueblo de Israel, debido a su pertinaz desobediencia, había per-
dido la posibilidad de reconciliarse con su Dios escuchando y obedeciendo su
Palabra. El punto sin retorno, la dramática situación en la que queriendo volver
a oír la Palabra de Dios, ya no sería posible. A esto llama el profeta “hambre
y sed de oír la palabra de Jehová”; hambre y sed irremediables, imposibles de
satisfacer, angustiosas, mortales espiritualmente. Ahora bien, no es que Dios
se aleje de los pecadores, más bien, son ellos quienes, exhibiendo una actitud
obstinada, insisten en seguir por el camino de la desobediencia.
El alcance escatológico de las palabras de Amós parece evidente. Hoy, el
pueblo de Dios, que se prepara para las escenas finales de la historia de este
mundo, debiera sentir “hambre y sed de oír la Palabra del Señor”. Elena de
White advierte lo siguiente: “Están por sobrecogernos tiempos que probarán
las almas de los hombres; los que son débiles en la fe no resistirán la prueba
de aquellos días de peligro. Las grandes verdades de la revelación deben ser
estudiadas cuidadosamente, porque todos necesitaremos un conocimiento inte-
ligente de la Palabra de Dios. El estudio de la Biblia y la comunión diaria con
Jesús nos darán nociones bien definidas de responsabilidad personal y fuerza
para resistir el día de prueba y tentación. Aquel cuya vida esté unida con Cristo
por vínculos ocultos será guardado por el poder de Dios mediante la fe que
salva” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 253).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando tenemos hambre y sed de la Pala-
bra divina. Hoy es el momento para que seamos saciados a través de un estudio
sensato de las Escrituras. El tiempo que hoy perdemos en actividades irrele-
vantes mañana nos hará falta para estudiar la Biblia. Recuerda que llegará un
día en que muchos buscarán el consejo divino y entonces será demasiado tarde.

48
Un encuentro con Dios
“Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. 12
Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; febrero
porque tu nombre se invocó sobre mí, Jehová, Dios de los ejércitos”
(Jeremías 15:16).

L a vocación profética de Jeremías se produjo cuando todavía no había naci-


do: “Antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (1:
5), y recibió el don profético y la orden divina de comenzar su misión cuando
era un muchacho. Él se resistió: “¡Yo no sé hablar, porque soy muchacho!”
(1:6), pero el Señor le aseguró su ayuda: “Extendió Jehová su mano y tocó mi
boca, y me dijo Jehová: ‘He puesto mis palabras en tu boca’ ” (1:9). Más tarde,
él cuenta lo que significó en su vida aquel encuentro personal con la Palabra de
Dios: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tu palabra me fue por gozo
y por alegría de mi corazón” (15:16).
El ministerio de Jeremías no fue fácil. Fue llamado a ser profeta en tiempo
de apostasía y crisis política en el reino de Judá, debiendo comunicar al pueblo
rebelde mensajes de parte de Dios que les anunciaban duros castigos. Su ánimo
decayó frente a la oposición de todos y quiso dejar la Palabra de Dios, ¡pero no
pudo!: “¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo,
y me venciste! […] No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente
metido en mis huesos. Traté de resistirlo, pero no pude” (20:7-9).
La experiencia de Jeremías se puede aplicar al encuentro que tenemos con
Dios al leer su Palabra. En las páginas de la Biblia, Dios habla al hombre, nos
interpela, nos reprende, nos conmina a dejar un estilo de vida, nos muestra su
voluntad, nos anuncia sus planes, fortalece nuestra fe y esperanza; y nosotros
reaccionamos interpelando a Dios con confianza o duda, con devoción y con
sacrificio, con fidelidad y con amor. Pero, en todo caso, si nuestra búsqueda de
Dios es sincera y si el encuentro es real, la lectura de la Palabra de Dios nunca
nos puede dejar indiferentes. Dice Elena de White: “Aquel que con espíritu
dócil y sincero estudia la Palabra de Dios para comprender sus verdades, se
pondrá en contacto con su Autor y, a menos que sea por propia decisión, no
tienen límite las posibilidades de su desarrollo” (La educación, p. 112).
¿Crees que puedes tener un encuentro con Dios y experimentar el poder de
la Palabra? Ábrele la puerta de tu corazón y serás testigo de grandes milagros
en tu vida.

49
Estaba escrito en su Biblia
13 “¿Con qué limpiará el joven su camino?
febrero ¡Con guardar tu palabra!”
(Salmo 119:9).

I srael Moyano Herrero era un joven adventista de 20 años oriundo de Barce-


lona (España). Había sido estudiante de bachillerato en el Colegio Adven-
tista de Sagunto. Un día decidió ir a Estados Unidos para matricularse en un
curso de piloto de aviones y servir como piloto-misionero. Yo mismo le arreglé
los documentos para que postulase como misionero. Pero cuando estaba rea-
lizando la última clase de prácticas de vuelo, sobrevolando los alrededores de
Los Ángeles (EE. UU.), la avioneta cayó al mar causando la muerte del ins-
tructor, de Israel y de otro joven español. Sus padres, su hermano, Joel, y todos
los que lo conocíamos nos quedamos perplejos. Sus padres, desconsolados,
viajaron a Arizona (EE. UU.), donde vivía, para recoger sus enseres personales
y allí encontraron su Biblia en inglés, la que llevaba los sábados a la iglesia.
Israel era un joven vinculado a la iglesia, pero sin grandes manifestaciones
espirituales. En ocasiones, sus padres tenían la impresión de que le interesaba
más vivir y disfrutar su juventud que prepararse para el advenimiento de Jesús.
Pero Israel leía su Biblia. Cuando los padres ojearon aquella Biblia, pudieron
sentir las vibraciones de la fe de su hijo desaparecido, su espiritualidad, su espe-
ranza, su compromiso con Dios y la profundidad de su experiencia personal con
Jesús. Esa Biblia fue para ellos una especie de testamento espiritual de Israel.
En aquel ejemplar de las Escrituras, no solamente había muchos pasajes
subrayados, sino también notas personales manuscritas en los márgenes. Toda
una serie de reflexiones espirituales, pensamientos y aspiraciones que mostra-
ban lo que pensaba de Dios, del servicio cristiano, de la experiencia religiosa.
Copié algunas de esas frases directamente de su Biblia, la mayor parte escritas
en inglés; pero la principal escrita en español, la lengua que sus padres podían
comprender, como si hubiera tenido al escribirla una premonición de la trage-
dia que lo iba a arrancar del lado de su familia: “Señor, ¿qué puedo hacer hoy
por ti?”; “Dios mío, no me siento capaz de conducir este coche estacionado”;
“Nuestra situación ante Dios no depende tanto de la cantidad de luz que ha-
yamos recibido como del uso que estemos haciendo de la luz que poseemos”;
“Señor, dame la sabiduría necesaria para aprender a orar, el valor para tratar
de orar y la perseverancia para continuar orando”; “Dios no siempre desea que
comprendamos todo, sino que confiemos todo a él”.
Como Israel, escribe en tu Biblia tu diálogo con Dios, tu fe y confianza, tus
luchas, y el Espíritu Santo que inspiró ese libro transformará tu vida.
50
Creados para amar
“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos; 14
y todo el ejército de ellos, por el aliento de su boca. […] febrero
porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió”
(Salmo 33:6, 9).

H oy se celebra el Día del Amor y la Amistad en diversas partes del mundo.


Por lo general, se asocia con los enamorados, pero hay algo más en esto. En
los textos antiguos de diversos pueblos sobre el tema de la creación, los dioses
destruyen y tienen relaciones sexuales como parte del proceso de crear a los se-
res humanos. Con el tiempo, dichos conceptos generaron una serie de prácticas
inmorales entre los vecinos de Israel, curiosamente asociadas con el amor de
las deidades y la creación: prostitución masculina y femenina, hermandades de
homosexuales reconocidas, orgías en templos y lugares altos, sacrificios de ani-
males y hombres, mutilaciones y heridas en tiempos de dolor y duelo.
En cambio, en la Biblia Dios crea con solo hablar. No necesita tener relacio-
nes sexuales para crear. La revelación bíblica comienza con el acto creador de
Dios: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gén. 1:1) y termina con
otro acto creador: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc. 21:5). Entre ambas
declaraciones bíblicas, la revelación tiene cientos de referencias a la Creación
divina tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y jamás se insinúa que
Dios pudiera servirse de un proceso evolutivo. El verbo hebreo bara, usado en
Génesis 1:1, traducido por ‘crear’, tiene siempre por sujeto exclusivo a Dios, lo
cual hace que no guarde ninguna concepción supuestamente mítica o con conno-
taciones paralelas a una actividad humana. Usado principalmente en el lenguaje
de la adoración, se trata de un término propio para referirse únicamente a la ac-
ción creadora de Dios y para distinguirla así de toda obra y realización humanas.
Y aunque de por sí, el verbo no designa una creatio ex nihilo, viene a significar
precisamente lo que en otras mentalidades se quiere asegurar por medio de la
expresión ex nihilo, ‘de la nada’, es decir, la creación extraordinaria, soberana,
personal, sin esfuerzo y completamente libre por parte de Dios.
Es difícil entender la naturaleza del amor humano si no se reconocen sus
verdaderos orígenes. Incluso, el bendito don del amor se puede desvirtuar hasta
prácticas inmorales que nada tienen que ver con los propósitos originales del
Padre celestial en cuestiones del amor. Desde este punto de vista, el ser humano
necesita vincularse con Dios para vincularse afectivamente con sus semejantes.
En este día tan especial te invito a reconocer que somos seres creados por
Dios para amar.

51
La creación de los cielos y la tierra
15 “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”
febrero (Génesis 1:1).

E ste primer versículo es como un preámbulo o título del relato de la semana


en la que Dios hizo posible la vida en el planeta Tierra: “En el principio creó
Dios…”. Es la indicación de un hecho positivo que comprende todo lo que sigue:
Dios creó, produjo la materia primera y universal de la cual han sido sacados los
cielos y la tierra. De este modo se niega, ante todo, la existencia independiente
de esta materia que, en todos los sistemas cosmogónicos de la antigüedad, se
consideraba eternamente coexistente con la divinidad.
La palabra bereschith, ‘en el principio’, no está seguida aquí, como ocurre
de ordinario, de un complemento porque designa el comienzo absoluto, como
en Juan 1: 1. Es el comienzo del tiempo, así como de todos los seres que se
desarrollan en él, los seres finitos. En cuanto al verbo bara, ‘creó’, signifi-
ca originalmente ‘cortar’, y no implica necesariamente, como nuestra palabra
“crear”, la ausencia de una materia ya existente. Pero cuando este verbo desig-
na una acción ejercida sobre una materia existente, se utiliza otra forma verbal
y tiene por sujeto a un ser humano y por complemento la materia misma en la
cual se ejerce el trabajo, mientras que en la forma empleada aquí, tiene siempre
como sujeto a Dios y por complemento la palabra que designa el resultado de
la acción cumplida. Puesto en relación con la idea del principio absoluto, como
ocurre en el versículo de hoy, la acción verbal de bara no puede significar otra
cosa que la formación misma inicial de la materia. Por último, la expresión
“los cielos y la tierra” designa siempre en el Antiguo Testamento al universo
en su totalidad. Por consiguiente, el primer versículo de la Escritura afirma
categóricamente que Dios creó el universo.
Pero hoy es demasiado fácil dudar de que Dios creara los cielos y la tierra.
Casi no se le menciona entre la gente. Además, cuanto más grandes son las
obras del ser humano menos se aprecian los prodigios divinos. Incluso, por
momentos, la desafiante retórica actual se parece a la de los constructores de la
torre de Babel, quienes creyeron que sus avances tecnológicos los facultaban
para contender con el Padre celestial.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando el mundo niega su poder creador.
Ahí está él, dispuesto a intervenir en la vida de los seres humanos cuando estos
pretenden desafiar su autoridad, como sucedió en la construcción de la torre
de Babel.
Reconoce la autoridad divina. Eso te ayudará a organizar mejor tu vida.
52
En tu luz veremos la luz
“Dijo Dios: ‘Sea la luz’. Y fue la luz. 16
Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. febrero
Llamó a la luz ‘día’, y a las tinieblas llamó ‘noche’.
Y fue la tarde y la mañana del primer día”
(Génesis 1:3-5).

E n varias ocasiones me han preguntado sobre el significado del misterio de


la luz del primer día de la Creación. Sin luz no puede haber vida. Entonces,
¿cuál era la naturaleza de esta luz? No podemos pensar en la luz solar, que
aparece el cuarto día.
Las tres primeras acciones creadoras de Dios evocan el principio de sepa-
ración. Es así como el Señor separa la luz de las tinieblas, las aguas superiores
de las aguas inferiores y la tierra de los mares. Ahora bien, mientras que en to-
das las cosmogonías que conocemos el mundo es una emanación del ser o del
pensamiento de la divinidad, en el relato del Génesis es el producto de un acto
libre de la voluntad de Dios. Esto es lo que indica la expresión “dijo Dios”,
que aparece ocho veces en la narración. La palabra es la manifestación exter-
na de la voluntad. Moisés emplea esta imagen para definir la Creación como
resultado de la voluntad divina. Aquí hay una diferencia significativa entre el
primer versículo del Génesis y los que siguen. En el primero, “creó Dios”. No
sabemos bien cuándo ni cómo. En los restantes, el acto creador de cada día co-
mienza con “dijo Dios”, subrayando que el Señor creó por medio de la palabra.
Cuando el Génesis dice: “Sea la luz” no se refiere a la luz del sol. Esta luz,
cuya aparición viene tras la época de tinieblas que rodeaban la Tierra, nos es
presentada como proviniendo de Dios mismo, fuente de luz: “Dios es luz” (1
Juan 1:5). Así será también en la tierra nueva. Sus habitantes “no tienen nece-
sidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará y
reinarán por los siglos de los siglos” (Apoc. 22:5).
La separación de la luz y las tinieblas el día primero dio lugar a una di-
visión del tiempo en tarde y mañana, día y noche, todavía no regulada por el
movimiento de traslación de la Tierra. La intención del autor es subrayar que
la duración de cada día de la semana de la Creación era de veinticuatro horas y
no períodos de miles o millones de años.
Es la gracia de Dios la que permite que podamos ver la luz de cada día.
Como dijo el salmista: “En tu luz veremos la luz” (Sal. 36:9).

53
La creación de la atmósfera
17 “Luego dijo Dios: ‘Haya un firmamento en medio de las aguas,
febrero para que separe las aguas de las aguas’. E hizo Dios
un firmamento que separó las aguas que estaban debajo
del firmamento, de las aguas que estaban sobre el firmamento.
Y fue así. Al firmamento llamó Dios ‘cielos’. Y fue la tarde
y la mañana del segundo día”
(Génesis 1:6-8).

L a expansión de la que habla aquí Moisés designa la envoltura atmosférica de


nuestro planeta. Si las aguas de debajo son aquellas de las que están formados
los mares, las aguas de arriba no pueden ser más que aquellas que contienen las
nubes. Las nubes no están por encima de la atmósfera, pero flotan en general por
encima de la porción de la atmósfera, donde se halla el aire que respiramos.
Podemos imaginarnos la obra de ese día de la siguiente manera: la Tierra
estaba rodeada de una atmósfera espesa, pesada, fuertemente contaminada. Lle-
gó el momento en el que las sustancias gaseosas de las que estaba saturada se
depositaron en estado líquido o sólido, de forma que el planeta quedó rodeado
de esa envoltura transparente y ligera que llamamos atmósfera, esto es la expan-
sión. Por encima de la capa más próxima a la Tierra se elevaron vapores, más
ligeros que el aire, que se condensaron al llegar a regiones más frías formando la
techumbre de nubes que rodean el globo; estas son las aguas de arriba.
El oxígeno que respiramos debajo, las nubes y el vapor de agua en el medio
y la capa de ozono de la atmósfera, arriba para protegernos de las radiaciones
solares. Así fue determinado por Dios para hacer posible el equilibrio y la mesura
del clima sobre la tierra. Hoy, cuando la actividad irresponsable de la humanidad
está debilitando o destruyendo esa capa de ozono, el cambio climático que se está
produciendo puede traernos catástrofes naturales enormes, la desertización de zo-
nas importantes del planeta, la descongelación de una parte de los polos con el
aumento correspondiente del nivel de las aguas marinas y la inundación de muchas
zonas costeras. Dios hizo bien las cosas el día segundo, pero el hombre las está
estropeando alterando aquel equilibrio original.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando los seres humanos parecen haber
acabado con su maravillosa creación, cuando la contaminación cubre el cielo y
el mar. Es su misericordia lo que nos permite vivir y disfrutar de los espacios
de felicidad que nos otorga cada día, a pesar de tanta destrucción que ha traído
la sobreexplotación del planeta.
Pide a Dios que te ayude a contemplar hoy su amor a través de su creación.

54
La tierra, el mar y las plantas verdes
“Después dijo Dios: ‘Produzca la tierra hierba verde, 18
hierba que dé semilla; árbol que dé fruto según su especie, febrero
cuya semilla esté en él, sobre la tierra’. Y fue así”
(Génesis 1:11).

R esumiendo hasta aquí la actividad creadora de Dios, comprobamos que el


primer día dio nacimiento a la luz vivificante por medio de la separación
de la luz y las tinieblas; el segundo, a la atmósfera respirable por medio de la
separación de las aguas de arriba y de las aguas de abajo; en el tercero vemos
aparecer el suelo habitable por medio de la separación del agua y la tierra. El
relato presupone que la tierra ya existía y que, al juntarse las aguas, la dejó
aparecer (Sal. 104:6-8). La formación de los continentes llena la primera parte
del tercer día; la creación de las plantas, que los cubren como un manto, llena
la segunda. Este es el punto culminante de la primera parte de la semana de la
Creación: para esto servían las obras precedentes, ya que la fuerza orgánica de
los vegetales está por encima de la materia bruta.
La aparición de ese primer ser vivo organizado es atribuida al poder divino:
“Dios dijo”, pero también a la tierra, de la que Dios se sirve para producir las
plantas: “Produzca la tierra”. Dios muestra de este modo que ha dotado a la na-
turaleza de una fuerza propia que le pertenece, y que es como un precursor de
la libertad otorgada, más tarde, al hombre. El suelo cultivable era bueno como
condición para la existencia de las plantas y estas eran buenas como condición
de toda vida animal posible, porque las plantas extraen del suelo las materias
inorgánicas transformándolas en orgánicas. ¡Cuántas maravillas prodigiosas
en la organización de la vida en el planeta!
La Biblia también se refiere al bendito don de la fecundidad. “Produzca la
tierra”: Dios ha concedido a los seres vivos el don de la reproducción para que
continúen y completen la obra del Creador. Pero la fecundidad no es una fuerza
divina a la que rendir culto, como creían los antiguos; en el relato de la Crea-
ción, es una bendición, como tantas otras, otorgada por la providencia de Dios.
Así como la tierra produce, los seres humanos estamos llamados a ser pro-
ductivos en los diferentes ámbitos de nuestra vida.
Vive hoy para edificar a los demás y hacer de este mundo un lugar mejor
para vivir.

55
La Tierra entra en los ciclos
19 del sistema solar
febrero
“Dijo luego Dios: ‘Haya lumbreras en el firmamento de los cielos
para separar el día de la noche, que sirvan de señales
para las estaciones, los días y los años, y sean por lumbreras
en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra’. Y fue así”
(Génesis 1:14, 15).

¿Crosa en el firmamento? En mi caso, cada vez que lo hago evoco aquel


uántas veces has observado un atractivo atardecer o una luna esplendo-

momento en el que Dios daba forma a este mundo.


El cuarto día comienza la segunda mitad de la semana de la Creación. Hay
una curiosa correspondencia, no simplemente literaria, entre las dos mitades
de los seis días de la Creación: el primer día, Dios creó la luz; en el cuarto, los
cuerpos celestes que iluminan la tierra. En el segundo día creó el agua y el aire;
en el quinto día los peces y las aves. En el tercer día apareció el suelo, la zona
seca; en el sexto día, los animales terrestres y, entre ellos, el hombre como el
colofón o broche final no solo de esta segunda parte de la obra creadora, sino
también de toda la Creación. ¡Magnífico diseño! ¿No te parece? Sí, la Creación
es una gran obra de diseño, no el resultado del azar ciego.
Es el momento en el que aparecen el sol, la luna y las estrellas. Se podría
dar aquí a la orden divina un sentido más débil: “Que aparezcan los astros
como lumbreras en el firmamento de los cielos”, dando por supuesto que ya
existían desde ese comienzo ignoto cuando Dios creó “los cielos y la tierra”,
pero que fue solamente a partir del cuarto día cuando Dios ordenó que pudie-
ran determinar los ciclos astronómicos de nuestro sistema solar e iluminar la
Tierra al ser disipada la masa acuosa que la envolvía. ¿Quiere enseñarnos el
Creador que el desarrollo de los cielos en su relación con la tierra fue gradual
como el de nuestro planeta? Tal vez.
En todo caso, el relato no pretende especular acerca de la relación de los
astros que nos alumbran con el resto del universo. Su intención es centrar todo
el proceso creativo en la tierra donde vivirá el hombre. Y si usa la expresión
“hizo las grandes lumbreras” es para mostrar que los astros, adorados como
dioses por los pueblos vecinos, eran simplemente criaturas de Dios al servicio
del hombre.
Recuerda que si Dios tuvo la facultad de crear el sol, la luna y las estrellas,
tiene poder para resolver cualquier tipo de problema que hoy tengas. ¡Confía
en él!

56
Creación de los peces,
los reptiles y las aves 20
febrero
“Dijo Dios: ‘Produzcan las aguas seres vivientes, y aves
que vuelen sobre la tierra, en el firmamento de los cielos’.
Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo ser viviente
que se mueve, que las aguas produjeron según su especie,
y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.
Y los bendijo Dios, diciendo: ‘Fructificad y multiplicaos,
llenad las aguas en los mares y multiplíquense las aves en la tierra’.
Y fue la tarde y la mañana del quinto día”
(Génesis 1:20-23).

E l quinto día de la Creación es el turno de la fauna marina. En realidad, hay


quien asegura que en el fondo del mar están los paisajes más atractivos de
este mundo, incluyendo por supuesto a los seres vivos. En hebreo, la expresión
“seres vivientes” significa literalmente ‘almas vivientes’, como en Génesis 2:
7, cuando se presenta la creación del hombre. El alma viviente de los animales,
como la de los seres humanos, no es un componente constitutivo de la natura-
leza de los seres vivos, sino una resultante de insuflar a un organismo físico el
soplo de vida que solo Dios puede dar. Es algo común a todos los seres vivos
aunque tiene manifestaciones muy diversas desde los animales más inferiores
hasta el hombre. Así por ejemplo, en el ser humano, el alma viviente tiene una
dimensión vital única que es la vida intelectual y espiritual.
El quinto día apareció en esta tierra el misterio de la vida sensible, de la
vida en movimiento, de la vida especializada y adaptada a un biotopo, una pin-
celada de formas nuevas y de color. Elena de White declara una de las grandes
verdades sobre la Creación: “Al principio, Dios se revelaba en todas las obras
de la creación. Fue Cristo quien extendió los cielos y echó los cimientos de la
tierra. Fue su mano la que colgó los mundos en el espacio, y modeló las flores
del campo. Él ‘asienta las montañas con su fortaleza’, ‘suyo es el mar, pues
que él lo hizo’. Fue él quien llenó la tierra de hermosura y el aire con cantos.
Y sobre todas las cosas de la tierra, del aire y el cielo, escribió el mensaje del
amor del Padre” (El Deseado de todas las gentes, p. 11).
Una vez más, la Creación nos recuerda que cada uno de los seres vivos –con
la notable excepción del ser humano– vive para dar: “El océano, origen de todos
nuestros manantiales y fuentes, recibe las corrientes de todas las tierras, pero
recibe para dar” (ibíd.).
Sigue hoy el ejemplo de la naturaleza: vive para dar.

57
La corona de la Creación
21 “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen,
febrero conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces
del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra
y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra’ ”
(Génesis 1:26).

T e has preguntado alguna vez por qué creó Dios al ser humano? ¿Qué pro-
pósito tenía en su mente al crear semejantes criaturas a su imagen y seme-
janza? De acuerdo con la Biblia, el hombre fue creado para dar gloria a Dios,
pero no porque el Señor lo quisiera para formar un coro cósmico de alabanza
perpetua. En realidad, el ser humano contribuye a la gloria de Dios debido a
que fue diseñado de la manera más honrosa para gozar de una comunión amo-
rosa con el Padre celestial.
Después de cinco días de la semana de la Creación, llegó el turno para los
animales terrestres y el ser humano. El relato sagrado dice que cada uno de los
animales fueron creados “según su especie”. En efecto, la enseñanza que pode-
mos extraer de la expresión “según su especie” es el principio de la diversidad
y multiplicidad de los seres vivos creados por Dios, excepción hecha del ser
humano, como veremos después. Este principio, reiterado en el relato, es abierta-
mente contrario al postulado transformista de la escala sucesoria de los seres más
sencillos a los más complejos, que es el fundamento de la teoría de la evolución,
de forma que hace completamente incompatible evolución y creación. Dios creó
la vida ya diversificada, no sujeta a la macroevolución de la transformación de
una especie en otra. Fue posible después, y todavía ocurre, la microevolución, es
decir, las mutaciones menores, los cambios y adaptaciones dentro de la especie.
“Una vez creada la tierra con su abundante vida vegetal y animal, fue intro-
ducido en el escenario el hombre, corona de la creación para quien la hermosa
tierra había sido preparada. A él se le dio dominio sobre todo lo que sus ojos
pudiesen mirar [...]. Aquí se expone con claridad el origen de la raza humana
[…]. No hay fundamento alguno para la suposición de que el hombre llegó a
existir mediante un lento proceso evolutivo de las formas bajas de la vida animal
o vegetal. Estas enseñanzas rebajan la obra sublime del Creador al nivel de las
mezquinas y terrenales concepciones humanas” (Patriarcas y profetas, p. 24).
Adán fue creado para relacionarse con Dios como una Persona, para vivir
en una comunión amorosa con él, y seguir al Señor como su modelo de carác-
ter, fuente de inspiración y sabiduría.
Esa misma oportunidad la tienes ahora mismo. ¡Aprovéchala!

58
Mayordomos de este mundo
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; 22
varón y hembra los creó. Los bendijo Dios y les dijo: febrero
‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla;
ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos
y todas las bestias que se mueven sobre la tierra’ ”
(Génesis 1:27, 28).

E sta es la más original, la más sintética, la más profunda declaración que


pueda hacerse acerca de la antropología bíblica. En ella están contenidos
todos los misterios de la naturaleza humana: su individualidad, su libertad o
libre albedrío, su responsabilidad moral, su capacidad intelectiva, su voluntad,
sus intuiciones y aspiraciones innatas.
En realidad, el Creador dio a los seres humanos autoridad, una de las conno-
taciones de lo que implicaba ser creados a su imagen y semejanza. Dios tiene au-
toridad y quiso compartirla con los seres humanos para que mantuvieran un sano
equilibrio en este mundo. Adán fue coronado rey en el Edén (La maravillosa gracia
de Dios, p. 40). El mundo estaba a sus pies para aprovechar sus recursos. Había he-
redado una enorme riqueza. Ahora, era necesario depender de Dios para darle a este
planeta el rumbo que requería. Además, fue dotado de las capacidades necesarias
para ejercer su potestad: “Creados para ser la “imagen y gloria de Dios”, Adán y
Eva habían recibido capacidades dignas de su elevado destino. De formas graciosas
y simétricas, de rasgos regulares y hermosos, de rostros que irradiaban los colores
de la salud, la luz del gozo y la esperanza, eran en su aspecto exterior la imagen de
su Hacedor. Esta semejanza no se manifestaba solamente en su naturaleza física.
Todas las facultades de la mente y el alma reflejaban la gloria del Creador. Adán
y Eva, dotados de dones mentales y espirituales superiores, fueron creados en una
condición “un poco menor que los ángeles”, a fin de que no discernieran solamente
las maravillas del universo visible, sino que comprendiesen las obligaciones y res-
ponsabilidades morales” (La educación, p. 19).
Pero no obedecieron al Padre celestial. No respetaron su autoridad y quisieron
tomar lo que no les pertenecía: el fruto del árbol prohibido. A través de ese acto,
manifestaron su desconfianza en Dios y reconocieron el señorío de Satanás en este
mundo, volviéndose así sus súbditos. Esa mala decisión acarreó destrucción y mi-
seria. Desde entonces, el ser humano se dedica a destruir: primero, a la naturaleza
(depredación del medio ambiente, contaminación); luego, a su prójimo (guerras y
conflictos); y, finalmente, a sí mismo (vicios, desenfreno, inmoralidad).
Hoy es tiempo para volver a Dios y reconocerlo como Soberano y Salvador
de este mundo.

59
Monumento de la Creación
23 “El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo,
febrero y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho.
Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó,
porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”
(Génesis 2:2, 3).

E n una de mis visitas pastorales, un feligrés quiso hablarme de la difícil


situación que vivía en su hogar. Su esposa era una ferviente católica, cuyo
director espiritual era el párroco de la iglesia más importante de la ciudad. Este
clérigo inspiraba en ella una actitud intransigente respecto a la fe de su esposo,
lo cual hacía imposible la convivencia pacífica en aquella familia. Entonces, se
me ocurrió lo siguiente:
–Dígale a su esposa que el próximo sábado me invite a comer y que invite
también a su director espiritual.
–¿Habla en serio, pastor? –preguntó el hombre.
–Por supuesto que sí –respondí con seguridad.
Así lo hizo y, en torno a aquella mesa, nos encontramos el párroco, el ma-
trimonio y yo mismo. Entonces, lancé la siguiente pregunta:
–¿Qué podemos hacer nosotros, dos ministros del evangelio, para que estos
esposos se lleven bien?
El sacerdote eludió la respuesta inmediata y, en un determinado momento,
me hizo la siguiente observación:
–¿Por qué los adventistas dais tanta importancia a la observancia del sába-
do? Lo importante es apartar un día en la semana en el cual encontrarse con
Dios y rendirle culto, ¿no es verdad?
Tenía que darle una respuesta convincente así que, después de reflexionar, re-
cordé aquellas palabras que escribió J. N. Andrews en su History of the Sabbath
(“Historia del sábado”): “La importancia del sábado, como institución conmemora-
tiva de la Creación, consiste en que recuerda siempre la verdadera razón por la cual
se debe adorar a Dios –porque él es el Creador, y nosotros somos sus criaturas”.
Elena de White, apostillando esta idea, dice: “Si el sábado se hubiese obser-
vado universalmente, los pensamientos e inclinaciones de los hombres se habrían
dirigido hacia el Creador como objeto de reverencia y adoración, y nunca habría
habido un idólatra, un ateo, o un incrédulo” (El conflicto de los siglos, p. 433).
El director espiritual de la esposa de nuestro hermano no replicó, la comida
terminó amigablemente y, durante algún tiempo, hubo paz en aquella familia.
Esta semana dale al sábado el sitio que le corresponde. No te apropies de él.

60
Lo que se ve de lo que no se veía
“Por la fe comprendemos que el universo fue hecho por la palabra 24
de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” febrero
(Hebreos 11:3).

L a Creación, que no siempre podemos comprender, fue la manifestación


del infinito poder y sabiduría de Dios. Tanto en este texto como en alguna
declaración de Elena de White, a la obra creativa de Dios, no le precedió nada:
“La teoría de que Dios no creó la materia cuando sacó el mundo a la existencia
no tiene fundamento. Al formar el mundo, Dios no se valió de materia preexis-
tente. Por el contrario, todas las cosas, materiales o espirituales, comparecieron
ante el Señor a la orden de su voz y fueron creadas para el propósito de él. Los
cielos y todo su ejército, y todas las cosas que contienen, son no solo la obra
de sus manos, sino que llegaron a la existencia por el aliento de su boca” (Tes-
timonios para la iglesia, t. 8, p. 270).
La Creación que narra el Génesis no fue una operación realizada sobre una
materia preexistente. Creación de la nada y evolución a partir de una materia ya
existente son dos conceptos irreconciliables y antagónicos en diversos aspectos:
1. El tiempo. Dios creó en seis días; la evolución necesita millones de años.
2. El instrumento. Dios creó con la palabra de su boca; la evolución a
través de mutaciones y selección natural, es decir, muerte.
3. El propósito. Dios creó con un diseño, un plan, un propósito; la evolución
lo deja todo al capricho del azar.
4. Los resultados. Dios se gozó de todo lo que había creado porque era
bueno en gran manera; la evolución generó una mecánica de muerte e
imperfección: la selección natural.
5. La creación del hombre. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza;
en la evolución Dios tuvo que recurrir a un mono antropoide como
eslabón previo a los homínidos.
6. La salvación o rescate del ser caído. Dios rescata al ser humano por
medio de la cruz, mediante una intervención directa e histórica del
Dios-hombre. En la evolución, el proceso de restauración del hombre
se hace por medio del dominio y prevalencia de los más fuertes.
7. Cielos nuevos y tierra nueva. Dios procederá a la creación de cielos
nuevos y tierra nueva (1 Cor. 15:52); en la evolución el proceso se debe
realizar tras miles, millones de transformaciones intermedias.
Recuerda que si Dios tuvo poder para crear el universo también tiene poder
para transformar tu vida.
61
Todo fue creado para el hombre
25 “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos;
febrero y todo el ejército de ellos, por el aliento de su boca”
(Salmo 33:6).

“Y relato. Es el estribillo, repetido diez veces en este magnífico poema.


dijo Dios”. Esta es la frase que constituye la espina dorsal de todo el

“Decir” es a la vez pensar y querer. En el “hablar” de Dios se encuentra el


poder legislativo de su inteligencia y el poder ejecutivo de su voluntad. Esta
palabra por sí sola revela un principio luminoso, un diseño inteligente y bueno
en la base de todo lo que existe. Detrás de ese velo del universo visible que nos
deslumbra, detrás de la regularidad de las estaciones y de las leyes fijas que las
rigen y que podrían arrastrarnos a no ver en todo esto otra cosa que el desa-
rrollo de la necesidad, esa frase, “y dijo Dios”, nos revela un brazo poderoso,
un ojo que discierne, un corazón lleno de benevolencia que nos busca, un Ser
providente que nos ama.
El rayo de luz que al llegar a nuestra retina dibuja delante de nosotros con
nitidez un paisaje espléndido, realiza su función porque Dios le ha dicho que
brille. El aire que aspiran nuestros pulmones cumple su cometido porque él le
ha dicho que nos dé respiración y vida. Las flores y los frutos que cosechamos
durante la mayor parte del año, que nos encantan con sus fragancias, que nos
deleitan con su sabor fueron sembradas por él para nosotros en el hermoso jar-
dín de la tierra. El sol que determina la largura de los años, de los días y de las
horas; la luna que divide los años en meses y los meses en semanas, lo hacen
porque Dios dirige sus movimientos en la bóveda del cielo.
La infinidad de animales que llenan de vida las aguas, el aire y la tierra, y
los animales domésticos con los que compartimos nuestra morada existen por-
que él nos ha rodeado de ellos bien para estimular nuestra actividad tratando
de vencer su resistencia, bien para aprovechar su dócil cooperación. Y, final-
mente, si nosotros mismos estamos aquí como la obra maestra de la Creación,
si podemos llamar Padre a Aquel que cuenta los ciento cuarenta mil cabellos de
nuestra cabeza y los miles de astros que circulan en el firmamento, es porque
él se dignó hacernos a su imagen y poner en nosotros un rayo de su propio
Espíritu.
Tú también eres parte del proyecto divino de la Creación. No te aísles de su
presencia. Él tiene un plan para ti en este día. Escucha su voz.

62
Todo era bueno en gran manera
“Y vio Dios todo cuanto había hecho, 26
y era bueno en gran manera” febrero
(Génesis 1:31).

E l relato de la Creación insiste en afirmar que la obra realizada por Dios era
sumamente buena. El adjetivo “bueno” que tiene varios significados en el
Antiguo Testamento, desde lo moralmente correcto hasta lo bello, agradable
y útil, subraya particularmente en el relato que todo lo que existe es bueno
porque procede de Dios y corresponde al propósito para el que fue creado, es
decir, que el efecto producido por el acto creador coincide con el pensamiento
y la voluntad del Creador. Esta idea está en abierto contraste con los mitos
paganos que hablan de un mundo creado por dioses caprichosos, o con la teo-
ría de un universo errante que existe sin propósito alguno o maligno porque
representa una amenaza permanente para la tierra.
Nada imperfecto ha salido de las manos de Dios. Todo lo que él hace es
“bueno en gran manera”. Toda cosa, substancia y forma, apareció por la voluntad
creadora, libre, providente y todopoderosa de Dios. El mundo creado no es el
mejor de los mundos posibles ni el único bueno. La posibilidad de su alteración
pertenece incluso a su perfección; pues sin ella no habría libertad moral.
“Cuando salió de las manos del Creador, la tierra era sumamente hermosa.
La superficie presentaba un aspecto multiforme, con montañas, colinas y lla-
nuras, entrelazadas con magníficos ríos y bellos lagos. […] El aire, limpio de
impuros miasmas, era saludable. […] La hueste angélica presenció la escena
con deleite, y se regocijó en las maravillosas obras de Dios. […] La creación
estaba ahora completa. […] El Edén florecía en la tierra. Adán y Eva tenían
libre acceso al árbol de la vida. Ninguna mácula de pecado o sombra de muerte
desfiguraba la hermosa creación. ‘Cuando alababan juntas todas las estrellas
del alba y se regocijaban todos los hijos de Dios’ (Job 38:7). […] El gran Jeho-
vá había puesto los fundamentos de la tierra; había vestido a todo el mundo con
un manto de belleza, y había llenado el mundo de cosas útiles para el hombre;
había creado todas las maravillas de la tierra y el mar” (Patriarcas y profetas,
pp. 24, 26).
Desde la Creación, todas las criaturas, tanto el diminuto insecto como el
hombre, dependen diariamente para su subsistencia y bienestar de la divina
Providencia.
No olvides que, cuando parece que sus bondades están lejos de tu experien-
cia espiritual y cuando sus misericordias te resultan difíciles de contemplar, ahí
está él. Siempre poderoso para salvarte y mostrarte sus maravillas.
63
Cristo Creador
27 “Porque en él fueron creadas todas las cosas,
febrero las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles
e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados,
sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”
(Colosenses 1:16, 17).

E stos versículos afirman no solamente que Cristo fue uno con el Padre en
la obra de la Creación, sino que además es él también quien asegura su
subsistencia. Sí, como hemos visto, la Providencia divina en favor del hombre
se manifestó con todo su poder y prevención durante la semana de la Creación;
la misma Providencia y el mismo poder sostienen aquella obra para que no
se destruya. El objeto y fin de la Creación fue el ser humano, quien debía ser
beneficiario del equilibrio cósmico que hizo del planeta Tierra la morada de
un ser a la imagen y semejanza divinas. Después del pecado, esa intervención
providente de la Deidad se hizo todavía más necesaria para que la redención
del hombre caído llegara a su término final antes de que las fuerzas de la natu-
raleza, como consecuencia de la actividad rebelde e inconsecuente de la huma-
nidad, pudieran ser alteradas y convertir en caos la obra perfecta del Creador.
Cristo fue y sigue siendo nuestra divina Providencia.
La Biblia dice al respecto: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba
con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las
cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue
hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplan-
dece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron” (Juan 1:1-5).
En él subsisten el poder que mantiene con precisión matemática los inmensos
astros del universo en sus órbitas señaladas, el poder que sostiene las partículas
del átomo en sus órbitas predeterminadas. En él subsisten también la gracia y
la misericordia que mantienen la nueva criatura en el horizonte de la salvación.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando olvidamos que Jesucristo es Dios
poderoso, Creador del mundo y Sustentador del universo. Sus maravillosos
ojos se posan hoy sobre nuestras vidas para darnos grandes bendiciones.
Deja que su poder transformador repare las heridas que hay en tu concien-
cia y te brinde una paz integral.

64
El pecado original
“Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal, 28
vendido al pecado. Lo que hago, no lo entiendo, febrero
pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago”
(Romanos 7:14, 15).

E l 20 de abril de 2007, la Comisión Teológica Internacional de la Iglesia Ca-


tólica, bajo el pontificado de Benedicto XVI, decidió eliminar la creencia
del limbo, lugar donde, según la tradición católica multisecular, iban a parar los
niños que morían antes del bautismo, condenados por todas las penas atribuidas
al pecado original. Es verdad que el limbo nunca llegó a ser dogma de fe, pero
durante siglos fue defendido en los tratados de teología y enseñado en los cate-
cismos: “Para ser buen católico habrá que admitir esto que a causa del pecado
del primer hombre, todos los hijos de Adán vienen al mundo con un verdadero
pecado, que sólo puede remitir el bautismo” (Henri Rondet, El pecado original,
p. 218). La confesión protestante de Ausburgo, de 1530, decía más o menos lo
mismo: “Ese pecado original es verdaderamente un pecado que condena a la
maldición y a la cólera eterna de Dios a todos los que no nacen de nuevo por el
bautismo y el Espíritu Santo” (ibíd., p. 212, nota 12).
¡No! No podemos entender así el pecado original. De hecho, la Escritura
jamás emplea la expresión “pecado original”. Nadie es culpable desde el mo-
mento de nacer. Si naciésemos culpables, se cuestionaría la viabilidad de la
justicia divina. Lo que el niño trae al nacer es el germen mórbido del pecado,
la tendencia a pecar, pero será inocente hasta que, mediante actos personales,
libres y conscientes, haya ofendido a Dios. Lo que Adán nos ha transmitido
es la desviación moral, la disposición viciosa resultante de su acto culpable,
estar “vendido al pecado”, “el pecado que está en mí”, como dice Pablo, es el
germen del pecado, el pecado potencial, que, si no interviene el Espíritu Santo,
se desarrollará fatalmente en pecado de responsabilidad, en pecado de culpa.
Esta concepción pesimista del hombre que justifica la necesidad de la sal-
vación en Cristo, no es hoy compartida por la psicología contemporánea, que
considera al hombre esencialmente bueno, con capacidad innata para desarro-
llar un carácter noble, de modo que el pecado solo es un accidente resultante
de una educación viciada o una herencia genética enferma. Pero no es así, Dios
nos sigue diciendo, como una advertencia providencial, lo que dijo a Caín an-
tes del asesinato de su hermano Abel: “El pecado está a la puerta, acechando.
Con todo, tú lo dominarás” (Gén. 4:7).
Pide a Dios que te libre de cualquier actitud pecaminosa. Él te ayudará a
salir vencedor.
65
¿Dónde estás tú?
1 o
“Pero Jehová Dios llamó al hombre, y le preguntó: ¿Dónde estás tú?”
marzo (Génesis 3:9).

P oco después de la caída, Dios hace una pregunta fundamental a Adán: “¿Dón-
de estás tú?” Dios pregunta conociendo la respuesta, Dios busca habiendo ya
encontrado. ¿Por qué? No solo la propia naturaleza de la gracia y el amor divino,
sino también la necesidad del arrepentimiento y de la fe humanos quedaban, de
este modo, evidenciados. No hay redención sin confesión sincera, no hay confe-
sión sin arrepentimiento, no hay arrepentimiento sin reconocimiento de culpa, no
hay reconocimiento de culpa sin autoexamen y reflexión profunda.
“¿Dónde estás tú?” La pregunta lo incluye todo: habla, en primer lugar, de
la manifestación de la gracia y el amor divinos buscando al hombre culpable,
desnudo, presa de temor y vergüenza, escondido del Creador. Expresa también
la acusación grave, sin paliativos, de la justicia divina que ha sido contraveni-
da. Es, además, una flecha lanzada a la conciencia del hombre, un apremio a
su naturaleza moral y responsable. “¿Dónde estás tú?” Es aun una invitación
solícita a la confesión, al reencuentro con el Creador, una apelación a su capa-
cidad de conversión y a la aceptación de redención.
Esta pregunta pronunciada por el Creador en el umbral mismo de la econo-
mía del pecado era el primer acto del plan de la salvación, una primera profecía
mesiánica que aseguraba la búsqueda por parte de Dios del pecador perdido.
La historia de la salvación será desde entonces una cadena ininterrumpida de
iniciativas divinas en busca de los seres humanos, de las cuales, Jesucristo
representa la realización suprema: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y
a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).
“¿Dónde estás tú?” no es una pregunta general, colectiva, lanzada al aire;
es directa, privada, personal, me concierne a mí, y no puedo eludir ni mirar a
otra parte ni refugiarme en las carencias espirituales de otros, porque la salva-
ción es personal. ¿Cómo debo responder? Parándome, reflexionando, mirando
primero hacia dentro, en una introspección que nos permita analizar nuestra
fe, esperanza, gozo, amor, las bases de nuestra religiosidad. Después, hacia
arriba, hacia Dios, en busca de comunión, en petición de ayuda y en súplica de
auxilio. Finalmente, hacia afuera, hacia los que nos rodean y evaluar nuestra
responsabilidad respecto a ellos, reconociendo nuestros deberes familiares y
sociales. ¿Qué nos revelan estas tres respuestas?
Hoy es tiempo de preguntarte dónde está tu vida espiritual y qué estás ha-
ciendo para ser un mejor cristiano. La pregunta del Edén sigue resonando en el
corazón humano para que no olvides que hay un Dios en los cielos.
66
Entre el temor y la esperanza
“Pondré enemistad entre ti y la mujer, 2
y entre tu simiente y la simiente suya; marzo
esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón”
(Génesis 3:15).

E l versículo de esta mañana es el primer anuncio de las buenas nuevas de la


salvación. Y es que todo, en estos relatos de los orígenes, tiene un carácter
inaugural, prototípico y, en cierto modo, profético. Dos ideas fundamentales se
expresan aquí: el hombre y el tentador vivirían, en la historia de la humani-
dad que entonces comenzaba, un conflicto permanente en el que esta tendría
que sufrir de mil maneras diferentes las “mordeduras” dolorosas y crueles de la
“serpiente antigua” (Apoc. 12:9). Esta sería una realidad insoslayable que iba a
convertir la vida del hombre en el mundo caído en una larga y dolorosa trage-
dia. Pero esa enemistad secular tendría un desenlace, se resolvería un día con la
herida mortal que un descendiente de Eva causaría a la serpiente aplastándole la
cabeza. El texto tiene un sentido mesiánico evidente, reconocido tanto por judíos
como por católicos y protestantes. Representa la primera promesa de redención
tras la desobediencia de nuestros primeros padres, una expectativa de futuro que
haría nacer en el angustiado corazón del hombre la fe y la esperanza en su sal-
vación futura.
Temor, una humanidad acechada, en conflicto, sí; pero, a la vez, con esperan-
za en la venida de un libertador. Debe señalarse que, en este conflicto anunciado
en el Edén, se genera una aversión santa hacia el pecado en el corazón humano:
“Pondré enemistad”, porque de Dios procede en el hombre toda reacción hacia
el pecado. De otro modo, el hombre es un esclavo, una marioneta, una víctima
irredenta del tentador. La esperanza es hija pues de la caída, y también se puede
afirmar que la promesa de Génesis 3:15 ha sido desde la caída la condición de
todo progreso. Es así como la seguridad del perdón ha engendrado de nuevo la
esperanza en el porvenir. El hombre caído se levantó y comenzó su camino de
vuelta a su Creador.
El apóstol Pablo afirma: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley” (Gál. 4:4). Por los
términos usados, este fue el cumplimiento de Génesis 3:15. La cruz de Cristo
fue, sin embargo, el momento en que el segundo Adán hirió en la cabeza a
la serpiente. Así, aseguró la victoria eterna del bien y condenó al pecado a la
aniquilación.
Recuerda que, aunque Satanás puede endurecer tu paso por este mundo,
Jesucristo tiene la victoria asegurada. Confía en Dios.
67
Pieles de cordero
3 “Y Jehová Dios hizo para el hombre
marzo y su mujer túnicas de pieles, y los vistió”
(Génesis 3:21).

D espués del relato de la tentación y la caída, el capítulo 3 del Génesis pre-


senta cinco episodios consecuentes del pecado de Adán y Eva: Dios busca
a la pareja humana y les pregunta “¿dónde estás tú?”, anuncia el protoevangelio,
comunica a la mujer y al hombre cuáles serán las consecuencias del pecado, cu-
bre la desnudez de la pareja confeccionando vestidos con las pieles de animales
y los expulsa del Edén, donde estaba el árbol de la vida, y pone querubines que
blandían una espada flamígera. Estos relatos deben entenderse en el marco de las
soluciones y remedios que Dios proveyó para la nueva situación del ser humano.
Realizados inmediatamente después de la caída, tienen un significado redentor y
son el comienzo mismo del largo camino del plan de la salvación.
Una de las primeras sensaciones que Adán y Eva tuvieron después de desobe-
decer fue la vergüenza de estar desnudos. Elena de White dice que “el manto de
luz que los había cubierto desapareció y para reemplazarlo hicieron delantales;
porque no podían presentarse desnudos a la vista de Dios y los santos ángeles”
(Patriarcas y profetas, p. 40). Habían perdido la inocencia y la desnudez impú-
dica que ahora contemplaban sus ojos era el resultado del conocimiento del mal;
pero, lo que verdaderamente llenaba de vergüenza su espíritu era la desnudez del
alma, una conciencia culpable que quisieron acallar reemplazando el manto de
luz que habían perdido por vestidos de hojas de higuera.
Así, vilmente vestidos, los encontró el Creador escondidos entre los ár-
boles del huerto, con sus cuerpos torpemente cubiertos. El Señor no les pudo
devolver el manto de luz, pero les confeccionó vestidos de pieles, para lo cual
hubo que sacrificar a unos animales. La muerte de esos animales para cubrir la
desnudez de su transgresión y sustituir los delantales que ellos se habían cosido
fue el primer sacrificio cruento del plan de la salvación, la primera sangre de
expiación por el pecado, un tipo o prefiguración del propio sacrificio del Sal-
vador. Adán y Eva comprendieron que para expiar la culpa y cubrir el pecado
alguien tenía que morir. Y así nació el sistema de sacrificios que encontramos
en todo el Antiguo Testamento. Esas pieles tipificaban también la muerte vica-
ria del Cordero de Dios, el manto de justicia con el que Cristo reemplaza las
vestiduras viles del hombre pecador y las vestiduras blancas, limpias, de gala
con las que entraremos a las bodas del Cordero.
Sí, hay un Dios en los cielos que nos limpia de pecado. Agradécele hoy
esta bendición.
68
La espada flamígera
“Echó, pues, fuera al hombre, y puso querubines al oriente 4
del huerto del Edén, y una espada flamígera que se revolvía marzo
por todos lados para guardar el camino del árbol de la vida”
(Génesis 3:24).

L a inmortalidad de Adán y Eva tenía dos condiciones esenciales: primero,


la obediencia al Creador; después, debían continuar comiendo del fruto
del árbol de la vida para poseer “una existencia sin fin”. De no hacerlo, su
vitalidad iba a “disminuir gradualmente hasta extinguirse la vida” (Patriarcas
y profetas, p. 39).
En ninguna otra parte de los relatos de los orígenes se dice que después del
pecado el hombre podía tener acceso a la inmortalidad, solo en la falsa promesa
del tentador, “no moriréis” (Gén. 3:4). La declaración del Creador, “el día que de
él comas, ciertamente morirás” (Gén. 2:17) y el hecho de sacarlos del Edén para
que no comiesen del árbol de la vida (Gén. 3:22-24) desmienten por completo
ese aserto. ¿Por qué? La inmortalidad del cuerpo después de la caída no hubiese
sido de ningún modo un privilegio, sino el peor de los castigos. El paraíso se hu-
biese convertido en un infierno. Por amor a la criatura culpable, el Señor impidió
que el pecado se inmortalizara.
“Pero después de la caída, se encomendó a los santos ángeles que custodia-
ran el árbol de la vida. Estos ángeles estaban rodeados de rayos luminosos se-
mejantes a espadas resplandecientes. A ningún miembro de la familia de Adán
se le permitió traspasar esa barrera para comer del fruto de la vida” (ibíd.). En
realidad, la espada resplandeciente no era más que rayos de luz procedentes
de la gloria divina. No representaba un instrumento de castigo ni un motivo de
temor, más bien, era un nuevo modo de manifestación de la presencia de Dios.
La comunicación personal con el Creador se había perdido con la caída, ahora,
la realidad de su presencia se expresaba por medio de la luz, como la shekinah
entre los querubines. El ser humano tendría que comunicarse con el Creador
“como viendo al Invisible”, contemplando la gloria de su luz. Por eso, durante
algún tiempo, el lugar donde se veía la espada flamígera fue sitio de adoración
para los hijos de Dios: “A la puerta del paraíso, guardada por querubines, se
manifestaba la gloria de Dios, y allí iban los primeros adoradores a levantar
sus altares y a presentar sus ofrendas. Allí fue donde Caín y Abel llevaron sus
sacrificios y Dios había condescendido a comunicarse con ellos” (ibíd., p. 63).
Gracias al sacrificio de Cristo, muy pronto volveremos a ese hogar perdido.
Ese es tu sitio y el mío.

69
¿Dónde está Abel, tu hermano?
5 “Entonces Jehová preguntó a Caín:
marzo ‘¿Dónde está Abel, tu hermano?’ Y él respondió:
‘No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?’ ”
(Génesis 4:9).

S iendo yo estudiante, un profesor de religión de la Facultad de Filosofía y Letras


de la Universidad de Valencia estaba explicando el episodio de Caín y Abel
como un mito que recogía las luchas entre cazadores y agricultores de la prehistoria.
No pude guardar silencio sobre esta interpretación mítica del relato y, cuando la
clase terminó, me acerqué a la mesa del profesor y le hice algunas observaciones
relativas a la inspiración y al valor espiritual de los personajes. El profesor, sorpren-
dido, se comprometió a explicar el concepto de inspiración de la Escritura; cuando
lo hizo, asombrosamente contradijo todo lo que había enseñado anteriormente.
El relato de Caín y Abel tiene un valor prototípico singular. Podemos encon-
trar en él hechos, palabras y actitudes que tienen un sentido inaugural: la religión,
el culto, los sacrificios, la envidia, la violencia, la insolidaridad, la muerte. Pero
el Nuevo Testamento y, en particular, Jesús mismo, sitúan a Caín y Abel en el
contexto histórico de personajes reales que existieron, cuyos hechos representan
un modelo de comportamiento que debemos tener en cuenta.
Tras el dramático asesinato de su hermano Abel, Caín fue interpelado por el
Creador: “¿Dónde está Abel, tu hermano?” El Señor pregunta propiciando de
este modo que Caín reflexione, interiorice y valore lo que ha hecho, confiese
con dolor su crimen y se arrepienta. Pero la respuesta: “No sé. ¿Soy yo acaso
guarda de mi hermano?”, pronunciada en los orígenes de la historia, abrió la
brecha que ha escindido a la humanidad en dos grupos contradictorios: los
cainitas y sus víctimas, los opresores y oprimidos, los vencedores y vencidos,
los insolidarios e indiferentes y los colaboradores y solidarios.
La pregunta del Creador no ha dejado de escucharse a lo largo de la historia
de la humanidad. Todavía resuena hoy en las noticias de cada día: “¿Dónde está
Abel, tu hermano?” Aquí Dios no interviene como un padre que busca al hijo des-
carriado, sino como un juez que exige responsabilidades. Dios está controlando;
reclama protección, simpatía de unos con otros. Y aunque el Padre celestial pone
remedios ante la dramática manifestación del cainismo, él espera que estos ven-
gan de las respuestas comprometidas y cálidas de los hombres, sin pasar de largo,
sin humillantes y mezquinas limosnas, sin evasivas o aplazamientos.
No seas indiferente al sufrimiento de tus semejantes. Pide hoy al Señor que
te ayude a recordar que eres guarda de tu hermano.

70
Los hijos de Dios
y las hijas de los hombres 6
marzo
“Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse
sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas,
al ver los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas
tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas”
(Génesis 6:1, 2).

D esde la entrada del pecado en el mundo, la humanidad ha estado dividida


en dos grupos: los justos y los malvados. Aunque es verdad que el pecado
se ha transmitido de generación en generación y nos afecta a todos, existe una
marcada diferencia entre los que se entregan, consciente o inconscientemente,
al poder del mal, y los que reaccionan contra él apoyándose en Dios. Esta po-
larización de la humanidad primitiva, nuestro texto la define con los apelativos
de “los hijos de Dios” y “las hijas de los hombres”.
¿Quiénes eran los hijos de Dios y quiénes los hijos de los hombres? Elena de
White dice que los hijos de Dios eran descendientes de Set, en cuyo linaje “los
hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Gén. 4:26), y los hijos de
los hombres, descendientes de Caín que “se distinguieron en todo lo referente al
mero progreso terrenal y material. Pero menospreciaron a Dios, y se opusieron a
sus propósitos hacia el hombre” (Patriarcas y profetas, p. 60).
Mientras las dos clases permanecieron separadas, los hijos de Dios man-
tuvieron el culto a Dios en toda su pureza y respetaron los sagrados principios
relativos al matrimonio que Adán había escuchado de los propios labios del
Creador: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y
serán una sola carne” (Gén. 2:24), palabras que subrayan desde los orígenes, la
comunión total y perfecta que debe unir a los esposos. Pero, cuando con el paso
del tiempo las dos clases se mezclaron, los hijos de Dios tomaron por esposas a
las hijas de los hombres porque eran hermosas, y aquellos matrimonios mixtos,
que no habían recibido la sanción de Dios, produjeron los peores resultados.
Los hijos de Dios siguieron el camino de Caín y resistieron al Espíritu de Dios
que contendía con ellos, produciéndose la irremediable situación del mundo
antediluviano que Dios tuvo que destruir.
¿Y tú? ¿De qué lado quieres estar? ¿Con qué grupo te vas a identificar?
Tarde o temprano tendrás que tomar una decisión al respecto. En este caso no
se puede ser imparcial.
Te exhorto a mantenerte en el grupo de los que son fieles a Dios, recordan-
do la bendita promesa: “¡Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la
vida!” (Apoc. 2:10).
71
Noé halló gracia
7 “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”
marzo (Génesis 6:8).

A pesar de ser un personaje controvertido para algunos, Noé tiene para noso-
tros un gran valor espiritual, que solo se puede entender si lo situamos en
los parámetros de una historia real y no como el actor de una escena de ficción.
En realidad, Noé tiene mucho que enseñarnos.
Noé es “hijo de la esperanza”. Lamec, su padre, le puso por nombre Noé
que significa “consuelo”, “descanso”, diciendo: “Este nos aliviará de nuestras
obras y del trabajo de nuestras manos” (Gén. 5:29). Lamec vio proféticamen-
te en su hijo un reformador de la inmoralidad reinante, tal vez el libertador
prometido a Eva. Pero Noé también es “objeto de la gracia divina”. Noé es
considerado “hombre justo, era perfecto entre los hombres de su tiempo” (6:
9). Pero ¿fue en realidad un hombre justo, íntegro, perfecto? No. Noé fue de-
clarado justo porque “halló gracia” palabra significativa que vemos aparecer
aquí en un contexto de inminente aplicación de la justicia divina a una genera-
ción de pecadores. Noé es un ejemplo de todos los que, como afirma el Nuevo
Testamento, hallan la salvación en Cristo, por la gracia de Dios.
La Biblia dice también, “caminó Noé con Dios” (6:9). Caminar con Dios
es la experiencia de la comunión con él, es mantener una relación constante,
fortalecer los lazos de un verdadero compañerismo. Elena de White afirma:
“Su relación con Dios le comunicaba la fuerza del poder infinito” (Patriarcas y
profetas, p. 83). Por eso, se convirtió en un “hombre de fe” (Heb. 11:7) y creyó
sin tener ningún elemento tangible: construyó un arca en tierra seca, anunció
un diluvio antes que la humanidad conociese la lluvia como un “pregonero
de justicia” (2 Ped. 2:5). Durante ciento veinte años predicó el diluvio: “Cada
martillazo dado en la construcción del arca era un testimonio para la gente”
(ibíd). Pero a pesar de la sinceridad de su predicación, no obtuvo fruto de su
mensaje, sin embargo, no cesó hasta que las puertas del arca fueron cerradas y,
dentro de ella, se salvaron él y su familia.
Noé es una viva ilustración del proceso salvador que Dios sigue con los
mortales. Es un tipo de Cristo porque, como él, predicó el arrepentimiento y
construyó el arca, la iglesia, donde el mundo embarca para navegar con Jesús,
nuestra salvación; y como él, nosotros hemos de anunciar a nuestra generación
que los juicios de Dios y la redención final están a las puertas.
Hoy es tiempo de proclamar al mundo que hay un Dios en los cielos dis-
puesto a perdonar y rescatar a los seres humanos de su propia destrucción.
72
El arca de Noé
“Yo enviaré un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir 8
todo ser en que haya espíritu de vida debajo del cielo; marzo
todo lo que hay en la tierra morirá. Pero estableceré mi pacto
contigo, y tú entrarás en el arca, con tus hijos, tu mujer
y las mujeres de tus hijos”
(Génesis 6:17, 18).

P ierre Jansen, un rico comerciante holandés, a principios del siglo XVII,


mandó construir un modelo reducido del arca de Noé para demostrar que
las proporciones de la embarcación eran particularmente favorables para el
transporte, lo cual da verosimilitud a la construcción del navío antediluviano.
También es curioso que el término hebreo tébâh, traducido por “arca”, solo se
encuentra una vez más en el Antiguo Testamento para referirse a la barquita de
juncos en la que Moisés fue salvado de las aguas. En ambos casos, tébâh es un
medio de salvación usado por Dios providencialmente.
Noé recibió la orden de construir el arca ciento veinte años antes del dilu-
vio. Durante todo este tiempo, advirtió a sus contemporáneos con la palabra
y con la acción que la tierra iba a ser destruida por agua. Muchos años anun-
ciando un diluvio que no llegaba, tiempo de trabajo y de espera, soportando
las burlas y mofas de la gente, así como los desmentidos de los científicos que
lo tachaban de engañador y fanático. Pero se terminó la construcción del arca.
Un día, empezaron a llegar animales de los bosques, las montañas y los cielos,
que se introducían en el arca conducidos por ángeles. “Los animales obedecían
la palabra de Dios, mientras que los hombres la desobedecían” (Patriarcas y
profetas, p. 85). Noé habló por última vez a la gente. El tiempo de gracia estaba
concluyendo. Entonces, entró con su familia en el barco y Dios mismo cerró
la puerta. Siete días después llegaron las aguas. Solo ocho personas sobrevi-
vieron.
Así como la destrucción del mundo por medio del diluvio universal es un
tipo de la destrucción de la tierra por fuego en ocasión de la Segunda Venida,
así también, podemos atribuir un significado tipológico a Noé, pregonero de jus-
ticia, y a la figura del arca, donde se salvó con su familia. El antitipo de Noé
somos los que anunciamos el advenimiento de Jesús invitando al mundo a entrar
en el arca del evangelio. Miles de personas de todas las latitudes de la tierra van
respondiendo a la predicación de los tres mensajes angélicos y van entrando en la
iglesia y, cuando llegue el fin, serán salvas, como aquellos ocho que encontraron
salvación en el arca de Noé. Entonces, ¡todos reconoceremos que hay un Dios
en los cielos!
Proclama hoy esta verdad dondequiera que vayas.
73
Cómo Lucifer llegó a ser Satanás
9 “¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana!
marzo Derribado fuiste a tierra, tú que debilitabas a las naciones.
Tú que decías en tu corazón: ‘Subiré al cielo.
En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono
y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte;
sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo’ ”
(Isaías 14:12-14).

E n los orígenes, Lucifer era un ser luminoso y puro, ocupaba una de las
más elevadas posiciones del universo, la de querubín que cubría el trono
divino. Isaías, inspirado por Dios, atribuye al rey de Babilonia hechos que no
pudieron cumplirse más que en la caída de Lucifer. Existe aquí, más allá del
rey de Babilonia, una personificación de Satanás.
Es difícil entender cómo en una mente perfecta hubo lugar para el pecado.
El pecado no se puede ni explicar ni mucho menos justificar; es, en esencia,
irracional. Lo conocemos por sus efectos inconcebibles, incomprensibles, de-
sastrosos. Lo cierto es que, paulatinamente, Lucifer llegó a considerar que toda
su gloria era producto de sí mismo y no de Dios, como era el caso. Así que, si
él poseía tanta grandeza y virtudes, su siguiente paso consistió en codiciar el
homenaje que únicamente merece Dios. Y claro, no pudo soportar más cuando
Jesús fue investido con mayor gloria y poder que él. Todos los habitantes del
cielo reconocieron la supremacía de Jesucristo y le rindieron adoración. Lo
mismo hizo Lucifer, pero dentro de sí había un evidente malestar, una extraña
semilla que había germinado en su cabeza. No, ya no era el mismo. Ya no
le agradaba estar junto a su Padre y gozarse con su presencia. Ahora vivía
inconforme, molesto y lleno de envidia hacia Jesús. El Padre observaba muy
atento la actitud de su amado Lucifer y meditó muy bien cómo iba a enfrentar
la situación.
Elena de White aclara el punto: “Para convencerlo de su error, se hizo
cuanto esfuerzo podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le probó que
su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber cuál sería el resultado si
persistía en su rebeldía. […] Lucifer quedó convencido de que se hallaba en el
error. […] Defendió persistentemente su conducta, y se dedicó de lleno al gran
conflicto contra su Creador. Así fue como Lucifer, el “portador de luz”, el que
compartía la gloria de Dios, el ministro de su trono, mediante la transgresión,
se convirtió en Satanás, el “adversario” de Dios y de los seres santos” (Patriar-
cas y profetas, p. 19).
Aprende hoy a ser feliz con lo que Dios te da.

74
¿Pudo un Dios bueno
crear un mundo malo? 10
marzo
“Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable
a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto
y comió; y dio también a su marido, el cual comió al igual que ella”
(Génesis 3:6).

¿Cpartiendo del modo de razonar hebreo. La palabra “ciencia” aparece en


ómo hemos de entender el árbol de la ciencia del bien y del mal? Solo

el relato precedida por un artículo definido, lo cual significa que no se trata


de cualquier ciencia o todas las ciencias, sino de un cierto conocimiento es-
pecífico, el conocimiento del mal en oposición al bien. Para el pensamiento
hebreo, comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no significaba
alcanzar algún tipo de información intelectual acerca del mal, sino tener una
experiencia con el mal. La posibilidad de la experiencia negativa estaba pre-
sente en el paraíso, no como necesidad, sino potencialmente. Es decir, había la
posibilidad real de pecar.
Dios había creado al hombre recto (Ecl. 7:29). Este debía mediante la prue-
ba elevarse desde la inocencia (la ignorancia del mal) a la santidad (la victoria
sobre el mal). El estado de inocencia no significa estado de perfección. Para
que la humanidad pudiera un día alcanzar la perfección divina se requería que
fuese puesta a prueba, y la santidad positiva no puede alcanzarse si no es por
el ejercicio de la voluntad humana actuando libremente, aceptando plenamente
la voluntad de Dios. La inocencia sin libertad no tiene ningún valor moral. No
hay bien absoluto en una criatura más que cuando ha sabido resistir al mal. Tal
como Dios lo había creado, el hombre era bueno, sin tendencias negativas ni
inclinaciones al mal; no era perfecto pero tenía todo lo necesario para llegar a
serlo. La perfección moral es siempre el fruto de la libertad, es el resultado de
una serie de decisiones absolutamente voluntarias. El hombre estaba llamado a
colaborar en la realización de su destino moral. Era santo de manera virtual, no
de manera real. Su estado era el de la excelencia en el punto de partida, no en su
término. Cuando fue tentado, dudando de lo que el Creador le había otorgado,
ejerció libremente su inteligencia y voluntad en la elección del conocimiento
experimental del mal. Este fue su pecado.
Recuerda que no es necesario experimentar el mal. Pero si das lugar a es-
cuchar la voz de la serpiente, podrá convencerte de las supuestas ventajas de
desobedecer a Dios. Entonces, olvidarás que hay un Dios en los cielos cuyos
ojos lo examinan todo.

75
El príncipe de este mundo
11 “Ahora es el juicio de este mundo;
marzo ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”
(Juan 12:31).

L a obra más influyente de Johann Wolfgang Von Goethe es Fausto, un in-


dividuo que pacta con el diablo y le vende su alma a cambio de que le
asegure juventud, conocimiento, felicidad y toda clase de pasiones y placeres.
De este modo, el hombre se convierte en un ser dependiente y sometido a
Mefistófeles, un demonio súbdito del diablo, a quien ha dado la propiedad de
su alma. Pero en la versión de Goethe, Fausto se salva finalmente de la conde-
nación en el infierno porque no cesa nunca de tender hacia un ideal. Al igual
que otras obras literarias, este relato ilustra la historia del gran conflicto entre
el bien y el mal.
¿De verdad tiene Satanás poder para otorgar felicidad a quienes hagan
un pacto con él? ¿Es realmente el “príncipe de este mundo”? Así lo creyó él
cuando derrotó a la humanidad en el jardín del Edén. Entonces, reclamó este
planeta como suyo asegurando que los seres humanos le habían dado la sobe-
ranía del mismo. Ahora él dominaba a sus habitantes y, por lo tanto, al mundo
entero. No obstante, “cuando Adán entregó su soberanía en las manos de Sa-
tanás, Cristo continuó siendo aún el Rey legítimo. […] Satanás puede ejercer
su usurpada autoridad únicamente en la medida en que Dios lo permite” (El
Deseado de todas las gentes, p. 103). ¿Cómo se podía echar por tierra la farsa
del supuesto reinado de Lucifer? A través de Jesús quien, como un ser humano
más, iba a permanecer leal a Dios. “Así se demostraría que Satanás no había
obtenido completo dominio de la especie humana, y que su pretensión al reino
del mundo era falsa. Todos los que deseasen liberación de su poder, podrían ser
librados” (ibíd., p. 89). Después que Jesús hubo consumado su obra expiatoria
y restauradora, recuperó la soberanía de este mundo. Satanás fue destituido y,
desde entonces, lucha desesperadamente contra ese nuevo poder que obra con
paciencia por dominar en el corazón de los hombres.
Actualmente, el mundo parece entregado completamente a Satanás. Él se
levanta erguido asegurando que el planeta le pertenece. Pero no es verdad. Su
dominio no es completo y nunca lo ha sido. Hay vidas que no domina, como
la tuya y la mía. Seguramente más de una vez ha estado a punto de conquistar
nuestros corazones, pero no lo ha logrado, ya que todavía nos queda aliento
para acudir a Jesús y ser librados de su poder, para luego testificar con poder
que hay un Dios en los cielos.
Dile hoy a Jesús: “Sálvame, te pertenezco”.
76
El disfraz del diablo
“Y esto no es sorprendente, porque el mismo Satanás 12
se disfraza de ángel de luz” marzo
(2 Corintios 11:14).

D urante varios años, uno de los rasgos más significativos de la sociedad


contemporánea fue su deseo de cortar cualquier vínculo con lo sobre-
natural. De alguna manera, este elemento se trató de cubrir e incluso se llegó
a negar que fuera un elemento fundamental del sentido humano. Y si esto es
cierto con relación a la existencia y obra de Dios en el mundo, es aún más
evidente con respecto al diablo. Incluso entre los creyentes, son pocos quienes
lo consideran un personaje real y activo. Más bien, parece un ser olvidado
por nuestra civilización. En el mejor de los casos, para una gran mayoría es
un personaje de comedia, un espantajo (cuernos, cola, tridente), un referente
legendario para evocar el mal oculto, propio para asustar niños. En esto radica
uno de los mayores triunfos diabólicos: hacernos creer que no existe, lo cual
no le impide actuar, sino que facilita su obra.
Jesús enseñó que nadie puede ser neutral en este mundo: “El que no está
conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mat.
12:30). Por supuesto, Satanás tiene muchos disfraces para cumplir su principal
objetivo: alejar a los seres humanos de la salvación en Cristo y consumir así
sus vidas, negándoles la oportunidad que Jesús ganó para ellos en la cruz del
Calvario. He aquí su modo de actuar: “Cuando no se hace ningún esfuerzo
especial para resistir a su poder, cuando la indiferencia predomina en la iglesia
y en el mundo, Satanás está a su gusto, pues no corre peligro de perder a los
que tiene cautivos y a merced suya. Pero, cuando la atención de los hombres se
fija en las cosas eternas y las almas se preguntan: ‘¿Qué debo yo hacer para ser
salvo?’, él está pronto para oponer su poder al de Cristo y para contrarrestar la
influencia del Espíritu Santo” (Maranata: el Señor viene, p. 134).
Decía Baudelaire: “Es más difícil amar a Dios que creer en él, pero es más
difícil creer en el diablo que amarlo”. No es bueno negar su existencia ni ig-
norar sus tentaciones. Sí, Satanás puede disfrazarse hoy de algo muy atractivo
para alejarte del Padre celestial, al punto que un día llegues a rechazar la histo-
ria de la redención y olvides que hay un Dios en los cielos...
No olvides hoy esta gran verdad: “El maligno no puede forzar la guardia
con que Dios tiene rodeado a su pueblo” (ibíd.). ¡Vive con esta certeza en tu
corazón!

77
Un mundo encantado
13 “No andéis como los otros gentiles […] teniendo el entendimiento
marzo entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia
que en ellos hay, por la dureza de su corazón”
(Efesios 4:17, 18).

A veces, mis nietecillos me piden que les cuente el cuento de La Cenicien-


ta de Charles Perrault: el encantamiento del hada madrina convirtió una
criada en una hermosa princesa; una calabaza, en una majestuosa carroza; y
unos ratoncillos, en unos briosos caballos, pero al llegar las doce de la noche
todo volvía a su verdadera realidad. Así ocurre con muchas de las fantasías con
las que Satanás tiene encantados a los hombres en este mundo. Elena de White
dice: “Nos encontramos en el terreno encantado de Satanás” (El conflicto de
los siglos, p. 586).
Cuando Saúl Bellow recibió el Premio Nobel de Literatura en 1976, dijo
en su discurso de recepción: “Los escritores actuales estamos traicionando a la
humanidad”. El intelectual se refería a los conceptos que han generalizado los
escritores en su producción literaria y que han roto con valores tradicionales
sin aportar nada positivo y edificante. Below calificaba de “viejos monstruos
de un museo paleontológico” a los creadores de las doctrinas filosóficas que
tanto han influido en la literatura contemporánea: Nietzsche, Marx, Freud,
Baudelaire. Algunos contenidos de la narrativa contemporánea, del teatro, del
cine, de la poesía actual, entre otras influencias, revelan que el príncipe de este
mundo está nutriendo nuestra mente y nuestro espíritu de fantasías, fábulas,
señuelos, vicios y costumbres que nos encantan y hechizan. Dichas influencias
alejan paulatinamente el alma de la oración y del deseo de estar con Jesús. De
pronto, como en el Edén, la presencia de Dios ya no resulta tan atractiva para
los seres humanos. Solo la Palabra de Dios puede romper ese hechizo y volver
las cosas de este mundo a su verdadera realidad.
Este mundo es como un castillo encantado. El ser humano es como un gal-
go corriendo en un canódromo, afanándose por alcanzar el señuelo, la liebre,
pero esta es simplemente de trapo y, además, nunca la alcanza. Este mundo es
también como un gran espectáculo de fuegos artificiales, el cielo se ilumina,
no se ven las estrellas pero todo se acaba y lo que queda es humo y un fuerte
olor a pólvora. Así es “el terreno encantado de Satanás”, un sitio donde la falsa
felicidad y la alegría son efímeras, y donde todo aquel que se fascina con sus
sortilegios consumirá sus mejores años, desaprovechará sus oportunidades de
salvación y no percibirá que hay un Dios en los cielos.
Que Dios te ayude a librarte de las malas influencias que acechan tu vida.
78
¿De quién es la culpa?
“Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. 14
Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: ‘Rabí, ¿quién pecó, marzo
este o sus padres, para que haya nacido ciego?’
Respondió Jesús: ‘No es que pecó este, ni sus padres,
sino para que las obras de Dios se manifiesten en él’ ”
(Juan 9:1-3).

D e acuerdo con el pensamiento judío prevalente, el sufrimiento era conse-


cuencia inexorable de los pecados del individuo o de sus ascendientes.
Como aquel hombre había nacido ciego, la culpa de su ceguera solo podía
corresponder a sus padres, lo cual cuestionaba la justicia divina. Jesús desató
aquel “nudo gordiano” respondiendo: “No es que pecó este, ni sus padres, sino
para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Así traspuso el problema a
una cuestión mucho más complicada: Dios y el mal. En realidad se trataba de
la gran pregunta: ¿De quién es la culpa? ¿Es Dios responsable de que exista el
mal en el mundo con todas sus dolorosas consecuencias?
El sufrimiento individual depende mucho más del pecado colectivo de la
humanidad que del pecado privado del individuo; Jesús señaló que, así como el
mal tiene su propia obra que opera en la tierra, así también Dios tiene la suya,
consistente en convertir el mal en la materia prima del bien. El sufrimiento
interpela a Dios y nos interpela personalmente ordenándonos realizar con los
que sufren una misión divina, “las obras de Dios”, socorriéndoles material y
espiritualmente. La continuación del relato muestra que eso es lo que Jesús
hizo con aquel ciego, no solo le dio la vista, además lo iluminó moralmente y
le ofreció la salvación.
A la pregunta “¿De quién es la culpa?”, la Biblia responde que Dios no es
responsable. Todo en la Creación “era bueno en gran manera”. Dios sembró
buena simiente en su campo. El mal vino de fuera, ya que Satanás introdujo el
pecado en el mundo. Él es el enemigo que sembró la cizaña. Entonces, Dios
se solidarizó con el sufrimiento humano y le ofreció un remedio contra el mal.
Ahora bien, el hombre había sido advertido sobre la presencia de un enemigo
en el huerto del Edén. No obstante, el hombre entregó su confianza en el diablo
haciendo un mal uso de su libre albedrío. Escogió la desobediencia y, como
resultado, provocó el mal. El pecado de Adán fue transmitido como tendencia
a todos sus descendientes. Así fue como Satanás se convirtió en el “príncipe
de este mundo”.
Satanás es el responsable del pecado. Pero el Señor ha prometido erradicar
lo uno y lo otro. ¡Pronto el mundo sabrá que hay un Dios en los cielos!

79
¿Se puede hablar con los muertos?
15 “La mujer dijo: ‘¿A quién te haré venir?’
marzo ‘Hazme venir a Samuel’, respondió él”
(1 Samuel 28:11).

A ntes de ser adventista, mi madre anduvo interesada en el espiritismo. Yo


era un muchacho y aún no había comenzado a estudiar la Palabra de Dios.
Recuerdo las visitas a casa de aquella extraña señora, llamada Nieves, de unos
sesenta años, y de quien mi madre nos decía era curandera. Aunque yo nunca
estuve presente, aquellas reuniones me turbaban, produciéndome algo más que
curiosidad, una especie de desasosiego, inquietud o incluso temor.
Pocos años después, cuando ya estábamos frecuentando la Iglesia Adven-
tista, mi madre me contó que, en aquellas reuniones, la señora Nieves supues-
tamente hacía venir el espíritu de los familiares fallecidos para que los pre-
sentes pudiesen hablar con ellos y preguntarles cosas del pasado, presente y
futuro. Ella me aseguró que, en efecto, se oían voces y ruidos. ¿Qué voces?
¿Quién respondía a las preguntas que les hacían? ¿Cómo debemos interpretar
el episodio de Saúl y la pitonisa de Endor?
Elena de White nos advierte sobre la comunicación con los muertos: “Sa-
tanás puede evocar ante los hombres la apariencia de sus amigos fallecidos. La
imitación es perfecta; los rasgos familiares, las palabras y el tono son reproduci-
dos con una exactitud maravillosa. […] Debemos estar listos para resistirles con
la verdad bíblica de que los muertos no saben nada y de que los que aparecen
como tales son espíritus de demonios” (El conflicto de los siglos, pp. 504, 547).
Pero no siempre en esas apariciones engañosas los espíritus dicen mentiras. En
el caso de Saúl a la pitonisa de Endor, el demonio habló como si fuera el difunto
profeta Samuel anunciándole la tragedia de lo que iba a ocurrir. “Al predecir la
perdición de Saúl por medio de la pitonisa de Endor, Satanás quería entrampar al
pueblo de Israel. Esperaba que llegase a tener confianza en la pitonisa y se viera
inducido a consultarla. Así se apartaría de Dios como su consejero, y se colocaría
bajo la dirección de Satanás. […] El mensaje del demonio para Saúl, a pesar de que
denunciaba el pecado, no tenía por objeto reformarlo, sino incitarle a la desespera-
ción y a la ruina” (Patriarcas y profetas, pp. 675, 676).
El profeta Isaías nos interpela: “Si os dicen: “Preguntad a los encantadores
y a los adivinos, que susurran hablando”, responded: “¿No consultará el pueblo
a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?” ¡A la ley y al testimonio!
Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8:19, 20).
Recuerda que Dios espera que lo busques a él. No hay nada que buscar en
el mundo de las tinieblas.
80
¿Existe la posesión demoniaca?
“Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, 16
vinieron a su encuentro dos endemoniados marzo
que salían de los sepulcros, feroces en gran manera,
tanto que nadie podía pasar por aquel camino”
(Mateo 8:28).

F rancisco Luis era un joven de unos veinte años que estaba iniciándose en
el conocimiento de la Palabra de Dios. El pastor Luis Bueno le impartía
estudios bíblicos en su casa, junto a su madre y su hermana. Un día, el joven se
presentó con lesiones y quemaduras en la cara y la madre le contó al pastor que
su hijo tenía una enfermedad extraña: a veces sufría convulsiones que le arro-
jaban contra la pared, le tiraban de la cama contra el suelo, o, como en aquella
ocasión, le lanzaban contra la estufa de la casa. El pastor le preguntó si habían
visitado a un médico y la madre le respondió que sí y le mostró las medici-
nas que estaba tomando. El pastor quedó perplejo. Era verdad que en aquella
ocasión había observado en Francisco Luis una mirada triste. Apenas hablaba
durante los estudios bíblicos. El pastor oró por él y su familia, y comenzó a es-
tudiar su caso, sus reacciones, sus gestos y a analizar sus muy escasas palabras.
Recuerdo el día que conocí a Francisco Luis. Había venido a la iglesia a
una conferencia bíblica, y yo estaba allí, en los comienzos de mi frecuentación
de la iglesia. Al terminar la reunión, después que se fueron la mayor parte de
los asistentes, Francisco Luis sufrió una de aquellas extrañas convulsiones.
Fue horrible. Con el rostro desencajado, los ojos muy abiertos, los brazos por
delante como protegiéndose de algo o de alguien, daba saltos de seis hileras
de sillas en la sala de reuniones, mientras mantenía un diálogo feroz con el
demonio al que increpaba: “¡Vete Satanás! ¡Déjame! ¡No me atormentes!” Los
hermanos de la iglesia querían sujetarlo, ¡pero cuatro o cinco hombres no po-
dían con él! Todos estábamos orando muy asustados y, pasados unos terribles
minutos, se calmó. El pastor lo estuvo visitando durante meses. Los miembros
de iglesia y su familia hicimos de su caso un permanente motivo de oración y,
pasado un tiempo, Francisco Luis fue liberado por el Señor y recuperó un porte
sereno y confiado. Ahora nos miraba a la cara como con gratitud y sonriente.
Posteriormente, se bautizó y llevó una vida normal hasta su fallecimiento. Du-
rante años yo fui uno de sus amigos de la iglesia.
Sí, la posesión existe. Doy fe de ello. Pero el poder del evangelio es más
fuerte que el demonio. El mal no prevalece porque hay un Dios en los cielos.

81
Las asechanzas del diablo
17 “Vestíos de toda la armadura de Dios,
marzo para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”
(Efesios 6:11).

“Lconfundirnos y arrastrarnos al error. Este concepto aparece solamente dos


as asechanzas del diablo” son los procedimientos engañosos que usa para

veces en el Nuevo Testamento, las dos en la Epístola a los Efesios (4: 4; 6:11).
Elena de White dedica todo un capítulo en El conflicto de los siglos a desenmas-
carar los errores, seducciones y estratagemas del diablo en el tiempo del fin, poco
antes de los grandes engaños que precederán a la segunda venida de Jesús.
Y ¿cuáles son esas estratagemas?
1. “Bien sabe Satanás que todos aquellos a quienes pueda inducir a descuidar
la oración y el estudio de las Escrituras serán vencidos por sus ataques” (p.
510).
2. “Siempre ha habido una categoría de personas que […] hacen consistir su
religión en buscar alguna falta en el carácter de aquellos con quienes no
están de acuerdo, o algún error en su credo. Son los mejores agentes de
Satanás” (p. 510).
3. “La teoría según la cual nada importa lo que los hombres creen, es uno de
los engaños que más éxito da a Satanás” (p. 510).
4. “Parte de su plan consiste en introducir en la iglesia elementos no
regenerados y faltos de sinceridad que fomenten la duda y la incredulidad”
(p. 511).
5. “Son muchos los que dan por hechos científicos lo que no pasa de ser meras
teorías y elucubraciones, y piensan que la Palabra de Dios debe ser probada
por las enseñanzas de ‘la falsamente llamada ciencia’ ” (p. 513).
6. “Una de las seducciones magistrales de Satanás consiste en mantener a los
espíritus de los hombres investigando y haciendo conjeturas sobre las cosas
que Dios no ha dado a conocer y que no quiere que entendamos” (p. 513).
7. “Otro error peligroso es el de la doctrina que niega la divinidad de Cristo, y
asevera que él no existió antes de su venida a este mundo” (p. 515).
8. “Otro error sutil y perjudicial que se está difundiendo rápidamente, consiste
en creer que Satanás no es un ser personal” (p. 515).
9. “Nada desea él tanto como destruir la confianza en Dios y en su Palabra” (p.
516).
Guarda hoy esta gran verdad en tu corazón: “Satanás sabe muy bien que el
alma más débil pero que permanece en Jesús puede más que todas las huestes
de las tinieblas” (p. 520).
82
El proceso de la tentación
“Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, 18
porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie; marzo
sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído
y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz
el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”
(Santiago 1:13-15).

E n este importante pasaje sobre la tentación, Santiago no implica en ese pro-


ceso al tentador, a saber, al diablo. La tentación parece producirse en el in-
terior del espíritu humano como resultado de las pasiones de nuestra naturaleza
caída que seducen la conciencia y la voluntad del individuo reclamando ser
satisfechas y, una vez consumadas, generan el pecado. Es verdad que “la carne
de pecado” ejerce en nosotros una evidente propensión a pecar, que la semilla
del mal está sembrada en nuestras vidas por herencia o educación, que el me-
dio que nos rodea está contaminado y representa una incitación al pecado, que
la caída en el Edén debilitó considerablemente nuestro libre albedrío, y que Sa-
tanás, con toda su sabiduría, es capaz de intuir o conocer nuestras debilidades,
pero no tiene poder para acceder a nuestros pensamientos. ¿Cuál es entonces la
función del diablo en la tentación? La experiencia de Jesús en los cuarenta días
que permaneció en el desierto nos ilustra el proceso de la tentación.
Nuestro Salvador tomó la humanidad con todo su pasivo. Fue tentado en
todo, como nosotros, pero sin dar lugar al pecado. Jesús no fue al desierto
buscando la tentación, más bien, el Espíritu Santo le impelió a ir. Tampoco
nosotros debemos invitar a la tentación frecuentando lugares, oyendo o viendo
escenas donde sufriremos la provocación del pecado. Jesús demostró que Sa-
tanás no ejerce un dominio absoluto sobre el hombre, no estamos fatalmente
condenados a caer, podemos prever la tentación y resistir. Satanás sometió a
Cristo a las tentaciones de los apetitos sensuales, el amor al mundo con todos
sus atractivos y la del amor a la vanidad y el orgullo, las mismas pruebas a las
que frecuentemente nos somete a nosotros.
Aunque no puede condicionar nuestra capacidad decisoria, conoce nues-
tras flaquezas y ataca los puntos débiles de nuestro carácter. Siempre que nos
encontremos desanimados, perplejos por las circunstancias o afligidos por las
necesidades materiales, Satanás estará dispuesto a aprovechar nuestra impo-
tencia para seducirnos y engañarnos. Él crea las circunstancias que nos indu-
cen a pecar y no está ausente en el proceso de la tentación. Por eso hemos de
protegernos como Cristo lo hizo: asistidos por el Espíritu Santo.
¡Hay un Dios en los cielos para vencer la tentación!

83
Milagros mentirosos
19 “Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas,
marzo y harán grandes señales y prodigios, de tal manera
que engañarán, si es posible, aun a los escogidos”
(Mateo 24:24).

U na noche me senté a ver un programa religioso de televisión. El ministro


abrió la Biblia e hizo un brevísimo comentario de un texto, llamó luego
a todas las personas que querían ser curadas de alguna dolencia. Les habló del
don de sanidades que Dios había otorgado a la iglesia como una prueba de
autenticidad. Entonces, les invitó a tener fe en Cristo y, en medio de gritos y
aleluyas de los feligreses, les hizo pasar al frente. En ese momento hizo una
oración pidiendo la sanación de todos y, uno por uno, con su mano alzada, les
iba tocando en la cabeza pronunciando la expresión “¡Sé sano!” De inmediato,
la persona caía al suelo de manera estremecedora. Poco después, se levantaban
y daban testimonio de no sentir ya los efectos de su enfermedad. ¿Qué era todo
aquello? ¿Por qué usaba procedimientos semejantes a los de los médiums?
Las advertencias de Elena de White a este respecto son reveladoras:
• “El error será presentado de un modo agradable y halagüeño. Falsas
teorías, revestidas de luz, serán presentadas al pueblo de Dios. […] Se
ejercerán influencias extremadamente seductoras e hipnotizarán las
mentes” (Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 308).
• “Por medio del espiritismo han de cumplirse milagros, los enfermos
sanarán, y se realizarán muchos prodigios innegables” (El conflicto de
los siglos, p. 575).
• “Surgirán entes que se darán por el mismo Cristo y […] harán curaciones
milagrosas” (ibíd., p. 608).
• “Pues bien, el gran engañador simulará que Cristo habrá venido. En
varias partes de la tierra, Satanás se manifestará a los hombres como
ser majestuoso, de un brillo deslumbrador, parecido a la descripción
que del Hijo de Dios da San Juan en el Apocalipsis (Apoc. 1:13-15). La
gloria que le rodee superará cuanto hayan visto los ojos de los mortales”
(ibíd.).
La religión espectacular es un ardid de Satanás. No podemos fundar nues-
tra fe en Dios en los milagros aparentes ni en manifestaciones carismáticas
portentosas. Las intervenciones del Señor en nuestro favor no fueron resultado
de sortilegios. Si no estamos preparados para distinguir entre la verdad y el
error podremos ser víctimas de las seducciones del padre de mentira.
Que Dios te ayude hoy a mantenerte de parte de la verdad cristiana.
84
¿Tuvo Lucifer oportunidad
de arrepentirse? 20
marzo
“Entonces hubo una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles
luchaban contra el dragón. Luchaban el dragón y sus ángeles,
pero no prevalecieron ni se halló ya lugar para ellos en el cielo”
(Apocalipsis 12:7, 8).

C on esta sugestiva imagen explica el Apocalipsis el inicio del gran conflicto


entre Cristo y Satanás en el cielo. En un principio, Satanás no revistió la
figura de un ser demoniaco, sino la de un ser celestial que integraba la corte del
Señor y podía dialogar familiarmente con él. ¿Pudo Lucifer convertido en Sata-
nás, el adversario, hacer marcha atrás y arrepentirse? Elena de White aclara: “En
su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Este no fue expul-
sado inmediatamente de su elevado puesto, cuando se dejó arrastrar por primera
vez por el espíritu de descontento, ni tampoco cuando empezó a presentar sus
falsos asertos a los ángeles leales. Fue retenido aún por mucho tiempo en el cielo.
Varias y repetidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se
sometiese. […] De haberlo hecho así se habría salvado a sí mismo y a muchos
ángeles. En ese entonces no había negado aún toda obediencia a Dios. […] Pero
el orgullo le impidió someterse” (El conflicto de los siglos, p. 486).
Satanás siguió acusando a Dios de injusto delante de los seres celestiales. La
controversia en el cielo llegó al punto sin retorno, el ángel rebelde había agotado
sus posibilidades de arrepentimiento y, finalmente, fue echado del cielo. El plan
de la redención iba a comenzar en otro escenario: la tierra. Aquí, Cristo y Satanás
continuarían el conflicto teniendo como objeto de su obra a la criatura humana.
Jesús vendría a nuestro mundo para redimir al hombre y rescatarlo del dominio
de Satanás. Pero en este escenario, había además otro motivo en juego: vindicar
el carácter de Dios ante el universo, puesto en duda por Lucifer.
“El carácter del gran engañador se mostró tal cual era en la lucha entre
Cristo y Satanás, durante el ministerio terrenal del Salvador. Nada habría po-
dido desarraigar tan completamente las simpatías que los ángeles celestiales y
todo el universo leal pudieran sentir hacia Satanás, como su guerra cruel contra
el Redentor del mundo. […] Acabada su humillación, cumplido su sacrificio
[…] entonces fue cuando la culpabilidad de Satanás se destacó en toda su des-
nudez. Había dado a conocer su verdadero carácter de mentiroso y asesino”
(ibíd., p. 491).
La cruz mató temporalmente al Hijo del hombre, pero aplastó definitiva-
mente a Satanás. En ella “el príncipe de este mundo fue echado fuera”, selló su
perdición eterna. Acepta esta verdad en tu vida hoy.
85
El lago de fuego y azufre
21 “Y el diablo que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego
marzo y azufre, donde está la bestia y el falso profeta;
y serán atormentados día y noche para siempre jamás”
(Apocalipsis 20:10).

A unque a veces nos parecen hiperbólicas esta y otras descripciones coloris-


tas que los textos de estilo apocalíptico nos presentan del final del diablo,
sus ángeles y de los réprobos en general, la enseñanza que ofrecen, corrobora-
da por toda la escatología bíblica, es extremadamente esperanzadora para los
justos y contundente para los impenitentes: Lucifer, el arcángel convertido en
Satanás por su alzamiento contra la autoridad de Dios, todo el mal que acarreó
su rebelión en el cielo y en la tierra, el pecado con sus tintes tenebrosos, la
muerte, el sepulcro, el sufrimiento, la violencia, la mentira, todo tendrá un
final, morirán de una muerte eterna. La gran controversia se habrá terminado
con la victoria del bien. El universo celestial quedará definitivamente purifica-
do, redimido de las consecuencias del mal cósmico y así entraremos en la paz
y en la dicha eternas.
El apóstol Pablo introduce esta enseñanza fundamental en el contexto de
la realidad de la resurrección, estableciendo el proceso que seguirá la historia
final de la salvación: “Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por
un hombre la resurrección de los muertos. […] Pero cada uno en su debido
orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego
el fin, cuando entregue el Reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo
dominio, toda autoridad y todo poder. Preciso es que él reine hasta que haya
puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. […] para que Dios sea todo
en todos” (1 Cor. 15:21, 23-25, 28). Es curioso observar que, al referirse a los
poderes que Cristo suprimirá cuando llegue el fin, Pablo emplea los mismos
términos que cuando dice en Efesios: “Porque no tenemos lucha contra sangre
y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de
las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regio-
nes celestes” (6:12). Por consiguiente, la existencia y poder de Satanás están
limitados en el tiempo y en el espacio.
El lago de fuego y azufre representa la desaparición definitiva del pecado.
Este será el destino final del príncipe de este mundo. Nunca más se levantará
para confundir o destruir la vida de los demás. Ese día, quedará más que evi-
dente que hay un Dios en los cielos…
Recuerda hoy que el mal no prevalecerá. Pronto viviremos en un mundo
mejor.
86
Dios proveerá el cordero
“Después dijo Isaac a Abraham, su padre: ‘Padre mío’. 22
Él respondió: ‘Aquí estoy, hijo mío’. Isaac le dijo: marzo
‘Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero
para el holocausto?’ Abraham respondió: ‘Dios proveerá
el cordero para el holocausto, hijo mío’. E iban juntos”
(Génesis 22:7, 8).

M uy extraña, aunque precisa, había sido la orden del Señor con respecto
al sacrificio: “Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a
tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto” (Gén. 22:2). Jamás Dios había
pedido sacrificios humanos, pero aquí, ¡el cordero del holocausto era Isaac!
¿Cómo le anunciaría que la víctima era él mismo? El chico era fuerte y podía
oponerse a la atribulada autoridad del padre. Cada paso que daban les alejaba
de Beerseba, adonde volvería solo con los criados. Los pasos cansinos del
patriarca vacilaban, las manos le temblaban y su espíritu se agitaba mientras
caminaban, e iba orando, tal vez con sollozos y gritos por dentro.
En medio de aquella angustia, su confianza en Dios nunca le abandonó.
Una fe poderosa le hacía creer que, después de muerto, Dios podía resucitar
a Isaac y devolvérselo. La visión profética del sacrificio de Jesús en una cruz
también le animó; él, un pobre mortal, iba a emular el don precioso, infinito,
del Hijo de Dios para redimir a la humanidad.
Cuando llegaron cerca del lugar del sacrificio e Isaac preguntó a su padre dón-
de estaba el cordero para el holocausto, la respuesta de Abraham fue mesiánica,
porque reveló el plan de Dios para la salvación del hombre: “Dios proveerá el
cordero para el holocausto, hijo mío”. Y así fue. Cuando el joven sumiso ya estaba
en el altar y Abraham había levantado la temblorosa mano con el cuchillo, una
voz le detuvo y un carnero enredado en un zarzal fue la confirmación del cielo a
la palabra del patriarca. Por eso Abraham llamó aquel lugar “Jehová proveerá”.
Aquellas palabras de Moriah volvieron a ser confirmadas cuando Jesús
dijo: “Abraham se gozó de que había de ver mi día” (Juan 8:56). También
cuando Juan Bautista presentó a Jesús: “Este es el cordero de Dios” (Juan 1:
29). Finalmente, en el Gólgota, cerca del monte Moriah, cuando el Salvador
murió en la cruz, un cordero a punto de ser ofrecido por el sacerdote en el tem-
plo huyó de sus manos librándose de la muerte gracias al Cordero provisto por
Dios para morir en lugar del hombre.
Nunca olvides que Dios ha provisto lo necesario para que tú también seas
salvo. No es imposible. Lo más difícil lo ha hecho él. Acepta hoy al Cordero
de Dios.

87
Puerta del cielo
23 “Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra,
marzo y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían
y descendían por ella. […] Entonces tuvo miedo y exclamó:
‘¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios
y puerta del cielo’ ”
(Génesis 28:12, 17).

M e imagino la impresión que causó a Jacob aquel sueño en su huida de la


casa paterna, perseguido por la ira de su hermano Esaú, a quien había
suplantado. Cuando nos encontramos en un trance de inseguridad, huyendo
de nuestros propios errores, del rigor de circunstancias adversas o de la ira de
quienes nos quieren mal; cuando no hay luz en el horizonte de nuestra vida, no
sabemos lo que nos aguarda al final del tempestuoso viaje, ni conocemos cuál
es la voluntad de Dios, entonces, ¡qué tranquilizador es tener un sueño, una
revelación de la providencia divina! Esto es lo que le ocurrió a Jacob. Él, que
se sentía desdichado, abandonado, profundamente apenado de haber engañado
a su anciano padre, vio una escalera que unía el cielo donde está Dios santo,
misericordioso y todopoderoso con la miserable tierra donde estaba él, acosa-
do por el temor, la incertidumbre y la culpabilidad.
Jacob llamó el nombre del lugar Bet-el, “casa de Dios”, y añadió un sinónimo
“puerta del cielo”. La imagen de una escalera que sube de la tierra al cielo pare-
cería ser una figura contextual simbolizada por los zigurats, torres piramidales
escalonadas que tenían un santuario en la cúspide. Desde Filón, filósofo judío de
Alejandría, la escalera de Jacob es la imagen de la providencia que Dios ejerce
sobre la tierra, por el ministerio de los ángeles. Autores cristianos han visto tam-
bién en ella una prefiguración de la encarnación de Jesús, como un puente entre
el cielo y la tierra. Ambas interpretaciones son correctas.
Jacob comprendió la grandeza de aquella revelación y sacralizó el lugar
erigiendo una piedra como estela que ungió con aceite para materializar la
realidad de la presencia divina, y sí, tuvo miedo porque en aquel paraje, con-
vertido en puerta del cielo, había visto la morada de Dios en el cielo yuxtapo-
niéndose con su morada también en la tierra, Bet-el.
Así es la providencia divina, magnífica, excelsa, grandiosa, aunque no
siempre nos percatemos de ello. Es la representación del cielo y la tierra uni-
dos, es la gloria de Dios y sus ángeles junto a nosotros, asustados, impotentes,
suplicantes.
Es él quien nos asegura su auxilio en las calamidades de la vida para recor-
darnos que hay un Dios en los cielos.

88
Entre la inseguridad y la esperanza
“Los mensajeros regresaron a Jacob, y le dijeron: 24
‘Fuimos a ver a tu hermano Esaú; él también viene a recibirte, marzo
y cuatrocientos hombres vienen con él’.
Jacob tuvo entonces gran temor y se angustió”
(Génesis 32:6, 7).

