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GEM A MARTÍN M UÑO Z

IRAQ_
Un fracaso de Occidente (1920-2003)

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tus Q uets
EDITORES
1.* edición; julio 2003
2.s edición: septiembre 2003

© Gema Martín Muñoz, 2003

Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la Dirección General del Libro, Archivos
y Bibliotecas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

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índice

Introducción: las razones del fracaso................................... 9

Del Iraq de las revueltas al Iraq de las guerras (1920-1980)


Un rápido recorrido histórico..................................................... 21
Iraq, un país multicomunitario.................................................. 38
El ejército y el Baaz.................................................................... 65
El petróleo y el desarrollo económico...................................... 73
Iraq en la política regional e internacional.............................. 83

Las guerras de Saddam Husein y su contexto internacional


La primera guerra del Golfo: el reconocimiento internacional
de Saddam Husein............................................................... 101
La segunda guerra del Golfo: la caída en desgracia de Saddam
H usein................................................................................. 121
La fractura del mundo árabe................................... ................. 134
El nuevo orden estadounidense en Oriente Medio . . . . . . . . 150
El «proceso de paz» palestino-israelí........................................... 163
La respuesta europea: el proceso euromediterráneo.................. 172
El choque de civilizaciones y el fundamentalismo islámico . . . 179

La cuestión de Iraq desde 1991


El orden de los vencedores....................................................... 201
Las inspecciones y el ejercicio de la manipulación.................. 211
El fracaso de un embargo genocida «que merecía la pena» . . . 215
La ruptura del consenso en la ONU y la evolución del régimen
iraquí................................................................................... 225
El creciente unilateralismo norteamericano.............................. 237
La irrupción del 11 de septiembre............................................. 245
EE.UU. decide invadir Iraq
Una guerra buscada e ilegal....................................................... 259
¿Por qué Iraq?............................................................................ 271
La invasión y ocupación de Iraq................................................ 280
El proyecto colonial estadounidense........................................ 287
Las otras lagunas del proyecto de EE.UU. para Oriente Medio. . 298

Apéndices
M apas........................................................................................ 309
Notas........................................................................................... 313
Bibliografía................................................................................. 319
Introducción
Las razones del fracaso

La historia de Iraq ha sido una sucesión de fracasos políticos


que han ido hilvanando un discurrir dominado por las revueltas
y las guerras. En su origen se encuentra la construcción artificial,
impuesta por los europeos, del mapa geográfico de Oriente Me­
dio a principios del siglo xx, lo que condicionó el turbulento y
dramático devenir histórico de todos los países de esa región.
Embajadores y generales extranjeros, a golpe de conferencias in­
ternacionales y mapas diseñados por ellos mismos, crearon un
conjunto de Estados a su medida, sin consultar con los pueblos.
Agruparon comunidades y grupos sociales que no se reconocían
en las nuevas entidades nacionales que se les imponían. Francia
lograba crear el Líbano al servicio de su clientela cristiana maro-
nita, desgajando ese territorio de la Gran Siria frente a la mayo-
ritaria población musulmana que reivindicaba su pertenencia si­
ria. Los británicos se inventaron un país llamado Transjordania
(después Jordania), que respondía a las necesidades de Londres de
crear un Estado-colchón bajo su control entre el protectorado
francés en Siria, una díscola Arabia Saudí y un Iraq que les cos­
taba construir; y fragmentaron la petrolífera región del Golfo en
pequeños emiratos que necesitaban de su protección para poder
sobrevivir, como débiles entidades nacionales que eran. En Iraq
unificaron tres regiones cuyas poblaciones no tenían el más mí­
nimo deseo de ser una unidad nacional. Por último, Gran Breta­
ña impuso lo que va a ser el gran fracaso de Occidente en la re­
gión: la creación del Estado de Israel, que exigía superar el
problema irresoluble de cómo levantar un país compuesto por
colonos extranjeros sin amenazar la subsistencia de la población
nativa palestina. La creación del Estado judío en el corazón de

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Palestina abrirá las puertas a la guerra, a la carrera armamentísti-
ca, a la ocupación ilegal de territorios árabes por parte de Israel
con la consiguiente extensión de los conflictos, a la creación de
liderazgos ultranacionalistas árabes que, como suele ocurrir siem­
pre, utilizan esa causa para desentenderse de cuestiones como el
reparto del poder y las formas de gobierno representativas, y a la
continua intervención de los actores extranjeros.
La Europa democrática ignoró a los pueblos, creó elítes su­
perficiales a las que podía tutelar y no tuvo en cuenta más que
la explotación inmediata de sus territorios, en los que desde prin­
cipios del siglo xx empezaba a aflorar el petróleo. Para justificar
la empresa colonial, los europeos esgrimieron el principio de que
Europa asumía la misión civilizacional de crear un Oriente Me­
dio ex nihilo poblado por beduinos primitivos y comunitarismos
arcaicos incapaces del autogobierno. Pero en toda esa región, las
ciudades, los pueblos y las comunidades religiosas y étnicas conta­
ban con modos seculares de administración, arbitraje y gobierno
que el nuevo sistema internacional despreció e ignoró, calificán­
dolos de obstáculos para la modernización y para la construcción
de Estados-nación de acuerdo con el pensamiento europeo. Sin
embargo, esa modernidad jacobina no era en realidad más que la
cobertura de la imposición de clanes y élites particulares creadas
como instrumentos de gobierno hegemónico sobre la pluralidad
de identidades que en esa región existía.
Como señala Ghassan Salame, «un derecho fundamental del
hombre es el de no considerarse unidimensionalmente “ciudada­
no”. Es un derecho fundamental del hombre considerar que el in­
dividualismo no es la única aproximación posible a lo político y
que, en consecuencia, puede reconocer y adherirse a estructuras
intermedias entre el ciudadano y el Estado. La modernidad occi­
dental lo admite, pero a nivel de la asociación voluntaria de los
individuos que eligen prescindir de una parte de su autonomía
adhiriéndose a un partido, un sindicato o una asociación. Las so­
lidaridades étnicas o confesionales han sido por el contrario con­
sideradas arcaicas, es decir antimodernas».1 En consecuencia, se
pretendió borrar un poderoso legado secular en una región don­
de las etnias, los millet confesionales y otras solidaridades habían
perdurado a través de la historia. Los imperios, ya fuese el sasá-

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nida persa, el bizantino o el islámico, aceptaron estas estructuras
intermedias sin forzar nunca su integración a una comunidad im­
perial que, además, se definía como plural. Fue la imposición del
modelo jacobino europeo lo que quiso llevar a cabo esta preten­
sión, que ha sido la raíz de su debilidad, de su ilegitimidad y de
su fracaso.
Iraq es un caso paradigmático de este fracaso. La injerencia
europea quiso imponer a una región multicomunitaria un pro­
yecto nacional centralista y homogéneo, en el que esa diversa
población no se reconocía. Para ello, se ignoraron los derechos
de las distintas comunidades e incluso se impuso la dominación de
una minoría sobre la mayoría. De ahí que una constante inva­
riable en este país haya sido el permanente conflicto interno en­
tre el Estado y los diferentes segmentos de la población iraquí
que no se identifican con él. Ahora bien, las raíces de ese con­
flicto son políticas y no intercomunitarias, de hecho, en las re­
laciones entre los distintos grupos han prevalecido la conviven­
cia y las mezclas, como lo muestra la existencia normalizada de
matrimonios mixtos. El conflicto interior en Iraq procede de sus
raíces fundacionales y los vicios políticos que éstas han engen­
drado, y no de la existencia de comunidades que no se aceptan
entre sí.
Este origen ha sido, por un lado, la causa de la crónica falta
de unidad estructural y de cohesión política que ha caracterizado
al país y, por otro, de la práctica reactiva de una especie de cul­
tura de la división y el enfrentamiento. Para afrontar el desafío
de la construcción nacional, inspirada desde el extranjero, el ejér­
cito surgió como pilar del Estado para imponer la unidad nacio­
nal de la que carecía. Lejos de crearse para su función natural de
protección de las fronteras y defensa frente a amenazas externas,
la primera razón de ser del ejército en Iraq fue la de actuar como
poderosa máquina de represión interna para imponer una unidad
que no existía. De hecho, nació para relevar a las fuerzas del ejér­
cito real británico en esa tarea. En consecuencia, el ejército se
impuso desde el principio como actor interno determinante y los
militares han ocupado el centro del sistema político marcando
violentamente la vida de los iraquíes. Este protagonismo de los
militares en todos los regímenes iraquíes será el origen del totali­

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tarismo político que los caracteriza. Un problema añadido es que
la falta de integración política y socioeconómica de la mayor par­
te de la población iraquí, representada por los shiíes y los kurdos,
no sólo condujo al Estado a forzar su doblegamiento a través de
la coerción, sino que también subrayó la necesidad de recurrir
a las solidaridades tribales como instrumento de adhesión al sis­
tema político. Los británicos iniciaron y alimentaron este sistema
de alianzas y se lo dejaron como herencia a los iraquíes que les
sucedieron en el gobierno. De ahí la permanente vigencia de la
tribu en las estructuras del poder iraquí y la perpetuación de las
formas más arcaicas de cohesión política en un Estado que se
autoproclamaba moderno pero que era incapaz de asumir la di­
versidad y pluralidad a través del reparto del poder.
Los cincuenta primeros años de la historia contemporánea de
Iraq estuvieron dominados por una sucesión de golpes de Estado
militares, resultado de la falta de cohesión política del país y de
la centralidad de lo militar sobre lo civil. Los demonios del gol­
pe militar sólo serán conjurados por Saddam Husem, único pre­
sidente civil que Iraq ha conocido hasta la actualidad, que lo lo­
gró poniendo al ejército al servicio del liderazgo nacionalista
árabe de Iraq y embarcando al país en sucesivas guerras, contra
Irán entre 1980-1988, y la que se desencadenó por su invasión de
Kuwait en 1991. También han sido constantes las insurrecciones
y revueltas de kurdos y shiíes, y también de comunidades más pe­
queñas como turcomanos, asirios o yezidíes, contra el Estado.
Por tanto, la historia del país desde su creación se escribirá con
la sangre del ejercicio permanente de la violencia contra la hosti­
lidad de todos aquellos que no aceptaban el Estado que se les
había impuesto.
Esta situación de conflicto crónico introdujo otra dinámica
perversa que ha contribuido a alimentar las turbulentas relacio­
nes existentes entre los países de la región, causa a su vez de la
incapacidad de Oriente Medio para articularse como una zona es­
table y de cooperación interregional. Los grupos y comunidades
amenazadas por el Estado centralista y hegemónico han buscado
aliados contra Bagdad en los Estados vecinos, lo oue ha fomen­
tado la instrumentalización de reivindicaciones legítimas y el
oportunismo coyuntural de los distintos Estados para utilizarlas

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como arma de presión de los unos contra los otros, sin que en
ningún caso repercuta en beneficios contra el autoritarismo sino
en contenciosos permanentes.
La empresa colonial europea inauguró una intensa presencia
de los actores extranjeros en el sistema regional árabe, que hará
que Oriente Medio sea la región más intensamente penetrada por
las relaciones internacionales hasta la actualidad, dado su valor
estratégico y petrolífero, y que existía un Estado llamado Israel.
Primero los rusos, luego los franceses y, finalmente, pero con un
celo incomparable, los norteamericanos, hicieron de Israel su
«baza estratégica» en la región, proporcionándole ayuda econó­
mica y militar de todo tipo. Este factor fue clave en el desarrollo
de una nueva generación nacionalista árabe que colocó entre sus
prioridades lograr el equilibrio estratégico y armamentístico con
Israel. El acceso a los suministros de armas fue la razón de la en­
trada de la URSS en esta región y del fracaso de las potencias oc­
cidentales a la hora de normalizar sus relaciones con esa nueva
generación de gobernantes «revolucionarios» árabes. A todo ello
se sumó un ejercicio intensivo de diplomacias secretas y apoyos
coyunturales de las potencias extranjeras a los sucesivos golpes de
Estado que han caracterizado la convulsa historia de Oriente Me­
dio, con el fin de conseguir contratos y concesiones petrolíferas,
aprovechándose de las ansias de dominación de los diferentes cla­
nes que competían por la hegemonía militar de esos poderes re­
gionales.
La revolución iraní de 1979 hizo perder a EE.UU. al gran
«gendarme» regional norteamericano en la zona que había sido el
régimen del Shah. Este acontecimiento abrió el camino a una es­
trecha y creciente complicidad entre Iraq y Occidente. El régimen
de Saddam Husein, a la búsqueda de su consolidación en el po­
der, se convirtió en el peón estratégico occidental contra el «jo-
meinismo» y Occidente no dudó en alentar el intento iraquí de
destruir al nuevo régimen iraní. Es más, la agresión iraquí contra
Irán en 1980 contó con la complacencia internacional y nunca
fue condenada por la ONU, a pesar de los intentos de Teherán
en ese sentido. Aquella guerra no sólo convirtió a Saddam Hu­
sein en el «eje del bien» del momento, y no sólo le sirvió para
dotarse de un enorme arsenal de armas convencionales y no con­

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vencionales que le vendieron europeos, rusos y norteamericanos,
sino que también permitió a EE.UU. e Israel llevar a cabo un do­
ble juego (vendiendo también armas de contrabando a Irán) para
que se prolongase el conflicto de manera que las dos grandes po­
tencias militares, demográficas y petrolíferas de Oriente Medio,
en las que Israel veía una amenaza para su seguridad, se auto-
destruyesen, como así ocurrió. Ambos países acabaron arruinados
y con un millón de muertos, muchos de ellos civiles, a sus es­
paldas.
Occidente había desempeñado un papel sustancial en el re­
forzamiento político de la dictadura de Saddam Husein, había
alimentado su imaginario de potencia militar expansionista y ha­
bía contribuido a lo que era el comienzo de la destrucción socio­
económica que iba a padecer su población, ya que kurdos y shiíes
seguían siendo objeto de una represión inmisericorde ante la cual
el mundo occidental miraba para otro lado. El fracaso de Iraq
como Estado capaz de satisfacer las aspiraciones de su población,
cohesionar a sus comunidades en un modelo pluralista y descen­
tralizado, y promover la estabilidad en la región se revalidaba gra­
cias a la ayuda e intereses occidentales.
Apenas dos años después Saddam Husein iniciaba la invasión
de Kuwait de acuerdo con los mismos paradigmas que le habían
llevado a invadir Irán, convencido de que tenía «buenos aliados»
que, inicialmente, no le desalentaron, como se desprendía de sus
conversaciones con la embajada de EE.UU. en Bagdad. El gran
fracaso de la comunidad internacional en esa guerra del Golfo de
1991 fue no saber defender que existían dos niveles bien distin­
tos en el conflicto. Uno, que no se podía admitir la agresión con­
tra un Estado soberano, sobre lo que hubo un consenso univer­
sal (si bien Irán era tan soberano como Kuwait y en 1980 no fue
defendido por nadie). El otro, que no se debía desencadenar la
guerra porque no se habían agotado todas las posibilidades de
arreglo pacífico. EE.UU. no quiso perder la ocasión que le brin­
daba la crisis para establecer las nuevas bases de su hegemonía en
Oriente Medio y en el mundo en general, sumergido en el fin de
la guerra fría, de manera que la guerra se convirtió en el escena­
rio deseado por Washington para comenzar esa remodelación del
orden regional e internacional. Así, una crisis regional que podía

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ser contenida se convirtió en una conflagración internacional que
provocó un enorme número de víctimas civiles iraquíes y des­
truyó las infraestructuras de Iraq devolviéndolo a la era preín-
dustrial.
Han tenido que pasar doce años para que una parte relevan­
te de esa comunidad internacional reaccione contra lo que debe­
ría haber reaccionado en 1991, mostrando con ese retraso de más
de una década su gran fracaso en lo que se debe denominar la
cuestión de Iraq y no de Saddam Husein. Saddam Husein ha sido
el casus beüi para justificar la dominación de Iraq, como parte de
un proyecto de remodelación de Oriente Medio qiie EE.UU. está
forjando desde 1991 y que a la sombra de una serie de circuns­
tancias excepcionales, ocurridas desde el 11 de septiembre de
2001 ha decidido ahora acelerar de forma radical.
El Consejo de Seguridad de la O N U ha fracasado en una cuá­
druple dimensión durante estos doce años. Primero, ha permiti­
do que EE.UU., siempre apoyado por Gran Bretaña, traicionase
el espíritu de las resoluciones del Consejo de Seguridad, porque el
objetivo de éstas ha sido siempre meridiano: imponer sanciones
a Iraq hasta que pudiese verificar que ponía fin a su producción
de armas de destrucción masiva, y nunca el derrocamiento de
Saddam Husein. Sin embargo, sobre eso la ONU nunca ha desau­
torizado a Washington. Es más, ha observado pasivamente cómo,
en contra de lo establecido por la ONU, EE.UU. bloqueaba
sistemáticamente cualquier aligeramiento de las sanciones con­
dicionándolo a la desaparición de Saddam Husein, con lo cual
entorpecía los objetivos del organismo internacional: con ello no
ha favorecido la cooperación del gobierno iraquí sino más bien
ha potenciado que éste no cumpliese lo acordado. Segundo, ha
consentido que EE.UU., con Gran Bretaña a su lado, violase la
ley internacional imponiendo zonas de exclusión aérea en el nor­
te y sur de Iraq y llevando a cabo desde diciembre de 1998 una
campaña sistemática de bombardeos en esas zonas que fueron
la causa de que desde esa fecha el gobierno iraquí rechazase la
vuelta de los inspectores. Washington también ha estado finan­
ciando y apoyando a la oposición política y armada iraquí al mar­
gen del Consejo de Seguridad. Tercero, la O NU ha mostrado un
comportamiento inhumano ante la catástrofe humanitaria de di­

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mensiones genocidas que la imposición de los criterios norte­
americanos de mantener las sanciones más severas de la historia
reciente han provocado entre la población civil iraquí. Cuarto, ha
ignorado el párrafo 14 de la resolución 687 del Consejo de Se­
guridad que vincula el desarme de Iraq a la necesidad de hacer
de Oriente Medio «una zona libre de armas nucleares y de des­
trucción masiva», hasta tal punto que ha permitido que, por el
contrario, EE.UU. convirtiese esa región desde 1991 en la más ar­
mada del planeta, para gran beneficio de su industria armamen-
tística y su expansión militar en Oriente Medio. Por tanto, ni si­
quiera el desarme de Iraq es un antidoto para el problema de las
armas de destrucción masiva.
La verdadera cuestión es global y no concierne sólo a Iraq. Se
trata de acabar precisamente con lo que ha estado propiciando
EE.UU. en estos doce últimos años: la lógica armamentística que
caracteriza esta turbulenta región y que alimenta las amenazas y
los riesgos de acción militar. Cambiar esa situación exige la reso­
lución del conflicto palestino-israelí de acuerdo con los criterios
que establece la ley internacional en lo relativo a la ocupación ile­
gal e ilegítima de tipo colonial que ha impuesto Israel desde hace
décadas, violando toda la normativa mundial. Sin embargo, la in­
competencia y pusilanimidad de la comunidad internacional al
respecto ha sido vergonzosa e inmoral, mientras colocaba toda su
capacidad de coerción sobre Iraq, de manera que no ha podido
evitar una nueva guerra colonial, aunque sí la ha rechazado, con­
virtiéndola en ilegal.
La invasión y ocupación militar de Iraq por la coalición nor-
teamearicano-británica, emprendida el 20 de marzo de 2003, es
la constatación de este gran fracaso, junto con el del propio
EE.UU. que, a pesar de haber liderado la comunidad internacio­
nal durante estos doce años, no logró su objetivo de acabar con
Saddam Husein y colocar un gobierno proamericano. El que
haya emprendido la invasión de Iraq casi en solitario y de modo
ilegal es el resultado de la relación de fuerzas entre quien ha de­
cidido alcanzar definitivamente su objetivo de dominación sobre
Iraq a través de la fuerza indiscriminada y la agresión, para su ex­
clusivo beneficio y el de Israel, y quienes se dan cuenta, con un
dramático retraso, de que la política norteamericana en esta re­

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gión desde 1991 Ies ha excluido y ha potenciado la globalización
de la violencia y los riesgos de inestabilidad a través de la lógica
armamentística, la protección de regímenes dictatoriales (con la
sola excepción de Iraq) y la instalación de protectorados mili­
tares.
En el momento en que ponemos fin a este libro, la invasión
norteamericano-británica ha logrado su objetivo militar e intenta
llevar a cabo su proyecto político. Con ello se ha dado un paso
atrás en la Historia, volviendo a una era colonial que se creía su­
perada y tratando de forzar de nuevo a esos pueblos a repetir una
experiencia que ha sido el origen de su trágico devenir histórico.
Las invasiones militares extranjeras nunca han liberado a los pue­
blos, los han sometido y humillado. Y, sin duda, han hecho al
mundo mucho más inseguro e imperfecto.
Del Iraq de las revueltas
al Iraq de las guerras (1920-1980)
Un rápido recorrido histórico

Iraq nació entre 1920 y 1923, cuando Gran Bretaña impuso


la creación de un Estado y forzó a un conjunto geográfico mul-
tícomunitario a identificarse con una concepción nacional que le
era ajena. El término al-Iráq había sido utilizado por los geógra­
fos árabes desde el siglo viii para referirse al territorio que se ex­
tiende a lo largo de los dos grandes ríos del Tigris y el Eufrates,
y que en Europa se conoce con el nombre de Mesopotamia, cuna
de grandes civilizaciones como Sumer o Babilonia. Esta región se
integró desde el año 633 en el Imperio islámico y, bajo la dinas­
tía Abbasí, Bagdad llegó a ser la capital de dicho imperio duran­
te los siglos de mayor esplendor de la civilización musulmana.
El Imperio islámico fue un conjunto sociopolítico que existió
desde el siglo vil hasta comienzos del xx, si bien sus fronteras va­
riaron notablemente durante esos trece siglos. En términos polí­
ticos, fue gobernado por un orden conocido como caÜfato, regi­
do por diferentes dinastías que fueron cambiando a lo largo del
tiempo. Los Omeyas (661-750) establecieron el orden de sucesión
dinástica y situaron la capital en Damasco, hasta que en el año
750 fueron derrocados por los Abbasí es. El califato Abbasí tras­
ladó el centro de gravedad del imperio de Siria a Iraq, situando
la capital en una nueva ciudad fundada por el segundo califa ab­
basí, llamada Bagdad. El periodo del califato de Bagdad fue el
momento de mayor esplendor y desarrollo del Imperio islámico,
por lo que esta ciudad ocupa un lugar especial en la memoria
histórica de todo el mundo musulmán y árabe, como centro sim­
bólico de la civilización islámica. No obstante, desde el siglo x,
las luchas intestinas y las veleidades independentistas locales fue­
ron minando el poder central abbasí. Paralelamente, las elites turcas

21
islamizadas, procedentes de las regiones más nororientales del
imperio, se habían ido integrando progresivamente en el ejército
y la administración califal y se hacían cada vez más influyentes.
Entretanto, los mongoles, originarios de los bosques siberianos e
instalados en las estepas de Mongolia, habían construido un im­
perio bajo el liderazgo de Gengis Jan (1162-1227). Uno de sus su­
cesores, Hulagu Jan, invadió el Imperio islámico, arrasó Bagdad
en 1258 y se apoderó de Damasco, siendo contenido en su avan­
ce por los mamelucos, dinastía turca que dejacto gobernaba des­
de El Cairo, aunque reconociendo institucionalmente la autori­
dad califal abbasí. De hecho, el califa abbasí, una vez expulsado
por los mongoles de Bagdad, se instaló en El Cairo, si bien su
autoridad se redujo a los aspectos meramente simbólicos y for­
males. Desde el siglo x iii , tras la invasión mongol y mientras los
mamelucos dominaban Egipto, la dinastía turca de los Uzmaníes
(otomanos) fue recuperando para el Imperio islámico el Orien­
te árabe y el pequeño espacio geográfico que aún era Bizando.
En 1453 tomaron Constantinopla (llamada Estambul desde en­
tonces) y a lo largo del siglo xvi ampliaron su dominación al
Egipto mameluco y al Norte de Africa. En definitiva, lograron
reunificar el Imperio islámico, aunque en unas fronteras más re­
ducidas que las de antaño, limitado a la península anatólica, todo
el Oriente árabe y el Norte de África, con excepción de Marrue­
cos, y pusieron fin a la representación formal abbasí, asumieron
el califato y trasladaron su capital a Estambul. Por primera vez en
la historia, el califato dejaba de estar representado por una di­
nastía árabe, lo que rompía la tradición de que el califa debía per­
tenecer a un linaje emparentado con el clan Quraishí al que per­
tenecía el Profeta y ser, por tanto, de origen necesariamente
árabe.2
Así pues, desde el siglo xvi, el territorio que se convertiría en
el Estado de Iraq a principios del xx formaba parte del Imperio
otomano, dividido en tres provincias o wilayas separadas: las de
Mosul, Bagdad y Basora. El poder otomano, ya fuese a través de
la oligarquía de los mamelucos georgianos o, desde 1835, direc­
tamente, mantuvo en lo fundamental las jerarquías de las múlti­
ples comunidades y formas sociales que componían el variado
mosaico de estas regiones, limitándose a garantizar su control.

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La invasión y ocupación británica de estas tres provincias oto­
manas, iniciada con la toma de Basora en octubre de 1914, en el
marco de la primera guerra mundial (el Imperio otomano era
aliado de Alemania y Austria en dicha guerra), y su transforma­
ción en un Estado bajo Mandato de la Sociedad de Naciones,
concedido a Gran Bretaña tras la guerra, cambió radicalmente el
mundo de todos sus habitantes. Pero era el resultado de un pro­
ceso que había comenzado muchos años antes. Desde mediados
del siglo xix, Oriente Medio había perdido el control de su his­
toria, que había pasado a Europa, y los acontecimientos internos
contaban muy poco frente a las intervenciones de las potencias
extranjeras, que se fueron asegurando el dominio de toda la re­
gión. ^
Con el Imperio otomano bajo tutela económica europea, la
libertad de acción política de las naciones europeas sobre las pro­
vincias árabes otomanas fue desposeyendo progresivamente a Es­
tambul de su soberanía. La transición del siglo xix al xx estuvo
dominada en Oriente por el «Gran Juego», un complejo y sinuo­
so ejercicio de diplomacia secreta entre ingleses, rusos, alemanes
y franceses, del que finalmente los primeros salieron victoriosos.
De hecho, desde la creación de la Compañía de Indias en 1599,
sus directivos fueron conscientes de que la región del Golfo Pér­
sico constituía una zona clave que no debía caer en manos ene­
migas. Mesopotamia, cuyo territorio abarcaba la enorme desem­
bocadura del Tigris y el Eufrates en el Golfo Pérsico, era el corazón
de Oriente Medio que los británicos desde entonces aspiraban
dominar. Así, ya en 1643 un agente de la Compañía se instaló
en Basora, en 1764 Gran Bretaña obtuvo el permiso para abrir un
consulado en esta ciudad y, finalmente, en 1798 se instaló en Bag­
dad un residente permanente de Su Majestad bajo la protección
de una guardia india. Esto tenía lugar en el mismo momento en
que Francia, consciente de que más allá de las querellas continen­
tales dominantes hasta entonces se abría una nueva era diplomá­
tica a nivel mundial, organizó la expedición napoleónica a Egipto
con el fin de situarse en la ruta de las Indias.
Ya en el siglo XIX, utilizando el dinero y la coacción militar,
Londres convirtió en clientes suyos a los emires del Golfo, lo­
grando su independencia del poder otomano, y comenzó a mol­

23
dear lo que después serían los protectorados británicos sobre Ku­
wait, Bahrein, Qatar y Omán. Más tarde, el 23 de junio de 1913,
el residente británico en Bagdad escribía al gobierno de las Indias
y a su colega en Estambul que «en razón de la dislocación posi­
ble de Turquía y de la creación de esferas de influencia de las po­
tencias extranjeras, parece corresponder al gobierno británico
conservar todas las ventajas que posee ya en Mesopotamia y que
constituyen su esfera natural de influencia en el Imperio otoma­
no».3 Para conseguir este objetivo los británicos alimentaron, e in­
cluso crearon, un nacionalismo árabe que se levantase contra los
turcos, atrayéndose a su favor una elite local que bautizaron como
«revolucionaria» en beneficio de su causa. Por primera vez en esta
región, aunque no sería la última, el Occidente democrático ig­
noró a los pueblos, creó elites superficiales y no tuvo en cuenta
más que la explotación inmediata de los territorios, en los que
empezaba a aparecer petróleo.
El poder otomano había basado su política de integración de
las elites árabes en el reclutamiento de numerosos oficiales origi­
narios de las provincias árabes en el ejército. Londres, por su par­
te, va a buscar apoyos políticos locales entre algunos notables ash-
raf * y entre los oficiales árabes en el ejército turco que habían
creado sociedades secretas, entre las que destacó al-Abd (el Pac­
to) porque de sus componentes iraquíes salieron los principales
jefes del Iraq bajo dominación británica, particularmente Nuri al-
Said, el hombre que siempre estuvo al lado de los británicos y
que protagonizó buena parte de los gobiernos del Iraq monár­
quico. Por otro lado, desde hacía tiempo los británicos observa­
ban con interés el linaje de los Hachemíes, representados por el
jerife Hussein de La Meca y sus hijos Ali, Abdallah, Faysal y Zaid,
conscientes de que la precaria situación económica de éstos y sus
aspiraciones políticas de gobernar un reino árabe que incluyese el
Creciente Fértil y Arabia los podían convertir en útiles aliados.
A los Hachemíes de La Meca, Londres les expresó su posición fa­

4 Es el plural de la palabra sh añ j (que ha dado el arabismo «jerife»). Es la cua­


lificado!) que reciben una serie de linajes árabes que cuentan con una consideración
social y moral muy destacada porque proceden de los Qurayshíes, es decir, el conjunto
de tribus a la que pertenecía el Profeta. Sin duda ha habido una reivindicación abusi­
va de esta cualificación, pero tiene un valor social reconocido secularmente.

24
vorable a la «nación árabe» y, por tanto, el mutuo interés que
compartían contra el poder turco otomano.4
El estallido de la primera guerra mundial fue la ocasión de po­
ner a prueba a los futuros reyes de las monarquías probritánicas
de Oriente Medio. El 10 de junio de 1916, el jerife Hussein de­
claró la independencia de la región arábe del Heyaz y llamó a la
insurrección general de los árabes contra los turcos, mientras el
general Sir Stanley Maud tras tomar Bagdad el 11 de marzo de
1917, a la cabeza de la poderosa expedición militar británica, hizo
una proclamación de encendido proarabismo, interesadamente
dirigida a favorecer la idea de un protectorado británico: «El go­
bierno de la Gran Bretaña y las grandes potencias aliadas están
decididos a que los árabes no hayan sufrido en vano. Estas po­
tencias actúan con el deseo de que la raza árabe vuelva a ser gran­
de y gloriosa entre los pueblos de la tierra y que se una a este fin
en armonía y concordia. Pueblos de Bagdad, recordad que du­
rante 26 generaciones habéis sufrido bajo tiranos extranjeros que
han tratado de suscitar las rivalidades entre las tribus árabes con
el fin de beneficiarse de vuestras disensiones. Gran Bretaña y sus
aliados aborrecen tal política. Por tanto, he recibido la orden de
invitaros a participar, a través de vuestros notables y vuestros re­
presentantes, en la dirección de vuestros asuntos civiles en cola­
boración con los representantes políticos de Gran Bretaña que
acompañan al ejército británico, para que estéis unidos con los
de vuestra raza en el norte, el este, el sur y el oeste y podáis rea­
lizar vuestras aspiraciones».5
Sin embargo, en cuanto los británicos se sintieron dueños de
la situación pusieron fin a la «revuelta árabe» y el alto comisario
de Su Majestad Sir Percy Cox, tras la capitulación de Estambul el
30 de octubre de 1918, proponía en sus informes: «debemos con­
servar Mesopotamia bajo control de Gran Bretaña y no es nece­
sario que se una políticamente al resto del mundo árabe. Es más,
debería ser aislada de él en la mayor medida posible. (...) Es
imposible establecer en Mesopotamia un verdadero gobierno ára­
be. Semejante tentativa equivaldría a sumergir a Oriente Medio
en la anarquía».6 El arabismo británico se desvanecía para perjui­
cio de los Hachemíes, que se tuvieron que conformar con lo que
Londres estaba dispuesto a ofrecerles, que no era poco. Una vez

25
conseguido el Mandato sobre Palestina e Iraq en el protocolo de
San Remo de abril de 1920, y tras múltiples titubeos para decidir
si imponían un gobierno directo o indirecto, los británicos deci­
dieron optar por lo segundo y eligieron a los hijos del jerife Hus-
sein, Faysal y Abdallah, para figurar como cabezas del Estado en
Iraq y Transjordania, respectivamente.

La im posición británica de la M onarquía (1923-1958)

El Iraq de comienzos del Mandato contaba con unos tres mi­


llones de habitantes, de los cuales el 55% eran árabes shiíes, en
torno a un 20% eran kurdos, y menos del 20% eran árabes sun-
níes. El resto se repartía entre judíos, cristianos, asióos, yezadíes
y turcomanos. El pastoreo y el trabajo agrícola constituían la ocu­
pación de la mayoría de la población, mientras que en las tres
grandes ciudades del país la vida era muy diferente. Bagdad y Ba-
sora tenían una importante tradición mercantil. Una clase de co­
merciantes y hombres de negocios había prosperado exportando
materias primas al extranjero, importando productos manufactu­
rados y manteniendo estrechos lazos con Londres. Bagdad era la
capital del dinero y la banca donde una floreciente comunidad
judía controlaba una buena parte del circuito monetario. Mosul,
por el contrario, era un gran mercado de trueque y de intercam­
bios con Siria, Alepo sobre todo, en tanto que sus relaciones con
los centros de negocios extranjeros eran muy reducidas. Las ciu­
dades, los pueblos y las comunidades religiosas y tribales conta­
ban con organismos de administración, arbitraje y gobierno vin­
culados, antes del Mandato, a las autoridades turcas que se
contentaban con asumir las responsabilidades de principio. Es de­
cir, al contrario de lo que afirmaban los británicos, en Iraq no ha­
bía vacío político, sino una población acostumbrada a regirse y a
administrarse. Pero, para justificar la empresa colonial, se impo­
nía presentar a la opinión internacional el principio de que Eu­
ropa asumía la misión dvilizatoria de crear un Iraq ex nihi!o> a
partir de varios puñados de beduinos primitivos incapaces del au­
togobierno.
Los británicos tuvieron que afrontar desde el inicio una opo­

26
sición radical iraquí que estalló en la «revolución» de 1920, cuan­
do la Sociedad de Naciones concedió el Mandato a Gran Breta­
ña. Sólo la represión y la intervención militar británicas, que cos­
taron 6000 muertos iraquíes y 500 ingleses e indios, lograron
imponer el Estado y sistema político decididos por Londres. El
11 de noviembre de 1920 Sir Percy Cox proclamaba el Estado
árabe local del que es heredero el actual Iraq. El 23 de agosto de
1923, el emir Faysal era entronizado en Bagdad para regir una
monarquía hereditaria de tipo constitucional parlamentario, cu­
yos principios de funcionamiento democrático fueron siempre y
en todo momento desnaturalizados. El rey compartía el poder le­
gislativo con un parlamento bicameral compuesto de un Con­
greso de Diputados y un Senado de 20 miembros elegidos por él;
el poder ejecutivo era ejercido por un primer ministro nombrado
por el rey; las elecciones siempre llevaron al gobierno a los alia­
dos del trono y de los británicos (la sola excepción, en 1954, pro­
vocó que la Cámara fuera disuelta en dos meses); y la clase polí­
tica parlamentaria estuvo compuesta principalmente por la clase
de los grandes terratenientes que Gran Bretaña había contribuido
a crear en buena medida, otorgando títulos de propiedad de la
tierra.7
El establecimiento de las fronteras de Iraq, decididas tras un
intenso regateo entre las potencias europeas, supuso ciertas difi­
cultades regionales que los británicos fueron astutamente supe­
rando. Hasta el 25 de abril de 1927 el Shah de Irán no recono­
ció la existencia de Iraq, la frontera sirio-iraquí no se estableció
hasta 1932, y en el norte los kurdos, que reclamaban el cumpli­
miento de las promesas hechas por los aliados en el Tratado de
Sévres de un Kurdistán independiente, o al menos autónomo, se
rebelaron. Aplastada la revuelta por el ejército británico, la pro­
vincia del norte fue definitivamente incluida en Iraq por decisión
de la Sociedad de Naciones el 16 de diciembre de 1925.*
Los británicos apostaron por la dominación política de los
árabes sunníes frente a shiíes y kurdos, de manera que los minis­
tros, los altos representantes del aparato del Estado y el cuerpo
de oficiales del ejército estaban constituidos casi en su totalidad
por una burguesía árabe sunní convencida de que ese papel do­
minante les pertenecía de pleno derecho por su pasado abbasí y

27
otomano. Desde la creación del nuevo Estado y durante toda la
historia del Iraq contemporáneo kurdos y shiíes, que representan
el 75% de la población, van a funcionar como minorías. Ambas
comunidades rechazaron al nuevo Estado con las armas en la
mano. Los kurdos porque no aceptaban un Estado iraquí que se
definiese como árabe, y los shiíes porque sus dirigentes políticos
y espirituales, los muytahidün* habían comprendido que un Iraq
dominado por Gran Bretaña sometería el país a los intereses eu­
ropeos, apartándole de su origen islámico. La subversión shií fue
la más importante fuerza de resistencia contra los proyectos bri­
tánicos y la que lideró la revolución de 1920. De hecho, el Esta­
do iraquí no pudo crearse más que por la fuerza de las armas bri­
tánicas y una vez que los más destacados muytábidñn fueron
condenados al exilio en Irán por los británicos en 1923. Oficial­
mente, los kurdos eran calificados de «separatistas» y los shiíes de
representar un «complot confesional contra el arabismo».
La auténtica consecuencia de esta situación era que la mayo­
ría del país no se reconocía en el proyecto nacional impuesto, por
lo que la falta de cohesión política se convirtió desde un princi­
pio en una característica permanente del Estado iraquí. Esa falta
de cohesión alimentó continuas revueltas, siempre contestadas
desde el poder con estrategias de represión y violencia. Es decir,
este déficit fundacional del Estado va a afianzar la cultura políti­
ca basada en la disidencia y en la coerción como respuesta ante
ella que ha caracterizado la violenta historia de Iraq.9 Pero el or­
den colonial no reparó en ello, sólo quiso imponer su domina­
ción política, económica y militar, su modelo cultural y su con­
cepción europea del Estado-nación, sustentado en la idea de un
arabismo prácticamente inexistente en el país, y que no se corres­
pondía con las concepciones entonces dominantes en la Mesopo-
tamia otomana. Sólo lograron imponerlo a través de la coerción
y de políticas militaristas y aun así, en vísperas de su muerte, el
rey Faysal I reconocía, no sin desprecio, que «no existe en abso­

* Este término designa a una destacada elite de ulemas con capacidad de hacer
í$tibád o interpretación racional de las fuentes sagradas para elaborar jurisprudencia y
dictaminar lo que es lícito e ilícito de acuerdo con los principios islámicos, y existe
también en el islam sunní. Por razones que veremos más adelante, han desempeñado
un papel sustancial en el liderazgo de la comunidad shií iraquí.

28
luto pueblo iraquí sino masas de seres humanos desprovistos de
toda concepción patriótica, imbuidos en tradiciones religiosas
perfectamente absurdas (...) sin lazos sociales entre ellos (...) da­
dos a la anarquía y perpetuamente dispuestos a levantarse contra
cualquier forma de gobierno».
Al igual que habían hecho unos años antes en Egipto, los britá­
nicos finalmente decidieron que la mejor manera de contrarres­
tar el creciente sentimiento antibritánico y seguir garantizándose
el control indirecto de Iraq era concediendo la independencia.
Fue el político iraquí más fiel aliado de la corona británica, Nuri
al-Said, quien, como primer ministro, firmó en 1930 un tratado
anglo-iraquí que permitía a Iraq acceder a la independencia a
cambio de que Gran Bretaña mantuviese bases militares y garan­
tías sobre la explotación del petróleo. Dos años después Iraq se
convertía en el primer país árabe miembro de la Sociedad de Na­
ciones.
El Iraq independiente hachemí sobrevivió hasta 1958, su­
friendo un proceso creciente de enfrentamientos entre jefes tri­
bales y propietarios de la tierra y de debilitamiento del trono, en
tanto que el ejército, instruido por los oficiales británicos, se iba
constituyendo en una especie de policía interna que vigilaba aten­
tamente todo lo que ocurría y reprimía todos los intentos de le­
vantamiento, ya fuesen shiíes, kurdos o de otras comunidades
menores como asirios o yezidíes. Como no podía ser de otra ma­
nera, las distintas facciones en pugna por el gobierno acabaron
recurriendo también al ejército para lograr el poder al margen de
los medios constitucionales. Desde 1936 se sucedieron una serie
de golpes de Estado que, hasta 1958, van a limitarse a derrocar
los gobiernos, respetando el régimen monárquico. Entretanto, la
segunda guerra mundial volverá a intensificar la intervención po­
lítica británica en el Iraq independiente, hasta llegar incluso a
ocupar de nuevo el país en la primavera de 1941 para garantizar­
se la marginación de gobiernos proclives al Eje, más aún cuando
la política prosionista de Gran Bretaña en Palestina generaba una
indignación general en todo el país, incluidos sectores del ejérci­
to. Comenzaba un nuevo periodo hasta la revolución de 1958,
que estuvo marcado por el férreo control del gobierno de Iraq
por Nuri al-Said y Londres.

29
Pero tras la segunda guerra mundial apareció una nueva gene­
ración política, que se expresaba a través de partidos políticos
nuevos y que también estaba presente en las esferas de los oficia­
les más jóvenes del ejército. De un lado, el Partido Comunista ira­
quí (PCI), desde la clandestinidad, empezó a organizar huelgas,
particularmente en la industria petrolera, que desencadenaron una
severa represión. El partido árabe socialista del Baaz, nacido en
Siria, también iba ganando aceptación entre una nueva generación
iraquí que veía cada vez con más desafecto el modelo liberal, depen­
diente de Gran Bretaña, y la clase parlamentaria iraquí, dominada
por notables y terratenientes vinculados a las jerarquías tribales
que no tenían ningún interés en reformar social y económicamen­
te al país. Por si fuera poco, la amargura sentida por la población
y el ejército por la creación del Estado de Israel y la guerra de Pa­
lestina en 1948-1949 hizo aún más impopular la política probri-
tánica de los gobiernos y de la monarquía iraquíes.
Los primeros años de la década de los cincuenta estuvieron
llenos de acontecimientos que mostraban la progresiva pérdida
del control político de Oriente Medio por parte de Londres fren­
te a movimientos revolucionarios que convertían a Iraq en el úl­
timo bastión británico. En Irán crecía el liderazgo del líder na­
cionalista Mosadeg y entraban en vigor las leyes revolucionarias
de nacionalización del petróleo, mientras que, en julio de 1952,
la revolución egipcia de los Oficiales Libres ponía fin a la mo­
narquía probritánica y se declaraba la República. El impacto del
acontecimiento egipcio provocó una oleada de manifestaciones y
reivindicaciones en Iraq que sólo la imposición de la ley marcial
y la prohibición de los partidos políticos lograron controlar. Era
la prueba manifiesta de que la monarquía iraquí, representada por
el rey Faysal II;* sólo sobrevivía recurriendo a la represión.

El rey Faysal I había muerto el 8 de septiembre de 1935. Le sucedió su hijo


Gazi, personaje que inspira valoraciones diversas. Medio analfabeto y homosexual, su
antipatía hacia los británicos le valió popularidad. Murió el 3 de abril de 1939, vícti­
ma de un accidente de coche que, según la interpretación de Said K. Aburrís, algunos
consideran un atentado (Said K. Aburrís, Saddam Hussetn. L a política de la venganza.
Santiago de Chile, Andrés Bello, 2002, págs. 40-45). Esta desaparición inesperada lle­
vó al trono a su joven hijo Faysal, si bien su tío Abdulillah ejerció la regencia hasta
mayo de 1953. En realidad, la influencia de éste continuó hasta el fin del reinado
(Amín al-FUháni, Muluk at-'Arab [Los reyes de los árabes], Beirut, 1951).

30
Pero cuanto más intensas se hacían las presiones anglosajonas
sobre Iraq, más crecían las simpatías de la población por la revo­
lución que había surgido del golpe de los Oficiales Libres en
Egipto. Mientras la radio de El Cairo, La Voz de los Árabes, de­
nunciaba al gobierno iraquí como «marioneta del imperialismo»,
la crisis de Suez, en 1956, llevó a la calle una nueva oleada de
violentas manifestaciones en solidaridad con Egipto, reprimidas
con mano de hierro por un régimen cada vez más aislado. El
anuncio, el 1 de febrero de 1958, de la creación de la República
Árabe Unida (RAU), representada por la unión de Siria con el
Egipto de Gamal Abd al-Naser,* no hizo sino alimentar los de­
seos de cambio político de la población y del ejército, en el que
desde 1941 muchos oficiales se habían ido haciendo hostiles al
régimen. Además, a partir de 1952, el ejemplo del Egipto de Na-
ser ejercía cada vez un mayor atractivo. El rápido colapso final
del régimen monárquico el 14 de julio de 1958 fue la más clara
expresión de la debilidad que padecía.10

La proclamación de la República y la lucha por el poder


del Baaz (1958-1968)

La única institución del país capaz de asumir y forzar el


cambio radical era el ejército. En consecuencia, la revolución de
1958, que acabó con la ejecución del rey y de Nuri al-Said, emu­
ló el modelo egipcio pero de manera cruenta: un grupo también
denominado de los Oficiales Libres lideró el golpe de Estado
que puso fin a la Monarquía e instauró la República. El Movi­
miento de los Oficiales Libres iraquíes fue la obra de dos hom­

* Naser defendía la integración de todos los países árabes en una gran Repúbli­
ca Árabe Unida, y arrancó el proyecto con la unión de Siria y Egipto, aprovechando
el nuevo régimen nacionalista árabe que había surgido en Damasco. Los dos países se
convirtieron en un único Estado y transformaron para ello todas sus instituciones po­
líticas. Sin embargo, fue una experiencia efímera que terminó en 1961 y no tuvo con­
tinuidad con ningún otro Estado árabe (aunque hubo varios intentos fallidos) porque,
como ocurrió con Siria, en la práctica significaba la hegemonía de Egipto sobre los
demás y mostraba que las diferencias entre los países árabes eran tantas como sus se­
mejanzas. Ver Gema Martín Muñ02, Política y elecciones en el Egipto contemporáneo (1922­
1990), Madrid, AECI, 1992, págs. 257-270.'

31
bres: el brigadier Abd al-Karim Qasem y el coronel Abd al-Sa-
lam Aref.
Como en los demás regímenes revolucionarios de la época,
el ejército se convertía en el actor político dominante, y las es­
peranzas de un cambio radical que levantase una sociedad más
abierta y plural se fueron desvaneciendo a medida que el totali­
tarismo se enraizaba y las rivalidades internas prevalecían. Las
conspiraciones en el seno del cuerpo de oficiales del ejército,
apoyados unas veces por el partido comunista y otras por los na-
seristas y el Baaz, se convirtieron en la norma, produciendo con­
tinuos intentos de golpes de Estado con distinta fortuna. El
recurso a la violencia como sistema de gestión política se si­
guió abriendo paso sistemáticamente y la tendencia a centrali­
zar y dominar quebró cualquier posibilidad de institucionalizar
un modelo social que representase la pluralidad de la sociedad
iraquí.
En los mismos albores de la revolución de 1958 surgió un
desacuerdo insuperable entre los dos nuevos hombres fuertes del
régimen, enfrentados por distintas concepciones de cómo plas­
mar políticamente su común nacionalismo árabe. Qasem quería
mantener a Iraq al margen de la hegemonía panarabista de Na-
ser, mientras que Aref, apoyado por los naseristas y el partido
Baaz, era partidario de unirse a la RAU, como deseaba Egipto. El
desenlace acabó con Aref en prisión y Qasem en el poder, apo­
yado por el Partido Comunista Iraquí, los kurdos y los shiíes (las
dos comunidades que no sentían ninguna identificación con el
panarabismo naserista).
El gobierno de Abd al-Karim Qasem tuvo un efímero primer
momento de pluralidad, e incluso se aproximó a la cuestión
kurda como nunca antes (la nueva Constitución reconoció el
carácter binacional del Estado). Sin embargo, la concepción pa-
trimonialista del zdtm * le condujo a un ejercicio del poder cre­
cientemente autoritario y personalista, que imposibilitó la insti-
tucionalización de la autonomía kurda y la democratización
prometida. De las fuerzas políticas existentes, el Partido Comu­

* Zdtm significa «líder» o «jefe». A Qasem le gustaba ser llamado ai-Za'im o in­
cluso dl-Zátm al-Awfyad («el líder único»).

32
nista Iraquí fue su mejor aliado, tanto porque en 1958 era la or­
ganización política mejor organizada en el país, con implanta­
ción en las clases urbanas, el campesinado del sur y la región kur­
da, como porque era intemacionalista y no sentía simpatía alguna
por el panarabismo naserista. No obstante, la relación del régi­
men con el PCI fue ambigua y no exenta de desconfianza. En
realidad, la visión frecuentemente extendida de que el PCI esta­
ba prácticamente en el poder en el Iraq de Qasem es una exage­
ración, debida en buena medida a la propaganda anticomunista
del régimen naserista.
Naser, desafiado por el rechazo de Qasem a reconocer su li­
derazgo árabe y por las críticas crecientes del líder del Partido C o­
munista de Siria, Jaled Baqdash, por la hegemonía que Egipto
ejercía en el seno de la RAU, asumió una política completamen­
te hostil hacia los partidos comunistas árabes y el régimen de
Qasem, al que la influyente radio de El Cairo, La Voz de los Arabes,
acusaba sistemáticamente de comunista y ateo. Pero, en realidad,
la influencia política del PCI, salvo en el primer año de la revo­
lución, estuvo siempre controlada y sometida a ciertos límites; ya
que su enorme presencia a casi todos los niveles de la sociedad
(liderazgo universitario, Federación de Jóvenes, sindicatos, cole­
gios profesionales, la Liga de Mujeres) le convertía en una impo­
nente máquina de movilización social que preocupaba al nuevo
poder militar y, además, en el ejército había muchos que sentían
una profunda desconfianza y desafecto ideológicos hacia el co­
munismo. Así pues, aunque Qasem nombró a comunistas para
varios puestos de responsabilidad, incluso a dos ministros en el
gobierno de julio de 1959 a mayo de 1961, nunca autorizó la le­
galización del PCI, ni que ocupara las posiciones clave del poder
en el gobierno y en las fuerzas armadas. Es más, el pluripartidis-
mo prometido por Qasem se puso en práctica en el marco de una
restrictiva ley (de 2 de enero de 1960) que bloqueó la legalización
del PCI, permitiendo sólo la legalidad a una pequeña disiden­
cia del mismo. Por supuesto, impedía también la legalización de
las otras fuerzas políticas opuestas al régimen, el Baaz y los nase-
ristas, porque prohibía los partidos que se opusiesen a la inde­
pendencia y la unidad nacional, es decir el panarabismo; y a los
Hermanos Musulmanes, porque prohibía los partidos que tendie­

33
sen a dividir los diferentes grupos religiosos y nacionales, es de­
cir el islamismo.
Lo que sí dominó en la evolución política del régimen fue la
división y el enfrentamiento, tanto entre los grupos políticos
como en el seno del ejército y en las complicadas relaciones ét­
nicas y tribales existentes en el país, lo que dio paso una vez más
a las intrigas, las conspiraciones y el ejercicio de la violencia. En
marzo de 1958 hubo un intento de golpe de Estado en Mosul
que agrupó a diversos sectores descontentos con el régimen por
muy diferentes causas: naseristas, baazistas y Hermanos Musul­
manes por su marginación política, algunos Oficiales Libres por
su desacuerdo con la aproximación de Qasem a los «ateos» co­
munistas y descontentos por su insuficiente representación en el
Consejo del Mando de la Revolución (CMR), y aquellos terrate­
nientes y jeques tribales de la zona de Mosul que se habían vis­
to muy perjudicados con las reformas sociales y de la tierra que
había impuesto la revolución. Las luchas entre las partes duraron
varios días y acabaron con 200 muertos. Una vez vencida la re­
vuelta, los aliados comunistas del régimen lanzaron una violenta
persecución contra todo el que pareciese simpatizante del nacio­
nalismo árabe, ya fuera naserista o baazista, en tanto que el go­
bierno de Qasem llevaba a cabo una purga contra todos los sos­
pechosos de «deslealtad a la Revolución».
Tras el fracaso de Mosul, los naseristas y el Baaz llegaron a la
conclusión de que lo mejor era asesinar a Qasem. El 7 de octu­
bre de 1959 éste escapó de un atentado en cuya organización par­
ticipó un joven de veintitrés años llamado Saddam Husein, pero
los baazistas, con la ayuda de Egipto y de la CIA, lograron organi­
zar finalmente un golpe de Estado que puso fin al régimen. Qasem
fue ejecutado el 9 de febrero de 1963, y entre febrero y marzo de
aquel año el Baaz y sus aliados llevaron a cabo una brutal perse­
cución contra sus oponentes. El Consejo del Mando de la Revo­
lución así lo proclamó: «En vista de los desesperados intentos de
los agentes comunistas, asociados en el ejercicio del crimen al
enemigo de Dios, Qasem, para sembrar la confusión en el pue­
blo y para que no acate las órdenes oficiales, los responsables de
las unidades militares, la policía y la Guardia Nacional están auto­
rizados a acabar con cualquiera que perjudique la paz. Los hijos

34
leales del pueblo están llamados a cooperar con las autoridades
para informar en contra de esos criminales y exterminarlos».11
El oponente de Qasem, Aref, le sustituía en la cabeza del
Estado. SÍ bien el nuevo gobierno quiso mostrar enseguida sus
credenciales panarabistas proclamando la unidad con Egipto, el
hecho no quedó más que en un ejercicio de retórica sin conse­
cuencias prácticas. La RAU se había desintegrado en 1961 y la re­
creación de un proyecto similar no logró pasar de lo testimonial,
lo cual indicaba, más allá de la retórica, el escaso interés de los
regímenes árabes por su consecución. En realidad, aunque el
cambio de régimen fue entendido por muchos como el fin del
«régimen comunista de Qasem», no supuso un cambio notable
de orientación, que en lo fundamental iba a seguir siendo el na­
cionalismo árabe, la persecución de los oponentes políticos, la
búsqueda de la independencia económica (con el petróleo como
eje), la lucha contra la secesión kurda, el conflicto fronterizo con
Irán y la búsqueda de la hegemonía regional sobre el Golfo. Lo
que expresaba el golpe era la permanente falta de cohesión polí­
tica existente en el país y el continuo recurso a la violencia para
alcanzar el poder.
En un primer momento, el Baaz obtuvo un gran margen de
control político y creó una milicia que se convirtió en un verda­
dero ejército paralelo, la Guardia Nacional, que entre febrero y
agosto de 1963 pasó de 5000 a 34.000 miembros y desempeñó
un papel fundamental en la persecución contra los comunistas.
Pero Abd al-Salam Aref acabó viendo también el ascenso del
Baaz como una amenaza a su poder y aprovechó las disensiones
entre naseristas y baazistas para, apoyándose en los primeros,
marginar al Baaz. Relegando al Baaz, Aref estableció alianzas de
patronazgo con los sectores religiosos y económicos más conser­
vadores de la sociedad, en el más puro estilo de la monarquía, a
la vez que disolvía todos los partidos políticos y se convertía en
el único centro personalista del poder.
El 13 de abril de 1966, Aref moría en un accidente de heli­
cóptero, que algunos interpretaron como un atentado, y le suce­
día su hermano Abd al-Salam Aref, que se caracterizaba por una
notable falta de autoridad y liderazgo. Sólo logró sobrevivir polí­
ticamente dos años, en los que trató de aproximarse a los baa-

35
zistas e incluso Ies propuso entrar en el gobierno dado su pro­
gresivo peso político y social, pero un nuevo grupo de poder en
el seno del Baaz se estaba afirmando y vio en el vacío que había
dejado Abd al-Salam Aref la ocasión para preparar su definitivo
asalto al poder.

La consolidación del régimen baazista

El golpe de Estado del 17 de julio de 1968 consagró definiti­


vamente la hegemonía del partido Baaz en Iraq. Sin embargo, la
denominación baazista del régimen no significó que los hombres
en el centro del poder pudiesen ser definidos sólo en referencia
a su pertenencia al partido. Esta era sólo una identidad entre mu­
chas. Igualmente importante era el hecho de que la mayor parte
de esos hombres eran oficiales del ejército cuya base de recluta­
miento social procedía de familias, clanes y redes tribales de la
provincia árabe sunní del noroeste de Iraq.12
El hombre que había preparado la vuelta del Baaz había sido
Ahmed Hasan al-Bakr. Éste había sido ya vicepresidente de la Re­
pública con Aref, pero la relación entre ambos duró poco y que­
dó marginado de la política oficial hasta 1968. A su lado estuvo
siempre Saddam Husein, pertenecientes ambos a la familia de los
Tikriti. De origen campesino, desde muy joven Saddam Husein
pasó a formar parte del Baaz y se implicó en los turbulentos ava­
lares políticos que dominaron aquella década, lo que le llevó su­
cesivas veces a la cárcel y a refugiarse en Siria para después pasar
por El Cairo y volver en 1963 a Iraq donde acabó dirigiendo el
aparato de seguridad del Baaz. En un equilibrado reparto de pa­
peles, Hasan al-Bakr y Husein condujeron los destinos de Iraq
desde 1968 labrando con mano de hierro la adhesión del partido
y del ejército al dominio del reducido grupo que dirigía de for­
ma totalitaria el régimen, y que procedía en primera instancia del
grupo sunní de los Tikriti.
En el nuevo gobierno iraquí del 31 de julio de 1968, la ma­
yor parte de los ministros eran baazistas y del clan de los Tikriti,
el presidente de la República ejercía también la función de pri­
mer ministro, presidente del Consejo del Mando de la Revolu-

36
dón y era el comandante en jefe del ejército. Saddam Husein, se­
cretario general adjunto del partido, fue elegido vicepresidente
del CMR, lo que le convirtió de hecho en el número dos del ré­
gimen. Los primeros años del nuevo régimen estuvieron muy de­
dicados a la consolidación del Baaz, a poner todo el Estado bajo
su control y a eliminar violentamente todos los ámbitos capaces
de oponerse al nuevo orden político. Entre 1970 y 1973, el ré­
gimen baazista se implicó simultáneamente en la cuestión del
petróleo, nacionalizando el 1 de julio de 1972 la Iraq Petroleum
Company, y a llevar a cabo una reforma agraria. Para ello, logró
una entente con los comunistas, que dio lugar a la creación del
Frente Nacional Patriótico. No obstante, la ruptura entre el régi­
men baazista y los comunistas se consumó en 1978, seguida de
otra brutal represión que afectó por igual a disidentes y oposi­
tores comunistas y no comunistas.11 Entretanto, desde mediados
de los años setenta, Iraq comenzó un gran desarrollo económi­
co recurriendo masivamente a la tecnología occidental, y Saddam
Husein fue tejiendo una red de alianzas y eliminando a todos los
que pudieran cuestionar su autoridad, hasta que en julio de 1979
consiguió la retirada de Hasan al-Bakr y sucederle como presi­
dente de la República. El nuevo jefe absoluto del país inaugura­
ba un nuevo periodo de la historia de Iraq, que estaría domina­
do por la guerra.

37
Iraq, un país multicomunitario

Iraq es el país de Oriente Medio que cuenta con la más com­


pleja pluralidad de comunidades, cuyas identidades o factores de
cohesión derivan de referencias confesionales, étnicas, lingüísti­
cas, e incluso modos de vida diferentes según se trate de bedui­
nos, campesinos o población urbana. Sin embargo, la famosa de­
finición de Iraq como «mosaico de pueblos y religiones» no debe
ocultar la existencia de dos grandes mayorías, la musulmana y la
árabe. La cuestión está en que esas dos grandes referencias ma-
yoritarias, la arabidad y el islam, nunca han sido factores de uni­
dad y cohesión nacional en este país. Los musulmanes represen­
tan la inmensa mayoría, con más del 90% de la población, y los
árabes en torno a un 74%, en tanto que los kurdos suman un
20%. Pero existen divisorias sustanciales entre ellos que los frag­
mentan y los separan. Árabes sunníes y shiíes tienen diferentes
memorias colectivas y una experiencia histórica bien distinta que
prevalece sobre su común arabidad, mientras que para los kurdos
(que son musulmanes), lo que sin duda prevalece sobre su iden­
tidad musulmana, compartida con los árabes, es su identidad no-
árabe, de origen indo-europeo, y la defensa de su propia lengua,
que procede del persa.* En consecuencia, los tres grandes grupos
de población en Iraq se reparten entre la mayoría árabe shií (en
tomo al 55% de la población total) y los árabes sunníes y kurdos,
que representan más o menos un 20% cada uno.
Estas divisiones, complejas porque son a la vez étnicas y reli­

* En el Kurdistán iraquí se hablan mayorítariamente dos variaciones del kurdo:


el kurmattyi (mal llamado a veces zaza), hablado en la zona de Mosul y Rawanduz y
escrito en caracteres latinos desde 1930, y el sorani {o mukriani), hablado en la región
de Suleimaniya y de grafía árabe.

38
giosas, se complican más aún por una configuración geográfica
en la que cada una de estas comunidades es fronteriza con re­
giones donde son mayoritarias más allá de las fronteras del país.
Los kurdos proceden sobre todo de las zonas montañosas del
norte iraquí, pero la población kurda se reparte también entre
Turquía, Siria e Irán. Los shiíes son originarios de la mitad sur de
Iraq, aunque la identidad shií se prolonga a todo un Irán con el
que han tenido relaciones históricas de gran alcance. Los árabes
sunníes proceden del centro-norte del país y comparten un sen­
timiento de pertenencia común con la mayoría árabe sunní de
Oriente Medio. Sin embargo, es muy importante señalar que las
relaciones individuales entre los miembros de esas comunidades
no se han caracterizado por el enfrentamiento, de hecho ha pre­
valecido la convivencia e incluso la mezcla, como lo prueba la
existencia normalizada de matrimonios mixtos. La confrontación
violenta ha tenido siempre raíces políticas y se ha centrado en las
turbulentas relaciones, sobre todo de shiíes y kurdos, con el Es­
tado, que históricamente ha estado monopolizado por árabes
sunníes.
Pero la diversidad iraquí se extiende también a otros grupos
minoritarios, confesionales y étnicos, presentes secularmente en
el país. Los turcomanos, de origen uralo-altaico, forman una pe­
queña minoría que no alcanza al 2°/o, instalada desde el siglo xi
en el borde meridional del Kurdistán, principalmente en Mosul
y Kirkuk. Son en su mayoría sunníes y en torno a un tercio
shiíes. Las tensiones más fuertes a lo largo de la historia, fruto de
circunstancias políticas del momento, han procedido de su riva­
lidad con los kurdos. Existen también dos comunidades sin nin­
gún peso por su escasísimo número, una armenia (de origen cau­
cásico, llegada huyendo de las persecuciones del siglo xix y de la
guerra de 1914-1918, que conserva su lengua y religión) y otra cir­
casiana (caucásicos emigrados de Rusia en el siglo xix, de religión
musulmana).
Los yezidíes también constituyen un pequeño universo pro­
pio. Se trata de una muy pequeña comunidad kurda con una re­
ligión muy particular, cuyos adeptos no superan las 70.000 per­
sonas, de las cuales la mayoría está en Iraq y el resto en Turquía,
Siria e Irán. Según la propia tradición yezidí, este grupo es origi­

39
nario de Basora y la región del bajo Eufrates. La doctrina yezidí
mezcla elementos cristianos, judíos y musulmanes, si bien esta­
blece una filiación mírica con el califa omeya Yazid Ibn Muawi-
ya, de ahí su nombre. Tampoco faltan unos cuantos millares de
batíais, fe nacida en Irán en el siglo xix, que es un sincretismo na­
cido en el seno del shiismo, aunque los ulemas shiíes Ies acusan
de apostasía. Por último, los cristianos iraquíes significan algo
más de un 3°/o y, si bien conservan una gran conciencia de su per­
tenencia religiosa, se afirman también como árabes. Se reparten
entre diferentes ramas de las Iglesias orientales, aunque algunas
se vincularon a Roma a partir del siglo xv: caldeos, siriacos, ja-
cobeos. Los sabeos, pequeño grupo de unas 20.000 personas, son
los descendientes de las primeras sectas baptistas y representan
una especie de transición entre el cristianismo y el judaismo.
También existió en Iraq una próspera comunidad judía arabiza-
da de más de 200.000 personas, en su mayoría ricos comercian­
tes o funcionarios. La creación del Estado de Israel y los avata-
res del conflicto palestino-israelí llevaron a emigrar a casi la
totalidad.
En este país multicomunitario, Gran Bretaña se empecinó en
forzar un Estado artificial, que si bien respondía a sus intereses
estratégicos y económicos, imponía la unidad a tres grandes gru­
pos de la población que en absoluto se reconocían en un mismo
proyecto nacional. De ahí que shiíes y kurdos se rebelasen ma-
yoritariamente contra las directivas coloniales británicas y que
Londres impusiese la hegemonía política de ciertos círculos ára­
bes sunníes adeptos a la corona británica, incluida una dinastía
exterior procedente de La Meca. La consecuencia ha sido la falta
de unidad estructural de la sociedad iraquí, que ha potenciado in­
cluso una especie de cultura de la división, porque sobre esas
alianzas étnicas y religiosas reposa una solidaridad de base que es
la de la tribu en el campo y la del clan y el barrio en las ciuda­
des. De igual modo, todo un mundo separa a los habitantes de
las ciudades de los del campo, mientras que nómadas y sedenta­
rios viven en universos aparte. Sin duda, el intensivo proceso de
urbanización experimentado desde los años cincuenta ha limado
estas diferencias y transformado la estructura social, pero los doce
años de aislamiento y embargo a los que ha estado sometido Iraq,

40
desde 1991 hasta la actualidad, han hecho emerger con fuerza las
solidaridades tribales y ciánicas, tanto por razones políticas como
socioeconómicas, como veremos más adelante.
Las tres comunidades principales están concentradas en dife­
rentes regiones del país, y esto ha determinado las zonas geográ­
ficas más conflictivas. Del sur de Bagdad al Golfo, siguiendo las
orillas del Tigris y el Eufrates, la región más densamente pobla­
da, es lo que podríamos llamar el país shií. Al norte de Bagdad
y del Medio-Éufrates se encuentra la zona histórica de los árabes
sunníes, salpicada de islotes shiíes. Y las montañas del norte cons­
tituyen el dominio de los kurdos, básicamente sunníes, con islo­
tes cristianos y yezidíes. Salvo en el norte, las minorías están en
su mayor parte concentradas en las ciudades. Sin duda, este di­
verso universo distribuido geográficamente entre norte, sur y cen­
tro está globalmente representado en la capital, Bagdad, principal
ciudad de atracción de las migraciones internas y donde entre un
65 y un 70% de su población es árabe shií y al menos un 10%
kurda.
En conclusión, una de las características del sistema político
iraquí es la fragilidad de su tejido nacional, formado por la com­
binación de las poblaciones étnica y religiosamente heterogéneas
que vivían en las regiones de Mosul, Bagdad y Basora. El Estado
ha tenido que afrontar históricamente revueltas y movimientos
contestatarios frente a la voluntad unificadora de los regímenes
de Bagdad y, dada la naturaleza militar y autoritaria de dichos re­
gímenes, en vez de promover la adhesión progresiva de esas comu­
nidades a través del reparto del poder y una equitativa distribución
económica, ha recurrido sistemáticamente a la represión, muchas
veces brutal, para doblegarlos.

Los shiíes en el Estado sunní

El shiismo es una cuestión siempre incómoda para el mundo


árabe, ya que ha centrado su memoria histórica en el carácter he-
gemónico sunní y, desde esa perspectiva sunní, ha hecho de la
arabidad un patrimonio exclusivo. Este sentimiento se ha acen­
tuado con la extendida percepción de que el shiismo tiene un

41
vínculo indeleble con Persia,* y con la falsa creencia de que fue
un cisma alentado por el antiarabismo persa durante la era abba-
sí. Éste es el prejuicio dominante en el mundo árabe sunní, pero,
aunque arraigado, tergiversa la realidad, ya que el origen del shiis-
mo tuvo lugar en los primeros tiempos del islam, en el seno de
la comunidad árabe emparentada con el Profeta, y fue en Iraq
donde comenzó a desarrollarse. Otra cuestión es que, mucho des­
pués, Irán se convirtiese en un país donde casi toda la población
es shií y en el único Estado musulmán donde el shiismo es la re­
ligión oficial, por lo que se ha convertido en el centro de refe­
rencia de la fe shií. Pero esta situación le debe mucho también al
rechazo y exclusión que los shiíes árabes han padecido siempre
en el hegemónico mundo árabe sunní. De hecho, la cuestión shií
es un problema sin resolver en el Oriente Medio árabe y, proba­
blemente, un factor clave en cualquier recomposición democráti­
ca que pueda existir en esta región.
El origen de la división entre sunníes y shiíes se remonta a los
primeros tiempos del califato y fue el resultado de la lucha por el
gobierno califal de dos pretendientes a la institución: Muawiya,
gobernador de Damasco perteneciente a la tribu de los Omeyas,
y Alí, primo hermano y yerno del Profeta, cuya condición de
cuarto califa fue contestada por el primero. El triunfo del Ome-
ya le valió representar al islam oficial y mayoritario, atribuyén­
dose la denominación de sunníes (seguidores de la Tradición del
Profeta), mientras que los perdedores, los shiíes (cuyo significado
no es más que el de «partidarios de Alí»), fueron apartados del
poder y considerados una minoría disidente que no reconocía el
orden califal establecido. Pero la región desde donde Alí, tras de­
jar Medina, centralizó su enfrentamiento contra Muawiya, y des­
de donde siguió liderando la revuelta shií después del triunfo de
su rival, fue la región de Iraq, y fue allí donde murió asesinado.
También fue allí donde su segundo sucesor e hijo, Husayn, reto­
mó el liderazgo de la revuelta, para ser asesinado en Kerbala en
el 680, lo que permitió a los Omeyas vencer finalmente la re-

11 El nombre efe Irán no fue adoptado hasta 1935 cuando el Shah Reza lo im­
puso para resaltar el origen ario de los persas, en su obsesión por mostrar sus dife­
rencias con el Oriente Medio semítico y su cercanía a Occidente.

42
vuelta shií. Iraq representa por tanto el lugar simbólico donde na­
ció y se desarrolló el shiismo, y es en este país donde se encuen­
tran sus principales lugares santos.
Así pues, el origen de las dos grandes ramas del islam fue ante
todo fruto de un conflicto político que después se dotaría de una
especificidad religiosa shií, calificada de heterodoxa por la mayo­
ría sunní. La concreción religiosa shií no se llevó a cabo hasta
mediados del siglo viii, cuando Yaafar al-Sadiq, bisnieto de Hu-
sayn, elaboró por primera vez una formulación teórica en torno
a la doctrina shií. En ésta, la figura del imam o guía espiritual in­
falible de la comunidad musulmana (representado por Alí y sus
descendientes) prevalece sobre la figura institucional del califa, en
su vertiente de representante del poder temporal, dado que los
shiíes se quedan sin Estado. Pese a que al imam se le haya usur­
pado el poder político, debe mantener su legítimo derecho a go­
bernar y, si las circunstancias lo requieren, practicar el «disimulo»
(taqiya). Es más, con el tiempo fue asumiéndose la idea de que el
«ocultamiento» del imam era la mejor estrategia ante las represa­
lias y persecuciones. Así la tradición shií acabará establecien­
do que el duodécimo imam descendiente de Alí se «ocultó» y no
volverá hasta el final de los tiempos. De esta manera, el shiismo
integra una gran dimensión mesíánica, plasmada en el convenci­
miento de que al final de los tiempos Dios enviará al «imam
oculto», salvador que restablecerá la igualdad y la justicia en la
Tierra. Desde ese momento, a finales del siglo ix, la dirección del
movimiento shií recayó en los representantes del imam oculto,
los hombres de religión o ulemas. Los ulemas más relevantes, con
capacidad de interpretar para los creyentes las leyes de Dios, son
los muytabidün y entre ellos, los que representan la máxima auto­
ridad son los que adquieren la condición de «modelo a imitar»
(maryd). Éstos están dotados de un conocimiento que les distin­
gue de la mayoría, y por ello los shiíes deben vincularse a un
guía-imam que les inicie para su correcto comportamiento islá­
mico. Pero nunca ha habido un solo maryd que representase una
autoridad única, sino varios, e incluso su número se multiplicó
como consecuencia de la difusión del shüsmo y las dificultades
de comunicación entre unas zonas geográficas y otras. El estatuto
de maryd no se atiene a unas reglas fijas sino que es un proceso

43
muy fluido basado en la adquisición de un alto nivel de emi­
nencia teológica plasmado en la capacidad de lograr una cantidad
sustancial de seguidores entre la población. Por tanto, no sólo es
posible que haya discrepancias entre unos y otros, sino que gra­
cias a esa diversidad algunos matyd han desempeñado un im­
portante papel en la modernización de las interpretaciones islá­
micas.
De ahí que el shiismo haya favorecido el desarrollo de una je­
rarquía religiosa, una especie de clero, entre la cual los fieles eligen
a su guía y se aproximan al mensaje transmitido por Alí y sus des­
cendientes. Esta institucionalización religiosa es, por tanto, carac­
terística del islam shií y no del sunní donde, en principio, no existe
intermediación entre los creyentes y Dios. También es característi­
ca del islam shií la expresión de una gran emotividad por el mar­
tirio y el dolor, al haber sido perseguidos y asesinados sus dos
principales maestros-fundadores, Alí y Husayn.
En realidad los elementos díferenciadores entre sunníes y shi­
íes no reposan en discrepancias sobre la doctrina, porque com­
parten todos los fundamentos de la revelación {Corán, Sunna y
los cinco pilares del islam), sino más bien en una manera propia
de vivir el islam, fruto de no compartir la aplicación política del
islam desde la muerte del Profeta y haber vivido una experiencia
histórica muy diferente. Los shiíes rememoran una serie de acon­
tecimientos históricos de especial significación para ellos; su ve­
neración principal va dirigida hacia determinados personajes del
islam que desempeñaron un papel clave en el islam shií; y reali­
zan un conjunto de prácticas religiosas y festividades colectivas
que, aunque son periféricas con respecto al dogma, constituyen
el corazón de la conciencia colectiva de todos los shiíes. Así, la
celebración de la 'Asbüra, procesión que conmemora el martirio
de Husayn, es el acontecimiento anual central shií, como lo es
la particular veneración a los doce imames, siendo sus tumbas
(situadas en Kerbala y Neyaf, en Iraq, y en Qom y Mashhad,
en Irán) los lugares santos de mayor espiritualidad y emotividad
para los shiíes. Visitarlas, sobre todo las dos primeras, es tan im­
portante como el peregrinaje a La Meca, y desde luego más fre­
cuente.
Por tanto, la identidad shií es innegable y atraviesa el corazón

44
de la sociedad y la política del mundo árabe, si bien siempre han
sido sistemáticamente marginados y discriminados. Por ello, en
muchas ocasiones la significación de la identidad shií no proce­
de tanto de sí misma como de la expresión reactiva ante la do­
minación socioeconómica y política a la que la mayoría sunní
les ha sometido, y que ha caracterizado su devenir histórico en
Oriente Medio. Sobre todo en aquellos países árabes donde, ex­
cepcionalmente, los shiíes no son una minoría sino una mayoría
tratada como minoría, como es el caso de Iraq y Bahrein. El pro­
blema shií es más complicado y más sutil que el de las minorías,
porque éstas son reconocidas como tales, independientemente de
lo discriminatoria o difícil que luego pueda ser su situación. Sin
embargo, los shiíes comparten las referencias mayoritarias de ser
árabes y musulmanes, y por tanto la discriminación está enmas­
carada y escondida. De ahí su intensa conciencia colectiva de in­
justicia y marginación. Es además un tema muy sensible porque
su existencia cuestiona el ideal islámico, mitificado por los sun­
níes, de la unidad de la umma (la comunidad de todos los cre­
yentes) y por tanto existe el prejuicio histórico de considerar a los
shiíes unos heterodoxos que desafían esa unidad.
El mundo occidental también tiene una visión estereotipada
y llena de prejuicios hacia los shiíes, a los que por lo general se
les considera un grupo homogéneo marcado por el celo religio­
so, los métodos violentos y los actos radicales. Ello se debe, en
parte, a que los europeos se aliaron con los sunníes desde el prin­
cipio y asumieron sus posiciones. Y en muy buena parte, a la es-
tigmatización y estereotipación que se ha hecho de los shiíes en
la política internacional y en los medios de comunicación occi­
dentales desde la revolución iraní de 1979. En consecuencia, la
aproximación occidental hacia los shiíes ha sido más emotiva que
analítica, y más basada en la reacción que en el conocimiento de
su diversa y compleja realidad. Por lo demás, esta visión negativa
de los shiíes no se queda sólo en el ámbito de las percepciones
abstractas, sino que ha tenido también importantes repercusiones
políticas para los shiíes iraquíes, como veremos más adelante.
El corazón geográfico de los shiíes es la región del Golfo Pér­
sico. En Irán representan a casi toda la población, en Iraq y Bah­
rein a la mayoría y, de manera minoritaria, están también presen­

45
tes en Arabía Saudí y en todos los emiratos del Golfo. Su consi­
derable peso demográfico en el Líbano constituye una excepción
geográfica hacia el oeste de Oriente Medio, ya que su difusión
más allá del Golfo se extiende básicamente hacia el Asia Central.
Pero el universo shií no debe entenderse, como se hace con fre­
cuencia, como un grupo monolítico y homogéneo. Existen fac­
tores de gran diversidad que modifican posiciones o alineamien­
tos dependiendo del grado de compromiso religioso (adhesión a
ideologías comunistas y socialistas o islamistas), o de cómo se ca­
nalice dicho compromiso religioso a través de actitudes pietistas
o de activismo político; a veces otras identidades atraviesan la re­
ferencia común shií (por ejemplo, la iraní y la iraquí) y la supe­
ran (como en la guerra irano-iraquí) u otras solidaridades de base
como la tribu o la clase social crean comportamientos y actitudes
diversas; también existen diferencias dependiendo de la natura­
leza del Estado en el que viven, de las políticas de los regímenes
que les gobiernan y de las condiciones sociales que prevalecen en
cada país. Incluso la institución de la marydiyya ha sido fuente
de divergencias cuando han surgido de manera simultánea dis­
tintos maryd, propugnando comportamientos políticos distintos.
Tampoco faltan nuevos grupos sociopolíticos shiíes que son rea­
cios a aceptar esas altas jerarquías.
En Iraq, el universo shií tiene un gran significado simbólico
y político por ser la región de origen del shiismo, porque los shiíes
iraquíes constituyen la más importante población shií de todo el
mundo árabe en términos demográficos y por el peso de su in­
fluencia intelectual e ideológica. Aunque el mundo shií iraquí es
diverso y existe sobre todo una gran distancia entre la población
urbana de ciudades como Nayaf, Kerbala, Hilla y Bagdad y la po­
blación rural, con una estructura básicamente tribal, hay que te­
ner en cuenta que hasta los años setenta las ciudades santas ira­
quíes fueron los centros históricos de estudio, espiritualidad y
desarrollo intelectual del shiismo, atrayendo a muchos iraníes a
las principales ciudades que representaban ese universo shií. De
ahí que haya existido siempre una población shií de origen iraní
en Iraq, en su mayor parte arabizada pero no siempre nacionali­
zada, tanto por resistencias del Estado como porque ellos mismos
no lo deseaban para así librarse de su reclutamiento en el ejérci­

46
to.14 Ese liderazgo intelectual shií de Iraq se ha ido debilitando
por las oleadas de persecución puestas en práctica por el régimen
baazista, sobre todo desde el acceso al poder de Saddam Husein,
además de haber sido en parte eclipsado por Irán desde la revo­
lución iraní.
Las relaciones de los shiíes con el poder otomano se caracteri­
zaban por la resistencia de los primeros a reconocer ningún poder
espiritual a los califas otomanos dado que para ellos representa­
ban la línea sunní que había usurpado el gobierno a Ali, y por la
desconfianza y el desprecio hacia ellos por parte del segundo. Los
otomanos percibían a los shiíes árabes del Imperio como una po­
tencial «quinta columna» persa cuando las relaciones entre Persia,
estandarte del islam shií, y el Imperio otomano, estandarte del
sunní, se definían por una rivalidad profunda. En consecuencia,
los shiíes en la región de Iraq estaban marginados del ejército, de
las escuelas gubernamentales y las administraciones.
A su vez, desde el siglo xix existía en torno a las ciudades san­
tas iraquíes una jerarquía religiosa de influencia creciente que se
expresaba como una autoridad política independiente de los Es­
tados. Al rechazo común de los líderes religiosos shiíes y de las
tribus a reconocer la autoridad del gobierno se sumaba la volun­
tad firme de los primeros de luchar contra el dominio europeo
sobre los territorios musulmanes. La fatwa promulgada desde Sa-
marra por el ayatollah Mirza Hasan Shirazi en 1890, en contra
de que se fumase tabaco en tanto que el shah de Persia no anu­
lase la concesión a los británicos que les garantizaba el monopo­
lio sobre el comercio del tabaco, fue el primer posicionamiento
político de un muytabid iraquí, inaugurando lo que sería un pro­
ceso creciente de politización a medida que aumentaba el con­
trol europeo. Desde entonces, el liderazgo político-religioso shií
ha protagonizado una intensa resistencia contra el Estado im­
puesto primero por los británicos y después por el régimen baa­
zista que gobierna Iraq desde 1968. De hecho, aunque mucho
menos conocido en Occidente, siempre ha supuesto un desa­
fío mucho mayor para los regímenes de Bagdad que la resisten­
cia nacionalista kurda. De ahí la preeminencia e importancia de
los shiíes iraquíes y su potencial capacidad, como en ninguna
otra parte, de transformar la realidad que ha prevalecido en el

47
mundo árabe. Este hecho ha sido causa permanente de preocu­
pación para los líderes árabes de toda la región y para la política
de EE.UU. hacia Iraq.
La resistencia contra la dominación extranjera y en contra del
Mandato británico fue encabezada y movilizada por el liderazgo
político-religioso que representaban los muytahidün shiíes, quie­
nes reclamaban un Estado islámico independiente desligado de
Gran Bretaña. En Iraq, el pensamiento reformista musulmán shií
había experimentado un gran desarrollo desde el siglo xix, en tan­
to que la tendencia «liberal-europeísta» no alcanzó las dimensio­
nes que en El Cairo, Damasco o Beirut.* Siguiendo la dinámica
reformista iniciada por al-Afgani, que vivió en Nayaf y Karbala
durante un tiempo, en Iraq se consolidó una tendencia raciona­
lista, denominada 'müll, partidaria del uso intensivo de la razón
f aql) en la jurisprudencia islámica a fin de tomar posición sobre
las grandes y nuevas cuestiones del siglo. Sin equivalentes en las
regiones vecinas, el gran movimiento de renacimiento intelectual
islámico que se desarrolló en Nayaf, Kerbala y Samarra dio naci­
miento a una poderosa corriente política islámica shií, que com­
batió la dominación británica entre 1910 y 1923. Así, esa intelli-
gentsia islámica shií se convirtió en la más firme adversaria del
control económico europeo sobre el mundo musulmán, apelan­
do a la defensa del islam y llamando la atención sobre los per­
juicios culturales que traería consigo la dominación occidental. El
creciente liderazgo político-religioso shií de las tierras del Tigris y
el Eufrates le llevó a dirigir un combate continuo contra la do­
minación británica desde la proclamación en 1914, a

5 Desde la segunda mitad del siglo xix van a desarrollarse dos pensamientos po­
líticos que, aunque ambos busquen la renovación y modernización del mundo árabe,
representarán propuestas distintas y competitivas entre sí. El pensamiento liberal va a
proponer seguir el modelo europeo y se va a identificar con la idea de las nacionalida­
des territoriales. El pensamiento reformista musulmán va a defender la necesidad de re­
novarse desde el propio marco del islam haciendo una re interpretación moderna de los
principios islámicos y proponiendo, inicial mente, no perder la unidad de todos los mu­
sulmanes. Yamal al-Din al-Afgani y sus discípulos serán los maestros pensadores de este
movimiento reformista islámico del que derivará unas décadas más tardes el pensa­
miento islamista. Ver Gema Martín Muñoz, E l Estado árabe, op. di., págs. 45-69
El término jiibád procede de la raíz árabe que significa «esforzarse». Ante todo
se refiere al esfuerzo que debe hacer cotidianamente el musulmán para cumplir correc­
tamente con los principios de su fe. En segundo lugar, significa el esfuerzo que deben

48
la insurrección de Nayak en 1918, la revolución de 1920 con­
tra la concesión por la Sociedad de Naciones del Mandato sobre
Mesopotamia, y el boicot de las elecciones de 1923 destinadas a
constituir una Asamblea Constituyente que ratificase el tratado
anglo-iraquí por el que Iraq quedaba sometido a la potencia bri­
tánica.* Aunque la revolución no fue un movimiento exclusiva­
mente shií, y muchos notables y nacionalistas sunníes formaron
parte de esa lucha antibritánica, la prominencia de su liderazgo
fue indudable.
Finalmente, la represión y la actuación militar británicas (de­
portando a la mayor parte de los matya en 1923) impusieron la
derrota de los muytahidün y la construcción de un Estado iraquí
que respondía a los deseos de Gran Bretaña de instaurar una mo­
dernidad a la europea regida por el rey Faysal. El Estado que ins­
tauraron los británicos simbolizó el triunfo de tres segmentos so­
ciales: la población urbana frente a las tribus y el mundo rural
(que en la época era más del 80% de la población); dentro de la
ciudad, la victoria de los efendis** sobre el liderazgo político-reli­
gioso shií; y la de los árabes sunníes sobre los árabes shiíes y los

realizar los musulmanes para defenderse de las fuerzas externas que amenacen a la co­
munidad y al mundo musulmán. Es un. concepto que tiene primordialmente un sen­
tido defensivo y no ofensivo, de ahí que la vulgarizada traducción de «guerra santa»
sea incorrecta y responda a una traslación errónea del concepto de «cruzada». La yihad
puede expresarse a través de múltiples modos de acción, muchos de ellos no violen­
tos, como la oposición política, la resistencia civil o el boicot económico.
* El Chayj Mahdi al-Jalisi, principal matya de la época, promulgó, junto con dos
de los más importantes tmtytahidün, varias folíeos prohibiendo toda participación de los
musulmanes en las elecciones en tanto que durase el régimen del Mandato británico.
* * «La clase de los efendií agrupaba a los altos funcionarios, los oficiales de la épo­
ca otomana y las grandes familias, en su mayoría sunníes, que habían consolidado su
posición gracias a la naturaleza confesional del Estado otomano. Este grupo, tradicio­
nalmente vinculado al poder, hizo suya la reivindicación nacionalista árabe frente a los
otomanos y en su mayor paite ocuparon los puestos claves del nuevo Estado iraquí, con­
vertidos en una burguesía árabe sunní. Junto a ellos se colocaron al servicio del nuevo
régimen hachemí las minorías judía y cristiana, los ricos comerciantes, que rivalizaban
con los efendis por el poder, los notables de las grandes ciudades, los terratenientes y los
jefes de tribu más poderosos, los intelectuales occidentalizados y los oficiales iraquíes del
grupo A l-’A bd, Todos, entre los que no faltaban algunos que habían apoyado al movi­
miento antibritánico de los shiíes, buscaban en el nuevo Estado una posibilidad rápida
de ascenso social.» Pierre-Jean Luizard, L a form aúm de l ’hak contemporain, París, CNRS,
1991, pág. 490. Ver también 'Abd al-Ra2záq al-Hasanl, Ai-Tam a al-iráqtyya al-kubrá sa-
nal 1920 [L a p an revolución iraquí de 1920], Beirut, 3.a ed., 1978.

