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ACER - Hacia Un Discurso Emancipador de Los Derechos de Las Niñas y Los Niños
ACER - Hacia Un Discurso Emancipador de Los Derechos de Las Niñas y Los Niños
IFEJANT – Lima
2015
-
9 7861 24 633515
Ainara: todo.
Con Ainara, a Mai y Xabi,
que nos han hecho vulnerables, dependientes, y felices.
Y a mis viejos, por su obstinada, amorosa, presencia.
ÍNDICE
Agradecimientos .................................................................................................. 11
Introducción ......................................................................................................... 13
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
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ÍNDICE
3.3 Los Derechos Humanos (de Niños y Niñas) “Desde Abajo” .................. 299
3.4 Infancia, Trabajo y NATs: Paso al Frente de los Niños y las Niñas ........ 307
i. Niñas y Niños, Trabajo y Prohibición .................................................. 307
i.i. Trabajo Infantil y Sentido ............................................................. 307
i.ii. Trabajo Infantil y Sinsentido ....................................................... 310
i.iii. Niños y Niñas (Trabajadores) como Minoría Discriminada y
Oprimida ..................................................................................... 325
ii. Niñas, Niños y Adolescentes Trabajadores (NNATs): Infancia
Organizada para Existir y Resistir ....................................................... 331
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AGRADECIMIENTOS
Con pequeños retoques, ésta es mi tesis doctoral en sociología del derecho, leída
en la Universidad del País Vasco en 2013. Como tal, es fruto de diversas
colaboraciones e interdependencias, o sea que se debe a muchas personas, a
quienes aquí quiero agradecer.
En primer lugar, a mis codirectoras, Maggy Barrère (Universidad del País Vasco) y
Teresa Picontó (Universidad de Zaragoza), que con generosidad y sabiduría me
guiaron y sostuvieron en el proceso de elaboración de la tesis. Lo bueno que
pueda tener este trabajo se debe en gran medida a ellas.
A quienes integraron el tribunal ante el que la tesis fue leída: Ana Rubio, María
José Añón, Arantza Campos, Iván Rodríguez y Carlos Villagrasa, que con sus
lúcidas críticas han contribuido a mejorar este trabajo desde que fue
públicamente defendido. Mención especial para Carlos Villagrasa, con quien he
sostenido fértiles intercambios epistolares relativos a los congresos mundiales
por los derechos de la infancia, y quien me invitó a exponer en la reunión de la
Red Mediterránea sobre los Derechos de la Infancia, celebrada en septiembre de
2013 en la Universidad de Barcelona; así como para Iván Rodríguez, quien viene
dándome alientos y buenos consejos sobre la investigación relativa a la infancia
desde la elaboración de mi tesina de máster (2008).
A Helen Berents, Manuel Calvo, y Andrés Sanz, que han leído partes de mi
trabajo, y hecho valiosos comentarios.
A Alberto Relloso, Noddhārtha, llegado hace poco, pero venido desde hace
mucho.
11
AGRADECIMIENTOS
Hay amigos que han estado siempre ahí: Rubén Eguía y Felipe Meneses, mis
pequeños gigantes; Aurelia Balcells, abogada de los condenados de la Tierra;
Francisco Velozo, incondicional de mi andadura transatlántica; Marcelo Vergara,
hermano mayor en la locura. Hacen el camino más bello.
Por último, o más bien, por abajo, desde abajo, quiero agradecer a mi familia. A
mi hermano Gonzalo, por quien empecé en esto del derecho, y a mi hermano
Diego, que siendo menor, es muchas veces mayor. A mi padre y a mi madre, que
a pesar de vivir a 10.000 kilómetros de distancia, no han querido, ni podido
soltarme la mano. Ni yo a ellos. A mi hijo Xabier y a mi hija Maialen, que me han
regalado una nueva frontera, de tal manera que pensarme como yo es, ya
siempre, pensarme como nosotros, “nosotros” vehiculado por Ainara, mi mujer,
mi amante, mi luz, sin la cual este trabajo, y su autor, no existirían.
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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Hablamos, luego, de las niñas y los niños, y de momento, y por razones que se
harán evidentes durante la lectura del capítulo 1 (en especial, ver secciones 1.7.i
y 1.7.ii), no nos detenemos en la definición de quiénes (o lo que) sean unas y
otros, lo que sólo haremos, desde una perspectiva formal, al introducir el
capítulo 2. Hablamos en plural pues, como argumentaremos a lo largo de este
trabajo, “el niño” es una abstracción idealizada, un constructo adulto, el
inexistente inmaduro por defecto que se pretende fiel espejo de todos los niños
(y de todas las niñas). Y en plural desdoblado porque, así como el
adultocentrismo presenta la experiencia adulta como medida de la experiencia
humana, el androcentrismo presenta la experiencia masculina como la medida
de dicha experiencia (ver Bengoechea 2003: 6-8). Uno y otro permean el
discurso hegemónico sobre los derechos de la infancia. Por eso mencionamos
expresamente a las niñas, evitando el masculino genérico para referirnos a
quienes protagonizan las diversas infancias: el masculino no es genérico por
incluir también a las mujeres, sino por pretender la experiencia masculina como
medida de todo lo humano. Con esto, asumimos como principio básico visibilizar
a la totalidad de quienes habitan aquellas realidades que llamamos infancias, es
decir, asumimos un compromiso político (ver Leyra Fatou 2012: 30). En general,
entonces, hablaremos de niñas y niños, lo que no se puede entender,
gramaticalmente, como una duplicación pues no se mienta lo mismo al decir una
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INTRODUCCIÓN
y otra cosa (Alario et al. 1995: 14). En casos –muy pocos- en que el contexto
haga de tal uso algo equívoco, hablaremos de “niños/as”. Pero no hablaremos
del “niño” o de “los niños” salvo cuando nos refiramos a discursos que,
precisamente, construyen una infancia desencarnada e ideal, y/o que
invisibilizan a las niñas, por ejemplo, la infancia que construyen Locke o
Rousseau (sección 1.2), el desarrollismo (secciones 1.3 y 1.4), o el discurso sobre
la socialización (sección 1.5), o cuando se reproduzca una fuente que así se
expresa, para marcar la idealización e invisibilización efectuada por la propia
fuente (por ejemplo la Convención sobre los Derechos del Niño, los Comentarios
Generales del Comité de los Derechos del Niño, etc.). Nuestro compromiso es
tanto visibilizar a las niñas como hacer visible su invisibilización. Del mismo
modo, en general traducimos “children” por “niñas y niños”, y “child” por
“niña/o”, o “el niño o la niña”, excepto en los casos en que el propio discurso al
que se esté haciendo mención transluzca un sentido androcéntrico, o el “niño”
referido parezca aquella representación abstracta de un objeto ideal inexistente
salvo como constructo adulto.
Por último, decimos que nos dirigimos hacia un discurso emancipador; que
colectivamente vamos hacia, es decir, que no hemos llegado. Esperamos y
creemos, sin embargo, que vamos bien encaminados.
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Entonces, en el capítulo 1 nos ocuparemos de los discursos sobre (no de) los
niños y niñas, con particular énfasis en la configuración del discurso “oficial” o
hegemónico sobre “la infancia”. En el capítulo 2 acometeremos un análisis crítico
del discurso sobre los derechos de las niñas y niños, profundamente permeado
por ese discurso hegemónico. Por último, en el capítulo 3 intentaremos discernir
los primeros pasos hacia un discurso emancipador de los derechos de las niñas y
niños.
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1. LA(S) INFANCIA(S)
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1. LA(S) INFANCIA(S)
Por lo anterior, cualquier intento por acercarse en profundidad a (la historia de)
la infancia ha de pasar por el conocimiento de las infancias en las culturas
cazadoras-recolectoras (Kamei 2005: 344), que ocupan al menos el 90% de la
historia desde que hay testimonios de homo sapiens, y más del 99% de nuestra
historia filogenética, contada desde los primeros homínidos bípedos. Y ello no
sólo por la cuestión cuantitativa de que la historia de la infancia es
mayoritariamente la historia de la infancia cazadora-recolectora. También por el
asunto cualitativo de que la especie humana llegó a ser tal viviendo en un
entorno cazador recolector; es decir, que el modo de vida cazador-recolector fue
el entorno adaptativo de nuestra evolución como especie; que el homo sapiens
surge en y es consecuencia (epigénesis) de dicho entorno; en otras palabras, que
si bien nuestra ontogenia (historia individual) es hija de un modo de vida que ya
poco tiene que ver con nuestros antepasados, nuestra filogenia (historia de la
especie) es tributaria de su modo de vida cazador-recolector, por todo lo cual
nos conocemos y entendemos más si conocemos y entendemos más la realidad
de las culturas que han vivido una vida de caza y recolección. Siguiendo a
Konner, la etapa histórica de las culturas cazadoras-recolectoras marcaría la
culminación de la evolución y el comienzo de la historia en el sentido de un
cambio cultural rápido, no-genético y transformador: “biológica y
psicobiológicamente los cazadores recolectores ‘son’ nosotros, pero en el orden
social y cultural somos muy distintos. Junto a la evidencia arqueológica, son
esenciales para entender nuestros orígenes” (Konner 2010: 564).
Ahora bien, esto topa con dos problemas evidentes. En primer lugar, como las
culturas cazadoras-recolectoras de las cuales somos descendientes ya no existen,
sólo tendríamos acceso a restos arqueológicos de valor relativo para conocer la
integridad de su modo de vida, por ser, precisamente, un modo de vida
especialmente poco dado a dejar huellas, y por remontarse éstas al Paleolítico.
Sin embargo, recientemente Henn y coautores (2011), a través de un acucioso
estudio genético, han dado con una manera de salvar, en parte, este problema al
sugerir que no habría solución de continuidad entre los actuales miembros de las
culturas cazadoras-recolectoras del sur de África y sus antepasados del
Paleolítico: “Las poblaciones cazadoras-recolectoras son altamente
diferenciadas, tanto entre sí mismas como respecto de otras poblaciones
africanas… Así, no parecen provenir de poblaciones agrarias sino representar
poblaciones geográficamente distinguibles y aisladas de otros grupos durante
milenios” (2011: 6). En otras palabras, “las seis poblaciones sub-saharianas de
cazadores-recolectores comparten ancestros distintos de los de los pueblos
agrarios” (2011: 7). Es decir, los miembros de las sociedades cazadoras-
recolectoras contemporáneas serían herederos de una historia ininterrumpida
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Con todo, Konner advierte que aunque éstas son características perdurables del
modelo de infancias cazadoras-recolectoras, ellas pueden haber sido necesarias
antaño producto del “riesgo, estrés, y pérdida” (2010: 578) que teñían la vida de
las sociedades cazadoras-recolectoras, pero quizás no lo serían ahora. Y, sin
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1. LA(S) INFANCIA(S)
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
son humanos, y “es sólo en virtud de su propia humanidad que son tan
importantes para la ciencia” (1979: 1-2)1.
Sobre lo segundo, lo que dice Konner, es un caso especial de la tesis más general
popularizada por Jared Diamond (1999) sobre cómo el entorno afecta
decisivamente el modo de vida de las sociedades, y, en particular, sobre cómo la
domesticación de plantas y animales, algo ajeno a las sociedades cazadoras-
recolectoras, incide decisivamente en los modos de vida de las sociedades. Pero
también tiene mucho sentido desde un análisis marxista. Las sociedades
cazadoras-recolectoras, que no tienen un modo de producción diferido, sino
inmediato o cuasi-inmediato (pre-agrícolas y pre-pastoralistas), esto es, un modo
de producción que no se basa en la apropiación de los medios de producción, y
que son sociedades muy igualitarias, pueden servir como demostración de la
tesis marxista de que “los modos de producción determinan los modos de
conciencia” (Morss 1996: 57). Como explica Terry Eagleton (2011: 108), “la
producción material es fundamental no sólo pues no habría civilización sin ella,
sino porque en definitiva determina la naturaleza de dicha civilización”. Pero
como el propio Eagleton (2011: 109) matiza, esto no significa ser determinista,
sino creer que aun cuando los fenómenos históricos son multicausales, hay
causas que pesan más que otras, que “el modo en que hombres y mujeres
producen su vida material pone límites al tipo de instituciones culturales, legales,
políticas y sociales que construyen” (Eagleton 2011: 114). Lo explica también
Aron (2010: 235-6) en su texto póstumo sobre Marx, al decir que para el filósofo
alemán, “el hombre produce sus medios de vida y transforma la naturaleza
exterior mediante su trabajo, y se transforma a sí mismo mediante su trabajo y
mediante la creación de las condiciones artificialmente producidas en las que
vive”, lo que, en definitiva, incide en que “la conciencia sea impuesta por la
organización física” (Aron 2010: 241).
1
Esta prevención es importante no sólo para las culturas cazadoras-recolectoras, sino para todas
las culturas o sociedades no industriales o del mundo mayoritario, pues el prisma del
etnocentrismo occidental (eurocentrismo) tanto coloniza y fagocita a las culturas en que dichas
infancias se desarrollan, como las naturaliza e idealiza (Bird-David, 2005: 94). Las infancias
mayoritarias se insertan en culturas que, como la Occidental minoritaria, también cambian,
producto de las propias colonizaciones, la modernización presente, etc. (Balagopalan, 2002: 20).
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1. LA(S) INFANCIA(S)
Más aún, según el modelo propuesto por Hrdy (2005) la crianza entre los grupos
cazadores-recolectores sería necesariamente cooperativa, y en dicha
cooperación asumen una parte fundamental las propias niñas y niños (mayores)
(Hrdy 2005, Konner 2010). En estas sociedades, y producto de que son
frecuentemente cogidos por adultos distintos que la madre, además de por los
hermanos/as y otros niños/as, la experiencia de niños y niñas es caracterizada
por las muchas oportunidades para observar e interactuar con un grupo
compacto e íntimo de personas (Lamb y Hewlett 2005: 410). Asimismo, y
también a diferencia de las sociedades occidentales, niñas y niños reciben un
cuidado considerable o intensivo sólo durante los dos o tres primeros años de
vida pues a los tres o cuatro años ya suelen pasar la mayoría de su tiempo
jugando con otras niñas y niños, en el campamento o cerca de él (Marlowe 2005:
188). Pero el paso a esta etapa no es algo traumático, siendo normal que sean
los mismos niños y niñas los que deciden el momento del destete (Hewlett y
Lamb 2005b: 15), el cual se suele dar “en un contexto de cuidado y cariño”
(Fouts y Lamb 2005: 310).
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niños y niñas más aprenden que son enseñados (ver Kamei 2005: 344; y Tucker y
Young 2005: 169). De hecho, entre los ¡Kung de Botswana, cuando las niñas o
niños pequeños juegan con un mortero poco manejable, o con piedras pesadas
usadas para cascar nueces, se dice que “se están enseñando a sí mismos” y la
palabra para aprender y para enseñar es la misma: n!garo (Konner 2010: 637). Y
cuando se intenta forzar la escolarización de grupos que desde siempre han
distribuido su conocimiento sin los corsés de la educación formal, se invita a la
catástrofe, como muestra Pandya (2005) en su estudio de diversas culturas
cazadoras-recolectoras de las islas Andaman, en el Índico (ver sección 1.5.ii.i).
2
Es difícil referirse con las mismas palabras a actividades y realidades tan dispares como las de las
infancias cazadoras y recolectoras, las infancias trabajadoras del mundo mayoritario, o la infancia
privatizada del mundo minoritario. Las realidades parecen disímiles y los discursos sobre esas
realidades, en especial en todo lo referido al trabajo de niñas y niños, no hacen más que sumar
ambigüedad y equivocidad a esas diferencias. Por eso se podrá apreciar cierta inevitable laxitud en
el uso de términos asociados al trabajo de niñas y niños. En cualquier caso, consideramos que todo
trabajo cabe dentro del concepto más general de reproducción social (Liebel 2004: 46), pues
entendemos que la producción es parte de aquel proceso más general de reproducción. Como dice
Leyra Fatou (2012: 143), “la separación entre los trabajos productivos y reproductivos es tan sólo
un constructo analítico, ya que en la realidad no se da una separación clara entre ambas
actividades pues las dos forman parte de la reproducción social”. De ahí que hablemos de trabajo
en el hogar (o en el entorno doméstico) y trabajo fuera del hogar, en vez de trabajo reproductivo y
trabajo productivo. Además, ideológicamente, de manera frecuente se ha identificado la
producción con el trabajo y la reproducción con la familia (Leyra Fatou 2012: 61), lo que ha
redundado en la privatización de las mujeres -y con ellas de los niños y niñas- y en la invisibilización
de su trabajo. Volveremos sobre esto.
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1. LA(S) INFANCIA(S)
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En otro lugar, Bird y Bliege-Bird mencionan que los niños y niñas Martu, del
desierto Occidental australiano, están imbuidos de un “ethos de
autosuficiencia”. Los adultos Martu entrevistados rememoran una infancia
transcurrida buscando comida con otros niños o niñas, a todos los cuales se les
encomendaba asistir a los adultos en la recolección de fruta, raíces, bulbos o
larvas (Bird y Bliege-Bird 2005: 135). En la actualidad, las niñas y niños suelen
salir a buscar comida en grupos mixtos y, aunque sus esfuerzos de recolección
son altamente valorados por los adultos, la decisión de salir a buscar comida, y
de qué buscar, no depende directamente de éstos (Bird y Bliege-Bird 2005: 136).
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cuida (aunque con predominio de las niñas). Cuando quien es cuidado ha dejado
la lactancia pero sigue en la infancia temprana, este porcentaje sube hasta el
55% (Weisner y Gallimore 1977: 170, el estudio no distingue por género en este
caso). En todos estos casos, “no hay ningún tipo de evidencia que indique que las
niñas y los niños cuidados sufran al ser cuidados por niños o niñas mayores en
vez que por sus padres” (Weisner y Gallimore 1977: 180). Los autores agregan un
comentario que ilustra que el cuidado y crianza de la infancia por la infancia no
se limita a repetir lo que ven de parte de sus mayores, sino que involucra una
necesaria agencia creativa:
Los hermanos/as [siblings] cuidadores operan con frecuencia bajo dos órbitas
de presión –por un lado sus hermanos/as menores, por el otro sus padres.
Por eso deben aprender a equilibrar estos dos conjuntos de demandas,
deben tratar de entender las a menudo complejas reglas sociales, e
interpretar correctamente el comportamiento de los niños y/o niñas por
quienes son responsables. Dada la dificultad de todas estas habilidades, las
niñas y niños cuidadores pueden, de hecho, desarrollar estilos de cuidado
muy diferentes que los de sus propios padres (Weisner y Gallimore 1977: 172).
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
olla con sopa hirviendo (Bolin 2006: 73). Por su parte, tal como la infancia
cazadora-recolectora trabaja activamente desde edades tempranas, lo habitual
es que la infancia del resto de las sociedades no-industriales también lo haga. De
hecho, “salvo las excepciones de las familias muy ricas y de las familias modernas
en las cuales los niños y las niñas se deben dedicar al colegio, toda sociedad
espera que sus niños y niñas contribuyan a la economía familiar” (Lancy 2008:
103), y la información disponible sobre sociedades no industriales revela que en
ellas la población no escolarizada trabaja un promedio de más de seis horas al
día en el rango etario que va de los 6 a los 12 años, y de ocho horas diarias
durante la adolescencia temprana. Por el contrario, en las sociedades
industrializadas y alfabetizadas, el trabajo en la casa y asalariado combinados no
supera la hora diaria a lo largo de la niñez y adolescencia, salvo en Estados
Unidos donde llega a una hora y media (Miller 2005: 23).
Así, los habitantes de Raroia, en la Polinesia, creen que niñas y niños, como otros
miembros de la familia “deben hacerse útiles, y les encomiendan, incluso a los
más pequeños, tareas pesadas y difíciles” (Danielsson 1952: 121). Usualmente, la
primera tarea encargada a los niños y niñas es la de hacer recados (ver Bolin 2006:
73). Entre los Kpelle de Liberia esto suele comprender desde llevar mensajes
(empezando alrededor de los 5 años) hasta tener que regatear intensamente
(alrededor de los 11 años) (Lancy 2008: 238). Otra tarea asignada desde
temprano a niños y niñas suele ser el cuidado de los familiares más pequeños
(Lancy 2008: 238). Así, por ejemplo, entre los Idakho de Kenia, son frecuentes las
niñas y los niños cuidadores –principal, aunque no exclusivamente, niñas-, que
pueden ser apenas cuatro años mayores que los lactantes a quienes cuidan; y
entre los Dusun de Malasia, las niñas de entre 3 y 7 años suelen estar al cuidado
de niños y/o niñas de entre 2 y 4 (Weisner y Gallimore 1977: 171-172). En el caso
de los niños y niñas de Chillihuani, a los 6 ó 7 años, ya llevan el rebaño a pastar,
trabajan en los campos de patatas, ayudan con la preparación de las comidas,
eligen las hojas de coca idóneas para ofrecer en las festividades, y suelen ir solos
al valle, lejano entre 16 y 31 kilómetros, según de qué parte de la aldea sea el
niño o niña, para comprar insumos de necesidad urgente; todo ello sin que haya
“una marcada división del trabajo por género, entre niñas y niños” (Bolin 2006:
73-74). En ciertas comunidades campesinas de Java, el valor económico de niñas
y niños se deriva del trabajo que realizan para la economía familiar, o de ser una
fuente de apoyo económico para sus padres en edad mayor. En estas
comunidades, ya entre los 6 y 8 años los niños dedican 1.9 horas diarias a
trabajar en el hogar y 1.7 horas a trabajar fuera del hogar. Por su parte, las niñas
de este mismo grupo etario dedican 2.3 horas diarias a trabajar en el hogar y 1.2
horas a trabajo fuera del hogar (Nag et al. 1978: 294-5).
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1. LA(S) INFANCIA(S)
El trabajo de niñas y niños es muchas veces indispensable para sus padres. Así,
Kramer (2005: 151) observa que sin la contribución de sus hijas e hijos, los
padres Maya tendrían que duplicar o triplicar su carga de trabajo. Pero también
lo es para la propia infancia: entre los Yucatec Maya, los niños y niñas de entre 3
y 5 años emprenden voluntariamente un 40% del total del trabajo que realizan,
“están deseosos de constituirse en miembros que aporten al hogar, y ven el
trabajo como algo interesante y muchas veces divertido” (Gaskins 2000: 387).
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1. LA(S) INFANCIA(S)
sociedad adulta, ocupando las calles y el espacio público que eran el lugar del
comercio, la vida social y la socialización3. En esto también incidía el que las
condiciones de vida en las casas medioevales dejaban pocos espacios para la
privacidad, y que en el mundo exterior “niñas y niños eran inmediatamente
parte de una sociedad en la que las edades se mezclaban y en que los vecinos
jugaban un rol en el cuidado de niñas y niños” (Cunningham 2005: 32; y ver
Ennew 2002: 388-389).
3
Con todo, esto no quiere decir, como señalara Philippe Aries (1960: 134), que en la sociedad
medieval no existiera el concepto de, o conciencia sobre la infancia (le sentiment de l’enfance).
Como han señalado numerosos críticos, y resume Hendrick (1992: 1), entre otros vicios Aries usó
fuentes poco fiables o poco representativas, basándose en ejemplos muy atípicos, estudió esta
evidencia fuera de contexto, y puso un énfasis exagerado en las escrituras de moralistas y
educadores callando sobre los factores económicos y políticos. Así, por ejemplo, Evans (1999: 54)
señala el error de derivar la indistinguibilidad de la infancia, entre otros, del hecho de que en los
retratos de la época aparezcan los niños y niñas nobles vestidos como adultos, pues, como señalan
otras fuentes no citadas por Aries, los niños y niñas sencillamente eran vestidos así para los
retratos. En el mismo sentido Heywood (2001), señala la confusión de Aries al derivar sus
conclusiones literalmente de las imágenes de cuadros, estampas, esculturas y demás registros
visuales, asumiendo erróneamente que “el artista pinta lo que todo el mundo ve”, como si los
artistas fueran cronistas fieles de la realidad. Pues si el Jesús en brazos de María de una escultura
del siglo XII no tiene rasgos infantiles, parece más conveniente indagar qué representa tal
“madurez”, en este caso, la “divina sabiduría”, que deducir que muestra la falta de un concepto de
infancia en la sociedad (p. 13). De hecho, es perfectamente razonable entender esta
representación como aludiendo a determinado concepto de infancia, a saber, aquél que la toma
por irracional e ignorante, frente a la racional sabiduría adulta. Por último, como dice Archard
(2004: 22), criticando el excesivo énfasis que Aries pone en el diario de Jean Héroard, médico
personal de Luis XIII desde su nacimiento, “no hay ninguna razón para creer que la crianza de Luis
XIII es representativa” de las infancias de todo el resto al que él estaba destinado a gobernar.
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contribución útil a la economía familiar. Alrededor de los seis o siete años la hija
o hijo mayor normalmente empezaba a trabajar, en el hogar o la tierra, ya sea
cuidando hermanos y/o hermanas menores, pastoreando, o espantando pájaros
de la siembra. Aunque fuera por meras razones demográficas, antes del siglo XX
el trabajo infantil era indispensable: la alta proporción de niñas y niños respecto
del total de la población hacía necesaria su contribución a la economía familiar
desde temprana edad (Cunningham 2005: 84-95).
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, la infancia también
jugaba un rol fundamental en la vida social, sea en la “conquista de la frontera”,
en el campo, o en las crecientes urbes. Desde la colonia hasta finales del siglo
XIX, “los niños y niñas trabajaron; en casa, como sirvientes o aprendices, como
esclavos, o incluso como soldados” (Appel 2009: 746). West comenta que
durante la segunda mitad del siglo XIX, la contribución de la infancia en la
colonización del Oeste –la conquista de la frontera- fue fundamental, y señala
que, “en muchos casos, las niñas y los niños proveían la mayoría del sustento
familiar”, generalmente trabajando “en una mayor variedad de tareas que sus
padres y madres y siendo, en ese sentido, los más acabados y versátiles
trabajadores de la granja en la frontera”, todo lo cual conllevaba, obviamente,
un alto grado de responsabilidades (West 1992: 30). Por su parte, la creciente
industrialización y urbanización que siguió a la Guerra Civil, llevó a gran número
de familias a las ciudades y normalizó el empleo en las fábricas de niñas y niños,
ocupación indispensable para la subsistencia de las familias dadas las
condiciones de la vida en la ciudad (Margolin 1978: 442). Hasta comienzos del
siglo XX la infancia urbana de la clase trabajadora estadounidense, aun cuando
en su mayoría ya estaba escolarizada, seguía trabajando, dentro y fuera de casa,
durante la mayor parte de su horario no escolar (Corsaro 2005: 76).
Paralelamente, no obstante, una corriente iniciada alrededor del siglo XVIII iba
consolidando el giro definitivo que acabaría en la comprensión de la infancia
hegemónica del siglo XX en el mundo minoritario y, con ello, en la CDN. Una
serie de discursos originados en las élites económicas e intelectuales comienzan
a enfatizar la importancia del desarrollo de niñas y niños en cuanto individuos
(Cunningham 2005: 59). Paradigmáticos de este giro son, en primer lugar, John
Locke, que apadrina la visión del niño (con un marcado énfasis en el desarrollo
del niño, es decir, del varón) como tabula rasa, cuyo desarrollo está determinado
por su educación y cuyo fin es convertirse en un adulto íntegro, de acuerdo al rol
que se espera de alguien de su rango (Cunningham 2005: 61). Es por esto, afirma
Locke, que “un padre [varón] sabio debe antes querer que su hijo [varón] sea
capaz y útil cuando hombre [varón adulto], que una compañía divertida, y una
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1. LA(S) INFANCIA(S)
entretención para otros mientras niño” (Locke 1778 [1693]: 1824). Para Locke,
ese adulto cabal en el que se ha de convertir “el niño”5 es fruto de la experiencia,
no de una supuesta naturaleza (ni mala y mejorada, ni buena y conservada). Es
en la experiencia donde “se funda todo nuestro conocimiento” (Locke 2001
[1690]: 73), y es por eso que la educación tiene un rol principal en la modelación
de la “cera” que es “el niño”. La experiencia de la infancia marca, como el calor a
la cera, el destino del adulto en que se convertirá “el niño”:
Nueve partes de cada diez son lo que son, buenas o malas, útiles o no, por su
educación. Es eso lo que marca la gran diferencia en la humanidad. Las
impresiones pequeñas o casi imperceptibles en nuestras tiernas infancias
tienen consecuencias decisivas y duraderas: y así es, como en el nacimiento
de algunos ríos, una leve intervención de nuestras manos convierte las aguas
flexibles en canales, que les hacen tomar cursos muy distintos, y por esta sutil
orientación dada en sus orígenes, reciben distintas tendencias y llegan al final
a lugares distantes y remotos (Locke 1778 [1693]: 2).
Esta educación, dice Locke, debería buscar someter al “niño” a la Razón desde la
más temprana infancia, de lo contrario, una vez adulto tampoco se someterá a
ella (Locke 1778 [1693]: 37). La infancia, hasta en sus detalles (“una leve
intervención”), como determinante radical de la adultez, será una de las
herencias que Locke legue al desarrollismo, como veremos más abajo (sección
1.3.iii).
4
Subrayamos el énfasis en el género masculino que hace Locke (father, son, man), porque con este
autor no sólo entramos en una construcción de la infancia que en gran medida todavía pervive,
sino que estamos ya de lleno en una cultura que, a partir de la propia infancia, subordina las
mujeres a los varones. 57 referencias al “hijo” (son), y 10 al “niño” (boy), contra sólo 2 a la “hija”
(daughter) y otras 2 a la “niña” (girl), éstas transluciendo inferioridad y subordinación, hablan
claramente de esta concepción discriminatoria (ver Locke 1778 [1693]).
5
Como dijimos en la Introducción, usamos el masculino genérico “niño” pues nos referimos a una
concepción claramente androcéntrica de la infancia, y desdoblar el sustantivo sería distorsionar el
discurso al que aludimos. Pero lo hacemos entre comillas para evitar normalizar tal uso.
6
Tal como con Locke, la exposición de Rousseau también tiene como principal centro de atención
y referencia al niño varón (ver Cobo 1995; para una visión matizada de la asunción rousseauniana
del contexto patriarcal hegemónico de su tiempo, ver Morgenstern 1995).
37
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
quien ha de crecer “educado” por la naturaleza, por las cosas más que por las
personas (Cunningham 2005: 62-64), de acuerdo con los tiempos y espacios de
aquélla. Rousseau postula que “los niños” tienen una bondad y pureza naturales
de las cuales todos podemos aprender; para él “los niños” “representan una
condición perdida u olvidada y por tanto digna de defensa (y susceptible de
sentimentalización)” (James et al. 1998: 13). Sin embargo, no obstante esta
bondad y pureza originales, y tal como Locke, Rousseau cree que los años de la
infancia son cruciales y, literalmente, peligrosos, por la posibilidad de que “el
niño” se desvíe de la educación natural: “El tramo más peligroso de la vida
humana es el que va del nacimiento a los doce años. Es el momento en el que
brotan los errores y los vicios, sin que se tenga aún ninguna herramienta para
destruirlos; y cuando la herramienta aparece, las raíces son tan profundas que el
momento de arrancarlas ya ha quedado atrás…” (Rousseau 1866 [1762]: 76).
Asimismo, la bondad y pureza de “los niños” no significa clarividencia; muy por el
contrario, Rousseau es de la opinión de que “los niños” carecen de racionalidad,
y por tanto no distinguen lo bueno de lo que no lo es:
[“Los niños”] no tendrían que hacer nada con sus almas hasta que éstas no
hubiesen alcanzado todas sus facultades: pues es imposible que el alma
perciba la antorcha que usted le muestra mientras está ciega, y que pueda,
ante la inmensa llanura de las ideas, seguir el camino que la razón traza de
una manera que resulta tenue aun para los mejores ojos. La primera
educación, entonces, ha de ser puramente negativa. Consiste en proteger al
corazón del vicio, y al espíritu del error, y en caso alguno en enseñar la virtud
o la verdad. Si usted pudiese no hacer nada y no dejar hacer nada; si usted
pudiese llevar a su alumno sano y robusto hasta sus doce años sin que sepa
distinguir su mano derecha de su mano izquierda, los ojos de su
entendimiento se abrirían a la razón desde vuestras primeras lecciones; sin
prejuicios, sin hábitos, él no tendría nada que pudiera contrarrestar los
efectos de vuestros cuidados. Se volvería pronto entre vuestras manos el más
sabio de los hombres; y habiendo comenzado por no hacer nada, usted
habría hecho un prodigio de educación. (Rousseau 1866 [1762]: 76).
38
1. LA(S) INFANCIA(S)
Por último, un discurso que vino a complementar los de Locke y Rousseau como
discurso precursor de la infancia contemporánea, y que, de hecho, ya había sido
prefigurado por este último, fue el del Romanticismo. Las ideas y temas
relevantes del Romanticismo, en lo que se refiere a la infancia, encarnados en la
obra de sus artistas, literatos y filósofos, fueron la comprensión de la infancia
como paraíso perdido y como una forma de conocimiento ya inaccesible a los
adultos, la visión del ‘crecimiento’ como un empobrecimiento progresivo desde
una etapa de apertura al mundo primordial, y el establecimiento de una
distancia infranqueable entre infancia y adultez (Kennedy 2006: 44-45). Para el
mundo adulto, el paraíso perdido de la infancia pasó a representar la
“posibilidad de encontrar un sentido de identidad independiente del carácter
fugaz de la vida secularizada… así como un ejercicio primordial en la
recuperación del sí-mismo” (Kennedy 2006: 49)7.
7
Como veremos más adelante, situar al “sí-mismo” (self) en la infancia marca el camino para todos
los discursos de control subsiguientes: hay que cuidar el propio tesoro.
39
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
8
La concepción androcéntrica parecería, entonces, absorbida por la concepción adultista. Pero,
como veremos, las dos concepciones siguen conviviendo hasta la fecha en el discurso hegemónico
sobre la infancia. Por ello se seguirá usando comillas para referirse a (el discurso sobre) este
“niño”, a ratos más varón, y a ratos más asexuado.
40
1. LA(S) INFANCIA(S)
un derecho de elección del que entonces no era capaz” (Schiller 1990 [1795]:
123, cursivas nuestras). Es decir, y esto es fundamental para entender el ideal de
infancia que construye el Romanticismo, que luego fertilizará lo que hemos
llamado la infancia minoritaria, el hombre sólo es hombre9 cuando juega, es
decir, cuando es “niño”, cuando hace lo que hacen “los niños”, pero no cuando
lo hace como “los niños”, sino cuando vuelve a esa experiencia de infancia
guiado por una luz, la razón que no tenía ni podía tener cuando era “niño”.
Ahora bien, esta imagen del “niño” inocente y natural no fue, sin embargo,
incontestada. En primer lugar, el énfasis puritano en el pecado original de la
tradición cristiana mantenía su vigencia (Cunningham 2005: 66). Dejados a su
suerte, niños y niñas saldrían mal, pues el pecado original los inclina al mal; por
ello sus voluntades deben ser quebradas. Así lo expresa Veit Dietrich, pastor
protestante alemán de mediados del siglo XVI: “¿hay algo en la Tierra más
precioso, amigable, y digno de amor que un niño piadoso, disciplinado,
obediente, y que quiere aprender” (en Ozment 1983: 132). James et al. (1998:
11) señalan que en la construcción de este “niño malvado”, al mito adánico se le
ha de unir el antecedente filosófico de Hobbes, para quien, sin el
constreñimiento de los padres, la vida del “niño” sería anárquica. Como veremos
más abajo, la pervivencia en versión secularizada de este mito incide mucho en
la manía controladora que ejercen los adultos sobre los niños y niñas, pero la
entrada en escena de la imagen del “niño” romántico acabó con su posición
hegemónica como discurso sobre la infancia, y produjo una ambivalencia aún
persistente en la concepción de la infancia.
9
La filiación androcéntrica de estas ideas nos previene de escribir aquí “persona” o “ser humano”,
pues si el “niño” podía ser asexuado, el adulto era siempre varón.
41
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Ya desde finales del siglo XVIII, se podían escuchar voces que veían con la mayor
conmiseración el trabajo de los niños y niñas en las fábricas (Cunningham 2005:
140-141), en palabras dichas en 1819 por el poeta romántico Samuel Taylor
Coleridge, “nuestros pobres pequeños esclavos blancos, los niños en nuestras
fábricas de algodón” (en Griggs 1959: 922). Según la cosmovisión romántica, un
“niño” que trabajaba empezaba a ser visto como algo contrario a la naturaleza,
pues “mientras en la naturaleza el niño dedicaba su tiempo a crecer y jugar, en la
sociedad humana, o al menos en el sistema de las fábricas, era puesto a
trabajar” (Cunningham 2005: 144-145). El trabajo de “los niños” es el juego,
decía Susan Isaacs en 1929 (Isaacs 1936: 9), y, obviamente, cuando el juego es el
10
En 1852, en el Gran Manchester, el 76% de todas las niñas de 14 años y el 61% de todos los
niños de la misma edad trabajaba en las fábricas (Cunnighman 2005: 144).
42
1. LA(S) INFANCIA(S)
En forma directa, esta salvación fue asumida primero por filántropos en muchos
países del norte europeo y también en Estados Unidos, quienes no ocultaban
entre sus motivaciones la del miedo a las “clases peligrosas”, es decir, las clases
populares. Tal como la infancia burguesa, modélica, ideal, debe ser protegida
(infancia en peligro), de la infancia popular nos debemos proteger (infancia
peligrosa) (Donzelot 1998: 47 y 84). La masiva migración campo-ciudad
promovida por la revolución industrial empezaba a poblar las calles de niños y
niñas más o menos “indeseables”, que no trabajaban y que representaban a ojos
de las clases dirigentes un riesgo para la armonía social (Clarke 1985: 74-75).
Más encima, como el lugar de trabajo ya no era el hogar, los padres trabajadores
ya no podían cuidar, ni vigilar a su prole, lo que aumentó el miedo de las clases
medias y altas de que los niños y niñas desatendidos crecieran sin disciplina y se
dieran al carterismo (Singer 2005: 615). Son entonces los filántropos,
43
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Por otro lado, los trabajadores adultos empezaban a percibir que con la
presencia de los niños y niñas en las fábricas no eran sólo éstos los que sufrían.
La Factories Commission, comisión encomendada por la corona británica para
informar sobre el estado del trabajo infantil en las fábricas, señalaba en 1838
que “los niños y niñas empleados en las fábricas… forman, como una clase
distinta, una parte considerable de la población infantil, y su número aumenta
rápidamente, no sólo en proporción al incremento de la población involucrada
44
1. LA(S) INFANCIA(S)
45
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Entonces, más o menos desde comienzos del siglo XX, viene a ser una convicción
enraizada en Occidente contemporáneo no sólo que “el niño” debe jugar sino
que, al mismo tiempo, no debe trabajar (Liebel 2003: 275). En palabras de
Woodhead (1999: 45-46), se ha asentado el “modelo patológico” en virtud del
cual el trabajo daña el desarrollo infantil. Ahora bien, esta recién “ganada”
minusvalía económica de niñas y niños se compensó con su invaluabilidad
emocional; la legislación protectora de la infancia, que tanto respondía a, como
reforzaba las ideas de vulnerabilidad e inocencia infantil, “también facilitó la
sacralización del niño y consolidó su estatus de dependiente” (Shanahan 2007:
416). De este modo, en pocas décadas se pasó del niño o niña como (futuro)
trabajador del campo o la fábrica, que aportaba ya como niño o niña su trabajo a
la economía familiar, al “niño” como un inútil económico, pero un tesoro
emocional (Lancy 2007: 277; Makman 2004: 4, y en general Zelizer 1994)11.
11
Todavía en 1924, en Estados Unidos había voces que se quejaban de la legislación que prohibía
46
1. LA(S) INFANCIA(S)
hizo más que cualquier otra variable en los últimos 500 años para transformar
la experiencia y significado asociados a la infancia, al sacar, en principio,
aunque de hecho no inmediatamente, a los niños y niñas del mercado
laboral, ahora reservado a los que ya no eran tales. Fue esto lo que,
eventualmente, condujo en el siglo XX a una valoración emocional de los
niños y niñas mucho mayor que cualquiera existente en los siglos
precedentes.
el trabajo infantil, diciendo que con ella se acabaría con “la disciplina, el sentido del deber y
responsabilidad… que ganan un niño y una niña, en la casa, en la granja, en el taller, como
resultado del trabajo duro” (en Zelizer 1994: 67). Nótese que en este comentario aún no hay
identificación de la niña con la privacidad de la casa, ni del niño con el espacio público de la granja
o el taller.
12
Donzelot usa los masculinos genéricos “niños” e “hijos”, pero entendemos que se refiere a niños
y niñas, e hijos e hijas.
47
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
13
Ver también Turmel (1998 y 2008).
48
1. LA(S) INFANCIA(S)
49
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
1.3 El Desarrollismo
“Development, like history, is someone else’s work”;
“The forgetting of development may be a remembering of childhood”,
J.R. Morss (1996: ix).
En esta sección nos aproximaremos a las “ciencias” del desarrollo infantil, que
concierne principalmente a la psicología del desarrollo, pero toca también a la
pediatría y desde hace unos lustros, a las neurociencias, y lo haremos desde una
óptica particularmente crítica, en virtud de lo que entendemos ha sido una
influencia castradora del discurso desarrollista en la comprensión de la infancia.
14
Mantenemos, en general, el uso de comillas para referirnos al “niño” o “los niños” en cuanto
objetos del discurso desarrollista, o sea a los niños y niñas en cuanto dichos por el desarrollismo,
conceptos que, como veremos, no tienen solución de continuidad respecto del “niño” y “los
niños”, más o menos varones, y más o menos asexuados de la sección 1.2 precedente.
50
1. LA(S) INFANCIA(S)
51
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Este desarrollo en etapas sería algo natural, y por ello universal, es decir, común
a todos “los niños” (Morss 1996: 4); en palabras de David Archard (2004: 41 y
ss.), sería un proceso necesario, endógeno y teleológico.
52
1. LA(S) INFANCIA(S)
Entonces, por ejemplo, en el debate sobre qué respuestas del lactante serían
innatas, biológicas o pre-programadas –i.e. necesariamente universales- se ha
discutido el significado de su llanto, y muchos psicólogos han hipotetizado que
busca atraer a la madre (o cuidador principal), o manifestar hambre. Sin
embargo, tales hipótesis pierden valor una vez que se reconoce que en muchas
culturas del mundo mayoritario, y en la práctica totalidad de las culturas
cazadoras-recolectoras, que reproducen nuestro entorno de adaptación
evolutivo, las madres suelen llevar a sus hijos e hijas consigo, pegados al cuerpo,
y con acceso al pecho “a voluntad”, con lo que el llanto como forma de llamar a
la madre y/o pedir el pecho pierde su sentido (Burman 2008: 50).
Del mismo modo, tampoco se considera la posibilidad de que niños y/o niñas
pobres, o del mundo mayoritario, o de contextos no industriales, o no
occidentales, o con modos de vida de recolección y no acumulación, como los de
los grupos cazadores-recolectores, puedan necesitar habilidades psicológicas
distintas que las de la infancia minoritaria para sobrevivir, en mundos donde
muchas veces no hay un doctor cerca o donde el acceso a la comida o a lo que en
Occidente se entiende como vivienda adecuada es muy diferente (Singer 1993:
436). En este sentido, por ejemplo, muchas veces las normas de cortesía propias
de las clases medias pueden ser francamente contraproducentes en las vidas de
las niñas y niños de “villas miseria”, favelas, “barrios de chabolas”, etc., pues “las
niñas y niños desarrollan, inteligentemente, habilidades de sobrevivencia que
tienen sentido al interior de su medio social” (Boler 1999: 94, cursivas nuestras).
53
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
54
1. LA(S) INFANCIA(S)
15
Este estudio fue publicado originalmente en 1971, y plantea los problemas que le supone a la
psicología del desarrollo el corsé de la investigación meramente cuantitativa (por ser la única
supuestamente “científica”), por sobre la investigación cualitativa propia de la antropología
cultural. Gaskins (2000) también presenta a los Yucatec Maya como una sociedad donde la
observación es mucho más importante que la interacción durante la infancia, y en la cual las niñas
y niños no suelen iniciar una conversación con los adultos, salvo para pedirles algo que necesitan o
quieren en ese momento.
55
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
16
Por otro lado, las ideologías de crianza han cambiado al interior del propio paradigma
desarrollista, pasando del énfasis en la higiene y disciplina de los años 30 del siglo XX al énfasis en
la necesidad de amor y apoyo emocional de “los niños” posterior a la segunda guerra mundial. De
este modo, “desde la primera perspectiva, por ejemplo, la lactancia a demanda, común en muchas
zonas de África durante 18 y hasta 36 meses, podría interpretarse como una forma de ‘malcriar’ a
los bebés…; pero desde la segunda perspectiva, la misma práctica, en la medida en que no estaba
acompañada de las expresiones visuales y verbales de amor materno que eran esperables y
deseables según el observador occidental, fueron interpretadas a veces como negligentes para con
las necesidades emocionales del bebé”. Entonces, “¿las madres africanas ‘complacen’ a sus hijos e
hijas demasiado - o demasiado poco? Tanto la pregunta como su respuesta reflejan los prejuicios
de los observadores más que el contexto local que da forma a la experiencia infantil” (Levine et al.
2008: 56).
56
1. LA(S) INFANCIA(S)
Piaget (2002 [1950]: 12) dice que “la psicología del niño estudia a éste por sí
mismo en su desarrollo mental”. Es decir, que el objeto de estudio es el
desarrollo de la mente individual del “niño”. Y el objeto es éste pues para Piaget
el individuo, cualquier individuo, es un ejemplo, un representante típico de la
especie, por lo que como “los procesos, incluidos los procesos de desarrollo
cognitivo, son los mismos en todos los individuos, basta con estudiar a
cualquiera de ellos y luego generalizar” (Venn y Walkerdine, citados en Jenks
2005: 23). En otras palabras, un “niño”, cualquier “niño”, es todos “los niños”; o,
en palabras que ya son parte de nuestro moderno sentido común, “todos los
niños son iguales”, y las diferencias y mayor o menor competencia sólo tienen
que ver con la edad y respectiva etapa del desarrollo (ver Mayall 1994: 118).
Ahora bien, para que el individuo sea la especie hay que vaciarlo de todo aquello
que no se deba dar, también, en cualquier otro individuo. Es decir, hay que
reducirlo a un mínimo común denominador privándolo de su contexto. Lo
importante no es ya lo que se piensa sino cómo se piensa, o sea “la estructura
(generalizable) del pensamiento”, lo que significa que “el énfasis en la acción es
erosionado a favor de una creciente abstracción… dibujando Piaget, así, un
sujeto irrevocablemente aislado y situado fuera de la historia y la sociedad”
(Burman 2008: 245-246).
