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Capítulo 3
E PID EMIOLO GÍA D E LO S D ESÓRD EN ES D E LA PERSONALID AD
Ramón Florenzano Urzúa
cos en el sentido estricto. Kendell, por ejemplo, revisa el tema recientemente (2002), en
relación a la propuesta en el Parlamento Británico, de crear legislativamente una categoría
denominada “ trastorno severo y peligroso de la personalidad” . Recuerda en ese texto que el
creador del término “ psicopatía” , Koch, señalaba claramente que la “ inferioridad psicopática
nunca llegaba a ser un trastorno mental” , y que para Kurt Schneider las alteraciones de
personalidad eran variantes de la vida psíquica sana. Este punto de vista de la psiquiatría
germana es compartido por la mayoría de los psiquiatras británicos hasta hoy día. Señala,
asimismo, que las alteraciones de la personalidad constituyen factores de riesgo para los
trastornos mentales propiamente tales, del mismo modo que la obesidad lo es para la
hipertensión o para la diabetes. Distingue este autor, al analizar el concepto actual de enfer-
medad, los usos socio-políticos de los usos biomédicos del término. El primero implica que
una condición es mirada como enfermedad si tiene por una lado consecuencias no desea-
bles para la sociedad, y si parece que las profesiones de la salud pueden tratarla de un mejor
modo que los sistemas judiciales, los servicios sociales o los sistemas religiosos. En el caso de
las alteraciones de personalidad, señala que son sujetos muchas veces socialmente indesea-
bles, pero no está claro que las profesiones de la salud ofrezcan mejores resultados terapéu-
ticos que las alternativas antes mencionadas. Solo existen evidencias actuales acerca de la
mejoría de pacientes límites, sea con terapias dialéctico conductuales o psicoanalíticas
(LinehanM .,Armstrong,H.,Suárez,A. y cols.,1991 y Bateman,A., y Fonagy,P.,1999). Desde el
punto de vista biomédico un concepto reciente es el que las enfermedades se definen por
constituir “ desventajas biológicas” , entendiendo Scadding por éstas “ la suma de fenóme-
nos anormales presentados por un grupo de organismos vivientes ligados a una o varias
características comunes que las coloca en varianza con otros organismos de la especie, oca-
sionándoles ventajas biológicas” . El mismo Kendell sugiere que esta desventaja se traduce
en una menor sobrevida y en una menor fertilidad. La expectativa de vida de los trastornos
de personalidad no es menor que la del resto de la población, con excepción de la persona-
lidad antisocial, que tiene una mortalidad elevada por suicidio, homicidio y accidentes. Por
otro lado, la relación entre ambos tipos de alteraciones ha sido investigada en estudios
prospectivos. Asi, Kasen y cols. (1999) realizaron un estudio prospectivo, siguiendo por diez
años la evolución de 551 sujetos que tenían entre 9 y 16 años al comienzo del estudio,
encontrando que el riesgo relativo de presentar alteraciones de la personalidad en la vida
adulta aumentaba no sólo con la presencia de rasgos alterados de personalidad durante la
niñez, sino con la existencia de síntomas ansiosos o depresivos mayores. El mismo Kendell
reconoce la agregación genética en familias entre los trastornos esquizotípícos de personali-
dad y las esquizofrenias, de los trastornos evitativos con las fobias, y de los trastornos afectivos
de la personalidad con las distimias y ciclotimias.
• Anormalidades que parecen representar un aspecto básico de los rasgos propios del
individuo.
• Categorías discutidas dentro de los sistemas, tales como los de personalidades limí-
trofes, pasivo-agresivas, histriónicas, antisociales, sádicas y autoderrotistas.
La evidencia empírica reciente apoya las teorías dimensionales (continuas) sobre las
categoriales. En un estudio de Chen, Eaton y cols. (2000) en una muestra de 1920
adultos seguidos prospectivamente en el ECA de Baltimore, M aryland, se encontró que
durante los 13 años de seguimiento prospectivo, los pacientes, inicialmente categorizados
en cuatro diagnósticos diversos (depresión mayor, síndrome depresivo, distimia, y
comorbilidad de depresión mayor con distimia), transitaban de uno de esos diagnósticos
a otro. Los factores de riesgo, sin embargo, presentaban cierta heterogeneidad: la histo-
ria de agregación familiar aparecía en las depresiones mayores y en los síndromes depre-
sivos. El género femenino se concentraba en el grupo co-mórbido, y los factores gatillantes
con el síndrome depresivo, entidad sub-umbral para depresión mayor.
Entre estos estudios, mencionemos que aún existe poco acuerdo entre los diagnósticos
hechos por clínicos y otros hechos por autoinformes. En promedio, los clínicos hicieron
menos diagnósticos de este tipo (0.7 por paciente) que el personal especialmente capa-
citado para aplicar algunos instrumentos auto-aplicables. Cuando se utilizan encuestas
estructuradas el número de diagnósticos asciende a 2.4. La concordancia, sin embargo,
entre los diagnósticos clínicamente formulados y los logrados mediante cuestionarios de
autoinforme fue adecuada: 2.5 diagnósticos en promedio, utilizando las convenciones
del DSM IV y del CIE 10.