J acob había tenido veinte años para reconocer que las promesas de Dios no
habían sido palabras vacías. Cuando salió de Canaán no llevaba en su mano
más que un bastón; hoy, al volver a la orilla de ese mismo Jordán, estaba ro-
deado de una familia numerosa y de abundante ganado. Jacob había empren-
dido aquel largo viaje por orden de Dios, pero cuando se encontraba a pocas
jornadas del final del viaje, un recuerdo renació vivamente en su conciencia: el
engaño que había privado a su hermano del derecho a la primogenitura. Jacob
se sintió entonces sumido en un angustioso conflicto interno en el que las pro-
mesas de Dios y el temor a la venganza de Esaú, la inseguridad y la esperanza,
estaban frente a frente. Entonces, tomó cuatro iniciativas con objeto de prepa-
rar el encuentro con su violento hermano; en esto, manifestó todavía la astucia
que le había caracterizado hasta ese momento.
En primer lugar, envió a su hermano un mensaje lleno de sumisión (Gén.
32:3-5), pero los mensajeros volvieron con la noticia de que Esaú venía a su
encuentro con cuatrocientos hombres, lo que le produjo mucho temor y angustia.
¿Terminaría aquel viaje en una brutal masacre por su culpa? Entonces, tomó la
segunda iniciativa: dividió el ganado y sus siervos en dos cuadrillas (32:6-8).
Si su hermano atacaba a una de ellas, la otra podría tener tiempo para huir y
salvarse. Pero estas medidas dictadas por su prudencia serían inútiles si Dios no
intervenía, por esta razón tomó una tercera iniciativa: recurrió a la oración (32:9-
12), la oración convencional, tratando de implicar a Dios en su difícil situación.
A la mañana siguiente, Jacob tomó una cuarta iniciativa: envió a su herma-
no un rico presente de lo mejor de sus ganados, tres manadas separadas una
de otra (32:13-21). Y es curioso, porque en su reflexión personal, atormentado
por su pecado, usó la frase “apaciguaré su ira” (vers. 20), expresión técnica
de los sacrificios para designar la expiación. ¿Podía aquel presente expiar su
pecado? ¿Era Esaú quien podía devolverle la paz del perdón? No, Jacob sabía
que solamente Dios podía expiar su pecado por medio de la confesión y el
arrepentimiento sinceros, por ello volvió a orar a su Dios.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando los malos recuerdos emergen a
la conciencia y vuelven a influir en las decisiones presentes. Nada te apartará
de él.

89
Cara a cara con Dios
25 “Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo:
marzo ‘Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma’ ”
(Génesis 32:30).

A quella noche Jacob quiso quedarse solo hecho un hervidero de zozobra,


“solo e indefenso, se inclinó a tierra profundamente acongojado. […] Con
vehementes exclamaciones y lágrimas oró delante de Dios” (Patriarcas y pro-
fetas, p. 175). No obstante, en lugar de encontrar la paz que buscaba, se en-
contró con un adversario con quien luchó hasta el alba. Esta lucha misteriosa,
“la oración combate”, es un segundo nivel de la oración. Hubo una aparición
real y una lucha corporal con efectos físicos (vers. 31). Sin embargo, una lucha
únicamente corporal no hubiera llevado a Jacob a la renovación moral que tuvo
a continuación. Se trató de una crisis moral acompañada de una lucha corporal.
¿Quién era ese adversario? Jacob no lo reconoció. Todo lo que percibió
fue que no se trataba de un enemigo ordinario. Era Cristo mismo. ¿Quién es el
adversario que se opone a nosotros en nuestra oración agónica? El adversario
es, en primer lugar, nuestra indigna vida de pecado: “Mientras así luchaba por
su vida, el sentimiento de su culpa pesaba sobre su alma; sus pecados surgieron
ante él, para alejarlo de Dios” (ibíd.). El adversario son también las inoperantes
promesas de Dios, fruto de una religión teórica, que se muestran inoperantes
cuando la crisis llega. El adversario es finalmente nuestra concepción insufi-
ciente de Cristo, de su perfecta identificación con nuestros sufrimientos.
Cuando las primeras luces de la mañana se anunciaban, el desconocido le
dio un golpe violento que le descoyuntó la cadera. Perdida toda fuerza física,
Jacob se aferró con sus brazos al cuello de su rival. Y así alcanzó el tercer nivel
de la oración: el abandono total, la fe total, un acto de la gracia de Dios que
nos da la paz del perdón y la salvación. “¡Déjame que raya el alba!”, le dice
el desconocido y Jacob contesta con la osadía del supremo heroísmo de la fe:
“No te dejaré si no me bendices” (Génesis 32:26). “Este pecador y extraviado
mortal prevaleció ante la Majestad del cielo” (ibíd.).
La bendición consistió en recibir un nombre nuevo, es decir, una nueva
identidad. Jacob, que significa “suplantador”, fue cambiado por Israel, que
significa “príncipe de Dios”. El sol ya había salido y Jacob llamó aquel lugar
Peniel. Ese encuentro cambió su vida. Ahora estaba convencido de que había
un Dios en los cielos… y él era parte de sus proyectos.
¿Has tenido un encuentro semejante con Jesús? ¿Estás dispuesto a experi-
mentarlo?

90
El llanto de José
“Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. 26
Ahora, pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, marzo
porque para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros”
(Génesis 45:4, 5).

D e todas las historias narradas por la Biblia que ilustran la realidad de la


providencia divina interviniendo en nuestras vidas, la historia de José y
sus hermanos es una de las más impresionantes y conmovedoras. José, el hijo
favorito de Jacob, el joven sensible, emotivo y amante de la compañía de su
padre, pero posiblemente también el chico vanidoso, imprudente y engreído.
En su singular historia, al menos ocho veces dice el texto bíblico explícitamen-
te que lloró, otras se intuyen implícitamente: clamó entre sollozos cuando sus
hermanos, sin escuchar sus súplicas, lo echaron en aquella cisterna vacía para
que muriera de hambre y sed. También lloró amargamente cuando caminaba
atado de manos en aquella caravana de ismaelitas que le llevaba a Egipto y
pasó cerca de las colinas donde se hallaban las tiendas de su padre. Sin duda,
lloró cuando fue echado en la cárcel por no ceder a la seducción de la apasio-
nada esposa de Potifar. Se desgarró por dentro y lloró cuando, siendo ya pri-
mer ministro en Egipto, le presentaron a Benjamín, su hermano menor. Lloró
a gritos cuando se reveló a sus hermanos y atribuyó a la providencia divina
su llegada a Egipto. Lloró con gran emoción cuando pudo abrazar a su padre
después de tantos años de no verlo. Asimismo, lloró cuando sus hermanos,
temiendo represalias, le pedían perdón.
De los llantos de José podemos aprender muchas cosas: que aunque sus
sueños premonitorios llegaron a cumplirse literalmente, fueron, en gran medida
–misteriosa pedagogía del Cielo– la causa de sus llantos; que “su terrible calami-
dad le transformó de un niño mimado en un hombre reflexivo, valiente y sereno”
(Patriarcas y profetas, p. 192); que ante las circunstancias adversas, hay un Dios
en los cielos que cambia los escenarios; que esa soberana Providencia actúa a
través de las acciones humanas buenas y malas; que la resolución tomada por
José de ser fiel en todo y en toda circunstancia, le dio fuerza, valor y confianza
en Dios; que siempre atribuyó José el desarrollo de su experiencia, adversa o
próspera, a Dios, y que una vida sencilla y pura había favorecido el desarrollo
vigoroso de sus facultades tanto físicas como intelectuales.
No tengas miedo de llorar. Sí, llora como buen creyente, “no como los que
no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13), porque es parte de la experiencia cristiana.
Tal vez ese sea un camino necesario para cumplir tus sueños.

91
La amistad con Dios
27 “Vuelve ahora en amistad con Dios y tendrás paz;
marzo y la prosperidad vendrá a ti. […] Si te vuelves al Omnipotente,
serás edificado y alejarás de tu morada la aflicción”
(Job 22:21, 23).

E lifaz, uno de los amigos del patriarca Job que fueron a consolarle, hizo aquí
una declaración ambivalente acerca de la amistad con Dios. Sus palabras son
verdad para aquellos que, habiendo roto su relación con Dios y perdido su amistad,
vuelven a él y reanudan los vínculos que tuvieron con el Omnipotente. Pero Job
nunca rompió la relación con su Padre celestial, nunca perdió la confianza en él,
tampoco dejó de ser amigo de Dios, aunque las desventuras pareciesen indicar
que estaba abandonado de su mano. En medio de la prueba, el patriarca sabía que
podía seguir contando con Dios y le fue siempre fiel hasta su restitución. Por eso
las palabras de Elifaz no le incumbían, pero tal vez sí a nosotros.
¿Tienes algún amigo íntimo? ¿Has experimentado los vínculos de la verda-
dera amistad? Hay amigos más unidos que un hermano, el amigo de verdad es
como un hermano en tiempo de angustia. La amistad auténtica es una relación
voluntaria, profunda, desinteresada, responsable, que, como el matrimonio au-
téntico, tampoco se rompe nunca.
Benito es un amigo de la infancia que, después de más de sesenta años y aun-
que nuestras vidas han discurrido por caminos diferentes, seguimos unidos in-
cluso en la fe, nos relacionamos epistolarmente, nos ayudamos económicamen-
te, nos interesamos y cooperamos en nuestras ocupaciones, nos preocupamos de
nuestra salud y, cuando hemos vivido momentos difíciles, nos hemos aconsejado
con sinceridad y ofrecido cobijo en nuestros hogares. Así son los “amigos del
alma” (Deut. 13:6) o amigos íntimos.
Así es la amistad con Dios. Es un vínculo especial de intimidad que nos conce-
de a los que nos hemos reconciliado con él. Abraham fue “el amigo de Dios para
siempre” (2 Crón. 20:7). Jesús repitió dos veces a sus discípulos: “Vosotros sois
mis amigos” (Juan 15:14). Lázaro, Marta y María eran sus amigos íntimos; Pedro,
Santiago y Juan fueron sus discípulos especiales; incluso a Judas le llamó amigo.
Como amigos del Salvador, él nos defiende y protege del diablo, nos rodea con
sus brazos cariñosamente, se interesa por nuestros problemas y aflicciones, nos
acompaña en las experiencias buenas y malas de la vida, nos aconseja, nos repren-
de con amor, llora con y por nosotros, da su vida por nosotros (Juan 15:13). No lo
olvidemos, Dios es “nuestro mejor amigo” (El camino a Cristo, p. 103).
Abre tu corazón a Jesús hoy como a un amigo. La experiencia será inolvi-
dable.
92
El gran Yo Soy
“Respondió Dios a Moisés: ‘Yo soy el que soy’. Y añadió: 28
‘Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros’ ” marzo
(Éxodo 3:14).

E n el antiguo Egipto el faraón era la encarnación de un dios. Moisés había


vivido casi treinta años en su corte y conocía a todos los dioses y diosas
por su nombre: Anubis, el dios con cabeza de chacal; Apis, el toro sagrado;
Osiris, soberano del reino de los muertos; Thot, el dios ibis; Hathor, la diosa
celeste del amor; Ra, el dios sol; Amón-Ra, el dios supremo del estado; Horus,
Isis; Atón, el disco solar de la reforma monoteísta de Amenofis IV. En la cul-
tura egipcia no se concebía la acción benefactora de una divinidad sin nombre.
Por eso, Moisés preguntó a Dios en nombre de quién debía presentarse a
los hijos de Israel, porque hacerlo como portavoz del Dios de los antepasados,
no era suficiente. Dios le respondió: “Yo soy el que soy”, es decir, el que es y
será, el Eterno, expresando por este nombre el que tiene existencia propia, el
Dios viviente, la Fuente de la vida. La forma abreviada era YHWH, las cuatro
consonantes del nombre más sagrado de Dios, que los escribas masoretas no
se atrevían a pronunciar cuando lo encontraban en el texto sagrado, leyendo en
su lugar Adonai, el Señor. Y la fusión de las consonantes YHWH y las vocales
de Adonai dio lugar al nombre Jehová, que aparece 5.500 veces en el Antiguo
Testamento.
El nombre de Dios es la revelación de su persona, de su carácter y de sus
atributos. Llamar a Dios por medio de un nombre es hacer del Ser infinito un
Dios próximo, accesible, que se ocupa de nosotros y que nos redime. En la
Escritura es “el Dios del pacto” del Sinaí, es el “Jehová proveerá” de Abraham,
es el “Dios que me ve” de Agar, es “Jehová es mi pastor” de David, es “Jehová
justicia nuestra” de Jeremías, es “Jehová está con su pueblo” de Ezequiel es
finalmente el gran “Yo Soy” del Nuevo Testamento, Cristo el Salvador, “Antes
que Abraham fuera, yo soy” (Juan 8:58). Yo soy el Pan de vida, el Mesías que
habló contigo, el buen Pastor, la Luz del mundo, la Vid verdadera, el Camino,
la Verdad y la Vida, el Cordero inmolado, el Verbo de Dios, Rey de reyes y
Señor de señores, el Alfa y Omega el principio y el fin, “el Padre y yo uno
somos” (Juan 10:30).
El gran Yo Soy que habló a Moisés en la zarza puede hablarte hoy a ti.
¿Estás dispuesto a escucharlo?

93
Ni un perro moverá su lengua
29 “Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre
marzo hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis
que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas”
(Éxodo 11:7).

E sta expresión alude al hecho de que los perros cuando gruñen dan a su
lengua forma de punta. Los perros ladran al menor ruido que escuchan en
su territorio. Como animales de guarda, muchas veces anuncian con sus ladri-
dos los peligros, los intrusos o los ruidos que oyen. Durante las diez plagas de
Egipto Israel no iba a sufrir el más leve daño. En las casas de los israelitas la
tranquilidad, el silencio más profundo y la paz mostrarían la protección divina,
en oposición a los gritos y lamentos que se producirán en las de los egipcios.
Como asegura la promesa: “Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra, mas a
ti no llegarán” (Salmo 91:7).
Israel fue librado en la tierra de Gosén, mientras que los egipcios sufrieron
los desastres de las plagas. Mientras los hijos de Dios se mantengan bajo su
dependencia (a la sombra del Todopoderoso), tendrán la protección del cielo;
y si el sufrimiento toca nuestras vidas, nuestros padecimientos se convertirán
en mensajeros celestiales que nos transmitirán el alentador consuelo de la con-
fianza en Dios. Esto marca la diferencia. Cristo anunció a sus discípulos tribu-
laciones (Juan 16:33), pero lejos de alcanzar al hombre interior y hacerle daño,
conducirán a una victoria más completa a aquel fiel que sepa humildemente
quedar escondido en el retiro que el Salvador le ha abierto.
No siempre los hijos de Dios son librados de las calamidades que afectan a
la sociedad en general; sin embargo, cuando es necesario que el mundo reciba
un testimonio sobre dónde está la verdad, cuando el Señor quiere señalar la di-
ferencia entre los que confían en él y los que no, como ocurrió en las plagas de
Egipto, cuando el propio pueblo de Dios necesita confirmar de nuevo su segu-
ridad en el Señor, él hace el milagro. La historia de los hijos de Dios está llena
de experiencias en las que fue evidente la diferencia y el Señor salvó a los su-
yos protegiéndolos de una catástrofe general. Y esta protección y salvación del
mal será la suerte de los redimidos en las escenas finales, cuando el uno será
tomado y el otro dejado, cuando Dios librará, sin excepción, a los redimidos.
Vive hoy con la certeza de que Dios te librará de cualquier dificultad por la
que estés pasando. ¿O acaso tienes una mejor opción?

94
Duro de corazón
“Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios delante del faraón, 30
pues Jehová había endurecido el corazón del faraón, marzo
y este no dejó salir a los hijos de Israel fuera de su país”
(Éxodo 11:10).

E ste pasaje es uno de los más desconcertantes de la historia bíblica. Dios


dice: “Pero yo endureceré el corazón del faraón, y multiplicaré en la tierra
de Egipto mis señales y mis maravillas. El faraón no os oirá, pero yo pondré
mi mano sobre Egipto y sacaré a mis ejércitos, a mi pueblo, los hijos de Israel,
de la tierra de Egipto, con grandes juicios” (Éxo. 7:3-5). En realidad, Dios está
anunciando que el corazón del faraón se endurecerá inevitablemente. Y, en
verdad, el texto bíblico siguiente parece confirmar esta interpretación porque
dice muchas veces que el faraón “endureció su corazón”. En otras palabras,
“Yo endureceré el corazón del faraón” y “el faraón endureció su corazón” sig-
nifican lo mismo.
Lo que el texto bíblico destaca aquí es una de las leyes fundamentales de la
psicología humana. Todo acto malo tiende a endurecer el corazón del hombre,
es decir, a aniquilarlo. Todo acto bueno tiende a ablandarlo, a hacerlo más
vivo. Cuanto más se endurece el corazón del hombre, tanto menor libertad tie-
ne para cambiar y tanto más queda determinado por sus acciones previas. Pero
se llega a un punto del cual ya no puede volver; cuando está forzado a seguir
adelante hasta el fin inevitable que es, en último extremo, su propia destrucción
física o espiritual.
“No es Dios quien ciega los ojos de los hombres y endurece su corazón.
Él les manda luz para corregir sus errores, y conducirlos por sendas seguras;
es por el rechazamiento de esta luz como los ojos se ciegan y el corazón se
endurece. Con frecuencia, esto se realiza gradual y casi imperceptiblemente.
Viene luz al alma por la Palabra de Dios, por sus siervos, o por la intervención
directa de su Espíritu, pero cuando un rayo de luz es despreciado, se produce
un embotamiento parcial de las percepciones espirituales, y se discierne menos
claramente la segunda revelación de la luz. Así aumentan las tinieblas, hasta
que anochece en el alma” (El Deseado de todas las gentes, p. 289).
El Padre celestial no ejerció ningún poder sobrenatural para endurecer el
corazón del rey. Al mantener Faraón su terquedad y aumentarla gradualmente,
su corazón se endureció más y más, hasta que contempló el rostro frío de su
primogénito muerto y tuvo que reconocer que hay un Dios en los cielos...
Ruega al Señor que elimine la terquedad de tu corazón y te ayude a ser
obediente a los mandatos del cielo.
95
¡Di a los hijos de Israel que marchen!
31 “Entonces Jehová dijo a Moisés: ‘¿Por qué clamas a mí?
marzo Di a los hijos de Israel que marchen’ ”
(Éxodo 14:15).

A unque los israelitas habían salido de Egipto “con mano poderosa”, el faraón
deploró haberlos dejado marchar. Había perdido la única mano de obra de que
disponía. Así que preparó a su vigoroso ejército, acompañado de sacerdotes y perso-
najes ilustres de su reino, y salió en busca de los esclavos. El faraón quería intimidar
a los hebreos mediante el despliegue de gran poderío. Los israelitas, por su parte,
una ingente masa de hombres, mujeres y niños, ganados y enseres, se creían victo-
riosos y estaban muy confiados. Dios tenía que llevarlos de nuevo a una desafiante
prueba de fe que los iba a marcar de manera definitiva.
En vez de seguir la ruta directa a Canaán que pasaba por el país de los filisteos,
personas muy belicosas, el Señor los dirigió hacia los lagos de las riberas del mar
Rojo. La nube que los guiaba los desvió hacia un desfiladero para que acampasen
junto al mar, pero la situación no podía ser más desesperada: a los lados tenían las
escabrosas laderas de la montaña; delante, el mar cuyas aguas parecían una barrera
infranqueable; detrás, la vanguardia del ejército egipcio.
¿Qué podían hacer? Allí se manifestaron cuatro actitudes diferentes:
1. El pueblo, espantado, empezó a protestar y acusar a Moisés; cayó en un
profundo estado de pesimismo e incredulidad, añorando la esclavitud en
Egipto.
2. Moisés entendía que había que presentar batalla a los egipcios, clamó a
Dios, trató de calmar al pueblo y afirmó su seguridad en Dios: “No temáis,
estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy […]. Jehová peleará
por vosotros” (Éxo. 14:13, 14).
3. Los egipcios, que alcanzaron a los israelitas junto al mar, seguros de que
podían capturarlos, les siguieron ciegamente cuando estos penetraron en el
mar abierto.
4. Dios consideraba que necesitaban ejercer una fe activa, por eso indicó
a Moisés que debían marchar; pero ¿hacia dónde? ¿Hacia atrás? ¡No!
Era la esclavitud. ¿Hacia la montaña? ¡Imposible! ¿Hacia el mar? ¡Sí!
Marchar significaba avanzar, obedecer, enfilar hacia el milagro, hacia una
intervención muy poderosa de Dios. Y así lo hicieron, con una fe audaz,
decidida, porque la fe nunca retrocede, ni escapa. Y la vara de Moisés separó
las aguas y pasaron el mar en seco.
Dios tiene poder para ofrecer soluciones donde no hay ninguna salida. No lo
olvides. Para él no existen imposibles. Búscalo hoy.
96
En Caleb hubo otro espíritu
“Pero a mi siervo Caleb, por cuanto lo ha animado 1o
otro espíritu y decidió ir detrás de mí, yo lo haré entrar abril
en la tierra donde estuvo, y su descendencia la tendrá en posesión
(Números 14:24).

E l éxodo y la posesión de la tierra prometida habrían podido concluir cua-


renta años antes si los doce espías que fueron a la tierra de Canaán hubie-
ran tenido la actitud de Josué y Caleb. De regreso a Cades-Barnea trajeron a
la congregación frutos de la tierra; asimismo, hubo dos informes: el de Josué
y Caleb y el de los otros diez expedicionarios (Núm. 13:3-14, 38). Estable-
ciendo la correspondencia entre el éxodo y la peregrinación de la Iglesia en
este mundo, Elena de White dijo: “Durante cuarenta años, la incredulidad, la
murmuración y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la tierra
de Canaán. Los mismos pecados han demorado la entrada del moderno Israel
en la Canaán celestial. En ninguno de los dos casos faltaron las promesas de
Dios” (El evangelismo, p. 505).
¿Qué había de diferente en la actitud de Caleb? El primer contraste entre
Josué y Caleb y los diez espías fue la incredulidad de unos y la fe de los otros.
La incredulidad suponía el olvido de las maravillas que Dios había hecho a fa-
vor de Israel (Núm. 14:11), así como una constante ingratitud al Padre celestial
(Números 14:3) que fomentaba en el pueblo pesimismo, desesperación, obsti-
nación, críticas contra los líderes y la necia idea de regresar a Egipto (14:1-4).
Le fe de Josué y Caleb no cerró los ojos a las complejas condiciones del éxodo,
tampoco fue irracional ni temeraria, más bien, fue sincera y objetiva. La fe ge-
neró valor en lugar de desaliento, absoluta confianza en la Providencia (14:5-9).
El segundo contraste entre los diez espías y Josué y Caleb fue la fidelidad;
los primeros no fueron fieles a Dios en sus caminos; Josué y Caleb, por el con-
trario, anduvieron siempre en pos del Señor (32:11, 12).
El tercer contraste fue la consagración, la abnegación y el espíritu de sa-
crificio. Nueve veces aparece la palabra “nosotros” en el informe de los diez
espías, pero Josué y Caleb se olvidaron de sí mismos y pusieron todo lo que
poseían al servicio del pueblo de Dios.
Finalmente, los diez espías y el pueblo que les seguía quisieron apedrear a
Josué y Caleb (14:10), su violencia criminal contrastó con el espíritu de solida-
ridad y unidad que durante cuarenta años manifestaron Josué y Caleb.
Como Josué y Caleb, tú también puedes hoy mostrar una actitud diferente
al pesimismo imperante y reconocer a Dios delante de los demás.

97
Me harán un santuario
2 y habitaré entre ellos
abril
“Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos”
(Éxodo 25:8).

E l Señor ordenó la construcción de un santuario. ¿Acaso debía ser como el


templo de Amón en Karnak con su magnífica sala hipóstila? ¿O tal vez
como Deir-el-Bahari, construido por la reina Hatchepsut, la madre adoptiva
de Moisés? ¡No! El modelo usado para el santuario israelita del desierto fue
“aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no hombre”, “las cosas
celestiales” de las que el recinto sagrado israelita no era más que “figura y
sombra”. Moisés construyó el santuario “conforme al modelo” que le “fue
mostrado en el monte” (Heb. 8:2, 5, 6).
Hace varios años visité Egipto, y recuerdo mi sorpresa, por no decir estupor,
cuando el guía nos condujo en el complejo sagrado de Karnak al sancta sanc-
torum, el lugar santísimo del templo, un cubo perfecto donde se rendía culto al
dios Min, el dios creador, una pequeña imagen fálica dentro de una especie de
sagrario. También vi en los hipogeos pinturas murales de ángeles que, como los
querubines del propiciatorio del arca, cubrían los pies con sus alas. Es evidente
que el Señor condescendió con alguna contextualización y permitió a Moisés
reproducir, a un nivel de sublimación, algo de los templos egipcios.
Aunque la verdadera morada de Dios entre los seres humanos fue la en-
carnación de Jesucristo (Juan 1:14), el santuario israelita la tipificó: la luz de
la shekinah entre los dos ángeles del propiciatorio era una representación vívida
de la presencia divina; las siete lámparas encendidas del candelabro simboliza-
ban la luz del Espíritu Santo iluminando al pueblo; los panes de la proposición
representaban a Jesús, el Pan de vida; la sangre de las víctimas propiciatorias de
los sacrificios y los sacerdotes representaban la sangre de Cristo derramada en la
cruz, y a este en su función sacerdotal. El santuario israelita, testimonio viviente
de la salvación en el Antiguo Testamento, era una parábola profético-mesiánica
magnífica del ministerio de Jesús y de la salvación en el Nuevo Testamento. Por
eso, también aquella fiesta singular del Día de la Expiación, con todo su significado
escatológico, era una representación del fin, del juicio investigador y del último
acto intercesor del Salvador en el cielo antes de su venida.
Mientras tanto, cada creyente somos aquí un santuario, un templo del Espí-
ritu Santo donde rendimos a Dios un culto en espíritu y en verdad, un sacrificio
vivo, sagrado y agradable a Dios, llevando a Cristo dentro de nosotros.
¿Te gustaría que el Señor habitara hoy en tu vida? Eso es posible. ¡Ábrele
la puerta de tu corazón!
98
¡No pasarás este Jordán!
“Fue Moisés y le dirigió estas palabras a todo Israel. Les dijo: 3
‘Ya tengo ciento veinte años de edad y no puedo salir ni entrar. abril
Además de esto, Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán’ ”
(Deuteronomio 31:1, 2).

E s propio del ser humano acariciar ilusiones, albergar esperanzas, realizar o ini-
ciar proyectos. Pero no siempre nuestras ilusiones se materializan ni nuestras
expectativas llegan a ser realidades. También es característico de la experiencia hu-
mana el no ver siempre alcanzadas las metas propuestas; no poder gustar, gozar o
vivir aquello por lo que hemos luchado, orado y trabajado. Y así, la vida nos depara
a veces decepciones, frustraciones, desencantos que tornan nuestra existencia apa-
rentemente estéril, como si hubiera sido un sueño fatal (un matrimonio fracasado,
un empleo perdido, unos estudios truncados, un puesto profesional concedido a
otro, no ser reelegidos para una responsabilidad directiva en el servicio a la iglesia).
Y para los creyentes que entretejemos a Dios mediante la fe en la trama y urdimbre
de nuestros proyectos y anhelos, una tal experiencia es aún más traumática porque
puede acarrearnos una cierta pérdida de la confianza y seguridad en ese Dios provi-
dente al que hemos vinculado en las realizaciones de nuestra vida.
En la vida de Moisés encontramos un ejemplo de esta perpleja situación. Des-
pués de cuarenta años de prodigios y maravillas, habiendo sido no solo testigo sino
protagonista muy comprometido en aquel largo camino por el desierto, cuando ya
se encontraba a orillas del Jordán, cuando iba a finalizar su carrera con el pueblo
de Israel, el Señor le dijo: “No pasarás este Jordán”. Aquel Jordán de sus anhelos
se convirtió para Moisés en el símbolo de sus esperanzas rotas, de un doloroso y
trágico fracaso. Oró al Señor, con fervor, con lágrimas, con abatimiento: “Pase yo,
te ruego, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen
monte y el Líbano” (Deut. 3:25), pero la voz de Dios cortó su plegaria y le dijo
expeditivo: “¡Basta!, no me hables más de este asunto” (3:26).
Todos hemos tenido alguna vez un Jordán que Dios no nos ha permitido pasar.
Por la fe visualizamos más allá de las realidades temporales que esperábamos en
este mundo y vemos nuestro porvenir eterno. Por la fe penetramos el insondable
misterio de los planes de Dios, en cuyas manos tenemos encomendadas nuestras
vidas. Entonces, la decepción y la frustración desaparecen. La experiencia del cre-
yente la resume el profeta con las animadoras palabras: “El justo por su fe vivirá”
(Hab. 2:4).
No te desanimes si las cosas no salen como esperas. Sigue a Jesús. Vas por el
camino correcto.

99
Un mejor futuro
4 “Mientras oraba, la apariencia de su rostro cambió
abril y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y dos varones
hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías.
Estos aparecieron rodeados de gloria; y hablaban de su partida,
que Jesús iba a cumplir en Jerusalén”
(Lucas 9:29-31).

C uando analizamos las causas por las que el Señor no permitió a Moisés
pasar el Jordán nos quedamos sorprendidos de la contundencia con que
él responde a los ruegos del líder hebreo. Siete veces repite la misma palabra:
“No pasarás este Jordán”. Más bien, correría la misma suerte que la generación
que salió de Egipto. ¿Por qué? El pueblo había llegado a Cades y no había
agua. Los israelitas reprocharon a su dirigente el haberles sacado de Egipto
para morir de sed en el desierto (Núm. 20:4, 5). Dios ordenó a Moisés que,
delante de la congregación, hablase a la peña, y esta les daría agua. Sin embar-
go, él habló al pueblo airadamente y golpeó la peña con su vara dos veces y
brotó el agua (vers. 10, 11). Esto no agradó al Señor, que reprendió a Moisés y
a Aarón (vers. 12; 27:14).
Los pecados de Moisés habían sido mostrar incredulidad y no haber santifi-
cado a Dios delante del pueblo, además de exhibir su abierta rebeldía. Son muy
graves, es cierto, porque se trata de pecados de liderazgo. Pero ¿cómo se podía
acusar a Moisés de rebeldía o menosprecio del nombre de Dios? Un hombre
que hablaba con Dios cara a cara, que había realizado prodigios y señales en
su nombre y del que se dice “nunca más se levantó un profeta en Israel como
Moisés” (Deut. 34:10). Una sola falta y perdió la esperanza de entrar en la
tierra de Canaán. ¿Era esto justo?
A decir verdad, el Señor sí escuchó el ruego reiterado de Moisés, porque
sí pasó aquel Jordán. Pero no sucedió como el viejo líder quería, sino como el
Señor tenía previsto. Moisés murió allí, pero no permaneció mucho tiempo en
aquella tumba como el testimonio de una misión sin concluir, de un fracaso o
decepción. Dios lo resucitó con un cuerpo incorruptible. Estuvo presente en el
corazón mismo de la tierra de Canaán al lado de Jesús el Hijo de Dios, aquel
Ángel de Jehová que le había acompañado en el éxodo por el desierto. Esta
fue la respuesta que el Padre celestial dio a las plegarias de Moisés que quería
pasar el Jordán.
También tú puedes en este tiempo tener respuesta a tu pequeño Jordán in-
franqueable. Como Moisés, acepta la voluntad de Dios aunque no la entiendas.
Él sabe lo que es mejor para ti.

100
Josué, ¡pasa tú este Jordán!
“Mi siervo Moisés ha muerto. Ahora, pues, levántate 5
y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, hacia la tierra abril
que yo les doy a los hijos de Israel”
(Josué 1:2).

E n el plan de Dios, a cada generación le toca responder a una determinada


coyuntura histórica. Cada generación tiene que afrontar nuevos retos. Pero
Dios tiene hombres y mujeres aptos para enfrentar cada una de estas situacio-
nes. Así como Moisés fue el gran caudillo del éxodo, Josué fue llamado a ser
el gran dirigente de la conquista de la tierra prometida. Pasar el Jordán era
comenzar una nueva aventura, la última etapa del camino hacia la esperanza.
Y el Señor ordenó a Josué: “Levántate y pasa este Jordán”.
¿Pero quién era Josué? Un hijo del desierto de padres esclavos. No era un
estadista ni un estratega militar, ¿cómo podría gobernar aquel pueblo de dura
cerviz? ¿Cómo organizaría la vida nacional y el culto en la tierra de promisión
una vez terminada la conquista? Con temor y temblor pensaba en el paso del
Jordán. Por eso el Señor le dijo: “Yo os he entregado, tal como lo dije a Moisés,
todos los lugares que pisen las plantas de vuestros pies. […] como estuve con
Moisés, estaré contigo. [...] Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente;
no temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que
vayas” (Jos. 1:3-5, 9).
Animado por estas palabras, Josué se acercó junto con el pueblo de Israel a
la orilla del Jordán. Pasaron allí tres días acampados recibiendo instrucciones:
debían primero santificarse; luego, el Señor les haría testigos de una intervención
providencial. Aunque era el tiempo de la crecida de las aguas y el río estaba des-
bordado, cuando los sacerdotes, portando el arca del testimonio, introdujeron sus
pies en las aguas, estas se detuvieron y pasaron todos en seco. Aquel milagro fue
una señal para los israelitas y para los reyes cananeos. Al otro lado del río, cerca
de Jericó, Josué tuvo una revelación del Todopoderoso.
Todos tenemos nuestro más corto o más largo éxodo personal, un camino
de esperanza donde también hay un Jordán que debemos pasar para conquistar
las promesas de Dios. Hoy Dios también nos dice: “Levántate y pasa este Jor-
dán”. ¿Cuál es nuestro Jordán? ¿Qué dificultades tenemos que afrontar hoy en
la vida? ¿Hemos recibido la orden del Señor, pero hemos recibido también sus
palabras de ánimo y la visión del Todopoderoso? Dios nos asegura que su di-
vina providencia nos permitirá pasar en seco las aguas tumultuosas de nuestro
Jordán, como lo hizo con aquel pueblo de gentes indefensas.
¿Qué estás esperando? ¡Es tiempo de avanzar!
101
Todo se cumplió
6  “No faltó ni una palabra de todas las buenas promesas
abril que Jehová había hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió”
(Josué 21:45).

E n la historia del éxodo hebreo a Canaán encontramos todos los pasos de


una verdadera aventura de fe. En primer lugar, la orden divina: “Levántate,
pasa este Jordán”. Luego, tenemos el objetivo: conquistar la tierra. No puede
faltar la actitud necesaria: “Esfuérzate y sé valiente”. También se menciona
el método: “No te apartes ni a diestra ni a siniestra”. Por supuesto, hay una
promesa: “Harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien”. Finalmente, el
cumplimiento de la promesa: “Todo se cumplió”.
Dios había dicho: “Yo os he entregado, tal como lo dije a Moisés, todos los
lugares que pisen las plantas de vuestros pies” (Jos. 1:3); “tú repartirás a este
pueblo por heredad la tierra que juré dar a sus padres” (Jos. 1:6); “Jehová, tu
Dios, estará contigo dondequiera que vayas” (Jos. 1:9). Las ciudades-estado
cananeas sucumbieron una tras otra, y los israelitas vieron el cumplimiento de
la Palabra del Señor. La expresión “todo se cumplió” es el epílogo de la con-
quista, el testimonio de la certezas de las promesas divinas.
En la vida de un creyente, lo cotidiano y lo sagrado están entrelazados: la fe
en la Providencia, la esperanza, el gozo del discipulado, la lucha con la tenta-
ción, el descubrimiento y afirmación del poder divino, la fidelidad; y, por otra
parte, las penurias de la vida familiar, lo intrincado de la convivencia, la obli-
gación del trabajo, las insoslayables necesidades materiales, la enfermedad,
el temor, el desánimo, la inseguridad. En la vida de un cristiano no se puede
disociar lo santo de lo profano, las cosas de Dios y las del mundo. En realidad,
involucramos a Dios en todos los actos de la vida.
Pero ¿qué nos enseña la conquista de Canaán con relación a las promesas
de Dios? Lo primero, que debemos cooperar con Dios en el cumplimiento de
sus promesas. Dios no hará por nosotros aquello que nosotros hemos de hacer.
Segundo, que debemos seguir estrictamente lo que Dios nos ordena. Tercero,
que Dios no cumplirá sus promesas cuando haya anatema en nuestra vida.
Cuarto, que debemos depurar nuestra fe del egoísmo, de la suficiencia propia
y de la presunción. Quinto, que debemos perseverar aunque tengamos algún
resultado aparentemente negativo. Finalmente, no olvidemos que, sin Dios,
una simple telaraña puede parecernos un muro infranqueable, pero junto a él,
el obstáculo insalvable se vuelve una nimiedad.
Las antiguas promesas divinas siguen vigentes para ti también. Pide hoy a
Dios que cumpla sus propósitos en tu vida.
102
¿Un altar cismático junto al Jordán?
“Toda la congregación de Jehová dice así: ‘¿Qué traición es esta 7
que cometéis contra el Dios de Israel, al apartaros hoy de seguir abril
a Jehová, edificándoos un altar y rebelándoos contra Jehová?’ ”
(Josué 22:16).

L as tribus de Rubén, Gad y media tribu de Manasés habían recibido como


heredad las tierras de Galaad, al este del Jordán, ricas en pastos. Terminada
la conquista, llegó el momento de la despedida. Josué les instó a que guardaran
siempre los mandamientos de Dios y anduvieran en sus caminos (Jos. 22:5).
Después los bendijo y tomaron su camino.
Pero cuando llegaron a los límites del Jordán, antes de cruzar el río, erigieron
un gran altar. La Ley de Dios prohibía el establecimiento de un culto cismático
del que el pueblo tenía en Silo. Así que, cuando los israelitas se enteraron de ello,
cundió la indignación en el pueblo y decidieron ir a pelear contra los transgresores.
Afortunadamente, los dirigentes más sensatos propusieron que una delega-
ción del pueblo fuese a pedirles una explicación. Cuando llegaron les dijeron:
“¿Qué traición es esta que cometéis contra el Dios de Israel, al apartaros hoy de
seguir a Jehová, edificándoos un altar y rebelándoos contra Jehová? [...] Si os
parece que la tierra que os pertenece es inmunda, pasaos a la tierra que pertenece
a Jehová, en la cual está el tabernáculo de Jehová, y habitad entre nosotros…”
(Jos. 22:16, 19). Los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés escu-
charon con asombro aquella acusación y les respondieron: “Jehová, Dios de los
dioses, Jehová, Dios de los dioses, él sabe y hace saber a Israel: si fue por rebe-
lión o por infidelidad contra Jehová, no nos salves hoy. Si nos hemos edificado
altar para apartarnos de Jehová, o para presentar holocaustos u ofrendas […]. Lo
hicimos más bien por temor de que mañana vuestros hijos digan a nuestros hijos:
“ ‘¿Qué tenéis vosotros que ver con Jehová, el Dios de Israel? Jehová ha puesto
por lindero el Jordán entre nosotros y vosotros, hijos de Rubén e hijos de Gad.
¡No tenéis vosotros parte con Jehová!’ ” (vers. 21-29). En realidad, aquel altar
era un monumento-testimonio del vínculo nacional y religioso que les unía. La
explicación pareció bien a la delegación y cada uno se fue en paz a su territorio.
Una iniciativa imprudente pudo dar lugar a una tragedia. Pero la sabia pru-
dencia de preguntar, la aclaración convincente y la calma oportuna de no reac-
cionar ante el juicio equivocado, sino de poner a Dios por testigo, evitaron el
conflicto y trajeron la paz.
Que Dios te ayude a ser cuidadoso con tus palabras y en la forma que te
expresas de los demás.

103
Cuando no había rey en Israel
8 “En aquellos días no había rey en Israel
abril y cada cual hacía lo que bien le parecía”
(Jueces 17:6).

L a brillante y providencial historia de la conquista de Canaán dejó, no obs-


tante, algunas sombras que constituyeron los condicionantes dolorosos de la
historia subsiguiente. En sus palabras de despedida, Josué reconoció que Dios
había expulsado a naciones grandes y poderosas, pero que quedaba todavía un
resto que debían combatir y dominar sin hacer ningún tipo de alianza con ellos
(Jos. 23:6-12). Si no lo hacían, les dijo: “Sabed que Jehová, vuestro Dios, no
seguirá expulsando ante vosotros a estas naciones, sino que os serán como lazo,
trampa y azote para vuestros costados y espinas para vuestros ojos, hasta que
desaparezcáis de esta buena tierra que Jehová, vuestro Dios, os ha dado” (Jos.
23:13).
Lamentablemente, después de la muerte de Josué las tribus ya no actuaron
como un solo pueblo. Muy pronto, los cananeos descubrieron la debilidad de
sus invasores y los dominaron. Así comenzó la triste historia de la época de los
jueces, una historia de fragmentación de las fuerzas israelitas, de abandono de
la lucha de conquista que quedaba pendiente, de anarquía y, lo que es todavía
peor, de idolatría, mezcla con aquellas gentes y pérdida de su fidelidad a la
alianza que tenían pactada con Dios. Las palabras de Josué se cumplieron lite-
ralmente y aquellos pueblos los subyugaron y atormentaron. Israel suplicaba
arrepentido, entonces, el auxilio divino y, de entre aquellos que permanecían
todavía fieles a Dios, el Señor suscitó en varias ocasiones un juez o caudillo
para liberarlos.
Esta historia de unos trescientos años de duración está salpicada de actos de
heroísmo y de providenciales intervenciones del cielo, a la vez que aconteci-
mientos escabrosos en el seno del pueblo hebreo. Está claro, una vez más, que
las victorias, triunfos de la fe e intervenciones prodigiosas de Dios no son per-
manentes. El pueblo de Dios debe mantener su fidelidad y estar en constante
estado de vigilancia; de lo contrario, las glorias de ayer pueden convertirse en
desastres de hoy. El pecado y la apostasía desagradan al Padre celestial, quien
a veces permite que suframos las consecuencias de nuestros propios errores,
no como venganza, sino para que volvamos nuestro rostro a él en súplica de
perdón y ayuda. De esto, el libro de los Jueces es un testimonio indiscutible y
convencido.
Hacer lo que uno quiere no necesariamente es el camino más seguro (Prov.
14:12). Es mejor obedecer a Dios y su Palabra. No lo olvides.
104
¡Levántate, porque este es el día!
“Entonces Débora dijo a Barac: ‘Levántate, porque este es el día 9
en que Jehová ha entregado a Sísara en tus manos: abril
¿Acaso no ha salido Jehová delante de ti?’”
(Jueces 4:14).

M uchas de las enseñanzas de los relatos bélicos del libro de los Jueces
tienen una aplicación espiritual en el trabajo misionero de la iglesia en
medio de un mundo hostil, fuertemente armado y pertrechado como aquellos
pueblos cananeos que seguían dominando en sus ciudades-estado de las llanu-
ras palestinas. Como entonces, el pueblo de Dios se encuentra a menudo opri-
mido por agentes de Satanás que le mantienen paralizado, en medio de gentes
que deberían estar recibiendo la influencia de nuestra fe y esperanza. Esto es
una realidad dolorosa particularmente en los países desarrollados del mundo
occidental. En estos territorios, los “carros herrados cananeos”, es decir, las
poderosas armas de los enemigos del pueblo de Dios, son la incredulidad, el
materialismo, la indiferencia, la frivolidad y la inmoralidad, todas ellas per-
tenecientes al vigoroso arsenal de la secularización. Hoy es un tiempo en el
que la confrontación entre el bien y el mal es un imperativo ineludible para la
iglesia.
Pero también hoy, en medio de la crisis general de valores de estos tiempos,
Dios ha suscitado una nueva “Débora” que, con sus mensajes proféticos, está
levantando el ánimo del amedrentado pueblo de Dios. También hoy hay heroi-
cos soldados, sabios estrategas como Barac, que han movilizado sus valientes
para conducirlos a victorias insospechadas en las que la providencia divina
desbaratará y anulará las fuerzas del enemigo. Como entonces, la sierva del
Señor dijo: “¡Levántate, porque este es el día!”
Levantarse significa, en primer lugar, dejar la postración religiosa, pasar a la
acción, resplandecer: “Levántate, resplandece […]. Porque he aquí que tinieblas
cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre
ti será vista su gloria” (Isa. 60:1-3). Levantarse significa adiestrar nuestros ejércitos
para la batalla, porque sin armas y sin organización no venceremos. El canto épico
de Débora dice que los israelitas habían dejado de blandir la espada, tensar el arco
y arrojar la lanza (Juec. 5:8). Levantarse significa comenzar la lucha espiritual, una
lucha incruenta, de amor y testimonio, una lucha de fe: “No hay nada que el mundo
necesite tanto como la manifestación del amor del Salvador por medio de los seres
humanos. Todo el cielo está esperando a los hombres y a las mujeres por medio de
los cuales pueda Dios revelar el poder del cristianismo” (Los hechos de los apósto-
les, p. 479). Esos hombres y mujeres somos nosotros.
¡Obedece al Señor y levántate! Hoy verás la mano de Dios en tu vida.
105
Los cielos pelearon contra Sísara
10 “Desde los cielos pelearon las estrellas, desde sus órbitas pelearon
abril contra Sísara. Los barrió el torrente Cisón, el antiguo torrente,
el torrente Cisón. ¡Marcha, alma mía, con poder!”
(Jueces 5:20, 21).

B arac se levantó y respondió al llamamiento de Débora: “Ve, junta a tu


gente en el monte Tabor y toma contigo diez mil hombres de la tribu de
Neftalí y de la tribu de Zabulón. Yo atraeré hacia ti, hasta el arroyo Cisón, a
Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré
en tus manos” (Juec. 4:6, 7). Barac movilizó un ejército y se dispuso a pelear.
La batalla se dio en uno de los enclaves más estratégicos de toda la geografía
de Palestina, cerca del desfiladero del Carmelo, en la llanura de Esdraelón, a
los pies de Meguido, un lugar consagrado por la guerra.
Barac no pretendió librar batalla en la llanura, donde los novecientos carros
herrados de Sísara eran muy poderosos, así que ascendió con sus hombres la
ladera del Tabor para esperar las órdenes de Dios. El río Cisón atraviesa la
llanura de Esdraelón llevando poca agua. Los carros de Sísara maniobraban
perfectamente en las inmediaciones del monte, pasando y traspasando las es-
casas aguas del Cisón superior, haciendo alarde de su poder ante los israelitas,
pero Débora y Barac no se inquietaban, tan solo esperaban la intervención di-
vina. De pronto, negros nubarrones aparecieron en los cielos que descargaron
torrentes de agua sobre la ladera del Tabor y sobre la llanura. El Cisón se des-
bordó e hizo impracticable el terreno a las máquinas de guerra de Sísara, arras-
trando a los carros y caballos que no quedaron atrapados en el barro. Entonces
los israelitas, con su caballería ligera, descendieron del Tabor, los rodearon, los
desbarataron y los vencieron.
Débora y Barac cantaron después de la batalla: “Desde los cielos pelearon
las estrellas, desde sus órbitas pelearon contra Sísara. Los barrió el torrente
Cisón”. ¿Cómo son las batallas que libramos por el Señor? ¿Cómo serán las
que todavía nos aguardan en estos tiempos difíciles? Sigamos las órdenes del
Señor dadas al pueblo a través de su sierva y peleemos unidos, porque no todas
las tribus participaron en la batalla (Juec. 5:20, 21). Como dijo Winston Chur-
chill a un opositor: “Somos tan pocos, los enemigos son tantos, nuestra causa
es tan grande, que no podemos debilitarnos entre nosotros”. Con la providen-
cia de Dios a nuestro lado “haremos proezas y él hollará a nuestros enemigos”
(Sal. 108:13).
Dios quiere usarte hoy como un agente liberador de aquellos que sufren a
causa del pecado. Prepárate a ver el poder del cielo de manera directa.
106
¡Ve con esta tu fuerza!
“Mirándolo Jehová, le dijo: ‘Ve con esta tu fuerza y salvarás 11
a Israel de manos de los madianitas. ¿No te envío yo?’ ” abril
(Jueces 6:14).

D urante siete años los amalecitas y madianitas habían oprimido al pue-


blo de Israel. Robaban sus cosechas, destruían sus viviendas y mataban
a sus jóvenes. El empobrecimiento era cada vez mayor. Ellos ni siquiera esta-
ban bien organizados y se veían indefensos ante un ejército bien pertrechado.
Desesperados, levantaron su voz a Dios pidiendo su ayuda. Necesitaban un
líder. Pero el Señor ya lo tenía visto. Se trataba de Gedeón, quien entonces se
preguntaba “cómo se podría hacer para sacudir el yugo opresor de su pueblo”
(Patriarcas y profetas, p. 530).
La Biblia presenta entonces un diálogo entre el ángel de Jehová y Gedeón
(6:11-16) que, en realidad, es el diálogo entre Dios y su pueblo oprimido, una
expresión del razonamiento del creyente en momentos de incertidumbre e in-
seguridad. Además, representa aun la reflexión entre la orden imperativa de
Dios y la fe vacilante que trata de eludirla. El punto central de este diálogo se
encuentra en el versículo 14, donde encontramos cuatro ideas bien diferencia-
das: la interpelación de Dios a Gedeón (“mirándolo Jehová, le dijo”), la orden
imperativa (“Salvarás a Israel de la mano de los madianitas”), el descubrimien-
to de su fuerza (“Ve con esta tu fuerza”) y la promesa (“¿no te envío yo?”).
Dios nunca se desentiende de nuestras luchas íntimas o interrogaciones de
fe. Él nos mira porque quiere ser nuestro interlocutor personal. Su respuesta es,
muchas veces, una orden imperativa: “¡Ve!” Una especie de latigazo a nuestra
voluntad paralizada por la apatía o la impotencia; un estímulo y una promesa
para nuestros sentimientos desencantados. “¡Ve con esta tu fuerza!”, nos dice.
Pero ¿cuál es nuestra fuerza? Nuestra fuerza reposa en la Palabra de Dios, la
espada de dos filos; en el evangelio eterno, potencia de Dios para salvación;
en Jesucristo, que es Dios en y con nosotros, en el poder de la gracia que nos
rehabilita y transforma, en la bienaventurada esperanza que ilumina el presente
y el futuro, y en el Espíritu Santo que nos cualifica y potencia.
Dios te asegura su dirección y ayuda; te dice que él está comprometido
contigo, que tus batallas son las suyas, que él es quien ordena la batalla, quien
crea la estrategia a seguir, quien te garantiza la victoria final.
¿Acaso crees que no hay nada que puedas hacer por Dios? No te engañes.
Para él, eres un elemento fundamental para proclamar su Palabra en este tiem-
po. Acepta su llamado y decídete a seguir sus indicaciones.

107
Gedeón y sus trescientos
12 “Entonces Jehová dijo a Gedeón: ‘Con estos trescientos hombres
abril que lamieron el agua os salvaré y entregaré a los madianitas
en tus manos; váyase toda la demás gente cada uno a su lugar’ ”
(Jueces 7:7).

C uando llegó el momento de librar la batalla contra los madianitas, Gedeón


recibió la orden de depurar el ejército. Los que tuvieron miedo o los que
doblaron sus rodillas para beber agua fueron excluidos, solo quedaron tres-
cientos hombres armados con bocinas y cántaros con teas encendidas en su
interior. En medio de la noche, divididos en tres compañías, debían acceder al
campamento madianita desde distintas direcciones. Cuando recibieron la in-
dicación, tocaron las bocinas, rompieron los cántaros y sacaron las antorchas,
gritando todos a la vez en nombre de Dios y Gedeón. La sorpresa y el alboroto
fue grande entre los madianitas, de manera que se mataban unos a otros. Así
vencieron trescientos hombres desarmados a diez mil madianitas.
¿Por qué el Señor usó aquellos medios para reducir el contingente de soldados
israelitas? El siguiente comentario resulta esclarecedor: “El carácter se prueba a
menudo por los medios más sencillos. Los que en un momento de peligro se em-
peñaban en suplir sus propias necesidades, no eran hombres en los que se podía
confiar en una emergencia. […] Escogió a hombres que no permitieron que sus
propias necesidades les hicieran demorar el cumplimiento del deber. […] El éxito
no depende del número. A Dios no le honra tanto el gran número como el carácter
de quienes le sirven” (Patriarcas y profetas, p. 533).
Gedeón no era un personaje importante, no ocupaba un puesto preeminente
en Israel. Era, según él mismo declaró al ángel de Jehová, “el menor en la casa
de mi padre”. Pero era un hombre sincero con enorme valor, pues se atrevió
a derribar el altar que su familia tenía levantado a Baal. Un hombre humilde
dispuesto a no confiar en sí mismo, sino en Dios. Sin armas convencionales,
con un restringido ejército, aplicando una estrategia determinada por el Señor,
Gedeón y sus trescientos obtuvieron un triunfo impensable.
“Dios no escoge siempre, para su obra, a los hombres de talentos más
destacados sino a los que mejor puede utilizar. […] El Señor puede obrar
más eficazmente por medio de los que mejor comprenden su propia insuficien-
cia, y quieran confiar en él como su jefe y la fuente de su poder” (ibíd., p. 595).
¿Te sientes débil e incapaz de vencer? Deja hoy que el Señor fortalezca tu
vida.

108
Hasta aquí nos ayudó Jehová
“Tomó luego Samuel una piedra, la colocó entre Mizpa y Sen, 13
y le puso por nombre Eben-ezer, porque dijo: abril
‘Hasta aquí nos ayudó Jehová’ ”
(1 Samuel 7:12).

L a opresión filistea sobre los israelitas fue su azote durante muchos años.
Lucharon contra ellos Samgar, Sansón, Saúl y David, quien los venció
definitivamente. En este episodio aparece Samuel, pero no para dirigir a Israel
en una batalla, más bien, su lucha contra los filisteos es espiritual y empieza
predicando por las ciudades de Israel: “Si de todo vuestro corazón os volvéis
a Jehová, quitad los dioses ajenos y a Astaroth de entre vosotros, y preparad
vuestro corazón a Jehová y solo a él servid y os librará de la mano de los Fi-
listeos” (7:3). Después, reunió una gran asamblea en Mizpa, celebró un ayuno
solemne donde el pueblo confesó sus pecados. Entonces, Samuel ofreció sacri-
ficios y, en ese momento, llegó la noticia a la asamblea de que los filisteos ve-
nían contra ellos. Los israelitas se llenaron de temor. Aquella reunión no era un
consejo de guerra, no había soldados, no llevaban armas, ¿cómo iba a terminar
aquel encuentro espiritual? Dios intervino y una tempestad terrible cayó sobre
los filisteos destruyendo su ejército “en el mismo campo donde, veinte años
antes, las huestes filisteas, habían derrotado a Israel, matado a los sacerdotes y
tomado el arca de Dios” (Patriarcas y profetas, p. 579).
Para que tan prodigioso acontecimiento no fuera olvidado por los israelitas,
Samuel hizo erigir una enorme piedra como monumento recordativo y la llamó
Eben-ezer, que quiere decir ‘piedra de ayuda’, declarando delante del pueblo:
“Hasta aquí nos ayudó Jehová”. Así fue como los israelitas se vieron libres de
las razias filisteas durante toda la administración de Samuel.
El recuerdo de Eben-ezer tampoco puede ser olvidado por la iglesia. Ya sé
que hay cientos de instituciones religiosas en el mundo que han tomado este
título para identificarse, que hay personas e incluso iglesias que lo utilizan con
regularidad. No, el recuerdo al que me refiero es doble, primero que “es hoy
muy necesario que la verdadera religión del corazón reviva como sucedió en
el antiguo Israel. El arrepentimiento es el primer paso que debe dar todo aquel
que quiera volver a Dios. […] Individualmente debemos humillar nuestras al-
mas ante Dios, y apartar nuestros ídolos” (ibíd., p. 578). En segundo lugar, que
Dios nos ha estado guiando hasta aquí y nos ha acompañado en toda circuns-
tancia, incluso aun en las aparentes derrotas.
¿Acaso no es un buen momento para que reconozcas que hasta aquí te ha
ayudado Dios? Valora tus circunstancias y verás lo bueno que ha sido contigo.
109
Una historia de amor, providencia y fe
14 “Luego Isaac la trajo a la tienda de su madre,
abril Sara, y tomó a Rebeca por mujer y la amó.
Así se consoló Isaac de la muerte de su madre”
(Génesis 24:67).

A braham era ya muy viejo cuando hizo jurar a su mayordomo, Eliezer, que
no tomaría esposa para Isaac de entre las mujeres cananeas, sino entre las
de su propia estirpe. Fue así como Eliezer partió a buscar una esposa para el
hijo de su amo. El siervo fue al pozo por la tarde, cuando las mujeres salen para
llevar agua a sus casas y oró a Dios: “Jehová, Dios de mi señor Abraham, haz,
te ruego, que hoy tenga yo un buen encuentro, y ten misericordia de mi señor
Abraham” (Gén. 24:12). Entonces, apareció Rebeca, una joven de “aspecto
muy hermoso” quien respondió a la prueba: solícita, dio de beber al mayor-
domo y también a sus camellos. Dios condujo al anciano hacia la hija de un
sobrino de Abraham, respondiendo oportunamente sus oraciones.
Elena de White dice: “Si alguna vez se debe buscar en oración la dirección
divina, es antes de dar un paso que ha de vincular a dos personas para toda la
vida” (Patriarcas y profetas, p. 154). Eliezer explicó a los parientes de la joven el
motivo de su viaje. Todos reconocieron que Dios había intervenido. Se ofrecie-
ron presentes, y el mayordomo y la familia de Rebeca prepararon los esponsales.
¿Y ella? ¿Acaso no tenía nada que decir? Sus familiares le preguntaron: “¿Irás
tú con este varón?” Rebeca respondió afirmativamente. Su respuesta positiva
reveló que también ella era una joven de fe: aceptó separarse de los suyos, mar-
char lejos para encontrarse con su futuro esposo e iniciar con él la maravillosa
aventura del matrimonio bajo la dirección de Dios.
Por fin llegaron a Palestina. Rebeca hizo aquel largo viaje en silencio,
orando, confiada en Dios. El relato nos cuenta que cuando ya estaban cerca
del lugar, Isaac, quien había salido a dar un paseo por el campo, apareció en
escena. Por fin, Rebeca e Isaac se encontraron frente a frente. La paciencia, la
fe en Dios y la confianza en sus padres había dado fruto: justos formarían una
de las parejas más sólidas de la Biblia. Ahora había llegado el momento de
entregarse el uno al otro: “Luego Isaac la trajo a la tienda de su madre Sara,
y tomó a Rebeca por mujer y la amó. Así se consoló Isaac de la muerte de su
madre” (Gén. 24:66).
Dios conoce cuáles son tus necesidades. Quédate hoy con esta promesa:
“Deléitate asimismo en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón”
(Sal. 37:4).

110
Abraham, Sara y Agar
“Dijo Sarai a Abram: ‘Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; 15
te ruego, pues, que te llegues a mi sierva, abril
y quizá tendré hijos de ella’. Atendió Abram el ruego de Sarai”
(Génesis 16:2, 3).

V arios estudios arqueológicos han desmentido en diversas ocasiones la


teoría que considera a los patriarcas como figuras étnicas, y no como per-
sonajes históricos. Han mostrado que tanto los nombres como sus hechos co-
rresponden a anales, contratos y leyes que existían en la época en que vivieron.
Este es el caso con respecto a las relaciones conyugales de Abraham, Sara y
Agar, cuya base jurídica es el famoso Código de Hammurabi del Museo del
Louvre de París.
Hammurabi fue un rey amorreo del Imperio babilónico que vivió en el
siglo XVIII a.C. y reinó entre 1792 y 1750 a.C., coincidiendo con la época pa-
triarcal. A él se atribuye la recopilación y exposición pública de un conjunto de
leyes civiles que grabó en una estela de basalto negro de 2,25 metros de altura,
compuesta por 39 columnas con 3.624 líneas de escritura cuneiforme. En las
secciones 144 a 146, se prescribe: “Si un hombre libre se ha casado con una
sacerdotisa y si esta no le ha dado hijos porque es estéril, la esposa podrá dar
a su marido, como concubina, a una esclava para que entre en su casa y tenga
hijos con ella. Si la esclava tuviere hijos, no podrá igualarse con su señora por
ello y si se ensoberbeciere con la dueña, la señora no podrá venderla; la marcará
y la tendrá entre sus esclavos”. En otros textos legales de la época se indica que
la esclava dará a luz en las rodillas de su dueña y que el hijo que nacerá será
hijo de la señora, con todos los derechos sucesorios.
Abraham y Sara se adelantaron a los planes del Señor, dudaron de la posi-
bilidad material de la promesa, les faltó la fe en la Providencia. De modo que,
para posibilitar el nacimiento de un heredero, recurrieron a las prácticas legales
de su tiempo. Así nació Ismael, el hijo de la esclava; pero, más tarde también
nació Isaac, el hijo de la promesa. Dos hijos, dos descendencias, dos pueblos,
desde entonces y hasta hoy, rivales y enfrentados en una guerra atávica inter-
minable. ¿Será acaso el resultado inevitable de seguir prácticas y leyes del
mundo en lugar de confiar plenamente en Dios y cumplir sus mandamientos?
También hoy existen matrimonios autorizados por las leyes humanas que Dios
no aprueba. Por eso nunca hay que olvidar que hay un Dios en los cielos.
Decídete hoy a no vivir una simulación espiritual, sino una genuina vida de
fe y confianza en el Padre celestial.

111
Yo y mi casa serviremos a Jehová
16 “Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis;
abril si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando
estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos
en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová”
(Josué 24:15).

S iempre han sido muy importantes las palabras de despedida, los adioses
pronunciados por alguien importante. Hoy quiero meditar en las últimas
palabras de Josué dirigidas al pueblo de Israel, cuando la conquista estaba ter-
minada, repartido el territorio e iniciada la vida regular en la tierra prometida,
todavía poblada por pueblos cananeos. Los términos finales de sus palabras,
recogidas en nuestro texto, son un eco lejano de las del propio Moisés antes de
morir: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que
os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge,
pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30:19). Ambos insis-
ten en el imperativo de la elección entre la fidelidad o la rebeldía, la obediencia
o la desobediencia, la bendición o la maldición.
Josué añade algo que me parece significativo: el acuerdo y compromiso asu-
mido por toda su familia. Aunque la fidelidad al Señor y la salvación son cues-
tiones que incumben al individuo personalmente, nunca la Palabra de Dios ha
inhibido, en el proceso de la conversión, a la familia como una unidad solidaria,
representativa y garante de sus miembros. En el episodio de la conversión del
carcelero de Filipos, Pablo y Silas dieron el mensaje del Señor a este y a todos
los de su casa, él y todos los suyos fueron bautizados por haber creído en Dios
(Hech. 16:32-34). Nadie fue forzado a aceptar, todos fueron primeramente adoc-
trinados, pero nadie fue objeto de exclusión, ni siquiera los esclavos.
Josué se declaró guardián de su familia en el compromiso de escoger la
fidelidad a Dios. Sabía que esto implicaba educación, instrucción, prevención,
amor y autoridad; pero no renunció a ello, lo asumió y proclamó firmemente la
adhesión solidaria de su casa a Dios. Los Diez Mandamientos se promulgaron
en un contexto social que integraba y responsabilizaba a toda la familia: “Yo
soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre
los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago
misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos”;
además, la observancia del sábado involucra a todos miembros del hogar (Éxo.
20:5, 6, 10).
Resuelve hoy servir a Dios con toda tu familia. Que nada te aparte de este
objetivo.

112
Cómo hemos de educar a nuestros hijos
“Cuando tus palabras se cumplan, ¿cuál debe ser 17
la manera de vivir del niño y qué debemos hacer con él?” abril
(Jueces 13:12).

M anoa y su esposa habían clamado repetidas veces a Dios que los liberase
de la opresión filistea y Dios les respondió haciéndolos responsables de
criar y educar al futuro juez de Israel. La preocupación de aquellos padres por
seguir fielmente la orden del Señor es evidente en el relato. Manoa, deseoso de
escuchar personalmente al mensajero divino, oró para que el ángel volviera y
repitiese la instrucción, luego, le hizo esta pregunta: “¿Cuál debe ser la manera
de vivir del niño y qué debemos hacer con él?” Hoy, como en tiempos de Ma-
noa, nuestros hijos deben ser criados bajo el control del cielo porque los hijos
son una herencia de Dios (Sal. 127:3).
La respuesta del ángel del Señor fue que madre e hijo debían abstenerse de
bebidas alcohólicas y alimentos inmundos porque el niño debía ser consagrado
como nazareo desde antes del nacimiento (Juec. 13:7, 14). El nazareato era
un voto de consagración a Dios, temporal o vitalicio, para el cumplimiento de
una misión. El nazareo no se debía cortar el cabello, no podía acercarse a un
cadáver; era como un sacerdote laico. Es evidente que Sansón, siendo adulto,
no respetó siempre los votos del nazareato.
La Biblia es todo un programa educativo; en ella Dios nos da instrucciones,
consejos, órdenes, nos muestra ejemplos acerca de la crianza de los hijos. El
hogar y la escuela son el alma mater, el alma que alimenta, el troquel que da
forma a la personalidad y el carácter. El Shemá que los judíos debían recitar
tres veces al día mirando hacia Jerusalén, dice literalmente: “Oye, Israel: Jeho-
vá, nuestro Dios, Jehová uno es. Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón,
de toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy,
estarán sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas
estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes”
(Deut. 6:4-7).
Una razón del excelente vínculo familiar que todavía hoy conservan las
familias judías se debe al Shemá. El profeta Malaquías anunció una reforma
especial dentro de la familia adventista, antes de que llegue el día de Jehová
grande y terrible (4:5, 6) y Elena de White dedicó 2.500 páginas de sus escritos
a la familia cristiana y a la educación de los niños.
Pregunta hoy al Señor cómo puedes ayudar a otros a acercarse a él. Tu
servicio es muy importante.
113
No remuevas los linderos antiguos
18 que pusieron tus padres
abril
“Descendió Sansón a Timnat y vio allí a una mujer de las hijas
de los filisteos. Regresó entonces y lo contó a su padre y a su madre,
diciendo: ‘He visto en Timnat una mujer de las hijas de los filisteos;
os ruego que me la toméis por mujer’. Su padre y su madre
le dijeron: ‘¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos,
ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer
de los filisteos incircuncisos?’ Sansón respondió a su padre: ‘Tómame
esta por mujer, porque ella me agrada’ ”
(Jueces 14:1-3).

L os linderos tuvieron y siguen teniendo una gran importancia. Servían de


frontera para marcar el territorio de ciertas localidades y también el límite
entre dos campos contiguos. A veces bastaba con hacer un surco dos veces
más ancho y plantar una piedra en cada extremidad. Desplazar o suprimir un
lindero de una propiedad era y es un delito castigado por las leyes. Pero la
inviolabilidad de la heredad recibida de los padres tenía, además, un carácter
sagrado. En Israel, desplazar o quitar los linderos del patrimonio paterno era
objeto de una maldición: “Maldito el que desplace el límite de su prójimo”
(Deut. 27:17).
Pero los linderos pueden tener también una aplicación espiritual. Se tra-
ta de los principios morales y espirituales del carácter, el estilo de vida, el
comportamiento, un cierto espíritu crítico preventivo de lo que nos rodea, las
normas o signos de una pertenencia determinada, entre otros, son linderos que
heredamos de nuestros padres y que debemos respetar porque, en algunos ca-
sos, fueron marcados con sacrificios, renuncias, oposición y sangre.
Sansón, el joven providencial llamado a salvar a su pueblo de la mano de
los filisteos, recibió de sus padres una educación esmerada acorde con los prin-
cipios de los votos del nazareato. El texto bíblico dice que después de nacer,
“el niño creció y Jehová lo bendijo. […] el espíritu de Jehová comenzó a ma-
nifestarse en él” (Juec. 13:24, 25). Pero Sansón removió los linderos antiguos
colocados por sus padres (Prov. 22:28): frecuentó los centros de diversión de
las ciudades filisteas, se dejó llevar por la sensualidad y el capricho temerario,
profanó su vínculo sagrado con Dios y frivolizó con el poder de su extraordina-
ria fuerza. Así comenzó una triste espiral de infidelidades a la herencia paterna
que le llevaron a un terrible desastre personal. Lo que no quiso hacer en vida
lo tuvo que cumplir en la muerte (Juec. 16:30, 31).
Recuerda que no es bueno despreciar los linderos colocados por quienes
nos han precedido. Están ahí porque hay un Dios en los cielos.
114
Las lágrimas de Armstrong
“Corona de los viejos son los nietos 19
y honra de los hijos son sus padres” abril
(Proverbios 17:6).

L ance Edward Armstrong, nacido en 1971 en Austin (Texas), superviviente de


un cáncer, casado y padre de cinco hijos que, desde 1999 hasta 2005, fue sie-
te veces consecutivas ganador del Tour de Francia, Premio Príncipe de Asturias
de los Deportes en el 2000 y creador de la Fundación Livestrong contra el cáncer,
fue denunciado en junio de 2012 por algunos de sus compañeros de equipo y
acusado formalmente de dopaje continuado por la Agencia Antidopaje de Esta-
dos Unidos (USADA, por sus siglas en inglés). Esta organización presentó el 10
de octubre del mismo año un informe ante la Unión Ciclista Internacional (UCI)
donde acusó a Armstrong de utilizar el sistema más sofisticado, profesionalizado
y eficaz de dopaje que el deporte jamás había visto. El 22 de octubre, la UCI hizo
efectiva una sanción de por vida desposeyéndole de sus siete Tours y de todos
los títulos ganados desde 1998.
El 14 de enero de 2013, en una entrevista con la famosa periodista Oprah
Winfrey, Amostrong reconoció que en esos siete títulos había utilizado sustan-
cias prohibidas y se había dopado para mejorar su rendimiento. Dijo también lo
siguiente: “Me dopaba por el afán de ganar a cualquier precio. […] La actitud de
ganarlo todo la tomé primero ante el cáncer y la extrapolé después al ciclismo.
[…] Ya sé que la gente no me va a creer, pero me gustaría pedir disculpas a tantas
personas a la que he hecho daño”. Al llegar a este punto, Armstrong derramó
algunas lágrimas. Entonces, la periodista le preguntó la razón por la que ahora
confesaba, a lo que él respondió: “Vi a mi hijo mayor, de trece años, cómo me
estaba defendiendo ante otras personas, diciendo: ‘No es verdad lo que dicen de
mi padre’. Entonces le dije: ‘No me defiendas, hijo, es verdad’ ”. El ídolo caído
reconoció: “El precio que ha pagado mi familia me ha llevado a terminar con
este sinsentido”. La entrevista resultó desgarradora, contundente y brutal.
“La honra de los hijos son sus padres”, dijo el sabio. Lance Armstrong, el
mejor ciclista del mundo, lo sabía, por eso quiso terminar con aquel camino
de falsedad. Ante el mundo había estado negando que se dopaba, pero ante su
hijo, un jovencito de trece años, confesó la verdad y derramó lágrimas.
Dios no te abandona cuando le fallas a tus hijos y no alcanzas el ideal como
padre o madre. Ahí está el Padre celestial para ayudarte a fortalecer los víncu-
los con tus hijos.
Recuerda que no puedes obtener el éxito a costa del sacrificio de tu familia.

115
¿El joven Absalón tiene paz?
20 “El rey preguntó entonces al etíope: ‘¿El joven Absalón está bien?’ El
abril etíope respondió: ‘Que a los enemigos de mi señor
les vaya como a aquel joven, y a todos los que se levanten contra ti
para mal’. Entonces el rey se turbó, subió a la sala que estaba encima
de la puerta y lloró. Mientras iba subiendo, decía: ‘¡Hijo mío
Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera
haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!’ ”
(2 Samuel 18:32, 33).

P ocas veces recordamos a David como padre. Qué gran amor e inquietud
sintió por la seguridad de Absalón, aquel hijo rebelde que provocó una
guerra civil. El levantamiento en armas de Absalón contra su padre es uno
de los cuadros más dramáticos de la historia de David. ¡El más valiente de
los guerreros de Israel tuvo que huir llorando perseguido por un hijo rebelde!
Antes de la batalla, David ordenó a sus generales: “Tratad benignamente,
por amor de mí, al joven Absalón” (2 Sam. 18:5). Pero no fue así. Absalón
murió en la batalla a manos de Joab, general en jefe de David. Y es que siem-
pre habrá un Joab, frío, calculador, insensible, justiciero y despiadado que
no va a tener en cuenta el dolor que nos causan los problemas de nuestros
hijos. Cuando los emisarios llegaron para dar la noticia a David, al rey solo
le importaba la vida de su hijo, y cuando supo que había muerto, nada pudo
consolarle, de tal modo que “se convirtió aquel día la victoria en luto para
todo el pueblo” (2 Sam. 19:2).
¿Tienen paz nuestros hijos? ¿Tienen paz nuestros jóvenes? La verdad es
que la juventud adventista es el flanco más vulnerable a los ataques de Satanás
contra el pueblo de Dios. En las Lamentaciones de Jeremías, la pérdida de los
jóvenes del pueblo es un signo de dolor y ruina: “Ved mi dolor: mis vírgenes y
mis jóvenes fueron llevados en cautiverio. […] mis vírgenes y mis jóvenes han
caído a espada” (Lam. 1:18; 2:21). Pero hay esperanza, el ángel del Señor que
está hablando a Zacarías, le dice a otro ángel: “Háblale a este joven” (Zac. 2:4),
implicando así a la juventud en la restauración mesiánica de Jerusalén. Jesús
ama a nuestros hijos, lo sabemos, y la promesa más alentadora que recibimos
los padres que, como David, hemos llorado alguna vez por nuestros hijos, es
la que nos ofrece Isaías en los mensajes mesiánico-escatológicos de su libro:
“El Señor mismo instruirá a todos tus hijos, y grande será su bienestar” (Isa.
54:13, NVI).
Ruega hoy al Señor por los jóvenes de tu iglesia.

116
El mayor de los milagros de Jesús
“Y el que había muerto salió, atadas las manos 21
y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. abril
Jesús les dijo: ‘Desatadlo y dejadlo ir’ ”
(Juan 11:44).

L a resurrección de Lázaro es reconocida por Elena de White como “el ma-


yor de los milagros de Cristo”, el cual “llegó a ser la evidencia más po-
sitiva de su carácter divino” (El Deseado de todas las gentes, pp. 482, 486).
Encontramos en este magnífico relato (Juan 11) tres imperativos enfáticos y
significativos, dos de ellos dirigidos a la iglesia; el más vehemente, dirigido
al difunto. Estas órdenes tienen que ver con el regreso a la vida espiritual de
quienes han muerto también al evangelio, con su restitución en la familia y en
la iglesia:
• “Quitad la piedra”. Si bien es cierto que Cristo es el único que les puede
devolver la vida, ha de contar con nuestra colaboración para preparar su
acción. Esa piedra que mantiene a un buen número de creyentes en el
sepulcro es la de creer que ya nada se puede hacer por ellos; es la piedra
de nuestro desprecio o condena; es la piedra de nuestra indiferencia o
intolerancia; puede ser la piedra de nuestro orgullo que no está dispuesto
a ir en su busca.
• “¡Lázaro, ven fuera!” Los que hoy viven alejados de la iglesia no son
extraños a la voz de Cristo. Conservan la semilla de la vida porque
fueron amigos de Jesús. Es necesario simplemente que despierten al
oír el clamor de su voz. El mismo poder que en la resurrección del
día postrero penetrará el mundo del silencio, puede irrumpir hoy en el
mundo del silencio de los muertos espirituales. Y el grito del Príncipe
de la vida que hizo eco en el espíritu dormido de Lázaro puede hacerlo
en el de tu amigo, tu hermano, tu hijo, mi hijo y sacarlos de la tumba.
• “Desatadlo y dejadlo ir”. Cristo les ha devuelto la vida, han salido del
sepulcro, pero todavía llevan el sudario y las vendas de los difuntos.
Son las reminiscencias de su estancia en el mundo: el aspecto, las
costumbres, una voluntad débil, vulnerable, amistades… de todo
esto hemos de ayudarles a desprenderse. Es una obra de amor, de
comprensión, de paciencia. Dejadles ir, no les pongáis en cuarentena,
no les señaléis con el dedo porque estuvieron con los muertos. Son
ahora, como Lázaro, ¡vivos rescatados de entre los muertos!
Dios puede hoy renovar tu vida espiritual, levantarte del letargo en que te
encuentras y reavivar tus anhelos misioneros.
117
“Pastor, usted me casará”
22 “Instruye al niño en su camino,
abril y ni aun de viejo se apartará de él”
(Proverbios 22:6).

E n el Colegio Adventista de Sagunto teníamos una hermosa tradición. Cada


final de curso celebrábamos una ceremonia bautismal al aire libre en el bap-
tisterio exterior excavado en la roca, entre pinos y algarrobos, rodeados de la aro-
mática flora mediterránea: tomillo, romero y lavanda. En ese importante evento
del programa de clausura, varios alumnos hacían su pacto solemne con el Señor.
Aquel fin de curso de 1983, el grupo era numeroso. Cristinita, una jovencita
de once años, fue una de ellas. Era la hija de unos empleados del colegio y me
había pedido insistentemente que yo la bautizara. Era una niña alegre, espontá-
nea, vivaz, inteligente y piadosa. Al salir de las aguas bautismales, con su túnica
completamente mojada y sus cabellos negros cayendo sobre su espalda, Cristini-
ta emocionada por lo que acababa de hacer, me miró con una carita de inocencia
que expresaba una inmensa felicidad, y dibujando una sonrisa, me dijo con cierta
candidez no carente de firmeza: “Pastor, usted me casará”.
Transcurrieron dieciséis años y Cristinita se hizo una mujer. Había terminado
los estudios universitarios y ejercía como maestra en una escuela pública de la
ciudad. En la iglesia local era una miembro activa y responsable. Allí conoció a
Gerson, un joven adventista de la Iglesia de Barcelona, con el que inició un no-
viazgo que les llevó al compromiso matrimonial. Una mañana de enero de 1999,
el teléfono sonó en mi despacho de Berna (Suiza) y una voz femenina me dijo en
español: “Pastor, soy Cristina, me caso”. Y la casé, en el mismo lugar donde había
sellado un pacto de fidelidad con el Señor; allí, sus familiares, amigos, hermanos
y el pastor que la bautizó, fuimos testigos de sus votos de amor y de su sagrado
compromiso matrimonial delante de Dios, el Dios de su niñez y juventud.
El versículo de hoy es una orden divina acompañada de una animadora
promesa. La educación cristiana en el hogar, la iglesia y la escuela durante los
primeros años de la vida deja huellas imborrables en el alma de nuestros niños
y jóvenes. Una bendición especial del Señor acompaña y prospera la obra re-
dentora que realizan padres y educadores y, aunque el tiempo pase, la rueda de
la vida dé muchas vueltas y las circunstancias personales cambien, “los hábitos
correctos, virtuosos y viriles, formados en la juventud, se convertirán en parte
del carácter y, por regla general, señalarán el curso del individuo por toda la
vida” (Conducción del niño, p. 181).
¿Has sembrado la semilla del evangelio en un niño? Tarde o temprano dará
un agradable fruto.
118
Un muchacho está aquí
“Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, 23
le dijo: ‘Un muchacho está aquí que tiene cinco panes de cebada abril
y dos peces; pero ¿qué es esto para tantos?’ ”
(Juan 6:8, 9).

C orría el mes de marzo en un hermoso lugar de la parte oriental del mar de


Galilea cubierto de hierba. Las cumbres nevadas del monte Hermón corta-
ban al norte el horizonte, todo era bello y apacible, pero el reposo que buscaban
Jesús y los discípulos pronto se terminó por la llegada de miles de personas
procedentes de todas partes. Jesús estuvo atendiéndoles solícitamente todo el
día, y se hizo tarde. Los discípulos pidieron al Señor que despidiera a la gente
para que pudiesen comprar alimentos, pero él respondió: “Dadles vosotros de
comer”. ¿Nosotros? ¡Qué ironía! ¿Cómo? ¿Con qué? Solo tenían doscientos
denarios en la bolsa, lo cual era insuficiente para comprar pan para alimentar a
una multitud. Entonces, apareció Andrés con un jovencito que estaba dispuesto
a compartir sus cinco panes y dos peces. Aquel chico puso todo lo que tenía
en las manos del Maestro. Jesús bendijo los alimentos, los partió y dio a sus
discípulos para que los distribuyeran entre los asistentes. El niño fue testigo
de todo el milagro. ¡Qué maravilla! Su pequeño cargamento estaba sirviendo
para alimentar a más de cinco mil personas y los restos llenaron doce canastas.
¡Nada se perdió!
Sí, he aquí un muchacho que había sacado de apuros a Jesús y a los aturu-
llados discípulos. Mucha gente piensa que los niños y jovencitos no deben ser
tenidos en cuenta en los eventos importantes y mucho menos darles responsa-
bilidades de cierta relevancia. Pero Jesús no pensaba así. Él mismo comenzó a
tomar parte “en los negocios de su Padre” cuando solo tenía doce años. Realizó
importantes milagros con jovencitos, bendijo a unos niños que sus madres le
presentaron riñendo a los discípulos porque lo querían impedir, y en su entrada
triunfal en Jerusalén, fue recibido por muchos jóvenes que le aclamaron en el
templo: “¡Hosanna al Hijo de David!”, propiciando la indignación de la jerar-
quía sacerdotal hebrea (Mat. 21:15).
El relato de la multiplicación de los panes y los peces nos recuerda la im-
portancia que tienen los niños y jovencitos cuando ponen en las manos de
Jesús todo lo que tienen, lo que son y lo que, por providencia de Dios, pueden
llegar a ser. Ya lo dijo el sabio: “Aun el muchacho es conocido por sus hechos,
si su conducta es limpia y recta” (Prov. 20:11).
Tú también puedes hoy darle a Jesús lo mejor que tienes. Él lo multiplicará
para bendecir las vidas de mucha gente.
119
Tus hijos no andan en tus caminos
24 “Tú has envejecido y tus hijos no andan en tus caminos;
abril por tanto, danos ahora un rey que nos juzgue,
como tienen todas las naciones”
(1 Samuel 8:5).

A cerca del ministerio del profeta Samuel, dice Elena de White: “Desde los
tiempos de Josué, jamás había sido administrado el gobierno con tanta sa-
biduría y éxito como durante la administración de Samuel. […] había trabajado
con infatigable y desinteresado celo por el bienestar de su pueblo y la nación
había prosperado bajo su gobierno sabio” (Patriarcas y profetas, p. 654). Pero
cuando tuvo que proveer su sucesión, se encontró con el grave problema de
que sus hijos, Joel y Abías, no eran dignos de ocupar su puesto. ¿Cuál había
sido la causa? Posiblemente había sido indulgente con ellos y, sin duda, su
dedicación incondicional a los asuntos del pueblo le había sustraído parte del
tiempo que necesitaba dedicar a la educación de sus hijos.
El éxito o el fracaso en la vida de un hombre no solo se miden por lo que
hizo, sino también por lo que pudo y debió hacer, y no hizo. Los fracasos, en
la vida familiar particularmente, son siempre graves y dolorosos. En el caso de
Samuel, el mal testimonio de sus hijos trajo para el pueblo de Israel cambios
muy importantes en su sistema de gobierno; Israel dejó de ser una teocracia
para convertirse en una monarquía autocrática como las que tenían los pueblos
vecinos.
La expresión “tus hijos no andan en tus caminos” debiera hacer eco en la
conciencia de las familias cristianas de nuestro tiempo. Se ha constatado que
existe un aumento alarmante en el número de jóvenes que abandonan la igle-
sia. Roger Dudley, en su libro Why Teenagers reject religion?, afirma: “Entre
los adolescentes, el rechazo de la religión está en un nivel emocional y no
en un nivel intelectual” (p. 25). ¿Les ha faltado la compañía, el consejo, la
dirección de los padres? Tal vez, porque en el estilo de vida actual, los padres
apenas tienen tiempo para estar con sus hijos, contribuyendo, sin quererlo, a
que otras influencias funestas les hagan abandonar “el camino de sus padres”.
Para terminar, Elena de White nos advierte: “Trabajad para impedir que
vuestros hijos se ahoguen en las influencias viciosas y corruptoras del mundo
como si estuvieseis trabajando por vuestra propia vida. Estamos muy atrasados
en el cumplimiento de nuestro deber en este importante asunto” (Testimonios
para la iglesia, t. 6, p. 203).
Pero hay un Dios en los cielos… cuando los hijos se rebelan contra la fe
que les hemos enseñado. Oremos por su salvación y acerquémonos a ellos.
120
Una vida ejemplar
“Delante de las canas te levantarás y honrarás 25
el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová” abril
(Levítico 19:32).

L a residencia de ancianos Maranatha, anteriormente, fue una masía (casa


de labor, con finca agrícola y ganadera, típica del noreste de España). Esta
fue donada a la glesia por la familia de la hermana Dolores Mauri, quien vivió
allí hasta su muerte, a los 90 años. Acondicionada convenientemente, es hoy
un centro geriátrico donde un equipo de profesionales prodiga cariño, cuida-
dos y asistencia facultativa a personas mayores. Es un lugar providencial para
ancianos adventistas y también para aquellos que no lo son.
Entre ellos, Purificación Bellido. Se graduó de maestra y matrona y ejerció
como tal en instituciones públicas. Convertida a la fe adventista en tiempos
de gran intolerancia religiosa, perdió su trabajo y se preparó entonces como
instructora bíblica, labor que desempeñó durante cuarenta años. Purita se ocu-
pó de grupos e iglesias, y, sin haber sido ordenada al ministerio, obligada por
las circunstancias, ejerció plenamente como “pastora”, mucho antes de que la
polémica de la ordenación de mujeres se debatiera en la Iglesia Adventista. Ins-
truyó y llevó a la conversión a familias de raigambre adventista. En la Iglesia de
Alcoy (Alicante), le tocó bregar con un gobernador civil de la provincia que, a
toda costa, quería suspender los servicios religiosos, lo cual no pudo conseguir
por la tenaz defensa de su “pastora” que, durante algún tiempo, trasladó la con-
gregación a su casa, con riesgo de ser multada o encarcelada.
Es un verdadero logro llegar a la ancianidad. Las personas mayores mere-
cen el respeto y reconocimiento de la iglesia. Al respecto, dice Elena de White:
“Dios ha mandado especialmente que se manifieste tierno respeto hacia los
ancianos. “Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia”
(Prov. 16:31). Habla de batallas que se libraron y victorias que se ganaron; de
responsabilidades que se asumieron y de tentaciones que se resistieron. Habla
de pies cansados que se acercan al descanso, de puestos que pronto quedarán
vacantes. Ayúdese a los niños a pensar en esto, y entonces allanarán el camino
de los ancianos mediante su cortesía y su respeto, y añadirán gracia y belleza
a sus jóvenes vidas si prestan atención a este mandato: “Delante de las canas
te levantarás, y honrarás el rostro del anciano” (Lev. 19:32)” (Consejos para
la iglesia, p. 362).
Si conoces a una persona mayor, hoy es buen día para mostrarle afecto y
recordarle que hay un Dios en los cielos.
121
Dios mira el corazón
26 “Pero Jehová respondió a Samuel: ‘No mires a su parecer,
abril ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho;
porque Jehová no mira lo que mira el hombre,
pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos,
pero Jehová mira el corazón’ ”
(1 Samuel 16:7).

M il años antes de que los pastores de Belén oyeran cantar al coro angelical
y fueran a adorar al niño Jesús en el establo de Belén, otro pastorcillo
cuidaba los rebaños de su padre en las mismas colinas de Belén.
Aquel muchacho llegó a ser el más grande de los reyes de Israel, un brillan-
te estratega militar, un músico virtuoso, un genial compositor y poeta, ancestro
de Jesús de Nazaret, un tipo del Mesías Rey, un hombre según el corazón de
Dios… Pues bien, ni sus hermanos, ni su padre, ni el propio profeta Samuel
habían visto en aquel muchacho rubio, de bello aspecto, de estatura normal,
experto con la honda, valiente con las bestias que atacaban al ganado, otra cosa
que un músico sensible y un pastorcillo responsable. Samuel se equivocó, por-
que al ver a Eliab, el primogénito de Isaí, muy parecido a Saúl en estatura, de
porte principesco y bellas facciones, pensó que él era el elegido del cielo, pero
el Señor le dijo: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo
lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira
lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. ¿Por qué escogió
Dios a David? ¿Qué vio el Señor en él? Observó su corazón.
Al respecto, Elena de White dice lo siguiente: “La sabiduría y la excelencia
del carácter y de la conducta expresan la verdadera belleza del hombre; el valor
intrínseco y la excelencia del corazón determinan que seamos aceptados por el
Señor de los ejércitos. […] Del error de Samuel podemos aprender cuán vana
es la estima que se basa en la hermosura del rostro o la nobleza de la estatura.
Podemos ver cuán incapaz es la sabiduría del hombre para comprender los
secretos del corazón o los consejos de Dios, sin una iluminación especial del
cielo” (Patriarcas y profetas, p. 626).
Aunque el profeta realizó en secreto la ceremonia del ungimiento y el jo-
ven pastor volvió a las colinas con los ganados de su padre, para David fue el
anuncio del destino sagrado que le esperaba, por eso decidió ser siempre fiel al
propósito de Dios. Todo eso vio la Providencia en el corazón de David.
Recuerda hoy que Dios observa tu corazón. El carácter es lo que único que
llevarás al cielo.

122
¡Dadme un hombre que pelee conmigo!
“Hoy yo he desafiado –añadió el filisteo– al campamento 27
de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo” abril
(1 Samuel 17:10).

S e dice que el filósofo griego Diógenes vivía en un tonel, solo tenía un palo, una
alforja y una escudilla e iba siempre descalzo. Se cuenta que, a plena luz del día,
lo vieron por las calles de Atenas con una lámpara encendida en la mano. Cuando
le preguntaron: “Diógenes, ¿a quién buscas?”, él respondió: “Busco un hombre”.
Goliat también buscaba un hombre que pelease con él. El guerrero filisteo iba
bien pertrechado, tenía amplia experiencia en la guerra y estaba seguro de su victo-
ria. Así que, durante cuarenta días estuvo desafiando al ejército de Israel para que
alguien luchase con él cuerpo a cuerpo. Entre los hebreos nadie estaba dispuesto a
correr un riesgo tan alto. Saúl se recluyó en su tienda sin saber qué hacer. ¿Quién
podría estar dispuesto a combatir contra el gigante? Ese hombre fue el joven David.
Aparentemente, Goliat era muy superior a David, pero el chico tenía virtudes muy
valiosas para obtener una verdadera conquista:
1. Era espiritual, porque interpretó aquella situación crítica como un desafío al
Dios del cielo.
2. No adoptó una actitud crítica frente a la cobardía de los líderes.
3. No quedó indiferente ante aquel desafío. Estaba dispuesto a pelear.
4. Había sido ungido por el profeta Samuel y estaba convencido de que tenía
una misión que cumplir.
5. Tenía convicciones religiosas profundas y sabía de quién dependía la
victoria.
6. Era un joven experimentado en afrontar peligros.
7. Conocía cuáles eran sus armas y peleó con aquella que mejor dominaba.
8. No improvisó su estrategia. Trazó un plan que, con la ayuda de Dios, podía
darle la victoria.
9. No actuó con arrogancia después de la victoria.
La iglesia y el mundo necesitan hoy hombres como David, dispuestos a pelear
con los nuevos gigantes de este tiempo que retan al pueblo de Dios. Elena de White
dice: “La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se
compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas;
hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya
conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan
de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos” (La educación, p. 54).
¿Estás listo para enfrentar a tus gigantes este día? No temas a la batalla. No estás
solo. Dios está a tu lado.
123
David con la armadura de Saúl
28 “Saúl vistió a David con sus ropas, puso sobre su cabeza un casco
abril de bronce y lo cubrió con una coraza. Ciñó David la espada
sobre sus vestidos y probó a andar, porque nunca había hecho
la prueba. Y dijo David a Saúl: ‘No puedo andar con esto,
pues nunca lo practiqué’. Entonces David se quitó aquellas cosas”
(1 Samuel 17:38, 39).

E l episodio de la victoria de David contra Goliat está cuajado de lecciones


espirituales y morales evidentes. Quisiera resaltar aquí sus palabras y ac-
titudes con el rey Saúl. El texto bíblico establece contrastes muy significativos
entre David y Saúl que creo merece la pena comentar.
No fue frecuente en las guerras de Israel que, cuando las batallas se prolon-
gaban o el cerco a las ciudades no las rendían, la contienda se dirimiera me-
diante un combate de dos paladines, representantes de cada uno de los ejérci-
tos. ¿Quién debía ser el paladín israelita que saliese a pelear contra Goliat? ¿A
qué valiente del ejército de Israel le correspondía limpiar el oprobio lanzado
por el filisteo? Durante cuarenta días nadie respondió. En realidad, el contrin-
cante debía ser el rey Saúl, él también era muy alto, además, tenía una arma-
dura, era un militar experimentado y había obtenido victorias importantes con
Israel. Pero en aquel momento el monarca no estaba dispuesto a enfrentarse a
Goliat porque tenía el espíritu quebrantado y la conciencia turbada.
Entonces apareció en el frente de batalla David, precisamente cuando el
gigante estaba desafiando a Israel. David se sintió ofendido por aquel desafío,
manifestó su desdén por el filisteo y no se acobardó ante su estatura ni su ar-
madura ni sus palabras, al contrario, tranquilizó el ánimo de todos y dijo al rey:
“Tu siervo irá y peleará contra este filisteo” (1 Sam. 17:32). ¡Qué tremendo
contraste! Un humilde pastorcillo animando al rey de Israel, aceptando el reto
que solo correspondía a Saúl.
Aunque el rey dudó de que aquel jovencito pudiese vencer al gigante, acep-
tó su ofrecimiento para salvar su propia vida y reputación, lo vistió con su
armadura, le dio sus armas y lo envió al combate. Saúl confiaba en su armadura
pero David depositaba su esperanza en su Dios y se sentía más seguro pelean-
do con las armas que sabía manejar, con las que también él era un experto. Por
eso, se quitó la armadura de Saúl. En realidad, Dios ha dado a cada ser humano
sus propias armas para derrotar gigantes. Nadie necesita colocarse la armadura
de otro.
Pide a Dios que te ayude a usar las armas con las que él te ha dotado para
ser un triunfador.

124
Cinco piedras lisas del arroyo
“Luego tomó en la mano su cayado y escogió cinco piedras lisas 29
del arroyo, las puso en el saco pastoril, en el zurrón que traía, abril
y con su honda en la mano se acercó al filisteo”
(1 Samuel 17:40).

E n el pueblo de Israel llegó a haber guerreros que usaban la honda con gran
habilidad, incluso se cuenta de algunos honderos zurdos capaces darle a
un cabello sin errar (Juec. 20:16). La Biblia dice que David escogió cuidadosa-
mente cinco piedras para enfrentarse al gigante. La selección de las piedras era
muy importante para los honderos, por eso buscaban las más duras, alisadas,
aerodinámicas y con el peso apropiado. Si se lanzaban desde una distancia
conveniente, ni muy cerca ni muy lejos, podían ser letales, según la parte del
cuerpo donde impactaran. Pero ¿qué representaban las cinco piedras que Da-
vid metió en su zurrón? Esas cinco piedras son otras tantas armas espirituales
que debemos usar en la lucha contra el mal:
1. La piedra de la fe. David dijo al filisteo: “Tú vienes contra mí con
espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová
de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has
provocado” (1 Sam. 17:45).
2. La piedra del amor al pueblo de Dios. Cuando David escuchó las
palabras de Goliat desafiando al ejército israelita, con indignación
dijo: “¿Quién es este filisteo incircunciso para que provoque a los
escuadrones del Dios viviente?” (1 Sam. 17:26).
3. La piedra del arrojo y del valor. Llevado ante el amedrentado rey
Saúl, David le aseguró sin temblarle las piernas: “Que nadie se
desanime a causa de ese; tu siervo irá y peleará contra este filisteo” (1
Sam. 17:32).
4. La piedra de la prevención y prudencia. Pero ni la fe ni el valor de
David fueron temerarios. Él se proveyó de cinco piedras, por si fallaba
con las primeras, evitó el cuerpo a cuerpo y, cuando vio que Goliat
retiraba el yelmo de su cabeza, tiró a la frente del gigante, su punto más
vulnerable. Y acertó.
5. La piedra de la destreza y la experiencia. David había vencido osos y
leones con la misma honda. Tenía muy buena puntería y acertó a clavar
la primera piedra en la frente del gigante.
Sí, son las piedras de la fe, el amor, el valor, la prudencia y la destreza. Y
cada vez que las usemos para enfrentar a los gigantes de nuestro tiempo, sere-
mos testigos de que hay un Dios en los cielos.
125
¡Tú eres ese hombre!
30 “Se encendió el furor de David violentamente contra aquel hombre,
abril y dijo a Natán: ‘¡Vive Jehová, que es digno de muerte
el que tal hizo! Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera,
por haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia’.
Entonces dijo Natán a David: ‘Tú eres ese hombre’ ”
(2 Samuel 12:5-7).

E l Salmo 19 fue una de las porciones de las Escrituras que aprendí de memo-
ria en las Clases Progresivas, cuando tenía doce años. Hoy, más de sesenta
años después, la verdad es que todavía soy capaz de recitarlo con admiración:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus
manos”. Pero había una frase en el Salmo 19 que no entendí hasta que fui pastor:
“¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocul-
tos”. ¿Cometemos errores que no conocemos? ¿Podemos ser responsables de los
pecados ocultos que se producen sin que tengamos plena conciencia de ello? ¿De
qué está hablando el salmista?
Desconocemos la fecha exacta en que fueron escritos ciertos salmos, pero el
19 bien pudo redactarse tras la visita que el profeta Natán hizo al rey para denun-
ciarle su grave pecado en el caso de Urías, cuya esposa, Betsabé, había tomado
David, ordenando después que el soldado muriera en el campo de batalla. El sabio
profeta contó al rey una parábola: un hombre rico que tenía muchas ovejas para
obsequiar y agasajar a un visitante se había apoderado de la única cordera de
un ciudadano pobre a la cual este cuidaba con mucho cariño. Al escuchar el rey
semejante injusticia y atropello, reaccionó con gran furia y condenó al agraviador
como alguien digno de muerte. Entonces, hubo un momento de silencio y el pro-
feta, señalando con su dedo al monarca, le acusó: “¡Tú eres ese hombre!”
No siempre nos damos cuenta de lo estamos haciendo. El pecado genera
una especie de obnubilación de la conciencia. Los pecados ocultos resultan de
tendencias internas incontroladas; son los pecados de costumbre, aquellos que,
siendo graves, nuestra acomodaticia conciencia los trata con enorme permisi-
vidad; pecados que justificamos cuando son nuestros porque tenemos un velo
en los ojos que nos impide reconocerlos, pero que juzgamos con extremada
dureza cuando son yerros ajenos. David comprendió al profeta y se arrepintió
amargamente de aquel pecado cuya aspereza y malignidad habían quedado
mitigadas ante sí mismo, pero no ante el juicio de Dios.
Pide a Dios que te ayude a ser consciente de tus pecados ocultos y arre-
piéntete de ellos. En Jesús encontrarás perdón. Entonces, tendrás poder para
enfrentar los desafíos que la vida te depara.

126
¿Hay algún profeta
para consultar a Dios? 1o
mayo
“Pero Josafat dijo: ‘¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová,
para que por medio de él consultemos?’ ”
(2 Crónicas 18:6).

J osafat creía en los profetas de Dios. En su alianza con Acab, rey de Israel,
para pelear contra los sirios, pidió que antes de salir a la batalla se consultara
a Dios. Ante tal petición, Acab llamó a sus cuatrocientos profetas palaciegos que
presagiaban una gran victoria. Josafat se dio cuenta de que eran profetas falsos e
insistió: “¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, para que por medio de él con-
sultemos?” La respuesta de Acab es muy significativa: “Aún hay aquí un hombre
por medio del cual podemos preguntar a Jehová; pero yo lo aborrezco, porque
nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal. Es Micaías hijo de Imla” (2
Crón. 18:7). Josafat pidió que trajeran a Micaías, y cuando este anunció la derro-
ta que sufrirían contra los sirios, donde el propio Acab sería herido de muerte, el
rey de Israel lo mandó a la cárcel.
He aquí dos actitudes respecto a los profetas del Señor. Dos actitudes con-
trapuestas, aleccionadoras, que se pueden repetir también hoy en relación al
don profético: incredulidad y fe, confianza y enemistad.
La incredulidad se manifiesta en la indiferencia hacia el profeta; es decir,
se conocen sus escritos pero no son tomados en cuenta. Se revela también en
la desconfianza: el mensaje profético no se considera fiable y se cuestiona su
autenticidad y autoridad. También es una forma de incredulidad la negligencia,
ya que se tiene respeto a sus escritos pero no se practican sus enseñanzas. La
incredulidad activa puede atacar, criticar y perseguir al profeta, al punto de
aborrecerle. Estas actitudes son fruto del orgullo que se antepone a la palabra
inspirada; pero también es fruto que dimana del engreimiento el fanatismo que
se excede en la interpretación y uso de esos escritos.
La fe y la confianza no implican una actitud ciega o absurda. La fe es el
resultado de la experiencia personal y del conocimiento progresivo: “Leer para
creer”. Por eso, la fe se debe manifestar en la búsqueda confiada, incluso en la
investigación rigurosa. La creencia en el profeta se acredita además en la ense-
ñanza, la difusión y la defensa de sus escritos. Finalmente, la fe en la obra del
profeta se testimonia con el uso o puesta en práctica de sus mensajes. Así nos
lo enseña la Biblia: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de
esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca”
(Apoc. 1:3).
Pide al Señor que hoy te ayude a confiar en sus profetas.
127
Creed a sus profetas y seréis prosperados
2 “Oídme, Judá y habitantes de Jerusalén. Creed en Jehová,
mayo vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas
y seréis prosperados”
(2 Crón. 20:20).

