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Dentro de las claves descritas en el libro de Weston se encuentra el empleo de ejemplos en la

elaboración de argumentos, por lo que establece que una sucesión de ejemplos específicos
pueden servir de apoyo para elaborar una generalización, afirma que un ejemplo puede ser
empleado para ilustrar; sin embargo este no puede ser utilizado para elaborar conclusiones
generalizables. Igualmente estos deben ser reales, pues como lo asegura Weston se debe
partir de premisas fiables para la construcción de argumentos sólidos; por lo cual, establece de
manera radical que si las premisas no logran sustentarse en hechos verídicos, no pueden ser
objeto de conclusión, por ende no se genera el argumento, es preciso que se realice una
investigación previa para encontrar buenos argumentos. En este sentido Weston afirma que
cuando se construyan generalizaciones sobre la base de varios ejemplos se debe elegir una
muestra representativa, asegura que todo depende de los criterios de representatividad y del
tamaño del conjunto del que se realiza la generalización, además aconseja tener en cuenta los
contraejemplos; con el propósito de reinterpretar las situaciones.

Otra de las estrategias mencionadas es el uso de argumentos por analogía, para Weston el
empleo de una sucesión de ejemplos para llegar a una conclusión puede ser contrarrestada
con el empleo de un caso específico; es decir, el argumento se construye sobre la base de las
semejanzas entre dos ejemplos. En este sentido la primera afirmación es un ejemplo usado
como semejanza, la segunda afirmación confirma dicha similitud y de esta manera se llega a la
conclusión. Por lo que, para la construcción de argumentos por analogías se requiere del
empleo de similitudes relevantes de los ejemplos empleados.

Weston establece que en aquellas situaciones en las que la propia experiencia es insuficiente
para apoyar ciertas ideas, se puede recurrir a los argumentos de autoridad, con los que
aconseja el empleo de fuentes confiables, imparciales y comprobadas, asegura que estas
deben estar citadas de manera adecuada y ser coherentes con el punto de vista que se esta
defendiendo. En cuanto a los argumentos que se forman a partir de las causas, este autor
asegura que surgen de la necesidad de explicar el porqué de una situación mediante la
justificación acerca de sus razones, plantea una serie de interrogantes para asegurar la
efectividad de estos; por ejemplo si , ¿explica el argumento cómo la causa conduce al
efecto? O si ¿propone la conclusión la causa más probable?, de esta manera asegura que las
situaciones correlacionadas no están explícitamente relacionadas y que los hechos
correlacionados entre sí pueden tener una causa común.
Finalmente postula los argumentos deductivos como aquellos en los que la veracidad de
las premisas garantiza la efectividad de las conclusiones; dentro de estos se encuentran el
Modus ponens, modus tollens, el silogismo hipotético, el silogismo deductivo, el dilema y el
reductio ad absurdum.
Argumentación lingüística: Habermas y Apel

Ello significa, por tanto, que la suerte histórica de la retórica ha estado ligada a la valorización
gnosologica que, en las distintas épocas, se ha hecho de la opinión en su relación con la verdad.
Para quienes la verdad puede surgir de la discusión y el contraste de pareceres, la retórica será
algo más que un simple medio de expresión, un elenco de técnicas estilísticas, como la consideran
aquellos para quienes la verdad es fruto de una evidencia racional o sensible. Pág. 6

su vinculación a una antigua tradición, la de la retórica y la diaíéc-v;5 o I :, tica griegas, constituyen una
ruptura con la concepción de la razón y del razonamiento que tuvo su origen en Descartes y que ha
mar-cado con su sello la filosofía occidental de los tres últimos siglos. Pg. 29

La naturaleza misma de la deliberación y de la argumentación se opone a la necesidad y a la evidencia,


pues " no se delibera en los casos en los que la solución es necesaria ni se argumenta contra la
evidencia. P. 29