57
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
17
Levine y coautores sugieren que esto significa olvidar que lo cultural no sólo es el escenario
donde se despliega lo biológico, sino que también actor principal en dicho despliegue: “La
investigación en psicología del desarrollo… se ha centrado mayoritariamente en diferencias
individuales dentro de poblaciones relativamente homogéneas”, entendiendo que “las
características específicas de cada población… son una mera extensión de las diferencias
individuales”. Sin embargo, las características específicas de cada población son muy importantes
pues “los patrones de organización y conducta social…, o las reglas para demostrar emociones, que
varían a través de las especies en el reino animal, varían a través de las poblaciones en la especie
homo sapiens”. Y “la adaptación humana se lleva a cabo a través de la práctica localmente
58
1. LA(S) INFANCIA(S)
Y no es sólo que unos y otras sean estudiados fuera de y sin sus contextos, sino
que ni siquiera se puede decir que el “contexto” en el cual son estudiados sea
neutro, pues las observaciones emprendidas por la investigación se hacen “al
interior de un mundo organizado para ellos por los investigadores adultos”
(Kennedy 2006: 98), olvidando que “la conducta que exhibe un niño o niña
[durante un experimento] sólo puede ocurrir al interior de una situación social
que, primero, provoca dicha conducta, y luego, la interpreta, y así la construye”
(Burman 2008: 42)18.
organizada de estos códigos de conducta específicos a cada población” (Levine et al. 2008: 57-8).
18
Como previene Woodhead (2011: 52), tratando de matizar las críticas al desarrollismo, durante
los experimentos e investigaciones los psicólogos se suelen relacionar con los niños y niñas de
forma tan respetuosa y considerada como podrían hacerlo otros adultos que trataren con ellos en
la casa o el colegio. Sin embargo, como también reconoce Woodhead (2011: 52-53), el problema
se produce al momento de pensar y escribir sobre estos niños y niñas tan respetuosamente
tratados, pues entonces “el paradigma científico sigue esperando de los investigadores una
perspectiva objetiva. Su sujeto de estudio –el niño- es transformado en un objeto
despersonalizado de investigación sistemática, su individualidad evaporada en un conjunto de
variables mensurables…, condensadas en conjuntos de datos que sirvan para contrastar la
hipótesis sometida a prueba, y abstraídas para calzar en un patrón general de desarrollo”. Es decir,
y crudamente, aunque la objetivación de niños y niñas no implica que en el laboratorio se los trate
como a ratas de laboratorio, sí implica que se los piense y se los diga como tales.
59
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En definitiva, tras “el niño” normal, promedio, ideal, que marca la pauta para
todos los niños y niñas, no hay más, no puede haber más, que una ficción o mito,
“un producto de los aparatos de investigación… que construyen al niño por
medio de su mirada” (Burman 2008: 22). Como dice Latour (2007: 39-40),
hablando del método científico en general, “conocemos la naturaleza de los
hechos porque los hemos elaborado en circunstancias que controlamos a la
perfección”, lo cual tiene sentido sólo en la medida en que “se limite el
conocimiento a la naturaleza instrumentalizada de los hechos y que se haga a un
lado la interpretación de las cosas”. Y, lo que no se puede olvidar, no se trata de
cualquier ficción o mito. Una vez que se mantiene que quien conoce al individuo
conoce a la especie, evidentemente se deja establecido que las diferencias entre
los múltiples contextos vitales de esos individuos son irrelevantes, o por lo
menos sólo accesorias para su conocimiento; lo que se debe es precisamente
prescindir de ese contexto. Pero si a esto le sumamos que “el niño” al que se
dice “conocer”, y a partir de cuyo conocimiento luego se generaliza, es, como ya
dijimos, casi siempre “el niño” de una minoría culturalmente anómala en el
tiempo y el espacio, que es la infancia contemporánea de las clases medias
60
1. LA(S) INFANCIA(S)
19
Resumen del episodio en http://sepinwall.blogspot.com/2008/07/wire-season-1-episode-8-
lessons-newbies. html, consultado el 10 de marzo de 2011; el vídeo del diálogo aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=8C90g1o toA0, consultado el 3 de mayo de 2012.
61
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Hablando sobre los niños y niñas que trabajan como vendedores ambulantes en
muchas calles del mundo mayoritario, pero explicando casi literalmente la
situación del niño a cargo de Wallace, dice Walkerdine (1993: 460):
Estos niños y niñas son llevados a ser muy astutos en sus poderes de cálculo...
Sin embargo, ellos calculan por supervivencia. El dinero que ganan suele dar
de comer a sus familias. Las prácticas de cálculo en las que se inscribe la
subjetividad de los niños y niñas son extremadamente complejas y para sus
familias pueden significar la diferencia entre comer o pasar hambre. Esto
significa que complejos significados y relaciones emocionales se entretejen en
las prácticas de pensamiento. Cualquier aproximación a esto que no tenga en
cuenta la fantasía, el miedo, el dolor, el deseo, así como la necesidad
económica, de cómo estas prácticas motivan a su vez otras y entran en una
compleja red de relaciones, cae en la trampa moderna de ver el cálculo
simplemente como cálculo, una habilidad transmisible que puede separarse
de las prácticas en que se produce. En este análisis, el sujeto no posee una
habilidad, sino más bien el sujeto es creado, producido a través de las propias
prácticas. No hay un sujeto previo que posea la habilidad.
62
1. LA(S) INFANCIA(S)
La adultez, como dice Prout (2005: 60), se erige así como “el estándar de
racionalidad” y la meta hacia la cual deben transitar todos los niños y niñas, y
representa un estado no sólo completo –contra la incompletitud de la infancia-
sino que deseable (Jenks 2005: 8), como si el propósito social y ontológico de
63
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
cada niño y niña fuera dejar de ser tal (Jenks 2005: 34), moviéndose desde lo
infantil (y salvaje, y animal), hacia esa “cumbre logocéntrica” que son la adultez y
civilización (Walkerdine 1993: 455-456); desde el “niño primitivo y egocéntrico al
adulto autónomo, de principios, y subjetivamente reflexivo” (Ryan 2008: 561). Es
decir, debemos entender que, así como nosotros, adultos humanos,
evolucionamos de y desde los animales, también nos desarrollamos de y desde
los bebés. La evolución y el desarrollo se hermanan así como procesos paralelos
a través de los cuales surgirían mayores niveles de adaptación. En la estela de
Rousseau, lo social es, sigue siendo, naturalizado (Morss 1996: 25; Archard:
2004: 42).
Darwin, o cierta lectura de Darwin21, y Haeckel (1876), que fue quien popularizó
la teoría de la recapitulación, fueron muy influyentes en la naciente psicología
del desarrollo de fines del siglo XIX y comienzos del XX (Walkerdine 1993: 453)
En un artículo en Mind, Darwin (1877: 288) se preguntaba si acaso “¿podemos
no sospechar que los vagos pero muy reales miedos de los niños y niñas, que son
bastante independientes de su experiencia, sean los efectos heredados de
peligros reales y abyectas supersticiones de tiempos antiguos y salvajes? Es
conforme con lo que sabemos de la transmisión de caracteres otrora bien
desarrollados, que ellos aparezcan en un período temprano de la vida, y luego
desaparezcan”. Pero allí donde la selección natural de Darwin no era teleológica
(la evolución no tenía por que desembocar, necesariamente, en el homo sapiens,
pues era sólo un proceso de cambio adaptativo [Morss 1996]), la naciente
psicología del desarrollo sí leía una dimensión teleológica en la filogenia (ya no
es cambiar para adaptarse, sino cambiar para mejorar; no se cambia de “c”, a “j”,
20
“La ontogénesis, o desarrollo del individuo, es una breve y rápida repetición (recapitulación) de
la filogénesis, o desarrollo de la tribu a la que pertenece [ese individuo], determinada por las leyes
de la herencia y la adaptación” (Haeckel 1876: 355). Por tribu, explica Haeckel, ha de entenderse
los ancestros que forman la cadena de progenitores que dan origen al individuo en cuestión.
21
Morss (1996: 54) señala que el Darwin de los psicólogos del desarrollo no suele coincidir con el
Darwin histórico, pues la evolución para Darwin no es una forma de desarrollo, es decir, no es una
secuencia de tipos animales puestos en una escala ascendente.
64
1. LA(S) INFANCIA(S)
Durante los primeros años todo hombre civilizado pasa por esa fase de
carácter mostrada por la raza bárbara de la que desciende. Así como los
rasgos del niño –nariz plana, fosas nasales abiertas hacia delante, labios
grandes, ojos muy separados, seno nasal frontal ausente, etc- se asemejan
por un tiempo a los de los salvajes, así también se parecen sus instintos. De
ello se siguen las tendencias a la crueldad, a robar, a mentir, tan extendidas
entre los niños, las que, incluso sin la ayuda de la disciplina, se modificarán,
más o menos, igual que los rasgos lo harán (1898 [1860]: 205-206).
Cómo difieran las razas con respecto a las estructuras… de sus mentes, se
comprenderá mejor al considerar la diferencia, entre nosotros, entre la
mente juvenil y la mente adulta, que tan bien caracteriza a la diferencia entre
las mentes de los salvajes y los civilizados. En el niño vemos absorción en
hechos puntuales. Las generalidades, incluso de orden inferior, son
escasamente reconocidas, y no hay reconocimiento de las generalidades de
orden superior. Vemos interés en individuos, en aventuras personales, en
asuntos domésticos, pero no en asuntos políticos o sociales (1876: 9).
Es decir, “el niño” –de la raza que fuere- equivalía, incluso físicamente al
“salvaje”, o, lo que era lo mismo en el siglo XIX, a “el negro”, o “la mujer”22. Estas
son palabras del virrey de Egipto, a quien el autor de la época reconoce plena
autoridad en su descripción de los negros por haber tenido “amplias
oportunidades para lidiar con ellos”:
22
La visión colonial europea de África solía intersectar las nociones de “niños”, mujeres, negros,
animales y naturaleza. La Europa de finales del siglo XIX, consideraba vital para conservar su propio
orden constituir al no-europeo en periférico a los ejes de la razón, del mismo modo que en tierra
europea se había transformado en periférica a la mujer, encerrándola en el hogar: “tal como los
africanos eran feminizados, en términos de sus pasiones descontroladas y su irracionalidad,
también eran infantilizados y vistos en términos de su carencia de las cualidades del varón adulto,
blanco y occidental – una visión que legitimaba el proceso civilizatorio de conducir a los ‘niños’
[boys] africanos a la ‘adultez moral’ ” (Stephens 1995: 17-18).
65
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23
Como hemos dicho: visibilizar a las niñas es, también, visibilizar, es decir, conocer y señalar su
invisibilización. En este caso, conocer y señalar que desde el origen del desarrollismo son ellos, “el
niño” y “los niños”, el modelo del desarrollo.
24
“Entonces, el niño en el vientre materno es análogo al pez, el bebé al primate, el niño pequeño
al mono, el adolescente al primitivo cazador-recolector. Cada historia humana individual es una
recapitulación de la historia de la raza. Se sigue que una buena forma de entender –y tratar- a un
niño de 5 años es como uno entiende y trata a un mono” (Kennedy 2006: 64).
66
1. LA(S) INFANCIA(S)
¿Cómo llega “el niño” a este ideal adulto? ¿Cómo sale de esa infancia precaria e
indigente? Cursando las distintas etapas del desarrollo; sin saltarse, sin
demorarse, sin apurarse en ninguna.
25
Esta visión de ascensión hacia la normalidad adulta masculina no está en ningún caso superada.
Mírese cómo define el diccionario de la RAE (22ª ed.) una “niñada”: “Hecho o dicho impropio de la
edad varonil, y semejante a lo que suelen hacer los niños, que no tienen advertencia ni reflexión”.
Entonces, un hombre o varón –pues las mujeres, por naturaleza, no llegan a tal edad varonil (i.e.
adultez)- actúa regresivamente cuando lo hace de forma inadvertida o irreflexiva, como hacen
niñas y niños.
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1. LA(S) INFANCIA(S)
quince palabras a los 18 meses, ni usa frases de dos palabras a los 2 años, o no
puede empujar un juguete con ruedas a los 2 años26.
De los 3 a los 4 años, la AAP alivia a los padres diciendo que, con el tercer
cumpleaños, “los ‘terribles dos’ están oficialmente terminados, y empiezan los
‘años mágicos’ de los 3 y 4 años, donde el mundo del niño o niña estará
dominado por la fantasía y la imaginación”27. En esta etapa, los niños y niñas
deben poder subir y bajar escaleras solos; patear un balón hacia adelante; tirar
un balón con la mano; agarrar un balón que está dando botes, al menos la
mayoría de las veces; usar tijeras; empezar a copiar letras mayúsculas; hablar en
frases de cinco a seis palabras; contar historias; hablar de manera
suficientemente clara como para que entienda un extraño; jugar juegos de
fantasía; imaginar que muchas imágenes desconocidas son “monstruos”, etc.
Igual que con la etapa de los 2 años, la AAP advierte que no hay que preocuparse
si el desarrollo se da de manera “ligeramente diferente”, pero llama a alarmarse
si el niño o niña no puede tirar una pelota con la mano, ni andar en triciclo, ni
sostener un lápiz entre los dedos y el pulgar; si tiene dificultades en garabatear
sobre el papel; si no puede apilar cuatro cubos, si todavía llora cuando sus
padres se separan de él; si muestra desinterés hacia los juegos interactivos; si no
responde a gente fuera de su familia; si no juega juegos de fantasía; o si no usa
frases de más de 3 palabras28.
Entonces, entre los 2 y los 4 años los niños y niñas, todos los niños y niñas, se
entiende, deben, entre otros logros, hacerse cada vez más hábiles con el balón,
las escaleras, las tijeras, el triciclo, o los lápices, todo lo cual, supone que haya
balones, escaleras, tijeras, triciclos y lápices a mano. Es decir, si bien la habilidad
requerida se plantea como universal, el ejemplo de habilidad, necesariamente,
se plantea como ejercido en determinado contexto, un contexto que, al menos,
ha de contar con balones, tijeras, escaleras, triciclos y lápices, lo que excluye del
ejemplo a todas aquellas sociedades cuyas vidas transcurren en una sola planta,
cortan sólo con cuchillos o machetes, no patean ni lanzan más que piedras, se
mueven sólo caminando o a caballo, y no conocen la escritura. Como dice
26
En http://www.healthychildren.org/English/ages-stages/toddler/Pages/Developmental-
Milestones-2-Year-Olds.aspx, consultado el 14 de febrero de 2012.
27
En http://www.healthychildren.org/English/ages-stages/toddler/Pages/Developmental-
Milestones-3-to-4-Years-Old.aspx, consultado el 14 de febrero de 2012.
28
En http://www.healthychildren.org/English/ages-stages/toddler/Pages/Developmental-
Milestones-3-to-4-Years-Old.aspx, consultado el 14 de febrero de 2012.
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
La AAP también dice que el niño o niña entre los 2 y los 4 años debe desarrollar
una serie de talentos comunicacionales, como usar cierto tipo de frases (cada
vez más complejas), con cierto número de palabras (cada vez mayor), así como
contar historias. Pero, ¿y si el niño o niña pertenece a un grupo como los Kipsigi
de Kenya, donde, como dijimos más arriba, la competencia comunicativa pasa
por guardar silencio en presencia de los mayores o de personas de más estatus,
ya que el valor lingüístico más importante es la comprensión, para la cual se
necesita saber escuchar, y no la producción, para la cual se necesita saber
hablar? (ver Harkness y Super 2008)29.
Del mismo modo, la AAP habla de que el niño ha de empezar con el juego
simbólico o de pretensión (make-believe play), pero el caso es que, como
muestra Smith (2006: 42), hay muchas sociedades en las cuales tal juego tiene
un muy bajo perfil. Entonces, ¿si el juego de pretensión no aparece en las niñas y
niños de dichas sociedades, o aparece no sólo “ligeramente” más tarde sino que,
sencillamente, más tarde, habrá una patología en las niñas y niños, en la
sociedad, en ambos, en ninguno?
En seguida, la AAP señala que a los 2 años se debería mostrar cada vez más
entusiasmo por la compañía de otros niños y/o niñas, lo que supone que antes
de esa edad el entusiasmo no es tanto. Sin embargo, ¿en qué queda este hito si
la falta de entusiasmo previa no tenía que ver con los niños y niñas sino con el
contexto en el que los habían puesto los adultos? Konner (2010: 498) argumenta
convincentemente que “la mayoría de los niños y niñas en la mayoría de las
29
Y pareciera que cuando el niño o niña de 2 años muestra entusiasmo, y el de 3 a 4 años cuenta
historias, lo importante no son las razones del entusiasmo, ni el contenido de las historias, sino el
hecho de entusiasmarse y contar; es decir, el hito en su desarrollo que esto supone, más que el
significado que ese entusiasmo e historias tienen en las vidas presentes de esos niños y/o niñas
(ver John 2003: 67).
70
1. LA(S) INFANCIA(S)
culturas nunca ha tenido que desarrollar su competencia social con niños y niñas
de su misma edad”, y que tener que hacerlo “no es natural para los bebés, ni
para los niños y las niñas pequeñas”, pero en el mundo minoritario seguimos
encerrando a las niñas y niños en guarderías y colegios estrictamente de acuerdo
con su edad. Por ello, no es de extrañar que los psicólogos del desarrollo hablen
luego de la normalidad del juego solitario en niños y niñas de 1 año, como si aún
no se interesaran en jugar con otros niños o niñas per se, y no, como suele ser el
caso, como si sólo no se interesaran en jugar con otros niños y niñas de su misma
edad.
Sobre la etapa que va de los 3 a los 4 años, la AAP lanza un mensaje de alivio a
los padres diciendo, como acabamos de referir, que con el tercer cumpleaños
“los ‘terribles dos’ están oficialmente terminados, y empiezan los ‘años mágicos’
de los 3 y 4 años, donde el mundo infantil estará dominado por la fantasía y la
imaginación”. Es decir, asume que durante la etapa de los 2 años las niñas y
niños son terribles, o tienen un comportamiento terrible. Alderson,
correctamente, señala que este tipo de nociones de etapas inexorables son una
especie de racismo,
pero en vez de culpar al color de piel… se culpa a la edad sin hacer referencia
al contexto… Se necesitan al menos dos personas para que haya una
discusión temperamental, que usualmente es una lucha de poder. Los adultos
son los que tienen más poder, pero nociones como los ‘terribles dos’… no
sólo absuelven a los adultos de cuestionar el uso o abuso de su poder, sino
que justifican un control adulto más firme, al sugerir que los niños y niñas de
2 años son volátiles y están fuera de control (Alderson 2008: 117).
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1. LA(S) INFANCIA(S)
contada. En otras palabras, el código del calendario secular, que enmarca las
explicaciones históricas, contiene implícitamente la siguiente afirmación: que,
con independencia de la cultura o la conciencia, la gente existe en el tiempo
histórico (Chakrabarty 2000: 74).
Y ahora veamos cómo queda la cita una vez hecha la paráfrasis -en este
contexto, reclamada por el propio texto- de crítica al desarrollismo como
discurso que encorseta el tiempo (y la vida) de los niños y las niñas:
Otro problema que surge al entender el crecimiento infantil como una sucesión
de etapas cronológicamente demarcadas que se van aprobando como quien
aprueba un examen, y en las cuales se van adquiriendo y desarrollando,
progresivamente, distintas competencias y habilidades –“el niño” como
“solucionador de problemas”-, es que “las características indeterminadas,
ambiguas y no-instrumentales del comportamiento de un niño o niña son
suprimidas” (Burman 2008: 43). Es decir, lo que no cae dentro del desarrollo
normal, ni anormal –por la ausencia de dichas características esperadas y
esperables- es suprimido como objeto de conocimiento y como experiencia
infantil digna de ser conocida. Los claroscuros de niñas y niños, sus zonas grises,
son despejadas en zonas exclusivamente de blancos (desarrollo normal), y
negros (desarrollo anormal).
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1. LA(S) INFANCIA(S)
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Por ello dice Bird (1999: 18) que “un desafío de la psicología del desarrollo de
nuestros días es reconocer las normas culturales ocultas en las que descansan
nuestros juicios sobre la competencia”. Es decir, no se puede hablar de
competencias en sí mismas, sino de competencias para, y este “para” está
siempre referido a los objetivos que la cultura de que se trata tiene por valiosos.
76
1. LA(S) INFANCIA(S)
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Pero esta agencia y competencia infantiles no son sólo un fenómeno del mundo
mayoritario, aunque sea ahí donde se dan de manera más explícita y legitimada
culturalmente. También en el mundo minoritario las niñas y niños muestran esa
agencia y competencia, como veremos más latamente al hablar de la sociología
de la infancia (sección 1.7) y el trabajo infantil (sección 3.4). Por eso, tanto de
unos como de otros niños y niñas se puede decir que “no sólo son modelados
por la cultura, sino que también ayudan a modelarla. En otras palabras, que no
es sólo que la infancia modele las experiencias de niños y niñas, sino que
también éstos ayudan a modelar la naturaleza de la infancia que viven” (James y
James 2001: 30), y, más generalmente, la naturaleza de la sociedad y de la
cultura en que habitan (Shanahan 2007, Hirschfeld 2002, Rodríguez 2007).
78
1. LA(S) INFANCIA(S)
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3.4), debería poner sobre aviso a quienes tienden a otorgarle carácter de norma
universal, al menos por razones estadísticas, tan caras a la investigación
cuantitativa.
no sólo sugiere al niño/a que el mundo físico puede ser interesante sino que
la exploración funciona mejor con el apoyo de otro…. También asocia el
placer de aprender con el de controlar la atención de otro, y de recibir elogios
(incluidos elogios impostados), con lo que los niños y niñas se hacen
dependientes de la audiencia: el fenómeno del “¡Mamá, mira!”.
80
1. LA(S) INFANCIA(S)
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son, sino por el reclamo de que la vulnerabilidad de que se habla es, exclusiva o
principalmente, la vulnerabilidad de los niños y niñas. A modo sólo ilustrativo,
me permito una nota personal al respecto.
82
1. LA(S) INFANCIA(S)
parte del niño o niña respecto de los padres o cuidadores que deja (Howe et al.
2001; Sharma et al. 1996). Y sin embargo, los adultos solemos enfatizar que, de
todos los niños y niñas, el lactante es el más dependiente y vulnerable. Es
necesario, entonces, aclarar de qué vulnerabilidad y dependencia se está
hablando al decir que “los niños son vulnerables y dependientes”, a la vez que
dilucidar, y ésta es una cuestión política, cuál es la dependencia y vulnerabilidad
que más nos importa, a nosotros, los adultos (ver secciones 1.6, 2.2.ii y 3.2.iv). Es
decir, el que los niños y niñas sean dependientes y necesitados, en ciertos
sentidos, no significa que sean unos dependientes y necesitados, ni que los
adultos no sean dependientes y necesitados, en otros sentidos. En suma de lo
que se trata es de considerar si hay alguna independencia que no sea también,
siempre, interdependencia. Volveremos sobre esto (secciones 2.4.iii, 3.3, 3.4 y
3.5.i).
en términos modernos, los negros, las mujeres, [los niños y niñas], etc.,
pueden razonar tan bien como los hombres blancos: el problema yacería en
la aproximación parcial, sexista, racista [y adultista] de los psicólogos. Pero en
términos postmodernos, el problema yace en otro lugar, y ningún tipo de
trabajo empírico que demuestre los poderes de razonamiento va a resolverlo.
Es decir, en la medida en que los llamados a definir quién sabe y quién no, quién
piensa bien y quién mal, quién es competente y quién dependiente, quién es
cosa y quién ciudadano, sean sólo algunos, en este caso, adultos
hipercualificados mayoritariamente pertenecientes al mundo minoritario, la
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84
1. LA(S) INFANCIA(S)
30
El psicoanálisis es un discurso importante en el nacimiento del desarrollismo, y se estructura
sobre ciertas claves desarrollistas, tales como el desarrollo (psicosexual) en etapas, o el hondo
impacto de las experiencias infantiles en el futuro adulto (véase el trauma). Sin embargo, aquí no
profundizamos en él pues el psicoanálisis no ha consolidado el estatus de ciencia natural que
reclama para sí la psicología del desarrollo, la pediatría o las neurociencias, y que les es reconocido
a éstas pero no a aquél. Karl Popper (1989: 34-38), uno de entre muchos guardianes del rigor
científico, desdeña el psicoanálisis por ser una teoría que, en cuanto no falseable, no refutable, y
no comprobable, también sería no científica (ver también Webster 2002; C. Meyer 2007). Esta falta
de rigor “científico” hace que el psicoanálisis tampoco pueda reclamar ese afán normativo, ni
poseer esa posición hegemónica que sí posee el desarrollismo de tintes más marcadamente
“científicos”, como veremos más abajo. Para Francia como una excepción a esto, en cuanto el
psicoanálisis sí habría sido vehículo normativo, ver Donzelot (1998).
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En segundo lugar, Derbyshire (2011) critica los estudios con animales, por
ejemplo, el clásico estudio con gatos a los que se les cosió un ojo desde recién
nacidos, para luego comprobar que, al descoser, no veían porque el cerebro ya
estaba “formateado” para no ver por ese ojo; es decir, que el período crítico ya
86
1. LA(S) INFANCIA(S)
había pasado para “formatear” bien el ojo. Como bien dice Derbyshire, ¿se
pueden extrapolar estos resultados, que proceden de situaciones absolutamente
excepcionales, como pasar 23 horas aislado en el caso de los niños y las niñas
rumanas, o tener un ojo cosido en el caso de los gatos, al momento de teorizar, y
en el caso del informe de Harvard, proponer políticas, para todos?
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1. LA(S) INFANCIA(S)
En suma, concluye Konner (2010: 611; ver también Schaffer 2000), y nosotros
con él,
89
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90
1. LA(S) INFANCIA(S)
453)31. Desde entonces, éste fue “objeto tanto de investigación científica como
blanco de un conjunto de prácticas de normalización” (Henriques et al. 1984:
102). De este modo, ya desde finales del siglo XIX, la psicología del desarrollo
encarnó el rol de administrar socialmente el modo en que nos pensamos y
comportamos, especialmente referido a los niños y niñas, y a las familias (Bloch
2000: 258).
31
Walkerdine (1993: 455) no niega la existencia del cambio, pero señala que “el ‘desarrollo’ como
objeto no equivale a la comprensión del cambio, crecimiento, transformación, etc.”.
91
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Con su descripción de las etapas del desarrollo del “niño”, la psicología del
desarrollo normaliza en primer lugar el punto de llegada (cierta adultez). En este
sentido, el “desarrollo” es siempre dicho por un superior (adulto) a un inferior
(niño o niña): “ ‘Soy tu futuro’ dice el superior, ‘no hay alternativas’ ” (Morss
1996: 150). Pero también marca una estricta pauta para todo el camino hacia
esa adultez. Toda la infancia está marcada por las etapas e hitos de los que
hablamos más arriba (siendo el gran hito la llegada a la adultez), “cada detalle de
la vida de las niñas y niños se ha convertido en objeto del escrutinio científico…,
para percibir, clasificar y corregir el desarrollo anormal y patológico”
(Walkerdine 1993: 454-455). Inevitablemente, con esto “la investigación en
desarrollo refuerza las relaciones de poder dentro de las cuales se regulan las
92
1. LA(S) INFANCIA(S)
vidas, el aprendizaje y las expectativas de niñas y niños, sea en las familias, los
colegios o la sociedad” (Woodhead 2011: 54).
Los que han estudiado el desarrollo del cerebro han descubierto que para
conseguir la precisión del patrón adulto, la función neuronal es necesaria: el
cerebro debe ser estimulado de alguna manera. De hecho, varias
observaciones durante las últimas décadas han demostrado que los bebés
que pasaron la mayor parte de su primer año de vida acostados en sus cunas
se desarrollaron de forma anormalmente lenta. Algunos de estos niños y
niñas no se podían sentar a los 21 meses de edad, y menos del 15 por ciento
podía caminar a los tres años. Los niños y niñas deben ser estimulados -a
través del tacto, el habla y las imágenes- para desarrollarse plenamente
(Shatz 1999: 151).
Sería interesante saber cuántos de esos niños y niñas sí se podían sentar a los 25
meses o a los 30 meses, y si se sentaron tan “tarde”, de acuerdo con los hitos del
desarrollo, saber también en qué lugar se explica el perjuicio que se sigue de eso
para el niño o niña, que no sea otro que el de no cumplir con las expectativas
sociales y culturales que de su desarrollo se tienen. Pero el caso de Shatz es que
“los niños” deben ser estimulados tempranamente en base al impacto indeleble
de los primeros años en el resto de la vida, y a partir de juicios sobre el
(in)cumplimiento de los hitos del desarrollo. Como se ve, esto es desarrollismo
de manual, aunque ya no se trata sólo de proteger a “los niños” de experiencias
duras (como pasar 23 horas en una habitación de orfanato rumano, o sufrir la
costura de un ojo), de privaciones, de un llanto desatendido, ni siquiera de la
falta de cariño, sino que de asumir la responsabilidad de estimularlos
activamente, lo que hace necesario distinguir entre buenos estímulos para un
buen desarrollo, un desarrollo normal, y otros no tan buenos, o derechamente
malos, que acabarán en un desarrollo anormal, o patológico (ver Castañeda
2002: 75). ¿Cuáles son esos buenos estímulos? La autora de este artículo dice
que todavía no hay precisión sobre cuáles sean los estímulos más adecuados
para provocar conexiones neuronales particulares en los recién nacidos (Shatz
1999: 152), lo que es lógico si, como ya dijimos más arriba, no se ha probado el
vínculo causal entre estímulos o experiencias tempranos, y patologías o salud
subsecuentes. Pero no saber cómo estimularlo “bien” no parece relevante ante
el hecho de que un niño o niña no se siente a los 21 meses; lo importante, nos
viene a decir la autora, es que “¡haga usted algo, no sé qué, pero algo!”. Los
93
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padres y el sistema educativo pasan a ser responsables de ese algo que asegure
el desarrollo normal (Castañeda 2002: 77-80), lo que la literatura de divulgación
desarrollista transforma en verdaderas amenazas a padres y educadores
fundadas en la conexión indeleble, irreversible, e insistimos, no probada, entre
(buen o mal) estímulo y (buen o mal) desarrollo: “[l]os circuitos en las diferentes
regiones del cerebro maduran a ritmos diferentes. Como resultado, los distintos
circuitos son más sensibles a las experiencias de la vida a diferentes edades. Dale
a tus hijos el estímulo que necesitan cuando lo necesitan, y todo será posible.
Equivócate, y todo estará perdido” (Begley 1996).
Imaginemos este texto, referido sobre todo a los primeros 5 años (infancia
temprana), en manos de políticos: “argumentos irrefutables” para intervenir en
las “poblaciones de riesgo”, que usualmente serán las minorías étnicas o
raciales, las clases trabajadoras, y los países “en desarrollo”, y para intervenir
incluso en las vidas de las mujeres embarazadas, porque de ello depende
prácticamente toda la salud social (buen rendimiento escolar, productividad,
ciudadanía responsable, es decir obediente, y crianza que reproduzca todo lo
anterior). Cuesta imaginar mayor afán normativo, y todo ello, “dicho
simplemente”, para no desperdiciar “la oportunidad sin precedentes de lanzar
una nueva era, científicamente guiada, de políticas sobre la infancia” (Dev. Child
Harvard 2007: 7). La crianza, en definitiva, como un proyecto “científico” (ver
Derbyshire 2011), en el cual nada habría de político ni ideológico, sólo políticas al
servicio de la ciencia...
94
1. LA(S) INFANCIA(S)
A pesar de las críticas que merece y que aquí hemos elaborado, el desarrollismo
en relación con la infancia permanece como una isla inmune a la ola crítica que
puso entre signos de interrogación a ideologías hegemónicas durante el siglo XX,
sea “al capitalismo en relación con la clase social, al colonialismo en relación con
la raza, o al patriarcado en relación con el género” (Jenks 2005: 4). Al rol de
supervigilante de “la” infancia, que de derecho reclama el desarrollismo, y en
particular la psicología del desarrollo, se ha de sumar el rol hegemónico que, de
hecho, tiene en lo relativo a la regulación de las infancias contemporáneas. El
desarrollismo ha logrado trascender el ámbito académico e instalar su discurso
normativo en el corazón de nuestra cotidianeidad (Morss 1996; Burman 2008).
Entre otros medios, una creciente literatura de divulgación ayudó a llevar el
lenguaje desarrollista al día a día, y así “términos como ‘control de esfínteres’
(potty training), ‘etapa del desarrollo’, o ‘lazo’ [o ‘apego’] (bonding), se han
incorporado al lenguaje común del cuidado de los niños y niñas” (Prout 2005:
51). La publicidad –en diarios, radios, televisión, internet, etc.- está
continuamente haciendo referencia a las necesidades de “los niños” según sus
distintas edades para la promoción de determinados productos, lo que se ve, por
ejemplo, en que muchos juguetes y juegos vienen con recomendaciones según la
edad. Pero el modelo de desarrollo en etapas también orienta “las políticas
sociales, desde la enseñanza obligatoria, a la privacidad para practicar vicios
personales, hasta el acceso a ciertos derechos” (Ryan 2008: 561).
95
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
32
Especial, pero no únicamente en el mundo anglosajón: en Francia, ya en 1912 la nueva
legislación de menores sustrajo de los jueces la facultad de decidir sobre el discernimiento infantil,
y se la entregó a los médicos (Donzelot 1998: 126-127).
96
1. LA(S) INFANCIA(S)
(Burman 2008: 5). Así, por ejemplo, el informe de UNICEF, Estado Mundial de la
Infancia, de 2001, sobre la “primera infancia”, dice, entre otras cosas,
La mayor parte del desarrollo maravilloso del cerebro ocurre antes de que el
niño cumpla tres años. Mucho antes de que muchos adultos se percaten de lo
que está ocurriendo, las neuronas del niño proliferan, las sinapsis establecen
nuevas conexiones con asombrosa velocidad y se marcan las pautas para el
resto de la vida. En un breve lapso de 36 meses, los niños adquieren
capacidad de pensar y hablar, aprender y razonar y se forman los
fundamentos de los valores y los comportamientos sociales que los
acompañarán durante la vida adulta.
Debido a que los primeros años son una época de grandes cambios con una
influencia que dura toda la vida, es preciso asegurar los derechos de la
infancia al comienzo mismo de la existencia. Las decisiones que se tomen y las
actividades que se realicen en nombre de los niños durante este período
fundamental influyen no solamente en la forma en que los niños se
desarrollan sino en la manera en que progresan los países.
Cuando el niño no es objeto del cuidado que le hace falta durante los
períodos de desarrollo decisivos, o cuando sufre hambre, abusos o abandono,
es posible que se vea afectado el desarrollo del cerebro. Muchos niños que
viven en situación de emergencia o desplazamiento o en una época posterior
a un conflicto padecen traumas graves y sufren tensiones extremas que no
encuentran solución, circunstancias que debilitan en particular a los niños
pequeños. Sólo se activan unas cuantas sinapsis, mientras que el resto del
cerebro se paraliza. A esta tierna edad, esta paralización detiene el motor del
desarrollo. (UNICEF 2001: 14, cursivas nuestras).
97
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
33
El original en inglés dice “all children”; traducimos usando el masculino genérico, es decir, sin
desdoblar en “niños y niñas”, pues el BM está hablando de “los niños” como objetos del desarrollo,
de un supuesto “niño” universal que se desarrolla según una secuencia conocida de antemano,
más o menos varón, más o menos asexuado, más o menos descontextualizado, instrumentalizado
y cosificado.
98
1. LA(S) INFANCIA(S)
Ahora bien, el interés del Banco Mundial no es sólo describir lo que es y necesita
la infancia, según la entiende dicha institución, sino dar un marco de justificación
a la necesidad de intervenir en la infancia temprana. Y lo que es evidente, por la
naturaleza de la actividad del BM, es que la intervención se hará en zonas,
países, o culturas donde, muy probablemente, la infancia se conciba de manera
muy distinta a como la concibe el BM. Dice el BM, en el documento ¿Por qué
intervenir en el Desarrollo de la Infancia Temprana?:
99
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
implica cambio natural, de un nivel inferior a uno superior” (Morss 1996: 57),
pero aquí tan sólo se conduce al individuo desde un nivel (llamémosle “niño del
BM”) hasta otro nivel (llamémosle “adulto del BM”) no en cuanto superior, sino
en cuanto requerido por las estructuras sociales, políticas y económicas. Las
manzanas maduran; “los niños” son “madurados para”.
100
1. LA(S) INFANCIA(S)
1.5 Socialización
Dijimos, antes de nuestra crítica al desarrollismo, que los dos discursos
articuladores de la concepción occidental de la infancia eran el desarrollismo y la
socialización. Y los tratamos en este orden pues las teorías sobre la socialización
infantil han estado subordinadas a las teorías sobre el desarrollo infantil (Corsaro
2005: 10; James et al. 1998: 173; Mayall 2002: 24). A finales del siglo XIX se
habría producido una verdadera división del trabajo científico entre psicólogos y
sociólogos, en virtud de la cual los primeros se hicieron cargo de las niñas y
niños, y de la infancia, y los segundos de la familia. La infancia parecía desafiar la
división entre naturaleza y cultura, un híbrido en parte social y en parte natural
que no cuajaba bien con la mentalidad moderna que descansaba precisamente
en describir y entender dicotómicamente la realidad. Por eso, los sociólogos
terminan “cediendo” la infancia a la naturaleza, o sea, a quienes como tal la
describen y entienden, a saber, los médicos y psicólogos del desarrollo (Prout
101
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
34
Esta “división del trabajo” se mantiene en España. El “XI Congreso Español de Sociología”,
celebrado en julio de 2013 en Madrid, contó con un Grupo de Trabajo sobre Sociología de la
Familia, pero ninguno sobre Sociología de la Infancia, entre un total de 36 grupos de trabajo. Ver
http://www.fes-web.org/grupos-de-trabajo/pages.1/, consultado el 9 de septiembre de 2013.
102
1. LA(S) INFANCIA(S)
Honig (2011) plantea un problema importante que surge con esta perspectiva
crítica de la socialización. Comentando a Jenks (2005), pero en una crítica que se
puede ampliar en general a las posiciones de la “nueva” sociología de la infancia
(ver sección 1.7), señala que “la violencia conceptual que se ejerce sobre el niño”
al someterlo a las normas y normalidad sociales “no puede ocultar que cada
cuestión relativa al niño depende de un marco teórico si quiere llegar a alguna
respuesta” (Honig 2011: 66). La pregunta que buscan responder las teorías de la
socialización, en específico la de Parsons, es aquélla sobre las condiciones de
posibilidad del orden social, sobre la constitución de lo social, pregunta que, dice
Honig, no interesaría a Jenks (y por extensión, tampoco a gran parte de la
“nueva” sociología de la infancia). Una crítica fundada a Parsons debería, por
ello, hacerse cargo de una respuesta alternativa a esta pregunta, más que criticar
la aproximación de Parsons “en el nombre del niño” (Honig 2011: 66). En otras
palabras, aunque para Parsons “los niños” estuvieran en un segundo plano, pues
su pregunta no tenía que ver directamente con ellos, si realmente creemos
importante hacernos cargo de las condiciones de posibilidad del orden social no
podemos reformular su pregunta para ahora dejar a éste en un segundo plano,
por mucho que se quiera con ello darle un nuevo estatus a niñas y niños. La
objeción que plantea Honig es importante, y nos haremos cargo de ella en dos
partes. Primero enfocándonos en el concepto de “orden social” (la realidad a la
que deben terminar adecuándose las niñas y niños), y luego en el de
“socialización” (el camino que deben andar las niñas y niños para dicha
adecuación).
103
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
¿Qué orden social? Si se quiere ir al fondo del tema del orden social, esta
pregunta no basta. El concepto de orden social es normativo, no descriptivo
(como podría ser “la sociedad”), por lo que una verdadera problematización, una
pregunta crítica, debe preguntar, más bien, ¿el orden social de quién?, ¿lo
ordenado por quiénes? Y aquí es donde la “nueva” sociología de la infancia
responde que, en la infancia minoritaria pero hegemónica, los niños y niñas son
socializados hacia (y desde) un orden social que no es el suyo, en cuanto niños y
niñas (ver sección 1.7). ¿Qué legitimidad tiene ese orden social ante los niños y
niñas? En cuanto futuros adultos, alguna, pero en cuanto niños y niñas, ninguna.
Unos y otras deben adecuarse, o más bien ser adecuados a una dada y
dominante formación social y cultural (Jenks 2005: 12), que depende, como dice
Jenks (2005: 17), de la “captura exitosa” de las personalidades totales, lo que
“eclipsa la posibilidad de divergencia, desbandada, disenso, o diferencia
individuales. El sistema se alimenta de las personalidades obedientes de sus
miembros”. “El niño” es “la diferencia” que debe ser asimilada por el sistema
(Jenks 2005: 19).
104
1. LA(S) INFANCIA(S)
Pero hablar de orden social hegemónico significa que hay otros “órdenes
sociales”, en los cuales operarían otras “socializaciones”. La crítica de Honig es
importante pues resalta lo inevitable de este proceso, al menos en la medida en
que la infancia siempre comprende algún tipo de aprendizaje, de algún tipo de
normas y saberes. Criticar el orden social que manda cierto modelo de
aprendizaje no significa barrer con el concepto de orden social, sino sólo poner
en cuestión determinado orden social, en nuestro caso, la sociedad capitalista,
logocéntrica y, en especial, adultocéntrica, del Occidente contemporáneo. ¿Qué
pasa pues, en otras sociedades?, ¿opera igual la socialización?
El que “el niño” deba ser activamente socializado por los adultos es ciertamente
una anomalía cultural de nuestro mundo occidental contemporáneo. En las
diversas culturas no industriales “los adultos tienen la clara expectativa de que la
observación e imitación de las niñas y niños asegura que están aprendiendo la
cultura prácticamente sin instrucción explícita” (Lancy 2008: 154). Esta
expectativa adulta depende, en primer lugar, de que la sociedad esté
efectivamente abierta a niñas y niños, de que el “mundo adulto” no sea un
compartimento estanco cerrado a la contemplación y curiosidad infantil, es
decir, de que no haya una separación rotunda entre infancia y adultez,
dependencia e independencia, ni trabajo (adulto) y juego (infantil). Más arriba
vimos que la crianza en las sociedades no industriales no recae exclusivamente
en los adultos, sino también en los niños y niñas, sean hermanos/as mayores,
primos/as, u otros, quienes muchas veces no se limitan a reproducir la crianza de
los adultos sino que tienen que dar creativamente con nuevas formas de crianza
(ver Weisner y Gallimore 1977). También vimos que es normal descubrir en las
niñas y niños un “ethos de autosuficiencia” (Bird y Bliege-Bird 2005), es decir, de
independencia, que es aceptado por los adultos y que se traduce en su
participación en las labores de reproducción social, de la cual muchas veces
depende el funcionamiento de toda la familia. Estas labores, como dice David
Lancy en la cita que acabamos de transcribir, no son el resultado de una
instrucción explícita, ni formal, sino que, como dijimos más arriba, surgen de la
experiencia con otros adultos, y otros niños y niñas; es decir, los niños y las niñas
105
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
mucho más aprenden que son enseñados (ver Kamei 2005; Tucker y Young
2005). Asimismo, si la vida de adultos y de niños y niñas, el trabajo (adulto) y el
juego (infantil), acontecen en espacios y tiempos continuos, no separados, el
juego infantil se abre al trabajo adulto como fuente de aprendizaje. Lancy (2008)
comenta que en las aldeas de los Kpelle de Liberia hay un lugar llamado
“lugarmadre” (motherground) que consiste en un espacio llano y abierto en
donde las niñas y niños juegan a la vista de los adultos que trabajan o descansan
cerca, y que a veces también sirve a éstos para disponer los materiales de
construcción o secar ropa y frutos. En el “lugarmadre” confluyen grupos de juego
formados por niños y niñas de distintas edades, los mayores asumiendo una
distendida vigilancia de bebés y más peque-ños mientras juegan sus propios
juegos. En caso de conflicto o de que un niño o niña se haga daño, siempre hay
algún adulto cerca para intervenir. Lo relevante para nuestro análisis es que
situar las áreas de juego cercanas a los adultos no sólo permite disminuir la carga
de trabajo adulta en el cuidado de los niños y niñas, pues permite a los adultos
supervisarlos casi sin esfuerzo, sino que también “da a los niños y niñas atentos
una fuente de escenas de la actividad adulta para incorporar a sus juegos” (Lancy
2008: 131), y en definitiva, a su vida.
106
1. LA(S) INFANCIA(S)
sociales. Sin embargo, lo que vemos con el relato de Morelli y coautores es que
los niños y niñas que ellos refieren ya son sociales, por lo que no necesitan
ningún tipo de proceso de incorporación. En otras palabras, lo que este ejemplo
muestra meridianamente es que para socializar hay que, previamente, haber
desocializado.
Ya dijimos, sin embargo, que siempre hay aprendizaje durante la infancia por lo
que no podemos desprendernos sin más del concepto de socialización, sino, más
bien, sólo de su comprensión “occidental”. Como sugiere Honig (2011: 68), se
debe desacoplar el concepto de socialización del concepto de desarrollo, que en
Occidente le confiere al primero todo su horizonte interpretativo. Una vez hecho
esto, podemos volver la mirada a los niños y niñas como actores, no como
devenires, a los niños y niñas aquí y ahora, no como futuros adultos,
interactuando con otros niños y niñas pero también con los adultos, sea
colaborando con unos y/u otros, o resistiendo a unos y/u otros, siempre
interpretando y reinterpretando la cultura, a través de su producción y
reproducción (ver Corsaro 2005).
107
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En cuanto madre, la mujer fue objeto principal de esta regulación a lo largo del
siglo XX, y sigue siéndolo. Ya lo hemos mencionado en las secciones precedentes
pero conviene detenernos un poco más en ello pues la regulación de la infancia
hegemónica es inseparable de la regulación de la femineidad-maternidad
hegemónica.
Refiriéndose a los Estados Unidos de mediados del siglo XIX, Kessen (1979: 817,
corchetes nuestros) comenta que el mundo público de los varones adultos
comenzó a ser “visto como feo, agresivo, corruptor, caótico, pecaminoso (una
característica no del todo lamentada), e irreligioso. Y el cada vez más privado
mundo de las mujeres [y de los niños y niñas], en una antítesis inevitable, se
transformaba en algo dulce, casto, calmo, cultivado, amoroso, protector, y
35
Por ejemplo, en Inglaterra se habla del “multi-agency working in early years” (trabajo
multidisciplinario en la infancia temprana), para referirse al equipo de profesionales encargados de
apoyar, guiar, corregir… a los padres en su crianza. Ver, por ejemplo, Siraj-Blatchford et al. (2007) y
Gasper (2010).
36
No se puede desdeñar el rol que el catolicismo y su culto a María han tenido en esta asimilación,
pues la figura de ésta se presenta antes como madre (de Dios) que como mujer, y subordina este
segundo carácter al primero. María, de hecho, difícilmente puede ser pensada en cuanto mujer
pues el dogma católico la ha desexualizado completamente: concibió virginalmente ¡y conservó
dicha virginidad incluso después del parto!
