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El cuento de Hermes II

Obra de Mandinga
por Gregory Pino

Edecio se persignó dos veces, estaba realmente asustado -¿qué más puedo hacer? - se
preguntaba en voz baja y temblorosa - ¿cómo terminó mi compadre Antonio así? endemoniao, pensé
que esa joda no existía - Seguía murmurando entre dientes.

Sus primeros impulsos querían obedecer a la indignación, creía que su amigo, habitual
compañero de desmadres etílicos había cometido el pecado de la traición, al no invitarlo a la parranda,
de donde parecía venir Antonio, y en estado de superba embriaguez.

El páramo del zumbador y cercanías poseen un aire de intensa mística, el último frío de la
madrugada ralentiza el movimiento de todo y de todos, es siempre un largo amanecer, la aurora se
regodea antes de donar lluvia de luz a los mirtos, a los eucaliptos y a las begonias, hasta el tiempo es
cómplice íntimo de esta cautivadora danza, Bambuco cadencioso; en fin, parecía que iba a ser una
mañana más en la montaña, hasta que unos agudos y timbrados gritos que venían desde la casa, a
unos sesenta metros más arriba en la loma, llegaron a encender los nervios y la incertidumbre - ¿qué
toches pasa? - gruñó Edecio sin soltar la capucha de un capullo, luego sin darse cuenta rompió el bebé
de rosa que tenía en sus manos, al entender la palabra muerto en aquellos alaridos, también identifico la
voz de su hijo menor, cosa que dió una tonalidad aún más gélida a la situación, el pequeño Edecio José
lograba mayor proyección en la medida que crecía su desespero; de un momento a otro y como un
efecto cinematográfico, todo se paralizó cuando dejó de sonar el terror.

Cuando se detuvo, luego de una difícil e inconsciente carrera cuesta arriba, Edecio agitado
intentaba escudriñar desde la distancia a Doña Úrsula, su mujer, que ya estaba junto al cadaver; no
lograba escuchar lo que decía, pero sentía que había una calma en sus gestos, que le invitaban a
recobrar el aliento, mientras veía a su amigo Antonio inmóvil en el piso, cerca del portal de su casa -
¿qué coños le pasa al compadre? - se preguntaba todavía jadeante

Ya frente a el cuerpo, había entendido que no fue la falta de vida lo que tumbó a aquel hombre -
así estará de rascao el compadre - dijo con media sonrisa mientras buscaba como levantar al borracho.

Luego de un importante esfuerzo familiar, lograron llevar a Antonio sin conciencia hasta la
cocina de la casa, el desfallecido podía por si mismo quedarse sentado pero con la mirada vidriosa y
perdida daba la sensación que en cualquier momento se venía abajo.
- Úrsula, mujer hágale un café fuerte al compadre, eso lo sacudirá, haber si nos cuenta con quién
andaba bebiendo.
- Mijo Ándele con cuidado, yo creo que algo le pasa, me parece que no está jumo, o no se da
cuenta que no tiene tufo - esa corta conversación preocupó a Edecio, sintió escalofrío y quiso sentarse.

Al fin lo llevaron a una cama, ningún procedimiento lo sacó de aquel letargo, quedó dormido y
así estuvo por tres días.

- Mujer, arriba en el Zumbador anda la gente con chísmenes, ya se enteraron que el compadre
lleva dos días en cama, dormido pero sin cerrar los ojos, dicen - dijo Edecio en voz alta, casi gritando.
- Haber mijo ¿y qué esperabas? debemos saber que joda le pasa a Antonio
- Si Úrsula pero ya están inventado, dicen cualquier cosa, me arrecha esa vaina
- Dígame mijo ¿qué se dice? - le preguntó ofreciéndole un poco de agua miel -¿Qué se dice?
volvió a interrogarle en un tono más bajo, Edecio dejó la taza en la mesa y se alejo de su mujer
diciendo
- Que el mismísimo Mandinga lo tiene agarrado - salto saliva de su boca mientras soltaba esa
frase
- ¿Cómo, qué? preguntó ella, él con voz temblorosa dijo
- Que está poseído.

Siempre había alguien de la familia velando el sueño del poseso, esperando su despertar, le tocó
a la pequeña Maritza advertir que su padrino comenzaba a volver en si, alcanzó a escuchar un
balbuceo, reconoció las palabras: playa, zapatos, luz, nada; pero sin captar sentido alguno, y como si
flotara, es decir, sin hacer ruido, salió Maritcita a buscar a su madre.