49
kurdos (tras la derrota del movimiento islámico shií, una serie de
campañas militares en el norte del país impusieron la anexión
de Mosul al Estado iraquí en contra de la aspiración nacionalis­
ta kurda). Los shiíes, al igual que les había ocurrido durante el pe­
riodo otomano, quedaban marginados del poder, mientras los
árabes sunníes dominaban el Estado iraquí, lo que se ha mante­
nido hasta hoy día*
Sin embargo, el rey Faysal y algunos de los políticos que le
rodeaban fueron conscientes de que un sistema en que domina­
se sin matices la minoría sunní sobre la mayoría shií era poten­
cialmente muy inestable (teniendo en cuenta que existía también
la resistencia kurda). Por tanto, la monarquía buscó integrar polí­
ticamente algunos prominentes jefes tribales y terratenientes shi­
íes, creando un reducido grupo de aliados a través de prebendas
y privilegios que llevaran a cabo un cierto control social en la co­
munidad shií. Esta estrategia de «integración» será empleada tam­
bién por los siguientes regímenes iraquíes, y permitió, de mane­
ra limitada y elitista, cierto desarrollo educativo entre los shiíes.
Así, entre 1921 y 1958, de los veintitrés primeros ministros que
hubo cuatro eran shiíes, además de algunos ministros y bastantes
parlamentarios, todos ellos pertenecientes a una reducida clase
social de notables.15 Sin embargo, fueron completamente margi­
nados de los sectores sensibles del Estado, como la defensa, la po­
licía y las finanzas. En realidad, estas medidas fueron muy ven­
tajosas para unas reducidas elites urbanas shiíes, que lograron
además un enorme enriquecimiento a través de empresas comer­
ciales y de negocios, pero tuvieron escasas consecuencias para la
gran mayoría de la población shií, que no vio modificado su tra­
dicional situación de inferioridad y mayoritario subdesarrollo so­
cioeconómico. Hanna Batatu, en su ya mencionada obra sobre
Iraq, define de manera muy descriptiva esta situación: «si a fina­
les de 1958 los más ricos de los ricos eran a veces shiíes, también
eran predominantemente los más pobres de los pobres».16
Pese a estas condiciones, la resistencia shií vivió un periodo
de apaciguamiento en esos años porque el liderazgo político-reli­
gioso shií de los muytahidün, tras su derrota por la fuerza militar
británica, inició un proceso de repliegue y quietismo en el inte­
rior de las ciudades santas y se abstuvo de todo activismo políti­

50
co, aunque no por ello dieron su apoyo ni se implicaron en la
construccción del nuevo Estado. Esa derrota fue la condición
para que el Estado pudiese ser erigido sin ser desafiado por la ma­
yor comunidad del país, y sin duda la más temida por los britá­
nicos y sus aliados árabes sunníes. Por ese motivo el rey Faysal y
sus sucesores también alimentaron el mito de un supuesto víncu­
lo de los hachemíes con el shiismo, por descender éstos de B a ­
san, hijo de Ali, a fin de afianzar esta creencia entre los shiíes y
lograr, si no su adhesión sí su aceptación pasiva. Además, la hos­
tilidad común de hachemíes y shiíes contra los wahhabíes y los
Ibn Saud de Arabia reforzaba esta ilusión.* Faysal visitaba fre­
cuentemente los santos lugares shiíes en Iraq, e incluso a veces
rezaba a la manera shií, y los británicos hicieron coincidir el día
de la coronación del rey con una importante festividad shií, cons­
cientes de la importancia de mantener el mito del supuesto shiis­
mo del rey.17
El segundo periodo de resistencia y revuelta shiíes contra el
régimen, que alcanzó niveles de violencia nunca antes vividos,
tuvo lugar tras el advenimiento del régimen baazista en 1968 y la
emergencia de una nueva generación de líderes político-religiosos
shiíes islamistas. Esa nueva generación comenzó a salir del re­
traimiento político mantenido por sus predecesores desde 1923 al
constatar la difusión que en los años cincuenta estaban teniendo
las nuevas ideologías de izquierdas entre los shiíes jóvenes vincula­
dos al proceso de urbanización. El comunismo resultó ser una
ideología muy movilizadora entre los shiíes porque sus ideales de
justicia, igualdad y lucha social se identificaban perfectamente
con sus sentimientos de discriminación y marginación, así que és­
tos constituyeron una base social fundamental para el PCI en los
años cincuenta y sesenta. El nacionalismo árabe en su versión
baazista también atrajo a jóvenes shiíes, aunque en una dimen­
sión mucho menor a la del comunismo, ya que en teoría repre­
sentaba una ideología basada en un arabismo unitario que bus­
caba trascender las diferencias sectarias. Sin embargo, a medida

Los Hachemíes son un linaje procedente de Arabia. Tradicionalmente habían


gobernado La Meca y Medina como guardianes de los Santos Lugares en su condición
de jerifes (procedentes de la línea del Profeta), hasta que los Ibn Saud los expulsaron
a principios del siglo xx para levantar el Estado independiente de Arabia Saudí.

51
que el Baaz fue alcanzando el poder, primero brevemente en
1963 y después definitivamente en 1968, los shiíes pudieron com­
probar cómo eran eliminados del nuevo régimen que emergía, y
que incluso perdían la representación que de manera limitada ha­
bían tenido durante la monarquía o el gobierno de Qasem. En
1970 ya no quedaba ni un solo shií en la Ejecutiva del Baaz, ni
tampoco se integró a ninguno en el Consejo del Mando de la Re­
volución de 1968.18 Es más, el nuevo gobierno del Baaz inició
una política de hostigamiento y contención hacia la cultura y las
manifestaciones religiosas shiíes que acabó convirtiéndose, con
Saddam Husein, en la experiencia más trágica y destructora de su
hasta ahora siempre difícil historia.
El régimen baazista instauraría una cultura política sunní re­
forzada y los shiíes representarán para ese nuevo poder baazista
un desafío mucho mayor incluso que los kurdos, con quienes se
llegó en algunos efímeros momentos a compromisos y concesio­
nes. Así, mientras en 1970 el gobierno iraquí aceptó el principio
de que los kurdos tenían derecho a una autonomía local, le ha
resultado inconcebible que los shiíes puedan presentar reivin­
dicaciones sobre sus derechos porque, como árabes y musulma­
nes que son, su dimensión es global y exige una transformación
de la naturaleza misma del Estado y de las bases del poder en
Bagdad.
Aunque la exclusión ha afectado también a una mayoría sun­
ní, porque el poder baazista ha quedado de hecho concentrado
en el dominio de unos cuantos clanes, la marginación de los shiíes
es absoluta y se ha acompañado de continuas persecuciones, ma­
tanzas y asesinatos. Por un lado, los nacionalistas árabes que han
monopolizado el poder en Iraq desde 1968 tienen inherentes pre­
juicios hacia los shiíes, a quienes identifican con su enemigo his­
tórico iraní por los lazos religiosos, intelectuales y culturales que
les unen y por la presencia que, de hecho, siempre ha habido de
jurisconsultos y familias iraníes en las ciudades santas iraquíes. En
la memoria histórica de esos gobernantes, Irán representa la ame­
naza a la arabidad e Iraq siempre ha sido la frontera de esa ara-
bidad y el escenario de los enfrentamientos con la vecina Persia.
Por tanto, la discriminación contra los shiíes en parte venía de un
prejuicio visceral de los líderes del nuevo régimen, procedentes

52
de las clases medias bajas y de las pequeñas ciudades sunníes del
Iraq central, con una mentalidad mucho menos tolerante e inte-
gradora que los residentes de las grandes ciudades.
En consecuencia, las reivindicaciones shiíes van a ser acusa­
das de sectarias e inspiradas por Irán, y el activismo shií, que
como hemos visto había comenzado a renacer a finales de los
años cincuenta con el fin de contrarrestar la difusión del comu­
nismo, va a ser declarado el principal enemigo del régimen. Los
tnuyUihidñn, representados especialmente por el sayyid Muham-
mad Baqir al-Sadr y el sayyid Mahdi al-H akim (h ijo del gran
maryd, ayatollah Muhsin al-Hakim), decidieron salir del ostracis­
mo político que se habían impuesto y presentar una alternativa
islamista ante el avance del comunismo. En los años sesenta sur­
gió el movimiento al-Ddwa (La Predicación) con el fin de difun­
dir esa alternativa islámica. Hay que señalar que el antagonismo
ideológico entre comunistas y al-Ddwa nunca se plasmó en vio­
lencia sino en competencia política.1’ El nuevo movimiento de
renacimiento islámico era ante todo intelectual, siendo Muham-
mad Baqir al-Sadr su principal maestro-pensador. En su obra Iq-
tisáduná [Nuestra economía], desarrolló lo que eran las bases de la
economía desde una perspectiva islámica. Reconocía el derecho a
la propiedad privada, pero el propietario debía tener la obligación
de invertir sus beneficios en proyectos productivos a favor de la
comunidad. Es decir, defendía una economía de mercado sin acu­
mulación de capital. En su obra Falsafatuná [Nuestra filosofía] re­
futaba todas las tesis comunistas.
La llegada al poder del grupo baazista de Hasan al-Bakr y
Saddam Husein marcó el fin de una etapa y abría otra donde la
confrontación y la violencia alcanzaron niveles casi de guerra ci­
vil. Enseguida el nuevo régimen expresó una agresividad crecien­
te hacia el liderazgo religioso shií y dejó bien claro que no tole­
raría la existencia de instituciones que no controlase ni de
discursos que opusiesen el islam al nacionalismo árabe que ellos
representaban. Para demostrarlo, en 1969 el gobierno detuvo y
torturó al sayyid Mahdi al-Hakim (a quien acabó asesinando en

* La cualificación de sayyid la reciben entre los shiíes los descendientes del Pro­
feta a través de Husein.

53
1988 en Jartún), acusado de ser un agente de la CIA. El activis­
mo islamista shií se intensificó, así como su oposición contra el
régimen, que le convirtió en blanco de su máquina represora. El
régimen iraquí persiguió al movimiento islámico shií con bruta­
lidad extrema, particularmente desde que en 1979 estallara la re­
volución en Irán. En 1980, tras promulgar una fatwa en la que
prohibía a los musulmanes adherirse al Baaz, Muhammad Baqir
al-Sadr y su hija, Bint al-Hoda,20 fueron detenidos y ejecutados,
al igual que 41 líderes islámicos más. El gobierno iraquí estableció
la pena de muerte para quienes militasen en el partido al-Ddwa
y fueron miles los detenidos, asesinados y «desaparecidos». Pero
la represión del régimen no se limitó al liderazgo político-reli­
gioso o a los sospechosos de militancía en el movimiento, sino
que alcanzó a toda la población shií. Más de 150.000 personas
fueron víctimas de una campaña de expulsiones forzosas a lo lar­
go de los años setenta. Eran familias shiíes a las que, acusadas de
descender de iraníes, se les ponía en la frontera con Irán y se les
confiscaban todas sus propiedades. Y millares de jóvenes entre
quince y veinticinco años fueron detenidos y sus familias nunca
volvieron a verlos.21
La reacción del movimiento islámico shií contra el régimen
adquirió grandes dimensiones (incluso hubo dos atentados falli­
dos contra el viceprimer ministro, Tareq Aziz, y el propio Sad­
dam Husein en 1980), lo que motivó más ejecuciones, deporta­
ciones y detenciones por parte del gobierno. La victoria de la
revolución iraní en 1979 alentó la revuelta shií a la vez que ali­
mentó una verdadera paranoia antishií en Saddam Husein y su
régimen. La declaración de guerra contra Irán en septiembre de
1980 abría una nueva etapa en que los shiíes iraquíes se iban a
ver en medio de la confrontación de los dos Estados.

La cuestión kurda

Los kurdos representan una población total de entre veinte y


veinticinco millones que se reparte entre Turquía, Irán, Iraq y Si­
ria, si bien existen también grupos kurdos en las repúblicas del
Cáucaso y Asia Central. Bajo el Imperio otomano, los kurdos,

54
musulmanes y casi todos sunníes/ habían gozado de ciertas ven­
tajas en función de su utilización por los turcos contra los árabes
y persas, y existían lazos de fidelidad entre sus jefes tribales y la
Sublime Puerta. La «cuestión kurda» surgió entre 1914 y 1926,
como consecuencia de la partición colonial de Oriente Medio y,
sobre todo, de la lucha por el control de la región kurda de Mo-
sul, cuyo petróleo atraía el interés de las potencias europeas.
Mientras que desde 1879 las prospecciones geológicas indica­
ban la potencial riqueza y calidad de los yacimientos de Kirkuk,
nada se sabía aún de los yacimientos de la Península Arábiga, por
lo que aquéllos parecían el corazón petrolífero de Oriente Medio
y atraían a alemanes, británicos y franceses. En 1908 se había des­
cubierto el petróleo iraní y en 1909 se creó la Anglo-Persian Oil
Company, que en 1914 fue nacionalizada en un 51%, para ex­
plotarlo (hasta 1927 Persia fue el único productor de petróleo de
Oriente Medio). Entre 1 9 1 2 y l 9 1 4 s e creó la Turkish Petroleum
Company (participada en un 50% por la Anglo-Persian Petro­
leum Company, un 25% por la Shell y otro 25% por el Deutsche
Bank) que obtuvo una concesión otomana de prospección pe­
trolífera en esta región. En Irán, los británicos contaban desde
principios de siglo con la explotación de los pozos de MasyÍd-Í
Suleyman y la refinería de Abadan. Por tanto, controlar la zona
del Golfo en la ruta de las Indias y proteger sus intereses energé­
ticos en Irán se convirtió en el eje fundamental de la política bri­
tánica en Oriente Medio. Con este fin habían invadido Basora en
octubre de 1914, incluso antes de que se hubiese declarado la
guerra contra el Imperio otomano. Desde la perspectiva británi­
ca, para conservar Basora se imponía controlar Bagdad, lo que a
su vez abría las puertas a la ocupación de la región petrolífera de
Mosul. Hasta que lograron ese objetivo, agrupando esas tres re­
giones en el nuevo Iraq, las expediciones militares, negociaciones
y argucias diplomáticas fueron intensas e incluso maquiavélicas.22
Una de esas argucias es lo que llevó al Kurdistán a entrar en
la historia de la diplomacia a través del Tratado de Sévres de agos­
to de 1920. En él se preconizaba 4 a autonomía local para las re­

" Existe una pequeña minoría shií, conocida como la de los kurdos faylis, y
unos cuantos yezidíes y cristianos.

55
giones en que predominaba el elemento kurdo, situadas al este
del Éufrates, al sur de la frontera meridional de Armenia y al nor­
te de la frontera de Turquía con Siria y Mesopotamia». Además,
se estipulaba que «ninguna objeción será presentada por las po­
tencias aliadas a la adhesión voluntaria a un Estado kurdo inde­
pendiente de los kurdos que habitan la parte del Kurdistán de la
provincia de Mosul». Sin embargo, el reconocimiento del Kur­
distán iraquí no fue más que una estratagema de los británicos,
con el fin de impedir que Ankara triunfase en su reivindicación
de integrar Mosul en Turquía. Esta reivindicación se basaba en el
hecho incontestable de que esta región nunca se había incluido
en el reparto europeo de las provincias árabes del Imperio oto­
mano establecido por los armisticios que pusieron fin a la pri­
mera guerra mundial. Incluso importantes sectores kurdos defen­
dían entonces esta reivindicación turca. Sin embargo fueron
ignorados, y una vez que Gran Bretaña logró integrar Mosul en
el Iraq bajo Mandato británico, también consiguió que el Trata­
do de Sévres nunca se ratificase.
La evolución política turca, aboliendo el califato y avanzan­
do hacia un nacionalismo radical turco que excluía de manera
evidente a los kurdos, incluso antes de que éstos reivindicaran su
especificidad, quebró la fidelidad de los jefes tribales kurdos, fun­
dada en unos lazos religiosos y de patronazgo que la nueva polí­
tica de Ankara hacía desaparecer. Así, en febrero de 1925, acabó
estallando una gran revuelta kurda que los británicos supieron
aprovechar, consiguiendo que la Sociedad de Naciones decidiese
su integración definitiva en Iraq, El acuerdo anglo-turco de no­
viembre de 1926, que puso fin al contencioso entre ambos acto­
res con respecto a Mosul, resolvió la cuestión del petróleo, otor­
gando Londres a Turquía una compensación económica de
500.000 libras esterlinas, y la garantía extraoficial de que no fa­
vorecería la autonomía kurda en Iraq, pese a que iba en contra
de lo expresado por la Sociedad de Naciones, que había puesto
como condición para la anexión de Mosul a Iraq la concesión de
dicho estatuto de autonomía. El alto comisario británico en Bag­
dad garantizaba al ministro turco de asuntos exteriores que «la
administración iraquí se oponía tanto como Turquía y Persia a
cualquier forma de autonomía o nacionalismo separatista kur­

56
do».23 Sin embargo, desde entonces la cuestión kurda en Iraq
siempre ha gravitado en torno a la autonomía.
De hecho, una vez repartida la población kurda entre varios
Estados, la actitud de éstos hacia la minoría kurda va a ser diver­
sa. Irán e Iraq reconocerán a los kurdos su existencia como tales,
de manera implícita en el primer caso y formal en el segundo, si
bien ello no impedirá los intentos de asimilación y el uso inten­
sivo de la coerción. Pero Turquía negó cualquier diversidad y pro­
clamó el carácter turco de toda Anatolia incluidos los kurdos. És­
tos serán considerados «turcos de las montañas», y su lengua fue
prohibida. Cuando a principios de los noventa esta tesis se con­
virtió en un serio obstáculo al ingreso en la Unión Europea, el
discurso oficial se replegó en la idea de que lo turco era la «iden­
tidad madre» y el sustrato cultural que se superponía sobre otras
identidades, presentándose como la base de la ciudadanía y la
condición de la igualdad entre todos los turcos.
También hay que tener en cuenta que el nacionalismo kurdo
no es unitario ni homogéneo, antes al contrario, ha estado siem­
pre sometido a importantes divisiones y enfrentamientos internos
que han contribuido a bloquear la consecución de sus aspiracio­
nes políticas. De un lado, el predominio de su estructura tribal
ha jugado un papel sustancial en cada fase determinante del mo­
vimiento kurdo, así como la importante dimensión política que
tienen las cofradías islámicas en su organización. Estos dos fac­
tores han estado en el origen de divisiones y conflictos de inte­
rés locales de gran significación. Por ejemplo, los dos principales
líderes del movimiento kurdo iraquí, Barzani y Talabani, están li­
gados a las dos principales cofradías, la nakshibendi y la qadiri, y
esto no es ajeno a la rivalidad histórica existente entre ambos.24
Asimismo, aunque el universo global kurdo comparte un ima­
ginario común con respecto a acontecimientos históricos, como
las sucesivas revueltas o el Tratado de Sévres, a líderes políticos
fundacionales como el Chayj Said o Qazi Muhammad, o a la fi­
gura emblemática del peshmerga (miliciano kurdo), la repartición
entre varios Estados que aplican políticas diferentes hacia ellos ha
originado inevitablemente el desarrollo de un liderazgo atomiza­
do que representa a distintos grupos kurdos locales cuyos respec­
tivos intereses muchas veces han entrado en conflicto, e incluso

57
han derivado en enfrentamientos violentos. De hecho, el movi­
miento kurdo ha desarrollado multitud de estrategias y posicio­
nes con respecto a los poderes estatales, lo que ha supuesto una
gran diversificación de las relaciones entre los kurdos y el Estado
en cada uno de los países en cuestión. Estos países, por su parte,
han tenido que admitir la existencia de esta minoría y buscar me­
canismos para gestionar sus relaciones con ella, de manera que,
si bien han recurrido con frecuencia a la represión, también han
puesto en práctica políticas de atracción y cooptación de algunos
segmentos de la población kurda. Esos segmentos en muchas
ocasiones han procedido de categorías tribales, aunque también
de partidos políticos, que han establecido relaciones de alianza
con los Estados dividiendo y debilitando la reivindicación nacio­
nalista.
Otro obstáculo ha sido que la cultura política predominante
en el movimiento kurdo ha sido la de la resistencia armada y la
guerrilla, y la puesta en práctica de la vía político-diplomática por
parte de los diferentes movimientos políticos locales ha sido con
frecuencia torpe y poco exitosa, basada además en alianzas errá­
ticas con los demás Estados de la región vecinos al suyo, lo que
les ha sometido a manipulaciones y a políticas oportunistas. Tur­
quía, Irán, Iraq y Siria han practicado una política de alianzas efí­
meras con los kurdos de otros Estados como instrumento de pre­
sión u oposición en sus contenciosos estatales respectivos, en
tanto que los movimientos políticos kurdos han recurrido, a su
vez, a esas alianzas para salir de su aislamiento y buscar apoyos
regionales contra el régimen que les gobernaba, aunque eso su­
pusiese «traicionar» a los movimientos kurdos de los Estados ve­
cinos. Si bien es cierto que eso les ha hecho más presentes como
actores en la región, también ha agravado sus rivalidades internas,
les ha costado un elevado precio en sangre e incluso guerras fra­
tricidas, y ha bloqueado el desarrollo de un movimiento nacio­
nalista unitario y transnacional. Finalmente, la relación entre de­
mocracia y movimiento kurdo se ha visto con frecuencia puesta
a prueba por la extensión del nepotismo y el clientelismo en el
seno de sus grupos políticos.
Iraq ha tenido una particular importancia en la evolución de
la cuestión kurda porque, frente a lo ocurrido en los otros Esta­

58
dos vecinos, los diferentes regímenes iraquíes han asumido el
principio de la autonomía del Kurdistán iraquí. Fue en Iraq, y
sólo en este país, donde k Sociedad de Naciones, a la vez que
les negaba la independencia de Mosul, les prometía una autono­
mía. Y van a ser los sucesivos proyectos de autonomía los que
van a centrar las relaciones entre los kurdos y los regímenes ira­
quíes, situación impensable en los otros Estados con población
kurda.
De hecho, las relaciones entre los kurdos y el Estado en Iraq
se han caracterizado por la dialéctica entre la aceptación del prin­
cipio de la autonomía y la imposibilidad de conciliar este princi­
pio con la naturaleza militar, ultracentralista y totalitaria de los
sucesivos regímenes políticos, incapaces de digerir la puesta en
práctica real de una autonomía que respondiese al reconoci­
miento formal de la especificidad nacional kurda. En consecuen­
cia, la historia de esas relaciones está presidida por la disposición
a reconocer la nacionalidad kurda y concederles su autonomía y
la total imposibilidad de llevar esa disposición a la práctica, lo
que ha desembocado en una sucesión de negociaciones fracasa­
das y represiones radicales.
Las promesas de autonomía de la Sociedad de Naciones fue­
ron reducidas por los británicos a la concesión de algunos dere­
chos culturales como el uso público de las dos lenguas kurdas, a
la vez que la Royal Air Forcé controlaba militarmente el inago­
table ciclo de levantamientos kurdos y se deshacía de sus líderes:
el Mollah Mustafa Barzani se exiliaba en la Unión Soviética, e
Ibrahim Ahmad era sometido a arresto domiciliario. El fin de la
monarquía y la llegada de Qasem al poder alentó inicialmente
importantes expectativas para los kurdos que veían cómo la nue­
va Constitución hacía referencia expresa a «la asociación de ára­
bes y kurdos-en la nación iraquí» y Mustafa Barzani, dirigente del
Partido Democrático Kurdo (PDK) fundado en 1946, volvía del
exilio. Además, la aproximación entre el PCI y el régimen de Qa­
sem les beneficiaba por las estrechas relaciones que existían entre
este partido y el movimiento kurdo. No obstante, para muchos
de los Oficiales Libres, bastantes de los cuales habían estado im­
plicados en la lucha contra la insurrección kurda bajo la monar­
quía, cualquier sugerencia sobre una autonomía kurda era anate­

59
ma, de manera que, aunque Qasem hubiese estado dispuesto a
avanzar en este sentido, difícilmente habría encontrado apoyo
entre los militares vinculados al poder. En esas circunstancias las
relaciones rápidamente se deterioraron porque Qasem no hizo
ninguna concesión hacia una posible autonomía kurda. Así, en
1961 la cooperación entre el PDR y Bagdad había llegado a su
fin y el movimiento kurdo iniciaba de nuevo la lucha armada con
sus pesbmergas.
El cambio de régimen de 1963 contó de manera indirecta con
la aprobación del movimiento kurdo, que prefería las expectati­
vas del cambio a la continuación en el gobierno de quienes no
les habían concedido nada. Pero pronto constató que el nuevo
régimen estaba, ante todo, interesado en mantenerse en el poder
y, luego, que en su teórico panarabismo difícilmente tenía cabi­
da la asunción de una autonomía kurda. Entretanto, las divisio­
nes en el seno del liderazgo del PDK no sólo crecían sino que
Bagdad sabía instrumentalizarlas, al punto de que Yalal Talabani
llegó a combatir con las tropas gubernamentales contra Mustafa
Barzani. En 1966, el primer ministro Abd el-Rahman Bazzaz tra­
tó bastante honestamente de poner fm a la guerra y ofreció una
tregua al PDK a cambio de reconocer sus «derechos nacionales»,
pero fue desautorizado por los militares y tuvo que dimitir.25
Con la llegada al poder en 1968 del Baaz, el nuevo régimen
de Hasan al-Bakr y Saddam Husein inició una nueva aproxima­
ción a los kurdos con el fm de lograr la estabilidad necesaria para
consolidarse en el gobierno del país, algo difícil de conseguir con
una guerra en el frente kurdo que duraba ya más de siete años.
Aunque el rígido arabismo ideológico del Baaz y su disposición
en contra de las divisiones comunitarias no ofrecía el mejor mar­
co para la distensión, la nalpoUtik del momento llevó sin em­
bargo al establecimiento de una autonomía que a ninguna otra
población kurda se le había concedido jamás. El VII Congreso
del Baaz de diciembre de 1968 reconoció que «el movimiento na­
cional kurdo posee en su esencia justificaciones de principio y
de hecho» y a continuación Saddam Husein recibió el encargo de
negociar con Barzani la concesión de una autonomía. El 11 de mar­
zo de 1970, el Consejo del Mando de la Revolución proclamaba
el reconocimiento de la nación kurda, de sus derechos culturales

60
y del uso del kurdo como lengua oficial en las poblaciones de
mayoría kurda. También se establecía «la asociación al poder»
de los kurdos y en 1970 cinco ministros kurdos entraban en el
gobierno de Bagdad. A partir de 1974, la Constitución iraquí
mencionaba «los derechos nacionales del pueblo kurdo» mientras
la ley del 11 de marzo de ese mismo año establecía el marco de la
autonomía.
Sin embargo, Mustafa Barzani rechazó dicha ley de autono­
mía porque ia consideraba limitada e insuficiente con respecto al
memorándum que el PDK había realizado en abril de 1973, don­
de expresaba su concepción de la autonomía, pero que el Baaz
no había tenido en cuenta. Barzani, además de no aceptar que el
presidente del Consejo Legislativo del poder local kurdo fuese
elegido y pudiese ser revocado por el presidente de la República
de Iraq, o que éste también pudiese disolver la Asamblea Legis­
lativa del Kurdistán, también protestaba por el modo de desig­
nación de los candidatos a dicha Asamblea, que en la lógica del
régimen debían ser baazistas. Pero un aspecto fundamental de di­
cha ley marcó definitivamente la ruptura entre Barzani y el po­
der central: la exclusión de algunos territorios de la región autó­
noma para garantizarse Bagdad el control exclusivo de las fuentes
de petróleo que allí existían. Así Kirkuk, Janaqin y el monte Sin-
yar quedaban fuera del Kurdistán autónomo (el 70% de los ingre­
sos del Estado iraquí procedían del petróleo de esta región). SÍ
bien es cierto que en las negociaciones se había establecido que
el petróleo y su explotación dependían de la República, Barzani
contaba con que el 20% de esas fuentes, de acuerdo con la prorra­
ta de su demografía, fuese destinado al presupuesto especial para
el Kurdistán. Sin embargo, el gobierno central no estaba dispues­
to a ese reparto. Es más, desde entonces comenzó una campaña
de deportaciones de kurdos al sur del país «por razones de segu­
ridad» y de repoblación de árabes sunníes y cristianos en la zona
de Kirkuk, atraídos por el crecimiento económico que caracteri­
zaba ese momento.
Otros dos factores, uno interno y otro regional, complicaron
la situación kurda en ese momento. Por un lado, mientras Bar­
zani relanzaba la rebelión contra ese marco autonómico, su hijo
mayor, Obeid Allah, y Hachem Akrawi lo aceptaron y aplicaron,

61
apostando por tomar lo que ahora se les ofrecía y confiar en
avanzar progresivamente. Así, el frente kurdo iraquí quedaba di­
vidido entre el movimiento insurreccional y el movimiento polí­
tico que aplicaba la autonomía. La política autonómica de Bag­
dad se centró en permitir importantes avances en el ámbito
cultural,* lanzar un plan de desarrollo e industrialización de la re­
gión y crear unas brigadas kurdas de 30.000 miembros, oficial­
mente llamadas Batallones de Defensa Nacional pero conocidas
con el nombre despectivo dejyabsh (muía), compuestas por tribus
kurdas reclutadas y fidelizadas por el poder para perseguir a la
guerrilla kurda. Es decir, el régimen supo crearse una clientela
kurda gracias a una distribución económica generosa pero muy
selectiva. En cuanto a las competencias políticas del gobierno lo­
cal, se iban a ver continuamente bloqueadas por las intromisio­
nes y prioridades de un régimen totalitario cuya naturaleza era in­
capaz de asumir la pluralidad. Al mismo tiempo, Bagdad llevó
a cabo una política militar inmisericorde contra quienes conside­
raba los «kurdos enemigos» y que, como en el caso de los shiíes,
se tradujo en bombardeos, arrestos colectivos, desaparecidos y
destrucción de aldeas cuyas poblaciones eran deportadas.
Por otro lado, aunque inicialmente la insurrección lanzada de
nuevo por Barzani con sus peshmergas en las montañas obtuvo
avances significativos, un acontecimiento regional le colocó en
una situación de precariedad para afrontar la máquina militar ira­
quí. La reconciliación entre Bagdad y Teherán dejó al movimien­
to kurdo sin un valedor clave para su guerra contra Bagdad. Des­
de 1961, durante casi todo el tiempo en que se había prolongado
la insurrección kurda, Irán (con el apoyo tácito de la CIA) había
sido para el PDK la retaguardia donde refugiarse y su principal
proveedor de material militar. Para Irán el apoyo a los kurdos ira­
quíes contribuía a que su rival en la región se debilitase en ese
conflicto, además de usarlo como un valioso instrumento de pre­
sión contra al régimen iraquí en las tensiones existentes entre am­
bos Estados. La condición impuesta al PDK iraquí, que éste cum­

* La lengua kurda no sólo fue declarada oficial sino que se convirtió en la len­
gua del sistema educativo, se creó una academia kurda y una universidad en Suley-
maniya, se abrieron multitud de periódicos y revistas en kurdo así como una radio en
1975 y programas de televisión desde 1979.

62
plió con celo, era que el levantamiento kurdo iraquí no conta­
giase a «sus» kurdos. El grupo de Barzani evitó siempre la alian­
za con el PDK iraní y no dudó en entregar a sus compatriotas
iraníes al gobierno de Teherán cuando éstos buscaron refugio en
el Kurdistán iraquí huyendo de la represión contra la revuelta que
habían desencadenado a su vez en 1965. Lo prioritario era no al­
terar su relación con Irán, incluso por encima de las solidarida­
des étnicas.26
Pero el 6 de marzo de 1974, el Shah de Irán y el entonces vi­
cepresidente de la República iraquí, Saddam Husein, con ocasión
de la conferencia que la OPEP celebraba en Argel, y con la de­
cisiva mediación de Huari Bumedián, firmaron la reconciliación
entre ambos países. El shah se comprometía a retirar su apoyo a
los kurdos iraquíes en tanto que Husein aseguraba lo propio con
respecto a los iraníes. Asimismo se acordaba un marco de reso­
lución, que la posterior guerra iráno-iraquí mostró efímero, del
contencioso territorial que oponía a ambos países en la región sur
de Shatt al-Arab.
Esta «traición» se unía a otra: la de EE.UU., que expresaba su
apoyo al acuerdo irano-iraquí cuando hasta entonces había apo­
yado a los kurdos (entre otras razones para alentarlos a revolver­
se contra Bagdad en 1973 a fin de abrir un frente interno debili­
tador a Iraq cuando se estaba desarrollando la guerra árabe-israelí
en octubre de aquel año). De hecho, los kurdos habían manteni­
do una alianza estrecha con Irán, EE.UU. e Israel que, con el
acuerdo de Argel, perdían. Había otro hecho también decisivo:
el acercamiento de Iraq a la URSS con la firma de un acuerdo de
amistad y cooperación que abrió un periodo de alianza entre el ré­
gimen baazista y el Partido Comunista Iraquí, que había sido el
principal apoyo político del movimiento kurdo en el interior.
En ese momento, cuando el movimiento insurreccional kur­
do atravesaba su peor etapa, se agudizaron las divisiones en su
seno, lo que añadió más precariedad a la situación. En 1975, Ya-
lal Talabani se separó definitivamente del PDK de Barzani, que
consideraba personalista y tribalizado, y creó la Unión Patriótica
del Kurdistán (UPK), presentándose como el representante de la
nueva generación moderna y urbanizada (aunque Talabani es
otro jefe tribal que recurre igualmente al clan en su movilización

63
social). Se consolidaba así lo que de hecho ocurría desde hacía
tiempo y se abría una fractura interna dentro del propio movi­
miento kurdo, en el que la rivalidad entre el PDK y el UPK se
caracteriza por el enfrentamiento violento y una mayor segmen­
tación de la causa kurda. Sin embargo, esta rivalidad carece de
una divisoria ideológica que la justifique, ambos son ante todo
partidos nacionalistas kurdos que no han dudado en aliarse con
fuerzas progresistas o conservadoras, capitalistas o comunistas,
siempre que de ello pudieran extraer apoyos a su causa. La con­
junción de todos estos factores bloqueó y derrotó a la rebelión
kurda hasta que la guerra que enfrentó Iraq a Irán en 1980 in­
trodujo otras relaciones de fuerza y nuevas alianzas regionales
que le dieron nuevos ímpetus.
El ejército y el Baaz

En Iraq el ejército fue el pilar en torno al cual se construyó el


Estado, la herramienta que impuso la unidad nacional que no
existía y que garantizó su supervivencia. El ejército iraquí se cons­
tituyó oficialmente el 6 de junio de 1921 y su columna vertebral
la componían los oficíales iraquíes vinculados a la sociedad secre­
ta de al-Abd que procedían del ejército otomano y que, converti­
dos al prohachemismo, combatieron con los británicos en contra
de aquél. Desde un primer momento, su misión básica fue inte­
rior y no la natural de garantizar la seguridad del Estado ante las
amenazas exteriores. La centralidad de los militares en el sistema
político iraquí proviene por tanto de la principal tarea para la que
fue creado: sustituir al ejército británico en el difícil manteni­
miento del orden, lo que significaba reprimir los movimientos
hostiles al nuevo Estado-nación (contra los shiíes en 1923, contra
los kurdos en 1924), si bien dada la inmensidad de la tarea a tenor
de la determinación de las comunidades contra el nuevo Estado,
le acabó correspondiendo al ejército británico desempeñar un de­
cisivo papel de apoyo en esos primeros tiempos. Su misión de po­
licía interior se extenderá después, haciendo frente tanto a sucesivos
levantamientos shiíes y kurdos como a las manifestaciones anti­
británicas y pronaseristas en los años cincuenta. El cambio de ré­
gimen no alteró este estado de cosas y en 1963 el ejército ayudó
a la Guardia Nacional en la radical represión de las fuerzas anri-
baazistas, a la vez que se dedicaba de nuevo a la guerra en el Kur-
distán entre 1961 y 1975, reiniciada en 1979 hasta 1988. Este re­
levante papel de los militares en la política interior del país les va
a dar el protagonismo en la vida política iraquí y serán, por tanto,
el motor de todos los cambios de régimen experimentados: la re­

65
volución antimonárquica de 1958, el golpe de Estado de 1963 y
el de 1968 que llevó finalmente al Baaz al poder.27
Los sucesivos regímenes iraquíes fueron teniendo a su vez la
creciente ambición de convertir al ejército en una potencia al ser­
vicio del liderazgo de Iraq en el mundo árabe, aunque no fue has­
ta la guerra contra Irán cuando el ejército se comprometió en la
tarea más grande asumida hasta entonces en este sentido. De he­
cho, desde 1980 el ejército se dedicará a una secuencia continua
de guerras extemas, desde la irano-iraquí (1980-1988) a la del Golfo
(1990-1991) y a partir de entonces, por obra y para beneficio de
Saddam Husein, el ejército se concentrará en el papel de defensa
del Estado frente a los enemigos exteriores, logrando acabar con
los viejos demonios de que siguiese actuando como motor e ins­
trumento del derrocamiento del régimen. Conjurar esta amenaza
fue un objetivo fundamental del nuevo régimen baazista desde
1968, pero su principal artífice ha sido el único presidente civil
de la República, Saddam Husein.
Lógicamente, conscientes de que el ejército era la única fuer­
za capaz de suscitar un cambio de régimen, quienes llegaron al
poder en 1968 gracias al apoyo militar quisieron desde entonces
conseguir un derecho de exclusividad sobre el ejército a fin de
que no se volviese a repetir la historia. Para ello adoptaron una
política que conjugaba tres dimensiones: una campaña de «baa-
zización» del ejército, la depuración constante de sus miembros
combinada con un diálogo permanente con el alto mando, y la
promoción del ejército a través de un enorme aumento del pre­
supuesto militar financiado por los inmensos ingresos del petró­
leo en la década de los setenta.
Aunque, entre los miembros del Consejo del Mando de la Re­
volución constituido en 1968 los militares eran numerosos, todos
aquellos oficiales con capacidad de liderazgo y potencial de po­
pularidad que podían sentirse tentados a desempeñar un papel
político fueron sucesivamente cesados e incluso eliminados físi­
camente. Ahmed Hasan al-Bakr, finalmente apartado del poder
por Saddam Husein, fue el último militar en la jefatura del Esta­
do, y desde que Saadun Shaker fue también apartado del Conse­
jo del Mando de la Revolución en 1990 no ha habido ningún mi­
litar en las altas jerarquías del Estado.

66
Así, a diferencia de Siria, donde los militares han dominado
el Baaz, en Iraq Saddam Husein ha impuesto la línea de los baa­
zistas civiles sobre los militares, apoyándose en un sinuoso en­
tramado de hombres de confianza con filiaciones familiares y tri­
bales y una expansión gigantesca de los servicios de seguridad. El
Baaz, lejos de mantener los principios ideológicos que le inspira­
ron inicialmente como movimiento político, se convirtió en un
enorme aparato de control al servicio de un poder personal casi
absoluto.
El partido Baaz fue fundado en 1944 por tres intelectuales si­
rios, Michel Aflaq, cristiano greco-ortodoxo, Salah al-Din al-Bi-
tar, musulmán sunní, y Zaki al-Arsuzi, ‘a lawt* y su expansión
como movimiento con capacidad de movilización social tuvo lu­
gar desde finales de la segunda guerra mundial. El pensamiento
baazista y su posterior concreción política fue el resultado de la
reacción contra la dominación europea y lo que ellos mismos de­
finieron como «la vieja generación» de políticos árabes, a la que
consideraban incapaz de transformar la realidad imperante y a la
que señalaron como responsable de la derrota en la guerra de Pa­
lestina en 1948. Lo más distintivo de su ideología es su concep­
ción panarabista: la visión de que los distintos países árabes son
regiones que forman parte de una unidad constituida por «una
única nación árabe con una misión eterna». La revitalización (o
resurrección, que es lo que significa Baaz) sólo podía llegar a tra­
vés de la unidad árabe, y el Baaz era la vanguardia de esa nueva
nación árabe, de ahí que enseguida se creasen secciones del Baaz
en los países vecinos: Jordania (1948), el Líbano (1949) e Iraq
(1951).
La identidad y referencia central del baazismo va a ser pues
la arabidad, siendo el islam el motor de ese arabismo, pero don­
de musulmanes y cristianos compartían la misma misión y refe­
rencia. El islam no resulta marginado sino diluido en la mística
* Los 'alawtes son una minoritaria rama de] islam shií que en Siria representa en
tomo a un 10% de la población. Con frecuencia Aflaq y al-Bitar son considerados los
maestros-pensadores y primeros líderes del Baaz, sin mencionar a Arsuzi (Abu Jaber,
The Arab Baath Socialist Party. Syracuse, 1966; John F. Devlin, The Ba'th Party: A His-
toryfiom iís Origins to 1966, Stanford, 1976). No obstante, Arsuzi ha sido muy reivin­
dicado como fuente ideológica por el régimen sirio de Hafez al-Asad dada su común
procedencia 'alaw i.

67
de la nación árabe. El propio Michel Aflaq veía en el islam la ex­
presión más elevada «del espíritu árabe» porque su destino ha es­
tado íntimamente vinculado al del arabismo. Cuarenta anos más
tarde un compatriota suyo, Hafez al-Asad, en un discurso pro­
nunciado el 8 de marzo de 1980, reproducía la misma concep­
ción: «nadie, ni en el partido ni en el país, puede enorgullecerse
de su arabismo sin hacerlo también del islam, porque ha sido a
nosotros, árabes, a quien el mensaje de Dios fue dirigido».
Es por ello que la relación entre baazismo y laicismo es am­
bigua y poco efectiva. Sin duda, al ser el arabismo el eje sustan­
cial de este pensamiento político, el islam no figura en la prime­
ra línea ideológica, pero tampoco deja de estar presente en el
discurso y en las instituciones. Lo que no existe es una posición
política declarada de islamización social o cultural, por lo que tie­
ne una dimensión secularizadora que, en la práctica, ha sido muy
superficial. Es más, si bien las constituciones baazistas sirias no
proclaman el islam como la religión del Estado, sí establecen que
el presidente de la República debe ser musulmán y que la ley is­
lámica es la fuente principal del derecho. En Iraq, las distintas
constituciones siempre han proclamado que «el islam es la reli­
gión del Estado».
El baazismo se proclamó socialista, dadas las aspiraciones de
la nueva generación a un reparto equitativo de la riqueza frente
al sistema de notables y terratenientes que caracterizaba el régi­
men de la propiedad de los sistemas políticos en vigor. El artícu­
lo 26 de la constitución del partido así lo proclamaba: «el Parti­
do Baaz Arabe es un partido socialista que cree que la riqueza
económica de la patria pertenece a la nación». De ahí que de­
fendiese la reforma agraria y la gratuidad de la educación y los
servicios sociales y sanitarios, aunque surgirán después determi­
nantes discrepancias a la hora de decidir el rigor del capitalismo
de Estado a aplicar. En cualquier caso, no es un socialismo in­
temacionalista, sino que tendrá una elaboración «específica ára­
be», sin aquellos conceptos marxistas que eran incompatibles con
su universo cultural y su experiencia social, como el materialismo
ateo y la lucha de clases. De hecho, tanto el baazismo como la
versión naserista del socialismo serán antimarxistas en el sentido
de que no van a admitir la idea de la religión como forma de alie­

68
nación del pueblo ni la noción del antagonismo entre las clases
sociales, siendo su base ideológica la primacía de la identidad na­
cional árabe unitaria como motor para la modernización y la re­
cuperación de su florecimiento.
' El Baaz inició su andadura en Iraq en tomo a 1951, pero
mientras en Siria el movimiento tuvo un profundo enraizamien-
to y un sustrato ideológico bien definido, en Iraq el arranque fue
mucho más débil. El Baaz tuvo muchas dificultades para movili­
zar a importantes segmentos de la población, ya que era el Parti­
do Comunista Iraquí el que gozaba de una fuerte implantación.
En realidad, la fuerza del partido provino de manera decisiva de
la capacidad de organización y conspiración que su aparato supo
desarrollar de la mano de un grupo de dirigentes cuyos vínculos
eran más regionales, tribales y personales que ideológicos.
Por otro lado, la aplicación política de la unidad árabe que
caracterizó sustantivamente a la ideología del Baaz (que veía a
todo el conjunto del mundo árabe como su campo de acción y
a los diferentes países como «regiones» de un todo), y que sólo
vivió la ya mencionada experiencia fracasada entre el naserismo
de Egipto y el baazismo de Siria de 1958 a 1961, se transformó
en una intensa rivalidad regional entre los «hermanos baazistas»
de Siria e Iraq. Tras la negativa experiencia de la República Arabe
Unida con Egipto, en el seno del Baaz sirio se fue ahondan­
do la división entre quienes defendían el «regionalismo» (Salaz
Yadid, Nureddin al-Atasi, Hafez al-Asad) y quienes seguían apos­
tando por el diseño árabe global (los padres fundadores: Michel
Aflaq y Salah al-Bitar). En 1966 un nuevo golpe de Estado en
Siria llevó al poder a los primeros, los cuales expulsaron a los se­
gundos, que fueron acogidos por el «hermano iraquí». Desde en­
tonces, aparecieron dos direcciones baazistas rivales: una en Da­
masco y otra en Bagdad. Será el comienzo del antagonismo
agudo que va a prevalecer siempre entre la Siria y el Iraq baazis­
tas, y cuyas raíces, lejos de ser ideológicas, son personales y po­
líticas.
En el orden interno, la toma definitiva del poder en Iraq por
parte del Baaz en 1968 se tradujo en un agudo proceso de triba-
lización de la cúpula del partido. Las relaciones personales y el
origen geográfico común adquirieron un enorme significado en

69
la constitución del liderazgo del partido. El panarabismo evolu­
cionó hacia un arabismo chovinista iraquí en el que la exaltación
de la rica y heroica historia del país, empezando por Sumer y aca­
bando en una actualidad que se caracterizaba por un gran de­
sarrollo económico gracias al alza del precio del petróleo en los
años setenta, erigía a Iraq como el corazón del arabismo y el lí­
der natural del mundo árabe. Además, el principio ideológico de
la modernización socialista frente al sectarismo y el comunitaris-
mo se convertía en un discurso formal tras el cual el nuevo régi­
men baazista adoptaba una política claramente tribalista y ciáni­
ca. Para Hasan al-Bakr y Saddam Husein, el partido Baaz fue una
extensión de su poder personal a través de un sistema de patro­
nazgo que sólo ellos-controlaban.
De hecho, el ascenso político de Saddam Husein le debió
mucho a ese sistema y concretamente a la estrecha relación que
existía entre el nuevo presidente de la República, Ahmad Hasan
al-Bakr, y su tío materno, con el que Husein había vivido desde
los diez años, Jayr Allah Tulfah.* Todos eran de la región de Ti-
krit. Desde los años setenta Husein fue fortificando su posición
en el régimen y el partido reclutando jóvenes de su misma región,
particularmente de la tribu al-Bu Nasir, de la que procedía tam­
bién al-Bakr, situándolos en puestos claves de los diferentes cuer­
pos de seguridad. Cuando el régimen del Baaz completó la es­
tructura de los cuerpos de seguridad, Husein había situado al
frente de esa estructura a sus hombres de confianza, con los que
le unía su origen Tikriti y las normas de fidelidad tribales, com­
binadas con importantes beneficios sociales y económicos. Más
tarde, los hombres de al-Bu Nasir fueron introducidos también
en el ejército y sobre todo en el cuerpo de elite de la Guardia Re­
publicana.

Saddam Husein nació en 1937 en el seno de una familia muy pobre y no lle­
gó a conocer nunca a su padre. Los malos tratos que recibía de su padrastro le lleva­
ron a dejar a su familia e irse a vivir con su tío lejano Jayr Allah Tulfah, quien ejerció
una influencia política determinante en Husein. Son diversas las biografías que exis­
ten sobre Saddam Husein: Hamid al-Bayati, The Bloody History o f Saddam al-Tikriti;
Amir Iskandar, Saddam Huíseirt, The Figbter, the Tbinker and tbe M an, París, 1980; Efraim
Karsb, Saddam /-¡ussein, a Political Btography, Londres, 1991; Fuad Matar, Saddam H uí-
s í in, the Personal and Political Story, Beirut, 1980. En español se ha editado la biografía
de Said K. Aburish más arriba citada.

70
Pero los cuerpos de seguridad de Iraq, conocidos genérica­
mente como las Mujübamt, han sido un instrumento decisivo
para lograr el control del Estado por parte del régimen de Sad­
dam Husein y para su propia supervivencia en el poder. Lejos de
ser una unidad monolítica, son un complejo laberinto de orga­
nizaciones, cada una de ellas con sus propias unidades militares
y de inteligencia que penetran todos los sustratos de la sociedad.
El número y tamaño de esas organizaciones experimentaron un
enorme crecimiento desde la toma del poder por el Baaz en 1968,
y más aún desde que Saddam Husein tomó el poder. Son cinco
las principales agencias de seguridad, la Seguridad General (al-
Amn al-Ámm), la Seguridad Especial (al-'Amn al-Já$$), la Inteligen­
cia (al-Mujabamt), la Inteligencia Militar (al-Istijmbát) y la Seguri­
dad Militar (al-Amn al-Askari), pero a ellas se suma el poderoso
entramado de seguridad del partido Baaz, fuerzas de policía civi­
les, milicias paramilitares y unidades militares especiales que pro­
tegen al régimen y al presidente.20 Sus respectivas jurisdicciones
se solapan para fomentar la competencia y garantizar que ningu­
na se haga lo suficientemente fuerte como para amenazar al en­
torno del poder. De hecho, algunas existen específicamente para
vigilar las actividades de las otras, y la mayoría de ellas han esta­
do siempre dirigidas por parientes de Saddam Husein, de la tribu
al-Bu Nasir, de las zonas de Tikrit o de la región conocida como
el Triángulo árabe sunní (Dur, Sharqat, Huwayja, Baiyi, Samarra,
Ramadi).
Por su parte, aunque el partido Baaz no cuenta con una agen­
cia de seguridad oficial, siempre ha desempeñado un papel crucial
en este ámbito a través de la presencia de sus militantes en las ins­
tituciones públicas, las fuerzas armadas, instituciones educativas y
laborales y las comunidades de base locales, a la vez que el apara­
to de seguridad del partido vigila y controla la lealtad de todos sus
miembros. A este esquema se suma el Aparato de Protección Es­
pecial (Yihaz al-Himaya al-Jassa) unidad central del aparato de se­
guridad de Saddam Husein, el único cuerpo con proximidad di­
recta al presidente, compuesto por hombres armados, siempre
dirigido por miembros de su familia inmediata y que funciona
como un cuerpo de guardaespaldas, a su vez vigilado por la Segu­
ridad Especial. También hay que sumar la Guardia Republicana

71
Especial (al-Háris al-fumhún al-Jassa) creada para servir como una
especie de guardia pretoriana y dirigida por Qusay Husein, uno de
los hijos del presidente, y encargada de proteger los edificios ofi­
ciales, incluyendo oficinas y residencias personales, así como de
escoltar a Saddam en sus desplazamientos por el país. Está com­
puesta por cuatro brigadas, tres de las cuales protegen los accesos
a Bagdad por el norte, sur y oeste, y cuenta con un cuerpo de ar­
tillería y defensa aérea.
El petróleo y el desarrollo económico

Hasta finales de los años sesenta, Iraq podía ser considerado


un país subdesarrollado y poco industrializado, pero en la déca­
da siguiente va a experimentar un proceso de desarrollo econó­
mico e industrial intensivo que le colocará a la cabeza de los paí­
ses árabes de la región y le convertirá en un país receptor de
inmigración. No obstante, este proceso tendrá lugar en el marco
de un Estado rentista supeditado a los ingresos del petróleo y
muy dependiente de la tecnología exterior.
Hasta mediados del siglo xix, el Iraq otomano tenía una eco­
nomía autárquica agropastoral, con muy poco comercio. Des­
pués comenzó a abrirse a los mercados exteriores, sobre todo bri­
tánicos, cuando las potencias europeas, que acababan su primera
revolución industrial, buscaron la conquista de los mercados de
Oriente Medio. Esto impulsó la economía iraquí durante un si­
glo (hasta 1958), según una dinámica externa que respondía a las
necesidades de acumulación del capital extranjero y sentaba las ba­
ses de su carácter dependiente. En consecuencia, la economía
estaba extremadamente subdesarrollada cuando tuvo lugar la re­
volución de 1958. Más del 50% de la población activa rural (has­
ta el 80% en algunos periodos) y más del 30% de la urbana es­
taban desempleadas. Los servicios públicos y las infraestructuras
acusaban graves insuficiencias. En 1956-1957, de los dos mi­
llones de población en edad escolar (entre cinco y diecinueve
años), sólo el 25% podían acceder a la enseñanza. El subde-
sarrollo agrícola impulsaba el éxodo rural y el descenso de la
productividad de este sector. Asimismo, el proceso de concen­
tración de la riqueza alcanzaba niveles draconianos en vísperas
de 1958: cuatro de cada cinco familias iraquíes carecían de cual­

73
quier título de propiedad, mientras 49 familias formaban el nú­
cleo central de la propiedad agrícola en todo el país; y 23 fami­
lias comerciantes, bancadas e industriales -de las cuales ocho eran
también grandes terratenientes- monopolizaban entre el 55 y el
65% del total del capital comercial e industrial privado.29 El res­
to de la población urbana incluía a pequeños propietarios y co­
merciantes así como a miembros de profesiones liberales, oficia­
les y funcionarios. Eran éstos los que más podían beneficiarse de
las posibilidades de promoción en el ámbito de los estudios y el
ejército, pero fueron cada vez más conscientes de que los blo­
queos estructurales inherentes al sistema establecido les impedía
desarrollarse como elites políticas. También empezaba a emerger
un embrión de clase obrera en torno a las industrias o empresas
en manos extranjeras, como los ferrocarriles, el puerto de Baso­
ra y la Iraq Petroleum Company.
Todo ello hizo que una parte cada vez mayor de la población
entendiese la reivindicación del desarrollo económico como una
aspiración a justicia social e igualdad, y considerase que los cul­
pables del bloqueo que experimentaba el país con respecto a sus
dos necesidades más urgentes, la independencia nacional y el de­
sarrollo económico, eran la monarquía y sus tutores británicos.
Todo esto trajo consigo la enajenación y desconfianza progresivas
hacia el modelo liberal parlamentario y la eclosión de la reivin­
dicación de un cambio radical que condujo a la revolución anti­
monárquica de 1958.
Tras la revolución, el desmantelamiento de las antiguas es­
tructuras económicas se convirtió teóricamente en el objetivo ne­
cesario para que arrancara el deseado proceso de industrialización
y se lograra la integración productiva en la economía nacional de
los dos grandes sectores económicos del país: la agricultura (so­
metida a un latifúndismo semifeudal) y el petróleo (bajo control
extranjero). Por tanto, el desarrollo económico significaba acabar
con las tres fuentes del poder del «antiguo régimen»: los terrate­
nientes, que mantenían al sector agrícola subdesarrollado, las so­
ciedades extranjeras cuyos intereses impedían la integración del
sector del petróleo y el gas en la economía nacional, y la gran bur­
guesía comercial, industrial y bancaria responsable de la depen­
dencia exterior.

74
La Ley n.° 30 de diciembre de 1958 estableció una reforma
agraria que desmanteló las grandes propiedades (limitó la propie­
dad a 618 acres en las zonas de regadío y a 1236 en las de seca­
no) y redistribuyó mejor la tierra. Sin embargo, como la redistri­
bución fue muy lenta y mal organizada y muchos campesinos
susceptibles de beneficiarse de esa ley no pudieron asumir los pa­
gos exigidos para poder beneficiarse del reparto de la tierra, el re­
sultado fue que muchos terratenientes siguieron explotando las
tierras expropiadas no distribuidas y arrendándoselas al Estado.
Así, diez años después de la reforma agraria las condiciones de
vida en las zonas rurales seguían deteriorándose y el éxodo rural
seguía creciendo. De acuerdo con los datos del Ministerio de Pla­
nificación, el índice de emigración interna del campo a la ciudad
pasó de 19.600 personas anuales en los años cincuenta a 40.000
en los sesenta. Como resultado, entre 1958 y 1970 la población
urbana creció de un 38,9% a un 57,8%.30
Mientras se ponía en marcha la reforma agraria, los nuevos
gobernantes iraquíes trataban también de responder a las expec­
tativas de una población convencida de que algo había que ha­
cer para que los beneficios del petróleo repercutiesen a favor de
la economía nacional y no acabasen en manos de las compañías
extranjeras. Los yacimientos de petróleo iraquí se encuentran bá­
sicamente en dos zonas: en el norte, a lo largo de una línea que va
de la frontera siria (Butma, Ayn Zalah) hasta la frontera con Irán
(Janaqin, Naft Janah), pasando por Kirkuk (Bai Hasan, Yambur);
y en el sur en torno a Basora (Rumayla, Zubayr, Maynun) y Ama­
ra (Buzurgan, Abu Guirab). Con el establecimiento del Estado de
Iraq, la Iraq Petroleum Company (IPC) reemplazó a la que des­
de 1914 había sido la Turkish Petroleum Company. Su propiedad
se repartió de la siguiente manera: 23,75% para la British Petro­
leum; 23,75% para la Shell; 23,75% para un grupo norteamerica­
no compuesto por la Mobil Oil y la Standard Oil o f New Jersey;
otro 23,75% para la Compagnie Fran^aise des Pétroles y un 5%
para la Partex (Gulbenkian). En este momento el petróleo cons­
tituía una materia prima estratégica necesaria para hacer la guerra
y se convirtió en uno de los motores del fuerte crecimiento eco­
nómico europeo y estadounidense. Tras la segunda guerra mun­
dial, EE.UU. basó deliberadamente la reconstrucción europea en

75
el petróleo de Oriente Medio, estableciendo la fijación de los pre­
cios en función de este imperativo.
El gobierno iraquí logró percibir el 50% de los beneficios del
petróleo extraído en su territorio por un acuerdo de 1952, acep­
tado por la IPC sólo tras la inquietante experiencia de la nacio­
nalización del petróleo iraní por el gobierno de Mosadeg.* Pero
incluso la cantidad a repartir la determinaban las propias socie­
dades extranjeras sin que la parte iraquí tuviese ningún medio de
control verdadero al respecto. A esto se unía que la parte iraquí
no tenía ninguna participación en el capital invertido en las acti­
vidades petrolíferas, de manera que no recibía nada de los bene­
ficios realizados por las sociedades del cartel fuera de su territo­
rio, y tampoco podía formar cuadros iraquíes a ciertos niveles y
estadios de las operaciones petrolíferas.
No obstante, Qasem, consciente del inmenso poder de esas
compañías y quizá también recordando cuál había sido el final
de Mosadeg en Irán unos años antes, asumió una posición pru­
dente en las negociaciones que se abrieron con la IPC entre agos­
to de 1960 y octubre de 1961 sobre tres cuestiones: el precio del
petróleo, una participación más equitativa para Iraq y la recupe­
ración del control de las zonas no explotadas bajo concesión de
la IPC. El fracaso de las negociaciones llevó al gobierno iraquí a
una primera acción unilateral promulgando la Ley n.° 80 del 12
de diciembre de 1961, por la cual quitaba a la IPC el 99,5% de
las áreas no explotadas bajo su concesión. La Compañía respon­
dió bajando el índice de producción, lo que significó que los in­
gresos del Estado iraquí crecieron mucho más lentamente. En
cualquier caso, el sector petrolero iraquí continuó dependiendo
de los centros de decisión extranjeros a todos los niveles de la in­
dustria petrolera.

* Tras la segunda guerra mundial, la gran influencia de Gran Bretaña sobre Irán
soliviantó al sector nacionalista iraní. Cuando [a Anglo-lranian Petroleum Company
rechazó negociar un nuevo reparto de los ingresos del petróleo con el Estado iraní, los
sentimientos antibritánicos crecieron, traduciéndose en la elección de Mosadeg como
primer ministro el 28 de abril de 1951, que decretó inmediatamente la nacionalización
del petróleo. En agosto de 1953, un golpe de Estado organizado por la CIA y apoya­
do por Londres puso fin al gobierno de Mosadeg y le sustituyó por el régimen del
Shah, que afirmó su poder dictatorial eliminando de manera sangrienta toda oposi­
ción a la vez que EE.UU. reemplazaba a Gran Bretaña como potencia tutelar de Irán.

76
La primera década de desarrollo industrial iraquí (1960-1970)
obtuvo muy magros resultados, tanto por el subdesarrollo gene­
ralizado de la administración como por la gran inestabilidad po­
lítica de este periodo (entre 1964 y 1968 hubo ocho ministros de
Industria diferentes, con la consiguiente revisión de los proyectos
industriales decididos por cada antecesor). De hecho, muy pocos
proyectos industriales fueron acometidos y acabados. Sin embargo,
la siguiente década del desarrollo iraquí (1970-1980), que coinci­
dió con la llegada definitiva del Baaz al poder, contó con tres
elementos clave para su intensiva dinamización: la estabilidad po­
lítica, que aseguró la continuidad necesaria; la nacionalización
con éxito del sector petrolero; y el alza de los precios del petró­
leo en los años setenta, consecuencia de la crisis de 1973.
El camino hacia la nacionalización del petróleo estuvo direc­
tamente relacionado con la aproximación de Iraq a la URSS en
plena guerra fría. Después de la traumática experiencia de la guerra
de 1967, la identificación de EE.UU. con Israel entre los árabes se
hizo más intensa que nunca. Como respuesta, al igual que los de­
más regímenes socialistas y revolucionarios de la época, el go­
bierno iraquí reforzó las relaciones que sus predecesores ya habían
iniciado tímidamente con la URSS. En junio de 1969, Iraq firmó
un acuerdo con la URSS por el cual los soviéticos aportarían el
apoyo necesario para explotar el rico yacimiento de Rumayla
Norte y la construcción de un oleoducto que uniese dicho yaci­
miento con el puerto de Fao, en el Shatt al-Arab. Desde hacía
tiempo se sabía de la importancia de ese yacimiento aún sin ex­
plotar, y al cobijo de la Ley n.° 80 de 1961, el gobierno iraquí se
propuso reforzar su soberanía sobre el sector petrolero impidien­
do a la IPC su acceso al mismo. No obstante, aparte de este ya­
cimiento, la IPC seguía controlando toda la producción petrolí­
fera del país sin manifestar la más mínima intención de negociar
un mejor reparto del sector petrolero con el gobierno iraquí, en
tanto que éste necesitaba no sólo incrementar sus ingresos para
llevar a cabo su proyecto desarrollista sino también legitimarse
ante la población logrando desposeer a las compañías petroleras
extranjeras de su control sobre el subsuelo nacional. El discurso
del presidente iraquí, Hasan al-Bakr, a finales de 1971 no dejaba
dudas de que Iraq no estaba dispuesto a seguir permitiendo la si­

77
tuación existente. Saddam Husein, número dos del régimen, via­
jó a continuación a Moscú para establecer una sólida alianza es­
tratégica con la superpotencia soviética y, una vez garantizada ésta
a través de un acuerdo de amistad y cooperación firmado en abril
de 1972, el Consejo del Mando de la Revolución se sintió lo su­
ficientemente fuerte y protegido para declarar unilateralmente la
nacionalización de la IPC el 1 de julio siguiente.
La recuperación nacional del petróleo de manos de la IPC fue
aclamada como la culminación de un proceso revolucionario co­
menzado en 1958, aunque el Baaz lo presentó como un éxito ab­
soluto del régimen que confirmaba sus credenciales progresistas.
La nacionalización también dio al Baaz el control total sobre la
principal fuente de ingresos del país lo que, hasta mediados de
los ochenta, cuando los estragos de la guerra con Irán se empe­
zaron a sentir seriamente en la economía iraquí, le permitió man­
tener un generoso Estado distributivo y proporcionar oportuni­
dades de avance socioeconómico a grupos sociales desprotegidos
e incluso marginados, con la rentabilidad política que se deriva­
ba de ello. La producción de petróleo no sólo aumentó enorme­
mente (pasó de 1322 millones de barriles diarios en 1965 a 2514
en 1980) sino que al verse beneficiada también por el incremen­
to del precio del crudo, los ingresos estatales crecieron inmensa­
mente más que en la década precedente.
La primera preocupación del régimen fue consolidarse en el
poder y crear una amplia base social, así que las primeras deci­
siones económicas estuvieron dirigidas a cuestiones relativas al
Estado de bienestar, la redistribución de la riqueza y la moderni­
zación de las infraestructuras del país. Al mismo tiempo, de
acuerdo con lo exigido a un gobierno que se proclamaba socia­
lista y progresista, una serie de nuevas leyes vinieron a regular por
primera vez un sistema de pensiones y de seguridad social, así
como las condiciones de trabajo, estableciendo un máximo de
horas laborables, prohibiendo el trabajo infantil y protegiendo a
los trabajadores de despidos arbitrarios. Se estableció la enseñan­
za obligatoria y gratuita entre los siete y los doce años, y la ex­
tensión del sistema educativo a todos los niveles experimentó
enormes avances a fin de conseguir la formación de cuadros y eli-
tes que el proceso de desarrollo iraquí exigía.

78
Además de llevar a cabo una reforma agraria más amplia y co­
herente, el gobierno iraquí inició un proceso de desarrollo in­
dustrial en todo el país. La Ley n.° 117 de 1970 volvió a reducir
el máximo de propiedad de la tierra, eliminó la compensación al
terrateniente afectado y abolió el pago que debían hacer los be­
neficiarios. El resultado fue una cierta estratificación rural, carac­
terizada por el desarrollo de una clase media campesina que, di­
rectamente o a través de su liderazgo en cooperativas, pudo
controlar mejor la maquinaria agrícola y su uso. No obstante, ser
miembro del partido Baaz era una garantía para un acceso segu­
ro a dichos recursos. De hecho, tras el advenimiento de Saddam
Husein a la presidencia del país, fueron muchos los esfuerzos de­
dicados a paliar las débiles raíces del Baaz en el ámbito rural, re­
forzando los lazos entre los cuadros del partido en la ciudad y en
las provincias. Prueba de ello fue que en el congreso del partido
de 1982 prácticamente todos los oficiales promovidos al segundo
nivel del liderazgo se habían distinguido por su trabajo de movi­
lización social para el partido en las provincias. Sin embargo, el
sector agrícola siguió padeciendo importantes deficiencias, aun­
que dado que el régimen contaba con ingresos más que sobrados
para importar todo lo que el país no era capaz de generar por sí
mismo, no se sintió muy preocupado por el insuficiente desarro­
llo y explotación agrícola.
Con respecto al desarrollo industrial, a las industrias de bie­
nes de consumo existentes en la década precedente se sumaron
industrias de bienes intermedios, tanto a través de la valorización
del petróleo, el gas, el azufre y el fosfato como por la instalación de
algunas industrias de gran consumo energético como el acero y
el aluminio. Sin embargo, ese nuevo proceso industrial se dirigió
e integró en el mercado mundial dominado por EE.UU., Europa
occidental y Japón, y se hizo muy dependiente de dichos países,
porque en su concepción y en su equipamiento va a depender de
las importaciones de tecnología exterior y porque para sus ventas
dependerá también de las firmas multinacionales.31
Pero, independientemente de esos lastres del desarrollo iraquí,
la realidad fue que el país experimentó una profunda transfor­
mación social que los datos demográficos demuestran por sí so­
los. El crecimiento demográfico iraquí desde mediados de los

79
años sesenta registró una tasa anual superior al 3°/o. De 8 millo­
nes de habitantes en 1965, la población pasó a 12 millones según
el censo de 1977. La tasa de actividad era de un 26% de la po­
blación total en 1977 (es decir, 3.134.000 activos), si bien diferi­
rá según el sexo (41,9% hombres y 9,36% mujeres) y el lugar de
residencia (58,8% en medio urbano y 41,2% en las zonas rurales).
Es decir, la tasa de actividad laboral se mantuvo estable durante
toda la década de los setenta y en el ámbito urbano desapareció
el desempleo, si bien eran observables dos importantes desequili­
brios entre medio urbano y rural y entre hombres y mujeres. De­
sequilibrios que se reflejaban también en los porcentajes de ac­
ceso a la educación (el analfabetismo afectaba a un 71% de las
mujeres y a un 36% de los hombres). Pero si se comparan los da­
tos precedentes con los del nuevo periodo desarrollista destacan
los siguientes factores: el desempleo y el trabajo infantil casi ha­
bían desaparecido, los efectivos militares crecieron notablemente,
aumentaron los empleos industriales en el total de los empleos
urbanos (del 14% en 1947 al 23% en 1975) y, si bien el empleo
femenino urbano no creció, sí aumentó notablemente la integra­
ción de las mujeres en las actividades laborales muy cualificadas
(del 7o/o en 1947 al 35% en 1975).32
Todo ello siguió potenciando la emigración del campo a la
ciudad, de manera que en 1980 el proceso de urbanización se ha­
bía disparado: el 69% de la población vivía en las ciudades y sólo
el 31% en las zonas rurales. Bagdad será el principal polo de
atracción, agrupando ya en 1977 al 26,4% de la población total,
lo que significaba más de tres millones de personas, seguida de
Basora (400.000), Mosul (300.000) y Kirkuk (200.000). La atrac­
ción de la ciudad se debía a que las mejoras en las condiciones
de alojamiento, infraestructuras, sanitarias y educativas se centra­
ron mucho más en las ciudades que en el campo, y a que la ciu­
dad ofrecía mayores y mejores oportunidades laborales.
A todo esto se unían otras medidas como la política inaugu­
rada en 1974 por el gobierno iraquí destinada a conseguir el re­
tomo a Iraq de todos los iraquíes diplomados instalados en el ex­
tranjero ofreciéndoles empleo y facilidades materiales para su
instalación. En ese mismo año se decidió también una medida de
tipo populista como fue emplear en la administración y los ser­

80
vicios públicos a todos los licenciados universitarios que estuvie­
sen desempleados, y se reforzó en la enseñanza superior la orien­
tación de los estudiantes a favor de las especialidades más nece­
sarias para el desarrollo del país. En realidad, la estatalización
acelerada de la economía convirtió al Estado en un gran emplea­
dor: entre 1972 y 1978 el número de empleados del Estado, sin
contar soldados y oficiales, pasó de 400.000 a 650.000 (150.000
de los cuales trabajaban en el Ministerio del Interior)?3
Por supuesto, el proceso de desarrollo social y económico del
régimen baazista sirvió a éste para su política de concentración
del poder dado que garantizó el control del Estado sobre la eco­
nomía, aunque a la vez permitía el desarrollo de un sector privado
que, si bien dependiente y subordinado, fue muy floreciente. De
hecho, junto a su función de legitimación, las políticas económi­
cas del Estado desde este periodo tuvieron también la misión de
perpetuar su papel de principal proveedor de bienes y de servicios,
de manera que se hiciese indispensable trabajar en relación estre­
cha con las figuras centrales del Estado y del partido para realizar
con éxito los negocios y progresar en el ámbito económico y so­
cial. La estrecha relación entre el Estado y el sector privado se re­
fleja en que ía producción y el consumo de ambos progresaban
a un ritmo casi idéntico: entre 1972 y 1982 las salidas aumentaron
un 213% en el sector privado y un 203% en el público y las en­
tradas un 220% y un 205% respectivamente.34 Mientras el Estado
se implicaba esencialmente en las instalaciones industriales, el sec­
tor privado se dedicaba a mantener la mayor parte de las empresas
medias, con beneficios particularmente lucrativos en el ámbito de
la agricultura, la construcción, el transporte, las comunicaciones y
los servicios.
No obstante, el régimen se dio cuenta de que al capital pri­
vado interior le faltaba capacidad y experiencia para llevar a cabo
muchos de los proyectos del ambicioso programa de desarrollo
que se proponía aplicar, así que de manera impaciente, «conven­
cido de que sus ingresos petrolíferos le permitían “comprar” de
manera rápida ese desarrollo en el mercado mundial, se dirigió a
las multinacionales con experiencia para ejecutar proyectos como
la construcción de una extensa industria petroquímica o una nue­
va red de transportes para Bagdad».35 De esta manera, Iraq se con­

81
virtió, tras Arabia Saudí, en el segundo mercado más importante
de Oriente Medio para Europa occidental, EE.UU. y Japón. Ade­
más de ser cada vez más dependiente de la tecnología occidental,
lo fundamental de sus importaciones también venía de estos paí­
ses, mientras que el ya de por sí bajo porcentaje de importacio­
nes de la URSS, China y otros países socialistas fue decreciendo:
11% en 1977, 9,2% en 1978 y 6,9% en 1979, y ello a pesar del
acercamiento político entre la URSS e Iraq en este periodo. De
manera similar, la mayor parte de las exportaciones iraquíes, bá­
sicamente petróleo, iban dirigidas a países occidentales.36 De ahí
los estrechos lazos e intereses comunes que existieron entre Oc­
cidente y el Iraq de Saddam Husein, oficialmente aliado de la
URSS en la guerra fría.
Todos estos factores permitieron un rápido desarrollo indus­
trial y económico de Iraq durante toda la década de los años se­
tenta y buena parte de los ochenta, con una de las rentas per cá-
pita más elevadas de Oriente Medio. Sin embargo, el modelo
económico rentista iraquí, basado fundamentalmente en los in­
gresos del petróleo, no será capaz de generar una economía di­
versificada y productiva que pudiese afrontar las consecuencias de
una posible reducción de la renta petrolífera (el 99°/o del total
de los ingresos de sus exportaciones procedían del petróleo). Aun
así, el colapso económico de Iraq no se debió a esa reducción,
como ha sido por ejemplo el caso de Argelia, sino que fue fruto
de las sucesivas guerras que han asolado al país: primero la guerra
contra Irán, que causó un endeudamiento gigantesco, y después
la guerra del Golfo y el embargo internacional que la siguió, que le
harán retroceder a una situación preindustrial y de catástrofe hu­
manitaria.