E l reino de Judá se encontraba abocado a una invasión de los moabitas, amo-


nitas y edomitas. Josafat y todo su pueblo oraron fervientemente a Dios,
quien les respondió por medio del profeta Jahaziel: “No temáis ni os amedrentéis
delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios.
[…] Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque
Jehová estará con vosotros” (2 Crón. 20:15-17). Mientras se dirigían a la bata-
lla, Josafat dijo: “Creed en Jehová, vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus
profetas y seréis prosperados”. La palabra del rey se cumplió plenamente. Los
invasores fueron destruidos dejando un cuantioso botín de guerra.
La realidad del don profético en la Iglesia Adventista, tal como se mani-
festó en el ministerio de Elena de White, es una cuestión de naturaleza espi-
ritual que confirma la majestuosa providencia divina. En los más de ciento
setenta años años de nuestra historia, las palabras de Josafat se han cumplido
cabalmente también en nosotros. Tanto el testimonio de nuestros pioneros, que
fueron testigos personales, custodios y jueces del don, como el de los analistas
contemporáneos, que pueden evaluar su obra desde la perspectiva de más de
un siglo y medio de distancia, todos son unánimes en reconocer que la Iglesia
no sería lo que es sin esa providencial manifestación del don profético.
Arthur G. Daniells, presidente de la Asociación General de 1901 a 1922, dejó
escrito un testimonio de la obra de Elena de White: “Durante quince años de los
veintiuno que duró mi presidencia de la Asociación General, la Sra. de White fue
mi principal consejera terrenal. […] Los grandes problemas que sus mensajes me
imponían, provocaron veintenas de entrevistas personales, y ocasionalmente mu-
chos mensajes de instrucción y amonestación y, a veces, de reprensión necesaria.
[…] Ahora, en edad provecta, con la obligación de expresar solamente la verdad
sincera y sobriamente, puedo decir que es mi profunda convicción que la vida de
la Sra. de White trasciende por mucho de cualquier persona que yo haya conocido
alguna vez o con la cual me haya relacionado. […] Fue la personificación del serio
fervor en los asuntos del reino. Ni una sola vez le oí jactarse del misericordioso
don que Dios le había concedido. O de los resultados maravillosos de sus esfuer-
zos. Se regocijaba de los frutos, pero daba toda la gloria a Aquel que obraba por
su medio” (El permanente don de profecía, pp. 433, 434).
Agradece hoy al Señor el don de profecía.
128
¿Hasta cuándo vacilaréis
entre dos pensamientos? 3
mayo
“Entonces Elías, acercándose a todo el pueblo, dijo:
‘¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos?
Si Jehová es Dios, seguidle; si Baal, id en pos de él’.
Y el pueblo no respondió palabra”
(1 Reyes 18:21).

E l Carmelo era un lugar cubierto de bosques y florestas, aunque ahora, de-


bido a la pertinaz sequía, estaba agostado. En una de sus cumbres, contras-
taban los altares erigidos para el culto de Baal y Astarté con el derruido altar al
Dios del cielo. Elías eligió este lugar elevado para que se manifestase el poder
de Dios y se vindicase el honor de su nombre. Las multitudes fueron llegando
a la cumbre con expectación. La comitiva de los profetas de Jezabel desfiló
primero delante del pueblo, después el rey ocupó su trono. Frente a todos ellos
estaba Elías, el único que se había presentado en nombre del Señor.
Sin temor, el profeta se mantuvo en pie y clamó: “¿Hasta cuándo vacilareis
vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; si Baal, id en
pos de él”. Pero nadie se atrevió a manifestar su lealtad al Señor. Necesitaban
algo más, una muestra incontrovertible de que Jehová era Dios. ¡Qué triste! El
Señor aborrece la indiferencia y la deslealtad en tiempos de crisis para su cau-
sa. Los que somos hoy un espectáculo para el mundo y los ángeles, lo seremos
mucho más cuando lleguen las escenas finales de la gran controversia entre el
bien y el mal.
La voz de Elías rompió de nuevo el silencio y propuso los términos de la
prueba: dos bueyes para dos sacrificios, aquel sobre el cual descendiera la llama
divina y lo consumiera sería el Dios verdadero. Primero los sacerdotes de Baal
ofrecieron en su altar uno de los bueyes. Durante todo el día, estuvieron cele-
brando ritos y ceremonias, invocando el nombre de sus dioses, danzando, can-
tando, se sajaban el cuerpo con lancetas, pero no vino fuego del cielo. Después,
a la hora del sacrificio de la tarde, Elías reconstruyó con doce piedras el altar de
Jehová, compuso la leña y la víctima y ordenó al pueblo que derramase sobre el
altar y el holocausto doce cántaros de agua. Amonestó al pueblo por la apostasía
que había traído aquella terrible sequía, se postró ante el altar de Dios y pidió
la respuesta del cielo. Expectación, silencio opresivo, solemnidad, terror en los
sacerdotes de Baal y, de pronto, como brillantes relámpagos, llamas de fuego
consumieron el sacrificio, evaporaron el agua y lamieron las piedras del altar. La
gente cayó de rodillas y clamó: “¡Jehová es Dios! ¡Jehová es Dios!”
Tú también proclama tu lealtad a Dios.
129
¿Qué haces aquí, Elías?
4 “Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche.
mayo Llegó a él palabra de Jehová, el cual le dijo:
‘¿Qué haces aquí, Elías?’ ”
(1 Reyes 19:9).

H oras después del sacrificio del Carmelo, la lluvia todavía no había llegado.
Elías oró seis veces a Dios y seis veces su criado volvió diciendo que no
había señales de lluvia. El profeta empezaba a inquietarse. Quien había denun-
ciado duramente la apostasía del pueblo, estaba ahora suplicando por agua, la
renovación en Israel de las bendiciones temporales de la vida. La séptima vez,
los nubarrones de la tormenta llegaron y ¡de qué manera! De inmediato, el
siervo de Dios advirtió al rey que descendiese a Jezreel, pero era ya de noche,
la oscuridad y la lluvia torrencial no dejaban ver el camino, así que Elías avan-
zó delante del carro de aquel rey impío señalándole la ruta como un humilde
criado.
Cuando la reina Jezabel se enteró de lo sucedido en el Carmelo, la muerte
de los cuatrocientos profetas de Baal la llenó de ira y amenazó de muerte a
Elías (1 Rey. 19:2). Esa misma noche, un mensajero despertó al profeta y le
transmitió las palabras de Jezabel y, de manera incomprensible, el poderoso
paladín de la verdad del cielo se llenó de temor y entró en una terrible de-
presión. “Pero el que había sido bendecido con tantas evidencias del cuidado
amante de Dios, no estaba exento de las debilidades humanas, y en esa hora
sombría le abandonaron su fe y su valor” (Profetas y reyes, p. 117). Y es que,
en las batallas de la fe, no basta con obtener la victoria una vez por todas;
nuevos conflictos volverán a poner a prueba nuestra confianza en Dios. En la
experiencia religiosa, nadie puede pretender “vivir de las rentas”.
En Horeb, donde Moisés había visto la espalda de Jehová, se volvió a reve-
lar el Señor a Elías, pero no en el huracán, ni el terremoto, ni en el fuego, sino
en un silbo apacible y delicado. Y de pie, en la boca de la cueva, cubierto su
rostro, escuchó dos veces la inquisitiva pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?” Su
misión no había terminado. Su desánimo y su frustración le estaban apartando
de la gran reforma religiosa que le quedaba por hacer. Asimismo, a todo hijo de
Dios cuya voz el enemigo de las almas ha logrado silenciar con el abatimiento,
se le dirige la misma pregunta, y solo con fe abnegada, aferrados a Jesús y al
amor de Dios podrán responder de la mejor manera.
¿Te sientes triste? No te abandones a la desesperanza. Tu misión no ha
terminado. Disponte hoy a escuchar la voz del Señor.

130
Con el espíritu y el poder de Elías
“E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, 5
para hacer volver los corazones de los padres a los hijos mayo
y de los rebeldes a la prudencia de los justos,
para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”
(Lucas 1:17).

T anto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la figura de Elías es un re-


ferente esencial del verdadero pueblo de Dios: la experiencia de su vida, llena
de hechos portentosos fruto de una fe poderosa, su valor al denunciar los pecados de
la casa real y del pueblo apóstata, el episodio del monte Carmelo desafiando en
nombre del Señor al falso culto de los ídolos cananeos y haciendo descender fue-
go del cielo, el propio abatimiento en Horeb, su ascensión a los cielos en un carro
de fuego. Elías, este personaje singular de la historia sagrada, nos es presentado
como un antecedente profético de la obra de Juan el Bautista (Mat. 11:14) y como
un tipo escatológico del pueblo de Dios de los últimos tiempos.
Como en los tiempos de Elías, hoy también el mundo y muchas iglesias cristia-
nas yerran por los caminos de la apostasía, la indiferencia religiosa, la incredulidad
y la perversa transgresión de la Ley de Dios. Una sofisticada marea de mal que
camufla los mismos pecados de entonces nos invade: la idolatría, la sensualidad
obscena, la violencia y la rebelión contra Dios. Por ello, Dios necesita también hoy
hombres y mujeres animados con el espíritu y el poder de Elías, porque también
como entonces, el Señor tiene reservados en Israel, “siete mil, cuyas rodillas no se
doblaron ante Baal y cuyas bocas no lo besaron” (1 Rey. 19:18).
¿En qué se distingue y manifiesta el espíritu y el poder de Elías?:
1. Indignación y protesta ante la apostasía reinante.
2. Fe anclada en el poder de Dios.
3. Talante reformador no claudicante.
4. Espíritu de oración y devoción.
5. Valor indómito al denunciar el mal.
6. Mensaje claro y certero.
7. Comportamiento personal coherente y ejemplar.
8. Humildad y espíritu de adaptación.
9. Amor y compasión por el pueblo.
10. Un individuo dependiente de Dios y no un superhombre lleno de orgullo.
¿Estás dispuesto a asumir un liderazgo como el de Elías en este tiempo?
¿Deseas usar los dones que el cielo te ha dado en el servicio cristiano? Dios te
necesita y te usará para proclamar poderosamente su Palabra. Acepta hoy el reto
de compartir el evangelio para que el mundo sepa que hay un Dios en los cielos.

131
Un carro de fuego se llevó a Elías
6 “Aconteció que mientras ellos iban caminando y hablando,
mayo un carro de fuego, con caballos de fuego, los apartó a los dos,
y Elías subió al cielo en un torbellino”
(2 Reyes 2:11).

E lías contempló grandes milagros de Dios a lo largo de toda su vida. Pero


el más extraordinario sucedió al final de su paso por este mundo, ya que
el Señor lo arrebató en un carro de fuego donde ascendió a los cielos en un
imponente torbellino. La reforma religiosa estaba prácticamente concluida, los
nuevos reyes de Siria e Israel ungidos y Eliseo, su sucesor, llevaba ya en su
compañía varios años. El momento de sellar su brillante ministerio había llega-
do, pero no como él había pedido en Horeb deseando la muerte, sino con toda
la gloria que está prometida a los fieles hijos de Dios. Allí, en la soledad de la
montaña, la presencia de Dios se manifestó al abatido profeta en el silbo apaci-
ble y delicado; esta vez junto al Jordán, a la vista de su siervo Eliseo, en llama
de fuego y grande tempestad, anticipando como en una miniatura el glorioso
regreso de Jesús a este mundo.
La verosimilitud del hecho no ofrece lugar a dudas. Hubo un testigo que
lo vio, Eliseo, y que al ser separado de Elías de tan extraordinaria manera,
exclamó: “¡Padre mío, padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería! Y nunca
más lo vio” (2 Rey. 2:12). Cincuenta hombres fuertes de los hijos de los pro-
fetas lo buscaron durante tres días por todas partes, pero fue en vano. No se
volvió a ver a Elías; sin embargo, apareció siglos después en el monte de la
Transfiguración junto a Moisés resucitado y a Jesús glorificado. Elías no había
muerto, más bien, había sido purificado y revestido de inmortalidad por el
fuego divino, arrebatado a los cielos para vivir eternamente, como Pablo dice
que ocurrirá en la Segunda Venida: “Luego nosotros, los que vivimos, los que
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para
recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17).
Dios, que nunca deja las cosas sin acabar, concedió a Eliseo una doble
porción del espíritu de Elías. Dice Elena de White: “Cuando en su providencia
el Señor ve conveniente retirar de su obra a aquellos a quienes dio sabiduría,
sabe ayudar y fortalecer a sus sucesores, con tal que ellos esperen auxilio de él
y anden en sus caminos” (Profetas y reyes, p. 170).
Muy pronto tú y yo seremos trasladados como Elías al reino de los cielos.
Vive hoy con esa esperanza en tu corazón.

132
El llamamiento del profeta Eliseo
“Partió de allí Elías y halló a Eliseo hijo de Safat, 7
que estaba arando. Delante de él iban doce yuntas de bueyes, mayo
y él conducía la última. Elías pasó ante él y echó sobre él su manto.
Entonces dejó los bueyes, salió corriendo detrás de Elías […]”
(1 Reyes 19:19, 20).

E lías había recibido la orden del Señor de ungir como profeta en su lugar,
a Eliseo, hijo de un rico hacendado. Pero cuando llegó a la casa lo halló
arando un campo con una de las doce yuntas de bueyes de su padre, como uno
más de los mozos de labranza. ¿Iba a ser este labriego el sucesor del eminente
profeta Elías? Salvadas todas las distancias, debo confesar que a mí, a los die-
ciocho años, me encontró el Señor en Talleres Roicor, un modesto constructor
de maquinaria para la fabricación de calzado. Yo iba vestido con un peto azul,
tenía las manos sucias y estaba de pie vigilando una máquina que daba forma
a una pieza de acero. En aquel pequeño taller trabajaba como mecánico ajusta-
dor. Allí escuché el llamamiento divino.
Elena de White comenta: “Llegó el llamamiento profético a Eliseo mientras
que, con los criados de su padre, estaba arando en el campo. Se había dedicado
al trabajo que tenía más a mano. […] Día tras día, por la experiencia práctica,
adquiría idoneidad para una obra más amplia y elevada. Aprendía a servir; y al
aprender esto, aprendía también a dar instrucciones y a dirigir” (Profetas y reyes,
p. 162).
No fue fácil ocupar el puesto dejado por Elías, un reformador, profeta,
maestro de profetas y poderoso en milagros; pero el ministerio de Eliseo, aun-
que diferente, no fue menos importante. Estuvo siempre cerca del pueblo, fue
una persona influyente sobre los reyes de Israel, se ocupó de las escuelas de
los profetas, en particular de la de Gilgal, y el Señor le honró también dándole
el don de hacer portentos. Elena de White nos explica en qué reside el éxito de
un servidor de Dios: “El éxito no depende tanto del talento como de la energía
y de la buena voluntad, del cumplimiento concienzudo de los deberes diarios,
el espíritu contento, el interés sincero y sin afectación por el bienestar de los
demás. [...] Las tareas más comunes, realizadas con una fidelidad impregnada
de amor, son hermosas a la vista de Dios” (ibíd., p. 164).
¿Has escuchado ya la voz del Señor proponiéndote servirlo? ¿Dónde y
cómo te va a encontrar? Tal vez como médico, abogado, maestro, hombre de
negocios, agricultor, profesional, mecánico. ¡No lo dudes! ¡Deja los bueyes…
y sal corriendo tras el Señor!

133
El niño no despierta
8 “Eliseo se levantó entonces y la siguió. Giezi se había adelantado
mayo a ellos y había puesto el bastón sobre el rostro del niño,
pero este no tenía voz ni daba señales de vida; así que volvió
a encontrarse con Eliseo y le dijo: ‘El niño no despierta’ ”
(2 Reyes 4:31).

U na mujer importante de Sunem había construido un aposento para Eliseo


y Giezi donde se alojaban siempre que pasaban por aquel lugar. Agrade-
cido por su hospitalidad, el profeta pidió al Señor que le diese un hijo, ya que
el matrimonio no tenía prole. ¡Qué felicidad! Durante unos años la familia
se vio avivada por las risas y juegos de aquel chiquillo que correteaba por la
casa; pero un día, siendo ya un mocito, sufrió unos fuertes dolores de cabeza
y murió. La alegría se tornó en tragedia y profunda tristeza. La madre fue per-
sonalmente en busca del profeta que se encontraba en el Carmelo y le contó
lo sucedido. También Eliseo se sintió triste y conmovido por la muerte del
muchacho y envió urgentemente a Giezi a la casa diciéndole que, sin dilación,
pusiese su bastón sobre el cuerpo del jovencito. Después, él mismo y la madre
siguieron a Giezi.
Eliseo y la mujer iban orando y llorando por el camino cuando, a lo lejos,
vieron regresar presuroso al criado con el bastón en la mano: “¡El niño no des-
pierta!”, dijo con decepción. Cuando llegó el profeta, el cadáver del pequeño
yacía en la habitación de los huéspedes. Entonces, hizo salir a todos, cerró la
puerta y oró a Dios. Después se tendió sobre el cuerpo del niño, la boca con
su boca, los ojos con sus ojos, las manos con sus manos; lo hizo dos veces y
esperó. El niño estornudó siete veces, abrió los ojos y se incorporó. ¡Había
resucitado!
¿Por qué Giezi no pudo devolver la vida al muchacho? ¿Acaso no había
orado? Sin duda, ¿había seguido las instrucciones del profeta? Tal vez, pero
nada más. Se había limitado a hacer lo que le habían indicado: tocar el cuerpo
inerte del niño con el bastón, como si el palo tuviese poderes mágicos, y como
no funcionó, pensando que no era por su culpa, se desentendió y se fue. ¡Cum-
plió y se marchó! Giezi, el siervo “cumplidor”, desde el principio no se había
identificado ni comprometido personalmente con la tragedia de la sunamita,
ignoraba que solo la vida puede dar vida, solo el amor y el interés profundos,
solo la fe viva, solo el poder que viene de lo alto, obran milagros.
Esto sigue siendo válido hoy. Interésate por los demás y cambiarás sus
vidas.

134
Las escuelas de los profetas
“Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: ‘Mira, el lugar 9
en que vivimos contigo es estrecho para nosotros. Vayamos mayo
ahora al Jordán, tomemos cada uno una viga y hagamos allí
un lugar donde habitar’. ‘Id, pues”, respondió Eliseo’ ”
(2 Reyes 6:1, 2).

C readas por el profeta Samuel para paliar la infidelidad de la educación impar-


tida en los hogares israelitas, las escuelas de los profetas fueron, como hoy lo
son las escuelas adventistas, una providencia divina en favor del pueblo de Dios.
Elena de White las describe así: “Estas escuelas tenían por objeto servir como
barrera contra la corrupción que se propagaba por todas partes, atender al bienestar
mental y espiritual de la juventud, y estimular la prosperidad de la nación, prove-
yéndola de hombres preparados para actuar en el temor de Dios […]. Los alumnos
de estas escuelas se sostenían cultivando la tierra, o realizando algún otro trabajo
manual. […]. En esas escuelas, los principales temas de estudio eran la ley de Dios,
con las instrucciones dadas a Moisés, la historia, la música sagrada y la poesía. […]
En los relatos de la historia sagrada, se rastreaban las pisadas de Jehová. […] Se
fomentaba el espíritu de devoción y no solo se enseñaba a los alumnos que debían
orar, sino la forma de hacerlo, de acercarse al Creador, de ejercitar la fe en él y de
comprender y obedecer las enseñanzas de su Espíritu” (La educación, pp. 46, 47).
Elías y Eliseo combinaron su ministerio entre el pueblo con la enseñanza en
los tres centros de Gilgal, Betel y Jericó. “Eliseo se esforzó por hacer progresar
la importante obra educativa que realizaban las escuelas de los profetas. En la
providencia de Dios, sus palabras de instrucción a los fervorosos grupos de jóve-
nes allí congregados, eran confirmadas por las profundas instancias del Espíritu
Santo, y a veces por otras inequívocas evidencias de su autoridad como siervo de
Jehová” (Profetas y reyes, p. 181).
En el tiempo de su apogeo, estas escuelas contribuyeron a poner los ci-
mientos de la prosperidad que caracterizó los reinados de David y Salomón.
Asimismo, las instituciones educativas adventistas, herederas de aquellas es-
cuelas de los profetas, son hoy una bendición del Señor para la iglesia. Las
regiones que gozan de una infraestructura pedagógica bien organizada pros-
peran tanto en la ganancia y conservación de las almas como en los recursos
económicos de que disponen.
Ora por las escuelas adventistas. Ruega a Dios para que sus maestros estén
a la altura de su sagrada vocación y que sus alumnos puedan ser formados en
el liderazgo cristiano.

135
¿De dónde vienes, Giezi?
10 “Entonces entró y se presentó ante su señor. Eliseo le dijo:
mayo ‘¿De dónde vienes, Giezi?’ ‘Tu siervo no ha ido a ninguna parte’,
respondió él. Pero Eliseo insistió: ‘Cuando aquel hombre
descendió de su carro para recibirte, ¿no estaba también allí
mi corazón? ¿Acaso es tiempo de tomar plata y tomar vestidos,
olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?’ ”
(2 Reyes 5:25, 26).

E n esta historia hay magníficos mensajes subliminales que contrastan con


el gesto egoísta de Giezi. En primer lugar, la generosidad de la jovencita
israelita que servía en casa del general sirio Naamán. Había sido arrancada de
casa de sus padres y servía precisamente en la casa de un general leproso del
ejército invasor. Pero la niña sintió lástima de su amo y propuso a la señora que
su esposo fuese al profeta de Israel, quien podría curarle de la lepra. La criada
hebrea tuvo compasión de Naamán y se olvidó de que era una simple esclava.
Naamán siguió el consejo de la niña, llevó muchos presentes para unos y
otros y cartas de presentación para el rey de Israel, pero, en Samaria, encontró
un monarca lleno de temor que creyó que buscaban ocasión contra él. Después,
cuando fue a visitar al profeta, Eliseo ni siquiera salió a recibirle, mandó un
mensajero que le dijo: “Ve y lávate siete veces en el Jordán y serás limpio”.
¡Cómo! ¿Acaso el profeta no lo iba a recibir? ¿Por qué lavarse en el río Jordán?
¿No había ríos más limpios en Damasco? Decepcionado y molesto, Naamán
decidió marcharse. Pero sus criados le aconsejaron que obedeciese al profeta
y él, con una fe que venció todas las decepciones sufridas, obedeció y ¡quedó
limpio de la lepra! Y no solo de la horrible enfermedad, sino también de la le-
pra del pecado, porque allí mismo se convirtió en adorador del Dios verdadero.
Por el contrario, a Giezi la avaricia le contagió la lepra de Naamán.
Aunque el general instó a Eliseo a que aceptara una recompensa por sus
buenos servicios, este rehusó. El testimonio de su conversión y haberle devuel-
to la salud le bastaron, y se despidieron. Pero el calculador Giezi no entendió el
aparente rechazo absurdo de su maestro. ¿Por qué rechazar el donativo de un
corazón agradecido? Urdió entonces una engañifa y fue en busca de Naamán,
quien le entregó el doble de lo que pedía. Pero el profeta esperaba en casa a
su criado con una estremecedora pregunta: “¿De dónde vienes, Giezi?” Nada
podemos ocultar a la mirada escrutadora de Dios. La actitud del siervo del
profeta no quedó impune, porque el Señor detesta cualquier tipo de corrupción.
Aléjate hoy de cualquier forma de fraude. No vale la pena.

136
Un ejército invisible
“Eliseo respondió: ‘No tengas miedo, porque más son 11
los que están con nosotros que los que están con ellos’. mayo
Y oró Eliseo, diciendo: ‘Te ruego, Jehová, que abras sus ojos
para que vea’. Jehová abrió entonces los ojos del criado,
y este vio que el monte estaba lleno de gente de a caballo
y de carros de fuego alrededor de Eliseo”.
(2 Reyes 6:16, 17).

L os planes y estrategias de guerra del rey de Siria contra Israel fueron re-
velados a Eliseo por Dios mismo, y el profeta advirtió al monarca hebreo
para que los previniese y se defendiera. El gobernante sirio llegó a creer que
había traidores o espías en su propia corte, pero alguien le dijo: “No, rey y
señor mío; el profeta Eliseo, que está en Israel, es el que hace saber al rey de
Israel las palabras que tú hablas en tu habitación más secreta” (2 Rey. 6:12).
¡Había un profeta en Israel que aconsejaba a su rey! ¡Qué distinta podría ser
nuestra historia si escuchásemos siempre los consejos y advertencias de los
profetas de Dios!
Pero al rey de Siria no se le ocurrió otra solución que eliminar al siervo de
Dios en Israel. Dispuso un cuidadoso plan de apresamiento de Eliseo para aca-
llar su voz en la corte de Samaria. ¡Qué osadía! ¿Podrán los enemigos del pue-
blo de Dios silenciar a los profetas del Altísimo? ¡No! Solamente los propios
israelitas, con su inconsciente y pertinaz rechazo de los portavoces del cielo,
podían hacer nulos sus mensajes. Eliseo y su criado se encontraban en Dotán,
aquel memorable lugar donde los hermanos de José lo habían vendido como
esclavo, abriendo sin saberlo, un imprevisible camino a la providencia divina.
El rey de Siria envió todo un batallón a sitiar la ciudad de noche. ¿Apresarían
al profeta o volvería a manifestarse allí la providencia divina?
A la mañana siguiente, el criado de Eliseo advirtió horrorizado al profeta
de la situación: “¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?” Como el criado no veía otra
cosa que muchos soldados enemigos, el profeta oró al Señor: “Te ruego, Jeho-
vá, que abras sus ojos para que vea”. El Señor abrió los ojos al criado y, ¡oh
maravilla!, entonces vio aquel ingente ejército invisible de gente de a caballo
y carros de fuego alrededor de Eliseo.
Los soldados sirios no lograron ver nada porque solo los ojos de la fe ven
las providencias del cielo. Por eso, cuando los peligros parecen irremediables,
pidamos a Dios que nos abra los ojos para que veamos lo que otros no pueden
ver, que “más son los que están con nosotros que los que están con ellos”.

137
Golpeó tres veces y se detuvo
12 “Después volvió a decir: ‘Toma las flechas’. Luego que el rey
mayo de Israel las tomó, le ordenó: ‘Golpea la tierra’. Él la golpeó
tres veces y se detuvo. Entonces el varón de Dios,
enojado contra él, le dijo: ‘De dar cinco o seis golpes,
habrías derrotado a Siria hasta no quedar ninguno,
pero ahora derrotarás a Siria solo tres veces’ ”
(2 Reyes 13:18, 19).

E l rey Joás era idólatra; sin embargo, un día fue a consultar Eliseo, cuando
el profeta se encontraba ya en su lecho de muerte. Los sirios dominaban
entonces todas las ciudades al este del Jordán y el rey de Israel quería saber si
debía ir a la guerra contra ellos. Sollozando, se acercó al lecho del profeta. Y el
profeta, casi moribundo, le respondió mediante uno de esos gestos simbólicos
que eran, en realidad, verdaderas profecías en acción: “Eliseo le dijo: ‘Toma
un arco y unas flechas’. Tomó él entonces un arco y unas flechas. Luego dijo
Eliseo al rey de Israel: ‘Pon tu mano sobre el arco’. Y puso él su mano sobre
el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey y dijo: ‘Abre
la ventana que da al oriente’. Cuando él la abrió, le dijo Eliseo: ‘Tira’. Él lo
hizo y Eliseo dijo: ‘Flecha de salvación de Jehová y flecha de salvación contra
Siria. Tú herirás a los sirios en Afec hasta exterminarlos’ ” (2 Rey. 13:14-17).
Pero el profeta no había terminado su mensaje, le pidió que volviese a
tomar las flechas y que tirase, esta vez, a tierra. El rey lo hizo únicamente tres
veces y se detuvo. “¡Por qué solo tres!”, exclamó Eliseo con disgusto. Joás
había limitado su victoria contra los sirios. Elena de White hace una magnífica
aplicación de este hecho cuando dice: “La lección es para todos los que ocu-
pan puestos de confianza. Cuando Dios prepara el camino para la realización
de cierta obra, y da seguridad de éxito, el instrumento escogido debe hacer
cuanto está en su poder para obtener el resultado prometido. Se le dará éxito
en proporción al entusiasmo y la perseverancia con que haga la obra. Dios
puede realizar milagros para su pueblo tan solo si este desempeña su parte con
energía incansable. Llama a su obra hombres de devoción y de valor moral,
que sientan un amor ardiente por las almas y un celo inquebrantable. Los tales
no hallarán ninguna tarea demasiado ardua, ninguna perspectiva demasiado
desesperada; y seguirán trabajando indómitos hasta que la derrota aparente se
trueque en gloriosa victoria” (Profetas y reyes, p. 196).
Da tu mayor esfuerzo hoy en cualquier cosa que hagas. Muestra entusias-
mo. Pronto verás los resultados.

138
El hallazgo del libro de la Ley
“Entonces el sumo sacerdote Hilcías dijo al escriba Safán: 13
‘He hallado el libro de la Ley en la casa de Jehová’ ” mayo
(2 Rey. 22:8).

D urante cinco siglos, los archivos secretos de la Inquisición española es-


tuvieron cerrados a los investigadores. Pero, a partir de 1978, en ocasión
del quinto centenario de su fundación por los Reyes Católicos y el papa Sixto
IV, la “Sección Inquisición” del Archivo Histórico Nacional quedó abierta para
su estudio y publicación. Yo fui uno de los beneficiarios de esta apertura. Ahí,
tuve ocasión de sostener en mis manos legajos que hacía más de trescientos
años que no se abrían y de consultarlos, con tapas de pergamino y hojas de
papel de hilo, manuscritos por los notarios de la Inquisición, algunos de los
cuales contenían bulas papales, cartas del rey Felipe IV, actas de las sesiones
de los tribunales, votos de los inquisidores, sentencias, autos de fe, entre otros.
Ahora, el estudio del polémico tribunal de la Inquisición estaba por revelar
secretos hasta entonces no revelados. Para mí fue una experiencia apasionante
e inolvidable.
Descubrir el libro de la Ley perdido en el templo desde hacía casi un siglo
debió ser algo sorprendente. Hilcías, el sumo sacerdote que lo encontró, lo en-
tregó a un secretario del rey Josías, dando lugar a la reforma religiosa más im-
portante de la historia del reino de Judá: se derribaron todos los altares donde se
rendía culto a dioses paganos, se talaron los bosques de los altos donde Manasés,
su padre, había levantado santuarios idolátricos, se reorganizaron el personal
y los servicios del santuario y se celebró la Pascua que, desde los tiempos del
rey Ezequías, casi un siglo atrás, no se había solemnizado. Al respecto, dice la
Biblia: “No se había celebrado una Pascua como esta en Israel desde los días del
profeta Samuel; ni ningún rey de Israel celebró la Pascua tal como la que celebró
el rey Josías, los sacerdotes y los levitas, todo Judá e Israel, que allí se hallaban
presentes, junto con los habitantes de Jerusalén” (2 Crón. 35:18).
Todos tenemos libros que dejaron una huella importante en nuestra vida,
libros valiosos para nuestra vida espiritual, tal vez ocultos, almacenados en
cajas en el trastero de nuestra casa. ¿Por qué no volver a leerlos para que nos
recuerden algo esencial de nuestro pasado y podamos recuperar el amor, la
devoción, la fe y la esperanza que hoy se han enfriado?
Y ¿qué hay de la Biblia? ¿La estás estudiando cada mañana o acaso perma-
nece polvorienta en algún rincón de tu morada? ¡Ábrela! Descubrirás que hay
un Dios en los cielos.

139
¿Qué han visto en tu casa?
14 “Entonces el profeta Isaías vino al rey Ezequías y le dijo:
mayo ‘¿Qué dicen estos hombres y de dónde han venido a ti?’
Ezequías respondió: ‘De tierra muy lejana han venido a mí,
de Babilonia’. Dijo entonces: ‘¿Qué han visto en tu casa?’
Y dijo Ezequías: ‘Todo lo que hay en mi casa han visto;
ninguna cosa hay en mis tesoros que no les haya mostrado’ ”
(Isaías 39:3, 4).

E zequías no solamente fue un rey que ejecutó en Judá “lo bueno, recto y verda-
dero delante de Jehová su Dios […] que buscó a su Dios de todo corazón y fue
prosperado” (2 Crón. 31:20, 21), también fue un soberano altamente privilegiado
por la gracia divina. En el sexto año de su reinado, fue testigo de la toma de Samaria
por los asirios, concluyendo así la apostasía del reino del norte. Ocho años más tar-
de, Senaquerib sitió Jerusalén, pero el Señor la liberó milagrosamente.
Ezequías purificó el templo de Jerusalén y restauró el culto verdadero, res-
tableció el servicio de los sacerdotes y levitas; además, celebró la Pascua con
todo su pueblo. Durante su administración, hizo trabajos públicos que dotaron a
Jerusalén de agua potable, con gran regocijo de sus habitantes. Tuvo el privilegio
de contar con el ministerio profético de Isaías. Por si fuera poco, cuando padeció
una enfermedad mortal, clamó a Dios fervorosamente y fue sanado, otorgándole
quince años más de vida.
La noticia de su curación fue conocida por otros pueblos; el rey de Babilonia
envió una comitiva a Jerusalén para felicitarle y llevarle cartas y presentes. Fue
después de esa visita que Isaías preguntó al rey. “¿Qué han visto en tu casa?” En
los milagros de la gracia de Dios hay un elemento exterior (material) y un elemen-
to interior (espiritual). El elemento exterior está representado por las bendiciones
materiales recibidas, las realizaciones conseguidas, los cambios producidos por
la gracia divina. El elemento interior es la gracia misma, su naturaleza, su origen
divino, su poder transformador.
Todos tenemos mucho que contar acerca de la gracia de Dios en nuestras vi-
das, pero a menudo nos conformamos con mostrar nuestros logros y no el poder,
las proezas y no la grandeza del amor divino. Nuestra fe vale más que nuestros
métodos y recursos, nuestras experiencias con Dios valen más que nuestra ciencia
o doctrina, nuestra comunión con el Todopoderoso más que nuestras hazañas.
Ezequías se equivocó mostrando únicamente sus tesoros a los babilonios, y años
después, las tropas de Nabucodonosor expoliaron a Jerusalén de dichos tesoros.
¿Qué vas a mostrar a tus semejantes en este día? ¿Qué verán ellos en ti? No
olvides que lo mejor que tienes es tu fe. Compártela.

140
¡Tocad trompeta en Sión!
“¡Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea, 15
reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, mayo
congregad a los niños, aun a los que maman! […]
Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová,
y digan: ‘Perdona, Jehová, a tu pueblo’ ”
(Joel 2:15-17).

D e todos los profetas que llamaron a Israel al arrepentimiento, Joel es el


que lo hace con mayor vehemencia. Con un lenguaje sobrecogedor, pide
al pueblo que se reúna en santa convocación al son de trompetas y haga ayu-
no, llanto de contrición, se vista de saco, lacere sus corazones, se convierta al
Señor y que los sacerdotes pidan el perdón divino. ¿A qué se debía este con-
movedor llamamiento a la reconsagración?
El motivo de este anuncio era triple: primero, una plaga de langostas, seguida
de una pertinaz sequía había devorado todo alimento en los campos haciendo
desaparecer los recursos de supervivencia del pueblo, incluso el vino, el aceite y
la harina de las ofrendas y libaciones del templo. En segundo lugar, las langostas,
como caballos de guerra, y la sequía, como el fuego que todo lo destruye, eran un
preludio simbólico de la próxima invasión caldea. En tercer lugar, esos desastres
eran presagio del día del Señor: “¡Ay de aquel día! porque cercano está el día
de Jehová; vendrá como destrucción de parte del Todopoderoso. […] grande
es el día de Jehová y muy terrible. ¿Quién podrá soportarlo?” (Joel 1:15; 2:11).
Dando al lenguaje un sentido escatológico, Joel indica que las langostas eran los
heraldos divinos de terrores inminentes. Elena de White dice que el profeta Joel
describe el estado de la tierra durante la cuarta plaga, inmediatamente antes de la
Segunda Venida (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 15).
En realidad, no se señalan pecados específicos en el pueblo, como hacen
otros profetas, porque lo que aquí se pretende es motivar al pueblo para que
se presente ante Dios, cada uno según su necesidad, con humildad y arrepen-
timiento y, en este sentido, Joel ofrece un mensaje al pueblo de Dios de todos
los tiempos, ¡cuánto más a los que vivimos en el umbral del día del Señor! Joel,
profeta del Pentecostés, de la lluvia temprana y tardía, es un profeta para el pue-
blo adventista. Pero no hay llamamiento sin promesa. Las bendiciones anuncia-
das por Joel, como respuesta al reavivamiento, son tres: prosperidad material y
espiritual, una gran efusión del Espíritu Santo y la justificación y vindicación
del pueblo de Dios en el juicio de las naciones en el valle de Josafat.
Sin dilación, sigamos la orden del profeta: “¡Tocad trompeta en Sión!”

141
Parábola del rey y el mendigo
16 “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida
mayo y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma
medida con que medís, os volverán a medir”
(Lucas 6:38).

“Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuan-


do tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico […].
“Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días
malos se habían acabado […].
“La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí
que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú
me tendiste tu diestra diciéndome: ‘¿Puedes darme alguna cosa?’
“¡Ah, qué ocurrencia de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo
estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de
mi saco un granito de trigo, y te lo di.
“Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en
el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué
amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!”
(R. Tagore, La ofrenda lírica, poema).
Este poema ilustra una de las enseñanzas del Sermón del Monte: Dios nos
invita a dar sin importar cuáles sean nuestros recursos. Además, nos asegura que
recibiremos grandes bendiciones. Dios es el gran Dador de la revelación bíblica:
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Este ejemplo de generosidad absoluta nos cautiva y nos invita a dar nosotros tam-
bién. En el Nuevo Testamento encontramos testimonios de generosidad ejem-
plares: la ofrenda de la viuda, el vaso con el ungüento de María de Betania, el
sepulcro nuevo de José de Arimatea, la propiedad que Bernabé dio a los apóstoles,
los macedonios que sostuvieron el ministerio de Pablo en Éfeso, etcétera.
A veces somos pobres porque invertimos en este mundo, donde “la polilla
y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan” (Mat. 6:19) y no en el
cielo. A veces somos pobres porque damos solo lo que nos sobra, y guardamos
la mayor parte por temor a que nos falte. Pero cuanto más damos, más reci-
bimos, dice nuestro versículo de hoy. A veces somos pobres porque creemos,
como el mendigo del poema de Tagore, que en las cosas del reino de Dios solo
venimos a recibir, no a dar, y esto es falso. La experiencia cristiana es un true-
que de fe: lo que damos Dios nos lo devuelve convertido en oro.
Decídete hoy a dar sin esperar recibir nada a cambio.
142
Un obrero aprobado
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, 17
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, mayo
que usa bien la palabra de verdad”
(2 Timoteo 2:15).

M ientras trabajaba como profesor en nuestro Seminario de Valencia, me


encargué de la Iglesia de Castellón (España). Una mañana, con el de-
seo de mantener buenas relaciones públicas con los representantes de otras
confesiones, quise visitar al obispo de Castellón para presentarme como el
nuevo pastor de la comunidad adventista de la ciudad. El obispo no estaba en
el palacio episcopal porque la sede de este obispado no es Castellón, la capital
de la provincia, sino Segorbe, una población mucho más pequeña del interior.
En Castellón me recibió el vicario del obispo, un sacerdote mayor, “chapado a
la antigua” de los de sotana, solideo y tonsura.
El contraste entre nosotros, en aquel despacho de la vicaría, era grande: yo
era un joven de treinta años, sin gran experiencia en el oficio; no vestía ropa de
clérigo ni alzacuellos, sino un traje de calle; era pastor de una pequeña comuni-
dad que se reunía en una vivienda alquilada, llevaba una Biblia en mi portafolios
y no hablaba latín; el vicario tenía unos sesenta y cinco años, llevaba más de
cuarenta en el sacerdocio, era canónigo capitular de la catedral y el vicario de una
diócesis con miles de miembros y cientos de iglesias; vestía una sotana negra,
larga hasta los tobillos; encima de su mesa había un breviario y hablaba latín, la
lengua litúrgica de los católicos. Pero algo nos unía, ambos éramos representan-
tes de una vocación religiosa, de un ministerio al que servíamos con amor y con-
sagración. La verdad es que simpatizamos bastante y así entramos en el dominio
de las vivencias personales. En un determinado momento de nuestra charla, el
viejo sacerdote me confesó: “Yo, cada día, beso mi sotana”.
Me quedé callado un momento y reflexioné sobre lo que acababa de escu-
char. ¡Qué testimonio! Aquel servidor de Dios amaba, respetaba y se sentía
feliz de su vocación religiosa. Para él, ser sacerdote y llevar la vestidura talar
y la tonsura en su cabeza, no era objeto de vergüenza, sino un honroso privi-
legio por el que estaba agradecido a Dios, por eso besaba cada día su sotana.
Pablo aconseja a su discípulo Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a
Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien
la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). Cuando me despedí del vicario, le dije
emocionado: “Seguiremos unidos en la vocación y en la oración”.
Ruega hoy a Dios que te ayude a ser un buen servidor de su causa.

143
¡Victoriosos para vencer!
18 “Miré, y vi un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco
mayo y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer”
(Apocalipsis 6:2).

¿Qrepresenta? ¿Qué teología de la historia nos aporta? Los padres de la


ué significa el caballo blanco? ¿Qué etapa de la historia de la iglesia

iglesia y los reformadores del siglo XVI encontraron en el caballo blanco la cau-
sa de Cristo durante el primer siglo del cristianismo. Los intérpretes preteristas
de hoy lo reconocen como un símbolo del poder militar y lo identifican con
el Imperio romano o con sus más encarnizados enemigos, los partos. Los fu-
turistas dicen que es un símbolo del anticristo final. Algunos autores católicos
consideran que este caballo representa a Cristo mismo y a su iglesia caminando
victoriosos a través de la historia. Finalmente, la posición historicista que com-
partimos los adventistas ha recuperado la interpretación original y ve aquí los
triunfos del cristianismo en la era apostólica.
Tanto una correcta exégesis como la comprobación histórica que podemos
hacer con la Escritura, confirman que el cristianismo apostólico fue un movi-
miento evangelizador victorioso. La Biblia jamás asocia la palabra victoria con
las potencias del mal. El mal, en el lenguaje bíblico, es un poder vencido. La
victoria es siempre referida a los triunfos de la verdad, del pueblo de Dios, del
evangelio y de la gracia de Dios. El color blanco, aplicado siempre a las cosas
del cielo, y el mensaje profundo del Apocalipsis, corroboran esta interpretación.
“La iglesia es ahora militante. Ahora nos vemos frente a un mundo sumido
en las tinieblas de medianoche, casi completamente entregado a la idolatría.
Pero llega el día en que la batalla habrá sido peleada, la victoria ganada. La vo-
luntad de Dios ha de ser hecha en la tierra, como es hecha en el cielo. Entonces
las naciones no reconocerán otra ley que la del cielo. Todos formarán una fami-
lia feliz y unida, revestidos de las vestiduras de alabanza y de agradecimiento,
el manto de la justicia de Cristo. Toda la naturaleza, con belleza insuperable,
ofrecerá a Dios un constante tributo de alabanza y adoración” (Testimonios
para la iglesia, t. 8, p. 19).
“La verdad triunfará”, musitaba moribundo Juan Hus mientras su cuerpo se
consumía en la hoguera. Y el reformador checo tenía razón: ni la apostasía, ni
la persecución, ni el mundo secularizado, ni cualquier otro ataque, por violento
que sea, contra la verdad del evangelio podrá hacerla desaparecer. La iglesia,
los fieles hijos de Dios, el mensaje para nuestros días triunfará, vencerá. Esta
es la teología de la historia que el caballo blanco nos aporta.
Lleva hoy el estandarte de la verdad dondequiera que vayas.
144
Secretos de la victoria
“Y todos los días, en el Templo y por las casas, 19
incesantemente, enseñaban y predicaban a Jesucristo” mayo
(Hechos 5:42).

L a pregunta que cabe hacer ahora es: ¿Fue realmente la iglesia apostólica una
iglesia de vencedores? Y si lo fue, ¿cuáles fueron los secretos de sus victorias?
Sí, la crónica del cristianismo primitivo está jalonada de grandes victorias
del evangelio. El libro de los Hechos dice que en Pentecostés “se añadieron
aquel día como tres mil personas” (2:41). Tras la persecución del Sanedrín, “la
palabra del Señor crecía y el número de los discípulos se multiplicaba grande-
mente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (6:7).
En Samaria, después del apedreamiento de Esteban, “cuando creyeron a Feli-
pe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se
bautizaban hombres y mujeres” (8:12). En Antioquía, “gran número creyó y se
convirtió al Señor” (11:21). En el primer viaje misionero de Pablo, en Iconio,
“creyó una gran multitud de judíos y de griegos” (14:1).
La misma crónica del libro de los Hechos nos revela las constantes repeti-
tivas o secretos de sus victorias:
1. Seis veces se reitera el espíritu de unidad y de oración que animó a la
iglesia apostólica: “La multitud de los que habían creído era de un co-
razón y un alma. […] tenían todas las cosas en común” (4:32).
2. Hay siete referencias que dicen que su predicación era un testimonio,
resultado exultante, de lo que habían vivido con Cristo: “A este Jesús
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (2:32).
3. Diez veces se reconoce la presencia real del Espíritu Santo en la iglesia,
“todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la pala-
bra de Dios” (4:31).
4. Eran hombres llenos “de fe y del Espíritu Santo” (6:5).
5. Eran hombres y mujeres que consideraban la evangelización como un
estilo de vida: “Y todos los días, en el Templo y por las casas, incesan-
temente, enseñaban y predicaban a Jesucristo” (5:42).
6. El último secreto del éxito de aquella iglesia, nos lo revela el propio
texto descriptivo del Apocalipsis: la seguridad en la victoria, salían
“venciendo y para vencer” (Apoc. 6:2).
Si la iglesia apostólica ha sido un referente para todas las épocas del cris-
tianismo militante, cuánto más para nosotros, la iglesia remanente, porque con
el mismo impulso con que comenzó la obra de Dios entonces, así se concluirá.
¿Crees esto? Pues, vívelo.
145
Lo que la vida me ha enseñado (Parte I)
20 “Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes;
mayo para anunciar que Jehová, mi fortaleza, es recto,
y que en él no hay injusticia”
(Salmo 92:14, 15).

Q uisiera resumir en un doble decálogo lo que me ha enseñado mi propia


historia, seleccionando algunos criterios que me han servido de guías en
mi experiencia de creyente, de adventista y de ministro. Comencemos por la
vida en el ámbito espiritual:
1. Dirección divina: “Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los
pecadores el camino” (Sal. 25:8).
2. La salvación, objetivo de la vida: “La ciencia calificada es que el hombre en
gracia acabe, porque, al fin de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que
no, no sabe nada” (Diego José de Cádiz).
3. Poner los ojos en Jesús: “Corramos con paciencia la carrera que tenemos
por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Heb.
12:1, 2).
4. No alejarse de la familia: “Escogeos hoy a quién sirváis […] pero yo y mi
casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).
5. Vislumbrando el futuro: “No tenemos nada que temer del futuro, a menos
que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos
ha enseñado en nuestra historia pasada” (Elena de White, Eventos de los
últimos días, p. 64).
6. Busca la paz dentro de ti: “Lo que necesitáis es paz, tener en el alma el
perdón, la paz y el amor del Cielo” (Elena de White, El camino a Cristo,
p. 49).
7. Cuida tu cuerpo, es un templo: “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo […] “ (1 Cor. 6:19).
8. Espera larga pero próspera: “Porque aún un poco y el que ha de venir ven-
drá, y no tardará” (Heb. 10:37).
9. La santidad, ideal de vida: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás
y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).
10. El todo en la vida del hombre: “El fin de todo el discurso que has oído es:
Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hom-
bre” (Ecl. 12:13).
Estas pautas siguen siendo elementos fundamentales para vivir. ¡Úsalas hoy!

146
Lo que la vida me ha enseñado (Parte II)
“Riquezas, honor y vida son el premio 21
de la humildad y del temor de Jehová” mayo
(Proverbios 22:4).

H oy te quiero mostrar lo que la vida me ha enseñado en el ámbito de las reali-


zaciones de éxito:
1. Es muy importante vivir conducidos por nobles ideales. No hay fuerza tan
invencible como la de un ideal.
2. Hay que aceptar compromisos. La vida, tomada en serio, exige definirse.
No es honroso vivir siempre en la encrucijada, sin aceptar compromisos.
3. No hay nada peor que ir sin saber a dónde. Fatigarse en caminos sin senti-
do. Vivir sin ruta.
4. Florecer donde Dios te ha plantado. Triunfar en la vida es poner constancia,
responsabilidad, coraje, heroísmo en la misión que Dios te confíe. Es flore-
cer donde Dios te ha plantado, aunque sea en la roca.
5. El secreto es la formación y el trabajo arduo. No existen los genios de cre-
cimiento espontáneo. La mayoría de las veces son fruto de una larga prepa-
ración. La buena suerte suele ser el premio del trabajo ardoroso y tenaz.
6. Hay que aprender de los fracasos. Es inevitable que en la vida haya de-
cepciones y malos momentos, pero, aun de ellos, podemos aprender algo
bueno.
7. Comprensión hacia los demás. Urge ir por la vida con un gran gesto de
compresión que es la sintonía de las almas grandes, el resultado de sumar
dos virtudes cristianas: humildad y caridad.
8. No hay que correr tras las posesiones materiales. No lo olvides, lo dijo
Cristo: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que
posee” (Luc. 12:15).
9. El heroísmo de la perseverancia. El héroe que todos llevamos dentro pre-
fiere el heroísmo de un instante. Entregarlo todo en un momento es siempre
más fácil que desangrarse gota a gota.
10. Saber retirarse a tiempo. El sol se oculta antes de apagarse, por eso incendia
las nubes del poniente. Que tu última estela sea aún luminosa.
No es de los soberbios el éxito que prevalece, ni de los listos la sabiduría que
salva, ni de los poderosos la fuerza que redime, ni de los ricos las riquezas que
perduran, sino de aquellos hombres que, confiando y obedeciendo a Dios, luchan
y trabajan movidos por un ideal noble, respetando a los demás y dando siempre un
sentido trascendente a sus empresas. Vive con esta certeza en tu corazón.

147
Conócete a ti mismo
22 “Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe;
mayo probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos?
¿No sabéis que Jesucristo está en vosotros?”
(2 Corintios 13:5).

E n la famosa escuela filosófica de Tarso, su ciudad natal, recibió Pablo la


cultura grecolatina que muestra en diversos pasajes de sus epístolas y en
su discurso ante el areópago de Atenas. Dios lo estuvo preparando para que,
después de su conversión, llegara a ser el instrumento para llevar el evangelio
al vasto mundo griego y latino del Imperio romano: “No soy digno de ser lla-
mado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios
soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado
más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”
(1 Cor. 15:9, 10).
En este importante pasaje, cabecera de la devoción de esta mañana, Pablo
usa tres verbos que tienen un significado paralelo y se refieren al autoexamen o
examen de introspección, teniendo como referente a Cristo mismo: examinar,
probar y conocerse a uno mismo. De los tres verbos, el último evoca el famoso
aforismo socrático “Conócete a ti mismo”. Sócrates interrogaba a la vez que
enseñaba, la conocida “ironía socrática” que hace descubrir a su interlocutor lo
que creía ignorar y así le permite avanzar en el camino de la verdad. Él decía:
“Solo sé que no sé nada”; el principio de la verdadera sabiduría consiste en el
reconocimiento de la propia ignorancia, pero al mismo tiempo, en reflexionar
sobre el propio yo para conocerse a uno mismo. Sócrates invita a buscar dentro
del propio hombre la fuente de la verdad.
El apóstol tiene en cuenta este principio, pero lo complementa y perfecciona
con el principio cristiano de la conversión, la muerte al yo: “Cada día muero”
(1 Cor. 15:31); “si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Cor. 5:17) y aña-
diendo que el examen de conciencia no es un mero juicio subjetivo, no somos
nosotros mismos la regla de nuestra situación, ni el criterio de la verdad. La
conciencia personal no es suficiente, no es siempre fiable. El criterio, el modelo,
el ejemplo a seguir es Cristo: “Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro
descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transfor-
mados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del
Señor” (2 Cor. 3:18).
Pide a Dios sabiduría para que, conociendo tus fallos y caminando junto a
él, puedas hoy seguir sus pasos.

148
El mito de la caverna
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; 23
pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, mayo
pero entonces conoceré como fui conocido”
(1 Corintios 13:12).

E l Dr. Norbert Hugède era profesor de Griego y Exégesis del Nuevo Tes-
tamento en el Seminario Adventista de Collonges (Francia). En su tesis
doctoral, La parábola del espejo en los escritos de Pablo, establece la coin-
cidencia puramente formal entre el mito de La caverna, uno de los diálogos
de La república de Platón, y la parábola del espejo en este pasaje. El apóstol
Pablo habla de las excelencias del amor sobre cualquier otro don del Espíritu,
de su continuidad en la eternidad y de su desarrollo y plenitud cuando dejemos de
conocer parcialmente, cuando nuestra comprensión del amor deje de ser defec-
tuosa, como un enigma reflejado en un espejo, cuando venga lo que es perfecto
y podamos ver cara a cara.
En el mito de La caverna, Platón dice que el hombre se encuentra encadena-
do en una caverna, sin otra luz que la que puede entrar parcialmente por la boca
de la cueva. Sobre la pared, se proyectan las sombras de unos porteadores que
llevan sobre sí cargas, las realidades materiales, tangibles y visibles de este mun-
do. El conocimiento que puede tener el hombre dentro de la caverna del mundo
que le rodea, de los otros, de sí mismo, incluso de Dios, es limitado, parcial,
imperfecto, enigmático. Para tener la visión clara y un conocimiento pleno de la
realidad, el hombre debe salir de la caverna y ver el mundo de las ideas cara a
cara, y esto únicamente lo puede conseguir por medio de la sabiduría. La igno-
rancia es el Mal y la sabiduría es el Bien, afirma Platón.
Pablo no refrenda, por supuesto, la teoría redentora de Platón, conocida sin
duda por sus interlocutores, pero hace uso de la ilustración, tal vez como un
recurso de contextualización. El hombre, en su condición sin Cristo y sin la re-
velación, tiene aquí y ahora una percepción limitada y, a veces, defectuosa del
bien y del mal, no puede fiarse de sus sentidos, ni de su entendimiento oscu-
recido, entenebrecido por el pecado, necesita que el Espíritu Santo alumbre su
vida, esclarezca su entendimiento, rompa sus cadenas y lo saque a la luz para
que vea: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es
el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento
de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). Y así, un día, podrá
completar el plan divino de verle cara a cara.
Deja que hoy brille en tu vida la luz divina.

149
Yo tengo un sueño…
24 “Cuando Jehová hizo volver de la cautividad a Sión,
mayo fuimos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenó
de risa y nuestra lengua de alabanza. Entonces decían
entre las naciones: ‘¡Grandes cosas ha hecho Jehová con estos!’ ”
(Salmo 126:1, 2).

E l 28 de agosto de 1963, cien años después de que el egregio presidente, Abra-


ham Lincoln, proclamara la abolición de la esclavitud y la emancipación de los
negros en los Estados Unidos de Norteamérica, el pastor bautista y líder afroameri-
cano de la resistencia pacífica, Martin Luther King, pronunció el famoso discurso
I Have a Dream [Yo tengo un sueño] en Washington, D. C., considerado uno de los
más elocuentes y mejores de la historia. Haciendo mención del discurso de Lincoln
en Gettysburg proclamando la emancipación, dijo con voz trémula: “Aquello llegó
como un amanecer de alegría para terminar la larga noche de cautiverio”. Pero,
cien años después, era obvio que el pueblo estadounidense había fallado en sus
promesas a los afroamericanos, por ello, Luther King afirmó, esta vez con vehe-
mencia: “No, no; no estamos satisfechos y nunca estaremos satisfechos en tanto a
nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad por carteles que rezan:
‘Solamente para blancos’. […] No, no estamos satisfechos, y no estaremos satis-
fechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un arroyo
impetuoso”, citando Amós 5:24.
El momento más emotivo del discurso fue cuando describió con acentos de
nostalgia y esperanza su sueño, el de un país donde no existirán nunca más los
prejuicios raciales: “Yo tengo un sueño que un día los hijos de los ex esclavos y
los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en
la mesa de la hermandad. […] ¡Yo tengo un sueño hoy! Que un día pequeños
niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pe-
queños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas”. Y terminó
el discurso con un canto exaltado a la libertad: “Y cuando esto ocurra, cuando
dejemos resonar la libertad, cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos,
judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y
cantar las palabras de un viejo canto religioso negro: ‘¡Por fin somos libres!
¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!’ ”.
¡Hermoso! ¿No te parece que el sueño de Martin Luther King y ese canto
final a la libertad serán también nuestros cuando Cristo venga y termine defini-
tivamente con la esclavitud que sufrimos en este mundo?
No permitas que este sueño no sea hoy una realidad en tu vida y en la de
quienes te rodean.

150
Creer sin pertenecer
“Se puso a la puerta del campamento y dijo: 25
‘Quien esté de parte de Jehová, únase a mí’. mayo
Y se unieron a él todos los hijos de Leví”
(Éxodo 32:26).

E n el número 44, correspondiente a diciembre de 2002, de la revista Actua-


lité des religions, editada en Francia, había un informe titulado “Europa y
las religiones”, que comentaba una encuesta sobre las relaciones de la sociedad
europea con la religión (L’European Value Survey). Esta encuesta se realizó
en tres etapas:1981, 1990 y 1999, siempre con las mismas preguntas. Los re-
sultados permitían descubrir cuál había sido el desarrollo religioso de los eu-
ropeos en un período de unos veinte años. Entre los resultados se apuntaba un
retroceso significativo del cristianismo en la sociedad europea, la pérdida del
concepto de autoridad religiosa, un aumento del ateísmo de convicción, la pro-
gresión de los jóvenes en la fe y, posiblemente la tendencia más generalizada,
el incremento de los creyentes no afiliados a una religión, lo que se ha llamado
“el sagrado salvaje”, una religiosidad autónoma, la crisis de la pertenencia
espiritual, la moda de creer sin pertenecer a una institución religiosa.
La falta de compromiso con los imperativos de una determinada profesión
religiosa; la pérdida de la identidad, diluida en un colectivo general uniforme,
sin ideologías; el rechazo del concepto de iglesia como institución, con sus
órganos de dirección y gobierno; la desaparición del concepto de misión en
el mundo y de kerigma, el mensaje que debe proclamarse; un humanismo que
hace del individuo el centro del querer, del deber y del hacer generando auto-
nomía, independencia y subjetivismo respecto a la creencia en Dios, etcétera.
Todo esto conforma un tipo de religiosidad propia del hombre de nuestro tiem-
po, del hombre posmoderno, en muchos aspectos secular.
Pero, como en la crisis del becerro de oro, los verdaderos creyentes debe-
mos hoy significarnos, tomar una posición firme por Jehová, debemos saber
quién es nuestro Dios, y vivir nuestra fe, nuestra esperanza y el amor cristiano
sin titubeos, sin equívocos, con sentido de la responsabilidad personal, sincera
y auténticamente, libre y solidariamente.
Hoy, no es el tiempo de contemporizar con un sentimiento espiritual vago,
general, sin especificidad; tampoco es el tiempo de ocultar o negar nuestra
profesión religiosa, sino de gritar, clamar, con convicción, quiénes somos, qué
creemos y qué esperamos.
Porque hay un Dios en los cielos… comprométete hoy a servirle de todo
corazón y proclamar su Palabra dondequiera que vayas.
151
Amenazado de muerte
26 “Cuando fue de día, algunos de los judíos tramaron un complot
mayo y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían
ni beberían hasta que hubieran dado muerte a Pablo.
Eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjuración”
(Hechos 23:12, 13).

E n cierta ocasión, estaba visitando la Iglesia de Badalona (Barcelona, Es-


paña) cuyo pastor no estaba todavía ordenado. Había preparado para el
bautismo a una señora de veintinueve años y me pidió que la bautizase. Todo
estaba listo para el bautismo cuando, de pronto, apareció su marido tremenda-
mente enfadado. Bajo ningún concepto estaba dispuesto a permitir el bautismo
de su esposa y así nos lo comunicó con exasperación; pero ella, con firmeza,
insistía que quería bautizarse. Hablamos como pudimos con el esposo, trata-
mos de calmarle, pero fue inútil, así que les pedimos que hablasen ellos a solas.
Al terminar, nada había cambiado, insinuamos a la catecúmena la posibilidad
de celebrar el bautismo en otra ocasión y lugar, pero se negó, aduciendo que
aquella era una decisión que le incumbía a ella y no a su marido, y que pedía
ser bautizada. Entonces el esposo se quitó la alianza, la arrojó contra el suelo y,
dirigiéndose a mí, me dijo: “¡Le aseguro que usted pagará con su vida el haber
bautizado a mi esposa!”, y se marchó. La iglesia entera oró fervientemente al
Señor; había temor en los hermanos, pero el bautismo tuvo lugar.
Menos de un año después, me encontré con la pareja en una convención
de Ministerios Personales, y él me dijo que había venido para pedirme con-
sejo. ¿Qué consejo? Con tristeza me rogó que les ayudase a salvar su hogar.
Hablamos como amigos, pues él me había convertido en un consejero, pero
no aceptó mis recomendaciones, así que me acerqué a ella y le aconsejé sobre
cómo una esposa adventista debía conducir el matrimonio con un esposo que
no lo era. Todavía en dos ocasiones más me vi con ellos, pero la situación no
había cambiado: su esposo le hacía la vida imposible, le impedía ir a la iglesia
y terminaron por divorciarse. Él se volvió a casar y ella, con quien he hablado
antes de escribir esta página, cuarenta años después, sigue fiel a su fe en la
Iglesia Central de Barcelona. Una hija del matrimonio es también miembro
de la iglesia. Él, tristemente, enviudó y padece un cáncer terminal de próstata.
Dios protegió a Pablo muchas veces de los peligros y amenazas de muerte,
y sigue guardando a todos aquellos que le sirven, le obedecen fielmente y le
aman.

152
¡Yo estaba allí!
“No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor 27
Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto mayo
con nuestros propios ojos su majestad, pues cuando él recibió de Dios
Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria
una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en el cual
tengo complacencia’. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo,
cuando estábamos con él en el monte santo”
(2 Pedro 1:16-18).

U no de los grandes secretos del éxito de los apóstoles en la evangelización


fue poder decir que habían sido testigos de lo que predicaban. Juan invoca
en su primera epístola: “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para
que también vosotros tengáis comunión con nosotros” (1 Juan 1:3). Y Pedro,
en el versículo de hoy, nos confirma que él estuvo ahí, en el monte santo,
junto al Maestro cuando este se transfiguró, y escuchó la voz del Padre decir:
“Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia”. Jamás pudo olvidar
Pedro aquel momento culminante del ministerio del Salvador. Su predicación
era parte de una experiencia real con Jesucristo, a quien él había contemplado
en toda su gloria.
¿En qué radica la fuerza del mensaje bíblico? Sin duda, en el poder de Dios.
Pero el entusiasmo que le dan los mensajes depende de haber contemplado al
Señor de manera personal y de escuchar su voz nítidamente hablando a los
oídos humanos. ¡Pero qué triste es escuchar a un mensajero que habla sin con-
vicción sobre el bendito evangelio de Cristo! Sin darse cuenta, se colocan en
un terreno muy peligroso: “Aquellos que sostienen en forma teórica la verdad,
con la punta de los dedos, por así decirlo, que no han introducido sus principios
en el santuario íntimo del alma, sino que han mantenido la verdad vital en el
atrio exterior, no verán nada sagrado en la historia pasada de este pueblo, que
ha hecho de ellos lo que son, y los ha establecido como obreros misioneros fer-
vientes y determinados en el mundo. La verdad para este tiempo es preciosa;
pero aquellos cuyos corazones no han sido quebrantados sobre la roca, Cristo
Jesús, no verán ni entenderán lo que es la verdad. Ellos aceptarán lo que agrada
a sus ideas, y comenzarán a fabricar otros fundamentos que los que han sido
colocados. Ellos halagarán su propia vanidad y amor propio, pensando que son
capaces de quitar los pilares de nuestra fe, y reemplazarlos por pilares que ellos
han ideado” (Notas biográficas de Elena de White, p. 472).
Esta mañana es tu privilegio y el mío contemplar la gloria de Dios a través
de su Palabra.

153
Extranjeros y advenedizos
28 “Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti,
mayo como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra,
cual sombra que no dura”
(1 Crónicas 29:15).

V ivir en un país extranjero no es una experiencia fácil. Los inmigrantes


están separados de sus familias, muchas veces no hablan el idioma, no
tienen las mismas costumbres, no les aseguran un trabajo estable, se sienten
discriminados por algunas leyes; a eso hay que agregar que en ciertos casos
están indocumentados o disponen simplemente de un permiso de residencia
temporal. Desde los años noventa, en España, el fenómeno de la inmigración
ha traído a este país millones de personas procedentes de Europa del este,
Hispanoamérica, África del norte y subsahariana, todos buscando un medio de
vida mejor que el que tenían en sus países de origen.
En la ley mosaica, Dios indicó el trato que el pueblo de Dios debía dar a
los extranjeros: no debía engañarlos ni oprimirlos; además, había de mostrar
generosidad y considerarlos como al huérfano y la viuda; asimismo, se les
debían aplicar las mismas leyes que a Israel; e incluirlos en los privilegios y
deberes del pacto. La Biblia lo resume así: “Como a uno de vosotros trataréis
al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, por-
que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios” (Lev.
19:34). Las Escrituras aducían que los hebreos también habían sido extranjeros
en una tierra extraña, por eso debían mostrar compasión hacia este sector de
la población.
Lo cierto es que todos los creyentes somos peregrinos y extranjeros en este
mundo, en el cual vamos de paso rumbo a la Patria celestial, nuestro verdadero
hogar. Hablando acerca de los héroes de la fe, la Biblia asegura lo siguiente:
“En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirán-
dolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y
peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que
buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salie-
ron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es,
celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque
les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:13-16).
Este día recuerda que este mundo no es tu hogar. Aquí, tú y yo somos pe-
regrinos y extranjeros porque Jesús nos ha preparado una morada en la casa
de su Padre.

154
¿Perfección absoluta o relativa?
“Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, 29
mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, mayo
más se le pedirá”
(Lucas 12:48).

E n este versículo Jesús nos enseñó la ley de la proporción: mucho o poco,


todo depende de lo que se haya recibido. Como quiera que en la parábola
Jesús habla de criados fieles e infieles, con frecuencia se aplica esta enseñanza a
la mayordomía cristiana; pero, en cualquier caso, lo que el Maestro está estable-
ciendo aquí es un principio de relativismo en la responsabilidad personal ante la
administración de los bienes de Dios, que puede aplicarse también a los valores
espirituales como el ideal de perfección. No olvidemos que el principio de la
perfectibilidad sitúa siempre la perfección humana en un nivel más elevado del
que ya se ha alcanzado, atribuyéndole un valor relativo.
Pero Pablo dice que sin la santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14)
y los que entienden que esto significa que, con el nuevo nacimiento, el Espíritu
Santo debe generar en el creyente convertido un estado de perfección absoluta
que implica la impecabilidad, en otros términos, la erradicación definitiva de
todas los estigmas del pecado, antes de la Segunda Venida, están postulando un
hecho que las evidencias constatables no prueban de ninguna manera. El hom-
bre convertido es liberado de la esclavitud del pecado, deja el hábito de pecar,
pero no es todavía impecable. Este estado nos es asegurado con la resurrección
o transformación operadas en la segunda venida de Cristo.
La Biblia y Elena de White enseñan, por el contrario, que la perfección
debe entenderse como relativa, proporcional al nivel de conocimiento, de ma-
durez, de desarrollo espiritual que hayamos alcanzado. Muchos aspectos de
la experiencia espiritual del creyente son relativos y dependen de un progreso
gradual acorde con las posibilidades reales del individuo y con las facilidades
que Dios nos ofrece. Como dice el texto, unos reciben más, otros recibimos
menos, y solamente debemos ser responsables por lo que hemos recibido. Di-
cho de otra manera, la perfección es posible en cada etapa de nuestro desarrollo
espiritual. Elena de White lo expresa así: “En cada grado de desarrollo, nuestra
vida puede ser perfecta; pero si se cumple el propósito de Dios para con noso-
tros, habrá un avance continuo” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 45).
Fija hoy tus ojos en Jesús y recorre tu camino junto a él perfeccionándote
a cada paso.

155
Perfectos en Cristo
30 “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos;
mayo el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto,
porque separados de mí nada podéis hacer”
(Juan 15:5).

L as palabras de Jesús dirigidas al joven rico produjeron un fuerte impacto en


los presentes: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mat. 19:21, RVR60).
Se trataba de un joven piadoso, observador estricto de la ley, preocupado por
su salvación, que había descubierto en Jesús algo más que un maestro, puesto
que lo llamó “bueno”, un joven de quien se destaca que “Jesús, mirándole, le
amó” (Mar. 10:21, RVR60). Era una futura promesa, un candidato singular
para el discipulado y, además, era muy rico. Solo le faltaba una cosa para ser
perfecto: desprenderse de su amor por las riquezas y adquirir un amor verda-
dero por Dios y el prójimo.
Jesús ya había hablado del ideal de la perfección poniendo como modelo
la perfección de Dios, pero todavía no había dicho cómo conseguirla. De sus
mensajes podemos intuir que la perfección se extrae de la Palabra de Dios, que
guarda una estrecha relación con la observancia de sus mandamientos, que es
la obra del Espíritu Santo en nosotros, que la perfección consiste en vivir uni-
dos a él. Pero aquí, explícitamente dijo que la perfección se alcanza mediante
el amor a Dios y al prójimo.
Debemos reconocer que la obra de Cristo respecto a nuestra perfección
opera en dos direcciones convergentes: lo que él hace por nosotros (la per-
fección vicaria imputada) y lo que él hace en nosotros (la perfección vicaria
impartida). Por la primera nos es atribuida la perfección de Cristo. Dios nos
considera perfectos en él. Por la segunda, él nos comunica o transfunde su
propia vida como un principio activo. Elena de White dice al respecto: “Como
el sarmiento de la vid recibe constantemente la savia de la vid viviente, así
hemos de aferrarnos a Jesús y recibir de él por la fe la fuerza y la perfección de
su propio carácter” (El Deseado de todas las gentes, p. 630).
Parafraseando lo que Jesús dijo al joven rico: “Para ser perfecto, una cosa te
falta: amar, como yo te he amado, si me sigues, implantaré en tu corazón ese amor”.
Pero, tristemente, aquella joven promesa se marchó. En realidad, el amor perfecto
del cristiano es la perfección en acción. De ahí que “la verdadera santificación sig-
nifica perfecto amor, obediencia perfecta, conformidad perfecta a la voluntad de
Dios” (Los hechos de los apóstoles, p. 565), únicamente posibles en Cristo.
Pide a Jesús que te ayude a amar a los demás.
156
Prisioneros de esperanza
“Volveos a la fortaleza, prisioneros de la esperanza; 31
hoy también os anuncio que os dará doble recompensa” mayo
(Zacarías 9:12).

E l tema de la esperanza es realmente inagotable, porque inagotable e insos-


layable es también el dolor que padecemos en este mundo, las cadenas que
nos atan a imponderables que nos hacen sufrir y de los que no podemos librarnos
por nosotros mismos. Los antiguos griegos, antes de que apareciesen los escritos
del saber filosófico, inventaron el saber mitológico para explicar las realidades
que vivimos y sufrimos en este mundo. En el mito de Prometeo, este titán del
Olimpo robó el fuego a los dioses y se lo entregó a los hombres. Como castigo,
Zeus le condenó a estar encadenado a una roca y allí un águila venía cada día y
le devoraba el hígado; pero, como Prometeo era inmortal, tenía la facultad de re-
generarlo durante la noche, de forma que el sufrimiento infligido por el águila se
repetía sin fin. Un día, Hércules, hijo de Zeus, se compadeció de él, mató al águi-
la y liberó a Prometeo de sus cadenas. Así intuyeron los antiguos la posibilidad
de una solución para el género humano: Hércules, el libertador, era su esperanza.
Más tarde, Aristóteles diría: “La esperanza es el soñar del hombre despierto”.
Esta idea, aunque pagana en su forma, es parecida en su fondo a la de la
Sagrada Escritura. En efecto, el tema de la esperanza ha sido y sigue siendo
el gran mensaje de la revelación bíblica, una solución a los sufrimientos del
hombre, y no solamente en un futuro lejano de promesa escatológica, sino
también en el devenir de cada día de nuestra vida actual. Podríamos decir que
al hombre que cree en Jesucristo se le abre una perspectiva de vida, un refugio
y protección contra el temor y el sufrimiento.
Sobre un promontorio, a las afueras de Nassau, en las Bahamas, están las
ruinas de una gran fortaleza que defendía el acceso a la ciudad de los ataques
piratas. Ningún barco podía aproximarse bajo el fuego de sus cañones. Y cuando
había amenaza de invasión, los habitantes de Nassau abandonaban la ciudad y
se refugiaban en la fortaleza. En la ciudad eran libres; dentro de la fortaleza eran
prisioneros, pero prisioneros de esperanza. Abandonar la fortaleza durante un
asedio ponía en peligro sus vidas.
Así es la esperanza de nuestro versículo de hoy. En la fortaleza somos pri-
sioneros de esperanza en las manos de un Dios omnipotente, cautivos en el
calor y protección de su seno, alborozados en la esperanza de la eternidad.

157
Luz y tinieblas
1 o
“Otra vez Jesús les habló, diciendo:
junio ‘Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida’ ”
(Juan 8:12).

A ntes de la semana de la Creación, el planeta Tierra era un astro apagado,


sumergido en tinieblas. Dios creó la luz el primer día, después, en el cuarto
día, hizo entrar nuestro planeta en los ciclos del sistema solar y la luz del sol
irrumpió en la superficie terrestre: noche y día, tinieblas y luz, cada veinticuatro
horas. De este modo, la imagen antitética luz/tinieblas ha pasado a ser una de las
figuras más emblemáticas de la simbología bíblica: luz, el bien; tinieblas, el mal;
luz, la gracia divina; tinieblas, el pecado; luz, la salvación; tinieblas, la perdición;
luz, la vida; tinieblas, la muerte.
Una mañana resplandeciente nuestro mundo se cubrió de sombras antes
de llegar la noche. Como en un gran eclipse, la luz se fue en pleno día y las
tinieblas abrieron la vida en este planeta: los animales se volvieron salvajes;
los seres humanos se convirtieron en sombras siniestras que andaban a tientas
buscando algo de luz; los trigales se llenaron de cizaña; los mares se tornaron
profundos, misteriosos; las montañas se hicieron abruptas y los ríos torrento-
sos, inundaron las riberas arrasándolo todo.
Hubo oscuridad en los ojos de los hombres que se tornaron tristes y asusta-
dizos; y sombras en sus corazones que se volvieron duros como de piedra. Hubo
tinieblas en su entendimiento que les impidieron pensar con cordura. Hubo oscu-
ridad en sus conciencias que mudaron la verdad de Dios en mentira. El precioso
hogar creado por el Padre celestial se transformó en una cueva sin luz; el hombre
llegó a ser un prisionero arrojado al fondo del abismo y allí, la enfermedad, la
violencia, el engaño, el temor, la envidia, el vicio, la lujuria, los homicidios se
instalaron en la crónica de cada día.
Pero, en medio de esa triste oscuridad, apareció la luz: “Porque Dios, que
mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nues-
tros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz
de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). Jesús, la luz, descendió a esta cueva como un prisio-
nero más y la iluminó, y allí fue “la Luz del mundo”, en “el Sol de justicia”, “la
Vida y la Luz de los hombres”, “la Luz verdadera que alumbra a todo habitante
del mundo”. Y nosotros somos ahora “luz en el Señor”, “hijos de luz”, “la luz
del mundo”.
Ilumina hoy la vida de otros. Refleja a Jesús.

158
El programa de una campaña electoral
“Enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó. Los ojos de todos 2
en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a decirles: junio
‘Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros’ ”
(Lucas 4:20, 21).

D espués de cuarenta años de un gobierno autocrático, supe lo que era una


campaña electoral democrática. La noche del 23 al 24 de mayo de 1977
comenzó la primera campaña electoral para los primeros senadores y diputa-
dos en Cortes de la transición política española. Lemas de los partidos políti-
cos, mítines de sus representantes, propaganda en televisión, carteles llenando
vallas, paredes y espacios libres, debates públicos de los líderes, promesas
por todas partes. Todo un verdadero espectáculo de funambulismo político,
demagogia, habilidad dialéctica y persuasión para conseguir el voto de los
ciudadanos. En aquellos años se ofrecía un plan de empleo integral, defensa
del medio ambiente, derecho a una vivienda digna, desgravación del ahorro
familiar, derecho a la libre elección de médico y centro de salud, exención de
impuestos para las pensiones, un futuro prometedor, entre otras cosas. Se for-
mó un parlamento de representantes del pueblo y un gobierno de gestión de los
asuntos públicos. Pero, después, vino la realidad, no carente de desencantos.
Este hecho insólito de la España de la posguerra me hace pensar en otra
campaña electoral, valga la comparación, que lanzó un hombre al comienzo de
su obra en el mundo: Cristo. Cuando se presentó como Mesías a sus conciudada-
nos, en Nazaret, donde había sido criado, les dijo lo que iba a hacer; pero no usó
carteles, ni pintadas, ni octavillas, ni debates públicos. Más bien, usó la Escritura,
allí en la palabra profética, leyó su programa mesiánico: un plan redentor del
ser humano, no solamente dirigido al pueblo judío, sino a la humanidad ente-
ra. Un programa inspirado por el Espíritu Santo que, para ejecutarlo, requiere
su unción. Un proyecto que pretende dar solución a realidades muy graves del
hombre: pobreza, carencias, duelos, desigualdades, enfermedades del espíritu,
ceguera espiritual, cadenas de opresión, falta de libertad. Un plan espiritual que,
aunque tiene incidencia en la vida social y política de la gente, no persigue inte-
reses materiales porque se ejerce en el interior del hombre, en su corazón. A este
programa, todavía vigente, solo se puede responder con el voto de “sí, creo” y
Cristo tomará las riendas de tu vida y no te defraudará.
Por si fuera poco, tenemos la garantía de que el Señor cumple sus prome-
sas, como dice el versículo de esa mañana. ¡Elígelo hoy para gobernar tu vida!
¡Él no te fallará!

159
Al ver a las multitudes
3 “Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban
junio desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”
(Mateo 9:36).

A unque durante toda su vida pública, Jesús tuvo un contacto regular con la
gente, en el año de la popularidad, en Galilea, era seguido por multitudes
ávidas de su enseñanza y expectantes de las señales que hacía. Dice Marcos de
este período: “Pero Jesús se retiró al mar con sus discípulos, y lo siguió gran
multitud de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado
del Jordán y de los alrededores de Tiro y de Sidón, oyendo cuán grandes cosas
hacía, grandes multitudes vinieron a él” (Mar. 3:7, 8). Este período se cerró con
la primera multiplicación de los panes y los peces y la predicación del sermón
del pan de vida, en la sinagoga de Capernaúm, donde muchos discípulos lo
abandonaron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? [...] Desde entonces
muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él” (Juan 6:60,
66).
En las narraciones evangélicas del año de la popularidad, hay una expre-
sión que se repite con frecuencia: “Al ver las multitudes”. Jesús no era indife-
rente a la situación de sus contemporáneos. Vivía entre ellos, se había encar-
nado para participar de sus debilidades y aliviarlos de sus dolores. Algunos
textos señalan explícitamente el sentimiento que producía, en el corazón del
Salvador, esta visión de las personas: “Tuvo compasión de ellos y sanó a los
que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14: 14). Pero no solo curaba sus cuerpos,
sino también sus mentes mediante la predicación y la enseñanza (Luc. 9:11).
Las gentes acudían a él también para escucharle y recibir sanidad (Luc. 6:17).
La misión de la iglesia no puede permanecer ajena a la verdadera situación
del mundo. Hemos de ser observadores atentos y compasivos de las gentes,
especialmente de sus sufrimientos. Hemos de ser solidarios y, en la medida de
lo posible, responsables. Fue por amor y compasión a la humanidad que Jesús
vino a este mundo, fue por amor y compasión por los hombres que fue clavado
en una cruz. Por ello, la iglesia debe encontrar en el amor y la compasión por
la humanidad la verdadera motivación de la misión: “Existe escasamente una
décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que no están
salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son los
que simpatizan lo suficiente con Dios para ver almas ganadas para Cristo!”
(Obreros evangélicos, p. 121).
Tú yo estamos aquí para que todos sepan que hay un Dios en los cielos.
160
Enseñar con autoridad
“Cuando terminó Jesús estas palabras, 4
la gente estaba admirada de su doctrina, porque les enseñaba junio
como quien tiene autoridad y no como los escribas”.
(Mateo 7: 28-29)

L a gente de Nazaret fue impresionada cuando le oyó predicar en la sinagoga:


“Vino a su tierra y les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se
maravillaban y decían: ‘¿De dónde saca éste esta sabiduría y estos milagros?’ ”
(Mat. 13:54). La admiración por la enseñanza de Jesús era evidente. El apóstol
Juan nos cuenta cuál fue la reacción de los ministriles enviados por los fariseos
para que arrestaran a Jesús. Cuando volvieron sin él, dijeron: “¡Jamás hombre
alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46). Cuando Jesús preguntó a los
apóstoles si también ellos querían marcharse, en el triste desenlace del sermón
del pan de vida, Pedro respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna” (Juan 6:68). Elena de White nos revela en el libro La educación
siete de los secretos que daban excelencia y poder a la enseñanza de Jesús:
1. Conocía y comprendía el alma humana: “El que trata de transformar a
la humanidad, debe comprender a la humanidad” (p. 71).
2. Vivía y practicaba lo que enseñaba: “No solamente enseñó la verdad; él
era la verdad” (p. 71).
3. Denunciaba y reprendía el mal sin paliativos: “Cristo reprendía fiel-
mente. […] Delataba el mal como enemigo de aquellos a quienes trata-
ba de bendecir y salvar” (p. 71).
4. En cada ser humano discernía posibilidades infinitas: “Veía a los hom-
bres según podrían ser transformados por su gracia” (p. 72).
5. Recibía vida de Dios y la impartía a los hombres: “Como hombre, su-
plicaba ante el trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una
corriente celestial que unía la humanidad con la Divinidad” (p. 73).
6. Se concentró en lo fundamental: “No se ocupó de teorías abstractas sino
de lo que es imprescindible para el desarrollo del carácter” (p. 73).
7. Unía las cosas temporales con las de la eternidad: “Establecía la ver-
dadera relación entre las cosas de esta vida, como subordinadas a las de
interés eterno pero no negaba su importancia” (p. 74).
Elena de White concluye así: “En presencia de semejante Maestro […] es
una necedad buscar una educación fuera de él […] apartarse del Manantial de
aguas vivas, y cavar cisternas rotas que no pueden contener agua” (p. 75).
Acepta hoy las grandes enseñanzas de Jesús.

161
Bienaventurados
5 “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida,
junio sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”
(Rom. 14:17).

L a multitud había llegado de todas partes de Galilea y se había reunido en torno


a Jesús, los discípulos estaban sentados cerca de él, en la ladera de la montaña.
Todos miraban al Maestro como si fuera a decir algo importante y, en efecto, Jesús
pronunció el sermón más significativo de su ministerio público: los principios del
reino de Dios, el nuevo pacto, la identificación de los súbditos de su reino. Se hizo
el silencio y de los labios del Hijo de Dios salió una palabra fascinante: “Bienaven-
turados”. ¿No es acaso esta la aspiración suprema de todo ser humano?
Lutero dijo de las Bienaventuranzas: “Son una introducción bella, dulce, lle-
na de amor, de la doctrina y la predicación de Jesús; la manera más afectuosa,
la mejor para atraer a los corazones, por medio de promesas llenas de gracia”
(Citado por L. Bonnet, Comentario sobre el Nuevo Testamento, t. 1, p. 93).
En esta palabra inicial del sermón de la montaña hay un mensaje maravi-
lloso de promesa, el anuncio mesiánico y escatológico, a la vez, de una bien-
aventuranza, dicha o felicidad que va a vencer todas las situaciones aflictivas
por las que tengamos que pasar en este mundo. Los que están llamados a per-
tenecer al reino de Dios tendrán el privilegio de ser felices aunque la vida
les depare circunstancias angustiosas. Las Bienaventuranzas hacen depender
el bienestar de una situación interior y no de las circunstancias exteriores. Porque el
reino de Dios es justicia, paz y gozo por el Espíritu Santo. En las Bienaventu-
ranzas, Jesús invierte todos los valores humanos, nos enseña el secreto de la
verdadera dicha y nos ofrece indirectamente la semblanza magnífica de sí mis-
mo, porque él fue plenamente pobre, estuvo afligido, fue manso, tuvo hambre
y sed de justicia, fue misericordioso, de limpio corazón, Creador y Dador de la
paz verdadera e injustamente perseguido.
En realidad, la felicidad genuina no está tan lejos como imaginamos. La fe-
licidad es un don de Dios para disfrutarlo cada día. Si estás justificado por la fe,
tienes paz y hay gozo en tu corazón nacido del Espíritu Santo, ¿qué te impide
ser feliz? ¿Qué más necesitas? Sin embargo, a mucha gente parece que le hace
daño la felicidad y se concentra en vivir con la queja en los labios. Asimismo,
Jesús nunca llamó “bienaventurados” a quienes este mundo supone personas
exitosas o dignas de honra. Más bien, consideró felices y afortunados a quienes
gozan de una genuina relación con Dios.
Este día pide al cielo que te ayude a tomar las decisiones correctas para ser
feliz.
162
Los pobres en espíritu
“Aunque yo esté afligido y necesitado, Jehová pensará en mí. 6
Mi ayuda y mi libertador eres tú. ¡Dios mío, no te tardes!” junio
(Salmo 40:17).

¿Qnecesidad de depender únicamente de Dios. Se trata de una condición


uiénes son estos pobres en espíritu? Aquellos que sienten una profunda

espiritual donde el creyente no encuentra en sí mismo ningún mérito para al-


canzar la salvación. No son pobres en el Espíritu Santo, ni en inteligencia, no
carecen de valores morales, no les falta integridad; son “los quebrantados de
corazón y […] los contritos de espíritu” (Sal. 34:18). Por eso, Cristo los con-
sidera bienaventurados.
En los tiempos de Cristo, los líderes religiosos de Israel se consideraban espi-
ritualmente ricos. La escena de la parábola del fariseo y el publicano ilustra muy
bien la actitud soberbia de alguien que se considera a sí mismo un modelo de lo
que Dios espera de los seres humanos. Un “rico en espíritu” no tiene necesidad
del arrepentimiento, ni del perdón divino, ni de la orientación de las Escrituras.
Él ya lo sabe todo. No hay mucho qué enseñarle. Más bien, está para criticar a
los demás y lanzar virulentos comentarios sobre la ralea de creyentes que no
ha alcanzado sus “elevados niveles” de crecimiento en la fe. Lo interesante es
que Dios rechaza de manera contundente este tipo de actitudes, ya que conllevan
una evaluación equivocada de lo que significa ser cristianos, un garrafal des-
conocimiento de la misericordia divina, así como un profundo desprecio hacia
aquellos que no se amoldan a sus ideas, ya sea en pensamiento o acción.
Una actitud similar se escucha en la iglesia de Laodicea: “Yo soy rico, me
he enriquecido y de nada tengo necesidad”. Aunque, el propio Jesús estable-
ce su verdadera condición espiritual: “Pero no sabes que eres desventurado,
miserable, pobre, ciego y estás desnudo” (Apoc. 3:17). De ahí, la dicha de ser
“pobres en espíritu”. “Los que comprenden bien que les es imposible salvarse
y que por sí mismos no pueden hacer ningún acto justo son los que aprecian la
ayuda que les ofrece Cristo. Estos son los pobres en espíritu, a quienes él llama
bienaventurados” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 12). A estos se dirige
también el testigo fiel y verdadero.
¿Tienes una profunda necesidad del perdón de Dios? ¿Eres consciente de
que ninguno de tus méritos es suficiente para alcanzar la salvación? Entonces,
para ti hay una buena noticia. El Señor te dará aquello que tanto anhelas: la
justificación por la fe en Jesucristo.
Ruega hoy al Señor que te ayude a vivir con una constante necesidad de su
gracia. Eso te hará muy feliz.
163
Bienaventurados los que lloran
7 “Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos
junio que la acompañaban, también llorando,
se estremeció en espíritu y se conmovió […]. Jesús lloró”
(Juan 11:33, 35).

¿Bsido heridos por la enfermedad, el infortunio o el duelo? El texto pa-


ienaventurados los que lloran? ¿Cómo pueden ser felices los que han

recería una contradicción, porque el mismo Jesús no pudo evitar las lágrimas
en varias ocasiones. Lloró cuando vio el desconsuelo de Marta y María por la
muerte de su hermano Lázaro. También lloró por Jerusalén cuyo rechazo del
Mesías le iba a acarrear, años después, la destrucción, en tiempos del empera-
dor Tito (ver Luc. 19:41-44).
El llanto de los hijos de Dios tendrá consuelo aquí y ahora. Dice Elena de
White: “Si la recibimos con fe, la prueba que parece tan amarga y difícil de so-
portar resultará una bendición. El golpe cruel que marchita los gozos terrenales
nos hará dirigir los ojos al cielo. ¡Cuántos son los que nunca habrían conocido a
Jesús si la tristeza no los hubiera movido a buscar consuelo en él!” (El discurso
maestro de Jesucristo, p. 10). Cristo resucitó a Lázaro y lo devolvió a sus afli-
gidas hermanas; los llantos de Getsemaní y el sufrimiento de la cruz se tornaron
en la gloria de la resurrección y la victoria sobre la muerte. El profeta Isaías dijo
del Cristo que había de venir: “Me ha enviado a consolar a todos los tristes, a
dar a los afligidos de Sión una corona en vez de ceniza, perfume de alegría en
vez de llanto, cantos de alabanza en vez de desesperación” (61:2, 3, DHH). Y un
sábado, en la sinagoga de Nazaret, Jesús dijo a sus conciudadanos: “Hoy mismo
se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (Luc. 4:21, DHH).
Esta bienaventuranza tiene aún otra aplicación: señalar a aquellos que llo-
ran por sus pecados la tristeza de la contrición, del arrepentimiento, los que
claman por el perdón divino, este es el único llanto que es según Dios: “La
tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual
no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Cor. 7:
10). A estos, el consuelo les viene con el perdón divino que es mucho más que
un acto jurídico que nos libera de la condenación: “No es solo el perdón por el
pecado. Es también la redención del pecado. Es la efusión del amor redentor
que transforma el corazón” (ibíd., p. 97).
¿Eres consciente del profundo dolor que tus pecados causan al Padre celes-
tial? ¿Reconoces tu responsabilidad en los grandes errores que has cometido?
Entonces, vas por buen camino. No estás lejos del reino de los cielos.

164
Los mansos recibirán
la tierra por heredad 8
junio
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados,
de entrañable misericordia, de bondad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia”
(Colosenses 3:12).

A ntonio era un buen amigo y hermano de la Iglesia central de Madrid. Como


técnico de electrodomésticos, visitaba los hogares y le tocaba tratar con mu-
cha gente, no siempre amable. No hablaba mucho, pero sí era un gran observador
y un ferviente misionero. Un día me dio una gran lección. Era un viernes por la
tarde, Antonio había llegado pronto a la reunión de oración y nos encontramos en
el vestíbulo de la iglesia; nos saludamos y me espetó: “Sabes, a las personas se las
conoce mucho mejor por sus reacciones que por sus acciones; las reacciones son
espontáneas y revelan lo que verdaderamente son, mientras que las acciones pue-
den ser intencionales, premeditadas y engañosas”. Me quedé pensativo, le sonreí y
me dije: “¡Qué verdad acaba de enseñarme Antonio!”
La bienaventuranza de hoy habla de los mansos (praeis) que los antiguos iden-
tificaban con personas de conducta exterior apacible. Jesús elevó este término a una
nobleza que jamás había poseído anteriormente. Él dijo de sí mismo: “Aprended
de mí que soy manso y humilde corazón” (Mat. 11:29); también de Moisés se dice
que fue “un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la
tierra” (Núm. 12:3), y esto a pesar de su irritación en el episodio de la peña de
Horeb. Tanto esta bienaventuranza como las demás presuponen un aprendizaje, un
cambio de corazón; pertenecen al hombre nuevo, convertido, santo y amado por
el Señor. La mansedumbre que viene de Dios tiene que ver con la negación del yo
y con la renuncia a todo sentimiento de egoísmo u orgullo. La mansedumbre es el
resultado del dominio de las reacciones espontáneas que brotan del mal carácter,
como decía mi amigo Antonio, del freno de las tempestades de la ira humana re-
sultantes de las explosiones del genio y del mal humor. La mansedumbre es aun el
control de la provocación, los insultos, los desaires, el escarnio o la mortificación.
De Cristo se dice que “cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando
padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente”
(1 Ped. 2:23). La mansedumbre es lo contrario del espíritu de odio o de vengan-
za y como enseña Elena de White: “La humildad del corazón, esa mansedumbre
resultante de vivir en Cristo, es el verdadero secreto de la bendición” (El discurso
maestro de Jesucristo, p. 20).
Pide hoy a Dios que te ayude a controlar tus reacciones y revelar su profundo
amor.
165
Hambre y sed de justicia
9 “La misericordia y la verdad se encontraron;
junio la justicia y la paz se besaron”
(Salmo 85:10).

N adie puede vivir sin alimentos. El hambre y la sed designan un deseo


ardiente, una necesidad apremiante del espíritu y del cuerpo. Y la justicia
a la que esta bienaventuranza se refiere no es la justicia social o política que
tantos vanamente proclaman y por la que otros luchan, se rebelan y mueren,
sino el veredicto soberano de Dios que libera y salva a todos los oprimidos del
diablo. Justicia divina que es santidad, semejanza a Dios, conformidad con su
Ley, amor, que se obtiene gratuitamente “sin dinero y sin precio” y que hace
posible una justicia-fidelidad del creyente agradecido. De esta justicia, dijo
Cristo, serán hartos.
El peregrinaje de los hijos de Dios por este mundo requiere que cada cre-
yente disponga de una alimentación física y espiritual adecuada: “Así como
necesitamos alimentos para sostener nuestras fuerzas físicas, también necesi-
tamos a Cristo, el pan del cielo, para mantener la vida espiritual y para obtener
energía con que hacer las obras de Dios. Y de la misma manera como el cuerpo
recibe constantemente el alimento que sostiene la vida y el vigor, así el alma
debe comunicarse sin cesar con Cristo, sometiéndose a él y dependiendo ente-
ramente de él” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 21). Y es que la experien-
cia cristiana no se asemeja a participar de una tragantona un día de fiesta, para
luego olvidarnos del momento. Más bien, se trata de degustar cada mañana de
un alimento nutritivo, que nos da las fuerzas necesarias para vivir ese día con
una buena actitud.
“Si en nuestra alma sentimos necesidad, si tenemos hambre y sed de justi-
cia, ello es una indicación de que Cristo influyó en nuestro corazón para que le
pidamos que haga, por intermedio del Espíritu Santo, lo que nos es imposible
a nosotros. Si ascendemos un poco más en el sendero de la fe, no necesitamos
apagar la sed en riachuelos superficiales; porque tan solo un poco más arriba de
nosotros se encuentra el gran manantial de cuyas aguas abundantes podemos
beber libremente” (ibíd.).
¿Deseas ardientemente que Dios te perdone y limpie tu vida? ¿Sientes una
enorme necesidad de comprender las Escrituras y cumplir la voluntad de Dios?
Entonces, no estás lejos del reino de Dios. Te pueden faltar muchas cosas, pero
tienes lo fundamental. Siguiendo este camino serás muy feliz y testificarás que
hay un Dios en los cielos…

166
Los misericordiosos
alcanzarán misericordia 10
junio
“Jehová pasó por delante de él y exclamó: ‘¡Jehová! ¡Jehová!
Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira
y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia
a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado,
pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que castiga
la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos,
hasta la tercera y cuarta generación’ ”
(Éxodo 34:6, 7).

A unque algunos intérpretes dicen que Moisés es el sujeto del verbo excla-
mar, el relato cuenta únicamente lo que Moisés escuchó, no lo que vio,
porque en realidad no vio nada: “Y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una
hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado” (Éxo.
33:22). Por consiguiente, quien exclamó y proclamó los atributos divinos y, en
particular, la misericordia, no fue Moisés, sino el Señor mismo.
El término misericordioso (misericors, en latín) es una palabra compuesta de
miseror que significa ‘compadecerse’, y cor cuyo significado es ‘corazón’, es
decir, significa el que se compadece de corazón, el entrañablemente inclinado a la
clemencia, la piedad, la compasión. El mismo significado tiene praeis, la palabra
griega usada en esta bienaventuranza. Pero el corazón del hombre es falaz: “En-
gañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jer. 17:9). Solo en Dios la misericordia pertenece a su esencia misma, por consi-
guiente, siempre que alguien manifiesta un espíritu de misericordia no se debe a
un impulso propio. Dios es la fuente de toda misericordia, y los misericordiosos
solo pueden llegar a ser participantes de la naturaleza divina cuando el Espíritu
Santo “ha intervenido quirúrgicamente” su corazón: “Y les daré otro corazón y
pondré en ellos un nuevo espíritu; quitaré el corazón de piedra de en medio de su
carne y les daré un corazón de carne” (Eze. 11:19).
El que se sabe objeto de la misericordia divina no es misericordioso, más bien,
es hecho misericordioso, por eso Cristo dijo que alcanzarían misericordia. Los
misericordiosos son aquellos que manifiestan compasión hacia los pobres, los
dolientes y los oprimidos. Pero no se trata solamente de practicar la beneficencia,
sino de mucho más, como practicar el perdón, motivar a los desanimados e iden-
tificarse con el dolor ajeno. Conlleva no preguntarse si el menesteroso es digno de
ayuda, simplemente hay que socorrerlo y, si está al alcance, redimirlo de su estado
de necesidad. Palabras y actos de bondad, miradas de simpatía, expresiones de
gratitud son el lenguaje de los misericordiosos de corazón.
Este día pide a Dios que te ayude a ser piadoso con los demás.
167
Los de limpio corazón verán a Dios
11 “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar
junio santo? El limpio de manos y puro de corazón;
el que no ha elevado su alma a cosas vanas ni ha jurado con engaño.
Él recibirá bendición de Jehová y justicia del Dios de salvación”
(Salmo 24:3-5).

H ay una curiosa correspondencia antagónica entre las ocho bienaventuran-


zas pronunciadas al comienzo del ministerio público de Jesús y los ocho
ayes lanzados contra los fariseos y escribas. Las bienaventuranzas son el ca-
mino abierto por Cristo para acceder al reino de los cielos, los ayes señalan
que los escribas y fariseos cerraban el reino de los cielos a los hombres (Mat.
23:13, 15). Las bienaventuranzas exaltan la bondad y la misericordia con los
menesterosos, los ayes condenan a los líderes del pueblo por el modo como
trataban a las viudas, y por el olvido de la justicia, la misericordia y la fe (Mat.
23:14, 23). Jesús llama bienaventurados a los mansos, pacificadores que sufren
persecución; en los ayes, Jesús acusa a los fariseos y escribas de perseguidores
y asesinos (Mat. 23:34, 35).
También la bienaventuranza de los limpios de corazón tiene su contraposi-
ción en los ayes. La limpieza a la que se refiere Jesús no es el ideal imposible del
corazón exento de pecado; no es simplemente estar limpio de concupiscencia; es
la limpieza del corazón sincero, fiel, servidor de Dios; es el corazón del hombre
que subirá al lugar santo de Dios: “El limpio de manos y puro de corazón; el que
no ha elevado su alma a cosas vanas ni ha jurado con engaño” (Sal. 24:4). Es
todo lo contrario de la falsedad hipócrita de los fariseos y escribas: “Limpiáis lo
de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia”
(Mat. 23:25).
Jesús dijo que estos verán a Dios. ¿Cómo lo verán? ¿Dónde? Como en
otras promesas de las bienaventuranzas, esas bendiciones se cumplen aquí y
ahora; y más plenamente, en la eternidad. Elena de White nos asegura: “Cuan-
do estamos escondidos en Cristo vemos el amor de Dios. […] Por la fe lo
contemplamos aquí y ahora. En las experiencias diarias percibimos su bondad
y compasión al manifestarse su providencia. […] Los de limpio corazón viven
como en la presencia de Dios durante los días que él les concede aquí en la tie-
rra y lo verán cara a cara en el estado futuro e inmortal, así como Adán cuando
andaba y hablaba con él en el Edén” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 27).
Este día pídele a Dios que limpie tu corazón. En él hay poder para transfor-
mar tu vida.