108
1. LA(S) INFANCIA(S)
sagrado” (ver también Kennedy 2006: 84). Madre, mujer, en privado, contra un
hombre, no necesariamente padre, público. No deja de ser llamativo que al
hablar de un hombre público la figura todavía se asocie con un político o figura
de renombre, pero que al hablar de mujer pública, una asociación muy común
siga siendo la de prostituta, como si la mujer tuviera una vulnerabilidad hacia la
corrupción y pecaminosidad públicas, de que habla Kessen, que el hombre no
tiene, o como si la corrupción y pecaminosidad del hombre no importaran tanto
como las de la mujer. Así, el Diccionario de la Lengua Española editado por la
RAE, en su 22ª edición de 2001, define a la “mujer pública” (también “mujer
mundana”) como la prostituta, en cambio el “hombre público” es “el que tiene
presencia e influjo en la vida social”. Y si hay una “mujer de gobierno”, ésta es la
“criada que tenía a su cargo el gobierno económico de una casa”, queriéndose
decir que el lugar natural en donde gobernaba la mujer era el ámbito privado del
hogar (y hasta la 21ª edición, se definía como la “criada que tiene a su cargo el
gobierno económico de la casa”). Por el contrario, el mismo diccionario denigra
al hombre dedicado a las tareas hogareñas definiéndolo como un “cocinilla”,
esto es, un “hombre que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que
no son de su incumbencia”. El hombre ha de gobernar (en) lo público, la mujer
(en) lo privado.
Ahora bien, no bastaba con encerrar a mujeres, niñas y niños en la casa para que
se diera la crianza como aquel máximo logro al que toda mujer estaba llamada.
La normalización de la infancia de que hemos hablado profusamente trajo
consigo la necesidad de contar con una maternidad normal y normalizada, lo que
llevó a que, en cuanto madre, la mujer estuviera sujeta a un escrutinio
abiertamente público. Es decir, la privacidad del hogar no era tanto la privacidad
de la madre con sus hijos y/o hijas, sino que, por oposición, su exclusión del
espacio y asuntos públicos. Ya en 1912, en el Congreso Nacional de Madres de
Estados Unidos, se insistió en que el mero instinto maternal no bastaba para un
buen ejercicio como madre; la maternidad “llevaba consigo grandes
responsabilidades entre las cuales se incluía la obligación de abandonar el
mercado de trabajo… Las escuelas para madres empezaron a proliferar. Las
enfermeras entraron en los hogares de la clase trabajadora donde podían hacer
cumplir el evangelio de la higiene. Las niñas en la escuela eran enseñadas a
cuidar bebés” (Cunningham 2005: 156).
109
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
110
1. LA(S) INFANCIA(S)
A la luz de esta situación es entendible que las diversas “olas” del feminismo se
hayan situado, con mayor o menor énfasis, en un pie de distancia respecto de la
maternidad y con ello de la infancia, al verla como causante de su opresión,
distancia que empezaría a ser superada por los nuevos estudios de la infancia
que incorporan la perspectiva de género al análisis de las diversas infancias (ver
Mayall 2002: 169-178).
37
Y aunque la crianza recae en las madres, que son quienes cargan con la responsabilidad y en
definitiva las culpas de la crianza, la condición de “hijo” o “hija”, la medida de la filiación, no la da
la madre, sino el padre, por ausente que se acepte que esté: así define el diccionario de la RAE (22ª
ed.) a un “huérfano”: “Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y
la madre o uno de los dos, especialmente el padre” (cursivas nuestras).
38
“En este enfoque paranoico… los padres inevitablemente necesitan apoyo o dirección de parte
de expertos entrenados que les enseñen qué constituye un riesgo y qué no para su hijo o hija. Este
miedo a los riesgos no sólo conduce a padres paranoicos, sino que a niños y niñas sobreprotegidos
[overparented] cuya libertad para jugar, y cuyas posibilidades para aprender a lidiar con los riesgos
son severamente coartadas” (Roose y Bouverne-De Bie 2007: 437-8).
111
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
ii. Colegio
Ya vimos en la sección 1.2 que la obligatoriedad del colegio desde fines del siglo
XIX había pretendido “salvar” a “los niños” (de la pérdida de su inocencia), a los
adultos (de los niños y niñas que les deprimían los sueldos), al Estado (de los
niños y niñas vagos, indeseables y peligrosos) y a la economía (de futuros
ciudadanos no lo suficientemente formados como para competir en un mercado
abierto y capitalista). Veamos ahora, en términos generales, qué modelo de
112
1. LA(S) INFANCIA(S)
colegio es aquél que desde entonces asumió un rol tan importante para todas las
capas de la sociedad39.
39
No se nos escapa que es reduccionista hablar, sin más, del “colegio”, pues la diversidad de
pedagogías y sistemas escolares evidentemente no caben bajo una sola definición de colegio o
educación escolar. Sin embargo, la caracterización que aquí hacemos pretende hacerse cargo de la
educación públicamente impuesta como obligatoria, es decir, la de los colegios públicos
propiamente tales, y la de los colegios (más, o menos) privados que se someten a normativa,
programas y control público, que suman la inmensa mayoría de los “colegios” en los Estados-
Nación. En España, por ejemplo, dependiendo de si nos referimos a una Comunidad Autónoma con
o sin lengua cooficial, el Estado, a través de su ministerio de Educación, decide sobre el contenido
del 55% o 65% de los horarios escolares de todos los centros educativos (Ley Orgánica 2/2006, de 3
de mayo, de Educación, artículo 6.3).
113
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
114
1. LA(S) INFANCIA(S)
gesto eficaz (1979: 156). Pero el control de los cuerpos se extiende mucho más
allá de este “gesto eficaz”, y comprende el obligado cumplimiento de una serie
de exigencias de vestido, dieta, conducta, higiene, modales, etc. (Devine 2002:
310) Por último, la escuela, para Foucault, se hace eco del principio de utilización
exhaustiva del tiempo, que “plantea el principio de una utilización teóricamente
creciente siempre del tiempo: agotamiento más que empleo; se trata de extraer,
del tiempo, cada vez más instantes disponibles y, de cada instante, cada vez más
fuerzas útiles. Lo cual significa que hay que tratar de intensificar el uso del
menor instante” y que la rapidez es una virtud (1979: 157-158): el empresarial y
capitalista “el tiempo es dinero” llevado a las aulas, acompañado del énfasis en
una estricta ética del trabajo (Devine 2002: 310). Por último, señalan James et al.
(1998: 75) en la línea de Foucault, los horarios del colegio se intersectan para
“estructurar ciclos diarios, semanales, y anuales, y crean una diversidad de
restricciones espaciales y temporales para los niños y niñas”.
115
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Los niños y niñas, no hace falta decirlo, no suelen participar en las decisiones
sobre todo esto, más bien,
la escuela y la escolarización son vividas como algo que ‘se les hace’, algo que
es legitimado por un discurso que prioriza necesidades y expectativas
orientadas hacia el futuro-adulto, por sobre la experiencia presente. El énfasis
se pone en la preparación del niño o niña como futuro ciudadano, equipado
con las virtudes (productividad, competitividad, buen comportamiento y
control) que contribuirán como adultos a las necesidades de la sociedad post-
industrial (Devine 2002: 312).
40
Contra el pretendido progresismo de las pedagogías así llamadas “progresistas”, ver crítica de
García Olivo (2005: 67 y ss.).
116
1. LA(S) INFANCIA(S)
ni interesa conocer –i.e. el alumno o alumna concreto- para que llegue a ser
alguien –i.e. el ciudadano ejemplar- que de antemano se conoce, anula cualquier
posible pretensión de diferencia del alumno o alumna en favor de una
abstracción al servicio de los poderes establecidos. En el centro de éstos, un
sistema económico que reclama a los “buenos productos” de dicho modelo
escolar para perpetuarse, a la vez que cierra sus espacios a los muchos
“productos” de rendimiento insuficiente (según los estándares del propio
modelo económico). De hecho, en sociedades sistemáticamente desiguales,
entre otras cosas, con asumido desempleo estructural, el desastre más grande
que podrían causar las escuelas sería educar tan bien que todos los niños y niñas
tuvieran éxito. Pues entonces, ¿quién aceptaría empleos poco cualificados y
degradantes? ¿Quién se resignaría a trabajar en puestos que matan la iniciativa y
atontan el intelecto? ¿Cómo soportaría la gente una repartición del empleo por
la cual muchos trabajan tantas horas que su salud está en peligro, mientras que
otros pierden habilidades y confianza en sí mismos durante largos meses [y
años] de desempleo? Ciertamente, las escuelas producen capital social. Pero su
trabajo de fabricación del fracaso es igual de importante (Miller 2005: 26,
corchetes nuestros).
41
“En las últimas décadas del siglo XX, los regímenes de escolarización de orientación instrumental
de los ‘tigres económicos’ del sudeste de Asia se alzaron como el modelo para la producción de la
eficiencia económica, e influyeron ampliamente en el cambio de los sistemas educativos en
Europa; ... este fenómeno representa una reorientación del impulso moderno para controlar el
futuro a través de la infancia ... Este endurecimiento del control sobre los niños y niñas proviene de
una declinante fe en otros mecanismos de control económico, combinado con el aumento de las
117
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
118
1. LA(S) INFANCIA(S)
42
Lancy (2008: 257-259) propone a los navegantes de la isla Puluwat como único ejemplo de una
sociedad en la que se da una enseñanza activa e intensa de un oficio a los niños, pero, hay que
insistir en ello, es una enseñanza de algo concreto, para algo concreto.
119
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
la economía política donde los individuos deben ser productivos y trabajar por
una remuneración” (Pandya 2005: 388). Por esa misma lógica de imposición e
insensibilidad a la realidad local, no es de extrañar que en grandes partes de
África el sistema escolar haya devenido en “un productor en serie de juventud
desempleada que puede leer y escribir pero que es totalmente dependiente y no
puede aportar a, y ni siquiera usar la sabiduría local” (Nsamenang 2002: 91). Esto
explica por qué Leyra Fatou (2012: 259) postula la necesidad de replantearse la
utilidad de la escuela para la infancia trabajadora en México, pues en sus vidas
cotidianas los niños y las niñas trabajadoras requieren de unos talentos y saberes
que adquieren mucho más en el propio trabajo que en la escuela. De lo que se
trata es de revincular la escuela con las vidas presentes de niños y niñas, más que
con improbables hipótesis futuras.
43
Aunque esto no supone, necesariamente, la intención de folclorizar y con ello menospreciar las
culturas locales, se sigue de la naturaleza de la educación escolar formal (i.e. públicamente
regulada) en todo el mundo, cuyo establecimiento siempre requiere la existencia de comunidades
que se caracterizan por “la sedentarización y la mayor concentración de población, el desarrollo de
la agricultura, la división entre trabajo mental y manual, la introducción de nuevas categorías
120
1. LA(S) INFANCIA(S)
Ciertamente hay muchos niños y niñas que consideran que lo que hacen en el
colegio es trabajo (ver sección 1.7), y su actividad escolar cabe prácticamente
bajo cualquier definición de trabajo que vaya más allá del trabajo remunerado
(James et al. 1998: 119). Tomando esto en consideración, y como una forma de
corregir parcialmente la anomalía de haber suspendido la utilidad económica
presente de los niños y niñas en razón de una presunta (pero incierta) mayor
utilidad futura, Qvortrup (2001, 2004) ha planteado que, ya que el trabajo
educacional de los niños y niñas tiene un valor real mensurable
intergeneracionalmente, ellos deberían percibir algún tipo de contraprestación
por él. Niñas y niños serían parte de lo que Qvortrup (2001: 100) llama la división
diacrónica del trabajo, y aunque ya no son económicamente útiles para sus
padres, sí lo serían, aunque en forma diferida, para la sociedad en general, que
necesita(rá) la cualificación que se sigue de su trabajo (i.e. educación) escolar.
Antes sólo sus familias gozaban los frutos del trabajo de niñas y niños, ahora los
disfruta(rá) la sociedad entera. Toda productividad social, todos los bienes y
servicios de una economía, serían económicamente rastreables hasta un primer
paso que es la educación escolar. Es decir, aunque el trabajo infantil en el colegio
no sea ahora productivo, supone la capitalización de niños y niñas para ser
productivos en el futuro, por lo que hay que reconocerles anticipadamente tal
productividad. Y ello aun cuando dicha productividad pueda no llegar a
producirse, pues lo relevante, y que debe ser reconocido pecuniariamente, es
que el trabajo de los niños y niñas es propiamente el trabajo escolar (ver también
Morrow 2010: 438).
sociales y patrones familiares, un contacto decreciente con el entorno natural, y una mayor
comunicación con los centros comerciales y administrativos de la nación. Estos requisitos son fijos
y no intencionales, y las distintas opciones curriculares o puntos de vista pedagógicos de los
profesores no pueden alterarlos de manera significativa” (Rival 1997: 142).
121
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
44
Como contrapunto, podemos citar la colaboración de los niños Tallensi, en la actual Ghana,
referida por Fortes (1938: 48). Ahí, desde pequeños, por mucho que la colaboración de los niños y
niñas sea “infinitesimal”-por ejemplo, la niña que acompaña a su madre a recoger agua y trae agua
en un cazo muy pequeño- “es una contribución real”, “en relación con una verdadera necesidad
del hogar”, lo mismo el niño que debe sujetar la pierna de un cadáver animal en un sacrificio: “está
desempeñando una tarea necesaria para completar la ceremonia”; “el entrenamiento del niño y la
niña en el deber y las destrezas es siempre socialmente productivo, y por lo tanto,
psicológicamente provechoso; nunca puede convertirse en artificial o aburrido”.
122
1. LA(S) INFANCIA(S)
porque no sirve para satisfacer necesidades, ni crea valor de uso, sino que está
encaminado a la producción de un valor de cambio y es una presión sobre los
niños y niñas que debe ser compensada por un ingreso”. Entonces, si el trabajo
escolar ya implicaba la producción de un valor de cambio, pues se trabajaba por
una nota en un examen, ahora el trabajo escolar alcanza su plena
mercantilización al equipararse con el trabajo asalariado. En la sección 3.4.i.ii
veremos un ejemplo de refutación práctica, en terreno, de la viabilidad del
colegio remunerado, en el caso de escuelas instauradas por la OIT y UNICEF en
Bangladesh, para “sacar” a los niños y niñas del trabajo.
Por último, como dice Liebel (2004: 134), en las sociedades industriales (donde la
escolarización universal y obligatoria está más asentada), se está haciendo
necesario y accesible el trabajo que no es trabajo escolar, como lo muestra “el
creciente deseo de muchas niñas y niños de al menos complementar el colegio…
con trabajo asumido por su cuenta fuera” de él. Es decir, para entender y juzgar
el trabajo infantil no basta considerar su utilidad social, sino también el sentido
que tiene el trabajo para los propios niños y niñas (ver sección 3.4).
123
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
(Langer 2005: 268)45. De este modo, por ejemplo en el caso del juego infantil,
éste ya no sólo se juega sino que, en primer lugar, se compra (McKendrick et al.
2000: 301), y “los juguetes (toys) devienen como-juguetes (commoditoys46)”
(Langer 2005: 267)47. A través de los patrones de consumo inducidos en la
infancia por una omnipresente publicidad, elaborada por “expertos en marketing
que conocen profundamente las vidas, deseos, y contextos culturales de los
niños y las niñas contemporáneas” (Steinberg y Kincheloe 2004b: 11), las
grandes empresas se empoderan como auténticos profesores alternativos de la
infancia contemporánea (Steinberg y Kincheloe 2004b: 16). Llevado al extremo,
se podría considerar que niños y niñas están siendo progresivamente alienados
por esta kindercultura, pues cada vez se hace más raro que produzcan sus
propios placeres. Por el contrario, recibirían “pasivamente el entretenimiento
envasado que se les entrega en los establecimientos comerciales o a través de
los medios” (Henricks 2006: 43).
45
Sobre los programas de dibujos animados que inundan la cartelera infantil en la televisión, Kline
(1995: 176) dice que: “la televisión comercial se ha… saturado con animaciones promocionales
llamadas ‘anuncios de 30 minutos’ porque las ficciones están tan obviamente fabricadas con
intenciones promocionales”.
46
Literalmente: juguetes-mercancía. Pero preferimos el barbarismo de nuestra traducción porque
parece sugerente, ya que nos referimos a cosas que son como juguetes pero que también son otra
cosa, es decir a cosas con un excedente de significado, que muestran menos de lo que son.
47
Sobre género e industria del juego infantil ver Henricks (2006: 173-180); para estereotipos
sexuales promovidos por la industria del juego, ver Brown et al. (2004: 177-183) y Kline (1995: 168-
169).
124
1. LA(S) INFANCIA(S)
48
Voz “anomia” en Giner et al. (2006: 27).
125
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
De momento, hacemos un par de alcances para destacar las resistencias que una
socialización “inter-pares” despierta al interior de la visión tradicional de la
socialización, y para señalar lo estrecho del concepto de pares que el concepto
aún hegemónico de socialización mantiene.
James et al. (1998) explican que las teorías de socialización tradicionales han
desconfiado del “grupo de pares” por ser potencialmente responsable de
desviación y delincuencia, a la vez que han realzado la importancia de los
“amigos”. Esto se debería a que, en la medida en que las teorías de socialización
se basaron en modelos de psicología referidos al desarrollo infantil, asumieron
“un flujo unidireccional de información cultural desde el adulto competente
hacia el niño o niña incompetente y pasivo. En tal modelo había poco espacio
conceptual para una posible socialización de niño/a a niño/a…” (James et al.
1998: 94). Por su parte, el estudio de las amistades infantiles sí que tuvo valor
casi desde el inicio de la psicología del desarrollo, y aún hoy, a cada etapa del
desarrollo se le atribuye su correspondiente modelo abstracto de amistad,
elaborado según los métodos descontextualizantes ya criticados, al cual “los
niños” deben adecuarse so riesgo de ser patologizados (James et al. 1998: 94;
Corsaro 2005: 16). Lo que habría hecho la sociología de la infancia, es acercar las
126
1. LA(S) INFANCIA(S)
127
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
128
1. LA(S) INFANCIA(S)
Al remitir a “los niños” a un polo distinto que el suyo, los adultos dan pie a la
construcción de una serie de polaridades que dependen de esta polaridad
fundante que es la de “niños”-adultos. Vimos que el desarrollismo es
fundamental en la construcción de la polaridad devenir (“niño”) – ser (adulto),
que endosa una ambigüedad ontológica al primero que no sufre el segundo, y
que las teorías de la socialización son muy relevantes al elaborar la polaridad
natural (“niño”) – social (adulto), dibujando a un “niño” llamado a caminar fuera
de su estado natural de la mano de los ya socializados adultos. Esta polaridad se
puede reescribir como la del salvaje (“niño”) – civilizado (adulto), que, como
vimos, era la que instituyeron los precursores del desarrollismo al comparar
cráneos de hombres negros con cráneos de niños y niñas y mostrar la temprana
fase evolutiva que unos y otros representaban en comparación con el cerebro
del varón adulto blanco. Y se sigue reescribiendo al dibujar un desarrollo
cognitivo y moral que va de un menos y peor a un más y mejor, dando lugar a la
polaridad irracional (“niño”) – racional (adulto). Evidentemente, para acabar su
49
Afirmar que este discurso sobre la infancia es hegemónico no implica afirmar, a la vez, que sea
monolítico. Más bien, podría entenderse que este discurso es una suerte de tipo ideal weberiano
(Weber 2009 [1904]: 142 y ss.), con características que no se dan siempre todas, ni todas con la
misma intensidad, pero que permiten siempre reconocerlo como tal discurso (hegemónico). La
infancia globalizada, minoritaria, occidental, etc., sería, así, siempre una infancia más o
menos dependiente, ignorante, irracional, inocente, devenir, “todavía-no”, natural, “otra”,
etc. Entonces, aunque empíricamente no habría un único discurso hegemónico, repetido de la
misma forma a través del mundo minoritario u occidental, ni globalizado homogéneamente, la
hegemonía del discurso vendría dada por la diversidad de manifestaciones del mismo tipo ideal de
discurso. El propio carácter hegemónico del discurso, es decir, de ideología dominante en razón de
su autoridad y no mera fuerza, dirección y no mero dominio, sugiere la pertinencia de entender así
al discurso global sobre la infancia que aquí venimos llamando “discurso hegemónico” (ver
Santucci 2005: 84 y ss.; Larraín 2008: 108 y ss.).
129
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
La disponibilidad del “niño” quiere decir que él está abierto, o es abierto a una
multiplicidad de representaciones y conceptualizaciones, sea como “una
herramienta política a través de la cual los adultos pueden hablar”, por ejemplo,
en el caso del (ab)uso de la figura del llamado “balserito” Elián González tanto
por parte de Estados Unidos como de Cuba en el famoso incidente ocurrido el
año 2000; o en general en el (ab)uso de fotos o imágenes de niños y/o niñas en
campañas de cooperación –i.e. intervención- internacional; como “objetos de
teorización moral y salvación”, en toda suerte de iniciativas movidas por
eslóganes del tipo ¡salvemos a los niños!; o como “la universalizada identidad
global”, cuando “el niño” es el compendio de todo lo potencialmente bueno y
malo en el ser humano, o en el caso del “niño universal” de la psicología del
desarrollo (Cannella y Viruru 2004: 112-117). “El niño” sirve “como una pantalla
para las proyecciones adultas, del mismo modo que sirven para la civilización
patriarcal blanca las mujeres, los ‘nativos’, los locos, los animales y los dioses. Su
distancia de los adultos hace de él una figura fronteriza, la representación de una
condición límite de lo humano” (Kennedy 2006: 7)50.
50
En este sentido ver Rose (1993: 138): “Describiendo el mito del Buen Salvaje y su impresionante
tenacidad frente a los hechos empíricos (el descubrimiento del hombre primitivo), George Boas
enumera al Niño, la Mujer, el Pueblo, lo Irracional y Neurótico, y el Inconsciente Colectivo, como
130
1. LA(S) INFANCIA(S)
[E]l niño es… nuevamente figurado como esa forma que puede ser habitada
por personas de todas las edades. ‘Hacerse joven’, en estos términos, es
tomar la forma del niño, que a su vez es definido como una condición de
devenir (en lugar de ser). Habitar al niño, entonces, es habitar la condición de
posibilidad misma; y habitar la condición de posibilidad es hacerse niño;... la
dicha de devenir... se hace alcanzable con la adopción de la forma que es el
niño (Castañeda 2002: 146-148).
Privado de materialidad específica, “el niño” queda como pura forma, plastilina
para las manos adultas. Como no se habla de los niños y niñas de carne y hueso
del presente, ni sobre el presente de los niños y niñas, pues éstos son sólo
devenires, aquéllos que si bien ya son, todavía no son aquéllos que están
llamados a llegar a ser, “los niños” terminan siendo “aquéllos a quienes los
adultos han definido como no-adultos” (Mayall 2000: 245; ver también
Rodríguez 2007: 30, 49, 98), lo que abre el campo a que los adultos, desde su
“posición privilegiada” (Cannella y Viruru 2004: 88), los definan como quieran.
los distintos lugares a los cuales ha migrado el mito. Todos ellos están conectados por una fantasía
de los orígenes – la creencia de que cada uno representa un primer inicio donde todo es perfecto o
puede llegar a serlo”.
131
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Más que personas con proyectos, “los niños” se transforman, ellos mismos, “en
proyectos de los adultos” (Wyness 2005: 8), prestándose o, más bien, siendo
tomados en préstamo, para fundar una infancia que no les pertenece (Giberti
1997: 47), y para hacer de fetiches a disposición de los adultos (Riquelme 1997:
259).
A partir de esta disponibilidad de que son objeto la infancia y los niños y niñas,
se pueden escribir el resto de las polaridades que marcan la infancia
contemporánea y hegemónica, y que nos muestran en qué dirección apunta la
disponibilidad de “los niños”, tales como: sagrado (“niño”) – caído, profano
(adulto); pureza, inocencia, ignorancia (“niño”) – corrupción, conocimiento
(adulto); y privado (“niño”) - público (adulto).
51
Cabría preguntarse qué relación, si es que alguna, existe entre el proceso de intensa
secularización europea, iniciado, más o menos, en el siglo XIX (ver Chadwick 1975), y el proceso,
iniciado más o menos contemporáneamente a dicha secularización, de sacralización de “los niños”
(ver Zelizer 1994).
132
1. LA(S) INFANCIA(S)
¿Y por qué es sagrado “el niño”? Porque es inocente, porque no tiene culpa,
porque es puro. El mundo de “los niños” “es inocente allí donde el mundo de los
adultos es conocedor” (Archard 2004: 37); conocedor de lo bueno y de lo malo.
Los ejemplos de atribución de esta inocente sacralidad a “los niños” abundan y
sólo basta abrir la prensa para dar con multitud de ellos: cuando se produce un
accidente sólo las muertes de niños y niñas se subrayan y destacan dentro de la
cifra total de muertos (antaño pasaba también con las mujeres), porque parece
que la muerte de un “niño” nos duele más, nos desestabiliza más; lo mismo que
el escándalo superlativo que generan las noticias de pedofilia en comparación
con los delitos de abuso sexual contra adultos (ver A. Meyer 2007: 87 y ss.)
porque, se dice, al niño abusado “le han robado su inocencia”, “corrompido”,
“enseñado lo que no tenía que saber”52. Hablando de las sanciones
internacionales impuestas al Iraq de Husein, se lamenta Naím (2010: 8) de que
“Sadam Husein y su familia no sufrieron por la falta de medicinas; los niños de
Iraq, sí”, con lo que da a entender que el sufrimiento de “los niños” es distinto
que el sufrimiento del resto, pues, obviamente, todos los iraquíes sin privilegios
de poder sufrieron las consecuencias de esas sanciones: adultos, ancianos,
mujeres, homosexuales, chiíes, suníes, etc. Pero el articulista sólo destaca el
sufrimiento de “los niños”, como si fuera más grave, terrible, o doloroso que el
de un adulto, porque sus vidas fueran más preciadas, atesoradas, o invaluables.
En el mismo sentido, la presidenta del “National Council of La Raza”, la mayor
organización que aboga por los derechos civiles de los latinos en Estados Unidos,
señala, maniqueamente, que el voto senatorial sobre la regularización de los
niños y las niñas indocumentadas se reduce simplemente a que, “o nuestros
senadores están con los niños y niñas inocentes, o no están” (NCLR 2010), como
si el “valor” de la inocencia infantil tuviera una fuerza que hace irrelevantes
todas las otras variables de la inmigración. Lo que estos ejemplos muestran es
que “el niño”, en cuanto niño, se convierte en fundamento de prácticamente
cualquier cosa, por el solo hecho de ser tal, sin necesidad de tener que explicarse
52
“El niño víctima es desexualizado –necesariamente- pues no parece haber un lenguaje disponible
en el cual se pueda hablar de sexualidad infantil e insistir en la realidad del abuso sexual contra los
niños a la vez” (Rose 1993: xi). Por ello “las niñas (y en este país [Reino Unido] especialmente las
niñas negras y de la clase trabajadora) se ven más problemáticas en relación con la infancia…
porque se dice que despliegan sexualidad, una sexualidad que amenaza la idea de la inocencia
infantil” (Walkerdine 1993: 459, corchetes nuestros). Quien sabe y gana la sexualidad, perdiendo
así la inocencia, se hace culpable: “como indica el comentario de los jueces -‘no es ninguna
angelita’- refiriéndose a una niña pre-adolescente violada por su babysitter, cualquier evidencia de
conciencia o conocimiento perjudica el reclamo de ser víctima: el conocimiento, aparentemente,
es incompatible con la explotación” (Burman 2008: 90).
133
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
por qué o cómo la calidad de “niño” llega a ser un argumento. Inocente, puro,
sagrado y disponible, “el niño” se presta tan rápido para ser la promesa de
nuestro futuro (Roche 1999: 486; Sutton-Smith 1994: 7), como, en una
posmodernidad y capitalismo tardío cada vez más escépticos y desesperanzados,
el lugar de la nostalgia, refugio que simboliza integración, vínculo social y
pertenencia (Jenks 2005: 111; Burman 2008: 87)53.
Ahora bien, las polaridades sagrado (“niño”) – caído (adulto); pureza, inocencia,
ignorancia (“niño”) – corrupción, conocimiento (adulto), no operan con
independencia de las polaridades que hemos tratado en secciones anteriores de
este trabajo. Así, la polaridad natural (“niño”) – social (adulto), que vehicula el
proceso de socialización también se presta para reforzar la inocencia y sacralidad
infantil, en contra de la profana corrupción del estado adulto. Taylor (2011)
comenta los discursos contemporáneos, de raigambre rousseauniana, que
asimilan el sentido de integridad virgen de la naturaleza con el carácter
incontaminado de la naturaleza infantil y que tienen un epígono literario en el
Peter Pan de Barrie. Tal como en esa obra Barrie crea el “País de Nunca Jamás”
como un santuario protegido mediante la proscripción de los adultos
corruptores, la sagrada naturaleza contemporánea se ha de proteger mediante
la ausencia de seres humanos. Y agrega que la naturaleza, sagrada y en peligro,
es decir, inocente y vulnerable como “el niño”, se ha transformado en uno de los
últimos paisajes de autenticidad y autoridad moral; como “el niño”, en
fundamento, “en el compás moral con el que juzgar las acciones humanas”
53
Véase, por ejemplo, el discurso dado por el presidente de EEUU, Barack Obama, tras la muerte
de una niña de 9 años en un tiroteo en Tucson, Arizona, que, de hecho, es un ejemplo no sólo de la
retórica del angelito (en negritas), sino que del discurso universalizante del desarrollismo y la
socialización (en cursivas): “en Christina vemos a todos nuestros niños. Tan curiosa, confiada,
enérgica y llena de magia. Tan merecedora de nuestro amor. Y tan merecedora de nuestro buen
ejemplo ... Imaginen: aquí había un niña que empezaba a tomar conciencia de nuestra democracia,
empezaba a comprender las obligaciones de la ciudadanía, empezaba a vislumbrar el hecho de que
algún día ella también podría tomar parte en la formación del futuro de su nación. Ella había sido
elegida para su centro de alumnos, veía el servicio público como algo emocionante, algo
esperanzador. Iba a reunirse con su congresista, alguien que estaba segura era buena e
importante, y podría ser un modelo a seguir. Vio todo esto a través de los ojos de una niña, no
ensombrecidos por el cinismo o la virulencia que los adultos con demasiada frecuencia
simplemente damos por sentado. Quiero que estemos a la altura de sus expectativas. Quiero que
nuestra democracia sea tan buena como ella la había imaginado. Todos nosotros, debemos hacer
todo lo posible para asegurar que este país cumple con las expectativas de nuestros hijos”, en
http://www.nytimes.com/2011/01/13/us/ politics/13obama-text.html?scp=2&sq=obama%
20speech&st=cse consultado el 14 de enero de 2011.
134
1. LA(S) INFANCIA(S)
(Taylor 2011: 8). Así como la naturaleza, digamos “natural”, se debe desocializar
para ser preservada, la infancia debe ser naturalizada para conservar su
inocencia y sacralidad. Como comentaba Maximiliano Hernández Martínez, que
gobernó El Salvador entre 1931 y 1944, “[e]s bueno que los niños anden
descalzos. Así reciben mejor los efluvios benéficos del planeta, las vibraciones de
la tierra. Las plantas y los animales no usan zapatos” (citado en Dalton 1999:
125)54. La marginalidad del “niño” respecto del discurso racional adulto es en sí
misma una forma de discurso, “el discurso de la naturaleza antes de la Caída, de
un ser en contacto directo con su origen” (Kennedy 2006: 29), de lo irracional
originario frente a lo racional devenido55. Una persona en la selva virgen, como
un “niño” asomado al mundo adulto, marcan ambos el principio de la caída (ver
Taylor 2011: 9). En suma, los discursos “esencializantes sobre la naturaleza
vienen a legitimar los discursos esencializantes sobre la infancia”, con lo que “la
autoridad moral de la naturaleza se pone al servicio de los discursos sobre la
inocencia infantil” (Taylor 2011: 10)56.
Dos ámbitos útiles para mejor vislumbrar la forma que toma esta infancia
inocente, sagrada, natural, privada, y llena de sentido para los adultos, son la
literatura infantil y la institución de la adopción (internacional), que también
muestran el grado superlativo de la comprensión del “niño” y la infancia como
disponibilidad.
54
Un ejemplo grotesco de esta imbricación de “niño” y naturaleza, de “niños” que parecen ser
alimentados y criados por la propia naturaleza en un espacio libre de adultos, lo da la famosa
fotógrafa Anne Geddes y sus bebés posando entre flores, verduras, hojas y otros objetos
“naturales” (ver http://www.annegeddes.com/), imágenes que se reproducen en todo tipo de
productos comerciales como tarjetas, calendarios, posters, juguetes, ropa infantil, ropa de
maternidad, etc.
55
Llevada al extremo, esta retórica de la natural inocencia infantil puede dar lugar a boutades tan
seductoras como la siguiente, de Picasso, dicha a Herbert Read mientras recorrían una muestra de
arte infantil en Paris, en 1945: “Cuando yo tenía la edad de estos niños podía dibujar como Rafael.
Me tomó muchos años aprender a dibujar como ellos lo hacen” (citado en Kennedy 1999: 392).
56
Un Rousseau contemporáneo, creyente en esa naturaleza pura del “niño”, y, supuestamente,
fundador de una pedagogía progresista, es A.S. Neill, creador de la escuela Summerhill, quien en
Summerhill: A Radical Approach to Education, dice: “Mi visión es que un niño es innatamente sabio
y realista. Si es dejado por sí mismo, sin guía adulta de ningún tipo, se desarrollará tanto como sea
capaz de desarrollarse” (Neill 1969: 4).
135
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Llegué al niño porque veo en él un último refugio para una literatura que ha
enloquecido y está lista para el suicidio ... El joven lector se inclina a
mantener no sólo las verdades espirituales de su propio grupo, sino también
las de otras naciones y razas. Con un instinto que ninguna moda puede
destruir, el niño se ha convertido en el guardián de los valores morales y
religiosos que los adultos han rechazado en nombre de una mal concebida
noción de progreso social (Singer 1969).
57
Y para algunos, incluso, en “el pasatiempo total” (Lancy 2008: 111).
136
1. LA(S) INFANCIA(S)
emocionalmente, a “los niños”, y por ello están dispuestos a pagar altas sumas
para obtenerlos (Cunningham 2005: 192). La particularidad de la adopción
contemporánea es que, si bien todas las sociedades han tenido algún sistema
para transferir niños y niñas de progenitores a no progenitores, “los
fundamentos para dicha transferencia habían sido principalmente económicos –
la familia receptora le encontraba un uso al niño o niña: y aunque
eventualmente se podían desarrollar relaciones afectivas, ellas no eran la razón
de la adopción” (Cunningham 2005: 192).
137
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
cual se relacionan “los países pobres que ‘envían’ y los países ricos que ‘reciben’”
(Castañeda 2002: 101), una relación de mecenazgo imperialista justificada por el
supuesto derecho de “los niños” del mundo mayoritario a una “verdadera”
infancia (Burman 2008: 77).
Ahora bien, como se sigue de nuestra exposición, la enorme fuerza retórica que
tiene en la actualidad la imagen de un “niño”, o de un “niño doliente”, para darle
aún más impacto retórico, no se origina en alguna propiedad innata de los niños
y niñas que los adultos estuvieran reconociendo. Por el contrario, es el resultado
de una construcción de la infancia de la cual los propios adultos son los
principales artífices. Y en el caso del “niño sagrado”, puro, inocente y natural es
una construcción al servicio de esos adultos, una construcción que, como dijimos
más arriba, responde a anhelos, esperanzas y nostalgias adultas.
Paradójicamente, cuando el proyecto ilustrado alcanza por fin su meta y el
individuo racional es plenamente “libre” e “independiente” (en su micro-
cosmos), se da cuenta de que sólo le quedan “los niños”, quienes, como dice
Beck, son “la última alternativa a la soledad que puede construirse contra las
evanescentes posibilidades del amor” (1992: 118), es decir, “el símbolo
integrador de la sociedad” (Pupavac 2001: 97), el único mito que todavía pervive,
en el sentido que le da Paul Ricoeur (2004: 170-171, 314-319) al mito, de relato
que responde a una necesidad de sentido, no de causalidad. Es por esta radical
trascendencia para los adultos que la disponibilidad con que cargan “el niño” y la
infancia no es sólo la disponibilidad para el otro (i.e. adulto), sino la
disponibilidad para hacerse indisponible, es decir puro, sagrado, inocente,
natural, y privado, para ese otro.
138
1. LA(S) INFANCIA(S)
139
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Este “niño” que les queda a los adultos, sin embargo, padece una acuciante
ambigüedad ante esos ojos adultos. Pues, ¿qué pasa si falla la cuarentena a la
que debe ser sometido?, ¿qué pasa cuando la divisoria de las polaridades se
diluye y “el niño” se cuela en la independencia, lo caído, lo corrupto, lo público, o
el trabajo? Es decir, ¿qué pasa cuando la indisponibilidad deja de estar
disponible? Cuando la cuarentena falla los adultos pueden reaccionar no
reconociendo que ha fallado, (re)forzándola o, derechamente, expulsando a los
niños y/o niñas de la infancia. Veamos de cerca ejemplos de infancias que causan
este tipo de reacción en los guardianes de la infancia hegemónica, en especial,
los niños y niñas en/“de” la calle y las niñas y los niños soldados.
El niño o niña, dice Jenks (2005: 73-74), suele ser aquél que está en el lugar
equivocado, por eso los espacios infantiles han sido fuertemente regulados,
controlados y segmentados. La universalización del colegio y el enorme peso
adquirido por los discursos sobre la inocencia, pureza y vulnerabilidad infantil le
han reclamado los niños y niñas a los espacios públicos. Como sus vidas se han
normalizado en el ámbito privado de la domesticidad, fuera de éste son muchas
veces vistos como una molestia y perturbación en la vida de los adultos. La
transgresión, y la sanción aleccionadora que le sigue son, de hecho, predicados
básicos de la ontología de la infancia contemporánea (James et al. 1998: 38). De
ahí que no extrañe la aparición de lugares como el crucero comentado por
Corsaro (2005: 225), que se auto-promociona como “libre de humo y libre de
niños”59. Una primera lectura, que es la de Corsaro, es verlo como un caso
58
Langer (2002: 77-78) sugiere que la creciente prevalencia de la “infancia corporativa” y su culto
al consumo (recordar sección 1.5.iii) ha supuesto una pérdida del poder hegemónico del discurso
del “niño sagrado”, pero no creemos que uno y otro discursos sean necesariamente excluyentes.
Como veremos más adelante en relación con la industria del juguete (sección 2.5.i), la “infancia
corporativa” parece, de hecho, acoplarse muy cómodamente a la infancia hegemónica.
59
Para otros ejemplos de lugares que se promocionan como “libres de niños”, sean cruceros,
restoranes o vuelos, ver: http://abcnews.go.com/GMA/AmericanFamily/story?id=3374997&page
=1; http://www.bellaonline.com/articles/art38420.asp; http://es.paperblog.com/zona-libre-de-ni
nos-63817/; y http://moms.today.com/news/2011/04/18/6489301-kid-free-flights-and-restau
rants-where-do-we-sign-up) consultados el 11 de agosto de 2011; y
140
1. LA(S) INFANCIA(S)
Por esto el espacio público de la ciudad y sus calles, en principio ajenos al control
aquí referido, les ofrece a las niñas y niños un contrapunto a su vida
curricularizada y reglamentada (Connolly y Ennew 1996: 135). Recordemos que
uno de los argumentos para universalizar la obligatoriedad de la escolarización
fue, precisamente, sacar de la calle a la marea de niñas y niños de la clase obrera
que las había inundado con la revolución industrial (Cunningham 2005: 186;
Jenks 2005: 84). Estos niños y niñas eran vistos con recelo por élites y
autoridades pues “carecían de todas las características que ya entonces se
pedían de la infancia normal, lo que se reflejaba en su independencia de los
adultos” (Cunningham 2005: 148). Si a la infancia burguesa había que protegerla
(infancia en peligro), a la infancia popular había que vigilarla (infancia peligrosa),
para lo cual debía ser confinada en los espacios delimitados del colegio y la
vivienda familiar (Donzelot 1998: 47). La incidencia hasta la actualidad de este
impulso ha hecho que, todavía hoy en día, la calle y los niños y niñas (sin padres
o adultos cuidando de ellos) se sigan llevando mal: “ser un niño o niña en las
calles de la ciudad, sin supervisión adulta, es estar fuera de lugar” (Connolly y
Ennew 1996: 133), expuesto a todo un catálogo de experiencias de corrupción
moral (Boyden 1997: 196). Los niños y niñas en la calle se transforman en el
arquetipo de la infancia ectópica, de infancia independiente, que a los
guardianes de las esencias infantiles necesariamente debe sonar a contradicción
en los términos. En “ciudades tan dispares como Abiyán, Bogotá, El Cairo, Manila
y Seúl, los niños y niñas jugando en las calles y otros espacios públicos, y los
http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110825/pvasco-espana/menores-bienvenidos-aqui-
20110825.html consultado el 25 de agosto de 2011.
141
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
adolescentes reunidos en las esquinas, fuera de los cines o de los bares, se han
convertido en sinónimo, en la mente del público en general, de bandas
delictivas” (Boyden 1997: 194).
Como se ve, de todos lados, y por todos los medios, se intenta reintroducir a “los
niños” en los únicos espacios que les son propios. Pero si los niños y niñas en la
calle ya desafían la comprensión hegemónica de la infancia, los niños y niñas de
60
En http://www.compoundsecurity.co.uk/security-information/mosquito-devices, consultado el 7
de junio de 2012.
142
1. LA(S) INFANCIA(S)
la calle61, que pertenecen a la calle, llevan ese desafío a un nuevo nivel. Un niño
o niña en la calle está transitoriamente en el lugar equivocado, pero el niño o
niña “de” la calle está, ontológicamente, en el lugar equivocado. En palabras de
Judith Ennew, “los niños y niñas de la calle son los mayores fugitivos de la
sociedad… Uniéndose a policías, prostitutas y vagos en esta arena [las
‘peligrosas’ calles contemporáneas] no están sólo fuera de la sociedad, están
fuera de la infancia” (Ennew 2002: 389, corchetes nuestros). Pero, como los
niños y niñas “de” las calles de la revolución industrial, también están fuera del
control adulto; “en sus vidas tienen agencia, autonomía y reconocimiento de sus
pares; de hecho, tienen algo que los niños y niñas raramente tienen, a saber,
poder” (John 2003: 40-1). Tal poder surge del hecho de que los niños y niñas
“de” la calle se organizan en grupos con claras jerarquías internas y una firme
vinculación a un territorio, mostrando una solidaridad grupal “que se extiende a
compartir comida y otros bienes, y a la provisión de protección y apoyo en casos
de crisis” (Boyden 1997: 196). Los niños y niñas “de” la calle no sólo tienen
independencia y poder sino que, muchas veces, están mejor, “objetivamente”
mejor, que con la vida que tendrían de no estar en la calle. Un estudio con
cuatro grupos de niños y niñas en Nepal, el primero, “de” la calle, el segundo, de
aldeas pobres, el tercero, de barrios urbanos pobres, y el cuarto, de colegios
pobres, mostró que los grupos de niños y niñas de las aldeas y barrios pobres
tenían peor salud que el grupo de niños y niñas “de” la calle, lo que en parte se
atribuyó a la mayor independencia de éstos en relación con los otros grupos, la
que les había permitido adaptarse mejor a su situación de pobreza (Konner
2010: 547-548).
A pesar de las certeras palabras de Ennew sobre los niños y niñas “de” la calle
como expulsados de la infancia, los adultos suelen resistirse a reconocer que un
niño o niña ha caído, o ha perdido la inocencia, o la pureza, es decir, que ha
“abandonado la infancia”. Tal es el caso con las niñas y los niños soldados.
61
Usamos la expresión “niños de la calle” para enfatizar el contraste con la hegemónica infancia
domesticada, el oxímoron aparente que supone una infancia exterior. Sin embargo, se debe tener
en cuenta la prevención que hace Liebel (2012: 49), al decir que los propios niños y niñas “de” la
calle no suelen referirse a sí mismos como de la calle, pues consideran que esta manera de
etiquetarlos “los separa como grupo de otros niños y niñas, y los convierte en objeto de
intervenciones para ‘ayudarlos’, o incluso en un grupo ‘desviado’ ”. Al tenor del uso que hacemos
de la expresión, queda claro que estos riesgos no se siguen de nuestra exposición, pero para ser
fieles al sentir de los propios niños y niñas a quienes nos referimos, y evitar la naturalización del
concepto, o sea, la identificación ontológica de “niño/a” y “calle”, usamos la expresión con la
preposición “de” entre comillas.
143
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
62
Como las guerreras del Reino de Dahomey en África Occidental, que existieron como un cuerpo
de élite durante los siglos XVIII y XIX, cayendo finalmente derrotadas ante Francia en 1892, y que
eran reclutadas entre los 9 y los 15 años (Rosen 2005: 4, y ver Halpern 2011).
144
1. LA(S) INFANCIA(S)
demonios, o, mejor dicho, son demonios porque son víctimas” (Rosen 2005:
134). Es decir, matan, violan, y amputan a otros porque son víctimas, “y ni
víctimas ni demonios son actores racionales” (Rosen 2005: 134). El “niño
soldado”, se nos viene a decir, realmente no sabe lo que hace; ha sido
victimizado –sea secuestrado, abusado, torturado, o drogado- y desde ese
trauma insuperable y que consume su ser entero deben leerse sus acciones
posteriores. Esta narrativa de victimización y consecuente irracionalidad infantil
es resaltada por una versión “excesivamente idealizada de la autonomía,
independencia, y madurez adultas” (Rosen 2005: 134), como si todas las niñas y
todos los niños soldados fueran víctimas irracionales que son abducidas por sus
jefes militares adultos para empuñar un arma, y todos los soldados adultos
decidieran enrolarse libre y espontáneamente en un ejército o guerrilla, lo que
dibuja no sólo una descripción totalmente falsa de la participación de los adultos
en las guerras (Rosen 2005: 134), sino que una división, también falsa, entre los
niños y niñas, y los adultos que participan en una guerra. Según la narrativa
humanitaria que comenta críticamente Rosen, cuando los niños y/o niñas
se ofrecen como voluntarios para ser soldados, [lo hacen] porque ‘creen que
ésa es la única forma de asegurarse una comida regular, ropa y atención
médica’ o porque ‘pueden sentirse más seguros... si tienen armas en sus
manos.’ Se unen porque son ‘susceptibles a la seducción de la vida militar y a
la sensación de poder asociado a portar armas letales.’ Los niños y niñas sólo
creen o sienten o tienen sensaciones. Ellos no saben, ni entienden, ni juzgan,
ni deciden. En estas descripciones parece que ninguna persona menor de
dieciocho años tiene ninguna capacidad de juicio racional. Ninguna
credibilidad se le da al hecho de que alistarse voluntariamente puede ser la
única manera de sobrevivir, o que las niñas y los niños armados pueden estar
más seguros que los civiles desarmados (Rosen 2005: 134-135, cursivas
nuestras).