82
Iraq en la política regional e internacional

Hasta la guerra contra Irán, caracterizada por una compleja


red de alianzas interregionales e internacionales, Iraq vivió dos
momentos bien diferenciados (Mandato británico-Monarquía y
periodo revolucionario) que también conllevaron sistemas de ali­
neamientos y relaciones regionales e internacionales muy distin­
tos. No obstante, hay una constante en ambos periodos que in­
fluyó de manera determinante en la evolución política de Iraq y
la región medio-oriental: la injerencia externa. La empresa colo­
nial europea inauguró un proceso intensivo de presencia de los
actores extranjeros en el sistema regional árabe que hará que
Oriente Medio sea la región más intensamente penetrada por las
relaciones internacionales desde la caída del Imperio otomano
hasta la actualidad.
El periodo de entreguerras fue el gran momento de la presen­
cia e influencia exclusivas de Europa sobre Oriente Medio, para
a continuación ser «expulsada» progresivamente por EE.UU. y la
URSS tras la segunda guerra mundial. Gran Bretaña y, en mucha
menor medida, Francia fueron las dos potencias dominantes a
través del régimen de Mandatos o de las independencias tutela­
das que les sucedieron. La historia impuso su curso dado que nin­
guno de los intentos nacionalistas de evitar o contrarrestar esta
dominación pudieron imponerse a la superioridad militar colo­
nial, a lo que se añadió el determinante apoyo que dichas po­
tencias europeas encontraron en las elites gobernantes locales,
nada deseosas de modificar un statu quo colonial que les aporta­
ba beneficios políticos y económicos, difícilmente alcanzables en
otras circunstancias. En este periodo EE.UU. estuvo políticamen­
te ausente en la región. Incluso los Catorce Puntos del presidente

83
Wilson tras la primera guerra mundial, en contra de la diploma­
cia secreta europea y a favor de la autodeterminación de los pue­
blos, fueron ostentosamente ignorados. No obstante, carentes de
Mandato o zona de influencia, los norteamericanos encontraron
la manera de estar presentes en la región a través de sus compa­
ñías petrolíferas, desde 1927 en Iraq, desde 1933 en Arabia Sau­
dí y desde 1934 en Kuwait, de modo que una década más tarde
controlaban ya el 20% de la producción medio-oriental y el 50%
de sus reservas.
Por su parte la nueva Rusia soviética, en pro de la autodeter­
minación de los pueblos que defendía, denunció la diplomacia
secreta europea y los acuerdos Sykes-Picot, en los que en teoría a
la Rusia zarista le correspondía una considerable parte del Impe­
rio otomano,551lo que le valió algunas simpatías entre el naciona­
lismo árabe emergente. El partido comunista soviético trató de
orientar estas simpatías hacia la constitución de partidos comu­
nistas en la región a lo largo de los años veinte. Sin embargo, esos
partidos fueron siempre muy minoritarios y débiles (siendo Iraq,
junto a Sudán y, en menor medida, Marruecos, una de las muy
escasas excepciones), entre otras razones por la resistencia social
del mundo árabe a aceptar una ideología de base atea.
Tras la segunda guerra mundial el slatu quo europeo en
Oriente Medio experimentó profundas transformaciones a favor
de EE.UU. y la URSS. El juego político internacional en ese
nuevo periodo de posguerra se caracterizó por el intento norte­
americano de desplazar y sustituir a Gran Bretaña en Oriente
Medio, y por la búsqueda soviética de una vía que le permitiese
entrar en esta región. El primer suceso clave fue la progresiva
creación de un Estado sionista en Palestina, consecuencia in­
cuestionable de la aventura colonial europea, ya que nunca ha­
bría sido posible sin la decidida participación británica. La de­
claración Baífour de 1917 se pronunció por primera vez a favor
de la creación de «un hogar nacional judío en Palestina», pero

* Los Acuerdos Sykes-Picot de 1916 entre Gran Bretaña y Francia, ratificados


más tarde por Rusia, representaron el prototipo de la diplomacia secreta europea. En
ellos británicos y franceses diseñaron un primer borrador del reparto colonial de
Oriente Medio cuando la derrota sobre el Imperio otomano, Alemania y el Imperio
austro-húngaro en la primera guerra mundial se percibía ya como muy probable.

84
soslayando la dificultad de llevar a cabo esa empresa de coloni­
zación judía sin afectar el destino de la población autóctona pa­
lestina. Los británicos nunca pudieron resolver esta contradic­
ción y ha sido la causa del conflicto más largo de la era
contemporánea, aún por resolver.37 De hecho, Palestina será tras
la segunda guerra mundial el catalizador del irreversible declive
británico en Oriente Medio.
La política prosionista británica en Palestina le ocasionó a
Londres las primeras fracturas importantes en sus relaciones con
los regímenes árabes que tutelaba, a la vez que provocó la movi­
lización de una nueva generación nacionalista, antisionista y an­
tibritánica, tanto en el seno de los partidos de izquierda e isla-
mistas como entre los jóvenes oficiales de los ejércitos árabes.
A su vez, Londres acabó siendo víctima del sionismo que había
ayudado a implantar y sometida al terrorismo de los grupos ju­
díos del Irgun y el Stem, para terminar depositando en la O NU
un conflicto que había creado pero que ya no podía controlar.38
EE.UU. se aprovechó de las dificultades que afrontaba Londres
en el mundo árabe para realizar un doble juego: proclamarse, por
un lado, dispuesto a ayudar a los «pueblos libres que resisten los
intentos de dominación o las presiones exteriores» (así la Ley
«Point IV» de 1949 aprobó una serie de ayudas con las que Tur­
quía e Irán pudieron comprar armas norteamericanas); y, por
otro, votar el plan de partición de Palestina, mostrarse compla­
ciente con Israel en la guerra de 1948-1949 y apoyar la expansión
territorial de éste tras dicha guerra, absteniéndose manifiestamen­
te de alentar la creación de un Estado palestino. La URSS jugó
la carta israelí de manera más firme: fue uno de los primeros paí­
ses en reconocer el Estado de Israel, le proveyó, a través de su
aliado checoslovaco, de las armas que le permitieron vencer a los
ejércitos árabes que entraron en Palestina el 15 de mayo de 1948,
y mantuvo unas excelentes relaciones con Israel en los primeros
años de su existencia. Las razones de este alineamiento soviético
eran básicamente dos: sus dificultades para penetrar en el mun­
do árabe le hicieron ver en el recién creado Estado judío una po­
sibilidad de extender su influencia a Oriente Medio; y la tenden­
cia socialista del gobierno israelí les hizo pensar en una sintonía
ideológica que facilitaría dicha entrada en la región. Pero en 1953

85
esas relaciones se encontraban en su punto más bajo, tras las
sucesivas persecuciones antisemitas en Rusia y algunos países so­
cialistas, en tanto que la alianza estratégica entre Israel y los
EE.UU. se reforzaba a velocidad de crucero. La URSS tuvo que
esperar a que las contradicciones de la diplomacia norteamerica­
na en Oriente Medio, fruto de su alineamiento fiel a Israel, abo­
caran a Gamal Abdel Naser a recurrir al apoyo soviético en 1956,
introduciendo de manera definitiva la dinámica de la guerra fría
en el sistema regional árabe.
Entre 1950 y 1956, EE.UU., Gran Bretaña y Francia van a tra­
tar de sacar adelante una difícil diplomacia que buscaba combi­
nar el apoyo incondicional a Israel con intentos de integrar a los
países árabes de Oriente Medio en alianzas de defensa colectiva
pro-occidentales similares a la OTAN. Sobre esa diplomacia sub-
yacerá otra más secreta llevada a cabo por EE.UU. para lograr
marginar al «aliado» británico en la región. Así, en 1950 esos tres
países occidentales anunciaron su reconocimiento de la expan­
sión territorial de Israel tras la guerra de 1949, que provocó un mi­
llón de refugiados palestinos, y amenazaron militarmente a quien
no asumiese esas «líneas del armisticio». De esa manera, Israel se
hacía defacto con el 70% de Palestina, frente al 55% que le había
concedido la O N U en 1948. A ello se sumaba la decisión de con­
dicionar cualquier venta de armas a la seguridad de que el país
demandante no tuviese intención de agredir a otro Estado. Este
eufemismo significaba que los árabes eran sometidos a esta con­
dición en tanto que Israel se beneficiaba públicamente de una
ayuda sin restricciones. El descontento árabe se tradujo incluso
en la negativa de la monarquía probritánica egipcia a integrarse en
la Organización de Defensa de Oriente Medio promovida por
Washington, Londres, París y Ankara en 1951. No obstante, EE.UU.
sí logró un pacto de defensa mutua entre Ankara, Washington y
Paquistán en 1950, el ingreso de Turquía en la OTAN en 1951,
y propició el golpe de Estado contra el gobierno nacionalista de
Mosadeg en Irán en 1953.
Entretanto, en 1952 se producía el golpe de Estado de los Ofi­
ciales Libres en Egipto, que ponía fin a la monarquía probritáni­
ca. La experiencia de la guerra de Palestina de 1948-1949 en res­
puesta a la creación del Estado de Israel marcó indeleblemente a

86
los jóvenes oficiales egipcios y fue el impulso definitivo en su
toma de conciencia de que había que imponer un cambio radi­
cal a la política árabe entonces existente. El golpe contó, cuando
menos, con el beneplácito de EE.UU., sin que se pueda descar­
tar la posibilidad de cierta ayuda de la CIA. En cualquier caso,
los norteamericanos fueron los encargados de reorganizar a con­
tinuación el servicio de inteligencia egipcio. Para la diplomacia
norteamericana significaba la deseada derrota de los intereses bri­
tánicos en la zona y, de hecho, la opción del nuevo régimen egip­
cio fue la de aproximarse a EE.UU. en su búsqueda de ayuda
para cumplir lo que constituía el centro de su programa nacio­
nalista: desarrollar el país y dotarse de un ejército modernizado.39
Sin embargo, estas relaciones chocaron con las exigencias y nega­
tivas occidentales de venta de armas a Egipto, en absoluto ajenas
a las presiones israelíes, lo que llevó a Naser a recurrir a Checos­
lovaquia para la primera gran compra de armamento y a unirse
al liderazgo de Tito y Nerhu en el movimiento de no alineados
inaugurado en la cumbre de Bandung de 1955.
Ese mismo año, Gran Bretaña impulsó la creación de otra
alianza de defensa pro-occidental conocida como el pacto de
Bagdad con Turquía e Iraq, al que se adhirieron a continuación
Paquistán e Irán, y cuyo objetivo era hacer frente a la doble ame­
naza comunista y nacionalista árabe. Washington apoyó el pacto,
pero no se adhirió a él porque no deseaba ni enajenarse a Egip­
to, ni que aumentase la presión de Israel para que le garantizase
su seguridad, lo cual ponía en difícil situación a su política con
los Estados árabes, ni tampoco asociarse a un pacto con Londres
que era percibido mayoritariamente como imperialista. El Iraq
gobernado por Nuri al-Said, que había convertido su alianza con
los británicos en el eje de su política exterior, veía en el Pacto de
Bagdad una ocasión para reforzar su liderazgo en la región y de­
bilitar al influyente Egipto de los Oficiales Libres, convirtiéndo­
se en el gran valedor árabe del pacto. Gamal Abdel Naser, por el
contrario, asumió una posición activa en contra de dicho pacto,
en el que veía una amenaza de división del mundo árabe (visión
compartida por Arabia Saudí) y una maniobra contra Egipto. La
URSS compartió su hostilidad al respecto afirmando que «la for­
mación de bloques y el establecimiento de bases militares ex­

87
tranjeras en los países del Próximo y Medio Oriente afectaban di­
rectamente a la seguridad de la URSS». En consecuencia, el Pac­
to de Bagdad reforzó justo lo que quería evitar: el sentimiento
anti-occidental del nacionalismo árabe y el acercamiento de Egipto
a la URSS. Egipto logró neutralizar el Pacto de Bagdad aislando
a Iraq en el mundo árabe al conseguir que Siria no se uniese al
mismo, lo que convenció a Jordania y a Líbano de no hacerlo
tampoco.
Finalmente, cuando el régimen naserista decidió lanzar la
modernización económica del país en tomo a la construcción
de una enorme presa en Asuan, al sur de Egipto, recurrió en
primera instancia al Banco Mundial y a EE.UU., con el fin tam­
bién de reequiübrar sus relaciones con Occidente. La propuesta
norteamericana y británica de préstamo financiero exigió a Egip­
to, plegándose a la influencia israelí, que se abstuviese durante
diez años de cualquier gasto en armamento. Las reticencias egip­
cias llevaron de manera imprevista a Foster Dulles a suspender
el crédito con un pretexto administrativo, convencido de que
Egipto se vería finalmente forzado a aceptar las condiciones im­
puestas. Naser, lejos de ceder a la presión, buscó una manera de
responder. Incapaz de alcanzar directamente a EE.UU., decidió
golpear a Gran Bretaña y Francia nacionalizando el Canal de
Suez el 26 de julio de 1956. El mundo se enteró cuando el rais
egipcio anunció en Alejandría: «en la hora misma en que os ha­
blo, el Boletín Oficial publica la ley que nacionaliza la Compa­
ñía del Canal de Suez y los agentes del gobierno toman pose­
sión de ella (...) ¡Es el canal el que pagará la presa!». Este golpe
de efecto causó una gran impresión en la opinión árabe, aunque
tuvo que hacer frente a una reacción bélica franco-británica a la
que se apuntó inmediatamente Israel. La intervención de las dos
superpotencias detuvo el intento de reocupación del Canal y
convirtió lo que hubiese sido una segura derrota militar en un
éxito político de Naser que le encumbró entre las masas árabes
como el gran líder anti-imperialista y nacionalista. Las razones
por las que Washington se mantuvo al margen de la operación
militar franco-británica-israelí y la bloqueó provenían de su te­
mor al efecto bumerán que ya había experimentado el Pacto de
Bagdad en un momento en que la izquierda nacionalista árabe

88
crecía cada vez más y la capacidad de penetración soviética se
hacía mayor.
Francia e Inglaterra pagaban en solitario los costes políticos
de tal aventura frustrada en tanto que EE.UU. trataba de mejo­
rar su imagen. Pero a Israel se le compensó sobradamente su re­
tirada a regañadientes: logró la interposición de cascos azules en
las fronteras con Gaza y el Sinaí, lo que impedía el filtro de gue­
rrilleros palestinos y obtuvo un generoso suministro de armas bri­
tánicas, entre ellas los carros Centurión que fueron claves para la
victoria israelí en la guerra de 1967, y de los franceses recibió im­
portantes suministros armamentísticos y un reactor nuclear que,
instalado en Dimona (desierto del Neguev), ha permitido a Israel
construir entre 200 y 300 bombas nucleares.40 En realidad, hasta
la llegada de Charles de Gaulle a la presidencia, Francia mantu­
vo una política de apoyo incondicional a Israel, al punto de ha­
ber sido el país que le enseñó y ayudó a convertirse en una po­
tencia nuclear quizá con la esperanza de poder volver a poner pie
firme en Oriente Medio.
Por su parte, EE.UU. inauguró en 1957 «la doctrina Eisenho-
wer», definida como un programa de ayuda económica y militar
intensiva dirigida a frenar a la URSS. Sin embargo, sólo Arabia
Saudí, Líbano e Iraq la aceptaron (y éste sólo por un corto pe­
riodo de seis meses dado que el nuevo momento revolucionario
de 1958 puso fin a la posición declaradamente pro-occidental de
la monarquía y el primer ministro Nuri al-Said), mientras Egipto
firmaba un acuerdo de cooperación y amistad con la superpo-
tencia soviética, que aportaba el préstamo para la presa de Asuán,
y el naserismo se proclamaba oficialmente socialista. En realidad,
era la plasmación de la progresiva percepción egipcia de que la
política de Eisenhower no era favorable a los intereses de Egip­
to porque estaba dominada por el lobby proisraelí y la expresión
del fracaso norteamericano con el Egipto de Naser, por la impo­
sibilidad de conciliar su alianza prioritaria con Israel con relacio­
nes privilegiadas con los regímenes nacionalistas árabes. Es por
ello que el factor Israel desempeñó un papel clave en el progre­
sivo desencuentro entre EE.UU. y buena parte del mundo árabe
que, sin embargo, no había sentido ninguna atracción hacia la
ideología comunista ni hacia el vínculo estratégico con la URSS.

89
Es más, la URSS tendrá que «digerir» en pro de la realpolitik las
persecuciones que los regímenes socialistas árabes llevarán a cabo
contra los comunistas en la región.
A partir de entonces la URSS se introdujo con fuerza en un
Oriente Medio hasta entonces bajo monopolio occidental y el
mundo árabe entró en el sistema de la guerra fría, de manera que
se constituirían dos bloques árabes: el de los países conservado­
res aliados de EE.UU. (Arabia Saudí, Jordania, Líbano y, breve­
mente, hasta 1958, Iraq) y los «revolucionarios» con una relación
privilegiada con la URSS (Egipto, Siria, la OLP e Iraq tras la re­
volución antimonárquica). A partir de ese momento, a la diná­
mica del eje URSS-EE.UU. se añadía otra regional marcada por
una «guerra fría árabe» entre ambos bloques de manera que exis­
tió un íntimo vínculo entre la política interna, la regional y la in­
ternacional.41 En las respectivas luchas por la hegemonía o por la
supervivencia política, los gobernantes locales recurrieron a me­
nudo al apoyo del actor exterior, lo que intensificó la guerra fría
en la zona, y esto, sumado a la determinante influencia del con­
flicto con Israel, trajo también consigo una inmensa implicación
de las superpotencias en Oriente Medio. Como resultado, el sis­
tema regional árabe se sumergió en una situación de crisis per­
manente.
Durante la guerra fría los objetivos norteamericanos en Orien­
te Medio fueron ante todo estratégicos, por la ubicación geopo­
lítica de esta región, que era además el cinturón meridional de la
URSS. De ahí el imperativo militar de garantizarse bases y alia­
dos regionales a los que armará para convertirlos en «gendarmes
locales», siendo el Irán del shah el prototipo. El acceso al pe­
tróleo ha sido siempre un interés primordial de la política de
EE.UU. en la región, así como el considerable mercado militar y
civil que representa. Sobre estos objetivos se plasmaron ciertas
constantes: eliminar la competencia occidental para asegurarse la
hegemonía, constituir una gran alianza contra la URSS y sus alia­
dos regionales y erigir a Israel en su prioridad estratégica.
Para la URSS el petróleo tendría menos significación que para
EE.UU. en términos comparativos, y el interés soviético en
Oriente Medio fue sobre todo geoestratégíco. De hecho, la pre­
sencia y la política de la URSS en Oriente Medio estuvo esen­

90
cialmente vinculada a la ayuda militar. Su presencia se limitó a
actuaciones en situación de crisis y de desequilibrio militar. Así,
en 1955, cuando el Pacto de Bagdad desequilibró la relación de
fuerza militar, la URSS proporcionó armas a Egipto para resta­
blecer el equilibrio medio-oriental. De la misma manera, el con­
flicto árabe-israelí también creó las condiciones para que la URSS
reforzase su presencia en Oriente Medio aportando equipamien­
tos militares y consejeros a los países árabes. Pero nunca hubo un
régimen comunista en la región (a excepción de Yemen del Sur,
que se proclamó marxista-leninista) y las relaciones de amistad en­
tre la URSS y sus aliados árabes en la región lejos de ser continuas
y estables fueron siempre difíciles por los altibajos y la desconfian­
za que las caracterizaron en muchos momentos.
La década de los sesenta y la primera mitad de los setenta fue
el periodo de mayor fuerza y presencia de la URSS en Oriente
Medio, para a continuación caer en picado, de manera que a fi­
nales de los setenta sólo Yemen del Sur, Iraq y Siria siguían vin­
culados por tratados de amistad y cooperación con la URSS.
A la condena masiva de los países árabes e islámicos de la inva­
sión soviética de Afganistán en 1979 se unió otro acontecimien­
to muy negativo para los soviéticos: la pérdida de Egipto tras su
reorientación proamericana de la mano del sucesor de Naser, An-
war el-Sadat. Este fue el principal origen del aislamiento de los
soviéticos porque a su vez significó su exclusión del conflicto ára­
be-israelí, ya que la paz que Sadat firmó por separado con Tel
Aviv en 1979 erigió a EE.UU. como único interlocutor de las dos
partes. Negociados unilateralmente por EE.UU. y firmados en la
Casa Blanca, los Acuerdos de Camp David fueron concebidos sin
la participación de la Unión Soviética y, en consecuencia, susci­
taron su hostilidad y la de sus aliados en la región.
De hecho, Camp David tuvo una enorme repercusión en
todo Oriente Medio: el país árabe demográfica y militarmente
más importante firmó una paz por separado, al margen de los de­
más, incluidos los propios palestinos. Egipto, país de influencia
decisiva en toda la región árabe, quedaba aislado de todo su en­
torno ya que en respuesta fue excluido de todos los organismos
regionales (Liga Arabe y Organización de la Conferencia Islámi­
ca), Israel, sin embargo, lograba asegurar su flanco sur al firmar la

91
paz con El Cairo (lo que hacía muy improbable que el mundo
árabe pudiese afrontar otro conflicto bélico contra Israel al no
poder contar con la participación egipcia), establecía por prime­
ra vez relaciones diplomáticas normales con un Estado árabe, se
beneficiaba de la división árabe que dicha paz generó, y los pa­
lestinos se encontraban ante un Israel más fortalecido y seguro de
sí mismo. A esto se unía el hecho de que los Acuerdos de Camp
David incluían dos acuerdos-marco independientes: uno, en el
que se establecían las condiciones del tratado de paz entre Egip­
to e Israel (la paz a cambio de la retirada de Israel del territorio
egipcio —la península del Sinaí- qué había ocupado en la guerra
de 1967),* y otro, en el que se confiaba la suerte de los territo­
rios ocupados palestinos a futuras negociaciones egipcio-jordanas-
palestinas-israelíes destinadas a alcanzar una autonomía palestina
gestionada por una autoridad local elegida. Además de ser éste un
acuerdo que decidía sobre los territorios palestinos sin contar con
los propios interesados, los palestinos y sus representantes de la
OLP, quedó establecido que ambos acuerdos-marco eran inde­
pendientes y que la aplicación de uno no afectaba al otro. En
consecuencia, la contradicción aparente se convirtió en realidad
inevitable: las negociaciones sobre el futuro de los territorios pa­
lestinos quedaron en letra muerta.
Sólo entrados los años ochenta pudo la URSS resituarse en
Oriente Medio, al beneficiarse de la incapacidad de Washington
para resolver el conflicto palestino-israelí, de su fracaso en el Lí­
bano y del descrédito que supuso el escándalo del Irangate, sobre
todo entre sus aliados árabes. Todo ello supuso una gran pérdida
de credibilidad para EE.UU. en el mundo árabe. Así, la URSS
jugó con éxito la carta de que no era bueno tener un solo inter­
locutor ni encerrarse en un solo sistema de alianzas en una re­
gión tan complicada como Oriente Medio, más aún cuando la
oposición sistemática del lobby israelí a la venta de armas norte­
americanas a los países árabes dejó abierto este campo a la URSS.
Sin duda, la fuerza de este argumento soviético estuvo avalada

Aunque no aparecía en el acuerdo, EE.UU. también concedía a Egipto a cam­


bio de su paz con Israel una ayuda económica civil y militar que, aunque muy por
detrás de la inmensa cantidad que percibe Tel Av¡v, es la segunda ayuda exterior más
elevada de EE.UU.

92
por la creciente desconfianza árabe hacia una política norteameri­
cana que con la administración Reagan asumió oficialmente el
principio de que Israel era sy «baza estratégica» en la región, a la
vez que se descubría la red norteamericano-israelí de tráfico de ar­
mas a Irán en plena guerra contra Iraq, a quien EE.UU. oficialmen­
te apoyaba. Además, el veto israelí a la venta de armas a los alia­
dos árabes de EE.UU. deparaba insoportables humillaciones a
países tan próximos a los norteamericanos como Arabia Saudí y
Jordania (negativa a venderles Awacs, F-15 y F-16, exigencia al rey
Fahd de solicitar permiso al presidente Reagan para comprar avio­
nes a Londres o a París, imposición a Jordania de que sus misiles
Hawk se instalasen en una base de cemento para que no pudieran
ser dirigidos hacia Israel...). En consecuencia, la URSS reafirmó su
alianza con Siria a través del aprovisionamiento de equipos mili­
tares más sofisticados, pero firmó también contratos de armamen­
to con Jordania y, de manera intensiva con Kuwait, aprovisionó de
armas a Iraq en su guerra contra Irán y renovó sus relaciones diplo­
máticas con El Cairo, los Emiratos del Golfo y Arabia Saudí. En
resumen, consiguió que, tras una década de iniciativas norteame­
ricanas unilaterales sobre el conflicto árabe-israelí, la idea de una
conferencia internacional se impusiese de nuevo, y los soviéticos
volvieran a ser reconocidos como «parte interesada»,42
La evolución de la política exterior de Iraq tras la revolución
de 1958 que acabó con la monarquía estuvo condicionada por
todas estas acciones externas y por las nuevas directrices de sus
gobiernos revolucionarios. De hecho, el primer acto de «la guerra
fría árabe» estuvo marcado por el advenimiento de la revolución
antimonárquica. En enero de 1958 Egipto y Siria se unieron en
la República Arabe Unida. Apenas dos semanas después nacía
en contraposición la Unión Federal Árabe entre las monarquías
hachemíes de Jordania e Iraq. Sin embargo, el 14 de julio de ese
mismo año la revolución derrocaba a la monarquía iraquí po­
niendo fin a la efímera Unión y también a la influencia británi­
ca en la región. Tras la RAU sirio-egipcia y la revolución en Iraq,
el miedo de los países vecinos al contagio nacionalista árabe les
llevó a pedir ayuda a la superpotencia norteamericana. Los mari­
nes desembarcaron en Beirut y los paracaidistas británicos en
Ammán.

93
Con el cambio de régimen en Iraq en 1958, la influencia bri­
tánica fue sustituida por un progresivo acercamiento a la URSS
como proveedor de ayuda exterior, política y económica, y final­
mente también militar. Pero, al principio, las estrechas relaciones
que existían desde 1960 entre el Egipto naserista y los soviéticos
llevó al régimen de Qasem a mantener cierta prudencia en sus re­
laciones con la URSS. La razón estaba en la competencia y rivali­
dad que existía entre el nuevo régimen iraquí, que había opta­
do por la línea «Iraq primero», y el panarabismo que perseguía el
Egipto de Naser. El éxito de Egipto en la creación de la RAU con
Siria aisló a Iraq dentro del bloque revolucionario. Por ello, en su
búsqueda de liderazgo árabe, Iraq miró al Golfo, prestando un
gran interés a los emiratos del Golfo Pérsico (que Iraq denominó
«Golfo Arábigo») y a las poblaciones de origen árabe de la provin­
cia iraní del suroeste, el Juzistán (que Iraq denominó «Arabistán»).
El Irán del shah, convertido en el «gendarme local» americano en
la región, reaccionó iniciando el apoyo táctico y armamentístico
a los kurdos de Mustafa Barzani.
Pero cuando Iraq trató de llevar a cabo un tour de forcé en la
región en nombre del arabismo y de los intereses iraquíes en el
Golfo fue cuando en junio de 1961 se declaró la independencia
de Kuwait. Iraq es un país cercado territorialmente por seis paí­
ses y su única salida al mar está en el pequeño espacio territorial
que se abre al Golfo Pérsico. Por ello Kuwait siempre ha sido una
zona de gran relevancia estratégica para este país. La artificial di­
visión colonial impuesta no sólo ha dejado multitud de conten­
ciosos territoriales entre los países de Oriente Medio sino que
también permite interpretaciones diversas que renuevan conflic­
tos aparentemente sosegados. Unas semanas antes de declararse
la independencia del emirato kuwaití, Qasem proclamó que éste
debía ser devuelto a Iraq. La argumentación se basaba en el he­
cho de que durante el periodo otomano Kuwait había sido parte
de la provincia de Basora y que el diseño británico le había sa­
cado del Estado iraquí, usurpándole a éste sus fronteras naturales
y restringiéndole su salida al mar. Lo cierto es que esta concep­
ción iraquí no era nueva, si bien nunca había sido reivindicada
de manera tan tajante. Sin duda, Qasem buscaba fomentar el pa­
triotismo iraquí para su propia consolidación política y llevar a

94
cabo su convencida concepción del derecho de Iraq a fortalecer­
se como potencia árabe en el Golfo, frente al poder naserista en
el Levante medio-oriental. La URSS apoyó a Qasem y vetó en el
Consejo de Seguridad de la O N U la entrada de Kuwait como
país miembro. Aunque Qasem nunca amenazó con defender mi­
litarmente su decisión, sí movilizó tropas. Egipto, dominante en
la Liga Árabe, le obligó a retirarlas y logró que el mundo árabe
reconociese a Kuwait y sustituir las tropas británicas que el emi­
rato había solicitado para su protección por una fuerza de inter­
posición de la Liga. En esta ocasión el conflicto quedó zanjado
así. En 1963 la URSS levantó el veto e Iraq reconoció a Kuwait,
si bien las tensiones reaparecerán esporádicamente hasta que en
1990 Saddam Husein «recupere» la reivindicación iraquí de ma­
nera determinante.
No fue casual que, tras el fracaso de Kuwait, Qasem decidie­
se, como se vio más arriba, retirar a la IPC las concesiones pe­
trolíferas sin explotar, a fin de ofrecer a la población iraquí una
medida anti-imperialista que compensase ese fiasco.
En 1963, un nuevo golpe de Estado, liderado por eí sector
baazista y naserista derrocó a Qasem. El apoyo egipcio y la ayuda
norteamericana de la CIA en dicho golpe desempeñaron un im­
portante papel externo. Tanto Naser como los EE.UU., por razo­
nes diversas, deseaban ver desaparecer a un régimen que recha­
zaba el liderazgo unionista árabe que representaba Egipto y que
se había aproximado al Partido Comunista Iraquí y a la URSS.
Saddam Husein fue uno de los hombres del Baaz que tuvo con­
tactos continuados con los norteamericanos en la preparación del
golpe. Asimismo, los norteamericanos, a través de Irán, aprovi­
sionaron de armas al nuevo gobierno iraquí para ayudarle a ven­
cer la rebelión kurda, y parece muy probable que sus servicios de
inteligencia ayudasen a los líderes del Baaz a confeccionar las lis­
tas de comunistas que fueron detenidos y perseguidos.43 Así, si
bien EE.UU. no logró poner fin a la influencia soviética en Iraq,
sí la frenó por un tiempo. De paso, empresas norteamericanas
como Mobil, Parsons y Betchel lograron importantes contratos y
' 44
concesiones.
La guerra de 1967 con Israel desencadenó en Iraq una nueva
ola de radicalización y de hostilidades contra Occidente, con la

95
excepción de Francia, que por entonces había logrado tejer una
red de relaciones económicas privilegiadas, sobre todo en el terre­
no petrolero (la empresa francesa ERAP había obtenido en 1966
un enorme contrato en condiciones muy favorables). Desde la
llegada al gobierno francés del general De Gaulle, Francia modi­
ficó la posición declaradamente proisraelí de París, condenando
la ocupación israelí de los territorios árabes en 1967 y declarando
un embargo de armas a Israel (política que sus sucesores, Pompi-
dou y D ’Estaing, mantendrán, aunque el embargo fue aligerado
en 1969 y suprimido en 1974).
Con la llegada en 1968 del nuevo régimen baazista, Iraq se
comprometió con el ideal unitario árabe, se alineó con las posi­
ciones más firmes con respecto a la cuestión palestina, y reforzó
sus relaciones con la URSS. Pero todo esto no impidió que la re-
alpolitik impusiese decisiones que contradecían esos posiciona-
mientos. El compromiso con el panarabismo chocó con la cons­
tatación de que los dos países candidatos a la unidad, Egipto y
Siria, contaban con un liderazgo, Naser y Hafez al-Asad, mucho
más prestigioso en el mundo árabe que los recién llegados al po­
der en Iraq y, por tanto, los deseos de unidad se trasmutaron en
reproches contra esos regímenes por haber traicionado la princi­
pal causa árabe al no lograr vencer a Israel en 1967. Con muy po­
cas fluctuaciones, este patrón de acusaciones fue mantenido por
Saddam Husein cuando llegó a la presidencia en 1979, a la vez
que desarrollaba un panarabismo «iracocéntrico»: debido a su
rica y heroica historia, Iraq era el líder natural de todos los ára­
bes y, por lo tanto, lo que beneficiase a Iraq beneficiaba a todos
los árabes. Esta concepción fue ampliamente difundida para legi­
timar su invasión de Irán en 1980.
Aunque Iraq colocó la defensa de la causa palestina en la pri­
mera línea de su discurso oficial y se unió al «frente de firmeza»
de los países árabes, no dudó en olvidar la solidaridad con los pa­
lestinos cuando la ocasión así lo exigía. Cuando en septiembre de
1970 estalló el enfrentamiento entre el gobierno del rey Husein y
la OLP instalada en Jordania, la Legión Arabe jordana, con el res­
paldo implícito de EE.UU. e Israel, atacó y masacró a los pa­
lestinos hasta lograr su expulsión del país, mientras los 15.000
efectivos iraquíes instalados en Jordania desde la guerra de 1967 no

96
hicieron nada para ayudar a los palestinos. El gobierno baazista,
recién llegado a Iraq, y dedicado a afirmarse en el poder, no te­
nía ningún interés en generar conflictos externos ni en atraer un
posible ataque norteamericano hacia ellos.
Por otro lado, la amistad político-estratégica con la URSS se
acompañó de una apertura económica hacia el mundo occiden­
tal que permitió tejer multitud de intereses comunes a través de
sustanciosos contratos con Europa, EE.UU. y Japón. La Revolu­
ción iraní en 1979 modificó el equilibrio de fuerzas regionales e
internacionales en Oriente Medio, y la guerra que a continuación
provocó Iraq contra Irán convirtió a Saddam Husein en el hom­
bre del Este y del Oeste, rompiéndose en ese inusitado y fútil
conflicto todos los esquemas de la guerra fría.
Las guerras de Saddam Husein y
su contexto internacional
La primera guerra del Golfo:
el reconocimiento internacional de
Saddam Husein

El Iraq de Saddam Husein va a ser el Iraq de las guerras. Ape­


nas había llegado al poder cuando desencadenó el primer con­
flicto armado contra su vecino iraní, impulsado por una serie de
razones de orden interno, regional e internacional. En 1979 Sad­
dam Husein logró marginar a Hasan al-Bakr. Con el pretexto de
que al-Bakr estaba enfermo, le hizo dimitir para abrirse paso y al­
canzar el liderazgo del país, que ocupó hasta 2003. Husein tenía
que afrontar ante todo los desacuerdos internos sobre su lideraz­
go entre los militares y algunos sectores del Baaz, que no veían
con buenos ojos su acceso a la presidencia sin que dicha decisión
pasara por ellos. Sin embargo, ese mismo año tuvo lugar un
acontecimiento de gran influencia en la región, que iba a deter­
minar el futuro inmediato del Iraq de Saddam Husein: la revo­
lución iraní.
El 11 de febrero de 1979, la sublevada población iraní, apo­
yada por unidades del ejército favorables al imam Jomeini, to­
maba Teherán y se apoderaba de los puntos estratégicos de la ca­
pital. El aparato imperial del shah se derrumbaba ante la lucha de
una muchedumbre enardecida. La revolución había triunfado.
Hasta entonces, en Irán no existían fuerzas políticas verdadera­
mente organizadas: un aparato represivo sostenido por una terro­
rífica red de servicios secretos y por las omnipresentes fuerzas del
orden ahogaban con celo toda veleidad política. De hecho, el úl­
timo episodio de contestación organizada había tenido lugar en
1963 por la puesta en vigor de un plan de reformas sociales, co­
nocidas como la «Revolución Blanca», planificada bajo presión
de la administración Kennedy. En las sangrientas revueltas que se
desencadenaron entonces ya destacó como líder político el imam

101
Jomeini, lo que provocó su expulsión del país. Tras pasar largos
años de exilio en Iraq, Jomeini fue expulsado por el gobierno ira­
quí el 6 de octubre de 1978 y acogido por Francia.
El 1 de febrero de 1979, Jomeini volvía triunfalmente a Tehe­
rán, donde era acogido por millones de manifestantes, para con­
vertirse en la figura central de una revolución que, si bien agru­
pó inicialmente a los liberales, la izquierda, la burguesía del bazar
y el cuerpo religioso shií, se sustentó sobre todo en la inédita
alianza entre una intelligentsia islamista (nueva generación proce­
dente de los medios educativos secularizados y muy politizada) y
una parte del clero iraní seguidor de la lógica de politización de­
fendida por el imam Jomeini.
El modelo de wiláyat al-faqih (el gobierno del ulema) concep-
tualizado por Jomeini exigía al jurisconsulto musulmán el ejerci­
cio del poder. Es cierto que aplicar el gobierno del ulema es más
fácil en el islam shií que en el sunní, dado que los shiíes cuentan
con una jerarquía religiosa que puede determinar quién es el me­
jor musulmán y más sabio (el Guía Supremo), pero también es
cierto que nunca había existido en la tradición shií el principio de
que al segmento religioso le correspondiese la función de gober­
nar. Esa era la nueva interpretación que proponía Jomeini, que
además nunca favoreció al clero shií como institución, sino que se
apoyó en los islamistas y los hojjat ol-islamt religiosos de rango in­
ferior y más jóvenes, muchos de ellos antiguos alumnos suyos que
optaron por el activismo político contra el Shah ya en 1963.
Mientras tanto, una decena de grandes ayatollahs de la época re­
chazaron la teoría jomeinista de wilayat-ifaqih porque rompía las
reglas del juego del sistema religioso tradicional.
La revolución islámica no puso en cuestión al Estado-nación
iraní sino que instituyó una República islámica basada en un sis­
tema constitucional en el que se asumió la legitimidad del sufra­
gio universal. Así, lo que podría haber sido una teocracia se con­
virtió en un sistema presidendalista: el presidente de la República
(elegido por sufragio universal, al igual que los diputados) y el
Guía (líder espiritual-reügioso) pertenecen a figuras y marcos ins­
titucionales separados; el Consejo de los Guardianes de la Cons­
titución se compone de seis ulemas elegidos por el Guía y de seis
juristas elegidos por el Parlamento; y la autoridad suprema del

102
Guía espiritual es designada por la Asamblea de Expertos que es
elegida por sufragio universal. En realidad, aunque el clero de­
sempeña un papel importante y goza de gran influencia, el siste­
ma sólo le reserva la figura del Guía y los seis puestos en el Con­
sejo de Guardianes de la Constitución. Además, como ocurrió en
la Revolución francesa, la revolución iraní no quedó institucio­
nalizada a través de la imposición de un partido único sino que
una serie de instituciones definidas por la Constitución forma­
ron un régimen autoritario, que no totalitario, ya que no había
partido único ní un sistema de control social riguroso. En con­
secuencia, a pesar de las sucesivas depuraciones que marcaron el
periodo propiamente revolucionario (1980-1986), la diversidad de
las fuerzas políticas y la flexibilidad de las referencias al islam per­
vivieron, lo que ha permitido el actual desarrollo del sector refor­
mista y la formación de un verdadero espacio público. Se puede de­
cir que Irán tiene incluso una sociedad civil, y que un ciudadano
iraní valora la aplicación de la ley y reivindica el Estado de dere­
cho. La racionalización de un gran número de prácticas de la vida
cotidiana, la modernización del ámbito religioso, el progreso del
sector privado, el crecimiento de una cultura urbana, el activismo
social de las mujeres y la cada vez mayor autonomía de los in­
dividuos, son realidades que hoy día ponen de manifiesto el de­
sarrollo del espacio público iraní.
Sin embargo, la imagen de Irán se ha reducido a poderosos
clichés resumidos en la omnipresente foto de mujeres en chador
negro atravesando las calles de Teherán como símbolo de la na­
turaleza autoritaria y regresiva de una República de mollahs. Ese
estereotipo ha impedido durante mucho tiempo observar las di­
námicas sociales que protagonizan los actuales debates políticos
en este país de más de sesenta millones de habitantes y que cuen­
ta con una rica y diversa herencia histórica y cultural resultado
de tres legados: el persa, el islámico y el de los préstamos occi­
dentales.
Como refuerzo de los prejuicios, el término de «fundamenta-
lismo islámico» se popularizó en Occidente a raíz de la revolu­
ción islámica iraní. El radicalismo revolucionario de los seguido­
res de Jomemi dominó la representación de un proceso político
que era mucho más complejo, pero que la poderosa propaganda

103
norteamericana simplificó, centrando toda la información en los
aspectos más negativos e intolerantes. El objetivo era aislar y cas­
tigar a un país que había dejado de poder tutelar, como había he­
cho durante la dictadura del Shah, y del que salió derrotado.
Todo se centró desde entonces en la amenaza del «fundamenta-
lismo islámico» y en la expansión de la idea de que se construía
una amenazante internacional fundamentalista desde Irán, cuan­
do hoy sabemos que el radicalismo internacionalizado es el que
ha salido de la guerra de Afganistán bajo cobijo norteamericano.
Es más, mientras el modelo islámico iraní era satanizado, la po­
lítica norteamericana no dudaba en jugar la baza «islámica» con­
tra el nacionalismo socialista árabe en Oriente Medio, ya fuese en
Arabia Saudí o en Afganistán. En este último caso no se limitó a
apoyar sin la más mínima crítica el modelo integrista existente,
como hizo en el caso del primero, sino que incluso contribuyó
de manera activa a adoctrinar, financiar y entrenar con el apoyo
saudí y paquistaní a una guerrilla islámica extremista y violenta
de mufabidtn (combatientes en defensa del islam) a los que el
aparato de propaganda norteamericano calificó de «defensores de
la libertad». El fin justificaba los medios, y se trataba de expulsar
a los soviéticos de Afganistán aunque fuera con la ayuda de un
islam fabricado ad hoc para que fuese fanáticamente hostil al co­
munismo y convencido de los beneficios del uso de la violencia.
En esa cepa se formó y desarrolló su liderazgo Osama Ben La-
den, quien mantuvo, como todos los muyahidin, estrechas relacio­
nes con sus «patronos» norteamericanos del momento.45
Pero en Irán, la baza islámica la jugó el imam Jomeini en con­
tra de una dictadura brutal y ególatra y de su «patrón» norteame­
ricano, de manera que la hostilidad y demonización occidental
de este país se convirtió en un objetivo primordial de la propa­
ganda norteamericana. Esto le permitió a Saddam Husein des­
empeñar oficialmente el papel del «eje del bien» en su aventura
militar contra Irán.
El régimen baazista de Iraq, con Saddam Husein a la bús­
queda de su consolidación en el poder, se sintió directamente
amenazado por la revolución islámica de Irán, tanto porque el
nuevo régimen iraní declaró «impío» al régimen socialista del
Baaz como porque buscó captar a la población shií iraquí en con­

104
tra del baazismo, labor a la que contribuía la campaña de repre­
sión contra el shiismo iraquí que el régimen baazista llevaba a
cabo desde su llegada al poder. El sentimiento de vulnerabilidad
del régimen iraquí se acentuaba también por la constatación de
lo que estaba ocurriendo en todo el mundo árabe e islámico en
general: el declive de las ideologías socialistas y nacionalistas ára­
bes a favor de una nueva generación política islamista que iba ex­
tendiendo su base social frente a los fracasos acumulados de los
regímenes que habían representado el sistema de valores revolu­
cionario de la generación anterior. En efecto, la democratización
jamás fue asumida, el panarabismo nunca se logró y la consecu­
ción de los derechos palestinos frente a Israel siempre fracasó. En
este sentido, la revolución iraní, lejos de significar un modelo sus­
ceptible de ser aplicado en el mundo árabe sunní, representó ante
todo un impulso moral para la alternativa islamista en el mundo
árabe en general, y para el liderazgo islamista shií iraquí en par­
ticular.
En esta situación, Saddam Husein decidió organizar eleccio­
nes legislativas, las primeras convocadas en Iraq desde el fin de
la monarquía, con una función específica y excepcional: servir
de fuente de legitimidad al régimen en un momento de gran vul­
nerabilidad interna y externa. La Constitución republicana iraquí
de 1958, múltiples veces enmendada, siempre ha incluido dis­
posiciones sobre un parlamento, e incluso en diciembre de 1970
un decreto estableció las normas para su creación. Sin embargo,
no vio la luz hasta estas elecciones de 1980. Según el decreto
de 1970, la Asamblea Nacional iraquí no podría tratar cuestio­
nes militares, financieras ni de seguridad, dominio reservado al
Consejo del Mando de la Revolución (CMR) y al jefe del Esta­
do. En realidad, el CMR era la más alta instancia del Estado re­
publicano, encabezada por el presidente de la República y encar­
gada de ejecutar el programa revolucionario. Desde septiembre
de 1977, tras una nueva revisión constitucional, quedó fijado que
todos los miembros de la direción regional del Baaz serían miem­
bros del CMR, cuya dirección colegiada tomaba las decisio­
nes por mayoría de dos tercios. Ante la ausencia de parlamen­
to, el CM R asumió todo el poder legislativo. El poder ejecutivo
quedó en manos del presidente de la República, que es también

105
el jefe de los ejércitos, asistido por uno o dos vicepresidentes y
un Consejo de Ministros elegidos por él mismo y responsables
ante él.
Sin embargo, el nuevo presidente Husein necesitaba reforzar
su legitimidad y presentar una nación iraquí identificada con el
partido y su líder; la convocatoria de elecciones y la formación
de la Asamblea Nacional buscaban este objetivo. Seis semanas
después de la constitución del Parlamento Saddam Husein co­
municaba a los 250 diputados su decisión de abrogar el acuerdo
sobre la región de Shatt al-Arab firmado con Irán en marzo de
1975, iniciando así la larga guerra irano-iraquí. Esta región, don­
de confluyen el Tigris y el Eufrates durante 200 kilómetros y que
desemboca en el Golfo Pérsico, ha sido siempre un factor de ten­
sión y conflicto con Irán desde la división de fronteras colonial,
porque ambos países la reivindican y porque desde mucho antes
fue con frecuencia el punto catalizador del enfrentamiento secu­
lar entre Persía y Mesopotamia. Desde el siglo xvi ésta había sido
la línea de rivalidad entre el Imperio persa y el otomano, situa­
ción que la intervención de las potencias coloniales vino a em­
peorar provocando conflicto tras conflicto. Numerosos tratados
han jalonado esta secular disputa, pero tras la revolución iraquí
de 1958 la cuestión volvió a reaparecer con fuerza hasta que el
contencioso fue temporalmente resuelto con el acuerdo de Argel
de 1975, a cambio del cual Iraq consiguió que el Irán del Shah
cesase en su apoyo a la guerrilla kurda. Según este acuerdo am­
bas partes renunciaban a sus reivindicaciones aceptando el repar­
to del Shatt al-Arab entre los dos y garantizando la libre navega­
ción en el Golfo.
En septiembre de 1980 Saddam Husein denunció el acuerdo
y lanzó sus tropas contra Irán para recuperar toda esta región.
Iraq quería hacerse con el Shatt al-Arab e incluso el Juzistán ira­
ní («Arabistán» para el régimen iraquí), pero no fue ésta la única
razón que explica la decisión de iniciar la guerra. Contó, al me­
nos en igual grado, el deseo de dar un golpe mortal a la revo­
lución islámica iraní, salir de su aislamiento regional logrando
cierto liderazgo en el mundo árabe y neutralizar las divisiones in­
ternas agrupando a toda la población en contra del «enemigo se­
cular» de Bagdad. La guerra entre Irán e Iraq, también conocida

106
como primera guerra del Golfo, ha pasado a la historia por ser
una guerra completamente inútil, ruinosa para ambas partes y
demoledora en términos humanos. Su inaudita duración, de 1980
a 1988, sólo se explica porque durante mucho tiempo a nadie le
interesó detener el conflicto. En ese marco, Iraq se convirtió en un
peón estratégico de Occidente y Saddam Husein encontró múl­
tiples apoyos internacionales. La guerra también sirvió para mos­
trar con crudeza el cinismo y el doble lenguaje de la diplomacia
norteamericana en Oriente Medio, y su fracaso continuado a la
hora de resolver una contradicción insuperable: hacer de Israel su
baza estratégica en la región y mantener al tiempo una estrecha
alianza con los Estados árabes de la región.
Un factor de gran importancia para que Saddam Husein de­
cidiese embarcarse en dicho conflicto fue la seguridad de que en­
contraría el apoyo no sólo árabe (excepto de Siria y Libia)* sino
también internacional en su cruzada contra «el fundamentalismo
islámico iraní». Es más, se iba a convertir en una guerra que ini­
cialmente interesaba a muchos: a los gobiernos árabes porque ya
sabían que el islamismo se convertía en la alternativa política en
sus países, a lo que se sumaba el miedo de Arabia Saudí y los
emiratos del Golfo, con importantes comunidades shiíes entre
sus poblaciones, a que Irán desplazase el liderazgo musulmán en
la región a su favor; a EE.UU. porque había perdido a su «gen­
darme» en la región, había sido humillado, y seguía obsesionado
por recuperar Irán para su eje estratégico; a Europa porque se
dejó convencer por la visión norteamericana y deseaba, al igual
que EE.UU., recuperar sus intereses petrolíferos en Irán; a Israel
porque Irán se convertía en una potencia de Oriente Medio com­
pletamente hostil y libre de la tutela de su aliado norteamerica­
no; y a la URSS porque tenía estrechas relaciones con Iraq mien­
tras el no alineamiento que defendió el nuevo régimen iraní no
le facilitaba la entrada en el país a la vez que la hostilidad ideo­
lógica del modelo islámico hacia el comunista era recalcitrante.
No obstante, la URSS se sintió aliviada al ver cómo la otra super-

4 Siria y Libia fueron los únicos Estados árabes que se pronunciaron a favor de
Irán, pero, aparte del cierre del oleoducto sirio al petróleo iraquí en abril de 1982 y
su acogida de un gran número de refugiados, ninguno de los dos se implicaron acti­
vamente en el conflicto.

107
potencia perdía un peón clave en el tablero estratégico de Orien­
te Medio y más cuando ese mismo año emprendió la invasión de
Afganistán.
En conclusión, la agresión iraquí contra Irán contó con la
complacencia internacional y nunca fue condenada por Naciones
Unidas, a pesar de los intentos de Irán en este sentido. Enton­
ces Saddam Husein contaba con la anuencia y comprensión que,
para su gran sorpresa, le faltaron cuando actuó de la misma
manera con respecto a Kuwait nada más terminar la guerra con­
tra Irán.
Por su parte, el régimen de Irán, aunque ni inició ni planeó
la guerra, encontró en ella un buen instrumento para movilizar a
una población que empezaba a desilusionarse con la revolución
y para volver a poner en pie a un ejército aturdido. Asimismo, le
sirvió para justificar represiones internas, permitir a los sectores
más conservadores colocarse en los resortes del poder y ocultar
los fracasos de las reformas prometidas. En consecuencia, Irán de­
cidió continuar la guerra cuando en 1982 su ejército consiguió
que las tropas enemigas retrocediesen a su territorio iraquí y re­
chazó las propuestas de alto el fuego de Iraq y las mediaciones
intentadas por la ONU, el movimiento de no-alineados, la Con­
ferencia Islámica, Argelia, Arabia Saudí... prolongando el conflic­
to hasta 1988 para acabar exactamente igual que cuando se ini­
ció ocho años antes, aunque dejando un reguero de un millón de
muertos a sus espaldas.

Shiíes y kurdos en el juego de la guerra

En el frente interior, la estrategia de Saddam Husein se orga­


nizó en tomo a diversos ejes. De un lado, presentó el conflicto
de manera nacionalista, buceando en el imaginario histórico ira­
quí para transmitir a la población que se trataba de la prolonga­
ción de la guerra entre árabes y persas. Es más, la denominó «la
Qadisiyyat de Saddam» utilizando el nombre de la emblemática
batalla en que los ejércitos árabes vencieron a los persas en el 637
y extendieron así el imperio islámico a Persia.
No obstante, la guerra no produjo los efectos buscados por

108
los dirigentes de cada una de las partes con respecto a la pobla­
ción shií y de origen árabe «del otro». La población árabe del Ju-
zistán iraní, cuyo territorio se convirtió inicialmente en el princi­
pal campo de batalla, no se volcó a favor de Iraq sino que se
replegó hacia el interior de Irán; y los shiíes iraquíes, rígidamen­
te controlados e intimidados por los servicios secretos y la poli­
cía, tampoco se movilizaron como esperaba Irán. Es probable
que la propaganda nacionalista iraquí lograse crear en la pobla­
ción shií una reacción patriótica de solidaridad árabe frente a la
«agresión» persa. En cualquier caso Saddam Husein alternó tam­
bién una política de palo y zanahoria que obtuvo sus frutos. Al
comienzo de la guerra, cuando Iraq fue ganando terreno a su ad­
versario iraní, el régimen intensificó su persecución contra el li­
derazgo religioso e islamista shií y las deportaciones masivas a
Irán. A partir de 1983, cuando el ejército iraní logró una con­
traofensiva victoriosa contra los iraquíes, el régimen fue más
consciente de que debía desarrollar una política activa que logra­
se la lealtad iraquí de los shiíes, que además formaban una buena
parte de la tropa que combatía en el frente, así como contrarres­
tar la propaganda iraní que le tachaba de antimusulmán. Para lo­
grar atraerse a la población shií y renovar sus credenciales islámi­
cas Husein comenzó a visitar los santos lugares shiíes, a financiar
su embellecimiento y restauración e, incluso, inventó una genea­
logía que le emparentaba con el Profeta a través de Husein, el
hijo de A1Í, proclamándose sayyid. Así Saddam Husein trataba de
establecer un lazo emocional con los shiíes y envolverse en un
altamente respetado estatuto religioso.
El caso es que, salvo algunos ataques aislados de la guerrilla
shií contra objetivos del gobierno, no se desarrolló ninguna re­
vuelta shií. Es más, desde 1983, cuando el contraataque iraní lle­
vó la guerra al territorio de Iraq, el patriotismo de los shiíes ira­
quíes se colocó por delante de otras consideraciones y prevaleció
la defensa de su país, independientemente del régimen. No obs­
tante, la guerra no fue más que una tregua temporal y en 1988 la
oposición shií a Saddam Husein y la confrontación violenta vol­
vieron a surgir. Y fue en diciembre de ese año cuando el gobier­
no iraquí puso en marcha su «Plan de acción» en la región shií
de las marismas del sur, sitiando económicamente a su población

109
y destruyendo aldeas y campos, además de detener a todos los
que consideró sospechosos.
En el campo' kurdo las cosas fueron de otra manera. Con mo­
tivo de la guerra, muchas unidades del ejército instaladas en el
Kurdistán fueron enviadas al conflicto bélico y este vacío fue
aprovechado por la guerrilla kurda para fortalecer su activismo
contra el régimen, a la vez que los lazos entre el PDK de Masud
Barzani e Irán se reanudaron a través de un creciente apoyo eco­
nómico y militar iraní a los kurdos. La ocasión también fue apro­
vechada por los kurdos de Turquía para servirse del Kurdistán ira­
quí como refugio y retaguardia en su lucha contra el gobierno
turco.
La respuesta de Bagdad a esta situación se basó en dos estra­
tegias. Por un lado, Bagdad y Ankara respondieron conjunta­
mente aplicando por primera vez el acuerdo de cooperación anti­
kurda que habían firmado en 1979, por el que Iraq permitía a
Turquía penetrar en el territorio del norte iraquí para perseguir a
«sus» kurdos y de paso a los activistas iraquíes del Kurdistán. En
consecuencia, en 1983 Ankara enviaba, con el acuerdo de Bag­
dad, varios comandos de su gendarmería especializada en la re­
presión antikurda que penetraban a más de treinta kilómetros del
territorio iraquí y llevaban a cabo millares de detenciones. Por
otro lado, Bagdad puso en práctica la estrategia de fomentar la di­
visión entre el movimiento nacionalista kurdo iraquí que siempre
le había dado frutos, puesto que con frecuencia prevalecía la ri­
validad entre ellos sobre su unidad frente al régimen iraquí. Y así
fue. Saddam Husein logró atraer durante varios años al PUK de
Talabani blandiendo un renovado compromiso en torno a la au­
tonomía kurda. Y de la misma manera, tal y como siempre ha
ocurrido en la historia iraquí, en enero de 1985 las relaciones en­
tre Bagdad y el PUK se rompieron por el rechazo del primero a
la continua exigencia del segundo de integrar las ciudades petro­
líferas de Kirkuk y Janaqin en el territorio autonómico. Siguien­
do fielmente el guión que tantas veces había interpretado, Tala­
bani volvió a ponerse en brazos de Irán. Es más, en octubre de
1986 Teherán y el PUK firmaron un acuerdo económico y mili­
tar. Con los dos principales grupos kurdos aliados con el ejército
iraní, Teherán pudo lanzar continuas ofensivas a lo largo de la

no
frontera iraquí, y la guerrilla kurda controlar partes importantes
del norte.
La ofensiva lanzada por Irán a principios de 1986, en el sur
para capturar la península de Fao y cortar a Iraq el acceso al Gol­
fo y en el este penetrando en el Kurdistán, empujó al ejército ira­
quí a tomar progresivas medidas de contrainsurgencia y aplicar
una política sistemática antikurda con el fin de destruir sus bases
políticas, militares, sociales y económicas. El resultado de ese plan
fue la operación conocida como «Acabar con los traidores». El
método fue destruir pueblos y aldeas y deportar a sus habitantes a
campos o zonas supervisadas por el ejército y la policía iraquíes.
La primera fase de esta operación se llevó a cabo entre abril y
junio de 1987, y concluyó con la llamada «campaña del Anfül»*,
entre febrero y septiembre de 1988, durante la cual fueron des­
truidas más de tres mil localidades kurdas y en la que se utilizaron
armas químicas contra la población de Halabya el 16 de marzo,
causando miles de muertos. No era la primera vez que el ejército
iraquí utilizaba este tipo de armas; ya lo había hecho contra sol­
dados iraníes. Aunque Iraq siempre negó esta acusación, un infor­
me de Naciones Unidas publicado el 14 de marzo de 1986 afir­
maba que «en la región de Abadan, inspeccionada por la misión
de la O NU, las fuerzas iraquíes hicieron un uso intensivo de ar­
mas químicas contra las posiciones iraníes».46 Más tarde, en la pri­
mavera de 1988, volvió a utilizar armas químicas contra los iraníes
para recuperar la estratégica península de Fao, que había perdido
dos años antes. Es importante señalar que si Iraq usó armas quí­
micas contra soldados iraníes y kurdos en esta guerra fue porque
se sabía completamente protegido y era consciente de que podía
hacerlo sin riesgos de penalizaciones ni represalias. En efecto, así
fue. Poco les importaron a sus aliados europeos, rusos y estadou­
nidenses esas atrocidades, que quedaron impunes.
Entretanto, la rivalidad entre los partidos kurdos continuó
marcando las alianzas y apoyos regionales. En mayo de 1988, las
trágicas consecuencias de la campaña del Anjal promovieron un

* Este nombre, con el que el régimen iraquí denominó la fase más devastadora
de su operación contra los kurdos, es un término tomado del Corán. A l-A nfál (botín)
es el título de la octava azora del texto sagrado.

111
espíritu de unidad entre los diferentes grupos kurdos y se creó el
Frente del Kurdistán Iraquí (FKI) integrado por el PDK, el UPK,
el Partido Popular Democrático del Kurdistán, el Partido Socia­
lista del Kurdistán y el Partido Socialista Kurdo. Pero al mismo
tiempo el UPK de Talabani firmó un acuerdo con el Partido de
los Trabajadores Kurdo de Turquía (PKK),* que el PDK de Bar­
zani denunció porque perjudicaría la unidad del FKI. Por su par­
te, Turquía firmaba dos acuerdos. Uno con el gobierno iraquí,
que consistía en un tratado de extradición por el cual cada parte
se comprometía a perseguir en su territorio y entregar a cualquier
persona que fuese acusada o declarada culpable de cualquier car­
go por las autoridades judiciales del otro país. Y otro con el PDK,
por el que Ankara apoyaba al grupo de Barzani (ofreciendo refu­
gio, ayuda médica y provisiones a sus pesbmergas en los puestos
militares turcos de la frontera con Iraq) a cambio de que éste ayu­
dase al ejército turco a luchar contra el PKK.
Tres meses después, en agosto de 1988, Iraq e Irán decretaban
el alto el fuego. A partir de entonces los apoyos regionales a los
kurdos iraquíes fueron mucho más comedidos, dado que todos
los países de la zona eran contrarios a la idea de un Kurdistán in­
dependiente o autónomo. Los kurdos, gracias a la ayuda de Irán
y Siria, habían logrado restablecer su presencia en las áreas afec­
tadas por la campaña del Anfñl, pero tampoco esos países desea­
ban que sus reivindicaciones fueran más lejos.

La influencia y manipulación de los actores externos

Las maniobras y los intereses de las grandes potencias tam­


bién explican de manera determinante la singularidad de esta
guerra y su interminable duración. La guerra irano-iraquí fue un
conflicto que desbordó las reglas de la guerra fría, rompió la dua­

* La dictadura militar instaurada en Ankara en 1980 llevó a cabo una violenta


represión, particularmente dura contra las organizaciones kurdas aparecidas en los años
setenta. Com o reacción, una nueva organización de tendencia m am sta dirigida por
Abdullah Ocalan, el PKK, asumió la lucha armada en 1984, en las provincias del su­
deste de Turquía, convirtiéndose en el movimiento kurdo más significativo del país y
el más perseguido.

112
lidad Este/Oeste y permitió a Saddam Husein conservar su alian­
za con la URSS y desarrollar estrechísimas relaciones con Occi­
dente. A mediados de los ochenta, Iraq no sólo había restable­
cido relaciones diplomáticas plenas con EE.UU. (rotas en octubre
de 1967 tras la guerra de los Seis Días),5" sino que también se be­
nefició de un enorme apoyo material norteamericano y de una
intensa actividad diplomática que llevó a Bagdad a muchos res­
ponsables de la administración Reagan. Entre ellos estaba Donald
Rumsfeld, actual secretario de Defensa en la administración Bush,
que en 1983 visitó a Saddam Husein en Bagdad. Dicho apoyo se
tradujo en créditos financieros y militares y, lo que fue muy
importante en la guerra, EE.UU. aportó a Iraq una información
detallada, obtenida por satélite, de las posiciones e iniciativas mi­
litares iraníes. En realidad, Saddam Husein se encontró en la sa­
tisfactoria situación de ser cortejado por las dos superpotencias.
Esta primera guerra del Golfo fue también una guerra al servi­
cio del gran negocio armamentístico mundial, que además sacó a
la luz el doble juego entre la diplomacia oficial y los intereses
ocultos, el tráfico de armas y la violación de la legalidad interna­
cional.
La primera fase de la guerra se caracterizó por una relativa
ausencia sobre el terreno de las grandes potencias, que dejaron
que el conflicto se desarrollase en términos regionales mientras
los dos Estados enemigos se neutralizasen mutuamente. La URSS
seguía vendiendo armas a Iraq, pero EE.UU. conservaba su peso
económico, y extendía su paraguas protector a los países del Con­
sejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein,
Qatar y Emiratos Árabes Unidos) además de ampliar su presencia
en Omán. Esta guerra, indirectamente controlada por las gran­
des potencias en tanto que exportadores de armas, parecía be­
neficiar al suficiente número de actores como para que no se de­
tuviese.
La guerra irano-iraquí significó un verdadero frenesí de venta
de armas durante toda la década de los ochenta, dado que los dos

* En realidad, desde hacía tiempo esa ruptura de relaciones era sólo formal y
entre los dos países se habían estrechado los lazos por la vía de los intercambios eco­
nómicos desde hacía años, como probaba el hecho de que la sección de la Embajada
de Bélgica que llevaba los intereses de EE.UU. era la misión más grande de Bagdad.

113
países contaban con una sustancial e inagotable fuente de ingre­
sos en el petróleo, que destinaron en su mayor parte a cubrir sus
necesidades bélicas, relegando los programas de desarrollo. En to­
tal, 53 países vendieron equipamientos militares a los dos belige­
rantes por un valor de 50.000 millones de dólares. Los principa­
les proveedores de Bagdad fueron Moscú y París, pero también
se beneficiaron de contratos iraquíes EE.UU., Gran Bretaña, Austria,
Bélgica, Brasil, Chile, España, Hungría, Italia, Marruecos, Polo­
nia, Portugal, la RDA, la RFA, Suiza, Checoslovaquia y Yugosla­
via. Irán, además de recibir grandes entregas de armamento pro­
cedente de China, entre ellas misiles HY-2, también fue provisto
de armas por las dos Coreas, Gran Bretaña, Argelia, Argentina,
Brasil, Chile, Libia, Siria, Taiwan y Vietnam.47
Pero esto no era más que la parte visible de otros negocios
que violaban la legalidad internacional y la nacional de algunos
países y mostraban el doble juego político que caracterizaba a
muchos de ellos. La URSS vendía armas a Iraq, pero al mismo
tiempo permitía que otras llegasen a Irán por mediación libia. El
conocido como ¡raígate comprometió a Margaret Thatcher y
John Major, junto a varios de sus ministros, en una violación de
la legalidad internacional. A pesar del embargo decretado en
1985 por Naciones Unidas sobre la venta de armas a Iraq y a Irán,
dos empresas británicas vendieron a Bagdad entre 1988 y 1990,
con el asentimiento de miembros del gobierno, maquinaria des­
tinada a la fabricación de armas, incluidas nucleares, por un va­
lor de 2000 millones de dólares. No quedó ahí la cosa; en 1989
las aduanas británicas descubrieron ocho enormes cañones de
acero para lanzar obuses de largo alcance con destino a Bagdad.
De hecho, Saddam Husein se hizo con el material militar más
moderno gracias a Gran Bretaña y a Francia. Sin embargo, el ne­
gocio sucio más impactante y con mayor alcance político fue el
del Irangate que afectó a EE.UU. y a Israel. Pero antes de verlo
hay que analizar la impronta de la política de la administración
Reagan en Oriente Medio.
El gobierno de Reagan llegó al poder en 1981 con un progra­
ma muy simple: confrontación con los soviéticos, mano dura con
los «terroristas» de Oriente Medio, refuerzo de la alianza estratégi­
ca con Israel y una preferencia por el recurso a la fuerza sobre la

114
diplomacia a fm de mostrar que EE.UU. mantenía la cabeza bien
alta tras la humillación iraní padecida por la administración Cár­
ter. Los países árabes que quedaban fuera de la órbita de EE.UU.,
Irán, Libia, Yemen del Sur, la OLP y Siria, fueron clasificados bajo
la elástica rúbrica de «terroristas», mientras Iraq se salvaba de tal
lista, tanto por los intereses económicos norteamericanos en el pe­
tróleo y el desarrollismo iraquí como por representar al enemigo
del régimen revolucionario de Irán. La inmensa influencia políti­
ca del lobby proisraelí en la administración Reagan acabó por
convencer a sus expertos en Oriente Medio de que un Israel for­
talecido era la mejor, si no la única, baza estratégica de los
EE.UU. en la región. Esta situación permitió al gobierno israelí de
Beguin, con Ariel Sharon como ministro de Defensa, adoptar una
posición más dura y desafiante. La prueba: en junio de 1981 Israel
bombardeaba al margen de toda legalidad el reactor nuclear iraquí
de Tamuz, construido por Francia. Para consternación e indigna­
ción de todos los árabes, EE.UU. demostraba su complacencia
ante la agresión israelí firmando en octubre de ese año un acuer­
do de cooperación estratégica con Tel Aviv; y en 1982 la adminis­
tración norteamericana permitía tácitamente la invasión israelí del
Líbano poniendo en marcha una campaña militar sangrienta que
minó la imagen de los EE.UU. en la zona como nunca antes.
Norteamericanos e israelíes pensaron que podía ser una «ocasión
histórica» para lograr destruir a la OLP y reconstruir un Estado ü-
banés dominado por los cristianos, pro-occidental y aliado de Is­
rael. La ingenuidad de tal cálculo quedó claramente puesta de
manifiesto por la dimensión de la debacle norteamericana sufrida
en el Líbano: en abril de 1983 la embajada americana en Beirut
sufrió el primer atentado, al que le siguió otro en el que murieron
241 marines, mientras se seguía una estrategia de captura de rehe­
nes norteamericanos. Las respuestas militares aéreas y navales nor­
teamericanas no hacían más que alimentar un gran sentimiento
hostil antiamericano en la población Hbanesa y en la de toda la re­
gión. En marzo de 1984, las fuerzas norteamericanas se retiraban
del Líbano sin ningún laurel que airear, a la vez que su aliado is­
raelí hacía lo propio, no sin que antes el general Sharon incitara la
cruel matanza de palestinos en los campos de refugiados de Sabra
y Shatila, en la periferia de Beirut.

115
La administración Reagan trató de compensar este fiasco le­
vantando la moral norteamericana con un ejercicio de fuerza con­
tra el régimen libio de Mu’ammar el Gaddafi: en 1986, EE.UU.,
al margen de la O NU, lanzaba unilateralmente una masiva in­
cursión aérea contra Trípoli y Bengasi, con el fin frustrado de
asesinar a Gaddafi, a la vez que Libia se convertía en el blanco
principal de su «guerra contra el terrorismo». La simplista formu­
lación de un «terrorismo internacional» visto, intencionadamen­
te, fuera de todo contexto político específico y presentado como
un mal abstracto para cuya erradicación valen todos los medios
data de entonces, y será recogida años después por el presidente
Bush (hijo), con consecuencias mucho mayores. Sin duda, Libia
representaba el blanco más fácil y seguro, pero los acontecimien­
tos violentos y las acciones terroristas que tuvieron lugar en esa
complicada década, relacionados con convulsas situaciones po­
líticas como la guerra del Líbano, la agresiva política israelí, la
frustración por el fracaso de cualquier solución para los derechos
palestinos, y las contradicciones y errores de la política estadou­
nidense en la región, sobrepasaban con creces el marco de ac­
tuación libio y, sobre todo, exigían soluciones políticas a con­
flictos que sólo recibían un tratamiento militar.
El principal avance que EE.UU. consiguió en este periodo fue
el reforzamiento de su presencia militar en Oriente Medio a tra­
vés de la Fuerza de Despliegue Rápido (FDR) que Jimmy Cárter
había creado en 1977. Compuesta por unidades del ejército nor­
teamericano prestas a intervenir en Oriente Medio bajo mando
del CENTCOM (Central Command) en la gran base aérea de
Florida, encontró su razón de ser a raíz de la invasión soviética
de Afganistán y de la pérdida de Irán como aliado estratégico, si
bien su primera acción, el intento fracasado de rescate de los re­
henes norteamericanos en Teherán, adquirió dimensiones de hu­
millación histórica. La FDR venía a ser el instrumento militar dis­
ponible en Oriente Medio para cumplir la nueva doctrina Cárter
tras esos acontecimientos: «cualquier tentativa de control de la re­
gión del Golfo por una potencia exterior será considerada por los
EE.UU. como un ataque a sus intereses vitales y será rechazado
con todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar».
Como la rapidez de intervención dependía en muy buena

116
medida de las bases y facilidades militares con las que EE.UU.
podía contar en la región, se empezó a tejer una red de instala­
ciones militares que, tras la guerra del Golfo de 1991, se conver­
tiría en una tupida tela de araña. En los años ochenta esa red
contaba, además de con las bases norteamericanas en Europa ad­
quiridas tras la segunda guerra mundial, con facilidades de uso
militar en Marruecos, la base de Ras Bañas en Egipto, la de Ma-
sira en Omán, los puertos y aeropuertos de Mogadiscio y Berbe-
ra en Somalia y el puerto keníata de Mombasa. A lo que se aña­
dían todas las bases militares israelíes, siempre disponibles para
los norteamericanos, y la estratégica base británica, alquilada por
EE.UU., de Diego García en el Indico. Junto a esto, los intercam­
bios y contactos permanentes de los militares norteamericanos
con sus homólogos jordanos y saudíes afianzaban el espacio de
acción de EE.UU. en la zona.
Pero si EE.UU. mejoró de manera apreciable su capacidad de
actuación militar en el Golfo, su política dominada por el apoyo
incondicional a Israel y la torpeza política que significó el escán­
dalo del Irangate contribuyeron a aumentar la desconfianza hacia
EE.UU. de los Estados árabes «moderados» que eran sus aliados.
Como resultado, la URSS salió beneficiada. Fue una consecuen­
cia directa de la intemacionalización de la guerra irano-iraquí.
Mientras la política oficial norteamericana llevaba adelante la
Operación «Staunch», dirigida a presionar y disuadir a sus aliados
de que vendiesen armas a Irán, reprochaba a sus aliados europeos
que practicasen una política de conciliación con «regímenes terro­
ristas» a los que proveían de armas, y aseguraba su apoyo a Iraq
para tranquilidad de sus aliados árabes en Jordania, Arabia Saudí
y el Golfo, salió a la luz una red de tráfico de armas norteameri­
canas e israelíes a Irán que se desarrolló entre 1985 y 1987, ins­
pirada por Israel y organizada por la CIA. A su vez, los benefi­
cios obtenidos de este negocio se invertían en apoyo y armas para
la Contra nicaragüense (así como para la guerrilla afgana y ango­
leña), violando la ley Boland del Congreso norteamericano. De
hecho, como se supo después, la administración Reagan había au­
torizado a Israel la venta de armas a Irán entre 1981 y 1982, pero
fue a partir de 1985 cuando, vivamente alentada por los israelíes,
la CIA asumió la operación e intensificó las ventas armamentís-

117
ticas, lo cual dio capacidad a Irán para revivir el conflicto a su fa­
vor y prolongarlo.48
Esta operación de tráfico de armas, que contradecía la políti­
ca oficial norteamericana de hostilidad hacia Irán, tenía varios
motivos. Los responsables norteamericanos e israelíes defendie­
ron oficialmente que el objetivo era favorecer el cambio interno
en Irán para recuperar a ese país en el tablero estratégico medio-
oriental, en un momento en que empezaba a surgir una clase po­
lítica más moderada en torno al nuevo presidente de la Repúbli­
ca, Hacherai Rafsanjani, que había sucedido en julio de 1987 a
Jomeini tras la muerte de éste. Pero en este negocio se escondía
también una estrategia más inconfesable: el intercambio de armas
por rehenes norteamericanos capturados por fuerzas pro-iraníes
en el Líbano (traicionando la política oficial y exigida a sus alia­
dos de no negociación con terroristas). Era también la constata­
ción palmaria de que EE.UU. asumía la visión y los intereses is­
raelíes en la región y, en consecuencia, lejos de situarse en una
línea anti-iraní, como oficialmente proclamaba e incluso exigía a
sus aliados, apostaba, como deseaba Israel, por prolongar el con­
flicto hasta el agotamiento de ambos beligerantes, de manera que
las dos grandes potencias de Oriente Medio con gran capacidad
militar y petróleo se autodestruyesen. Washington había absorbi­
do el punto de vista israelí, según el cual cuanto más durase esa
guerra, mejor sería el resultado.
Mientras el Watergate se había llevado por delante a Richard
Nixon, el Irangate, con su extraordinaria acumulación de prevari­
caciones, dejó a Ronald Reagan casi indemne, y su vicepresiden­
te, George Bush, también implicado, no tuvo dificultades para
ganar en noviembre de 1988 las elecciones presidenciales. Pero la
política norteamericana en Oriente Medio quedó notablemente
afectada y abrió una nueva fase de la guerra irano-iraquí en la que
se acentuó la presencia de las dos superpotencias y el riesgo de
generalización del conflicto. Cuando la guerra se extendió hacia
la zona del Golfo y afectó a su navegación, Kuwait dio el paso
decisivo de solicitar a los miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de la ONU que asumiesen la protección del paso de
petroleros a través del Golfo. Desde 1985 Iraq había iniciado una
línea de ataques contra las terminales petrolíferas iraníes en el

118
Golfo. Inevitablemente, los ataques iraquíes contra la industria
del petróleo iraní y los barcos que transportaban sus hidrocarbu­
ros fueron respondidos con otra serie de ataques iraníes contra
los petroleros que comerciaban con Iraq y sus aliados del Golfo.
Hasta entonces la prudencia había dominado entre los Estados
del Golfo y Arabia Saudí, pero los éxitos militares deí ejército ira­
ní en 1986, que le permitieron tomar el puerto de Fao e intensi­
ficar el hostigamiento contra los petroleros que transportaban el
petróleo kuwaití, decidió a sus dirigentes a solicitar a las poten­
cias mundiales que les protegiesen. Con ello mostraban ya su in­
capacidad para defenderse y su opción por las potencias externas
para su protección.
Entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad
de la ONU, Francia, Gran Bretaña y China, por razones diferen­
tes, desoyeron la petición de ayuda kuwaití, y EE.UU., en pleno
escándalo Irangate mantuvo una posición ambigua, de manera
que la URSS aprovechó la ocasión y asumió la defensa de los pe­
troleros kuwaitíes en el Golfo. EE#UU. no pudo asumir el riesgo
de ver a Moscú protegiendo el petróleo producido por los países
árabes pro-occidentales para consumo occidental, y en el verano
de 1987 Washington envió una flota impresionante al Golfo a la
vez que amenazaba a Irán con serias represalias si se permitía ata­
car la navegación en la región. En ese momento Francia y Gran
Bretaña, habiendo perdido la ocasión de asumir una acción eu­
ropea independiente, se unieron con sus portaaviones a los de
Washington.
El 20 de julio, el Consejo de Seguridad de la O N U aprobaba
la resolución 598 en la que llamaba al alto el fuego, al intercam­
bio de prisioneros y al regreso a las fronteras de 1980. Iraq acep­
tó la resolución, pero no así Irán, que dominaba la situación. La
guerra sólo acabó en agosto de 1988, después de que en julio un
Airbus civil iraní fuese abatido por un navio norteamericano, ofi­
cialmente por error, muriendo sus 290 pasajeros. Irán, que había
entendido el mensaje, aceptó la resolución 598.
El riesgo de extensión mundial del conflicto, con la URSS y
EE.UU. compitiendo en el Golfo por la protección de los tradi­
cionales aliados árabes de EE.UU., que desconfiaban del alinea­
miento firme y prioritario de los norteamericanos con Israel y

119
eran sensibles a los cantos de sirena soviéticos, convenció final­
mente a Occidente de que había llegado el momento de poner
fin a una guerra que, en cualquier caso, ya había cumplido la fun­
ción deseada por algunos: la destrucción mutua de los dos com­
batientes.
El 20 de agosto, Teherán aceptaba el alto el fuego propuesto
por la O N U que hasta entonces había rechazado. Sin duda, jun­
to al mensaje subliminal del Airbus civil, también influyeron los
efectos de las últimas derrotas sufridas, como la recuperación ira­
quí de Fao, la desmoralización de la población iraní que había
padecido las terribles consecuencias de la «guerra de las ciudades»
lanzada desde Bagdad con sus modernos misiles, y la utilización
de armas químicas por el ejército iraquí contra los soldados ira­
níes (armas conseguidas gracias a empresas alemanas, y de Fran­
cia, EE.UU. y Austria). A ello se unía la evolución política inter­
na del país. La revolución entraba en su Termidor, Jomeini había
muerto y la nueva clase política se mostraba más dispuesta a la
apertura, al menos económica, a Occidente.
La guerra terminaba exactamente igual que empezó: las partes
acordaban volver a la situación establecida por los Acuerdos de
Argel de 1975. Pero ambos acababan arruinados y agotados, con
un millón de muertos, entre ellos multitud de civiles. Irán no ha­
bía podido llevar a cabo ningún programa de desarrollo, yendo
todos los beneficios del petróleo a la financiación de importacio­
nes y de la guerra, mientras la situación social y económica de la
posguerra era catastrófica: entre 1979 y 1988 el producto interior
bruto sólo había aumentado un 10% en tanto que la población
había crecido un 30%. Oficialmente se estimaba que la recons­
trucción necesitaría 300.000 millones de dólares. Iraq acababa la
guerra con una deuda de 80.000 millones de dólares, y el valor de
ío destruido alcanzaba 70.000 millones de dólares. Estas cifras se
tradujeron en enormes dificultades económicas para mantener en
el futuro el desarrollo logrado en los años setenta.