168
Los pacificadores
serán llamados hijos de Dios 12
junio
“El que quiere amar la vida y ver días buenos,
refrene su lengua de mal y sus labios no hablen engaño;
apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala”
(1 Pedro 3:10, 11).

L a paz verdadera se funda primeramente en la paz con Dios: la reconcilia-


ción obrada por Jesucristo y la justificación aceptada por la fe nos devuel-
ven la armonía con Dios. Así lo dice el apóstol Pablo: “Justificados, pues, por
la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien
también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y
nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1, 2). La segunda
condición de la paz verdadera es la paz con nosotros mismos, una conciencia
sin remordimiento, un espíritu sereno, una mentalidad positiva concretan la
paz interior. Finalmente, la tercera condición de la paz verdadera es la paz
con nuestro prójimo: nuestra familia, nuestros hermanos en la fe, los extraños,
incluso los que se consideran nuestros enemigos. “El que está en armonía con
Dios y con su prójimo no sabrá lo que es la desdicha. No habrá envidia en su
corazón ni su imaginación albergará el mal; allí no podrá existir el odio” (El
discurso maestro de Jesucristo, p. 27).
Los pacificadores construyen la paz. No se conforman con gozarla como
un fruto personal de su equilibrio mental, más bien, crean los condicionantes
necesarios para que otros tengan paz; se comprometen, buscan, propician, de-
fienden y siguen la concordia. Un constructor de paz es un activista silencioso,
bondadoso y benigno de la bandera de la conciliación, es un resistente pacífico
contra la violencia, como lo fue Jesús, por eso son llamados hijos de Dios: “El
corazón que está de acuerdo con Dios participa de la paz del cielo y esparcirá
una influencia bendita. […] quienquiera que incite a los demás, por palabra o
por hechos, a renunciar al pecado y entregarse a Dios, es un pacificador. […]
El espíritu de paz es prueba de su relación con el cielo” (ibíd., p. 28). El texto
de Pedro nos dice que este es el secreto: gozar de la vida y ver días buenos.
Te invito a ser un pacificador que revele al mundo la esencia del evangelio.
Muestra con tus actitudes el equilibrio y la serenidad que resultan de haber
estado en comunión con Jesús. Entonces, muchos podrán percibir que hay un
Dios en los cielos…

169
Bienaventurados
13 los que padecen persecución
junio
“El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo;
y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán.
Y seréis odiados por todos por causa de mi nombre;
pero el que persevere hasta el fin, este será salvo”
(Mar. 13:12, 13).

C omo una prueba más del gran conflicto entre Cristo y Satanás en este mundo,
los hijos de Dios han padecido persecución a lo largo de los siglos. Y aunque
parezca paradójico, esta situación se agravará en el tiempo del fin como una más
de las señales precursoras del fin. Pero ¿cómo es posible que haya persecución en
un tiempo de libertades individuales y de derechos humanos? Lo cierto es que no
todos los países del mundo gozan plenamente de esos privilegios y la intolerancia
religiosa está tomando formas muy diferentes, según los gobiernos en funciones.
Pero, tristemente, mucha gente sigue muriendo a causa de conflictos religiosos.
En la actualidad, se considera que hay tres principales zonas donde florece la
intolerancia religiosa: los países con una sólida presencia del fundamentalismo is-
lámico, las regiones donde aún hay regímenes totalitarios de impronta comunista y
aquellos lugares donde existen nacionalismos étnicos. Aunque parezca extraño, los
cristianos conforman el grupo religioso más perseguido y discriminado del mundo;
asimismo, el 75% de los atentados contra la libertad religiosa tienen como blanco
a los cristianos.
No, no solamente se refería Cristo en esta octava bienaventuranza a las diez
crueles persecuciones del Imperio romano, a todos los mártires medievales o a las
obligadas delaciones inquisitoriales de padres a hijos, de hermanos a hermanos e
incluso entre esposos que podían llevarles a la muerte en la hoguera. Cristo consideró
también bienaventurados a los que vivirán la gran aflicción final que precederá a la
Segunda Venida y el establecimiento del reino de los cielos. Persecución, oposición,
falta de libertades, ¿muerte? Tal vez, pero también bienaventuranza porque el tiempo
de entrar en el reino ya ha llegado. Los brazos abiertos del Rey de reyes nos esperan.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando sufrimos algún tipo de intolerancia
religiosa y persecución, ahí está él, a nuestro lado, para recordarnos que nada nos
puede separar de su amor: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación,
angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? […] Por lo cual estoy
seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo
presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios […]” (Rom. 8:35-39).
No desmayes. Él sigue a tu lado.
170
Gozosos en la persecución
“Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, 14
os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. junio
Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande
en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron
antes de vosotros”
(Mateo 5:11, 12).

E n una ocasión, un grupo de disidentes de una importante iglesia de la Unión Ad-


ventista Española, con inusual hostilidad, se propuso desprestigiar ante la socie-
dad la fe de sus antiguos correligionarios. No solo comparecieron en programas de
radio y televisión, sino que se pusieron en contacto con una diputada de un partido
político que había iniciado una campaña de investigación y denuncia de lo que ella
entendía como “sectas peligrosas”. Le entregaron documentación y publicaciones a
las que la señora diputada, inducida por los disidentes y protegida por la inmunidad
parlamentaria, daba una interpretación sesgada, deliberadamente denigrante de la
Iglesia Adventista. Aunque algunos medios de comunicación acusaron a la diputada
de oportunismo y de falta de mundo político, durante algunos años, fue la voz más
autorizada en España sobre el tema de las sectas.
Nunca aceptó nuestras invitaciones para visitar las oficinas o alguna de nues-
tras iglesias, para consultar los archivos o preguntar directamente a los miembros.
Nunca quiso hablar con nosotros para aclarar los errores que estaba publicando; por
el contrario, sus invectivas y falsas acusaciones se repetían semana tras semana en
periódicos, revistas y entrevistas. Para los adventistas españoles fue una verdadera
pesadilla. Finalmente, en las elecciones de 1990, perdió el acta de diputada, fue
desposeída de inmunidad y tuvo que afrontar veintiocho juicios de denuncias por
difamación. En ese tiempo, aceptó un debate conmigo por radio y quedó clara la
desinformación de que había sido víctima por no escuchar más que a disidentes de
nuestra Iglesia. Nunca más volvió a hablar contra los adventistas del séptimo día.
“Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan
toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”. Esta sutil persecución no atenta
contra la integridad física o la vida de los hijos de Dios, sino contra su honor, su
credibilidad y su reputación. No los encierra en sombríos calabozos de piedra,
sino en cárceles de papel, encadenados por cadenas de palabras, imágenes y
columnas periodísticas que, amparadas por la libertad de expresión, injurian,
ultrajan y denigran impunemente, a la iglesia. ¡Cuidado! esta persecución no es
menos cruenta que las otras y sí es mucho menos honrosa.
No olvides que Dios protege a su iglesia contra cualquier ataque. Si hoy recibes
un ataque por causa de Jesús, recuerda que tu recompensa será mucho mayor.
171
Luz del mundo
15 “Vosotros sois la luz del mundo”
junio (Mateo 5:14).

C uando regresaba a su país, un misionero estadounidense compró en un


mercadillo de Hong Kong un collar que le costó 30 dólares. Un joyero que
lo vio en San Francisco (EE.UU.) le ofreció 500 dólares por el collar, pero el
misionero no lo quiso vender. Más tarde, de visita en la ciudad de Nueva York,
entró en la famosa joyería Tiffany y pidió que lo tasaran. Así lo hicieron ¡y lo
valoraron en 30.000 dólares! Además, le aseguraron que estaban dispuestos a
comprárselo. El misionero, asombrado, aceptó venderlo, pero con una condi-
ción: que le dijesen cuál era el secreto de su valor. El dependiente le mostró
detrás de cada gema dos iniciales: N. J. El collar era una pieza histórica. Se
trataba del regalo de bodas de Napoleón Bonaparte a su esposa Josefina. Así
ocurre con aquellos a los que Jesús dice: “Vosotros sois…” Ocultas en alguna
parte, llevamos grabadas las iniciales de nuestro Salvador que nos identifican
como suyos.
Solamente el gran Yo Soy de la zarza ardiente y el Yo Soy del evangelio
pueden señalar con su dedo a aquellos que le pertenecen: “Vosotros sois…”
Esta expresión apologética aparece primero en la Alianza del Sinaí: “Ahora,
pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial
tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” (Éxo. 19:5). Des-
pués la encontramos en los pasajes donde Dios se defiende de los falsos dioses:
“Vosotros sois mis testigos y mi siervo que yo escogí” (Isa. 43:10). También
inmediatamente después de las bienaventuranzas: “Vosotros sois la sal de la
tierra […] la luz del mundo” (Mat. 5:13, 14) o cuando Jesús establece los vín-
culos con sus discípulos: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (Juan 15:5),
“Vosotros sois mis amigos” (15:14). Pedro la usa para indicar la dignidad y mi-
sión de la Iglesia: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9) y, finalmente, en el Apocalipsis
la expresión cambia de forma pero no de significado cuando identifica al re-
manente: “Aquí están los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de
Jesús” (Apoc. 14:12, RVA).
Pero si el carácter apologético de la expresión nos identifica y dignifica
como el verdadero pueblo de Dios a pesar de nuestra apariencia humilde y sen-
cilla, “vosotros sois” nos compromete y responsabiliza con el cumplimiento de
la misión que nos ha sido asignada en el mundo.
¿Ya has descubierto las iniciales de Cristo en tu vida y carácter?
172
La sal de la tierra
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, 16
¿con qué será salada? No sirve más para nada, junio
sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres”
(Mateo 5:13).

S e cuenta que Fritz Kreisler, el famoso violinista vienés fallecido en 1962,


vio un día un Stradivarius en una vitrina de una casa de instrumentos mu-
sicales de Londres. Lo quiso comprar, pero el precio era sumamente elevado.
Pidió que se lo guardaran mientras reunía el dinero, pero no fue posible. Al
cabo de unos días, el Stradivarius fue adquirido por un coleccionista. Kreisler
se enteró y, como tenía un mecenas dispuesto a financiarle la compra, solicitó
una entrevista con el ricachón y le ofreció comprarle el violín. Pero ¿cómo iba
a venderle la joya más valiosa de su colección? El violinista insistió pero no
pudo convencerle. Cuando ya se marchaba, le rogó que le dejara interpretar
una pieza musical con aquel maravilloso instrumento. El millonario aceptó.
Kreisler tocó el violín de manera magistral. Cuando se retiraba, el coleccio-
nista lo detuvo y le dijo: “No se vaya, el Stradivarius es suyo, se lo regalo. No
puedo retener en una vitrina un instrumento capaz de producir tan hermosa
música. Llene usted el mundo entero de esas melodías”. Es verdad, Dios no
nos ha concedido el altísimo privilegio de ser sal y luz del mundo para que
permanezcamos “dentro de una vitrina”.
La presencia de la sal no pasa desapercibida, allí donde se encuentra resulta
evidente por su sabor, su penetración y su capacidad preservadora. “La sal tie-
ne que unirse con la materia a la cual se la añade; tiene que entrar e infiltrarse
para preservar. Así, por el trato personal llega hasta los hombres el poder salva-
dor del evangelio. […] La influencia personal es un poder. El sabor de la sal re-
presenta la fuerza vital del cristiano, el amor de Jesús en el corazón, la justicia
de Cristo que compenetra la vida” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 26).
Jesús advirtió que la sal puede perder su sabor, expresión que era un dicho
popular de la época, y que solía ocurrir con la sal del Mar Muerto que no tiene
gran pureza. Entonces, no sirve para nada, es echada fuera y pisoteada por los
hombres, aquellos a quienes debiera haber comunicado su sabor de vida para
vida, y preservado de la perdición eterna.
El Señor no nos ha llamado para pasar inadvertidamente por este mundo.
Al contrario, quiere que seamos agentes de cambio, canales de su amor para
transformar vidas y proclamar al mundo que hay un Dios en los cielos.

173
Así alumbre vuestra luz
17 “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada
junio sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz
y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero
para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”
(Mateo 5:14-16).

E l sermón del monte fue pronunciado por Jesús en la ladera de una colina
que formaba un anfiteatro natural, por eso pudo ser escuchado por la multi-
tud presente. Elena de White dice que acababa de salir el sol y su luz iluminaba
las casas, de modo que los oyentes de Jesús podían, girando la cabeza, compro-
bar la verosimilitud de lo que el Maestro decía.
“Vosotros sois la luz del mundo”, nos parece una palabra sorprendente por-
que Jesús está aplicando a sus discípulos algo que, en un sentido absoluto, solo
le corresponde a él: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Por consiguiente,
los discípulos solo podemos reflejar la luz de Cristo y para ello necesitamos
vivir en perfecta relación con él. El apóstol Pablo dice a los Efesios: “Antes
vivíais en la oscuridad; pero ahora, al estar unidos al Señor, vivís en la luz.
Portaos como quienes pertenecen a la luz” (Efe. 5:8, DHH). Elena de White
afirma: “La humanidad por sí misma no tiene luz. Aparte de Cristo somos un
cirio que todavía no se ha encendido […] no tenemos un solo rayo de luz para
disipar la obscuridad del mundo. Pero cuando nos volvemos hacia el Sol de
justicia, cuando nos relacionamos con Cristo, el alma entera fulgura con el
brillo de la presencia divina” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 36). Y una
aclaración pertinente, Jesús no dijo que esas “buenas obras” deban servir para
exaltar el mérito humano, sino para “glorificar a vuestro Padre que está en los
cielos”.
¿Cuáles son las buenas obras a las que se refiere Jesús? Elena de White nos
da la respuesta: “Las pruebas soportadas con paciencia, las bendiciones reci-
bidas con gratitud, las tentaciones resistidas valerosamente, la mansedumbre,
la bondad, la compasión y el amor revelados constantemente son las luces que
brillan en el carácter, en contraste con la oscuridad del corazón egoísta, en el
cual jamás penetró la luz de la vida” (ibíd., p. 40).
Hoy tienes el privilegio de ser un canal de luz para iluminar la vida de
otras personas. Acepta al Señor en tu vida para que su luz brille a través de tus
acciones y palabras a lo largo de este día.

174
No he venido a abolir, sino a cumplir 18
“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; junio
no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo
que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde
pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17, 18).

L a doctrina y la obra de Cristo no tenían la misión de abolir la Ley de Dios,


sino de cumplirla. ¿Cómo debemos entender estas palabras en el contexto
del sermón de la montaña? ¿A qué ley se está refiriendo Jesús? ¿Qué significa
aquí cumplir la Ley?
Jesús empieza diciendo: “No penséis que”, posiblemente porque en su
tiempo circulaba algún malentendido con respecto a Cristo y la Ley, como
ocurre hoy con quienes piensan que los Diez Mandamientos han dejado de
tener vigencia con la llegada del evangelio. El verbo traducido por abolir, ka-
taluein, es muy fuerte, no designa una refutación teórica de la Ley, sino una
actividad capaz de hacerla desaparecer, destruirla, liberando a los hombres de
su autoridad y obediencia. Pero ¿de qué ley está hablando Jesús? Parecería que
se está refiriendo a todo el Pentateuco, considerado por el judaísmo como la
ley, la parte con mayor autoridad del Antiguo Testamento. Sin embargo, todos
los mandamientos citados por Jesús en los versículos siguientes son preceptos
de carácter moral: no matar, no adulterar, el repudio de la esposa, no jurar en
falso, ojo por ojo y diente por diente, amar al prójimo, etcétera, todos pueden
inscribirse en las prescripciones propias del Decálogo.
En cuanto al significado aquí del verbo cumplir, plerosai, es múltiple y com-
plementario, significa en primer lugar ‘guardar’, ‘observar’, ‘obedecer’; también
se puede traducir por ‘completar’, ‘llevar a su plena realización’; asimismo sig-
nifica ‘manifestar su espiritualidad’, es decir, no conformarse con el formalismo
de la letra, sino con el espíritu de la ley; también quiere decir ‘personificar’,
primero en la propia vida de Jesús que “era una representación viva del carácter
de la ley de Dios” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 33), después, en los
corazones de los conversos del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en la mente de
ellos, y sobre su corazón las escribiré” (Heb. 8:10).
De esa legislación así comprendida y magnificada, Jesús dijo que “ni una
jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”, es decir,
proclamó enfáticamente la inmutabilidad de la Ley, su vigencia y su autoridad
hasta los confines del fin.
Te invito a dejar entrar a Jesús en tu vida. Así se cumplirá el propósito de
la Ley en ti.
175
Amad a vuestros enemigos
19 “Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo y odiarás
junio a tu enemigo”. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian
y orad por los que os ultrajan y os persiguen”
(Mateo 5:43, 44).

E stos versículos y los que le siguen son una de las partes más hermosas
del evangelio. “Oísteis que fue dicho” se está refiriendo a Levítico 19:18:
“No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. Pero este amor al prójimo se limitaba a los hijos de
Israel y a los extranjeros residentes entre los israelitas (Deut. 10:18, 19). Ni en
la ley ni en todo el Antiguo Testamento hay un precepto o recomendación que
hable de amar a los enemigos, tampoco que ordene que se les odie o aborrezca.
En el sermón de la montaña Jesús condena también el formalismo, la ciega
adhesión de los fariseos a la letra de la ley. “Oísteis que fue dicho a los anti-
guos… pero yo os digo” (Mat. 5:21, 22), Jesús reemplaza “la cámara fotográfi-
ca de la moral farisaica” que ve solo el exterior por “el aparato de rayos X del
Espíritu Santo” que ve, descubre y juzga el interior, el corazón.
A la ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente” (Mat. 5:38-42) que fue
dada para reglamentar la venganza y frenar el mal, Jesús opone el principio
activo de la no violencia que consiste en abrir la conciencia del otro, introducir
en ella un rayo de luz, no reaccionar con la fuerza, sino con el Espíritu que
penetra y redarguye: poner la otra mejilla, darle el manto si te ha tomado la
túnica, llevar una carga dos millas si te ha obligado a una.
En el mismo contexto de la ética de relaciones interpersonales, Jesús supera
totalmente los límites impuestos por la moral rabínica y asciende al cenit mis-
mo de la moral cristiana: el amor a los enemigos (Mat. 5:43, 45) y no apelando
a sentimientos pasajeros, sino a los santos principios que emanan del propio
amor divino. El Señor sabe que no se puede ser genuinos creyentes teniendo el
corazón lleno de odio, aun cuando existan razones que lo justifiquen. Al orar
por los enemigos, los odios y rencores se van superando independientemente
de que en ellos haya un cambio de actitud. Entonces, hay paz en el corazón.
En este día, te exhorto a orar por aquellos que te han lastimado y te han
hecho daño. Dile a Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Luc. 23:34).

176
La antítesis de la venganza
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante 20
de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, junio
estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está:
‘Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor’ ”
(Romanos 12:17-19).

C onocí a la familia Deplano y su tremenda historia en el Colegio Adventista


de Collonges (Francia). Él era profesor de dibujo en nuestra escuela se-
cundaria. Oriundos de Argelia, tenían un solo hijo que se había casado con una
joven que pronto dio muestras de no vivir los principios cristianos que había
prometido en su bautismo de conveniencia. Llevaba una vida desordenada,
perdió el interés por su esposo y los disgustos de la pareja se multiplicaron;
mientras, los padres observaban, sufrían y oraban. Llegaron a enterarse de que
aquella mujer era infiel a su hijo, pero callaron, siguiendo una táctica de no en-
trometerse. Les nació un bebé a la pareja, lo que produjo una alegría pasajera,
pero lo peor estaba por venir. Una noche, el hijo de los hermanos Deplano apa-
reció muerto de un disparo en la cabeza y los tribunales culparon a su esposa
de homicidio. La guerra de independencia de Argelia impidió la ejecución de
la sentencia porque todos los franceses fueron forzados a repatriarse, dejando
propiedades, trabajos y causas pendientes. Los Deplano, su nuera y el niño
de tres años se instalaron en Francia; con resignación, sin tomar represalias
aunque tenían un acta debidamente legalizada de la acusación de los tribunales
argelinos, soportaron con indulgencia las visitas de aquella mujer, solazándose
con el cariño del nietecito a quien tenían consigo. Pero la madre, haciendo
uso de su derecho de custodia, les arrebató al niño y se lo llevó a París, donde
vivían en una pensión.
Así conocí a los queridos hermanos Deplano, tristes, pero sin perder la fe
en la misericordia divina, compasivos, tratando de olvidar, sin dejarse vencer
por el mal sino, como dice Pablo, venciendo con el bien el mal. A pesar de
todo, no habían permitido que el odio invadiera sus vidas y todavía tenían
mucho amor para compartir con otros.
Este mundo está lleno de injusticias. Por todas partes hay historias que
revelan la ruindad del corazón humano. Pero cada vez que surjan tentaciones
de asumir actitudes vengativas, es importante recordar que hay un Dios en los
cielos que es el Juez de este mundo.
Si estás viviendo una injusticia en este momento, recuerda hoy estas pala-
bras: “Mía es la venganza, yo pagaré”. Confía en él.

177
Crónica de un muerto olvidado
21 “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo,
junio ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de vuestro Padre.
Pues bien, aun vuestros cabellos están todos contados.
Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos”
(Mateo 10:29-31).

E n estos tiempos se clasifica a los países por su producto interior bruto


(PIB), su renta per capita, el nivel de formación de sus ciudadanos o su
respeto y tutela de los derechos humanos. Pues bien, Suiza se encuentra entre
los primeros del ranking de países más civilizados. Por ello, causó tanto estu-
por y vergüenza el documental Crónica de un muerto olvidado, de Pierre Mo-
rath, emitido en la televisión suiza el 16 de enero de 2013. En esta filmación se
cuenta que un hombre de cincuenta y tres años, Michel Christen, murió en su
apartamento del barrio de las Acacias de Ginebra en enero de 2003 y el cadáver
permaneció ahí hasta mayo de 2005. Después de una investigación que duró
varios años, el productor del documental ha resucitado la noticia y ha puesto
“el dedo en la llaga” de la población ginebrina. ¿Cómo es posible que durante
veintiocho meses, aquel ciudadano deshollinador de oficio, padre, vecino de
la finca, con amigos, bombero voluntario, muriera pasando inadvertido por
todos sus conocidos? Pierre Morath dice: “Su historia es como un descenso
a los infiernos; una herida le impide ir al trabajo. Allí, solo, se consume en el
alcoholismo, se convierte en odioso para su familia, la pierde, ensombrece en
una miseria psicológica y social”. La sociedad opulenta no quiere saber nada
de esos muertos olvidados, posiblemente porque desvelan las miserias huma-
nas que esconde debajo del desarrollo y el estado del bienestar. Pero no se
puede callar, ni ocultar la realidad: en Suiza, la policía descubre un promedio
de cuatro muertos olvidados por mes; y en Francia, ¡se encontró un cuerpo que
llevaba diecisiete años muerto y olvidado en una casa de Lille!
Esto nos hace reflexionar sobre el drama de las relaciones humanas en el
mundo de hoy. Pero Dios no se olvida de nosotros: “¿Se olvidará la mujer de
lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque
ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de ti!” (Isa. 49:15).
El versículo de hoy dice que ningún pajarillo “cae a tierra sin el permiso
de vuestro Padre” aun a pesar de su escaso valor. Lo mismo promete a los cre-
yentes: Dios no se olvidará de nosotros en ningún momento. Desde su morada,
mira con interés cada uno de nuestros pasos para indicarnos el mejor camino
a seguir.

178
Señor, enséñanos a orar
“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar y, 22
cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos junio
a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos’ ”
(Lucas 11:1).

¿Tsus oraciones sin ser visto una de aquellas madrugadas que él pasaba a
e has preguntado alguna vez cómo oraba Jesús? ¿Te gustaría escuchar

solas con Dios? Conocemos algunas de sus oraciones, pero no tenemos de ellas
más que unas cuantas palabras que los evangelistas nos han transmitido. Los
discípulos “habían estado alejados por corto tiempo de su Señor y, al volver, lo
encontraron absorto en comunión con Dios. Como si no percibiese su presen-
cia, él continuó orando en voz alta. Su rostro irradiaba un resplandor celestial.
Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un poder viviente en
sus palabras, como si hablara con Dios” (La oración, p. 345). Cuando hubo
terminado, profundamente impresionados, exclamaron: “Señor, enséñanos a
orar”. Según el evangelista Lucas, así nació el Padrenuestro, como una res-
puesta a esta petición de los discípulos.
Todos admiramos el ministerio de Cristo y nos preguntamos cómo y dónde
encontró el poder indiscutible de su vida. Elena de White nos dice: “La vida
terrenal del Salvador fue una vida de comunión con la naturaleza y con Dios.
En esta comunión nos reveló el secreto de una vida llena de poder” (El minis-
terio de curación, p. 33).
En efecto, cada vez que el Salvador tuvo que afrontar una circunstancia difí-
cil, los evangelios nos lo presentan de rodillas ante el Padre. Para él, la oración
era mucho más que una práctica religiosa piadosa, más que un convencionalismo
formal del lenguaje espiritual, más que un instrumento de comunicación con
Dios. La oración es la esencia de la religión misma, no un medio, sino un fin, la
llave de la relación del creyente con Dios, el aliento del alma, la fuente del poder
espiritual.
Estando en este mundo, Jesús consideró imprescindible la oración en su
vida. Incluso, la Biblia dice que llegó a pasar toda una noche en oración. En
esos momentos encontraba mucha paz al estar en comunión con el Padre ce-
lestial. Si él, un ejemplo vivo de lo que significa creer, sentía una profunda
necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros debiéramos sentir una enorme avidez
de acercarnos a nuestro Padre celestial! En realidad, no somos conscientes de
la relevancia de la oración en nuestras vidas.
Hoy te invito a dedicar tiempo a la oración y abrir tu corazón a Dios como
a un Amigo. Él mismo te enseñará a orar.

179
Aprender a orar
23 “Vosotros, pues, oraréis así”
junio (Mateo 6:9).

C uando mis nietos eran pequeños procurábamos enseñarles a orar antes de


comer, junto a la cuna, antes de dormir, cuando íbamos a salir de casa. Asi-
mismo, orábamos si alguien de la familia estaba enfermo o en cualquier otra
circunstancia en la que necesitábamos el cuidado y la protección de Dios y sus
ángeles. Los niños imitaban los gestos y repetían las palabras de sus “yayos”:
juntaban las manitas, doblaban las rodillas, cerraban los ojitos y balbuceaban
las palabras que escuchaban. Después, al terminar la oración, pronunciaban un
sonoro “Amén” y dibujaban en sus caritas inocentes una encantadora sonrisa.
Algún día, esos niños, sin necesidad de nuestra presencia, orarán a Dios tal y
como los “yayos” les enseñaron. Así también quiso hacer Jesús con sus discípu-
los. Según Mateo, después de darles unas cuantas instrucciones sobre la actitud
correcta en la oración, les dijo: “Vosotros pues, oraréis así”, y sus labios pronun-
ciaron las palabras del Padrenuestro (Mat. 6:9-13).
El Padrenuestro no es una oración que brote espontáneamente de nuestro co-
razón, no nos pertenece. Es una oración revelada y didáctica, que viene de Dios
mismo a través de Cristo. Es Palabra de Dios que él pone en nuestra boca para
que se la dirijamos. Descendida del cielo en nosotros, vuelve a subir a Dios y, por
el milagro del Espíritu Santo, se ha convertido en la expresión de nuestra reali-
dad humana más plena e íntima, como una súplica sincera y profunda de nuestra
vida y la de nuestros hermanos, de la vida de la Iglesia y del mundo perdido, de
todos los seres abatidos, angustiados y necesitados que nos rodean.
¡Qué maravilla es saber que el Padrenuestro es una oración que Dios pone
en nuestros labios! Asimismo, el Espíritu Santo la suscita en nosotros, y así nos
transforma y nos hace vivir en ella. De este modo, el Padrenuestro no debie-
ra entenderse como una plegaria meramente repetitiva, palabra formal de un
rezo capaz de cambiar el tenor de nuestras experiencias difíciles o satisfacer
nuestras necesidades. El Padrenuestro es una oración pedagógica, educativa,
es vida, es poder y fuerza, un camino y un modelo que quiere cambiar nuestra
vida que quiere adecuar nuestra realidad a los términos y aspiraciones que en
ella expresamos.
Dios, en Jesucristo, no solo nos enseña esta oración. Él la pronuncia tam-
bién con nosotros. Él llegó a encarnar en vida el significado de esta oración.
Él, que se reveló como la Palabra de Dios hecha carne, es también la oración
hecha carne y, si creemos en sus promesas, seremos como aquellos que expre-
san y testimonian en su vidas la oración modelo, el Padrenuestro.
180
El libro más pequeño del mundo
“Esta es a la verdad la más pequeña de todas las semillas, 24
pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas junio
y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo
y hacen nidos en sus ramas”
(Mateo 13:32).

D urante la primavera de 1977, el círculo restringido que organizaba coloquios


para la reina Sofía de España, en el que yo era un consejero, sugerimos ir
de excursión a un lugar de la sierra de Madrid llamado la Fuente de la Reina.
Ella aceptó y, en plena naturaleza, sin protocolos, sentados todos en la hierba,
degustamos una exquisita comida. Y en aquel clima entrañable de amistad y
con profundo respeto por la soberana, le obsequié algunas miniaturas: una ficha
microfilme de 5 x 5 cm con toda la Biblia en inglés, un facsímil en miniatura de
una jarrita del Qumram con uno de los manuscritos del Mar Muerto que había
comprado en el Museo del Libro de Jerusalén y el libro más pequeño del mundo
que contenía el Padrenuestro en siete idiomas. La reina Sofía agradeció los obse-
quios, se hicieron fotos y, al caer la tarde, regresamos a Madrid.
La miniatura del Padrenuestro procedía del Museo Gutenberg de Maguncia
(Alemania). Medía 3,5 x 3,5 mm. La imprenta y el pliegue eran un verdadero
primor artesanal. El museo lo ofrecía en un estuche que llevaba una pequeña
lupa, de manera que el texto era perfectamente legible. El libro más peque-
ño del mundo contiene la oración más pequeña del mundo, el Padrenuestro,
como una semilla de mostaza de las enseñanzas de Jesús. En tan solo cin-
co cortos versículos se formula la oración modelo en el Evangelio de Mateo.
Breve, corta, concisa, no es una oración prolija, ni palabrera. Sin embargo,
es una oración universal, la más conocida, la más recitada, la más completa; es
la oración modelo, el esquema y bosquejo de todas las oraciones del mundo.
La oración es el clamor de la necesidad dirigido hacia Aquel que es el único
que puede aliviarla; es la angustia del pecado dirigida a Aquel que es el único que
puede perdonarlo; es la súplica de la indigencia, el sometimiento de la humildad, el
fervor del arrepentimiento, la creencia de la piedad. El Padrenuestro presenta en su
maravillosa brevedad una riqueza, una plenitud, una continuidad y una simetría de
pensamientos que la convierten, como decía Tertuliano, en el resumen admirable
del evangelio entero, en la oración por excelencia de todos los cristianos.
Antes de salir a tus labores cotidianas, ora a Dios este día. Recuérdale tu
profundo amor hacia él y la gran necesidad que tienes de su compañía.

181
Padre nuestro que estás en los cielos
25 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
junio Padre de misericordias y Dios de toda consolación”
(2 Corintios 1:3).

“Pmo nos ha revelado ese nombre y lo ha puesto en nuestra boca. Quiere


adre”, es el título que Dios se da por nosotros en esta oración. Dios mis-

que nos dirijamos a él como un hijo lo hace a su padre, con el mismo respeto,
con el mismo afecto, con la misma confianza. ¿Por qué ha escogido Dios tal
nombre? Porque quiere que en el mismo umbral de la oración modelo, al co-
mienzo de todas sus súplicas, aparezca, como una manifestación de su gracia,
el milagro de la reconciliación. Dios quiere que el Padrenuestro sea una res-
puesta de la buena nueva de nuestra adopción.
No nos engañemos, estábamos perdidos y en nuestro extravío perdimos
a nuestro Padre celestial; nuestra incredulidad, nuestra rebeldía y nuestro
egoísmo nos convirtieron en huérfanos, sin Padre, sin Dios. Pronunciar, por
consiguiente, ese nombre, ignorando la buena nueva de la reconciliación, es
una mentira, más aún, es una pretensión diabólica, porque solo Jesús es por
derecho Hijo de Dios y solo él puede llamar a Dios Padre, nosotros no. Pero
Jesús, en la cruz, nos ha reconciliado con Dios, nos ha transmitido el dere-
cho de hijos, nos ha hecho posible la adopción filial: “Porque todos sois hijos
de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál. 3:26); “Habéis recibido el espíritu
de adopción, por el cual clamamos, Abba Padre” (Rom. 8:15). Jesucristo nos
ha abierto la puerta de la casa paterna donde podemos contemplar los tesoros
del corazón de Dios abierto a sus hijos.
Y decimos “Padre nuestro”, no “mi Padre” porque es una oración de inter-
cesión en la que nos presentamos al Padre como representantes de la familia
humana, del mundo entero que, por nuestro medio, tiene así acceso al trono de
la gracia y a la ternura del Padre de todos.
Seguimos diciendo, “que estás en los cielos” para recordarnos que nuestro
Padre es Dios. Ese cielo es la divinidad, es la soberanía, la gloria del Padre
nuestro, su independencia y libertad absolutas; el misterio de su presencia cer-
ca de cada uno de nosotros y, a la vez, de la infinita distancia que lo separa de
nosotros. El “Padre nuestro que estás en los cielos” está en los cielos porque es
Dios y solo la oración de la fe, la oración de los hijos de Dios puede alcanzarle
y tocarle. Sí, es Padre, pero es también Dios.
No olvides hoy que Dios es tu Padre. Te pareces a él. Le perteneces. Permí-
tele cuidarte como uno de sus amados hijos.

182
Santificado sea tu nombre
“Así como aquel que os llamó es santo, 26
sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, junio
porque escrito está: ‘Sed santos, porque yo soy santo’ ”
(1 Pedro 1:15, 16).

D espués de habernos dirigido a Dios como nuestro Padre que está en los
cielos, no hubiéramos pensado en hacerle esta primera petición: “Santifi-
cado sea tu nombre”. ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con esta primera petición
de la oración modelo?
Jesús, en la oración sacerdotal, dijo: “He manifestado tu nombre a los
hombres que del mundo me diste” (Juan 17:6). Y Pablo nos hace la siguiente
admonición: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17). Nosotros, como pueblo de Dios,
llevamos el nombre de Dios delante de los hombres de forma que el mundo
conoce su santidad, su verdad, su justicia a través de nuestro testimonio; su
nombre está asociado estrechamente a nuestra vida. Esta primera petición del
Padrenuestro supone, por consiguiente, la eliminación de toda gloria humana,
de todo mérito humano, la exaltación exclusiva del nombre de Dios. En el
camino de la salvación, como dijo Pedro, no podemos poner nuestra confianza
en ningún otro nombre que no sea el de Jesucristo: “Y en ningún otro hay sal-
vación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hech. 4:12).
Santificar el nombre de Dios significa que jamás su nombre sirva para cubrir
infamias o empresas de iniquidad, un Dios que nos ha ordenado: “No tomarás el
nombre de Jehová, tu Dios, en vano” (Éxo. 20:7), que no puede ver la injusticia
o la mentira, que tiene horror a la violencia que no soporta la opresión de alguna
de sus criaturas ni la expoliación de sus derechos. Que quiere que el mundo se
pueda dar cuenta de lo que él es a través de lo que es la iglesia.
Más de 400.000 personas visitan cada año la catedral gótica de León (Espa-
ña) (1205-1301), la pulchra leonina, para contemplar sus 1.850 m2 de maravi-
llosas vidrieras medievales que reducen los muros a su mínima expresión, dan-
do al interior del templo un inigualable espectro lumínico. Un día, una maestra
de la ciudad preguntó a una alumna si podía explicar a sus compañeras lo que
era un santo y la niña que, sin duda, había visto los maravillosos vitrales de la
catedral con sus figuras polícromas iluminadas por la luz, dijo: “Un santo es un
hombre hecho de vidrios de colores y tiritas de plomo a través del cual pasa la
luz del cielo”.
Muestra hoy al mundo con tu vida que Dios es amor.
183
Venga tu reino
27 “Preguntado por los fariseos cuándo había de venir
junio el reino de Dios, les respondió y dijo: ‘El reino de Dios
no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí,
o Helo allí, porque el reino de Dios está entre vosotros’ ”
(Lucas 17:20, 21).

T odas las literaturas del mundo han recordado con nostalgia el paraíso perdi-
do y esperado con anhelo la vuelta de una edad de oro, sueño y aspiración
suprema de la humanidad, para restablecer en este mundo la paz, el gozo perdu-
rable, la dicha y la felicidad de todos. Cervantes, en Don Quijote de la Mancha,
aludiendo a Las metamorfosis del poeta latino Ovidio, describe ese mundo ideal
del pasado y del futuro: “¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los
antiguos pusieron nombre de dorados porque entonces, los que en ella vivían
ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío! Eran en aquella santa edad todas
las cosas comunes. […] Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia.
[…] no había el fraude, ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La
justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los
del favor y los del interés que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen…”
¿Qué es, en realidad, el reino de Dios y por qué si ya está entre nosotros
hemos de convertirlo en súplica y esperanza de nuestras plegarias? Para la
mayor parte de los hombres, el reino de Dios es un estado superior que se
alcanzará poco a poco con o sin la ayuda de Dios. Pero para los cristianos, el
reino de Dios es Jesucristo, venido del Padre a este mundo, con todo el poder
de la gracia salvadora.
Hoy, el reino de Dios es un reino invisible, una inmensa espera, la espera
de su regreso, de una segunda venida en la que establecerá definitivamente su
reino en la tierra. Cuando nosotros pedimos “venga tu reino”, pedimos que
Jesucristo regrese, pero no a nuestros corazones, espiritualmente, porque eso
ya lo hace por medio del Espíritu Santo, tampoco que venga como ya lo hizo,
cubriendo su divinidad, sino que venga como Rey de gloria, como Señor todo-
poderoso, como Juez de toda la tierra.
Se trata de un evento visible por todos, final, es decir, más allá del cual no
hay nada más que esperar. Cuando pedimos “venga tu reino”, no pedimos una
edad de oro creada por los hombres, no el sueño de los poetas, sino las maravi-
llas del reino que nos prometió Jesús, el cese y abandono sincero de todos los
pequeños reinos que hemos instaurado en nuestras vidas.
Hoy puedes empezar a vivir el cielo en la tierra. Decide hacerlo.

184
Hágase tu voluntad
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, 28
y tu Ley está en medio de mi corazón” junio
(Salmo 40:8).

D espués de la oración de la humildad y la de la esperanza viene la oración


de la obediencia. La esperanza del reino de Dios no puede ser una huida
del mundo presente, un pretexto para eludir las responsabilidades actuales. Esa
espera es lo contrario de una relajación; esa espera es la condición primera de
nuestra fidelidad cotidiana. Para hacer la voluntad de Dios en la tierra es ne-
cesario saber cómo es hecha en el cielo y ese cielo es el reino que esperamos
y pedimos, un mundo en el que la voluntad de Dios se cumple totalmente.
Podríamos entonces formular así esta parte del Padrenuestro: “Sea hecha tu
voluntad en la tierra hoy, como será hecha el día que vengas en tu reino”. Esto
quiere decir que podemos comenzar ya a realizar en la tierra algo del cielo que
esperamos porque obedecemos a Dios como si su reino ya hubiese venido.
La obediencia cristiana es una anticipación del reino celestial, una verifi-
cación de la autenticidad de nuestra esperanza. El reino, aunque sea todavía
futuro, nos compromete en todos los dominios de nuestra existencia presente,
convirtiéndonos, en medio del mundo dominado por el enemigo, en precurso-
res de un mundo mejor.
“Sea hecha tu voluntad”. Con frecuencia damos a esta petición un sentido
pasivo como si la voluntad divina se limitase a las cosas que debemos sufrir:
la enfermedad, el duelo, las pruebas. Muchos cristianos suelen repetir estas pa-
labras con paciencia y resignación cuando les toca soportar alguna desgracia.
Pero la petición tiene aquí un sentido activo e imperativo, es decir, se aplica
a lo que hacemos o debiéramos hacer mucho más que a lo que padecemos
o nos está ocurriendo, significa: concédeme la fuerza de hacer tu voluntad,
sin resignarme al curso de los acontecimientos. Cuando Jesús, en su oración
agónica del Getsemaní, dijo: “No sea como yo quiero, sino como tú” (Mat.
26:39), no estaba aceptando con sumisión lo inevitable, no había de su parte el
menor rendimiento al azar o al fatalismo, sino que estaba pidiendo a Dios que
le diese a conocer lo que esperaba de él y la fuerza para aceptar su voluntad
con obediencia pura.
Por consiguiente, Jesucristo ya cumplió esa voluntad del Padre, fue obe-
diente hasta la muerte y muerte de cruz, y nosotros, por la fe, con temor y tem-
blor, podemos pedir a Dios que lo que él cumplió, su fidelidad y obediencia, lo
sea verdaderamente por nosotros y en nosotros.
Ora a Dios en este momento: “Cumple hoy, Señor, tu voluntad en mi vida”.
185
Danos hoy nuestro pan cotidiano
29 “Echad toda vuestra ansiedad sobre él,
junio porque él tiene cuidado de vosotros”
(1 Pedro 5:7).

L os años de la posguerra fueron años muy duros para muchas familias es-
pañolas: racionamiento de los víveres, desempleo, salarios de miseria, vi-
viendas sin los más elementales medios higiénicos. El pan estaba racionado
y era escaso y negro, no porque fuera integral, sino porque estaba hecho de
una mezcla de harinas de toda clase. Mi tío José, hermano de mi madre, era
conductor de camiones y hacía el transporte de pescado desde San Sebastián
hasta Zaragoza, pasando por la región navarra donde, debido a sus fueros his-
tóricos y a la colaboración que prestaron en la Guerra Civil al ejército del
general Francisco Franco, el pan no estaba racionado. Ahí tenían pan blanco,
macerado, muy entrado en harina, esponjoso, con la costra brillante, crujiente.
Mi tío compraba unas cuantas barras de ese pan y, cuando llegaba a Zaragoza,
nos traía a casa una o dos barras. Recuerdo que mi padre tomaba aquel pan en
las manos, lo partía en rodajas y nos lo comíamos como postre. Para mí y mis
hermanos era un verdadero festín y aún hoy, en mi mesa, yo no sabría terminar
una comida sin echarme a la boca un trozo de pan.
El pan es el alimento básico de millones de personas. Representa, por con-
siguiente, todo lo que necesitamos para subsistir. Hasta aquí, el Padrenuestro
nos ha invitado a pedir por el nombre, el reino y la voluntad divinos; ahora
debemos pedir por nosotros, con esa confianza concreta y precisa del hijo que
pide a su padre el alimento para poder vivir. “Danos hoy”, reza el Padrenues-
tro, porque Dios es el único que posee todo, el gran dador de todo y el hombre,
su criatura, el que recibe todo. En esta oración, volvemos a ser criaturas junto
al Creador, con los vínculos de confianza que nos permiten ir y venir sin preo-
cupación porque sabemos que Dios “tiene cuidado de nosotros”.
Pero la petición del pan cotidiano va más allá de nuestras carencias materia-
les; pedimos también el pan de la amistad y el afecto humano; el pan del amor
conyugal y la paz familiar; el pan de la salud y el gozo de vivir; el pan de la
libertad y la paz social. Y ese pan cotidiano del Padrenuestro representa además
el pan del cielo, la Palabra de Dios, el pan de vida, el que alimenta y hace vivir
nuestra fe: “Escrito está: ‘No con solo de pan vivirá el hombre, sino de toda pa-
labra que sale de la boca de Dios’ ” (Mat. 4:4).
Alimenta hoy tu vida con la Palabra de Dios.

186
Perdónanos nuestras faltas
“Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; 30
conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” junio
(Salmo 51:1).

T odavía no está dicho todo. Como personas moralmente responsables,


como hijos de un Padre amante, santo y justo, nos queda aún acercarnos a
él como penitentes, pedirle el perdón por nuestras ofensas. En realidad, todos
ofendemos a Dios: le ofendemos cuando dudamos de su Palabra, pecando de
incredulidad; cuando abusamos de su gracia, protestando porque no siempre
nos la concede; cuando somos desagradecidos, olvidando sus muchas mise-
ricordias; cuando somos egoístas, ocupándonos únicamente de nosotros mis-
mos; cuando el orgullo nos convierte en seres autónomos e independientes;
cuando somos inmisericordes con los demás, juzgándoles y condenándoles
con pasión despiadada; cuando amamos más la paz que la justicia; cuando
permanecemos indiferentes ante el sufrimiento ajeno; cuando ante la iniquidad
y la perfidia nos refugiamos en el silencio cómplice; cuando con demasiada
frecuencia somos una continua ofensa al Padre que está en los cielos.
Si un día llegásemos a creer que ya no ofendemos al Señor, si perdiésemos
la necesidad vital de pedir perdón a Dios, esto querría decir que nos hemos des-
lizado fuera de la fe cristiana. Porque un cristiano no es el hombre que jamás
ofende a Dios, sino el que vive en el arrepentimiento y la contrición dolorosa
de estar, impotente, ofendiendo a Dios. Pedir perdón al Padre es vida para un
cristiano porque sabe que goza del perdón y de la gracia divina, porque sabe
que Jesús murió por sus ofensas para que él tenga vida, porque sabe que la
cruz borró y enterró con Jesucristo todos sus pecados: “Aun estando nosotros
muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Efe. 2:5).
¿No te parece un milagro de su maravillosa gracia que sea Dios mismo
quien pone en nuestros labios la petición del perdón? Dios nos atrae a sí, nos
sube sobre sus rodillas para decirnos amorosamente: “Pídeme perdón”. Dios
suplica a nuestra condescendencia de ofensores: “Pídeme perdón”, y recibirás
ese perdón celestial que da paz y equilibrio a la conciencia. Ese perdón es la
revelación misma de Dios. Nadie puede conocer al Padre celestial sin ser per-
donado. Nadie puede ser otra cosa delante de él que un pecador perdonado. Y
tal como pidió David, ese perdón divino creará en nosotros un nuevo corazón:
“¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de
mí!” (Sal. 51:10).
Te invito a suplicar el perdón de Dios. Confiésale tus pecados. Reconoce
tus fallos. Él te está esperando.
187
Como nosotros perdonamos
1º a nuestros deudores
julio
“Entonces, llamándolo su señor, le dijo: ‘Siervo malvado, toda aquella
deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener
misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”
(Mateo 18:32, 33).

T an solo tenía doce años, pero sentía una enorme curiosidad por saber cómo
era aquella iglesia protestante que, desde hacía unos meses, frecuentaba mi
hermano Adolfo. Yo ardía en deseos de ir con él, pero me consideraba aún pe-
queño. Sin embargo, esperaba la ocasión propicia y, un día, llegó. Mi hermano
iba a participar en una representación de teatro en la iglesia, le habían asignado
el papel de rey, así que le pregunté si podía acompañarlo. Adolfo accedió y así se
produjo mi primer contacto con la Iglesia Adventista de Zaragoza. Me recibieron
unos jovencitos de mi edad y me trataron tan bien que decidí no perder aquellas
amistades, que aún conservo más de sesenta años después.
Aquella representación teatral era la parábola de los dos deudores; yo ja-
más había escuchado esa historia, y quedé muy impresionado. El rey tenía
un deudor que le debía una inmensa fortuna y, como no la podía saldar, se la
perdonó. Pero al deudor del rey, un consiervo le debía una suma infinitamente
inferior y, como tampoco la podía saldar, lo metió en la cárcel. El rey lo supo,
se enfadó muchísimo y no condonó la deuda a su deudor. ¿Acaso el perdón
divino depende de nuestro perdón?
En esta parábola, el rey perdona la deuda inconmensurable sin condicio-
nes, pero el primer deudor no ha comprendido la realidad ni el alcance de ese
perdón. No se trata de interrogarte, ¿he perdonado lo suficiente como para que
Dios me pueda perdonar a mí? Más bien, la pregunta ha de ser, ¿entiendo que
el perdón que pido a Dios es el mismo perdón que mi prójimo espera de mí?
¿Sé lo que estoy pidiendo?
El perdón es más que conseguir la paz de la conciencia. El perdón divino nos
compromete, no puede estar inactivo un solo instante, no puede permanecer en
mí sin pasar a mi hermano. En realidad, no podemos pedir: “Perdónanos nuestras
faltas”, sin añadir inmediatamente, “y concédeme la gracia de perdonar como
tú nos perdonas”. Yo no entiendo ni creo en el perdón que imploro si este no ha
arrancado de mi corazón el resentimiento y el odio. Esta petición del Padrenues-
tro es, sin duda, la más importante con respecto a nosotros mismos; pero es, al
mismo tiempo, la mayor exigencia que nos obliga a ser coherentes y perdonar a
nuestros deudores.
Hoy es tiempo de perdonar y vivir sin rencores. No lo dejes para mañana.
188
No nos metas en tentación
“No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; 2
pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados julio
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente
con la prueba la salida, para que podáis soportarla”
(1 Corintios 10:13).

A ntes de saber exactamente qué es lo que Cristo quiere decir en esta peti-
ción del Padrenuestro, debemos aclarar el significado de dos términos: el
verbo eisenegkes, traducido generalmente por “meter”, “inducir”, puede tam-
bién significar “dejar caer”; y el sustantivo peirasmón, traducido por “tenta-
ción”, significa originalmente “prueba”. Así pues, una correcta traducción de
la frase sería: “No nos dejes caer en la prueba”. Esta traducción es acorde con
Santiago 1:13: “Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de
Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie”. Pero
si bien es cierto que Dios no es el agente de nuestras pruebas, nada escapa al
control de la voluntad divina. “No nos dejes caer en la prueba” significa, por
consiguiente, que reconocemos la dirección de Dios en nuestras vidas. Elena
de White dice: “Aunque la prueba no debe desalentarnos por amarga que sea,
hemos de orar que Dios no permita que seamos puestos en situación de ser
seducidos por los deseos de nuestros propios corazones malos. Al elevar la ora-
ción que nos enseñó Cristo, nos entregamos a la dirección de Dios y le pedimos
que nos guíe por sendas seguras” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 100).
Hasta que llegue el reino de Dios, seguimos viviendo en un mundo de tenta-
ción y de prueba. En esta petición Dios quiere que no olvidemos la realidad del
planeta. Somos tentados por todo lo que ocurre contrario a la voluntad de Dios:
por el poder de las tinieblas, de la mentira y de la violencia; por el poder del odio,
de la enfermedad y del sufrimiento; somos tentados por el poder de la iniquidad.
Todo ello pone a prueba nuestra fe en la bondad y la soberanía de Dios. Pero
también la bonanza, la paz y la tranquilidad pueden convertirse en una tentación
peligrosa, no porque nos induzcan a dudar, sino a olvidar a Dios. Sería una vic-
toria del tentador si llegase a instalarnos en un estado en el que no necesitemos
velar o combatir contra la tentación.
Con la expresión “no nos metas en tentación” estamos mostrando que po-
demos tener confianza. Dios está al timón de nuestras vidas y “no os dejará ser
probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con
la prueba la salida, para que podáis soportarla”.
No cedas hoy a la tentación. Jesús te ayudará.

189
Líbranos del maligno
3 “No hablaré ya mucho con vosotros,
julio porque viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí”
(Juan 14:30).

E l término griego poneron se aplica tanto al mal en general como al maligno.


Aunque esta petición, “líbranos del mal”, está unida a la anterior en el Pa-
drenuestro, tiene un alcance mucho mayor: primero, pedimos que Dios controle
nuestras pruebas; ahora suplicamos que nos libre del maligno. No podemos pedir
a Dios que nos libre totalmente de las tentaciones menores porque, a menudo,
forman parte de la pedagogía que el cielo usa en la formación de nuestro carácter.
Dios permite esas pruebas para ayudarnos a madurar espiritualmente y a confiar
más plenamente en él. Pero lo que aquí pedimos es la liberación de la tentación
mayor, de la amenaza que no implica solamente un peligro pasajero o una co-
rrupción momentánea, sino la caída total; es decir, el dominio ilegítimo, incom-
prensible e inexplicable de aquel a quien la Escritura llama Satanás. Nosotros,
como criaturas humanas, no podemos hacer nada contra él, no tenemos defensa
ante su poder. Dios es superior al maligno; pero nosotros, no. Y sabemos que allí
donde Dios está ausente y no es el Soberano, es el otro quien domina y sigue
engañando y proponiendo a sus víctimas, “seréis como dioses”.
No se trata de una simple liberación. La seducción diabólica nos impide ver
que somos sus esclavos, que estamos bajo su dominio. El mayor peligro para
un hijo de Dios es caer en esa situación en la que la influencia del espíritu del
mundo y las directrices insinuantes del maligno llegan a ser algo inconsciente,
una situación en la que fácilmente se pueden confundir los valores cristianos
con los terrenales. La tentación mayor consiste en hacernos amar nuestra es-
clavitud, en ignorar nuestra verdadera condición espiritual.
Pero nuestra liberación del maligno ya está asegurada y cumplida. No es
una posibilidad o una conjetura, sino un hecho. Es el don de Aquel que vino
a este mundo, ocupó nuestro lugar, resistió a la tentación y venció al diablo.
Dios no intervino desde la altura de su poder infinito, sino desde el fondo de la
debilidad humana. La liberación no consistió en un rayo del cielo que fulminó
a Satanás, sino en esa vida que Dios vivió por nosotros en su Hijo, en esta
tierra; fue la existencia terrestre de Jesús, sobre quien las fuerzas del mal no
ejercieron ningún tipo de dominio. Como nos dice el apóstol Pablo, Jesús “fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15).
No es ineludible que Satanás gobierne tu vida. Jesús puede liberarte hoy.

190
Tuyo es el reino, el poder
y la gloria por todos los siglos 4
julio
“Tuya es, Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria,
la victoria y el honor; porque todas las cosas que están
en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, Jehová, es el reino,
y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti,
y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder,
y en tu mano el dar grandeza y poder a todos”
(1 Crónicas 29:11, 12).

T odas las evidencias textuales de que disponemos muestran que la doxolo-


gía con la que termina el Padrenuestro no pertenece a la oración original de
Jesús, sino que fue añadida más tarde como expresión del espíritu de adoración
con el que la iglesia primitiva recibió y guardó las palabras del Maestro. Tanto
en el Antiguo Testamento, particularmente en los Salmos, como en el Nuevo
Testamento, sobre todo en las Epístolas de Pablo, encontramos estas fórmulas
de oración litúrgica que reconocen y celebran la gloria de Dios.
Después de haber expresado nuestra petición de pan y perdón, de rogar auxilio
divino en las pruebas y en la liberación del poder del maligno, tenemos que
volver de nuevo nuestro rostro hacia Aquel a quien imploramos. Al final de la
oración, como un acto de reverencia, hemos de afirmar nuestro reconocimiento
de la Deidad y del misterio de su soberanía.
Hay dos peligros al orar: uno, el de no pensar lo que decimos y repetir
como autómatas las fórmulas rutinarias que hemos aprendido; el otro, mucho
más general y sensible, es el de no pensar en el Ser a quien nos dirigimos. La
mejor oración puede ser, sin percatarnos de ello, aquella en la que el creyente
desahoga su corazón ante el Padre celestial y busca encontrar alivio. La ora-
ción que agrada a Dios es aquella que tiene en cuenta la presencia real del
Señor, aquella en la que establecemos un diálogo con él.
“Tuyo es…”, reza el Padrenuestro. “Tuyo es…”, oró el rey David. Nuestra
existencia auténtica le pertenece, está contenida en ese “Tuyo es…” Lo que so-
mos o lo que podremos llegar a ser, gracias a la satisfacción divina de nuestras
peticiones y súplicas. Todo en el mundo de hoy, de mañana y de pasado maña-
na, depende del reconocimiento admirado y de la certeza prodigiosa de que la
magnificencia, el poder, la gloria, la victoria y el honor, así como el reino, las
riquezas y la fuerza proceden de nuestro Padre celestial.
Hoy te invito a reconocer la soberanía divina en tu vida. Recordarlo te ayu-
dará a enfrentar mejor los afanes de este día.

191
Amén
5 “El Amén, el testigo fiel y verdadero,
julio el Principio de la creación de Dios…”
(Apocalipsis 3:14).

“Alitas primero, y al de la iglesia cristiana después, como expresión de la


mén” es una palabra hebrea que pasó al ritual de la liturgia de los israe-

afirmación sincera, el fervor, la sumisión y la certeza de la congregación en la


oración y la alabanza. Contiene las ideas de firmeza, fundamento sólido, aque-
llo en lo que se puede tener confianza. En el Antiguo Testamento, la palabra
“amén” es tanto un asentimiento ante una proclama de maldiciones (Deut. 27:
14-26), como una respuesta de la audiencia a salmos cantados en el culto del
templo (Sal. 41:13). Entre sus diversos significados podemos citar ‘así sea’,
‘ciertamente’, ‘que tu palabra se cumpla’, ‘es seguro’, ‘es verdadero’, ‘es váli-
do’ y, por consiguiente, ‘es vinculante’. El amén se usaba tanto en el lenguaje
común, como en el jurídico y en el teológico: en las ceremonias de juramentos,
en los pactos y alianzas, como partícula enfática para identificarse con la pa-
labra de otro, para confirmar una decisión comprometiéndose con la misma y,
simple o duplicado, la comunidad cultual se identificaba con el que recitaba la
oración pronunciándolo cuando este prorrumpe en palabras de alabanza.
En el Nuevo Testamento, el amén era usado en la sinagoga. La asamblea sa-
ludaba con él la alabanza o la lectura de la ley. Jesús y sus discípulos han encon-
trado el amén ritual en el culto de la sinagoga y así pasó al culto cristiano, donde
se ha perpetuado como una palabra litúrgica universal. En el Nuevo Testamento
sigue a las doxologías y a las oraciones de Pablo, concluye el Padrenuestro, se
usa como palabra final de la mayoría de las Epístolas, y en el Apocalipsis aparece
como término litúrgico de confirmación de alabanzas y promesas en el cielo y en
la tierra. Jesús, en los evangelios, lo utiliza antecediendo sus afirmaciones más
solemnes: “De cierto os digo”.
El Dios del amén del profeta Isaías (65:16) y el Amén, el Testigo fiel y
verdadero del Apocalipsis, es la encarnación misma de la verdad que se dirige
con un mensaje especial a nuestra iglesia, los laodicenses. Nos invita a aceptar
e identificarnos, con toda sinceridad, con la oración modelo pronunciando el
amén final, asertivo, confirmatorio, vinculante, que nos asocia y compromete
con su providencial cumplimiento.
Hoy, cuando ores y termines tu plegaria con un amén, puedes tener la certeza
de que hay un Dios en los cielos que está atento a tus súplicas para conducir tu
vida por el mejor camino.

192
Basta a cada día su mal
“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, 6
y todas estas cosas os serán añadidas. Así que no os angustiéis julio
por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia
preocupación. Basta a cada día su propio mal”
(Mateo 6:33, 34).

L as enseñanzas acerca de la confianza en Dios ocupan buena parte de la Bi-


blia. Antes de concluir el sermón de la montaña, Jesús hizo mención del cui-
dado que Dios tiene de las aves y las flores, aplicándola a la implícita confianza
que el creyente debe tener en él: “¿No hará mucho más por vosotros, hombres de
poca fe? No os angustiéis, pues, diciendo: ‘¿Qué comeremos, o qué beberemos,
o qué vestiremos?’, porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero
vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas” (Mat. 6:30-32).
Pero la inquietud por las necesidades básicas de la vida, la incertidumbre
sobre cómo satisfacerlas en períodos de escasez, el deseo de asegurarnos un
futuro próspero, todo esto es absolutamente lícito y conveniente en un mundo
inestable donde las crisis pueden cambiar en pocos días el estado del bienestar
por condiciones de precariedad. Entonces, ¿cómo articuló Jesús la confianza
en Dios con estas lógicas y legítimas preocupaciones del creyente? Lo que
Jesús nos quiso enseñar se resume en tres principios:
1. Hemos de evitar la angustia, la inseguridad y la desconfianza nacidas de
la incredulidad. Somos creyentes, tenemos nuestra vida anclada en las
promesas de Dios y, aunque la situación se muestre sin salida aparente,
podemos recordar lo siguiente: “Todo el cielo está interesado en nuestro
bienestar. No debemos tolerar que las perplejidades y las congojas co-
tidianas corroan nuestra alma y ensombrezcan nuestro semblante” (El
camino a Cristo, p. 122).
2. Procuremos resolver el día a día sin que el afán por los problemas de
mañana nos sobrecargue. “El fiel cumplimiento de los deberes de hoy
es la mejor preparación para las pruebas de mañana. No amontonemos
las eventualidades y los cuidados de mañana para añadirlos a la carga
de hoy” (El ministerio de curación, p. 382).
3. Buscar de todo corazón al Señor y poner nuestras vidas en sus manos.
“Los que aceptan el principio de dar al servicio y la honra de Dios el lugar
supremo, verán desvanecerse las perplejidades y percibirán una clara sen-
da delante de sus pies” (El Deseado de todas las gentes, p. 297).
Solo por hoy decide ser feliz. Disfruta las alegrías que el cielo te da. No te
angusties por el día que aún no ha llegado porque hay un Dios en los cielos…
193
Vino nuevo en odres viejos
7 “Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera,
julio el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres
se perderán. Pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar,
y lo uno y lo otro se conservan. Y nadie que haya bebido del añejo
querrá luego el nuevo, porque dice: ‘El añejo es mejor’ ”
(Lucas 5:37-39).

L a respuesta de Cristo a la cuestión del ayuno plantea el choque entre el judaís-


mo y el cristianismo, las viejas tradiciones y las nuevas que tratan de implan-
tarse, el inveterado problema de los cambios en el medio religioso, la renovación
que exigen los nuevos tiempos. Pero nos preguntamos: ¿son necesarios los cam-
bios en la iglesia? ¿Qué es el vino nuevo? ¿Qué son los odres viejos?
El vino nuevo es el contenido, el mensaje, aquello que destacamos de la
doctrina, es decir, la verdad presente. El vino nuevo no es necesariamente nuevo
en el sentido de diferente. La palabra griega neós, significa ‘nuevo en el tiem-
po’, ‘reciente’, ‘moderno’, no nuevo en naturaleza. Elena de White afirma: “La
enseñanza de Cristo, aunque representada por el nuevo vino, no era una doctrina
nueva, sino la revelación de lo que había sido enseñado desde el principio” (El
Deseado de todas las gentes, p. 245).
Los odres son el continente, las estructuras, el lenguaje definitorio, los mé-
todos, las tácticas e instituciones en los que conservamos el mensaje. Los odres
envejecen y devienen frágiles, inservibles para contener el vino nuevo. Por eso
necesitamos odres nuevos, los cuales representan las nuevas estrategias, los nue-
vos recursos y medios, las nuevas formas y estructuras; son nuevos, kainós en el
original, en calidad y naturaleza; son diferentes y exigen renovación y cambio
en las actividades y planes. Y es curioso, el vino añejo, del que solo habla el
evangelista Lucas, es bueno, es incluso mejor y gusta porque es un referente que
nunca debemos olvidar y porque de él ha surgido el nuevo.
Los cambios son necesarios, pero solo del continente del mensaje, no del
contenido. Por el contrario, en un tiempo de pérdida de identidad, debemos
proteger la nuestra. Es un error grave definir los signos de identidad con aque-
llas prácticas o estructuras que, por naturaleza, son cambiables. La identidad
debe estar determinada por las doctrinas que creemos y por los principios que
vivimos. Lo que define una identidad no es el continente sino el contenido.
Los signos ideológicos de nuestra identidad nunca deben cambiar; pero
todo lo demás, puede y debe cambiar.
Recuerda que Dios te puede ayudar a eliminar aquello que no es necesario
en tu vida y a integrar lo que sí lo es.

194
El que no está conmigo está contra mí
“El que no está conmigo, está contra mí; 8
y el que conmigo no recoge, desparrama” julio
(Mateo 12:30).

H ay dos declaraciones de Jesús en los evangelios que, a primera vista, pa-


recen contradictorias entre sí: “El que no está conmigo, está contra mí”
(Mat. 12:30) y “el que no está contra nosotros, por nosotros está” (Mar. 9:40).
¿Significan ambas lo mismo aunque dicho de distinta manera? ¿Se contradijo el
Maestro? ¿Son los dos asertos válidos y verdaderos? Digamos, en primer lugar,
que el contexto de ambas es completamente diferente. La primera pertenece a las
polémicas mantenidas por Jesús con los fariseos, quienes atribuían sus milagros
al poder del maligno. Jesús subraya en su respuesta la imposibilidad de pelear
contra el demonio siendo súbdito suyo, y después, por analogía, hace una apli-
cación al discipulado. La segunda se produce en un contexto doméstico. Jesús
quiere corregir el concepto equivocado que tenían sobre los criterios de auten-
ticidad del discipulado. En síntesis, lo que Jesús quiso dar a entender con estas
aseveraciones es lo siguiente: “Dentro de nosotros pero contra nosotros” y “fuera
de nosotros pero con nosotros”. El primer episodio habla de identidad, coheren-
cia interna entre los miembros, y el segundo habla de tolerancia, de respeto a las
convicciones de los otros.
La identidad conlleva tener conciencia de que pertenecemos a algo. Los sig-
nos de una identidad se manifiestan tanto en lo que hacemos y creemos como en
lo que rechazamos y negamos. Aplicadas a nuestra iglesia podríamos decir que
las omisiones intencionadas de doctrinas fundamentales, las claudicaciones para
no ser diferentes, los que alardean de romper tabúes, los iconoclastas, los críticos
irresponsables, los que quisieran secularizar las doctrinas, todos estos están contra
Cristo; no recogen, solo desparraman. No se puede servir a dos señores, Cristo
reclama de la iglesia remanente, compromiso, adhesión plena, lealtad.
Pero también están contra Cristo los que han tergiversado el mensaje adven-
tista, los legalistas pertinaces; los que han hecho de la denuncia y condena de sus
propios hermanos, de los líderes de la iglesia y de las instituciones un arma arro-
jadiza permanente; los que se muestran críticos, independientes, también estos
están contra Cristo porque, lejos de edificar la iglesia, la dividen, la polarizan, la
debilitan (Mat. 12: 25). “Conmigo o contra mí”. Cristo no nos ha dado otra alter-
nativa. Es verdad, no podemos pretender la uniformidad, pero sí la unidad en la
diversidad. Unidad en lo fundamental, diversidad en lo accesorio.
Pide hoy a Dios que te ayude a estar siempre del lado de Jesús, sirviendo
fielmente ahí donde él quiere que estés.
195
El que no está contra nosotros
9 está a nuestro favor
julio
“Entonces respondiendo Juan, dijo: ‘Maestro, hemos visto a uno
que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos,
porque no sigue con nosotros’. Jesús le dijo: ‘No se lo prohibáis,
porque el que no está contra nosotros, por nosotros está’ ”
(Lucas 9:49, 50).

E ra Semana Santa y me encontraba en el campo de instrucción militar. Aun-


que eran días de fiesta, el jefe del destacamento decidió no dar permiso a
ningún soldado. El Jueves Santo por la noche, los soldados estaban armando
jaleo y tirándose las almohadas. De pronto, entró el sargento de semana y les
increpó diciendo:
–¡Gamberros, no respetáis el carácter religioso de estas fechas! ¿Por qué
no estáis rezando? ¿Os habéis dado cuenta de cómo Puyol cumple cada noche
con su religión?
Se hizo el silencio. Uno de los soldados que era un católico practicante
invitó a unos cuantos a rezar el rosario. Cuando comenzaron, yo me senté en la
cama. Entonces, el sargento se acercó y me dijo:
–Puyol, ¿vosotros también rezáis el rosario?
–No, mi sargento, pero no me parece correcto que mientras mis compañe-
ros rezan yo esté durmiendo.
A la mañana siguiente, el oficial de guardia me llamó y me dijo:
–Puyol, vete de permiso hasta el lunes.
En el pasaje de hoy, Jesús da a sus discípulos una gran lección de tolerancia
activa. Los apóstoles creían que el criterio de la autenticidad cristiana era formar
parte del grupo de discípulos del Maestro; Jesús les corrigió diciendo que el dis-
cipulado verdadero depende del estado de la mente y el corazón: estar o no estar
a favor de Cristo. Elena de White escribió cientos de páginas para desenmascarar
la apostasía de las iglesias cristianas históricas; sin embargo, consideraba a esos
creyentes como súbditos potenciales del reino de Dios e incluye declaraciones
que son una exaltación de la tolerancia: “Es verdad que hay verdaderos cristianos
en la iglesia católica romana. En ella, millares de personas sirven a Dios según
las mejores luces que tienen” (El conflicto de los siglos, p. 553); “Por lo que el
Señor me ha mostrado, sé que se salvará un gran número de entre los católicos.
[…] No debe haber desviaciones del camino para atacar a otras denominaciones;
porque eso crea tan solo un espíritu combativo, y cierra los oídos y los corazones
para la entrada de la verdad” (El evangelismo, p. 418).
Pide hoy a Dios ser más comprensivo y amistoso con aquellos que no com-
parten tu fe.
196
Falsa bondad de Satanás
y aparente crueldad de Jesús 10
julio
“Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirlo,
diciendo: ‘Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera
esto te acontezca!’ Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ‘¡Quítate
de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira
en las cosas de Dios, sino en las de los hombres’ ”
(Mateo 16:22, 23).

J esús se había retirado con sus discípulos al norte de Galilea. “¿Quién dicen
las gentes que soy?” “¿Y vosotros quién decís que soy?”, les preguntó. La
respuesta de Pedro, “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, hizo mucho
bien a Jesús en aquel momento. Entonces, Jesús les anunció que pronto ten-
dría que padecer a causa de los dirigentes religiosos de Jerusalén y ser muerto
para resucitar al tercer día. Fue entonces cuando se produjo la escena narrada
por nuestro versículo de hoy, donde la bondad parece estar representada por
Pedro aconsejando a Jesús evitar la cruz, mientras que la crueldad parece estar
representada por Jesús quien, con su actitud, propiciaba el sufrimiento que le
esperaba en Jerusalén.
La bondad de Pedro es falsa y aun diabólica, porque está insinuando a
Jesús lo mismo que Satanás había estado intentando desde el comienzo de su
ministerio: evitar la cruz, ya que sin cruz el diablo saldría vencedor en el gran
conflicto (Juan 12:31, 32). En cuanto a la crueldad de Jesús es aparente porque
él no nos dice “niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mat. 16:24) para
dejarnos después desprotegidos y solos, sino para unirnos a él y ofrecernos su
protección. La falsa bondad de Pedro es confundir lo que es de Dios con lo que
es de los hombres; la aparente crueldad de Jesús es entender y aceptar lo que
viene de Dios y no lo que ofrecen los hombres.
“La balanza falsa es un símbolo de todo trato desleal, de todo artificio para
ocultar el egoísmo y la injusticia bajo una apariencia de equidad y honradez.
Dios no favorecerá en el menor grado estas prácticas. Él repudia toda conducta
falsa. Aborrece todo egoísmo y codicia. No tolerará una negociación despia-
dada, sino que pagará con la misma medida. […] Cuando uno se entrega al
egoísmo o a la conducta indebida demuestra que no teme al Señor o reverencia
su nombre. Aquellos que están relacionados con Dios no solo descartarán toda
injusticia, sino que manifestarán su misericordia y bondad hacia todos aquellos
con quienes tienen que ver” (Nuestra elevada vocación, p. 227).
Porque hay un Dios en los cielos… acepta hoy su voluntad.

197
El que esté sin pecado
11 tire la primera piedra
julio
“Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante
de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno
de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno o si
de alguien he aceptado soborno para cerrar los ojos; y os lo restituiré”
(1 Samuel 12:3).

L a necesidad de demostrar transparencia y honradez en la gestión pública o


en la iglesia no fue una inquietud exclusiva de Samuel, también la expu-
sieron el apóstol Pablo: “Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos
corrompido, a nadie hemos engañado” (2 Cor. 7:2), y el propio Jesús: “Quién
de vosotros puede acusarme de pecado?” (Juan 8:46). Ambos fueron vilmente
calumniados por sus adversarios, aunque la realidad era que los verdaderamen-
te corruptos, fraudulentos y deshonestos eran quienes los acusaban: “Porque
estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan de apóstoles
de Cristo” (2 Cor. 11:13). En el episodio de la mujer adúltera, Jesús desveló la
hipocresía y el descaro de los denunciantes: “El que de vosotros esté sin peca-
do sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Todos se fueron.
Pero el Maestro, con estas palabras, había establecido un importante principio
moral: el examen de conciencia.
Es doloroso constatar la proliferación de casos de corrupción en casi todos
los ámbitos de la sociedad. Lamentablemente, también la acusación y denuncia
se han convertido en un medio desestabilizador que genera alarma social y que, a
veces, por falta de pruebas fehacientes, cuando llega a los tribunales no pasa a
más. Por una u otra razón, la sensación de impunidad de los defraudadores de
“guante blanco” se está generalizando, con el consiguiente desencanto y descon-
fianza con respecto a los que dirigen.
Se crean comisiones supervisoras, se nombran censores, se promulgan le-
yes anticorrupción, se habla mucho; pero la solución, según la Escritura, es
otra: la introspección o examen de conciencia personal (¿Quién está sin peca-
do?). El rearme moral de la sociedad a través de todos los medios educativos
que conforman el ideal del carácter: la familia, la escuela, la literatura, los
medios de comunicación; terminar con el relativismo moral que establece que
cada época tiene la suya y que no hay moral absoluta; fijar como objetivo de la
vida y de la actividad profesional el servicio a los demás, es decir, la “regla de
oro” y no el afán egoísta de enriquecimiento. Finalmente, recuperar en todos
los ámbitos el referente o modelo de Jesucristo: “Ni yo te condeno, vete y no
peques más”, debiera ser nuestro ruego porque hay un Dios en los cielos…
Decide hoy proclamar el amor y el perdón de Dios.
198
Para que nadie se ofenda
“Sin embargo, para no ofenderlos, ve al mar, echa el anzuelo 12
y toma el primer pez que saques, ábrele la boca y hallarás julio
una moneda. Tómala y dásela por mí y por ti”
(Mateo 17:27).

L os recaudadores de los impuestos judíos preguntaron a Pedro si su Maestro


pagaba los dos dracmas, es decir, el tributo anual que se exigía a los judíos
mayores de veinte años que servía para el mantenimiento del templo. Autorizado
por los romanos, este impuesto era un signo de la unidad y fidelidad religiosa del
pueblo judío, y no pagarlo era considerado una grave deslealtad con respecto al
templo. Los sacerdotes, levitas y profetas estaban libres de pago. Pedro respon-
dió afirmativamente, después, estando en casa, Jesús demostró al apóstol que
él, por su condición de Hijo de Dios, estaba exento, no obstante le dijo: “Sin
embargo, para no ofenderlos, ve al mar, echa el anzuelo y toma el primer pez que
saques, ábrele la boca y hallarás una moneda. Tómala y dásela por mí y por ti”.
Jesús rehusó a su derecho de exención y, situándose bajo una ley que no
le incumbía, para no herir susceptibilidades, ordenó a Pedro que lo pagase
valiéndose de un procedimiento sobrenatural que atestiguaba su condición de
Hijo de Dios. Elena de White comenta: “Cristo les enseñó [a sus discípulos] a
no colocarse innecesariamente en antagonismo con el orden establecido. […]
Aunque los cristianos no han de sacrificar un solo principio de la verdad, de-
ben evitar la controversia siempre que sea posible” (El Deseado de todas las
gentes, p. 401).
Pero hay más. En el alma humana del Salvador encontramos todo un mundo
de delicadeza y tacto en el trato con los demás que debe ser un ideal del corazón
regenerado. “Para no ofenderlos” es un principio cristiano de convivencia social.
La delicadeza cristiana no reposa sobre una relación de derechos compartidos,
no hace uso de títulos o privilegios adquiridos, no defiende su propio interés; la
delicadeza es humilde, es lo contrario de la ostentación, no deja entrever ni sus
intenciones ni sus actos, actúa con amor y suscita las circunstancias necesarias
para ejercerlo; no deja en el otro la sensación de que es deudor. La delicadeza
cristiana es condescendiente, asocia la verdad a la caridad, evita la confronta-
ción, valora a los demás y respeta su dignidad, su opinión y su posición, no hiere
ni humilla. La delicadeza cuida los pequeños detalles; es un fruto del Espíritu
Santo.
Hoy pídele a Dios que te ayude a no ofender a tu prójimo y a vivir de ma-
nera que la cortesía y el buen trato sean parte de tu carácter.

199
¿Son pocos los que se salvan?
13 “Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, mientras se encaminaba
julio a Jerusalén. Alguien preguntó: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’
Él les dijo: ‘Esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo
que muchos intentarán entrar y no podrán’ ”
(Lucas 13:22-24).

L os días de Jesús estaban contados. Ya no era el popular personaje seguido


por multitudes en Judea y Galilea. Ahora, una buena parte de sus seguidores
lo habían abandonado y las autoridades religiosas lo perseguían. Lucas repite
una corta expresión muy significativa: “[Jesús] se encaminaba a Jerusalén”. Se
acercaba el final, la sombra de la cruz se proyectaba ya sobre el Salvador. Fue en
tales circunstancias que se sitúa la pregunta que le hizo un desconocido: “Señor,
¿son pocos los que se salvan?” ¿Quién era ese hombre? ¿A quién representaba?
Intencionadamente, Lucas no nos ofrece ni su nombre ni su origen. Era alguien
anónimo, no representaba a una determinada clase social, sino al hombre en
general; pero, además, personificaba a todos los que tienen preguntas reservadas
para Jesús, quienes confían y creen en él (le llama Señor). Finalmente, es alguien
interesado por la salvación. ¿Será que ha descubierto al Salvador en Jesús?
Pero ¿qué pregunta? ¿Qué inquietud oculta? ¿En verdad son pocos los que
se salvan? Pocos o muchos, ¿qué más da? ¿Es mera curiosidad o tiene que ver
con los “pocos” que entonces seguían a Jesús? Rechazado y perseguido por el
Sanedrín, seguir a Jesús era situarse en abierta oposición a la religión oficial y
vivir bajo amenazas. Este hombre lo sabía, y su pregunta podía estar expresando
el deseo y el miedo, un anhelo sincero y prejuicios invencibles; posiblemente
manifestaba una entrega condicional. ¿Estaba supeditando su salvación al núme-
ro de discípulos? ¿Acaso no quería unirse a una minoría impopular? ¿Valían más
su reputación y su situación social que su destino eterno?
La respuesta de Jesús parece confirmar estas sospechas porque no contestó
a la pregunta literal del hombre, sino a sus verdaderas motivaciones. Les dijo:
“Esforzaos a entrar por la puerta angosta porque os digo que muchos intentarán
entrar y no podrán”. La puerta del discipulado y de la salvación, aunque está
abierta para todos, es estrecha y solo permite la entrada de uno en uno. No
podemos atravesarla con amigos, vecinos, familiares o la sociedad en la que
vivimos, porque es la puerta de la decisión personal. Tampoco podemos pasar
por ella con “cargas” y “bultos” que hemos ido adquiriendo en el mundo; para
franquearla debemos despojarnos de ellos. Es una puerta en forma de cruz,
labrada por la justicia y el amor de Jesús.
Esfuérzate hoy para entrar por la puerta estrecha.

200
El don de profecía en la iglesia
“Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, 14
exhortación y consolación” julio
(1 Corintios 14:3).

D esde los orígenes del movimiento adventista, ha habido personajes que se


han concentrado en el rechazo y los ataques contra el ministerio profético
de Elena de White: Dudley M. Canright, John H. Kellogg, Albion F. Ballenger,
Alonzo T. Jones, Ronald L. Numbers y Walter T. Rea, entre otros. Todos han
tratado de desacreditar a Elena de White, negando la revelación e inspiración
del Espíritu Santo en sus escritos. Algunos de ellos la han tachado de plagiaria;
otros, como Desmond Ford, han dicho que el don de profecía que ella tenía no
era idéntico al de los escritores canónicos de la Escritura.
¿Clausuró Jesús el ministerio histórico de los profetas? ¿Qué es y qué no
es para los adventistas Elena de White? ¿Qué debo yo al don profético en la
iglesia?
No hay ninguna declaración en el Nuevo Testamento que anuncie el cese
del profetismo en los tiempos de la iglesia. El profetismo cesará junto con los
otros dones espirituales “cuando venga lo perfecto” (1 Cor. 13:8, 10; Efe. 4:
13). El don de profecía era habitual en la vida de la iglesia apostólica y nada
nos indica que fuera de naturaleza diferente al profetismo del Antiguo Testa-
mento. Frédéric Godet dice: “Provenía de una revelación sobre el estado ac-
tual, sobre la marcha y el futuro del reino de Dios. Al transmitir esta revelación
a la iglesia, el profeta se esforzaba en estimularla y en elevarla a la altura de la
misión” (Commentaire sur la Première Epître aux Corinthiens, t. 2, p. 188).
Los escritos de Elena de White no son una segunda Biblia para los adven-
tistas. Son textos inspirados pero no canónicos, porque el canon de las Escritu-
ras se cerró con el Nuevo Testamento, y consideramos que toda manifestación
espiritual o carismática debe ser sometida al “Escrito está…” Ella misma lo
reconoce así: “Las Escrituras declaran explícitamente que la Palabra de Dios
es la regla por la cual toda enseñanza y toda manifestación religiosa debe ser
probada” (El conflicto de los siglos, p. 11). Como dice nuestro versículo de
hoy, la obra de la sierva del Señor ha coadyuvado para edificación, exhortación
y consolación de la iglesia en estos tiempos que preceden a la Segunda Venida.
He sido desde la adolescencia un lector asiduo de los Testimonios, una luz
pequeña que me ayudó, me previno de los problemas de la juventud y me ha
conducido siempre a la luz mayor, la Palabra de Dios.
Hoy te invito a aprovechar los consejos de los profetas que Dios ha dado a
la iglesia para su edificación.
201
¡Escribe! ¡Escribe!
15 “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
julio (Filipenses 4:13).

E n los 88 años de vida de Elena de White, en medio de circunstancias unas ve-


ces gozosas y otras tristes, con padecimientos físicos que parecían desmentir
el cuidado amoroso de Dios (la muerte de su esposo cuando ella tenía cincuenta
y tres años, el fallecimiento de dos de sus hijos, la oposición de próximos y
extraños), la providencia divina nunca estuvo ausente en la vida de la sierva del
Señor. A veces, la gracia de Dios no se manifiesta de inmediato, como pedimos
y esperamos, pero cuando disponemos de la perspectiva histórica necesaria para
hacer un juicio justo de la realidad, reconocemos que Dios nunca nos ha fallado.
De todos los milagros sucedidos en la vida de Elena de White, pocos son
tan sorprendentes como la importancia de su obra como escritora: “A los 17
años, cuando todos mis amigos pensaron que yo había quedado permanen-
temente inválida debido a un grave accidente que había sufrido en mi niñez,
un visitante celestial vino y me habló diciendo: “Tengo un mensaje para que
des”. “¡Cómo! –pensé–, ciertamente debe haber un gran error”. Otra vez se
pronunciaron las palabras: “Tengo un mensaje para que des. Escribe y manda a
la gente lo que te doy”. Hasta ese tiempo, mi mano temblorosa no había podido
escribir una línea. Contesté: “No puedo hacerlo. No puedo hacerlo”. “¡Escribe!
¡Escribe!”, fueron las palabras pronunciadas otra vez. Tomé pluma y papel, y
comencé a escribir, y cuánto he escrito desde entonces, es imposible calcularlo.
El vigor, el poder, eran de Dios. […] Pero tenemos el privilegio de colocarnos
en la debida relación con Dios y determinar que, mediante su ayuda, haremos
nuestra parte en esta obra para mejorarla. Se revelará la gloria de Dios en la
vida de los que humildemente, pero sin vacilaciones, llevan a cabo esta resolu-
ción. Sé esto por experiencia” (Mensajes selectos, t. 1, p. 118).
El mismo apóstol que escuchó una vez decir al Señor, “Bástate mi gracia,
porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9), escribirá más
tarde desde una prisión en Roma a la iglesia de Filipos: “Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece”. ¿Por qué? Porque estaba viendo la manifestación
del poder de Dios en la propia casa del César: “Quiero que sepáis, hermanos,
que las cosas que me han sucedido, han contribuido más bien al progreso del
evangelio, de tal manera que en todo el pretorio y entre todos los demás se ha
hecho evidente que estoy preso por causa de Cristo” (Fil. 1:12, 13).
La certeza del don profético en la iglesia nos recuerda este día que hay un
Dios en los cielos.

202
Sus obras siguen
“Bienaventurados de aquí en adelante los muertos 16
que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán julio
de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”
(Apocalipsis 14:13).

H oy, 16 de julio de 2015, se cumplen cien años del fallecimiento de Elena


de White, quien murió en su casa de Elmshaven (EE.UU.) a los 88 años
de edad. Había sufrido una caída que le fracturó la cadera el 13 de febrero y
desde entonces se fue apagando como se extingue una vela, tal como dijo su hijo
William. Durante setenta años tuvo un próspero ministerio profético. Su última
visión la recibió el 3 de marzo de 1915, dedicada a los jóvenes y, una semana
antes de morir, sus últimas palabras fueron: “Yo sé en quién he creído”.
Se celebraron tres funerales: el domingo 18 de julio en el jardín de Elmsha-
ven, su residencia en los últimos años de su vida, al que asistieron unas cuatro-
cientas personas. El lunes 19 en Richmond, en la bahía de San Francisco, donde
los fieles de la Asociación de California estaban celebrando un retiro espiritual
y al que acudieron más de mil asistentes. Finalmente, el domingo 24 de julio
en Battle Creek, en cuyo cementerio de Oak Hill había expresado su deseo de
ser enterrada junto a su esposo. Este fue el sepelio más importante y numeroso,
con una asistencia que superaba los cuatro mil participantes. El presidente de la
Asociación General, Arthur G. Daniells, leyó un relato biográfico de la sierva del
Señor mostrando la trascendencia que había tenido su contribución a la iglesia y
al mundo. Stephen N. Haskell, presidente de la Asociación de California, presen-
tó el sermón fúnebre basado en el Salmo 116:15 y Apocalipsis 14:13.
Cien años después, difícilmente podemos valorar lo que nuestra iglesia
debe al ministerio de Elena de White: la firme convicción de nuestra vocación
profética como iglesia remanente; el desarrollo de la piedad, el reavivamiento
y la reforma consecuentes en la espera del advenimiento; la proyección univer-
sal del mensaje adventista; el desarrollo institucional en el dominio de la edu-
cación, la salud y las publicaciones, y la misma estructura administrativa de
la iglesia, han sido el fruto bendecido de su consejo inspirado, de su actividad
personal, del sostén y apoyo a los dirigentes, de sus viajes y, particularmente,
de sus testimonios.
El periódico Star de Santa Helena (California, EE. UU.) del 23 de julio
de 1915, dedicó un amplísimo reportaje a la vida y obra de Elena de White y,
como si fuera una confirmación de las palabras bíblicas “sus obras con ellos
siguen”, concluyó el artículo: “Ahora, estando muerta, todavía habla”.
Pidamos a Dios que nuestras vidas sean una bendición para otros.
203
¿Crees esto?
17 “Le dijo Jesús: ‘Yo soy la resurrección y la vida;
julio el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel
que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?’ ”
(Juan 11:25, 26).

U no de los días más tristes de mi ministerio fue el 20 de diciembre de


1987. En nuestro colegio de Sagunto, la joven Elena Muñoz, hija de dos
veteranos de la obra de publicaciones en España, murió aplastada por un muro
mientras preparaba la fiesta de Navidad junto con otros chicos. En el funeral,
el dolor y la perplejidad nos embargaban a todos, padres, profesores, alumnos,
amigos y hermanos: “Hoy es un día triste, muy triste, la muerte nos ha quitado
violentamente de nuestro lado a nuestra querida Elena, como si se tratase de un
jirón arrancado de nuestra carne”, dije al iniciar el sermón. Y, en nuestras almas
de creyentes, cuántas preguntas hacíamos a Dios con temor y reverencia: ¿Por
qué Señor? ¿Por qué tu mano omnipotente no ha protegido a tu hijita querida?
Lo ocurrido fue una dura prueba para nuestra fe y el consuelo que necesitába-
mos solo podía venir de ella. Solo de la fe que penetra lo invisible que sustancia
la confianza y la esperanza, la fe que viene del oír la Palabra de Dios. Pues bien,
en el Evangelio de Juan, hay dos palabras que se repiten frecuentemente, “creer”
y “vida”, que mantienen entre sí una relación indeleble de causa a efecto: “Y
esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo y cree
en él tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final” (6:40); pero donde esta
relación parece más perentoria y evidente es en el episodio de la resurrección de
Lázaro. Cuando Jesús pronuncia las palabras “Yo soy la resurrección y la vida, el
que cree en mí aunque esté muerto vivirá”, lo hace respondiendo a la perplejidad
de la fe de Marta y a su dolor por la muerte de Lázaro, porque ella estaba libran-
do la batalla de fe que se dirime entre la trágica realidad presente de la pérdida
de un ser querido y la esperanza futura de la resurrección. Por eso le preguntó
enfáticamente al final: “¿Crees esto?”
Dirigí la misma pregunta aquel aciago día a todos los atribulados deudos
de Elena Muñoz: ¿Crees que Jesús es el Salvador del mundo? ¿Crees que Jesús
es el Dador de la vida? ¿Crees que él te ama? ¿Crees que él participa hoy de tu
dolor? ¿Crees que resucitó de los muertos venciendo la muerte?
¡Cree! Porque si crees, verás la gloria de Dios (11:40).

204
A mí lo hicisteis
“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno 18
de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” julio
(Mateo 25:40).

L os textos de la Escritura que nos interpelan de manera más directa son


aquellos que nos hablan de la misión de la iglesia en el mundo. La doc-
trina social de nuestra iglesia no es el resultado de la mera reflexión teológica
ni mucho menos del oportunismo eclesiástico. Más bien, es una cuestión de
coherencia con el evangelio y de fidelidad a la Palabra de Cristo y a su supre-
mo ejemplo, quien “no vino para ser servido, sino para servir” (Mat. 20:28) y
quien “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo”
(Hech. 10:38). Amor, compasión, servicio, este fue su ejemplo y esta será tam-
bién la interpelación que Jesús nos hará en el juicio.
Los días 19 y 20 de octubre de 1982, el fenómeno meteorológico llamado
“gota fría” que casi todos los años, en septiembre y octubre, asola la costa del
Mediterráneo español, descargó tal cantidad de lluvia que la presa del pantano
de Tous reventó lanzando al cauce del río Júcar y sus afluentes 2.500 hm3 de
agua y barro. Poblaciones enteras, como Sollana, quedaron anegadas. Cuando
pasó la riada, los auxilios comenzaron a llegar de toda España: ropa, colcho-
nes, alimentos, tiendas de campaña, material sanitario, etcétera. El día 23, los
medios de comunicación solicitaron ayuda humana para retirar el barro de las
casas y la distribución de las ayudas acumuladas.
Ese mismo sábado organizamos un equipo de socorro en el campo de de-
portes del Colegio de Sagunto; profesores, personal no docente y alumnos ma-
yores de edad (unas cuarenta personas en total) con nuestro equipo de cocina,
sacos de dormir y algunas herramientas, partimos para Sollana en un autobús
cedido por un vecino de Sagunto. El alcalde de Sollana nos alojó en una escue-
la nueva que estaba anegada en una gran parte y comenzamos a trabajar. Lim-
piamos casas, distribuimos cientos de colchones y mantas, repartimos alimen-
tos y, sobre todo, dimos muchos mensajes de ánimo y esperanza a la población.
Cinco días después regresamos al colegio. Los compañeros y alumnos que no
pudieron venir nos recibieron como a héroes, pero para nosotros solo fue un
deber cumplido de aquellas palabras de Jesús: “A mí lo hicisteis”.
Durante aquella experiencia sentimos de manera única cómo Dios había
podido usar nuestras vidas para ayudar a los más necesitados. Sí, son vivencias
que no se olvidan y que representan la esencia del evangelio.
Hoy pide a Dios que use tu vida al servicio del prójimo.

205
Simón, ¿duermes?
19 “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora
julio de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca
de nosotros nuestra salvación que cuando creímos”
(Romanos 13:11).

E l relato evangélico de la vida del apóstol Pedro dice que, en tres ocasiones
importantes, Pedro se quedó dormido en momentos relevantes de su vida.
La primera vez, Pedro se durmió en el momento de la transfiguración (Luc.
9:28-36). Se acercaba la semana de la Pasión, Jesús tomó a Pedro, Santiago
y Juan y se los llevó a un monte para orar. Mientras él oraba, su rostro y sus
vestidos se volvieron resplandecientes, entonces, Moisés y Elías aparecieron
en su gloria y hablaban con él. Pero Pedro y sus compañeros estaban rendidos
de sueño y, por poco, se quedan sin contemplar la gloria de Jesús ni escuchar
la voz del cielo que confirmó la divinidad del Maestro.
La segunda vez, Pedro se quedó dormido en el Getsemaní (Mar. 14:32-42).
Jesús estaba angustiado, necesitaba más que nunca el apoyo de los suyos y la
ayuda del Padre. Así que tomó, de nuevo, a Pedro, Santiago y Juan y los llevó al
lugar donde habitualmente se reunían para orar. Les pidió que orasen por él y por
ellos mismos para no entrar en tentación; mientras, él hacía lo mismo un poco más
lejos llorando y sudando sangre. Pero en dos ocasiones los encontró durmiendo,
rendidos de sueño: “Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?”
La tercera vez, Pedro se quedó dormido en la prisión de Jerusalén (Hech.
12:6-11). Herodes, el tetrarca, había matado ya a Santiago y quería hacer lo
mismo con Pedro para congraciarse con los judíos. Pero este, en un calabozo,
entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, dormía plácidamente. Un ángel del
Señor tocó a Pedro en el costado para despertarlo y lo sacó de la cárcel.
Como Pedro, a veces dormimos cuando debiéramos estar despiertos y ve-
lando. Dormimos cuando Dios nos va a manifestar su poder, cuando va a recon-
fortar nuestra fe y seguridad en él, cuando nos quiere preparar para momentos
difíciles en los que seremos probados. Como Pedro, a veces dormimos cuando
Jesús espera nuestra colaboración responsable, comprometida y activa. Dormi-
mos inconscientes mientras él se preocupa porque está en juego la salvación
de las almas. ¿Acaso dormimos como las vírgenes fatuas esperando su venida?
¡Atención! Pablo nos dice: “Es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora
está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos”.
Pidamos a Dios hoy que nos ayude a velar y orar en todo momento. Así
estaremos listos para enfrentar los desafíos de la vida.

206
La muerte de un hijo
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, 20
sino que lo entregó por todos nosotros, julio
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
(Romanos 8:32).

M aría, natural de Zuera (Zaragoza, España) y su marido, Mauricio, habían


trabajado para mis padres al finalizar de la Guerra Civil española. Él era
nuestro arriero, llevaba un carro de transporte urbano tirado por un caballo.
Ella ayudaba a mi madre y se ocupaba de mí, de dos años por aquel entonces.
Pasado el tiempo, regresaron a Zuera, a veinte kilómetros de la capital, donde
tenían su casa y sus campos. Pero murió Mauricio, y María se quedó sola,
muy sola, acompañada únicamente por sus amargos recuerdos. Mi familia iba
todos los años a Zuera a llevar flores a la tumba de Mauricio y de sus tres hijos.
Porque, en efecto, el matrimonio había tenido dos hijos y una hija, pero todos
habían fallecido. Sin embargo, solo una de aquellas muertes atormentaba sin
consuelo la triste vida de María: la de Antonio, su hijo menor, a quien sin haber
cumplido los 16 años habían fusilado durante la Guerra Civil, tras ser vilmen-
te denunciado por unos vecinos del pueblo. Recuerdo las lágrimas de María.
Cada año, para ir al cementerio, debíamos pasar necesariamente por la puerta
de la casa de los denunciantes. “¡Asesinos! ¡Asesinos! –gritaba desconsolada
María–. ¡Me habéis matado a mi hijo! ¡Era casi un niño!” La escena se repitió
durante años, hasta que también ella murió.
He visto el tremendo dolor que causa la pérdida de un hijo. He visto po-
sarse sobre la vida de algunos padres los nubarrones del duelo; los he visto
clamar, llorar, desesperarse, perder las ganas de vivir mientras se preguntan:
¿Por qué él? ¿Por qué no fui yo quien murió?
El versículo de hoy nos habla del don del Hijo de Dios para morir por la hu-
manidad. ¿Sufrió Dios la muerte de Jesús como lo hace cualquier otro padre?
La muerte del Hijo de Dios no fue casual o imprevista. Dios “no escatimó ni
a su propio Hijo”, sino que lo entregó por todos nosotros. El don del Hijo de
Dios y su injusta muerte en una cruz fue el más grande, el más trascendental
y a la vez el más doloroso testimonio de la providencia divina en este mundo.
Agradece a Dios el no haber escatimado a su Hijo para salvarte y entrégale
lo mejor de tu vida.

207
El pez
21 “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”
julio (Hechos 8:37).

H ace varios años compré un pequeño libro de oración para jóvenes de Fran-
cisco García-Salve titulado El pez. En esa obra el autor comentaba que,
desde finales del siglo II, Jesucristo era llamado “Pez”. También, aseguraba
que, entre los primeros cristianos, la figura del pez era frecuente, y se conserva
en epitafios, inscripciones y figuras. En algún momento, los cristianos perse-
guidos llegaron a reconocerse por una contraseña en forma de pez.
Durante un viaje de estudios, visité las catacumbas de Roma, cementerios
subterráneos que sirvieron de refugio y lugar de culto a los cristianos durante
las persecuciones del Imperio romano. En los muros de esos lugares se podían
ver los símbolos cristianos del Salvador, la iglesia, la esperanza cristiana, el
Espíritu Santo, que los primeros cristianos pintaban y que los perseguidores
no podían entender, pero sí los fieles. Uno de los más frecuentes era el pez:
unas veces solo, otras asociado a la cruz, a un arca o barco, junto a un ancla o
cerca de una paloma. Seguramente, al ver esa figura se sentían reconfortados
al recordar a Dios, en quien habían creído y por quien habían dado sus vidas.
A pesar de estar presos y vivir en persecución, se gozaban en afirmar de una
u otra manera que la salvación únicamente viene de Jesús. Así, podían hacer
frente a todo tipo de ataques por parte de Satanás.
El símbolo del pez era un “secreto” de la iglesia primitiva para enfrentar
a los emisarios del mal. “Los primeros cristianos estaban llamados a menudo a
hacer frente cara a cara a las potestades de las tinieblas. Por medio de sofistería
y persecución el enemigo se esforzaba por apartarlos de la verdadera fe. Aho-
ra, cuando el fin de las cosas terrenales se acerca rápidamente, Satanás realiza
desesperados esfuerzos por entrampar al mundo. Inventa muchos planes para
ocupar las mentes y apartar la atención de las verdades esenciales para la sal-
vación. En todas las ciudades sus agentes están organizando afanosamente en
partidos a aquellos que se oponen a la ley de Dios. El gran engañador está tra-
tando de introducir elementos de confusión y rebelión, y los hombres se están
enardeciendo con un celo que no está de acuerdo con su conocimiento” (Los
hechos de los apóstoles, p. 178).
Todos nosotros tenemos claves, secretos, símbolos para dialogar con el Se-
ñor. ¡Úsalos hoy! No olvides que la persecución se libra también en la mente.
Por eso es muy importante repetir este día la más sublime declaración que un ser
humano puede hacer: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”.
208
El magnetismo de la Cruz
“Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. 22
Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir” julio
(Juan 12:32, 33).

H ace años, durante los actos de dedicación de la nueva iglesia del campus
adventista de Collonges-sous-Salève (Francia), se presentaron las tres
cruces instaladas en el edificio: la cruz exterior, en la fachada, indicando el ca-
rácter sagrado del edificio. En el interior, en el muro del estrado, la cruz que se
iluminaba y que presidía los actos de culto. Finalmente, una tercera cruz, en el
vestíbulo, en un bajorrelieve hecho con escayola y resina que representaba un
haz de surcos confluyendo en un punto de intercesión y que, en su base, tenía
el texto: “A todos atraeré a mí mismo”.
“Atraeré”, magnífica palabra cuyo verbo original, elkuo, significa “arras-
trar hacia”, “atraer con fuerza”, como un imán atrae al hierro y al acero. Y eso
ha sido y es realmente la Cruz, un poderoso imán espiritual, irresistible y trans-
formador. El apóstol Pablo decía: “La palabra de la cruz es locura a los que se
pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Cor.
1:18). La Cruz es instrumento de reconciliación con Dios (Col. 1:20), seguir
a Jesús es seguirle cada día con una cruz (Luc. 9:23). La cruz, un instrumento
de tortura, es vida, porque el imán de la Cruz ejerce una atracción de ternura
y de amor divinos.
Tratemos de ilustrar la atracción de la Cruz: toma un imán y pequeños trozos
de acero de formas y colores diferentes, el imán atraerá a todos, sin excepción.
Pon sobre una hoja de papel esas mismas piezas de acero y por debajo de la
hoja haz correr el imán de un lado para otro, las piezas seguirán al imán por
dondequiera que vaya. Toma ahora una fina barrita de acero y deja que se imante
durante un corto espacio de tiempo. La barrita adquirirá el poder de atracción del
imán y atraerá, a su vez, a las pequeñas piezas de acero. Así también, la Cruz
nos transmite su poder de atracción. Pero deja la barrita separada del imán un
instante y dale uno o más fuertes golpes con una gruesa barra de madera. ¡Ah! la
barrita ha perdido totalmente su poder de atracción. La separación de la Cruz y
las tentaciones de Satanás nos roban el magnetismo de la Cruz.
No lo olvidemos: con la Cruz, tenemos poder de atracción; sin ella, nos vol-
vemos individuos inertes sin capacidad de transmitir el amor salvador de Jesús.