Entre los resultados de diversos tipos de estudios recordemos una publicación previa nues-
tra, en la cual señalábamos cómo las encuestas comunitarias, acerca de diagnósticos de
personalidad, en general encontraban una gradiente de resultados que iba desde 0.1%
en Taiw an (Lin,1989) hasta un 9.8% en el centro de M anhattan, Nueva York (Langner y
M ichael,1963). La mediana de dichos estudios estuvo en un 2.8% . En una revisión de
Levav en Latinoamérica (1989), los valores fluctuaron entre 3.4% en Costa Rica hasta un
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estudio de Loranger (1991) hasta un 14% en uno de M ezzich en 1990. Los tipos más
frecuentemente diagnosticados fueron los trastornos limítrofes, los esquizotípicos y los
dependientes.
distimia, el 63% de los sujetos con personalidad depresiva no tenían distimia y el 60%
no tenían depresión mayor. Los rasgos de personalidad se mantuvieron estables a lo
largo del tiempo. Entre los estudios recientes importantes en este tema está el intento
realizado por Westen y su grupo (1999) de la Universidad de Harvard para llegar a una
clasificación de base empírica y de utilidad clínica para los trastornos de personalidad.
Para ello aplicaron una metodología previamente validada por ellos: el Shedlen-Westen
Assessment Procedure-200 (SWAP-200) que permite que clínicos con experiencia en
descripciones clínicas formulen detalladas descripcioines de los pacientes en un formato
sistemático y cuantificable. A través de un procedimiento estadístico (Q-Sort) se pueden
identificar grupos naturales de pacientes. Al utilizar esta técnica con 476 psiquiatras y
psicólogos de todos los Estados Unidos en relación a sus pacientes con trastornos de
personalidad, se llegó a una clasificación empírica de estos cuadros, identificando once
categorías que aparecían naturalmente. Desde la segunda categoría en adelante corres-
pondían, con cierta cercanía, a categorías ya existentes en las clasificaciones habituales:
trastorno antisocial-psicopático, trastorno esquizoide, trastorno paranoide, trastorno
obsesivo, histriónico, narcisista, etc. Sin embargo, la primera de estas categorías, deno-
minada por ellos “ Trastorno disfórico de personalidad” agrupó al 20% de los casos
estudiados. Esta categoría no se correspondía según los autores con ninguna de las
actuales categorías del Eje II, pero si uno observa los itemes (Tabla N˚ 2) muchos de ellos
concuerdan con descripciones clásicas del trastorno (o carácter) depresivo.
TABLA N˚ 2 • Itemes del SWAP-200 que describen a los pacientes con trastorno disfórico de
personalidad (Westen y Shendler, 1999).
Existen pocos datos acerca de la frecuencia de estos trastornos. Los estudios más impor-
tantes de epidemiología psiquiátrica, realizados por Vicente y cols. (2002) en la Universi-
dad de Concepción, solamente han estudiado la presencia de personalidades antisociales
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C O N CLUSIO N ES
Podemos decir que existe un interés creciente en el tema de los desórdenes de persona-
lidad y en la búsqueda de criterios objetivos de clasificación de éstos. Para avanzar en
este tema, es necesario mejorar los métodos de evaluación, y en especial su confiabilidad
y validez. Los estudios actuales deben, por una parte, utilizar criterios clínicos aceptables
y, por otra, apoyar éstos con entrevistas estructuradas o cuestionarios. Este es el camino
que ha recorrido el grupo de investigación de Otto Kernberg para estudiar los trastornos
severos de personalidad; partiendo de una entrevista clínica, la entrevista estructural
descrita por dicho autor, para luego validar un cuestionario –el Inventory Personality
Organization (IPO)– para finalmente preparar una entrevista semi-estructurada (el STIPO).
Est os est udios deben validarse en varios países, y se est án realizando est udios
transculturales del IPO en la actualidad.
Es también claro hoy día que el tratamiento de los trastornos de personalidad tiene un
mejor rendimiento que lo que tradicionalmente se pensó: Perry, Banon e Ianni (1999)
realizaron un meta análisis de quince estudios con metodología de estudios de antes y
después de la terapia, con resultados positivos para todos ellos, con un tamaño del
efecto de 1.11 en las mediciones de auto-informe y de 1.29 cuando se usaban observa-
ciones externas. En promedio, el 52% de los pacientes que completaron su terapia se
recuperaron, en el sentido de que al fin de esta ya no cumplían con los criterios del
DSM IV para trastorno de personalidad. Al medir la velocidad de la recuperación, se
encontró que un 15.8% de los pacientes se mejoraban por año.
Un punto final de importancia a subrayar es el mayor costo de estos desórdenes para los
servicios de salud. Un estudio de Bender y cols. (2001) encontraron, al comparar 664
pacientes con depresiones mayores sin y con trastorno de personalidad, que los últimos
tenían historias de mayor número de tratamientos psiquiátricos tanto ambulatorios como
especializados. Los pacientes limítrofes, en particular habían recibido todo tipo de trata-
mientos a lo largo del tiempo, sean psicosociales o psicofarmacológicos.