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Todos hemos llorado alguna vez. Lloramos todo el tiempo cuando somos bebés. Lloramos
como los pollitos, cuando tienen hambre y cuando tienen frío. Cuando somos niñ os
lloramos porque no nos dejan hacer lo que se nos da la gana. Porque no nos dan el dulce
que queremos o no nos dejan salir a jugar cuando queremos. Luego lloramos porque nos
caemos. Lloramos cuando un amigo nos traiciona, o cuando nuestro crush nos rompe el
corazó n. O lloramos de felicidad cuando nos dicen por primera vez “te amo”. Lloramos
cuando nos tenemos que despedir porque nos mudamos de ciudad. O lloramos cuando nos
reencontramos con alguien que amamos. Lloramos cuando reprobamos un examen y
lloramos de alegría cuando nos dan un reconocimiento. Lloramos de risa, lloramos de
enojo, lloramos de tristeza, y lloramos de emoció n. Lloramos cuando cortamos cebolla y
lloramos cuando bostezamos. Hay quien llora cuando pierde el equipo de sus amores. Por
su puesto, lloramos cuando muere un ser querido. Pero también lloramos cuando vemos
por primera vez el rostro de nuestro hijo. En fin, llorar por emociones es una cualidad que
dicen solo se ha concedido a los seres humanos. Hoy seremos recordados que los que lloran
son bienaventurados. Escuchemos una vez las bienaventuranzas y recibamos la palabra de
Dios.
1
Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le
acercaron, 2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:
3
«Dichosos los pobres en espíritu,
porque el reino de los cielos les pertenece.
4
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
5
Dichosos los humildes,
porque recibirán la tierra como herencia.
6
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados.
7
Dichosos los compasivos,
porque serán tratados con compasión.
8
Dichosos los de corazón limpio,
porque ellos verán a Dios.
9
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
10
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque el reino de los cielos les pertenece.
11
Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante
contra ustedes toda clase de calumnias. 12 Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera
una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron
a ustedes.
Mateo 5:1-12 NVI
En el mundo, llorar es símbolo de debilidad. Pero Jesú s lo hace de nuevo y pone nuestro
mundo de cabeza. En el Reino de los Cielos, los que lloran son bienaventurados. Incluso en
la iglesia cristiana a veces se menosprecia el llanto y el lamento. He escuchado líderes
cristianos que dicen cosas como “a la iglesia no venimos a estar tristes”, “delante de Dios no
se viene a llorar”. Está n completamente equivocados. Claro que todos hemos llorado alguna
vez. Claro que todos tenemos momentos de tristeza. ¿A dó nde iremos sino a Dios cuando
estamos tristes? Si no podemos llorar en la iglesia ¿a dó nde má s vamos a ir cuando
lloramos? Jesú s dijo “bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirá n consolació n.”
Qué felices son, los que lloran. Es completamente paradó jico, pero es verdad.
El propio Señ or Jesucristo lloró . Esto nos recuerda que el ejemplo perfecto de las
bienaventuranzas es Jesús. Santiago Benavides dice que una de las frases que pueden
resumir el evangelio es “Dios también”. El solo hecho de que Cristo también lloró nos
consuela cuando nosotros también lloramos. Jesú s lloró en tres momentos de su vida.
Por una crisis propia. Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas
con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su
temor reverente. 8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia
Hebreos 5:7-8
Por el dolor de otros. Jesús lloró Juan 11:35.
Por el pecado humano. Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella.
Lucas 19:41
Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados. Desventurados los
insensibles porque nadie los consolará.