120
La segunda guerra del Golfo:
La caída en desgracia de Saddam Husein

La invasión de Kuwait por parte de Iraq se inscribió inicial­


mente en la misma estrategia de supervivencia y búsqueda de li­
derazgo que había motivado la agresión contra Irán, acentuada
por la difícil situación económica interna y el creciente malestar
social que trajo consigo la ruina de la larga guerra anterior. Pero
una serie de factores convirtieron en muy diferente este segundo
conflicto: la agresión iba dirigida hacia otro país árabe, ponía en
peligro a la región petrolífera pro-occidental por excelencia, y te­
nía lugar en un momento en que el orden internacional cambiaba
de manera determinante por el colapso y derrumbe final de la
URSS. En ese momento de gran incertidumbre, ni Saddam Husein
supo calibrar el verdadero significado de lo que estaba ocurrien­
do ni EE.UU. quiso perder la ocasión que le brindaba la crisis
para establecer las nuevas bases de su hegemonía en Oriente Me­
dio y en el mundo en general.
La necesidad iraquí de liquidez financiera fue el motor prin­
cipal de la agresión. De su guerra contra Irán, Iraq salió econó­
micamente exhausto y obligado a escalonar los 80.000 millones
de deuda ante su incapacidad para reembolsarlos sin sacrificar su
programa militar e industrial. El régimen iraquí era consciente de
que no podía seguir permitiendo las privaciones de una población
agotada por la guerra, pero sus proyectos militares e industriales
casaban mal con una factura alimentaria externa de 750 millo­
nes de dólares, un crecimiento demográfico del 3,6% (un millón
de nuevos iraquíes cada catorce meses) y una inflación del 45%.
Los recortes impuestos en la administración y el sector público
trajeron consigo un alto índice de desempleo y la sensación de in­
seguridad aumentó entre una población acostumbrada a que el

121
Estado le proveyese de sus principales necesidades. Además el ré­
gimen de Bagdad se encontraba con otro gran problema: la vuel­
ta a la vida civil de miles de iraquíes que habían sido reclutados
para la guerra. La desmovilización de un ejército que de 200.000
hombres había pasado a un millón en un marco económico pre­
cario donde el empleo se encontraba en un proceso de gran decli­
ve planteaba serios desafíos al gobierno.
Así pues, cargado de deudas civiles y militares, cuya suma
equivalía al montante del presupuesto anual del país, el Estado
iraquí iniciaba la década de los noventa en situación de ban­
carrota. Saddam Husein esperaba que el gran «servicio» que había
hecho a Occidente y a sus vecinos del Golfo frente al «jomeinis-
mo» se tradujese en la concesión de un periodo de gracia de tres
a cinco años en los que Iraq no se viese obligado a reembolsar
sus deudas, a fin de contar con una bolsa financiera suficiente
para reponerse. Sin embargo, esa propuesta iraquí no encontró la
acogida esperada. Sus acreedores árabes y occidentales no acep­
taban ese estado de gracia, ni escalonamientos ni garantías para
nuevos préstamos, mientras el precio del petróleo había caído a
15 dólares el barril, menos que antes del boom petrolero de 1973.
Por ello, el nuevo marco de la confrontación se situó en tomo a
la batalla que Iraq planteó para obtener una revalorización de los
precios del petróleo y la suspensión de su deuda con los países
petroleros del Golfo, que una vez cumplida la misión de desarti­
cular «la amenaza iraní» hacían oídos sordos a las peticiones ira­
quíes. Iraq transmitió tanto a la OPEP como a la embajada de
EE.UU. en Bagdad su desacuerdo por el desequilibrio que signi­
ficaba que, con la bendición de los grandes Estados consumido­
res, la redistribución de la renta del petróleo en Oriente Medio
se efectuase de manera muy desigual y en perjuicio del mundo
árabe (en 1989 el 93% de los 470.000 millones de dólares de be­
neficios obtenidos por los Estados miembros del Consejo de Co­
operación del Golfo habían sido invertidos en Occidente).
Por todo ello la reivindicación sobre Kuwait se fue convir­
tiendo en la alternativa iraquí para asegurarse esa financiación no
conseguida, teniendo en cuenta la popularidad con la que conta­
ba dicha reivindicación en Iraq, blandida por más de un dirigen­
te en periodos anteriores, desde Nuri al-Said al general Qasem, y

122
sentida en el imaginario iraquí como una división colonial im­
puesta en contra de los intereses nacionales. Husein comenzó una
escalada de ataques verbales contra sus vecinos hasta que en julio
de 1990 afirmó que Kuwait «robaba» desde 1980 el petróleo ira­
quí con sus extracciones del subsuelo de Rumayla (yacimiento
que se extiende entre Iraq y Kuwait) y reclamó compensaciones.
Kuwait y Arabia Saudí se limitaron a proponer un préstamo a Iraq
de 10.000 millones de dólares a lo que Bagdad respondió el 23
de julio de 1990 movilizando 100.000 soldados en la frontera con
Kuwait. El día 27 la OPEP, en su reunión de Ginebra, llevó el pre­
cio de referencia del barril de petróleo a 21 dólares aproximán­
dose, aunque a regañadientes, a las peticiones de Iraq. No obs­
tante, Saddam Husein invadió Kuwait seis días después.
El pulso que Saddam Husein decidió echar invadiendo Ku­
wait perseguía un doble objetivo, petrolero/financiero (en 1989
Kuwait percibió de sus 122.000 millones de dólares invertidos en
Occidente 9.000 millones de dólares en intereses, lo que supera­
ba sus ingresos del petróleo), pero también estratégico: ampliar su
salida al mar en el golfo Pérsico, fundamental para el desarrollo
de su industria petrolífera. Por supuesto, a esto se unía su ambi­
ción patológica de representar un liderazgo árabe nunca realiza­
da y su dificultad para desmovilizar la enorme máquina militar
que había creado. Pero también jugó un importante papel la ru­
dimentaria interpretación que Saddam Husein hizo de la política
mundial, calibrando mal los cambios internacionales que se esta­
ban produciendo en ese momento. Husein siguió pensando en el
marco estratégico que había prevalecido hasta entonces, conven­
cido de que la URSS le apoyaría, cuando en realidad la situación
interna soviética y los cambios que Gorbachov afrontaba sólo le
permitieron participar en los intentos de mediación para tratar de
evitar la guerra. Es más, era la ocasión para mostrar a Occiden­
te la credibilidad del nuevo ideario de la penstroika, por el que la
política exterior soviética abandonaba la rivalidad Este-Oeste, y
Moscú apoyó todas las resoluciones propuestas por EE.UU. en la
ONU. Para la URSS hubiese sido mejor que el despliegue mili­
tar norteamericano no se hiciese y que la guerra no hubiese te­
nido lugar, pero no estaba en absoluto interesada en poner en pe­
ligro su nueva relación con Occidente por evitar esa guerra.
Por otro lado, para Saddam Husein EE.UU. y sus aliados eu­
ropeos eran «sus amigos», ya que, en efecto, no le habían negado
ningún apoyo en los últimos ocho años y habían evitado cual­
quier crítica a sus violaciones de los derechos humanos. A todo
esto se unió unos confusos contactos entre Husein y la embajada
estadounidense en Bagdad, que nunca fueron aclarados. Poca re­
levancia se ha dado a la interpretación que Saddam Husein pudo
haber hecho de lo transmitido por la embajadora norteamericana
en Bagdad, April Glaspie, para seguir con su empresa contra Ku­
wait. De las informaciones publicadas sobre los encuentros de
Glaspie con Husein en julio de 1990 se infiere que ésta puso todo
su entusiasmo en transmitir a Husein que lo importante para
EE.UU. era mantener buenas relaciones con Iraq y le transmitió
que «no tenemos opinión sobre los conflictos interárabes, como
lo es su diferencia fronteriza con Kuwait». Sus declaraciones pos­
teriores al New York Times eran aún más sorprendentes, al afirmar:
«yo no pensaba, y nadie pensaba, que los iraquíes fuesen a tomar
“todo” Kuwait». ¿Significaba que pensaban que todo se iba a redu­
cir a ajustar las fronteras con respecto al yacimiento de Rumayla
y que eso sí era aceptable? Desde luego la interpretación personal
que hizo su interlocutor fue, como él mismo afirmó después, que
tenía luz verde para invadir Kuwait.
De cualquier manera, cuando Saddam Husein se dio cuen­
ta del error que estaba cometiendo ya era demasiado tarde.
A EE.UU. la invasión de Kuwait le servía sobremanera para su es­
trategia, incluyendo la puesta en escena de su inmensa capacidad
militar. La cuestión tuvo dos niveles. Uno era la necesaria con­
dena de la agresión a un Estado soberano, sobre lo que hubo un
consenso universal. El otro, el recurso a la guerra cuando no se
habían agotado todas las posibilidades de arreglo pacífico. La op­
ción a favor de la guerra acabó convirtiéndose en el objetivo in-
disimulado de EE.UU. que, consciente de las debilidades de la
URSS y China, podía sacar grandes ventajas del fin de la guerra
fría. El discurso de la administración norteamericana dejaba tras­
lucir una innegable voluntad de poder. El presidente Bush, en su
discurso en el Pentágono el 15 de agosto de 1990, declaraba: «He­
mos alcanzado una nueva era llena de promesas, pero los acon­
tecimientos de los últimos quince días nos recuerdan que nada

124
puede sustituir a la autoridad moral de Estados Unidos, y que esta
autoridad no puede ser eficaz sin poden*.
Así, EE.UU. convirtió una crisis regional, que podía ser con­
tenida, en una conflagración internacional. Es cierto que la Liga
Árabe fracasó ei\ su primer intento de mediación el 10 de agos­
to, pero cuando pidió más tiempo EE.UU. respondió enviando
sus primeras tropas al Golfo. A partir de ese momento, a los paí­
ses árabes se les redujo al papel de decidir, bajo una enorme pre­
sión norteamericana, si estaban con los EE.UU. o no. Quienes
dijeron que no pagaron las consecuencias de su autonomía.
Europa, particularmente afectada por el acontecimiento en
tanto que vecina inmediata del mundo árabe, no perdió la oca­
sión de mostrar hasta qué punto puede «anularse» cuando la po­
lítica estadounidense entra en acción. Los países de la Unión Eu­
ropea fueron incapaces de definir una política conjunta y, por
tanto, de llevar a cabo una mediación necesaria para evitar la
guerra. Gran Bretaña, fiel a su tradición histórica, apostó sin fi­
suras por la decisión estadounidense de declarar la guerra; Ale­
mania estaba dedicada a su unificación, así que mantuvo una
postura de repliegue y en ningún momento envió tropas al cam­
po de batalla; y Francia mantuvo una posición errática y sinuosa
que, sin desmarcarse del crescendo de resoluciones que EE.UU.
marcaba en la O NU, quiso dejar muy clara su «diferencia» de­
sarrollando una gran actividad para lograr una salida pacífica a
través de «la solución interárabe» (que se estrelló sistemáticamen­
te con la división de los países árabes) o proponiendo una con­
ferencia internacional que también afrontase el problema pales­
tino. Estas iniciativas se plantearon para reforzar su imagen de
lucha por la paz ante sus interlocutores en el mundo árabe, y no
tanto porque creyese que tenían posibilidades de funcionar. A la
hora de la verdad, cuando llegó el punto de no retorno y se de­
claró la guerra, Francia participó sin dudarlo en la fuerza multi­
lateral con un cuerpo expedicionario de 12.000 hombres. En con­
secuencia, no supo convencer de su «buena fe» ni a los árabes, ni
a los israelíes, ni a los europeos, ni a los estadounidenses.
China, por su parte, se inclinó por la abstención. La princi­
pal preocupación de EE.UU. fue evitar el veto chino a la resolu­
ción 678 del Consejo de Seguridad que abría las puertas a la guerra.

125
Pekín optó por no molestar a EE.UU. con el fin de lograr su re­
habilitación diplomática y ayuda económica, bloqueadas por
Washington por la represión de Tiananmen. Al día siguiente de la
aprobación de la resolución 678 por el Consejo, el ministro de
Asuntos Exteriores chino fue invitado a visitar la Casa Blanca.
Sólo dos países votaron en contra de la resolución 678: Cuba
y Yemen (el único país árabe que se sentaba en el Consejo). Nada
más votar el embajador yemení, un diplomático norteamericano
le dijo «Este es el voto negativo que más caro vais a pagar».49 En
respuesta EE.UU. bloqueó la ayuda a Yemen, el país árabe más
pobre.
Pero esa resolución había sido precedida por otras. De hecho,
la reacción del Consejo de Seguridad a la invasión de Kuwait el
2 de agosto de 1990 fue inmediata, empezando con la resolución
660 (con la sola abstención del Yemen), en la que se exigía «la re­
tirada inmediata e incondicional de todas las fuerzas iraquíes»,
mientras EE.UU., Gran Bretaña y Francia, seguidas de Alemania
y Japón, congelaban todos los bienes iraquíes y kuwaitíes en el
extranjero. A su vez, la Liga Árabe declaraba tras la reunión de
su consejo ministerial del 3 de agosto «rechazar los efectos de esta
invasión y no reconocer sus consecuencias» y llamaba a Iraq a
«retirarse incondicionalmente y de inmediato». Pero ya se traslu­
cía la división del mundo árabe: Jordania, Yemen, Sudán y la
OLP votaron en contra, mientras Libia estaba ausente e Iraq ex­
cluido del voto. Cuando el 8 de agosto Iraq anunció la anexión
de Kuwait convirtiéndolo en una provincia iraquí, George Bush
respondió enviando a Arabia Saudí un inmenso contingente de
soldados norteamericanos acompañados de aviones de combate y
blindados mientras James Baker declaraba que la situación era
«un test político para el funcionamiento del mundo tras la guerra
fría. América debe dirigir y nuestro pueblo debe comprenderlo».
Entretanto Turquía y Arabia Saudí cerraban los oleoductos que
atravesaban sus territorios desde Iraq y el precio del barril del pe­
tróleo subía de 20 dólares el barril a 40.
Saddam Husein respondía el 12 de agosto proponiendo que
«todos los problemas de ocupación en la región sean arreglados
sobre la misma base y según los mismos principios enunciados
por el Consejo de Seguridad» en una evidente referencia a la ocu­

126
pación israelí de los territorios palestinos. Seis días más tarde
anunciaba que había decidido «ser el anfitrión de los extranjeros
procedentes de las naciones agresivas», por lo que unos 10.000
occidentales que se hallaban en Kuwait pasaron a ser rehenes. Al­
gunos de ellos incluso fueron instalados en lugares estratégicos
como escudos humanos. Mientras tanto, EE.UU. trasladaba una
enorme máquina de guerra a la región y lideraba una ofensiva di­
plomática concretada en 12 resoluciones de la ONU que esta­
blecían la imposición de sanciones: el boicot comercial, finan­
ciero y militar de Iraq (resolución 661 del 6 de agosto), la
ilegalidad de la anexión de Kuwait {resolución 662 del 9 de agos­
to), la imposición del embargo aéreo y marítimo contra Iraq (re­
solución 670 del 25 de septiembre), la exigencia de retirarse de
Kuwait y declarar a Iraq responsable de «todas las pérdidas, da­
ños y perjuicios ocasionados a Kuwait o a Estados terceros» (re­
solución 674 del 29 de octubre), y finalmente, la resolución 678
del 29 de noviembre, que autorizaba «a usar todos los medios ne­
cesarios» para obligar a Iraq a retirarse de Kuwait si no lo hacía
antes del 15 de enero de 1991. Para entonces, EE.UU. se había ga­
rantizado la participación activa de Gran Bretaña, seguida de
Canadá, Francia e Italia y el apoyo de la URSS tras la cumbre
Bush-Gorbachov del 9 de septiembre de 1990. La dependencia
soviética de la ayuda occidental ante su creciente crisis económi­
ca y social impidieron a Moscú tomar cualquier posición contra­
ria a EE.UU., y sólo pudo desplegar múltiples esfuerzos diplo­
máticos para evitar la guerra. Por parte árabe, doce de los veinte
jefes de Estado árabes decidían enviar una fuerza panárabe a Ara­
bia Saudí (Túnez estuvo ausente, Libia y la OLP votaron en con­
tra, Argelia y Yemen se abstuvieron y Jordania, Sudán y Maurita­
nia emitieron reservas), de manera que EE.UU. constituyó una
poderosa fuerza multinacional que sumaba 700.000 hombres, de
los que 515.000 eran norteamericanos. Pero, lo que era muy im­
portante, también se aseguraron la financiación de esa guerra por
parte de europeos y árabes: el 15 de enero de 1991 su aportación
ya superaba los 40.000 millones de dólares.
Justo antes de desencadenarse la guerra, hubo una propuesta
francesa de solución política que contó con el apoyo soviético
pero que no fue aceptada por el representante estadounidense en

127
la ONU. De hecho el presidente Bush rechazó con firmeza todas
las soluciones de compromiso propuestas, ya viniesen de Iraq, de
Francia o de la URSS, en la fase diplomática del conflicto. La
propuesta francesa, presentada al Consejo de Seguridad la víspe­
ra del ultimátum de la ONU, se basaba en seis puntos. Los cinco
primeros exigían la inmediata retirada iraquí de Kuwait, a lo que
seguiría una verificación sobre el terreno de observadores inter­
nacionales y la instalación de una fuerza de mantenimiento de k
paz compuesta principalmente por los países árabes. Pero en el pun­
to sexto integraba un elemento clave y sustancial, la cuestión pa­
lestina: «desde el momento en que se haya logrado la solución de
este conflicto en el respeto de las resoluciones del Consejo de Se­
guridad, los miembros de éste aportarán una contribución activa
para resolver los otros problemas de la región y en particular el
conflicto árabe-israelí y el problema palestino convocando, en
el momento apropiado, una conferencia internacional...». Esta
propuesta francesa no sólo identificaba la clave de todos los con­
flictos en Oriente Medio, sino que además colocaba a Saddam
Husein en la tesitura de mostrar que en efecto contribuía a la cau­
sa palestina, más aún cuando había hecho de ello un eje reivin-
dicativo a su favor denunciando el doble rasero con el que Iraq
era tratado cuando «ocupación» e «incumplimiento de resolucio­
nes de la ONU» caracterizaban el comportamiento de Israel des­
de hacía décadas. EE.UU. rechazó el plan, por un lado porque
como era de esperar no aceptaba la vinculación de la cuestión pa­
lestina y, por otro, porque EE.UU. exigía que, aunque Iraq se re­
tirase de Kuwait, se mantuviesen las doce resoluciones anteriores
de la O N U sobre Iraq, lo que no se reflejaba en el plan francés.
Fue entonces cuando Fran^ois Mitterand, dirigiéndose directa­
mente a EE.UU., afirmó: «pues sí, Conferencia internacional, y
se equivocan en no aceptarla. Allá ustedes, pero en lo que a mí
concierne no voy a abandonar el que me parece el mejor cami­
no para apaciguar las pasiones en el Próximo y Medio Oriente».50
Por su parte, George Bush aparentó llamar a Bagdad al «diá­
logo», en lo que fue una puesta en escena de cara a su opinión
pública mientras acababa de organizar el dispositivo militar sobre
el terreno, Saddam Husein respondió liberando a los rehenes oc­
cidentales y aceptando una reunión el 3 de enero en Ginebra en­

128
tre James Baker y Tareq Azíz, que sólo fue una parodia. A las 24
horas *de expirar el ultimátum de la O N U comenzó la guerra.
La primera fase del conflicto, entre el 17 de enero y el 23 de
febrero de 1991, se centró en bombardeos masivos sobre el po­
tencial militar y económico de Iraq y las tropas estacionadas en
Kuwait. Iraq respondió lanzando misiles Scud contra Israel y Ara­
bia Saudí, a la vez que Saddam Husein puso en marcha toda una
estrategia política de identificación con las dos cuestiones más
movilizadoras en el mundo árabe: Palestina y el islam, a fin de
ganarse las simpatías de las poblaciones frente a los deslegitima­
dos regímenes. Así, proclamó que su batalla era una yibád contra
el imperialismo occidental y que no se retiraría de Kuwait si Is­
rael no hacía lo propio con los territorios palestinos. Por último,
olvidando su secularismo tradicional, islamizó su discurso, inte­
grando la religión en los símbolos del Estado: desde entonces la
bandera iraquí contiene la leyenda AÜahu Akbar (Dios es lo más
grande). La arabidad había sido el eje en tomo al cual giró la re­
presentación de la guerra irano-íraquí desde la retórica oficial del
régimen: una guerra de árabes contra persas; en esta nueva guerra
la situación exigía modificar el registro y convertirla en una ba­
talla entre el islam y un Occidente que ocupaba territorio mu­
sulmán, con mención especial a la presencia militar estadouni­
dense en Arabia Saudí, donde se encuentran los Santos Lugares
de La Meca y Medina. Por parte norteamericana y occidental no
faltaron tampoco las referencias religiosas y se extendió el dis­
curso en torno a la idea de que la guerra era una «cruzada» de la
civilización occidental en defensa de la democracia, justificada
por razones «morales».
Un plan soviético de retirada de Kuwait fue aceptado por Iraq
el 23 de enero, antes de que se desencadenase la fase de la ofen­
siva militar terrestre, pero EE.UU. lo rechazó y ni siquiera per­
mitió que fuese discutido en el Consejo de Seguridad. Esta ini­
ciativa soviética contaba con la aceptación iraquí de la resolución
660, que exigía la total e inmediata retirada de Kuwait, y estable­
cía que a partir de ese momento el mantenimiento de las otras
once resoluciones ya no era necesario porque el objetivo que bus­
caban, forzar la retirada iraquí, ya se habría cumplido. Sin em­
bargo, los norteamericanos defendían de manera inamovible el

129
mantenimiento de las sanciones a Iraq, aunque se retirase de Ku­
wait. EE.UU. siguió manteniendo que Iraq seguiría sometido a
las doce resoluciones síne die y no consintió que se discutiese o
valorase la propuesta soviética. Las palabras de Margaret That-
cher, incondicional aliada del punto de vista norteamericano, ex­
presaban perfectamente esa impresión, confirmada después por la
realidad, de que no se trataba sólo de liberar Kuwait: «la retirada
de las tropas iraquíes de Kuwait no es suficiente. Es necesario dar
un golpe definitivo a Iraq, doblegar a Saddam Husein y liqui­
dar toda la infraestructura militar e industrial de ese país».
El presidente Bush no tardó en dar la orden de iniciar la ope­
ración terrestre, desoyendo, entre otras, las consideraciones del
secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar, que dejaba la
puerta abierta a un compromiso ya que recordaba la obligación
del Consejo de mantener los principios de las resoluciones «pero
también el imperativo moral supremo de prevenir la destrucción
de otras vidas. Dos objetivos que no son irreconciliables». Pero la
voluntad férrea de imponer a Iraq las doce resoluciones prevale­
cieron sobre «el imperativo moral». Las fuerzas aliadas penetraron
en Iraq y Kuwait en la madrugada del 23 al 24 de febrero, tras
haber enterrado vivos a los soldados iraquíes de las primeras lí­
neas, como se supo seis meses más tarde. La campaña militar fue
tan fácil que en tres días esas fuerzas aliadas llegaban hasta Ba-
sora. El 26 de febrero Saddam Husein anunciaba la retirada del
ejército iraquí y al día siguiente Tareq Aziz anunciaba a Naciones
Unidas la aceptación sin condiciones de todas las resoluciones. El
2 de marzo el Consejo de Seguridad adoptaba la resolución 687
en la que se exigía a Bagdad el reconocimiento de las fronteras
de Kuwait, el pago por los daños de guerra causados a los Esta­
dos y particulares y la destrucción de sus armas químicas y bio­
lógicas. Además, mantenía el embargo económico y militar. Más
de un año después, el 26 de agosto de 1992, el Consejo de Se­
guridad establecía la inviolabilidad de la frontera entre Iraq y Ku­
wait a través de la resolución 733, y el 27 de mayo de 1993, por
la resolución 833, marcaba su trazado definitivo, desplazándolo
600 metros a favor de Kuwait, de modo que algunos pozos pe­
trolíferos del yacimiento de Rumaila se integraban en el emirato
e Iraq veía reducida su salida al mar.

130
Sin embargo, a pesar de todos los cantos occidentales a favor
de la civilización y la democracia, Saddam Husein y su régimen
sobrevivieron con la ayuda tácita de quienes le habían derrotado.
A finales de febrero se desencadenó una insurrección shií contra
el Régimen de Saddam Husein aprovechando la debilidad causa­
da por el conflicto, pero, ante la sorpresa generalizada, llegó una
orden de la alta jerarquía política estadounidense de finalizar la
guerra sobre el terreno el 28 de febrero, lo que significaba re­
nunciar al plan previsto de destrucción de la Guardia Republica­
na iraquí, el cuerpo militar mejor preparado y organizado del
país. Sólo unos días más hubiesen bastado para lograr ese objeti­
vo, también vital para acabar con la capacidad militar de Saddam
Husein. Sin embargo, «los defensores de la civilización occiden­
tal» permitieron no sólo su supervivencia sino que, liberada del
combate, se concentrase en reprimir brutalmente la revuelta shií,
que había logrado controlar una parte importante del territorio
iraquí. EE.UU. contribuía a aportar el instrumento de la repre­
sión y, junto con sus aliados, consintieron la matanza perpetrada
por el régimen iraquí contra los shiíes, lo que les hizo cómplices
indirectos de esa masacre. Desmarcándose de las llamadas a la
población iraquí para que se sublevase contra Saddam Hussein
hechas durante la guerra, EE.UU. no sólo no apoyó esa revuelta,
sino que permitió su brutal sometimiento. El saldo fue de al me­
nos 300.000 muertos a través de ejecuciones masivas de la po­
blación, deportaciones a Irán y una política de tierra quemada de
la región de las marismas del sur, de cuya explotación vivía bue­
na parte de la población shií iraquí. En resumen, el mayor de­
sastre humanitario y ecológico de Oriente Medio y uno de los
mayores del mundo, según el UN Environmental Program. Todo
ello hacía honor al lema que el ejército iraquí pintó en los tan­
ques que perpetraron la masacre: «desde hoy ya no habrá shiíes».
Es más, aunque al inicio de la guerra la oposición kurda prefirió
no tomar ninguna posición definida contra el régimen, cuando
comenzó la revuelta shií el norte kurdo se contagió. La Guardia
Republicana respondió bombardeando Kirkuk y Sulaimaniya
(con permiso tácito de EE.UU., que no impidió al ejército iraquí
la utilización de helicópteros), provocando un éxodo masivo de
kurdos hacia Turquía e Irán que huían horrizados de que se pu­

131
diese repetir la experiencia de la campaña del Anfál en 1988. En
ese momento, cuando Saddam Husein parecía victorioso, la opo­
sición kurda tomó la decisión unilateral de negociar con Saddam
Husein. Pero el futuro les tenía reservado un safe haven (refugio
seguro) sin que ellos todavía lo supieran; la solidaridad interna­
cional iba a reaccionar a favor de esas poblaciones kurdas como
no lo haría con respecto a las shiíes, como veremos más adelan­
te. En cambio, nadie reaccionó ni pidió explicaciones sobre las
contradicciones norteamericanas por ese cierre en falso de la gue­
rra y sus consecuencias.
Todos estos acontecimientos casaban mal con la proclama
presidencial norteamericana de un mes antes, que recogía todos
los clichés del imaginario político estadounidense. En su discur­
so sobre el Estado de la Unión el 29 de enero de 1991 George
Bush proclamaba en plena euforia por el fin de la guerra fría:
«Desde hace dos siglos, EE.UU. ha servido de ejemplo al mundo
en materia de libertad y democracia. Desde hace generaciones he­
mos asumido la lucha de preservar y extender los beneficios de
la libertad. Hoy en un mundo en rápida evolución el liderazgo
de EE.UU. es indispensable (...). Sabemos por qué las esperan­
zas de la humanidad giran hacía nosotros. Somos norteamerica­
nos: tenemos la obligación excepcional de actuar a favor de esta
tarea difícil que es la libertad. La determinación y valentía que
constatamos en el Golfo en el momento actual es simplemente
la ilustración del carácter americano... Y en tanto que americanos
sabemos que a veces debemos aceptar la responsabilidad de sacar
al mundo de las tinieblas y del caos de la dictadura y conducir­
los hacia la promesa de mejores días.... Sí, EE.UU. asume una
parte importante de responsabilidad en la guerra contra Iraq por­
que, entre todas las naciones del mundo, sólo EE.UU. posee a la
vez la posición moral y los medios de mantenerla».
La manera brutalmente sangrienta en que acabó esta guerra
del Golfo ponía de manifiesto lo que había tras el discurso que
pretendía presentar la guerra como una causa moral y un ejerci­
cio en defensa de los valores democráticos y la civilización en
contra del llamado «Hitler de Oriente Medio». La meta superior
buscaba establecer la hegemonía estadounidense en la región, y
para ello Saddam Husein era más útil en ese momento que cual-

132
%

quier alternativa capaz de reconstruir el país y dirigirlo de mane­


ra soberana de acuerdo con los designios de su propia población.
Eso hubiese exigido la normalización de Iraq, contribuir a re­
construirlo en vez de aislarlo y sancionarlo, pero EE.UU. no es­
taba dispuesto a prescindir de su proyecto de dominación de este
país y su riqueza petrolera. Sin embargo, necesitaba tiempo para
organizar el recambio de Saddam Husein por una alternativa tu­
telada por Washington. Por ello prefirieron mantener a un régi­
men fácilmente «demonizable», lo que permitía justificar la dra­
coniana situación de aislamiento e intervención a la que se iba a
someter a Iraq, a la espera de que se creasen las condiciones de­
seadas para poder deshacerse de Husein y controlar el país. En­
tretanto, lo que quedaba claro era que, al igual que todos los re­
gímenes iraquíes, ni EE.UU., ni Israel, ni Arabia Saudí querían
ver a los shiíes gobernando el país y normalizando sus relaciones
con la otra potencia regional, Irán. Lamentablemente, ésta fue la
última vez que Saddam Husein fue lo suficientemente vulnerable
como para poder apartarle del poder desde una dinámica interna
y representativa. Así se hubiese podido evitar el martirio al que,
con estrategias antagónicas pero hasta cierto punto cómplices,
Saddam Husein y la comunidad internacional han sometido des­
de hace doce años a la sociedad iraquí.
Pero antes de examinar la situación de Iraq durante ese pe­
riodo, es fundamental analizar la situación general en Oriente
Medio tras la guerra del Golfo, que ha tenido una influencia de­
cisiva en la cuestión iraquí. Esta situación general, en la que se
ha visto inmerso Iraq, se ha caracterizado por la fractura del mun­
do árabe, por los cambios impuestos por el nuevo orden esta­
dounidense en la región y por el fracaso del proceso de paz pa­
lestino-israelí. Otro factor muy influyente, de carácter negativo,
ha sido cómo se han presentado los hechos ante las sociedades
occidentales, lo que ha generalizado la idea del choque de civili­
zaciones y el miedo al espectro del fúndamentalismo islámico.

133
La fractura del mundo árabe

Aunque la historia árabe contemporánea ha estado marcada


por continuos episodios dramáticos, nunca antes se había puesto
tanto a prueba a esta región como en la guerra del Golfo. En los
meses que transcurrieron desde agosto de 1990 a marzo de 1991
se resquebrajaron los sistemas de alianza interárabes, se manifes­
taron sin disimulo los antagonismos locales, salieron a la luz los
enormes problemas de los regímenes y se desvelaron las «incon­
fesables» dependencias con EE.UU., aliado fiel de Israel.
Aunque la guerra se vivió militarmente en Oriente Medio y
políticamente en el Magreb, el conflicto en ambos casos estable­
ció indefinidamente un nexo indisoluble entre política interna,
exterior e internacional. Las fracturas fueron múltiples: por pri­
mera vez la mayor parte del mundo árabe se encontraba alinea­
do en el mismo lado que Israel; las organizaciones interárabes
mostraron con crudeza su ineficacia e inviabilidad, como la Liga
Árabe, o simplemente desaparecieron, como el Consejo de Coo­
peración Árabe;* los regímenes no pudieron enmascarar el cisma
que existía entre ellos y sus ciudadanos, y fueron muchos los que
tuvieron que caer en retorcidas ambivalencias para afrontar las
manifestaciones populares contra la guerra a la vez que ofrecían
su apoyo a EE.UU., como Marruecos. Otros mantenían una pru­
dente distancia, como Argelia y Túnez. Alguno de los más fieles
aliados de EE.UU., como Jordania, tuvo que renunciar a su leal­
tad histórica para atajar el peligro grave de desestabilización. Los

15 Constituido en febrero de 1989 por Egipto, Iraq, Jordania y Yemen en busca


de un contrapeso regional al Consejo de Cooperación del Golfo, se disolvió en 1991
cuando Saddam Husein trató de que fuese una plataforma para avalar su invasión a
Kuwait, lo que motivó que Hosni Mubarak lo denunciara.

134
que formaban parte de la lista de «enemigos» de EE.UU. decidí­
an mostrar un buen comportamiento ante la coalición liderada
por los norteamericanos, como Siria, o mantener un perfil bajo,
como Libia. Aun otros, como Arabia Saudí y Kuwait, mostraron
hasta qué punto su retórica de la solidaridad árabe y palestina era
superficial y no dudaron en «vengarse» de manera inmisericorde
contra las poblaciones civiles pertenecientes a las nacionalidades
que no se sumaron a la gran coalición contra Iraq, como fue el
caso de Jordania, la OLP y el Yemen; y todos los riquísimos Es­
tados petroleros del Golfo y Arabia Saudí demostraron a sus ciu­
dadanos y al mundo entero que ante su incapacidad para defen­
derse a sí mismos en una región recorrida por la inestabilidad
optaban definitivamente por el protectorado militar norteame­
ricano.
Analicemos esas diferentes fracturas y sus consecuencias. La
primera de todas fue la interna, la que se da entre gobernantes y
gobernados y que encontró en el escenario de la crisis y guerra
del Golfo un marco excepcional en el que expresarse. A princi­
pios de los años noventa, la situación interna en los países árabes
ya se caracterizaba por un progresivo distanciamiento entre los
gobiernos y sus poblaciones, situación que se irá agudizando has­
ta el momento actual, como veremos más adelante. La mayor
parte de los Estados árabes se caracterizaban por lo que va a ser
una dinámica ascendente: el tribalismo, el clientelismo y la ero­
sión socioeconómica de sus países, mientras sus gobernantes se­
guían representando a una elite política heredera de un sistema
de valores que desde los años setenta había fracasado rotunda­
mente. De hecho, ya entonces afrontaban lo que sigue siendo el
origen de la crisis interna que padecen de manera cada vez más
acuciante: el desfase entre el monopolio totalitario del poder y el
desarrollo de una segunda generación poscolonial que no se iden­
tifica con unos gobernantes que no han sido capaces de inte­
grarlos ni política, ni ideológica, ni socioeconómicamente.
La primera generación nacionalista sentó las .bases del gobier­
no autoritario y del modelo socioeconómico de tipo protector,
pero al menos contaba con un sistema de valores móvil izad or
con el que se identificaban la mayoría de las poblaciones árabes.
El nacionalismo desarrollista, el socialismo igualitarista, el pana-

135
rabismo, el anti-imperialismo (siempre catalizado por la lucha
contra Israel) nutrieron de ideales a esas sociedades de los años
sesenta y setenta. A finales de esa década, todo ese sistema de va­
lores entró en crisis a consecuencia de los fracasos acumulados:
el modelo de economía protectora entró en bancarrota, el des­
arrollo se vio lastrado por los puestos de trabajo improductivos,
por un sobredimensionado sector público, por una burguesía de
Estado que promovió un sistema basado en las redes de corrup­
ción; el socialismo igualitarista mostró todas sus deficiencias; el
panarabismo fracasó en todos sus intentos de plasmación real mi­
nado por los intereses políticos y hegemonistas de los diferentes
regímenes árabes; y el anti-imperialismo orientado contra Israel se
hizo añicos con la derrota de la guerra de los Seis Días en 1967.
El colapso de ese sistema de valores tenía lugar en conjunción
con un factor demográfico de grandes consecuencias sociológicas.
Tanto por ciertas políticas natalistas vinculadas al modelo de Es­
tado protector y desarrollista poscolonial, como por toda una se­
rie de cambios socioeconómicos que han prolongado la dura­
ción de la adolescencia,* el desarrollo demográfico poscolonial
generó desde finales de los años setenta una inmensa nueva ge­
neración de jóvenes. En consecuencia, la población considerada
dentro de la categoría social «joven» (por debajo de los 25 años)
supone el 65°/o de la población total de los países árabes.** Uni­

* El desarrollo de la educación secundaria en los años sesenta y setenta retra­


só la edad media del matrimonio y el consiguiente paso a la edad adulta a 24 años
para los hombres y 20 para las mujeres, ampliándose considerablemente el período de
la adolescencia. También han contribuido a este retraso las políticas de planificación
familiar puestas en marcha ante los problemas derivados de su elevada tasa de creci­
miento demográfico, incluso las leyes de familia más recientes han aumentado la edad
mínima del matrimonio en sociedades donde la tradición ha marcado siempre una
pauta de edad matrimonial muy temprana, sobre todo para las mujeres. Otros facto­
res de tipo socio-económico, como las dificultades para encontrar empleo y vivienda,
han contribuido al retraso de los matrimonios.
* * Esta realidad no contradice otra igualmente constaíable, contraria a las tan
difundidas teorías «catastrofistas» sobre el imparable crecimiento demográfico árabe.
Los especialistas en esta región observan un descenso considerable de la fecundidad,
debido, entre otras causas, al ascenso de la educación femenina, el retroceso de la eco­
nomía rentista, y las campañas de planificación familiar. Sí es cierto que la elevada tasa
de crecimiento experimentada en las décadas anteriores ha generado un enorme reju­
venecimiento de la población, y que el equilibrio demográfico no se va a alcanzar has­
ta dentro de una o dos décadas.

136
do a esto, el proceso intensivo de urbanización y la extensión de
la educación experimentados por estos países, han contribuido a
que el perfil de la mayoría de esa nueva generación sea la del jo­
ven urbano y con algún nivel de estudios.51 El deterioro de las
condiciones económicas, sociales y políticas afectó de manera
particular a esos nuevos jóvenes urbanos. Por un lado, a esta nue­
va generación le tocó vivir un momento económico de crisis agu­
da. La situación de quiebra económica en la que se encontraron
estos países llevó a sus gobiernos a recurrir en los años ochenta a
la ayuda económica de las grandes instituciones internacionales,
el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI),
lo que les forzó a realizar rígidos programas de ajuste estructural.
En la mayor parte de los casos, estos procesos de ajuste estructu­
ral han tenido un gran impacto en el bienestar de los ciudadanos
y han producido un enorme deterioro de los indicadores socia­
les. Además, las consecuencias sociales de los Programas de Ajus­
te Estructural (PAE) no han afectado uniformemente a todo el
cuerpo social, siendo la población urbana, sobre todo los asala­
riados de los sectores más modernos de la economía, y los para­
dos los segmentos más profundamente afectados. El desempleo,
al ampliarse, se volvió más discriminador afectando más a las mu­
jeres que a los hombres, a los jóvenes que a los adultos y, nota­
blemente, a los diplomados y licenciados universitarios (el 57%
de la población árabe en paro hoy día tiene un nivel de educa­
ción secundario o superior, en tanto que en 1984 suponía el
37%). Se dio, pues, una sobredimensión del desempleo en las ciu­
dades y entre los jóvenes, especialmente entre los diplomados, a
los cuales los PAE les han cerrado la puerta de la administración
y el sector público y para los que el retomo a la vida rural queda
completamente descartado. Hay que tener en cuenta que hasta la
asunción de los PAE las administraciones y las empresas públicas
empleaban, de manera improductiva, a los jóvenes licenciados o
diplomados. Países como Iraq, Siria, Egipto, Argelia o Túnez in­
tegraban en sus presupuestos generales hasta hace relativamente
poco la financiación de empleos en la administración destinados
a recién licenciados, a fin de absorber las promociones salientes
cada año.
Toda esa nueva generación, en crecimiento desde los ochen­

137
ta, no sólo va a ser el sector social más excluido sino también el
que tiene más demanda de un nuevo proyecto político e ideoló­
gico que sus gobernantes son incapaces de representar, obsesio­
nados por mantener el monopolio del poder y garantizar su su­
pervivencia en el mismo. En ese cambio generacional, vinculado
a la búsqueda de una alternativa política capaz de llevar a cabo
el programa que los regímenes poscoloniales prometieron cum­
plir y que desde los ochenta habían demostrado definitivamente
no ser capaces de hacer, es donde se encuentra la raíz del éxito
de los movimientos islamistas. Esa búsqueda de un nuevo siste­
ma de valores se ha plasmado para muchos en la afirmación de
lo «propio» frente a las fracasadas experiencias inspiradas en mo­
delos exógenos (liberales o socialistas). De ahí que se haya arrai­
gado todo un discurso en tomo a la «identidad musulmana» y la
«autenticidad islámica». No obstante, no hay que entender esta
dinámica como un deseo de volver al pasado y estancarse en él,
sino como una recuperación del legado autóctono para reinter-
pretarlo y acomodarlo a los tiempos actuales y lograr lo que los
árabes llevan buscando desde hace un siglo: su renovación, de­
sarrollo e independencia.
En consecuencia, el islamismo es el movimiento político con
el que se identifica muy buena parte de la nueva generación, y
fue durante la reacción a la guerra del Golfo cuando se expres­
ó de manera manifiesta que era el pensamiento político ascen­
dente frente al acelerado declive del nacionalismo árabe socia­
lista. En ese sentido, los partidos islamistas fueron en gran me­
dida los que mejor lideraron y encauzaron el movimiento contra
la guerra. Es también por ello que Saddam Husein no dudó en
«islamizan» su discurso para establecer puentes de identificación
con las poblaciones que se movilizaban contra la guerra, pero
también de manera indirecta contra sus gobernantes y el sistema
de valores fracasado que, incluyendo al mismo Saddam, repre­
sentaban.
La razón por la que las poblaciones árabes tuvieron la posi­
bilidad de expresar su rechazo a la guerra en las calles, e incluso
crear una especie de opinión pública que algunos gobernantes tu­
vieron que tener en cuenta, se debía a la apertura política que al­
gunos regímenes árabes tuvieron que asumir a finales de los años

138
ochenta y que el nuevo orden surgido de la guerra del Golfo les
permitió después eludir. Tanto por factores internos (el gran dé­
ficit de legitimidad que padecían frente a un ascendente y arti­
culado movimiento de oposición islamista con gran predicamen­
to social) como por los cambios internacionales que anunciaban
el fm del orden bipolar, muchos gobernantes árabes percibie­
ron a fines de los ochenta que su vulnerabilidad se acrecentaba y
que la crisis interna era demasiado aguda como para poder afron­
tarla solos. La incertidumbre que causó el proceso de derrumbe
de la URSS, que sin duda iba a generar nuevas dinámicas inter­
nacionales en las que no sabían cómo y hasta qué punto iban a
contar con los apoyos externos (económicos, políticos y milita­
res) que siempre habían necesitado para su supervivencia en el
poder, fue un factor determinante para decidirles a liberalizar
«homeopáticamente» el sistema político, a fin de permitir cierta
catarsis interna y realimentar sus fuentes de legitimidad. Así, Hos-
ni Mubarak en Egipto, Ben Ali en Túnez, Chadli Benyedid en
Argelia y el rey Husein en Jordania inauguraron dos o tres años
antes de tener lugar la guerra del Golfo una apertura política «con­
trolada» en la que se incluyó la aceptación del pluripartidismo, la
celebración de elecciones algo más competitivas, la ampliación de
ciertos márgenes de libertad y la integración vigilada y bajo su­
pervisión policial de los partidos islamistas.52
Estos cambios fueron muy limitados porque respondían so­
bre todo a una estrategia de supervivencia de la elite gobernante,
que era bastante avara en sus concesiones democratizadoras, pero
simbólicamente abrieron muchas expectativas y despertaron mu­
chas esperanzas entre las poblaciones árabes, más aún cuando se
unían a la pauta überalizadora que caracterizaba a muchos regí­
menes totalitarios del mundo en ese momento posbipolar. De he­
cho, si la guerra del Golfo no hubiera tenido lugar con todas sus
negativas consecuencias posteriores, probablemente esa dinámica
liberalizadora hubiese sido el embrión de un proceso democrati-
zador en toda regla. Sin embargo, fue completamente quebrado
y experimentó una involución radical «gracias» a la pax america­
na y el nuevo orden que instauró en todo el mundo árabe. Pero
en 1990, el proceso de liberalizadón estaba en marcha, permi­
tiendo una libertad de manifestación y de acción pública a las

139
oposiciones políticas impensable poco tiempo antes. Los gober­
nantes se vieron obligados a tener en cuenta la expresión públi­
ca de la mayoría de las poblaciones en contra de la guerra, y a
asumir posiciones ambiguas con respecto a su participación en el
conflicto para que la oposición no capitalizase ese sentir popular,
lo que era del todo inusual para ellos.
La enorme reacción social en contra de la guerra no se tra­
ducía en un apoyo a Saddam Husein. Éste es tan detestado por
las poblaciones árabes como toda la generación que les gobierna.
Lo que no pudieron digerir esas poblaciones fue la agresión con­
tra un país árabe mientras continuaba la complacencia ante Israel,
cuando estaban viendo todos los días en sus televisores la bruta­
lidad de la ocupación frente a la impotente intifada palestina y la
creación de nuevas colonias judías en los territorios ocupados
para instalar la riada de judíos rusos que llegaban a Israel huyen­
do de la situación en la URSS. Es más, prueba manifiesta de la
hipocresía de la política internacional: mientras se organizaba
toda la movilización militar, se imponían sanciones a Iraq y se le
exigía el cumplimiento íntegro y taxativo de las doce resolucio­
nes, el Consejo de Seguridad de la O NU adoptó tres nuevas re­
soluciones contra la actuación de Israel en los territorios ocupa­
dos palestinos que, como siempre, fueron despreciadas por Tel
Aviv sin provocar ninguna reacción internacional. La resolución
672, del 12 de octubre de 1990, condenaba «los actos violentos
cometidos por las fuerzas de seguridad israelíes», que habían pro­
vocado 20 muertos y 150 heridos entre la población palestina de
Jerusalén, y recordaban a Israel el respeto de las disposiciones del
derecho internacional en los territorios ocupados desde 1967. La
resolución 673, de 24 de octubre de 1990, deploraba «la negativa
del gobierno israelí a recibir la misión del secretario general de la
ONU en la región» y le pedía que permitiese «a la misión cum­
plir con su mandato». La resolución 681, de 20 de diciembre de
1990, expresaba «la viva preocupación del Consejo» ante las reite­
radas negativas de Israel a cumplir las dos resoluciones anteriores
y lamentaba «la decisión tomada por Israel, potencia ocupante,
de proceder de nuevo a la expulsión de civiles palestinos de los
territorios ocupados».
Esas tres resoluciones fueron adoptadas en el mismo periodo

140
en que el Consejo de Seguridad se dedicaba intensamente al tema
Iraq-Kuwait, pero la actitud negativa de Israel quedó una vez más
al abrigo de cualquier sanción. Ambas infracciones del derecho
internacional, las de Israel e Iraq, resultan de un acto de agresión.
Sin embargo el Consejo de Seguridad jamás ha impuesto a Israel
el ejercicio de la legalidad, aunque su infracción se remonta a
1967. A esto se unía la exagerada valoración de Israel durante la
guerra debido a su «vi ctimiz ación» por no responder al lanza­
miento de algunos misiles Scud lanzados desde Bagdad (por lo
que recibirá considerables compensaciones económicas y arma-
mentísticas de EE.UU.). En semejante contexto, era imposible
que las poblaciones árabes se pusiesen disciplinadamente del lado
de EE.UU. y de Israel contra Iraq. ¿Cómo podían creer esas po­
blaciones que la guerra contra Iraq se hacía en pro de un orden
internacional que representaba la democracia o algún tipo de va­
lor ético o moral cuando desde 1948 no había dejado de despre­
ciarlos y sacrificarlos en el mundo árabe en pro de la defensa de
Israel? En cambio, sí veían el protectorado militar que EE.UU.
estaba levantando en el Golfo y percibían que las consecuencias
no podían ser más que la extensión de la inestabilidad, el despo­
tismo y la tragedia para las poblaciones civiles de la región.
La reacción árabe a la guerra procedía también de su rechazo
a la intervención extranjera y a la observación de que no se ago­
taban las posibilidades político-diplomáticas porque había un cla­
ro interés por llegar al conflicto armado, aunque eso significase
el castigo y la muerte de muchos iraquíes. Era la humillante sen­
sación, tan frecuentemente sentida en el mundo árabe, de que sus
muertos no tienen el mismo valor que los de Occidente o Israel.
Además, la ocupación militar extranjera de un territorio tan sim­
bólico como el de la península Arábiga, donde se encuentran los
Santos Lugares del islam, revolvió muchas conciencias y dejó una
marca indeleble que resurgió más tarde como un bumerán con­
tra los príncipes saudíes que llamaron a los estadounidenses en
su ayuda. El discurso que venía de fuera tampoco ayudaba. La et-
nocéntrica y arrogante posición norteamericana, que reclamaba
para sí la representación universal de la civilización y la bendi­
ción divina (permanentemente evocada por el presidente Bush,
no sólo por Saddam Husein), dando una orientación de «cruza­

141
da» a su intervención, hicieron emerger los sentimientos políti­
camente más antioccidentales de las conciencias árabes y musul­
manas, que percibían el conflicto como una nueva etapa de la ac­
ción y el pensamiento coloniales.
Todo ello desató la furia y el rechazo de las poblaciones, ex­
presándose de manera manifiesta en algunos países del Norte de
África y en Jordania, donde el marco político permitía una ma­
yor libertad de acción. Túnez, por ejemplo, no asistió a la cum­
bre de la Liga Árabe que decidió su implicación en la coalición
anti-iraquí y el envío de una fuerza árabe a Arabia Saudí, Arge­
lia se abstuvo en esa resolución y Jordania emitió reservas. De
hecho Túnez y Argelia mantuvieron un difícil equilibrio conde­
nando la invasión de Kuwait pero rechazando la intervención ex­
tranjera en el conflicto (defendieron una solución política que
debía dilucidarse dentro de la propia comunidad regional árabe)
y denunciando el objetivo militar anti-iraquí de la guerra. En
Marruecos, la creciente sintonía de la población con Iraq y la
movilización social de los partidos de oposición y sus centrales
sindicales en contra de la injerencia extranjera coincidió con un
momento crucial en el que el régimen afrontaba un movimien­
to huelguístico que, bajo el clima de crisis creado por el conflic­
to en el Golfo, desembocó en manifestaciones violentamente re­
primidas en diciembre de 1990. Hasan II se vio obligado a optar
por un doble juego de auténtico malabarista. Como principal
aliado de EE.UU. en el Magreb, en deuda con Washington por
el sustancial apoyo militar y tecnológico recibido en la guerra del
Sahara, y con relaciones económicas privilegiadas con los países
del Golfo, Rabat no podía eludir su participación en la coalición
estadounidense-saudí y envió 1300 soldados a Arabia Saudí, a la
vez que en su discurso a la nación del 1 de febrero de 1991 el
rey garantizaba que el papel de ese puñado de soldados era «de­
fensivo» y «autónomo», alababa «el honor y la grandeza» de Sad­
dam Husein por haber atravesado las líneas israelíes con sus mi­
siles y le llamaba a hacer caso del consenso universal y retirarse
de Kuwait.
El rey Husein de Jordania, sin embargo, no pudo quedarse en
las ambigüedades y el doble lenguaje y tuvo que decir no a la
guerra. La efervescencia e insurrección que se vivían en los terri­

142
torios ocupados palestinos ponían a su país en una situación de
inestabilidad inmensa, dado que más del 60% de su población es
de origen palestino. La guerra del Golfo tuvo lugar cuando la po­
blación palestina llevaba desde finales de 1987 en plena intifada,
y coincidió con la llegada a Israel de un millón de judíos rusos
que desertaban de la debacle de la URSS, muchos de los cuales
estaban siendo dirigidos a las colonias judías en Cisjordania. En
estas circunstancias la indignación y rabia palestinas se desborda­
ron al comprobar la manifiesta doble moral internacional, que
desencadenaba una guerra y una movilización nunca vista contra
un país árabe mientras permitía que Israel cometiese exactamen­
te las mismas acciones ilegales desde hacía décadas con un ejer­
cicio brutal de la represión. En este ambiente, los partidos de
oposición jordanos, izquierda e islamistas unidos, sacaban diaria­
mente a la calle a una población indignada y furiosa por lo que
estaba ocurriendo. Otros factores económicos también contaban:
Jordania, cuya economía padece una fuerte dependencia externa,
no podía prescindir de los ingresos que le aportaban sus relacio­
nes económicas con Iraq ni de su flujo petrolífero a precio de so­
lidaridad árabe.
Para Yaser Arafat y la OLP, la situación en que les colocó la
guerra del Golfo no fue mejor. Su posición a favor de Iraq se ex­
plicaba por razones inmediatas y por el momento que vivía la
causa palestina. No podían ignorar los sentimientos de la pobla­
ción palestina, que luchaba con piedras contra la ocupación is­
raelí mientras se veía desposeída de todo derecho ante un Israel
apoyado por quienes estaban organizando la guerra contra Iraq.
Además, el conflicto se desencadenaba después de que la políti­
ca norteamericana hubiese humillado una vez más a la OLR Tras
cuarenta años de acontecimientos dramáticos y de agotamiento
en el desigual enfrentamiento militar con Israel, la OLP, desde
mediados de los años ochenta, reorientó su política a favor de la
negociación. Tal y como exigía EE.UU. para abrir el diálogo con
la OLP, el 14 de noviembre de 1988 Yaser Arafat consiguió que
el Consejo Nacional Palestino celebrado en Argel declarase su ad­
hesión a todas las resoluciones de la ONU, lo que significaba in­
directamente reconocer a Israel ya que en dichas resoluciones se
establecía el derecho de Israel «a vivir en fronteras seguras y re­

143
conocidas». El 1 de mayo de 1989 Arafat declaraba «caduca» la
Carta de 1964, lo que ahondaba en dicho reconocimiento implí­
cito. Estas iniciativas necesitaban obtener resultados concretos de
la parte norteamericana, ya que el campo de acción de la orga­
nización palestina era estrecho, tanto por la radicalización de los
palestinos en los territorios ocupados, como por la inestabilidad
de la neutralización que Yaser Arafat había logrado de sus opo­
nentes más radicales. Sin embargo, EE.UU., siguiendo las direc­
trices israelíes, no respondió a las expectativas y en vez de im­
pulsar las negociaciones de paz permitió que la represión israelí
de la intifada. se recrudeciera, que los «asesinatos selectivos» de pa­
lestinos se ejecutasen impunemente, y que se construyesen las co­
lonias para los judíos rusos que iban llegando de la URSS. Final­
mente, con un débil pretexto, Washington rompió el diálogo con
la OLP el 29 de junio de 1990.
En ese momento la OLP trató de pasar de la estrategia de la
paz a la estrategia de la tensión aproximándose a Iraq, que re­
presentaba la principal potencia militar árabe y era uno de los
pocos países árabes dispuestos a poner la causa palestina en pri­
mera línea de su discurso y acción. La esperanza era que una po­
tencia militar árabe creíble, capaz de amenazar a Israel, forzase
las negociaciones. También hay que tener en cuenta que los in­
tensos avatares de cuarenta años de conflicto sin resolver habían
acumulado muchas fracturas entre la OLP y sus «hermanos» ára­
bes. Expulsada en 1970 de Jordania, con el terrible telón de fon­
do del «septiembre negro»; expulsada del Líbano en 1982, esta
vez con el telón de fondo de la guerra del Líbano que desató
Ariel Sharon con consentimiento estadounidense; «traicionada»
por Anwar al-Sadat en 1979 cuando Egipto firmó la paz unilate­
ral con Israel; invitada a abandonar Túnez en 1986 cuando Israel
con apoyo norteamericano bombardeó el cuartel general de la
OLP en este país y Burguiba reconoció las dificultades de afron­
tar la furia de la población tunecina, que se manifestó masiva­
mente contra dicha agresión y pedía democracia y un liderazgo
árabe capaz de resolver la tragedia palestina; enfrentada con Siria
desde 1983, cuando Damasco acogió a las facciones palestinas
enfrentadas con Arafat. En cuanto a Arabia Saudí y sus vecinos
del Golfo, nunca han estado dispuestos a asumir más que la par­

144
te económica del conflicto palestino, garantizándose a cambio su
no implicación directa. Así pues, más allá de la sempiterna retó­
rica de solidaridad con la causa palestina, Iraq era prácticamente
el único país árabe disponible para los palestinos y el único que
seguía manteniendo una línea manifiestamente hostil a Israel con
capacidad económica y militar para apoyar a la OLP. Así, cuan­
do se desencadenó la guerra del Golfo, Arafat tuvo que apoyar a
Bagdad.
La venganza fría e inmisericorde de Arabia Saudí y Kuwait
contra Jordania, la OLP y el Yemen por no unirse a la coalición
anti-iraquí puso de manifiesto el verdadero rostro de los regíme­
nes egoístas, altaneros y tribales que gobiernan esos países. Re­
currieron al castigo colectivo contra los ciudadanos más despro­
tegidos y vulnerables pertenecientes a esas nacionalidades: los
trabajadores yemeníes, jordanos y palestinos en Kuwait y Arabia
Saudí. Desde los años setenta, Arabia Saudí y los países del Gol­
fo se convirtieron en los principales receptores de emigración
procedente de los países árabes pobres. El aumento de los precios
del petróleo y los faraónicos proyectos urbanos financiados por
los petrodólares ofrecieron una tabla de salvación económica a
muchos ciudadanos árabes. En Arabia Saudí el número de traba­
jadores extranjeros rondaba los cuatro millones en los años
ochenta, de los cuales el 60% eran árabes (muchos de ellos yeme­
níes) y el 40% asiáticos. En Kuwait, la gran mayoría procedía de
los países árabes, y entre ellos los palestinos siempre fueron los
más numerosos, algunos instalados en este pequeño emirato des­
de la creación de Israel en 1948. A finales de los años ochenta,
más de dos tercios de la población total kuwaití estaba compues­
ta por trabajadores extranjeros.
Una vez liberado el emirato de la ocupación iraquí, se inició
una verdadera caza contra los trabajadores palestinos, hasta que
las autoridades saudíes y kuwaitíes expulsaron y deportaron a jor­
danos, palestinos y yemeníes colocándolos en la frontera jorda-
na. De esta manera Jordania se encontró, además de castigada
con el aislamiento político-diplomático y económico de EE.UU.
y sus vecinos de la península Arábiga (al igual que la OLP), con
un problema socio-económico agudo al tener que absorber a to­
dos los trabajadores procedentes de Kuwait que desde agosto de

145
1990 empezaron a huir de la posible guerra (llegaban a la fronte­
ra jordana a un ritmo de 10.000 por día), a todos los jordanos y
palestinos expulsados en respuesta por la posición en el conflic­
to de Ammán y la OLP, y a todo el inmenso caudal de iraquíes
que huían de los bombardeos y la guerra.
Los efectos de estos flujos humanos fueron catastróficos: sólo
de Kuwait fueron expatriados 200.000 palestinos, 150.000 egipcios
y 600.000 asiáticos; y Arabia Saudí expulsó a 700.000 yemeníes
entre septiembre y diciembre de 1990. Las pérdidas económicas
para los países de origen de esa emigración fueron enormes, ya
que no sólo se encontraban con una población desempleada que
se había visto forzada a regresar a su país, sino que también per­
dían las remesas que enviaban dichos trabajadores desde su lugar
de trabajo. Jordania perdió en torno a 400 millones de dólares
anuales, a lo que había que añadir la pérdida de las ayudas econó­
micas saudíes y kuwaitíes y todo el mercado de exportación que
mantenía con esos países. Por si fuera poco, el petróleo barato y el
comercio iraquíes desaparecieron desde el momento en que la
O NU impuso el embargo,
Las consecuencias de la guerra también afectaron mucho a la
economía de otros países, como fue el caso de Egipto, si bien su
participación militar en la coalición anti-iraquí le reportó com­
pensaciones económicas por parte de EE.UU. que aliviaron rela­
tivamente sus enormes pérdidas. Egipto fue el país árabe más
comprometido con la coalición representada por EE.UU. y Ara­
bia Saudí. En octubre de 1990, más de 35.000 soldados egipcios
fueron enviados a la primera línea del conflicto en el Golfo. Las
principales razones de la fidelidad egipcia a EE.UU. venían de su
dependencia económica y de los estrechos lazos militares exis­
tentes con EE.UU. desde la presidencia de Anwar al-Sadat. Sin
embargo, esta gran implicación en el conflicto no le supuso a El
Cairo, frente a lo que ocurrió en Jordania y en los países magre-
bíes vecinos, afrontar la insurrección popular contra la guerra,
gracias a una serie de factores políticos e ideológicos que jugaron
a favor del gobierno. Por un lado, el enorme caudal histórico de
liderazgo que posee Egipto, y que es sentido como tal por su po­
blación, le provee de estabilidad suficiente para optar por posi­
ciones políticas arriesgadas que exigen cohesión nacional. En este

146
caso contaba a su favor el imaginario político egipcio anti-iraquí,
forjado tanto por la rivalidad histórica entre ambos Estados a la
hora de representar el liderazgo nacionalista árabe, como por el
desafecto de la sociedad egipcia hacia el país del Tigris, indigna­
da por el mal trato dado a los trabajadores egipcios en ese país.
Con respecto a lo primero, y para alimentar ese sentimiento de
liderazgo egipcio frente al iraquí entre la población, la figura
de Gamal Abdel Naser fue recuperada por el gobierno y los me­
dios de comunicación afines (que son casi todos). Atrás quedó la
marginadón y denostación del ra'ts egipcio que desde la llegada
de Sadat había caracterizado la posición oficial. La recuperación de
Naser como protagonista inimitable del liderazgo egipcio, que
había movilizado a las masas árabes en los sesenta y que había
representado la confrontación con el Iraq revolucionario de la
época, se mostró muy oportuna y eficaz para el régimen.
En cuanto a lo segundo, el sentimiento social anti-iraquí pro­
cedía de los flujos migratorios entre Egipto e Iraq, emisor de emi­
gración el primero y receptor el segundo. A partir de los años se­
tenta, Iraq, como sus vecinos del Golfo, se convirtió en un país
receptor de inmigración, que atrajo sobre todo a trabajadores
egipcios. En 1980 residían unos dos millones de trabajadores ex­
tranjeros (12% de la población total) en Iraq, de los cuales el 85%
eran egipcios. Esos 1.160.000 egipcios trabajaban en las ciudades
iraquíes, pero también en el campo, a consecuencia del éxodo
rural masivo hacia las ciudades. Así, el fallcib egipcio contribuyó
al mantenimiento de la vida agrícola iraquí donde las condicio­
nes geográficas y climatológicas eran muy similares a las de la región
del Nilo (aunque no pudieron evitar el incremento de la dependen­
cia alimentaria de Iraq). Durante el desarrollo de la guerra irano-
iraquí, el masivo reclutamiento militar iraquí acrecentó la necesi­
dad de mano de obra y el número de inmigrantes egipcios superó
los dos millones. Con el fin de las hostilidades, muchos iraquíes
se reintegraron a la sociedad civil y entraron en competencia con
los trabajadores extranjeros. Fue entonces, a partir de 1989, cuan­
do comenzaron a surgir incidentes entre iraquíes y egipcios, se su­
cedieron despidos arbitrarios contra esos trabajadores egipcios, se
les redujo la cantidad de dinero que podían transferir a su país de
origen y se dieron comportamientos xenófobos in crescendo hasta

147
que, en el otoño de 1989, 200.000 egipcios fueron forzados a de­
jar precipitadamente el país, desposeídos de todos sus bienes.
Hubo muertos y heridos egipcios en los enfrentamientos provo­
cados por esta situación, y se abrió una crisis entre los gobiernos
egipcio e iraquí. Los medios de comunicación egipcios denun­
ciaron estas agresiones, sobre las que informaron con detalle, lo
que generó un fuerte sentimiento anti-iraquí en la sociedad egip­
cia. Cuando se desencadenó la crisis del Golfo, ese sentimiento
estaba muy vivo entre la población del Nilo e incluso cobró nue­
vas fuerzas cuando otros 350.000 egipcios fueron expulsados de
Iraq al iniciarse la guerra. No obstante, si el conflicto se hubie­
se prolongado, o si Israel hubiese respondido a los misiles ira­
quíes participando activamente en la guerra, la aparente unidad
nacional no hubiese podido soportar la presión de los aconteci­
mientos. De hecho, la inicial cohesión de todas las fuerzas po­
líticas egipcias al comienzo de la crisis, incluidos los islamistas,
fue evolucionando progresivamente hacia posiciones críticas con­
tra la guerra y la creciente presencia extranjera en el mundo ára­
be y musulmán, que se expresaban al calor de la liberalización
política.
Asimismo, si bien en términos de liderazgo la guerra del Gol­
fo no perjudicó a Egipto, en términos económicos las conse­
cuencias fueron muy negativas. El conflicto afectó a los princi­
pales sectores de ingresos en divisas egipcios: las transferencias de
sus emigrantes en Iraq y Kuwait quedaron bloqueadas para los
que permanecieron en esos países o definitivamente liquidadas
para aquellos que huyeron de la guerra o fueron expulsados; el
peaje del Canal de Suez se vio muy afectado por el embargo a
Iraq y el bloqueo petrolífero kuwaití; el turismo experimentó un
drástico declive; y Egipto perdió todo el comercio procedente de
las exportaciones a Iraq. La compensación estadounidense (con­
donación de una deuda militar con EE.UU. de 6700 millones de
dólares y dilatación de la deuda civil) fue un alivio, pero no com­
pensó el alcance de las pérdidas. En consecuencia, Egipto tuvo
que recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional y acre­
centar su dependencia económica externa.
La posición de Siria a favor de EE.UU. en este conflicto, en
apariencia sorprendente, procedía de un cálculo muy sutil en el

148
que Damasco buscó sacar el máximo beneficio de la crisis. Po­
nerse en contra de Iraq no traicionaba ningún principio de la di­
plomacia siria, dado que la rivalidad entre los dos Estados baa­
zistas se remontaba a los años sesenta y se había mantenido
durante la guerra irano-iraquí, en la que Siria se alineó con Irán,
con quien siempre ha mantenido estrechas relaciones políticas
y comerciales. Unido a esto, en plena incertidumbre internacio­
nal con la desaparición como superpotencia de la URSS, que ha­
bía sido su valedor hasta entonces, Siria decidió no enfrentarse a
la hiperpotencia emergente. Es más, aportó un número simbóli­
co de soldados a la coalición anti-iraquí y favoreció a la opo­
sición kurda para debilitar al régimen de Saddam Husein. Tras la
invasión iraquí de Kuwait, Siria fue uno de los países de la región
que elevó sus relaciones con la oposición kurda iraquí al nivel del
Ministerio de Asuntos Exteriores y acogió varios encuentros en
Damasco para discutir un plan de acción unificado. Además, no
sólo ofreció la apertura de bases y sedes kurdas, lo que ya había
hecho durante la guerra irano-iraquí, sino que también, y por pri­
mera vez, facilitó y apoyó sus operaciones militares. De hecho,
aprobó por primera vez la instalación de una sede militar para la
oposición kurda en el triángulo entre la frontera sirio-turco-ira­
quí. No obstante, aunque el PUK aceptó la oferta siria, el PDK
se mostró reticente, prefiriendo una posición más cauta que no
hiciese suponer al régimen iraquí que formaba parte de un plan
coordinado con la coalición de EE.UU. contra Bagdad, y esperar
a la evolución de los acontecimientos. A cambio de este «buen
comportamiento», Damasco logró «carta blanca» en la pacifica­
ción del Líbano (de hecho, establecer su tutela sobre Beirut), re­
lajar la hostilidad estadounidense y reforzar sus lazos con los pro­
veedores de fondos del Golfo.
Por tanto, al terminar la guerra del Golfo, pese a ciertas ga­
nancias individuales, los países árabes estaban más divididos que
nunca, y su capacidad para actuar como conjunto con peso en la
comunidad internacional iniciaba un declive progresivo. Mien­
tras, la posición hegemónica de los EE.UU. en la región nunca
había estado más garantizada.

149
El nuevo orden estadounidense en Oriente Medio

Una vez concluida la guerra del Golfo se iba a confirmar que


EE.UU. había sido el único beneficiario de dicho conflicto: au­
mentó su acceso a las riquezas del subsuelo de la región y, sobre
todo, se aseguró el papel de garante del acceso al petróleo de sus
aliados, acrecentó su presencia militar en Oriente Medio, acentuó
su control político sobre los regímenes árabes y marginó política
y económicamente a los europeos en ía zona.
Desde la guerra, EE.UU. ha logrado una presencia militar en
Oriente Medio como nunca antes. Tras la victoria frente a Iraq,
la Fuerza de Despliegue Rápido reforzó enormemente su red de
bases y su presencia militar en esta región. En Turquía, en virtud
de la ratificación del acuerdo de cooperación turco-americano de
septiembre de 1990, EE.UU. cuenta con los puertos de Iskende-
run y Yumurtalik y la base aérea de Incirlik. Jordania pone sus ba­
ses militares a disposición de la aviación estadounidense. En Ku­
wait, de acuerdo con el Pacto de Defensa firmado en septiembre
de 1991, el ejército estadounidense, además de situar equipos mi­
litares, puede utilizar los puertos y aeropuertos de este país.
Acuerdos similares le otorgan facilidades de acción militar en Qa-
tar (a raíz del Pacto de Defensa firmado en 1992 y el acuerdo es­
pecífico de marzo de 1995), en Emiratos Arabes Unidos (acuerdo
de defensa de 1991, completado en julio de 1994) y en Bahrein
(acuerdo de cooperación de octubre de 1991 y memorándum de
enero de 1994). La V Flota norteamericana, cuyo cuartel general
está en Bahrein, cuenta con 30 navios de guerra y 15.000 marines.
En Arabia Saudí, aunque por las contradicciones internas que se
viven en este país no se ha firmado ningún tratado con EE.UU.,
quedaron instalados de manera permanente 5000 soldados nor­

150
teamericanos, repartidos entre dos bases, la de Riad y la de Dah-
ran. Y, por supuesto, EE.UU. cuenta con todas las bases militares
israelíes. Es decir, sólo en la zona del Golfo, EE.UU. tiene des­
plegados más de 20.000 hombres y ha tejido una tupida tela de
araña militar que cubre todo Oriente Medio.53
Pero la dimensión militar que entrañó el conflicto no se que­
dó ahí sino que abrió una carrera armamentística en toda la re­
gión que benefició sobre todo a la industria norteamericana. Tras
el poderío militar que EE.UU. mostró al mundo en esa guerra
cerrada en falso (en menos de diez meses envió medio millón de
hombres, 1000 carros de combate, 2000 transportes de tro­
pas, 1300 aviones, 1500 helicópteros y 100 navios, entre ellos seis
portaaviones), las armas madein USA obtuvieron un enorme éxito:
desde agosto de 1990 a octubre de 1992 la industria estadouniden­
se vendió 32.000 millones de dólares en armas y equipamiento a
Arabia Saudí, Bahrein, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait,
Marruecos y Omán. De ellos, sólo Arabia Saudí gastó 25.700 mi­
llones, seguido de Kuwait (2850 millones) y Egipto (2170 millo­
nes).54 Parece evidente que no hay nada mejor que dejar una guerra
sin terminar para que el sentimiento de amenaza y vulnerabilidad
de la región estimule la compra de armas.
Pero mientras entre las armas vendidas al mundo árabe no fal­
taba el material de ocasión (los F-15), material antiguo (carros
M-60, retirados del frente europeo) o en vías de superación (los
famosos antimisiles Patriot, cuyo rendimiento fue exagerado du­
rante la guerra dado que la media fue de 20 Patriots lanzados por
cada Scud abatido), Israel se llevaba la mejor parte: además de
conseguir sofisticado material militar, tras el acuerdo firmado en
1992, EE.UU. le integraba en el programa de investigación sobre
el escudo de defensa anti-misiles y le daba acceso a la red de sa­
télites norteamericanos de vigilancia de la región. Con ocasión de
la firma de dicho acuerdo, el Departamento de Estado reafirma­
ba «la determinación norteamericana a preservar la superioridad
militar del Estado de Israel frente a los países árabes».
Aunque sin desaparecer del mercado medio-oriental, Francia
y Gran Bretaña van a perder posiciones en ese sustancioso nego­
cio a favor de EE.UU. En 1990, el 60°/o de todas las ventas ar-
mamentísticas francesas se hacían a Oriente Medio, frente al 21%

151
en 1992; esencialmente a Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos
Árabes Unidos. Londres, a la vez que los contratos de compra de
Tornados eran cancelados a favor de los F-15 y los carros nortea­
mericanos, lograba firmar un acuerdo de defensa con Kuwait, los
Emiratos y Omán que le garantizaban la compra de corbetas, así
como ventas de carros de combate a Kuwait y Arabia Saudí.55
En conclusión, los presupuestos militares de los países árabes,
sobre todo los de Oriente Medio, crecieron de manera desorbi­
tada tras la guerra del Golfo, alcanzando en la década de los no­
venta una media del 7,4% del GDP, cuando la media mundial era
el 2,4%. La guerra del Golfo provocó la militarización y la acu­
mulación de armamento mientras la crisis económica de esos pa­
íses crecía y los desafíos internos se agudizaban a consecuencia
de la incompetencia económica, la fractura social y el giro auto­
ritario que sufría su política interna. Esa guerra inacabada y el
sentimiento de amenaza y vulnerabilidad va a llevar a esos Estados
a querer convertirse en potencias militares sin tener una base eco­
nómica adecuada. En ese marco, las capacidades militares de los
Estados aumentaron en tanto que sus capacidades nacionales de­
crecieron. Su endeudamiento fue en aumento mientras que el cre­
cimiento económico no despegaba, y su dependencia de EE.UU.
les convertirá en regímenes «tutelados» por la hiperpotencia sur­
gida del orden posbipolar.
La política norteamericana en la región se centró en garanti­
zarse el control y acceso al petróleo de la región, imponer su
criterio con respecto a la seguridad siguiendo la máxima de que
Israel es su «baza estratégica» y dar un apoyo económico y polí­
tico determinante a sus aliados árabes para que continúen gober­
nando en precario en contra de sus poblaciones. En realidad, la
mutación y reestructuración que experimentó el mundo árabe
como consecuencia de la guerra del Golfo fue profunda y con
efectos muy negativos para la zona como conjunto regional, y
para las poblaciones, que vieron cómo se evaporaban sus espe­
ranzas de reforma política.
Desde 1991, la región ha vivido un proceso de estancamien­
to que le ha incapacitado para actuar como un conjunto. Es más,
mientras en todas las partes del mundo se ha observado una mar­
cada tendencia a la integración regional (UE, Mercosur, Nafta,

152
ASEAN...), los Estados árabes han quedado tarados para reforzar
sus estructuras multilaterales ya existentes a nivel regional y su-
bregional o para establecer otras nuevas con el fin de afrontar en
común el desafío de la globaÜzación y los conflictos que asolan
la región. De hecho, el mundo árabe como sistema regional con­
junto dejó de existir, acentuándose la política individual del «sál­
vese quien pueda» de cada Estado. La acumulación de recursos
materiales y simbólicos con los que cuenta Oriente Medio (gran­
des reservas de petróleo, situación geopolítica clave entre tres
continentes, valor simbólico como referencia religiosa para una
parte sustancial de la humanidad) determina su protagonismo en
el sistema internacional, pero sin que sus actores locales sean ca­
paces de controlar su evolución.
La conjunción de factores internos y externos explican esta si­
tuación precaria. Sin duda, la marcada resistencia de estos Esta­
dos a comprometer su soberanía nacional bloquea el desarrollo
multilateral. El ejemplo más notorio es el de la Liga Árabe, las­
trada por el principio de que todos sus miembros tienen derecho
de veto. Incapaz de mediar en ningún conflicto o crisis, la Liga
afrontó su peor crisis en el conflicto del Golfo al ser incapaz de
mediar entre Iraq y Kuwait para imponer la solución interárabe
que las poblaciones reclamaban. La falta de compatibilidad eco­
nómica y las profundas diferencias políticas de los respectivos Es­
tados tienen también un peso determinante en su desunión, a lo
que se une la resistencia de todos estos regímenes a abrir sus fron­
teras al libre movimiento de personas y productos por el férreo
ejercicio de control político y social que la supervivencia de sus
dictaduras exige. Además, se han producido cambios importantes
en el orden mundial que han afectado negativamente a estos paí­
ses: el descenso de los precios del petróleo; la desaparición de
importantes rentas estratégicas procedentes del orden bipolar an­
terior (es más, Rusia y los países de la Europa del Este no sólo
han dejado de ser proveedores sino que se han convertido en
competidores de cara a la ayuda y la inversión directa exterior);
y el lanzamiento por parte de la Unión Europea del proceso
euromediterráneo que ha reforzado la orientación bilateral de las
relaciones económicas norte-sur, porque Europa actúa como con­
junto pero los acuerdos de libre comercio se realizan individual­

153
mente con cada país.56 En consecuencia, el comercio y la inver­
sión a nivel interregional son muy bajos (por debajo del 10% del
total del comercio exterior que realizan estos países) e incluso,
dada la similitud de productos en la región, a menudo compiten
entre sí en vez de cooperar para lograr un mejor acuerdo colecti­
vamente.
Pero también hay otras causas que explican este fracaso en la
construcción de estructuras comunes de integración y coopera­
ción, sobre todo el papel desempeñado por EE.UU., principal­
mente en relación con los temas de seguridad, y las incompati­
bles agendas de política exterior de los países de la región. La
visión y actuación norteamericanas en Oriente Medio con res­
pecto a la seguridad y la estabilidad han tenido como efecto des­
de 1991 el bloqueo de cualquier movimiento hacia la formación de
instituciones multilaterales que pudieran situar a sus aliados en
desventaja u ofrecer beneficios estratégicos y comerciales a riva­
les reales o potenciales. Así pues, la opción estadounidense ha
sido promover la creación de ejes estratégicos y alianzas bilatera­
les que han fragmentado y debilitado la región.
Recién inaugurado el orden monopolar, la nueva administra­
ción Clinton (inaugurada en noviembre de 1992) confirmaba la
hegemonía norteamericana estableciendo un criterio dual del
mundo, repartido entre los Estados legítimos y los Estados «fue­
ra de la ley» (rogne states). La diferencia ideológica de antaño (co­
munismo frente a capitalismo) dio paso a una distinción de or­
den estrictamente subjetivo entre Estados inmorales y Estados
legítimos, y es EE.UU. quien decide unilateralmente cuál es la
capacidad de «daño» que tienen esos Estados «fuera de la ley»,
que padecerán una política de contención como la destinada an­
tes a la URSS. La visión europea no coincidirá del todo con esta
concepción y, sobre todo, discrepa prudentemente con respecto
a los métodos a aplicar ante esos Estados. Los europeos preferi­
rán los conceptos de «transformar» y «apaciguar» frente a los de
«doblegar» y «enderezar» que defienden los norteamericanos; en
vez de la imposición del «ostracismo» que exigirá EE.UU., los
europeos se manifestarán más partidarios de establecer un «diálo­
go crítico»; frente a la «coerción» defendida por parte norteame­
ricana, los europeos elegirán la «cooperación». Incluso la imposi­

154
ción de sanciones será vísta en función de criterios distintos. Para
los EE.UU. es una expiación, un castigo, mientras que para Europa
es un instrumento de presión para la rehabilitación. De ahí las
discrepancias que surgiron en torno a la Ley D ’Amato, dirigida
contra Libia e Irán,* o incluso con respecto al mantenimiento de
las sanciones contra Iraq; EE.UU. insistía en mantenerlas por el
principio del castigo mientras que algunos Estados europeos, con
Francia a la cabeza, preconizaban finalizarlas ya que no produ­
cían los efectos buscados.
La designación por EE.UU. de Irak e Irán como «Estados fue­
ra de la ley», contra los cuales se decidió aplicar una política de
castigo (embargo y sanciones) y de «doble contención» desde 1993,
ha mantenido a Irán artificialmente separado de Oriente Medio y
de los Estados del Golfo, y ha impedido cualquier intento de es­
tos Estados para establecer un foro regional para el diálogo con
sus vecinos condenados al ostracismo; es más, el sector reformista
de Irán, promotor de la liberalización política y económica y de­
fensor de la normalización diplomática con su entorno medio-
oriental y con el mundo occidental, no ha encontrado los apo­
yos exteriores necesarios para resolver su crisis socioeconómica y
consolidarse en el gobierno frente a la «vieja guardia» revolucio­
naria. EE.UU. no sólo ha preferido sacrificar la democratización
iraní, también ha renunciado «momentáneamente» a ese enorme
mercado, dejándoselo a otros países, como algunos europeos,
Rusia, China o las Repúblicas del Asia Central y el Cáucaso. A la
espera de poder ejercer su dominación, como antaño ocurrió con
el régimen del shah, se ha resistido a favorecer un gobierno re­
presentativo que, aunque podría tener buenas relaciones con
EE.UU., no sería tutelado por él. Iraq, la otra gran potencia me­
dio-oriental, siguió condenado a una situación pre-industrial y se
le aisló e hibernó sirte die hasta que se diesen las condiciones para
su «recuperación», como veremos.
Otra prioridad de la administración Clinton en Oriente Me­
dio fue reforzar aún más la alianza con Israel. No parecía posible

* En 1996 EE.UU. aprobó la Ley D'Amato contra Libia e Irán, basada en el


mismo principio sancionador que la Ley Helms-Burton contra Cuba, consistente en
castigar a las empresas, no importa de qué país, que estableciesen acuerdos comercia­
les superiores a una determinada cantidad con esos Estados.

