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Karl Marx, Axel Kicillof y Juan Manuel de Rosas
Alfredo Sabat
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Kicillof (que debe acentuarse Kicíllof a la manera eslava, como si estuviera escrito
en cilírico) es el último en la saga de los amores economistas hot de Cristina.
Después de fascinarse con Lousteau, Redrado, Boudou (todos centro-liberales,
que terminaron en caos y despecho), Cristina cayó deslumbrada, como la Mrs
Robinson de “El Graduado”, ante el encanto de su propio Dustin Hoffman
marxista: Axel. Todavía no se cansa de él. Axel cuaja en el estilo wannabe
intelectual de Cristina, que jugó sus cartas colocando profesores UBA para
Presidente y Gobernador (por profes UBA léase: hombres que siempre saben más
que vos). La jactancia universitaria de Axel sólo puede compararse con la logorrea
iluminada de Alberto, que esta semana se dio el gusto de hacer el ridículo
diciéndole al premier Pedro Sánchez que los brasileros vienen de la selva y los
argentinos descendemos de los barcos, articulando simultáneamente la ira y el
desprecio de América Latina con las risas de los españoles.
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Pero sería un error suponer que la cortedad de miras de Axel se debe a una
ambición intelectual pasada por Chiquitolina; se trata de una Weltanschauung
muy de la UBA. La endogamia explica el retraso mental literal, es decir, el
retardamiento con el que la mente global llega a la UBA. Mientras en el resto del
planeta la innovación, la tecnología y la ecología son desafíos que excitan a las
mejores mentes contemporáneas, la visión de Axel parece remedar un ideal fósil
hecho de la bibliografía ajada de ediciones Eudeba. En su modorra provinciana, la
UBA se autopercibe como la Harvard nacional y popular, a pesar de no renovar
los planes de estudio hace treinta años, ni habilitar concursos, y normalizar el
trabajo gratis de docentes. En Argentina, la educación ya no es una vía al progreso
económico, si no apenas un rito para ser un poco mejor que los demás; forjada
por las crisis sucesivas (la nueva generación no conoce la no-inflación), la clase
media argentina ya no aspira a acopiar dinero, si no apenas argumentos para
justificar su superioridad.
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“Kichi” tiene algo inescrutable: un hambre de poder a juego con su volumen
napoleónico, que lo lleva a compararse con Juan Manuel de Rosas, que lo mira de
costado en su despacho. Es fácil jugar a las siete semejanzas con Axel: ambos se
encaramaron al poder bonaerense para soñar con el control del territorio
completo, usan patillas, Rosas fue un jinete legendario (Kici está subido a un
pony), ninguno escondió nunca su atracción por las pasiones autoritarias. Pero
Rosas fue un empresario exitosísimo, que conocía el negocio del campo como
nadie, y forjó su fortuna administrando sus campos y los de sus primos; en cuanto
a Axel, extendamos aquí un manto de piedad sobre el bar que fundó y fundió con
amigos “Espero infinito”, pero recordemos el pésimo deal (aún impago) que
contrajo con el Club de París y el déficit exorbitante de Aerolíneas bajo su tutela.
No tiene importancia: los “malditos cerdos unitarios” de antes son los “gorilas
odiadores” de ahora: alrededor de estos anacronismos se organiza la Historia
argentina que repite la escuela del resentimiento universitario.
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En esa vorágine, Buenos Aires es siempre el centro del mundo. Lo que se venera
como pensamiento nac&pop, que permite a Cristina decir que Trump es
peronista, que Biden es peronista, es el espejo de un remolino que nivela siempre
hacia abajo, donde todas las imágenes acarrean al pasado, a una gloria que ya era
pretérita incluso para los trasnochados guerrilleros de los 70.
Detrás del discurso, deben mirarse los números reales que maneja la Provincia. El
cierre de las escuelas
bonaerenses tapar el ajuste
ha intentado salarial: Kicillof
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pactó con los gremios un aumento inferior a la inflación, una baja de salarios que
toleran si no van a trabajar. No se anima a que le hagan una huelga: no fue capaz
de plantársele a los sindicatos, como tampoco supo plantársele al Club de París.
Su fuerza es una pose, y su estilo bravucón es sólo un juego de seducción: a
diferencia de Rosas, Axel aún no ha demostrado su coraje. No hay duda de que
Axel elige con cuidado sus batallas: para ésta se ha metido con gente de su
tamaño, los niños. El verdadero virus (para el que Cristina no está vacunada) es
su incompetencia, pero el Covid-19 no debería disimularla.
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quo económico mediocre”
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