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Practicas Pre-profesionales II

Isabel Loayza, Pilar Vulgarín


24/05/2021

Silencios

¿Podría ser posible plantear que en el silencio hay presencia? Y es que hay silencios
que hablan, que están habitados de significados. El psicoanálisis trata de escuchar, y los
silencios se escuchan. Muchas veces podríamos llegar a confundir estos silencios con falta de
implicación del sujeto en el análisis, y, así también intentar taponarlos con elaboraciones e
intervenciones. Sin embargo, se deberá saber escuchar estos silencios, pues, ahora sabemos
que de ellos hay mucho que saber diferenciar e interpretar. Así, se dirá que cuando las
asociaciones libres del sujeto se detienen, esto estará ligado a la transferencia con el analista.

Entonces, se sabe que los silencios no siempre se deben llenar con palabras. Muchas
veces, se deberá hacer una pausa y escuchar qué hay ahí, pues, en el silencio se inhibe la
satisfacción experimentada por el paciente en su producción de palabras. Ahora bien, al
realizar una distinción entre tacere y silere, podremos decir que, taceo es sinónimo de acallar
algo existente, no decir una palabra que está ahí. Y es que, cuando la demanda calla, la
pulsión se satisface, y se satisface en tanto se acalla algo existente, pero, que no libera al
sujeto del lenguaje.

Por otra parte, sileo es la connotación de algo no advenido, del vacío que constituye al
sujeto, de la falta de producción. Ahora bien, el lugar del analista podrá ser el de hablar a
partir de estos silencios constituidos por el sujeto, pues, aquí será el lugar desde donde habla
lo imposible, y por consiguiente, lo interpretable.

Además, resulta interesante como en el texto la autora hace una diferenciación del
significado del silencio en la relación analítica, entre analista-paciente, y la forma en que
resalta el silencio del analista en la práctica. Conociendo que los sujetos gozan de hablar, el
ofrecerle un espacio donde puede llevar a cabo el acto como tal puede resultar de alguna
manera perturbante, la presencia de un exceso de goce. El monólogo que se reproduce en una
sesión de análisis da paso a la configuración de un goce autista del paciente y es ante el cual
aparece el analista para limitar. Lacan menciona el acto de escuchar, como un acto de amor;
sin embargo, es indispensable tener en cuenta hasta donde se puede dar paso a dicho amor. El
analista, en razón de su función, debe limitar aquel goce autista y lo hace por medio del uso
del silencio y quizás del corte en sesión, donde ya aparecen las interpretaciones.
Por último, nos resulta llamativo la distinción de tres tipos de silencios que se ligan a
la pulsión y nos remite a los estadios libidinales planteados por Freud. El uretral, el anal y el
oral. De igual forma se plantea una satisfacción de goce, particular para cada uno de los
sujetos, en la aparición de cada uno de estos silencios.

Todo esto se ha vuelto perceptible en la clínica, en nuestra práctica. Lo podemos


evidenciar con mayor frecuencia en niños y adolescentes, cuando no son ellos quienes
establecen la demanda de atención. Así también, en adultos podemos dar cuenta del mismo,
silencio producto de represiones, inhibiciones, de no tener clara una demanda, o silencios que
aparecen simplemente porque la idea no ha sido estructurada y por ende se encuentra
desorganizada. Para ello, es sustancial resaltar la importancia que ocupa en el analista
conocer sobre la función del silencio en el discurso del paciente, con ello nos evitamos el ser
absorbidos por la angustia de la falta de palabra, considerando aquellos espacios de mutismo
como material del proceso para interpretación.

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