155
que hubiese una administración norteamericana más proisrae­
lí que la de Reagan, pero Clinton (y luego su sucesor Bush) mos­
tró sobradamente que lo era: la administración Clinton siguió
vetando las resoluciones de la O N U que pudieran perjudicar a
Israel, los «territorios ocupados» pasaron a ser definidos como
«territorios en disputa» y el término «ilegal» aplicado a las colonias
judías desapareció del discurso norteamericano. En 1995, todos
los Estados de la región firmaron el Tratado de No Proliferación
Nuclear y aceptaron el principio de inspección de sus instala­
ciones por parte de la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Todos, salvo Israel apoyado por EE.UU. Una vez más, Israel de­
jaba de ser un Estado «como los demás» y quedaba al margen
de la ley internacional, lo que inevitablemente alimenta la carre­
ra armamentista en la región en busca del equilibrio estratégico
con Israel y refuerza la reticencia de sus vecinos a asumir la pro­
hibición de armas no convencionales, definidas como «el arma
nuclear del pobre», como hizo el gobierno iraní.
En 1996 nacía, con las bendiciones de Washington, el eje es-
tratégico-militar Turquía-Israel. Era la mejor constatación de la re­
novada importancia estratégica de Turquía después de la guerra
del Golfo, pese a la inquietud que provocó en Ankara el fin de
la guerra fría. Turquía era un país que el 2 de agosto de 1990 se
resentía de los cambios que sacudían al mundo y vivía dos frus­
traciones: la reiterada negativa de la CEE sobre su ingreso en la
misma, y la devaluación de su peso estratégico en la región al de­
saparecer los bloques Este-Oeste. Ankara había perdido su papel
de rentista estratégico como bisagra de los Dardanelos en el orden
de la guerra fría, lo cual hacía más difícil su ingreso en el club
europeo. Pero la guerra del Golfo dio la oportunidad a las auto­
ridades turcas de mostrar la pertinencia de su valor estratégico y
no perdieron la ocasión, actuando de manera rápida y hábil: voto
de todas las resoluciones contra Iraq, cierre inmediato de los ole­
oductos que transportaban por territorio turco el 60% del petró­
leo iraquí y autorización para que EE.UU. utilizase la base aérea
de Incirlik. En el nuevo mapa que EE.UU. dibujaba para la re­
gión, Turquía emergía como una de sus bazas estratégicas funda­
mentales. De ahí la búsqueda de una alianza estratégica con Is­
rael, conseguida en febrero de 1996 a través de un acuerdo militar

156
firmado con ocasión de la visita a este país del jefe adjunto del
Estado Mayor turco.
En realidad, la cooperación entre Turquía e Israel se remon­
taba a los años cincuenta, lo que ofrecía el marco actual era la
posibilidad de reforzarla y, sobre todo, de darle un gran conte­
nido militar y de defensa. La obsesiva identificación kemalista
con Occidente siempre aproximó Ankara a Israel {siendo el úni­
co país musulmán que reconoció el Estado de Israel en 1948), en
tanto que las relaciones con los Estados árabes, por esa misma ra­
zón entre otras, fueron más tensas y turbulentas aunque la ocu­
pación de Gaza y Cisjordania y la dependencia petrolífera de Tur­
quía le hizo mantenerse fiel al principio de no injerencia en los
asuntos de Oriente Medio. No obstante, el refuerzo de las rela­
ciones con Israel tuvo lugar a partir del momento en que el pe­
tróleo árabe fue perdiendo capacidad efectiva como arma de di­
suasión y, sobre todo, desde el final de la guerra del Golfo. En
1991, el comercio entre Turquía e Israel alcanzó los 100 millones
de dólares y en 1999 se aproximaban a los 1000 millones con
unas perspectivas de llegar a los 2000 en unos años.57 Para Tur­
quía, el principal beneficio político de la aproximación a Israel
era que lograba aumentar y reforzar el apoyo económico y polí­
tico de EE.UU. hacia Ankara, y ambos, Israel y EE.UU., consti­
tuyen su principal lobby entre los europeos para lograr la entra­
da en la UE. Para Israel, los acuerdos militares con Turquía tienen
un inestimable valor: beneficios para su industria militar y acce­
so israelí a la inteligencia turca sobre Siria, Irán e Iraq, así como
el derecho a que su fuerza aérea atraviese el espacio aéreo turco,
lo que le da acceso directo a esos países. A lo cual se añade que
la actividad conjunta turco-israelí en las Repúblicas ex soviéticas
del Asia Central frena la influencia de Irán en esa. región. Pero el
efecto estratégico fundamental del eje turco-israelí en Oriente
Medio ha sido aislar a Siria. Con Iraq e Irán aislados y sanciona­
dos, el acuerdo con Turquía permite a Israel encapsular a Da­
masco. Por su parte, Turquía siempre ha tenido una turbulenta re­
lación con Siria, sobre todo por disputas territoriales heredadas
del reparto colonial (Francia logró que la zona de Alexandreta se
integrase en Turquía en vez de en Siria), por el control del agua
del Eufrates (cuyo caudal controla Turquía gracias a la presa Ata-

157
turk) y por los coyunturales apoyos dados por Damasco al mo­
vimiento kurdo del PKK, Desde la perspectiva turca, el acuerdo
con Israel le ha permitido mejorar su incómoda posición entre
Grecia y Siria (unidas a su vez por acuerdos de defensa) y aislar
por su parte a Damasco.
Los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo
(CCG), tanto por desconfianza hacia los vecinos árabes como
por la superioridad incuestionable de los ejércitos occidentales,
no prestaron ninguna atención a los arreglos regionales de segu­
ridad, e incluso han acentuado desde entonces su bilateralismo,
dado que ni siquiera han promovido acuerdos entre ellos mis­
mos. Por otro lado, la masiva inversión en gastos de defensa, uni­
da a los ingentes gastos producidos por la financiación de la gue­
rra entre Iraq e Irán y, sobre todo, la guerra del Golfo (que costó
a Kuwait y Arabia Saudí entre 60.000 y 65.000 millones de dóla­
res) han contribuido, junto con el descenso de los precios del pe­
tróleo, a que emerja una crisis socioeconómica creciente que co­
loca a sus gobernantes en una situación muy difícil.
El caso más relevante es el de Arabia Saudí que, con un cre­
cimiento demográfico del 3,5%, ha tenido que reducir su presu­
puesto en gastos sociales desde mediados de los noventa mien­
tras unas clases medias cada vez más numerosas manifiestan
su profundo desafecto hacia el tribalismo político del régimen, su
malestar por las deficiencias progresivas en educación, sanidad,
vivienda... y su enfado por la presencia militar estadounidense en
su territorio. En 1995, la deuda interna representaba cerca del
80% del Producto Nacional Bruto y el presupuesto y la balanza
de pagos eran manifiestamente deficitarios. El Estado rentista y el
equilibrio sociopolítico que de él obtenían los príncipes saudíes
entraron en crisis y con ello la oposición al régimen va a crecer
notablemente. A esto se une el enorme desgaste político que sig­
nificó para Arabia Saudí la guerra del Golfo.
Los Ibn Saud se instalaron en el trono en los años veinte y
siempre reforzaron su legitimidad, políticamente débil, con su re­
levante papel de guardianes de los Santos Lugares, haciendo de
su reino una enorme mezquita simbólica. El 13 de junio de 1982,
el rey Fahd se otorgaba el título históricamente reservado a los li­
najes emparentados con el Profeta, lo que no es el caso de los Ibn

158
Saud, de «Servidor de los Santos Lugares» en plena guerra irano-
iraquí para afirmar su «pedigrí» islámico frente a las críticas pro­
cedentes de Irán con respecto a su falta de legitimidad para con­
trolar los Santos Lugares del islam. Al permitir la presencia de
fuerzas militares extranjeras en territorio sagrado musulmán du­
rante la guerra del Golfo, el pilar islámico saudí quedó resque­
brajado. Más aún cuando esa coalición militar instalada en su
suelo colocó a los saudíes del mismo lado que a Israel, ocupan­
te del tercer lugar sagrado musulmán: Jerusalén. La enajenación
popular árabe contra Arabia Saudí, que ya desde siempre atraía la
antipatía general por su condición de régimen ostentosamente
rico, insolidario y falsamente puritano, no pasó inadvertida a
Saddam Husein y trató de capitalizarla poniendo nombre a lo
que la mayoría de los árabes pensaban: de «Servidor de los San­
tos Lugares» el rey Fahd pasó a ser en el lenguaje del gobernan­
te de Iraq el «Traidor de los Santos Lugares». Pero el rechazo a los
saudíes no terminó con el fin de la guerra. Antes al contrario, a
partir de ese momento se radicalizó la oposición al régimen en el
interior del país, claramente vinculada a la presencia militar esta­
dounidense, y comenzó a expresarse de manera violenta: el 13 de
noviembre de 1995 un atentado en Riad producía cinco muertos
norteamericanos y el 25 de junio de 1996 un camión bomba en
las cercanías de la base militar de Dahran mataba a otros dieci­
nueve soldados de EE.UU. Nada de esto iba a ser ajeno a la apa­
rición de Osama Ben Laden el 11 de septiembre de 2001.
EE.UU. también ha reforzado su control político sobre los re­
gímenes árabes, que tras la traumática experiencia de la guerra del
Golfo acabaron convencidos de que la liberalización política po­
nía en riesgo su permanencia en el poder, en tanto que el nuevo
orden les garantizaba el apoyo de EE.UU. siempre que asumiesen
su proyecto estratégico (acuerdos militares, aceptar la situación en
que quedaba sometido Iraq y apoyar las negociaciones de paz pa-
lesrino-israelíes de acuerdo con las reglas del juego impuestas por
ellos). A cambio, esos regímenes recibían ayuda económica (sobre
todo la influencia de Washington en el Fondo Monetario Inter­
nacional) y carta blanca para gestionar la disidencia de sus socieda­
des con los métodos represivos que considerasen necesarios. En
consecuencia, aquellos regímenes que a fines de los años ochenta

159
iniciaron ciertas reformas políticas liberales dieron marcha atrás
(el golpe de Estado en Argelia de enero de 1992, apoyado por to­
dos los países occidentales, marcó la pauta) y toda la región ha
experimentado en los últimos años un afianzamiento de los mé­
todos dictatoriales, un agudo empeoramiento del Estado de dere­
cho y un estancamiento progresivo de las posibilidades de mejora
socioeconómica que repercuta en beneficios para sus marginadas
poblaciones.
La violación de los derechos humanos se ha generalizado e
intensificado desde los años noventa en todos estos países (con
la excepción de Marruecos), como atestiguan fielmente los con­
tinuos informes elaborados por Amnistía Internacional, Human
Rights Watch, la Federación Internacional de Derechos Humanos
y la Red Euromediterránea de Derechos Humanos, sin que los de­
mocráticos gobiernos occidentales se hayan dado por aludidos,
distinguiendo taxativamente entre «intereses» y «valores». Por si
fuera poco, la perpetuación de esos regímenes patrimonialistas,
basados en el patronazgo, el clientelismo y la corrupción, les in­
capacita para ejercer una acción de gobierno y una reforma eco­
nómica eficientes y transparentes. Es más, sus economías tratan
de integrarse en las estructuras globales con una debilidad eco­
nómica y estructural tan grande que este proceso les genera una
enorme dislocación. Lastrados por los presupuestos militares y los
costes de las guerras han tenido que reducir gastos sociales cuan­
do la situación precaria de su sanidad, vivienda, empleo y siste­
ma educativo exige un esfuerzo ingente para sacar a sus socieda­
des del elevado índice de subdesarroüo que padecen.
Pero el fracaso de su gestión económica también tiene pro­
fundas raíces políticas. Estos regímenes tratan de liberalizar sus
economías pero sólo siguen estrategias que les garanticen su total
dominación política y económica, lo que desemboca en proce­
sos de liberalízación muy imperfectos e incompletos. La libera-
lización a su debida manera, la diferenciación de actores eco­
nómicos y políticos, la libre competencia, la transparencia y la
supresión de comportamientos rentistas y monopolistas encuen­
tra grandes obstáculos, dado que los gobernantes responsables de
la liberalización buscan protegerse de esa transparencia y de la
emergencia de nuevas elites autónomas.

160
En consecuencia, los Estados se resisten a introducir los cam­
bios jurídicos necesarios (el Banco Mundial no ha dejado de
plantear insistentemente, aunque con poco éxito, desde la déca­
da de los noventa que la reforma y transparencia fiscales son cla­
ves para que la reforma del mercado se arraigue en la región) y
las elites gobernantes tratan de mantener el papel económico cen­
tral del Estado mientras se incrementa el sector privado, lo que
conduce a una preocupante bifurcación de las políticas econó­
micas. Éste es el caso incluso en las autoproclamadas economías
de libre mercado (Egipto, Jordania, Líbano), donde el sector pri­
vado goza de una relación parasitaria con el sector público o se
enclava en sectores económicos concretos (comercio, construc­
ción, ropa). Así, el Estado conserva su poder y autonomía mien­
tras descarga selectivamente la toma de decisiones económicas en
un mercado protegido. El resultado es que la reforma liberal no
repercute en ningún beneficio para la población. Al contrario, el
número de personas que vive con un dólar o dos al día y los que
están por debajo del umbral de la pobreza casi se ha doblado du­
rante los años noventa en la cuenca sur del Mediterráneo. Es más,
en ese periodo el ingreso medio de cada franja social ha descen­
dido notablemente, y dado que se observa que ese aumento de
la pobreza ha ido acompañado de un aumento del PIB por ha­
bitante, es evidente que han aumentado las desigualdades en el
reparto de la riqueza y que una pequeña parte de la población se
hace mucho más rica en tanto que la otra, la mayor, mucho más
pobre.
Como las economías de estos países no han dejado de estar
en declive, el desempleo, el empleo precario y la economía in­
formal no han parado de crecer, afectando sobre todo a los jó­
venes y las mujeres. De hecho, según la OIT, a fines de los no­
venta los países del Norte de África y Oriente Medio constituían
la región con la mayor tasa de desempleo en el mundo tras el
África Subsahariana (calculándose en torno a 20 millones de per­
sonas; en los casos de Egipto, Siria, Jordania y Líbano las cifras
oficiales de desempleo, que nadie considera verdaderamente rea­
les, oscilan entre el 10 y 20%; incluso en Arabia Saudí y los paí­
ses del Golfo, desde mediados de los años noventa aumenta el
desempleo entre los jóvenes diplomados y universitarios). El de­

161
sempleo entre los jóvenes con estudios universitarios ha acrecen­
tado de manera alarmante la tendencia a emigrar si la ocasión se
presenta, con el problema de la «fuga de cerebros» que ello su­
pone.58
La combinación del crecimiento demográfico con el totalita­
rismo político y la desigualdad en el reparto de la riqueza está
conduciendo a un círculo vicioso de enajenación política y mar-
ginalidad económica que invita progresivamente a la oposición
violenta. Esta situación de inestabilidad potencial hace que el ca­
pital privado extranjero evite invertir en esta región (en Europa,
sólo el 5% de los flujos dirigidos a países emergentes se orienta
al conjunto de los países del Mediterráneo sur; a nivel mundial
es sólo el 1,5%) lo que refleja la desconfianza que provoca esta
zona, caracterizada por la falta de cohesión social, sistemas polí­
ticos en precario, falta de transparencia y seguridad jurídica, rigi­
dez del mercado laboral, analfabetismo... y en la que «la prima­
cía de lo político» para gestionar la seguridad ha sido marginada
por la «primacía de lo militar».

162
El «proceso de paz» palestino-israelí

Un eje fundamental de la política estadounidense en Orien­


te Medio tras la guerra del Golfo fue el llamado «proceso de paz»
palestino-israelí. El nuevo escenario tras el conflicto ofrecía las
condiciones idóneas para avanzar en un proceso de resolución
del eterno conflicto palestino-israelí en el que todas las bazas
contaban a favor de Israel. De un lado, el mundo árabe esta­
ba controlado por EE.UU. y su capacidad de influencia para po­
der ejercer de contrapeso a favor de los derechos palestinos era
prácticamente inexistente. Los representantes oficiales palestinos,
la OLP dirigida por Yaser Arafat, se encontraban, tras su alinea­
miento con Bagdad en la guerra, en una situación precaria y de
gran aislamiento internacional, ideal para que viesen en las ne­
gociaciones que EE.UU. les ofrecía con Israel una salida a su cri­
sis, pero, y ésa era la parte más interesante para los israelíes, en
una situación tan débil que más que presentar condiciones a la
negociación se limitaban a aceptar lo que se les ofrecía. EE.UU.,
por su parte, encontraba una vía excelente para presentar al mun­
do el primer «éxito» del nuevo orden regional e internacional que
estaban levantando tras la guerra del Golfo: la siempre inalcan­
zable paz entre palestinos e israelíes se convertía en la pax ame­
ricana.
Los regímenes árabes, ansiosos por desembarazarse del espi­
noso problema palestino vieron la posibilidad de librarse de una
cuestión que les colocaba permanentemente en la difícil situación
de tener que abanderar la defensa de los derechos palestinos ante
sus poblaciones mientras eran incapaces de lograr el más mínimo
éxito en ese sentido, así que todos aplaudieron la apertura de di­
cho proceso. Jordania se mostró particularmente entusiasta, dado

163
que el rey Husein vio la posibilidad de reconciliarse con EE.UU.,
e indirectamente con Arabia Saudí y Kuwait, y volver al alinea­
miento que le era propio. Jordania incluso firmó la paz con Israel
el 26 de octubre de 1994, siendo así el segundo país árabe, tras
Egipto, que establecía relaciones diplomáticas con Tel Aviv, y un
acuerdo de cooperación comercial y económico, lo que desde
luego era un triunfo para Israel. No obstante, el rey Husein en­
contró un férreo y activo rechazo a esta política por parte de toda
la oposición, tanto los islamistas como la izquierda, que consti­
tuyeron conjuntamente el Congreso Popular contra la Norma­
lización. Este desencuentro, tan incómodo y arriesgado para el
monarca, fue el origen de su firme decisión de detener la demo­
cratización que había emprendido en 1989.59
El recurso intensivo a la comunidad internacional y a la
O N U para afrontar la guerra del Golfo se evaporó en el proceso
de paz palestino e israelí. La idea que siempre había circulado de
buscar la solución en el marco de una conferencia internacional
auspiciada por la O N U quedó excluida a favor de negociacio­
nes bilaterales palestino-israelíes con un único y exclusivo (pero
no imparcial) intermediario: EE.UU. Europa quedaba marginada
políticamente del proceso, aunque asumiría el peso económico
del proceso de paz, la única manera que tenía de estar presente.
En la negociación se eludió entrar a negociar las verdaderas cues­
tiones del conflicto: el establecimiento de colonias judías en los
territorios ocupados, la situación de los refugiados palestinos, la
fijación de las fronteras y el estatuto de Jerusalén. En vez de en­
cararlas, se decidió posponer la negociación sobre lo que verda­
deramente había que resolver y se estableció un periodo transi­
torio para fijar las condiciones en las que se desarrollarían las
negociaciones finales sobre los cuatro temas vitales.
El texto negociado secretamente en Oslo (de ahí que sea co­
nocido como «los Acuerdos de Oslo») entre la OLP e Israel, fir­
mado en Washington el 13 de septiembre de 1993, establecía la
creación de «una autoridad palestina autónoma interina y la elec­
ción de un Consejo palestino por un periodo transitorio de cinco
años que llevarían a un arreglo permanente basado en las resolu­
ciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU». En esa
declaración se ignoraban todas las demás resoluciones de la ONU

164
sobre los derechos civiles y nacionales palestinos (la 181 de 1947
sobre la creación de dos Estados; la 194 de 1948 sobre los refugia­
dos, y las muchas que les siguieron sobre Jerusalen, asentamientos
judíos, etc.).
Desde el punto de vista formal y simbólico el proceso de paz
que arrancaba en Washington significaba el reconocimiento mu­
tuo entre palestinos e israelíes, pero con una manifiesta desigual­
dad: la OLP «reconocía el derecho del Estado de Israel a vivir en
paz y seguridad» en tanto que Israel reconocía a la OLP «como
representante del pueblo palestino» sin ninguna referencia al de­
recho de los palestinos a un Estado. A continuación se creaba
una Autoridad Nacional Palestina (entidad ambigua, transitoria y
carente de soberanía territorial y económica a la que los israelíes
le negaban el término «nacional») y se concedía a dicha Autori­
dad el gobierno de las ocho principales ciudades de los territorios
palestinos de Gaza y Cisjordania.* Este traspaso sirvió principal­
mente para que, bajo una aparente satisfacción de las reivindica­
ciones palestinas, Israel se desembarazase de la conflictiva gestión
de la población palestina conservando el control de la mayor par­
te del territorio ocupado. El problema que siempre ha tenido Is­
rael ha sido cómo anexionarse la tierra sin integrar a los tres mi­
llones y medio de palestinos que viven en ella. Ésa es la razón
por la que ha mantenido la ocupación sin dar el paso de la ane­
xión, avanzando progresivamente en la apropiación del territorio
con la implantación de colonias judías. Así, el control de la ANP
se extendió al 7% del territorio de Gaza (378 kilómetros cuadra­
dos) y Cisjordania (5879 kilómetros cuadrados) en el que se agru­
pa el 70% de la población palestina. Otro 24% de territorio, com­
puesto por 241 aldeas palestinas, quedó bajo gestión municipal
palestina pero bajo control militar israelí; en tanto que Jerusalén
Este y el 69% restante de los territorios ocupados, con una escasa
presencia palestina, permanecían bajo completo control de Israel.
La devolución progresiva de más territorio ocupado por Israel de

* En realidad serán siete ciudades y media dado que, incumpliendo los Acuer­
dos de Oslo, la retirada israelí de Hebrón, retrasada hasta el 15 de enero de 1997, fue
sólo parcial dejando la ciudad semiocupada por el ejército israelí para seguir mante­
niendo una colonia judía construida en el centro de la ciudad palestina con 400 co­
lonos ultrarradicales que son un permanente foco de tensión y provocación.

165
acuerdo con lo establecido en los Acuerdos de Wye Plantation
(octubre de 1998) y de Sharm al-Sheij (septiembre de 1999) no se
cumplió nunca.
Además, contraviniendo la Convención de Ginebra de 1949 e
incumpliendo lo acordado en Oslo, Israel siguió anexionándose
tierras palestinas, creando colonias judías en los territorios ocupa­
dos, demoliendo casas palestinas y construyendo autopistas para
comunicar las colonias judías entre sí y con Israel a base de ex­
propiar más tierras palestinas (y el ancho mínimo de esas carrete­
ras es de 350 metros por «razones de seguridad»). En cifras, todo
esto se tradujo, desde 1993 al momento en que estalló de nue­
vo la intifada en el 2001, en un aumento de 78.000 colonos (en
total son más de 200.000), 11.900 nuevas viviendas de colonos,
19 nuevas colonias (en total 141) y 12 autopistas más. Esta reali­
dad consolidaba la imposibilidad defacto de deslindar Cisjordania
del propio Israel y la creación de fronteras y barreras permanentes
entre los «islotes» palestinos.
En consecuencia, el principio inherente a Oslo de «paz por
territorios» no se cumplió. Incluso empeoró la situación de los
palestinos, dado que se llevó a cabo tal fragmentación y discon­
tinuidad del territorio que éste se convirtió en una serie de ban-
tustanes donde la capacidad de aislamiento de las ciudades y de
sitiar a la población por parte del ejército israelí era aún mayor
que antes de comenzar el «proceso de paz». En cuanto a la co­
nexión terrestre entre Gaza y Cisjordania, establecida en los
acuerdos, aunque se acabó abriendo, con cinco años de retraso,
una vía que une ambos territorios, los obstáculos administrativos
para obtener el salvoconducto necesario y el control policial y
militar israelí de este «paso protegido», no sólo hacen imposible
que se pueda ir y volver en el día (cuando se trata de sólo 70 ki­
lómetros) sino que dicho permiso es difícilmente asequible para
muchos. Desde luego, quedó muy lejos de lo que podría consi­
derarse «libertad de movimiento de personas y mercancías entre
territorio palestino», como prometían los acuerdos.
En el terreno económico, el mantenimiento de la confronta­
ción entre Israel y su entorno árabe afectaba seriamente las bases
económicas del Estado de Israel y dificultaba la consecución de
un importante objetivo estratégico para este país, como era el

166
de consolidarse entre los países más desarrollados del mundo. La
militarización continua de la sociedad israelí limitaba sus poten­
cialidades humanas y productivas, a la vez que el boicot mante­
nido por los Estados árabes le perjudicaba tanto por sus efectos
directos como por el carácter disuasorio que suponía para países
terceros como Japón o el sudeste asiático. Por tanto, la paz tam­
bién significaba para Israel estabilidad y desarrollo económico.
Así, «el proceso de paz» no sólo puso fin al boicot árabe sino que
se plasmó también en un acuerdo de paz con Jordania en 1994
(abriéndose importantes posibilidades de deslocalización indus­
trial israelí en este país, además de en Egipto) y en la apertura de
oficinas de enlace comercial, preludio de futuras embajadas, en
muchos otros países árabes.
Sin embargo, la dependencia de los territorios palestinos de
la economía israelí no disminuyó con el «proceso de paz», po­
niendo de manifiesto las grandes resistencias israelíes a permitir
el desarrollo autónomo de la economía palestina. Tradicional­
mente, las fuentes básicas de ingresos de los territorios palestinos
han sido un limitado desarrollo del sector agrícola, las remesas de
los emigrantes (muy reducidas desde la guerra del Golfo con la
expulsión de los palestinos de Arabia Saudí, Kuwait y otros paí­
ses de la zona), los salarios de los trabajadores palestinos en Israel
(sometidos a los altibajos ocasionados por los frecuentes cierres
de Gaza y Cisjordania cuando Israel los decreta por motivos de
seguridad) y la ayuda internacional. Por consiguiente, el índice
de desempleo estructural alcanzaba el 50% en Gaza y el 35% en
Cisjordania y las necesidades de desarrollo de infraestructuras, vi­
viendas, sanidad y telecomunicaciones eran enormes para una
población con un índice de crecimiento demográfico en torno al
4,5% y que desde la ocupación de 1967 ha permanecido infra-
dotada de dichas necesidades sociales.
Pero el «proceso de paz» representó pocos cambios estructu­
rales. Se reconoció la jurisdicción palestina en los ámbitos de sa­
nidad, educación y bienestar social, de manera que el desarrollo
y financiación de las tan necesitadas infraestructuras sociales re­
caía sobre la Autoridad Palestina. Pero se negó la creación de un
banco central palestino y de una moneda propia, manteniéndose
el shekel israelí como moneda de curso legal. Se aceptó la cons­

167
trucción de un aeropuerto y de un puerto en Gaza, si bien el atra­
que de buques y el vuelo de aviones siguió sometido a la autori­
zación israelí. El sistema fiscal que se acordó establecía que el
60% de los impuestos que debían ser recaudados por los palesti­
nos eran recogidos en primera instancia por Israel y transferidos
posteriormente a la Autoridad Nacional Palestina. Esta relación
de dependencia ha sido utilizada como instrumento de penaüza-
ción contra los palestinos, retrasando o suspendiendo las transfe­
rencias según el criterio israelí. Los acuerdos económicos estable­
cidos también limitaban la capacidad de los palestinos para poder
desarrollar una política comercial propia, obligándoles a estable­
cer el mismo arancel a la importación que aplica Israel. A esto se
añadía que el 92% de las tierras agrícolas y el 80% de los recur­
sos hídricos de los territorios palestinos seguían bajo dominio is­
raelí. Como resultado, el programa de desarrollo económico pla­
nificado por la Autoridad Palestina desde 1994 no pudo contar
con recursos financieros propios sino que dependió en muy buena
medida tanto de Israel como de los donantes extranjeros (princi­
palmente la UE), lo cual engendró una situación muy anómala.
De un lado, permitía eludir a los dirigentes palestinos el princi­
pio de responsabilidad a la hora de asumir errores, ineficacias o
corruptelas achacando las culpas a la situación existente, y por
otro, el desarrollo socioeconómico era muy inestable, ya que su
avance dependía de actores externos.
Otro factor de gran importancia fue que durante los ocho años
de las negociaciones de paz, EE.UU., al servicio de Israel, dedicó
toda su energía a imponer a los palestinos los temas de seguridad
sin preocuparse por la democratización de sus instituciones ni
por el desarrollo de servicios públicos básicos como sanidad, edu­
cación, vivienda, infraestructuras... Es más, durante esos años,
una muy buena parte de lo gastado por la Autoridad Nacional
Palestina se dedicó a la construcción de prisiones y a enrolar de­
cenas de miles de hombres en los servicios de policía y seguridad
a fin de castigar a todos aquellos que perturbaban la «tranquili­
dad» de la ocupación. De hecho, se reclamó a los responsables
palestinos que violasen los derechos humanos con detenciones al
margen de cualquier proceso legal. Israel le pasaba a la CIA la lis­
ta de personas que quería fuesen detenidas y ésta la transmitía al

168
gobierno palestino que, siguiendo la recomendación de ambos,
abrió los «tribunales de seguridad» en los que, en efecto, la jus­
ticia brillaba por su ausencia, siendo utilizados tanto contra los
perseguidos por Israel como contra todos aquellos palestinos que
denunciaban esa situación. La dinámica que caracterizó el pro­
ceso negociador se centró en obligar a Arafat a garantizar la se­
guridad de Israel y no a que éste aceptara un Estado palestino
viable.
Finalmente, el «proceso de paz» fue modificando sibilina­
mente conceptos históricos y jurídicos clave que minaban los de­
rechos de los palestinos. Por ejemplo, la noción de «devolución»
de los territorios palestinos ocupados ilegítimamente por Israel en
1967 fue sustituida por la de «dar» o «entregan» unos «territorios
en disputa» como si Israel tuviese derechos sobre esas tierras. Para
los palestinos, la paz significaba respeto y compensación moral
por la tragedia a la que se les había sometido desde hacía casi un
siglo, pero Israel mantenía su rechazo a admitir cualquier res­
ponsabilidad en dicha tragedia, y sólo parecía buscar la separa­
ción de judíos y palestinos en lo que recordaba cada vez más a
un sistema de apartheid compuesto por una serie de bantustanes
palestinos rodeados de muros, carreteras y controles.
Esta era la situación existente cuando las dos partes se reu­
nieron en julio de 2000 en Camp David, residencia de campo del
presidente de EE.UU., con el ambicioso objetivo de afrontar las
verdaderas cuestiones pendientes relativas a la soberanía territo­
rial (fronteras, colonias judías en los territorios palestinos y Jeru-
salén) y la espinosa cuestión de los refugiados (3,7 millones de
palestinos instalados precaria y miserablemente en Líbano, Jorda­
nia y Siria bajo la protección de un organismo de Naciones Uni­
das creado específicamente para gestionar esta enorme población,
el UNRWA). Hasta ese momento las diferencias entre las partes
se habían resuelto principalmente a través del díktat israelí y la
aceptación más o menos a regañadientes de la Autoridad Nacio­
nal Palestina, pero ahora se trataba de establecer el estatuto final
que configuraría el Estado palestino y el nivel de control israelí
sobre dicho Estado. En este marco, Yaser Arafat no podía satis­
facer las enormes demandas de Israel sin deslegitimar irremedia­
blemente un liderazgo cada vez más ajeno y cuestionado por la

169
población palestina. Además, el éxito de Hezbollah en el Líbano,
donde había logrado, en mayo de 2000, la retirada definitiva de
Israel del sur líbanés, ocupado desde 1978, alentó y unificó a los
palestinos y ponía a Arafat bajo minucioso examen en todo lo
concerniente a sus compromisos sobre la tierra.
En Camp David los israelíes se cerraron en banda con res­
pecto al derecho al retorno de los refugiados, aceptando en todo
caso unos millares en pro del reagrupamiento familiar y por ra­
zones humanitarias, no porque reconociesen que existía una res­
ponsabilidad israelí al respecto. En lo relativo a las fronteras, Is­
rael propuso anexionarse entre el 10% y el 13% de Cisjordania
para integrar el grueso de las colonias judías (incluso con alguna
compensación territorial a los palestinos en la zona desértica del
Neguev), pero, así planteado, aunque los palestinos pudiesen con­
trolar el 80% de Gaza y Cisjordania, lo que en realidad tendrían
sería un territorio fragmentado en múltiples islotes rodeados de
carreteras de seguridad israelíes, colonias judías, controles milita­
res... A ello se unía el hecho de que todo eran promesas vagas,
sin mapas ni detalles sobre la supuesta retirada israelí, cuando
existía una larga lista de incumplimientos israelíes incluso con
respecto a lo firmado en los acuerdos anteriores (entre otros, la
mayoría de los prisioneros políticos palestinos continuaban en las
cárceles israelíes). Con respecto ajerusalén, las exigencias israelíes
eran elevadísimas, queriendo mantener la soberanía sobre la ciu­
dad histórica donde se encuentra la Explanada de las Mezquitas
y la mayoría de Jerusalén Este, todo ello anexionado por Israel en
contra de la ley internacional en 1980. Tras dicha anexión, no
sólo trasladó la capital del país de Tel Aviv a Jerusalén en contra
de la comunidad internacional, que ha mantenido sus embajadas
en Tel Aviv, sino que también realizó una transformación pro­
funda de la ciudad en su configuración física, su organización
institucional y su composición demográfica a favor de la pobla­
ción judía, que ha ido progresivamente invadiendo y encerrando
los núcleos de población palestina.
La introducción por parte de israelíes y norteamericanos de la
cuestión religiosa de Jerusalén en Camp David sin concluir antes
un acuerdo sobre las demás cuestiones fue una manera de cris­
par unas negociaciones ya de por sí muy tensas, que quedaron

170
definitivamente bloqueadas sin que se alcanzara ningún resulta­
do. Poco después, el 28 de septiembre de 2000, la irrupción del
líder del partido Likud, Ariel Sharon, en la Explanada de las Mez­
quitas rodeado de más de mil policías provocó una explosión de
manifestaciones en contra y reabrió el conflicto. La radical res­
puesta militar de Israel (160 muertos palestinos en un mes) con­
tra una población que sólo contaba con policías y cuerpos de se­
guridad armados con metralletas, y la emergencia de una segunda
íntifada palestina decidida a expresar su rechazo a un «proceso de
paz» que nunca había redundado en mejoras de su bienestar ni
en avances de sus aspiraciones nacionales y que incluso les había
hecho más vulnerables, ponían de manifiesto el fracaso de la pax
americana que aparecía como una política más preocupada por
defender los intereses israelíes que por hacer respetar los derechos
territoriales y nacionales palestinos. Como no podía ser de otra
manera, Bill Clinton asumió la postura israelí y culpó a Yaser
Arafat del fracaso de las negociaciones y de la intijada. A par­
tir de entonces las sociedades árabes y musulmanas iban a ver a
diario el reguero de muerte y destrucción que el ejército israelí
provocaba en los territorios palestinos. La impotencia de la co­
munidad internacional, incapaz de proteger a los palestinos, con­
trastaba con la energía con que castigaba a la población civil ira­
quí con el pretexto de obligar a Saddam Husein a que cumpliese
las resoluciones de la ONU.
La respuesta europea: el proceso euromediterráneo

Los países europeos trataron de salir del ostracismo al que la


hegemonía norteamericana les estaba sometiendo {particularmen­
te en Oriente Medio) lanzando el proceso euromediterráneo. Des­
de hacía tiempo, pero de manera creciente desde la guerra del
Golfo, cobraba fuerza entre los europeos la idea de que la inesta­
bilidad y las cuestiones de seguridad en la región sur del Medi­
terráneo les afectaba directamente y que, por tanto, tenían que im­
plicarse más activamente para fomentar las relaciones políticas y la
intensidad de los vínculos económicos entre ambas orillas. Hasta
entonces, la cooperación entre Europa y el Mediterráneo se había
desarrollado sobre todo entre los países europeos del sur y los del
Magreb, y en tomo a la idea, nunca puesta en práctica, de celebrar
una Conferencia de Seguridad y Cooperación en el Mediterráneo
inspirada en la Conferencia Europea de Helsinki, proyecto que
EE.UU. siempre vio con suspicacia. La creación del Foro Medi­
terráneo constituyó también una iniciativa particular sobre esa
«idea mediterránea» en ascenso.*
Las transformaciones del orden internacional y la posguerra
del Golfo fueron el motor de la decisión europea de poner en

* El Foro Mediterráneo es una estructura informal y flexible de concertación en­


tre países mediterráneos «escogidos» (Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Turquía, Mal­
ta, España, Francia, Italia, Portugal y Grecia) para abordar las principales cuestiones que
afectan a la seguridad y la cooperación en la región. Fue fruto de una propuesta pre­
sentada por Egipto a España y Francia a principios de noviembre de 1992 {se consti­
tuyó finalmente en Alejandría en 1994) y, además de formar parte de esa dinámica de
cooperación euromediterránea, su creación, como propuesta egipcia que fue, estuvo
también ligada a los cambios de política exterior experimentados por Egipto tras el fin
del orden bipolar y su búsqueda por salir del tropismo norteamericano de su diploma­
cia. Ver a ese respecto Gema Martín Muñoz, «Egipto, sistema político y marco regional»
en G. Aubarell (ed.), Las políticas mediterráneas, Barcelona, Icaria, 2000, págs. 261-296,

172
práctica un proyecto mucho más ambicioso que integrase a todos
los países de la UE y del Mediterráneo sur y este (Israel, Turquía
y todos los árabes ribereños, a excepción de Libia):* la coopera­
ción euromedíterránea.
Así nacía en noviembre de 1995, en Barcelona, el Acuerdo de
Asociación Euromediterráneo. La principal aportación y novedad
del marco euromediterráneo fue plantear un esfuerzo de com­
prensión global del entorno regional estableciendo una estrategia
a largo plazo para toda la zona. Dicho proceso, en principio,
dejaba de ser básicamente económico para integrar también ám­
bitos político-estratégicos y socio-culturales. La Declaración de
Barcelona, que parte de una declaración de principios casi inme­
jorable,** se propuso tres objetivos principales: crear una zona de
paz y estabilidad que repose en los principios fundamentales del
respeto de los derechos humanos y la democracia; favorecer la
transición liberal económica; y contribuir a una mejor compren­
sión mutua entre los pueblos de la región alentando la emergen­
cia de una sociedad civil activa.
Pero las grandes expectativas promovidas por el llamado «pro­
ceso de Barcelona» han sido en buena medida defraudadas y sus
resultados poco concluyentes. Indudablemente, la reanudación
del conflicto palestino-israelí bloquea su continuidad y desarro­
llo al sentarse en el mismo foro israelíes, palestinos y árabes, pero
las razones de su falta de impulso para contribuir a transformar
la situación de inestabilidad y crisis que vive el Norte de África
y Oriente Medio se deben también a la manera selectiva en que
se ha puesto en marcha, dejando de lado el espíritu inicial de
abordar no sólo lo económico sino también lo político-social.
En lo relativo al primer objetivo, «crear una zona de paz y es­
tabilidad que repose en los principios fundamentales del respeto

* Libia era un rogtie slate según la nueva visión estadounidense del mundo y se
encontraba bajo el régimen de sanciones. Las presiones norteamericanas lograron des­
animar algunas posiciones europeas partidarias de la integración de Libia. Su lenta in­
corporación sólo ha llegado por el momento al nivel de observador, título con el que
participó por primera vez en la cumbre euromedíterránea de Marsella del 16 de no­
viembre de 2000.
Pero sí es mejorable particularmente en un punto: el tema migratorio apare­
ce en el apartado de seguridad y, por ello, queda además inscrito en la parte de la de­
claración que se ocupa también de delincuencia y terrorismo.

173
a los derechos humanos y la democracia», hay que señalar que
la primera preocupación de la Asociación Euromediterránea de
estabilizar los Estados del sur ha sido comprendida como un
apoyo a los regímenes existentes, acompañada, en consecuencia,
de una escasa preocupación por las transformaciones reales de los
modos políticos de gobierno. Se ha aplicado el criterio del prag­
matismo político, concentrándose principalmente en el impulso
de la liberalización económica de acuerdo con la teoría de que
ésta generará profundos cambios sociales que desembocarán in­
evitablemente en la liberalización política. Sin embargo, este mar­
co teórico no ha dado los resultados esperados. Durante los ocho
años desde su aplicación la situación de los derechos humanos
no sólo se ha deteriorado notablemente en la mayoría de los Es­
tados de la ribera sur del Mediterráneo sino que el acuerdo de
asociación ha contribuido incluso a reforzar simbólica y política­
mente la credibilidad de esos regímenes al convertirlos en «so­
cios». La prioridad de la UE ha sido la cuestión económica y no
el respeto a los derechos humanos o la promoción de la demo­
cratización, a la espera de que ésta surja por generación espontá­
nea a la sombra del desarrollo económico.
Los acuerdos de asociación de libre comercio firmados entre
la UE y diversos países árabes con graves déficits de respeto a los
derechos humanos han eludido la aplicación del articulado que,
en virtud del espíritu de Barcelona, vincula la firma de dichos
acuerdos con el respeto y promoción de los derechos humanos.
Esta situación ha ofrecido garantías a los regímenes con respecto
a su abusivo comportamiento político. Buena prueba de ello es
que en mayo de 1999, cuando la delegación europea estaba en El
Cairo negociando el acuerdo de libre comercio, el gobierno egip­
cio aprobó una nueva ley de asociacionismo draconiana, dirigida
a acabar con el único espacio plural que aún quedaba en el país.
En Argelia gobierna impunemente un régimen militar corrupto y
despótico, pero no fue óbice para que la UE firmara el 19 de di­
ciembre de 2002 un acuerdo de asociación. El mismo acuerdo
que se firmó con Túnez el 12 de abril de 1995, cuando en ese
país existen más de dos mil presos políticos, un ejercicio exten­
dido de la tortura y un régimen de partido único que muchos in­
genuamente consideran superado.

174
La dimensión social de k Asociación Euromediterránea no ha
sido apenas desarrollada (los ministros de Empleo, Asuntos So­
ciales y Trabajo nunca se han reunido). Los temas sociales han
recibido algo más de atención a través del programa de coopera­
ción bilateral MEDA, pero funcionando más bien como socorro
para los más perjudicados por el ajuste estructural, y aun así con
muchas dificultades para racionalizar y garantizar el acceso de los
ciudadanos a dichas ayudas por la ineficaz gestión local y las dis­
torsiones clientelistas. Pero no se ha tratado en absoluto de ac­
tuar sobre las causas políticas y económicas que engendran los
desequilibrios sociales, ya que eso podría cuestionar el espíritu
neoliberal del modelo económico.
SÍ se considera el balance de los ámbitos en los que se ha
avanzado dentro del objetivo de hacer del Mediterráneo una
zona de paz y estabilidad, resalta su nivel políticamente subalter­
no: lucha contra el crimen organizado y el tráfico de drogas, al­
gunos intercambios con respecto a los flujos migratorios, lucha
contra el terrorismo. Este último ámbito tiene una gran signifi­
cación política. El «terrorismo», en boca de los regímenes del sur
del Mediterráneo, como decía Driss El Yazami, secretario general
adjunto de la Federación Internacional de Derechos Humanos,
«ha sido un pretexto imaginario inventado por Estados despóti­
cos enfermos de represión».60 Dicho de otra manera, es el instru­
mento a través del cual los gobernantes totalitarios persiguen y
reprimen con jurisdicciones arbitrarias y de excepción a sus opo­
siciones políticas y a sus sociedades civiles. Y esta represión en el
sur del Mediterráneo, como tiene a los islamistas como principal
objetivo, ha sido mucho más fácil gracias al persistente silencio
del norte. Sin embargo, no se dirige exclusivamente a actores vio­
lentos; su blanco principal es el islamismo reformista, porque
aunque respeta el marco constitucional y legal, es el movimiento
político en el que se concentra el principal capital de oposición
creíble entre la población, movilizando una dinámica y extensa
sociedad civil. Driss El Yazami lo explicaba así en la entrevista ci­
tada más arriba: «la represión brutal de la que han sido víctima
casi sistemáticamente los movimientos islamistas de la región, an­
tes y después de la Declaración de Barcelona, no tiene ningún ob­
jetivo de defensa de la democracia y las libertades. Es sobre todo

175
para mantener el reparto desigual de la riqueza y el uso exclusi­
vo del poder por lo que los gobiernos establecidos han reprimi­
do estos movimientos que me parece reflejan, al menos en parte,
la aspiración de las poblaciones a un orden más justo tanto a ni­
vel interno como internacional».61
La C u e s t i ó n está en que, lejos de percibir que la «lucha con­
tra el terrorismo» es pretexto e instrumento para la violación de
l o s derechos de personas que no han hecho más que oponerse
políticamente a l despotismo de sus gobernantes, los europeos
han a s u m i d o una ju r i s d i c c i ó n como la «Convención árabe con­
tra el terrorismo», que entró en vigor en 1999 y ha puesto en mar­
cha mecanismos de cooperación policial y de extradición que
atentan contra importantes principios y libertades. Es decir, no
sólo se ha avalado la f a l s a y sospechosa d e f i n i c i ó n que d e l terro­
rismo se hace en el sur, sino que se participa de ella cediendo
ante el discurso de gobiernos árabes que evocan con insistencia
la supuesta libertad de a c c i ó n dejada a los «terroristas» refugiados
en los países de Europa, a c t i t u d tras l a c u a l reposa el deseo de
perseguir a sus oponentes políticos exiliados en suelo europeo.*
Esta situación, lejos de cambiar, se ha intensificado de manera
alarmante tras el 11 de septiembre.
El tercer objetivo, «contribuir a una mejor comprensión mu­
tua entre los pueblos de la región y alentar la emergencia de una
sociedad civil activa», ha sido un ámbito del proyecto eurome-
diterráneo que apenas ha podido ser desarrollado. La asociación
euromediterránea ha quedado encerrada en la relación con los
gobiernos y es totalmente desconocida entre las sociedades del Me­
diterráneo sur. Es más, las oficinas de la UE en los países del Nor­
te de Africa y Oriente Medio no han estado a la altura de los ob­
jetivos del proyecto de asociación. Ni cumplen la misión de
puente y de ayuda a la diversificación de los interlocutores, ni
contribuyen en la debida forma a traducir en influencia política
la cooperación económica. Tampoco ha habido movilización so­
cial a favor del proyecto euromediterráneo cuando, sin embargo,

* Así, en diciembre de 1998, 14 países árabes no tuvieron ningún rubor al emi­


tir reservas a la Declaración de la Asamblea General de la O N U sobre la protección
de los defensores de los derechos humanos.

176
o quizá por eso, podría interesar mucho a unas poblaciones ávi­
das de participación y representación, a quienes les afectan mucho
los aspectos de mejora del Estado de derecho, democratización...
que contiene la Declaración de Barcelona. Sin embargo, ha que­
dado como instrumento casi exclusivo de los gobiernos. Y los pro­
gramas MEDA a los que se puede acoger la denominada «socie­
dad civil», aparte de la pesadilla burocrática que conllevan, han
quedado limitados a las eütes que ya tenían relaciones con Europa
o a aquéllas vinculadas, directa o indirectamente, a los gobiernos.
Éstos utilizan multitud de recursos a su disposición para que «sus»
O N G ’s monopolicen el acceso a dichos fondos, con el acuerdo
tácito europeo. Sin embargo, existe otra sociedad civil, rica y di­
námica, a la que se debería garantizar su acceso al proyecto euro-
mediterráneo, permitiendo con ello diversificar y contribuir a la
emergencia de nuevos actores, pero que en su mayor parte ha
quedado marginada del proyecto euromediterráneo.
A ello se une que el Mediterráneo nunca será un espacio pa­
cífico y estable en tanto no se dé una respuesta satisfactoria a la
aspiración nacional palestina, y por lo tanto es un factor que
condiciona directamente al proceso euromediterráneo. Aun así,
esta cuestión ha quedado expresamente fuera de dicho proceso y
la Unión Europea, lejos de asumir un papel propio, ha aceptado
pasivamente las reglas del juego impuestas por EE.UU. en esta
cuestión. En consecuencia, la UE no es un actor político signi­
ficativo en la región a pesar de su sustantiva aportación econó­
mica. En los consejos europeos de Berlín (24 y 25 de marzo de
1999) y de Feíra (19 y 20 de junio de 2000), los europeos se han
mantenido fieles a la línea que adoptaron en 1980, en la decla­
ración de Venecía, que defiende el derecho de los palestinos a la
constitución de un Estado soberano cuya viabilidad debe ser ga­
rantizada, pero ha sido una diplomacia de discurso y no de ac­
ción.
La cuestión está en que Israel apuesta por un abandono du­
radero del mundo árabe (subdesarrollo económico, debilidad ins­
titucional por la falta de democracia y Estado de derecho, líderes
sin legitimidad y dependientes de los apoyos externos, consoli­
dación de EE.UU. como el único actor político internacional en
la zona) para, con el incondicional apoyo estadounidense, ímpo-

177
nerse hegemónicamente en términos militares y económicos en
Oriente Medio. Europa está consintiendo el desarrollo de ese es­
cenario a sabiendas de que no sólo es inestable sino que está ex­
puesto a un elevado riesgo de explosión sociopolítica del que ella
misma será el principal actor exterior perjudicado. Sin embargo,
de momento el proyecto euromediterráneo, más que trabajar por
lograr la paz y estabilidad mediterráneas a largo plazo, ha contri­
buido a mantener un statu quo que conlleva un deterioro cre­
ciente de la situación en la zona.
El choque de civilizaciones y el
fundamentalismo islámico

No fue en absoluto casual que tras la guerra del Golfo sur­


giese la teoría del «choque de civilizaciones» firmada por el poli-
tólogo estadounidense Samuel P. Huntington.62 Este escrito de
Huntington se iba a convertir para muchos en la ideología de la
posguerra fría. Lo que el profesor de Harvard planteaba inicial­
mente entre interrogaciones, <?Choque de civilizaciones£ y tres años
después sin interrogante alguno, El choque de civilizaciones y la re-
conjlguración del orden m u n d ia l probablemente animado por el
éxito de su pequeño artículo de 1993, es que «la fuente principal
de conflicto en este mundo nuevo no va a ser ni ideológica ni
económica. Las grandes divisiones del género humano y la fuen­
te predominante de conflicto van a estar fundadas en la diversi­
dad cultural {...). Con el final de la guerra fría, la política inter­
nacional sale de su fase occidental, tomándose en pieza clave de
su dinámica la interacción entre Occidente y las civilizaciones
no-occidentales». A continuación establecía que «las civilizacio­
nes se diferencian por la historia, la lengua, la cultura, la tradi­
ción y, lo que es más importante, por la religión» y afirmaba que
«la comunidad cultural es un prerrequisito para la integración
económica», para acabar dando su recetario sobre cómo afron­
tar esa nueva fractura civilizacional desde Occidente: «está claro
que el interés de Occidente pasa por promover una mayor coo­
peración y unidad en el seno de su propia civilización, particu­
larmente entre europeos y norteamericanos; incorporar a las so­
ciedades de Europa del Este y de Latinoamérica cuyas culturas
son afines a las occidentales; promover y mantener relaciones de
cooperación con Rusia y Japón; (...) limitar la expansión militar
de los Estados confucianos e islámicos; (...) explotar las diferen­

179
cias y los conflictos entre Estados confucianos e islámicos; pres­
tar apoyo a otros grupos de civilizaciones que simpaticen con los
valores e intereses occidentales; fortalecer instituciones interna­
cionales que reflejen y legitimen los intereses y los valores occi­
dentales y promover la implicación de Estados no-occidentales en
esas instituciones».
Huntington construía su teoría haciendo una interpretación
sesgada y bastante banal de la historia, seleccionando a su con­
veniencia los momentos conflictivos y eludiendo todos aquellos
de intercambio y cooperación que también han caracterizado las
relaciones históricas entre las supuestas civilizaciones que etique­
taba y clasificaba a su antojo. Su caprichoso reparto entre facto­
res políticos e ideológicos y factores culturales y religiosos, adju­
dicando monolíticamente los primeros a la guerra fría y los
segundos al orden monopolar, es una división que no soporta la
observación de los hechos y la historia. Los factores políticos e
ideológicos están tan presentes en este mundo posbipolar como
en otras situaciones anteriores lo estuvieron los elementos relati­
vos a la identidad o la cultura en la historia. O acaso lo político,
ideológico y económico no forman parte también de las civiliza­
ciones. A ello se añadía un gran desconocimiento de ese mundo
confucíano e islámico (que parcelaba alegremente en ¡árabe, turco
y malayo!) sobre los que hacía un totum revolutum al servicio de
su tesis y una forzada interpretación de las civilizaciones como
entes cerrados determinados a una dialéctica de confrontación
que es más una visión esencíalista que real. Finalmente, sus pro­
puestas de actuación para Occidente ante el choque de civili­
zaciones constituían exactamente el mejor recetario para que su
teoría se convirtiese en una profecía autocumplida: dominación,
exclusión, comunítarización cultural...
Su indudable falta de rigor científico debería haber hecho pa­
sar sin pena ni gloria este pequeño artículo si no hubiese sido
porque respondía a la necesidad de aportar una nueva ideología
(curiosa contradicción para una tesis que afirmaba el fin de las
ideologías) para justificar moralmente la reestructuración mun­
dial, cargada de hegemonía económica y política, que aspiraba a
presidir EE.UU. Lo cultural y religioso se va a convertir en el ins­
trumento a partir del cual cegar a las sociedades occidentales ante

180
la fuerte carga política de la actuación occidental fuera de sus
fronteras. La fórmula era la siguiente: si la explicación de lo que
ocurre se basa sobre todo en un determinismo cultural y religio­
so antioccidental se consigue eludir las responsabilidades de la ac­
ción política y militar de Occidente en el exterior. Tras expresio­
nes como «el islam tiene sus fronteras ensangrentadas» asomaba
una explicación culturaÜsta que liberaba a Occidente de toda res­
ponsabilidad sobre ese «baño de sangre».
En realidad, la aportación de Huntington venía principal­
mente del hecho de haber sabido articular en una teoría política
(de nuevo la contradicción) lo que ya existía desde hacía mucho
tiempo: el sentimiento de superioridad cultural occidental y su
imaginario anti-islámico, en un momento en que una buena par­
te de la atención internacional se centraba en Oriente Medio. Fue
a partir de la era moderna cuando Occidente, particularmente Eu­
ropa, comenzó a levantar la cultura de su supremacía, bajo cuyos
parámetros se va a relacionar con los Otros en términos de su­
perioridad.64 El descubrimiento de América supuso el estableci­
miento de una geografía nueva, unida a la fundación de una ideo­
logía que a través del Renacimiento elaboró una interpretación
selectiva de la Historia en la que Oriente desaparecía del pensa­
miento europeo para asentar el mito, que prevalecerá hasta hoy
día, de que éste se basa en una sola fuente original grecorroma­
na. Se ignora la herencia oriental y la aportación del pensamien­
to musulmán (a quien se debe el rescate del pensamiento hele­
nístico y su relectura, así como toda una aportación filosófica
racional con Averroes como principal, pero no único, exponen­
te), y la contribución científica, cultural e intelectual del islam,
gracias a la cual el Renacimiento pudo tener lugar, es autoritaria­
mente expulsada del mito fundacional del pensamiento europeo.
Mientras ampliaba sus fronteras al «Nuevo Mundo», Europa fue
construyendo una identidad cerrada que se proclamó la única de­
positaría de los atributos de la humanidad, inferiorizando a los
otros pueblos (otras razas, según la terminología que desde el si­
glo xvii instaurarán los europeos para establecer jerarquías entre
los seres humanos y legitimar su «derecho natural a dominar»).
El segundo momento, el de la expansión colonial de los si­
glos xix y xx, se tradujo en la europeización del mundo, forjan­

181
do el profundo sentimiento de etnocentrismo cultural que carac­
terizará a Europa hasta nuestros días. La misión civilizadora tras
la que se justificó la dominación, degradación y aniquilación de las
poblaciones dominadas trató de arropar con valores éticos las bar­
baries que Europa cometió fuera de sus fronteras (sin olvidar el
genocidio del «hombre blanco» norteamericano contra la po­
blación autóctona amerindia). El acta del Congreso de Berlín de
1885, en la que los europeos se repartieron el continente africano,
decía que las potencias europeas debían «instruir a los indígenas
y hacerles comprender y apreciar las ventajas de la civilización».
En consecuencia, cuando éstos se «empecinen» en conservar sus
tierras o su estatuto serán «justificadamente» castigados y diezma­
dos. El ministro británico responsable de las colonias entre 1895
y 1903 afirmó la superioridad de la raza blanca y su civilización
asegurando que «nuestra dominación es la única que puede ase­
gurar la paz, la seguridad y la riqueza a tantos desgraciados que
nunca antes conocieron esos beneficios. Llevando a cabo esta mi­
sión civilizadora es como cumpliremos nuestra misión nacional
en beneficio de los pueblos bajo la sombra de nuestro ámbito
imperial». Por su parte, Jules Ferry proclamaba en el Parlamento
francés, el 28 de julio de 1885, el deber «de las razas superiores
de civilizar a las inferiores».65
En aquellos lugares como China, India o Arabia donde ha­
bían surgido grandes civilizaciones, la catalogación de «pueblos
salvajes» no era posible y frente a ellos se levantó el discurso de
su decadencia e incapacidad para salir del oscurantismo que vi­
vían frente al avance civilizacional europeo. De esta manera en el
mundo musulmán, y por supuesto árabe, se llevaba a cabo un
proceso de denigración de su legado cultural, histórico y civili­
zacional, presentado como incapaz de progresar y modernizarse.
Es decir, todos los elementos culturales pertenecientes al ámbito
islámico, incluida la lengua árabe, eran catalogados como regre-
sionistas y bloqueadores de la evolución moderna. Con ello, se
forjaba un imaginario europeo lleno de prejuicios hacia lo islá­
mico y se volvía a expulsar autoritariamente al legado intelectual
y cultural islámico del mundo de la modernización, apropiada en
exclusiva por el modelo europeo. Las elites políticas que tomaron
el gobierno tras la colonización heredaron esa misma concepción

182
y, en su búsqueda por homologarse al mundo moderno, siguie­
ron marginando el legado islámico propio del proceso de mo­
dernización.
No obstante, la contradicción entre el discurso modemizador
y la acción política europea a favor de sus intereses de poder aflo­
ró cuando los europeos no dudaron en abandonar y aplastar a los
sectores reformistas que emergían en las provincias árabes oto­
manas, mientras se privilegiaban los arcaísmos y se apoyaban a
los sectores más tradidonalistas e inmovilistas, más útiles para sus
objetivos de apropiación territorial de las provincias del Imperio
otomano. Así, los primeros intentos de llevar adelante experien­
cias constitucionales en el siglo xix, en las provincias árabes de
Túnez, Egipto o en el propio centro del Imperio otomano con
las reformas turcas, fueron saboteadas por Francia e Inglaterra. Es
más, los europeos introdujeron en Oriente Medio el conflicto
confesional, reforzando el comunitarismo y potenciando un en­
frentamiento que nunca antes había sido violento. Buscaron
como aliados en la región a las comunidades cristianas árabes
existentes en la zona (a partir de la idea de que el cristianismo era
un vínculo de homogeneidad cultural) y lograron extender el pri­
vilegio de las Capitulaciones a una parte muy importante de las
comunidades no-musulmanas del Imperio otomano, que aban­
donaron su estatuto jurídico a cambio de convertirse en súbditos
de las potencias occidentales.* A la penetración comercial euro­
pea y a la ampliación de las competencias capitulares, se unió a
partir de mediados del siglo xix una enorme ofensiva misionera
cristiana (católica, ortodoxa y protestante británica y norteameri­
cana), convirtiéndose Jerusalén en el mejor ejemplo de sus rivali­
dades. De esa manera, la sospecha del «compió cristiano» entre
los musulmanes y el miedo al Otro tanto entre cristianos como
entre los musulmanes se convirtieron en síntomas de una socie­
dad dividida de la que sacaban partido Francia e Inglaterra. Las
matanzas de musulmanes y cristianos de 1860 en la región de la
Montaña libanesa y a continuación en Damasco así lo ponían de

* Las Capitulaciones eran un privilegio arrancado al emperador otomano que


concedía a los consulados y embajadas europeas la soberanía absoluta y exclusiva so­
bre sus súbditos en suelo otomano.

183
manifiesto. El posterior desastre del Líbano que le llevó en 1975
a una sangrienta guerra civil durante más de quince años tuvo sus
raíces en la construcción de un Estado para la hegemonía políti­
ca cristiana maronita, principal clientela de Francia en Orien­
te Medio, frente a la mayoría musulmana. Todo ello no hacía
más que poner de manifiesto la esquizofrenia de una realidad
europea que se erigía a sí misma como depositaría del humanis­
mo universal a la vez que bloqueaba, reprimía y cuando era ne­
cesario masacraba, a las poblaciones que sometía.66 Otro factor
muy importante a tener en cuenta es que, cuando más tarde el
discurso contra la colonización se desarrolló en Europa, se puso
en cuestión la legitimidad de los métodos utilizados pero no la
vocación de Occidente a ser el modelo de la modernización del
mundo. La revolución y el desarrollo no podían ser más que re­
producciones miméricas de las de Occidente.
El tercer hito histórico que ha fortalecido ese sentimiento de
supremacía que estructura a la opinión pública, domina el dis­
curso mediático y dicta el magisterio intelectual en nuestras so­
ciedades occidentales, ha tenido lugar en los albores de los años
noventa, con la legitimación del orden monopolar y su compa­
ñero de viaje, la globalización. Esta nueva situación engendró
una dinámica en la que Occidente busca explicar en la diferencia
cultural buena parte del origen de los conflictos, soslayando otros
factores determinantes como la creciente desigualdad económica
en las diferentes regiones del planeta, el progresivo abandono del
respeto de los derechos humanos, y los problemas que presenta
la cada vez mayor denigración de las culturas no-occidentales
(desde luego con las musulmanas en el centro, pero sin olvidar
otras, como los movimientos indigenistas en América Latina).
La guerra del Golfo fue la puesta en escena de ese nuevo or­
den. No sólo representó la supremacía de EE.UU. en el mundo
sino también se utilizó para consolidar la autolegitimación de la
supremacía de Occidente frente a los Otros (aunque particular­
mente árabes y musulmanes). Lo que en teoría era la lucha con­
tra un tirano concreto en un país árabe concreto (si bien para pro­
teger a otros tiranos de la zona), se convirtió en una cruzada
cultural global contra el islam en una concepción esencialista que
fue muy útil para establecer a continuación las líneas fundamen­

184
tales de la política occidental en la zona: protección de los inte­
reses de Israel, protección de las fuentes energéticas del Golfo,
apoyo a las dictaduras árabes aliadas y dependientes de manera
manifiesta de Occidente y construcción de una nueva concep­
ción mundial basada en Estados legítimos y Estados «fuera de la
ley» que permite identificar supuestas amenazas y justificar un
desarrollo armamentístico innecesario. Para aportar una base teó­
rica e ideológica a dicho escenario, se elaboró una literatura ad
boc basada en el conflicto cultural a favor de la supremacía occi­
dental: aquí es donde entra el choque de civilizaciones de Hun-
tington.
Desde entonces, la comprensión esencialista de la cultura de
los Otros, y sobre todo de la islámica, se ha extendido y reforza­
do. Se piensa que el marco del islam constituye un mundo an­
quilosado que fija a sus sociedades en el pasado y la regresión,
como si determinase por sí mismo el devenir de esos pueblos. No
es infrecuente, por tanto, la interpretación del islam como fuen­
te global de la Historia y devenir de árabes y musulmanes presu­
poniendo así un islam determinista y omnipresente. Estos análi­
sis se aproximan a las sociedades musulmanas como si fuesen un
ente completo, cerrado y terminado que no evolucionase conti­
nuamente transformando con ello su identidad, sus concepcio­
nes, su cultura y sus instituciones de acuerdo con las nuevas cir­
cunstancias y situaciones. La cuestión estriba en que el recurso a
las teorías esencialistas permite convertir en «excepción islámica»
situaciones que en realidad afectan a muchas otras áreas de la geo­
grafía mundial, sobre todo en aquellas regiones que han experi­
mentado un proceso colonial donde las elites nacionalistas se han
apropiado del poder y de la renta económica del país. De esa ma­
nera no ha sido difícil predisponer a nuestras opiniones públicas
para que piensen que todo lo que ocurre en el mundo musulmán
se debe a una ola irracional de fanatismo religioso y antiocci­
dental, cuando en realidad mucho de lo que ocurre está relacio­
nado con la resistencia a la democratización por parte de unos
gobernantes apoyados enérgicamente por Occidente.
Por otro lado, el etnocentrismo cultural que ha caracterizado
a Europa desde la experiencia colonial de los siglos xix y xx le ha
dificultado mucho la tarea de entender y aceptar otras sociedades

185
cuyas referencias culturales y experiencia histórica son muy dife­
rentes, de ahí lo difícil que nos está resultando entender y acep­
tar la alteridad cultural. Como en el caso del mundo musulmán
nos encontramos con una rica civilización que goza de un patri­
monio cultural extenso y una realidad sociohistórica global muy
afirmada, la colisión es inevitable, porque la universalización de
la occidentalización que nuestro cosmopolitismo etnocéntrico
quiere imponer encuentra resistencias en esta parte del mundo.
Y ante la resistencia oponemos prejuicios, estereotipos y un mé­
todo de selección de los elementos más negativos del Otro pre­
sentados como el todo que los define monolíticamente. Nuestro
«rodillo» cultural nos lleva a sublimar nuestra experiencia del lai­
cismo y nos enajena con quienes, a diferencia de nosotros, han
vivido el laicismo como una experiencia de alienación cultural y
como instrumento de opresión de unas elites en contra de la ma­
yoría social y, por tanto, no ha podido nunca producir el efecto
democratizador que ha tenido en nuestros países. Bien al contra­
rio, ha ido unido al autoritarismo y a la marginación del de­
sarrollo moderno del legado cultural autóctono. Sin embargo,
desde nuestras desarrolladas sociedades hacemos de la ignorancia
una certeza absoluta y contribuimos, en el sentido contrario al
que creemos estar trabajando, a bloquear la democratización y
modernización de una importante parte del planeta.67
Es demasiado frecuente la explicación del déficit de demo­
cracia en los Estados musulmanes por supuestos «defectos con-
génitos» atribuibles a los Árabes y al islam. Es decir, por factores
inherentes, inmutables y determinantes de la cultura árabe o is­
lámica, y no por experiencias históricas y factores sodopolíticos
y estratégicos modificables. Pero ni existe un homo islamicus es­
pecífico desgajado antropológicamente del resto de la humani­
dad, ni es justo ni aceptable afirmar que la expresión «demócrata
árabe» es «una contradicción terminológica» como hace el nor­
teamericano David Pryce-jones.68 Pero todo ello ha encontrado
una especial fuerza en el caso del islam por la construcción de un
fantasma que ha puesto a la defensiva a nuestras sociedades y las
ha reconfirmado en su certeza, que es el denominado «funda-
mentalismo islámico». Éste es un término global voluntariamen­
te creado para ocultar la diversidad de los actores islámicos y el

186
diferente papel que desempeñan en sus sociedades, y ha sido el
instrumento que los regímenes despóticos árabes han utilizado
para justificar y lograr su supervivencia política y el que también
ha utilizado la política occidental para imponer sus intereses en
esta región y ocultar sus a veces intervenciones espurias.
La primera cuestión es aclarar quiénes son los verdaderos fun-
damentahstas en el mundo árabe y musulmán y distinguir entre
fundamentalismo islámico e islamismo, así como conocer las
enormes diferencias y distancias que existen entre el islamismo re­
formista (lo que los medios de comunicación llaman ahora «mo­
derados») y el islamismo radical o violento. Entre los sectores más
ultraconservadores e integristas del mundo árabe y musulmán
destacan los ulemas tradicionalístas, los cuales no desempeñan un
papel político de oposición sino de alianza con los gobiernos au-
tocráticos en el mundo musulmán y representan la tendencia ver­
daderamente fundamentalista. No son islamistas, sino que tienen
una relación de conflicto con ellos. Estos ulemas proceden de las
instituciones islámicas oficiales y son nombrados por los gobier­
nos para componer los denominados Consejos Superiores de
Ulemas. Están funcionarizados y al servicio del poder. Los go­
biernos los utilizan como correas de transmisión con la sociedad
a fin de que les avalen políticamente y les permitan tener el mo­
nopolio del uso político de la religión. A cambio, los gobiernos
les permiten ejercer el control sobre el modelo social y conver­
tirse en los censores de la sociedad y los guardianes de la tradi­
ción, bloqueando todo cambio y reforma social o cualquier in­
terpretación modernista del islam. Así se da la paradoja de que
son los actores islámicos menos politizados y aliados de los go­
biernos despóticos, a su vez aliados de Occidente en su mayoría,
los principales responsables de que no se avance en la moderni­
zación de la sociedad y los que mejor podrían ser llamados inte­
gristas o fundamentalistas.
El fundamentalismo también está representado por regímenes
como el de Arabia Saudí y Paquistán que han establecido e im­
puesto oficialmente una interpretación rigorista e intolerante del
islam, pero sus excelentes relaciones con Occidente, y particular­
mente con EE.UU., les ha valido siempre su «protección». Los ta-
libanes pertenecen a la misma esfera fundamentalista pero en ab­

187
soluto son un movimiento islamista. Los talibanes son un movi­
miento creado por el Estado paquistaní con apoyo de los saudíes,
tradicionales aliados, con el fin de convertirlo en la fuerza políti­
ca dominante en Afganistán. Por ello, mantuvieron una muy bue­
na relación con EE.UU. hasta que el fenómeno Ben Laden les
enfrentó. Y Ben Laden y su movimiento tampoco pertenecen al
movimiento islamista, pero sobre eso volveremos más adelante.
Sin embargo, cuando se habla de «fundamentalismo islámico»
el mundo occidental no distingue entre esos actores que repre­
sentan el eje sustancial de los movimientos fundamentalistas (to­
dos ellos apoyados por Occidente siempre o en algunos periodos)
y los movimientos de oposición política que representan sobre
todo los islamistas. Es más, lo identifica con fuerza con éstos
porque ha habido una voluntad manipuladora de los regímenes
árabes totalitarios y de Occidente para que así fuera, confun­
diendo intencionadamente a los sectores mayoritarios reformistas
con los radicales.
El islamismo procede de una tendencia de pensamiento re­
formista musulmán que empezó a desarrollarse en el siglo xix
cuando la decadencia del Imperio otomano motivó a las elites in­
telectuales árabes a buscar nuevos proyectos de renovación. Para
algunos la solución estaba en imitar el modelo liberal europeo
pero para otros la respuesta estaba en modernizar el islam con
una nueva interpretación. Con la creación de los Hermanos Mu­
sulmanes en Egipto a finales de los años veinte se empezó a dar
una organización política a ese pensamiento teórico, dando ori­
gen al movimiento islamista. Los islamistas defienden un orden
islámico pero sin negar una interpretación contemporaneísta que
se adapte a la realidad del momento.
Hoy día podemos hablar de la tercera generación de islamis­
tas si partimos desde el momento en que Hasan al-Banna fundó
en Egipto, en 1928, la Asociación de los Hermanos Musulmanes.
La primera generación formó parte del movimiento nacional de
liberación contra la dominación colonial: los Hermanos Musul­
manes participaron activamente en la lucha nacional contra los
británicos y en la primera guerra de Palestina en 1948, y tenían
tres millones de militantes en el momento del golpe de Estado
de los Oficiales Libres en 1952. Lo mismo ocurrió en otros paí­

188
ses árabes: en Iraq, el liderazgo religioso shií pasó a la historia del
país como un actor indisociable de la «revolución de 1920» con­
tra la imposición del gobierno británico; en Argelia, una corrien­
te del FLN que luchó en la guerra de liberación procedía del mo­
vimiento salafí de Ben Badis, de los Ulemas de Argelia.
Tras la descolonización, los movimientos nacionalistas mo­
nopolizaron el Estado. En muchos países del mundo árabe las éli­
tes nacionalistas y militares de tendencia secularizadora que do­
minaron el aparato del Estado expulsaron del mismo a las
corrientes islamistas, que sufrieron importantes cambios como
consecuencia de la represión estatal contra ellos. El naserismo, el
baazismo, el kemalismo o el régimen del shah en Irán fueron in-
misericordes rivales políticos, y la segunda generación islamista
conocería la experiencia del encarcelamiento, la aniquilación y el
exilio de la mano de sus camaradas de antaño en la lucha anti­
colonial. Mientras para la primera generación el adversario prin­
cipal era externo -las potencias coloniales—, para la segunda ge­
neración el adversario será también musulmán: los gobiernos
socialistas autocráricos que los ilegalizan y reprimen.
Su persecución y represión influyeron en la aparición de una
corriente islamista radicalizada, desencantada de la acción polí­
tica y para la que, en consecuencia, lo prioritario dejará de ser la
reforma de la sociedad para centrarse en el derrocamiento de un
poder que les excluye por la fuerza. Esto marca el comienzo de
las disensiones entre la primera generación islamista y algunos
sectores más jóvenes, endurecidos por las prácticas represivas de
los regímenes socialistas árabes, y será el origen del nacimiento,
a mediados de los años setenta, de los movimientos islamistas
violentos, en ruptura y confrontación con la tendencia madre re­
formista de los Hermanos Musulmanes, que ha denunciado su
concepción radical y violenta hasta la actualidad. Es más, en ese
momento se produjo un profundo cisma entre reformistas y ex­
tremistas, que se acrecienta a medida que tienen lugar acciones
terroristas.. Estos grupos radicales clandestinos, con una concep­
ción islámica rigorista e intolerante y en gran desconexión con
la sociedad, han sido siempre muy minoritarios con respecto a la
corriente reformista y, lo que es muy importante, tradicional­
mente el blanco de su violencia han sido los regímenes árabes y

189
no Occidente, al que sin embargo sí que van a denunciar dura­
mente por su apoyo a dichos regímenes, al igual que harán con
la URSS. Así, surgieron grupos como Takfir wa Hiyra (Partido
de la Liberación Islámica), que llevó a cabo diversos atentados con­
tra ministros egipcios a finales de los años setenta; y al-Yihüd, ubi­
cado principalmente en Egipto, Palestina y Líbano (en este país
actuó principalmente durante la guerra civil übanesa secuestran­
do a varios europeos y estadounidenses por la intervención de sus
países en el conflicto). Sin duda, el asesinato de Anwar al-Sadat
en octubre de 1981, cometido por el al-^ibád egipcio, ha sido la
acción más espectacular de estos grupos. Otros grupúsculos simi­
lares han surgido en momentos concretos para desaparecer al
poco tiempo, o reestructurarse. Incluso algunos no son sino una
firma que oculta a los verdaderos promotores, no siempre islamis­
tas, de la violencia (la manipulación e infiltración del GIA por las
fuerzas de seguridad argelinas es un caso paradigmático).*
El itinerario y la evolución de los partidos políticos islamistas
reformistas han sido muy diferentes a los de las ramas extremistas
y son, sin duda, los que representan mayoritariamente la movili­
zación social en el mundo árabe. De ahí que merezcan un análisis
más detallado. Actualmente podemos hablar de la tercera genera­
ción de islamistas reformistas. Este islamismo reformista, a dife­
rencia del islam tradicionalista e institucionalizado, es autónomo
políticamente y está vinculado a los cambios sociales y políticos
que experimentan las sociedades musulmanas actuales y, en con­
secuencia, se alejan de las visiones ahistoricistas, en las que el is­
lam es percibido como un sistema intemporal que potencia el in-
movilismo, como es el caso de los ulemas tradicionalistas o del
wahhabismo en Arabia Saudí y los talibanes en Afganistán.
Por el contrario, son una tendencia muy preocupada por los
elementos socioeducativos y por la búsqueda de referencias pro­
pias para recuperar una imagen de sí mismos positiva y afirmati­
va. De Occidente se espera un tratamiento de reconocimiento y
respeto, pero no se construye la recuperación del islam contra

* El GIA ha sido un instrumento fundamental de los militares argelinos, que


dieron un golpe de Estado en enero de 1992 contra el partido islamista reformista del
FIS que había ganado las elecciones legislativas celebradas entre diciembre de 1991 y
enero de 1992. Ver Gema Martín Muñoz, E l Estado árabe, op. 'cit., págs. 356-394.

190
Occidente. Lo que sí se cuestiona es que la especificidad del uni­
verso cultural occidental haya sido erigida arbitrariamente en re­
ferencia universal absoluta. Por ello, cuando en ocasiones este
discurso islamista expresa resentimiento hacia Occidente no es
porque desprecie los valores que en él existen de progreso y de­
sarrollo o en relación a las libertades públicas que en él se gozan,
sino por su arrogancia y su doble moral a la hora de defender los
derechos humanos, la democracia o, cuestión siempre presente,
la situación de los palestinos.
Las nuevas elites islamistas cuestionan la identificación entre
modernidad y occidentalización, pero no rechazan la primera,
más bien representan un deseo de apropiación crítica y una aspi­
ración a participar en su construcción. En función de este crite­
rio, junto a toda una serie de referencias simbólicas de inspira­
ción islámica (vestimenta, lenguaje, comportamientos...) existe
una temática recurrente en torno a la recuperación y desarrollo
moderno de principios e instituciones propios del patrimonio
político islámico, pero no existe un modelo único de Estado is­
lámico desarrollado como tal que represente a todos los proyec­
tos reformistas. Antes al contrario, la evolución histórica y la
adaptación a la realidad han ido imponiendo la diversidad den­
tro de la tendencia y su ejercicio político dentro del marco na­
cional y constitucional respectivo, en contra de las visiones pa-
nislámicas e intemacionalistas.
Asimismo, hay que distinguir a los movimientos islamistas re­
formistas de los ulemas tradicionalistas vinculados a los gobier­
nos. La observación del perfil sociológico del militante y segui­
dor islamista lo manifiesta claramente. Estos islamistas, lejos de
proceder de las instituciones tradicionales islámicas, proceden
de los nuevos espacios que ha creado la modernización del mundo
musulmán contemporáneo. Proceden del sistema escolar moder­
no, y a menudo de las especialidades universitarias científicas. De
hecho, los campus universitarios han sido siempre un espacio de
clara expansión islamista desde los años ochenta, donde han sus­
tituido al liderazgo estudiantil de izquierdas predominante en la
década anterior. Valga el ejemplo del propio fundador de los Her­
manos Musulmanes, Hasan al-Banna, que nunca fue un hombre
de religión según los patrones tradicionales. Se formó en la mo­

191
derna universidad cairota de Dar al-'Ulüm, y no en la Universi­
dad islámica del Azhar, y siempre estuvo más próximo al mode­
lo de político que al de predicador. En Argelia, el grupo deno­
minado Al-Yazám {«argelinista») nació en el seno de la
universidad de Argel sin ninguna relación con los establecimien­
tos islámicos, y la profesión de sus líderes, Abbasi Madani y Ab-
delqader Hachani, han sido respectivamente la de psicopedagogo
doctorado en Inglaterra e ingeniero de la sociedad nacional del
petróleo argelino Sonatrach. En Túnez, Rachid Gannuchi antes
de llegar al islamismo tuvo un itinerario nacionalista socialista en
los años en que vivió en Siria. En Jordania, Laith Chubaylat es
ingeniero diplomado en la Universidad Americana de Beirut. En
Marruecos Abdessalam Yasin es pedagogo y fue hasta su deten­
ción un funcionario del Ministerio de Educación.
Las masas que siguen a estos islamistas no son principalmen­
te tradicionales o «tradicionalistas», por el contrario, viven en los
valores de la realidad moderna, del consumo y el ascenso social,
y son principalmente urbanas, como lo ha mostrado el voto isla-
mista en las elecciones. Parte de ellos proviene de las franjas de
población más marginales víctimas del desarrollo desigual y del
subproletariado de los extrarradios urbanos, entre los que cala el
mensaje igualitarista del islamismo y su eficaz labor social pa­
raestatal en los barrios más desprotegidos. Sin embargo, es un
error ver al islamismo como la ideología de los desheredados,
porque la clave de interpretación del islamismo no es económi­
ca sino principalmente política y relacionada con la identidad.
De ahí que el seguimiento islamista no se concentre en una clase
social determinada sino que se extiende a todos los grupos de la
sociedad. Por ejemplo, los Hermanos Musulmanes en Egipto es­
tán muy presentes entre profesionales como abogados, médicos,
ingenieros.
La movilización islamista reformista volvería a alcanzar una
gran expansión en la década de los años ochenta, debido no sólo
a la influencia moral del triunfo de la revolución iraní, o al de­
clive progresivo del modelo socialista panarabista, o a las facili­
dades coyunturales que ciertos gobiernos les ofrecieron en los
años setenta como estrategia para debilitar a su oposición por la
izquierda, sino también, y fundamentalmente, porque son senri-

192
dos como una nueva elite para llevar a cabo el programa que los
regímenes poscoloniales prometieron cumplir y que desde los
ochenta se ha comprobado definitivamente que no han sido ca­
paces de hacerlo.
Los gobiernos poscoloniales, cuyas elites se prolongan hasta
la actualidad, son los únicos responsables de las dificultades que
ahora afrontan. No han sido capaces de crear factores de legiti­
midad democrática en tanto que no han logrado presentar éxitos
en las cuestiones por ellos mismos proclamadas como sustanti­
vas: la liberación de Palestina, la unidad panárabe, la participa­
ción política, la prosperidad económica. Por el contrario* para de­
fenderse de su oposición interna y conseguir su supervivencia en
el poder, han tenido que recurrir cada vez más a la represión y a
los apoyos exteriores. Por tanto, el debate público en el mundo
árabe y musulmán gira mucho en torno a la moralización del or­
den político y socioeconómico, consecuencia de la corrupción, la
arbitrariedad jurídica y la marginación que el Estado ha genera­
do. La Ley y el Orden están erosionados y desacreditados y exis­
te una fuerte demanda social de nuevos representantes políticos
capaces de regenerar la situación existente.
Pero ¿por qué son los islamistas los principales beneficiarios
del desgaste de los regímenes en tanto que lo son menos los par­
tidos de izquierda o los sectores laicos? Probablemente la res­
puesta esté tanto en que estos últimos están asociados a un siste­
ma de valores socialista árabe que por sus fracasos acumulados es
percibido como caduco, como en que una vez constatadas las
frustraciones en los ámbitos de la independencia política y eco­
nómica, se manifiesta hoy día con fuerza aquel otro ámbito que
fue el más ignorado por las elites nacionalistas que construyeron
el Estado: el de la identidad e independencia cultural, que en el
mundo musulmán van indisociablemente unidos al marco islá­
mico. Dicho de otro modo, el islamismo en términos sociológi­
cos responde a la necesidad que existe entre buena parte de las
poblaciones musulmanas de construir desde su propia cultura e
identidad un nuevo orden moderno y democrático.
En términos de acción política, la evolución de esta tercera
generación islamista pone de manifiesto tanto su anclaje en el
marco territorial del Estado-nación (frente a las visiones panislá-

193
micas) como un proceso de maduración política, basada en el
pragmatismo, que lejos de encadenarles al conservadurismo so­
cio-cultural los ha impulsado a favor de la cultura del consenso
con otros proyectos sociopolíticos distintos del islámico (en el
marco del pluralismo político, de las elecciones, del gobierno).
Significativos ejemplos de ello han sido la Plataforma de Roma
de 1995 constituida conjuntamente por partidos de izquierda,
movimiento de derechos humanos e islamistas buscando una so­
lución política democrática para Argelia; o la plataforma reivin­
dicando la democratización de la vida política egipcia elaborada
por líderes tanto islamistas como de las demás fuerzas de oposi­
ción en 1999; o más recientemente la propuesta conjunta a favor
de la democratización en Túnez firmada por el partido socialde-
mócrata (MDS) y el islamista al-Nahda. Asimismo, la creación del
partido al-Wássat en Egipto por líderes islamistas y cristianos cop-
tos viene también a mostrar que el problema no es la divisoria
entre islamistas y no islamistas sino la lucha por la democracia
frente a la dictadura, en cuyo campo pueden estar ambos.
La aceptación del pluriparddismo y del reparto del poder, así
como el reforzamiento de sus posiciones partidpativas en las ins­
tituciones del Estado, manifestada por partidos como al-Nahda
de Túnez, el FIS de Argelia o los Hermanos Musulmanes de
Egipto, y corroborada por la participación parlamentaria de los
Hermanos Musulmanes en Jordania, de Hezbollah en Líbano y
recientemente del Partido por la Democracia y la Justicia (PDJ)
en Marruecos, aproximan a los islamistas reformistas a la cultura
democrática y muestran su participación legalista y adecuación al
pluralismo, en tanto que las políticas gubernamentales autorita­
rias partidarias de su exclusión (como en Túnez, Argelia y en muy
buena medida Egipto) van ligadas a las experiencias más dictato­
riales. La llegada al gobierno del partido islamista turco del PDJ
en noviembre de 2002 ha mostrado la viabilidad de un gobierno
islamista en clave política interna y en sus relaciones con Occi­
dente, y prueba el vínculo necesario que existe en esta región en­
tre democratización y participación política islamista, contradi­
ciendo la supuesta incompatibilidad que algunos han pretendido
defender sin conocimiento real de esas sociedades y sus necesi­
dades.