145
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Ambas visiones, la del “niño soldado victimizado” y por eso devenido demonio, y
la esquizofrénica del “niño soldado no niño”, que en el fondo son variaciones
sobre una misma visión, contrastan fuertemente con la percepción que tienen
los propios niños y niñas de su participación en conflictos armados. Los relatos
históricos y etnográficos de niños soldados “enfatizan su agencia, autonomía e
independencia” (Rosen 2005: 134), y demuestran que la gran mayoría de las
niñas y los niños soldados no son reclutados a la fuerza (Rosen 2005: 17). Peters
y Richards recogen testimonios que muestran la racionalidad de las niñas y los
niños soldados, quienes en su mayoría eligen pelear, y no son abducidos o
forzados a ello, como suele plantear la literatura humanitaria; “muchos
combatientes menores de edad eligen pelear con sus ojos abiertos, y defienden
su elección, a veces con orgullo. Enfrentados a un trasfondo de familias
destruidas y sistemas educativos fracasados, la actividad de las milicias les ofrece
a los jóvenes una oportunidad para abrirse paso en el mundo” (Peters y Richards
1998: 183). Es decir, los niños y niñas tienen y dan razones para pelear (Rosen
2005: 61-2), y alzan su voz para decirlo. Muchas de las niñas que sirvieron en el
Destacamento Femenino del Frente de Liberación de Mozambique, hoy adultas,
siguen entendiendo su participación en combate como empoderante y como un
evento que marcó su posterior participación como ciudadanas de pleno derecho
en la vida política de Mozambique; “una experiencia liberadora… no sólo
respecto de la dominación colonial sino que también de las estructuras
patriarcales de dominación en la sociedad ‘tradicional’ de Mozambique” (Rosen
2005: 17). Del mismo modo, estudios con mujeres excombatientes del Frente
Popular de Liberación de Tigray, en Etiopía, las muestran como “más seguras de
sí mismas, independientes y políticamente conscientes que las mujeres que no
pelearon”. Todas las mujeres estudiadas habían sido reclutadas como niñas
soldadas entre los 5 y los 17 años, con un promedio de reclutamiento de 12
años, pero “ninguna se concebía a sí misma como habiendo sido impotente, o
victimizada” (Rosen 2005: 18).
146
1. LA(S) INFANCIA(S)
63
Y recordar sección 1.5.iii, también sobre adultismo en atribución de agencia, entonces ante la
kindercultura y el mercado en general: mucha a los adultos, poca o nada a los niños.
147
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Pero son casos como el asesinato, en Liverpool en 1993, del niño James Bulger,
de 2 años, a manos de dos niños de 10 años, los que marcan el verdadero
terremoto emocional en la sociedad, porque evidencian la posibilidad de
superposición de esos dos polos de manera literal y brutal (entre muchos, ver
James et al. 1998: 52; Jenks 2005). Peor aún, porque evidencian al “niño en
riesgo”, nuestro tesoro, sometido al “niño riesgoso”. La imagen captada por las
cámaras de seguridad del centro comercial donde fue raptado, que muestra a los
asesinos del pequeño “Jamie” -como lo rebautizó la prensa- llevándoselo de la
mano, es una de las imágenes más estremecedoras que pueden concebirse,
porque revienta todas las polaridades: ahí donde los paseantes vieron a un
hermano menor con sus hermanos mayores, la realidad revelaba a unos
torturadores y asesinos con su víctima. Los asesinos de James Bulger son unos
“demonios” y se han puesto fuera de la infancia, pero no damos con el trauma
de origen (niños soldados) que explique lo primero, ni con el lugar inapropiado
(la calle) que dé razón de lo segundo.
148
1. LA(S) INFANCIA(S)
No sólo se protege al “niño”, entonces, sino que también nos protegemos de “los
niños”. Con todo, lo que une a la comprensión de la infancia dionisíaca con la
infancia apolínea es que ambas pretenden controlar al “niño”, en sus tiempos,
espacios, cuerpos y mentes, sea de manera externa, pública y abierta, en el caso
del “niño dionisíaco” (o, podríamos decir, niño fallido), sea internalizando el
control en el propio niño, observándolo, midiéndolo y evaluándolo, en el caso
del “niño apolíneo” (ver Jenks 2005: 62-70).
149
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
de la infancia” (ver James y Prout 1997a), que hoy se conoce sencillamente como
sociología de la infancia, estudios sociales de la infancia, o, más generalmente,
estudios de la infancia (childhood studies), y que es representado por la línea
editorial de publicaciones periódicas tales como Children & Society64, Children’s
Geographies65 y, sobre todo, Childhood66. Este renovado discurso sociológico,
que, como veremos más abajo, asume programáticamente una perspectiva
expresamente política, crítica, o “de protesta” (ver Introducción), nos servirá de
contrapunto para lo ya elaborado sobre la infancia hegemónica, a la vez que será
el lugar desde donde emprenderemos nuestro repaso crítico del discurso de
derechos de la infancia (capítulo 2), y nuestra marcha hacia un discurso
emancipador (capítulo 3).
64
Ver: http://onlinelibrary.wiley.com/journal/10.1111/(ISSN)1099-0860.
65
Ver http://www.tandfonline.com/loi/cchg20#.UcBzNfn0FqU.
66
Ver: http://chd.sagepub.com/. Para sociología de la infancia en España, ver Gaitán (2006), y
Rodríguez Pascual (2007).
150
1. LA(S) INFANCIA(S)
y miedos adultos, a que a veces vivan una infancia que no es la suya, siguiendo a
Deleuze, para que de ese modo los adultos vivan la infancia que quieren como
suya. Es decir, hemos transitado hasta aquí haciendo nuestro uno de los
supuestos básicos de la sociología de la infancia, esto es, que la infancia es una
construcción social. Con esto se quiere decir que a los niños y a las niñas siempre
se accede a través de un discurso que permea dicho acceso (ver James et al.
1998: 27); en otras palabras, que “[e]mpíricamente, niñas y niños son
impensables en ausencia de la infancia” (Honig 2011: 69); o, en jerga
hermenéutica, que siempre leemos un texto (el niño, la niña), a través de un
contexto (la infancia)67.
Así como la sociología moderna ha desnaturalizado los ámbitos del sexo, el cual
ahora aborda desde una perspectiva de género, y la raza, que ahora es una
cuestión de etnicidad (Jenks 2005: 50), la sociología de la infancia pretende
desnaturalizar la infancia. Ésta ya no equivale a la inmadurez biológica de la
persona, cuyo destino lógico sería madurar, devenir madurez, sino que es el
modo en que las diversas culturas interpretan dicha “inmadurez” (James y Prout
1997b: 3). La infancia es menos un hecho de la naturaleza que la interpretación
de dicho hecho, “y por tanto varía culturalmente la percepción que se tiene
sobre él” (Ravetllat 2006: 50-51).
67
Se suele atribuir a Philippe Aries (1960) la paternidad de la idea de la infancia como construcción
social, a partir de su tesis de que en la sociedad medieval no existía el concepto de infancia. Sin
embargo, aunque es menester reconocer la gran aportación que significó la idea de que los
conceptos sobre la infancia tienen una historia (ver Cunnigham 2005: 6 y 7), aquí no
profundizamos en la obra de Aries pues su aseveración sobre la inexistencia del concepto de la
infancia en la Edad Media precisamente surge de no entender suficientemente que la infancia es
una construcción social. En efecto, y más allá de sus inconsistencias metodológicas, que ya
comentamos en la sección 1.2, lo que Aries no encontró en la Edad Media fue su concepto de
infancia, el de su tiempo; es decir, actuó con un muy poco riguroso “presentismo”, interpretando
el pasado con gafas del siglo XX: “Aries reclama haber revelado una ausencia en el pasado allí
donde sólo había una presencia diferente” (Archard 2004: 22-23; y ver Heywood 2001: 13).
151
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En razón de las maneras infinitas en que se puede dar este salto infantil, los
autores de la sociología de la infancia no suelen hablar de “la” infancia sino que
de “las” diversas infancias, pues las infancias se multiplican en la medida en que
múltiples son los tiempos y contextos sociales (ver Jenks 2005: 6-7). Y así como
cada tiempo y contexto tiene su infancia, cada infancia tiene su contraparte
adulta a la luz de la cual es siempre definida.
68
Como dice Konner (2010: 615): “todos estamos suspendidos en redes de sentido culturales…,
pero ese sentido no es independiente de las propiedades universales del cerebro y la mente”.
152
1. LA(S) INFANCIA(S)
En las secciones previas ya hemos visto de qué manera diversas infancias se han
construido a lo largo y ancho de la historia. Con eso como antecedente,
volvamos sobre esta diversidad de construcciones.
Ahora bien, para ser niña o niño, aunque sólo sea por un par de años, o “niña o
niño de”, antes hay que ser persona, lo que no siempre podemos dar por
sentado: una mirada al mundo mayoritario nos muestra que no sólo el concepto
de infancia es una construcción de la cultura, sino que el propio concepto de
persona o ser humano también lo es. Por ejemplo, los Chewong de la península
malaya entienden que para ser persona hay que ser necesariamente Chewong y,
a la vez, que ser Chewong no se restringe solamente a otro individuo de la
especie que conocemos como homo sapiens y de la etnia Chewong, sino que
también incluye todas las cosas del medio, tales como árboles, piedras, ríos,
montes, que según los Chewong tienen conciencia. Así, “en el habla Chewong,
éstos son ‘personas’ (beri), del mismo modo que el gran número de seres
existentes que son invisibles al ojo. Todos son ‘personas’, con idénticos atributos
153
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
de personalidad que los [seres humanos] Chewong” (Howell 1989: 46, corchetes
nuestros).
Y si en el riquísimo arco iris histórico y cultural hay niñas y niños que lo son por
poquísimo tiempo, personas que no son personas, cosas que son personas y no
madres que son madres, también hay adultos que son niñas o niños, o sea, casos
en que la infancia va más allá de la mera interpretación cultural de la “inmadurez
biológica”, desbordando la canalización otorgada por la materialidad de “la
biología”. En la actualidad occidental se ha uniformado la comprensión de que
son adultos los mayores de cierta edad (los 18 años para efectos de la CDN), sin
embargo,
Para los Nayaka, de que hablábamos recién, tanto adultos como niñas y niños
“biológicos” son niños del bosque. Dijimos recién que la palabra “makalo” denota
relación y uno de sus usos sirve a los Nayaka para describirse a sí mismos frente
al bosque y frente a todos los moradores previos e invisibles de la zona en la que
habitan, a quienes llaman, alternativamente, “padres grandes” o abuelos (Bird-
David 2005: 93).
Así como hay adultos que son niñas o niños, también hay niñas o niños que son
incluso más que adultos, esto es, ancestros, o maestros espirituales. Para los
Beng, de Costa de Marfil, los bebés son ancestros reencarnados que han vuelto
del mundo de los muertos, por lo que “los adultos Beng no sólo los tratan con
154
1. LA(S) INFANCIA(S)
gran respeto y devoción, sino que les hablan porque el niño-ancestro puede
obrar como intermediario ante poderosas fuerzas espirituales” (Lancy 2008: 90).
También entre los cultivadores de arroz de Bali se cree que el espíritu de los
ancestros vuelve a habitar a la niña o el niño en el vientre materno y, una vez
nacido, se cree que la niña o el niño es un ser divino durante 210 días (Lancy
2008: 90). Del mismo modo, la búsqueda de altos lamas que emprenden los
buddhistas tibetanos, en la que se incluye la del Dalai Lama, es sólo una de las
manifestaciones de la creencia en la reencarnación que, en este caso, supone ver
en la niña o niño a alguien en quien habitan los pensamientos y gestos (adultos)
de la maestra o maestro espiritual renacido (Gupta 2002). Entonces, ¿qué puede
responder la visión hegemónica, por ejemplo, ante una niña “biológica” que
tiene 500 años “culturales”69?
69
La alta lama tibetana Dorje Phamgo es representante de un linaje ininterrumpido de lamas
mujeres que se remonta al menos cinco siglos hacia atrás (Diemberger 2007).
70
Ahora bien, sea lo que fuere un “sistema social saludable”, ciertamente no se puede concebir
como un estado de cosas aproblemático en el caso del infanticidio. Las elevadas dimensiones que
155
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Volviendo a nuestro mundo minoritario, ¿qué puede querer decir ese “horror y
repugnancia” ante el asesinato extra-uterino pero esa normalización del
asesinato intra-uterino71? Más allá de las consideraciones éticas, pues el punto
alcanza en la actualidad el infanticidio femenino en países como India o China, en relación con el
infanticidio masculino, hace inevitable entender esta práctica, en cuanto fundada en una
discriminación por sexo, como una manifestación más del patriarcado dominante, es decir, como
propia de sistemas sociales muy poco “saludables” (ver Bumgarner 2007, Campos Mansilla 2010).
71
Esta pregunta cobró toda su relevancia ante la polémica provocada por la publicación del
artículo “Aborto post-parto: ¿por qué habría de vivir el bebé?” (Giubilini y Minerva 2012), en el
cual sus autores argumentaban que no hay diferencias éticas entre el aborto y el infanticidio del
recién nacido (al que llaman aborto post-parto), polémica que llevó a que la revista tuviera que
justificar la publicación en un Editorial (2012) colgado en su web a los pocos días de publicado el
artículo.
156
1. LA(S) INFANCIA(S)
ii. Las Niñas y Niños son Sujetos Activos en la Construcción de sus Vidas, de las
Vidas de quienes les Rodean, y de la Sociedad
72
Por ejemplo, cuando se habla de que la diferencia cualitativa entre vida nacida y no nacida es la
posibilidad de “vida autónoma” de los nacidos, en contraposición a la imposibilidad de tal vida
autónoma de los fetos (al menos durante los primeros 6 meses de embarazo), lo que en el fondo
hay es un consenso (no compartido por los antiabortistas), en conferirle a la autonomía un sentido,
entidad y precedencia como principio de argumentación –entre otros, frente a la vida- que no
tiene fuera del contexto específico del caso del aborto. Sobre lo decisivo de debatir y argumentar
lo que sea que signifique la vida del nonato, ver Borgmann (2009).
157
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Una vez que se comprende a los niños y las niñas como agentes con voz, se
relativiza el concepto de socialización, que criticamos en la sección 1.5, y surgen
en su reemplazo conceptos tales como el de reproducción interpretativa75,
acuñado por William Corsaro (2005: 41), para quien los niños y las niñas se
apropian creativamente de la información del mundo adulto, participan en y
producen sus culturas de pares, y contribuyen a la reproducción y elaboración de
la cultura adulta. Es decir “frente a la descripción de la infancia como momento
ajeno al devenir social”, a la imagen de una niña o un niño siendo izado a lo
social y sólo aprendiendo de los adultos, el nuevo paradigma asume la
consideración de los niños y las niñas “en tanto agentes sociales de pleno
73
Mayall (2002: 21) distingue entre ser “actor social” y ser “agente”. El actor social, dice, hace algo
a partir de un deseo subjetivo, pero el agente negocia con otros con el fin de provocar un cambio.
Siguiendo esta distinción, “estudiar a los niños y niñas como actores sociales es concebirlos como
activos en la construcción de sus vidas y como viviendo vidas que son dignas de ser estudiadas por
sí mismas, y no sólo por lo que nos revelarán sobre el futuro o el desarrollo de la especie. Pero…
concebir a los niños y niñas como agentes es verlos, también, como teniendo un rol que jugar en
las vidas de quienes les rodean, y en las sociedades en que viven, y como formando culturas y
relaciones sociales independientes” (James 2011: 41). Nosotros hablaremos, indistintamente, de
los niños y niñas como “agentes” o “actores sociales (competentes)”.
74
Thomas y O’Kane (1998: 147-148), investigando con niños y niñas ingleses y galeses de entre 8 y
12 años, cuya custodia había sido asumida por el Estado, descubrieron que unos y otras no querían
imponer sus voces, sino, tan sólo, convertirlas en parte relevante del diálogo sobre sus vidas. Es
decir, no querían hablar más alto, sino hablar y ser escuchados, respetados, y tenidos en cuenta.
75
“El término interpretativo recoge los aspectos innovadores y creativos de la participación infantil
en la sociedad ... El término reproducción recoge la idea de que los niños y las niñas no están
simplemente internalizando la sociedad y la cultura, sino que están contribuyendo activamente a la
producción y cambio cultural. El término también implica que, por su participación misma en la
sociedad, están constreñidos por la estructura social existente y por la reproducción social”(Corsaro
2005: 18-19).
158
1. LA(S) INFANCIA(S)
76
Sobre la relación de estructura y agencia infantil volveremos en las secciones 3.1 y 3.2. Ver
también Stammers (1999: 983).
159
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
160
1. LA(S) INFANCIA(S)
A diferencia de la competencia hogareña que, por ser tal, sólo se puede ver y
conocer de manera imperfecta y limitada, otros ámbitos en los que la infancia
contemporánea ha dispuesto a niñas y niños sí nos entregan mayores y mejores
luces sobre la activa competencia infantil. Entonces, actuando colectivamente,
en grupos de pares, amigos y/o amigas, los niños y las niñas alzan sus voces para
crear una armonía muchas veces cacofónica a oídos oficiales.
77
En http://www.iisj.net/iisj/de/la-ambiguedad-del-derecho-a-juego-de-los-ninos.asp?cod=4893
&nombre=4893&nodo=&orden=True&sesion=1, consultado el 25 de junio de 2012.
161
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Dos variables surgen consistentemente en los grupos de pares: i) las niñas y los
niños intentan persistentemente ganar control sobre sus vidas (en un medio que
de derecho ha entregado ese control a los adultos); y ii) ese control que se gana
es compartido entre los propios niños y niñas (Corsaro 2005: 134 y 191). Es decir,
unos y otras quieren tener una voz fuerte, ser agentes, y quieren tenerla y serlo
en comunidad. Ahora bien, precisamente porque son actores sociales
competentes, también son conscientes de su mermada posición en la jerarquía
generacional, en un contexto social que por definición les ha excluido de la
participación, y que por tanto tiende a restringir su agencia. Producto de estos
desequilibrios de poder, las niñas y los niños muchas veces no pueden implicarse
en una resistencia u oposición abierta contra las restricciones con que se les
presenta el mundo adulto sino que se emplean en “una política simbólica de
protesta ante un mundo adulto sordo y prejuiciado. Las niñas y los niños tienen
que comenzar desde donde están socialmente posicionados, lo que significa que
tienen que crear su propio espacio en espacios creados por otros” (Roche 1999:
479). Según la elaboración de James C. Scott en su estudio sobre la “dominación
y las artes de resistencia”, retomada por Sutton-Smith (1997) para el caso de
niñas y niños, unas y otros pueden elegir no desafiar los términos de su
subordinación abiertamente, sino, tras bambalinas, “crear y defender un espacio
social en el cual el disenso respecto del discurso oficial pueda expresarse” (Scott
1990: xi). En cuanto grupo subordinado, niñas y niños crean “un ‘guión oculto’
que representa una crítica del poder realizada a espaldas de los poderosos”
(Scott 1990: xii), y así su “rumor, cotilleo, folklore, canciones, gestos, bromas, y
teatro” pueden interpretarse “como vehículos a través de los cuales, entre otras
cosas, insinúan una crítica al poder a la vez que se esconden en el anonimato o
tras la inocua comprensión de su conducta” (Scott 1990: xiii).
162
1. LA(S) INFANCIA(S)
Corsaro (2005: 151) sostiene que se desarrolla una verdadera subvida, que es al
colegio lo que el submundo es a la ciudad (ver Goffman 1961: 199). Esta subvida
78
En Chile las y los estudiantes de escuelas públicas llevan uniforme, camisa blanca, y americana
(“chaqueta”) negra o azul marino, de ahí el mote de “pingüinos”.
163
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Los frutos de este movimiento iniciado por escolares se notan en que a día de
hoy (2013), con un gobierno de derechas en el cual varios miembros del gabinete
ministerial fueron conocidos colaboradores de la dictadura, se está
emprendiendo la mayor reforma al sistema de educación escolar y universitario
desde su desmantelamiento llevado a cabo por esa misma dictadura.
164
1. LA(S) INFANCIA(S)
la guerra [de Iraq] que sacudieron a la ciudad. Marcharon hasta la oficina del
alcalde y le exigieron que bajara a hablar con ellos acerca de por qué la
ciudad no podía financiar por completo sus escuelas públicas. Tomaron la
delantera en la organización de una escuela comunitaria gratuita, para salvar
así la brecha educativa que resultaría del cierre prematuro de escuelas
(Gordon 2010: 199, corchetes nuestros).
Pero también porque son agentes, muchas veces niños y niñas se dan cuenta de
que el colegio puede ser un sinsentido, una herramienta de control para vivir esa
infantilización que no es la suya, que menciona Deleuze, y entienden que
ninguna reforma va a cambiar eso (ver sección 1.5.ii). Nelsen (1985) estudió las
medidas para forzar la asistencia al colegio en Toronto, mostrando que cuando
todo falla, los alumnos y alumnas son encarcelados: en el año 1981, 42 jóvenes
(youth, pero menores de 18 años) de Toronto sin otros cargos criminales que el
haberse ausentado de clases habían sido encarcelados, como grupo, durante
más de 100 días.
Encarcelar a quienes faltan a clases [truants] es una evidencia clara de que las
autoridades… consideran faltar a la escuela... como algo grave. Es grave
porque quienes faltan se niegan a permitir que las autoridades de la escuela,
en nombre de la cultura en general, los definan y estandaricen. Pero es más
que eso: pues la parte más importante de este rechazo es su negativa a
subordinar su identidad, a despersonalizar su subjetividad única en favor de
las reglas tradicionales, reglamentos y procedimientos estandarizados de
funcionamiento del gran sistema socio-económico. Las y los jóvenes no están
dispuestos a cooperar en su propia burocratización - un proceso que está… en
el corazón mismo de la socialización escolar. En resumen, a diferencia de los
individuos bien escolarizados, estos desviados ‘intransigentes’ se niegan a
cooperar con las autoridades escolares en su objetivo de sujetarlos a una
mano cada vez más férrea, a medida que se suceden los niveles escolares,
como parte del procesamiento de su propio ‘ajuste’ a las condiciones socio-
económicas hegemónicas (Nelsen 1985: 148).
165
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Es fácil reconocer en esta breve descripción del discurso sobre el juego las trazas
del discurso desarrollista que criticamos en la sección 1.3. Y por ello, es muy
difícil para las niñas y niños reconocer su juego en este discurso. Diversos
estudios (King 1979, Sutton-Smith 1997, Ceglowski 1997, Liebel 2004) coinciden
en que la comprensión que las propias niñas y niños tienen del juego no tiene
nada que ver con lo que los adultos tienen en mente –sea aprender,
desarrollarse, progresar, o “trabajar”- cuando hablan del juego infantil. Robson
(1993) muestra que los niños y niñas suelen responder con un “no” al ser
preguntados si estaban aprendiendo al jugar; y Howard et al. (2006) encontraron
que niñas y niños usan señales parecidas para “no aprender” y para “jugar”.
¿Qué suelen entender, entonces, los niños y niñas por “juego”? Howard et al.
(2006) muestran que niños y niñas asocian su juego con la ausencia de adultos,
o, más precisamente, con la ausencia de control adulto, y diversos estudios con
niñas y niños del mundo minoritario (Romero 1989, Wing 1995, Rasmussen
2004) coinciden en señalar que para unas y otros el juego es una actividad que
se define por el nivel de control que tienen sobre ella. Para estos niños y niñas
(del mundo minoritario, esto es, escolarizados, privatizados y encerrados en el
juego y el estudio) “el trabajo es sobre lo que tú [adulto] quieres, el juego es
sobre lo que yo quiero” (Wing 1995: 243, corchetes nuestros); lo que los lleva a
definir “la misma actividad… como juego si es elegida por los niños y/o niñas; y
como trabajo si la han ordenado los profesores” (Romero 1989: 408).
166
1. LA(S) INFANCIA(S)
Si el juego, para niñas y niños, es una actividad definida por el nivel de control
sobre ella, la presencia del adulto, especialmente del emisario de la retórica del
progreso, representará un abierto desafío. Surge entonces, en los niños y niñas,
la retórica de poder, la retórica de su juego como poder frente al
desempoderamiento permanente ejercido por los adultos, como mecanismo de
resistencia al control social ejercido por los adultos, como herramienta para
fortalecer el estatus de los jugadores (ver Sutton-Smith 1997: 29). “El poder
como autonomía de cara a la realidad cotidiana se relaciona inmediatamente
con el juego. La habilidad para experimentar el poder, aunque sea en espacios
lúdicos ilusorios, es uno de los grandes atractivos del juego” (Lindquist 2001:
15)79.
79
Para ejemplos de juegos de poder en Occidente y otras culturas, ver Lindquist (2001: 17). Es
importante prevenir que, como hablamos de discursos o retóricas sobre el juego, aquí no
queremos decir que, necesariamente, el elemento de poder sea evidente para quien juega, lo que
no impide que un análisis de dicho juego lo saque a relucir, mostrando que, de hecho, el juego
funciona como un pulso de poder, una reafirmación de la capacidad infantil, una puesta en duda
de la agencia de los adultos, etc. Por lo demás, lo mismo cabría decir, con mucha mayor
contundencia, sobre el elemento aprendizaje en el juego del que se ocupa la retórica del progreso,
con la diferencia de que el análisis tiende a mostrar que, de hecho, tal aprendizaje no reluce
fácilmente en dicho juego (ver Sutton-Smith 1997: 76; Strandell 1997: 462).
167
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
esos adultos” (Sutton-Smith 1997: 117). Quizás de este modo deban entenderse
los ejemplos que da Rasmussen (2004: 159 y ss.) sobre niñas y niños jugando, a
sabiendas, juegos definidos como “peligrosos” por los adultos, contra la voluntad
de éstos. Pues, ¿lo que representa la agencia para niñas y niños es la superación
del peligro, o la superación del adulto que define tal peligro80?
Sin embargo, producto del desequilibrio de poder entre niñas y niños, y adultos,
el juego como resistencia no suele manifestarse frontalmente o como “guerra
abierta” (Sutton-Smith 1997: 122) sino bajo el “camuflaje” de los “guiones
ocultos” de que habla Scott (1990). Por ejemplo, Romero (1989: 410) cuenta de
niñas y niños “ludificando” el trabajo que les ha sido asignado por los profesores,
y con ello, pervirtiéndolo; Nancy King, quien mostró esto mismo en niñas y niños
mayores, habla del juego ilícito en el aula (referida en Sutton-Smith 1997: 11); y
Strandell (1997: 457 y ss.) narra la manera en que niños y niñas se reapropian,
por medio del juego, de situaciones originalmente controladas y diseñadas por
los adultos. En un caso ligeramente distinto, McNamee (2000: 479) explica de
qué manera los juegos de videoconsola y ordenador operan como constructores
de “heterotopías”, es decir, lugares de resistencia donde la realidad es invertida
pues la niña o niño que juega tiene el poder de manipular su entorno y hacer lo
que es imposible en la realidad, por ejemplo, algo tan sencillo como jugar en la
calle. Aquí el guión oculto de niños y niñas consistiría en (ab)usar de su situación
privatizada para, en y desde esa misma privatización, escabullirse en la esfera
pública del ciberespacio, además de generar un espacio para comunicarse y
compartir con sus pares fuera de la supervigilancia adulta (ver McNamee 2000:
486)81.
80
Factor (2004: 149) cita a una niña que dice que cuanto más le prohíben un juego los adultos, más
ganas le dan de jugarlo, lo cual es parte de la experiencia de muchos de nosotros, adultos que
alguna vez fuimos niños o niñas. Una manera de verbalizar la actitud de la niña sería: “Cuanto más
te afirmas como adulto, más me reafirmo como niña, en oposición a ti”, lo que tiene consecuencias
no menores en lo que hemos hablado sobre la separación entre infancia y adultez.
81
En el mismo sentido, Thorne (2009: 23) comenta las investigaciones de danah boyd sobre el uso
de (el hoy menguado) Myspace por parte de niñas y niños, quienes “aun cuando están usando
físicamente el ordenador en el espacio controlado por adultos del hogar…, crean espacios públicos
en Internet donde juntarse, pasar un rato [hang out], negociar sus identidades, y ganar estatus y
reconocimiento, con un mínimo de vigilancia adulta”.
168
1. LA(S) INFANCIA(S)
del patio”, que es la poesía de la cotidianeidad de niñas y niños, “un corpus que
éstos usan y manipulan generalmente sin intervención, ni ‘explicación’, ni
‘tranquilizadora contextualización’ adulta” (Thomas 2004: 154). Desde el punto
de vista de la mayoría de los adultos, la poesía del patio es inquietante, rara,
perturbadora, pues “desmantela nostálgicas nociones del niño como inocente,
obediente, y controlable, y por lo tanto..., tiende a perturbar a los adultos pues
conlleva la imagen de niñas y niños agentes, sexualizados y complicados, capaces
de controlar su mundo a través del juego lingüístico y, a veces, de imágenes y
metáforas violentas y antiautoritarias” (Thomas 2004: 155). Así por ejemplo, el
siguiente poema, referido por un niño neozelandés a Sutton-Smith (2008: 122):
En la cima del Monte Egmont, cubierto de arena / Le disparé a mi pobre
profesora, con un elástico gris / Le disparé con gusto / Le disparé con orgullo /
Imposible no darle / Medía 15 metros de ancho / Fui a su funeral / Fui a su tumba
/ Algunos arrojaron flores / Yo arrojé una granada / Su ataúd subió, su ataúd
bajó / Su ataúd se estrelló contra el suelo / Miré en su ataúd, todavía no estaba
muerta / Así es que saqué mi bazuca y le volé la cabeza82.
Siguiendo a de Certeau, Thomas (2004: 158) considera que la poesía del patio es
uno de aquellos “procedimiento populares… [que] juegan con los mecanismos
de la disciplina y sólo se conforman para cambiarlos”, una de “las formas
subrepticias que adquiere la creatividad dispersa, táctica y artesanal de grupos o
individuos atrapados”, como niñas y niños, “en… las redes de la ‘vigilancia’” (de
Certeau 2000: xliv-xlv). O podríamos decir, con Scott (1990), que es una
manifestación de los guiones ocultos de niñas y niños, o con Corsaro (2005), de
sus ajustes secundarios y su subvida, o con Lindquist (2001), de la infrapolítica de
los que carecen de poder.
A la vez que este juego busca desafiar el control de los adultos, se desarrolla en
un ambiente de solidaridad entre pares. Strandell (1997: 457) habla de un fuerte
sentimiento de comunidad (togetherness) entre niños y/o niñas, en la medida en
que es en cuanto grupo como más pueden influir en la definición de la situación.
Marks (1995: 87-88) muestra cómo niñas y niños, empoderados por el grupo de
pares, invierten las relaciones de poder con los adultos a través de su
82
On top of Mt. Egmont, all covered in sand /I shot my poor teacher, with a grey rubber band / I
shot her with pleasure / I shot her with pride / I couldn’t have missed her / She was 40–feet wide. / I
went to her funeral / I went to her grave / Some people threw flowers / I threw a grenade / Her
coffin went up, her coffin went down / Her coffin went splat all over the ground / I looked in her
coffin, she still wasn’t dead / So I got my bazooka and blew off her head.
169
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
James et al. (1998: 89) señalan que el juego de niñas y niños –incluidos chistes,
rimas, etc.- es un saber (lore) “que se transmite entre generaciones de niñas y
niños desafiando las restricciones de los adultos sobre lo que unas y otros
‘deberían’ o ‘habrían de’ saber”, es decir, sitúan a la cultura o subcultura de
niñas y niños como un lugar de reproducción cultural83.
83
Para una matización de la cultura de pares como cultura separada de la de los adultos,
señalando los peligros que conlleva esta concepción en el sentido de poder perpetuar la
esencialización, separación y diferencia de los niños, y para un relato de los niños y niñas como
también integrados competentemente a la cultura adulta, que está inextricablemente unida a la
cultura de los niños, ver James et al. (1998: 82-90), Corsaro (2005: 27), y la sección 3.4.ii.
170
1. LA(S) INFANCIA(S)
niños cada vez están menos en la (peligrosa, i.e. libre) calle, donde solían jugar
hasta hace muy poco –“las calles eran el lugar donde los niños y/o niñas podían
encontrarse en sus propios términos y crear sus propias condiciones de juego”
(Peterson 2004: 158)-, y más en la (segura, i.e. controlada) casa, escuela, parque
de juegos (ver McNamee 2000: 481); en que el juego muchas veces pasa a ser
“aventura controlada” en los parques de juego comerciales (ver McKendrick et
al. 2000: 305); en que hay muchos juegos que son lisa y llanamente prohibidos
por razones de seguridad (Rasmussen 2004: 159 y ss.); en que los adultos cargan
contra los espacios de los niños y niñas (diseñados por éstos a su imagen y
semejanza, en contraposición a los espacios “para niños”), en razón de ser
“ejemplos de desorden, destrucción y conducta prohibida” (Rasmussen 2004:
162); en que no se puede correr ni saltar (Göncü et al. 2006: 168), ni jugar a los
“policías y ladrones” (Factor 2004: 148-149), y ni siquiera jugar a las mascotas
(Göncü et al. 2006: 158).
El guión público de los adultos es hacer que niñas y niños progresen, su guión
privado es la negación de sus impulsos agresivos y sexuales; el guión público
de los niños y niñas es ser exitosos como hijos e hijas, y como escolares, su
discurso privado u oculto es su vida de juego, en la cual pueden expresar
tanto su identidad especial como su resentimiento por ser un grupo cautivo
(Sutton-Smith 1997:123).
171
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
aparecer a la niña o niño oculto bajo el manto del núcleo familiar (Rodríguez
2007: 22, 24)84. Cabe insistir en que este énfasis es metodológico. El estudio de
las relaciones sociales de niños y niñas en cuanto tales, y su emergencia como
sujetos diferentes y diferenciados del marco familiar no supone,
necesariamente, plantear una separación ontológica, sino sólo metodológica o
epistemológica. Es decir, no se trata de hacer aparecer al niño o niña como un
totalmente otro respecto de su familia o escuela sino de que, para ser conocido,
no puede asumirse acríticamente al niño o niña como en una situación de
subsunción respecto de su familia o escuela, de que no se puede conocer a las
niñas y los niños a través de sus familias o escuelas (por ejemplo, sociología de la
familia o sociología de la educación). Niñas y niños, como madres y padres, y
como los profesores de la escuela, también son sujetos. La separación analítica
inicial del niño o niña respecto de su familia tiene el propósito de hacerlo
aparecer como tal niño o niña, no de cercenar sus vínculos como integrante de
una familia o comunidad más amplia (cfr. Arneil 2002: 82)85.
Dar relevancia a las relaciones sociales de la niña o niño aquí y ahora también se
sigue del reconocimiento de que la infancia no es necesaria, ni principalmente,
una práctica o preparación para la adultez. En términos conceptuales, esto
significa que se debe emancipar a niñas y niños de ser sólo futuro (así como una
sociología de la tercera edad, ancianidad o vejez ha de buscar emancipar a los
ancianos de ser sólo pasado), disputándole a los adultos el monopolio del
presente (ver Morss 1996: 158).
84
No deja de ser sugerente, siguiendo esta línea argumental sobre la viciada confusión entre
niño/a y familia, que una de las colecciones sobre derechos de la infancia más relevantes del
último tiempo haya sido publicada en una revista titulada, precisamente, International Journal of
Law and the Family (1992).
85
Usando conceptos de Raimon Panikkar (1998, 1999), el propósito es hacer ver al niño o niña
como un nudo (sujeto) de la red (familia y/o comunidad), no desgajarlo de la red. Volveremos a la
mutua dependencia o interdependencia de niños y niñas con sus familias y/o comunidades en las
secciones 2.4.iii, 3.4.ii y 3.5.
172
1. LA(S) INFANCIA(S)
86
Siguiendo a Bourdieu, Mayall (2002: 40) precisa el concepto de generación social, que ayuda a
lidiar con las diferencias de edad que el concepto de infancia occidental acarrea en su seno, entre
lactantes por un lado, y jóvenes de 17 años, por el otro. Este concepto permite: “asociar a esta
gente de desarrollo dispar bajo el paraguas de ‘esta generación de niñas y niños’, viviendo dentro
de una conjunto específico de condiciones sociales, y sujeta a comprensiones específicas sobre lo
que es la infancia”.
173
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Sobre raza y etnicidad, Corsaro habla de las diferencias en los modos de relación
entre las infancias afroamericanas y las infancias de la clase media blanca en
Estados Unidos, y nota que el estilo oposicional de los niños y niñas
afroamericanos en sus relaciones de pares muchas veces parece agresivo a ojos
de sus pares blancos de la clase media cuando, sin embargo, para los primeros esa
oposición y antagonismo se da dentro de un contexto lúdico en el cual, en último
término, “lo que emergía de las voces muchas veces competitivas de… las niñas y
niños eran relaciones de amistad positivas y competitivas que conducían al
respeto mutuo y a la solidaridad grupal” (Corsaro 2005: 169). En Estados Unidos
el color de piel es un rasgo importante para la auto-comprensión de los niños y
las niñas pequeñas, y se suele dar el caso de que ‘blanco’ es la raza por defecto,
pues “los niños y las niñas blancas raras veces mencionan el color de piel
mientras que los niños y las niñas negras ponen un claro énfasis en su piel
negra”. Del mismo modo, el juego infantil muchas veces se estructura en torno a
conceptos de raza o etnia, como herramienta de inclusión o exclusión, y para
controlar las interacciones entre pares (Corsaro 2005: 180-1).
174
1. LA(S) INFANCIA(S)
87
Desde hace varios lustros la interseccionalidad viene siendo una categoría fundamental en los
análisis feministas (McCall 2005) y iusfeministas (Barrère 2010; Barrère y Morondo 2011). Su uso
se remonta a dos artículos ya clásicos de Kimberlé Crenshaw en los que estudió la intersección de
género y raza, es decir, de sexismo y racismo, en la discriminación laboral (1989) y violencia (1991)
a las que se enfrentan las mujeres afroamericanas.
175
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Terry: Sí, sí; y quítese el culo, quítese la cosita, quítese la ropa, quítese la boca.
Sean: Quítese los dientes, quítese la cabeza, quítese el pelo, quítese el culo.
Señorita Baxter el paxter bragas paxter.
(Se ríen).
Señorita Baxter: Sean, ponte a otra cosa, haz el favor (Walkerdine 1983: 112-
113).
176
1. LA(S) INFANCIA(S)
177
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS
DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
180
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Lo que Van Bueren está diciendo es que la falta de reflexión sobre la naturaleza
de los derechos de la infancia, especialmente según se conciben en la CDN, no se
debe a un consenso sobre su naturaleza, sino a su falta de problematización. Sin
embargo, la urgencia de reconocer las infancias periféricas, expresada por Van
Bueren, no justifica la clausura de la reflexión, porque ese reconocimiento, cuyo
propósito es convertirse en praxis, necesita un qué (se reconoce), un cómo (se
reconoce), un cuándo (se reconoce), un quién (es reconocido), un por quién (se
es reconocido) y, si somos fieles al proyecto crítico, un por qué (se reconoce), un
para qué (se reconoce), y, sobre todo, un para quiénes (se reconoce). Y estas
preguntas sólo pueden ser respondidas una vez que se entiende la naturaleza del
181
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
discurso de derechos -en este caso el de la CDN- lo que, a su vez, parece que sólo
puede ocurrir si se entiende el discurso sobre los propios niños y niñas -en este
caso, según se expresa en la CDN. Porque lo que Van Bueren y los redactores de
la CDN no pueden haber evitado al momento de enfrentarse a la redacción es
tener en cuenta alguna concepción de “el niño” y de “la infancia”. Es decir, si se
pensaba que niñas y niños necesitaban una carta de derechos humanos distinta
que la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), tiene que haber
sido porque se pensaba que niñas y niños son, de alguna manera, distintos que
los destinatarios (adultos) de la DUDH. Por lo tanto, aunque probablemente sea
cierto que los derechos no se derivan de la operación de la razón natural, el
hecho de que se puedan derivar de una idea de lo que es ser un humano, en este
caso un niño o niña (“el niño”), como dice Van Bueren, hace indispensable
desmenuzar esa idea, y discernir de dónde viene, a quién sirve, y por qué sigue en
pie.
Empezamos nuestro tránsito con algunas palabras, breves pero necesarias, sobre
el discurso general de los derechos (humanos), que precede temporal y
conceptualmente al discurso de derechos de “la infancia”, a la vez que le sirve de
referencia y espejo.
182
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
88
Para un tratamiento acabado de la “capacidad” como referente último del reconocimiento del ser
humano como sujeto de derechos en Paul Ricoeur, ver Picontó Novales (2005: 83-111; 2008: 740-748).
183
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
pueden disfrutar de esta autonomía, sino sólo “quienes pueden elegir y hacerse
cargo de principios morales en general, y de las ideas de bondad personal y los
resultantes planes de vida que son el referente específico de dicho principio”.
Sólo para quienes tienen esta capacidad, continúa Nino, es un verdadero bien el
estado de cosas que presupone la autonomía (Nino 1989: 221, cursivas
nuestras). Y esta capacidad presupone la razón, que es la facultad que, en
definitiva, nos hace libres, agentes, capaces, responsables, autónomos: el sujeto
de derechos es un individuo racional, y en cuanto tal, competente (ver Pilotti
2000). Por ello, es también la razón el fundamento de nuestros derechos (Fariñas
1998: 366).
La razón no sólo nos hace libres sino dignos, pues dota a nuestros actos de una
entidad vinculante, les da una dignidad y prestancia que de otro modo no
tendrían. El principio de dignidad de la persona “prescribe que las personas
deben ser tratadas de acuerdo con sus decisiones, intenciones, y expresiones de
consentimiento, y que éstas pueden considerarse como antecedentes de
obligaciones y responsabilidades” (Nino 1989: 178). Se pregunta Paul Ricoeur,
184
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
89
Ver también Hierro (2000: 360 y 364).
185
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
186
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
En principio, los teóricos de los derechos de la infancia desarrollan sus teorías sin
solución de continuidad respecto de las teorías generales de derechos humanos.
Así, señala Campoy (2006: 982, cursivas y corchetes nuestros) que “el valor que
prevalece en los sistemas morales y jurídicos de nuestras sociedades
occidentales es el de la libertad”, por lo que “es a éste al que también se ha de
atender principalmente en el reconocimiento de derechos y deberes cuando
éstos se relacionan con los niños [sic]”. Igualmente, Freeman (1992) enfatiza los
conceptos de igualdad y autonomía, en un sentido explícitamente rawlsiano (ver
sección 2.1), como fundamentos del discurso de derechos, incluidos los de la
infancia. Los conceptos de libertad, igualdad, y autonomía, que confluyen en “el
valor y la dignidad de la persona humana” (ver Salado 2000: 19-20), dan una idea
general de lo que los teóricos de los derechos humanos de niñas y niños
entienden como presupuesto general de fundamentación de los derechos
humanos per se.
90
En un sentido similar, Catharine MacKinnon ha planteado si acaso las mujeres son seres
humanos para enfatizar de qué manera el discurso de derechos humanos –todavía muchas veces
llamados derechos del hombre, droits de l’homme- no reconoce como violación de derechos, o al
menos no del mismo modo, la situación sometida, secundaria (accesoria), y menospreciada de las
mujeres (“Ser una mujer todavía no es un nombre para una forma de ser humana” [2006: 43]).
187
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
que posee una persona para controlar, reclamar o hacer algo” (2002: 19), es
decir, una herramienta al servicio de la voluntad, escribe que la dignidad de la
que surgen los derechos humanos, y de la que se habla por ejemplo en la DUDH,
no sería otra que la que se viene atribuyendo al ser humano desde la Ilustración,
esto es, una dignidad que implica personalidad, es decir, agencia y autonomía.
Pero el caso es que los niños y las niñas, para Griffin, no son agentes (Griffin
2002: 20-1). En el mismo sentido, Brighouse (2002: 31) señala que “cuanto más
se aparta un agente del modelo liberal de la persona racional competente,
menos apropiado parece ser atribuirle derechos. Pero niñas y niños se apartan
mucho de este modelo, y más cuanto más jóvenes son”.
Los derechos de la infancia cargan con esta paradoja como vicio de origen pues,
como dice Prieto Sanchís, durante el apogeo de la revolución industrial “la
reacción humanitaria frente al tratamiento y a la situación de los menores [sic]
no postuló… la autonomía individual”, sino que adoptó una forma paternalista
“que difícilmente puede presentarse como fundamento u origen de los derechos
humanos del menor [sic], al menos si nos referimos a la concepción tradicional
de derechos fundamentales como libertades” (1983: 11, corchetes nuestros). De
ahí que desde el surgimiento del debate sobre la atribución de derechos a niños
y niñas, unos y otras surgen como necesitados de protección, pero no como
poseedores de autonomía, ni como sujetos de derechos civiles ni, “en general,
[de] los que pudiéramos llamar derechos-autonomía”, lo que, para este autor,
hace necesario subrayar “la evolución contradictoria de los derechos
fundamentales en general con el derecho de menores” (Prieto Sanchís 1983: 12).
188
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Esta Declaración se presta a muchísimas lecturas, pero aquí nos quedamos con el
subrayado en cursivas, que pretende ser la consumación, ¡por decreto!, de la
dependencia infantil. El derecho de niñas y niños surge como su derecho a ser
protegidos, se entiende, por los adultos.
189
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
La evidencia que se cita para justificar la exclusión de los niños y las niñas del
universo racional (i.e. moral, social, ciudadano, público) es a veces anecdótica,
como la que da Neil MacCormick (1976: 316) al decir que ellos y ellas perciben
“como lo contrario de un derecho incluso aquellos derechos que son los más
importantes para su bienestar a largo plazo, tales como el derecho a disciplina o
a un entorno seguro”. Este autor no explica específicamente quiénes piensan así,
aunque da a entender que lo que dice es una extrapolación de su experiencia
como padre (MacCormick 1976: 316), ni tampoco desarrolla qué pueda significar
un “derecho a la disciplina”, o un “derecho a un entorno seguro”, que más bien
parecen “derechos” de los adultos a disciplinar, vigilar y asegurar a niños y niñas.
Del mismo modo Fortin (2005: 22) dice que “niñas y niños son, obviamente, más
190
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Por ejemplo, Wald (1979: 273-274 cursivas nuestras) mantiene que “antes de
concederle un derecho específico a niños y niñas es necesario dilucidar si tienen
la capacidad para tomar la decisión por sí mismos”, lo que implica dilucidar “qué
habilidades necesita una persona para tomar determinada decisión y hasta qué
punto los niños y las niñas de cierta edad poseen esas habilidades”. Para esto,
sigue Wald, se debe acudir a la autoridad “de las investigaciones sobre el
desarrollo intelectual, moral y social de niños y niñas”.