Fue Descartes quien, haciendo de la evidencia el signo de la razón, sólo quiso considerar racionales las
demostraciones que, partiendo de ideas claras y distintas, propagaban, con ayuda de pruebas
apodícticas, la evidencia de los axiomas a todos los teoremas. P. 30
Es racional, en el sentido más amplio de la palabra, lo que está conforme a los métodos científicos, y las
obras de lógica dedicadas al estudio de los procedimientos de prueba, limitadas esencialmente al estudio
de la deducción y, de ordinario, complementadas con indicaciones sobre el razonamiento inductivo,
reducidas, por otra parte, no a los medios que forjan las hipótesis, sino a los que las verifican, pocas
veces se aventuran a examinar los medios de prue-ba utilizados en las ciencias humanas. 31

v
la í - '' lógica ha quedado limitada a la lógica formal, es decir, al estudio de los procedimientos de
prueba empleados en las ciencias matemá-ticas. 31

Debemos abordar la idea de evidencia, como caracterizadora de la razón, si queremos dejarle un sitio a
una teoría de la argumenta-ción, que admita el uso de la razón para dirigir nuestra acción y para influir
en la de los demás, 32

la dialéctica, concebida por el propio Aristóteles como el arte de razonar a partir de opiniones
generalmente aceptadas. 35

Nuestro acercamiento a esta última pretende subrayar el hecho de que toda argumentación se
desarrolla en función de un auditorio. 35

Para los antiguos, el objeto de la retórica era, ante todo, el arte de hablar en público de forma
persuasiva; se refería, pues, ' al uso de la lengua hablada, del discurso, delante de una muche- r dumbre
reunida en la plaza pública, con el fin de obtener su adhe- ' sión a la tesis que se le presentaba. 36

Lo que conservamos de la retórica tradicional es la idea de audi-torio, la cual aflora de inmediato, en


cuanto pensamos en un dis-curso. Todo discurso va dirigido a un auditorio, y con demasiada ^ f
frecuencia olvidamos que sucede lo mismo con cualquier escrito. 37

Asimismo, por razones de comodidad técnica y para no perder nunca de vista el papel esencial del
auditorio, cuando utilicemos los términos «discurso», «orador» y «auditorio», entenderemos, res-
pectivamente, la argumentación, el que la presenta y aquellos a quie-nes va dirigida, sin detenernos en
el hecho de que se trata de una presentación de palabra o por escrito, sin distinguir discurso en for-ma y
expresión fragmentaria del pensamiento. 37

El orador, en efecto, está obligado, si desea ser eficaz, a adap-tarse al auditorio, por lo que resulta fácil
comprender que el discur-so más eficaz ante un auditorio incompetente no sea necesariamen-te el que
logra convencer al filósofo 38

La teoría de la argumentación que pretende, gracias al discurso, influir de modo eficaz en las personas,
hubiera podido estudiarse cómo una rama de la psicología. Naturalmente, si los argumentos no son
apremiantes, si no deben convencer necesariamente sino que > . • ; poseen cierta fuerza, la cual puede
variar según ios auditorios, en-tonces ¿acaso se la puede juzgar por el efecto producido? El estu- . dio
de la argumentación se convierte así en uno de los objetos de la psicología experimental, en la que se
pondrían a prueba diferen- \ ,lf . v tes argumentaciones ante distintos auditorios, lo suficientemente bien
conocidos para que se pudiera, a partir de estas experiencias, sacar conclusiones de cierta generalidad.
No han faltado psicólogos ame-ricanos que se hayan dedicado a estudios parecidos, cuyo interés no es
discutible 40

En este punto es necesario señalar desde qué perspectivas se ha estudiado o abordado la argumentación: desde lo
filosófico, ético y político, desde lo lingüístico, en relación con la lectura… Primero cómo si entendida y abordada; luego sí
cómo la estudiamos hoy como una forma de acercarnos a la comprensión y producción de textos.

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