194
Por tanto, estos partidos islamistas reformistas deben ser en­
tendidos como actores políticos llamados a participar junto con
los otros partidos en el proceso de transición democrática. Su
adaptación al gobierno representativo ya se ha constatado y en
cuanto a su conservadurismo social o su referencia a la fe, si de­
jamos de entender de manera «excepcional» lo que procede del
islam y no del cristianismo, nos daríamos cuenta de que no son
muy lejanos a la órbita de los partidos de derechas y democris-
tianos existentes en todo el mundo occidental. Algunos dirán, sí,
pero estos partidos no defienden un estatuto distinto para hom­
bres y mujeres. Pensando esto, primero les traiciona la memoria,
porque deberían tener en cuenta lo que los hombres de esos par­
tidos realmente pensaban al respecto antes de la democracia y el
cambio social, es decir, el momento en que se encuentra el mun­
do musulmán hoy día. Y segundo porque no son los islamistas
los representantes exclusivos de esta posición, sino que, como so­
ciedades aún muy patriarcales, son muchos los que piensan así.
La prueba está en que son los Estados con sus ulemas quienes
mantienen la desigualdad jurídica entre hombres y mujeres y de­
fienden a ultranza el modelo patriarcal con todas sus consecuen­
cias. Desde el islamismo, por el contrario, la situación es más di­
námica y en proceso de transformación por los cambios que van
introduciendo las mujeres islamistas en el seno del movimiento.
Estos partidos han integrado la participación activa de las muje­
res (más que los partidos tradicionales, incluidos los de izquier­
da), al igual que su presencia en el espacio público en todos los
niveles laborales y profesionales. Esas mujeres están rompiendo
con su margínación social pública, como defienden los tradicio­
nalistas que sólo consideran el ámbito doméstico como su espa­
cio natural. Acceder al espacio público, percibirse como iguales a
los hombres, asumir su doble tarea pública y doméstica y afirmar
su individualidad son comportamientos que se han hecho rea­
lidad entre las mujeres islamistas, como muestran ia observación
sobre el terreno y las encuestas realizadas. Y están imponiendo
esta realidad a los hombres islamistas. Estas mujeres, en su ma­
yoría jóvenes, cultas y urbanas, se colocan el pañuelo en la cabe­
za (hiyáb) voluntariamente y para ellas lejos de ser un símbolo de
opresión es un emblema de identidad. Todo ello manifiesta el

195
proceso de transformación en curso, que no avanzará de manera
definitiva si no se acompaña de democratización y cambio social,
como ha ocurrido en nuestras sociedades, hasta hace muy poco
igualmente patriarcales y jurídicamente desiguales.
En conclusión, no sólo no se puede meter en el mismo saco
a los islamistas extremistas y a los reformistas, sino que la margi-
nación o represión de estos últimos favorece a los primeros. En
momentos de tanta tensión y riesgos como el actual pueden de­
sempeñar un papel intermediario moderador de unas sociedades
excitadas y llenas de hartazgo por las dictaduras y la marginación
socioeconómica a las que están sometidas. Esas dictaduras sobre­
viven gracias a un recurso intensivo a la represión, a manipular el
miedo al «fúndamentalismo islámico», y al apoyo incondicional
que reciben de Europa y EE.UU. No hay que olvidar que el con­
fuso término «fúndamentalismo islámico» también desempeña
una función de coartada y repelente al servicio de los gobiernos
más totalitarios árabes para justificar su autocratismo y lograr su
supervivencia política. El hecho de que los partidos islamistas re­
presenten una importante oposición política es una de las claves
de por qué se han convertido en la bestia negra de estos regíme­
nes (razón estrictamente política y ajena a cualquier otra consi­
deración de conservadurismo islámico dado que dicho conserva­
durismo está mucho más representado por los ulemas vinculados
a los gobernantes).
El problema radica en que la visión dominante que Occi­
dente tiene de los islamistas no distingue entre islamistas refor­
mistas (mayoritarios), tradicionalistas o fúndamentalistas alimenta­
dos por los propios gobiernos e islamistas radicales (minoritarios,
mediáticamente sobrevalorados e incluso manipulados por las
propias fuerzas de seguridad de los Estados que sacan de sus vio­
lentas acciones la mejor vía para mostrar al mundo la perversión
del «fúndamentalismo islámico», hacer la amalgama con los re­
formistas, y así perseguirlos como si fueran terroristas). Gracias
a esa amalgama, los gobiernos autocráticos han logrado ganarse
la imagen del «buen déspota», basada en la convicción de que la
transición democrática es relegable en el mundo musulmán a fa­
vor de un fin primero que es «salvarse» del «fúndamentalismo is­
lámico» y en la consideración de que el autoritarismo reinante en

196
la zona es un «mal menor», cuando de hecho en muchas ocasio­
nes la lucha contra el llamado «fundamentalismo islámico» es­
conde una brutal represión contra los islamistas reformistas, ha
dejado las manos libres a los gobiernos para perseguir con una le­
gislación «antiterrorista» arbitraria y al margen del Estado de de­
recho toda oposición, islamista y no islamista, y les sirve de pre­
texto ante Occidente para bloquear la reforma democrática y
perpetuarse en el poder. Occidente, al compartir las falsas cons­
trucciones en torno al «fundamentalismo islámico» con estos lí­
deres políticos árabes, ha asumido sus intereses estratégicos y les
ha dado un apoyo sustancial para mantenerse ilegítimamente en
el poder, sin prestar atención al enorme cisma que les separa de
sus sociedades.
Finalmente, no se puede dejar de mencionar el papel de Is­
rael en la demonización y creación de amalgamas en tomo al
«fundamentalismo islámico», contando con su enorme influencia
en los medios de comunicación norteamericanos. En la extensión
en Occidente de todo lo dicho más arriba han contribuido de
manera decisiva por esa vía. Por otro lado, los intereses estratégi­
cos israelíes siempre han estado al servicio de la satanización de
sus oponentes políticos palestinos ante Occidente y han hecho
un uso unilateral de la categorización de terroristas, imponiendo
su aceptación universal. Es enormemente ilustrativo conocer cuál
era la opinión sobre el uso del terrorismo de los ex primer mi­
nistros israelíes Menahen Beguin e Isaac Shamir cuando lidera­
ban los movimientos terroristas judíos de Irgun y Stem, respecti­
vamente, durante el Mandato británico. Los ataques terroristas
contra funcionarios británicos, como los cientos que murieron en
la voladura del hotel King David en 1946, o contra el mediador
de la O NU, el conde Folke Bernadotte, y las matanzas contra ci­
viles palestinos, como la de Der Yassin en 1948, Shamir los con­
sideraba un imperativo moral: «ni la ética judía, ni la tradición
judía, pueden descalificar el terrorismo como medio de combate
(...) ante todo el terrorismo forma parte de la batalla política que
llevamos a cabo y desempeña un importante papel.... en nuestra
guerra contra el ocupante».69 Es exactamente la misma argumen­
tación de Hamas y de los Mártires del Aqsa (los primeros isla-
mistas y los segundos secularizados, porque en absoluto funcio­

197
na la explicación «religiosa fundamentalista» para lo que es una
forma de acción violenta que tiene su razón de ser en una situa­
ción colonial de ocupación y no en una explicación culturalista
islámica como muchos pretenden). Con el agravante de que los
británicos nunca respondieron con castigos colectivos, asesinatos,
deportaciones y un largo etcétera, que sí caracteriza la acción is­
raelí en los territorios ocupados, reforzando con ello aún más el
recurso desesperado al terrorismo entre sectores palestinos.
En conclusión, la teoría del choque de civilizaciones unida a
la expansión de la amalgama del «fundamentalismo islámico» han
servido básicamente para obsesionar a las sociedades occidentales
con las explicaciones culturalistas y religiosas con respecto al
mundo árabe y musulmán relegando la observación de las raíces
tan profundamente políticas de todo lo que estaba y está pasan­
do, Ha sido el particular «velo» de Occidente por el cual se ha
llevado a cabo un proceso de demonizacíón de lo árabe y mu­
sulmán que ha dado una gran rentabilidad al despotismo de los
gobernantes locales y a la política occidental en la región. Gra­
cias a ello, ha resultado fácil «legitimar» y hacer asumir situacio­
nes tan trágicas como la destrucción de la sociedad argelina por
el régimen militar que dio un golpe de Estado contra la demo­
cratización; el abandono continuado de la sociedad palestina
frente a una política de ocupación israelí cada vez más aniquila­
dora; y la situación genocida a la que quedó sometida la pobla­
ción iraquí desde 1991.

198
La cuestión de Iraq desde 1991
El orden de los vencedores

Una vez terminada la guerra, Iraq quedó situado bajo un ré­


gimen de tutela bajo control permanente y por un periodo sin
determinar. La O NU se comportó como un vencedor frente a un
vencido e imponía una situación que estaba muy lejos del obje­
tivo inicial: la liberación de Kuwait. Lejos de contentarse con la
restitución íntegra, puso en funcionamiento un dispositivo dra­
coniano de sanciones sobre Iraq sin determinar cuándo y bajo
qué condiciones se levantaría. De hecho, la ONU sirvió de mar­
co y de instrumento para una acción concertada que el concurso
de circunstancias excepcionales hizo posible, pero no desempeñó
ningún papel de actor en la guerra. Las decisiones del Consejo de
Seguridad no dieron lugar a la puesta en práctica de ningún dis­
positivo operativo bajo mandato de la O N U ni tampoco se abrió
en ese sentido la posibilidad de convocar por primera vez el Co­
mité de Estado Mayor del Consejo de Seguridad,* que hubiese
podido asumir funciones muy importantes en este conflicto, una
vez terminada la guerra fría. De hecho, el Consejo de Seguridad
sólo aportó la legitimidad para el ataque (que no es lo mismo que
la legalidad, que es función de la Corte Internacional de Justicia),

* El Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas establece en su artículo 46


que «los planes para el empleo de la fuerza armada serán hechos por el Consejo de
Seguridad con la ayuda del Comité de Estado Mayor» y en el artículo 47 desarrolla
las funciones de dicho Comité: asesorar y asistir al Consejo de Seguridad en las cues­
tiones militares relativas al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, al
empleo y mando de las fuerzas puestas a su disposición, a la regulación de los arma­
mentos y al posible desarme. Estará compuesto por los jefes de Estado Mayor de los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad o sus representantes y tendrá a su
cargo, bajo la autoridad del Consejo de Seguridad, la dirección estratégica de todas
las fuerzas armadas puestas a disposición del Consejo,

201
pero fue EE.UU. quien monopolizó el control de la operación
militar y la decisión de cuándo empezaba y cuándo acababa. Es
por ello que el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cué-
llar decía en una entrevista en Le Monde el 9 de febrero de 1991:
«las hostilidades han sido autorizadas por el Consejo de Seguri­
dad pero no es una guerra de Naciones Unidas. Ni hay cascos
azules ni bandera de la ONU y yo simplemente soy informado
del desarrollo de la guerra a través de los informes de los aliados.
No se puede decir que la O N U sea responsable de esta guerra».
Dejando de lado quién fue responsable, de lo que no quedó
duda es de que la principal víctima fue la población iraquí. Se ha
sacrificado a todo un pueblo por la política totalitaria de sus go­
bernantes y la imposición temporal de una pax americana que les
ha ignorado y castigado. Fueron decenas y decenas de miles las
víctimas iraquíes de la guerra (las evaluaciones van de 150.000 a
500.000, frente a 466 en las filas de la coalición liderada por
EE.UU.), aunque el principio de que era una «guerra limpia»
ocultó esa tragedia de manera que se batió un verdadero récord:
nunca una movilización de medios de comunicación tan inmen­
sa había contado con tan pocas imágenes e información. La vi­
sión de la guerra se redujo a una continua imagen de un cielo
rojo oscuro en el que brillaban las detonaciones del armamento
bélico con una ausencia completa del factor humano. Pero a las
pérdidas humanas por la guerra se sumó también la destrucción
de lo fundamental de las infraestructuras del país. La amenaza de
James Baker a Tareq Aziz se cumplió: «Nuestras fuerzas harán
que Iraq vuelva a la era preindustrial», y así lo atestiguaba el in­
forme de la misión de la O N U del 20 de marzo de 1991: «este
conflicto ha tenido efectos casi apocalípticos sobre la infraestruc­
tura económica de un país que hasta enero de 1991 contaba con
una sociedad ampliamente urbanizada y mecanizada. La mayor
parte de los medios de mantenimiento de la vida moderna ha
sido destruida. Iraq ha sido devuelto por mucho tiempo a la era
preindustrial». A ello se añadía la perpetuación de la dictadura de
Saddam Husein y la catástrofe humanitaria que ha sufrido la po­
blación iraquí por el embargo internacional impuesto desde 1991
hasta la actualidad.
Nunca en la historia reciente se ha impuesto a un país una si­

202
tuación tan severa. La resolución 687 del 3 de abril de 1991 situó
a Iraq en un régimen de tutela a través de la combinación de res­
tricciones a su soberanía, procedimientos de control internacio­
nal que daban acceso al territorio iraquí y de la presión ejercida
para mantener el embargo. Es decir, después del cese de hostili­
dades se prolongó una situación de coacción sobre Iraq sin pre­
cedentes en las organizaciones internacionales.
En materia de desarme, el Consejo de Seguridad estableció
que Iraq debía aceptar incondicionalmente que fuesen destruidos
o neutralizados bajo supervisión internacional «todas las armas
químicas y biológicas (...), todos los misiles balísticos de un al­
cance superior a los 150 Km así como las instalaciones de repara­
ción y producción» (que, recordemos, le habían vendido la URSS,
EE.UU. y sus aliados occidentales). A ese fin se decidía la creación
de «una comisión especial que procederá inmediatamente a la ins­
pección sobre el terreno de las capacidades biológicas y químicas
de Iraq» así como la participación en dicha inspección de la Agen­
cia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) para verificar la
ausencia «de armas nucleares o de materiales válidos y programas
de investigación y desarrollo para fabricarlas».
Para la evaluación y el pago de reparaciones, el Consejo de
Seguridad estableció un procedimiento que afectaba la capacidad
del gobierno iraquí en el campo económico y financiero. Deci­
dió crear un fondo de compensación que determinó el montan­
te de lo que Iraq debía desembolsar a Kuwait y países terceros
afectados por la guerra, así como las modalidades de dicho pago.
Y mantuvo el principio del embargo establecido en la resolución
661 del 6 de agosto de 1990 por el que se imponía a todos los
países y a sus ciudadanos la prohibición de vender armas a Iraq;
de llevar a cabo cualquier actividad comercial, importar o expor­
tar cualquier producto o mercancía procedente de Iraq; la prohi­
bición de poner a disposición del gobierno iraquí o de cualquier
empresa comercial, industrial o de servicios públicos iraquíes fon­
dos o cualquier tipo de recurso financiero; y se decretó el blo­
queo de todos los medios de transporte por tierra, mar y aire.
Pero esa resolución decía en su párrafo 22 que se revisarían
las disposiciones relativas al embargo cada 60 días «a fin de de­
terminar, de acuerdo con la política y prácticas seguidas por el

203
gobierno iraquí, en lo que concierne a su cumplimiento de las re­
soluciones del Consejo de Seguridad, si procede reducir o levan­
tar las prohibiciones impuestas». Sin embargo, la actitud de
EE.UU. estuvo presidida por la consideración de que las sancio­
nes debían mantenerse sine die, cualquiera que fuese el compor­
tamiento del régimen de Saddam Husein, hasta lograr eliminarlo
y aunque ello costase la vida de millares de iraquíes. Con ello
EE.UU., apoyado siempre por Gran Bretaña, ha impuesto du­
rante los últimos doce años el incumplimiento de esa parte de la
resolución de la O NU, basada en el principio de vincular el res­
peto a las resoluciones con el levantamiento de las sanciones, y
que en ningún momento establece el derrocamiento de Saddam
Husein como objetivo, ya que es un principio ilegal frente a un
Estado soberano que es miembro de Naciones Unidas.
Esta contravención del espíritu de las resoluciones de la O N U
será públicamente defendida por George Bush y su equipo. El 20
de mayo de 1991, el presidente estadounidense declaraba: «mi
punto de vista es que no queremos que las sanciones sean le­
vantadas en tanto que Saddam Husein esté en el poder» y su se­
cretario de Estado, James Baker, añadía: «no estamos interesados
en relajar las sanciones mientras Saddam Husein se mantenga en
el poder». La llegada a la presidencia de la administración Clin­
ton en absoluto modificó esta posición norteamericana. Bill Clinton
así lo aclaró personalmente en el New York Times y el Boston Glo-
be el 15 de enero de 1993: «No hay diferencia entre mi política
y la de la administración saliente (...). No tengo ninguna inten­
ción de normalizar relaciones con Iraq». Más tarde, en sucesivas
declaraciones, tanto Clinton como su secretaria de Estado, Made-
leine Albright, insistirán en lo mismo: «Lo que [Saddam Husein]
está haciendo es asegurar que las sanciones se mantengan todo el
tiempo que él dure» (Clinton 14 de noviembre de 1997); «No es­
tamos de acuerdo con esas naciones que argumentan que si Iraq
cumple con sus obligaciones de destrucción de armas de destruc­
ción masiva las sanciones deben ser levantadas. Nuestro punto de
vista, que es inquebrantable, es que Iraq debe probar sus inten­
ciones de paz (...) y lo que es una evidencia aplastante es que las
intenciones de Saddam Husein nunca serán pacíficas» (M. Al­
bright, 26 de marzo de 1997).70

204
Otro importante incumplimiento de EE.UU. de lo estableci­
do en las resoluciones de la O N U con respecto a Iraq concierne
al párrafo 14 de la resolución 687. En él se vincula el desarme de
Iraq a la necesidad de hacer de Oriente Medio «una zona libre
de armas nucleares y de destrucción masiva». Sin embargo, EE.UU.
ha seguido armando a los vecinos de Iraq, ha extendido sus ba­
ses militares en la zona y su aliado, Israel, posee más de 200 bom­
bas atómicas, mientras se libra de los controles del Tratado de No
Proliferación Nuclear y viola todos los mandatos de la ONU. De
ahí la contradicción de reivindicar que se está alentando la paz
en Oriente Medio destruyendo el arsenal iraquí en tanto que se
sigue armando a sus vecinos, quienes, a su vez, pueden amenazar
a Iraq y sus fronteras.
Pero a estas contravenciones de lo estipulado por las resolu­
ciones de la ONU, y que por tanto no sólo incumple supuesta­
mente Iraq, EE.UU. ha actuado al margen del organismo inter­
nacional imponiendo en Iraq una serie de hechos consumados
que violan la ley internacional. El establecimiento de dos zonas
de exclusión aérea en Iraq, en el norte y en el sur del país, y los
sistemáticos bombardeos que ha seguido lanzando contra territo­
rio iraquí desde 1991 han sido un ejercicio de unilateralismo que
EE.UU. ha llevado a cabo en solitario, con el único apoyo de
Gran Bretaña. La zona de exclusión del norte iraquí fue decla­
rada por el presidente George Bush el 6 de abril de 1991, de­
marcada por el paralelo 36, para proteger la ejecución de la ope­
ración «Provide Comfort», puesta en marcha en apoyo de la po­
blación kurda. «Provide Comfort» era la respuesta internacional a
la oleada de refugiados kurdos que ocasionó el contraataque de
Saddam Husein contra su intento de revuelta, que se había su­
mado al levantamiento shií del sur de marzo de 1991. En reali­
dad dicha operación se puso en marcha para proteger a quienes
padecían una trágica situación producida por la decisión de
EE.UU. de detener la guerra y permitir que Saddam Husein sobre­
viviese en el poder y que su Guardia Republicana se concentrase
en la represión de la insurrección shií y kurda y que la Guardia
Republicana utilizase libremente helicópteros para bombardear
las ciudades kurdas.
Según aseveraron EE.UU., Gran Bretaña y Francia, esta acción

205
se tomaba bajo los términos de la resolución 688 del Consejo de
Seguridad que llamaba a Iraq a cesar su represión contra la po­
blación civil. Sin embargo, no se obtuvo ninguna resolución del
Consejo de Seguridad que asumiese ni la operación «Provide
Comfort» ni la zona de exclusión aérea. Cuando las tropas esta­
dounidenses, británicas y francesas se retiraron al terminar la ope­
ración de protección kurda, la zona de exclusión se mantuvo
como un ejercicio unilateral al margen de toda legalidad interna­
cional. En esta zona se crearon las condiciones para que las tro­
pas iraquíes se retirasen y las tres provincias del norte quedasen
bajo control kurdo. Es decir eran parte de Iraq pero queda­
ban fuera del control del gobierno iraquí, creando una situación
sin ninguna base jurídica ni legal, conocida como un safe baven
(refugio protector). De esa manera, se impuso de fado una auto­
nomía kurda bajo un semiprotectorado garantizado por fuerzas
exteriores que no responde a ningún estatuto formalizado, ni le­
gal ni intemacionalmente, ni a ningún consenso nacional al res­
pecto. Solamente fue presentado como una obligación moral en
ayuda de la población kurda ante la amenaza que representaba
Saddam Husein. No obstante, los hechos contradicen incluso esa
justificación.
La zona de exclusión aérea del norte no coincide con la línea
de retirada de las tropas iraquíes. Se ha incluido Mosul, que si­
gue bajo control del gobierno iraquí, y se ha excluido Sulaima-
niya, la mayor ciudad de la región bajo control kurdo, y Kirkuk,
centro de la industria petrolífera que ha seguido bajo control del
gobierno iraquí, y donde dicho gobierno ha aplicado una políti­
ca de arabización y de transferencias de la población kurda au­
tóctona a otras regiones del país, de manera que según Amnistía
Internacional unos 95.000 kurdos y turcomanos han sido expul­
sados de la región de Kirkuk desde 1991. Es decir, zonas clave de
población kurda, y donde está más expuesta, como Kirkuk, han
quedado fuera de la zona de exclusión. A ello se une el hecho
de que la exclusión afecta sólo a Iraq pero no a Turquía, de ma­
nera que Ankara ha penetrado por aire y por tierra en el norte de
Iraq, con el consentimiento de los supuestos protectores, siempre
que ha necesitado lanzar la persecución contra «sus» kurdos del
PKK (porque la alquimia de las relaciones internacionales ha es­

206
tablecido que los kurdos de Turquía son «terroristas» y los de Iraq
«víctimas»). Estas incursiones han ocasionado muertos, heridos y
destrucción de propiedades del Kurdistán iraquí, particularmente
la iniciada el 20 de marzo de 1995, cuando 35.000 soldados tur­
cos cruzaron la frontera y durante un mes y medio llevaron a
cabo una verdadera masacre, hasta que la presión internacional,
siempre con retraso, obligó a Ankara a retirar sus fuerzas.
Es cierto que ese safe haven kurdo ha permitido a la población
civil del norte vivir mucho mejor que la del resto del país, pero
sobre todo porque la ayuda internacional ha favorecido a esta re­
gión sobre las demás, dado que el gobierno kurdo no le ha preser­
vado de guerras internas que siguieron ocasionando multitud de
muertos sin que ello tampoco preocupase a los supuestos «protec­
tores». El norte iraquí ha estado regido localmente por un Go­
bierno Regional del Kurdistán, gobernado por el Frente del Kur­
distán Iraquí, en el que los dos principales partidos kurdos, el
PDK liderado por Barzani y el PUK dirigido por Talabani, son
dominantes. En mayo de 1992 los kurdos eligieron una Asamblea
Nacional del Kurdistán de 105 miembros. El PDK obtuvo el
50,8% de los votos y el UPK el 49,2%, y en octubre de 1992 dicha
Asamblea adoptó el federalismo dentro de un Estado iraquí unifi­
cado como su futuro programa político. Pero ya en 1993 surgieron
entre ellos las rivalidades personales y volvieron a enfrentarse mi­
litarmente por el control político de la región (cada grupo kurdo
tiene una implantación regional determinada) y los lucrativos in­
gresos del contrabando de petróleo iraquí, que fueron aumentan­
do hasta que en agosto de 1996 Barzani pidió ayuda al ejército
iraquí y éste lanzó una ofensiva en Irbil para expulsar al UPK,
mientras EE.UU., lejos de responder a este desafío y detener la
ofensiva, se dedicó a bombardear objetivos en la zona del sur de
Iraq y aprovechó para ampliar esa zona de exclusión aérea al pa­
ralelo 33. Lo que pasaba en el norte eran asuntos internos kurdos,
aunque el ejército iraquí aprovechó para destruir el cuartel general
del Congreso Nacional Iraquí (plataforma que agrupa a la oposi­
ción iraquí financiada por EE.UU.) que había sido construido con
ayuda de la CIA.
Tras esa guerra entre kurdos, la región quedó dividida de he­
cho en dos, cada una con su propio semigobiemo separado. El

207
PDK gobierna las provincias de Dohuk e Irbil, mientras el UPK
la de Suleimaniya, y entre ellos se mantiene una entente impuesta
por EE.UU. En la región de Halabya domina el Movimiento Is­
lámico del Kurdistán Iraquí y otros grupúsculos islamistas como
Yund al-Islam (los soldados del islam) y Ansar al-Islam (los parti­
darios del islam).
A todo ello hay que señalar que la cobertura mediática inter­
nacional de la difícil situación de los refugiados kurdos que mo­
tivó la operación «Provi de Comfort» fue tan amplia como sosla­
yada la de los shiíes del sur. Y esto probablemente porque se
utilizó el sufrimiento kurdo para justificar la imposición del par­
ticular concepto de zona de exclusión aérea por razones supues­
tamente humanitarias ante las opiniones públicas occidentales.
De hecho, sólo se permitió el acceso a los medios de comunica­
ción a la zona norte. Entretanto, la protección de la población
civil shií en el sur estaba siendo ignorada, y hasta el 26 de agos­
to de 1992 no se establecería la zona de exclusión aérea del sur,
cuando la del norte ya era un hecho consumado. La facilidad con
que se ocultó a las opiniones públicas la tragedia shií no fue aje­
na tampoco a un factor psicológico que funcionaba a favor de los
kurdos y no de los shiíes. El carácter extremadamente arbitrario
que caracteriza a las sociedades occidentales en su reparto de sim­
patías por unas comunidades u otras de Oriente Medio, se ha tra­
ducido en un enorme impacto emocional hacia las tragedias kur­
das que lamentablemente no logran las que conciernen a los
shiíes, demonizados y deshumanizados por la propaganda occi­
dental anti-iraní. No fue pues difícil ocultar el sufrimiento extre­
mo de la población shií iraquí.
Por tanto, sólo una vez lograda la imposición de la zona de
exclusión aérea del norte, presentada como un acto legítimo en
función de la ayuda humanitaria (aunque en realidad, como he­
mos visto, la protección de la población civil kurda no era en
sí misma un objetivo prioritario), se estableció en agosto de 1992,
más de un año después, una segunda zona de exclusión aérea en
el sur de Iraq a la altura del paralelo 32 (aumentada en 1996 al
paralelo 33). En este caso, el ejercicio de cinismo de la adminis­
tración norteamericana ha sido ilimitado al pretender justificar
esta intervención por razones humanitarias, cuando los shiíes lle­

208
vaban padeciendo una situación trágica desde marzo de 1991.
Durante todo ese tiempo, el Relator Especial de Derechos Hu­
manos de la O NU había llamado la atención insistentemente so­
bre la brutal represión militar iraquí contra la población shií del
sur, pidiendo algún sistema de supervisión o intermediación in­
ternacional para detener la tragedia que se vivía en esta región, y
que era mucho mayor que la del Kurdistán. Sin embargo, en nin­
gún momento pidió el establecimiento de una zona de exclusión
aérea, porque esa medida no podría evitar la actuación del ejér­
cito y la policía de Bagdad sobre el terreno. La diferencia estaba
en que en el sur el gobierno iraquí seguía gobernando, a diferen­
cia de lo que ocurría en el norte, de donde había sido expulsado
para que los kurdos se autogobernasen. Por el contrario, el estable­
cimiento de esta zona de exclusión aérea presentada con un fin
humanitario evitó, de hecho, que se aprobase cualquier acción so­
bre el terreno que protegiese a la población civil shií.
Era evidente que existía un interés coyuntural de preservar al
liderazgo kurdo iraquí de su aniquilamiento por parte de Saddam
Husein, ya que era percibido como «útil» para cuando se deci­
diese que había llegado el momento de forzar el cambio de lide­
razgo en Iraq. Por el contrario, no sólo no existía esa misma per­
cepción de utilidad hacía los shiíes, sino que no es demasiado
arriesgado pensar que el aniquilamiento y desmembración a la
que les ha sometido Saddam Husein ha convenido a EE.UU.
porque comparte con el régimen de Husein el deseo de destruir
la capacidad de subversión de su independiente y movilizador li­
derazgo político islamista. El informe anual de derechos huma­
nos del Departamento de Estado norteamericano afirmaba en 1994
que, aunque la zona de exclusión prevenía de ataques aéreos ira­
quíes, no impedía ataques de artillería ni cualquier otra acción ar­
mada contra la población. En 1996, esa misma fuente afirmaba
que los civiles no estaban protegidos de ningún ataque sobre el
terreno en ninguna parte de esa región. En respuesta, EE.UU. co­
menzó gradualmente a justificar esa zona sur de exclusión aérea
por razones de salvaguarda de sus aliados del Golfo ante posibles
incursiones de aviones iraquíes y, en ese sentido, la administra­
ción Clinton la presentaba en el marco de la política de «con­
tención» de Iraq y de «mantener bajo presión a Saddam Husein».

209
El establecimiento de las dos zonas de exclusión aérea en Iraq
ha sido un evidente instrumento de presión sobre el régimen ira­
quí llevado a cabo a través de la política unilateral de dos o tres
Estados (Francia se retiró de la zona norte en 1996 y de la del sur
en 1998), pero no una acción concertada de la comunidad inter­
nacional. Ha impuesto situaciones jurídicamente anómalas que
no entran dentro de ningún estatuto formal y, desde luego, no
ha tenido ninguna justificación moral de tipo humanitario por­
que la salvaguarda de las poblaciones civiles ni ha sido un obje­
tivo prioritario en el caso del norte, ni ha sido nunca un objeti­
vo en el caso del sur. Por el contrario, su imposición favoreció
una dinámica de bombardeos en esas zonas que aumentó el cas­
tigo sobre la población civil.
En los largos años de confrontación entre EE.UU. e Iraq es­
tas dos zonas de exclusión aérea engendraron, en una primera
etapa, un ritmo de ataques alternativos entre los sistemas de de­
fensa antiaérea iraquí contra los vuelos de vigilancia norteameri­
canos y británicos, para expresar su no aceptación de esas zonas
unilateralmente impuestas, y las represalias de éstos por la res­
puesta iraquí. Después, desde 1999, se inició una escalada de los
bombardeos británicos y norteamericanos, que con frecuencia so­
brepasaban los límites de las zonas de exclusión, coincidiendo
con el momento a partir del cual la política de EE.UU. se orien­
taba claramente y en contra de lo establecido por la O NU a favor
de la «toma de Bagdad».

210
Las inspecciones y el ejercicio de la manipulación

Naciones Unidas creó el 19 de abril de 1991 la United Nations


Special Commission (UNSCOM ) para llevar a cabo el sistema de
inspecciones para la eliminación de las armas de destrucción ma­
siva y los misiles de largo alcance (más de 150 kilómetros) en pro­
piedad de Iraq. La U N SCO M realizó sus trabajos entre 1991 y
1998. Entre 1991 y 1997 estuvo dirigida por Rolf Ekeus. Ekeus de­
claró al Financial Times el 30 de julio de 1997, una vez dejado su
puesto, que las presiones e intervenciones de EE.UU. sobre el
equipo de inspectores fueron constantes. Le sucedió Scott Ritter,
quien después de servir a los intereses norteamericanos en el seno
de la U N SCO M , como él mismo confesó después, dimitió en
agosto de 1998 por la creciente subordinación de la U N SCO M
a las exigencias de la política exterior norteamericana. Hasta di­
ciembre de 1998 Richard Butler fue el encargado de dirigir la
UN SCO M de manera mucho más dócil para EE.UU.
En consecuencia, toda la tensa relación entre la inspección y
las autoridades iraquíes estuvo presidida por tres actitudes esta­
dounidenses dominantes: la no aceptación norteamericana de
aplicar el párrafo 22 de la resolución 687 de la ONU, de mane­
ra que el cumplimiento iraquí no obtenía ninguna respuesta con
respecto al progresivo levantamiento de las sanciones; el conti­
nuo aumento de exigencias por parte de EE.UU. al gobierno ira­
quí para generar la tensión y argumentar que Iraq ni cumplía ni
cooperaba con la inspección; y el descubrimiento de que EE.UU.
había infiltrado la UN SCO M para servirse de ella en labores de
espionaje.
Un caso paradigmático fue el de la exigencia estadounidense
de incluir la inspección de «lugares sensibles» no relacionados di­

211
rectamente con la fabricación de armas de destrucción masiva
(ministerios e instalaciones de la Guardia Republicana y la Guar­
dia Especial Republicana, lugares estos últimos de particular im­
portancia estratégica para la supervivencia del régimen). Ekeus ne­
goció con Bagdad el procedimiento de dicha inspección teniendo
en cuenta la seguridad, dignidad y soberanía nacionales iraquíes.
Se estableció que estos lugares serían inspeccionados por cuatro
miembros de la U N SCO M y sólo, analizando caso por caso, au­
mentaría ese número si el tamaño del lugar así lo requería, y en
el caso de las residencias presidenciales los inspectores irían
acompañados de diplomáticos extranjeros de alto rango. Pero
doce inspectores pretendieron entrar en la sede regional del Par­
tido Baaz y se les negó la entrada. Fue un momento en que
EE.UU. lanzó una intensa propaganda mediática sobre el incum­
plimiento y falta de cooperación iraquíes. Sin embargo se ocul­
taba que Iraq no hacía más que reclamar la aplicación de las re­
glas del juego, que no permitían la entrada a un grupo de doce
inspectores. Y cuando, según un informe del entonces director
del U N SCO M , Scott Ritter, se autorizó la inspección de cuatro
miembros, EE.UU. exigió que se permitiera la entrada a otros
doce, a lo que se negaron los iraquíes. No obstante, se llevó a
cabo la inspección del sótano donde supuestamente podía haber
material sospechoso. Esto quedó relegado en la información me­
diática. Como afirmó después Scott Ritter en su libro Endgame:
Solving the Iraq Problenu Once andfor all, que publicó en 1999, «los
retrasos, bloqueos, evacuación de edificios, es decir, el prototipo
de obstrucción iraquí, fueron todos provocados y cuidadosamen­
te catalogados».
Scott Ritter, no sólo decidió en 1999 hacer públicas las mani­
pulaciones estadounidenses de la UNSCOM sino también decir
al mundo cómo se habían infiltrado en ella agentes especiales de
la CIA para realizar trabajos de espionaje que, probablemente,
iban destinados a asesinar o derrocar a Saddam Husein. Él había
sido el hombre que había desviado a la UNSCOM de su manda­
to onusiano a favor de la política estadounidense. Ritter reveló
cómo funcionarios de inteligencia norteamericanos introducidos
en el equipo de inspección habían espiado los núcleos de comu­
nicación militares iraquíes introduciendo escáneres especiales en

212
las cámaras de inspección sin conocimiento de la UNSCOM ;
cómo él mismo había pasado informaciones de la U N SCO M al
Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. y cómo desde 1994 se
había establecido una relación especial entre ese trabajo de espio­
naje e Israel, llevándole en sucesivas ocasiones a viajar a Tel Aviv
para misiones de inteligencia. Esto se supo después de que la po­
lítica estadounidense hubiese ya forzado el fin de la cooperación
y la salida de los inspectores en diciembre de 1998.
A finales de 1997, tras siete años de inspección existía la sen­
sación de que el trabajo estaba muy avanzado e Iraq solicitó una
clarificación con respecto a una programación gradual del levan­
tamiento de sanciones. Lo cierto es que existía por parte de Fran­
cia, Rusia y China la expresión manifiesta de que se debía llegar
a una revisión global en ese sentido y que, si no, la U N SCO M
demostrase la falta de cooperación iraquí, en vez de hacer recaer
la carga de la prueba a Iraq. Pero EE.UU. y Gran Bretaña, no sin
artimañas, bloquearon este proceso.71 El gobierno iraquí vio en
ello la confirmación de que hiciese lo que hiciese ninguna admi­
nistración norteamericana levantaría las sanciones ni permitiría
que se aplicase el párrafo 22 de la resolución 687 mientras no
consiguiese remodelar Iraq a su conveniencia. No obstante, aunque
inicialmente el gobierno iraquí ante esa situación dio por termi­
nada la inspección, en febrero de 1998 se avino, tras la interme­
diación de Kofi Annan, a permitir que el régimen de inspecciones
continuara. Sin embargo, EE.UU. ya estaba pensando en bom­
bardear Iraq y crear las condiciones para que no volviesen los ins­
pectores a Bagdad.
Richard Butler presentó el informe final de la U N SCO M al
Consejo de Seguridad el 14 de diciembre de 1998. Pero se dio
una profunda contradicción entre el informe y las conclusiones
que del mismo presentó al Consejo. En el informe se decía que
«la capacidad de armas no-convencionales de Iraq había sido en
lo fundamental eliminada» y sólo se mencionaban cinco casos de
obstrucción iraquí de 300 inspecciones realizadas. De hecho, esta
declaración coincidía con la expresada por Scott Ritter, anterior
inspector jefe de la UNSCOM : «Iraq ha sido desarmado. Hoy
Iraq no posee ninguna cantidad significativa de armas de des­
trucción masiva, si es que posee alguna, y sus capacidades indus­

213
tríales para producir esos agentes han sido eliminadas o sujetas a
un estricto control».72
Sin embargo, Richard Butler en las conclusiones presentó un
balance negativo y afirmó que «no se habían hecho progresos».
La dureza de las conclusiones de Butler no parece haber sido aje­
na al hecho de que fueron presentadas a EE.UU. antes que a los
otros miembros del Consejo y, consideradas «débiles», los con­
sejeros del presidente Clinton le invitaron a reescribirlas, recru­
deciéndolas y sobredimensionando esas cinco veces en que Iraq
no cooperó con los inspectores. Tres días después, los norteame­
ricanos previnieron a Buttler de que sacase a todo su equipo de
Iraq y éstos salieron sin ni siquiera informar al Consejo de Segu­
ridad, de quien supuestamente dependía la UNSCOM . A conti­
nuación EE.UU. y Gran Bretaña lanzaron un bombardeo aéreo
intensivo contra Iraq, completamente al margen del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas, denominado Operación «Zorro
del desierto», que concluyó con cientos de muertos iraquíes. Los
inspectores no volvieron, pero no habían sido expulsados por
Iraq, como la propaganda estadounidense difundió. Es más, a
partir de ese momento la administración Clinton dejó de mostrar
interés alguno por su retorno, coincidiendo con una orientación
agresiva contra el régimen de Saddam Husein y su progresivo in­
terés en desencadenar un cambio radical en Iraq a través del uso
de la fuerza. Desde 1999 era manifiesto que el desarme de Iraq
no era la verdadera preocupación de EE.UU. Sus intereses eran
mucho más amplios y de más largo alcance.

214
El fracaso de un embargo genocida
«que merecía la pena»

El 12 de mayo de 1996 en una entrevista en la cadena de TV


norteamericana CBS le preguntaban a Madeleine Albright: «He­
mos sabido que medio millón de niños iraquíes han muerto. Es
decir, más que en Hiroshima, ¿merece la pena pagar este precio?».
Albright respondió: «Creo que es una elección difícil pero, sí,
pensamos que merece la pena». El régimen de sanciones econó­
micas impuesto a Iraq, el más severo impuesto por la ONU, ha
generado una catástrofe humanitaria en este país de dimensiones
genocidas, tanto por su rigidez como por el prolongado periodo
en que se han aplicado (desde 1991 hasta la actualidad).
La primera cuestión es que las sanciones, integradas en la re­
solución 661 del 6 de agosto de 1991, fueron pensadas inicial­
mente como una penalización por un corto periodo de tiempo
para forzar la retirada iraquí de Kuwait. Pero la decisión del Con­
sejo de Seguridad de mantener el embargo ha producido efectos
devastadores en la sociedad iraquí, particularmente entre los ni­
ños, las mujeres y los ancianos. Los informes realizados por la
FAO en 1993, 1995 y 1997, así como los del Unicef en 1997 y
1999, han ido atestiguando que la mortalidad infantil se dobló
en la década de los noventa con respecto a la anterior (calculan­
do que más de medio millón de niños habían muerto a causa del
embargo) a lo que se añadía que «lo más alarmante es la desnu­
trición, con un 32% de los niños por debajo de cinco años, es
decir unos 960.000, crónicamente desnutridos, lo que significa un
aumento del 72% desde 1991» (informe del Unicef de 1997).
Entre 1990 y 2000 el índice de mortalidad entre la población
iraquí se convirtió en el más alto del mundo, creciendo un 160%
(muy superior a otros países acuciados también por el alza de su

215
mortalidad en esa década, como Kenia, un 24%, Ruanda, un
13%), cuando, por ejemplo, en Egipto, país árabe pobre con gran­
des problemas de subdesarrollo, la tasa de mortalidad había des­
cendido un 54% en ese periodo.73 También han indicado que el
estado de emergencia que padece el sistema público de salud ira­
quí, la insalubridad y la falta de potabüÍzacÍón de las aguas son
causas fundamentales de la mortalidad y de las múltiples enfer­
medades que padecen los iraquíes (tifoideas, diarreas, gastroente­
ritis, hepatitis...). El representante del Unicef en Iraq, Philippe
Heffinck, declaraba el 4 de octubre de 1996: «En torno a 4500 ni­
ños por debajo de los cinco años están muriendo mensualmente
por hambre y enfermedades». En 1997 un estudio conjunto rea­
lizado por la FAO y el World Food Program afirmaba que «la es­
casez de comida y la desnutrición se han ido agudizando pro­
gresivamente hasta convertirse en crónicas a lo largo de la década
de los años noventa». En consecuencia, una población que go­
zaba de un gran nivel de desarrollo se ha visto sometida a un pro­
ceso de destrucción acelerado, en el que se incluye también el
desarrollo de muchísimos casos de cáncer y leucemias conse­
cuencia del uso de uranio empobrecido por EE.UU. durante la
guerra. La enfermedad conocida como «síndrome del Golfo» tie­
ne la misma causa, y ha afectado a miles de soldados que parti­
ciparon en la coalición internacional, aunque EE.UU. sigue ne­
gando que exista ninguna relación entre el uranio empobrecido
y dichas enfermedades.
El 14 de abril de 1995, el Consejo de Seguridad adoptó la re­
solución 986 con la que se ponía en práctica el programa «Pe­
tróleo por alimentos», por el cual se permitía al gobierno iraquí
vender un porcentaje de petróleo para financiar importaciones de
comida y otros productos humanitarios esenciales. La creación
de dicho programa respondía a la catastrófica situación que vivía
la población iraquí, que empezaba a darse a conocer a través de
los informes de los organismos internacionales. Sin embargo, este
programa ha tenido una eficacia muy limitada. Por un lado, los
ingresos por el porcentaje de petróleo que Iraq puede vender es­
tán distribuidos de manera que ni se reparten equitativamente en­
tre el norte y centro-sur del país ni todo se utiliza para la ayuda
humanitaria. La resolución 986 estableció que el 53% de dichos

216
ingresos se dedicase a comida, medicamentos y ayuda humani­
taria para el centro y sur de Iraq, el 30% a pagar a Kuwait las
compensaciones por la guerra, entre un 5 y un 10% a financiar
las operaciones de la ONU en Iraq y para la reparación y man­
tenimiento de los oleoductos, y un 13% para las necesidades hu­
manitarias de los tres millones de kurdos del norte de Iraq. Esto
significaba que en base a la renta per cápita, el norte recibe 50%
más de la ayuda del programa «Petróleo por alimentos» que el
centro y sur iraquíes, a pesar de que aquí la situación es mucho
peor porque la destrucción que la guerra produjo de las infraes­
tructuras industriales, centrales eléctricas y plantas de potabiliza-
don de agua fue mucho mayor. En realidad, sólo la mitad de los
ingresos del programa «Petróleo por alimentos» está destinado a
las necesidades médicas, sanitarias y alimentarias del sur y centro
iraquíes. Esto en lo que concierne al programa «Petróleo por ali­
mentos», que no es un programa internacional de ayuda sino que
está financiado por los propios ingresos del petróleo iraquí. Pero
con respecto a la ayuda humanitaria internacional ésta se ha di­
rigido mayoritariamente al norte, región no controlada por el go­
bierno iraquí y donde, por tanto, los defensores del manteni­
miento estricto de las sanciones para presionar al régimen de
Saddam Husein han sido mucho más permisivos. Así, entre 1991
y 1997, de los 1200 millones de dólares invertidos en asistencia
humanitaria por la ONU, donantes bilaterales y diversas organi­
zaciones no-gubernamentales, más de dos tercios fueron cana­
lizados hada el norte, donde viven entre 3 y 3,5 millones de per­
sonas, en tanto que el resto se destinó a los 19 millones de
iraquíes del centro y sur del país. Y la ayuda humanitaria aportada
por EE.UU. a través del Departamento de Defensa y el Office o f
Foreign Disaster Assistance entre 1991 y 1996 se destinó exclusi­
vamente al norte iraquí.™ Evidentemente, el índice de mortalidad
en el norte descendió notablemente en los noventa en tanto que
en el centro y sur aumentaba de manera alarmante.
También resultaba cuando menos sorprendente que, aunque
el principio de compensación había sido establecido en las reso­
luciones de la ONU, una parte considerable de los ingresos del
programa se dedicasen a pagar al riquísimo emirato de Kuwait,
cuando era algo secundario frente a la necesidad urgente de pre-

217
venir la muerte de miles de niños iraquíes. Además, la capricho­
sa naturaleza del comité de la O N U establecido para supervisar
las sanciones y el programa «Petróleo por alimentos» impuso un
ritmo que perjudicaba la rapidez y eficacia de dicho programa.
Este comité, dominado por la intransigencia de EE.UU., debía
aprobar cada contrato que el gobierno iraquí firmaba para inver­
tir los ingresos del petróleo que podía vender. La votación era se­
creta y todos los miembros tenían derecho a veto. Esto generó
una dinámica bloqueadora que retrasaba la aplicación efectiva del
programa e incluso ha habido sospechas de intereses partidistas
en la aprobación de dichos contratos en el seno de la comisión,
situación públicamente criticada y condenada por Kofi Annan.75
En este marco, EE.UU. y en menor medida Gran Bretaña han
impuesto sistemáticamente el veto a la compra de una lista cada
vez más amplia de productos que en su opinión podían tener un
doble uso civil y militar (llegando al extremo de incluir los lapi­
ceros por el plomo de sus minas, pero también las ambulancias,
la clorina para tratar el agua, los pesticidas, los equipos informá­
ticos y un muy largo etcétera que incluyó en un momento dado
hasta 14 bovinos que prohibieron importar de Francia por las dos
cajas de medicamentos para animales que había que incluir).
Todo ello ha impedido a Iraq la reconstrucción de su infraestruc­
tura de potabilización de aguas, eléctrica, sanitaria y de saneamien­
tos (origen básico de la catástrofe humanitaria).
En realidad, el programa «Petróleo por alimentos» no ha ser­
vido más que para aliviar algo el problema de desnutrición pero
no ha sido en absoluto una respuesta a la crítica situación que se
vive en el centro y sur de Iraq. Nunca se concibió como un pro­
grama de rehabilitación económica que permitiera a la sociedad
iraquí superar su nivel preindustrial y reconstruir infraestructuras
sanitarias claves, origen de sus enfermedades crónicas. De hecho,
aunque presentado como un gran esfuerzo de ayuda humanita­
ria, en realidad ha sido el instrumento utilizado por EE.UU. y
Gran Bretaña para perpetuar las sanciones frente a las crecientes
voces contrarias que consideraban que sólo servían para destruir
al pueblo iraquí.
Los primeros en denunciar los efectos letales del embargo y
en pedir públicamente su eliminación han sido nada menos que

218
los responsables de la ejecución del programa «Petróleo por ali­
mentos» como coordinadores humanitarios de Naciones Unidas
en Iraq. Tras conocer de primera mano y directamente las conse­
cuencias devastadoras de las sanciones sobre el pueblo iraquí di­
mitieron sucesivamente de sus cargos y denunciaron el embargo,
afirmando asimismo que el programa «Petróleo por alimentos» es
completamente inadecuado para responder a la situación. El ale­
mán Hans von Sponeck dimitió el 31 de marzo de 2000 siguiendo
los pasos de su predecesor en el cargo, el irlandés Denis J. Halli­
day, que había dimitido en septiembre de 1998 diciendo: «Esta­
mos destruyendo una nación entera. Es así de simple y aterrador,
es ilegal e inmoral». Halliday había trabajado para Naciones Unidas
treinta y cuatro años y Von Sponeck treinta y seis. Desde su di­
misión, Halliday se ha dedicado activamente a trabajar por el fin
de las sanciones, explicando las dimensiones de lo que define
como «un genocidio contra los iraquíes». Von Sponeck ha hecho
lo mismo, señalando tras su dimisión: «No soy en absoluto el
único que en Naciones Unidas considera que se ha llegado a un
punto en que ya no podemos seguir callando sobre la tragedia de
Iraq (...) Naciones Unidas no puede seguir castigando a los más
vulnerables e inocentes... las sanciones deben levantarse». De he­
cho tras la dimisión de Von Sponeck la directora del World Food
Program en Iraq, la británica Jutta Burghardt, declaraba: «lo que
está ocurriendo aquí es una verdadera tragedia humanitaria y creo
que ningún ser humano que vea el impacto de las sanciones so­
bre la población negará que Von Sponeck tiene razón»; ella tam­
bién presentó su dimisión.76
El 3 de mayo de 2000 Denis J. Halliday, Hans von Sponeck
y Scott Ritter comparecieron ante el Congreso norteamericano
para celebrar una reunión informativa sobre Iraq. En esa reunión
dijeron: «la amenaza de las armas de destrucción masiva iraquíes
es un mito» (Ritter); «el programa “Petróleo por alimentos” no ha
respondido a las necesidades básicas de la población iraquí... la
situación en los hospitales es atroz (...) enfermedades que habían
desaparecido en un país con las mejores infraestructuras de
Oriente Medio han reaparecido» (Von Sponeck); «la calamidad
humana continúa en Iraq consecuencia de las privaciones de las
sanciones económicas que dirige EE.UU.» (Halliday).77 Al día si-

219
guíente, el Asesor de Seguridad Nacional, Samuel Berger, con­
traatacaba con un artículo en el Financial Times titulado «Saddam
es la raíz de todos los problemas de Iraq».
Esta comparecencia formaba parte de las iniciativas que algu­
nos congresistas estaban tomando en contra de las sanciones con­
tra Iraq tras los informes del Unicef y las declaraciones que los
respetables ex funcionarios de Naciones Unidas estaban hacien­
do: entre enero y febrero de ese mismo año un grupo de 70 con­
gresistas había enviado una carta pública al presidente Clinton re­
clamando el fin del embargo económico a Iraq, y David Bonior,
demócrata muy próximo a Clinton, calificó las sanciones como
«un infanticidio disfrazado de política».78 Es muy significativo
que, tras esa iniciativa, el Comité Americano-Israelí de Asuntos
Públicos (American-Israeli Public Affairs Committee -AIPAC) co­
menzó una campaña en apoyo a la carta que el republicano Tom
Lantos lanzó a favor del mantenimiento de las sanciones.
Los informes sobre la situación humanitaria iraquí de la FAO
y el Unicef, las sucesivas dimisiones de Halliday, Von Sponeck y
Ritter y las reacciones de algunos congresistas colocaron en una
incómoda situación a los defensores del mantenimiento de las
sanciones, y no ocultaron su enfado. El portavoz del Departa­
mento de Estado, James Rubín, atacó a Von Sponeck diriendp
que no estaba capacitado para el puesto de coordinador huma­
nitario y que había sobrepasado sus competencias y autoridad:
«su misión es trabajar en nombre del pueblo iraquí y no del ré­
gimen». A lo que siguió una campaña de propaganda de la ad­
ministración Clinton para mostrar lo peligroso que era Saddam
Husein y presentarle como el único responsable de la tragedia de
su pueblo. James Rubin presentó el falso argumento que va a ca­
racterizar a la propaganda norteamericana para contrarrestar el
impacto de los informes de las organizaciones humanitarias y
para forzar la continuación de las sanciones: «el informe sobre la
mortalidad infantil en Iraq indica que los índices se han redu­
cido en la región “autónoma” del norte de Iraq, que está bajo el
mismo régimen de sanciones que el resto del país, pero donde
el programa "Petróleo por alimentos” es aplicado por Naciones
Unidas. En contraste, el informe indica que el fracaso iraquí para
gestionar dicho programa en el centro y sur ha sido la causa del

220
aumento de la mortalidad». Sin embargo, Von Sponeclc explicaba
las razones objetivas de esa diferencia entre el norte y centro-sur
de Iraq, que él había podido constatar sobre el terreno, y que en
absoluto eran las que presentaba Rubín: en primer lugar, el nor­
te han recibido una cantidad de ayuda y recursos mucho mayor
que el sur. En segundo lugar, las áreas kurdas hacen frontera con
Turquía, desde donde existe un flujo continuo de contrabando
(consentido) que provee a esa región y le permitía escapar de la
rigidez de las sanciones. Asimismo, ante la acusación de que el
problema era también que el gobierno iraquí no distribuía todos
los alimentos y medicinas entre la población, Von Sponeck des­
hacía de manera tajante esa teoría: «tenemos las cifras exactas de
lo que entra en Iraq, de lo que queda en stock y lo que es dis­
tribuido. Nuestras misiones de verificación lo atestiguan con fia­
bilidad. En la última fase, el 72% de los medicamentos com­
prados han sido distribuidos; 14% constituyen una reserva de ur­
gencia, aunque la OMS aconseja que sea un 25%, y el 14% úlrir
mo se reparte entre los productos sometidos a tests de control de
calidad, los que no pasan dicho examen y la categoría de medici­
nas que esperan su complemento, como la jeringuilla que va con
la vacuna*».79 Asimismo explicó también que la lentitud que exis­
te a veces en la distribución se debe a la precariedad de las in­
fraestructuras: la falta de transporte, de cámaras frigoríficas y de
ordenadores para catalogar las medicinas... (estos dos últimos
productos prohibidos a Iraq por la comisión de ía O N U encar­
gada de dirigir el programa «Petróleo por alimentos»). Añadía
también que muchas veces esa misma comisión de la O N U re­
trasaba durante meses la aprobación de los contratos de modo
que los productos llegaban de golpe en una cantidad enorme, di­
fícil de organizar en tan precaria situación.80
En realidad, es el régimen de sanciones mismo -y sobre todo
la falta de acceso a los enormes fondos necesarios para recons­
truir las infraestructuras- el responsable de las muertes de los
cientos de miles de iraquíes. Las declaraciones oficiales de
EE.UU. acusando al régimen de la crisis humanitaria son exage­
radas y sobredimensionadas, no porque el liderazgo del régimen
iraquí coloque el bienestar de sus ciudadanos como su principal
prioridad, sino porque el régimen no tiene capacidad financiera

221
para mejorar significativamente su suerte. No hay que olvidar
que, aunque pervivir en el poder es su principal meta, mantener
el nivel de bienestar socioeconómico para la población ha for­
mado parte de la política del régimen baazista como estrategia
para su supervivencia desde que llegó al poder. También es cier­
to que los fondos que el régimen iraquí obtiene de la venta clan­
destina de petróleo no van prioritariamente a la población civil
sino a sus prioridades militares y políticas, pero en ningún caso
esas cantidades serían suficientes para afrontar ni siquiera una
parte significativa de las necesidades de los más de 23 millones
de iraquíes. Reconstruir la devastada estructura social del país ne­
cesita una inyección masiva de miles y miles de millones de dó­
lares líquidos, y un régimen de sanciones que intenta controlar la
economía del país desde fuera no puede en ningún caso respon­
der a esas necesidades. Unido a esto, paradójicamente las sancio­
nes económicas defendidas por EE.UU. han creado en Iraq una
de las economías más rígidamente centralizadas del mundo.
EE.UU., junto a Gran Bretaña, siguió colocando toda la res­
ponsabilidad sobre Saddam Husein e imponiendo la idea de que
la potencial amenaza que representaba el que había sido su anti­
guo aliado en los años ochenta exigía el mantenimiento de las
sanciones. En la práctica eso significaba que la población iraquí
siguiese sufriendo el estado de sitio, que la mortalidad (más de
un millón de iraquíes por el embargo) siguiese aumentando, que
continuase la destrucción del que había sido un avanzado siste­
ma de salud, que las clases medias desapareciesen, que se exten­
diese más el analfabetismo y siguiese degradándose el sistema
educativo (actualmente Iraq no puede gastar más que un 10% del
total del presupuesto educativo que tenía en 1990), que el de­
sempleo no dejase de ser un mal endémico y que el salario medio
no superase los cinco dólares mensuales, y que se privase a toda
una generación de cualquier esperanza. Todo ello mientras era
manifiesto que las sanciones económicas habían fracasado en lo­
grar el objetivo por el cual se justificaron: debilitar y presionar al
régimen iraquí.
Por otro lado, el vínculo que unilateralmente ha establecido la
posición norteamericana entre las sanciones y el fin de Saddam
Husein ha minado significativamente la legitimidad de la más li­

222
mitada meta de Naciones Unidas de imponer las sanciones hasta
que el organismo internacional pudiese verificar que Iraq había
puesto fin a su producción de armas de destrucción masiva. Asi­
mismo, si bien los ataques de 1991 durante la operación «Tormen­
ta del desierto» y las sanciones han debilitado la capacidad militar
del régimen iraquí y su credibilidad internacional, internamente
han servido para reforzar al régimen significativamente: han res­
tringido las influencias externas y el acceso y contacto con los ira­
quíes, han hecho completamente dependiente a la población del
régimen para su supervivencia y han destruido a las clases medias,
el grupo social principal en cualquier esfuerzo para promover un
cambio de régimen. Además, entre la población iraquí existe el
sentimiento generalizado de que su precariedad social y económi­
ca se debe a las sanciones impuestas por la comunidad internacio­
nal, de manera que su hostilidad se dirige al exterior y no contra
el liderazgo baazista que les gobierna, hacia el cual muchos se
muestran más aquiescentes que antes de 1991.
Todas esas evidencias no han promovido ningún cambio en
la política de EE.UU., que ha logrado que se sigan imponiendo
las sanciones hasta hoy día e incluso generalizar su interpretación
sobre la cuestión de Iraq. Para ello ha seguido una estrategia sis­
temática que le ha resultado muy rentable gracias al seguimiento
que de ese guión preestablecido han realizado los medios de co­
municación norteamericanos y, por extensión, todos los occi­
dentales: ignorar o marginar de la información los efectos de las
sanciones sobre la población iraquí; quitar relevancia o desacre­
ditar los informes de las víctimas civiles consecuencia de los bom­
bardeos lanzados por EE.UU. y Gran Bretaña en las zonas de ex­
clusión aérea; identificar y personificar todo Iraq en la persona de
Saddam Husein. La demonización del personaje, dando una
enorme publicidad a sus violaciones de los derechos humanos
(pero sin mencionar que hasta 1991 habían sido consentidas por
sus aliados y que gracias a ese consentimiento implícito se había
sentido más libre para recurrir sin limitaciones a la represión), y
la identificación de Saddam Husein con Iraq en su conjunto, ha
permitido un ejercicio de deshumanización de la cuestión iraquí
de la que EE.UU. ha sido el único beneficiario para ir imponiendo
su criterio a la llamada comunidad internacional. Estos tres ejes

223
han dominado la estructura de la información sobre Iraq duran­
te más de diez años,81 e incluso cuando Unicef publicó el más
impactante informe sobre la catástrofe humanitaria en agosto de
1999, éste ni tuyo la cobertura que merecía ni, por tanto, logró
modificar sustantivamente el patrón establecido.
La pasividad de las opiniones públicas occidentales durante
esos años ha estado profundamente relacionada con la creación
de un subconsciente que, a través de una información que sobre
todo se ha inspirado en «fuentes oficiales» norteamericanas, ha
identificado a Iraq con 23 millones de Saddam Husein. Todo lo
que se hiciese a Iraq se le hacía a «él». Unido a esto, el arraigado
imaginario occidental que percibe lo árabe y musulmán en tér­
minos de enfrentamiento, amenaza y fanatismo (tan bien alimen­
tado por el choque de civilizaciones y el fundamentalismo islá­
mico) ha desempeñado también un papel sustancial a favor de la
propaganda norteamericana que buscaba deshumanizar la cues­
tión de Iraq y ha facilitado la manipulación política que de ello
ha realizado EE.UU. y su alter ego británico durante doce años
con la anuencia cómplice del Consejo de Seguridad de la ONU.
Así, la importante cuestión que Kofi Annan planteó ante el Con­
sejo de Seguridad el 24 de marzo de 2002 quedó sin respuesta:
«Naciones Unidas ha estado siempre del lado de los más débiles
y vulnerables (...) pero ahora estamos siendo acusados de causar
el sufrimiento de una población entera».

224
La ruptura del consenso en la O N U
y la evolución del régimen iraquí

A finales de los años noventa el consenso sobre Iraq en el


Consejo de Naciones Unidas quedó roto, las reacciones en con­
tra de las consecuencias civiles de las sanciones comenzaron a ex­
tenderse y el régimen de Saddam Husein lograba poco a poco ir
rompiendo su aislamiento regional e internacional. Todo ello pro­
movió la inquietud de EE.UU. que, lejos de modificar su severa
política contra Iraq, la orientó aún más hacia el unilateralismo y
el ejercicio ilegal de la fuerza.
Lo que había sido una coalición internacional, desde 1999 fue
una campaña norteamericana y británica en contra de Iraq. A fi­
nes de diciembre de 1998, Bill Clinton, en el peor momento del
caso Levinsky y acosado por un impeachment, decidió llevar a cabo
un bombardeo contra Iraq de manera unilateral, avisando a los
inspectores de que saliesen de Bagdad tres días antes. Quien pre­
tendía hablar en nombre de la comunidad internacional, margi­
naba a la ONU; quien exigía a ultranza a Bagdad el respeto de
las resoluciones de la O NU ignoraba al Consejo de Seguridad.
Era la prueba de lo que el embajador norteamericano, Richard
Holbrooke, había expresado unos meses antes: «EE.UU. no ne­
cesita ninguna aprobación de la ONU, todo lo que consideremos
una violación de Iraq encontrará en el futuro una acción militar
unilateral como respuesta».82
La operación «Zorro del desierto» fue emprendida entre el 16
y 19 de diciembre, y durante esos cuatro días EE.UU. lanzó más
de mil bombas y misiles que causaron cientos de muertos ira­
quíes. Fue justificada por EE.UU. como respuesta a la actitud iraquí
contra la UN SCO M (si bien las autoridades iraquíes habían acep­
tado la vuelta al trabajo de los inspectores) al tiempo que se esta­

225
blecía por vez primera un vínculo, que en ningún momento pu­
dieron probar, entre Iraq y los primeros ataques terroristas adju­
dicados a al-Qa'eda contra las embajadas norteamericanas en Ke-
nia y Tanzania, por los que EE.UU. bombardeó Afganistán y una
fábrica de medicamentos en Sudán (error por el que EE.UU.
nunca se disculpó ni ha asumido ninguna responsabilidad).
Bill Clinton iniciaba ya esa particular manera de luchar con­
tra el terrorismo bombardeando países, identificando países ente­
ros como «terroristas» y castigando con ataques generalizados a
sus poblaciones, en tanto que EE.UU. se arrogaba el derecho de
identificar de manera subjetiva y unilateral cuáles eran los países
«terroristas»: los terroristas eran los enemigos de EE.UU., en tan­
to que sus aliados no eran considerados terroristas. O, dicho de
otra manera, los terroristas eran los enemigos terroristas de los
norteamericanos y no sus aliados terroristas o aquellos terroristas
que actuasen fuera de las esferas de interés norteamericanas.
Fue tras ese bombardeo cuando las autoridades iraquíes recha­
zaron la vuelta de los inspectores ante la constatación de que no
se trataba de cumplir las resoluciones de la O NU para que pro­
gresivamente se fuesen levantando las sanciones económicas,
como el espíritu de dichas resoluciones establecía, sino de un ob­
jetivo norteamericano que iba mucho más allá. En una entrevista
el vicepresidente Tareq Aziz así lo explicaba: «Las Naciones Uni­
das entran en un país, se quedan siete años, hacen miles de ins­
pecciones y llega un momento en que ya no encuentran nada
más, y luego dos países vienen y nos bombardean. No es lógico ni
justo. Nuestra colaboración no ha sido compensada».83
Este bombardeo contra Iraq era una violación de la ley inter­
nacional y abrió las puertas de la disensión en el Consejo de Se­
guridad de la O NU, que se acentuó con la posterior política de
EE.UU. de actuación fuera del marco de Naciones Unidas, lan­
zando bombardeos continuos de baja intensidad, reforzando las
zonas de exclusión aérea y renovando su apoyo a la oposición
política y armada iraquí contra el régimen de Saddam Husein.
A partir de entonces el discurso oficial norteamericano se centró
más que nunca en la necesidad de forzar el «cambio de régimen»
en Iraq y la administración Clinton promovió la aplicación de la
Iraq Liberation Act (ley de liberación de Iraq), que había sido apro­
226
bada por el Congreso estadounidense el 31 de octubre de 1998,
junto a un presupuesto de 97 millones de dólares para financiar
a la oposición iraquí. Simultáneamente, EE.UU. empezó una:
guerra silenciosa de bombardeos sistemáticos en la zona de exclu­
sión aérea del sur, causando un continuo reguero de víctimas ci­
viles (entre diciembre de 1998 y comienzos de 2001, 323 civiles
murieron y 960 fueron heridos).
Hasta entonces se habían presentado los esporádicos bom­
bardeos realizados como operaciones defensivas en respuesta a
los disparos lanzados por el sistema antiaéreo iraquí, expresión
de la no aceptación de Bagdad de la imposición unilateral de
EE.UU. de las zonas de exclusión aérea supervisadas por sus
aviones. Desde enero de 1999, la administración Clinton decidió
intensificar sistemáticamente esos bombardeos y dio a su acción
un carácter ofensivo: ordenó a sus pilotos que atacaran cualquier
objetivo de la defensa aérea iraquí aunque no fuesen directa­
mente amenazados. El portavoz del Departamento de Defensa
estadounidense detalló el 23 de febrero de 1999 cuáles serían los
objetivos que a partir de entonces iban a atacar sus aviones: los em­
plazamientos de los misiles iraquíes, los de las defensas antiaéreas,
los lugares de control y mando, y los puestos de inteligencia. En
marzo de 1999, Londres asumía que esos cambios afectaban tam­
bién a sus pilotos.
Esa ofensiva aérea, que ha continuado hasta el momento
mismo de la invasión anglo-norteamericana del 20 de marzo de
2003, ha tenido como objetivo destruir instalaciones militares y
de inteligencia iraquíes que no están incluidas en el desarme de­
cretado por la O N U (que sólo afecta a las armas de destrucción
masiva), y mostrar la firme decisión de EE.UU. a recurrir al ejer­
cicio de la fuerza ante el debilitamiento de su posición hege-
mónica en el Consejo de Seguridad sobre la cuestión de Iraq.
No obstante, oficialmente esa ofensiva ha sido presentada como
una necesaria respuesta a la amenaza que los misiles iraquíes su­
ponen para la zona del Golfo, aunque no haya habido jamás la
más mínima manifestación de que éstos fuesen a activarse en
ese sentido. Asimismo, los bombardeos han sido cuidadosa­
mente calibrados para evitar críticas y debate público. De he­
cho, su presencia en la información se ha reducido a esporádi-

227
eos pequeños apartados que no han atraído el interés de las opi­
niones públicas.
La progresiva consolidación del unilateralismo norteamerica­
no y su recurso a la fuerza procedían de la constatación de dos
realidades: Francia, Rusia y China comenzaban a desmarcarse de
la visión norteamericana sobre la cuestión de Iraq en el Consejo
de Seguridad de la O N U ; y el fracaso de la propia política nor­
teamericana contra Saddam Husein, que lejos de eliminarlo o de­
bilitarlo estaba encontrando cauces para salir de su aislamiento y
representar un liderazgo árabe numantino que le hacía ganar sim­
patías frente al acoso y el sitio excepcionales al que la comuni­
dad internacional llevaba sometiendo a Iraq desde 1991. A ello
se unía el hecho de que la carga de la culpa sobre la dramática
situación de la población iraquí iba deslizándose claramente ha­
cia EE.UU. y su aliado británico y no contra Saddam Husein, tal
y como atestiguaban fuentes tan fiables como los responsables de
la coordinación humanitaria de la ONU, del World Food Pro-
gram y del Unicef en Iraq.
En el seno de la O NU la política anti-iraquí de EE.UU. iba
perdiendo peso poco a poco y en el Consejo de Seguridad tres
de sus cinco miembros permanentes, Francia, China y Rusia (los
otros dos son EE.UU. y Gran Bretaña,) empezaron a expresar su
discrepancia con la política iraquí de EE.UU. defendiendo el fin
o el progresivo levantamiento de las sanciones económicas. Fran­
cia, China y Rusia, además de mostrar su profundo desacuerdo
con el bombardeo unilateral norteamericano, argumentaban que
el objetivo era acabar con la amenaza militar de Iraq, y para ello
se habían impuesto toda una serie de resoluciones que garantiza­
sen el desarme iraquí. Mucho de ello se había conseguido y por
tanto había que aplicar el párrafo 22 de la 687 y comenzar a le­
vantar las sanciones, porque si no pocas posibilidades se dejaban
para que el gobierno iraquí siguiese cooperando con lo estableci­
do por la ONU. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exterio­
res francés declaraba: «sólo podemos reafirmar nuestro malestar
por la deriva que constituye la intensificación de los bombardeos
norteamericano-británicos sobre los cuales no percibimos cuál es
el objetivo (...). Francia está preocupada por la agravación de la
situación en Iraq cuya población civil es la principal víctima».1M

228
La primera expresión clara de esa distancia entre EE.UU. y la
ONU fue la abstención de estos tres países, junto a Malasia, con
respecto a la resolución 1284 del 17 de diciembre de 1999 por­
que, ante una aparente flexibilidad, se seguía basando en el man­
tenimiento de las sanciones. Con un año de retraso, esa resolu­
ción llegaba para decidir cómo continuaba la cuestión de Iraq
tras la presentación del informe de la U N SCO M en noviembre
de 1998. La resolución 1284 establecía un nuevo programa de
inspección para Iraq, la United Nations Monitoring, Verification
and Inspection Commission (UNMOVIC), y mantenía el princi­
pio de las sanciones, estableciendo la posibilidad de suspensión
temporal de alguna de esas sanciones tras un año de inspeccio­
nes que demostrasen la absoluta cooperación iraquí. El principio
establecido era el de «suspensión» y no «levantamiento» de las
sanciones, lo que significaba que dicha suspensión, si tenía lugar
alguna vez, se verificaría cada cuatro meses, podría ser fácilmen­
te suprimida, y su renovación debía ser aprobada por el Consejo
de Seguridad. Por estas razones el gobierno iraquí rechazó dicha
resolución y la UNMOVIC no pudo ponerse en funcionamien­
to. En realidad, sólo el veto de alguno de los tres miembros per­
manentes del Consejo que se abstuvieron hubiese impedido la
continuidad de la situación de Iraq, pero su abstención no impi­
dió que se mantuviese el statu quo establecido en 1991. Se trata­
ba más de la manifestación de que la situación estaba cambiando
y se iba erosionando el apoyo a EE.UU. que de la aplicación de
una política efectiva que la modificase. Para Rusia esa resolución
no tenía futuro si los bombardeos norteamericanos y británicos
continuaban; China también se manifestaba «en contra del re­
curso arbitrario de la fuerza» y Francia defendía que el desarme
del país tenía que ir ligado al levantamiento de sanciones y no a
una «suspensión» temporal como establecía la 1284.
Iraq no aceptó la vuelta de los inspectores en tanto siguiesen
teniendo lugar los bombardeos de EE.UU. y Gran Bretaña e in­
cluso interpretó como muy mal signo la intención de nombrar a
Rolf Ekeus como jefe de la UNMOVIC, cuando ya se sabía que
durante su anterior puesto en la U N SCO M había tenido lugar la
utilización de la misma como fuente de espionaje norteamerica­
no e israelí. Esta nominación fue bloqueada por París y Moscú

229
en Nueva York y sustituida por la del sueco Hans Blix, que ten­
dría que esperar al 18 de noviembre para realizar, de manera efí­
mera, su trabajo.
Junto a los progresivos, aunque nada concluyentes, cambios
que se experimentaban en el seno de la ONU, Iraq iba normali­
zando sus relaciones con los países vecinos de Oriente Medio y
reforzando el apoyo de quienes se mostraban más a favor de po­
ner fin a las sanciones, principalmente Francia, Rusia y China, a
través de las relaciones económicas que podía establecer en apli­
cación del programa «Petróleo por alimentos».
Bagdad, lógicamente, ha favorecido a las compañías de Fran­
cia, Rusia y China en la concesión de contratos para las compras
de productos que necesita el país y que el programa «Petróleo por
alimentos» le permite (5400 millones de los 18.200 millones del
total de los contratos por importación aprobados por la ONU
desde 1997 a 2001 correspondieron a firmas de esos tres países).
Asimismo ha establecido compromisos de explotación petrolera
de importantes yacimientos con esos países de cara a un futuro
en el que desapareciesen las sanciones, lo cual no deja de ser pu­
ramente virtual. No obstante, se ha tendido a sobredimensionar
los beneficios económicos obtenidos por estos tres países, entre
otras razones para desautorizar su posición política contra las
sanciones.
Los acuerdos comerciales para comprar productos que dicho
programa permite se han ido convirtiendo en una fuente econó­
mica de importancia para países como Turquía, Jordania, Siria y
Egipto, de manera que éstos desde finales de los noventa co­
menzaron a equilibrar su relación con Iraq y a defender el le­
vantamiento de las sanciones. Por ejemplo, los contratos firma­
dos con proveedores egipcios empezaron en 1997 sumando 105
millones de dólares y en el 2000 alcanzaron los 1000 millones.
Para Jordania los ingresos del comercio con Iraq han vuelto a ser
una fuente económica sustantiva, dada su difícil situación eco­
nómica. De un lado, la promesa de que la paz con Israel firma­
da en 1994 traería prosperidad económica al país nunca se ha ma­
terializado y la expectativa de que un gran flujo de inversión
extranjera directa llegaría como resultado del cumplimiento del
duro ajuste estructural exigido por el FMI y el Banco Mundial

230
tampoco ha tenido lugar, en tanto que la deuda internacional jor-
dana supone el 114% de su PIB. Ante esta situación el comercio
con Iraq ha sido un alivio para Jordania. En 1999 el volumen in­
gresado por la venta de productos a Iraq fue de 300 millones de
dólares, pero a ello se suma un acceso al petróleo iraquí que Bag­
dad le vende en condiciones muy asequibles.
Asimismo, e inevitablemente, se ha desarrollado una red de
venta de petróleo iraquí de contrabando que da grandes benefi­
cios a Turquía, Jordania y más recientemente Siria, y que, por tan­
to, forma parte de un statu quo regional asumido por todos y muy
difícil de controlar. Estas exportaciones de petróleo de contra­
bando (no integradas en el programa «Petróleo por alimentos») se
realizan a un precio mucho más barato que el del mercado, para
beneficio de los receptores, a la vez que aseguran a Iraq un aumen­
to en sus ingresos de unos 2000 millones de dólares anuales. En
consecuencia, Siria reabrió en noviembre de 2000 el oleoducto
que une a este país con Iraq y que había sido cerrado en 1982
con ocasión de la guerra iraquí contra Irán.85 La existencia de esos
intereses económicos compartidos ha permitido ir superando la
enemistad tradicional entre Siria e Iraq.
Las relaciones con Turquía en este marco no han dejado de
ser contradictorias pero también muy estables. Por un lado, los
militares norteamericanos utilizan la base turca de Incirlik en su
supervisión aérea de la zona de exclusión del norte iraquí e in­
cluso para atacar objetivos fuera de esa zona. Asimismo, Anteara
ha invadido varias veces el norte iraquí persiguiendo a «sus» kur­
dos, e Iraq ha protestado enérgicamente contra ambas cosas. Pero
por otra parte, Turquía saca muchos beneficios del comercio y del
flujo de petróleo iraquíes y para muchos políticos turcos el régi­
men de Saddam Husein no es percibido como una amenaza. Es
más, como temen la emergencia de una autonomía, federalismo
o independencia kurda en el norte de Iraq, para ellos el régimen
iraquí es una garantía, dado que no confían plenamente en las
promesas norteamericanas de que eso no ocurrirá. Pero la nece­
sidad turca de la cooperación política, económica y militar de
EE.UU. es fundamental, y por tanto este país va a asumir una po­
sición discreta con respecto a Iraq y las sanciones.
Unido a todo esto, el 15 de julio de 2000 Jordania era el pri­

231
mer país que restablecía vuelos civiles con Bagdad, marcando la
pauta que después iban a seguir otros países como Italia, Rusia,
Francia, Egipto, Siria, Mauritania, Yemen.... (de agosto a diciem­
bre del 2000, 61 aviones aterrizaron en el aeropuerto internacio­
nal de Bagdad, 32 de ellos procedentes de países no árabes). En
noviembre de ese mismo año compañías de 45 países participa­
ron en la Feria Internacional de Comercio de Bagdad. Todo ello
tenía sobre todo un significado político de alejamiento de las po­
siciones norteamericanas con respecto a Iraq pero ningún valor
efectivo con respecto al embargo.
Paralelamente, Iraq normalizaba sus relaciones diplomáticas
con sus vecinos y con otros países no árabes que abrían embaja­
das u oficinas de negocios. Por primera vez desde la guerra del
Golfo, Iraq era invitado a reintegrarse en la Liga Arabe en la
Cumbre de El Cairo, que se celebró los días 21 y 22 de octubre
del 2000, donde además se expresó el sentir árabe en contra de
las sanciones. No obstante, las relaciones con Kuwait y Arabia
Saudí seguían siendo muy tensas, dado que Bagdad les acusaba
de complicidad con EE.UU. en los bombardeos contra el sur de
Iraq porque los aviones no sólo utilizaban el espacio aéreo de es­
tos dos países sino que algunos salían de la base norteamericana
en Arabia Saudí, aunque los gobernantes del reino nunca lo ha­
yan confirmado. Aun así, Iraq acabará buscando también la re­
conciliación, al menos simbólica, con Arabia Saudí y en la cum­
bre de la Liga Árabe de Beirut en marzo de 2002 un abrazo entre
el príncipe heredero saudí, Abdallah, y el vicepresidente iraquí,
Izzat Ibrahim al-Duri, sellaba ese momento.
Todo ello no hacía más que poner de manifiesto que las san­
ciones fracasaban en su objetivo de debilitar al régimen de Sad­
dam Husein, según la perspectiva defendida por EE.UU. para jus­
tificar dichas sanciones. De hecho, en estos doce años el régimen
iraquí se ha mantenido estable, particularmente desde la segunda
mitad de los noventa cuando superó dos situaciones de inestabi­
lidad procedentes de sus dos principales pilares: la tribu y la fa­
milia. La continuidad del régimen iraquí y de su presidente fue
desafiada en dos ocasiones en 1995. En junio de ese año una uni­
dad del ejército iraquí se amotinó cerca de Bagdad bajo la direc­
ción de un oficial de la tribu Duleimi, hasta entonces incondi­

232
cionalmente fiel al régimen. Dos meses después Husein Kamil al-
Mayid y su hermano huyeron a Jordania con sus esposas (her­
manas ambas de Saddam Husein) y expresaron su ruptura con el
régimen. La razón de esta situación procedía de la rivalidad y hos­
tilidad que Uday, hijo del presidente, mantenía con el primero,
al que había marginado del control sobre el negocio de la venta
de petróleo de contrabando. Como ministro de industria y de
producción militar que había sido, Husein Kamil pasó informa­
ción sobre el armamento iraquí, pero ello no le valió ningún tra­
tamiento especial y decidió volver a Iraq.
Saddam Husein logró superar ambas crisis, sometiendo la re­
vuelta Duleimi y logrando la vuelta de sus parientes ante una apa­
rente reconciliación familiar. Sin embargo, en aplicación del or­
den de honor tribal, ambos fueron obligados a divorciarse y
fueron asesinados por su propia tribu en castigo por su traición.
Así Husein mostraba también cuál era la respuesta a la traición
que el régimen practicaba de manera estricta y sin atender a la­
zos familiares. La manera en que fueron castigados los dos her­
manos Kamil ponía en evidencia un refuerzo aún mayor del tri-
balismo en el Iraq de la posguerra del Golfo.
Desde entonces, Saddam Husein ha recurrido a un mayor
apoyo de los vínculos de patronazgo, basado en el principio del
reparto de privilegios. Para ello ha favorecido las jerarquías triba­
les, dispuestas a asegurar la fidelidad al régimen, introduciendo
una nueva jurisdicción que, en contra de los principios ideológi­
cos del Baaz, explícitamente opuestos al tribalismo, reconoce la
autoridad de los jefes tribales para regular y decidir sobre las
disputas y asuntos de su comunidad y sus relaciones con las otras
tribus. Unido a esto, ha favorecido a las tribus más fieles con pri­
vilegios sobre k posesión de la tierra y promoviendo a sus líde­
res en diversos puestos del Estado. Exactamente igual que hicie­
ron los británicos y enseñaron a hacer a la monarquía y otros
gobernantes iraquíes posteriores. Todo ello se ha acompañado de
una valoración ascendente en el discurso oficial de las virtudes
«árabes» y de la cultura tribal, presentadas como el núcleo más
auténtico y original de la población iraquí, lo que ha generado
una búsqueda de linajes y afiliaciones tribales entre buena parte
de la población como vía para garantizarse cierta protección.