Fortin (2005: 5, cursivas nuestras) hace suya la sugerencia de Wald y dice que las
evidencias que proporciona el desarrollo a lo largo de la infancia “muestran
claramente que los niños y niñas son diferentes que los adultos, en desarrollo,
conducta, conocimiento, y habilidades, así como en su dependencia de los
adultos”, pareciéndole claro que “el desarrollo relativamente lento de los
procesos cognitivos en niños y niñas hace que en su mayoría sean incapaces de
hacerse responsable de sus vidas por medio de la concesión de libertades
adultas, al menos hasta mediados de la adolescencia”. En cualquier caso, “antes
91
Campbell (1992) plantea, si bien implícitamente, la dependencia directa de su teoría jurídica en
las teorías psicológicas y sociológicas sobre desarrollo y agencia infantil (¿de qué otra manera se
conocen los intereses del lactante, infante, niño/a, adolescente, etc.?) Ahora bien, ¿pensar a un
niño o niña diacrónicamente, como propone Campbell, esto es, como alguien que ya es persona,
sigue siendo niño o niña y va a ser adulto, le da más o menos peso al sujeto niño/a frente al sujeto
adulto, que siempre se piensa sincrónicamente? Puede que le reste más de lo que le aporta, pues
el adulto sincrónico es acreedor de todos sus derechos aquí y ahora en tanto en cuanto es un aquí
y un ahora; por su parte el niño o la niña, que en parte es un tiempo futuro, es también un
acreedor a plazo. Es decir, parece que en el relato de Campbell los derechos se condensarían en el
adulto así como se dispersarían en el niño o la niña.
191
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Las palabras de Fortin son útiles para aclarar mejor nuestras intenciones y el
discurso de derechos de “la infancia” que desnudamos en este capítulo. En
primer lugar, Fortin se hace eco de la concepción hegemónica que construye a
cada niño y niña como un diferente, es decir, un otro, alguien que no es un
adulto, ni comparte sus características (sea de desarrollo, conducta,
conocimiento, etc.), con todo lo que ello supone para el mantenimiento de la
estructura bipolar que recluye a la infancia en un polo inferior, menor, al polo
que habitan los adultos. Fortin señala que no es conveniente concederle
derechos de autonomía a niños y niñas (hasta mediada la adolescencia), pues su
desarrollo hasta entonces les impediría hacer buen uso de ellos, y que “es
apropiado blindar al niño promedio [the average child] de tomar decisiones
importantes hasta que cuente con las herramientas cognitivas para hacerlo
apropiadamente” (Fortin 2005: 76). A la luz de la multitud de ejemplos que ya
dimos en el capítulo 1 sobre niños y niñas activamente trabajando, asumiendo su
propio cuidado, así como el cuidado de otros (por ejemplo, como “alomadres”),
la mayoría antes de mediados de la adolescencia, esto parece revelar que lo que
Fortin quiere es blindar su determinada construcción de la infancia,
incompetente, irracional, vulnerable, y nada de universal. Aun así, ella pretende
borrar de un plumazo las diferencias entre las diversas infancias y habla de “el
niño promedio” que, obviamente, no es otro que “el niño” abstracto construido
por la infancia hegemónica. Al mismo tiempo, al decir que no conviene
“conceder” derechos de autonomía a los niños y las niñas, da por sentado que
sus derechos son, por definición, una concesión de los adultos y nunca una
conquista de niños y niñas. Fortin también se hace eco del “remedio” recetado
192
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
por Onora O’Neill, a saber, que a las niñas y los niños sólo les queda crecer o, en
sus palabras, “moverse fuera de la dependencia”, ridiculizando, así, la posibilidad
de agencia infantil. Por último, es fundamental la desacreditación hecha por
Fortin de las investigaciones que, hace ya un tiempo, vienen mostranto tal
agencia y competencia, pero de esto corresponde que nos ocupemos más
adelante (ver sección 3.2.iii).
193
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
El paternalismo -del que históricamente también han sido objeto otros grupos
como las mujeres y las personas negras- supone “protección” sin participación, y
es la contracara de la atribuida falta de autonomía infantil: los adultos gozarían
de una superioridad cualitativa en su racionalidad que los legitimaría para decidir
y obrar por los niños y niñas.
194
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
En el universo de las teorías sobre los derechos de la infancia, hay quienes creen
que este paternalismo es compatible con sostener que los niños y las niñas
tienen derechos, haciendo la cualificación de que sólo son incapaces de
ejercerlos. Es decir, que se puede ser vulnerable, dependiente e irracional, y, sin
embargo, tener derechos. Como las niñas y niños no tendrían las “capacidades
volitivas relevantes para reclamar derechos”, según explicamos más arriba, la
única manera de sostener que tienen derechos, dice Campbell (1992: 5), es
asimilando éstos a sus intereses, y entregando su ejercicio a los adultos. Pero
Campbell no repara en la posibilidad de estar levantando un oxímoron al
considerar viable una teoría “en la cual los derechos no están analíticamente
atados a la elección,” y que permite, así, “decir que las niñas y los niños tienen,
por ejemplo, los mismos derechos [que los adultos] pero sin el poder de
elección” (Campbell 1994: 260, corchetes nuestros). Pues lo que él sostiene
equivale a decir que, en el fondo, los que efectivamente tienen los derechos de
niñas y niños son los adultos. Esta incongruencia la reconoce acríticamente
McGillivray (1994: 253), en su polémica con Laura Purdy (que defiende que los
niños y las niñas no deberían tener los mismos derechos que los adultos), en la
cual la primera dice que los derechos de niñas y niños “son reclamados,
195
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Ahora bien, si uno pretende dar con un concepto de los derechos de la infancia
no del todo esquizofrénico, es decir, si pretende tomarse en serio los derechos
de los niños y las niñas (Freeman 1992), y toma conciencia de lo problemático –
oximorónico- de escindir, por principio, los derechos de la infancia entre
poseedores (niños y niñas) y administradores (adultos); en otras palabras, si
quiere conservar de alguna forma la legitimidad democrática de los derechos
ante sus sujetos, de que hablamos al final de la sección 2.1, no puede sin más
prescindir de la voluntad de éstos en el ejercicio de sus derechos. So pretexto de
estar ejerciendo sus derechos y protegiendo sus intereses, no se puede
transformar a los niños y niñas en meros objetos de protección, ni olvidar
completamente que, en un sentido fuerte, un derecho es “un poder normativo
para obligar a otros por medio del ejercicio de la voluntad del sujeto del
derecho” (Campbell 1992: 5). Pero, si atendemos estas prevenciones, resurge el
problema de dar con (algo parecido a) la elección a la que debe estar atado todo
derecho, pues quien tiene que elegir no puede hacerlo (i.e. no tiene
racionalidad). La solución no se dibuja tan difícil: su elección se supone, presume
o imagina. Y con esto damos un paso más en la sofisticación que supone el
paternalismo jurídico.
92
Aunque aquí estamos aludiendo tácitamente al debate entre teoría del interés y teoría de la
voluntad, evitamos entrar en él, y por eso no las mencionamos expresamente, pues es nuestra
opinión que, en la práctica, las diferencias entre ambas teorías son más aparentes que reales:
ambas arrojan a unos niños y niñas (i) bajo protección, y (ii) de quienes no depende tal protección.
Es decir, en ambos casos, se concluye que, llegado el momento, será el respectivo adulto a cargo
quien decidirá lo que deba o no pasar con el niño o la niña. Este debate, que retumba en las
cámaras vacías (de niños y niñas) de las alturas filosóficas, es un debate de los adultos y para los
adultos (para una exposición reciente del debate, ver Fanlo Cortés [2011]).
196
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Para Michael Freeman, tomarse los derechos de las niñas y los niños en serio
exige “tratarles como personas, con derecho a la misma consideración y respeto,
y con derecho a que tanto su autonomía actual sea reconocida, como su
capacidad de autonomía futura garantizada”; es decir, exige “reconocer su
integridad y capacidad para tomar decisiones, pero al mismo tiempo darse
cuenta de los peligros que encierra una total o completa liberación” (Freeman
1992: 66). De ahí que se deba aceptar la intervención en la vida de niños y niñas:
“las acciones de aquéllos con capacidades limitadas pueden perjudicar su
autonomía en el futuro, cuando sus capacidades ya no fueran así limitadas… lo
que lleva a aceptar la intervención en las vidas de niños y niñas para protegerlos
de acciones irracionales, pero debiendo definirse estrictamente lo que sea
‘irracional’,” para lo cual se han de tener en cuenta “las aportaciones de la
psicología cognitiva” (Freeman 1992: 67). Concretamente, una determinada
acción sería irracional si, en el caso de ser llevada a cabo, “disminuyese las
preferencias de la vida futura del niño o la niña y perjudicase sus intereses de
una forma irreversible,” lo que implica “tolerar errores”, siempre y cuando éstos
“no perjudiquen seria y sistemáticamente el desarrollo y la consecución de la
plena personalidad”, tales como lo harían usar heroína o escoger no ir al colegio
(Freeman 1992: 67). Es importante, entonces, que el niño o la niña elija, que
decida cómo ejercer sus derechos, pero el adulto debe estar vigilante para evitar
que este ejercicio devenga perjuicio irreparable93. La cuestión que nos
deberíamos plantear, sigue Freeman es,
93
Para Scarre (1980: 123, cursivas nuestras), “[l]as acciones racionales son aquéllas que están
dirigidas a maximizar la utilidad esperada del agente. Además, las acciones respaldadas por
decisiones racionales se manifiestan generalmente como elementos de un enfoque sistemático
adoptado por un agente para maximizar su bien. Esta última característica es de especial interés
pues indica por qué se permite imponer un régimen paternalista general sobre los niños y las
niñas. La capacidad de planificar políticas sistemáticas de acción es esencial para resolver los
problemas prácticos de la vida. La mayoría de los adultos, porque han vivido mucho tiempo, tienen
esta capacidad, pero los niños y las niñas, debido a que sus facultades mentales y experiencia son
inadecuadas por igual, no la tienen”.
197
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
¿de qué tipo de acción o conducta querríamos, en cuanto niños y niñas, que
se nos protegiera, en el supuesto de que también querríamos madurar hacia
una adultez racional y autónoma, y ser capaces de decidir sobre nuestro
propio sistema de fines, como seres libres y racionales? Elegiríamos, creo,
principios que permitieran a los niños y las niñas madurar hacia una adultez
independiente, e impediríamos las acciones y conductas que condujeran a la
frustración de dicha meta (que tildaríamos de irracionales)… (1992: 67-68).
198
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
94
Es interesante constatar que Eekelaar (1994) cita evidencias de la psicología del desarrollo que
sirven tanto para refrendar su tesis como para refutarla, sin explicar por qué le da valor a unos
argumentos, y se desentiende de otros (ver sección 3.2.iii, más abajo).
199
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Pronto nos damos cuenta de que esto último es, efectivamente, sólo apariencia,
pues el guardián de la racionalidad, y con ello de los derechos de la infancia, es
siempre un adulto. En primer lugar, el adulto que ha de intervenir
paternalistamente, valorando cuándo la conducta del niño o niña disminuye las
preferencias de su vida futura y perjudica sus intereses de forma irreversible,
decidiendo cuáles errores son tolerables, y cuáles no, por perjudicar seria y
sistemáticamente el desarrollo y la consecución de la plena personalidad,
valorando cuándo los deseos que elige perseguir el niño o niña son
intencionalmente consistentes con sus metas últimas, y alcanzables al interior de
las estructuras sociales existentes; en suma, decidiendo qué es un acto racional y
por tanto vinculante, y qué no. En segundo lugar, este guardián adulto siempre
habrá de tener presente, a su vez, lo que el adulto-futuro en que ha de devenir el
niño o niña-presente se supone que querría, para lo cual habrá de dilucidar la
voluntad supuesta de ese “todavía no” (en caso de que la voluntad efectiva se
califique como irracional). Pues, en palabras de Freeman, tomarse los derechos
de las niñas y los niños en serio implica, también, garantizarles su capacidad de
autonomía futura, no disminuir sus preferencias de vida futura, no perjudicar el
desarrollo, cuyo objeto es la adultez (plena personalidad) –para lo cual se ha de
ir al colegio, de nuevo aproblemático-, y lo que niñas y niños quieren, o eso es al
menos lo que les supone el adulto Michael Freeman, es madurar hacia una
adultez racional y autónoma, desde la cual podrán mirar atrás y reconocerse en
las intervenciones paternalistas de que fueron objeto. Y siguiendo a Eekelaar, en
el caso de la “valoración subrogada” el adulto que tutela ha de decidir de tal
forma que el niño o niña que padece la tutela, una vez adulto emancipado,
pueda prestar su aprobación a dicha decisión, y en el caso del “auto-
determinismo dinámico”, su propósito es conducir a la niña o niño al umbral de
la adultez, dándole el máximo número de oportunidades para formarse y
perseguir metas vitales que reflejen lo más fielmente posible una decisión
autónoma. Es decir, el sentido y los intereses de la niña o el niño aquí y ahora se
subordinan al sentido y los intereses del adulto allá y entonces. El niño o la niña,
real, es sólo un devenir, que orbita en torno a ese adulto, irreal, que personifica
al ser95.
95
Aparte del manifiesto adultocentrismo, elaborar una hipótesis de consentimiento orientada a un
futuro hipotético padece de la incongruencia lógica de que la niña o el niño será, inevitablemente,
producto de aquella opción impuesta por los adultos en su momento, por lo que cualquier
valoración ex post estará filtrada por dicho condicionamiento. Supone, más encima, que esa
decisión, valorada a “x” años plazo, tuvo consecuencias reconocidas y reconocibles, y cierra la
puerta a la infinidad de posibles consecuencias que habría traído la o las alternativas planteadas
200
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Porque, aún entendiendo que, como sugiere Archard, las palabras de Eekelaar,
Freeman y demás autores paternalistas sólo pueden tener sentido en el contexto
culturalmente específico del Occidente contemporáneo, y sin siquiera entrar a
discutir el hecho de que estos autores conciben la competencia de forma
descontextualizada y desencarnada, como una competencia en sí, tal como
dijimos más arriba que era imposible de ser concebida (ver secciones 1.3.i y
1.3.ii), incluso aquí, en el mundo occidental, minoritario, ¿acaso nosotros, los
“racionales” adultos occidentales, no estamos siempre disminuyendo nuestras
preferencias de vida futura, y muchas veces, perjudicando nuestros intereses de
forma irreversible? ¿Cuántos adultos eligen perseguir deseos intencionalmente
consistentes con sus metas últimas, a la vez que han desarrollado metas últimas
alcanzables al interior de las estructuras sociales existentes? ¡¿Cuántos adultos
viven su vida de acuerdo con “metas últimas”?! ¿Decidir en base a deseos
contradictorios, y pagar a futuro por ello, no es acaso de lo que está hecha la
vida misma? De seguir el paternalismo liberal de Freeman y Eekelaar habría que
ser paternalista incluso con el doctorando que pierde el tiempo navegando por
internet en vez de trabajar en su tesis doctoral... Bajo la fachada de la
“normalidad” esto esconde una flagrante discriminación contra las niñas y los
niños pues se pretende que “lo normal” sea que los adultos tengan una
racionalidad y competencia que, en la práctica, la mayoría no tiene (ver Jones y
Basser Marks 1994: 280; Lee 2001: 9, 46).
por la niña o el niño cuando se le prohibió decidir. Y por último, se basa en un supuesto falseado
empíricamente a la luz del problema de la indeterminación, que implica que, a tan largo plazo, “no
podemos saber a ciencia cierta cuál es el mejor interés de una niña o un niño, ni estar siempre de
acuerdo en los valores que son importantes” (Thomas y O’Kane 1998: 138).
201
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Un excurso, para ser justos: es improbable que Michael Freeman suscribiera esta
versión del paternalismo a día de hoy, pues su discurso ha sido fértilmente
permeado, entre otros, por la sociología de la infancia, en el sentido de descubrir
una competencia, racionalidad y agencia ocultas a “los constructores de lo que
debe ser la infancia” (Freeman 1998: 441). Otrora abogado de las “decisiones
racionales”, Freeman ha dicho, no hace mucho, que:
Incluso los niños y las niñas pequeñas pueden mostrar una preferencia, y la
mayoría de niños y niñas ‘entienden’ una situación. Muchos pueden
‘entender’ la información que se les revela, y muchos también pueden dar
razones, aunque ellas no nos convenzan. ¿Cuántos adultos van más allá? La
mayoría de la población adulta no piensa racionalmente, ni de un modo en
que maximice beneficios y minimice pérdidas o alcance una decisión
razonada. Si los derechos dependieran de la competencia muy pocas
personas tendrían derechos (Freeman 2007: 12).
202
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
En los mismos términos, Ignacio Campoy (2006), que sigue en líneas generales el
modelo de Freeman y Eekelaar, y la dependencia de éstos en el desarrollismo
(ver Campoy 2006: 441; 619-620), interpreta que cualquier decisión que
concierna a un niño o una niña deberá tomarse respetando su “auténtica
voluntad”. Esta auténtica voluntad se expresa cuando se considera –esto es, un
adulto considera- que el niño o la niña “tiene las facultades de la razón, la
información suficiente y la experiencia para poder valorar la información” en
cuyo caso es injustificado cualquier trato paternalista o intervención en la libre
expresión de su voluntad (Campoy 2006: 985). Ahora bien, si el adulto a cargo
considera que falta la razón, la información, y/o la experiencia, pasa a ser
legítimo y necesario “discernir” (i.e. interpretar, presumir, imaginar), en nombre
del niño o de la niña, cuál sería su voluntad si es que contara con esa razón,
información y experiencia que le son esquivas (Campoy 2006: 988-989). ¿Cuándo
faltan la razón, experiencia o información? Cuando no es posible realizar un uso
correcto de la voluntad, específicamente, cuando uno se daña a sí mismo, o se
expone a un daño de tal gravedad que se hace difícil o imposible la consecución
de los propios planes de vida y del libre desarrollo de la personalidad (Campoy
2006: 990-991). Entonces, Campoy presume que el niño o la niña que se daña a
sí mismo, o incluso, y esto es lo más relevante, que sólo asume riesgos es, de
derecho, incapaz. Así, por ejemplo, una niña que juega cerca de un precipicio
debe ser protegida, “aun cuando se supiese que lo más probable fuese que,
finalmente,… nunca llegase a caer”, porque el riesgo de muerte, si se cae, es
importante (Campoy 2006: 994), lo que implica que, necesariamente, esa niña
está actuando sin la razón, la información y/o la experiencia requerida. No cabe,
para Campoy, plantearse que la niña pudiera efectivamente comprender el
riesgo, desde la razón, experiencia e información con las que cuenta -tal como
parecían hacer las niñas y los niños Sioux (ver sección 1.1), o hacen los adultos
que se lanzan en parapente, o ascienden el monte K2- y aún así, o precisamente
por ello96, asumirlo como tal riesgo y preferir jugar al borde del precipicio. En
96
Sobre el juego infantil, dice y suscribe Tonucci (2009: 153): “A la pregunta ‘¿Qué es el juego para
un niño [sic]?’, la neuropsiquiatra infantil francesa Françoise Dolto, responde: ‘Diría que es
disfrutar de la realización de un deseo a través de los riesgos’ ”.
203
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
97
En este sentido, ver, por ejemplo, el “Programa de Trabajo Internet Más Segura” [Safer Internet
Work Programme] de 2011, de la Unión Europea, que dispone en su n° 2.2 que en Internet un
“contenido dañino es aquél que padres, cuidadores, profesores, y otros adultos responsables por
las niñas y los niños, consideren dañino para éstos”; en WORK PROGRAMME 2011 “Safer Internet:
204
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
entonces, que recapitular sobre lo dicho hasta ahora en esta sección, pues
parece que la verdadera piedra de toque para admitir la acción libre de niñas y
niños, es decir, la acción apta para salvar la intervención paternalista, no es (o al
menos, no sólo es) el hecho de que actúen “racionalmente”.
Probablemente lo hacemos por las dos cosas, pero en cualquier caso, no parece
que lo hagamos por ese niño o niña, ahí y ahora, sino por nosotros, adultos de
hoy, y/o por él o ella, adulto del futuro. Por esto, la protección que funda el
paternalismo en general, y la protección orientada a la participación que funda el
A multi-annual Community programme on protecting children using the Internet and other
communication technologies”, Comisión de la Unión Europea, C(2011) 1237, Bruselas, 3 de marzo
de 2011. Agradezco a Iván Rodríguez esta referencia.
98
Lo mismo las niñas negras o de la clase trabajadora en Inglaterra, de que habla Walkerdine
(1993: 459), que osan desplegar su sexualidad, vulnerando así las fronteras de la infancia, y que
por ello se ven como un problema (ver sección 1.6.i)
205
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
99
En castellano, la versión “auténtica” de la CDN (art. 54 CDN), usa rigurosa y exclusivamente el
masculino genérico para referirse tanto a los niños como a las niñas (169 menciones al “niño” o los
“niños”, contra ninguna mención a la “niña” o las “niñas”). Al citar, y según el caso, al criticar la
CDN, reproducimos esta formulación androcéntrica “oficial”, porque, como consta de la
construcción de la infancia hegemónica que el discurso de derechos de “la infancia” vehicula, tal
206
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
formulación no se puede entender como inocente, ni casual, ni inadvertida. Aún así, cabe señalar
que la versión “auténtica” en inglés, aunque se construya en torno a the child, que es un sustantivo
de género neutro, desdobla los pronombres (“him or her”; “he or she”) y los determinantes
posesivos (“his or her”). Esto ha inducido a alguna autora a decir que el lenguaje de la CDN –en una
concepción bastante superficial de “lenguaje”- es “implacablemente neutral en lo relativo al
género”, para, sin embargo, acto seguido matizar que la misma CDN que usa ese lenguaje neutral
podría usarse para controlar y confinar a las mujeres, en la medida en que, en un contexto
patriarcal, la atribución exclusiva de multiples responsabilidades de crianza a “los padres” (i.e.
padres y madres), suele terminar recayendo exclusivamente sobre las madres (Olsen 1992: 198 y
ss.). Asimismo, el hecho de que the child sea genéricamente neutro supone que el legislador pueda
olvidarse de los niños (boys) y las niñas (girls) convirtiendo el sexo y género de los sujetos de la
CDN en un “hecho irrelevante” (Bridgeman y Monk 2000: 16; ver también Taefi 2009: 357 y 360-1).
Como veremos en el resto de este capítulo, esto sucede pues the child es situado en
contraposición a los adultos, y todos quienes caen en tal categoría, sean niños o niñas, se definen,
en primer y exclusivo lugar, a partir de dicha contraposición, como inmaduros, dependientes y
necesitados de protección (Bridgeman y Monk 2000: 16).
207
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
especial, del Estado en las vidas de niñas y niños” (Arneil 2002: 78) por lo que,
como dicen Franklin y Franklin (1996: 100), estos derechos “no implican ningún
cambio en su estatus…, ni les otorgan mayor autonomía o independencia
respecto de sus padres y madres, u otros adultos”. De hecho, “una consecuencia
de los derechos de protección puede ser, en algunos casos…, disminuir los
derechos de autonomía” (Franklin y Franklin 1996: 100), ya que muchas veces la
agencia de las niñas y niños “es constreñida en nombre de su protección”, (A.
Meyer 2007: 91), arguyéndose ésta para su exclusión de los ámbitos de decisión
o, en el peor de los casos, “para proteger a los propios adultos o al orden social
adulto de las molestias que genera la presencia de niños y niñas” (Qvortrup
1997: 86-87).
Entre los derechos consagrados bajo la ‘P’ de provisión caben los del artículo 3,
que menciona la responsabilidad en el cuidado y protección de “los niños” de
diversas “instituciones, servicios y establecimientos”; el artículo 5, que consagra
el respeto a las responsabilidades, derechos y deberes de los padres, o de
quienes tienen “el niño” a su cargo; el artículo 6, ya mencionado y que busca
tanto proteger como proveer al “niño”; el artículo 18, que compromete a los
Estados Partes a prestar “la asistencia apropiada a los padres y a los
representantes legales para el desempeño de sus funciones en lo que respecta a
la crianza del niño”, y a velar “por la creación de instituciones, instalaciones y
servicios para el cuidado de los niños”; el artículo 20, que señala que “los niños
temporal o permanentemente privados de su medio familiar, o cuyo superior
interés exija que no permanezcan en ese medio, tendrán derecho a la protección
y asistencia especiales del Estado”, que es una forma de protección por vía de la
provisión; el artículo 24, en virtud del cual “los Estados Partes reconocen el
derecho del niño al disfrute del más alto nivel posible de salud y a servicios para
el tratamiento de las enfermedades y la rehabilitación de la salud”,
comprometiéndose los Estados Partes a un esfuerzo “por asegurar que ningún
niño sea privado de su derecho al disfrute de esos servicios sanitarios”; el
artículo 26, que consagra el derecho a beneficiarse de la seguridad social; el
artículo 27, que reconoce “el derecho de todo niño a un nivel de vida adecuado
para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social” (cursivas nuestras); o
el artículo 28 que consagra el derecho a la educación y el deber de los Estados
Partes de implantar “la enseñanza primaria obligatoria y gratuita para todos”
(cursivas nuestras). Como se ve, estos artículos tampoco son inocuos respecto de
la autonomía y participación infantil, ya que al presentar a los niños y niñas como
dependientes de la (buena) voluntad de los adultos, vienen a “sostener e incluso
aumentar la autoridad de los padres y el Estado” en sus vidas (Arneil 2002: 78).
En ambos casos, protección y provisión, si bien “la CDN pone énfasis en la niña o
208
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
niño y sus derechos…, subordina dichos derechos a los derechos del núcleo
familiar o del Estado” (Jones y Basser Marks 1994: 268).
Alderson (2008) plantea que los derechos comprendidos en cada una de las tres
‘P’s configuran, respectivamente, una particular díada entre un adulto y un niño
o niña: en el caso de la ‘P’ de protección, un adulto que protege a un niño o niña
desprotegido, es decir, vulnerable; en el caso de la ‘P’ de provisión, un adulto
que provee a un niño o niña necesitado; y en el caso de la ‘P’ de participación,
una niña o niño que participa junto a un adulto, desde el respeto mutuo.
Aunque, como veremos a continuación, esta cuenta de los derechos de
participación es excesivamente optimista, sirve para aclarar la pretendida
diferencia entre protección y provisión, por una parte, y participación, por la
otra. La CDN no prevé que los niños y niñas se protejan o provean entre sí, sino
que encomienda dicha misión a los adultos, enfatizando con ello el abismo entre
infancia y adultez, la polaridad que sitúa en un lado a necesitados y vulnerables
(niñas y niños), y en el otro, a protectores y proveedores (adultos). Por el
contrario, la participación es un derecho que, por definición, es decir, en teoría,
tiende a ecualizar infancia y adultez, poniendo a niñas, niños y adultos en un
plano cooperativo, no jerárquico (ver Davis y Jones 1996), en el cual la entidad
presente del niño o niña (titular de ciudadanía en cuanto niño o niña) adquiere
prioridad sobre su entidad potencial (pseudo-ciudadanía en cuanto futuro-
adulto). Es por esto que los derechos de participación tienen una importancia
cualitativamente mayor que los de protección y provisión para el reconocimiento
de la agencia y ciudadanía de niños y niñas, de su calidad de sujetos de pleno
derecho, y de la autoridad de sus voces; aunque, por lo mismo, surgen como un
contrapunto de difícil convivencia junto a los “derechos” de protección y
provisión. Corresponde, entonces, que ahora nos centremos en el tratamiento
que de la participación hace la CDN.
Tanto los comentaristas de la CDN como el Comité de los Derechos del Niño100,
que es el órgano de “expertos” que supervisa la aplicación de la CDN por sus
Estados Partes (art. 43 CDN), están de acuerdo en que la ‘P’ de participación está
consagrada en el artículo 12 de la CDN, “piedra angular” de la Convención según
Freeman (1998: 438, y ver el Comentario General N° 12). El primer párrafo del
artículo 12 establece que:
100
A día de hoy (2013), el Comité de la ONU encargado de supervigilar el cumplimiento de los
derechos de los niñas y las niñas sigue siendo el Comité de los derechos del niño.
209
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
101
A modo de ilustración, piénsese en lo impensable que habría sido un tratado como la
Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres
(CEDAW) sin la participación principal y primordial de las mujeres en su redacción, lo que, de
producirse, le habría quitado toda legitimidad frente a sus destinatarias.
210
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
participación”, y eso sólo si, como advierte Milne (2005: 31), “en realidad se
trata de derechos”.
Comentando la redacción del artículo 12, Liebel (2006a: 30) se detiene en sus
numerosos y ambiguos requisitos “que abren el campo a cualquier tipo de
interpretación”, interpretación que, debemos tener en cuenta, siempre es
encargada a los adultos. Así, se pregunta, ¿por qué las niñas y niños pueden
expresar sólo sus propios puntos de vista, y no, sencillamente, sus puntos de
vista? ¿Quién determina cuándo sus puntos de vista son sus propios puntos de
vista? ¿Cuándo un asunto afecta a un niño o niña? “¿Acaso no está ‘afectado’
por un asunto desde el momento que desee expresarse sobre él?” (Liebel 2006a:
30). ¿Y por qué se han de tener debidamente en cuenta, y no, sencillamente, en
cuenta, las opiniones de niñas y niños? Esta pregunta cobra aún mayor
relevancia al considerar que el peso debido (due weight, según la versión inglesa
de la CDN) a la opinión del niño o niña dependerá de su “edad y madurez” (y eso
siempre y cuando “esté en condiciones de formarse un juicio propio”), lo que,
como advierte Smith (2002: 75), significa entregar la decisión a la “particular
teoría de desarrollo” infantil que suscriba el intérprete adulto. Y si en la sección
1.4 hablamos de la hegemonía del desarrollismo, no es difícil discernir cuál será,
mayoritariamente, esa particular teoría del desarrollo.
Lee (1999, 2003) destaca la ambigüedad del artículo 12, que dibuja a un “niño”
que es tanto un “ser político” –en la medida en que debe ser escuchado-, como
un “devenir psico-fisiológico” –en la medida en que dicha escucha es restringida
y restrictiva-, y que abre, así,
102
Lee (1999) cree que el artículo 12 se salva de ser contradictorio exclusivamente porque
posterga el momento de decisión entre “niño-devenir”y “niño-ser” a la aplicación de las
legislaciones nacionales de cada país, pero esto no significa que las contradicciones no vayan a
surgir cuando la ambigüedad ya no pueda ser diferida y se haya de decidir.
211
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
103
En la CDN no hay casi madres (una mención), sino que abrumadoramente casi sólo padres (35
menciones). Pero de nuevo, la versión también “auténtica” en inglés, salvo por lo relativo a las
bajas por maternidad, habla sólo de parents, es decir, padres y madres.
212
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
sino que está, más bien, sólo preparándose “para asumir una vida responsable”,
por medio de la educación formal (art. 29.1.d CDN).
Sin atender a las diversas críticas formuladas contra esta concepción espuria de
la participación, el Comité de los Derechos del Niño ha insistido en ella,
presentando una versión muy restringida de la participación infantil en su
Comentario General N° 12, de 2009, sobre “El Derecho del Niño a Ser
Escuchado”. En primer lugar, el Comité hace equivaler explícitamente el artículo
12 con la participación de “los niños” (pars. 3 y 13)104, lo que conlleva reconducir,
y con ello degradar, las riquísimas posibilidades de participación al mero derecho
a ser escuchado. Así, cuando el Comité dice que “el artículo 12 pone de
manifiesto que el niño tiene derechos que ejercen una influencia sobre su vida, y
no sólo derechos derivados de su vulnerabilidad (protección) o su dependencia
respecto de los adultos (provisión)” (par. 18, cursivas nuestras), está no sólo
refrendando el discurso de derechos de “la infancia” que aquí venimos
criticando, sino que también está sugiriendo que al “niño” no le cabe participar
en la definición y salvaguarda de sus derechos de protección y provisión. En
segundo lugar, el Comité considera que las opiniones de “los niños” sólo tienen
que ser “consideradas” en la toma de decisiones, la formulación de políticas y la
preparación de leyes y/o medidas (par. 12), o sea, entiende que éstas son
responsabilidades de los adultos, en las que los niños y niñas “participan” como
104
Como se ve, el inglés child/children de los textos originales del Comité se vierte en las
traducciones oficiales como “niño/niños”.
213
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
105
Ver http://www.emol.com/noticias/nacional/2012/08/20/556518/alumnos-obligan-a-salir-a-
carabineros-y-retoman-el-instituto-nacional.html, consultado el 20 de agosto de 2012.
214
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) también se hace eco
de esta participación infantil condicionada y mermada. El documento de UNICEF
sobre la participación de los niños y niñas - Estado Mundial de la Infancia, 2003:
Participación Infantil- señala que,
106
Ver la Declaración del Movimiento Latinoamericano y Caribeño de Niños, Niñas y Adolescentes
Trabajadores (MOLACNATS) dirigida a la Conferencia Global sobre Trabajo Infantil – La Haya 10-11
Mayo, 2010, en http://molacnats.org/index.php?option=com_frontpage&Itemid=1&limit=5&
limitstart=5, consultado el 14 de abril de 2011.
107
Como se ve, el inglés child/children de este texto de UNICEF, de 2002, todavía es vertido en la
traducción oficial como “niño/niños”. Sin embargo, en los últimos informes sobre el Estado
Mundial de la Infancia, UNICEF ya ha asumido su responsabilidad de visibilizar a las niñas en sus
versiones castellanas (por ejemplo, ver informes de los años 2010:
http://www.unicef.org/spanish/rightsite/sowc/pdfs/SOWC_SpecEd_CRC_MainReport_SP_100109.
pdf, y 2011: http://www.unicef.org/spanish/sowc2011/pdfs/SOWC-2011-Main-Report_SP_
02092011.pdf, ambos consultados el 26 de enero de 2013).
215
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
2002: 4), o sea, futuros-adultos, todavía-nos, devenires, y los sitúa, por ende, en
la polaridad de la dependencia respecto de los independientes adultos.
Analizando discursivamente este documento de UNICEF, Skelton (2007: 176)
concluye que esta concepción de niñas y niños como proyectados al futuro es
transversal, siendo su participación “un medio que les permite que ese futuro
sea positivo para ellos mientras crecen y se desarrollan hacia el ‘tipo correcto’ de
ciudadanos”. Es decir, y en línea con las distintas concepciones de paternalismo
que ya hemos criticado, la participación de los niños y niñas se subordina a las
posibilidades del modélico ciudadano-futuro (en “los niños”, recordémoslo, se
encarnan los sueños y esperanzas para el futuro), lo que necesariamente
refuerza la noción del “niño” como devenir (becoming), en detrimento de la
noción de niños y niñas como seres (being) que tienen derecho a participar
plenamente, aquí y ahora (ver Skelton 2007).
216
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Ahora bien, lo preocupante es que Ennew está hablando del mejor escenario
posible, porque la “participación” tokenista108, que detrás de una fachada de
participación esconde lisa y llana manipulación de las niñas y niños por parte de
108
El tokenismo “describe situaciones en que a los niños y niñas aparentemente se les reconoce
una voz, pero que, en los hechos, reportan poca o ninguna posibilidad de decidir qué comunicar y
cómo hacerlo, y poca o ninguna oportunidad de expresar sus opiniones” (Hart 1992: 9).
217
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
109
Otros ejemplos de tokenismo lo dan White y Choudhury (2007: 529-530) al describir a un
emocionado miembro de una ONG de derechos de los niños en Bangladesh gritando: “¡hemos
llevado a los niños al Banco Mundial!”. Como bien señalan White y Choudhury, este despliegue de
emoción y orgullo les dejó una sensación de intranquilidad, pues, “¿por qué podría tal declaración
218
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
sostenerse en el caso de niños y niñas, cuando era difícil de imaginar a nadie, incluso en el apogeo
del enfoque de ‘género y desarrollo’, presentando un logro paralelo de haber ‘llevado a las mujeres al
Banco Mundial’?”; y, recientemente, Saadi (2012), que fue testigo directo de la “participación”
tokenista de niños y niñas en la Conferencia Mundial sobre Trabajo Infantil celebrada en La Haya, y
organizada por la OIT, en 2010: “los únicos niños y niñas presentes en la conferencia fueron un
grupo de baile contratado para entretener a los delegados, y un ex ‘trabajador infantil’ cuya
historia calzaba perfectamente con la agenda de los organizadores” (Saadi 2012: 160-161). En la
sección 3.4.ii volveremos sobre la (no) participación infantil en las conferencias internacionales
sobre infancia, en el caso específico de las niñas, niños y adolescentes trabajadores.
Para una instancia en la cual los niños y niñas conscientemente subvierten el tokenismo al cual son
inducidos, ver Nairn et al. (2006: 264-265) y Gallagher (2008).
219
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
O sea, la CDN no sólo les supone a los niños y niñas la falta de razón, necesaria
para ser agentes y ciudadanos según comentamos en las secciones 2.1 y 2.2, sino
que construye al “niño” como un conjunto de carencias, en el polo opuesto al
polo adulto donde todas esas carencias han sido debidamente satisfechas. El
Preámbulo ya lo deja sentado, al hablar de la necesidad de “protección especial”
de “los niños”, en razón de su “inmadurez física” (carencia de fuerza, i.e.
vulnerabilidad), “y mental” (carencia de razón, i.e. irracionalidad e ignorancia).
220
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Ser “niño”, para la CDN, es padecer un estado de necesidad, o sea, ser cierto
“niño”, que no podemos sino identificar con “el niño” de lo que en el capítulo 1
llamamos la infancia hegemónica. Así se desprende del reiterado énfasis en el
desarrollo de “los niños”, sobre el que aún tendremos que volver (ver sección
2.5), y su consiguiente representación como “ciudadanos en formación” (UNICEF
2002: 4), es decir, futuros-adultos, devenires; de la exagerada amplitud de la
protección debida a “los niños” (ver art. 19 CDN), frente a la raquítica
participación que les es concedida; de que siempre se represente al “niño”
actuando bajo el alero de un adulto responsable, pues él mismo sólo estaría
preparándose para asumir una vida responsable (art. 29.1.d CDN); de la necesidad
de someterse a ese cada vez más largo período protegido, dependiente y por
cierto obligatorio de preparación para la adultez y la responsabilidad, que es la
educación escolar (art. 28 CDN); de la condena del trabajo infantil (art. 32 CDN;
Comentario General N° 12, par. 116; y OHCHR 2007 vol. II: 693-708), sobre la que
también habremos de volver (ver sección 3.4), frente a la inclusión del derecho
al juego (art. 31 CDN) como exclusiva novedad en una carta de derechos
humanos, debiendo ser el juego el verdadero “trabajo” infantil (ver sección
1.7.ii); de las referencias a la vulnerabilidad y dependencia de “los niños”
(Comentario General N° 12, par. 18); del modelo eurocéntrico (i.e. burocrático)
propuesto para la participación infantil (Comentario General N° 12, pars. 25, 41 y
42); y de la tendencia a seguir usando a los niños y niñas como símbolos
(tokenismo) en las reuniones internacionales destinadas a discutir sus derechos.
Pues no otra cosa que un símbolo se está describiendo al referirse a “los niños y
niñas del mundo” como “inocentes, vulnerables, dependientes…, curiosos,
activos y …llenos de esperanza”. O al hablar de su infancia como una época que
debe ser “de alegría y paz, juegos, aprendizaje y crecimiento”. Y de su futuro
como teniendo que “forjarse en armonía y cooperación”, con sus vidas
madurando “en la medida en que amplían sus perspectivas y adquieren nuevas
experiencias”, como hace en su párrafo 2 la “Declaración Mundial sobre la
Supervivencia, la Protección y el Desarrollo de los Niños y Niñas”, acordada por
71 Jefes de Estado y de Gobierno, junto a otros dirigentes mundiales en la
Cumbre Mundial para la Infancia del 30 de septiembre de 1990110. Esta
declaración remite a todos o casi todos los polos inferiores en que la infancia
hegemónica y el discurso de derechos hegemónico han situado a las niñas y
110
En http://www.unicef.org/wsc/declare.htm consultado el 17 de enero de 2010.
221
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Concluyo esta sección con unas palabras muy ilustrativas de Yanghee Lee,
entonces presidenta del Comité de los Derechos del Niño, comentando el
resultado de las negociaciones sobre el nuevo mecanismo de reclamaciones ante
el Comité, cuyo resultado, según ella, fue un Protocolo Facultativo muy limitado
y limitante: “Me temo que hemos ratificado que las niñas y niños son mini-
humanos con mini-derechos, y este borrador se ajusta a esta idea... Por todas las
niñas y niños, lamento profundamente no haber tenido éxito en su pleno
reconocimiento como sujetos de derechos”111. Dioses, sí, pero también mini-
humanos, con mini-derechos, y a confesión de parte, relevo de prueba.
111
Palabras dichas el 16 de febrero de 2011, en http://www.crin.org/resources/infodetail.asp?id=
24180, consultado el 25 de febrero de 2011. El lamento de Lee se explica, entre otras razones,
porque el nuevo Protocolo Facultativo, relativo al procedimiento para presentar reclamaciones
ante el Comité, no instaura un mecanismo de reclamaciones colectivas, no admite reclamaciones
que no sean por escrito, consagra un brevísimo plazo para presentar las reclamaciones desde
agotada la instancia doméstica, restringe la cobertura de las violaciones de derechos económicos,
sociales y culturales, etc. No sabemos, sin embargo, si su lamento también se deba a textos como
los del artículo 2 del Protocolo, que subordina las opiniones del niño o niña al principio de su
interés superior. El texto del nuevo Protocolo en: http://treaties.un.org/doc/source/signature/
2012/CTC_4-11d.pdf, consultado el 6 de marzo de 2013. Ver, también, Egan (2013).
222
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
i. Variables Culturales.
En este punto debemos traer a colación la sección 1.7.iv donde dijimos que la
sociología de la infancia concibe a ésta como una variable más del análisis social
y, como tal, indisociable de otras variables culturales, o dimensiones de diferencia,
como la clase, el género, o la etnicidad. Aparentemente, la CDN tendría esto en
cuenta, pues tanto en su Preámbulo como en su artículo 2 señala que los derechos
garantizados se gozarán “sin distinción alguna” por motivos de raza, color, sexo,
origen nacional o social, posición económica, etc.; es decir, “independientemente”
de estas variables. Pero esta indistinción no se da sin problemas.
En primer lugar, aun cuando la CDN mencione las variables culturales, no parece,
especialmente en su versión en castellano, que el discurso hegemónico
encarnado en ella se desarrolle con una verdadera conciencia de que no hay tal
223
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
cosa como un “niño”, sin más. Siempre habrá una niña, o niño, blanco, amarilla,
negro, o roja, mapuche, o wingka (como se refieren los mapuche a los chilenos
no mapuche), más, o menos pobre, y algunas veces rico, o rica, hetero u
homosexual, con alguna discapacidad, o no, etc. (ver Freeman 1998; Prout
2005), sin embargo, la CDN se presenta como la Convención de los Derechos de
el Niño, como si hubiera un solo “niño” en quien todos los niños y niñas fueran
conocidos y representados, “una categoría única… hecha para servir de máscara
a todos los niños y niñas” (James 2007: 262). Hablar de “el niño”, como hace
reiteradamente la CDN, igual que hablar del “niño promedio” (Fortin 2005: 74),
es referirse a una construcción que prescinde de las particularidades de cada
niño o niña en favor de un inexistente (i.e. simbólico) “niño ideal”: el niño es un
concepto, nunca un niño o niña. Y no se puede excusar esta concepción
abstracta y uniformante esgrimiendo el carácter jurídico, general, “destinado a
todos”, de la CDN, pues basta recordar que en un instrumento también
destinado a todas, a saber, la “Convención sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación contra las Mujeres”, (CEDAW), redactada, ésta sí, por
mujeres concretas, no hay ninguna referencia a una “mujer”, ni a “la mujer”, y
más de un centenar a “las mujeres”112.
112
En http://www.un.org/womenwatch/daw/cedaw/text/econvention.htm, consultado el 25 de
mayo de 2011. La referencia es a la versión inglesa; la versión castellana sí contiene innumerables
referencias a la “mujer”. Sin embargo, nos guiamos por la versión inglesa. En primer lugar, porque,
aunque la versión castellana es “igualmente auténtica” (art 30 CEDAW), la discusión del texto de la
CEDAW (trabajos preparatorios) se hizo en inglés y es el texto inglés el definitivamente acordado,
aunque después se tengan sus traducciones por fidedignas. Pero sobre todo, porque eso es lo que
se desprende de las reglas de interpretación del derecho de los tratados. El artículo 33.4 de la
Convención de Viena sobre el Derechos de los Tratados señala que “salvo en el caso en que
prevalezca un texto determinado conforme a lo previsto en el párrafo 1, cuando la comparación
de los textos auténticos revele una diferencia de sentido que no pueda resolverse con la aplicación
de los artículos 31 y 32, se adoptará el sentido que mejor concilie esos textos, habida cuenta del
objeto y del fin del tratado” (cursivas nuestras). Entonces, si la versión castellana dibuja una mujer
abstracta e ideal, y la versión inglesa comprende a las múltiples mujeres, cada una con su
identidad, imposibles de ser reducidas a un solo molde conceptual, se ha de entender, en un texto
cuyo “objeto y fin” es eliminar discriminaciones, visibilizar a las mujeres, y en definitiva, allanar el
camino para su empoderamiento, que el texto que prevalece es el inglés, y que la CEDAW habla de
las mujeres, no de la mujer. Como se desprende de todo lo que argumentamos en este capítulo 2,
este criterio, que pretende “salvar” a la CEDAW como instrumento de emancipación es mucho más
difícil, sino imposible, de aplicar a la CDN, pues su “objeto y fin” no es la igualación de la infancia a
la adultez, ni el empoderamiento de niñas y niños, ni, en definitiva, constituirse como tal
instrumento de emancipación; de ahí que el original the child lo traduzcamos siguiendo la versión
“auténtica” castellana como “el niño”.
224
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
En segundo lugar, la indistinción propuesta por la CDN deja sin problematizar las
relaciones estructurales de inequidad y opresión que hacen necesario que sí se
distinga, y que se han construido históricamente a partir de la adjudicación
arbitraria de jerarquías entre las diversas variables culturales (varones sobre
mujeres, blancos sobre negros y negras, ricos sobre pobres, adultos sobre niños
y niñas, colonos occidentales sobre colonizados y colonizadas nativas, etc.). La
acción afirmativa (affirmative action) no es otra cosa que tratar de hacerse cargo
de esto por medio de tomar en cuenta el contexto de los sujetos de derechos. Lo
contrario es congelar (i.e. refrendar jurídicamente) relaciones injustas y de
opresión que es, por ejemplo, lo que habría sucedido en Sudáfrica una vez
terminado el Apartheid. Entonces eran las personas blancas las que contaban
con todo el poder económico, en capital y tierras, y como el nuevo régimen
constitucional post-apartheid sólo consagró derechos pero no reparó la histórica
violación de derechos que habían sufrido las personas negras, son los blancos, en
virtud del derecho de propiedad consagrado por el nuevo régimen constitucional
(junto a una reciente y muy minoritaria élite negra asociada al poder político),
quienes siguen teniendo dicho poder, consolidándose la situación previa de
marginalidad de la mayoría negra (ver Mutua 2002: 126 y ss.)113.
113
Goodhart (2003: 950) refiere algo similar en relación con la consagración de derechos durante
el liberalismo -la llamada primera generación de derechos humanos- cuya igualdad formal “habría
impuesto un barniz igualitario a relaciones sociales claramente desiguales”. Lo mismo
descubrieron los esclavos emancipados por la revolución haitiana de fines del siglo XVIII: su
recientemente ganada igualdad política no había cambiado la enorme desigualdad económica que
implicaba la mantención de los derechos de propiedad sobre la tierra de los terratenientes pre-
revolucionarios (Buck-Morss 2009: 73). Más sobre el nacimiento de los derechos humanos en
secciones 2.4.ii y 3.3.