209
Cruz y resurrección
23 “Mientras subía Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos
julio aparte y les dijo por el camino: ‘Ahora subimos a Jerusalén,
y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes
y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán
a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen;
pero al tercer día resucitará’ ”
(Mateo 20:17-19).

M ateo hace cuatro menciones de la muerte y resurrección del Salvador.


Tres de ellas cuando Jesús anuncia a sus discípulos lo que iba a acontecer
en Jerusalén (16:21; 17:22, 23; 20:17-19); la cuarta, cuando las autoridades
judías dicen a Pilato: “Señor, nos acordamos que aquel mentiroso, estando en
vida dijo: ‘Después de tres días resucitaré’ ”, y le piden que asegure la tumba
redoblando la guardia y sellando la piedra del sepulcro (27:64-66). En cada
uno de esos textos, la muerte y la resurrección son anunciadas en el mismo
contexto como hechos inseparables e inevitables. Comparando los evange-
lios de Mateo, Marcos y Lucas también descubrimos que este anuncio resultó
incomprensible para los discípulos: primero a Pedro, que no se concentraba
“en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mat. 16:23); después del
segundo anuncio a todos que “no entendían esta palabra, y tenían miedo de
preguntarle” (Mar. 9:32) y, tras el tercero, dice Lucas que “ellos nada compren-
dieron de estas cosas” (Luc. 18:34). En cuanto a los príncipes de los sacerdotes
y los escribas tampoco comprendían el misterio de la cruz y la resurrección de
Cristo. Pretendieron atar y sellar ellos mismos la tumba de Jesús para que sus
discípulos no fueran a “robar” el cuerpo.
Otra constante que aparece en los relatos evangélicos es que todos tuvieron
miedo. Marcos lo dice: “Iban por el camino subiendo a Jerusalén. Jesús iba
delante, y ellos, asombrados, lo seguían con miedo” (Mar. 10:32). Si hubieran
comprendido que no habría muerte sin resurrección ni cruz sin victoria, hu-
bieran afrontado los acontecimientos de la pasión con otro estado de ánimo.
Satanás tiene tanto interés en que rechacemos la cruz como en que neguemos
la resurrección. El apóstol Pablo lo sabía y por eso nos dejó escrito: “¿Cómo
dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?, porque
si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no
resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana es también nuestra fe”
(1 Cor. 15:12-14).
La resurrección de Jesús es una prueba más de que hay un Dios en los cie-
los y de que es poderoso para salvar a sus hijos.
¡Da gracias hoy al cielo por Jesucristo!
210
Cuando falta la cruz
“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz 24
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo julio
ha sido crucificado para mí y yo para el mundo”
(Gál. 6:14).

E l islamismo es hoy una de las religiones más importantes del mundo. Aun-
que parezca extraño, para los musulmanes, Jesús ocupa un lugar importan-
te en el Corán, su libro sagrado. De las 114 suras o capítulos en que está divi-
dido, 15 hablan de Jesús y le consagran 93 versículos. En términos generales,
el Corán eleva a Jesús a un nivel nunca alcanzado por ningún otro personaje
coránico, salvo, por supuesto, Alá. Predominan en él los relatos concernientes
a María y su familia, al precursor Juan Bautista, al nacimiento y a la infancia
de Jesús.
Además, Cristo es siempre llamado “Jesús, hijo de María”, para subrayar
su humanidad. Sin embargo, el Corán considera la concepción de Jesús como
una obra del Espíritu: “A María, hija de Inrám, que conservó su virginidad, le
inspiramos una parte de nuestro espíritu” (LXVI:12). Jesús es considerado un
perfecto musulmán. Su venida fue una señal de Alá, un testimonio de la mise-
ricordia divina, que él probó con sus milagros. Jesús confirmó las Escrituras
precedentes, trajo el evangelio y anunció la venida de Mahoma, que el Corán
confunde con el Consolador prometido por Cristo. El segundo advenimien-
to de Jesús está presentado en la tradición heterodoxa del Mahdi, personaje
mesiánico que limpiará al mundo de toda iniquidad y establecerá un reino de
justicia y paz.
Honrado con los títulos de Servidor de Alá, Mesías, el Verbo, un Espíritu
emanado de Alá, Jesús no es más que un enviado, un profeta, una criatura di-
vina, pero no es Dios. Además, el Corán guarda un absoluto silencio sobre la
obra redentora de Jesús y, por consiguiente, niega su pasión y la muerte real
en la cruz. Sin la cruz, al islamismo le falta la noción de amor de Dios por el
hombre y del hombre por Dios; por el contrario, la sumisión y la obediencia a
Alá son objeto de gloria para los musulmanes.
Eliminar la cruz de la esperanza cristiana es eliminar su propia esencia. Sin
la cruz, el cristianismo se reduce a una serie de relatos morales antiguos, una
lista de buenos deseos y algunas promesas para vivir mejor. El eje sobre el que
gira la Biblia es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1: 36).
Hoy te invito a mirar la cruz de Cristo y ponderar el sacrificio que hizo por
ti y el inmenso valor que tienes a sus ojos.

211
El indulto
25 “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada
julio y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová
no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño”
(Salmo 32:1, 2).

L a esposa de Ricardo estaba recibiendo estudios bíblicos y su hija, Alicia,


era un miembro fiel de la iglesia. Como resultado de un infortunado inci-
dente, Ricardo había sido condenado a doce años de prisión. La pena pareció
excesiva por un delito cometido en grupo bajo los efectos del alcohol por un
ciudadano sin antecedentes y de conducta habitualmente irreprochable. Sus
abogados pidieron al Departamento de Gracia del Ministerio de Justicia el in-
dulto y fue admitido a trámite. Pero pasó el tiempo y no había respuesta del
Consejo de Ministros. Yo me enteré del dolor de esa querida familia, así que
decidí entrevistarme con el subsecretario del Ministerio de Justicia, a quien ya
conocía como presidente de la Comisión Asesora de Libertad Religiosa. Le
expliqué el caso, abogué por Ricardo, le hablé del indulto e inmediatamente
llamó al director general de Gracia para confirmar la existencia del expediente.
Al día siguiente, el ministro de justicia lo presentó en el Consejo de Ministros
y, el siguiente sábado, Ricardo me llamó para decirme lleno de emoción que
había recibido el indulto. ¡Lo habían perdonado!
El salmista dice: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada
y cubierto su pecado”. El rey David sabía por experiencia propia lo que significa
ser indultado de un delito; conocía el gozo del perdón divino y, por eso, compuso
magníficos salmos penitenciales (6, 32, 38, 51, 102, 130, 143), verdaderas joyas
de la poesía religiosa hebrea. Mientras hay sensibilidad para reconocer el pecado
y capacidad para el arrepentimiento, la posibilidad del perdón existe. Tan solo
es necesario que se lo pidamos a Dios, invocando su amor y gracia: “¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que con-
denará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además
está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom. 8:33-34).
El indulto de la condena resultante de nuestras culpas y delitos es inmediato, no
espera olvidado entre otras muchas peticiones enviadas al trono de la gracia divi-
na. No necesita procuradores ni abogados humanos, no se aplica con preferencia
a quienes tienen mediadores, amigos que abogan cerca de Dios. ¡El indulto del
cielo es seguro, instantáneo!
Porque hay un Dios en los cielos… el perdón está disponible para ti esta
mañana. ¡Solicítalo! No te quedes sin la maravillosa provisión que Jesús ha
hecho para ti.
212
El neonatólogo
“Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual 26
no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, julio
ya que habéis gustado la bondad del Señor”
(1 Pedro 2:2, 3).

P edro, mi hermano, es pediatra neonatólogo. ¿Cuál es el ámbito de actuación


facultativa del neonatólogo? Estos médicos se ocupan del recién nacido du-
rante sus primeros 28 días de vida. Junto al obstetra que atiende a la madre en
el parto, reciben al recién nacido, lo reaniman si lo precisa, le hacen un recono-
cimiento, diagnostican cualquier alteración, enfermedad o malformación congé-
nitas y determinan la terapia a seguir. Especial mención merece el trabajo de los
neonatólogos con los bebés prematuros, es decir, aquellos que han nacido antes
de las treinta y siete semanas de gestación y con un peso inferior a los 2.500
gramos. La mortalidad neonatal, que representa más de la mitad del índice de
mortalidad infantil, ha decrecido considerablemente gracias a estos especialistas
y a los medios tecnológicos hoy a su alcance.
Pero ¿has pensado alguna vez en los neonatólogos espirituales que se ocupan
de los recién nacidos en la familia de Dios? Uno de los errores que ha hecho
mucho daño a los nuevos conversos y que, en muchos casos, ha producido su
muerte espiritual en las primeras semanas de su nuevo nacimiento, ha sido creer
que una vez bautizados ya no necesitan la asistencia y cuidados de un pastor.
Pedro y Pablo nos enseñan todo lo contrario. Pedro nos dice que los nuevos en
la fe deben tomar “leche espiritual no adulterada” para poder crecer y sobrevivir
a los desafíos de la vida cristiana. Además, el apóstol Pablo les recuerda a los
creyentes de Corinto: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como
a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber le-
che, no alimento sólido, porque aún no erais capaces; ni sois capaces todavía”
(1 Cor. 3:1, 2). Ambos eran neonatólogos espirituales.
El seguimiento de los nuevos hermanos nos permite iniciarlos con amor y
solicitud en su nueva vida, reanimarlos si lo necesitan, detectar tendencias y
costumbres atávicas de su pasado que, con la ayuda del Espíritu Santo y una
terapia espiritual adecuada, pueden corregirse a tiempo. Puede ser que descu-
bramos su prematuridad, carencias y malformaciones con riesgo de una muerte
espiritual y que, con urgencia, podamos someterlos a los cuidados intensivos
de una unidad neonatal que siempre debe haber en la iglesia para que se pro-
duzca el milagro de su viabilidad para la vida espiritual.
Este día te invito a convertirte en un apoyo para los nuevos creyentes. Dios
puede usarte para desarrollar la vida espiritual de los recién convertidos.
213
Un pródigo
27 en la Segunda Guerra Mundial
julio
“Porque este, mi hijo, muerto era y ha revivido;
se había perdido y es hallado”
(Lucas 15:24).

W alter Flandera, profesor de Ciencias del colegio adventista de Bogenhofen


(Alemania), nos contó cómo su madre, una fiel adventista del séptimo día,
sufría al ver cómo su hijo se distanciaba de la iglesia a medida que avanzaba en
sus estudios universitarios. En Europa, entonces, las naciones y los hombres se
estaban destruyendo unos a otros presas del frenesí y de la locura del fanatismo
político. Para Walter, el Dios de amor de su madre o no existía o los había aban-
donado.
La angustia de la mujer fue todavía mayor el día que alistaron a Walter en
el ejército y tuvo que marchar a la guerra. La pobre madre pensó que, tal vez,
nunca más volvería a ver a su hijo. Le torturaba el temor de que la muerte pu-
diera sobrevenirle mientras dudaba de Dios y sin haber aceptado el sacrificio de
Cristo como prenda de su salvación personal. No obstante, ella le había educado
en los caminos de Dios y los principios bíblicos. Antes de que partiera, le dio un
ejemplar del Nuevo Testamento, y le dijo que oraría todos los días para que Dios
le preservara la vida, lo abrazó entre sollozos y se despidió de él.
Los horrores de la guerra endurecieron el corazón de Walter y le hicieron
sentir indignación y rebeldía contra el Dios providente que le había enseñado su
madre. Nunca abrió aquel Nuevo Testamento que llevaba en la guerrera, tampoco
oró como lo había hecho de niño y, habiendo visto morir a muchos de sus compa-
ñeros de milicia, no quiso admitir que su vida dependía de Dios, creyendo que, en
cualquier momento, él podía ser también una víctima de la guerra.
Así es, llegan momentos en la vida de los jóvenes en que la religiosidad transmi-
tida y enseñada por los padres debe volverse autónoma, personal y, a veces, en ese
tránsito, se produce una crisis que origina quiebras espirituales. Si además hay facto-
res ambientales y circunstancias que propician dudas, inseguridad y frustraciones, la
crisis puede llegar a ser dramática y definitiva. Pero Dios no es ajeno a ese proceso,
su providencia está actuando en el desarrollo de nuestra experiencia y va a conducir
los acontecimientos de tal forma que, sorprendentemente y valiéndose de nuestra
sinceridad, volvamos a recuperar la fe.
¿Estás tú alejándote de la fe? ¿Has pensado en abandonar la iglesia? ¿Te
sientes abrumado por las incógnitas que te taladran la cabeza? Si es así, quiero
recordarte que el Señor está dispuesto a mostrarte de manera evidente que hay
un Dios en los cielos...
214
“Su sangre me cubrió”
“En él tenemos redención por su sangre, 28
el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. julio
(Efesios 1: 7)

E n 1944 las fuerzas militares rusas invadieron Alemania. La compañía de


Walter Flandera fue tomada prisionera y llevada a un campo de concentra-
ción ruso. Era pleno invierno. Ahí pasaban hambre, frío y miedo. Un día, un
oficial llegó al lugar donde estaba Walter y, dividiendo el grupo en dos, dijo:
“Los de la derecha seréis fusilados mañana por la mañana; y los de la izquier-
da, por la tarde”. Flandera estaba en el grupo de la tarde. Aquella noche, nadie
pudo dormir. Se escuchaban lloros, lamentos, súplicas de perdón, oraciones,
blasfemias… Flandera guardaba silencio.
Por la mañana, el pelotón de fusilamiento estaba listo. Se colocó al primer
grupo en hilera y un oficial les ordenó que corrieran por la explanada helada
que había delante. Tan pronto como lo hicieron, empezó a sonar el tableteo de
las ametralladoras que los fueron barriendo hasta no quedar ninguno con vida.
¡Horrible! Walter Flandera sintió una terrible angustia, se acordó de su madre,
de la fe que ella le había inculcado; intentó orar, recordar algunos textos, sacó del
bolsillo el Nuevo Testamento y buscó desesperadamente algún consuelo. ¡Nada!
“¡Señor, escúchame! No me he acordado de ti. No te he sido fiel –dijo con voz
entrecortada–, pero si me libras de la muerte te entregaré mi vida”. Y, sin poder
terminar, comenzó a llorar desconsoladamente.
Unas horas más tarde, el mismo pelotón de fusilamiento volvió. La mis-
ma orden… Walter corrió con todas sus fuerzas. Detrás de él, escuchaba la
respiración jadeante de alguien que corría tanto como él. Las balas silbaban
por todas partes. De pronto, una bala alcanzó al hombre que corría tras él y, al
caer, le tiró al suelo a él también; su cuerpo quedó debajo del moribundo. La
sangre manaba a borbotones de la yugular seccionada derramándose por los
cuerpos de ambos. Walter notaba cómo aquel fluido viscoso estaba cubriendo
su cuerpo. Las ametralladoras cesaron. Cuando el oficial pasó cerca de ellos
para darles el tiro de gracia, les dio una patada y continuó. ¡Walter Flandera
estaba vivo debajo de aquel cadáver! Antes de que recogieran los cuerpos sin
vida, Flandera huyó sin saber ni cómo ni dónde. Luego, cumplió su promesa y,
concluida la guerra, terminó sus estudios y dedicó toda su vida a la educación
cristiana en el colegio adventista de Bogenhofen (Alemania).
Así redescubrió Flandera al Dios de su madre y de su niñez. Pero descubrió
algo más precioso: que la sangre de Cristo derramada en la cruz nos redime.
No olvides que hoy estás vivo gracias a la sangre de Cristo.
215
¿Qué aflicciones nos faltan?
29 “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros
julio y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones
de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia”
(Colosenses 1:24).

H ace años, cuando acudíamos al Consejo Anual de la entonces División Eu-


roafricana, los presidentes de los campos de Europa occidental esperábamos
con inquietud la llegada de los representantes de los países del bloque comunista.
No siempre las autoridades les permitían viajar, pero cuando podían hacerlo, nos
contaban historias estremecedoras padecidas por pastores y miembros de iglesia en
aquellos países: encarcelamientos, trabajos en las minas, torturas, hambre, falsos
pastores infiltrados por el Gobierno. A aquella época pertenece un librito escrito
por Richard Wurmbrand, un pastor evangélico fundador de la Iglesia Subterránea,
titulado Torturado para Cristo. En él cita a hombres y mujeres que fueron héroes
de la iglesia mártir de aquel tiempo.
El versículo de hoy ha sido objeto de diversas interpretaciones. El apóstol ha-
bla de que está completando lo que falta de las aflicciones de Cristo por la iglesia.
¿Cómo debemos entenderlo? Por supuesto que no faltó nada a las aflicciones re-
dentoras de la Cruz. Todo lo necesario fue ampliamente satisfecho por el Salvador.
Tampoco podemos deducir que Pablo esté atribuyendo a sus padecimientos un
valor expiatorio para remisión de los pecados propios o ajenos, entonces, ¿qué
sufrimientos faltaban?
Las aflicciones de Cristo a los que Pablo se refiere están situadas en el con-
texto de la iglesia, que es su cuerpo; no son los padecimientos mediante los
cuales salvó a la humanidad. La palabra griega thlipseon, traducida por “aflic-
ciones”, nunca se aplica a los sufrimientos de Cristo en la cruz. De lo que aquí
se trata es de las aflicciones apostólicas, las que se padecen por causa de la pre-
dicación del evangelio. La proclamación y defensa de la verdad en el tiempo y
en el espacio para la extensión de la iglesia en el mundo, debía ser completada
por los creyentes: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará;
y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). Y los padecimientos,
persecuciones y privaciones soportadas en la misión, son un signo de identifica-
ción con Cristo, de modo que nuestras aflicciones, aquí y ahora, son también las
suyas: “Al contrario, gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos
de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran ale-
gría” (1 Ped. 4:13).
¿Crees que aun el dolor puede acercarte a Dios? Esa es su promesa. Que
nada te separe hoy del amor divino.
216
¡Vive la vida!
“El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; 30
yo he venido para que tengan vida, julio
y para que la tengan en abundancia”
(Juan 10:10).

“¡Vganizamos en España años atrás. Yo tuve el privilegio de predicar


ive la vida!” fue el tema de una campaña de evangelización que or-

durante un mes en la ciudad de Murcia (España). Días antes del comienzo, se


distribuyeron miles de invitaciones, anuncios en prensa y radio y en la fachada
de la iglesia se instaló un gran cartel que decía: “¡Vive la vida!” Angelita, la
esposa del pastor de la iglesia, se encontró un día con un joven que vivía muy
cerca del templo. Era un joven de unos veinte años, de aspecto triste, sin luz en
los ojos, parecía desengañado de muchas cosas a pesar de su corta edad. Ella
le habló de “¡Vive la vida!”, lo animó y le entregó un prospecto. El joven la
escuchó, preguntó dónde se iban a dar las charlas y se despidieron. Angelita
esperaba ver entrar aquel joven por la puerta, pero no vino.
Una tarde me dirigía a dar la conferencia cuando vi que había mucha gente
mirando al balcón de un tercer piso. Allí no había nadie, pero al mirar al suelo,
vi un enorme charco de sangre, apenas cubierto con arena. Pregunté y me dije-
ron que un joven se había lanzado desde el tercer piso. ¿Cómo era posible que
tan cerca de donde se estaba hablando de “¡Vive la vida!” alguien se la quita-
ra? Al comentar el hecho con Angelita, se estremeció, se llevó las manos a la
cabeza y dijo: “¡Es él! ¡Es él!” La prensa del día siguiente confirmó, en efecto,
la muerte del joven que tuvo tan cerca la vida y no supo aprovecharla. El título
de mi charla el día del suicidio era: “La mente: mi paraíso y mi infierno”. Está
claro que, para aquel pobre joven, su mente había sido un infierno.
Pero si es tristemente cierto que Satanás solo vino para “hurtar, matar y
destruir”, Cristo vino para que “tengamos vida”. ¿En qué consiste la vida plena
que Cristo nos ofrece? El apóstol Juan nos responde: en tener paz interior, la
paz verdadera que él nos da (14:27); en vivir amando a los demás (13:34); en
creer en Jesús (20:31); en vivir con esperanza (11:26); en vencer con el amor
el temor (1 Juan 4:18); en vivir en armonía con la Ley de Dios (15:10); en
guardar una perfecta comunión con Jesús (1 Juan 5:12).
Pide a Dios que te ayude a vivir hoy como él espera.

217
Cartas de Cristo
31 “Y es manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros,
julio escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo;
no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”
(2 Corintios 3:3).

¿Qlas que refiere el apóstol Pablo? Teniendo en cuenta el contexto, lo que


ué es una carta viviente? ¿Quién y cómo han sido escritas las cartas a

Pablo quiso decir es que en todo tiempo, pero particularmente cuando surge la
duda o se desdeña la obra de Cristo en el mundo, nosotros, llamados a repre-
sentarle ante los hombres hasta que vuelva, somos su carta abierta, viviente,
probatoria, testimonio convincente de su bondad y verdad, el mejor argumento
en favor o en contra de Cristo.
Una carta viviente es un mensaje enviado al mundo a través del testimonio
de la vida de las personas llamadas cristianas. La iglesia es, en efecto, una
carta, un certificado de Cristo, firmado por él, acreditado por él, del que se
reconoce Autor y remitente, es la expresión viviente de una comunicación que
Cristo quiere hacer a los hombres. Estas cartas dictadas por Cristo han sido
escritas no con tinta, no por los hombres ni con métodos humanos, sino con
el Espíritu de Dios que, como dijo Jesús a Nicodemo, cumple en nosotros una
obra silenciosa, una transformación profunda asimilada a un nuevo nacimiento
en Cristo Jesús: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas
pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
También la materia en la cual se ha escrito es una materia viviente, no en
tablas de piedra como las de Moisés sino en el corazón de carne. Hubiese sido
más lógico que Pablo comparase el corazón de carne en el que escribe el Es-
píritu Santo con el papel que normalmente se usaba para escribir cartas, pero
quiso aludir de este modo a la nueva alianza en la que, como dice Jeremías, el
Señor promete: “Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón” (Jer.
31:33).
Somos cartas de Cristo, mensajes de vida, de acciones que hablan con ma-
yor poder que las palabras. ¿Somos siempre conscientes de ello? ¿Nos damos
cuenta de la enorme responsabilidad que significa ser mensajeros de la verdad
cristiana?
En este día, te invito a renovar tu fe en Cristo. Pídele que te ayude a repre-
sentar dignamente el alto honor de ser un cristiano redimido para habitar en las
mansiones celestiales.

218
Más allá de los evangelios
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia 1º
de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro” agosto
(Juan 20:30).

L os acontecimientos de la Pasión de Cristo tienen que ser verdad, no pueden


ser ficción, fruto de la imaginación de los apóstoles o mitos resultantes de
la fe pospascual de los evangelistas. Solo si son auténticos, históricos, pode-
mos dar verosimilitud y confirmación al misterio de la salvación obrado por
Cristo en esa semana. Pues bien, al menos uno de los personajes más relevan-
tes en la historia de la crucifixión existió y dejó rastro más allá de los Evange-
lios: Poncio Pilato.
Pero hay más, ¿qué información sobre Jesús y su vida podemos encon-
trar en otros documentos que no sean los textos bíblicos? ¿Cómo recogieron
autores latinos y judíos el eco de los acontecimientos evangélicos? En el año
115 d.C., Tácito, historiador romano, hablando de las persecuciones del em-
perador Nerón contra los cristianos dice: “Su nombre les viene de Cristo, que
fue ejecutado bajo el mandato de Tiberio por el procurador Poncio Pilato”.
Entre las fuentes judías, Josefo, historiador contemporáneo del apóstol Pablo
y el Talmud son las más significativas. Josefo, en su libro Antigüedades de los
judíos, cita una vez a Juan el Bautista y dos a Cristo; y el Talmud, más fiable
y explícito, dice: “Nadie supo hallar nada en su defensa y fue colgado en la
víspera de Pascua”.
Como dice Pedro: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de
nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo
visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Ped. 1:16). Los eventos de la
Pasión de Cristo en aquella Semana Santa, tal y como los encontramos en los
Evangelios, son el vivo testimonio de quienes los presenciaron y vivieron y,
por ello, el significado espiritual profundo que la teología cristiana les ha dado,
es tan real y válido entonces, hoy y por los siglos, como los mismos hechos en
los que se funda.
Con todo lo que se pueda decir, hay una prueba fundamental para demos-
trar la veracidad del relato sagrado sobre Jesús, a saber, su poder transformador
en la vida humana. Hay miles de personas que pueden testificar sobre la mane-
ra en la que Jesús ha cambiado sus vidas. ¿Cómo se puede negar eso? Además,
¡lo que él ha hecho en tu vida y en la mía es un verdadero milagro!
Porque hay un Dios en los cielos… es tiempo de rogar al Señor que use
nuestras vidas para contar a otros la historia de salvación, de cómo Jesús nació,
vivió, murió y resucitó de los muertos y está próximo a venir.
219
El rostro de Jesús
2 “Allí se transfiguró delante de ellos,
agosto y resplandeció su rostro como el sol”
(Mateo 17:2).

¿C1920 un dibujo a lápiz basado en la impresión que supuestamente deja-


ómo era Cristo? Un dibujante español, Luis Menéndez Pidal, hizo en

ron los fluidos de la cabeza del cuerpo muerto de Cristo en el sudario de Turín;
reprodujo el rostro de aquel negativo. Pero esa reliquia es falsa, no envolvió el
cuerpo muerto de Jesús porque se ha demostrado por las pruebas del carbono
14 que la tela corresponde a la Edad Media. Además, ese dibujo pretende des-
cribir el rostro de un Cristo muerto, mientras que los Evangelios y las Epístolas
nos muestran a un Cristo vivo porque describen los rasgos morales, las cuali-
dades espirituales reflejadas en su rostro. He aquí algunos ejemplos.
Un texto de Lucas nos dice que Cristo tuvo un rostro intrépido: “Cuando se
cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para
ir a Jerusalén” (9:51). Hay vidas que se crecen en las adversidades; el rostro
de Cristo era de esos que, ante las pruebas, se muestran resueltos, con arrojo,
serenos, valientes.
Pedro nos describe un rostro que no hace componendas con el pecado: “El
rostro del Señor está contra aquellos que hacen mal” (1 Ped. 3:12). Ese rostro
muestra la precisión moral con la que Dios considera al mal. Asimismo, el
Cristo de los Evangelios no escondía su enfado ante el cinismo de los fariseos
(Mar. 3:5).
En Getsemaní, Cristo mostró un rostro suplicante y a la vez sumiso: “Se
postró sobre su rostro, orando y diciendo: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí
esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú’ ” (Mat. 26:39). Cristo
sintió el peso de los pecados de la raza humana, pero aceptó la voluntad del
Padre. La culpa del pecado fue agonía en su espíritu y obediencia en su rostro.
Debido al odio feroz de quienes lo condenaron y asesinaron, Cristo reveló
un rostro humillado que, en realidad, era un semblante de amor compasivo:
“Entonces lo escupieron en el rostro y le dieron puñetazos” (Mat. 26:67), un
rostro ensangrentado, coronado de espinas. Sobre aquel rostro se ensañó la
furia del infierno, pero él soportó con firmeza. ¡Magnífico ejemplo para todos!
Asimismo, en el monte de la transfiguración “resplandeció su rostro como el
sol” (Mat. 17:2).
Todos nosotros podemos tener el rostro de Cristo, podemos reproducir en
nuestras vidas sus rasgos de carácter mediante la contemplación (2 Cor. 3:18).
Que sea esa nuestra oración en esta mañana.

220
¿Soy yo, Maestro?
“Entonces, respondiendo Judas, el que lo iba a entregar, dijo: 3
‘¿Soy yo, Maestro?’ ” agosto
(Mateo 26:25).

J esús y Judas están frente a frente. Aunque las versiones de la última cena que
nos presentan los cuatro evangelistas tienen diferencias importantes, hay un
hecho que ninguno omite: la declaración de Jesús de que iba a ser entregado por
uno de los doce y las reacciones que esto produjo en ellos. Todos tenían la sensa-
ción de estar viviendo momentos muy trascendentes y que algo importante iba a
suceder, pero cuando el Maestro dijo con tristeza: “De cierto, de cierto os digo que
uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21), se entristecieron en gran manera
y comenzó a escucharse el grito de sus conciencias: “¿Soy yo, Señor?”
En el cenáculo, junto al Maestro, hubo dos tipos de conciencia: las concien-
cias de los once (incluida la de Pedro que le negaría poco después tres veces), sen-
sibles, abiertas, sinceras; y la conciencia de Judas, insensible, rigurosa, hipócrita.
Por eso Jesús hizo a la conciencia de Judas apelaciones cada vez más directas:
1. Durante el lavamiento de los pies, Jesús acarició en silencio las
extremidades de su discípulo.
2. En la mesa, Jesús dijo: “Uno de vosotros me va a entregar” (Mat. 26: 21).
Un poco más tarde, el Señor precisó: “El que mete la mano conmigo en
el plato” (26:23). Recurrió después a la amenaza directa: “¡Ay de aquel
hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! Bueno le fuera no
haber nacido” (26:24). Juan se acercó al Maestro y le preguntó: “Señor,
¿quién es?” Y Jesús respondió: “A quien yo le dé el pan mojado, ése
es. Y, mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón” (Juan
13:6). Y su último intento de hablar directamente al corazón de Judas
fue la respuesta a la pregunta hipócrita que Judas le dirigió: “¿Soy yo,
Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.
3. Satanás, en ese momento, entró en él, dice el texto, así que Cristo le
increpó: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Juan 13:27).
4. Este triste relato acerca de Judas y su conciencia concluye con una
siniestra declaración del evangelista: “Cuando él tomó el bocado, salió
en seguida. Era ya de noche” (Juan 13:30).
Cuando la conciencia resiste impasible las bondadosas invitaciones del Se-
ñor, la luz de Dios que nos ha rodeado desaparece y nos envuelven las tinieblas
de la obcecación y de la sinrazón. Satanás toma posesión de nuestra vida y na-
die puede imaginar entonces a qué extremos de maldad podemos llegar. Judas
entregó a Jesús a sus enemigos y luego se ahorcó.
221
¡No te negaré!
4 “Pedro le dijo: ‘Aunque tenga que morir contigo, no te negaré’ ”
agosto (Mateo 26:35).

L a historia de Pedro ilustra mejor que ninguna el método educativo de Cristo


(La educación, p. 80). De carácter espontáneo, impetuoso, incluso temera-
rio, confiado en sí mismo, aunque generoso para perdonar, los evangelistas nos
cuentan cómo con paciencia y amor inteligente, Jesús lo reprendió; le enseñó
humildad, obediencia y confianza, transformando su carácter. Una de las expe-
riencias más significativas y decisivas en su vida fue la negación de Cristo en el
patio de la casa del sumo sacerdote y su posterior arrepentimiento.
Pedro, el apóstol controvertido, el portavoz de todos, amaba genuinamente
a su Maestro y confiaba en él. Entonces, ¿por qué lo negó tres veces? ¿Cómo
es posible que llegase a maldecir y a jurar gritando que no conocía a Jesús?
¿Cuál fue el pecado de Pedro? ¡Pobre Pedro! Sí, tenía una conciencia sincera,
cargada de buenas intenciones pero inestable. Él no se conocía así mismo. En
realidad, pecó de exceso de confianza; falló en aquello en lo que parecía ser
más fuerte porque estaba movido por la vanidad y la suficiencia propia. Pedro
pecó de superficialidad, el pecado de aparentar y no ser, de no haber profun-
dizado la realidad de su experiencia religiosa. Es más difícil vivir cada día
nuestra fidelidad a Dios que morir en un momento de sacrificio.
Pero, a diferencia de Judas, el arrepentimiento de Pedro fue más importante
que su pecado (siempre es así). Dos cosas llevaron a Pedro a la contrición: un
signo externo, el canto del gallo, y un signo interno, la mirada de Jesús. El arre-
pentimiento tiene su origen en el amor divino. No fue Pedro quien miró a Jesús
cuando pasaba, fue Jesús quien se volvió para mirar a Pedro. Y el primer fruto
de su aflicción fue el reconocimiento de su pecado, las lágrimas amargas que
derramó. Después, la soledad, el recogimiento; más tarde, la confesión cuando
respondió al Maestro que le preguntó: “ ‘Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más
que estos?’ Le respondió: “ ‘Sí, Señor; tú sabes que te quiero’ ” (Juan 21:15).
Finalmente, la reparación, cuando valientemente denunció al sanedrín, afrontó la
prisión y la muerte. La transformación de Pedro fue un milagro del amor divino.
Todos cometemos errores. El gran triunfo de Pedro fue reconocer los suyos
y buscar a Jesús, quien siempre estuvo dispuesto a recibirlo.
Hoy da gracias a Dios por su profundo amor hacia ti. Él conoce tus caren-
cias y fallos. Pero lo importante es que no te separes de su lado. Así, la trans-
formación de tus gustos, anhelos, actitudes y reacciones testificará que hay un
Dios en los cielos.
222
El lenguaje del silencio
“Herodes, al ver a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo 5
que deseaba verlo, porque había oído muchas cosas acerca de él agosto
y esperaba verlo hacer alguna señal. Le hizo muchas preguntas,
pero él nada le respondió”
(Lucas 23:8, 9).

H ablando de la Pasión de Cristo, el profeta Isaías había anunciado: “Como


un cordero fue llevado al matadero […] enmudeció y no abrió su boca”
(Isa. 53:7). En efecto, en ningún otro lugar del Evangelio, los silencios de Jesús
son más elocuentes y significativos que en las escenas de la Pasión.
Los evangelistas subrayan que Jesús callaba cuando Caifás, el sumo sacerdote,
después de escuchar testigos falsos en el juicio religioso, le dijo: “¿No respondes
nada? ¿Qué testifican estos contra ti?” (Mat. 26:62). En la casa del sumo sacerdote,
Jesús miró de lejos a Pedro, que acababa de negarle, pero no hizo ningún comenta-
rio (Luc. 22:61). No respondió a Pilato cuando, en el pretorio romano, los príncipes
de los sacerdotes y los ancianos lo acusaban (Mat. 27:12, 14). Tampoco dijo nada
cuando el pueblo prefirió a Barrabás. No se lamentó o protestó cuando fue brutal-
mente azotado, escarnecido y coronado con una corona de espinas (Juan 19:1-3).
En silencio, desgarrado por el dolor y la humillación, apareció ante el pueblo (Juan
19:5, 6). Ni siquiera a Pilato le dio respuesta cuando este le preguntó: “¿De dónde
eres tú?” (Juan 19:9). Y quedó mudo, impávido, cuando el gobernador lo condenó
a muerte: “Lo entregó a ellos para que fuera crucificado” (Juan 19:16). La frase
aparece con algunas variantes en los cuatro Evangelios.
En medio de todos estos silencios se inscribe el silencio de Jesús ante He-
rodes: silencios de vergüenza ajena, silencios de profunda tristeza, silencios
de reprobación, silencios de condenación. El silencio de Jesús ante Herodes
no fue por temor, ni por menosprecio o indiferencia, menos aún por debilidad.
Aquel que era el Verbo divino ahora callaba, ¿por qué?
El silencio de Jesús ante Herodes fue la expresión de un acto de juicio:
juzgó su frivolidad, su irreverencia hacia las cosas santas. Juzgó su rechazo de
la verdad que le había presentado el mayor de los profetas, Juan el Bautista.
Juzgó su sensualidad y su crueldad matando al siervo de Dios. Juzgó su con-
ciencia insensible, culpable, sin capacidad de arrepentimiento. Sí, Jesús guardó
muchos silencios en las escenas de la Pasión porque “cuando no hay oídos para
escuchar, Jesús no tiene labios o boca para hablar”.
Te invito a aprovechar el silencio. Apaga la televisión y el reproductor de
sonido. Prepara tus oídos para escuchar, y te darás cuenta de que hay un Dios
en los cielos.

223
Cristo o Barrabás
6 “Reunidos, pues, ellos, les preguntó Pilato: ‘¿A quién queréis
agosto que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?’ ”
(Mateo 27:17).

D e todos los contrastes de las escenas de la Pasión, el más sorprendente y


significativo es, sin duda, el relato de Cristo y Barrabás. ¿Quién era Ba-
rrabás? Reuniendo todos los datos bíblicos, sabemos que era un preso famoso
que, según algunos códices, se llamaba Jesús Barrabás. Era un bandido y un
homicida. Elena de de White añade: “Este hombre había aseverado ser el Me-
sías. Pretendía tener autoridad para establecer un orden de cosas diferente para
arreglar el mundo. […] Bajo el manto del entusiasmo religioso, se ocultaba
un bribón empedernido y desesperado, que solo procuraba cometer actos de
rebelión y crueldad” (El Deseado de todas las gentes, p. 681).
Pilato quería usar el enorme contraste moral y humano existente entre Cris-
to y Barrabás para despertar en el pueblo el sentido de justicia y suscitar su
simpatía por Jesús: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, lla-
mado el Cristo?” La respuesta parecía obvia, pero Pilato se equivocó: “Pero los
principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiera a
Barrabás y que se diera muerte a Jesús” (Mat. 27:20) y la respuesta del pueblo
fue elegir a Barrabás. Cuando Pilato quiso interceder nuevamente por Jesús,
ellos volvieron a dar voces gritando: “¡Sea crucificado!”
¿Cuál fue el proceso psicológico de esta absurda, inicua, injusta, infame
y cruel respuesta? Es a través de la conciencia, iluminada y esclarecida por
el Espíritu Santo, que Dios nos revela su voluntad y nos convence, pero los
líderes religiosos de Jerusalén habían quebrantado sus conciencias mediante
tres acciones lamentables: en primer lugar, condenaron a Jesús a muerte antes
de juzgarlo; en segundo lugar, usaron todo tipo de intrigas para llevar a cabo
sus planes, sin importarles la fabricación de pruebas y testigos falsos; en ter-
cer lugar, manipularon al pueblo para que pidiera la libertad de Barrabás y la
muerte de Jesús, incluso insinuaron a Pilato veladas amenazas de denunciarle
ante el César si lo soltaba.
Cuando se anula la conciencia, las pasiones se desatan, y se pueden co-
meter los actos más horrendos y elegir las opciones más absurdas. Por ello,
cuando necesitamos escoger entre Cristo y “Barrabás”, estemos plenamente
seguros de que tenemos una conciencia limpia y esclarecida.
Hoy es tu oportunidad de elegir a Jesús. Hazlo y decide vivir tu vida para
honrar su nombre.

224
¿Qué haré de Jesús
llamado el Cristo? 7
agosto
“Pilato les preguntó: ‘¿Qué, pues, haré de Jesús,
llamado el Cristo?’ Todos le dijeron: ‘¡Sea crucificado!’ ”
(Mateo 27:22).

D e todos los interlocutores de Jesús en las escenas de la Pasión, Pilato fue


el que dialogó más tiempo con él. Juan registra esos diálogos. Ante la
sorpresa de que el pueblo hubiera escogido a Barrabás para ser soltado, Pilato
formuló una pregunta cuya respuesta la expresaron de muy distintas maneras
cada uno de los personajes de la Pasión: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado
el Cristo?” Todavía hoy, la humanidad escucha la misma pregunta y responde
a ella con devoción y fe, o con indiferencia o desdén.
¿Cómo respondió Pilato a su propia pregunta? ¿Cuál fue su pecado más gra-
ve? Como gobernador romano, había oído hablar de Jesús, de sus curaciones,
sus discursos y de su oposición a las autoridades religiosas. Posiblemente, con
una cierta curiosidad y admiración, lo consideraba, sin haberlo visto, un excep-
cional maestro judío. Jesús de Nazaret no era para Pilato un agitador peligroso.
La compañía al mando de un tribuno que, con autorización suya, acompañó a los
ministriles que lo arrestaron, no tuvo que intervenir, ni se produjo un tumulto o
desorden público, como las autoridades judías le habían advertido.
Durante el juicio, bastaron pocos minutos para que el gobernador se diera
cuenta de la dignidad, la majestad, la serenidad y grandeza de aquel Hombre.
En un momento, su esposa, Claudia Prócula, sin respetar el estatuto romano
que prohibía interferir en un proceso judicial, le envió un mensaje a Pilato:
“No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños
por causa de él” (Mat. 27: 19). Por un momento, la muerte de Jesús en la cruz
dependió del sueño de una mujer romana, pero no fue escuchada.
Pilato deseaba librar a Jesús de la muerte, pero también quería satisfacer
al pueblo (Mar. 15: 15). Según Lucas, cuatro veces declaró a Jesús inocente y,
según Mateo dos veces Jesús fue llamado justo. Pilato intentó desentenderse
de aquel juicio y lo remitió a Herodes. Pero lo mandó azotar. Y, finalmente, no
supo o no quiso resolver el dilema entre la justicia y la presión del pueblo y,
lavándose las manos, entregó a Jesús para que fuese crucificado.
El pecado más grave de Pilato no fue lo que hizo, sino lo que no hizo: no
liberó a Jesús sabiendo que era inocente por temor a perder su posición. Y
aunque declaró, “¡Este el hombre!”, es decir, el hombre por excelencia, no lo
hizo su Salvador personal.
¿Y tú? ¿Qué harás con Jesús este día? Tu respuesta es muy importante.
225
¡Este es el hombre!
8 “Y salió Jesús llevando la corona de espinas
agosto y el manto de púrpura. Pilato les dijo: ‘¡Este es el hombre!’ ”
(Juan 19:5).

D espués de haber sido azotado, Jesús fue humillado por los soldados ro-
manos que le pusieron un manto de púrpura, le pusieron una corona de
espinas en las sienes, una caña en la mano derecha y pasando delante de él,
rodilla en tierra, se burlaban diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!” Además,
lo escupían, lo golpeaban con una caña en la cabeza y lo abofeteaban. Así fue
presentado de nuevo al pueblo. No obstante, a pesar de haber sido torturado,
su rostro seguía emanando misericordia: “El semblante del Salvador no estaba
desfigurado delante de sus enemigos. Cada rasgo expresaba bondad y resigna-
ción y la más tierna compasión por sus crueles verdugos. […] Algunos de los
espectadores lloraban. Al mirar a Jesús sus corazones se llenaron de simpatía.
Aún los sacerdotes y príncipes estaban convencidos de que era todo lo que
aseveraba ser” (El Deseado de todas las gentes, p. 684). Pilato, afirmando de
nuevo la inocencia de Jesús, se lo presentó diciendo: “¡Este es el hombre!”
¿Por qué usó el procurador romano esta frase para referirse a Jesús? No lo
sabemos. Sin embargo, pronunció una gran verdad, ya que Jesús era el Verbo
de Dios que se había hecho hombre para salvar a la raza humana. Gracias a
eso, se convirtió en el representante de toda la humanidad ante Dios tomando
sobre sí sus pecados y muriendo por ellos en la cruz del Calvario. Este acto
demostró el enorme valor que tiene cada ser humano para Jesús, sin importar
el color de su piel, su nacionalidad o su credo, ya que él nos amó y dio su
vida por nosotros antes de que creyéramos en él: “Pero Dios muestra su amor
para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”
(Rom. 5:8).
Los líderes judíos, aunque convencidos de que Jesús era lo que aseveraba
ser, gritaron todavía con más fuerza: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Este encuen-
tro con los sacerdotes y príncipes de Israel significó la quiebra, la ruptura defi-
nitiva del Mesías con el pueblo de la promesa. En su presentación a los judíos
por Pilato, Jesús pasaba a ser el Mesías, el Hombre, el Redentor y Salvador de
toda la humanidad a quien representaba.
¿Tienes graves dificultades y no sabes cómo enfrentarlas? ¿Te agobian las
presiones de la vida? ¿Vives grandes perplejidades? ¡Busca a Jesús! ¡Este es el
Hombre que puede ayudarte a superar cualquier obstáculo!

226
El vía crucis de Cristo y el nuestro
“Cuando lo llevaban, tomaron a cierto Simón de Cirene, 9
que venía del campo, y le pusieron encima la cruz agosto
para que la llevara tras Jesús”
(Luc. 23:26).

L a cruz de los ajusticiados se componía de dos maderos: el vertical, de unos


tres metros de altura que se introducía en un agujero en el lugar de la crucifi-
xión; y el horizontal, llamado patibulum, que debía ser llevado por el condenado
hasta el lugar del suplicio. Jesús solo pudo llevar aquel madero un corto trecho
del vía crucis, debilitado por la cruel flagelación, sin comer y exhausto tras la lar-
ga noche de angustia en Getsemaní. ¿Quién llevaría la cruz de aquel condenado?
Como era una ignominia, nadie estaba dispuesto a cargar una cruz.
Simón Cireneo pasaba por allí y se encontró con aquel cortejo de muerte.
Vio a Jesús coronado de espinas, el rostro ensangrentado y desfallecido en tierra;
sintió compasión, se paró, protestó y los soldados le obligaron a llevar la cruz.
Los Evangelios no informan si Jesús y Simón cruzaron alguna palabra pero, sin
duda alguna, se miraron. Seguramente, la mirada de Cristo fue una mirada de
humana gratitud y de divina compasión, una mirada de irresistible llamamiento.
Siguiendo el ejemplo del buen samaritano de la parábola, Simón Cireneo
se apiadó, no permaneció neutral, no tuvo temor de tomar posición a favor de
Jesús, y aquel encuentro resultó ser para él providencial. Aquel hombre llevó
la cruz de Cristo hasta el Gólgota. Pero al llegar al Calvario, Simón Cireneo no
fue crucificado en ella. Aquella muerte, aquel sacrificio solo le estaba reserva-
do al Hijo de Dios.
¿Qué significa aquel hombre llevando la cruz de Cristo y marchando detrás
de él? ¿Qué significa para nosotros como creyentes? Simón Cireneo es proto-
tipo del hombre pecador. Cargado con una cruz, Simón parecía un condenado
a muerte camino del suplicio, pero no murió, Cristo murió en su lugar. Asi-
mismo, la cruz de Simón es la cruz del sufrimiento humano. Los dolores, las
angustias, las tragedias humanas, están representados por la cruz del cireneo,
cuya liberación ocurre cuando Jesús da su vida por nosotros. Simón y su cruz
personifican también a los creyentes y discípulos de Cristo que aceptan cargas
y sacrificios, que afrontan el oprobio y la vergüenza por llevar la cruz del
Salvador en este mundo. Cristo, delante; Simón, cargado con una cruz detrás
camino del Calvario, es un emblema de la unión de lo humano y lo divino en
el plan de la salvación.
Porque hay un Dios en los cielos… cuando te toca cargar tu cruz al lado de
Jesucristo. Es un privilegio. Al final tendrás una gloriosa recompensa.

227
La crucifixión
10 “Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron
agosto allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda”
(Lucas 23:33).

E n 1968, se encontraron en un antiguo cementerio de Jerusalén los restos de


un joven de 25 años que había sido crucificado a mediados del siglo I d. C.
Se trata del testimonio arqueológico más semejante a la crucifixión de Jesús.
La Calavera era una pequeña elevación rocosa situada al noroeste de Jerusalén,
a cien metros de la muralla, cerca de la puerta de Efraín. Allí crucificaron a
Jesús junto con dos malhechores. La crucifixión era la muerte más cruel y ver-
gonzosa usada por los romanos. Los judíos lo sabían y, con saña y odio feroz,
pidieron a Pilato la crucifixión de Cristo.
La cruz de Cristo y sus sufrimientos significaron, en primer lugar, el cum-
plimiento de muchas profecías del Antiguo Testamento: “Por cuanto derramó
su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado
el pecado de muchos y orado por los transgresores” (Isa. 53:12. Véase Luc.
23:33, 34); “Desgarraron mis manos y mis pies. […] Repartieron entre sí mis
vestidos y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:16-18. Ver Mat. 27:35);
“Me pusieron además hiel por comida y en mi sed me dieron a beber vinagre”
(Sal. 69:21. Ver Mat. 27:34, 48).
La cruz de Cristo fue también un testimonio vivo del perdón divino. Jesús
no invocó maldición ni venganza contra los soldados, los sacerdotes y fariseos
que le estaban asesinando. La cruz del Calvario confrontó, por última vez, a
Cristo y Satanás. Fue expresión del frenesí satánico contra el Hijo de Dios, el
clímax de su rebelión y oposición al Creador. Fue, a la vez, la confirmación de
su ruina y su derrota definitiva.
Pero la cruz de Cristo, sus sufrimientos y muerte, fueron también una opor-
tunidad final de arrepentimiento, de conversión y de fe para el buen ladrón que
estaba muriendo a su lado. Dice la sierva del Señor: “En Jesús, magullado, es-
carnecido y colgado de la cruz, vio al Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. ‘Señor, acuérdate de mí –exclamó–, cuando vinieres en tu reino’. […]
¡Cuánto agradecimiento sintió entonces el Salvador por la expresión de fe y
amor que oyó del ladrón moribundo!” (El Deseado de todas las gentes, p. 698).
Y la respuesta de Cristo no se hizo esperar: “De cierto te digo que hoy estarás
conmigo en el paraíso” (Luc. 23:43). Con estas palabras, Cristo significó que la
cruz es garantía, promesa, prenda de la vida eterna, entonces, ahora y siempre.
¡Agradece hoy a Dios el bendito don de Jesús!

228
Amor filial en el umbral de la muerte
“Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, 11
que estaba presente, dijo a su madre: ‘Mujer, he ahí tu hijo’. agosto
Después dijo al discípulo: ‘He ahí tu madre’.
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”
(Juan 19:26, 27).

M ateo dice que, cuando fue crucificado, muchas mujeres que le habían
seguido desde Galilea para servirle se quedaron mirando de lejos a Jesús
(27:55), pero Juan indica que al pie de la cruz estuvieron “su madre y la herma-
na de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena” (19:25). Estas
mujeres fueron testigos de los horrores de la crucifixión; escucharon la furia
satánica de sacerdotes y escribas que le escarnecían; presenciaron la brutal eje-
cución de la soldadesca romana; les sobrecogieron con espanto los fenómenos
naturales que acompañaron la muerte del Salvador: las tinieblas que envolvie-
ron al Gólgota y el terremoto que fracturó las peñas. Aquellas mujeres vieron
con angustia los sufrimientos agónicos de Jesús y sintieron en sus cuerpos la
punzada de un dolor profundo indecible.
Pero María, la angustiada madre del Salvador, sufrió de manera particular
este instante. En un determinado momento, ante el brutal espectáculo, Juan debió
retirarla del lugar de los padecimientos de su hijo: “Vio sus manos extendidas
sobre la cruz; se trajeron el martillo y los clavos, y mientras estos se hundían a
través de la tierna carne, los afligidos discípulos apartaron de la cruel escena el
cuerpo desfallecido de la madre de Jesús” (El Deseado de todas las gentes, p.
693). En el momento de morir, cuando sentía que le faltaba la respiración, en los
estertores de la muerte, Jesús recorrió con la mirada a los que estaban cerca de
la cruz y, al ver a su madre, dijo: “Mujer, he ahí tu hijo”; y luego dirigiéndose a
Juan, le dijo: “He ahí tu madre”. Elena de White comenta de nuevo: “¡Oh Salva-
dor compasivo y amante! ¡En medio de todo su dolor físico y su angustia mental,
tuvo un cuidado reflexivo para su madre! No tenía dinero con que proveer a su
comodidad, pero estaba él entronizado en el corazón de Juan y le dio a su madre
como legado precioso. […] El perfecto ejemplo de amor filial de Cristo resplan-
dece con brillo siempre vivo a través de la neblina de los siglos” (ibíd., p. 700).
Porque hay un Dios en los cielos… cuida, ama y protege a las personas que
tienes a tu cargo.

229
“Elí, Elí, ¿lama sabactani?”
12 “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo:
agosto ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ (que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?’ ”
(Mateo 27:46).

E l plan trazado por la Deidad para salvar a la humanidad es denominado “mis-


terio” en el Nuevo Testamento y se hace referencia a él de diferentes modos:
“El misterio del reino” (Mar. 4:11); “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16);
“el misterio de la fe” (1 Tim. 3:9); “el misterio de Dios y Cristo” (Col. 2:2); “el
misterio del evangelio” (Efe. 6:19); “el misterio de su voluntad” (Efe. 1:9). En
efecto, el misterio de la salvación tiene implicaciones que pueden resultar difíci-
les de comprender sin ejercer la fe: la encarnación del Hijo de Dios, su anonada-
ción siendo Dios; las nociones de sustitución, propiciación, expiación, muerte y
abandono del Padre; todo ello es un misterio insondable pero, como dice Pablo,
ese misterio ha sido revelado (Efe. 1:9). En los dramáticos actos de la Pasión de
Cristo, lo sobrenatural está íntimamente unido al más crudo naturalismo de los
sufrimientos, la angustia agónica y finalmente la muerte real soportada por el
Hijo del Hombre. Nos sorprende el clamor de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?” ¡Desgarrador! ¿Tenía el amado Salvador
que pasar solo aquel trance de dolor y muerte? ¿No había dicho Cristo a los ju-
díos: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17)? ¿Dónde estaba el
Padre mientras Jesús agonizaba en la cruz?
“Sobre Cristo como sustituto y garante nuestro fue puesta la iniquidad de
todos nosotros. […] Pero en estos momentos, sintiendo el terrible peso de la
culpabilidad que lleva, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir
el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema
angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plena-
mente el hombre. […] Como fúnebre mortaja, una oscuridad completa rodeó la
cruz. […] En esa densa oscuridad, se ocultaba la presencia de Dios. […] Dios
y sus santos ángeles estaban al lado de la cruz. El Padre estaba con su Hijo.
Sin embargo, su presencia no se reveló. […] En aquella hora terrible, Cristo
no fue consolado por la presencia del Padre” (El Deseado de todas las gentes,
pp. 701, 702).
Cuando reflexionamos sobre los sufrimientos y la muerte de Cristo en el
Calvario, el realismo estremecedor de esas escenas nos hace pensar que solo
pudo tener lugar por un amor infinito hacia la humanidad, por ti y por mí.

230
¡Consumado es!
“Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: ‘¡Consumado es!’ 13
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” agosto
(Juan 19:30).

L ucas y Juan son los únicos que describen el momento mismo de la muerte
de Jesús. Ambos coinciden en señalar que el Señor entregó su espíritu.
Pero Juan añade una corta frase de Jesús que, sin duda, cuando escribió su
Evangelio a finales del siglo I, había adquirido un profundo significado en la
iglesia primitiva: “¡Consumado es!” La sexta palabra de Jesús en la cruz que,
como el resto de las cuatro últimas, tiene que ver con su obra de salvación. En
efecto, el significado múltiple del verbo empleado aquí puede ser “ejecutar”,
“cumplir”, “consumar”, “acabar”, “pagar”, pero ¿qué? ¿De qué se trata? De
la salvación del mundo, de la redención de la humanidad. Sus sufrimientos y
su muerte iban a permitir al hombre pecador alcanzar la justificación y la vida
eterna.
En la oración sacerdotal, Cristo ya había anunciado al Padre: “He acabado
la obra que me diste que hiciera” (Juan 17:4). Ahora, en el momento de su
muerte, confirma con un grito de victoria que esa obra ha sido consumada.
El plan de la salvación, concebido desde antes de la fundación del mundo, ha
sido ejecutado. Se han cumplido los anuncios de los profetas mesiánicos. Se
ha pagado el rescate para librar al hombre de la esclavitud del mal. Finalmen-
te, se ha logrado el objetivo de la encarnación del Hijo de Dios. La muerte de
Cristo en la cruz no fue el fracaso de su ministerio en esta tierra; no sucumbió
ante la crueldad, las pasiones y el odio de los que le crucificaron. Su muerte
fue una victoria contundente y su grito final, “¡Consumado es!”, un clamor de
triunfo que resonó en el Calvario, en este mundo, en los cielos y por la eter-
nidad. “Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía
que había perdido su reino. […] El clamor, “Consumado es”, tuvo profundo
significado para los ángeles y los mundos que no habían caído. La gran obra
de la redención se realizó tanto para ellos como para nosotros. Ellos comparten
con nosotros los frutos de la victoria de Cristo. […] Satanás vio que su disfraz
le había sido arrancado. Su administración quedaba desenmascarada delante
de los ángeles que no habían caído y delante del universo celestial. Se había
revelado como homicida. […] había perdido la simpatía de los seres celestia-
les” (El Deseado de todas las gentes, pp. 706, 709).
Así como Jesús terminó su obra, decidamos hoy cumplir la misión que él
tiene para nosotros.

231
El camino a Emaús
14 “Él les dijo: ‘¿Qué pláticas son éstas que tenéis
agosto entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?’ ”
(Lucas 24:17).

E n el crepúsculo del día de la resurrección, dos discípulos de Jesús regresaban


a su aldea natal, Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. En el camino
iban hablando de lo que había sucedido y con profunda decepción reconocían
haber perdido toda esperanza: “Pero nosotros esperábamos que él fuera el que
había de redimir a Israel” (vers. 21). Habían visto sus milagros, oído sus mensa-
jes, estaban seguros de que él era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, pero ahora
todas esas convicciones habían quedado enterradas con él en un sepulcro.
Habían perdido también toda alegría. Sentían la nostalgia de un pasado que
ya no volvería; sentían la tristeza de la separación, del vacío que deja la ausen-
cia de alguien a quien habían amado. Sentían el desconsuelo de la muerte, del
sepulcro en el que habían depositado a su Maestro. Sentían el abatimiento de la
frustración, de la decepción, como si hubiesen vivido un espejismo, una ilusión
o un sueño. Y es que la separación del Señor siempre produce tristeza; los que
creen que se “liberan” se engañan a sí mismos.
Volver a Emaús era como volver al principio; volver a la pesca como Pe-
dro, Juan y Santiago, desaparecer borrando todo lo vivido. Y, sin embargo,
no podían ni sabían hablar de otra cosa. Nunca como entonces habían sentido
cuánto necesitaban su presencia, cuánto lo amaban. Por eso Jesús se les apare-
ció y caminó con ellos de regreso a Emaús.
¿Por qué no reconocieron a Jesús? Dice el texto: “Pero los ojos de ellos
estaban velados” (vers. 16). Estaban velados por la incredulidad inconsciente
de haber aceptado las esperanzas mesiánicas de sus contemporáneos. Habían
colocado un prisma equivocado en la comprensión del ministerio de Jesús y
todo lo veían a través de él y no estaban mentalmente preparados para asumir
ni su muerte ni su resurrección. Por eso no reconocieron a Jesús. A pesar de
todo, Cristo estaba caminando junto a ellos.
¿Has tenido alguna vez los ojos velados por las ideas preconcebidas? ¿Te has
sentido decepcionado, triste, desilusionado de tu profesión religiosa porque las
cosas no han marchado como tú esperabas? ¿Has pensado alguna vez en aban-
donar, en regresar a Emaús? Jesús, sin que lo sepamos, camina con nosotros por
los caminos de la duda, de la decepción o del desencanto. Si queremos, él nos
abrirá los ojos y nos confortará.
Porque hay un Dios en los cielos… cuando tienes muchas dudas y te agobian
los interrogantes espirituales, ahí está él contigo, caminando a tu lado.
232
¡Quédate con nosotros!
“Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. 15
Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: ‘Quédate con nosotros, agosto
porque se hace tarde y el día ya ha declinado’ ”
(Lucas 24:28, 29).

L os discípulos de Emaús tenían los ojos velados y Jesús se los abrió. ¿Cómo
lo hizo? Primeramente, hizo falta eliminar sus preocupaciones. En todas
nuestras crisis, generalmente hacemos de nosotros mismos el centro de nues-
tras inquietudes, de modo que todo gire en torno a nosotros. El mejor remedio
para la tristeza, la frustración o la depresión es ser capaz de olvidarse de uno
mismo y ocuparse de otras cosas y de otras personas.
El Maestro les enseñó después a buscar las respuestas en las Escrituras. En la
Biblia debemos tratar de encontrar la respuesta a nuestras dudas, perplejidades,
crisis y preguntas. Asimismo, Cristo les enseñó a tener confianza en la Biblia.
Finalmente, Jesús les mostró la suprema necesidad de la muerte del Mesías.
Aquellos discípulos no habían comprendido hasta ese momento que la muerte
de Cristo era necesaria, estaba anunciada y que no fue un accidente desdichado
de su ministerio. El Señor les dijo: “¿No era necesario que el Cristo padeciera
estas cosas y que entrara en su gloria?” (Luc. 24:26). A continuación, les dio
un estudio bíblico: “Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los
profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (vers. 27).
La cruz, el sufrimiento y el dolor son un componente indispensable del disci-
pulado. Ignorarlo es añadir al sufrimiento, el dolor de la incomprensión de los
planes divinos.
Por fin llegaron a la aldea de Emaús. El día declinaba y el misterioso acom-
pañante hizo como que iba más lejos. Pero los entusiasmados discípulos lo obli-
garon a quedarse. A través del estudio de las Escrituras estamos aprendiendo a
conocer y apreciar la compañía de Jesús. El siguiente paso es invitarle a entrar en
la intimidad de nuestra vida, sentarlo a nuestra mesa, cenar con él. Esto es lo que
nos enseña la historia de los discípulos de Emaús. Es la experiencia magnífica
de la comunión.
Y así reconocieron al glorioso Maestro resucitado. ¡Qué sorpresa! ¡Qué
bendición! ¡Qué revelación! Cuando partía el pan desapareció de su vista
(vers. 30). Entonces ellos reconocieron haber sentido el influjo sobrenatural de
Jesús mientras les explicaba las Escrituras: “¿No ardía nuestro corazón en no-
sotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?”
(vers. 32).
Hoy pídele a Jesús que te ayude a entender las Escrituras.
233
De regreso a Jerusalén
16 “Levantándose en esa misma hora, volvieron a Jerusalén;
agosto y hallaron a los once reunidos y a los que estaban con ellos,
que decían: ‘Ha resucitado el Señor verdaderamente,
y ha aparecido a Simón’ ”
(Lucas 24:33, 34).

J esús desapareció de la vista de los dos discípulos de Emaús en el mismo mo-


mento en que lo reconocieron. ¿Por qué? Durante más de tres años, aquellos
hombres habían fundado su fe y confianza en Jesús en su presencia visible, audi-
ble, tangible. Habían formado parte de su círculo de amigos, habían sido testigos
de las manifestaciones públicas de su divinidad. Pero cuando lo crucificaron y
sepultaron dejaron de verlo y creyeron que lo habían perdido para siempre. Ne-
cesitaban ahora tener una presencia interior de Jesús en sus vidas, ver por la fe
al Invisible. Por eso Jesús desapareció. Ya tenían evidencias de su resurrección.
Ahora, como Tomás, necesitaban creer sin ver. Y es que todos necesitamos tener
esa presencia interna de Cristo, una realidad interior no condicionada por las
circunstancias, una presencia exclusivamente por la fe. Pero la fe integral no es
tampoco un misticismo interno, carente de realismo.
Desde Emaús, posiblemente sin terminar de cenar, volvieron a Jerusalén.
La noche, la oscuridad, el cansancio, los impedimentos, nada tiene valor cuan-
do “arde el corazón” por haber visto a Cristo resucitado. Si en el viaje de ida
iban despacio, con paso cansino, hablando con pesar, melancólicos, el camino
de regreso a Jerusalén era ahora camino de gozo y no de tristezas, camino de
certezas y no de dudas, camino sin Cristo al lado pero con Cristo dentro, cami-
no de esperanza y no de nostalgias, camino de hallazgos y no de pérdidas, ca-
mino de victoria y no de fracaso. Era el mismo camino, pero mucho más corto
ahora porque había fuego dentro de sus corazones. Reparemos en la expresión
de gozo alborozado con que comienza y termina el Evangelio de Juan: “Hemos
hallado al Mesías” (Juan 1:41; 20:25).
Así interpreta Elena de White el viaje de regreso a Jerusalén de los dos dis-
cípulos de Emaús: “La noche es oscura, pero el Sol de justicia resplandece sobre
ellos. Su corazón salta de gozo. […] Cristo ha resucitado, repiten vez tras vez.
Tal es el mensaje que llevan a los entristecidos discípulos. Deben contarles la
maravillosa historia del viaje a Emaús. Deben decirles quién se les unió en el
camino. Llevan el mayor mensaje que fuera jamás dado al mundo, un mensaje
de alegres nuevas, de las cuales dependen las esperanzas de la familia humana
para este tiempo y para la eternidad” (El Deseado de todas las gentes, p. 742).
Este día pide a Dios que encienda tu corazón de fervor espiritual.

234
Mirarán al que traspasaron
“Pero sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén 17
derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, agosto
a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito,
y se afligirán por él como quien se aflige por el primogénito”
(Zacarías 12:10).

A l leer el relato de la crucifixión, observamos la reiteración que los evange-


listas hacen del verbo mirar, como si verdaderamente quisiese significar
que aquellas escenas del Gólgota resultaron ser un espectáculo para muchos: “El
pueblo estaba mirando” (Luc. 23:35); “Los que pasaban le insultaban menean-
do la cabeza” (Mar. 15:29); “Cuando el centurión vio lo que había acontecido,
dio gloria a Dios” (Luc. 23:47); “Toda la multitud de los que estaban presentes
en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el
pecho” (vers. 48); “Pero todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían segui-
do desde Galilea, estaban mirando estas cosas de lejos” (vers. 49). Juan añade
que los soldados que fueron a romper las piernas a los crucificados para que no
quedasen allí durante el sábado, “como lo vieron ya muerto, no le quebraron las
piernas. […] Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero […].
Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’ ” (Juan 19:33-37).
Las miradas de odio y de escarnio de unos, las miradas de compasión y dolor
de otros, la mirada de arrepentimiento y de fe del buen ladrón, las miradas de los
curiosos ávidos de sensacionalismos o las miradas furtivas de los que pasaban,
nos dice Juan que fueron el cumplimiento de la profecía de Zacarías, “mirarán
al que traspasaron”. Pero, en realidad, ¿quiénes fueron los que traspasaron el
costado del Salvador? ¿Qué desgarró su corazón y traspasó su alma más profun-
damente que aquella lanza su costado? Fue el pecado del mundo, la maldad de
los hombres. Por eso todos debemos mirar al crucificado.
Pero la profecía de Zacarías no agotó su cumplimiento en el Calvario. Juan
anunció un cumplimiento futuro, mucho más general y grandioso, cuando Je-
sús venga en las nubes de los cielos. Entonces, “todo ojo lo verá, y los que lo
traspasaron” (Apoc. 1:7). Y entonces, cada uno le verá según haya mirado hoy
al crucificado. Todos, muy pronto, veremos a aquel a quien nuestros pecados
traspasaron. Con qué confusión o con qué gozo. Imposible de expresar ni de
presentir.
Miremos hoy al Salvador clavado en una cruz con una mirada profunda
de fe, de amor, de esperanza y, cuando él vuelva, obtendremos la vida eterna.

235
Decálogo de la excelencia
18 “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia
agosto y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,
a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa,
que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que fuera santa y sin mancha”.
(Efesios 5:25-27).

H oy quiero presentarte el Decálogo de la excelencia de la iglesia que Jesús


ama, un pueblo cuyo ideal es presentarse ante el Señor sin “mancha ni
arruga ni cosa semejante”:
1. La iglesia no es perfecta pero la amamos. Cuando la criticamos sin
amor, nos infligimos un castigo a nosotros mismos. Solo la crítica naci-
da del amor puede generar cambios positivos.
2. La excelencia es condición para la supervivencia. Para la iglesia, la
excelencia es mucho más que un ideal que hay que alcanzar, es impres-
cindible para sobrevivir.
3. La excelencia se aplica a todos los individuos y dominios. Tiene siem-
pre carácter global.
4. Excelencia en la cantidad y en la calidad. Buscar la cantidad sin la cali-
dad puede ser un signo de hipocresía. Buscar la calidad sin la cantidad es
un signo de exclusivismo sectario.
5. La evangelización, un factor de equilibrio. Es la razón de ser de la igle-
sia y un factor de equilibrio frente a las agresiones del mundo.
6. Los tiempos difíciles revelan el carácter de la iglesia. Son la balanza
que pesa la calidad de nuestros planes y hombres, forja de nuestros
valores morales y espirituales, una apelación a la autocrítica, un altar
donde ofrecer amor y consagración a Dios.
7. El éxito no es jamás fruto de la improvisación. Es el resultado de la re-
flexión inteligente, del esfuerzo perseverante y de la dependencia de Dios.
8. La iglesia es una expresión individual y colectiva de una fuerza serena
y constructiva.
9. El mejor modelo de iglesia es el resultante de la adecuación de la iglesia de
ayer a las exigencias de hoy, mientras prevenimos la iglesia de mañana.
10. Hay que sentirse orgulloso de una iglesia inconformista con ella mis-
ma, que no quiere ser tibia; que, aunque se la califique de cuitada, mise-
rable, pobre, ciega y desnuda, está vestida de vestiduras blancas porque
Cristo es su ideal de excelencia.
Pidamos a Dios que nos ayude a dar lo mejor a su iglesia.
236
Mayordomos de Dios
“Las riquezas y la gloria proceden de ti, 19
y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, agosto
y en tu mano el dar grandeza y poder a todos”
(1 Crónicas 29:12).

E n la Creación, Dios hizo todo “bueno en gran manera”. Le dio al hombre


mucho más de lo que necesitaba para ser plenamente feliz; tanto su ma-
ravilloso cuerpo como la naturaleza que le rodeaba eran una manifestación
del poder, de la gloria y del amor del Creador. Incluso después del pecado, la
Providencia ha estado preservando al ser humano con infinita generosidad. Sin
embargo, en el Edén, y después en esta tierra ensombrecida por el pecado, Dios
no otorgó al hombre la propiedad de aquello de que dispone. Dios se reservó el
título de propiedad. Adán era el administrador, tenía potestad, autoridad, como
un mayordomo, pero no era suyo. Cuando Adán y Eva comieron del fruto
prohibido, estaban actuando como si fueran dueños porque solo el propietario
puede tomar libremente de lo que es suyo, el administrador debe estar autori-
zado y ¡Adán no lo estaba!
Muchos siglos después, al entregar a Salomón los planos del templo de
Jerusalén y todo el oro que había guardado para su construcción, David pidió
al pueblo que hiciera ofrenda voluntaria a Jehová y pronunció una plegaria de
bendición donde reafirmó el fundamento de la mayordomía edénica: “Pues
todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14).
Pero Dios ejerce como propietario dejándonos la libertad de obedecer o
desobedecer sus órdenes. Tres pruebas hay de una fiel administración de los
bienes de Dios: la consagración de la séptima parte de nuestro tiempo, el sába-
do; la devolución de la décima parte de los medios económicos que recibimos,
el diezmo; y la liberalidad sistemática de ofrendas voluntarias de dinero, tiem-
po y talentos. Dios quiere que la mayordomía sea: una escuela en la formación
del carácter erradicando el egoísmo, un testimonio sincero de confianza, grati-
tud, amor y fidelidad a Dios y una prueba de nuestra idoneidad para recibir un
día las riquezas eternas del reino de los cielos.
No olvidemos que la mayordomía no es simplemente una cuestión de gene-
rosidad, sino también de honradez y, sobre todo, de amor, porque “es posible
dar sin amar, pero es imposible amar sin dar”. Por eso Dios espera que “cada
uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza ni por obligación, porque
Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7).

237
La felicidad llegó tarde
20 “Sé que todo lo que Dios hace es perpetuo:
agosto Nada hay que añadir ni nada que quitar.
Dios lo hace para que los hombres teman delante de él”
(Eclesiastés 3:14).

H ace tan solo unos días escuché la noticia de un afortunado jugador de la


“lotería primitiva” a quien le había correspondido el “gordo”, premiado
con ¡cien millones de euros! Era una fortuna inmensa. Este anónimo ganador
estaba sin trabajo, penando con el subsidio de desempleo que le daba el Go-
bierno, cuando le tocó la lotería.
No le sucedió así a Jesús Pacheco, otro ¿afortunado? que, durante la década
de los ‘90, acertó una quiniela premiada con 48 millones de pesetas. Tenía 48
años. Llevaba 13 enfermo de silicosis contraída en su trabajo como minero.
Y cuando la asfixia asediaba más cruelmente sus pulmones, como una feroz
ironía de la suerte, llegaban a su casa 48 millones, uno por cada año de la
aperreada vida que le tocó sufrir. Con la quiniela llegó un último ramalazo de
esperanza: ¿Acaso ahora, con dinero, podría combatir el mal que lo atenazaba?
Pero la enfermedad era ya más fuerte que el dinero. Dieciocho días después
de aquel venturoso domingo del premio, falleció, con el único “consuelo” de
dejar, al menos, resuelta la vida a su mujer y sus hijos. Para Jesús Pacheco,
dijeron los periódicos, la “felicidad llegó tarde”.
Historias como esta nos llenan de preguntas, la mayor parte de ellas sin res-
puesta. Y no son pocos los que las dirigen contra Dios, pidiéndole, exigiéndole,
un mundo más piadoso, más justo. ¿Por qué la vida de los hombres parece a ve-
ces construida de modo tan cruel? No lo sabemos, pero fenómenos como este no
son el resultado del destino fatal, ni de la mala suerte, ni mucho menos de la di-
vina providencia, sino del mundo, del estado de cosas que nosotros mismos nos
hemos construido. ¿Es acaso el cielo responsable de que Jesús Pacheco viviera
miserablemente en su Galicia natal, que tuviese que asumir un trabajo peligroso
o que en las minas se trabajara en condiciones insalubres?
Todos los hombres, y no solo Jesús Pacheco, cuando buscan sus remedios
y seguridades fuera de Dios, mueren a la puerta de la felicidad. Salomón sabía
que solo Dios hace y ofrece la felicidad que permanece para siempre, la felici-
dad que nunca llega tarde, a la que no hay nada que añadir ni quitar, la felicidad
del amor, de la fe y de la esperanza. Caminar hacia ella es la única manera
posible de tenerla en este mundo.
Si no lo has hecho ya, emprende hoy el camino.

238
Hazme a mí primero
“Elías le dijo: ‘No tengas temor: ve y haz como has dicho; 21
pero hazme con ello primero una pequeña torta cocida debajo agosto
de la ceniza, y tráemela. Después la harás para ti y para tu hijo’ ”
(1 Reyes 17:13).

U na pertinaz sequía y el hambre estaban devastando al pueblo de Israel,


cuando Elías llegó a casa de la viuda de Sarepta: “Cuando llegó a la puer-
ta de la ciudad, había allí una mujer viuda que estaba recogiendo leña. Elías
la llamó y le dijo: ‘Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso para
que beba’. Cuando ella iba a traérsela, él la volvió a llamar y le dijo: ‘Te ruego
que me traigas también un bocado de pan en tus manos’ ” (1 Rey. 17:10, 11).
La mujer le respondió: “¡Vive Jehová, tu Dios, que no tengo pan cocido!; sola-
mente tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en una vasija.
Ahora recogía dos leños para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo. Lo
comeremos y luego moriremos” (vers. 12).
El profeta escuchó en paz a la viuda y le dijo: “No tengas temor: ve y haz
como has dicho; pero hazme con ello primero una pequeña torta cocida debajo
de la ceniza, y tráemela. Después la harás para ti y para tu hijo”. ¡Inconcebi-
ble! ¿Cómo podía pedir tal cosa el siervo de Dios? La petición de Elías estuvo
fundada en una promesa explícita del Señor: “Porque Jehová, Dios de Israel,
ha dicho así: ‘La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija dis-
minuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra’ ” (vers.
14). Y así fue. La mujer aceptó la prueba de fe y obedeció: “La viuda fue e
hizo como le había dicho Elías. Y comieron él, ella y su casa, durante muchos
días” (vers. 15).
Pensar primero en nosotros mismos es una opción equivocada porque fi-
nalmente es en Dios donde encontramos nuestra seguridad. Por nuestro propio
bien y como un antídoto contra el egoísmo, esta historia nos enseña que Dios
jamás depone su derecho a ocupar el primer lugar en nuestras vidas, que el yo
jamás tiene prioridad sobre Dios. Dice Elena de White: “Muchos […] no le dan
a Dios la oportunidad de cuidarlos. Y el Señor no hace mucho por ellos, porque
no le dan ocasión. Se preocupan demasiado por sí mismos, y creen y confían
poco en Dios” (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 177).
Pon hoy al Señor en primer lugar y confía en sus promesas.

239
Todos queremos más
22 “Sean vuestras costumbres sin avaricia,
agosto contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo:
‘No te desampararé ni te dejaré’. Así que podemos decir
confiadamente: ‘El Señor es mi ayudador;
no temeré lo que me pueda hacer el hombre’ ”
(Hebreos 13:5, 6).

R ecuerdo una canción popular de mi juventud que decía: “Todos queremos


más, todos queremos más, todos queremos más y más, y más y mucho
más”. En efecto, la vieja dialéctica que se dirime en la canción es la de tener
o ser. Usando términos del apóstol Pablo, la actitud de la avaricia versus la
actitud del contentamiento. Ambas son dos filosofías de la vida.
La actitud del contentamiento no significa renunciar al espíritu de superación.
No aspirar a mejorar sería negar el ideal de perfección. El contentamiento al que se
refiere Pablo en Hebreos 13:5 y en Filipenses 4:11, no tiene que ver con el ser sino
con el tener, con la carencia o la posesión de bienes; lo que nos dice es que debemos
saber vivir con lo que tenemos. Tampoco quiere decir que debemos adoptar una
actitud de resignación con relación a nuestras necesidades reales. Pedimos a Dios
el pan nuestro de cada día pero trabajamos y luchamos por conseguirlo. Pablo re-
comienda a los tesalonicenses: “Que si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”
(2 Tes. 3:10). El contentamiento es la actitud de la confianza en Dios, de la
moderación en el consumo; la de saber valorar y disfrutar lo que poseemos,
sea poco o mucho; es la actitud de la gratitud y de la generosidad. La filosofía
de la avaricia es la actitud del inconformismo permanente, de la ansiedad por
lo que no poseemos, de la insatisfacción, aunque sea mucho lo que tenemos;
es la actitud inconsecuente de la envidia de lo que otros tienen. Calderón de la
Barca tiene un fragmento en La vida es sueño que dice:
“Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que solo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó”.
Este día recuerda que hay un Dios en los cielos que te dará lo que necesitas
para vivir.
240
¡Mejor dar que recibir!
“Más bienaventurado es dar que recibir” 23
(Hechos 20:35). agosto

A unque estas palabras atribuidas a Jesús no aparecen en los evangelios,


pueden pertenecer a la tradición oral o a los escritos que circulaban sobre
la vida del Salvador y que Lucas, autor a la vez del Evangelio y del libro de los
Hechos, había consultado (Luc. 1:1). Por otra parte, la dicotomía dar/recibir no
es extraña al mensaje de Cristo: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mat.
10:8); “Dad, y se os dará” (Luc. 6:38) y de sí mismo Jesús dijo: “El Hijo del
hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en
rescate por todos” (Mat. 20:28).
Dios es el primer y gran Dador de este mundo: el Dador de la vida, el Crea-
dor (Gén. 2:7); da simiente al que siembra y pan al que come (2 Cor. 9:10); el
que da riqueza, cosechas y frutos al campo (Sal. 147:8, 9, 14-18); el que da a
los hombres la ciencia, las fuerzas y el poder de hacer riquezas (Deut. 8:17,
18); Dios es también el que da sabiduría abundante a quien se la pide (Sant.
1:5) y toda buena dádiva y todo don perfecto descienden del Padre de las luces
(Sant. 1:17), finalmente, y como resumen de todos los dones de Dios a los
hombres, dio a su Hijo, para que todo aquel que en él crea no se pierda más
tenga vida eterna (Juan 3:16).
También las Escrituras nos narran ejemplos de generosos dadores humanos
(Éxo. 36:5). David también dio para la casa de Dios más de lo ya ofrecido, “por
cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular
oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del
santuario, he dado para la casa de mi Dios” (1 Crón. 29:3). Finalmente, Pablo
dice de las iglesias de Macedonia que le habían ayudado “conforme a sus fuer-
zas, y aún más allá de sus fuerzas” (2 Cor. 8:2, 3).
En todos estos casos, el texto bíblico subraya la naturaleza del verdadero
dador que no se conforma con cumplir con un deber, sino que va más allá
de lo estrictamente necesario, corriendo, con gozo, la segunda milla. Por eso
son bienaventurados porque sienten el gozo y privilegio de compartir, porque
consideran dar una bendición que los hace sensibles, solidarios y felices, como
Dios mismo el gran Dador de este mundo.
Porque hay un Dios en los cielos… haz de este día un día de entrega y
servicio a los demás.

241
La ofrenda de la viuda
24 “Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo:
agosto ‘De cierto os digo que esta viuda pobre
echó más que todos los que han echado en el arca,
porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta,
de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento’ ”
(Marcos 12:43, 44).

E n 2001, Mozambique pertenecía a la División Euroafricana. Yo me encon-


traba en Mocuba, al norte del país, para inaugurar y dedicar una hermosa
iglesia que había sido construida por Enrique Lerma, un misionero español.
Después de los actos de dedicación, el presidente de la Misión invitó a los
hermanos a ofrecer donativos. Me quedé asombrado al ver cómo se formaba
una enorme fila de cientos de personas que fueron desfilando delante de una
mesa y depositando sus ofrendas. Me situé delante de la mesa, quería ver de
cerca qué daban y cómo lo hacían. ¡Nunca lo olvidaré! Entregaban al Señor
ofrendas muy modestas porque eran muy pobres: algo de arroz, algún arrugado
billete de 100 meticais (0,008 dólares estadounidenses), un huevo de gallina,
un coco, plátanos, raíces de mandioca… Depositaban la ofrenda con la mano
derecha mientras sujetaban la muñeca con la izquierda, en silencio, con devo-
ción, como un signo de entrega total, de reconocimiento y adoración. No pude
evitar que las lágrimas afloraran a mis ojos, y recordé aquellas dos blancas de
la ofrenda de la viuda que un día contempló Jesús.
La moneda griega de cobre más pequeña era la blanca, equivalente a 1/128
de un denario, que era el salario de un día. Ni entonces ni hoy esos valores son
una cantidad apreciable, pero Jesús no estaba mirando las manos que daban, ni
cuánto daban; su mirada penetraba hasta el corazón, por eso, llamó a sus dis-
cípulos y les dijo: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos
[…] esta, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
En el año 2002 inauguramos un sábado la estación misionera de Munguluni
(Mozambique). Al concluir el servicio comenzó a llover torrencialmente, los
cientos de asistentes se refugiaron debajo de grandes árboles. Yo corría junto
a unas hermanas, una de las cuales llevaba algo envuelto en un pañuelo. Le
pregunté qué era y me lo mostró. Eran dos plátanos, y me dijo: “Es mi comida,
¿quieres uno?” Como la viuda del evangelio, de su pobreza, quiso compartir
conmigo todo su sustento. ¡Qué maravilla!
Que hoy sepas y puedas compartir lo que tienes.

242
¿Qué, pues, tendremos?
“Entonces, respondiendo Pedro, le dijo: ‘Nosotros lo hemos dejado 25
todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?’ ” agosto
(Mateo 19:27).

E n el episodio del joven rico, el Maestro le puso en la disyuntiva de elegir


entre el discipulado con Cristo y sus muchas posesiones y, con tristeza,
prefirió quedar como estaba y rechazó el camino del renunciamiento.
Entonces Pedro, el más impulsivo de los doce, le preguntó al Maestro:
“Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?”
Pero Jesús no corrigió, como otras veces, al impetuoso apóstol, ¡sino que acep-
tó la pregunta! ¿Por qué? Pedro estaba expresando una inquietud universal de
todos los hijos de Dios, los que hemos decidido seguir a Jesús aunque ello nos
haya traído renuncias, privaciones y oposición, amarguras y odio del mundo,
¿qué pues tendremos? Jesús consideró legítima la pregunta porque, ante las
renuncias del discipulado, el cielo no permanece indiferente o impasible; todo
lo contrario, se siente comprometido.
Por eso Jesús respondió: “Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos,
o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibi-
rá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mat. 19:29). La respuesta es muy
generosa. Es verdad, si el camino para seguir a Jesús tiene necesariamente un
componente ineludible de renunciamiento y sacrificios, el fiel discipulado con
Cristo, la vida cristiana, comporta bendiciones, privilegios y seguridades que
multiplican por cien el valor material o sentimental de las renuncias.
Algún tiempo después de estas palabras, Pedro y Juan iban al templo a
orar, y en la puerta de la Hermosa un cojo de nacimiento les pidió una limosna.
Pedro respondió al mendigo: “Míranos. […] No tengo plata ni oro, pero lo que
tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hech.
3:4-6). El cojo, ayudado por los apóstoles, se levantó y entró con ellos en el
templo saltando y alabando a Dios. ¿Qué tenía Pedro? ¿Qué pudo ofrecer al
mendigo? ¿Una limosna? No. Unas monedas hubiesen remediado la situación
del cojo de manera temporal, pero ahora, no tendría que volver a pedir más.
¡Estaba curado! Cien veces tanto, dijo Jesús, y la vida eterna. Cuando Pedro
estaba cerca del epílogo de su larga vida, escribió unas palabras que expresan
la seguridad de la bienaventurada esperanza con la que cerró sus ojos y dejó
este mundo: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:13).
¿Te preocupa tu futuro? Porque hay un Dios en los cielos… te aseguro que
tendrás más de lo que imaginas.
243
Traperos del tiempo
26 “Por lo cual dice: ‘Despiértate, tú que duermes, y levántate
agosto de los muertos, y te alumbrará Cristo’. Mirad, pues,
con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”
(Efesios 5:14-16).

E n otras ocasiones te he hablado del profesor Isidro Aguilar, director de aquella


escuela misionera de Madrid (España) en la que recibí una parte de mi forma-
ción pastoral, de las clases recibidas en su casa, de sus magníficos estudios bíblicos,
de su sabiduría práctica. Recuerdo uno de sus dichos que nos transmitió como un
recurso para cuando se tienen muchas cosas que hacer y se dispone de poco tiempo:
hay que ser “traperos del tiempo”; es decir, recoger, aprovechar bien esos momentos
cortos, vacíos, perdidos a los que muchos apenas conceden valor o importancia.
Esos minutos perdidos por unos y otros, aquí y allá, suman millones de horas mal-
gastadas por la raza humana. Constituyen un verdadero despilfarro, un basurero de
residuos de un valor inconmensurable que jamás podremos recuperar.
No se refería el pastor Aguilar a las horas de descanso, de actividad físi-
ca o de necesario esparcimiento, sino a los minutos que pasan sin percatarnos
de ello, cuando estamos adormilados debiendo estar despiertos, cuando “no sa-
bemos qué hacer” o cuando lo que estamos haciendo no es ni provechoso ni
imprescindible ni conveniente, horas estériles, ocupaciones triviales, desiertos
mentales, simplezas, tonterías, superficialidades, nonadas; cuando, en definitiva,
desaprovechamos, malgastamos, despilfarramos el don divino del tiempo, que
es la preciosa materia prima de la que están hechas las oportunidades de la vida
y las de la salvación.
Se atribuye al escritor griego Nikos Kazantzakis la frase: “Tengo ganas de
bajar a la esquina, extender la mano y mendigar, a los que pasan: ‘Por favor,
dadme un cuarto de hora’ ”. La emitió cuando una cruel enfermedad le estaba
devorando las entrañas y sentía que el tiempo se le estaba terminando. Y si esto
era trágico para el filósofo, poeta y autor de novelas, cuánto más lo debe ser
para nosotros que tenemos pendiente una obra de la que depende la gloriosa
venida del Señor a este mundo, una misión para la que ya queda muy poco
tiempo, aunque todavía hay miles y millones que aún no conocen a Dios. ¿En-
contraremos retazos de nuestro tiempo para ofrecer al Señor? ¿Cuándo tendre-
mos tiempo de ocuparnos de familiares, amigos y vecinos? Necesitamos vivir
en estos tiempos difíciles “no como necios sino como sabios, aprovechando
bien el tiempo”. Necesitamos ser “traperos del tiempo”.
Este día pídele a Dios que te ayude a usar sabiamente tu tiempo.
244
El gigante de los pies de barro
“En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino 27
que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; agosto
desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá
para siempre, de la manera que viste que del monte se desprendió
una piedra sin que la cortara mano alguna, la cual desmenuzó
el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro”
(Daniel 2:44, 45).

R ecuerdo que, cuando empecé a estudiar la Biblia y me explicaron la pro-


fecía de la estatua de Daniel 2, quedé maravillado por la correspondencia
entre la interpretación de los diferentes metales de la estatua y su exacto cum-
plimiento en la sucesión de imperios que nos enseña la historia antigua. Y es
que ninguna otra profecía bíblica ha contribuido tanto como esta en la confir-
mación de la soberanía de Dios en la historia del mundo.
Aquel coloso metálico de cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre
y muslos de bronce, piernas de hierro y pies de hierro mezclado con barro que
el rey vio en sueños, era en realidad un gigante con los pies de barro. Después, el
monarca vio cómo una piedra no cortada por mano humana cayó sobre los pies
de la estatua y la desmenuzó, convirtiéndola en polvo que se lleva el viento sin
dejar rastro y, en su lugar, aquella roca llegó a ser una montaña que llenó toda
la tierra. Daniel dio la siguiente interpretación al sueño del gobernante: la ca-
beza de oro representaba al propio rey Nabucodonosor y su imperio; respecto
a los otros metales de la estatua, representaban la sucesión de grandes imperios
hasta el final de la historia y el establecimiento del reino eterno de Dios.
Durante casi veinte siglos la interpretación tradicional de judíos y cristia-
nos ha coincidido en ver en los cuatro metales de la estatua: Babilonia, Me-
dopersia, Grecia y Roma. En cuanto a la piedra, muchos son los que ven en la
roca un emblema de Cristo viniendo en las nubes de los cielos, al final de los
tiempos. En efecto, la historia de las naciones es como un imponente gigante
de aspecto terrible, pero con los pies de barro, una historia que no prevalecerá
porque el Dios del cielo la hará desaparecer con la venida del Rey de reyes y
Señor de señores.
Porque hay un Dios en los cielos… podemos estar seguros de que la profecía
de la segunda venida de Jesús se cumplirá con la misma precisión y exactitud
que la sucesión de los imperios.

245
La fe profética de nuestros padres
28 “Tenemos también la palabra profética más segura,
agosto a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha
que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca
y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”
(2 Pedro 1:19).

U na vez, en Santa Cruz de Tenerife (España), un periodista que me estaba


entrevistando, después de hacerme las preguntas rutinarias habituales, me
dijo: “Dígame, ¿es la Iglesia Adventista un producto más de la colonización
religiosa de los Estados Unidos de América?” La respuesta a esta pregunta
tenía que demostrar cuáles eran las verdaderas raíces de nuestra iglesia. Como
organización religiosa tenemos un origen reciente, pero nuestra principal doc-
trina que da nombre a nuestra iglesia es la recuperación para el cristianismo
contemporáneo de una verdad inherente al mensaje de Cristo y compartida por
todos los creyentes, desde el Edén hasta nuestros días.
La Biblia es un mensaje de promesa y la historia de la salvación es la historia
de la promesa divina que crea un estado de expectativa y mantiene la certeza en
el corazón de los creyentes. Todo el Antiguo Testamento está orientado hacia el
anuncio profético del advenimiento del Mesías. Por lo menos, 1.527 veces se hace
mención del advenimiento en el Antiguo Testamento. La espera es parte de la esen-
cia del advenimiento. El Nuevo Testamento también es un mensaje de esperanza
en el segundo advenimiento del Salvador, citado 319 veces en sus textos. Oscar
Cullmann dice al respecto: “Esperar según el Nuevo Testamento no puede ser otra
cosa que esperar en su advenimiento. Sacrificar la esperanza de la iglesia, o reem-
plazarla por otra esperanza, es abandonar al mismo tiempo la verdadera fe porque
es destruir el esquema de la Historia de la salvación que constituye el comienzo, el
centro y el final de la Biblia” (Le rétour du Christ, p. 19).
La fe en la segunda venida de Jesús ha existido a lo largo de la historia de la
iglesia, como dice Le Roy Edwin Froom en The Prophetic Faith of our Fathers
[La fe profética de nuestros padres]. El cristianismo genuino es necesariamen-
te adventista; lo dice Karl Bath: “El cristianismo que no sea totalmente y en
su integridad escatología (esperanza) no tiene nada en absoluto que ver con
Cristo” (Der Römerbrief, p. 298).
“Estas son nuestras verdaderas raíces –le dije al periodista–, el haber nacido
coyunturalmente en los Estados Unidos es una simple eventualidad histórica”.
La palabra profética es una prueba contundente de que hay un Dios en los
cielos…

246
Vendré otra vez
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 29
En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, agosto
yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré
a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis”
(Juan 14:1-3).

“Vnos en el segundo advenimiento de Cristo. Estas palabras abrían de


endré otra vez”, así nació la esperanza bienaventurada de los cristia-

nuevo una esperanza mesiánica. Pero esta venida no se puede confundir con
la primera, ni tampoco con el encuentro personal con Cristo en el proceso de
la salvación, ni como algunos han dicho, con la llegada del Consolador prome-
tido que lo representa. La segunda venida de Cristo es la consumación final de
la obra redentora que realizó en la primera: “Así también Cristo fue ofrecido
una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez,
sin relación con el pecado, para salvar a los que lo esperan” (Heb. 9:28).
“La proclamación de la venida de Cristo debería ser ahora lo que fue la
hecha por los ángeles a los pastores de Belén, es decir, buenas nuevas de gran
gozo. Los que aman verdaderamente al Salvador no pueden menos que recibir
con aclamaciones de alegría el anuncio fundado en la Palabra de Dios de que
Aquel en quien se concentran sus esperanzas para la vida eterna volverá, no
para ser insultado, despreciado y rechazado como en su primer advenimiento,
sino con poder y gloria, para redimir a su pueblo” (El conflicto de los siglos,
p. 338).
“Vendré otra vez”, la promesa, resuena como un eco cada vez que el Nue-
vo Testamento menciona la esperanza en el glorioso advenimiento. Impregna
decisivamente la vida de la iglesia en un programa de esperanza activa y co-
municativa. Es el referente ilusionado del saludo de los primeros cristianos,
Maranata, ¡el Señor viene! Orienta la aplicación práctica de la reflexión teoló-
gica de las epístolas. Da al concepto tiempo un sentido salvífico para el mundo,
como tiempo de gracia y, para la iglesia, se convierte en la oportunidad, el
tiempo para obrar y concluir la misión. Finalmente, “Vendré otra vez” es la
llave que clausura los oráculos sagrados, las revelaciones bíblicas que Dios
ha dado al mundo: “Ciertamente vengo en breve. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”
(Apoc. 22:20).
Porque hay un Dios en los cielos… te aseguro que Jesús regresará pronto
en las nubes de los cielos en la gloria de su Padre (Mat. 16:27).

247
Voces del cielo
30 “Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas,
agosto sabed que está cerca el reino de Dios”
(Lucas 21:31).

L a sociedad judía del tiempo de Jesús estaba imbuida de falsas esperan-


zas mesiánicas que llegaron a seducir incluso a los propios discípulos de
Jesús. Esenios, fariseos y zelotes tenían todos algo en común: la espera de
la inminente aparición del Mesías, jefe espiritual y militar, para establecer el
reino teocrático de Israel que sometería a todas las naciones paganas bajo el
cetro de la monarquía restaurada de David. La respuesta de Jesús a sus discí-
pulos, en el sermón profético, tuvo como fin corregir esas expectativas y no
dejarlos en la incertidumbre con respecto a su venida. Su mensaje es conmi-
natorio y tranquilizante a la vez. Las señales del fin son más llamamientos de
la gracia divina a la preparación espiritual durante la espera que indicadores
cronológicos; deben entenderse globalmente como tendencias más que como
hechos aislados.
El libro de Apocalipsis ha sido llamado el libro de las voces del cielo. Y si
las voces del cielo han sido permanentes a lo largo de toda la historia de este
mundo, en el tiempo del fin, esas voces se intensifican, se hacen más frecuen-
tes, más perentorias, más fuertes. Son como el ruido de muchas aguas, como el
retumbar de siete truenos, como un león cuando ruge, como la voz de una gran
compañía, como el sonido de una trompeta. Esas voces del cielo son como gri-
tos que Dios dirige a la humanidad y a la iglesia para anunciarles la proximidad
de su venida. Esas voces en creciente intensidad son las señales de los tiempos,
los acontecimientos, las catástrofes y desastres que están ocurriendo hoy en la
sociedad, en la política, en la economía, en la naturaleza.
Aun así, hay muchos que desconocen este mensaje. ¿Por qué? He aquí
la respuesta: “Es resultado de un esfuerzo del príncipe de las tinieblas para
ocultar a los hombres lo que revela sus engaños. Por esto Cristo, el Revelador,
previendo la guerra que se haría al estudio del Apocalipsis, pronunció una ben-
dición sobre cuantos leyesen, oyesen y guardasen las palabras de la profecía”
(El conflicto de los siglos, p. 341).
Pero las señales de los tiempos son también,mensajes de amor y de gracia
que advierten para salvar, que muestran que el Señor no quiere que nadie pe-
rezca, “sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3: 9), que crecen y
se intensifican al mismo ritmo que lo hace el mal.
Hoy te invito a estudiar las profecías bíblicas y a estar atento a las señales
que te anuncian el pronto regreso de Jesús a este mundo.
248
Falsos cristos y falsos profetas
“Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, 31
y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, agosto
si es posible, aun a los escogidos”
(Mateo 24: 24).

E l periódico suizo Le Matin publicó el 16 de diciembre de 1996 una intere-


sante noticia. El Estado de Israel estaba estudiando un proyecto, Apocalipsis
en el año 2000, en el que se pretendía invitar a los turistas a presenciar el fin del
mundo en Meguido, lugar donde la Biblia sitúa el Armagedón. Usando las tecno-
logías más innovadoras y las convencionales querían reproducir escenas apoca-
lípticas del triunfo final del bien sobre el mal. Esta “Disneylandia escatológica”
tenía una finalidad comercial, atraer a diez millones de visitantes cristianos. El
Vaticano, sin saberlo, iba a colaborar, pues de 1997 a 2000, los peregrinos que
visitasen Tierra Santa recibirían una indulgencia especial del papa.
En los medios teológicos se ha producido un proceso de secularización de
la esperanza. Además, se han desarrollado varias ideas que afirman que la rea-
lización de la esperanza cristiana se produce a través de acontecimientos his-
tóricos generados por los seres humanos. Por si fuera poco, la vulgarización y
trivialización con la que algunos han tratado el fin del mundo y su corolario, la
segunda venida de Cristo, han dado lugar a que este tema se haya convertido en
algo incierto, fantasioso, irrisorio, especulativo e irreal para los más escépticos.
Es evidente que toda esa parafernalia grotesca de la que se ha rodeado el
advenimiento del Señor es una señal de los tiempos que cumple la advertencia
de Cristo: grandes señales y prodigios de falsos cristos y supuestos profetas que
seducirían incluso a los escogidos. Por eso tenemos que estar prevenidos, pues
se tratará de ridiculizar nuestro mensaje y poner en duda la esperanza adventista.
Sin embargo, esta esperanza es la gran respuesta que la iglesia tiene hoy para
el hombre posmoderno, cargado de inquietudes respecto al futuro, totalmente
intoxicado y confundido por la depauperación que han sufrido las expectativas
de la esperanza cristiana. Jesús advirtió que antes de su venida habría muchos
charlatanes y engañadores predicando disparates con Biblia en mano para enga-
ñar a mucha gente, incluso a algunos adventistas, quienes pagarían muy caro su
descuido en el estudio de las Escrituras, dando oídos a estos embaucadores, y
siguiendo su “comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
pasiones” (2 Tim. 4:3). Lamentablemente, “apostatarán de la fe, escuchando a
espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, de hipócritas y mentirosos,
cuya conciencia está cauterizada” (1 Tim. 4:1, 2).
¿Estás preparado para mantenerte fiel a la Santa Palabra de Dios?
249
Riquezas podridas
1º “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias
septiembre que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas
y vuestras ropas, comidas de polilla”
(Santiago 5:1, 2).

