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—Lady Natalie y Lady Celeste —prosiguió, mirando a una y luego a la otra.

Apreté los dientes al oír el nombre de Celeste. No podía creer que la prefiriese a ella antes
que a mí. ¿Cómo podía escogerla para ser una de las seis finalistas? ¿Significaba eso que yo me
iba? Habíamos discutido por ella, precisamente.
—Lady Elise —dijo, y todas las demás cogimos aire, esperando el último nombre. Sin
darnos cuenta, Tiny y yo estábamos apretándonos la mano—. Y Lady America. —Maxon me
miró, y sentí que cada uno de los músculos de mi cuerpo se relajaba.
Tiny empezó a lloriquear inmediatamente, y no era la única. Maxon soltó un suspiro.
—A todas las demás, lo siento muchísimo, pero confío en que me crean cuando les digo
que espero que sea por su bien. No quiero alimentar las esperanzas de nadie sin motivo y
arriesgar su vida al mismo tiempo. Si alguna de las que se va a marchar desea hablar conmigo,
estaré en la biblioteca al final del pasillo, y pueden venir a visitarme en cuanto hayan acabado de
desayunar.
Maxon salió del salón lo más rápido que pudo. Le observé hasta que pasó por delante de
Aspen, pero entonces fue él quien llamó mi atención. Parecía confuso, y yo sabía por qué. Le
había dicho que no quería a Maxon, por lo que debía de suponer que yo tampoco significaba
nada para el príncipe. Entonces, ¿por qué iba a estar tan tensa ante la perspectiva de quedarme o
marcharme? ¿Y por qué iba a querer Maxon que yo permaneciese en palacio?
Apenas un segundo después, Emmica y Tuesday ya habían salido corriendo tras Maxon,
sin duda en busca de una explicación. Algunas de las chicas estaban llorando, evidentemente
desilusionadas, y a las que nos quedábamos nos tocó intentar animarlas.
Era una situación incomodísima. Tiny acabó por quitárseme de encima y salió corriendo.
Yo no quería que me guardara rencor.
Al cabo de unos minutos, todo el mundo se había ido; ya no teníamos hambre. No me
entretuve mucho, ya que tampoco podía contener las emociones. Cuando pasé junto a Aspen,
me susurró:
—Esta noche.
Asentí levemente y seguí adelante.
El resto de la mañana fue raro. Nunca había tenido amigas a las que pudiera echar de
menos. Todas las habitaciones ocupadas de la segunda planta estaban abiertas, y las chicas
entraban y salían, pasándose notas y recogiendo direcciones. Lloramos y nos reímos juntas y, por
la tarde, el palacio se había convertido en un lugar mucho más serio que en el momento de
nuestra llegada.
En mi extremo del pasillo no quedaba nadie, así que no hubo más ruidos de doncellas
yendo arriba y abajo, ni de puertas cerrándose. Me senté a mi mesa, leyendo un libro mientras mis
doncellas limpiaban el polvo. Me pregunté si el palacio siempre estaba así de solitario. Aquel
vacío hizo que echara de menos a mi familia.

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