225
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Es decir, la experiencia que de sus derechos tenga una niña musulmana en una
comunidad islámica salafista, y que será muy distinta que la que tenga un niño
musulmán en esa misma comunidad, dependerá de su condición de “menor de
edad” y de mujer, y el ejercicio de sus derechos, la plenitud de sus derechos,
pasará por tomar ambas variables en cuenta, pues nada se saca con defender los
derechos de la “menor” sin, también, defender los derechos de la mujer. Del
mismo modo, la experiencia que de sus derechos tenga un niño negro en un
pueblo con fuerte presencia de supremacistas blancos, y que será muy distinta
que la que tenga un niño blanco, dependerá de su condición de “menor de
edad” y de varón y de negro, y nada se sacará defendiendo sus derechos en
cuanto niño si no se defienden, también, en cuanto negro. Por último, la
experiencia que de sus derechos tenga una niña de la clase obrera que vive en la
periferia de una gran ciudad, y que será muy distinta que la experiencia que
tenga un niño de familia rica, viviendo en un barrio exclusivo de la misma ciudad,
dependerá de su condición de “menor de edad” y de mujer y de la clase
trabajadora, y, como venimos diciendo, cualquier posibilidad de ejercicio cabal
de sus derechos tendrá que invocar y dar cuenta de esas tres calidades114.
114
En particular, sobre la intersección entre edad/generación y sexo, que en un mundo de
hegemonía patriarcal sitúa en una inferior posición social a las niñas que a los niños, ver Amoah
(2007) y Taefi (2009). En España, Rubio (2008) ha escrito sobre “la igualdad de género: los
derechos de las niñas”, pero su aportación se debe leer con cautela pues, aunque no articule
propiamente una concepción de la infancia, de lo que dice se desprende que reproduce una serie
de características propias de lo que hemos criticado como “infancia hegemónica”, en particular, en
lo relativo al desarrollismo e infancia orientada al futuro. Así, la referencia a la infancia como la
“futura ciudadanía” (Rubio 2008: 253), a los niños como “potenciales sujetos-ciudadanos” (p. 260),
a las niñas como “futuras mujeres (p. 254), o a los atentados contra los derechos humanos de
226
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Dijimos recién que la CDN nos presenta un texto (“el niño”) sin contexto
(cultura). Hay que matizar. La CDN es el instrumento de derechos del “niño”, en
el cual cabrían, idealmente, todos los niños y niñas; el documento de la infancia.
Sin embargo, ya vimos en la sección 2.3 que ese “niño” ideal no es cualquier niño
o niña (pues, como ya se hace evidente al mencionar la diferencia sexual, tal
abstracción no existe), y que su infancia no es cualquier infancia (abstracción que
tampoco existe). Más que un texto sin contexto, proponemos en esta sección, la
CDN nos presenta un texto con un contexto (mal) disimulado. En la sección
anterior nos aproximamos microscópicamente (al nivel de niñas y niños) al
despojo del contexto operado por el discurso de derechos de “la infancia”, y su
niñas y niños como un “robo de sus infancias… que afecta al desarrollo y al futuro de estas
personas” (p. 270), frase que también destila algo de la infancia como lugar sagrado e inocente,
indisponibilidad disponible (pues, a contrario sensu, no se entiende qué podría significar que, por
ejemplo una violación, le “robe la adultez” a una mujer). De este modo, cualquier potencial
emancipador de la perspectiva de género queda descolorido por la polarización, control y
desarrollismo, más o menos explícitos, que supone tal comprensión.
227
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Es difícil, por no decir imposible, ver cómo esta concepción de la CDN puede
coexistir, por ejemplo, con las diversas infancias cazadoras-recolectoras (sección
1.1), donde la crianza se plantea de forma necesariamente cooperativa, y en las
que niñas y niños asumen un rol fundamental, es decir donde la protección y
provisión no sólo se esperan de los adultos, sino que también de las niñas y
228
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Decimos que es muy difícil ecualizar la CDN con la pluralidad de infancias, pero
no debería extrañar esta dificultad de encaje en un instrumento de derechos
humanos. La CDN no puede disimular el modelo (hegemónico) de infancia que
consagra, y que conlleva la exclusión del resto de infancias, pues los derechos
humanos, y con ellos los derechos humanos de las niñas y niños, tienen un
anclaje claramente histórico, y como tal cultural. La CDN protege la infancia
(occidental) hegemónica existente en 1989, año de su adopción, con la cual
229
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
tampoco tienen mucho que ver las infancias de nuestro pasado occidental no tan
remoto, en el cual los mundos de los adultos y de las niñas y niños no estaban
radicalmente separados, el aprendizaje informal era la norma, y el trabajo
infantil estaba integrado en la vida social (ver sección 1.2). Es decir, la CDN
consagra la protección de una particular infancia emergida hace no más de dos
siglos, y sólo dentro de cierto espacio geográfico y cultural muy específico (i.e.
Euroamérica). Por ello Fariñas (1998: 357-8) habla de la historicidad de los
derechos humanos, es decir, de su surgimiento en cuanto respuestas históricas a
problemas o necesidades humanas que “aparecen también como históricas,
relativas y socialmente condicionadas”. En este sentido, los derechos humanos,
también los de niños y niñas, son un “producto cultural” de la “modernidad
occidental capitalista” (Herrera Flores 2005: 19), que se reclama como “el
exclusivo genio de la sociedad buena” (Mutua 2002: xi). Los derechos humanos
(de las niñas y niños) son, como la propia infancia, una construcción social, es
decir, “creados, re-creados e instanciados por actores humanos en determinadas
condiciones socio-históricas”. Entendidos así, los derechos humanos ya no tienen
que depender de alguna previa “existencia metafísica”, ni se han de
fundamentar a partir del “razonamiento abstracto o lógico” (Stammers 1999:
981).
No hace falta decir que esta interpretación es minoritaria. Las cartas modernas
de derechos humanos, desde la Declaración Universal de 1948, presuponen la
230
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
115
Como recuerda Douzinas (2000: 123), la DUDH también es culturalmente específica: “Los
colores ideológicos de la Declaración Universal eran evidentemente occidentales y liberales. Los
miembros del comité preparatorio eran la Sra. Eleanor Roosevelt, un cristiano libanés y un chino.
John Humphrey, el director canadiense de la División de la ONU de los Derechos Humanos, que fue
encomendado por el comité para preparar un primer borrador, recuerda que el miembro chino
sugirió en una fiesta que él debía poner sus otras tareas a un lado durante seis meses y estudiar
filosofía china, después de lo cual podría ser capaz de preparar un texto para el comité. Humphrey
preparó el texto, que en lo sustancial fue aprobado por el comité, pero su respuesta a la propuesta
revela la actitud occidental que con el tiempo se convirtió en el lado universalista del debate frente
al relativismo cultural: ‘No fui a China, ni estudié los escritos de Confucio.’ Los trabajos
preparatorios que utilizó para preparar su proyecto, con sólo dos excepciones, provenían de
fuentes occidentales en inglés, siendo la presentación del American Law Institute una influencia
principal”. Ver también Santos (2009: 515-516).
116
A 10 de diciembre de 2013, sólo faltaban por ratificar Estados Unidos y Somalia:
http://treaties.un.org/pages/ViewDetails.aspx?src=TREATY&mtdsg_no=IV-11&chapter=4&lang=en,
consultado en esa fecha.
117
A/CONF.157/23, 12 de julio de 1993. En http://www2.ohchr.org/english/law/pdf/vienna.pdf,
consultado el 26 de enero de 2010.
231
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En suma, la CDN priva de sus particularidades no sólo a cada niño y niña (sección
2.4.i), sino que a todas las infancias que no son su “infancia por defecto”, que no
caben en la, paradójicamente estrecha, infancia universal. Y lo hace en voz baja.
232
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
118
Como dijimos en la sección 1.7.iii, no se debe confundir la critica a la “individualización” de
niñas y niños con el proyecto de la sociología de la infancia, que busca distinguir a niñas y niños de
su contexto educativo y familiar, pues la distinción de la sociología de la infancia no plantea una
separación ontológica (en el sentido del individualismo racionalista) sino metodológica o
epistemológica.
233
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
como luego de la duda metódica, sólo queda ese residuo racional y abstracto
que se identifica con lo individual. Olvidado el contexto, queda un ser humano
aislado, frente a todos los otros seres humanos, es decir, un antagonista (Belden
Fields y Narr 1992: 19).
Este carácter de “mónada aislada” (Marx 2009 [1844]: 148, y ver Douzinas 2010:
84) del sujeto del discurso de los derechos humanos se traduce en que,
minimizada y apartada la comunidad, no se entiende que el sujeto de derechos
le deba nada a ella, ni a nadie. Así, aunque la DUDH consagra en su artículo 29.1
los deberes de “[t]oda persona… respecto a la comunidad, puesto que sólo en
ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”, no codifica ni
desarrolla estos deberes en detalle. Tampoco lo hacen el “Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales”119, ni el “Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos”120, que recogen en su Preámbulo una redacción
parecida a la del artículo 29.1 DUDH (aunque el segundo consagre ciertos
“deberes” en lo relativo al ejercicio de la libertad de expresión, que se
circunscriben a disponer que se haga respetando los derechos ajenos y el Estado
de Derecho). La redacción del artículo 29.1 DUDH, de hecho, invita a pensar que
los deberes respecto a la comunidad no son más que un medio para permitir el
libre y pleno desarrollo del individuo, lo que, como dice Wang (2002: 174-175),
es reflejo del individualismo que subyace a la DUDH. Es más, esta equívoca y
genérica referencia a los deberes se suele interpretar de acuerdo con el artículo
119
En: http://www2.ohchr.org/spanish/law/cescr.htm, consultado el 21 de agosto de 2012.
120
En: http://www2.ohchr.org/spanish/law/ccpr.htm, consultado el 21 de agosto de 2012.
234
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
121
Es cierto que el artículo 5 CDN menciona el respeto que se debe, en su caso, a “las
responsabilidades, los derechos y los deberes…de los miembros de la familia ampliada o de la
comunidad, según establezca la costumbre local”, pero lo hace del mismo modo que menciona el
respeto que se debe a “los tutores u otras personas encargadas legalmente del niño”. Es decir, la
CDN trasciende por una vez la órbita estrecha de la familia nuclear hacia la de la familia ampliada e
incluso la comunidad, pero no parece concebir ésta como un lugar donde el niño o niña sea un
verdadero agente, pues los derechos y deberes de que habla son los de la comunidad respecto de
él o ella. Por lo demás, es difícil saber qué entiende la CDN por comunidad pues, salvo una
mención al pasar relativa a “los niños” mental o físicamente impedidos (23.1 CDN), no vuelve a
hablar de ella.
235
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
236
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Como señala Cobbah (1987), el caso de África quizás sea el que marca un
contraste –comunitario, cooperativo, colectivo- más evidente con la cosmovisión
occidental contemporánea del “individuo” sujeto de los derechos humanos. En la
línea de lo que venimos comentando, la concepción africana de la persona “no
es la de un individuo abstracto y aislado, sino la de un miembro integrado a un
grupo y animado por un espíritu de solidaridad” (Obinna Okere citado en Mutua
2002: 65), de una persona enclavada en una comunidad (Sloth-Nielsen y Mezmur
2008: 164), siendo los derechos y los deberes dos caras inseparables de la misma
realidad (Mutua 2002: 82). Esta concepción ha sido expresamente suscrita por
los más altos representantes de la judicatura, como el Presidente del Tribunal
Constitucional de Sudáfrica, Pius Langa, quien en una sentencia redactada en el
ejercicio de su magistratura ha dicho que
La noción de que ‘no somos islas para nosotros mismos’ es fundamental para
la comprensión de la persona en el pensamiento africano. A menudo se
expresa en la frase umuntu ngumuntu ngabantu [‘una persona es una
persona a través de otras personas’] que hace hincapié en ‘la comunalidad y
la interdependencia de los miembros de una comunidad’ y en que cada
persona es una extensión de otras… La dignidad y la identidad son
inseparables pues el sentido de autoestima está definido por la identidad. La
identidad cultural es una de las partes más importantes de la identidad de
una persona precisamente porque emana de la pertenencia a una comunidad
y no de una elección o logro personal. Y pertenencia implica algo más que
simple asociación; incluye la participación y la expresión de las prácticas y
tradiciones de la comunidad123.
122
En la comunidad de Chillihuani, en los Andes peruanos, Bolin (2006: 2) constató que “el respeto
se traduce en derechos y responsabilidades, en la medida en que recuerda a las personas sus
deberes de cara a sus prójimos y a la vida en general, a la vez que el reconocimiento que merecen
a cambio. Así, dando y recibiendo respeto, se crea un círculo virtuoso de reciprocidad que une a las
personas entre sí y con la naturaleza, de manera que facilita la supervivencia de todos”.
123
Sentencia dictada por el Tribunal Constitucional de Sudáfrica recaída en caso MEC for
Education: Kwazulu-Natal and Others v Pillay (CCT 51/06) [2007] ZACC 21; 2008 (1) SA 474 (CC);
2008 (2) BCLR 99 (CC) (5 de octubre 2007), descargada de la página del Southern African Legal
Information Institute, http://www.saflii.org/za/cases/ZA CC/2007/21.html, el 21 de agosto de
2012, pp. 26-27.
237
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
El Capítulo II de la Primera Parte, sobre “Los Deberes”, señala, entre otros, que
“Toda persona tendrá deberes para con su familia y sociedad, para con el Estado
y otras comunidades legalmente reconocidas, así como para con la comunidad
internacional” (artículo 27.1), que “toda persona tendrá el deber de respetar y
considerar a sus semejantes sin discriminación, y de mantener relaciones
encaminadas a promover, salvaguardar y fortalecer el respeto y la tolerancia
mutuos” (artículo 28), y que
124
En http://www.unhcr.org/refworld/publisher,OAU,,,3ae6b3630,0.html, consultado el 28 de
enero de 2013.
125
Sobre la advertencia de que imponer deberes puede servir para legitimar el abuso del poder
estatal, en perjuicio de los derechos individuales, o para condonar o incluso apoyar prácticas
reaccionarias o represivas al interior de la comunidad o familia, Sloth-Nielsen y Mezmur (2008:
167-168) previenen que éstos son temores a menudo infundados pues “la violación de los
238
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Así como la “Carta Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos” impone
derechos y deberes, también la “Carta Africana sobre los Derechos y el Bienestar
del Niño/a” (Child)126, adoptada en 1990 pero en vigor desde 1999, le reconoce a
cada niño y niña tanto derechos como deberes; es decir, asume a niños y niñas
como miembros de la comunidad y por tanto ya responsables, ante sus madres y
padres, la comunidad y el Estado. El artículo 31, sobre las “responsabilidades del
niño/a”, establece que,
derechos humanos en África no ha surgido de un abuso del concepto de deberes”, sino que de “la
estratificación social y de la consolidación del poder político en manos de una pequeña clase
dominante”.
126
En http://www.acnur.org/biblioteca/pdf/8025.pdf?view=1, consultado el 22 de agosto 2012.
239
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Los casos brevemente reseñados del medioevo, India, China y África revelan la
indigencia del discurso hegemónico de los derechos humanos en la medida en
que sugieren que sólo sobre una base comunitaria, corresponsable, e
interdependiente es posible “sustentar las solidaridades y los enlaces colectivos
sin los cuales ninguna sociedad puede sobrevivir y mucho menos florecer”, lo
que ejemplifica la dificultad mucho más amplia de “definir la comunidad como
un área de solidaridad concreta y como una obligación política horizontal”
(Santos 2009: 520). Como dijimos en la sección 1.3.ii, no se puede dar por
descontada la dependencia infantil pues lo que hay son interdependencias,
múltiples. Sin embargo, se suele enfatizar sólo cierta dependencia, siempre de
las niñas y niños. Aún tendremos que volver sobre esto.
El caso es que el contraste del discurso africano de los derechos de las niñas y
niños, con el discurso que vehicula la CDN se revela abismal. La pseudo-
ciudadanía del “niño” de la CDN se encoge aún más una vez confrontada con la
ciudadanía de las niñas y niños de la Carta Africana. A la luz de su construcción
de un “niño” irresponsable y sin deberes, es imposible pensar que la CDN
consagre algún concepto de ciudadanía medianamente maduro (ver Milne 2005:
31), como sí hace el discurso africano. Esto recuerda la crítica que Hannah
Arendt dirigía contra los derechos humanos. Para Arendt (2009 [1973]: 50) la
comunidad es “un lugar en el mundo que hace a las opiniones relevantes y a la
acción efectiva”. Fuera de la comunidad –en el caso del “niño” de la CDN, pues
aún no dentro de ella- no importa cuánto se consagre un derecho, éste no
tendrá sentido, pues no existe ese “lugar en el mundo” donde hacerlo efectivo.
240
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Reminiscente del “homo sacer” del que habla Giorgio Agamben (1998), en
cuanto sujeto incluido por exclusión en el sistema de derechos, y como el “nada
más que humano” de Arendt (2009 [1973]: 51), “el niño” de la CDN es nada más
que niño.
127
En todo caso, no se debe confundir el deber positivo de actuar, trabajar y comprometerse en
beneficio de la comunidad, de que hemos venido hablando y que se ha planteado como un tema
de derechos y deberes humanos, con este deber negativo de no dañar a las personas que
componen la comunidad, ni a sus derechos, que es un tema de derecho penal.
128
“A nivel internacional, la política en materia del derecho a voto de los presos sigue un
continuo… Por un lado, hay países que les permiten votar (por ejemplo, Canadá, Ucrania, Sudáfrica
e Irán). Por otro lado, hay países que no, aunque con variaciones. Varios países restringen el voto a
determinados grupos de presos. Por ejemplo, en Australia los presos condenados a más de 5 años
no pueden votar, y en China los prisioneros condenados a muerte tampoco pueden votar. Muchas
naciones contemplan una suerte de prohibición general al voto de los presos (por ejemplo, Reino
Unido y Rusia). Por último, hay unas pocas naciones, como Finlandia, que prohíben votar a los presos
por un período aún luego de haber abandonado la cárcel. Algunos estados de Estados Unidos… les
quitan de forma permanentemente el derecho a voto a los condenados” (Dhami 2005: 236).
129
Evidentemente, esto no quiere decir que estemos avalando la reducción de la edad de
responsabilidad penal, sino sólo intentando resaltar el necesario vínculo social entre derechos y
deberes (aunque sean los deberes negativos que contempla el derecho penal), entre ciudadanía y
responsabilidad.
241
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
242
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Como dice Snodgrass (1999: 436-437), “si definimos la infancia como un espacio
de dependencia económica y social respecto de la familia, y reclamamos para
todas las niñas y niños un ‘derecho’ a esa situación, excluimos a millones de
niñas y niños, de la calle y trabajadores, de la pertenencia a la categoría analítica
de infancia”. En otras palabras, cuando en el nombre de sus propios derechos un
niño o niña sufre la censura de su infancia como anormal, marginal o patológica,
el primer “derecho” de que goza es el de ser reconducido a esa “verdadera”
infancia de la que ha sido privado. Como hemos insistido, los derechos de la
infancia, según el discurso de derechos de “la infancia”, son sólo los derechos a y
de cierta infancia.
Con lo dicho hasta aquí –secciones 2.4.i, 2.4.ii, 2.4.iii, y 2.4.iv- debería quedar
claro que estaba justificado el temor a que la sobrerrepresentación del mundo
minoritario y la participación de ONGs mayoritariamente occidentales en la
redacción de la CDN (ver OHCHR 2007 vol. II: 936-937) conducirían a “un texto
fuertemente orientado hacia el Norte” (Milne 2004: 49). A lo que desde la
estricta literalidad se podría replicar que, si la Declaración de Viena sobre
Derechos Humanos, adoptada por consenso por representantes de 171 Estados,
y que evidentemente comprende los derechos humanos de niñas y niños, dice
que “el carácter universal de es[t]os derechos y libertades no admite dudas” (ver
sección 2.4.ii), es porque, de hecho, la universalidad de los derechos humanos
(de niñas y niños) no admite dudas. Y este sería especialmente el caso de la CDN,
ratificada por todos los Estados del mundo salvo Estados Unidos (y no porque la
CDN no acoja la diversidad de infancias sino, entre otras razones, porque
concedería una participación ¡demasiado amplia! a los niños y niñas [ver Daiute
2008: 702]) y Somalia (pues es difícil encontrar un Estado que ratifique en
Somalia [ver Wall 2008: 535]). En palabras de Alston y Tobin (2005: x), la
ausencia de Somalia y Estados Unidos sería “lo único que se interpone entre la
Convención y el reclamo de su completa universalidad”.
243
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Por lo tanto, la actitud acrítica, y de ahí aprobatoria, de los delegados del mundo
mayoritario ante la “universalidad” de las normas de derechos humanos
occidentales no parece surgir de una coincidencia “universal” con dichas normas,
pero tampoco de un cínico cálculo de conveniencia política hecho por las élites
estatales, que luego torcerían esas mismas normas culturales para sus propios
fines. Tal actitud parece surgir, más bien, de la inevitabilidad de tener que
subordinarse a las normas hegemónicas (Harris-Short 2003: 133). En este
sentido, esta subordinación formal no tiene necesariamente, ni siquiera
probablemente, ningún vínculo con las realidades sociales y la voluntad popular
de cada uno de los países del mundo mayoritario, lo que revela “las limitaciones
inherentes y debilidades fundamentales de un sistema jurídico internacional
basado en una ‘sociedad de Estados’ en el que las voces de lo local y lo
particular, son eficazmente silenciadas” (Harris-Short 2003 : 134, y ver
Nieuwenhuys 2007).
Todo lo anterior es una renovada razón para buscar, destapar y escuchar las
voces de las niñas y niños, pues así como es problemático confiar en adultos
actuando a su nombre para promulgar y ejercer sus derechos, también es
problemático confiar en la legitimidad que los instrumentos emanados del
mundo minoritario pretenden respecto de las realidades del mundo mayoritario.
El camino de las voces de las niñas y niños permitiría sortear la representatividad
de los adultos, tanto en cuanto adultos, como en cuanto sujetos de una voluntad
ajena a ellos mismos y a las niñas y niños que han de representar, en el caso de
las infancias del mundo mayoritario (sobre las voces, ver sección 3.1).
244
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
245
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
130
En http://www.unicef.org/wsc/declare.htm consultado el 17 de enero de 2010.
131
A/RES/55/2; en http://www.un.org/spanish/millenniumgoals/ares552.html, consultado el 24 de
septiembre de 2012.
246
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
En seguida, el artículo 27.1 CDN reconoce “el derecho de todo niño a un nivel de
vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social”
(cursivas nuestras), y el artículo 29.1.a establece que la educación debe estar
encaminada a “desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y
física del niño hasta el máximo de sus posibilidades…” (cursivas nuestras). Sobre
los propósitos de la educación, enunciados en los cinco incisos del párrafo 1 del
132
Esta prevención se ve justificada al considerar, por ejemplo, el artículo 18 de las “Directrices de
las Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil”, de 1990 (Directrices de Riad
1990), que establecen que “es importante insistir en la función socializadora de la familia y de la
familia extensa; es igualmente importante reconocer el papel futuro, las responsabilidades, la
participación y la colaboración de los jóvenes en la sociedad” (artículo 18), o sea, que establece el
rol fundamental de padres y madres en la socialización del niño o niña presente hacia el futuro
adulto que es causa final de toda crianza.
247
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
artículo 29, el Comité de los Derechos del Niño ha comentado que ellos: “están
directamente vinculados con el ejercicio de la dignidad humana y los derechos
del niño, habida cuenta de sus necesidades especiales de desarrollo y las diversas
capacidades en evolución” (cursivas nuestras), siendo los objetivos “el desarrollo
holístico del niño hasta el máximo de sus posibilidades” (Comentario General N°
1, par. 1, cursivas nuestras). La educación a la que “el niño” tiene derecho, sigue
el Comité, “es aquélla que se concibe para prepararlo para la vida cotidiana”,
con el objetivo de “habilitar al niño desarrollando sus aptitudes, su aprendizaje y
otras capacidades…” (par. 2, cursivas nuestras). La educación, en suma, que
busca preparar, habilitar y capacitar, es el camino propuesto por la CDN para el
desarrollo de “los niños”, y si éstos se deben desarrollar, entonces también se
deben educar. Esto explica mejor el llamado a implantar la enseñanza primaria
obligatoria para todos (art. 28.1.a CDN).
248
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
133
Volveremos en profundidad sobre el trabajo infantil en la sección 3.4.
249
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
134
En http://www.toy-icti.org/about/whatis.html, consultado el 24 de febrero de 2012.
135
En http://www.toy-icti.org/resources/importanceoftoys.htm, consultado el 24 de febrero de 2012.
250
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
136
En http://www.aefj.es/noticias/?id=156, consultado el 16 de marzo de 2012.
251
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Como se ve, el Comité hace suyos muchos de los presupuestos que ya hemos
criticado como propios del desarrollismo hegemónico. En primer lugar, la
referencia a un “período crítico” como base para todo el bienestar posterior, así
como la mención expresa del umbral de los 3 años, revelan que el Comité
suscribe la visión que criticamos en la sección 1.3.iii sobre el impacto indeleble
de los primeros años en el resto de la vida (i.e. que un fallo de origen puede
perjudicar y frustrar todo el proceso y su resultado, a saber, el adulto “normal”).
Del mismo modo, el aliento a que los Estados supervigilen el desarrollo infantil
mediante “una recopilación sistemática de datos, desglosados según las
principales variables que presenten los antecedentes familiares y las
circunstancias del niño…” (par. 12) pone al discurso de derechos de “la infancia”
en línea con aquella visión que criticamos en la sección 1.3.i según la cual,
conociendo ya al “niño”, pues, recordémoslo, hay sólo uno y el mismo “niño”, lo
que el Estado ha de hacer es verificar si los niños y niñas particulares se
desarrollan según se debe desarrollar el niño para, en caso de desvío, intervenir.
La presunción de que los primeros años son decisivos (sección 1.3.iii) sólo sirve
para reforzar esta necesidad de disciplinamiento pues, cuanto más relevante e
influyente se considere un período de la vida para todo el resto de la vida, más
susceptible de intervención, regulación y control será ese período,
especialmente si esa relevancia e influencia ni siquiera se refieren,
principalmente, al titular de la vida, como ya sugerimos en la sección 1.4, y sobre
lo que habremos de volver en seguida. Asimismo, el Comité se refiere al “niño”
(menor de 8 años) como vulnerable, dependiente, inmaduro, impotente, y en
riesgo. Es decir, se refiere a un “niño” que es física y emocionalmente
dependiente, pues física y emocionalmente incompetente, dando a entender,
entre otras cosas, que habría algo como la “competencia en sí”, y no diversas
“competencias para” (contextualmente determinadas). Esta visión del Comité es
central al desarrollismo y ya la criticamos latamente en la sección 1.3.ii.; y en el
252
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
253
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
254
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
137
Sobre desarrollismo, derechos de “la infancia” y control, ver también el artículo 1.2 de las
“Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de la Justicia de Menores”, de 1985
(Reglas de Beijing 1985), que establece que “los Estados Miembros se esforzarán por crear
condiciones que garanticen al menor una vida significativa en la comunidad fomentando, durante
el período de edad en que el menor es más propenso a un comportamiento desviado, un proceso
de desarrollo personal y educación lo más exento de delito y delincuencia posible…”. Entonces,
según la Asamblea General de la ONU, habría un período crítico en que niñas y niños, sólo por el
hecho de ser tales y tener determinada edad, serían más propensos a “un comportamiento
desviado”, lo que da nuevos bríos al afán normativo del desarrollismo (sección 1.4), que primero
construye una etapa del desarrollo proclive a la “desviación”, y luego se erige como guardián del
recto –i.e. no desviado- desarrollo. Y si bien “los padres” son encomendados con la misión directa
de cuidar y promover el desarrollo de sus “hijos”, este desarrollo es demasiado importante como
para quedar entregado al mero arbitrio de “padres”. Es por eso que el artículo 16 de las Directrices
de Riad (1990), documento también convenido por la Asamblea General de la ONU, para prevenir
la delincuencia juvenil, estipula que “Se deberán adoptar medidas y elaborar programas para dar a
las familias la oportunidad de aprender las funciones y obligaciones de los padres en relación con
el desarrollo y el cuidado de sus hijos, para lo cual se fomentarán relaciones positivas entre padres
e hijos, se hará que los padres cobren conciencia de los problemas de los niños y los jóvenes y se
fomentará la participación de los jóvenes en las actividades familiares y comunitarias”. Disciplina
sobre disciplina.
255
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
256
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
capital es expropiado por los adultos. En otras palabras, la calidad de vida de los
adultos mejora por su control del proceso de crecimiento y desarrollo de niños y
niñas, que en la infancia hegemónica constituye la actividad infantil por
antonomasia, en la misma medida en que la calidad de vida de niños y niñas
empeora (Oldman 1994: 163) o, dicho de otro modo, el aumento de valor del
trabajo con niños y niñas no se refleja, necesariamente, en el aumento de capital
humano que ellos obtienen (1994: 164).
La tesis de Oldman debe ser tomada con cautela, como él mismo dice, ya que
requiere de un mínimo contraste empírico que el autor no entrega. Sin embargo,
nos hace mucho sentido a la luz de lo que venimos exponiendo, especialmente si
consideramos que, como dice Oldman (1994: 164), y como hemos visto que
pontifica tácitamente el desarrollismo, “no hay nada ‘normal’ hecho por la niña o
niño que no sea, también, en el corto plazo, de interés económico para los
adultos que lo supervisan”. Como lo ‘anormal’ es también de interés para los
adultos, todo lo que hacen niños y niñas termina siendo económicamente
interesante, i.e. rentable, para los adultos, y de ahí el potencial de la tesis de
Oldman. Entonces, las niñas y niños viven el desarrollo (o, más bien, sufren su
disciplinamiento), pero son los adultos quienes viven, y lucran, del desarrollo.
257
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
258
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
justificación que no pase del aquí y ahora, del presente del niño o niña, en este
caso de su gusto por jugar azarosa y anárquicamente, no parece suficiente
justificación de un derecho de los niños y niñas. Sus derechos, y su desarrollo, se
tienen que leer a la luz de intereses superiores, en este caso, de “la economía
nacional y el perfil internacional”. La misma prelación plantean algunos de
quienes se definen como abogados de los derechos de la infancia, para quienes
“los niños y niñas son el futuro; invertir en su educación, salud y bienestar y
protegerlos de la explotación fortalece a las comunidades y contribuye a un
desarrollo nacional sostenible; nada puede ser más sencillo…” (Ensalaco y Majka
2005: 1)138.
138
Las Reglas de Beijing (1985) establecen que “la justicia de menores se ha de concebir como una
parte integrante del proceso de desarrollo nacional de cada país y deberá administrarse en el
marco general de justicia social para todos los menores, de manera que contribuya a la protección
de los jóvenes y al mantenimiento del orden pacífico de la sociedad” (artículo 1.4). La justicia de
niños opera, entonces, como el último reducto donde tratar de asegurar el desarrollo individual -
de disciplinar al niño- y, con éste, el desarrollo nacional.
139
Ver, entre otros Lichtman (1987: 128), Belden Fields y Narr (1992: 19), Douzinas (2000: 225-
226), Cannella y Viruru (2004: 4), Vandenbroeck y Bouverne-De Bie (2006: 134). Para una visión
matizada, desde el interior de este paradigma crítico, ver Stephens (1995: 15), quien señala que “la
relación entre las necesidades de la economía industrial moderna y la socialización y educación
infantil en la casa y el colegio nunca ha sido simple”. Stephens quiere enfatizar que el rol de los
niños y niñas en la construcción de la realidad moderna es más importante que el de ser meras
herramientas al servicio del capitalismo, lo cual es cierto, y ya lo hemos dicho al hablar de la
259
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
iii. Disciplinamiento de los Países “en Desarrollo” para (en nombre de) el
Desarrollo Socioeconómico
agencia infantil. Pero eso no quita que, desde el punto de vista desarrollista, central a la infancia
hegemónica, los niños y niñas sean instrumentales al desarrollo económico, es decir, al capital.
140
No se puede confundir esta subordinación de niños y niñas al desarrollo nacional, con la
interdependencia de obligaciones y derechos de que son sujetos en muchas culturas del mundo
mayoritario, y que presentamos como ejemplo de participación (ver sección 2.4.iii). En el caso del
desarrollo de que hablamos ahora, niños y niñas parecen mucho más objetos útiles al desarrollo de
“su” país, que sujetos constructores del bienestar de su comunidad.
141
En http://www2.ohchr.org/spanish/law/desarrollo.htm, consultado el 7 de marzo de 2013.
260
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Acción142, de 1993, dice, entre otras cosas, que “la comunidad internacional
debe apoyar a los países menos adelantados que han optado por el proceso de
democratización y reforma económica, muchos de los cuales se encuentran en
Africa, a fin de que realicen con éxito su transición a la democracia y su
desarrollo económico” (par. I.10, cursivas nuestras); que el derecho al desarrollo
es un “derecho universal e inalienable” y “parte integrante de los derechos
humanos fundamentales” (par. I.10); y que quienes participan “en la
cooperación para el desarrollo deben tener presentes las relaciones mutuamente
complementarias entre el desarrollo, la democracia y los derechos humanos”
(par. II.74, cursivas nuestras). Por último la Declaración del Milenio, ya referida,
está atravesada por referencias a los países “en desarrollo” y tiene el claro
propósito de llevar el desarrollo a todo el mundo, en especial a esos países.
142
A/CONF.157/23, 12 de julio de 1993; en http://www2.ohchr.org/english/law/pdf/vienna.pdf,
consultado el 26 de enero de 2010.
261
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Por su parte, el Comité de los Derechos del Niño ha hecho un llamamiento a los
Estados Partes, a las organizaciones no gubernamentales y a los agentes
privados “para que señalen y eliminen los posibles obstáculos al disfrute de estos
derechos [juego, esparcimiento, recreación] por parte de los niños más
pequeños, como parte, entre otras cosas, de las estrategias de reducción de la
pobreza”, es decir, reproduce la puesta en función del derecho de “los niños” al
desarrollo con el derecho de los países al desarrollo (Comentario General N° 7,
par. 34, corchetes nuestros). Luego recomienda, en razón de las limitaciones de
recursos que afectan a muchos Estados, “que las instituciones donantes, entre
ellas el Banco Mundial, otros organismos de las Naciones Unidas y los donantes
bilaterales apoyen, financiera y técnicamente, los programas de desarrollo en la
primera infancia y que éste sea uno de sus principales objetivos en la asistencia
al desarrollo sostenible en países que reciben ayuda internacional” (Comentario
General N° 7, par. 42). Dicho más sencillamente: los programas de desarrollo
infantil se plantean como una parte de la estrategia de desarrollo sostenible de
los países “en desarrollo”, es decir, el desarrollo de niñas y niños sirve para el
desarrollo de los países. UNICEF aporta lo propio en su informe Estado Mundial
de la Infancia 2003, sobre Participación Infantil:
Los países a que se refieren todos estos documentos están, como los describe la
propia CDN, “necesitados” y “en desarrollo”, es decir, son “niños”, o al menos
son concebidos como tales, infantilizados. Son países necesitados de un
desarrollo que no tienen y que sólo pueden obtener, aparentemente, de los
países “desarrollados” –i.e. del mundo minoritario-, con sus modelos de
desarrollo, educación, salud e infancia. Pues si el desarrollo del niño-humano
nunca se deja sólo en manos del niño-humano, el desarrollo del niño-país
tampoco puede dejarse sólo en manos del niño-país. Puede ser útil leer esto a la
luz de la metáfora de los derechos humanos elaborada por Mutua (2002: 28-9),
compuesta del salvaje (que viola los derechos humanos), la víctima, y el
salvador. La víctima (de violaciones a los derechos humanos) al interior de esta
metáfora es: “débil (vulnerable), simpática e inocente”, características que, si
predicadas de un adulto se pueden entender como circunstanciales (a pesar de
262
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
263
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
iv. Disciplinamiento de los Países “en Desarrollo” para (en nombre de) los
Países “Desarrollados”.
264
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Truman da un paso más en “el paquete del desarrollo” al incluir la amenaza que
significa para el propio “primer mundo” la falta de desarrollo del “tercer
mundo”. Ya no es sólo que sin desarrollo no haya democracia ni derechos
humanos en el mundo mayoritario; es que la falta de desarrollo pone en riesgo
el desarrollo ya alcanzado por el mundo minoritario. Sin demasiado cinismo se
puede decir, entonces, que los países aún no desarrollados se deben desarrollar,
es decir, disciplinar, para (en nombre de) el bienestar de los países ya
desarrollados. Ante el riesgo para las “áreas más prósperas”, que supone una
amenaza de intervención muy poco velada, el presidente de las bombas
atómicas alude a la autoridad de la ciencia para justificar una mayor producción,
que habrá de acarrear la deseada prosperidad, paz y desarrollo. Sólo el
capitalismo “científico” podrá salvar a los pueblos de su atraso milenario, como
sólo el desarrollismo “científico” podrá producir adultos a la altura de dicho
capitalismo. Truman dice que no hay lugar para el “viejo” imperialismo, pero con
esa mera referencia ya hace implícito que lo que está planteando, el desarrollo
“científico”, es un nuevo imperialismo. De este modo se entiende mejor cuál es
la pobreza endémica que, entonces como ahora, quiere abolir el desarrollo: “no
otra que la ausencia de un tipo muy específico de riqueza capitalista”
(Niewenhuys 2007: 153).
143
En http://www.presidency.ucsb.edu/ws/index.php?pid=13282, consultado el 24 de septiembre
de 2012.
265
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
266
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
144
A 2013, el disciplinamiento de los mercados, particularmente en el sur de Europa, y la
subordinación de gran parte de un continente y sus derechos a la voluntad de “los mercados”,
hacen patente y mucho más dramático lo expuesto por Evans.
145
No es de extrañar, entonces, que, más allá de los constreñimientos de forma propios de los
convenios internacionales, que sólo vinculan a sus Estados Partes, las políticas y decisiones de
entidades tales como el Banco Mundial, el FMI, la Organización Mundial de Comercio, las
empresas multinacionales y los bancos e instituciones financieras privados, no sean sometidas al
escrutinio del Comité de los Derechos del Niño, aun cuando causan un impacto altísimo en las
vidas de las infancias mayoritarias (incluidas las infancias mayoritarias al interior del mundo
minoritario), y se revelan como un obstáculo insalvable para la adecuada salvaguarda de los
derechos humanos de las niñas y niños (Lavalette 1999: 32; Niewenhuys 2007: 156). Y por lo
mismo, subleva la ceguera cómplice del Comité de los Derechos del Niño que, recientemente, en
referencia expresa al Banco Mundial, FMI y Organización Mundial de Comercio, ha dicho que los
Estados “no deberían aceptar préstamos de organizaciones internacionales, ni condiciones
267
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
A lo largo de sucesivas estadías durante fines del siglo XX, Cindi Katz estudió los
efectos de esta violencia, “los desintegradores efectos del ‘desarrollo’ ” (Katz
2004: ix) en las vidas de las niñas y niños de una aldea sudanesa a partir de la
implantación de un proyecto de agricultura intensiva, promovido por el Estado y
financiado por capitales kuwaitíes y japoneses.
propuestas por tales organizaciones, si tales préstamos o condiciones probablemente van a afectar
los derechos de los niños” (Comentario General Nº 16, par. 47). Como si la disciplina de mercado
hubiera dejado alguna puerta abierta al margen de dichas organizaciones; es decir, como si los
“Davides” y “Goliates” de la escena internacional conversaran libremente y en pie de igualdad.
268
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
Dinero - Mercancía (“vender para comprar”) (ver Marx 1970 [1867]: 107-109),
por otro de Dinero – Mercancía - Dinero (“comprar para vender”) (ver Marx 1970
[1867]: 151-159), pues se reemplazaron los cultivos tradicionales de sorgo y
sésamo (producción básicamente para consumo familiar), por los de algodón y
maní (producción para venta en los mercados nacionales e internacionales). En
definitiva, el proyecto significó la fractura del hogar como espacio de producción
y reproducción social146, la redefinición de las relaciones sociales al interior del
hogar, la monetización y mercantilización de la economía y de las relaciones
sociales, un alto aumento de la migración laboral, la proletarización de gran
parte de la población (diferenciación socioeconómica), la expansión de la
educación formal, y la ruptura de la pacífica unidad del juego y el trabajo de
niñas y niños (Katz 2004: 26-31, y 137)147.
146
Para Katz (2004: x), la reproducción social “comprende ese amplio abanico de prácticas y
relaciones sociales que mantienen y reproducen relaciones particulares de producción, junto con
los fundamentos sociales materiales en los que se llevan a cabo. Es tanto el material carnoso,
desordenado e indeterminado de la vida cotidiana, como un conjunto de prácticas estructuradas
que se desenvuelven en relación dialéctica con la producción, con la que se constituye en tensión
mutua”. Nosotros, con Liebel (2004: 43-46) y Leyra Fatou (2012: 143), hemos asumido un concepto
de reproducción social en el cual se subsume la producción.
147
“Aunque muchas de estas alteraciones se habían comenzado a manifestar antes de la llegada
del proyecto, todas ellas fueron aceleradas por el mismo, y por las relaciones sociales más amplias
de producción y reproducción a él asociadas” (Katz 2004: 136-137).
269
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En suma, como hemos visto en esta sección 2.5, la globalización del discurso de
derechos de “la infancia” ha significado una cascada de disciplinamientos: de los
niños y niñas en nombre de su desarrollo, de las niñas y niños en nombre del
desarrollo de sus países, y de los países en nombre de su propio desarrollo (a lo
que se podría agregar, aunque habría que profundizar en la argumentación, de
los países “en desarrollo” en nombre de los países “desarrollados”). Las vidas de
niñas y niños son disciplinadas en el sentido clásico de un poder ejercido por A
(adultos) sobre B (niñas y niños), fundado en la autoridad incontestada del
discurso desarrollista que recoge la CDN; las infancias del mundo mayoritario,
infancias “desfavorecidas” y “necesitadas” de la cooperación –eufemismo para
intervención- internacional, son disciplinadas y encauzadas hacia la infancia
hegemónica; y la sociedad entera es disciplinada, en aras de un desarrollo
infantil indistinguible del desarrollo socioeconómico, empoderados ambos
mutuamente hasta devenir un discurso intocable, el lugar del “sentido común”
270
2. EL DISCURSO DE LOS DERECHOS DE “LA INFANCIA” Y LA CDN
271
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE
LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Ahora bien, reconocer que se puede y debe construir tal discurso que supere al
discurso de derechos de “la infancia” (i.e. hegemónico), es apuntar hacia un
horizonte aún lejano. A la luz del capítulo 1, en el capítulo 2 intentamos una
crítica profunda del discurso de derechos hegemónico, desvelando el
desempoderamiento que éste obra sobre niñas y niños. Apoyado en esa crítica,
148
Digo que niños y niñas “pueden” construir sus derechos, pero titubeo y en definitiva recelo de
decir que “deben” hacerlo. A estas alturas ya hemos dado indicios para entender esto, pero se
explicará con más detenimiento en la sección 3.2, en que hablaremos del “paso atrás” que
debemos dar los adultos en la construcción del discurso de derechos de niñas y niños.
Probablemente, el “deber” de que aquí hablamos consiste precisamente en el paso atrás de los
adultos, que despeja el paso al “poder” de los niños y niñas para construir.
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Los problemas de la perspectiva de la voz infantil han sido planteados sobre todo
por la vertiente más crítica de los estudios de la infancia, a partir de las
investigaciones con niños y niñas. En primer lugar, se ha planteado la dificultad
de traducir correctamente sus voces en los resultados de la investigación, pues
estas voces son inevitablemente interpretadas y mediatizadas por los adultos
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que investigan y son, de hecho, eso, voces, diversas como diversos son los niños,
las niñas y las infancias, lo que muchas veces se olvida haciendo confluir a todas
las niñas y niños en una sola voz, de una sola infancia (James 2007: 262). Por eso
hay que cuidarse de pretender estar dando con las voces “auténticas” pues,
aunque las transcripciones de voces citadas en los trabajos de investigación sean
fidedignas, éstas ya han sido seleccionadas, editadas y muchas veces glosadas
por el investigador, e insertadas en el texto para ilustrar una idea del propio
investigador. Es decir, las voces que se citan en una investigación sirven, en
último término, al punto de vista del autor o autora, no al de los niños y/o niñas
investigados (James 2007: 264-265)149. Del mismo modo, no es raro que las
“voces” que se citan en los diversos programas de desarrollo internacional
implementados por ONG’s, generalmente elaborados con criterios académicos,
sean una instrumentalización al servicio de los programas de las propias ONG’s
(White y Choudhury 2007), de lo cual el tokenismo, de que hablamos más arriba
(sección 2.3), es el ejemplo más burdo.
149
Comentando a Walkerdine, Castañeda (2002: 150-155) llama la atención sobre el peligro de que
la subjetividad de la investigadora adulta, en la forma de la proyección de sus propias memorias y
fantasías de infancia, ocupe el lugar de la subjetividad y experiencia de las niñas de la
investigación.
150
Richard Farson, el célebre “liberacionista infantil”, decía en 1974 que: “así como los negros y las
mujeres que todavía carecen de autoconsciencia son el mayor obstáculo para sus movimientos [de
emancipación]…, podemos predecir que los niños y niñas serán sus propios peores enemigos en el
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a los otros ‘se les da una voz’ sin que se reconozca ni intente cambiar las
inequidades que crearon las diferencias originales [entre el que “da” la voz, y el
que la “recibe”], la ‘cesión de voz’, o su ‘escucha’ se convierten en un nuevo
aparato de colonización” (2004: 146-147, corchetes nuestros). Es decir, surge el
riesgo de sustituir un paternalismo explícito, que dice “cállate, hijo mío, yo sé lo
que es bueno para ti”, por otro encubierto y sutil, que dice “no dudes más, abre
la boca, pues yo soy tu voz” (Théry 1993: 365).
Para conjurar estos peligros, Alldred y Burman (2005) proponen usar el análisis
del discurso para mejor “escuchar” a niñas y niños. Como siempre hay una
interpretación por parte del adulto investigador, su reflexividad, su saberse
intérprete, mediador, y glosador debe extenderse no sólo al momento del
diálogo de investigación con los niños y niñas, sino que también “incluir los
juicios políticos y procesos subjetivos que se cuelan en sus decisiones de
interpretación, autoría y edición sobre [su] representación de las ‘voces de unos
y otras’ ” (2005: 176), es decir, debe incluir los discursos que informan su propia
interpretación de las experiencias infantiles (Spyrou 2011: 160). Pero para poder
aprehender el alcance y sentido de esas voces, a lo anterior debe sumarse la
necesaria familiaridad del investigador con los discursos que las alimentan y
modulan; “sólo entonces se puede dar cuenta de la particular representación de
lo ideológico que hacen las niñas y niños, es decir, de sus perspectivas” (Spyrou
2011: 160). En otras palabras, es ingenuo y equívoco identificar la voz
meramente con lo que se dice (Arnot y Reay 2007: 323).