E stas palabras de Santiago guardan una dramática similitud con la crisis econó-
mica global que estamos viviendo en este tiempo, una crisis como no se había
conocido desde 1929: recesión de la economía en varios de los países más ricos del
mundo, estados opulentos que necesitan un rescate de miles de millones de euros,
aumento de la tasa de desempleo; pérdida del llamado estado de bienestar, quiebra
de grandes bancos por la acumulación de activos tóxicos, entre otros.
Esta situación está produciendo un cambio drástico en las economías, tan-
to privadas como públicas, que están generando alteraciones sociales, huelgas,
clamores y protestas en la calle, una crisis social de graves dimensiones. Esa
crisis económica, como dice Santiago, se produce en la proximidad de la venida
del Señor. En realidad, la situación actual, preludio de tiempos aún peores, es el
fracaso de filosofías materialistas que fundaron su seguridad y confianza en la
ciencia y la tecnología, en el poder, la fuerza y las riquezas. Como dijo Jeremías:
“No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni
el rico se alabe en sus riquezas” (Jer. 9:23). Porque el desarrollo tecnológico
llevó a la humanidad a la bomba atómica en Hiroshima, el poder ha dado lugar a
continuas guerras y masacres de inocentes, y la bonanza económica resultó una
riqueza “podrida” que nos ha conducido a la crisis económica actual.
Lamentablemente, a veces los abusos también ocurren entre algunos que
se dicen creyentes. “Qué revelación se hará el día de Dios, cuando los teso-
ros amontonados, y los sueldos retenidos fraudulentamente, clamen contra sus
poseedores, quienes eran cristianos supuestamente buenos, y se halagaban a
sí mismos con la idea de que estaban guardando la ley de Dios, cuando ama-
ban más las ganancias que lo que se había comprado con la sangre de Cristo,
las almas de los hombres” (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 129). El
pueblo de Dios, aun teniendo la interpretación profética del tiempo, no está
exonerado de las crisis y las sufre con paciencia al lado de sus conciudadanos.
Pero no la enfrenta de la misma manera. Nuestra seguridad en la providencia
divina nos permite afirmar con el apóstol Pablo: “Estamos atribulados en todo,
mas no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no
desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:8, 9).
Porque hay un Dios en los cielos… enfrenta tu crisis confiando en el apoyo
divino.
250
Yo lo esperaba antes
de ir al servicio militar 2
septiembre
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos,
sino solo mi Padre”
(Mateo 24:35, 36).

C uando yo era un muchacho acostumbraba a ir a casa de una familia adven-


tista a jugar con el hijo menor. Un día, mientras jugábamos en el patio de la
casa, le pregunté con la candidez y confianza que me inspiraba saber que él era
un adventista de nacimiento:
–Dime, Daniel, ¿cuándo crees tú que vendrá el Señor?
Daniel, que había escuchado muchas veces a su madre y a su padre que
el fin estaba muy cerca, me respondió con el aire grave de quien se sabe un
experto en la materia:
–Antes de que tú y yo vayamos al servicio militar Cristo ya habrá venido.
La afirmación me pareció razonable y continuamos jugando. Para mí, la
Segunda Venida llenaba el horizonte de mis expectativas de jovencito. Estaba
seguro que sería testigo de ella antes de la edad madura.
Han pasado más de sesenta años desde entonces. Daniel y yo fuimos al ser-
vicio militar. Luego, terminamos nuestra preparación ministerial en el seminario
adventista. Comenzamos a predicar el inminente regreso del Señor con la fuerza
de la juventud. Nos jubilamos a los setenta años y el Señor aún no ha venido. ¿De-
cepción? ¿Dudas sobre la verosimilitud de la venida? ¡De ninguna manera! Acaso,
una comprensión más correcta y profunda de la espera del advenimiento. Los dis-
cípulos, momentos antes de la ascensión de Jesús, le preguntaron: “¿Restaurarás el
reino a Israel en este tiempo?” A lo que él respondió: “No os toca a vosotros saber
los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad” (Hech. 1:6, 7).
El apóstol Pedro nos da una primera clave: el tiempo no tiene el mismo
valor para nosotros que para Dios. El tiempo es la existencia humana subor-
dinada a un principio y un fin, en contraposición con la permanente eternidad
divina: “Pero, amados, no ignoréis que, para el Señor, un día es como mil años
y mil años como un día” (2 Ped. 3:8). Habacuc interpeló al Señor y le preguntó:
“¿Hasta cuándo, Jehová, gritaré sin que tú escuches, y clamaré a causa de la
violencia sin que tú salves?” (Hab. 1:2). Y el Señor le dio la consigna definiti-
va para todos los que esperamos ansiosos la manifestación gloriosa de Jesús:
“Aunque la visión tarda en cumplirse, se cumplirá a su tiempo, no fallará.
Aunque tarde, espérala, porque sin duda vendrá, no tardará” (2: 3).
Porque hay un Dios en los cielos… confía en esta bendita promesa.
251
Esperanza prolongada, corazón enfermo
3 “La esperanza que se demora es tormento del corazón”
septiembre (Proverbios 13:12).

E l 22 de octubre de este año hará 171 años que los adventistas estamos predi-
cando la inminencia del regreso del Señor. Somos un movimiento que inició
su andadura religiosa con un mensaje preciso sobre el tiempo del fin: “La hora de
su juicio ha llegado” (Apoc. 14:7), pero ese juicio todavía no ha concluido. Hoy
volvemos a hablar de la demora porque nuestra iglesia no puede soslayar este
problema, porque una correcta interpretación de la demora de la Segunda Venida
no solamente explica y justifica la razón de ser de nuestra iglesia, sino que llega
a ser una verdadera clave de la praxis interna y externa de sus miembros. ¿Nos
hemos equivocado los adventistas del séptimo día al anunciar el regreso del Se-
ñor en el tiempo histórico? ¿O debiéramos remitir el advenimiento, como hacen
muchos cristianos, a un final de los tiempos absoluto que no está conectado con
la cronología? ¡No! Las profecías y el plan de la salvación se cumplen y resuel-
ven en el marco de la historia de la humanidad.
¿Por qué el Señor no ha venido? El texto de Proverbios dice que “la es-
peranza que se demora tormento es del corazón” y, en efecto, los adventistas
podemos estar sufriendo las consecuencias de la crisis de la demora. Jesús
nos advirtió contra esto. En tres de las cuatro parábolas del sermón escato-
lógico nos habla de esa tardanza. En la parábola de los dos siervos, el siervo
negligente, cansado de esperar, pensó: “mi Señor tarda en venir” y se entregó
a una vida inconsecuente. En la parábola de las diez vírgenes, Jesús nos puso
sobre aviso de que “como el novio tardaba, cabecearon todas y se durmieron”
(Mat. 25:5). En cuanto a la parábola de los talentos, Jesús señaló que “después
de mucho tiempo regresó el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con
ellos” (25:19); los siervos tuvieron suficiente tiempo para hacer prosperar los
bienes del señor antes de rendirle cuentas. ¡Cuidado! La crisis de la demora
puede producir entre nosotros inseguridad en el mensaje, falta de unanimidad
doctrinal y abandono de la proclamación; puede arraigarnos a este mundo con
la pérdida del sentido de provisionalidad y puede tener consecuencias éticas y
espirituales nefastas en nuestras vidas.
Elena de White dijo: “La demora es solamente aparente, pues en el tiempo
señalado, nuestro Señor vendrá” (Carta 38, 1888). ¿Y cuándo vendrá? De la
Segunda Venida nos separa no un tiempo, sino una misión: nuestra preparación
espiritual y la del mundo para recibir al Señor.
Pide a Dios hoy que te ayude a cumplir la misión.

252
La pregunta de la reina de España
“Y a la medianoche se oyó un clamor: 4
“¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!” septiembre
(Mateo 25:6).

D urante el ciclo académico 1975-1976, la Iglesia Adventista fue invitada


a impartir un seminario doctrinal en un curso interfacultativo de la Uni-
versidad Autónoma de Madrid llamado “Humanidades Contemporáneas”. A
este seminario, una vez por semana, durante varios meses asistió una alumna
excepcional: la reina de España. Al terminar el curso en la universidad, la so-
berana expresó el deseo de visitar algunos templos de los grupos religiosos
que habían intervenido. Primero fue a la sinagoga judía, luego vino a nuestra
Iglesia Central de Madrid a un servicio de comunión el sábado 26 de junio de
1976. No visitó otros lugares de culto.
Pasados unos días, solicitamos de la Casa Real una audiencia con la reina
para agradecerle su visita. La audiencia nos fue concedida, y allí estuvimos
el pastor Rafael Hidalgo y yo. La reina nos recibió de pie en un gran salón.
¿Sabes cuál fue la pregunta que nos hizo al saludarnos? Nos miró fijamente y
preguntó: “¿Cuándo viene? Sí, ¿cuándo viene el Señor?” De todos los grupos
cristianos que habían participado en aquellos seminarios doctrinales, ella había
descubierto que solo los adventistas teníamos una respuesta convincente a esa
pregunta.
Sí, es verdad, todos los cristianos creemos en el advenimiento, pero no to-
dos somos adventistas. ¿Por qué? Porque los adventistas vivimos esa creencia
comprometidos con ella. Vivimos en un permanente estado de esperanza viva,
gozosa y comunicativa, de espera vigilante, confiada y activa. Para nosotros, la
espera no es un asentimiento intelectual de la promesa del Señor, “vendré otra
vez”, sino una actitud existencial que implica la vida entera. Para los adventis-
tas, el anuncio de la Segunda Venida es nuestra misión especial en el seno del
cristianismo contemporáneo. Somos el clamor de media noche que despertó a
las somnolientas vírgenes de la parábola; somos los atalayas apostados en las
almenas de la ciudad de Dios: “Sobre tus muros, Jerusalén, he puesto guardas
que no callarán ni de día ni de noche. […] Jehová lo hizo oír hasta lo último
de la tierra: ‘Decid a la hija de Sión que ya viene su Salvador; he aquí su re-
compensa con él y delante de él su obra’ ” (Isa. 62:6, 11). Y la reina de España
había descubierto esto.
Porque hay un Dios en los cielos… el regreso del Señor establecerá un
nuevo reino en este mundo que nos permitirá vivir en paz y seguridad.

253
¡Prepárate! Tenemos una cita
5 “Y porque te he de hacer esto, prepárate, Israel,
septiembre para venir al encuentro de tu Dios”
(Amós 4:12).

D urante varios años, participé con mi esposa en la recepción que los reyes de
España ofrecían el 23 de abril en el Palacio Real, en ocasión de la entrega del
premio Cervantes de literatura. En la invitación al acto, la Secretaría de la Casa
Real indicaba con todo detalle el protocolo a seguir: vestido corto para las señoras,
traje obscuro para los caballeros, hora y lugar de llegada, salón del encuentro con
los reyes, orden de prelación para el saludo, lugar del refectorio y hora de clausura.
También hay un protocolo de preparación para el glorioso encuentro que
tendrá lugar cuando Jesús vuelva, como Rey de reyes y Señor de señores. La
promesa del advenimiento del Señor está siempre asociada a la necesidad de
una preparación responsable. ¿En qué consiste el protocolo de preparación
para el encuentro con el Salvador? ¿Qué requiere el Señor de aquellos que
esperamos la Segunda Venida? Tres elementos fundamentales que la divinidad
ha exigido a su pueblo en tres encuentros pasados entre Dios y los hombres.
1. Santificación. En el encuentro de Dios con los israelitas en el Sinaí,
Dios pidió a Moisés: “Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana. Que
laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque al tercer
día Jehová descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí”
(Éxo. 19:10, 11).
2. Arrepentimiento. En el encuentro de Jesús con los judíos en el Jordán,
Juan el Bautista, su heraldo y precursor, preparó el camino diciendo:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2).
3. Unidad. Finalmente, cuando se iba a producir el descenso del Espíritu
Santo en el seno de la iglesia cristiana, en Pentecostés, dice el texto:
“Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego” (Hech. 1:14).
No cabe duda que estos tres encuentros prefiguraban el gran encuentro final,
el más grandioso y definitivo. Por eso nos sirven de pauta y modelo: el arrepenti-
miento sincero y cabal, un reavivamiento de la verdadera piedad es la más urgente
de nuestras necesidades. La santificación designa una forma de vida en estrecha
relación con Dios y una disposición mental: sinceridad, rectitud, integridad; el ideal
a alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios, un camino de progreso continuo. Final-
mente, Dios quiere encontrarse con una iglesia en plena comunión con él y los unos
con los otros, no con un pueblo dividido y enfrascado en disputas internas.
Hoy es tiempo de prepararnos para ese encuentro y ajustarnos al protocolo
celestial para recibir al bendito Jesús.
254
¿Cuántos talentos has recibido?
“El reino de los cielos es como un hombre que, 6
yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. septiembre
A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno,
a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos”
(Mateo 25:14, 15).

T res fueron los objetivos del sermón profético de Jesús que determinaron,
por otra parte, la estructura de la redacción de Mateo. En su primera par-
te (Mat. 24:4-36), Jesús previene a la iglesia contra el engaño de las falsas
concepciones escatológicas de entonces y da las verdaderas señales del fin
que nos llevarán a la Parusía manifiesta. En la segunda parte (Mat. 24:37-44),
encontramos las admoniciones acerca de la vigilancia, porque desconocemos
cuándo ha de venir el Señor. Jesús nos presenta la Parusía inesperada o súbita.
La tercera parte (Mat. 24:45-25:46), compuesta por cuatro parábolas, está con-
sagrada a explicar en qué consiste la vigilancia y cómo la iglesia debe vivir la
espera del advenimiento.
Estas cuatro parábolas nos hablan de una espera activa ante una tarea asig-
nada (Mar. 13:34). Existe una relación estrecha entre la actitud de la espera y la
mayordomía cristiana: 1) la mayordomía de la bondad y el amor de Dios (pará-
bola del juicio final); 2) la mayordomía de la casa de Dios (parábola de los dos
siervos); 3) la mayordomía de los talentos dados a la iglesia (parábola de los
talentos) y 4) la mayordomía del don de la fe (parábola de las diez vírgenes).
En la parábola de los talentos se desarrolla principalmente la infidelidad del
siervo que recibió un solo talento y no negoció con él. Este servidor negligen-
te no era un gran pecador. No había disipado ni malgastado los bienes de su
señor. Su pecado consistió en no hacer nada con el talento que había recibido.
También cometió el pecado de tener miedo, le faltó el valor de correr el ries-
go de lo desconocido, le faltó el coraje de aceptar los retos que presentan los
planes nuevos. Pecó al pretender justificarse. Atribuyó al propio señor y a las
circunstancias la responsabilidad de su negligente administración. Finalmente,
esta parábola nos enseña la ley bíblica de la proporción en el servicio a Dios.
Proporción entre lo que damos y lo que hemos recibido; entre nuestra fidelidad
en lo poco y lo mucho que el Señor nos va a confiar; entre tener y recibir más
y no tener y perderlo todo. Todo esto se aplica a la espera activa, a la obra que
nos falta por cumplir para que el Señor venga.
Porque hay un Dios en los cielos… procura en este día ser fiel aun en lo
muy poco.

255
Sueño y cautela de las diez vírgenes
7 “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que,
septiembre tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio.
Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas,
tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; pero las prudentes
tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas”
(Mat. 25:1-4).

L a parábola de las diez vírgenes la pronunció Jesús casi al final del sermón
profético, al anochecer, mientras se veían a lo lejos las luces de un cortejo
nupcial como el que estaba narrando. Las diez doncellas, con sus lámparas
de aceite encendidas, estaban esperando a la puerta de la casa de la novia la
llegada del novio con la intención de acompañarla a casa de este, donde la co-
mitiva celebraría los festejos nupciales. Pero el esposo tardó, las vírgenes se
durmieron, y cuando despertaron con el clamor de media noche sus lámparas
se estaban apagando. Cinco tenían reserva de aceite, las otras cinco no y, tris-
temente, se quedaron fuera del cortejo nupcial.
De las cuatro parábolas del sermón de Jesús, esta es la que presenta los resulta-
dos más dramáticos porque, aparentemente, las diez muchachas eran iguales, pero
no tuvieron el mismo final. Todas tenían sus lámparas encendidas cuando llegaron, se
cansaron de esperar y se durmieron. Cuando las lámparas empezaron a apagarse,
se despertaron a tiempo de aderezarlas para salir al encuentro del esposo, pero solo
cinco habían previsto las eventualidades de una espera prolongada.
El aceite representa al Espíritu Santo que nos provee del don de la fe para man-
tenernos vigilantes y activos en la espera del advenimiento. Pero algunos tienen
expectativas equivocadas con relación a la inminencia: sitúan el advenimiento en
un tiempo determinado, no hacen acopio de fe para los días malos, y como Jesús no
ha venido tan pronto como ellos esperaban, se desaniman y pierden la fe. La espe-
ranza que nos puede sostener en la demora es un valor espiritual intransferible. Si la
poseemos, nos sentiremos seguros aunque la espera se prolongue.
Víctor Hugo describe en Los miserables a un pajarito posado en una débil
ramita de un arbusto que se inclinaba hacia la corriente de un arroyo tumultuo-
so. Con su peso, el pajarito hacía que la rama se doblase de modo que parecía
iba a romperse de un momento a otro; además, un fuerte viento azotaba al
pajarillo dando la sensación que iba a ser arrastrado fuera de su precario apoyo
y lanzado a la corriente. Pero, a pesar de todo esto, ¡el pajarillo trinaba! ¿Por
qué? Porque sabía que tenía alas.
Pide hoy el Espíritu Santo, la gran provisión divina para estar listos para el
regreso de Cristo.

256
Caminar hacia el amanecer
“La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda 8
la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la impiedad septiembre
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa
y piadosamente, mientras aguardamos la esperanza bienaventurada
y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”
(Tito 2:11-13).

J osé María Diez-Alegría, un teólogo católico progresista, afirma en su obra, Yo


creo en la esperanza, que la religión de Jesús y los cristianos primitivos era un
tipo de religión ético-profética en contraposición a la religión ontológico-cultualis-
ta de las grandes iglesias históricas, donde lo fundamental para redimir al creyente
individual es el culto, sus formas litúrgicas y la práctica de los sacramentos. La
religión ético-profética a la que este autor es proclive es la nuestra, la de los adven-
tistas que vivimos esperando la venida del Señor. En ella, según Diez-Alegría, “se
exige del hombre una realización de justicia y amor, un programa de preparación
alentado por la palabra profética reveladora de verdades espirituales y morales. Es
una religión mesiánica donde se anuncia y espera la venida de un libertador que
intervendrá en nuestra historia cambiándola radicalmente”.
Vivir esperando es adoptar un determinado estilo de vida en el que la pra-
xis y el pensamiento están orientados hacia delante y hacia arriba; como dice
Pablo a Tito, es vivir sobria (con relación a nosotros mismos), justa (con re-
lación a los demás) y piadosamente (con relación a Dios); es caminar hacia el
amanecer de la futura mañana eterna. Esta actitud en la espera no es utópica, no
es irracional o emocional, más bien, se funda en la promesa de la revelación.
Jesucristo es la garantía de la esperanza.
La demora nunca será frustrante, ni generadora de crisis, si mantenemos el
sentido de la inminencia, si conservamos la noción de la provisionalidad (1 Cor.
7:29-31) si somos movidos por el énfasis de la urgencia y proclamamos en alta
voz el mensaje del advenimiento, estableciendo prioridades (Rom. 13:11), si
seguimos aplicando los principios de una reforma moral y espiritual en nues-
tras vidas (Luc. 21:34), si poseemos espíritu de fortaleza y perseverancia (Mat.
24:13) y, finalmente, si mantenemos el espíritu de oración. Por eso dice la Biblia:
“Velad, pues, orando en todo tiempo que seáis tenidos por dignos de escapar de
todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del hombre”
(Luc. 21:36).
Dentro de la espera del regreso del Señor hay muchos espacios de felicidad
que Dios nos da para mantener vivo el gozo de ser creyentes.
Disfruta este día del gozo que produce en el creyente la bendita esperanza.

257
La gran proclamación de la Santa Cena
9 “Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa,
septiembre la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”
(1 Corintios 11:26).

U no de los momentos más memorables de los servicios de la iglesia es la


celebración de la Santa Cena, donde los creyentes se reconcilian con Dios
y reciben su perdón. Sin embargo, hay unas palabras que a menudo olvidamos
en estos instantes tan solemnes: “Así pues, todas las veces que comáis este
pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”
(1 Cor. 11:26). Sí, el Servicio de Comunión tiene un gran mensaje central:
“El rito de la comunión señala la segunda venida de Cristo. Estaba destinado
a mantener esta esperanza viva en la mente de los discípulos. En cualquier
oportunidad en que se reuniesen para conmemorar su muerte, relataban como
él “tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella
todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada
para remisión de pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fru-
to de la vid, hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de
mi Padre”. […] En su tribulación hallaban consuelo en la esperanza del regreso
de su Señor. Les era indeciblemente precioso el pensamiento: ‘Todas las veces
que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis
hasta que venga’ ” (Consejos para la iglesia, p. 549).
Eso significa que, si la Santa Cena es un rito celebrado para proclamar
el regreso de Jesús a este mundo, no debiéramos dejar de participar de este
evento. Además, nos recuerda que no estamos solos en este mundo de pecado,
porque él viene pronto y su amor nos ayuda a mantenernos unidos para vencer
cualquier obstáculo. “El amor de Jesús, con su poder constrictivo, ha de man-
tenerse fresco en nuestra memoria. Cristo instituyó este rito para que hablase
a nuestros sentidos del amor de Dios expresado en nuestro favor. No puede
haber unión en nuestras almas y Dios excepto por Cristo. La unión y el amor
entre hermanos deben ser cimentados y hechos eternos por el amor de Jesús. Y
nada menos que la muerte de Cristo podía hacer eficaz para nosotros este amor.
Es únicamente por causa de su muerte por lo que nosotros podemos considerar
con gozo su segunda venida. Su sacrificio es el centro de nuestra esperanza. En
él debemos fijar nuestra fe” (ibíd.).
Agradece a Dios la Santa Cena y no dejes de participar en ella la próxima
vez.

258
La piedrecita blanca
“Al vencedor le daré de comer del maná escondido, y le daré 10
una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, septiembre
el cual nadie conoce sino el que lo recibe”
(Apocalipsis 2:17).

E l versículo escogido pertenece a las promesas dirigidas a los vencedores


en los mensajes a las siete iglesias del Apocalipsis. En la estructura de
estos mensajes se repiten estas promesas llenas de colorido, de simbolismo in-
sinuante y, a la vez en muchas de ellas, de significado histórico, en el contexto
cultural en el que fueron dadas.
En lo que concierne a la piedrecita blanca prometida a los vencedores de la
iglesia de Pérgamo, el símbolo debía ser inteligible para los lectores de la car-
ta, de otro modo difícilmente podrían comprender su significado espiritual. La
palabra empleada es psefos, que significa “pequeña piedra alisada por el agua”,
“canto rodado”. No se trata, por consiguiente, de una piedra preciosa ni de una
gema. El texto añade el adjetivo leuké, “blanca”. Pues bien, estas piedrecitas es-
taban relacionadas con los tribunales de justicia, donde los jueces expresaban su
veredicto por medio de una piedrecita, blanca si el acusado era absuelto, negra si
era condenado. Aparte del Apocalipsis, en el Nuevo Testamento solo se emplea
este término cuando Pablo cuenta al rey Agripa que él daba su veredicto acusato-
rio cuando se condenaba a muerte a los cristianos (Hech. 26:10).
También se empleaba una piedrecita blanca como billete o entrada a los
festivales públicos organizados por el emperador o en las asambleas reales. En
ciertas religiones tribales, al final de una ceremonia de iniciación, después del
noviciado, el miembro de la tribu recibía un nombre nuevo y una piedrecita
blanca o un cristal de cuarzo. Era el símbolo de una alianza sagrada y secreta.
En el Apocalipsis, el color blanco es siempre símbolo de las cosas celestiales;
el nombre es expresión de la identidad, del carácter, y signo de pertenencia, ad-
hesión y filiación; y el adjetivo “nuevo” hace siempre referencia a la renovación
de todas las cosas, a la gloria futura reservada a los redimidos. Podemos, pues,
asumir que la piedrecita blanca con un nombre nuevo es un mensaje de promesa
para los vencedores que han sido absueltos por el tribunal divino que les da de-
recho a entrar en el festival celeste (las bodas del Cordero) y, además, es el signo
secreto de nuestra iniciación en una alianza eterna con nuestro Dios. El nombre
nuevo será la expresión de nuestra nueva identidad, de nuestro carácter para
la eternidad, del cambio definitivo de nuestra naturaleza de pecado obrado por
Cristo mismo cuando vuelva en las nubes de los cielos.
Yo quiero recibir mi piedrecita blanca allí, ¿y tú?
259
El caballo de Troya en la ciudad de Dios
11 “No ruego que los quites del mundo,
septiembre sino que los guardes del mal”
(Juan 17:15).

L a historia del caballo de Troya cuenta cómo sucumbió aquella inexpug-


nable ciudad a los ataques de los griegos. Su significado sigue teniendo
vigencia porque ilustra magistralmente los peligros que amenazan a todo aquel
que introduce en su propia casa las armas del enemigo. Griegos y troyanos es-
taban en guerra. Mil naves griegas habían cercado la ciudad de Troya, pero sus
murallas y la feroz defensa de los troyanos no les habían permitido penetrar.
Un día, los sitiadores simularon retirarse dejando junto a la muralla un enorme
caballo de madera que se consideró como una ofrenda a los dioses para que
protegieran su retirada. Sin embargo, en el vientre de aquel enorme equino
estaban escondidos un número importante de guerreros griegos; el resto estaba
oculto en las naves ubicadas en la próxima isla de Ténedos.
Libres del duro asedio, los troyanos salieron para contemplar aquel monu-
mental caballo. Era una maravilla, así que discutieron qué debían hacer con él.
Finalmente, ayudados por el testimonio de falsos desertores del ejército griego,
decidieron introducirlo en la ciudad. Hubo que abrir una brecha en la muralla
para que entrara aquella fatal máquina de guerra y la llevaron a lo alto de la
acrópolis. Pero, a media noche, cuando todos dormían confiados, uno de los
falsos desertores abrió las trampas del caballo y salió de su vientre un pequeño
ejército que mató a los centinelas de las puertas, las abrió de par en par y dio
aviso al resto del ejército que esperaba en las naves. Llegados los soldados entre
las sombras, incendiaron la ciudad, hicieron arder sus palacios y sus templos;
y sus defensores, desprevenidos, sorprendidos y engañados, sucumbieron. Así
cayó Troya, la gloriosa ciudad.
Dietrich Von Hildebrand escribió hace unos años un libro titulado El ca-
ballo de Troya en la ciudad de Dios, donde advierte a la iglesia de los peli-
gros que corre al contemplar con admiración, discutir con pasión, aceptar y,
finalmente, introducir en nuestro medio, los principios filosóficos que rigen en
este mundo. Sin duda que para incorporarlos a la iglesia tendremos que abrir
brechas en esa muralla inexpugnable que hasta ahora la ha protegido. Elena
de White nos dice: “Los pecados que dominan al mundo han penetrado en las
iglesias, y en el corazón de aquellos que aseveran ser el pueblo peculiar de
Dios” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 431), por eso Jesús oró al Padre: “No
ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”.
Procura hoy no abrir las puertas de tu corazón al enemigo.
260
Como barro en las manos del alfarero
“Pueblo de Israel, ¿acaso no puedo hacer con vosotros 12
lo mismo que hace este alfarero con el barro? –afirma el Señor–. septiembre
Vosotros, pueblo de Israel, sois en mis manos como el barro
en las manos del alfarero”
(Jeremías 18:6, NVI).

D e todas las parábolas con las que Jeremías acompañó sus mensajes, la del
alfarero y el vaso es la que aporta más realismo. En un tiempo de apostasías,
de cambios drásticos, de peligros para el pueblo de Dios, el profeta recibe la or-
den de ilustrar el mensaje del cielo dirigido a los judíos yendo a casa del alfarero.
Allí vio cómo trabajaba el barro en el torno, haciendo un vaso que no le salió
bien; el vaso se rompió en sus manos y tuvo que volver a empezar y hacer otro.
¿Qué lecciones recibimos de esta parábola del alfarero y el vaso?
1. Solo somos barro maleable, húmedo, blando, susceptible de recibir del
Alfarero divino formas diversas.
2. Estamos dando vueltas en el torno de la vida, viviendo circunstancias, expe-
riencias, unas veces buenas y otras malas, que nos forman o deforman.
3. Estamos en sus manos, sus dedos están trabajando en nosotros. Dios
está usando esos giros de la vida para moldear nuestro carácter; nada
en nuestra vida es fortuito, cada vuelta del barro se convierte en una
providencia divina.
4. Dios tiene un plan para nosotros. El Alfarero divino no nos hace a todos
iguales, no nos fabrica en serie. Las huellas de sus dedos en el carácter
nos hacen irrepetibles, pero todos útiles.
5. El Alfarero divino no siempre tiene éxito con nosotros, porque no anula
nuestra libertad, porque el barro humano no es una masa inerte, en reali-
dad, todos participamos en ese proceso con nuestro sometimiento o con
nuestra rebeldía y, a veces, nuestra vasija se le rompe en las manos.
6. Dios no arroja disgustado el barro. Junto al torno tiene agua, con la cual
humedece de nuevo la masa y comienza una nueva vasija. Así actúa la
paciencia divina con nosotros.
Nadie es perfecto ni ha llegado al ideal que Dios tiene para cada uno de sus
hijos. Seguramente que nos hemos equivocado más de una vez. ¿Cuántas veces
se ha roto nuestro vaso en las manos del Alfarero divino? ¿Cuántas veces ha co-
menzado de nuevo con nosotros? No agotemos la paciencia divina. Digámosle
como Saulo de Tarso: “¿Qué haré, Señor?”
Porque hay un Dios en los cielos… él puede ayudarte a superar tus defectos
de carácter y malas actitudes personales. Confía en él y déjalo actuar en ti.

261
Un cántaro hecho añicos
13 “Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los hombres
septiembre que van contigo, y les dirás: ‘Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad,
como quien quiebra una vasija de barro,
que no se puede restaurar más’ ”
(Jeremías 19:10, 11).

U na y otra vez los dedos del alfarero han intentado modelar un vaso per-
fecto. Pero siempre ha salido torcido. Llega un momento en que el barro
se ha vuelto rígido, imposible de moldear, y solo puede producir vasijas defec-
tuosas que no sirven para nada. El profeta debía ilustrar la dramática situación
de Israel, así que compró una vasija torcida y dijo que era un vaso que ya no
podía ser restaurado y, ante los ojos de los líderes del pueblo, lo lanzó contra
el suelo. ¿Conoces la experiencia de alguien a quien le ocurrió algo parecido?
Tengo en mi poder una carta de un joven al que llamaré Leoncio, que escribió
a Agustín, un amigo de la iglesia. Era natural del sureste de España, tenía treinta
años y había sido adventista alguna vez. El Señor había trabajado con él de mil
maneras, pero cada vez que había comenzado a modelar el barro de su vida se
escapaba de sus manos. Después de haber conocido el evangelio, frecuentó di-
versas agrupaciones religiosas, se afilió a una comuna, conoció el placer y apuró
su copa hasta la última gota. Pero su insatisfacción y soledad iban creciendo has-
ta llegar a la desesperación. En la carta escrita a Agustín, evoca lo que aprendió
en nuestra iglesia, pero sin haber descubierto lo fundamental: el poder salvador
de la gracia de Dios:
“Amigo Agustín, tengo esperanza de que el Señor acogerá mi espíritu en
este día. Te ruego que escribas a mi madre con la idea de que no conozca la
verdad […]. Escríbele y anímala, que no conozca que dejo este mundo […].
Encárgate de mi equipaje. Medita y haz las cosas bien, sin levantar polvo que
pueda perjudicar a nuestros hermanos. Ayuna, que te fortalecerá. También ten-
go la esperanza de que nos podamos ver en la tierra nueva”.
Al día siguiente, Leoncio se lanzó desde uno de los puentes del río que
pasaba por la ciudad. Su cuerpo destrozado, como un cántaro roto, yacía en
el lecho seco del río. Yo estaba casualmente en aquella población aquel día y,
con el pastor de la iglesia, tuvimos que comunicar la noticia a su pobre madre.
Tú todavía estás entre los dedos del Alfarero divino. Que él modele tu vida,
que haga de ti una vasija útil, un vaso de honra.

262
¿Teme Job a Dios de balde?
“¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has rodeado 14
de tu protección, a él y a su casa y a todo lo que tiene? septiembre
El trabajo de sus manos has bendecido, y por eso
sus bienes han aumentado sobre la tierra”
(Job 1:9, 10).

E l tema central de todo el libro de Job es la fe. En la introducción de la histo-


ria, Satanás plantea a Dios la naturaleza de la fe de Job: ¿Teme Job a Dios
de balde? ¿Cree y confía en ti por nada? El diablo está insinuando que la fe y el
servicio de Job a Dios es simplemente el resultado del interés. Además, niega
que pueda haber una fe que se viva honestamente y que sea buena en sí misma.
Según Satanás, la fe existe por lo que da, no por lo que es. Por eso propo-
ne a Dios que retire las bendiciones al patriarca y este revelará su verdadero
carácter. Y así comenzó la prueba de fe de Job. Dios permitió a Satanás que
llevara a Job al infortunio: primero, el diablo le despojó de sus posesiones,
después de su casa y sus hijos y, finalmente, atacó su cuerpo con una pavorosa
enfermedad. Pero el texto bíblico dice: “En todo esto no pecó Job ni atribuyó
a Dios despropósito alguno” (Job 1:22). El relato concluye con la aparición en
escena de la esposa del patriarca, como ejemplo de la fe interesada y egoísta de
la acusación diabólica: “¿Aún te mantienes en tu integridad? ¡Maldice a Dios
y muérete!” (Job 2:9); la fe genuina de Job se manifiesta una vez más: “Como
suele hablar cualquier mujer insensata, así has hablado. ¿Pues qué? ¿Recibire-
mos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (vers. 10).
Algunos definen la fe interesada como fe “utilitaria”, es decir, la que an-
tepone los beneficios y utilidad de la fe a cualquier otra de sus cualidades. La
fe utilitaria es sutil pero, en realidad, confunde a Dios con sus bendiciones:
si recibimos protección, cuidado, prosperidad, entonces, Dios es real. Pero si
la desgracia, el sufrimiento o el infortunio nos ocurren, Dios nos ha fallado
y dudamos de su existencia. En la galería de los héroes de la fe se dice que
Moisés “se sostuvo como viendo al Invisible” (Heb. 11:27). Y en la ejemplar
experiencia de Job, con su final feliz, el patriarca termina reconociendo: “De
oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).
Pide hoy al Señor que te ayude a seguir el ejemplo de Job, de modo que tu
fe sea genuina y puedas experimentar que hay un Dios en los cielos.

263
El aguijón en la carne
15 “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara,
septiembre me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás
que me abofetee, para que no me enaltezca”
(2 Corintios 12:7).

N o se sabe bien a qué tipo de sufrimiento se está refiriendo el apóstol. En todo


caso, bien podría ser una enfermedad crónica o una minusvalía física que
los corintios ya conocían. Pablo vivía con una espina clavada en el cuerpo que
el Señor no le había arrancado. ¿Sabes lo que significa? ¿Tienes algún dolor cró-
nico o sufres de alguna minusvalía adquirida o congénita? Es verdad que a todo
nos acostumbramos, pero el apóstol reconoce que aquello era algo que Satanás
usaba para maltratarle. Y, sin embargo, qué vida tan llena de realizaciones, tan
próspera, ferviente y pía la suya. El autor de trece epístolas del Nuevo Testamen-
to, fundador de muchas iglesias, viajero incansable, héroe victorioso de muchas
vicisitudes, ¡era un hombre con una deficiencia física!
Recuerdo que cuando era niño jugaba con Linda, la perrita de un vecino
que tenía una vaquería. Ella era alegre, cariñosa y juguetona; corría a buscar
la piedra que le lanzábamos, y si no lo hacíamos se paraba delante de nosotros
y nos ladraba. Pero un día la atropelló un tranvía y perdió una de sus patitas
delanteras. Entonces, ante los quejidos de dolor que emitía, vi con horror cómo
su dueño la mató. Pero ¿por qué? ¿No has visto alguna vez caminar a un perrito
con tres patas? No sé si sufren, si les duele o si preferirían morirse; creo que no,
pues incluso resultan graciosos cuando saltan y juegan, como si se lo tomaran
en broma o hubieran tenido siempre solo tres patas.
Hay personas que, como Pablo, sin ser indiferentes a las espinas que llevan
clavadas en el cuerpo, se sobreponen, y eso no les impide hacer muchas cosas.
Pero hay otras que, cuando se les produce alguna herida, moral o física, se pasan
la vida apoyándose en la zona lastimada como si no tuvieran otras para caminar.
Hay quienes adquieren el mal hábito de anclarse en los golpes recibidos, “la-
merse las heridas”, entregándose al diminuto placer de la autocompasión y vivir
“a la pata coja”. ¡Lástima! Porque Pablo solo se quejó una vez de su situación,
y no para causar pena, sino para enseñarnos cómo sobrellevar las debilidades:
“Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto,
de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre
mí el poder de Cristo” (2 Cor. 12:9).
Concéntrate hoy en Jesús y no en el aguijón en tu carne.

264
Nuestro Sumo Sacerdote
“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento 16
celestial, considerad al apóstol y Sumo sacerdote septiembre
de nuestra profesión, Cristo Jesús”
(Hebreos 3:1).

U na de las formas más eficaces para entender el plan de salvación del cielo
es a través de la doctrina del santuario. De ahí que Elena de White haga
la siguiente declaración: “La correcta comprensión del ministerio del santuario
celestial es el fundamento de nuestra fe” (Consejos para la iglesia, p. 632).
El santuario del desierto era un verdadero esquema pedagógico para entender
verdades eternas de la Palabra de Dios. “El Santuario terrenal fue construido por
Moisés conforme al modelo que se le mostró en el monte. “Lo cual es símbolo
para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios”. Los
dos lugares santos eran “figuras de las cosas celestiales”. Cristo, nuestro gran
Sumo Sacerdote, es el “ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo
que levantó el Señor, y no el hombre”. [...] Cuando en visión se le mostró al
apóstol Juan el templo de Dios que está en el cielo, vio allí que “delante del trono
ardían siete lámparas de fuego” (ibíd.).
De acuerdo con la doctrina del Santuario, los seres humanos tenemos un
Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre celestial. No nece-
sitamos ningún otro tipo de mediación. Sin embargo, los seres humanos han
insistido en fabricar toda una diversidad de “intercesores” que supuestamente
los reconcilian con Dios. Sin embargo, esto no es necesario. Mejor sería tratar
de entender el ministerio intercesor de Jesús hacia su pueblo: “Todos necesitan
conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De
otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o
desempeñar el puesto al que Dios los llama. Cada cual tiene un alma que salvar
o perder. Todos tienen una causa pendiente ante el tribunal de Dios. Cada cual
debería encontrarse cara a cara con el gran Juez. ¡Cuán importante es, pues,
que cada uno contemple a menudo de antemano la solemne escena del juicio
en sesión, cuando serán abiertos los libros, cuando con Daniel, cada cual ten-
drá que estar en pie al fin de los días!” (Eventos de los últimos días, p. 165).
Este día, te invito a buscar a Jesús a solas. Confiésale a él tus pecados en
vez de contárselos a un ser humano. Solo él te puede otorgar el perdón divino
y concederte la paz que tanto necesita tu corazón. Así sabrás que hay un Dios
en los cielos.

265
Yo sé a quién he creído
17 “Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído
septiembre y estoy seguro de que es poderoso para guardar
mi depósito para aquel día”
(2 Timoteo 1:12).

L a transición política en España durante la segunda mitad de los años ‘70


tuvo nuevas y sorprendentes iniciativas. La llegada del periodista Joaquín
Arozamena a Televisión Española en 1975 supuso un cambio importante en la
manera de contar lo que estaba sucediendo. Se ha dicho que Arozamena fue un
profesional de los medios que condujo con maestría a los españoles por aquel
complicado período histórico.
En un programa vespertino, fue convocando a los representantes de las di-
ferentes confesiones no católicas a las que, durante más de cuarenta años, se les
había impedido informar de quiénes eran, qué creían y qué estaban haciendo.
Una tarde, nos tocó el turno a los adventistas. Al principio todo fue cortés, có-
modo, agradable; pero, en un determinado momento de la entrevista, nos lanzó
la siguiente pregunta: “¿Creen los adventistas del séptimo día que solo ustedes
tienen la verdad y que todas las demás confesiones están equivocadas?”
El dilema que nos planteaba la pregunta y nuestra eventual respuesta era el
siguiente: si decíamos que sí, la Iglesia Adventista se identificaría con el concep-
to de exclusividad religiosa que caracteriza a las sectas; pero, si decíamos que
no, mostraríamos a los televidentes una cierta inseguridad en nuestra doctrina
y profesión religiosa. ¿Qué podíamos responder sin caer en uno u otro de estos
errores?
Después de unos segundos, respondí: “Mire usted, yo soy, en primer lugar, un
creyente y tengo muchas afinidades con todos aquellos que aceptan la existencia
de un Dios transcendente que está por encima de todos nosotros; después, soy un
cristiano y me siento identificado con todos los que hemos hecho de Cristo el objeto
de nuestra fe, nuestro modelo y Salvador; y finalmente, soy adventista del séptimo
día porque esta iglesia y sus creencias han sido la respuesta más convincente a mis
exigencias de verdad”. El presentador del programa comprendió y pasó a otro tema.
El apóstol Pablo, en medio de la persecución, el sufrimiento, la cárcel, no se
avergonzaba porque sabía bien en quién había puesto su fe. Más allá de la existen-
cia de una verdad absoluta que aceptamos, más allá del credo, sistema religioso e
instituciones que conforman nuestra iglesia, debemos tener una convicción perso-
nal profunda, una búsqueda permanente de la verdad que es en Jesús, así como una
coherencia responsable y firme entre nuestra fe y nuestra vida.
No temas hoy evidenciar tu fe mediante tus actos.
266
El naufragio en la fe
“Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que, 18
conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, septiembre
milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe
y buena conciencia. Por desecharla, algunos naufragaron
en cuanto a la fe. Entre ellos están Himeneo y Alejandro,
a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar”
(1 Timoteo 1:18-20).

E l Costa Concordia, un barco de 114.500 toneladas que llevaba a bordo 4.231


personas, naufragó el 13 de enero de 2012, curiosamente casi cien años des-
pués del naufragio del Titanic. Este lujoso barco encalló frente a la isla de Giglio,
en el mar Tirreno, después de chocar con un arrecife. Los técnicos estimaron que
se trataba del naufragio de mayor tonelaje de la historia de la navegación. Lamen-
tablemente, más de treinta personas perdieron la vida, además, hubo muchos heri-
dos. Todo pareció indicar que la impericia del capitán causó la tragedia.
¡Naufragio! El término significa pérdida o ruina de una nave, y es sinónimo
de tragedia, desastre, hundimiento y muerte. ¿Y cuándo se puede hablar del
“naufragio en la fe”? En realidad, es algo similar, pero aplicado a la experien-
cia espiritual. Como constatación de que el hecho no era infrecuente en ese
tiempo, Pablo usa otras expresiones paralelas en estas epístolas finales de su
ministerio para referirse a esa triste experiencia, como “hunden a los hombres
en destrucción y perdición” (1 Tim. 6:9); “se apartan de la verdad” (Tito 1:14);
“algunos apostatarán de la fe” (1 Tim. 4:1).
¡Qué doloroso es ver cuando un cristiano naufraga en la fe! A veces, hay tiem-
po para rescatarlo de una inminente tragedia en su vida espiritual, pero en otras
ocasiones, es tarde para evitar el desastre. ¿Por qué tiene que ser así? El apóstol
Pablo nos dice cuáles pueden ser las causas del naufragio en la fe: el amor al dinero
(1 Tim. 6:10); la cauterización de la conciencia (1:19; 4:2); las explicaciones de la
falsamente llamada ciencia (6:20, 21); el amor al mundo (2 Tim. 4:10); las diferen-
cias personales y la oposición a la autoridad en la iglesia (4:14, 15).
Finalmente, Pablo nos amonesta a seguir cinco principios que son antídotos
de las causas del naufragio: el contentamiento (1 Tim. 6:6); una buena concien-
cia y fe genuina (1:5, 19); retirarse de la impiedad y de los deseos mundanos
(Tito 2:12); consolidar las sanas enseñanzas de la iglesia (2 Timoteo 1:13).
Te invito a confiar el mando de tu vida a Jesús, el mejor Capitán, quien nos
llevará a un puerto seguro y evitará el naufragio de nuestra fe.

267
Ven y ve
19 “Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe
septiembre encontró a Natanael y le dijo: ‘Hemos encontrado a aquel
de quien escribieron Moisés, en la Ley, y también los Profetas:
a Jesús hijo de José, de Nazaret’. Natanael le dijo: ‘¿De Nazaret
puede salir algo bueno?’ Respondió Felipe: ‘Ven y ve’ ”
(Juan 1:44-46).

C asilda era una mujer de porte sencillo pero afable, siempre sonriente, poco
habladora pero de mirada entre escrutadora y bondadosa; tendría entonces
unos sesenta años, y le acompañaban a las reuniones su hijo y su nuera. Casilda
no sabía escribir y apenas podía leer, pero, en su humilde bolso, llevaba siem-
pre una Biblia que había aprendido a manejar, algunos folletos y hojitas con la
dirección de la iglesia. Era una ferviente y convencida adventista y una gran
misionera. Además de sus hijos, varias personas invitadas por ella frecuentaban
las conferencias bíblicas que todos los domingos daba el pastor Daniel Sanz.
Pero ¿cómo lo hacía? ¡Oh! El Espíritu Santo le había otorgado varios dones, uno
de ellos especial, particularmente diseñado para ella, don que ejercía con gran
eficacia.
Casilda paseaba por los jardines y parques de la ciudad, por los lugares por
donde transitaba más gente. Se sentaba en un banco, sacaba su Biblia y buscaba
algún texto que tenía subrayado. Cuando alguien se sentaba a su lado, le pedía
amablemente que le leyera el pasaje, excusándose por apenas saber leer. Es fácil
imaginar que, en la mayoría de los casos, la petición daba lugar a preguntas
de parte del lector y a testimonios de la hermana Casilda. Después, cuando la
ocasión era propicia y, como hizo Felipe con Natanael, evitando siempre la dis-
cusión, Casilda Olivares invitaba a su lector y compañero de banco: “Ven y ve”.
Un domingo por la tarde, la vi llegar al vestíbulo de la Iglesia central de Madrid
(España) acompañada de un elegante señor, con cara de curiosidad, que era ex-
tranjero y que ¡solo hablaba inglés y entendía un poquito el español! Afortuna-
damente, nuestro pastor pudo comunicarse con él en su lengua y el caballero se
quedó a escuchar la conferencia, sentado junto a Casilda.
¿Cuál era el don de esta hermana? ¿Cómo conseguía traer a la iglesia a
viandantes, incluso extranjeros? No lo sé bien, pero, en todo caso, tenía con-
sagración, amor por las almas, sabiduría de lo alto, humildad, bondad, persua-
sión, paciencia y el don particular de inspirar confianza. Aún hoy, “Ven y ve”,
sigue siendo uno de los recursos del cielo para llevar las almas a Jesús.
Pide al Dios de los cielos que te ayude hoy a ejercitar tus dones porque, no
lo dudes, los tienes.

268
Examinar con atención
“Examinadlo todo y retened lo bueno. 20
Absteneos de toda especie de mal” septiembre
(1 Tesalonicenses 5:21, 22).

U na vez que Jesús ascendió al cielo, la iglesia primitiva enfrentó todo tipo
de desafíos para mantenerse firme en la esperanza del evangelio. Un alu-
vión de ideas vinculadas con las enseñanzas cristianas se empezó a escuchar
en diversas congregaciones; sin embargo, algunas de ellas resultaban un tanto
radicales. El problema es que algunas posturas extremas por parte de algunos
creyentes inhibían a otras personas para acercarse a la iglesia. Algo similar
sucede hoy. Algunas expresiones autoritarias de la fe por parte de algunos sec-
tores de la iglesia estorban a un buen número de personas para entregar su vida
al Señor: “A consecuencia del fanatismo y malicia resultantes de la obra de
hombres que falsamente se decían enseñados por Dios, mucha gente buena y
seria mira con grave recelo y no da crédito a quienes se apoyan en la revelación
divina. Pero el que busca la verdad se ha de prevenir igualmente contra los en-
gaños de falsos profetas e instructores y contra el fracaso en el reconocimiento
de la verdad. Dice el apóstol: ‘No menospreciéis las profecías. Examinadlo
todo; retened lo bueno’ ” (Testimonios selectos, t. 1, p. 242). El apóstol Pablo
nos recuerda que no hemos de aceptar todas las opciones que se nos ofrecen sin
más, ni admitirlas indiscriminadamente. Más bien, nos invita a usar un buen
criterio selectivo y tener un objetivo.
“En armonía con esta exhortación, los creyentes en Cristo han de consi-
derar ingenuamente las pruebas de que el actual movimiento adventista está
guiado por Dios, al paso que consideran la manifestación del don de profecía
relacionado con este movimiento. Es peligroso menospreciar la obra del Espí-
ritu Santo manifestada en dicho don de profecía. Sin embargo, se nos amonesta
a guardarnos ‘de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de
ovejas, mas de dentro son lobos rapaces’. La prueba se nos da en que ‘por sus
frutos los conoceréis’ ” (ibíd.).
También hemos de abstenernos del mal. La elección entre las muchas y diver-
sas opciones que encontramos en la vida siguiendo un criterio moral y espiritual es
la mejor de las pedagogías; y tiene un objetivo: retener lo bueno, es decir, que su
finalidad es conseguir lo bueno, buscar y alcanzar la verdad. El apóstol Pablo ex-
plica en otro pasaje lo que debemos examinar: “Todo lo que es verdadero, todo lo
honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre;
si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).
Este día pide a Dios que te aleje del mal.
269
El teatro romano de Sagunto
21 “¡Venid, aclamemos alegremente a Jehová!
septiembre ¡Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación!”
(Salmo 95:1).

E n la confluencia de dos antiguas vías romanas, se encuentra la antigua


ciudad de Sagunto, donde todavía existen las ruinas de una fortaleza árabe
medieval y un teatro romano construido en el año 50 de nuestra era. Sagunto,
cuando era un poblado ibero llamado Arse, se inmortalizó en el 219 a.C. por
su resistencia heroica al duro asedio de ocho meses infligido por las tropas del
general cartaginés Aníbal, durante la segunda Guerra Púnica. Convertida cinco
años después en la ciudad romana de Saguntum, tuvo una vida esplendorosa
atestiguada por los muchos restos arqueológicos encontrados.
Su famoso teatro romano, un semicírculo de 90 metros de diámetro exca-
vado en la ladera de la colina guarda muy bien conservada su conformación
clásica. Tiene capacidad para ocho mil espectadores y se representaron en él
durante casi tres siglos obras de autores latinos y griegos, en su mayoría de
divertimiento, donde no se eludía la sátira, la obscenidad o el descaro con
personajes marginales. En el bajo imperio se simularon diversiones acuáticas y
combates de gladiadores que la censura cristiana nunca prohibió como indicio
de la poca cristianización de Sagunto en la época.
En los aledaños del norte de la ciudad, se encuentra el Colegio Adventista
de Sagunto desde 1974. Pues bien, en 1985, la Unión Adventista Española y el
Colegio del que yo era director en ese tiempo quisimos celebrar un Festival Mu-
sical de la Juventud Adventista Española. En el salón de actos de la institución
no había suficiente aforo, así que solicitamos a las autoridades regionales que nos
cedieran el teatro romano de Sagunto, y ¡lo conseguimos! En aquel histórico
recinto, un monumento sin restaurar que guardaba todo su encanto de hacía casi
dos mil años, sentados en sus vetustas gradas de piedra, contemplando sus bóve-
das y pórticos, sus piedras sillares, como en un sueño de recuerdos de la época
romana de la ciudad, allí donde los saguntinos de entonces se divertían y reían,
nos reunimos más de mil quinientas personas para cantar alegremente al Señor
y engrandecer su nombre. Magnífico espectáculo en el que Dios estuvo presente
convirtiendo aquel teatro romano en un venerable santuario.
Porque hay un Dios en los cielos… cuando Jesús regrese, todos los espacios
de este mundo que alguna vez se usaron para el desenfreno y la degradación de
la naturaleza humana, serán transformados para ser utilizados en la adoración
del Padre celestial.

270
Citius, altius, fortius
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, 22
todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? septiembre
Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha,
de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir
una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”
(1 Corintios 9:24, 25).

E l 12 de agosto de 2012, Abel Kirui, natural de Kenia, adventista del sépti-


mo día, cruzó la línea de meta de la maratón de los Juegos Olímpicos de
Londres. Entonces, cayó de rodillas, inclinó su cabeza y se puso a orar. ¡Había
ganado la medalla de plata! El mundo entero fue testigo de su gesto de gratitud
a Dios.
¿Cómo se alcanzan estos objetivos? Con mucho esfuerzo y trabajo. Abel
dedica cuatro meses preparándose intensivamente para una carrera: corre vein-
tiún kilómetros por la mañana y quince por la tarde; además, se acuesta tem-
prano y se levanta antes de la salida del sol para encontrarse con Dios. A eso
hay que agregar una alimentación sana. Los maratonistas solo corren dos o tres
carreras grandes cada año. Su lema es: “Las casualidades son oportunidades
que favorecen a los que están preparados para aprovecharlas”.
Los juegos olímpicos comenzaron en 776 a.C., en Olimpia (Grecia) y fue-
ron suspendidos en el 394 d.C. por el emperador Teodosio. Eran practicados
únicamente por hombres y los vencedores recibían como premio una corona de
ramas de olivo. Quince siglos después, el barón Pierre de Coubertin consiguió
restablecerlos el 16 de junio de 1896, iniciándose así los juegos olímpicos de
la era moderna. En su discurso de inauguración pronunció el lema Citius, “más
rápido”, la carrera; Altius, “más alto”, el salto; y Fortius, “más fuerte”, la lucha.
El apóstol Pablo usa repetidas veces en sus epístolas la imagen de los atletas
compitiendo en el estadio para ilustrar los altos ideales éticos y ascéticos de la
vida cristiana: la superación, la perseverancia, la resolución firme, el esfuerzo,
el sacrificio, el respeto de las normas, la finalización de la prueba, la llegada a la
meta, la recepción del premio. Los atletas se esfuerzan por obtener el triunfo, pero
los cristianos tenemos algo mucho mayor que la victoria (Rom. 8:37). Nuestro
galardón es estar al lado de nuestro amado Jesús: “Por lo cual estoy seguro de que
ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo
por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (8:38, 39).
Prosigue hoy tu carrera cristiana hasta llegar a la meta. Pronto el buen Dios
te dará la corona de vencedor.

271
Una herencia bendita
23 “Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras,
septiembre te santifiqué, te di por profeta a las naciones”
(Jeremías 1:5).

U no de los grandes privilegios de esta vida es ser padres. No obstante,


también representa una enorme responsabilidad. Los padres transmitimos
a los hijos algunas tendencias y afecciones hereditarias que, si no se atienden a
tiempo, podrían complicarse en la vida futura. Al respecto, se nos recuerda que
un día los padres seremos juzgados por Dios: “Cuando los padres y los niños
se encuentren en el día final para rendir cuentas, ¡qué escena se verá! Miles de
niños que han sido esclavos de los apetitos y de vicios degradantes, cuyas vidas
han sido fracasos morales, estarán frente a frente con sus padres que los hicie-
ron lo que son. ¿Quiénes, sino los padres, han de afrontar esta terrible respon-
sabilidad? ¿Fue el Señor quien corrompió a estos jóvenes? ¡Oh, no! ¿Quién,
entonces, ha hecho esta terrible obra? ¿No fueron trasmitidos los pecados de
los padres a los hijos por apetitos y pasiones pervertidos? ¿Y no se completó la
obra por los que descuidaron su educación de acuerdo con el modelo que Dios
ha dado? Tan ciertamente como que ellos existen, todos estos padres tendrán
que pasar el examen de Dios” (Mente, carácter y personalidad, t. 1, p. 149).
Todos dejamos una influencia en este mundo, pero los que somos padres
influimos especialmente en nuestros hijos. El mejor regalo que podemos brin-
dar a nuestros hijos es reflejar ante ellos una vida transformada por el Espíritu
Santo: “Dichosos los padres cuya vida es un reflejo fiel de la vida divina, de
modo que las promesas y los mandamientos de Dios despierten en los hijos
gratitud y reverencia; dichosos los padres cuya ternura, justicia y longanimi-
dad interpreten fielmente para el niño el amor, la justicia y la paciencia de
Dios; dichosos los padres que al enseñar a sus hijos a amarlos, a confiar en
ellos y a obedecerlos, les enseñan a amar a su Padre celestial, a confiar en él y a
obedecerlo. Los padres que hacen a sus hijos semejante dádiva los enriquecen
con un tesoro más precioso que los tesoros de todas las edades, un tesoro tan
duradero como la eternidad” (ibíd., p. 150). Por eso dice la Biblia: “Herencia
de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en
manos del valiente, así son los hijos tenidos en la juventud. ¡Bienaventurado el
hombre que llenó su aljaba de ellos! No será avergonzado cuando hable en la
puerta con los enemigos” (Sal. 127:3-5).
Este día ruega a Dios que los que te rodean puedan verlo a él a través de
tu vida.

272
Mi madre murió en mis brazos
“Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí. 24
Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, septiembre
para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos
o que muramos, del Señor somos”
(Romanos 14:7, 8).

S ucedió la madrugada del 29 de junio de 1984. Yo había estado preparando


hasta muy tarde un sermón de boda. Al día siguiente, teníamos que viajar
a Barcelona (España), donde tendría lugar el enlace, de modo que llevaba solo
unas dos horas en la cama cuando notamos que mi madre se había levantado
jadeante y se dirigía hacia la terraza. Ella necesitaba aire fresco porque se esta-
ba ahogando. Padecía un cáncer de pulmón y aquella noche algo se complicó
que le produjo una crisis respiratoria fatal. Mi esposa y yo nos levantamos
inmediatamente; yo la tomé en mis brazos antes de que cayera. Toda la familia
estaba a su lado cuando los estertores de la muerte nos indicaron que estaba
agonizando. Ya sin palabras, su mirada ansiosa iba de uno a otro de nuestros
rostros con una misteriosa mezcla del que pide socorro pero prodiga amor,
buscando ojos para intercambiar miradas. La apreté contra mi pecho y, pasados
unos minutos, expiró.
En una de sus más famosas rimas, Gustavo Adolfo Bécquer repite: “¡Dios mío,
qué solos se quedan los muertos!” No, no estoy de acuerdo con el poeta romántico
ni con aquellos que piensan que los hombres podemos vivir juntos pero morimos
solos. Mi madre fallecida no sintió ni la inmensidad de la oscura noche en la que
penetró, ni las frías paredes de la tumba, ni la ausencia de sus deudos, porque es-
taba inconsciente. Al morir, dejó de sentir, de ver, de oír; hasta que vuelva a vivir
no recordará, pero cuando despierte a la vida, los rostros de sus amados que le
acompañamos en aquel día, el amor con el que se despidió de nosotros, renacerán
con ella, porque así como vivimos juntos morimos también juntos, y ella vive im-
perecedera en nuestra memoria hasta el día de la resurrección.
¿Cómo debemos interpretar la vida? ¿Cómo vivir? A mí, la respuesta me
parece obvia: ¡Amando! Porque amar es vivir a lo divino: amar a Dios, amar
a la familia, amar a los hermanos en la fe, amar al prójimo, amar incluso al
enemigo. Como dice nuestro texto, vivir para Dios, no para sí, vivir para los
demás, no para sí; vivir en compañía, en fraternidad, amando, sirviendo, com-
partiendo y en el día de la muerte, no estaremos solos.
Usemos nuestras vidas para honrar al Padre celestial y, venga lo que venga,
recordemos siempre que hay un Dios en los cielos.

273
La cultura de la violencia
25 “La tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena
septiembre de violencia. Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida,
porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”
(Génesis 6:11, 12).

E n marzo de 1977, Israel Drapkin, profesor de la Universidad Hebrea de


Jerusalén, publicó un ensayo titulado La cultura de la violencia, donde
trataba de mostrar que el mundo vivía inmerso en un horizonte cultural ca-
racterizado por la violencia en todas las dimensiones en que se manifiesta la
cultura de un período histórico: la literatura, el arte, la música, la política, las
relaciones internacionales, la vida familiar y social, la economía, el trabajo, en-
tre otras. Por lo largo y ancho de este mundo hemos escuchado tanto de crimen
organizado, persecuciones políticas y religiosas, secuestros, masacres, que nos
hemos acostumbrado a tales escenarios, que han llegado a ser parte de nuestro
entorno. Asimismo, la violencia genera condiciones propicias para su propio
desarrollo. Con ello, se ha afirmado el reino del terror y la cultura del miedo en
la sociedad, donde la capacidad de pensar se vuelve sumamente complicada y
resulta más fácil ceder la libertad a cambio de la seguridad.
Han pasado treinta y cinco años desde que este análisis de la cultura de la
violencia fue concebido como un diagnóstico de aquel tiempo. Algunos pensa-
dores de entonces pronosticaron que dicha crisis pasaría pronto, pero no, la crisis
no ha sido superada. El libro de Israel Drapkin sigue teniendo plena actualidad,
seguimos inmersos en el horizonte cultural de la violencia y los presagios de fu-
turo tampoco han mejorado. ¿Por qué? Porque la generalización de la violencia
solo puede conducir este mundo a su final, al juicio de Dios, quien un día dijo:
“He decidido acabar con todo ser, pues por causa de ellos la tierra está llena de
violencia. ¡Yo los destruiré, junto con la tierra!” (Gén. 6:13).
Eso significa que el mal no prevalece. Quienes creen que la violencia es el
único camino para sobrevivir en este mundo muy pronto descubrirán que hay
un Dios en los cielos… ¡Qué privilegio el nuestro de conocer lo que va a pasar
y de poder construir a tiempo el “arca” en la cual hemos de salvarnos!
Hoy te invito a ejercer de contrapeso a la cultura de la violencia a través
de la cultura del amor, como dijo Jesús: “Amados, amémonos unos a otros,
porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, ha nacido de Dios y conoce
a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan
4:7, 8).

274
Como en los días de Noé
“Pero como en los días de Noé, así será la venida del Hijo 26
del hombre, pues como en los días antes del diluvio estaban comiendo septiembre
y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que
Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio
y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre”
(Mateo 24:37-39).

J esús convirtió en una señal de los tiempos la analogía entre el tiempo del
fin y la época antediluviana. Elena de White describe así los días de Noé:
“Cualquiera que codiciaba las mujeres o los bienes de su prójimo, los tomaba
por la fuerza, y los hombres se regocijaban en sus hechos de violencia. […]
hasta que llegaron a considerar la vida humana con sorprendente indiferencia”
(Patriarcas y profetas, p. 71). Es verdad que hoy muchas actitudes inmorales
o corruptas toman formas más sofisticadas y sutiles que entonces y que, bajo
el manto de la igualdad, la libertad, la emancipación y la superación de tabúes,
la sociedad contemporánea está endosando prácticas abiertamente contrarias a
las buenas costumbres, al equilibrio y al bien común de las mayorías. Algunas
de estas rupturas son incluso contra natura, es decir, contra las leyes invete-
radas que siempre nos dictó la naturaleza, por ejemplo, el matrimonio entre
personas del mismo sexo.
¿Podemos dar a estas prácticas rango de señal de los tiempos como dijo
Jesús? Sin duda, porque representan la mutación de las cosas que parecían
tener estado fijo, por su generalización y aculturación, y por las consecuencias
funestas que se les atribuyen. Te propongo un sencillo ejercicio: toma un pe-
riódico, un número cualquiera, y consigue tres rotuladores de color rojo, verde
y negro; comienza a pasar sus páginas y lee los titulares. Cada vez que en-
cuentres una noticia que tenga que ver con la violencia (crímenes, terrorismo,
robos, secuestros, asesinatos, guerras, revoluciones, agresiones) pon una señal
roja; cada vez que encuentres noticias que tengan que ver con la corrupción,
la inmoralidad, la deshonestidad, el soborno, pon una señal verde; y cada vez
que encuentres una noticia que tenga que ver con otras señales (hambres, te-
rremotos, enfermedades, angustia de gentes, persecuciones religiosas) pon una
señal negra. Haz el recuento. ¿Cuál es el resultado? Una descripción estadísti-
ca sorprendente de la crónica de un día de nuestro tiempo, un grito desgarrador,
apremiante de las señales del fin. Como en los días de Noé, este es el tiempo
en que estamos viviendo.
Permanece atento a las señales, porque hay un Dios en los cielos… que
pronto regresará a la tierra.

275
Serenidad en medio del bullicio
27 “Entonces los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron
septiembre todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él les dijo: ‘Venid
vosotros aparte, a un lugar desierto, y descansad un poco’ ”
(Marcos 6:30, 31).

E n Europa, cuatro hombres de cada cinco viven hoy en grandes ciudades.


Las metrópolis se han extendido casi ininterrumpidamente de Estocolmo
a Nápoles, de Madrid a Budapest, modificando la vida de millones de perso-
nas. Pero ¿cuáles han sido las consecuencias? Es evidente que en los grandes
núcleos urbanos se ha constatado un incremento inquietante de la agresividad.
Además, en este tipo de poblaciones es más difícil encontrar espacios de espar-
cimiento y disfrutar de quietud y tranquilidad.
Jesús enseñó a sus discípulos la importancia de descansar aun en ambientes
llenos de bullicio y agitación. A pesar de vivir en medio de muchas actividades,
el Señor encontraba espacios de quietud. No se dejaba gobernar por sus múlti-
ples compromisos, más bien, él gobernaba su tiempo.
Por otro lado, el descanso que Jesús promovió entre sus discípulos tenía el
objetivo de renovar sus energías y no desgastarlo aún más. “El descanso que
Cristo y sus discípulos tomaron no era un descanso egoísta y complaciente. El
tiempo que pasaron en retraimiento no lo dedicaron a buscar placeres. Conver-
saron de la obra de Dios y de la posibilidad de alcanzar mayor eficiencia en
ella” (El Deseado de todas las gentes, p. 328).
Fray Luis de León comienza su Vida retirada así:
“¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!”
El ejemplo de Jesús es verdaderamente aleccionador: “Ninguna vida es-
tuvo tan llena de trabajo y responsabilidad como la de Jesús, y, sin embargo,
cuán a menudo se le encontraba en oración” (ibíd.). ¡Cuán constante era su
comunión con Dios! En el retiro acogedor del campo encontramos paz, quie-
tud, reposo, sosiego. ¿No será, acaso, la vida en la naturaleza un providencial
antídoto contra la agresividad y la violencia? Sí, necesitamos más tiempo de
serenidad y quietud.
Si vives en una ciudad, te invito a orar hoy para despejar tu mente. Él te
dará paz.

276
Seguimos en Dachau
“Jesús lloró” 28
(Juan 11:35). septiembre

E n julio de 1975, en el viaje al congreso de la Asociación General que tuvo


lugar en Viena (Austria), visitamos el primer campo de concentración cons-
truido por los nazis en Dachau, cerca de Múnich, en el sur de Alemania. Como
el campo de Auschwitz, mucho más grande, Dachau fue escenario desde 1933
hasta 1945 de castigos tremendamente crueles infligidos a presos religiosos, aris-
tócratas, intelectuales, políticos, gitanos y, desde 1939, también judíos. Durante
ese tiempo, más de 200.000 prisioneros fueron recluidos en ese campo de exter-
minio, donde se calcula que 41.500 personas fueron asesinadas, además de otros
miles que fallecieron víctimas de las pésimas condiciones de vida. En Dachau,
el Dr. Sigmund Rascher realizó infames experimentos médicos con prisioneros
para probar nuevos medicamentos en proceso de experimentación. Cientos de
prisioneros murieron o quedaron lisiados permanentemente como resultado de
estos experimentos.
Dachau fue lugar horrible de trabajos forzados hasta la muerte, torturas,
ejecuciones sumarias, hambre, frío y hacinamiento; una valla electrificada de
alambre de púas, una zanja y un muro con siete torres de vigilancia rodeando
el recinto, es el recuerdo siniestro que guardo de este infierno en la tierra. Al
visitarlo, imposible evitar las lágrimas.
¿Por qué tanta violencia? ¿Por qué especialmente hacia los hijos de Dios?
“Dios no violenta nunca la conciencia; pero Satanás recurre constantemente a
la violencia para dominar a aquellos a quienes no puede seducir de otro modo.
Por medio del temor o de la fuerza procura regir la conciencia y hacerse tribu-
tar homenaje. Para conseguir esto, obra por medio de las autoridades religiosas
y civiles y las induce a que impongan leyes humanas contrarias a la ley de
Dios” (El conflicto de los siglos, p. 577).
Hoy, casi setenta años después de la liberación de Dachau por parte de las
tropas aliadas, seguimos en Dachau, en este campo de concentración de des-
igualdades, de violencia, de hambre, de abusos, de corrupción, de impunidades
que es nuestro mundo actual. Seguimos sin alterarnos como debiéramos; con
mordaz indiferencia, seguimos contemplando como si nada estas trágicas esta-
dísticas. ¿Hasta cuándo? Solo Dios lo sabe.
La buena noticia es que Jesús volverá pronto para llevarnos a morar a nues-
tro verdadero hogar. Entonces, ya no habrá más llanto ni dolor.

277
Justa indignación
29 “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
septiembre ni deis lugar al diablo”
(Efesios 4:26, 27).

¿Srefiere a una justa indignación, cuyo papel fundamental es estimular a


e puede uno airar sin llegar a pecar? En realidad, el apóstol Pablo se

los hombres en su lucha contra el pecado. El propio Jesús no se enfadó a causa


de una ofensa personal, sin embargo, sí reaccionó con vehemencia ante sutiles
desafíos lanzados contra Dios e injusticias en contra de las personas (Mar.
3:5). Por lo tanto, el enojo es justificable cuando se concentra en la conducta
errónea y no en la persona, ya que Dios odia el pecado pero ama al pecador.
La violencia, en cualquiera de sus formas, no es componente del patrimonio
ético-espiritual de la revelación bíblica. La indignación a la que alude nuestro
texto es lo contrario de la aquiescencia con el pecado, forma parte del progra-
ma de protestas y reformas morales que Dios ha encomendado a su iglesia
(1 Juan 2:15-17). Previene contra el pecado de abuso de la justa indignación,
la venganza y el resentimiento personal, evitando que alguna raíz de amargura
brote y pueda mancillar o arruinar la paz del alma (Heb. 12:15).
Por otro lado, es muy importante no cultivar actitudes que favorezcan el
desarrollo de los frutos de la carne, especialmente en casa: “El hogar ha de
ser el centro del afecto más puro y elevado. Cada día deben fomentarse con
perseverancia la paz, la armonía, el afecto y la felicidad, hasta que estos bienes
preciosos moren en el corazón de los que componen la familia. La planta del
amor debe nutrirse cuidadosamente; de lo contrario morirá. Todo principio
bueno debe ser cultivado si queremos que florezca en el alma. Debe ser des-
arraigado todo lo que Satanás planta en el corazón: la envidia, los celos, las
malas sospechas, la maledicencia, la impaciencia, el prejuicio, el egoísmo, la
codicia y la vanidad. Si se permite que permanezcan estos malos rasgos en el
alma, darán frutos que contaminarán a muchos. ¡Oh, cuántos cultivan las plan-
tas venenosas que matan los frutos preciosos del amor y contaminan el alma!”
(El hogar cristiano, p. 174).
“Debe hacerse en cada iglesia un ferviente esfuerzo para desechar la male-
dicencia y el espíritu de censura, como algunos de los pecados que producen los
mayores males en la iglesia. La severidad y las críticas deben ser reprendidas
como obras de Satanás. La confianza y el amor mutuo deben ser estimulados y
fortalecidos en los miembros de la iglesia” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p.
574).
No lo olvides, rechaza las acciones pero nunca a las personas.
278
La revolución de la gracia
“Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús, nuestro Señor, 30
porque, teniéndome por fiel, me puso en el ministerio, septiembre
habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador;
pero fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia,
en incredulidad. Y la gracia de nuestro Señor fue más abundante
con la fe y el amor que es en Cristo Jesús”
(1 Timoteo 1:12-14).

E n realidad, el reino de Dios, el mundo mejor, empieza en el nuevo nacimien-


to espiritual que debe operarse en el ser humano. Todo lo que no cambie
el corazón humano no podrá lograr la ruptura de las cadenas de dolor de este
mundo. La conversión a Cristo, la obra del Espíritu Santo, es la revolución más
radical y profunda que pueda efectuarse para conseguir un mundo mejor.
Esta fue la única revolución que Cristo enseñó y de la cual, la experiencia
de Pablo es un buen ejemplo. De un pertinaz perseguidor de los cristianos,
blasfemo, violento, injuriador, Dios hizo un ministro fiel del evangelio, cons-
tructor de la paz, el amor y la igualdad entre los hombres. La descripción de su
conversión es de lo más emocionante: “Durante algún tiempo fue un poderoso
instrumento en manos de Satanás para proseguir su rebelión contra el Hijo de
Dios. Pero pronto este implacable perseguidor iba a ser empleado para edificar
la iglesia que estaba a la sazón demoliendo. Alguien más poderoso que Satanás
había escogido a Saulo para ocupar el sitio del martirizado Esteban, para pre-
dicar y sufrir por el Nombre y difundir extensamente las nuevas de salvación
por medio de su sangre” (Los hechos de los apóstoles, p. 84).
Quien fuera un temerario perseguidor de la iglesia, ahora era un poderoso
instrumento de Dios y canal del amor celestial, como se observa en sus pa-
labras a Filemón: “Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis
prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil.
Te lo envío de nuevo. Tú, pues, recíbelo como a mí mismo. Yo quisiera rete-
nerlo conmigo, para que en lugar tuyo me sirviera en mis prisiones por causa
del evangelio. Pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor
no fuera forzado, sino voluntario. Quizá se apartó de ti por algún tiempo para
que lo recibas para siempre, no ya como esclavo, sino como más que esclavo,
como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en
la carne como en el Señor” (File. 1:10-16).
Esta es la revolución de la gracia, silenciosa, pacífica, eficaz y profunda que
Dios puede obrar hoy en tu corazón.

279
“Homo homini lupus”
1º “Engañoso es el corazón más que todas las cosas,
octubre y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jeremías 17:9).

L a frase latina “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre)
fue popularizada por el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra Le-
viatán, un autor que había soportado las penalidades de la cruel Guerra Civil
inglesa de 1642 a 1651.
El hombre puede llegar a ser un lobo, un depredador para sus semejantes.
El profeta Jeremías, que es el escritor bíblico que mayor uso hace de la palabra
“corazón” para referirse a la voluntad humana, corrobora la frase latina de Plauto
con expresiones tales como: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas,
y perverso” (Jer. 17:9); “no andarán más tras la dureza de su malvado corazón”
(3:17); y Ezequiel habla también de hombres “de duro rostro y de empedernido
corazón” (Eze. 2:4), “aquellos cuyo corazón anda tras el deseo de sus idolatrías
y de sus abominaciones” (11:21) que tienen “corazón de piedra” (11:19; 36:26).
Solamente la inspiración homicida del diablo, desde el fratricidio de Abel
hasta hoy, ha podido llenar la crónica humana de tantas muertes violentas, ma-
sacres, genocidios, holocaustos, terrorismo y crueldades cometidas por unos
hombres contra otros. El libro del historiador francés Guy Richard L’histoire
inhumaine [La historia inhumana] es una narración que causa espanto por to-
dos los medios, sofisticaciones y armas usadas por el hombre para torturar, ha-
cer sufrir, mutilar y asesinar a otros seres humanos. Y sin necesidad de recurrir
a esos hechos trágicos de la historia, las noticias de prensa de cada día están
cuajadas de titulares que nos sobrecogen.
El versículo de esta mañana pregunta si hay alguien capaz de comprender el
corazón humano. Y Dios responde: “¡Yo, Jehová, que escudriño la mente, que
pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus
obras!” (Jer. 17:10). Solo Dios puede neutralizar la obra siniestra del príncipe de
este mundo transformando el corazón de los hombres. Él anuncia una nueva alian-
za con el hombre, la alianza del nuevo nacimiento y del amor, en la cual promete:
“Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré
de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Eze. 36:26).
La promesa de transformar nuestros corazones nos llena de esperanza y
seguridad. Porque hay un Dios en los cielos… nuestro futuro puede ser muy
diferente.

280
¿Cuándo se acabará la corrupción?
“Sus jefes en medio de ella son como lobos 2
que arrebatan la presa: derraman sangre para destruir las vidas, octubre
para obtener ganancias injustas”
(Eze. 22:27).

L as campañas electorales suelen ser eventos donde los aspirantes a puestos


populares exageran sus propuestas para convencer a los electores prometien-
do más de lo que pueden cumplir. Pero no contentos con eso, llegan al extremo
de prometer fogosamente que, de ser elegidos a tal o cual cargo, “acabarán con
la corrupción” en su respectivo dominio. Lo curioso es que es difícil ver u oír los
espacios informativos o leer el periódico sin que se denuncien bochornosos es-
cándalos de corrupción entre la clase política de las diversas regiones del mundo.
Parece que hace mucho tiempo que se ha olvidado la idea del servidor público,
aquel que facilita la vida de sus conciudadanos a través de acuerdos y leyes. Más
bien, muchos consideran a sus líderes como personajes abusivos que, en ocasio-
nes, confunden la administración pública con un botín de guerra. La promesa de
“acabar con la corrupción” sigue sin cumplirse.
No es bueno tener una mala imagen de aquellos que gobiernan en nuestros
respectivos países. Eso no contribuye a la consolidación de las libertades de
una nación. No obstante, tampoco podemos conformarnos con semejante li-
derazgo. Eso es especialmente delicado entre los niños y los jóvenes, quienes
corren el riesgo de creer que la corrupción es parte inherente de la vida de sus
sociedades y que , por lo tanto, deben adaptarse a la misma. En realidad, los
líderes que hoy gobiernan el mundo alguna vez fueron niños que adquirieron
valores (o antivalores) en las sociedades donde crecieron. Hoy estamos cose-
chando lo que hemos sembrado.
¿Pero qué se puede hacer para contener la corrupción en todos los niveles?
He aquí un buen consejo: “Debe realizarse una gran obra en la presentación
de las verdades salvadoras de la Biblia. Este es el medio ordenado por Dios
para detener la marea de la corrupción moral en la tierra. Cristo dio su vida
para hacer posible que el hombre fuese restaurado a la imagen de Dios. Es el
poder de su gracia el que une a los hombres en obediencia a la verdad. Los que
quieran experimentar más de la santificación de la verdad en su propia alma,
deben presentar esta verdad a los que la ignoran. Nunca encontrarán una obra
más elevadora y ennoblecedora” (Consejos para los maestros, p. 236).
Hoy te animo a estudiar, enseñar, proclamar y practicar las verdades de la
Biblia. Su influencia en tu vida y en la de los tuyos favorecerá la construcción
de una mejor sociedad.
281
Las lágrimas de Atocha
3 “¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso;
octubre tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión
y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente
al malvado; que castiga la maldad de los padres en los hijos
y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”
(Éxodo 34:6, 7).

O currió el 11 de marzo de 2004. Era la hora punta de la mañana. Los trenes de


cercanías iban repletos de hombres, mujeres y niños que iniciaban sus activi-
dades cotidianas. Habían subido en todo el corredor del Henares (zona de la peri-
feria de Madrid), donde reside una importante colonia de inmigrantes rumanos y
se dirigían hacia la estación de Atocha, el intercambiador de trenes más importante
de la ciudad. Pero entre las 7:36 y las 7:40, en las estaciones de El Pozo, Atocha
y Santa Eugenia, se produjeron diez explosiones casi simultáneas en cuatro de los
trenes que dejaron un trágico balance de 191 muertos y 1.858 heridos.
Un comando terrorista de Al Qaeda, una organización islamista, fue el au-
tor de la masacre. Habían depositado en los vagones unas mochilas cargadas de
explosivos que hicieron estallar por medio de temporizadores. Entre los muer-
tos había dos adventistas: la joven Nicoleta Diac, adventista rumana, muerta
en el acto; y Emilian Popescu, también adventista rumano, cuyo cuerpo quedó
irreconocible. Entre los heridos de gravedad estaban Margarita Cerrato, espa-
ñola, con traumatismo en un pie y los oídos; Ciuhat Lorin, herido de conside-
ración, rumano, quien escribió más tarde un libro sobre el atentado; y Emilia
Mavru, también rumana, herida en los pies y la cara. Silviu Jarnea, que viajaba
en uno de los trenes y que me ha contado los detalles de la tragedia, salió ileso
porque en su vagón no había explosivos.
Los terroristas buscaban causar el mayor número de víctimas inocentes
para generar gran alarma social. En este caso, la mayor parte de los afectados
eran trabajadores, estudiantes, gente modesta, no implicada en las reivindica-
ciones de los terroristas. Lo peor de todo es que atrocidades de esta naturaleza
se han cometido usando como pretexto motivos religiosos.
La Biblia describe al Padre celestial como un “Dios fuerte, misericordioso
y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad”. Yo lo he com-
probado en mi propia vida. El Dios de la Biblia no puede inspirar un atentado,
un crimen o un fraude. ¡De ninguna manera! Más bien, inspira perdón y mi-
sericordia.
Busca hoy de corazón al Señor y vive de forma que lo honres con tu vida.

282
La violencia de género
“Así también los maridos deben amar a sus mujeres 4
como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, octubre
a sí mismo se ama, pues nadie odió jamás a su propio cuerpo,
sino que lo sustenta y lo cuida, como también Cristo a la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos”
(Efesios 5:28-30).


H ace ya muchos años que oficié mi primera boda como pastor ordenado.
Los contrayentes eran alumnos del seminario adventista que tuvieron
después un hermoso y consagrado ministerio sirviendo al Señor incluso en
las misiones extranjeras. El tema escogido para aquella boda fue el que el
mismo Creador trató en la primera boda en el Edén; Jesús lo citó también en el
Evangelio (Mat. 19:5, 6), y Pablo lo esgrime como argumento en su Epístola
a los Efesios: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su
mujer y los dos serán una sola carne” (Efe. 5:31). Yo estoy convencido que si
la expresión “una sola carne” fuera comprendida en todo su alcance, si el obje-
tivo de todo matrimonio fuera pasar del dos inicial al uno conyugal, no habría
infelicidad en las parejas y, sobre todo, no se produciría esa crónica negra de
nuestro tiempo a la que llamamos violencia de género.
Ningún dardo duele más que aquel que lanza la persona que alguna vez
despertó nuestro más profundo amor. Por eso, es en el hogar donde se construye
la felicidad o la desdicha de nuestras vidas: “Nadie puede destruir tan completa-
mente la felicidad y utilidad de una mujer, y hacer de su vida una carga doloro-
sa, como su propio esposo; y nadie puede hacer la centésima parte de lo que la
propia esposa puede hacer para enfriar las esperanzas y aspiraciones de un hom-
bre, paralizar sus energías y destruir su influencia y sus perspectivas. De la hora
de su casamiento data para muchos hombres y mujeres el éxito o el fracaso en
esta vida, así como sus esperanzas para la venidera” (El hogar cristiano, p. 34).
El amor que surge en una relación de pareja debe madurar, crecer y al-
canzar su cenit en la consecución del ideal “una sola carne”. Pero no siempre
ocurre así, a veces, porque tuvo un mal origen, también porque no prevaleció
en su pugna contra el egoísmo y, finalmente, porque no existió un referente
espiritual del amor, como indica nuestro versículo, amar a nuestras esposas,
“como Cristo amó a la iglesia”.
Coloca tu vida en manos de Dios este día para que te enseñe a dar y recibir
amor.

283
Mete tu espada en la vaina
5 “Jesús entonces dijo a Pedro: ‘Mete tu espada en la vaina.
octubre La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?’ ”
(Juan 18:11).

A penas unos pocos meses después de estallar la Guerra Civil en España,


un joven de diecinueve años llamado José María Gironella (ganador en
1946 del premio Nadal de novela y, en 1971, del Planeta) debía huir a Francia
porque su vida peligraba en Gerona, su ciudad natal. Su padre lo acompañó
hasta la frontera y, poco después, los gendarmes franceses lo detuvieron e ins-
peccionaron. En el bolsillo del pantalón había algo que el chico no había visto.
Su padre le había introducido un mensaje de despedida. Era un papel que Giro-
nella leyó emocionado: “No mates a nadie, hijo. Tu padre, Joaquín”.
No le dijo, como cualquier padre hubiese hecho al despedirse de un hijo
en tiempos de guerra: “Cuida tu vida, hijo, ten cuidado que no te maten”. Más
bien, le pidió: “No mates a nadie” porque, aunque quería que su hijo volviera
sano y salvo, quería que lo hiciese sin las manos manchadas de sangre, aunque
fuera en defensa propia. Es curioso, pero el padre del escritor, estaba evocando
lo que Jesús dijo a Pedro en el Getsemaní: “¡Mete tu espada en la vaina!”
Los cristianos hemos de ser mensajeros de paz, esa paz que transforma la
vida, que se experimenta de manera personal y luego se suscita. Para Cristo,
el mayor defensor de la no-violencia, no hay circunstancias de peligro, de au-
todefensa o de supervivencia que justifiquen matar a un semejante aunque sea
enemigo. No hay guerra justa en caso de invasión, ni mucho menos guerra
santa en nombre de Dios; no hay iure belli, el derecho a la guerra que defendió
el fraile dominico Francisco de Vitoria en 1532. A las guerras de conquista, a
las campañas militares del rey David, “varón de sangres”; a las matanzas de las
Cruzadas contra los infieles musulmanes; a la Inquisición y sus crueles autos
de fe; a las guerras de religión; al horrendo Holocausto judío; a los autores del
genocidio de Ruanda, la mayoría cristianos; o a los culpables de la limpieza ét-
nica de Bosnia Herzegovina; a todos los violentos, como Pedro en aquella no-
che que prendieron al Maestro, Jesús les ordena: “Mete tu espada en la vaina”.
Tal como lo hizo con Malco, y como un gesto de amor y compasión, Jesús
restaurará con sus manos a las víctimas de la violencia.

284
Del odio al amor
“Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os odia. 6
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, octubre
porque amamos a los hermanos. El que no ama
a su hermano permanece en muerte”
(1 Juan 3:13, 14).

U no de los rasgos más lamentables de la experiencia cristiana es la aparición


de la intolerancia religiosa. A lo largo de la historia de la iglesia, los odios y
las persecuciones han sido un verdadero lastre para el pueblo de Dios. Hoy tam-
bién hay expresiones de intolerancia en diferentes ámbitos, sin embargo, Jesús
anunció que, antes de que él volviera en gloria y majestad, el mundo volvería a
una era de totalitarismo: “Entonces os entregarán a tribulación, os matarán y se-
réis odiados por todos por causa de mi nombre. […] porque habrá entonces gran
tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la
habrá. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo; pero por causa
de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mat. 24:9, 21, 22). Pero ante
tal situación, el Señor hizo una importante promesa: “Y yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).
Hoy, los rumores de una persecución parecen lejanos. ¿Por qué? La respues-
ta no es muy agradable: “¿Por qué, entonces, parece adormecida la persecución
en nuestros días? El único motivo es que la iglesia se ha conformado a las reglas
del mundo y por lo tanto no despierta oposición. La religión que se profesa
hoy no tiene el carácter puro y santo que distinguiera a la fe cristiana en los
días de Cristo y sus apóstoles. Si el cristianismo es aparentemente tan popular
en el mundo, ello se debe tan solo al espíritu de transigencia con el pecado,
a que las grandes verdades de la Palabra de Dios son miradas con indiferen-
cia, y a la poca piedad vital que hay en la iglesia. Revivan la fe y el poder de
la iglesia primitiva, y el espíritu de persecución revivirá también y el fuego de la
persecución volverá a encenderse” (El conflicto de los siglos, p. 45).
El amor verdadero suscita el odio de los impíos. Jesús personificó el amor
divino y combatió el odio y la violencia con el amor. Cuando seguimos su
ejemplo, pasamos de una existencia condenada a la extinción a una experiencia
de vida con perspectivas de eternidad. Porque “el que no ama a su hermano
permanece en muerte”.
Amar tiene un precio muy alto, incluso el odio, la intolerancia y la persecu-
ción. Pero no hacerlo conduce a la muerte.
Escoge hoy el camino de la vida, y ¡ama!

285
Trata de ancianos
7 “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven,
octubre te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo,
extenderás tus manos y te ceñirá otro,
y te llevará a donde no quieras”
(Juan 21:18).

L a declaración que Jesús hizo a Pedro contiene una verdad incuestionable


que la vida y la edad evidencian: cuando llegamos a viejos, no siempre te-
nemos la habilidad y la capacidad de valernos por nosotros mismos, de atender
nuestras necesidades, defender nuestros derechos o simplemente nuestro honor.
Necesariamente dependemos de otras personas que también pueden hacernos
víctimas de insolencias, humillaciones, que usan la dignidad de las personas ma-
yores como esterilla.
En un mundo donde todo se compra y se vende, permíteme la pregunta:
¿Cuál es el precio de un anciano? Pues bien, en esta historia, el precio depende
de su edad y estado de salud. Cuanto más viejo y más enfermo más vale. Unos
trescientos euros si es un hombre bien presentado, con una salud aceptable que
tenga alrededor setenta años. Por seiscientos euros se puede encontrar un ancia-
no algo achacoso de unos ochenta años. Pero por mil doscientos euros se pue-
de conseguir un abuelo con una enfermedad incurable y defunción garantizada
a corto plazo. Pues bien, la historia salió en los periódicos con cierto tinte de
escándalo. En Roma, un señor de ochenta y un años que vivía en un hospicio
romano, se casó con una joven actriz yugoslava que necesitaba nacionalizarse
italiana. Había acudido a la Agencia Anónima de Matrimonios que se dedica
con todas las licencias en regla a una curiosa “trata de viejos”. La actriz pagó
los seiscientos euros que le pidieron, contrajo matrimonio con el anciano en la
mañana, desayunó lúgubremente con él y se despidieron para no volverse a ver.
Los padrinos acompañaron al anciano a su residencia como si nada hu-
biese pasado, le dieron el dinero convenido y se marcharon. Pero muy pronto
comenzó la tortura del solitario esposo, aunque casado; primero, el asedio,
las burlas y comentarios de los compañeros de asilo; después, la visita de la
empleada de la agencia que intentó chantajearle para que él, a su vez, chanta-
jease a la actriz. Recibió cartas indignadas de familiares y dardos de sarcasmo
lanzados por conocidos. Un día, el pobre octogenario confesó a una periodista:
“Quisiera irme, no sé dónde, adonde nadie me conozca. Irme. Irme. Aunque
fuera al otro mundo”.
Defender a los ancianos y luchar por su dignidad es una importante señal
de una sociedad civilizada y justa. Al mismo tiempo, la iglesia está llamada a
promover el respeto de este sector de la sociedad. Hazlo tú este día.
286
“Vuelva usted en septiembre”
“Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas 8
de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, octubre
porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios”
(Efesios 2:7, 8).

T enía 18 años cuando me preparaba para ingresar en el seminario adventista


de Madrid, pero antes debía examinarme de Primero de Bachillerato, una
de cuyas asignaturas era Religión Católica. El profesor, un canónigo de la basí-
lica-catedral de Zaragoza, me pidió que le explicase la doctrina de la gracia. El
examen era oral, de modo que no me fue difícil hacerle una exposición de mis
convicciones personales sobre la gracia de Dios, que trae salvación al mundo a
través de Jesucristo y por medio de la fe. El profesor no me dejó concluir y, sin
ocultar su malestar, me dijo: “¡Eso no se lo ha enseñado ningún sacerdote! Vuel-
va usted en septiembre, ¡aunque conmigo no aprobará jamás esta asignatura!”
Tuve una segunda oportunidad, pude presentarme a los exámenes extraordina-
rios de septiembre y aprobé, pero, tristemente, el profesor no tuvo otra oportu-
nidad de suspenderme: el mismo día del examen, murió de un ataque al corazón
mientras hablaba por teléfono. La gracia es un don de Dios que, si se rechaza
deliberadamente, puede no volver jamás.
Siete años más tarde, me encontraba ante otro jurado examinador. Esta vez
en nuestra Facultad de Teología Adventista de Collonges (Francia). Acababa
de presentar un estudio sobre la Ley y la gracia y, al final de la exposición, el
presidente de la Unión Franco-Belga, Francis Lavanchy, un veterano pastor
que presidía el jurado, me dijo: “Muy bien, hijo, este tema deberá ser el leitmo-
tiv de tu predicación y de tu enseñanza como pastor adventista”.
Todos tenemos alguna experiencia personal relevante con la gracia de
Dios. Posiblemente, nos llenamos de emoción cuando descubrimos el mensaje
evangélico y nos encontramos por primera vez con la gracia de Dios, o cuando
caímos en las profundidades de la tentación y el pecado e invocamos el perdón
del cielo, o cuando en medio del dolor y del sufrimiento pedimos a Dios su
ayuda y, como a Pablo, el Señor nos respondió: “Bástate mi gracia, porque mi
poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9).
¿Qué hubiera sido de nosotros sin la gracia de Dios? Pero hay un Dios en
los cielos... que, desde antes de la fundación del mundo, hizo provisión de
abundante gracia para todos sus hijos, de modo que “cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20).

287
El día y la hora
9 “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe,
octubre ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre”
(Marcos 13:32).

E l 16 de octubre de 2006, en el periódico 20 minutos de Madrid, apareció la


siguiente noticia tomada de la revista Nature: “El ser humano se extinguirá
el 31 de octubre de 2.252.006. Científicos europeos han determinado que nues-
tra especie se extinguirá por el frío. Un desfase de la órbita de la Tierra, por el
que el planeta no se acercará lo suficiente al Sol, provocará su enfriamiento y
la extinción de los mamíferos”.
El anuncio nos parece sensacionalista y, por supuesto, imposible de com-
probar. ¿Quién estará aquí en esa fecha para verificarlo? Pero lo cierto es que la
eventualidad del fin de todas las cosas ya no es el mensaje de “grupos catastro-
fistas, alarmistas y excéntricos” como se decía no hace mucho. Los científicos
han tomado el relevo y son ellos quienes nos sobresaltan ahora con predicciones
y pronósticos acerca del fin del mundo. Hoy es cada vez más común escuchar
preguntas en cuanto a si la humanidad tiene fecha de caducidad, el impacto de
la superpoblación, los desastres climáticos, las guerras, las pandemias globales,
entre otras.
Es verdad que los científicos no se ponen de acuerdo en cuanto a la exacti-
tud de las fechas y que manejan cifras que nos dejan indiferentes, porque nin-
gún ser humano que vive en la actualidad podrá ser testigo de sus predicciones;
pero ¿qué mensaje nos aportan estos anuncios? En primer lugar, la realidad de
que la cuestión del fin ha pasado a ser un tema dilecto para nuestros contempo-
ráneos; la proliferación de esos comentarios y anuncios del apocalipsis final,
con un viso científico para darles verosimilitud así lo confirma. En segundo
lugar, la generalización del tema, esta explosión de declaraciones científicas y
pseudocientíficas ha desvirtuado la proclamación del mensaje cristiano. Ante
la lejanía y el modo espectacular como se trata, la gente no se lo toma en serio.
También es cierto que fijar fechas para el fin de todas las cosas, que la Biblia
asocia con la segunda venida de Cristo, ha sido y sigue siendo una tentación
para todos los que creemos y esperamos el retorno del Salvador contra la que
debemos estar advertidos, porque del día y la hora nadie sabe, solo el Padre.
Las señales de la venida del Señor son cada vez más evidentes. Sigamos
proclamando su regreso y mostremos al mundo que la única esperanza y sal-
vación del planeta se encuentra en el establecimiento del reino de Dios en este
mundo.

288
Amor fraternal
“Permanezca el amor fraternal” 10
(Hebreos 13:1). octubre

E n septiembre de 1953 se celebró en la Iglesia central de Barcelona el pri-


mer Congreso Nacional de Jóvenes de la Iglesia Adventista de España. Yo
tenía catorce años y era el director de la por aquel entonces llamada Sociedad
de Cadetes de la Iglesia de Zaragoza. Recuerdo que el lema del Congreso fue
“Permanezca el amor fraternal”. En efecto, el amor fraternal se iba a convertir
durante mi experiencia religiosa en uno de los descubrimientos más apreciados
y en una de las mayores bendiciones que he encontrado en la Iglesia Adventista.
Tratando de ser objetivo, al hacer hoy balance de mis más de sesenta años
de profesión de fe adventista, puedo decir que he tenido, tengo y espero se-
guir teniendo en la iglesia muchos buenos amigos, hermanos queridos, que me
han manifestado de mil maneras los encantos del verdadero amor fraternal;
conservo el amor fraternal indiscutible de los hermanos de las iglesias a las
que he servido como pastor o en las que hice algún esfuerzo de evangeliza-
ción. Aprecio particularmente el amor fraternal de mis colegas en el ministerio,
compañeros de estudio, alumnos o colaboradores. Guardo muchas cartas en las
que los testimonios de aprecio, amistad y afecto no son puras fórmulas conven-
cionales, sino la expresión de lo que nuestro versículo llama “amor fraternal”,
que en el lenguaje del Nuevo Testamento se formula con la palabra filadelfia,
sin paralelo en el Antiguo Testamento.
El término filadelfia es usado solo cinco veces en el Nuevo Testamento
(1 Tes. 4:9; Rom. 12:10; 1 Ped. 1:22, 23; 2 Ped. 1:5-7; Heb. 13:1). Pues bien,
al analizar detenidamente estos textos, nos percatamos de que el amor frater-
nal no es el afecto general que debemos tener al género humano, ni es el amor
filial o paternal de los consanguíneos, ni es el amor a los amigos. Más bien,
filadelfia, en el Nuevo Testamento es un término especializado que se emplea
para referirse al afecto singular, espiritual, que debe existir entre los hijos de
Dios. Es un fruto de la regeneración obrada por el Espíritu Santo en el creyen-
te; asociado en estos textos al verbo amar, podemos decir que es amar al modo
de Dios; es entrañable de todo corazón y es sincero, ajeno a la hipocresía. Pero
filadelfia se puede enfriar e incluso perder, por eso Pablo recomienda a los
hebreos: “Permanezca el amor fraternal”. No lo perdamos porque por propia
experiencia puedo decir que es uno de los más ricos privilegios que tenemos
como adventistas.
Te invito a ser hoy amable con los demás y mostrar un rostro amigable.
Pronto cosecharás lo que estás sembrando.
289
Cultura y religión
11 “Pero cuando venga el Hijo del hombre,
octubre ¿hallará fe en la tierra?”
(Lucas 18:8)

L a respuesta a esta pregunta de Jesús, la podemos encontrar en lo que sigue.


En diciembre de 1976, el escritor estadounidense de origen judío Saúl Be-
llow, pronunciaba una conferencia en la Academia Sueca, tras ser galardonado
con el Premio Nobel de Literatura. El cronista que cuenta el hecho lo narra así:
“Bellow se encaró con el tema ‘El escritor y la sociedad’ y como un profeta
bíblico acusó: ‘Los escritores actuales estamos traicionando a la humanidad, el
novelista moderno se ha apartado de lo fundamental, de lo esencial, de lo perdu-
rable en las turbulencias del siglo XX. Durante casi un siglo, la literatura ha es-
tado usando las mismas ideas, mitos, estrategias. Ensayo tras ensayo, libro tras
libro, nos va ofreciendo los mismos pensamientos de Baudelaire, Nietzsche,
Marx, Freud que ya apenas nos representan. Son como los viejos monstruos de
un museo paleontológico. La lucha del escritor tendría que ser mostrar esas in-
mensas ansias comunes de definir más completa, coherente y claramente lo que
es el ser humano, quiénes somos y para qué es la vida’ ” (José María Carrascal,
El País, 15-12-1976, p. 33).
Hoy, las obras de muchos escritores famosos alcanzan ediciones que pue-
den llegar al millón de ejemplares. Traducidas a las principales lenguas mo-
dernas, se leen en muchas partes del mundo y ejercen su impacto cultural lento
pero profundo en la sociedad. Muchos de ellos se declaran ateos dogmatizantes
o, en el mejor de los casos, agnósticos e independientes; todos han marcado
ideológicamente a nuestros contemporáneos.
Ser ateo no significa ser más sabio ni más inteligente. Mario Vargas Llosa con-
fesó: “La cultura no ha podido reemplazar a la religión porque en nuestro tiempo,
la cultura ha dejado de ser una respuesta seria y profunda a las grandes preguntas
del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino y la historia. Por más que
ciertos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es
la única consecuencia lógica y racional del conocimiento, el ser humano común
y corriente seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia
más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. La religión no solo es
lícita, sino indispensable en una sociedad democrática” (El País, 28-08-2011).
La fe sigue siendo necesaria hoy.

290
El éxito no es casualidad
“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar 12
tus manos; pues no sabes qué es lo mejor, si esto o aquello, octubre
o si lo uno y lo otro es igualmente bueno”
(Eclesiastés 11:6).

