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Vértebra literaria #5

Epístola a los belicistas

S. P. Sánchez

“Si vis pacem, para bellum”1

Flavio Vegecio Renato

El presidente de turno de los Estados Unidos ha iniciado operaciones en el Medio Oriente

(como se espera de cada presidente de turno de los Estados Unidos desde que se sabe que

existe tierra más allá de su soberanía), de una manera que sus detractores ya habían previsto y

sus simpatizantes tratan de justificar. Si se le preguntase al presidente por la razón detrás de

este operativo, sin duda alguna desenvainaría su perorata redactada con antelación, hablaría

sin tartamudear y convencería a más de uno de que se trata de un líder decidido, asertivo y

justo. Lo que habría que indagar, y que en lo personal me causa más curiosidad, es si él o

alguno de sus antecesores ha empuñado un fusil y lo ha disparado contra un civil antes la más

mínima provocación (mínima, o inexistente). Tal vez titubee, sude y se tenga que aflojar la

corbata, porque el que da la orden no es el mismo que la ejecuta. El escritor y periodista

colombiano, Mario Mendoza, diría en una entrevista sobre el conflicto armado en el 2016 que

es muy fácil mandar a la guerra a los hijos ajenos.

Sun Tzu la llamó “el arte”, Winston Churchill hizo de ella una carrera literaria que le

otorgaría un Nobel por sus aportes a los estudios históricos y biográficos. Adolf Hitler

plasmaría en tinta y papel el contexto de su condición de ciudadano preocupado y la llamaría

“Mi lucha”, solo que sin los fructíferos resultados del primer ministro británico. Toda la

ideología que gira en torno a la guerra se basa en preocupaciones, expectativas, negocios e

incluso en curiosidad, muy seguramente en buenas intenciones también, pero pocas veces de

responsabilidad y penitencia.
1 “Si quieres paz, prepárate para la guerra” - Extraído del Epitoma Rei Militaris (Latín).
En 1945 se detona la primera bomba nuclear en Alamogordo, Nuevo México, aclamado

avance del proyecto Manhattan con Robert Oppenheimer a la cabeza y en aras de ponerle un

fin al régimen nazi. De los momentos más distintivos de Oppenheimer están las palabras

poéticamente evocadas durante la primera explosión de la primera arma nuclear: “Me he

convertido en la muerte, la destructora de mundos”. Oppenheimer lamentaría después este

suceso, las muertes de vidas inocentes en Hiroshima y Nagasaki le pesarían por el resto de su

vida y ni siquiera sus esfuerzos posguerra de limitar el desarrollo del armamento nuclear lo

ayudarían a calmar el tormento de sus actos.

La elección de palabras de Oppenheimer fue extraída del texto sagrado más antiguo del que

se tenga registro, el Bhagavad Gita, perteneciente al hinduismo y que cuenta la historia del

príncipe guerrero Arjuna, quien se encuentra dudoso a las puertas de una batalla que promete

ser sangrienta. Su primo y amigo cercano, Khrisna, lo instruye en una filosofía de vida que

encamina a Churchill, a Hitler, a Sun Tzu y a Oppenheimer en el mismo camino, así ellos lo

hayan ignorado en vida. Para el hinduismo, la concepción del tiempo no existe, el principio y

el final son solo dos puntos en un círculo y por lo tanto, la creación no está muy distanciada

de la destrucción. La guerra es tan propia de la vida como el acto de respirar y en ella

convergen el deber, el orden, el servicio y la sabiduría. Arjuna debe participar del conflicto

frente a sus narices, debe dar muerte a los que se le oponen y debe proteger a los que le

siguen, no hacerlo es una violación a las leyes naturales y a su papel en la vida misma. El

príncipe, ahora convencido, pregunta a su interlocutor su verdadera identidad y este se le

revela como la encarnación de Visnú, pronunciando las tan famosas palabras. Pero “la

destructora de mundos” no es una amenaza para el hinduismo, porque el dios creador también

puede ser el dios destructor y así lo dicta el orden, el verdadero problema es que nosotros (ya

sea que participemos o no en la guerra) no somos dioses mitológicos, como seres humanos de

carne y hueso tanto más complejos y significativos que cualquier ícono sagrado.
Para héroes legendarios tenemos a los de Tolkien, la batalla en el abismo de Helm, la de los

campos de Pelennor, el enfrentamiento a las puertas de Mordor y la lucha por la restauración

de la comarca gozan de la prosa heroica distintiva de Tolkien que abarca la angustia y los

peligros de la guerra, pero que no deja de ser fantasía. Ken Follet, por su parte, dedicaría la

trilogía de El siglo a relatar las vivencias tanto menos bélicas de familias normales en

tiempos de conflictos globales, vivencias no menos importantes y no del todo desconectadas

de los hombres que intercambian disparos en el campo de batalla. Amores adolescentes,

deseos infantiles, revueltas universitarias, el trabajo de una vida echado a perder, la

administración de las fortunas familiares y uno que otro diplomático sanando sus diferencias

a puño limpio son también ramificaciones de guerra. Los seres humanos no luchamos contra

las fuerzas sobrenaturales del mal, lo hacemos contra otros seres humanos, quienes al igual

que nosotros tienen la intención de volver a casa para comer y dormir en paz. Muchos nunca

terminaremos de entender por las iniciativas que ponen en marcha estos enfrentamientos y

con algo de suerte, no llegaremos a participar en uno.

Una de las normas del decálogo de seguridad para el manejo de armas de fuego dice que no

se debe apuntar un arma hacia un objetivo que uno no pretenda matar, ya sea que el arma esté

cargada o no. Esta regla preventiva debería convertirse en máxima filosófica/religiosa

universal, sobretodo porque tenemos a nuestra disposición un arsenal incontable de cosas que

explotan, quiebran, desgarran, aturden, inmovilizan, envenenan y erradican a nuestros pares.

Cómo mandamiento de este nuevo culto, debemos ordenarle a los líderes políticos, a los

adeptos y los grandes accionistas de la guerra que se arrojen ellos mismos de un avión sobre

el Medio Oriente y a puño limpio limen asperezas con los que señalan sus enemigos. La

opinión de su humilde servidor es que primero se esfuercen en aprender el idioma nativo,

pues muchas peleas inician por falta de entendimiento.


Dedicatoria: Esta columna va para las madres que se quedaron esperando a que sus hijos

volvieran. También va para aquellos que entregaron su vida por una causa que creían justa y

para los que lo hicieron porque no conocieron otra salida. A todos ellos, paz en sus tumbas.

Nota final:Unos pensarán que me estoy poniendo innecesariamente político, yo les respondo

que solo me estoy sincerando.

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