233
Pero, lo que es muy importante de señalar es que esta diná­
mica de vuelta a los arcaísmos tribales está directamente relacio­
nada con la situación creada en Iraq tras la guerra del Golfo. En
un país devuelto a la era preindustrial, donde los modos de la
modernización han desaparecido para favorecer los comporta­
mientos de supervivencia y protección más arcaicos, un poder de
espíritu totalitario ha recurrido intensivamente a ellos para ga­
rantizar su dominio político. El problema es que ha sido despro­
visto de los recursos socioeconómicos de los que disponía antes
y que, a pesar del severo ejercicio de la represión, generaban di­
námicas de modernización social, siempre mucho más útiles para
que la sociedad se fuese reforzando y dotando de mecanismos de
respuesta contra el régimen totalitario. Es decir, la situación en
que se dejó a Iraq y su total aislamiento ha dejado a la sociedad
iraquí mucho más expuesta a su control y dominación y la ha
desprovisto de instrumentos de contestación moderna. Por el
contrario, esa situación de inmensa vulnerabilidad y retraso en la
que le han dejado el aislamiento y las sanciones, han llevado a los
iraquíes a colocar en primer lugar su supervivencia sobre la con­
testación y a recurrir a los medios arcaicos disponibles para su
protección. Todo ello es una prueba más del fracaso de las san­
ciones, que lejos de debilitar al régimen lo han reforzado al ha­
cer a su población mucho más débil y dependiente. Es más, han
afianzado las redes patrimonialistas del Estado.
Para mostrar que las defecciones familiares de los Kamil y las
tribales de los Duleimi no habían debilitado al régimen, Saddam
Husein convocó por primera vez elecciones presidenciales. Con
multitud de periodistas invitados a cubrir el evento, el 15 de oc­
tubre de 1995 se celebró un referéndum que renovó el mandato
a Saddam Husein por el 99,96% de los votos emitidos. El obje­
tivo de dicho plebiscito no era convencer al mundo de la popu­
laridad del presidente iraquí sino poner de manifiesto que seguía
controlando la situación y restaurar su prestigio tras la humilla­
ción que supusieron los dos acontecimientos anteriores.
Desde entonces Saddam Husein no ha vuelto a afrontar nin­
gún riesgo de desestabilización interna, en tanto que la Guardia
Republicana, la Guardia Especial Republicana, la Seguridad Es­
pecial y la Guardia Presidencial se han convertido en los pilares

234
de su protección. La primera está situada entre todas las unida­
des del ejército y en Bagdad, de manera que asegure la fidelidad
militar. El atentado casi mortal contra su hijo Uday en 1996 y el
intento de asesinato fallido de su segundo hijo, Qusay, en 1997,
no supusieron ningún intento de desestabilización sino más bien
parecían responder al principio de venganza por las muertes de
los Kamil en el seno de la extensa red familiar de los Husein. La
versión de que hubiesen sido organizados por al-Ddwa o el Con­
sejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq, los dos movi­
mientos islamistas de oposición shií iraquíes, es muy improbable
dadas las dificultades de penetrar en los múltiples y cerrados
círculos de inteligencia y militares que protegen el núcleo central
del régimen y la poca capacidad de infiltración de los mismos por
parte de la oposición.
En realidad, las posibilidades de actuación de la oposición po­
lítica interna contra el régimen han sido prácticamente inexisten­
tes. Por supuesto, la protección de los movimientos kurdos en la
zona autónoma del norte, fuera del alcance del gobierno iraquí,
les ha permitido desarrollar su liderazgo sin injerencias de Bag­
dad, pero éstos se han dedicado a sus rivalidades internas, como
vimos más arriba, y a integrarse en la plataforma de la oposición
financiada por EE.UU. Pero esta privilegiada situación no ha sido
la de los shiíes iraquíes, cuya intifada de 1991 el régimen nunca
ha perdonado. La región del sur fue la más afectada por la des­
trucción de la guerra, dado que es la zona limítrofe con Kuwait
y donde se concentraron los bombardeos y la ofensiva terrestre
de la coalición, y también por la brutal represión del régimen tras
su intifada, la que más ha padecido las consecuencias de los bom­
bardeos intensivos norteamericanos y británicos, y, desde luego,
la que goza de menos protección en la red de patronazgos esta­
blecida por el régimen.
El régimen de Saddam Husein ha mantenido hasta el final
una política de captación de los representantes religiosos shiíes
apolíticos y de persecución radical contra todo movimiento o li­
derazgo capaz de movilizar a la población shií. Política, hay que
decir, que ha podido ejecutar con total impunidad y sin que pre­
ocupase a la comunidad internacional el destino de todos esos
shiíes aun a sabiendas de lo que estaba pasando. Así, Bagdad ha

235
seguido ejerciendo el patronazgo sobre algunos jefes tribales shiíes
y a aquellos líderes religiosos declarados apolíticos y dispuestos a
hacer de intermediarios entre la comunidad shií y el régimen,
como Ali Jashif al-Guita. Pero cualquier síntoma de independen­
cia o de capacidad de liderazgo movilizador de la población shií
ha sido tratado con extrema violencia. De esta manera se ha lle­
vado a cabo la aniquilación sistemática de cualquier lideraz­
go prominente, incluso antes de que manifestase una voluntad
de actuación política. En 1994 era asesinado Muhammad Taqi,
hijo del gran ayatollah Abu-l-Qasim al-Jo'i; a principios de 1998
dos de los más destacados y carismáticos líderes religiosos shiíes,
Murtada Buruyirdi y Ali al-Garawi, fueron asesinados por dos
francotiradores «desconocidos»; y en febrero de 1999 murieron
de la misma forma el ayatollah Muhammed Sadiq al-Sadr y su
hijo. Al-Sadr gozaba de una enorme popularidad, como mostró
la protesta multitudinaria e indignada de la población shií contra
el gobierno iraquí al saberse la noticia de su muerte. La acción
de Bagdad ha sido la de una permanente destrucción de cualquier
atisbo de liderazgo independiente entre los shiíes.

236
El creciente unilateralismo norteamericano

Mientras todos estos cambios tenían lugar, la administración


Clinton seguía con los bombardeos, se reafirmaba en su volun­
tad de derrocar a Saddam Husein y se dedicaba a financiar a una
oposición iraquí compuesta por un oportunista y heteróclito gru­
po de facciones enfrentadas entre sí. De los 97 millones de dóla­
res aprobados en el marco de la Iraq Liberation Act para financiar
la oposición iraquí, el gobierno estadounidense y la CIA sólo li­
braron cuatro millones durante el mandato de Clinton, para for­
mación y entrenamiento por parte del Departamento de Defensa
y para financiar operaciones de propaganda a través de la crea­
ción de publicaciones, transmisiones de radio y otras operaciones
mediáticas. La mala y dudosa gestión de esos fondos por parte de
los representantes de dicha oposición crearon reticencias en la ad­
ministración norteamericana sobre su eficaz uso y se retuvo el
desembolso de más partidas.
La Iraq Liberation Act respondía a las presiones crecientes en el
Congreso y entre los Republicanos, para los que «la cuestión de
Iraq» se había convertido claramente en «el problema de Saddam
Husein», y reclamaban su derrocamiento para establecer un go­
bierno proamericano en Bagdad que fuese sensible a los intereses
de EE.UU. en Oriente Medio. Y hasta que eso no ocurriese Iraq
no sería reintegrado en la comunidad internacional ni aliviado de
las sanciones. El problema fue que la oposición iraquí en el exi­
lio elegida para asumir esa misión mostró estar enormemente di­
vidida y sus diferentes líderes no hacían sino expresar su mutua
hostilidad. Eran la representación de la fragmentación política ira­
quí, de las turbulentas relaciones personales que distinguen a to­
dos sus representantes y de las insuperables ambiciones políticas

237
que les separan. El núcleo principal de dicha oposición se consti­
tuyó en Viena en 1992 con el nombre de Congreso Nacional Ira­
quí (CNI) como una plataforma para alentar la cooperación entre
todas las fuerzas opositoras. Ese mismo año, en el Kurdistán ira­
quí, el CN I eligió una asamblea que incluía a todas las facciones
opositoras y un comité ejecutivo liderado por Ahmad Chalabi,
banquero millonario al que se le atribuyen negocios poco trans­
parentes pero mucha influencia en Washington. De hecho, sus di­
ficultades para hablar en nombre de todas las fuerzas de oposición
iraquí le supusieron un importante bloqueo. En el CNI se inte­
graron los partidos kurdos del PDK y el UPK; el movimiento is­
lamista shií del Congreso Supremo de la Revolución Islámica de
Iraq (CSRII), con base en Teherán; el Movimiento Constitucional
Monárquico, creado a mediados de los noventa en Londres por
Ali ben Husein, nieto del último rey hachemí de Iraq; y la Alian­
za Nacional Iraquí (ANI), dirigida por Ayad Allawi y compuesta
sobre todo por disidentes baazistas y desertores del régimen iraquí
instalados primero en Damasco y luego en Ammán. Un impor­
tante problema, además de las divisiones y los antagonismos ma­
nifiestos entre todos, fúe que, por esas mismas razones, cada uno
de estos grupos reclamó su derecho a operar fuera del CNI, de
acuerdo con sus propias estrategias. Así, la ANI centró su objetivo
durante la década de los noventa en tratar de organizar conspi­
raciones internas para derrocar a Saddam Husein con apoyo nor­
teamericano, sin ningún éxito. Es más, a sus seguidores dentro de
Iraq les costó pagar con arrestos y ejecuciones en 1996. Unido a
ello, la mayor parte de esos movimientos son tan ajenos a la po­
blación iraquí que su base social dentro del país es muy limitada.
Todos estos factores hicieron a la oposición iraquí financiada
por EE.UU. muy poco operativa y eficaz. Tanto por esta consta­
tación, como por la catastrófica experiencia de la operación nor­
teamericana en Somalia y la implicación de la administración
Clinton en la guerra de Bosnia, la opción de intervención militar
en Iraq no acabó de concretarse. La presidencia de George W.
Bush tomaría el relevo.
Por si a alguien le cabía alguna duda, la administración Bush
comenzó su mandato ordenando el 16 de febrero de 2001 un in­
tenso bombardeo contra Iraq que sobrepasó la zona de exclusión

238
aérea del sur y alcanzó Bagdad. EE.UU. y su aliado británico que­
daron casi aislados en esta nueva ofensiva bélica, condenada por
la comunidad internacional. Lo que Bush denominó una simple
«operación de rutina», Rusia, Francia y China lo denunciaron
como una violación de la ley internacional y de las resoluciones
del Consejo de Seguridad de la O NU, seguidos de muchos otros
países. Incluso Turquía, buena aliada de EE.UU., se expresó pru­
dentemente en contra. El primer ministro turco, Bulent Ecevit,
declaraba: «hemos seguido el ataque con preocupación. Es la­
mentable que se haya sentido la necesidad de realizar semejante
operación y que haya afectado a civiles».
Pero en el mundo árabe provocó una ola de rabia y frustra­
ción, dado que hacía unos meses que había comenzado la se­
gunda intifada palestina y estaba siendo reprimida de manera bru­
tal por el gobierno israelí con la complacencia de EE.UU. El
sentimiento contra la política norteamericana en la región infla­
mó los ánimos y los medios de comunicación árabes, a la vez que
sus gobernantes, temerosos de desafiar a EE.UU., expresaban dis­
cretamente su rechazo (el secretario general de la Liga Arabe, Es-
mat Abd el-Meguid, declaraba que el ataque contra Iraq «no tie­
ne justificación»). De todo ello sacaba beneficio Saddam Husein
ante las opiniones y sentir árabes y musulmanes.
La posición de firmeza e intransigencia de la presidencia de
Bush con respecto a Iraq (anunciada ya en su campaña electoral)
contrastaba de manera humillante con su política con respecto a
lo que estaba ocurriendo en Palestina. La administración Bush
inició su gobierno mostrándose muy pasiva con respecto al con­
flicto palestino-israelí. El propio presidente norteamericano declaró
que rechazaba implicarse personalmente en la cuestión, conside­
rando que «tienen que ser las partes en la región quienes en­
cuentren la solución». El distanciamiento no significó que la po­
lítica norteamericana no siguiese siendo expresamente proisraelí.
El alejamiento norteamericano satisfacía a Ariel Sharon, quien
también consiguió que Bush se negase a recibir a Arafat en Wa­
shington y que asumiese la visión del primer ministro israelí que
sólo identificaba la violencia en el lado palestino. EE.UU. vetó a
finales de marzo de 2001 una resolución de la O N U a favor de
enviar una fuerza internacional a Cisjordania y Gaza, al mismo

239
tiempo que Bush hacía pública su más firme posición contra Ara­
fat proclamando: «la Autoridad Palestina debería hablar pública
y decididamente en un lenguaje que entienda el pueblo palesti­
no condenando la violencia y el terrorismo (...). La señal que es­
toy enviando a los palestinos es que pongan fin a la violencia y
no puedo decirlo más claro». Entretanto, el Congreso norteame­
ricano pedía al presidente que cerrase la oficina de la OLP en
Washington y cortase la ayuda a la Autoridad Palestina.
En realidad, la nueva administración Bush arrancó establecien­
do tres líneas de actuación en Oriente Medio. Reafirmó su visión
global de la región sin concentrarse en la cuestión palestina, a la
cual no consideró una amenaza para el statu quo regional y la segu­
ridad de las monarquías petrolíferas del Golfo, lo que sí constituía
un eje prioritario de los EE.UU. en Oriente Medio. De esa mane­
ra, el conflicto palestino será considerado una cuestión interna de
Israel y no un conflicto que implique a la comunidad internacio­
nal; prueba de ello fue la progresiva desaparición entre la diploma­
cia norteamericana del término «proceso de paz». Decidió endure­
cer la política contra Iraq, centrándola en el objetivo de derrocar y
sustituir a Saddam Husein, a la vez que se mantenía el principio de
contención y sanción contra Irán. Ambos, Irán e Iraq, junto con
Corea del Norte, acabarán constituyendo «el eje del mal». A ello se
unía el refuerzo de su presencia militar en la región y seguir consi­
derando a Israel como su «baza estratégica» en la zona. De ahí la
integración de este país en la creación de un sistema de defensa an­
timisiles norteamericano, que Bush reincorporó enseguida a la agen­
da de su gobierno, destinado a contener a los por entonces todavía
llamados por la diplomacia americana «Estados fuera de la ley».
Europa intentó hacer más presente su mediación en el con­
flicto palestino-israelí con muy pocos resultados. A iniciativa euro­
pea se realizó el informe Mitchell, conocido por el nombre del ex
senador norteamericano que presidió la comisión que lo redactó,*

* Aparte del ex senador George J. Mitchell como presidente, la comisión esta­


ba formada por Javier Solana como representante de la TJE, el antiguo presidente tur­
co, Suleiman Demirel, el ministro de Asuntos Exteriores noruego, Thorbjoern Jagland
y el también ex senador norteamericano Warren B. Rudman. El senador Mitchell ha­
bía jugado un destacado papel en las negociaciones entre católicos y protestantes que
condujeron al acuerdo de Viernes Santo en Irlanda del Norte.

240
y aunque presentó una propuesta minimalista, en bastantes sen­
tidos favorable a Israel, no encontró plasmación alguna. El in­
forme Mitchell, presentado el 6 de mayo de 2001, no identificó
la raíz del problema, que es la ocupación militar de Israel de los
territorios ocupados y su permanente recurso a la represión para
mantener dicha situación, y se limitó a denunciar el uso abusivo
de la fuerza por parte de los soldados israelíes, justificando indi­
rectamente esta realidad al declarar que dichos soldados son «jó­
venes e inexpertos», a la vez que exculpaba a Sharon de su res­
ponsabilidad como detonante de la intifada al invadir la
Explanada de las Mezquitas (al-Haram al-Sbaríf), rehuyendo esta­
blecer ninguna responsabilidad al respecto. Pero sí pedía a la Au­
toridad Palestina que persiguiese a los terroristas y que impidiese
los ataques a las posiciones militares israelíes. Se marcaba sólo el
objetivo de volver a la situación previa a la intifada, que es la mis­
ma situación de ocupación por la que estalló dicho levantamien­
to, y sólo tenía en cuenta el nivel de violencia desarrollado du­
rante la intifada y no toda la violencia sistemática que padecen
los palestinos cotidianamente desde hace décadas. Para lograr ese
objetivo minimalista proponía que ambas partes pusiesen fin a la
violencia, se reabriera la cooperación palestino-israelí en materia
de seguridad y se congelara la construcción de colonias judías en
territorio palestino. Este fue el único aspecto que contrarió a los
israelíes.
Aun así, la radical exigencia de Sharon de que para comenzar
cualquier negociación o aplicación del Informe Mitchell era nece­
sario que cesara absolutamente toda resistencia palestina (y no un
descenso aceptable y significativo de la violencia, como el propio
presidente Bush insinuó) mantuvo el conflicto en un callejón sin
salida, poniendo en evidencia que Ariel Sharon no estaba intere­
sado en abrir negociaciones de paz con los palestinos sino en lo­
grar su absoluta claudicación. Entretanto se seguían construyen­
do nuevas colonias judías en territorio palestino (desde febrero
a octubre de 2001 se levantaron 25 nuevas colonias, se añadieron
39 estructuras a 15 de las ya existentes, y se expropiaron tierras
palestinas para construir una nueva autopista que conectase las co­
lonias de la franja de Gaza)86 y las condiciones de vida de los pa­
lestinos caían en un deterioro insoportable.

241
Con este trasfondo, la expresión «doble rasero» dominaba el
discurso de intelectuales, periodistas y sentir popular en toda la
región árabe ante el ataque de febrero contra Iraq. EE.UU. quería
demostrar que no cesaría de usar su fuerza militar y asegurar el
marco de las sanciones en un momento en que las críticas y opo­
sición a las mismas arreciaban. Para tratar de apaciguarlas, EE.UU.
propuso las llamadas «sanciones inteligentes» en el marco de una
propuesta de resolución con la que Washington y Londres inten­
taban redinamizar el consenso internacional sobre el embargo en
el marco de la ONU. Consistía en permitir la introducción en Iraq
de algunos productos, reforzando el embargo de otros y estable­
ciendo el control de la O NU sobre toda la economía iraquí Esta
propuesta se encontró con dos obstáculos fundamentales. Los paí­
ses de la región como Turquía, Siria y, sobre todo, Jordania, con
grandes negocios comerciales con Iraq, eran contrarios a aceptar
el refuerzo del control sobre la economía iraquí. Sobre todo Jor­
dania y Turquía, que se habían visto muy beneficiados por la am­
bigüedad de la política de «sus amigos» norteamericanos y britá­
nicos que miraban para otro lado ante los flujos de contrabando
que pasaban por sus fronteras con Iraq, lo cual suponía una fuen­
te de ingresos considerable. Jordania fue quien expresó su más ex­
plícita y rotunda objeción. Asimismo, el secretario general de la
Liga Arabe, Amr Musa, reflejaba la opinión árabe rechazando la
propuesta como un nuevo envoltorio del principio de las san­
ciones en vez de afrontar los problemas reales.
Por otro lado, Rusia amenazó con utilizar su veto porque con­
sideraba que la propuesta norteamericano-británica consolidaba
el principio de las sanciones en vez de avanzar en su levanta­
miento a través del proceso de desarme. El propio Colin Powell
afirmaba el 8 de marzo que la propuesta de «sanciones inteligen­
tes» significaba «rescatar las sanciones, no abandonarlas».87 En
realidad, esa nueva fórmula incluía ante todo una inspección se­
vera de todo el comercio regional e internacional iraquí y, por
tanto, iba más dirigida a poner fin a la creciente capacidad del ré­
gimen de evadir las sanciones a través del mercado negro del
petróleo que a aliviar el sufrimiento de la población iraquí. Fran­
cia intentó minimizar la extensión del control internacional so­
bre la economía iraquí y propuso una serie de medidas más fle­

242
xibles que no fueron aceptadas, y China empezó a expresar de
manera más evidente su oposición, lo cual no era ajeno a que los
nuevos gobernantes norteamericanos, lejos de continuar la polí­
tica de diálogo y acercamiento de la administración Clinton,
identificaron a Pekín como un enemigo y asumieron una posi­
ción hostil hacia este país.
Iraq expresó también su rechazo a una propuesta de resolu­
ción que no establecía un periodo límite para el mantenimiento
de las sanciones y sin embargo reforzaba el control externo sobre
sus finanzas y economía, que era lo que le estaba permitiendo sa­
lir del ostracismo y beneficiarse de la venta de petróleo, legal y
de contrabando, en un momento en que éste subía su precio. En
ese sentido el gobierno iraquí prefería el presente statu quo. La im­
posibilidad de llegar al consenso hizo fracasar esta propuesta, se
renovó el programa «Petróleo por alimentos» una vez más y, si­
guiendo el guión pre-establecido desde hacía tiempo, EE.UU. y
Gran Bretaña lanzaban otro intenso bombardeo contra el sistema
de defensa aérea iraquí en el sur del país. Era la prueba manifies­
ta de que el consenso internacional sobre la cuestión de Iraq había
quedado fracturado in crescendo desde la salida de los inspectores
y el ataque unilateral norteamericano de la operación «Zorro del
desierto» en diciembre de 1998. Desde entonces la comunidad in­
ternacional ha fracasado en todos los sucesivos pasos que se han
dado para restablecer dicho consenso mientras la actitud nortea­
mericana ha ido acentuando su unilateralismo.
Esa incapacidad norteamericana de restablecer el consenso in­
ternacional sobre Iraq de acuerdo con sus posiciones y la consta­
tación de que el mantenimiento de la zona de exclusión del sur
y sus bombardeos se agotaban en sí mismos y tenían un inmen­
so coste económico (sólo en el año fiscal que terminó en sep­
tiembre de 2000 sumó 1400 millones de dólares), incrementó la
determinación de la administración Bush de actuar en solitario
para poner fin al gobierno de Saddam Husein. Las diferencias en
el seno de la administración norteamericana sólo se limitaban a
la elección del método para lograr ese fin. Los más conservado­
res (destacando el responsable de Defensa, Donald Rumsfeld, que
en los años ochenta había frecuentado Bagdad y apoyado a Sad­
dam Husein) defendían la intervención militar, ante otros más re­

243
ticentes que consideraban que había que favorecer la conspira­
ción interna en el seno del régimen iraquí para impulsar un gol­
pe de Estado militar. El ataque contra Nueva York y el Pentágo­
no del 11 de septiembre interrumpieron momentáneamente la
puesta en práctica de este objetivo. Sin embargo, la alteración de
las relaciones internacionales que dicho atentado trajo consigo a
favor de EE.UU. no modificó la falta de consenso en el Conse­
jo de Seguridad de la O NU sobre la cuestión de qué hacer con
Iraq. Pero los políticos estadounidenses proclives a la invasión
militar veían en la proclamación de la «guerra contra el terroris­
mo» una oportunidad para dar el golpe final a Saddam Husein.

244
La irrupción del 11 de septiembre

La mayor parte de las acciones y medidas asumidas en pro de


la lucha contra el terrorismo tras los atentados del 11 de septiem­
bre han sido justificadas en base a la defensa y la protección de
los ideales democráticos. Sin embargo, no pueden ser considera­
das ni remotamente de naturaleza democrática. Las nuevas leyes
«antiterroristas» puestas en práctica en EE.UU., y en buena medi­
da imitadas por otros Estados democráticos occidentales, se han
aplicado en un marco ambiguo en el que deliberadamente ni se
ha definido qué es el terrorismo ni qué criterios se han empleado
para considerar terroristas a todos aquellos que los miembros de la
heterogénea coalición internacional acusan de serlo. Por un lado,
la legislación antiterrorista se ha dirigido, en EE.UU. especialmen­
te, pero también en los demás países occidentales, de manera ge­
neral y arbitraria contra los extranjeros de origen musulmán. Esto
ha traído consigo la tendencia a identificar al terrorista por lo que
es (la adscripción religíosa-étnica) en vez de por lo que hace (la
prueba está en la inmensa cantidad de detenidos árabes y musul­
manes contra los que ha prevalecido la presunción de culpabilidad
sobre la de inocencia, si bien en la gran mayoría de los casos no
se ha podido aportar prueba alguna de su implicación terrorista).
Con ello se ha incrementado de manera preocupante el racismo a
través de la islamofobia. Pero no sólo es alarmante el racismo en
sí sino también el nuevo marco en que éste se ha institucionaliza­
do; racionalizándolo en función del patriotismo o la autodefensa
y adquiriendo, por tanto, un importante nivel de legitimación y
desculpabiÜzación social.
La ambigüedad sobre quiénes son verdaderamente terroristas
ha contribuido además a la consolidación de los regímenes re­

245
presivos predominantes en la gran mayoría de los países árabes y
musulmanes. Una prueba de que esa ambigüedad no es casual
sino buscada es que se han rechazado todas las propuestas para
establecer mecanismos internacionales de supervisión de la ac­
ción de los Estados en el marco de la lucha contra el terrorismo.
En la reunión de 2002 de la Comisión de Derechos Humanos de
la ONU, en Ginebra, los cincuenta y tres Estados miembros ce­
dieron a las presiones de esos Estados autoritarios y de los
EE.UU., que sin ser miembro de la Comisión hizo un gran es­
fuerzo para que se rechazaran todas las proposiciones presentadas
en ese sentido, como así ocurrió.
Como indicaba el conocido opositor tunecino Moncef Mar-
zuki, «nunca las dictaduras han estado mejor situadas en el mun­
do como desde el 11 de septiembre». Sin embargo, también se­
ñalaba con lucidez que los dirigentes occidentales tenían que
comprender que lo que más miedo les da de los países árabes e
islámicos, la emigración y el terrorismo, «son consecuencia di­
recta de la dictadura y la corrupción».88 La cooperación en materia
antiterrorista, puesta en práctica desde el 11 de septiembre, ha
dado la espalda a los cambios políticos necesarios para lograr la
verdadera estabilización de esta volcánica parte del mundo y su
consiguiente desarrollo económico, mientras que ha consolidado
la impunidad de unos regímenes que tienen bajo una presión so­
cioeconómica y política insoportable a la gran mayoría de sus po­
blaciones.
La situación en los países del Norte de África y Oriente Me­
dio es muy grave: los gobernantes padecen una gran crisis de le­
gitimidad, sus sistemas políticos están minados por la corrupción
y el nepotismo y controlan sus sociedades con puño de hierro.
Enormes injusticias sociales y totalitarismo político son los dos
principales elementos que caracterizan a estos Estados, y son la
causa de la prolongación de otros males que bloquean su mo­
dernización (desigualdad entre los sexos, intolerancia y conserva­
durismo social, rechazo del pluralismo). Este contexto se ha vis­
to agravado por los efectos devastadores que la situación de los
palestinos y el embargo contra Iraq han causado en las opiniones
públicas, sentidas como dos símbolos de una actitud discrimina­
toria de la comunidad internacional.

246
En este contexto, la alteración de las relaciones internaciona­
les que ha engendrado la política norteamericana de «guerra con­
tra el terrorismo» ha resultado muy provechosa para el totalita­
rismo en esta región. A todos aquellos regímenes sumidos en una
lucha intensiva contra sus oposiciones internas, la oferta nortea­
mericana de cooperación antiterrorista les ha permitido legitimar
sus políticas represivas de seguridad y sus «leyes antiterroristas» al
margen de todo Estado de derecho. Se han encontrado, para gran
satisfacción suya, con que, de hecho, el marco internacional ha
legitimado esa amalgama, buscada intencionadamente para no
definir quién es quién en esta parte del mundo y por tanto utili­
zarla a su conveniencia, que es el «terrorismo islámico». Por tan­
to, no fue sorprendente que los discursos oficiales procedentes de
Argel, Túnez o El Cairo, por ejemplo, tras el 11 de septiembre
alardeasen de que eran ellos los que estaban en el buen camino
y que incluso se habían adelantado dotándose desde 1999 de un
tratado regional, la Convención Árabe Contra el Terrorismo, de­
nunciada por todas las organizaciones de derechos humanos.
Adoptada el 22 de abril de 1998 en El Cairo por el Consejo
de Ministros de Justicia de la Liga Arabe, esta Convención entró
en vigor el 7 de mayo de 1999, tras su ratificación por siete paí­
ses signatarios. Un periodo de tiempo muy corto, si se tiene en
cuenta que la Carta Árabe de Derechos Humanos, adoptada el 15
de septiembre de 1994, no ha sido ratificada hasta la actualidad
más que por un solo país... Iraq. Esta Convención Árabe contra
el Terrorismo ofrece una definición ambigua e injustificadamen­
te amplia de los crímenes de terrorismo, niega el derecho a la li­
bertad de opinión y expresión así como la oposición pacífica de­
mocrática bajo el pretexto del terrorismo, amenaza los derechos
de los ciudadanos árabes a la libertad y la seguridad personal y
anula muchas garantías judiciales a los ciudadanos.89
Así pues, la mayoría de los regímenes árabes no han necesi­
tado adoptar nuevas leyes, se han limitado a obtener el asenti­
miento de la comunidad internacional para sus leyes llamadas
«antiterroristas» en vigor desde hace tiempo y que son trágicas
para sus sociedades. Otros, se apresuraron tras el 11 de septiem­
bre a modificar sus legislaciones. Jordania, por ejemplo, promul­
gó por ordenanza real, al margen del Parlamento, una ley que en­

247
mienda el código penal y amplía de manera significativa la defi­
nición de terrorismo creando nuevas infracciones/
Es muy preocupante ver cómo todos estos países han ido pre­
sentando sus legislaciones al Consejo de Seguridad de la ONU en
virtud de la resolución 1373 que, adoptada el 28 de septiembre de
2001, constituyó un Comité Antiterrorista y pidió a todos los Es­
tados miembros que presentasen un informe sobre las medidas en
vigor o las que podrían ser establecidas para luchar contra el terro­
rismo. Todo ello está funcionando como un mecanismo de legiti­
mación de unas jurisdicciones abusivas que hasta ahora no se ha­
bían considerado aceptables en un Estado de derecho.
Es importante no olvidar a Israel en este marco regional. La
unilateral definición de «terroristas» que siempre ha hecho este
país contra sus enemigos en la región ha sido tradicionalmente
asumida por los EE.UU., pero tras el 11 de septiembre la políti­
ca del gobierno israelí se ha dirigido claramente a intentar redu­
cir el conflicto con los palestinos a una cuestión de terrorismo, y
beneficiarse de la impunidad que se deriva de esa nueva lucha
contra el terrorismo, para que se ignore que la raíz del problema
es la ocupación israelí de los territorios palestinos, su sistemático
incumplimiento de las resoluciones de la ONU y sus violaciones
continuadas de la Convención de Ginebra.
El uso oportunista de esta «guerra contra el terrorismo» se está
dando también en otros ámbitos que poco a poco se van desve­
lando: EE.UU. utiliza estos gobiernos despóticos para retener e
interrogar (más que probablemente utilizando la tortura) a sus
sospechosos de terrorismo, deportando de manera ilegal a mu­
chos de los detenidos sin pruebas a estos países para que les ha­
gan el trabajo sucio que sus leyes no pueden asumir. A cambio,
esos países han ido logrando lo que llevaban reclamando desde
hacía mucho tiempo sin conseguirlo: la extradición de exiliados
políticos, considerados por ellos como «terroristas», que, diluidos
en esa peligrosa amalgama que se está construyendo en torno al

* Infracciones como: amenazar la unidad nacional, el prestigio, la reputación y


la integridad del Estado; la incitación a la revuelta, a la obstrucción de la vía pública,
a las reuniones públicas prohibidas; el perjuicio a la dignidad y la reputación de los
individuos; la desestabilización de la sociedad promoviendo la inmoralidad y la difu­
sión de información falsa o rumores.

248
«terrorismo islámico» y las opacas legislaciones y actuaciones que
se van imponiendo desde los Estados democráticos, están siendo
entregados a una tortura o muerte seguras.
Todo ello nos lleva a plantear varias cuestiones claves: ¿la
alianza mundial contra el terrorismo que EE.UU. ha instaurado
es capaz de afrontar las causas profundas que producen esa vio­
lencia o corre el riesgo de alimentarlas más? ¿El concepto de se­
guridad se va a orientar en la búsqueda de paz y estabilidad para
la región árabe y musulmana, teniendo en cuenta que eso exige
favorecer la democracia y las libertades, o se va a limitar a man­
tener el tan arriesgado statu quo existente? El análisis de lo ocu­
rrido desde el 11 de septiembre hasta la actualidad invita a un
gran pesimismo.
Desde el 11 de septiembre el presidente Bush ha afirmado en
sucesivas declaraciones que la política norteamericana está guia­
da por un profundo respeto hacia el islam y que no existe una
guerra contra él, que es «una fe basada en la paz, el amor y la
compasión». Sin embargo, ésta es una retórica poco convincente
a la vista de los hechos, porque no se ve respaldada la manera en
que EE.UU. está interpretando y presentando las causas de la vio­
lencia en el mundo islámico ni por las respuestas que se están
dando para acabar con dicha violencia.
En realidad, estas afirmaciones «bienpensantes» están siendo
contradichas por asesores y miembros del partido de Bush que
proclaman sin reparos su convicción de todo lo contrario. Ken-
neth Adelman, miembro del Consejo político del Pentágono, de­
claraba recientemente: «cuanto más se examina esta religión, más
militarista aparece. Después de todo, su fundador, Muhammad,
fue un guerrero, no un abogado de la paz como Jesús»; Eliot Co­
hén, del Consejo asesor del Pentágono, también afirmaba que
«aunque es muy incómodo decir (....) que una de las mayores re­
ligiones del mundo tiene una profunda tendencia a la agresivi­
dad, sin embargo atreverse a hacerlo es una de las cosas que de­
finen al liderazgo»; Paul Weyrich, influyente activista de la Casa
Blanca, decía a su vez que «el islam está en guerra contra no­
sotros» y se quejaba de la promoción que la administración nor­
teamericana hace del islam como religión de paz y tolerancia al
igual que el judaismo y el cristianismo, «cuando no es así».90

249
Por otro lado, el simple hecho de tener que hacer estas afir­
maciones a favor del islam, tener que demostrar si el Corán jus­
tifica el terrorismo o no, si el suicidio forma parte de la cultura
islámica o no, si yihad significa esto o aquello, obligando a todo
musulmán a tener que defenderse diariamente ante la sospecha
generalizada de que representa un potencial fanatismo inherente
a su cultura y religión, es la prueba misma de que el islam y los
musulmanes no son juzgados con los mismos estándares que el
judaismo y el cristianismo. Al igual que prueba que existe una ob­
sesión enfermiza por explicar todo lo que ocurre en los países
musulmanes en función de lo «cultural-religioso» en detrimento
de «lo político», lo cual en absoluto se hace con otras religiones,
otras culturas u otras experiencias históricas donde la violencia ha
estado enormemente presente también (porque cuando el terro­
rismo procede de grupos cristianos o judíos nadie busca en la Bi­
blia o en la cultura la explicación de esa violencia).
Esta visión, además, va unida a la expresión de un arrogante
chovinismo religioso y cultural norteamericanos. El presidente
Bush no ha cesado de manifestar que «Dios está de nuestra parte»,
de cantar «God bless America», de definir como «cruzada» y «justi­
cia infinita» su guerra contra el terrorismo (hasta que le dijeron
que era políticamente incorrecto) y, para gran manifestación de
prepotencia cultural, ha afirmado en el Congreso norteamericano
que lo que motiva a los terroristas «es su odio a la libertad y a la
democracia». Estas actitudes se anclan rígidamente en la explica­
ción «culturalista», con la que se engloba y estigmatiza a todo el
universo del islam y a todos los musulmanes, a la vez que eviden­
cian el deseo explícito de no afrontar la verdadera explicación:
que el fenómeno Ben Laden es una reacción convulsiva y extrema
ante la pax americana impuesta desde la guerra del Golfo en Orien­
te Medio, y particularmente en Arabia Saudí y el Golfo, que tie­
ne su propia estrategia de poder totalitario como respuesta.
Ben Laden nunca ha hablado de la libertad y democracia nor­
teamericanas sino de su política exterior intervencionista en los
países musulmanes. El primer vídeo, y también el más extenso,
elaborado y creíble, de los que la cadena de televisión por satéli­
te Al-Yasira ha difundido de Osama Ben Laden, fue el que coin­
cidió con los primeros ataques contra Afganistán y su análisis no

250
debe ser escamoteado por el hecho de que provenga de un per­
sonaje detestable por su inaceptable acción terrorista. Como se ha
dicho sin cesar la lucha contra el terrorismo es muy compleja y
sobre todo muy difícil. No existe un remedio evidente, pero, jun­
to con las estrategias policiales y de fuerza, se debe también lu­
char contra sus causas y es ahí donde la política entra decidida­
mente en juego. En Oriente Medio se han acumulado multitud
de problemas, conflictos y lamentables situaciones humanas cu­
yas raíces son profundamente políticas. Ningún movimiento
clandestino puede operar sin apoyo popular y sin un entorno que
esté dispuesto a aportar reclutamientos, apoyos económicos y
medios propagandísticos. Asimismo, buscan ganar popularidad
y cometen sus atentados en el momento en que creen que se dan
las condiciones para conseguir adhesión a su causa. Este es tam­
bién el caso del turbulento grupo de Ben Laden. La prueba está
en el contenido completamente político de su mensaje.
Ben Laden hizo una declaración que lejos de representar sim­
plemente al «loco de Alá» que casi todos esperaban en el mundo
occidental -reduciéndose a imprecaciones culturalístas, fanatis­
mo irracional y menciones ultrarreligiosas— puso el dedo en la
llaga de los conflictos y tragedias humanas que asolan la región
y que están diariamente presentes en el sentir de las poblaciones
musulmanas.
No porque lo dijese Ben Laden dejaba de ser una realidad que
desde el reparto colonial tras la primera guerra mundial Oriente
Medio ha vivido una desgracia tras otra, en muy buena parte con­
secuencia de la injerencia y los intereses externos: la división ar­
tificial de Estados al servicio de las potencias extranjeras, la ma­
nipulación por esas potencias de las minorías cristianas orientales
generando conflictos confesionales, la instalación de elites gober­
nantes al servicio de las mismas potencias para desgracia de sus
poblaciones, la creación de Israel y el abandono de los derechos
palestinos, el derrocamiento de gobiernos nacionalistas a favor de
dictaduras (como hizo la administración Eisenhower en 1953 en
Irán contra Mosadeg a favor del posterior régimen del Shah), el
apoyo y consolidación de sátrapas como Saddam Hussein que,
antes de convertirse en 1991 en el «Hitler» de Oriente Medio, fue
durante una década el hombre de Occidente frente al Irán de Jo-

251
meini (lo mismo que ha ocurrido con el propio Ben Laden en el
marco afgano)...
Tampoco porque lo dijese Ben Laden dejaba de ser una reali­
dad que la dependencia que Arabia Saudí tiene de protección mi­
litar exterior le ha llevado a caer en la contradicción de permitir
que se instalen bases norteamericanas en un territorio que los
propios saudíes han convertido insistentemente en símbolo sa­
grado del islam, si bien al servicio de su propia legitimidad para
mantener un régimen despótico y tribal que no tiene capacidad
para alzar la voz y defender las injusticias que castigan a las po­
blaciones del mundo musulmán al que pretende representar en
exclusiva.
Y no porque lo dijese Ben Laden deja de ser cierto que exis­
te un silencio culpable ante la muerte y sufrimiento de los niños
iraquíes sometidos a un embargo injusto y letal cuyos objetivos
políticos de derrocamiento del régimen iraquí han sido probada­
mente ineficaces, y que existe una inaceptable insensibilidad ante
la violencia diaria que sufren los palestinos porque el apoyo in­
condicional de EE.UU. a Israel ha prevalecido sobre el derecho
internacional y el sufrimiento humano.
Es decir, la política norteamericana no ha tenido en cuenta al
ser humano en esta parte del mundo (y no sólo aquí), y Ben La­
den hacía de la acumulación histórica de sufrimiento y humi­
llación que padecen las poblaciones musulmanas el principal ele­
mento de movilización a su favor. La manipulación y oportunismo
de Ben Laden de ese sufrimiento en beneficio de su espuria cau­
sa no lo hace irreal. Existe, y es la raíz del problema, y en tanto
que no se resuelvan esos problemas con un cambio de la polí­
tica internacional en esta zona no podremos luchar verdadera­
mente contra la barbarie que representa este personaje. Esa polí­
tica internacional está principalmente liderada por EE.UU., y de
ahí que en la declaración de Ben Laden sea el principal objetivo
de sus amenazas, y no el mundo occidental en general. No se les
odia por su cultura sino por su política exterior, algo que tam­
bién queda claro en el mensaje. No se trata de una lucha entre
civilizaciones y culturas, como muestra el contenido básicamen­
te político de la declaración de Ben Laden. De hecho, si consi­
derase que la clave cultural movilizaría al mundo musulmán a su

252
favor no hubiese dudado en recurrir a ella con el mismo oportu­
nismo. Esto es muy importante para todos aquellos que también
de manera oportunista quieren reducir la complejidad de lo que
está pasando a una lucha contra los valores occidentales para no
tener que afrontar la solución política de los problemas. Por tan­
to, para acabar con los Ben Laden, además de perseguirlos y juz­
garlos por sus crímenes en tribunales internacionales, EE.UU. y
sus aliados tendrían que modificar su política en Oriente Medio.
Eso significa mucho más que mencionar en cada discurso que no
se trata de una guerra contra el islam ni contra el mundo musul­
mán, y mucho más que limitarse a escaladas militares que pro­
ducen más sufrimiento humano y generan más odio, como ha
sido el caso de la guerra en Afganistán y la invasión militar de
Iraq. De esa humillación y sufrimiento seguro que Ben Laden sa­
cará también partido.
Pero frente a este cúmulo de realidades políticas, la cultura y
la religión están siendo cínicamente explotadas para justificar
conflictos militares y desastrosas políticas internacionales de gran
coste humanitario. Marginando el análisis racional y político se
están eludiendo las verdaderas actuaciones que pueden luchar
eficazmente contra la extensión de esa violencia. La batalla con­
tra el terrorismo trasciende totalmente el paradigma civilizacional
y su éxito a largo plazo. Se basa tanto en superar una amenaza
como un desafío: conocer y entender la diversidad del mundo
musulmán para debilitar a los extremistas y alentar a los refor­
mistas; dar salidas políticas y no militares a los conflictos en esa
región y contribuir a mejorar la terrible existencia que llevan la
mayor parte de la población de esos países.
Una fórmula mágica sirve para no afrontar ese desafio: ahon­
dar en el totum revolutum calificando a los culpables de «funda-
mentalistas islámicos». A partir de ahí las mentes dejan de fun­
cionar y la política estadounidense puede seguir haciendo un uso
oportunista de los diferentes actores islámicos, colocarse fuera de
la ley, ocultar el terrorismo de Estado tras la oficializada «guerra
contra el terrorismo internacional», incidir en la islamofobia y,
con todo ello, alimentar la violencia de los países musulmanes.
Washington se empecina en que puede ganar la «guerra contra el
terrorismo» en los términos que ha establecido (ataques preventi­

253
vos, remodelación del mapa del Oriente Medio para su domina­
ción y la de su alter ego israelí, puesta en práctica de acciones ile­
gales como el campo de internamiento de Guantánamo, asesina­
tos selectivos de quienes considere unilateralmente terroristas y
leyes raciales contra los extranjeros de origen musulmán en sue­
lo norteamericano...) sin manifestar por el momento un gran in­
terés por conocer de dónde procede al-Qa'eda y cómo su apoyo
puede ir aumentando en los países musulmanes. Y no quiere
conocer esas razones ni esas respuestas porque significarían te­
ner que hacer lo contrario de lo que está haciendo desde hace
mucho tiempo, pero de manera sistemática desde el 11 de sep­
tiembre.
En el ámbito de los movimientos islámicos, primero de todo
tendría que distinguir entre islamistas moderados y violentos,
aceptando a los primeros y apoyando su inserción en sistemas po­
líticos reformados que avancen en la democratización y pongan
fin a la impunidad con la que los regímenes árabes, con apoyo
estadounidense, reprimen a todo movimiento de oposición (es
decir, lo que excepcional, y felizmente, han hecho en Turquía
porque les ha interesado la estabilidad de este país en un mo­
mento en que su objetivo está en Iraq). En segundo lugar, hay
que diferenciar el islamismo y la organización al-Qa'eda. Al-
Qa'eda es un fenómeno que no procede del movimiento isla-
mista, ni siquiera del islamismo radical y violento que surgió en
el mundo árabe desde los años setenta, como reacción contra los
regímenes socialistas árabes, no contra ningún país de Occiden­
te. El islamismo procede de un pensamiento político y una ex­
periencia histórica de la que no ha formado parte ni Osama Ben
Laden ni al-Qa'eda. El origen de éstos comienza en los años
ochenta, fruto de la alquimia saudí, paquistaní y norteamericana,
y son el resultado final de un proceso que inicialmente generó la
guerra fría. Proceden de los muydbidin islámicos creados para
combatir contra los soviéticos en Afganistán. Son integristas en
su concepción islámica, radicalizados contra la ocupación ex­
tranjera de suelo musulmán y convencidos del éxito de la acción
armada y violenta contra quienes identifican como sus enemigos
(primero los soviéticos y el régimen procomunista de Afganistán
y luego sus propios amos, los saudíes y sus protectores norteame­

254
ricanos). Proceden en cualquier caso de una «cepa» bien distinta
y ajena a la de los grupos islamistas extremistas, con los que sí
comparten su modo de acción violenta, su interpretación islámi­
ca rigorista y totalitaria y su rechazo creciente hacia la política oc­
cidental en el mundo musulmán. Por ello, son los grupos con los
que más sintonía puede encontrar al-Qa'eda y los que más fácil­
mente pueden atravesar la tenue línea que los separa y unirse a
ésta o colaborar con ella proporcionándole cobertura en sus res­
pectivos países de implantación. Sin duda, atraer a estos movi­
mientos forma parte de la primera línea de estrategia de al-Qa'eda.
Y la mejor manera de aislar y debilitar a los islamistas extremistas
es contribuyendo a democratizar el marco político de los países
árabes integrando en ellos a los islamistas reformistas o modera­
dos que, aunque no formen parte de la información selectiva que
recibimos diariamente, centrada sólo en los actores extremistas,
están al igual que Occidente en lucha contra los violentos. Terce­
ro, al-Qa'eda espera ser el principa] beneficiario de la destrucción
de Iraq por los EE.UU. porque será la mejor prueba de que lo
que éstos en realidad buscan es establecer «protectorados» nor­
teamericanos en connivencia con Israel en todo Oriente Medio,
lo cual va a generar una inmensa ola de sentimiento antiameri­
cano en todas las sociedades, elites y pueblos de la región. De he­
cho, al-Qa'eda tiene un gran interés en que la política exterior
norteamericana siga los pasos que está dando porque se deslegi­
tima sola y refuerza su apoyo social entre las poblaciones musul­
manas.
Por otro lado, en el marco del conflicto palestino-israelí, la
creciente sensación de los palestinos de que la comunidad inter­
nacional los ha abandonado completamente reafirma su opción
por la violencia contra la ocupación israelí, sin importarles ni si­
quiera si una estrategia que perjudica la imagen de su causa es in­
teligente políticamente. Es más, la completa coincidencia entre el
pensamiento de la actual administración norteamericana y el de
la clase dirigente israelí, partidarios de instaurar a golpe de bom­
bardeos un «nuevo orden» que consolide su doble poder en la re­
gión, Ies hace sentir a los palestinos que tienen que luchar más
que nunca para seguir existiendo. De ahí que ese otro foco de
violencia lleve una deriva trágica que está marcando indeleble­

255
mente a toda la actual generación árabe y musulmana. Al-Qaeda
nunca ha estado implicada en la defensa de los palestinos porque
es un producto bien distinto de otro frente medio-oriental, pero
la flagrante injusticia que sufren los palestinos es otra cuestión
que le favorece y no duda en instrumentalizarla a su favor.
En conclusión, mientras no se asuma la necesidad de desco­
dificar y modificar el funcionamiento de esa máquina de produ­
cir violencia musulmana que es la política exterior estadounidense
en Oriente Medio en connivencia con Israel (que está produ­
ciendo más víctimas que todos los terroristas suicidas dispuestos
a inmolarse), se estará incitando a las poblaciones de esa región a
ser tan violentas como les acusan ser.

256
EE.UU. decide invadir Iraq
Una guerra buscada e ilegal

Tras la intervención militar en Afganistán y animados por el


«éxito» de dicha campaña (que obtuvo el respaldo unánime de la
O NU y de la OTAN), la opinión de que le había llegado el tumo
a Iraq empezó a ganar adeptos en el seno de la administración
Bush. Para defender ante el mundo esa decisión de acabar con la
amenaza de Saddam Husein, los responsables norteamericanos
combinaron de manera errática argumentos de seguridad, huma­
nitarismo y defensa de los valores democráticos: que el régimen
iraquí posee armas de destrucción masiva que amenazan la segu­
ridad mundial; que dicho régimen tiene vínculos con al-Qa'eda
lo que le convierte en objetivo de «la guerra contra el terrorismo»
como lo fue Afganistán; que hay que proteger a la sociedad iraquí
del sufrimiento que padece (cuyo único responsable es el despó­
tico régimen de Saddam Husein); y que existe el deber moral de
llevar «nuestra» democracia a los iraquíes imponiendo un cambio
de régimen. Todos ellos son fácilmente rebatibles y difícilmente
creíbles.
Las inspecciones de la O N U no se habían renovado desde
1999; era una cuestión pendiente que permitía reavivar el dis­
curso sobre la amenaza armamentística de Saddam Husein y
propiciar la aceptación internacional de una intervención mili­
tar, a la sombra del consenso que siguió al 11 de septiembre.
Pero, en realidad, la política norteamericana no buscaba resta­
blecer las inspecciones de acuerdo con lo establecido por las re­
soluciones de la ONU, sino utilizar ese vacío para justificar un
casus betti. De ahí que la amenazante posesión de armas de des­
trucción masiva por parte de Iraq fuese el centro de la cuestión
presentada por EE.UU. y Gran Bretaña en octubre de 2002, con­

259
fiando en que una serie de informes preparados ad hoc con fuen­
tes imprecisas y Henos de lagunas y medias verdades bastasen
para justificar la guerra. Sin embargo, los tradicionales aliados
angloamericanos descubrieron que el 11 de septiembre había
fundido a toda la comunidad internacional en la lucha con­
tra el terrorismo y en el ataque contra Afganistán, pero no ha­
bía alterado la discrepancia existente desde 1999 con respecto a
Iraq.
Además, los informes presentados no fueron nada convin­
centes. Como señalaba Robert Fisk en un artículo en The Inde-
pendenC 1la inconsistencia del informe presentado por Tony Blair
el 24 de septiembre de 2002 al Parlamento británico sobre las ar­
mas de destrucción masiva que supuestamente tenía Iraq quedaba
demostrada por la proliferación en el texto presentado de mati-
zaciones como «quizás», «probablemente» o «si acaso»: «el pro­
grama armamentístico de Irak “casi seguramente” está buscando
hacerse con uranio enriquecido (...). "Al parecer” Irak está tratan­
do de producir imanes en serie (...). Hay evidencias de que Iraq
ha tratado de adquirir tubos de aluminio especializado pero “no
existen datos definitivos de inteligencia" que indiquen que esta
operación está dentro del contexto de un programa nuclear (...).
“Si acaso” Irak obtuviese material para fisión, éste país podría
producir armas nucleares dentro de uno o dos años (...). Es “di­
fícil determinar” si los misiles Al-Husseín podrían estar listos para
ser utilizados (...). Los esfuerzos para regenerar el programa ira­
quí de misiles “probablemente” comenzaron en 1995, etc., etc.».
Frente a estas vaguedades se alzaban las afirmaciones de especia­
listas en proliferación nuclear, del gobierno británico y de la CIA
que expresaban la gran improbabilidad de que Saddam Husein
contase con armamento nuclear. De hecho, las inspecciones de la
AIEA llevadas a cabo entre 1991 y 1998 señalaron que no se ha­
bía encontrado señal alguna de que Iraq contase con capacidad
nuclear.
Por su parte, el presidente Bush, en su discurso ante la
O N U con ocasión del primer aniversario del atentado contra
las Torres Gemelas, el 12 de septiembre de 2002, insistía en la
amenaza que suponía Saddam Husein y en la insoslayable ne­
cesidad de desarmarlo. Sin embargo, la larga lista de exigen-

260
cías a Iraq que presentaba iba mucho más allá del desarme, y
concluía diciendo: «incluso si todos esos pasos se cumplen (...)
podría abrirse la perspectiva de que Naciones Unidas contri­
buya a implantar un gobierno que represente a todos los ira­
quíes».
Cuatro días después de dicho discurso, el gobierno iraquí se
apresuró a transmitir que estaba dispuesto a recibir de nuevo a
los inspectores de la O NU sin condiciones, lo que cogió por sor­
presa a la administración Bush, que no tenía ningún interés en
dinamizar la inspección de la UNMOVIC porque retrasaba su
objetivo militar. De hecho reaccionó subiendo el diapasón de sus
acusaciones, exigencias y sobredimensionando el alcance de la
amenaza que representaba Saddam Husein. El 11 de octubre
George W. Bush obtenía la autorización del Congreso estadouni­
dense para ejercer el uso de la fuerza contra Iraq. Cinco días más
tarde, el régimen iraquí convocaba un referéndum presidencial en
el que Saddam obtenía el 100% de los votos emitidos, un claro
mensaje a la comunidad internacional sobre la capacidad de con­
trol interno del régimen.
Sin embargo, en el Consejo de Seguridad de la O N U se ex­
tendía el criterio favorable a continuar las inspecciones para ve­
rificar la situación armamentística de Iraq antes de iniciar un
ataque. EE.UU. acabó cediendo a regañadientes a este ritual por­
que sus encuestas internas indicaban que un elevado porcenta­
je de norteamericanos prefería atacar a Iraq bajo la enseña de
Naciones Unidas y porque su aliado británico también se mos­
tró partidario de seguir la ruta del organismo internacional, tras
comprobar la falta de apoyo a la acción militar entre la socie­
dad británica y dentro del propio partido. Así pues, el 8 de no­
viembre el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1441 en
la que se decidía «dar a Iraq una última oportunidad para llevar
a cabo sus obligaciones de desarme» estableciendo un nuevo ré­
gimen de inspección que llevaría a cabo la UNM OVIC, bajo la
dirección de Hans Blix, y la AIEA presidida por Mohamed al-
Baradei, de acuerdo con unos plazos muy específicos y exigien­
do al gobierno iraquí «el acceso incondicional, inmediato y sin
restricciones» a todo lugar, edificio y personas que los inspec­
tores deseasen supervisar o entrevistar sobre todo el territorio

261
iraquí.* El propio Blix expresó desde un principio que los dra­
conianos plazos que imponía la resolución 1441 (30 días para
que Iraq presentase un informe exhaustivo de su armamento y
45 días para que la UNM OVIC y la AIEA redactasen su infor­
me, que se presentaría quince días después al Consejo de Segu­
ridad) no eran suficientes para hacer el trabajo de manera com­
pleta y fiable. A ello se unía la inclusión en la 1441 de un
párrafo, exigido por EE.UU., según el cual si Iraq no cumplía
con el desarme «afrontará serias consecuencias» (párrafo 13).
Esta frase buscaba abrir la puerta a una interpretación que jus­
tificara por sí misma el ataque, sin necesidad de una resolución
ad hoc del Consejo de Seguridad. Sin embargo, el párrafo 4, se­
gún el cual en caso de que Iraq incumpliera las exigencias de la
1441 el Consejo de Seguridad evaluaría la situación, tras ser in­
formado por los jefes de la inspección, suponía un obstáculo
insalvable. No obstante, las continuas declaraciones del presiden­
te Bush y de distintos miembros de su administración dejaban
clara su intención de reconducir la situación hacia un escenario
bélico, fuesen cuales fuesen los resultados de la inspección.
Los inspectores volvieron a Iraq el 18 de noviembre de 2002
para cumplir lo establecido por la resolución 1441. Ese mismo
día EE.UU. y Gran Bretaña llevaron a cabo un intenso bombar­
deo en la zona de exclusión aérea del sur de Iraq que causó sie­
te muertos civiles y numerosos heridos; una provocación que fue
ignorada por el gobierno de Bagdad. A partir de ese momento
comenzó un periodo de tensión creciente en el Consejo de Se­
guridad. La impaciencia de EE.UU., secundado principalmente
por Gran Bretaña y España, se enfrentaba a la posición de Fran­
cia, Rusia, China y Alemania, que defendían la prolongación del
plazo de las inspecciones y manifestaban de manera cada vez más
explícita su rechazo a la guerra.

' Es muy interesante señalar que habitualmente se ha utilizado el término «pa­


lacios presidenciales» para referirse a lo que en realidad son los «edificios oficiales» ira­
quíes (ministerios, sedes del partido Baaz, de la Guardia Republicana, de la adminis­
tración, etc.). Est sin duda, una mala traducción de la denominación árabe ra’hi, que
significa tanto oficial como presidencial, pero no parece casual. El término «palacios
presidenciales» parece indicar que se trata de una serie interminable de palacios de Sad­
dam Husein, lo que contribuye a la imagen de egolatría y afín de riqueza del perso­
naje.

262
La interpretación de los informes de los inspectores variaron
para unos y para otros, aunque es innegable que atestiguaban una
progresiva cooperación iraquí (aceptando exigencias como entre­
vistas individuales y sin testigos de personal iraquí y vuelos de ins­
pección de aviones U2, aunque el mismo día que comenzaron di­
chos aviones su labor EE.UU. y Gran Bretaña volvieron a
bombardear el sur de Iraq) y que no encontraban nada significa­
tivo en términos de armas de destrucción masiva. Así, el 27 de
enero de 2003, Blix y Baradei presentaron un primer informe al
Consejo de Seguridad, en el que afirmaban no haber encontrado
indicios de la existencia de armas de destrucción masiva, aunque
consideraban que eí informe del gobierno iraquí del 7 de diciem­
bre anterior había dejado interrogantes, y solicitaban más tiempo
y mayor colaboración iraquí. Al día siguiente, el presidente Bush,
en el discurso sobre el Estado de la Unión, como si no hubiese
escuchado a los inspectores, acusó a Saddam Husein de no cum­
plir las resoluciones de la ONU, de amenazar la paz mundial con
sus armas de destrucción masiva, de tener vínculos con al-Qa'eda
y de ser un abominable dictador. Poco después, una de las acusa­
ciones era puesta en duda ni más ni menos que por la CIA y el
FBI, que cuestionaban la existencia de lazos entre Osama Ben La­
den e Iraq. Es más, el 11 de febrero la cadena al-Yasira difundía
un nuevo video de Osama Ben Laden en el que, si bien arengaba
a los iraquíes a resistir la invasión norteamericana y a convertirse
en mártires sacrificando su vida en contra de las tropas extranje­
ras, también denunciaba como apóstata al régimen iraquí.
En realidad, la argumentación presentada para justificar la in­
vasión de Iraq por su conexión con el grupo al-Qa'eda sólo ha
sido rentable ante parte de la opinión pública norteamericana.
Cuando Bush afirmaba con rotundidad: «[Saddam Hussein] es
una amenaza porque tiene tratos con al-Qa'eda (...) nuestro país
afronta una verdadera amenaza que es una red de al-Qa'eda en­
trenada y armada por Saddam Hussein que puede atacar a Amé­
rica y no dejar ni rastro»/2 sólo la opinión pública estadouni­
dense aceptaba fácilmente esta demonización, y gracias a que
los viejos demonios de la guerra del Golfo y la psicosis, conse­
cuencia de los atentados del 11 de septiembre, estaban a flor de
piel.

263
Sin embargo, EE.UU. no ha podido ofrecer al resto del mun­
do ninguna prueba de esa conexión. La resistencia del régimen
de Husein a rendirse y los ataques anárquicos de al-Qa'eda con­
tra los saudíes y sus guardianes norteamericanos son dos tipos
muy diferentes de reacción convulsiva contra la pax americana.
Sería absurdo que Saddam Husein, si las tuviera, diese armas de
destrucción masiva a una imprededble red terrorista que detesta
a los regímenes árabes socialistas como el iraquí, al que decla­
ra apóstata del islam. De hecho, la rentabilidad propagandística que
al-Qa'eda puede extraer de un ataque norteamericano contra Iraq
para airear el doble rasero, la injusticia de la política internacio­
nal hacia el mundo árabe y musulmán y el desprecio por sus po­
blaciones, hace que prácticamente le convenga. La estrategia de
al-Qa'eda no busca cooptar los regímenes, sino los individuos
(para lograr simpatía y base social), las asociaciones islámicas wah-
habíes implantadas en Arabia Saudí (que han ido rechazando
cada vez más la política interior y exterior de los gobernantes sau­
díes) y los grupos islamistas radicales del mundo árabe (con el fin
de atraerlos a su causa para que internacionalicen sus objetivos):
la intervención en Iraq favorece estas tres vías de crecimiento.
Otra de las razones presentadas para justificar un ataque con­
tra Iraq, la obligación moral de actuar para remediar el sufri­
miento de la población civil iraquí, era de hecho la más cínica e
inmoral. La política norteamericana en Iraq ha mostrado sobra­
damente su desprecio hacia los ciudadanos iraquíes, contem­
plando pasivamente cómo Saddam Husein los reprimía y aterro­
rizaba y contribuyendo con sanciones y bombardeos a su tortura
y destrucción. Nadie ha puesto en duda el comportamiento des­
pótico del régimen iraquí y su ejercicio del terror como instru­
mento de dominación de sus ciudadanos (exactamente igual que
muchos otros gobernantes aliados de EE.UU., por otro lado),
pero el uso oportunista y selectivo de la denuncia de las viola­
ciones contra los derechos humanos en el caso iraquí ha causado
hasta la reacción de organismos como Amnistía Internacional.
Esta organización elaboró un comunicado en septiembre de 2002
en el que afirmaba: «Algunos líderes políticos occidentales están
utilizando con inusitada frecuencia la situación de los derechos
humanos en Iraq como excusa para justificar una intervención

264
militar. Este enfoque selectivo de los derechos humanos no es
más que una manipulación fría y calculada de la labor de los de­
fensores de derechos humanos. No olvidemos que fueron esos
mismos gobiernos los que cerraron ios ojos ante los informes de
Amnistía Internacional sobre las violaciones generalizadas que
tenían lugar en Iraq (...). Asimismo (...) al examinar la cuestión
del uso de la fuerza militar, el Consejo de Seguridad no debe sólo
considerar las consecuencias políticas y de seguridad sino tam­
bién el inevitable precio de la guerra en materia humanitaria y de
derechos humanos (...). Pero la preocupación por la vida y segu­
ridad del pueblo iraquí es un elemento tristemente ausente en ese
debate».
La defensa de Washington de los derechos humanos de los
iraquíes no tiene ninguna credibilidad. EE.UU. continuó dando
apoyo militar, económico y diplomático al líder iraquí en los mo­
mentos en que cometió las peores violaciones de derechos hu­
manos; impuso en la O NU el mantenimiento de las sanciones y
ha sido responsable de los continuos bombardeos contra el pue­
blo iraquí, acciones que han causado infinidad de muertos civi­
les (aunque Washington defendiera que esas muertes «merecían la
pena»); y la actual política norteamericana se basa en reprochar
al régimen iraquí sus violaciones mientras apoya a otros regíme­
nes de la región que violan de manera creciente los derechos hu­
manos (no sólo las dictaduras árabes, también Israel).
Pero, impertérrita, la administración norteamericana siguió
con su ofensiva unilateral. El 5 de febrero de 2003 el secretario
de Estado, Colín Powell, compareció ante el Consejo de Segu­
ridad para exponer las «pruebas» norteamericanas de la existencia
de armas de destrucción masiva iraquíes y de los lazos entre el
terrorismo y el régimen de Bagdad. No sólo fueron dichas prue­
bas poco convincentes, sino que su mera presentación situaba a
EE.UU. fuera de la legalidad de la ONU, ya que dichas pruebas
deberían haber sido transmitidas a los inspectores y no presenta­
das unilateralmente al Consejo de Seguridad. Obrando como lo
hizo, EE.UU. era juez y parte, y demostraba una vez más que las
autoridades estadounidenses actúan fuera de las. instituciones y
sólo recurren a ellas para instrumentalizarlas. Algunas de las prue­
bas, como la supuesta compra de uranio a Nigeria o la utilización

265
de camiones-laboratorios, incluso fueron desautorizadas por los
inspectores en la presentación de su siguiente informe, el 14 de
febrero. En dicho informe, Blix y Baradei afirmaron no haber en­
contrado más que restos de receptores de munición química va­
cíos que deberían haber sido destruidos y la existencia de misiles
Samud 2 que sobrepasaban en treinta km la limitación de 150
que exigía la resolución 687 (y que a continuación el gobierno
iraquí accedió a destruir). Concluían, una vez más, solicitando
más tiempo. La mayoría del Consejo de Seguridad se mostró par­
tidaria de concedérselo, con la excepción de EE.UU., Gran Bre­
taña, España y Bulgaria. El ministro de Exteriores francés, Do-
minique de Villepin, declaraba, por ejemplo, que la decisión del
gobierno iraquí de destruir los Samud 2 mostraba que «las ins­
pecciones están funcionando y por tanto no hay razón para aban­
donar el método de desarme de Iraq por vía pacífica... Los pla­
zos de la diplomacia no deben ser los plazos de la guerra». Por
su parte, el ministro alemán, Joschka Fischer, decía: «no veo por
qué este proceso de desarme debería detenerse ahora cuando está
dando resultados concretos».
Mientras tanto, el discurso de EE.UU. y sus seguidores seguía
cayendo en grandes contradicciones. A la falta de pruebas sobre
el supuesto arsenal de armas de Iraq se respondía defendiendo la
acción militar. La cuestión era el desarme de Iraq, pero lo que se
defendía era el derrocamiento de Saddam Husein, en parte por­
que no encontraban esas armas. Además, se desplazaba la carga
de la prueba de los inspectores al propio Saddam Husein cuando,
por simple lógica, el régimen iraquí, al defender que no tenia ar­
mas, era incapaz de demostrarlo: no se puede demostrar una
carencia. Aun así, el presidente Bush y su administración desa­
creditaban reiteradamente los informes de inspección asegurando
que si no hallaban lo que EE.UU. sabía con certeza absoluta que
existía, aunque fuera incapaz de probarlo de modo irrefutable, se­
ría necesario invadir y ocupar Iraq. Ante esta posición, UNMO-
VIC no tenía casi ningún sentido.
Otra prueba significativa de que la amenaza armamentística
iraquí era sólo un pretexto para desencadenar una guerra la pro­
porcionaron las contradicciones e incoherencias de la política
norteamericana cuando surgió casi al mismo tiempo la cuestión

266
de Corea del Norte, otro de los países pertenecientes al «eje del
m al»/ Las inspecciones llevadas a cabo por la AIEA entre 1991
y 1998 en Iraq no detectaron ningún rastro de armas nuclea­
res, y las inspecciones reiniciadas en noviembre de 2002 tampo­
co apuntaban nada en ese sentido. Sin embargo, Corea del Nor­
te cuenta al menos con dos bombas nucleares y un programa que
acaba de reíniáar que le puede permitir crear muchas más. Las
autoridades coreanas expulsaron a los inspectores de la AIEA en
el mismo momento en que los iraquíes los recibían de nuevo y,
según declaraba el propio Kofi Annan, «los inspectores están rea­
lizando su trabajo sin impedimentos. Por tanto, no veo ninguna
razón para una acción militar inmediata».93 Aun así, la adminis­
tración Bush mantuvo que la amenaza iraquí era superior a la de
Corea del Norte, sin poder presentar ninguna prueba de ello, y
afirmó que era posible afrontar la cuestión coreana por la vía di­
plomática, la misma que negaba a Iraq.
Poco a poco quedaba claro que EE.UU. no colocaba en pri­
mera línea de su acción exterior la invasión y ocupación militar de
Iraq porque Saddam Husein fuese una amenaza armamentística
mundial, ni porque fuese un dictador, ni porque tuviese vínculos
con al-Qa’eda. Empezaba a ser evidente que la fijación con Iraq
respondía a un proyecto de corte colonial destinado a imponer un
nuevo mapa en Oriente Medio favorable a sí mismo y a Israel,
con todas las consecuencias militares, humanitarias, económicas y
políticas que ello implicaba, entre las que no estaban la protec­
ción de las poblaciones civiles ni la democratización de la zona.
En consecuencia, emergió un movimiento social a escala mundial
en contra de la guerra que cristalizó el 15 de febrero con manifes­
taciones multitudinarias en todo el mundo, incluidas las principa­
les ciudades estadounidenses.
Frente a la unanimidad de las sociedades en la oposición a
la guerra, los gobiernos reaccionaron de modos diversos. En la
Unión Europea apareció una brecha de consecuencias imprede-

* Este término fue acuñado por el presidente Bush con ocasión de su discurso
sobre el Estado de la Unión el 28 de enero de 2003. En realidad, era una nueva de­
nominación al servicio del imaginario religioso fiindamentalista, tan en uso en la ac­
tual administración norteamericana, del concepto de rogue staUs o «Estados fuera de la
ley», formulada en 1993.

267
cibles entre Francia y Alemania, de un lado, y España y el Reino
Unido, del otro. Por su parte, los países árabes expresaban el 1 de
marzo, en la cumbre de la Liga Árabe de Sharm al-Shayj, no sen­
tirse amenazados por Iraq y su oposición a la guerra, aunque
dada la dependencia que tienen la mayoría de ellos de EE.UU.,
se expresaban con mucha cautela. Por prudencia se limitaron a
aprobar la constitución de un grupo de ministros de Asuntos Ex­
teriores árabes para contactar a Saddam Husein (que se negó a re­
cibirlos molesto por la propuesta de los Emiratos Árabes Unidos,
no admitida por los demás, de pedirle que se exiliase) y a los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad para transmi­
tirles su deseo de evitar la guerra. La prudencia también evitó que
se aprobase la propuesta más firme de Siria de adoptar una de­
claración en contra de «cualquier apoyo a una acción militan>,
íCóm o iban a aprobar esa resolución los países del Golfo cuan­
do son prácticamente protectorados militares de EE.UU.? Sin
embargo, a Siria no le cabía más remedio que proponerlo, ya que
es consciente de que el discurso estadounidense de «remodela­
ción» de Oriente Medio pasará, antes o después, por Damasco.
Pero a todos los gobiernos árabes una posible invasión mili­
tar norteamericana contra Iraq les colocaba en una situación muy
difícil. Avalar la agresión exterior contra otro país árabe les situa­
ría en una posición de deslegitimación política e institucional
aguda (en 1991 se trataba de una agresión iraquí contra otro país
árabe) y temían los riesgos de desestabilización que les podía supo­
ner la ola de rabia y frustración que iban a experimentar sus
poblaciones, completamente desafectas a sus gobiernos y muy po­
litizadas por la terrible situación en Palestina y la inacción inter­
nacional contra Israel. Algunos, como Egipto, Jordania, Siria y Lí­
bano, también eran conscientes de los costes económicos que el
conflicto les depararía, porque no iban a ser menores que los pa­
decidos en la guerra del Golfo, y temían también las consecuen­
cias humanitarias que se producirían, empezando por el flujo de
desplazados y refugiados. Los conceptos de «ataque preventivo»
y de «cambio de régimen» tampoco les gustaban en absoluto;
nada les aseguraba que no se volviesen en contra de uno de ellos
en el futuro.
De ahí la propuesta del príncipe heredero saudí, Abdallah

268
Ben Abdel Azíz, que gobierna de hecho el país, de una Carta
para la Reforma del Mundo Árabe, que buscaba adelantarse a las
insistentes declaraciones norteamericanas sobre la necesaria re­
modelación de Oriente Medio. George Bush acusaba recibo, para
tranquilidad al menos momentánea de Arabia Saudí, en su dis­
curso del 26 de febrero ante el American Enterprise Insritute: «De
Marruecos a Bahrein, los dirigentes de la región hablan de una
nueva carta árabe». Dicha Carta, todavía en borrador, apoya sus
directrices en el principio coránico que dice «Dios no te ayudará
a cambiar si tú no cambias en primer lugar», y llama la atención
sobre la «parálisis y falta de recursos» de la comunidad árabe ante
«la explosiva situación que vive la región», lo que «ha dado la
oportunidad a algunos para atacar y minar los derechos e intere­
ses legítimos árabes». Propone una reforma general para vitalizar
al mundo árabe incrementando la participación política, alentan­
do la integración económica y garantizando la seguridad mutua,
y sostiene que «las reformas y la valoración de la participación
popular en la vida política de los Estados árabes son medidas
esenciales a la hora de garantizar las condiciones para el desarro­
llo de sus recursos humanos de la región». No obstante, las pro­
puestas concretas sobre la democratización son más vagas que las
iniciativas económicas, que incluyen la creación de una zona de
libre cambio árabe en el horizonte del 2005 que les permita
afrontar los desafíos de la globalización y «apoyar y desarrollar el
sector privado».
Ésta es la segunda vez en poco tiempo que el príncipe Abda-
llah aparece desempeñando un papel de líder regional árabe, tra­
tando de contrarrestar, las dificultades internas que los gobernan­
tes saudíes experimentan y buscando resolver conflictos que
amenazan a la región. En marzo de 2002, en la cumbre de Bei­
rut de la Liga Árabe, presentó un plan árabe para resolver el con­
flicto palestino-israelí proponiendo la creación de un Estado pa­
lestino de acuerdo con las fronteras de 1967 a cambio del
reconocimiento de Israel y la apertura de relaciones diplomáticas
con Tel Aviv por parte de los países árabes. Ahora, la nueva ini­
ciativa de Carta para la Reforma Árabe, intenta, ante las insisten­
tes declaraciones norteamericanas de que hay que cambiar la re­
gión, prevenir las interferencias exteriores. Por ello, termina

269
afirmando que los Estados árabes deben «mantenerse unidos con­
tra cualquier amenaza de agresión a otro Estado árabe». En el
fondo se trataba de una huida hacia delante con muy poca ca­
pacidad de plasmación real.
Finalmente, Bush, ignorando a la opinión pública mundial, a
los Estados árabes, a buena parte de sus aliados europeos y a su
propia falta de argumentos, se reunió con los primeros ministros
del Reino Unido, Portugal y España en las Azores, el 16 de mar­
zo de 2003, y tras constatar que la UNMOVIC no servía a sus
intereses y que era incapaz de lograr en el Consejo de Seguridad
una resolución que legitimase la guerra (furioso además por la
propuesta alternativa franco-alemana de triplicar el contingente
de inspectores en Iraq con la cobertura de los cascos azules de la
ONU), decidió actuar al margen de la legalidad internacional.
Tras dar un ultimátum de ventícuatro horas a Saddam Husein, in­
vadió Iraq con la ayuda militar británica y australiana en la ma­
drugada del 20 de marzo de 2003.

270
¿Por qué Iraq?

El interés de EE.UU. por Iraq combina elementos estratégicos


y económicos, a los que se suma una estrecha identificación entre
el pensamiento norteamericano que representan los actuales go­
bernantes de EE.UU. y el de la clase dirigente israelí liderada por
Ariel Sharon. Ambas partes comparten una concepción política
basada en forzar diseños grandiosos del mapa político de Oriente
Medio, instaurando un «nuevo orden» que consolide el poder
norteamericano e israelí en esta región. Desde 1982 Sharon persi­
gue este objetivo, truncado en sucesivos momentos, y ha visto en
la relación de fuerzas que existe en el seno de la actual elite diri­
gente norteamericana y en el orden internacional dominado por
EE.UU., la ocasión que lleva esperando desde hace dos décadas.
El senador republicano James Moran afirmó en una conferen­
cia unos días antes del comienzo de la invasión norteamericana
de Iraq que «si no hubiera habido el enorme apoyo a esta guerra
por parte de la comunidad judía, no habríamos hecho lo que es­
tamos haciendo». Moran fue tachado de «antisemita» y obligado
a retractarse, pero sus palabras eran el reflejo de una realidad in­
dudable: la estrecha filiación que existe entre Israel y «el partido
de la guerra» que rodea a Donald Rumsfeld en el Departamen­
to de Defensa. El clan formado por Paul Wolfowitz, vicesecre­
tario de defensa, Douglas Feith, número tres de dicho depar­
tamento, y Richard Perle, presidente del Consejo de Política de
Defensa tiene un largo historial de trabajo a favor de Israel, ac­
tuando en tareas de espionaje o como agentes de influencia israe­
lí sobre la política de EE.UU. desde los años ochenta.*

* Douglas Feith le estuvo pasando material clasificado a Israel cuando servía en

271
El lobby proisraelí en EE.UU. adquirió fuerza y gran capaci­
dad de influencia en la política norteamericana hacia Oriente
Medio tras la guerra árabe-israelí de 1967, cuando se creó el Ame-
rican-Israel Public Affairs Committee (AIPAC) y la doctrina NÍ-
xon convirtió a Israel en el vicario del poder militar estadouni­
dense en la región. El Washington Institute for Near East Pohcy
(WINEP), creado en 1985 bajo la responsabilidad del que hasta
entonces había sido el director del AIPAC, Martin Indyk, nació
como un think tank para reforzar esa influencia en el seno del
Congreso y de la administración estadounidenses. Como ha ana­
lizado en profundidad Joel Beinin,94 el informe del WINEP titu­
lado «Building for peace: An American Strategy for the Middle
East», elaborado en 1988, aconsejaba a la administración esta­
dounidense «resistirse a las presiones a favor de avanzar en el pro­
ceso de paz palestino-israelí hasta que las condiciones estuviesen
maduras». Seis miembros de este grupo de estudio fueron reclu­
tados por la administración Bush (padre) y ésta asumió dicho
principio de no cambiar nada hasta que el cambio fuese inevita­
ble, de ahí que EE.UU. rechazase negociar con la OLP a pesar de
su reconocimiento de Israel en noviembre de 1988 y de las seña­
les que en ese sentido se daban por parte palestina, como vimos
anteriormente. También fue el WINEP quien forzó la concep­
ción norteamericana de Israel como un aliado imprescindible de
EE.UU. contra la expansión del islamismo, desaconsejando la de­
mocratización de los países árabes aliados, como Egipto y Jorda­
nia, para frenar el desarrollo islamista. El WINEP «colonizó» aún
más la administración Clinton y once de sus miembros pasaron
a formar parte de ésta, entre ellos Anthony Lake (Asesor de Se­
guridad Nacional), Madeleine Albright (secretaria de Estado),
Stuart Eisenstat (subsecretario de Comercio) y Les Aspin (secre­

el Consejo de Seguridad Nacional a comienzos de los ochenta, aunque nunca fue acu­
sado formalmente. Más tarde representó a industrias armamentísticas israelíes en Was­
hington y Turquía. Richard Perle fue investigado por el Departamento de Justicia bajo
la sospecha de pasar información clasificada a Israel, ha sido asesor del partido Likud
y siempre ha tenido en su entorno a personas proisraelíes, alguna de ellas, como Ste-
phen Bryen, acusada de pasar documentos secretos a un oficial ¡sraelí. Ambos han sido
nombrados por Paul Wolfowitz para distintos cargos. El perfil detallado de los tres ha
sido analizado por Thomas Stauffer en «Israel's Men at the DoD» en Middle East In­
ternational 696, 2003.