D urante cierto período de mi ministerio me vi sometido a un programa de


trabajo muy extenso: impartía quince horas semanales de clase en el se-
minario teológico, era director del Departamento de Educación de la Unión
Española, pastor de la Iglesia de Castellón, cursaba simultáneamente los dos
años finales de la licenciatura en Historia en la Universidad de Valencia, estaba
casado y teníamos un bebé. ¿Cómo se puede afrontar tal exceso de trabajo? Pri-
mero, dependiendo de Dios, que me otorgaba la capacidad de trabajo necesaria.
Segundo, llevando un estricto control del empleo del tiempo. Tercero, sabiendo
que era el sprint final de una situación temporal. Cuarto, fijándome un objetivo
altamente motivador. Quinto, estableciendo un orden de prioridades en mis acti-
vidades. Y te puedo asegurar que nunca me sentí enfermo de adicción al trabajo
porque Dios me guiaba, empujaba y suplía mis carencias.
El éxito no es ninguna casualidad. Tampoco es el resultado de un golpe de
suerte. La suma de la inteligencia, las circunstancias y el esfuerzo pueden repre-
sentar muchas cosas favorables en la vida: el éxito en los estudios, los negocios
y los proyectos, la inspiración, el virtuosismo. Todos podemos prepararnos para
desarrollar al máximo nuestras capacidades intelectuales y habilidades físicas,
así como adquirir hábitos de trabajo, compromiso y responsabilidad. Entonces,
en algún momento, se presentará la circunstancia, sí, la oportunidad para mostrar
de lo que estamos hechos.
En la vida espiritual, nuestro versículo de hoy dice eso mismo: la siembra
incesante, la laboriosidad, el trabajo previsor, son la garantía de las buenas
cosechas. Beethoven decía: “El genio se compone de un 2% de talento y de un
98% de trabajo”, y Edison corrigió un poquito a Beethoven diciendo: “La in-
vención es 1% de inspiración y 99% de transpiración”. Generalmente, el genio
comienza las grandes obras, pero solo el trabajo las termina. Éxito, genialidad,
creatividad e importantes realizaciones son tributarios de trabajo. Así lo afirma
también el proverbio: “¿Has visto un hombre cuidadoso en su trabajo? Delante
de los reyes estará, no delante de gente de baja condición” (Prov. 22:29).
Pide hoy a Dios que te ayude a mejorar tus actitudes y a adquirir los me-
jores hábitos de trabajo. Así, cuando se presenten las circunstancias, tú estarás
preparado para aprovechar las oportunidades.

291
Altavoces para los necios
13 “No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos
octubre que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio
al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos”
(2 Corintios 10:12).

S e atribuye nuestro título al filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855),


como una premonición del tiempo actual. Un tiempo donde el relativismo
ha conseguido el triunfo de la máscara sobre la verdad, un micromundo donde
la superinformación exalta la superficialidad, lo estrafalario y lo estrambótico.
Esto se ha convertido en la gran farsa de este mundo contemporáneo, en la
que contribuyen decisivamente la prensa del corazón, los Reality Show y mu-
chas tertulias televisivas. Y, en oposición a esto, otra frase célebre atribuida a
William Shakespeare: “La hierba crece de noche”. Es decir, crece en silencio,
como todas las cosas grandes e importantes, sin que nadie se fije en ella, sin
brillo ni estrépito. Debido a una publicidad desaforada hoy estamos condena-
dos a ver la realidad a través de espejos deformantes.
Pero no quisiera pararme en esta crítica de los vicios informativos de nues-
tro tiempo, sino referirme a la actitud equivocada de los que, como dijo Jesús,
gustan figurar en las primeras sillas de los banquetes; los que dan limosna u oran
para ser vistos y oídos por la gente; los que, como cuenta Pablo, iban por las igle-
sias alabándose a sí mismos, midiéndose con su propia medida y comparándose
consigo mismos. El uso que a veces hacemos de las estadísticas y los informes,
el despliegue ostentoso de recursos, el orgullo espiritual al tratar con los que
discrepamos, la discriminación inconsciente entre pobres y ricos (Sant. 2:2, 3),
pueden convertirse en actos o gestos de vanagloria y sublimación personal.
La discreción, la modestia, el silencio, la sencillez, la actitud reservada, “que
no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (Mat. 6:3), el reconocimiento de los
demás atribuyéndoles los méritos que les pertenecen y que “en todo sea Dios
glorificado” (1 Ped. 4:11; Col. 3:17) debiera ser la actitud de aquellos que re-
presenten su nombre: desaparecen detrás de la obra realizada, permanecen en la
sombra, como Juan Bautista: “Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”
(Juan 3:30), buscan la aceptación y el aplauso de Dios más que el de la “galería”,
porque no sirven al ojo como los que simpatizan con los seres humanos (Efe. 6:6).
Solo así nos cubrirá la sombra del Omnipotente, recibiremos el beneplácito de
Dios y se cumplirá la palabra: “Porque cualquiera que se enaltece será humillado
y el que se humilla será enaltecido” (Luc. 18:14).
Que el Señor te ayude a ser discreto y prudente.

292
Nuestro camino a Damasco
“Pero, yendo por el camino, aconteció que, al llegar cerca de 14
Damasco, repentinamente lo rodeó un resplandor de luz del cielo; octubre
y cayendo en tierra oyó una voz que le decía:
‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ ”
(Hechos 9:3, 4).

J esús salió al encuentro de Saulo en el camino a Damasco. Lo cercó de luz


del cielo, lo arrojó al suelo y le preguntó:
–¿Saulo, por qué me persigues?
–¿Quién eres, Señor? –respondió Saulo.
–Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el
aguijón –dijo con firmeza la voz celestial.
Saulo reconoció a Jesús y, rendido ante él, le preguntó: “Señor, ¿qué quieres que
haga?” Fue así como el camino de Saulo cambió por completo de rumbo. A partir de
ese día se convertiría en el apóstol Pablo. Aquella misma mañana, Ananías tuvo una
visión en la que el Señor le ordenó: “Levántate y ve a la calle que se llama Derecha,
y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso, porque él ora, y ha visto en
visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que
recobre la vista” (Hech. 9:11, 12). Ananías hizo lo que se le pedía.
La conversión de Saulo es, en muchos sentidos, un arquetipo de toda ver-
dadera conversión:
1. Pablo iba por su camino, convencido, seguro, pero equivocado, porque
los nuestros no siempre son los caminos de Dios.
2. Cristo se cruzó con él, se encontró con él.
3. Súbitamente, le cercó un resplandor de luz del cielo. Una luz nueva,
deslumbrante.
4. Pablo cayó en tierra, se desplomaron su seguridad, convicciones y or-
gullo.
5. Se entabló un diálogo personal, íntimo entre Pablo y Jesús.
6. Pero quedó ciego durante tres días para que, en su mundo interior, oran-
do, llegase al arrepentimiento.
7. Entró en contacto con la iglesia.
8. Cuando recobró la vista le cayeron escamas; es decir, los prejuicios,
ahora vería las cosas de manera diferente.
9. Fue bautizado.
10. Fue lleno del Espíritu Santo.
¿Cuál era tu camino? ¿Cómo fue tu “camino a Damasco”? ¿Cuál es tu ca-
mino actual? ¿Te has encontrado ya con Jesús?
293
Intoxicación masiva
15 “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus
octubre si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido
por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu
que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios”
(1 Juan 4:1, 2).

¡FEspaña fueron afectadas por una extraña enfermedad que se manifestaba


ue horrible! Del 1º de mayo al 17 de julio de 1981, veinte mil personas en

con los síntomas de una neumonía atípica: tos, fiebre alta, dificultad respiratoria,
dolor torácico, dolores musculares intensos, alteraciones cutáneas y, en algunos
casos, muerte inminente. Los epidemiólogos registraron más de setecientos fa-
llecimientos, y miles de pacientes quedaron seriamente dañados por lo que, final-
mente, se diagnosticó como una intoxicación masiva producida por el consumo
de aceite tóxico de colza desnaturalizado (de uso industrial).
La variedad conocida como canola del aceite de colza es comestible y tiene
gran riqueza en ácidos grasos no saturados, omega-6 y omega-3, que son buenos
para la salud. Se le considera por sus propiedades muy parecido al aceite de
oliva. Pero, desnaturalizado para fines industriales, es tóxico, venenoso, mortal.
Por un afán de lucro, los importadores de este aceite industrial lo comercializa-
ron de forma fraudulenta para el consumo humano, vendiéndolo a bajo precio
y mediante la venta ambulante. Fue adquirido por las clases obreras, personas
mayores, conventos de religiosas, instituciones benéficas; es decir, gente con
limitados recursos económicos.
En la Sagrada Escritura, el aceite de oliva es un símbolo del Espíritu Santo. El
que se usaba para la alimentar la llama de las lámparas del templo representaba la
presencia divina allí y en las unciones de reyes, sacerdotes y profetas. El acto de
derramar sobre sus cabezas aceite significaba que se les comunicaba el Espíritu
de Dios (1 Sam. 16:13), los profetas eran “los hombres de Espíritu” (Zac. 4:14;
Ose. 9:7) y Cristo, el Mesías, el Ungido, estaba lleno de Espíritu Santo.
Por consiguiente, los falsos espíritus contra los que nos previene Juan, los
espíritus que no son de Dios, los profetas que engañan, falsifican o mienten, pro-
ducen una intoxicación espiritual, como la del aceite de colza adulterado, cuyos
efectos sobre la vida espiritual pueden ser letales o generar serios problemas en
la salud espiritual de los creyentes. El apóstol Juan nos dice que hay que exami-
narlos y detectar su naturaleza tóxica. Solo los espíritus que exaltan, honran y
proclaman la encarnación de Cristo como único Salvador, son de Dios.
Pide al Señor hoy ser lleno del Espíritu Santo.

294
¿Qué hacer con la duda?
“Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, 16
el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. octubre
Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda
es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento
y echada de una parte a otra”
(Santiago 1:5, 6).

D urante varios meses he estado impartiendo estudios bíblicos a un hombre


de tradición familiar católica muy arraigada. Pero a los sesenta y cinco
años conoció a una mujer adventista y comenzó a frecuentar nuestra iglesia
los sábados, a escuchar la predicación de la Palabra de Dios, a preguntar, a
descubrir, a contrastar… Así llegó a iniciar conmigo lo que él llamaba una
“catequesis”. Cuando llegamos a los temas relacionados con la inmortalidad
condicional, sintió cómo se desmoronaban creencias importantes de su fe: el
cielo y el infierno, la intercesión de los santos, la asunción de la Virgen María,
etcétera. El hombre me confesó que tenía varias dudas con respecto a la ense-
ñanza adventista sobre esas cuestiones. Y parecía sincero.
La duda. ¿Qué hacer con ella? Elena de White dice en El camino a Cristo que,
aunque Dios ha dado evidencias suficientes para conocer la verdad, los que quie-
ran dudar tendrán oportunidad de hacerlo. Además, es imposible para el espíritu
finito del hombre comprender plenamente al Infinito, ya que hay misterios que
nunca podrán ser totalmente comprendidos. También hay que considerar que Sa-
tanás interviene tratando de pervertir las facultades del entendimiento, por lo que
no debemos deificar a la razón como criterio supremo de la verdad. La razón ado-
lece de las flaquezas de la humanidad. A pesar de ello, a causa del orgullo, puede
parecer demasiado humillante reconocer que no entendemos algunas verdades. A
veces falta la paciencia de saber esperar hasta que se reciba más luz. No obstante,
el amor al pecado representa una barrera para la aceptación de la verdad; para
llegar a ella debemos estar animados de un deseo sincero de conocerla y buena dis-
posición para obedecerla. En lugar de dudar y cavilar sobre lo que no se entiende,
es necesario gozar de la luz que ya brilla en nosotros y probar por nosotros mismos
la veracidad de la Escritura. La experiencia nos ofrece muy buenas evidencias.
Cuando nos regocijemos en la plenitud del amor de Jesús, las dudas desapa-
recerán. Evitemos que la duda se convierta en escepticismo e incredulidad: “Mi-
rad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón tan malo e incrédulo
que se aparte del Dios vivo” (Heb. 3:12).
Pon hoy tus dudas en las manos de Dios. Él tiene la respuesta a cada una
de ellas.

295
Sordos y ciegos en la iglesia
17 “Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego,
octubre sino mi siervo? ¿Quién es tan sordo como mi mensajero que envié?
¿Quién es tan ciego como mi escogido, tan ciego
como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte,
que abre los oídos y no oye?”
(Isaías 42:18-20).

¿TParado delante del cuadro Las Meninas de Velázquez y esperando que


e imaginas a un invidente visitando la pinacoteca del Museo del Prado?

alguien le explique el “aire interpuesto” entre las figuras de las infantas y sus
damas. ¿Te imaginas a un sordo acompañando con sus palmas la interpretación
de la famosa marcha Radetzky en el concierto de Año Nuevo de Viena? Todo
parece un juego de imaginación, pero en realidad lo que está diciendo nuestro
versículo de hoy es que el pueblo de Israel era ciego y sordo porque no veía ni
oía ni comprendía lo que el Señor les estaba mostrando y diciendo a través de
las maravillas de los acontecimientos.
Sí, en la iglesia puede haber sordos de corazón que no sienten, ciegos de
fe que no creen, los que no transmiten porque no oyen, los que no entienden
porque no ven. Si pudiéramos abrir nuestros oídos cerrados e iluminar nues-
tros ojos apagados, ¡qué maravilla! Seríamos testigos de los milagros de Dios,
veríamos y oiríamos la explosión de luz multicolor del infinito amor divino
en este mundo, tendríamos nuestro espíritu alegre, sereno y confortado y unas
enormes ganas de contar a otros lo que estamos presenciando y escuchando.
El Señor dijo: “¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra,
porque yo soy Dios, y no hay otro!” (Isa. 45:22) y, desde entonces, la salvación
se resume en un cruce de miradas entre el Salvador y el hombre, y en una escu-
cha atenta de la Palabra de Dios, de la que viene la fe que salva. La mirada de
Jesús se encontró con la de Pedro en el patio del sumo sacerdote. Pedro recordó
sus palabras y lloró amargamente. También miraron a Jesús el paralítico del
estanque, el endemoniado gadareno, el leproso, la mujer con flujo de sangre
que fueron sanados; la viuda de Naín, Jairo y su esposa a quienes les devolvió
sus hijos con vida. Miraron a Jesús, con ojos sin luz, el ciego Bartimeo, el cie-
go de Betsaida y el ciego de nacimiento, y después vieron; y aquel malhechor
del Gólgota clavado en una cruz también miró a Jesús casi agónicamente, y el
Señor le prometió la entrada en el Paraíso. A todos miró Jesús y les dijo: “Sed
salvos”.
Míralo a él este día. Él te enseñará a escuchar su voz y entender su Palabra.

296
Pasar de muerte a vida
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree 18
al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, octubre
sino que ha pasado de muerte a vida”
(Juan 5:24).

J ean Weidner fue un héroe adventista de la Segunda Guerra Mundial que, a


mediados de 1940, creó una organización clandestina, la Dutch-Paris, alta-
mente perseguida por la Gestapo, para pasar judíos de Francia a Suiza por la
ruta suiza, o de Francia a España, Portugal e Inglaterra por la ruta española a
través de los Pirineos. En cierto momento, alguien dijo de Jean Weidner: “Él
salvó a mis padres; él salvó mi vida, él salvo las vidas de tantas personas, mu-
chos de ellos judíos; pero hizo más: nos dio refugio y comida, nos dio el coraje
que necesitábamos”.
En los años del Holocausto, Weidner salvó las vidas de ochocientos judíos
y muchos otros que huían del terror del nazismo. Arriesgó constantemente su
propia vida, sufrió torturas, persecución y condenas de muerte, para salvarlos
de una muerte segura en aquellos horribles campos de exterminio y conducir-
los a la libertad, a la esperanza y a la vida. Interrogado una vez sobre por qué
había arriesgado su vida para salvar a otros, su respuesta fue breve e inmediata:
“Eran hijos de Dios, eran seres humanos”. Estaba animado por la certeza de
que en todo momento se encontraba entre las manos de Dios: “Estoy completa-
mente satisfecho de que Dios me haya guiado a través de esos años de evasión,
captura, tortura y terror”.
Para pasar de la muerte a la vida, se necesita un guía, alguien que arriesgará
su vida para salvarnos. Ese guía ha sido Cristo, por eso la fuente de inspiración
y el referente de la obra de Jean Weidner fue Jesús mismo, el Salvador de los
hombres que vino a este mundo para crear una ruta de evasión de las cárceles
del mal, una red que clavó en la cruz la cédula de condenación que nos era con-
traria, y nos proveyó de un acta de exculpación y libertad. También Jesús sufrió
castigos, persecución, torturas, amenazas y, finalmente, la muerte. “Pero Dios,
que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando
nosotros muertos en pecado, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia
sois salvos)” (Efe. 2:4, 5).
Jesús es el único que puede reavivarte y transformar tus circunstancias ne-
gativas. Déjalo conducirte y pronto verás que hay un Dios en los cielos.

297
La resistencia pacífica
19 “Cuando lo maldecían, no respondía con maldición;
octubre cuando padecía, no amenazaba, sino que
encomendaba la causa al que juzga justamente”
(1 Pedro 2:23).

L a Segunda Guerra Mundial (1939-1945) ha sido una de las páginas más


crueles y violentas de la historia de la humanidad: las víctimas mortales,
a partir de septiembre de 1939, se calculan en más de sesenta millones de per-
sonas, de los cuales más de cuarenta millones fueron civiles y casi veinte mi-
llones militares. En el holocausto fueron exterminados seis millones de judíos
en los campos de la muerte nazis, y en la explosión atómica en Hiroshima, el
6 de agosto de 1945, en un solo día se causaron ciento veinte mil muertos, casi
todos civiles, además de miles de heridos.
La Resistencia francesa era un conjunto de movimientos y organismos de
defensa contra la ocupación alemana: atentados, catástrofes ferroviarias, oposi-
ción, entre otras. Pero la organización clandestina creada por Jean Weidner, la
red Dutch-Paris, también de resistencia contra el decreto de exterminio alemán
de millones de judíos, fue de resistencia pacífica. Sus miembros no se mancha-
ron las manos de sangre; todo lo contrario, libraron de la muerte a cientos de
personas exponiendo sus propias vidas. La hermana de Weidner, Gabrielle, mu-
rió en un campo de concentración y otros miembros de la red apresados por la
Gestapo fueron fusilados. El propio Weidner estuvo a punto de morir en varias
ocasiones. En su arresto de Toulouse (Francia) el 29 de mayo de 1944, cuando
la Gestapo había hecho planes para ejecutarlo al día siguiente, declaró al jefe
de la milicia de colaboracionistas franceses que lo había detenido: “Usted sabe
que soy el jefe de la red de evasión Dutch-Paris. Pero también es cierto que nin-
guna de las personas de mi organización, ni yo mismo, hemos usado la violencia
o hemos matado a alguien, sea francés o alemán. Yo siento que mi deber como
ser humano es salvar vidas. Esa es la razón de mi organización”.
La resistencia pacífica fue también la táctica de Jesús con sus adversa-
rios. Nunca incitó a sus discípulos contra los fariseos y escribas propiciando
el enfrentamiento polémico y la violencia. Solo al final de su ministerio, en el
paroxismo de la oposición de las autoridades religiosas de su tiempo, denun-
ció públicamente sus errores, característicos de una actitud espiritual falsa.
Él nos enseñó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen,
haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen”
(Mat. 5:44). El apóstol Pedro nos recuerda la importancia de seguir sus pisadas
(1 Ped. 2:21).
Rechaza cualquier tipo de violencia y proclama la paz de Jesús.
298
Guías falsos o un ángel de Dios
“Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden 20
en todos tus caminos. En las manos te llevarán octubre
para que tu pie no tropiece en piedra”
(Salmo 91:11, 12).

E n julio de 1942, Joseph Smit, un empresario judío de Róterdam (Holanda),


estaba angustiado y quería salir de su país y refugiarse en Suiza. Había
sido detenido una vez por la Gestapo y temía que tanto él como su familia
terminaran en un campo de exterminio nazi. Un amigo le dijo que conocía a
alguien que podría llevarles sanos y salvos a Suiza, pero tendría que pagar un
alto precio: dos mil florines de entonces por persona y por adelantado. Pagó,
entraron en contacto con el guía clandestino y fijaron el itinerario: Róterdam,
Bruselas, París, Lyon, Annecy, Collonges, Ginebra.
Pero desde el comienzo del viaje fueron objeto de engaños y chantajes.
Cambiaron varias veces de guía, les pidieron mucho más dinero y, finalmente,
llegaron a Lyon solos y sin dinero. El cónsul de su país en esa ciudad les puso
en contacto con Jean Weidner quien, al conocer la historia y las estafas que ha-
bían sufrido, se hizo cargo de la familia sin costo. Él los introduciría en Suiza
haciendo un tramo del viaje por la montaña del Salève que conocía muy bien,
hasta Collonges, desde donde cruzarían de noche la carretera y las alambradas
que los separaban de Suiza.
El grupo inició la travesía del Salève al amanecer. Pero la abuela pronto
empezó a retrasarse. De repente Jean se dio cuenta de que la anciana no estaba
en el grupo. Fue en su busca y esta le dijo: “Nunca lo lograré. Usted y los de-
más sigan avanzando. ¡Dejadme aquí, dejadme aquí! Prefiero morir en la mon-
taña”. Weidner se sentía el custodio de aquel grupo y no podía admitir perder a
uno de sus miembros. Le ofreció que se apoyara en su hombro. “Dejadme mo-
rir, dejadme acostarme aquí y morir. Podéis seguir sin mí”. En ese momento,
Jean Weidner la tomó en sus brazos y la llevó así hasta la granja donde debían
reposar y tomar alimento antes de cruzar la frontera. A media noche, después
de evitar ser vistos por las patrullas alemanas que pasaban por la carretera, uno
tras otro pasaron las hileras de alambre de espinos y se encontraron en Suiza,
en la región de Ginebra.
Guías falsos y un ángel de Dios. La familia Smit había encontrado en Jean
Weidner el ángel de Jehová del Salmo 91, que tomó en sus brazos a la anciana
abuela y la condujo a la libertad y a la vida.
Tú puedes ser hoy un ángel de Dios.

299
Creer y servir al hombre es creer en Dios
21 “Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón,
octubre porque de él mana la vida”
(Proverbios 4:23).

A l terminar la guerra, después de recibir una buena cantidad de medallas y


condecoraciones, Jean Weidner se estableció en los Estados Unidos. Lleva-
ba una vida tranquila, sin llamar la atención ni hacer ostentación de sus actos de
heroísmo y sus galardones. Pero un día, Herbert Ford, un periodista adventista
del Pacific Union College, logró penetrar la modestia de Jean Weidner y capturar
en un texto el relato de este personaje asombroso. Así nació el libro Flee the
Captor [Huye del captor], que ha servido de fuente para estas historias.
En 1963, el Congreso Judío Estadounidense quiso honrar a aquellos in-
dividuos que hubiesen rescatado refugiados de los nazis durante la Segunda
Guerra Mundial. Para entrar en contacto con ellos, se publicó un anuncio en
todos los periódicos del país que quisieran colaborar. Un cliente de Weidner,
Norman Rosen, leyó el anuncio y escribió una larga carta a esta asociación
detallando las hazañas de Jean Weidner. Así fue como, en marzo de aquel año,
se organizó una ceremonia de reconocimiento, en la cual el Congreso Judío Es-
tadounidense entregó a Weidner una escultura en forma de una Biblia abierta,
que tenía una inscripción que decía: “En reconocimiento del heroico rescate de
cientos de judíos en la Europa ocupada durante la Segunda Guerra Mundial.
Por el inmenso valor que puso al servicio de la humanidad […] por la puesta en
práctica ejemplar de las más bellas tradiciones de caridad, justicia y rectitud”.
El sábado 21 de mayo de 1994, Jean Weidner, un amigo de la humanidad,
murió en su casa de Monterrey Park (California, EE.UU.). Al funeral del sábado
siguiente, celebrado en la Iglesia Adventista de Temple City, asistieron represen-
taciones diplomáticas de Israel, Holanda, Francia y Bélgica, autoridades de los
Estados Unidos, supervivientes o representantes de los rescatados, miembros de
la Dutch-Paris, y muchos miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Milton Geiger puso estas palabras en la boca de Weidner como la síntesis de lo
que había guardado siempre en su corazón, de lo que había guiado su vida: “Creo
en los hombres porque estoy obligado si quiero creer en Dios, quien creyó lo su-
ficiente en el hombre como para crearlo y continuar siendo paciente con él. Esto
es lo que ninguna crueldad o locura podrá jamás destruir: que el hombre crea en
sí mismo, lo que en definitiva es su confianza en su Creador”.
El Señor desea que tú y yo mostremos paciencia, amor, tolerancia y afecto
hacia cada uno de nuestros semejantes. Eso les revela que hay un Dios en los
cielos.
300
Hoy ha muerto un hombre bueno
“Os daré pastores según mi corazón, 22
que os apacienten con conocimiento y con inteligencia” octubre
(Jeremías 3:15).

S i alguna vez el Señor cumplió esta hermosa promesa, lo fue con el don de su
propio Hijo, y con el ministerio de mi buen amigo, el pastor Ignacio López,
fallecido a los 49 años de edad, víctima de una hemorragia en una operación
quirúrgica. Mi amistad con Ignacio data de nuestro tiempo de estudiantes, pri-
mero en Madrid, años duros aquellos, en los que o te forjabas una vocación en
el yunque de las dificultades o buscabas otros derroteros para la vida.
Trabajador incansable, concienzudo, práctico, ahorrador, generoso, creyente
convencido, ejemplar. Ignacio era un hombre bueno. Así lo calificó un periodista
de Almería, su última iglesia, en una corta reseña de su muerte publicada en un
diario de la ciudad: “Hoy ha muerto un hombre bueno”. Como dijo el pastor
Andrés Tejel en la necrológica que publicó en la Revista Adventista: “Adiós Ig-
nacio, hasta luego. Pronto te veremos. Te has ido de aquí sin pelearte con nadie.
Contigo no iban la guerra, las luchas, las críticas. Tú solo sabías pensar bien,
comprenderlo todo, amar a la gente. Caminaste por la tierra acariciando, sonrien-
do, consolando, amando. No sé quién ocupará tu puesto. Hasta pronto”.
¡Cuánto bien hace a la iglesia el fiel servicio de un pastor! La huella que
deja en la vida de mucha gente a veces es difícil de borrar. El pastor está lla-
mado a mostrar una gran sensibilidad hacia sus hermanos en Cristo, hombres y
mujeres falibles que enfrentan cotidianamente la batalla de la fe, de la cual no
siempre salen victoriosos. “La iglesia sobre la tierra está compuesta de hom-
bres y mujeres propensos a errar, los cuales necesitan paciencia y cuidadoso
esfuerzo para ser preparados y disciplinados para trabajar con aceptación en
esta vida y para que en la vida futura sean coronados de gloria e inmortalidad.
Se necesitan pastores –pastores fieles– que no lisonjeen al pueblo de Dios ni lo
traten duramente, sino que lo alimenten con el pan de vida; hombres que sien-
tan diariamente en sus vidas el poder transformador del Espíritu Santo, y que
abriguen un fuerte y desinteresado amor hacia aquellos por los cuales trabajan”
(Los hechos de los apóstoles, p. 419).
Pide hoy a Dios que dé a su iglesia pastores que sigan la voluntad divina y
que ministren a sus congregaciones con inteligencia y sentido común.

301
Un enemigo ha hecho esto
23 “Fueron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron:
octubre ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?
¿Cómo, pues, tiene cizaña?’ Él les dijo: ‘Un enemigo
ha hecho esto’. Y los siervos le dijeron: ‘¿Quieres, pues,
que vayamos y la arranquemos?’ ”
(Mateo 13:27, 28).

E n su adolescencia, Félix se rodeó de malas compañías que lo introdujeron


en el horrible mundo de la droga y se hizo heroinómano. Pero a los 25
años, conoció a Pedro y Laura Peralta, una familia adventista que le enseñó el
evangelio. Félix se entregó al Señor. Tiempo después se casó con Esperanza,
una hija de la familia Peralta, y formó un hogar donde se vivía fielmente el
evangelio. Pero a los dos años de casados, cuando ya habían tenido una niña,
Félix empezó a sentir los síntomas de una enfermedad extraña: sufría una vul-
nerabilidad muy acusada a todo tipo de infecciones, a pesar de su régimen
de vida estrictamente sano. Lamentablemente, los médicos le diagnosticaron
sida. La enfermedad avanzó lentamente, pero en 1994, a los 33 años, pidió
ser ungido. El pastor de su iglesia me pidió que yo hiciese aquel ungimiento,
y lo hice, no sin cierta perplejidad: ¿Por qué el bien no pudo erradicar total y
definitivamente al mal?
Encontré la respuesta en la parábola de la cizaña y de ella hablé en la un-
ción: “Un enemigo ha hecho esto”. En el corazón de Félix, Dios había sem-
brado buena simiente; pero antes, el diablo había sembrado cizaña. Aun sin
quererlo, el bien y el mal crecieron silenciosamente juntos, se desarrollaron y
finalmente dieron sus frutos: hermosas y ricas espigas de trigo mezcladas con
venenosas semillas de cizaña. El trigo nutría la nueva vida de Félix, la llenaba
de gozo, paz y amor, pero la cizaña iba consumiendo su salud. Y no se podía
arrancar la cizaña porque es un rizoma que entrelaza sus falsas raíces con las
del trigo, de manera que queriendo quitar una, se corre el riesgo de llevarnos
también la otra. “Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega”, dijo
Cristo. Sí, hay que esperar hasta la siega con paciencia, con resignación, pero
con esperanza. Entonces, el Señor hará la separación definitiva y dirá a sus
ángeles: “Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; pero
recoged el trigo en mi granero” (Mat. 13:30).
Después de la unción, Félix vivió cuatro años más. Murió a los 37. Gracias
a Dios, ni Esperanza, la esposa, ni la niña sufrieron ningún tipo de contagio.
Han pasado 18 años y los Peralta recuerdan a Félix como una espiga del alfolí
de Dios.
El mal terminará pronto. Aférrate a esta promesa.
302
Como la uña cuando
se separa de la carne 24
octubre
“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, porque
si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros;
pero salieron para que se manifestara que no todos son de nosotros”
(1 Juan 2:19).

“Ade realismo, el autor del poema medieval Cantar del Mío Cid expresa
sí parten unos de otros como la uña de la carne”. Con esta figura llena

el dolor de la separación del Cid Campeador, de su esposa y de sus dos hijas,


cumpliendo el destierro impuesto por el rey de Castilla. Sentimientos semejan-
tes hemos tenido cuando alguien en la iglesia decide abandonar la feligresía
y romper el vínculo que le une a sus hermanos. En 1985, fue muy dramá-
tico observar la disidencia de un grupo de hermanos de Zaragoza (España)
con los que había compartido hermosas experiencias en mi juventud. En abril
de 1986, celebramos un Congreso regional en Zaragoza y el sábado, antes de
iniciar la predicación, sabiendo que mis palabras les serían transmitidas por
sus familiares, dije con sincero dolor: “Si no pudimos, si no supimos, si nos
faltó amor; si no fuimos justos con vosotros, os pedimos perdón, volved a casa.
Como la uña cuando se separa de la carne”.
Las discrepancias, disidencias y desacuerdos doctrinales fueron frecuen-
tes en la iglesia apostólica y el apóstol Pablo tuvo que instruir a las congrega-
ciones: “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Cor. 14:33). Por eso,
no hemos de tratar a los disidentes como a enemigos, sino como a hermanos
(2 Tes. 3:15); además, es prudente atribuirles la “presunción de sinceridad”, res-
petar su manera de pensar aunque no la compartamos, por causa de “la concien-
cia del otro, no a la tuya” (1 Cor. 10:29). También vale la pena aplicarles la regla
de oro, tratarles como nos gustaría ser tratados, seguir el consejo del apóstol
cuando dice: “Restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti
mismo” (Gál. 6:1). Finalmente, debemos dejar que Dios diga la última palabra:
“¿Por qué menosprecias a tu hermano?, porque todos compareceremos ante el
tribunal de Cristo” (Rom. 14:10).
Todo en la iglesia debe contribuir “a la paz y a la mutua edificación” (Rom.
14:19) y, en todas las cosas, tanto en la defensa de la verdad, como en la co-
rrección de errores, debemos hacerlo “para gloria de Dios” (1 Cor. 10:31) y no
como exaltación propia, sabiendo que finalmente, la providencia divina permi-
tirá que lo que viene de Dios prevalezca y lo que no viene de él se disipe, “para
que se manifestara que no todos son de nosotros”.
Que el Señor nos ayude a convivir de la mejor manera.
303
Moisés no estaba allí
25 “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo
octubre de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo
de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado”
(Hebreos 11:24, 25).

D urante una visita al Museo Arqueológico de El Cairo (Egipto), guiados


por uno de los encargados del museo, conseguimos un permiso especial
para entrar en la sala de las momias. ¡Magnífico! Pudimos hacer fotografías de
las urnas con las momias de Tutmosis III, el faraón de la opresión, Amenofis II,
el faraón del éxodo, ambos de la XVIII dinastía, siglo XV; también de Ramsés
II y Menepta, los faraones señalados por la otra teoría sobre la fecha del éxodo,
XIV dinastía, siglo XIII. La momia de la reina Hatshepsut, considerada por
muchos la madre adoptiva de Moisés, aunque fue hallada por Howard Carter
en 1903, no pudo ser identificada hasta 2007, por eso no estaba en la sala de
las momias. Pero ¿y la momia de Moisés? No estaba allí. ¿Dónde estaba? ¿Se
había perdido? ¿Continuaba aún oculta en alguna de las tumbas sin descubrir
del Valle de los Reyes? No, Moisés no estaba allí, no terminó sus días embal-
samado, momificado, metido en un sarcófago en algún lugar del valle del Nilo.
Moisés está en el cielo, junto a Jesús, esta fue su recompensa que vio por la fe,
en su visión del monte Nebo antes de morir y posteriormente resucitar.
La Providencia se sirvió de la infancia de Moisés junto a su madre hebrea,
se sirvió de los años pasados en la corte y en las escuelas militares egipcias
como hijo adoptivo de la hija del faraón, aunque de muchas de estas cosas se
tuvo que desprender después y, por supuesto, se sirvió de los cuarenta años
pasados en la soledad del desierto, en Horeb, para hacer de él el mayor caudi-
llo de la historia de Israel. Fue un legislador, líder espiritual, guía y conductor
de un pueblo de esclavos que llegó a ser una nación. Pero las glorias de este
mundo no le interesaron, prefirió escoger la honra y la aprobación divina y por
eso no estaba en la sala de momias del museo de El Cairo, pero sí estuvo, y
allí lo vieron los apóstoles en el monte de la transfiguración, junto a Elías y a
Jesús glorificado.
Elena de White dice: “La grandeza de Egipto yace en el polvo. Su poder
y civilización han pasado. Pero la obra de Moisés nunca podrá perecer” (La
educación, p. 62).
Tú y yo podemos elegir este día servir al Señor y prepararnos para morar
con él en las mansiones celestiales.

304
¡Retén lo que tienes!
“Vengo pronto; retén lo que tienes, 26
para que ninguno tome tu corona” octubre
(Apocalipsis 3:11).

E n los mensajes a las siete iglesias dados por Jesucristo en Apocalipsis hay
una insistencia que se repite de distintas maneras: guardar, retener, preva-
lecer, etcétera, siempre como admonición para que el creyente adopte una po-
sición firme en las pruebas que sufre o con respecto a la verdad que posee: “Sé
fiel hasta la muerte”, “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído”, “Retén
lo que tienes”. Estos mismos imperativos los encontramos en las Epístolas de
Pablo: “Estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido” (2 Tes. 2:15),
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra fe” (Heb. 10:23),
“Retén la forma de las sanas palabras” (2 Tim. 1:13).
Es interesante comprobar que el significado del verbo kratéo, empleado en
el imperativo “retén”, es “ser fuerte”, pero también puede significar “defender”
y en otros pasajes se ha traducido por “prevalecer”, “vencer”. El mensaje del
Apocalipsis quiere decir que debemos conservar y defender lo que nos perte-
nece, como un soldado defiende su puesto de guardia. ¿Por qué? Porque hay
peligros reales que amenazan el depósito sagrado que Dios ha confiado a la
iglesia.
Un peligro que acecha al pueblo de Dios es la incredulidad: “Una línea de
incredulidad se extiende a través del continente, y está en comunicación con la
iglesia de Dios” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 274). La duda, el escep-
ticismo o el rechazo abierto de verdades fundamentales confiadas a la iglesia
remanente, como la doctrina del santuario y todas sus implicaciones proféticas,
la verdad de los dones espirituales y su manifestación en Elena de White, la
iglesia, su organización y su autoridad, parecen ser objeto hoy de especiales
ataques desde dentro y fuera de la iglesia. Pero no lo olvidemos: “Ninguna de
las ramas de la verdad, que han hecho al pueblo adventista del séptimo día lo
que es debe debilitarse. [...] debemos permanecer firmes en la defensa de nues-
tros principios a plena vista del mundo” (El otro poder, p. 52).
Vivimos en una época de grandes disparates y zarandeo en cuestiones de la
interpretación bíblica. Hay muchas tentaciones atractivas luchando por captar
nuestra atención y distraernos de las cosas espirituales. Es muy fácil perder el
rumbo cuando no sabemos retener nuestras principios cristianos.
Pidamos hoy al cielo que nos ayude a mantenernos leales a su Palabra y su
verdad en estos momentos cruciales de la historia.

305
Temerarias palabras
27 “Ahora, pues, yo te ruego que hagas un trato
octubre con el rey de Asiria, mi señor: Yo te daré dos mil caballos,
si tú puedes dar jinetes que los monten”
(Isaías 36:8).

E l ejército asirio era uno de los más poderosos del mundo. Senaquerib, su
rey, estaba en guerra con Egipto y, aunque el pequeño reino de Judá, aliado
de Egipto, no representaba un enemigo peligroso, mandó al copero mayor con
un gran ejército para que sitiara la ciudad de Jerusalén y conminara a su rey,
Ezequías, a rendirse y cambiar la alianza. El mensajero asirio, sabiendo que el
ejército de Ezequías carecía de caballería, le ofreció un pacto ventajoso: “Yo
te daré dos mil caballos, si tú puedes dar jinetes que los monten”. ¡Pero Judá
no disponía de dos mil jinetes! Además, para que no se pueda dudar de su his-
toricidad, fue escrito con todo detalle en una inscripción cuneiforme hallada
en las ruinas de Nínive, y las crónicas griegas también lo citan atribuyendo la
destrucción del ejército asirio no al ángel de Jehová, como dice la Biblia, sino
a una epidemia.
Haciendo una aplicación homilética del pasaje, los dos mil caballos son las
oportunidades y los medios que Dios puede poner a disposición de cada uno
de nosotros, como providencias reales, para resolver las circunstancias difíci-
les que nos depare el presente y el futuro. Y los dos mil jinetes existen, no son
una hipótesis, ni mucho menos una ficción. Los dos mil jinetes somos todos
los que estemos dispuestos a aventurarnos, a adaptarnos, a aprender, a probar,
a experimentar, a arriesgar. Para ello debemos ser hombres y mujeres de fe
firme, que crean en las promesas de Dios, que confíen en los planes divinos,
que obedezcan sus órdenes; hombres y mujeres de visión que vean las nuevas
oportunidades que se ofrecen, que sepan lo que la iglesia debe hacer, que fijen
objetivos sin quedarse cortos ni pasarse; hombres y mujeres que sepan trabajar
en equipo; hombres y mujeres consagrados, dispuestos al sacrificio, incansa-
bles; hombres y mujeres con formación adquirida, como David en el uso de su
honda, como Pablo de quien Dios dijo: “Ve, porque instrumento escogido me
es éste para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de reyes y de los
hijos de Israel” (Hech. 9:15).
Esta es la aplicación espiritual que podemos dar a la historia real de los envia-
dos de Senaquerib y Ezequías. Lo imprevisible ocurrió y la Providencia envió a
su ángel que dio la victoria al rey de Judá.
Porque hay un Dios en los cielos… no permitirá que su pueblo sea destrui-
do. Al final, le dará la victoria.
306
Vivir es Cristo
“Porque para mí el vivir es Cristo y el morir, ganancia” 28
(Filipenses 1:21). octubre

E n junio de 1964 me gradué en la Facultad de Teología Adventista de Co-


llonges-sous-Salève (Francia). Nuestro invitado fue Charles Winandi y
nuestra divisa “Vivir es Cristo”; y este fue también el tema de mi primer ser-
món. “Vivir es Cristo” es una interpretación de la vida verdaderamente su-
gestiva para un cristiano. Al recibirlo del apóstol Pablo, no puedo por menos
que recordar aquella otra interpretación de la vida que Calderón de la Barca
escribió en La vida es sueño:
“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”.
Es el contraste entre una visión pesimista, decepcionante de la vida y una
exultante manifestación del todo de la vida de un cristiano.
¿Qué significaba para Pablo vivir? Lo que podemos inferir de este versículo
y de otros paralelos (Gál. 2:20) es que el cristianismo es más que la pertenencia
a una religión, es más que un cuerpo de creencias, es más que un código de com-
portamiento. El cristianismo es Cristo, es una experiencia de identificación con
él, una manera de dar significado a lo cotidiano.
El apóstol Pablo da tres dimensiones a la comprensión de su divisa “vivir es
Cristo”. En primer lugar, vivir gracias a Cristo, porque él es nuestro Creador:
“Para nosotros solo hay un Dios, el Padre […] y un Señor, Jesucristo por medio
del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos”
(1 Cor. 8:6) y es también nuestro Redentor que “os dio vida a vosotros, cuando
estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efe. 2:1). En segundo lugar,
vivir en Cristo se refiere a la experiencia de la conversión y de la comunión con
él: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas
pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Pablo usa la expresión “en
Cristo” 165 veces en sus epístolas siempre para asociarnos a la nueva relación
del creyente con el Salvador. En tercer lugar, vivir para Cristo es la dimensión del
servicio, la vida como sacrificio, como el don de sí mismo a Dios: “Y él por todos
murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y
resucitó por ellos” (2 Cor. 5:15).
¿Se puede expresar más en tan pocas palabras?
307
Es mejor seguir a Jesús
29 “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado
octubre como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo
todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo
y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”
(Filipenses 3:7, 8).

E l profesor Julián San Valero era decano de la Facultad de Filosofía y Letras


de la Universidad de Valencia (España). Un día, cuando yo estaba termi-
nando la licenciatura en Historia, me propuso dar clases en el Departamento
de Historia Antigua: “Puyol, procure leer lo antes posible la tesina, para que
pueda comenzar a dar clases como PNN (profesor no numerario), pues ante el
incremento de alumnos, vamos a formar grupos”. Este era, en aquel tiempo,
el cursus honorum para llegar a ser catedrático en la universidad española.
Asociado a un departamento, dabas como PNN algunas clases mientras traba-
jabas en la tesis doctoral, opositabas después a una plaza de profesor asociado
y, finalmente, catedrático. La oferta era tentadora, pero yo era pastor de una
iglesia y profesor de Biblia en nuestro colegio, así que le respondí que no podía
aceptar. Nunca me he arrepentido.
“El hombre que usted pudo haber sido”, es el título de la historia de un ban-
quero que sesteando se encontró un día con un extraño personaje que le contó
muchas cosas que había hecho, y que al banquero le resultaron muy agradables
porque le recordaban viejas aspiraciones y sueños de su juventud. Cuando al
final del ensueño el banquero le preguntó: “Pero, oiga, señor, ¿quién es usted?”
El desconocido, clavando su mirada en el banquero, le dijo: “Yo soy el hombre
que usted pudo haber sido”.
Las cosas que el mundo nos ofrece –posición, fortuna, renombre, notoriedad,
gloria– nunca son fáciles y no siempre se consiguen, pero, en todo caso, no son
comparables con lo que Cristo nos proporciona. Por amor a Jesús, el apóstol
Pablo hizo a un lado el magisterio rabínico en alguna de las escuelas hebreas de
la época, al igual que Shamai, Hillel o Gamaliel, su propio maestro. Dios nos
conduce a algo infinitamente mejor, y el hombre que podemos y debemos llegar
a ser por la gracia divina es el que Juan anuncia en un texto singular: “Amados,
ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo vere-
mos tal como él es” (1 Juan 3:2).
Hoy te invito a considerar el servicio a Dios como el mayor privilegio que
tienes en tu vida.

308
No hay más allá
“Saldrán y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron 30
contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará” octubre
(Isaías 66:24).

A l culto perpetuo que rendirán los redimidos de Jehová (Isa. 66:23) , el profeta
Isaías contrapone el castigo de resultados eternos que recibirán los impeniten-
tes. Jesús recogió esta misma imagen del gusano que no muere y del fuego que no
se apaga cuando habló de los despojos humanos que serán echados en la gehena, el
vertedero del valle de Hinom, que algunas versiones traducen por ‘infierno’ (Mar.
9:48). Pero ¿qué quisieron enseñar Isaías y Jesús con este simbolismo? ¿Pretenden
esas imágenes, en el contexto ideológico hebreo en el que fueron dichas, corrobo-
rar la existencia de un infierno de penas eternas como algunos cristianos enseñan?
El teólogo suizo Emmanuel Pétavel-Olliff, escribió en 1891 el libro Le problème
de l’immortalité [El problema de la inmortalidad], donde aclara:
1. El gusano no tiene la función de hacer sufrir a los cadáveres, sino de des-
truirlos. Lo que los gusanos hacen es realmente acelerar la desaparición de
lo que ha cesado de vivir. El gusano es esencialmente un necrófago, un des-
tructor. El gusano y el fuego perpetuos simbolizan, pues, la eterna perdura-
bilidad de la muerte, la imposibilidad de resucitar para la vida eterna.
2. El fuego eterno o inextinguible es, por su parte, el agente de una destruc-
ción completa e irremediable. El incendio de los palacios de Jerusalén (Jer.
17:27), las ciudades de Sodoma y Gomorra, condenadas al fuego eterno
(Jud. 7), no están ardiendo todavía. De acuerdo con una filología bíblica
elemental, el fuego no es “eterno”, sino que tiene resultados eternos.
3. También los cadáveres del texto tienen un significado simbólico. Ante
todo son, por excelencia, un emblema de la insensibilidad. La perpetui-
dad de un cadáver en descomposición es el símbolo de una muerte eterna
sin ninguna posibilidad de vida futura. También pueden simbolizar el re-
cuerdo presente de un ser que vivió y que ya no es.
La noción de sufrimientos interminables es absolutamente extraña a ese vas-
to simbolismo que encontramos en los profetas bíblicos. Ningún texto de los
libros canónicos de la Biblia contiene una simple sílaba relativa a eventuales
tormentos eternos de los réprobos. Para ellos solo hay una sentencia: no hay más
allá. La gehena citada por Jesús era un servicio público donde se quemaban los
cadáveres de animales y de criminales; jamás, en ninguna de las catorce veces
que se cita el término, está asociado a tormentos sensibles.
Dios ha previsto misericordiosamente el final eterno de los impenitentes.

309
Una oración de fe
31 “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará;
octubre y si ha cometido pecados, le serán perdonados”
(Santiago 5:15).

T omás era un buen amigo y hermano de la Iglesia Central de Madrid (Es-


paña). Había conocido la fe adventista en la juventud y fue bautizado a los
dieciocho años. Incluso, tuvo que sufrir la cárcel en el penal castrense de Mahón
por mantenerse fiel al Señor durante el servicio militar. Toda la iglesia oró por
él. Se casó y tuvo ocho hijos, pero cuando los niños eran todavía pequeños, le
diagnosticaron una cirrosis hepática congénita en estado avanzado. En enero de
1982, los médicos no le daban más de una semana de vida. Pidió ser ungido y,
como éramos amigos, quiso que yo participase. Cuando llegamos a la habitación
del hospital, Tomás estaba postrado en su cama. No abrió los ojos ni nos dijo
una sola palabra. Al terminar, lo dejamos solo con su esposa. Eran casi las diez
de la noche. Cerca de la una de la madrugada, sonó el teléfono en mi casa. ¡Era
Tomás! Me contó que había estado perfectamente consciente durante la unción
y que, cuando hice la oración, él notó cómo una especie de corriente eléctrica
atravesaba su cuerpo; después, cuando quedó solo con su esposa, tuvo sed, le
pidió un vaso de agua, se sentó en el borde de la cama, se irguió y comenzó a
caminar por la habitación. Dos o tres días después le dieron el alta en el hospital.
Durante diez años, Tomás fue llevando su enfermedad lo mejor que pudo,
pero en enero de 1992, unas varices gástricas sangrantes y unas hernias ingui-
nales que le produjeron enormes edemas, obligaron a los médicos a interve-
nirle quirúrgicamente, “a vida o muerte”. Tomás pidió ser ungido de nuevo
y en vísperas de la operación fuimos al hospital. Pedí a una enfermera que,
durante unos minutos, no entraran en la habitación porque íbamos a tener un
acto religioso. Y así fue, Tomás fue operado, “a vida o muerte” y el Señor,
respondiendo a nuestras oraciones, salvó al enfermo y lo levantó. Unos días
más tarde, supimos que el cirujano que lo intervino preguntó a uno de los fa-
miliares: “¿Qué hicieron ustedes en la víspera de la operación en la habitación
de Tomás? En ese acto hubo mucho poder”. Tomás vivió aún un año y once
meses. Falleció el 1º de noviembre de 1993.
Hay poder en la oración de fe. Pon tus enfermedades en las manos del Se-
ñor y sabrás que hay un Dios en los cielos.

310
Volar más alto
“Mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, 1º
levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, noviembre
caminarán y no se fatigarán”
(Isaías 40:31).

E n el libro La educación, Elena de White tiene una cita preciosa sobre las
águilas de los Alpes: “El águila de los Alpes es a veces arrojada por la
tempestad a los estrechos desfiladeros de las montañas. Las nubes tormentosas
cercan a esta poderosa ave del bosque y con su masa oscura la separan de las
alturas asoladas donde ha construido su nido. Se precipita de aquí para allá,
bate el aire con sus fuertes alas y despierta el eco de las montañas con sus gri-
tos. Al fin se eleva con una nota de triunfo y, atravesando las nubes, se encuen-
tra una vez más en la claridad solar, por encima de la oscuridad y la tempestad.
Nosotros también podemos hallarnos rodeados de dificultades, desaliento y
oscuridad. […] más allá de las nubes brilla la luz de Dios. Podemos elevarnos
con las alas de la fe hasta la región de la luz de su presencia” (p. 105).
En efecto, en los Alpes se pueden ver las águilas exhibiendo su majestuoso
vuelo en medio de las cumbres. Elena de White las vio, sin duda, en las dos
visitas que hizo a Torre Pellice, en los valles valdenses del Piamonte (Italia)
en 1885 y 1886. Las águilas son citadas en las Escrituras veinticinco veces,
siempre para subrayar la fuerza de su vuelo, sus potentes alas, el cuidado y
adiestramiento de sus polluelos. Tanto Elena de White como el texto de Isaías
evocan las águilas superando los vientos y las tormentas y elevándose por en-
cima de la tempestad.
¿Qué significa para nosotros volar más alto cuando tenemos una meta que
alcanzar o estamos en medio de una tormenta de la vida? Volar más alto, por en-
cima de los obstáculos, de la oscuridad y las dificultades, sin esperar simplemen-
te a que se disipen. Volar más alto, más cerca de Dios, más dependientes de él,
experimentando su seguridad inquebrantable. Volar más alto, elevar, aumentar,
no solo nuestra comunión con Dios, sino también nuestro compromiso y leal-
tad. Volar más alto, ser más intrépidos, enfrentar las dificultades con más arrojo,
con más valor y coraje. Volar más alto, alcanzar mayor preparación, más capaci-
tación, más experiencia, proveernos de más y mejores recursos. Volar más alto,
ser más eficaces, aspirar a la excelencia, no conformarnos con la mediocridad.
Volar más alto, pedir ayuda, incrementar los colaboradores, crear un equipo.
Porque hay un Dios en los cielos… ¡decídete a volar más alto! Él te ayuda-
rá a superar las adversidades con el poder de su Espíritu Santo.

311
Vivir en libertad
2 “Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados;
noviembre solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros”
(Gálatas 5:13).

C hristian Boireau era el director del Departamento de Jóvenes de la Unión


Franco-Belga, además, era un gran comunicador y un especialista en vuelo
libre con ala delta. Conociendo su afición, en la primavera de 1992 le pedimos
que presentara a nuestros jóvenes una semana de reflexión espiritual titulada
“Vivir en libertad”. Las reuniones fueron inspiradoras, hubo exhibiciones de
vuelo, nos contó muchas experiencias.
¡Vivir en libertad! Es la esencia de la redención. Solo se puede hablar de li-
bertad allí donde no existe. Este mundo es una enorme prisión llena de cadenas,
sufrimiento y luto. Cristo vino a “pregonar libertad a los cautivos […] a poner
en libertad a los oprimidos” (Luc. 4:18) y pagó por ello un altísimo precio: ocu-
pó nuestro lugar en esta cárcel, padeció nuestras torturas y finalmente tomó para
sí la condenación de la ley, la pena de muerte y así pudimos ser libres: “Estad,
pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres” (Gál. 5:1).
Christian nos dijo que vivir en libertad es como volar. Volar es el símbolo
del dominio del espacio. Mientras miremos hacia arriba, no hay barreras por-
que el cielo no tiene límites; solo cuando miramos hacia abajo encontramos
límites y obstáculos que sortear. Pero antes de volar hay que aprender a hacerlo
porque es algo arriesgado. Hay que evitar las aves rapaces que saben cazar
en pleno vuelo. Es necesario tener puntos de apoyo en los que reposar. Hay
que saber volar en bandada, como las colonias de ánades, grullas y otras aves
migratorias, formando una V en el cielo para surcar mejor el aire y ayudarse
mutuamente sustituyendo, de vez en cuando, al guía del grupo. Finalmente,
debemos saber que hay libertades que matan, como el diabólico “tiro de pi-
chón”. Mientras el animal está encerrado en su caja, cautivo, está a salvo, pero
cuando le abren la portezuela de la libertad ve el cielo, sale, vuela, pero un
tirador apostado detrás de la caja sigue su vuelo con un rifle y, si tiene buena
puntería, lo abate…
En aquella semana de reflexión espiritual me encargaron la conclusión de las
charlas y, como ilustración final, compré siete palomas, pichones de granja, a
los que íbamos a poner en libertad, lanzándolos al aire. Fue impresionante, pero
solo cuatro palomas emprendieron el vuelo, las otras tres, aunque lo intentaron,
cayeron al suelo porque no sabían volar, no habían aprendido a vivir en libertad.
Vive hoy la libertad que Dios te da.
312
No hay enemigo pequeño
“Entonces Dalila dijo a Sansón: 3
‘Yo te ruego que me digas en qué consiste tu gran fuerza noviembre
y cómo hay que atarte para que seas dominado’ ”
(Jueces 16:6).

N o sé si alguna vez has presenciado el juego de “atar con hilo de coser”.


Es interesante. Se escoge a la persona más robusta que haya en la sala, se
le pide que una las manos juntando las muñecas y, con una bobina de hilo de
coser, se dan una o dos vueltas de hilo a sus muñecas quedando “atado” como
si llevara unas esposas; luego, se le pide que, haciendo fuerza hacia fuera,
rompa el hilo y se suelte, lo cual hace con facilidad. Se repite esto varias veces,
añadiendo cada vez una o dos vueltas más de hilo. Llega un momento en el
que la persona “atada con hilo de coser” ya no puede soltarse, por muy fuerte
que sea. Un hilo de coser, finísimo, fácil de romper, puede convertirse en una
cadena irrompible. ¡Atención! Podemos quedar encadenados por hilos de un
micrómetro de espesor, todo depende de las vueltas que demos con él.
El secreto de la fuerza de Sansón no residía en sus músculos, sino en su na-
zareato, de lo que era un signo externo el cabello largo. No se le resistieron las
cuerdas con que los filisteos le ataron tres veces, pero cuando reveló el vínculo
espiritual que le unía a Dios, sus enemigos pudieron hacerlo desaparecer y anular
su magnífica fuerza. Cuando “jugamos” con el pecado repetidas veces, como
hizo Sansón, nuestro vínculo con Dios se debilita a la vez que va aumentando
el grosor de las cadenas del tentador. No menospreciemos al enemigo, jamás lo
consideremos inofensivo, “no hay enemigo pequeño”. Las vueltas de hilo son
nuestra frecuentación reiterada del terreno de la tentación. La vulnerabilidad y
debilidad de nuestra fuerza espiritual dependen de nuestra comunión con Dios.
Elena de White nos advierte: “A menos que estemos vitalmente relacionados
con Dios, no podremos resistir los efectos profanos del amor propio, de la com-
placencia propia y de la tentación a pecar. […] sin una relación vital con Dios
por nuestra entrega a él momento tras momento, seremos vencidos. Sin un co-
nocimiento personal de Cristo y una continua comunión, estamos a merced del
enemigo, y al fin haremos lo que nos ordene” (El Deseado de todas las gentes,
p. 291).
No podemos descuidarnos ni un instante en la lucha espiritual. Este día
ruega al Señor que te mantenga a su lado y te permita gozar de una sólida
relación con él.

313
¿Has oído el silbido de las balas?
4 “El que habita al abrigo del Altísimo
noviembre morará bajo la sombra del Omnipotente”
(Salmo 91:1).

N o hubo guerra durante el período en el que cumplí con el servicio militar


obligatorio en mi país. Por consiguiente, no sé lo que es el horror de
una escena real de combate, el estruendo de los cañones, el repiqueteo de las
ametralladoras o el estrépito destructor de los bombardeos. Pero sí sé lo que es
oír, y de muy cerca, el silbido de las balas pasando por encima de mi cabeza.
Como sanitario, tenía que asistir con el equipo de socorro a los ejercicios de
tiro en el campamento de instrucción militar. Un día, el capitán de la compañía
me dijo: “Puyol, ven conmigo a la trinchera, vas a oír el silbido de las balas”.
Y así fue, metidos en aquella zanja de dos metros de profundidad que se había
excavado cerca de las dianas, oíamos silbar las balas por encima de nuestras
cabezas. Era impresionante, cortaban el aire generando un ruido característico
muy agudo, incomparable y amenazador pero, en aquella ocasión, en ningún
modo peligroso. Estábamos protegidos por la trinchera.
Cuando el salmista dice: “No temerás al terror nocturno ni a la saeta que
vuele de día” (Sal. 91:5), entonces no había armas de fuego que tirasen balas;
había oído, sin duda, más de una vez, el silbido de las flechas pasando por enci-
ma de su cabeza, y había experimentado la protección y el refugio que supone
para un creyente vivir al abrigo del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente,
protegido por el escudo de la Providencia. Detesto cualquier instrumento que
pueda producir la muerte. Detesto la guerra y preferiría no tener que participar
en ella, pero si tuviera que hacerlo, lo haría en el cuerpo de sanidad del ejército
para curar, salvar, librar de la muerte a los heridos y moribundos, aunque para
ello tuviese que arriesgar mi vida. Así lo hizo aquel heroico soldado adventis-
ta, Desmond Doss que, durante la Segunda Guerra mundial, el 30 de abril de
1945, en Okinawa (Japón), rescató a 75 soldados heridos, siendo condecorado
al final de la contienda con la Medalla de Honor del Congreso por el presidente
de los Estados Unidos, Harry S. Truman.
No hace falta que haya guerra para que escuchemos también hoy silbar las
fuerzas del mal en torno nuestro. Nunca ese ruido siniestro, asesino, nos resul-
tará familiar, pero nosotros sabemos que nuestro Dios es refugio y escondedero
para aquellos que creen y confían en él.
Hoy puedes confiar en que hay un Dios en los cielos que te cuida y te libra
de peligros.

314
¡Me ahogo!
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; 5
y si por los ríos, no te anegarán” noviembre
(Isaías 43:2).

C uando tenía 19 años, aprovechando unos días de vacaciones estivales, toda


mi familia quisimos pasar un día de campo. Escogimos una arboleda cerca
de un río no muy caudaloso pero de cuyo cauce, supimos después, se extraían
áridos para la construcción. Mientras mi madre preparaba la comida, mi her-
mano pequeño y yo decidimos tomar un baño. A pocos metros de la orilla todo
fue muy bien pero, al adentrarnos hacia el centro del río, la corriente nos arras-
tró y fue necesario nadar en su contra. Mi hermano no nadaba bien, y cuando la
corriente lo arrastró a un pozo y dejó de tocar fondo, sintió pánico y empezó a
mover brazos y piernas para mantenerse a flote, pero se hundía. Yo fui nadando
hacia él para ayudarlo pero, en su estado de pánico, se me sujetaba con deses-
peración y me hundía, así que tuve que separarme de él. En aquel momento,
lanzó un grito que se clavó en mi mente y en mi corazón: “¡Me ahogo!” Cuan-
do volví mi cabeza hacia él, el agua lo había cubierto completamente. Sentí
entonces una angustia indescriptible. ¿Permitiría Dios que aquella excursión
familiar terminase en tragedia? ¡No Señor! ¡No! Entre sollozos, balbuceé una
oración agónica: “¡Señor, salva a mi hermano!” Aunque estaba agotado, nadé
como pude para salir de la corriente. Cuando volví mi vista hacia donde él esta-
ba, vi cómo dos pescadores que habían presenciado todo lo estaban sacando a
flote. Pedro, mi hermano, apenas se acuerda de los detalles de aquel accidente.
Yo, por el contrario, que lo vi, que escuché aquel grito, que luché impotente
para ayudarlo, que viví aquel momento de trágica búsqueda de la ayuda divi-
na, no lo he podido olvidar jamás. Me dejó una cicatriz en algún lugar de mi
subconsciente, y cuando estoy muy estresado, reproduzco en sueños el grito de
mi hermano que se ahogaba.
Dios permite a veces que los momentos trágicos que hemos vivido en este
mundo, en los que su mano todopoderosa fue evidente, nos dejen en alma y
cuerpo alguna cicatriz indeleble que nos recuerda aquel incidente: Jacob, des-
pués de su lucha con el ángel del Señor, cojeó de su cadera permanentemente.
Pablo, en su camino de Damasco, cuando fue rodeado de un resplandor del
cielo, quedó ciego por unos días y guardó, para siempre, una afección en los
ojos. Dios, en su magnífica providencia, salvó a mi hermano Pedro y a mí me
dejó un recuerdo imborrable.
¿Eres consciente de que Dios también ha salvado tu vida?

315
El uno será tomado y el otro será dejado
6 “Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado
noviembre y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino:
una será tomada y la otra será dejada”
(Mateo 24:40, 41).

U n día me enteré que dos estudiantes de nuestro colegio habían visitado


una discoteca y fumado un porro. La situación era grave porque casi todos
los que viven el horror de la drogadicción comienzan fumando inocentemente
hierba. A pesar de todo, antes de comunicarles a los padres lo sucedido, los lla-
mé a mi despacho y les propuse un pacto “entre caballeros”. Yo no diría nada a
sus padres y el hecho quedaría entre nosotros, si ellos se comprometían delante
de Dios a no frecuentar jamás un lugar así ni volver a fumar marihuana. Sin
titubeos, ambos aceptaron. Oramos y nos separamos. ¿Qué pasó después? Uno
de ellos terminó el año escolar en el colegio, se graduó años más tarde como
pastor y ha tenido hasta hoy un ministerio bendecido por el Señor. El otro, a
los pocos días, tuvo que dejar la institución y regresar con su madre que pagaba
sus gastos escolares trabajando largas noches de costura. Me seguí interesando
por él, hablaba frecuentemente con la madre, pero terminó dejando de asistir
a la iglesia.
Cuando Cristo vuelva a este mundo, el destino de cada uno quedará sellado
por la eternidad. El texto dice: “Uno será tomado y el otro será dejado”. ¿Será
arbitraria la gracia divina que salvará a uno y condenará a otro? ¿Es Dios in-
justo con el destino de los hombres? ¡No! Dios quiere que todos los hombres
sean salvos y nos perdona mil veces nuestros desvaríos, pero la salvación no
se impone ni se vende, más bien, se ofrece gratuitamente. Son el libre albedrío
humano, las respuestas responsables a las posibilidades ofrecidas por el cielo,
su compromiso personal en el proceso de la salvación, su dependencia de Dios,
los que determinan su suerte y destino.
Comentando el caso de Esaú y Jacob, Elena de White dice: “No hubo una
elección arbitraria de parte de Dios, por la cual Esaú fuera excluido de las ben-
diciones de la salvación. Los dones de su gracia mediante Cristo son gratuitos
para todos. No hay elección, excepto la propia, por la cual alguien haya de
perecer. […] Las medidas tomadas para la redención se ofrecen gratuitamente,
pero los resultados de la redención son únicamente para los que hayan cumpli-
do las condiciones” (Patriarcas y profetas, pp. 184, 185).
Dios ha puesto todas las condiciones para transformar tu vida, superar tus
adversidades y brindarte la salvación. Pero la decisión de aceptar sus bendi-
ciones es tuya.
316
Juslibol
“Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador, 7
pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad” noviembre
(1 Timoteo 2:3, 4).

J uslibol es un barrio rural de Zaragoza (España) que se encuentra a cinco


kilómetros y medio al norte del centro urbano, sobre el acantilado de uno
de los meandros abandonados del río Ebro. Cerca, existen los restos de un
castillo medieval, el Castillo de Miranda, donde los jóvenes de la iglesia íba-
mos frecuentemente de excursión. Pero ¿sabes cuál es el origen del topónimo
de Juslibol? Yo no lo supe hasta que el profesor de Historia Medieval nos lo
explicó un día en clase.
El rey aragonés Pedro I, en 1101, quiso tomar Zaragoza a los moros porque
era uno de los mayores y más ricos bastiones de los árabes en la Edad Media es-
pañola. A poca distancia de la ciudad, desde el promontorio de la ribera izquierda
del río Ebro, donde se asentaron las tropas para asediar la ciudad, se veían los
palacios, las torres y las casas de la capital musulmana y, al contemplarla, los
soldados prorrumpieron con el grito de guerra que el papa Urbano II había lan-
zado cuando predicó la Primera Cruzada de Tierra Santa: ¡Deus lo vol! (¡Dios
lo quiere!). Zaragoza no pudo ser conquistada en esta ocasión, pero aquel grito
de guerra dio nombre al campamento de los soldados cristianos, nombre que ha
derivado en el actual topónimo Juslibol, ¡Dios lo quiere!
Como hijos de Dios, es muy importante saber qué es lo que Dios quiere.
El Señor no quiso los ríos de sangre que los cruzados derramaron en el Medio
Oriente; tampoco quiso los autos de fe de la Inquisición, ni las guerras de re-
ligión en Francia, ni el degüello de la fatídica Noche de San Bartolomé, ni el
exterminio de seis millones de judíos por los nazis; ¿Dios lo quiere? No, Dios
no quiere que, en su nombre, se cometan hoy actos terroristas que producen
miles de víctimas inocentes. ¿Qué es entonces lo que el Señor quiere?
Al contemplar este mundo dominado por Satanás, Dios quiere que volva-
mos a prorrumpir con el grito de guerra ¡Juslibol!, “¡Dios lo quiere!”, “alum-
bre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras
y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:16); quiere que
prediquemos el evangelio del reino, en todo el mundo, por testimonio a todas
las gentes para que venga el fin (Mat. 24:14) porque “esto es bueno y agradable
delante de Dios, nuestro Salvador”.
Hoy es tiempo de que decidas en tu corazón hacer lo que Dios quiere.

317
Un tizón arrebatado del incendio
8 “Entonces dijo Jehová al Satán: ‘¡Jehová te reprenda, Satán!
noviembre ¡Jehová, que ha escogido a Jerusalén, te reprenda!
¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?’ ”
(Zacarías 3:2).

J esús Ubieta Bustos militó en las juventudes socialistas, estuvo alistado en el


ejército republicano y no fue de los ganadores en la Guerra Civil española.
Al terminar la guerra fue detenido y llevado a prisión, entonces tenía dieciocho
años. Después de varios años en diversas cárceles españolas, fue condenado a
muerte. En la cárcel de Bilbao, todas las madrugadas, un pelotón de soldados
al mando de un oficial pasaba por los calabozos e iba llamando a algunos pre-
sos que ya no volvían… pero siempre pasaban de largo por la celda de Jesús
Ubieta. ¿Cuándo le llamarían a él? Y ese día también llegó. En un juicio suma-
rísimo, le preguntaron si tenía algo que alegar y él respondió que jamás había
manchado sus manos de sangre. Era socialista porque estimaba los valores
de esa ideología política. Después, un sacerdote le dijo que quería confesarle
antes de morir, pero Ubieta se negó rotundamente porque su conciencia estaba
limpia y además, porque no era creyente. Entonces, el jesuita lo sacó del gru-
po y le dijo: “¡Quédate en ese cuarto! Tú y yo tenemos que hablar. ¡Te voy a
convencer antes que mueras!” Nunca supo por qué el padre Vilariño no volvió.
¿Había descubierto en él un hombre sincero, cabal, honesto que no merecía
morir? ¿O fue el orgullo herido del sacerdote que no quiso tolerar la resistencia
del reo, aunque después se olvidó de él?
Dios lo sabe, lo cierto es que, según se ha dicho, el gobierno del general
Francisco Franco enviaba el indulto a los presos políticos condenados a muer-
te, uno o dos días después de la ejecución, pero, en el caso del preso Jesús
Ubieta Bustos, el indulto le llegó en vida. Las autoridades de la prisión se vie-
ron obligadas a dejarle en libertad. Años más tarde, Ubieta entró en contacto
con la Iglesia Adventista y fue bautizado, junto con su familia, el 20 de abril de
1969, ejerciendo durante varios años el ministerio del colportaje. Él mismo me
contó su providencial historia cuando era colportor.
Satán había condenado a este hombre a ser una víctima más de las purgas
políticas de la Guerra Civil española, pero Dios lo exculpó y liberó, fue como
“un tizón arrebatado del incendio”.
Los hombres, las circunstancias, nuestros actos nos llevan, a veces, por
caminos de desolación y muerte, pero hay un Dios en los cielos que lo puede
cambiar todo y librarnos del irremediable incendio.
Agradece hoy la misericordia divina en tu vida.
318
Sabios en el bien e ingenuos en el mal
“Vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, 9
y por eso me gozo de vosotros. Pero quiero que seáis noviembre
sabios para el bien e ingenuos para el mal”
(Romanos 16:19).

A ntes de concluir la epístola, como una especie de posdata, ante aquellos


que causan disensiones y escándalos contra la doctrina, el apóstol tras
encomiar la obediencia a la verdad de los creyentes romanos que es de todos
notoria, les dice que quisiera que fueran “sabios para el bien e ingenuos para el
mal”. ¿Qué quiere decir el apóstol? ¿Cómo y por qué ser sabios para el bien?
¿Qué significa ser ingenuos para el mal?
El término griego akéraios (ingenuos) ha recibido muy diversas traduc-
ciones: “inocentes”, “sencillos”, “inmunes”, “puros”, “sin componendas”. En
cuanto a sofous (sabios) que aparece veinte veces en el Nuevo Testamento, ha
sido traducido por “prudentes”, “listos”, “ingeniosos”, “avisados”. Normal-
mente, un moralista hubiera dicho: “Sencillos respecto al bien y prudentes
respecto al mal”, pero Pablo dice justamente lo contrario. ¿Por qué?
El término akéraios era usado por los griegos para referirse al vino sin agua o
al metal puro, sin mezcla de otros metales, por lo que entendemos que el apóstol
quiere decir que respecto al mal solo cabe una sola actitud: el rechazo. Es decir,
no debemos hacer componendas con el mal, es peligroso hacer concesiones, ra-
zonarlo o justificarlo. Pablo recomienda una actitud que sea inequívoca, clara,
pura, sin mezcla, no intoxicada o adulterada. Es, por consiguiente, la virtud de
la rectitud moral que no se alía con mal, que conserva su calidad de metal puro.
Pablo lo explicita en Filipenses 2:15: “Para que seáis irreprochables y sencillos,
hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en
medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo”.
Y con relación a lo que es bueno necesitamos discernimiento, prudencia,
sabiduría, ingenio. ¿Por qué? Porque podemos estropear o destruir algo bue-
no, por la manera imprudente y torpe de tratarlo: ¿Es el momento oportuno?
¿Cómo? ¿A quién? ¿Dónde debemos presentarlo, defenderlo o propiciarlo? No
bastan las buenas intenciones, no basta con tener razón, no es suficiente que
nos asista la verdad. Necesitamos la habilidad práctica, la circunspección, el
saber hacer que los griegos llamaban sabiduría. Con el mal, son un peligro la
habilidad y la destreza. Con el bien, son un peligro la simpleza y la ingenuidad,
ya que se pueden convertir en intransigencia. Jesús dijo: “Sed, pues, prudentes
como serpientes y sencillos como palomas” (Mat. 10:16).
El Señor puede ayudarte a vivir sabiamente en un mundo de pecado.
319
Los perros ¿tienen alma?
10 “Yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes
noviembre después de vosotros; con todo ser viviente que está con vosotros:
aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros,
desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra”
(Génesis 9:9, 10).

R ecuerdo que un día, en los coloquios sobre temas religiosos organizados


en interés de la reina Sofía de España por la Fundación Pensamiento y
Ciencia Contemporáneos, habíamos tratado los conceptos bíblicos de cuerpo,
alma y espíritu. El ser humano no tiene un alma susceptible de separarse o salir
del cuerpo cuando este muere, más bien, el ser humano es un alma. “Entonces
Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento
de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gén. 2:7). El alma en el ser humano
es la vida individualizada, es sinónimo de persona y designa, como el cuerpo
y el espíritu, al hombre en su totalidad. Alma y vida son términos intercambia-
bles que desaparecen ambas al morir: “El alma que peque, esa morirá” (Eze.
18:20).
Tal vez un poco confundida por la novedad de esos conceptos, conjetu-
rando que el alma sea un principio vital propio únicamente del hombre, la
reina me hizo esta pregunta: “Los perros ¿tienen alma?” No sé qué le hubieses
respondido tú, pero yo no dudé un instante: “Sí, majestad, tienen alma, pero
alma de perro…”
El término hebreo traducido por alma es néfesh, que designa la vida en su
vitalidad; este es el sentido que la tradición del Antiguo Testamento y el judaís-
mo dan a esta palabra. La Biblia afirma de néfesh lo que nosotros afirmamos de
la vida misma, que comienza y que acaba, que la podemos perder o conservar,
que se restablece o cesa (Juec. 16:30; 1 Rey. 3:11; Isa. 53:12). La néfesh no es
en absoluto inmortal. Tanto el hombre como las bestias son un alma diferencia-
da. En nuestro versículo de hoy, Dios dice a Noé que establece una alianza con
él y su familia y con “con todo ser viviente que está con vosotros”. La mayoría
de las versiones traducen esta palabra por ‘seres vivientes’, pero el término
hebreo es alma, néfesh y, como aquí se trata de los seres vivientes que entraron
en el arca, es equivalente a animales.
Recuerda hoy que le debes la vida a Jesús. Decide usar lo mejor de ti para
honrar y glorificar al Padre celestial.

320
¡Levanta con fuerza tu voz!
“Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión; levanta 11
con fuerza tu voz, anunciadora de Jerusalén. ¡Levántala sin temor! noviembre
Di a las ciudades de Judá: ‘¡Ved aquí al Dios vuestro!’ He aquí
que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo dominará;
he aquí que su recompensa viene con él y su paga delante de su rostro”
(Isaías 40:9, 10).

C omo resultado de la unidad fundamental de la Palabra de Dios, el profeta


Isaías y el Apocalipsis tienen una perspectiva semejante, imágenes comu-
nes, planos históricos o escatológicos, vocabulario coloreado e hiperbólico en el
Apocalipsis, más natural y directo en Isaías pero ambos apremian al pueblo de
Dios a proclamar un mensaje de advenimiento en alta voz en medio del griterío
y la confusión de tantas voces contradictorias.
Voces repetitivas de charlatanes que pregonan frases publicitarias. Voces de
políticos que prometen una paz y prosperidad inalcanzables. Voces de sabios
y filósofos que pretenden haber descubierto la piedra filosofal para mejorar
un humanismo trasnochado. Grandes voces de periodistas sedientos de sen-
sacionalismo. Voces de confrontación y de violencia, gritos de guerra. Voces
de angustia y de impotencia, clamores de hambre y de sed de justicia y equi-
dad. Voces de desesperación, de desencanto, de escepticismo y de amargura.
Pues bien, en medio de todas esas voces, el pueblo de Dios debe proclamar el
evangelio eterno, el juicio de Dios, la segunda venida de Cristo. ¿Qué significa
levantar con fuerza nuestra voz?
Significa que hemos de proclamar el mensaje con absoluta confianza y con-
vicción, sin orgullo espiritual, pero sin falsa vergüenza: “No te avergüences de
dar testimonio de nuestro Señor […] porque yo sé a quién he creído” (2 Tim.
1:8, 12). Significa que hemos de dar a la proclamación del mensaje un carácter
prioritario. Significa que hemos de pregonar las reformas que Dios nos ha ense-
ñado para este tiempo, seguros de que son respuesta a las crisis y tendencias que
imperan hoy. Significa que debemos recibir el poder del Espíritu Santo como en
Pentecostés. Significa que hemos de vivir lo que proclamamos, porque nuestra
vida habla mucho más fuerte que nuestras palabras: “Nuestra influencia sobre los
demás no depende tanto de lo que decimos, como de lo que somos. Los hombres
pueden combatir y desafiar nuestra lógica, pueden resistir nuestras súplicas; pero
una vida de amor desinteresado es un argumento que no pueden contradecir. Una
vida consecuente, caracterizada por la mansedumbre de Cristo, es un poder en el
mundo” (El Deseado de todas las gentes, p. 115).
Decide tú también ser una buena influencia para tus semejantes.

321
El origen del miedo
12 “Él respondió: ‘Oí tu voz en el huerto y tuve miedo,
noviembre porque estaba desnudo; por eso me escondí’ ”
(Génesis 3:10).

O currió en el Edén, como un primer testimonio significativo de las conse-


cuencias del pecado, la palabra “miedo” apareció en el lenguaje y en la
mente del hombre por primera vez para designar un sentimiento nuevo, extra-
ño, de inseguridad, de vulnerabilidad, de impotencia y desnudez interior; de
soledad, ante el alejamiento del Creador generado por la desobediencia. Ha-
bían querido ser autónomos y, como consecuencia, sintieron el miedo provoca-
do por una nueva comprensión del Dios Creador. A partir de ese momento, el
imperio del miedo se estableció en este mundo. En aquellos albores de la vida
en la tierra, cuán significativo es el miedo de Caín, después de haber matado a
su hermano Abel y recibido la maldición divina, cuando expresa en su angustia
el temor de la culpabilidad: “Entonces Caín respondió a Jehová: ‘Grande es mi
culpa para ser soportada. Hoy me echas de la tierra, y habré de esconderme de
tu presencia, errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me
encuentre, me matará’ ” (Gén. 4:13, 14).
El miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño
real o imaginario”. El miedo genera ansiedad, inseguridad, temor e incluso pa-
vor, como resultado de la percepción de algo que amenaza y altera la estabilidad
personal. Los temores se pueden agudizar y crear estados de ansiedad que tras-
tornan la vida y la vuelven poco apetecible.
Desde el punto de vista teológico, el miedo es una consecuencia –la pri-
mera– de la separación de Dios motivada por el pecado. Es el resultado de
la ruptura del vínculo de dependencia del hombre con el Dios creador. Dios
creó un ser semejante a él, cuya subsistencia estaba garantizada por un vínculo
de estrecha comunión. Los seres humanos fuimos creados de tal manera que
nuestro bienestar y estabilidad emocional dependen necesariamente de nuestra
relación con Dios: la adoración, la confianza, el amor, la obediencia son la
condición de la vida plena del ser humano.
Soren Kierkegaard dice que la vida fuera de Dios está caracterizada por la
duda, la sensualidad, el temor o la desesperación. Lo opuesto es una relación
personal entre el hombre y Dios: “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal.
56:3).
Porque hay un Dios en los cielos… él puede ayudarte a superar tus miedos.

322
Universalidad del miedo
“Jacob tuvo entonces gran temor y se angustió” 13
(Génesis 32:7). noviembre

J ean-Paul Sartre, filósofo francés, representante del existencialismo ateo,


dijo: “Todos los hombres tienen miedo, todos. Quien no tenga miedo no
es una persona normal, y eso no tiene nada que ver con el valor”. La palabra
“miedo”y su sinónimo “temor” están profundamente enraizadas en el lenguaje
habitual: “Morirse de miedo”, “miedo cerval”, “miedo invencible”, “dar mie-
do”. Estas y otras muchas expresiones muestran una presencia incontrovertible
del miedo en lo cotidiano porque el miedo no es extraño a los estados afectivos
del hombre, más bien, forma parte de nuestras propias estructuras mentales
como una reacción normal, espontánea del ánimo ante cualquier circunstancia
que represente un peligro real o imaginario. El miedo es tan universal como el
pecado en el mundo en que vivimos.
En la Sagrada Escritura la palabra “miedo” y sus derivados de la misma
raíz aparecen 435 veces en el Antiguo Testamento y 142 veces en el Nuevo.
Es, por consiguiente, un término que tiene frecuente presencia en la Biblia. En
realidad, todos los hombres en la historia bíblica, pasaron episodios de temor
o miedo. Por ejemplo, Abraham, después de la campaña contra los reyes de
la llanura (Gén. 15:1). Jacob experimentó gran temor cuando iba al encuentro
de su hermano Esaú. Moisés, presa del miedo, huyó del palacio del faraón al
desierto cuando su crimen fue descubierto (Éxo. 2:14). David, que no temió al
gigante Goliat, tembló y se angustió cuando era perseguido por Saúl o cuando
huía de su hijo Absalón (Sal. 18:5-7). También Elías fue asaltado por el mie-
do y el pavor a causa de las amenazas de la reina Jezabel (1 Rey. 19:3). Los
discípulos, Pedro, el mismo Jesús, fueron todos víctimas de la angustia en los
relatos de la Pasión (Mat. 26:69-74; Heb. 5:17).
¿Y nosotros? ¿Hemos sufrido la sensación de tener miedo? ¿Nos ha em-
bargado alguna vez la inseguridad, la impotencia, el desaliento o el pánico?
¿Qué hemos hecho para remediarlo? ¿Cómo lo hemos vencido? ¿De la misma
manera que lo hicieron Abraham, Jacob, David, Elías, Jesús, orando al Señor?
A veces, es necesario que pongamos vehemencia, intensidad, incluso pasión,
gritos y lágrimas en nuestra oración, pero el Señor responderá y la seguridad
del cielo inundará nuestro ánimo y nos devolverá la paz: “La paz os dejo, mi
paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón
ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Pide al Señor que su paz llene hoy tu corazón.
323
¡Tengo miedo!
14 “Y cualquiera que reciba en mi nombre
noviembre a un niño como este, a mí me recibe”
(Mateo 18:5).

H ace algunos años, una de las noticias más estremecedoras que he escu-
chado tuvo que ver con un niño de diez años que apareció colgado en el
trastero de su casa. Tenía solo diez años. Era un niño normal. Pero lo cierto es
que había preparado su muerte con la fría crueldad de un adulto. Sobre la mesa
de estudio estaba esa carta que repite lo tan sabido: “No culpéis a nadie de mi
muerte. Me quito la vida voluntariamente”. Y, luego, por toda explicación, dos
únicas, horribles, vertiginosas palabras: “Tengo miedo”.
Tenía miedo. Ni él mismo hubiera sabido explicar muy claramente de qué.
Pero estaba solo. Tan solo como todos los niños encerrados en las cuatro pa-
redes de esa infinita soledad que sienten los pequeños cuando no son suficien-
temente amados. Este chico, mientras subía el tramo de escalera que iba del
séptimo al octavo piso donde estaba el trastero, no sabía, no había leído todas
esas estadísticas que aseguran que anualmente en el mundo más de dos millo-
nes de niños son sometidos a malos tratos; que en Estados Unidos cada año los
hospitales atienden entre cien y doscientos mil casos de niños torturados, entre
sesenta y cien mil casos de pequeños sometidos a violencia sexual y que cerca
de ochocientos mil son abandonados por sus padres y familiares. Tampoco sa-
bía mientras pasaba su cinturón alrededor del tubo de la calefacción que aquel
trágico momento formaba parte del Año Internacional del Niño…
Por si fuera poco, el miedo también facilita que diversas enfermedades
afecten nuestras vidas: “Muy íntima es la relación entre la mente y el cuerpo.
Cuando una está afectada, el otro simpatiza con ella. La condición de la mente
influye en la salud mucho más de lo que generalmente se cree. Muchas enfer-
medades son el resultado de la depresión mental. Las penas, la ansiedad, el
descontento, remordimiento, sentimiento de culpabilidad y desconfianza, me-
noscaban las fuerzas vitales y llevan al decaimiento y a la muerte” (Consejos
sobre la salud, p. 341).
En estos tiempos de sobreexposición a todo tipo de información (gran parte
de ella muy frustrante), niños, jóvenes y adultos somos proclives a padecer los
efectos del miedo. Por eso, recibir a Jesús en nuestras vidas es tan importante.
Su presencia abrirá horizontes de esperanza que cambiarán las perspectivas
más pesimistas.
Acércate hoy como un niño a Jesús. Reconoce tus debilidades. Confiésale
lo vulnerable que te sientes. Dile que tienes miedo. Él te recibirá y te dará paz.
324
Gritos y lágrimas en Getsemaní
“Y Cristo, en los días de su vida terrena, ofreció ruegos y súplicas 15
con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, noviembre
y fue oído a causa de su temor reverente”
(Hebreos 5:7).

S i hay un momento sublime y atroz a la vez en el que la realidad insoslayable


de la encarnación del Hijo de Dios mostró su flanco más humano, débil y
vulnerable, fue durante los episodios de la Pasión de Cristo. A veces, el epí-
logo sobrenatural, glorioso de esos dramáticos momentos, culminados por el
relato de la resurrección, nos hace pensar que Cristo no padeció como nosotros
los sufrimientos y el dolor agónico de la muerte; que siendo Dios mismo, no
pudo sufrir, tener angustia y miedo. Pero este docetismo (herejía que niega,
sobre todo, la humanidad verdadera de Jesús) enmascarado alejaría inconmen-
surablemente al Salvador del resto de los seres humanos, convertiría en mera
ficción los principales episodios del evangelio y pondría en duda no solamente
la realidad de la encarnación, sino también la salvación misma.
Numerosos textos de los escritos evangélicos y de las epístolas afirman
la perfecta humanidad del Hijo del hombre, su identificación y muerte vica-
ria como mediador y representante de los seres humanos. Negar esa verdad
esencial del evangelio o pretender darle una interpretación sesgada sería hacer
violencia al mensaje bíblico y romper el esquema mismo de la redención. Pues
bien, en esos relatos de la Pasión aparece el concepto del miedo y la angustia
aplicados a la fenomenología emocional sufrida por Jesús antes y durante la
crucifixión: “Lleno de angustia oraba más intensamente, y era su sudor como
grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Luc. 22:44).
También Elena de White subraya la trágica realidad existencial que Cristo
vivió en ese momento: “Los discípulos […] Vieron su rostro surcado por el
sangriento sudor de la agonía… Apartándose, Jesús volvió a su lugar de retiro
y cayó postrado, vencido por el horror de una gran oscuridad. […] Habiendo
hecho la decisión, cayó moribundo al suelo del que se había levantado parcial-
mente” (El Deseado de todas las gentes, p. 641).
Si alguna vez tienes que afrontar la muerte de manera consciente, si eres tes-
tigo de cómo se escapa la vida en un ser amado, si el terror, la angustia, la agonía
aparecen en tu alma atribulada o moribunda, piensa que, antes que tú, Jesús ya
pasó por ese trance para salvarnos: “Pues en cuanto él mismo padeció siendo ten-
tado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:18).
Jesús también se ha sentido angustiado. Él puede entenderte mejor que
nadie. Cuéntale lo que te sucede. Él conoce la solución a tus perplejidades.
325
¡No temas!
16 “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes,
noviembre porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré,
siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”
(Isaías 41:10).

A nte la universalidad del miedo, la revelación bíblica no podía silenciar un


remedio para mitigar sus demoledores efectos anímicos. Así es, uno de
los mayores esfuerzos de la gracia divina que nos presenta la Escritura es aquel
que va destinado a calmar y controlar el miedo de la humanidad. “No temas” es
la expresión clave de toda la historia de la salvación, representa una constante
de la revelación divina al hombre tras la aparición del pecado. Se ha hecho la
recensión del uso de esta palabra y se ha hallado que la raíz hebrea de esta frase
aparece 365 veces en el texto sagrado. Según los especialistas, esta frase es un
oráculo de salvación, una palabra revelada que promete consuelo y protección,
que infunde seguridad y confianza.
“No temas” es el antídoto dado por Dios al miedo, a la desnudez y a la ocul-
tación manifestados por nuestros primeros padres en el relato de la caída. “No
temas” forma parte de las estructuras mentales del creyente condicionantes del
proceso de la salvación. Es promesa y es confianza, es compromiso divino y fe
humana, es providencia divina frente a las eventualidades e incertidumbres de
la vida en este mundo.
A Abraham Dios le dijo: “No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recom-
pensa será muy grande” (Gén. 15:1). A los israelitas antes de atravesar el mar
Rojo: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy, por-
que los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más” (Éxo.
14:13). A Josué cuando iba a atravesar el Jordán: “Mira que te mando que te
esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará
contigo dondequiera que vayas” (Jos. 1:9). A los pastores de Belén: “No temáis,
porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Luc.
2:10, 11). Jesús proclamó: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre
le ha placido daros el Reino” (Luc. 12:32).
Dios desea que “no temas” produzca en todos nosotros no solo confianza,
esperanza y paz, sino también amor genuino hacia él: “En el amor no hay te-
mor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí
castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan
4:18).
Hoy no debes tener miedo. Dios te ama.
326
Muriéndose a causa del temor
“Los hombres quedarán sin aliento por el temor 17
y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra, noviembre
porque las potencias de los cielos serán conmovidas”
(Lucas 21:26).

U n nuevo factor de temor se ha incorporado a la crónica habitual de nues-


tros días, se trata del terrorismo. Los atentados del 11 de septiembre de
2001 en Nueva York, y los de Atocha, en Madrid, del 11 de marzo de 2004, am-
bos con lamentables víctimas mortales, produjeron una ola de temor colectivo;
las catástrofes naturales que se repiten con una frecuencia inaudita causando
devastación y ruina en diferentes partes del mundo a través de terremotos,
tornados, tsunamis, huracanes; los presagios de desastres ecológicos y la crisis
económica mundial también se anotan en esta lista de desencadenantes del
miedo. Por si fuera poco, el sida ha puesto a algunos países africanos en vías
de la extinción. Todos estos sucesos han desarrollado el miedo colectivo y la
angustia de la sociedad.
Pero ¿dónde se encuentra el remedio? La respuesta es clara y curiosa a la vez:
se encuentra en el mensaje del primer ángel proclamado por la Biblia: “¡Temed
a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que
hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!” (Apocalipsis 14: 6-7).
El remedio es el evangelio eterno, el conocimiento del tiempo y el temor de
Dios. El evangelio es un mensaje de paz, de gozo, de salvación. Comporta un
principio de esperanza que genera en el creyente un condicionamiento psicoló-
gico positivo frente al dolor y al temor de los tiempos actuales. El conocimien-
to del tiempo, el estudio de las profecías del fin, descorre el velo del futuro y
nos permite saber que es inminente el regreso del Salvador. Por eso Jesús dijo:
“Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza,
porque vuestra redención está cerca” (Luc. 21:28). Finalmente, el temor de Dios
es el remedio paradójico contra el temor característico de nuestro tiempo. En
realidad, el temor de Dios no es miedo sino piedad, no es solamente reverencia
sino dependencia, fe y confianza en el Padre celestial. Es el reconocimiento de
su existencia, de su soberanía en el mundo y de su providencia.
Los hijos de Dios no necesitamos vivir desalentados y paralizados por el
miedo. La esperanza en Cristo y sus benditas promesas nos brindan la fortaleza
para enfrentar las crisis que vendrán.
Enfrenta cada nuevo día con la seguridad que te da saber que hay un Dios
en los cielos.

327
La Gioconda está triste
18 “Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, cambió el aspecto
noviembre de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego y ordenó
que el horno se calentara siete veces más de lo acostumbrado”
(Daniel 3:19).

D e todas las obras pictóricas del Renacimiento italiano, una de las más
famosas es La Gioconda, el retrato de La Mona Lisa, que Leonardo da
Vinci pintó en 1503 y que se exhibe en el Museo del Louvre de París (Francia).
Lo singular de este cuadro es la enigmática sonrisa de La Gioconda que pro-
porciona a su rostro una mirada misteriosa y ambigua que ha merecido las más
sutiles interpretaciones y que, en realidad, nadie ha sabido imitar en las miles
de copias que se han hecho de ella.
Hace unos años, en un concurso de cortometrajes, el ganador fue una película
producida por Televisión Española, La Gioconda está triste. El guionista quiso
plasmar en una ingeniosa parodia la situación a la que estaba llegando la hu-
manidad debido a la pérdida de la capacidad de sonreír. Un día, el guardián del
Louvre encargado de la sala donde se encuentra la pintura, observó con asom-
bro que había desaparecido la sonrisa de la dama y en su lugar se contemplaba
una horrible mueca de tristeza. Al principio se creyó que el cuadro original
había sido robado y en su lugar habían colgado una mala reproducción, pero
no, el cuadro era el original. Tampoco se trataba de un fenómeno químico que
hubiera corrido los colores. La perplejidad de los técnicos aumentó cuando
empezaron a llegar noticias de que, en todas las copias existentes en otros mu-
seos del mundo, La Gioconda había perdido su sonrisa trocada por un gesto de
tristeza. Finalmente se interpretó este extraño suceso como el reflejo de la pro-
pia realidad de la sociedad. La humanidad había perdido la facultad de sonreír.
Se convocó entonces un encuentro internacional en Londres con representan-
tes de todo el mundo. Allí, ante el famoso Big Ben, mientras el reloj tocaba las doce
campanadas, las gentes reunidas debían romper el hechizo de la tristeza comenzan-
do todos a sonreírse los unos a los otros. Pero, a pesar de los esfuerzos realizados
nadie lo conseguía, convirtiéndose el intento en la expresión de muecas horribles
y en llantos. El reloj continuaba dando las campanadas y al llegar a la última, se
produjo un cataclismo que destruyó el planeta.
La ficción de este filme no deja de tener cierta concomitancia con la profe-
cía del temor general en el tiempo del fin. Esta es una de las grandes tragedias
de nuestra acelerada vida. Pero la Escritura nos dice: “Estad siempre gozosos”
(1 Tes. 5:16), y nosotros sabemos por qué.

328
Las glosas emilianenses
“Alegra el alma de tu siervo, 19
porque a ti, Señor, levanto mi alma” noviembre
(Salmo 86:4).

E s curioso, David está pidiendo a Dios lo mismo que aquel monje anónimo
que escribió Las glosas emilianenses. Está pidiendo gozo. Corría el año
977, en el monasterio benedictino de Suso, en San Millán de la Cogolla, en
el corazón de la naciente Castilla, un monje escribirá, en el margen del texto
latino de un sermón de San Agustín sobre las señales del fin, las famosas glosas
que representan las primeras cláusulas redactadas en castellano. Este es pues,
el origen del español, lengua hablada hoy por más de cuatrocientos millones
de personas en el mundo.
Pues bien, esas primeras frases escritas en español, son en realidad una ora-
ción musitada con estremecimiento por el monje, después de leer los horrores del
fin del mundo que San Agustín anunciaba para el año 1000 de la Era Cristiana, es
decir, para unos veintitrés años más tarde. Esta es la transcripción de esa oración
al castellano actual, hecha por el filólogo Ramón Menéndez Pidal: “Con la ayu-
da de nuestro dueño, don Cristo, don Salvador, el cual dueño es en la honra y
el cual dueño tiene la potestad con el Padre, con el Espíritu Santo en los siglos
de los siglos. Háganos Dios omnipotente tal servicio hacer que delante de su
faz gozosos seamos”.
El monje del monasterio de San Millán pide en su oración gozo en una épo-
ca de temor, de miedo generalizado por los desastres y calamidades anunciados
para el año 1000. Entonces eran presagios catastrofistas vaticinados por profe-
tas de mal agüero; hoy, desgraciadamente, son datos, informes, hechos reales
de la crónica diaria de nuestro tiempo. Paradojas de la historia, la oración del
monje debiera ser, mil años después, la nuestra.
Con un nudo de inquietud en las gargantas pidamos al Salvador: “Con tu
ayuda Señor y Salvador nuestro Jesucristo, que compartes con el Padre y con
el Espíritu Santo la potestad sobre todo lo que existe, que conduces los siglos
de los siglos de la historia de este mundo al soberano cumplimiento final de
tu santa voluntad, pedimos, en este tiempo de temor y de angustia de gentes,
que presentes a tu pueblo delante de la faz del Padre, llenos de gozo real y
verdadero. Amén”.
Los seres humanos seguimos teniendo sed de gozo, alegría y felicidad.
Ninguna de esas virtudes es pecaminosa. Más bien, son dones del Espíritu
Santo (Gál. 5:22). Tú también puedes acceder a ellas, cambiar tu vida y expe-
rimentar que hay un Dios en los cielos.
329
Tiempo de angustia para Jacob
20 “¡Ah, cuán grande es aquel día!
noviembre Tanto, que no hay otro semejante a él. Es un tiempo
de angustia para Jacob, pero de ella será librado”
(Jeremías 30:7).

E l profeta Daniel habla de un tiempo de angustia cuando termine el tiempo


de gracia: “Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente
hasta entonces” (Dan. 12:1). Jesús también hizo referencia a este período (Mar.
13:19). La aflicción de esos días finales afectará tanto a los justos como a los
impenitentes.
El profeta Jeremías compara ese tiempo con la noche de aflicción y tribula-
ción de Jacob cuando luchó en oración para ser librado de la venganza de Esaú
que se acercaba a él con cuatrocientos hombres armados; Jacob quiso quedarse
solo con Dios para confesarle su pecado, mostrarle su arrepentimiento e invocar
el pacto que veinte años atrás había hecho con él en Betel. Y mientras en las
tinieblas y la soledad de la noche, seguía orando entre lágrimas, una mano se
apoya en su hombro, Jacob lo confunde con un enemigo y entabla una lucha con
él que dura toda la noche. Al llegar las primeras luces del alba, el desconocido
le asesta un golpe que paraliza al patriarca, aferrándose impotente y suplicante
al cuello de su misterioso adversario. Solo entonces descubre que es Jesús, el
Ángel del pacto, del que finalmente obtiene el perdón, un cambio de naturaleza
y la bendición deseada.
Para nosotros, ahora es el tiempo de prepararnos para prevalecer en el tiem-
po de angustia final. “Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requie-
ren una fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre, una fe que
no desmaye a pesar de las pruebas más duras. […] Todos los que se aferren a
las promesas de Dios como lo hizo él [Jacob], y que sean tan sinceros como él
lo fue, tendrán tan buen éxito como él. Los que no están dispuestos a negarse a
sí mismos, a luchar desesperadamente ante Dios y a orar mucho y con empeño
para obtener su bendición, no lo conseguirán” (El conflicto de los siglos, p.
606). En nuestras pequeñas pruebas no siempre obtendremos la respuesta que
pedimos y esperamos del Señor, pero nuestra confianza implícita en su Palabra
nos está preparando para vencer cuando llegue la oscura y terrible noche de la
angustia de Jacob.
Confiemos hoy en su bendita promesa: “No temas, porque yo te redimí; te
puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si
por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás ni la
llama arderá en ti” (Isa. 43:1, 2).
330
No habrá más llanto, ni clamor, ni dolor
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; 21
y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, noviembre
porque las primeras cosas ya pasaron”
(Apocalipsis 21:4).

U na serie de expresiones paralelas, solemnes y enfáticas caracterizan los


anuncios proféticos del Apocalipsis en relación con los tiempos finales y la
tierra nueva: “El tiempo no sería más” (10:6); “Babilonia, la gran ciudad, y nunca
más será hallada” (18:21); “ya no habrá más muerte” (21:4); “Sus puertas nunca
serán cerradas de día, pues allí no habrá noche” (21:25); “Y no habrá más maldi-
ción” (22:3). Es evidente que todas aquellas causas trágicas del temor, la angustia
o el miedo, cesarán y desaparecerán definitivamente cuando Dios conduzca la
historia de este mundo a su final. El tiempo, como oportunidad y circunstancia y
como materia prima de la que están hechos los acontecimientos buenos y malos
de la historia, no será más. El miedo, nacido en Edén, acompañando a la huma-
nidad desde entonces, no será más porque “la calamidad no se repetirá” (Nah.
1:9, NVI). El mal, causado por la rebeldía contra las santas leyes de Dios, con sus
funestas consecuencias de dolor y sufrimiento, dejará de existir.
Otros textos apocalípticos del profeta Isaías subrayan el gozo perpetuo y
la alegría como actitudes positivas que existirán en los nuevos cielos y la nue-
va tierra en lugar del miedo, la tristeza o el gemido hoy prevalecientes en el
mundo: “Alégrense más bien, y regocíjense por siempre, por lo que estoy a
punto de crear: Estoy por crear una Jerusalén feliz, un pueblo lleno de alegría.
Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré en mi pueblo; no volverán a oírse
en ella voces de llanto ni gritos de clamor” (65:18, 19, NVI); “Y volverán los
rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con cantos de alegría, coronados
de una alegría eterna. Los alcanzarán la alegría y el regocijo, y se alejarán la
tristeza y el gemido” (35:10, NVI).
El apóstol Pablo dice: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presen-
te no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”
(Rom. 8:18), y unos versículos después: “Porque en esperanza fuimos salvos”
(vers. 24). En efecto, las circunstancias dolorosas del tiempo en que vivimos nos
van acercando vertiginosamente a su final; son advertencias apremiantes del cielo
para que fortalezcamos y reavivemos nuestra esperanza. El tiempo es corto y,
muy pronto, llegará el fin de todos los llantos, clamores y dolores del presente,
vivamos esta magnífica esperanza que es prenda de la salvación.
Hoy es un día para experimentar los goces anticipados del cielo. ¡Hay un
Dios en los cielos!
331
Soldado, ¿puedo asistir a tu iglesia?
22 “Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará.
noviembre Exhibirá tu justicia como la luz y tu derecho como el mediodía”
(Salmo 37:5, 6).