Cuando dejó de frotarse los ojos y logró ver con claridad, Antonio reconoció a toda la familia
Contreras rodeándole, arropándole con sus miradas preguntonas y preocupadas, en un ir y venir, se
empujaban entre sí las voces de todos incluyendo al recién llegado, tenían algo que decir o preguntar,
Doña Úrsula tomó la batuta pidiendo la calma al colectivo, cuando dedujo que quien más necesitaba
saber qué había pasado, era el compadre Antonio.

Escuchó con tranquilidad o más bien, con paz, con mucho detalle le contaron lo que sabían de
su llegada, en qué estado venía, cómo cayó al suelo, cómo especularon con posibles conjeturas, y sobre
todo describieron el miedo sentido ante el misterio del caso, todos tenían algo que aportar, y esperaban
que el entusiasmo impreso en las palabras ayudara a curar aquello que faltaba por curarse en Antonio.

- El compadre insiste que está bien, que “yque” mejor, pero ha cambiado tanto que lo
desconozco, ahora habla muy raro, casi nunca le entiendo, y lo peor es ese montón de ideas que anda
diciendo, me parece que las sacas de esos libros que no suelta nunca, si no fuera porque a los niños y a
Úrsula les cae mejor ahora, no pudiese soportarlo, es otro tipo - Decía Edecio para si mismo, buscando
entender.
Casi todos los días Antonio iba a visitar a Edecio, pero este siempre tenía escusas para no
quedarse y terminaba dejándolo con su familia, los niños siempre aprovechaban la ocasión para que su
"nuevo padrino" les leyera, este se había vuelto “señor divertido” luego de aquella vez que durmió
varios días seguidos cambió radicalmente, dejó la amargura y la constante queja de todo que lo definía,
era realmente un tipo desagradable, sólo cuando estaba emborrachándose con sus compañeros
Gregorio, José y Edecio era cuando se le veía alegre y conversador, hasta contaba con un repertorio de
chistes, eso sucedía habitualmente los viernes en la tagüara de Gregorio, ahora usaba con certeza el
conocimiento de botánica práctica que había adquirido en cinco décadas de trabajar la tierra, luego de
aquel trance se le despertó una afición casi desesperada por la literatura universal y hasta juega a diario
con sus perros, el vuelco que dió era la delicia de los niños y la comadre Ursula no dejaba pasar
oportunidad de preguntarle por los múltiples usos y beneficios de la Hierbabuena, el cimarrón y otras
ramas; pero Edecio veía a un tipo extraño, ajeno a una amistad centrada en una rutina que iba del
trabajo duro a momentos de tragos y viceversa.

Había pasado casi un año cuando Gregorio haciendo una limpieza en su bodega se encontró con
periódicos viejos, muchos no leídos, por curiosidad daba una ojeada a las páginas de forma aleatoria
antes de tirarlas, y se encontró con una foto que le tumbó la quijada. Justo llegaban Edecio y José a la
tienda cuando Gregorio acababa de recortar la foto con todo y el artículo, les puso el pedazo de papel
en la vitrina mientras les preguntaba a sus amigotes - ¿conocen a este tipo?

- Es Antonio - dijeron en un desordenado coro, sin asombro pero sonriendo pregunta Edecio
- ¿qué hizo para salir en el periódico? y José agrega
- con que buena cara de obstinación sale, hace rato que ya no se la veía, debe ser vieja esa foto
- Lean, los increpa Gregorio - lean porque no es Antonio, es un tal Hermes.

Ese día no se emborracharon, luego de leer y releer el artículo, decidieron ir eufóricos a


sorprender a Antonio, por supuesto lo lograron, pero fue aún más extraordinaria y misteriosa la
coincidencia cuando el mismo Antonio se dió cuenta que el día que desapareció el tal Hermes fue el
mismo día que él entró en aquel letargo inolvidable.
Hermes Antonio Ventura según la crónica desapareció sin dejar rastros, esto sumió a Antonio en
profundas reflexiones, pero Edecio lo vio como una prueba más de la posesión demoníaca de su
compadre;
- ¿cómo alguien qué vivía trabajando duro y tranquilo puede ahora decir que: “hay que
contemplar todo lo bello que nos rodea” y “que servir es un lujo, un placer” ¡bueno algo así! la verdad
no le entiendo - decía Edecio gruñendo mientras se devolvía para su casa – cambiar así tiene que ser
obra de Mandinga, no hay otra explicación; pobre diablo.

Fin.

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