Las prevenciones antecedentes sugieren que, sea en el contexto de investigación
o en cualquier otro, no hay tal cosa como una emergencia diáfana de una voz
libre. La experiencia de niñas y niños, y por consiguiente las voces de esa
experiencia, se dan dentro de unos límites que trascienden las propias voces, es
movimiento para su liberación” (Farson 1974: 10-11). Pero si bien este comentario acertaba en
percibir los peligros del condicionamiento ideológico que menciona Burman, erraba de lleno al
considerar que los niños y niñas, todos los niños y niñas, padecían de falta de autoconsciencia, o
sea, al asumir que no había más infancia que la infancia hegemónica y castradora de la agencia
infantil desde la cual Farson escribía, y que era imposible que los niños y niñas resistieran esta
infancia. También fallaba, quizás aún más groseramente, al concebir que la liberación, por lo
mismo, habría de ser “llevada” o “entregada” a niños y niñas, se entiende, por los adultos. Ya
comentamos en la sección 1.7 la resistencia encubierta de los niños y niñas en su juego, y la
resistencia explícita de los grupos de estudiantes en Chile y Estados Unidos, peleando
colectivamente por sus derechos en el seno mismo de la infancia hegemónica, y volveremos en
más detalle sobre esto al hablar de la lucha de los NNATs.
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decir, la propia agencia infantil. Las relaciones de poder a las que están
sometidos niños y niñas en el contexto adultocéntrico de la infancia hegemónica
dan forma a su experiencia, la delimitan, y con ello también modelan y delimitan
la voz que de ella surge.
151
Matsuda (1990: 1778) señala que el fenómeno de la falsa conciencia es real entre los grupos
subordinados, pero que coexiste con el de la conciencia crítica (sea de raza, clase, sexo, etc.).
También advierte, sugerentemente, de la existencia de una “falsa conciencia sobre la falsa
conciencia”, es decir, de poderosos incentivos para no tener en cuenta la opinión de los grupos
subordinados precisamente por ser futo de una supuesta falsa conciencia.
152
Hill Collins (1986: 19) sugiere, paradójicamente, que la conciencia de opresión surge en la
medida en que se vive un contexto que no admite la posibilidad de escapar a la misma, es decir,
que no admite el autoengaño: “el elemento más importante que modela la mayor comprensión de
Truth y White [dos mujeres negras] sobre su propia subordinación, en relación a los hombres
negros o las mujeres blancas, es su experiencia en la intersección de múltiples estructuras de
dominación. Tanto Truth como White son mujeres, negras y pobres. Tienen, entonces, una visión
más clara de la opresión que otros grupos que ocupan posiciones más contradictorias respecto del
poder de los hombres blancos –a diferencia de las mujeres blancas, no tienen la ilusión de que su
‘blancura’ permitirá superar su subordinación como mujeres, y a diferencia de los hombres negros,
no pueden apelar a una supuesta hombría para neutralizar el estigma de ser negras”.
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Como vimos en el Capítulo 2, las voces de las niñas y niños, sus voluntades, y sus
agencias, no han sido ni son parte relevante en la formulación, interpretación y
aplicación del discurso de derechos de “la infancia”. Los niños y niñas, dijimos
(sección 2.3), no participaron en el nacimiento de la CDN, sino que “recibieron”
un conjunto predefinido de derechos. Lo que justificó redactarles una carta
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153
En http://www2.ohchr.org/english/law/cerd.htm, consultado el 15 de octubre de 2012.
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154
Y en un sentido muy específico y restringido, en su artículo 30, que protege la libre expresión
cultural, religiosa o lingüística del “niño” que pertenece a una minoría étnica, religiosa o lingüística,
“en común con los demás miembros de su grupo”. Decimos restringido pues aunque la cultura se
pueda “expresar” libremente, sólo se puede transmitir (i.e. educación) por medio de determinada
educación, obligatoria, alfabetizada, que no admite el trabajo, etc. (ver capítulo 2).
155
Para el caso general de los niños y niñas como víctimas de discriminación generacional, o por
edad, ver Liebel (2012: 94-107).
282
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Federle cree, entonces, que el derecho (es decir, el poder) es algo que unos
pueden dar a otros, aunque en sus ejemplos no queda en absoluto claro cómo ni
cuándo se consuma esa dación, considerando que son los adultos los que
ejercen siempre el poder de niñas y niños. Con independencia de los problemas
de consumación de dicha dación, o del problema de ser sólo una apariencia de
dación, su reflexión es útil para el planteamiento de unos derechos
verdaderamente emancipadores y empoderadores. La pregunta que se nos
156
Decimos que hay una diferencia “de concepción” con los otros instrumentos porque, como
advierte MacKinnon (2006), en la práctica las reservas han aguado mucho la aplicación de la
CEDAW. Esta autora incluso advierte que la propia concepción de los derechos de las mujeres en la
CEDAW es aguada, en comparación, por ejemplo, con la CERD (MacKinnon 2006: 6, 11). Lo mismo
dice Donner (1994: 242), que cree que quienes redactaron la CEDAW “crearon un documento que
protege mucho menos de la discriminación contra la mujer que lo que protege la CERD de la
discriminación racial”. No obstante, considerando lo hasta aquí expuesto, creemos que la
comparación de MacKinnon y Donner revela una diferencia cuantitativa, allí donde la comparación
con la CDN revela una diferencia cualitativa: la diferencia entre proteger contra la discriminación
(CEDAW y CERD) y, sencillamente, proteger (CDN).
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impone es si son concebibles unos derechos emancipadores que sean dados por
los adultos y recibidos por los niños y niñas.
Dar derechos a los niños y niñas, y someterlos a marcos ajenos a ellos anula sus
voces en el diseño de sus encuadres vitales. Corsaro (2005) narra un ejemplo que
muestra lo espurio e ineficaz de la heteronomía que supone darle derechos a
niñas y niños, frente a la legitimidad y eficiencia radical (de raíz) de la autonomía
infantil. Corsaro pone en el contexto de la vida diaria de una escuela infantil
italiana el famoso libro de Vivian G. Paley (1993), No Puedes Decir ‘No Puedes
Jugar’. Como se desprende del título, en este libro Paley intenta desarrollar una
perspectiva inclusiva en la cual no haya discriminaciones entre niños y/o niñas,
es decir, que los iguale entre sí. A partir de su experiencia como profesora, Paley
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alienta el desarrollo de la siguiente regla: “No puedes decir ‘no puedes jugar’ ”,
que ella “promulgó” entre los niños y niñas de su clase. Sin embargo, y a partir
de su investigación en la escuela infantil italiana, Corsaro comenta que para el
desarrollo de un ethos inclusivo puede que se necesite más que la mera
prescripción inclusiva. Dicho ethos inclusivo, sugiere Corsaro, surge cuando los
propios niños y niñas se han transformado en colegisladores de su experiencia,
es decir, cuando han internalizado dicha inclusividad. De ahí que sea distinto que
Paley, profesora, les diga a sus alumnos: “No está permitido prohibir jugar”, a
que Franco, niño italiano, le diga a Sara, compañera de escuela que quiere
excluir de una actividad a otro compañero llamado Paolo: “¿Quién eres tú para
decir que yo, o quien fuere, no puede estar en esto?” (Corsaro 2005: 188). Una
cosa es que los adultos entreguen normas emancipadoras e igualitarias a los
niños y niñas, lo que tendría una eficacia limitada en la igualación intentada, y
otra, muy distinta, que los propios niños y niñas desarrollen sus normas de
justicia, convivencia y participación, lo cual tiene una eficacia indiscutiblemente
mayor. Lo que nos sugiere el ejemplo y crítica de Corsaro es que unos derechos
emancipadores sólo pueden ser fruto del esfuerzo colectivo de sus sujetos por
auto-definirse.
Por lo demás, no es fácil entender qué quiere decir darles derechos a las niñas y
niños, o poder, que según el concepto de derechos emancipadores que venimos
defendiendo viene a ser lo mismo. Para dilucidar esto tenemos que detenernos
en el concepto mismo de “poder”. Ya mencionamos en la sección 3.1 que las
voces de niños y niñas surgen en un contexto de relaciones de poder asimétricas.
Ese contexto los sitúa en el polo inferior de una jerarquía cuyo polo superior es
ocupado por los adultos. Es decir, los adultos escuchan las voces de las niñas y
niños “desde arriba, hacia abajo”. La realidad de la infancia hegemónica es un
plano inclinado (especificado, aún más, por otros varios planos inclinados según
las diversas formas de estratificación social) donde, por definición, las niñas y
niños están abajo, y los adultos arriba. En este sentido, el poder no es
propiamente una cosa que se tenga sino, como la voz para Komulainen (sección
3.1), algo que surge en relación, una disponibilidad y capacidad que se tiene para
algo, o sobre otro(s) (Lukes 2005, Gallagher 2008). En el caso de la infancia
hegemónica el poder es asimétrico en virtud de la situación jerárquica que
tienen los adultos respecto de los niños y niñas, no de algún poder que los
adultos pudieran tener en sí. Para graficarlo mejor: no es (económicamente)
poderoso quien tiene un maletín con 100 millones de euros en una isla desierta,
pues no tiene para qué ni sobre quién ser (económicamente) poderoso. Aunque
este ejemplo también debe ser matizado pues en el contexto apropiado, el
dinero sí es una medida de poder en sí, y su cesión puede transformar a quien no
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En suma, unos derechos concebidos por los adultos para las niñas y los niños no
pueden ser emancipadores, como tampoco pueden serlo unos derechos dados
por los adultos a las unas y los otros.
Niñas y niños son -y una señal de su extrema minimización es tener que recordar
esto- seres humanos. En cuanto tales, son libres e iguales con respecto al resto
de la humanidad. La propia CDN reconoce, de pasada y parecería que más por
convención que por convicción, esta igualdad. Dice su Preámbulo:
…de conformidad con los principios proclamados en la Carta de las Naciones
Unidas, la libertad, la justicia y la paz en el mundo se basan en el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e
inalienables de todos los miembros de la familia humana… las Naciones
Unidas han proclamado y acordado en la Declaración Universal de Derechos
Humanos y en los pactos internacionales de derechos humanos, que toda
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157
En http://www.textes.justice.gouv.fr/textes-fondamentaux-10086/droits-de-lhomme-et-libertes-
fondamentales-10087/declaration-des-droits-de-lhomme-et-du-citoyen-de-1789-10116.html,
consultado el 18 de octubre 2012.
158
En http://www.archives.gov/exhibits/charters/declaration_transcript.html, consultado el 18 de
octubre 2012.
288
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289
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159
Speed (2006) refiere el caso de una comunidad indígena en Chiapas, México, que luchó por su
derecho a definirse como indígena para proteger sus costumbres e instituciones, para luchar por
sus tierras como tales tierras, o territorios históricos, y no como mera propiedad privada, y, en
definitiva, para gozar de todos los derechos consagrados a los pueblos indígenas por el Convenio
OIT N°169. La lucha no logró el objetivo del reconocimiento oficial, pero sí formó parte de un
proceso más amplio de recuperación y recreación de la identidad de dicha comunidad, en cuanto
indígena.
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aumentar su control sobre niños y niñas (Strandell 2000: 155-156). Por su parte,
Judith Ennew propone ciertos derechos específicos para los niños y niñas “de” la
calle, uno de los cuales sería el derecho a no ser etiquetados (labelled), lo que
comporta liberarse de ser tratados como y en cuanto infancia de la calle, ya que
esto muchas veces conduce a abusos y discriminaciones, a la vez que liberarse de
una serie de juicios y apreciaciones sobre la infancia callejera que son
sencillamente erróneos (Ennew 2002: 399). Pero es la exposición que hicimos en
los capítulos precedentes la que confirma con mayor dramatismo que el derecho
de las niñas y niños a definir sus derechos necesita, perentoriamente, la
contracara del derecho a no ser definidos, es decir, el escudo de la opacidad.
¿Pues qué otra cosa se propone el desarrollismo sino una comprensión cabal,
una definición completa del “niño”, en cuanto “niño”, es decir, y para el
desarrollismo, en cuanto incompleto, para así normarlo, controlarlo y llevarlo a
su completitud? (ver secciones 1.3, 1.4 y 2.5.i). ¿Y cuando “el niño” deviene
última fuente de sentido en un mundo que ha perdido todo otro referente de
sentido, cuando “el niño” se cristaliza en una indisponibilidad disponible para los
adultos, qué otra cosa se está haciendo sino poner sobre niñas y niños una
definición como una losa? (sección 1.6.i). Trataremos cada una de las
inquietudes que plantean estas preguntas en secciones separadas.
En las secciones 1.4 y 2.5 expusimos los problemas que plantea la hegemonía del
desarrollismo. Dijimos que como discurso científico hegemónico sobre las niñas
y niños es un discurso político que esconde su condición de tal, presentándose
como únicamente científico. A esto se suma que el discurso de derechos de “la
infancia” se ha hecho abrumadoramente dependiente de ese discurso
desarrollista y reclama autoridad a partir de esa dependencia de la “ciencia”,
todo lo cual incide en que “la ciencia” termina sirviendo de fundamento para
restringir los derechos de las diversas infancias. Esta dependencia sería razón
suficiente para erigir como derecho fundamental de niños y niñas el derecho a
no ser definidos, controlados, regulados, ni normados por la ciencia desarrollista.
Sin embargo, la relación entre ciencia y derechos no es problemática sólo en
razón del “contenido” de la ciencia (en este caso, castrante y minimizante de la
realidad infantil). Hay un problema previo.
En la sección 2.2.i dijimos que Fortin (2005: 75-6) expresamente le resta validez a
investigaciones que han reconocido una enorme competencia a niños y niñas
cuidadoras, “de” la calle, trabajadores, etc., diciendo que “estos escritores
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parecen pasar por alto las investigaciones sobre el desarrollo cognitivo del niño y
adolescente promedio”. Probablemente, el autor de esta obra sería, para Fortin,
parte de ese grupo que “pasa por alto” las investigaciones que ella menciona,
pues aquí nos hemos dedicado a referir, reseñar y suscribir todo un conjunto de
investigaciones que hace ya décadas viene mostranto la agencia y competencia
infantil. Esta disparidad de pareceres sobre, se supone, los mismos hechos, se
revela como decisiva para mostrar el problema que ahora queremos destacar en
la relación entre hecho (“ciencia”) y derechos de los niños y niñas. Y es que es
equívoco hablar, sin más, de tal relación (y consiguiente dependencia). Así lo ha
reconocido Federle (1994: 349, corchetes nuestros), al decir que “quienes se
oponen a otorgarles derechos a niñas y niños acuden a la autoridad de la
literatura psicológica y sociológica [desarrollismo], del mismo modo que quienes
quieren ampliar esos derechos apelan a investigaciones similares para
contradecir a los primeros”. Ante esta disyuntiva, entonces, ¿quién y cómo se
decide? En la sección 1.3.ii ya nos detuvimos en esto, al preguntarnos sobre qué
investigación empírica sobre competencia infantil había de ser tenida por buena,
por científica, y argumentamos en favor de la superioridad de las investigaciones
que han revelado a niñas y niños agentes y competentes. Sin embargo, esto no
evita que en otros estudios se siga argumentando de manera inversa, diciendo
que los niños y niñas, como dice Fortin, son más incompetentes y menos agentes
de lo que aquí decimos. Entonces, precisando la pregunta sobre quién y cómo se
decide, y en la medida en que parece que los hechos se observan y valoran
distinto según la comunidad científica que los observa y valora, de lo que se trata
es de dilucidar si es posible una decisión (ver Huber 1993: 226).
160
Para Kuhn (1970: viii), un paradigma es “un conjunto de logros científicos universalmente
reconocidos que durante un tiempo proporcionan el modelo de problemas y soluciones a una
comunidad de profesionales”.
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Entonces, lo que proponemos aquí es que, en el caso de los derechos de las niñas
y niños, la pregunta sobre la relación entre derecho y ciencia es si debería existir
del todo tal relación. O sea, no se trata de cómo decidir el lugar y autoridad de la
ciencia al interior del discurso jurídico, ni de cómo, una vez abierta la puerta a la
ciencia, decidir cuándo cerrársela y reconducir el debate a términos jurídicos
(Nelken 2009: 161). Se trata, más bien, de si acaso la ciencia haya de tener algún
lugar y autoridad en el discurso de los derechos de los niños y niñas, es decir, de
si hay que abrirle la puerta en un primer lugar. Pues, aunque estamos
convencidos de lo acertado del juicio y creemos que es indispensable decirse,
políticamente parece que no avanzamos demasiado diciendo que “casi todo lo
que se ha dicho desde el punto de vista normativo... [acerca de la incompetencia
infantil] ha resultado equivocado y una subestimación de la competencia de las
niñas y niños” (Smith 2002 : 82, corchetes nuestros), ya que pronto aparece
161
Aunque los paradigmas científicos a que alude Kuhn provienen de las ciencias llamadas exactas,
y ni el desarrollismo ni la sociología de la infancia pueden apelar a tal calificativo, sí creo poco
cuestionable el que ambas disciplinas (en el caso del desarrollismo, encarnado en la psicología del
desarrollo) representan paradigmas, en el sentido de acuerdos reconocidos en determinados
universos de investigación que sirven para modelar nuevos problemas, y que orientan la búsqueda
de las soluciones a dichos problemas. Es decir, que ambos, tanto sociología de la infancia como
psicología del desarrollo aluden a determinadas comunidades de investigación (Kuhn 1970: 10-11).
295
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quien, como Fortin, ondea “ciencia” que dice lo contrario. En otras palabras,
hemos dado razones contundentes que avalan una comprensión de la infancia,
las niñas y los niños como competentes y agentes, pero las buenas razones no
son razón suficiente para construir un discurso de derechos de los niños y niñas
que sea, efectivamente, de los niños y niñas.
Los hechos a que alude cualquier discurso de derechos de la infancia –la realidad
de las niñas y niños, y de la infancia que habitan- serán siempre equívocos y
potencialmente desempoderantes en la medida en que resulten de
descripciones emprendidas por el discurso científico, el cual, en cuanto
construido sólo por adultos, es construido por definición sin los niños y niñas.
Esto hace patente la necesidad de trascender (no de abolir) los discursos
científicos sobre esos hechos. ¿Hacia dónde? Ya lo hemos dicho, y no podemos
cansarnos de repetirlo: hacia las voces de las niñas y los niños. La única realidad
autorizada como referente de los derechos de los niños y niñas es su realidad,
expresada en sus voces. Éstas son “los hechos” a los que se debe su derecho,
ésta la realidad a la que se debe acudir y apelar cuando se construye el discurso
sobre sus derechos, y sólo en tanto en cuanto la sociología de la infancia está
programáticamente comprometida con sacar a relucir esas voces (sección 1.7.vi),
voces de sujetos de derecho, puede ser puesta en tándem con ellas. Nelken
(2009: xviii) ha argumentado que la ley con frecuencia se desvincula de los
hechos, entendidos como ciencia: “La ley está más sujeta al juego de cálculos
políticos que [...] a menudo conduce a decisiones que dependen más de lo que el
público cree, espera y desea, que de lo que los expertos aconsejan”. ¿Los
derechos contra los hechos, para las voces? Paradójicamente, y no obstante lo
espurio de las voces, ésa es la norma en la ley de los adultos en las democracias
contemporáneas. Pero el caso es que las niñas y niños, en lo que respecta a sus
derechos, y como se desprende de lo que hemos dicho hasta aquí, aún no son
ese público con derecho a influir en la deriva jurídica. Ya adelantamos algo en
este sentido al concluir la sección 1.3.ii, cuando mencionamos la distinción hecha
por Walkerdine (1993: 457) entre la investigación moderna y la posmoderna, y
los problemas que conlleva reconocerle poder para definir quién es competente
y quién no, quién vulnerable y quién no, quién racional y quién no, sólo a
algunos, en este caso, sociólogos, psicólogos, juristas, etc., pero siempre adultos.
Ahora parece más claro que una condición ineludible de un discurso
emancipador de los derechos de niñas y niños es la necesidad de expropiar ese
poder a los adultos. El derecho de los niños y niñas a no ser definidos es,
siempre, el derecho a no ser definidos por la ciencia, más precisamente, a que
sus derechos sean un dique de contención ante las definiciones de la ciencia.
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Hasta el momento nos hemos centrado en los derechos humanos (de niñas y
niños) “desde arriba”, institucionales, que equivalen al discurso hegemónico. Su
historia es la historia de los grandes pensadores (sea Las Casas, Grocio, Hobbes,
Locke, Rousseau, Paine, Kant, Mill, Rawls, etc); de las declaraciones,
convenciones y tratados internacionales; de los Comités que supervigilan la
aplicación de éstos; de los Estados que los incorporan a las legislaciones
nacionales, etc. Es, como dice Stammers, “la historia de ‘grandes hombres’
elaborando ‘grandes ideas’ que luego se convierten en ‘grandes leyes’,” y que
desemboca en el sistema actual de la ONU. O, lo que es lo mismo, en la
reformulación crítica de Stammers, la historia de hombres imperialistas y
162
Hablando del discurso de derechos humanos en general, dice Douzinas (2000: 165) que “la
crítica de la falsa abstracción de la naturaleza humana encuentra su horizonte no en una verdadera
abstracción, sino en la proliferación de contenidos parciales y locales que rellenarán al ‘hombre’
vacío con una multitud de colores, formas y características”.
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163
La exposición de Stammers es transparentemente radical sobre este movimiento “desde abajo”.
Pero también en este sentido, ver Bloch (2011 [1961]: 147, 282, 346-353); Weston (1992: 18-20);
Douzinas (2000: 91, 258); Ferrajoli (2000: 85-86, y 2001: 40); Rajagopal (2003: 167-168). Norberto
Bobbio (1991: 17-18), también habla de los derechos como conquistas sociales (más o menos
“desde abajo”), pero sin concebir a sus conquistadores como sujetos revolucionarios, ni grupos
articulados en movimientos sociales. Peces-Barba (1986-1987: 219-58) habla del puesto de la
historia en el concepto de derechos humanos (fundamentales), pero parece reproducir la visión de
los derechos humanos concebidos “desde arriba”, pues si bien reconoce que los derechos
humanos surgen en la historia, es decir, que están históricamente condicionados, tiende a
reconducir su origen a un ir y venir entre los grandes pensadores de cada momento histórico, que
recogen el ethos, sentir, y/o necesidades de su tiempo, y el poder estatal, que cristaliza en ley
positiva tales ethos, sentir y/o necesidades. Desde una perspectiva distinta, y novedosa, Hunt
(2004: 58-59), que ha estudiado particularmente el caso de la Francia revolucionaria, también
concibe que los derechos humanos tienen orígenes revolucionarios, a partir de un “desde abajo”
que surge de una “empatía imaginada” con el resto de “los individuos”, facilitada por las nuevas
formas de cultura impresa. En otras palabras, que “la lectura de novelas creaba nuevas
300
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
experiencias individuales (la empatía) que a su vez hacía posibles nuevos conceptos sociales y
políticos (los derechos humanos)” (Hunt 2004: 60).
301
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Como se desprende de esta breve relación, las luchas por los derechos han
buscado
Quienes luchan por sus derechos, entonces, buscan afirmar sus definiciones, y
derogar las definiciones que de ellos mismos han dado los poderosos. En este
sentido, los derechos legitiman realidades alternativas y validan “las perspectivas
e identidades de los oprimidos por relaciones y estructuras de poder
164
Siguiendo la asentada división de los derechos humanos en distintas generaciones de derechos,
Weston (1992: 18-20) señala que el surgimiento de esas distintas generaciones se debe entender a
partir de la sucesión de conquistas históricas de los diversos movimientos sociales: derechos de
primera generación (asociados a la libertad) a partir de las revoluciones liberales o “burguesas”;
derechos de segunda generación (asociados a la igualdad), a partir de las revoluciones socialistas y
marxistas, y de las luchas de los trabajadores; derechos de tercera generación (asociados a la
fraternidad), a partir de las revoluciones contra la dominación colonial e imperial. En el mismo
sentido, Ferrajoli (2001: 40) señala que “se puede decir que las diversas generaciones de derechos
corresponden a otras tantas generaciones de movimiento revolucionarios”.
302
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
303
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Como sujeto de su propia liberación, quien lucha por sus derechos está
ejerciendo una agencia típicamente política, una voluntad o voz política, que se
manifiesta en un acto autónomo (es decir, de quien se da su propia ley)
(Hallward 2010: 122). Ya lo dijo el abate Sièyes en vísperas de 1789: “todo
hombre [sic]… tiene el derecho intrínseco de deliberar y querer [vouloir] por sí
mismo”, y, “o uno quiere [veut] libremente, o es forzado a ello, no hay término
medio” (Sieyès 1789: 14-15). Ahora bien, estamos hablando de la lucha por sus
derechos llevada a cabo por movimientos sociales, por determinados colectivos.
Por eso, no podemos hablar, sin más, de la agencia de los meros miembros de
dichos movimientos o colectivos. Esa agencia cobra su fuerza emancipadora
precisamente en cuanto se asume como parte de un proyecto colectivo. La
voluntad política de que habla Hallward es una voluntad general o, por
definición, generalizable, y es esa voluntad colectiva “la que está operando en la
movilización de cualquier fuerza de emancipación colectiva… y la que se esfuerza
por formular, afirmar y sostener un interés plenamente común (y por lo tanto
plenamente inclusivo e igualitario)” (Hallward 2010: 121). Aunque los derechos
sean luego atribuidos a individuos, siempre se conquistan colectivamente, es
decir, políticamente: así como “nadie puede ser emancipado por otros, … nadie,
tampoco, puede emanciparse sin otros” (Balibar 1994b: 12; en el mismo sentido
Freire 2002: 63).
304
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Una vez establecido que la agencia que define y conquista los derechos es, en
último término, una agencia colectiva, se relativiza el hecho de que, al interior de
determinado colectivo, haya quienes no participen directa o activamente de la
lucha emancipadora –personas con alguna discapacidad, ancianos, lactantes,
etc.-, personas que, en el peor de los casos, pueden no sólo no poder participar,
sino que ni siquiera poder suscribir la lucha. Pues su falta de participación
material en la lucha no los priva de ser miembros del colectivo, de participar del
colectivo que está inmerso en la lucha, y con ello, de participar de los derechos
conquistados por el colectivo. Hablamos de una voluntad general o generalizable
(Hallward 2010:121) es decir, expresa o presunta, por lo que se ha de asumir que
quienes no pueden participar directamente en la lucha también gozan de sus
165
Como se ve, esto se distingue de la intuición planteada por John Stuart Mill (1862: 65), al
sostener que: “los derechos e intereses de todas y cada una de las personas sólo están seguros de
ser vulnerados cuando la persona interesada misma es capaz de, y está habitualmente dispuesta a,
defenderlos”. Pues aunque la formulación es similar a las que hemos dado en esta sección, en Mill
sirve a un argumento que justifica que sólo los individuos racionales, i.e. los adultos, son
potenciales sujetos de derechos. Más aún, el individuo (racional) de Mill sólo defiende los intereses
del individuo (racional); mientras que en las luchas de los movimientos sociales es el colectivo
quien pelea por el colectivo, en el cual también se comprende cada individuo.
305
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
306
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
de hoy, en el mundo minoritario “ni los niños y niñas, ni sus voces estén
liderando el movimiento de los derechos de la infancia” (Appell 2009: 732), ya ha
quedado claro que hay más mundos que el mundo minoritario. En la siguiente
sección toca que aprendamos de ellos, siguiendo la huella del trabajo infantil.
Como vimos en las secciones 1.1, 1.2 y 2.4.iii, es un hecho que los niños y niñas
han trabajado siempre, con normalidad e integrados en la sociedad, sea de
manera remunerada o no. Así ha sido y sigue siendo en las sociedades no
industriales, donde el trabajo infantil todavía es mayoritario (Miller 2005: 23;
Liebel 2004; y ver sección 1.1). Así ha sido y sigue siendo en las sociedades
donde los derechos de niñas y niños van de la mano de sus deberes y
responsabilidades para con la comunidad; donde el niño o niña es un miembro
más, interdependiente y corresponsable, de la comunidad (ver sección 2.4.iii).
Así ha sido y sigue siendo en muchas partes del mundo mayoritario, como
veremos más abajo. Y así fue en Europa y Estados Unidos hasta muy entrado el
siglo XIX e incluso comienzos del XX (ver sección 1.2.).
307
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
De hecho todavía hoy, y aunque no se quiera ver (Archard 2004: 38), en países
“tan” occidentales como Inglaterra y Alemania, es mayor el porcentaje de niños
y niñas sobre los once años que combina trabajo y colegio que el de los que sólo
se dedican al colegio (Liebel 2004: 113; ver también Mckechnie y Hobbs 1999;
Frederiksen 1999; Hungerland et al. 2007). Por ejemplo, en el Reino Unido,
Morrow (1994: 131) encontró que en una muestra de 730 niñas y niños de entre
11 y 16 años, un 38% trabajaba remuneradamente, en una actividad económica
marginal, o en un negocio familiar fuera de casa, y un 40% trabajaba en labores
domésticas. Como previene Morrow (1994: 139), estos niños y niñas no son,
necesariamente, conducidos a trabajar producto de la pobreza familiar, es decir,
no se ven, necesariamente, obligados a trabajar. En general, los testimonios de
los niños y niñas que trabajan suelen reflejar que ellos no ven en el trabajo un
problema –como lo suelen conceptualizar los adultos (Archard 2004: 38)- sino
que una expresión de su personalidad y madurez, el medio para ganar en
confianza, autoestima e independencia, y para sentirse “mayores”, una
posibilidad de ampliar las alternativas de consumo, o, en el otro extremo, la
forma de poder sobrevivir, una forma de tener mayor libertad, y hacer valer la
propia voz, una manera de compartir con los amigos, una fuente de orgullo, una
forma de aportar significativamente a la familia o de “ayudar”, una instancia de
aprendizaje, etc. (ver Morrow 1994, 2010; Frederiksen 1999; Archard 2004;
Leonard 2004; Liebel 2004; Cunningham 2005; Leyra Fatou 2012).
166
En Howa la labor de pastoreo es tarea de los niños varones (herdboys).
308
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309
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de Ciudad de México, constató que tanto niñas como niños trabajan porque
quieren ayudar a sus familias y devolverles todo lo recibido de ellas, asumiendo
las obligaciones mutuas que surgen de la reciprocidad; que niñas y niños suelen
trabajar con gusto (p. 210); y que, particularmente las niñas, “al trabajar se
sienten útiles, mejoran su autonomía, y el trabajo les puede aportar un poco más
de autonomía que de otra manera sería más difícil para ellas” (p. 211). Así, una
niña trabajadora dice con orgullo que el trabajo le “ha ido enseñando que no
todo se da en la vida” (p. 250).
Entonces, el trabajo es, o puede ser, fuente de dignidad; una dignidad que suele
surgir de la conciencia de participar en una empresa colectiva. Es una agencia
puesta al servicio de un proyecto que, englobándola, la trasciende (y recordar
sección 3.3.). Dejamos esto sólo esbozado, pues tendremos que volver sobre ello
(sección 3.4.ii), pero por el momento baste destacar el profundo sentido que
otorga su trabajo a muchos niños y niñas, así como a muchos de los adultos de
su entorno.
Sin embargo, la realidad actual del trabajo infantil, como sugieren estos relatos,
que refieren infancias extintas o marginales, o al menos ocultas o desconocidas,
es una realidad marginada por los discursos de derecho y de la infancia
hegemónicos. Por consiguiente, el sentido hegemónico que se le da al trabajo
infantil tampoco es el que suelen transmitir las niñas y niños que trabajan. Si
hasta la industrialización niñas y niños habían sido “útiles en el sentido de
participar en gran medida en las importantes labores productivas asociadas al
hogar y a la comunidad local, contribuyendo así a las vidas de los miembros de
sus familias” (Olk 2011: 198), con la industrialización se fracturó la familia como
lugar de la reproducción social, es decir, se escindió “producción” y
“reproducción” (ver Bourdillon y Spittler 2012). Por un lado, se hizo pública la
producción, que pasó a ser provincia exclusiva del varón adulto, único trabajador
verdadero (i.e. asalariado), y por el otro, se privatizó la reproducción, que se
entendió como vocación exclusiva (i.e. obligada) de las madres, destinadas a ser
domesticadas junto a su prole (ver Katz 2004: 150; Wallerstein 2011: 25). La
industrialización, así, redefinió y segregó los roles económicos y no económicos
(Kabanoff 1980: 60)167. Como describimos en la sección 1.2, a finales del siglo XIX
167
Para entender este cambio es útil recordar que la palabra “economía” se refiere,
310
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
311
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hermanos pequeños, hacer las camas, preparar la comida y lavar la ropa; por el
contrario, en el entorno doméstico los niños sólo se ocupan de lavar el vehículo
familiar, cuando lo hay, y de hacer recados (p. 227). Esta invisibilidad o
domesticidad natural de las mujeres, y con ello de las niñas, se manifiesta
también en los espacios públicos donde trabajan niños y niñas pues, aunque las
niñas están ahí, y se pueden mirar, dice Leyra Fatou que se “ven” mucho menos
que los niños (p. 177-8). La privacidad connatural adscrita a las niñas implica,
también, que sean mucho más controladas que los niños. Sin embargo, este
control, ejercido por padres, madres y hermanos, se relaja cuando las niñas se
encuentran trabajando en el espacio público (p. 128-129). Y no sólo el control se
relaja, sino que también la división sexual del trabajo, que tan clara se veía en el
ámbito hogareño, se ve relativizada, aunque no disuelta, en el espacio público.
Ahí los niños asumen labores que en el hogar sólo corresponde a las niñas (por
ejemplo, cocinar, lavar trastes o barrer), pues en el espacio público se redefinen
como parte de su trabajo, y las niñas asumen roles que en el hogar sólo
corresponden a los niños (por ejemplo, hacer recados), pues los peligros y
prejuicios que impregnan la concepción de las niñas en el entorno doméstico se
ven mitigados una vez instaladas en el espacio público del trabajo, donde tanto
niños como niñas interactúan como unos trabajadores más dentro de las
complejas redes sociales del entorno laboral (p. 149 y 234). Leyra Fatou no
profundiza en esta mitigación o relativización de la desigualdad de género en el
espacio público, pero creemos importante tenerla en cuenta, como primer paso,
para cuando hablemos de los movimientos de NNATs (sección 3.4.ii), pues refleja
cómo una vez que una de las polaridades dicotomizantes (hombre público –
mujer privada) es colectivamente vulnerada, se ponen en cuestión otras
polaridades, igualmente opresoras168.
168
Sobre niñas trabajadoras, y diferencias en razón de género con los niños trabajadores, ver
también Woodhead (2007: 35): “las niñas suelen trabajar más horas, usualmente en tareas
domésticas apenas reconocidas como trabajo…, y a menudo sin recibir una remuneración directa
por ello”; Chandra (2007), sobre niños y niñas trabajadores en Lucknow, India, con los niños
trabajando fuera de casa, más o menos voluntariamente, y en casa sólo si quieren, y las niñas
trabajando en casa, junto a sus madres, muchas más horas (pero haciendo la prevención de que las
niñas actúan con agencia y muchas veces se sirven de su trabajo para renegociar sus roles); Song
(2001: 65), sobre niñas y niños chinos en Inglaterra, y la mayor presión que supone a las niñas que
a los niños ayudar a sus padres y madres en sus negocios de comida para llevar, dado que ellas
deben realizar muchas más labores domésticas y de cuidado que sus hermanos; Becker et al.
(2001: 77), sobre la mayor presencia de niñas cuidadoras que de niños cuidadores en las familias
de Reino Unido (cuidadores regulares y sustanciales de algún otro miembro de la familia); Solberg
312
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
(2001: 116), sobre la mayor participación de niñas que de niños en las labores domésticas de las
familias noruegas; Ingenhorst (2001: 146), sobre que los niños alemanes trabajan más que las
niñas fuera de casa, pero también por una mayor remuneración: las niñas alemanas no sólo
trabajan en trabajos peor remunerados que los niños, sino que aún cuando trabajan en lo mismo,
son peor remuneradas; Mansurov (2001: 158), sobre que los niños rusos tienen más posibilidades
de encontrar trabajo que las niñas; Méndez (2008: 82-83), sobre la diferencia de ingreso entre los
niños y las niñas trabajadoras domésticas en Nicaragua; Liebel (2006b: 56), sobre mayores cargas
para las niñas trabajadoras pobres que para los niños trabajadores pobres en Alemania; Liebel
(2006b: 88), sobre la mayor carga de tareas domésticas para las niñas que los niños en Estados
Unidos; y Espinosa (2012), sobre la mayor discriminación que afecta a las niñas que trabajan en la
calle, en razón de vulnerar doblemente el tabú de la privacidad infantil: en cuanto “menores de
edad” y en cuanto mujeres.
313
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
169
“La Marcha Global contra el Trabajo Infantil” se define como “un movimiento para movilizar
esfuerzos en todo el mundo para proteger y promover los derechos de todos los niños,
especialmente el derecho a recibir una educación gratuita y llena de sentido, y de estar libres de
explotación económica y del desempeño de cualquier trabajo que sea probablemente nocivo para
su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social”, haciendo de “los convenios de la OIT N° 138
y N° 182, así como de la CDN ... la base del movimiento”. Es revelador que el lema de la “Marcha
Global contra el Trabajo Infantil” sea De la Explotación a la Educación, como si todo el trabajo
infantil fuera, necesariamente, explotador, y atentara contra la dignidad de los niños. En
http://www.globalmarch.org/, consultado el 18 de abril de 2011.
170
En http://www.ilo.org/dyn/normlex/es/f?p=NORMLEXPUB:12100:0::NO:12100:P12100_
INSTRUMENT_ID:312283:NO, consultado el 21 de noviembre de 2012.
171
http://www.ilo.org/dyn/normlex/es/f?p=1000:12100:0::NO::P12100_INSTRUMENT_ID:312327,
consultado el 21 de noviembre de 2012.
314
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Como consta del propio texto, así como de los trabajos preparatorios de la CDN
(OHCHR 2007 vol. II: 693-708), el espíritu de ambos Convenios se ve reflejado en
el artículo 32 de la CDN, que llama a proteger a “el niño” de la explotación
económica y de cualquier trabajo que “pueda ser peligroso o entorpecer su
educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental,
espiritual, moral o social” (art. 32.1 CDN), a la vez que “a fijar una edad o edades
mínimas para trabajar” (art. 32.2.a). La interpretación de este artículo, a
diferencia de lo que pudiera pasar con otros artículos de la CDN que se pueden
prestar a mayor ambigüedad (ver sección 2.3), es uniforme y aproblemática:
niñas y niños no deben trabajar, y los Estados tienen que hacer todo lo posible
para que, si todavía trabajan, lo hagan cada vez menos. Es decir, el trabajo de los
niños y niñas, que es un grave obstáculo para su desarrollo (art. 1 C138), no tiene
nada de bueno ni rescatable, y por eso se lo pretende “abolir”, como en su día se
abolió la esclavitud, y como hoy se busca abolir prácticas consideradas en sí
mismas injustas, como la pena de muerte, o ilegítimas, como la monarquía. Así lo
ha expresado reiteradamente la OIT en diversas instancias. En su sitio web dice
que, si bien “los niños y niñas disfrutan de los mismos derechos que todas las
personas”, “al carecer de los conocimientos, experiencia y desarrollo físico de los
adultos, y del poder para defender sus intereses en el mundo adulto, tienen
derechos de protección específicos por razón de su edad”, uno de los cuales es
“la protección de la explotación económica y del trabajo peligroso para su salud
y moralidad, o que afecta a su desarrollo”. El principio de abolir efectivamente el
trabajo infantil, sigue la OIT, “significa asegurar que cada niña y niño tenga la
oportunidad de desarrollarse física y mentalmente en todas sus potencialidades”,
despejando los obstáculos a su educación y desarrollo172. Aunque luego la OIT
precise, en su sitio web, que esto no significa acabar con todo trabajo ejecutado
por los niños y/o las niñas, sino sólo con el trabajo que les hace daño, es
evidente que una tal concepción entiende, básicamente, que todo trabajo
infantil es dañino, pues, como dice la OIT, en concordancia con el discurso
hegemónico de la infancia, los niños y niñas son aquellos devenires ignorantes,
inexpertos y vulnerables que necesitan prepararse y desarrollarse mucho y muy
bien antes de entrar en el mundo real (i.e. “de los adultos”).
172
En http://www.ilo.org/declaration/principles/abolitionofchildlabour/lang--en/index.htm,
consultado el 19 de noviembre de 2012 (cursivas nuestras).
315
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Los Informes Globales sobre Trabajo Infantil que desde 2002 viene preparando
cada cuatro años la OIT exponen a cabalidad la doctrina hegemónica sobre el
trabajo infantil. Sobre el de 2006 (ILO 2006), que ya desde su título –El Fin del
Trabajo Infantil: al Alcance- no deja dudas sobre lo inequívoco de su intención,
Liebel ha criticado que, como acabamos de comentar, la OIT defina al trabajo
infantil de manera tal que sólo admita una valoración negativa, en cuanto
incompatible con el colegio y obstáculo al desarrollo, al crecimiento económico y
a la reducción de la pobreza (2007: 282). Según la OIT, critica Liebel (2007: 283),
los niños y niñas que trabajan no aprenderían nada de su trabajo. Por último,
recalca la contradicción de que a niñas y niños sólo se les invite a participar bajo
la condición de que apoyen los esfuerzos sobre el trabajo infantil (ILO 2006: para
345), es decir, que apoyen los esfuerzos para quedarse sin trabajo (Liebel 2007:
284).
316
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
173
Históricamente, a mayor presencia de los sindicatos en determinado sector económico, más
efectiva ha solido ser la prohibición del trabajo infantil en el mismo, pues ha significado una mayor
aplicación de la ley laboral que lo prohíbe. Lo mismo se ha dado en términos inversos: a mayor
informalidad y menor presencia sindical, mayor posibilidad de presencia de niñas y niños
trabajadores, debido a que la situación irregular admite trabajadores irregulares (Niewenhuys
2011: 290).
317
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
318
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HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Ahora bien, es indudable que hay trabajo infantil que, no siendo del tipo descrito
en el artículo 3 de la Convención sobre Peores Formas (pues ésos no son
trabajos) sí supone enormes esfuerzos para los niños y niñas, a veces penurias,
muchas veces salarios bajísimos, etc.; y que, al mismo tiempo, hace ciertamente
difícil su conciliación con el colegio. Pero la prohibición de ese trabajo no parece
convertir a niños y niñas en sus beneficiarios principales. Tanto en el mundo
mayoritario como en el minoritario abundan adultos en ese mismo tipo de
trabajos, y suelen ser los hijos e hijas de éstos los que se emplean en ellos. En
estos casos, como en muchos otros, “las vidas laborales de las niñas y niños
están inextricablemente unidas con las de los adultos” (Mayall 2000: 245). La
prohibición no se hace cargo, entonces, del mermado contexto socioeconómico
ni de la injusticia estructural desde los cuales surge un tal trabajo, que hacen que
el aporte de niñas y niños suela ser indispensable, aportando a la economía
familiar y muchas veces proveyendo con recursos para los gastos escolares (ver
174
La definición del trabajo infantil por parte de la OIT siempre ha sido equívoca, es decir,
adaptable a los intereses hegemónicos del momento: “desde 1919 la OIT ha usado definiciones
diversas, a menudo entregando su elaboración a los gobiernos locales…. Claramente, lo que ha
guiado estas elaboraciones han sido intereses económicos y políticos que poco han tenido que ver
con el bienestar de niñas y niños” (Morrow 2010: 43)
320
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Levine 1999; Mayall 2000; Invernizzi 2008; Leyra Fatou 2012). Si esto se tuviera
en cuenta, el objetivo debería ser la mejora de las condiciones laborales de todos
los trabajadores en situación de precariedad, tanto adultos como niños y niñas,
antes que “la patologización de las culturas y familias del mundo mayoritario por
no defender el ideal occidental moderno de la infancia como un período de
dependencia, juego e irresponsabilidad”. Para lograr dicho objetivo, que es
precisamente el tipo de objetivos que se debería marcar una agencia
internacional como la OIT, se debería buscar la “transformación de las relaciones
geopolíticas de inequidad” (Burman 2008: 93). La OIT sostiene algo, en
apariencia, parecido, cuando dice que reduciendo la pobreza e inequidad se
acabará con el “problema” del trabajo infantil (ILO 2010a: par. 220). Sin
embargo, la divergencia se hace manifiesta si se atiende a que, para la OIT,
acabar con el “problema” del trabajo infantil es acabar, lisa y llanamente, con el
propio trabajo infantil, mientras que para los niños y niñas que trabajan y
muchas veces también para sus familias, el problema se soluciona acabando con
las condiciones que impiden la dignidad de dicho trabajo (Liebel 2004: 3). Desde
la perspectiva de los niños, niñas y familias trabajadoras, la solución de la OIT, es
decir, la exclusión de la infancia del trabajo, es un modo, precisamente, de
agravar sus problemas.
175
Sin embargo, como explica Niewenhuys (2011: 292) no se puede desdeñar la influencia de
“exportadores y sindicatos del Norte que empezaban a buscar formas de prevenir la entrada de
productos baratos de los países en desarrollo en los mercados del Norte, lo que más encima
amenazaba puestos de trabajo”.
321
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
con UNICEF, tuvieron poco o nada de positivo para los niños y niñas expulsados,
como alegaron los propios niños y niñas al decir que el trabajo liviano combinado
con la asistencia a clases dos o tres horas al día era la mejor solución para su
pobreza (James et al. 1998: 111). En primer lugar, se advirtió que el trabajo de
niñas y niños en la industria textil era una fuente importante de ingresos para
sus familias, y que, de manera especial, proveía de ingresos a las niñas lo que era
de destacar considerando las dificultades de las mujeres, en la sociedad
musulmana de Bangladesh, para emplearse fuera de casa (Boyden 1997: 221;
ILO/UNICEF 2004: 6). Por lo mismo, los niños y las niñas despedidas buscaron
nuevos trabajos y siguieron trabajando, pero ahora en las condiciones más
riesgosas del sector informal, por lo general en ocupaciones más peligrosas y
demandantes (Leonard 2004: 58), como picar ladrillos o tirar de rickshaws
(transporte colectivo de tracción humana) (Boyden 1997: 222). De este modo,
sus nuevos trabajos les supusieron, por regla general, no sólo menores ingresos
(James et al. 1998: 111), con la consecuente mayor vulnerabilidad económica
(Leonard 2004: 58), sino que peor salud, y peor nutrición que la de la minoría
que había podido seguir trabajando en la industria textil: sufrían enfermedades
graves y crónicas a una tasa cuatro veces superior que la de los niños y niñas que
todavía trabajaban en la industria, y comían menos, y peor (Boyden 1997: 222).
Como concluye Boyden (1997: 222, corchetes nuestros), “es evidente que el
interés superior de las niñas y niños de la industria textil en Bangladesh no fue
atendido por una intervención [i.e. el despido masivo producto de la amenaza de
boicot] que, en último término, se basaba en supuestos totalmente alejados de
su realidad”. Las propias OIT y UNICEF reconocieron que, aunque “sacar a niñas y
niños de la industria estaba en línea con los estándares internacionales y era
deseable en el largo plazo, los despidos abruptos sin alternativas mejores no
servían su interés superior” (ILO/UNICEF 2004: 6)176.