L a primera vez que hablé con el teniente coronel jefe del batallón donde
presté el servicio militar fue en el campamento de instrucción. Yo era un
recluta que me negaba a hacer instrucción en sábado porque era adventista del
séptimo día. Aquel sábado, como no quise incorporarme al pelotón de instruc-
ción, me encerraron en el calabozo, esperando que llegase el teniente coronel
para que ordenara lo que tenían que hacer conmigo. Cuando llegó, me dijo que
debía cumplir enteramente el programa de instrucción ordenado por la Capita-
nía General y que ese programa incluía prácticas los sábados por la mañana. Ni
él, ni nadie, podían dispensarme de los ejercicios del sábado durante el período
de instrucción. Me quedé preocupado, sin saber lo que la Providencia podría
prever para mí el siguiente sábado.
Recordé entonces que ante una situación extrema, el Salmo 37 decía: “Confía
en él y él hará”. Pasé la semana orando y llegó aquel sábado decisivo. Nunca supe
por qué ese sábado no hubo ejercicios de instrucción. Durante la siguiente sema-
na, el capitán médico me incorporó como socorrista al dispensario, y tampoco sé
bien por qué nunca más hubo instrucción los sábados por la mañana.
Al terminar el campamento, el teniente coronel jefe volvió a hablar conmigo,
esta vez para decirme: “Soldado, te vamos a destinar a donde se lleva el control de
las guardias de oficiales, suboficiales y tropa”. En ese destino jamás tendría proble-
mas con el sábado. Tiempo después, el teniente coronel me llamó a su despacho y
me dijo: “Te vamos a dar el pase pernocta para que puedas continuar tus estudios
de bachillerato”. El pase pernocta era un permiso para dormir en casa todas las
noches, un privilegio que solo teníamos tres soldados del batallón.
Aquel jefe militar había servido en Marruecos, donde conoció a familias
judías que guardaban el sábado. Era viudo, con un hijo de mi edad, y se in-
teresaba por mi iglesia: “¿Cómo celebráis vuestro culto? ¿Se casan vuestros
pastores? ¿Tenéis iglesias en muchos lugares?” En uno de estos sorprendentes
interrogatorios, me confió: “Soldado, ¿puedo asistir a tu iglesia? No, no te in-
quietes, iré de paisano”. Aunque le hice una invitación formal, nunca se atrevió
a visitarnos. Cuando me licencié, fui a despedirme de él y le regalé una Biblia
como recuerdo.
Cuando decidimos ser fieles al Señor, él abre las puertas para que aquellos
que nos rodean perciban que hay un Dios en los cielos.

332
El Espíritu Santo y Filipos
“Una noche, Pablo tuvo una visión. Un varón macedonio 23
estaba en pie, rogándole y diciendo: noviembre
‘Pasa a Macedonia y ayúdanos’ ”
(Hechos 16:9).

R aras veces el Espíritu Santo interviene de manera tan ostensible como lo


hizo al conducir a Pablo y sus colaboradores a la ciudad de Filipos. Dos
veces el Espíritu Santo les prohibió que fuesen a Asia o Bitinia; dos veces fue-
ron conscientes de que el Espíritu estaba interviniendo de manera inconfundible
en el trazado del itinerario del viaje. Finalmente, llegados a la ciudad de Troas,
Pablo recibió una visión en la cual un macedonio le rogaba: “Pasa a Macedonia
y ayúdanos”.
Ya no hubo incertidumbre ni dilaciones. Pronto llegaron a Filipos, la prime-
ra ciudad de Macedonia. No había sinagoga, los pocos prosélitos existentes, la
mayor parte mujeres, se reunían junto al río. Allí fueron a predicar Pablo y sus
colaboradores con magníficos resultados. La primera en aceptar el evangelio fue
Lidia, la vendedora de púrpura. Así comenzó la iglesia de Filipos, un inicio provi-
dencial. Pablo entendió que no hay otro secreto mejor para el progreso del evan-
gelio que seguir las directrices del Espíritu Santo. Y lo mismo podemos decir de
cualquier proyecto de la iglesia hoy, o de cualquier plan importante en la vida.
Pero la providencia del Espíritu Santo no solo se manifiesta en los éxitos
fulgurantes de los creyentes, también está presente en las pruebas. A veces, los
resultados más significativos se obtienen después de inesperados episodios de
sufrimiento. Esto fue ciertamente lo que les ocurrió a Pablo y a Silas. La curación
de una jovencita posesa que supuestamente adivinaba les llevó a una situación
absolutamente inconcebible: sus vestiduras rotas, las espaldas desgarradas por el
apaleamiento con varas, encerrados en un oscuro calabozo y los pies metidos en
un cepo, todo realizado con incomparable destreza por el carcelero de Filipos.
Pero ¿cómo fue esto posible? ¿No habían sido conducidos hasta Filipos por
el Espíritu Santo? ¿Acaso no querían ir ellos a otras provincias? ¿Por qué sufrían
aquel durísimo castigo? Lógicas conclusiones, pero no de Pablo y Silas porque
ellos, a la media noche, estaban cantando himnos a Dios. Por eso se produjo un
terremoto que abrió todos los calabozos, por eso también ¡se convirtió el carcelero!
Este fue el resultado más grande en la experiencia de Filipos y el más fructífero
porque miles a lo largo de los siglos se han convertido al escuchar esta historia.
Deja hoy que el Espíritu Santo conduzca tu vida. Aunque sucedan circuns-
tancias que no entiendas, ¡confía en él! Si lo haces, sabrás que hay un Dios en
los cielos…
333
El tesoro escondido
24 “Además el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido
noviembre en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo;
y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene
y compra aquel campo”
(Mateo 13:44).

C uando yo era muchacho, me gustaba jugar con mis amigos por los pasadizos
subterráneos de las ruinas del Castillo Palomar buscando tesoros. Aquel viejo
recinto del que solo quedaban algunos vestigios había sido durante la Edad Media
un importante palacio de alguno de los jeques árabes que durante varios siglos do-
minaron la región. La fantasía y el afán de aventura juvenil nos hacía pensar que en
aquellas cuevas, salas subterráneas y estrechos pasadizos que un día comunicaron
el bosque con el interior del palacio podía haber quedado escondido algún tesoro
con monedas, joyas y objetos de la época. Nunca hallamos nada.
Un día, convoqué a mis amigos en una de las cuevas del Castillo Palomar.
Tenía que comunicarles algo muy importante: yo, de doce años de edad, ¡había
descubierto un tesoro! Ya habían pasado unos meses desde el feliz descubri-
miento, pero había guardado silencio hasta estar plenamente seguro del valor
de lo que había encontrado. La expectación de mis amigos fue enorme. ¿Dónde?
¿Cuándo? ¿Qué contenía? ¿Quién lo sabía además de nosotros?
Pronto todo quedó revelado. Les expliqué que, llevado por mi hermano ma-
yor, había comenzado a frecuentar la Iglesia Adventista de nuestra ciudad, ubi-
cada en una vivienda donde se habían derribado paredes para construir la sala
de reuniones y en cuya puerta de entrada siempre había un policía vigilando, allí
se daban conferencias sobre las profecías bíblicas. Allí, había encontrado a un
grupo de muchachos de mi edad, simpáticos, amables, inteligentes que me con-
taban cosas acerca del evangelio que yo nunca había oído. Allí, en una Biblia que
me había regalado mi hermano, había descubierto lo que Jesús había hecho para
salvar al mundo de las consecuencias del pecado. Sí, allí, en mi Biblia, había en-
contrado el tesoro escondido del que habló Jesús en la parábola. Invité a Benito
y Gary a compartir conmigo aquel tesoro y ellos aceptaron. Entonces, renuncia-
mos a nuestros juegos en las ruinas del Castillo Palomar y nos aficionamos desde
entonces a buscar, investigar, conocer el tesoro imperecedero del reino de Dios.
Y hoy, más de sesenta años después, los tres amigos seguimos descubriendo
nuevas riquezas escondidas en la Palabra de Dios: el inconmensurable valor de
la misericordia divina, su providencia y sus promesas.
Hay grandes tesoros para ti en la Palabra de Dios. Dispón tu corazón hoy
para encontrarlos.

334
Para que no pase hambre
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas 25
mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, noviembre
según el poder que actúa en nosotros”
(Efesios 3:20).

D esde que éramos niños, mi padre hacía el recuento de sus ingresos del
día y nos dejaba encima de la mesa un poco de la calderilla que había
recogido en su trabajo, indicando en una hoja de su libreta a quién iba desti-
nada: “Esto para Adolfo, esto para Carlos, esto para Pedro”. Lo primero que
hacíamos los niños al levantarnos –mi padre ya había salido a trabajar– era ir
rápidamente a la mesa del comedor para saber a quién y cuánto nos había de-
jado aquella noche. Así fue durante casi diez años, hasta que fuimos mayores
y pudimos tener nuestros propios ingresos como resultado de nuestro trabajo.
Cuando decidí ir a estudiar al seminario adventista de Madrid, el plan era
que primeramente, durante el verano, yo me fuera a colportar para ganarme la
colegiatura. Tarea ardua y difícil en aquel momento, no solamente por la precaria
situación económica del país, sino también por mi timidez hacia la gente. Aque-
lla mañana, la última que iba a pasar en mi casa, al levantarme me acerqué como
era habitual a la mesa. ¡No había calderilla! Más bien, encontré un billete de mil
pesetas con la habitual hojita de papel, en la que mi padre había escrito: “Esto
para Carlos, para que no pase hambre”. ¡Mil pesetas! ¡Casi el salario mensual de
un trabajador de entonces! Después de la comida, en el momento de despedirnos,
mi padre volvió a expresar sus presagios pesimistas respecto al colportaje, diri-
giéndose al joven que la editorial había enviado para instruirme: “Carlos en los
estudios irá bien, pero en el colportaje será un fracaso”. Y se fue.
Pero en aquel venturoso verano de 1956 las cosas salieron de acuerdo con
los providentes planes de Dios. Nuestro versículo de hoy dice que Dios es
poderoso para sorprendernos con resultados mucho más abundantes de lo que
fueron capaces de calcular nuestros pronósticos. Y así fue. Mis ventas en el
colportaje me permitieron ganar no una escolaridad sino tres. Cuando con-
cluyó aquella campaña de verano, fui el primero en ventas de los colportores
estudiantes, regresé a mi casa con una cartilla de ahorros donde guardaba sus-
tanciosas ganancias y, lo más importante, tanto mi padre como mi madre, mis
hermanos y yo mismo habíamos comprendido que en las situaciones difíciles
Dios no nos deja calderilla en los bolsillos, sino mucho más, muchísimo más
de lo que podíamos pedir o entender.
Recuerda hoy que los planes de Dios están por encima del más elevado
pensamiento humano.
335
Discípulos en secreto
26 “Después de todo esto, José de Arimatea, que era
noviembre discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos,
rogó a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús;
y Pilato se lo concedió. Entonces fue y se llevó el cuerpo de Jesús”
(Juan 19:38).

C oncepción tenía 18 años cuando comencé mi ministerio en la pequeña ciu-


dad de Liria (Valencia, España). Alicia, una joven de la iglesia, me la presen-
tó y me dijo que quería recibir estudios bíblicos, a pesar de la oposición de sus
padres. Era hija única. Además, sus padres tenían una buena posición económica
y eran muy conocidos en la ciudad y, bajo ningún concepto, iban a permitir que
su hija se relacionara con “los protestantes de la granja”, como llamaban en el
pueblo a los adventistas. En aquel tiempo, los prejuicios religiosos eran enormes,
propiciados por las autoridades y por los dos arciprestes de las dos iglesias parro-
quiales más importantes de la ciudad.
A pesar de todo, Concepción era una joven valiente, dispuesta a seguir ade-
lante con su propósito de conocer la Palabra de Dios. La cuestión era cuándo
y dónde. Para evitar que sus padres se enteraran y se lo impidieran, decidimos
que los estudios bíblicos los recibiría en las ruinas de una vieja ermita no muy
lejos de su casa, a la hora de la siesta, mientras sus padres dormían. Y así lo
hicimos durante casi un año. La joven, acompañada de Alicia, venía por un
camino al lugar escogido, y yo iba por otro. Concepción se bautizó en secreto
y, hasta hoy, es una fiel miembro de la iglesia de Liria. Cuando sus padres mu-
rieron, ya se había casado, pero ella, de acuerdo con su esposo, testificó abier-
tamente en el pueblo de su fe adventista y, llegado el momento de construir un
nuevo templo, ayudó con generosidad a este y a otros proyectos de la iglesia.
Durante un tiempo, José de Arimatea y Nicodemo fueron discípulos de
Jesús en secreto, defendiendo la causa de Cristo e impidiendo que el sanedrín
la hiciera abortar. Pero cuando fue necesario romper aquel anonimato y evitar
que el cuerpo muerto de Jesús fuese sepultado en una tumba deshonrosa, ellos,
hombres ricos e influyentes, consiguieron que Pilato les entregara el cuerpo
para embalsamarlo y darle digna sepultura.
Si Dios te ha llamado a servirle en medio de circunstancias complicadas, es
posible que, por tu propia seguridad, tengas que ser de los discípulos secretos
del Señor. Pero se dará el momento para que, abiertamente, puedas proclamar
la verdad que está hoy en tu corazón. ¡Confía en él!

336
El fruto de la perseverancia
“No nos cansemos, pues, de hacer bien, 27
porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” noviembre
(Gálatas 6:9).

E l 6 de enero de 1982 un jurado otorgó el premio Nadal a Carmen Gómez


Ojea, de 36 años, casada, madre de cinco hijos y ama de casa, además de li-
cenciada en Filología Románica, y colaboradora en varios periódicos y revistas.
Pocos días antes había recibido también otro premio de novela corta, el Tigre
Juan de Oviedo. También, se había presentado a otros trece concursos, en los
cuales obtuvo por lo menos dos premios. Siguió luchando y opositando en otros
numerosos certámenes. Su actitud perseverante rendiría importantes frutos más
adelante. Pero este no es el único caso en que se puede elogiar la perseverancia
y el coraje. La quinta sinfonía de Bruckner se estrenó a los diecinueve años de
haber sido compuesta. En estas personas no hubo lugar ni tiempo para el desa-
liento. La constancia, el saber encajar los aparentes fracasos, el don de mantener
la esperanza en medio de las dificultades, tienen siempre, como dice el texto, una
cosecha gratificadora. Y esto es verdad tanto en las realizaciones de la vida como
en la práctica del bien por los demás.
A menudo se ha considerado la paciencia y la perseverancia como virtudes
pasivas: saber soportar y tolerar las adversidades de la vida sin lamentarse,
aguantar, sufrir, resignarse. Pero estas virtudes tienen ambas un componente
activo muy importante: la constancia, la fortaleza, la firmeza, el coraje, la es-
pera activa. En el Evangelio de Mateo hay una frase que se repite en dos oca-
siones: “el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mat. 10:22). El término
griego empleado para perseverar es hupomeínas, que tiene un amplio abanico
de significados, entre otros: “Aguardar a pie firme”, “sostener el ataque”, “em-
prender”, “oponerse a”, “osar”. En cuanto al texto de Apocalipsis 14:12, muy
familiar para los adventistas: “Aquí está la paciencia de los santos, los que
guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (RVR60), el término grie-
go traducido por paciencia es un sustantivo de la misma raíz que el anterior que
significa “paciencia”, “perseverancia”, “persistencia”, “espera”.
En un tiempo de inconsistencia ideológica, de fácil pérdida de identidad, de
deserción, oportunismo religioso y pragmatismo interesado, cuando lo habi-
tual es “arrimarse al sol que más calienta”, en un tiempo para los cristianos de
cansancio, letargo, en la larga espera, Dios nos pide que tengamos la fortaleza,
la firmeza de perseverar porque muy pronto “segaremos, si no desmayamos”.
Persevera hoy para ser un mejor creyente. No te desalientes. A su tiempo,
verás atractivos resultados.
337
La confesión de los pecados
28 “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros,
noviembre para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”
(Santiago 5:16).

M ientras estaba realizando mi tesis doctoral en la Universidad Autónoma


de Madrid, visitaba regularmente a mi asesor para pedirle orientación. Él
sabía que yo era pastor adventista, pero eso no impidió que llegásemos a sim-
patizar tanto que, en algún momento, me consideró como una ayuda en asuntos
espirituales. Un día, en su casa, se sinceró conmigo y me hizo la siguiente
pregunta: “Dígame, Puyol, ¿realmente es necesario confesarse con un hombre
y abrirle las intimidades de la conciencia para poder comulgar? Mi esposa es
católica practicante. A mí me gusta acompañarla los domingos a la misa y to-
mar la comunión con ella, pero no me gusta confesarme antes de participar en
la eucaristía”. Me contó que quien había sido su confesor durante muchos años
se había secularizado y había dejado el sacerdocio, además, se había casado y
ahora guardaba en su memoria los secretos de las vidas de sus hijos e hijas de
confesión. El profesor se sentía traicionado. ¿Qué podía hacer?
La confesión auricular no se generalizó en la iglesia cristiana primitiva
hasta el año 600 de nuestra era. Antes de esa fecha, se realizaban confesiones
públicas de algunos pecados y se recibía la absolución una vez al año, el Jueves
Santo. Los pecados personales se dirimían mediante la confesión directa con
Dios. Los católicos reconocen que el ego te absolvo (yo te perdono), que pronun-
cia el sacerdote es por delegación divina, porque solo Dios tiene per se potestad
de perdonar los pecados (Mar. 2:7). La iglesia apostólica nunca entendió que
Jesús estaba instituyendo la confesión auricular y la absolución consecuente por
parte de los apóstoles. No existe ningún precedente de esta práctica religiosa
en el Nuevo Testamento. Santiago habla de “confesaos vuestras ofensas unos a
otros y orad unos por otros” (5:16) evidenciando, de este modo, la necesidad de
perdonarnos unos a otros las ofensas que nos hacemos, sabiendo que ese perdón
obra también en el cielo. Tampoco hemos de confundir la confesión auricular
y la absolución de los pecados con el ejercicio de la disciplina eclesiástica que
Dios delegó en la iglesia (Mat. 18:15-18) y de la que tenemos referentes en el
Nuevo Testamento (1 Cor. 5:5; 1 Tim. 1:20).
Recomendé al profesor que se confesase directamente con Dios y diese, de
este modo, paz a su conciencia. Después supe que un sacerdote, amigo suyo, le
había recomendado lo mismo.
Este día, confiesa al Señor tus pecados. Él te dará el perdón.

338
El Médico divino
“Él es quien perdona todas tus maldades, 29
el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, noviembre
el que te corona de favores y misericordias”
(Salmo 103:3, 4).

E l Hospital Universitario La Paz es uno de los mayores policlínicos de Ma-


drid y uno de los tres mejores hospitales de España. Desde hace varios
años, mi familia nos hemos “aficionado” a este hospital, primero yo, afectado
de un infarto en las arterias coronarias. Dos meses más tarde, mi hermano,
aquejado también de un infarto de miocardio. Cinco meses después, mi hijo, a
quien le practicaron una artroscopia y unas semanas más tarde mi esposa fue
operada para implantarle una prótesis de rodilla. Muchos asocian un hospital
con el dolor, con la enfermedad o con el sufrimiento y es verdad, en cierta me-
dida. En un hospital se hacen diagnósticos fatales, se sufre y algunos pacientes
mueren.
Pero también se tratan y curan muchas enfermedades, se alivian dolencias,
se dan cuidados paliativos, se evitan muchas muertes. En el Hospital Univer-
sitario La Paz hay un servicio de facultativos especializados en tratar y evitar
el dolor de los pacientes. Y hay más: cuánto amor, cuidado, solicitud del per-
sonal que trabaja en ese hospital. ¡Cuánta ciencia y experiencia de parte de sus
médicos y enfermeras para combatir los males del cuerpo humano! ¡Qué gran
alivio! ¡Qué confianza despiertan en los pacientes! Es como si el Dios de los
cielos, a quien el rey David bendecía con toda su alma por todos sus beneficios,
hubiese delegado en esas instituciones de salud y en su personal, la misión
benéfica de paliar, de socorrer, de combatir la enfermedad y el sufrimiento
inherente a la vida en este mundo. En este punto, hay algo que todos los que
trabajan en los servicios de salud han de recordar: “Cristo es el verdadero jefe
de la profesión médica. El supremo Médico se encuentra siempre al lado de
todo aquel que ejerce esa profesión en el temor de Dios y trabaja para aliviar
las dolencias humanas. […] La enfermedad, el padecimiento y la muerte son
obra de un poder enemigo. Satanás es el que destruye; Dios el que restaura” (El
ministerio de curación, pp. 75, 76).
La promesa de la Biblia es que Dios es “el que sana todas tus dolencias” fí-
sicas y emocionales. No hay nada que el Señor no pueda curar. Y cuando un ser
humano que ejerce la profesión médica se coloca en sus manos, puede ser un
gran instrumento de restauración, esperanza y bienestar hacia sus semejantes.
Hoy es un buen día para proclamar a otros que en Jesús hay sanidad.

339
Oro y acero por dentro
30 “A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten,
noviembre pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto”
(Eclesiastés 4:12).

A unque muchas veces se ha usado este versículo para hablar del matrimo-
nio, hoy quisiera citarlo como referente de la relación personal que deben
tener los miembros de iglesia unos con otros y con Cristo.
Todos nosotros, individualmente, somos en la iglesia como hilos, hebras
compuestos de diferentes fibras y colores: unas fuertes y finas como la seda;
otras más comunes pero muy versátiles y útiles, como la lana, el algodón o el
lino; algunas son especialmente resistentes, como el cáñamo; otras más bastas,
aunque fuertes, como el esparto. No incluyo aquí las fibras sintéticas porque
no son auténticas, no son una creación de Dios, son un sucedáneo de las fibras
naturales inventado por el hombre.
A causa del pecado, somos todos hilos frágiles que nos rompemos fácilmen-
te, que no resistimos cuando estamos sometidos a fuertes tensiones o a ciertos
golpes que nos cortan como si fueran tijeras. Pero, cuando con los vínculos del
compañerismo cristiano y el amor fraternal nos juntamos y trenzamos unos con
otros, nos fortalecemos y adquirimos mayor resistencia sin perder la elasticidad
de la individualidad, porque como dice el texto: “Si caen, el uno levantará a
su compañero” (Ecl. 4:10). En efecto, no solo el matrimonio y la familia, sino
también la amistad, la solidaridad, la asociación de miembros de iglesia para la
vida colectiva nos dan más fuerza y nos hacen casi irrompibles. Somos como un
hermoso cordón de muchos cabos.
Pero aun así, los ataques del diablo, las circunstancias graves de la vida
cristiana y, sobre todo, los problemas personales de la convivencia, nos desgas-
tan primero y nos deshilachan después, reduciendo considerablemente nuestra
resistencia y pudiendo llegar incluso a rompernos. Por eso, necesitamos estar
trenzados con Cristo. Dios el gran Tejedor del cielo, hace girar y girar, por me-
dio del Espíritu Santo, el huso y la rueca, y sus finos dedos hilan con destreza
las hebras humanas de algodón, de lana o de seda con las preciosas y fuertes
hebras de Cristo, de oro y de acero. Y así, los tres cabos del cordón resultante:
el tuyo, el mío y el de Cristo, perfectamente trenzados, hacen un cordón que
nada ni nadie puede romper.
Porque hay un Dios en los cielos… tú puedes mantener una relación más
sólida con tus seres queridos. Decídete hoy a hacer todo lo que esté en tus ma-
nos para que esto sea posible.

340
Concédeme la gracia de seguir tu Ley
“Aparta de mí el camino de la mentira 1º
y en tu misericordia concédeme tu Ley” diciembre
(Salmo 119:29).

E n el Salmo 119, David canta el valor que tuvo la Ley de Dios en su vida.
Gracia y Ley aparecen juntas en este texto. En la antigua alianza, los hom-
bres no eran salvos por la observancia de la Ley, y en la nueva alianza tampoco
lo son por la gracia sin la Ley. Ley y gracia han intervenido siempre en el pro-
ceso de la salvación, cada una cumpliendo su función.
La función de la Ley es dar a conocer el pecado, desarrollando en el hombre
el sentimiento de culpa. Es lo que Pablo llama estar “bajo la Ley” (Gál. 4:5).
Pero, además, la Ley muestra la imposibilidad de los esfuerzos humanos por
guardarla y, al acusarnos, se convierte en un agente de condenación y muerte;
es vivir bajo la condenación de la Ley. De este modo, este ideal inaccesible
y a la vez obligatorio nos arroja, suplicantes de perdón y ayuda, a los pies de
Cristo, convirtiéndose en “nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que
fuéramos justificados por la fe” (Gál. 3:24).
La Ley no nos puede salvar por sí misma. Pretenderlo es confundir el reme-
dio, tan inútil como el empleo en fricciones de un medicamento que debe ser
ingerido. La Ley revela la magnitud del pecado, pero entonces entra en función
la gracia (Rom. 5:20, 21). La gracia perdona nuestras faltas, se posesiona de
nuestra voluntad, despierta nuestra gratitud y amor a Dios, y se convierte en
una fuerza interior nueva que nos libera del pecado y de la condenación de la
Ley. Es lo que Pablo llama estar “bajo la gracia” (Rom. 6:14) estableciendo en
nuestro interior la Ley de Dios.
Pretender ser salvo por gracia olvidando la Ley es confundir peligrosa-
mente el remedio; ingerir un producto de aplicación externa puede resultar
letal. David lo sabía; por eso, ruega a Dios: “Concédeme tu Ley”. Ahora ya
no estamos bajo la ley, estamos bajo la gracia, pero más que nunca con la
Ley: “Establecer la ley, he aquí la obra por excelencia, he aquí el milagro del
evangelio. ¿Qué es un cristiano? Es un hombre en quien la ley ha sido estable-
cida, es un hombre que ama desde ahora toda la voluntad de su Dios, en otros
términos, es un hombre que ha nacido de nuevo” (Agenor de Gasparin, Paroles
de verité, pp. 7, 8).
En esta ocasión, suplica la gracia de Dios para vivir conforme a los princi-
pios de la Ley de Dios.

341
¡De ninguna manera!
2 “Luego, ¿por la fe invalidamos la Ley?
diciembre ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la Ley”
(Romanos 3:31).

E n sus polémicas con los judaizantes, Pablo procura que no le interpreten


mal en relación con el lugar que ocupan la Ley, la fe y la gracia en la sal-
vación. El apóstol, usando el estilo socrático de hacer preguntas didácticas que
tienen respuestas negativas obvias, introduce sus tesis teológicas aclaratorias
con una expresión enfática que contradice y niega las formulaciones de las
preguntas: “¡De ninguna manera!” Esta negación es contundente y no se presta
a malentendidos. Pablo la usa catorce veces en sus epístolas, siempre después
de una frase interrogativa y todas, menos una, en Romanos y Gálatas. Además
de los dos textos iniciales encontramos entre otros: “¿Perseveraremos en el
pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom. 6:1, 2); “¿Qué, pues,
diremos? ¿La Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el peca-
do sino por la Ley” (Rom. 7:7); “Entonces, ¿la Ley contradice las promesas de
Dios? ¡De ninguna manera! Porque si la Ley dada pudiera vivificar, la justicia
sería verdaderamente por la Ley” (Gál. 3:21).
Entonces y ahora el lugar de la Ley, las obras, la fe y la gracia en la salva-
ción, ha sido objeto de debate y encendidas polémicas. Lutero se levantó con el
mensaje de la justificación por la fe (sola fide) frente a la salvación por los mé-
ritos, del papado. Algunos de sus discípulos entendieron la Ley como opuesta
absolutamente al evangelio, otros grupos hicieron depender la salvación de la
fe y la obediencia evangélicas. En todo caso, algunos siguen colocando la Ley
frente al evangelio. Pues bien, frente a todos estos malentendidos teológicos
que traicionan la verdad, Pablo sigue diciendo: “¡De ninguna manera!”
“La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano,
todos tienen su propia esfera, pero no tienen poder para salvarnos. Pueden
producir una corrección externa de la conducta, pero no pueden cambiar el
corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que
obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que el hombre pueda
convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Únicamente su gracia
puede vivificar las facultades muertas del alma y atraer esta a Dios, a la santi-
dad” (El camino a Cristo, p. 18).
Suplica hoy al Señor su poder para trasformar tu vida y concederte el don
de la obediencia a su santa Ley.

342
El hundimiento del Titanic
“Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga” 3
(1 Corintios 10:12). diciembre

E l 15 de abril de 1912 el Titanic naufragó en medio del Atlántico tras chocar


con un iceberg. Se llevó consigo mil quinientas vidas. Solo hubo sete-
cientos cinco supervivientes. La colisión se produjo imprevisiblemente por el
costado derecho originando un agujero de 75 a 90 metros; dos horas y cuarenta
minutos después, fue tragado por el océano. Los restos del navío, considerado
por la tecnología de la época como insumergible, reposan a 4.000 metros de
profundidad como testimonio espectral de un exceso de confianza.
Una organización de consultores sobre gestión empresarial, Hay Group,
extrajo diez lecciones de la tragedia del Titanic que yo quisiera resumir aquí en
cinco principios aplicables a los que navegamos en este mundo de tormentas,
escollos y peligros, con dirección al puerto de salvación:
1. La arrogancia tiene un precio. “¡Insumergible!”, dijeron los armadores.
Hasta blasfemias se pronunciaron desafiando a Dios. La humildad, la
dependencia de Dios, son siempre buenas y nos protegen.
2. La experiencia puede llegar a ser peligrosa. El capitán del Titanic, Mr.
Edward J. Smith, realizaba su última travesía antes de jubilarse. En su
historial no figuraba ni un solo accidente; pero, seguro de sí mismo,
aquel día no tomó en consideración los radiogramas que avisaban de la
presencia de icebergs en la zona.
3. Lo más peligroso no se ve. El iceberg impactó bruscamente por debajo de
la línea de flotación. Las dimensiones reales del mismo no eran visibles.
A menudo, los mayores peligros que amenazan la vida espiritual no son
perceptibles y, a veces, irrumpen con gran violencia destruyéndonos.
4. El cumplimiento de las normas no siempre es suficiente. El barco había
pasado todas las inspecciones reglamentarias. Pero en el momento del
naufragio, constataron con horror que el número de botes salvavidas
exigido era insuficiente. Llenando todos los botes solo la mitad de los
pasajeros y tripulación podían ser puestos a salvo.
5. Los momentos difíciles son una prueba de nuestra lealtad. Las tres
cuartas partes de la tripulación pereció en el naufragio. Estuvieron ayu-
dando a los pasajeros. Es en los momentos de seria dificultad cuando
mostramos nuestra lealtad. A veces, es necesaria una crisis para descu-
brir nuestra verdadera condición.
Cuidado con el exceso de confianza. Pide hoy al Señor que te ayude a ser
humilde.
343
La compra de una perla preciosa
4 “También el reino de los cielos es semejante a un comerciante
diciembre que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa,
fue y vendió todo lo que tenía y la compró”
(Mateo 13:45, 46).

U n día, en la congregación adventista de Zaragoza (España), apareció Víctor,


el cual pertenecía a una familia muy católica, de buena posición económica
y con un alto cargo en la delegación provincial del Ministerio de Fomento. En su
casa, una jovencita adventista servía como doméstica y Víctor, que era un joven
inquieto, un “buscador de buenas perlas”, quiso saber acerca de la fe singular de
aquella chica que no trabajaba el sábado, entonces supo de la Iglesia Adventista
del Séptimo Día. Pasó mucho tiempo, Víctor se casó, se trasladó a Zaragoza y
aguijoneado por el recuerdo de la jovencita que trabajaba en casa de sus padres,
decidió visitar la Iglesia Adventista. Así fue como lo conocí. Recibió estudios
bíblicos y descubrió la perla preciosa que buscaba. Entonces, comenzaron los
problemas: su esposa le dio la espalda y, mal aconsejada por su consejero es-
piritual, acabó con el matrimonio. En su trabajo no le permitieron descansar el
sábado y fue despedido. Por si fuera poco, dejó de ser para muchas de sus amis-
tades un hombre honorable. El precio que debía pagar por poseer aquella “perla
preciosa” era muy alto, pero él no dudó. Aceptó la verdad, compró la anhelada
perla, “vendiendo” todo lo que hasta entonces había tenido: matrimonio, familia,
amistades, posición social.
“Hemos de buscar la perla de gran precio, pero no en los emporios del mun-
do y por medio de los métodos mundanos. El precio que se nos exige no es oro
ni plata, porque estas cosas pertenecen a Dios. Abandonad la idea de que las
ventajas temporales o espirituales ganarán vuestra salvación. Dios pide vuestra
obediencia voluntaria. El os pide que abandonéis vuestros pecados. [...] Hay
algunos que parecen estar siempre buscando la perla celestial. Pero no hacen
una entrega total de sus malos hábitos. No mueren al yo para que Cristo viva
en ellos. Por lo tanto no encuentran la perla preciosa. No han vencido la am-
bición no santificada y el amor a las atracciones mundanas. No toman la cruz
y siguen a Cristo en el camino de la abnegación y de la renunciación propia.
Casi cristianos, aunque todavía no totalmente, parecen estar cerca del reino de
los cielos, pero no pueden entrar. Casi, pero no totalmente salvos, significa ser
no casi sino totalmente perdidos” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 89).
¿Qué estás tú dispuesto a dejar con tal de obtener la perla de gran precio?

344
Maravillosismos
“Cosas que ojo no vio ni oído oyó 5
ni han subido al corazón del hombre, diciembre
son las que Dios ha preparado para los que lo aman”
(1 Corintios 2:9).

E ste versículo se ha aplicado con frecuencia a las bendiciones que rodearán a


los redimidos en los nuevos cielos y la nueva tierra y, sin lugar a dudas, que
la sabiduría humana, con sus limitaciones, es incapaz de describir cómo serán las
cosas celestiales. Pero el contexto inmediato tiene que ver también con el presen-
te, con el aquí y ahora. Tiene que ver con la comprensión de la obra maravillosa
que Dios hace con aquellos que deciden introducirse en el “taller-laboratorio”
del Espíritu Santo, los frutos de su gracia y de su amor, la conversión, la trans-
formación del carácter. Es el milagro de los milagros, la prueba más evidente del
poder del Espíritu Santo en los corazones humanos preparando el reino de gloria
futuro y realizando el reino de gracia actual.
He calificado la fenomenología de la obra de la conversión de “maravillosis-
mos”, un neologismo no aceptado por la Real Academia de la Lengua que se po-
dría definir como la palabra “maravilla”, es decir, como un suceso extraordinario
que causa admiración, pero añadiendo matices tales como imprevisto, inaudito,
impensable… Los “maravillosismos” se dan en un contexto de fenómenos sor-
prendentes, extraños, asombrosos, incluso inexplicables para quienes son testi-
gos de los mismos. Es un término mucho más enfático y descriptivamente más
fuerte que la palabra “maravilla” de la que procede. Parece que empezó a usarse
en el siglo XVII en el cual, según las crónicas de la época, ocurrían frecuen-
tes hechos portentosos que alimentaban las fantasías, el espíritu desorbitado de
aquella sociedad exaltada del barroco.
Dice Frédéric Godet: “Al reunir estos tres términos ‘ver’, ‘oír’ y ‘subir al
corazón’, el apóstol quiere designar los tres medios de conocimiento natural: la
vista, o la experiencia inmediata; el oído, o el conocimiento por vía de tradición;
finalmente, las inspiraciones del corazón, los descubrimientos de la inteligencia
propia. Por ninguno de estos medios el hombre puede llegar a la concepción de
los bienes que Dios le ha destinado” (Commentaire sur la Première Epître aux
Corinthiens, t. 1, p. 132).
Únicamente por la fe y la iluminación del Espíritu Santo podemos llegar
a ser capaces “de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la lon-
gitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede
a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe.
3:18, 19).
345
Vivir corre prisa
6 “Todo lo que te venga a mano para hacer,hazlo según tus
diciembre fuerzas,porque en el seol, adonde vas, no hay obra,ni trabajo ni
ciencia ni sabiduría”
(Eclesiastés 9:10).

C uando estaba por cumplir 73 años, sufrí un infarto de miocardio y, aunque


fui atendido inmediatamente y el corazón no sufrió apenas necrosis, el
cateterismo que me hizo un hemodinamista reveló que mis arterias coronarias
estaban enfermas, por lo que me tuvo que implantar cuatro estents. En mi caso,
hay un factor genético de riesgo evidente. Mi padre falleció a los 62 años
víctima de una cardiopatía congénita, mi hermano mayor murió también por
dolencias cardiacas reiteradas a los 77 años y, dos meses después de sufrir yo
el infarto, lo tuvo mi hermano menor. Esto me hizo afrontar el problema de la
muerte con un realismo y una eventual inmediatez como nunca antes lo había
experimentado. ¿Sentí miedo por ello? Si he de ser absolutamente sincero, no
sé lo que es el estremecimiento del miedo a morir.
Miedo, no; pero sí he tenido y tengo serenas reflexiones acerca del significa-
do de la muerte. Inspirado por lo que dice nuestro versículo de hoy, me planteo
que debo afrontar la muerte, cuando llegue, no solo desde la esperanza del “más
allá”, sino también desde la realidad existencial del “acá”. En realidad, la síntesis
de las palabras del sabio en Eclesiastés es esta: “Puesto que sabes que has de
morir, aprende a vivir aquí y ahora”. Por eso he titulado nuestra reflexión: “Vivir
corre prisa”, porque, como dice José Luis Martín Descalzo: “La muerte, en lugar
de acoquinarme, me acicatea; porque en vez de apocarme, me da unas tremendas
ganas de vivir y amar”.
En las páginas de este devocional he contado muchas experiencias que
he vivido, visto de cerca, oído, y si debo hacer balance reflexionando sobre
mi muerte, exclamo: ¡Qué privilegio, qué don precioso me ha concedido la
Providencia en esta vida! ¡Cuántas veces he sido testigo del infinito amor de
Dios, cuántas he descubierto y me he deleitado en los planes eternos del Padre
celestial para este mundo! ¡Qué gozo haber servido a la iglesia tomado de la
mano de mi querido Salvador! ¡Qué inmerecido amor el que he recibido de mi
familia, mis amigos y mis hermanos en la fe! Y, reflexionando sobre todo esto
y anclado en mi esperanza futura, no, no tengo miedo a la ruptura trágica de
la muerte.
Porque hay un Dios en los cielos… agradece al Señor el bendito don de la
vida.

346
La noche que volvimos a ser gente
“Los entendidos resplandeceráncomo el resplandor del 7
firmamento;y los que enseñan la justicia a la multitud,como las diciembre
estrellas, a perpetua eternidad”
(Daniel 12:3).

J osé Luis González, escritor puertorriqueño, escribió un cuento titulado La


noche que volvimos a ser gente, en el que narra las peripecias de un boricua
(nombre indígena del nacido en Puerto Rico), para llegar a su residencia en uno
de los suburbios de Nueva York el día del gran apagón general del 13 de julio
de 1977: bloqueo del metropolitano, parón de los ascensores y de todos los ser-
vicios eléctricos, caos en las comunicaciones, etcétera. La situación resultaba
aún más grave para el protagonista porque ese día iba a nacer su hijo y quería
estar presente. Al fin llegó, pero el bebé ya había nacido; no obstante, junto con
otros puertorriqueños, decidieron subir a la azotea de la casa para celebrarlo.
Y desde allí vieron con sorpresa un cielo cuajado de estrellas, con una enorme
luna llena, muy semejante al de las hermosas noches de su Puerto Rico natal.
Entonces volvieron a ser gente, la misma gente que cuando salieron de su isla.
El cuento no solamente es una reivindicación de las raíces y el orgullo de los
inmigrantes puertorriqueños, subraya también el ambiente impersonal, insolida-
rio y hostil que existía en Nueva York en aquel tiempo, donde saludar o sonreír
a un desconocido se consideraba casi ofensivo. Nueva York, Las Vegas y otras
grandes ciudades del mundo, están iluminadas por infinidad de luces eléctricas y
rótulos de neón; de noche, deslumbran, resplandecen, pero en realidad, son luces
artificiales que están cubriendo el fulgor de las estrellas, impidiendo ver el res-
plandor del firmamento. ¿Has contemplado en fiestas una exhibición pirotécnica
de fuegos artificiales? Las luces eléctricas se apagan, el cielo se viste de brillan-
tes fuegos, filigranas de luz y color, caprichos cromáticos pintados en las nubes
y mucho ruido; pero, cuando el espectáculo ha terminado y vuelve el silencio de
la noche, ¿qué queda? Nada, solo humo. ¡No! Pasados unos minutos, ese mismo
cielo se vuelve a iluminar tenuemente, pero esta vez con el pálido y lejano fulgor
de las parpadeantes estrellas que siempre estuvieron allí.
Esta imagen tiene también su aplicación espiritual. El cielo de las estrellas,
de los ideales auténticos, está detrás de los fuegos de artificiales y de las luces de
neón, pero existe, no es un espejismo ni un sueño, es esa realidad perdurable que
seguirá brillando cuando todas las luces de este mundo se apaguen.
Para volver a ser gente, personas que resplandezcan con la luz del firmamen-
to, solo debemos levantar nuestras cabezas y ver brillar las estrellas.

347
Como vuestro Padre que está en los cielos
8 “Sed, pues, vosotros perfectos,
diciembre como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”
(Mateo 5:48).

E n el largo proceso de la salvación, ha existido siempre un ideal, una supre-


ma aspiración que ha servido de motor del proceso mismo. Es el ideal de
perfección: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es perfecto”. ¿Qué es la perfección? ¿Es un ideal alcanzable o inalcan-
zable? ¿Tiene un valor absoluto o relativo? ¿Cuál es el modelo?
Desde los orígenes del cristianismo, la perfección del creyente ha sido ob-
jeto de ásperas discusiones que, en algunos casos, dieron lugar a actitudes y
palabras contrarias al ideal mismo que se debatía. Las principales conclusiones
que se han dado, pueden resumirse en cuatro:
1. Pesimista. La perfección es un ideal moral inalcanzable para el hombre,
solo Cristo lo consiguió.
2. Voluntarista. Constituye el objetivo supremo de la vida cristiana al que
todos debemos tender.
3. Coercitiva. Es una condición necesariamente imperativa de la salvación.
4. Vicaria. La perfección absoluta solo existe en Dios, en el hombre tiene
un valor relativo. Pero todos podemos ser perfectos en Cristo y por
Cristo. Esta postura corresponde a la tesis bíblica.
La palabra empleada en el Nuevo Testamento para “perfecto”, es el adjeti-
vo téleios, que significa “pleno”, “completo”, “que ha alcanzado su desarrollo
posible”, “que ha obtenido su objetivo” o “que ha llegado a la madurez”. ¿Qué
madurez? La que corresponde a cada individuo involucrado. Esta palabra des-
cribe muy bien la conquista de la madurez espiritual fundada en la fe.
Hecha la salvedad de que no son lo mismo la perfección y la santidad divinas,
por sorprendente que parezca, solo encontramos un pasaje en la Biblia que presen-
te la perfección como un atributo divino: el versículo de hoy. Los escritores sagra-
dos jamás han querido hablar de la perfección de la Divinidad, como lo hacen de
la santidad, para definir la naturaleza de Dios. El término “perfecto” está siempre
aplicado a las obras de Dios, a sus caminos, a su Ley, a su omnisciencia. Incluso
en esta declaración de Jesús se relaciona la perfección divina con la misericordia
que debemos tener con todos los hombres (Mat. 5:46-48).
Así pues, ¿perfectos? Sí, como Dios es perfecto, pero como dice Elena de
White: “Así como Dios es perfecto en su esfera, hemos de serlo nosotros en la
nuestra” (Patriarcas y profetas, p. 558).
Procura en este día alcanzar la perfección cristiana que Dios espera de ti.
348
Hoy más que ayer
pero menos que mañana 9
diciembre
“Y el Señor os haga crecer y abundar en amor
unos para con otros y para con todos,
como también lo hacemos nosotros para con vosotros”
(1 Tesalonicenses 3:12).

E l hombre fue creado a la imagen de Dios, sin ningún estigma de mal, man-
cha o propensión al pecado, fue dotado con la capacidad de desarrollarse
y crecer; es decir, Dios creó al hombre perfectible, al contrario de los animales
que no pueden cambiar sus instintos atávicos. Dice Elena de White: “ ‘Creó
Dios al hombre a su imagen’, con el propósito de que, cuanto más viviera, más
plenamente revelara esa imagen, más plenamente reflejara la gloria del Crea-
dor. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y vigor
debían aumentar continuamente” (La educación, p. 15).
Después del pecado, el hombre perdió de manera progresiva el reflejo de la
perfección divina que tenía cuando salió de las manos del Creador; hoy, aunque
todavía guardamos vestigios muy débiles de aquella perfección original, la imagen
de Dios se encuentra profundamente alterada, empobrecida y desfigurada por las
fatales consecuencias del pecado. Los hombres, por nosotros mismos somos inca-
paces de alcanzar el ideal divino del Edén: “El ideal que Dios tiene para sus hijos
está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. El blanco a
alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios” (ibíd., p. 17). Pero en todo ese proceso
de degradación causado por el imperio del mal, no hemos perdido la perfectibili-
dad. De la misma manera que conservamos la individualidad, la facultad de pensar
y hacer, el libre albedrío y, por consiguiente la responsabilidad moral y espiritual,
seguimos teniendo la capacidad de progresar y mejorar. Incluso en la eternidad se-
guiremos creciendo: “Y en el cielo mejoraremos continuamente” (Mensajes para
los jóvenes, p. 70).
La perfectibilidad es usada por el Espíritu Santo en su obra con nosotros y es el
fundamento de todo crecimiento moral y espiritual. Con respecto al amor conyu-
gal, algunos dejan grabado en medallas el aforismo: “Hoy más que ayer pero me-
nos que mañana”, pues bien, lo mismo podemos afirmar del incremento del amor
entre los hermanos y la santidad, como expresa Pablo en el versículo de hoy sobre
el desarrollo en la fe, el aumento en el conocimiento de Dios, de la progresión en
la obra del Señor. Por la misma razón podemos también hablar del crecimiento
en la perfección, sabiendo que este es un camino progresivo que culminará en la
semejanza con Jesús, cuando él venga (1 Juan 3:2).
No olvides que este camino es arduo; pero, al final, es el más seguro.
349
No soy perfecto
10 “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto;
diciembre sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual
fui también asido por Cristo Jesús”
(Filipenses 3:12).

P osiblemente no haya otro escrito de Pablo dirigido a una iglesia en el que el


apóstol abra su corazón y revele a los creyentes los secretos de su vida espiritual
como en la Epístola a los Filipenses. Se la ha llamado “epístola del amigo” o “epís-
tola del gozo” y es, en efecto, la más íntima y personal, la más pastoral de cuantas
escribió a una congregación. En ella, Pablo transmite a sus hermanos las divisas, los
retos, las dificultades y los objetivos que guían su experiencia cristiana.
En ese particular fragmento de la epístola (Fil. 3:12-14), Pablo nos dice que
articula la búsqueda de la perfección y el crecimiento espiritual en cinco pasos
progresivos que corresponde dar al creyente:
1. El reconocimiento humilde y sincero de nuestra condición individual:
“Ni que ya sea perfecto”.
2. La polarización de nuestros esfuerzos e inquietudes en lo más importan-
te: “Una cosa hago”.
3. La evaluación del pasado y del futuro: “Olvidando ciertamente lo que
queda atrás y extendiéndome a lo que está delante”.
4. El valor de la perseverancia: “Prosigo a la meta”.
5. La consideración del premio prometido al final del camino: “El supre-
mo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Nadie debe conformarse con su condición espiritual, siempre hay algo más
que conseguir. Nadie es superior ni puede erigirse en criterio y modelo de los
demás; nuestra imperfección nos hace a todos iguales. Nadie debe fijar su mira-
da en los hombres para juzgar, criticar o emular, más bien, hemos de recordar:
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:2). Todos
estamos llamados a mejorar y para ello estamos obligados a hacer permanente-
mente una introspección de nuestra propia conciencia.
Pero esta no es una concepción pesimista del creyente, como a veces se ha
dicho. La imperfección se convierte en nuestras vidas en el motor del progreso y
del crecimiento espiritual. De este reconocimiento nace el espíritu de lucha y de
superación porque el cristiano es un ser “en marcha”, que se renueva y avanza
constantemente porque Dios no tiene “nietos” que vivan de tradiciones y heren-
cias paternas ganadas sin esfuerzo. Dios solo tiene hijos que, con su ayuda, han
de labrarse una experiencia personal y administrar su propia fortuna espiritual.
Porque no eres perfecto, ¡avanza!
350
Una cosa hago
“Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. 11
Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido diciembre
la buena parte, la cual no le será quitada”
(Lucas 10:41, 42).

E l apóstol Pablo, después de confesar su indignidad personal, nos muestra


ahora el sentido de su responsabilidad individual en el descubrimiento de
lo más importante en el camino de la perfección: “Una cosa hago” (Fil. 3:13).
En el trasfondo de sus palabras, están, sin duda, aquellas palabras de Jesús a
Marta: “Afanada estás con muchas cosas, pero una cosa es necesaria…”
“Una cosa hago”. Yo, dice el apóstol, debo hacer algo en la consecución de la
perfección. Para los defensores de una justificación por la fe sin compromisos ni
deberes inherentes, los que postulan una gracia barata, estas palabras pueden re-
sultar una provocación, una contradicción o un error. Pero no es así. En otro pa-
saje de esta misma epístola, Pablo pone juntas, en íntima relación, la admonición
“ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” y el asentimiento “porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” y todo ello “para
que seáis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha” (Fil. 2:12-15). La
perfección que Dios quiere obrar en el hombre convertido exige de este su coo-
peración responsable. Dios no salva al ser humano sin su consentimiento; más
bien, el creyente participa activamente con Dios en la salvación.
Cuando se trata de la perfección, no podemos mirar a otro lado como si no
nos incumbiera. No se trata de proyectar los problemas sobre los demás; Dios
espera mi determinación personal consecuente, mi respuesta, mi adhesión: ¿He
descubierto ya lo que imperativamente debo hacer o sigo dispersándome en
“las muchas cosas”? ¿Conozco lo que está impidiendo mi crecimiento espiri-
tual? ¿Qué es eso que me corresponde hacer a mí si quiero sumar y no restar
en el camino de la perfección? No siempre son grandes decisiones o grandes
cambios. A veces son cosas aparentemente insignificantes. Un famoso anda-
riego que se había propuesto cruzar a pie los Estados Unidos, de la costa este
a la costa oeste, fue entrevistado por los periodistas cuando se encontraba a la
mitad del camino. Uno de los reporteros le preguntó: “Díganos, ¿cuál ha sido
la mayor dificultad que ha encontrado hasta aquí en su intento?” El deportista
se quedó un momento callado y luego respondió: “La arena que se mete en mis
zapatos”.
¿Has tratado de caminar con arena o un guijarro en el calzado? Así ocurre
también con las cosas espirituales. Saca la “arena” que hay en tu vida y la ca-
lidad de tu experiencia espiritual mejorará.
351
Proveer o hipotecar el futuro
12 “Olvidando ciertamente lo que queda atrás
diciembre y extendiéndome a lo que está delante”
(Filipenses 3:13).

F rank Crane (1861-1928), ministro presbiteriano, locutor, conferenciante,


columnista y autor, escribió El Credo del necio como una denuncia de
quienes idolatran el presente, sin prever el futuro: “Creo en el presente. Creo
que los apetitos fueron hechos para ser complacidos y no para ser controlados.
Creo en la diversión, pues seré joven solo una vez. Creo que puedo hipotecar el
futuro y usar el dinero en el presente. Creo que puedo recoger todas las flores
sin interesarme jamás por los frutos. Creo que se deben buscar los primeros
puestos. […]”.
Lo que Pablo dice del presente es justamente todo lo contrario: hoy tengo
algo urgente, responsable y consecuente que hacer. El presente es examen,
reflexión; pero a la vez, diseño, proyecto, acción y, como sigue diciendo en
el versículo de hoy, mirada hacia atrás, olvido de todo lo negativo del pasado
y proyección hacia delante, visión y prevención de las posibilidades que me
ofrece el futuro.
El apóstol reconoce humildemente que todavía no ha alcanzado la perfec-
ción, por consiguiente, el pasado ha sido decepcionante, por eso lo quiere olvi-
dar, no va a permitir que las experiencias frustrantes vividas hasta entonces lo
condicionen, amarguen e incapaciten para seguir adelante. En efecto, debemos
evitar vivir martirizados, resentidos por lo que hicimos o no hicimos, por lo
que otros nos hicieron en el pasado. Las historias tristes, los fracasos, los erro-
res del pasado, lo que queda atrás no debe ser un lastre que arrastremos. Cristo
dijo: “Ninguno que, habiendo puesto su mano en el arado, mira hacia atrás es
apto para el reino de los cielos” (Luc. 9:62). Somos nuevos hombres y mujeres,
con nuevos proyectos, con renovadas fuerzas y mayor confianza.
Pero extenderse a lo que está delante es un acto de esperanza y confianza en
el futuro; es vislumbrar positivamente el porvenir, sin temores ni malos presa-
gios. Es ver nuevas providencias abiertas al perfeccionamiento y prolongación
de la gracia santificante; es tiempo oportuno, ocasión, coyuntura o circunstan-
cia favorables; es comenzar de nuevo con nueva visión, nueva consagración,
nueva comunión con Cristo, nuevo amor y nueva fidelidad, todo ello gracias a
la regeneración del Espíritu Santo.
No te detengas hoy en tu meta de seguir a Jesús. Él te acompañará.

352
Prosigo a la meta
“Prosigo a la meta, al premio del supremo 13
llamamiento de Dios en Cristo Jesús” diciembre
(Filipenses 3:14).

E l clímax de la experiencia que Pablo narra a los filipenses sobre la perfec-


ción es la expresión enfática “prosigo a la meta”. Ante la constatación sin-
cera de su imperfección y previniendo del futuro, Pablo podía adoptar cuatro
actitudes diferentes:
1. Abandonar. Los fracasos del pasado y el reconocimiento de su impo-
tencia no le permiten continuar la lucha, quiere liberarse de la tensión
que le provoca la búsqueda de la perfección.
2. Mostrar inseguridad. Ante los pequeños avances y largos retrocesos, no
se atreve a abandonar pero tampoco avanza. En realidad, la situación es
cada vez peor, se está empobreciendo.
3. Justificar los errores cometidos. Tratar de buscar culpables y hacerlos
responsables de su estado. Sentirse víctima de las circunstancias. Esta
actitud, lejos de exonerarlo, lo envilece.
4. Proseguir, seguir luchando, perseverar, a pesar de las dificultades y de
los fracasos anteriores. Es lo que realmente Pablo hace, con renovados
ánimos, le dice al Señor: “Señor, prosigo, cuenta conmigo, ten aún pa-
ciencia y ayúdame a mejorar”.
Cuando el apóstol pronuncia estas palabras, se encuentra en Roma privado de
libertad. En medio de la aflicción de la prisión, escribe a los filipenses y les cuenta
que, una vez más, le ha dicho “Sí” a Dios, que ha renovado su compromiso con él
en la conquista de la perfección. ¿Acaso es necesario el sufrimiento para continuar
luchando por la perfección? Hay aflicciones que son verdaderas providencias divi-
nas que nos ayudan a mejorar y a depender mucho más de Dios. Como dice Pedro:
“Quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado” (1 Ped. 4:1).
¿Qué esperaba Pablo al final de esa carrera en busca de la santidad? Literal-
mente, el premio del combate; como en los juegos olímpicos, la recompensa a los
que son ganadores. Es curioso, ese premio es “el supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús” o dicho de otro modo la renovación del llamamiento de Dios, para
Pablo es una repetición de aquel encuentro en su camino de Damasco donde escu-
chó por primera vez el supremo llamamiento del cielo.
Del mismo modo, en nuestra experiencia cristiana hemos de renovar nues-
tra adhesión a Dios y decirle muchas veces, en muchas circunstancias, “Sí, Se-
ñor, prosigo al blanco, cuenta conmigo”. El Señor nos reitera insistentemente
su vocación santa, su promesa, la seguridad de la perfección en Cristo.
353
Ciro el ungido
14 “Así dice Jehová a su ungido,a Ciro, al cual tomé yo
diciembre por su mano derecha para sujetar naciones delante de él
y desatar lomos de reyes;para abrir puertas delante de él,
puertas que no se cerrarán”
(Isaías 45:1).

S iempre me ha extrañado que en el Nuevo Testamento, tanto Pablo como


Pedro, nos amonesten a hacer “rogativas, oraciones, peticiones y acciones
de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que tienen au-
toridad” (1 Tim. 2:1, 2); que los consideremos enviados de Dios (1 Ped. 2:13,
14), porque “no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que hay, por
Dios han sido establecidas. […] está al servicio de Dios para tu bien. […] Por
lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino
también por causa de la conciencia” (Rom. 13:1-5). ¿Cómo es posible que los
dos apóstoles propongan tales cosas cuando, muy probablemente, quien dirigía
el Imperio romano en ese tiempo era Nerón, un loco que les llevó al martirio?
¿Son las autoridades y las monarquías de “derecho divino”?
Dios nunca se hace cómplice de los crímenes, guerras fratricidas, uso de
armas de destrucción masiva empleadas por algunos gobernantes del mundo.
No hay respuesta a mi pregunta a menos que aceptemos la realidad trágica del
conflicto que libran en la tierra Cristo y Satanás y la filosofía providencialista
de la historia, según la cual Dios da a las autoridades oportunidad de gober-
nar rectamente, probándoles en ello, controlando sus acciones de gobierno y
haciendo que sus decisiones, leyes y resoluciones, reconducidas por su sabia
providencia, sirvan al cumplimiento final de sus planes.
Ciro logró poner fin a la supremacía de Babilonia, una nación que había des-
truido Jerusalén y tomado cautivos a un buen número de hebreos. También, pro-
mulgó un decreto para reedificar la casa de Dios en Jerusalén (2 Crón. 36:22, 23),
y financió gran parte de ese proyecto. Por si fuera poco, durante el primer año de su
reinado autorizó también por decreto la repatriación de un primer contingente de
judíos para la reconstrucción del templo (Esd. 1:1-4). Casi doscientos años antes,
el profeta Isaías había dicho de Ciro que era el ungido de Jehová, el pastor que
cumpliría la voluntad divina, y el agente del cumplimiento de la voluntad divina en
Babilonia (45:1; 44:28; 48:14).
Así fue y así son los planes providentes de Dios incluso con aquellos que
no son su pueblo.
No olvides que, si tú no lo haces, Dios puede usar a un incrédulo para pro-
clamar su Palabra este día.

354
La profecía mesiánica
“Porque un niño nos ha nacido, 15
hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. diciembre
Se llamará su nombre ‘Admirable consejero’,
‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’, ‘Príncipe de paz’ ”
(Isaías 9:6).

E n cierta ocasión, fui a Gibraltar para hacerme cargo de dos pequeñas iglesias:
La Línea de la Concepción y Algeciras (Cádiz, España). Entre las perso-
nas que estaban recibiendo estudios bíblicos, había una señora culta y de buena
posición. Un día, al presentarle el estudio sobre la profecía bíblica, quedó muy
impactada por el cumplimiento de las profecías mesiánicas de Isaías:
–¿Cuándo fueron escritas? –preguntó.
–Setecientos años antes de Cristo –respondí.
–Pero ¿acaso se trata de una interpolación, es decir, una especie de profecía
post eventum? –cuestionó la señora.
–Imposible, porque en una copia del profeta Isaías, del año 150 a.C. hallada
entre los manuscritos del Mar Muerto, ya se encontraban esos textos –fue mi
respuesta.
–¿No serán el resultado de una intuición sabia o del acierto casual de
Isaías? –interpeló la mujer.
–No, solamente por inspiración divina, pudo el profeta hacer anuncios tan
precisos y detallados –le contesté amablemente.
En efecto, la profecía mesiánica, contrastado su cumplimiento por el Nue-
vo Testamento, es uno de los testimonios más convincentes del origen divino
de las Escrituras y de la autenticidad redentora de Jesús. Tanto en los Evange-
lios como en las predicaciones de los apóstoles del libro de los Hechos, y en
las Epístolas, se da fuerza probatoria al mensaje acerca de Jesús con la frase
“para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta” (Mat. 2:23). Tanto el
nacimiento como la pasión del Hijo de Dios, su obra y el profundo significado
teológico y salvífico de su muerte, estaban predichos por los profetas bíblicos.
Isaías, el profeta mesiánico, nos anuncia el nacimiento virginal del Mesías
(7:14), sus títulos y nombres (9:6), el espíritu que Dios le otorgaría (11:1, 2), el
gozo de su advenimiento (25:9), la obra del precursor (40:3-5), la gloria de su
advenimiento (62:11), el carácter espiritual de su obra (61:1-3), el carácter vica-
rio de sus sufrimientos y muerte (53:2-9). El profeta Daniel predijo la fecha de
su bautismo y de su muerte (9:24-27), Miqueas el lugar de su nacimiento (5:2),
Zacarías su entrada triunfal en Jerusalén y el espectáculo de la cruz (9:9; 12:10),
Hageo la entrada en el templo del Deseado de todas las gentes (2:7).
Hoy demos gracias a Dios por la certeza de la palabra profética.
355
¿Quién sabe si para esta hora
16 has llegado al reino?
diciembre
“Porque si callas absolutamente en este tiempo,
respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos;
mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe
si para esta hora has llegado al reino?”
(Ester 4: 14)

D urante la Edad Media en España, los períodos de depresión económica se


caracterizaban por persecuciones y promulgación de leyes antisemitas,
así como expulsiones y matanzas en este sector de la población. Y tristemente,
desde los tiempos de la reina Ester, esto ha sido una constante en la historia
de los judíos quienes, debido a la envidia suscitada por las riquezas que acu-
mulaban, a la usura que se les atribuía y al exclusivismo de su religión, con
demasiada frecuencia despertaron el odio de las masas y de los gobernantes.
Aunque el nombre de Dios no aparece explícitamente en el libro de Ester,
yo creo que la providencia divina y el cuidado redentor de Dios por su pueblo
están manifiestos a lo largo de todo el relato, a menos que demos una importan-
cia predominante en esa historia a la casualidad y a la “suerte”. Ester tenía una
belleza singular, tanto física como moral; pero ¿cómo se atrevió Mardoqueo, su
tío, a presentarla a la convocatoria de la casa del rey siendo judíos? ¿Quién lo
indujo a hacerlo? Y después, ¿por qué el rey Asuero escogió a Ester entre todas
las jóvenes más bellas del reino? ¿Qué lo guió en su elección? ¿Acaso no fue
también providencial que Mardoqueo se enterase de la conspiración contra el rey
y pudiese evitarla quedando constancia de ello en los anales de palacio? Y cuando
ya pesaba sobre los judíos un decreto de exterminio, promovido por el perverso
Amán, ¿quién movió el corazón de Ester para que se presentase ante el monarca
sin ser llamada, con riesgo de su propia vida? ¿Por qué el rey le extendió el cetro
de oro y no se molestó por su atrevimiento? ¿Por qué firmó el decreto autorizando
a los judíos para que pudieran armarse y defenderse de sus enemigos? Solo hay
una respuesta: porque para esa hora Ester había llegado al reino.
Hay demasiadas casualidades y sucesos imprevisibles en la historia de Ester
como para no ver a Dios en acción, previendo y dirigiendo los acontecimientos
para salvar a su pueblo. De la misma manera, como en los días de Ester y Mar-
doqueo, la Providencia promoverá decretos protectores y amnistías, suscitará
valientes abogados defensores, trastornará los designios criminales de consejos
cuando llegue el tiempo de la gran aflicción de la iglesia remanente.
Recuerda hoy que tú también has venido a este mundo con un propósito.
¿Sabes cuál es?
356
Un cómputo profético
de cumplimiento matemático 17
diciembre
“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa
ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado y expiar la
iniquidad, para traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía
y ungir al Santo de los santos”
(Daniel 9:24).

L a profecía de las setenta semanas es una de las más extraordinarias de la


Biblia. Nos permite fijar la fecha del bautismo del Mesías y la de su muer-
te. Así lo reconoció el apóstol Pablo cuando escribió: “Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gál. 4:4) y también: “Cristo,
cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Rom. 5:6). El
propio Jesús, después de su bautismo en el Jordán, comenzó su ministerio con
el anuncio: “El tiempo se ha cumplido” (Mar. 1:15), y judíos que conocían la
profecía de las setenta semanas, esperaban la venida del Mesías en aquel tiem-
po (Juan 1:19; Luc. 3:15).
Esta revelación dada al profeta Daniel fue la respuesta a su oración de
intercesión por su pueblo, pues estaba perplejo creyendo que las 2.300 tardes
y mañanas de la visión anterior se aplicaban a la duración de la cautividad en
Babilonia: “Estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía” (Dan.
8:27). Cuando el ángel Gabriel es enviado a Daniel para aclararle el misterio
del cómputo profético, le dice: “Entiende, pues, la orden, y entiende la visión”
(Dan. 9:23). ¿Qué visión? Un elemento de carácter filológico nos aclara a qué
visión se está refiriendo el ángel. El término hebreo empleado para la palabra
“visión” aquí y en Daniel 8:27 es mar’eh, la visión de las tardes y mañanas
(Dan. 8:26), es decir, la única parte de la visión anterior que había quedado sin
explicar, el cronograma de los 2.300 días proféticos.
Quedan así establecidos la relación entre el capítulo 8 y el 9 del libro de
Daniel como partes de una misma visión y el principio interpretativo de día por
año, clave para que sus anuncios proféticos tengan sentido. El foco interpreta-
tivo de las setenta semanas se centra en la última, la más importante. Aceptado
el comienzo de la profecía en el otoño del 457 a.C., podemos fijar en el otoño
del 27 de nuestra era la fecha del bautismo de Jesús, en la primavera del 31 la
de su crucifixión y en el otoño del 34 el inicio de la predicación del evangelio
a los gentiles o la universalización del pacto divino.
No hay duda, la profecía confirma la providencia divina en la historia y la
inspiración del profeta Daniel.

357
Venido el cumplimiento del tiempo
18 “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
diciembre Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley”
(Gálatas 4:4).

P ablo reconoce en este pasaje de su Epístola a los Gálatas que la encarnación


del Hijo de Dios tuvo lugar llegado el cumplimiento del tiempo. El significa-
do de esta expresión que evoca el término “tiempo” nos permite reparar en el va-
lor histórico, incluso cronológico, de la profecía mesiánica. La promesa mesiáni-
ca en la Biblia no es un anuncio abstracto que se inscribe en la dimensión de un
tiempo indeterminado. La profecía bíblica apunta hacia un futuro que pretende
determinar, pero de tal manera que el pueblo de la promesa pueda desarrollar una
esperanza permanente y actual. El apóstol usa aquí el término cronos, el tiempo
mensurable, el tiempo en el que acaecen los hechos de la historia humana y los
de la historia de la salvación. Jesús vino cuando en el reloj divino sonó la hora,
en el tiempo prefijado por la omnisciencia divina.
El nacimiento de Cristo es un hecho histórico. El texto dice que cuando vino
“el cumplimiento del tiempo”, o también el momento culminante, entonces na-
ció el Salvador. Muchos son los autores que han señalado el carácter providen-
cial de la coyuntura histórica en la que apareció Jesús. Este es el testimonio de
Elena de White: “La Providencia había dirigido los movimientos de las naciones,
así como el flujo y reflujo de impulsos e influencias de origen humano, a tal
punto que el mundo estaba maduro para la llegada del Libertador. Las naciones
estaban unidas bajo un mismo gobierno. Un idioma se hablaba extensamente y
era reconocido por doquiera como la lengua literaria. De todos los países, los
judíos dispersos acudían a Jerusalén para asistir a las fiestas anuales, y al volver
adonde residían, podían difundir por el mundo las nuevas de la llegada del Me-
sías. En aquel entonces los sistemas paganos estaban perdiendo su poder sobre
la gente. Los hombres se hallaban cansados de ceremonias y fábulas. Deseaban
con vehemencia una religión que dejase satisfecho el corazón. Aunque la luz de
la verdad parecía haberse apartado de los hombres, había almas que buscaban
la luz, llenas de perplejidad y tristeza. Anhelaban conocer al Dios vivo, a fin de
tener cierta seguridad de una vida allende la tumba” (El Deseado de todas las
gentes, pp. 23, 24).
El mundo estaba listo para recibir al Salvador. La confluencia de circunstan-
cias históricas providenciales, ¿marcará también el momento culminante de su
segunda venida en gloria y majestad? Es posible. Lo cierto es que Jesús volverá
pronto a este planeta. No lo olvides. Regresará cuando venga “el cumplimiento
del tiempo”.
358
El mismo sentir
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo 19
Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios diciembre
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres.
Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló
a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
(Filipenses 2:5-8).

C uando la lengua española estaba en sus albores, allá por los siglos X y XI,
autores anónimos se inspiraron en los relatos de la Navidad o de la Pasión
del Señor para crear las primeras formas del teatro. Los actos se representaban en
las iglesias por varones que interpretaban tanto los papeles de hombres como de
mujeres. La pieza más antigua de la literatura dramática española es precisamen-
te un fragmento del relato de la Navidad titulado El auto de los Reyes Magos,
encontrado en la sacristía de la catedral de Toledo a finales del siglo XII.
Los relatos de la Natividad tienen un valor asombroso, indiscutible, por la
caracterización bien definida de sus personajes, por la plasticidad de sus escenas
y por el argumento. Cada personaje actúa interpretando su papel ante el Niño
Jesús, el personaje central de la escena. Y todos los protagonistas y todas las
escenas están cargados de un profundo significado ético, espiritual y teológico.
Pero ¿cuál es el argumento del auto de la Natividad? Se entiende por ar-
gumento el mensaje lanzado por los personajes de la función, la enseñanza
didáctica, moral o espiritual que podemos sacar de ella. El apóstol Pablo nos
revela que el principal argumento, la lección sublime de la Navidad es la re-
nuncia, el anonadamiento o kenosis del Hijo de Dios. Pues bien, como en un
gran escenario, cada personaje de las historias de la Navidad va a interpretar su
papel, emulando o contradiciendo el renunciamiento ejemplar del Niño Jesús
acostadito en el pesebre del establo donde nació.
Pero hay más, la renuncia es la clave del verdadero discipulado con Cris-
to y los creyentes de todos los tiempos debiéramos contemplar el relato del
nacimiento de Jesús con espíritu de humildad y admiración: “Nos asombra el
sacrificio realizado por el Salvador al trocar el trono del cielo por el pesebre,
y la compañía de los ángeles que lo adoraban por las bestias del establo. La
presunción y el orgullo humanos quedan reprendidos en su presencia” (El De-
seado de todas las gentes, p. 32). Por eso, el texto litúrgico del apóstol Pablo
a los Filipenses comienza con la admonición: “Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús”.
Que este día haya en ti el deseo de servir al cielo.

359
Aquí está la sierva del Señor
20 “Entonces María dijo: ‘Aquí está la sierva del Señor;
diciembre hágase conmigo conforme a tu palabra’.
Y el ángel se fue de su presencia”
(Lucas 1:38).

L a visión inefable y pura de la anunciación del ángel Gabriel a María, el


misterio de su virginidad, el carácter sublime de todo el episodio, no nos
ha permitido a veces analizar la dimensión humana, las consecuencias que
pudo tener para la joven la aceptación de la maternidad de Jesús. La asunción
de aquella misión excelsa que le anunció el ángel implicaba una seria dificul-
tad y muchos peligros: María estaba comprometida para casarse con José y,
como ella misma dijo, no conocía varón. Aceptó, por consiguiente, el riesgo
del descrédito y la vergüenza de un embarazo ilegítimo, el casi seguro repudio
de su prometido y, lo que era más grave, el peligro incluso de perder su propia
vida, pues las rigurosas leyes de la época castigaban con el apedreamiento los
casos de mujeres desposadas que quedaban preñadas de otro hombre (Deut.
22:23, 24).
María conocía cuál sería la causa de su extraño embarazo. Sabía que el
hijo de sus entrañas sería concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; pero
¿quién lo creería? Si hoy, a pesar de todos los avances que ha hecho la teología
en el dominio de la hipóstasis de la doble naturaleza divino-humana del Hijo
de Dios, hay muchos teólogos positivistas que niegan absolutamente la natura-
leza sobrenatural de la gestación de Jesús en el seno de María, ¿podemos ima-
ginarnos cómo interpretaron sus vecinos, familiares y autoridades religiosas
su misterioso embarazo? Esta joven desempeñó su papel en esa escena emu-
lando el renunciamiento del Hijo de Dios, aceptando humilde y dócilmente el
oprobio, las burlas, la incomprensión, el desprecio de todos (incluido José, su
futuro esposo) y la soledad de una misión sagrada que solo ella conocía. Sin
poner condiciones respondió al ángel: “Aquí está la sierva del Señor; hágase
conmigo conforme a tu palabra”.
A veces situamos a María en su excelsitud de “llena de gracia y bendita
entre todas las mujeres” muy lejos de nuestra propia experiencia, sin perca-
tarnos que también a nosotros se nos pide, en determinadas circunstancias, la
aceptación sumisa de deberes y posiciones que nos generan rechazo, críticas,
menosprecio, privaciones, falsas acusaciones, marginación, pérdidas materia-
les e incluso castigos físicos de la gente que nos rodea.
¿Estás dispuesto a aceptar, a pesar de todo, y a responder al Señor y decir,
como esta mujer ejemplar, “hágase conmigo conforme a tu palabra”?
360
El hijo del carpintero
“Pensando él en esto, un ángel del Señor se le apareció en sueños 21
y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, diciembre
porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es’ ”
(Mateo 1:20).

J osé y María estaban desposados. Los desposorios eran un compromiso for-


mal, previo al matrimonio en el que, aunque no habitaban juntos todavía, se
consideraban tan ligados entre sí que se les llamaba marido y mujer debiendo,
para deshacer el desposorio, repudiar con carta de divorcio como si se tratase
de cónyuges. Algún tiempo después del desposorio, el marido llevaba solem-
nemente a la novia a su casa y el matrimonio se consideraba consumado. En
el caso de José y María, lo que posiblemente ocurrió fue que después de tres
meses de estancia de María en casa de Elisabet, José quiso llevarla a su morada
y descubrió entonces aquel sorprendente embarazo.
Su primera actitud fue la perplejidad ante dos deberes contradictorios: por
una parte, no podía casarse con María no sabiendo o no creyendo el origen del
embarazo; pero, por otra, la pureza, el candor, las explicaciones y las lágrimas
de su prometida, no le permitían tampoco exponerla a la ignominia y menos
aún al rigor de la ley. Así que decidió separarse de ella secretamente, sin in-
dicar la causa, lo cual implicaba que tendría que llevar con María parte del
oprobio. Pero Dios conocía las intenciones de José y tenía otro plan: el ángel
revelaría a este buen hombre la realidad de lo que había ocurrido y le pediría
que aceptase el plan divino con todas sus consecuencias. Y José, confiando en
la justa y sabia Providencia, renunciando a cualquier defensa de su honor como
esposo de María, aceptó e “hizo como el ángel del Señor le había mandado, y
recibió a su mujer” (Mat. 1:24).
Jesús creció en Nazaret rodeado de amigos y vecinos. Sin embargo, cuando
llegó el tiempo de iniciar su ministerio y llevar a cabo milagros y maravillas,
así como exponer poderosamente las Escrituras, aquellos que lo habían visto
crecer se preguntaban con asombro: “¿No es este el hijo del carpintero?” (Mat.
13:55). José aceptó ser el padre adoptivo de Jesús. No solamente desempeñó
este papel en las escenas de la Navidad, sino a lo largo del resto de su vida.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando no entendemos la voluntad de
Dios y cuando sus peticiones resultan aparentemente incomprensibles. Confía
hoy en su Palabra. Recuerda las palabras que Jesús dijo a Pedro: “Lo que yo
hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después” (Juan 13:7).

361
No hubo lugar para ellos en el mesón
22 “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales
diciembre y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar
para ellos en el mesón”
(Lucas 2:7).

L os habitantes de Belén estaban muy atareados. El empadronamiento que


Augusto César había decretado era un registro de personas y bienes para
facilitar la recaudación de los impuestos. Todos debían hacerlo en su lugar de
origen y no en el de residencia, de modo que, en ciertos lugares como Belén,
había trasiego y acumulación de gente llegada de otros lugares de Palestina, a
los que había que proveer de comida y alojamiento. Eran días de mucho trabajo
para los lugareños, pero a la vez de pingües ganancias. José y María llegaron
de Nazaret y buscaban un lugar donde alojarse. Ella ya había cumplido nueve
meses de embarazo y la posibilidad de que se produjera el alumbramiento les
apremiaba. Llamaron a las puertas y suplicaron la hospitalidad de las gentes de
Belén, pero puertas y corazones se cerraron con indiferencia y, posiblemente,
con egoísmo. El texto dice: “No había lugar para ellos en el mesón”.
El mesón consistía en un gran recinto construido con piedras que tenía un
patio en el centro, donde se aposentaba a los animales, y habitaciones alrede-
dor. Pero todo estaba ocupado. Nadie les ofreció ni tan siquiera un pequeño
rincón donde meterse. Nadie tuvo compasión de la santa pareja. Y la angustia
del matrimonio iba creciendo porque María empezaba ya a sentir las contrac-
ciones del parto. Cada paso que daban, cada negativa que recibían, cada gesto
de indiferencia, cada dolor de María y cada angustia de José, iban aproximan-
do el nacimiento de Jesús y la salvación del mundo. Finalmente, alguien les
ofreció un establo en las cuevas que tenían adosadas los mesones para albergar
a los animales durante las noches muy frías. Allí nació el Dios del cielo, Rey
de reyes y Señor de señores.
¿A qué se debió el insensible rechazo e indiferencia de los habitantes de
Belén? En aquellos días de aglomeración de viajeros, los corazones de estos
estaban demasiado ocupados en los cuidados de esta vida, en sus trabajos y
ganancias, como para descubrir la urgente emergencia de la pareja. Corazones
cargados de materialismo, capaces de rechazar y echar fuera de sus vidas y ho-
gares al Salvador del mundo. ¡Cuántos hoy están animados del mismo espíritu!
Hoy te invito a preparar tu corazón para recibir a Jesús en tu vida. ¡No lo
dejes pasar de largo!

362
Un bebé mecido entre pajas
“Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, 23
que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, diciembre
para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos”
(2 Corintios 8:9).

E n estos versículos, el apóstol Pablo subraya el contraste cualitativo que


supuso la encarnación: siendo rico, se hizo pobre, para que su pobreza
hiciese ricos a los hombres, y todo ello como fruto de su maravillosa gracia.
¿Cuál fue su pobreza voluntariamente aceptada? La que se describe en la
escena del nacimiento: Jesús vino al mundo en un establo, un lugar donde na-
cía el ganado. Fue cubierto con humildes pañales y tuvo por cuna un pesebre.
El relato no menciona la presencia de una comadrona, ni de otras gentes que
ayudaran en el momento del parto. El Hijo de Dios, en su encarnación, nació
como nacen los más pobres.
Pero ¿cuál fue la riqueza voluntariamente renunciada? Es difícil de calificar
la gloria de su trono en los cielos, mucho más de cuantificarla, pero aquella
gloria también estuvo presente en las escenas de la Navidad. La pobreza del
nacimiento que describen los evangelios contrasta enormemente con la gloria
del ángel Gabriel en la anunciación, con el resplandor del cielo que rodeó a los
pastores en las colinas de Belén, con la magnificencia del coro de ángeles que
cantó “gloria a Dios en las alturas”, con la milagrosa estrella que guió a los
magos a lo largo de tan dilatado camino y con la intervención incontrovertible
del Espíritu Santo, no solo en la gestación del Hijo de María, sino también en
todas las providencias divinas que protegieron y libraron su vida de la muerte.
Como la divinidad velada y la humanidad plena estaban unidas en la persona
de Jesús, así se manifestaron la riqueza que dejó y la pobreza que encontró. La
divinidad y la humanidad se unieron por la eternidad en una hipóstasis que enri-
queció al género humano. Juan dice de la encarnación: “Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14), y Pablo dice
de Cristo después de la resurrección: “Porque en él habita corporalmente toda
la plenitud de la divinidad” (Col. 2:9).
Aceptar la divinidad de Jesús tiene profundo significado para nuestra ex-
periencia espiritual. Cuando lo hacemos, su sacrificio adquiere una dimensión
especial. Y, cada vez que contemplamos su ministerio, escuchamos sus palabras
y aceptamos sus promesas, podemos estar seguros de que hay un Dios en los
cielos.

363
¡Pasemos a Belén!
24 “Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo,
diciembre los pastores se dijeron unos a otros: ‘Pasemos, pues, hasta Belén,
y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado’ ”
(Lucas 2:15).

A hora aparecen los pastores en escena. Este cuarto acto de la Natividad, es el


más popular, el más grandioso, el más espectacular: la anunciación del ángel
del Señor, el resplandor del cielo que rodeó a los pastores, las buenas nuevas de
gran gozo del nacimiento del Salvador; el coro angelical formado por una multitud
de las huestes celestiales, el canto: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz,
buena voluntad para con los hombres!” Todo ese esplendor de luz y
música en el cielo estrellado de aquella noche contrasta con la humil-
de, pobre y sencilla apariencia de los pastores, la clase ínfima de la po-
blación agrícola, siervos de siervos. Pasaban las noches en los campos
de las tres colinas que hay a unos 1.500 metros de Belén cuidando a sus gana-
dos con la cabeza cubierta con un turbante negro, una piel de cordero sobre los
hombros, los pies descalzos o calzados con miserables sandalias, un cayado de
sicómoro en la mano, sentados en alguna piedra alrededor de grandes fuegos,
relevándose de vigilia en vigilia.
Pero estas almas sencillas y receptivas, sin prejuicios de clase, sin grandes
exigencias intelectuales, sin inquietudes políticas, espontáneos y alegres, que-
daron tan impresionados por aquel celestial anuncio que, sin vacilar, sin sos-
pechar el más mínimo engaño, exclamaron con entusiasmo: “¡Pasemos, pues,
hasta Belén!” Y, a toda prisa, llegaron al establo donde encontraron a José,
María y el Niño y, maravillados, lo adoraron. Luego, cuando regresaban a sus
ganados, hicieron notorio a todas las gentes de Belén lo que habían visto y
oído, causando la admiración y el asombro de quienes los escuchaban.
Después de María y José, los pastores fueron los primeros testigos del naci-
miento del Salvador, los primeros en proclamar al mundo las buenas nuevas, el
evangelio de la salvación que habían escuchado en los cielos y presenciado en
la tierra. Son los intérpretes, en esa escena de la Navidad, de la actitud alboro-
zada y franca del pueblo llano y sencillo que ayer, hoy y siempre, manifiesta su
religiosidad y expresa su fe sin grandes disquisiciones teológicas; representan
a todos los que creen y siguen con entusiasmo y gozo la Palabra del Señor.
Hoy necesitamos imitar a esos nobles pastores para contemplar la grandeza
de Jesús y darla a conocer a nuestros vecinos.

364
Un largo viaje siguiendo una estrella
“Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, 25
llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: diciembre
‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?,
pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo’ ”
(Mateo 2:1, 2).

“Le influyente que incluía a hombres de noble alcurnia, y que poseía gran
os magos de Oriente eran filósofos. Pertenecían a una clase numerosa

parte de las riquezas y del saber de su nación. Entre ellos había muchos que
explotaban la credulidad del pueblo. Otros eran hombres rectos que estudiaban
las indicaciones de la Providencia en la naturaleza, quienes eran honrados por
su integridad y sabiduría. De este carácter eran los sabios que vinieron a Jesús.
[…] Con gozo supieron los magos que su venida se acercaba, y que todo el
mundo iba a ser llenado con el conocimiento de la gloria del Señor” (El De-
seado de todas las gentes, p. 41).
Elena de White comenta que Dios reveló a los sabios que había llegado la
hora de ir en busca del Príncipe recién nacido. Ellos vieron una estrella que no
correspondía con ningún planeta o astro conocido que se detuvo en el cielo lla-
mando profundamente su atención y convirtiéndose finalmente en la guía que
les fue mostrando el camino a Belén. También, precisa que: “Mientras tenían
la estrella por delante como señal exterior, también tenían la evidencia interior
del Espíritu Santo, quien estaba impresionando sus corazones y les inspiraba
esperanza” (ibíd., p. 42).
Después de un largo viaje, los sabios llegaron a su destino y ¿qué encontra-
ron? Aparentemente todo resultó decepcionante: la estrella desapareció cuando
entraron a Jerusalén. En la ciudad, no había signos del nacimiento del Rey; en el
palacio, encontraron un tirano en lugar del Hijo de Dios; los escribas y doctores
de la ley que fueron consultados mostraron indiferencia hacia ellos porque eran
extranjeros. Posteriormente, fueron conducidos de nuevo a una humilde casa. ¿Te-
nían motivos para dudar de aquella revelación y considerar un fracaso su viaje? Sí,
por supuesto, pero ningún obstáculo hizo vacilar la fe de aquellos sabios. Entraron
en la casa, se postraron, adoraron al niño y abriendo sus tesoros. Ofrecieron oro,
incienso y mirra a aquel que habían buscado con amor y hallado con gozo.
Los sabios de Oriente representan a todos aquellos ilustrados, ricos o po-
derosos de este mundo que vencen con una sólida confianza en Dios los pre-
juicios nacionalistas o de clase, que saben renunciar a las dudas de la razón y,
contra toda supuesta evidencia, manifiestan una fe sencilla, pero firme.
Sigue hoy a Jesús dondequiera que él te indique.

365
El rechazo de las autoridades religiosas
26 “Y, habiendo convocado a todos los principales sacerdotes
diciembre y escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo.
Ellos le respondieron: ‘En Belén de Judea […]’ ”
(Mateo 2:4, 5).

L os principales de los sacerdotes y los escribas consultados por Herodes


eran los representantes de la religión oficial, los intérpretes autorizados de
la profecía mesiánica y, por supuesto, conocían lo que el profeta Miqueas decía
acerca del lugar de nacimiento del Mesías. Pero aquellos guardianes de los
santos oráculos y de la ortodoxia no manifestaron simpatía hacia los “intrusos”
extranjeros y, con total indiferencia, escucharon los pormenores del viaje de
los sabios y el carácter sobrenatural de la conducción de la estrella. Tampoco
habían dado crédito al testimonio de los pastores que circulaba por Belén y
del que tenían noticia, lo cual consideraron como rumores y habladurías de
gentes ávidas de sensacionalismo. No, no mostraron ningún interés en algo tan
importante como lo que se decía del nacimiento y la manifestación del Mesías
esperado. La obvia pregunta que nos hacemos ante esa actitud es, ¿por qué?
La respuesta es estremecedora: “Si los informes traídos por los pastores y los
magos habían de ser aceptados, eso colocaba a los sacerdotes y rabinos en una
posición poco envidiable, pues desmentía su pretensión de ser exponentes de la
verdad de Dios. Esos sabios maestros no querían rebajarse a recibir instruccio-
nes de aquellos a quienes llamaban paganos. No podía ser, razonaban, que Dios
los hubiera pasado por alto para comunicarse con pastores ignorantes y gentiles
incircuncisos. Resolvieron demostrar su desprecio por los informes que agitaban
al rey Herodes y a toda Jerusalén. Ni aun quisieron ir a Belén para ver si esas
cosas eran así. E indujeron al pueblo a considerar el interés en Jesús como una
excitación fanática. Así empezaron a rechazar a Cristo los sacerdotes y rabinos.
Desde entonces, su orgullo y terquedad fueron en aumento hasta transformarse
en odio arraigado contra el Salvador” (El Deseado de todas las gentes, p. 44).
En las escenas del nacimiento, ellos representaron el orgullo, la envidia
y los prejuicios de clase que frecuentemente cierran la puerta a la luz. Des-
empeñaron el papel de aquellos que, también hoy, están más interesados en
salvaguardar el “sistema”, la religión oficial, que la verdad que les está siendo
revelada. Es el paradigma del rechazo de las clases privilegiadas que no quie-
ren renunciar a su prestigio e influencia. Lo triste de este drama es que esa
oposición incipiente les llevó hasta el horrendo paroxismo de la cruz.
Este día, pide a Dios la suficiente sensibilidad para escuchar y aceptar los
mensajes que tiene para ti, y no rechaces su luz.
366
El burlador burlado
“Herodes entonces, cuando se vio burlado por los sabios, 27
se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores diciembre
de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores,
conforme al tiempo indicado por los sabios”
(Mateo 2:16).

L os relatos hacen aparecer ahora al siniestro personaje de Herodes, con sus


galas y boato reales, quien va a representar la fuerza, el poder, la astucia,
la ambición, la crueldad, la perfidia y el engaño. Es el mentís más significativo
del Niño Jesús en su humillación, la mayor contradicción del renunciamiento
que es la principal evidencia de los relatos de la Natividad. Herodes es el malo
del psicodrama, quien finalmente pierde y la sagrada familia salva la vida, por
eso es el burlador burlado.
La noticia de la llegada de los sabios y de su extraña historia recorrió toda
Jerusalén creando expectación y temor en las gentes. Cuando llegó al palacio
de Herodes, este quedó perturbado porque creyó que el Rey de los judíos por
el que preguntaban los extranjeros podía ser un rival. Innumerables crímenes
habían marcado el camino de su ascensión al trono y, como era idumeo, sabía
que era odiado por el pueblo y que este nuevo príncipe, siendo judío, tenía un
derecho superior al suyo para ocupar su lugar. Por eso fraguó un ardid para
matar al niño. Trató cortésmente a los forasteros, les mostró un falso interés en
adorar al infante, les indicó la ciudad adonde debían dirigirse y les pidió que
volvieran a verle antes de regresar a su tierra para confirmar la existencia del
bebé. Pero los sabios nunca volvieron. Informados por un ángel de los desig-
nios criminales de Herodes, regresaron a sus países por otro camino. Herodes
se sintió burlado y, enfurecido, decretó la muerte de todos los niños menores
de dos años de Belén y aledaños. Flavio Josefo cita el infanticidio sin indicar
la causa, dando verosimilitud a esta cruel historia.
En la historia del pueblo de Dios de todos los tiempos, muchos fueron
los que pagaron con su vida la perfidia, el odio, la crueldad y el engaño de
los poderes públicos. Hubo decretos de exterminio, encarcelaciones, patíbulos
y hogueras donde murieron fieles hijos de Dios, pero aquella sangre vertida
fue semilla abundante de nuevos conversos. Los burladores fueron finalmente
burlados y, en la perspectiva de la eternidad, prevaleció la causa de Dios y la
divina providencia.
Pero hay un Dios en los cielos… que protegió a José, María y el Niño
Jesús. De la misma manera, no permitirá que sus hijos sean destruidos por
los impíos.

367
El drama de Navidad no ha terminado
28 “Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo,
diciembre y están escritas para amonestarnos a nosotros,
que vivimos en estos tiempos finales”
(1 Corintios 10:11).

E l drama de la Navidad no ha terminado. Aquellas actitudes, aquellas repre-


sentaciones, aquel argumento, son un ejemplo que se repite hoy con otros es-
cenarios en la vida de millones de personas. No me refiero a las escenificaciones
y belenes montados cuando llega el tiempo de adviento, sino a las reacciones,
a las búsquedas, a los rechazos y a los compromisos que se siguen produciendo
hoy con relación al Niño de Belén. Como entonces, sigue habiendo:
1. “Marías”, humildes, resignadas dispuestas a sufrir el oprobio y a pa-
decer incomprensiones y afrentas por la causa de Cristo. Marías que,
como aquella, aceptan la misión que Dios les propone.
2. Individuos de recta conciencia y fiel sumisión, como José, dispuestos
a aceptar las revelaciones de Dios permitiendo que sus dudas no sean
invencibles, que hacen causa común con el Señor, que creen y guardan
en silencio, abnegadamente, los misterios de la encarnación.
3. Personas sencillas, como los pastores que, sin prejuicios, aceptan el
anuncio divino, que le honran con gozo, que proclaman con entusias-
mo, que lo adoran y sirven con pureza y sencillez de corazón.
4. Hombres educados, como los sabios de Oriente, de fe inquebrantable,
seguros de la revelación divina, dispuestos a llegar al final del camino a
pesar de los obstáculos; que rinden a Jesús pleitesía, lo adoran y ofrecen
generosas ofrendas.
Pero sin duda, en este tiempo también hay:
1. Gentes como los habitantes de Belén, muy ocupadas, absorbidas por los
quehaceres e intereses de la vida como para ofrecer a Jesús la atención,
el amor y el calor que este solicita.
2. Intelectuales y conocedores como los sacerdotes y escribas, imbuidos
de su ciencia, orgullosos de sus privilegios, dispuestos a defender lo
que les mantiene en puestos de honor antes que la verdad, incapaces de
comprender e interesarse por la fe sencilla de otros.
3. “Herodes” hipócritas, que tratan de hacer lo contrario de lo que dicen,
crueles y pérfidos que ostentan el poder únicamente para impedir el
advenimiento del Salvador y de su proclamación.
Sí, los relatos de la Navidad se repiten. Es el gran teatro del mundo. ¿Con
quién te identificas tú?
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De la Creación a la salvación
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días 29
que traigamos al corazón sabiduría” diciembre
(Salmo 90:12).

L legados a los días finales de este 2015, es bueno hacer una reflexión sobre
el significado del tiempo en la Biblia. Así podremos mirar hacia atrás y ha-
cia delante con sabiduría, y diseñar el presente y el futuro. Decía John Ruskin,
sociólogo inglés, a sus alumnos que “cada día es como la miniatura de toda
la vida, el que sepa hacer de cada día lo que quisiera que llegase a ser toda su
vida, será la persona más feliz”.
En el concepto bíblico del tiempo, la Creación es el comienzo temporal de
las cosas. Lo que no comenzó con las cosas creadas, es decir, con el tiempo, per-
tenece al orden de la eternidad, como el Verbo, que ya existía con Dios cuando
todas las cosas fueron creadas. Dios había dicho a Adán: “El día que de él comie-
res, morirás”. Así pues, el pecado iba a dar al tiempo una dimensión dramática,
la muerte, que es el proceso inverso a la creación, el regreso a la nada. Con la
muerte el tiempo se detiene, la existencia consciente desaparece. Pero el tiempo,
en la economía del pecado es, además, envejecimiento, pérdida de vitalidad has-
ta que llega la muerte. Podemos, pues, decir que el tiempo, a nivel personal, es el
tirano que nos lleva de la cuna a la tumba.
El Creador intervino para dar al tiempo una nueva dimensión. Dios con-
virtió el tiempo, irremediablemente malo, en tiempo redentor, en historia de la
salvación, en manifestación de su gracia salvadora: “La gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a toda la humanidad” (Tito 2:11). Dios mismo se
hizo criatura humana, se sometió a la tiranía del tiempo, ¡se hizo mortal para así
librarnos del pecado, vencer la muerte y devolvernos la eternidad!
Entre la dimensión dramática del tiempo y su dimensión salvífica, la Bi-
blia habla del tiempo de promesa, tiempo de la espera mesiánica, tiempo de
espera y esperanza para Israel y para la iglesia: “Renunciando a la impiedad
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa
de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (vers. 12, 13). Y esa espera con-
lleva otra dimensión más: el tiempo de preparación, el tiempo de arrepenti-
miento y conversión, el tiempo de la salvación personal. “Ahora es el tiempo
aceptable; ahora es el día de salvación” (2 Cor. 6:2). Tiempo de oportunidad
irrepetible que debemos tomar seriamente en consideración: “Si oís hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación” (Heb. 3:15).
Que Dios te ayude hoy a administrar correctamente tu vida.
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El tiempo no será más
30 “El ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra
diciembre levantó su mano hacia el cielo y juró por el que vive
por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas
que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella,
y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más”
(Apocalipsis 10:5, 6).

H ay todavía tres dimensiones importantes del tiempo que nos conciernen


particularmente a los cristianos. En primer lugar, el tiempo acotado santo,
bendito, de reposo, tiempo de guardar: el sábado, apartado por el Creador para
que la humanidad se acercase periódicamente a él, lo adorase y fuera una señal
de santificación entre el hombre y Dios. El sábado se ha convertido hoy, debido
a la observancia generalizada del domingo, en un signo distintivo de los que
siguen respetando su carácter irrenunciable de monumento del acto creador y
vínculo santificador del creyente, adquiriendo por ello un valor apologético e
identificador incuestionable.
Pero tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se habla del tiempo
del fin o tiempo escatológico; es el tiempo del juicio investigador, el tiempo de la
consumación de todas las cosas, tiempo de espectaculares señales que concluirá
con el regreso a este mundo del Salvador. Para la Iglesia Adventista es tiempo
de acción, de proclamación urgente del mensaje. Pablo dijo a la iglesia: “Y esto,
conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora está
más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Rom. 13:11). El
tiempo que nos queda es corto, las señales del fin están tomando una aceleración
vertiginosa y la predicación del evangelio a todo el mundo no se ha consumado
todavía. ¿Cuántas campanadas dará aún el reloj de Dios antes de que se pare
definitivamente?
En efecto, el ángel del Apocalipsis nos anuncia que el tiempo de la crea-
ción ha llegado a su término final, que el paréntesis abierto en la eternidad se
ha cerrado, el tiempo de gracia y salvación han concluido, el gran día del Dios
Todopoderoso se ha cumplido; es el fin de la historia, de la promesa y de la
espera, es el fin de la muerte, es la vida eterna. Los redimidos ya están sobre
el mar de vidrio; todo entra, de nuevo, en la dimensión inconmensurable de la
eternidad, porque el tiempo mesurable, el krônos, y el tiempo oportunidad, el
kairós, no será más…
Acepta hoy el plan de Dios para tu vida. Mañana puede ser tarde.

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¡Déjala todavía este año!
“Él entonces, respondiendo, le dijo: ‘Señor, déjala todavía este año, 31
hasta que yo cave alrededor de ella y la abone. Si da fruto, bien; diciembre
y si no, la cortarás después’ ”
(Lucas 13:8, 9).

G eorges Stéveny y Jean Zurcher fueron dos obreros prominentes de la enton-


ces División Euroafricana, queridos y admirados por mí. Ambos habían di-
rigido nuestro Seminario Adventista de Collonges (Francia); ambos habían sido
secretarios generales de la División; ambos eran teólogos reputados, autores de
varios libros, profundamente convencidos del mensaje adventista y defensores
comprometidos de nuestra doctrina. Mantuve con estos dos pastores una relación
de sincera amistad y reconocimiento. En el verano del año 2000, Georges Sté-
veny, a quien le acababan de diagnosticar una enfermedad terminal, me decía:
“El cese brutal de todas mis actividades me ha llegado como un rayo caído del
cielo, completamente inesperado. A decir verdad, es lo que me ha causado mayor
mal. Pero ¿qué importa siempre que la comunión con Cristo permanezca intac-
ta? A ello nos aferramos mi esposa y yo, sabiendo que los hijos de Dios, en sus
tragedias, no están sin socorro (Isa. 63:9)”. El Señor le prolongó la vida cuatro
años más.
En cuanto a Jean Zurcher, en 2001 nos comunicaba: “En lo que a mí concier-
ne, voy a tener que cesar en mis actividades de investigación y como escritor.
Dentro de unos días iré al hospital de Lausana (Suiza) para ser operado del hí-
gado. Se trata de extirpar un tumor canceroso. El Señor, en su bondad, hará que
todas las cosas concurran en favor de mi restablecimiento. Le estoy pidiendo me
conceda la gracia de servirlo todavía por algún tiempo”. Y el Señor le regaló dos
años más de vida.
El tiempo de vida de los hijos de Dios lo administra el Señor mismo. A la
higuera de la parábola se le dio un año más. Ese año de gracia prolongado fue
un tiempo providencial, porque el viñador se comprometió a multiplicar sus
esfuerzos para que diese fruto. La parábola nos habla de intercesión, ayuda,
apoyo eficaz, nuevos dones y nuevas oportunidades. El mensaje de la parábola
es de promesa y misericordia que podemos aplicar al comienzo de un nuevo
año.
Ante el inminente 2016, asociemos nuestros planes y proyectos a la gracia
y la providencia divinas, y emprendamos el nuevo año con absoluta confianza
como hicieron Georges y Jean, mis amigos, cuando supieron que les quedaba
poco tiempo.
Pero hay un Dios en los cielos… que conoce la línea del tiempo de nuestra
vida. Por eso, vive hoy y mañana para honrarlo con tu vida.
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