272
tario de Defensa). El principal artífice de la política norteame­
ricana de doble contención destinada a aislar a Iraq e Irán que
inauguró la administración Clinton en 1993, precedente del «eje
del mal», fue Martin Indyk desde su nuevo puesto de asesor es­
pecial del presidente y director principal para Oriente Medio y el
Sur de Asia en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense.
La actual administración Bush, como ha analizado Joel Bei-
nin, también ha desarrollado estrechos vínculos con otros thmk
tanks proisraelíes vinculados directamente con los sectores más
derechistas de Israel, como el Jewish Insritute for Nacional Secu-
rity Affairs (JINSA) y el Project for a New American Century
(PNAC). Tanto Richard Cheney, como Douglas Feith y Richard
Perle forman o han formado parte del consejo de asesores del
JINSA. Al PNAC están afiliados Cheney y su jefe de gabinete,
Lewis Lobby, Donald Rumsfeld y su segundo Paul Wolfowitz, el
subsecretario de Estado, Richard Armitage, el enviado especial de
los «iraquíes libres», Zalmay Jalilzad, y Elliot Abrams, uno de los
artífices del Irangate que ahora sirve como asesor para Oriente
Medio en el Consejo de Seguridad Nacional.
El informe preparado ya en 1996 por Richard Perle y Douglas
Feith, en conjunción con Benjamín Netanyahu, a favor de atacar
Iraq es de particular importancia a la hora de entender el impul­
so incontenible a favor de «tomar» este país. Escrito bajo los aus­
picios del Insritute for Advanced Strategic and Political Studies
con sede en Washington y Jerusalén, dicho estudio de prospecti­
va política, titulado «A Clean Bréale: A New Strategy for Securing
the Realm», aconsejaba vivamente que Israel repudiase los acuer­
dos de Oslo, buscase la anexión de Cisjordania y Gaza, y alen­
tase a Jordania a restaurar la monarquía hachemí en Iraq tras la
eliminación de Saddam Husein, lo que se definía como «un ob­
jetivo estratégico primordial israelí de derecho propio». Era el
anuncio de la identificación absoluta entre el clan norteamerica­
no que iba a gobernar con el nuevo presidente Bush y la visión
estratégica del Likud, pero que ya desde 1998, y en connivencia
con el opositor iraquí Ahmed Chalabí, se convirtió en un im­
portante grupo de presión en la administración Clinton. Primero
lograron la aprobación de la Iraq Liberation Act, que inauguraba
la orientación de la política norteamericana a favor del «cambio

273
de régimen» en Iraq, a continuación dieron la orden a la UNS­
CO M de que abandonase Bagdad y emprendieron el bombardeo
de cuatro días de la operación «Zorro del desierto», todo ello al
margen de la ONU.
Nada más tener lugar los atentados del 11 de septiembre, Ri­
chard Perle defendió en el Consejo de Política de Defensa, que
presidía, el derrocamiento de Saddam Husein como uno de los
objetivos de «la guerra contra el terrorismo», a pesar de la ausen­
cia de vínculos entre el régimen iraquí y al-Qa’eda. El mismo Per­
le envió una carta al presidente Bush el 20 de septiembre de 2001
en la que afirmaba: «incluso si no existe un lazo evidente entre
Iraq y el ataque del 11 de septiembre, cualquier estrategia dedi­
cada a erradicar el terrorismo y sus patrocinadores debe incluir
un esfuerzo determinante para apartar a Saddam Husein del po­
der en Iraq».
Asimismo, es interesante observar cómo el extremismo con­
servador que caracteriza a la administración Bush se ha ido iden­
tificando cada vez más con ciertos modos políticos, en su mayor
parte ilegales, que han caracterizado a Israel. La tradicional iden­
tidad política israelí basada en el principio de «nos bastamos con
nosotros mismos y sospechamos de todos los demás» encuentra
un fiel reflejo en la dinámica unilateralista y aislacionista ameri­
cana; la identificación que Israel siempre ha hecho de sí mismo
con los valores democráticos mientras defiende como ética y mo­
ralmente aceptable su recurso a acciones ilegales, ilegítimas y en
contra de las convenciones internacionales de derechos humanos
en su lucha contra los que identifica como enemigos, ha sido per­
fectamente imitada y expresada explícitamente por la adminis­
tración Bush; el método de asesinatos selectivos de quienes
consideran «terroristas» eludiendo cualquier proceso judicial y
presentación de pruebas ha sido una práctica común de Israel que
EE.UU. ha hecho públicamente suya y ha comenzado a ejercer
desde el 11 de septiembre; la guerra preventiva contra Iraq im­
pone el principio del uso de la fuerza para resolver problemas po­
líticos y diplomáticos, que es exactamente lo que ha estado ha­
ciendo Israel en las guerras de 1956, de 1967 y con la invasión del
Líbano en 1982. Finalmente, pero no menos importante, el sec­
tor dominante del gobierno actual norteamericano representa una

274
tendencia religiosa cristiana integrista y visionaria, convencida de
que Dios está de su parte, que comparte con Israel el proyecto
divino bíblico y la consideración de que los musulmanes repre­
sentan la cara del mal. De ahí el sustrato racista e islamofóbico
que les define y aúna.
En consecuencia, Israel y toda su clase política no sólo apo­
yan el belicismo del presidente Bush contra Iraq, sino que lo ali­
mentan desde los círculos del lobby proisraelí en el seno de su
administración, mientras sus homólogos norteamericanos dan el
visto bueno a la política radical israelí contra los palestinos e in­
cluso ambos colocan también en primera línea la exigencia de un
«cambio de régimen» en el gobierno palestino para eludir las ne­
gociaciones políticas y justificar la campaña militar a la que se ha
sometido a la Autoridad Nacional Palestina. En realidad, la es­
trategia contra Iraq comparte muchos elementos generales de la
estrategia contra los palestinos: marginación o ignorancia del su­
frimiento de las poblaciones civiles; demonización de sus líderes
aireando su corrupción y su despotismo; e identificación de Pa­
lestina e Iraq con dichos líderes, para deshumanizar el problema,
descontextualizarlo políticamente y dejarlo reducido a la lucha
contra la amenaza que EE.UU. e Israel dicen que representan. En
el fondo, la invasión militar y ocupación que EE.UU. quiere ha­
cer de Iraq es lo mismo que Israel ha impuesto desde hace déca­
das en Palestina. En eso también hay coincidencias entre ambos.
La invasión y ocupación militar de Iraq tiene dos motivos
principales de distinta naturaleza que interesan igualmente a Wa­
shington y a Israel. En primer lugar el estratégico. Turquía, Iraq e
Irán son las tres grandes potencias de Oriente Medio. La prime­
ra se ha ido forjando como un estrecho aliado de EE.UU. y las
otras dos han pasado a formar parte del «eje del mal». Con un
Iraq bajo protectorado norteamericano, Irán quedaría encerrado
entre los dos «protectorados» norteamericanos de Afganistán e
Iraq y el gobierno super proestadounidense de Uzbekistán; y
Siria se convertiría en una burbuja entre Turquía, Israel e Iraq.
Ambos países quedan en una situación de aislamiento y gran vul­
nerabilidad, e incluso podrían ser objeto de un «plan B», con­
dicionado a la evolución de las circunstancias y a las actitudes
sumisas o beligerantes que adopten sus gobernantes ante ese dra­

275
coniano nuevo mapa geopolítico medio-oriental que pretende
instaurar EE.UU. En realidad Irán constituye una verdadera «bes­
tia negra» para Israel, pero actualmente «resolvep> la cuestión ira­
quí es más asequible y facilita las condiciones para crear un po­
tencial futuro escenario anti-iraní si ello fuera necesario. Que los
responsables políticos iraníes son conscientes de la difícil situa­
ción que Ies depararía la ejecución con éxito de este guión precon­
cebido lo prueba su manifiesto interés por mostrar su colabo­
ración en la «guerra contra el terrorismo» decretada por la doc­
trina Bush, realizando diversas detenciones de sospechosos de
pertenecer a la red de al-Qa'eda en los últimos meses; e invitan­
do el presidente Jatamí al director general de la Agencia Interna­
cional de Energía Atómica, Mohamed el-Baradei, para visitar las
instalaciones nucleares iraníes.
Dominar el país que dispone de la segunda mayor reserva de
petróleo del mundo es también un evidente objetivo primordial.
El nuevo proyecto del presidente Bush, de gran expansión mili­
tarista y poco interés medioambiental, necesita garantizarse fuen­
tes y reservas energéticas. Tras el 11 de septiembre, ha buscado
diversificar y ampliar esas fuentes: hacia Rusia, las repúblicas de
Asia Central (Uzbekistán, Tayikistán y Kirghizistán) y África (An­
gola y Nigeria), pero difícilmente puede prescindir de las dos
mayores reservas mundiales: la saudí y la iraquí. Aunque hoy día
Europa occidental y Japón consumen dos veces más barriles de
petróleo diario procedente del Golfo que EE.UU., el Departa­
mento de Energía Americano predice un gran crecimiento de las
necesidades petrolíferas de EE.UU. para los próximos 25-50 años
y, además, según el National Energy StraUgy Report publicado en
mayo de 2001, «la seguridad económica y energética de EE.UU.
está directamente vinculada no sólo a nuestro abastecimiento
interno e internacional, sino también al de nuestros socios co­
merciales. Una significativa interrupción o desequilibrio del sumi­
nistro mundial de petróleo afectaría adversamente nuestra eco­
nomía y capacidad para promover objetivos de política exterior
y económica claves». Es decir, EE.UU. necesita controlar el espa­
cio energético mundial lo más ampliamente posible para garanti­
zarse su puesto de gran y única superpotencia y disuadir cual­
quier futura competición militar.

276
A todo ello se suma un interés global dirigido a implantar el
principio de la guerra preventiva. La administración Bush llevó al
gobierno norteamericano al sector republicano más ultraconser­
vador y aislacionista (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Perle), que
siempre ha representado al pensamiento político más decidi­
damente partidario de, por un lado, legitimar el principio de la
guerra preventiva, incluso aplicándola de manera unilateral para
garantizar indefinidamente el estatuto de superpotenda de Wa­
shington, y, por otro, de empezar a ponerla en práctica con Iraq.
La estrategia del «ataque preventivo» no es nueva, e incluso antes
del derrumbe de la URSS ya habían circulado algunos borra­
dores al respecto, pero van a ser las circunstancias derivadas del
11 de septiembre las que definitivamente permitan convertir esta
idea en uno de los ejes de la nueva doctrina Bush, hecha oficial
a través de su presentación al Congreso en septiembre de 2002.
En esa nueva Estrategia de Seguridad Nacional (The National
Security Strategy of the United States of America) se afirma que «como
criterio de autodefensa y sentido común, EE.UU. actuará contra
cualquier amenaza emergente antes de que se constituya comple­
tamente. No podemos defender a EE.UU. y a nuestros amigos es­
perando a que ocurra lo mejor».
En consecuencia, colocar el ataque a Iraq en la primera línea
de la agenda exterior norteamericana, con el argumento de la
amenaza potencial que Saddam Husein representa para el mun­
do, tiene un primer objetivo general de legitimar el principio del
ataque preventivo que EE.UU. desea que todos sus aliados asu­
man. En el marco de la OTAN, EE.UU. logró con gran facilidad
que fuese aceptado en la cumbre de Praga, y también hubieran
deseado que lo fuese por la comunidad internacional en el mar­
co de Naciones Unidas, a fin de obtener el visado mundial y, lo
que es muy importante, no tener que asumir en solitario el in­
menso coste que suponen sus hazañas bélicas. De ahí que Was­
hington aceptase el marco de la resolución 1441 del Consejo de
Seguridad, que exigía primero la inspección del UNMOVIC,
pero siempre y cuando no le impidiese la consecución de su ob­
jetivo final.
Tras doce años de mantener el statu quo establecido en Iraq
tras la guerra del Golfo, la administración Bush decidió llevar a

277
cabo lo que en realidad ha constituido siempre el objetivo de la
política norteamericana hacia Iraq: dominar este país clave de
Oriente Medio en términos económicos y estratégicos. No falta­
ban motivos: en el Consejo de Seguridad crecían las opiniones.a
favor de normalizar la situación de Iraq, arreciaban las críticas in­
ternacionales contra las consecuencias civiles del embargo y el ré­
gimen de Saddam Husein, lejos de debilitarse, traducía en éxitos
políticos sus reducidas capacidades económicas. Todo esto em­
pujó a una administración eufórica por las rentas internacionales
que estaba obteniendo desde el 11 de septiembre a ejecutar su
proyecto. Un factor adicional era el deterioro de las relaciones
con los saudíes, divididos entre su convencida fidelidad a los
EE.UU. y la necesidad de afrontar unos crecientes desafíos inter­
nos que, en buena medida, proceden de la oposición a dicha fi­
delidad. Al malestar por la presencia militar norteamericana y por
la dependencia política de sus gobernantes de la gran superpo-
tencia (que es un estupendo caldo de cultivo para Osama Ben La­
den; tanto él como buena parte de sus más estrechos seguidores
son saudíes), se suma un creciente cisma entre gobernantes y go­
bernados en este país. De ahí la dificultad de cumplir sus com­
promisos militares con EE.UU. y su resistencia a participar en la
guerra contra Iraq. En estas circunstancias, los sectores más radi­
cales de la administración Bush han comenzado a desconfiar de
los saudíes, haciendo públicos varios informes que cuestionan la
fiabilidad de este reino. Estos mismos sectores piensan que si
controlan estratégicamente Iraq y su petróleo tendrán un campo
de acción más amplio para asegurarse la fidelidad saudí, en su de­
fecto, para promover una alternativa más fiable en este país.*
Y de cualquier modo esas críticas a los gobernantes saudíes tam­
bién buscan un efecto disuasorio que les convenza de apoyar la
invasión de Iraq lo máximo posible.
En resumen, para el sector político dominante hoy día en
* El 10 de julio de 2002, la Rand Corporation, poderoso e influyente tbink tank
norteamericano con sede en Santa Mónica, llevó a cabo una reunión informativa para
los asesores del Pentágono sobre Arabia Saudí, en la que se dijo que este país repre­
sentaba un peligro para EE.UU. por su apoyo al extremismo islámico y al terrorismo
y debía ser castigado por ello. Aunque Donald Rumsfeld aseguró que «esa visión no
representaba al gobierno», la gran difusión pública de la misma generó una gran ten­
sión con las autoridades saudíes.

278
EE.UU., había llegado el momento de «normalizar» política­
mente a Iraq estableciendo un gobierno-protectorado norteame­
ricano que le permita controlar su valor energético y geopolítico
y mostrar al mundo la omnipotencia estadounidense.
La invasión y ocupación de Iraq

A pesar de todos los intentos por dar un aspecto de legalidad


a la invasión angloamericana de Iraq, ésta ha supuesto una vio­
lación de la Carta de Naciones Unidas y todos aquellos que la
han llevado a cabo o apoyado se han colocado voluntariamente
al margen de la ley internacional. Todos los países del mundo
fueron sometidos a presiones sin precedentes, primero para apo­
yar la llamada «coalición» contra Iraq, y, una vez no conseguido
ese fin, para que nadie promoviese en el seno de Naciones Uni­
das una condena expresa a dicha acción. EE.UU. ha realizado un
voluntarista ejercicio de recuento para mostrar que dicha «coali­
ción» contaba con 30 países que la apoyaban, e incluso «15 más
que no desean hacer público su nombre», según declaraba Colin
Powell {15 tan convencidos que preferían el anonimato para que
sus vecinos u opiniones públicas no se enterasen). Pero la reali­
dad ha sido que la mayoría de los miembros del Consejo de Se­
guridad y de la Asamblea General de la ONU, así como, de
acuerdo con las encuestas, la gran mayoría de las opiniones pú­
blicas mundiales, incluidas la española y británica en sentido in­
verso a la decisión de sus gobiernos, se han expresado en contra
del ataque a Iraq.
EE.UU. ha hecho un uso abusivo de las Naciones Unidas in­
vadiendo un país en contra de la organización, alegando que ata­
caba dicho país porque no cumplía las resoluciones de la misma,
y una vez derrocado el régimen iraquí tras veinte días de campaña
militar, buscando acogerse a la legitimidad de dicha institución
prometiéndole un papel «vital». En realidad, desearía que ese pa­
pel se limitase a una función humanitaria, a fin de que lleve a
cabo esa ardua labor y contribuya económicamente al ingente

280
presupuesto de la reconstrucción de Iraq, para la cual EE.UU. ad­
judicó inmediatamente contratas por designación a grandes com­
pañías estadounidenses vinculadas al núcleo del poder de la ad­
ministración Bush. Pero las fuerzas de ocupación se encuentran
en un importante dilema. Una vez impuesto el control militar so­
bre Iraq, reclaman la suspensión de las sanciones que durante
doce años defendieron en el Consejo de Seguridad. Sin el levan­
tamiento de las sanciones, no pueden disponer del petróleo ni de
los demás bienes iraquíes. Sin embargo, sólo este organismo pue­
de tomar tal decisión, que además debe estar vinculada al desar­
me de Iraq, que han de certificar los mismos inspectores que
EE.UU. ha vilipendiado y despreciado. Estadounidenses y britá­
nicos, en una nueva manifestación de ilegalidad y menosprecio
de la ONU, han constituido unilateralmente su propio equipo de
inspectores, compuesto por norteamericanos procedentes en bue­
na parte de la primera inspección de la UNSCOM que acabó
siendo acusada de espionaje a favor de EE.UU. e Israel, para «en­
contrar» las armas de destrucción masiva que ni Blinx ni Baradei
encontraron y que tampoco aparecieron durante el ataque anglo­
norteamericano. Pero el historial de mentiras y pruebas falsas que
ambos países han presentado en los últimos meses sobre el arse­
nal iraquí y la necesidad de justificar la invasión y ocupación ilegal
de Iraq «encontrando» signos de dichas armas restan toda credi­
bilidad a cualquier resultado de ese «equipo». Además, se trata de
una nueva acción ilegal e inadmisible. Cualquier «descubrimien­
to» unilateral norteamericano debe ser considerado un fraude. De
hecho, el futuro del orden mundial depende de la posición que
la O NU asuma, respondiendo debidamente a las imposiciones
norteamericanas y sus unilaterales reglas del juego o sometiéndo­
se al díktat estadounidense. Es decir, como señala con acierto An-
toni Segura en su excelente libro Irak en la encrucijada: «imperio o
gobierno mundial: ésta es la elección». En cualquier caso, EE.UU.
tendrá que negociar con Francia y Rusia en qué situación quedan
los compromisos adquiridos por el gobierno iraquí con estos paí­
ses en lo relativo al ámbito del petróleo y su participación en la
reconstrucción si quiere desbloquear la cuestión en el Consejo de
Seguridad para que se levanten las sanciones. Mientras esto no
ocurra, no podrá disponer del petróleo iraquí.

281
El comportamiento de las fuerzas invasoras durante la ocu­
pación de Iraq desde la madrugada del 20 de marzo pone tam­
bién en entredicho su autoproclamado objetivo de «cruzada por
la democracia». A diferencia de la guerra de 1991, en la que los
medios de comunicación no tuvieron ningún acceso al campo de
batalla, en esta ocasión 500 reporteros fueron «incrustados» en las
filas de las tropas norteamericanas y británicas, con la condición
de cumplir 50 reglas sobre cómo y de qué informar. La identifi­
cación y el fervor patriótico que ha caracterizado a dichos perio­
distas norteamericanos y británicos les llevó a usar sistemática­
mente la primera persona del plural para las fuerzas armadas de
EE.UU. y Gran Bretaña y «el enemigo» para los iraquíes, además
de forjar los términos de «coalición» y «aliados» para referirse a
lo que era en realidad un consorcio militar angloamericano. La
artífice de la aproximación a los medios en el Pentágono ha sido
Victoria Clarke, asesora para relaciones públicas del secretario de
Defensa, cuyas credenciales incluyen su labor de directiva en la
empresa de relaciones públicas de HUI and Knowlton, que en
la guerra de 1991 inventó la tan impactante como falsa informa­
ción sobre los iraquíes arrancando de las incubadoras a los bebés
en los hospitales de Kuwait. Clarke expuso a los reporteros lo im­
portante que era resaltar la inhumanidad de las fuerzas iraquíes:
«cada atrocidad iraquí confirma la justicia y urgencia de nuestra
causa».95 Otra característica de cómo los medios norteamericanos
de mayor audiencia han presentado la guerra han sido los pro­
pios titulares de la misma: «Operación “Libertad para Iraq”» (Fox
y M SNBC); «Guerra en Iraq» (CNN), como si dicha guerra hu­
biese surgido de manera espontánea. Pero lo más importante han
sido también las lagunas informativas, dado que parecía como si
las armas norteamericanas no causasen muertos civiles o, cuando
ello ocurría, la información seguía religiosamente las versiones
oficiales del Alto Mando norteamericano en Qatar, que siempre
planteaban dudas sobre el origen del mortífero armamento. Así,
el Alto Mando norteamericano presentó como improbable que
fuera responsable del bombardeo del mercado de al-Sho'la, ya
que, dijo, no había aviones estadounidenses en esa zona, mien­
tras que un agente iraquí estaba preparando un coche bomba (en
todo caso, dos coches bombas, dado que quedaron dos inmen­

282
sos cráteres que, además, correspondían claramente a dos misiles
y no a coches bomba). Lo mismo ocurrió con el misil norteame­
ricano que asesinó a multitud de civiles iraquíes en el mercado
de al-Sha’b de Bagdad y que se sugirió procedía de las fuerzas ira­
quíes, según afirmó el mismo portavoz del Alto Mando desde el
escenario montado por un director de arte de Hollywood por un
millón y medio de dólares. La interpretación israelí, sin embargo,
arrimaba el ascua a su sardina de la misma manera torticera. El
columnista de Ha’aretz, Ze’ev Schiff, no desaprovechaba la oca­
sión de la matanza de civiles en el mercado de Bagdad para de­
cir que «los norteamericanos comprenderán ahora mejor lo que
ocurrió durante la dura lucha del ejército israelí en el campo de
refugiados palestinos de Jenin... que el comité de la O NU califi­
có de crímenes de guerra».
Unido a esto, el tratamiento dado a los otros periodistas fue­
ra del control norteamericano plantea cuando menos serias du­
das y exige una investigación que no se ha puesto en marcha: el
bombardeo de las fuerzas norteamericanas de la sede de la cade­
na árabe Al-Jazeera en Bagdad, en el que murió uno de sus pe­
riodistas (no hay que olvidar que su sede en Kabul fue igual­
mente bombardeada durante la guerra contra Afganistán en
2001), y los disparos de un tanque estadounidense contra el ho­
tel Palestina donde se encontraban alojados los reporteros ex­
tranjeros y que causó la muerte de dos cámaras, uno de Reuters
y otro de Tele5.
La invocación norteamericana de la Convención de Ginebra
cuando siete soldados estadounidenses fueron capturados por las
fuerzas iraquíes (que han sido recuperados sin recibir ningún mal­
trato), mientras Guantánamo sigue en activo y buena parte del ar­
ticulado de dicha Convención era violado por las fuerzas de ocu­
pación de EE.UU. en Iraq, muestran una vez más el carácter
selectivo que el gobierno norteamericano hace de la ley interna­
cional según sus intereses. En Iraq, el ejército estadounidense ha
bombardeado a los civiles de Hilla con bombas de racimo y ha
infringido los artículos 50, 55, 56 y 59 de la Convención de Gi­
nebra, que exigen la protección de los civiles y bienes a las fuer­
zas de ocupación, al consentir con complacencia el saqueo y el
pillaje a que ha sido sometido el país una vez derrumbado el ré­

283
gimen baazista, cuando, sin embargo, sí se han preocupado de
proteger los pozos de petróleo y el Ministerio del Petróleo, úni­
co edificio oficial preservado de los bombardeos y protegido por
los soldados norteamericanos. ¿Quería EE.UU. que se crease tal
situación de caos para que se reclamase su intervención para po­
ner orden en el país en pro de «o nosotros o el diluvio»? ¿Se que­
ría difundir en el mundo la imagen del pueblo iraquí como una
horda de bárbaros incontrolados incapaces del autogobierno, de
acuerdo con el manual de legitimación del colonizador? Yo per­
sonalmente pienso que sí. No era sorprendente que tras doce
años de pauperización, miseria y hambruna, consecuencia del
embargo más que del régimen baazista, los más frustrados y cas­
tigados se lanzasen con avidez al pillaje de los símbolos del con­
sumo y el bienestar, seguidos, como siempre, de los oportunistas
de todo pelo, y más cuando los norteamericanos no sólo libera­
ron de las cárceles a los presos políticos sino también a todos los
delincuentes comunes. Prever esta situación era fácil para cual­
quier estratega conocedor de la situación. Pero no hubo voluntad
de hacerlo; y si ello suponía la destrucción de todo un inmenso
patrimonio cultural y arqueológico, al patriotismo etnocéntrico y
chovinista de los que gobiernan EE.UU. no les resultaba preocu­
pante, dado que no sienten el más mínimo respeto por el legado
cultural de los pueblos árabes y musulmanes (si bien lo que se ha
destruido en Iraq pertenece al patrimonio de la humanidad).
Tampoco fueron recibidos como «libertadores» sino como los
invasores que eran. En realidad, el plato de banderillas y flores de
bienvenida que preveía EE.UU. y sus seguidores fue en cierta me­
dida estropeado por Turquía. El rechazo del Parlamento turco el
1 de marzo a permitir que las tropas estadounidenses utilizasen
su suelo para abrir el frente del norte iraquí obligó a EE.UU. a
iniciar el ataque por el sur. Sólo en la zona kurda los norteame­
ricanos podrían haber encontrado la acogida esperada, dado que
durante los últimos doce años los kurdos han gozado de la pro­
tección táctica estadounidense, lo que les ha evitado la catástro­
fe humanitaria y les ha permitido un autogobierno que aspiran a
mejorar o mantener gracias a la alianza que han forjado con el
ejército invasor. Sin embargo, la manifiesta ausencia de entusias­
mo de la población iraquí del sur y centro de Iraq por la entra­

284
da de las ¡fuerzas angloamericanas no era ajena a un sentimiento
nacionalista que históricamente ha aflorado frente a las injeren­
cias extranjeras, ni al hecho de que esa población sabe que el
principal responsable de su destrucción física y material ha sido
EE.UU. manteniendo el draconiano embargo durante doce años,
y que ha sido EE.UU. quien ha estado bombardeándolos conti­
nuamente desde 1998. Los shiíes tampoco han olvidado la trai­
ción de 1991, cuando Washington permitió a la Guardia Repu­
blicana masacrarles, y son conscientes de que se enviaron grandes
equipos de inspección de armamentos pero ni un solo supervisor
de derechos humanos a esa región. A ello se unía la memoria his­
tórica iraquí que veía de nuevo al ejército británico tomar Baso­
ra como ocurrió en 1914. Ni siquiera la gran propaganda en tor­
no al derribo de la estatua de Saddam Husein en la plaza Fairdus
el 9 de abril, presentado como una bienvenida a los norteameri­
canos que les libraban del dictador, pudo esconder que en reali­
dad no se trataba más que de un puñado de iraquíes y muchos
periodistas extranjeros. Es más, tuvieron que permitir a los kur­
dos tomar Kirkuk efímeramente para que se pudiesen difundir
esas imágenes de bienvenida. A continuación EE.UU. tomó las
riendas del control de la ciudad petrolífera.
Otro de los intentos por justificar la invasión ha sido la de­
tención de Abu Abbas, extrayéndolo del pleistoceno histórico {en
1985 secuestró el barco de turistas AchiÜe Lauro en el puerto de
Alejandría, reclamando la liberación de prisioneros políticos pa­
lestinos de las cárceles israelíes) para presentarlo como prueba de
que el régimen iraquí acogía a terroristas, y de paso, para benefi­
cio de Israel, recordar al mundo las acciones del terrorismo pa­
lestino. Sin embargo, no ha sido más que otra manipulación de
EE.UU., violando lo legalmente acordado por Washington años
atrás. Abu Abbas hacía años que había renunciado a la violencia
e incluso había sido autorizado por Israel a visitar Gaza en 1996
para participar en una reunión del Consejo Nacional Palestino,
dada su posición a favor de los acuerdos de paz palestino-israelíes.
En 1998, la Corte Suprema israelí, de acuerdo con los acuerdos
de paz, le declaró libre de persecución. Su situación se enmarca­
ba en lo acordado y firmado por Washington con la Autoridad
Nacional Palestina el 28 de septiembre de 1995, según lo cual los

285
miembros de la OLP no serían detenidos ni juzgados por accio­
nes cometidas antes de los Acuerdos de Oslo del 13 de septiem­
bre de 1993. Por tanto, la detención de Abu Abbas es una prue­
ba más de que EE.UU., imitando el comportamiento israelí con
los acuerdos de Oslo, no respeta ni lo que él mismo firma y
acuerda.
El proyecto colonial estadounidense

Iraq parece afrontar de nuevo el problema del consenso y la


cohesión política para decidir el modelo de Estado que quiere ser,
y de nuevo una potencia extranjera pretende tutelar ese camino
de acuerdo con sus intereses. El patente fracaso del Estado-nación
iraquí basado en la integración forzada de las diferentes comu­
nidades que pueblan ese territorio, exige tener en cuenta que las
identidades étnicas y confesionales tienen una vigencia extraordi­
naria y sus reivindicaciones están históricamente fundadas. La re­
lación política entre el Estado y la sociedad se ha fundado histó­
ricamente en una lógica de control y dominación caracterizada
por la sumisión de la sociedad al orden estatal totalitario. Por
ello, un verdadero proyecto democrático en este país demanda
un modelo político descentralizado y pluralista que sólo un pro­
ceso interno y progresivo podría lograr conseguir con éxito. Una
integración positiva de esas diferentes identidades evitaría la ten­
tación de buscar apoyos regionales en los países vecinos, que a su
vez las utilizan como instrumento de sus intereses políticos y na­
cionales, como ha ocurrido a lo largo de toda la historia de Iraq.
Existen organizaciones políticas que representan el sentir de bue­
na parte de la población iraquí y podrían encauzarla hacia ese
modelo plural, que'en absoluto significa la implantación en el go­
bierno de un muestrario étnico y confesional, sino la integración
de esas identidades a través de movimientos políticos que repre­
sentan diferentes opciones ideológicas (nacionalistas, islamistas,
comunistas), con las que se identifican transversalmente los kur­
dos, shiíes y sunníes iraquíes, así como el calidoscopio de las
otras minorías del país.
La mejor solución para Iraq sería la elección de una Asamblea

287
Constituyente en un proceso supervisado por las Naciones Uni­
das de acuerdo con el principio de un hombre un voto, en cuyo
marco se consensuara el modelo de Estado y se elaborara una
nueva Constitución, para después pasar a convocar elecciones ge­
nerales. En el país existen organizaciones políticas representativas
capaces de encauzar las aspiraciones democráticas de los ciuda­
danos iraquíes y, además, todas ellas defienden el modelo des­
centralizado y plural de Estado (ya sea la izquierda que represen­
ta el Partido Comunista, los nacionalistas kurdos o los islamistas
shiíes). Ni existe vacío político ni incapacidad para gestionar la
transición a un régimen democrático. Iraq cuenta con grupos po­
líticos, intelectuales y elites y, por tanto, en absoluto se trata de
construir un Iraq ex nihilo (como también argumentaron los an­
teriores colonizadores británicos). Pero, salvo los principales par­
tidos kurdos, y sólo por el momento, todas esas fuerzas exigen
reconstruir su sistema político de manera soberana y sin la pre­
sencia de fuerzas ocupantes.
Por el contrario, lo que la invasión militar norteamericana va
a imponer no es un cambio de régimen sino un cambio de lide­
razgo y, con toda probabilidad, se querrá repetir la imposición de
un modelo centralizado que, como también ha demostrado toda
la historia contemporánea iraquí, sólo se puede mantener con­
virtiendo al ejército en la policía interior del país e invirtiendo en
las fidelidades tribales. Es más, el desarrollo de un verdadero mo­
delo democrático en Iraq iría unido a un progresivo refuerzo de
la soberanía del Estado y de la defensa de sus intereses, y no es
eso lo que buscaba EE.UU. al invadir y dominar Iraq.
También se presentó el bombardeo contra Afganistán en pro
de la democratización y los valores de la civilización moderna.
Sin embargo, el fin del régimen de los Talibanes no ha supuesto
una alternativa democrática para Afganistán, sino la instauración
de un régimen político proamericano encapsulado en Kabul con
un jefe de gobierno, Hamid Karzai, protegido por una guardia
pretoriana de guardaespaldas norteamericanos. El resto del país
está repartido entre los grandes «señores feudales», que se en­
frentan por el control del territorio y de las redes del narcotráfi­
co. Afganistán necesitaba ser pacificado a través de una fuerza de
interposición internacional en todo el país capaz de desarmar a

288
tos grupos y líderes locales. Sin embargo, esa fuerza de interposi­
ción se ha limitado a Kabul, por deseo expreso de EE.UU. que
quiere seguir con su campaña militar sin control ni observadores,
y en Afganistán todos siguen armados controlando arbitraria­
mente sus respectivos feudos regionales con crecientes enfrenta­
mientos en el norte del país. En conclusión, más allá del «esca­
parate» de Kabul, ni la población civil ha visto mejorar su
situación (incluidas por supuesto las mujeres), ni el proceso polí­
tico está desarrollando un modelo más democrático, ni la re­
construcción del país se está llevando a cabo. La intervención
norteamericana en Afganistán sólo se ha interesado por controlar
el ámbito del petróleo en Asia Central y operar en Paquistán sin
tener que instalarse en este convulsivo país que explotaría ante la
presencia militar norteamericana. Inevitablemente, el sentimiento
antiestadounidense crece día a día entre la población afgana.
El dilema que se le ha planteado a EE.UU. en Iraq es exac­
tamente el mismo que se le planteó a Gran Bretaña en 1920: es­
tablecer un gobierno directo o indirecto sobre Bagdad. Han op­
tado por lo primero, nombrando al general retirado Jay Gamer,
que tiene unas excelentes relaciones con la clase política israelí,
como «procónsul» en Bagdad, dado que todos los intentos de es­
tructurar a la oposición iraquí financiada por EE.UU. desde 1999
han fracasado, cuando ésa era la clase política llamada a ejercer
el papel de gobierno tutelado por los norteamericanos, un papel
similar al del rey y Nuri al-Said en el período de la monarquía
bajo tutela británica. En realidad, EE.UU. confía básicamente en
la dominación de su fuerza militar (de ahí que antes de restaurar
el agua y la electricidad y de poner fin al caos haya decidido es­
tablecer cuatro bases militares permanentes en el país que clara­
mente apuntan hacia Siria e Irán) mientras improvisa en térmi­
nos políticos, pero sus actuaciones confirman que no se están
dando los pasos para democratizar Iraq sino para controlarlo.
En medio de un desorden creciente, recurre, como han hecho
todos los regímenes antidemocráticos en este país, a la coopta­
ción de los jeques tribales para controlar a las poblaciones locales
y habla de un gobierno «representativo», que no democrático,
que quiere ser sólo un muestrario étnico y confesional cuyos re­
presentantes no van a emanar del sufragio universal sino de eli-

289
tes cooptadas con el fin de presentar un escaparate artificial en el
que estén presentes todas las categorías comunitarias del país. Es
decir, lejos de impulsar modos de representación modernos, que
a su vez fomenten una traducción moderna de las diversas iden­
tidades del país, se va a invertir, siguiendo celosamente el manual
del colonizador, en las estructuras más arcaicas de la sociedad ira­
quí. Ello permitirá también mostrar, siguiendo dicho manual, que
el modelo de democracia occidental no puede aplicarse a las so­
ciedades de Oriente Medio.
Entre esas personalidades que aspiran a estar presentes en el
nuevo gobierno, el líder del Congreso Nacional Iraquí, Ahmad
Chalabi, considera que merece la mayor parte del botín de guerra.
Para ello ha estado desarrollando una incesante campaña en Washing­
ton, contribuyó a la campaña electoral de Bush y ha establecido
una estrecha relación personal con el vicepresidente Cheney. En
cuanto cayó el régimen iraquí, Chalabi se plantó en Iraq para co­
menzar a tomar posesión de lo que los norteamericanos deno­
minan «la administración civil iraquí» que participará en el go­
bierno de Garner. Chalabi es un millonario hombre de negocios
cuyas actividades no han sido transparentes ni limpias, de hecho
está buscado por la justicia en Jordania por un fraude en el Petra
Bank {qué excelente imagen la del nuevo Iraq liderado por un
hombre condenado por estafa en el país vecino). A ello se une
que es un perfecto desconocido para los iraquíes, ya que se fue
del país a los nueve años y no había vuelto a Iraq hasta la ac­
tualidad, y que además procede de una elite desprestigiada, si no
odiada, por su papel en la historia del país. Su familia pertenece
al pequeño grupo de shiíes integrados en la monarquía para re­
presentar la participación de los shiíes en el sistema, a cambio de
lo cual gozaron de enormes privilegios educativos y socioeconó­
micos a los que no tenían acceso los demás shiíes, ni tampoco la
inmensa mayoría del resto de la población iraquí. Chalabi ha lle­
gado a Iraq acompañado de su tropa de «iraquíes libres», que han
sido entrenados en los últimos tiempos en algunos países de la
Europa oriental, y han comenzado a funcionar en medio del caos
como una policía interna persiguiendo y capturando a los líderes
del régimen caído. ¿Va a ser éste el embrión del nuevo ejérci­
to iraquí destinado a cumplir la misma misión de policía interna

290
que ha llevado históricamente al fracaso al modelo estatal iraquí,
reprimiendo a los «insurgentes» del nuevo Estado que se va a per­
geñar?
Por otro lado, está pendiente la cuestión kurda, y ahí EE.UU.
no ha hecho más que llevar un juego táctico e improvisado, ori­
gen ya de muchos problemas. Para los partidos tradicionales kur­
dos, la opción es el federalismo. En abril de 2002 el PDK de Bar­
zani elaboró un borrador de Constitución para Iraq en el que se
desarrollan los «Principios Generales del Federalismo en Iraq». En
él se establece que «Iraq es un Estado federal con un sistema re­
publicano parlamentario, democrático y multipartidista denomi­
nado República Federal de Iraq». Dicha República estaría com­
puesta por dos regiones: la árabe en el centro y sur del país, y el
Kurdistán iraquí del norte. La previsión de esta propuesta revela­
ba tanto los temores kurdos que sobre el reparto del poder se pu­
diesen finalmente decidir en el futuro una vez EE.UU. controla­
se el país, como su actitud tras doce años de gobierno autónomo
concedido al margen de cualquier legalidad y sin ningún con­
senso nacional iraquí ni regional. El primer problema está en que
esa autonomía ha sido un «hecho consumado» permitido unila­
teralmente por EE.UU., ai margen de reconocimiento legal algu­
no —ni interior, ni regional, ni internacional— y sólo ha respon­
dido a un interés coyuntural estadounidense de garantizarse
aliados interiores contra Saddam Husein (y, evidentemente, no
eran los shiíes el componente iraquí en el que EE.UU. confiaba
ni deseaba alentar). Pero la realidad es que los partidos kurdos
han gobernado buena parte del Kurdistán durante doce años y
no están dispuestos a renunciar a lo logrado. Por ello se han con­
vertido en los aliados de los ejércitos invasores.
La manera anómala e ilegítima en que se ha llevado a cabo
este proceso, lejos de resolver uno de los problemas que existen
en Oriente Medio, como es la participación en el reparto del po­
der de las minorías kurdas atendiendo sus reivindicaciones na­
cionalistas, ha sentado las bases para complicar más esa situación
y finalmente no solucionar el problema. Los kurdos no pueden
olvidar que en cualquier caso el federalismo o la descentraliza­
ción a través de una autonomía real debe ser fruto de un con­
senso nacional iraquí y no sólo de una propuesta de Constitu­

291
ción realizada unilateralmente por los partidos kurdos, o de la
imposición de una fuerza extranjera (como ha ocurrido estos
doce años). Si no, se volverá a caer en los mismos fracasos ante­
riores. Y esa descentralización o federalismo quizá no debiera re­
mitirse a la división entre dos regiones, una árabe y otra kurda,
sino también podría ser la del establecimiento de las tres regio­
nes que históricamente han existido con identidad propia: Baso­
ra, Bagdad y Mosul, en las que si bien existen mayoría shií, sun­
ní y kurda respectivamente, también están presentes todas las
otras comunidades con derecho legítimo a participar en el go­
bierno local. Además, es una cuestión tan delicada que no ten­
dría ningún futuro si no es antes también establecida y consen­
suada con los países vecinos donde también existe población
kurda (Turquía, Siria e Irán), a fin de contener las tentaciones in­
tervencionistas. Lejos de eso, los hechos consumados han ali­
mentado las sospechas y los temores. Turquía ya ha expresado
que no consentirá la ejecución de dicho proyecto, e incluso ha
reclamado su aspiración a controlar esa región. Por otro lado, los
kurdos reclaman el control de la rica zona petrolera de Kirkuk,
reivindicada también por los turcomanos y hasta ahora bajo con­
trol árabe. Ningún gobierno de Bagdad, democrático o no, ce­
dería completamente su autoridad sobre Kirkuk (y desde luego
los norteamericanos no lo van a hacer). A su vez, Turquía alien­
ta a los turcomanos a reivindicar la misma autonomía que los
kurdos, en parte sobre las mismas regiones que los kurdos, in­
cluido Kirkuk. Y Ankara se reserva el derecho de intervenir en
los asuntos internos iraquíes si los turcomanos ven amenazados
sus derechos.
¿Qué van a hacer los estadounidenses ante esta tensa situa­
ción que ellos mismos han provocado con sus acciones coyun-
turales y oportunistas? EE.UU. no puede prescindir de su alian­
za con Turquía, que es una pieza regional clave en su modelo de
control de Oriente Medio y de la que ha conseguido desde 1996
que establezca una estrecha cooperación estratégica y militar con
Israel. De hecho, ya ha aceptado que haya observadores militares
turcos en el Kurdistán iraquí para calmar a las autoridades de An­
kara, y ha hecho una vaga propuesta de que los soldados turcos
actúen como fuerza de pacificación en el Kurdistán. Eso explica

292
también que Washington no haya exhibido un lenguaje amena­
zante y vengativo, tan característico recientemente, cuando el Par­
lamento turco le impidió introducir 62.000 marines por suelo tur­
co para abrir el frente del norte iraquí. No obstante, ese ejercicio
de respeto democrático por parte del gobierno turco le incomo­
da, pero es una cuestión que deja para más adelante según evo­
lucionen las circunstancias.
Tampoco va a impulsar el diálogo con Siria e Irán con res­
pecto a la cuestión kurda porque lo que le interesa es, por el con­
trario, pasarles el mensaje sobre la difícil situación de aislamien­
to y vulnerabilidad en que se encuentran y lo susceptibles que
son de ser también objetivo militar norteamericano. Ni va a fa­
vorecer el consenso nacional iraquí a través de un proceso de­
mocrático que fortalezca a este país como Estado soberano y plu­
ral. Por tanto, los kurdos tendrán que conformarse con la
estructura formal que les conceda EE.UU., que seguramente no
sea la que desean. La duda es si se conformarán o acabarán re­
belándose.
Por su parte la oposición shií ha matizado que «el deseo de
los iraquíes debe ser el recurso definitivo», teniendo en cuenta
que son la gran mayoría del país y aspiran a dejar de ser una ma­
yoría dominada. Sin embargo, EE.UU. no tiene ningún interés en
consolidar el liderazgo de los dos principales partidos shiíes, con
buenas relaciones con Irán y de tendencia islamista. Los shiíes,
obviamente, no constituyen un grupo compacto y monolítico y
sus adhesiones políticas son también variadas; por ejemplo, el
Partido Comunista Iraquí siempre tuvo una importante base so­
cial entre los shiíes iraquíes. No obstante, los partidos islamistas
shiíes constituyen la principal oposición. El partido al-Da'wii,
creado como vimos más arriba en los años cincuenta, representa
un islamismo reformista con relaciones con los demás partidos de
oposición iraquíes del interior contrarios al régimen de Saddam
Husein, incluido su principal rival en el campo shií como es el
Partido Comunista, y defiende un modelo multipartidista, un ré­
gimen constitucional-parlamentario y un modelo de Estado des­
centralizado basado no en un reparto confesional o étnico sino
en las divisiones geográficas e históricas de Iraq en tomo a las tres
grandes provincias que tras el Imperio otomano constituyeron el

293
Iraq contemporáneo. Nunca ha aceptado formar parte de la opo­
sición financiada y organizada por EE.UU. y siempre ha critica­
do la política de este país con respecto a Iraq y su imposición del
embargo. En la actualidad denuncia la invasión norteamericana y
reclama su salida de Iraq. Su líder, Ibrahim al-Yaafari, rechazó par­
ticipar en la reunión del 16 de abril en Nasiriyya que agrupó a la
oposición que coopera con EE.UU., y esa misma línea ha segui­
do otro de sus principales líderes, Muhammad Baqr al-Nasri, re­
cientemente vuelto del exilio.
El Congreso Supremo de la Revolución Islámica en Iraq
(CSRII) fue una escisión de al-Ddwa que nació en 1982 bajo el
liderazgo de Muhammad Baqr al-Hakim, tiene su sede en Tehe­
rán y unos lazos con Irán que no tiene el partido al-Ddwa} siem­
pre más limitado al universo iraquí y contrario al modelo preco­
nizado por Jomeini de wilayat al-faqíh. El SCRII se integró
inicialmente en el Consejo Nacional Iraquí construido bajo la ba­
tuta de EE.UU. esperando la caída del régimen de Saddam Hu­
sein, pero posteriormente se fue distanciando de este grupo, par­
ticularmente cuando Zalmay Jalilzad les informó de que EE.UU.
tenía intención de administrar directamente Iraq por un tiempo
una vez logrado el «cambio de régimen». Muhammad Baqr al-
Hakim se sintió traicionado y denunció este proyecto como equi­
valente a una ocupación colonial. El SCRII también defiende un
modelo parlamentario, descentralizado y democrático para Irak y
cuenta con la brigada Badr compuesta por entre diez mil y quin­
ce mil hombres.
Esta es una oposición representativa cuya participación en un
proceso de democratización es insoslayable. Sin embargo, insu­
misos al orden norteamericano, no se les reserva ningún papel re­
levante en el guión establecido. Sí se guardaba uno para el líder
shií de la Fundación al-Jo'i, traído directamente de Londres, Abd
al-Mayid al-Jo'i, procedente de una de las estirpes religiosas shií­
es iraquíes, la del ayatollah sayyid Abulqasem al-Jo'Í, caracteriza­
da por su apolitismo y su predicación a favor del quietismo que,
hay que decir, le fue muy útil a Saddam Husein en ciertos mo­
mentos. Por esas mismas razones, también los norteamericanos
pensaban que les sería de utilidad. Sin embargo, Abd al-Mayid
al-Jo'i fue asesinado el mismo día que llegó a Iraq, en una expre­

294
sión manifiesta de las dificultades que EE.UU. va a encontrar
para imponer su proyecto colonial.
El líder de Nayaf, el ayatollah Ali Sistani, de 73 años, com­
parte en cierta forma el perfil de al-Jo'i. Sistani nació en Irán y se
estableció en Iraq desde 1952. Tras el asesinato en 1999 de Mu-
hammad Sadiq al-Sadr logró llenar el vacío de liderazgo que éste
dejó. Al iniciarse la invasión lanzó el mensaje a los shiíes de abs­
tenerse de interferir en el avance de las fuerzas norteamericanas.
Fue lo que en un efímero arranque de euforia Wolfowitz deno­
minó «la primera fatwa proestadounidense» (no fue una fatwa
sino sólo una declaración). Después, en una posición más ambi­
gua declaró que «Irak debe ser gobernado por sus hijos». Su prin­
cipal rival es Murtada Sadr, un líder joven y carismático, hijo del
asesinado Muhammad Sadiq al-Sadr, con gran predicamento en
Nayaf, Kerbala y los tres millones de shiíes de la barriada de Sad­
dam City en Bagdad, ahora rebautizada Sadr City. Este se opone
a los líderes iraquíes shiíes de origen iraní, reprocha a Sistani su
apoliticismo y reclama sin ambigüedades la salida de los esta­
dounidenses de Irak.
EE.UU. tendrá que afrontar la oposición y capacidad de mo­
vilización de estos movimientos contra su proyecto colonial, al
igual que hicieron contra los británicos en los años veinte. Y no
sólo la de estos sectores políticos sino también la de otros pre­
sentes en el universo sunní iraquí. Las manifestaciones multitu­
dinarias que comenzaron a desarrollarse el 18 de abril en distin­
tas ciudades de Iraq presididas por el lema de «ni Saddam, ni
Bush» son la primera expresión del rechazo a la ocupación, re­
saltando las proclamas constantes a la unidad de todos los ira­
quíes, ya sean sunníes o shiíes. Esta proclama tiene un doble va­
lor simbólico. Por un lado, es la constatación, una vez más, de
que en Iraq no hay ni ha habido un problema de conflicto in­
tercomunitario (ni es el Líbano, ni es Yugoslavia). Las relaciones
entre las comunidades han sido predominantemente pacíficas y
de mutua aceptación. Lo que ha existido es una dinámica per­
manente de insurrección contra el poder central y totalitario de
Bagdad, monopolizado por algunos clanes y elites sunníes (pero
no por todos los sunníes iraquíes). Por otro lado, es la expresión
del temor a que la política norteamericana, bien por sus torpezas

295
o bien llevada por un interés oportunista del divide y vencerás,
acabe generando un conflicto civil que felizmente es uno de los
pocos problemas que no existen en Iraq.
En todo este nuevo «Gran Juego» que EE.UU. está poniendo
en práctica en Oriente Medio no se debe tampoco ignorar otro
actor político que si bien ha perdido protagonismo en los pri­
meros momentos de la ocupación, no por ello ha desaparecido.
Se trata de la dinastía hachemí. Entronizada por Gran Bretaña
el 23 de agosto de 1923, rigió la monarquía iraquí hasta el 14 de
julio de 1958. Azar o búsqueda intencionada, el 14 de julio
de 2002 el príncipe Hassan Ben Talal, tío del rey AbdaUah II de
Jordania, aparecía en primer plano con su elegante primo A1Í Ben
Husein, nieto del último rey de Iraq, en un congreso de la opo­
sición iraquí celebrado en Londres. Es significativo que, tras cri­
ticar a su tío por la teatral puesta en escena de Londres (qui­
zás porque le ocultó esta actividad o quizás porque le preocupa
que su tío se fortalezca políticamente), Abdallah II se declarara
finalmente a favor de la restauración de la dinastía en Iraq des­
pués de una entrevista con el general norteamericano Tommy
Franks el 16 de octubre de 2002. Desde entonces ha aparecido
públicamente con su tío en varias ocasiones y ha dado su visto
bueno a los encuentros que éste ha llevado a cabo con el go­
bierno y ejército turcos. No obstante, esta opción se encuentra
con el enorme inconveniente de ser completamente ajena a la po­
blación iraquí y de representar una memoria histórica colonial
que la convierte en una opción muy arriesgada y obsoleta. De he­
cho, pensar en ello no sería más que un disparate si no fuera por­
que importantes sectores israelíes contemplan esta posibilidad
como deseable, a fin de conseguir a cambio que Jordania acepte
acoger a muchos palestinos en su Estado o se anexione el ban-
tustán en que quieren convertir al Estado palestino. También hay
una oposición formada por militares desertados de Iraq que as­
piran a desempeñar un papel en el futuro político (como el grupo
de Ayad Allawi, la Alianza Nacional Iraquí), y potenciales acto­
res en el interior del país que, aunque vinculados al anterior ré­
gimen, podrían contar con un papel si se incorporan al proyecto
de EE-UU.
En conclusión, EE.UU. ni siquiera ha elaborado el plan de la

296
posguerra. Se ha limitado a confiar en su máquina militar y, con
ella, ir imponiendo sus intereses sobre los de la mayoría de la po­
blación iraquí. A partir de ahí es cuando empezarán a surgir los
verdaderos problemas.
Las otras lagunas del proyecto de EEXJU.
para Oriente Medio

Todo indica que el proyecto norteamericano elude los ele­


mentos clave para lograr la estabilidad y democracia que tan gra­
tuitamente ha prometido. En el «nuevo» Oriente Medio de
EE.UU., más allá de la proclamación altisonante de llevar la de­
mocracia y la paz a la región (que la historia no hace más que
contradecir), no existe ningún pronunciamiento concreto sobre
cuáles van a ser las acciones que se van a tomar en ese sentido.
La única declaración al respecto ha sido el vago y difuso proyec­
to del U.S. Middk East Partnership (Asociación entre EE.UU.
y Oriente Medio) presentado por Colín Powell en la Heritage
Foundation el 12 de diciembre de 2002. En esa presentación,
Powell comenzaba demostrando la gran dedicación de EE.UU. a
esta parte del mundo, aseverando que «ha contribuido durante
más de medio siglo con su sangre y su tesoro a ayudar a los pue­
blos y gobiernos de Oriente Medio». Con respecto al conflicto
palestino-israelí afirmaba que el proyecto del presidente Bush es
la coexistencia pacífica de dos Estados, pero «la paz requiere que
los palestinos cambien su liderazgo, creen nuevas instituciones y
pongan fin a la violencia y al terror. Cuando los palestinos pro­
gresen en esta dirección, requeriremos a Israel que tome difíciles
decisiones, incluyendo que ponga fin a la construcción de nue­
vas colonias». Si ésta es la visión del problema y a eso se va a li­
mitar la acción norteamericana para lograr la paz, no existen ex­
pectativas de solución del conflicto. Anunciaba también un
apoyo económico para afrontar los ingentes problemas sociales y
educativos de la región que comenzaría con un presupuesto de
29 millones de dólares, y en el futuro alcanzaría la cifra de mil
millones anuales. La «generosidad» de dicho presupuesto no sólo

298
anuncia el fracaso del proyecto sino que, sobre todo, muestra el
nivel de parodia que le define. Difundir la democratización es,
por supuesto, otro de los objetivos que apunta Powell, sin defi­
nir en qué se va a materializar, y poniendo como ejemplo del in­
terés por el tema la invitación que Washington hizo a un grupo
de 55 mujeres árabes miembros de partidos políticos a que estu­
viesen presentes en las últimas elecciones legislativas norteameri­
canas. Obvian los comentarios al respecto.
Sin embargo, existe un factor de gran trascendencia que ni si­
quiera es mencionado, cuando es la clave del futuro de la región.
El párrafo 14 de la resolución 687 del Consejo de Seguridad, ci­
tado más arriba, vincula, con acierto, el desarme de Iraq a la
necesidad de hacer de Oriente Medio «una zona libre de armas
nucleares y de destrucción masiva». Este objetivo de la ONU, ra­
tificado por EE.UU., ha sido reducido a una quimera en el con­
texto de la seguridad regional de Oriente Medio. Sólo en el año
2000, el 20 por ciento de los 80.000 millones de dólares gastados
en el comercio internacional de armas corresponde a las seis mo­
narquías proestadounidenses del Consejo de Cooperación del
Golfo, y en muy buena medida han sido vendidas por EE.UU.
Este país ha aumentado de manera exorbitante su presencia mili­
tar en la región desde 1991, y su aliado, Israel, posee un arma­
mento nuclear que, con la ayuda estadounidense, está al margen
de los controles del Tratado de No Proliferación Nuclear, lo que
inevitablemente alimenta la carrera armamentísrica de los países
de la región que buscan el equilibrio estratégico con Israel. Tam­
bién se debe a ello la reticencia a asumir la prohibición de armas
no convencionales, consideradas como «el arma nuclear del po­
bre». Es decir, en vez de avanzar hacia el control de armas en la
región, EE.UU. es el mayor proveedor de armas de todo tipo en
esta superarmada región.
De ahí que la cuestión no sea desarmar a Saddam Husein, y
con ello el problema está arreglado. Si el Iraq de Saddam Husein
se convirtió en una gran potencia militar dotada de todo tipo de
armas fue porque Occidente quiso crear esa potencia para des­
truir al Irán de Jomeini (en lo cual también ha fracasado) y, por
tanto, su política ha sido la de potenciar el militarismo en la re­
gión a favor de sus intereses coyunturales. El «cambio de régi­

299
men» en Iraq tampoco es un antídoto para el problema de las ar­
mas de destrucción masiva. La verdadera cuestión es global y no
concierne sólo a Iraq. Se trata de acabar con la lógica armamen-
tística que caracteriza a esta turbulenta región y que alimenta las
amenazas y los riesgos de acción militar. Y sobre esto, evidente­
mente, el nuevo proyecto americano para Oriente Medio no ha
dicho absolutamente nada. Sin embargo, en tanto se manten­
ga dicha situación, nada garantiza que cualquiera que sea el go­
bierno que suceda a Saddam Husein no acabe viendo al igual que
éste la necesidad de armar a Iraq como disuasión frente a Israel
u otros vecinos que pudieran amenazarle. Aquellos que dicen que
ningún régimen iraquí haría lo mismo que Saddam Husein de­
berían reconsiderar su opinión, porque la cuestión de las armas
en Oriente Medio sobrepasa la divisoria entre dictadura o demo­
cracia. <Por qué un Iraq democrático iba a tener menos necesi­
dad de armas de destrucción masiva que un gobierno elegido de­
mocráticamente en Israel?
El verdadero problema está en que la situación en Oriente
Medio desde la guerra del Golfo, y con EE.UU. como promotor,
se ha caracterizado por la militarización y la acumulación de ar­
mamento y, en ese marco, es ingenuo creer que surgirá un Orien­
te Medio mejor simplemente desarmando a Iraq y cambiando su
liderazgo político. Los presupuestos militares de los países de esta
región han alcanzado una media anual del 7,4% del PIB, cuando
la situación precaria de su sanidad, vivienda, empleo, sistema
educativo lo que exige es una inmensa cantidad de miles de mi­
llones de dólares para sacar a sus sociedades del elevado índice
de subdesarrollo que padecen. ¿Cómo va a resolver esa contra­
dicción el proyecto norteamericano de paz, democracia y de­
sarrollo para toda la región? Sobre esto tampoco se ha pronun­
ciado.
Por el contrario, no ha perdido el tiempo en lanzar amena­
zas contra Siria. Bush, Rumsfeld y Colín Powell se dedicaron a
transmitir mensajes hostiles a Damasco nada más concluir la in­
vasión de Iraq. Powell decía el 30 de marzo en la sede del AI-
PAC (el lugar es de por sí profundamente significativo): «Siria se
enfrenta a una elección crítica. Puede continuar apoyando a gru­
pos terroristas y acogiendo al régimen de Saddam Husein, o pue­

300
de asumir un comportamiento diferente y más esperanzados En
ambos casos, Siria tiene la responsabilidad de elegir y asumir las
consecuencias». El 16 de abril Rumsfeld informaba de que
EE.UU. había bloqueado el oleoducto que une el petróleo ira­
quí con Siria y unos días más tarde que aviones de la VII Flota
norteamericana asumían la función de vigilar las costas medi­
terráneas siria y Hbanesa «para controlar movimientos sospecho­
sos». El objetivo de tal actitud es, en primer lugar, presionar a
Damasco para que sepa en qué situación se encuentra y se mues­
tre sumiso, deje de apoyar a los grupos palestinos y al Hezbollah
libanés y se pliegue en el futuro a los designios israelíes sobre Pa­
lestina y los Altos del Golán sirio, ocupados por Israel desde
1967, dos intereses estratégicos claves israelíes. De hecho, Israel,
con el apoyo incondicional norteamericano, lleva a cabo una
continua campaña de demonizadón y hostigamiento contra
Hezbollah, tanto porque es un actor político independiente y
con gran credibilidad, no sólo en Líbano sino en todo Oriente
Medio, lo que supone un gran desafío a la política colonial y mi­
litar israelí, como porque, además, logró forzar la retirada israelí
del sur del Líbano, que ocupó desde 1978 hasta mayo de 2000.
Para el Likud y toda la extrema derecha que hoy gobierna en
Israel fue una humillación y no una restitución legítima exigida
por la ley internacional. Sin embargo, Hezbollah es un partido
islamista reformista shií libanés que goza de reconocimiento y le­
gitimidad en el Líbano, donde participa en el sistema político y
tiene diputados en su Parlamento, y en la región. Lejos de ser ra­
dical lo que ha hecho ha sido asumir la resistencia armada con­
tra el ejército israelí que ocupaba el sur de su país, y es uno de
los grupos políticos más modernizadores y liberales del universo
islamista actual. En los preludios a lo que ya aparecía como una
inevitable invasión militar estadounidense de Iraq, propuso que
la acción occidental se convirtiese en una firme pero constructi­
va presión para favorecer una transición política en Iraq entre el
régimen y la oposición interna iraquí, seguida de unas elecciones
supervisadas por la ONU, en lugar de forzar una «liberación»
con la fuerza de las cañoneras una propuesta bastante coherente
y moderada. De hecho, la Conferencia de la Organización Islá­
mica, reunida a principios de marzo ante la situación prebélica

301
contra Iraq, la hizo suya y también la propuso; como sabemos
sin ningún éxito.
Por el momento, Damasco ha asumido una posición pruden­
te y se ha dedicado a proteger sus fronteras de filtraciones de
miembros del régimen iraquí, e incluso ha convencido a alguno
de que se entregase. El problema llegará cuando las exigencias
norteamericanas se eleven con respecto a los palestinos y a Hez-
bollah, cuestiones ambas que tocan directamente la fibra de las
poblaciones siria, libanesa y árabe en general. Es una deslegiti­
mación difícil de asumir por un régimen en gran déficit de legi­
timidad por su absolutismo y pendiente de la desocupación del
Golán, ante lo cual no puede claudicar. Es decir, todo anuncia
una elevación futura de la tensión en la región, ya de por sí al lí­
mite de lo soportable.
El comportamiento estadounidense en Oriente Medio pone a
sus aliados en situaciones muy difíciles y provoca una crecien­
te desconfianza. Por un lado, la invasión de Iraq ha producido
un despertar de las poblaciones árabes, que se han manifestado
como no habían hecho en mucho tiempo, desafiando la prohibi­
ción de los respectivos gobiernos (como ha ocurrido en El Cairo
y Ammán) y las leyes de excepción en vigor que amenazan a los
detenidos con penas draconianas, lo cual es signo del poco mar­
gen que queda para soportar políticas dictatoriales y coloniales en
esa parte del mundo. No hay que olvidar que la nueva estrategia
de lucha contra el terrorismo elaborada por los EE.UU. a raíz de
los atentados del 11 de septiembre de 2001 ha introducido toda
una serie de elementos que, lejos de repercutir en la democra­
tización de la zona, se han traducido en un agravamiento del au­
toritarismo predominante, un agudo empeoramiento del Estado
de derecho y un progresivo estancamiento de las posibilidades de
mejora socioeconómica para sus castigadas poblaciones.
Por otro lado, no deja de ser significativa la reunión celebra­
da en Riad el 18 y 19 de abril, que agrupó a todos los países fron­
terizos con Iraq, además de Egipto y Bahrein como presidente de
turno de la Liga Árabe. De dicha reunión salió una declaración
conjunta en la que se pedía una rápida retirada de «las fuerzas de
ocupación» y que sea el pueblo iraquí el que «dirija su país y con­
trole su riqueza», en una clara referencia al petróleo, así como un

302
apoyo a Siria expresando «un total rechazo» a las amenazas esta­
dounidenses contra este país. El ministro de Exteriores saudí,
principe Saud al-Faysal, declaró además que «la petición de le­
vantamiento de las sanciones económicas impuestas al país debe
formalizarla un gobierno iraquí legítimo, y debe ser el Consejo
de Seguridad de la O N U el que se encargue de autorizarlo».
Si la política norteamericana no tiene presentes los problemas
que plantea a sus propios aliados, a los cuales exige un compor­
tamiento de vasallos que casa mal con su delicada situación in­
terna de inestabilidad y oposición crecientes, y si no concibe otra
estrategia que la militar (¿va a dedicarse a bombardear todos los
países que no actúen como vasallos?), puede acabar generando
un verdadero conflicto global en esa parte del mundo. Desde lue­
go, su acritud con respecto a Israel y la cuestión palestina no
anuncia progresos positivos. De hecho, han sido Tony Blair y José
María Aznar quienes sacaron a la luz en sus declaraciones de la
cumbre de las Azores la perspectiva de resolver esta cuestión, bus­
cando a la desesperada justificar su posición de seguidismo de la
política de EE.UU. Pero el presidente Bush, significativamente,
no hizo ninguna mención a esa cuestión en dicha reunión. Son
los europeos los que insisten en ello y tratan de sacar adelante la
famosa «hoja de ruta» propuesta por el llamado cuarteto (Euro­
pa, Rusia, EE.UU. y ONU). Pero más allá de la retórica y el dis­
curso, lo que verdaderamente está ocurriendo es que israelíes y
norteamericanos no tienen ninguna intención de avanzar en ese
proceso hasta que «sea inevitable», y para entonces Israel ya ha­
brá llevado a cabo tal cantidad de hechos consumados que sólo
se negociará sobre una cantidad de territorio palestino casi testi­
monial. Entretanto, el ejército israelí ha seguido reocupando los
territorios, lanzando bombardeos y asesinando líderes palestinos,
destruyendo casas palestinas y construyendo un muro de separa­
ción que, de hecho, ha anexionado ya un 10% de Cisjordania,
además de haber aislado poblaciones y aldeas palestinas a un lado
y otro del muro. Es más, la política colonial israelí se ha reforza­
do con la actuación igualmente colonial de EE.UU. en Iraq, que
con frecuencia ha tratado a los civiles iraquíes de la misma ma­
nera humillante que los israelíes a los palestinos (ante el temor
de ataques suicidas, los soldados norteamericanos han obligado a

303
los iraquíes a desnudarse en la calle y alinearse, siendo tratados
sin dignidad, para demostrar que no llevaban bombas). Sharon ya
ha expresado que tiene más de cincuenta enmiendas a la «hoja
de ruta», que de por sí no hace más que plantear unos acuerdos
de mínimos, y la cuestión se está centrando en la necesidad del
«cambio de régimen» en la Autoridad Palestina, lo cual no hace
sino encubrir las verdaderas raíces del conflicto y presentar la si­
tuación como si el problema fuese estrictamente de orden inter­
no palestino. Por tanto, tras toda la parodia del discurso, la nue­
va pax americana sólo llegará cuando lo que haya que negociar
sea sólo lo que Israel está dispuesto a conceder, lo que va a ser
muy poco. ¿Van a aceptar los palestinos y los árabes esta situa­
ción sin reaccionar, aunque sea por vías violentas? Esta situación
puede también desencadenar un proceso de mayor inestabilidad
regional y, desde luego, en absoluto va a poner fin a los atenta­
dos suicidas.
En conclusión, si se siguen ignorando los problemas de re­
presión y violación de los derechos humanos que padece coti­
dianamente la sociedad civil del mundo árabe y musulmán, si no
se tiene en cuenta el papel político del islamismo moderado o re­
formista, si no se valoran las víctimas inocentes de esta parte del
mundo, si a la ocupación del territorio palestino se une la ocu­
pación del iraquí, crecerá la presión sobre esas poblaciones y, con
ello, los riesgos de radicalización y desestabilización. Y se segui­
rá alimentando de manera reactiva esa memoria histórica de las
poblaciones musulmanas contra un cínico Occidente que para
ellas sólo representa intereses y no valores.
Por ello, lo que puede presentarse como un éxito militar en
Iraq acabará siendo a medio plazo un fracaso político y estraté­
gico de gran alcance regional y mundial. En el fondo, la política
norteamericana en Oriente Medio es una historia de fracasos:
fracasó con el Egipto de Naser, fracasó en el Líbano, fracasó en
Irán, ha fracasado en el proceso de paz palestino-israelí y acaba­
rá fracasando de nuevo en Iraq. Y cada uno de esos fracasos ha
abierto las puertas a la violencia. Pero que no traten luego de
anestesiar y engañar a nuestras sociedades defendiendo que las ra­
íces del odio y la violencia en esta parte del mundo se deben a
un choque de civilizaciones o a un fanatismo intrínseco al islam.

304
Se deben a unas razones estrictamente políticas presididas por la
injusticia, la opresión y una insoportable imposición militar que
debilitan y desalientan a los demócratas, a los reformistas y a los
sectores más liberales del mundo musulmán.
Mapas

Iraq. Las zonas de exclusión aérea quedan delimitadas por los paralelos 33° y 36°
Iraq, principales yacimientos petrolíferos y oleoductos
Iraq, grupos étnicos y religiosos
Oriente Medio
Notas

1. «Minorité/Modernité: l’affaire kurde et au-delá» en Elisabeth Pícard,


La qimtton kurde, Bruselas, Complex, 1991, pág. 140.
2. Sobre el diverso periodo del Imperio islámico recomendamos la lec­
tura de los libros de Eduardo Manzano, Historia de las sociedades musulmanas
en la Edad Media, Madrid, Síntesis, 1992; y de AJbert Hourani, Historia de los
Pueblos Arabes, Barcelona, Ariel, 1992.
3. Citado por Pierre Rossi, L’Irak des révoltes, París, Seuil, 1962, pág. 71.
4. S.A. Cohén, Britisbpoltcy in Mesopotamia 1903-1914, Londres, 1976;
y EJie Kedourie, England and the Middle East: The destruction ofthe Ottoman Em-
ptre, 1914-1921, Sussex, 1978.
5. Citado por Eugéne Jung, La RévolteÁrab, S/d, Volumen 2, pág, 115.
6. Citado por Pierre Rossi, op. cit., pág. 87.
7. Gema Martín Muñoz, El Estado Arabe. Crisis de legitimidady contesta­
ción islamista, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2000, págs. 69-80.
8. P. Sluglett, Britain in Iraq 1914-1932, Londres, Ithaca Press, 1976;
Ghassan ‘Atiyyah, Iraq 1908-1921. A Political Study, Beirut, Arab Institut for
Research and Publishing, 1973; Abd al-Razzaq al-Hasaní, Tañjal-Irdq as-siyásí
al-hadit [Historia política contemporánea de Iraq], Líbano, Sayda, 1957.
9. El excelente trabajo enciclopédico del sociólogo e historiador iraquí
'Alí al-Wardí es clave para entender la formación contemporánea de Iraq:
Lambát ijtim a iyya min tárij al-lrdq al-hadit [Manifestaciones sociales de la historia
moderna de Iraq], Bagdad, 1969 a 1972. 6 volúmenes.
10. Majid Khadduri, Independent Iraq 1932-1958, Londres, Oxford Uni-
versity Press, 1962; M. EUiot, Independent Iraq: the Monarcby and Britisb Influen-
ce 1941-1958, Londres, 1996.
11. Hanna Batatu, The Oíd Social Classes and the Revolutionary Movements
oflraq: a Study ofIraq’s Oíd Lrnded and Commeraal Classes and ofits Communists,
Ba'thísts andFree Officers, Princeton University Press, 1978, págs. 1011-1012.
12. Amatzia Baram, Culture, History and IdeoloQs in the Formation of Ba‘-
thist Iraq, Basingstock, Macmillan, 1991; Su'ád Jayri, M in tárij al-Tkwriyya al-
Muá$ira fi-l-lráq [Historia del movimiento revolucionario contemporáneo en Iraq],
Bagdad, Matba'a al-'Adib al-'Arabí, 1975.
13. Samira Haj, The Making oflraq 1900-1963, State University of New
York Press, 1997.

313
14. Yitzhak Nakash, The Shíis of Iraq, Princeton University Press, 1994,
págs. 25-42.
15. Laurent & Annie Chabry, Politique et minorités au Proche-Orient, París,
Maisonneuve, 1984) págs. 116-119.
16. Op. cit., pág. 49.
17. Pierre-Jean Luizard en la obra citada más arriba analiza con deteni­
miento esta instrumentalízación al servicio del apaciguamiento de los shiíes y
la ambivalencia que ello generó en el posicio namiento de algunos líderes re­
ligiosos de la comunidad shií.
18. Hanna Batatu, op. cit., Tablas 55-1 y 58-2.
19. Joyce WÍIey, The Islamic Movement oflraqi Shía, Boulder, Colorado,
1992.
20. Bint al-Hoda desempeñó un importante papel en el movimiento de
renovación islámica y en el desarrollo de un discurso renovado sobre la mu­
jer desde la perspectiva islámica. Para ella la mujer no era objeto de nadie y
el matrimonio musulmán no consagraba la apropiación de la mujer por el
hombre. En consecuencia, el islam no prohibía a la mujer ejercer una profe­
sión ni el activismo político. Sus obras completas se publicaron en Líbano Al-
Maymua al-Kámila, Beirut, Ta’áruf. Chibli Mallat ofrece una panorámica de
sus escritos en «Le féminisme islamique de Bint al-Hoda», Maghreb-Machrek,
116, 1987, págs. 45-58,
21. Graham E. Fuller & Rend Rahim relatan los detalles de esta perse­
cución en TheArab Shta, Nueva York, St. Martin’s Press, 1999, págs, 100-101,
22. Hassan Arfa, The Kurds. A histórica!, and political study, Londres, Ox­
ford University Press, 1996.
23. Citado por Stéphane Yerasimos en Elisabeth Picard (ed.), La question
kurck, Bruselas, Ed. Complexe, 1991, pág. 33.
24. Chris Kutschera, Le mouvement national kurde, París, Flammarion,
1979.
25. Edmond Ghareeb, The Kurdish Question in Iraq, Syracuse University
Press, 1981.
26. Annie Chabry & Laurent Chabry, op. of., págs. 265-267.
27. Dos obras de referencia sobre las implicaciones políticas del ejército
en los Estados del Medio Oriente son la de Bemard Vemier, Armée etpolitique
au Moyen-Orient, Armand Colín, 1962; y la de J.C. Hurewitz, Middle East Po-
htics: the milítary dimensión, Nueva York, Praeger, 1969.
28. Ibrahim al-Marashi presenta una descripción detallada de dichas
agencias de seguridad en «Iraq’s Security and Intelligence NetWork», Middle
East Review of International Ajfairs, septiembre 2002.
29. Hanna Batatu, op. cit., pág. 1115.
30. Marión Farouk-Sluglett, «Irak: rente pétroüére et concentration du
pouvoir», Magbreb-Machrek, 131, 1991, pág, 9.
31. Makram Sader, Le développement industriel de l’Irak, Ammán, CER-
M O C, 1983.
32. A. Guerreau, ISIrak. Développement et contradictions, París, Le Sycomo-
re, 1978, pág. 186.

314
33. A. Gresh & D. Vidal, Les 100 Portes du Proche Orient, París, Les Édi-
tions de l'Atelier, 1996, pág. 191.
34. 'Isám al-Jafayí, Al-Dawla wa-l-Tatawwur al-ra'smálí fl-l-lrdq, 1968­
1978 [El Estado y el desarrollo capitalista en Iraq, 1968-1978], El Cairo, Dar al-
Mustaqbal al-'Arabí, 1983, pág. 55.
35. Marión Farouk-SJuglett & Peter Sluglett, Iraq since 1958. From Revo-
lution to Dictatorsbip, Londres, I.B. Tauris, 2001, pág. 250-251.
36. Karen Dawisha, «The USSR in the Míddle East. Superpower in eclip­
se?», Foreign Affairs, 1982-1983, págs. 438452.
37. Excelente lectura sobre esta cuestión es la que ofrece Alain Gresh en
su libro Israél-Pakstina, la verdad de un conflicto, Madrid, 2003.
38. Es enormemente interesante el libro escrito por el diplomático es­
pañol que participó en la misión de la ONU en Palestina Pablo de Azcárate,
Misión en Palestina. Nacimiento del Estado de Israel, Madrid, Tecnos, 1968. Ver
también sobre este conflicto Miguel Ángel Bastenier, La guerra de siempre. Pa­
sado, presentey futuro del conflicto árabe-israelí, Barcelona, Península, 1999.
39. Gema Martin Muñoz, Política y elecciones en el Egipto contemporáneo
(1922-1990), Madrid, Ediciones de la Agenda Española de Cooperación In­
ternacional, 1992, págs. 213-292.
40. David Solar, Las guerras de Palestina, Cuadernos del Mundo Actual,
36, 1994, pág. 12.
41. La obra de referencia, que además acuñó el término de «guerra fría
árabe», es la de Malcom H. Kerr, The Arab Coid World: Gamal 'Abd al-Nasser
and bis rivals, 1958-1970, Syracuse University Press, 1971.
42. Obras de referencia que describen con detalle el juego de las super-
potencias en todos los países del Medio Oriente son: Fawaz A. Gerges, The
Superpowers and the Míddle East, Boulder, Westview Press, 1994; Cari Brown,
International Politics and the Middle East: Oíd Rules, Dangerous Game, Londres, IB
Tauris, 1984; Tareq Y. Ismael, International Relations of the Contemporary Middle
East: A Study in World Politics, Syracuse University Press, 1986.
43. Malik Mufti, Sovereign Creations: Pan-Arabism and Political Order in Syña
and Iraq, Ithaca, 1996, págs. 144-146; y Hanna Batatu, op. cit, págs. 985-986.
44. Said K. Aburish, A Brutal Friendship, the West and the Arab Elite, Lon­
dres, 1997, pág. 139; Hamid Al-Bayati, The Coup of 8 Fehruary 1963 in Iraq,
Londres, 1966, pág. 163.
45. Michael Barry, «Afghanistan, les séminaristes de la guerre», Politique
Internationale, 74, 1996-1997, págs. 69-112.
46. Human Rights Watch/Middle East publicó un extenso informe al
respecto: The Anfdl campaign against the kurds, Yale University Press, 1995.
47. Datos de Les 100 Portes du Proche Orient, op. cit.
48. Todos los detalles de este truculento asunto fueron analizados por
Míchel Hudson en el artículo «Aprés l’Irangate: les Etats Unies peuvent-ils
avoirune politique moyen-orientale cohérente?», Maghreb-Machrek, 117, 1987,
págs, 16-28.
49. Recogido por el New York Times en una crónica de su corresponsal
diplomático Thomas L. Friedman el 2 de diciembre de 1990.

315
50. Reproducido en Politique Étrangére de la Frunce, enero-febrero 1991,
pág. 13.
51. Gema Martín Muñoz, «Generational Change, Identity and Demo-
cratic Crises in the Middle East» en Roel Meijer (ed.), AUemtion or Integration.
Arab and Turküb Youtb betwem tíre Family, the State and the Street, Richmond,
Curzon Press, 2000.
52. Estos procesos de liberalización están analizados en profundidad en
mi libro El Estado árabe. Crisis de legitimidady contestación islamista. Barcelona,
Ediciones Bellaterra, 1999.
53. Gema Martín Muñoz, «Iraq, una guerra buscada», Claves de Razón
Práctica, enero-febrero, 2003.
54. Datos aportados por The Arms Control Assodatíon: «US arms trans-
fers to the Middle East since the invasión of Kuwait», Fact Sheet, octubre
1992.
55. M.L. Dumas, «Armaments: course et contróle», en Les cabiers de VO-
rient, n.° 29 1993, pág. 131.
56. Y. Sayigh, «Globalization Manqué. Regional Fragmentation and Au-
thoritarian-Liberalism in the Middle East» en L. Fawcett & Y. Sayigh (eds.),
The Third World beyond the Coid War, Oxford University Press, 2000,
57. Amikam Nachmani, «A triangular relationship: Turkish-Israeli coo-
peration and its implications for Greece», Cabiers d'Etudes sur la Méditerranée
Oriéntale et le Monde Turco-lranien, n.° 28, 1999, págs. 52-53.
58. G. Martín Muñoz, «Generational Change, Identity and Democratic
Crises in the Middle East» en Roel Meijer (ed.), Alienation or Integration. Arab
and Turkish Youth betwem the Family, the State and the Street, Curzon Press, Rich-
mond, 2000.
59. Ver G. Martín Muñoz, E l Estado árabe, op. cit,, págs. 128-140.
60. Entrevista a Driss El Yazami en Confluentes Méditerranée, 35, 2000,
pág. 126.
61. Ibíd, pág. 124.
62. «Clash of civilizations», Foreign Affatrs, 1993, n.° 3, págs. 22-49. Ha
sido publicado en español por Tecnos con un epílogo crítico de Pedro Mar­
tínez Montávez en 2002,
63. The Clash of Civilizations and tbe Remaking of World Order, Nueva York,
Simón & Schuster, 1996. Publicado en España por Paidós en 1997.
64. Excelente trabajo y referencia obligada sobre la construcción euro­
pea de su supremacía es el de Sophie Bessis, Occidente y los otros. Historia de
una supremacía, Madrid, Alianza, 2002 (primera edición francesa en La Dé-
couverte, 2001).
65. Citados por Sophie Bessis, op. cit., págs. 49 y 15.
66. Yves Benot, Massacres coloniaux, 1944-1950, París, La Découverte,
1994.
67. Gema Martín Muñoz (ed.), Islam Modemism and the West, Londres, IB
Tauris, 1999.
68. The Closed Circle: an Interpretation of the Arabs, Nueva York, Harper &
Row, 1989, pág. 406. _

316
69. Traducido de la obra de I. Sahmir, Hebazit, en Middle East Report,
mayo-junio de 1988.
70. Declaraciones recogidas por el Institute for Public Accuracy de Was­
hington en sus News Raleases del 13 de noviembre de 1998.
71. Una detallada descripción de todos los acontecimientos relativos a
la inspección de la UNSCOM se encuentra en el estudio de Sarah Graham-
Brown, Sanctioning Sadam: Thepolitics ofintervention in Iraq, Londres, 1999. Al­
gunos de ellos son también recogidos por Milán Raí, Plan deguerra contra Iraq.
Diez razones para no iniciar una nueva guerra contra Iraq, Madrid, Foca, 2003.
72. Artículo publicado por Ritter en Arms Control Today de junio de
2000 .
73. Fuente: Middle East Research and Information Project, octubre 2002.
74. Datos recogidos por Sarah Graham-Brown en «UNICEF Establishes
Blame in Iraq», MERIP, PIN 7, 1999.
75. Carta de Kofi Annan al presidente del Consejo de Seguridad el 22
de octubre de 1999 y BBC News Online: Annan criticíses Iraq Aid Delays
(27/10/1999), recogidas por Peter L. Pellett en Anthony Amove (ed.), Iraqun-
dtr Siege, Cambridge, South End Press, 2000, págs. 157-158.
76. Todas estas declaraciones fueron recogidas por A. Arnove en «Sanc-
tions on Iraq: The propaganda Campaign» distribuido por Z/Znet, abril 2000.
77. A D C Press Rekase, 4/5/2000.
78. A D C Press Release, 4 de enerode 2000.
79. Declaraciones hechas a Baudoin Loosen suartículo «LesNations
Unies au chevet des Irakiens» difundido por Scbolars Base of the Belgian jour-
nalist, 29 de enero de 2000.
80. Recogido en un informe de Voices in the Wilderness (13 de agosto
de 1999) con ocasión de la visita de una delegación de esta Fundación a Iraq
donde se reunieron con Hans von Sponeck, todavía responsable del progra­
ma «Petróleo por alimentos».
81. Ali Abunimah y Rania Masri realizaron un exhaustivo estudio sobre
los medios de comunicación estadounidenses y británicos que confirman este
patrón en «The Media’s Deadly Spin on Iraq» en Iraq under siege, op. cit. pági­
nas 77-92.
82. Citado por Phyllis Bennis en «And TheyCalled it Peace. US Policy
in Iraq», Middle East Report, 215, 2000.
83. Le Soir (Bruselas), 26/1/2000.
84. Recogido por Baudoin Loos en Le Soir, 21/8/1999.
85. «Dossiers et Documents» en Magbreb-Machrek, 171, 2001, págs. 177­
178.
86. The Palestine Monitor, 8 octubre de 2001.
87. Citado en Marc Lynch «Smart Sanctions: Rebuilding Consensus or
Maintaining Conflict?», PIN, 62, Merip Medía, junio 2001.
88. Le Monde, 11/12/2001.
89. Ver el informe y análisis sobre esta Convención realizado por The
Arab Centrefor tbe Independence oftheJudiciaty and the Legal Profession (ACIJLP).
El Cairo, mayo 1998.

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94. «Pro-Israel Hawks and the Second Gulf War», Middk East Repon On­
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95. Citado por Ghada Khouri en «War on Iraq: a Manicured Versión of
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