176
Un caso muy similar se dio en Meknes, Marruecos, en 1995, cuando un programa de la
televisión británica denunció que prendas supuestamente hechas en Gran Bretaña, en realidad
eran manufacturadas en ese pueblo marroquí, entre otros, por niñas de entre 12 y 15 años,
muchas de las cuales padecían malas condiciones de trabajo. Una vez que esto salió a la luz
pública, muchas de esas niñas fueron despedidas de la fábrica marroquí, luego de lo cual se mostró
–respecto de aquéllas que pudieron ser rastreadas- que estaban peor, en peores trabajos, o con
peores salarios. Por añadidura, también se reveló que sus familias, que dependían en parte de sus
salarios de la fábrica textil, también estaban peor (Lavalette 1999: 40-41; sobre lo
contraproducente de expulsar a los niños y niñas del mercado formal, ver también Ennew 2002).
322
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Aunque no hay dudas de que en estos sectores los niños y niñas trabajan en
condiciones difíciles, su prohibición también sirve a los intereses de las
grandes empresas que buscan restringir la competencia de los pequeños
empresarios locales (Nieuwenhuys 2011: 291).
325
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
El trabajo se prohíbe, más aún, para imponer una escolarización (por donde se
mirase, mucho más una obligación que un derecho [ver Boyden 1997: 215]) que
“subestima lo que los niños y niñas aprenden en su trabajo con sus pares, sobre
la vida, las responsabilidades familiares y las relaciones sociales”, y que,
educando para el futuro, “muchas veces …no es relevante ni útil para esos niños
y niñas, ni para el futuro que les espera” (John 2003: 187; y ver Leyra Fatou
2012: 259). La OIT propone mejorar las escuelas y la educación formal a fin de
poner a niños y niñas allí; prepararlos para el trabajo futuro, la ciudadanía futura,
la utilidad futura.
326
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asuntos valen sus opiniones, con lo que se les da una señal para cuidarse de sus
opiniones o para, sencillamente, no tenerlas, porque de todos modos terminarán
siendo irrelevantes (Invernizzi y Milne 2002: 404). Pero también se les da la
señal, por cierto de forma involuntaria, de que sólo se puede participar si hay
algo con lo que participar. Es decir, de que no hay agencia política sin agencia
económica. Como dice Cussiánovich (2006: 211) sobre las culturas de los Andes
peruanos, se les sugiere que el trabajo es “una forma de pertenencia, de
participación en la reproducción ampliada de la vida comunitaria”. Se les da a
entender que los verdaderos derechos humanos tienen que estar arraigados en
la posesión de poder económico, sin el cual, las demandas de libertad, igualdad y
fraternidad no son más que vacua retórica (Stammers 2009: 79); o sea, que no
puede haber libertad sin igualdad económica (Bloch 2011: 294). Y el primer paso
-ciertamente no el último- hacia ese poder e igualdad económicos, es la
posibilidad de producir valor (ver Nieuwenhuys 1996: 246).
327
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
328
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
177
Tanto el lobby sindical de comienzos de la revolución industrial, como la OIT hoy, se han
pronunciado contra el trabajo infantil en términos de combatir una fuente de competencia dañina
para los trabajadores adultos, por ser particularmente barata. Del mismo modo, en 1773 Portugal
prohibió la entrada de esclavos brasileños y de negros emancipados pues se concebían como
competencia injusta o desleal (unfair) para los trabajadores domésticos (portugueses), al cobrar
mucho menos que éstos (Buck-Morss 2009: 93).
329
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
James et al. (1998: 86) tienen reparos con un análisis que contemple a niños y
niñas como “minoría”, pues ello equivaldría a entenderlos “como
aproblemáticamente constituidos de forma separada y diferente de los adultos”.
Pero no es el investigador el que constituye a los niños y niñas en minoría
oprimida, sino la infancia hegemónica la que los construye como tal. Es a los
niños y niñas a quienes se ha tildado de “menores”, por sus “mayores”; son los
niños y niñas quienes, como dependientes y subordinados, han sido puestos en
la situación de tener que ser guiados porque se dice que de conducirse por sí
mismos podrían desviarse (Ranciere 2010: 168); los niños y niñas quienes han
sido puestos en situación de ser definidos, no de definir(se), y encerrados en
tiempos y espacios para ellos, como el colegio y la casa, “que se organizan en
torno al poder de los adultos para decidir sobre las experiencias de niños y
niñas” (Mayall 2002: 20). Son unos y otras quienes padecen la atribución de una
ambigua y minimizada ontología infantil, que deriva en la atribución y
constricción paternalista de sus derechos, es decir, en la sub-expresión de los
mismos. Y también son los niños y niñas, como hemos sugerido y veremos al
hablar de los NNATs, quienes, precisamente, recelan de tal constitución
aproblemática de infancia y adultez en compartimentos estancos. Es usual que el
niño o niña que trabaja tenga un lazo inextricable con los adultos de su familia,
por el cual siente orgullo y que muchas veces dota de sentido su trabajo. Ese lazo
se actualiza constantemente a través del propio trabajo. Los niños y niñas se
reconocen en el nosotros familiar a través del trabajo colectivo. Sin embargo, es
la propia prohibición del trabajo de los niños y niñas en cuanto tales la que,
cercenando ese lazo inextricable, erige la frontera que hace posible la
constitución de infancia y adultez como realidades separadas. Paralelamente,
tampoco se puede decir que, por ejemplo, las mujeres, estén constituidas
“aproblemáticamente de forma separada y diferente” que los varones, pero ellas
se unen entre sí para pelear por las discriminaciones que sufren en cuanto
mujeres. Así lo ha entendido Mayall (2002: 9), para quien los “niños son un grupo
social minoritario cuyos males necesitan ser reparados”.
330
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
quieren que la dependencia termine. Una vez atendida la realidad del trabajo
infantil, y su prohibición, se hace evidente que el análisis de O’Neill está
encerrado en, y cegado por la infancia hegemónica. Pues, replicando a sus
razones, en primer lugar sí es claramente artificial la dependencia de niños y
niñas creada por la privación de su agencia económica, es decir, por la ofensiva
contra su trabajo. En segundo lugar, y por lo anterior, un cambio político y social
ciertamente podría empoderarlos, como niños y niñas, y como trabajadores, y es
precisamente por ese cambio, como veremos, por el que están luchando los
NNATs. En tercer lugar, los niños y niñas que trabajan dependen de sus familias,
tal como éstas dependen de aquéllos, y se debe recordar que hablar de
dependencia es sumamente equívoco (ver sección 1.3.ii). Y en cuarto lugar, la
posición de la OIT y del discurso hegemónico en general es una prueba clara de
que “los opresores” no quieren que la dependencia de niñas y niños termine (ver
también crítica a O’Neill de Freeman 1992: 57-58).
Por último, la analogía que acabamos de hacer entre prohibición del trabajo
infantil y adultismo, por un lado, y esclavitud y racismo, por el otro, habla de la
pertinencia de una aproximación a las reivindicaciones de las niñas y niños desde
la óptica del grupo minoritario.
331
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
comienzos del siglo XX178. La guerra de Estados Unidos con España había
consolidado el auge de la circulación de periódicos vespertinos comenzada ya en
la década de los 1880s, y para entonces éstos ya eran más importantes que las
ediciones matutinas. Su venta, al igual que la venta de periódicos matutinos, fue
asumida por niños (más o menos, de entre 11 y 15 años), con la diferencia de
que ahora por las mañanas iban al colegio, y por las tardes vendían periódicos.
Lo que sacaban de las ventas iba en parte para ellos, y en otra parte para sus
padres y/o madres, con quienes vivían.
La relación de los niños con los adultos que les suplían los periódicos y que
gestionaban la circulación era una relación de negocios… Existía un contrato
no escrito entre los niños y los adultos que les vendían a ellos los periódicos.
Mientras los adultos honraran dicho contrato –y no hicieran nada por cortar
el margen de ganancias de los niños, ni perturbaran las leyes de la calle- los
newsies cooperarían con ellos (Nasaw 1986: 66).
178
“Las condiciones que hacían de la venta callejera algo tan atractivo para los niños, la ponían
fuera de límites para las niñas [las que, sugerentemente, eran referidas como ‘pequeñas madres’
(little mothers)]. Las niñas no debían ser temerarias, agresivas, ni ruidosas. No debían perseguir a
clientes desconocidos calle arriba y calle abajo. // La venta callejera no sólo era algo impropio para
las damas [unladylike], sino que se consideraba abiertamente peligrosa para las niñas. Sobre esto,
había un consenso generalizado” (Nasaw 1986: 101, corchetes nuestros). Como se ve, la
identificación de lo público con los hombres, pequeños o no, y de lo privado con las mujeres,
pequeñas o no, ya se estaba consolidando en el mundo minoritario hace un siglo. Con todo, esto
no impedía la existencia, si bien minoritaria, de niñas newsies (Nasaw 1986: 103).
179
Los niños compraban un número de periódicos, decidido por ellos, y luego lo vendían a un
precio mayor por unidad, que era de donde sacaban sus ganancias. Lo importante era, entonces,
no sólo saber vender y cautivar al comprador, sino saber cuánto comprar, para no quedarse sin
stock, ni quedarse con demasiado stock sin vender, ambas situaciones que auguraban pérdidas
(Nasaw 1986: 75-76).
332
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
68). Más aún, los newsies disfrutaban su trabajo, “la emoción, el ruido, el cambio
permanente que supone la calle, eran un antídoto contra una mañana pasada en
una sala de clases pesada y abarrotada”; el trabajo se disfrutaba; el colegio,
como tarea que era, se aguantaba (Nasaw 1986: 71).
180
Al igual que en el Nueva York de hace un siglo, en el Chile de fines del siglo XIX y comienzos del
XX los suplementeros eran en general niños, aunque se conoce la existencia de niñas por
referencias indirectas, que, al igual que en Estados Unidos, aluden a la impropiedad de la presencia
de las niñas en las calles. Así, el Prefecto de policía de Santiago, Guillermo Chaparro, expone en
333
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
En las décadas que siguieron, se hace más difícil encontrar experiencias similares
a las reseñadas (para algunos casos aislados de contestación, ver Liebel 2004:
216-231), probablemente porque, por un lado, en el mundo minoritario terminó
por imponerse la absoluta prioridad y virtual exclusividad de la escolarización,
haciendo del trabajo infantil una realidad residual en los tiempos y espacios de
niñas y niños, y por tanto más difícil de aglutinar en torno a una identidad
colectiva. Es decir, a la privatización de las niñas, ya asentada a comienzos del
siglo XX, le siguió la privatización también de los niños. Por otro lado, en el
mundo mayoritario la industrialización fue más tardía, la globalización es un
fenómeno reciente, y el trabajo infantil siguió vinculado fundamentalmente a la
economía familiar. Pero desde finales de la década de los 1970s, comienzan a
aparecer en el mundo mayoritario las organizaciones de niños, niñas y
adolescentes trabajadores que, a día de hoy, llevan la bandera de vanguardia en
la defensa de los derechos de niñas y niños.
1916 que “es común ver en todos los barrios de la ciudad con los muchachos suplementeros, niñas
de tierna edad que ejercen ó pretextan ejercer el mismo oficio ambulante, haciendo vida común
con ellos. // Esta situación, perfectamente inmoral y desquiciadora, es abiertamente contraria á la
ley, y la Policía debe impedirla por todos los medios” (en Rojas Flores 2006: 78-79). Como bien dice
Rojas Flores (p. 79), el Prefecto argumentaba que esta presencia de niñas contravenía la Ley de
Protección de Menores, de 1912, aunque no aclaraba por qué esta misma normativa no debía
aplicarse a los niños.
334
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
181
Ver http://maejt.org/indexanglais.htm
182
Ver http://www.workingchild.org/bs.htm
183
Como dicen Della Porta y Diani (2006: 23): “existe una dinámica de movimiento social cuando
episodios individuales de acción colectiva son percibidos no sólo como eventos discretos, sino
como componentes de una acción más duradera; y cuando los que están comprometidos en ellos
se sienten vinculados por lazos de solidaridad y de comunión ideal con protagonistas de otras
movilizaciones análogas”. Por su parte Álvaro García Linera (2009: 353) considera a “los
movimientos sociales como estructuras de acción colectiva capaces de producir metas autónomas
de movilización, asociación y representación simbólicas de tipo económico, cultural y político”.
335
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Como adelantamos más arriba (3.4.i.i), para los niños y las niñas trabajadoras su
trabajo no es sólo una cuestión de necesidad económica, sino de la dignidad,
autonomía relativa y autoafirmación que provienen de sobrevivir gracias a su
propio trabajo (Cussiánovich 2006: 239-240)184. Esta dignidad, sigue Cussiánovich
(p. 241), es una “ ‘dignidad de clase productora’ que es matriz de dignidad
individual”. Es por eso que niñas y niños ponen el énfasis en la calidad de ser
niñas y niños trabajadores, no meras niñas y niños que trabajan; es ésa “la matriz
epistemológica” a través de la cual aproximarse a sus realidades (p. 277).
184
“En los NATs que son hijos de migrantes andinos se da algo de la cultura del campesino que es
una cultura de trabajo, de dependencia en el propio trabajo, mientras la cultura del costeño es
todavía, al parecer, una cultura colonial, una cultura de vínculo con el poder, de ‘contactos’, más
que de control del futuro basado en el propio trabajo” (Cussiánovich 2006: 239-240). Esta
distinción ha de leerse en relación con el estudio etnográfico de Bolin (2006), sobre los niños y
niñas en la aldea Chillihuani, de los Andes peruanos, y sirve para entender el sedimento que deja
en cualquier cultura una historia basada en la dignidad del trabajo.
185
Leyra Fatou (2012) habla del espacio laboral (público) como generador de capital social, sin
embargo, tal “capital” parece argamasa insuficiente para aglutinar a un nosotros con potencial
emancipador, ya que las relaciones que constituyen tal capital social no son horizontales-
democráticas, sino verticales-jerárquicas (p. 187-188). Los niños y niñas entrevistados por Leyra
336
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Fatou, y también las mujeres, suelen concebir el trabajo como ayuda -en la práctica trabajan, pero
en su discurso sólo ayudan- o, lo que es lo mismo, equiparan ayuda y trabajo de una forma que no
se equipara en el caso del “hombre proveedor”, pues éste sólo trabaja. Esto ocurre en razón del
machismo y adultismo hegemónicos, a la vez que por la influencia de las organizaciones de la
sociedad civil que suelen interactuar con ellos, que no esconden su vocación abolicionista (“los
niños” no deben trabajar, si quizás algo, sólo ayudar), y cuyo discurso termina permeando el de
niñas y niños (p. 196-200). El problema evidente de esto es que, como veremos, una niña o un niño
trabajador sin conciencia de ser plenamente tal, sin conciencia de clase, todavía no parece sujeto
hábil para protagonizar su emancipación.
337
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
una práctica de cooperación permanente” (p. 45, cursivas nuestras). Este eje
cooperativo en torno al colectivo hace que entre los propios niños y niñas “se
pueda apreciar una construcción identitaria que se cimienta sobre la experiencia
compartida de ser niño o niña en relación y diferenciación de las personas
adultas, y no sobre las diferencias de género o etarias entre ellos y ellas” (p. 45,
cursivas nuestras). Es decir, relativizada la polaridad de lo público versus lo
privado, y puestas en relación las identidades individuales, parece que se
termina por relativizar las discriminaciones que surgen de tal polaridad y falta de
relacionalidad. No se trata, obviamente, de barrer con las identidades
personales, sino de abrirlas al proyecto colectivo, de reconstruirlas a partir del
proyecto colectivo, lo que redunda, como se ve, en una afirmación de esas
propias identidades. Los logros de este “banco de los niños”, autogestionado por
niños y niñas,
ha llegado a cifras por sobre las proyectadas por el municipio, aún cuando la
mayoría de ellos y ellas vive en condiciones de exclusión social (el año 2007
llegaron a reunir dieciocho millones trescientos mil pesos… [30.000 euros]). El
impacto [de] esta capacidad de autogestión genera un reconocimiento y
legitimación social por parte del mundo adulto, que les otorga un poder a
partir de su práctica económica, que no detentaban antes. Los niños y las
niñas asumen este poder en la economía y a partir de ello, producen y
elaboran nuevas maneras de relacionarse con el campo económico, a través
de valores de cooperación y solidaridad colectivas. En este sentido, se puede
inferir que esta experiencia propuesta principalmente por los niños y las niñas
del banco se inserta en la llamada economía solidaria (González 2010: 45,
corchetes nuestros)186.
186
Sobre NNATs y economía solidaria, ver Liebel (2012: 211-215).
338
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Ahora bien, esta ecualizada autogestión de niñas y niños no quiere decir que los
adultos no tengan participación en los movimientos de NNATs, como lo muestra
desde ya el ejemplo del “banco de niños”, en el cual participan los adultos. Una
de las primeras organizaciones de NNATs, el “Movimiento de Adolescentes y
Niños Trabajadores Hijos de Obreros Cristianos” (MANTHOC), de Perú, muestra
desde su nombre la unión inextricable del trabajo de niños (y niñas) y adultos de
que hablamos más arriba (sección 3.4.i), y asume “a los niños trabajadores como
sujetos sociales, señalando el valor de trabajar conjuntamente con su familia…”
(Cussiánovich 2006: 158). Pero los adultos participan como personas que se
identifican no sólo con el proyecto de la organización sino que adaptan y
subordinan su práctica a ese proyecto (Cussiánovich 2006: 163-164). Por
ejemplo, el artículo 17 de la Declaración de Principios del Movimiento de NNATs
Organizados del Perú (MNNATSOP) dice que: “El MNNATSOP en todos sus
niveles, quiere ser una experiencia de nueva relación entre generaciones como
signo concreto de su visión, es decir, la de una sociedad en que niños, niñas y
adultos podamos ejercer nuestro derecho a ser protagonistas sin exclusiones”
(en NATs 2000: 217 y ss.). En el mismo sentido, el artículo 18 señala que: “Los
adultos son parte del MNNATSOP en su condición de colaboradores es decir: No
son los representantes del movimiento; No son dirigentes del movimiento; No
son ni tutores, ni apoderados del movimiento; Colaborar significa: co-asumir, co-
animar, co-promover, co-acompañar, co-actuar, co-decidir, co-participar sin
sustituir ni suplantar a los NATs”, y termina diciendo que los adultos ejercen y
desarrollan “su protagonismo desde el permanente desarrollo del protagonismo
de los NATs” (en NATs 2000: 217 y ss.). Los NNATs, entonces, y éste es un
concepto central, son protagonistas de organizaciones autónomas (Cussiánovich
2006: 186), y el papel de los adultos es el de colaborar en la promoción de tal
autonomía y protagonismo. Confrontado con la visión hegemónica, que asimila
trabajo con explotación y crimen, los adultos colaboradores de los NNATs
actuarían como verdaderos (y valientes) cómplices.
Como se ve, las relaciones entre los adultos colaboradores y los NNATs, aun
teniendo en cuenta la enorme diversidad entre organizaciones a escala regional,
continental e internacional (ver Liebel 2012), se desarrollan a un nivel
completamente diferente que la relación propugnada por la CDN y el discurso de
derechos de “la infancia”: los niños y niñas, y los adultos, son sujetos sociales,
ciudadanos con voz, dignos de escucha y de respeto.
339
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
hecho de que los niños y niñas sean “protegidos”, como vimos que pretende la
OIT y demás instancias representativas del discurso de derechos de “la infancia”
(sección 3.4.i.ii), “pero sin que se les deje participar en la elaboración de tales
programas de ‘protección’ ” (Liebel 2003: 270). No se trata de idealizar una
realidad muchas veces dura, sino de dignificarla (Cussiánovich 2006: 185). Los
NNATs, en lo que es una constante de las reivindicaciones históricas de los
trabajadores (Stammers 2009: 84), reclaman el derecho a un trabajo digno, esto
es, tanto un derecho al trabajo como derechos en el trabajo (Saadi 2012: 153-
154), contra el criterio del trabajo “decente” propuesto por la OIT, que en
definitiva identifica trabajo infantil con trabajo indecente (Cussiánovich y
Méndez 2008: 17). Es más, en el horizonte de la lucha de los NNATs, el trabajo
digno se debe entender finalmente como un pleonasmo, pues ellos son los
primeros en entender que “el trabajo que atente contra la dignidad del ser
humano no puede ser considerado como trabajo” (Cussiánovich 2006: 376). En la
medida en que todo trabajo es digno, también se entiende que el trabajo “no
puede ser patrimonio de la pobreza”; pero que ésta sí es “la causa de las
condiciones de explotación que se imponen al trabajador” (Cussiánovich 2006:
281). Esto exige una aclaración sobre el concepto de explotación.
Lavalette (1999) es muy crítico con el trabajo infantil asalariado (en el cual tiende
a subsumir todo el trabajo infantil) pues, como todo trabajo asalariado desde
una perspectiva marxista, lo entiende como explotación: la expropiación que
realiza el empleador de la plusvalía del trabajo realizado por el trabajador. Desde
esta posición, que ve en el trabajo una realidad denigrante, y por ende en el
“derecho al trabajo… un contrasentido, un mezquino deseo piadoso”, como dijo
Marx (1895), se hace difícil simpatizar con luchas que buscan extender la
posibilidad de trabajar a grupos de la sociedad que, más encima, como hace
Lavalette, se suelen concebir como particularmente vulnerables187. Esta es una
forma posible de entender la resistencia a la explotación laboral propia del
capitalismo: se resiste acotando lo más posible las instancias de trabajo; en el
187
El problema con la concepción de Lavalette (1999), justa y necesariamente crítica con el
capitalismo explotador y su globalización, es que concibe todo trabajo infantil como trabajo
asalariado, lo que favorece su diagnóstico negativo del mismo. Además, no reconoce la posibilidad
de voluntariedad en el trabajo infantil y descree de la que expresan las propias niñas y niños; y
cuando admite que hay veces que los niños y niñas tienen que trabajar, pues la prohibición sólo
redundaría en mayor pauperización para ellos y sus familias, lo admite como quien admite un mal
necesario y transitorio, paso previo a la conquista para (no parece que por) los niños de su derecho
a no trabajar.
340
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Pero por esto mismo, otra forma de resistir es la de los NNATs, no todos ellos
trabajadores asalariados, pero no por ello menos imbricados en el proceso
depredador de la globalización capitalista. Se asume, entonces, que salirse del
mercado de trabajo capitalista es sólo cambiar una subordinación por otra (Elson
1982: 495), la subordinación al empleador por la subordinación a la precariedad
económica de los padres (a su vez subordinados a la explotación de un
empleador), con la diferencia de que la subordinación del niño o niña asalariada
abre la posibilidad de obrar con una agencia económica que su salida del mercado
laboral clausura (ver sección 3.4.i), limitando, con ello, las posibilidades de
mejorar sus condiciones de existencia (Levison 2000). En otras palabras, la vía de
los NNATs implica asumir que no todo está perdido cuando uno recibe un
sueldo, que en la expropiación de la plusvalía el empleador no logra expropiar la
dignidad del trabajador, y que la dignidad que queda, aunque sea residual,
puede dar una dura batalla en busca de más y mejor dignidad; pues, o se resiste
pasivamente, hasta que probablemente ya no haya nada por lo cual resistir, o se
alzan las voces tan alto como ancho sea el colectivo, y se emprende el camino de
la resistencia activa.
341
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Los niños y las niñas trabajadoras han alzado sus voces para hacerse oír en los
escenarios internacionales relevantes en los que su presente y futuro se está
discutiendo en su ausencia; se han alzado contra un sistema que sólo identifica
como voz autorizada en la producción, comentario y crítica de los derechos a la
voz del “blanco, occidental” (Rajagopal 2003: 188) y adulto. Los NNATs han
reclamado su derecho a definir sus derechos y a que éstos no sean definidos por
otros; en especial, han reclamado el derecho a un trabajo digno, de acuerdo con
342
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
sus propios términos, rechazando las definiciones adultas sobre lo que deberían
o no hacer, o sobre lo que son o no son188, lo que incluye, por ejemplo, la
oposición articulada a la adopción e implementación universal de los Convenios
OIT N°138 y N°182 (Invernizzi y Milne 2002: 404). Estas voces se han alzado no
sólo para decir, sino que también para hacer, o sea, se han encarnado en acción
emancipadora al interior de sus respectivas comunidades. En particular, y a
modo sólo ejemplar:
Los NNATs han redactado declaraciones de derechos propias, tal como los
“12 Derechos” del “Movimiento Africano de Niños, Niñas y Adolescentes
Trabajadores” (MAEJT), que incluye, entre otros, el derecho a un trabajo en un
entorno seguro (a la vez que a tiempo y espacio para jugar), al descanso en caso
de enfermedad, a ser respetados y escuchados, y, como muestra de sus vínculos
con la familia y la comunidad, el derecho a quedarse en la aldea. La importancia
188
El nivel de penetración del consenso prohibicionista, y el adultismo que subyace a él, se refleja
en voces, por otro lado tan críticas, como las de Neil Stammers o Michael Lavalette. El primero, al
comentar el surgimiento de las organizaciones de NNATs, señala que, “[e]n la medida en que los
jóvenes actores sociales son capaces de construir movimientos y generar en los mismos una praxis
creativa, parece que el activismo en torno a los derechos es totalmente consonante con el análisis
que se ofrece en este volumen. Sin embargo, me parece que también se podría argumentar que
los movimientos y organizaciones de los niños y niñas tienen más probabilidades de surgir cuando
ellos se ven obligados por sus circunstancias a actuar como si fueran adultos, por ejemplo, teniendo
que trabajar o que asumir responsabilidades hogareñas y familiares cuando sus padres no están…;
entonces, deberíamos ponderar si acaso muchos niños y niñas no estarían mejor atendidos por un
régimen institucional claramente expresado en términos de los deberes de los padres, la
comunidad y la sociedad en lugar de en términos de los derechos que, especialmente en el caso de
los derechos de niñas y niños, puede ser tan fácilmente secuestrados por los adultos” (Stammers
2009: 236, cursivas nuestras). Por su parte, Lavalette (1999: 27-28) critica el énfasis en la voz
(voluntad) de niños y niñas pues con ello se daría prioridad a cierto conjunto de experiencias
subjetivas sobre otro. Así, desconfía de los investigadores que aluden a la voluntad de trabajar que
expresan los niños y niñas, pues desconfía en último término de sus voces: Lavalette equipara al
niño o niña que habla de su trabajo con el niño o niña golpeado por sus padres o cuidadores y que,
aun así, defiende que le peguen, es decir, al niño o niña traumatizado. Con esto, es imposible
reconocerles a niños y niñas capacidad o libertad para saber lo que es mejor para ellos.
189
En http://siporbolivia.wordpress.com/2009/02/18/la-nueva-constitucion-reconoce-el-trabajo-
infantil-en-condiciones-dignas/, consultado el 10 de Mayo de 2011.
343
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
190
Ver http://www.maejt.org/page%20anglais/indexanglais.htm
191
En http://maejt.org/page%20anglais/documents/DOCS%202012/statut_observateur_eng2.jpg,
consultado el 25 de febrero de 2013.
344
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Los NNATs se han dirigido en carta abierta al “5° Congreso Mundial por los
Derechos de la Infancia y la Adolescencia”, celebrado en San Juan Argentina, en
2012, para expresar su “profunda indignación por la manera con la cual los
organizadores han violentado el ejercicio pleno y efectivo de la participación
protagónica de los niños, niñas y adolescentes”. Los “niños, niñas y adolescentes
trabajadores de Mendoza-Argentina, organizados en una instancia juvenil que
tiene por nombre La Veleta y La Antena, con la compañía del… MOLACNATS y la
presencia fraterna de nuestros hermanos representantes del movimiento
estudiantil secundario de Chile y de organizaciones sociales de niños y jóvenes
del mismo país”, se dirigieron a la organización del Congreso para denunciar que
192
Delegado de Sede del MNNATSOP (Movimiento de Niñas, Niños y Adolescentes Trabajadores
Organizados del Perú). Agradezco a Andrés Sanz por haberme contactado con Junior.
193
Ver http://spij.minjus.gob.pe/CLP/contenidos.dll?f=templates&fn=default-
codninosyadolescentes.htm&vid=Ciclope:CLPdemo, consultado el 15 de febrero de 2013.
345
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
194
En http://www.ifejant.org.pe/documentos%20portada/cartaveletavcongreso.pdf, negritas en el
original, consultado el 2 de diciembre de 2012.
346
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Los NNATs han denunciado “el teatro” que montan organismos como la OIT
al celebrar el 12 de junio como el día internacional contra el trabajo infantil, que
es más bien el día “por la erradicación de quienes día a día aportan al país, una
nueva alternativa de vida con su trabajo mientras ellos, los organismos
internacionales con sus convenios ocultan una realidad que es palpable”. “La
crisis financiera mundial”, sigue la denuncia de los NNATs, “es el resultado de
estos organismos, gobiernos y empresas transnacionales y decimos que desde
hace tiempo estos señores se vienen embolsillando dolares a costa de los
trabajadores y cuando hablamos de trabajadores también incluimos a todos los
NATS, ya que representamos una gran parte de la población”. La denuncia
termina enfatizando lo importante que es “para nosotros los Nats rechazar el 12
de Junio como el día de nuestra eliminación, ya que el propósito de ésta es hacer
creer al mundo que la OIT- IPEC [Programa de la OIT para la eliminación del
trabajo infantil] tiene razón porque mientras ellos dicen: No al trabajo infantil,
nosotros decimos y ratificamos: Sí al trabajo digno de Niñ@ y Adolescentes”196.
195
En http://molacnats.org/index.php?option=com_frontpage&Itemid=1&limit=5&limitstart=5,
negritas en el original, consultado el 14 de abril de 2011.
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En http://molacnats.org/index.php?option=com_content&task=view&id=183&Itemid=107,
corchetes nuestros, consultado el 14 de abril de 2011.
347
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Los NNATs, caso del Movimiento Indio de Niñas y Niños Trabajadores, han
preparado sus propios informes alternativos para ser presentados al Comité de
Derechos del Niño de la ONU, decidiendo que esto “sería una forma de
‘presionar’ al gobierno [indio] para trabajar al interior del marco de la CDN”,
entendida desde la perspectiva de los propios niños y niñas que trabajan. Unos y
otras usan, así, “un mecanismo de la ONU para dirigirse, principalmente, al
gobierno nacional, con argumentos en favor de la institucionalización de su
ciudadanía activa a nivel nacional” (Ennew 2008: 74).
197
En http://www.gmfc.org/en/action-within-the-movement/africa/regional-news-in-africa/962-
over-1000-maejt-members-join-opening-march-at-the-wsf-in-dakar-, consultado el 15 de marzo de
2011.
198
Ver http://www.workingchild.org/bs.htm, consultado el 14 de abril de 2011.
348
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Los NNATs, como se ve, “alzan sus voces” como un nosotros, un colectivo, y en
ese sentido le dan a sus voces ese carácter de mutualidad de que hablaba
Komulainen (ver sección 3.1). Siguiendo la comprensión de Komulainen (2007), y
conscientes de que esto no puede ser más que una generalización de la
pluralidad de experiencias de los NNATs, es factible aventurar que sus voces
surgen como un proceso multivocal y social, es decir, colectivo; que tanto las
349
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
voces como su sentido surgen allende cada niño o niña en cuanto individuo. Es
decir, que las suyas no son voces ensimismadas, sino proferidas, voces con
vocación política que existen y crecen en sociedad, en particular, en la
comunidad de niñas, niños, adolescentes y adultos que conforma el entorno de
los NNATs. En cuanto nosotros, colectivo de vocación y acción pública, las
organizaciones de NNATs son verdaderos sujetos políticos que reclaman, en
comunidad, su derecho a ser protagonistas en y de la comunidad199. En la
conciencia de ser voces sometidas a la constricción del poder, voces que sería
mejor que no se dijeran, son voces más libres, y más liberadoras, pues, al
decirse, ya influyen en equilibrar el plano inclinado por el adultismo hegemónico.
Es el silencio impuesto por éste y por el capitalismo hegemónico -el “sentido
común”- el que las voces libres de los NNATs abren y denuncian (ver Hunt 1990),
reabriendo para sí mismos, aunque no sólo para sí mismos, un mundo que
pretenden haber clausurado tales adultismo y capitalismo (ver Bloch 2011: 291).
A diferencia de las voces que tratamos en la sección 3.1, las voces de los NNATs
son voces sin portavoces, cosa que ni los sociólogos de la infancia, ni los
psicólogos críticos, ni los antropólogos pueden decir que recojan, pues ellos
mismos siempre están haciendo de intérpretes, traductores, puentes,
portavoces de la voz de las niñas y los niños. De este modo, las voces de los
NNATs trascienden el debate planteado en esa sección, en la medida en que las
suyas no son voces enclaustradas en las paredes de la investigación, no son
voces mediatizadas siempre por el investigador, es decir, no son voces privadas,
sino voces públicas por vocación y convicción, sin intermediarios y que no surgen
de la inquietud de un adulto –i.e. el investigador- por sacarlas a la luz, sino por la
inquietud de los propios niños y niñas por hacerse escuchar, y respetar, por ex-
istir y re-sistir (sección 3.2). A los NNATs no se les “da” una voz (que es de lo que
preveníamos en las secciones precedentes), sino que ellos hacen oír sus voces.
Las suyas son voces encarnadas, no sólo dichas; encarnadas, precisamente, para
desafiar las estructuras de poder; voces, entonces, en palabra y en cuerpo, con
resultados, que no sólo dicen sino que también hacen. Son voces, por eso, que
dicen una infancia que no es mera construcción social, como recelaba Prout
(2005; ver sección 1.7.i), sino que una infancia arraigada en la materialidad de su
trabajo y de su lucha.
199
Ya Marx, como dijimos en la sección 3.3, reconoció que el contenido de los derechos humanos
es “la participación en comunidad”.
350
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Como dijimos más arriba en relación con los derechos humanos “desde abajo”
(sección 3.3), los NNATs asumen la lucha por sus derechos sabiendo que “un
derecho no se mendiga ni para su reconocimiento ni para su cumplimiento. Ello
da un talante y refiere directamente a una actitud de dignidad. Hay que
conquistar su reconocimiento y conquistar su cumplimiento” (Cussiánovich
2006: 203). La pregunta sobre la capacidad de niñas y niños pierde sentido –la
autoridad de la ciencia sobre el derecho es abolida (ver sección 3.2.iii)- cuando
unas y otros no esperan a que les “den” sus derechos, sino que los pelean y
conquistan; es decir, cuando los definen. Una vez que se ha conquistado cierto
derecho, por ejemplo el derecho de niñas y niños al trabajo digno, como en el
caso de los NNATs bolivianos, es absurdo preguntar si sus conquistadores, que
ya han demostrado capacidad para conquistarlo, tienen ahora capacidad para
ejercerlo: el terreno ha sido marcado por los NNATs; el “sentido común” ha sido
trastocado. Como movimiento social, los NNATs operan una verdadera
“liberación cognitiva” frente a las “creencias dominantes”, que legitima su acción
colectiva (García Linera 2010: 24).
Ahora bien, es necesario dejar claro que no son propiamente los derechos los
que dan dignidad a los niños, las niñas y su trabajo. Los NNATs comparecen a la
lucha por sus derechos como esos seres humanos que son ya (ver sección 3.2),
no como mini-humanos (ver sección 2.3). Es decir, no esperan devenir humanos
gracias a la conquista de sus derechos, sino que esperan, más bien, que éstos
sean el reconocimiento de una igualdad y libertad, o sea, de una humanidad, que
ya les es propia (ver Freire 2002: 65). La lucha es la que dota de dimensión y
sentido a tales igualdad y libertad (Douzinas 2010: 95); en la lucha es donde
éstas se prueban y actualizan (Hallward 2010: 126-127). Por esto, no se puede
decir, sin más, que los derechos sean herramientas de los débiles frente a los
poderosos (Stammers 1993: 71), o el poder de los que no tienen poder (Federle
1994b: 345). En la medida en que no puede haber tal cosa como un poder o
derecho “cedido”, y que todo derecho es fruto de una conquista, tiene que
haber un poder que preexista tal conquista y la haga posible. Estructuralmente
hablando, tiene que haber al menos una dimensión del plano menos inclinada
por el adultismo. El origen de ese poder, también en el caso de los NNATs, es
precisamente la toma de conciencia de esa igualdad y libertad de la que ya se
goza, y que sin embargo hay quienes insisten en despreciar. Reconocer que no
hay nada de natural en la dependencia impuesta por el discurso hegemónico es
comenzar el camino hacia la in(ter)dependencia (ver Freire 2002: 63). En el caso
de los NNATs, este reconocimiento se da no sólo a nivel individual, sino
colectivo, de un nosotros (ver sección 3.3), y comprende también a sus familias,
y a sectores significativos de sus comunidades, también adultos, que les
351
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352
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
200
Sobre el encuentro de NATs de Kundapur, que se suele referir como el primer encuentro
mundial de NATs, Cussiánovich (2006: 385) dice que “si bien fue muy abierto y democrático, no
dependía de las organizaciones de NATs y fue financiado por organismos, algunos de los cuales no
sólo no compartían nuestra posición sino que hasta la combatían abiertamente, como quedó
demostrado con la aprobación del Convenio 182, la creación del Programa IPEC y la Marcha
Global”. Por eso él cree que el primer encuentro mundial de NATs propiamente tal fue el de Berlín
2004, pues Kundapur no se habría ajustado al carácter de autonomía de las organizaciones de
NATs. Para declaraciones de estas reuniones: http://www.italianats.org/dichiarazioni.php
201
En: http://www.workingchild.org/prota2.htm, consultado el 17 de enero 2010. Ver también
O’Kane (2002).
353
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
354
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
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Ya hemos dicho que niñas y niños han sido “enemigos” tanto de las clases
trabajadoras, por “robarles” sus trabajos y deprimir sus sueldos (secciones 1.2 y
3.4), como de las mujeres, por ser coadyuvantes, i.e. covíctimas, en su
privatización, domesticación, reclusión en tareas reproductivas, y objetivación:
mujer: madre: ama de casa (secciones 1.2, 1.3, 1.4, 1.5.i). De ahí la importancia,
como dijimos (secciones 1.7.iv y 2.4.i), de la interseccionalidad, de una
emancipación inclusiva, que es siempre una emancipación colectiva, que “no
supone el reemplazo de una forma de poder por otra” (Stammers 1999: 1005).
Como elaboramos en la sección 3.2, emanciparse no es invertir la inclinación del
plano discriminatorio de la realidad, sino equilibrar dicho plano, situar a las
personas que participan de una misma realidad en pie de igualdad, y no unas
sobre otras. La conquista de los derechos que protagonizan los diversos
colectivos y movimientos sociales es la conquista de una nueva posición social,
no de una cosa, que se estuviera arrebatando a otras personas, colectivos o
movimientos (ver John 2003: 48; Alderson 2008: 186-7; Somers y Roberts 2008:
413).
356
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
202
Raitt (2005: 14) también plantea la necesidad del diálogo entre el movimiento de los derechos
de los niños y niñas y el movimiento feminista, reconociendo que ambos comparten un
componente político y que, según ella, el primero le debe mucha de su fundamentación al
segundo, lo que no siempre se hace explícito.
357
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3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
En este trabajo hemos rechazado una concepción de los niños y niñas como
apéndices necesitados, que es precisamente como los concibe la infancia
hegemónica. Pero, como venimos argumentando en estas líneas, esto no
conlleva, necesariamente, cortar los vínculos de interdependencia de niñas y
niños con sus familias y comunidades. Desde el feminismo, ha sido la “ética del
cuidado” (Gilligan 1982) la que más sistemáticamente ha intentado una
articulación del ser humano como constituido interdependientemente, en
relación, contra la autonomía egocéntrica, abstracta y racionalista del sujeto del
discurso de derechos (Jones y Basser Marks 1994; Cockburn 2005). Como
sintetiza Olsen (1992: 207) la ética del cuidado es informada por tres
preocupaciones feministas: “la apreciación de las relaciones, el compromiso con
la visión de uno mismo forjado en conexión con –y no sólo a través de la
separación de- otros, y una preferencia por los destellos de complejidad, detalle
contextual, y conversación continua”. Sin embargo, el problema con la ética del
cuidado referida a la infancia (Minow 1986; Olsen 1992) es que asocia la
interdependencia, el aprecio por las relaciones, y la concepción del ser humano
como conectado y no separado, al niño-dependiente, y de ahí que sea una ética
particularmente apropiada no para pensar las infancias en general, sino la
infancia hegemónica, en particular. Así, por ejemplo, Martha Minow (1987:
1910), que encuentra “algo terriblemente deficiente en derechos para las niñas y
niños que se refieran sólo a la autonomía y no a la necesidad, especialmente a la
necesidad básica de relaciones con adultos que puedan crear los escenarios para
359
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Parecería, entonces, que el discurso feminista peca en cualquier caso por exceso,
sea alejando demasiado a los niños, convirtiéndolos así en antagonistas, o
acercándolos demasiado y convirtiéndolos en dependientes de otros
(inter)dependientes. Es aquí, sin embargo, donde entra la experiencia de los
NNATs, según la intuición de Cussiánovich y Méndez, que muestra el encuentro
fecundo del “cuidado” –interdependencia, corresponsabilidad, relación,
deberes- con la “justicia” – independencia, autonomía, derechos; es decir, de la
“ética del cuidado” con la “ética de los derechos”; de “el otro concreto”, de que
habla Benhabib (1986), con “el otro generalizado”, que Benhabib identifica con
el otro cuya identidad necesariamente se ignora de la tradición contractualista
occidental, por ejemplo, el otro tras el velo de la ignorancia de Rawls (ver
también Cockburn 2005: 75-76; Bodelón 2010). Pero tal encuentro ya no se
produce en los términos propuestos por Benhabib, que ve en los niños y niñas a
unos seres frágiles y dependientes que están camino del desarrollo. Por el
contrario, el nosotros político cargado de agencia que constituyen los NNATs
360
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
361
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
humanas tanto en los adultos como en los niños y niñas, aunque con todas las
prevenciones y precauciones necesarias para que eso no signifique reconducir a
los niños y niñas al polo del “devenir” (Woodhead 2011: 55, y ver Lee 1999: 458;
Kennedy 2006: 69). Nuestra naturaleza humana nos pone en el camino del
prójimo, quien viene a completarnos tanto como nosotros salimos a completarlo
a él. En cuanto propias del ser humano, de todos los seres humanos, el
reconocimiento de estas categorías no tendría por qué comprometer el estatus
de personas, sujetos de derechos, e iguales en dignidad y derechos de los niños y
las niñas (ver Prout 2005: 66).
Esta intuición, que aquí sólo podemos esbozar, ha suscitado bibliotecas enteras
de literatura, que podríamos agrupar bajo el epígrafe de personalismo, partiendo
por la propia ética del cuidado, y pasando por el reconocimiento de su presencia
mayoritaria en la organización de las culturas no industriales (ver secciones 1.1,
1.3.ii y 2.4.iii), hasta fecundar ramas tan diversas como la filosofía y teología203,
la sociología (Elias 1982, contra el ser humano como homo clausus), o la
psicología (Reddy y Morris 2004, Kagitcibasi 2007). La elaboración de una
comprensión de los derechos de las niñas y niños a la luz del personalismo
trasciende las posibilidades de este trabajo, pero la dejamos sugerida, ya que la
propia comprensión de los niños y las niñas trabajadoras parece ir en ese sentido
(ver también Woodhead 2011:54).
203
Ver Buber (1958), Moltmann (1973), Levinas (1999, 2002), Kasper (1986), Glissant (1997),
Gunton (1997), Panikkar (1998, 1999), Innerarity (2001), Kennedy (2006). La íntima relación entre
el personalismo filosófico y el teológico es lo que ha llevado a Badiou (2004: 49) a señalar la ética
levinasiana como “una categoría del discurso piadoso”, y lo que nos ha llevado a nosotros a poner
la ética del cuidado en necesaria relación con la relacionalidad en lucha, emancipadora, de los NNATs.
362
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Hace más de cincuenta años Cohen (1953) ya sugirió la existencia del continuo
juego-trabajo, diciendo que las diferencias entre uno y otro eran sólo de grado,
no esenciales. Archard también ha identificado la separación entre juego y
trabajo como una rareza de la infancia hegemónica (i.e. minoritaria).
363
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
364
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
204
En este sentido, el vaivén que va de juego a trabajo sin estar fijado a uno ni a otro es,
hermenéuticamente hablando, también un juego (Gadamer 1997:146).
365
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
205
Creemos que Célestin Freinet, pedagogo francés y autor de un hermoso libro que, en el fondo,
trata del continuo juego-trabajo (2006 [1946]), habría suscrito esta intuición. Evidentemente, la
“reflexión” no es aquí considerar detenidamente el trabajo, sino tomar distancia de él;
prosaicamente, tomar aire respecto del trabajo, que es otra manera de insuflarle aire al mismo.
366
3. HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS
Terminamos con una cita bellamente sugerente, a la vez que muy útil para la
apertura de las preguntas que deben seguir guiando un discurso emancipador de
los derechos de las niñas y los niños:
367
4. CONCLUSIONES
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
A lo largo de los tres capítulos de este trabajo hemos ido incorporando nuestras
conclusiones parciales en cada sección, por lo que no repetiremos lo ya dicho en
cada una de ellas. En lo que sigue, optaremos por retomar brevemente el
ejercicio exegético que planteamos en la Introducción, pero ahora no desde la
perspectiva formal, allí desarrollada, sino desde una perspectiva material, de
fondo, si se quiere, informada por nuestra exposición.
370
CONCLUSIONES
371
HACIA UN DISCURSO EMANCIPADOR DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS
Por último, debemos enfatizar que nos hemos puesto de camino hacia un
discurso emancipador. O sea, que la emancipación es una obra en curso, y el
discurso aquí propuesto está sólo en ciernes. Hemos desvestido un discurso de
ropaje opresivo y sólo puesto los pañales de otro de ropaje emancipador. Por la
propia naturaleza de ese nuevo ropaje, no podíamos hacer otra cosa, porque
nuestra intención ha sido sobre todo abrir las preguntas que confabulan para
cerrarse sobre los niños y niñas, fijándolos en una “infancia” al servicio de otros,
y despejar un espacio para que los propios niños y niñas elaboren sus
respuestas, su discurso. Pero creemos que aquello que llamamos ropaje
emancipador permite, ahora sí, una gran libertad de movimiento a niños y niñas;
y señala rutas prometedoras a seguir descubriendo. Una es la que ofrece el
encuentro del discurso emancipador con el feminismo, es decir, de la justicia
conquistada y el cuidado, que abre las posibilidades de una autónoma
interdependencia. Otra es el desafío que representa la superación de los
dualismos que persisten en separar la realidad adulta de la realidad de niñas y
niños, a través de la particular atención a la artificiosa y perniciosa separación
del juego (“infantil”) y el trabajo (“adulto”). El continuo juego-trabajo, ese lúdico
ir y venir del ocio al negocio, debería ser una huella a explorar por todos quienes
se sientan comprometidos con un discurso emancipador de los derechos de las
niñas y los niños.
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